Escribir desde el océano: la navegación de Hernando de Alarcón y otras retóricas del andar por el Nuevo Mundo 9783954879489

Este libro reflexiona sobre los relatos de conquista desde un espacio enunciativo particular –el del barco– y examina el

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Spanish; Castilian Pages 190 [187] Year 2018

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Table of contents :
Índice
Palabras preliminares
Parte I. Escribir y navegar
Parte II. La navegación de Hernando de Alarcón a las Californias
Apéndice
Bibliografía
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Escribir desde el océano: la navegación de Hernando de Alarcón y otras retóricas del andar por el Nuevo Mundo
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Jimena N. Rodríguez Escribir desde el océano La navegación de Hernando de Alarcón y otras retóricas del andar por el Nuevo Mundo

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El Paraíso en el Nuevo Mundo, 5 Colección patrocinada por el Proyecto CB SEP-Conacyt 2012: 179178

El Paraíso en el Nuevo Mundo contribuye al reconocimiento del pasado colonial hispanoamericano a partir de ediciones, críticas o anotadas, de textos significativos de los siglos xvi-xviii. Su nombre no solo recuerda aquella homónima obra de León Pinelo en la que el Edén estaría situado en las Indias Occidentales, sino también el que su autor fue recopilador de un primer repertorio bibliográfico indiano en 1629, su famoso Epítome de la bibliotheca oriental i occidental […], en el que consignara los títulos hasta entonces publicados por las imprentas virreinales. La obra de Pinelo reúne entonces los dos polos de aquella metáfora borgiana que concebía el Paraíso Terrenal como una biblioteca, metáfora que esta colección pretende evocar a la manera de un nuevo y letrado Jardín de las Delicias.

Dirección Manuel Pérez Consejo editorial Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, Pamplona) Aurelio González (El Colegio de México) Karl Kohut (Katholische Universität Eichstätt-Ingolstadt) Antonio Lorente Medina (Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid) Beatriz Mariscal (University of California, Santa Barbara) Martha Lilia Tenorio (El Colegio de México) Martha Elena Venier (El Colegio de México) Lillian von der Walde (Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México)

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Jimena N. Rodríguez

Escribir desde el océano La navegación de Hernando de Alarcón y otras retóricas del andar por el Nuevo Mundo

Iberoamericana - Vervuert - 2018

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www. conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2018 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2018 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-023-6 (Iberoamericana) ISBN 978-3-95487-947-2 (Vervuert) ISBN 978-3-95487-948-9 (ebook) Depósito Legal: M-31804-2018 Impreso en España Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros Imagen de cubierta: Detalle de Atlas portulano, de Antonio Millo (1586). Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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Este quinto número de El Paraíso en el Nuevo Mundo nos llega por barco, como antaño llegaban las cosas del Viejo al Nuevo Mundo (tal como se iban las nuestras, desde este Paraíso); ese barco que, como casa flotante, como botella con mensaje dejada a las furias de Neptuno, abandonaba la retórica terrestre de Europa, su linealidad, su geometría, confrontando luego el mar y sus superficies alterantes. Y es que el viaje por mar de aquellos hombres era siempre una hipótesis, persiguiendo un punto de fantasía y tejiendo una historia obligada a dar coherencia a una serie de informaciones incompletas, contradictorias a veces; de modo que en estos relatos de viaje por mar a las Californias, el de Alarcón y los de otros, tan finamente editados y glosados aquí por Jimena N. Rodríguez (mareante contumaz y fina lectora), es posible encontrar una retórica navegante, asimétrica y discontinua que, sin embargo, se decantó al fin por los viejos equilibrios terrestres medievales, tanto como por los modernos racionalismos, pretendiendo adaptar el mundo entero a sus convicciones bajo el mandato bíblico de “poseed la tierra”. Solo que aquí siempre hubo más agua que tierra, pues de uno u otro modo los indianos siempre estuvimos sobre el mar, desde que el Nuevo Mundo fue para la imaginación moderna un enorme archipiélago siempre por descubrir, siempre por narrar.

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Índice

Palabras preliminares.................................................................................. 13 Parte I. Escribir y navegar Naves recordadas y naves olvidadas.......................................................... 25 Naos a California................................................................................. 29 La nave, un emplazamiento particular............................................... 33 El navegante, “observador del mundo”............................................ 39 El salto en el mar......................................................................................... 45 “Asegurar” los caminos de la mar...................................................... 46 Aquel grande y dilatado mar que rodea toda la tierra...................... 52 Señoríos flotantes................................................................................. 59 Violencia y fragilidad........................................................................... 63 Caminantes y navegantes por la Nueva España y sus confines.............. 79 Retóricas del andar por el Nuevo Mundo......................................... 81 Andar............................................................................................. 84 Navegar.......................................................................................... 99 Parte II. La navegación de Hernando de Alarcón a las Californias Hernando de Alarcón, un navegante particular....................................... 121 Relación de la navegación y el descubrimiento que hizo el capitán Fernando de Alarcón.................................................................................. 131 Apéndice...................................................................................................... 167 Bibliografía.................................................................................................. 173

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A Pascui, que me trajo a estos mares

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Palabras preliminares

La historia moderna del continente americano, hegemónica y fragmentaria, como toda historia, ha sido una historia de a pie (o a caballo): mujeres y hombres que llegaron en naves y las dejaron atrás para ya no regresar. La otra historia, la de quienes en un principio no están del todo en tierra, es el objeto de estudio de este libro. Junto con los viajes marítimos más renombrados —los de Colón, Vespucio, Magallanes, Elcano, Legazpi, Urdaneta—, aunque a menor escala, también se sucedieron viajes marítimos de exploración costera, expediciones de menor envergadura que tuvieron como misión reconocer los litorales marítimos, buscar “pasos” de un océano a otro y adquirir información para extender los límites del dominio europeo en el continente. Interesa un período particular de la historia colonial americana, los siglos xvi y xvii, y un lugar específico, las Californias, Norte y Sur/Alta o Baja; e interesa porque en los discursos que componen la región el mar se interpone entre la mirada del navegante y la tierra desconocida y vista por vez primera: son discursos que tienen la particularidad de ser “conducidos por la navegación”.1 Los europeos llegan por mar, y por mar se van para llegar nuevamente —más tarde— por tierra. Consecutivamente, por casi dos

1.

Es una expresión de Ana Pizarro. En su trabajo sobre la Amazonía, Pizarro utiliza la idea de que el río que “tiene voces”, metáfora en extremo sugerente para indicar la pluralidad discursiva de una región (Amazonía: el río tiene voces, Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 15).

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siglos, aunque con intervalos, los recién llegados observan las Californias desde el mar: mientras que algunas expediciones tuvieron el impedimento puntual de ir tierra adentro, otras fundaron asentamientos que no prosperaron y tuvieron que ser abandonados. Solo a finales del siglo xvii, con las misiones jesuíticas, los establecimientos en la zona se convierten en poblaciones estables. Nos proponemos entonces considerar la historia y la geografía de la temprana California “desde” el océano. Entendámoslo no como un sitio abstracto o metafórico, de naturaleza ambigua e incontrolable, sino como un espacio concreto: un lugar cultural, literario e histórico. El mar no solo es una metáfora, es una zona de circulación de saberes, y las naves, un lugar de producción e invención de historias y geografías imaginarias. Una vez descubierto el Mar del Sur (1513) y hallado por Magallanes el paso al Pacífico (1520), el Noroeste, todavía terra incognita, pasó a ser el repositorio de los sueños y los anhelos europeos. Un buscado y nunca encontrado paso posibilitaría la ruta corta hacia las Indias —la no encontrada por Colón—, y de las muchas expediciones lanzadas en su búsqueda se conservan algunos derroteros que son un valioso instrumento para estudiar un punto de vista específico: el del navegante. Interesados en descubrir “el secreto de la costa”, consignar información de utilidad y encontrar una ruta a la Especiería, se sucedieron las primeras incursiones marítimas desde la Nueva España. El avance no fue lineal ni progresivo, así como tampoco significó una ocupación regular y definitiva de las tierras.2 Las más tempranas experiencias fueron las naves enviadas por Hernán Cortés, el tenaz explorador “ansioso de inmensidad”,3 quien nunca se cansó de buscar nuevos espacios geográficos, siempre convertidos en promesas incomparables en sus Cartas de relación. Poco antes del envío de sus empresas al Noroeste, Cortés había regresado del agotador viaje a las Hibueras, aciaga expedición en la cual perdieron la vida muchos de los expedicionarios. Bernal Díaz del Castillo, uno de estos, asegura que de la expedición a las Hibueras todos vuelven “pobres y cansados”;4 y, 2. 3. 4.

Alfredo Jiménez, El gran Norte de México. Una frontera imperial en la Nueva España (1540-1820), Madrid, Tebar, 2006, p. 255. Antonio Ballesteros Beretta, “Hernán Cortés y el ansia de inmensidad”, Revista de Indias 31-32 (1948), p. 7. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. de José Antonio Barbón Rodríguez, Ciudad de México/Madrid, El Colegio de

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sin embargo, en la “Quinta carta de relación”, fechada poco después de su regreso —el 3 de septiembre de 1526—, Cortés relata su viaje presentando la tierra explorada en términos de riquezas incomparables: una tierra “que hace mucha ventaja a México”.5 Después de sus incursiones al Sur, el Noroeste y las Californias vendrían a ocupar ese mismo lugar del imaginario: el de la promesa, el mito y la aventura. Por esto mismo, los textos de estas primeras expediciones marítimas tienen ciertas marcas de la distancia en la escritura, en donde la lejanía funciona como un lente que proyecta sueños y expectativas. El punto de vista marítimo (desde el mar) configura, además, un lugar de enunciación que nos interesa de manera particular: el barco. El barco ha sido estudiado en el marco de la modernidad, temprana y tardía. La “Era de los descubrimientos” fue, fundamentalmente, la era del tránsito por el océano, como señaló Parry en su trabajo pionero de 1974. A partir de entonces, se comienza a hablar de la unidad del mundo en términos de accesibilidad: todos los océanos están conectados y todas las regiones del planeta con costas son asequibles por mar. Los barcos del momento eran capaces de transportar cantidades importantes de personas o bienes por largos períodos, y poseían una combinación de atributos que los hicieron eficientes y productivos para los viajes de exploración.6 En este sentido, el barco ha sido analizado como una pieza fundamental del mundo moderno-capitalista, en la cual descansa la construcción del expansionismo europeo, y concebido como una unidad para el análisis de las condiciones materiales en la circulación de capitales.7 Hay quienes incluso lo comparan con la

5.

6. 7.

México/Universidad Nacional Autónoma de México/Servicio Alemán de Intercambio Académico/Agencia Española de Cooperación Internacional, 2005, p. 686. Hernán Cortés, Cartas de relación, ed. de Ángel Delgado Gómez, Madrid, Castalia, 1993, p. 626. Para el análisis concreto de la narración del viaje a las Hibueras, véanse mis trabajos: Jimena Rodríguez, Conexiones trasatlánticas. Viajes medievales y crónicas de la conquista de América, Ciudad de México, El Colegio de México, 2010, pp. 193-206 y Jimena Rodríguez, “El viaje como relato intercalado en crónicas de la Conquista. La expedición a las Hibueras en la Historia verdadera”, en Claudia Parodi y Jimena Rodríguez (eds.), Centro y periferia. Cultura, lengua y literatura virreinales en América, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2011, pp. 59-70. John H. Parry, The Discovery of the Sea. An Illustrated History of Men, Ships and the Sea in the 15th and 16th Centuries, New York, Dial, 1974, p. xi. Paul Gilroy, The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness, London, Verso, 1993, p. 15.

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“factoría” porque, en tanto espacio de trabajo, comparte los mismos rasgos estructurales: regimentación, compartimentación y división del trabajo.8 Han sido también exploradas sus implicaciones en los trabajos que tienen por objeto el viaje de la modernidad9 y, especialmente en el mundo angloparlante y en los últimos años, es el personaje referencial en números monográficos de revistas o libros dedicados al estudio de océano como un espacio cultural-histórico-literario.10 El barco es también un personaje silueta, tanto en las perspectivas historicistas que se circunscriben a la reconstrucción de la vida marítima en la Carrera de Indias,11 como en perspectivas literarias que buscan Cesare Cesarino, Modernity at Sea: Melville, Marx, Conrad in Crisis, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2002, p. 32. Han señalado estos mismos rasgos estructurales Pablo Emilio Pérez Mallaína, Los hombres del océano. Vida cotidiana de los tripulantes de las flotas de Indias. Siglo xvi, Sevilla, Diputación de Sevilla, 1992; y Margaret Cohen, The Novel and the Sea, New Jersey, Princeton University Press, 2010. 9. Véase el trabajo de Isabel Soler, El nudo y la esfera. El navegante como artífice del mundo moderno, Barcelona, Acantilado, 2003, que estudia de manera lucida e informada la relación entre los portugueses y el mar, enfocándose en los trayectos intelectuales del mundo renacentista o en la manera en que las viejas ideas ceden a las nuevas observaciones de quienes van y vuelven por el mar. Véase también el trabajo de Juan Pimentel, Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración, Madrid, Marcial Pons, 2003. 10. Por nombrar solo algunos títulos (esta lista no pretende ser exhaustiva): Philip Steinberg, The Social Construction of the Ocean, Cambridge, Cambridge University Press, 2001; Daniel Finamore (ed.), Maritime History as World History. New Perspectives on Maritime History and Nautical Archaeology, Gainesville, University Press of Florida, 2004; Bernhard Klein y Gesa Mackenthun (eds.), Sea Changes: Historicizing the Ocean, New York, Routledge, 2004; Jerry H. Bentley, Renate Bridenthal y Kären Wigen (eds.), Seascapes: Maritime Histories, Litoral Cultures and Transoceanic Exchanges, Honolulu, University of Hawaii Press, 2007; el volumen 125, nº 3 (2010) de Publications of the Modern Language Association of America (PMLA), titulado Oceanic Studies (2010); Jon Anderson y Kimberley Peters (eds.), Water Words: Human Geographies of the Ocean, New York, Taylor and Francis, 2014; Charlotte Mathieson (ed.), Sea Narratives: Cultural Responses to the Sea, Newcastle, Newcastle University Press, 2016; entre otros. 11. Véanse los trabajos de José María López Piñero, El arte de navegar en la España del renacimiento. Teoría y técnica del arte español de navegar del siglo xvi, Labor Barcelona, Labor, 1979; Michel Mollat, La vie quotidianne des gens de mer en Atlantique, Paris, Hachette, 1983; Pablo Emilio Pérez-Mallaína, op. cit.; José Luis Martínez, Pasajeros de Indias. Viajes Trasatlánticos en el siglo xvi, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2001; Flor Trejo Rivera, “Introducción”, en Flor Trejo Rivera (coord.), La flota de la Nueva España 1630-1631, Ciudad de 8.

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dar cuenta del impacto de la travesía transoceánica en la España del Siglo de Oro.12 De manera transversal, está presente —además— en la robusta tradición de trabajos que exploran la narrativa de naufragios como una disrupción en la narrativa del éxito de la conquista.13 México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2003, pp. 21-28; y Delphine Tempère, Vivre et mourir sur les navires du Siècle d’Or, Paris, Presses de l’Université Paris-Sorbonne, 2009. 12. Destacan aquí las contribuciones de Elizabeth Davis, quien ha señalado una vasta y riquísima narrativa que da cuenta del inmenso impacto de la travesía transoceánica en la España del Siglo de Oro. Véase especialmente su trabajo “Travesías peligrosas: escritos marítimos en España durante la Época Imperial, 1492-1650”, en Anthony J. Close y Sandra María Fernández Vales (coords.), Edad de Oro cantabrigense: Actas del CVV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas del Siglo de Oro, Madrid, AISO, 2006, pp. 31-41. La exposición de dicha narrativa también ilumina su artículo “De mares y ríos: conciencia trasatlántica e imaginería acuática en la Historia de la Nueva México de Gaspar Pérez de Villagrá, 1610”, en Paul Firbas (ed.), Épica y colonia: ensayos sobre el género épico en Iberoamérica siglos xvi y xvii, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2008, pp. 263-86, en donde, haciendo un análisis de las imágenes relacionadas con la navegación en el poema de Villagrá expone una subjetividad particular, la de un sujeto que ha pasado buen tiempo a bordo de las flotas de Indias. Su trabajo sobre los motivos marineros del exvoto —“La promesa del náufrago: el motivo marinero del ex-voto, de Garcilaso a Quevedo”, en Lía Schwartz (ed.), Studies in Honor of James O. Crosby, Newark/Delaware, Juan de la Cuesta, 2004, pp. 111-125—, merece una mención especial por su informadísima prosa y por la sutileza en el análisis del vínculo entre la navegación y la retribución divina. 13. Nuevamente sin pretender ser exhaustivos, véanse, por ejemplo, Lucía Invernizzi Santa Cruz, “Naufragios e infortunios: discurso que transforma fracasos en triunfos”, Dispositio, 11/28-29 (1986), pp. 99-111; Hans Blumenberg, Shipwreck with Spectator. Paradigm of a Metaphor for Existence, Cambridge, The Massachusetts Institute of Technology, 1997; Josiah Blackmore, Manifest Perdition. Shipwreck Narrative and the Disruption of Empire, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2002; Margo Glanzt, “El cuerpo inscrito y el texto escrito o la desnudez como naufragio”, en Obras reunidas I. Ensayos sobre literatura colonial, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 86-116; Sarissa Carniero, Retórica del infortunio, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2005); Isabel Soler, “Introducción” a Los mares náufragos, Barcelona, Acantilado, 2004. Véase también Blanca López de Mariscal, La escritura y el camino. Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo, Ciudad de México/Monterrey, Bonilla Artigas/ Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, 2014, quien presta especial atención a las tormentas y los huracanes y su relación con la escritura del desastre. A este matiz particular se suman los trabajos de Vera Moya Sordo sobre el miedo en altamar: “Miedo en el navío inestable. Navegaciones atlánticas hispánicas, siglos xv-xvii”, Traversea, 2 (2012), pp. 116-130 y “Motines masivos en las armadas británica, francesa y española a finales del siglo xviii: una perspectiva comparativa”, Derroteros de la Mar del Sur, 20-21 (2013), pp. 51-52; y los de Ma-

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En el estudio ya clásico de Navarro González, El mar en la literatura medieval castellana (1962), se establece una distinción entre el “mar conocido” y el “mar imaginado”, es decir, entre imágenes que pudieran conllevar la experiencia de la vida marítima —guerrera y comercial— y las imágenes tradicionales del mar: mares mitológicos, bizantinos y caballerescos. Aunque la distinción pudiera parecer dudosa (en cualquier caso, estamos frente a realidades textuales), Navarro González menciona que los viajeros medievales (Tafur y González de Clavijo) estaban más interesados por las maravillas y las extrañezas humanas, que por las del mar, aunque ellos describen con cierto detenimiento las costas, las ciudades que miran al mar y los puertos. En los relatos de viajes medievales, la textualización del recorrido descansa, generalmente, en una frase de transición en donde no solo está ausente la dimensión cotidiana del desplazamiento, sino también la memoria de los hallazgos o los descubrimientos del viaje marino. En otras palabras, no hay mención alguna de las incomodidades, los peligros y los esfuerzos que implican el espacio por recorrer (tormentas, motines, pestes, averías, naufragios, etc.), así como tampoco hay memoria de la información (distancias, vientos, arrecifes, corrientes, letales calmas, datos curiosos etc.) del espacio recorrido. No es el caso de los relatos del siglo xv y xvi, donde la navegación adquiere nuevos significados. Sin ir más lejos, la consignación de un dato curioso en el diario del primer viaje de Colón —la aparición de tres “sirenas” no tan “hermosas” como se esperaba— ha permitido a la crítica reflexionar sobre cómo el relato de viajes americano redefine la ecúmene europea en los comienzos de la expansión atlántica.14 Transgrediendo antiguos límites y apoyado en la experiencia sensible, el navegante produce y reproduce en su relato nuevos saberes (observaciones, descripciones, reflexiones) que expanden el conocimiento del mundo habitado, dando paso a una ría Jesús Benítez sobre los desplazamientos a bordo en el estrecho de Magallanes y el río Amazonas: Con la lanza y con la pluma. La escritura de Pedro Sarmiento de Gamboa, Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 2004; “Descubriendo secretos. Las relaciones de viaje de fray Gaspar de Carvajal y Toribio de Ortiguera”, Espaciotiempo. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades, 6 (2010), pp. 5-14; “Entre el asombro y el espanto: un acercamiento a la relación de fray Gaspar de Carvajal por el Río Grande de las Amazonas”, Telar, 6 (2008), pp. 54-74. 14. Miguel Alberto Guérin, “El relato de viaje americano y la redefinición sociocultural de la ecúmene europea”, Dispositio, vol. xvii, nº 42-43 (1992), pp. 1-5.

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lenta y compleja transición del llamado mundo medieval al renacentista. Tanto el viaje a ultramar como el desarrollo de las técnicas de navegación intervienen de manera directa en el proceso de modificación de la idea del mundo,15 y el diario de navegación —producto de los cruces trasatlánticos primero y de la navegación costera luego— da cuenta de la “invención” del continente americano, de su incorporación y su inscripción en el imaginario de los europeos. El barco es para nuestro análisis un centro de gravedad que se mueve y que tiene una condición satelital; un lugar de enunciación que provee un punto de vista organizado alrededor y es determinante de una estética en donde se presentan elementos aparentemente antitéticos como la seguridad y la vulnerabilidad o la violencia y la fragilidad. Para una mejor exposición de estos elementos hemos dividido este libro en dos partes. En la parte I, “Escribir y navegar”, expondremos los fundamentos de nuestro acercamiento al tema. En el primer apartado “Naves recordadas y naves olvidadas”, desarrollaremos las implicancias teóricas de la nave como categoría crítica. Desde los señalamientos teóricos de Michael de Certeau, observamos que, en la mirada del navegante, prepondera el paisaje (re)cortado por un observador lejano aunque no imparcial. Su punto de vista está posibilitado por el barco, un emplazamiento particular que permite ver y atravesar, y un objeto que está a la distancia y, a la vez, relaciona “el afuera” con “el adentro”, lo sabido con lo no sabido. Nos distanciaremos aquí de las apreciaciones de De Certeau —para quien observación y distancia están ligadas a la inmovilidad, y el movimiento, a la cercanía, con la subsecuente imposibilidad de una visión panóptica—, porque nos acercaremos a las apreciaciones de Foucault, para quien el barco es un objeto relacional y un lugar diferenciado (un espacio-otro); un medio de transporte, sí, pero también un objeto cultural que atraviesa el espacio. En el apartado segundo, “El salto en el mar”, contextualizaremos la época que nos ocupa y la navegación como un arte que estaba posibilitando descubrimientos geográficos. Los mareantes de la mar fueron, en un sentido literal, los únicos que podían llegar a los confines del mundo —la Patagonia, las Californias, el Paso del Noroeste— trayendo las noticias, los bienes y las historias de las regiones más recónditas del planeta. Los barcos fueron el medio de transporte más rápido y 15. Soler, El nudo y la esfera, p. 135.

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eficiente en la época, posibilitando el reconocimiento de nuevas tierras y vehiculizando la anexión de territorios y el poder colonialista. Pero, en tanto visitantes de paso y observadores a la distancia, el discurso de los navegantes también da cuenta de las contradicciones de dicho expansionismo y poderío. Vamos a desarrollar aquí el concepto del barco como prolongación del imperio español en el contexto de las exploraciones marítimas a California: si, por un lado, son brazos de control y apropiación, por otro, la apelación a la vulnerabilidad es constante. California se configura así como un espacio liminar en donde se prodigan las ceremonias de tomas de posesión como una forma de dejar constancia de una presencia inconsistente. Buscaremos interpretar las tomas de posesión y las prácticas que las acompañan desde la clave de la fragilidad y la violencia, argumentando que si, por un lado, hablan de la apropiación del territorio y de su incorporación al dominio de lo familiar-europeo, por otro, lo hacen de la inestabilidad de las embarcaciones, los peligros del viaje y las incertidumbres del océano. El discurso de los navegantes presenta la “invención” cartográfica del continente y su incorporación al imaginario europeo en términos de conquista y control, pero también revela intersticios que nos permiten deconstruir la historia, los efectos y el funcionamiento del colonialismo. Los barcos están en el centro de la expansión, pero también en los bordes del mundo conocido, y este “brazo distante del imperio” nos lleva a zonas dinámicas o inestables. En el último apartado, “Caminantes y navegantes por la Nueva España y sus confines”, estudiaremos la retórica del andar navegante en contrapunto con la del caminante en la serie de incursiones marítimas y terrestres al Noroeste. Reconstruiremos la expedición de Francisco Vázquez de Coronado en busca de las Siete Ciudades de Cíbola para precisar la retórica del andar caminante. Coronado y sus hombres anduvieron más de cuatro mil millas (seis mil kilómetros), y las referencias al “ir caminando” e “ir de a pie” son constantes e iterativas. La frontera Norte, así como otras regiones entonces periféricas —las Californias, el río de la Plata o la Patagonia—, se configuran no como lugares referenciales, sino como espacios que significan y modelan el carácter del caminante, marcado por la situación de desplazamiento y por el contacto cultural que de ella deviene. Estudiaremos entonces ciertas marcas del estar “fuera de lugar propio” con las subsecuentes dificultades del camino, padecimientos del cuerpo, construcción de

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ilusiones y descripción y catalogación de los otros. En la retórica del andar navegante, en cambio, la descripción del otro y la subsecuente diferenciación del yo narrador es una dimensión que no necesariamente tiene un valor central en la transmisión de la experiencia del viaje, focalizado en la descripción de los perfiles continentales, la descripción de las corrientes marinas, la manera en que soplan los vientos, etc. En otras palabras, la descripción de los habitantes de las costas está mediatizada por la distancia, y estos aparecen y desaparecen al paso de la nave dando lugar a la incertidumbre. Sin embargo, en la segunda mitad de este libro, presentaremos el caso de Hernando de Alarcón, un navegante particular. La parte II, “La navegación de Hernando de Alarcón a las Californias”, es un estudio textual de su viaje y la traducción del italiano de su texto, que llega a la actualidad gracias a la célebre antología de Juan Bautista Ramusio. El volumen tercero de las Navigatione et viaggi compendia viajes y navegaciones al Nuevo Mundo y contiene un conjunto de textos que solo se han conservado gracias a la traducción de Ramusio aparecida en 1556. Uno de ellos es el diario de navegación del capitán Fernando de Alarcón, que Ramusio publica bajo el nombre de Relazione della navigatione e scopeta, che face il capitano Fernando Alarchone per ordine dello Illustrissimo Signor Don Antonio di Mendozza Vice Re della nuoua Spagna. El viaje de Alarcón implicó un trabajo editorial paradójico: la Relazione della navigatione tuvo que ser retraducida del italiano al español, su lengua original, traducción que publicamos aquí con el nombre de Relación de la navegación y el descubrimiento que hizo el capitán Fernando de Alarcón; presentamos además una edición anotada, que privilegia un análisis textual del viaje en donde las expectativas y desilusiones serán los denominadores comunes.16 16. Julio César Montané Martí publica en 2004 una traducción del italiano en su estudio Los indios de todo se maravillaban: la Relación de Hernando de Alarcón, Jalisco, El Colegio de Jalisco. Nuestra traducción fue realizada por Celia Felipetto en el marco del Proyecto Ediciones Críticas Anotadas de Textos Coloniales Hispanoamericanos (CB SEP-Conacyt 2012: 179178), dirigido por Manuel Pérez en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México. La edición y notas son de Jimena Rodríguez con el apoyo del Proyecto IP-Proyecto I+D “En los bordes del archivo, I: escrituras periféricas en los virreinatos de Indias” (FFI2015-63878-C2-1-P) y del National Endowment for the Humanities Summer Seminar 2016: Mapping, Text, and Travel en The Newberry Library, Chicago.

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En su texto, Alarcón dice haber escrito dos documentos, “un libro” y una “relación resumida”. La “relación” es la única conservada en la traducción de Ramusio de 1556 y entregada en Colima a un adelantado del virrey Antonio de Mendoza y Pacheco, organizador de la expedición. Sin embargo, Alarcón presenta ambos textos —su “libro” y su “relación resumida”— como objetos ya completos y prontos a entregar al virrey de la Nueva España. Existentes o no, perdidos o conservados, traducidos o retraducidos, fueron acaso textos escritos en su viaje de vuelta, textos escritos desde el océano.

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Parte I Escribir y navegar

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Era lo contrario de un viaje. Más que medio de trasporte, el barco nos parecía morada y hogar… Claude Lévi-Strauss

¿Acaso tenemos presente el nombre de las naves que en 1519 usó Hernán Cortés para llegar a tierra e iniciar su camino hacia Tenochtitlán? Sabemos en cambio que los expedicionarios “dieron con las naves al través” en las costas de Veracruz. Decididos a continuar la marcha a pie hacia el interior del continente, Cortés y sus hombres resuelven hundir o inutilizar los barcos, y este hecho ha quedado representado en una expresión popular todavía en uso, “quemar las naves”, sinónimo de una resolución arriesgada. A grandes rasgos, en la historiografía de Indias, este motivo literario contribuye a la proyección textual del viaje de Cortés y está en función de la construcción de un tema, la búsqueda de México-Tenochtitlán, que implica un caminar progresivo hacia el interior del continente y, por lo mismo, un alejamiento simbólico de los barcos y de la posibilidad de regresar. Cortés vino para quedarse. Se recuerda, además, que posteriormente las naves fueron “desmanteladas” para construir los bergantines con los cuales Cortés y sus hombres ganarían la ciudad de Tenochtitlán, emplazada en el gran lago de Texcoco. Frente a la importancia que la historiografía de Indias da al hallazgo de 1519 y al violento choque entre dos mundos, es decir, a las etapas de la conquista del territorio, la colonización y la evangelización, las naves de Cortés son recordadas solo porque fueron olvidadas o reutilizadas, porque fueron dejadas atrás para proyectar el viaje tierra adentro. Otras naves, en cambio, son nombradas y rememoradas. En los capítulos v (libro ii) y xv (libro vi) de su Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano, Gonzalo Fernández de Oviedo ubica la nao Victoria entre las cinco naves “más señaladas” de la Historia. En ambos segmentos —virtualmente idénticos—, Oviedo establece una genealogía de la nao Victoria que va del Arca de Noé, su antepasado más lejano, a la carabela Santa María de Colón, pasando

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por Argos, la nave de Jasón, y la gran nave de Sesostris, rey de Egipto. A la primera de ellas —el Arca, en donde Noé, su mujer, sus hijos y las nueras escapan del diluvio universal—, Oviedo la incluye por su grandeza y su forma, pero, sobre todo, por su “artifiçio divino”: “por ser hecha por mandado de Dios […] para tan alto misterio y tanto bien”.1 A la nave de Jasón, Argos, Oviedo la señala por sus logros —haber llegado a la isla de Colcos—, es decir, “por su navegaçión”, aunque también “por los generosos prínçipes que en ella navegaron”.2 A la nave de Sesostris, rey de Egipto, la recuerda no por sus viajes, como la anterior, sino por su magnificencia y su calidad en materiales: “dosçientos ochenta cobdos de luengo, de madera de çedro, dorada por fuera toda y de dentro plateada”.3 La Gallega es señalada por ser la nave del “primero admirante” del mar océano, Cristóbal Colón.4 Y la última y más famosa de toda la genealogía es la Victoria, conmemorada porque “bojó y navegó todo el mundo por su çircunferençia” y, por lo mismo, porque es la “que mas luengo viaje hizo de todas quantas han navegado hasta nuestro tiempo, desde el principio del mundo”.5 El Arca de Noé es recordada por su origen divino, Argos por su viaje, la nave egipcia por su hechura y la Santa María por su famoso navegante; pero la Victoria, la nao Victoria, es la más importante por haber alcanzado algo nunca antes imaginado: el viaje más largo de todos los tiempos. Vale la pena recordar que, en un primer momento, la interpretación de las aventuras transoceánicas fue la celebración al logro de haber alcanzado un hemisferio inexplorado. La nao Victoria es, en este sentido, epítome del triunfalismo en la crónica de Indias, aunque los tullidos cuerpos de los navegantes puedan solo dar cuenta de las fatigas y los esfuerzos del viaje. Oviedo modela el espíritu de la época, y en su argumentación se pueden examinar los modos en que la historiografía de Indias construye la hegemonía geopolítica y cultural europea. La nao Victoria fue para Oviedo el ejemplo de los alcances del arte de la navegación, arte que estaba posibilitando la ex1. Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, Islas y tierra firme del mar océano, ed. de José Amador de los Ríos, Madrid, Real Academia de la Historia, 1852, p. 34. 2. Loc. cit. 3. Loc. cit. 4. Ibid. p. 35 5. Loc. cit.

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pansión oceánica y los grandes descubrimientos geográficos. Se trató de un tiempo en el cual la imagen del mundo cambia de manera radical, “desde el cerrado mar Mediterráneo al espacio abierto formado por los grandes océanos que conforman la Tierra”.6 Los europeos y sus naves se proclaman protagonistas de dicho cambio, y quizás por eso es necesario recordar especialmente ciertas naves y olvidar tantas otras. Desde las afamadas tres carabelas de Colón —la Pinta, la Niña y la Santa María—, y la inmortal nao de Magallanes —donde regresa Elcano de la primera circunvalación del mundo—, ciertas naves tienen un lugar en la Historia y son un lugar desde donde se hace historia. Entiéndase aquí la palabra ‘Historia’ como texto o literatura; ‘historia’, en cambio, tiene el sentido de una práctica. Esta sería la diferencia entre la experticia y el discurso según De Certeau,7 y aquí nos intrigan más la delimitación de la práctica y su lugar de enunciación que el discurso, aunque se encuentren indisolublemente asociados. Interesa, por un lado, la particular perspectiva de un observador lejano y ajeno, el navegante; y, por otro, su medio de trabajo y movilidad como un lugar de enunciación: la nave. Decíamos entonces que hay naves señaladas y naves dejadas a un lado, naves que se encumbran con nombre y apellido, y naves que se olvidan porque solo se quiere recordar que sus tripulantes desembarcaron y cruzaron las playas para quedarse. Ya en 1981 el historiador Carlos Bosch García indicaba el letargo u olvido “del mar y sus naves” en la historiografía del México hispánico, argumentando que esto se debe a la tensión no resuelta entre los conquistadores y los “hombres de mar”. Mientras los primeros se caracterizarían por la disciplina, la intransigencia y una mentalidad rígida, los “hombres de mar” serían más liberales, tolerantes y menos rígidos, producto de la naturaleza incierta de su actividad marinera. En su argumentación, la mentalidad de los conquistadores fue operativa para la imposición de costumbres e instituciones propias del período de conquista y evangelización, puesto que los “marinos” 6. Juan Antonio García Cruz, “El arte de llegar a puerto. Matemáticas y navegación desde la Antigüedad hasta el siglo xvii”, en Isabel Marrero (coord.), Descubrir las matemáticas hoy, La Laguna, Universidad de La Laguna, 2009, p. 188. 7. Michel De Certeau, La escritura de la historia, vol. I, Ciudad de México, Universidad Iberoamericana, 2006, p. 35.

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tuvieron un carácter más maleable y tolerante, fruto del constante trasiego.8 Bosch García no es el único en señalar la liberalidad de los hombres de mar, pero importa marcar el lugar tangencial del navegante en relación con la conquista y la colonización. Gran parte de la historia del continente está escrita desde la perspectiva de hombres (y casi siempre “hombres”) de a pie —o de a caballo—, que narran su aventura en términos de una epopeya —una historia épica trazada desde la perspectiva de “los vencedores”— para un lector peninsular, lejano y ajeno, al otro lado del mar. A la etapa de expansión marítimotransatlántica, siguió la del asentamiento en el continente o tierra firme. El proyecto inicial de Colón fue “detenido” por la exploración, el establecimiento y la formación de las colonias en América; pero, si bien la expansión se adecuó al entorno continental, el impulso imperial no se detuvo y las naves y los navegantes vuelven a tener un rol protagónico, y nombre y apellido. Aquí, el estudio de las primeras navegaciones a California no es casual sino estratégico. Los primeros discursos sobre California no son cuerpos aislados, no se puede comprender su significado independientemente de la práctica de donde proceden —argumentaría De Certeau—9, y desde el lugar donde se conciben, agregaríamos. En el discurso historiográfico, la nao Concepción, la San Lázaro, el Santo Tomás, la Santa Águeda, el San Pedro, la Santa Catalina, la Victoria, el San Diego, el Santo Tomás y el Tres Reyes acompañan los nombres de los navegantes a las Californias: Hurtado y Becerra de Mendoza, Hernando Grijalba, Francisco de Ulloa, Juan Rodríguez de Cabrillo, Hernán Cortés, Alarcón y Vizcaíno. Naves y navegantes son un mismo cuerpo en la escritura, porque la nave es un lugar de enunciación: por un lado, es un lugar intrínseco a los primeros discursos sobre la región (los españoles llegan a las California por mar), y por otro, es un lugar (tanto la nave como las Californias) que proyecta la expansión hacia el Pacífico.

8.

9.

Carlos Bosch García, México frente al mar. El conflicto histórico entre la novedad marinera y la tradición terrestre, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1981, p. 83. Del mismo autor también, véase “Hombres de mar y hombres de tierra en la historia de México”, en España y Nueva España: sus acciones transmarítimas, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1991, pp. 23-30. De Certeau, La escritura, 34.

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Naos a California Es posible establecer dos etapas de exploración marítima de California. La primera corresponde a los viajes sucedidos hasta que Miguel López de Legazpi conquista las Filipinas, y Andrés de Urdaneta descubre el camino del “tornaviaje”, en 1565. A partir de allí, la atención se desplaza hacia Manila y los viajes del Galeón de Manila, dejando a las Californias sumergidas en el mar de las incógnitas. Sin embargo, el interés por lo que al noroeste de la Nueva España pudiera implicar una ruta más corta para el Galeón, o lo que pudiera significar la fundación de un puerto de escala intermedia en su viaje hacia Acapulco, avivan nuevamente los ánimos para una segunda etapa de exploraciones marítimas, donde destacan principalmente los viajes del capitán Sebastián Vizcaíno. De la primera etapa de exploración, que incluye también expediciones organizadas por el virrey Mendoza, surgen la toponimia de California y los primeros perfiles continentales del territorio en cuestión. En 1532, Cortés envía a Diego Hurtado de Mendoza capitaneando dos barcos —el San Marcos y el San Miguel— que llegan hasta la boca del golfo y luego, se pierden.10 Sin noticias, en 1533, Cortés 10. José Luis Martínez, Hernán Cortés, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México/Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 666-669. La expedición de Hurtado de Mendoza logra descubrir las islas Marías, entonces llamadas Magdalenas. El capitán manda de regreso a uno de los barcos y prosigue con la gente más sana y con la intención de seguir explorando hacia el norte. La nave que regresa decide buscar ayuda en las costas de Culiacán, por lo cual desembarcan algunos tripulantes que fueron aprendidos por Nuño de Guzmán, fundador de Nueva Galicia, quien estaba enemistado con Hernán Cortés. La jurisdicción de Guzmán le impedía a las naves de Cortés desembarcar sin permiso, y por esta razón los hombres de Cortés fueron apresados (José Luis Martínez, Hernán Cortés, loc. cit.). Quienes quedaron en el barco continuaron su navegación hacía Nueva España, pero una tormenta destruye el navío. De los náufragos de esta tormenta la mayoría muere en un ataque de los indígenas de la zona, y los únicos tres superviviente fueron también apresados por Guzmán luego (Miguel León-Portilla, Cartografía y crónicas de la antigua California, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, p. 49). Diego Hurtado de Mendoza muere en las inmediaciones del río Tamazula (Sinaloa), en circunstancias descritas en un documento reproducido en la Colección de Documentos para la Historia de México, en donde se describe cómo el capitán baja a tierra a buscar agua y comida, pero solo para morir a manos de los indígenas, que no dejan superviviente alguno (“La Jornada que hizo Nuño de Guzmán a la Nueva Galicia”, en Joaquín García Icazbalceta, Colección de Documentos para la Historia de México, II, Ciudad de México, Porrúa, 1980, pp. 288-295). De este suceso se tuvo noticia porque, tiempo después, un adelantado

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envía una segunda expedición de dos navíos en busca de Hurtado. En esta ocasión, Diego Becerra de Mendoza capitanea el Concepción y Hernando de Grijalva, el San Lázaro, que logra regresar trayendo la noticia de algunas islas ricas en perlas. El destino del Concepción, en cambio, fue funesto: Becerra de Mendoza fue asesinado por su piloto, Ortún Jiménez, quien se dirigió al golfo, solo para morir a manos de los habitantes del lugar. La primera de las noticias se supo gracias a los heridos que Jiménez dejó en Michoacán; la segunda, porque un grupo de sobrevivientes contó el infortunio de Ortún en el Concepción.11 Persistente, en 1535 el mismo Cortés conduce tres navíos, el Santa Águeda, el San Lázaro y el Santo Tomás. En ese viaje, Cortés funda la colonia Santa Cruz, en la actual Bahía de La Paz, y regresa a la Nueva España en 1537, dejando al mando de la colonia a Francisco de Ulloa, quien la abandona al poco tiempo, dadas las malas condiciones de subsistencia. Del viaje marítimo de Cortés no hay derrotero o testimonio conservado —o por lo menos aún no se ha encontrado—, pero existen noticias anecdóticas recopiladas por otros cronistas. Como señala León-Portilla, es Bernal Díaz, por ejemplo, quien cuenta que Juana de Zúñiga, la esposa de Cortés, manda a buscarlo enviándole una carta donde lo exhortaba a “que dexase de porfiar más con la fortuna y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes hay de su persona”.12 Sin embargo, obstinado en su intento, en 1539 Cortés envía nuevamente a Ulloa al mando de tres navíos —el Santa Águeda, el Trinidad y el Santo Tomás—, que logran por fin navegar y precisar la existencia de la totalidad del golfo o mar interior por la costa norte, hasta descubrir la desembocadura del río Colorado, gracias al cual Ulloa bautiza el golfo como “mar Bermejo”, por el sedimento oscuro del río que colorea el mar en su desembocadura.13 Sin embargo, Ulloa de Nuño de Guzmán, Diego de Guzmán, encontró unos collares con clavos y dos espadas en la zona, interrogó a una mujer cahita y así pudo enterarse de lo ocurrido. Véase Hernando de Grijalba, “Relación y derrotero del navío San Lázaro al mando de Hernando de Grijalva y su piloto Martín de Acosta”, en Julio César Montané Martí y Carlos Lazcano Sahagún (eds.), El Descubrimiento de California: las expediciones de Becerra y Grijalva a la mar del Sur, 1533-1534, Ensenada, Fundación Barca/Museo de Historia de Ensenada, 2004, p. 40. 11. José Luis Martínez Hernán Cortés, p. 672. 12. León-Portilla, ibid., p. 50. 13. Carl Ortwin Sauer, Sixteenth Century North America. The Land and the People as Seen by the Europeans, Berkley, University of California Press, 1971, p. 137.

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no está seguro de si se trata de un río o un estrecho, porque no entra en él sino que prosigue la navegación por la costa Sur. Todos estos primeros viajes de exploración y reconocimiento de las costas son recordados como expediciones costosas y sin grandes provechos económicos para los participantes, pero a ellos se debe no solo la demarcación geográfica del mar interior, sino también su incorporación al perfil noroeste del continente americano en los mapas europeos de la época.14 En fecha cercana al último viaje de Ulloa, el virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, encomienda a Francisco Vázquez de Coronado el apaciguamiento de las tierras de Culiacán y una primera incursión terrestre al norte, un norte recientemente conocido por los novohispanos gracias a la aparición en 1536 de cuatro caminantes, los cuatro únicos supervivientes de los desembarcados en la expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida (Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes, Esteban y Alonso del Castillo Maldonado). De esta primera incursión organizada por Mendoza, regresa el franciscano Marcos de Niza en 1539, quien difunde la idea de las Siete Ciudades de Cíbola, acrecentando aún más las expectativas del virrey. Apenas un año después, en 1540, Mendoza envía por mar a Hernando de Alarcón con dos navíos, el San Pedro y el Santa Catalina, en apoyo a la nueva expedición terrestre de Coronado, a quien se le había encomendado el hallazgo de las míticas Siete Ciudades. Mientras Coronado y sus hombres caminan, Alarcón navega el mar interior del golfo de California, como lo había hecho Ulloa, pero a diferencia de él, con la premisa de navegar el río Colorado corriente arriba para llevar provisiones a la expedición terrestre de Coronado. En su viaje, Alarcón confirma la inexistencia de pasajes navegables entre el golfo de California y el mar del Sur u océano Pacífico, demostrando que la Baja California era una península y no una isla. Un mapa trazado por uno de sus pilotos fue la primera representación exacta del golfo y del curso inferior del río.15 Alarcón es el primer europeo en remontar corriente adentro el río Colorado. Sale en mayo de 1540 del puerto de Navidad (Colima) y 14. León-Portilla, ibid., p. 51. 15. El original de este mapa confeccionado en 1541 por Domingo del Castillo, el piloto de Alarcón, se ha perdido, pero llega a la actualidad gracias a copias tardías. El mapa representa las costas occidentales de la Nueva España y la península de California con su mar interior, e incluye información derivada de la expedición de Ulloa (León-Portilla, ibid., p. 48). Véase mapa en el Apéndice (p. 170).

