120 94 7MB
Spanish Pages 328 Year 2020
74
61 Aitor Anduaga Egaña Meteorología, ideología y sociedad en la España contemporánea, 2012. 62 Xavier Calvó-Monreal Polímeros e instrumentos. De la química a la biología molecular en Barcelona (1958-1977), 2012. 63 Francisco Villacorta Baños La regeneración técnica. La Junta de Pensiones de Ingenieros y Obreros en el extranjero (1910-1936), 2012. 64 Antonio González Bueno y Alfredo Baratas Díaz (eds.) La tutela imperfecta. Biología y farmacia en la España del primer franquismo, 2013. 65 Matiana González Silva Genes de papel. Genética, retórica y periodismo en el diario El País (1796-2006), 2014. 66 José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora La utopía agraria. Políticas visionarias de la naturaleza en el Cono Sur (1810-1880), 2015. 67 Annette Mülberger (ed.) Los límites de la ciencia. Espiritismo, hipnotismo y el estudio de los fenómenos paranormales (1850-1930), 2016. 68 Raúl Velasco Morgado Embriología en la periferia: las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el franquismo, 2016. 69 Mario César Sánchez Villa Entre materia y espíritu. Modernidad y enfermedad social en la España liberal (1833-1923), 2017. 70 Isabel Blázquez Ornat El practicante. El nacimiento de una nueva profesión sanitaria en España, 2017. 71 Carolin Schmitz Los enfermos en la España barroca y el pluralismo médico. Espacios, estrategias y actitudes, 2018.
Luis Ángel Sánchez Gómez (Madrid, 1962) es profesor titular de Antropología Cultural en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado varios libros y algunas decenas de artículos sobre etnohistoria de Filipinas, antropología del campesinado, historia de las exposiciones coloniales e historia de la antropología. En 2003 apareció su monografía titulada Un imperio en la vitrina. El colonialismo español en el Pacífico y la Exposición de Filipinas de 1887, editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En 2013, y también editado por el CSIC, publicó el libro Dominación, fe y espectáculo. Las exposiciones misionales y coloniales en la era del imperialismo moderno. Sus últimos trabajos se han centrado en el estudio de las biografías de los gigantes acromegálicos españoles, entre los que destaca el libro El gigante de Altzo. Un vasco mítico (aunque muy real) en la Europa del siglo xix, editado por la Diputación Foral de Gipuzkoa en 2018. Un primer acercamiento, en forma de libro, a la figura de Velasco fue su estudio La niña. Tragedia y leyenda de la hija del doctor Velasco (Renacimiento, 2017).
LUIS ÁNGEL SÁNCHEZ GÓMEZ
UNA BIOGRAFÍA APASIONADA DEL DOCTOR PEDRO GONZÁLEZ VELASCO (1815-1882)
60 Mercedes del Cura González Medicina y pedagogía. La construcción de la categoría «infancia anormal» en España (1900-1939), 2011.
Entre cadáveres comienza ofreciendo alguna luz sobre las cuatro primeras décadas de vida del doctor Velasco, desde su azaroso nacimiento, en una pequeña localidad segoviana, hasta la obtención del grado de doctor, sin olvidar que antes se ordenó fraile, que luego fue soldado y que durante un tiempo tuvo que ganarse la vida como criado. Posteriormente conoceremos cómo se convierte en un famoso y acaudalado cirujano, cómo crece, hasta extremos obsesivos, su afán por la disección cadavérica y el coleccionismo anatómico, y cómo se plasma todo ello en la creación de su primer museo doméstico. El capítulo sexto aborda un muy particular episodio de su biografía, que trasciende la anécdota personal y nos ilustra sobre el momento que viven las ciencias antropológicas en la España de la segunda mitad del siglo xix: la cuestión de la casa, de los cráneos y del cementerio de Zarauz. A continuación, echaremos un rápido vistazo al terrible acontecimiento que marcaría su existencia futura: la trágica muerte de su joven y adorada hija, origen de incontables habladurías y leyendas. El capítulo octavo presenta los contenidos de su segundo museo, y en el siguiente se estudian los avatares políticos y profesionales que se desarrollan desde los momentos previos a la Revolución de 1868 hasta la Restauración borbónica en 1874. La formación del Museo Antropológico se estudia en el capítulo décimo, mientras que el siguiente se centra en la que fue su «pieza» estrella: el esqueleto del «gigante extremeño». Tras conocer las circunstancias de su muerte y las consecuencias patrimoniales que acarrea, repasamos, de forma sumaria, la biografía de su principal colaborador, el doctor Ángel Pulido. El penúltimo capítulo es, al mismo tiempo, una evaluación apasionada y una crítica con pretensiones de objetividad de la vida y la obra de Velasco, donde se destacan tanto sus grandes aportaciones como sus evidentes limitaciones. El libro termina con una reivindicación del Museo Antropológico, su gran obra.
ENTRE CADÁVERES
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ESTUDIOS SOBRE LA CIENCIA
Luis Ángel Sánchez Gómez
ENTRE CADÁVERES UNA BIOGRAFÍA APASIONADA DEL DOCTOR PEDRO GONZÁLEZ VELASCO (1815-1882)
72 José Chabás Computational Astronomy in the Middle Ages. Sets of Astronomical Tables in Latin, 2019. 73 César Leyton Robinson La ciencia de la erradicación. Modernidad urbana y neoliberalismo en Santiago de Chile, 1973-1990, 2020.
ISBN: 978-84-00-10638-6
CSIC
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Ilustración de cubierta: Retrato de Pedro González Velasco, anónimo (ca. 1875). Copia fotográfica de época, la única conocida del doctor. Museo Nacional de Antropología, Madrid.
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61 Aitor Anduaga Egaña Meteorología, ideología y sociedad en la España contemporánea, 2012. 62 Xavier Calvó-Monreal Polímeros e instrumentos. De la química a la biología molecular en Barcelona (1958-1977), 2012. 63 Francisco Villacorta Baños La regeneración técnica. La Junta de Pensiones de Ingenieros y Obreros en el extranjero (1910-1936), 2012. 64 Antonio González Bueno y Alfredo Baratas Díaz (eds.) La tutela imperfecta. Biología y farmacia en la España del primer franquismo, 2013. 65 Matiana González Silva Genes de papel. Genética, retórica y periodismo en el diario El País (1796-2006), 2014. 66 José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora La utopía agraria. Políticas visionarias de la naturaleza en el Cono Sur (1810-1880), 2015. 67 Annette Mülberger (ed.) Los límites de la ciencia. Espiritismo, hipnotismo y el estudio de los fenómenos paranormales (1850-1930), 2016. 68 Raúl Velasco Morgado Embriología en la periferia: las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el franquismo, 2016. 69 Mario César Sánchez Villa Entre materia y espíritu. Modernidad y enfermedad social en la España liberal (1833-1923), 2017. 70 Isabel Blázquez Ornat El practicante. El nacimiento de una nueva profesión sanitaria en España, 2017. 71 Carolin Schmitz Los enfermos en la España barroca y el pluralismo médico. Espacios, estrategias y actitudes, 2018.
Luis Ángel Sánchez Gómez (Madrid, 1962) es profesor titular de Antropología Cultural en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado varios libros y algunas decenas de artículos sobre etnohistoria de Filipinas, antropología del campesinado, historia de las exposiciones coloniales e historia de la antropología. En 2003 apareció su monografía titulada Un imperio en la vitrina. El colonialismo español en el Pacífico y la Exposición de Filipinas de 1887, editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En 2013, y también editado por el CSIC, publicó el libro Dominación, fe y espectáculo. Las exposiciones misionales y coloniales en la era del imperialismo moderno. Sus últimos trabajos se han centrado en el estudio de las biografías de los gigantes acromegálicos españoles, entre los que destaca el libro El gigante de Altzo. Un vasco mítico (aunque muy real) en la Europa del siglo xix, editado por la Diputación Foral de Gipuzkoa en 2018. Un primer acercamiento, en forma de libro, a la figura de Velasco fue su estudio La niña. Tragedia y leyenda de la hija del doctor Velasco (Renacimiento, 2017).
LUIS ÁNGEL SÁNCHEZ GÓMEZ
UNA BIOGRAFÍA APASIONADA DEL DOCTOR PEDRO GONZÁLEZ VELASCO (1815-1882)
60 Mercedes del Cura González Medicina y pedagogía. La construcción de la categoría «infancia anormal» en España (1900-1939), 2011.
Entre cadáveres comienza ofreciendo alguna luz sobre las cuatro primeras décadas de vida del doctor Velasco, desde su azaroso nacimiento, en una pequeña localidad segoviana, hasta la obtención del grado de doctor, sin olvidar que antes se ordenó fraile, que luego fue soldado y que durante un tiempo tuvo que ganarse la vida como criado. Posteriormente conoceremos cómo se convierte en un famoso y acaudalado cirujano, cómo crece, hasta extremos obsesivos, su afán por la disección cadavérica y el coleccionismo anatómico, y cómo se plasma todo ello en la creación de su primer museo doméstico. El capítulo sexto aborda un muy particular episodio de su biografía, que trasciende la anécdota personal y nos ilustra sobre el momento que viven las ciencias antropológicas en la España de la segunda mitad del siglo xix: la cuestión de la casa, de los cráneos y del cementerio de Zarauz. A continuación, echaremos un rápido vistazo al terrible acontecimiento que marcaría su existencia futura: la trágica muerte de su joven y adorada hija, origen de incontables habladurías y leyendas. El capítulo octavo presenta los contenidos de su segundo museo, y en el siguiente se estudian los avatares políticos y profesionales que se desarrollan desde los momentos previos a la Revolución de 1868 hasta la Restauración borbónica en 1874. La formación del Museo Antropológico se estudia en el capítulo décimo, mientras que el siguiente se centra en la que fue su «pieza» estrella: el esqueleto del «gigante extremeño». Tras conocer las circunstancias de su muerte y las consecuencias patrimoniales que acarrea, repasamos, de forma sumaria, la biografía de su principal colaborador, el doctor Ángel Pulido. El penúltimo capítulo es, al mismo tiempo, una evaluación apasionada y una crítica con pretensiones de objetividad de la vida y la obra de Velasco, donde se destacan tanto sus grandes aportaciones como sus evidentes limitaciones. El libro termina con una reivindicación del Museo Antropológico, su gran obra.
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CSIC
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Ilustración de cubierta: Retrato de Pedro González Velasco, anónimo (ca. 1875). Copia fotográfica de época, la única conocida del doctor. Museo Nacional de Antropología, Madrid.
ENTRE CADÁVERES
ESTUDIOS SOBRE LA CIENCIA, 74 Director Rafael Huertas García-Alejo, Instituto de Historia, CSIC Secretario Jon Arrizabalaga Valbuena, Institución Milá y Fontanals, CSIC Comité Editorial María Montserrat Cabré i Pairet, Universidad de Cantabria Susana Gómez López, Universidad Complutense de Madrid Bernat Hernández Hernández, Universitat Autònoma de Barcelona Mauricio Jalón Calvo, Universidad de Valladolid María Luz López Terrada, Instituto de Gestión de la Innovación y del Conocimiento, CSIC Carmen Ortiz García, Instituto de Historia, CSIC Juan Pimentel Igea, Instituto de Historia, CSIC María Jesús Santesmases Navarro de Palencia, Instituto de Filosofía, CSIC Consejo Asesor Rosa Ballester Añón, Universidad Miguel Hernández, Alicante Daniela Bleichmar, University of South California Mónica Bolufer Peruga, Universitat de València Ricardo Campos Marín, Instituto de Historia, CSIC Antonio Lafuente García, Instituto de Historia, CSIC Antonello La Vergata, Università di Modena Leoncio López-Ocón Cabrera, Instituto de Historia, CSIC José Ramón Marcaida, Cambridge University Marisa Miranda, CONICET, La Plata, Argentina Javier Moscoso Sarabia, Instituto de Filosofía, CSIC Annette Mülberger, Universitat Autònoma de Barcelona Enric J. Novella Gaya, Universitat de València Teresa Ortiz Gómez, Universidad de Granada José Pardo Tomás, Institución Milá y Fontanals, CSIC Francisco Pelayo López, Instituto de Historia, CSIC Eulalia Pérez Sedeño, Instituto de Filosofía, CSIC José Luis Peset Reig, Instituto de Historia, CSIC Miguel Ángel Puig-Samper Mulero, Instituto de Historia, CSIC Pedro Ruiz Castell, Universitat de València Antonella Romano, Centre Alexandre Koyré-EHESS, Paris Fernando Salmón Muñiz, Universidad de Cantabria Nuria Valverde Pérez, Universidad Autónoma Metropolitana de Cuajimalpa, México DF Marga Vicedo, University of Toronto Isabel Vicente Maroto, Universidad de Valladolid
LUIS ÁNGEL SÁNCHEZ GÓMEZ
ENTRE CADÁVERES Una biografía apasionada del doctor Pedro González Velasco (1815-1882)
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Madrid, 2020
Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. Este libro se ha elaborado en el ámbito del proyecto de investigación «El coleccionismo científico y las representaciones museográficas de la Naturaleza y de la Humanidad», desarrollado desde el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Gobierno de España y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (HAR2016-75331-P). El autor ha participado en su condición de profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid. Catálogo de publicaciones de la Administración General del Estado: https://cpage.mpr.gob.es Editorial CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])
© CSIC © Luis Ángel Sánchez Gómez © De las imágenes, las fuentes mencionadas en el pie de foto © Ilustración de cubierta: Retrato de Pedro González Velasco, anónimo (ca. 1875). Copia fotográfica de época, la única conocida del doctor. Museo Nacional de Antropología, Madrid. ISBN: 978-84-00-10638-6 e-ISBN: 978-84-00-10639-3 NIPO: 833-20-108-7 e-NIPO: 833-20-109-2 Depósito Legal: M-14824-2020 Maquetación, impresión y encuadernación: Nemac Comunicación, S. L. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.
ÍNDICE Agradecimientos .......................................................................................
11
Introducción ............................................................................................
13
Capítulo 1. Porquero antes que fraile . .............................................
21
En Valseca ...........................................................................................
21
Seminario y conventos . ........................................................................
23
Capítulo 2. Soldado, criado, estudiante y doctor ...........................
31
El fraile que marchó a la guerra . ..........................................................
31
En burro hasta Madrid . .......................................................................
33
Objetivo esencial: estudiar Medicina .....................................................
36
En la Universidad ................................................................................
39
Capítulo 3. La forja de una obsesión ..................................................
45
Preparaciones y vaciados anatómicos ....................................................
47
Primera empresa y primer fracaso . .......................................................
48
Estiércol y huesos blancos ....................................................................
52
Diseccionar y embalsamar ....................................................................
54
7
Índice
Capítulo 4. El Museo Anatómico . ......................................................
59
Un museo como reclamo ......................................................................
60
Visitantes ilustres .................................................................................
66
Capítulo 5. «El gran disector» ...........................................................
73
Director de los museos anatómicos de la Universidad . ..........................
73
Segunda empresa y segundo fracaso .....................................................
79
Lamentos, protestas y dimisiones ..........................................................
83
Capítulo 6. La casa, el cementerio y los cráneos de Zarauz . .........
87
Velasco, propietario en Zarauz . ............................................................
88
Una mansión pegada a un camposanto .................................................
90
Colega, te regalo unos cráneos . ............................................................
94
Lucha a muerte por un cementerio .......................................................
99
Una mansión que es un museo .............................................................
103
Capítulo 7. La niña (y la muerte) . ......................................................
109
La niña ................................................................................................
109
La muerte ............................................................................................
114
La «resurrección» ................................................................................
121
¿Por qué? ............................................................................................
130
Capítulo 8. El Museo Anatómico-Patológico . .................................
137
Nueva casa y nuevo museo ...................................................................
137
Más visitantes ilustres ...........................................................................
140
Nuevas y muy singulares piezas ............................................................
143
Una propuesta poco sensata y un proyecto arriesgado ...........................
146
Capítulo 9. Represión. Revolución. Restauración . ...........................
151
Fundación (y represión) de la Sociedad Antropológica Española ...........
151
Consecuencias de la Revolución: Velasco, catedrático de Universidad ....
166
Restauración de la monarquía y expulsión de la cátedra ........................
177
8
Índice
Fundación de la Sociedad Anatómica Española y refundación de la Antropológica .......................................................................................... Una visión singular de Las Hurdes y los hurdanos ................................ Antes del final . ....................................................................................
183 192 196
Capítulo 10. El Museo Antropológico ..............................................
199
Luces: el gran momento de la inauguración .......................................... Sombras: fracaso de la Escuela Práctica de Medicina y Cirugía .............. El museo ............................................................................................. La singularidad de las colecciones. Los «negros disecados con su piel natural» ............................................................................................... Ideología y ciencia ...............................................................................
199 202 208
Capítulo 11. El «gigante extremeño» ................................................
221
Gigantes, gigantismo y acromegalia . ..................................................... El gigante en Madrid ........................................................................... El gigante en el museo .........................................................................
221 223 227
Capítulo 12. Fallece Velasco, muere el museo .................................
233
Previsiones .......................................................................................... Agonía y muerte .................................................................................. Homenaje y olvido ............................................................................... El inventario de 1887 ........................................................................... Una pelea de «buitres» (con perdón) ....................................................
233 235 238 244 252
Capítulo 13. Ángel Pulido, un discípulo providencial . ...................
259
Un encuentro afortunado ..................................................................... El discípulo más querido ...................................................................... Una lealtad inquebrantable . .................................................................
259 262 264
Capítulo 14. Excéntrico, grandilocuente, acaudalado y «genial» .....
269
Grandilocuencia .................................................................................. Excentricidad ......................................................................................
270 272
9
214 218
Índice
Enriquecimiento .................................................................................. ¿Genialidad? .......................................................................................
274 286
Capítulo 15. Mucho más que curiosidades morbosas . .......................
293
Anatomía y museos anatómicos ............................................................ Grandezas y miserias del Museo Antropológico .................................... Derivas museísticas velasqueñas . ..........................................................
293 298 304
Bibliografía ..............................................................................................
311
10
AGRADECIMIENTOS Aunque el proyecto de investigación «El coleccionismo científico y las representaciones museográficas de la Naturaleza y de la Humanidad», del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, es el marco académico que ha facilitado la elaboración de esta obra, otras instituciones y personas han contribuido a sacarla adelante, en realidad, casi todas las que se citaban en mi anterior libro, La niña. Tragedia y leyenda de la hija del doctor Velasco (Renacimiento, 2017). No obstante, ahora quiero manifestar mi especial agradecimiento a María de los Ángeles Querol, compañera del Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, por sus detalladas anotaciones críticas al texto original. También a Rafael Huertas García-Alejo, profesor de investigación del CSIC, por su cordialidad y por haber facilitado los trámites que permitieron la evaluación del libro y el inicio del proceso de edición. Asimismo, a los dos evaluadores anónimos del manuscrito original, cuyas indicaciones han contribuido a mejorar, aunque solo en la medida de lo posible, la versión final del libro. Y a Isabel María Martín, por su exhaustiva labor de corrección del texto. En último término, todo hubiera quedado en nada de no haber sido asumida su publicación por la colección Estudios sobre la Ciencia, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, a cuyo director, secretario y miembros del Comité Editorial doy sinceramente las gracias.
11
INTRODUCCIÓN En un lugar muy céntrico de Madrid, entre el Parque del Retiro y la Estación de Atocha, se yergue un edificio singular. Cuando se abre al público, en 1875, se muestra orgulloso, casi desafiante, sobre un terreno apenas urbanizado que entonces se sitúa a las afueras de la ciudad. Durante décadas, su gran escalinata y su fantástico pórtico de inspiración griega llaman de forma poderosa la atención y, durante unos pocos años, mientras mantiene su esencia original, sus colecciones resultan tan fascinantes como morbosas. Hoy, su elegante fachada apenas puede respirar; se ahoga entre un tráfico inmisericorde y un delirante despliegue de mobiliario urbano. Pese a todo, el edificio es desde hace algún tiempo la sede del Museo Nacional de Antropología. Su denominación se parece mucho a la que le otorgara, hace ya cerca de siglo y medio, su creador, pero sus contenidos tienen muy poco que ver con los que allí se instalan en el momento de su inauguración. Más adelante viajaremos en el tiempo para visitar sus salas y revisar sus colecciones, pero el propósito que guía la redacción de esta obra no es estudiar el antiguo Museo Antropológico. El objetivo es ofrecer un renovado acercamiento a la figura y a las extraordinarias iniciativas puestas en marcha por su fundador: el doctor Pedro González Velasco. En efecto, el libro que el lector tiene en sus manos es un recorrido por la historia vital del famoso doctor y cirujano segoviano, por los principales avatares de su ajetreada biografía, algunos de carácter íntimo, pero la mayoría de índole académica y profesional. Es cierto que, desde finales del siglo xix, disponemos de alguna información que nos acerca al personaje, sobre todo gracias al testimonio legado por su más cercano discípulo, el doctor Ángel Pulido Fernández. También es verdad que, desde hace tiempo, su figura ha llamado la atención de unos cuantos autores, tanto en el ámbito historiográfico como en territorios vinculados con la leyenda, el morbo y hasta la necrofilia. Lo aportado por estos últimos es completamente prescindible; lo que nos cuentan los historiadores, tanto desde la historia de la medicina como desde la historia de la antropología, sí resulta de 13
Luis Ángel Sánchez Gómez
interés, aunque lo cierto es que aún hoy se reiteran no pocos tópicos y falsedades. Entonces, ¿merece la pena recuperar al personaje? Obviamente, debo responder que sí, pues comprobaremos que todavía se puede decir mucho, y en buena medida novedoso, sobre su singular biografía y, más aún, sobre sus muy destacadas creaciones. Veamos lo que nos espera. Los capítulos 1 y 2 repasan las cuatro primeras décadas de la biografía de nuestro protagonista, desde su azarosa venida al mundo, en una pequeña localidad segoviana, hasta la obtención del grado de doctor en Medicina por la Universidad de Madrid. Más allá del terreno de la anécdota personal, comprobaremos cómo esa trayectoria vital se imbrica en el contexto histórico al que pertenece, pese a sus muy humildes orígenes. Enseguida aparece en escena la Iglesia católica y su mundo conventual, como marco privilegiado en el que encauzar la vida de un chaval pobre, pero espabilado. Veremos las trascendentales consecuencias que, para su vida futura, tienen su ordenación como fraile carmelita, la exclaustración y su consecuente alistamiento en las tropas isabelinas durante la Primera Guerra Carlista. Luego, una vez desmovilizado, su condición de «hombre de acción» lo mantiene en marcha y lo conduce hasta la capital del reino, donde, literalmente, habrá de buscarse la vida. Pronto se emplea como criado, aunque no en una familia acomodada cualquiera, sino en varias casas de la nobleza, quizás dignificada su figura por la educación recibida durante su vida monástica. Pero Velasco no se conforma con ganar un sueldo más o menos magro y subsistir. Aunque Leni Riefensthal arruinó la expresión, al titular con ella uno de sus más famosos documentales de propaganda nazi, debemos reconocer que la intensa y exitosa trayectoria del segoviano, tras su llegada a Madrid, solo puede ser definida como «el triunfo de la voluntad». Incluso antes de alcanzar el doctorado es ya un cirujano de prestigio y, también desde fecha temprana, arranca su pasión por la elaboración de preparaciones y vaciados anatómicos, contextos que se revisan en el capítulo 3. Aunque entonces fracasa su primera empresa para la fabricación y venta de vaciados al Estado, lo que no se detiene es su pasión coleccionista, que acaba materializándose en el primero 14
Introducción
de sus sucesivos museos: el Museo Anatómico que instala en su propia vivienda, en el n.º 135 de la calle de Atocha. Tras estudiarlo en el capítulo 4, en el quinto veremos cómo el segoviano alcanza una de sus mayores aspiraciones personales, al ser nombrado director del Museo Anatómico de la Facultad de Medicina madrileña, un cargo de nueva creación que lo llena de orgullo y que le permite renovar de forma notable la institución, pero que le genera tal cantidad de disgustos y sinsabores que, tras algo más de una década a su frente, opta por presentar la dimisión. De todas formas, el abatimiento que sufre durante los últimos años que está al frente de la institución universitaria no se justifica solo, ni principalmente, por cuestiones profesionales. El origen de su profunda amargura es otro, mucho más íntimo y personal: en el mes de mayo de 1864 fallece su amadísima hija Conchita. En el capítulo 7 seremos testigos de tan amargo episodio y conoceremos las singularísimas circunstancias que rodean la muerte de la niña, su enterramiento, exhumación y su postrer «retorno» al hogar familiar. Antes, en el capítulo 6, habremos conocido, y aclarado, el primero de los tres episodios morbosos que jalonan su biografía: el asunto de la casa, el cementerio y los cráneos de Zarauz —el segundo es el citado de «la niña» y el tercero el concerniente al «gigante extremeño»—. La casa no es una vivienda cualquiera: es la magnífica mansión que se hace construir el segoviano para disfrutar, junto con su esposa y su hija, entonces aún viva, del clima y las aguas de la ya entonces famosa localidad de veraneo guipuzcoana. El cementerio está justo a su vera, los cráneos también. Conchita disfruta durante dos o tres años del palacete de Zarauz. Lo que no llega a conocer es el segundo museo doméstico de su padre, el Museo Anatómico-Patológico que instala en 1865 en un edificio de nueva construcción, que ya es de su propiedad, situado muy cerca de su anterior residencia, en el n.º 90 de su querida calle de Atocha. En el capítulo 8 nos adentraremos en sus colecciones. El siguiente, el noveno, es el más extenso del libro y también el que presenta un título más abierto y menos descriptivo: «Represión. Revolución. Restauración». Podría haberse optado por un encabezamiento que recogiera algunos de los contextos o de las instituciones con las que se vincula Velasco 15
Luis Ángel Sánchez Gómez
durante esos años, los que se extienden desde 1865 hasta 1875, como la Sociedad Antropológica, la Anatómica o la propia Universidad de Madrid. No obstante, pienso que los escuetos, pero contundentes, términos que conforman el título resultan mucho más elocuentes que cualquier síntesis de sus contenidos. Nos invitan a conocer los convulsos momentos que vive Velasco, y el conjunto de la sociedad española, durante ese corto periodo de tiempo. Comprobaremos cómo el asfixiante ambiente que se respira durante los últimos años del reinado de Isabel II no es obstáculo para que se funde, con la profunda implicación del segoviano, la Sociedad Antropológica Española, la primera de esas características que se crea en España y la cuarta de Europa. Muy poco después, cuando el contexto represor se torna insoportable y el prestigio de la monarquía chapotea por el fango, el triunfo de la Revolución de septiembre de 1868 sitúa al país ante un nuevo y prometedor futuro. Las nuevas libertades públicas transforman la sociedad y la Universidad, pero lo que realmente cambia la vida de Velasco es su nombramiento como catedrático interino de Anatomía. Son años intensos, e incluso gloriosos, para el segoviano: es condecorado y hasta el rey Amadeo I visita su museo. Su actividad no se detiene: en 1873 es capaz de fundar una gran revista médica que se mantiene activa durante casi una década, El Anfiteatro Anatómico Español. Pero su dicha como profesor universitario tiene un recorrido mucho más corto: el golpe de Estado de 1874 y la restauración de la monarquía borbónica conducen a su cese como catedrático y, a la postre, a su definitiva desvinculación de la Universidad. La pérdida de la cátedra y el recorte de las libertades públicas no hacen mella en la voluntad de hierro de Velasco. En la primavera de 1873 había puesto la primera piedra de su tercer y último proyecto museístico, mucho más ambicioso que los dos previos. El cambio de régimen político lo alcanza con las obras muy avanzadas, pero nada las detiene. Al final, en abril de 1875, ve cómo se hace realidad su gran utopía: el rey Alfonso XII inaugura el magnífico Museo Antropológico del paseo de Atocha, cuyo edificio aún podemos contemplar y cuyos contenidos estudiaremos con detalle en el capítulo 10. Pero no todo marcha bien: sus antiguos enemigos en la Facultad de Medi16
Introducción
cina forman ahora parte del bando vencedor y no se conforman con apartarlo de la cátedra. La renovada coyuntura política y universitaria les permite golpear aún más fuerte al irredento republicano, hasta el extremo de arruinar el ambicioso proyecto de la Escuela de Medicina Práctica que había tratado de poner en marcha en su nuevo museo. Pese a tan amargo fracaso, las colecciones del Museo Antropológico siguen creciendo a buen ritmo. De hecho, en el capítulo 11 comprobaremos que muy pronto incorpora la «pieza» que se convierte en la principal atracción del centro hasta el día hoy: la versión por triplicado del «gigante extremeño», el pacense Agustín Luengo Capilla, de quien Velasco exhibe el vaciado en yeso de su cadáver, el esqueleto completo e incluso la piel montada sobre un maniquí y vestida con las ropas de su infortunado «propietario». Desgraciadamente, nuestro protagonista solo puede disfrutar de su gran museo y de «su gigante» durante unos pocos años, pues fallece en octubre de 1882. Aunque el Estado termina comprándolo, las consecuencias del trasvase de propiedad son trágicas para el centro, pues nadie se plantea su continuidad. Como veremos en el capítulo 12, el proceso que conduce a su adquisición y, más aún, las circunstancias en las que se lleva a cabo el reparto de sus colecciones y espacios solo pueden ser calificados como lamentables. Así, en 1894, con el Museo Antropológico casi del todo desmantelado, se publica un librito clave, una verdadera joya que se citará de forma reiterada a lo largo de este trabajo: la biografía del doctor Velasco que escribe Ángel Pulido Fernández, el discípulo predilecto del segoviano durante sus últimos catorce años de vida. Tanto su postrer museo como otros grandes proyectos velasqueños no habrían sido lo que fueron sin la intervención del doctor Pulido, un personaje extraordinario, cuya biografía, los años en los que estuvo al lado de Velasco, he considerado un deber moral glosar de forma breve en el capítulo 13. El libro va llegando a su final, pero me atrevo a decir que aún queda lo mejor, al menos para quien esto escribe. El lector todavía debe conocer los dos últimos capítulos, los destinados a reivindicar la figura y la obra museística de Velasco. El capítulo 14 se centra en el personaje. Veremos sus aptitudes y sus limitaciones; comprobare17
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mos que son indiscutibles tanto su destreza disectora como su habilidad quirúrgica, y que es, precisamente, su capacidad para realizar arriesgadas operaciones el factor que explica su rápido e increíble enriquecimiento. De hecho, me atrevería a decir que difícilmente encontraremos, en la historia de la medicina española, un médico o un cirujano que haya cobrado minutas más elevadas que las presentadas por Velasco. Más allá de la cuestión crematística, el capítulo se completa con información que nos va a permitir valorar los dos elementos más llamativos de su personalidad: su grandilocuencia y su excentricidad. Finalmente, y una vez «rescatado» el personaje, toca hacer lo propio con sus creaciones, sobre todo con sus museos y, más en concreto, con su gran Museo Antropológico. El capítulo 15, el último del libro, se titula «Mucho más que curiosidades morbosas», porque el objetivo es justamente ese: desmontar tópicos y valoraciones erróneas que desprecian, o simplemente no aprecian, la relevancia que tuvo ese centro. Insistiré en que nos encontramos ante una institución que fue mucho más que un mero repositorio de cráneos, vísceras y fetos monstruosos. Se trata de una institución única en nuestro país y sin apenas referentes equiparables en la Europa del siglo xix, menos aún si los buscamos en el ámbito privado. Un museo con problemas y notables limitaciones, es cierto, pero que de haber mantenido y renovado sus colecciones, y con un adecuado proceso modernizador, podría haberse convertido en el núcleo original de un museo nacional de anatomía y medicina que España, a día de hoy, aún no tiene.1 Termina ya esta introducción con un comentario obligado. El subtítulo del libro dice que esta es una biografía «apasionada» del doctor Velasco. Y es verdad. He procurado ser ecuánime, diría incluso que objetivo, al afrontar el relato de la historia vital del segoviano, destacando sus tremendas limitaciones como analista y llamando la atención sobre lo que bien podrían calificarse como sus excesos. Pero reconozco que también he tratado de explicar, y hasta de comprender, por qué actúa de la forma en que lo hace, incluso en el delicado
1 El Museo de Medicina Infanta Margarita, auspiciado por la Real Academia Nacional de Medicina de España, continúa siendo una entelequia.
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y personalísimo asunto de la momificación de su hija Conchita. En cualquier caso, resultará evidente que no se ha redactado ni una hagiografía ni la biografía de un médico extraordinariamente brillante, fuera o no un personaje discutido, cuestiones teóricas —relativas a la elaboración de biografías médicas— sobre las que han reflexionado Raquel Álvarez (2005) o Luis Montiel (2005). Y tampoco es una «biografía divulgativa» proyectada con la capacidad de síntesis analítica de la que hace gala Ricardo Campos en su estudio conjunto sobre Monlau, Rubio y Giné (2003 y 2005). Es un relato de vida que no se diseña sobre el debate internalismo-externalismo; que simplemente pretende acercarse a un personaje y a su contexto, mejor dicho, a los muy variados contextos que dan sentido a lo que hace y a cómo lo hace. Al final, es una narración que, inevitablemente, ha de ser apasionada, porque la figura de Velasco ronda desde hace mucho tiempo en mi horizonte investigador, unas veces cercana y otras como una vaga sombra. Porque entré por vez primera en su museo siendo un crío y desde entonces, aunque ya apenas tuviera nada que ver con lo que fue, ese edificio y todo lo que fluye en torno a él han seguido atrayéndome, más aún cuanto más conocía acerca de la vida de su fundador, por muy morboso que fuera, o quizás por ello. Soy consciente de que para muchos el doctor Velasco es un personaje poco o nada atractivo, alguien obsesionado con la muerte y con los cadáveres, capaz de poner en práctica actos simplemente repulsivos. Sí, reconozco que apasionarse con su figura puede resultar extraño; pero si me he embarcado en este proyecto es, precisamente, porque pienso que esas valoraciones son tremendamente injustas y quiero demostrarlo. En último término, mi deseo es que el lector se contagie, aunque solo sea de forma leve, de algo parecido a la insana pasión que me ha llevado a escribir estas páginas. Madrid, enero de 2019
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Capítulo 1 PORQUERO ANTES QUE FRAILE Ni el momento ni el lugar en los que viene al mundo Pedro González Velasco le auguran una vida cómoda; en el mejor de los casos, tiene ante sí el futuro que podría esperar cualquier otro muchacho de su pueblo. Por supuesto, ninguno de sus convecinos habría imaginado nunca que el hijo mayor de Julián y María, que siendo niño ha de emplearse como porquero, llegaría a ser un médico famoso, a ganar decenas de miles de reales, a disfrutar de un precioso palacete en Zarauz, a ser catedrático en la Universidad de Madrid y a construir un magnífico museo en la capital del reino que, aunque con muy diferentes contenidos, siglo y medio después aún podemos contemplar.
En Valseca Nace el 22 de octubre de 1815 en Valseca de Boones, una pequeña localidad segoviana, hoy sin apellido, situada a pocos kilómetros de la capital provincial. No es, desde luego, un lugar remoto o inaccesible, pero es evidente que las oportunidades de progreso que ofrece entonces a sus habitantes son muy limitadas, prácticamente nulas. Si nada se tuerce, podrán cultivar un pedazo de tierra, criar algunas cabezas de ganado y, en último término, sobrevivir. Pero si el lugar de nacimiento resulta poco alentador, aún lo es menos el momento «elegido». En octubre de 1815, el país arrastra las consecuencias de la guerra sostenida contra las tropas napoleónicas y, si bien es verdad que en la provincia de Segovia apenas se desarrollan acciones bélicas significativas —excepto en el puerto de Somosierra y Sepúlveda—, las exacciones y el abastecimiento forzado a las tropas acantonadas o de paso por aquellas tierras conllevan una notable merma en la disponibilidad de alimentos y productos de primera necesidad, que alteran de forma notable la vida de sus pueblos 21
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(Monterrubio, 2015). Para agravar aún más las cosas, a esta coyuntura ha de sumarse una crisis de mucho mayor calado, que afecta al conjunto de la economía rural castellana, al desestructurarse casi por completo el sistema de comercialización y manufactura de la lana producida por las apreciadas ovejas merinas. Y no podemos olvidar que, en octubre de 1815, hace ya año y medio que Fernando VII ha echado por tierra la Constitución de 1812 y reinstaurado la monarquía absoluta. No, decididamente no son buenos tiempos los que le toca vivir al pequeño Pedro. Pero todo pudo haber sido mucho peor; de hecho, todo pudo «no haber sido». En efecto, según dio a conocer Giménez Roldán (2012: 33), en la partida de bautismo de Velasco se indica que un vecino del pueblo tuvo que bautizarlo «por necesidad», circunstancia que solo se justifica si la criatura se encuentra en una situación de extrema gravedad que lo sitúa a las puertas de la muerte. Ninguna noticia nos informa de lo que pudo haber ocurrido, aunque ese mismo autor apunta que las graves circunstancias vividas por el neonato quizás tuvieran relación con la cicatriz que se observa sobre el labio superior de Velasco en los grabados que lo representan, huella evidente de la corrección quirúrgica de un labio leporino, o fisura labial, que quizás pudo estar acompañado de una malformación aún más grave: paladar hendido o fisura palatina. Más allá de lo que aconteciera durante las primerísimas horas tras su llegada al mundo, la verdad es que no es mucha la información de que disponemos sobre su biografía hasta mediada la década de 1840, pues apenas dice nada al respecto el doctor en sus exaltados textos autobiográficos. Aunque no reniega de aquellos duros años de supervivencia y formación, prefiere no detenerse en los detalles, limitándose a reivindicarlos de forma meramente testimonial, como prueba de que es un hombre hecho a sí mismo, de muy humildes orígenes y a quien nadie le ha regalado nada. Quizás en algún momento pone por escrito esas vivencias y se las pasa a su más relevante y querido discípulo, Ángel Pulido, pero nunca las lleva a la imprenta. De hecho, casi lo único que conocemos de aquellos años es lo que el propio Pulido cuenta en su imprescindible biografía del doctor, 22
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publicada en 1894, aunque solo algún dato ha podido ser refrendado con base documental.1 Según parece, los padres de nuestro protagonista eran unos «humildísimos labradores que se auxiliaban practicando en el pueblo de posaderos de última clase». Quizás tuvieran la posada en su misma casa, o puede que la administraran en algún otro edificio; en cualquier caso, su dedicación al ámbito de los «servicios» nos indica dos cosas: que, efectivamente, no debían de disfrutar de un patrimonio relevante y que, pese a todo, o precisamente por ello, fueron capaces de gestionar otras tareas y obtener algunos recursos económicos complementarios. En cualquier caso, y aunque acaban trayendo al mundo a cinco hijos más, sus padres envían a Pedro a la escuela, donde aprende las primeras letras. Por supuesto, esto no impide que desde muy pronto contribuya al refuerzo de la economía familiar, ejerciendo primero como porquero y luego como voceador, pregonando las mercancías de los vendedores ambulantes que periódicamente pasan por Valseca.
Seminario y conventos No sabemos cómo ni por mediación de quién, pero hacia su décimo aniversario ingresa en el antiguo Seminario Conciliar de Segovia. Curiosamente, y según nos cuenta Pulido, allí tiene como compañeros de estudio a dos muchachos segovianos que, con el paso de los años, se convierten en destacados personajes con proyección nacional, los dos de orientación marcadamente progresista y liberal, como el propio Velasco: Nemesio Fernández Cuesta y Telesforo Montejo Robledo. El primero será un relevante periodista y editor; el segundo, un notable abogado y político, diputado en las Cortes de 1869 y ministro de Fomento en 1871; y, justamente entonces, ocupando esa cartera ministerial, tendrá un fuerte encontronazo con Velasco, como en su momento veremos. 1 Las citas entrecomilladas que se recogen en los siguientes párrafos proceden de la mencionada obra de Ángel Pulido.
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En torno a los doce años, sin abandonar sus estudios en el seminario y ya huérfano de padre,2 es admitido como acólito —condición similar a la de monaguillo, aunque instituida de manera formal— en el convento de Nuestra Señora del Carmen de Segovia, de los carmelitas descalzos, situado en el barrio de San Marcos, a los pies del Alcázar. Ese germen, contrario al absolutismo y a la tiranía, que parece haber incubado junto a algunos de sus compañeros del seminario acompaña a Velasco a su nuevo destino. Aunque no hay modo alguno de demostrarlo, resulta en extremo curioso lo que cuenta Pulido sobre las andanzas del jovencísimo acólito de los carmelitas. Estamos en 1827, en plena Década Ominosa, con un Fernando VII que por segunda vez ha derogado la Constitución de Cádiz y reinstaurado la monarquía absoluta. Los liberales que no han sido ejecutados o que no se han exiliado sufren una feroz represión que, en el mejor de los casos, conduce a la depuración, la marginación o el presidio. Por supuesto, también se persigue a un buen número de religiosos de ideología presuntamente liberal. Uno de estos personajes, hoy por completo olvidado, es el presbítero Felipe Pardo García, director del Colegio de Doctrinos para niños huérfanos de la ciudad de Segovia, encerrado en el convento de los carmelitas por orden de su obispo, el dominico Bonifacio López Pulido. Pues es, curiosamente, con Pardo García —que años después, en 1836, resucita la Escuela Especial de Nobles Artes, abierta durante más de un siglo en el antiguo Palacio Real de Segovia— con quien Velasco mantiene una relación más intensa. La tarea del valsequeño consiste en servir de enlace entre el sacerdote —y algún otro religioso recluido en el convento— y activistas liberales del exterior, intercambiando cartas y documentos. Según parece, su labor no es en modo alguno irrelevante, pues el cercano Puente Castellana sobre 2 La muerte del padre parece haber tenido una influencia decisiva en su futura, y entonces aún muy lejana, dedicación a la medicina. Esto es lo que dice al respecto en su memoria autobiográfica de 1864: «Desde mis tiernos años tuve inclinación a ser médico; una terrible enfermedad que arrebató a mi idolatrado padre me avivó más y más aquella afición».
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el Eresma, en el barrio de San Marcos, es entonces el paso principal entre la ciudad y las tierras del norte de Castilla, no pudiendo ser atravesado sin la debida autorización, tarea poco menos que imposible para todo aquel que fuera sospechoso de simpatizar con los liberales. Sin embargo, el pequeño Pedro podía ir y venir sin impedimentos entre su convento y el seminario, en la parte alta de la ciudad, guardando entre sus libros o sus ropas los documentos que le hubieran encomendado. De esta manera tan entretenida, y hasta excitante, transcurren los tres años que pasa el futuro doctor en el convento carmelita. Y tan intenso es el vínculo establecido con el presbítero Pardo, que su liberación y salida del convento conduce a que el muchacho también lo abandone. Opta entonces por regresar a Valseca. Allí se encuentra con una madre, viuda y a cargo de cinco vástagos de corta edad, que se desespera ante la decisión tomada por su primogénito. Las súplicas para que recapacite y retome la vida religiosa no cesan. La presión es grande, pero lo que realmente acaba por reconducirlo hacia la senda conventual es el oscuro porvenir al que se enfrenta, pues en su pueblo no encuentra otra ocupación que «vender paja, llevar cargas de basura y arrancar cardos», como dice Pulido. Y claro, tan ingratas, agotadoras y mal pagadas tareas no se concilian bien con su amor por las letras, sobre todo del mundo clásico, pues parece que ya «recitaba grandes trozos de Salustio, Cicerón, Virgilio y Ovidio». Al final, vuelve al convento de los carmelitas y retoma sus estudios de Gramática latina, que concluye en octubre de 1830.3 Los tres últimos años en el seminario son uno de los pocos episodios de su vida religiosa que han quedado documentados, aunque sea de forma sucinta. En efecto, un escrito firmado por Santiago García, «profesor de latinidad» en aquel centro, certifica que Velasco siguió «con aprovechamiento» sus clases entre enero de 1828 y octubre de 1830. El documento forma parte del expediente universitario de nuestro protagonista y se conserva —con algunos otros escritos 3 Con la colaboración del padre Juan Cruz Arnanz Cuesta, he revisado los legajos disponibles en el archivo del Seminario de Segovia correspondientes a aquellos años, pero no he encontrado referencia alguna a Velasco.
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que más adelante veremos— en el Archivo Histórico Nacional.4 Sin duda, fue presentado para convalidar ciertas asignaturas durante su primer año de estudios de «cirujano de tercera clase», que inicia en Madrid en 1840. Pero todavía estamos en el otoño de 1830. Pedro acaba de cumplir quince años. Aún es un crío, pero a tan temprana edad ha de tomar una decisión trascendental que, si nada grave se interpone, marcará su existencia hasta la tumba. Tiene que decidir si continúa o no su carrera eclesiástica, decantarse por el clero secular o el regular y, en caso de optar por este último, elegir entre ordenarse con los carmelitas descalzos o ingresar como novicio en una orden diferente. Parece obvio que la influencia ejercida por los carmelitas segovianos resulta decisiva, más aún, según afirma Pulido, la «protección y los consejos» de un tal fray Santos, un «austero y virtuoso» monje que, superando las reticencias y recelos del muchacho, lo convence para que dedique su vida a Dios formando parte de la comunidad carmelitana. Con la decisión tomada, el nuevo destino es el noviciado de los carmelitas descalzos de la provincia de San Elías de Castilla, que entonces se encuentra en el hoy desaparecido convento de Nuestra Señora del Consuelo, en Valladolid.5 Allí permanece todo el año de 1831 y allí hace «profesión recibiendo órdenes menores (tonsura y grados)». ¿Qué significa realmente esto? Aunque su biógrafo despacha el asunto con esa escueta frase, las implicaciones que tiene lo acontecido en el convento vallisoletano son extraordinariamente relevantes. Lo primero que debe advertirse es que la recepción de alguna de las órdenes entonces consideradas menores —ostiariado, lectorado, exorcistado y acolitado—, o
4 Archivo Histórico Nacional (AHN), Sección de Universidades, legajo 1462, caja 2, expediente 25. El certificado está fechado a 22 de febrero de 1841. Toda la documentación académica que se cita sobre nuestro protagonista procede de este legajo. 5 En 1840, tras la desamortización de 1835, el terreno ocupado por las dependencias del monasterio y su huerta fue destinado a camposanto de la ciudad, actual Cementerio del Carmen. Solo se mantuvo en pie la iglesia, cuya fachada ha sufrido desde entonces profundas reformas.
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de las cuatro, no se relaciona con el hecho de cursar un noviciado.6 De hecho, en ciertos momentos, estas órdenes se otorgaron incluso a seglares. Y, por lo que se refiere a la tonsura, el tradicional corte de cabello de los frailes, el derecho canónico concreta, a mediados del xix, que no sol o «no es una orden», sino que más bien ocurre «que todos los que han sido educados para las órdenes han principiado por la tonsura; así que debemos decir que es necesaria antes de recibir las órdenes» (Pastora, 1848: 322-323). Ni la tonsura ni la recepción de las órdenes menores son, por tanto, significativas en el progreso de la carrera eclesiástica de Velasco ni de ningún otro candidato a monje. Lo realmente importante es que en Valladolid completa su noviciado y «hace profesión» como carmelita descalzo. Sí, es cierto que aún tiene por delante algunos años de formación en su condición de nuevo profeso, pero ya ha tomado el hábito y ya se ha convertido en un hermano más de la congregación. A partir de ahora, y durante toda su vida como religioso, el antiguo seglar conocido como Pedro González se trasmuta en el «hermano Pedro de Santa Cecilia».7 Y esa profesión como carmelita implica algo más, algo que tiene una relevancia enorme: la emisión solemne de los votos de pobreza, obediencia y castidad, que comparten todos los ordenados. 6 El ostiario o portero es el responsable de abrir y cerrar el lugar de culto y de preservar la integridad de las cosas sagradas; el lector se hace cargo de las lecturas litúrgicas y auxilia al diácono en tareas diversas; al exorcista se le encomienda nada menos que invocar el nombre de Dios y expulsar a los demonios en los casos de posesión diabólica; el acólito ayuda al sacerdote en la celebración de la eucaristía. Las órdenes mayores eran, antes del Concilio Vaticano II, las de subdiaconado, diaconado y presbiteriado. 7 Información tomada de un certificado de estudios correspondiente a su paso por el convento de Santa Teresa en Ávila, entre 1832 y 1836. AHN, Sección de Universidades, leg. 1462, caja 2, exp. 25. Desconozco por qué elige precisamente a santa Cecilia, patrona de la música y de los poetas —además de los ciegos, patronazgo este compartido con santa Lucía—, ámbitos que no parecen haber interesado nunca a Velasco. Forzando mucho las cosas, podría encontrarse una explicación vinculada con su pasión por la medicina y que también explicaría por qué la santa es patrona de los ciegos: la basílica de Santa Cecilia, en Trastévere, se sitúa muy cerca del templo romano de la Bona Dea Restituta. «Esta “buena diosa de la restitución [de la salud] era la diosa romana que curaba la ceguera. Y la palabra latina correspondiente a la ceguera es caecitas (/chechitás/ o /kekitás/), muy parecida a Caecilia (/chechília/ o / kekília/)”» (artículo «Cecilia de Roma», Wikipedia).
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Durante un tiempo, mientras progresa en su carrera religiosa, quizás no le resulta difícil, al joven profeso, mantenerse firme en el cumplimiento de tan graves compromisos. Pero todo dará un vuelco tremendo cuando sea exclaustrado, cuando abandone de manera definitiva sus veleidades monacales y cuando pocos años después decida formar una familia. ¿Cuál será entonces el gravísimo problema al que se enfrente? Pues uno muy evidente que se mantiene tan firme entonces como el día de su emisión, aunque ya no sea fraile: hizo voto de castidad, y este es un compromiso que no se extingue con la secularización. La consecuencia de haberlo asumido es meridiana, como explica un diccionario de derecho canónico de mediados del siglo xix: El voto de castidad y la profesión religiosa son un impedimento dirimente del matrimonio, de modo que el que se contrae después de él es una unión ilícita, incestuosa y sacrílega y los hijos que nacen de ellas son ilegítimos […]. Semejante matrimonio es más odioso que un adulterio, porque a este añade la impudencia de quebrantar abiertamente la promesa hecha a Dios (Pastora, 1847: 255).
Y teniendo en cuenta que la opción del matrimonio exclusivamente civil no existe, cualquier forma de emparejamiento sería inmoral, al no encauzarse por la vía del matrimonio cristiano, o fraudulenta y delictiva, pues la unión eclesiástica se habría formalizado mediante el engaño. ¿Es posible superar de manera formal y cristiana tan poderoso obstáculo? Sí, la dispensa del voto es factible, pero solo puede concederla el mismísimo papa. Más adelante veremos cómo afronta el problema, veinte años después, el entonces famoso y acaudalado doctor Velasco, emparejado con una mujer a quien no ha podido desposar y padre de una adolescente engendrada y bautizada en un entorno de sacrilegio e ilegitimidad. Pero aún queda tiempo para abordar tan ardua cuestión. Volvamos a Valladolid. El hermano Pedro de Santa Cecilia ha terminado el noviciado; sus superiores lo envían al convento de Duruelo, cercano a la población abulense de Blascomillán, donde, precisamente, se había establecido la primera comunidad de carmelitas descalzos en 1568. Allí permanece tan solo durante la primavera y el verano de 1832, 28
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pues enseguida se ordena su traslado al convento de Santa Teresa de Jesús, en Ávila.8 Un nuevo certificado, incluido también en su expediente universitario y fechado a 24 de febrero de 1841, confirma que durante los meses finales de 1832 y los años 1833 y 1834 asiste a las clases de Filosofía que en ese cenobio imparte fray Bonifacio de los Dolores, Bonifacio Cano en su denominación seglar, seguidas por sendos cursos de Teología que se interrumpen en marzo de 1836. En ese preciso momento, el proceso de exclaustración que había arrancado un año antes deja en la calle a Velasco, a sus hermanos, a sus profesores y a los escasos frailes de los contados conventos masculinos que aún no habían sido desamortizados. Así, de forma súbita y sin duda traumática, se pone punto final a la carrera eclesiástica del carmelita descalzo Pedro de Santa Cecilia. El seglar Pedro González Velasco retoma las riendas de una existencia laica. Tiene veinte años y cinco meses, toda una vida por delante y, casi con toda seguridad, ni un real en los bolsillos.
8 El AHN guarda solo unos pocos libros de gastos y legajos de los cuatro conventos carmelitas por los que pasó Velasco. Ninguna referencia hay en ellos a sus monjes o novicios. En los propios cenobios que aún existen tampoco se conserva información alguna sobre el segoviano.
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Capítulo 2 SOLDADO, CRIADO, ESTUDIANTE Y DOCTOR El fraile que marchó a la guerra Aunque desconocemos cómo transcurren aquellos aciagos días inmediatos a su exclaustración, es obvio que no debió de resultarle fácil salir adelante. Pulido dice que sobrevive gracias a la «caridad pública y a la particular» de un tal Manuel Málaga y su esposa Timotea, que supongo eran vecinos de Ávila y conocidos de quien ya había dejado de ser el hermano Pedro de Santa Cecilia. Luego nos da a entender que regresa a Valseca, que inicialmente se libra de formar parte de la «quinta de los cien mil hombres», decretada por Juan Álvarez Mendizábal para combatir a los carlistas en septiembre de 1835, pero que después acaba siendo movilizado como parte del cupo que le corresponde aportar al pueblo abulense de Papatrigo. Sin embargo, Manuel Prieto —catedrático de veterinaria y miembro de la Real Academia de Medicina—, en un encomiástico artículo que sobre el doctor Velasco y su nuevo museo publica en La Ilustración Española y Americana en 1875,1 asegura que participa en la contienda como «voluntario movilizado». Sea como fuere, el dato cierto es que el ya antiguo fraile se integra en el ejército isabelino y participa en una guerra civil que luego se conocerá como Primera Guerra Carlista. En realidad, debemos pensar que una decisión así, si es que se alista de forma voluntaria, no solo le evita tener que retornar a su pueblo sin recursos y sin trabajo, sino que se ajusta como un guante a su perso1 Todas las menciones a Prieto (1875) en el presente capítulo se refieren al primero de estos artículos. Tras la muerte del doctor, los tres artículos se reeditan en el Semanario de las Familias, los días 6, 13 y 20 de noviembre de 1882, aunque identificando al autor únicamente por sus iniciales. El acceso a la mayor parte de la prensa histórica ha sido posible gracias a la magnífica Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España; disponible en línea: http://hemerotecadigital.bne.es [consulta: 11-04-2020].
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nalidad. En efecto, visto el asunto desde cierta perspectiva, Velasco se apresta a combatir en el bando que se supone defiende el progreso y las libertades, al lado de aquellos a los que sirvió con lealtad siendo adolescente y con quienes habrá de sentirse siempre intensamente vinculado. Su paso por la milicia y su participación en el conflicto bélico apenas han dejado rastro documental. Pulido (1894) asegura que recibe la instrucción en Ávila y que enseguida es nombrado cabo furriel, circunstancia que, sin duda, se asociaría tanto a la formación recibida con los religiosos como a su personalidad enérgica y emprendedora. Permanece un tiempo impreciso en Valladolid y al menos un año en Pamplona, información esta última atestiguada por un certificado, anexo a su expediente universitario y fechado a 28 de febrero de 1843, que firma un antiguo profesor de Matemáticas, un tal José María Losarcos, en el que se asegura que Velasco asistió con «aprovechamiento y aplicación» a sus clases en la capital navarra entre octubre de 1837 y junio de 1838. El dato no deja de ser llamativo, pues demuestra que no debieron de ser ni muchas ni muy graves las exigencias de su cargo durante aquellos meses. ¿Hasta cuándo permanece Velasco en el ejército? De nuevo nos falta información y la poca que existe resulta contradictoria. Deberíamos asumir que continúa movilizado hasta el final de las operaciones bélicas en el frente del Norte, que terminan de manera oficial el 14 de septiembre de 1839, con la salida hacia Francia de las últimas tropas carlistas. Si así fuera, podría darse por buena la fecha apuntada por Pulido para su entrada en Madrid, ya desmovilizado, el 18 de octubre de 1839. En algún otro escrito he indicado que la llegada pudo haberse producido un año antes; sin embargo, ahora me decanto por la fecha anotada, que igualmente coincide con lo dicho por otro de los escuetos biógrafos del doctor, el también médico París Zejin (1882: 7-12).2 2 Curiosamente, todas las fuentes coinciden en que fue un 18 de octubre, pero disienten en el año. En el folleto firmado por ODJ (1882) se indica 1836; Prieto (1875) refiere 1837; finalmente, los citados París Zejin (1882) y Pulido (1894) anotan 1839. El propio Velasco no concreta el dato en ninguno de sus escritos.
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Soldado, criado, estudiante y doctor
En burro hasta Madrid En principio, podríamos suponer que en el momento de su desmovilización guarda algunos dineros, aunque fueren escasos, procedentes de su jornal como cabo. Sin embargo, las escuetas noticias que nos han llegado sobre su paso a la vida civil y su llegada a la capital del reino nos dibujan a un Pedro González sin recursos, con trazas de mendigo y solo catorce reales en el bolsillo, según Pulido, quien también refiere que llega montado en un burro, «por gracia y caridad del dueño», y que es igualmente la caridad del guarda de una obra la que lo salva de dormir en la calle, al permitir que se cobije durante algunas noches en la caseta de las herramientas. Prieto es aún más puntilloso en su descripción: dice que entra justamente a las 9 de la mañana y que lo hace por la Puerta de Segovia; eso sí, le sustrae algo de capital y reduce a once reales su patrimonio. Otro de sus biógrafos, el citado París Zejin, tiene el detalle de poner treinta y un reales en sus bolsillos, aunque insiste en la «fría indiferencia de la capital» que lo recibe y en la «miserable situación» en la que se encuentra. Y todavía ajusta más el dato crematístico el anónimo escribiente de un folleto editado también el año de su muerte, quien coloca en su haber «once reales, reforzados por veinte más que debió a la generosidad de un paisano suyo, mercader ambulante» (ODJ, 1882: 8). Y no olvidemos que la ciudad que lo recibe, por mucho que sea el asiento de la corte y del Gobierno de la nación, está muy lejos de poder compararse a las grandes metrópolis europeas. Una manera muy visual de comprobarlo es contemplar la extraordinaria maqueta de Madrid, realizada por León Gil de Palacio en 1830, que se exhibe en el Museo de Historia de Madrid, cuyos edificios y perfil urbano no deben de variar mucho a los que contempla Velasco nueve años más tarde.3 Ya fueran once, catorce o treinta y uno los reales que guardara en sus bolsillos, debieron de ser tiempos difíciles para el segoviano. En el escrito anónimo antes citado (ODJ, 1882), que bien pudo ha Sobre esta singularísima obra, véase Álvarez Barrientos, 2017.
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ber inspirado y hasta redactado el propio Velasco y que se publica el mismo año de su muerte, se ofrecen algunos datos interesantes sobre aquellas semanas, aunque quizás no se correspondan con la realidad; en todo caso, no encajan con lo que se recoge en otras fuentes, incluidos algunos textos del doctor redactados en la década de 1860. Según ese folleto, el 10 de noviembre, menos de un mes después de su miserable entrada en Madrid, Velasco tiene un golpe de suerte que le permite colocar la primera piedra, pequeña y ciertamente muy humilde, de lo que con el paso del tiempo será una intensa y exitosa vida consagrada a la medicina. En aquella azarosa jornada, un antiguo compañero de armas, un tal Agustín Ferrer, le consigue una entrevista con su superior, Pedro Alonso de Valencia, director del Hospital Militar de Madrid.4 Velasco le expone su interés por introducirse en el ámbito de la sanidad y obtiene así un puesto como «practicante supernumerario».5 Es una tarea para la que no parece haber recibido formación alguna, por escasa que fuere, aunque es posible que durante su permanencia en el ejército se iniciara en la asistencia sanitaria a los heridos. Por supuesto, la condición de supernumerario implica que no cobra ningún sueldo, aunque el director del centro le asegura que, si realmente siente una «verdadera inclinación hacia el estudio dificilísimo de la medicina», el trabajo le resultará «una esperanza para el mañana». El de Valseca acepta. Pero, como sin ingresos no hubiera podido salir adelante, su interlocutor le entrega una carta de recomendación para Francisco Serra Basas, director y propietario del 4 En 1839, el Hospital Militar se sitúa aún en el antiguo cuartel de Santa Isabel, desaparecido en 1883, en la calle homónima, muy cerca del Hospital General y de la Pasión, área que entonces concentra —entre la plaza de Antón Martín y la antigua Puerta de Atocha— los más importantes servicios hospitalarios de la ciudad. En 1841 pasa al edificio del antiguo Seminario de Nobles —que poco antes, y solo durante un par de años, había sido la primera sede de la antigua Universidad de Alcalá tras su traslado a Madrid—, situado en el solar que hoy ocupan varias instalaciones militares entre las calles de Serrano Jover, Princesa y Seminario de Nobles, en el barrio de Argüelles. Se incendió y destruyó en 1889. En el Archivo General Militar de Segovia (AGMS), donde deberían guardarse los fondos que se hubieran preservado de aquel centro, no se dispone de documentación alguna sobre el paso de Velasco por el hospital. 5 Tanto esta como las siguientes citas entrecomilladas se toman de ODJ (1882).
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muy prestigioso y elitista Colegio de Humanidades, de segunda enseñanza,6 donde de forma inmediata es contratado como fámulo, es decir, como «sirviente de la comunidad» del centro, según definición del Diccionario de la lengua española de la Real Academia. No cabe duda de que, una vez más, la obtención del trabajo le ha sido favorecida, además de por la recomendación, por la formación recibida durante su etapa como religioso. Por supuesto, sus conocimientos sobre filosofía y el mundo clásico no impiden que reciba un sueldo ciertamente magro, de solo sesenta reales al mes, aunque es verdad que el puesto incluye alojamiento y manutención. La tarea que ha de desempeñar no es, pese a todo, menor, pues debe recoger y devolver a sus domicilios a los niños externos, «repasar las lecciones a los colegiales internos y velar por el buen orden del establecimiento». Velasco compagina el trabajo con su tarea no remunerada en el Hospital Militar. Sin embargo, de nuevo la suerte acompaña a nuestro protagonista, pues, al poco de incorporarse al centro, uno de los practicantes internos le ofrece la mitad de su sueldo, dos reales y medio diarios, «si se obligaba a sustituirlo en las funciones de su cargo». El trato no parece ni ético ni formal, pero al fin y a la postre es un buen complemento para los aún escasos ingresos del segoviano. Mientras tanto, su empleo en el colegio de Francisco Serra le permite entrar en contacto con familias señeras de la nobleza madrileña. En el folleto de 1882 se anota únicamente que «mereció de ellos apoyo cariñoso y cordial protección». No obstante, otras fuentes aseguran que trabaja como criado en algunas de estas casas, tareas que únicamente podría haber desempeñado tras abandonar su puesto en el centro educativo. Gracias a la información que ofrecen Pulido y 6 El edificio del citado colegio, antiguo Palacio de la Duquesa de Sueca, es hoy propiedad del Ayuntamiento de Madrid y aún se mantiene en pie (Plaza del Duque de Alba, 2), si bien que en estado ruinoso, y ello pese a gozar de «protección integral». En su famoso Diccionario geográfico..., Madoz (1847b: 805) ensalza las instalaciones y las cualidades del centro, situándolo poco menos que a la cabeza de las instituciones educativas privadas de la capital. A título de ejemplo, puede destacarse que entre 1850 y 1852 cuenta entre su profesorado con el religioso Fernando de Castro, el gran pedagogo y filósofo krausista. Avanzada la redacción del presente libro, se desarrollan por fin trabajos de rehabilitación en este edificio.
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Prieto, podemos concluir que se emplea, sucesivamente, en los domicilios de la condesa de Cartagena,7 del escultor Antonio de las Peñas y de Luis de Goyeneche, conde de Saceda.8 De todas formas, y como ya se ha adelantado, la cronología de estos primeros años de residencia en la corte no queda clara, pues tanto Pulido como Prieto afirman que habría sido justo entonces, tras abandonar la última de las casas citadas, cuando Velasco habría entrado como practicante meritorio en el Hospital Militar, y no a las pocas semanas de su llegada a Madrid, como se anota en el folleto de 1882. Para complicar aún más las cosas, el propio Velasco nos ofrece un relato diferente de sus primeras andanzas en Madrid. En su autobiografía de 1864 asegura que es a comienzos de su último curso de Cirujano de tercera, en el otoño de 1842, cuando inicia su vinculación meritoria con el Hospital Militar, tarea que desempeña durante año y medio hasta que, «siguiendo el riguroso orden de escalafón», asciende a practicante de número, con cinco reales diarios de sueldo.
Objetivo esencial: estudiar Medicina Fuera cual fuese el orden de los acontecimientos, Velasco llega a Madrid con un proyecto de vida perfectamente definido: quiere estudiar Medicina y comenzar lo antes posible. Piensa que los estudios cursados en el seminario de Segovia, en el convento de Ávila y en el noviciado de Valladolid le van a facilitar las cosas, pero el asunto no es tan sencillo de resolver. Las autoridades universitarias le exigen tener aprobadas algunas asignaturas que no ha cursado durante sus años de fraile y soldado, sin las cuales no podrá obtener el grado de bachiller en Filosofía, indispensable para el acceso a la Universidad. La vía que elige para conseguirlo es cursar los estudios de «cirujano de tercera clase», figura que no está muy por encima del antiguo ci7 Parece tratarse de María Josefa Villar, viuda de Pablo Morillo, primer conde de Cartagena. 8 El título es, efectivamente, conde de Saceda, no de «Salceda», como se anota en las biografías de Velasco.
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rujano sangrador. Es un título académico muy menor, de orientación eminentemente práctica y de una cualificación tan baja que apenas se exige nada para cursarlo. De hecho, lo único que aporta Velasco en la solicitud de matrícula, de 1 de octubre de 1840, es un escrito del maestro de su pueblo, Domingo Gil —fechado a de 22 de septiembre de 1840—, donde se certifica que el interesado sabe leer, escribir «y las cuatro principales reglas de Aritmética». Por supuesto, también presenta los indispensables certificados de bautismo y de buena conducta, este último firmado por el párroco de Valseca, que igualmente se conservan en su expediente. Ese mismo mes de octubre de 1840 comienza el primero de los cursos de la titulación en el Colegio Nacional de Cirugía de San Carlos, pues es también allí, en la institución que solo cinco años después recibe la denominación oficial de Facultad de Medicina, donde se imparten tan poco sofisticados estudios. A partir de entonces, desde el momento en que por vez primera pisa las aulas del nuevo edificio universitario de la calle de Atocha, inaugurado en 1837, todo su mundo y toda su existencia —personal, familiar y profesional— quedan vinculados de forma exclusiva y plena con la medicina, la cirugía y la anatomía. Los comienzos de la década de 1840 son duros. Son años en los que ha de desempeñar trabajos por completo ajenos a la medicina y otros que, aunque se vinculan con ella, apenas le proporcionan ingresos. Y, por supuesto, debe estudiar en serio y a deshoras para sacar adelante las asignaturas. Curiosamente, parece que podría haberse ahorrado esos primeros estudios, al menos en parte, pues el 20 de marzo de 1843, antes de concluir el último curso, obtiene ya el grado de bachiller en Filosofía. ¿Cómo lo consigue? Pues gracias a los certificados que presenta sobre los cursos que siguiera años atrás, durante sus etapas conventual y militar, que las autoridades académicas reconocen y aceptan. En ese preciso momento, lo único que necesita para poder matricularse en la carrera de Medicina es haber cursado y aprobado la asignatura de Física Experimental, algo que consigue, precisamente, al finalizar el último curso de Cirujano de tercera y que la Universidad certifica el 16 de junio de 1843. Tuvo que ser un momento en verdad gratificante. Pero, como la azarosa vida de Ve37
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lasco no deja de proporcionarle sorpresas, resulta que solo seis días después, el 22 de junio, el ya cirujano de tercera —y practicante a tiempo parcial en el Hospital Militar— es movilizado con destino al «Ejército de operaciones de Andalucía como practicante en la Sección de Cirugía».9 Se supone que ahora habrá de cobrar un sueldo decente, que Pulido eleva a 4800 reales anuales, pero es probable que al final no reciba ni unas pocas decenas de tan bonita cifra. ¿Cuál es la razón de que sea llamado nuevamente a filas? En esta ocasión el asunto no tiene que ver con la cuestión carlista, sino con los tradicionales pronunciamientos militares y con las disensiones entre moderados, progresistas y republicanos que caracterizan la política española durante buena parte del siglo xix. En junio de 1843 se viven los momentos más tensos de la inestable regencia de Espartero, durante el fin de la minoría de edad de Isabel II. El 19 de mayo, el general había destituido, tras solo diez días en el cargo, al presidente del Gobierno Joaquín María López, suspendiendo las sesiones de las Cortes el 26 de mayo. Un día después se produce un levantamiento en Reus, encabezado por Juan Prim y Lorenzo Milans del Bosch, que pronto es secundado en otros territorios, incluida Andalucía. La movilización decretada por el Gobierno no consigue detener el progreso de los sublevados. Los combates se extienden, pero no duran mucho. Sin apenas lucha, el 22 de julio las tropas gubernamentales son derrotadas, en Torrejón de Ardoz, por el ejército comandado por el general Narváez. Una semana después, Espartero y su gente de confianza se embarcan en el Puerto de Santa María con rumbo a Inglaterra. Su regencia termina; la rebelión ha triunfado. Pues bien, esta es la corta guerra en la que de nuevo se ve involucrado Velasco, aunque ahora no por voluntad propia. Según nos cuenta Pulido (1894), parte de Madrid con destino a los campos de batalla andaluces el 4 de julio; lo hace en compañía de Basilio San Martín, luego un destacado médico y miembro de la Real Academia de Medicina. Ambos sirven en el hospital de campaña de
9 La orden de movilización se conserva en el escueto expediente personal de Velasco que se guarda en el AGMS (P. González Velasco, Sanidad, 1879, legajo G-3583).
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su regimiento en Valdepeñas, Sevilla, Alcalá de Guadaíra y Utrera, recibiendo la orden de desmovilización en Jerez de la Frontera, durante los últimos días de ese mismo mes, tras haber cumplido solo tres semanas de servicio. Es obvio que no debieron de tener demasiado trabajo. De hecho, lo peor vino después. Eran parte del bando derrotado, y eso nunca es bueno para nadie. Pulido asegura que retornan a Madrid sufriendo «muchas penalidades y malos tratos, por negarse las autoridades a prestarles los auxilios a que tenían derecho, y amenazarles las gentes de los pueblos a causa de haber pertenecido al ejército vencido». También escribe que, durante su ausencia de Madrid, Velasco pierde el puesto de practicante en el Hospital Militar. Para subsistir, habría optado por abrir una «humildísima casa de huéspedes en piso cuarto de casa pobre», primero en compañía de una hermana, quizás Luciana, y luego junto a quien acabaría convirtiéndose en su esposa, Engracia Pérez Cobo, con quien, casi con toda seguridad, habría coincidido, en calidad de sirvientes, en la casa de Luis de Goyeneche. En esa misma pensión conoce, siendo cadete, a un personaje que décadas después protagonizará un singularísimo episodio en la combativa vida del segoviano y que en su momento se desvelará: el general republicano José Lagunero Guijarro. En todo caso, la presunta pérdida de su empleo en el hospital no sería tal si fuera cierta la información proporcionada por el propio Velasco, ya citada, según la cual llega a ese centro en el otoño de 1842, trabaja gratis durante un tiempo y, año y medio después, asciende a practicante de número, con su correspondiente salario. Esta cronología situaría su ascenso laboral en la primavera de 1844. Es más, incluso después de esa fecha, en el verano de 1845, se habría producido un nuevo cambio en su situación dentro de este mismo hospital, como enseguida comprobaremos.
En la Universidad Pero volvamos a su vida académica. Cumpliendo ya todos los requisitos exigidos, concluidos en 1843 los estudios de Cirujano de tercera, sin llegar a titularse en dicha especialidad —no lo necesita 39
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y tampoco le interesa— y ya desmovilizado, el 23 de agosto solicita autorización, al director del ahora denominado Colegio Nacional de Medicina y Cirugía de San Carlos, para cursar los estudios de Medicina, su gran obsesión, que efectivamente comienza en el mes de octubre. Tiene por delante seis años de licenciatura y dos más de doctorado. Según su propio testimonio, que no he podido confirmar en su expediente universitario, durante esta nueva etapa obtiene «los primeros premios en los ejercicios prácticos de anatomía y operaciones». Por supuesto, Velasco debe conciliar los estudios con su trabajo en el Hospital Militar, donde es ascendido al puesto de aparatista en agosto de 1845.10 El estipendio sigue siendo corto —solo cobra un real más al día que como practicante—, pero lo importante es que se mantiene en contacto directo con profesores y cirujanos y que se le permite continuar progresando en la práctica anatómica a través de la disección. Además, y pese al escaso tiempo libre del que debía disponer con tanta actividad, quizás ya desde aquel año es socio, seguramente socio fundador, de la denominada Academia de Esculapio,11 que Madoz (1847b: 828) refiere en su famoso Diccionario geográfico... con estas palabras: Esta corporación científica fue creada en el año de 1845 por varios jóvenes estudiantes de Medicina a fin de adquirir por medio de la discusión los conocimientos tan indispensables en la profesión que un día debían de ejercer. Pertenecen a ella algunos profesores, los cuales toman parte en las discusiones que se suscitan, ilustrando con sus conocimientos los de los jóvenes estudiantes. Celebra sus sesiones en el mismo local que tiene la Academia Quirúrgica [en el número 1 de la plazuela del Cordón].
10 Supongo que sería responsable de la preparación y el mantenimiento de los instrumentos y aparatos empleados en el hospital. En cualquier caso, y como en anteriores ocasiones, esta información se contradice con el dato de que, tras su segunda movilización en 1843, pierde su puesto de practicante en este mismo Hospital Militar, pues en ningún lugar se menciona que haya habido ruptura alguna en su relación con el centro entre esa fecha y su ascenso en 1845. 11 Hay constancia documental de que es socio de número en 1849, pues aparece citado como tal en la única publicación de esa institución que he localizado (Esculapio, 1849: 31).
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Ha de reconocerse que estos años universitarios son especialmente intensos y exigentes para nuestro protagonista. Combina sus estudios con unos empleos y unas actividades que no le dejan ni un momento de descanso y solo le aportan unos magros ingresos; tan limitados son, que, al menos en el curso de 1846-1847, le permiten disfrutar de matrícula gratuita por su presunta situación de pobreza. En realidad, es probable que, gracias a las clases de apoyo que pronto comienza a impartir entre sus compañeros estudiantes, su situación económica no fuera tan angustiosa, pero Velasco aporta incluso un certificado del «ayuntamiento constitucional» de Valseca —fechado a 18 de octubre de 1845 y anexo a su expediente académico—, en el que se asegura que el interesado «es absolutamente pobre y sus padres murieron en el estado de indigencia, sin que le dejasen bienes algunos temporales». El dato es llamativo, porque si bien los munícipes podían dar fe del muy escaso patrimonio de sus progenitores, nada sabrían de la economía particular de Velasco en aquel preciso momento. Con un empeño que no retrocede ante nada, en enero de 1848 supera el examen de grado de bachiller por la Facultad de Medicina12 y el 22 de junio del año siguiente obtiene por fin el grado de licenciado, departiendo sobre un tema, elegido por sorteo, que le viene que ni pintado: «¿En qué casos los vicios constitucionales13 contraindican las operaciones graves de la medicina operatoria?». Es investido con la licenciatura una semana después. Pero Velasco tampoco se detiene aquí. Inmediatamente después se matricula en el primero de los dos años de doctorado (1849-50 y 1850-51), que supera con
12 Además de las materias propias del ámbito médico y quirúrgico, Velasco cursa varias asignaturas complementarias y obligatorias en el Museo de Ciencias Naturales. En su expediente universitario se conservan certificados de haber aprobado cursos de Botánica con José Alonso Quintanilla, Mineralogía con Donato García, Zoografía de vertebrados con Mariano de la Paz Graells y Química General con Andrés Alcón, todos durante el año académico de 1843-1844. 13 También llamados «vicios de conformación». Esta expresión se utiliza para nombrar estados o circunstancias del organismo que, supuestamente, no tienen su origen en hechos o patologías sobrevenidas, sino que se deben a la propia naturaleza del individuo.