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con dos barcos navega hasta la desembocadura del río. A mediados de agosto, deja allí sus barcos para realizar dos incursiones río adentro con embarcaciones pequeñas, por cuatro semanas y hasta llegar a la actual Arizona, en busca de la expedición de Coronado, que nunca encuentra. Como en los casos anteriores, los hallazgos de Alarcón no fueron ni ciudades capitales ni grandes riquezas, sino representaciones del mundo, nuevo para los recién llegados. La última de las expediciones patrocinadas por el virrey fue la de 1542, cuando envió a Juan Rodríguez de Cabrillo en busca de un paso marítimo que uniera los océanos. Los dos barcos, el San Salvador y el Victoria, se supone llegan hasta la latitud 42° 30’ y no solo no encuentran el mitológico paso, sino que tampoco registran la bahía de San Francisco. Aunque la denominación es anterior, a partir de esta última expedición surge de forma definitiva el topónimo ‘California’ en los mapas y escritos de la época,16 justo cuando el interés español en la zona se disipa por algunos años porque se había tornado hacia la conquista de las Filipinas. Entre una etapa y la otra, los españoles se establecen en el lejano Oriente, descubren el tornaviaje para regresar de Manila y comienzan a comerciar con Asia, el objetivo inicial de toda la expansión transatlántica. Había pasado poco menos de un siglo desde el primer viaje de Colón —73 años, para ser exactos—, y los españoles finalmente lograban usufructuar el comercio de sedas, porcelanas, especias y lacas con China, India y Japón. El recorrido de Urdaneta en 1565 —hacia el norte hasta los 39° 30’ de latitud y luego hacia el sur hasta tocar la costa de California, ayudado por la corriente de Japón— quedó establecido como la ruta para el regreso de Manila, y los viajes anuales del Galeón comienzan regularmente desde 1566.17 Los logros alcanzados en la primera etapa de navegación son los contornos de perfiles geográficos completos de la Baja California y la Alta California, así como el paulatino aprendizaje en la singladura en el mar del Sur. De la segunda etapa nos interesan los viajes del capitán Vizcaíno, enviado por vez primera en 1596 y por segunda vez en mayo de 1602. 16. Álvaro del Portillo y Díez de Sollano, Descubrimientos y exploraciones en las costas de California, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-americanos de Sevilla, Madrid, 1947, p. 117. 17. Michael Mathes, Sebastián Vizcaíno y la expansión española en el Océano Pacífico: 1580-1630, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1973, p. 18.

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En su segunda expedición, lo acompañan el piloto Toribio Gómez de Corbán, los cosmógrafos Gaspar de Alarcón y Jerónimo Martín de Palacios, y fray Antonio de la Ascensión, narrador del viaje. Esta fue la primera expedición a California financiada, no por un particular, sino por “el Estado”.18 Vizcaíno tuvo la misión definitiva de buscar un puerto intermedio para el Galeón de Manila (antes lo habían intentado Pedro de Unamuno en 1587 y Francisco Gali en 1584). Siguiendo las órdenes de Felipe II, Gaspar de Zúñiga, conde de Monterrey, envía con carácter oficial al capitán Vizcaíno con tres barcos —el San Diego (capitana), el Santo Tomás (almiranta) y el Tres Reyes (fragata)— para continuar los descubrimientos de las Californias. Vizcaíno no alcanza la parte norte del mar de Cortés, pero hace un relevamiento geográfico de la costa oriental desde el cabo San Lucas hasta San Diego y de allí hacia el cabo Mendocino: Santa Catalina, San Clemente y Santa Bárbara, llegando a explorar una bahía que nombró Monterrey. En ese momento regresa a la Nueva España la nave almiranta, mientras las otras dos se proponen llegar hasta los 43° N, pero el frío y el escorbuto les impiden seguir adelante. En su vuelta, las naves se separan, y solo regresa la fragata Tres Reyes. Desde todas estas naves se establecen las operaciones historiográficas que dan cuenta del perfil continental, y se articulan ciertos contenidos y no otros. La particularidad del lugar desde donde se habla para dar cuenta de las Californias es una marca indeleble en la escritura de los textos que la narran por vez primera desde la perspectiva europea. Dicho lugar ofrece un punto de vista determinado y una poética del viaje marcada por la lejanía, la fantasía, la violencia y la vulnerabilidad. En tanto artífices del mundo moderno —para usar las palabras de Isabel Soler—, los navegantes fueron los espectadores del mundo, y sus naves, un lugar de enunciación, un satélite o plataforma de observación, desde donde se construyen contenidos y paradojas. La nave, entonces, es un emplazamiento particular. La nave, un emplazamiento particular ¿Cuáles son las posibilidades de enunciación de este espacio?, ¿qué marcadores textuales o elementos diferencian un tipo de discurso 18. Silvia Hilton, La Alta California española, Madrid, Mapfre, 1992, pp. 23-25.

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historiográfico escrito desde el mar? Estas dos preguntas han guiado nuestra curiosidad. Si desde Benveniste en adelante la enunciación es “el decir”, ¿qué implica decir desde el océano? Y, si todo enunciado es un acontecimiento histórico, algo que “no existía” antes de que se produjera ese enunciado, ¿cómo afecta al discurso la nave, el lugar desde donde se hace Historia? Las naves usadas para la exploración y el reconocimiento de las costas de California fueron pequeñas embarcaciones rápidas y maniobrables que servían para fines específicos: por un lado, el reconocimiento de las costas y, por otro, el transporte de mercancías. Los navegantes, los pilotos y los cartógrafos se concentran en reconocer los litorales marítimos —“aveis de yr siempre costeando la tierra y reconociéndola lo mas cerca que fuere posible”—, y en muchos casos sus instrucciones precisaban que debían descubrir “el secreto de la costa” sin apartarse de ella, pero sin entrar tierra adentro: “Y porque la voluntad de su Magestad es reconocer y demarcar […] no consintáis entrar tierra adentro”.19 Es posible imaginar entonces que el mundo visitado está a la vista de quien se desplaza y que el contacto del navegante con el “afuera” está mediado por el barco: un satélite que permite la observación sin el contacto. Dado que toda “marcha genera una organicidad móvil del medio ambiente”,20 la-retórica-del-navegante determina no solo una espacialidad característica, sino también un punto de vista determinado que indica una “vivencia del mundo”; en este caso, la de un observador que, a su paso y con una mirada distante, describe los recortes costeros. La palabra ‘(re)corte’ sirve para ilustrar lo señalado: el navegante tiene, más que ningún otro, vistas parciales; ve aparecer y desaparecer accidentes geográficos, árboles, humaredas, especulando así sobre la fertilidad de la tierra, sus oportunidades, la presencia o la ausencia de habitantes en las regiones que observa, etc. En el marco de la enunciación —explica De Certeau—, quien se desplaza constituye, con relación a su posición, un cerca y un lejos, un aquí y un allá.21 En el andar sobre las aguas, el aquí se configura en el medio de desplazamiento —la nao—, un lugar que, en sí mismo, es un lugar en 19. Instrucciones de Cabrillo. Las reproduce Del Portillo y Díez de Solano, ibid., p. 301. 20. De Certeau, La escritura, p. 111. 21. De Certeau se vale de las indicaciones de Benveniste, para quien los adverbios ‘aquí’ y ‘allí’ son, en la comunicación verbal, los indicadores de la instancia locutora. Es decir, dan cuenta de la espacialidad y la temporalidad de quien habla (loc. cit.).

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movimiento. El allá, en cambio, es siempre una lejanía, la costa, hacia donde se dirige su mirada. La noción del navegante como un observador puede ser comprendida en los términos de De Certeau, y sin embargo, en su esquema, mientras “observación” y “distancia” están ligadas a la “inmovilidad” y a la “visión panóptica”, el “movimiento” lo está a la cercanía y a la subsecuente imposibilidad de mantener una distancia para poder observar. En el caso de los navegantes —por lo menos, en aquellos primeros navegantes que documentan las costas de California—, “movilidad” y “distancia” pueden coexistir, justamente porque el barco/la nao es un emplazamiento particular. Es un medio de transporte (traslada gente, objetos e ideas), pero es también algo trasladado (un objeto cultural puesto en otro lugar). En tanto medio de transporte, el barco es vehículo de bienes y personas, pero también de ideas e intenciones. Los barcos van y vienen. A la ida, trasladan propósitos y posibilidades, proyectos y deseos: la búsqueda de un paso que comunique los océanos, la posibilidad de expandir el control del territorio o la de asentarse en la zona, etc. A la vuelta —aunque es necesario aclarar que muchos se perdieron en el camino—, trasladan una carga de gran importancia: el conocimiento obtenido durante el viaje (y quizás también desilusiones varias producto del choque entre las expectativas y la realidad, que están siempre bien disimuladas en la retórica del navegante). En tanto objeto trasladado, un cuerpo puesto en otro lugar, el barco aleja y se aleja del mundo previo, pero eso no necesariamente implica una desconexión. En 1967, Michael Foucault ofreció una conferencia titulada “Espacios otros”, en donde desarrolla un concepto ya antes esbozado en el prefacio de Las palabras y las cosas, el de las ‘heterotopías’. Aunque vago y ciertamente no del todo profundizado en su reflexión, se trata de un concepto espacial que se configura como una alternativa a las utopías. Mientras las utopías son, por definición, un lugar inexistente (ou, no; topos, lugar) o un “emplazamiento sin lugar real”, es decir, mientras la utopías son esencialmente espacios irreales, las heterotopías, en cambio, son lugares reales o efectivos en la institución misma de la sociedad, aunque diferenciados. En oposición a las utopías, las heterotopías son lugares-otros, localizables pero apartados (en movimiento), una suerte de utopías efectivamente realizadas en donde la sociedad y sus espacios están representados (en una tripulación cada quien tiene un lugar y cumple una función). Aunque se trate de

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lugares-otros, están vinculados a la sociedad (son una sociedad en pequeño) y reproducen en su interior varias dinámicas sociales (cadena de mando y escalafones), pero, en tanto espacios separados, las heterotopías implican recortes del tiempo o una suerte de ruptura con el tiempo tradicional (el infinito tiempo muerto del mar). En este sentido, suponen un sistema de apertura y cerramiento que, por un lado, las mantiene aisladas y, por otro, conectadas. La accesibilidad a ellas depende, además, de la concesión de permisos y autorizaciones (cédulas y patrones) y del cumplimiento de un cierto número de gestos. Por último, las heterotopías tienen, en relación con el espacio restante, una función: crean espacios de ilusión o de compensación en una sociedad. Resta decir que la nave es la heterotopía por excelencia: … el barco es un trozo flotante de espacio, un lugar sin lugar, que vive por sí-mismo, a la vez cerrado en sí-mismo y entregado al infinito del mar y que, de puerto en puerto, de orilla en orilla va hasta las colonias a buscar lo más precioso que recelan sus jardines.22

El barco, aunque móvil o nómada, es un espacio ciertamente localizable. Asimismo, está fuera pero no afuera, está alejado pero conectado a la vez, y no solamente porque el barco va de puerto en puerto, sino, sobre todo, porque en él los espacios y las dinámicas sociales se continúan y reproducen, aunque en menor escala. Cesarino señala la relación del barco con la tierra mediante la analogía de un satélite en la órbita de un planeta.23 Lejos de constituirse como una totalidad autárquica y cerrada, el barco es un fragmento de la sociedad. La nave es una réplica en miniatura de las relaciones sociales, separada de la sociedad aunque indudablemente conectada a ella en sus prácticas. El barco implica, además, una ruptura y un alejamiento; sus tripulantes han sido desconectados del mundo previo, pero no han llegado al otro lado, se mantienen a la distancia, aunque cerca de la otra orilla. Por lo mismo, para Foucault el barco no solo es el mayor instrumento de desarrollo económico, sino, sobre todo, “la mayor reserva de imaginación de Occidente”.24 Es un punto de compensación: lo que la sociedad no tiene lo consigue 22. Michel Foucault, “Espacios otros”, Revista Versión. Estudios de Comunicación y Política, 9 (1999), pp. 11-12. 23. Cesare Cesarino, op. cit., p. 19. 24. Foucault, ibid., p. 12.

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un poco más allá, cruzando el océano, en un trozo flotante de espacio, porque “más allá las cosas no pueden sino ir mejor…”.25 En este sentido, y como señala Elizabeth Davis, el océano es como un “inmenso transport trail”26 que ha sustentado el bienestar, el confort y la prosperidad social europea. Davis, entre otros, ha señalado el grado de dependencia de la sociedad española respecto del Atlántico, dependencia que pudiera explicar la necesidad de los espacios-otros, cuya función es la de compensar faltas (escasez, enfermedad, pobreza, dependencia, etc.) y generar ilusiones (abundancia, control, riqueza, poder, etc.). Dichas ilusiones —en las que Oviedo sustentaba su entusiasmo por la nao Victoria— pueden explicarse en que la nave fue representativa de los avances alcanzados por el ingenio humano en el siglo xvi: se trata de “las máquinas más complejas de la época”.27 No solo fueron la forma más eficiente de comunicación global hasta la invención del telégrafo a principios del siglo xix,28 sino que —en un momento donde las comunicaciones por tierra eran extraordinariamente lentas— “los barcos recorrían miles de millas uniendo los continentes por el procedimiento de transporte más rápido que se conocía”.29 En su libro Los hombres del océano, P. P. Mallaína observa el barco como un espacio material y como un espacio vital. Describe de manera exhaustiva la división del trabajo y examina la vida en el interior de una nave, y la nave como un espacio agobiante, en donde lo público y lo privado o íntimo se interceptan. De allí que los navegantes sean gente en continuo movimiento pero encerrada: la contradicción de la vida de mar es la de “vivir el aislamiento colectivo y recorrer todos los rincones del planeta en cárceles de madera”.30 Las apreciaciones de Mallaína se conectan con las ideas de De Certeau, para quien el espacio-naval se condice con el espacio-carcelario. En tanto mundo-abreviado tiene, además, las características heterotópicas: el barco es un pequeño uni25. Jean Favier, Los grandes descubrimientos. De Alejandro a Magallanes, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 7. 26. Elizabeth Davis, “Spanish Literature”, en John J. Hattendorf (ed.), The Oxford Encyclopedia of Maritime History, Oxford, Oxford University Press, 2007, p. 26. 27. Pablo Pérez-Mallaína, Los hombres del océano. Vida cotidiana de los tripulantes de las flotas de Indias. Siglo xvi, Sevilla, Diputación de Sevilla, 1992, p. 75. 28. Margaret Cohen, The Novel and the Sea, Princeton, Princeton University Press, 2010, p. 4. 29. Mallaína, Los hombres del océano, p. 238. 30. Mallaína, ibid., pp. 235-236.

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verso conectado a un universo mayor pero alejado de este. Por esta razón, y porque debe atravesar el océano, cada navío está dotado de la mayor autosuficiencia posible. En primer lugar, es un medio de trasporte, el más veloz de la época, pero también es “un almacén móvil de mercancías” y un “castillo dispuesto a la defensa o al ataque”; es decir, es un “almacén-vehículo-fortaleza”.31 Visto desde afuera, el barco simboliza un encierro, es un “módulo del confinamiento”,32 puesto que la particular configuración espacial en donde se desplaza el navegante lo aísla y lo controla. Desde dentro, quieto pero en movimiento, el navegante tiene un punto de vista particular y una experiencia especulativa del mundo: está fuera de las cosas que observa. Asimismo, si bien es cierto que todo viaje es una forma de desgarro que separa al viajero de su vida anterior, una rotura de su matriz social,33 no lo es menos que puede existir el desplazamiento físico sin el alejamiento social: la partida implica la lejanía del lugar de origen, pero no necesariamente una despedida de este; y, aunque todo viajero camina con su mundo a cuestas, el navegante lo re-produce en todo el recorrido. Su intercambio está mediado por la condensación del hogar en el espacio reducido del barco, y su punto de partida no es un quiebre o una separación, sino una extensión del mundo de origen, modificado, claro está, por la reducción del espacio y las incertidumbres del océano. La nao es una continuación o prolongación del mundo de origen, e implica la dilación o el aplazamiento de la ruptura que conlleva el viaje. Por lo mismo, es también el cobijo o el refugio ante la adversidad de un mundo ajeno, desconocido y hostil. En este particular sentido, la nave ha sido estudiada como uno de los motivos de la lírica española de tipo popular; allí es parte de un lenguaje simbólico que condensa significados para expresar sentimientos y experiencias internas. El barco está asociado al lamento por la partida del ser amado, aunque también a la posibilidad de ir a donde él se encuentra;34 es 31. Mallaína, ibid., p. 77. 32. De Certeau, La escritura, p. 123. 33. Axel Gasquet, “Bajo el cielo protector. Hacia una sociología de la literatura de viajes”, en Manuel Lucena Giraldo y Juan Pimentel (eds.), Diez estudios sobre literatura de viajes, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2006, p. 46. 34. Leonor Fernández Guillermo, “El mar y el barco como símbolos en la antigua lírica popular española”, en Carlos Alvar Ezquerra (coord.), Lyra mínima oral. Los géneros breves de la literatura tradicional, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá, 2001, p. 541.

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aquí un objeto que traslada y aleja. Pero el barco —barqueta, nave, galera o carabela— de la lírica popular está también asociado al simbolismo central de lo femenino, el vientre y su capacidad de contención y cobijo.35 Es también un objeto de traslados, puesto en otro lugar. Por eso, para Bachelard, la barca es la cuna recobrada,36 símbolo del seno y la matriz, categoría que ilumina las posibilidades críticas del barco como un refugio ante la adversidad de un mundo extraño, ignoto y adverso. El navegante, “observador del mundo”37 En la mirada del navegante, prepondera el paisaje (re)cortado por un observador lejano, aunque nada imparcial; en efecto, De Certeau advierte que la vista en perspectiva constituye una proyección en una superficie que puede “tratarse” o intervenirse.38 El punto de vista del navegante configura su relación con el lugar que observa y dicho punto de vista está posibilitado por el barco. Decíamos que el barco es un emplazamiento particular que permite ver y a la vez permite atravesar, un objeto que se aleja y a la vez acerca, que está a la distancia y a la vez relaciona. En otras palabras, es un “perfecto haz de relaciones”,39 ya que es un artefacto cultural por donde se pasa (es un lugar, un espaciootro); es igualmente algo por lo que se puede pasar de un punto a otro (es un medio de transporte), y es también algo que pasa (es un objeto cultural que atraviesa el espacio). En este último aspecto vamos a detenernos con especial atención en la descripción de California. Las naves atraviesan el espacio oceánico, y el punto de vista de sus navegantes se ve afectado por el lugar desde donde observan y describen las costas californianas. En la época, los discursos marítimos se conocen con el nombre de ‘hidrografías’, esto es, descripciones de la tierra hechas por agua

35. Egla Morales Blouin, El ciervo y la fuente. Mito y folklore del agua en la lírica tradicional, Madrid, Turanzas, 1981, p. 45. 36. Gaston Bachelard, El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 172. 37. Tomamos esta categoría del libro de Isabel Soler, El nudo y la esfera. 38. De Certeau, La escritura, p. 106. 39. Foucault, op. cit., 18.

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o desde el agua.40 Estas formas textuales cartográficas son representaciones de la tierra que están compuestas de una prosa monótona y detallista porque equivalen a “un mapa desplegado en palabras”.41 Son formas textuales que sirven al propósito de este trabajo no para explorar el espacio representado, sino el punto de vista del navegante, su producción y su validación del conocimiento. El navegante atraviesa y organiza el espacio americano, lo clasifica, disecciona y fija, lo convierte en un “mapa de palabras” desde el mundo abreviado del barco y el tiempo muerto del mar. Es, entonces, un espectador que recorre y contempla el paisaje, pero sin encontrarse en él. Por esta razón, no es posible localizar pasajes que sugieran un lugar de pertenencia: el navegante, más que ningún otro viajero, está siempre en movimiento. Por lo mismo, se representa el desplazamiento con un tipo de organización narrativa propia del relato de viajes. El narrador precisa la ruta seguida dando una serie de coordenadas espacio-temporales y articulándolas con verbos de movimiento: Jueves, 30 del dicho mes, salimos de la barra á surgir en compañía de la Capitana, media legua de la tierra, donde surgimos en doce brazas limpio, arena blanca, menuda; este dicho puerto está en 16 grados é medio; otro día, viernes treinta y uno del mes, nos hicimos á la vela por mandado de la Capitana, é corrimos aquel día de las nueve hasta la tarde.42 40. Esta es la definición que da Juan Pérez de Moya en su Tratado de las cosas de Astronomía y Cosmografía, Alcalá, Imprenta de Juan Gracián, 1573, p. 165. 41. Son palabras de Ricardo Padrón en The Spacious Word. Cartography, Literature, and Empire in Early Modern Spain, London/Chicago, University of Chicago Press, 2004, p. 92. Las hidrografías son parte de lo que el autor llama una “narrativa del espacio”, producto y resultado de una cultura en la cual el discurso es el medio primario para la representación espacial. 42. Hernando de Grijalva, “Relación y derrotero del navío San Lázaro al mando de Hernando de Grijalva y su piloto Martín de Acosta” en Julio César Montané Martí y Carlos Lazcano Sahagún (eds.), El descubrimiento de California: las expediciones de Becerra y Grijalva a la mar del sur, 1533-1534, Ensenada, Fundación Barca/Museo de Historia de Ensenada, 2004, p. 68. Todas las citas de Grijalva son de esta edición. El ejemplo corresponde a la segunda expedición organizada por Hernán Cortés y capitaneada por Hernando de Grijalva y su piloto Martín de Acosta. Este es el testimonio más antiguo conservado, o la navegación más antigua de la cual tenemos una relación del viaje. Grijalva no es el primer navegante enviado por Cortés, Diego Hurtado de Mendoza fue el primero, pero muere sin dejar testimonio. La relación de Grijalva es, entonces, la primera de la antigua California que conocemos. Se publica por vez primera bajo el título “Relación y derrotero de una armada de dos navíos, Concepción, Capitana, y

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En el conjunto, los verbos de movimiento (“salimos”, “surgimos”, “corrimos”) y las coordenadas espacio-temporales configuran el desplazamiento progresivo, generando así la representación de un mundo recorrido en el texto. La composición de lugar es la forma de organización característica en estos textos, en donde el narradorpersonaje —en este caso, el navegante— nombra lugares y los describe conforme con la exposición de un derrotero y una cronología.43 A diferencia del discurso de los caminantes, que contiene más referencias espaciales que cronológicas, o donde estas pueden estar difuminadas y no permitir el cómputo preciso de los días, en el discurso de los navegantes, en cambio, las referencias temporales son precisas y abundantes. Esta característica puede explicarse por la forma textual del diario o bitácora, un tipo de organización narrativo-temporal. En el relato de viajes, el espacio da el orden del itinerario, porque son los lugares —y no el tiempo— los que organizan el texto. La organización del diario o bitácora, en cambio —y es imposible no remitir aquí al texto fundante de Colón—, es cronológica, y las coordenadas temporales son puntuales (no por nada es imposible olvidar aquel famoso 12 de octubre de 1492, y tan difícil recordar la isla en donde desembarcó el Almirante).44 Usamos aquí el concepto de ‘relato de viajes’ como cada una de las realizaciones del discurso de los caminantes, y ‘diario de navegación o bitácora’, como cada una de las realizaciones del discurso de los navegantes. Las inflexiones enunciativas de estas categorías serán analizadas más adelante, pero conviene señalar aquí que la organización “temporal” del discurso de los navegantes tiene un lenguaje “espacial” propio, producto o resultado de la experticia y la técnica del arte de la navegación en la época, y que representa,

San Lázaro, que salió del Puerto de Santiago en el Mar del Sur, de órden (sic) de Hernán Cortés, mandada por Hernando de Grijalva y el piloto Martín de Acosta, portugués, a descubrir el Mar del Sur” en la Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía sacados de los Archivos del Reino y muy especialmente del de Indias (T. XIV, Madrid, Imprenta de José María Pérez, 1870, pp. 129 y ss.). 43. Jimena Rodríguez, Conexiones trasatlánticas, pp. 39-55. 44. Para ilustrar esta idea, remito a las Actas del primer encuentro internacional colombino, editadas por Consuelo Varela, cuya primera sección de textos está dedicada a esta controversia y titulada “Lugar del primer desembarco en el Nuevo Mundo” (Madrid, Turner, 1990, pp. 33-130).

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establece y expresa los caminos en el mar. Así, los diarios que relatan las primeras navegaciones a California presentan coordinadas de altura o latitud, es decir, el registro del recorrido hacia el sur o el norte del Ecuador en la superficie acuática o en las costas. Los textos mencionan que los navegantes tomaban la altura desde la tierra, es decir, desembarcaban para realizar sus cálculos;45 pero, aunque el posicionamiento del navegante en su derrotero pretende ser exacto —es decir, incluye la inscripción de coordenadas precisas en los textos—, hoy sabemos que los registros de la época eran estimados. Claro que lo importante es señalar que, en tanto parte del universo discursivo de la literatura de viajes, en el diario de navegación o bitácora están presentes los dos ejes o planos propios del género: uno narrativo, que da cuenta de la progresión o el desplazamiento, y otro descriptivo, que ofrece la información obtenida durante el viaje.46 La información proporcionada por los navegantes se concentra en la puntual descripción de las costas, sus vientos y sus corrientes, sus accidentes geográficos y todo aquello que el navegante pudiera observar. Se examinan y dibujan los contornos del continente representando el mundo exterior desde “un lugar” que le otorga un sentido identificatorio e histórico. La nave, mundo de origen abreviado, conlleva entonces un sentido de pertenencia que se traslada al territorio observado como lo expresa Ulloa: Y siguiendo la dicha vía y treinta leguas delante de esta isleta, venimos a embocar en un estrecho que hace la tierra firme y una isla despoblada.

45. La determinación de la longitud era, en cambio, todavía un misterio en la época. El cálculo de la longitud en una nave se logra midiendo la diferencia horaria entre un punto de referencia y la posición de la nave en el momento de la medición. Esto fue imposible aproximadamente hasta la segunda mitad del siglo xviii, fecha en que se inventó un reloj cronómetro de precisión, apto para funcionar de manera correcta en un barco con movimientos constantes y cambios de temperatura y humedad. En tierra el procedimiento matemático para calcular la longitud fue la observación de algún acontecimiento del cosmos que pudiera verse desde distintos puntos. Por ejemplo, al conocer la hora en que sucedía un eclipse en un punto de referencia era plausible calcular la diferencia horaria entre distintos lugares. 46. Véanse los trabajos de Eugenia Popeanga, “Lectura e investigación de los libros de viajes medievales”, Revista de Filología Románica, I (1991), p. 162 y de Michèle Guéret-Laferté, Sur les routes de l’empire Mongol: Ordre et rhétorique des relations de voyage zur xiiie et xive siècles, Paris, Honoré Champion, 1994, p. 49.

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[…] Está en altura de treinta y un grados. […] Pusímosles por nombre el estrecho de San Miguel, porque se pasó en su día.47

Los perfiles costeros están dispuestos a la intervención incluso sin desembarco, y con el solo acto de poner un nombre se toma posesión de las tierras consignando, además, la altura o localización. Pronto volveremos sobre esto, por ahora solo importa señalar que las costas se representan como espacio de colonización, fácilmente apropiable desde el punto de vista del navegante, quien no abandona el espacio simbólico del mundo de origen (el barco) en un acto de conquista o expansión. Lo que antecede a su mirada es un punto de observación desde donde el observador se coloca y desde allí inscribe el espacio en el dominio de lo familiar. El alejamiento geográfico confiere al navegante la calidad de observador único, y el barco se configura como un satélite que permite la observación 47. Citamos la navegación de Ulloa en la edición de Montané Martí y Carlos Lazcano Sahagún, El encuentro de una península. La navegación de Francisco de Ulloa 1539-1540, Ensenada, Fundación Barca/Museo de Historia de Ensenada/Archivo Histórico de Ensenada, 2008, p. 58. De la navegación de Ulloa quedan dos relaciones, la de Ulloa y la de Francisco Preciado. Numerosos han sido los equívocos en cuanto al lugar que ocupaba Preciado en la expedición. Tanto Miguel LeónPortilla (op. cit., p. 52) como María Luisa Rodríguez Sala et al. lo confunden con el piloto (María Luisa Rodríguez Sala, Ignacio Gomezgil, María Eugenia Cué, Navegantes, exploradores y misioneros en el Septentrión novohispano en el siglo xvi, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, p. 67). Montané Martí y Lazcano Sahagún los contradicen, asegurando que el piloto mayor fue Juan Castellón. Los autores también señalan que la relación de Francisco de Ulloa no menciona a la de Francisco Preciado (op. cit., p. 40). El documento original de la navegación de Francisco de Ulloa se encuentra en el Archivo de Indias (Patronato 20, doc. 2, ramo 4). En 1929, Henry Wagner lo tradujo al inglés directamente del original para incluirlo en su libro Spanish Voyages to the Northwest Coast of America in the Sixteenth Century, San Francisco, California Historical Society, 1929, pp. 15-50. En el mundo hispánico la navegación fue publicada por Manuel Serrano Sáenz en Relaciones Históricas de América, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1916, pp. 181-240; por Julio Le Riverand en Cartas de relación de la conquista de América, Ciudad de México, Editorial Nueva España, 1946, pp. 640-690; por Luis García Navarro en Francisco de Ulloa explorador de California y Chile austral, Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 1994, pp. 182-232; y por Julio César Montané Martí, Francisco de Ulloa. Explorador de ilusiones, Hermosillo, Universidad de Sonora, 1995, pp. 193-255. Posteriormente, Montané Martí reeditó la edición de 1995 junto a Carlos Lazcano Sahagún en el volumen El encuentro de una península (op. cit., pp. 53-90), edición que estamos citando.

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y el registro.48 El navegante adopta entonces una mirada soberana sobre el mundo y las playas, pero particularmente las islas han sido históricamente representadas como colonias; a la manera de decir del Almirante: “mi voluntad era de no pasar por ninguna isla de que no tomase posesión, puesto que tomado de una se puede decir de todas”.49 Las islas, a diferencia de los continentes, parecen fácilmente apropiables y esto reviste particular importancia si se tienen en cuenta las continuas ambigüedades en la imaginación de los europeos respecto de California, todavía representada como una isla a principios del siglo xviii.50

48. Para Santiago Castro Gómez, “el punto cero de observación” es una suerte de plataforma de observación que, a su vez, no puede ser observada desde ningún otro punto (La hybris del punto cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada 1750-1816, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2005, p. 18). Por analogía, el barco es aquí también un punto de observación (un objeto que pasa, decíamos, un objeto cultural puesto en otro lugar). 49. Cristóbal Colón, “Diario del primer viaje a las Indias”, en Valeria Añón y Vanina Teglia (eds.), Diario, cartas y relaciones. Antología esencial, Buenos Aires, Corregidor, 2012, p. 129. 50. Según Rod Edmond y Vanessa Smith, “…islands seem to be natural colonies. This is not just because of the desire to possess what is paradisal or utopian, but islands, unlike continents, look like property” (“Introduction”, en Islands in History and Representation, London, Routledge, 2003, p. 1). Es necesario recordar que, en el caso de los navegantes a las Californias, la “apropiación” del lugar estaba dada a priori por la concesión territorial dada a los españoles por el papa en los tratados o acuerdos bilaterales entre España y Portugal (Anthony Pagden, Lords of All the World: Ideologies of the Empire in Spain, Britain and France 1500-1800, New Haven, Yale University Press, 1995, p. 28). Para una contextualización de la idea de la isla de California remito a mi artículo “Mareantes mareados. El estrecho de Anián y las naos a California”, Romance Notes 55 Special Issue, (2015): 133-144, y a uno en preparación “De islas, estrechos y penínsulas: California y la geografía del deseo”.

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En los hechos, el salto en el mar es la única imagen exacta, razonable, la única imagen que se puede vivir del salto en lo desconocido. Gaston Bachelard El mar es metáfora de todas las incertidumbres. Paul Zumthor

Un curioso caballero aragonés que jamás surcó el océano escribe a mediados del siglo xv un tratado para “para caminar por la mar”.1 Navegar es desplazarse sobre las aguas, pero no es tarea fácil ni segura —advierte—, y para hacerlo es necesario “poner los ojos en el cielo” y “hacer seguros los caminos de la mar”.2 Aunque la ayuda divina es un tópico común en textos de temas marítimos, Martín Cortés de Albacar no se refiere a la necesidad de encomendarse a Dios, sino a la observación de los astros. Las estrellas guían al observador, el piloto, quien busca llevar su nao a “puerto quieto y seguro”. Cuando Martín Cortés escribe su compendio, la navegación era el arte que estaba posibilitando los grandes descubrimientos geográficos desde la perspectiva europea. Así como Oviedo, entusiasmado por la época que le tocó vivir, Cortés de Albacar comienza su Breve compendio exponiendo las ventajas de la marinería, que permiten “ir a lo descubierto y descubrir lo encubierto”:3 “¿Quién sino la navegación nos dio a conocer aves peregrinas, animales diversos, árboles ignotos, preciosos bálsamos, medicinas salutíferas, y otra gran diversidad de cosas tan agradables a la vista cuanto necesarias a la vida?”.4 Los “mareantes de la mar” fueron, según Martín Cortés, quienes no solo traían de sus viajes las maravillas “agradables” y “necesarias”, sino quienes acercaban lo diferente, 1.

2. 3. 4.

Se trata de Martín Cortés de Albacar y su Breve compendio de la esphera y de la arte de navegar, ed. facsímil del ejemplar del Museo Naval de Madrid (1545) hecha por Julio Guillén y Tato, Burgos, Institución Fernando El Católico, Burgos, 1945. Todas las citas son de esta edición; en adelante, modernizo ortografía y señalo el número de folio (f.). Ibid., f. iii r. Loc. cit. Ibid., f. vi v.

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porque “a los que la distancia del lugar y naturaleza hizo extraños y apartados, la navegación los volvió comunes y juntos”.5 Entre unos y otros, se encuentra esa gran masa acuática que ocupa el 71% de nuestro planeta. La navegación era el arte que estaba posibilitando algo antes impensado: el salto en el mar. Desde tiempos inmemorables, dicho salto reaviva los ecos de una iniciación peligrosa y hostil, y es la única imagen exacta y razonable del salto a lo desconocido, asegura Bachelard, para quien no hay otros “saltos reales”: el salto en lo desconocido es un salto en el agua.6 En este sentido —sentido al que Zumthor alude cuando afirma que el mar es metáfora de todas las incertidumbres—, el Atlántico fue hasta el siglo xv no solo un mar ignoto o desconocido, sino también el non plus ultra, una barrera o límite infranqueable; y, por lo mismo, navegarlo —decía Martín Cortés— es difícil y riesgoso, y es necesario “asegurar el camino” o conocer la mar, saber cómo navegarla y saber qué se puede esperar de ella. En la idea de “asegurar el camino” vamos a detenernos, porque, en el contexto estudiado, implica dos matices. Por un lado, el de hacer navegables las rutas en el Océano —primero, las atlánticas, y luego, las pacíficas—, y por otro, el de “poseerlas”: de allí que el escudo de armas de Carlos v contenga la leyenda plus ultra. “Asegurar” los caminos de la mar El salto en el mar fue también un salto del conocimiento derivado de la experiencia. Paulatinamente, el navegante se aleja de las costas, se adentra en lo desconocido y aprende cosas antes no sabidas. Magallanes, Colón y tantos otros usaron en sus viajes métodos astronómicos rudimentarios pero, con la práctica y la observación del cielo y el mar, los pilotos y los navegantes fueron aprendiendo su arte.7 Como se indica, el navegar fue arte, un oficio manual que implicaba destrezas y habilidades particulares, hoy ya sorteadas por sofisticadas tecnologías. Con los modernos sistemas de posicionamiento global es fácil olvidar cuán peligroso y complejo fue, en el pasado, adentrarse 5. 6. 7.

Ibid., f. vii r. Bachelard, El agua y los sueños , pp. 211-12. María M. Portuondo, Ciencia secreta. La cosmografía española y el Nuevo Mundo, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2013, p. 69.

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en el océano.8 En altamar, el problema básico consistía en determinar en qué posición geográfica se encontraba la nave respecto del punto de partida, y para ello el navegante llevaba un registro progresivo del rumbo y la distancia recorrida, posicionándose en una carta de navegación. Los portulanos fueron simples instrumentos de navegación que consignaban las direcciones y distancias entre puertos conocidos. Como eran cartas planas, representaciones que no reflejaban el hecho de que la tierra es un globo, generaban imprecisiones que necesitaban “ajustes”, y de allí que las naves se gobernaran por estima.9 Los navegantes bogaban fijando el rumbo con una aguja de marear o compás, que marca el norte magnético y da un punto fijo con el cual se puede dar seguimiento de la travesía;10 cuando los trayectos no eran largos y el clima ayudaba, medían la distancia recorrida valiéndose de una ampolleta o reloj de arena, y una corredera, que les permitían determinar la velocidad del buque. La observación, la práctica y la memoria de los pilotos desempeñaron un papel importantísimo a lo largo de los años, generando un conjunto de saberes que se reflejaba en las cartas portulanas como puntos o circunferencias de rectas que variaban entre 8, 16 y 32 rumbos delineados y que, en su combinación, daban por resultado un entramado de posibles caminos en el mar. El conocimiento de los vientos o los rumbos, en conjunción con el manejo del tronco de leguas o escala, que ayudaba a calcular distancias en la carta, permitía el posicionamiento geográfico aproximado de la nave. Pero no todos los tripulantes tenían el conocimiento para hacerlo; quizás solo los más experimentados o quien estuviera encargado de conducir la embarcación. Una vez que el piloto situaba en la carta plana los puntos de partida y destino, buscaba luego los vientos que Cohen, The Novel, p. 15. García Cruz, op. cit., p. 188. El portulano más antiguo que se conserva es el llamado Carta pisana, encontrada en Pisa y probablemente confeccionada en Génova hacia 1291. Sus dimensiones son impresionantes: 50 x 100 centímetros. Se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia bajo la sigla GE B 1118 RES (Mireille Pastoreau, Voies océanes: cartes marines et grandes découvertes, Paris, Bibliothèque Nationale, 1992, p. 14). 10. El compás o aguja magnetizada fue inventada en China aproximadamente en el siglo ix e introducida en Europa por musulmanes. Fue ampliamente usada a partir de finales del siglo xii. A partir del siglo xiii, se usaba montada en una superficie que mostraba los vientos e integraba el eje de coordenadas cardinales (Harley Brian y David Woodward, The History of Cartography, Chicago, Chicago University Press, 1987, p. 386). 8. 9.

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los unieran en el entramado de líneas. En caso de no hallar un rumbo que uniese los dos puntos, buscaba su paralela más cercana, midiendo las distancias con un compás. Cuando los vientos eran contrarios, trazaba una trayectoria quebrada y recalculaba las distancias usando el tronco de leguas. Sin embargo, las cartas planas o portulanos eran esencialmente instrumentos de navegación costera o navegación por mares conocidos ya que mostraban las líneas de rumbo y el litoral costero, con los puertos, los cabos y los peligros para la navegación, y también algún detalle del interior —ríos o montes—, porque podían servir como referencia a los navegantes. Fueron los portugueses quienes comenzaron a dirigirse a mares abiertos en la primera mitad del siglo xiii, en un principio usando el compás y guiados por la observación de fenómenos naturales, como corrientes marinas, vientos, el camino de las aves y la presencia de algas.11 Si bien desde tiempos antiguos los navegantes utilizaban la red o “tela de araña” —originalmente inventada por los astrónomos para situar estrellas en la esfera celeste—, solo a mediados del siglo xv comienza la navegación astronómica propiamente dicha.12 La introducción de dos instrumentos náuticos para determinar las coordenadas de latitud —el astrolabio y la ballestilla— permitió que los navegantes bogaran días y noches seguidas sin tener una referencia terrestre en mares desconocidos. Pero, una vez más, solo los pilotos podían entonces resolver el problema de ubicarse geográficamente en altamar; su profesión supone la práctica, pero también una mínima formación teórica, que se ve alimentada por la experiencia de cada viaje y los nuevos conocimientos que de ellos devienen.13 El arte de navegar o la posibilidad de “utilizar” el océano y hacerlo transitable implica el nacimiento de un experto. En altamar o en regiones no exploradas (como las Californias), los instrumentos náuticos permitían estimar la 11. Patricia Seed, Ceremonies of Possession in Europe’s conquest of the New World 1492-1640, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, p. 108. Los portugueses cruzaron la latitud del cabo Bojador (Marruecos) hacia 1434 y el ecuador en 1471, comenzando así a navegar el hemisferio sur y su océano inexplorado, y marcando de esta manera el nacimiento de la navegación astronómica. Estos puntos representaban el límite del conocimiento europeo sobre las costas africanas hasta estas fechas (ibid., 112). 12. Portuondo, op. cit., p. 69. 13. Pablo Emilio Pérez-Mallaína, El hombre frente al mar. Naufragios en la Carrera de Indias durante los siglos xvi y xvii, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1996, p. 91.

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distancia respecto de la línea ecuatorial por la altura meridiana del sol durante el día y de la estrella polar durante la noche, y así localizar la nave en dirección norte o sur; pero los viajes portugueses y españoles en el Atlántico Sur suponen, además, un segundo momento de la navegación astronómica, gracias a la pérdida de la estrella polar, uno de los puntos fijos de referencia siempre a la vista en los mares del Norte.14 Esta segunda etapa se logra gracias a la perfección de los métodos de navegación en mares abiertos y a la observación de los fenómenos en altamar. El mundo moderno optó por poner su confianza en “los ojos”, dando por resultado un tipo de saber dinámico que revisa lo recibido por la tradición e incorpora los nuevos conocimientos derivados de la práctica.15 Pero habría que establecer una diferenciación entre los expertos y los teóricos. Los navegantes tenían que saber ubicarse en lugares no conocidos —sea en altamar, sea cerca de las costas—, es decir, tenían que saber en qué punto del planeta se encontraban; tenían que, además, saber volver desde ese lugar; y, por último, tenían que poder regresar al mismo sitio de una manera segura y eficiente, una y otra vez.16 Para ello, dominaban los instrumentos de navegación (tablas de cálculos, compás o brújula, ballestilla, astrolabio); observaban los fenómenos naturales (corrientes marinas, vientos, presencia de aves, bancos de algas o arena); y maniobraban sus naves de una manera eficaz (cabotaje, velamen, estiba). Los teóricos, por su parte, fueron quienes, desarrollando las matemáticas y la cosmografía, perfeccionaron los instrumentos de navegación e hicieron posibles y accesibles las soluciones a complejos problemas. La península ibérica contaba 14. Se sabe que los vikingos se internaban en el Atlántico Norte perdiendo de vista las costas. Lo hacían porque navegaban con métodos tradicionales de navegación —conocían las corrientes, los vientos, el camino de las aves— y, fundamentalmente, porque sus puntos de referencia —la estrella polar y el sol de medianoche (en verano)— estaban siempre a la vista (Geoffrey Marcus, The conquest of the North Atlantic, Boydell & Brewer, Woodbridge, 1980, 105). Las incursiones en el Atlántico Sur, llevadas adelante especialmente por portugueses a partir del siglo xv, suponen la pérdida del punto de referencia durante las noches y marcan el comienzo de una segunda etapa en la navegación astronómica, donde se descubren cielos nuevos y se perfeccionan los métodos de navegación en mares abiertos (Portuondo, op. cit., p. 69). 15. José Antonio Maravall, La cultura del barroco: análisis de una estructura histórica, Madrid, Ariel, 1975, p. 245. 16. Seed, op. cit., p. 116.

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con un legado científico único e importantísimo, derivado de la tradición islámica y hebrea de matemáticos y astrónomos. Fueron ellos quienes, usando su conocimiento de cosmografía y trigonometría, resolvieron los problemas prácticos de la navegación: el cálculo de las distancias con vientos contrarios;17 el cómputo del tiempo durante la noche;18 la información necesaria para evitar las mareas;19 las soluciones a la variación del magnetismo terrestre,20 etc. Los teóricos perfeccionaron las herramientas necesarias para cartografiar océanos desconocidos,21 las simplificaron y las hicieron accesibles, para que

17. La llamada navegación en zigzag, necesaria cuando los vientos eran contrarios, requería cálculos trigonométricos que fueron simplificados en tablas para ser usadas a bordo. Véase Luis de Albuquerque, Historia de la navegación portuguesa, Madrid, Mapfre, 1991, pp. 243-44 y Seed, op. cit., p. 111. 18. Es decir, la estimación horaria durante la noche usando las constelaciones, método utilizado desde el antiguo Egipto y perfeccionado en la época estudiada. 19. Dado que las mareas están regidas por los ciclos de la Luna, el conocimiento astronómico de los movimientos lunares fue una pieza fundamental y un instrumento de navegación necesario a la hora de evitar peligrosas corrientes en costas y mares no conocidos. El papel de la Luna en el comportamiento del mar se conoce desde el período clásico, pero la explicación al fenómeno fue ensayada en distintos momentos de la historia. Galileo explica el fenómeno de las mareas mediante el movimiento de rotación de la Tierra, y Descartes, mediante la presión ejercida por la Luna sobre la atmósfera. En 1687, Newton da la explicación decisiva del fenómeno en su teoría de la gravedad o fuerza de gravitación universal. Véase p. 113 del presente libro para la primera descripción y explicación del fenómeno en los mares californianos. 20. Como es sabido, las direcciones señaladas por la aguja magnética no muestran el Norte o el Sur verdaderos porque están sujetas a la variación magnética. Los marinos portugueses fueron de los primeros en notarlo, y se supone que, desde antes de mediados del siglo xiv, habían generado maneras de compensar las mediciones usando, por ejemplo, las observaciones astronómicas (Seed, op. cit., p. 113). 21. La combinación de la cultura árabe-judeocristiana y el lugar geográfico de la península —su acceso al mar Mediterráneo pero también al mar océano, así como sus conexiones con el norte de África— hicieron de las escuelas de cartógrafos peninsulares —especialmente la escuela mallorquina, también conocida como catalana— una de las más importantes del mundo bajomedieval. Quizás el más renombrado de sus cartógrafos fuera Abraham Cresques —autor del famoso Atlas catalán de 1375—, pero también destacó Jehuda Cresques, su hijo. La escuela de Sevilla, sucesora de la de Mallorca, cuya sede estuvo en la Casa de Contratación, fue la más importante del mundo renacentista. Conserva la tradición de la escuela mallorquina, pero inicia la representación cartográfica de América. Uno de sus cartógrafos más reconocidos fue Juan de la Cosa, quien viajó con Colón en su segundo viaje.

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los navegantes pudieran desarrollar su arte; y, si bien mucho del conocimiento náutico no llegó a publicarse, los manuales de navegación o las llamadas “artes de navegar” tuvieron un rol protagónico en la difusión de dicho conocimiento.22 Sin embargo, fueron los navegantes quienes observaron el mundo, y así lo simboliza Isabel Soler cuando afirma que “el cartógrafo fue en busca de los ojos del viajero”.23 Los navegantes recorrieron el mar convirtiendo el espacio oceánico en un lugar más del planeta, un lugar transitado y practicado. Cuando Martín Cortés decía entonces que para “caminar por la mar” es necesario “poner los ojos en el cielo” hacía explícita referencia al oficio o la experticia del navegante. Hacer seguros los caminos de la mar, hacerlos navegables, implicó la creación de una estrategia de control o dominio mediante la experticia del navegante. Claro que, en este sentido, numerosas son las referencias a los navegantes “perdidos” en los mares del Nuevo Mundo. Cabeza de Vaca —uno de los náufragos y sobrevivientes de la expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida— menciona, en el capítulo iv de sus Naufragios, que los pilotos “no andaban ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa, ni sabían a qué parte estaban”.24 Y Alarcón, en los mares californianos, cuenta en su relato que mandó a sus dos pilotos a que entraran por los bajíos para hallar un canal en la desembocadura del río Colorado, “a los cuales les pareció que las naves podían pasar adelante”, para luego decirnos que poco después se encontraron “con las tres naves varadas en la arena”. Asegurar los caminos de la mar o hacer navegables las rutas en el océano fue un largo proceso que combinó la progresiva adquisición de conocimientos con la práctica y navegación de las rutas oceánicas. 22. Ya para mediados del siglo xvi, el género estaba muy difundido. Entre los manuales más destacados, se encuentran el de Martín Fernández de Enciso, Suma de geographia (1519, republicado en 1530 con revisiones importantes); el de Pedro de Medina, Arte de navegar (1545); el ya mencionado de Martín Cortés, Breve compendio de la esfera y del arte de navegar (1551); el de Diego García de Palacio, Instrucción náutica (1561), y el de Juan Escalante de Mendoza, Itinerario de navegación de los mares y tierras occidentales (1575). Véase “La cosmografía y el mar: racionalismo matemático y libros de navegación” (Portuondo, op. cit., pp. 8-80). 23. Soler, “Los ojos del cartógrafo: el viaje oceánico renacentista y los lugares del mundo”, Revista de Occidente, 280 (2004), p. 49. 24. Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, ed. de Juan Francisco Maura, Madrid, Cátedra, 2007, p. 86.

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Aquel grande y dilatado mar que rodea toda la tierra “The sea leaves no traces, and has no place names, towns or dwelling places; it cannot be possessed; it requires specific language to be understood; and above all, it has been traditionally considered the space of freedom par excellence”, asegura William Boelhower,25 rotulando el espacio oceánico como un lugar inposeíble. Las huellas en el mar son estelas, cantarán los poetas, pasan pero no quedan, porque no hay topónimos, ni mojones, ni la posibilidad de una señal permanente que pueda fijar un límite y delimitar una propiedad en la inmensidad del océano. La dificultad para entenderlo como un lugar en sí mismo radica en su naturaleza acuática y errática, su perpetua agitación e impasibilidad; el océano es un espacio líquido, inmaterial, anónimo, de contornos y fuerzas inestables; es la dispersión por excelencia y la apertura y, como está en perpetuo movimiento, no puede localizarse. Sabemos que está allí como una masa enorme e inasible, pero difícilmente se pueda poseer como se posee un lugar; por eso pareciera rápidamente relacionable con lo inmaterial.26 Esta parece ser una de sus cualidades intrínsecas, es decir, la idea de que el mar permanece impasible e imperturbable porque el mar “remains as it was before, indifferent to and unaffected by […] all those powerful human institutions of control, enclosure, ownership and boundary making. There can be no domus there, no monumentalism, no Stone memorials to the glory of human achivement”.27 Las palabras de Connery nos remiten, como una suerte de eterno retorno, al primer viaje de Cristóbal Colón, pero no vamos a detenernos en la figura del Almirante (ya todos sabemos que Colón no fue un “hombre excepcional” —diría Resetall—28 y que su hazaña respondió

25. William Boelhower, “The Rise of the New Atlantic Studies Matrix”, American Literary History, 20/1-2 (2008), p. 92. 26. Véanse Ian Chambers, “Maritim Criticism and Theoretical Shipwrecks”, Publication of the Modern Language Association of America, 125/3 (2010), p. 679; Elizabeth Deloughrey, “Heavy Waters: Waste and the Atlantic Modernity”, Publication of the Modern Language Association of America, 125/3 (2010), p. 704; Hester Blum, “The Prospect of Oceanic Studies”, Publication of the Modern Language Association of America, 125/3 (2010), p. 670; Christopher Connery, “Sea Power”, Publication of the Modern Language Association of America, 125/3 (2010), p. 688; y Boelhower, op. cit., p. 92. 27. Connery, op. cit., p. 688. 28. Matthew Resetall, Seven Myths of the Spanish Conquest, Oxford, Oxford University Press, 2004, pp. 1 y ss.

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más a la naturaleza misma del comercio y la política de la época que a la insólita audacia y habilidades marítimas de un hombre-mito); tampoco nos interesa revisitar la naturaleza de su viaje (también sabemos que no solamente bogó hacia el oeste sino también hacia el Atlántico Sur —diría Wey Gómez—, buscando una conexión con un espacio insular imaginado y premeditado);29 lo que nos interesa, en cambio, es indagar en esa naturaleza oceánica “imposible de poseer” a la luz de su primer viaje. El proyecto de Colón fue simple. Buscaba llegar a Oriente navegando por el océano, un mar desconocido. La tesis de la navegación hacia el Oeste no era nueva, y solo hacía falta confirmarla; en efecto, gracias a Marco Polo, los europeos intuían que la costa asiática frente a Europa corría de norte a sur, desde el círculo boreal hasta el trópico de Capricornio, y que una navegación transatlántica a la altura de España no podía menos que topar con la masa continental de Asia.30 Aunque Colón malinterpretó notablemente la distancia que separaba dichas masas continentales, esta hipótesis se convierte en una opción para la Corona castellana cuando los navegantes portugueses descubren que la costa africana se extiende mucho más al sur del ecuador gracias al viaje de Bartolomeu Díaz (1486-1487), quien no pasó al océano Índico pero dejó claro que el camino a la India por el Levante era mucho más largo y difícil de lo imaginado y que, sin embargo, había esperanzas (por esta razón, uno de los extremos más meridionales del continente africano fue denominado cabo de Buena Esperanza). Diez años después, en 1497, Vasco de Gama logra llegar al océano Índico. Se había encontrado la ruta a la India, pero este ya era un camino portugués.31 Fue así como el viaje de Colón a Oriente por el Poniente se configuró como una posibilidad, y es también historia conocida por todos que su protagonista halló mucho más que un camino a las Indias en el inmenso océano. 29. En su libro The Tropics of Empire. Why Columbus Sailed South to the Indies (Cambridge, The Massachusetts Institute of Technology, 2008), Nicolás Wey Gómez cambia el paradigma de interpretación creado por O’Gorman —el de la “invención de América”— y argumenta que, si hubo una invención, esta fue la de los trópicos como el espacio de riqueza y fertilidad buscado por los europeos. 30. Edmundo O’Gorman, La invención de América, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 66 y Carlos Bosch-García, Tres ciclos de navegación mundial se concentraron en América, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, p. 178. 31. O’Gorman, op. cit., p. 66.

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En su análisis del significado del mar en el contexto del viaje colombino, Mario Hernández Sánchez-Barba distingue dos etapas. Una primera, en donde la Corona de Castilla se apropia y financia el proyecto de Cristóbal Colón, y una segunda, de “racionalización” de lo hallado, es decir, el proceso por el cual se llega a conocer la naturaleza continental de las Indias; etapa que queda delineada entre 1519 y 1555 e incluye la disipación de los errores de Colón y, por lo mismo, la “aparición” de la Quarta Orbis Parts en el imaginario europeo. Interesa aquí la primera parte de este complejo proceso histórico porque involucra la transformación del imaginario o la metamorfosis del océano en una zona más del planeta: el Atlántico, hasta entonces una barrera o el mar de la incomunicación, deja de ser un límite cósmico y se incorpora al Orbis Terrarum.32 Los elementos determinantes para el patrocinio castellano de la empresa de Colón tuvieron que ver con cuestiones geopolíticas, como el crecimiento político de los Reyes Católicos y la relación de rivalidad con Portugal, pero también con cuestiones económicas, como la conquista de las islas Canarias y la posibilidad de ganar islas que la cartografía medieval ubicaba en el Atlántico.33 O’Gorman asegura que mucho es, en definitiva, lo que la Corona de Castilla podía ganar con una incursión profunda en el Atlántico, y quizás por esto mismo los Reyes Católicos prometieron el almirantazgo, el virreinato y el gobierno perpetuo de todo lo descubierto a Colón y sus herederos, salarios por sus funciones y también estipendios para su guardia personal.34 Colón tendría derecho a elegir los cargos administrativos y jurídicos, y tanto su persona como los individuos por él nombrados estaban exentos de juicios de residencia. Asimismo, sus exenciones y sus jurisdicciones civiles y criminales se extenderían a España cuando se llevaran adelante pleitos concernientes a las Indias. Tendría, en adición, derecho sobre toda decisión concerniente al comercio con el Nuevo Mundo, y ganancias provechosas

32. Mario Sánchez-Barba, El mar en la Historia de América, Madrid, Mapfre, 1992, p. 26. 33. Véanse O’Gorman, op. cit., p 80; Felipe Fernández-Armesto, Before Columbus. Exploration and Colonization from the Mediterranean to the Atlantic, 1229-1492, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1987, p. 203; y Francisco Morales Padrón, Descubrimiento, toma de posesión, conquista, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria, 2009, p. 13. 34. O’Gorman, op. cit., p. 80.

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sobre todo lo que se llevase para comerciar. Claro que las concesiones fueron contractuales al momento de haber hallado las tierras —es decir, posteriores al 12 de octubre de 1492— y, sin embargo, a la luz de los oficios, los títulos y las mercedes económicas primero ofrecidas y luego ganadas por Colón, podemos inferir que la Corona castellana podía perder solo tres barcos en su intento pero “ganar” todo un océano. Y no cualquier océano sino “aquel grande y dilatado mar que rodea toda la tierra”,35 el océano que fue representado como la unidad del mundo, el mar abierto que permitía la comunicación y el intercambio de esa “gran diversidad de cosas tan agradables a la vista cuanto necesarias a la vida”, como afirmaba Martín Cortés de Albacar. Quien pudiera adentrarse en sus profundidades podría proclamar su derecho al intercambio y la expansión. En 1479, una de las partes de este mar fue concedido a Alfonso v, dado que el Tratado de Alcaçobas confirió a Portugal las posesiones habidas y por haber del mar africano de Guinea. Aunque con excepción del archipiélago de las Canarias (Lanzarote, Palma, Fuerteventura, Gomera, Hierro, Graciosa, Gran Canaria y Tenerife), los portugueses tenían jurisdicción (autoridad) y jurisprudencia (legislación) de islas, puertos, costas y mares adyacentes a las tierras africanas. El Tratado de Alcaçobas (1479) y las subsiguientes bulas de Sixto IV (1481) y Nicolás V (1492), que estipulaban que los portugueses eran los señores de este mar, son los antecedentes del Tratado de Tordesillas de 1494, en el que se estableció el reparto de las zonas de navegación y conquista del océano Atlántico. El planisferio de Cantino de 1502 es la representación gráfica más antigua de la línea de demarcación acordada, línea que atraviesa longitudinalmente el mundo.36 Si estuvimos tentados a la seducción del mar como espacio anónimo, colectivo y sin dueño, imperturbable gracias a sus fuerzas inesta35. Esta es la definición del Atlántico que da el Diccionario de Autoridades, definición que tiene su origen en el mundo clásico. Para los griegos, okeanós era un gran río, masa de agua o corriente que rodeaba la Tierra y que comenzaba después de las llamadas Columnas de Hércules (el Peñón de Gibraltar y Ceuta). No era concebido exactamente como un gran mar exterior, sino como un gran río sin principio ni fin por su naturaleza anular. En el mundo romano se desarrolla la idea de los mares exteriores en oposición a los mares continentales; así, mientras Poseidón era el dios del Mediterráneo, Océano lo era de las aguas desconocidas del Atlántico, también llamado mar Océano. 36. Véase Apéndice, p. 169.

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bles e imposible de poseer gracias a su indiferencia a las instituciones de poder, la historia parece desmentirnos, ya que desde 1479, el mar atlántico adyacente a Guinea era un “mar cerrado para los Castellanos”, y los Reyes Católicos enviaron a Colón a aquel otro mar, el grande y dilatado, el mar océano. Justamente en las Capitulaciones de Santa Fe —los documentos que consignan los acuerdos de Cristóbal Colón con el rey Fernando II de Aragón y la reina Isabel I de Castilla, el 17 de abril de 1492, en la localidad de Santa Fe de la Vega, pocos meses después de la toma de Granada, y en donde se establecen las condiciones de su primer viaje—,37 Fernando e Isabel se nombran: “Señores que son de las dichas mares océanas”, que envían a Colón a explorarlas con la promesa de convertirlo en almirante de ellas. Nunca hasta el momento se habían titulado los Reyes Católicos “señores del océano” y, por lo estipulado en el Tratado de Alcaçobas, el océano del que se dicen señores es el océano libre o las regiones occidentales, también llamadas mar Tenebroso. Los motivos por los cuales los Reyes Católicos se arriesgaron con la empresa de Colón fueron entonces el deseo y la oportunidad de ejercer un acto de soberanía sobre las aguas de este océano; pero previamente fue necesaria la creación de un “señorío del Atlántico”, según Sánchez-Barba.38 Es decir, si el mar Tenebroso, el mar de la incomunicación, un mar que había permanecido cerrado por cinco mil años, se abre a la exploración y el dominio, es porque los Reyes Católicos se habían “adueñado” de él.39 Dicho mar era considerado un bien común a todos los hombres según el derecho internacional y podía ser adquirido como cuasi-posesión por un soberano mediante la navegación y el uso,40 pero lo curioso es que los Reyes Católicos se llaman “señores del océano” antes del primer viaje 37. El texto del documento original se conoce a través de una copia coetánea del Registro de Cancillería de los monarcas aragoneses, conservada actualmente en el Archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona, y diversas copias notariales custodiadas en la Sección Patronato Real del Archivo General de Indias, en Sevilla. Además, se conoce también el texto a través de la carta de confirmación de las Capitulaciones de Santa Fe, suscrita por los Reyes Católicos en Burgos el 23 de abril de 1497, documento del que hay constancia en el Registro General del Sello de la Cancillería castellana en el Archivo General de Simancas (Valladolid), así como también en el Archivo General de Indias, en Sevilla. Estos documentos se encuentran accesibles en el Portal de Archivos Españoles (PARES). 38. Sánchez-Barba, op. cit., p. 88. 39. Ibid., p. 89. 40. Ibid., p. 91.

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de Colón, es decir, antes de haber enviado a alguien a navegarlo en su nombre. De las posibles explicaciones a este hecho, solo señalaremos la del deseo y la oportunidad de representar un acto de soberanía sobre las aguas. Enviar a Colón por el Atlántico quedó figurado así como el logro de un domus (los Reyes Católicos). Claro que esto es sólo una Historia. Las sucesivas líneas divisorias del océano y el planeta en su conjunto (1479, 1481, 1492 y 1494) fueron acuerdos bilaterales entre dos potencias ibéricas, estaban sustentadas en la autoridad papal y se hicieron extensivas a toda la cristiandad generando disputas y controversias con las naciones vecinas. En este contexto, la idea de la posesión del océano mediante el uso o la práctica resulta significativa para señalar que aquel mar que rodea toda la tierra deja de ser un lugar abstracto y se convierte en un lugar en sí mismo; un lugar en donde objetos, personas e ideas políticas y religiosas se trasladan; un lugar donde los avances tecnológicos se suceden y las ganancias se cuantifican; un lugar donde la práctica desafía muchos conceptos heredados dando por resultado la explicación de las dimensiones del planeta y sus proporciones. El océano fue, en definitiva, uno de los espacios donde nacen un Nuevo Mundo: el moderno. A partir de entonces, y como ha sugerido José Rabasa, la expresión ‘Nuevo Mundo’ no debe limitarse al continente americano, un espacio distinto de Europa, sino más bien a la constitución de la moderna concepción del mundo, que resulta de la expansión europea y la exploración del globo. José Rabasa señala un “paralelismo feliz” entre navegar aguas no cartografiadas y escribir sobre regiones nunca antes visitadas. Tanto la proa del barco como la punta de la pluma dibujan formas sin trazas previas, y esto permite al escritor/navegante “reclamar la propiedad tanto del texto como del territorio”.41 Las tierras firmes del mar océano —una vez disipados los errores del Almirante— fueron anexadas como la cuarta parte del mundo, pero “poner a América en el mapa” implicó una reconfiguración geopolítica mundial en donde Europa se posicionó como controladora y colonizadora de América.42 De ello dan cuenta los mapas 41. José Rabasa, De la invención de América. La historiografía española y la formación del eurocentrismo, Ciudad de México, Universidad Iberoamericana, 2009, p. 79. 42. Walter Mignolo, “Puting the Americas on the Map. Geography and the Colonization of Space”, Colonial Latin American Review, 1-2 (1992), p. 269.

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que delinean los primeros contornos del continente americano y documentan no solo su paulatina visibilidad desde la perspectiva europea, sino también su progresiva ocupación.43 Vale la pena recordar, en este sentido, que la Casa de Contratación de Sevilla fue la primera institución abocada al acopio de saberes y la confección de un “padrón real”, una suerte de mapa oficial que registraba la información obtenida de primera mano por los navegantes. Textos, mapas y cartas de navegación constituyen el entramado de una división histórica que le permitió a Europa diferenciarse y reafirmar su destino imperial o su condición conquistadora; en este sentido, cartografía y navegación fueron parte del “lado oscuro” del Renacimiento —para usar la metáfora de Mignolo—,44 o del nacimiento de la modernidad, en donde la colonialidad es constitutiva, y no una de sus consecuencias. Pero, si hay algo que los estudios trasatlánticos nos han enseñado es a superar el paradigma “vencedor-vencidos”, y a interrelacionar culturas y poderes a ambos lados del océano, trascendiendo las regiones y las naciones para poder observar las continuidades o los elementos comunes, y también las divergencias.45 ¿Qué mejor que el océano como un lugar especialmente privilegiado para esta perspectiva? La monumental imagen de un señorío español del océano o la España imperial, controladora y colonizadora del mar que rodea toda la tierra, debe dialogar con las zonas más sutiles. Por eso comenzamos indicando que “el señorío español del océano” descansa, en un principio, en las naves de Colón y en la posibilidad de éstas de navegar un mar antes no navegado. Es un señorío flotante, contingente al viaje y sus vicisitudes.

43. Para la relación imperio-cartografía, véanse James Ackerman, “Introduction”, en James Ackerman (ed.), The Imperial Map: Cartography and the Mastery of Empire, Chicago, University of Chicago Press, 2008, p. I y ss.; y Ricardo Padrón, op. cit., especialmente el capítulo II del libro. Del mismo autor, véase también “A Sea of Denial: The Early Modern Spanish Invention of the Pacific Rim”, Hispanic Review, 77/1 (2009), pp. 1-27; y de Barbara Mundi, The Mapping of New Spain: Indigenous Cartography and the Maps of the Relaciones Geográficas, Chicago, University of Chicago Press, Chicago 1996, pp. 1-9. 44. Walter Mignolo, The Darker Side of Western Modernity. Global Futures, Decolonial Options, Durham, Duke University Press, 2011. 45. Karl Kohut, “Literatura y cultura coloniales: cuestiones teóricas y Nueva España”, Iberoamericana, 14 (2004), p. 197.

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Señoríos flotantes De la misma manera que para De Certeau un espacio es un lugar practicado,46 el océano —antes, un límite o barrera— se convierte en un lugar transitado. Aquel inmenso y dilatado mar, cuyos caminos comienzan a frecuentarse y “asegurarse”, se transforma, poco a poco, en un inmenso transport trail47 o un largo puente de madera y velas que une a Europa con sus territorios ultramarinos.48 Como señala Flor Trejo Rivera, cuando un barco zarpaba, no solo se trataba de una embarcación que servía como medio para transportar objetos y personas; en un sentido más amplio, era también una pequeña república flotante, regida por leyes y jerarquías, en donde se continuaban todos los ámbitos cotidianos de una sociedad.49 A bordo, se reproducían muchas de las actividades de tierra, aunque a menor escala; y la vida en el barco pretendía seguir su curso normal, con sus prácticas y sus hábitos diarios, “adaptados al movimiento de las olas”.50 Vamos a retomar aquí el concepto del barco como un señorío flotante o prolongación del imperio español en el contexto de las exploraciones marítimas a California. Las naos a California nos permiten observar sutilezas, matices o paradojas, que serán estudiadas como espacios contradictorios que debilitan la monolítica imagen del Señorío del Atlántico, porque la dicotomía violencia-fragilidad es constitutiva del barco como categoría crítica o lugar de enunciación. La primera etapa de exploración del actual territorio californiano incluye las expediciones y naves envidas por Hernán Cortés y el virrey Mendoza. Cada una de esas primeras naves —la Concepción, el San Lázaro, el Santo Tomás, la Santa Águeda, el San Pedro, la Santa Catalina, la Victoria, la Trinidad—, primeras naves que, repetimos, avistaron California incluso antes de tener dicho nombre, pueden ser concebidas como una “prolongación del imperio español”; pero ¿qué

46. 47. 48. 49. 50.

De Certeau, La escritura, p. 129. Davis, “Spanish Literature”, p. 26. Trejo Rivera, “Introducción”, p. 21. Loc. cit. Gabriela Sánchez Reyes, “Zarpar bajo el cobijo divino. Prácticas religiosas en los viajes de la Carrera de Indias”, en Flor Trejo Rivera (coord.), La flota de la Nueva España 1630-1631, Ciudad de México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2003, p. 145.

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posibilidades críticas tiene la nave en tanto brazo lejano “del imperio”? ¿Y cuáles son las formas de apropiación del territorio desde la nave? Lo que primero salta a la vista es el hecho de que los barcos fueron responsables de los avances comerciales y que tuvieron un rol protagónico en los procesos de conquista y colonización; pero estos transportes que vehiculizan la expansión, y que a la vez son vehículos de las ganancias, encierran otros matices, más sutiles y contradictorios. Las pequeñas embarcaciones usadas para el descubrimiento y la exploración de California fueron espacios paradójicos. La primera de las paradojas es que las naos tenían que ser lo suficientemente pequeñas y maniobrables para la navegación y el reconocimiento de las costas, y lo suficientemente grandes para cargar los bienes y las provisiones que permitieran a sus tripulantes desplazarse por largos períodos. Esto remite a las constantes “quejas” del navegante por lo que pareciera ser una nave nunca del todo preparada o apta para la navegación en estos mares. Toda nave es un mundo abreviado —decíamos—, conlleva la autonomía y la resistencia necesarias para alejarse y para volver. Los primeros acercamientos marítimos a las Californias representan, entonces, una trayectoria circular, que nos lleva a la segunda de las paradojas. Si bien los barcos van y vuelven con una carga importante en su interior, no se trata de barcos mercantes propiamente dichos. Su carga no pesaba mucho ni ocupaba mucho lugar.51 El producto que cargaban las naos a California fue la información o el conocimiento obtenido durante el viaje: la cartografía de los perfiles continentales, las anotaciones referentes a las corrientes y los vientos, la topografía observada, la posibilidad de fundar un nuevo puerto, la promesa de encontrar un paso de un océano a otro, etc. Mercancía valiosa, sin dudas, tan valiosa como la que posteriormente transportarían las naves mercantes desde los puertos asiáticos a Acapulco y de Veracruz a Europa, a juzgar por la política exterior de silenciamiento y no circulación de la información que propició la Corona a partir de la segunda mitad del siglo xvi. La información sobre los territorios americanos tuvo un carácter estratégico, especialmente la referida a la topografía de las costas y los siempre buscados pasos interoceánicos, los viajes a Manila y las rutas 51. Roger C. Smith, Vanguard of Empire: Ships of Exploration in the Age of Columbus, London, Oxford University Press, 1993, p. 30.

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de las flotas de Indias. Entre la última mitad del siglo xvi y la primera del xvii, corsarios ingleses, franceses y holandeses desafiaron el liderazgo del comercio español a ambos lados del continente, y a partir de entonces la difusión de la información se convierte en una cuestión de Estado. La última de las paradojas que encierran esos pequeños universos flotantes o mundos abreviados es que su inestabilidad y su vulnerabilidad en el inmenso océano son proporcionales a la violencia de la mirada del navegante. Decíamos que la vista en perspectiva puede ser entendida como una proyección y que la mirada del navegante es lejana pero no imparcial: el navegante se desplaza en pos de una ilusión de control sobre un territorio lejano y ajeno, pero potencialmente apropiable. Así, los perfiles costeros están dispuestos a la intervención, incluso sin desembarco o con un desembarco mínimo (solo un grupo reducido de tripulantes baja a tomar posesión). Por un lado, la idea de la navegación del océano conlleva el impulso de azotar o domar las aguas; hay algo orgulloso, viril y violento que aparece representado en la cultura visual de la época en la forma de masculinas imágenes de hombres, reyes o dioses montando animales marinos.52 Pero, por otro lado, la idea de la navegación implica el sufrimiento constante de los cuerpos y pone de manifiesto sus fragilidades (el peligro, fríos y calores extremos, falta de agua y mala alimentación, enfermedades y muerte). El océano es también una fuerza disciplinaria, es el lugar esencial del miedo porque hay en el mar una lucha continua por la vida.53 Quizás por lo mismo, la victoria en el agua es más rara, peligrosa y meritoria, porque el elemento es el más extraño a la naturaleza humana.54 Fragilidad y violencia, logro y pérdida, impulso y fracaso, vida y muerte son 52. Véase por ejemplo la carta marina de Martin Waldseemüller de 1516 en donde claramente puede apreciarse al rey Manuel montando un monstruo marino y proclamando así el control de Portugal de la ruta al Asia alrededor de África. Véanse este y otro ejemplo en el Apéndice (pp. 170-171). 53. Remito de manera general a los trabajos de Jean Delumeau, El miedo en Occidente, Madrid, Taurus, 1989; Alain Cobin, El territorio del vacío. Occidente y la invención de la playa 1750-1840, Barcelona, Mondadori, 1993; Pérez-Mallaína, El hombre frente al mar; Moyo Sordo, “Miedo en el navío inestable”; y Flor Trejo Rivera, “Pecadores y tormentas: la didáctica del miedo”, en Elisa Speckman, Claudia Agostini y Pilar Gonzalbo Aizpuru (coords.), Los miedos en la historia, Ciudad de México, El Colegio de México/Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, pp. 17-35. 54. Bachelard, El agua y los sueños, pp. 205 y ss.

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aquí metáforas de la nave que implican una tensión, o un balance si se quiere. Francisco de Ulloa toma posesión de la bahía de la Posesión, pero sus naves deben permanecer en ella por varios días, dado que el clima no les permite seguir adelante. El capitán Hernando de Grijalba pierde contacto con su nave Concepción y ya no vuelve a saber de ella. El mismo Grijalba hace mención todo el tiempo al querer llegar, tomar o hacer pero “no poder”: “porque aquél día anduvimos con calma, no la pudimos tomar”;55 “y no pudimos seguir aquella derrota”;56 “que no podíamos hacer menos por la mucha mar sino correr la vía del sur”.57 Se supone que Juan Rodríguez Cabrillo llega al paralelo 42, pero debe regresar, dada la mala salud de su tripulación. Si, por un lado, el impulso del navegante a las Californias es hegemónico, por otro, su condición elemental es la vulnerabilidad, el estar expuestos a los peligros y las zozobras del océano y, fundamentalmente, al desconocimiento del mar que lo circunda. Al respecto, existe una muy interesante versión del diario de navegación de Grijalba relatada por Antonio de Herrera: … como esta navegación era nueva, no entendían los marineros sus calidades, porque la mar tiene su propio espíritu, con el cual se mueve sin viento, y vuelve y revuelve con la fuerza de su rehuma […] y con esta reciprocación ambigua, suele ayudar y desayudar a los navegantes, de lo cual deben ser muy inteligentes los marineros, para ayudarse en la necesidad, porque el ímpetu de este rehuma, al que se rinde el viento algunas veces no se puede sobrepujar con fuerza de remos…58

El narrador describe una corriente marina, que tiene ímpetu propio, fluxión, vence al viento y cansa al marinero; unas veces lo

55. 56. 57. 58.

Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 72. Ibid., p. 69. Ibid., p. 68. Hernando de Grijalva, “Diario que hizo el capitán Hernando de Grijalva de la navegación por la costa de la Mar del Sur 1533-1534”, en Antonio de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las islas i tierra firme del mar océano, Madrid, en la oficina Real de Nicolás Rodríguez Franco, 1726, pp. 63-64. Se supone que Herrera tuvo acceso a un diario de esta expedición hoy perdido. Julio César Montané Martí y Carlos Lazcano Sahagún piensan que Herrera a veces resume y otras transcribe del original y sustentan esta hipótesis por el uso de grafías distintas a las que usa Herrera, el uso de las continuas mayúsculas, las formas verbales y los abundantes términos marinos que parecen (El descubrimiento de California, p. 61).

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ayuda, pero otras lo “desayuda”, porque no se puede aventajar, “sobrepujar”, con fuerza o remos. Espacio paradójico el de las naves, contradictorio y único. Las pequeñas cáscaras de madera fueron brazos de control y apropiación, pero la apelación a la vulnerabilidad es constante en los textos que narran sus viajes. Esta estética de lo vulnerable está presente en los primeros discursos de la antigua California y la nave se configura como un lugar de enunciación que ofrece una particular visión del mundo, con una ambivalencia constante entre la seguridad y la vulnerabilidad, entre la violencia y la fragilidad. Violencia y fragilidad En su libro Ceremonies of Possessions59, Patricia Seed ensaya una generalización de las diferentes maneras en que los europeos toman posesión de nuevas tierras en los siglos xvi y xvii: los ingleses lo hacen mediante el uso de objetos, es decir, construyendo casas y cercas; los franceses, con ceremonias o gestos dispuestos para ganar el consentimiento de los invadidos; los portugueses legitiman su dominio dejando constancia de la latitud de las tierras halladas y los holandeses, mediante la descripción de estas.60 Los españoles, a diferencia de otros europeos, y para promulgar autoridad política sobre el Nuevo Mundo, utilizaban el Requerimiento, una especie de ultimátum o un 59. Patricia Seed, Ceremonies of Possession in Europe’s conquest of the New World 1492-1640, Cambridge, Cambridge University Press, 1995. 60. Salvador Albert Bernabéu ha señalado que Seed simplifica en su comparación una variedad de prácticas compleja, diversa y difícil de sintetizar. Remito a los numerosos proyectos que el autor ha desarrollado en los últimos en el años en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, especialmente a El gran norte mexicano. Indios, misioneros y pobladores entre el mito y la historia, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2009; y a El septentrión novohispano: ecohistoria, sociedades e imágenes de la frontera, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000. Véase también el trabajo de Morales Padrón op. cit., quien señala la falta de codificación de las ceremonias de posesión y a Richard Kagan, “Poblando las Américas. Unas observaciones comparadas”, en Salvador Bernabéu Albert (coord.), Poblar la inmensidad: sociedades, conflictividad y representación en los márgenes del Imperio Hispánicos, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas/Ediciones Rubeo, 2010, p. 534, quien señala que las ceremonias variaban mucho y eran tan desiguales en los distintos imperios europeos que es difícil hacer comparaciones.

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“derecho” sustentado en el uso de la fuerza o la declaración de guerra.61 Soldados, capitanes y líderes debían seguir un protocolo particular en pos de legitimar, no el dominio personal, sino el dominio del monarca español sobre la región. La reglamentación y el ceremonial estaban cuidadosamente estipulados por la Corona española, e implicaban tanto un ritual político como militar; es decir, la lectura de un acta y la declaración de guerra en caso de no ser aceptada.62 El acta que se leía en las tomas de posesión pertenece a un tipo de discurso jurídico-administrativo que simulaba ser garantía de un proceso, en este caso, el de la posesión del territorio; tenía entonces un carácter fundacional: tanto el que lo enunciaba como el lugar tomado eran dotados de “derechos legales” por esos documentos o gestos.63 Es conocido el carácter ‘absurdo’ del Requerimiento: los habitantes de un lugar debían oír una declaración leída en un idioma que no entendían, en donde se les pedía que reconocieran la superioridad política y religiosa de la cristiandad. El elemento ilógico de la situación no estaba dado tanto por el texto en sí, sino, fundamentalmente, por el contexto en el cual era leído.64 Este contexto, de por sí violento en su forma y contenido —no solo se trataba de un parlamento en una lengua que no era comprendida, sino que quienes escuchaban no podían elegir libremente—, tiene un matiz particular en el contexto californiano. Las tomas de posesión fueron una práctica ampliamente extendida en la zona, en parte ceremonia simbólica y en parte acto jurídico, pero la legislación poco o nada establecía al respecto —o al menos no hay muchos documentos que así lo indiquen—, sino que fue, más bien —como indica Morales Padrón— algo que “la costumbre fijaba” y que los mandatarios ordenaban, particularmente apremiados por mantener vivos los derechos españoles en los confines del imperio.65 61. Seed, op. cit., p. 69. 62. Ibid., p. 70. 63. Roberto González Echevarría, Mito y archivo: una teoría de la narrativa latinoamericana, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 34 y 35. Patricia Seed establece la relación del Requerimiento con formas jurídicas provenientes del mundo islámico, pero tanto Eliot como Anthony Pagden lo relacionan con el derecho romano justiniano de la Baja Edad Media española. Véase capítulo III, “Conquest and Settlement”, en Pagden, op. cit., pp. 63-102. 64. Seed, op. cit., p. 71. 65. Ibid., p. 88.

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Los primeros exploradores a California utilizaron un acta leída desde la cubierta de una nave o una breve ceremonia de apropiación realizada en las playas por un número muy reducido de hombres. En algunos casos solo bajaba el capitán, el escribano y dos testigos, y en otros ni siquiera desembarcaban: Anduvieron barloventeando ese dicho día y la noche […] y para tomar posesión echaron ancla en 45 brazas. No osaron ir a tierra por la mucha mar que había. […] Pusiéronle nombre Bahía de los Pinos.66

Así, frente a un territorio que se extendía hasta el horizonte, se tomaba posesión desde el barco de toda la tierra que la mirada del navegante abarcara: costas, llanuras, coníferas, montañas, arenales, ríos, etcétera. El caso anterior corresponde a la navegación de capitán Cabrillo (1542-1543), quien “no osa ir a tierra” para tomar posesión por la “mucha mar que había”. Este ejemplo se configura como un ejemplo más del binomio violencia/vulnerabilidad, siempre presente en la retórica del andar navegante. El que sigue corresponde a la navegación de Francisco de Ulloa (1539-1540), quien sí desembarca y del cual se conservan algunas actas de la toma de posesión. Ulloa, en el último de los viajes encomendado por Cortés, navegó la totalidad del golfo de California o mar de Cortés. Sale de Acapulco el 8 de julio de 1539 con tres barcos: el menor de ellos, el Santo Tomás, naufraga casi inmediatamente, y los restantes continúan hasta descubrir la desembocadura del río Colorado. Ulloa envía entonces de

66. La fuente del viaje de Cabrillo —último de la primera etapa de exploración de California iniciada por Hernán Cortés y continuada por Antonio de Mendoza— es un texto conocido como Relación del descubrimiento que hizo Juan Rodríguez de Cabrillo, navegando por la contracosta del Mar del Sur al Norte, hecha por Juan Páez, también conocida como Relación de Juan Páez. Se encuentra en el Archivo de Indias en Sevilla (Patronato 20, núm. 20 Ramo 13). En México, el único estudio dedicado a la navegación de Cabrillo es el libro de Carlos Lazcano Sahagún, Más allá de la Antigua California. La navegación de Juan Rodríguez Cabrillo 15421543, Ensenada, Fundación Barca, 2007, que presenta una edición del manuscrito de la cual extrajimos esta cita (p. 70). En adelante citamos de esta edición. En el mundo angloparlante dos de los estudios más completos y documentados sobre el viaje y la vida de Cabrillo son el de Henry Wagner, Juan Rodríguez de Cabrillo: Discoverer of the Coast of California, San Francisco, California Historical Society, 1941) y el de Harry Kelsey, Juan Rodríguez de Cabrillo, San Marino, Huntington Library Press, 1986.

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regreso al Santa Águeda con las noticias y se queda en la zona con el Trinidad.67 Esta es la última de las expediciones enviadas a California por Hernán Cortés. En los comienzos del mes de septiembre, Ulloa realiza dos tomas de posesión. La primera, en las inmediaciones del río Fuerte, en el actual estado mexicano de Sinaloa, señalado en su texto como “Río San Pedro y San Pablo”; la segunda, en el estado de Sonora, en el actual Puerto de Guaymas, bautizado en el texto como “Puerto de los Puertos”, en la “Bahía de la Posesión”. Las dos actas de posesión están firmadas por el escribano Pedro de Palencia, y este deja entrever en su texto la ceremonia realizada por el capitán en el lugar: El muy magnífico señor Francisco de Ulloa, teniente de gobernador y capitán de esta armada por el Ilustrísimo señor marqués del valle de Guaxaca, tomó posesión en el Puerto de los Puertos, en la Bahía de la Posesión […] que está en altura de veinte y nueve grados y dos tercios, actual y realmente, poniendo mano en su espada, diciendo que si había alguna persona que se lo contradijese estaba presto para defender; cortando con ella árboles, arrancando piedras de una parte a otra y sacando agua del mar y echándola en la tierra. Todo lo cual es señal de dicha posesión.68

El registro de la latitud presenta el punto geográfico alcanzado —hoy sabemos que de una manera aproximada—, consignado en el texto como dato, información o referencia: “que está en altura de veinte y nueve grados y dos tercios, actual y realmente” (cursivas nuestras). Como se trata de un viaje anterior a la invención del sextante, y la medición ha de haber sido realizada con un astrolabio —instrumento que arrojaba resultados imprecisos—, es proba-

67. Desde entonces se desconocen los detalles posteriores de su vida. Cuando las naves se separan, Ulloa se queda en la zona y a partir de entonces “lo mató el silencio”, señala Julio César Montané Martí: “Nada se supo de él a partir que se separaron las naves. Una retornó y por eso conocemos las relaciones. Pero de Ulloa nadie habló más, como si se lo hubiera tragado la tierra, más bien el mar” (Francisco de Ulloa: explorador de ilusiones, p. 17). Al poco tiempo del regreso del Santa Águeda, Hernán Cortés parte a España, para ya no regresar al Nuevo Mundo. Muere en 1547. 68. Las reproduce primero Julio Le Riverend en sus Cartas de Relación de la Conquista de América, Ciudad de México, Editorial Nueva España, 1946, pp. 690-695; y luego, Luis Navarro García, op. cit., pp. 233 y ss.

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ble que el narrador empleara estas dos últimas palabras —“actual y realmente”— como recurso literario para redundar en la veracidad de la información que facilita en el texto. Asimismo, sabemos que usualmente se bajaba a tierra para tomar la altura en estos casos, y pudiera ser que más de un hombre tomara la altura en el mismo momento para después confrontar los resultados; en este sentido, la frase indicaría que las diferentes mediciones realizadas a la vez (sería el “actual”) fueron coincidentes (sería el “realmente”).69 Una forma similar de enunciado y una retórica afín se encuentran en la toma de posesión de Pedro Sarmiento de Gamboa, del 12 de febrero de 1580, en la Punta de Santa Ana, en el extremo sur del continente, en donde se dice que aquellas tierras australes quedan anexadas a los dominios del rey de España como cosa que es suya propia, que realmente y verdaderamente le pertenece. En este caso, la redundancia está en función del animus dominandi y de recalcar los derechos españoles sobre el lugar;70 pero también, como en el caso anterior, resalta la veracidad de la información que facilita el texto. La expedición de Ulloa contaba con dos pilotos, el piloto mayor Juan Castellón a bordo del Santa Águeda, y Pedro de Bermes, piloto de la nave Trinidad.71 Sobre este último, Ulloa dice: … le tengo por hombre que sabe bien lo hace, especialmente en lo que toca a sus alturas, y allende de esto trae su astrolabio y aderezos bien con69. El sextante se inventa hacia 1750 y las mediciones fueron mucho más precisas a partir de entonces. Agradecemos especialmente a Isabel de Soler, quien con su infinita sabiduría en estos temas indicó el camino para dilucidar los posibles significados de estas palabras. 70. Morales Padrón, op. cit., p. 85. 71. Existe cierta confusión respecto de los pilotos de la expedición. José Luis Martínez confunde a Juan Castellón con Domingo del Castillo, autor de primer mapa de California de 1541 (Hernán Cortés, p. 713). Por su parte, Miguel León-Portilla convierte a Preciado —el escribano de la expedición— en piloto mayor y luego, en capitán (op. cit., p. 52). Rodríguez Sala et alii., también sostienen que Francisco Preciado era el piloto de la expedición (Navegantes, exploradores y misioneros, p. 67). Montané Martí y Lazcano Sahagún confrontan todos estos errores en el apartado “Los participantes” de su edición (El encuentro de una península. La navegación de Francisco de Ulloa 1539-1540, Ensenada, Fundación Barca/Museo de Historia de Ensenada/Archivo Histórico de Ensenada, 2008, pp. 37-41). Navarro García solo habla de dos pilotos, Juan Castellón y Pedro de Bermes (Francisco de Ulloa, explorador de California y Chile Austral, Badajoz, Diputación de la Provincia de Badajoz, 1994, pp. 49-52).

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certados y en punto, lo que no ocurre con los de Juan de Castellón, y por esta causa me he seguido por el otro.72

Aunque “bien concertado y en punto”, hoy sabemos que el error fue de aproximadamente dos grados, dado que la bahía de Guásimas y el puerto de Guaymas se encuentran en los 27° 50’.73 En cualquier caso, resaltar el error es acaso ocioso; lo importante es señalar que la información proporcionada es parte de un recurso —muy propio y frecuente en este tipo de obras— que busca certificar y confirmar el viaje y sus hallazgos. Volviendo a las actas de posesión, el texto hace referencia a distintas “señales” o gestos realizados por Ulloa. El primero de ellos indica que el capitán pone su “mano en su espada”, como preparándose para desenfundarla o como “diciendo que si había alguna persona que se lo contradijese estaba presto para defender[se]”. Elliott señala que los actos de posesión fueron, fundamentalmente, actos de intención, dirigidos tanto a los locales como a las otras Coronas europeas;74 en este sentido, la intención de tomar todo el territorio venía acompañada con la declaración de guerra —o, al menos, el estar “preparado” para librarla—, en caso de no ser aceptados los términos. Es parte de un protocolo, y no es algo nuevo ni único: Colón también pone su mano en la espada al desembarcar en Guanahaní, gesto repetido por Hernán Cortés, por Pedro Sarmiento de Gamboa en el estrecho de Magallanes y hasta por Balboa frente a la inmensidad del Pacífico, entonces llamado mar del Sur.75 En lo que se refiere a Ulloa, y como en los casos antes mencionados, no había —o, al menos, el texto no lo indica— opositor o adversario alguno en el momento de la posesión; es decir,

72. Este texto es parte de la carta que Ulloa envía a Cortés, acompañada del mapa derivado de la expedición. De este mapa, que Ulloa dice fue hecho por Pedro de Bermes —“este piloto que conmigo va” (Navarro García, op. cit., p. 52)—, pudo haber derivado el de Domingo del Castillo, pero Castillo incluye, además, la topografía derivada del viaje de Alarcón en su mapa (Montané Martí y Lazcano Sahagún, op. cit., p. 38). El documento original no fue consultado, cito a partir de la información proporcionada por Luis Navarro García (op. cit., p. 52). 73. Montané Martí y Lazcano Sahagún, op. cit., p. 57. 74. John H. Elliott, Empires of the Atlantic World, New Haven, Yale University Press, 2006. 75. Morales Padrón (op. cit.) analiza la toma de posesión de Cortés, Balboa y Gamboa. Véanse las páginas 48, 67 y 83, respectivamente.

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el gesto y la toma de posesión se hacen sobre un territorio y no sobre sus habitantes; en este sentido, Patricia Seed menciona en su libro que los procedimientos de los españoles fueron motivo de escarnio entre ingleses, franceses y holandeses, pero también entre los mismos españoles: Bartolomé de Las Casas escribe, por ejemplo, que cuando oye el Requerimiento no sabe si reír o llorar.76 Si bien es cierto que lo absurdo de la situación debe explicarse en el marco del protocolo militar y del ritual político, y así ha sido estudiado,77 no lo es menos que conlleva una fuerte carga de violencia colonial. A los ojos europeos, la tierra tomada no pertenece a nadie porque “nadie” la ocupa. Decíamos, además, que el contacto del navegante con las poblaciones halladas se limita, en la mayor parte de los casos, a una aproximación visual, desde la distancia del barco, e incluso sin ver del todo: los viajeros no ven más que un territorio “vacío”, lo cual posibilita los procesos de apropiación, siempre marcados por la violencia de su mirada. En el caso de los encuentros que los españoles tuvieron con los habitantes del lugar —los textos del viaje de Ulloa describen algunos—, este principio opera de la misma forma, dado que se los representa con signo negativo, es decir, describiendo lo que no tienen —no tenían “ningún género de pan” “ni cosa alguna” “ni ningún mantenimiento”— o lo poco que tienen —“tenían algún cercadillo”—,78 siempre desde una óptica de la depreciación. El uso del diminutivo confiere un matiz de poca importancia y los ejemplos se multiplican al respecto: “tenían unas mantillas”, “tenían una balsilla pequeña” que remaban con “un palillo delgado” y “dos palillas mal hechas”,79 y “había algunos caminillos que iban por el luengo de la costa”.80 Esta particular manera de representar a los habitantes del lugar, disminuyéndolos o empequeñeciéndolos, es parte de la esfera de violencia que acompaña la mirada del navegante y es también un correlato de la toma de posesión. En efecto, el discurso colonial del cual los navegantes se nutren para representar el mundo que observan concibe a los habitantes del lugar como seres en un estado primigenio, en donde hombres y mu76. 77. 78. 79. 80.