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las calificaciones de «mediano» y «sobresaliente», respectivamente.14 Con el título en casa, y con una práctica médica y profesional anatómica —vaciados y preparaciones— realmente intensa, parece darse un respiro en el progreso de su currículo académico. No es hasta el 12 de mayo de 1854 cuando se presenta al examen para la obtención del grado de doctor. Lo hace ante un tribunal que forman los catedráticos Pedro Mata, Jaime Salvá, Toribio Guallart y Juan María Pou. El tema a desarrollar, elegido nuevamente por sorteo, le resulta perfectamente accesible, aunque no parece tener mucho interés desde una perspectiva médico-quirúrgica: «Exponer cuáles eran los conocimientos médicos que se tenían antes de Hipócrates». Una vez superado el ejercicio, es investido doctor el 21 del mismo mes de mayo.15 Es en este acto solemne cuando Velasco lee el grandilocuente y pomposo discurso titulado «Importancia y grandeza de la Medicina como primera necesidad de las naciones, verdad de esta ciencia basada en la Anatomía».16 La exposición tiene lugar ante los catedráticos Vicente Santiago Masarnau, Laureano Figuerola, José Jiménez Serrano y Víctor Arnau. Todo ha ido sobre ruedas y Velasco es, por fin, flamante doctor en Medicina y Cirugía. Eso sí, no es joven, tiene treinta y ocho años, aunque para entonces es ya un cirujano conocido y reconocido por su habilidad con el bisturí; un cirujano relativamente moderno e informado de los avances en su disciplina; uno de los primeros que en España emplea el cloroformo —no ya el éter— como anestésico, años antes de doctorarse, en una exitosa operación para liberar una hernia crural (inguinal) estrangulada, que practica a una mujer madrileña el 20 de enero de 1848.17 Pero hay algo más
14 Para comprender el enrevesado y cambiante contexto en el que se desarrollan los estudios de Medicina en España —y especialmente en la Universidad de Madrid— en época de Velasco, véase Albarracín, 1998, pp. 31-54. 15 Ese mismo día informa de la celebración del acto el diario El Clamor Público. 16 El mismo Velasco lo edita (González Velasco, 1854a). 17 La Unión (Anales de Cirugía y Regenerador), n.º 14, 8 de febrero de 1848, pp. 83-84. Los primeros usos del cloroformo como anestésico se producen, casi de forma simultánea, en Europa y Estados Unidos en noviembre de 1847. En España, los ensayos iniciales tienen lugar en diciembre de ese mismo año, en Santiago de Compostela, Cádiz y Barcelona (Franco, Álvarez y Cortés, 2005).
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y muy singular en el empeño médico de nuestro protagonista: desde el momento en que da comienzo su carrera profesional, Velasco no ve en la cirugía un mero repertorio de técnicas y habilidades con las que combatir la enfermedad, recomponer un miembro destrozado o extirpar un tumor. El dramaturgo Jacinto Benavente (1959: 91), hijo de Mariano Benavente —íntimo amigo de Velasco durante muchos años—, lo explica así en sus memorias: «Al exclaustrarse, tal vez por escrúpulos de conciencia, trasladó a la Cirugía todo su fervor religioso». De este modo, Velasco transmuta la medicina en religión y la cirugía en su divinidad suprema.
Figura 1. Retrato de Pedro González Velasco, anónimo. Copia fotográfica de época, la única conocida del doctor. Museo Nacional de Antropología, Madrid.
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Capítulo 3 LA FORJA DE UNA OBSESIÓN Si algo destaca en la ingente obra desarrollada por Velasco, además de sus éxitos como cirujano, es su permanente afán por reforzar el conocimiento de la medicina entre los estudiantes y por acercarlo incluso al conjunto de la sociedad. Durante toda su vida se empeña en sacar adelante un proyecto que es, en principio, práctico, pero que, en el fondo, resulta grandilocuente y utópico, pues su objetivo no es otro que la completa modernización de la enseñanza y la práctica de la Medicina en España. La esencia de este proyecto, la base sobre la que se habrá de construir y sostener esa radical reforma, no es otra que un conocimiento profundo y experto de la anatomía humana por parte de los estudiantes y la clase médica. Para conseguirlo, Velasco asume que solo existen dos vías. La primera, practicar cuanto sea posible la disección sobre el cadáver. Pero como no siempre se puede disponer de cadáveres, como durante buena parte del año es complicado preservarlos en su debida forma y como, en último término, su empleo como material docente tiene severas limitaciones, considera imprescindible disponer de otros recursos: vaciados, moldes y preparaciones, sobre todo preparaciones «secas», esto es, las que no necesitan estar sumergidas en alcohol para su conservación, pues son las que mejor se pueden manipular y, por tanto, las de mayor utilidad para el estudiante.1 Esto quiere decir que cualquier centro dedicado al estudio de la Medicina y la Cirugía debe disponer de preparaciones reales y de piezas artificiales (véase fig. 2) que reproduzcan, lo más fielmente posible, las distintas partes y órganos del cuerpo humano,
1 Los moldes y vaciados se limitan a reproducir elementos anatómicos en materiales como yeso, cartón piedra, cera o porcelana, siempre debidamente coloreados. Las preparaciones naturales son, siempre que se hacen bien, mucho más interesantes y realistas. Más allá de ciertas técnicas muy complejas —como la desecación por «corrosión» empleada por el holandés Frederik Ruysch entre los siglos xvii y xviii—,
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Figura 2. Vaciado anatómico en yeso pintado, fechado en 1860 y elaborado por P. G. Velasco para su primer Museo Anatómico. Museo de Anatomía Javier Puerta, Facultad de Medicina, Universidad Complutense de Madrid.
las preparaciones «secas» se elaboran mediante la disección, la desecación y el tratamiento con líquidos conservantes, que se aplican de forma directa o se inyectan en los conductos corporales o en los vasos sanguíneos. Las húmedas sufren una verdadera revolución tras la sustitución del alcohol por formol —formaldehído diluido en agua con alcohol metílico como estabilizante— desde la década de 1890, innovación que, claro está, Velasco no conoció. Para un interesante resumen sobre las técnicas de preservación y exhibición de preparaciones anatómicas utilizadas desde finales del siglo xviii, véase Alberti, 2015.
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tanto en su condición normal como en la patológica.2 Y todo ello, por supuesto, unido a un exhaustivo conocimiento del cráneo y del conjunto del esqueleto.
Preparaciones y vaciados anatómicos En su exaltada memoria autobiográfica, el segoviano asegura que su interés por reunir piezas anatómicas y anatomopatológicas comienza en fecha temprana, mucho antes de convertirse en un médico famoso (González Velasco, 1864a). Ya en el segundo año de sus estudios de Cirujano de tercera (en 1841-42) dispone de preparaciones y vaciados que usa tanto para su propio estudio como para los «repasos» que comienza a impartir a otros estudiantes, unas clases privadas que cuentan con la autorización expresa del rector de la Universidad.3 Este proyecto anatómico-docente se sustenta en una intensa labor previa sobre el cadáver, en una verdadera obsesión por diseccionar todo despojo humano del que pueda disponer en la Facultad, en el Hospital Militar, en el de San Juan de Dios o en el General. Al mismo tiempo, aprovecha toda esa actividad para hacerse con los elementos anatómicos que considera más adecuados para su desecación o para la elaboración de los vaciados. Los ingresos que el doctor obtiene con las clases que imparte a sus compañeros y el sueldo que recibe en el Hospital Militar son suficientes para que, ya en 1845, comience a poner en práctica la idea de «conservar y reproducir las preparaciones y disecciones anatómicas para formar un museo», según anota en 1864, circunstancia que hace dudar
2 Uso los términos «normal» y «patológico» de acuerdo con lo que en época de Velasco se consideraba como tales, que no tiene por qué coincidir con lo que actualmente definimos con esos mismos adjetivos. 3 Comienza cobrando a cada estudiante diez reales al mes, que un año después sube a veinte, y ya en el segundo o tercer año de impartición tiene a cerca de un centenar de discípulos. En 1862, con su primer museo a pleno rendimiento, los honorarios mensuales suben a cuarenta reales, aunque admite «un número determinado de estudiantes pobres, cuya aplicación sea notoria» (La España Médica, 2 de octubre de 1862, p. 643).
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de que su situación económica fuera realmente tan precaria como para que se le concediera matrícula gratuita en el curso de 1846-1847. En cualquier caso, y además de un muy impreciso proyecto museográfico-docente, lo que entonces arranca —y el propio doctor narra con tanto detalle como amargura en su memoria— es un proceso largo y complejo encaminado a la elaboración de preparaciones anatómicas y vaciados para su venta al Estado, que habría de destinarlas a los gabinetes anatómicos que deberían formarse en todas las facultades de Medicina del país. Veamos cómo se desarrolla esta aventura. Al principio, es el propio doctor quien realiza los vaciados de sus preparaciones, pero pronto comprende que necesita la ayuda de especialistas. Contrata entonces a un par de vaciadores profesionales, pero la tarea les repugna y enseguida la abandonan. Después de otras voluntariosas colaboraciones, también fallidas, termina asociándose con Juan José Cabrera Barragán, para intentar sacar adelante algo parecido a una producción seriada, con fines comerciales, de vaciados anatómicos. Comienzan su andadura en noviembre de 1849, en el domicilio de Velasco, en el cuarto principal del n.º 17 de la calle Santa Isabel. Para facilitar las cosas, Cabrera alquila una vivienda en el mismo edificio. Ambos son todavía estudiantes de Medicina, pero ya están casados —Velasco solo emparejado, como luego veremos— y tienen hijos. Cuenta el segoviano que sus primeros trabajos son excelentes, aunque también reconoce que tienen «algunos disgustos en la vecindad por los vapores y mal olor consiguiente del azufre».4 Si con semejante actividad y la emisión de tales efluvios solo tuvieron «algunos disgustos» con el vecindario, tendrían que haberse considerado ciertamente afortunados.
Primera empresa y primer fracaso La empresa marcha bien desde una perspectiva técnica, pero se topan con un grave problema: no disponen de capital para sacarla 4 De no indicarse otra cosa, todas las citas entrecomilladas del presente capítulo se toman de la memoria que Velasco publica en 1864.
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adelante. Afortunadamente, el doctor y profesor de la Facultad Fernando Ulibarri conoce sus trabajos y se compromete a aportar diez mil reales. Los tres formalizan su relación mercantil inscribiendo en el registro la empresa que denominan «Sociedad Anatómica». Velasco es el encargado de preparar los cadáveres y Cabrera de realizar los vaciados; Ulibarri es el socio capitalista. Para alivio de sus vecinos de finca, trasladan los trabajos a un cuarto que les cede el vicedecano en la propia Facultad de Medicina. Cuenta Velasco que allí se pasan los días enteros, incluidas las fiestas, «siempre débiles por el mal régimen y condiciones del alimento», macilentos, hasta el extremo de que él mismo llega a sangrar por la boca en más de una ocasión. Casualmente, estando una noche, Velasco y Cabrera, en el recién inaugurado Café del Iris —la única ocasión que lo visitan, dice el segoviano, como excusándose de tan increíble esparcimiento—, conocen a un italiano, un tal José Orsi, que fabrica y vende objetos de escayola. Conversan sobre moldes y vaciados, le compran algunas piezas y quedan en que él mismo se las llevará al domicilio de Santa Isabel. Acude, en efecto, a la casa de Velasco y allí les explica una técnica singular de preparación de vaciados que denomina «molde elástico». Según parece, se trataría de un procedimiento similar al de la cera perdida empleado para hacer esculturas, aunque se utilizaría gelatina en lugar de cera y la pieza sería de yeso en lugar de bronce. Tan entusiasmados se muestran con la información recibida, que recompensan al italiano con dos onzas de oro. Ya en diciembre de 1849 elaboran los primeros vaciados empleando la nueva técnica. Los resultados son muy satisfactorios; tanto que el prestigioso doctor Juan Fourquet, catedrático y director de los trabajos anatómicos en la Universidad, define las piezas como «daguerrotipos anatómicos». Consiguen del Gobierno un «privilegio de invención por diez años» y siguen adelante con renovada energía. Pero ahora tienen que salvar un nuevo obstáculo: sus moldes no están pintados, y solo una buena coloración puede hacer que las piezas sean realmente útiles para la docencia. Finalmente, tras varios candidatos fallidos, Velasco contacta con un antiguo compañero, José Díaz Benito y Angulo —luego reconocido especialista en enfermedades 49
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venéreas y académico de la Real de Medicina—, que a sus conocimientos médicos suma una habilidad pictórica que ya ha empleado con éxito en algunas piezas propias que representan patologías dermatológicas.5 Díaz Benito se convierte así en el cuarto miembro de la Sociedad Anatómica. A comienzos de 1850 se ponen en contacto con el Gobierno de la nación, ofreciendo sus vaciados a las facultades de Medicina del país. Velasco asegura que casi de manera inmediata se hacen oír opiniones en contra del proyecto. Los acusan de pretender acabar con el «laboratorio y estudio de escultura anatómica» de la Facultad madrileña. Asegura el segoviano que todo era una falacia, pues desde hacía años apenas se había hecho nada en esa materia y que, en todo caso, su iniciativa no tendría por qué perjudicar al único escultor anatómico contratado por la Universidad. El Gobierno nombra una comisión que habría de valorar el interés de la propuesta. Tras meses de retraso, el dictamen se resuelve de forma negativa, argumentando ciertas deficiencias en la coloración de las piezas. No obstante, uno de sus más destacados miembros, el afamado doctor Juan Drumen, firma un dictamen particular contrario a la resolución. Este primer golpe hace mella en Díaz Benito, que abandona la sociedad y marcha como médico militar a Alcalá de Henares. Velasco recurre entonces a la colaboración de un tal Manuel Gómez, que pinta con éxito algunos vaciados. Por segunda vez se presentan las piezas al Gobierno, que una vez más nombra una comisión de estudio que nada resuelve. En esta situación de parálisis, se produce un acontecimiento que augura un futuro prometedor para la empresa velasqueña: el político progresista Claudio Moyano se convierte en rector de la Universidad de Madrid a finales de 1850. En palabras de Velasco, «la aurora boreal aparece para la Sociedad Anatómica en la persona de este ilustre personaje». Enseguida lo invitan a contemplar los vaciados, algo que hace —pese a la repugnancia que al parecer siente ante moldes y preparaciones anatómicas— en la nueva residencia de 5 Un año antes —siendo ambos estudiantes de Medicina—, González Velasco y Díaz Benito (1848) habían publicado conjuntamente una interesante guía para sangradores y dentistas.
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Velasco, al final de la calle de Atocha, en el n.º 149. El expediente administrativo se reactiva; ahora todo parece marchar sobre ruedas. Incluso la Gaceta Médica publica, el 30 de enero de 1851, una breve nota elogiosa sobre sus vaciados. Sin embargo, «a punto ya de recaer una resolución favorable, cayó el ministerio, y el Sr. Moyano hizo dimisión del rectorado, y con su caída murió para siempre la Sociedad Anatómica». En cualquier caso, y antes de que todo se venga abajo, Velasco consigue que el Hospital General, luego Provincial, de Madrid le adquiera sesenta modelos de anatomía normal y patológica, en escayola, que forman el núcleo original a partir del cual se funda, en 1851, el Museo Anatómico de esa institución, que nada tiene que ver con el de la cercana Facultad de Medicina (Memoria, 1875: 175 y 235). En este contexto, también Fernando Ulibarri abandona la sociedad, a la que poco antes se ha reincorporado Díaz Benito. Tratan de reunir nuevos fondos mediante suscripciones, pero fracasan. Mientras, y con autorización expresa de sus dos socios, Velasco financia y elabora nuevos vaciados para su futuro museo particular. La situación no es buena, la empresa no avanza. En su memoria, el segoviano dice que «al poco tiempo» Cabrera da muestras de no desear continuar con el negocio, por lo que, en compañía de Díaz Benito, decide afrontar una nueva iniciativa que consideran ajena a la sociedad: editar un atlas o colección de láminas de anatomía. Sin embargo, en cuanto sale a la luz el prospecto que anuncia la futura publicación, Cabrera los denuncia. Tras meses de pleitos y de gastos se llega a un acuerdo económico que Velasco no concreta en su escrito. Tiempo después el atlas se publica, aunque solo su primer volumen, el de partos (González Velasco y Díaz Benito, 1854a).6 No han contado con ningún mecenazgo y, según afirma nuestro protagonista, la Universidad no les compra ni un solo ejemplar. 6 En su anterior trabajo conjunto, la Guía del sangrador, aparece como primer autor Díaz Benito. Ahora es Velasco, y con tipografía más destacada. Ya se ha licenciado en Medicina y es un cirujano famoso, bastante más que su colega. Ese mismo año ambos editan otra obra digna de mención sobre osteología (González Velasco y Díaz Benito, 1854b).
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Velasco y Díaz Benito se quedan solos y sin apenas recursos, pues, al margen del pleito con Cabrera, han debido reintegrar a Ulibarri el capital invertido. Tras nuevas búsquedas infructuosas de financiación, consiguen que un antiguo compañero, José Arribas, les conceda un préstamo por valor de veinte mil reales, sin intereses. Por tercera vez, seguramente ya avanzado el año de 1853, presentan su proyecto de venta de vaciados al Gobierno. Ahora ni siquiera se forma una comisión evaluadora; la instancia se esfuma. Los dos colegas asumen el fracaso de la Sociedad Anatómica, devuelven la inversión recibida y cada uno sigue su propio camino: Díaz Benito continúa, durante un tiempo, en el Cuerpo de Sanidad Militar, que abandona para dedicarse por entero a la sifilografía, es decir, al estudio y tratamiento de la sífilis, enfermedad que por entonces causa estragos, instalando, en 1860, un reconocido museo de la especialidad en su domicilio. Por su parte, Velasco concluye el doctorado y asume con energías renovadas su práctica médico-quirúrgica y la instalación de su primer museo anatómico doméstico, el de Atocha 135.
Estiércol y huesos blancos Que durante todos esos años Velasco dedique tiempo y esfuerzos a la Sociedad Anatómica, a sus pacientes y al futuro museo no significa que se desvincule de la práctica hospitalaria. Aunque lo más probable es que a comienzos de la década de 1850 ya no trabaje en el Hospital Militar, sí continúa en el Hospital General,7 donde en junio de 1853 es nombrado «cirujano interino», si bien durante varios
7 El edificio principal del antiguo Hospital General y de la Pasión de Madrid —luego Hospital General y más tarde Hospital Provincial— forma parte del complejo arquitectónico del actual Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Esta sección se conoce como «Edificio Sabatini», por el arquitecto que lo diseñó. Desgraciadamente, los fondos documentales del hospital, conservados en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, no guardan material alguno sobre los años en los que desarrolla sus actividades el doctor Velasco; ni durante la década de 1840 ni en momentos posteriores.
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meses ejerce el cargo sin sueldo.8 Velasco puede permitírselo, pues ya es un cirujano reconocido, con una cartera de pacientes que le garantiza unos significativos ingresos. El cargo le apasiona, pues le permite realizar aún más disecciones y desempeñar una intensa labor docente (oficiosa) entre el alumnado de la vecina Facultad de Medicina.9 Tan entusiasmado está, que asume por cuenta propia la reforma del antiguo anfiteatro anatómico del hospital. En su memoria dice haber gastado más de cinco mil reales en «limpiar, asear, retejar y empapelar esta joya de nuestro antiguo renacimiento, que yacía en un estado lamentable». Es también en ese momento expansivo cuando consigue que el director le ceda un pequeño local con un terreno adyacente en el antiguo cementerio del hospital. Se siente «feliz, más satisfecho que en un sarao», en sus propias palabras. Pocos compartirían tan morbosa felicidad. Allí, con la ayuda de estiércol, macera sin prisa los huesos de sus amados cadáveres, humanos y animales, que deja «tan blancos como el marfil y la nieve», aunque también dispone de otra pequeña instalación para cocer los esqueletos que «reclaman pronta y rápida preparación». El 8 de julio de 1854, solo mes y medio después de haber sido investido doctor, parte en su primer viaje científico al extranjero, que paga de su propio bolsillo, como le gusta recalcar. Visita los hospitales, las escuelas de Medicina y los museos de historia natural y de anatomía de París y Londres. En la capital inglesa disfruta en el Museo de Hunter y en el Británico; en París hace lo propio en el Museo Orfila y otros gabinetes particulares. Pero la instalación que realmente le fascina, hasta el extremo de pasar cuarenta y cinco días examinando todos y cada uno de sus setenta armarios, es el también parisino Museo Dupuytren, al que cataloga como mejor museo de anatomía pato-
El Clamor Público, 16 de junio de 1853. Durante esos años, el Hospital General reserva dos de sus veinticuatro salas para clínica de la Facultad de Medicina; son 140 camas de las 1526 con las que cuenta el centro (Madoz, 1847b: 872). Aunque en 1853 Velasco no mantiene aún una relación contractual con la Facultad, lo más probable es que su obsesión por la anatomía y la docencia lo lleve a vincularse de forma directa con las tareas desarrolladas en la clínica universitaria. 8 9
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lógica de Europa.10 A su regreso a Madrid, en el mes de septiembre, todo le resulta «pobre, raquítico, miserable»; pero no se desanima. Asegura que lo visto en Europa lo reanima y vivifica, lo empuja a continuar aún con mayor ahínco en su hercúlea tarea de renovación de la medicina y la anatomía hispanas. Una vez en casa, lo único que desea es reencontrarse lo antes posible con sus cadáveres en el local del Hospital General; y diseccionar, y desecar, y preservar. Es fácil imaginar a Velasco al poco de su llegada a Madrid, impaciente por recorrer la corta distancia que separa su domicilio del «palacio encantado» que lo aguarda en el antiguo cementerio, a espaldas del hospital. Desciende animado por la calle de Atocha, deja atrás el hospital, cruza el portalón de acceso… y se encuentra con que todo lo que allí había construido ha sido desmantelado, todo ha «desaparecido de una manera bestial, como si se quisiera representar en pequeño un episodio de los tiempos de Atila». Nadie le da explicaciones, nadie argumenta un porqué. Su desilusión es tan grande que dimite como cirujano del centro. Se marcha a casa «para no morir de un ataque de bilis» (González Velasco, 1864a: 27). A partir de ese momento, rompe todos sus vínculos con el Hospital General de Madrid.
Diseccionar y embalsamar Es muy probable que esta decepción, unida al fracaso definitivo de la Sociedad Anatómica, a comienzos de 1854, genere en el hiperactivo Velasco la necesidad de poner en marcha una nueva iniciativa empresarial. Digo esto porque en noviembre de 1855 se publica en
10 El museo lo funda el reconocido científico menorquín Mateu Orfila, en la Facultad de Medicina de París en 1835, gracias a un legado del anatomista Guillaume Dupuytren. Tras una azarosa existencia, ha estado vinculado durante las últimas décadas a la Facultad de Medicina de la recién desaparecida Universidad Pierre y Marie Curie. Cerró en 2016 y no hay noticias sobre su reapertura. Por cierto, como queda indicado, el mismo Orfila organiza y financia, en 1844, otro museo de anatomía, el más importante de Francia, que hoy se conoce como Museo de Anatomía Delmas-Orfila-Rouvière. Fue cedido en 2011 por la Universidad París-Descartes a la Universidad de Montpellier.
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la prensa, quizás por vez primera, un llamativo anuncio en el que se publicita la denominada «Sociedad Económica de Embalsamamientos», que junto al segoviano forman el doctor Justo Jiménez de Pedro, luego un reconocido especialista en hidrología médica, y el entonces licenciado, tiempo después famoso pediatra, Mariano Benavente.11 La empresa garantiza «prontitud y facilidad en su ejecución», «seguridad de sus resultados, aun cuando haya principiado la putrefacción», «integridad del cadáver y conservación permanente de sus formas» y «reducción de gastos a la mitad de lo que cuesta por los demás métodos». Esa rapidez y esa economía son posibles porque ya no es necesario eviscerar el cadáver, pues el procedimiento se fundamenta en la inyección, por vía arterial, de una combinación de sustancias antisépticas, innovación desarrollada por el doctor siciliano M. Franchina en la década de 1830. Y, para convencer con la evidencia a los potenciales clientes, el anuncio invita a contemplar los resultados de la novedosa técnica embalsamadora en las piezas que el propio Velasco muestra en su Museo Anatómico, en el n.º 135 de la calle de Atocha. No hay constancia de hasta cuándo funciona la Sociedad, pero el último anuncio de prensa documentado aparece en el mes de junio de 1857. No obstante, puede confirmarse que en 1861 aún está en marcha, como comprobaremos en el capítulo 14, al revisar un llamativo pleito judicial en el que se embarcan los miembros de la Sociedad, a causa de la abultadísima factura que presentan a los herederos de un rico finado. En todo caso, la fama de gran embalsamador de la que goza Velasco hasta su muerte se proyecta en encargos de enorme trascendencia política y social, entre los que destaca el tratamiento del cadáver del poeta Manuel José Quintana, ejemplo superlativo de literato y patriota, que realiza, de forma gratuita y con la colaboración de Mariano Benavente y Méndez Pedro, el 11 de marzo de 1857.12 Tras su salida del Hospital General en septiembre de 1854, y con la empresa embalsamadora en marcha, Velasco vuelve sus ojos hacia
Diario Oficial de Avisos de Madrid, 9 de noviembre de 1855. La Época, 12 de marzo de 1857.
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la vecina Facultad de Medicina, donde, con autorización del rector Tomás del Corral y Oña, ocupa un habitáculo como el que acaba de perder en el hospital. Allí hace sus desecaciones y preparaciones con relativa comodidad y sin injerencias; de hecho, ocupa el pequeño cuarto durante más de una década, hasta su dimisión definitiva del cargo de director de los museos anatómicos de la Facultad en junio de 1868. Según anota en su memoria autobiográfica, «allí comienza una nueva era». Es octubre, o quizás ya noviembre, de 1854. Hablar de una «nueva era» quizás resulte excesivo, pero no cabe duda de que entonces se abre una nueva etapa en la intensa vida profesional del segoviano. Lo curioso es que, hasta abril de 1856, la actividad que desarrolla no tiene fundamento administrativo ni se sustenta en una relación contractual con la Universidad, aunque en realidad la situación no tiene nada de extraordinaria, pues el propio Velasco la ha vivido años atrás, tanto en el Hospital Militar como en el General. Con el nuevo local a su disposición, retoma sus frenéticas labores de disección, desecación natural y elaboración de vaciados artificiales, ensayando con todo tipo de materiales: estuco, papel maché, cartón piedra, cera, porcelana y pastas diversas. Presenta las primeras piezas naturales al decano y al rector, que no solo se muestran satisfechos con el resultado, sino que argumentan que con estos trabajos podría formarse un nuevo museo anatómico en la Facultad. De hecho, el rector, «espontáneamente y por sí mismo», habría elevado al Gobierno un escrito solicitando para Velasco «un puesto distinguido en la Sección de anatomía». Pero, una vez más, el expediente se «traspapela». En todo caso, hemos de reconocer que la situación en la que desarrolla estos trabajos no solo es irregular, sino que buena parte de las piezas elaboradas, tanto naturales como artificiales, tienen como destino su propio museo particular; las restantes son, en realidad, un reclamo para que las autoridades acaben dando el visto bueno a su consolidación laboral en la Universidad. Aunque el asunto se estanca, Velasco continúa trabajando en el local de la Facultad y diseccionando cuanto cadáver se pone a su disposición, tareas que ha de compatibilizar con su práctica médica profesional, la atención al Museo de Atocha 135 y las clases 56
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privadas. Es evidente que apenas dispone de tiempo libre; probablemente, ni siquiera lo necesita. Y, cuando lo tiene, aprovecha para realizar su ya habitual viaje académico al extranjero. En el verano de 1855 afronta su segundo periplo, que lo lleva de nuevo a París, y también a Estrasburgo y a varias ciudades alemanas.13 Un año después se embarca en el tercero, visitando museos, facultades y hospitales de Francia, Italia y Austria (González Velasco, 1856b). En esta ocasión todo transcurre en un contexto nuevo y mucho más favorable para Velasco. No se trata de que reciba ayuda económica alguna, pues, como todos los demás, salvo el de 1858, el viaje sigue siendo una iniciativa particular que no puede ser subvencionada por la Universidad.14 La novedad es otra, y de mayor relevancia: el rector, al tener noticia del proyecto de viaje y deseando, supuestamente, que a su regreso la Facultad pudiera rentabilizar la experiencia y los conocimientos adquiridos, le ofrece el puesto de encargado interino «del vaciado sobre el natural y de los trabajos anatómicos por desecación». El cargo es poca cosa para alguien como Velasco, un cirujano famoso que posee un magnífico Museo Anatómico. Además, en principio se trata de una interinidad sin sueldo, aunque al cabo de tres años termina cobrando 8000 reales en calidad de sueldo anual y 4255 más por los materiales utilizados en varias preparaciones y por la instalación de un buen «esqueleto armado» y la urna que lo contiene.15 Por supuesto, son cantidades no desdeñables, pero Velasco las cobra tarde y tras haber invertido mucho tiempo y no poco dinero. En resumen, se podría decir que la tarea desempeñada durante aquel año de interinidad no es ninguna bicoca. Pero lo cierto es que el de 13 De nuevo publica una memoria del viaje, de largo título y escueto contenido (González Velasco, 1856a). 14 El viaje de 1858 cuenta con ayuda económica oficial, porque recibe el encargo de realizar una copia del astrolabio árabe que, presuntamente, había pertenecido a Alfonso X el Sabio, conservado en La Specola, el Museo de Historia Natural de Florencia, que había podido contemplar en un viaje anterior. 15 El informe en el que se da el visto bueno a estos pagos lo firma el decano de la Facultad de Medicina, José María López, con fecha de 6 de abril de 1859. Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid (AGUCM), caja SG-1777.
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Valseca desea a toda costa vincularse de manera oficial con la Universidad, que tiene una auténtica necesidad vital de formalizar esa unión y que esa interinidad se lo permite. Su argumento es simple y, hasta cierto punto, coherente: lleva largo tiempo trabajando para la Universidad, sin sueldo y sin ninguna otra compensación, por su amor a España y su pasión por la ciencia médica. Alguien tiene que reconocer su esfuerzo, sus gastos, su dedicación, aunque sea con una simple interinidad técnica. Todo esto es verdad, aunque también es cierto que, durante esos años, ha rentabilizado unas instalaciones y unos recursos oficiales en beneficio propio, en el fomento de su museo y, en definitiva, en el desarrollo de una práctica médica y docente que le ha proporcionado unos muy suculentos ingresos.
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Capítulo 4 EL MUSEO ANATÓMICO Pese al fracaso de algunas de sus actividades empresariales, hemos visto que los elevados ingresos que obtiene de su práctica médica y quirúrgica permiten que durante el verano de 1854 Velasco realice su primer viaje por Europa. Aunque, al parecer, son diez los viajes en los que se embarca,1 este es, sin duda, el que le deja una impronta más profunda y duradera; es un verdadero viaje iniciático que le abre las puertas a un nuevo universo de ideas y experiencias. Tras su regreso a Madrid, en el otoño de 1854, edita una extensa reseña (véase fig. 3) que incluye una muy detallada descripción de su admirado Museo Dupuytren, institución que se convierte en guía y ejemplo para sus propias creaciones museísticas (González Velasco, 1854b). Pero mucho más interesante que los comentarios sobre el museo francés es el hecho de que en este libro nos habla de su primer Museo Anatómico, que inaugura de manera formal el 9 de noviembre de 1854. Vamos a conocerlo.2
Un museo como reclamo Como hicieron antes y seguirán haciendo después otros cirujanos y anatomistas famosos en buena parte de Europa, Velasco instala su museo en el que entonces es su domicilio particular, de alquiler, en el 1 Lo afirma el propio Velasco en uno de los incontables escritos que remite a la prensa criticando el estado de la enseñanza de la Medicina y de los museos anatómicos en España, publicado en El Genio Quirúrgico el 22 de septiembre de 1863. No hay constancia de que salga al extranjero en fechas posteriores. He accedido a las memorias de viaje que edita en 1854 (primer viaje), 1856 (segundo viaje en 1855, una memoria muy escueta), 1856 (tercero), 1858 (cuarto en 1857), 1859 (quinto en 1858) y 1860 (séptimo). Parecen ser las únicas publicadas. 2 Parte del texto del presente capítulo se toma de un artículo publicado de forma previa por el autor, aunque todo él ha sido revisado y actualizado (Sánchez Gómez, 2015).
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Figura 3. Portada del libro editado por P. G. Velasco sobre su primer viaje al extranjero, 1854.
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«cuarto entresuelo de la derecha» del n.º 135, hoy el 107, de la calle de Atocha en Madrid.3 Ha trascurrido una década desde el arranque de su empeño coleccionista. Lo que inicialmente había sido un mero recurso para facilitar su propio estudio de la anatomía y el ingreso de algún dinero extra, gracias a las clases de apoyo que imparte entre sus compañeros de facultad, se ha convertido poco menos que en una obsesión. Durante todo este tiempo ha continuado realizando preparaciones anatómicas y elaborando vaciados que incrementan sus colecciones, a los que se suma una gran cantidad de piezas patológicas reunidas gracias a su práctica médica y otras muchas adquiridas a muy diversos proveedores.4 Lamentablemente, no existe documentación gráfica sobre este primer museo, aunque la descripción que se hace en la citada memoria de 1854 es bastante ilustrativa. Con la mezcla de pragmatismo y ampulosidad que lo caracteriza, asegura Velasco que su primer viaje a Francia le ha permitido aprender «muchas verdades» y ser más consciente aún de las tremendas limitaciones que sufren la medicina y la anatomía en España. Por ello, para dar ejemplo e iniciar la marcha hacia un nuevo y esplendoroso futuro, para mostrar «hasta qué punto podemos llegar por nuestra actividad propia» y para «ilustrar [a] la juventud que puebla las aulas médicas», decide «poner a disposición del público» su «museo anatómico».5 Dicho así, su empeño parece un acto puramente filantrópico. Algo de eso hay; pero comproba3 El edificio original se conserva, aunque muy transformado. En junio de 1862, y tras varios informes en contra, se concede licencia a su propietario para levantar dos pisos sobre el principal, haciendo un total de cuatro, aunque, debido a nuevos cambios solicitados por el mismo, la autorización definitiva de la reforma se otorga en el mes de diciembre (Archivo de Villa, exp. 4-248-58). Además, en julio de 1880 se autoriza la demolición y reconstrucción de ambas fachadas, lo que permite alinear la de Atocha con el resto de los edificios de la calle (Archivo de Villa, exp. 5-476-60). 4 La fama de Velasco hace que, tiempo antes de abrir al público su museo, incluso la prensa generalista informe sobre la preparación de materiales anatómicos y la incorporación a sus colecciones. Así ocurre con el esqueleto de un feto humano teratológico (monstruoso) que fue estudiado y preparado por el doctor, según se recoge en el diario La España, el 17 de abril de 1853. 5 A partir de 1861, algún artículo de prensa se refiere al centro como «Museo Anatómico-Patológico». Esta es la denominación que utilizará de forma oficial el doctor Velasco cuando lo traslade al n.º 90 de la misma calle de Atocha.
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remos que la iniciativa de Velasco tiene también una clara vertiente crematística. Lo primero que debe clarificarse al estudiar este Museo Anatómico es, precisamente, el hecho de que sea definido como «museo». Es evidente que el empleo de este término responde a intereses propagandistas, a la intención de generar una imagen académica e institucional del centro ante la opinión pública; en realidad, ni su tamaño, ni su estructura, ni su funcionamiento se adecuan a lo que, ya a mediados del xix, se considera un verdadero museo. Es cierto, no obstante, que el concepto se usa entonces, y en parte también ahora, de forma harto despreocupada, y que sirve para nombrar tanto a instituciones especializadas de gran relevancia histórica y patrimonial como a cualquier colección o conjunto de objetos que se presenta de forma más o menos ordenada para su contemplación. De todas formas, el museo de Velasco no es un mero acúmulo de objetos curiosos. Según su propietario, reúne «una sorprendente colección de huesos humanos, comprendiendo desde los primeros rudimentos de la osificación, hasta el completo desarrollo»; le sigue otra con ejemplos reales y modelos de «deformidades, lesiones anatómicas […], y los vicios generales reumático, sifilítico y escrofuloso»; una «completísima y numerosa reunión de cráneos, entre los que se encuentran varios de criminales, idiotas y monomaniacos»; «fetos de todas edades» y «maniquíes para vendajes y colocación de los mismos». También incluye materiales que hoy pueden parecer incongruentes, pero que a mediados del siglo xix son habituales en los museos anatómicos: la «Sección de anatomía comparada», con esqueletos, vísceras y animales disecados. Finalmente, completan la colección otras «muchas curiosidades», cuyo detalle no se especifica, aunque por la prensa sabemos que en su despacho se muestra una momia vendada al estilo egipcio que, al parecer, él mismo había preparado. El carácter científico-docente de todo este despliegue se refuerza con «un excelente microscopio», instrumentos quirúrgicos antiguos y modernos, un laboratorio y un «gabinete de lecturas médicas», en el que se pueden consultar los «atlas anatómicos y quirúrgicos de más nota, diccionarios, obras clásicas y periódicos 62
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científicos de todas las naciones».6 La presencia del microscopio no es un dato banal, pues su uso científico en el ámbito médico es aún muy limitado a mediados del siglo xix, dado que apenas se sabe nada sobre los microorganismos y su incidencia en el aparición y propagación de las enfermedades. De hecho, Velasco es uno de los médicos españoles que con más ahínco defiende el uso de este instrumento y el desarrollo de la histología desde esas tempranas fechas (Marco y Aréchaga, 2009: 1136 y 1139). Aunque fija cuotas para hacer un uso profesional de su museo, y pese a que da la impresión de que establece el pago de algún tipo de entrada a los visitantes, al menos a quienes no son sus pacientes, no disponemos de dato alguno que permita valorar la relevancia de estos ingresos. Sí lo son los derivados de sus «repasos», cuyo éxito depende en buena medida de la singular colección anatómica que ofrece a los estudiantes para el desarrollo de las prácticas.7 De hecho, la muy detallada propaganda que hace de su docencia privada destaca la relevancia del instrumental, de la bibliografía médica y, muy especialmente, de los materiales museográficos de que dispone: Mis colecciones de embriología, también hoy sin rival, recogidas a costa de sacrificios y desvelos en el transcurso de 20 años, como las magníficas de osteología, figuras artificiales y demás objetos que constituyen mi museo, todo a vuestra disposición [énfasis de Velasco], os facilitará[n] el camino de vuestra carrera […] y os hará[n] entrar con elementos sólidos en la práctica del profesorado.8
6 En un artículo (firmado por «M. A.») titulado «Una visita al Museo anatómico del doctor D. Pedro González Velasco», publicado en El Siglo Médico el 16 de marzo de 1856, se describen con algo más de detenimiento las colecciones que guarda el centro. Más detallada y aún más elogiosa es la reseña que aparece en La España Médica el 12 de diciembre de 1861, redactada por el también médico y cirujano Fernando Castresana. 7 La parte teórica de las clases, que comprende nada menos que «todas las asignaturas de la Facultad», la imparte casi siempre algún ayudante; la parte práctica (anatomía, operaciones en el cadáver, vendajes y «clínica de la consulta de enfermos») es responsabilidad exclusiva de Velasco. En 1854, los matriculados abonan veinte reales mensuales por cada una de las partes, o treinta por las dos; por cuarenta tienen acceso al gabinete de lectura. 8 El Genio Quirúrgico, 7 de octubre de 1862, p. 590.
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Haciendo gala de un lenguaje directo y paternal, se dirige a «vosotros, jóvenes y entusiastas por la gran ciencia», asegurándoles que su docencia no les va a «molestar con teorías difíciles», que habrán de leer en los libros, sino que se centrará en las demostraciones, en la práctica: «En mis repasos veréis la anatomía microscópica con buenos ejemplares, y microscopios que os enseñaré a manejar; veréis las colecciones de instrumentos al alcance de los progresos de la época, y aprenderéis a emplearlos».9 Además, «veréis conmigo en los enfermos de mi clínica de pobres (al año unos tres mil), los casos prácticos más dignos de estudio, más notables por su extrañeza y curiosidad, sobre los cuales discurriremos acerca de sus antecedentes, diagnóstico, pronóstico, tratamiento, etcétera, etc. etc.».10 Teniendo en cuenta las limitaciones de la enseñanza oficial, el plan de Velasco no puede resultar más atractivo. Hasta que su proyecto docente particular se viene abajo, precisamente cuando más ambicioso es el plan, con la inauguración de su gran Museo Antropológico en 1875, el éxito de sus clases particulares y la popularidad que alcanza entre el alumnado son ciertamente notables. Valga como ejemplo de ese animado ambiente la nota que se publica en una relevante publicación periódica del momento: El día 27 terminaron sus tareas los discípulos que asisten al repaso del doctor D. Pedro González Velasco, director de los museos de anatomía de la facultad de medicina. Este señor, queriendo darles una prueba de aprecio, distribuyó once figuras anatómicas, dignas de estudio, además de haber repartido a cada uno de ellos una Memoria del célebre museo Dupuytren y otra del viaje a Berlín. Por la noche a su vez los alumnos, en muestra de su agradecimiento, obsequiaron con una serenata a su digno y apreciable maestro.11
Al margen del éxito de las clases que allí imparte, poco más sabemos sobre el devenir cotidiano del museo, por la sencilla razón La España Médica, 2 de octubre de 1862, p. 642. Ibidem, p. 643. Esa atención a los pobres la realiza Velasco por voluntad propia, no tiene nada que ver con la asistencia que proporcionan los médicos de la Beneficencia municipal. 11 Revista ibérica de ciencias, política, literatura, artes e instrucción pública, 1 de abril de 1862, p. 339. 9
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de que no se han conservado documentos ni papeles del doctor, ni privados ni relacionados con ninguno de sus museos. Pulido (1894: 27) asegura que «la mano de persona ingrata y mal aconsejada arrojó al fuego sus papeles», y esa persona no pudo ser otra que la viuda, aunque, con un marido tan singular, quizás no debamos echárselo en cara. Y Velasco tuvo que guardar muchos papeles, quizás no tanto sobre los materiales de sus museos como sobre sus variadas actividades profesionales y las reales o imaginadas afrentas que sufre o cree sufrir durante toda su vida, pues, como anota en sus apuntes biográficos de 1864, «todo lo tengo apuntado, de todo tengo datos». Sabemos, eso sí, que el doctor recurre a la colaboración de algunos de sus más fieles discípulos, tanto en el museo como en otros ámbitos de su actividad profesional. Matilla Gómez (1987) indica que Laureano García-Camisón y Domínguez —luego cirujano militar, médico de Alfonso XII, diputado a Cortes y miembro de la Real Academia de Medicina— fue preparador anatómico y colaborador de Velasco en su museo, aunque parece que hace referencia al museo de la Facultad de Medicina, no al particular. En un texto previo a la biografía de 1894, Pulido (1883) refiere como discípulos de Velasco, a finales de los cincuenta, al citado García-Camisón, a Florencio de Castro Latorre —futuro profesor de Anatomía en la Facultad de Madrid— y a otro anatomista apellidado García Ayllón, que quizás pudieron colaborar en algún momento en la organización y administración de su museo doméstico. En cualquier caso, en octubre de 1861 la prensa menciona a un «interno del museo anatómico-patológico» encargado, seguramente entre otras tareas, de inscribir a los alumnos en sus célebres repasos y cursos de Anatomía. Justo un año después se pone nombre al responsable de esa tarea, y no es ninguno de los citados.12 Se trata de Teodoro Muñoz Sedeño, a quien Velasco cataloga como «jefe de mi museo y clínica particular», personaje destacado, aunque pasivo, de la futura leyenda velasqueña, porque, según se cuenta, habría sido el novio formal de Conchita, la hija del doctor. Por cierto, en el detallado texto que informa sobre estos cursos se indica que tendrán lugar no ya El Genio Quirúrgico, 7 de octubre de 1862.
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en Atocha 135, sino en el nuevo domicilio, y sede del museo, del doctor: en el n.º 100 (hoy el 102) de esa misma calle madrileña. Esta nueva vivienda no se cita en los textos autobiográficos de Velasco ni en ninguna otra bibliografía. Sin embargo, el cambio de residencia y la nueva instalación de su museo se mencionan de forma expresa en otros dos sueltos de prensa: en La Correspondencia de España de 20 de septiembre de 1862 y en El Genio quirúrgico de 30 de septiembre del mismo año. Lo curioso del caso es que justo un año más tarde, el 7 de octubre de 1863, el mismo periódico médico informa de la nueva apertura de los cursos y ahora dice que tendrán lugar en el domicilio y museo del doctor, «calle de Atocha, número 135». La explicación la encontramos en la reforma que, como ya vimos, se autoriza a realizar al propietario de este último edificio —primero en junio y luego, tras algunos cambios, en diciembre de 1862—, que supone nada menos que levantar dos pisos más sobre la estructura existente y que, sin duda, fuerza al traslado de los inquilinos, algo que Velasco realiza con notable anticipación. En consecuencia, podemos confirmar que, entre septiembre de 1862 y septiembre de 1863, antes del traslado a la nueva casa de Atocha 90, el domicilio-museo del doctor Velasco se sitúa en el piso principal, el primero, del n.º 100 de su muy amada calle de Atocha, justo enfrente del 135. El edificio original se conserva, aunque tan modificado como el antiguo n.º 135, pues a comienzos de 1927 se levantan dos pisos más y se reforma la fachada.13
Visitantes ilustres Más allá del puntual traslado del centro y del propio desarrollo de la docencia que allí se imparte, lo más relevante de este primer museo doméstico es que consolida el prestigio de su propietario. Gracias a sus llamativas colecciones anatómicas y anatomopatológicas, Velasco se presenta ante el conjunto de la sociedad —y muy especialmente ante los colegas médicos, los estudiantes y la potencial clientela—
Archivo de Villa, exp. 24-480-18.
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no solo como un extraordinario médico y cirujano, sino como un estudioso de primerísimo nivel, capaz de elevarse muy por encima del acto médico cotidiano y adentrarse en el reservado mundo de la investigación y de la sistematización de los conocimientos científicos. La prensa —tanto la médica especializada como la generalista— se encarga de dar noticia puntual de su evolución, del incremento de las colecciones y de las visitas de personajes ilustres. Entre estas últimas, sabemos de la realizada por tres «embajadores marroquíes» en septiembre de 1860, que al parecer también habían visitado la Facultad de Medicina.14 En el museo de Velasco se «maravillan» ante todo lo que allí se exhibe. Aseguran que su religión les prohíbe manipular cadáveres humanos, pero sus guías15 les hacen ver que ninguna ofensa harían al islam si recurrieran a la fabricación y el estudio de los moldes y vaciados anatómicos, que inicialmente habían tomado por partes reales de cuerpos. Por el artículo sabemos que, en el centro del salón, una vitrina muestra «curiosos y variados objetos […] de los tres reinos de la naturaleza», muy probablemente rocas, fósiles, algún pequeño animal disecado y, quizás, incluso alguna curiosidad histórica o arqueológica. También se introducen los visitantes en el despacho del doctor, donde quedan fuertemente impresionados por la «momia embalsamada […] vestida de blanco» que hace guardia junto al sillón de trabajo de su propietario. La visita concluye tras haber escuchado los invitados varias piezas que interpreta al piano la hija del doctor. La visita de los ciudadanos marroquíes es tan exótica como exitosa. Sin embargo, mucho más llamativa, y en buena medida desconcertante, es la que realiza tres años después, el 26 de mayo de 1863, un personaje de especialísimas características: el franciscano P. Cirilo de Alameda Brea, cardenal arzobispo de Toledo y primado
14 La Correspondencia de España, 18 de septiembre de 1860. Probablemente, la estancia de estos personajes en Madrid tuvo relación con la firma del Tratado de WadRas, en abril de ese mismo año, entre España y el sultanato de Marruecos y la visita del sultán Muley el-Abbas al año siguiente. 15 El responsable y guía principal de la visita fue el doctor Félix Tejada y España, director del periódico El Genio Quirúrgico.
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de España.16 El suelto del católico y ultraconservador diario La España, que informa de tan extraordinario acontecimiento, anota que «Su eminencia se estuvo enterando con suma minuciosidad de cuantos objetos llamaban su atención y dirigió las más halagüeñas alabanzas al entendido profesor que tanto amor manifiesta a los progresos de la ciencia». ¿Cómo fue posible semejante visita? ¿Pretendía el cardenal escenificar un acercamiento entre ciencia y fe? No, indudablemente no. De hecho, en la misma página del diario que informa de esta visita, otro de los sueltos indica que el propio cardenal acaba de prohibir dos novelas por ser «abiertamente contrarias a la fe y las buenas costumbres»: Los miserables, de Víctor Hugo, y La judía errante, del catalán Ceferino Tresserra. Aunque el periódico no ofrece ninguna información al respecto, podemos presumir que el cardenal acude al doctor como paciente, para ser atendido por uno de los más eminentes cirujanos del momento, por aquellos años el más famoso de Madrid y, probablemente, de toda España. El hecho de que Velasco, el antiguo fraile, sea públicamente reconocido como progresista y republicano no es obstáculo para que reciba los halagos de un periódico ultramontano, y menos aún para que las gentes del clero y los miembros de la jerarquía católica recurran a sus servicios y para que el segoviano se los proporcione a un precio seguramente acorde con su prestigio. De todas formas, también cabe la posibilidad de que la visita esté relacionada con las intensas gestiones que entonces desarrolla Velasco para conseguir la dispensa papal de su voto de castidad, o que esta se combine con una consulta médica personal. Al margen de las visitas, lo relevante es que el ritmo de entrada de nuevas piezas en el museo se puede calificar de frenético, durante estos primeros años de la década de 1860. Buena prueba de ello, y del tipo de materiales que interesan al doctor, la tenemos en el resumen que hace El Genio Quirúrgico, el 7 de enero de 1862, de las incorporaciones registradas el año anterior: 16 La España, 28 de mayo de 1863. La visita es desconcertante en un contexto católico y, sobre todo, español. En el ámbito protestante, e incluso en algún ambiente católico como el de la ciudad de Florencia, los miembros de la jerarquía eclesiástica suelen tener acceso privilegiado a este tipo de centros durante los siglos xviii y xix.
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El Museo Anatómico Modelos de elefantiasis,17 cánceres de todas clases, espinas ventosas enormes,18 afecciones sifilíticas curiosísimas […], quistes de todas clases, modelos de hidroceles19 y aneurismas confundidos indebidamente con hernias, monstruosidades de fetos y de niños, lo más raro y extraordinario que presentan los anales de la obstetricia, con otra multitud de objetos de historia natural, que para bien de la ciencia y gloria nacional han aumentado la riqueza de este museo.
Las notas de prensa nos permiten saber que la mayoría procede de la práctica médica del doctor; casi todas son vaciados o preparaciones de patologías, pero también hay huesos, cráneos y numerosos fetos, bien sean sus esqueletos o preservados íntegramente en alcohol. Raro es que atienda un parto teratológico, o tenga noticia de alguno, y que no se haga con el feto. Cuando no puede disponer del cadáver, se apresta a elaborar un molde de la patología o del cuerpo completo, algo que también hace con niños y niñas que padecen alguna deformidad física. Así ocurre con una «hermosa niña de seis a siete meses de edad [que llega a su consulta], con la particularidad de faltarle las cuatro extremidades». En esta ocasión, «el Sr. Velasco, ávido porque nada falte en su gabinete, la ha modelado con una perfección que nada deja que desear».20 Lamentablemente, no puede concretarse cuáles son los contextos y las circunstancias que permiten a Velasco la apropiación de todas estas «piezas»; no sabemos si se solicitan autorizaciones o qué protocolos se siguen. Solo existe constancia de que en unos casos se trata de donaciones de colegas médicos,21 que otras proceden de sus propios pacientes y que, tal vez, alguna llega de manera más o menos legal de algún hospital madrileño, en caso de ser consideradas «piezas sobrantes».
Inflamación patológica, de gran tamaño, de alguna parte del cuerpo. Tuberculosis o inflamación ósea que afecta a los huesos largos del pie y de la mano. 19 Quistes por acumulación de líquido, esencialmente en los testículos. 20 El Genio Quirúrgico, 22 de abril de 1861. 21 Así, de Federico Rubio recibe, años más tarde, «una laringe extirpada admirablemente por primera vez en España, por tan hábil como inteligente operador». La Correspondencia de España, 31 de octubre de 1878. 17 18
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Como el museo es también un extraordinario escaparate para exhibir los éxitos profesionales de su propietario, en determinados casos Velasco modela la patología que presenta el paciente y el feliz resultado de su intervención. Es lo que ocurre, por ejemplo, tras extirpar un enorme «tumor encefaloideo del ojo» en octubre de 1862.22 En otras ocasiones, aunque más en los dos museos posteriores que en este, se hace referencia al ingreso de piezas anatómicas artificiales, con las que sus entusiastas creadores pretenden resolver la carencia o pérdida de las originales. Una de las más llamativas es una «cabeza con nariz postiza de plata, tan bien ejecutada y aplicada, tan esbelta en su forma, que cualquiera duda si es artificial o verdadera».23 Al margen de las colecciones médicas y anatómicas, sabemos que el museo exhibe curiosidades diversas y algunos materiales etnográficos, algo habitual en instituciones similares de toda Europa. La información es escasa, pero al menos tenemos datos sobre una exótica y llamativa pieza, que una nota de prensa, en septiembre de 1862, refiere como «la cabeza de un indio antropófago […] de un jefe de tribu salvaje».24 Se trata, en efecto, de la cabeza reducida de un jíbaro (shuar), una tsantsa, que el artículo describe de forma muy aceptable, anotando también, de manera sumaria, en qué consiste el proceso de reducción y cuál es el significado simbólico de tan singular pieza.25 El Genio Quirúrgico, 15 de octubre de 1862. La Iberia, 31 de abril de 1860. El fabricante de esta nariz es un dentista que durante años publicita su trabajo mencionando, de forma expresa, que esa pieza se exhibe en el museo del «célebre D. Pedro González Velasco». Véase, por ejemplo, el Almanaque de El Cascabel de 1869, p. 54. También rentabilizan el prestigio del segoviano, con o sin su autorización, otros fabricantes y comerciantes de productos muy variados, como es el caso del distribuidor en España del «extracto de la carne Liebig de la Australia», que cita en sus anuncios los informes favorables emitidos por seis doctores europeos, siendo Velasco el único español que se menciona. Diario Oficial de Avisos de Madrid, 24 de julio de 1869. 24 Escenas Contemporáneas, 4, 25 de septiembre de 1862, p. 96. 25 Esta es una de las cuatro cabezas reducidas auténticas que conserva el actual Museo Nacional de Antropología, aunque no está clara su identificación. Alonso (2016) indica que podría tratarse de la catalogada con el número de inventario CE578, una de las piezas falsas que también guarda el museo. No obstante, siendo uno de los primerísimos ejemplares que, en 1862, llega a Europa, considero muy im22 23
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El dato es relevante, pues no resulta aventurado pensar que estamos ante la primera tsantsa exhibida en un museo, no solo en España y Europa, sino en todo el mundo.26
probable que la pieza de Velasco sea una falsificación. Tras revisar, junto con la citada autora y conservadora del centro, las tsantsas de este museo, ambos concluimos que, muy probablemente, la pieza aportada por Velasco sea la catalogada como CE579. Además, la forma y tamaño de su cabellera se acerca a la imagen, ciertamente borrosa, que de la tsantsa velasqueña se atisba en el armario número 32 del Salón grande de su museo, tal y como se observa en una de las dos magníficas fotografías que de su interior toma Jean Laurent en 1875. Se conserva en la Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), sig. VN-04462. 26 El doctor Tomás Moreno Maíz [o Maiz], antiguo cirujano mayor del Ejército peruano, presenta por vez primera una tsantsa en la Sociedad de Antropología de París, en abril de 1862. El acto se recoge en la revista de la asociación: «Tète d’Indien jivaro (Pérou oriental) conservée et momifiée par un procédé particulier, avec quelques renseignements sur les Jivaros», Bulletins de la Société d’Anthropologie de Paris, t. III (1862), pp. 185-188. Al parecer, un año antes, en junio de 1861, el geógrafo y etnólogo inglés William Bollaert contempla en Londres una tsantsa traída por un viajero italiano. De ser cierto, pudo haber sido el primer ejemplar llegado a Europa. Sobre esta pieza y las indagaciones llevadas a cabo por Bollaert para esclarecer su origen y el proceso de elaboración, véase su artículo «On the Idol Human Head of the Jivaro Indians of Ecuador», Transactions of the Ethnological Society of London, vol. 2, 1863, pp. 112-118.
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Capítulo 5 «EL GRAN DISECTOR» Dos capítulos atrás dejamos a Velasco ocupando una interinidad, puramente técnica, en la Facultad de Medicina. Sí, es poca cosa, pero al menos es un vínculo contractual.
Director de los museos anatómicos de la Universidad Han transcurrido, desde entonces, algunos meses. Estamos a comienzos de 1857 y el momento resulta propicio para que el de Valseca alcance nuevas metas en la Universidad. De un lado, el conservador-preparador de la Facultad de Medicina ha dimitido de su cargo. De otro, y mucho más importante, su correligionario Claudio Moyano ha sido nombrado ministro de Fomento en el Gabinete que preside el general Narváez. El rector, Tomás del Corral —nada menos que primer médico de cámara de la casa real—, reclama entonces respuesta a una instancia, presentada el año anterior, en la que se solicitaba, para el segoviano, un puesto de mayor responsabilidad al frente de las colecciones anatómicas de la Facultad. De nuevo, un Velasco pagado de sí mismo asegura, en su memoria de 1864, que el ministro «no acababa de maravillarse [de] cómo había pasado tanto tiempo perdido en un asunto de tanta importancia para la vida de los museos anatómicos [de la Facultad], admirando al propio tiempo mi constancia». Las nuevas gestiones son provechosas y, en solo ocho días, el expediente se resuelve de forma satisfactoria. El 27 de marzo de 1857, en una jornada que nunca olvidará, Velasco es nombrado director de los museos de anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid.1 El 3 de abril toma posesión. Aunque el car1 AGUCM, caja SG-1780, «Facultad de Medicina. Expediente personal del Ayudante de preparaciones anatómicas D. Pedro González de Velasco», oficio del rector de 5 de enero de 1857.
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go no es especialmente prestigioso y no se integra en el cuerpo docente oficial de la Facultad, sí resulta significativo por ser el primero que se crea con ese particular cometido. El sueldo tampoco es demasiado atractivo, aunque sí un complemento interesante a sus abultados ingresos. Inicialmente percibe diez mil reales anuales, aunque en mayo de 1861, y gracias al apoyo del decano y del rector, consigue que la cantidad se incremente hasta los doce mil.2 Al principio todo parece marchar bien. Gracias al rector, el nuevo museo se instala en la rotonda de la Facultad, en el espacio antes ocupado por la biblioteca, para el que se adquieren «magníficos y elegantes armarios». No obstante, aunque el nombramiento oficial lo sitúa al frente de los museos de anatomía, en plural, Velasco asume la dirección de la Sección de Vaciados y la de un ente nuevo, al que se refiere como «museo de anatomía por desecación», es decir, el destinado a conservar las preparaciones naturales, tanto secas como húmedas (preservadas en alcohol).3 Ningún control detenta sobre la colección de esculturas anatómicas en cera, las elaboradas a finales del siglo xviii y comienzos del xix para el antiguo gabinete del Real Colegio de Cirugía de San Carlos. De hecho, en uno de sus más combativos escritos afirmará, años después, que nunca le entregaron las llaves de las salas donde se guardaban tan extraordinarias piezas (González Velasco, 1874a). A pesar de tales restricciones, Velasco asume con entusiasmo su nueva tarea, la más importante de las que hasta entonces ha desempeñado en la Universidad. Es más, desde su posición al frente de los museos de anatomía aún puede dedicar una parte importante de su jornada a su gran pasión disectora. De hecho, se podría decir que su nuevo cargo justifica la realización de nuevas disecciones, encaminadas a la obtención de preparaciones y a la posterior elaboración de 2 Ibidem, oficio del rector dirigido al ministro de Fomento, fechado a 18 de mayo de 1861. 3 Ya en la década de 1870, las dos secciones que dirige Velasco se denominan «Museo anatómico natural» (huesos y preparaciones reales) y «Museo anatómico artificial» (vaciados). También existe entonces una sección o «Museo de instrumentos, apósitos y aparatos ortopédicos», un «Museo iconográfico» (láminas) y uno más vinculado al Laboratorio de Toxicología y Medicina Legal (Castro, 1875).
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vaciados. No se trata de una cuestión menor en la biografía del segoviano, pues, avanzada su carrera, insiste una y otra vez en que uno de sus mayores logros es haber practicado cientos de disecciones; de hecho, en un escrito reivindicativo se hace esta grandilocuente afirmación: «Investigando en los muertos las misteriosas dolencias de los vivos, no dio jamás punto de reposo a su atrevido inteligente escalpelo. Ocho mil cuatrocientos cadáveres4 lleva hasta el presente abiertos» (ODJ, 1882: 12). Da la impresión de que la cifra es muy poco creíble, tanto por el volumen de trabajo que supone como por la alta disponibilidad de cuerpos que implica. Sin embargo, resulta que, al menos durante la década de 1850, la Facultad de Medicina madrileña dispone de abundantes restos cadavéricos para diseccionar. Esto es lo que dice al respecto el doctor Andrés del Busto (1857: 11), años después miembro de número de la Real Academia de Medicina: Puede la Facultad de Medicina de Madrid gloriarse de ser acaso la más pródiga de las escuelas médicas de Europa, proporcionando a los alumnos cuantos cadáveres necesitan para las disecciones anatómicas. Dos veces a la semana hay renovación de cadáveres; y esto, no solamente contribuye a mantener pura y despejada la atmósfera de las salas, sino que a los alumnos la ventaja de repetir muchas una misma preparación y de estudiar no una sola vez la historia anatómica de nuestros órganos.5
No sé de nadie que se refiera a nuestro protagonista como «El gran disector», pero, con tan ingente actividad, el apelativo le vendría que ni pintado; de hecho, sus correligionarios afines le otorgan, de forma habitual, el calificativo de mejor disector de su generación.6 Énfasis en el original. Supongo que son cuerpos que nadie reclama o que los familiares prefieren «donar a la ciencia» para no tener que asumir los gastos del entierro. En cualquier caso, no existe entonces una legislación específica sobre el destino y el tratamiento que se debe dar a estos cadáveres, y tampoco se pone obstáculo a las disecciones o a la creación de museos anatómicos. Más llamativo es aún que la Iglesia católica no diga nada en contra de estas prácticas. 6 El periodista José Fernández Bremón emplea una expresión bastante más sugerente, pues se refiere a Velasco como «el hombre que deshacía cadáveres». Lo escribe en una necrología del doctor publicada en La Ilustración Española y Americana, el 30 de octubre de 1882. 4 5
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Uno de sus más destacados discípulos, Florencio de Castro (1882: 438-439), ofrece este llamativo testimonio de la habilidad disectora del maestro: Su reputación no solo era general en España sino también en el extranjero; y como testimonio de su habilidad bastan las siguientes palabras pronunciadas por el Príncipe de los Disectores anatómicos de nuestro siglo, el inmortal Sappey, hablando del Dr. Velasco: Le he visto disecar, y hasta ese momento no había tenido temor de encontrar un rival digno de mí [en cursiva en el original]. Frase que pinta el excesivo amor propio de quien la pronunció y el justo aprecio que de nuestro compatriota hacía tan distinguido profesor.7
Sea o no cierto el episodio con Sappey, y el propio hecho de que diseccione tan ingente número de cadáveres como asegura, lo llamativo es que en Velasco la disección parece ser un objetivo en sí mismo, no lo conduce a hallazgo alguno, ni se proyecta sobre un manual o un escrito académico de anatomía, por muy básico que fuere. Sí, es verdad que en muchas de sus breves publicaciones habla de anatomía, pero no se refiere a la técnica disectora, ni describe elemento alguno de la morfología humana: habla de las circunstancias en la que se estudia y se practica, de sus limitaciones y carencias, y de nada más. Pese a todo, su pasión disectora sí termina proyectándose de una forma práctica, visible y tangible: en la elaboración de las preparaciones y de los vaciados que considera imprescindibles para la docencia de la Anatomía y que, de acuerdo con su opinión, no están disponibles ni en los gabinetes anatómicos de los hospitales ni en las facultades de Medicina del país. Ya hemos visto que entonces, en 1857, hace ya más de una década que los elabora y colecciona, y que incluso intenta hacer negocio con su venta al Estado. Pero ahora el asunto es más
7 El anatomista citado es el francés Marie Philibert Constant Sappey (1810-1896), catedrático de Anatomía en la Universidad de París y presidente de la Academia de Medicina francesa. Publica un muy influyente Tratado de Anatomía y hace destacadas aportaciones al conocimiento del sistema linfático. Velasco pudo haberlo conocido en París, aunque no menciona el encuentro en ninguna de sus memorias de viaje. En todo caso, el testimonio de Castro bien puede ser apócrifo.
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complejo, porque a todo ello se suma la obligación de organizar una buena colección de preparaciones y vaciados en la mismísima Facultad de Medicina. Aunque, en su folleto autobiográfico de 1864, dice no tener intención de valorar la situación en la que se encontraban las colecciones anatómicas de la Facultad antes de su nombramiento al frente de los museos, resulta que sí lo hace, refiriéndose a los años previos como «aquel desgraciado tiempo, perdido para la ciencia y para la escuela». En realidad, solo tres años antes, en 1854, había criticado ya con dureza la situación en la que se encontraba el gabinete anatómico de la Facultad, describiendo un panorama desolador del que únicamente salva las antiguas esculturas en cera, la colección de oftalmología, organizada también a comienzos del xix por Gimbernat, y algunas piezas modernas adquiridas en el extranjero (González Velasco, 1854b: 87-89). Ahora, en su escrito de 1864, no escatima los autoelogios y anota que «los objetos que ocupan hoy los estantes del nuevo museo empezado a levantar con los trabajos que de mis pruebas y propiedad fueron adquiridos, unos por el gobierno, otros regalados por mí y depositados en el nuevo local, son bastantes a demostrar claramente lo que yo empezaba a hacer y sigo haciendo».8 Su interés se centra no tanto en los vaciados como en las desecaciones que él mismo prepara y que considera mucho más útiles para la docencia. Su queja permanente es que debe trabajar solo, pues nunca se contrata al personal inicialmente previsto.9 Y el disponible tampoco colabora; de hecho, en uno de los escritos de protesta que transcribe en su memoria asegura que durante tres largos años no consigue que el escultor anatómico empleado en la Facultad termine ni uno solo de los trabajos que le encarga. Tampoco dispone de ayudante, aunque desbordando sarcasmo afirma que, «como haciéndome un gran ser8 Si no se hace otra indicación, las citas literales sin anotación recogidas en el presente capítulo proceden de González Velasco (1864a). 9 La real orden de 27 de marzo de 1857, que reorganiza los museos anatómicos de la Facultad, publicada en la Gaceta de Madrid el 1 de abril, establece que el centro contará, además de con el nuevo cargo de director, con dos ayudantes de director, un escultor, un pintor, sendas plazas de alumnos ayudantes del pintor y el escultor y un «mozo de aseo».
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vicio», las autoridades académicas «toleran» que acudan a su cuarto de trabajo alumnos para echarle una mano, pero ni tienen tiempo ni la preparación necesaria para hacerlo. Y, para que nadie quede al margen de tan conflictivo ambiente, mantiene graves y persistentes disputas con unos cuantos mozos y ordenanzas de la Facultad. Pese a todo, su empeño por «engrandecer» el museo se materializa en la obtención de «piezas de anatomía patológica de mucha estima, de buenas colecciones de huesos, y preparaciones de nervios y centros nerviosos». Y esta información no es mera palabrería de Velasco, pues se confirma con material documental.10 Además, en un artículo sobre el museo, publicado en El Siglo Médico el 17 de octubre de 1858, se anota que las preparaciones húmedas no se conservan ya en el muy oneroso «espíritu de vino», sino en un «líquido económico, tan cristalino como el agua destilada, inventado por el Sr. Velasco, y con el cual se preservan de la putrefacción los tejidos orgánicos y se ven dentro del frasco con totalidad claridad».11 Sin embargo, pese a la intensa actividad que despliega, Velasco no logra disponer de preparaciones de anatomía microscópica, ni que se adquieran microscopios, ni vasijas de cristal que pretende dedicar a coleccio10 Se conserva en el AGUCM. La caja con la signatura SG-1777 guarda sendas relaciones de trabajos anatómicos naturales y artificiales realizados durante el curso de 1856-1857 y una relación más extensa de piezas anatómicas preparadas y donadas al museo por Velasco entre 1857 y 1860. A estos documentos se adjuntan sendos informes del decano sobre la tarea desempeñada por Velasco durante su etapa como preparador interino sin sueldo del museo, en 1856-1857, con el objeto de justificar la entrega de cierta cantidad en metálico por el trabajo y los materiales adquiridos. Aunque contienen alguna anotación crítica, ambos son muy positivos. Además, el primero, fechado a 18 de junio de 1858, incluye una observación interesante sobre la conservación de ciertos restos humanos. Menciona que Velasco ha curtido las pieles de varios fetos monstruosos y que, en estos casos concretos, puede permitirse rellenarlas para «dar testimonio de la forma y volumen» de tales seres. No obstante, el decano advierte con rotundidad: «No podemos apoyar, ni consentir el curtido de pieles humanas para ningún otro objeto, pues aun justificado este proceso por el fin científico a que se encamina, choca tan de frente contra las costumbres de las personas tenidas por sensatas, que estas rechazarían siempre y protestarían contra él y nosotros estamos en obligación de respetar el fallo de la opinión pública, cuando para darle invoca el sagrado de las buenas costumbres». 11 No dispongo de información complementaria que aclare la composición de tan extraordinario conservante.
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nes de cerebros, ni que se reorganice el Departamento de Escultura Anatómica, que considera «muerto», ni que nadie se tome en serio la clasificación y catalogación de los materiales. Tampoco se ponen en práctica sus propuestas para mejorar las prácticas de disección, ni la conveniencia de que se realicen autopsias a los fallecidos en los «hospitales de dementes de Leganés y Toledo, con el objeto de poder estudiar la patología de estas enfermedades extensamente».12 Y, para colmo de males, asegura haber ofrecido a la Facultad los modelos anatómicos de su propio museo para la fabricación de copias…, sin obtener resultado alguno.
Segunda empresa y segundo fracaso Pero Velasco no solo tiene problemas de gestión para sacar adelante su proyecto museográfico-docente. Las tensas relaciones que mantiene con autoridades políticas y académicas, Administraciones públicas y no pocos colegas de profesión, dentro y fuera de la Universidad, son proverbiales, y de ellas da cuenta, con abundantes protestas, lamentos y documentos de descargo, en la memoria de 1864 que viene mencionándose. Lo más llamativo del caso es que en este inestable escenario se entremezclan sin pudor intereses públicos y privados: de un lado, la dirección (oficial) del museo universitario y la enseñanza (oficiosa) de la Medicina; de otro, su propio museo, su docencia privada y sus proyectos empresariales. No cabe duda de que hace todo lo que está en su mano para sacar adelante el museo de la Facultad, que se esfuerza y lucha como pocos lo habrían hecho. Pero, aunque solo sea por una cuestión de imagen, llama la atención que los límites entre lo público y lo privado resulten tan difusos, y más aún que, precisamente, una de las vías que Velasco propone para engrandecer los museos anatómicos de las restantes facultades del país sea que el Estado adquiera las colecciones anatómicas —preparaciones y 12 La cita procede de una memoria sobre las necesidades del Museo Anatómico presentada por Velasco directamente al rector de la Universidad de Madrid, fechada a 25 de octubre de 1858. AGUCM, caja SG-1777.
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vaciados— que él mismo elabora, tanto en su casa como en la Facultad.13 Finalmente, tras el informe favorable dictado por una comisión oficial, en diciembre de 1860 logra el ansiado encargo del Gobierno: en el plazo de seis años habría de entregar sendas colecciones, de cien piezas anatómicas en estuco, para cada una de las seis facultades de Medicina de provincias (Barcelona, Valencia, Cádiz, Granada, Valladolid y Santiago de Compostela).14 El monto del pedido no es ninguna bagatela: 180 000 reales, a razón de 30 000 al año, aunque Velasco siempre argumentará que el coste real de mercado habría sido seguramente el doble. En el mes de junio de 1861 están preparadas las primeras piezas, que revisa y aprueba la misma comisión que diera el visto bueno inicial. Velasco comprueba entonces que tiene un sobrecoste de 6 900 reales sobre los 30 000 que ha de recibir durante el primer año, y eso «sin contar para nada mi trabajo, mi ciencia y mi dirección». Y, seguramente, los gastos están justificados, pues, además de los materiales empleados, ha de abonar el sueldo de dos profesores de pintura, un escultor, un impresor, un vaciador, un carpintero, un cerrajero, un «pintor de vasto», un «mozo de aseo» y un encuadernador. Pone el problema en conocimiento del director de Instrucción Pública, quien le recomienda que informe al Gobierno, que supuestamente habrá de comprender la situación. Mientras espera respuesta, se hacen los primeros envíos. Siendo piezas tan delicadas y no muy cuidadosos los responsables de su transporte, es inevitable que algunas se deterioren durante los largos y azarosos traslados. Le devuelven bastantes que 13 En realidad, los problemas no son solo de imagen, y hay quien lo detecta. En un informe ya citado, fechado a 6 de abril de 1859, tras reconocer los servicios prestados y las inversiones realizadas por Velasco durante su etapa de preparador interino del museo, el decano José María López asegura que «no es conveniente que la Facultad de Medicina adquiera para sus Museos otros ejemplares del Dr. Velasco, más que los que de orden del Jefe de Anatomía práctica construya para los mismos, como debe hacerlo por su destino». AGUCM, caja SG-1777. 14 Se ofrece detallada información sobre el encargo, con intensos elogios a la figura de Velasco, en la Revista de Instrucción Pública, Literatura y Ciencias, n.º 11, 19 de diciembre de 1860, pp. 162-163. Ese mismo mes alcanza otro notable éxito personal: ser elegido vicepresidente de la Academia Médico-Quirúrgica Matritense. La Correspondencia de España, 14 de diciembre de 1860.
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han resultado dañadas: algunas pueden ser reparadas; otras ha de fabricarlas de nuevo. Son más gastos que se unen al déficit anotado. Cuando tiene preparado ya el segundo envío, el 12 de diciembre de 1861, le llega una comunicación del ministro interino de Fomento, el asturiano José de Posada Herrera, donde se le ordena que suspenda sus trabajos hasta que no concrete el precio definitivo de cada pieza y la rebaja que hace al Gobierno por la compra de las colecciones completas. Cuando recibe el escrito, Velasco teme que vuelva a «agitarse en las regiones superiores la sombra fatal que desde mis primeras pruebas me salió al encuentro y se me ha puesto siempre delante para estorbarme». Aunque remite al Ministerio una relación detallada de las piezas fabricadas y del coste de cada una, espera que un inminente cambio ministerial altere el curso de las cosas, por lo que desatiende la orden y prepara una nueva serie. En efecto, pronto toma posesión el ministro titular, Antonio Aguilar y Correa, marqués de la Vega de Armijo, de cuya «rectitud y justicia» Velasco espera con fundamento no desatenderá mis reclamaciones, que tendrá en cuenta los años y sacrificios que he empleado por alimentar este ímprobo trabajo en nuestro país; y que he consagrado toda mi vida científica por elevarlo a la altura que hoy tiene, gastando la mayor parte de mi fortuna en pro de los adelantos y progreso científico médico nacional (González Velasco, 1864a: 39).
¡Ahí queda eso! Desde luego, no se atisba ni el más mínimo rastro de modestia. El segoviano cree realmente en lo que escribe. Aunque en alguna ocasión se define a sí mismo como un «obrero de la ciencia», en realidad se siente un «mártir de la ciencia», con el derecho, incluso la obligación, de decir las cosas tal como son. Pero lo que hace a renglón seguido es tratar de justificar la elección del material con que se han confeccionado las piezas, el estuco. Dice conocer todas las opciones, todos los materiales, que ha estudiado en sus viajes por Europa y ensayado personalmente. Reconoce que el estuco es pesado, pero menos frágil que la porcelana y más barato que el cartón piedra. Valora las piezas en cera, pero son aún más frágiles y costosas, «un objeto de lujo que se mira y no se puede tocar; teniendo que estar 81
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siempre entre cristales». La justificación que se ve forzado a realizar viene determinada por una circunstancia que le resulta poco menos que un insulto: al parecer, desde algunas de las facultades receptoras, se han hecho manifestaciones contrarias al uso del estuco. Es obvio que la crítica le escuece, y Velasco se retuerce: «Si mis trabajos mandados ya a las escuelas no satisfacen el exquisito gusto en algunas de ellas de los que han tenido más obligación que yo de hacerlos antes y mejor que yo […], deben saber los señores [énfasis de Velasco] que no es culpa mía». ¿Por qué no es culpa suya? Pues porque el estuco fue la opción elegida por la comisión designada por el Gobierno, y nadie puso entonces pega alguna, ni los funcionarios, ni los políticos, ni los profesores de Medicina implicados en la decisión. Velasco asume que una mano negra está detrás de las críticas y de la suspensión del pedido, y que este proceder se sustenta sobre el argumento falaz de la inconveniencia del estuco y la consideración de que otro material, la porcelana, es de mucha mayor calidad y ofrece mejores resultados. Es más, apunta que todo esto se hace únicamente para favorecer a un «joven profesor del Cuerpo de Sanidad Militar» que, justo cuando el segoviano recibe el escrito ordenando la suspensión de los envíos, se hace acreedor de un informe favorable que le va a permitir vender a las facultades de Medicina sus colecciones de piezas anatómicas en porcelana. Es alguien que «no ha muchos años» acudía a sus famosos repasos, alguien a quien se ha favorecido con una resolución dictada en solo unos pocos meses, alguien a quien en ningún momento nombra pero que cualquier iniciado en el mundo de la anatomía y la medicina madrileñas puede fácilmente reconocer: el médico militar orensano Cesáreo Fernández Losada, personaje de gran relevancia que llegaría a general, diputado, médico de la Real Cámara con Isabel II y Alfonso XII y que desarrollaría una importante labor en el Hospital Militar de Madrid. Pero es un competidor de Velasco, y tampoco sirve para conciliar posturas su común amistad con José Díaz Benito. Losada consigue, en efecto, vender sus modelos anatómicos a distintas facultades y al Hospital Militar, y con ello acaba frustrando la empresa y el negocio velasqueños. 82
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Lamentos, protestas y dimisiones El segoviano remite cartas de protesta al Ministerio de Fomento y a la mismísima Isabel II, pero no consigue nada. Reconoce que ha sido derrotado, pero califica esa derrota como «puramente oficinal, inquisitorial». Por eso, aunque se lamenta de que toda su andadura, desde el ya lejano año de 1841, haya estado sembrada «de espinas y de malas hierbas», asegura que continuará trabajando por la ciencia y por la patria, sin esperar recompensa, ni premio, ni agradecimiento alguno. Sí, admite que es solo «un pobre pigmeo», pero el ejemplo de las grandes figuras del pasado lo anima a perseverar, sin desfallecer. Y sigue grandilocuente: «Mas no […]; no cejaré: mi plan es infinitamente más vasto que lo que se ve y descubre hoy. Mi plan va mucho más allá, solo la falta de salud o mi muerte impedirán que se realice. La humanidad lo acogerá bien, y por ella lo sacrificaré todo. Adelante» (González Velasco, 1864a: 42). Para terminar, y antes de reproducir algunos de los documentos propios y ajenos —ocultando los nombres de ciertas personas, aunque es fácil reconocerlas— que dan prueba de todo lo que ha escrito, hace un último alegato en su favor y en contra de casi todo y de casi todos, circunstancia esta que fácilmente nos permite comprender por qué cuenta con tantos enemigos entre las clases médica y política, y por qué al final, cuando levanta su gran Museo Antropológico, la «Escuela Práctica de Medicina y Cirugía» que allí proyecta fracasa de manera estrepitosa. Veamos algunos párrafos de su demoledor discurso: Yo voy a demostrar con documentos consistentes en cartas, exposiciones y Reales órdenes, que nada me ha quedado por hacer a fin de llenar mi cometido; que no ha estado en mi mano hacer más para facilitar la enseñanza de la anatomía, para levantar nuestros museos de la postración en que están y estarán, y para que nuestras escuelas nada echaran de menos. He procurado que nadie pueda decirme que yo podía y debía haber hecho más en este ramo y no lo he hecho. La responsabilidad no será mía; recaerá sobre los que han tenido la culpa, sobre los hombres colocados en las altas esferas del poder. La posteridad inexorable los juzgará a ellos y a mí. […]
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Luis Ángel Sánchez Gómez Las pruebas materiales las tengo en mi museo y en los sótanos y buhardillas de mi casa, donde yacen hacinados los ejemplares más magníficos de anatomía patológica quirúrgica, normal y anormal, que pueden admirarse. […] Ellos con su lenguaje mudo serán el torcedor de las conciencias de los hombres que no han creído [sic] [quizás debiera decir «querido»] hacer otra cosa que poner defectos al trabajo, ya que ellos han sido y son incapaces de hacer nada en pro de los adelantos materiales de una ciencia a la cual deben lo que son y los altos puestos que han alcanzado (González Velasco, 1864a: 43).