Seed, op. cit., p. 71. Pagden, op. cit., p. 76; Seed, ibid., p. 70; Morales Padrón, op. cit., p. 48. Ulloa, “Navegación”, en Montané Martí y Lazcano Sahagún, op. cit., p. 63. Loc. cit. Ibid., p. 65.

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jeres se “con-funden” con la naturaleza. Esta confusión y su fuerte carga política se traducen —en la escritura de viaje— en una “falta” —“gente sin asiento”, “de poca razón”, “sin cosa alguna” y “sin ningún mantenimiento”—;81 es decir, el viajero despliega su mirada sobre el paisaje y la gente que lo habita, no encontrando una marca de transformación o construcción que le dé la medida de la civilización: arquitectura, monumentos, escritura, etc.82 Esta “falta” le permite convertirlos en un elemento más del que se toma posesión. No obstante, la declaración de guerra o sus gestos en la antigua California se hacían frente a un territorio sin pobladores a los ojos de los protagonistas, pero estaba validada y fundada en la concesión que el papa había dado a la Corona española —la bula Inter Caetera del 4 de mayo de 1493 y el posterior Tratado de Tordesillas de 1494—.83 Asimismo, el principio romano de la res nullius (“cosa de nadie”) fue utilizado para apropiarse de las cosas que no han pertenecido a persona alguna y reinterpretado por el código legal castellano del siglo xiii, las Siete Partidas, como un principio de ocupación mediante el uso: el primero que llegaba y ocupaba un lugar se convertía en su dueño.84 Los exploradores a las Californias, como los portugueses en el Atlántico Sur, también navegaron océanos desconocidos y latitudes nunca antes alcanzadas por europeos, y también se sintieron con el derecho de reclamar las tierras avistadas desde sus naves por el solo hecho de haber llegado allí y por el derecho que se les había concedido previamente; por esta razón, nos interesa señalar que el navegante no se quedaba: desembarcaba, tomaba posesión y seguía su derrotero.85 81. Ibid., p. 63. 82. David Spurr, The Rhetoric of Empire: Colonial Discourse in Journalism, Travel Writing and Imperial Administrations, Durham/London, Duke University Press, 1993, p. 99. 83. Pagden, op. cit., p. 91. 84. Partida iii, Título xxviii, Ley 29. En el mundo medieval, la base de la propiedad privada fue el allodium o libre ocupación, que podía ser por herencia de familia o por un acto llamado aprisio. Había tres tipos de aprisio: condal, monástico y de gente libre. Además de la propiedad privada y libre, existía el honor en compensación de servicios, que se pagaba con tierra. Este fue el principio de los feudos y del feudalismo (Bosch García, Tres ciclos de navegación, p. 23). 85. Pagden señala que los españoles basaban su derecho de soberanía en la concesión a priori que habían recibido (op. cit., pp. 76 y 91). Véase también Sánchez-Barba (op. cit., p. 90) y Morales Padrón (op. cit., p. 48).

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Volviendo a la toma de posesión, el capitán también corta con la espada árboles y pasa piedras de una parte a otra. La fórmula de cortar ramas pertenece a la práctica corriente denominada traditio per arboribus ramum, proveniente del derecho germánico, que se utilizaba para la transmisión de una propiedad inmueble. El pasar piedras de un lugar a otro pudiera ser una variante de la missio in possessionem romana o la autorización, en el derecho romano, de adquirir los bienes de otra persona. Una de las formas de traspaso simbólico de la propiedad en esta tradición se hacía tomando un terrón de tierra como prueba de concesión.86 En el contexto estudiado, el cortar ramas de árboles o mover las piedras de lugar son una forma simbólica de “dejar una señal” en el territorio para indicar la presencia de los españoles en el lugar. Esto implicaría una suerte de intento de transformación de lo hallado: el paisaje debe ser —de alguna manera— “modificado” para apropiarse de él. Aunque dicha modificación pueda parecer también absurda en cuanto a su permanencia o su importancia, los significados deben entenderse en su dimensión de ritual político. El acto indica, además, la manera en la cual el discurso colonial concibe el espacio americano como un lugar que debe ser intervenido. Sin embargo, la intervención pareciera autorreferencial, una marca de transformación simbólica dispuesta no para los habitantes del lugar —ya que estos o estaban ausentes en cualquier caso en el momento de la ceremonia, o eran ignorados en tanto habitantes del lugar e impelidos a aceptar los términos de los recién llegados—, sino para los otros europeos. Estos actos simbólicos eran comunes en las tomas de posesión; entre ellos también se encuentran cruzar las playas, caminar o recorrer un lugar de un lado a otro, clavar estandartes, arrancar plantas, cavar la tierra, tomar un puñado de tierra con la mano, tomar agua, marcar los árboles con una cruz, etc.87 Vasco Núñez de Balboa toma posesión del mar del Sur en 1513. A la hora de vísperas, frente a sus 26 hombres y después de haber esperado a que subiera la marea, Balboa caminó hacia la inmensidad del 86. Morales Padrón, op. cit., p. 49. Dentro de la tradición de derecho romano y germánico, Morales Padrón establece dos tipos de “tomas de posesión”, la de territorios, por un lado, y la de oficios, por otro. Cuando un mandatario llegaba a una nueva jurisdicción, tomaba posesión de las propiedades gubernamentales, paseándose por ellas abriendo y cerrando puertas y ventanas (ibid., p. 51). 87. Morales Padrón, op. cit., p. 49; Pagden, op. cit., p. 76.

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océano con un estandarte, espada y rodela en la mano, y con el agua a las rodillas tomó posesión del mar, el mismo mar que, 20 años después, Ulloa deposita simbólicamente sobre la tierra californiana. En efecto, el último de los gestos que acompañan la toma de posesión de Ulloa es una especie de bautismo propiamente dicho: “sacando agua del mar y echándola en la tierra”. Dos décadas antes, Vasco Núñez de Balboa y sus hombres habían bebido el agua del océano como acto final y cierre de la ceremonia. Ulloa, en cambio, la deposita en la tierra, último gesto simbólico de su ceremonia que pudiera representar la muerte y el nacimiento a un nuevo orden. Pese a que las fórmulas de las tomas de posesión se repiten a grandes rasgos —redundan los gestos: el caminar de un lugar a otro, las voces, los puñados de tierra y el corte de hierbas—, el ceremonial varía y parece estar supeditado al interés y el gusto de sus autores.88 En este sentido, no podemos más que asignar ciertos significados, quizás algo arbitrarios, influenciados por nuestra lectura. Tenemos la sospecha, entonces, de que “el bautismo de la tierra” realizado por Ulloa, último acto simbólico de la toma de posesión, puede ser leído en la clave del océano y sus motivos: navegantes que llegan a una tierra lejana y desconocida la bautizan con agua de un “mar propio”. Este aspecto de la ceremonia tiene un correlato en el texto que narra el viaje, en donde se deja constancia, se inscribe o se pone el nombre hispano del lugar. Las costas de Californias fueron transitadas, trascritas y trasladadas al relato y al mapa, y de esta manera incorporadas al dominio de lo familiar o lo conocido. Así, los nombres descriptivos abundan: “puerto de los Puertos”, “bahía de la Posesión”, “mar Bermejo”, “isla de Cedros”, “Reparo”, “paraje de las Anclas”, “punta Trinidad”, para mencionar solo algunos de los derivados de la expedición de Ulloa. Más obvios en su significación y genealogía son los que derivan de los santorales: “tomó el capitán posesión de la dicha isla de Santo Tomás, que así se llamó por haber visto de ella su víspera, y puso una cruz con escrito de pergamino cómo había llegado allá”.89 Poner un nombre a un lugar es darle un orden, es in88. Morales Padrón, op. cit., p. 91. 89. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 71. La isla es alguna de las cuatro islas del archipiélago de Revillagigedo. Montané Martí y Lazcano Sahagún señalan que es la isla que se conoce actualmente con el nombre de Socorro (op. cit., p. 66).

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corporarlo a una tradición para que resuene en el imaginario como algo propio. Según Patricia Seed, a diferencia de los españoles y otros europeos, los navegantes portugueses —en el contexto africano— demandaban las tierras mediante el conocimiento de las rutas de navegación: el haber navegado, el haber llegado a un punto lejano, el saber volver una y otra vez. La simbología del descubrimiento que utilizaban eran la cartografía y la incorporación de regiones no sabidas al imaginario europeo; en otras palabras, el registro de las coordenadas de latitud más distantes alcanzadas, inscriptas en sus derroteros y transcriptas en sus mapas. Algunas veces dejaban también una “marca” del descubrimiento en tierra, un objeto, una cruz o un pilar de piedra, indicadores políticos e históricos de la presencia portuguesa y el reclamo de la tierra para esa Corona.90 Los navegantes españoles en California también escribían en sus textos las coordenadas más distantes de latitud alcanzadas, y anotaban especialmente aquellas que indicaban los lugares donde se había tomado posesión; no dejaban pilares, pero sí mensajes o ‘señales’ a los otros europeos. Pero hay que señalar que, en el contexto de la temprana California, los mensajes tienen más que ver con la comunicación de noticias y la clave de la fragilidad que con la delimitación jurisdiccional. Decíamos que, en las ceremonias de toma de posesión, se realizaba una suerte de alteración del lugar a la manera de mover piedras de un sitio a otro o cortar/romper/marcar árboles. En primera instancia, dicha “modificación” pudiera parecer estrictamente simbólica y autorreferencial; pero resulta sugerente el hecho de que fueron señales que cumplieron a la vez la función de comunicar información importante; es decir, en algunos casos y de manera sorprendente, fueron avistadas por otros europeos en la zona. Ejemplo de lo antedicho es el caso de la expedición de Hernando de Alarcón, posterior a la expedición de Ulloa, quien también navega la totalidad del mar de Cortés, llegando a su extremo más septentrional y comprobando que la California era una península y no una isla. A diferencia de Ulloa, Alarcón remonta el río Colorado desde su des90. Seed, op. cit., p. 131. Gil Eanes en el cabo Bojador (1434) sería el ejemplo más temprano. Patricia Seed plantea que el uso intensivo de enormes pilares comienza a partir de 1471 y es importante señalar que las indicaciones no parecen haber estado destinadas a los habitantes del lugar, como en el caso arriba mencionado, sino a los otros posibles exploradores europeos (loc. cit.).

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embocadura en el mar de Cortés, con embarcaciones más pequeñas y buscando la segunda expedición terrestre de Coronado, enviada por el virrey Mendoza. Se supone que, no tan alejado de la bifurcación con el río Gila, hacia mediados de octubre de 1540, y sin encontrar rastros de la expedición de Coronado, Alarcón decide regresar a sus barcos, es decir, volver río abajo. En este lugar, no del todo identificado, decide dejar allí enterrada una noticia que considera importante: “la California no reaísla sino [que es] punto de tierra firme”. Lo sorprendente es que uno de los capitanes de avanzada de la expedición de Coronado encuentra las cartas enterradas tiempo después. Lo que no sorprende es que la idea de la isla de California queda en el imaginario europeo por mucho tiempo, dando lugar a que las especulaciones continúen por largos años, lo cual demuestra que las verdades geográficas son —como asegura Pimentel— “verdades culturales”.91 La Relación de la Jornada de Cíbola, escrita por el padre Pedro Castañeda de Nájera, narra el hallazgo de las cartas: … y llegados donde los navíos estuvieron […] hallaron en un árbol escrito: aquí llegó Alarcón a el [sic] pie de este árbol hay cartas. Sacaron las cartas y por ellas vieron el tiempo que estuvieron aguardando nuevas del campo y como Alarcón había dado la vuelta desde allí para la Nueva España con los navíos, porque no podía correr adelante porque aquel mar era ancón que tornaba a volver sobre la isla del Marques, que dicen California, y dieron relación como la California no era isla sino punto de tierra firme de la vuelta de aquel ancón.92

Las cartas enterradas en árboles “marcados” fueron una manera de comunicación en los límites del imperio. Un caso especialmente conocido en la tradición lusitana es el de Pedro Álvares Cabral, quien en su expedición a la India de 1500, navegando alrededor de África (ruta recientemente lograda por Vasco da Gama) e internándose en el Atlántico para buscar el rumbo Sur, llega a lo que inicialmente pensó

91. Juan Pimentel, “El día que el rey de Siam oyó hablar del hielo: viajeros, poetas y ladrones”, en Manuel Lucena Giraldo y Juan Pimentel (eds.), Diez estudios sobre literatura de viajes, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2006, p. 90. 92. Pedro Castañeda de Nájera, “Relación de la jornada de Cibola”, en Carmen de Mora Valcárcel (ed.), Las Siete Ciudades de Cíbola. Textos y testimonios sobre la expedición de Vázquez de Coronado, Madrid, Alfar, 1992, p. 94.

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era una gran isla.93 Como las tierras se encontraban en la jurisdicción lusitana de acuerdo con lo estipulado por el Tratado de Tordesillas, Cabral tomó posesión de ellas en nombre de la Corona portuguesa, explorando brevemente el litoral marítimo de lo que después sería Brasil antes de que su flota retomara el rumbo hacia Este con el fin de continuar el viaje a la India. Se dice que, ya en las costas sudafricanas, en mayo de 1501, uno de los capitanes de Cabral dejó un mensaje con la información del descubrimiento en un árbol, hoy conocido como el Post Office Tree, en la bahía de Mossel, Sudáfrica. En este caso, según la narración popular, la carta no fue enterrada, sino guardada en un zapato viejo colgado del árbol.94 El mensaje en el árbol fue descubierto dos meses después por el capitán João da Nova, quien comandaba la tercera expedición portuguesa a la India. También en el extremo sur, Fernando de Magallanes deja cartas enterradas a su paso en 1520, en este caso, a los pies de al menos dos banderas clavadas en montículos en la entrada del recién encontrado estrecho que llevaría su nombre. La información que contenían dichas cartas era el rumbo que seguirían las naves y el recordatorio de las órdenes estipuladas para las otras naves de la expedición y sus tripulantes.95 A mediados del mismo siglo, Domingo Martínez de Ira-

93. Esta fue la maniobra conocida como “meterse al mar” (Albuquerque, op. cit., p. 47). En este caso consistió en hacer un amplio arco que aprovechaba los vientos y las corrientes marinas que giran en el sentido de las agujas del reloj (de izquierda a derecha) en el hemisferio norte. Esto quiere decir que los navegantes portugueses primero se alejaban de Europa hacia el oeste para luego navegar hacia el sur y posteriormente hacia el este. Esta gran vuelta o arco evitaba las zonas de calmas ecuatoriales y fue uno de los grandes logros de la navegación a vela, crucial para el éxito de la navegación atlántica hacia y desde el hemisferio sur. Los navegantes se internaban en el “golfón del mar”, como antes se decía, a veces más de dos meses sin tierra a la vista (ibid., p. 55). 94. En la actualidad, el sello postal de la bahía de Mossel (Sudáfrica) tiene el logo de un gran árbol, ícono de la comunicación. Se dice que el árbol se habría convertido en el lugar donde los marineros portugueses dejaban mensajes, iniciando una tradición que llega hasta nuestros días, cuando todavía hoy los visitantes tienen la oportunidad de dejar un mensaje en el monumento al árbol que se conserva en el Museo Bartholomeu Dias (Bartolomeu Dias Museum Complex). Agradezco a Patricia Seed, quien me indicó la referencia del Post Office Tree. 95. Una de las naves de la expedición de Magallanes, la nao San Antonio, cuyo piloto era Esteban Gómez, quien odiaba sin límites a Magallanes —asegura Pigafeta—, se escapa rumbo a España con las noticias, una vez que logran atravesar el estrecho. Magallanes envía a la nao Victoria a buscarla por todo el estrecho, y las cartas

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la, el primer gobernador de Buenos Aires, entierra una carta cuando decide abandonar el puerto, en el río de la Plata, antes de partir para Asunción. La carta no lleva fecha, aunque se calcula que era de junio de 1541, fecha aproximada de la despoblación del puerto de Buenos Aires.96 En su carta, Irala da las instrucciones necesarias para lograr un viaje efectivo y certero hacia Asunción, da consejos sobre el derrotero a seguir y también especifica la cantidad de tribus al servicio de los cristianos que este lugar posee.97 En 1580, Pedro Sarmiento de Gamboa hace lo mismo en extremo sur de la Patagonia: a los pies de una cruz, deja enterrada “una carta en unos cascos de botija embreados y con polvos de carbón para evitar la corrupción”, en la cual se avisa “que aquellas tierras no eran vacas y carecían de señor”, sino que estaban bajo la soberanía hispana “por ambos mares del sur y el norte”.98 Vasco Núñez de Balboa también deja enterrada una carta a los pies de un árbol, al finalizar su toma de posesión del océano Pacífico.99 Ya sea para comunicar información de utilidad, como el caso de Irala; para delimitar una jurisdicción, como el caso de Gamboa; o para comunicar un hallazgo, como los de Cabral, Balboa y Alarcón, las cartas enterradas fueron una forma de dejar constancia de una presencia, pareciera, demasiado frágil, inconsistente o efímera. No por nada,

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98. 99.

que dejan enterradas a los pies de las banderas contienen información sobre el rumbo a seguir y son recordatorio de la misión y las órdenes encomendadas. Véase el trabajo de Loreley El Jaber, Un país malsano. La conquista del espacio en las crónicas del Río de la Plata, Buenos Aires, Beatriz Viterbo Editora, 2011. Según la autora, esta fecha coincidiría con la fundación de la ciudad de Asunción, a donde se trasladan los pobladores (comunicación personal). En este trabajo, El Jaber se interesó por explorar las posibilidades críticas del concepto de lejanía en las crónicas mediante la noción de “escritura del desencanto” (ibid., p. 22). El Jaber, ibid., p. 187. Desconozco las circunstancias de la transmisión de esta carta. El Archivo General de Indias tiene una copia manuscrita en la Sección IV, Papeles de Justicia Est. 52, caj. 5. Signatura moderna, leg. 1131. Fue publicada por vez primera por Estanislao Zeballos en 1898, y luego en 1936, con la edición de documentos conmemorativa por el 5.º centenario de la fundación de la ciudad de Buenos Aires (Colección de documentos históricos y geográficos relativos a la conquista y colonización rioplatense, tomo II, Buenos Aires, Talleres Casa Jacobo Peuser, 1936, pp. 299-302). Morales Padrón, op. cit., p. 84. El nombre del océano no deviene de la toma de posesión de Núñez de Balboa, quien le otorgó el nombre de mar del Sur. Años más tarde, el navegante portugués Fernando de Magallanes lo llamará Pacífico, al encontrarse con aguas tranquilas durante su viaje a las Molucas.

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los confines de los continentes —Ciudad del Cabo, el río de la Plata, la Patagonia y las Californias— son espacios liminares en donde se prodigan las cartas enterradas y las tomas de posesión,100 como si fuera necesario repetir un gesto y un acto de apropiación allí donde pareciera nadie escucha, nadie advierte, y poco puede hacerse para dejar constancia del paso por el lugar. Volviendo a la expedición de Alarcón decíamos que los barcos europeos llegaban a lugares desconocidos y regresaban con una “carga” importante: información. En otras palabras —y para usar una forma de expresión común en la época y particularmente presente tanto en los textos que narran un viaje a California como en las Instrucciones que los navegantes llevaban—, Alarcón conocía “el secreto de la costa”: la California era punto de tierra firme. Claramente se trataba de una información valiosa, y Alarcón sabía —como buen navegante— que el camino de regreso era incierto. Marcas, cartas, mensajes o pilares pueden ser interpretados desde la clave de la fragilidad y la violencia. Si, por un lado, hablan de la apropiación del territorio y de su incorporación al dominio de lo familiar-europeo, por otro, lo hacen de la fragilidad de las embarcaciones, los peligros y la incertidumbre en la cual vivía el navegante. Podemos suponer —y esto está estrictamente en el plano de la pura conjetura— que la carta o mensaje de Alarcón fue enterrado a los pies de un árbol, en una botija encerada, recipiente adecuado para conservarla, especialmente si pensamos que se encontraban en la ribera de un río. Los textos no indican nada más que el feliz hallazgo de la información, pero es imposible resistir la tentación del mensaje en la botella, tópico del mundo marítimo, de la literatura y del imaginario colectivo, que nos hace recordar, a su vez, el aciago 14 de febrero en el Diario de abordo, en donde, pensando perderse él y la información que traía, Colón la lanzó al océano en un acto de desesperación: … Y porque si se perdiese con aquella tormenta, los Reyes oviesen notiçia de su viaje, tomó un pergamino y escribió en él todo lo que pudo de todo lo que había hallado, rogando mucho a quien lo hallase que se lo llevase a los Reyes. Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó a traer un gran barril de madera y púsolo en él […] y así lo mandó echar en la mar.101 100. Morales Padrón, op. cit., p. 81. 101. Colón, op. cit., p. 279.

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El mensaje lanzado al mar, con poca o casi ninguna probabilidad de encontrar un receptor, puede leerse como una metonimia de la situación de la nave en el inmenso océano, pero también de la situación de los adelantados en el mundo colonial. La palabra ‘adelantado’ tiene connotaciones administrativas, se trata del “ome metido adelante en algún fecho señalado mandado por el Rey” e implica la adquisición de información de primera mano, ya sea por mar, ya sea por tierra.102 Estos hombres metidos mar adentro, portadores de información valiosa y perpetradores de la violencia colonial, a menudo se encuentran a merced de fuerzas que superan toda lógica de apropiación o conquista. La imagen simbólica del mensaje en la botella o de la información enterrada o lanzada al océano condensa los polos aquí mencionados: fragilidad y violencia. Las naves son señoríos, pero flotantes; implican la maquinaria colonial y su violencia imperial, pero también la extraordinaria vulnerabilidad de ese cuerpo colectivo, la nave, en el inmenso océano.

102. Diccionario de Autoridades, Madrid, Real Academia de la Lengua Española, 1770.

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Las variedades de pasos son hechuras de espacios. De Certeau

Los viajes que nos ocupan aquí se relacionan con una leyenda medieval europea ambientada en la época de la invasión árabe. Se dice que entonces siete obispos portugueses huyen por mar hacia tierras lejanas y remotas, llevando consigo gente, reliquias y tesoros. Más allá del mar océano, más allá del mundo conocido, estos siete obispos habrían fundado siete ciudades cristianas que con el tiempo se tornarían, en América, en las Siete Ciudades de Oro de Cíbola. Según De Gandía y Weeb Hodge,1 el resurgimiento de la leyenda pudo haber estado relacionado con el mito religioso del Chicomoztot o las siete cuevas, de donde surgirían las siete tribus de los nahuas; y, si bien los españoles pudieron haber malinterpretado el mito indígena y confundirlo con las siete ciudades medievales, el resurgimiento de la leyenda en América se relaciona con otro hecho no menos maravilloso: la aparición de cuatro caminantes, cuatro supervivientes de la expedición de Narváez a la Florida (1527), quienes, después de haber estado perdidos por las regiones de las actuales Texas, Sonora y Chihuahua, fueron encontrados en las cercanías del río Petatlán (hoy el Sinaloa), nueve años después (Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes y Esteban o Estebanico). Hernán Cortés y el virrey Antonio de Mendoza los reciben en la ciudad de México el 25 de julio de 1536, y a las autoridades del Virreinato los caminantes entregan una primera Relación de sucesos que avivaría el interés por todo lo que al norte de la Nueva España y oeste de la Florida pudiera existir. Así es como, apenas un año después, Mendoza encarga a Francisco Vázquez de Coronado el apaciguamiento de las tierras de Culiacán y 1.

Enrique de Gandía, Historia crítica de los mitos de la conquista americana, Madrid, Sociedad General Española de Librería, 1929, p. 63 y Frederick Webb Hodge, History of Hawikuh. New México One of the So-Called Cities of Cíbola, Los Angeles, The Southwest Museum, 1937, p. 1-3.

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una primera incursión terrestre al norte, incursión en la que participan Esteban o Estebanico y el franciscano Marcos de Niza. De este primer viaje regresa fray Marcos, difundiendo la idea de las Siete Ciudades: …seguí mi camino hasta la vista de Cíbola, la cual está asentada en un llano, a la falda de un cerro redondo. Tiene muy hermoso parecer de pueblo, el mejor que en estas partes yo he visto; […]. La población es mayor que la cibdad de México; algunas veces fui tentado de irme a ella, porque [pero] sabía que no aventuraba sino la vida […]. Me dijeron que era la menor de las siete cibdades y que Totonteac es mucho mayor y mejor que todas las siete cibdades y que es de tantas, casas y gentes, que no tiene cabo.2

Convertidas ya en las Siete Ciudades de Oro de Cíbola, la tierra se construye como una promesa en el texto y fray Marcos se apoya en el famoso hallazgo de Cortés, Tenochtitlán. Esta comparación es ya un tópico en las crónicas que relatan viajes de exploración: el mismo Hernán Cortés lo utiliza cuando intenta justificar su fallida expedición a las Hibueras, en la Quinta carta de relación,3 y ahora fray Marcos recurre a él para hablar de Cíbola, no la explorada —no afirma haber tenido más que una “vista” de la misma—, sino de la esperada y deseada. El hallazgo de las míticas ciudades se convertiría entonces en el propósito de la nueva expedición terrestre del virrey Mendoza, encomendada otra vez a Coronado, pero ahora con el apoyo marítimo de Hernando de Alarcón. Mientras Coronado y su capitán de avanzada, Melchor Díaz, caminan por desiertos inconmensurables buscando las siete ciudades de oro, Alarcón, con dos navíos —el San Pedro y el Santa Catalina—, navega el mar de Cortés hasta remontar el actual río

2. 3.

Fray Marcos de Niza, “Relación del descubrimiento de las siete ciudades”, ed. de Carmen de Mora, Las Siete Ciudades de Cíbola. Textos y testimonios sobre la expedición de Vázquez de Coronado, Madrid, Alfar, 1992, p. 158. “Dolíame en el ánima dejar aquella tierra en el estado y coyuntura que la dejaba, porque era perderse totalmente y tengo por muy cierto que en ella Vuestra Majestad ha de ser muy servido y que ha de ser otra Culúa, porque tengo noticia de muy grandes y ricas provincias y de grandes señores en ellas de mucha manera y servicio, en especial de una que llaman Hueytapalan y en otra lengua Xucutaco que ha seis años que tengo noticia della y por todo este camino he venido en su rastro y agora tengo por nueva muy cierta que está a ocho o diez jornadas de aquella villa de Trujillo [...] Y desta hay tan grandes nuevas que es cosa de admiración [...] hace mucha ventaja a México en riqueza e iguala en grandeza de pueblos y multitud de gente y policía della” (Cortés, op. cit., p. 626).

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Colorado. Reconocimiento de costas y territorios, alimento de mitos y desengaño son las primeras marcas de estos viajes, y el denominador común de las relaciones es el signo de la decepción: “era costa brava é mal país en tierra”. Los caminantes nunca llegan a las ciudades deseadas ni encuentran las riquezas esperadas; los navegantes no localizan a quienes esperaban apoyar. No obstante, y a pesar de que las expediciones fueron costosas y adversas, arrojaron los secretos de la tierra: la demarcación del mundo.4 Caminantes y navegantes aportan datos dispersos, unas veces complementarios otras contradictorios, configurando así no solo una historia de los sucesos, sino también la proporción moderna del mundo. Retóricas del andar por el Nuevo Mundo Vamos a hablar aquí de figuras textuales que se mueven por representaciones espaciales. La relación entre el espacio y el discurso nos interesa en tanto lugar desde donde se habla, la nave. Según De Certeau, distintas movilidades o pasos generan espacialidades diferentes:5 ¿cómo representan el espacio caminantes y navegantes?, ¿qué elementos retóricos podemos distinguir en uno y otro discurso? Si el barco simboliza la lejanía, ¿cómo se anota la distancia?, ¿y la cercanía?, ¿cómo se anota la proximidad en los textos? Del grupo de primeras navegaciones a California, las expediciones enviadas por Hernán Cortés y el virrey Mendoza, resumiremos algunos rasgos distintivos que ya fueron mencionados: las expediciones debían descubrir “el secreto de la costa”, es decir, reconocer los litorales marítimos y consignar información de utilidad sobre los relieves costeros. En muchos casos fue puntual el impedimento de entrar en tierra y esto nos hacía imaginar que, en un sentido figurado, el mundo visitado estaba a la vista de quien se desplazaba y que su relación con el “afuera” estaba mediada por el barco. Decíamos también que, en tanto mundo abreviado, la nave es una prolongación del punto de partida que posibilita un “fácil retorno”: no es que las expediciones pudieron regresar fácilmente o sin contratiempos, sino que el viaje de los navegantes es circular, al

4. 5.

León-Portilla, op. cit., p. 50. De Certeau, La escritura, p. 109

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menos en intención. La organización o la disposición del viaje —la partida, el tránsito o periplo, y la llegada a un punto lejano y desconocido— implican para el navegante una vuelta al punto de partida. En otro conjunto de viajes por el Nuevo Mundo en el siglo xvi, en cambio, el retorno de los expedicionarios representa la finalización del ciclo, pero no necesariamente un movimiento circular. Para muchos de los conquistadores, el Nuevo Mundo significó un punto sin regreso, representado en las crónicas con un motivo ya antes señalado: el dar con las naves al través. En la trayectoria de la expedición a Tenochtitlán, después de encallar los barcos en las costas de Veracruz, hay un punto determinado al que se dirigen los conquistadores, pero ya no hay un regreso propiamente dicho. Bernal Díaz —quizás porque narra muchos años después de los sucesos y desde la propia América— tiene pasajes que denotan signos de nuevas pertenencias. El contacto entre españoles e indígenas durante la conquista y la colonización tuvo resultados traumáticos para los últimos, y cuando menos “paradójicos” para los primeros, dado que los españoles en América incorporaron rasgos específicos de las culturas indoamericanas, generando una nueva cultura española en América.6 Paradójico es también que estos signos en el discurso aparecen en los momentos de representar la mayor violencia, por ejemplo, en el capítulo cliii: “bolvimos a nuestro real […] donde nos curamos con azeite y apretar las heridas con mantas, y comer nuestras tortillas con axí e yervas y tunas”.7 La cita corresponde al momento narrativo del enfrentamiento entre los españoles y los habitantes de Tenochtitlán (episodio conocido como “la Noche Triste” y días subsiguientes); es allí cuando, mediado sin duda el recuerdo por la distancia temporal, Bernal hace suyas las tortillas, los ajíes, las yerbas y las tunas. Si bien el “discurso de los caminantes”8 se compone en concordancia con la cultura original —alejándose y diferenciándose constantemente de los otros—, sus representaciones

6.

7. 8.

Claudia Parodi, “Maravillas del Nuevo Mundo: Bernal Díaz del Castillo, el refinamiento culinario prehispánico y la indianización”, en Sara Poot Herrera (ed.), En gustos se comen géneros, Mérida, Instituto de Cultura de Yucatán, 2003, vol. III, p. 237. Díaz del Castillo, op. cit., p. 490. Tomo la expresión de Elena Altuna y remito a su trabajo El discurso colonialista de los caminantes, siglos xvii-xviii, Lima/Berkeley, Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar/Latinoamericana, 2002.

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son inestables, como inestable es cualquier sujeto que se mueve, viaja y entra en contacto con lo diferente. En este sentido, es ilustrativo el concepto de “España transferida”, acuñado por Luisa Pranzetti, que puede explicar ciertos momentos narrativos en donde se manifiesta un grado de transgresión de los códigos de conducta vigentes en España, dando lugar a la aparición de “un espacio que funde en sí los signos del viejo mundo con los del nuevo”.9 Pero el punto es señalar aquí que, en los viajes marítimos estudiados, en muchos de los diarios que relatan dichos viajes, no es posible observar estas mismas marcas discursivas porque la mediación del barco —ese mundo de origen abreviado— prolonga el punto de partida. Todo viajero camina con un mundo a cuestas, pero el navegante lo reproduce en todo su recorrido. En cierta medida, los caminantes se ven obligados a negociar con ciertas costumbres, aunque más no sea por una cuestión de supervivencia. Bernal Díaz y Cortés —para seguir con los mismos ejemplos— caminan por el Nuevo Mundo reproduciendo las prácticas de su mundo de origen, pero necesariamente adaptándose a los nuevos contextos (y nótese que no estamos hablando aquí de tolerancia ni de articulación de las diferencias). Si bien los caminantes son sujetos textuales complejos, que por su cercanía con el mundo-otro y en pos de la supervivencia cotidiana deben negociar con nuevas pautas culturales, en la narración de sus viajes son siempre sujetos textuales que se posicionan en una lógica de superioridad en relación con el otro narrado.10 Los navegantes, en cambio, viven el viaje como una observación, van a tierra en escasas ocasiones y comúnmente solo para abastecerse de agua y leña o tomar altura. Su viaje es solitario, en la compañía de unos pocos mismos hombres. No hay aquí intercambio ni negociación; no hay conflicto, no hay aliados ni antagonistas y, por lo mismo, las cosas aparecen y desaparecen en la perspectiva del narrador. El viaje no implica el asentamiento sino el movimiento: el punto de partida se prolonga, el arribo al destino se 9. Luisa Pranzetti, “El naufragio como metáfora”, en Margo Glantz (coord.), Notas y comentarios sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Ciudad de México, Grijalbo/ Conaculta, 1993, p. 62. Agradezco a Beatriz Colombi la sugerencia de dialogar aquí con el concepto de “España transferida”. 10. Mary Louise Pratt, “Fieldwork in Common Places”, en Writing Culture. The Poetics and Politics of Ethnography, James Clifford y George E. Marcus (eds.), Berkeley, University of California Press, 1986, p. 35.

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aplaza, y la duración en el contacto con lo distinto se suspende. Lo que queda es entonces el desplazamiento y los secretos valiosos que arroja la navegación: la demarcación del mundo en el texto. Habría que agregar, no obstante, un matiz. En la comparación que ensayamos, el contrapunto surge de la distinción entre caminantes (que entran tierra adentro) y navegantes (que observan desde la distancia, desde la nave), pero todo esto es también una expresión de las varias necesidades del impulso colonial, y las distintas narrativas también responden y se explican por los diferentes objetivos estratégicos; en otras palabras, no solamente responden a los tropos del espacio, sino también a necesidades políticas en conjunción con las distintas manifestaciones del poder colonial. Andar En su frontera septentrional, la Nueva España se convierte —en la segunda mitad del siglo xvi— en la Gran Nueva España, incorporando, entre otras regiones, Nueva Vizcaya (1562), Nuevo León (1569) y Nuevo México (1598). Para entender las dimensiones de este territorio administrativo, conviene aclarar que Nueva Vizcaya ocupaba los actuales estados de Durango, Chihuahua, Sinaloa y parte de Coahuila; Nueva León, el territorio actual del estado homónimo; y Nuevo México, el espacio correspondiente al suroeste de los Estados Unidos, colindante al norte con Colorado, al este con Oklahoma y Texas, y al sur con Chihuahua y Sonora. Toda esta frontera norte fue un poderoso polo de atracción. La región tenía un atractivo especial que venía creciendo desde el regreso de Cabeza de Vaca, alimentando así distintos objetivos míticos desde entonces: las ya mencionadas Siete Ciudades de Oro de Cíbola o Siete Ciudades Encantadas, la Fuente de la Eterna Juventud, el mito de Quivira y las Amazonas fueron buscados en ese gran Norte.11 La historia de esta inmensa y variada geografía de temperamento distintivo es por demás tormentosa. Los 11. Véase De Gandía, op. cit. y también Juan Gil Mitos y utopías del descubrimiento, Madrid, Alianza, 1989). Coincido con Beatriz Pastor, que advierte sobre la confusión entre mito y utopía y los deslindes pertinentes para el caso americano. Véase su El jardín y el peregrino. El pensamiento utópico en América Latina (1492-1695), Ciudad de México, Universidad Autónoma de México, 1999, p. 26.

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primeros españoles que a ella llegaron comparten —en palabras de José Rabasa— una “cultura de la conquista” y una relación violenta —por no decir violentísima— con las poblaciones autóctonas.12 El avance hacia el extremo norte no fue un frente lineal, ni significó siempre una ocupación regular y definitiva de las tierras; muy por el contrario, la expansión se caracterizó por los gobiernos conflictivos, los límites jurisdiccionales imprecisos, el poblamiento disperso y la economía limitada.13 No obstante, lo que aquí nos interesa respecto de este horizonte complicado y violento es, por un lado, los discursos de esos primeros caminantes metidos Tierradentro14 y, por otro, las características “periféricas” (alejada del centro) de esta frontera y sus huellas en la escritura. Kim Beauchesne propone un modelo de análisis para estudiar la productividad discursiva de los “relatos periféricos”, en donde subyace la imposibilidad de las representaciones coloniales de aprehender un entorno nuevo en los términos de una lógica conquistadora precodificada, y la subsecuente indeterminación y desorientación ante lo desconocido.15 Se abren entonces, en los relatos, los espacios para las contradicciones —admiración/repugnancia, belleza/horror, atracción/rechazo, etc.—, y en los lectores, la posibilidad de leer la relevancia del espacio representado. La frontera norte

12. Rabasa señala que esta cultura de la violencia atraviesa tanto los discursos de quienes cometen tales actos como los de quienes los condenan. Véase Writing Violence on the Northern Frontier. The Historiography of Sixteenth-Century New Mexico and Florida and the Legacy of Conquest, Durham, Duke University Press, 2000, p. 43. 13. Jiménez, op. cit., p. 255 y Bernardo García Martínez, “La creación de Nueva España”, en Historia General de México, Ciudad de México, El Colegio de México, México, 2000, p. 287. 14. Inicialmente, la ruta entre México y Zacatecas; véase García Martínez, ibid., pp. 237-306. 15. Kim Beauchesne, Visión periférica. Marginalidad y colonialidad en las crónicas de América Latina (siglos xvi-vxii y xx-xxi), Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/ Vervuert, 2013, p. 217. La condición periférica de los relatos estaría dada tanto por referir a espacios alejados del centro (Perú, México) como por ubicarse en un lugar marginado dentro de los estudios coloniales. Según el modelo de análisis, los “relatos periféricos” se caracterizarían por la presencia de un “impulso utópico” (ibid., p. 44); la falta de un “centro” o una concentración urbana que se desea conquistar (ibid., p. 51), y la subversión de las fronteras éticas (ibid., p. 54). Beauchesne estudia la Amazonía como un lugar regido por la “ley de la supervivencia” que desarticula discursos, descentra sujetos y desautoriza los discursos del poder ejercidos desde el centro.

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no es, en este sentido, un lugar referencial —como tampoco lo son otras regiones entonces periféricas: las Californias, el Río de la Plata o la Patagonia—, sino un espacio que en sí mismo “significa, pauta y determina”; un espacio que “inscribe en los cuerpos de quienes lo transitan”.16 Este nombre se usa en un sentido figurado y amplio: los caminantes no solo caminaban, también usaban caballos, carros de bueyes y lomo de mulas; pero el camino los llevaba, paulatinamente y no sin contratiempos, hacia el norte, tierra adentro. Coronado y sus hombres anduvieron más de 4.000 millas (6.000 kilómetros), y las referencias al “ir caminando” e “ir de a pie” son constantes e iterativas en el texto, casi como una suerte de inscripción del cansancio en el cuerpo de la escritura o la necesidad de dejar constancia del sacrificio realizado. Los esfuerzos del viaje son una marca retórico-persuasiva en las crónicas de la conquista,17 marca que también aparece en los viajes por el mar, pero con ciertas particularidades, como estudiaremos en el apartado siguiente. En el caminar tierra-adentro, señalaremos, además, tres momentos en la narración de la travesía: primero, el arribo al lugar de destino; segundo, la permanencia en dicho lugar, y tercero, la duración en el contacto con lo distinto. De estos momentos, surge la escritura de viaje que se produce —como Marie Louise Pratt nos ha enseñado— en “zonas de contacto” donde culturas dispares chocan y se enfrentan en relaciones de dominación y subordinación asimétricas.18 Por lo mismo, estos momentos suponen el surgimiento de distintos modos de adaptación del viajero a las condiciones locales, ya sea por la sustitución de objetos o productos, ya sea por la adquisición de nuevas pautas culturales. En contrapunto con el navegante, el carácter del caminante está determinado por la situación de desplazamiento, y marcado fundamentalmente por el contacto cultural.19 Este sujeto ha sido el centro de interés de numerosos trabajos, y son de especial importancia para este análisis aquellos que, mediante la noción de ‘corporalidad’, han señalado que el viaje se narra desde las marcas que deja en el cuerpo. 16. El Jaber, op. cit., p 19. 17. Rodríguez, Conexiones trasatlánticas, pp. 47-49. 18. Mary Louise Pratt, Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation, London/ New York, Routledge, 1992, p. 7. 19. Elena Altuna, “Relaciones de viajes y viajeros coloniales por las Américas”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 60 (2004), p. 9.

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Para pensar las narrativas de la conquista, Beatriz Pastor señalaba —en la década de los ochenta— que, en oposición a un discurso mitificador articulado por el éxito, se desarrolla un discurso del fracaso en donde se describen penalidades y escaseces de todo tipo, y en donde se hace presente el cuerpo del conquistador, un cuerpo que pasa hambre, se enferma, llora y desespera, pero sobrevive y, por lo tanto, busca reivindicar el valor del infortunio y el mérito del sufrimiento en las crónicas que relatan una decepción, un viaje malogrado o un objetivo no encontrado.20 En la misma línea, Margo Glantz habló del cuerpo inscrito en el texto escrito, un tipo de discursividad en la cual las marcas de otras lenguas y otras escrituras —horadación, embijado, tatuaje, intemperie y hambre— han dejado un palimpsesto de discursos que es posible deslindar.21 La idea detrás de esta escritura corpórea es que el viaje y el camino tienen un impacto en los caminantes, quienes —con diversos matices, contradicciones y grados de complejidad—, impelidos fundamentalmente por la fuerza, el hambre o la violencia del medio, se adaptan a condiciones locales, nuevas y, a menudo, contradictorias. El paradigma de la crítica ha sido, en este sentido, la figura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el caminante que atravesó la tierra de mar a mar, en palabras del mismo Pedro Castañeda de Nájera22 Su largo camino desde Florida hasta el noroeste de México le valió el apodo de “conquistador-conquistado” o el caminante que regresa después de ocho años con un alegato pacifista en contra de la conquista.23 En 20. Beatriz Pastor, Discursos narrativos de la conquista. Mitificación y emergencia, Hanover, Ediciones del Norte, 1988, p. 190. 21. Glantz, op. cit., p. 116. 22. Op. cit., p. 26. 23. A esta línea se adscriben los trabajos de Margo Glantz op. cit.; David Lagmanovich, “Los Naufragios de Álvar Núñez como construcción narrativa”, en Margo Glantz (ed.), Notas y comentarios sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Ciudad de México, Grijalbo, 1993, pp. 37-48; Beatriz Pastor, Discursos narrativos; Silvia Spitta, Chamanismo y cristiandad: una lectura de la lógica intercultural de los Naufragios de Cabeza de Vaca”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 19: 38 (1993), pp. 317-330 y Between Two Waters: Narratives of Transculturation in Latin America, Houston, Rice University Press, 1995; Acutis Cesare, “La inconfesable utopía”, en Margo Glantz (ed.), Notas y comentarios sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Ciudad de México, Grijalbo, 1993, pp. 49-55); Sylvia Molloy, “Alteridad y reconocimiento en los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca”, en Margo Glantz (ed.), Notas y comentarios sobre Álvar Núñez Ca-

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la clave de esta “escritura corpórea”, se pueden leer no solo los cueros mudados a manera de serpientes (o pieles desgajadas por la intemperie, en palabras de Cabeza de Vaca); sino también la descalabradura (literalmente, rotura de cabeza) de Hernán Cortés en su camino a las Hibueras;24 o las amargas quejas de Lope de Aguirre al rey (…y yo, como hombre que estoy lastimado y manco de mis miembros en tu servicio); así como tantos otros pasajes en las crónicas que dan cuenta del infortunio y sus efectos. Pero estos cuerpos-escritos por la intemperie, descalabrados, desgajados y mancos, si por un lado revelan ciertas tensiones en el discurso colonial, por otro reafirman la violencia de los actos de conquista en la escritura. Al respecto, numerosos críticos han señalado que la escritura del fracaso tiene una contraparte en el redoblamiento del impulso de conquista, que constituye un pliegue más del colonialismo: si bien el cuerpo del viajero padece, sufre y se transforma en un superviviente, el relato de su viaje no abandona el objetivo de la apropiación territorial; más aun, lo impulsa y justifica.25 beza de Vaca, Ciudad de México, Grijalbo, 1993, pp. 219-241; Rolena Adorno “The Negotiation of Fear in Cabeza de Vaca’s Naufragios”, Representations, 33 (1991), pp. 163-199; entre otros. Yo misma he sido parte de este paradigma crítico en mi análisis de los Naufragios (Jimena Rodríguez, Conexiones trasatlánticas, pp. 228-240), donde hoy añadiría ciertos matices, resaltando especialmente la dimensión etnográfico-colonialista del texto. 24. Para un análisis de la expedición a las Hibueras remito a María Christen Florencia, “El viaje a las tinieblas. La expedición a las Hibueras según Bernal Díaz del Castillo”, en Luz Elena Zamudio (coord.), Espacio, viajes y viajeros, Ciudad de México, Universidad Autónoma Metropolitana/Aldus, 2004, pp. 19-42); Valeria Añón, “Desplazamientos, fronteras, memoria: Bernal Díaz del Castillo y el viaje a las Hibueras”, Acta Poética, 27 (2009), pp. 299-323; Rodríguez “El viaje como relato intercalado”; y Oswaldo Estrada, “Crónica de un fracaso anunciado: Bernal Díaz y el viaje a las Hibueras”, Cuadernos Hispanoamericanos, 769, 770 (2014), pp. 104-118. 25. Véanse Maureen Ahern, “The Cross and the Gourd: The Appropriation of Ritual Signs in the Relaciones of Álvar Núñez Cabeza de Vaca and Fray Marcos de Niza”, en Jerry Williams y Robert Lewis (eds.), Early Images of the Americas: Transfer and Invention, Tucson, University of Arizona Press, 1993, pp. 215-244); José Rabasa, Writing Violence; Carlos Jáuregui, “Cabeza de Vaca, Mala Cosa y las vicisitudes de la extrañeza”, Revista de Estudios Hispánicos, 48 (2014), pp. 421447 y “Going Native, Going Home. Ethnographic Empathy and the Artifice of Return in Cabeza de Vaca’s Relación”, Colonial Latin American Review, 25/2 (2016), pp. 175-199; David M. A. Solodkow, Etnógrafos coloniales. Alteridad y escritura en la Conquista de América (siglo xvi), Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2014); y Rebeca Siegel, “Transculturación, apropiación y el otro: de Cabeza de Vaca al Capitán Cook”, Prolija Memoria, 1, II, (2005), pp. 9-30.

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No se trataría entonces de negar la situación extrema en la que vivieron estos viajeros, y su consiguiente adaptación a la cultura-otra, sino de resaltar que sus móviles o razones fueron la supervivencia, y que en los textos que narran sus viajes hay una diferenciación constante con los otros. Carlos Jáuregui sostiene con gran acierto que “Cabeza de Vaca se mantiene ajeno a la otredad”, y que su texto presenta a un sujeto “alejándose y diferenciándose de —no entregándose a— la alteridad”,26 señalando además que el texto de Cabeza de Vaca no es la historia de un grupo desafortunado de conquistadores, sino la de un grupo de conquistadores que insisten en serlo a pesar de las circunstancias adversas.27 La clave en su argumento es el poder simbólicoetnográfico del texto, el constante señalamiento de las diferencias; es decir, la violencia en la representación del otro o la descripción de sus costumbres siempre en términos de curiosidad, extrañeza, repugnancia o irracionalidad.28 En definitiva, el texto de Cabeza de Vaca solo puede ser leído desde la cultura de la violencia. El caminante regresa, y su relato lo aleja y distancia de la alteridad y lo acerca nuevamente a su cultura;29 pero, una vez en su cultura, el caminante decide volver a salir (claro que esto es ya otro texto). Vamos a trastocar aquí las fronteras entre texto y contexto porque quisiéramos señalar que, en efecto, después de haber caminado de un mar al otro, Cabeza de Vaca decide, una vez que regresa a Europa, y solo habiendo permanecido en ese su mundo unos pocos años, volver a irse a otro de los confines de la tierra; en este caso, el extremo sur, el Río de la Plata. Pudiéramos explicar esta “condición andante” del jerezano como un gesto propio del espíritu de la época o una de las continuidades del estilo de vida bajomedieval; sería válido alegar además cuestiones económicas —al fin y al cabo, Cabeza de Vaca regresa desnudo, pobre y sin ganancia alguna—; o también explicarlo desde las ambiciones no 26. Jáuregui, “Cabeza de Vaca”, p. 431. 27. Jáuregui, “Going Native”, p. 16. 28. “The Identity construction in the Relación does not so much correspond to a positive self-enunciation (I am) as it dependes on the tautological negativity of ethnographic writing (I am not). In other words, it depends on an inventory of symptoms (curious customs, singularities, strangeness, repugnance, irrationality, and so on)” (loc. cit.). 29. En palabras de Jáuregui, “if travel and the encounter with alterity deterritorialize the traveler, the traveler —trougth writing— reterritorializes ‘himself’ as a reconfiguration of the order of sameness. After all, Cabeza de Vaca’s narrative is possible precisely because the textual subject does not go native” (ibid., p. 6).

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logradas: recordemos que, si Cabeza de Vaca esperaba una designación gracias a su viaje, sus esperanzas se desvanecieron cuando llegó a Europa, puesto que allí se entera del nombramiento de Hernando de Soto como gobernador de Cuba y de la región comprendida entre el actual Cape Fear (Carolina del Norte) y el río Las Palmas en la Nueva España (río Soto la Marina). Todas estas cuestiones serían suficientes para explicar su vuelta al camino (que implica un viaje por mar), pero también podríamos agregar y componer la figura del caminante como aquel que, en un sentido metafórico, no puede más que seguir caminando, y la figura del camino, como un poderoso polo de atracción que llama. Sin negar la relación entre las narrativas de viaje y el colonialismo, ampliamente estudiadas por la crítica, ni ignorar que el poder colonial significa apropiación, control y explotación, señalamos que el viaje tiene —en la óptica aquí empleada— un impulso desestabilizador: Viajar, migrar... la traslación siempre entraña algo más que el movimiento que lleva de uno a otro punto del espacio; el viaje pone en marcha un mecanismo interno de readaptaciones y adquisiciones de pautas culturales, expone al sujeto a su propia incomprensión de lo desconocido, lo enfrenta a sus límites y al límite que le imponen los otros. La experiencia del viaje altera radicalmente un estado de quietud, de certezas brindadas por un horizonte vital.30

Como asegura Elena Altuna, el viaje es mucho más que el movimiento: es contacto, es adaptación, es adquisición, es negociación, es violencia, es incomprensión, es un límite (auto)impuesto e impuesto por los otros, es diferencia. Quienes caminan por un mundo nuevo reproducen las prácticas de su lugar de origen, pero adaptándolas a contextos desconocidos.31 Al respecto y volviendo a la expedición de Coronado de 1540, Castañeda de Nájera afirma que Y, al fin, la necesidad —que es maestra— con el tiempo los hiço maestros, donde se pudieran ber muchos cavalleros tornados harrieros y que él que se despreciaba del officio no era tenido por hombre.32

30. Elena Altuna, “Relaciones de viajes y viajeros”, p. 9. 31. Véase Claudia Parodi, “La semántica cultural: un modelo de contacto lingüístico y Las Casas”, en Karen Dakin, Mercedes Montes de Oca y Claudia Parodi (eds.) Visiones del encuentro de dos mundos en América, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, p. 20) y Luisa Pranzetti, op. cit., p. 62. 32. Op. cit., p 72.

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Los caminantes están forzosamente expuestos al intercambio y a la negociación; la necesidad es —como dice Castañeda— “maestra”: enseña maneras nuevas de ser y de hacer; y, si bien su discurso se compone en concordancia con la cultura original, nuevas formas de apropiación dan por resultado una renovación de lo propio. En relación con esto último, la crítica poscolonial ha ubicado la “afectación” y la “ansiedad” (anxiety) que el mundo colonial produjo en el colonizador, y el impacto de la colonia y los discursos de viaje en la metrópoli; pero aquí nos intriga menos la repercusión del viaje que el encontrar en el relato del mismo una tensión no resuelta entre el mundo de origen y el mundo descubierto. La identidad del caminante surge no de un movimiento de retorno —una vuelta al lugar de origen o mundo propio, que ya es de por sí otro mundo (¿la Nueva España?)—, sino de la aceptación del camino recorrido. Ningún viajero regresa siendo el mismo, ciertamente, pero si los caminantes “se adaptan” al camino, a la permanencia y el contacto con lo diferente, lo importante es señalar nuevamente que no es este un gesto de empatía, sino de necesidad. En la retórica-del-andar-caminante, el primer elemento que destaca es la noción de estar “fuera de lugar propio”, noción que toma la forma de la apelación constante a las incomodidades y los trajines, a los “grandes trabajos” y las “grandes dificultades”,33 así como también la apelación a los peligros del camino en sus diversas formas: el miedo, la muerte, la guerra con los habitantes del lugar: “Y flecharon a otros cinco o seis compañeros”;34 “Y, otro día, siendo de noche, algunos indios dieron una gran grita que se alteraron algunos [de los españoles] en tanta manera que ubo quien hechó la silla á el rebés”.35 El caminante narra su periplo describiendo, por un lado, los esfuerzos y los riesgos del recorrido, y por otro, lo hallado en el camino, porque el viaje es una oportunidad para la escritura.36 A diferencia de los navegantes, los 33. 34. 35. 36.

Loc. cit. Loc. cit. Ibid., p. 76. En otro lugar llamábamos la atención sobre este rasgo formal. Para legitimar el relato, se explican las condiciones de su producción textual: el viajero narra las dificultades y los esfuerzos del viaje porque así construye la verosimilitud de la información que presenta. Todo relato de un viaje tiene dos dimensiones: una heroica, aquella que elabora los descubrimientos del viajero; y una cotidiana, la anécdota de los sucesos diarios, el cansancio y los esfuerzos del viaje (Rodríguez, Conexiones trasatlánticas, p. 47). En este libro dialogamos con categorías emplea-

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caminantes presentan una multiplicidad de elementos temáticos en sus discursos. Narran: — Las dificultades del camino. Ya sea el combate contra los habitantes del lugar (dimensión muy presente) o contra la naturaleza adversa (el invierno que los expedicionarios pasan en Tihuex tiene especial importancia en el texto con apelaciones constantes al frío, la imposibilidad de movimiento por causa del hielo o la nieve, etc.). — Los padecimientos del cuerpo (el hambre, la enfermedad, la búsqueda del alimento, etc.) y del alma (entiéndase como todo lo que se siente o experimenta: tristeza, miedo, padecimiento, decepción, etc.). — Las ilusiones. En general, tiene la forma de un espacio prometedor que se encuentra siempre un poco más allá. — Las características de la tierra. Señalamientos sobre la riqueza y la fertilidad de la tierra, y exaltación de lo hallado. — La descripción de los otros. Esta última dimensión tiene en el texto un lugar central. En la retórica-del-andar-caminante, la noción de estar “fuera de lugar propio” toma la forma de las dificultades del camino y los padecimientos del cuerpo y alma, y nos lleva al concepto de “lejanía”, siempre presente de manera compleja en los textos. Recordemos el momento cuando Coronado, por fin, llega a la anhelada Cíbola: Otro día, bien en orden, entraron por la tierra poblada y, como bieron el primer pueblo, que fue Çíbola, fueron tantas las maldiciones que algunos echaron á Fray Marcos cuales Dios no permita le comprendan.37

El caminar y alejarse de lo propio y “acercarse” a lo ajeno contrarían la fantasía, pero esta representación del mundo hallado —desmitificada frente al esfuerzo realizado— no se sostiene todo el tiempo en el puro desengaño, sino que la escritura reelabora el impulso utópico en nuevos y diferentes objetivos. A esto nos referíamos cuando decíamos que el camidas en trabajos anteriores, pero desviando la atención hacia otras posibilidades críticas: mientras antes buscábamos poner en evidencia la técnica y el funcionamiento interno del relato de viajes, la atención se ha desplazado aquí al carácter del sujeto enunciador del viaje. 37. Castañeda de Nájera, op. cit., p. 76.

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nante que ha llegado lejos está “más cerca” de lo ajeno, aunque no por ello deja de tener vistas parciales. El mito de Quivira aparece poco después en el texto, en la boca de un indio informante llamado “El Turco” quien: … decía que avía en su tierra un río en tierra llana, que tenía dos leguas de ancho, a donde avía peçes tan grandes como cavallos y gran número de canoas grandíssimas, de más de veinte remeros por banda, y que llevaban velas y que los señores iban en popa sentados debajo de toldos y en la proa una grande águila de oro. Deçía más, quel señor de aquella tierra dormía la siesta debajo de un grande árbol donde estaban colgados gran cantidad de caxcabeles de oro.38

La lejanía es también la condición indispensable para la fantasía, porque lo accesible para unos pocos posibilita la credulidad de muchos.39 Así, los caminantes sostendrán la ilusión en sus textos. Esta dimensión mencionada por Beatriz Pastor para referirse a lo-no-hallado pero todavía buscado en un futuro siempre cercano y en un lugar próximo es parte de una estrategia retórica o de propaganda, y responde al mecanismo específico de la compensación.40 La narración de las características de la tierra opera en el mismo orden. O se exalta y exagera lo hallado en cuanto a riquezas y fertilidad de la tierra —“La tierra es tan fértil […] cogen en un año para siete”—,41 o la supuesta falta de magnificencia de la región y sus habitantes se compensa con descripciones hiperbólicas de lugares que siempre están un poco más allá —peces grandes como caballos, oro en abundancia, grandes ríos navegables, etc.—. En un mismo gesto, el texto construye la decepción y compone la ilusión. Mientras elabora el desengaño de Cíbola narrando los padecimientos del cuerpo y del alma (notorias son aquí las referencias a la desilusión), sostiene las ilusiones como un elemento más de persuasión, dimensión siempre presente en este tipo de textos. Loreley El Jaber analiza las complejidades discursivas de los caminantes, resaltando el trabajo escriturario de los cronistas, quienes deben sostener el deseo y las expectativas, pero narrar las dificultades de terreno y, a la vez, las necesarias reconfiguraciones del sujeto en el

38. 39. 40. 41.

Ibid., p. 134. Juan Pimentel, “El día que el rey”, p. 102. Beauchesne, op. cit., p. 44. Castañeda de Nájera, op. cit., p. 120.

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medio. Si, por un lado, los textos alimentan el deseo sobre la posesión de la tierra, por otro, deben narrar también la naturaleza hostil de la experiencia: el texto crea así el “no” y el “tal vez”.42 Por último, en la retórica del andar caminante, la descripción del otro tiene un lugar central en el texto y en la comunicación de la experiencia del viaje, sus efectos y alcances. Desde la primavera de 1540 al verano de 1542, Coronado y sus hombres se adentran en los actuales estados de Sonora, Sinaloa, California, Arizona, Nuevo México, Texas, Oklahoma y Kansas, en busca de las Siete Ciudades de Cíbola. La Relación escrita por uno de los expedicionarios (Pedro Castañeda de Nájera) se “articula conforme a la dialéctica mito/desmitificación y narra la expedición de Coronado como un proceso de engaño/desengaño” que llega a su clímax cuando, después de numerosos contratiempos, los expedicionarios arriban por fin a la anhelada Cíbola. La cercanía desmiente la fantasía, y la ausencia de lo esperado abre un espacio para lo encontrado; es entonces cuando Castañeda introduce en su Relación la descripción detallada de las poblaciones autóctonas y las condiciones geográfico-culturales de aquellas tierras, convirtiendo así “el signo negativo de la decepción en el signo positivo de la información que posibilita el viaje”.43 La Relación cuenta con un proemio y tres partes; la última es continuación de la primera y forma una unidad con ella; no así la segunda, que es la descripción antes mencionada: habitantes, flora, fauna, características del paisaje, etc.44 En el texto de Castañeda, la inclusión de un

42. Loreley El Jaber, op. cit., p. 151. 43. Carmen de Mora, “Códigos culturales en la Relación de la Jornada de Cíbola de Pedro Castañeda Nájera”, en Julio Ortega y José Amor y Vázquez (eds.), Conquista y contraconquista. La escritura del Nuevo Mundo. Ciudad de México/Providence, Brown University Press/El Colegio de México, pp. 209-210. 44. Carmen de Mora señala en este punto una “ruptura en la coherencia y unidad de la historia”. En la visión de la autora, esta “discontinuidad en la estructura” o “irrupción en hilo narrativo” es una “anomalía” que contradice a los tratadistas de la época y singulariza al texto de Castañeda (“Códigos culturales”, p. 209). Asimismo, en la introducción a su edición del texto, De Mora sugiere que esta particular organización o disposición pudo haber ocasionado censura en el texto (De Mora, “Estudio preliminar”, pp. 47-48). Estudiando las distintas tradiciones discursivas que confluyen en la Relación, su trabajo contextualiza la historiografía medieval y los preceptos literarios puestos en boga durante la temprana modernidad; también establece un parentesco con las relaciones geográficas, sin mencionar, en cambio, la tradición de literatura de viajes, que funciona como un puente entre la crónica y ciertas formas jurídico-administrativas (Rodríguez, Conexiones trasatlánticas, pp. 59-93).

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bloque informativo —descriptivo en su totalidad—, en medio de dos partes narrativas —sucesos de la expedición: desplazamiento, distintas incursiones, guerra con los pobladores de la zona, etc.—, se relaciona con dos cuestiones genéricas emparentadas con la literatura de viajes. Primero, una necesidad retórico-persuasiva: a la imposibilidad de encontrar grandes riquezas en Cíbola, sigue la descripción empírica de lo hallado, casi como un testimonio del haber estado allí. Teniendo en cuenta que se trata de un texto de primera mano, el sujeto narrativo está cumpliendo la función de informar y el discurso de su Relación “lucha por convertir el espacio mítico de la lejana Cíbola en realidad geográfica y política” para la Corona.45 Segundo, la inclusión de un bloque descriptivo se relaciona también con la naturaleza misma de la relación de un viaje, en donde el texto sigue el itinerario de la expedición, y esto permite que el lector vea todo los ojos del protagonista. En el relato, los expedicionarios llegan al lugar de destino y luego se retiran a invernar en Tiguex; inmediatamente después, se presenta el apartado descriptivo. El conocimiento que se adquiere de la propia experiencia pasa a tener un lugar central en el mensaje: no solo se ubica en el centro de la estructura, sino que es medular para comunicar la experiencia del viaje. Así, la información con la que se regresa del camino es presentada como una mercancía plausible de intercambio y compensación. Para Michel De Certeau, todo viaje es una heterología, un discurso sobre el otro, cuya condición de posibilidad radica en la anulación del otro para ser traducido a una dimensión inteligible del yo.46 Esta dimensión se caracteriza por la constante distancia cultural que el texto compone: el otro será siempre interpretado acorde con una lógica que lo hace diferente. Se narran las diferencias y, mediante ellas, se construye un sujeto, diferenciándose mediante las descalificaciones, las depreciaciones o las valoraciones negativas en las descripciones: Ay en otros [habitantes] barbaridad de animales y más que de bestias.47 Tierra [California] poblada de gente brutal y bestial, desnuda, y que comen su mismo estiércol.48

45. De Mora, “Estudio preliminar”, p. 190. 46. Michel De Certeau, Heterologies. Discurse on the Other, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986. 47. Castañeda de Nájera, op. cit., p. 109. 48. Ibid., p. 112.

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Y se juntaban hombre y muger como animales poniéndose la hembra en cuatro pies públicamente.49

Las prácticas culturales se describen desde una óptica réproba, siempre. Esto está presente de manera manifiesta, como en los casos recién mencionados, o de manera sutil en el gesto de interpretar las diferencias. Por ejemplo, cuenta Castañeda, respecto de la gente de Tiguex, que “cuando alguno se ha de casar” el varón “hila y texe una manta”, y cuando la mujer se le pone por delante, “él la cubre con ella y queda por su muger”.50 Más adelante, en el recorrido (el caminar tierra adentro), el narrador adquiere más información: De un indio de los nuestros, que avía estado un año catibo entre ellos [la gente de Tiguex], alcansé a saber algunas cosas de sus costumbres, en especial preguntándole yo que porqué causa en aquella provinçia andaban las mugeres moças en cueros haçiendo tam gran frio. Díxome que las donçellas avían de andar ansí hasta que tomasen maridos, y que en cognoçiendo varón se cubrían.51

Este es un buen ejemplo de las dos funciones de “yo” del relato de viajes: la del personaje y la del narrador. Si el personaje (el viajero) da el testimonio de “lo visto y lo vivido” (“lo escuchado” en este caso: “de un indio de los nuestros alcansé a saber”), el narrador, en cambio, es quien organiza la información presentándola diseminada en dos momentos del viaje. Conforme con un itinerario físico (dos lugares/ dos tiempos del recorrido) y con un itinerario ideológico (dos lugares del entendimiento), se describe al otro, y la información se presenta a los lectores como información curiosa. El recurso del uso de un informante redobla la supuesta “parcialidad” de quien presenta la información —esa suerte de distancia etnográfica—, pero el resultado es, en definitiva, la narración de una diferencia. Esta dimensión etnográfica del texto —la descripción del otro, la catalogación exhaustiva de las diferencias, la interpretación de éstas y la consecuente afirmación del yo colonial— no es una dimensión especialmente destacada en los relatos de los navegante a las Californias (la excepción sería, quizás, el

49. Loc. cit. 50. Ibid., p. 120. 51. Ibid., p. 121.

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texto de Alarcón, a quien en este trabajo hemos llamado un navegante particular). Otro de los elementos también ausente en los navegantes, pero recurrente en la retórica de los caminantes, es el uso de la ironía para presentar ciertos momentos del viaje. Recordemos la tan ansiada llegada a una de las “míticas ciudades” (Cíbola), ciudad que se convierte en el texto en un “pueblo pequeño, ariscado y apeñuscado”.52 La ironía descansa en el contraste que se establece entre lo que el narrador selecciona y lo que omite en los distintos momentos de la narración del viaje: en el camino se alimenta el mito de la anhelada ciudad, pero al llegar a ella se ilumina la paradoja del viaje.53 El momento se narra casi humorísticamente —fueron “tantas las maldiciones que algunos echaron a Fray Marcos cuales Dios no permita le comprendan”—, poniendo en evidencia el contraste entre lo esperado (ciudades de oro) y lo hallado (un pueblo pequeño entre peñascos). En este sentido, el tratamiento particular de la materia narrativa es parte de una fuerza creativa que se distancia de los hechos —estamos ante una obra elaborada 20 años después de los sucesos que narra—54 y los interpreta aligerando el peso del disgusto y presentando el viaje como una paradoja. En el mismo sentido, puede entenderse el recurso del humor en imágenes que ilustran el miedo de los expedicionarios en un ejemplo ya mencionado: “algunos indios dieron una gran grita”, y los españoles se “alteraron en tanta manera que ubo quien hechó la silla á el rebés”.55 Fundamentalmente un elemento de creación y recreación literaria, el humor aliviana o suaviza la atmósfera de la narración. 52. Ibid., p. 77. 53. El humor radica, sobre todo, en el hecho de que se cuenta la historia una vez realizado el recorrido, una vez sobrevivido al viaje. Un ejemplo similar se puede observar en la manera en que Bernal Díaz del Castillo relata la expedición a las Hibueras en su Historia verdadera. El uso de la ironía ilumina la paradoja del viaje y construye un sentido particular. Véase Rodríguez, “El viaje como relato intercalado”, p. 65. 54. El manuscrito original del texto ha desaparecido; por lo tanto, se ignora la fecha exacta de su redacción. Según se deduce en el Proemio, aproximadamente entre 1562 y 1565: “como a veinte años y más que aquella jornada se hiço”. 55. Castañeda de Nájera, op. cit., p. 76. Para esta línea de interpretación del texto de Castañeda, véase Daryl W. Palmer, “Pedro Castañeda, Francisco Vásquez de Coronado, and the Rebirth of the Picaresque on the American Plains”, Mediterranean Studies, 11 (2002), pp. 131-148.

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Si se comparan la Relación de Castañeda con la Relación del mismo viaje que hace Jaramillo, se advierte que responde a diferentes situaciones comunicativas. La Relación de Jaramillo se escribió en una fecha más próxima a la cronología de sucesos, es más breve, obedece a instrucciones previas y tiene la intención de informar más que de interpretar;56 la Relación de Castañeda, en cambio, presenta artificios propios de las técnicas narrativas: incremento de detalles y caracterizaciones; subordinación, supresión o énfasis de distintos elementos; variación de tonos, etc. Las nociones del ‘caminante’ y la ‘cercanía’ —el caminante como un sujeto discursivo “más cerca” del referente— deben dialogar, entonces, con la noción de ‘memoria’, porque el uso de la memoria en las crónicas es parte de una operación narrativa que entrelaza el sentido.57 La “cercanía” del caminante es más bien una huella del tiempo en la memoria; ya han pasado veinte años, veinte años en el Mundo Nuevo: ¿cuál es el lugar de pertenencia? ¿Acaso el camino? Los caminantes dan cuenta de lo que Valeria Añón señala como una “trama de los desplazamientos” en las crónicas, o la serie de transformaciones identitarias ocurridas en el tiempo en donde la permanencia en este nuevo-otro-mundo se lee ya como un mundo propio.58 El viaje y sus huellas (un pasado transitado hasta el presente de la escritura) definen las posibilidades narrativas del sujeto que las enuncia. Son ilustrativas las palabras de Castañeda, quien refiriéndose a los expedicionarios de Coronado que fueron en demanda de las Siete Ciudades, nos dice: … puesto que no hallaron aquellas riqueças de que les avían dado notiçia, hallaron aparejo para las buscar y principio de buena tierra que poblar para de allí pasar adelante […] y como después [la] despoblaron el tiempo les á dado á entender el rumbo y aparejo donde estaban y el principio de buena tierra que tenían entre manos. Lloran sus coraçones por aber perdido tal oportunidad de tiempo y, como sea sierto que ben más los honbres cuando se suben á la talanquera que cuando andan en el coso, agora que están fuera cognoçen y entienden que perdieron, especial aquellos que se hallan pobres oy tanto como cuando allá fueron, y no han dexado de trabajar y gastado el tienpo sin probecho.59

56. De Mora “Estudio preliminar”, p. 43. 57. Valeria Añón, La palabra despierta. Tramas de la identidad y usos del pasado en crónicas de la conquista de México, Corregidor, Buenos Aires, 2012, p. 23. 58. Ibid. p. 19. 59. Castañeda de Nájera, op. cit., p. 63. Cursivas nuestras.

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El tiempo —dice Castañeda— les ha dado perspectiva a los caminantes, les ha hecho entender “el rumbo y el aparejo”, el camino y sus posibilidades, el territorio su disposición y provecho, pero los lugares vividos son como presencias de ausencias, señalan lo que ya no está.60 Lloran los corazones de los expedicionarios —dice Castañeda— por haber perdido aquella “buena tierra”. Por cierto tiene que los hombres “ven más” ahora que antes, porque el ahora (20 años después del viaje) es un lugar más seguro, advierte. Antes, en “el coso”, en el campo, estaban hostigados; pero ahora, protegidos del peligro, pueden observar y apreciar lo que perdieron. La talanquera —valla, pared o lugar que sirve de defensa— es una imagen que resulta comparable con la nave como un espacio de contención y reparo, un lugar que permite la observación distante sin el peligro inminente (significativo es aquí el uso de nomenclatura marítima del narrador: “rumbo y aparejo”). Mientras el navegante observa la tierra desde la distancia y la representa como una promesa, en el caminante la distancia (la memoria) es un lente que también magnifica. La diferencia —parece decirnos Castañeda— es que el caminante, por haber estado allí, conoce y entiende lo que ha perdido. En otras palabras, si ‘observación’ y ‘distancia’ están ligadas a la ‘inmovilidad’ y a la ‘visión panóptica’ (la talanquera, el “ahora” de la narración y los 20 años transcurridos del viaje), el ‘movimiento’ lo está a la cercanía (la tierra abandonada, “el coso”, el viaje) y a la subsecuente imposibilidad de mantener una distancia para poder observar/ valorar. Si antes, porque se estaba muy cerca, no se pudo ver, ahora, desde la distancia y la quietud, se tiene la visión total o totalizadora. Como lo entiende De Certeau, la vista en perspectiva y la vista en prospectiva constituyen la doble proyección de un pasado opaco y de un futuro incierto.61 Navegar Navegar es también estar fuera, pero en un lugar propio, porque el barco es una casa que se traslada con el navegante. Gastón Bachelard publica en 1957 un libro completo y primordial dedicado al estudio

60. De Certeau, La escritura, p. 121. 61. Ibid., p. 106.

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del espacio y todo lo que poéticamente se refiere a él. En primer lugar, analiza la casa como “una gran cuna”, el espacio esencial del hombre (y de la mujer, agregaríamos); la casa es el cosmos, “nuestro rincón del mundo”, el primer universo, la medida de todos los recuerdos y todas las imágenes.62 Por lo mismo, su función primigenia es la de proteger al huésped;63 la casa-refugio es un albergue que constantemente se pone a prueba con las inclemencias del tiempo. Abatida y hostigada por la tempestad o la tormenta se vuelve un ejemplo de resistencia o lucha que desafía las iras del cielo. “El refugio se ha convertido en fortaleza”,64 y su valor de protección y seguridad lo hacen el espacio primario frente a la hostilidad del cosmos.65 No deja de sorprender que Bachelard no haya relacionado la casa con el barco; desde su forma (la cuna, el nido, la concha, la miniatura) hasta varias de las funciones poéticas señaladas por el crítico francés (la morada, el albergue, el refugio, la fortaleza, la resistencia), el barco es también una casa que se traslada, y su morador (el navegante) describe lo que observa desde ese lugar que le da la “medida del mundo”, para usar las palabras de Zumthor. Si el barco es una casa que se traslada, las referencias al movimiento constante proliferan en los textos. Se mencionan la dirección o el rumbo, la duración, la distancia recorrida y, en ocasiones, la velocidad, así como las maniobras realizadas para proteger la embarcación de las costas peligrosas, de las corrientes adversas, de la anegación o el naufragio; pero fundamentalmente se reportan el avance y el esfuerzo por seguir el camino. Los derroteros de los primeros viajes a California tienen una función principal que no debemos perder de vista: la de dar cuenta de una ruta marítima inexplorada y dejar las herramientas necesarias (en términos de conocimiento) para replicar el viaje. Los ejemplos que siguen corresponden a la Relación y derrotero del navío San Lázaro, atribuida a Hernando de Grijalba, el capitán de la expedición, y a su piloto, Martín de Acosta. El narrador, que utiliza el plural, menciona el uso de las distintas velas según las circunstancias, y con ello representa el avance de la nave y el cumplimiento de la misión: 62. Gastón Bachelard, La poética del espacio, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1965, pp. 28 y ss. 63. Ibid., p. 30. 64. Ibid., p. 58. 65. Ibid., p. 59.

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“aquella noche toda corrimos con el trinquete, que no podíamos hacer menos por la mucha mar”,66 “ventaba todavía norte […] y dimos todas la velas cuantas podíamos llevar, siguiendo su derrota”,67 “y así metimos nuestras velas y seguimos”,68 “y corrimos sólo con la mesana”,69 etc. La referencia a las velas es predominante en la narración; las velas son metonimia del movimiento, el texto narra su despliegue y repliegue, y la constante toma de decisiones siempre en función del curso o derrotero presentado como el cumplimiento de un deber: “lo que por vuestra señoría nos era mandado”.70 La nave y sus velas —o las velas como metonimia de la nave— son movimiento y propósito en el texto. El rumbo —constantemente corregido y ajustado— construye un sentido y una dirección que se presentan como definitivos. La mención de las decisiones tomadas, de la capacidad de gobernar la nave y dominar la situación incluso en mares desconocidos compone la experticia del navegante en el texto, dimensión que se busca resaltar: “Y la capitana se los iba […] y en esto diferimos el papahigo mayor por la alcanzar, y la alcanzamos aquella tarde”.71 La confianza y el optimismo, el buen gobierno y el cumplimiento de los objetivos del viaje son, en este caso, imágenes opuestas al caos y al descontrol que pudiera representar el imaginario del océano, en tanto reflejan una idea renacentista y moderna: la habilidad de controlar el destino del hombre.72 La fortaleza física del navegante estará en directa proporción con una actitud y con un estado de mente siempre alerta, porque la per-

66. 67. 68. 69. 70. 71. 72.

Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 68. Ibid., p. 69. Loc. cit. Ibid., p. 70. Ibid., p. 69. Ibid., p. 68. Frank Domínguez analiza la metáfora del barco en el discurso del Diario de navegación del primer viaje de Colón en comparación con el Persiles de Cervantes, señalando que “ships are always potential coffins in the Persiles”, porque simbolizan la precariedad de la vida humana y el mar, en consecuencia, es el caos desenfrenado del cual el hombre tiene poca o ninguna defensa. Por el contrario, la nave en Colón es una metáfora de optimismo (modernidad, tecnología, ciencia), y el Diario está narrado por una persona que quiere remarcar sus logros y describir el viaje como bendecido y favorecido por una voluntad divina, voluntad que se hace extensiva a la promesa de la propagación de la fe en las tierras nuevas (“Sailing to Paradise: Nautical Language and Meaning in Columbus’s Diario de abordo and Cervantes’s Persiles y Sigismunda”, Hispania, 90/2 [2007], pp. 200 y 202).

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severancia y la persistencia son parte del trabajo y se ejercitan a lo largo del camino.73 El esfuerzo cotidiano y la toma de decisiones en altamar parecen más una necesidad o una cuestión de supervivencia; el optimismo también lo es. Señalábamos que la presencia del humor o la ironía en los textos de los caminantes se relacionaba con el hecho de que el narrador cuenta la historia desde la memoria del viaje, es decir, tiempo después y como parte de una operación narrativa. Esta dimensión, lejos de constituir un “optimismo” en el relato, señala las paradojas del viaje (ironía frente a lo hallado, tristeza por lo no encontrado, abatimiento y, en algunos casos, reconstrucción de nuevas y renovadas ilusiones). En el caso de los navegantes, dicho optimismo está asociado, en cambio, al vigor y a la energía necesarios para enfrentar la vida en el mar y sus constantes amenazas (la desesperación y la fatalidad); pero, más que una cuestión existencial, el optimismo es parte de una estrategia de supervivencia lógica en el mar y marca —según Cohen— una ruptura con la tradición filosófica que separa jerárquicamente el trabajo físico y el mental.74 Otro elemento que acompaña al optimismo es el motivo de ocultar la información,75 y nuevamente un ejemplo célebre —aunque no señalado por Cohen— es el texto fundante de Cristóbal Colón, quien en su primer viaje encubrió los números exactos de sus mediciones para mantener el ánimo de sus tripulantes: “Anduvo aquel día 15 leguas, y acordó contar menos de las que andava, porque si el viaje fuese luengo no se espantase y desmayase la gente”.76 Se oculta la información para que no decaiga el ánimo, para que no se “espante” la gente, y el gesto da cuenta de una actitud vital necesaria en altamar, que en este caso es también parte de una estrategia narrativa que afirma la confianza en el cumplimiento de la misión depositada en el capitán y que compone al personaje como el idóneo para la empresa. Las indicaciones de los mares tempestuosos y las tormentas felizmente superadas pueden ser leídas también en la misma clave, pero si bien representan cierto optimismo en cuanto a la capacidad de maniobrar o gobernar la nave y destacar así la experticia del navegante, construyen —además— el sentido providencialista que atraviesa los textos. 73. 74. 75. 76.

Cohen, The Novel, p. 21. Loc. cit. Ibid., p 26. Colón, op. cit., p 49.

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Los ejemplos que siguen corresponden al derrotero de Juan Rodríguez Cabrillo. Aunque al principio de su recorrido Cabrillo pudo avanzar rápidamente y tuvo menos contratiempos que Ulloa, debido fundamentalmente a la época del año en que sucedió el viaje (el verano de 1542),77 en el texto hay muchas menciones de los múltiples y constantes riesgos de la navegación, especialmente a partir de agosto, cuando no solo encuentra vientos contrarios, sino que también navega por aguas completamente desconocidas.78 A partir de ese punto, las referencias a los “trabajos y riesgos” o la “falta de abrigo y reparo” se destacan en la narración del derrotero, y hay alusión a tormentas, mar brava, callos rocosos, bancos de arena, corrientes que empujan muy cerca de la costa, etc. En medio del temporal, la mar se representa como una monstruosa boca —“había mucha mar que los comía”;79 “y se les desapareció el otro navío, que sospecharon que la mar lo había comido”—,80 y las muchas referencias del tipo “pensábanse perdidos” o “tuviéronse ya por perdidos” sirven para expresar un estado de desesperación y peligro agudo: El jueves en amaneciendo saltó el viento al sudeste con mucha furia y los mares venían de muchas partes que les fatigaba mucho y pasaba por encima de los navíos, que al no tener puentes si Dios no los socorriera no pudieran escapar […] y tuviéndose ya por perdidos se encomendaron a nuestra Señora de Guadalupe e hicieron mandas y corrieron así […] con mucho miedo [hasta que] les socorrió la madre de Dios con la gracias de su hijo.81

La expedición de Cabrillo contaba con dos naves pequeñas: la San Salvador, que era la capitana, y la fragata Victoria. Destacan las alusio-

77. Ulloa lo hace en otoño e invierno, es decir, de noviembre de 1539 a abril de 1540. 78. En agosto, Cabrillo llega a la “Punta del Engaño”, actualmente Punta Baja (antes de la bahía de San Quintín). Este lugar marcaba el extremo norte al que Ulloa había llegado en su expedición anterior (aproximadamente, el paralelo 30). A partir de allí, Cabrillo recorrería aguas desconocidas y costas inexploradas: la California norte. Véase la reconstrucción histórica del viaje en los gráficos confeccionados por Lazcano Sahagún en su edición, y especialmente la “Relación de sitios registrados durante la navegación de Rodríguez Cabrillo”, en Más allá de la Antigua California. La navegación de Juan Rodríguez Cabrillo 1542-1543, Ensenada, Fundación Barca, 2007, pp. 78-79. 79. Cabrillo, Relación del descubrimiento, p. 75. 80. Ibid., p. 76. 81. Ibid. pp. 75-76; cursivas nuestras.

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nes a la estructura del barco y a lo que pareciera una embarcación inadecuada, una ‘casa’ demasiado pequeña, sin puente, por lo que la mar brava les “pasaba por encima”. El navegante y su nave, y por consiguiente la confianza/el optimismo en la tecnología de estas máquinas modernas, poco pueden hacer frente al infortunio de un mar embravecido. En circunstancias extremas, y justo cuando “pensábanse perdidos”, solo queda encomendarse a una fuerza divina. La religiosidad y el sentido providencialista que atraviesa los textos son un componente más a tener en cuenta, siempre presente, siempre destacado en la narración. Se narran los peligros, se describe la desesperación, se está muy cerca de la muerte, pero Dios ayuda, y esta fuerza convierte el viaje en favorecido por una voluntad divina: el navegante ha conservado el rumbo. Es de resaltar que la voluntad divina sea, en este ejemplo, puntual, Nuestra Señora de Guadalupe. María Luisa Rodríguez Sala et al. señalan que podría tratarse de la Guadalupe de Extremadura, España y,82 sin embargo, también bien pudiera referirse a la Señora de Guadalupe. Si así fuera esta pudiera ser una de las más antiguas menciones a la Virgen mestiza83 y podríamos inferir aquí que el Nuevo Mundo habría ya dejado una huella profunda y perdurable en estos navegantes. Dentro del campo semántico de la ayuda divina, las promesas son un motivo más en la retórica del navegante. Elizabeth Davis explica que los exvotos marineros provienen de una tradición antigua y fueron parte de la muy extendida práctica de ofrecer regalos a los dioses; se trata de peticiones hechas en momentos de gran necesidad y las consecuentes ofrendas en reconocimiento a la ayuda recibida.84 En el contexto californiano, contamos nuevamente con el caso de la expedición de Cabrillo en su regreso a la Nueva España: … el navío pasó en la isla de Juan Rodríguez de noche, por encima de unos bajos, que pensaron perderse, y prometieron los marineros de irse a sus iglesias desnudos en carnes.85

Davis señala que lo fundamental en la tradición del exvoto es que se respete lo acordado, es decir, el carácter contractual de la promesa, que 82. 83. 84. 85.

Navegantes, exploradores, p. 143. Lazcano Sahagún, op. cit., p. 75. “La promesa”, p. 110. Cabrillo, Relación del descubrimiento, p. 77; cursivas nuestras.

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implica reciprocidad y obligación mutua,86 pero nos interesa observar esta cuestión como un ejemplo más del binomio violencia/vulnerabilidad: si, por un lado, el navegante gobierna su nave, la maniobra y controla, por otro, necesita de la ayuda divina y hace promesas que debe cumplir. Se sabe que, de una forma u otra, el navío logró atravesar los bajos, pero se desconoce si sus tripulantes llegaron de la manera prometida a cumplir su voto. Tampoco hay certezas del punto más lejano al que llega la expedición de Cabrillo, pero lo cierto es que estos hombres fueron los primeros europeos en avistar la California Norte. Unas veces gracias a la ayuda divina y otras gracias a la experticia del navegante, el sentido y la dirección del viaje se presentan como decisivos en el texto, incorporando así una región desconocida al dominio de lo sabido y lo propio. La retórica del andar navegante conlleva esta primera inflexión. El barco es una casa que se traslada con el navegante, siempre está en movimiento y tiene un rumbo fijo. Es casa gobernada por un experto y “elegida” (en el sentido providencial de la palabra). Las ideas del movimiento y el propósito nos llevan a la segunda de las inflexiones del andar navegante: el barco se hace cuerpo en el discurso de los navegantes. Esta modulación toma distintas formas; la primera de ellas es que el viajero copia el movimiento de la nave: “… fueron caminando por la misma derrota a luego de la costa”.87 “… caminaron muy poco estos días por los ruines tiempos”.88 “… para poder correr por la mar”.89 “… y corrieron aquel día con mucho norte y recia mar.90

Se trata de una suerte de personificación del navío o de la continuación del cuerpo del navegante en la nave, un tipo de prosopopeya o prolongación del viajero con su medio de movilidad, que consiste en conceder atributos humanos a los barcos. Los verbos “caminar” y “correr”, acciones propias de seres animados, tienen aquí el significado de navegar. Decíamos que las velas son la imagen metonímica de la

86. 87. 88. 89. 90.

Davis, “La promesa”, p. 111. Cabrillo, Relación del descubrimiento, p. 54. Loc. cit. Ibid., p. 74. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 63.

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nave; así, el binomio cuerpo-viento/caminar-viento es también trasnominación de la unión entre el navegante y su barco: “… les dio un viento contrario y anduvieron volteando”;91 “… dioles mucho viento y estuvieron […] sin ganar para adelante nada”.92 Estas imágenes, si bien no son nuevas —pueden rastrearse hasta la épica clásica, en donde es común encontrar símiles del mar en su triple imagen nave-marinero-ola—, demuestran una corporización: el barco es parte de un organismo continente de los navegantes, un cuerpo que contiene y lleva ideas, identidad, sociedad y cultura. Esta relación metonímica ha sido interpretada como una “colectivización de la experiencia del viaje”,93 y esto explicaría el uso del plural en la narración del mismo. Mencionamos, por ejemplo, el caso de la Relación y derrotero del navío San Lázaro, que, si bien pudo haber sido escrita por el capitán y su piloto, como piensan los historiadores —y, en este sentido, el plural indicaría que tanto Grijalva como Martín de Acosta tomaron las decisiones—, también pudiera leerse en el sentido antedicho, es decir: una manera plural y colectivizada de experimentar el viaje, cosa por demás lógica si se piensa que el trabajo a bordo se compone de una serie de actividades individuales o funciones que, en su conjunto, permiten la navegación. El trabajo de mar tiene un orden y un protocolo, se cumplen las jerarquías de mando, se siguen las órdenes, y cada quien efectúa una función; de ello dependen no solo el buen gobierno de la nave y el cumplimiento de la misión, sino, sobre todo, la supervivencia.94 El caso es que barco-viento-navegante son una misma figura en la retórica del andar navegante: “…nos dio un viento Norte que no podíamos sufrir más de los papaigos”.95 “…nos fatigaba mucho la mar y el viento…”.96 “…los mares venían de muchas partes que les fatigaba mucho”.97

El barco se hace un cuerpo y, aunque parezca evidente que la mar y el viento castigaban a la nave, y que, por añadidura, la tripulación se 91. 92. 93. 94. 95. 96. 97.

Cabrillo, Relación del descubrimiento, p. 55. Ibid., p. 56. Benítez, “Entre el asombro y el espanto”, p. 157. Cohen, The Novel, p. 21. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 133. Ibid., p. 129. Cabrillo, Relación del descubrimiento, p. 75.

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extenuaba, es el barco quien “sufre” y se “fatiga”. Sorprende la ausencia de verbos como “navegar” o “bogar” en los textos, y este uso particular del lenguaje pudiera también ser parte de algo más sutil y menos obvio, más relacionado con una época muy diferente de la nuestra, una época en donde la medida del mundo era todavía lo humano. El uso de verbos como “corrimos” y “caminamos” para referirse al movimiento en el mar o al desplazamiento por el agua, verbos que implican el cuerpo o la corporalidad, pudieran relacionarse con un estado “temprano-moderno” (no encontramos una mejor palabra), en donde la máquina todavía no había llegado a todos los aspectos de la vida cotidiana. El movimiento tiene aún una medida “humana”; las fuerzas y las posibilidades del hombre son todavía el parámetro para describir la experiencia. Uno de los mayores desafíos que enfrenta la lectura de estos textos es que, en el mundo actual, la idea misma de la máquina es la condición del viaje y atraviesa la experiencia del movimiento. También la máquina/el barco medió en los viajes aquí estudiados, fue su condición y su régimen, pero incluso los vehículos más complejos y sofisticados de la época, los más veloces, los que llegaban más lejos, tenían aún la medida humana: caminaban sobre el mar. El tercer grupo de modulaciones del andar navegante se relaciona con el hecho de que los navegantes se desplazan poniendo los ojos en la tierra. Ya se ha mencionado que las expediciones tenían, en algunos casos, el impedimento de ir tierra adentro, y en casi todos, si no en todos, la misión de “descubrir el secreto de la costa”. El narrador del texto explicita el cumplimiento de su misión y da menciones constantes del tipo: “anduvieron a luengo de la costa”98 o “yendo por la costa”.99 Las descripciones de la tierra hechas por o desde el agua (las hidrografías) ofrecen una perspectiva particular que, a la vez, reporta el servicio y la misión del viaje: informar de un perfil continental desconocido. Esta dimensión ocupa un lugar central en el relato, análogo al que ocupa la descripción del otro en los textos de los caminantes. Por lo mismo, los navegantes viven el viaje como una observación. En constante movimiento, van a tierra en escasas ocasiones. Una de ellas —como fue considerado en el capítulo anterior— es la toma de posesión de la tierra; la otra es el abastecimiento, porque los barcos 98. Ibid., p 51. 99. Ulloa, “Navegación”, en Montané Martí y Lazcano Sahagún, op. cit., p. 53.