Se podría pensar que, tras un desahogo tan intenso, Velasco transcribe los documentos que menciona y pone punto final a su memoria. Pero discurrir así sería no conocer al doctor, y ya lo vamos conociendo. Como era previsible, en las últimas páginas de su folleto da varias vueltas de tuerca a los argumentos que hasta ese momento ha ido desgranando, tanto los que justifican su trayectoria profesional como los que le permiten acusar de inacción, o de algo peor, a poco menos que el resto de los mortales. De nuevo reclama la creación de museos anatómicos dignos en todas las escuelas de Medicina, similares a los que él ha estudiado en el extranjero. Pero ahora se atreve a decir algo mucho más insultante para la clase médica docente: Ya se conoce bien y se echa de ver que la inmensa mayoría de los que hoy componen el profesorado español no han visto, y si lo han hecho habrá sido muy a la ligera, las grandezas que encierran los establecimientos citados [los de países extranjeros]; pues de haberlos visto con la debida detención era imposible no se levantaran todos como un solo hombre a protestar muy alto contra el estado en que estos departamentos de nuestras Facultades están, como protesto yo hoy y vengo haciéndolo desde el año 54, en que emprendí y aún no he desistido de mis viajes (González Velasco, 1864a: 67).
Y, puesto ya a descargar mandobles a diestro y siniestro, extiende su repertorio de denuncias mucho más allá de los museos anatómicos. Asegura que «algún profesor encargado de explicar nociones de anatomía microscópica no pudo ni aun armar el microscopio, lo cual 84
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es muy natural en personas que en su vida las han visto más gordas».15 Dice que las salas de disección están «sucias y asquerosas», mal distribuidos los cadáveres y peor aprovechados. Que no existe personal adecuado para las explicaciones y, si existe, carece de tiempo para desarrollar tan importante labor. Que nada se sabe apenas de anatomía patológica, ni de fisiología experimental. Que no se han desarrollado especialidades médicas. Que falta higiene, alumbrado, ventilación, calefacción, pero no solo en las aulas y en las salas de disección de las facultades de Medicina, también en los hospitales, las clínicas, los hospicios, los baños públicos, los lavaderos, los mercados, las cárceles, los cuarteles, los almacenes, los depósitos de harina, los buques… Nada se salva y todo es verdad.16 Y, ahora sí, termina: Por todo lo dicho, y más por lo que callo, protesto otra y otra [sic] vez contra el estado de inercia y quietismo que hay en nuestras escuelas; me retiro de la dirección de los museos porque ya he cumplido mi misión en mi país, que tan mal ha comprendido e interpretado mis trabajos y mis esfuerzos en el trascendental ramo de la anatomía, base de la ciencia médica.
15 Aunque no lo nombra, el profesor en cuestión es bien reconocible por todos, también por el interfecto. Se trata del catedrático de Clínica Quirúrgica José Calvo Martín, con quien Velasco mantiene un enconado enfrentamiento durante todos sus años de vida académica. Precisamente, esas frases de la reseña de 1864 son el detonante para que Calvo ponga en marcha una serie de denuncias contra el segoviano, que primero dirige al decano de la Facultad, luego pasan al rector, y terminan en el director general de Instrucción Pública. En un principio, Calvo trata de que se expulse a Velasco de la Dirección del museo universitario, proponiendo que se declare incompatible dicho cargo con la posesión de un museo anatómico particular. Como el claustro se opone, el catedrático acusa al segoviano de la comisión de abusos, del incumplimiento de obligaciones y hasta de «faltas de consideración y de respeto a sus superiores y a la Facultad». Ninguna de las denuncias prospera. Es más, como más adelante comprobaremos, la Revolución de 1868 lo expulsa de su cátedra, que pasa a manos de Velasco. Unos años más tarde, la Restauración borbónica le da la vuelta a la tortilla. La documentación sobre las denuncias de Calvo se conserva en el AGUCM, caja SG-1780. 16 La insistencia de Velasco en la necesidad de reformar los hospitales, de convertirlos en verdaderos centros de atención sanitaria, se mantiene durante toda su vida académica y aparece en todas sus publicaciones. Sin embargo, este es un dato que no se menciona en la historiografía que estudia la evolución del sistema hospitalario español durante el siglo xix.
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Luis Ángel Sánchez Gómez […] No quiero lucha, no es mi ánimo acriminar; […] solo sí deseo se comprenda que ni yo he podido hacer más, ni con más fe ni con más convicción, y que el Estado y los que ha debido no han podido hacer menos para secundar mis pensamientos e ideas en pro de la ciencia y del país (González Velasco, 1864a: 72).
Es el fatídico mes de mayo de 1864. Su amada hija Conchita acaba de fallecer. Velasco está desesperado. Parece que busca refugio en su hogar, en su museo y en sus enfermos. Pero un luchador de su talla no puede dar la espalda a la realidad, por muy dura que esta sea. Enseguida retira su renuncia y continúa en el cargo durante unos años más. Finalmente, el 16 de mayo de 1868, la Universidad acepta su segunda y definitiva dimisión. Cesa en el cargo el 8 de junio.17 Seguramente, piensa que su vinculación con la Facultad resulta ya inútil, que pese a todos sus esfuerzos el museo no ha progresado como debiera y que continuar en el cargo carece de sentido. Y, peor aún, es muy probable que asuma como inevitable el hecho de que no podrá convertirse en miembro estable de su cuerpo docente, que nunca llegará a ser catedrático de Universidad. Pero no fue así. De nuevo el destino le tenía preparada una tremenda y agradabilísima sorpresa al segoviano, aunque es verdad que venía con fecha de caducidad y su duración no fue muy prolongada. En todo caso, antes de conocer en qué consiste tan importante «regalo», es necesario que dediquemos los próximos capítulos a revisar otros destacados acontecimientos que llenan la actividad de Velasco durante la intensa década de 1860.
17 AGUCM, caja SG-1780, «Facultad de Medicina. Expediente personal del Ayudante de preparaciones anatómicas D. Pedro González de Velasco», oficio del rectorado de 23 de junio de 1868.
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Capítulo 6 LA CASA, EL CEMENTERIO Y LOS CRÁNEOS DE ZARAUZ Cuando el lector concluya la lectura de este libro, tendrá pruebas irrefutables de algo que ya ha podido intuir: Pedro González Velasco vivió una vida ciertamente singular. Pero, incluso asumiendo su carácter ajeno a los convencionalismos, debemos reconocer que esa biografía está marcada por tres hitos absolutamente extraordinarios que han fijado su leyenda macabra en el imaginario popular. Los dos últimos los conoceremos en próximos capítulos: de un lado, la muerte, embalsamamiento, exhumación, momificación y «exposición doméstica» del cadáver de su hija Conchita; de otro, el caso del «gigante extremeño», cuyo vaciado, esqueleto, e incluso la piel, acaban formando parte de las colecciones de su museo. El primero es precisamente el que ahora nos ocupa: la construcción de una magnífica residencia en Zarauz. Pero, ¿qué tiene de macabro el hecho de que un respetable cirujano levante una bonita casa de verano en la ya entonces famosa villa guipuzcoana? Pues, ciertamente, nada. El lado oscuro del asunto se manifiesta cuando, al poco de construirla y de forma más bien sospechosa, Velasco se hace con una colección de cráneos procedentes del cementerio de la localidad, que curiosamente linda con el jardín de su nueva residencia. Pues bien, antes de adentrarnos en tan llamativo asunto, debe reconocerse que estos tres singulares episodios solo se explican si somos capaces de comprender el excéntrico, aunque coherente, universo anímico y profesional del doctor Velasco. Si lo hacemos, es posible encontrar un sentido y hasta una buena lógica a su conducta. Es más, también podremos confirmar que, si bien los tres tienen un poderoso fondo macabro, sobre los acontecimientos basales se han ido acumulando elementos puramente legendarios que han dado varias vueltas de tuerca a lo realmente acontecido. 87
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Velasco, propietario en Zarauz Estamos en el otoño de 1860. Velasco vive uno de los momentos más exitosos de su trayectoria profesional como cirujano. Aunque desde 1857 es director de los museos de anatomía de la Facultad de Medicina de Madrid, su saneada economía no se sustenta sobre el salario que percibe, sino sobre su potente cartera de clientes. Además, posee un relevante museo y sus clases particulares de Medicina rebosan de estudiantes. No obstante, la familia vive aún en un piso alquilado, en el n.º 135 de la madrileña calle de Atocha. Por aquellas fechas, Zarauz se ha convertido ya en el destino elegido por algunas familias de la alta aristocracia y acaudalados empresarios del reino para residir durante el verano y disfrutar de los baños de mar y su agradable clima. Aunque la reina Isabel II no la visita hasta 1865, y pese a que la casa real no levanta allí palacio alguno, existen ya destacadas residencias que hacen de la villa un enclave singular, cuyo prestigio crece de forma exponencial. De acuerdo con una nota publicada en el diario madrileño La Época, el 21 de septiembre de 1861, ya entonces tienen abierta casa en Zarauz los marqueses de Narros, el político Pascual Madoz,1 el duque de Villahermosa, los condes del Real y los marqueses de Aguilafuente; además, se están levantando otras cinco residencias, entre ellas la de Velasco, y otras tantas se encuentran en proyecto. Aunque nada sabemos sobre las circunstancias que conducen a Velasco hasta Zarauz, y pese a que no es hombre aficionado a los placeres mundanos, es obvio que su condición de médico le permite valorar en la debida forma los beneficios que para la salud de su hija, la de su esposa y la suya propia tendría poder escapar del agobiante e insalubre estío madrileño y disfrutar del aire puro, la temperatura suave y las saludables aguas del Cantábrico. Además, también es evidente que levantar allí una residencia de verano lo situaría a la altura 1 La circunstancia de tener casa en Zarauz, que habita desde 1849, se refleja en el extenso, detallado y elogioso artículo que dedica a la villa en su famoso Diccionario geográfico..., que incluye un grabado de la propia residencia de Madoz, hace tiempo desaparecida (Madoz, 1850: 649-659).
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de los más relevantes personajes del país, alguno quizás paciente suyo, lo cual habría de proporcionarle réditos añadidos, en absoluto desdeñables. Sea cual fuere el proceso, lo que se puede confirmar es que, en octubre de 1860, Velasco hace su primera adquisición inmobiliaria en la villa, comprando tres pequeñas fincas, de tres propietarios diferentes, por un precio total de 815 reales.2 No es un terreno extenso, son solo 470 metros cuadrados, pero pronto podrá ampliarlo.3 Tampoco está al borde del mar, más bien en lo que hoy calificaríamos como segunda línea de playa. Y, por supuesto, se sitúa en la zona oriental de la villa, en su área de expansión, más allá del convento y de la huerta de San Francisco. En todo caso, es un lugar privilegiado, que lo será aún más según avance el crecimiento urbanístico de Zarauz. En el verano de 1861 comienzan las obras de la espléndida residencia.4 Pues bien, menos de dos años después, un interesante plano manuscrito de la villa (véase fig. 4), fechado en mayo de 1863, nos permite situar sobre el terreno la nueva «casa y jardín de D. Pedro G. Velasco», que se asienta sobre una finca ampliada con respecto a los terrenos adquiridos tres años atrás.5 Como decía, el lugar es fantástico y su entorno ha sido agradablemente urbanizado: el acceso norte se realiza por una amplia avenida arbolada, la «Alameda pública». Al sur linda con la prolongación de la calle Mayor, también arbolada, tramo conocido como «La carretera» o «La carretera de la Corte», el antiguo camino que comunicaba Zarauz con Orio y San Sebastián. Al este se dispo2 Archivo Histórico de Protocolos de Guipúzcoa (AHPG), protocolos del escribano real Juan José Alzuru, 2/4254, ff. 236r-237v, 239r-240v y 241r-242v. 3 Las unidades de medida que se utilizan en los contratos son la postura y el pie cuadrado. Estas tres primeras fincas miden, respectivamente, 6 posturas y 315 pies, 4,5 posturas y 2,5 posturas. En Guipúzcoa, la postura tiene 441 pies cuadrados, y cada pie cuadrado equivale a 0,0776 metros cuadrados. 4 La Época, 21 de septiembre de 1861. La noticia sobre el progreso de las obras se recoge en un suelto de prensa que comienza así: «La villa de Zarauz va transformándose completamente». 5 He podido acceder a una copia digital de este plano gracias a la amabilidad de Myriam González de Txabarri, responsable de exposiciones del Ayuntamiento de Zarauz. He comprobado que este interesante documento se ha reproducido al menos en una ocasión, aunque con muy escasa calidad y sin indicación sobre su procedencia (Piquero y Sánchez, 1987: 380).
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nen terrenos de cultivo, y, hacia el oeste, el jardín del segoviano limita con el muro de la huerta de San Francisco.
Figura 4. Plano manuscrito de la villa de Zarauz, mayo de 1863. Ayuntamiento de Zarauz. En el círculo se destacan la casa y los jardines de Velasco y el cementerio viejo de la localidad.
Una mansión pegada a un camposanto Hasta aquí, nada extraordinario. Lo llamativo es que la finca tiende a la forma de un cuadrado y, sin embargo, una cuarta parte de esa figura ideal está ocupada nada menos que por el camposanto de la villa.6 Esta circunstancia y el afán de Velasco por hacerse con el cementerio, que ya en 1860 las autoridades municipales estudian trasladar, han generado alguna confusión sobre la fecha de construcción y la condición misma de su residencia. En efecto, en un curioso artículo, 6 Por el documento de compraventa, que más adelante se cita, sabemos que el cementerio ocupa una superficie de 832 metros cuadrados.
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Evaristo Uranga (1973) apunta que Velasco levanta su mansión «sobre» el antiguo cementerio después de 1870, habitando hasta entonces en alguna otra vivienda cercana. En fechas más recientes, Giménez Roldán (2012 y 2016) argumenta que la casa citada en la prensa de 1861 es diferente a la que luego sería conocida como Villa Munda —la que actualmente contemplamos—, pues también opina que esta fue construida, tras la compra del cementerio, «sobre» sus desocupadas sepulturas. Pues bien, la documentación notarial, la prensa y el citado plano de 1863 demuestran que Villa Munda —también llamada Zeleta Berri— no se construyó entre 1870 y 1875, como señalan esos autores y también alguna publicación especializada (COAVN, 2004: 233), sino en 1861, y que no se levantó sobre el antiguo camposanto, sino a su vera.7 Eso sí, su imagen actual no se corresponde del todo con la original, pues fue modificada posteriormente con sendos añadidos, de una sola altura, que dan forma a una especie de porche o patio en su fachada meridional.8 Tras la muerte de Velasco, en 1882, la viuda vende la residencia a José de Murga y Reolid, primer marqués de Linares. Pronto será conocida como Villa Munda, el nombre que le otorga el nuevo propietario haciendo honor a su esposa, Raimunda de Osorio y Ortega. Mucho después es adquirida por el Ayuntamiento de Zarauz. En la actualidad, y tras haber acogido a la Academia Municipal de Música durante algunos años, se utiliza como local de ensayos 7 No obstante, Velasco fue propietario de otra edificación construida en 1864, que ya no existe. Se trata de una cochera luego reconvertida en vivienda, sin duda para la servidumbre, situada entre el jardín de su mansión, la huerta de San Francisco y la «carretera de la Corte». Constaba de planta baja, dos pisos y desván, con una superficie, supongo que total, de 178 metros cuadrados, a los que se añade un corral de 125 metros cuadrados. La recibe en herencia Dolores Ostolaza Aguinaga, nacida en 1849 y soltera en 1883, sirvienta de la familia Velasco. Fue un magnífico legado, valorado en 40 000 pesetas. El dato se anota en la partición de bienes del doctor, ejecutada el 10 de mayo de 1883 en Madrid, ante el notario Francisco Moragas y Tejera. Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (AHPM), libro 35.004, ff. 2.101r-2.101v. 8 De todas formas, no es cierto lo que anota Aurizenea (1987: 144) sobre que fue «elevada y ampliada» en el siglo xx. Y una aclaración más: los dos leones de mármol que flanquean la entrada en su fachada septentrional, y que aún se conservan —al parecer obra del escultor italiano Antonio Canova—, fueron instalados por Velasco, no por el segundo propietario del palacete, como se asegura en algún escrito. El dato lo confirma Tolosa Latour (1882: 20).
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de la banda y coro de la villa y espacio para la organización de talleres teatrales.9 En todo caso, y más allá de quién la construyó y de quiénes fueron sus posteriores propietarios, la antigua vivienda del doctor Velasco tiene una notabilísima relevancia histórico-patrimonial, pues, junto a la inmediata casa de Sanz Enea, actualmente Casa de Cultura municipal, es casi el único ejemplo que ha llegado hasta nuestros días de la magnífica arquitectura residencial levantada en Zarauz durante la segunda mitad del siglo xix (véase fig. 5).
Figura 5. La mansión levantada por P. G. Velasco en Zarauz, luego conocida como Villa Munda, mayo de 2017 (fotografía del autor).
Pero volvamos a los tiempos decimonónicos. Es muy probable que Velasco, su esposa Engracia y su hija Conchita disfruten por vez prime-
9 Agradezco a Myriam González de Txabarri la información proporcionada. Sobre Villa Munda existe un artículo de síntesis en la edición española de Wikipedia. También se ofrecen algunos datos, con fotos antiguas, en https://www.fotosantiguasdezarauz.com/villa-munda.
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ra de su preciosa residencia en el verano de 1862. El cabeza de familia es un personaje famoso, acaudalado, respetable y, también es verdad, algo excéntrico. Sin duda, pronto corren por la villa historias acerca de sus singulares aficiones, de su obsesión coleccionista, de su afán por reunir todo tipo de objetos extraños, incluidos huesos y restos humanos. Aunque es posible que algún zarauztarra recele de las intenciones del segoviano, pues ha levantado su casa junto a las tapias del cementerio, resulta aventurado pensar que elige precisamente ese lugar por esa particular circunstancia, para hacerse de forma más o menos fraudulenta con cráneos de la «raza vasca», que tanto interés genera entonces entre naturalistas y antropólogos. Es verdad que, tratándose del doctor Velasco, «casi todo» es posible, pero debemos reconocer que existen mecanismos mucho más sencillos y baratos para conseguir unos cráneos, por muy vascos que sean, que hacerse construir una gran residencia de verano junto a un viejo cementerio. Es evidente, por tanto, que no asume tan importante desembolso con el propósito de saquear las tumbas de sus nuevos vecinos. Ahora bien, ¿podría haber elegido otros terrenos? Sí, seguramente podría haberlo hecho, incluso aunque los propietarios hubieran planteado alguna reticencia a la venta o exigido un precio más elevado por sus fincas. Entonces, ¿existe alguna otra razón que justifique tan singular emplazamiento? Quizás sí. Si contemplamos el plano citado de 1863, observamos que Velasco levanta su casa en los terrenos, más cercanos al núcleo antiguo, que están disponibles en la segunda línea de costa. Además, linda con las tapias de la huerta conventual, lo que parece asegurar la tranquilidad del entorno. Para construirla en la primera línea tendría que haberla desplazado doscientos o trescientos metros hacia el este, más allá de la fábrica de tejidos propiedad de Pascual Madoz. También es verdad que podría haberla separado del cementerio, manteniéndola en segunda línea, con un traslado similar o incluso menor. Reconozco que estas propuestas no son demasiado convincentes, que continúa resultando cuanto menos llamativo que, pudiendo evitarlo, un rico propietario opte por levantar su palacete pegado a un camposanto. Pues bien, todavía resta una última oportunidad para encontrar sentido a lo que no parece ser sino un despropósito o, en el 93
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mejor de los casos, un capricho macabro: Velasco compra esas fincas en 1860 porque ya entonces dispone de información fidedigna sobre el más o menos inmediato traslado del cementerio; porque sabe que en poco tiempo, quizás un par de años, podrá ampliar su jardín y librarse de tan peculiares vecinos. Y, por supuesto, aún podemos considerar una circunstancia «favorable» más que, esta sí, resulta ciertamente morbosa: Velasco acepta encantado esa temporal convivencia porque es consciente de que tan íntima cercanía con las sepulturas y el osario de la villa quizás le permita, efectivamente, recolectar alguna que otra «pieza» para su Museo Anatómico.
Colega, te regalo unos cráneos Lo haga o no con esa intención, existe suficiente información para conocer cuándo consigue esas piezas y en qué condiciones se desarrolla tan singular tarea. En efecto, según cuenta el ya entonces famoso antropólogo y anatomista francés Paul Broca (1862: 581), es en el mes de agosto de 1862 cuando recibe de Velasco un primer cráneo que él mismo había «extraído de un cementerio de la provincia de Guipúzcoa». El ejemplar le llama poderosamente la atención, pues su evidente dolicocefalia contradice la presunta braquicefalia que, según el sueco Magnus Gustav Retzius, caracterizaría a la «raza vasca». Tanto le entusiasma el regalo que, un mes después, se reúne con Velasco para recolectar nuevos ejemplares. La «cosecha» es magnífica: el francés consigue 59 cráneos más que se lleva hasta París. Enseguida se apresta a estudiarlos, y son precisamente las conclusiones derivadas de esta investigación las que presenta en la Sociedad de Antropología de París, en sesión celebrada el 18 de diciembre de 1862. Más allá de los acalorados debates que suscitan las conclusiones de Broca, que se extienden durante varias décadas, lo que ahora interesa es ahondar en las circunstancias que rodean el singular «trabajo de campo» desarrollado por ambos colegas.10 El primer dato que 10 Sobre la inserción del asunto de los cráneos de Zarauz en el debate acerca de la antropología de los vascos, véase Giménez Roldán, 2016.
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llama la atención, y lo hace de forma poderosa, es que, en ese primer texto, el antropólogo francés no identifica en ningún momento la localidad donde han realizado la «extracción». Anota únicamente que pertenece a la provincia de Guipúzcoa, que sus vecinos «hablan todavía la lengua vasca» y que esa «obscura localidad no ha jugado ningún papel en la historia». Es decir, no quiere que existan dudas sobre la condición vasca original, no mestiza ni contaminada, de sus pobladores. Pero, como es un académico y científico positivista, que no oculta sus fuentes ni procedimientos, el texto que resume su conferencia incluye esta llamativa observación: «El Sr. Broca ofrece [a sus contertulios] los datos y detalles concretos que permiten establecer la autenticidad de los cráneos, que él mismo ha extraído del cementerio; sin embargo, solicita que no se haga pública esta información, pues está destinada únicamente a los miembros de la Sociedad». ¿Cuál es la razón de tanto secretismo? La respuesta fácil y que mejor se acomoda al fondo macabro de toda esta historia es argumentar que Velasco y Broca actúan como vulgares profanadores de tumbas, como esos «resurreccionistas» británicos, del primer tercio del siglo xix, que roban los cadáveres recién enterrados para venderlos a cirujanos y anatomistas sin escrúpulos; y, claro, no es cuestión de delatarse. Eso sí, el botín de la pareja de antropólogos no habría sido el cuerpo todavía fresco de algún difunto, sino algo mucho menos morboso: únicamente cráneos, todos mondos y lirondos. ¿Fue realmente así? No exactamente; pero vayamos por partes. En primer lugar, debemos suponer que Velasco realiza su primera incursión funeraria poco antes de remitir aquel primer cráneo a Broca, es decir, en junio o julio de 1862, cuando estrena su nueva residencia. También cabe conjeturar que no se limita a recoger un solo ejemplar, sino que recolecta otras piezas para su propia colección. Un par de meses después, en septiembre, realizan ya la tarea de forma conjunta. Pero, ¿cómo lo hacen? De ningún modo cabe pensar que, ni por sí ni por terceras personas, consigan esos cráneos mediante el procedimiento de expoliar sepulturas; hacerlo así habría supuesto abrir varias decenas de tumbas, quizás todas las del cementerio, dejándolo como un queso gruyer. Lo razonable es asumir que se adentran en el osario, 95
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en el depósito donde se arrojan los restos exhumados de las sepulturas que se han vaciado para dejar espacio libre a nuevos cadáveres. Algo así se puede deducir de las propias palabras de Broca cuando, en su intervención de 1862, dice que los cráneos fueron «extraídos» sin orden alguno, tal y como «se presentaban». Por supuesto, con esas indicaciones pretende convencer al auditorio de que no fueron seleccionados con el propósito de confirmar, de forma apriorística, la hipótesis de la dolicocefalia de la «raza vasca». Pero esa expresión también nos hace pensar que disponen de un repertorio amplio y desordenado de restos humanos, al que acceden sin obstáculos y del que extraen los ejemplares de forma aleatoria. Ahora bien, ¿cuentan con permiso del ayuntamiento o del párroco para llevar a cabo tan singular tarea? De haberlo obtenido, es obvio que Broca no habría necesitado ocultar el nombre de la población a los lectores de su memoria, pues precisamente la identificación del lugar en el que se realiza el trabajo de campo antropológico es un dato esencial en cualquier investigación. Y, si no reciben autorización, debemos preguntarnos cómo pueden hacerse con tan abultado número de cráneos sin generar un escándalo, pues sin duda es una tarea que requiere tiempo, seguramente luz diurna y, al menos, un carro para transportarlos. Es verdad que el cementerio estaba algo retirado, oculto de las miradas por las tapias de la huerta de San Francisco y la nueva residencia de Velasco, pero habría sido difícil mantener sus actos en secreto. A no ser, obviamente, que se hubieran adentrado en el osario por la noche, a la luz de unos candiles o, mejor aún, alumbrados por una de esas «linternas sordas» que suelen aparecer en las novelas de misterio decimonónicas, en un ambiente que, ahora sí, podríamos calificar ya no solo de macabro, sino de realmente siniestro. Y al final resulta que fue así: en su incursión, los colegas actuaron con nocturnidad y alevosía. El antropólogo francés lo confirma cuatro años más tarde, en un artículo donde confiesa que los cráneos conseguidos en 1862 se recogieron «à la hàte, sans choix, la nuit», es decir, «deprisa, sin seleccionar, por la noche» (Broca, 1866: 470). Y ofrece el dato con el propósito de diferenciar el poco científico procedimiento utilizado entonces del que presuntamente pone en práctica Velasco, ahora en solitario, en una nueva incursión en el osario, que 96
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debió de realizar a comienzos del verano de 1866 y de la que el segoviano obtiene un buen número de ejemplares, diecinueve de los cuales envía a Broca en el mes de junio.11 Esto es lo que anota al respecto el francés: «Por el contrario, estos [los cráneos recogidos en 1866], han sido seleccionados a su gusto por el Sr. Velasco, que vive muy cerca del cementerio y ha podido reunir con más tiempo y cuidado esta nueva colección». Por supuesto, esta segunda remesa le permite confirmar la dolicocefalia de la «raza vasca». Pero eso ahora no importa; lo que realmente nos interesa es el modo de proceder de Velasco. Como enseguida comprobaremos, el viejo cementerio ya se ha clausurado en 1866, pero las sepulturas y sus ocupantes siguen ahí. El segoviano continúa empeñado en comprarlo; hace generosas ofertas, pero el alcalde se opone. Entonces, ¿ha cambiado algo con respecto a 1862? Pues, en realidad, nada al margen del cierre del camposanto. Es cierto, como dice Broca, que Velasco vive a su vera, pero eso ya ocurría cuatros años atrás. Entonces, ¿es factible que haga su nueva cosecha de cráneos con mayor sosiego, sin temor a generar un escándalo? Pues me temo que no existe ninguna razón de carácter legal o formal que lo justifique y que, en realidad, Velasco se adentra de nuevo en el osario sin disponer del permiso de las autoridades, ni civiles ni eclesiásticas. Puede que lo haga incluso de día, con más calma y mejor luz, pero si consigue hacerlo así es porque utiliza alguna artimaña, porque cuenta con alguna ayuda o recurre, quizás, a algún soborno.12 Lo que no parece es que tenga el visto bueno oficial de nadie; mucho menos de los vecinos. Sea como fuere, Broca mantiene oculto el nombre de la villa 11 Según asegura el propio Broca, de estos diecinueve cráneos, solo una decena se queda en París, el resto vuelve al museo del doctor Velasco en Madrid. 12 Aquí debe hacerse una observación. Ángel Pulido, el discípulo de Velasco, publica cada mes de abril, entre 1876 y 1880, un artículo en El Anfiteatro Anatómico Español en recuerdo de la inauguración del museo. En todos ellos, el cuerpo principal del texto aparece rodeado por una orla en la que se inscriben los nombres de personas o instituciones que han donado piezas al museo. En los artículos de 1876 y 1877, solo en ellos, se cita a un tal «Luis N. Párroco de Zarauz». ¿Por qué no se transcribe completo su apellido? ¿Era ya párroco de la villa cuando Velasco hizo alguna de sus incursiones en el osario municipal? ¿Colaboró, de una u otra forma, en el expolio del cementerio? ¿O se limitó a regalar a Velasco algún objeto de carácter etnográfico, religioso o tradicional? Probablemente nunca lo sabremos, pero la intriga es realmente seductora.
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guipuzcoana en posteriores revisiones del asunto de los cráneos vascos, aunque es cierto que ya la identifica por su inicial: entonces es la «ville basque de Z.» (Broca, 1863; 1866; 1868). Seis años después, en una recopilación de sus escritos, por fin se atreve a mencionarla, aunque sin dar mayores explicaciones sobre la forma en que, junto a Velasco, se hizo dueño de tan relevantes especímenes (Broca, 1874). Al margen de las condiciones en las que se obtienen, los cráneos de Zarauz dan origen a un intenso debate sobre la «raza vasca» en el que Velasco no participa. No es su territorio; él prefiere coleccionar y mostrar. Es más, su interés en el ámbito de la craneología se enfoca hacia el estudio, o más bien la descripción, de casos patológicos; no le atrae conocer la diversidad racial. Pero coleccionar cráneos, huesos, animales disecados y todo tipo de curiosidades le apasiona, y pronto empieza a poner en marcha algo parecido a un museo en su nueva residencia, aunque es cierto que nunca tendrá el carácter académico que presentan sus museos madrileños. En todo caso, como prueba de ese temprano afán exhibidor que Velasco materializa en la villa guipuzcoana, contamos con un singular documento: las breves notas de un diario en las que se narra una visita al palacete de Zarauz. El autor, la autora en este caso, es un personaje muy especial: Mathilde van Eys, de soltera Mathilde Kleinmann, esposa del lingüista holandés Willem Jan van Eys, un apasionado estudioso del euskera. En 1866 y 1868, Mathilde acompaña a su marido en sendos viajes por tierras vascas. Es durante el segundo, en el mes de septiembre, cuando el matrimonio se acerca hasta la residencia de Velasco.13 Lo que Mathilde van Eys escribe en su diario nos permite vislumbrar algunas imágenes de ese llamativo universo que se manifiesta en ciertos ámbitos domésticos del Zarauz sofisticado del último tercio del xix, que en el caso que nos ocupa presenta, de un lado, a una inteligente dama francesa casada con un sesudo filólogo holandés; y, de otro, a una antigua criada trasmutada en ilustrísima señora y a su esposo, un antiguo fraile convertido en un famoso cirujano coleccionista de cráneos, esqueletos y fetos monstruo-
13 Las notas de este segundo viaje fueron editadas, mucho tiempo después, por Georges Lacombe (1927), de cuyo texto se toman las citas de este párrafo.
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sos. Engracia, la esposa del doctor, recibe a Mathilde acompañada de «une charmante petite biche du midi de l’Espagne», es decir, junto a una encantadora cervatilla andaluza, aunque no me atrevo a afirmar si la expresión responde a la realidad o si se trata de algún tipo de metáfora. Por su parte, Mathilde regala al segoviano el «squelette de la gueule du chien de mer», la mandíbula de un pequeño tiburón. Luego, tras el cordial intercambio de saludos y regalos, un galante Velasco ofrece la mano a su invitada y la acompaña al primer piso de su residencia, donde guarda sus llamativas colecciones. Mathilde queda gratamente sorprendida por las «muy curiosas piezas de la edad de piedra» que contempla, por un extraño objeto procedente de Filipinas y por una rara talla en madera que no parece tener carácter etnológico, pues da la impresión de ser una raíz o un tronco retorcido, cuya extraña forma ha sido solo retocada por el escultor. Termina sus breves anotaciones destacando la riqueza de la colección malacológica que, en este caso sí, es ciertamente relevante. No se me negará que son escenas cargadas de una muy novelesca excentricidad decimonónica que, además, cuentan con una protagonista femenina nada convencional.
Lucha a muerte por un cementerio Hasta 1874 la residencia es una especie de almacén visitable en el que su propietario guarda todas aquellas piezas que, por falta de espacio, no puede exhibir en sus dos primeros museos madrileños. De todas formas, no es probable que muestre ninguno de los cráneos que, no mucho tiempo atrás, había recolectado a solo unos metros de sus aposentos. Durante todos esos años, y hasta que lo consigue en 1871, Velasco no ceja en su pretensión de adquirir el antiguo cementerio que tiene literalmente a la puerta de casa. Al menos desde el verano de 1863 existe, existía, constancia documental, en el archivo del ayuntamiento, de su inquebrantable empeño.14 Juega a su favor una 14 Si no se hace otra indicación, los documentos municipales que se citan en los siguientes párrafos desaparecieron en un incendio. Los conocemos únicamente gracias al artículo de Uranga (1973).
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circunstancia que no se puede obviar: el camposanto se ha quedado pequeño, su clausura resulta ineludible. Las autoridades del municipio estudian dónde puede encontrarse el terreno más adecuado para la nueva construcción y cuál puede resultar la forma más sencilla y menos onerosa para realizar el traslado de los restos. Como el coste es alto y el asunto no avanza, algunos de los más destacados propietarios de la villa ofrecen ayuda económica; lo hacen, al menos, el marqués de Narros, la familia Egaña y el propio Velasco. Poco después, el segoviano cambia de estrategia: propone la compra del cementerio por un monto de diez mil reales. El 16 de agosto de 1863 los ediles rechazan la oferta: consideran que el dinero ofrecido no cubriría los gastos ocasionados por las exhumaciones y que, en todo caso, lo correcto sería sacarlo a la venta mediante licitación pública. Quizás solo iban de farol, pues, sin duda, debían de ser conscientes de que nadie abonaría a las arcas municipales un precio tan alto como el que Velasco estaba dispuesto a pagar por un trozo de tierra sin valor alguno. En enero de 1864 los ediles acuerdan, por fin, la compra de los nuevos terrenos; las obras del nuevo cementerio concluyen en diciembre de 1865. No obstante, aún queda por resolver el asunto más delicado: el traslado de los cuerpos inhumados en el camposanto antiguo. Velasco reitera su oferta de compra en marzo de 1866, pero el asunto tampoco prospera. Tres años después vuelve a la carga. Ahora se compromete a costear por su cuenta la construcción de un cobertizo, en el nuevo cementerio, donde realizar las autopsias, suministrando, además, todo el material necesario para su correcto funcionamiento. De nuevo recibe una negativa por respuesta. Llegado a este punto, Velasco pierde la paciencia. Cuenta Uranga (1973) que en el archivo de la casa de Narros pudo consultar una carta manuscrita, dirigida por Velasco al marqués Manuel de Areizaga y Magallón, fechada a 22 de julio de 1869, en la que le solicita su intermediación ante Francisco Alzuru, el alcalde de la villa, a quien considera el principal responsable de que el ayuntamiento se niegue a aceptar su propuesta de compra.15 Es un escrito muy curio-
15 Se conserva copia de esta carta en el Ayuntamiento de Zarauz. La transcribe Giménez Roldán (2012: 219-220).
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so, donde se comprueban tanto la tozudez del segoviano como su habilidad para combinar el palo y la zanahoria, la amenaza y el ofrecimiento ventajoso para la contraparte. De un lado, afirma que en todo este proceso la ley está a su favor, pues ya ha transcurrido el plazo reglamentado para proceder a la exhumación de los cuerpos inhumados en fecha más reciente en el cementerio viejo. El dato seguramente es cierto, pero esa circunstancia no implica obligación alguna de realizar el traslado, solo establece que ya es factible ejecutarlo. A renglón seguido, recurre a otro argumento: una velada amenaza que, en realidad, no habría sido fácil de materializar. Asegura ser persona «conciliar», que no desea llevar la cuestión «por el camino violento», por lo que se compromete a pagar lo que «en buena tasación» se considere que vale el terreno del cementerio, a exhumar y trasladar los restos, y a hacerlo con función religiosa solemne y en procesión hasta el nuevo camposanto, todo ello por cuenta propia. Es más, se compromete a desplazarse, en el mes de enero de 1870, hasta la villa, donde en persona y «científicamente» habría de hacerse cargo de todo el proceso. El marqués de Narros mueve ficha y su intervención resulta fructífera: el 30 de diciembre de 1869, y tras un par de reuniones previas, el Ayuntamiento de Zarauz da el visto bueno a la propuesta de Velasco. Bien, quizás la intervención del marqués tenga algo que ver con el cambio de planes, pero no debemos obviar que en el intervalo de tiempo que media entre julio y diciembre de 1869 se ha producido un significativo cambio político en la localidad: el conservador Alzuru ha sido cesado, y encarcelado por denuncias de corrupción, siendo sustituido por el liberal Cayo Vea-Murguía y Escalante al frente de la alcaldía, con quien Velasco debía de mantener una relación mucho más fluida y cordial. Es más, la coyuntura que atraviesa entonces el país —el Sexenio Democrático— es tan favorable a los intereses ideológicos de Velasco que el diario progresista La Iberia, en un artículo sobre las mejoras sociales y urbanísticas de la villa de Zarauz, publicado el 18 de agosto de 1870, dice algo tan falso y absurdo como lo siguiente: «Tanto estas reformas cuanto otras de menor importancia se han llevado a cabo por el ayuntamiento presidido por el señor Vea-Murguía, 101
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con recursos de la villa y el patriótico donativo de 14 500 reales hecho por el distinguido liberal y doctor famoso don Pedro González Velasco». Ante semejante afirmación, solo cabe pensar que el periodista está muy mal informado, que no es capaz de distinguir entre un donativo y el pago de una compra —pues de eso se trata, aunque el precio sea desorbitado— o, sencillamente, que es un perfecto manipulador. Más allá de esta patraña, el traslado de los restos cadavéricos, la procesión y la función religiosa habían tenido lugar, efectivamente, en enero de 1870, aunque no puede confirmarse si estuvo presente Velasco. En todo caso, es solo en abril del año siguiente, con el antiguo camposanto ya vacío y desacralizado, cuando el ayuntamiento inscribe la finca a su nombre, paso previo para la venta. Por fin, el 13 de junio de 1871, y en la propia casa consistorial, el alcalde —el citado Vea-Murguía— y seis de sus regidores, «que constituyen la mayoría del Ayuntamiento», firman el contrato de venta y permuta del cementerio con el representante legal de Velasco.16 El acuerdo presenta novedades muy ventajosas para el municipio. Velasco, que ya costeó el traslado, abona una cantidad en metálico notablemente superior a la que venía ofreciendo: ahora sube hasta esos 14 500 reales que La Iberia califica como «donativo». Además, entrega un terreno sembradío de casi siete áreas de extensión, valorado en 1250 reales de vellón, el doble de los 620 que el agrimensor integrado en la comisión asesora adjudica a la finca del camposanto. Al final, tras una década de disputas, Velasco se ha hecho dueño del antiguo cementerio. Le ha costado mucho más tiempo del que hubiera deseado, tremendos esfuerzos y un enorme desembolso, pues el precio pagado y los gastos asumidos son muy superiores al valor real del terreno que ha pasado a ser de su propiedad. Pero el objetivo está cumplido; ya puede ampliar su jardín y consolidar su bonita residen-
16 Lo hacen ante el notario de Zarauz, Antonio Fernández (AHPG, sig. 2/3914, ff. 317r-326v). En septiembre de 1877 Velasco compra otras dos fincas lindantes con su «huerta», situadas en la zona de La Vega, pero separadas de su casa y jardín. Ocupan una extensión de 1122 metros cuadrados (AHPG, sig. 2/3919, ff. 996r-1.003r).
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cia en Zarauz.17 Eso sí, antes ha de gastar otro buen puñado de reales más en demoler los muros y acondicionar el terreno. ¿Aprovechó el traslado de los restos, en enero de 1870, para hacerse con algún cráneo «suplementario»? Es muy improbable. Ya había reunido una representación más que suficiente; no era oportuno ni sensato volver a las andadas cuando por fin había llegado a un acuerdo con las autoridades municipales. Por tanto, y como conclusión, debemos insistir en que Velasco no compra el cementerio para levantar allí su residencia y saquear las sepulturas; lo hace para ampliar unos terrenos inmediatos que ya son de su propiedad. El saqueo del osario, que no de las tumbas, se había producido tiempo atrás: en 1862, con el cementerio aún abierto, y de nuevo cuatro años después, en 1866, al poco de haber sido clausurado, pero con los «inquilinos» aún en sus sepulturas.
Una mansión que es un museo A mediados de 1871 el combate ha concluido, pero la singular historia de la mansión de Zarauz continúa. De hecho, a partir de ese momento Velasco dispone de más tiempo para centrarse en sus colecciones, para acrecentarlas y, con un poco de suerte, para tratar de ordenarlas. Durante escasamente tres años, hasta el verano de 1874, siguen entrando nuevas piezas: todas aquellas que no puede exhibir en el saturado museo de su vivienda madrileña, la de Atocha 90. Desde la visita de Mathilde van Eys, en 1868, el aumento de las colecciones tiene que haber sido muy considerable. Seguro que siguen entrando materiales arqueológicos, etnográficos y curiosidades más o menos prescindibles, pero un interesante testimonio publicado, pocos años después, por Ángel Pulido, con motivo de un «viaje médico instructivo» que realiza por el norte de España, nos permite saber algo más, aunque sea a través de una breve pincelada, de lo que po17 Con la adquisición del camposanto, la finca que acoge su residencia y jardines ocupa una superficie total de 43 043 pies cuadrados, equivalentes a 3340 metros cuadrados. El dato se anota en la partición de bienes de Velasco (AHPM, libro 35004, f. 2.096r).
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dían encontrar los numerosos visitantes que se acercaban hasta su residencia para disfrutar de tan extraordinario espectáculo visual.18 Por entonces, la mansión ha dejado de ser ya una de las principales atracciones de la villa y, aunque sus propietarios siguen habitándola durante el verano, parte de ella tiene un cierto aire fantasmal. Esto es lo que nos cuenta el discípulo preferido del doctor rememorando sus momentos de gloria: En esta población es sabido que posee el Dr. Velasco un palacio, rodeado de bonitos jardines y huertas, sitio verdaderamente encantador y poético, donde mi querido maestro se permite durante los calurosos meses del estío dar un reposo relativo a su cuerpo, abrumado de las infinitas tareas y preocupaciones que en tan febril actividad le tienen en la corte; y digo un descanso relativo, porque notorio es que una parte considerable de su Museo, sobre todo la referente a anatomía comparada, ha sido preparada durante sus estancias veraniegas en Zarauz. Todavía se conserva en la parte más alta del palacio un desmantelado y espacioso salón, acribilladas de agujeros sus paredes [por haber estado allí ancladas las piezas], donde se encontraba la parte principal del Museo de Zarauz, y que por cierto constituía una de las bellezas locales que los viajeros se cuidaban de visitar. Hoy ya no existe, porque todos los objetos fueron transportados en el verano de 1874 a Madrid, para unirlos a los del antiguo Museo de la corte y formar con todos el grande Museo Antropológico que posee el Dr. Velasco, y que es de los particulares formados en sus condiciones el más monumental y numeroso del mundo (Pulido, 1878: 130).
Más allá de los calificativos grandilocuentes dirigidos al museo madrileño, que es ciertamente importante aunque no hasta esos extremos, comprobamos que la parcela más extensa de las colecciones que Velasco guarda hasta 1874 en Zarauz es la dedicada a la anatomía comparada, que es como se denomina a los esqueletos, órganos y cuerpos completos de animales disecados que deben servir para realizar análisis comparativos con el ser humano como ente biológico. Sin duda, la contemplación de tales piezas se convierte en toda una 18 Por cierto, en este artículo, Pulido refiere un episodio singular: la captura de una ballena frente a las costas de Zarauz. Al final, la carne se pierde por la disputa que se suscita entre sus captores, gentes de Zarauz y Guetaria. ¡No parece que Velasco se haga con su esqueleto!
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atracción, pues el segoviano dispone de un amplísimo repertorio que incluye varios centenares de especímenes de aves, reptiles, tortugas y mamíferos. Como veremos en el capítulo décimo, todo ello se podrá contemplar, desde 1875, en su Museo Antropológico, tanto en el «Salón pequeño», dedicado a la anatomía comparada, como en el llamativo «Salón de aves», una gran habitación que sirve de sala de espera de la consulta médica que tiene instalada bajo su vivienda, en el mismo edificio del museo. En 1875, la ciudad de Madrid disfruta ya del gran Museo Antropológico; lamentablemente, Zarauz ha perdido para siempre una singularísima parcela de su moderno patrimonio turístico y cultural. Aunque el citado museo no se inaugura hasta abril de 1875, desde casi un año antes su estructura se ha concluido y ya es posible la instalación de parte de las colecciones. En primer lugar, Velasco traslada todo lo que guarda en el Museo Anatómico, el situado en su domicilio de Atocha 90. Luego le toca el turno al enorme listado de materiales que ha ido almacenando en su gran residencia guipuzcoana. La mudanza se hace en el verano de 1874, en condiciones muy singulares. Alguna resulta teóricamente favorable; otras no tanto. En efecto, desde hacía una década ya era posible viajar en ferrocarril desde Madrid hasta San Sebastián, circunstancia que, obviamente, había incidido de forma extraordinaria en la expansión turística de la capital donostiarra y del propio Zarauz. Con la línea de ferrocarril abierta, los cuatro días que duraba el trayecto entre ambas ciudades, en el bien organizado servicio de diligencias, se acortan a diecisiete o dieciocho horas. Y desde allí hasta Zarauz resta solo un agradable paseo. Velasco y su esposa pudieron aprovechar semejante innovación durante seis o siete veranos; su hija Conchita no: había muerto unos meses antes de la puesta en marcha de la línea férrea. En el verano de 1874, el traslado de las colecciones reunidas en Zarauz parece, a priori, mucho menos complicado que en épocas previas. En tres o cuatro horas, los carros pueden trasladar todo hasta San Sebastián y, desde allí, circulando sobre el atrevido viaducto de Ormaiztegi, al día siguiente es posible recibir el material en la Estación del Norte, en Madrid. 105
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Aunque apenas disponemos de información sobre lo ocurrido, lo más probable es que el traslado fuera organizado y dirigido por el propio Velasco, seguramente en compañía de su discípulo Ángel Pulido. Si bien cuentan con la ventaja del ferrocarril, la tarea que afrontan es todo un reto logístico. La razón es obvia: es enorme el número de piezas que han de mover, la mayoría extremadamente frágiles. Según una información publicada tiempo después, las colecciones almacenadas en Zarauz son embaladas en casi un centenar de cajones, que han de ser cargados y trasladados en carros de bueyes hasta San Sebastián. Pero, si hacemos caso a esas mismas notas de prensa, resulta que las dificultades vinculadas con el volumen del transporte fueron una nimiedad en comparación con algo mucho más grave: supuestamente, las tropas carlistas acantonadas en la localidad habrían tratado de impedir la mudanza, amenazando incluso con la destrucción de las colecciones. Así lo cuenta La Correspondencia de España, un mes antes de la inauguración del nuevo museo de Velasco en Madrid: Tuvo también la galantería el Sr. Velasco de obsequiar anoche [el 30 de marzo de 1875] en la fonda Española con una espléndida comida a la prensa toda, en la que se pronunciaron entusiastas brindis; haremos especial mención del que hizo el Dr. Velasco por el Sr. Pérez Rioja, que a costa de muchos desvelos rescató del poder de los carlistas de Zarauz, remitiéndolos a Madrid, 98 cajones que contenían los efectos del Museo Antropológico. Damos la enhorabuena al Sr. Velasco por haber levantado un monumento consagrado al estudio de las ciencias médicas.19
Otros diarios presentan un panorama aún más dramático: La Patria escribe que la actuación de Pérez Rioja, al frente del Gobierno Civil de Guipúzcoa, permitió el traslado de «muchos objetos del Museo, que en poder de los carlistas estuvieron expuestos a ser perdidos para la ciencia», mientras que El Popular afirma directamente que su intervención salvó «de la destrucción los objetos del Museo». Ciertamente, no era el momento más adecuado para que un largo y pesado convoy de carros circulara por los caminos del norte. La Tercera Guerra Carlista (187219 Esta y las dos siguientes citas de prensa se reproducen en El Anfiteatro Anatómico Español, 54, 15 de abril de 1875, p. 364-366.
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1874) se dejaba sentir con especial virulencia en tierras vascas y navarras. La villa de Zarauz, ocupada por tropas carlistas, había sido incluso bombardeada por la marina liberal el 26 de mayo de 1874. La situación era muy tensa, y el hecho de que un personaje de reconocida ideología liberal y progresista se dispusiera a sacar de la población un cargamento tan enorme, para llevarlo primero a San Sebastián y desde allí a Madrid, resultaba tremendamente sospechoso. No se sabe de qué modo pudo actuar en esta coyuntura el citado Pérez Rioja, pero, al final, el convoy pudo partir hacia la capital guipuzcoana. Sin embargo, los problemas aún no habían terminado. Una vez en San Sebastián, quienes recelan del cargamento son las autoridades militares del Gobierno constitucional: Dn. Pedro González Velasco ha llevado desde su casa de Zarauz a San Sebastián para traerlos a Madrid 92 [sic] cajones conteniendo objetos de Historia Natural que tenía en su Museo: al llegar a S. Sebastián han sido detenidos los cajones y carretas y bueyes que los conducían por orden del Sr. Gobernador Militar Sr. Valcárcel y se desea que del Ministerio de la Guerra se le diga al Sr. Gobernador Militar que deje libres esos objetos.20
Una orden remitida desde el Ministerio de la Guerra al gobernador militar de San Sebastián, el 4 de julio de 1874, permite que los cajones sean finalmente embarcados en el ferrocarril y lleguen, quizás sin mayores contratiempos, a la capital del reino. Termina así la historia del peculiar museo zarutztarra del doctor Velasco. La de los cráneos de Zarauz aún no. Todavía hoy, cuando, de vez en cuando, la figura de nuestro protagonista salta a la prensa o a alguna página de Internet, el autor de turno suele deleitarse refiriendo alguno de los tres hitos macabros, o los tres, que se han mencionado al comienzo del capítulo; eso sí, sin demasiado interés por explicar lo realmente acontecido.21 Y, por
20 AGMS, expediente personal de P. González Velasco. Sanidad, 1879, legajo G-3583. 21 Con todo, se publica algún texto de interés. Me refiero en concreto a un artículo que firma Andrés Pérez: «El extraño robo nocturno de los 71 cráneos de Zarautz», Público, 30 de mayo de 2010. Disponible en línea: http://www.publico.es/ciencias/ extrano-robo-nocturno-71-craneos.html [consulta; 19-04-2020].
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supuesto, si se escribe desde Euskadi, la mención a los cráneos resulta insoslayable. ¿Qué se puede concluir de todo este singular affaire? En primer lugar, y reiterando lo ya dicho, debe insistirse en que Velasco no destripa las sepulturas del viejo cementerio de Zarauz para arrancar los cráneos a sus legítimos propietarios. Hace algo mucho más sencillo y también menos macabro, aunque muy poco honesto: saquea el osario. En segundo lugar: Velasco no construye su residencia de verano sobre el antiguo camposanto de la localidad; se limita a levantarlo junto a sus tapias, proceder ciertamente algo excéntrico que también debemos cargar en el haber macabro de nuestro protagonista. Y, finalmente, la pregunta esencial: ¿por qué roba esos cráneos? Pues creo que lo hace por una muy sencilla razón, completamente acorde con su inquebrantable e imperecedero compromiso a favor del progreso de la medicina y de las ciencias antropológicas: se siente obligado a reunir cuantos elementos pueda para facilitar el estudio del origen, distribución y características del ser humano, tanto antiguo como moderno, peninsular o de cualquier otra procedencia. Y en este contexto y bajo estas premisas es evidente que el fin justifica los medios; que adentrarse en un osario sin autorización, y con nocturnidad, y extraer unas cuantas decenas de calaveras está por completo justificado. Que el contexto y las circunstancias le resultan del todo propicias y ha de aprovecharlas. Es el mismo razonamiento que le permite, que incluso le obliga a preservar y mostrar los restos del «gigante extremeño». Y, aunque el caso y las circunstancias son ciertamente otras, unas briznas de esa forma de pensar afloran también cuando procede a exhumar y conservar en una urna el cuerpo momificado de su hija Conchita. Hoy, los famosos cráneos de Zarauz que Velasco regaló a Broca se conservan en el renovado Museo del Hombre en París. Los que guardó para su propia colección acabaron en su gran museo del paseo de Atocha en Madrid. Y allí continúan, en los almacenes del actual Museo Nacional de Antropología.
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Capítulo 7 LA NIÑA (Y LA MUERTE) Acabamos de conocer el primero de los tres hitos macabros que jalonan la singular trayectoria vital del doctor Velasco. Ha llegado el momento de abrir paso al segundo, el más íntimo y trascendental: la muerte de su amadísima hija y las circunstancias vinculadas con la preservación de su cadáver. Este es, sin duda, el acontecimiento más dramático que ha de afrontar en su azarosa vida, el suceso que de forma poderosa marca no solo la existencia del Velasco corpóreo, el incansable y batallador cirujano, sino también su imagen futura, la que deambula por el territorio del mito. Por ello, y aunque no se entrará en el análisis de su leyenda, resulta ineludible dedicar un capítulo a Conchita, a su muerte y a su «resurrección».1
La niña María de la Concepción González Pérez nace a las doce del mediodía del 17 de noviembre de 1848, en la vivienda que habita la familia en el número 17 de la calle de Santa Isabel, en Madrid, y es muy probable que sea su propio padre quien la traiga a este mundo.2 Ocultándose su condición de hija ilegítima, es bautizada tres días después en la cercana parroquia de San Lorenzo, en el barrio de Lavapiés. Velasco no ha concluido aún la carrera de Medicina; no es todavía un médico famoso. Se gana la vida con sus trabajos en varios hospitales madrileños y con las clases que continúa impartiendo en1 Para quien esté interesado en tan singular historia, la real y la legendaria, remito a mi anterior libro (Sánchez Gómez, 2017a). De esta obra proviene el contenido del presente capítulo, que contiene algunos cambios y un par de correcciones significativas, que en su momento se indicarán. 2 Datos tomados del registro de nacimientos conservado en el Archivo de Villa, rollo de microfilm 315/94.
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tre sus compañeros estudiantes. Como vimos, es también entonces cuando comienza a elaborar en su propia casa, con las comprensibles protestas de los vecinos por los olores y miasmas que se generaban, los vaciados y modelos que pretendía comercializar a través de la Sociedad Anatómica. Al margen de los pestilentes efluvios que quizás la alcanzan, la niña vive sus primeros años en un entorno doméstico modesto, con pocos o ningún lujo. Pero muy pronto las cosas cambian. Su padre obtiene la licenciatura en 1849 y, enseguida, sus éxitos como cirujano le aportan fama y suculentos ingresos. De hecho, y según se anota en los empadronamientos, al menos desde 1850 la familia cuenta con una sirvienta; en 1863 ya son dos los asistentes, hombre y mujer. La imparable mejora de la economía familiar permite sucesivos, aunque muy cercanos, cambios de domicilio. Además del primero de Santa Isabel, Conchita conoce los de Atocha 149 (al final de la calle), Atocha 135 (hoy 107), un interludio en Atocha 100 (hoy 102) y, de nuevo, Atocha 135, donde fallece. Sí, Conchita muere en la residencia de Atocha 135, no en el número 90, como afirmo en mi libro de 2017. Imagino que el error se debió a que Velasco adquiere el edificio de Atocha 90 en el otoño de 1863, y asumí que para el mes de mayo de 1864 ya lo habrían ocupado.3 Nada sabemos sobre cómo educa Velasco a su niña. Seguro que no acude a ninguno de los escasos y desatendidos colegios públicos femeninos. Tampoco cabe pensar en una educación orientada a una formación integral, ni en nada relacionado con una actividad profesional: ni el ambiente socioeducativo ni la personalidad del padre lo permiten. Sin duda, recibe la instrucción propia de las niñas de familias adineradas: alfabetización, muy básica Aritmética, lecturas «edificantes y propias de su sexo», labores domésticas, quizás Lengua francesa, piano… Pudo haber sido enviada a alguna escuela particular, pero lo más probable es que la visite una institutriz en el domicilio familiar. En todo caso, el objetivo último no es otro que preparar a la niña para un buen matrimonio y, pese al progresismo del padre,
3 Según se informa en el diario La Nación, el 19 de abril de 1865, Velasco se traslada al número 90 de la calle de Atocha la semana anterior.
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hacerlo «como Dios manda». Alguno de los numerosos y fugaces biógrafos del doctor habla excelencias de la criatura, tanto de su físico como de su intelecto; pero hasta qué punto progresa Conchita en ese limitado y sesgado marco educativo es algo que nunca sabremos. Sean cuales fueren sus aptitudes intelectuales —y dejando a un lado tanto las excentricidades del padre como el extraordinario hecho de vivir rodeada de fetos monstruosos, cráneos, esqueletos y animales disecados—, la existencia de Conchita debe de transcurrir relajada y feliz. Sin embargo, desde el mismo momento de venir al mundo, una gravísima circunstancia ensombrece su presente y se proyecta como una terrible amenaza sobre su futuro. Seguramente ella lo desconoce, pero su acomodada y reconocida familia guarda un secreto horrendo, un verdadero estigma que, si no se toman pronto las medidas oportunas, en algún momento habrá de salir a la luz y arruinar sus vidas, sobre todo la de la niña: sus padres no están casados y ella misma es una hija ilegítima, no el fruto bendito de un matrimonio cristiano. Lo que tal circunstancia significa lo explica de forma descarnada el dramaturgo Jacinto Benavente (1959: 92) en sus muy interesantes memorias: Pero a medida que su hija dejaba de ser niña para convertirse en mujer, atormentaba a Velasco el pensar que aquella hija no podía llevar su nombre, era una hija sacrílega. […] ¡Una hija sacrílega! ¿Quién se atrevería a elegirla para esposa, para madre de sus hijos? Y cuando un hombre no se arredrase, porque su amor se sobrepusiera a todo, su familia, sus amistades, la sociedad, en fin, escandalizados los unos, los otros despreciativos, los otros desdeñosos, ¿no le harían un día arrepentirse de haberse dejado llevar solo por el corazón al elegir esposa?
Nadie le habría dicho nunca algo tan brutal a la madre; pero seguro que ella era consciente, más aún que el padre, de que esa y no otra era la cruda realidad, de que eso es lo que habría de suceder si no se sacralizaba de una vez por todas su relación, que hasta entonces no era sino de pecaminoso concubinato. Y, ¿quién es esa madre?, ¿quién es la mujer que durante años viene soportando tan dramática situación? 111
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Desgraciadamente, de la madre de Conchita apenas sabemos nada. Engracia Pérez Cobo había nacido en la localidad madrileña de Nuevo Baztán, el 22 de marzo de 1822.4 Teniendo en cuenta que esta singular población fue fundada, a comienzos del siglo xviii, por el baztanés Juan de Goyeneche y que Velasco sirve en la casa de uno de sus descendientes directos, Luis de Goyeneche, lo más probable es que también Engracia trabajara allí como criada y que fuera en ese domicilio donde ambos se conocieran, quizás ya en 1840, fecha que se anota en el padrón como la de su llegada a Madrid. Poco después, tras abandonar ambos el servicio doméstico, viven ya como pareja bajo un mismo techo; y lo hacen falseando su verdadero estado civil, pues en todos los empadronamientos consultados Velasco consigna, como cabeza de familia, que están legalmente casados. ¿Por qué no han contraído matrimonio? ¿Acaso tiene algo que ver con el progresismo y el republicanismo de nuestro protagonista? No, ninguna relación tiene el asunto con creencias o ideologías. Todo es mucho más sencillo, pero mucho más grave. Como vimos, Velasco hizo voto de castidad durante su etapa conventual, por lo que solo una dispensa papal podía permitirle contraer legítimo matrimonio cristiano. Durante algunos años la situación no parece preocuparle, pues en nada afecta a su actividad profesional. Sin embargo, al cabo de un tiempo, y seguramente inducido por Engracia, el doctor toma conciencia de que la niña crece, de que tendrán que casarla y de que no podrán hacerlo si no legalizan su estado. Velasco cuenta con pacientes de postín entre la jerarquía católica, pero las gestiones para la dispensa no avanzan. Dispuesto a todo para acabar con el estigma, y contundente como siempre, viaja hasta Roma con su esposa y su hija. Allí solicita a Pío IX la dispensa de los votos, asegurándole que no lo pide por él, sino por su inocente niña. El pontífice, inicialmente reacio, acaba cediendo: «Me lo pide un ángel, no puedo negarlo». Esta es la bonita historia con final feliz que nos cuenta Benavente; pero el asunto no fue 4 Este es el año que anota Velasco en los padrones de 1855 y 1863; en el de 1850, sin embargo, escribe 1823. Información consultada en el Archivo de Villa, en los empadronamientos de los años citados, signaturas 2-121-8, 3-224-1 y 2-72-3, respectivamente.
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tan sencillo de resolver. De hecho, Pulido (1894) asegura que vuelve de Roma sin solucionar el problema; que tiene que seguir batallando en Madrid y que, al final, consigue la dispensa gracias a la intercesión de uno de sus más encumbrados pacientes: el cardenal Juan Ignacio Moreno Maisonave,5 que en abril de 1875 bendice su nuevo Museo Antropológico y tres meses después se convierte nada menos que en cardenal arzobispo de Toledo y primado de España. Tanto Benavente como Pulido anotan de forma explícita que el matrimonio se celebra, aunque ninguno de los dos es testigo directo del enlace: el primero no había nacido; el segundo aún no conocía al doctor. En todo caso, Benavente asegura que la cristiana unión tiene lugar mientras vive Conchita, lo que tranquiliza y llena de dicha a Velasco. No conocemos la fecha, pero lo más razonable es pensar que fuera en un momento avanzado, no mucho antes de la muerte de la niña. Todo parece indicar que el viaje a Roma se realiza cuando Conchita se encuentra ya en plena adolescencia, en 1862 o 1863; de hecho, Benavente asegura que la niña muere menos de un año después de la boda. Pero lo más llamativo de tan complejo asunto es que el matrimonio debió de tener carácter secreto, algo posible, legal y habitual en casos como los de Velasco y Engracia, en los que no se desea dar publicidad a la unión cristiana de una pareja de cierta posición social que hasta entonces vive, sin conocimiento de la gente, en concubinato.6 Bajo estas premisas, podrían haberse casado en la parroquia de San Sebastián, en la misma calle de Atocha en la que habitan, donde poco tiempo después tiene lugar el funeral de cuerpo presente de Conchita. Sin embargo, tras haber consultado los libros de matrimonios secretos de esta parroquia, que ciertamente se guar También se cita como Maissonave, e incluso Maisanove. He revisado los libros-índice de matrimonios (libros de actas del Registro Civil) que se conservan en el Archivo de Villa, de 1859 a 1871, en los que aparecen listados por orden alfabético diferenciado los hombres y las mujeres que contraen matrimonio, y en ninguno se menciona ni a Velasco ni a Engracia. El mismo resultado negativo he obtenido tras la consulta de los libros-índice de matrimonios de la Diócesis de Madrid-Alcalá, conservados en el Archivo Histórico Diocesano de Madrid, correspondientes a los años de 1861 a 1868. Estos últimos están escaneados y son accesibles a través de la página web del archivo: archivodiocesanomadrid.es. 5 6
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dan en su notable archivo y que recogen información desde comienzos del siglo xviii hasta 1893, no he encontrado referencia alguna a la boda de Velasco y Engracia. Y tampoco hay constancia de la unión en los libros de matrimonios regulares que he podido revisar para el periodo que va de 1847 a 1866. Solo cabe pensar que, gracias a sus contactos con la más elevada jerarquía católica, la boda se celebra lejos de su entorno, puede incluso que fuera de Madrid. En cualquier caso, con la celebración de su matrimonio cristiano, Velasco y Engracia consiguen algo de mucha mayor trascendencia para ambos que dejar de vivir en concubinato: con ese contrato civil y religioso limpian por fin el nombre de su hija, que deja de ser el fruto de un vínculo pecaminoso y amoral. Jacinto Benavente (1959: 94) lo cuenta con especial emoción: «Contrajo matrimonio con la madre de la hija, su hija fue legitimada, ya podía presentarse ante el mundo con la aureola de su nombre glorioso, ya podía ser la elegida, la esposa del hombre más digno de merecerla sin temor a las preocupaciones sociales, ya era dichosa, en fin». Comienza el mes de mayo de 1864. La felicidad reina en el domicilio de Velasco y Engracia. Ya están cristianamente casados; nada ni nadie puede avergonzar a Conchita. El museo que el doctor despliega en su propia casa, la de Atocha 135, se muestra espléndido y repleto de actividad. A pesar de los problemas y disgustos que le genera la dirección de los museos anatómicos de la Facultad de Medicina, Velasco vive un momento de verdadero esplendor profesional y ocupa, quizás, el puesto cumbre en la cirugía madrileña, seguramente también en la española. Pues bien, precisamente entonces, cuando nada parece imposible y cuando el futuro de la niña se abre ya franco y libre de mácula, unas fiebres tifoideas, recurrentes en los meses cálidos del Madrid decimonónico, acaban con la joven vida de Conchita. Aún no había cumplido los dieciséis años.
La muerte La agonía de la niña es terrible, pero aún es más intensa la que sufre un Velasco desesperado, que nada puede hacer para salvar la 114
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vida de su hija. Del insoportable sufrimiento que durante aquellas jornadas lo atormenta y de la lenta consumición de la niña es testigo directo el pediatra Mariano Benavente, y es su hijo Jacinto quien narra en sus memorias el dramático episodio (Benavente, 1959: 95100).7 El dramaturgo anota que nunca oyó de su padre ni una sola mención sobre el tema, y que fue su madre quien le transmitió los detalles de aquellos funestos días. Es evidente, por tanto, que las tensas escenas que se transcriben no responden a un registro directo de los hechos; no obstante, conociendo el carácter y las formas de actuar de ambos doctores, lo que se anota no debe de separarse mucho de lo que realmente pudo ocurrir. No sabemos cuándo decide Velasco encargar a su íntimo amigo el cuidado de la niña. Quizás no lo haga desde el primer momento; quizás se enfrente él mismo a los iniciales síntomas de la fiebre. Sea como fuere, y ya con el caso en sus manos, el famoso pediatra se conduce de manera poco intervencionista, como hace siempre ante tal patología: prefiere vigilar, hidratar e intentar bajar la temperatura de la enferma. De hecho, poco más se puede hacer entonces contra la infección por Salmonella typhi, que los científicos aún no han identificado como causante de la enfermedad. Es más, pese a los incipientes trabajos de facultativos como el inglés Joseph Lister (Fitzharris, 2018), la mayor parte de la clase médica europea tardará años en aceptar la existencia de los gérmenes y el papel que desempeñan en la aparición y propagación de las enfermedades. Aun así, y según nos cuenta Jacinto Benavente, a su padre se le mueren contados pacientes de fiebres tifoideas. Pero ese «dejar hacer», esa presunta inactividad impacienta a un Velasco hiperactivo que, además, no observa mejoría alguna en el estado de salud de la niña. Al cabo de unos días estalla: «¡Bah! Con tu sistema de dejar a la Naturaleza… Mira, yo voy a probar si, dándole un vomitivo, hace crisis la enfermedad». Benavente se opone con rotundidad. Velasco se enerva: «No quiero más médicos del agua». Al final, a Benavente no le queda otra opción que marcharse. Cuando llega a casa, enfurecido, se lamenta con amargura De aquí provienen las citas de los dos siguientes párrafos.
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ante su mujer: «¡Ese Velasco, ese Velasco!... Va a matar a su hija. Si es otro, le pego, le mato. Pero es su padre, es su padre…». Velasco actúa y Conchita sufre terribles hemorragias intestinales. Se avisa con urgencia a Benavente. Cuando llega al domicilio nada puede hacer por salvar a la niña. Fuera o no consecuencia del proceder del padre, Conchita fallece la madrugada del 12 de mayo de 1864.8 Velasco está fuera de sí; increpa a Benavente por no haberle impedido actuar, por no haberlo «matado» antes de permitirle hacer lo que hizo. Pero, a pesar de su terrible sufrimiento y de lo que los testigos califican como un estado de absoluta desesperación, Velasco no enloquece, al menos no hasta el extremo de quedar incapacitado para actuar. De hecho, él mismo procede a embalsamar el cuerpo de su hija, inyectando por vía arterial la combinación de sustancias antisépticas habitual en estas intervenciones,9 «lo cual realizó [cuenta Pulido] con sumo esmero, mientras torrentes de lágrimas y ahogados quejidos desahogaban la crisis tremenda que padecía su alma destrozada».10 Concluido el tratamiento del cadáver, y tras el funeral de cuerpo presente que tiene lugar en la vecina iglesia de San Sebastián, en la misma calle de Atocha, María de la Concepción es inhumada el 14 de mayo en el cementerio de la Sacramental de San Isidro, al otro lado del río Manzanares, frente a la famosa pradera del santo, en un nicho familiar sencillo.11 La muerte de la niña altera de forma radical la vida del doctor. Según Benavente, «fue el derrumbamiento de todas las ilusiones de 8 En el libro de difuntos n.º 48 de la parroquia de San Sebastián, donde luego se celebra el funeral de Conchita, se anota que la muerte se produjo por «fiebre gástrica, según testificación de facultativos». 9 Por esas fechas, los componentes básicos son arsénico y cloruro de zinc. 10 Ni Pulido ni Benavente refieren quiénes acompañan a Velasco durante ese dramático momento. En un artículo de prensa de 1935, el doctor J. Álvarez-Sierra dice que están presentes Florencio de Castro, Joaquín González Hidalgo —dice Gómez Hidalgo, pero es claramente un error—, Ángel Pulido y Juan Álvarez-Sierra, abuelo del autor. También estaría en la casa Teodoro Muñoz, el supuesto prometido de Conchita, pero fuera de la habitación. El artículo se titula «Entre los muros de San Carlos. El amor más allá de la muerte», y se publica el 4 de julio de 1935 en La Libertad. 11 En la esquela de prensa, en la lápida e incluso en el libro de difuntos de su parroquia se nombra a Conchita como «María de la Concepción González Velasco y Pérez», fusionando en uno los dos apellidos de su muy famoso progenitor.
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su vida». Pero lo más significativo del caso es que afecta a su vida interior, a sus sentimientos íntimos, no a su vida profesional y pública. Es cierto que durante unas semanas parece retraerse a un entorno doméstico, pero muy pronto acomete nuevas empresas, espoleado, sin duda, por el vacío que deja en su existencia la pérdida de Conchita. En su artículo de 1875, Manuel Prieto lo explica de manera apasionada: Muerta la inocente niña, González Velasco, que trabajando ama y amando vive, fija su pensamiento en la juventud y se dedica al trabajo con desesperado afán, para allegar oro, mucho oro, y fundirlo luego en cera, estearina,12 escayola, cartón-piedra; para levantar tres edificios consagrados a la ciencia, uno en la calle de Atocha, otro en Zarauz, y el último, resumen, complemento y condensación de los dos, en la calle de Granada [el gran Museo Antropológico].
De hecho, hemos visto que, aunque inicialmente dimite de su cargo como director de los museos anatómicos de la Facultad de Medicina, pronto recapacita y retira la renuncia. Y si algo puede dar fe de la capacidad de Velasco para afrontar el drama que vive en la primavera de 1864, para comprobar cómo es capaz de elevar su compromiso ético y médico por encima del sufrimiento personal —aunque pronto veremos que esto no es del todo cierto—, es la actitud que adopta como profesional de la medicina ante la epidemia de fiebres que asola la ciudad de Madrid durante los meses de marzo, abril y mayo de aquel año. En efecto, solo unos días después de la inhumación de la niña, el 29 de mayo, publica, en el número 543 de El Siglo Médico, un artículo de cinco páginas que titula, justamente, «Mis opiniones sobre la epidemia que ha reinado en esta Corte» (González Velasco, 1864b). Aunque el texto dice muy poco a favor del Velasco médico, por sus errores de diagnóstico y procedimiento, nos permite comprobar su increíble capacidad para dejar a un lado, al menos de forma mo12 Sustancia compuesta de ácido esteárico y glicerina, utilizada en la elaboración de velas y jabones. Probablemente empleada también en la fabricación de moldes y vaciados.
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mentánea, la enorme pena que lo aflige; para tratar de aportar algo en la lucha contra ese elemento maligno, esa fiebre desconocida, que ni tiene nombre ni se sabe cómo actúa. Pero que deje su personal tragedia a un lado no quiere decir que la oculte, al contrario: se refiere de forma explícita a la enfermedad de Conchita, a su agonía, al inútil tratamiento médico que recibe y al inmenso dolor que le provoca su muerte. El segundo párrafo del artículo impresiona y conmueve: Las desgracias son tanto más terribles cuanto son más irreparables, y el bálsamo que sobre las llagas se ha de derramar es tanto menos saludable cuanto la herida es más profunda. La que queda en mi corazón, despedazado con la muerte de mi querida hija, no se curará jamás; con ella viviré angustiado el tiempo que Dios sea servido, y toda mi vida estará brotando sangre. Por desgracia, no es de esas que el tiempo a la larga suele cicatrizar, no; es de las que la ciencia llama mortales por necesidad.
No menos impactante es su descripción del proceso febril, que sin duda responde a lo que él mismo había observado en su niña: La ansiedad es horrible, se aumentan los esfuerzos que las criaturitas hacen para respirar, abren cuanto pueden sus hermosos ojos, echan miradas que arrancan el alma a los circunstantes, anegados en lágrimas e imposibilitados de socorrer a la desgraciada enferma, y sosteniéndose todavía el pulso, que no guarda proporción ni en fuerza ni en ritmo con la respiración cada vez más angustiosa, cubierta de sudor frío, exhala el último tranquilo suspiro y sucumbe el ángel tutelar de la familia, que vuela hacia Dios, dejando en el mundo a sus padres, huérfanos y sumidos en el más horrible desconsuelo.
Pero, al margen de la literatura y el sentimiento, poco o nada aporta Velasco al conocimiento o a la terapéutica de la enfermedad. Es cierto que hasta 1880 no se identifica el agente causante, pero también es obvio que su análisis es muy poco perspicaz. Yerra de principio a fin en todas sus observaciones, comenzando por las presuntas causas del mal: No hay que buscar fuera lo que tenemos dentro de nosotros mismos; no hay que andar violentando la imaginación acerca del contagio, no: tampoco niego este; al contrario, le admito y defiendo; lo que yo digo es que la bilis retenida en nuestro organismo y no expulsada a tiempo […] es el tósigo matador en la inmensa mayoría de las fiebres.