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almacenaban alimentos para la subsistencia, pero la leña para la cocina y el agua para beber y cocinar eran provisiones que se bajaban a buscar a tierra. Si el tiempo lo permitía, se cocinaba una vez al día (y no sin riesgo de incendio), en general sobre un lecho de arena que se encontraba en las partes más estables de la nave, debajo del palo mayor o a la mitad de ella. El agua y la leña se buscaban en bateles más pequeños —“Y salió la gente en tierra con barriles y no hallaron sino un poco de agua llovediza entre peñas”—100 o a nado —“Y otro día se tomaron tres pipas de agua a nado”—.101 En algunos casos, también se iba a tierra a buscar información o a tomar perspectiva desde algún lugar más alto: “… acordaron de ir a la vuelta del oeste, a una punta llana para tomar lengua y saber adonde estaban”.102 Sirvan estos ejemplos para señalar que los primeros navegantes a California rara vez se alejan de su barco, pero lo curioso es que son los habitantes de la zona, en cambio, quienes los visitan: “Es señora de estos pueblos una india vieja, que vino a las naos y durmió dos noche en la Capitana, y lo mismo muchos indios”.103 Se examinará más en detalle este aspecto en el análisis del viaje de Hernando de Alarcón, pero mencionaremos aquí las cuestiones que se deslindan: 1) el navegante vive el viaje como una observación y, por lo mismo, su intercambio está mediado por la condensación del hogar en el espacio reducido del barco; 2) el navegante es visitado en su barco, y la intención de contacto se configura entonces solo desde la población observada, cuestión de especial importancia en términos de la puesta en escena del poder/saber que el texto compone, y 3) el navegante conserva así el derecho de admisión y fiscalización de los otros, sin nunca abandonar su casa. Este aspecto de la retórica del andar navegante (observacióndistancia-movimiento), aspecto directamente relacionado con el espacio de enunciación o la nave (decíamos hace un momento que barco y navegante son un solo cuerpo en la escritura), lleva a una nueva inflexión: el navegante tiene vistas parciales. Siempre en movimiento, siempre de paso y desde lejos observa los recortes costeros: 100. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 66. 101. Ibid., p. 67. 102. Loc. cit. 103. Cabrillo, Relación del descubrimiento, p. 37.

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Toda esta costa deste día es muy brava y hay mucha mar de leva y la tierra es muy alta. Hay montañas que se van al cielo y la mar bate en ellas; yendo navegando cerca de tierra, paresce que quieren caer sobre las naos, están llenas de nieve en la cumbre. […] Córrese la costa nornorueste sursueste. No parece que habitan indios en esta costa.104

Su contacto se limita a una aproximación visual: “no parece que habitan indios en esta costa”, que es lo mismo que decir “como no aparecen en la costa, como no se dejan ver, parece que no hay indios”. Los ejemplos se multiplican: “la tierra es muy excelente al parecer”,105 “y por la tierra adentro todo lo que parece es tierra alta”,106 “toda esta costa es poblada al parecer de buena tierra”,107 “oyeron bramidos de animales que no supieron qué decir”.108 Tanto las formas verbales como las adverbiales son significativas. En el primer caso, el verbo “parece” se usa frecuentemente en forma impersonal, significando que el objeto excita el juicio o dictamen que el narrador hace; el efecto que se logra es que las cosas “se asoman o se dejan ver”. Asimismo, la forma adverbial “al parecer” ayuda a explicar el juicio que se forma de alguna materia según lo que ella demuestra. Prepondera entonces el paisaje recortado por la mirada de un observador siempre lejano, que ve aparecer y desaparecer accidentes geográficos, árboles, “humos” y que oye ruidos desde la distancia sin poder decir qué es, especulando así sobre la fertilidad de la tierra, sus oportunidades, la presencia o la ausencia de habitantes en las regiones que observa, los peligros, etc. Son numerosos los casos en donde el navegante no puede “asegurar” la información que presenta, porque el barco se configura como un mediador entre el observador y lo observado. Este aspecto entraría en conflicto con el criterio de verdad histórica de “lo visto” y “lo vivido”, que —según Víctor Frankl— adquiere una importancia singular en los textos de primera mano del descubrimiento y la conquista de América.109 104. Ibid., p. 73. 105. Ibid., p. 66. 106. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 73. 107. Ibid., p. 67. 108. Ibid., p. 71. 109. Victor Frankl, El “Antijovio” de Gonzalo Jiménez de Quesada y las concepciones de realidad y verdad en la época de la Contrarreforma y del Manierismo, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1963, pp. 82 y ss.

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A la mirada del navegante, no escapan las cosas asombrosas halladas en el camino. Margaret Cohen llama “remarkable ocurrence” a todo aquello extraordinario, sorprendente o extraño ocurrido en el viaje, pero,110 más allá de indicar un evento inusual, esta categoría también muestra obstáculos, dificultades o peligros del camino, así como todo aquello que no se puede explicar y que requiere una impresión subjetiva. Lo consignado en el viaje de Grijalva es quizás el ejemplo más notable en los textos estudiados: … y aquel día y la noche estuvieron en calma amainados, y pasó junto a la nao un pescado que todos afirmaron que era hombre marino, porque todos le vieron porque se levantó tres o cuatro veces a mirar a la nao.111

Y más adelante: …vieron otra vez aquel pescado que salió tan cerca de la nao que muy bien y por muy buen espacio le pudieron divisar y reconocer, y se regocijaba de la misma manera que un mono, zambulléndose y bañándose con las manos, y mirando a la gente como si tuviera sentido.112

El navegante interpreta lo observado presentándolo a los lectores de su mundo, pero su comprensión —mediatizada por el imaginario de la época— pone de manifiesto que su relato está poblado de las fantasías y los seres insólitos que podía imaginar. El texto viene acompañado por una imagen que podría complementar las limitaciones del narrador y cumplir diferentes funciones, como ayudar al lector a entender mejor lo que el texto describe, construir un testimonio, certificar el periplo o componer la diferencia, generando una reacción emocional que alimenta el gusto por lo maravilloso. La imagen tiene la leyenda o explicación siguiente: “el peje que vimos semejaba a estos aunque no divisamos si tenía escama o no, que parecía la color de tonina, lo demás tenía ni más ni menos los brazos y manos monstruosos porque vimos levantarse en aire fuera de la mar”. Nuevamente, viendo pero no pudiendo aseverar del todo, el navegante echa mano a su acervo de seres fabulosos, un ejemplo más —si se quiere— de las 110. Cohen, op. cit., p. 23. 111. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 64, cursivas nuestras. 112. Ibid., p. 66.

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vistas parciales o parcializadas, pero un elemento que también indica el horizonte de expectativas del receptor del texto. En este sentido, la retórica de los navegantes a las Californias comparte la característica principal asignada por Greenblatt al discurso del “descubrimiento” de América: es un magnífico registro de las precisiones y las limitaciones de las representaciones europeas, pero solo de ellas.113 Sin embargo, el tipo de registro del navegante es utilitario más que fantástico; las referencias temporales son precisas y abundantes, y las descripciones “reiteran el código” pero “evocan lo nuevo”.114 Si por un lado hay un registro de tipo objetivo o cartográfico (el navegante anota, mide, computa y verifica orientación, vientos, distancias, profundidades, etc.), por otro hay un registro de las impresiones subjetivas. Estas dos formas no son opuestas ni contradictorias, ni pueden ser evaluadas con parámetros del tipo acierto/error o real/fantástico; antes bien, se trata de registros inherentes a una nueva visión de mundo.115 El posicionamiento del navegante en su derrotero pretende ser también exacto: “Y jueves a mediodía, veintisiete del dicho mes, tomé la altura y hallé que estábamos el 16 grados”;116 se menciona constantemente la altura tomada y se incorpora la información observada, desplegando así un mapa de palabras: navegación y cartografía son una misma práctica en lo referente a las primeras expediciones a California. Estos datos o saberes, aunque fragmentarios, escasos y a veces contradictorios, son valiosos para otros navegantes, de allí su carácter utilitario porque, en un lugar no conocido ni recorrido, la información es, sin dudas, lo más preciado. En la navegación de Grijalva, se registra particularmente la dirección de los vientos y la manera en que estos “cambian” o viran, siendo comunes las expresiones del tipo “saltónos el viento” de tal lado o de tal otro; pero también se registra la presencia de las calmas, más inquietantes aun, porque atentan contra la voluntad constante de avanzar para cumplir con la misión. Se anota también el relieve costero —“que toda esta mar corre por la tierra al oesnorueste”—,117 dando 113. Stephen Greenblatt, Marvelous Possessions. The Wonder of the New World, Chicago, University of Chicago Press, 1992, p. 23. 114. Rabasa, De la invención, p. 82. 115. Loc. cit. 116. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 69. 117. Ibid., p. 70

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particular importancia al curso de la nave y las distancias recorridas. La manera en que corren los vientos y las corrientes son constantemente señaladas —“abonazó el viento y saltó al oeste”;118 “los tiempos andaban mudándose de uno a otro, los que más afijan son los del oesnorueste al oessudeste”—119 y ello permite construir el valor del viaje en el texto, el gesto de asegurar/“afijar” la información. Resultan significativas las menciones que, si bien proporcionan información, también descubren o colorean la vida del mar y sus particularidades: “cuatro o cinco ampolletas andadas de la noche, porque hacía luna y mirábamos todos por ella”.120 También se deja constancia de la profundidad en las costas y la presencia de bancos de arena, tan peligrosos como las tormentas,121 o de bancos de algas: “y antes que llegásemos a los 23 grados e medio hallamos algunas manchas de argapi de las peñas que andaban sobre la mar en un flos (?)”.122 Se anotan, además, los acontecimientos climáticos —la lluvia, el frío o la niebla—, que van siempre acompañados de una referencia cronológica, información muy importante para saber cuál es la mejor época del año para realizar el viaje. Asimismo, se registra la presencia o la ausencia de agua potable, y se da especial lugar en la descripción a la fauna hallada en las costas: “Y esta isla está en veinte grados y un tercio […] había cantidad de pescados, pulpos y otros muchos y pájaros bobos”.123 Este dato, directamente relacionado con la abundancia y con la posibilidad de prosperidad en algunas partes de la región contrasta con afirmaciones del tipo “era costa brava y más país en tierra” o “la tierra era fragosa y mal país”,124 en otras. Todos estos elementos no solo describen el itinerario realizado, sino que también componen un mapa conceptual-subjetivo de la zona. De ellos se puede recoger y analizar la información para así deducir el tiempo empleado en el viaje, el mejor momento para hacer la navegación, el sistema de vientos y corrientes, el rumbo a tomar, el tipo de nave necesaria en los mares californianos, el velamen que se necesita 118. Cabrillo, Relación del descubrimiento, p. 70. 119. Ibid., p. 74. 120. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 68. 121. La expedición de Ulloa encalla el Santa Águeda dos veces. 122. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 70. 123. Ibid., p. 66. 124. Ibid., p. 71.

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para el pilotaje, los peligros del clima y, por supuesto, cuáles son las posibilidades del europeo en la zona. En otras palabras —y para usar la metáfora empleada anteriormente—, el mapa de información que cada viaje compone sirve para hacer seguros los caminos de la mar. El navegante observa particularmente el comportamiento del mar y sus fenómenos no conocidos, porque su trabajo consiste en la observación, “mirada y testimonio” de espacios otros:125 … de los 20 grados hasta los 23 y medio, que fuimos por esta derrota susodicha, hallamos el viento a mi parecer y de los marineros en refriegas, como viento que venía sobre la tierra y la mar muy llena […] muy hinchada, como mar de leva, sin reventar escarcha del mar ni de otra cosa alguna.126

Lleva así un registro de los fenómenos, describiéndolos con minuciosidad —“viento como en refriegas, mar llena, hinchada, como mar de leva pero sin reventar”—, y especulando sobre su origen y sus causas, pero presentándolas como algo consensuado —“a mi parecer y al de los marineros”—, aunque no por ello menos desconcertante (recordemos que se trata de la relación más antigua conservada y, por consiguiente, la primera vez que se registra el fenómeno en los mares californianos). Retomaremos aquí, en su extensión total, la descripción de la corriente marina en la navegación de Grijalva relatada por Antonio de Herrera: … siguieron su derrota […] y como esta navegación era nueva, no entendían los marineros sus calidades, porque la mar tiene su propio espíritu, con el cual se mueve sin viento, y vuelve y revuelve con la fuerza de su rehuma natural, y en ciertos días, y en horas ciertas y noches crece, y corre como un río y a veces vuelve en su altura, y con esta reciprocación ambigua suele ayudar y desayudar a los navegantes, de lo cual deben ser muy inteligentes los marineros, para ayudarse en la necesidad, porque el ímpetu de este rehuma, al que se rinde el viento algunas veces no se puede sobrepujar con fuerza de remos.127

125. Soler, “Los ojos del cartógrafo”, p. 53. 126. Grijalva, Relación y derrotero del navío, p. 69. 127. Grijalva, “Diario que hizo el capitán Hernando de Grijalva”, p. 64; cursivas nuestras.

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Habíamos señalado antes una estética de lo vulnerable, presente en el lenguaje simbólico y poético de la cita, pero resaltemos ahora otro aspecto también presente. El narrador, además de describir en detalle y con una prosa rítmica (que por momentos pareciera copia el ímpetu de lo que refiere) el fenómeno de la corriente marina, hábilmente llama la atención sobre el personaje principal de toda singladura. En esta navegación “nueva”, en donde los marineros “no entienden sus calidades” porque el mar tiene “un espíritu propio”, los navegantes deben ser “inteligentes” más que fuertes —asegura el narrador—, porque la “fuerza de los remos” no alcanza, y los marineros deben ser astutos para “ayudarse en la dificultad”. La fortaleza física es tan importante como la actitud o un estado de mente siempre alerta, rápido o ágil, porque el desafío y el desconcierto de los mares californianos se presentan como proporcionales a la experticia del navegante. Así es como la voz narrativa no solo pone en pie un entramado de información, apuntes varios, reflexiones y anécdotas, sino que también compone el valor de viaje y la experticia del navegante, las habilidades del oficio y su importancia. Por último, en todo este entramado retórico en el cual leemos un punto de vista particular, vamos a resaltar la presencia de una serie de metáforas náuticas que expresan los trabajos y esfuerzos de la navegación. La estética de lo vulnerable presente en el discurso del navegante toma forma en las referencias a los trajines y las carencias que se pasan en el mar. En términos generales, en las primeras incursiones a las Californias hay mención de la falta de bastimentos; de la ausencia y la necesidad de agua potable; en algunos casos, de las enfermedades o las heridas ocurridas durante el viaje; también, de las averías del barco y las consecuentes demoras que generan en el itinerario; pero, fundamentalmente, hay referencia al trabajo que se pasa en las tormentas. En cuanto a la descripción del fenómeno de la tormenta en la tradición literaria, Fernández Mosquera indica la presencia de distintos motivos que se repiten en la imágenes: las montañas de agua; la mezcla de arena, mar y estrellas; la mitologización de los vientos; la presencia de truenos y relámpagos; la apelación a los dioses; el miedo de los navegantes; los gritos y las dudas de los pilotos.128 Asimismo, el valor simbólico de la tormenta está asociado al caos y a la pérdida de control, 128. Santiago Fernández Mosquera, La tormenta en el Siglo de Oro. Variaciones funcionales de un tópico, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2006, pp. 20-21.

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así como también a la cólera o la ira de Dios.129 Pero claro que, más allá de las contaminaciones literarias que los textos pudieron tener, es decir, más allá de usar los modelos literarios vigentes para describir el fenómeno, es importante no perder de vista que los navegantes sobrellevaron tormentas con mucha frecuencia. Antes de saber cuál era la mejor época para hacer el viaje, los primeros europeos en los mares californianos experimentaron y atravesaron tormentas incontrolables y situaciones desesperadas, aprendiendo en el camino. Esto podría explicar que Cabrillo, en 1542, decidiera salir en el verano, quizás porque sabía que Ulloa, dos años antes, pero en otoño-invierno, había pasado grandes dificultades y tormentas. En efecto, Ulloa menciona los frecuentes “días oscuros”, con “tanta neblina y agua” que es imposible navegar,130 o los “tiempos contrarios”, con aguaceros y mar “que arreciaban” y con la imposibilidad de “pasar adelante”. Su viaje es por momentos un no poder descansar ni de día ni de noche, una marcha y contramarcha, un ir para adelante y un volver para atrás, impelidos por el mal tiempo: “y arreció tanto el tiempo y la mar que nos fue forzado irnos a reparar a donde la primera vez”.131 La tormenta se configura como un elemento que aleja o impide el avance, un “estorbo de nuestro viaje”, dirá Ulloa.132 En tanto contratiempo, impide cumplir la misión, demostrando una vez más una estética de lo vulnerable, en donde si bien todo el tiempo el texto compone el objetivo o la misión del viaje, a la vez deja ver las pocas certezas de su cumplimiento. Este aspecto vacilante o esta ambivalencia del texto, en donde conviven dos opuestos igualmente visibles, es uno de los aspectos más fascinantes de estas monótonas narraciones, que poco interés han causado en la crítica. La noche es “tan oscura” y “temerosa de vientos y truenos y relámpagos”, y hay tantos “aguaceros con vientos, a veces contrarios a veces no”, que más de una vez los tripulantes piensan “estar perdidos”; pero si leemos la tormenta, si leemos el miedo y la zozobra como una amenaza constante y sonante en los textos, es porque el barco fue y regresó. Aunque no en todos los casos —nunca más se tuvo noticias de la nao Santo Tomás, por ejemplo— el navegante y su nave lograron atravesar la tormenta: 129. Ibid., p. 28. 130. Ulloa, “Navegación”, en Montané Martí y Lazcano Sahagún, op. cit., p. 63. 131. Ibid., p. 68. 132. Loc. cit.

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Algunos quisieron decir que vieron a San Telmo, lo que fue yo lo vi en el navío Trinidad, que fue donde se apareció, y fue una cosa reluciente en lo más alto del mástil. No me afirmo que fuese santo o otra cosa; sea lo que fuere, que le debo tantas gracias, y plugo a Nuestro Señor que desde a poco rato abonanzó el tiempo y salió la luna…133

Ante la adversidad insuperable, el recurso reiterado es la ayuda divina. Es en estos momentos cuando los hechos vividos se ofrecen con el bagaje cultural y el horizonte de expectativas de la sociedad receptora, manifestando así el carácter moral del relato del viaje. Si bien el fuego de San Telmo es un motivo clásico en los relatos de navegantes, su valor simbólico es positivo en la tradición española.134 Fue observado desde la Antigüedad, registrado por Plinio en su Historia natural y mencionado por distintos navegantes. En España toma el nombre del santo vigués Pedro González Telmo, quien tiene un contraparte napolitano también llamado San Telmo, patrono de los marineros. Pigafetta y Colón lo mencionan, y en ambos casos es interpretado como un signo de que la tormenta está pronta a pasar, de allí su carga simbólica positiva.135 La cita de Ulloa comparte este aspecto, pero nótese que el registro parece resistir la explicación de tipo maravillosa —“no me afirmo que fuese Santo o otra cosa”—, aunque nunca abandona el sentido teleológico ulterior que acompaña la representación del viaje. En el relato hay un esfuerzo por racionalizar lo maravilloso o un afán de objetividad —para usar las palabras de Blanca López de Mariscal—,136 que trata de reconciliar la observación y los saberes heredados. La tormenta es

133. Loc. cit. 134. Es un fenómeno natural de carácter luminiscente y de baja densidad y temperatura, provocado por una diferencia eléctrico-atmosférica. 135. En su Primer viaje alrededor del mundo, Antonio Pigafetta, lo describe de la siguiente manera: “En cuyos avatares aparecía en más de una ocasión el Cuerpo Santo, esto es Santo Elmo, como otra luz entre las nuestras sobre la noche oscurísima; y de tal esplendor cual antorcha ardiendo en la punta de la gabia; y permanecía dos horas, y aún más, con nosotros, para consuelo de los que nos quejábamos. Cuando esa bendita luz determinaba irse, permanecíamos medio cuarto de hora todos ciegos, implorando misericordia y realmente creyéndonos muertos ya. El mar amainó, de súbito” (Linkgua digital, 2011, p. 15). 136. Relatos y relaciones de viaje al Nuevo Mundo en el siglo xvi, Un acercamiento a la identificación del género, Madrid/Monterrey, Polifemo/Tecnológico de Monterrey, 2004, p. 127.

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la parte dramática del viaje, es la descripción de un drama en el mar y la insignificante presencia de lo humano frente a una naturaleza desatada. El providencialismo (las cosas suceden porque Dios así lo ha querido), presente en los textos que relatan un drama humano en el mar, cumple una función doble: por un lado constata los esfuerzos del viaje, y por otro, la presencia de una voluntad divina que acompaña al viajero. Se hace hasta lo imposible y, cuando ya no hay nada por hacer y el desastre parece inminente, el viaje queda amparado y protegido: el navegante no está solo en el mar. A esta última inflexión quisiéramos agregar un matiz. Ya mencionamos que de la expedición de Ulloa tenemos dos relaciones —la de Ulloa y la de Francisco Preciado— y también dijimos que, de las tres naves, una naufraga —el Santo Tomás—, y las otras dos —Trinidad y Santa Águeda— continúan la navegación juntas. En la derrota, y debido a las condiciones extremas del viaje, las naves se separan. Ulloa menciona que, en medio de “la pena y el cansancio”, el navío Trinidad, “por estar algo apartada, no vio el fuego [la señal] y a esta causa siguió su derrota y pensando que yo también caminaba, caminó hasta perderse de vista”.137 El capitán de la expedición explica inmediatamente las decisiones que tomó como buscar reparo el día y la noche para esperar a que la nave regresara, retrasando así su viaje “por no errarla”. Ulloa habla de la “pena” y del cansancio, pero Preciado, en cambio, el escribano de la expedición, elige narrar este episodio echando mano a un sentimiento singular y, aunque pareciera lógico a primera vista, raro en los textos: el de la soledad. Es esta la única vez que aparece en todas las relaciones estudiadas: “Se nos desapareció la nave de la Trinidad —dice Preciado— por lo que sentimos mucho dolor todos, tanto el capitán como los soldados y marineros, porque nos parecía encontrarnos otra vez solos”.138 Ya se habían separado las naves antes, y el “otra vez” pudiera referirse a estas circunstancias previas, o también quizás a la pérdida del navío Santo Tomás; el caso es que esta ausencia “les causaba alguna tristeza”, como afirma.139 El motivo de la soledad y la consecuente tristeza nos parece doblemente significativo por su ausencia, notada a partir de este único ejemplo. No hay otros 137. Ulloa, “Navegación”, en Montané Martí y Lazcano Sahagún, op. cit., p. 63. 138. La versión de Juan Preciado la reproducen Julio Cesar Montané Martí y Carlos Lazcano Sahagún, op. cit., p. 112. 139. Loc. cit.

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sentimientos en los diarios de los navegantes más allá del “miedo a perderse”, pero la soledad mencionada por Preciado, es decir, el no tener par, y la subsecuente sensación de alejamiento y aislamiento se configura como una ventana al alma de los hombres de mar y pareciera decirnos que una sola nave en la inmensidad del océano es demasiado poco. Quizás por esto mismo es un sentimiento que se calla; representarlo haría demasiado visible las fragilidades de la maquinaria colonial, sustentada en estos brazos flotantes del imperio.

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Hernando de Alarcón, un navegante particular

En el transcurso de casi una década (1550-1559), Juan Bautista Ramusio publica uno de los compendios de relatos de viajes más importantes de la historia de la literatura, la antología Navigatione et viaggi. El volumen tercero, de 1556, agrupa viajes y navegaciones al Nuevo Mundo, y cinco de los textos allí incluidos “tienen como común denominador el hecho de que han llegado a nosotros [solo] gracias a la edición de Ramusio”.1 Uno de ellos es el diario de navegación del capitán Hernando de Alarcón, que Ramusio publica bajo el nombre de Relazione della navigatione e scopeta, che face il capitano Fernando Alarchone per ordine dello Illustrissimo Signor Don Antonio di Mendozza Vice Re della nuoua Spagna. La obra de Ramusio es el único testimonio del texto, es decir, la traducción y la edición del veneciano es el testigo más antiguo que tenemos de su existencia.2 Si bien Antonio de Herrera publica un sumario de la relación del viaje de Alarcón en su Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano (Dec. 6, Lib. 9, Cap. XIII), Maureen Ahern ha señalado ya la aun mayor dificultad —en términos filológicos— de 1. López de Mariscal, Relatos y relaciones de viaje, p. 152. 2. Se desconoce si Ramusio tuvo un original (autógrafo o no) del diario de Alarcón en sus manos para realizar su traducción. Sin embargo, gracias a análisis traductológicos llevados a cabo en los últimos años se han establecido a grandes rasgos los métodos de traducción de Ramusio, y sus intervenciones semánticas, sintácticas y léxicas han sido identificadas. Su traducción de los Naufragios, por ejemplo, ha permitido identificar su propensión a la unificación de las alternancias de sujeto que presenta la relación de Cabeza de Vaca. También se ha demostrado que Ramusio omite o adhiere cláusulas y modifica el orden sintáctico de palabras, cambiando oraciones subordinadas en coordinadas o añadiendo nexos que no están presentes en el texto original. Incurre también en errores léxicos (uso de calcos y falsos amigos), aunque nunca cambiando el contenido del texto. Véase Silvia Rossato, Juan Bautista Ramusio traductor y editor de Los Naufragios: un análisis traductológico, Tesi di Laurea, Venezia, Università Ca’Foscari, 2012, p. 83.

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esta fuente: se trata de un resumen escrito en tercera persona, a la manera de Las Casas con Colón,3 que —además de suprimir la primera persona del relato— elimina numerosos episodios de este, especialmente aquellos que narran momentos de contacto entre las dos culturas y descripciones de ellas, aspecto singular y destacado del viaje de Alarcón.4 En este sentido, el viaje de Fernando de Alarcón es inédito, al menos en su lengua originaria, y todo trabajo editorial encierra una paradoja: la Relazione della navigatione tiene que ser retraducida del italiano al español, su lengua original. Entre 1540 y 1542, Francisco Vázquez de Coronado y sus hombres se adentran por territorios de las actuales Sonora, Sinaloa, California, Arizona, Nuevo México, Texas, Oklahoma y Kansas. Mientras Coronado y sus hombres caminan, Alarcón navega el mar interior del golfo de California en busca de dicha expedición. Francisco de Ulloa, en 1539, había ya recorrido la totalidad del golfo de California o mar de Cortés, descubriendo sus dimensiones y la existencia de un río, el Colorado. El virrey Mendoza se aventura a despachar a Hernando de Alarcón en mayo de 1540, con la premisa de remontar ese río y llevar provisiones a la expedición terrestre de Coronado. A mediados de agosto, Alarcón llega al extremo norte del mar de Cortés y realiza incursiones río adentro con embarcaciones pequeñas, dejando sus barcos en la desembocadura, en el delta del Colorado. La organización y la disposición del viaje de Alarcón es circular; la de Coronado también lo fue, pero el navegante regresa en cuestión de meses, mientras que Coronado tarda años. En términos generales, el derrotero de Alarcón presenta los elementos de la retórica del andar navegante, en donde el intercambio está mediado por la condensación del hogar en el espacio reducido del barco, dando por resultado el punto de vista de un observador que se mantiene en movimiento y a la distancia. Cuando Alarcón desembarca durante el día, no es más que por un breve lapso de tiempo, y vuelve a la mitad de la corriente para continuar su viaje o pasar la noche. Decíamos que, en la retórica del andar navegante, la descripción del otro en sus diversas modulaciones (catalogación, in3.

4.

Maureen Ahern, “The Articulation of Alterity on the Northern Frontier: The Relatione Della navigatione scoperta by Fernando de Alarcón, 1540”, en Francisco Cevallos-Candau et. al. (eds.), Coded Encounters: Writing, Gender and Ethnicity in Colonial Latin America, Amherst, University of Massachusetts Press, 1994, p. 48. Ibid., p. 58.

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terpretación, etc.) y la subsecuente diferenciación del yo narrador, si bien están presentes, son dimensiones que no necesariamente tienen un valor central en la transmisión de la experiencia del viaje, focalizado en la descripción de los perfiles continentales, la descripción de las corrientes marinas, la manera en que soplan los vientos, etc. En otras palabras, la descripción de los habitantes de las costas está mediatizada por la distancia, y estos aparecen y desaparecen al paso de la nave, dando lugar a la incertidumbre, que toma la forma de un no poder decir con certeza o no poder explicar en muchos casos. Sin embargo, el texto de Hernando de Alarcón es un texto singular en la serie que estudiamos. En efecto, Alarcón es un navegante particular que escribe con detalle algunos momentos de contacto, gestos, actitudes, significados y costumbres, dando lugar a una de las primeras “etnografías de las culturas del río Colorado”.5 Las particularidades de su viaje en la serie aquí estudiada se deben a que es el único de los navegantes que se interna en el continente por una vía fluvial, y en cierta medida abandona la condición satelital propia del navegante para “meterse” tierra adentro, aunque por el río Colorado. Alarcón utiliza un método propio de la navegación fluvial, la sirga, una suerte de manera anfibia de desplazarse (tierra/agua). La sirga es un método antiguo de navegación que consiste en arrastrar embarcaciones a contracorriente desde la orilla de ríos o canales con sogas jaladas por hombres o animales. En el Viejo Mundo, y desde tiempos romanos, este método tuvo gran importancia para el comercio y la economía europeos, puesto que el continente podía cruzarse por vías fluviales desde el Báltico al Mediterráneo sin poner un pie en la tierra, metáfora especialmente ilustrativa en lo referente a nuestro viaje. El navegante no ofrece ningún detalle sobre la manera en que implementó la sirga, pero menciona que, en un principio, fueron los españoles quienes tiraban de ella y que luego fueron los habitantes del lugar quienes se lanzaban a buscarla a nado. El primer encuentro entre Alarcón y los habitantes del río ocurre a tres días de navegar por el delta y se realiza por medio de intérpretes —que pueden comunicar pero no entender la lengua que escuchan— y señas (Alarcón baja su espada y su bandera a la cubierta del bote, y las pisa en un gesto de paz). El narrador 5.

Ahern, “The Articulation of Alterity”, pp. 57-58.

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indica que hay intercambio de regalos, abrazos y se ofrece comida a los recién llegados, pero todo esto sucede sin que los españoles pongan un pie en la tierra. Son los pobladores del lugar quienes se acercan a nado, o es Alarcón quien desembarca, pero sin avanzar más allá de la playa o ribera del río. Ampliamente estudiada, la playa tiene un rol metafórico en la historiografía como el espacio liminal emblemático en donde contactos culturales se ponen en escena. En tanto sitios fronterizos, las playas pueden ser entradas o pasajes para quienes ya no quieren volver o lugares donde se “dan con las naves al través”. Las playas también han sido señaladas como lugares ambiguos, in-between places, ni lo propiamente terrestre ni lo completamente marítimo;6 y, por añadidura, la ribera del río es un espacio neutral para los recién llegados que, no del todo alejados de su mundo de origen abreviado —el barco—, parecen estar siempre al resguardo del mismo. Así es como Alarcón y sus hombres no pasan más allá de la ribera del río pero siempre regresan a la mitad de la corriente para pasar la noche. Los recién llegados no han sido invitados y son una presencia inquietante. Por lo mismo, en un primer momento los habitantes de la zona lanzan gritos y “plantan palos entre el agua y la tierra”, indicándoles claramente que no son bienvenidos: Yo viéndolos así alterados, mandé llevar las barcas en medio del río donde fui a surgir para que ellos se tranquilizaran y puse a los hombres en orden lo mejor que pude, mandando que ninguno hablase ni hiciese señal o movimiento alguno, ni se moviera de su lugar.7

Esta es una de las primeras modulaciones de la cercanía que aparece en el texto: la proximidad pone en escena una delimitación territorial.8 La mayor parte de los españoles están en las barcas, en la mitad de la corriente, y podemos inferir que quienes tiran la sirga siguen las órdenes de Alarcón. Frente al miedo, el barco no solo ofrece protección, sino también la posibilidad de escapar corriente abajo de manera rápi-

6. 7. 8.

John Mack, The Sea. A Cultural History, London, Reaktion, 2011, p. 165; Cohen, “The Chronotopes of the Sea”, en Franco Moretti (ed.), The Novel, Princeton, Princeton University Press, 2006, p. 661. Todas las citas son de nuestra edición. Aquí, p. 134. Montané Martí, Los indios de todo se maravillaban, p. 26.

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da, perdiendo solo dos hombres. En la mitad de la corriente, Alarcón escenifica un mensaje de paz desde su batel: … comencé a hacerles señas de paz y, tras coger la espada y la rodela, las tiré al suelo de la barca poniéndole encima los pies, dándoles a entender con esta y otras señas que yo no quería la guerra con ellos, y que ellos debían hacer lo mismo. Después cogí una bandera y la bajé, e hice que la gente que iba conmigo la bajara de igual modo, y cogiendo algunas cosas de las que llevaba para intercambiar los llamé para dárselas (p. 134).

Nadie se acerca en un principio, pero uno de ellos se aproxima luego, “entra al agua”, le entrega unas caracolas y recibe “algunos padrenuestros”. A partir de ese momento, Alarcón se posiciona en el relato de su viaje como controlador de la situación. En resumidas cuentas: les hace dejar las armas y amontonarlas todas en un mismo lugar, los hace juntar al costado de un collado y les pide que se aproximen al barco solo en grupos pequeños; “y a todos aquellos que acudían les daba algo a cambio, tratándolos afectuosamente”, asegura. Pero todo esto sucede sin que los españoles abandonen sus bateles. Cuando Alarcón decide por fin desembarcar, dice hacerlo “para tranquilizarlos más”, pero el efecto que logra es el opuesto: “mas al ver que detrás de mí bajaban a tierra diez o doce de los míos, se alteraron”. La situación se describe siempre privilegiando el decir del capitán (“les dije que se tranquilizaran”) y sus gestos (“me acerqué, “los abracé”, les di “algunas cosas pequeñas”), y a la vez resaltando la búsqueda constante del sentido o la interpretación: “porque yo deseaba mucho entender la forma de hablar de ellos y el gritar que me hacían”. Pero nótese que esta indagación se presenta como una curiosidad propia del carácter inquisitivo del navegante, dado que a Alarcón nunca se le ocurre que estaba violando una territorialidad al avanzar por el río.9 En efecto, el juego de señas e interpretaciones nos indica un gesto cuando menos paradójico que da cuenta de la dimensión política que el texto construye: los visitantes son visitados (“luego les pedí que vinieran a mí y para cada quien tuve un artículo de intercambio y un trato amable”). Siempre en sus naves, los españoles conservan así el derecho de admisión y fiscalización de los otros, sin cambiar la dimensión espacial 9.

Loc. cit. Véase también p. 77.

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simbólica del lugar de origen. Dicho de otra manera, el navegante se posiciona como anfitrión en tierra ajena. El narrador cuenta que en un momento había muchos que querían ir a la nave, por lo cual “ya no consideré seguro permanecer allí y les pedí por señas que se retiraran y se quedaran en una colina pequeña que estaba entre un llano y el río y que no vinieran más de diez a la vez”. El barco es un refugio, es protección, es una casa que no se abandona, y en este caso más que en otros es también resistencia, dado que las instrucciones de Alarcón eran servir de suministro a la expedición de Coronado. Incluso cuando los españoles eran ya conocidos y “bienvenidos” (Alarcón hace dos incursiones en el río), siguen siendo los habitantes de la zona quienes se aproximan: Al llegar al agua, sus siervos lo levantaron en brazos y lo pusieron en la barca, donde lo abracé y lo recibí con gran regocijo y muchas atenciones. La gente que lo acompañaba y estaba allí viéndonos mostró gran alegría (p. 161).

Nuevamente, Alarcón se presenta como anfitrión, dando lugar a otra puesta en escena del recibimiento (lo recibí con gran goce), que al parecer controla y manipula en beneficio propio (provocando regocijo entre los presentes). Desde el barco, siempre vemos a un Alarcón que interviene voluntades y situaciones, pero la presencia de los recién llegados es transitoria en tierra: siempre regresan a la mitad de la corriente porque son los indios quienes ahora tiran de la sirga y acercan la comida. El contacto se transmuta en formas precisas de discurso colonialista, en donde los indios pasan a ser “instrumentos” para remontar el río: “…agradeciendo a Dios por el buen instrumento que nos enviaba para poder remontar el río, porque los indios eran tantos que, si hubiesen querido impedirnos el paso, aunque nosotros hubiésemos sido muchos más de los que éramos, lo habrían conseguido”. La misión de Alarcón (apoyo logístico) también queda transformada en su texto: … con algunos palitos y papel mandé hacer unas cruces, y entre los demás regalos, yo se las entregaba como lo más preciado, y las besaba yo, indicándoles por señas que debían honrarlas y apreciarlas mucho, y que las llevaran al cuello, dándoles a entender que aquella señal venía del cielo. Y ellos las tomaban y las besaban y las levantaban en alto, y mostraban que

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les daba gran alegría y contento cuando esto hacían […] Llegó la cosa a tal punto que no había ya papel ni palitos que alcanzaran para hacer cruces […] De este modo fui aquel día muy bien acompañado, hasta que, llegada la noche, me alejé de la orilla y fui a surgir en medio del río (p. 139).

La misión no lograda del viaje queda transfigurada y Alarcón queda convertido en protagonista de su aventura y promulgador de la fe católica. La nave se configura en un cuerpo que lleva ideas, identidad, sociedad, cultura, y la filiación etimológica navío-iglesia es ilustrativa al respecto. La voz ‘nave’ —de raíz indoeuropea (nau)— tiene dos significados en español: uno es barco (del latín navis o su cognado naus en griego) de donde deriva todo el campo semántico (navegante, navegar, naval, etc.), y el otro es la parte principal del cuerpo de la iglesia. La asociación simbólica entre las dos acepciones descansa en la iglesia concebida como un espacio que contiene y protege, un espacio desde donde “se combate la tormenta”, sea física o moral.10 Ideas, concepciones y religión se trasladan en y con el barco, y el barco es un cuerpo ideológico y doctrinario que traslada al navegante. El viaje por el río da la oportunidad al narrador de describir en detalle a los habitantes del lugar. Como en el caso de los caminantes, la dimensión etnográfica del texto presenta una diferenciación constante y la catalogación de las siempre distintas formas de ser otro. Aparece entonces el otro nefando11 —“Había entre estos indios tres o cuatro hombres que llevaban el mismo vestido que las mujeres”—; el otro animal —“llevaban en la cabeza unos pellejos de ciervo, tienen el cuerpo marcado con fuego”—; el otro ingenuo —“… de todo se maravillaban”—; el otro dócil —“aferraban la sirga con tanta ternura, y contendiendo entre ellos, que no era necesario ordenárselo”—, etc. A la vez, el texto construye el yo narrador en sus distintas formas de ser superior. El yo señor —“y me mostraban más amor que antes; y me traían tantas cosas que me vi obligado a aligerar dos veces la barca, y todo aquello que yo les mandaban no desobedecían en nada”—; el 10. Mack, op. cit., p 197. Como señala el autor, en la tradición cristiana los himnarios y los sermonarios están repletos de referencias a las tentaciones del alma metaforizadas con los peligros de la mar (loc. cit). 11. Tomo el término de Montané Martín, “El pecado nefando en Sonora colonial”, en XXIV Simposio de historia y antropología de Sonora, Hermosilla, Universidad de Sonora, 1999. Véase también, del mismo autor, Los indios de todo se maravillaban, p. 29.

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yo Dios —“Y por señas vine yo a enterarme que lo que ellos tenían en más estima y reverencia era al sol, y yo les daba a entender que venía del sol, de lo cual ellos se maravillaban”—; el yo evangelizador —“con algunos palitos y papel mandé hacer unas cruces y yo se las entregaba como lo más preciado”—, etc. De manera repetitiva, Alarcón reporta las constantes demostraciones de afecto, obediencia y respeto que, más que indicar una certeza, denotan las inestabilidades en la representación, poniendo de manifiesto lo que en este análisis hemos llamando una estética de la violencia y la vulnerabilidad. No por nada y pese a todo ese cariño, sumisión y cortesía que menciona el narrador, el movimiento de Alarcón es regresar siempre a la mitad de la corriente: …dado que el sol estaba a punto de ponerse, yo surgí en medio del río. …y una vez que el sol se hubo puesto, yo me alejé y fui a surgir en medio del río. …fui aquel día muy bien acompañado, hasta que, llegada la noche, me alejé de la orilla y fui a surgir en medio del río, y ellos venían a pedirme licencia para partir (pp. 137, 138, 139).

El barco se configura como un lugar de enunciación desde donde se administra —se da “licencia para partir”—, se reciben visitas y se cuenta una historia; pero también el barco se configura como un espacio de refugio y contención frente a una tierra ajena y lejana, seguramente amenazante, ni tan amigable ni tan acogedora... Alarcón no pasa ni una noche en tierra, de lo que se desprende la dimensión del barco como cobijo y protección y como un link con el mundo conocido, especialmente notoria en el texto. El viaje supone la expansión de los dominios europeos en la zona pero, pese a que Alarcón solo pudo remontar el río con ayuda de los nativos (quienes lo arrastraron corriente arriba), el movimiento del navegante es regresar siempre a la mitad de la corriente. El mundo visitado está “a la vista” de quien navega, y su contacto con el “afuera” se halla mediado por el barco, un espacio que contiene al viajero y un continente que no se abandona. No obstante, a diferencia de otros navegantes, Alarcón se ve forzado a la negociación con los distintos habitantes del río, ya sea para pedir información sobre el paradero de la expedición de Coronado, ya para seguir adelante y tirar de la sirga, o para el abastecimiento de comida. Al igual que los caminantes, en su ir tierra adentro y río arriba,

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“la cercanía” —el río no es el mar— lo expone al intercambio. Claro que cualquier intercambio o negociación del navegante está enmarcado en la posición hegemónica de quien los enuncia y siempre para destacar el protagonismo del personaje principal del texto: el capitán. Esto puede verse en la manera en que el navegante construye su identidad de “hijo del sol”. Como fue mencionado, al iniciar el viaje por el río Alarcón se entera de que lo que ellos más estimaban era el sol y a partir de ese momento les da a entender, por medio de señas, que él proviene del sol, que es su hijo. La autorrepresentación de hijo del sol se configura como un lugar común en los viajeros occidentales —lo que Obeyesekere llama una estructura del pensamiento europeo—, la idea de que el blanco civilizado es un dios para los nativos.12 En tanto mito de conquista e imperialismo, esta identidad es ajustada y matizada a lo largo del viaje, puesto que Alarcón debe dar detalles y explicarse en varias ocasiones. Una de ellas se presenta cuando un anciano de uno de los grupos de pobladores del río se acerca a la barca a interrogar al recién llegado, porque “quería saber” si venía de “debajo del agua o de la tierra o caídos del cielo”. Nuevamente el visitante es visitado, y por medio del intérprete se realiza un diálogo. Alarcón le responde al anciano que ellos eran “cristianos” y que venían “de lejos a verlos”. El anciano le pregunta quién los había enviado y por qué. Alarcón —“mostrándoselo por señas como antes, para que no me sorprendieran en una mentira”— le responde que era “enviado del sol” (el énfasis es nuestro). Así, la autoconstrucción identitaria del narrador como hijo del sol asegura y posibilita su avance a lo largo del río y el cumplimiento de la misión. Pero la enunciación de dicha identidad como una “mentira” que se repite es una aclaración para el lector del relato que, por un lado, salva al narrador de cualquier tipo de malentendido con su propia fe o con la Iglesia, y por otro, construye la astucia del personaje. El anciano sigue preguntando cómo era posible que los hubiese mandado el sol por vez primera ahora y no antes, y “estando como estaba en lo alto y sin detenerse nunca”. Y, en una suerte de nueva ocasión para observar sus habilidades persuasivas, Alarcón le contesta:

12. Gananath Obeyesekere, The Apotheosis of Captain Cook: European Mythmaking in the Pacific, Princeton/Honolulu, Princeton University Press/Bishop Museum Press, 1992.

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Yo le respondí que era verdad que el sol comenzaba así desde lo alto y que nunca se detenía, pero que ellos podían bien ver que al acostarse y al levantarse por la mañana se acercaba a la tierra, donde tenían su morada, y que siempre lo veían salir por un mismo lugar, y que a mí me había creado en esa tierra y país donde salía… para apaciguar las guerras (p. 140).

La respuesta de Alarcón y su explicación lógica del movimiento del sol contribuye a subrayar la subalternidad de quien la escucha, infantilizando al anciano. En efecto, la explicación parece un cuento para niños, y casi como un indicio de esta posible lectura el anciano le pregunta a Alarcón la razón por la cual el sol no lo había enviado “antes” para apaciguar las guerras “que tenían lugar entre ellos desde hacía mucho tiempo”. El navegante responde que no había llegado antes porque era un infante: “yo le respondí que el motivo era porque entonces yo era niño”. Con este artilugio, Alarcón convence al anciano, un miembro selecto de su comunidad, y este le permite seguir adelante río arriba. El campo semántico de la niñez tiene en el texto una dimensión política que pasa del niño-ya adulto (Alarcón-hijo del sol) al adulto-hecho niño (el anciano-ingenuo). El navegante mantiene su posición hegemónica mediante un proceso de negociación en donde queda convertido en el protagonista de la historia, en oposición al anciano transformado en un niño-engañado. Refuerzan esta representación ingenuizante de los habitantes del río las acotaciones constantes del tipo “de todo se maravillaban”, “de las armas”, de las “semillas de trigo”, de “las habas”, etc.13 Claro que la representación del ‘indio’ ingenuo, desnudo y dócil, no es nueva, sino uno de los tópicos iniciales de la conquista y uno de los más deseables para la política del sometimiento, que tiene su momento fundante en la mirada de Cristóbal Colón, otro navegante ciertamente más recordado que Alarcón.