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Con semejante planteamiento, ¿cómo combatir la enfermedad? Pues de forma tan sencilla como expeditiva: mediante vomitivos. El que bien purga, bien cura, han repetido y consignado en sus obras todos los prácticos. […] la mala bilis que no es expulsada pronto, pronto, se altera con rapidez y se convierte en una levadura séptica, que absorbida, que pasando al torrente circulatorio sanguíneo, envenena la sangre; y descompuesta esta […] se convierte […] en elemento certero matador [en cursiva en el original].
Como sabemos, el vomitivo es el recurso que Velasco utiliza con su hija, con fatales resultados que quizás ya fueran inevitables. Con su insistencia en emplearlo «pronto, pronto», con énfasis del propio doctor, parece como si quisiera justificarse a sí mismo, como si tratara de argumentar que la inactividad inducida por terceras personas hubiera sido la responsable de que finalmente su terapia no fuera exitosa. Y no, no es solo que lo parezca; al final comprobamos que el texto, más que una aportación para el conocimiento de la epidemia, es un acto público de lavado de conciencia y de imagen de su autor. Quizás de forma no demasiado honesta, quizás cegado por el orgullo herido de médico derrotado y el dolor de un padre atormentando, Velasco escribe algo tan autoexculpatorio y, al mismo tiempo, acusatorio como lo que sigue: Muchos prácticos respetables no han podido clasificar claramente la enfermedad. El pronóstico emitido por varios fue lisonjero. En mi casa nadie más que yo dio importancia a la enfermedad al principio, y hasta que nos hallábamos muy adelantados en su curso, nunca se pensó que habría de terminar como ha terminado; todos los que me han favorecido durante su marcha vieron el caso sencillo (excepto D. Antonio Martínez Sáez), común, de color de rosa, lo cual sirvió para que yo me alarmara más, y dirigiera observaciones a los encargados de su dirección, que a no dudarlo, han hecho lo que han podido y sabido, por lo que les agradezco sus desvelos e interés; pues el que hace lo que le dictan su conciencia, sus conocimientos y práctica, no está obligado a más ni otra cosa se puede exigir: lejos de acriminar, les doy gracias por todo [en cursiva en el original].
Pero lo que dice no es verdad, al menos en lo que se refiere a que nada recrimina a nadie. Sí lo hace, y lo repite: 119
Luis Ángel Sánchez Gómez Yo no soy partidario del método expectante en estas enfermedades que entran a sangre y fuego; soy partidario de la actividad, en armonía con las manifestaciones de la dolencia, que ella a su vez no anda con miramientos, y que bien pronto descubre la hilaza: por esto no admito la homeopatía ni nada que no sea obrar en consonancia con una enfermedad que de los quince a veinte o veintiún días nos va a arrebatar al paciente. Yo no me conformo con la idea y la fórmula vulgar —esta es la marcha de la enfermedad y no se puede hacer otra cosa que ver venir—. La marcha natural de un fuego, de un incendio, es la de devorar el edificio o lo que las llamas encuentran al paso; […] si no se las corta y degüella en su curso […], concluirán como el incendio que no se apagó, con el edificio del cuerpo humano [en cursiva en el original].
Resulta sensato que no acepte la homeopatía, pero no que lance una acusación genérica contra quienes piensan que, ante la enfermedad, no se puede hacer otra cosa que esperar y ver. Termina su artículo pidiendo que se lo respete, y asegurando que no se ha propuesto «rebatir ideas», ni «establecer doctrinas», «ni mucho menos zaherir a nadie ni manifestar resentimiento ni animosidad hacia persona alguna». Pero lo que dice no es cierto, aunque se comprende su actitud. Y es que, aunque no lo nombra, el padre de Conchita sí apunta a alguien, sí señala a quien considera responsable, por omisión, de la muerte de su hija; y ese alguien es fácilmente reconocible para los lectores de la revista médica en la que se publica el artículo: el pediatra Mariano Benavente, el gran amigo de la juventud que tras la muerte de la niña dejará de serlo, al menos para Velasco. Y la acusación resulta aún más injusta cuando comprobamos que la propuesta de acción del segoviano nunca habría servido para salvar a la niña. Además de provocar el vómito, se limita a recomendar el uso de la quina «empleada con constancia por todas las vías por donde pueda penetrar en nuestro cuerpo y bajo todas formas», «una alimentación o dieta racional y prudente, el uso de algún sinapismo13 y botellas calientes, si los extremos se enfrían y la cabeza se pone pesada». Es evidente que nuestro protagonista resulta mucho más fiable adentrándose en una patología con el bisturí que afrontando su terapéutica a través del diagnóstico médico. En cualquier caso, esta es la única ocasión Cataplasma a base de mostaza en polvo.
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en la que Velasco escribe de forma explícita sobre las circunstancias de la muerte de la niña. En el futuro la citará y lamentará su pérdida en más de una ocasión, pero ya no volverá a remover el fantasma de su enfermedad. Velasco se enfrenta con entereza y aparente frialdad profesional al proceso epidémico que acaba con la vida de su hija, pero no puede o no quiere afrontar su propio proceso de duelo: ni asume la pérdida ni acomoda sus emociones a la nueva situación. Según Prieto (1875), el doctor se empeña en que la imagen de la criatura le resulte omnipresente: «multiplica las facciones de su hija, multiplica el rostro de ángel de la niña, cuyo busto, en escayola, ocupa un lugar en su gabinete anatómico: cuyo busto, ejecutado en mármol, guarda en su despacho, conserva en Zarauz; cuya fotografía lleva en la cartera, ocupa la cabecera de su lecho y aparece en el coche del doctor». El doctor Tolosa Latour (1882: 20),14 colega y amigo, recordando una de sus visitas al palacete de Zarauz, lo narra de forma más íntima y doliente: Allí, donde quiera se posaran los ojos, veíase cuanto puede recordar un ser querido en profusa prodigalidad, todo hablaba de la niña [sic], y como si todo esto no fuera bastante, en el peristilo, en el salón, en el dormitorio, en el despacho… la misma imagen de aquella simpática jovencita de finas facciones, con su peinado antiguo, su sencillo traje pasado de moda, y su esbelta delgadez de virgen delineada por los negros trazos de la fotografía, vivificada por la pintura o petrificada en mármol, y respondiendo a nuestras tristes miradas con inefable y misteriosa sonrisa.
La «resurrección» Velasco no quiere renunciar a la contemplación del rostro, del cuerpo de su niña; desea mantener junto a sí al menos el envoltorio material, la forma de lo que un día fue su amada hija. La devastación que le provoca la muerte de Conchita es de tales proporciones que, transcurrida más de una década, continúa siendo incapaz de asumir-
14 El texto de Tolosa Latour se publica también en La madre y el niño. Revista de higiene y educación, que dirige el propio Tolosa Latour (n.º 1, enero de 1883).
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la; mejor dicho, se niega radicalmente a aceptarla. Pero los años no han pasado en balde. Ahora el doctor está ya firmemente preparado para enfrentarse al futuro, al suyo y al de la niña, y para hacerlo desde una nueva dimensión. El momento decisivo llega justo tras la inauguración oficial del gran Museo Antropológico. Lo que entonces sucede resulta tan singular que incluso la prensa lo lleva a sus páginas, aunque lo hace unos días después de los hechos y sin ofrecer apenas detalles sobre lo acontecido. En efecto, el 6 de mayo de 1875, el periódico La Farmacia Española recoge en la página 286 esta llamativa anotación: «Exhumación. Se ha concedido autorización al Dr. Velasco para trasladar a su magnífico Museo antropológico, los restos de su hija que falleció hace trece años, y cuyo cadáver fue embalsamado». En realidad, Conchita murió once años atrás y ya había transcurrido una semana desde la exhumación. De todas formas, el hecho en sí del traslado puede parecernos ciertamente extraordinario y, en principio, deberíamos pensar que no es fácil que las autoridades accedan a una petición tan singular. Y, también a priori, cabría suponer que la obtención de los dictámenes favorables tiene algo que ver con los relevantes contactos personales que mantiene el doctor. Pero lo curioso del caso es que nada de eso es necesario, que todo se resuelve de forma rápida y sencilla. ¿Cómo? Pues porque Velasco argumenta que desea trasladar los restos de la niña al museo, no a su domicilio particular, y la legislación nada tenía que objetar en estos casos. En realidad, en modo alguno pretende exhibir la momia de Conchita, ni siquiera «almacenarla» en su gran museo. Quiere tenerla cerca de sí, en su casa, y eso es lo que hace. Por supuesto, si lo hubiera planteado así ante las autoridades, nunca habría conseguido autorización para el traslado. Pero con su artimaña todo va sobre ruedas y en poco más de dos semanas el asunto queda resuelto. El 14 de abril solicita autorización para el traslado a la Dirección General de Sanidad del Ministerio de la Gobernación; poco después, a las autoridades eclesiásticas. El 27 dispone ya de todas las autorizaciones. El expediente que se conserva en la Pontificia Archicofradía Sacramental de San Isidro incluye una nota firmada por Velasco que dice así: «Recibí en este día el cadáver 122
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de mi hija María de la Concepción González Velasco y Pérez. Madrid 30 de abril de 1875». 15 El traslado del féretro se realiza, en efecto, el 30 de abril, el día siguiente a la inauguración, por Alfonso XII, del gran Museo Antropológico. No es Velasco quien nos desvela lo que entonces acontece, sino su principal discípulo, Ángel Pulido, y lo hace en un singularísimo texto publicado solo un par de meses después de la exhumación, en el verano de 1875, que luego reproduce como parte de un extenso libro recopilatorio aparecido en 1883 y que finalmente sintetiza en la biografía de 1894. El escrito original de Pulido es extraordinario, y por más de una razón. Primero, porque está escrito de forma que atrapa al lector, que cree hallarse en medio de un cuento de terror macabro. Segundo, porque se publica en la propia revista médica de Velasco, El Anfiteatro Anatómico Español. Tercero, porque describe pormenores realmente íntimos y sorprendentes de lo allí acontecido, del tratamiento del cadáver por el propio doctor, de sus sentimientos y de sus reacciones, y lo hace sin eufemismos, sin la más mínima intención de ocultar nada, de una forma que casi podríamos calificar de impúdica, aunque en realidad solo pretende ser científica y testimonial. Cuarto, porque Velasco no censura su publicación. Y quinto, porque la narración de un hecho tan singular y cierto es en realidad el «prólogo» de un folletín, que es una especie de relato de ciencia ficción que se desarrolla en el Madrid del futuro, en 1994, en el propio Museo Antropológico, en una España que irónicamente lidera a 15 Para la redacción de mi libro La niña... acudí a las oficinas que la Sacramental de San Isidro tiene en el n.º 1 de la calle del Águila, en Madrid. Me mostraron el registro de inhumaciones correspondiente a 1875, pero no me ofrecieron ninguna otra información. Meses después de la publicación de aquel trabajo, en febrero de 2018, aparecieron en el Museo Nacional de Antropología fotocopias de los «expedientes cadavéricos» de Conchita (n.º 3.512) y de su padre (n.º 23.168), que se conservan en dicha sacramental y que no tuve ocasión de consultar en mi visita a sus oficinas. Dichos expedientes contienen las solitudes y autorizaciones (civiles y eclesiásticas) necesarias para la inhumación, exhumación, traslado y reinhumación de los restos de nuestros dos protagonistas. De una parte, el entierro de Conchita en 1864, su traslado al museo en 1875 y el regreso al cementerio en 1886. De otro, el traslado desde el museo al cementerio de los restos de Velasco en 1943 y su definitiva reubicación en el nicho familiar en 1965.
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todas las naciones del orbe y en la que el doctor Planellas, un remedo de Velasco, consigue nada menos que ¡resucitar un cadáver!, aunque finalmente el éxito lo conduce a la locura (Pulido, 1875d).16 Pero volvamos a la realidad histórica, a lo que sucede el 30 de abril de 1875, tal y como nos lo cuenta ese testigo de excepción que es Pulido.17 El féretro de Conchita es introducido en el museo por la puerta de la entonces calle de Granada, hoy de Alfonso XII. Es muy posible que se suba al primer piso, pues en la planta baja aún se están instalando el laboratorio y la cátedra (el aula), y no existe un espacio de las características que describe su discípulo: una pequeña habitación con una «grande ventana» por la que entra el sol a raudales, y una brisa suave y aromatizada que llega desde el vecino Parque del Retiro. La primavera está en todo su esplendor, pero ni la luz, ni la brisa, ni los aromas que inundan la estancia pueden amortiguar el macabro dramatismo de la escena que allí se va a desarrollar. Sobre una sencilla mesa de trabajo se ha depositado el «amarillo y corroído féretro» que trae en su interior, en un segundo ataúd, los restos embalsamados de Conchita. Solo tres personas están presentes: Velasco, Pulido y un segundo discípulo a quien el cronista prefiere mantener en el anonimato. Quizás se trate de Teodoro Muñoz Sedeño, el presunto novio de la niña, protagonista de posteriores habladurías. El propio Velasco abre las dos cajas, descubre el cuerpo de su hija y le retira el hábito de la Concepción con el que fuera amortajada. Queda desnudo. Pulido asegura: «¡Podía estar orgulloso de su embalsamamiento, porque la ciencia había vencido las leyes de la descomposición, y el cuerpo aparecía exactamente igual como fuera enterrado once años antes!». En sus memorias, Jacinto Benavente (1959: 101), que recordamos no es testigo directo del drama, nos ofrece una impresión no menos exaltada de tan especial momento: «Al contemplarla se desvanecía la idea de la muerte, se esperaba que despertara». 16 En la reedición de 1883 el texto no varía, aunque el título sí, pues pasa a ser «Un descubrimiento del siglo xx» (Pulido, 1883b). 17 Las citas entrecomilladas de los siguientes párrafos, sin mención expresa de la fuente, se toman del texto de Pulido de 1883, que refiere el episodio entre las páginas 563 y 567; pero insisto en que el material se publica por vez primera en 1875.
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El entusiasmo es excesivo. El cadáver no ha sucumbido a la putrefacción, pero su imagen dista mucho de la que podría mostrar una Conchita sumida en un profundo sueño. De hecho, un par de párrafos más adelante, el mismo Pulido se refiere a una cabeza «desnuda y limpia como bola de marfil», a unos «ojos apergaminados, rugosos y hundidos en el fondo de las huesosas órbitas», a unas «mejillas negruzcas y endurecidas», a unos «labios hirsutos, secos y fríos». Es cierto que «los brazos, las piernas, el pecho todavía turgente y elevado, el vientre, todo se conservaba; era lo mismo de once años atrás, pero ¡qué variado! ¡cuán distinto!»; pero lo realmente decisivo es que allí se mantenía «aún la forma después de once años», que «la ciencia había desafiado y vencido a las leyes de la descomposición». Las observaciones de Pulido son correctas, diríamos que profesionales, pero el asunto no es tan sencillo de abordar. Si Velasco y sus ayudantes hubieran estado contemplando unos restos humanos cualesquiera, aunque fueran los de una pobre niña muerta en la flor de la vida, como era el caso, la situación no habría generado la menor tensión en Pulido. Pero es que, ¡tienen ante sí el cadáver embalsamado de la niña del doctor Velasco!, «¡aquella repugnante forma humana era… su hija!», ¡y es su propio padre quien la está manipulando, once años después de muerta y enterrada! Nadie habla, pero Pulido no parece dar crédito a lo que contempla: Pero, ¿qué busca ya en ellos? ¿Qué quiere de aquello que no se atreve a llamar su hija y lo llama el cadáver de su hija? ¿No le aterra pensar que ya no late allí el alma de otros tiempos? ¿No le mata el ver que sus miradas cariñosas resbalan sobre aquel frío y repulsivo semblante? ¡Qué valor tan incomprensible en un padre tan amante y de tan indelebles recuerdos! Aquella muda y a la par elocuente expectación me tortura el alma. Ya el cadáver me estremece, y el padre me causa miedo.
Todo resulta tan tremendo, tan fuera de lo común, que los discípulos del doctor tratan de apartarlo del féretro: «Basta por hoy; nosotros haremos lo que sea preciso». «Dejadme; no me conocéis todavía», es la respuesta del padre. Es entonces cuando palpa el cadá125
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ver, articula las extremidades, comprueba su elasticidad y pronuncia una frase exaltada que luego servirá de base argumental para todos los relatos fantasiosos sobre un doctor desquiciado: «¡Todavía están flexibles! ¡Podría sentarse!». Parece que nunca lo hace, que nunca la sienta a la mesa, pero el «extraño acento» con el que Velasco pronuncia estas palabras aturde a Pulido: «Tan inesperada ocurrencia estremeció mi alma con el frío de un temor horrible. / Miré con fijeza al doctor y ¡dudé de su razón! / Creí que iba a empeñarse en infundir la vida dentro de aquel cuerpo».18 Pero su desquiciamiento no alcanza tales extremos. A continuación, sacan el cuerpo desnudo, lo envuelven en un sudario y lo dejan en esa misma habitación, fuera de la caja, durante todo el verano. El propósito es que se evapore la humedad que aun pueda contener y se produzca por fin el proceso de momificación, sin más intervención directa sobre el cadáver. Ya en otoño, con los restos de Conchita momificados y, por lo tanto, aún más resecos y desfigurados que en el momento de la exhumación, Velasco da rienda suelta a una mente que pocos podrían dudar en calificar de enajenada. La viste con guantes, la calza con zapatos y hace que una modista le confeccione un elegante traje, todo de raso blanco —¡menuda clienta para la costurera!—; la adorna con joyas, la cubre con una peluca y «mancha su rostro con colorete», como dice Pulido. Con la niña vestida y adecentada, llega incluso a pensar en sentarla a la mesa, aunque parece que Engracia, la madre, se opone a tamaño desvarío. Asegura su biógrafo que Velasco guarda la momia —la «muñeca grande», como dirá tiempo después Ramón J. Sender en su famoso relato— en una urna de cristal, que sitúa junto al altar de la «consagrada capilla dispuesta ad hoc en el Museo».19 Esta anotación de Pulido también ha servido para dar pábulo a la idea de que Velasco exhibe la momia de Conchita en el museo. No es cierto: la capilla está en el
18 Hasta aquí llega el relato de 1875 y su reedición de 1883. Lo acontecido con el cuerpo de Conchita tras su momificación lo relata Pulido en el libro de 1894. 19 En realidad, el escritor aragonés publica dos versiones de su narración: una primera integrada en un libro de relatos y una segunda, ampliada, editada de forma independiente (Sender, 1975 y 1980). El relato original había aparecido previamente en sendas editoriales de Montevideo y Nueva York, en 1960 y 1963, respectivamente.
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edificio del museo, pero en las dependencias domésticas del doctor, en su casa —la actual biblioteca del Museo Nacional de Antropología—;20 no es accesible, por tanto, al público que visita el centro. Todos los días se acerca a su niña y le habla; pero, por supuesto, nunca la saca a pasear por Recoletos o El Retiro, como aseguran muchos relatores de la leyenda décadas después. Al cabo de varios meses, el médico segoviano parece recapacitar, al menos en cierta medida. Retira adornos, ropas y pinturas de la momia y vuelve a vestirla con el hábito de la Orden de la Inmaculada Concepción, blanco con capa azul; pero la deja donde estaba: dentro de la urna de cristal en la capilla de su propia casa. Según Benavente, «todas las mañanas su primera visita al despertarse era para su hija; descubría la urna, se sentaba junto a ella y hablaba, hablaba él solo con su hija largo rato…». Desde ese momento, su propósito funerario es claro y contundente: quiere que, llegado el momento, los cuerpos de su hija, de su mujer y el suyo propio sean inhumados en el Salón grande del museo. Al final, cuando por fin llega la muerte, solo sus propios restos ocupan, y únicamente durante poco más de cincuenta años, el epicentro de su gran creación; ni Engracia ni Conchita son inhumadas en el museo. En efecto, Velasco muere en 1882 y es enterrado en el Salón grande. ¿Dónde está Conchita? Pues la niña sigue en su urna de cristal, en la capilla. Por la razón que fuere, quizás por la oposición de su esposa o, simplemente, porque no desea apartarla de su lado y dejarla «sola», rodeada de esqueletos, de cuerpos desmembrados y de visitantes desconocidos…, como si al final estuviera en un vulgar cementerio, Velasco no inhuma los restos de su hija en el museo. Aunque, siendo ya anciano, un Ángel Pulido (1926: 58) con la mente algo confusa y olvidadiza asegura que su maestro acaba enterrando a la niña en el salón, algo que nunca ocurre. El dato es incontestable, y lo demuestra un artículo publicado en La Correspondencia de España y El Debate, el 24 de octubre de 1882, con motivo de la muerte del doctor, donde se asegura que, en la tumba abierta al fondo del salón
20 Son las dependencias con balcones volados que asoman al actual paseo de la Infanta Isabel.
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que ha de acoger su cadáver, Velasco será «acompañado del de su hija, que se conserva ahora en la capilla reservada que tiene el museo». Pero, al final, ese pronóstico tampoco se cumple. De hecho, el mismo Pulido, en la biografía fiable de 1894, indica lo que realmente sucede, que «la viuda, que tantos deseos de su esposo contrariara en vida y en muerte, destinó al cementerio de San Isidro los restos de su hija», el 8 de marzo de 1886.21 Engracia, la viuda de Velasco, había fallecido en diciembre de 1893. Ya no podía protestar por el ataque de quien fuera el discípulo predilecto de su marido. Cabe dudar, sin embargo, de que la conducta de la madre, devolviendo el cuerpo de su hija al cementerio, fuera un acto de deslealtad marital, ni siquiera de deslealtad post mórtem. A lo sumo, quizás fuera un postrer acto de rebeldía, puede que el único, de una mujer sumisa que tuvo que sufrir, hasta extremos indecibles, las excentricidades de un personaje tan radicalmente singular como fue su marido. Lo acontecido con el cadáver de Conchita hasta la muerte de su padre basta para generar una bonita leyenda macabra en torno a ambos personajes y al singular edificio que les da cobijo: a ella muerta y a él vivo —y luego, también muerto—. Desenterrar una hija al cabo de once años, llevarla a casa, vestirla, adornarla, meterla en una urna, contemplarla y hablar con ella a diario no es precisamente algo habitual. Todo eso ocurre, y es una verdad que nadie trata entonces de ocultar. Pero dura poco. Con el retorno del cadáver de la niña al cementerio y el paso de los años, esa historia podría haberse sumido lentamente «en las brumas del olvido», hasta quizás desaparecer del imaginario popular. Pero no es eso lo que sucede; más bien todo lo contrario. Por una serie de circunstancias, escritos y testimonios, la mayoría apócrifos, una tímida Conchita imaginada comienza a formarse y crecer, y lo hace hasta el extremo de acabar expulsando de su lado al cadáver de la niña muerta en 1864 y exhumada once años después, hasta consolidar la leyenda macabra de la hija del doctor Velasco. No es ahora necesario repasar el proceso de formación de 21 Fecha tomada del registro de la Sacramental de San Isidro, en Madrid. El nicho familiar que acoge los restos de Conchita y sus padres es el n.º 2, de la galería 3.ª, en el patio 4.º, cuyo nombre oficial es precisamente Patio de la Purísima Concepción.
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esa leyenda y los cambios que se operan en los discursos; basta con remitir al lector interesado al libro que publiqué, La niña..., en 2017. Pero sí merece la pena recuperar algunas páginas más de ese texto, al menos las que tratan de explicar la conducta del doliente padre. Veámoslo. La medida que pone en práctica Velasco para «resolver» la muerte de su niña no es del todo única —en el libro citado comento casos más o menos equiparables—, aunque sí extraordinaria. ¿Podemos explicar su conducta?, ¿es posible encontrar razones que no solo expliquen, sino que justifiquen de forma objetiva sus singulares actos? Creo que sí. En primer lugar, es evidente que el contexto de bullente actividad que viven las denominadas ciencias antropológicas durante aquellos años genera un caldo de cultivo muy favorable para la ejecución de tan audaz idea. Para los médicos y naturalistas inmersos en tan excitante ambiente, el cuerpo humano, tanto vivo como muerto, se convierte en objeto de estudio de primerísimo orden, que se analiza desde muy diferentes perspectivas y se compara con nuestros más cercanos parientes del reino animal. Se destacan sus singularidades y se trata de determinar lo que nos hace diferentes y únicos. Son años y contextos en los que el cuerpo humano se mide, se pesa, se articula y se desarticula; en definitiva, se cosifica. Cráneos, esqueletos, vaciados, preparaciones, maniquíes anatómicos y etnográficos, máscaras funerarias…, todo se pone al servicio de las ciencias antropológicas y todo, o casi todo, se estudia, se exhibe y se compara. ¿Por qué digo todo esto? Pues sencillamente para dejar constancia de que en ese contexto científico y en la propia mente de Velasco caben todas las formas, todas las manifestaciones y todas las condiciones de lo humano: lo material y lo espiritual, lo sano y lo patológico, lo normal y lo monstruoso, lo doméstico y lo exótico, lo primitivo y lo moderno, el cuerpo vivo y el cuerpo muerto. Por supuesto, su niña no es un mero espécimen que pueda ser estudiado, catalogado, desmembrado o preservado como cualquiera de los cuerpos que forman parte de su amplísimo historial de disecciones o de sus colecciones museográficas. Pero, se quiera o no, la Conchita física no es, finalmente, sino un cuerpo humano más, tan manipulable, tan perecedero 129
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y, hasta cierto límite, tan cosificable como cualquier otro. Y es aquí donde su intensa familiaridad con los cadáveres le permite enfrentarse al cuerpo muerto de su hija, a su embalsamamiento, a su exhumación, a su momificación, a su preservación y a su «adoración», de una forma única y extraordinaria: combinando la angustia del padre que pierde a su niña con la profesionalidad del embalsamador, del anatomista y del museólogo. Y, aunque para nosotros todo lo concerniente al caso de Conchita resulta el colmo de lo macabro, él nunca habría aceptado que su proceder con la niña se calificara como tal. Por eso, no piensa que su conducta y el hecho de preservarla puedan interpretarse como algo que no sea una intensa y sincera demostración de amor paterno. Probablemente, también razona así buena parte de la sociedad madrileña de la época, al menos mientras Velasco vive. Da la impresión de que toda esa vorágine anatómico-antropológica que seduce al doctor y a otros estudiosos de su época también atrapa, obviamente desde una perspectiva diferente, a una parte no desdeñable de la sociedad, a esa burguesía y clase media que lee la prensa y que tiene algún tipo de información sobre todo aquel frenesí publicista e investigador. Toda esta gente asume la conveniencia y hasta la necesidad de estudiar, manipular y exhibir cuerpos humanos o partes de cuerpos humanos, lo que seguramente contribuye a que ni el gran Museo Antropológico ni la instalación allí de Conchita, aunque en la zona doméstica y sin ser exhibida, generen un rechazo explícito entre la población. O también cabe, simplemente, que en el Madrid del último tercio del siglo xix la muerte continúe estando tan presente, siga siendo tan cotidiana, sobre todo la de niños y adolescentes, que esa muerte y esos muertos se sientan mucho más cercanos de lo que hoy nos pudiéramos imaginar, y que esa cercanía anule cualquier atisbo de crítica o rechazo.
¿Por qué? Hemos comprobado que tanto Velasco como el entorno profesional y social que lo rodea asumen con pasmosa normalidad el hecho de que se preserve a la niña en casa, aunque es cierto que su 130
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argumento fue que la trasladaba al museo. Con todo, y al margen ya del engaño, no deja de ser llamativo que ni las autoridades eclesiásticas ni las civiles hagan el más mínimo comentario sobre tan singular proceder. Sea como fuere, el asunto está hecho: gracias a su argucia, Velasco puede trasladar a su casa-museo el cuerpo embalsamado de la niña. Ahora bien, ¿por qué lo hace? Es evidente que Velasco podría haber conservado memoria de su hija de una forma menos radicalmente corpórea que la elegida. Una buena opción habría sido la fotografía. De hecho, durante once años acepta que sean varios retratos fotográficos y sendos bustos los elementos que materialicen el recuerdo y la imagen de su querida niña. Sin embargo, transcurrido ese tiempo, opta por algo muy distinto, algo que nos atreveríamos a calificar como ética, estética y hasta culturalmente revolucionario: exhumar a Conchita y llevársela a casa. ¿Por qué espera once años?, ¿por qué no lo hace antes? La legislación vigente al respecto en 1864 es la misma que se aplica en 1875, por lo que mucho antes de esta última fecha podía haber realizado el traslado, argumentado, como lo hará once años después, que los restos de la niña iban a integrarse en su ya entonces famoso museo de Atocha 90, donde desde tiempo atrás se guardaban otros muchos restos humanos preservados. Quizás no lo hace porque no se siente preparado; porque nunca pensó que algo así pudiera suceder, porque nunca imaginó que Conchita falleciera en plena adolescencia. O quizás piensa que esa vivienda y ese museo no son lo suficientemente dignos como para convertirse en la postrera morada de su niña. Sea como fuere, con el paso de los años algo debe de ir madurando en la mente de Velasco, algo que no es precisamente el hecho de aceptar esa muerte, de asumir esa ausencia. Lo que crece en su interior es el proyecto de devolverla a casa, de recuperar al menos su forma, la materia que acogió a su espíritu, al alma de su niña. Y de que descanse en una construcción realmente extraordinaria, no en un vulgar edificio como el de una calle cualquiera de Madrid. También debemos asumir que, a pesar del carácter enérgico de Velasco, de su apabullante «superioridad intelectual» y del contexto de dominación machista tan propio de la época, Engracia, la madre de 131
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Conchita, probablemente se opone, y quizás retrasa, los excéntricos planes de su marido. Pero poco más puede hacer. La voluntad de Velasco es inquebrantable y nada lo puede detener. Con el nuevo museo en marcha, la que debería haber sido la última y grandiosa residencia de la niña queda dispuesta para recibirla. En todo caso, si analizamos los hechos con objetividad, la rebeldía del doctor frente a la inevitabilidad de la muerte y las miserias de la putrefacción resulta comprensible. Desde sus primeros contactos con los hospitales y la medicina, Velasco empeña todas sus energías en combatir la enfermedad y el sufrimiento de las gentes, en retrasar todo lo posible el triunfo de la muerte. Y como esta, al final, siempre se impone, su obsesión no es otra que luchar contra la pudrición de la materia orgánica, para, de una parte, aliviar la desazón que acomete a los familiares ante la progresiva e inapelable destrucción de un ser querido; de otra, para conseguir preservar al menos parte de lo que fue un organismo vivo y contribuir así al progreso de la anatomía y la ciencia de curar. Con la muerte de Conchita, Velasco pierde su personal guerra contra la enfermedad. Pero inmediatamente después, y pese al inmenso dolor que casi lo atenaza, es perfectamente capaz de enfrentarse a ese otro enemigo que se esconde en la retaguardia: la putrefacción. Embalsama el cuerpo y sale airoso del lance. Pero, de nuevo, Velasco es consciente de que el triunfo final sobre la descomposición y la substracción a la definitiva desaparición material del cuerpo de su hija solo podrá alcanzarlo en el futuro, en un momento muy posterior: cuando tanto él mismo como el cadáver de Conchita estén preparados para asumir las consecuencias de un verdadero proceso de momificación, un proceso que asegure a ese cuerpo, a esa forma, a su niña, la eternidad. No sabemos si ocurre ciertamente así o si la idea última de la momificación llega más tarde. Lo importante es que llega y se materializa, y lo hace de forma clara y contundente, sin tapujos, con un propósito perfectamente definido: que la niña descanse en una urna de cristal en su propio domicilio, para así poder contemplarla y «hablar» con ella cada día, como si nada hubiera pasado, como si su muerte y sus once años de ausencia hubieran sido solo un mal sueño. 132
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Objetivamente, la conducta de Velasco es de una excentricidad que raya en el delirio, o quizás solo es una extraordinaria muestra de hasta dónde puede llegar la iniciativa de un singularísimo hombre de acción, ajeno a los convencionalismos sociales. Con todo, y al margen ya de cualquier valoración de índole moral, en su forma de proceder con los restos de la niña se aprecia una contradicción intrínseca sobre la que advierte Jacinto Benavente (1959: 102) en sus memorias, cuando rememora el papel desempeñado por su padre, Mariano Benavente, durante la enfermedad y la dramática muerte de Conchita. Dice así el dramaturgo: El doctor Velasco estaba considerado como materialista, y lo era sin duda cuando creía que todo lo que había sido su hija era ya solo aquel cuerpo embalsamado por él con tanto esmero para librarlo de la corrupción por cuanto tiempo fuera posible… Entonces, ¿por qué hablaba? ¿Quién creía que podía escucharle y menos responderle?... Y si alguna vez oyó en su interior una respuesta, ¿quién pensó que podía responderle?
Aunque me atrevo a decir que las palabras de Benavente tienen un cierto tono de reproche, lo que escribe es perfectamente razonable. El segoviano no es un creyente. Aunque por mera retórica lo cita e, incluso, se encomienda a él en más de una ocasión, Velasco no cree en el dios cristiano, ni probablemente en ningún otro. Tampoco en la resurrección de la carne, ni en la vida eterna.22 No cree en el reencuentro con su hija en el más allá. Sabe que la niña se fue para siempre una funesta madrugada del mes de mayo de 1864; que no volverá a oír su voz, que nunca más podrá sentir sus caricias, ni sus besos, ni su cariño, ni su calor. Pero hay algo más: él sabe mejor que nadie lo que le ocurre al ser humano cuando fallece. Conoce a la perfección lo que significa la muerte de un ser vivo, la muerte de una persona. Durante décadas ha convivido con el proceso de putrefacción de la carne, incluso lo ha favorecido y potenciado, cuando el objetivo era 22 Si apenas niño decide embarcarse en la carrera eclesiástica es para poder salir adelante, para no sufrir una vida de miseria y privaciones como la que llevaron sus padres. Aunque es cierto que el coste era alto, y pienso, sobre todo, en el celibato.
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hacerse con los huesos, con el cráneo o con el esqueleto completo de un cadáver, y de ninguna manera desea que el cuerpo de su querida niña sufra un proceso tan repugnante. Pero también sabe que, aunque el embalsamamiento lo retrasa y la momificación lo puede llegar a detener durante décadas e incluso siglos, en realidad su niña ya no está en esa materia que con tanto esmero preserva, ¿o quizás cree que sí? No, es evidente que no. Conserva la momia como una verdadera reliquia; sabe que el alma de su niña ya no está allí, pero sí se mantiene la forma. Por eso la visita, por eso le habla. Sin duda lo hace ya frente a su fotografía y ante su tumba, pero con ella en casa todo es más intenso, más cercano, más «vívido». Es claro que a nosotros aún nos sigue resultando extraño, muy extraño. Desde nuestra perspectiva, podemos preguntarnos cómo es posible que continúe viendo en el rostro frío, seco y renegrido de esa «muñeca grande» el cálido semblante de su amada hija. La respuesta es sencilla: porque cuando lo mira no ve el rostro de la momia. Igual que es capaz de mirar a los cadáveres, a los despojos humanos con avidez, casi con amor (de científico), no puede dejar de ver la forma y los rasgos de su hija en aquello que un día fueron realmente su forma y sus rasgos, por muy alterados que ahora se muestren. Y, ¿cuál es la circunstancia última que explica ese desmedido amor, esa obsesión por mantener junto a sí a la niña? ¿Podemos pensar que existe algún tipo de relación incestuosa previa, aunque sea inconsciente? Si así fuera, ¿se proyecta y perpetúa a través de una parafilia sexual necrófila o, al menos, de un vínculo necrófilo meramente ideal? Conociendo la personalidad del doctor, hasta donde nos lo permiten sus escritos y la documentación disponible, la respuesta a esas preguntas es un rotundo no. Velasco adora a su única hija. Fuera de una actividad profesional que ciertamente le apasiona, y lo agota, ella es su única alegría, su única distracción, aunque tras su muerte quizás lo martiriza no haberle dedicado todo el tiempo que se hubiera merecido. Hemos de suponer que también ama a su esposa, pero es un amor muy distinto al que siente por su niña. No sabemos si en algún tiempo fue un amor apasionado, pero intuimos que el vínculo afectivo termina resultando marcadamente formal y patriarcal, más 134
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aún por la enorme distancia intelectual que pronto, y de manera cada vez más intensa, distancia a la pareja. Lo quiera o no, y pese a la encumbrada posición social que alcanza, ella será siempre una antigua criada, muy probablemente analfabeta; él se convierte en un doctor en Medicina de fama nacional. Para Velasco, Engracia es la madre de su hija, sí, pero puede que no mucho más. Su niña, sin embargo, lo es todo. Lo es en el presente, en el día a día; pero lo habría de ser aún más en el futuro: habría de ser dicha, cariño y cuidados durante la vejez. Y con su temprana muerte todo se esfuma; peor aún, sobre ese inmenso vacío se asientan el sentimiento de culpa y la desesperación, y nada ni nadie puede expulsarlos. Solo hay algo que puede aliviar su dolor: rescatar a su niña del mundo de los muertos y devolverla al territorio de los vivos. «Vivirá» dentro de una urna, sí; pero para Velasco realmente «vivirá». Y puede afirmarse que el doctor hace lo que hace por amor, porque quiere, porque dispone de los conocimientos necesarios para hacerlo, porque el entorno académico-profesional en el que se mueve —el que realmente le da la vida— casi lo empuja a hacerlo, porque las autoridades se lo permiten —o hacen la vista gorda—, porque el entorno social no se escandaliza y porque dispone de un lugar muy especial, su nuevo y gran museo, que considera digno de ser la postrera morada de la niña.
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Capítulo 8 EL MUSEO ANATÓMICO-PATOLÓGICO Estudiar el affaire de Conchita nos ha permitido comprender determinados rasgos de la personalidad de Velasco y conocer algunas de sus obsesiones médico-profesionales, aunque también nos ha conducido por territorios que se alejan de forma notable de la biografía académica y profesional de nuestro protagonista. Es hora de retomarla.1
Nueva casa y nuevo museo Como vimos en capítulos previos, la dirección de los museos anatómicos de la Facultad de Medicina madrileña no reduce la actividad que desarrolla al frente de su propio museo; de hecho, probablemente, las tareas que desempeña en la Universidad le facilitan disponer de nuevas piezas para su centro. En esa coyuntura, ya a comienzos de la década de 1860, el imparable incremento de las colecciones conduce a una situación agobiante en el domicilio de Atocha 135. Como su boyante situación económica se lo permite, Velasco soluciona el problema de forma drástica. En el otoño de 1863 adquiere un viejo edificio en la acera de enfrente, en el n.º 90 (hoy el 92), y, tras superar ciertas dificultades con el ayuntamiento, lo derriba y allí levanta su nueva vivienda.2 La finca es estrecha, aunque profunda. La fachada presenta hoy una imagen muy transformada, pero hemos de reconocer que el diseño original tampoco es especialmente atractivo: resulta extremadamente austero, casi monacal, aunque esto último bien podría ser considerado un insulto por nuestro protagonista. En 1 Al igual que en el capítulo 4, el que ahora se inicia revisa y amplía el material publicado de forma previa por el autor (Sánchez Gómez, 2015). 2 El expediente de construcción se conserva en el Archivo de Villa, en Madrid, con la signatura 4-280-22. El edificio continúa en pie, sin indicación alguna en su fachada que recuerde que allí vivió y tuvo su museo el doctor Velasco.
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el entresuelo, es decir, entre la planta baja y la «principal», es donde el doctor instala su flamante nuevo museo. En abril de 1865, el ahora bautizado de forma explícita como Museo Anatómico-Patológico se encuentra ya a pleno rendimiento. Aunque todavía quedan unos pocos años para que Velasco se vea encumbrado a una de sus máximas aspiraciones vitales, la condición de catedrático de Universidad, y aunque sigue padeciendo más de un problema como director de los museos anatómicos de la Facultad, el arranque del año resulta pletórico para nuestro protagonista en lo estrictamente personal: continúan sus éxitos como cirujano y su nuevo museo supera con creces al anterior. Como dice Pulido (1894: 61), «muerta su hija convirtió todos sus amores a la patria, a la juventud, a la enseñanza, y muy especialmente al desarrollo opulentísimo de su Museo Antropológico para bien de aquellos tres cultos fomentado». La ampliación y mejora del museo se convierten entonces en un objetivo prioritario, y a ello se suma el fomento de nuevas iniciativas con las que parece querer expandir su ámbito de intereses, dando paso a proyectos más ambiciosos, en los que la medicina y la anatomía se alían con las «nuevas ciencias antropológicas». El más importante es la creación de la Sociedad Antropológica Española. Aunque será en el capítulo siguiente cuando conozcamos tan relevante institución, ahora es necesario comentar el acto de su constitución formal, celebrado el 14 de mayo de 1865, ya que tiene lugar, precisamente, en el nuevo museo de Atocha 90, y lo que publica un diario sobre aquella jornada nos permite adentrarnos en tan singular espacio.3 La exposición ocupaba la primera planta del edificio y tendría, según datos actuales del catastro, una superficie de 150 metros cuadrados. El articulista lo explica con detalle: El salón es muy capaz, recibiendo la luz por la parte superior, y sólido, gracias a varias columnas de hierro pintadas de blanco, con adornos dorados. A uno y otro lado se encuentran las paredes cubiertas por una elegante estantería, en la que campean ejemplares de anatomía patológica, monstruosidades, etc., ocultas por vidrieras con cortinillas.
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La Soberanía Nacional, 15 de mayo de 1865.
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El Museo Anatómico-Patológico En medio de la habitación, y dentro de una caja de cristal, hay un esqueleto. A la derecha y sobre atriles de terciopelo, están colocados colosales atlas de anatomía, y entre atril y atril magníficos y costosos microscopios que descansan sobre ménsulas, tapizadas también de terciopelo. En el testero del salón y en la parte superior se lee: nosce te ipsum: a las ciencias antropológicas: libre examen. Debajo, y a los lados sobre dos pedestales, se alzan los bustos del doctor González Velasco y su malograda niña. A la derecha y sobre las columnas, en una línea dice: A los hombres ilustres de Tebas, Alejandría, Areópago de Atenas, Salerno, Montecasino, Guadalupe, Zaragoza, Valladolid y Madrid, y más adelante: A las glorias de la patria. La cornisa del testero de la derecha sostiene los bustos de Hipócrates, Aristóteles, Herófilo, Erasístrato, Galeno, [José Miguel] Guardia [Bagur (?)], [Juan] Drumen [Millet] y otros hombres notables en ciencias médicas [cursiva en el original].
Llama la atención la teatralidad del espacio: las columnas blancas con dorados, los atriles cubiertos de terciopelo, los bustos, las inscripciones y las cortinillas de algunos armarios, que impiden que personas sensibles o no preparadas contemplen aquello que nunca deberían contemplar. Aparece ya el famoso Nosce te ipsum, que años después campea sobre el friso de su gran Museo Antropológico, y también se hace mención a las «ciencias antropológicas», aunque, en realidad, los personajes y lugares históricos que se evocan en los bustos y escritos que completan la decoración del salón pertenecen exclusivamente a la historia de la medicina. La inscripción «Libre examen» reivindica la libertad de cátedra y sintetiza la ideología política progresista de nuestro protagonista, que le habrá de generar tensiones y problemas, y algún goce, hasta el final de sus días. Por supuesto, en este nuevo centro continúan las clases particulares del doctor, para las que ahora dispone de nuevos materiales y mejores instalaciones. Como hacía años atrás, sigue publicitando su «curso teórico-práctico especial» en la prensa médica, con ese mismo lenguaje cercano y paternal que tanto éxito le había procurado. Con todo, ahora introduce un llamativo proemio. Y las aulas se llenan: 139
Luis Ángel Sánchez Gómez Escuela española de medicina y cirugía, basada en la demostración, en el esperimento, en el raciocinio; deducidas sus doctrinas de la anatomía en todas sus asignaturas, principalmente de la histológica, la descriptiva, la topográfica, la patológica, estudiadas, la primera y esta, con el microscopio y los reactivos y aquellas sobre el cadáver, verdadero libro; comprobándolo todo por la observación clínica, única piedra de toque de todas las doctrinas y principios que hoy dominan en la ciencia. […] Mi trabajo será constante, las demostraciones serán prácticas, ya con trabajos naturales, ya artificiales. Para ello cuento con objetos numerosos que componen mi Museo, donde podrán al mismo tiempo utilizar las colecciones diversas que poseo, asimismo para el estudio de otras asignaturas.4
Más visitantes ilustres Aunque es evidente que el nuevo y ampliado museo eleva aún más el prestigio científico y profesional de su propietario, Velasco no se regodea en las mieles del éxito y continúa aún con mayor empeño su proyecto de vida. Más allá de los mensajes a favor de la libertad que recorren sus muros, este segundo museo puede y debe convertirse en una herramienta política de propaganda a favor del progreso científico y social. Y aunque es en el tercero y último, en el gran Museo Antropológico, donde tienen lugar los acontecimientos políticos más relevantes de la vida del doctor, ya en el local que nos ocupa se documentan tres llamativos encuentros entre ciencia y política: el primero lo prestigia de forma brillante; el segundo es de carácter esencialmente ideológico y personal; el tercero es el de mayor calado político y profesional, aunque al final no conduce a (casi) nada. El primer acontecimiento digno de mención es la visita de un muy ilustre personaje de la realeza europea: nada menos que el príncipe heredero de Mónaco, el futuro Alberto I. Cuando Albert Honoré Charles Grimaldi se acerca al domicilio del doctor Velasco, en 4
El Genio Médico-Quirúrgico, 7 de octubre de 1869, pp. 547-548.
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mayo de 1866, aún no ha cumplido los 18 años. ¿Qué hace en Madrid tan principesco personaje? Pues se encuentra en España porque se ha incorporado, o va a hacerlo de forma inmediata, a la Academia Naval, sirviendo luego en la Marina Española durante cuatro años, hasta alcanzar el rango de capitán de navío. Es bien conocida la pasión del príncipe por la navegación, la oceanografía y las exploraciones, pero también su interés por la prehistoria y la paleontología, que lo lleva a fundar algunas destacadas instituciones de investigación en Mónaco y Francia, y a financiar excavaciones arqueológicas en España. La visita de 1866 prueba que esa atracción del futuro rey por las ciencias antropológicas se remonta a su juventud. Desgraciadamente, lo único que sabemos de aquella jornada, un 3 de mayo, es que hizo de guía el oftalmólogo Francisco José Delgado Jugo, amigo de Velasco, y que el príncipe «observó con mucha atención todos los objetos de que se compone dicho museo, parándose muy particularmente en la Sección de craneología».5 En medio de ese ambiente, que casi se podría calificar de eufórico, se documenta una nueva visita al museo, esta con mucha mayor carga ideológica. Es la que realiza, el 18 de mayo de 1871, un grupo de ciudadanos portugueses —entre ellos médicos, periodistas, profesores, ingenieros, militares y algún «rico propietario»—, que forman parte de una extensa comitiva recibida unos días antes en la capital del reino. Han llegado en tren a través de la línea directa Madrid-Lisboa, que había sido inaugurada solo cinco años atrás, en octubre de 1866, y lo han hecho gracias a la singular iniciativa de un destacado político español, progresista y ferviente defensor de postulados iberistas, Ángel Fernández de los Ríos. Aunque la estancia es de solo una semana, la actividad que despliegan es muy intensa, e incluye una ofrenda en la tumba del gran héroe progresista e iberista asesinado solo unos meses antes en Madrid, el general Prim. Ese mismo día visitan el Museo Anatómico, acto que se recoge de forma entusiasta en La Iberia:6
La Correspondencia de España, 5 de mayo de 1866. La Iberia, 20 de mayo de 1871.
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Luis Ángel Sánchez Gómez El señor Velasco enseñó a los visitantes la numerosa colección de cráneos que posee, ya normales, ya patológicos, así como el vaciado en yeso del famoso por lo cruel y despiadado conde de España,7 y el natural del inmortal Vallés, llamado el divino.8 Entre los esqueletos hizo notar a los lusitanos el de un criminal que a los veintiocho años de edad había cometido catorce asesinatos […], y el de un negro cuya desproporción en los radios de los miembros torácicos manifiesta la distancia que separa a la raza caucásica de la africana.9 Pieza por pieza y objeto por objeto, el señor Velasco hizo notar a sus huéspedes las inmensas riquezas científicas que posee.
El recorrido continúa con la contemplación de las piezas de anatomía patológica, los «poderosos microscopios» y el «arsenal de instrumentos quirúrgicos»; finalmente, los invitados conocen la cátedra (aula) y el laboratorio, «donde reputados artistas, bajo la dirección
7 Sin duda, se trata de Roger-Bernard-Charles d’Espagnac de Ramefort (17751839), conocido como conde de España y Carlos de España, noble y militar francés enrolado en el Ejército español y fiel servidor de Fernando VII. Su sadismo y crueldad fueron proverbiales, muy especialmente durante su etapa como capitán general de Cataluña. Asesinado con saña por sus propios correligionarios, se cuenta que alguien se apoderó de su cráneo. En La senda dolorosa (Madrid, 1928), Pío Baroja se hace eco de la leyenda, presentando al frenólogo catalán Mariano Cubí en una mágica y alucinada conversación con la calavera del conde. 8 Francisco Vallés (o Valles), conocido como el Divino (1524-1592), es una de las figuras de la historia de la medicina idolatradas por Velasco. Cuando construye su gran museo del paseo de Atocha, una escultura suya —acompañada por la de Miguel Servet— flanquea la gran escalinata de acceso. Curiosamente, los restos de Vallés fueron localizados no hace mucho, en abril de 2011, en la Capilla de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá de Henares. No se tenía noticia de ellos desde la exhumación, que tuvo lugar en mayo de 1862, con motivo de unas obras realizadas en la iglesia de la Universidad que obligaron a un desplazamiento del sepulcro. En el ceremonioso acto de reinhumación de los restos de Vallés, que tiene lugar el 19 de diciembre de 1862, está presente Velasco, quien, en esa misma jornada, realiza un modelo del cráneo y de un fémur con destino a la Facultad de Medicina. El Siglo Médico, 469, 28 de diciembre de 1862, pp. 825-828 y 474; 1 de febrero de 1863, pp. 76-78. También hace sendas copias para su museo y para la Real Academia de Medicina de Madrid. El Siglo Médico, 483, 5 de abril de 1863, p. 223. No es posible, por tanto, que en 1871 mostrara a los visitantes portugueses el cráneo «natural» del médico, sino la citada reproducción. 9 La ideología progresista de Velasco, del diario y de los visitantes no es incompatible con tan singular y racista anotación.
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del señor Velasco, construyen en cera, cartón-piedra o escayola los ejemplares que enriquecen el museo». Y solo unos días después de tan exitosa y significativa jornada, el 1 de junio, visita el museo de Atocha 90 el personaje más relevante que podría haberlo hecho nunca: nada menos que el nuevo rey (constitucional) de la nueva España (democrática), Amadeo I de Saboya. Curiosamente, solo he documentado dos medios que informan del acontecimiento: una brevísima nota de El Imparcial y un detallado y entusiasta artículo de La Iberia, el diario republicano e iberista que dirige, precisamente, Fernández de los Ríos. La prensa conservadora, y otra que en teoría no lo es tanto, no parece interesada en destacar tan notable éxito personal de Velasco. El ultramontano La Regeneración refiere la visita, pero con tono de burla.10 Pese al boicot informativo, el acontecimiento debe ser interpretado como un rotundo respaldo del monarca al empeño científico de nuestro protagonista. Así lo hace La Iberia, donde se afirma que «El Rey, al honrar la casa de nuestro amigo, hombre del pueblo, y cuyo amor a la humanidad y a la ciencia raya en lo imposible, ha dado una prueba más de la ilustración que le distingue y de lo digno que es de ocupar el solio español».11
Nuevas y muy singulares piezas La intensa actividad social y política que desarrolla Velasco durante estos años en modo alguno implica que deje a un lado su fervor coleccionista. En 1867, la Exposición Universal de París le ofrece la oportunidad de mostrar a Europa, y al mundo, al menos una parte del rico entramado científico y museístico que ha levantado. Es el único español que participa en el apartado de preparaciones
10 Esto es lo que dice en su edición del 3 de junio de 1871: «D. Amadeo ha ido progresistamente a visitar al doctor Velasco, en la calle de Atocha, a quien dicen ha nombrado médico de Cámara. D. Amadeo se quitaba el sombrero, según su costumbre, para saludar». Por supuesto, Velasco nunca fue nombrado médico de cámara del rey. 11 La Iberia, 2 de junio de 1871.
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y vaciados de la Sección Médica, donde exhibe «un busto pequeño de cuerpo entero para estudiar los músculos, una mano y parte del brazo considerablemente aumentadas de volumen, y cuyo color de la piel está bastante bien imitado, y algunos otros objetos».12 Aunque parece que es recompensado con una medalla de bronce, el asunto no va más allá.13 Eso sí, aprovecha la ocasión para editar, un par de años más tarde, un breve folleto que, pese a lo indicado en su título, poco o nada tiene que ver con la exposición parisina, pues es un nuevo alegato en contra de la situación en que se halla la enseñanza de la Medicina y la Anatomía en España, y a favor de su propio trabajo al frente de los museos anatómicos de la Facultad, de cuya dirección había dimitido unos meses atrás (González Velasco, 1869). En cualquier caso, y al margen del episodio parisino, siguen entrando nuevas piezas al museo y, como en épocas previas, el doctor mantiene vivo su interés por reunir modelos, preparaciones y muestras de llamativas patologías y de casos teratológicos. Puede tratarse de un enorme tumor canceroso, de algún adenoma gigantesco, del vaciado de la cabeza de «un idiota toledano», de un alargadísimo cráneo dolicocéfalo —con presuntos indicios de que «el individuo se masturbaba»— o de fetos humanos monstruosos. La descripción que se hace, en su revista médica, de uno de estos últimos casos, y de las circunstancias de su obtención, dan idea del ambiente que se respira en los sucesivos museos del doctor: Feto monstruo curioso, que nació con un exónfalo [hernia umbilical], saliendo a través del ombligo una porción del peritoneo con varias asas de los intestinos delgados. Sus formas son elefantiásicas,14 tenía un hidrocéfalo,15 su esqueleto estaba en general reblandecido, y los huesos del cráneo poco adelantada la osificación.
12 Cortejarena. «La Medicina en la Exposición Universal de París. III», El Siglo Médico, 722 (1867), p. 700. 13 La Correspondencia de España, 25 de septiembre de 1867. 14 Esto es, con enormes inflamaciones. 15 Cráneo muy voluminoso, por acumulación de agua en el cerebro.
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El Museo Anatómico-Patológico Para obtener este ejemplar fue preciso sacrificar algún dinero y trabajar mucho hasta persuadir a un sepulturero de la utilidad científica que resultaba en examinar dicho caso.16
En numerosas ocasiones, como en la citada, el interés de las piezas se circunscribe al ámbito de la mera casuística teratológica, lacra de la que Velasco es solo una víctima más durante aquellos años. También se incorporan objetos no vinculados con la práctica médica, unos adquiridos por el doctor y otros procedentes de donaciones. Como en el caso de la tsantsa mencionado en el capítulo cuarto, algunos materiales combinan un presunto interés anatómico-antropológico con el etnográfico. Así pudo ocurrir con un pretendido «cráneo australiano de una cabeza momificada». Sin embargo, será a partir de 1875, ya en el nuevo museo del paseo de Atocha, cuando la donación de curiosidades de todo tipo y condición se incremente de manera exponencial. A pesar de lo que se acaba de anotar, quizás el regalo más singular que recibe el doctor Velasco sea el que se documenta en un suelto de prensa en marzo de 1873: «Se ha autorizado a D. Manuel Taín para trasladar al Museo Anatómico patológico del doctor González de Velasco el cadáver momificado de la hija de aquél, que falleció ha seis años a los 13 de edad».17 Manuel Taín Perdiguero era médico de la «fábrica de beneficio» La Constante, la más importante de las compañías que se instalan, a mediados del siglo xix, en los municipios guadalajareños de Hiendelaencina y Gascueña de Bornova para la extracción y fundición de mineral de plata. El cadáver pertenece efectivamente a su hija, Carmen Taín, fallecida, al parecer, de «tisis pulmonar» y enterrada en el cementerio de Gascueña el 2 de marzo de 1867. A comienzos de 1873, durante unas obras de reforma del nicho que guarda el féretro, se comprueba que el cuerpo está parcialmente momificado, lo que lleva al padre a contactar con Velasco y ofrecerle la momia para que forme parte de su museo. Por supuesto, el doctor se muestra encantado con el regalo, el más extraordinario El Anfiteatro Anatómico Español, 22, 15 de diciembre de 1873, p. 262. El Imparcial, 28 de marzo de 1873.
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de entre el enorme listado de donaciones estrafalarias que acepta a lo largo de su vida. Aunque, en principio, tan macabro episodio no parece tener mayor trascendencia, resulta que su interés es notable en la biografía velasqueña, aunque es verdad que se vincula exclusivamente con la leyenda de Velasco y su hija difunta, pues durante décadas se pensó, sin justificación alguna, que esa era la momia de la hija del doctor.18 Pero, como esta bonita historia ya ha le he contado en mi libro La niña..., es mejor que el lector interesado acuda directamente a esa obra.
Una propuesta poco sensata y un proyecto arriesgado La continua incorporación de materiales provoca una situación de bloqueo en el museo a finales de 1872.19 El renovado ambiente político que vive el país y el extraordinario reconocimiento social de que disfruta hacen que el siempre enérgico Velasco proyecte planes de futuro que permitan resolver, por mucho tiempo, los problemas de espacio. Su objetivo es extremadamente ambicioso: ya no se plantea comprar o hacerse construir una casa más grande en la que instalar
18 Aunque Pulido y algún otro autor posterior insisten en que esa momia no es la de Conchita, la confirmación definitiva del dato llega con un muy interesante artículo firmado por Dorado Fernández et al. (2010). 19 Los problemas de espacio pueden haber aparecido antes incluso de esta fecha. En una biografía anónima, publicada en La Ilustración Española y Americana el 5 de agosto de 1871, se apunta un dato curioso sobre los planes de futuro de Velasco. Allí se asegura que «muy pronto construirá un edificio a sus propias expensas, cerca del palacio del señor Indo, en el que reunirá las innumerables riquezas de anatomía y patología que tiene en su casa». El citado palacio había sido construido por el banquero vasco Miguel Sainz de Indo. El duque de Montellano lo adquiere y derriba para levantar uno nuevo en 1901. Ocupaba el solar en el que hoy se sitúa el antiguo edificio de la Unión y el Fénix, en Castellana 33, alejado del futuro emplazamiento del Museo Antropológico. Todavía a comienzos de 1872, en un artículo sobre el Museo de Anatomía de la Facultad de Medicina de Madrid, que firma el doctor José López de la Vega, se indica que el de Velasco es mucho mejor que el universitario y que su propietario tiene previsto instalarlo en un nuevo edificio que levantará «en la Fuente Castellana», lugar que probablemente coincide con el antes indicado. El Genio Médico-Quirúrgico, 22 de enero de 1872, p. 44.
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su nuevo museo; ahora pretende levantar uno más grande e instalar en él su propia casa. Aunque disfruta de una desahogada posición económica, la inversión que requiere el proyecto parece quedar fuera de sus posibilidades. En esta coyuntura, la combinación de ingenuidad y grandilocuencia de que hace gala en no pocas ocasiones lo lleva al extremo de proponer al rey Amadeo I algo muy poco sensato: «Construir en esta corte un museo anatómico humano comparado y de historia natural, que será de su propiedad, y cuyo coste de un millón de reales será sufragado por el Estado, comprometiéndose el mismo Sr. Velasco a pagar al Estado 4000 duros [80 000 reales] anuales».20 Como era de esperar, el apoyo moral recibido por parte del rey, en junio del año anterior, no sirve de nada: el Ministerio de Fomento rechaza la solicitud. Al igual que en otras ocasiones, el contundente traspié no arredra al doctor, más bien produce el efecto contrario: si el Estado no financia su museo, tendrá que asumir personalmente los gastos de su construcción. Pero el asunto no es fácil de resolver. Velasco duda de su capacidad para afrontar la construcción del gran museo que ha imaginado, aunque es consciente de que si no lo hace entonces no lo hará nunca, pues es precisamente a comienzos de la década de 1870 cuando se encuentra en la plenitud de su poderío económico. Ángel Pulido (1894: 59) resume, en unas pocas líneas, las bases materiales de aquellos años de esplendor: Tenía un palacio en Zarauz, residencia de verano; una casa en la calle de la Palma, núm. 47 [en Madrid], y la de la calle de Atocha, núm. 90, y un capital en metálico de más de 50 000 duros […]; podía estimarse entonces su riqueza en un total de 3 000 000 de reales, máximo producto
20 El Imparcial, 9 de noviembre de 1872. Ese mismo día, La Época ofrece también la información, pero asegura que la propuesta no tiene sentido, que un museo así debe estar en la Facultad de Medicina y que «no se concibe que el Estado pague una suma tan considerable para un Museo a disposición de un particular». Cien años antes encontramos similar osadía y falta de modestia en la conducta de uno de los más destacados anatomistas de la historia, el británico William Hunter, quien en 1783 propone al Gobierno la creación de una escuela médica y museo que él mismo habría de dirigir. El rechazo oficial lo lleva a instalar la escuela y el museo en su propio domicilio, en 1786 (Alberti, 2011: 18).
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Luis Ángel Sánchez Gómez que han podido en esa época capitalizar, de la profesión médica, los profesores de más ingreso.21
Era el momento de arriesgarse. Y así lo hace: el 16 de abril de 1873 se coloca la primera piedra de su nuevo y grandioso museo, honor que el segoviano delega en su esposa, Engracia Pérez.22 Aunque el día es especialmente desapacible, el acto está muy concurrido. Acuden gentes de la política, las artes, la ciencia y la prensa, además de numerosos estudiantes de la cercana Facultad de Medicina. En el interior de esa primera piedra Velasco introduce una caja de zinc con varias fotografías suyas, de su mujer, de su hija difunta y del museo de Atocha 90, además de monedas y un ejemplar de El Anfiteatro Anatómico Español. Se pronuncian discursos, se lee un poema y un padre jesuita, Manuel Vidaurre, amigo del doctor, bendice el acto.23 Más adelante conoceremos la postrera creación museística de Velasco, pero ahora es necesario comprobar hasta dónde había llegado su segundo proyecto, el de Atocha 90. Lo podemos hacer gracias a una muy interesante litografía que se publica —a modo de homenaje de despedida del centro— en El Anfiteatro Anatómico Español, el 15 de julio de 1874 (véase fig. 6). Casi todo lo que se describe en el artículo de prensa que citábamos páginas atrás, de mayo de 1865, se puede contemplar en esta imagen: el gran lucernario, las columnas de hierro forjado, el esqueleto en la vitrina, las dos filas de armarios, los atriles que guardan los atlas de anatomía, los bustos de personajes de la Antigüedad, los del doctor y su hija, al fondo de la sala, y las inscripciones de los muros, aunque de estas últimas solo se distingue la que se sitúa sobre la mesa que parece ocupar el doctor Velasco, que 21 En 1878, y pese a que su capital se ha reducido de forma notable por los gastos que le ocasiona su nuevo museo, Velasco aparece aún en el puesto número dieciocho entre los veinte mayores contribuyentes del Ensanche Este de Madrid, que acoge a propietarios de bastante mayor nivel socioeconómico que los residentes en los Ensanches Sur (1878) y Norte (1880) de la ciudad (Carballo, 2007: 203). 22 La Discusión, 16 de abril de 1873; El Genio Médico-Quirúrgico, 22 de abril de 1873, p. 200. La escritura de compra de los terrenos donde se ha de levantar el nuevo museo se conserva en el AHPM, tomo 31.287 del notario Eulogio Marcilla Sánchez, ff. 163r-200v. Está fechada a 20 de febrero de 1873. 23 El Anfiteatro Anatómico Español, 30 de abril de 1873, pp. 85-86.
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dice «a las ciencias antropológicas». No se ven los microscopios, que debían de guardarse en otra dependencia, pero sí aparecen otros muchos elementos que no se citan en el artículo de 1865 y que, al menos en parte, debieron de incorporarse al museo en fechas posteriores. Llaman la atención los animales disecados y el maniquí con lanza, sombrero y abalorios que habrá de ocupar un destacado lugar en el Salón grande del nuevo museo. En un plano posterior se sitúa una llamativa momia vendada, seguramente la que ya estaba presente en su primer museo y que había preparado el propio Velasco, quizás tratando de imitar la morfología de las momias egipcias. Detrás se observa un maniquí anatómico a tamaño natural, con el brazo izquierdo levantado, que también se exhibe poco después en el Salón grande
Figura 6. El Museo Anatómico-Patológico de Atocha 90. El Anfiteatro Anatómico Español, Madrid, 15 de julio de 1874.
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del Museo Antropológico. Los armarios se muestran repletos de piezas anatómicas y teratológicas, aunque en una de las vitrinas parecen guardarse también aves y reptiles. Sobre una mesa baja puede verse una máquina eléctrica de Ramdsen, utilizada habitualmente para hacer demostraciones del fenómeno de la electricidad y, como tal, sin ninguna aplicación práctica en el ámbito médico, un ejemplo más del extenso abanico de intereses del doctor.
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Capítulo 9 REPRESIÓN. REVOLUCIÓN. RESTAURACIÓN Aunque la trágica muerte de Conchita marca de forma indeleble su biografía a partir de 1864, hemos comprobado que la increíble fortaleza física y mental de Velasco le permite seguir adelante; y lo hace sin titubeos, con paso firme, tanto en su práctica profesional como en la dirección de su museo. Es más, da la impresión de que esa inmensa pérdida lo fuerza a trabajar aún con mayor ahínco y a desarrollar nuevos proyectos, tanto personales como colectivos. Uno de los más relevantes es la creación de la Sociedad Antropológica Española en 1865, la primera de esas características que se crea en España.
Fundación (y represión) de la Sociedad Antropológica Española Antes de conocer algunos pormenores sobre la fundación y los quehaceres de esta institución, es conveniente ofrecer algunas pinceladas sobre las «nuevas ciencias antropológicas» que desde mediados del siglo xix apasionan a estudiosos europeos de muy variada condición. Durante aquellos años, y todavía en la década de 1860, el entramado de disciplinas que se asocia al «estudio del hombre» aún no ha fijado sus fronteras. Es cierto que seduce, con particular hechizo, a profesionales de las ciencias —médicos y naturalistas— interesados por lo que desde tiempo atrás se denomina «historia natural del hombre», ámbito de conocimiento que tiempo después se acabarán repartiendo la anatomía, la antropología física, la raciología, la antropología forense, la paleoantropología y hasta la etnología y la antropología cultural. Pero no menos atraídos se sienten también muchos hombres «de letras» —filósofos, filólogos, historiadores y juristas— que, sin dejar de mostrar interés por el hombre físico, están más preocupados por los orígenes, la difusión y la diversidad de formas de vida de los 151
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pueblos exóticos y lejanos, aunque también por determinados «exóticos domésticos», esto es, por las gentes del mundo rural más aislado y supuestamente primitivo. Pero insisto en que los límites aún no se han definido: el trasvase entre unas y otras disciplinas, entre unos y otros intereses, es intenso y constante. Saltan a escena, y no pocas veces comparten drama, la medicina, la anatomía, la craneología, la biología, la historia, la prehistoria, la arqueología, la geología, la filología, la historia de las religiones, la etnografía, el folklore… Se estudia al hombre —nadie parece interesado por la mujer— como ente físico y espiritual; se estudian las «razas» y la moral, la civilización y el «salvajismo», lo antiguo y lo contemporáneo, la herencia biológica y las costumbres, el cerebro y la talla, la singularidad patológica y la unicidad de la especie, el origen y el porvenir de la «raza humana». En España, y más concretamente en Madrid, existe un ambiente propicio para el cultivo de estas nuevas ciencias antropológicas mediada la década de 1860. Curiosamente, no lo encontramos en la Universidad, ni en ningún otro ámbito académico oficial, sino en las inquietudes científico-filosóficas de unos pocos hombres de letras, de algunos naturalistas y, sobre todo, de médicos y anatomistas, para quienes la medicina debe ir más allá del estudio y el tratamiento de las enfermedades, debe integrarse en una verdadera ciencia general de lo humano. Y, como no existe cátedra ni institución alguna que pueda canalizar tales intereses, los estudiosos echan mano del novísimo recurso que se ha puesto en marcha durante aquellos años en las principales ciudades europeas: la creación de sociedades antropológicas. De hecho, la Sociedad Antropológica Española es la cuarta que se funda tras la Société d’Anthropologie de París (1859), la Anthropological Society de Londres (1863) y la Sociedad Imperial de Amantes de las Ciencias Naturales, la Antropología y la Etnografía de Moscú (1863). Es cierto que ya durante la primera mitad del siglo se habían creado algunas sociedades etnológicas, tanto en Europa como en Estados Unidos, pero las nuevas sociedades antropológicas se diseñan con planteamientos distintos, incluso enfrentados. Pretenden ser más rigurosas, positivistas y científicas; libres de dogmas bíblicos, algo que inquietará sobremanera a los sectores más conservadores de 152
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la sociedad, tanto civiles como religiosos. Sus modelos analíticos rechazan las meras conjeturas y las reconstrucciones historicistas sobre el devenir y la diversidad de lo humano elaboradas por los etnólogos —la mayoría historiadores y juristas—. Al mismo tiempo, y sin que esto implique contradicción alguna con lo que se acaba de anotar, su posicionamiento ideológico se sustenta sobre argumentos que bien podemos calificar como volcados hacia el racismo, con interpretaciones poligenistas sobre el origen de la humanidad contrarias al monogenismo, de base cristiana, que estaba presente en las antiguas sociedades etnológicas. Significativamente, la española es una de las pocas sociedades antropológicas que escapa a esa norma, presentando un perfil mucho más equilibrado y tolerante. Y, ¿quién actúa como promotor, protector y hasta anfitrión de tan destacada institución dentro de nuestras fronteras? La respuesta es obvia: el doctor Pedro González Velasco. Como comprobaremos a lo largo de todo este libro, Velasco no es precisamente la persona con ideas más claras y estructuradas acerca de lo que son y de lo que deben estudiar las «nuevas ciencias antropológicas». Sus planteamientos teóricos son confusos y algunas de sus propuestas académicas e investigadoras bordean y, en ocasiones, se adentran en el más puro dislate. Sin embargo, sus dineros, su conocimiento, más o menos certero, de las sociedades antropológicas inglesa y francesa —de la que es miembro asociado desde diciembre de 1859—, su capacidad movilizadora de gentes e ideas y su inquebrantable apoyo al libre pensamiento, a la libertad de enseñanza y al progreso de la sociedad y de las ciencias hacen de él la persona idónea para encabezar el proyecto de creación de una sociedad de esas características. En septiembre de 1864, las circunstancias se conjugan para dar el definitivo paso al frente. Entonces se celebra en Madrid el Primer Congreso Médico Español, todo un acontecimiento que resulta ciertamente exitoso. Velasco es miembro del comité organizador y participa con sendas comunicaciones sobre sus trabajos anatómicos, aunque, también es verdad, le rechazan la lectura de unas muy críticas «observaciones» sobre la situación de la enseñanza de la Medicina y de los museos anatómicos universitarios en España, texto que termi153
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na publicando por su cuenta unos años más tarde (González Velasco, 1869b). En todo caso, en el congreso se debate sobre un amplio repertorio de cuestiones médicas y afines, y es también allí donde varios colegas plantean la conveniencia de crear una sociedad antropológica, algo que ya venía reclamando el segoviano desde tiempo atrás. Pocas semanas después de la clausura, el 8 de noviembre —aunque también se cita el día 6—, Velasco y unos cuantos conocidos se reúnen para tratar la cuestión en el domicilio particular de Francisco de Asís Delgado Jugo, pionero de la oftalmología en España, en el número 50 de la calle Ancha de San Bernardo, al lado de la Universidad.1 Animados en medio del «espléndido buffé» con que son obsequiados por el anfitrión y «sucediéndose hasta después de media noche brindis y discursos», los allí reunidos parecen tener en sus manos el porvenir de la medicina, de la ciencia y de la propia nación española, un futuro que se promete pletórico de progreso y libertad. Al menos eso es lo que se desprende de la exaltada crónica que firma el doctor Andrés del Busto, cuando dice que la reunión toma una animación indecible, sucediéndose […] discursos numerosos cuyo fuego y espíritu prueban sobradamente la tendencia indeclinable de la sociedad médica moderna hacia la pronta realización de aspiraciones hoy combatidas y sordamente contrariadas, pero que, a pesar del empuje de la corriente oficial, lucharán contra ella y con perseverante tenacidad harán su aclimatación por más que no merezcan la sanción de los gobiernos.
Es verdad que buena parte de los presentes comparte con Velasco su ideología progresista, pero no todos. Los hay que abogan igualmente por el avance de las ciencias, aunque desde posiciones claramente conservadoras, como ocurre con Juan Vilanova, Sandalio Pereda, Andrés del Busto o Joaquín Hysern. No obstante, estas diferencias no son obstáculo para que todos remen en la misma dirección. El discurso principal de la reunión lo pronun1 La extensa reseña de la reunión aparece en El Genio Quirúrgico de 15 de noviembre de 1864, de donde proceden las citas. Antes se había publicado en La España Médica.
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cia Velasco, invitando en ese primer momento a la fundación de una «Sociedad Antropológica de Madrid», pues, a semejanza de la inglesa y francesa, se pretende vincular de manera formal con la capital nacional. Su tono es típicamente velasqueño: exaltado, grandilocuente y disperso. Habla de la necesidad de estudiar la historia de la «raza española», de cráneos, de arqueología y de migraciones, pero también de «idiomas populares» y de huesos fósiles de rumiantes. Y no es mucho más ajustada su propuesta sobre los objetos de estudio de la futura Sociedad: las «cápsulas [glándulas] suprarrenales de la raza negra», la microcefalia y el cretinismo, el hombre fósil, la «universalidad» del diluvio universal, la lingüística, los «hombres pintados» [sic], la estadística… Afortunadamente, la comisión que en esa misma reunión se forma, para diseñar las bases constitutivas de la nueva entidad, cuenta con personas capaces de una más coherente reflexión. Además del propio Velasco, están los médicos Delgado Jugo, Matías Nieto Serrano y Sandalio Pereda Martínez —también naturalista—; los naturalistas Manuel María José de Galdo y Juan Vilanova —que también estudió Medicina—; y el físico y farmacéutico Ramón Torres Muñoz de Luna. En realidad, son mayoría los miembros de la Sociedad que, de una u otra forma, combinan estudios y práctica en el mundo de la medicina y las ciencias naturales. La comisión trabaja rápido y bien. En escasamente un mes, el 20 de diciembre, remiten un escrito al Ministerio de Fomento, solicitando que se autorice la formación de una «sociedad científica, que con el título de Sociedad Antropológica Española, tenga el objeto de fomentar, entender y cultivar la historia natural del hombre y de las ciencias que con ella se relacionan».2 Tras adjuntarse al expediente informes positivos del gobernador de la provincia y de la Real Academia de Medicina, y con el visto bueno del negociado correspondiente del Ministerio, una real orden de 16 de marzo de 1865 aprueba su
2 Aunque hoy, gracias a las bibliotecas y hemerotecas virtuales, resulta fácil acceder a información entonces no consultada por la autora, aún es útil el estudio pionero que sobre la Sociedad publicó hace ya tiempo Verde Casanova (1980).
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creación.3 Debemos reconocer que el asunto se resuelve con una celeridad inusual para la forma en que se conduce la Administración española durante aquellos años. De todas formas, la aprobación se fundamenta en parte en el carácter genérico, muy poco preciso, del objeto de estudio que de manera formal se define en el artículo primero de sus estatutos: «La historia natural del hombre y las ciencias que con ella se relacionan». Nada más se dice sobre el tema en ese escueto texto, al margen de cuestiones administrativas. Tampoco en el reglamento, donde lo único que se apunta sobre la actividad a desarrollar es que la Sociedad se organiza en cuatro secciones, «de Filosofía, de Historia, de Fisiología y de Ciencias físico-químicas», que muy probablemente nunca llegan a formalizarse.4 Por otra parte, el hecho de que la Sociedad considere a estas cuatro disciplinas como parte integrante, o ámbito de estudio, de las ciencias antropológicas es buena prueba de la difusa definición del proyecto teórico e investigador que sostiene todo el entramado, que ni siquiera se vertebra en torno a lo que luego se conocerá, de forma precisa, como antropología física. En cualquier caso, y al margen ya de esta última cuestión, es evidente que los fundadores de la Sociedad tratan de cubrirse las espaldas, evitando excitar de forma innecesaria el apetito represor del Gobierno con una declaración de principios más contundente. Esa declaración se había hecho antes y se hará después, en nuevos discursos de Velasco y otros, pero no era conveniente presentarla como parte del expediente remitido a las autoridades en diciembre de 1864. Algo más se concreta ese objeto de estudio en las invitaciones (véase fig. 7) enviadas por la junta directiva a quienes podrían estar interesados en formar parte de la Sociedad —una de las cuales se adjunta en el ejemplar consultado de los estatutos—, al asegurar que tratarán de «impulsar el estudio de todos aquellos ramos del saber que más directamente se relacionan
3 Se conserva copia de la resolución favorable en el archivo de la Real Academia Nacional de Medicina (leg. 103, doc. 4653). Está fechada a 20 de febrero de 1865. 4 Curiosamente, se edita un folleto solo con los estatutos y otro que también incluye el reglamento (Estatutos, 1865a y 1865b).