13. “Yo les enseñaba a ellos trigo y habas y otras semillas, para ver si tenían alguna de ellas, pero mostraban no tener noticia y de todo se maravillaban. Y por señas vine yo a enterarme que lo que ellos tenían en más estima y reverencia era al sol, y yo les daba a entender que venía del sol, de lo cual ellos se maravillaban” (p. 138).

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Relación de la navegación y el descubrimiento que hizo el capitán Fernando de Alarcón por orden del ilustrísimo señor don Antonio de Mendoza, virrey de la Nueva España, dada en Colima, puerto de la Nueva España1 Tras haber padecido fortuna, Fernando de Alarcón llega con su armada al puerto de Santiago y de allí al puerto de Guayaval. Corrió mucho peligro al querer descubrir un golfo; al salir de este, descubre un río con gran corriente en la costa; entrado en él y recorriéndolo descubre gran número de indios armados, con señas se comunica con ellos y, temiendo algún peligro, regresa a la nave

El domingo, a nueve días del mes de mayo de 1540, me hice a la vela con dos naves, una llamada San Pedro, que era la capitana, y la otra Santa Catalina, y nos fuimos en busca del puerto de Santiago de la Buena Esperanza,2 donde antes de que llegáramos tuvimos una fortuna terrible, a causa de la cual quienes se hallaban en la nave de Santa Catalina, estando más asustados de lo que era menester, lanzaron nueve piezas de artillería, dos anclas, un canapé y muchas otras cosas, tan necesarias para la empresa en que estábamos como para la nave misma.3 Cuando hubimos llegado al puerto de Santiago, me rehíce del daño que había recibido y me abastecí de las cosas necesarias, y embarqué a la gente que allí me esperaba, y puse rumbo hacia el puerto de Aguaiavale;4 tras llegar aquí me enteré que el general Francisco Vázquez de Coronado había partido con toda su gente, donde, tomada la nave llamada San Gabriel, que iba con provisiones para el ejército, la 1. Traducción de Celia Filipetto. Edición y notas de Jimena N. Rodríguez. La división en capítulos es de Ramusio. 2. Bahía de Manzanillo, Colima, México. 3. “Fortuna terrible”, es decir, tempestad (Diccionario de Autoridades). Era común en tales casos “alivianar” o aligerar la nave: procedimiento similar se seguía en caso de que la nave se encallase en bancos de arena o zonas bajas, como se menciona un poco más adelante en la Relación. 4. Puerto de Guayaval, Sinaloa, México.

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llevé conmigo en ejecución de la orden de Su Señoría.5 Después seguí camino por la costa sin apartarme de ella, para ver si podía encontrar señal alguna o algún indio que me pudiera dar noticia de él, y por ir tan cerca de tierra llegué a descubrir otros puertos muy buenos, que no vieron ni encontraron las naves que conducía el capitán Francisco de Ulloa para el marqués de Valle;6 y al llegar a los lugares bajos donde habían regresado las dichas naves, a mí me pareció, así como a los otros, tener tierra firme delante, y ser tan peligrosos y espantosos los bajíos que era temeridad pensar que con los barcos se podía entrar por ellos. Y los pilotos y la otra gente querían que hiciésemos lo mismo que había hecho el capitán de Ulloa. Mas, por haberme Su Señoría mandado que le informase del secreto de ese golfo, decidí, aunque hubiese sabido que perdería las naves, no dejar de ver por motivo alguno el cabo, y por ello ordené a Nicola Zamorano, piloto mayor, y a Domingo del Castillo,7 que cogieran un bote cada uno y, con el escandallo en mano entraran por aquellos bajíos, para tratar de hallar el canal por donde pudiesen entrar las naves, a los cuales pareció que las naves podían, aunque con gran dificultad y peligro, pasar delante.8 Y de este modo yo junto con él comencé a seguir el camino que ellos tomaron, y poco después nos encontramos con las tres naves varadas en la arena, de manera que uno no podía socorrer al otro; de allí que corrimos tan 5.

El virrey Antonio de Mendoza y Pacheco —primero de la Nueva España, de 1535 a 1550— organizó la expedición de Alarcón con la misión de llevar provisiones a la expedición de Francisco Vázquez de Coronado (1540), a quien se le había encomendado el hallazgo de las míticas Siete Ciudades de Cíbola. 6. La expedición de Francisco de Ulloa fue la última organizada por Hernán Cortés —marqués del Valle de Oaxaca—, en 1539. Ulloa logra navegar la totalidad del mar interior y descubrir la desembocadura del río Colorado, gracias al cual bautiza el golfo como “mar Bermejo”, por el sedimento oscuro del río que colorea el mar en su desembocadura (Sauer, op. cit., p. 137). 7. Domingo del Castillo, quien confecciona el primer mapa con la representación exacta del golfo y del curso inferior del río en 1541. El original del mapa se ha perdido, pero llega a la actualidad gracias a copias tardías (León-Portilla, op. cit., p. 48). Véase una reproducción del mapa en el Apéndice. 8. El viajero hace referencia a un viaje anterior y modela su figura como aquel que llegó más lejos (en efecto Ulloa no había entrado por el río Colorado y Alarcón sí lo hace). En las narrativas de viajes es frecuente la mención de otro viajero o un viaje anterior y es por esto por lo que muchos relatos de viajes se establecen en una especie de oposición binaria entre quien ya estuvo (y no pudo llegar más lejos) y esa lejanía deseada a donde se dirige el nuevo viajero (Rodríguez, Conexiones trasatlánticas, passim.).

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gran riesgo que muchas veces la cubierta de la capitana estuvo bajo el agua, y si no hubiese llegado milagrosamente un gran golpe de mar, que nos enderezó la nave y la hizo respirar,9 nosotros nos habríamos ahogado; e igualmente las otras dos naves corrieron también un gran riesgo, mas, al ser menores y necesitar menos agua, no fue tanto como el nuestro. Quiso Dios que subiendo la marea regresaran las naves a flote, y de este modo seguimos adelante, y aunque los hombres quisieran volverse, decidí no obstante que continuáramos y siguiéramos el viaje emprendido, y avanzamos con gran fatiga, volviendo la proa ora hacia aquí ora hacia allá para tratar de encontrar el canal: plugo a Dios que de este modo diéramos con la punta de la ensenada, donde encontramos un río muy poderoso que llevaba corriente de tanta furia que apenas podíamos navegar por él. De este modo decidí ir lo mejor que se podía por dicho río, y con dos barcas, dejando la otra con las naves y con veinte compañeros, y yo en una de ellas llevando a Rodrigo Maldonado, tesorero de esta armada, y a Gaspar de Castilleia, contador, y algunas piezas de artillería menuda, y así comencé a remontar el río y ordené a todos los hombres que ninguno se moviese ni hiciese señal alguna, sino solo a quien yo se lo ordenara, aunque encontráramos indios. Ese mismo día, que fue el jueves veintiséis de agosto, siguiendo el navegar nuestro tirando la sirga,10 avanzamos tanto como serían seis leguas, y al otro día, que fue el viernes, al despuntar el alba, así siguiendo el camino hacia arriba yo vi algunos indios que iban a ciertas cabañas cerca del agua; los cuales en cuanto nos vieron a nosotros, se levantaron diez o doce de ellos alteradamente, y dando grandes vo-

9. “La hizo respirar”, metafóricamente vale por descansar, aliviarse del trabajo o librarse de la opresión (Diccionario de Autoridades), es decir, la hizo flotar. Este tipo de expresiones figuradas son propias de la retórica del navegante, un tipo de prosopopeya o prolongación del viajero con su medio de movilidad que consiste en conceder atributos humanos a los barcos; así, los barcos “respiran”, “caminan”, “corren”, “sufren”, etc. Véase el apartado “Retóricas del andar por el Nuevo Mundo: Navegar” para las implicaciones críticas de esta modulación y más ejemplos. 10. Método fluvial de navegación para llevar embarcaciones río arriba. La sirga es una soga larga que se ata a la punta de la nave y es jalada por hombres o animales desde la costa y a contracorriente. En el viaje, mientras que en un primer momento son los hombres de Alarcón quienes tiraban de la sirga, en un segundo momento, el texto ya indica que fueron los indios quienes tomaron ese trabajo.

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ces acudieron otros compañeros hasta el número de cincuenta, y con gran prisa sacaron lo que tenían dentro de las cabañas y lo llevaron hasta unos bosquecillos, y muchos de ellos venían corriendo hacia el lugar donde nosotros veníamos, haciéndonos grandes señas que volviéramos atrás, con terribles amenazas, corriendo quien hacia un lado, quien hacia otro.11 Yo, viéndolos así alterados, mandé llevar las barcas en medio del río donde fui a surgir12 para que aquellos indios se tranquilizaran, y puse a los hombres en orden lo mejor que pude, mandando que ninguno hablase ni hiciese señal o movimiento ninguno, ni se moviera de su lugar, ni se alterara por lo que hiciesen los indios si venían a arrimarse cada vez más al río a vernos, y yo me fui poco a poco donde el río mostraba mayor hondura hacia ellos. Para entonces se habían reunido más de doscientos cincuenta indios con sus arcos y flechas y ciertas banderas en actitud de guerra, a la manera que acostumbran los de la Nueva España, y al ver que yo iba hacia tierra, vinieron con grandes gritos en nuestra dirección, con arcos y flechas puestas en ellos y con sus banderas levantadas; me puse yo a la proa de la barca con el intérprete que llevaba conmigo, al cual ordené que les hablase, y hablando ni ellos lo entendían ni él a ellos, si bien al ver que se parecía a ellos se contenían. Y viendo esto me acerqué más a tierra, y ellos con grandes gritos me vinieron a apartar de la orilla del río, y mostrándome con señas que yo no debía seguir adelante, plantando palos entre el agua y la tierra; cuanto más yo tardaba, más gente se veía unirse a ellos. A lo cual tras haberlo considerado, comencé a hacerles señas de paz y, tras coger la espada y la rodela, las tiré al suelo de la barca poniéndole encima los pies, dándoles a entender con esta y otras señas que yo no quería la guerra con ellos, y que ellos debían hacer lo mismo. Después cogí una bandera y la bajé, e hice que la gente que iba conmigo la bajara de igual modo, y cogiendo algunas cosas de las que llevaba para intercambiar los llamé para dárselas, mas con todo ni uno de ellos se movió para venir a tomarlas; al contrario, se juntaron y entre ellos comenzaron a murmurar. Enseguida salió uno de entre ellos con un bastón, en el que llevaba unas caracolas, y entró en el agua 11. Grupo yuma o quechán del grupo de lenguas yumano-cochimíes. 12. Es decir, Alarcón echa el ancla en la mitad de la corriente y allí se queda para evaluar la situación. El barco se configura así como un lugar de protección frente a la adversidad de un medio hostil y ofrece la posibilidad de escapar corriente abajo de manera rápida en caso de un ataque.

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a dármelas, y yo las recogí y le hice señas para que se me aproximara, y habiéndolo hecho, yo lo abracé, y le di a cambio algunos padres nuestros y otras cosas.13 Y él, al llevárselos a los suyos, empezó a mirarlos y a hablar con ellos, y poco después vinieron hacia mí muchos de ellos, a quienes mostré mediante señas que bajaran las banderas y dejaran las armas, cosa que hicieron de inmediato; luego les indiqué que las pusieran todas en un lugar y apartadas de ellos, lo cual también hicieron, y a aquellos indios que por allí iban apareciendo nuevos se las hacían dejar y poner junto con las otras. Después de esto yo los llamé para que vinieran a mí, y a todos aquellos que acudían les daba algo a cambio, tratándolos afectuosamente, y ya eran tantos aquellos que se me aproximaban que me pareció que no estaba allí seguro, y por señas les pedí que se retirasen y que se pusieran todos a un lado de un collado que allí había, entre una llanura y el río, y que no se acercaran a mí más de diez a la vez, y de inmediato los más viejos de ellos los llamaron en voz alta, diciéndoles que debían hacerlo, y vinieron donde yo estaba unos diez o doce de ellos. Así, al verme casi seguro, decidí bajar a tierra para tranquilizarlos más, y para tranquilizarme a mí les indiqué por señas que se sentaran en el suelo, lo cual hicieron; mas al ver que detrás de mí bajaban a tierra diez o doce de los míos, se alteraron, y yo les mostré por señas que entre nosotros había paz y que no debían temer, y con eso se apaciguaron, y volvieron a sentarse como antes. Y yo me acerqué a ellos y los abracé dándoles algunas cosas pequeñas de las que llevaba, encomendando a mi intérprete que les hablase, porque yo deseaba mucho entender la forma de hablar de ellos y el gritar que me hacían; y para saber qué tipo de comida tenían, les mostré mediante señas que teníamos ganas de comer, y me trajeron unas mazorcas de maíz y un pan de mizqui13. “Padres nuestros”, es decir, cuentas de collar o de rosarios. Era práctica común llevar objetos de intercambio en las expediciones a territorios desconocidos, este tipo de acercamiento a los grupos indígenas —conocido como ‘rescate’— fue una de las principales estrategias de interacción empleadas por los europeos y una forma no solo de iniciar contacto con la población indígena, sino también de obtener alimentos y otros bienes necesarios para la supervivencia. Los artículos ofrecidos por los españoles eran variados, de poco valor económico y por lo general incluían cuentas de vidrio y de otros materiales como metal y ámbar (Isabel Kelly, Trade Beads and the Conquest of Mexico, Windsor, Rolston-Bain, 1992, p. 7). Alarcón menciona que también llevaba cordones de seda de colores para el intercambio, trigo y otras semillas, así como gallinas y gallos de Castilla.

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qui.14 Y me señalaron que quería ver tirar un arcabuz, y mandé que disparasen uno, y ellos se asustaron y quedaron maravillados, excepto dos o tres de los viejos que no hicieron movimiento ninguno, al contrario, gritaban a los otros por haber tenido miedo, y con lo que dijo uno de los viejos comenzaron a levantarse del suelo y a recoger sus armas: al cual queriendo yo aplacar, quise darle un cordón de seda de variados colores, y él con gran cólera se mordió con fuerza el labio de abajo, y me dio con un codo en el pecho, y volvió a hablar con la gente con mayor furia. Después que vi levantar las banderas, decidí regresar con precaución a mis barcas, y con un poco de viento hice dar vela, con lo que pudimos romper la corriente, que era muy grande, aunque mis compañeros lamentaran tener que avanzar. Entretanto los indios nos seguían a lo largo de la ribera del río, indicándome por señas que saltara a tierra, que me darían cosas de comer, algunos se lamían los dedos, otros entraban en el agua con algunas mazorcas de maíz para dármelas en la barca.15 De los vestidos, las armas y la estatura de los indios descubiertos. Relación de muchos otros con los cuales él tiene mediante señas comercio, provisiones y muchas cortesías

De este modo anduvimos dos leguas, y llegué cerca de una ruptura de monte, sobre la cual había una enramada hecha de reciente, adonde me señalaban que yo debía ir, mostrándomela con las manos y diciéndome que allí había para comer. Yo, al ver que el lugar era apto para

14. En náhuatl, mezquitl. Planta leguminosa que se encuentran principalmente en zonas áridas o semiáridas y de cuyas vainas de semillas se produce la harina de mezquite. 15. El movimiento es regresar a la mitad de la corriente. Según lo narrado, Alarcón va a tierra en pocas ocasiones y se mantiene siempre en la seguridad que proporciona el barco, es decir, en la posibilidad constante de cortar la sirga y huir rápidamente corriente abajo. Más adelante Alarcón menciona que tardó quince días y medio al remontar el río contra corriente y que regresó en solo dos días y medio “por ser la corriente grande y muy rápida”. Aunque el narrador reporta en su texto constantes demostraciones de afecto, obediencia y respeto por parte de las comunidades del lugar, son numerosos los pasajes que las contradicen, indicando que Alarcón nunca abandona su barca y pasa noche y día en la mitad de la corriente. Leemos estos pasajes como inestabilidades en la representación que ponen de manifiesto lo que hemos llamando una estética de la violencia y la vulnerabilidad. Véanse los apartados “Señoríos flotantes” y “Violencia y fragilidad” del libro.

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ocultar una emboscada, no quise ir, pero seguí mi viaje. Poco después salieron de allí más de mil hombres, armados con sus arcos y flechas, y después aparecieron muchas mujeres y niños, a los cuales yo no me quise aproximar, pero, dado que el sol estaba a punto de ponerse, yo surgí en medio del río. Venían estos indios adornados de distinta guisa: algunos venían con una señal que les cubría la cara a lo largo, a otros cubría la mitad de ella, pero todos teñidos de carbón y cada cual como mejor le parecía. Otros llevaban mandiles por delante del mismo color que tenían las marcas de la cara; llevaban en la cabeza unos pellejos de ciervo, de dos palmos de ancho, puestos a modo de cimera, y encima unas varitas con algunas plumas. Las armas de ellos eran arcos y flechas de madera dura, y dos o tres tipos de mazas de madera quemada. Esta gente es grande, bien dispuesta y sin corpulencia ninguna;16 llevan un agujero debajo de la nariz, del que cuelgan algunos pendientes, y otros llevan allí conchas, y las orejas perforadas con muchos agujeros, de los que cuelgan padres nuestros y caracolas. Llevan todos, pequeños y grandes, un cordón en el ombligo hecho de varios colores, en cuyo centro va atado un manojo redondo de plumas que les cae hacia atrás como una cola; igualmente en los brazos llevan un cordón atado, al que dan tantas vueltas que viene a tener la anchura de una mano. Llevan unos palitos de hueso de ciervo atados al brazo, con los que se limpian el sudor, y en el otro ciertos tubos de caña; llevan igualmente unas bolsitas largas, de la anchura de una mano, atadas al brazo izquierdo, a manera de brazalete donde guardan el arco, llenas de cierta semilla, con la que hacen una de sus bebidas. Tienen el cuerpo marcado con fuego, los cabellos cortados delante, y por atrás largos hasta la cintura. Las mujeres van desnudas, y llevan un gran envoltorio de plumas por detrás y por delante pintado y pegado con cola, y los cabellos como los hombres. Había entre estos indios tres o cuatro hombres que llevaban el mismo vestido que las mujeres.17 16. “Corpulencia”, es decir, gordura (Diccionario de Autoridades). 17. En este caso la descripción cuenta lo visto con un tono neutral y sin abundar demasiado en una interpretación valorativa. La manera de presentar este particular tema aparece también en los Naufragios de Cabeza de Vaca y —según Enrique Pupo-Walker— el lector tiene así la oportunidad de conocer ciertos grados de tolerancia que los habitantes de la región tenían frente a determinadas conductas. Véase la “Introducción” a su edición de Los naufragios, Madrid, Castalia, 1992, p. 120. Más adelante en nuestro texto Alarcón ofrece más detalles sobre la función social de estos hombres vestidos de mujeres.

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Al día siguiente, que fue sábado, bien temprano, yo me puse a seguir mi camino remontando el río, habiendo sacado dos hombres por cada embarcación para que tiraran de la sirga, y al salir el sol, oímos un gran griterío, los indios estaban de un lado y el otro del río con sus armas, pero sin bandera ninguna. A mí me pareció bien esperarlos, tanto por ver qué querían, como por ver si nuestro intérprete podía entenderlos. Estos, al llegar frente a nosotros, se lanzaron de una y otra ribera del río con sus arcos y flechas, y hablando el intérprete no los entendía, por lo que yo comencé a indicarles con señas que dejaran las armas, como habían hecho los otros. Algunos lo hacían y algunos no, y a aquellos que las dejaban yo los hacía acercar a mí y les daba alguna cosa a cambio, por ello, cuando esto vieron los otros, para obtener también ellos su parte, las dejaban igualmente. Juzgando estar seguro, salté con ellos a tierra y me puse entre ellos, los cuales, sabiendo que yo no quería guerra, me empezaron a dar de aquellas conchas y padres nuestros, y hubo quien me traía algunas pieles bien curtidas, y quienes me traían maíz y una torta del mismo maíz molido, de modo que no hubo ni uno que no viniese con alguna cosa: y antes de que me la dieran, bastante apartados de mí comenzaban a gritar fuerte y hacían señas con el cuerpo y con los brazos, y después se acercaban a darme lo que llevaban. Y una vez que el sol se hubo puesto, yo me alejé y fui a surgir en medio del río. Al día siguiente, cuando todavía no había clareado el día, y de una y otra parte del río se oían más grandes voces y de más indios, los cuales se lanzaban al río a nado y venían a traerme algunas mazorcas de maíz, y de las tortas que he dicho. Yo les enseñaba a ellos trigo y habas y otras semillas, para ver si tenían alguna de ellas, pero mostraban no tener noticia y de todo se maravillaban. Y por señas vine yo a enterarme que lo que ellos tenían en más estima y reverencia era al sol, y yo les daba a entender que venía del sol, de lo cual ellos se maravillaban, y se ponían a contemplarme de la cabeza a los pies, y me mostraban más amor que antes; y pidiéndoles yo de comer, me traían tantas cosas que me vi obligado a aligerar dos veces la barca, y de aquí en adelante de cuanto me traían lanzaban una parte al sol, y luego se volvían hacia mí para darme el resto.18 Así fui servido y estimado cada vez más por 18. El navegante construye su identidad de “hijo del sol” y delinea así su posición hegemónica y su protagonismo en el texto. Esta autorrepresentación —mito de conquista e imperialismo— se configura como un lugar común en los relatos de viajeros occidentales (Obeyesekere, op. cit., p. 3).

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ellos, tanto tirando de la sirga como dándome de comer, y me mostraron tanto afecto que cuando me detenía querían llevarme en brazos a sus casas, y de todo aquello que yo les mandaban no desobedecían en nada. Por mi seguridad les ordené que no llevaran armas en mi presencia, y ponían tanta cautela en hacerlo que, si alguno se acercaba de nuevo con ellas, enseguida iban hacia él para hacer que las dejaran muy lejos de mí, y yo mostraba que aquello me daba grandísimo gusto. A algunos de sus jefes yo les daba unos manteletes y otras cosas, porque si hubiese yo tenido que dar en general a todos, no habría bastado toda la mercancía de la Nueva España. Tanto era el afecto y la buena voluntad que me mostraban, que había veces en que si por casualidad venían aquí de nuevo con armas, o alguno de ellos avisado de que debía dejarlas, por negligencia o por no entender la primera advertencia, no lo hacía, corrían aquellos y se las quitaban por la fuerza y se las rompían en mi presencia; después aferraban la sirga con tanta ternura, y contendiendo19 entre ellos, que no era necesario ordenárselo, por lo cual, de no haber contado con esta ayuda, siendo la corriente del río muy grande y quienes tiraban de la sirga poco duchos, habría sido imposible remontar el río así aguas arriba. Viendo yo que ya me entendían en casi todas las cosas, y que igualmente yo los entendía a ellos, me pareció que había un modo de poner en práctica un deseo que yo tenía, y con algunos palitos y papel mandé hacer unas cruces, y entre los demás regalos, yo se las entregaba como lo más preciado, y las besaba yo, indicándoles por señas que debían honrarlas y apreciarlas mucho, y que las llevaran al cuello, dándoles a entender que aquella señal venía del cielo. Y ellos las tomaban y las besaban y las levantaban en alto, y mostraban que les daba gran alegría y contento cuando esto hacían; a estos a veces los subía a mi barca, mostrándoles gran amor, y a veces les daba alguno de los objetos que yo llevaba en ella. Llegó la cosa a tal punto que no había ya papel ni palitos que alcanzaran para hacer cruces. De este modo fui aquel día muy bien acompañado, hasta que, llegada la noche, me alejé de la orilla y fui a surgir en medio del río, y ellos venían a pedirme licencia para partir, diciendo que regresarían a verme al día siguiente con provisiones. Y así, poco a poco partieron, hasta quedar apenas unos cincuenta, los cuales prendieron fogatas frente a 19. A ragatta o compitiendo.

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nosotros y estuvieron allí toda la noche llamándonos, y ya estaba bien claro el día cuando se lanzaron al agua y nadando vinieron a pedirnos la sirga: y nosotros se la dimos de buena gana, agradeciendo a Dios por el buen instrumento que nos enviaba para poder remontar el río, porque los indios eran tantos que, si hubiesen querido impedirnos el paso, aunque nosotros hubiésemos sido muchos más de los que éramos, lo habrían conseguido. Uno de los indios, habiendo comprendido el lenguaje del intérprete, hace a aquel varias preguntas sobre el origen de los españoles; les dice que su capitán es hijo del sol y que este es quien los envía, y lo quieren aceptar como su señor. Conducen a ese indio a la nave, y de él reciben muchas relaciones sobre aquel país

De esta manera navegamos hasta el martes por la tarde, avanzando como solíamos, haciendo hablar a mi intérprete a la gente, para ver si por casualidad alguno lo entendía. Oí que uno le respondió, por lo que mandé detener las embarcaciones; llamé a aquel que entendía, imponiéndole a mi intérprete que no hablara ni respondiera más que aquello que yo le dijese. Y así haciendo vi que aquel indio se puso a hablar a aquella gente con gran furia, por lo que todos comenzaron a juntarse, y el intérprete mío entendió que el que venía en la barca, les decía a los otros que quería saber qué gente éramos y de dónde veníamos, y si habíamos salido de debajo el agua o de la tierra o caídos del cielo. Esto diciendo se juntó infinidad de gente, que se maravillaba al verme hablar, y este indio volvía cada vez a hablarles en otra lengua, que mi intérprete no entendía. Al que me preguntó quiénes éramos, respondí que nosotros éramos cristianos, y que veníamos de lejos a verlos; y respondiendo a la pregunta de quién me enviaba, dije ser enviado del sol, mostrándoselo por señas como antes, para que no me sorprendieran en una mentira. Y volvió él a decirme que cómo me había mandado el sol, estando como estaba en lo alto y sin detenerse nunca, y habiendo pasado muchos años sin que él ni los ancianos hubiesen visto a otros como nosotros, de los que nunca habían tenido noticia ninguna, ni el sol había hasta entonces mandado nunca a ningún otro. Yo le respondí que era verdad que el sol comenzaba así desde lo alto y que nunca se detenía, pero que ellos podían bien ver que al acostarse y al levantarse por la mañana se acercaba a la tierra, donde tenían su morada, y que siempre lo veían salir por un mismo lugar, y

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que a mí me había creado en esa tierra y país donde salía, de la manera en que había creado a muchos otros que él mandaba a otras partes; y que entonces me había enviado a mí a visitar y ver ese río y a la gente que vivía allí cerca, para que yo les hablara y los uniera en amistad conmigo y les diera de lo que no tenían, y que les dijese que no debían hacer la guerra entre ellos. A lo que contestó él que yo debía decirle la razón por la que el sol no me había enviado antes para apaciguar las guerras, que tenían lugar entre ellos desde hacía mucho tiempo, y en las que morían muchos; yo le respondí que el motivo era porque entonces yo era niño. Después preguntó al intérprete si nosotros lo llevábamos a la fuerza, por haberlo cogido en la guerra, o bien él venía por su buena voluntad; le respondí que estaba con nosotros por propia voluntad, y muy satisfecho de nuestra compañía. Volvió a preguntar por qué no llevábamos con nosotros más que a aquel que los entendiera, y por qué nosotros no entendíamos a todos los demás, dado que éramos hijos del sol; le respondí que el sol lo había engendrado a él y le había dado el lenguaje para poder entenderlo a él y a mí y a los demás, que el sol sabía bien que ellos vivían aquí, pero que, por tener muchas otras cosas que hacer y ser yo pequeño, no me había enviado antes.20 Y dirigiéndose a mí dijo enseguida: “¿Así es que vienes aquí a ser señor nuestro y a que debamos servirte?”. Y yo, pensando que no le gustaría que le dijera que sí, le contesté que no para ser señor, sino para ser hermano, y darle de lo que tuviera. Me preguntó si me había engendrado el sol como a los otros, y si era su pariente o su hijo; le respondí que era su hijo. Siguió él preguntando si los otros que estaban conmigo también eran hijos del sol; le respondí que no, pero que habían sido creados conmigo en la misma tierra donde yo me había criado. Entonces él gritó en voz alta y dijo: “Como nos haces tanto bien y no quieres que hagamos la guerra y eres hijo del sol, y todos queremos tenerte por señor nuestro y servirte siempre, te rogamos que no te vayas ni te apartes de nosotros”. Y enseguida se volvió hacia la gente y comenzó a decirles que yo era hijo del sol, y que todos me 20. Alarcón ajusta y matiza su autorrepresentación de hijo del sol para asegurar el avance por el río y el cumplimiento de su misión, pero nótese que la respuesta y explicación “lógica” contribuye a la infantilización del anciano. Alarcón mantiene su posición hegemónica mediante un proceso de negociación en donde queda convertido en el protagonista de la historia, en oposición al anciano transformado en un niño engañado en el texto.

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eligieran como señor. Al oír esto, aquellos indios quedaron sobremanera estupefactos, y se acercaron a mirarme. Y me hizo aquel indio otras preguntas, que para evitar alargarme demasiado aquí no refiero, y con esto nos pasamos el día. Y como ya estaba próxima la noche, comencé a afanarme de la mejor manera que pude para poner a aquel hombre junto con nosotros en la barca, y como él rehusaba subir con nosotros, le dijo el intérprete que lo dejaríamos en la otra orilla del río, y con esta condición, entró en la barca; una vez en ella yo le hice muchas caricias y le di el mejor trato que pude, con el fin de tranquilizarlo, y cuando juzgué que ya nada sospechaba, me pareció que debía preguntarle alguna cosa sobre aquel país. Y de las primeras que yo le pregunté fue si alguna vez antes había visto a otros como nosotros, o los había oído nombrar; respondió que no, salvo que había oído a los ancianos decir que muy lejos de aquel país había otros hombres blancos barbados como nosotros, y que no sabía nada más. Le pregunté si tenía noticias de un lugar que se llamaba Cevola21 y de un río que se llamaba Totontoac, y respondió que no, a lo cual yo, al ver que no me podía dar nuevas de Francisco Vázquez ni de sus hombres, decidí interrogarlo sobre las cosas de aquel país y su forma de vivir, y empecé a decirle si consideraban que hubiese un Dios creador del cielo y de la tierra o algún otro ídolo: y me respondió que no, pero que tenían al sol en mayor estima y veneración por encima de todas las demás cosas, porque los calentaba y hacía nacer sus semillas, y que de todo lo que comían le lanzaban un poco al aire. Le dije luego si tenían señor, y contestó que no, pero que sabían bien que había un grandísimo señor, mas que no tenían noticia de en qué parte estuviera; y yo le dije que estaba en el cielo y que se llamaba Jesucristo, y no me ocupé de extenderme en más teologías con él. Le pregunté si tenían guerras y por qué razón; me respondió que sí y muchas y grandes y por cosas levísimas, porque cuando no disponían de motivo para hacerlas, se unían y cualquiera de ellos decía: “Vamos a hacer la guerra a tal lugar”, entonces todos se movían con las armas. Le pregunté quién de ellos mandaba a la gente; respondió que los más ancianos y los más valientes, y que cuando estos decían que no 21. El hallazgo de las míticas Siete Ciudades de Cíbolas era el objetivo de la expedición de Vázquez de Coronado, a quién Alarcón debía llevar provisiones. Véase el apartado “Hernando de Alarcón, un navegante particular” para la contextualización del mito.

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la hicieran más, de inmediato se retiraban de la guerra. Le pedí que me dijese qué hacían con aquellos hombres que mataban en la batalla; me respondió que a algunos les arrancaban el corazón y se lo comían y a otros los quemaban, y añadió que de no haber sido por mi llegada a aquel lugar, ya estarían en guerra, mas como yo les ordenaba que no la hicieran y dejaran las armas, hasta tanto yo no les dijera que la reanudaran, no se moverían para guerrear con otros, y que entre ellos decían que, como yo había venido a ellos, habían alejado la voluntad de hacer la guerra y tenían buen ánimo para continuar en paz. Se lamentó de algunas gentes que vivían detrás de una montaña, y les hacían gran guerra y mataban a muchos de ellos; le respondí que en adelante no debía temer nada más, porque yo les había ordenado que estuvieran en paz, y que si no lo hubiesen hecho los castigaría y mataría. Me respondió de qué modo, siendo nosotros tan pocos y aquellos en gran número, los podría matar. Y como ya era tarde, y veía que recibía molestia de estar aún conmigo, lo dejé salir fuera donde lo mandé muy contento.22 De Naguachato y otros principales de aquellos indios reciben muchas provisiones; hacen que planten en sus tierras la cruz y les enseñan a adorarla. Obtienen relación de muchos pueblos, de sus distintas lenguas y de las costumbres sobre el matrimonio, cómo castigan el adulterio, las opiniones que tienen de los muertos y de las enfermedades que padecen

Al día siguiente bien temprano vino el principal de ellos, llamado Naguachato,23 y me pidió que yo bajara a tierra, porque tenía grandes provisiones para darme; y como quiera que me veía en lugar seguro, lo hice sin vacilación. Y de inmediato vino un anciano con tortas de aquel 22. No deja de resultar cuando menos curioso que el narrador termine abruptamente el dialogo de esta manera justo cuando el anciano lo cuestiona preguntándole cómo iba a defenderlos “siendo [ellos] tan pocos y aquellos en gran número”. Este corte abrupto del diálogo es significativo a la luz de las respuestas que anteriormente había pergeñado Alarcón, cuidadosamente elaboradas para resaltar su astucia y liderazgo en el texto. Podríamos leer esto como una sutileza por parte de Alarcón, quien parece haber percibido claramente su situación vulnerable pero que, al ponerla en boca del anciano, la camufla o al menos no la hace tan visible en el texto para no debilitar su argumento. Véase el apartado “Violencia y fragilidad”. 23. Pudiera tratarse de una corrupción o error del traductor por naguatlato o nahuatlato, palabra para intérprete o lengua documentada especialmente en México, Nueva Galicia y Yucatán (Peter Boyd-Bowman, Léxico hispanoamericano del siglo xvi, London, Tamesis Books, 1971, p. 197).

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maíz y unas pequeñas calabazas, y llamándome en alta voz y haciéndome muchos gestos con el cuerpo y con los brazos se me acercó, y haciendo que me volviera hacia aquella gente, y volviéndose él a su vez, les dijo: “Sagueyca”, y toda aquella gente a grandes voces respondió: “Hu”, y ofreció al sol un poco de todo aquello que traían, y luego a mí otro poco (aunque después me diera lo restante), y la misma orden dio a todos aquellos que estaban conmigo. Y al salir el intérprete, yo a través de él le di las gracias, diciéndoles que, por ser las barcas tan pequeñas, no había traído conmigo muchas cosas para poder darles a cambio, pero que al regresar otra vez lo habría hecho, y que, si querían venir conmigo en aquellas barcas a los navíos que tenía río abajo, les daría muchas cosas. Ellos contestaron que lo harían y se mostraron muy alegres. Entonces por medio del intérprete quise hacerles entender qué era la señal de la cruz, y les ordené que me trajeran una madera, con la que mandé hacer una cruz, y ordené a todos aquellos que conmigo estaban que al hacerla la adorasen y suplicaran a nuestro Señor que les concediera a toda esa gente la gracia de alcanzar el conocimiento de su santa fe católica. Y hecho esto les dije a ellos a través del intérprete que yo les dejaba aquella señal como muestra que los tenía por hermanos, y que me la guardaran con diligencia hasta que yo hubiese regresado, y que todas las mañanas, al salir el sol, debían todos arrodillarse delante de ella: y ellos la tomaron de inmediato, y sin que tocara tierra la llevaron a plantar en medio de sus casas, donde pudiera ser vista por todos; y les dije que siempre la adorasen, porque ella los guardaría del mal. Me preguntaron hasta dónde debían ponerla bajo tierra y yo se los mostré. Fue mucha la gente que acudió a acompañarla, y aquellos que aquí se quedaron me interrogaron de qué modo debían juntar las manos y de qué guisa debían arrodillarse para adorarla, y mostraron que tenían una gran preocupación por aprenderlo.24 Hecho esto, llevé a aquel principal de la tierra conmigo a las barcas y emprendí mi camino por el río, y todos de aquí y de allá de la orilla me acompañaban 24. En la Relación, las comunidades descritas por Alarcón no solo “aceptan” la religión de los cristianos, sino que, además, “reproducen” el significado de ciertos actos. Esta presunta acogida de la religión extranjera es más un ejemplo del sistema de valores del viajero que la cultura observada; es decir, se trata más bien de un dato representativo para el receptor del texto que opera en el orden retórico o persuasivo dando a entender una práctica evangelizadora en la que Alarcón tiene, nuevamente, un papel protagónico.

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con gran ternura, y me servían, tirando de la sirga y sacándonos de la grava donde a menudo entrábamos, puesto que en muchos lugares encontrábamos el río tan bajo que no había agua para las barcas. Así avanzando, venían unos indios que yo había dejado atrás a pedirme que les enseñara bien cómo debían juntar las manos en la adoración de aquella cruz, otros me las mostraban para ver si las habían puesto bien de aquella forma, de modo que no me dejaban descansar.25 Cerca de la otra orilla del río había gran cantidad de gente, que a toda prisa me llamaba para que fuera a recoger las provisiones que me traían. Y como me percaté de que unos le tenían envidia a los otros, para no dejar a estos descontentos, lo hice, y entonces apareció otro anciano como el anterior, que me trajo provisiones con las mismas ceremonias y ofrendas y quise de él averiguar algo como del otro. Este igualmente decía al resto de los suyos: “Este es el señor nuestro. Ya sabéis vosotros cuánto tiempo hace que oímos decir a nuestros antiguos que en el mundo había gente barbada y blanca, y nosotros hacíamos mofa de ellos. Yo que soy viejo y otros que aquí están no vimos nunca gente semejante a esta, y si no lo queréis creer, mirad a la que está en este río. Démosle así pues de comer, para que ellos nos den también a nosotros alimentos de los que traen; sirvamos de buena gana a este señor que tiene buena voluntad, y prohíbe que hagamos la guerra, y a todos nos abraza; y tienen boca, manos y ojos como tenemos nosotros, y habla como nosotros”.26 A estos les di igualmente otra cruz, como 25. El texto tiene aquí reminiscencias de la figura del buen salvaje, tan empleada por la lógica imperial desde Colón en adelante. Nótese que la descripción de Alarcón concede a los habitantes del río dos atributos propios —tópicos ya— de esta figura: 1) el ‘salvajismo’, es decir la desnudez en sus varios sentidos (ingenuidad, desabrigo y despojamiento, pero especialmente la “ausencia de civilización” en los términos de la cultura occidental); y 2) la ‘mansedumbre’ o ‘bondad’, es decir, la propensión a satisfacer los términos de Alarcón y la ‘pasividad’ para aceptar el control que se ejerce sobre ellos —tal como la imposición de una religión, o el tirar de la sirga—.Véase Micea Eliade, El mito del buen salvaje, Buenos Aires, Almagesto, 1991) y Roger Bartra, El mito del salvaje, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2011. 26. La sermocinatio —que reproduce en el texto el discurso directo de un personaje— es una forma de evidentia que hace más vivo y real aquello que se expresa. En este caso contribuye a la representación de señor-hijo-del-sol, pero el artilugio implica que sean los otros quienes constantemente le dan esa identidad al narrador en el texto. La sermocinatio es un recurso que el lector podrá observar en numerosas oportunidades, siempre modelando la construcción narrativa del personaje y el engrandecimiento de Alarcón y su viaje.

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había hecho con los de antes, y les dije las mismas palabras, que ellos escucharon con mejor ganas y pusieron mayor diligencia en aprender aquello que yo les decía.27 Siguiendo camino río arriba encontré a otras gentes, a las que el intérprete no comprendía en absoluto, por ello yo les di a entender con señas las mismas ceremonias de la adoración de la cruz que a los otros. Y aquel hombre principal al que yo había llevado conmigo dijo que más arriba encontraría gente a la que mi intérprete entendería; y siendo ya tarde, algunos de estos hombres me llamaron para darme unas provisiones, y lo mismo que los otros me hicieron fiestas y juegos para complacerme. Yo quise saber qué gente vivía en la orilla de este río, y por aquel hombre supe que veintitrés lenguas habitaban allí, algunas cerca del río, y otras no muy lejos de allí, y que además de estas veintitrés lenguas en el río había otras que él no conocía. Le pregunté si los pueblos vivían todos juntos en el mismo lugar, y me respondió que no, que había muchas casas desperdigadas por el campo y que cada pueblo tenía su aldea separada y conocida, y que en cada vivienda había mucha gente. Me mostró una villa que había en una montaña, donde decía que había gran multitud de gente malvada, que a ellos les hacía continuamente la guerra, y que, no teniendo señor y viviendo en aquel lugar desierto, donde se cosechaba poco maíz, descendían a la llanura para cogerlo a cambio de cueros de venado, con los cuales iban cubiertos, con vestidos largos, que cortaban con navajas y cosían con agujas hechas con huesos de venado; y que tenían las casas grandes de piedra. Yo le pregunté si allí había alguna persona de aquel pueblo, y encontré a una mujer que llevaba una vestimenta como una capa, que le cubría de la cintura hasta el suelo, de cuero de venado bien curtido. Le pregunté entonces si la gente que vivía en la ribera de aquel río estaba siempre quieta allí, o si en alguna época iba a vivir a otra parte; me respondió que en verano allí habitaban y allí sembraban, y cumplida la cosecha se iban a vivir a otras casas que tenían en la ladera de la montaña, lejos del río; y me contó que las casas eran de madera, embarradas por la parte de fuera, y supe que hacían una pieza redonda 27. El motivo de las cruces en la narración del viaje está en función de la construcción de un yo evangelizador que no necesariamente tiene que ver con el objetivo del viaje, sino, más bien, con el del texto que narra ese viaje. En este sentido, siempre es conveniente distinguir un viaje de su relato (Rodríguez, Conexiones trasatlánticas, passim).

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donde vivían todos juntos, hombres y mujeres. Le pregunté si tenían mujeres en común; me dijo que no, que quien se casaba debía tener una sola esposa. Quise entender el orden que seguían al casarse, y me dijo que si alguien tenía alguna hija, se iba adonde estaba la gente y decía: “Yo tengo una hija casadera, ¿hay aquí alguien que la quiera?”. Y si allí había quien la quisiera, respondía que la quería y se concertaba el matrimonio; y que el padre de aquel que la quería llevaba alguna cosa de regalo a la joven, y de ahí en adelante, se consideraba hecho el matrimonio, y que cantaban y bailaban, y al llegar la noche los parientes se los llevaban y los dejaban en un lugar donde nadie pudiese verlos. Y supe que no se casaban hermanos con hermanas ni con parientes, y que las mujeres, antes de ser casadas no frecuentaban ni hablaban con los hombres, sino que se estaban en sus casas y en sus posesiones trabajando; y que si por casualidad alguna había tenido comercio con los hombres antes de casarse, el marido la dejaba y se iba a otras aldeas, y que aquellas que caían en este error eran tenidas por malas mujeres; y que si después de casado a alguno lo encontraban con otra mujer en adulterio, lo mataban, y que ninguno podía tener más de una esposa, si no a escondidas. Me dijeron que quemaban a los muertos, y que quienes quedaban viudos permanecían medio año o uno entero sin volver a tomar esposa. Quise saber qué creían de los muertos; me respondió que se iban al otro mundo, pero que no tenían ni pena ni gloria. La principal enfermedad de la que muere aquella gente es de echar sangre por la boca; y tienen médicos que los curan con palabras y haciéndolos soplar. Las ropas de estos eran como las de los otros de arriba; llevan sus tubos de cañas para ponerse perfumes, como los pueblos tavajos de la Nueva España.28 Quise entender si estos tenían algún señor, y supe que no, que cada casa nombraba a su señor por sí sola. Estos tienen además del maíz unas calabazas y otra semilla a guisa de mijo; poseen piedras para moler y ollas, en las que cuecen esas calabazas y pescado del río, que lo tienen muy bueno. De aquí en adelante no pudo venir el intérprete, porque decía que aquellos a quienes debíamos encontrar prosiguiendo viaje río arriba eran sus enemigos, y por ello yo lo envié de vuelta muy satisfecho.

28. Posible corrupción o error del traductor; el texto español probablemente dijera “como los pueblos Tabaco de la Nueva España”, es decir, pueblos tabaqueros o cultivadores de tabaco.

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No tardé mucho en ver venir muchos indios, gritando a grandes voces y corriendo detrás de mí. Yo me detuve para saber qué querían, y me dijeron que la cruz que yo les había dado la habían puesto en medio de las casas suyas, tal como yo les había ordenado, pero que yo debía saber que, cuando el río se desbordaba, ella agua llegaba hasta allí; pidieron que yo les diera licencia para poderla mudar y colocar en otra parte, donde no pudiera alcanzarla el río y llevársela. Lo cual yo les concedí. De un indio de aquella ribera obtienen relación del estado de Cevola y del tipo y las costumbres de aquellas gentes y de su señor, e igualmente de las tierras, de allí no muy distantes, llamadas la una Quicama y la otra Coana.29 De los de Quicama y de otros indios de allí no muy distantes reciben cortesía

Así navegando llegué donde había muchos indios y otro intérprete, al que yo hice entrar conmigo en la barca. Y como hacía frío y la gente venía mojada, salté a tierra y ordené que se prendiera un fuego, y cuando estábamos así calentándonos llegó un indio que me tocó el brazo señalando con el dedo un bosque, del cual vi salir dos escuadrones de gente con sus armas, y me mostró cómo venían a hacernos frente y yo, como no quería enfrentarme a ninguno, reuní a mi gente en los navíos, y los indios que estaban conmigo se lanzaron al agua y se pusieron a salvo en la otra orilla. Yo entretanto pregunté a aquel indio que llevaba conmigo qué gente era aquella que había salido del bosque; me dijo que eran sus enemigos, y los otros en cuanto los vieron, sin decir palabra se habían echado al agua; eso habían hecho porque querían volver atrás al estar sin armas, por no haberlas traído al venir ellos con él, habiendo obedecido la orden y el deseo mío, que no quería que se llevaran. Quise preguntar a este intérprete lo mismo que había preguntado al otro sobre las cosas de ese lugar, pues en algunos pueblos yo había oído decir que un hombre acostumbraba tener muchas esposas, y en otros no más de una. Entonces supe por él que había estado en Cevola, que se encontraba a un mes de camino de su tierra, y que de aquel lugar cómodamente por un sendero que seguía aquel río se llegaba en cuarenta días, y que la razón que lo movió a ir allí había sido solo por 29. “Quicama” o grupo halyikwamay, habitantes no agricultores del río. “Coana” o kohuana, grupo diferente pero con la misma lengua (Leslie Spier, Yuma tribes of the Gila River, New York, Dover, 1978, pp. 16 y 17).