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con el origen del hombre en el globo, su dispersión por la superficie terrestre y distribución y estudio de sus diferentes razas».
Figura 7. Invitación dirigida al político y académico Salustiano Olózaga para formar parte de la recién creada Sociedad Antropológica Española, 5 de abril de 1865. Se conserva en un ejemplar de sus estatutos.
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Como ya se adelantó en el capítulo anterior, la constitución formal de la Sociedad tiene lugar el 14 de mayo de 1865, precisamente en el museo que Velasco despliega en su nuevo domicilio de Atocha 90. Sin duda, el segoviano vive durante aquella jornada un momento de intensa emoción, en el que se debate entre sentimientos radicalmente enfrentados. De un lado está feliz, incluso exultante, por la puesta en marcha de la Sociedad y por ser el anfitrión del acto; es más, sus colegas aceptan su ofrecimiento para hacer del museo la sede oficial de la institución. De otro, la angustia lo desborda, porque justo dos días antes se ha cumplido el primer aniversario del fallecimiento de su hija Conchita. Pero la vida y la ciencia no se detienen. A la una y media de la tarde de ese 14 de mayo, el presidente de la Sociedad, Matías Nieto Serrano, abre sesión con la lectura de la última acta de la comisión organizadora, la real orden que aprueba su creación y la relación de socios: los de pago son 212, a los que se ha de sumar casi un centenar más de «adhesiones».5 A continuación interviene Velasco, que refiere los «beneficios que a la sociedad y a la ciencia ha de reportar la naciente corporación», se compromete a hacer cuanto esté en su mano para fomentar sus actividades, aboga por el «libre examen», condena el «monopolio de la enseñanza» y termina con un emocionado, aunque no por ello menos comprometido, recuerdo a su hija: «Hija adorada, pide a Dios, a cuyo lado te encuentras, bendiga las sanas intenciones de cuantos formen la Sociedad Antropológica y el puro sentimiento científico que ha presidido a su benéfica fundación. Adiós». El acto concluye con el nombramiento de la Junta de Gobierno: M. Nieto Serrano, presidente; Fernando de Castro, vicepresidente; F. de A. Delgado Jugo, secretario; R. Casas de Batista, vicesecretario; P. González Velasco, tesorero; y J. Santucho Marengo, archivero y bibliotecario. Además, forman la Comisión de Publicaciones: R. Torres Muñoz y Segismundo Moret. Todos son personajes de gran relevancia en el desarrollo de la medicina, y en algún caso de la política, en la España de la segunda mitad del siglo xix. 5 Informa del acto La Soberanía Nacional, el 15 de mayo de 1865. Ofrece más detalles, incluida la transcripción del discurso de Velasco, El Genio Quirúrgico, el 22 de mayo.
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El escueto, pero contundente, discurso que pronuncia Velasco durante aquel acto trasciende y recibe una inmediata respuesta desde posiciones ultramontanas. Al día siguiente, el 15 de mayo, el neocatólico diario El Pensamiento Español publica una extensa crítica que firma su director, el carlista Francisco Navarro Villoslada. Tras reproducir de forma íntegra el discurso de Velasco, asegura su autor que la defensa del «libre examen» planteada por el segoviano resulta «anticatólica» y «contraria a los principios fundamentales de la nación española». El argumento que sostiene tan contundente afirmación es cuanto menos llamativo. Afirma Navarro Villoslada que «la ciencia antropológica se funda en dogmas definidos por los Concilios, dogmas tales como la espiritualidad e inmortalidad del alma». Y, claro, como el dogma católico no puede ni debe ser discutido por creyente alguno, el libre examen que defienden los «naturalistas impíos» demuestra tener un único objetivo: destruir la religión. En último término, y a pesar de contar entre sus miembros con reconocidos profesores católicos —incluido un sacerdote tan relevante como Fernando de Castro—, Villoslada asegura que, al aceptar y agradecer el discurso de Velasco, la Sociedad Antropológica se hace partícipe de la herética heterodoxia de su anfitrión. Tres días después, el 18 de mayo, el mismo periódico recoge la réplica de Velasco. Es un texto breve y aún más contundente que el discurso original; es, incluso, un texto valiente, pues su autor no solo se arriesga a recibir nuevas críticas del bando ultramontano, sino a ser denunciado y sufrir una condena judicial. Y lo es a pesar de que insiste en defender su fe católica y su ortodoxia, que define «tan pura como la de usted, y como la del que más». Eso sí, no abandona el autobombo y la grandilocuencia, que ahora se adornan con algunos toques de sarcasmo: «Había pensado no ocuparme del escrito de usted [le dice a N. Villoslada], efecto de mis muchas y humanitarias ocupaciones, pues tengo el tiempo consagrado al consuelo del desgraciado que sufre en el lecho del dolor, y porque vivo completamente entregado al alivio de la humanidad enferma». Pero se ocupa, y lo hace con ganas, repitiendo que solo la libertad de enseñanza, de examen y de estudio pueden hacer avanzar las ciencias antropológicas y a la propia Sociedad que las cultiva. El camino 159
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que ha elegido para llegar a tan feliz puerto es duro y difícil: «Soy trabajador, soy obrero de los que se ponen una blusa en los anfiteatros anatómicos, de donde vengo y donde paso mi vida preguntando a los despojos de la muerte para poder tratar parte de las cuestiones antropológicas que hacen mis delicias y que a usted parece que tanto le sulfura y espeluznan». Y concluye: «No vamos al ateísmo como tal vez se ha figurado usted haciéndonos una injuria a todos; vamos al esclarecimiento de grandes verdades, útiles y necesarias para el mejor bienestar del género humano». A renglón seguido aparece la contrarréplica de Villoslada, que en todo momento sigue una línea tan respetuosa como inamovible en sus argumentos. Aunque reconoce que el «alma» de Velasco es «inocente y buena», le advierte de que se arriesga a perderla, pues el libre examen «se opone a la fe que descansa en la veracidad infalible, en la palabra de Dios, que ni puede engañarse ni engañarnos»; de hecho, «es el error fundamental del protestantismo y el engendrador de todas las herejías». Si realmente se considera cristiano, le pide que se someta a los designios de la Iglesia, no a los de una ciencia librepensadora y anticristiana. Cualquier otro camino solo conduce a la negación de «cuanto la fe nos enseña acerca del hombre». Pese al tenso ambiente que se respira, que se proyecta sobre otras cabeceras de prensa, el 5 de junio la Sociedad inaugura, de manera oficial, sus actividades en un solemne acto celebrado en el magnífico paraninfo de la Universidad de Madrid, en el edificio de la calle Ancha de San Bernardo (véase fig. 8). Lo preside el ministro de Fomento, acompañado por el de Gobernación, el muy reaccionario Luis González Bravo, el nuevo rector de la Universidad y el director de Instrucción Pública, entre otras autoridades. Intervienen Delgado Jugo y Nieto Serrano, con más de una referencia a los anhelos de libertad en sus discursos; cierra el acto el ministro de Fomento, Manuel de Orovio y Echagüe, primer marqués de Orovio.6 6 Dos días después se informa del acto en El Genio Quirúrgico. Este mismo semanario reproduce el discurso de Delgado Jugo los días 15 y 22 de junio y 7 de julio de 1865. El de Nieto Serrano aparece el 17 y el 22 de julio. De ambos se hace una edición conjunta aparte (Nieto y Delgado, 1865).
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Figura 8. Invitación dirigida al farmacéutico Quintín Chiarlone para asistir a la sesión inaugural de la Sociedad Antropológica Española, el 5 de junio de 1865. Real Academia Nacional de Medicina, Madrid, legajo 99, documento 4577.
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De forma sorpresiva, todo marcha sobre ruedas, tanto la autorización para la creación de la Sociedad como los actos de su constitución e inauguración oficial. Y digo esto porque, más allá de las críticas vertidas en la prensa conservadora contra el discurso de Velasco, desde el mes de octubre de 1864 el Gobierno del general Narváez tiene en su punto de mira a todas aquellas posiciones ideológicas y académicas desde las que se defienda, de una u otra manera, «algo» que pueda ser contrario al dogma de la religión católica. Y no es mera retórica: el 10 de abril de 1865, con la Sociedad recién aprobada, se producen los dramáticos acontecimientos de la conocida como Noche de San Daniel. En la madrileña Puerta del Sol, unidades de la Guardia Civil y del Ejército reprimen con extrema violencia a un grupo de estudiantes que se manifiesta contra la orden que depone al rector de la Universidad madrileña, Juan Manuel Montalbán, que había apoyado a Emilio Castelar tras la expulsión de su cátedra, debida a la publicación de varios artículos que denunciaban ciertas prácticas corruptas de la reina.7 Las cargas terminan con la muerte de entre doce y catorce personas, casi todas transeúntes, y dos centenares de heridos. Solo un par de meses después, el 5 de junio, el marqués de Orovio está a punto de salir del Gobierno, y parece querer mostrar un cierto tono amable ante la clase universitaria a la que tan duramente ha reprimido. De hecho, durante su intervención en el paraninfo, el ministro expresa su satisfacción por participar en tan destacado acto y concluye ofreciendo «todo su apoyo y valimiento para cuanto pudiese contribuir a engrandecer la naciente sociedad». Todo es mera palabrería. Cuando de nuevo ocupe la cartera ministerial, en dos ocasiones diferentes, volverá a mostrar su verdadero rostro, el que conduce al estallido de las dos «cuestiones universitarias», de 1867 y 1875, motivadas ambas por la apertura de expedientes, la expulsión de sus cátedras e, incluso, el encarcelamiento de algunos de los más destacados profesores de ideología progresista del país, entre los que se cuentan J. Sanz del Río, F. de Castro, N. Salmerón, 7 El nuevo rector, que es quien estuvo presente en el acto de inauguración de la Sociedad, es Diego Bahamonde y Jaime. Montalbán sería restituido en el cargo tras la caída del Gobierno de Narváez, en noviembre de ese mismo año de 1865.
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A. González Linares, L. Calderón, E. Castelar, F. Giner de los Ríos y G. de Azcárate. A pesar del contexto opresivo en el que nace, en estos primeros momentos la Sociedad parece contar con vía libre para desarrollar sus actividades. Podríamos hablar aun de que existe cierto optimismo, refrendado por el apoyo internacional que recibe. En efecto, en mayo de 1865, el Journal of the Anthropological Society of London informa de la elección de Velasco como miembro honorario de esta Sociedad.8 Poco después, en el mes de julio, la segunda revista editada por esta institución, The Anthropological Review, refiere con detalle y entusiasmo la creación de la Sociedad española, menciona el acto oficial del 5 de junio y resume las intervenciones de Velasco y Delgado Jugo, aunque también advierte sobre las condiciones políticas adversas que amenazan el futuro de la entidad.9 Incluso un año después, cuando la situación política es ya mucho más delicada, la misma revista publica un escrito bastante más extenso, remitido por Delgado, en el que se refiere con tono exaltado la labor hasta entonces realizada y se avanza la tarea que habría de abordarse en el inmediato futuro.10 La Sociedad también recibe alabanzas dentro de nuestras fronteras, tanto desde la prensa diaria, progresista, como desde algunas publicaciones especializadas, como la destacada Revista de Sanidad Militar.11 El propio Velasco es objeto entonces de muy notables elogios, que no provienen solo de la pluma de sus correligionarios. Los más destacados se recogen en una extensa biografía aparecida en la muy respetada serie de Escenas Contemporáneas que dirige el editor y bibliotecario Manuel Ovilo y Otero, un aristócrata de ideología netamente conservadora.12 El párrafo final Journal of the Anthropological Society of London, vol. III (1865), p. ccxvi. «Miscellanea Anthropologica. Foundation of the Anthropological Society of Spain», The Anthropological Review, vol. 3, n.º 10 (1865), pp. 229-230. 10 «Spanish Anthropological Society», The Anthropological Review, vol. 4, n.º 14 (1866), pp. 259-266. 11 Revista de Sanidad Militar Española y Extranjera, 26 de junio de 1865, p. 350. 12 Escenas Contemporáneas. […] Revista política, literaria y de ciencias, artes, comercio, agricultura y teatros. Bajo la dirección de don Manuel Ovilo y Otero, año X, tomo 2 (1865), pp. 20-32. El texto es un resumen de la memoria autobiográfica publicada por Velasco en 1864. Se reedita en forma de folleto, quizás costeado por el propio Velasco, tres años después (Escenas…, 1868). 8
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resume a la perfección el halagador tono del escrito: «Hemos terminado estos apuntes. ¡Ojalá que algún día tengamos ocasión de continuarlos y podamos hacerlo refiriendo la completa victoria del Doctor González de Velasco, en vez de, como lo hacemos ahora, añadir una hoja más a la palma de su martirio!». Como decimos, el ánimo optimista de Velasco sirve de acicate para que la Sociedad dé sus primeros pasos; eso sí, con precaución. En la primera reunión tras su inauguración oficial se determinan las cuestiones que «debían ser objeto preferido de la discusión» en un futuro inmediato. Son estas: 1.ª. Clasificación de las razas y variedades de la especie humana, y discusión sobre su origen. 2.ª. Examinar los resultados del cruzamiento de las razas y variedades de la especie humana. 3.ª. Fijar, hasta donde sea posible, si los adelantos de la civilización influyen ventajosa o desventajosamente en las condiciones físicas, morales e intelectuales del hombre. 4.ª. Progresos de la libertad individual en la literatura y en el arte modernos. 5.ª. Razas aborígenes de la Península española y de las islas Baleares y Canarias, y su cruzamiento con todas las demás que las han poblado hasta nuestros días. 6.ª. Estudio físico-químico del hombre (Fernández y Delgado, 1869: 9-10).
De forma llamativa, Delgado Jugo, el autor de estas observaciones, asegura que la Sociedad «no juzgó prudente» abordar el debate sobre una cuestión de índole filosófica: «¿Qué principios de la filosofía alemana relativos al hombre acepta nuestra religión, y qué principios aparecen hoy separados de ella?». Esa filosofía alemana no es otra que el krausismo, cuya persecución fundamenta, en buena medida, las dos «cuestiones universitarias» y, en último término, conduce a la creación de la Institución Libre de Enseñanza en 1876. Aunque «la atmósfera emponzoñada de intolerancia y fanatismo», en palabras de Delgado, resulta agobiante, la Sociedad se atreve a celebrar alguna reunión en su sede, el museo de Atocha 90. La cuestión que centra las discusiones durante estas pocas sesiones es 164
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la quinta de las referidas, la dedicada al estudio de las «razas aborígenes» en suelo hispano, en las que no parece haber intervenido nuestro protagonista. También recibe donaciones (cráneos, huesos y piezas arqueológicas) para su «museo de ciencias naturales» y un cierto número de publicaciones, nacionales y extranjeras, para su biblioteca. La situación de la Sociedad, y del conjunto de las libertades públicas en España, empeora de forma ostensible tras el pronunciamiento del general Prim, el 3 de enero de 1866. Aunque el golpe fracasa, la consecuente declaración del estado de sitio en la mayor parte del territorio nacional restringe aún más las actividades públicas. Así lo expresa, sin ambages, el doctor Félix Tejada y España en febrero de ese mismo año, mencionando de forma expresa la parálisis que sufren la Real Academia de Medicina, la Médico-Quirúrgica y la propia Sociedad Antropológica: «Estando aun como estamos en estado de sitio y rigiendo lo que rige sobre reuniones, no es prudente, ni procede que las haya aun para asuntos científicos, por más que lo deseen o lo deseemos, los que consagrados a la ciencia y a la prensa y que somos a la vez muy partidarios de la discusión y del libre examen».13 Nuevos levantamientos militares, como el que tiene lugar en Madrid en junio de 1866, se ahogan con fusilamientos; algún otro, como el de Cataluña en el verano de 1867, simplemente fracasa. Precisamente entonces, el estallido de la conocida como «primera cuestión universitaria» golpea directamente, aunque con diferente intensidad, a varios miembros de la Sociedad, entre ellos Castro y Galdo. Tal es la gravedad de la coyuntura que, en el otoño de 1867, Delgado Jugo y Velasco remiten unas líneas a la revista de la Sociedad de Antropología de París, en las que explican la ausencia de libertades que sufre la sociedad española y la imposibilidad en la que se encuentran para continuar con sus actividades. Presentan sus excusas ante el monde savant y manifiestan su esperanza
13 «Revista de la prensa médica española», El Genio Médico-Quirúrgico, 22 de febrero de 1866, p. 106.
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en que la situación cambie más pronto que tarde.14 La espera no habría de ser larga: todo se transforma, y de manera radical, un año después, en septiembre de 1868.
Consecuencias de la Revolución: Velasco, catedrático de Universidad Más allá de las dificultades y de las circunstancias cambiantes que se suceden, es obvio que la Revolución de septiembre de 1868, la Gloriosa, y el destronamiento de Isabel II inauguran una nueva etapa en la política y en la vida social de la nación española. En esta renovada coyuntura, que pretende un profundo cambio estructural del país, el arranque del luego conocido como «Sexenio Democrático» (18681874) abre un periodo de libertades que se dejan sentir de forma inmediata en el universo académico. La Sociedad Antropológica Española reacciona pronto «y renace en medio del esplendente sol de la libertad de pensamiento, en medio de la aurora magnífica de la emancipación de la conciencia y de la demolición de la tutela que oprimía la razón». Quien se expresa de forma tan entusiasta es, una vez más, su secretario, Delgado Jugo, en un inflamado discurso que pronuncia el 21 de febrero de 1869 en la «segunda sesión inaugural» de la institución, que de nuevo tiene lugar en el museo de Velasco (Fernández y Delgado, 1869: 3). Pero no, lamentablemente no ocurre así. La Sociedad no renace; durante los seis años siguientes continúa siendo poco más que una entelequia. El discurso que a renglón seguido pronuncia el filólogo y orientalista Francisco Fernández González, socio fundador, sobre los orígenes del lenguaje humano, probablemente sea la única actividad que se organiza hasta diciembre de 1872, cuan14 «Correspondance», Bulletins de la Société d’Anthropologie de Paris, segunda serie, 2 (1867), pp. 591-592. Poco después, tras el triunfo de la Revolución, Paul Broca resume la tensa historia de la Sociedad Antropológica Española en la sesión que reúne a la Société d’Anthropologie de Paris, que él mismo preside, el 8 de julio de 1869. Véase «Histoire des progrès des études anthropologiques depuis la fondation de la Société», Mémoires d’anthropologie de Paul Broca. Tome deuxième (1874), pp. 505-506, Paris, C. Reinwald et Cie.
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do se produce su «segundo renacimiento». ¿Cómo es posible? La circunstancia que explica la práctica inacción de la Sociedad durante estos años, justamente cuando podría haber trabajado sin censuras ni amenazas, se vincula al hecho de que los miembros más destacados, los de ideología progresista, se vuelcan en sus propios quehaceres profesionales, académicos y políticos, favorecidos por el nuevo marco de libertades, y dejan a un lado la empresa colectiva y mucho más difusa que ha de afrontar la Sociedad. La biografía del doctor Velasco nos ofrece un buen ejemplo de tan contradictoria coyuntura. No resulta difícil imaginar lo que debió de sentir el segoviano ante el triunfo de la Septembrina y la caída de Isabel II: un intensísimo gozo.15 Sus más fervientes deseos de cambio y progreso para la sociedad española parecían tener el camino franco. Por fin era posible acabar con las «cadenas de la tiranía» que encarcelaban la «libertad y la dignidad del hombre» y el «círculo de hierro» que impedía el libre examen y atenazaba la libertad de enseñanza, como había denunciado en su discurso del 14 de mayo de 1865. Era hora de actuar, y de hacerlo más allá del contexto relativamente restringido de sus disecciones anatómicas, de sus preparaciones, de su museo y de su práctica médico-quirúrgica. Debía asumir de forma plena su condición de hombre de acción y hacer todo lo que estuviera en su mano para materializar sus renovadoras ideas sobre la enseñanza y la práctica de la Medicina. De hecho, por su ideología progresista, su carácter combativo y su defensa a ultranza de las libertades, pocos como él estaban tan bien posicionados para formar parte de la nueva clase profesional que había de regir en todo lo concerniente a los ámbitos médico y sanitario de la naciente nueva España. Muy pronto, en noviembre de 1868, recibe el primer reconocimiento por parte del nuevo régimen, al ser nombrado vocal de la Junta Superior Consultiva de Sanidad,
15 Además del compromiso profesional y académico que asume en la nueva coyuntura política, Velasco también proyecta su entusiasmo en un contexto más estrictamente aplicado y social, aunque no del todo desinteresado. Me refiero a la suscripción de dos mil escudos que hace sobre el anticipo reintegrable que por valor de un millón de escudos destina «exclusivamente a obras municipales» el Gobierno revolucionario. La Época, 13 de octubre de 1868.
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que sustituye al disuelto Real Consejo de Sanidad, de la que forman parte, como representantes de la clase médica, además de Velasco, Pedro Mata, Manuel María José de Galdo y Toribio Guallart.16 No disponemos de información sobre las tareas que desempeña en tan elevada institución ni sobre el tiempo que se mantiene en ella, pero puede confirmarse que ya no forma parte del nuevo Consejo Superior de Sanidad, que sustituye a la Junta, creado por decreto de 22 de mayo de 1873, durante la Primera República.17 Volviendo a 1868, el mayor favor que la Gloriosa hace a Velasco es de índole muy diferente al citado, y, sin duda, le resulta muchísimo más satisfactorio que la condición de asesor o consultor sanitario: a finales del mes de diciembre es nombrado catedrático en comisión de «Anatomía quirúrgica, operaciones, apósitos y vendajes».18 Aunque no es la cátedra principal de Anatomía de la renovada Facultad de Medicina, cuyo decano es ahora Pedro Mata, durante poco más de un lustro, el de Valseca vive lo más parecido a un sueño hecho realidad: continúa en la cumbre de la cirugía práctica, dispone de un magnífico museo que no para de crecer y es, ¡por fin!, catedrático en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid. ¿Cómo ha alcanzado tan relevante posición? Obviamente, no se ha presentado a ningún concurso-oposición; de hecho, ocupa la cátedra «en comisión», no es realmente su titular. Es solo catedrático interino. Hasta su jubilación en enero de 1868, antes de los sucesos revolucionarios, la plaza había sido ocupada por otro reputado cirujano, Melchor Sánchez de Toca, primer marqués de Toca. Si es cierto lo que cuenta Matilla Gómez (1982), el sucesor del marqués habría sido José Calvo Martín, que, como vimos, es el más enconado enemigo de Velasco mientras este ocupa la dirección de los museos anatómicos de la Facultad y lo continúa siendo entonces, en diciembre de 1868.19 Pues bien, en
La Época, 20 de noviembre de 1868. La Época, 24 de mayo de 1873. 18 La Correspondencia de España, 29 de diciembre de 1868. En épocas previas la cátedra se denominó «de Medicina operatoria». 19 Como vimos en el capítulo 5, mientras la ocupa Calvo Martín, la cátedra tiene el título de «Clínica Quirúrgica». 16 17
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un ambiente marcado claramente por venganzas y represalias, Calvo es cesado de la cátedra por el mismo decreto que otorga la suya al segoviano. Es indudable que Velasco tiene méritos, conocimientos y destrezas suficientes para convertirse en su titular, pero también es obvio que las circunstancias que le permiten ocuparla en ese preciso momento se deben únicamente a razones ideológicas, al hecho de formar parte del «bando vencedor», y hemos de recordar que la lucha por el poder había sido tremenda en el seno de la Facultad y que lo continuaría siendo tiempo después. No obstante, la nueva y ventajosa posición que ocupa Velasco no durará mucho. Pero aún estamos en los primeros momentos de la Revolución, con un Velasco exultante, y no es el único. Se podría decir que la Universidad de Madrid, y muy especialmente su Facultad de Medicina, vive en un permanente estado de excitación. Hay manifestaciones, se leen proclamas, se lanzan encendidos discursos en defensa de las libertades, se abren las aulas a la sociedad y se reforman los planes de estudio. Es obvio que se introducen cambios muy significativos y que la libertad de cátedra gana muchos enteros. De hecho, muy pronto, en el mes de noviembre, el rector autoriza a varios profesores de la Facultad de Medicina a explicar, «pública y gratuitamente», diversos cursos, entre ellos a Velasco, que impartirá clases sobre «Disecciones cadavéricas y cursos prácticos de anatomía y operaciones».20 Sin embargo, también se pierden incontables horas lectivas y, lo que es peor, se destituye de manera injusta a buenos profesores de ideología conservadora y se facilita el acceso a ciertas cátedras a individuos que nunca deberían haberlas ocupado. Por supuesto, la valoración de lo ocurrido está muy condicionada por la ideología de quien lo interprete, pero parece obvio que el momento es propicio al revanchismo y para que más de uno saque provecho del «río revuelto». Un testigo de excepción es Ángel Pulido, que precisamente cursa sus estudios de Medicina en la Facultad madrileña entre 1868 y 1873. Es verdad que es de talante progresista, pero su oposición a los radicalismos lo lleva a rechazar con contundencia los que considera excesos revolu El Pabellón Médico, 21 de noviembre de 1868, p. 533.
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cionarios o, simplemente, el desorden que, según su opinión, se adueña del antiguo Colegio de San Carlos durante esos años. Lo que sobre aquellos tiempos cuenta en la biografía de Velasco resulta ciertamente impactante: «Tal desbarajuste reinaba entonces, tan abandonadas estaban las cátedras, que difícilmente puedo darme cuenta de quiénes fueron muchos de mis catedráticos, y qué enseñanza debo a sus explicaciones, si alguna he recibido de ellos».21 Denuncia el cese de profesores calificados de reaccionarios y su sustitución por auxiliares, no pocos de ellos ineptos, deseosos de mantenerse en sus puestos a costa de rendir pleitesía a una «populachería abominable». Habla de asaltos; de hordas de advenedizos que alcanzan la licenciatura o el doctorado sin estudios ni exámenes; de «tribunales barateros y calamitosos»; de abandono de las clases por no pocos profesores; de la indiferencia de otros; de clínicas universitarias22 casi sin enfermos; de enfermos sin asistencia; de asistencia sin recursos; de «indisciplinadas masas escolares» que «perseguían a patatazos por las calles a profesores»; de venganzas y denuncias falsas; en fin, de una enseñanza oficial y de una enseñanza libre de la Medicina que «apestaron a España entera con una epidemia de médicos y cirujanos en gran número ignorantes y peligrosos».23 Sí, también es verdad que Pulido recuerda con agrado y admiración a unos pocos profesores que, «en medio del general desconcierto, todavía procuraban llevar bien su cometido», muy especialmente al anatomista, cirujano y antropólogo Rafael Martínez Molina.
21 Esta y las siguientes citas literales se toman de su biografía de Velasco (Pulido, 1894: 9-18). 22 Son los espacios hospitalarios directamente vinculados con la Facultad, donde ejercen su labor profesional los docentes y los estudiantes entran en contacto con la enfermedad y los enfermos. 23 Albarracín (1998) estudia la situación que vive la Facultad de Medicina de Madrid durante el Sexenio. Refiere las positivas innovaciones que se introducen en la enseñanza y el fin del monopolio madrileño sobre el doctorado, pero también reseña la situación de desorden y hasta de caos que se vive en las aulas. Por cierto, la concesión de doctorados sin exámenes, que menciona Pulido, es un dato cierto: las reformas introducidas facilitan la «nivelación» de títulos, permitiendo que se doctoren cientos de cirujanos sin cursar la carrera ni el doctorado en Medicina.
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Podemos pensar que Pulido carga las tintas al presentar el lado más sombrío del contexto revolucionario, sin duda porque sufre de forma directa y seguramente penosa un ambiente universitario que no se concilia con su proyecto de vida; pero eso no invalida lo esencial de la imagen que nos dibuja. Pues bien, es justo en medio de ese exaltado e inestable ambiente cuando entra en contacto por vez primera, meramente visual, con Velasco. Es diciembre de 1868 y el segoviano ya ha sido elevado a la cátedra, aunque aún no han comenzado las clases. Pulido participa en una gran manifestación de estudiantes en honor de uno de los «prohombres de la Revolución» que hacía su entrada en Madrid. En medio de la algazara y los eslóganes, alguien grita: «¡Ahí está el doctor Velasco! ¡Viva el doctor Velasco!». La reacción es inmediata: La juventud alegre, expansiva, que vitoreaba todo lo imaginable, agitando banderas y manifestando sus excelentes disposiciones para el alboroto, respondió con un general ¡hurra! a este viva; hubo entusiastas saludos, sombreros por el aire, gritos, y la manifestación desfiló atronadora ante un hombre recio, de edad provecta y cabeza blanca, que respondía satisfecho y ostensiblemente agradecido al loco clamoreo de los estudiantes, exaltados con la embriaguez de un patriotismo y un sentimiento revolucionario que entonces se respiraba hasta en el ambiente atmosférico.
Y, pese a la lealtad que siempre manifiesta hacia su maestro, su honestidad le hace escribir frases tan significativas como las siguientes: Simbolizaba el Dr. Velasco entonces un movimiento revolucionario en la Facultad de Medicina, porque a la sombra de su prestigio, y creo que hasta por conveniencia suya, habían emprendido otros individuos, aprovechados y oportunistas, una ruda campaña contra lo existente en el Colegio de San Carlos [la Facultad]; y aquel vitoreo escandaloso era una manifestación de aplauso y de simpatía muy apropiada a las circunstancias.
Cuando por fin da comienzo el curso, «tras larga y perjudicial demora», Velasco acude «diligentísimo a desempeñar la cátedra» y los estudiantes llenan su clase. Si desde años atrás ha disfrutado con 171
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la enseñanza oficiosa de la Anatomía y la Práctica Disectora en la Facultad, y la particular en sus museos, ahora su goce es inconmensurablemente mayor, ahora imparte docencia como catedrático. Y es entonces, dice Pulido, cuando «por vez primera le vi seccionar con su escalpelo en un cadáver para demostrar el profundo conocimiento que tenía del cuerpo humano, y operar en el vivo para lucir su envidiable habilidad quirúrgica». Ya fuera por sus conocimientos, por su habilidad disectora, por su carácter campechano, porque fuera blando en los exámenes o por una conjunción de todos estos factores, el caso es que los estudiantes lo idolatran.24 Es obvio que goza de prestigio y que tiene cierto poder de persuasión; de hecho, sus enemigos lo acusarán siempre, tras su cese como catedrático, de ser un agitador y un manipulador, de incitar al alumnado para conseguir con su apoyo todo tipo de objetivos espurios. Tras los sucesos revolucionarios de 1868, y después de un periodo de relativa calma, la sociedad española, la madrileña y la propia Facultad de Medicina viven un momento de extrema tensión en noviembre de 1870, que se torna aún más dramático en diciembre, con el asesinato de Prim. Lo desencadena la elección, por las Cortes Constituyentes, de Amadeo de Saboya como nuevo rey de España, el 16 de noviembre de aquel año. Más allá de que el nuevo monarca no apasiona a prácticamente a nadie, los sectores federalistas y otros grupos republicanos rechazan la 24 Y Velasco se acuerda de ellos incluso en su testamento. En un codicilo anexo, otorgado el 9 de septiembre de 1882, «lega un premio de cuarenta y ocho reales diarios o sea doce pesetas durante un año para el alumno que presente el mejor trabajo en cualquier ramo práctico de Historia Natural, en el curso siguiente al fallecimiento del testador» (AHPM, protocolos del notario José Gonzalo de las Casas, tomo 34381, ff. 2020r-2021v). Aunque parece evidente que el premio es de convocatoria única, sorprende la referencia encontrada en la Gaceta de Instrucción Pública, de fecha tan avanzada como el 25 de abril de 1891, donde se asegura que el 1 de abril anterior se ha cumplido el plazo para la entrega de los trabajos aspirantes al «premio de las 4380 pesetas del Doctor Velasco». En todo caso, solo se presentan dos. No se indica si los alumnos cursan sus estudios en la Facultad de Ciencias o en la de Medicina. Quizás el retraso en convocarlo se explica porque los albaceas esperan a que se haya resuelto todo lo relativo a la testamentaría del difunto y al pago de los plazos en la compra del museo por parte del Estado, pues es de estas partidas de donde habrá de tomarse el monto del premio.
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reinstauración de la monarquía, por muy constitucional que fuere. En la Facultad de Medicina se producen serios altercados los días 18 y 19 de noviembre, que incluyen el boicoteo a profesores, algaradas, lanzamientos de objetos y lo que hoy calificaríamos como auténticos escraches, con cierta violencia de por medio. Velasco es señalado como uno de sus promotores. Negando rotundamente estas acusaciones, Cándido Maesas Miguel remite un escrito a El Genio Médico-Quirúrgico, que se publica el 30 de ese mismo mes. La carta no solo desmiente que el segoviano hubiera incitado a nadie a cometer acto alguno, sino que asegura que su actitud fue justamente la contraria, tratando en todo momento de llamar a la calma al alumnado. Lo consigue durante el desarrollo de sus clases, no así cuando le toca el turno al profesor Santiago González Encinas, a quien los estudiantes acosan y acaban persiguiendo hasta el cercano domicilio particular de Pedro Mata, el decano de la Facultad, donde busca refugio, «tirándole en el camino algunos trozos de ladrillo y cascotes que hubieron a las manos». En todo caso, Maesa asegura que nada tuvo que ver Velasco con semejante actuación. Al margen de estos ocasionales momentos de tensión, no cabe duda de que aquellos años de docencia oficial universitaria se cuentan entre los más felices en la azarosa biografía del segoviano. Y aún lo son más porque el éxito y la recepción de honores le siguen acompañando fuera de las aulas. Uno de sus mayores triunfos personales, del que se sentirá siempre especialmente orgulloso, es su nombramiento, el 10 de agosto de 1870, como «Caballero Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica» (Guía, 1871: 221).25 Además, tanto la prensa especializada como la generalista alaban su profesionalidad y el magnífico museo que levanta en su vivienda de Atocha 90. Las revistas médicas no solo editan sus trabajos, algunos no demasiado interesantes, sino que una de las más prestigiosas dedica un texto en
25 De todas formas, y siendo alto el honor, su valor debe ser relativizado, pues en 1870 se nombran nada menos que ciento veintiocho Caballeros de la Orden, lo que hace quizás de este año, junto con el de 1871, el más generoso en condecoraciones de toda la historia de España.
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extremo laudatorio a su persona y a su museo.26 Más relevante es aún el artículo impreso un año después en la más importante publicación periódica del país, La Ilustración Española y Americana, ilustrado con un grabado del doctor que aparece, además, en la primera página de la revista, justo bajo su cabecera. Su título es toda una declaración de intenciones: «Médicos célebres contemporáneos. El Dr. D. Pedro González Velasco».27 La biografía es un extenso resumen de la que editara Ovilo en 1864, con nuevos halagos y la mención final a la visita que el rey Amadeo I había hecho dos meses antes al museo del doctor. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que su presencia en La Ilustración eleva a Velasco a la condición de eminencia médica nacional. Aunque durante el Sexenio Democrático la actividad de la Sociedad Antropológica prácticamente se paraliza, Velasco no deja de implicarse en otras iniciativas colectivas. Una de las más destacadas es su participación, como socio fundador, en la creación de la Sociedad Española de Historia Natural a comienzos de 1871.28 No obstante, una vez asentada la institución, apenas se involucra en los debates, si bien se mantiene como socio, pagando la preceptiva cuota hasta su fallecimiento. De hecho, Velasco y el también cirujano Rafael Martínez Molina comunican expresamente su deseo de colaborar con la Sociedad «en cuanto les fuera posible», admitiendo también que «por sus numerosas ocupaciones no podrían concurrir con frecuencia a las reuniones».29 Lo que sí hace es mostrar, aunque solo en los dos primeros años y a través de terceras personas, algún animal singular de los que guarda en su museo, sobre todo ejemplares tera26 López de la Vega. «El museo del Dr. Pedro González Velasco», El Genio Médico-Quirúrgico, 15 de abril de 1869, pp. 219-220. 27 Se publica en el número XV, de 5 de agosto de 1871. De nuevo lo firma el doctor López de la Vega, que ciertamente idolatra a Velasco. Tanto el texto como el grabado se vuelven a publicar en El Genio Médico-Quirúrgico, el 7 de octubre de ese mismo año. 28 Sobre los orígenes y el contexto en el que se crea esta Sociedad, continúa siendo útil un artículo de López-Ocón (1992). 29 Así se anota en la segunda reunión organizadora que mantienen los miembros de la Sociedad el 1 de marzo de 1871: Actas de la Sociedad Española de Historia Natural, I [años de 1871 y 1872] (1872-1873), p. 3.
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tológicos. Así, en la reunión del 5 de febrero de 1873 presenta «una rata disecada, notable por el extraordinario desarrollo de sus cuatro incisivos», y en la del 7 de mayo de ese mismo año «dos pequeños gatos» monstruosos; en resumen, nada realmente útil para la ciencia. Aquel mismo año de 1871, Velasco pudo haberse presentado al polémico y reñido concurso de la cátedra de Anatomía de la Universidad de Madrid —que hasta entonces había ocupado Juan Castelló Tagell—, que gana Julián Calleja Sánchez ante el gran Aureliano Maestre de San Juan, quien dos años después logra la primera cátedra de Histología de la Universidad española. ¿Por qué no lo hace? El momento político continúa siéndole propicio, pero o bien no se considera capacitado para obtenerla frente a quienes sabe que van a firmarla, o quizás considera que más pronto o más tarde acabará siendo titular de la cátedra que ocupa en comisión. Al final no es así, pero entonces, en el verano de 1871, todavía debe de ver el futuro con esperanza. Sin embargo, en muy poco tiempo la coyuntura política da un giro radical: cae el Gobierno de Ruiz Zorrilla, accede a la presidencia el general Malcampo, se producen cambios ministeriales y, de repente, Velasco se ve al borde del abismo, es decir, con la amenaza de ser expulsado de la cátedra. La crisis estalla el 26 de octubre de 1871, a primerísima hora.30 Ese día, cuando el ministro de Fomento, Telesforo Montejo Robledo, acude a su oficina a las ocho de la mañana, se encuentra con centenar y medio de estudiantes de Medicina, «algo agitados», que desean hablarle. Pasan cinco de ellos a su despacho, donde le exponen que el doctor Velasco les había manifestado estar dispuesto a presentar su dimisión, pues había tenido noticia de que el Gobierno «pensaba quitarle para dar satisfacción y colocar en su puesto a los enemigos de la libertad». El ministro les comunica que carece de noticias sobre esa dimisión, que no conoce motivo alguno que la justifique, que «le unían a él antiguas relaciones» —como vimos, compartieron clase en el Seminario de Segovia— y que, incluso, «había sacado gran utilidad de
30 Tomo la información del extracto de la sesión del Congreso de los Diputados celebrada ese mismo día 26, que publica La Nación el 27 de octubre de 1871.
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sus lecciones privadas», dato llamativo porque Montejo era abogado y no parece que estudiara Medicina, por lo que debió de acudir como oyente a sus famosos «repasos». Aunque los estudiantes se tranquilizan y regresan a las aulas, enseguida vuelven a «agitarse»: marchan al domicilio de otro de los catedráticos y allí les informan de que «todos ellos harían dimisión». Ante una situación de tal gravedad, el ministro convoca a Velasco esa misma mañana. La razón por la que presenta su dimisión no es ningún misterio: ha tenido noticia de que el Gobierno ha resuelto «que se suprimiesen las cátedras en comisión». Y, en efecto, durante una intervención suya en el Congreso de los Diputados, en la que está dando explicaciones, Montejo argumenta algo que, de ser cierto, resulta un completo disparate: el problema no es que existan cátedras en comisión, sino que varias las ocupan sus respectivos catedráticos en propiedad y, además, «tienen otro en comisión con 12 o 16 000 reales [de sueldo anual], que las desempeñan mientras el propietario no hace nada». El ministro le confirma que, efectivamente, sacarían a oposición las cátedras vacantes, pero que «siendo una persona tan competente en anatomía [y parece decirlo sin ironía], acudiría a los ejercicios y no tendría quien se la disputara». Pese a todo, tanto Velasco como la mayoría de los profesores mantienen la dimisión. La del segoviano la recibe el ministro a las dos de esa misma tarde. Montejo señala a los miembros del Congreso que no hay «corriente reaccionaria» alguna en las acciones del Gobierno, que solo se trata de cumplir la ley y «hacer algunas economías». El diputado asturiano José González Alegre y Álvarez, republicano federalista, responde al ministro asegurando que los estudiantes se habían alarmado con razón, «al creer que podía quitárseles un catedrático dignísimo para sustituirle con un enemigo de la libertad, dejando así ilusorias las ventajas de la libertad de enseñanza». Y termina con una llamativa frase que, aunque aparenta una extrema candidez, lo que realmente pretende es sacar a la luz la posición última del ministro, y lo consigue: «Una vez declarado por el señor ministro que no admitirá la dimisión del Sr. Velasco, se darán por satisfechos». Pero Montejo no ha dicho nada de eso y ahora sí lo expresa con total claridad. 176
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Este es el resumen que hace el diario de sesiones de su contundente y algo airada respuesta: El gobierno admitirá la dimisión de los González Velasco y de todos los que la hayan presentado sin razón. El gobierno podía quitar lo que había dado voluntariamente, porque esas plazas no se habían obtenido por oposición. En cuanto a la libertad, no tiene nada que ver con la ciencia; y más vale en este terreno no hablar del Sr. Velasco, que no tiene una historia muy liberal.
Es cierto que los catedráticos en comisión ocupan sus plazas sin haber realizado oposición alguna y que el Gobierno tiene el derecho, o más bien la obligación, de sacarlas a concurso. El problema que se plantea tiene que ver con el procedimiento y las intenciones, que parecen un tanto aviesas. Y lo que está fuera de lugar, delatando que esas «antiguas relaciones» de la infancia no son ahora demasiado cordiales, es la malintencionada referencia del ministro a la etapa conventual de Velasco, con la que el político pretende desacreditar toda una biografía marcada por la lucha a favor del progreso y la libertad de enseñanza. Al final, la jugada no le sale bien al ministro. El 21 de diciembre cae el Gobierno de Malcampo y Montejo abandona el Ministerio. El asunto de las cátedras en comisión de la Facultad de Medicina se arrincona; ni salen a concurso ni se expulsa a quienes las ocupan.
Restauración de la monarquía y expulsión de la cátedra Pese a la inestabilidad política que atraviesa el país durante ese tiempo, o precisamente por ello, da la impresión de que durante los dos años siguientes la situación que se vive en el antiguo Colegio de San Carlos no se ve seriamente alterada, al menos la prensa no dice nada al respecto. Son otros los ámbitos y otras las cuestiones que interesan a los políticos. En esa coyuntura, quizás el mero hecho de que el profesorado conserve sus cátedras contribuye a mantener la estabilidad en la docencia. Velasco continúa con sus clases hasta el verano de 1874, aunque a comienzos de este último año ya sabe que 177
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tiene los días contados. Entonces, el 4 de enero de 1874 se pone en marcha el principio del fin: triunfa el golpe de estado encabezado por el general Manuel Pavía, que acaba de facto con la Primera República y abre paso a la restauración de la monarquía borbónica. Conociendo que el nuevo régimen tiene previsto cesar a los catedráticos en comisión nombrados tras la Revolución, Velasco dimite a comienzos del mes de febrero. Así ofrece la noticia, el 9 de febrero de 1874, La Correspondencia de España, quizás el diario más equilibrado y «periodístico» de la época: «El Dr. D. Pedro González de Velasco ha hecho dimisión de la cátedra que desempeñaba en el Colegio de San Carlos, con gran sentimiento de los alumnos, dejando en ella un lamentable vacío». Por supuesto, la prensa conservadora, que se siente revivida, lo ve de muy distinta forma. Esta es la respuesta de La Época a La Correspondencia de España, el 13 de febrero: Habiendo dicho La Correspondencia que el doctor González Velasco ha dimitido la cátedra que desempeñaba en el Colegio de San Carlos, advierte El Diario Español que este profesor no era propietario de ella, sino que, sin ser catedrático, le fue encomendado su desempeño interino por el gobierno provisional en sustitución del propietario, que fue declarado excedente, con otros muy dignos del expresado colegio, a consecuencia de los graves trastornos que en él se promovieron en el año de 1868; siendo ya tiempo de que se piense formalmente en su justa reposición y en el arreglo de tan asendereada facultad.
Lo que se dice es cierto, ya se ha anotado, aunque también es obvio que se respira un aroma de venganza. Según indica el propio Velasco, en uno de los dos interesantísimos «manifiestos» que publica con motivo de estos y posteriores acontecimientos que enseguida veremos, habría presentado esta segunda dimisión «al saber que estos señores catedráticos propietarios volvían a ser repuestos, y no quería ser yo obstáculo a nada». Asegura que, a través de un «alto funcionario», le pidieron desde el Ministerio que la retirara, pues finalmente se había decidido no reponer a los antiguos catedráticos. «Fui tan noble como todo eso, continué y terminé mi curso, y el último día de exámenes se extendió mi cesantía, con lo cual estoy muy contento, por más que yo no tenga ni un real que percibir del Estado como ce178
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sante» (González Velasco, 1874b: 206). Y así fue: terminado el curso de 1873-74, Velasco es cesado sin posibilidad alguna de restitución. Su sueño como catedrático de la tan querida Facultad de Medicina termina, y lo hace de la peor forma posible. Al mismo tiempo, su expulsión de la cátedra permite que su eterno archienemigo, José Calvo Martín, la recupere. Es más, a partir de este momento, el renacido catedrático arranca una exitosa vida académica y política que enseguida lo convierte en senador, posteriormente en senador vitalicio y, años después, en presidente de la Real Academia de Medicina. Por su parte, desde aquel mismo año de 1874, Velasco no solo queda apartado de forma definitiva de la Universidad, sino que ve cómo le cierran a cal y canto las puertas de la Real Academia y las de (casi) cualquier otra entidad u organismo público o académico vinculados con la medicina y la sanidad. Y digo «casi» porque, de forma llamativa, aún mantiene su presencia en ciertas instituciones. En marzo de ese mismo año de 1874 es nombrado vocal del Consejo Nacional de Sanidad, que sustituye al Consejo Superior de Sanidad, al que no había sido llamado;31 pocos meses después se integra en la nueva Junta Provincial de Sanidad de Madrid, que se constituye el 12 de diciembre de 1874.32 Además, resulta curioso que, no siendo ya catedrático, continúe formando parte de tribunales de oposición a cátedras de Medicina en varias universidades españolas.33 Pero su cese como catedrático es un durísimo golpe. Es verdad que a esas alturas de la vida, con 59 años, es ya un hombre rico y famoso, y que no necesita los doce o catorce mil reales de sueldo anual que le reporta la cátedra, aunque seguramente tampoco les habría hecho ascos. Sin embargo, es evidente que la condición de catedrático de Universidad le subyuga, y que se le ha escapado de las manos para siempre. Además, y aunque no lo reconoce en sus escritos, no lleva
La Época, 17 de marzo de 1874. La Iberia, 13 de diciembre de 1874. 33 Por ejemplo, para la convocada en la Universidad de Santiago en junio de 1875. El Criterio Médico, 10 de junio de 1875. También participa en tribunales de oposición a plazas de médico en varios hospitales. Gaceta de Madrid, 6 de enero de 1877. 31 32
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nada bien que, de forma abierta o velada, lo critiquen porque fuera nombrado catedrático «a dedo»; y peor aún soporta las acusaciones de haber conspirado durante la Revolución para expulsar de sus cátedras a presuntos enemigos, tanto ideológicos como personales. Pues bien, en medio de esta difícil coyuntura, y aunque ya no puede hacer nada para modificarla, Velasco no permanece callado. Es evidente que cualquier cosa que diga o escriba solo servirá para empeorar la situación, pero no puede evitar expresar en público lo que piensa. Su primera reacción es echar mano de su propia revista, El Anfiteatro Anatómico Español, y publicar pronto, en el número correspondiente al 15 de septiembre de 1874, un texto de título muy velasqueño, «Manifiesto del Dr. Pedro G. de Velasco, a la nación española, a sus hombres de gobierno, al profesorado científico-médico y a los escolares», con el que pretende clarificar su postura ante su cese como catedrático y, en general, ante la situación vivida por la Facultad de Medicina, su alumnado y su profesorado tras la Revolución de 1868 (González Velasco, 1874a). Al igual que hace en todos sus escritos autobiográficos, y pese a ciertas pinceladas de falsa modestia, Velasco aprovecha la ocasión para reivindicar su vida, «de humilde cuna», y su obra: los «primeros premios logrados durante sus estudios»; sus años de «docencia libre»; su «desinteresada» dedicación a la Facultad; sus viajes por Europa, sin haber recibido subvención de nadie, con los que ha tratado de contribuir al progreso de España; los 8280 cadáveres que hasta entonces ha diseccionado; los «más de doce mil discípulos que me han honrado con su confianza». Niega rotundamente que la anarquía se apoderara de las aulas tras la Gloriosa; es más, asegura que la situación del antiguo Colegio de San Carlos era muchísimo peor antes de esa fecha, como denunciara en más de un escrito desde comienzos de los años cincuenta. Y, sobre el cese de determinados catedráticos y su propio acceso a la cátedra, argumenta que ninguna implicación personal hubo, ni en contra de los unos ni a favor de su colocación. Se justifica afirmando que cuando estalla la revolución se encuentra en Zarauz. Que regresa avanzado el mes de octubre y que lo único que entonces hace es participar en dos reuniones públicas, organizadas en 180
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el anfiteatro grande de la Facultad, en las que, sin censurar a nadie, se debate sobre la conveniencia de abrir una escuela libre de Medicina, «sostenida con los derechos y emolumentos que los estudiantes dan al Estado». Insiste en que ni pidió el cese de nadie ni solicitó la cátedra «que tanto codicia uno de esos señores», Calvo Martín. Que nunca puso un pie en el Ministerio reclamando nada. Que únicamente dirigió una instancia al rector «pidiendo autorización para dar un curso libre de Anatomía» y para hacer trabajos y estudios anatómicos, como lo venía haciendo hasta la fecha. Que entonces le ofrecieron la cátedra en comisión y que aceptó, pues con ello no hacía otra cosa que pasar «al Anfiteatro desde la sala de disección, donde llevaba veintiséis años enseñando públicamente esas mismas asignaturas [de manera extraoficial], cuyas lecciones y demostraciones han facilitado la vida práctica médico-quirúrgica a la mayor parte de los profesores que constituyen la generación médica presente». ¿Eso es todo? Obviamente, no. La incontinencia verbal, en este caso escrita, de Velasco no permite que su «manifiesto» se limite a rebatir opiniones y dictámenes de otros. Lo más crudo de su testimonio es el ataque directo y sin paliativos que dirige contra los catedráticos depuestos que ahora recuperan sus cátedras y, por extensión, contra todos los que se mantienen en sus puestos sin haber superado una oposición oficial en la Universidad de Madrid. De los dieciocho catedráticos que imparten docencia en la Facultad de Medicina, solo cuatro cumplen con ese requisito: Julián Calleja, Aureliano Maestre de San Juan, Francisco Javier de Castro y Teodoro Yáñez. Los demás han conseguido su plaza por cauces diversos, ajenos a la meritocracia y el esfuerzo: algunos vienen de universidades de provincia, otro es supernumerario ascendido a numerario y el resto ocupa el puesto «de real orden», es decir, por mera designación gubernamental, incluido José Calvo Martín, el nuevo «dueño» de la cátedra velasqueña. Todos se citan con nombre y apellidos. Como era de esperar, la reacción de buena parte de la clase médica madrileña y de la prensa conservadora es inmediata y furibunda. El 19 de ese mismo mes de septiembre, La Época publica un texto muy interesante que, conteniendo información completamente veraz, 181
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no deja de dar la razón al segoviano en la esencia de su argumento, aunque el diario pretenda justamente lo contrario. En efecto, tras comenzar advirtiendo que el «manifiesto» de Velasco «zahiere a la escuela en que ha servido de catedrático en comisión por efecto de lo de 1868», repasa las muy diversas circunstancias legales que, dependiendo del momento y del contexto, han permitido el acceso a las cátedras durante los veinte últimos años. Desde luego, el panorama que presenta es disparatado: leyes que cambian sin orden ni concierto, normas que se modifican, sustituciones que se consolidan, categorías profesionales que se reforman, etc. En resumen, que son poquísimos los catedráticos que han accedido al cargo superando una oposición, oficial y normalizada, en la Facultad de Medicina madrileña. Pues bien, eso mismo decía Velasco, aunque los editores de La Época argumentan que él se encontraba en la misma situación, lo cual tampoco justifica, y es opinión de quien esto escribe, que arbitrariamente unos sean cesados y otros conserven su plaza, ni en 1874 ni en 1868. Y aún dice más el diario conservador. Cierra el artículo con una puya que ahora sí se puede considerar justificada: le echan en cara no haberse presentado al concurso convocado para cubrir la cátedra de Anatomía vacante, la ganada por Julián Calleja, celebrado pocos meses antes, y no haberlo hecho tampoco al anunciado de Cirugía, «a pesar de ser estos los ramos a que se dedica. Cuique suum», esto es, «a cada uno lo suyo». Ahí queda el dardo. El 1 de octubre Velasco responde con un «segundo y breve manifiesto, sobre el mismo tema de los catedráticos llamados propietarios», que también publica en su revista (González Velasco, 1874b). Argumenta, en buena lógica, que nada de lo que cuentan sus detractores desmonta la esencia de su argumento: la arbitrariedad del acceso a la cátedra de los actuales catedráticos «propietarios». Dice, y quizás no es del todo sincero, que ni reclama ni pide nada; que ni a nada aspira ni de nada se queja; que el Gobierno lo nombró y el Gobierno lo ha depuesto. Y recalca algo más: No hago ni pienso hacer oposición a ninguna cátedra oficial, porque no lo tengo por conveniente. No obstante, si por oposición se entiende demostrar interés por la ciencia, celo por la propagación de los adelan-
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Termina su alegato destacando que en su cátedra «jamás hubo el menor indicio de desorden» y que todos los exámenes realizados al alumnado combinaron «la justicia y la equidad con los deberes de la enseñanza». Y, como siempre trata de hacer gala de su sentido del deber y de la justicia, tras el manifiesto publica una «rectificación» donde señala que, en contra de lo dicho en su primer escrito, el cirujano y antiguo diputado Santiago González Encinas es catedrático por oposición en la Facultad de Medicina con todas las de la ley, no por nombramiento discrecional del Gobierno. La disputa ha terminado.
Fundación de la Sociedad Anatómica Española y refundación de la Antropológica Aunque el advenimiento de la Restauración borbónica lo deja fuera de la Universidad, y pese a que buena parte de la jerarquía médica boicotea sus clases privadas y su entrada en la Real Academia de Medicina, Velasco aún cuenta con ámbitos académicos sobre los que proyectar sus inquietudes a partir de 1874. De hecho, algunos son resultado de su propia iniciativa y se gestan en momentos previos, desde finales de 1872, pero la inestable situación política, y también profesional, provoca que los de vocación colectiva solo comiencen su andadura a finales de 1873 o ya en 1874. Con todo, a comienzos de 1873 arranca uno especialmente importante: la edición de El Anfiteatro Anatómico Español, una destacada publicación médico-quirúrgica que, además, se convierte en el órgano oficial de difusión de sus actividades profesionales y de la tarea desarrollada en sus dos últimos museos.35 De tamaño generoso y periodicidad quincenal, se publica con esa cabecera El énfasis es del propio Velasco. Un dato curioso: en el grabado alegórico que adorna la portada de la revista, la figura de Fama porta una corona con cintas en las que se leen los términos «Ciencia», «Celo», «Humanidad» y «Divinidad». Son las cuatro cualidades que debe poseer todo profesional de la medicina, aunque, obviamente, en la última se ha deslizado un grave error, pues debería decir «Dignidad». La aclaración se hace en el número de 15 de febrero de 1873. 34 35
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hasta diciembre de 1875; a partir de enero de 1876 aparece como El Anfiteatro Anatómico Español y El Pabellón Médico, pues absorbe a este último. Desde enero de 1881 se refunde con la Revista de Medicina y Cirugía Prácticas y deja de ser de su propiedad. Hasta ese momento, la redacción del periódico se sitúa en uno de los despachos del Museo Antropológico, en el ala de la actual calle de Alfonso XII. Y también, hasta su desaparición, el responsable de que salga adelante y lo haga con seriedad es Ángel Pulido, unas veces apareciendo como director, otras como codirector y, en ciertos momentos, en la sombra. Si bien es verdad que, durante el año de 1873, Velasco mantiene abiertos varios frentes a los que debe dedicar toda su atención, como las obras de su gran Museo Antropológico, aún tiene empuje para sacar adelante dos nuevos proyectos de extraordinaria relevancia que se suman a la edición de El Anfiteatro: la fundación y puesta en marcha de la Sociedad Anatómica Española y el reflote de la Sociedad Antropológica, la que él mismo apadrinara ocho años atrás. La creación de la Sociedad Anatómica es una tarea marcadamente personal del segoviano. Cuando por fin arranca, a finales de 1873, tras un año de impasse que, de nuevo, se vincula con la coyuntura política, lo hace con fuerza, con un importante número de socios que se incrementa progresivamente: en el verano de 1874 se relacionan 78 socios fundadores, 40 de número, 35 corresponsales y tres de mérito.36 Además, enseguida cuenta con revista propia, los Anales de la Sociedad Anatómica Española, de periodicidad mensual, que se edita entre diciembre de 1873 y abril de 1879,37 al frente de cuyo primer volumen se incluye un grabado con el retrato de Velasco, precisamente el realizado a partir de la única fotografía suya original que se conserva, una copia de época que guarda el Museo Nacional de Antropología.38 36 Anales de la Sociedad Anatómica Española, 8, 15 de julio de 1874; y 9, 15 de agosto de 1874. 37 La revista deja de publicarse por resolución dictada en junta general celebrada el 27 de mayo de 1879. Se acuerda entonces que El Anfiteatro Anatómico Español se convierta en órgano oficial de la Sociedad. 38 La fotografía fue tomada por uno de los primeros y más destacados fotógrafos profesionales españoles, José Albiñana Rubio; el grabado es obra del también notable pintor y grabador Pedro Hortigosa.
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Aunque Velasco deja la redacción de la revista en manos de varios socios, asume la «presidencia perpetua» de la Sociedad. Lo acompañan en la directiva su antiguo amigo José Díaz Benito, vicepresidente primero, el histólogo y destacado otorrinolaringólogo Rafael Ariza, vicepresidente segundo, y su discípulo Ángel Pulido, secretario primero.39 Y ¿qué sentido tiene esta nueva asociación? Pues es evidente que Velasco necesita algo diferente a la Sociedad Antropológica, que enseguida veremos cómo retoma sus actividades a finales de 1873, a la que, en todo caso, continúa apoyando. Quiere algo más directa y estrechamente vinculado con la anatomía y con su «obsesión» disectora.40 Así justifica la necesidad de fomentar los estudios anatómicos en el discurso inaugural de la institución, el 7 de octubre de 1872: El estudio profundo de la Anatomía abre portentosamente el camino para el de las demás asignaturas de la Medicina […]. Conocer al hombre en todos sus detalles físicos; penetrar en lo íntimo de su organización; sorprender, digámoslo así, el misterio de sus funciones es una tarea profunda, que necesariamente tiene que ponernos en fácil senda para poder llegar con paso firme al término de nuestro camino.41
Al igual que ocurre con la Antropológica, la Sociedad Anatómica tiene su sede en los museos de Velasco, primero en el de Atocha 90 y, desde octubre de 1874, en el gran Museo Antropológico. Allí se guardan también su biblioteca y las piezas, vaciados y preparaciones que aportan los socios y donantes externos. Las sesiones científicas
39 Centrado en la formación del nuevo museo de Velasco y la redacción de El Anfiteatro Anatómico Español, Pulido renuncia a la Secretaría de la Sociedad en enero de 1874, pasando a formar parte de la «Comisión de colecciones». En septiembre de 1876, con el museo ya instalado, es elegido vicepresidente primero. 40 En todo caso, debe recordarse que desde tiempo atrás, una vez obtenida la licenciatura en Medicina o poco después, Velasco es miembro de la Academia Médico-Quirúrgica Matritense, sucesora de la Academia Quirúrgica Matritense. También sabemos que, al menos durante 1863, es su vicepresidente y que durante todos estos últimos años su conducta es muy «generosa» con la Sociedad, sufragando gastos variados. Existe información al respecto en el Resumen de las tareas de la Academia Médico-Quirúrgica Matritense de los años académicos de 1862-1863 y 1864, editados en 1863 y 1865, respectivamente. 41 Anales de la Sociedad Anatómica Española, 1, 15 de diciembre de 1873, p. 6.
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tienen lugar dos veces al mes, casi todas bajo la presidencia del propio Velasco, que también presenta un buen número de memorias, tanto sobre casos prácticos médico-quirúrgicos como sobre alguna disertación de carácter teórico. De todas formas, existe consenso en lo que se refiere a evitar debates de índole ideológica o religiosa que puedan generar disensiones internas y también algún problema con las autoridades. De hecho, en una ocasión, cuando uno de los socios hace «varias apreciaciones religiosas» al debatir sobre el origen del hombre, se decide suspender la sesión «en virtud de acuerdo tomado en votación ordinaria». Por supuesto, tanto las memorias leídas como los debates que se suscitan se editan en la revista, que también acoge noticias sobre casos médicos, investigaciones y publicaciones realizadas dentro y fuera de España. Aunque no se produce ninguna interrupción en sus actividades, a finales de 1875 atraviesa un período de «apatía» que, aparentemente, se soluciona de forma fácil y nada traumática: las sesiones se trasladan a un lugar más céntrico, el número 34 de la calle de Cervantes, y se retrasa la hora de convocatoria, pues, al parecer, los problemas de asistencia tenían relación directa con «lo retirado del local» donde se venían celebrando, el Museo Antropológico, y «lo inoportuno de la hora». De todas formas, al menos desde finales de 1877, las sesiones retornan al museo, como da a conocer la prensa al anunciar o reseñar algunas de las más destacadas conferencias y memorias presentadas por sus socios, aunque el entusiasmo parece ir claramente en declive. A partir de octubre de 1880 no he localizado nueva información sobre la Sociedad; de hecho, Ángel Pulido la da por muerta en diciembre de ese mismo año.42 En todo caso, hasta que ese momento llega, Velasco participa en todas sus reuniones y lo hace, seguramente, con mayor agrado que en las de la Antropológica, con la sensación de que todo le resulta más cercano. Allí presenta también algunos trabajos que, todo hay que decirlo, no destacan precisamente por su profundidad teórica, 42 Pulido, Ángel. «Examen general», El Anfiteatro Anatómico Español, 191, 31 de diciembre de 1880. Este es el artículo, triste y desesperanzado, que pone punto final a la existencia de la publicación, que en el mes de enero siguiente se refunde en la Revista de Medicina y Cirugía Prácticas.
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ni por ofrecer rasgo innovador alguno. Uno de los más singulares, de nulo interés para sus contertulios, debió de ser el «breve resumen anatómico» leído en noviembre de 1878, «dedicado a la juventud», que lo más probable es que, para fortuna de sus oyentes, quedara inconcluso (González Velasco, 1878a).43 El 29 de diciembre de 1872, apenas tres meses después de la inicial puesta en marcha de la Sociedad Anatómica, Velasco se involucra en una nueva y potente empresa colectiva: el que podríamos calificar como «segundo renacimiento» de la Sociedad Antropológica Española, asumiendo que el primero, frustrado, es el que tiene lugar en febrero de 1869, tras el triunfo de la Gloriosa. En aquella jornada de diciembre del 72, y de nuevo el 5 de enero de 1873, se reúnen los miembros más destacados de la institución, bajo la presidencia del catedrático de Anatomía Joaquín Hysern y siendo secretario Delgado Jugo, aunque en la primera lo suple el periodista, historiador y antropólogo Francisco María Tubino, un personaje de biografía realmente interesante que pronto se convierte en secretario «propietario» de la Sociedad. En su discurso, Hysern refiere que «causas extrañas a la voluntad de los miembros, mayormente originadas en la crisis social y política que atraviesa nuestro país, impidieron que durante largo tiempo continuara sus trabajos», y que ya ha llegado el momento de retomarlos, para que la patria «no viva apartada del movimiento científico de la Europa culta».44 Por supuesto, Velasco interviene ya en estas dos primeras sesiones. En diciembre lo hace con su habitual tono de las grandes ocasiones, asegurando que la Sociedad «no podía dignamente continuar en el silencio, cuando quizás lo sabios que a estos estudios se dedican en el extranjero esperaban de sus esfuerzos e investigaciones la solución de problemas capitales íntimamente ligados con la primitiva historia de la humanidad». ¡Ahí es nada lo que 43 En el título de este folleto, el segoviano no tiene empacho en aplicarse a sí mismo el tratamiento de «excelentísimo», que muy probablemente emplea ocasionalmente desde su nombramiento como «Caballero Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica» en 1870. 44 Tanto los discursos del presidente y del secretario como un extracto de las discusiones de estas dos jornadas se reproducen en El Anfiteatro Anatómico Español, 1-2, 15-30 de enero de 1873.
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esperaban los sabios europeos de sus colegas españoles! En su segunda intervención plantea la necesidad de discutir los futuros temas de debate y hace ya una inicial propuesta un tanto singular: «El estudio de las cavernas bajo el triple punto de vista geológico, paleontológico y prehistórico, o sea de sus relaciones con la aparición del hombre sobre la Tierra». Sin embargo, pese a tan loables intenciones, y al igual que ocurre con la Sociedad Anatómica, la Antropológica atraviesa un periodo de bloqueo que se extiende durante casi todo el año de 1873. Por fin, el 26 de octubre tiene lugar la sesión que pone en marcha una nueva y, ahora sí, brillante etapa en la vida de la Sociedad. Es, por tanto, su «tercer renacimiento». Se elige entonces una nueva Junta directiva. La integran, entre otros, Joaquín Hysern, que continúa como presidente; Rafael Ariza, vicepresidente; Francisco María Tubino, secretario y archivero; y Velasco, que repite como tesorero.45 También se acuerda, en esa ocasión, la creación de una publicación periódica oficial, tarea que se encomienda al secretario y que se materializa en la extraordinaria Revista de Antropología, fuente esencial para conocer la recepción del darwinismo en España, donde se publican extensos trabajos a favor y en contra de la teoría evolutiva, obra de Tubino, Hysern, Ariza y Vilanova.46 Gracias a la revista sabemos de la intensa proyección internacional de la Sociedad, de sus contactos e intercambio de publicaciones y de su interés por visibilizar y rentabilizar las nuevas ciencias antropológicas, tanto en el conocimiento del origen y devenir de los pueblos de España como en el estudio de las etnias pobladoras de las «provincias de Ultramar». De todas formas, aunque pertenece a su Junta Directiva, y seguramente asiste a todas sus reuniones, la implicación de Velasco en 45 El extracto del acta de esta última reunión, y también de las dos previas de diciembre de 1972 y enero de 1973, se publica en la Revista de Antropología, 1, 1 de enero de 1874, pp. 75-80. 46 Lamentablemente, se trata de una publicación tan interesante como escasa. Los únicos ejemplares que conozco se guardan en la biblioteca del Museo Nacional de Antropología, en Madrid. Existe el volumen correspondiente a 1874, de 568 páginas, y únicamente sendos cuadernillos sueltos de 1875 y 1876. Se desconoce cuándo deja de publicarse. Sobre la recepción del darwinismo en España, véase Puig-Samper, García González y Pelayo, 2017.
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el devenir académico y científico de la Sociedad Antropológica es mucho menos intensa que la relación mantenida durante esos mismos años con la Anatómica; de hecho, en la Revista de Antropología publica, en su primer número, unas «Observaciones sobre el estudio del hombre» y ya no vuelve a aparecer su firma. Pese a todo, el vínculo se mantiene; es más, desde octubre de 1874 Velasco ofrece su nuevo, y aún no inaugurado, Museo Antropológico para la celebración de las reuniones extraordinarias de la Sociedad, aunque pronto se celebran allí también las ordinarias, de las que informa de manera regular la prensa generalista, incluida la Gaceta de Madrid. Igualmente, se organiza en el museo algún evento singular, relacionado con la actividad de la Sociedad. Destaca la presentación de los famosos «hombrecillos de Pilas», dos hermanos de 29 y 26 años que miden, respectivamente, 94 y 89 centímetros y que, para asombro de todos, presentan una morfología armónica y proporcionada.47 Aunque entre los años 1876 y 1878 la prensa no ofrece información sobre los quehaceres de la Sociedad, sabemos que continúa en marcha y que incluso se presenta de forma exitosa en un destacadísimo evento internacional: en la Sección de Ciencias Antropológicas que se organiza en la Exposición Universal de París de 1878. De hecho, su implicación en el certamen es especialmente intensa y, podríamos decirlo así, por partida triple: primero, porque es precisamente su secretario, Tubino, quien recibe el encargo del Gobierno de España para la organización general de la participación española en dicha Sección; segundo, porque la Sociedad está presente mostrando las investigaciones de sus socios y otros proyectos colectivos; y, tercero, porque siendo tan destacados la ocasión y el lugar, el propio Velasco participa como expositor particular, aunque la inversión que requiere su presencia en la capital del Sena es ciertamente notable. Y ¿qué
47 El Pabellón Médico, 14 de octubre de 1875, pp. 455-456. Su enfermedad no es la acondroplasia, sino, seguramente, alguna forma de enanismo hipofisario. El mismo año de la presentación, 1875, la Revista de Antropología (vol. II, n.º 8, pp. 31-64) publica un interesante artículo sobre estos dos personajes, que recoge sendos informes redactados por los médicos sevillanos José Moreno Fernández y José de Antelo, aunque solo aparece la firma del último.
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presenta al mundo el segoviano? Pues, obviamente, exhibe orgulloso su Museo Antropológico, a través de una amplia selección de sus colecciones. En esta ocasión, el doctor organiza todo con más tiempo y detalle que en su pionera participación en la exposición de 1867, lo que permite que las colecciones enviadas superen en número y calidad a las presentadas once años atrás. Además de editar y presentar, dirigido al jurado del certamen, un curioso texto titulado «Proyecto de fundación de museos antropológicos en todas las naciones», que será analizado en el penúltimo capítulo, exhibe un plano y varias fotografías del museo, plantas, minerales, animales disecados y algunas piezas arqueológicas. Pero las colecciones más extensas son las antropológicas —esqueletos, huesos y cráneos, tanto reales como en moldes y fotografías—, las preparaciones anatómicas y los ejemplares de teratología humana y animal.48 Y, claro está, la pieza más destacada es el «gigante extremeño». Velasco envía a París el vaciado y el esqueleto, a los que acompaña un texto que habla de su historia vital y recoge la autopsia que le practicara en enero de 1876.49 Además, y siguiendo el ejemplo de las exposiciones anatómicas comerciales y de las típicas exhibiciones de «monstruos» humanos, sitúa junto a ambas piezas el «busto de una enana» madrileña que había sido examinada por el propio Velasco y que con 15 años medía solo 85 centímetros. Tras el éxito logrado en París por Velasco, Tubino y la propia Sociedad Antropológica, esta continúa con sus reuniones habituales, dando comienzo al curso de 1879 con una llamativa y arriesgada conferencia de su vicepresidente, el doctor Basilio San Martín —el antiguo amigo y compañero de Velasco durante la movilización de 1843—, sobre «La importancia del estudio de la selección sexual en la especie humana».50 Pero, tras la experiencia parisina, parece que algo ha cambiado. Algunos de los socios más destacados reflexionan
48 «Exposición Universal de París de 1878. Índice de los objetos presentados por el Dr. Velasco», El Anfiteatro Anatómico Español, 121, 31 de enero de 1878, pp. 2224; González Velasco, 1878b. 49 «Exposición Universal de París de 1878. Objetos remitidos por el Dr. Velasco», El Anfiteatro Anatómico Español, 122, 15 de febrero de 1878, p. 32. 50 Semanario Farmacéutico, 2 de febrero de 1879.
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sobre lo que allí habían podido contemplar, quizás también sobre la necesidad de reconducir los proyectos y el futuro de la institución, algo que, en realidad, se venía gestando desde un par de años atrás. En el certamen de la capital francesa pudieron comprobar que el concepto de «antropología» resultaba demasiado estrecho, pues, en la práctica, había quedado circunscrito al estudio meramente físico del ser humano. También observaron que las nuevas ciencias antropológicas se estaban abriendo al conocimiento de las sociedades «primitivas» contemporáneas y que esta última orientación habría de resultar especialmente «rentable», tanto desde una perspectiva académica como por cuestiones políticas e, incluso, económicas. Es así como, quizás, podemos explicar la solicitud presentada al Ministerio de Fomento en enero de 1880, en la que se propone la nueva denominación de Sociedad Antropológica y Etnográfica Española. Aunque parece que en un primer momento se rechaza la iniciativa, pues desde el Ministerio se argumenta que el término «antropología» engloba ya los intereses de la «etnografía», al final se aprueba (Verde Casanova, 1980: 33). De todas formas, si bien en la edición de los nuevos estatutos se anota como fecha de su redacción el 1 febrero de 1880, la aprobación definitiva debió de producirse a finales de abril, pues es a comienzos de mayo cuando la prensa informa de sus nuevas reuniones y del reciente cambio de denominación. Ahora, en esta nueva etapa, encontramos a Velasco ocupando la Presidencia, con Francisco M. Tubino como secretario general. Además del cambio de nombre, son varias las modificaciones que se introducen en los nuevos estatutos respecto del texto fundacional de 1865 (Estatutos, 1880). El artículo primero establece que «la Sociedad tiene por objeto el estudio de la Antropología general, y el de la Etnografía en cuanto se refiere a España, a sus provincias ultramarinas y a los Estados de la América latina»,51 no ya a «la historia natural del hombre y las ciencias que con ella se relacionan», como se indicaba quince años atrás. Es decir, sin renunciar a las discusio51 Como señala Verde Casanova (1980), debe de ser esta una de las primeras ocasiones en las que se emplea en España la expresión «América Latina», supuestamente de origen francés.
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nes genéricas sobre el origen y la diversidad del género humano, se apuesta por prestar mayor atención al entorno más inmediato —supongo que el mundo rural español— y, sobre todo, a los pueblos que habitan tanto las antiguas como las actuales colonias. Es más que probable que esta revisión esté relacionada no solo con las noticias que llegan desde las sociedades antropológicas europeas, sino con las estrategias geopolíticas de un renovado colonialismo hispano, especialmente en relación con Filipinas, y con el interés que en los últimos años de su vida muestra Velasco por las cuestiones etnográficas, como comprobaremos al revisar la evolución de las colecciones de su Museo Antropológico. También llama la atención el nuevo artículo 12.º: «La Sociedad no consiente discusión alguna religiosa ni política». La indicación no puede resultar más explícita y concreta, y nada tiene que ver con la advertencia genérica que se recogía en el antiguo artículo 16.º: «La Sociedad no consiente discusión ajena al objeto de su institución». Es evidente que quieren evitarse las tensiones internas y, algo aún más grave, los problemas con la justicia. Pese a todo, da la impresión de que la situación que entonces atraviesa la Sociedad no es muy boyante, ni en el plano académico ni el económico. A este respecto, es significativo lo que se indica en el nuevo artículo 8.º de los estatutos: «La Sociedad hará las publicaciones que permita el estado de sus fondos», propósito bien diferente al que expresaba el artículo 25.º del antiguo reglamento: «La Sociedad publicará un periódico y Memorias originales». Es decir, no se asume compromiso alguno para mantener una publicación propia, lo que nos demuestra que la magnífica Revista de Antropología ha dejado de editarse.
Una visión singular de Las Hurdes y los hurdanos Fueran o no ciertos los problemas apuntados, pronto comienzan las sesiones, que de nuevo tiene lugar en el Museo Antropológico, aunque la actividad que desarrolla la Sociedad, en estos tres últimos años de vida, no es muy intensa. El 12 de octubre de 1880, Juan Vilanova presenta un informe sobre el IX Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistóricas, celebrado en el 192
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mes de septiembre en Lisboa, donde precisamente había defendido la autenticidad (y antigüedad) de las pinturas parietales descubiertas por Sautuola en la cueva de Altamira.52 Pero, aunque este es un acontecimiento de extraordinaria relevancia para la historiografía del arte paleolítico, nos interesa más la sesión que tiene lugar unos meses antes, el 13 de junio, que cuenta con Tubino y Velasco como actores principales. Por las informaciones que ofrece la prensa, resulta evidente que en aquella jornada la Sociedad se reúne por primera vez tras la reforma de sus estatutos, lo que evidencia que, incluso después de su cuarta refundación, cae en un nuevo, aunque corto, periodo de «apatía». Es obvio que faltan apoyos y que el número de socios queda muy alejado del momento glorioso de 1865; de hecho, los intervinientes se lamentan de la falta de implicación de la «clase médica» y de «todos los que estaban obligados a coadyuvar al desarrollo de esta clase de conocimientos».53 A la una de la tarde de aquella jornada dominical, y bajo la presidencia del doctor Velasco, la Sociedad celebra sesión pública para informar a los socios y a la ciudadanía sobre el nuevo rumbo tomado por la institución. Interviene, en primer lugar, el secretario general, Tubino. Comenta las reformas introducidas, resume lo más destacado de los nuevos estatutos y justifica la mención explícita que se hace a la etnografía en la nueva denominación de la Sociedad, explicando las diferencias que presenta con respecto a la disciplina antropológica. Argumenta que esta se interesa por «los más arduos problemas biológicos y zoológicos [...] relativos al origen del hombre, a la situación de este en la escala de los seres organizados», mientras que la etnografía «se limita a lo presente», estudiando «a los pueblos dentro de la historia y de la geografía, esto es, según su colocación en el tiempo y en el espacio». A continuación habla Velasco. Y ¿qué ofrece el segoviano al destacado público que se ha desplazado hasta su museo? Pues lee una memoria sobre el tema que bien podríamos calificar como su última obsesión antropológico-etnográfica: Las Hurdes y sus habitantes, los hurdanos (o jurdanos). Lo cierto es El Fígaro, 13 de octubre de 1880. La cita es del diario La Época de 19 de junio de 1880, que informa con gran detalle sobre la reunión. 52 53
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que unos años antes habían ingresado en el museo algunos materiales etnográficos procedentes de esa comarca cacereña y, bien sea debido a esas adquisiciones o porque existe un interés previo, el caso es que la miseria y las presuntas peculiaridades físicas y mentales de los hurdanos llaman poderosamente su atención. Por supuesto, Velasco nunca ha viajado a Las Hurdes y, muy probablemente, nunca ha visto a un jurdano, pero su leyenda trágica —extremeña, como el gigante, ¡vaya casualidad!— ha echado a andar y nada la detendrá durante décadas, demasiadas décadas. Aunque la prensa informa con detalle, y con trasfondo ideológico de por medio, sobre el contenido de su intervención, lo mejor es acudir al folleto que, como en ocasiones anteriores, el doctor edita para dejar constancia material y duradera de sus palabras, aunque mejor habría sido que no lo hubiera hecho, y eso que son poco más de cinco páginas (González Velasco, 1880a).54 Hacemos esta apostilla porque la única fuente de información que maneja Velasco es el artículo que apareciera tiempo atrás en el famoso Diccionario geográfico... de Pascual Madoz (1847a: 360-363), y, ciertamente, no estuvo muy acertado su redactor. La descripción que se hace en esta obra de los hurdanos es sencillamente apocalíptica: son, y todo es literal, degenerados, indolentes, abyectos, sucios, impúdicos, asquerosos, repugnantes, bajos, míseros, adustos, selváticos, intratables, soberbios, pedigüeños, falsos, propensos a la embriaguez, inmorales, brutalmente licenciosos, lujuriosos, criminales, parricidas, polígamos, irreligiosos, casi salvajes. Eso sí, el autor reconoce que son ágiles. Al final, en cualquier caso, Madoz asume que no son ellos los responsables de su estado, sino «la nación que los deja olvidados o desatendidos». Extraña, o quizás no tanto, que Velasco no hubiera conocido antes el texto; sea como fuere, la combinación de degeneración, primitivismo y salvajismo que parece caracterizar a los hurdanos es todo un hallazgo para nuestro protagonista. Lo único que hace Velasco en su escrito es reproducir literalmente el de Madoz, citando su nombre de
54 Aunque el texto está fechado en el mes de abril de 1880, su lectura tiene lugar el citado 13 de junio.
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pasada, sin indicar que sea el autor. Asume la bestial descripción sin atisbo de duda y sin la más mínima reflexión crítica. Su conclusión es tanto o más tremendista que la de Madoz: «Hoy que todos los países cultos se apresuran a promover la exploración del África, […], empecemos nosotros por fijarnos en lo que tenemos en casa, y veamos si ese distrito que representa al desnudo el estado salvaje y primitivo del hombre se convierte, por medio del trabajo bien dirigido, en centro de riqueza y felicidad». Finalmente, solicita que la Sociedad Antropológica nombre una comisión de estudio que colabore con el Gobierno en la transformación de esa comarca. Enseguida, la prensa se hace eco del discurso y continúa refiriéndose al asunto durante los meses siguientes.55 La mayoría da por bueno el informe, exigiendo al Gobierno que la «civilización penetre en esas Hurdes salvajes»; no obstante, también se escuchan algunas voces críticas, tanto en Madrid como en Extremadura, que, sin dejar de asumir las carencias de la comarca cacereña, rechazan el lenguaje empleado por Velasco.56 En realidad, su iniciativa es bienintencionada y comprometida, pues solo busca el progreso de España a través de la mejora de las condiciones de vida y de la propia condición moral de sus habitantes, en este caso de los «primitivos» hurdanos. Pero las formas que emplea son lamentables. Pese a todo, quizás el affaire tuviera finalmente alguna consecuencia positiva para esas «pobres gentes». Digo esto porque unos meses después, el 4 de abril de 1881, El Globo ofrece una información realmente curiosa: el propio Velasco ha comunicado al diario que «los habitantes» de Las Hurdes han dirigido un escrito al «diputado del distrito», el progresista y combativo Joaquín González Fiori, «interesándole para que les saque de la situación aflictiva e inaudita en la que se encuentran». De haber reaccionado así, no serían tan salvajes los hurdanos. De todas 55 Véase La Época, 19 de junio y 10 de noviembre de 1880; Diario de Barcelona, 8 de noviembre; El Imparcial, 16 de abril de 1881. 56 Años más tarde, en 1891, el pacense Vicente Barrantes presenta en la Sociedad Geográfica de Madrid una extensa memoria, «Las Jurdes y sus leyendas», en la que critica con dureza a quienes escribieron y escriben, aún entonces, sobre la comarca sin conocimiento y sin reflexión, muy especialmente a Madoz y a Velasco. Se publica en el tomo XXX del Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, pp. 241-314.
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formas, aún habrían de transcurrir más de cuarenta años para que la situación de Las Hurdes comenzara a discurrir por nuevos y más favorables cauces.
Antes del final Con la polémica jurdana aún latente, la Sociedad pone en marcha su última iniciativa académica.57 A primeros de abril de 1881 funda una nueva revista, titulada Museo Antropológico, que, según El Globo, dirige el propio Velasco y que tendría como objetivo la publicación de «estudios utilísimos y curiosos acerca de la ciencia que enseña a conocer el hombre, su origen y su destino en la Tierra».58 Aunque el diario citado dice que, efectivamente, es el órgano oficial de la Sociedad Antropológica y Etnográfica Española, es evidente que se trata de una creación personal y hasta personalista de Velasco, quien no solo asume su dirección, sino que, incluso, la titula con el nombre de su propio museo. Quizás la vinculación con la Sociedad fuera meramente oficiosa, siendo en realidad el órgano de expresión del Museo Antropológico. Por supuesto, habría una forma sencilla de comprobar el carácter de esas relaciones: consultar lo indicado en la propia revista. Sin embargo, hasta el momento no se ha localizado ni un solo ejemplar, ni una sola página de la publicación. Eso sí, sabemos que se editan al menos seis números y que en ellos se publican dos destacadas aportaciones para el conocimiento y la aceptación del arte paleolítico cantábrico: un artículo de Marcelino Sanz de Sautuola, titulado «Las cavernas de Santander», y otro más, en tres números sucesivos, del entusiasta historiador, arqueólogo y naturalista Miguel Rodríguez Ferrer sobre la cueva de Altamira.59 La publicación de estos trabajos 57 Al menos en el mes de enero, en la apertura del curso, tuvo lugar una nueva sesión de conferencias de la Sociedad en el museo. Intervienen Tubino y Velasco. Los Avisos, 20 de enero de 1881, p. 28. 58 El Globo, 17 de abril de 1881. 59 Debemos a un pionero artículo de Luis de Hoyos Sáinz (1912) la primera referencia a la revista Museo Antropológico. Las citas de los artículos de Sautuola y Rodríguez Ferrer las proporciona Menéndez Pelayo (1933: 81-82).
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en su nueva y postrera revista es buena prueba de que Velasco mantiene vivo su amplio repertorio de intereses, que abarca «algo» de lo divino y todo lo humano, y que se hace eco, precisamente, de un debate de tanta trascendencia, historiográfica e ideológica, como el de la autenticidad y antigüedad de las pinturas de Altamira. Como hemos podido comprobar, ni su cese como catedrático ni el boicot que sufre su Escuela Práctica de Medicina, a la que nos referiremos más adelante, consiguen frenar a un hiperactivo Velasco. Es cierto que buena parte de las actividades en las que participa surgen de su entorno más inmediato o son directamente iniciativas propias; pero también ha de reconocerse que aún cuenta con ciertos apoyos en sus últimos años de vida, con el favor de algunos personajes que reclaman su presencia en alguna ocasión o evento destacado. El más relevante al que es invitado, en este penúltimo año de su vida, es nada menos que el IV Congreso Internacional de Americanistas, que se organiza en Madrid en septiembre de 1881 y en cuyo seno se prepara una «Exposición de antigüedades americanas», de cuyo Comité Organizador es nombrado vocal y a la que presenta una selección de piezas arqueológicas y etnográficas americanas de su museo.60 Sin duda, debió de ser un gran momento en la biografía del segoviano. En diciembre de ese mismo año, Velasco enferma de gravedad y ya no se recupera. A partir de entonces, su actividad profesional y su presencia en las reuniones de las sociedades científicas seguramente se paralizan. Es más, da la impresión de que tanto la Antropológica como la Anatómica cesan sus actividades; de hecho, ya no vuelven a ser citadas en la prensa. No obstante, en casi todos los estudios sobre historia de la antropología española y en las escuetas biografías sobre el segoviano se comenta que, en 1883, la Sociedad Antropológica saca a la luz una postrera y efímera publicación periódica, La Antropología Moderna. Fue Luis de Hoyos quien hizo esta indicación en el artículo que acabamos de citar en nota, publicado en 1912, y el dato ha venido repitiéndose desde entonces. Sin embargo, puede confirmarse que dicha «revista general de ciencias, literatura y artes», como El Averiguador Universal, 31 de julio de 1881.
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se subtitulaba, no fue editada por la Sociedad Antropológica, sino por una peculiar institución de la que apenas sabemos nada: la Academia Española de Ciencias Antropológicas.61 Hasta ahora no hemos localizado ningún ejemplar de esa revista, pero sí he podido consultar dos publicaciones de la asociación. La primera es su «Constitución fundamental», un texto largo y tedioso que, en realidad, no permite que nos hagamos una idea clara de sus objetivos (Constitución, 1882). El siguiente párrafo de su preámbulo es el que más se acerca a una declaración de intenciones: «La Academia […] va a representar en nuestra patria dos distintos y a cuál más importantes papeles, que inaugurarán una nueva era de progreso para la agrupación escolar española. La primera fase […], Unión ante la Ciencia. La segunda […] constituir y crear la clase escolar […]». Aunque su promotor y presidente es el médico Luis París Zejin, uno de los biógrafos de Velasco, entre sus socios no se reconoce ni a médicos, ni a anatomistas, ni a naturalistas. Parecen ser profesores de Enseñanza Media, quizás también alguno de Universidad. En cualquier caso, el concepto de «ciencia antropológica» que manejan es extremadamente difuso, sin relación alguna con la ya incipiente antropología física; tampoco con la etnografía o la etnología. Sin embargo, todo ello no es obstáculo para que justamente sea esta singular institución la única que organice, y edite, un homenaje público a la memoria de Velasco, que lo haga solo un mes después su fallecimiento y que reúna a destacados personajes de la medicina madrileña contemporánea, a los amigos y a los más íntimos colaboradores del doctor, incluidos Ángel Pulido y Mariano Benavente (Academia, 1882). En resumen, y al margen ya de revistas y publicaciones, lo destacable es que la grave enfermedad que golpea a Velasco, a finales de 1881, no solo doblega al gran segoviano, sino que hiere de muerte a sus dos grandes proyectos colectivos: la Sociedad Antropológica y la Sociedad Anatómica. El gran Museo Antropológico aún se mantendrá con vida, aunque no por mucho tiempo.
61 Esta adscripción se anota en un anuncio publicado en la revista quincenal La Diana, el 22 de noviembre de 1883.
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Capítulo 10 EL MUSEO ANTROPOLÓGICO Aunque al final del capítulo anterior llegamos a diciembre de 1881 y dejamos a Velasco y a su museo abocados hacia un tenebroso futuro, debemos retroceder nuevamente en el tiempo, para traspasar las puertas de ese llamativo edificio que se levanta al final del paseo de Atocha antes de que eche el cierre, para adentrarnos en sus salones y conocer sus colecciones. Es el momento de estudiar la más extraordinaria creación del segoviano: su gran Museo Antropológico.1
Luces: el gran momento de la inauguración Tras la colocación de la primera piedra, que ya vimos que tuvo lugar en abril de 1873, la construcción avanza con rapidez, al menos durante una primera etapa. En diciembre ya es perfectamente reconocible su estructura. Es entonces cuando visitan las obras el ministro de Fomento, Joaquín Gil Berges, y el conocido general liberal, y entonces diputado, José Lagunero, correligionario de Velasco y pocos años después protagonista pasivo de algo muy singular que acontece en el propio museo, como en su momento veremos. Ambos quedan muy satisfechos de las «buenas condiciones» y de la «indispensable utilidad» que para la ciencia patria habrá de tener tan destacada institución.2 Lamentablemente, graves contratiempos ralentizan las obras e impiden que el museo se inaugure antes de terminar el año de 1874. De hecho, el constructor le reclama importantes cantidades complementarias por la introducción de supuestas mejoras, que Velasco ya consideraba abonadas, lo que da origen a «un litigio largo y costoso […] que amargó muchísimo la existencia del ya anciano doctor», en palabras de Pulido 1 Este capítulo revisa y amplía información publicada previamente por el autor (Sánchez Gómez, 2014). 2 La Correspondencia de España, 7 de diciembre de 1873.
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(1894: 79).3 No obstante, como en el otoño de 1874 los trabajos están prácticamente concluidos, en octubre de ese mismo año Velasco traslada ya su «visita de pobres» a la clínica del nuevo edificio.4 Poco después comienzan a instalarse las colecciones. Al final, pese a lo costoso del proyecto, los retrasos y conflictos, el tozudo segoviano lo consigue: el 29 de abril de 1875, el recién entronizado rey Alfonso XII inaugura el nuevo y grandioso Museo Antropológico.5 Toda la prensa madrileña se hace eco del extraordinario acontecimiento. Además del rey, están presentes el ministro de Fomento, el ultraconservador marqués de Orovio, el obispo auxiliar de Madrid, cardenal Moreno Maisonave, el gobernador civil, el director general de Instrucción Pública, el rector de la Universidad, el decano y el claustro al completo de la Facultad de Medicina, el vicepresidente de la Real Academia de Medicina, el arquitecto del museo, profesores universitarios, médicos de los hospitales y de la Beneficencia pública, representantes de academias y sociedades científicas, de la Armada y del Ejército, de la nobleza, periodistas y «multitud de personas, entre las que tenía una representación distinguida el bello sexo».6 3 En el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid se conservan las actas notariales que se levantan a petición de Velasco, en febrero de 1875, en relación con la negativa del constructor a hacer entrega de la obra: protocolos de José Gonzalo de las Casas y Quijano, tomo 31229, ff. 442r-451r, 452r-456v y 466r-469r. Velasco había podido acceder al ala del antiguo paseo de Atocha, donde se situaba su vivienda, pero no al resto del edificio. Al final, como se recoge en la tercera de las actas, tiene que recurrir a la intervención de un cerrajero para poder franquear la puerta principal y la de la calle Granada. 4 La Iberia, 10 de octubre de 1874. 5 Como vimos, el 30 de marzo Velasco había organizado una primera visita al museo para representantes de las más destacadas cabeceras de la prensa madrileña, médica y generalista, que culmina con un «fraternal banquete celebrado en la fonda Española». La Época, 31 de marzo de 1875. 6 El Globo, 30 de abril de 1875. En los números de abril y mayo de 1875, El Anfiteatro Anatómico Español ofrece detallada información sobre la inauguración del museo y extracta un buen número de artículos de prensa que abordan el acontecimiento. Con todo, la información más interesante y curiosa es la recogida en una pomposa acta notarial levantada a petición de Velasco, que desea dejar constancia formal de un acontecimiento que, desde su perspectiva, habrá de renovar la enseñanza de la Medicina y la Anatomía en España. Se conserva en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid: protocolos de José Gonzalo de las Casas y Quijano, tomo 31229, ff. 961r-966v.
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El acto se desarrolla en el denominado «Salón grande», de donde se han retirado las piezas que exhibía para dar cabida a más de medio millar de asientos. Sobre la galería que lo circunda se instala una «brillante orquesta de profesores», como dice el acta notarial, que ameniza la espera hasta la llegada del rey. Una vez recibido el monarca, que toma asiento en un sillón rojo situado sobre una plataforma con gradería «cubierta de rica alfombra», Ángel Pulido, en su calidad de secretario del museo, pronuncia un exaltado y valiente discurso, en el que presenta las colecciones y defiende con firmeza la «libertad de enseñanza y la independencia de la ciencia», haciéndolo justamente frente al ministro que un par de meses antes, el 26 de febrero, había promulgado un real decreto que ponía fin a la libertad de cátedra y suponía la expulsión de un buen número de catedráticos de diferentes universidades españolas. Pulido se atreve, incluso, a mencionar a «los darwinistas [que] nos presentan al hombre como admirable remate que siguió a una selección de especies más inferiores, en oposición con Moisés que le hace surgir al soplo del Supremo Hacedor», aunque de forma cautelosa prescinde «de emitir juicio sobre este asunto» (Pulido, 1875a). A continuación interviene el creador del museo. Su discurso sigue la tónica habitual de su confusa reflexión teórica (González Velasco, 1875). Repasa las disciplinas científicas que permiten comprender y explicar el «macrocosmos» y el «microcosmos» y, seguidamente, se centra en la anatomía, de la que se reconoce «fanático» servidor. Tras definirse como un «obrero de la ciencia», recuerda a su hija Conchita, con unas emocionadas palabras que adquieren un sentido especial, y ciertamente macabro, si pensamos que, justo al día siguiente de leerlas en público y tras once años de ausencia, Velasco podrá de nuevo besar las mejillas y tener a su lado el corazón de la niña, aunque esas mejillas estarán secas y frías y ese corazón, pese a todo el amor que le profesa, continuará sin latir, tal y como quedó en la trágica madrugada del 12 de mayo de 1864: No extrañéis tampoco me conmueva quizás demasiado, asociando, al placer de este día y de este momento, el recuerdo inmaculado y purísimo de un ángel de ternura y de amor, iris celestial que Dios me había concedido para endulzar los sufrimientos de esta desdichada vida, y que la cruel muerte arrebató de mis brazos, tal vez cuando más necesarias me
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Luis Ángel Sánchez Gómez eran sus caricias: es la hija de mis entrañas, cuya figura diviso siempre, cuyo corazón creo que a mi lado late, cuya sonrisa de candor percibo; pero cuyos besos no siente ya sobre sus mejillas este desolado y pobre obrero de la ciencia, ni su voz estremece de gozo mi alma como en otros tiempos, que jamás de mi mente se borran.
Tras agradecer al rey y demás personalidades su asistencia, termina rogando a todos que «no descansen un momento en fomentar las ciencias naturales, por la influencia extraordinaria que ejercen en la cultura de los pueblos». Al terminar su discurso, «la concurrencia, olvidando las prescripciones de la etiqueta, no tuvo más que una voz para demostrar al ilustre anciano el placer y la emoción con que había oído sus sentidas frases, y una salva unánime de aplausos resonó en el Museo». Por último, toma la palabra el rey, quien dirige a Velasco «lisonjeras frases, que afectaron a este profundamente». Por supuesto, el final de su breve discurso «fue acogido con vivas y aclamaciones». Como colofón del acto, la comitiva visita las dependencias del museo. El acto concluye sirviendo «con la mayor galantería varios discípulos del Sr. Velasco dulces y refrescos a la concurrencia».
Sombras: fracaso de la Escuela Práctica de Medicina y Cirugía La presencia de Alfonso XII en la inauguración encumbra al doctor Velasco como un personaje público de la máxima relevancia. Ya no es solo un gran médico y uno de los mejores cirujanos del país, es una verdadera celebridad nacional.7 Sin embargo, algunas sombras oscurecen la brillantez del momento. De un lado, unos meses atrás había sido cesado de su plaza de catedrático. De forma simultánea, el nuevo régimen político —la recién restaurada monarquía— ha echa-
7 No obstante, y a pesar de lo indicado en algunas fuentes, ya se ha anotado que no es Alfonso XII quien lo nombra caballero de la Real Orden de Isabel la Católica. De hecho, no lo nombra rey alguno, pues recibe la condecoración durante el Sexenio Democrático, tras el derrocamiento de Isabel II y antes de que ocupe el trono Amadeo I de Saboya.
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do por tierra las libertades que había traído el Sexenio Democrático, incluida la de enseñanza. Parece, no obstante, que con el nuevo museo en marcha y con su proyectada Escuela Práctica de Medicina y Cirugía, todas las limitaciones y el oscurantismo oficial habrían de ser superados.8 En efecto, a pesar de las restricciones a la libertad de cátedra, la legislación entonces vigente permite la enseñanza privada y establece las modalidades de examen oficial que se han de superar para el acceso a los títulos, también en el nivel universitario.9 Gracias a ello, y asumiendo que ya no podrá retornar a la Universidad, Velasco pretende recrear, reinventar casi, la enseñanza de la Medicina, ofreciendo al alumnado todo aquello que la enseñanza oficial debería proporcionarle pero le escamotea. En resumen, su objetivo es hacer de su nuevo Museo Antropológico algo que trascienda un mero espacio de exposición, adjuntarle una nueva y moderna Facultad de Medicina privada, que aúne, de forma estable y sin solución de continuidad, la excelencia docente, la investigación especializada y la socialización y proyección pública de toda esa actividad. Velasco diseña un ambicioso plan de estudios que publica en El Anfiteatro Anatómico Español y en los Anales de la Sociedad Anatómica Española, información de la que, por supuesto, se hace eco la prensa diaria ideológicamente afín. Tras un diseño inicial presentado en julio de 1875, el cuadro definitivo de asignaturas, horarios y profesores sale a la luz en el mes de septiembre, acompañado por un texto explicativo del propio doctor.10 Velasco aparece como director de los cursos; Pulido como secretario. El proyecto es ambicioso, sí, pero también demasiado abierto. El «universalismo» científico de Velasco lo lleva a incluir asignaturas como Zoología, impartida por el famoso malacólogo Joaquín González Hidalgo, 8 En alguna ocasión, Velasco y Pulido utilizan otras denominaciones: «Escuela Libre de Medicina, Cirugía y Ciencias Auxiliares», El Anfiteatro Anatómico Español, 56, 15 de mayo de 1875, p. 385; y «Escuela Práctica Libre de Medicina, Cirugía y Ciencias Fundamentales», ibidem, 88, 15 de septiembre de 1877, p. 258. 9 Real Decreto sobre Grados de Facultad y títulos de Escuelas Superiores, firmado por el ministro de Fomento, el marqués de Orovio, con fecha de 4 de junio de 1875. 10 El Anfiteatro Anatómico Español, 65, 30 de septiembre de 1875, p. 513.
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Geología Médica y Paleontología, por Juan Vilanova, y Ciencia Prehistórica, por Francisco M. Tubino. El segoviano justifica la introducción de estas materias con argumentos que podrían resultar aceptables desde una (teórica) perspectiva holística, totalizadora. Pero, cuando uno lee sus explicaciones, no puede dejar de pensar que todo eso es poco o nada útil para un futuro médico o cirujano. Aunque tampoco debemos cargar las tintas sobre esta cuestión. Las veinte asignaturas restantes son todas perfectamente razonables, acordes con los intereses de un estudiante de Medicina, pues no solo abordan cuestiones técnicas y metodológicas de la práctica médico-quirúrgica, sino que también se interesan por ámbitos tan relevantes como la medicina legal o la administración médica. Y hay algo aún más importante que Velasco quiere destacar: el carácter esencialmente práctico de la docencia. Así lo explica: «El anfiteatro, los laboratorios y las demostraciones objetivas constituirán, de preferencia a las explicaciones orales, el distintivo especial de esta escuela». Por último, es evidente que nada de lo anotado sirve de mucho si el proyecto no cuenta con un elenco de profesores capaz de ponerlo en práctica y de hacerlo en su debida forma. En teoría, el profesorado de su escuela reúne nombres de bien reconocido prestigio. Encontramos amigos íntimos de Velasco, como Pulido o Díaz Benito, pero también personajes de la talla de Rafael Ariza, Luis Simarro, José María Cortezo, José Ustáriz, Carlos María Cortezo o Federico Rubio. Aparte del listado de asignaturas y profesores, nada sabemos acerca del funcionamiento de los estudios ni sobre su calendario, aunque sí existe información sobre las tasas que se habrían de abonar, que no eran baratas, aunque tampoco desorbitadas: 120 reales por una asignatura, 200 por dos, 260 por tres y 300 por cuatro. Por 320 reales se concede el derecho a «entrar como oyente en todas las explicaciones». Los alumnos sin recursos también pueden «acceder» a la escuela, «solo con presentar al secretario una solicitud acompañada de documentos que justifiquen su pobreza». De todas formas, parece obvio que, tanto en este caso como en el anterior, dicho acceso no otorga derecho a examen ni a la obtención del correspondiente título. 204
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Desgraciadamente, el entusiasta y muy atractivo proyecto de Escuela Práctica de Medicina y Cirugía resulta un completo fiasco. Velasco y Pulido imparten algunas clases hasta 1880, y poco más sale adelante.11 La magnífica cátedra (el aula) que Velasco levanta en su museo solo recibe a unos pocos alumnos, muchos menos de los más de doscientos que algunos años llegaron a matricularse en los famosos repasos que impartiera en sus domicilios de la calle Atocha. Pulido (1894: 114) asegura que el «espíritu bullanguero y grotesco de enseñanza libre» de la Medicina durante el periodo revolucionario «desprestigia este bello ideal», retrayendo a los alumnos de asistir a los cursos de la nueva Escuela. Porras Gallo (2002) propone algo similar, aunque también menciona otros problemas que no han de desdeñarse: la obligación que tiene el alumno de pagar tanto la enseñanza privada como la matrícula en la Universidad; que solo los profesores de la Facultad pudieran participar en los tribunales de los exámenes oficiales; que esos profesores tuvieran prohibido impartir las mismas asignaturas en la enseñanza privada; la obligación legal de abonar unos elevados sueldos a los profesores; la escasez de cadáveres para las prácticas; y, por último, la relativa mejora de las estudios de Medicina en la Universidad durante aquellos años. Seguro que Pulido y Porras tenían razón; pero tampoco hemos de olvidar que, pese a la presencia del monarca y otras personalidades en la inauguración del museo, Velasco es considerado poco menos que un apestado por buena parte de la clase médica y el profesorado universitario.12 11 Además, se mantiene durante un tiempo la denominada «Escuela de profesoras en partos» o «Escuela de Matronas», que dirige en el museo «doña Pilar Jáuregui de Lasbenes»; véase anuncio en El Imparcial, 26 de septiembre de 1877. Al menos desde septiembre de 1879, su director es ya Ángel Pulido; La Correspondencia de España, 27 de septiembre de 1879. 12 Una buena prueba de este rechazo la tenemos en el hecho de que, pese a su fama y a sus museos, no es elegido miembro de número de la Real Academia de Medicina, institución que había sido refundada y renovada en 1861, en pleno apogeo profesional de Velasco. Algunas fuentes y el propio Velasco dejan constancia de que, si bien no fue académico de número, fue miembro corresponsal. De todas formas, el dato es poco fiable, pues lo habitual es que un miembro corresponsal lo sea, entre otras razones, por el hecho de no residir Madrid, y no era el caso del segoviano. Sea como fuere, en el archivo de la Academia no existe constancia del nombramiento.
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Y esto es algo que no puede extrañar si tenemos en cuenta las reiteradas y furibundas críticas que, como vimos, hace a la situación que en ese momento vive la enseñanza y la práctica de la Medicina en España. Basta recordar lo que escribe en su memoria autobiográfica de 1864, y más aún en sus dos «manifiestos» de 1874 sobre la restitución de catedráticos en la Facultad de Medicina, para comprender las razones de este frontal rechazo. Es muy probable, por tanto, que desde el ámbito académico y profesional se inste a los alumnos a evitar cualquier vinculación con su persona, con su museo y, sobre todo, con su Escuela de Medicina, cuyo modelo docente y orientación ideológica se sitúan en los antípodas del momento político que vive el país. De hecho, de 1876 a 1880, y con motivo de los sucesivos aniversarios de la inauguración del museo, cada mes de abril Pulido publica, en El Anfiteatro Anatómico Español, un artículo en recuerdo de aquel extraordinario acontecimiento. En todos se lamenta de la asfixia que sufre la Escuela proyectada por Velasco y critica con dureza la persecución que sufre la libertad de enseñanza y los errores del modelo educativo vigente. De todas formas, años más tarde Pulido reconoce que «fuera de la parte destinada a Museo, lo demás [del edificio] era muy insuficiente, pequeño y mal acondicionado para las necesidades de una Escuela [de Medicina]» (Pulido, 1894: 84, en nota). En cualquier caso, y a pesar de limitaciones y sinsabores, Velasco se mantiene firme en seguir con sus clases particulares hasta el final, aunque tenga que hablar solo ante unos pocos estudiantes. Y en cada discurso que imprime como prefacio al programa de un nuevo curso repite machaconamente sus ideas y sus críticas, sin miedo alguno a las represalias y, quizás, siendo ya consciente de que nada de lo que diga lo devolverá a los intensos días de docencia privada vividos en sus dos primeros museos. No podemos resistirnos a reproducir algunos párrafos del que, sin duda, fue el programa del último curso que impartiera, el de 1881-1882: Eso sí, al menos en una ocasión impartió allí una charla sobre teratología, en concreto sobre un caso de «Duplogénesis génito-urinaria y de miembros abdominales». El acto tuvo lugar el 17 de noviembre de 1864, conservándose en la Academia unas cuartillas suyas manuscritas, con un resumen de la intervención (leg. 97, doc. 4391).
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El Museo Antropológico No divaguemos; menos prolegómenos, más demostración, más positivismo en la clínica, no solo en el diagnóstico, sino más particularmente en el tratamiento y curación, o al menos alivio, del desgraciado que sufre los rigores de las innumerables dolencias que a la humanidad afligen. La enseñanza de la anatomía es insuficiente y pobrísima, no en teoría, sí en la práctica. No hay fisiología experimental hoy de rigor; se ignora en absoluto qué sea esta ciencia, la cual cayó en el abandono más desdichado el día que nuestro querido y venerado maestro, el Excmo. Sr. D. Joaquín Isern, salió del Colegio de San Carlos. La patología general se explica hoy por un sistema erróneo. Yo estoy por lo tangible, por lo perceptible, no por las abstracciones; y si en algo hace falta el materialismo, después de la anatomía y demostración fisiológica, es en la patología general. Que el ministerio de Fomento dé el gran paso de crear la Universidad libre, con iguales franquicias y derechos que la oficial; que establezca el jurado perpetuo de exámenes, donde se depure el saber de los que pretendan examinarse, sean quienes fueren y hayan estudiado donde quiera y con quien les haya parecido; y entonces se inaugurará una era de justicia y de progreso. Ábranse de par en par las puertas de los hospitales a los alumnos y profesores de medicina; los museos y gabinetes, bibliotecas, jardín botánico y cuantos establecimientos encierran medios de saber, y quítense todas las trabas existentes al adelanto y al progreso.13
Aunque tan sensatas, y atrevidas, frases no consiguen liberar a su Escuela de los grilletes oficialistas que la atenazan, este amargo fracaso no se proyecta sobre la actividad profesional del segoviano, que será siempre intensa y muy rentable. De hecho, hasta el final de su exitosa carrera forma parte de la muy exclusiva «1.ª clase de médicos-cirujanos», que reúne entre quince y veinte médicos-cirujanos en toda España, debiendo abonar por dicha condición la cuota más alta de todas las establecidas para la clase médica en el conjunto del Es-
13 Resumen del programa publicado en Los Avisos de 20 de octubre de 1881. Aunque escasos, los alumnos que acuden a sus clases de Anatomía y Antropología en el gran Museo Antropológico reciben todas las atenciones posibles de su maestro. Y siempre, al final de cada curso, reparte libros, folletos y vaciados anatómicos entre todos los participantes.
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tado, 1040 pesetas anuales.14 Es un lugar de privilegio que comparte con personajes de la talla de Rafael Martínez Molina, Joaquín Hysern, Federico Rubio, Melchor Sánchez de Toca o Mariano Benavente. No obstante, también es verdad que esos abultados ingresos acaban siendo devorados por su museo. Es más, junto al dinero que fluye, y como contrapartida a la reducción de su actividad docente, Velasco se consuela con el hecho de que el museo acoge las reuniones y conferencias de sus también muy amadas Sociedad Anatómica y Sociedad Antropológica. Y así llegamos a lo que verdaderamente importa, a que, al margen de todos los problemas y del boicot del que pudo haber sido víctima la tarea docente de su fundador, el nuevo Museo Antropológico es una realidad verdaderamente impresionante, tanto en el orden material como en el intelectual. Veámoslo.
El museo Quien a partir de 1875 se sitúa frente a la singular obra levantada por Velasco, diseñada por el arquitecto madrileño Francisco de Cubas y González-Montes, contempla un edificio imponente y de factura algo desconcertante, algo que bien podría definirse como un templo laico.15 Por supuesto, llama la atención la gran bóveda que cubre el cuerpo principal, pero lo que más destaca es la amplia escalinata y, sobre todo, el monumental pórtico griego tetrástilo 14 El Anfiteatro Anatómico Español, 84, 15 de julio de 1876, p. 195. La relación completa de médicos-cirujanos que se reparte entre las veintidós «clases» legalmente establecidas alcanza casi los tres centenares de individuos. La clase inferior abona una cuota de solo 100 pesetas anuales. Los «médicos puros» abonan cuotas considerablemente más bajas, el máximo es de 400 pesetas. 15 En el Archivo de Villa, en Madrid, el expediente 5-103-32 guarda la solicitud de construcción, los permisos otorgados y las controversias habidas con el ayuntamiento por las alineaciones y rasantes del edificio. No es el proyecto arquitectónico como tal, aunque sí se incluye un dibujo de las fachadas correspondientes a los cuerpos laterales del museo. Desgraciadamente, no incluye plano alguno de su interior. En su libro de 1894, Pulido anota que la cantidad invertida por Velasco en la construcción del museo, sin tener en cuenta lo gastado en las colecciones, asciende a 2 205 122 reales (551 280,50 pesetas), un auténtico dineral. Para conocer algunas cuestiones técnicas sobre el edificio del museo, véase Delage, 1982.
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(véase fig. 9). Los fustes de las columnas son de una sola pieza, en piedra caliza, y superan los seis metros de altura. El elegante orden jónico de los capiteles armoniza con un fantástico frontón, coronado por dos esfinges y un adorno de palmetas hoy desaparecidos, cuyo tímpano muestra la cabeza de Minerva. En el friso campea el famoso aforismo griego (latinizado) «nosce te ipsum», que ya estaba presente en el museo de Atocha 90. En el dintel de la puerta se lee otra inscripción, «Museo Antropológico», que obviamente hemos de asumir que da nombre al centro; sin embargo, en la lápida que recuerda la solemne inauguración presidida por Alfonso XII y que aún se conserva, el nombre que aparece grabado no es este, sino el de «Anatomicum Museum».16 En los muros de esta misma fachada, a ambos lados de la puerta, pueden contemplarse dos pinturas alegóricas de «estilo pompeyano», firmadas por Isidoro Lozano: una representa a la Medicina, la otra a la Cirugía.17 Flanqueando la entrada, pero destacadas hacia el exterior sobre dos altas basas, sendas estatuas sedentes de Miguel Servet y de Francisco Vallés rinden culto a la historia de la medicina española. La primera, la de mayor calidad, es obra de Elías Martín; la de Vallés fue ejecutada por Ramón Subirat.18
16 El membrete de un papel de carta conservado en el Archivo General de la Administración (AGA, fondo 1.4, sig. 31/06782) define al centro como «museo antropológico / y / gabinete de curación / del / Dr. Pedro G. Velasco / Paseo de Atocha / madrid». 17 Décadas más tarde, después de 1910, estas pinturas se sustituyen por otras dos imágenes alegóricas que representan a la Prehistoria y la Etnografía, quedando así referenciados en la fachada del edificio los tres ámbitos de investigación del nuevo Museo Nacional de Antropología, Etnografía y Prehistoria creado aquel año. Las pinturas se eliminan en la reforma posterior a la Guerra Civil. 18 Tras la muerte de Velasco, y sobre todo en las primeras décadas del siglo xx, ambas sufren incontables agresiones en forma de golpes y pedradas por parte de la chiquillería. Dañadas, aunque no de forma irreversible, durante la Guerra Civil, son retiradas y supuestamente destruidas en la reforma de los años cuarenta.
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Figura 9. Vista del Museo Antropológico del Dr. Velasco. Fotografía de Jean Laurent, hacia 1875. Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España, Ministerio de Educación Cultura y Deporte, Madrid, sig. VN-04181 (Sánchez Gómez, 2014: 271).
Tras atravesar la puerta de acceso, solo una gran cancela de madera, como la que suele ser habitual en las iglesias cristianas, separa al visitante del Salón grande. Las dos magníficas fotografías tomadas por Jean Laurent,19 seguramente en 1875, permiten que nos hagamos una idea de lo impactante que resulta el interior del museo en sus primeros años (véanse figs. 10 y 11). Sin duda, impresiona por las llamativas piezas que reciben al visitante, entre ellas un esqueleto humano y la figura anatómica, a tamaño natural, de un écorché, un hombre despellejado que muestra su musculatura. Pero aún más impactante es el propio espacio que lo acoge y el apabullante despliegue de armarios que recorre los muros del salón y la galería superior que lo circunda. El Salón grande supera los 26 m de largo, casi alcanza los 15 de anchura y llega a una altura de 15,30 m hasta la base de su gran lucernario, dimensiones que superan ampliamente a las que presentan la inmensa mayoría de Fototeca del IPCE, sigs. VN-04462 y VN-04096.
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los museos anatómicos privados que se construyen en Europa durante los siglos xviii y xix. Y no nos equivoquemos, la imagen actual del salón nada tiene que ver con la original, pues todo lo que se construye en la década de 1940 —el vestíbulo y el muro de separación, el segundo lucernario mucho más bajo que el original, los pilares y las dos galerías— comprime el espacio de una manera tal que anula por completo la sensación de amplitud que se disfrutaba en 1875. Al fondo, una puerta de doble hoja da acceso al «Salón pequeño», que repite el modelo del anterior, incluida la bóveda, a tamaño reducido: el ancho es el mismo, pero la profundidad es de solo 8 m, con 11 m de altura hasta la base del lucernario que, como en el Salón grande, ahora también queda oculto por una estructura moderna situada a mucha menor altura, a la que se suman los pilares que sustentan la galería construida en los años cuarente, que sustituye a la original, volada y mucho más liviana.
Figura 10. Vista interior del museo Velasco, costado derecho. Fotografía de Jean Laurent, hacia 1875. Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España, Ministerio de Educación Cultura y Deporte, Madrid, sig. VN-04096 (Sánchez Gómez, 2014: 272).
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Figura 11. Vista interior del Museo Velasco, costado izquierdo. Fotografía de Jean Laurent, hacia 1875. Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España, Ministerio de Educación Cultura y Deporte, Madrid, sig. VN-04462 (Sánchez Gómez, 2014: 272).
Ambos salones dan forma al cuerpo central del museo, que está flanqueado por sendos edificios de estilo ecléctico con fachadas, respectivamente, a la calle de Granada, hoy de Alfonso XII, y al paseo de Atocha, hoy paseo de la Infanta Isabel; en este último, el arquitecto aprovecha el desnivel existente para, sin elevar la construcción, disponer de una altura más.20 En el piso superior del ala de Atocha, el único con balcones volados, se sitúa la vivienda del doctor y su esposa. Es evidente que hubo de ser una residencia cómoda y bien equipada; sin embargo, y para asombro de sus contemporáneos, que20 Además de los artículos de Manuel Prieto (1875), Miguel Martínez Ginesta (1874 y 1875) publica una detallada descripción del edificio poco antes de su inauguración oficial. Poco después, la reseña se edita resumida en La Época de 4 de mayo de 1875 y El Pabellón Nacional de 8 de mayo de 1875. Seguida de una breve biografía del doctor, vuelve a reeditarse en Madrid Moderno, en los números XII y XXIII, de junio y diciembre de 1880, respectivamente.
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daba muy alejada de las dimensiones y la ostentación propias de los palacetes que entonces se hacía construir la alta burguesía madrileña en el cercano paseo de Recoletos. Resulta curioso, pero muy probablemente les llamara más la atención esa circunstancia que el hecho de que en una de las estancias de la vivienda, en concreto en la capilla que allí habían instalado sus propietarios, descansara durante casi once años la momia de Conchita. En la planta primera de esta misma zona, debajo de la vivienda, se sitúan varias salas secundarias del museo y el despacho del doctor; en la baja, a nivel de la calle, está el acceso para personas y carruajes, un pequeño patio y varios espacios de uso doméstico subalterno. Por su parte, toda el ala de la calle de Granada acoge diferentes zonas de trabajo e investigación.21 La contundente visibilidad del último proyecto museístico de Velasco atrae la atención del público de forma mucho más intensa que sus dos creaciones previas, lo que se traduce, de una parte, en un incremento notable de las donaciones; de otra, en la visita de muy relevantes personalidades. La de mayor relumbrón es la que realizan los emperadores de Brasil, Pedro II y Teresa-Cristina de Borbón-Dos Sicilias, el 22 de agosto de 1877.22 Es su segundo viaje a Europa, y aunque durante esa misma jornada se acercan a otras instituciones madrileñas, el hecho de que visiten el museo, con todas las excentricidades que acoge, debe de llenar de gozo a Velasco, por muy republicano que fuere. El segundo visitante de postín es un antiguo conocido, el príncipe heredero de Mónaco, el futuro Alberto I. En enero de 1878, cuando se documenta la nueva visita, el príncipe ha concluido su formación en la Armada y hace tiempo que no reside en España. Se desconocen las razones de su
21 Desgraciadamente, no puede decirse nada sobre el funcionamiento cotidiano del museo, pues, como ya se indicó, no ha quedado ni un solo papel del doctor. Por la prensa conocemos que los tres días siguientes a la inauguración son de acceso gratuito y que «a partir del día 3 la entrada será por papeletas que se expenderán oportunamente»; Diario Oficial de Avisos de Madrid, 1 de mayo de 1875. Es de suponer que, como en los dos museos anteriores, alguno de los ayudantes de Velasco tendría alguna actividad de gestión en el centro y que debería de haber un guarda o portero, pero ninguna documentación se guarda al respecto en el actual Museo Nacional de Antropología. 22 El Imparcial, 23 de agosto de 1877.
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regreso, pero lo que indica la prensa es que se encuentra de nuevo en Madrid y que visita «casi todos los días» el museo.23 Un año más tarde vuelve a pasar por la capital del reino y, de nuevo, se acerca al museo, ahora «acompañado de familias muy distinguidas» y del secretario de la embajada francesa en Marruecos.24
La singularidad de las colecciones. Los «negros disecados con su piel natural» Por lo que se refiere al incremento de las colecciones, la prensa generalista informa con regularidad de donaciones de piezas anatómicas, geológicas y paleontológicas, de monstruosidades humanas y animales, de curiosidades históricas y de objetos etnográficos.25 Por supuesto, el doctor sigue realizando adquisiciones por su propia cuenta, tanto dentro como fuera del país. Continúa interesado por vaciados y preparaciones anatómicas, cráneos y esqueletos, pero, según pasan los años, parece mostrar algo más de sensibilidad por las piezas etnográficas, tanto domésticas como exóticas, sobre todo las procedentes de América y Filipinas.26 Entre 1873 y 1880, la propia revista del 23 El Anfiteatro Anatómico Español, 121, 31 de enero de 1878, p. 24. Un par de meses después, el príncipe remite al museo, desde Cádiz, «una magnífica tortuga, una perdiz de África, hermosas y raras pieles de zorro y de fuina [garduña]; todo recogido y preparado por sí mismo»; La Correspondencia de España, 28 de marzo de 1878. 24 Ibidem, 1 de junio de 1879. 25 Al margen de estas donaciones, la Dirección de Sanidad concede a Velasco, «con destino a la disección de su Museo Antropológico, los cadáveres sobrantes y disponibles que resulten en el hospital de la Princesa [en Madrid] después de cubiertas sus necesidades anatómicas»; El Criterio Médico, 10 de julio de 1875. Se utilizarían tanto para la elaboración de nuevos vaciados y preparaciones como para disecciones de carácter docente. En realidad, las modificaciones legales introducidas, tras el cambio de régimen, establecen que los cadáveres de los hospitales solo puedan ser utilizados en la enseñanza oficial, por lo que Velasco ya no puede disponer de los que le suministraba, de manera extraoficial, el Hospital General. La concesión mencionada es el resultado, no muy gratificante, de sus gestiones entre conocidos del Ministerio de la Gobernación, aunque, a partir de entonces, la disponibilidad de cadáveres debió de reducirse de manera notable. 26 El Globo de 7 de junio de 1881 reseña la entrada de gran número de objetos etnográficos procedentes de Puerto Rico y del archipiélago filipino de Joló.
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doctor, El Anfiteatro Anatómico Español, ofrece detallada información sobre el imparable crecimiento de las colecciones, lo que nos permite comprobar que, pese a lo que acabamos de indicar, Velasco acepta o compra absolutamente de todo: minerales y rocas, fetos monstruosos, decenas de cráneos normales y patológicos, vaciados anatómicos, conchas, monedas, cerámicas, muestras de plantas, tejidos e indumentaria de España y América del Sur, animales disecados, «medicamentos de la China», etc. Por supuesto, se consigna la entrada de no pocas piezas ciertamente disparatadas, como el cráneo destrozado de una persona muerta por el atropello de un carro27 o una mano, suponemos que auténtica, con un dedo medio absolutamente formidable, que su propietario presuntamente usaba «como si fuera una poderosa arma ofensiva»28. También recibe un «cerdo cíclope» y «una colección de pollos con gallina y gallo elefantiásicos».29 Y no olvidemos que, hasta el final de su vida, el doctor sigue reuniendo todas las patologías y singularidades anatómicas que resultan de su trabajo, incluido un «himen extirpado»;30 alguna otra se le escapa. Es el muy llamativo caso de un niño zamorano que llega a su consulta con tres años y ocho meses de edad, una estatura de un metro y dieciocho centímetros y «un pene como el de un adulto que entra en erección, bien descubierto el glande […]. Suele tener eyaculación seminal y experimenta placer venéreo, y le es agradable el trato con las niñas y las llama». El articulista, sin duda Pulido, asegura que «sería de desear que la ciencia se apoderase de este caso», pero parece que al final no pudo ser.31 El 26 de abril de 1879, el diario La Iberia informa de una adquisición muy especial: «la Venus, una hotentota joven». Aunque no existe ninguna documentación al respecto, Pulido (1894: 87) nos ofrece una interesante imagen del Salón grande, en la que se observa una figura femenina que, con total seguridad, se corresponde con
27 El Anfiteatro Anatómico Español, 84, 15 de julio de 1876, p 194; y 89, 30 de septiembre de 1876, pp. 273-274. 28 Ibidem, 95, 31 de diciembre de 1876, p. 382. 29 El Pabellón Nacional, 22 de mayo de 1875. 30 El Anfiteatro Anatómico Español, 175, 30 de abril de 1880, p. 98. 31 Ibidem, 130, 15 de junio de 1878, p. 142.
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este personaje. A pesar de la muy escasa calidad de la reproducción, podemos comprobar que no es una copia de la famosa «Venus hotentote», la joven khoikhoi —Sarah Baartman en inglés; Saartjie Baartmann en afrikáans— que es exhibida en Europa a comienzos del siglo xix, muere poco después, es diseccionada y modelada por Cuvier, nuevamente exhibida —genitales, cerebro, esqueleto y moulage— en el Museo del Hombre parisino hasta 1974 y, finalmente, retornados sus restos a la República Sudafricana en 2002. Y no parece una copia porque la figura vista en París tiene los brazos bajados, mientras que la de Velasco muestra el izquierdo erguido y sujeta un bastón. Comparte con aquella el hecho de tener el cabello corto y una evidente esteatopigia, aunque se cubra con un faldellín; por el contrario, sus pechos parecen ser menos voluminosos que los de la venus original. ¿Se trata de un simple modelo en yeso o cartón piedra, o es una mujer khoikhoi real disecada?32 El inventario redactado de forma previa a la adquisición del museo por el Estado en 1887, que será presentado en el capítulo 12, indica que en el Salón grande se exhiben «dos individuos de la raza negra, hombre y mujer, disecados con su piel natural».33 Como resulta muy improbable que los cinco catedráticos encargados de elaborarlo —entre los que se cuenta el destacado anatomista y antropólogo Federico Olóriz Aguilera— no sepan distinguir una figura en yeso de otra cubierta con su propia 32 Esta figura ya no se conserva; tampoco la del «negro» que se menciona a continuación. El museo guarda sendas figuras en yeso de una mujer y un varón khoikhois y, al menos, una más de otro varón africano, pero fueron adquiridas mucho más tarde, durante la primera década del siglo xx. 33 Museo Antropológico del Doctor Don Pedro González Velasco. Inventario, folio 3 (manuscrito), Archivo del Museo Nacional de Antropología, sig. 52/1887/5. En otro inventario, conservado en este museo y con la misma signatura, fechado a 15 de julio de 1892, se enumeran los «objetos existentes en el Museo Antropológico del Dr. Velasco […] que pasaron a poder del Museo de Ciencias Naturales» y, de nuevo, se indica expresamente que del Salón grande se toman «dos individuos de la raza negra, hombre y mujer, disecados». Y hay más. El archivo del actual Museo Nacional de Ciencias Naturales guarda cuatro páginas, sin fechar, con el encabezamiento «Museo de Ciencias Naturales. Colección de Antropología», en cuyo apartado 6, sobre «razas históricas», el indicativo sobre «razas negras de África» menciona «dos pieles montadas y vestidas» que, supuestamente, serían las del museo de Velasco, entonces adscritas al Museo de Ciencias. Cátedra de Antropología 1859-1902, caja 3, legajo 24.
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piel, deberíamos asumir que, efectivamente, la «pieza» en cuestión es una mujer taxidermizada que, además, se acompaña de una pareja masculina de idéntica cualidad. Desgraciadamente, no hay ninguna otra información que lo confirme. Es más, las dudas en torno al varón son aún más intensas, pues la única figura que en algunos textos se califica como «un negro» es el maniquí con sombrero, lanza y pectoral jíbaro que se observa en las fotografías del museo tomadas por Laurent tras su inauguración, cuyos rasgos y textura hacen pensar en que se trata simplemente de eso, de un maniquí. Pese a todo, y aunque no puede asegurarse que tales «individuos de la raza negra» fueran realmente seres humanos «con su piel natural», es evidente que «podrían» haberlo sido y que, lo fueran o no, su exhibición no genera escándalo alguno.34 Por supuesto, disecar y exponer cuerpos humanos, o solo la piel,35 en museos y colecciones académicas no era una práctica habitual, pero tampoco puede considerarse algo absolutamente extraordinario.36 Además, los casos documentados involucran 34 En un interesante artículo, la historiadora norteamericana Martin-Márquez (2003) critica a Romero de Tejada (1992), antigua directora del museo, por dudar de que esas figuras correspondan a seres humanos disecados, acusándola de pretender ocultar parcelas ominosas de la historia del museo. Por nuestra parte, consideramos que la duda es comprensible, aunque también es verdad que Romero de Tejada se equivoca al afirmar que la «negra» y el «negro» citados en el inventario podrían corresponderse con la pareja de hotentotes en yeso que todavía se conserva, pues estas dos figuras ingresan en el centro mucho más tarde. 35 El museo anatómico de «Mr. Neger, de Munich», que se presenta en Madrid en 1868, exhibe una «piel humana curtida» completa. Curiosamente, la muestra de tan particular espécimen no parece que suscite reacciones de protesta; lo único que se comenta en algún periódico es que debería mostrarse en un lugar reservado, visible únicamente para quien expresamente lo solicitara. Véase, por ejemplo, el diario La Época de 22 de mayo de 1868. De acuerdo con información proporcionada por el taxidermista Salvador Pérez, los problemas que plantea la piel humana para ser disecada no se deben tanto a su escaso grosor como a la ausencia de vello abundante o de plumas, elementos que permiten manejar otras pieles tanto o más delgadas sin demasiadas dificultades. 36 Sobre las circunstancias de toda índole que han condicionado y limitado este tipo de prácticas y para conocer los ejemplos más destacados, véase Morris, 2014. El artículo deja expresamente de lado las modernas exhibiciones de cuerpos humanos preservados, supuestamente con fines científicos y educativos, que tanto éxito, y cierta controversia, han generado en los últimos años. Su máximo representante es el alemán Gunther von Hagens, responsable de la famosa serie de exposiciones-es-
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tanto a individuos considerados exóticos o «salvajes» como a gentes de origen «doméstico», aunque es cierto que estas padecen alguna patología deformante, como enseguida comprobaremos. Además de las factores racistas y clasistas que entran en juego, las circunstancias que posibilitan estos «actos museográficos» tienen que ver con la sublimación de la ciencia, con la consideración de que el progreso del conocimiento justifica cualquier proyecto científico y con la convicción de que quien lo lleva a cabo, el investigador, tiene el derecho y el deber de ejercer su dominio sobre todo aquello que estudia, incluido el ser humano. De hecho, en un breve artículo sobre «teratología [humana] viviente», Velasco afirma que el Estado «se debería incautar [...] de estos individuos [se refiere a los patológicos domésticos], con el fin de que fueran patrimonio de las corporaciones científicas»; de este modo, podrían tener una existencia digna y servirían al progreso de la ciencia, tanto «mientras vivieran» como «después de su fallecimiento» (González Velasco, 1877).37 En realidad, esta recomendación había sido llevada a la práctica por el propio Velasco solo unos meses atrás, aunque solo en la fase post mortem, con la adquisición y el tratamiento del cadáver del «gigante extremeño».
Ideología y ciencia Pero que Velasco se preocupe, podríamos decir que hasta su último aliento, por mejorar su museo no impide que se mantenga igualmente firme en la defensa de sus profundas y muy arraigadas convicciones ideológicas. A finales de 1879 se documenta uno de los pectáculo «Körperwelten» (en alemán) o «Body Worlds» (en inglés). Por cierto, al no tratarse de una taxidermia, el texto de Morris no cita uno de los casos más notables de preservación y exhibición de un cuerpo humano, al menos de una de sus partes: la cabeza del anatomista italiano Antonio Scarpa (1752-1832), que aún hoy se muestra, conservada en formol, en el Museo per la Stòria dell’Università, en Pavía. Otros casos de «antropotaxidermia» se comentan en el muy interesante blog que mantiene el taxidermista Salvador Pérez: https://www.taxidermidades.com/search/label/antropotaxidermia. 37 En este artículo, el doctor se interesa por individuos teratológicos, no por personajes exóticos sin patologías.
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episodios más significativos de su agitada vida, que no solo ejemplifica de forma nítida su defensa a ultranza de los valores progresistas, sino que vincula de forma indeleble esa ideología con el propio Museo Antropológico. Me refiero a la enfermedad y muerte de su gran amigo el general republicano José Lagunero Guijarro —diputado durante la Primera República y conspirador revolucionario—, declarado entonces en busca y captura. Diré solamente que tras su detención y hospitalización inicial, a finales de septiembre, Velasco acoge al militar en su propia casa, que allí fallece a las pocas semanas y que en el museo se instala su capilla ardiente. El entierro tiene lugar el 19 de diciembre y la comitiva fúnebre, que sale del museo y se dirige a la Sacramental de San Justo, se convierte en un gran homenaje popular al militar, al progresismo y a la República, en el que participan los principales representantes del republicanismo y varios miles de personas, y todo ello a pesar de la fortísima vigilancia policial y de las restricciones impuestas por las autoridades.38 Si algo se puede decir de la conducta de Velasco, en este dramático acontecimiento, es que no se arredra ante las presiones y los evidentes riesgos, que se mantiene fiel a sus ideas y a quienes junto a él las defendieron en el pasado y se atreven a defenderlas en el presente.39 No puede concretarse en qué medida afecta al doctor, a su museo y a su docencia tan recalcitrante actitud progresista y republicana, pero no debió de contribuir en nada a su «buena imagen» ante las autoridades y los sectores más conservadores de la sociedad. Fuera como fuese, al año siguiente vuelve a las andadas, conjuntando de nuevo ciencia y política. En esta ocasión, aprovecha que el 27 de octubre de 1880 se cumple el 327 aniversario —una cifra nada «redon38 En El Globo de 20 de diciembre de 1879 se indica que habrían participado entre ocho mil y diez mil personas. En esa misma jornada, El Imparcial ofrece una relación más detallada e ideológicamente comprometida del entierro, y eleva la cifra a entre diez mil y doce mil, cortejo al que se habrían sumado 230 coches de caballos. 39 El entierro de Lagunero tiene una gran transcendencia social y política, y las tensiones acaban dando origen a enfrentamientos con las fuerzas policiales, que se saldan con varios detenidos (Anchorena, 2013: 374-376). Extrañamente, el autor no cita la figura de Velasco ni el hecho de que el entierro de Lagunero partiera, precisamente, de su museo.
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da»— de la ejecución de Miguel Servet para rendir homenaje a quien considera el más destacado héroe de la historia de la medicina española y universal, para rechazar la intolerancia religiosa y la crueldad y para defender el progreso de la ciencia y la libertad de cátedra. Aunque la lluvia hace «poco apetecible la excursión al excéntrico sitio que ocupa el Museo Antropológico»,40 la asistencia al acto es numerosa, y eso pese a tratarse tan solo de la sesión inaugural del curso de la Sociedad Anatómica Española, que, como vimos, preside Velasco con carácter perpetuo. Y no es solo cuestión de número, al homenaje acuden destacadas personalidades del mundo de la política, entre las que destacan tres pesos pesados del republicanismo español: Emilio Castelar, Francisco Pi y Margall y Manuel Becerra. Por supuesto, la prensa ultramontana censura el acto con acritud.41 En todo caso, y al margen de la personalidad de su creador, no cabe duda de que el museo genera notable interés, siendo «cada día […] más visitado y admirado por numerosas personas nacionales y extranjeras».42 Sendos artículos, acompañados de tres magníficos grabados del edificio, el Salón grande y el propio Velasco, que se publican en El Globo, uno de los diarios de mayor proyección de la capital, contribuyen a propagar la imagen de la institución entre el público durante los últimos años de vida de su fundador.43
40 El Globo, 28 de octubre de 1880. Como en otras ocasiones, el doctor edita el breve discurso que pronuncia durante el acto (González Velasco, 1880b). 41 El Siglo Futuro, diario tradicionalista, califica a los participantes en el acto de «fautores de la herejía protestante», en su número de 29 de octubre de 1880. 42 Diario Oficial de Avisos de Madrid, 1 de marzo de 1880. Y eso a pesar de que el acceso al museo resulta poco menos que una aventura durante los días de lluvia, debido al pésimo acondicionamiento del entorno, como denuncia La Iberia el 8 de diciembre de 1880. 43 El Globo, 5, 7 y 8 de julio de 1880.
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Capítulo 11 EL «GIGANTE EXTREMEÑO» En capítulos previos se indicaba que la biografía y la leyenda de nuestro protagonista están marcadas por tres hitos macabros. Ya conocemos dos: el caso de su hija Conchita y el de los cráneos de Zarauz. Toca revisar el tercero. Es el momento de repasar la triste historia vital y, sobre todo, el excepcional relato post mortem del más singular «inquilino» del museo, su «pieza» más espectacular y valiosa. Me refiero a Agustín Luengo Capilla (1849-1875), conocido como el «gigante extremeño».1
Gigantes, gigantismo y acromegalia Siendo conscientes de la atracción que suscitan los rankings y los récords, sea cual fuere el ámbito al que se refieran, debe advertirse ya que Agustín no era el campeón de los gigantes hispanos y que tampoco alcanzó la fama lograda por otros compatriotas, de talla extraordinaria, del siglo xix.2 El más alto parece haber sido el guipuzcoano Miguel 1 El presente capítulo es una versión revisada y resumida de un artículo previo del autor (Sánchez Gómez, 2017b), donde también se estudia la leyenda creada en torno a Luengo y se valoran la orientación y los contenidos del museo que le dedica su localidad natal. 2 Por supuesto, se utiliza el término «gigante» sin ninguna intencionalidad peyorativa. A partir de este momento, y para no recargar el texto con signos tipográficos, se escribe sin entrecomillar. El Museo de Anatomía Javier Puerta, perteneciente a la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, conserva dos impresionantes esqueletos humanos gigantes. Sin que nadie sepa realmente por qué, desde hace décadas se ha identificado al de mayor talla como perteneciente al «gigante extremeño», algo completamente falso. De hecho, puede confirmarse que pertenece a Pedro Antonio Cano (ca. 1770-1804), un ciudadano natural del Nuevo Reino de Granada, actual Colombia, que es trasladado desde América hasta Madrid para ser presentado, junto con su hermano y un loro, al rey Carlos IV (Sánchez Gómez, 2018). Tras la publicación del citado artículo se ha corregido la cartela, quedando la pieza adecuadamente identificada.
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Joaquín Eleicegui Ateaga (1818-1861), el «gigante de Altzo» —cuya vida recrea, con notables dosis de fantasía, la película Handia—, que podría haber llegado a los 2,42 metros (Sánchez Gómez, 2019). Y, en cuanto a éxito y reconocimiento, se imponen al extremeño, además de Eleicegui, el salmantino Víctor Sánchez Carrero (1847-1883), conocido como el «gigante bejarano», y el oscense Fermín Arrudi Urieta (1870-1913), el «gigante aragonés». Los tres tuvieron una gran proyección pública dentro de nuestras fronteras, que para el primero y el último se extiende también a un ámbito internacional. Como resulta fácil de adivinar, la increíble altura que alcanzaron estos personajes no se avenía con una fisiología sana y normalizada. Como la inmensa mayoría de las personas con una talla superior a 2,10 o 2,20 metros, los cuatro sufrían una rara enfermedad. En esas circunstancias, a los severos inconvenientes vinculados a tan enorme estatura —vestido, calzado, mobiliario, transporte…— se añaden otros, mucho más graves, ocasionados por la enfermedad principal y los trastornos asociados que la acompañan. En realidad, son dos las patologías que provocan tan desmesurado crecimiento: el gigantismo y la acromegalia. Salvo rarísimas excepciones, ambas tienen su origen en un tumor o adenoma, en la mayoría de las ocasiones no canceroso, que afecta a la hipófisis (glándula pituitaria) y que provoca una sobreproducción de hormona del crecimiento (GH o somatotropina).3 La sintomatología y las consecuencias que acarrean estas enfermedades son muy similares, aunque es cierto que tienen un desarrollo diferente, debido a que el gigantismo se manifiesta desde fecha relativamente temprana, siempre antes del cierre de las epífisis, y la acromegalia lo hace más tarde.4 Durante 3 La hormona del crecimiento es la somatotropina, aunque en la literatura médica suele nombrarse con sus siglas en inglés: GH (growth hormone). La incidencia de la acromegalia o el gigantismo es de solo tres o cuatro pacientes por millón de habitantes/año, y su prevalencia de cuarenta a sesenta personas por millón. 4 Se denomina epífisis a los extremos redondeados de los huesos largos, que se unen a la parte central y más larga, o diáfisis, mediante el cartílago epifisario. La existencia de este cartílago es, precisamente, la circunstancia que permite el crecimiento longitudinal del hueso. Su osificación, y consecuente desaparición, marca el final del crecimiento de esos huesos largos, aunque no del resto del esqueleto.
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el siglo xix y comienzos del xx, los gigantes patológicos atraen la atención de médicos y antropólogos, aunque su interés casi nunca se fundamenta en razones terapéuticas o asistenciales, sino en una curiosidad sin base científica definida que, en ocasiones, solo busca apropiarse del todo, de partes o de representaciones de esas «anatomías monstruosas». Por supuesto, también generan una poderosa atracción entre las gentes, que a veces se rentabiliza mediante exhibiciones públicas. Y aunque los tres gigantes mencionados disfrutaron de una vida mucho más intensa y longeva que Luengo, ninguno logró una proyección mediática post mortem más intensa y duradera que nuestro protagonista. En su caso, todo adquiere una nueva dimensión al entrar en escena el doctor Velasco.
El gigante en Madrid Las circunstancias que vinculan a Luengo con Velasco y su museo resultan llamativas y hasta extraordinarias; pero tanto o más singular es que apenas sabemos nada de la vida del extremeño y, sin embargo, todavía hoy, las muy frecuentes referencias que se hacen a este personaje repiten unas informaciones que no se sabe de dónde proceden y que nadie se ha molestado en contrastar. Nos referimos tanto a su pretendida exhibición en circos, teatros y barracas de feria, como al presunto contrato de compraventa firmado con el segoviano, según el cual este se haría dueño de su cuerpo, tras su fallecimiento, a cambio de unos determinados pagos que, obviamente, habrían de hacerse efectivos por adelantado. Ángel Pulido tendría que haber conocido el detalle del presunto acuerdo, pero nada dice al respecto en su biografía del doctor. Lo único que se sabe de todo este episodio y de la vida del propio Luengo es lo que nos cuenta el mismo Velasco y lo que recoge la prensa de la época. Veámoslo. La primera referencia que hemos documentado sobre Agustín Luengo en la prensa española es ya de fecha muy avanzada, el 3 de octubre de 1875; La Correspondencia de España informa: «Hoy ha 223
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sido presentado a S. M. [el rey Alfonso XII]5 un joven de 26 años, natural de la Puebla de Alcocer, provincia de Badajoz, llamado Agustín Luengo Capilla, el cual alcanza ya la disforme estatura de dos metros 800 milímetros […]», es decir, ¡cerca de tres metros! En realidad, el «8» es un «3» sobretintado, por lo que la cifra real coincidiría con los datos que, sobre el gigante, proporcionaba Velasco poco después. Pero lo curioso es que también en su momento debió de leerse un «8», pues, al día siguiente, el diario La Época repite la noticia y de forma indubitada escribe «800»; y nadie parece advertir el error. Lo mismo dice El Pabellón Médico del 14 de octubre, que añade una observación tan premonitoria como cruel: El esqueleto de este joven [,] si se lleva a un museo sin pruebas de autenticidad, podría servir de testimonio a muchas teorías antropológicas y arqueológicas que hoy corren por moneda de buena ley entre muchos filósofos, y que no tienen más sólido fundamento que el de fenómenos como el desgraciado Agustín Luengo (¡y tan luengo!) que no figurará entre los casos de longevidad.
5 A pesar de que la recepción debió de producirse, en el Archivo de Palacio no se conserva documentación al respecto. No existe expediente alguno sobre Agustín Luengo y tampoco se menciona la visita en el libro de registro de las audiencias que tuvieron lugar durante esos años (1875-1881). Archivo General de Palacio, Registros, n.º 3.235. En cualquier caso, es harto improbable que el monarca le regalase un par de botas, como cuenta la leyenda, que se corresponderían con el ejemplar que se exhibe en el museo que se ha dedicado a Luengo en Puebla de Alcocer. De hecho, el rey no debió de hacerle regalo alguno, tampoco en metálico. Curiosamente, de esta dramática circunstancia saca provecho otro gigante español, de menor estatura que el extremeño, pocos meses después. Nos referimos al citado Víctor Sánchez Carrero. Esto es lo que dice al respecto el diario La Iberia del 6 de junio de 1876: «S. M. el rey ha enviado hoy 2000 reales al gigante bejarano que se exhibe en la calle de Alcalá, y el cual fue presentado días pasados al monarca». Bien está que Alfonso XII desee contemplar de cerca al hombretón de Béjar, pero ¿por qué regalarle una cantidad de dinero tan elevada? A fin de cuentas, nadie menciona que se encuentre necesitado y, es más, parece que está ganando unos buenos dineros con su exhibición en un popular café y local de espectáculos de la capital. La explicación del singular proceder del monarca parece sencilla: probablemente no quiere que se le recrimine su falta de humanidad y de caridad cristiana, evitando así que se repita lo sucedido con Luengo, esto es, que un segundo fenómeno de la naturaleza muera, tras la visita a palacio, en la más absoluta indigencia.
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Las notas de prensa comentan que se encuentra enfermo y en una se ofrece el dato, importante para el desarrollo de la historia, de que está acompañado por su madre. En diciembre, el gigante vuelve a tener una efímera presencia en la prensa. El día 29, El Globo y otros diarios aseguran que su gravedad es extrema. Fallece dos días después. Cuando vuelva a darse noticia sobre él en los diarios, solo un mes más tarde, Agustín Luengo se habrá convertido ya en la «pieza» más relevante del Museo Antropológico. ¿Qué conocemos de su biografía? ¿Qué ocurre desde que llega a Madrid hasta su fallecimiento y posterior «ingreso» en el museo? Es el propio doctor Velasco quien nos ofrece los pocos datos de que disponemos, tanto sobre Agustín como sobre las circunstancias que le permiten hacerse con el cadáver, a los que une los resultados de la autopsia.6 Por supuesto, puede que lo narrado no sea toda la verdad; no obstante, su versión tiene visos de autenticidad, y ningún indicio hay en ella de que existieran tratos ni contratos espurios. Agustín nace el 15 de agosto de 1849; es el mayor de los seis hijos, tres varones y tres mujeres, del matrimonio formado por Crisanto y Josefa, «unos pobres artesanos» cuyo físico no presenta «nada de extraordinario». Aunque una de las niñas nace con las extremidades notablemente alargadas, su desarrollo posterior es normal. El desmesurado crecimiento de Agustín comienza a hacerse notar a partir de los catorce años, lo que nos permite afirmar que, aunque inicialmente padece gigantismo, luego se transforma en acromegalia. A los diecisiete tiene ya «la corpulencia de cualquier hombre», y es también entonces cuando comienza a perder la vista y a tener dolores de cabeza, típicos trastornos asociados a su enfermedad. Según el doctor, habría llegado a Madrid el 28 de agosto de 1875, tras un periplo por Andalucía, del que desconocemos los pormenores, y después de pasar una temporada en los «baños de Fuensanta»,7
6 «Exposición Universal de París de 1878. Objetos remitidos por el Dr. Velasco», El Anfiteatro Anatómico Español, 122, 1878, p. 32. Esta misma información se publica el 21 de julio de 1878 en La Correspondencia de España. 7 Muy probablemente se trata del antiguo y desaparecido balneario de Hervideros de Fuensanta, situado en el término municipal de Pozuelo de Calatrava, en la provincia de Ciudad Real.
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donde, para su desgracia, se le «entorpece el habla». Todo hace pensar que su viaje nada tiene que ver con circos o exhibiciones, sino con la búsqueda de remedio para sus padecimientos, que precisamente se recrudecen durante su estancia en la corte: dolores intensos en las articulaciones y en el abdomen, formación de edemas en los pies y, finalmente, necesidad de permanecer encamado desde el 18 de octubre. Velasco lo visita —aunque quien lo atiende es un médico de la Beneficencia domiciliaria—, pero se limita a tomar nota de su condición física. Le llaman la atención ciertas características de su morfología que hoy reconocemos como propias de la enfermedad —como el alargamiento de los huesos de la cara y de las extremidades—, lo rudimentario de sus genitales, su extrema delgadez y, por supuesto, su talla extraordinaria, que alcanza los 2,30 metros.8 En cualquier caso, ni Velasco ni el médico de la Beneficencia que lo atiende pueden hacer nada para salvarlo. Un suelto, publicado en La Correspondencia de España el 11 de diciembre, resume de forma escueta las dramáticas circunstancias vitales de sus últimos días: «El Jigante extremeño, que llegó a Madrid hace algún tiempo, se encuentra enfermo de gravedad y sin recursos en la calle de Toledo, posada de Cádiz. Le recomendamos a las personas de corazón piadoso». Es evidente, por tanto, que Velasco no le había entregado ningún dinero por la supuesta compra de su cuerpo; como tampoco había percibido nada de Alfonso XII durante su recepción. Solo veinte días más tarde, el 31 de diciembre, Agustín Luengo fallece, seguramente en la misma posada donde se aloja.9 El cadáver se traslada al museo al día siguiente y allí le practica Velasco una detallada autopsia, cuyos resultados refiere, con todo lujo de pormenores, en los citados textos de 1878. La conclusión del estudio es que el fallecimiento se ha producido por un debilitamiento general del organismo, debido a las carencias de toda una vida de pobreza y sufrimientos, un dictamen completamente errado. Velasco 8 No son ni los 2,35 metros que algunas fuentes apuntan, ni los 2,25 que se anotan en una cartela antigua conservada, todavía hoy, en la urna que guarda su esqueleto en el Museo Nacional de Antropología. 9 En su certificado de defunción se indica que fallece en el n.º 125 de la calle de Toledo, que debe de corresponder a la citada posada de Cádiz.
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indica que no ha estudiado el cerebro, para «no mutilar el esqueleto». De haberlo hecho, quizás hubiera advertido las alteraciones de la glándula pituitaria y el agrandamiento de la fosa pituitaria o silla turca (sella turcica) donde se aloja, en la base del cráneo, rasgos clínicos asociados al gigantismo y la acromegalia.10 Eso sí, acierta al anotar la condición extremadamente quebradiza de sus huesos, circunstancia debida a la osteoporosis, dolencia muy común entre estos enfermos.
El gigante en el museo Al margen de diagnósticos más o menos certeros, ¿por qué ingresa Luengo en el museo? ¿Cómo es posible que se lo traslade de forma tan rápida? ¿Quién lo autoriza? La sucinta explicación que ofrece Velasco, sobre tan delicadas cuestiones, es recogida en su propia revista, en una breve nota que precisamente informa de que «el vaciado de este notabilísimo fenómeno [el gigante] se encuentra ya colocado en el centro del Salón grande».11 Se indica, además, que «el cadáver de este joven ha sido trasladado al Museo con aprobación de su desconsolada madre, quien ha manifestado su deseo de que sirviera para estudios anatómicos, y con la de las autoridades respectivas». No sabemos hasta dónde llegan las explicaciones que el doctor le ofrece, aunque es harto improbable que Josefa llegara a imaginar dónde y cómo acabarían los restos de su hijo. Sea como fuere, la convence, seguramente gracias a la donación de alguna cantidad en metálico, pues la pobre mujer carece de recursos para darle un entierro «como Dios manda». En todo caso, en ningún
10 Habrá que esperar hasta 1909 para que el neurocirujano norteamericano Harvey Cushing confirme que el extraordinario crecimiento que se asocia al gigantismo y a la acromegalia se debe a la existencia de un tumor hipofisario. Llega a esta conclusión tras estudiar el cráneo del primero de los dos gigantes irlandeses más famosos (Charles Byrne, 1761-1783), conservado en el Hunterian Museum de Londres, que presenta una fosa pituitaria mucho mayor de lo habitual, que solo puede ser el resultado de la presión ejercida en el hueso por un tumor hipofisario de gran tamaño, que habría provocado una sobreproducción de hormona del crecimiento. 11 El Anfiteatro Anatómico Español, 73, 31 de enero de 1876, p. 29.
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lugar se menciona la entrega de dinero a cambio del cadáver. Con el consentimiento formal de la madre, a Velasco no le resulta difícil que se autorice el traslado, el tratamiento y el destino final de los restos de Luengo. Todo es perfectamente legal. De hecho, en la inscripción de su fallecimiento en el Registro Civil, fechada a 31 de enero de 1876, una nota al margen dice: «El cadáver de Don Agustín Luengo Capilla [...] ha sido entregado al Doctor Don Pedro González de Velasco, con destino al museo antropológico de la propiedad del mismo».12 Lo acontecido es ciertamente excepcional, pero no parece escandalizar a nadie. Aunque la legislación funeraria prohíbe realizar enterramientos o disponer cadáveres humanos en ningún otro lugar que no sea un cementerio situado «fuera de poblado», no dice nada en contra del traslado de restos humanos a museos o centros de investigación. De hecho, ya hemos visto que Velasco recibe, en 1873, la momia de Carmen Taín sin problema alguno. Y, en abril de 1875, el propio doctor traslada a su nueva casa-museo los restos de su propia hija, muerta once años antes, aunque ya se ha indicado que en este caso el doctor transgrede la normativa, pues instala la momia en la capilla privada de su vivienda, no en una de las salas del museo. En cualquier caso, el asunto del extremeño se resuelve de forma rápida y exitosa: a los treinta días de la muerte de Luengo, Velasco exhibe ya su esqueleto y el vaciado; solo siete meses más tarde, en octubre de 1876, el Salón grande del museo acoge una nueva y aún más impactante «versión» del gran pacense: la «figura, formada con la piel del citado gigante, […] cubierta con los vestidos que ordinariamente usaba».13 De todas formas, esta última y extraordinaria «pieza» quizás genere algún tipo de protesta o rechazo, y es posible que Velasco la retire en algún momento de la exhibición pública; de hecho, no se observa en la imagen del salón que se reproduce en el libro de Pulido (1894: 91), tomada entre 1879 y 1882. En cualquier caso, podemos contemplar el maniquí de 12 La citada inscripción está recogida en la sección tercera, tomo 21-9, folio 377, del Registro Civil de Madrid. 13 La Época y Diario Oficial de Avisos de Madrid, 16 de octubre de 1876.