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ver Cevola, por ser cosa grande, que tenía las casas altísimas de piedra de tres y cuatro plantas, y con ventanas de cada lado, rodeadas de un muro una vez y media la altura de un hombre, y habitadas de arriba abajo por gente;30 y que usaban las mismas armas que usaban aquellos otros que había visto, es decir, arcos y flechas, mazas, bastones y rodelas, y que tenían un señor; y que iban vestidos con mantos y cueros de vaca,31 y sus mantos tenían una pintura alrededor. Y el señor llevaba una camisa larga muy fina y ceñida, y encima más mantos, y las mujeres llevaban vestidos muy largos, y eran blancas e iban todas cubiertas; y que cada día estaban en la puerta del señor muchos indios para servirlo, y que llevaban muchas piedras azules, las cuales se extraen de una roca de piedra,32 y que estos no tenían más de una esposa con la que se casaban; y cuando morían los señores, los enterraban junto con todas las cosas que poseían, e igualmente, en el momento en que comen, muchos de los suyos están a su mesa cortejándolo y viéndolo comer, y que comen con manteles, y que tienen baños. El jueves, al despuntar el día, vinieron los indios con el mismo grito a la orilla del río, con más voluntad de servirnos, trayéndome de comer y poniéndome la misma buena cara que me habían puesto los otros, habiendo entendido quién era yo, y dando a ellos las mismas cruces con la misma orden que a los otros. Y continuando viaje más arriba, llegué a una tierra donde encontré mejor orden, porque obedecen totalmente los habitantes que allí están a uno solo. 30. Cíbola —objetivo de la expedición de Coronado y por extensión de la de Alarcón— se construye como una promesa en el texto. La descripción tiene reminiscencias a la Cíbola de fray Marcos de Niza —supuesto divulgador de la leyenda de las Siete Ciudades—: “…seguí mi camino hasta la vista de Cíbola, la cual está asentada en un llano, a la falda de un cerro redondo. Tiene muy hermoso parecer de pueblo, el mejor que en estas partes yo he visto; […]. La población es mayor que la cibdad de México; algunas veces fui tentado de irme a ella, porque [pero] sabía que no aventuraba sino la vida […]. Me dijeron que era la menor de las siete cibdades y que Totonteac es mucho mayor y mejor que todas las siete cibdades y que es de tantas, casas y gentes, que no tiene cabo (fray Marcos De Niza, op. cit., p. 158). Ni Marcos de Niza ni Alarcón llegaron a Cíbola. Sus textos dan cuenta de la relación lejanía-fantasía y sus descripciones contrastan notablemente con la de uno de los expedicionarios de Coronado, Pedro Castañeda de Nájera, quien dice que Cíbola es “pueblo pequeño, ariscado y apeñuscado” (Castañeda de Nájera, op. cit., p. 77). 31. Cueros de bisonte o búfalos. Véase más adelante una descripción detallada de este animal que el narrador de la Relación pone en boca de un informante. 32. Turquesas o calaítas.

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Hablando de nuevo con el intérprete de las viviendas de aquellos de Cevola, me dijo que aquel señor tenía un perro parecido al que yo llevaba. Y queriendo yo luego comer, vio este intérprete llevar y traer ciertos platos, y me dijo que el señor de Cevola tenía unos parecidos a esos, pero que eran verdes, y que no había ningún otro que los tuviera más que el señor, y que eran cuatro, y que los había conseguido junto con aquel perro y otras cosas de un hombre negro que llevaba barba; pero que él no sabía de qué parte había salido, y que el señor después lo había mandado matar, por cuanto él había oído decir.33 Le pregunté si sabía de algunas tierras por allí cerca; me respondió que remontando el río conocía algunas, y que entre otros había un señor de un lugar llamado Chicama,34 y uno de otra tierra llamada Coana, y que tenía a su mando mucha gente. Y después, habiéndome dado este aviso, me pidió licencia para poder regresar con sus compañeros. De allí continué navegando, y después de una jornada encontré un lugar deshabitado, en el cual habiendo yo entrado, aparecieron unos quinientos indios con sus arcos y flechas, y junto con ellos iba aquel principal indio llamado Naguachato, que yo había dejado, y me trajeron como regalos ciertos conejos y yucas; habiendo puesto a todos buena cara y como quería partir, les di licencia para regresar a sus casas. Pasado el desierto más adelante llegué a ciertas cabañas, donde salió a mi encuentro mucha gente con un viejo al frente, gritando en lengua que mi intérprete comprendía bien, y decía a aquellos hombres: 33. Alusión al esclavo Esteban o Estebanico, uno de los supervivientes de la expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida (1527), aparecido en la Nueva España en 1536, después de haber estado perdido por las regiones de las actuales Texas, Sonora y Chihuahua por nueve años. Gracias al relato de los supervivientes, entre quienes se encontraban Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Maldonado y Andrés Dorantes, se avivaría el interés por todo lo que al norte de la Nueva España y oeste de la Florida pudiera existir. Así es como, en 1537, el virrey Mendoza encarga a Francisco Vázquez de Coronado una primera incursión terrestre al norte, incursión en la que participan Esteban como guía y el franciscano Marcos de Niza. A partir de este viaje se difunde la idea de las Siete Ciudades de Oro de Cíbola y se le adjudica la repercusión del mito a fray Marcos. Juan Francisco Maura asegura, sin embargo, que fue el propio Esteban quien engañó a fray Marcos y que incluso fingió su muerte en la región de los zuñi —actual territorio de Nuevo México— para conseguir su libertad (El gran burlador de América: Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Madrid, Parnaseo/Lemir, 2008, p. 279). Más adelante, Alarcón —utilizando nuevamente la figura de un informante— ofrece más detalles sobre la muerte de Esteban. 34. Error del traductor por Quicama. Más adelante escribe Quicoma.

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“Hermanos, he aquí el señor; démosle de lo que tenemos, porque nos hace el bien, y ha pasado por tantas gentes descorteses para venir a vernos”. Y dicho esto hizo una ofrenda al sol y después a mí mismo, como habían hecho los otros. Estos tenían ciertos sacos grandes y bien confeccionados con cortezas de juncos, y entendí que eran estas tierras del señor de Quicoma, y que ellos venían aquí solamente en verano a recoger el fruto de sus semillas; y entre ellos encontré a uno al que entendía muy bien mi intérprete, por ello yo con mucha facilidad le hice a este el mismo oficio de las cruces que había hecho a los otros río abajo. Tenían estas gentes algodón en rama, pero no se ocupaban demasiado de conseguirlo, por no haber entre ellos una persona que supiera tejer y hacer vestidos. Me preguntaron cómo debían plantar la cruz cuando hubiesen regresado a su casa, que se encontraba en la montaña, y si estaba bien hacerle una casa alrededor para que no se mojara, y si debían ponerle alguna cosa en los brazos; yo les dije que no, que bastaba con que la pusieran en un lugar donde todos la viesen, hasta mi regreso. Y si llegaba a aparecer alguna gente para dar guerra, ofrecieron enviar conmigo a más gente, diciendo que eran malos hombres los que yo encontraría más arriba, pero yo no quise aceptarla; no obstante, vinieron veinte de ellos, los cuales, al acercarme a aquellos que eran enemigos suyos, me avisaron, y yo encontré a sus centinelas apostados haciendo guardia en sus fronteras. El sábado por la mañana encontré un gran escuadrón de gente sentada debajo de una enramada grandísima, y otra parte por fuera, y visto que no se ponían en pie, seguí viaje. Cuando ellos lo vieron, se puso en pie un viejo que me dijo: “Señor, ¿por qué no quieres aceptar comida de nosotros habiéndola aceptado de los otros?”. Yo le respondí que no aceptaba sino aquello que me era dado, y no iba sino con quienes me lo pedían. Así, sin demora me trajeron muchas provisiones, diciéndome que como no entrábamos en sus casas y nos quedábamos de día y de noche en el río, y siendo yo hijo del sol, todos debían tenerme por señor. Por señas les pedí que se sentaran, y llamé al anciano que entendía a mi intérprete, y le pregunté de quién era aquella tierra y si allí estaba el señor; me respondió que sí, e hice que lo mandasen llamar, y al presentarse lo abracé mostrándole gran afecto. Y viendo yo que a todos placían las caricias que yo le hacía, lo vestí con una camisa y le di otras pequeñas cosas, y ordené al intérprete que dijese a aquel señor lo mismo que había dicho a los otros; después le di una cruz, que

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él recibió de buen grado como los otros. Y este señor se vino conmigo durante un buen rato, hasta que fui llamado desde el otro lado del río, donde estaba el mismo anciano con mucha gente, a la que yo di otra cruz, diciéndole lo mismo que había dicho a los otros, o sea, lo que debía hacer.35 Prosiguiendo luego con mi viaje encontré otra multitud de gente con la que iba el mismo anciano al que comprendía mi intérprete, y viendo que me señalaba al señor de ellos, le rogué que se viniera conmigo en la barca, lo cual hizo él de buena gana. Y así seguí remontando el río, y el viejo me iba mostrando quiénes eran los señores, y yo hablaba con ellos siempre con gran afecto, y todos mostraban gran alegría y hablaban muy bien de mi llegada. Por la noche me retiraba en medio del río, y le preguntaba muchas cosas de aquel pueblo, y era tan buena su disposición y tantas sus ganas de decírmelas como grande mi deseo de saberlas. Le pregunté por Cevola, y me dijo que él había estado allí y que era lugar noble, y el señor de ese lugar era muy obedecido, y que había otros señores alrededor con los que él estaba en guerra continua. Le pregunté si tenían plata y oro, y él, al ver unos cascabeles, dijo que tenía unos de ese color; quise saber si los hacían allí, y me respondió que no, que los traían de una montaña donde vivía una anciana. Le pregunté si tenía noticias de un río que se llamaba Totonteac; me respondió que no, pero que sí sabía de otro río grandísimo, donde se encontraban lagartos tan grandes que de sus cueros se hacían rodelas; y que adoran al sol ni más ni menos como los otros que dejamos atrás, y cuando le ofrecen frutos de la tierra le dicen: “Toma, porque tú nos los has creado”; y que lo amaban mucho porque los calentaba, y que cuando no salía tenían frío. Así pues al reflexionar comenzó a lamentarse bastante diciéndome: “No sé por qué el sol emplea estos términos con nosotros, que no nos da paños, ni a algunos hilos, ni quien los teja, y otras cosas da a muchos otros”; y se lamentaba de que los del pueblo no los dejaban entrar dentro y no les

35. Ya en este punto de la narración del viaje el lector habrá notado no solo que Alarcón va en escasas oportunidades a tierra y se mantiene “día y noche en el río”, sino también que son los habitantes del río quienes van a su encuentro y en algunas ocasiones pasan la noche con él en la barca. El contacto, así representado, se configura solo desde la población observada y esto reviste especial importancia para la puesta en escena del poder que el texto compone. Véase el apartado “Hernando de Alarcón, un navegante particular”.

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querían dar de sus semillas. Yo le dije que habría puesto remedio,36 de lo que él quedó muy satisfecho. De los indios tienen noticia sobre por qué los señores de Cevola mataron al moro que iba con fray Marco, y de muchas otras cosas; y de la anciana llamada Guatazaca, que vive en una laguna sin tomar alimento. Descripción de un animal, con cuya piel hacen adargas. Sospechan que ellos son de aquellos cristianos vistos en Cevola, y de cómo sagazmente se salvan

Al día siguiente, que fue domingo, todavía no había clareado del todo cuando comenzaron a gritar como tenían costumbre, y eran tres o cuatro pueblos que habían dormido cerca del río esperándome, y tomaban el maíz y otras semillas en la boca y me cubrían con ellas, diciendo que aquella era la manera del sacrificio que hacían al sol; después me dieron de comer de estas provisiones, y entre otras cosas, muchas alubias. Yo les di a ellos la cruz, como había hecho con los otros, y entre tanto aquel anciano les decía cosas grandes de mis actos, y me señalaba con el dedo diciendo: “Este es el señor, hijo del sol”; y me hacían peinar la barba y ordenar bien las vestiduras que yo llevaba encima. Y era tanta la fe que tenían en mí, que todos me hablaban de las cosas que habían ocurrido y ocurrían entre ellos, y del buen o mal ánimo que se tenían los unos a los otros; yo les pregunté por qué razón me contaban a mí todas sus cosas, y aquel anciano me respondió: “Tú eres señor, y al señor no se le debe ocultar cosa ninguna”. Después de lo cual siguiendo viaje, volví a preguntarle por Cevola, y si sabía si los de aquel pueblo habían visto alguna vez gente semejante a nosotros; me respondió que no, excepto un negro, que llevaba en los pies y en los brazos unas cosas que sonaban. Su Señoría37 debe guardar en la memoria cómo era este negro que fue con fray Marco, y que llevaba cascabeles y plumas en

36. Es decir, que habría de dar remedio a su problema. 37. Apelación al virrey Mendoza, organizador de la expedición y receptor del texto. Nuevamente el narrador de la Relación resalta la información conseguida de primera mano presentando en el relato detalles concretos de la causa de la muerte de Esteban. Esta información que posibilita el viaje diseminada a lo largo del recorrido tiene una función validatoria; no olvidemos que, en definitiva, Alarcón no cumple con la misión encomendada (no encuentra a Coronado, ni logra llevarle provisiones). Los numerosos detalles y descripciones de los habitantes del río operan en el mismo nivel, validan un viaje que, si bien no logra su cometido, regresa con una mercancía valiosa: información.

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los brazos y las piernas, y unos platos de distintos colores, y que hacía poco más de un año que había aparecido por aquel lugar. Le pregunté la razón por la que fue muerto, y él me respondió que el señor de Cevola le había preguntado si tenía otros hermanos; le respondió él que tenía infinitos y que llevaban consigo muchas armas y no estaban muy lejos de allí; al oír aquello, se reunieron en consejo muchos señores y acordaron darle muerte, a fin de que no diera noticia a esos sus otros hermanos de dónde ellos se hallaban, y que por esta razón lo mataron y cortaron en muchos trozos que se repartieron entre todos aquellos señores a fin de que supieran con certeza que había muerto, y que igualmente tenía un perro como el mío, al que también mandaron matar al cabo de muchos días. Lo interrogué sobre si los de Cevola tenían enemigos, y me dijo que sí, y me contó de catorce o quince señores que estaban en guerra entre ellos, y que tenían mantos y los arcos propios de los antedichos. Me dijo que al remontar el río me encontraría con gente que no tenía guerra ninguna, ni con los vecinos ni con los otros. Me dijo que tenían tres o cuatro especies de árboles que daban frutos buenísimos para comer, y que en cierta laguna vivía una anciana, muy respetada y reverenciada por ellos, y que moraba en una choza que allí había, y que nunca comía, y que en aquel lugar se hacían objetos que sonaban, y que a ella le regalaban muchos mantos, plumas y maíz; le pregunté su nombre, y me dijo que se llamaba Guatazaca;38 y que había en aquel lugar muchos señores que en su vivir y morir tenían las mismas costumbres que los de Cevola, los cuales tenían sus casas de verano con mantas pintadas, y en invierno vivían en casas de madera de dos o tres plantas de altura, y que todas estas cosas las había visto menos a la anciana. Y volviendo a preguntarle más cosas, no quiso responderme diciendo que estaba cansado de mí. Y habiéndose dispuesto muchos de esos indios a mi alrededor, decían entre ellos: “Mirémoslo bien, para que podamos reconocerlo a su regreso”. El lunes siguiente el río estaba rodeado de gente de la misma forma, y yo comencé a pedirle otra vez al anciano que me contara sobre la gente de aquel pueblo, y me respondió que pensaba que ya se me 38. La Relación cuenta que esta mujer-leyenda vivía cerca de un lago y que no necesitaba comer nunca. Este último motivo —aunque no el referente— aparece en los Naufragios de Cabeza de Vaca, en donde otro ser-leyenda —Malacosa— tampoco comía: “También nos contaron que muchas vezes le dieron de comer y que nunca jamás comió” (Cabeza de Vaca, op. cit., p. 257).

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había olvidado, y entonces me habló de una infinidad de señores y de pueblos que pasaban de doscientos. Y hablando de las armas, me dijo que algunos de ellos tenían unas rodelas muy grandes de cuero, de más de dos dedos de grosor. Le pregunté con qué animales las hacían, y me describió una bestia muy grande, a guisa de vaca, pero más larga en más de un buen palmo, y pies anchos, y patas anteriores gruesas como el muslo de un hombre, y la cabeza de siete palmos de largo, la frente de tres palmos, y los ojos más gruesos que un puño, y los cuernos largos como la espinilla,39 de los que salían unas puntas afiladas de un palmo de largo, los pies y las manos de más de siete palmos, con una cola torcida pero muy gruesa, y extendiendo los brazos por encima de la cabeza, decía que era todavía más alta. Me dio luego noticia de otra anciana, que vivía del lado del mar. Ese día lo pasé repartiendo cruces entre aquellas gentes, como había hecho con los otros. El anciano que llevaba conmigo bajó a tierra y se puso a parlamentar con otro, que aquel día lo había llamado muchas veces, y allí los dos hacían al hablar muchos gestos, moviendo los brazos y señalándome. Y así envié fuera a mi intérprete, para que se pusiera al lado de ellos y los escuchase, y poco después lo llamé y le pregunté de qué hablaban aquellos dos. Y él me dijo que el que hacía aquellos gestos le decía al otro que en Cevola había otros semejantes a nosotros y barbados, y que decían que eran cristianos,40 y que los dos decían que todos debíamos ser de la misma condición, y que habría estado bien matarnos, a fin de que los otros no supieran nada de nosotros, y vinieran a causarles daño. Y que el anciano le había respondido: “Este es hijo del sol y señor nuestro, nos hace bien, no quiere venir a nuestras casas aunque nosotros se lo roguemos; no nos quita cosa ninguna de lo nuestro, no quiere nuestras mujeres”; y que finalmente había dicho muchas otras cosas en mi alabanza y favor, y con todo ello el otro se obstinaba en que nosotros debíamos ser todos de la misma condición; y que el anciano dijo: “Vayamos ante él y preguntémosle si es cristiano como los otros o si es hijo del sol”. Y el anciano vino ante mí y me dijo: “¿En el pueblo de Cevola por el que vos me preguntasteis moran otros hombres de vuestra misma condición?”. Yo

39. La parte anterior de la canilla de la pierna, opuesta a la pantorrilla (Diccionario de Autoridades). 40. Posiblemente se refiere a los adelantados de la expedición de Vázquez Coronado.

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entonces me mostré maravillado y respondí que no era posible; y ellos me afirmaron que era cierto y que habían visto dos hombres venidos de allá, los cuales referían que llevaban como nosotros armas de fuego y espadas. Yo le pregunté si ellos los habían visto con sus propios ojos, a lo cual me respondieron que no, pero que los habían visto unos compañeros de ellos. Entonces me preguntó si yo era hijo del sol, y le respondí que sí; ellos dijeron que lo mismo decían aquellos cristianos de Cevola, y yo les respondí que bien podía haber sido. Me preguntaron luego si aquellos cristianos de Cevola habían venido a unirse conmigo y a hacer lo mismo, y yo les respondí que nada debían temer, pues si ellos eran hijos del sol, como decían, serían mis hermanos y tendrían para con ellos la misma cortesía y el mismo afecto que yo les mostraba, y con esto pareció que quedaron bastante satisfechos. Le dicen que se encuentra a diez jornadas de Cevola y que allí hay unos cristianos que a aquellos señores hacen la guerra. De la sodomía que practican esos indios con cuatro jóvenes a tal servicio dedicados, los cuales llevan traje de mujer. No pudiendo dar de sí noticias a los de Cevola, siguiendo la corriente del río regresan a las naves

Les pedí de nuevo que me dijeran a cuántas jornadas estaba aquel reino de Cevola que, según decían, se encontraba lejos de aquel río, y aquel hombre respondió que había diez jornadas por tierras sin casas, y que sobre lo que había más allá no se pronunciaba, porque allí había gente. Con este aviso, me entraron deseos de dar noticias mías al capitán, y lo consulté con mis soldados, entre los cuales no encontré a ninguno que quisiera ir, aunque yo les ofreciese muchas cosas de parte de Su Señoría.41 Solo un esclavo moro, y de mala gana, se ofreció a ir; pero yo esperaba que vinieran aquellos indios de los que me habían referido, y con esto seguimos nuestro camino por el río contra corriente, de la misma manera de antes. Fue entonces cuando el anciano me mostró como cosa maravillosa a su hijo vestido con ropa de mujer, 41. Se configura a partir de este momento un motivo en la Relación que se menciona repetitivamente. A saber: el de la voluntad de seguir adelante por parte de Alarcón para así llegar a Cíbola y la constante oposición y ausencia de apoyo por parte de sus hombres o la negativa de ayuda y advertencia de peligro por parte de los habitantes del lugar. Así, a medida que se acerca el final del trayecto, Alarcón queda modelado en la narración de su viaje como un leal subordinado que no pudo cumplir su cometido no por falta de voluntad propia sino ajena.

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practicando su oficio. Yo le pregunté cuántos había como ese entre ellos, y me dijo que eran cuatro, y que cuando alguno de ellos moría, se tomaba nota de todas las mujeres grávidas que había en la tierra, y que la primera de ellas en parir un varón, este quedaba elegido para aquella tarea femenina, y las mujeres lo vestían con sus ropas, diciendo que, dado que debía hacer lo mismo que ellas, tomara esas ropas. Los así elegidos no pueden tener comercio carnal con mujer ninguna, mas con todos aquellos jóvenes casaderos de la tierra; a cambio de tal acto meretricio estos no reciben cosa alguna de aquellos del lugar, es por ello que son libres de tomar de cada casa aquello que encuentran y necesitan para vivir. Vi igualmente algunas mujeres que conversaban deshonestamente entre los hombres, y le pregunté al anciano si estaban casadas; a lo cual él me respondió que no, pero me dijo que eran mujeres de mundo, que vivían separadas de las casadas. Yo con estos razonamientos seguía pidiendo que me trajeran a aquellos indios que decían haber estado en Cevola, y me dijeron que se hallaban a ocho jornadas de allí, pero que entre ellos se encontraba uno que era compañero de aquellos con los que había hablado, habiéndose encontrado con ellos cuando fueron para ver el reino de Cevola, y que le habían dicho que no debía ir más allá, ya que allí encontraría una gente brava como nosotros y con las mismas cualidades y facciones que las nuestras, que mucho había disputado con los hombres de Cevola, porque habían matado a uno de sus compañeros moros, diciendo: “¿Por qué lo habéis muerto vosotros? ¿Qué os ha hecho? ¿Acaso os ha quitado el pan, acaso os ha hecho otro daño?”, y palabras semejantes. Y decían además que estos se llamaban cristianos, que vivían en un gran edificio, y que muchos de ellos tenían unas vacas como las de Cevola y otros pequeños animales negros con lana y con cuernos, y que tenían otros en los que ellos cabalgaban, que corrían mucho; y que un día antes de partir no habían hecho otra cosa, desde la salida hasta la puesta del sol, que llegar estos cristianos, y todos se quedaban allí donde se asentaban los otros, y que estos dos se habían encontrado con dos cristianos que les habían preguntado que de dónde eran y si tenían tierras sembradas, y aquellos habían dicho que eran de un país lejano y que tenían sembrados; y que entonces le dieron una pequeña capa a cada uno, y le dieron otra para llevársela a otros compañeros suyos, lo que prometieron hacer y partieron enseguida. Tras oír esto, hablé otra vez con mis compañeros para ver

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si alguno quería ir, mas los encontré del mismo parecer que antes y me pusieron más inconvenientes. Después llamé al anciano para ver si quería darme gente que llevar conmigo y provisiones para aquel desierto, pero me expuso los muchos inconvenientes y molestias con los que iba a encontrarme en aquel viaje, mostrándome el peligro que suponía seguir adelante a causa de un señor de Cumana que amenazaba con declararles la guerra porque uno de los suyos había entrado en su país a cazar un ciervo, y que no debía yo partir de allí sin castigarlo. Y al replicar yo que estaba obligado a ir de todos modos a Cevola, él me dijo que no lo hiciera; y como esperaba que de todos modos ese señor iría a causarles daño, por ello no podían abandonar su tierra para venir conmigo; y que sería mejor que yo pusiera fin en su nombre a aquella guerra que después podría ir a Cevola acompañado. Y tanto discutimos por aquello que nos enojamos, y, encolerizado quiso bajar de la barca; mas yo lo retuve y con buenas palabras procuré calmarlo en vista de que importaba mucho tenerlo como amigo, pero por más caricias que yo le hiciera, no conseguí que mudara de parecer, en el que se obstinó. Entretanto yo había enviado a un hombre a las naves para darles noticia del camino que había decidido seguir; después pedí de nuevo al anciano que llamara de vuelta a ese hombre, pues al ver que no había modo ninguno de viajar a Cevola, y que no convenía que me quedase más entre aquella gente para que no me descubrieran, quise ir en persona a ver las naves, con la intención de regresar otra vez a la parte alta del río, llevar conmigo a otros compañeros y dejar allí a otros que se me habían enfermado. Y diciéndole al anciano y a los demás que regresaría, y dejándolos satisfechos lo mejor que pude, aunque siguieran diciendo que me marchaba por miedo, regresé por el río a Cevola,42 y el trayecto que hice en quince días y medio al remontar el río contra corriente, lo hice de regreso en dos días y medio por ser la corriente grande y muy rápida. Al navegar río abajo se acercaba a las orillas mucha gente para decirme: “¿Por qué nos dejas, señor? ¿Qué disgusto te hemos causado? ¿No decías que ibas a quedarte siempre con nosotros y ser nuestro señor? Regresa, y si alguno de la banda de los de arriba comete contra ti algún agravio, con nuestras armas iremos contigo para matarlo”. Con estas y otras palabras llenas de afecto y cortesía se expresaron. 42. Error, léase “a las naves”.

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Al llegar a las naves, el capitán puso a aquella costa el nombre de Tierra de la Cruz, donde manda construir un oratorio a nuestra Señora, y al río pone el nombre de Buena Guía, después navega de regreso. Al llegar a Quicama y Coano, los señores de allí le muestran mucha cortesía

Al llegar yo a las naves, encontré a toda mi gente en buen estado, aunque muy apesadumbrada a causa de mi gran tardanza; también porque la gran corriente les había roto cuatro jarcias y habían perdido dos anclas que [luego se] recuperaron. Reunidas las naves, las hice conducir a lugar cobijado, y mandé carenar la San Pedro y reparar cuanto fuese necesario. Aquí tras reunir a toda la gente les di las noticias recibidas de Francisco Vázquez [Coronado], y como podía ser que en aquellos dieciséis días que estuve yo navegando por el río, él quizá por ventura podía haber recibido noticias mías, yo estaba dispuesto a regresar otra vez río arriba para ver si era posible por algún medio reunirme con él. Aunque se opusieron, mandé preparar todas las barcas que no fueran necesarias para el servicio de las naves. Hice llenar una de ellas de mercancías que intercambiar, trigo y otras semillas, gallinas y gallos de Castilla, y partí río arriba, dejando orden de que en aquella tierra llamada de la Cruz levantaran un oratorio o capilla y que lo llamasen la iglesia de la Virgen de la Buena Guía y que llamaran aquel río la Buena Guía, por ser la divisa de Su Señoría.43 Llevé conmigo al piloto mayor Nicola Zamorano para que pudiera medir las alturas,44 y partí el martes que fue el catorce de septiembre. El miércoles llegué a las casas de los primeros indios, que corrieron para impedirme el paso, creyendo que éramos otras gentes, pues iban con nosotros un pífano y un tambor,45 y yo vestía otras prendas distintas de las que lle43. En el blasón de armas de la casa Mendoza se lee el mote Ave María-Gratia Plena, de allí que Alarcón bautice a la iglesia y al río Buena Guía. Posteriormente, Juan Rodríguez de Cabrillo (1542), otro navegante también encomendado por el virrey Mendoza, nombraría a un prominente cabo en la California Norte como cabo Mendocino, también en honor al virrey. 44. “Medir alturas”, es decir, latitudes (Diccionario de Autoridades). 45. “Pífano” o pífaro, instrumento militar que sirve en la infantería junto con el tambor o caja. Es posible inferir que mientras en la primera incursión Alarcón ordena a todos sus hombres “que ninguno se moviese” ni hiciese sonido o señal alguna ya en la segunda se desplaza haciendo ruido, un ruido que, al parecer, no le ayuda de mucho: “[no pude] convencerlos para que fuéramos buenos amigos”. Nuevamente, la mención constante de las manifestaciones de afecto y obediencia se ven desafiadas por zonas inestables dentro del texto, donde más que afición y sujeción se expone la ambivalencia en la construcción

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vaba cuando me vieron la primera vez. Al reconocerme se detuvieron, sin embargo no pude convencerlos para que fuéramos buenos amigos, por lo que fui dándoles de las semillas que llevaba y enseñándoles cómo debían sembrarlas. Y tras navegar tres leguas, vino a verme a la barca el primer intérprete con gran alegría, al que pregunté por qué me había dejado. Dijo que algunos de sus compañeros lo habían apartado. Yo le puse buena cara y lo recibí del mejor modo para que me acompañara otra vez, pues me di cuenta de cuánto me convenía tenerlo conmigo. Se disculpó porque se había quedado aquí para traerme unas plumas de papagayo, que me entregó. Le pregunté quiénes eran esas gentes y si tenían un señor, me dijo que sí, y me nombró tres o cuatro, entre ellos veinticuatro o veinticinco nombres de pueblos que conocía, y que tenían las casas pintadas por dentro, y que comerciaban con los de Cevola, y que a aquel reino se llegaba en dos lunas. Además de esto me dijo muchos otros nombres de señores y de otros pueblos, los que yo he descrito en un libro mío, que entregaré en persona a Su Señoría; pero quise entregar esta relación resumida en este puerto de Colima a Agustín Guerrero, para que la enviara por tierra a Su Señoría, a quien más tarde contaré muchas más cosas.46 del otro, es decir, una repetición constate que revela sobre todo una crisis de autoridad. 46. Se desconoce el paradero y naturaleza de este otro documento. Es llamativa, no obstante, la relación que establece Alarcón entre los dos. Lo que el narrador llama “un libro mío” pareciera el resultado de una operación narrativa sobre las notas o apuntes de viaje (lo que el narrador llama “la relación resumida”). Esta distinción evidencia el vínculo entre la nota como registro parcial o el fragmento y la reescritura de las mismas o la organización del viaje en un relato. Lo curioso es que Alarcón presenta ambos textos, “el libro” y “la relación”, como objetos ya completos y acaso escritos en su viaje de vuelta, escritos desde el océano. Diego Muñoz Camargo, en su Historia de Tlascala asegura que el documento enviado por Alarcón al rey causó grandes problemas entre ellos, sugiriendo incluso que fue una suerte de principio del fin para Alarcón: “y el odio y pasión que causó a don Antonio de Mendoza, fue porque [Alarcón] envió encubiertamente al emperador don Carlos muy más amplia y particular relación de la tierra de California, pretendiendo por sí propio la conquista y descubrimiento de aquella tierra y costa del Mar del Sur, porque entendía que confinaban aquellas tierras con la gran China, o que había muy breve navegación desde esta tierra a la Especería, y con trabajos que tuvo de verse desfavorecido del virrey, vino a enfermar y a morirse, como murió en el marquesado en el pueblo de Cuernavaca” (Diego Muñoz Camargo, Historia de Tlascala, ms. 210 de la Biblioteca Nacional de París, paleografía, introducción, notas, apéndices e índices analíticos de Luis Reyes García con colaboración de Javier Lira Toledo, Tlaxcala: Gobierno del Estado de Tlaxcala/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, 1998, p. 251).

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Siguiendo mi camino llegué a Quicama, donde salieron a recibirme los indios con mucha alegría y regocijo diciéndome que su señor me estaba esperando. Al llegar ante él, vi que llevaba consigo cinco o seis mil hombres desarmados, de los que se apartó acompañado solamente de unos doscientos. Todos ellos traían provisiones. Avanzó hacia mí con gran autoridad. Y delante de él y a sus lados había algunos que dispusieron a la gente para que formaran sendas filas entre las que él pudiera pasar. Llevaba una túnica cerrada por delante y por detrás y abierta a los lados, unida por botones, trabajada en cuadros blancos y negros. Era de cortezas de bessugos, muy fina y bien hecha. Al llegar al agua, sus siervos lo levantaron en brazos y lo pusieron en la barca, donde lo abracé y lo recibí con gran regocijo y muchas atenciones.47 La gente que lo acompañaba y estaba allí viéndonos mostró gran alegría. Este señor se dirigió a los suyos diciéndoles que tomaran nota de mi cortesía, que habiendo él entrado libremente en contacto con aquellos extranjeros, podían ver que yo era hombre de bien y que lo trataba con gran afecto. Por ello debían saber que yo era su señor, que todos debían servirme y hacer cuanto yo les mandase. Entonces lo hice sentar y comer algunas conservas de azúcar que llevaba, y dije al intérprete que le agradeciera en mi nombre el favor que me había hecho al venir a verme, recomendándole la adoración de la cruz y todo lo demás que había yo recomendado a los otros, es decir, que vivieran en paz y dejaran las guerras, y que siempre fueran entre ellos buenos amigos. Él respondió que entre ellos continuaba desde hacía mucho tiempo la guerra con los vecinos, pero que en adelante daría órdenes de que se diera de comer a todos aquellos que pasaran por su reino, y que no le hicieran daño alguno; y que si, pese a todo, algún pueblo fuera a hacerles la guerra, él les hablaría de cómo yo había mandado que se viviera 47. Los elementos presentes en la descripción de este momento de contacto —especialmente los atavíos del señor, su acompañamiento y el hecho de que lo llevan en andas a la barca— son tópicos. La mirada del viajero registra la escena del encuentro con un gran señor describiendo determinadas situaciones y no otras, así el ceremonial y la etiqueta apuntalan la idea de importancia, y este es un elemento que se expone para hacer comprensible la realidad expuesta en el texto. El receptor del texto entenderá fácilmente que la estricta división de funciones, el refinado distanciamiento y las contenidas formas de conducta denotan un poder consolidado con el que el viajero entra en contacto. Véase Jimena N. Rodríguez, “El encuentro con un gran señor en la mirada de viajeros de los siglos xv y xvi”, Medievalia, 42, 2010, pp. 40 y ss.).

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en paz, y que si no lo querían, él se defendería, y que me prometía que nunca más buscaría la guerra, si otros no venían a dársela. Le entregué yo algunas cosas, como semillas que llevaba, gallinas de Castilla, que él recibió alborozado. Y partiendo llevé conmigo a algunos de los suyos para que hicieran amistad entre ellos y con los pueblos que hubiera río arriba. Entonces se me acercó el intérprete para regresar a su casa, le entregué algunos regalos con los que se fue muy contento. Al día siguiente llegué a Coano, y al verme vestido con otros ropajes, muchos no me reconocieron, pero el anciano que allí estaba en cuanto me reconoció se lanzó al agua diciéndome: “Señor, aquí está el hombre que dejaste conmigo”. Este apareció alegre y muy contento, y me habló de las grandes atenciones que recibió de aquella gente, diciendo que disputaban entre ellos porque todos querían llevárselo a su casa, y que era algo increíble la preocupación que mostraban cuando, al salir el sol, juntaban las manos y se arrodillaban delante de la cruz. Yo les di de las semillas que llevaba, agradeciéndoles mucho del buen trato que habían dispensado a mi español, y ellos me rogaron que lo dejase con ellos, cosa que les concedí hasta mi regreso; él se quedó con ellos muy contento.48 De este modo seguí remontando el río, llevan48. Cuando Alarcón regresa a sus naves en el mar de Cortés, después de su primera incursión, deja a este hombre —“[su] español”— en la ribera del río. Se desconoce la razón por la cual el expedicionario decide permanecer en el lugar, es decir, el texto no aclara si fue un pedido de Alarcón o si fue una idea propia; el texto tampoco clarifica si el hombre regresa definitivamente con los españoles, pero asegura que el español estaba “alegre y muy contento” en todo momento. Julio César Montané Martí opina que su estancia pudo deberse al enamoramiento con alguna india (Los indios de todo se maravillaban , p. 101). Si este fuera el caso, nos parece peculiar que Alarcón no lo mencione. En general, en el corpus conocido como crónicas de Indias, estos acontecimientos son representados de manera negativa, como en el caso de Gonzalo Guerrero en Yucatán, a quien tanto Fernández de Oviedo (1535), López de Gómara (1552) como Díaz del Castillo (1632) representan con estimaciones de vergüenza, pecado y vicio (Rolena Adorno, De Guancane a Macondo. Estudios de Literatura Hispanoamericana, Sevilla, Renacimiento, 2008, p. 220). La figura de este “español” funciona en la lógica argumentativa más bien como un testigo fidedigno que da cuenta de la “efectiva” evangelización que Alarcón realiza en la zona y que el texto proclama: “[el español] me habló de las grandes atenciones que recibió y que era algo increíble la preocupación que mostraban [los indios] cuando, al salir el sol, juntaban las manos y se arrodillaban delante de la cruz”. Las imágenes con el motivo de los indios arrodillados y rezando se agudizan y repiten en esta parte final de la relación, permutando así el objetivo no cumplido (encontrar a Coronado) por una nueva misión (la evangelización) en el texto.

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do conmigo a aquel anciano, que me refirió que habían venido dos indios de Cumana a preguntar por los cristianos, y que les había respondido que no los conocía, pero que conocía bien al hijo del sol, y que aquellos dos lo habían persuadido para que se uniera a ellos para matarnos a mí y a mis compañeros. Le pedí que me diera dos indios, y que fueran a anunciarle que yo iría a visitarlos, que quería su amistad, pero que si en el encuentro querían hacer la guerra, yo se la haría de un modo que no les gustaría. Y así viajamos entre toda aquella gente, algunos venían a preguntarme por qué no les daba la cruz, como había hecho con los otros, y yo se las daba. Fueron en tierra y ven que los pueblos adoraban la cruz que les habían dado. Hacen que un indio dibuje ese pueblo, mandan una cruz al señor de Cumana y baja por el río llegan a las naves.49 Del error que cometieron los pilotos de Cortés al situar aquella costa

Al día siguiente quise saltar a tierra para ver unas cabañas; encontré muchos niños y mujeres con las manos unidas, de rodillas frente a una cruz que yo les había dado. Al acercarme a ellos, hice yo lo mismo, hablando con el anciano comenzó a darme información de más gente y más tierras que él conocía. Y al caer la noche, llamé al anciano para que viniera a dormir a la barca. Me respondió que no quería, porque lo cansaría interrogándolo sobre muchas cosas. Le respondí que solo le pediría que me pusiera en un papel lo que sabía de aquel río, y cómo eran los pueblos que vivían en las dos márgenes, cosa que hizo de buena gana. Después me pidió que yo le dibujara mi país del mismo modo que él había dibujado el suyo, y para contentarlo le hice un dibujo de algunas cosas. Al día siguiente entré en unas montañas muy altas, entre las cuales discurría el río por un sitio tan estrecho que las barcas pasaban con dificultad, porque no había quien tirara de la sirga. Allí vinieron algunos indios a decirme que había gente de Cumana, entre otras, un encantador que preguntaba por dónde íbamos a pasar. Y diciéndole que por el río, fue poniendo en una y otra margen del río unas cañas, entre las que nosotros pasamos sin sufrir daño alguno que ellos creían hacernos. Y así navegando llegamos a la casa del anciano que conmigo iba, y allí mandé colocar una cruz muy alta, y en ella

49. Es decir, “bajando por el río llegan a las naves”.

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mandé poner unas letras para decir que yo había llegado. Eso hice por si llegaba hasta allí la gente del general y de ese modo pudiera tener noticias mías.50 Y finalmente al ver que no podía conocer lo que deseaba saber, decidí regresar a las naves, y cuando estaba a punto de partir, llegaron ante mí dos indios que, según la interpretación del anciano, me dijeron que venían por orden mía, que eran de Cumana, y que su señor no podía venir por encontrarse muy lejos, pero que yo les dijera qué quería. Yo le dije que recordaran buscar siempre la paz, y les referí que quería ir a conocer aquel país, pero que al verme obligado a regresar río abajo, no lo hacía, pero que volvería; entretanto, les dije que le dieran aquella cruz a su señor, cosa que prometieron hacer y que irían directamente a llevarle la cruz, junto con unas plumas que en ella había. Me dieron noticia de muchos pueblos y me dijeron que el río subía mucho más y que yo no lo había visto, pero que no conocían el principio por encontrarse este muy lejos, y que en él entraban muchos otros ríos. Al día siguiente bien temprano partí río abajo y al día siguiente llegué donde había dejado al español, con el que hablé y le dije que las cosas me habían ido bien, y que en esta ocasión así como en la otra había ido tierra adentro más de treinta leguas. Los indios de aquel lugar me preguntaron el motivo por el que yo partía y cuándo regresaría; les respondí que regresaría pronto. Y así navegando río abajo, una mujer se echó al agua gritando para que la esperásemos, y tras subir a nuestra barca fue a meterse debajo de un banco de donde no pudimos hacerla salir. Supe que eso hacía porque su marido tenía otra, que le había dado hijos, diciendo que no tenía intención de seguir con él, porque tenía otra mujer. Así ella y otro indio se vinieron conmigo por 50. “Letras”, es decir, cartas. Hacia mediados de octubre de 1540 Alarcón decide regresar y en este lugar no del todo identificado deja enterradas unas cartas. Mientras la Relación asegura que fue al pie de una cruz, Pedro Castañeda de Nájera afirma que las cartas fueron encontradas a los pies de un árbol marcado. En efecto, uno de los capitanes de avanzada de Coronado encuentra las cartas enterradas. La Relación de la Jornada de Cíbola, narra el hallazgo: “… y llegados donde los navíos estuvieron […] hallaron en un árbol escrito: aquí llegó Alarcón a el [sic] pie de este árbol hay cartas. Sacaron las cartas y por ellas vieron el tiempo que estuvieron aguardando nuevas del campo y como Alarcón había dado la vuelta desde allí para la Nueva España con los navíos, porque no podía correr adelante porque aquel mar era ancón que tornaba a volver sobre la isla del Marques, que dicen California, y dieron relación como la California no era isla sino punto de tierra firme de la vuelta de aquel ancón” (Castañeda de Nájera, op. cit., p. 94).

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su propia voluntad.51 De esta manera llegué a las naves y tras ponerlas en orden continuamos nuestro viaje a lo largo de la costa, saltando a tierra muchas veces, internándonos durante un gran trecho para ver si podíamos tener noticias del capitán Francisco Vázquez y su compañía, de la que no teníamos más indicio que cuanto me habían contado en aquella ribera. Llevo conmigo muchas otras actas de posesión de toda aquella costa,52 y por el río y la latitud que registré, encuentro que la que hicieron los patrones y pilotos del marqués es falsa, y que erraron en dos grados. Me adentré más que ellos en algo más de cuatro grados. Remonté el río ochenta y cinco leguas, donde vi y oí cuanto he expuesto y muchas más cosas de las cuales le daré una larga y detallada relación si se me concede el permiso de besar las manos de Su Señoría. Tuve la fortuna de haber encontrado a don Luis de Castilla y Agustín Guerrero en el puerto de Colima, por lo que la galeota del adelantado vino hacia mí. Como estaba allí con su armada quiso que izara las velas. Y como me pareció algo inusual y al no saber en qué estado se encontraban las cosas de la Nueva España, me dispuse a desobedecer y a defenderme.53 En ese tiempo llegó don Luis de Castilla en un barco y me habló y yo me surgí al otro lado del puerto y le entregué esta relación, y como era de noche, quise dar vela para evitar escándalos; esta relación la llevaba yo escrita en forma abreviada, porque siempre tuve intención de entregarla al tocar tierra en esta Nueva España para avisar a Su Señoría. 51. Sin aclarar si el español “alegre y muy contento” se queda o no con los habitantes del lugar se explica que dos de ellos se van con los españoles “por su propia voluntad”. 52. Se desconocen el paradero y naturaleza de estas actas. No obstante, como fue mencionado, el gesto de nombrarlas y ponerlas en relación con las de otro viajero —en este caso Ulloa enviado por el marqués del Valle— es típico en la narrativa de viajes. Es común encontrar la mención a un viajero anterior o la enmienda de un error que otro viajero ha cometido. Así, muchos relatos de viajes se establecen en una oposición binaria entre quien ya estuvo (y no pudo llegar más lejos en términos geográficos o cognitivos) y el punto alcanzado por el viajero que narra la diferencia. 53. Son comunes en la época los conflictos jurisdiccionales. En este caso Alarcón hace referencia a Pedro de Alvarado, quien desde 1538 había conseguido autorización y capitulaciones reales para el descubrimiento, conquista y poblamiento de las islas y provincias del mar del Sur o las islas de la Especiería y del Máluco (García Añoveros, op. cit., 114). En 1540 Pedro de Alvarado y el virrey Mendoza firman capitulaciones de colaboración (García Añoveros op. cit., 122), información que presumiblemente Luis de Castilla y Agustín Guerrero, funcionarios del virrey, le dan a Alarcón.

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Apéndice

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Planisferio de Cantino, 1502 (Newberry Library).

APÉNDICE

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ESCRIBIR DESDE EL OCÉANO

Reproducción tardía del mapa de Domingo del Castillo de 1541. (Reprografía de Cartografía y crónicas de la Antigua California)

Detalle del Mapa de Venecia de Jacopo de’Barbari, 1500 (Newberry Library).

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Martin Waldseemüller, Carta Marina, 1516.

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Bibliografía

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