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Luengo, con su piel y su indumentaria, en al menos dos imágenes posteriores: en un artículo sobre gigantes patológicos publicado en la revista Por esos mundos, de 13 de abril de 1901,14 y en una interesante fotografía del Salón grande, con los cristales de los armarios encintados para protegerlos de los bombardeos de la guerra, que muy probablemente corresponda a 1941.15 Pronto corre la voz sobre la presencia del gigante en el museo y, desde ese momento, uno y otro quedan indisoluble y morbosamente asociados; y así continúan. Si hasta entonces el Museo Antropológico era conocido por la excentricidad de su propietario y por la noticia fidedigna de que en su interior descansaba en una urna, aunque no a la vista del público, la momia de su hija, el hecho de que ahora exhiba el vaciado, el esqueleto y la piel montada de una persona viva hasta hacía solo unas semanas, y que más de uno podía haber contemplado por las calles de Madrid, anclan el edificio al universo de lo macabro. Para el doctor, sin embargo, tener al gigante en su museo es todo un orgullo, es el principal reclamo de la institución. Precisamente, una reproducción a gran tamaño del vaciado de Agustín Luengo, con su bastón y una hoja de parra cubriendo los genitales, inaugura la que debería haber sido una serie de láminas, con folleto informativo adjunto, titulada Museo Antropológico del Dr. Velasco.16 Desgraciadamente, el proyecto no tuvo continuidad (véase fig. 12). 14 En este artículo se reproduce también el vaciado, que se comprueba que está en el Salón grande. La imagen del maniquí con la piel y el traje no ofrece indicios de estar expuesta. 15 Se guarda una copia en el Museo de San Isidro, de Madrid, perteneciente al fondo José Pérez de Barradas, quien fuera director del entonces denominado Museo Nacional de Etnología. La fotografía forma parte de la documentación incluida en el proyecto de reforma del museo diseñado por Ricardo F. Vallespín, en el verano de 1941. Una copia completa del proyecto se conserva en AGA, fondo Ministerio de Educación, caja 31/5451. 16 Se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (sig. 17/155/056). En El Anfiteatro Anatómico Español (100, 15 de marzo de 1877, p. 7) se informa sobre la publicación de esta lámina, anotándose que va acompañada de «un primer cuaderno» que incluye «un extenso prólogo en el que demuestra su autor gran competencia en la ciencia Antropológica». No ha podido localizarse dicho folleto.
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Figura 12. Museo Antropológico del Dr. Velasco. El Gigante Estremeño (Gabinete fotoglíptico de [Antonio G.] Ordóñez, Madrid). Biblioteca Nacional, Madrid, sig. 17-155-056 (60 × 47 cm) (Sánchez Gómez, 2014: 282).
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Pero el asunto no queda aquí. Aunque los contenidos más melodramáticos y espectaculares de la leyenda del «gigante extremeño» toman forma décadas después de su muerte, en la prensa madrileña de las décadas de 1920 y 1930, las habladurías sobre las circunstancias que vinculan a Luengo y Velasco surgen en fecha mucho más temprana. Un pequeño indicio que apunta en esa dirección es un articulito aparecido en Los Lunes de El Imparcial, el 1 de noviembre de 1880, en el que se recoge, en tono de chanza, la historieta de un jorobado que, «a cambio de una renta vitalicia», se ofrece al doctor para dejarse «hacer pedazos por el escalpelo» después de muerto. Sin embargo, y el dato es ciertamente llamativo, la referencia explícita más antigua a la supuesta compra del cuerpo de Luengo es posterior y viene, nada menos, que de Manuel Antón y Ferrándiz, el primer director del renovado Museo de Antropología, quien en un manuscrito fechado en 1910 asegura que «el Dr. Velasco compró el cadáver en tres mil pesetas, que en parte donó en vida al mismo; el resto a su pobre familia».17 ¿En qué se basa Antón para hacer tal afirmación? ¿Dispone de alguna referencia fidedigna o, simplemente, se hace eco de lo que ya entonces es un mero relato apócrifo? Ni en el archivo del museo ni en ningún otro lugar se ha encontrado dato alguno que constate esos pagos, y ya sabemos que Luengo muere en la más extrema pobreza. Lo más probable es que Antón, uno de los más relevantes antropólogos de este país, se deje llevar por las habladurías y dé por buena una leyenda que, también debo admitir, sitúa a su museo en boca de todos. Hoy, pese a reiterados desmentidos —incluido el estudio firmado por quien esto escribe, algún artículo en la prensa extremeña y un buen resumen de toda esta historia presentado por la periodista Nieves Concostrina en su programa El acabose, de Radio Nacional, en febrero de 2018—, se pueden seguir leyendo y escuchando las más peregrinas y ab17 Borrador del Registro de Entradas de la Sección de Antropología, Etnografía y Prehª del Museo de CC. Naturales, y posteriormente Museo (1883-1920), entrada correspondiente a 1910. Archivo del Museo Nacional de Antropología, Madrid, manuscrito sin signatura.
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surdas informaciones sobre Luengo y Velasco, tanto en blogs de Internet como en prensa, radio y televisión. Y es muy probable que nada ni nadie lo cambie. Con todo mi respeto por las personas con discapacidad visual, es una grandísima verdad aquello de que «no hay peor ciego que el que no quiere ver».
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Capítulo 12 FALLECE VELASCO, MUERE EL MUSEO
Previsiones La febril actividad que mantiene Velasco hasta bien entrado 1881, dentro y fuera del museo, contribuye al quebranto de su salud.1 De forma previsora, y antes incluso de la grave enfermedad pulmonar que lo aqueja en diciembre de ese mismo año, obtiene permiso oficial para que su cadáver y el de su mujer sean enterrados en el propio museo, una autorización de carácter excepcional que recibe «como premio a los grandes servicios que ha prestado a la ciencia».2 Por otro lado, siendo consciente de que su patrimonio económico es abultado pero adolece de liquidez, un par de años antes trata ya de asegurar el porvenir de su obra y el de su esposa proponiendo al Estado la adquisición de su gran creación. El 12 de junio de 1879 hace una primera oferta.3 Resulta llamativo que no proponga la continuidad de su proyecto museográfico como tal, sino que el edificio 1 Su empeño por contribuir al progreso de la sociedad española lo lleva a presentarse a las elecciones municipales de Madrid. Lo hace al menos en 1881. En la nota de prensa se lo identifica como «demócrata», lo que quizás supone que se presenta por el Partido Demócrata Posibilista de Emilio Castelar. Sea como fuere, no resulta elegido. El Demócrata, 4 de mayo de 1881. 2 La Correspondencia de España, 26 de noviembre de 1881. 3 Toda la documentación relativa a la compra del Museo Antropológico por el Estado se guarda en el AGA, fondo 1.4, sig. 31/06782. Se conservan copias de las escrituras de compra del terreno del museo por parte de Velasco, informes sobre su construcción, los testamentos y el codicilo del doctor y de su esposa, las escrituras de liquidación de los legados y de las hipotecas existentes, las propuestas de venta del museo de 1879 y 1881 y los informes de las comisiones, la definitiva escritura de compraventa, los informes de los arquitectos que valoran el edificio, una revisión de los errores del inventario hecho por la Comisión de Incautación en 1887 y todo lo relativo al abono de los cuatro plazos del primer pago.
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se convierta en la nueva sede del Museo de Ciencias Naturales, que entonces comparte con la Real Academia de Bellas Artes el edificio del Palacio de Goyeneche de la calle de Alcalá, hoy sede única de esta última institución. Una propuesta así estaba destinada al fracaso, y a un fracaso justificado, pues cualquiera que no fuera Velasco podía comprender que ni las dimensiones ni la estructura de su museo eran aptas para acoger, en ningún caso, un Museo de Ciencias Naturales digno de ese nombre. Y este fue el argumento empleado, quizás con excesiva contundencia y cierta dosis de acritud, en el informe oficial emitido por el claustro de profesores de la Facultad de Ciencias, a la que estaba vinculado el Museo de Ciencias Naturales, el 22 de diciembre de 1879, que presenta y firma su decano, Miguel Colmeiro. Sí, reconocen el mérito de la obra creada por Velasco, pero opinan que el edificio no solo carece de utilidad para el objetivo propuesto, sino que sus colecciones no pueden ser transferidas en su conjunto al Museo de Ciencias, planteamiento acertado pero que tiende al descrédito del centro, pues no menciona el potencial interés de esos materiales para la docencia y la proyección pública de la Medicina y la Anatomía. Finalmente, anotan que solo algunas piezas resultarían de interés para el ámbito naturalista; el resto podría repartirse por diferentes instituciones museísticas y docentes del Estado. Ante un informe así, se rechaza no solo la adquisición del museo, sino la de cualquier pieza de sus colecciones. ¿Habría sido aceptada la propuesta si Velasco hubiera ofrecido su museo como sede de un gran Museo Médico-Anatómico y la valoración hubiera sido hecha por el profesorado de la Facultad de Medicina? Pues muy probablemente no. De hecho, si no lo plantea así es porque considera que nunca habría recibido el visto bueno de sus antiguos colegas docentes, a muchos de los cuales había vapuleado con saña en sus escritos, y en más de una ocasión. Solo un par de años después, el 24 de diciembre de 1881, y ya seguramente enfermo del mal que lo llevaría a la tumba, Velasco vuelve a ponerse en contacto con el Gobierno. Ahora se limita a poner en venta el museo a cambio de la «remuneración» que establezca una «comisión de sabios», sin ninguna propuesta concreta de uso. 234
Fallece Velasco, muere el museo
Además, se compromete a dirigirlo «gratuitamente hasta su fallecimiento», circunstancia que quizás no resultara tan atractiva para las autoridades como él mismo pudiera pensar. También pone como condición que el Estado «fije una cuota anual para atender a su conservación y aumento». En esta ocasión, el Ministerio de Fomento accede a estudiar la propuesta, nombrando, por real orden de 27 de febrero de 1882, una amplísima comisión evaluadora formada por una veintena de personas, entre las cuales aparecen políticos de primer nivel —Cánovas, Castelar, Silvela, Pi y Margall o Romero Ortiz—, médicos y naturalistas —F. Rubio, Galdo o Vilanova—, el arquitecto del museo, Francisco de Cubas, y el antropólogo e historiador F. M. Tubino. Curiosamente, en abril de ese mismo año de 1882 se publica un singular folleto dirigido a esta comisión, en el que, tras una exaltada biografía de Velasco, se presentan las cualidades del museo y las ventajas que tendría para la ciencia y la patria su adquisición por el Estado (ODJ, 1882). Aunque sin su firma, es obvio que había sido inspirado por el propio Velasco, aunque quizás fuera redactado por Pulido; y también es evidente que, a pesar de su grave enfermedad, el doctor aún mantiene la esperanza de continuar al frente del museo, quizás tras un periodo más o menos largo de recuperación. De hecho, en el folleto se anota que «si el Museo Antropológico del doctor Velasco pasa a ser propiedad de la Nación, y se confiere la Dirección de por vida, pero sin sueldo, a su fundador, propónese este plantear reformas importantes y muy útiles mejoras».4
Agonía y muerte Pero Velasco ya no podía seguir adelante, ni con su profesión, ni con el museo, ni con su propia vida. Había enfermado «durante el
4 Se apunta que el Salón grande acogerá el «panteón» de Velasco, que hará construir una segunda galería, levantar un «segundo piso», se supone que en los laterales del edificio, para instalar una sala de partos y otra de operaciones quirúrgicas y, por último, que dispondrá medallones en mármol con las imágenes del ministro de Fomento y de los miembros de la comisión encargada de dar el visto bueno a la compra.
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ejercicio de la visita en una de esas celosas asistencias que él prestaba siempre», según cuenta Pulido, quien también nos dice que era una «infección pulmonar, que terminó por hepatización crónica y extensa, rebelde a todo tratamiento».5 La descripción que hace el discípulo de los padecimientos que sufre el idolatrado maestro durante sus últimos meses de vida es terrible, y también algo teatral (Pulido, 1894: 116-117). Aunque extensa, la cita merece ser reproducida, tanto como ejemplo de la exaltada literatura médica del momento como en calidad de homenaje al propio Velasco: Duró diez meses este padecimiento traidor, infame, cruel, que, cual si se hubiera querido cebar con saña infinita en su cuerpo y castigarle como lo haría un miserable, bajo y vengativo enemigo mil veces derrotado en sus luchas contra el afortunado médico, le tuvo todo el tiempo sin permitirle descansar una hora, asfixiándole lentamente, pasando mil veces ante sus ojos la amenaza de la muerte sin querer cumplirla, destrozando su corazón como si procurara castigar los grandes sentimientos que le habían hecho latir, destruyendo sus pulmones como si condenara los titánicos alientos que despidieron, anegando con inundaciones de sangre y agua su cerebro, tal vez como si tratara de hacer expiar también con un diluvio intra-orgánico sus grandes ambiciones, a semejanza del castigo que, según la Sagrada Escritura, la Humanidad recibió por sus locas debilidades, y encharcando, en fin, sus músculos, arrojando sobre los resortes de tanta actividad la más monstruosa y repugnante de las deformidades, la del hidrópico; y de este modo le hizo, en fuerza de repetidos amagos, confesar y viaticar hasta tres veces, desesperando y aburriendo al desdichado, quien ya últimamente aguardaba su fin como el único descaso posible.
Después de tan tremendo e inútil sufrimiento, el segoviano fallece la tarde del 21 de octubre de 1882. Toda la prensa madrileña informa de su muerte y casi toda elogia la vida y la obra del doctor.6 Como parecía inevitable, su cadáver es embalsamado: asumen la tarea su 5 El 30 de diciembre de 1881, El Globo informa de que se halla enfermo «de una pulmonía fulminante». 6 También se publica una breve nota sobre su fallecimiento en la Revue d’Ethnographie (tomo I de 1882, p. 549), recordando su colaboración con Broca en el asunto de los cráneos vascos, la creación del Museo Antropológico y su participación en la Exposición Universal de París de 1878.
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discípulo Ángel Pulido, sus amigos Mariano Benavente y Manuel Tolosa Latour y otros dos colaboradores del doctor.7 El cuerpo permanece expuesto en el Salón grande del museo durante los dos días siguientes; al final, ¡el propio doctor forma parte de la exposición! Aunque quizás exagere, dada su afinidad ideológica con Velasco, La Correspondencia de España asegura, el 24 de octubre, que durante esas jornadas «miles de personas» se acercan al museo para rendirle homenaje, «desde las más altas clases sociales a las más humildes», lo que atestigua «la inmensa popularidad del finado». La capilla ardiente está formada por grandes paños enlutados que rodean una «lujosa cama imperial», sobre la que descansa el féretro rodeado de blandones. Los símbolos de su condición de doctor, muceta y birrete, se sitúan a ambos lados; a los pies se extiende la banda de Isabel la Católica que, con tanto orgullo, había recibido en 1870. El diario apunta un dato más de interés, que ya se citó al hablar de Conchita: en la tumba que ha de acoger su cadáver, abierta al fondo del salón, Velasco será «acompañado del de su hija, que se conserva ahora en la capilla reservada que tiene el museo». También se dice que sus discípulos proyectan levantar un monumento sobre la fosa, en honor de quien «ha sido maestro de la mayoría de la generación médica actual», algo que nunca llega a hacerse. Las exequias tienen lugar el día 24 en la cercana basílica de Atocha, el mismo lugar donde descansan los restos de uno de sus héroes políticos: el general Prim.8 Las oficia el jesuita P. Joaquín Rodríguez, amigo y confesor del difunto.9 Están presentes el gobernador civil de Madrid, el rector de la Universidad, algunos militares, numerosos colegas de la profesión médica —quizás muchos de los que boicotearon su Escuela de Medicina—, estudiantes y representantes de hospitales, de la prensa médica, de 7 Diario Oficial de Avisos de Madrid, 23 de octubre de 1882. Fue embalsamado mediante un procedimiento similar al empleado por el propio Velasco con el cadáver de su hija: «inyección verificada por la arteria femoral derecha con una disolución de ácido arsenioso, cloruro cínzico [de cinc] disuelto en alcohol». La Correspondencia de España, 23 de octubre de 1882. 8 Sus restos fueron trasladados, en 1971, al cementerio de Reus, su localidad natal. 9 El Debate, 25 de octubre de 1882.
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academias y de sociedades científicas, además de numeroso público.10 A hombros de algunos de sus más queridos estudiantes, el féretro es conducido seguidamente al museo, recibiendo sepultura en el Salón grande, pero no en el centro, sino cerca de la entrada al Salón pequeño. El periodista José Fernández Bremón lo expresa de forma más dramática y apasionada:11 En el Salón grande, en una fosa muy honda, que cubrirá algún día un monumento, yace hoy sepultado el fundador de aquella casa. Cuando al darle tierra presenciaban conmovidos la ceremonia sus amigos, las órbitas huesudas de los cráneos colocados en hileras parecía que miraban también, como diciendo a su dueño: «Tú eres de los nuestros. Todos somos iguales.» Se engañaban: el nombre de aquéllos se ha borrado para siempre; el del doctor Velasco durará.
Pero ese monumento nunca se hizo; ni siquiera se respetó su deseo de mantener allí la sepultura. Los restos del doctor permanecieron en el museo durante algo más de cincuenta años, hasta la reforma integral que del entonces denominado Museo Nacional de Etnología hace su director, José Pérez de Barradas, en 1943. Con el argumento de que el museo no puede acoger una tumba, el 11 de noviembre de aquel año, sus restos se trasladan a la Sacramental de San Isidro, pero a un nicho individual. Más de veinte años después, el 3 de mayo de 1965, el doctor Velasco se reúne, por fin, con su hija y su esposa en el nicho familiar, el que hoy día siguen ocupando. El definitivo trasladado lo gestiona y costea el urólogo Ángel Pulido Martín, hijo de Ángel Pulido Fernández, el discípulo predilecto de Velasco.
Homenaje y olvido Pero volvamos a 1882. Un mes después del fallecimiento, el 21 de noviembre, la Academia Española de Ciencias Antropológi-
La Iberia, 25 de octubre de 1882. La Ilustración Española y Americana, 30 de octubre de 1882, p. 250.
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cas —de nombre rimbombante pero escasa actividad— le dedica un concurrido homenaje póstumo en el Teatro de la Alhambra de Madrid (Academia, 1882). Lo preside el doctor José de Letamendi y participan amigos y discípulos, entre ellos Pulido, Benavente y Tolosa Latour (véanse figs. 13 y 14). Se leen escritos biográficos, recuerdos personales y poemas. En algún momento, afirma un cronista, «creíamos que el teatro se venía bajo; tal fue la explosión de entusiasmo que la lectura produjo en todos los ánimos».12 El acto concluye con «la coronación del busto del gran médico y filántropo». Es un homenaje emocionante y emocionado, sin duda sincero. Pero incluso entonces, a solo un mes de su muerte, resulta evidente que la figura de Velasco ha sido arrinconada y por no pocos despreciada. Dos participantes en el acto lo denuncian de forma explícita en sus discursos. El periodista y político José Francos Rodríguez (1882: 47) lo hace con vehemencia: Pero hay que confesarlo con pesadumbre; España ha tratado al autor de este gran monumento [el Museo Antropológico] con gran ingratitud. Reyes, altas dignidades del Estado, eminencias en todos los ramos del saber […] han admirado las ricas colecciones […] y, no obstante, nadie otorgó una distinción sobresaliente, ni hizo objeto de una demostración excepcional, al que tanta gloria daba con obra particular suya al nombre de España […] ¡Solo una gran cruz [la de Isabel la Católica], y eso en época que, según parece, se prodigaba esta distinción pasmosamente!
Y, por su parte, José de Letamendi (1882: 52) se pregunta: ¿Es que Pedro Velasco no fue nada; no fue más que mera forma; ampolla de jabón que al reventar dejó en nuestras manos un leve resto de materia informe y cuya alma solo consistía en su redondez, y que, por tanto, ¿es inútil buscar como algo póstumo a quien nada positivo fue en vida? Duro es creerlo, y la total humanidad se resiste a consentirlo.
El Debate, 22 de noviembre de 1882.
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Figura 13. Programa del homenaje póstumo organizado por la Academia Española de Ciencias Antropológicas en memoria del doctor Velasco, el 21 de noviembre de 1882. Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid (legajo 142, exp. 2, n.º registro 999, «Correspondencia cursada entre el CFM y otros organismos e individuos», 1882).
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Figura 14. Invitación para asistir al homenaje póstumo organizado por la Academia Española de Ciencias Antropológicas en memoria del doctor Velasco. Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid (legajo 142, exp. 2, n.º registro 999, «Correspondencia cursada entre el CFM y otros organismos e individuos», 1882).
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Pese a tan sentidos lamentos, pasado el momento inicial de obituarios y homenajes, la figura del doctor Velasco se desvanece. Es más, incluso la viuda parece no preocuparse mucho por las condiciones en las que fue sepultado su marido en el museo, pues hasta 1894 no la cubre con la lápida13 cuyo texto redacta Pulido y que aún hoy se conserva en el Museo Nacional de Antropología (véase fig. 15). Estas son las exaltadas y muy descriptivas frases que dedica a su maestro: Fue anatómico eminente, disector incomparable, / cirujano de grande y merecida fama, / catedrático modelo / por su amor a la enseñanza y a la juventud, / y de tan profunda pasión por el magisterio, / que, ya en edad avanzada, sacrificó / todos sus intereses para dotar a su patria / y a sus discípulos de un grandioso museo / dedicado a las ciencias naturales, / y con particularidad a la anatomía.
Son frases bonitas… Pero Velasco ha muerto y su gran creación, su magnífico museo, está al borde de la desaparición. ¿Qué ha sido de su venta al Estado? En realidad, el fallecimiento de su propietario no interrumpe el proceso, si bien es verdad que la burocracia subsiguiente a la gestión testamentaria lo retrasa durante algunos meses. Por fin, el 10 de junio de 1883, la comisión que se había formado un año antes —con Velasco aún vivo—, para informar sobre el interés de la adquisición, presenta su dictamen definitivo.14 Concluye que la compra por el Estado «es conveniente y hasta necesaria», fijando el valor conjunto del continente y del contenido en 806 000 pesetas, y plantea la conveniencia de distribuir las colecciones de mineralogía, geología, botánica y zoología entre institutos y universidades, «sin desvirtuar el objeto principal y destino antropológico» del museo. De forma un tanto sorpresiva, propone que una parte del edificio se convierta en sede de la Real Academia de Medicina y, también sin argumentos ni explicación alguna, expone que sería conveniente 13 Es más, si hacemos caso a lo que afirma Pulido en un artículo publicado mucho tiempo después (1923), es Florencio de Castro Latorre, antiguo discípulo del doctor, quien costea la lápida. 14 De hecho, parece que la comisión había decidido ya la conveniencia de comprar el museo un par de días después de la muerte de Velasco. La Correspondencia de España y La Iberia, 24 de octubre de 1882.
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Figura 15. Lápida que cubría la sepultura del doctor Velasco en el Salón grande del Museo Antropológico. Tras la exhumación de sus restos, en 1943, se borran las frases que hacen referencia al carácter funerario de la pieza. Museo Nacional de Antropología, Madrid (fotografía del autor).
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la creación, en el propio museo, de una «Escuela libre y gratuita de antropología a semejanza de las establecidas en varias capitales de Europa». No obstante, como poco antes de su muerte Velasco había hecho una nueva propuesta, según la cual vendía el edificio y donaba las colecciones,15 desde el Ministerio se encarga a los arquitectos Simeón Ávalos y Ricardo Velázquez Bosco que certifiquen el valor de la edificación. Su conclusión, fechada a 20 de marzo de 1884, lo establece en 555 000 pesetas. El 3 de abril, la viuda del doctor, Engracia Pérez Cobos, acepta el justiprecio. Finalmente, el 25 de abril de 1884, el negociado correspondiente del Ministerio da su visto bueno a la adquisición, recomendando que para atender el pago se solicite un crédito extraordinario a las Cortes.
El inventario de 1887 De nuevo el proceso avanza, pero lo hace con calma, con demasiada calma, sobre todo desde la perspectiva de la viuda, que tiene que afrontar los vencimientos de las dos hipotecas solicitadas sobre el museo —por su marido, en 1877, por 50 000 pesetas; y por ella misma, ya viuda, por un monto de 20 000—, con las que trataron de resolver los problemas de liquidez causados por la pasión coleccionista y museística del obsesivo cabeza de familia. Por fin, y superando rechazos achacables al Ministerio de Hacienda, en abril de 1886 se aprueban las partidas necesarias, fijándose que el pago habría de formalizarse en tres plazos sin intereses aplicables a los presupuestos de 1886-1887 (255 000 pts.), 1887-1888 y 1888-1889 (150 000 pts. cada uno).
15 El diario La Vanguardia de 14 de abril de 1883 había publicado que Velasco «regaló las alhajas, con la condición de que pagasen el estuche». No obstante, se muestran conformes con la adquisición. La única reacción negativa a la compra del museo que ha podido documentarse, ya antes de la muerte del doctor, es la del diario conservador La Época de 14 de marzo de 1882, pues considera que algunos objetos «pueden no ser de verdadera importancia científica» y sería mejor no adquirirlos. En tono de chanza, el periódico satírico Gil Blas, de 13 de abril de 1882, también se queja: «¡Pues no faltaba más! ¡Con que nos estamos muriendo de hambre y vamos a gastar dinero en museos! ¡Pues hombre!».
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Pero, antes de entregar ningún dinero, han de inventariarse las colecciones. En realidad, como han sido «donadas» por Velasco al Estado, la revisión no pretende determinar su valor, sino confirmar la relevancia del legado y conocer con detalle lo que guarda el museo, para, con dicha información, proceder a su futura distribución con las mejores garantías de acierto. En cualquier caso, y pese a las propuestas en contra recogidas en informes previos, se intuye que nadie se plantea ya conservar el sentido original (médico-anatómico) del museo, sino que el objetivo último es desmantelar sus instalaciones. Por real orden de 7 de julio de 1887 se constituye la comisión encargada de redactar el inventario. La preside Francisco de la Pisa Pajares, rector de la Universidad Central, siendo sus vocales Matías Nieto Serrano, en su calidad de consejero de Instrucción Pública, Juan Vilanova, catedrático de la Facultad de Ciencias, Ezequiel Moreno López de Ayala, jefe de negociado de universidades, y Federico Olóriz, catedrático de la Facultad de Medicina. Difícilmente se podrían haber elegido individuos de mayor prestigio y más directa vinculación con el contexto académico y los materiales que se habían de estudiar. Y, como era de esperar, cumplen su cometido con rapidez y seriedad. En efecto, con fecha de 29 de octubre de 1887, los miembros de la comisión firman el documento oficial, rúbricas a las que se añade el «conforme» de Ángel Pulido, que interviene en representación de la viuda de Velasco.16 El escrito consta de 56 folios, que enumeran, con 16 Museo Antropológico del Doctor Don Pedro González Velasco. Inventario (manuscrito), Archivo del Museo Nacional de Antropología, sig. 52/1887/5. Con la misma signatura se conserva otro manuscrito, sin firmar y organizado en cuadernillos, que parece ser una copia del inventario original presentado por Velasco, y seguramente redactado por Pulido, junto a su propuesta de venta, que presenta algunas diferencias con respecto al inventario definitivo. No hay copias de estos inventarios entre la documentación que sobre la compra del museo se guarda en el AGA. Sí se conservan otras copias, con algunas variaciones, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Sabemos que se redactan antes de la muerte del doctor porque en una de ellas se anota que «la colección de instrumentos [médicos y quirúrgicos] queda por ahora reservada, ínterin el Doctor Velasco sigue ejerciendo la profesión y no deja de prestar sus servicios profesionales a la humanidad. Igual sucede respecto a la Biblioteca, únicas cosas que no enajena ni entran en la cesión del Museo al Gobierno». Cátedra de Antropología 1859-1902, caja 3, legajo 24.
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un primoroso detalle decimonónico, todo lo que contiene el Museo Antropológico, exceptuando los espacios correspondientes a la que fuera vivienda del doctor, pues todo lo que allí se guarda se mantiene como propiedad de Engracia Pérez. Sin temor a equívoco, puede afirmarse que este documento es el verdadero testamento científico de Velasco, pues ofrece una imagen nítida de lo que guarda el museo en 1887, que es todo lo que había reunido su propietario durante toda una vida de pasión coleccionista. Merece la pena que lo conozcamos, que hagamos un alto en el amargo relato de su aniquilación y contemplemos algo muy parecido a la postrera y extraordinaria imagen que del gran museo del paseo de Atocha pudieron disfrutar sus últimos visitantes en 1882. De acuerdo con el inventario, el Salón grande presenta en su zona central la mayor parte de las piezas que muestran las fotografías de Laurent de 1875. Uno de los dos armarios-vitrina que se contemplan al fondo de la sala y la mitad del segundo guardan la colección de moluscos; el otro y uno de mayor tamaño —como muestran las fotos del libro de Pulido— exhiben la de minerales. Las camas y sillas operatorias que se ven en los primeros años se han reducido a una o dos, según se consulte el inventario final o el de Velasco. Siguen presentes el «árabe» en yeso, la urna con un esqueleto, el caballo anatómico en madera,17 otros dos disecados, la figura humana anatómica y el globo terráqueo —no se cita el modelo de sistema planetario que se ve en 1875—. Como ya se ha adelantado, se menciona expresamente a «dos individuos de la raza negra, hombre y mujer, disecados con su piel natural», cuya autenticidad no queda clara. Otras novedades, con respecto a los primeros tiempos, son una momia andina, el conjunto formado por un dromedario y un leopardo disecados y el vaciado del «gigante extremeño». Sobre la cancela continúan los óleos que representan «la formación del cosmos y la historia de la Tierra». En los muros de la planta baja se despliegan setenta y dos armarios, todos numerados. De acuerdo 17 Es obra de Ramón Subirat, autor también de la escultura de Vallés que flanquea la entrada del museo. Después de pasar por el Museo de Ciencias Naturales, hoy forma parte del renovado Museo Veterinario Complutense, que dirige Joaquín Sánchez de Lollano, a quien agradezco la información proporcionada.
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con cierta lógica evolucionista,18 y tras haber mostrado en imágenes la historia del universo, los trece primeros exhiben colecciones que dan fe de cómo era la Tierra en aquellos tiempos lejanos: hay «zoófitos», algas, helechos y fósiles de plantas y animales. Luego toca hablar del ser humano, comenzando por explicar su aparato genital y reproductor19 y las fases de desarrollo embrionario, algo que se hace con decenas de esqueletos y fetos conservados en alcohol, además de alguno disecado. Y ¿qué se guarda en una caja de madera en el armario n.º 17 de esta sección? Pues nada menos que la placenta que dio cobijo a su hija Conchita en el útero materno. Esto es lo que dice el inventario, por lo que debemos asumir que existe algún tipo de cartela donde se anota el dato, aunque nada se comenta de la condición en la que se encuentra tan singular pieza. En todo caso, el hecho de que Velasco conserve algo tan escasamente «coleccionable» y de tan poco atractiva contemplación, se mire por donde se mire, es una muestra palmaria de la muy particular y extremadamente intensa pasión que sentía el doctor por su queridísima hija, que se manifiesta ya durante su gestación y que, como vimos, no se detiene ni ante su tumba. Pero sigamos. Como, precisamente, la gestación escapa en ocasiones a la normalidad, aunque no fue el caso de Conchita, los armarios siguientes despliegan un abundante repertorio de modelos y preparaciones de fetos teratológicos. A continuación se explica el esqueleto humano. Aquí encaja a la perfección el del «gigante extremeño» (armario n.º 30), seguido de parte de la colección de cráneos humanos, que reúne casi medio millar, acompañada de alguno de mono, cuadros, modelos frenológicos, «cuatro cabezas representativas de las principales razas humanas», siete cabezas de mo-
18 El evolucionismo de Velasco y de su museo es peculiar. Por una parte, y pese a su marcado positivismo, no existe ni el más mínimo atisbo de propuesta explicativa de la evolución biológica del ser humano. Por otra, aunque la exposición da a entender que el «Cosmos» y la Tierra tienen una historia mucho más larga y compleja que la propuesta por la Biblia, la interpretación creacionista sigue estando latente. 19 Aunque estos primeros armarios no se pueden contemplar en las fotografías realizadas, hacia 1875, por J. Laurent, en una de ellas (Fototeca del IPCE, sig. VN04662) se observa que, en otras vitrinas de la planta baja y la galería del Salón central, los moldes que reproducen las zonas genitales han sido cubiertos total o parcialmente con telas blancas.
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mias egipcias y la tsantsa jíbara. Se repasan seguidamente los huesos de las extremidades, sus músculos, los del tórax, vísceras y órganos internos, sistema respiratorio, venas, arterias y sistema linfático. Los setenta y cinco armarios de la galería comienzan presentando el cerebro, el sistema nervioso, la vista, el oído, el olfato y la boca. El n.º 79 guarda «una venus tamaño natural, de cartón piedra»20 y «veinte preparaciones de piel humana, con grabados [tatuajes] hechos en vida». Entre varios armarios que contienen preparaciones de patologías hay alguno con plantas desecadas y otro que guarda una «momia de mujer joven», muy probablemente la hija del médico Manuel Taín, que, como vimos, este había donado al doctor en 1873 y que habrá de jugar un destacado papel en la leyenda de Conchita. Siguen bustos, preparaciones, cuadros y moldes de patologías variadas, que dan paso a un par de armarios con medicamentos y plantas medicinales. Vienen luego vendajes y ortopedia, operaciones en extremidades, intervenciones en el aparato urinario y sistema reproductor, tumores y gangrenas en genitales masculinos y femeninos, patologías de las extremidades y, como colofón, una decena de armarios con moldes, cuadros y preparaciones de la más temible y «amoral» de las enfermedades: la sífilis. En la base de la barandilla, y en toda su longitud, se sitúa la denominada «Sección de botánica»: son doscientos setenta cuadros con plantas desecadas.21 Sobre los armarios de la galería se disponen veintiún bustos de médicos y filósofos de la Antigüedad y alguno de época contemporánea, además de los de Cervantes y Lope de Vega. El Salón pequeño es el destinado originalmente a la «anatomía comparada», es decir, a presentar ejemplares de zoología que permitirían su estudio comparado con la anatomía humana. Desde su primera instalación en 1875, solo parece haber crecido en ejemplares, no en sistematización. Hay treinta y ocho armarios con decenas de esqueletos, cráneos, animales normales y teratológicos disecados y frascos con vísceras, además de una colección de láminas de botánica y otra de mármoles, exhibiéndose otras piezas directamente sobre los Supongo que es una venus anatómica blanca. Según el inventario, entre plantas y láminas, el museo cuenta con un total de mil ochocientos ejemplares botánicos. 20 21
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muros. No se menciona la colección de libros referida en la guía de 1875, algunos de los cuales pertenecían a la Sociedad Antropológica Española y a la Sociedad Anatómica. En la parte alta de este Salón pequeño, sobre la puerta de entrada, una estrecha galería comunica las dos alas laterales del museo. Otra puerta en la pared izquierda, de nuevo en la planta baja, da acceso a la primera de las habitaciones, la situada más hacia el interior, del ala correspondiente al paseo de Atocha —hoy paseo de la Infanta Isabel—, que acoge la «Sección de curiosidades». A continuación, viene otro pequeño espacio dedicado a la «historia del trabajo»,22 que da paso al «Salón de aves», iluminado ya por las cuatro ventanas de la segunda crujía de esta ala del museo. Las dos primeras reúnen la más variopinta y desordenada colección de objetos que podamos imaginar. Algunos son un puro disparate; otros, no tanto. Hay piezas romanas, armas, uniformes, medallas, algunos libros, cerámicas y banderas; pero también frascos con agua del Jordán y varios trozos del «cable submarino que une Europa con América»: progreso, religión y tradición van amistosamente de la mano. Hay, no obstante, algunas piezas destacadas, como más de una treintena de objetos etnográficos de Oceanía y África, fotografías de nativos filipinos, una colección de estampas de tipos de Manila y otra con ciento doce pinturas chinas sobre papel de arroz.23 El Salón de aves, bastante más grande, dispone de cuarenta y un armarios y dos vitrinas exentas. Casi mil esqueletos y ejemplares disecados, incluido un avestruz, medio millar de nidos y huevos y una colección de insectos abarrotan el espacio, que también acoge los bustos en yeso del doctor, que conserva el museo, y de su hija, hoy en manos de uno de sus descendientes. El contenido del último espacio, el despacho de Velasco —accesible desde el Salón de aves y desde el Salón grande, e iluminado por las tres ventanas 22 Muy probablemente, Velasco emplea esta denominación debido a la sección homónima que se organiza en la Exposición Universal de París de 1867, en la que participa. 23 Son de la clase denominada «pinturas chinas de exportación», elaboradas durante los siglos xviii y xix para su venta a los comerciantes occidentales. Hace algunos años, el Museo Nacional de Antropología organizó una exposición con estas piezas, editando un interesante catálogo (Santos Moro, 2006).
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de la primera crujía del ala—, no se refleja de forma explícita en el inventario, pues hemos de asumir que el mobiliario, el instrumental quirúrgico, las fotografías y los cuadros que adornan sus paredes pertenecen a la viuda. No obstante, sí se menciona la colección de numismática que allí se guarda, y que forma parte de las colecciones del museo que han de pasar al Estado: son más de dos mil monedas y medallas, algunas de oro y plata. Además, allí deben de conservarse aún los objetos que refería Prieto en su artículo de 1875 sobre el museo: otro busto de Conchita —seguramente el original, en mármol, hoy desaparecido—, un par de esculturas, sus diplomas enmarcados, retratos de doctores célebres, fotografías de discípulos, un sillón-cama, un lavabo de mármol, fotos y planos del museo. El inventario enumera el contenido de una interesante «Sección de antropología», que no se cita en las guías del museo y que debería de situarse en el ala de la actual calle de Alfonso XII —antes calle de Granada—, la zona del edificio consagrada a la investigación y la docencia. Contiene instrumental, cabezas anatómicas artificiales, cráneos auténticos con características y procedencias diversas y modelos de cráneos y de cabezas de criminales y de diferentes tipos étnicos. El registro diferencia esos materiales, que agrupa bajo el título de «Craneología», de los «etnográficos», que, no obstante, se dispondrían en la misma sala. La relación de estos últimos incluye muy variados objetos domésticos, incluidos aperos de labranza, y exóticos, como cerámica marroquí, además de diez entradas que se definen como «un tipo de habitante de […]». Se trata de varios españoles —uno sin procedencia, pero del siglo xviii—, un patagón, un tipo de «soldado de Paraguay» y otro más «de hombre primitivo». ¿Qué son en realidad? Si fueran cráneos se habrían citado en el apartado anterior; tampoco son fotografías. Pueden ser modelos de cabezas, o quizás maniquís, porque no parece plausible que se trate de individuos disecados.24 Sin embargo, 24 De todas formas, el asunto no queda del todo claro. Quizás tuviera acceso a este inventario, y leyera esta inquietante y dudosa información, el redactor del Almanaque Bailly-Bailliere de 1896, pues, al describir el museo, entonces probablemente cerrado al público, anota que en el Salón grande se exhiben «diversos maniquíes e individuos con la piel curtida de diferentes naciones y de provincias de España» (p. 385).
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y resulta llamativo, a renglón seguido, el inventario refiere que en esta sala se guarda, precisamente, «la piel curtida del gigante Alonso [sic] Luengo, rellena y vestida con un traje de los que él usaba», retirada tiempo atrás de la vista del público. Pero el inventario de Velasco no cita al gigante en esta Sección, sino en la «Cátedra de análisis y antropología» que seguidamente reseñamos. Además, menciona que se conservan «dos preparaciones humanas»: la de Luengo y otra más, «con el traje de Moratín» [sic]. La primera es, obviamente, la versión taxidermizada del «gigante extremeño». La segunda resulta todo un misterio, a no ser que se trate de un maniquí —pues extraña que fuera una preparación— vestido con un traje «a lo Moratín», pues es harto improbable que la indumentaria hubiera pertenecido efectivamente a ese dramaturgo y poeta español. También en la planta baja del ala de Alfonso XII se sitúa el aula o «Cátedra general». Tiene una gradería con ocho filas de asientos, con capacidad para doscientas personas, y en ella se guardan más piezas anatómicas, preparaciones, huesos, cuadros y moldes utilizados por Velasco en sus clases. La «Sala de análisis y antropología»,25 anexa a la anterior, dispone de frascos con reactivos, una colección de mapas de todas las provincias españolas, la máquina eléctrica de disco que se ve en la litografía del museo de Atocha 90 y unas cuantas curiosidades: materiales arqueológicos, «seis figuritas alegóricas de trajes y costumbres de varios países», diez «maniquís con trajes alegóricos de España»,26 candiles, azulejos y hasta un «orinal con funda de terciopelo» que habría pertenecido al rey español Carlos III. En esta misma planta, hacia el interior y accesible desde el Salón 25 Es probable que este espacio y la «Sección de antropología» se situaran de forma conjunta en lo que durante los primeros años del museo se calificó como «Gabinete de estudios microscópicos». El inventario definitivo no menciona la existencia de microscopios que, sin embargo, sí se registran en el inventario original de Velasco: son cuatro, con su respectivo instrumental complementario, de la afamada marca francesa Nachet. Esta habitación es hoy la primera sala de exposiciones temporales, según se entra desde el Salón grande. 26 Se citan en el inventario de Velasco, no en el de la «Comisión de incautación», y, en principio, no se corresponderían con los «tipos» humanos mencionados en la «Sección de antropología», dado que estos no son solo de España. Sin embargo, es probable que al final unos y otros sean la misma cosa.
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pequeño, se encuentra el «Laboratorio químico», con cocina y todo el instrumental que le es propio. La «enfermería» (o clínica)27 que cita el inventario ocupa dos o tres habitaciones del piso principal de esta misma ala de Alfonso XII, alguna de las cuales debió de utilizar Ángel Pulido como despacho y otra (o la misma) acoger hasta 1880 la redacción de El Anfiteatro Anatómico Español. El sotabanco o desván situado sobre este piso da cabida al taller de modelos y moldes. En la azotea adyacente es donde el doctor y sus ayudantes realizaban las malolientes y poco agradables tareas de descarnamiento, maceración y tratamiento químico de cadáveres y piezas anatómicas.
Una «pelea de buitres» (con perdón) Tras este repaso a todo lo que guarda y exhibe el museo a mediados de 1887, debe retomarse el relato de su trágica historia post mortem. Como, cuando quiere, la Administración puede mostrarse ciertamente quisquillosa, tras la recepción del inventario en el negociado correspondiente, los funcionarios observan ciertas diferencias con el que presentara Velasco en diciembre de 1881. Por supuesto, solicitan a la «Comisión de incautación» que aclare las discrepancias. Vilanova y Olóriz se hacen cargo de la nueva y tediosa tarea, que asumen «con la mayor escrupulosidad y esmero posibles». Y, de nuevo, cumplen perfectamente con su cometido, firmando un detallado informe que presentan pocas semanas después del encargo, el 12 de diciembre. Argumentan que las diferencias se explican por ciertos cambios en la localización de las piezas y por algún deterioro o accidente producido desde la redacción del informe original; que son poco relevantes 27 Extrañamente, solo el artículo de Martínez Ginesta hace referencia a la clínica. No la mencionan Prieto ni Pulido, quien sin embargo indica, en su libro de 1894, que Velasco pasa consulta en su despacho del ala de Atocha y que el «Salón de aves» sirve de sala de espera para los enfermos. Por su parte, Martínez Ginesta, que visita el museo mucho antes de estar organizados sus espacios, dice que en el ala de Atocha existe un «salón espacioso» con colecciones de historia natural —que se correspondería con el Salón de aves—; a continuación, el «despacho y la sala de consultas del doctor» y, más allá, comunicado con el Salón grande, el «Gabinete de reconocimientos».
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y que, en último término, el inventario definitivo recoge materiales que no habían sido incluidos en el original, lo que redunda en una «notable ventaja para el Estado». Por esas mismas fechas se recibe también el informe solicitado a Ricardo Velázquez Bosco sobre el estado del edificio, que no identifica problemas significativos. Con el inventario delante, verificada la cantidad y calidad de las colecciones y comprobado el estado de conservación de su estructura, el Estado se encuentra en disposición de hacer efectiva la «incautación», como de manera oficial se denomina al proceso. La escritura de compraventa se firma el 15 de febrero de 1888. En los meses de marzo, abril, mayo y junio de ese año se abona, fraccionado en cuatro partes, el primero de los tres plazos establecidos; el segundo en octubre de 1889 y el último a principios de 1890. El museo es ya de propiedad estatal y, con cierta lógica, se adscribe a la Universidad de Madrid. Pero los problemas no han terminado; de hecho, están a punto de recomenzar en una más enconada versión. Dos son los actores que acaban enfrentados: de un lado, la Facultad de Medicina; del otro, la Facultad de Ciencias y el Museo de Ciencias Naturales. Vimos que, en 1879, la Facultad de Ciencias había despreciado, de forma quizás demasiado precipitada, el interés que pudieran tener el edificio y las colecciones del Museo Antropológico. También comprobamos que en los informes oficiales posteriores es el ámbito médico el único que se menciona al referir los futuros usos del museo. En principio, parece que la Facultad de Medicina está mejor posicionada en el debate sobre el control de las instalaciones y el reparto de las colecciones, al menos en los momentos iniciales de la contienda. El 3 de abril de 1888, y bajo la presidencia del rector, se reúnen los decanos y dos catedráticos de las facultades de Medicina y de Ciencias. Todo transcurre con la seriedad propia de sus doctos y muy académicos contendientes, quienes, de manera más que civilizada, acuerdan que el edificio será destinado a la impartición de «enseñanzas prácticas» de Medicina, aunque la Facultad de Ciencias podrá ocupar temporalmente parte de las instalaciones, hasta que se levante el nuevo edificio que ha de acoger el museo de su especialidad. Este primer acuerdo del mes de abril pronto se convierte en algo 253
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de mucha mayor trascendencia que un mero pacto entre caballeros, pues acaba siendo refrendado por una real orden de 30 de julio, que dicta la formación de una Comisión mixta encargada, de una parte, de la clasificación y reparto de las colecciones; de otra, y esto es aún más importante, de «señalar la parte del edificio del Museo del Dr. Velasco que había de ser ocupada temporalmente [énfasis del autor]» por la Facultad de Ciencias. Según alguna nota de prensa, de nuevo se baraja la posibilidad de que acoja la Real Academia de Medicina.28 Da la impresión de que, al margen de ciertos retrasos, todo este asunto se va a resolver sin excesivas dilaciones y sin mayores contratiempos. Pero nada más lejos de la realidad. En efecto, aunque la documentación que guarda el Archivo General de la Administración sobre la venta del museo concluye con el acta correspondiente a la reunión de abril de 1888, resulta que la cuestión no estaba en modo alguno encarrilada. Si acudimos al lugar adecuado, el Archivo de la Universidad Complutense, comprobamos que en cuanto se reúne por vez primera esa comisión mixta de catedráticos, el 23 de septiembre de aquel mismo año, la concordia se desvanece y el debate se transmuta en algo muy parecido a una «pelea de buitres», en la que ambas partes tratan de carroñear la mejor y mayor porción del cadáver del Museo Antropológico. Y así continúan hasta la última sesión, el 19 de abril de 1893.29 Inicialmente, integran la Comisión mixta Antonio Machado y Núñez,30 Miguel Maisterra Prieto y Antonio Orio Gómez, por parte de la Facultad de Ciencias, y Julián Calleja, Federico Olóriz y Juan Creus Manso por la de Medicina. No obstante, debido a la El Día, 24 de octubre de 1889. Las actas de las reuniones, junto con otra información complementaria, se conservan en el AGUCM, caja SG-2531. Los miembros de la comisión no solo se «pelean» por los espacios, sino que muestran cierta aversión hacia el doctor Velasco y su entorno más inmediato. De hecho, en su reunión de 31 de enero de 1890 rechazan la petición realizada por Ángel Pulido para impartir en el museo unos cursos de Fisiología e Higiene destinados a las matronas, como había hecho años atrás. Lo justifican afirmando que la «dispersión» de los objetos no permite disponer de un espacio adecuado. El argumento es por completo falaz. 30 Es padre del abogado y folklorista Antonio Machado y Álvarez, y abuelo de los poetas Antonio y Manuel. 28 29
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renuncia de Machado, al fallecimiento de Orio y a la jubilación de Creus, al cabo de unos meses actúan como únicos comisionados los naturalistas Laureano Pérez Arcas y Maisterra y los médicos Calleja y Olóriz. Y ¿cómo termina todo tras once reuniones y cinco largos años de discusiones? Pues con que, de manera harto sorpresiva y contraviniendo lo dictado por la real orden de julio de 1888, la Facultad de Ciencias sale vencedora del combate: se queda con el cuerpo central del edificio, el Salón grande y el Salón pequeño, y el ala correspondiente a la calle de Alfonso XII; la Facultad de Medicina consigue únicamente el ala del actual paseo de la Infanta Isabel.31 Una y otra —la primera aliada con el Museo de Ciencias— se adjudican, no sin discusiones, buena parte de las colecciones. Las que no son de su interés se reparten: las médico-anatómicas se envían a las restantes facultades de Medicina del país; las histórico-arqueológicas y no pocas etnográficas pasan al Museo Arqueológico; algún libro y alguna lámina acaban en la Biblioteca Nacional.32 Debido, supuestamente, a su mala conservación, numerosas piezas de anatomía, teratología y zoología se destruyen. En 1895, el antiguo museo del doctor Velasco ha quedado por completo desmantelado. En la parte que le corresponde a la Facultad de Medicina se instala, durante todo el primer tercio del siglo xx, el laboratorio de Santiago Ramón y Cajal, y allí trabaja cuando recibe el premio Nobel de Fisiología en 1906. Por su parte, y al mar31 El éxito alcanzado por la Facultad y el Museo de Ciencias quizás tenga algo que ver con la capacidad gestora y de presión de quien acabará siendo el primer director del futuro Museo de Antropología, Manuel Antón y Ferrándiz. No obstante, también es verdad que el mundo de la medicina nunca tiene en España una proyección museográfica relevante, ni antes ni después de Velasco. Justo lo contrario acontece con el ámbito de las ciencias naturales —y su disciplina asociada, la antropología—, que no deja de progresar, durante los años finales del siglo xix y el primer tercio del xx, en ese mismo territorio museográfico desdeñado por las ciencias médicas. 32 No obstante, la biblioteca de Velasco, o parte de ella, no parece formar parte del conjunto de las colecciones que adquiere el Estado en 1888. Dos años antes, el Museo de Ciencias Naturales había adquirido ya 26 obras (en 41 volúmenes) y 152 folletos, abonando a la viuda 244,75 pesetas. Boletín Histórico, publicado por Don Marcelino Gesta y Leceta, 11, 1886, p. 168. Sobre la biblioteca de Velasco, ofrece alguna información Montes Pardilla (2013).
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gen de utilizar ciertas zonas como aulas y oficinas, en 1895, la Facultad y el Museo de Ciencias hacen del resto del edificio la Sección de Antropología del museo,33 que se independiza en 1910 para dar origen al Museo de Antropología, Etnografía y Prehistoria,34 vinculado a la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Manuel Antón y Ferrándiz, responsable de la antigua Sección, se convierte en el primer director del nuevo museo. No obstante, durante casi todos estos años sus salas permanecen cerradas al público; incluso resulta complicado el acceso para ciertos investigadores.35 Tras la Guerra Civil, y ya con José Pérez de Barradas al frente, el edificio sufre una intensa remodelación, tanto en sus espacios como en sus colecciones, y se convierte en el Museo Nacional de Etnología, integrándose en el Instituto Bernardino de Sahagún del recién creado Consejo Superior de Investigaciones Científicas, si bien mantiene su vínculo con la Facultad de Ciencias hasta 1952. En 1962 pasa a depender de la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Educación y Ciencia, como el resto de los museos nacionales. Desde 1993 se denomina Museo Nacional de Antropología. Hoy, su exposición permanente exhibe poquísimas piezas procedentes del museo original de Velasco. Algún objeto más de aquella época se guarda en los almacenes, además de la colección de cráneos reunida por su fundador. Finalmente, como homenaje y recordatorio de tiempos pasados, la «Sala de los orígenes», el antiguo 33 Una muestra elocuente del nulo respeto que se muestra por la ya finiquitada institución la encontramos en el hecho de que, desde diciembre de 1896, y seguramente durante varios meses, el Salón central se transmuta en la denominada «Hospedería de El Imparcial», una especie de asilo o residencia para los heridos retornados de la guerra de Cuba, que se pone en marcha gracias a la iniciativa de dicho diario. También es significativo que, en mayo de ese mismo año, el museo acoja los restos del poeta José Zorrilla, fallecido en 1893, antes de su traslado definitivo a Valladolid. 34 Esta parece haber sido su denominación oficial. No obstante, en los numerosos artículos de prensa que lo citan entre 1910 y 1940, y en casi todas las publicaciones oficiales, siempre se refieren al centro como Museo Antropológico o Museo de Antropología, sin más calificativos. 35 El 1 de julio de 1904, el diario El Imparcial publica una carta del médico Saturnino García Hurtado, en la que expresa las dificultades encontradas para acceder al estudio de ciertas piezas del museo.
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despacho del doctor, exhibe algunos de esos cráneos, el esqueleto y el vaciado del famoso «gigante extremeño», el busto en yeso de Velasco y un retrato al óleo de Conchita,36 de mediocre factura pero de intenso significado para todo aquel que se sienta atraído por su dramática historia.
36 Junto con sendas fotografías de Velasco y de su esposa Engracia, el retrato de Conchita fue donado al museo en el año 2000 por Rosario Sáez García. Las tres piezas habían pertenecido a la herencia familiar de su marido, José Antonio Pérez Gumiel, sobrino nieto de Engracia.
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Capítulo 13 ÁNGEL PULIDO, UN DISCÍPULO PROVIDENCIAL Cuando el siglo xx da sus primeros pasos, hace ya un lustro que el Museo Antropológico ha dejado de ser lo que fue. Pronto se pierde el recuerdo de sus colecciones originales. También la figura de su fundador se desvanece, aunque es cierto que, durante décadas, su apellido continúa asociado a la que fuera su gran creación: el «Museo del doctor Velasco». Mucho tiempo después, ambos reaparecen en ciertos textos y contextos, pero en pocas ocasiones se les hace justicia. Pues bien, antes de que el autor de estas páginas aborde, en los dos últimos capítulos del libro, su personal reivindicación del segoviano y su obra, resulta inexcusable dedicar unos párrafos al personaje a quien, en buena medida, debemos que su principal proyecto de vida se materialice en algo real, visible, tangible y coherente. Me refiero al doctor Ángel Pulido.
Un encuentro afortunado Como vimos en el capítulo noveno, es en diciembre de 1868 cuando las trayectorias vitales de Velasco y Pulido confluyen en un mismo momento y en un mismo lugar: las calles de Madrid, en medio de una manifestación estudiantil durante las exaltadas semanas que siguen al triunfo revolucionario que derroca a Isabel II. En realidad, lo que entonces acontece es algo meramente anecdótico: Pulido contempla por vez primera al nuevo, flamante (aunque interino) y muy popular catedrático Pedro González Velasco. Luego, cuando por fin se inicien de manera formal las clases, será cuando la relación entre el maduro profesor y el jovencísimo alumno de primer curso avance, una relación que pronto habrá de convertirse en un vínculo poderoso y duradero, que ni siquiera la muerte del maestro podrá disolver. Y es 259
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que, gracias a Pulido, Velasco logra sacar adelante buena parte de las empresas en las que se implica a partir de 1873. Y gracias a Velasco, a sus recursos económicos y a sus iniciativas públicas y académicas, Pulido no solo consigue progresar en la disección anatómica y la práctica quirúrgica, sino que tiene la oportunidad de introducirse, y pronto destacar, en los muy activos universos de la prensa y del asociacionismo médico-antropológico. De todas formas, debe anotarse ya que los «beneficios» que recoge de su fiel colaboración con el maestro no se proyectan de forma directa sobre su actividad profesional, y menos aún le abren las puertas al enriquecimiento económico. Ninguna ventaja crematística ni social le reporta —más bien al contrario— haber sido su mano derecha y poco menos que su «mente rectora» durante los últimos años, pues ni sigue el camino de la especialización quirúrgica —aunque la practica—, ni «hereda» su clientela, ni se hace dueño de su museo. Pulido labra su futuro sobre su propio trabajo y su propio esfuerzo. En cualquier caso, es una verdad incontestable lo que se anota en una elogiosa, y atinada, reseña biográfica que sobre Pulido se publica en el diario El Globo el 22 de junio de 1884: «El señor Velasco puede decirse que decidió el porvenir de Pulido al llamarle a su lado». Ángel Pulido Fernández (1852-1932) nació y creció en Madrid, en una modesta familia de asturianos que había logrado salir adelante administrando una taberna y despacho de vinos en la calle de Las Infantas. Sabía bien lo que suponía tener unos orígenes humildes, no muy diferentes a los del propio Velasco, y empeñarse en progresar en medio del clasismo imperante, especialmente notable entre el estamento más elevado —el académico-docente— de la clase médica. Con el paso de los años, Pulido se convierte en todo un caballero —ciertamente de buena planta—, de personalidad enérgica, acostumbrado al esfuerzo y al sacrificio personal, exigente con todo y con todos, especialmente con los más cercanos (véase fig. 16). Su hijo, el urólogo Ángel Pulido Martín (1945), cuenta que fue una persona honesta y coherente con sus ideas, valiente y hasta brusco en su defensa, pero también incapaz de argucias o de engaños, siempre confiado y en ocasiones incauto, algo que no dejaría de provocarle disgustos, 260
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desilusiones y contratiempos, tanto en el ámbito de la medicina como en el de la política, a la que dedicaría la mayor parte de su vida.1
Figura 16. Retrato de Ángel Pulido Fernández. Real Academia Nacional de Medicina, Madrid (http://www.ranm.es/).
1 En esta interesante obra, el autor nos ofrece una muy personal, y parece que sincera, biografía de su padre, en la que se combina el evidente orgullo que el hijo siente por la figura de su famoso progenitor con las impresiones y sentimientos ambivalentes asociados a una difícil relación paterno-filial. Es un libro de lectura muy recomendable, no solo para conocer las facetas personal y pública del doctor Pulido Fernández, sino para comprender ciertas cuestiones médico-sociales de la historia de España durante las dos últimas décadas del siglo xix y el primer tercio del xx.
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En diciembre de 1868 aún no ha cumplido los diecisiete años. Es casi un crío, pero tiene las ideas muy claras. Ha comenzado la carrera y no lo ha hecho por obligación ni por mandato de nadie; quiere estudiar con la profunda convicción de convertirse en doctor en Medicina. A pesar de su intenso compromiso social, ni la extrema pulsión política ni las algaradas estudiantiles le agradan; lo que desea, a toda costa, es que comiencen las clases y se encauce por fin su proyecto formativo en las aulas de la Facultad de Medicina, en la madrileña calle de Atocha. Como él mismo anota en su biografía de Velasco, desde el momento en que se convierte en testigo de la habilidad disectora y quirúrgica del ilustre anatomista segoviano queda subyugado por el personaje. Enseguida se inscribe en sus clases particulares y muy pronto se convierte en su más joven ayudante. Durante todos esos años de formación, y aún tiempo después, lo acompaña en cuantas intervenciones quirúrgicas lleva a cabo en los domicilios de sus pacientes, lo que le permite conocer, e incluso poner en práctica, la aclamada técnica operatoria del maestro. Aunque aún era muy joven, esas habilidades, sus conocimientos y su tremenda energía le habrían permitido poner en marcha una temprana actividad profesional, sin duda alguna exitosa. De hecho, al poco de terminar la carrera, gana sendas plazas de médico en la Sanidad Militar y en la de la Armada, a las que renuncia. Y, como él mismo dice, por estar junto a Velasco rechaza también la propuesta que le hace «cierto rico y afamado doctor» para ser su colaborador y asumir luego su cartera de pacientes, el mejor y más rápido cauce del que podía disponer un médico joven, durante aquellos años, para consolidar su posición entre la clase médica y ganar un buen capital. E, igualmente, deja a un lado la opción de opositar a cátedras, que le hubiera llevado «por los destinos del magisterio».
El discípulo más querido En torno a 1872, Pulido es ya el discípulo más cercano y, muy probablemente, la persona de mayor confianza del segoviano. Aunque interviene en la refundación de la Sociedad Antropológica Es262
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pañola2 y, de forma mucho más intensa, en la creación de la Sociedad Anatómica Española y en la edición de sus Anales, es en la publicación de El Anfiteatro Anatómico Español y en la organización del gran Museo Antropológico donde su papel resulta ciertamente fundamental. Sin su participación y profundo compromiso, es muy posible que ambas iniciativas nunca hubieran tenido lugar; y, en caso de haberse logrado, el resultado último habría sido muchísimo menos relevante y exitoso del que fue. La revista médica tuvo una calidad más que notable y un ritmo de aparición que Velasco habría sido incapaz de mantener por sí solo. Pero lo que realmente debemos agradecer a Ángel Pulido es que tuviera el coraje de afrontar una tarea tan ardua y compleja como fue el montaje y la ordenación de las colecciones médicas, anatómicas y antropológicas del gran museo del paseo de Atocha, del que fue su «secretario» por decisión de Velasco. Y es que, si el museo no acaba siendo un mero gabinete de curiosidades morbosas y banales —pese a lo que algunos se empeñan todavía hoy en afirmar—, es precisamente gracias a su intervención. Como se evidencia en su guía del museo, Pulido (1875 y 1876) supo ver lo positivo y lo negativo del centro, la riqueza y la miseria de sus colecciones, sus carencias y sus fortalezas.3 Fue capaz de poner orden y de presentar de forma coherente todo aquello en lo que el museo realmente podía destacar: las colecciones de anatomía normal y patológica exhibidas en su Salón central. También dio algo de coherencia al amplio muestrario de piezas de anatomía comparada desplegadas en el Salón pequeño, quedando fuera de sus posibilidades —y de las de cualquiera— poner el más mínimo orden en la, ahora sí, increíble mezcolanza de materiales almacenados en un par de habitaciones interiores que, afortunadamente, no eran accesibles para el público general. Y recordemos que afronta tan ingente tarea a una edad bastante temprana: pronuncia el discurso inaugural del museo, leído ante Alfonso XII el 29 de abril de 2 Es reseñable el discurso sobre craneometría con el que abre uno de sus años académicos (Pulido, 1875c). 3 La única novedad que se introduce en la segunda edición de esta guía es la referencia al vaciado, el esqueleto y el maniquí del «gigante extremeño».
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1875, con veintitrés años, acontecimiento que lo enorgullece y que lo empuja con brío en el arranque de lo que muy pronto se convertirá en una exitosa carrera profesional. Luego, con el museo en marcha, no solo se convierte en su director y máximo responsable científico de facto, sino que se hace cargo de nuevas tareas. Además de continuar al frente de El Anfiteatro Anatómico Español, Velasco lo sitúa como secretario de la Escuela Práctica de Medicina y Cirugía que ha diseñado casi como si de una facultad de Medicina privada se tratara, con sede en el propio museo. Aunque ya hemos visto que el proyecto fracasa, asume la docencia de algunas materias, siendo el responsable único de impartir novedosos cursos de Fisiología e Higiene para comadronas, que se mantienen hasta la muerte del segoviano. Según Pulido, los ingresos procedentes de las matrículas revierten en el propio museo. Si esto es así, ¿de qué vive el leal discípulo durante todos esos años? Parece que asume y cobra los emolumentos derivados de algunas «suplencias profesionales» de las que se hace cargo; también es probable que atienda a pacientes propios. Además, y aunque en ningún lugar se hace mención alguna al respecto, es lógico pensar que recibe de Velasco algo parecido a un sueldo regular. Es obvio que no son recursos que le permitan enriquecerse, pero nunca se arrepentirá de haber asumido aquellos compromisos, pues, en palabras del mismo Pulido (1894: 21), los intensos años pasados junto a su maestro aportan «a la formación de mi espíritu y al desarrollo de mi experiencia bienes mucho más preciados, por los cuales guardo yo, en el fondo de mi alma, un religioso culto a su memoria».
Una lealtad inquebrantable El discípulo asiste y apoya a su maestro tanto en las horas de gloria como durante los momentos más duros, y, como vimos, lo acompaña durante la extraordinaria jornada del 30 de abril de 1875, cuando el doctor abre en su museo el féretro de Conchita y dispone los restos de la niña para su definitiva momificación. Siete años más tarde, está presente cuando Velasco exhala su último aliento y colabora en el 264
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embalsamamiento del cadáver. Solo dos días después de su muerte, el 23 de octubre de 1882, publica, en El Liberal, el primero y más sentido de los obituarios que se dedican al ilustre segoviano.4 También organiza sus exequias e interviene en el homenaje que le rinde la Academia Española de Ciencias Antropológicas unas semanas más tarde. Y, por supuesto, actúa como albacea testamentario, participando en la elaboración del inventario, la valoración y la partición de sus bienes privados. Luego, durante cinco largos años, asume la representación de Engracia Pérez, la viuda, en las negociaciones para la venta del museo al Estado, estampando su firma en el inventario definitivo de sus colecciones en octubre de 1887. Y lo hace a pesar de que la venta implica perder su condición de «Director del Museo y Delegado del Fundador», cargo que le otorga Velasco en su testamento y que, de hecho, venía ejerciendo desde la creación del centro.5 Muerto el maestro, con el museo en trance de ser desmantelado y sin opción alguna de continuar a su frente, podríamos pensar que no tiene ya nada más que hacer ni que decir, que puede romper de manera definitiva con el pasado. Pero nada más lejos del sentir de Pulido: ahora lo que hace es reforzar su compromiso con la memoria del «gran disector». Lo hace con la pluma y con la palabra, y en más de una ocasión. En realidad, su labor reivindicativa comienza muy poco después de la muerte del segoviano. En 1883 redacta una primera crónica en su extenso e interesante libro De la medicina y los médicos (Pulido, 1883c). Y sí, es verdad que son unas páginas emocionadas e incluso exaltadas, pero haciendo gala de su coherencia intelectual, Pulido no se limita a recordar el ingente trabajo llevado a cabo por Velasco, a destacar sus habilidades disectora y quirúrgica y la relevancia de su gran museo, sino que deja igualmente constancia de sus limitaciones en los ámbitos de la reflexión teórica y de la sis-
Tres días después lo reproduce el diario barcelonés La Vanguardia. El testamento nuncupativo (abierto) de Velasco y su esposa Engracia se otorga el 27 de junio de 1879. El original se conserva en el AHPM, protocolos del notario José Gonzalo de las Casas, tomo 33532, ff. 1559r-1568v. Existe copia en el AGA, fondo 1.4, caja 31/06782, sin foliar. 4 5
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tematización del conocimiento.6 En todo caso, es el testimonio de un discípulo emocionado y agradecido por haber tenido la oportunidad de colaborar con un personaje excepcional y por haber participado en la materialización de su gran museo. Como decíamos, el paso de los años no debilita su compromiso con la memoria del segoviano. Y bien podría haberlo hecho, pues reivindicar la personalidad excéntrica y combativa de Velasco no es algo que pueda beneficiar a médico alguno en la España de finales del siglo xix y comienzos del xx. Pero Pulido lo hace, y con fuerza. En 1894, cuando la figura del Velasco real, del anatomista y cirujano, es ya una imagen del todo desvaída, que solo se asocia a un museo cerrado a cal y canto que evoca ambientes tétricos y morbosos, Pulido publica la interesantísima biografía del maestro que de forma reiterada ha sido citada, la principal y casi única referencia bibliográfica disponible sobre su vida y su obra durante muchísimo tiempo.7 A estas alturas de su historia vital, Pulido no es solo un médico famoso, de muy saneada economía, sino que se ha convertido ya en una relevante figura pública. En 1884 había sido elegido miembro de número de la Real Academia de Medicina, un privilegio enorme, más aún teniendo en cuenta su juventud, honor del que nunca se hizo acreedor su maestro. Poco después, en 1889, obtiene un escaño en la Diputación Provincial madrileña. Desde este momento, su interés por lo público, mejor dicho, por la gestión de lo público, encaminada a mejorar la condición sanitaria, laboral y social de los españoles, lo lleva a involucrarse de lleno, durante el resto de su existencia, en el proceloso mundo de la política. Entre otros muchos cargos y dedicaciones, será 6 De hecho, estas observaciones críticas las hace ya en el discurso que lee en el homenaje que se tributa al doctor a las pocas semanas de fallecer, lo cual demuestra la integridad moral del personaje (Pulido, 1882). Quizás por un descuido, el texto aparece sin firma, pero resulta obvio que Pulido es su autor, pues buena parte del texto lo reproduce en las posteriores biografías que publica sobre su maestro, incluido el libro de 1894. 7 Aunque solo se hizo una tirada de 300 ejemplares, la obra fue seguramente conocida por un público mucho más amplio, gracias a una buena reseña aparecida en El Heraldo de Madrid el 17 de mayo de 1894, y a otra de menor calado, centrada en el caso de Conchita, firmada por Mariano de Cavia y editada, tanto en El Liberal como en La Época, el 12 de julio del mismo año.
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diputado a Cortes, senador, director general de Sanidad, presidente del Colegio de Médicos de Madrid, vocal del Instituto de Reformas Sociales, vicepresidente del Senado, presidente del Instituto de Protección a la Infancia, senador vitalicio y secretario perpetuo de la Real Academia de Medicina, en cuyos locales fallece el 4 de diciembre de 1932. Y no podemos olvidar su intensa y valiente campaña a favor de la comunidad sefardí y la «reconciliación hispano-hebrea», que es, sin duda, su empresa personal más citada y reconocida, también en un contexto internacional, tema al que dedica numerosos artículos y una obra monumental (Pulido, 1905). Pues bien, aun con una vida tan plena de actividades, cargos, compromisos y luchas, Pulido mantiene vivo el recuerdo de su maestro y el afán por reivindicar su obra hasta el final de sus días. Y lo demuestra. Así, el 27 de febrero de 1923, cuando han transcurrido ya más de cuarenta años de la muerte del segoviano, pronuncia una conferencia sobre Velasco en el Ateneo madrileño,8 que también presenta en la Sociedad Española de Antropología y Prehistoria, con sede en el museo de Atocha, y que esta institución edita en su colección de memorias (Pulido, 1923). Tres años más tarde, y una vez más en el Ateneo, es de nuevo invitado a participar en un ciclo de conferencias sobre «médicos ilustres del siglo xix» (Pulido, 1926). En esta ocasión, amplía el contenido de su intervención desplegando más detalles sobre la singular vida del biografiado. Por supuesto, estas conferencias se sustentan sobre lo escrito en el ya entonces lejano año de 1894, pero sus contenidos se muestran cargados de mayor nostalgia, de un tono aún más cercano y al tiempo exaltado, mostrando, de forma meridiana, la auténtica devoción que un Pulido ya anciano todavía siente por su querido maestro. Y es una devoción que continúa siendo combativa, como prueba la siguiente anécdota. En el texto de 1926 asegura que solo unos días antes de su lectura, mientras asistía a una reunión de la citada Sociedad de Antropología en el antiguo museo, pudo comprobar «con verdadero dolor, que sobre la tumba del Dr. Velasco, y cubriendo la lápida en casi su totalidad, se habían 8
ABC, 28 de febrero de 1923.
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puesto grandes instalaciones», es decir, se habían dispuesto piezas y maniquís etnográficos que, como se aprecia en alguna fotografía de aquellos años, cubren casi por completo el suelo del Salón grande. Y ¿cómo reacciona Pulido ante tamaña afrenta? Pues con la energía y contundencia que era de esperar. Merece la pena reproducir su alegato: Espero que el director del Museo, mi querido amigo el antropólogo D. Manuel Antón, remediará esto que constituye otra censurable profanación; y hemos de hacer lo posible porque aquella lápida quede al descubierto; y la sepultura del fundador del Museo sea contemplada por las personas que vayan a este templo de la enseñanza, y puedan dedicar un piadoso recuerdo al hombre que dejó un ejemplo por demás notable, de nobles entusiasmos y de una vida laboriosísima, aplicada toda a la gloria de su patria y de la enseñanza de la juventud. Ya que no puede tener una cripta como el gran Pasteur, tenga al menos un piadoso recuerdo como el de Rubio en la Moncloa,9 puesto que por él fue preparado todo.
Desde luego, Pulido era hombre de lealtades. Eso sí, como los recuerdos se acumulan y el paso del tiempo no perdona, en esta última charla hace una anotación que no se corresponde con la realidad y que, de algún modo, cierra el círculo en torno a los éxitos, la tragedia y la leyenda del doctor Velasco. Dice que inhumó a su idolatrada hija Conchita en el propio museo, para poder compartir con ella esa postrera morada. Pero no fue así. Como vimos, el doctor no entierra el cuerpo momificado de su niña en el Salón grande del museo; hasta el final de sus días lo mantiene dentro de una urna, en una capilla dispuesta en una de las habitaciones del hogar familiar, un hogar que ella nunca pudo disfrutar.
9 Se refiere al magnífico grupo escultórico dedicado al doctor Federico Rubio y Galí, que se levanta en el Parque del Oeste madrileño en 1906, obra del escultor Miguel Blay Fábregas, reconstruido tras ser gravemente dañado durante la Guerra Civil.
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Capítulo 14 EXCÉNTRICO, GRANDILOCUENTE, ACAUDALADO Y «GENIAL» Como se anotó al comienzo del capítulo anterior, voy a dedicar las últimas páginas del libro a reivindicar de forma explícita la figura y la obra del doctor Velasco. Lo primero que haré será dibujar una imagen, que pretendo sea coherente y ecuánime, de nuestro protagonista, de su conducta personal y de su empeño profesional; de sus luces y de sus sombras, en definitiva. Es un acercamiento necesario, puesto que siempre que se escribe sobre el doctor Velasco saltan a escena sus peculiaridades o, para ser más precisos, sus presuntas rarezas; de hecho, su condición excéntrica y grandilocuente es asumida de forma plena en el territorio de la leyenda y en la propia literatura historiográfica. Por ello, y aunque considero que el empleo de ambos calificativos está plenamente justificado, trataré de que el lector comprenda, e incluso valore positivamente —hasta donde resulte posible—, el sentido y el porqué de tan singulares rasgos de su personalidad. Una vez conocida de forma algo más cercana la persona, pasaré a analizar las circunstancias que le permiten materializar buena parte de sus aspiraciones y deseos: su rápido enriquecimiento personal gracias a su enorme éxito como cirujano. Acepto ya, aunque aún debo presentar mis argumentos, que Velasco fue un individuo rico, grandilocuente y excéntrico. Pero ¿fue realmente «genial»? Bien, he de reconocer que esto es prácticamente imposible de aceptar, también para quien redacta estas líneas. Pese a todo, intentaré demostrar que, si bien es verdad que la mente de Velasco no puede ser calificada como genial, sí podemos otorgar este calificativo al personaje, aunque lo escribamos entre comillas, como reconocimiento a todas las iniciativas que fue capaz de desarrollar. Justamente por ello, terminaré este capítulo revisando el papel que juega Velasco en el ámbito de la práctica médica durante las décadas centrales del siglo xix, valorando sus extraordinarias habilidades quirúrgicas, reconociendo sus 269
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notables limitaciones como analista y destacando su inquebrantable compromiso con el progreso de la medicina, la anatomía y la cirugía.
Grandilocuencia Cualquiera que tenga la paciencia suficiente, y se ha de tener mucha, para leer los escritos de Velasco, se dará cuenta enseguida de que la mayoría rezuman grandilocuencia por los cuatro costados. No quiero decir que carezcan de interés, pues lo tienen, sobre todo algunos de los más combativos y los que describen los museos y las instituciones médicas que visita fuera de España. También son perfectamente legibles los dos trabajos más extensos que publica en colaboración con su colega y amigo José Díaz Benito, la Guía teórico-práctica del sangrador y el Tratado práctico de partos, y el Atlas de osteología. Los textos más prescindibles suelen ser los discursos, aunque también alguno se salva de la quema. Por supuesto, ese mismo tono grandilocuente y, en buena medida, fatuo se observa en gran parte de la literatura académica del momento, muy dada a la complacencia con uno mismo, las alabanzas a terceros y la pomposidad. Velasco sabe a quién tiene que elogiar, sobre todo en dedicatorias y prefacios, y aún se mueve con mayor soltura cuando el objetivo es la exposición pública de las que considera sus principales aportaciones al progreso de la práctica y la docencia de la Medicina y la Anatomía. Sin embargo, debo reconocer que también en esta faceta de su vida Velasco sobresale de entre la masa de los vulgares aduladores, porque, si bien puede «dorar la píldora» a ciertos personajes, la inmensa mayoría de sus escritos destacan por la franqueza y firmeza de su discurso, que no se arredra ante nada ni ante nadie, como hemos comprobado a lo largo del libro. Su Reseña histórica —editada en 1864 y reimpresa en 1868— y el discurso leído en el acto de inauguración del Museo Antropológico, en abril de 1875, son los textos que mejor reflejan sus obsesiones personales, su grandilocuencia y, en último término, el hecho cierto de que se contempla a sí mismo como un verdadero mártir que sacrifica su vida a favor del bienestar y el progreso de España. El 270
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primero es una especie de autobiografía que publica en un momento especialmente dramático, muy poco después de la muerte de su hija Conchita. Pese a todo, Velasco no se muestra abatido, al contrario. Reacciona airado; es como si tratara de arrancarse su dolor lanzándolo sobre todos aquellos que no le han permitido poner en marcha algunos de los hercúleos proyectos en los que se ha involucrado: sus dos empresas particulares para la fabricación y venta de vaciados anatómicos y, sobre todo, sus trabajos en el ámbito público, tanto en el Hospital General como al frente de los museos anatómicos de la Facultad de Medicina. Velasco se mira ante el espejo y contempla a un mártir, pero no a un mártir cualquiera que sacrifica una vida absurda y vacía por el mero capricho de un dios egoísta, él se considera un mártir superior, una mente privilegiada capaz de diseñar obras increíbles, casi sobrehumanas, y de llevarlas a cabo solo, con su propio esfuerzo, luchando contra poderosos enemigos que, de forma incansable, lo golpean y tratan de derribarlo. Con un nivel tal de sublimación del propio yo, no puede extrañar que su Reseña se abra con esta llamativa declaración: «Penetrado de la tendencia que tienen mis compatriotas a olvidar los hechos de los hombres que más se han distinguido por su talento, por sus virtudes o por sus obras, me he decidido a publicar esta breve reseña de mis trabajos» (González Velasco, 1864a: 3). ¿Cabe mayor, y más vana, falta de modestia? Pues me temo que sí. Avanzado el épico relato de su biografía, que se muestra plagado de éxitos pero más aún de traiciones, así justifica su proyecto de vida: El móvil que me impele a trabajar y seguir trabajando es la ciencia y mi patria. Yo me creería desgraciado, si trabajara con la esperanza de alguna recompensa o premio de los mezquinos que los hombres dan; no: trabajo y trabajaré, alentado solo con la idea de dejar a mi patria (digna de mejor suerte que la que hoy la cabe ante la opinión pública europea, tanto en el orden científico como el comercial, político y religioso), un recuerdo de lo mucho que yo en mi pequeñez he procurado hacer para llenar mis deberes de ciudadano y de hombre de ciencia. Esto me basta (González Velasco, 1864a: 42).
De todas formas, la exaltada grandilocuencia fatalista de la que permanentemente hace gala, quizás se justifica en la mente de Velas271
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co mediante un sencillo razonamiento: en su ámbito privado ha sido capaz de alcanzar las mayores cotas de éxito que un médico-cirujano podría imaginar y, al mismo tiempo, ha logrado poner en marcha, en momentos sucesivos, unos museos anatómicos que superan a cualquiera de los financiados y gestionados por el Estado. Siendo ambos hechos incontrovertidos, el fracaso de las iniciativas encaminadas a proyectar tales progresos sobre la docencia de la Medicina y la práctica médica en las universidades y en los centros asistenciales del país solo puede tener como causa la malquerencia de aquellos que controlan —y que desean seguir controlando— las instituciones públicas. La inercia de antaño, la burocracia y los mezquinos intereses de unos pocos lo devoran.
Excentricidad No hace falta añadir nada más para dar probada cuenta de su grandilocuencia, que, sin duda, se proyecta mucho más sobre el plano literario que en el de las relaciones estrictamente personales, donde lo que destaca es su intransigencia ante la hipocresía y la mentira. El segundo factor que singulariza la personalidad pública velasqueña es su carácter excéntrico. Por supuesto, la excentricidad es una característica bien diferente a la grandilocuencia, que incluso puede ser valorada como un rasgo positivo del personaje al que se le adjudique. Velasco es excéntrico porque, ciertamente, escapa a la norma, porque es un inconformista, porque no participa de los gustos ni de las inquietudes propias de las mayorías, ni siquiera de aquellos con quienes comparte ciertos intereses académicos o profesionales. Y es que, el hecho de que alguien disfrute —por muy médico-cirujano que sea— diseccionando cadáveres día tras día, desecando sus órganos, descarnando esqueletos, coleccionando cráneos y fetos monstruosos, poco menos que sin descanso, no es demasiado habitual. Tampoco que gaste cantidades ingentes de dinero en reunir todas esas piezas para su contemplación y estudio, menos aún que las acomode en un suntuoso palacio. También es pura extravagancia su obsesión por el trabajo, por mucho que gane 272
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dinero a espuertas con sus intervenciones quirúrgicas. Pero sus dos mayores muestras de excentricidad son otras, claramente reconocibles. La primera es de índole pública: su tesón por renovar la práctica y la docencia de la Medicina sin más apoyo que su propia energía. La segunda se restringe al ámbito privado, aunque lo acaba superando, y con creces: su empeño en mantener el cuerpo de su hija difunta junto a sí, en el hogar, como si su muerte hubiera sido un mero accidente pasajero felizmente superado. El grado extremo en que se manifiestan la grandilocuencia y la excentricidad en la personalidad del doctor Velasco, ¿puede ser considerado síntoma de alguna patología? Como ya anoté en mi libro sobre la leyenda creada en torno a su hija difunta, hace décadas que su singular conducta se ha relacionado con algún tipo de trastorno mental, sobre todo al valorar el hecho de que embalsame y conserve el cadáver de la niña en su propia casa. Se ha hablado de necrofilia, incluso de necrofilia incestuosa. Pero esta es una cuestión que ciertamente no considero ni relevante ni interesante. Mi conclusión sobre «el asunto de Conchita» ya ha quedado recogida en el capítulo 7. Admito que su conducta resulta extremadamente excéntrica, pero no tiene por qué vincularse con patología alguna. De hecho, son otros factores de su biografía los que han llevado a ciertos autores a proponer la existencia de algún trastorno en su persona. El más contundente ha sido Giménez Roldán. En su condición de médico, concretamente de neurólogo, se atreve a afirmar que la adición de Velasco al trabajo, su obsesión por la disección cadavérica —motivada por el mero afán de diseccionar— y su extrema pasión coleccionista alcanzan la condición de megalomanía, de un verdadero delirio de grandeza de índole patológica. Apunta, además, que tanto su insensibilidad ante las distracciones y los placeres de la vida como su limitada capacidad para la abstracción son rasgos neuropsicológicos que, quizás, tengan un origen orgánico. Y lo argumenta del modo siguiente: «Las críticas circunstancias de su nacimiento, cuando la muerte parecía inminente, probablemente se debieran a anoxia, es decir, un aporte insuficiente de oxígeno al cerebro, antecedente 273
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nada raro en individuos con dificultades conductuales semejantes a las de Velasco. Pero también, a un menor desarrollo de los lóbulos frontales en personas nacidas con labio leporino» (Giménez Roldán, 2012: 308), que es la afección congénita que padece el segoviano. Por mi parte, lo único que puedo afirmar es que, fuera o no por causas patológicas, Velasco era así: un personaje irrepetible. Por supuesto, nunca sabremos si los lóbulos frontales de nuestro protagonista estaban menos desarrollados de lo que es habitual en el común de los mortales. Lo que sí podemos confirmar es que, de haber padecido esa incapacidad, el problema no fue obstáculo para que Velasco se convirtiera en un hombre inmensamente rico. Lo vamos a comprobar en las siguientes páginas.
Enriquecimiento La celebridad y el rápido enriquecimiento de quien fuera fraile, soldado y criado sin apenas recursos tienen relación directa con su capacidad para enfrentarse, bisturí en mano, a todas aquellas patologías que así lo requerían. A pesar de la creación de los Reales Colegios de Cirugía en la segunda mitad del siglo xviii, esa forma de entender la práctica médica no estaba aún demasiado extendida, pues durante las primeras décadas del siglo xix, y al margen de las amputaciones forzadas por las circunstancias, aún era infrecuente que los médicos realizaran actos quirúrgicos que merecieran tal denominación. La cirugía había quedado hasta entonces al margen del ámbito de acción del médico, que ante todo era un observador y un analista con la responsabilidad esencial de diagnosticar la enfermedad y enfrentarse a ella sin mantener apenas contacto físico con el enfermo. Con diferente intensidad y velocidad, según países y tradiciones, avanzado el siglo xix, la situación y los propios estudios de Medicina cambian: el médico deja «de ser un teórico de orientación verbal para convertirse en un práctico regido por los sentidos» (Johannisson, 2006: 50). A partir de entonces se adentra en el interior del cuerpo, lo escruta, lo analiza y, por supuesto, una vez muerto lo disecciona, para avanzar en el conocimiento de su anatomía y en la determinación de la enferme274
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dad. Justamente así es como Velasco entendió siempre su compromiso con la medicina y los enfermos. Ese afán suyo por asociar el quehacer del médico con la práctica quirúrgica se ve favorecido por tres circunstancias providenciales. En primer lugar, cursa la licenciatura y el doctorado de acuerdo con un nuevo plan de estudios, el de 1843, más práctico que en épocas pasadas, que le permite obtener el grado de «doctor en Medicina y Cirugía», habiendo tenido como maestros a cirujanos y anatomistas tan destacados como Diego de Argumosa, Tomás del Corral, Juan Fourquet o Melchor Sánchez de Toca.1 Una segunda circunstancia, extremadamente favorable, es que, desde mediada la década de 1840, el uso del cloroformo facilita las intervenciones quirúrgicas de forma hasta entonces inimaginable. Por último, aunque no menos importante, tanto sus orígenes humildes como su compleja historia vital le permiten asumir la manipulación de los cuerpos —el contacto con sus órganos, vísceras y secreciones— como algo natural y necesario, sin que le hagan vacilar ascos o refinamientos. Con todo, y a pesar de la rápida expansión del uso del cloroformo, a finales de esa misma década de 1840, y todavía durante algunos años más, no deben de ser muchos los médicos que en España están dispuestos a adentrarse en el cuerpo enfermo armados del bisturí. Seguro que una amplia mayoría aún desprecia esa actividad, considerándola impropia de profesionales de su categoría. De todas formas, y más allá de los prejuicios que en esos momentos podían mantenerse, hemos de reconocer que el absoluto desconocimiento que entonces existía de la asepsia y de la antisepsia propiciaba el desarrollo de infecciones, muchas veces mortales, tanto cuando se abría un cuerpo enfermo como cuando se atendía a una parturienta en la insalubre sala común de un hospital, circunstancia que justifica en buena medida el rechazo a la cirugía. Solo un profesional hábil y rápido puede salir airoso de una intervención, incluso si no es en exceso complicada. Velasco posee ambas 1 La licenciatura conjunta en Medicina y Cirugía se había instaurado en 1827. No obstante, durante todo el resto de la centuria se producen continuos cambios en los planes de estudio y las titulaciones, que originan un verdadero desbarajuste académico y profesional (Albarracín, 1973).
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cualidades. Y quien es capaz de extirpar con éxito un tumor, intervenir una hernia o recomponer un miembro o una zona del cuerpo que ha sufrido una grave mutilación, y de hacerlo, además, sin torturar al paciente con un sufrimiento insoportable, tiene la clientela asegurada, por muy elevadas que sean sus minutas. Es más, a su destreza y rapidez con el manejo del bisturí Velasco suma una tercera cualidad tanto o más extraordinaria y provechosa: un detallado conocimiento de la anatomía humana, que le permite moverse con soltura entre músculos, huesos, vasos sanguíneos y tendones. Se atreve incluso a operar en el abdomen, territorio especialmente delicado por la facilidad con la que se pueden propagar las infecciones en la masa intestinal. Dicho de otra forma: es capaz de «ver» con sus manos, destreza extremadamente importante en un momento en el que aún queda lejos el descubrimiento de los rayos X. Además, y aunque esto es una cuestión muy secundaria, por su físico y su carácter, Velasco se ajusta al pie de la letra a la imagen fuerte y atlética que Johannisson (2006: 80-84) atribuye al «cirujano» de la segunda mitad del siglo xix, frente a la más refinada, incluso delicada, del «médico clínico». Y una última cuestión sobre su tremendo éxito profesional: lo alcanza exclusivamente por méritos propios. Dicho de otro modo, en ningún momento se sustenta sobre el prestigio o la cartera de pacientes heredada de ningún médico o cirujano que hubiera sido su mentor, recurso que, como ya se ha comentado, es el más habitual cuando un recién egresado desea poner en marcha una consulta privada y, más aún, consolidarla. La exitosa trayectoria profesional de Velasco comienza en fecha muy temprana, antes incluso de la obtención de su licenciatura en Medicina. Ya vimos que en enero de 1848 sale airoso de un grave caso de hernia inguinal estrangulada, intervención que resulta un éxito gracias a su habilidad operatoria y al uso del cloroformo como anestésico. Inmerso ya en un entorno que le resulta propicio, la fama de Velasco crece con inusitada celeridad, impulsada, en buena medida, por la prensa médica afín. No mucho tiempo después, cuando ya se ha encumbrado como gran cirujano, también la prensa generalista da noticia de sus más arriesgadas intervenciones 276
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quirúrgicas, ya sea por la complejidad del acto o por la relevancia social del paciente. Una de sus operaciones más destacadas, previa aún a la obtención del título de doctor, es la reconstrucción de las gravísimas heridas sufridas por un joven, en la boca y el cuello, tras un disparo accidental con perdigones —complicadas, además, con la formación de fístulas—, realizada en dos momentos (en agosto de 1852 y abril de 1853) y referida con gran lujo de detalles en el Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia del 7 de agosto de 1853. Este es un ejemplo paradigmático del tipo de acto quirúrgico que la inmensa mayoría de los cirujanos se niega a realizar a mediados del siglo xix y que Velasco afronta con aplomo, rapidez y, por su puesto, con resultados plenamente satisfactorios. Pero si la cirugía reconstructiva le genera fama entre la clase médica y la ciudadanía, su principal fuente de ingresos es, muy probablemente, la extirpación o resección de todo tipo de quistes y tumores. El 23 de noviembre de 1857, El Siglo Médico, bajo el llamativo encabezamiento de «¡Gran pólipo!», informa de la feliz extirpación de un enorme «pólipo fibroso de la matriz que dilataba violentamente la vagina y la vulva, y que, por ser de la forma y volumen de la cabeza de un feto de todo tiempo, había hecho creer a un cirujano en la existencia de un parto natural». De forma tan sutil como certera, la nota termina con esta crítica a la ya entonces triunfante homeopatía: «La enferma, que ha tenido la paciencia de tomar inútilmente globulitos homeopáticos por espacio de dos años, se encuentra libre de todas sus incomodidades desde el día de la operación». Del feliz resultado de otras dos intervenciones quirúrgicas informa El Genio Quirúrgico el 7 de octubre de 1861: el drenaje de una «fistula completa de ano» al capellán del convento madrileño de San José y la más compleja extirpación de un «voluminoso tumor» en la parótida a una joven. Solo dos meses después, el 1 de enero de 1862, La España Médica describe una intervención más en un caso especialmente dramático, que hace necesario ligar nada menos que catorce vasos sanguíneos y enfrentarse a continuas hemorragias: «la terrible desarticulación y resección de la mitad izquierda de la mandíbula inferior» a una niña de trece años, pues Velasco ha tenido que abrirse paso hasta la región suprahioidea para extirpar un «enorme tumor que ocupaba la 277
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mitad izquierda de toda la cara y parte superior del cuello». De forma grandilocuente, el redactor de la nota asegura que «esta operación figurará en los fastos de la cirugía española, elevando a esta a la altura en que la han puesto operadores de primer orden».2 Por supuesto, el prestigio del segoviano no crece únicamente con las noticias de atrevidas intervenciones realizadas sobre pacientes anónimos, aunque tuvieren una buena posición social. Más relevantes son las que informan sobre el tratamiento a pacientes de postín, y más aún los agradecimientos públicos de algunos de estos personajes. Valga como ejemplo la nota citada del 7 de octubre de 1861, que también informa de la extirpación de un quiste en la cabeza a Gregorio Melitón Martínez, arzobispo electo de Manila. Y no debe de ser este el único miembro de la alta jerarquía católica atendido por Velasco, pues, como ya se ha indicado, es muy probable que también fueran pacientes suyos los cardenales Alameda Brea y Moreno Maisonave, ambos arzobispos de Toledo y primados de España. Es igualmente destacable el caso del director de la muy popular publicación satírica Gil Blas, quien el 2 de febrero de 1871 envía un escrito al periódico asegurando que, «merced al esclarecido talento y al exquisito celo del doctor D. Pedro González Velasco, cuyos cuidados puedo llamar paternales», ha conseguido restablecerse de una grave enfermedad. Con todo, y en lo que se refiere a notoriedad pública, ninguno de los personajes mencionados se acerca ni de lejos a la relevancia de uno de los más eximios pacientes del segoviano: nada menos que el tenor más reconocido y famoso en toda Europa durante el último tercio del siglo xix, el navarro Julián Gayarre. Lo atiende, al menos, en noviembre de 1877, seguramente afectado de alguno de sus recurrentes problemas respiratorios, aunque la nota de prensa no identifica la afección que entonces padece.3 Disponer de tan variada y selecta clientela no le impide proyectar su compromiso social con la atención gratuita a los pobres, tarea que desarrolla los sábados y de la que también da cumplida cuenta 2 Días después se publica el mismo informe de la intervención en El Genio Quirúrgico y El Siglo Médico. 3 La Iberia, 10 de noviembre de 1877.
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la prensa médica. Un ejemplo notable de la intensidad con la que se viven esas jornadas lo tenemos en una nota aparecida el 22 de octubre de 1861 en El Genio Quirúrgico, donde se informa de que en un solo día del mes de septiembre recibe a 74 enfermos, a quienes trata de «fracturas, abscesos, caries, afecciones sifilíticas, tumores de las mamas, ovarios, etc.». En el mismo periódico, de 7 de enero de 1862, se asegura que durante el año anterior fueron más de 1900 las consultas de pobres. El propio Velasco va más lejos en sus cálculos: el 7 de octubre de 1862, y también en el mismo semanario, anota que los enfermos recibidos en su «clínica de pobres» llegan anualmente a los tres mil. Y no solo atiende dolencias, también suministra vacunas de forma gratuita, y lo hace, incluso, estando ya enfermo del mal que lo lleva a la tumba.4 Velasco es, ciertamente, un trabajador incansable, a quien unas pocas horas de sueño bastan para recargar energía. Es alguien capaz de dedicar jornadas casi interminables a sus visitas domiciliarias, las operaciones, las clases, los museos y la asistencia a los pobres. Alguien que no dispone de tiempo para el ocio o el asueto; mejor dicho, que es capaz de considerar como ocio o asueto aquello que para la inmensa mayoría de los mortales no sería sino una prolongación o un añadido a sus estrictas obligaciones laborales. Una cita algo extensa de Pulido (1883c: 441) describe a la perfección lo que quizás podríamos definir como verdadera obsesión, quizás incluso patológica, por el trabajo: Poco es cuanto acerca de su laboriosidad se diga: en la época de sus mayores goces, cuando más descansado y satisfecho tenía su ánimo, desplegaba la actividad de tres o cuatro personas; se levantaba, como fue en él costumbre de toda la vida y de todas las épocas del año, a las cuatro; se afeitaba, con luz artificial de ordinario, y bajaba a su despacho a escribir o estudiar, cuando no cometía alguna disección; sus enfermos graves recibían a las seis o las siete de la mañana su primera visita, que les hacía a pie; pasaba a San Carlos y daba su lección sin rebajar un minuto de lo debido, a veces prolongando media y una hora más la clase: pasaba a la sala de disección enseguida, vigilaba los trabajos de sus
El Pabellón Nacional, 12 de febrero de 1882.
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Luis Ángel Sánchez Gómez discípulos particulares, les ayudaba en la tarea, y a las diez de la mañana montaba en su coche, y arrancando chispas al empedrado de las calles, visitaba parte de su numerosa clientela: regresaba a la una o una y media, almorzaba deprisa, siempre un alimento frugal, y a las dos bajaba a su despacho, donde ya le esperaba, curioseando su museo, una larga fila de consultantes; recetaba y operaba hasta las cinco, hora en que la portera recibía orden de no dejar subir más enfermos; el poco tiempo que mediaba entre el final de su consulta y la de la comida, que era la de las seis, lo pasaba leyendo o escribiendo; comía, se echaba después una ligera siesta, que jamás excedía de media hora, y de la que le sacaba el rumor de los centenares de alumnos que acudía a su repaso particular; al concluir este volvía a montar en su coche y hacía la visita de la noche, hasta las doce, que regresaba a su casa fatigado y ganoso de descansar hasta las cuatro de la mañana siguiente, deseo que no siempre realizaba por aquello de que al médico, ni el día ni la noche pertenecen.
Pero, aunque el segoviano trabaja mucho, la clave de su fulgurante y extraordinario enriquecimiento se asienta en unas no menos extraordinarias minutas. ¿Qué cobra Velasco por sus consultas?; ¿cuánto le cuesta a un paciente de pago la extirpación de un tumor o la reconstrucción de una herida catastrófica?; ¿se aplican tarifas o rangos de precios establecidos de manera oficial? Por lo que he podido comprobar, no parece que exista entonces una normativa que fije cantidades máximas en los honorarios profesionales de los médicos particulares, los no vinculados con la Beneficencia pública. Lo más probable es que cobre de acuerdo con el poder económico de sus pacientes: cuanto más rico sea, más elevada será la minuta. Lamentablemente, ya se ha anotado que no se conserva documentación alguna de nuestro protagonista: ni una factura, ni una receta, ni una simple anotación sobre consultas o intervenciones quirúrgicas. Nada. No obstante, podemos hacernos una idea de las enormes cifras que debían de reflejarse en algunas de esas facturas gracias a la mención que se hace a Velasco y a sus honorarios en una sentencia judicial publicada en el Boletín Oficial y el Diario Oficial de Avisos de Madrid el 12 septiembre de 1879. El asunto tiene que ver con problemas derivados de la administración de una testamentaría. Lo que interesa de este escrito es la referencia a las 10 120 pesetas que le han sido abonadas por su atención al fallecido exclusivamente «durante la última 280
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enfermedad». Llama la atención que, durante ese mismo periodo, el farmacéutico de cabecera del difunto facturase solo 625 pesetas. Pero hay más. En otro lugar de la sentencia se menciona que la cantidad percibida por el doctor proviene de un fondo bastante más abultado, 40 000 pesetas, destinado a hacer frente al «pago de las dietas de don Pedro Velasco, facultativo que fue del finado». Para hacernos una idea de lo que significan estas cifras, recordemos que, solo tres años después, el Estado compra el edificio del gran Museo Antropológico por 500 000 pesetas, y es todo un dineral. Sea cual fuera el mal que lleva a la tumba a su paciente y el número de semanas o de meses que lo atiende, cabe concluir que los honorarios del segoviano son todavía en aquellas fechas, tres años antes de morir, sencillamente estratosféricos. Por supuesto, tales ingresos están a años luz de los que puede percibir un cirujano, un médico o un médico-cirujano de la Beneficencia. Todos los números de la publicación semanal El Genio Médico-Quirúrgico informan de las vacantes disponibles en el ámbito rural. El sueldo anual de un médico-cirujano, que puede doblar al del médico y triplicar al del cirujano, va desde menos de mil reales hasta catorce mil. Cuando se pagan cantidades relativamente elevadas, más de cinco mil reales, el facultativo suele obligarse a atender a todo el vecindario, que puede superar los diez mil habitantes. No obstante, lo más habitual es que el salario no alcance esas cifras y que los ingresos se incrementen gracias a las visitas particulares a los vecinos «más pudientes», que suelen organizarse mediante un sistema de igualas y que, en ciertos casos, pueden duplicar el sueldo inicial. Por supuesto, en los pueblos más pequeños aún se anuncian pagos en especie, concretamente en trigo, al menos durante la década de 1870. Y un último dato para la comparación: según anota el doctor Álvarez-Sierra (1967: 7), a comienzos del siglo xx, los médicos especialistas, en sus visitas domiciliarias particulares, cobraban en torno a 2,5 pesetas a las familias de clase media y entre 5 y 10 pesetas a las más acomodadas. Tendrían que realizar un número desmesurado de visitas para acercarse, siquiera un poco, a lo que ingresaba, tres y hasta cuatro décadas atrás, el ilustre y afamado segoviano. 281
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Como hemos visto, es obvio que Velasco no cobraba lo mismo a todos sus pacientes, aunque esas elevadas cantidades debían de ser habituales entre buena parte de su acomodada clientela. Pero, con ser tan enormes sus honorarios como médico y cirujano, debemos recordar que aún disponía de otros ingresos, algunos muy relevantes. Desde 1855, y puede que durante el resto de su carrera profesional, obtiene unos buenos dineros derivados de los encargos que recibe la Sociedad Económica de Embalsamamientos que había instituido aquel año en compañía de los doctores Mariano Benavente y Justo Jiménez de Pedro.5 De nuevo carecemos de documentación que nos permita seguir esta actividad, pero, por fortuna, se ha conservado un interesante material que nos permite conocer un caso de embalsamamiento realmente extraordinario. Ha llegado hasta nosotros gracias a una consulta realizada por el juzgado de primera instancia del distrito del Prado, en Madrid, a la entonces denominada Real Academia de Medicina y Cirugía, fechada a 18 de marzo de 1861. En el escrito se solicita que la institución dictamine acerca del montante de una factura emitida por Velasco y sus socios en concepto de los honorarios devengados por la autopsia y el embalsamamiento del cadáver del marqués de Santa Isabel, que se eleva a la enorme cifra de veinte mil reales.6 En realidad, son ellos tres, en su calidad de socios constituyentes de la citada Sociedad Económica de Embalsamamientos, quienes han denunciado a los herederos del marqués por su negativa a abonar la minuta, y son ellos también quienes han pedido al juzgado que solicite a la Academia el dictamen. De acuerdo con el borrador de este escrito, la comisión de académicos informa de que los honorarios reclamados por los denunciantes están conformes con la complejidad de la autopsia, que permitió determinar las causas del repentino 5 Es muy probable que la Sociedad desparezca como tal, o se modifique su composición, tras la muerte de la hija de Velasco, pues ya vimos que este responsabiliza de su fallecimiento, de forma más o menos explícita, a Benavente, antiguo e íntimo amigo. 6 La solicitud y un borrador sin fecha del dictamen se conservan en el archivo de la Real Academia Nacional de Medicina (leg. 89, doc. 3855). El fallecido debe de ser Jaime Gibert Abril, I marqués de Santa Isabel. El pleito ya tenía cierto recorrido temporal, pues este personaje había muerto el 12 de febrero de 1859.
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fallecimiento del marqués, y con el aún más dificultoso proceso de embalsamamiento, pues, debido al estado en que había quedado el cadáver, la tarea resultó especialmente laboriosa. Además, los firmantes recuerdan que los tres doctores intervinientes son «profesores distinguidos», que invirtieron «muchas horas» en ese trabajo, «una operación difícil, repugnante, algo peligrosa», y que la «posición social» de los deudores ha de permitirles el abono de la factura. Quizás estuvieran en lo cierto los señores académicos. No obstante, también es obvio que los veinte mil reales que se reclaman son una cantidad increíblemente elevada: justo el doble del sueldo anual que percibe Velasco como director de los museos de la Facultad de Medicina madrileña durante esos mismos años. Sin duda, la mayor parte de los embalsamamientos que practican tan «distinguidos profesores» han de ser mucho más «económicos», como promete la publicidad de su Sociedad, pero el negocio tuvo que resultar siempre extraordinariamente rentable. A los ingresos derivados de la práctica médico-quirúrgica y los embalsamamientos se suman otros menos suculentos, provenientes de diversas actividades que podemos considerar complementarias. Dos tienen marchamo oficial: la dirección de los museos anatómicos universitarios y su docencia como catedrático interino. Los sueldos que obtiene de su vinculación oficial con la Universidad ya los conocemos. Son casi una minucia comparados con sus honorarios como cirujano, pero en modo alguno desdeñables. Las otras dos actividades profesionales que mantiene son iniciativas de carácter personal: las clases particulares y la venta de vaciados anatómicos. Aunque, durante los años de estudiante, los «repasos» impartidos entre sus compañeros le proporcionan unas ganancias tan escuetas como coyunturalmente vitales, la formalización de sus clases privadas en los sucesivos museos anatómicos debió de resultar mucho más ventajosa en términos crematísticos. Al menos esto es lo que se deduce del testimonio de Pulido, quien, como vimos, destaca el elevado número de alumnos matriculados, aunque también es cierto que la situación se altera de forma radical tras su salida de la cátedra universitaria en 1874 y durante toda la etapa en la que 283
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está en marcha el gran Museo Antropológico, debido, seguramente, al boicot que sufre de buena parte del estamento médico-docente universitario. De hecho, el mismo Pulido (1894: 115) anota: «En el primer año [1875-76] que siguió a la inauguración solemne de su museo, descendieron 7000 duros los productos de su visita, y pasó a la agonía su repaso». La cantidad parece excesiva, nada menos que 35 000 pesetas; además, tampoco es posible confirmar si Pulido contabiliza únicamente el descenso de ingresos derivado de la falta de alumnos o si también tiene en cuenta una posible reducción del número de visitantes y, por lo tanto, de los ingresos obtenidos por la venta de entradas. Por la prensa sabemos que, efectivamente, al menos en su último museo, el acceso se realiza mediante el abono de «papeletas», pero es harto improbable que, ni siquiera durante los años de apertura del gran Museo Antropológico, la venta de entradas se convierta en un recurso económico significativo para Velasco. En todo caso, y como viene diciéndose, lo cierto es que no ha llegado hasta nosotros ningún documento que informe sobre el devenir cotidiano ni sobre los gastos o ingresos de sus museos. Por último, y para cerrar la revisión de sus variadas fuentes de ingresos, también vimos en su momento que en dos ocasiones pone en marcha sendas empresas para la fabricación y venta de vaciados anatómicos, destinados a compradores particulares y, sobre todo, a su adquisición por el Estado. Aunque es probable que obtenga algunos ingresos significativos, al final ambos proyectos fracasan. Intervenciones quirúrgicas, consultas médicas, embalsamamientos, clases particulares, dirección de museos, docencia oficial y elaboración y venta de vaciados: no cabe duda de que el dinero fluye hacia los bolsillos de Velasco en cantidades difícilmente imaginables para la inmensa mayoría de los mortales, sea cual fuere su dedicación profesional. De hecho, su enriquecimiento es tan rápido y alcanza tales cotas, que muchos contemporáneos lo ven como un mero acaparador de riquezas, obsesionado por acumular ganancias sin límite. Así lo explica Pulido (1894: 25): Una de las mayores desventuras de este hombre fue que le comprendieron contadas personas; creyeron de él que era un práctico
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Excéntrico, grandilocuente, acaudalado y «genial» Sancho Panza engolfado en la obtención y amontonamiento de lucros positivos, y fue todo lo contrario, un místico de la ciencia y de la enseñanza, asediado de una idea purísima, impecable, inmaculada: la perpetuidad de su nombre encarnado en una obra bienhechora a su patria.
Pero lo que tanto entonces como ahora suele olvidarse es que, casi al mismo ritmo con el que entran, esos dineros salen de su cartera con muy diversos destinos. ¿Hacia dónde? Como no le atraen las diversiones mundanas ni el lujo, sus gastos personales son bastante limitados, aunque sí deben de ser abultadas las facturas de sus viajes al extranjero. Pero ni viaja con la familia ni lo hace por mero divertimento. Son periplos de estudio, auténticas inversiones de carácter académico y profesional. Y, en el ámbito estrictamente familiar, seguro que no se retrae a la hora de satisfacer las necesidades y los caprichos de su idolatrada hija, pero todo termina con su muerte. También debió de permitir, así era el contexto patriarcal de la época, que su esposa Engracia comprara algún vestido caro, quizás alguna joya, pero no mucho más. No parece que gaste cantidades relevantes en amueblar las viviendas que habitan, ni las de alquiler ni las de su propiedad, en Atocha 90 y luego ya en el propio edificio del Museo Antropológico. Mantiene alguna inversión rentable y otras que son un fiasco: un piso en la calle de la Palma Alta, en Madrid, que tiene alquilado, y unas acciones en minas cordobesas que a su muerte no valen nada. Eso sí, cuenta con su gran Museo Antropológico y la impresionante mansión de Zarauz, dos auténticos pozos sin fondo que se tragan la inmensa mayoría de sus recursos. En su construcción y, sobre todo, en el acrecentamiento de sus colecciones invierte Velasco reales y más reales, pesetas y más pesetas. Como nos dice Pulido, compra todo lo que le ofrecen, sin aplicar filtros ni criterios de selección. Y lo hace sin tiento, de forma que bien podemos calificar como compulsiva. El grado que alcanza esta obsesión y las consecuencias que tiene en la economía familiar quedan reflejados, de forma palpable, en la partición de bienes del difunto Velasco que se practica 285
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en 1883.7 Al margen de los citados bienes inmuebles, a su muerte el segoviano deja solo 250 pesetas en metálico, una cantidad ciertamente ridícula. Como posesiones personales se citan un reloj y una cadena de oro tasados en 275 pesetas, una botonadura de brillantes por valor de 300 y varios cubiertos de plata tasados en 140 pesetas. Nada más. Los muebles, el ajuar y todas las ropas que se guardan en casa se valoran en 3250 pesetas. Teniendo en cuenta el volumen de ingresos disfrutado durante más de cuarenta años, esta relación de bienes resulta extraordinariamente corta y austera. Quizás sea esta su mayor excentricidad.
¿Genialidad? Velasco se enriquece porque sus clientes estiman en mucho su habilidad como cirujano. También se la reconocen algunos colegas, pero otros muchos se niegan rotundamente a aceptarla. Más allá de las actitudes de rechazo que, sin duda, generan su carácter excéntrico, sus obsesiones personales, sus conflictos empresariales y sus diatribas profesionales, quienes entonces, y durante mucho tiempo después, desprecian o simplemente no aprecian su práctica médica y el conjunto de su obra, argumentan que Velasco no aporta nada nuevo, ni a la cirugía, ni a la medicina, ni a la anatomía macroscópica. Aseguran que tan solo fue un individuo hábil con el bisturí, un mero extirpador de tumores y remendón de heridas de pacientes adinerados, dispuestos a pagar sus elevados honorarios. ¿En verdad fue así? La mejor y más ecuánime forma de conocer el valor y las limitaciones del quehacer profesional de Velasco es acudir al testimonio de su principal colaborador, que es al mismo tiempo su crítico más certero. Es alguien que ya conocemos: el doctor Ángel Pulido Fernández. En páginas previas hemos comprobado que Pulido fue un hombre honesto y sincero, que nunca tuvo reparos a la hora de
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AHPM, protocolos de Francisco Moragas y Tejera, libro 35004, ff. 2.066r-2.107r.
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expresar sus opiniones, incluso aunque fueran críticas con ciertos aspectos de la conducta personal o la obra museográfica de su maestro. Y, por supuesto, también defendió a capa y espada, con Velasco vivo y luego ya fallecido, su intensa labor docente, su empeño coleccionista y su gran Museo Antropológico. Pero centrémonos en lo que Pulido nos cuenta. Su punto de partida a la hora de hacer el «retrato intelectual» de su maestro es claro y contundente: Regular memoria, reflexión poco honda y sutil, escasa tendencia al juicio sintético que exige la abstracción; no analizaba ni profundizaba mucho en el conocimiento psicológico de los hechos; le impresionaba demasiado lo práctico, el relieve, la apariencia de las cosas, el tacto positivo de la materia, y penetraba poco en su espíritu, en su metafísica, en su filosofía; en esto radicaba la mayoría de sus desgracias y sus dolores […]. Leía mucho, pero su espíritu destilaba mal la esencia, el fundamento de sus lecturas (Pulido, 1894: 37-39).
En resumen: en Velasco domina la acción, no la reflexión. Sobre su práctica médico-quirúrgica, el discípulo comienza dejando constancia de un dato tan obvio como esencial: no conoció ni aplicó la doctrina de la asepsia y la antisepsia, «ya triunfante cuando bajaba al sepulcro» (Pulido, 1887: 642). Aun así, un Pulido algo condescendiente afirma que su técnica operatoria lo acercaba de forma notable a la antisepsia, pues «se cuidaba mucho de la prontitud y limpieza de los cortes, del exquisito aseo de las heridas y del uso de una hila limpia y seca». Era «minucioso y esmerado» en las curas, que procuraba hacer él mismo. Aplicaba pocos tópicos sobre las heridas —percloruro de hierro, polvos de quina o toques con nitrato de plata— y, tras una intervención quirúrgica, procuraba que el paciente estuviera en calma, en silencio y con poca luz; le recetaba un bebedizo de acción calmante y poco más. Cuando no era necesaria la cirugía, Velasco se limitaba a poner en práctica remedios y fórmulas magistrales más o menos tradicionales, distribuidas de acuerdo con una clasificación de las enfermedades igualmente básica. Valga como ejemplo de tales procedimientos su «grandísima confianza en la medicación evacuante 287
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intestinal, no solo para los padecimientos del tubo digestivo, sino los de otros órganos y aun los de naturaleza infecciosa, como la fiebre tifoidea, las septicemias…» (Pulido, 1887: 692). Pulido es consciente de que su relato de la práctica médica de su querido maestro, de la que se presenta un brevísimo resumen, no lo sitúa, precisamente, entre las mentes más preclaras de la profesión. Justo por ello, concluye su repaso con estas llamativas palabras: Y si algún finchado8 médico creyera, al leer estas líneas que la práctica médica del Dr. Velasco no quedaba muy bien parada de este juicio médico, únicamente le pido tenga presente que si sometiera la suya a la cruenta presión a que he sometido la de mi inolvidable maestro, es muy probable no dejara fluir tantas gotas de exquisito zumo; pues en estos y otros negocios semejantes conviene no olvidar que hay mucha diferencia entre lo que realmente valemos y lo que nos figuramos valer (Pulido, 1887: 693).
En efecto, Pulido advierte de las limitaciones analíticas, e incluso procedimentales, de Velasco en su práctica terapéutica. Pero sus extraordinarias dotes como cirujano quedan fuera de toda duda. Así las resume: Extraordinaria serenidad, habilidad operatoria sorprendente, corte rápido y preciso, ingenio y resolución para acudir con recursos instantáneos a situaciones comprometidas. Era admirable operando. […] jamás se descomponía ni pronunciaban sus labios una voz más alta que otra; maniobraba y dirigía a sus ayudantes, acudiendo a los más nimios y apartados detalles del acto operatorio con una compostura y delicadeza académicas.
Y continúa: «Enemigo de inquisitoriales exhibiciones, usaba pocos instrumentos. Con su cartera de bolsillo se atrevía a todo; le bastaban un bisturí, unas pinzas y unas tijeras para hacer maravillas» (Pulido, 1894: 107-108). Asumiendo toda esta información, debemos concluir que Velasco no fue, efectivamente, un gran médico de mente preclara, capaz de hacer avanzar la medicina española durante el tiempo que le tocó 8 «Ridículamente vano o engreído», según el Diccionario de la lengua española de la RAE.
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vivir. Tampoco es posible elevarlo a la categoría de eminencia de la cirugía, pues, de hecho, no se le puede adjudicar desarrollo o mejora de técnica quirúrgica alguna. Pero no es un mero extirpador de tumores. Es un buen cirujano, y, por lo que sabemos, un cirujano práctico ejemplar, capaz de asumir intervenciones a las que pocos colegas son capaces de enfrentarse, y de hacerlo, además, de forma exitosa. Pese a todo, la impronta dejada por Velasco en la historiografía de la medicina española ha estado siempre condicionada por sus limitaciones y fracasos. Durante algún tiempo, ciertos autores se atreven a destacar también sus aportaciones, sobre todo en el ámbito museográfico, pero este posicionamiento se diluye con el paso de los años. Todavía en fecha relativamente temprana, se publica uno de los juicios más objetivos sobre nuestro protagonista, aunque ya entonces se deja entrever la existencia de alguna singularidad en la vida, o quizás en la obra, del biografiado. La escribe, en 1916, Víctor Escribano García, catedrático de Anatomía quirúrgica y operaciones —como lo fue Velasco— en la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada. Merece la pena transcribirla en su integridad: Don Pedro González Velasco (1815-1882), aunque muy controvertido, tiene un mérito grande ante la historia. Fue un anatómico de voluntad enérgica y perseverante, que disecó denodadamente y con habilidad pasmosa, según quienes le vieron, hasta su muerte, ya para educarse a sí mismo, ya para aleccionar a numerosos discípulos. Con este ejemplo de trabajo y constante pasión por la anatomía, fundó una escuela y un museo. De la escuela salieron discípulos notables, aunque después no continuaron formando núcleo independiente y autónomo. En primer término, el Dr. D. Ángel Pulido, modelo de fidelidad y cariño al maestro. En el museo enterró un caudal de más de tres millones de reales, toda la fortuna acumulada por Velasco en su laboriosa vida profesional. Este museo es el mejor fundamento para la gloria de Velasco. El único ejemplo en España, por lo que se refiere a la medicina, de un hombre que consagra todo el fruto de su labor diaria, justa remuneración de ímprobo trabajo profesional, no a consolidar una renta para descansada vejez o asegurar la subsistencia de la familia, sino en crear un museo de ciencias naturales con aspiraciones a Facultad libre de medicina y en competencia con las del Estado, con laboratorios, gabinetes, abundante material de enseñanza y una revista, sin perdonar vigilias ni esfuerzos, robando al sueño el tiempo para no desatender la numerosa clientela, la enseñanza diaria y los trabajos prácticos que no abandonó hasta sus
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Luis Ángel Sánchez Gómez últimos días. Hunter haría mucho más, logrando resultados incomparablemente más gloriosos y fructíferos, pero debemos ponernos en lo justo refiriendo la obra de Velasco al país y al tiempo en que lo hacía. No fue Velasco descubridor. La Anatomía no le debe hecho ninguno nuevo que sepamos. La Cirugía tampoco progresó en sus manos, ni en la parte científica o de los principios, ni en la técnica, ya manual ya instrumental. Su maestría y destreza se las llevó al sepulcro como el artista sus habilidades. Su pluma nada importante produjo. Y sin embargo, creemos que le es debido el puesto preferente que le concedemos por la fundación del museo (Escribano, 1916: 67-68).
Aunque en ningún momento se explica por qué fue controvertido el doctor Velasco, intuyo que la cuestión tiene que ver con la preservación del cadáver de su hija, no con ningún asunto académico o profesional. En todo caso, lo destacable de este breve perfil es el reconocimiento de las habilidades operatorias del segoviano, de su compromiso con la profesión, de su empeño por mejorar la docencia de la Medicina y la Anatomía y, por encima de todo, de su gran creación, el Museo Antropológico, una institución que ya en 1916 había sido completamente desmantelada. Según avanza el siglo xx, el recuerdo y la imagen de Velasco corren por cauces paralelos y contradictorios, sin llegar nunca a encontrarse. De una parte, se borran casi por completo del contexto historiográfico y académico. De otra, se proyectan de forma llamativa sobre la prensa y ciertas publicaciones de orientación más o menos popular, aunque su ámbito de interés se circunscribe únicamente a la leyenda generada en torno a su hija y a la exhibición del «gigante extremeño». De forma puntual, y con escasa trascendencia historiográfica, tras la Guerra Civil se publican algunos artículos de muy relativo interés, pues el más documentado, el de Perera, no es sino un mero resumen de la biografía que editara Pulido en 1894.9 Aunque, poco después, algún antropólogo trata de reivindicar al personaje, en un intento por dotar de identidad propia a la historia de la antropología social española (Lisón, 1971), habrá que esperar hasta la década de 1980 para que la figura y la obra museográfica del doctor Velasco sean Muguerza, 1935 y 1936; Moreno, 1945 y Perera, 1967.
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Excéntrico, grandilocuente, acaudalado y «genial»
por fin presentadas de forma seria y objetiva en el ámbito académico. Son historiadores de la medicina y de la ciencia los responsables de esta recuperación, aunque en ambos casos se evidencia, igualmente, un interés por historiar el desarrollo de la antropología física en la España del siglo xix.10 De todas formas, también es cierto que, tras este prometedor momento de los ochenta, los historiadores de la medicina españoles han prestado escasa atención a Velasco y a sus museos. Algo similar ocurre desde la historia de la antropología, pues, aunque el personaje es mencionado en algunos textos publicados en las décadas de 1980 y 1990 (Puig-Samper, 1994), al final acaba siendo relegado a la condición de lejano y atípico precursor de la disciplina, promotor de algunas destacadas instituciones, como la Sociedad Antropológica Española, pero demasiado vinculado con la medicina y la anatomía como para alcanzar la categoría de padre fundador de la antropología social o cultural española. En fechas más recientes, el interés por la figura del doctor Velasco se ha recuperado gracias a la publicación de sugerentes artículos vinculados con los estudios culturales11 y a otros que, desde la historia de la medicina y con carácter que podríamos calificar como excepcional, han retomado el análisis de su actividad profesional, tanto médico-docente como museográfica.12 Finalmente, sería una verdadera injusticia no reconocer que la aportación más extensa publicada hasta ahora sobre el doctor Velasco proviene de un autor que no es un historiador profesional, aunque es cierto que ha publicado algunos otros artículos sobre historia de la medicina. Me refiero a la ya citada biografía escrita por Santiago Giménez Roldán (2012), un trabajo muy interesante que aporta abundante información inédita pero que, lamentablemente, está repleto de erratas, contiene un buen número de despistes y presenta algunos errores significativos, como asumir que Velasco se desplazó hasta las 10 Arquiola, 1981 y 1986; Puig-Samper, 1982 y Puig-Samper y Galera, 1983. Aunque de forma indirecta, también contribuye a esta recuperación, un año antes de los citados, la antropóloga Verde Casanova, 1980. Desde la historia de la antropología, y ya en fechas posteriores, es conveniente mencionar los trabajos de Ronzón, 1991 y Romero de Tejada, 1992. 11 Martín-Márquez, 2003; Goode, 2009; Valis, 2011 y Pozo, 2016. 12 Porras, 2002 y 2003-2005 y Baratas, 2016.
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Hurdes para estudiar in situ a sus «primitivos» habitantes, un viaje que nunca realizó. Pese a todo, debo admitir que fue precisamente la lectura de este libro el factor que reavivó mi interés por la figura de Velasco y su museo, un interés presente ya en mis primeros trabajos sobre historia de la antropología española, aparecidos en la década de 1980, pero que desde entonces había quedado adormecido o, quizás sea mejor decirlo así, pulcramente embalsamado.
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Capítulo 15 MUCHO MÁS QUE CURIOSIDADES MORBOSAS Acabamos de comprobar que la genialidad de nuestro protagonista no reside en su intelecto, ni en su capacidad para renovar la cirugía o el estudio de la anatomía macroscópica. Esa genialidad debemos buscarla, y la encontramos, en su práctica quirúrgica cotidiana, en su quehacer docente, en la fundación y promoción de destacadas instituciones —Sociedad Antropológica Española y Sociedad Anatómica Española—, en su empeño coleccionista y en su obra museográfica, sobre todo en el gran Museo Antropológico, que fue mucho más que un mero repositorio de curiosidades morbosas. Justamente por ello, y como ya se adelantó en la introducción, he creído conveniente terminar este libro con un análisis detallado de las cualidades de tan notable institución, enmarcándolas en el contexto de la museografía anatómica y antropológica, nacional e internacional, de la segunda mitad del siglo xix.1
Anatomía y museos anatómicos Cuando Velasco inicia su primera aventura museística en 1854, los museos anatómicos son ya bien conocidos, tanto en Europa como en América. Por entonces, los gabinetes de las antiguas escuelas de cirugía se han reconvertido en los museos de anatomía de las nuevas facultades de Medicina. Además, desde finales del xviii se han creado nuevos museos de titularidad pública tras la compra o recepción de colecciones privadas formadas por médicos y cirujanos, como es el caso del Hunterian londinense; y, por supuesto, numerosos anatomis1 El presente capítulo revisa y amplia de forma notable algunos de los contenidos de un artículo publicado previamente, en inglés, por el autor (Sánchez Gómez, 2017c).
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tas siguen disponiendo de sus propias colecciones. De forma paralela al desarrollo de estas instituciones, se crean y expanden otros centros de contenido aparentemente similar, pero cuyo objetivo básico no es tanto promover el conocimiento, aunque también lo hacen, como obtener un rendimiento económico. Nos referimos a los museos anatómicos comerciales, muchos de ellos itinerantes. Son especialmente numerosos y populares en Inglaterra, pero es también allí donde sufren una represión más intensa y destructora durante las décadas de 1860 y 1870, a raíz de la aplicación, tras presiones de la clase médica, de la Ley de Publicaciones Obscenas de 1857.2 En la España de la primera mitad del siglo xix, sin embargo, tanto los museos anatómicos académicos como los comerciales son muy escasos. El dato sorprende si tenemos en cuenta que en 1554 abre sus puertas, en la Universidad de Salamanca, uno de los primeros teatros anatómicos de Europa, y que durante el resto de la centuria y todo el siglo xvii se instalan espacios similares en otras universidades y en algunos de los más importantes hospitales españoles.3 No parece, sin embargo, que en estos centros se valore la formación de colecciones anatómicas: láminas, tratados, disecciones y quizás algún esqueleto bastan para adentrar a los estudiantes en los «misterios» de la anatomía humana. Durante el siglo xviii, los nuevos ideales de la monarquía ilustrada renuevan e impulsan la enseñanza de la Anatomía y la Cirugía, gracias a la creación de una nueva institución 2 Sobre diversos contextos de exhibición anatómica comercial en los últimos 150 años, véase Stephens, 2013. Sobre los museos anatómicos comerciales en la Inglaterra de mediados del xix, véase Bates, 2006 y 2008. Para una visión general sobre los museos médicos y anatómicos, comerciales y académicos, en Gran Bretaña durante el siglo xix, véase Alberti, 2011. Sobre los museos anatómicos populares en los Estados Unidos, véase Sappol, 2004. Para una revisión extensa y abierta sobre la recogida, exhibición e interpretación, en clave ideológica, de restos humanos, también en Estados Unidos, véase Redman, 2016. Para el caso francés, Py y Vidart, 1985. Para Alemania, Oettermann, 1992. Para un repaso genérico sobre los museos anatómicos comerciales en el ámbito iberoamericano, Podgorny, 2013. 3 Sobre los teatros anatómicos en la España de la Edad Moderna, puede consultarse el interesante trabajo de Martínez y Pardo, 2005. Para una visión de conjunto sobre la importante labor realizada por los anatomistas en España durante los inicios de la Edad Moderna, véase Skaarup, 2015.
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médico-docente: los Reales Colegios de Cirugía. El primero en salir adelante es el de Cádiz, fundado en 1748 y destinado a la formación de los cirujanos de la Armada. Lo sigue el de Barcelona, en 1760, para cirujanos del Ejército. El tercero y último es el Real Colegio de Cirugía de San Carlos, que se instala en Madrid en 1787, destinado ya a la formación de cirujanos civiles.4 Sabemos que los dos primeros disponen de gabinetes anatómicos, pero es el de San Carlos el que alcanza mayor desarrollo y prestigio, gracias a la diligencia de su primer director, el catalán Antonio Gimbernat (1734-1816), pues pronto cuenta, entre otros materiales de estudio, con una relevante colección de figuras anatómicas en cera, buen número de ellas elaboradas por el español Juan Cháez y el italiano Luigi Franceschi, bajo la dirección de Ignacio Lacaba, maestro disector del Real Colegio y, desde 1795, catedrático de Anatomía del mismo.5 Desgraciadamente, la Guerra de la Independencia, el absolutismo de Fernando VII, las guerras carlistas y los enraizados conflictos políticos inciden de forma muy negativa en el progreso de la actividad científica en España durante toda la primera mitad del siglo xix, incluidas la medicina y la anatomía.6 De este modo, cuando Velasco inaugura su primer museo,
4 Tuvo un destacado antecedente en el denominado Real Colegio de Cirujanos de San Fernando de Madrid, creado en 1748, aunque apenas estuvo en marcha durante un año. En 1799 se crean Reales Colegios de Cirugía en Burgos, Salamanca y Santiago de Compostela. El primero desaparece al cabo de solo cuatro años; el segundo llega a 1824 y el tercero hasta 1833. 5 La mayoría de estas figuras y un buen número de esqueletos, cráneos, preparaciones y vaciados de fecha posterior se conservan en el Museo de Anatomía Javier Puerta, en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, en unas instalaciones que distan mucho de ser las adecuadas, a pesar de la intensa dedicación de su director, Fermín Viejo Tirado, a quien aprovecho para agradecer las facilidades ofrecidas para el estudio de las piezas elaboradas por Velasco que pertenecen al centro. Se puede contemplar una selección fotográfica de las ceroplastias en el catálogo de la exposición organizada, entre abril y julio de 2014, en el Museo de la Evolución Humana (Cuerpos, 2014) y en el de la organizada en Madrid, entre el 20 de mayo de 2016 y el 31 de marzo de 2017 (Arte, 2016). También puede verse un artículo más académico de Sánchez Ortiz (2014). 6 No obstante, esto no puede llevarnos a despreciar la tarea desarrollada por ciertos médicos y cirujanos durante esas décadas. La situación queda perfectamente explicada por Aréchaga (1977).
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en 1854, no existen otros museos anatómicos privados en España,7 y solo unas pocas instituciones públicas poseen colecciones de cierta relevancia: las facultades de Medicina de Cádiz,8 Barcelona9 y, sobre todo, Madrid,10que conserva las figuras de cera del antiguo Gabinete Anatómico de San Carlos y ha ido sumando nuevos vaciados, esqueletos y preparaciones.11 Tampoco son habituales durante esos años los museos anatómicos comerciales, ya sean estables o itinerantes.12 7 No obstante, se conoce al menos un ejemplo de colección anatómica anterior: el «Museo del doctor Soler», instalado en Barcelona, entre mediados de la década de 1820 y finales de la de 1840, por José Soler, catedrático del Real Colegio de Medicina y Cirugía de Barcelona. Aunque, por el momento, no hay apenas noticias sobre sus contenidos, Pascual Madoz (1846: 515-516) anota, en su Diccionario geográfico..., que «contiene muchas figuras hechas de cera por el célebre Chiapi», «colecciones de fetos de todas edades en espíritu de vino» y muy variadas curiosidades. Lamentablemente, ya por entonces, en 1846, se encuentra en un estado de completo abandono. El escultor citado es el italiano Giuseppe Chiappi, que durante la década de 1820 exhibe, de forma itinerante por España, una colección propia de ceras anatómicas, algunas de las cuales guarda hoy el Museu d’Història de la Medicina de Catalunya. Agradezco a Alfons Zarzoso, su conservador, la información proporcionada sobre este y otros muy variados temas de historia de la medicina. 8 Aunque localizada en Cádiz, pertenecía a la Universidad de Sevilla. Es la heredera del Real Colegio de Cirugía de la Armada. 9 Es la continuadora del antiguo Real Colegio de Cirugía de Barcelona. 10 Pese a todo, y con el objeto de resaltar su propia labor, en su memoria de viaje de 1854, Velasco se lamenta del estado en que se encuentra el Gabinete de la Facultad madrileña. Reconoce que dispone de las relevantes piezas reunidas en sus orígenes —las figuras de cera de finales del siglo xviii y comienzos del xix—, pero asegura que «nada hay digno de trasmitir a las generaciones venideras debido a la [generación] actual», apreciación que no es demasiado justa. Sobre la situación y las colecciones de este museo tiempo después, en la década de 1870, véase López de la Vega, 1871 y 1872 y Castro, 1875. Igualmente, dispone de Gabinete Anatómico el Hospital General de Madrid, luego Hospital Provincial, que, según Velasco, está siendo formado gracias al sacrificio profesional y económico de sus doctores y que «con el tiempo merecerá ser visitado como objeto digno de la Ciencia». De hecho, ya vimos que el Museo Anatómico de este hospital había comenzado su andadura solo tres años antes, en 1851, precisamente con los modelos adquiridos a la Sociedad Anatómica de Velasco. 11 Además, en 1823 se había fundado ya el primer museo anatómico —con esta precisa denominación— español, aunque en territorio colonial, en Cuba. Véase García y Rangel, 1991. 12 Sí se conocen en España, ya desde finales del siglo xviii, las exhibiciones comerciales de figuras de cera, pero, en la inmensa mayoría de las ocasiones, se limitan a presentar personajes históricos o populares, criminales famosos y, ocasionalmente, alguna venus de intencionalidad más erótica que anatómica, aunque también es verdad que ese mismo aspecto lánguido lo comparten las venus de los gabinetes académicos. Al respec-
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Salvo alguna puntual excepción, la prensa española solo recoge información sobre este tipo de centros a partir de finales de la década de 1850; son pocos, llegan desde diferentes países europeos y se presentan casi exclusivamente en Madrid y Barcelona.13 El hecho de que sea tan limitada la representación de los museos anatómicos en España mediada la centuria, tiene una consecuencia muy evidente en relación con Velasco y su obra: sus dos primeros museos, sobre todo el que instala en 1854, son una rareza. Buena parte de la sociedad seguramente no comprende cuál puede ser su utilidad científica o educativa, e incluso hay médicos que los rechazan, desprecian o simplemente ignoran, más quizás por celos y envidia que por razones técnicas o científicas. Por supuesto, hay excepciones, pues algunos doctores no solo valoran las creaciones del médico segoviano, sino que también se preocupan por impulsar centros similares en universidades y hospitales. Velasco no es, por tanto, el único interesado en fomentar este tipo de colecciones ya en la década de 1860; sin embargo, solo él es capaz de llevar a la práctica tales ideales e intereses de una forma tan entusiasta y espectacular.14 to, pueden verse, entre otros, Varey, 1995, pp. 147-148 y 159; Pinedo, 2004, pp. 17-30 y Vega, 2010. En Madrid, el artículo correspondiente en el Diccionario geográfico... de Madoz (1847: 780) refiere la «reciente apertura», en 1846 o 1847, de una «exposición de figuras de cera» estable en el antiguo Teatro Cervantes, en la calle de Alcalá. Reúne un total de sesenta y dos figuras, entre las que se cuentan las de la reina Victoria, el príncipe Alberto, lord Wellington y los más destacados generales de la Guerra Carlista. 13 Las colecciones de las que tengo noticia, a través de sus guías-catálogos, son las de Petersen, 1858; Neger, 1868; Hartkopff, 1874; Dessort, 1878; Thiel, 1885 y Dicman-Pezon, 1886. Durante el primer cuarto del siglo xx, los museos anatómicos comerciales vuelven a tener una relevante presencia pública, sobre todo en Barcelona, aunque entonces su carácter es marcadamente ferial. Sobre este singular mundo científico-comercial barcelonés, véase March, 2014 y Pardo Tomás y Zarzoso, 2017. También comienza siendo itinerante uno de los últimos y más exitosos museos anatómicos comerciales de España, el famoso Museo Roca, que acaba instalandose de forma permanente en Barcelona durante las décadas de 1920 y 1930 (Zarzoso y Pardo Tomás, 2015). 14 Un buen amigo suyo, y antiguo socio empresarial, el médico José Díaz Benito, instala un gabinete o museo sifilográfico —sobre los estragos de la sífilis— en su domicilio de Madrid, en 1860; véase reseña en El Siglo Médico, 11 de noviembre de 1860. También debe mencionarse el caso del médico barcelonés Ignacio Pusalgas (1790-1874), preparador y luego director, durante las décadas de 1850 y 1860, del Museo Anatómico de la Facultad de Medicina de Barcelona. Aún más interesante es la labor que desarrolla el mé-
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Grandezas y miserias del Museo Antropológico Cuando nuestro protagonista abre al público su última creación, el gran Museo Antropológico, en 1875, la situación ha variado mucho con respecto a 1854: las colecciones y los museos anatómicos, tanto académicos como comerciales, ya no resultan extraños a la ciudadanía. Pese a todo, buena parte de la clase médica madrileña sigue dando la espalda al centro, y eso a pesar de que en aquellos años todavía se asume la importancia que tienen los museos anatómicos para la enseñanza de la Medicina. Algún tiempo después, ya en la década de 1890, tanto las preparaciones como los modelos en yeso realizados por Velasco en sus primeros años, muchos de los cuales todavía guarda el museo, entonces cerrado al público, han sido superados por las nuevas técnicas de preparación y conservación, gracias al uso del formol, y por las «reproducciones plásticas» modernas. Con el cambio de siglo el panorama empeora: los avances de la histopatología conducen a un paulatino decaimiento de algunos de estos museos en su vertiente anatómico-descriptiva, aunque es cierto que, precisamente, las preparaciones patológicas son de gran utilidad para la investigación microscópica y justifican la continuidad de algunas colecciones. Desde la década de 1930, y más aún desde mediados de siglo, el progreso de las técnicas quirúrgicas y las innovadoras formas de diagnóstico por imagen hacen que la situación cambie de manera radical: los museos anatómicos se dico militar Cesáreo Fernández de Losada, que dispone de un museo anatomopatológico —centrado mayoritariamente en las consecuencias de la sífilis, representadas mediante piezas cerámicas— en su propio domicilio madrileño y que, durante las décadas comprendidas entre 1860 y 1880, está al frente del relevante Museo Anatómico del Hospital Militar, también en Madrid. Debe recordarse que son, precisamente, sus piezas anatómicas en porcelana las que acaban imponiéndose a los yesos de Velasco en el episodio de la venta de materiales al Estado en 1861. Sobre el museo particular de Losada, Fernando Castresana publica un interesante artículo en La España Médica, el 30 de enero de 1862. Y en 1882, el año de la muerte del segoviano, se inaugura en Madrid, en el antiguo Hospital de San Juan de Dios, el notable Museo Anatomo-Patológico de José Eugenio Olavide. Se trata de una extraordinaria colección de figuras de cera con patologías dermatológicas que, en gran parte, ha sobrevivido hasta hoy, dando forma al actual Museo Olavide, propiedad de la Academia Española de Dermatología y Venereología y muy dignamente instalado, por Luis Conde-Salazar Gómez, en varias salas del Pabellón 8 de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense (Conde-Salazar, 2014 y 2006 ed.).
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consideran completamente obsoletos para la docencia y tampoco se valoran desde una perspectiva patrimonial. Afortunadamente, unos pocos sobreviven e incluso algunos recuperan su antiguo esplendor o adquieren nuevos significados durante las últimas décadas del siglo xx.15 No fue esto lo que le sucedió al museo de Velasco. De hecho, a pesar del limitado desarrollo de la investigación médica y anatómica en la España del último cuarto del siglo xix, cuando el Estado lo adquiere nadie asume el interés que puede tener su continuidad, o su reforma, como centro complementario para el conocimiento de la medicina, la anatomía y la craneología entre los estudiantes y el público en general. Hemos visto que durante varios años el cadáver del Museo Antropológico es carroñeado y troceado sin escrúpulos. ¿Estaba justificado este desprecio? Sinceramente, pienso que no. El Museo Antropológico, en cuanto que culminación de los proyectos museográficos de Velasco, fue mucho más que un almacén de curiosidades morbosas o que un gabinete de curiosidades al estilo renacentista16. En primer lugar, es evidente que su orientación 15 Alguno renace en clave historicista, como el Mütter Museum de Filadelfia; otros se modernizan, como el Hunterian Museum de Londres, aunque supongo que su imagen cambiará aún más tras la intensa remodelación que lo mantiene cerrado hasta 2021; y también existen proyectos abiertos, interdisciplinares e innovadores basados en antiguas colecciones, como es el caso de la Wellcome Collection londinense. 16 Desde este planteamiento, no puedo compartir la conclusión que recoge Baratas (2016), para quien el museo es «más bien una colección enciclopédica y variopinta de Historia Natural […] equiparable a los gabinetes de maravillas del Renacimiento y que denota una concepción científica más próxima a una “Historia Natural del hombre” que a la moderna y específica Antropología de la segunda mitad del silo xix». Como trataré de explicar en el presente capítulo, lo abigarrado de sus colecciones se circunscribe a la sala de anatomía comparada (zoología) y, más aún, a las pequeñas habitaciones no visitables que guardan todo tipo de objetos y curiosidades, algunas relevantes y otras claramente prescindibles. Por otra parte, la noción de lo «antropológico» que proyecta el museo no es antigua ni obsoleta, lo que ocurre es que se vincula de modo más estrecho con la medicina y la anatomía, incluida la craneología, que con la etnografía —sin despreciar esta—, algo que en las décadas de 1860 y 1870 resulta muy habitual entre estudiosos y museos de toda Europa. Finalmente, no debemos olvidar que, si bien en el dintel de acceso se podía leer «Museo Antropológico», lo que Velasco levanta es un muy notable «Museo Anatómico», con ciertos añadidos y complementos, tal y como indica, en latín, la placa conmemorativa de la jornada inaugural, que aún se conserva en la entrada del actual Museo Nacional de Antropología.
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y contenidos son similares a los de la mayoría de los museos médico-anatómicos contemporáneos,17 aunque puede admitirse que el último museo de Velasco guarda bastantes más curiosidades de las que suelen ser habituales en este tipo de centros.18 Como ocurre con casi todos los museos académicos, no así con los comerciales, su objetivo es esencialmente educativo, no crematístico, aunque esta última orientación tampoco se desdeña. De hecho, sus dos primeros museos domésticos sí le proporcionan, de manera indirecta, importantes ingresos económicos, pues son un poderoso reclamo para que los estudiantes se matriculen en sus clases particulares. Lo mismo podría haber ocurrido con su tercera creación, de no haber sido por la drástica reducción en el número de alumnos que acuden a las nuevas instalaciones. Al margen de este dramático fracaso económico-docente, resultado del boicot que sufre por buena parte de la medicina oficial, el museo de 1875 participa del renovado contexto museográfico-expositivo propio de la segunda mitad del xix, que Bennett (1996) ha definido como exhibitionary complex. Esta es también la estructura a la que recurre Alberti (2011) para dar cabida al nuevo modelo de museo anatómico decimonónico, que diferencia del anterior modelo de exhibition oeconomy, concepto acuñado por Chaplin (2009) para definir el entramado científico-económico propio de los museos anatómicos de la segunda mitad del xviii y primeras décadas del xix, en el que muchas veces resulta difícil diferenciar lo estrictamente académico de lo decididamente comercial. 17 Sobre los principales museos médicos y anatómicos creados en Europa y Estados Unidos desde finales del siglo xviii, véase Alberti y Hallam, 2013. También sobre ciertos museos europeos y la preservación de sus colecciones, véase Knoeff y Zwijnenberg, 2016. Para una út il sínt esis sobre l a asociación ent re «muert e, anat omía y museo», centrada sobre todo en los siglos xvii y xviii, véase MacGregor, 2007. 18 La excepción más notable la constituye el Wellcome Historical Medical Museum, fundado originalmente en Londres, en 1919, por Henry Solomon Wellcome, que llegó a reunir varios cientos de miles de piezas, de toda índole, con las que su propietario pretendía hacer realidad una utopía similar a la de Velasco: sintetizar la historia de la humanidad empleando como guía la historia de la salud, de la enfermedad y de su curación. Tras múltiples transformaciones, en 2007 se convierte en la actual Wellcome Collection, integrada a su vez en el Wellcome Trust. Véase, entre otros, Arnold y Olsen, 2011.
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En realidad, el elaborado entramado característico del exhibitionary complex de la Europa decimonónica —museos, exposiciones nacionales e internacionales, comercios modernos, pasajes, panoramas, panópticos, etc.— apenas se ha desarrollado en la España de Velasco, pero este sabe sacar partido de la escasa oferta nacional y, más aún, de la internacional, exhibiendo fotografías, documentos y colecciones de sus museos en varias exposiciones y congresos nacionales y, lo que resulta mucho más interesante, en las impactantes exposiciones universales francesas de 1867 y 1878. Otro rasgo característico del proyecto museístico de Velasco, que no es del todo ajeno al exhibitionary complex, pero tampoco muy frecuente en los museos médicos contemporáneos, es su intenso compromiso ideológico. De acuerdo con ello, y de forma paralela a su constante preocupación por el incremento de las colecciones, organiza cursos y conferencias, celebra actos en defensa de la libertad de pensamiento y de cátedra, exalta la figura de Miguel Servet, invita a visitarlo a personajes vinculados con la ideología progresista que a él mismo lo guía y, en último término, se arriesga a acoger y a homenajear en sus instalaciones a un militar republicano y revolucionario que encarna buena parte de sus propios ideales. En lo que sí resultan deficitarios los tres museos de Velasco es en la parcela documental, en la información que ofrecen sobre los materiales que exhiben. A diferencia de lo que se observa en los museos anatómicos contemporáneos, sobre todo en los británicos, que ofrecen abundantes datos en cartelas y editan gruesos catálogos de sus colecciones, solo conocemos la edición de una breve guía del último museo (Pulido, 1875b y 1876) y no tenemos noticia de que los materiales presentados dispusieran de una adecuada información complementaria. Muy probablemente, Velasco piensa que las piezas anatómicas «hablan por sí mismas»; para las demás, el caótico proceso de captación y recepción imposibilita, en la práctica, que se disponga de cualquier tipo de documentación fidedigna. Es cierto que en El Anfiteatro Anatómico Español se publican datos sobre algunos de los materiales que entran en el museo, pero esta información no suple en ningún caso las carencias documentales anotadas. 301
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Si nos centramos ya en la valoración de las colecciones, comprobamos que hay notables diferencias y desajustes entre las distintas secciones; de hecho, algunas nunca llegan a ser adecuadamente estructuradas, y otras, que en principio sí lo están, resultan por completo fallidas. Como ya se ha anotado, hay piezas que remiten a una museografía del disparate, a un coleccionismo de lo absurdo. Su discípulo y principal biógrafo no tiene reparo en reconocer que a Velasco «lo engañaba quien quería», y que su gran creación era: Un Museo abigarrado, conjunto de muy variadas colecciones, y acusaban en parte poca escrupulosidad en la selección. […] Velasco […] aceptaba todo, lo bueno y lo malo, lo útil y lo inútil, lo auténtico y lo falso… y […] todo lo estimaba merecedor de aprecio y aprovechable para alguna enseñanza. Por esta razón admitimos sin dificultad que un espíritu delicado o exigente hubiera eliminado numerosos ejemplares como frivolidades impropias de figurar en un Museo serio (Pulido, 1894: 92).
También admite que, comparadas con las «reproducciones plásticas» de 1894, las piezas elaboradas en escayola por Velasco resultan «barrocas, pesadas, y atestiguan un periodo primitivo de semejante industria»; y que las preparaciones naturales están ya mucho mejor conservadas y resultan mucho más instructivas y visualmente atractivas gracias al formol. Pero, dicho esto, no podemos olvidar que el gran salón principal y su galería son, precisamente, el espacio mejor estructurado del centro, ofreciendo muy interesantes y organizados materiales sobre la anatomía humana y sus principales patologías. De hecho, el mismo Pulido destaca la relevancia de la Sección de músculos y vasos sanguíneos, y las colecciones osteológicas, craneológicas, embriológicas y teratológicas que, según nos dice, superan a la mayoría de las conservadas en instituciones europeas contemporáneas. Otros ámbitos del museo resultan mucho más abigarrados y apenas contribuyen en nada al conocimiento de la anatomía humana. Es lo que sucede con la colección de zoología que se guarda en el Salón pequeño, o con los numerosos ejemplares del Salón de aves. Es cierto que los museos anatómicos de finales del xviii y gran parte del xix son 302
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también museos de historia natural, pero, en el de Velasco, el número de piezas no solo es excesivo, sino que carece de cualquier utilidad en un estricto contexto médico-anatómico.19 Además, el resto de las colecciones, las que tienen que ver con la vida de los seres humanos, con lo social, con lo cotidiano, no pasan por tamiz alguno y, lo que es peor, no se ensaya con ellas ni la ordenación más básica. Y cuando se atisba una adscripción temática, el resultado puede ser cuanto menos llamativo. Es lo que observamos en El Anfiteatro Anatómico Español cuando, al informar de las nuevas incorporaciones, se opta por unas agrupaciones tan singulares como estas: unas granadas de la Guerra Carlista «enriquecen la Sección etnográfica»; «fósiles antediluvianos» comparten con un «trozo de una antigua columna de piedra» su pertenencia a la «antropología»; «el guante que llevaba el ayudante Sr. Nandín20 la noche que alevosamente asesinaron al general Prim» encaja perfectamente con unos «zapatos chinos», y ambos se integran en la categoría de «variedades» junto con «fotografías de operados de estrabismo»;21 las «siete cabezas de momias egipcias» se reseñan en la clase de «antropología y curiosidades» junto con «un pedazo del pan del sitio de París de 1871»;22 y, por fin, una «momia peruana» va codo con codo, es un decir, con «una medalla conmemorativa del Gobierno Provisional».23 Pese a todo, entre el maremágnum de materiales no anatómicos del museo encontramos piezas que superan con creces el marchamo de mera curiosidad, presentando auténtico interés antropológico, etnológico o etnográfico: series más o menos documentadas de cráneos; una momia andina; indumentaria tradicional de España, América y Filipinas; cestería y objetos diversos africanos y americanos; armas y 19 De hecho, durante aquellas décadas, «The boundaries between anatomist and naturalist, surgeon and veterinarian were permeable» (Alberti, 2011: 57). 20 Se trata del coronel de Infantería Ángel González Nandín, herido en el atentado sufrido por el general Prim el 27 de diciembre de 1870. 21 El Anfiteatro Anatómico Español, 126, 15 de abril de 1878, p. 89. 22 Ibidem, 150, 15 de abril de 1879, p. 84. La preservación de esta presunta reliquia de la comuna parisina es un claro reflejo del inocente y crédulo idealismo progresista de Velasco. 23 Ibidem, 175, 30 de abril de 1880, p. 98.
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útiles domésticos filipinos; maniquís etnográficos; cerámicas españolas y marroquíes; aperos de labranza; colecciones de láminas y fotografías de tipos de España y Filipinas, etc. Tal vez, la denominación de «Museo Antropológico» que aplica Velasco a su último creación, aunque también emplea la de Museo Anatómico, tenga relación con el mayor interés que parece mostrar por los materiales etnográficos, aunque, probablemente, también se vincula con un cierto afán por interpretar la anatomía y lo anatómico en un contexto antropológico más amplio y genérico, si bien es verdad que muy poco preciso, en el que los factores sociales, culturales y étnicos no quedan adecuadamente definidos. De hecho, aunque el museo guarda maniquíes de tipos humanos y modelos de cabezas de «las principales razas humanas», Velasco no parece realmente interesado en el conocimiento de la diversidad étnica y cultural.24 Tales piezas son más bien ejemplos de anatomías singulares. Sea como fuere, el problema es que son, precisamente, estos materiales no anatómicos los objetos que ni Velasco ni Pulido están en condiciones de ordenar, pues escapan por completo a sus conocimientos.
Derivas museísticas velasqueñas Pero aún queda una tercera opción que puede explicar la caótica y parcial deriva etno-antropológica del último museo. Durante más de veinte años, la recurrente y casi obsesiva llamada de Velasco a la creación y potenciación de museos anatómicos se fundamenta en su utilidad para la enseñanza y la práctica de la Medicina y la Anatomía, con algún que otro aditamento, poco definido y no muy relevante, de carácter etnográfico, histórico, zoológico, geológico o arqueológico. Aunque escribe al respecto en numerosas ocasiones, a finales de la década de 1860 presenta sendas propuestas que desarrollan su idea de lo que deben ser estos centros, que son siempre «museos anatómicos» (González Velasco, 1868 y 1869b). En ambas hace referen-
En contra de lo manifestado por Goode (2009: cap. 3).
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cia, de forma explícita, a la necesidad de transformar el «simulacro mezquino de pequeños gabinetes anatómicos» de las universidades españolas en renovados «museos anatómicos», pero manteniéndolos siempre integrados en las facultades de Medicina. En ningún momento plantea la creación de «museos antropológicos» abiertos al público, sino de centros muy especializados dirigidos al estudio y la enseñanza de la Anatomía, con una potente orientación práctica. Aunque el proyecto de 1869 es mucho más detallado que el de 1868, en ambos se habla de secciones, colecciones, tipología de piezas, talleres, laboratorios, biblioteca, personal… Se insiste en la relevancia de las preparaciones y estudios de anatomía microscópica, y apenas se menciona en un par de ocasiones la famosa anatomía comparada —las piezas zoológicas— y la etnografía. Desarrollado de forma más o menos sistemática, todo lo que propone queda circunscrito al ámbito de la medicina y la Universidad. Una década después, en 1878, la situación parece haber cambiado, al menos en cierto sentido. En efecto, en un melodramático y muy poco razonable escrito dirigido al jurado de la exposición universal parisina de aquel año —en la que vimos que participa—, el segoviano propone la creación de «museos antropológicos en todas las naciones» (González Velasco, 1878c).25 No habla ya de museos anatómicos especializados; de hecho, no vuelve a mencionarlos en ninguno de los muy escasos y escuetos trabajos que publica hasta su muerte. Muy posiblemente, el cese como catedrático en 1874 y el definitivo portazo a cualquier posible vinculación futura con el mundo universitario y sus museos de anatomía tienen relación directa con este cambio de rumbo. Lo que a partir de entonces orienta la utopía museística de Velasco es algo mucho más ambicioso. Su objetivo no es ya trabajar por la mejora de unos museos orientados exclusivamente a educar a los estudiantes de Medicina; ahora proyecta unos nuevos centros holísticos que deben estar al servicio de toda la ciudadanía. Y es que, según Velasco:
25 Todas las citas literales reproducidas hasta el final del capítulo provienen de este trabajo.
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Luis Ángel Sánchez Gómez A los Museos antropológicos debe concurrir el pueblo para iniciarse en los secretos de la naturaleza, acerca de la cual tampoco se ha tratado de instruirle convenientemente. Esas escuelas prácticas de la Creación deben abrirse de par en par, para que en ellas oigan los ignorantes, los iniciados y los hombres y gentes de todas clases y condiciones, los misterios de antes, los fenómenos y los sucesos en la aparición de cuanto existe.
Estos «santuarios», como los denomina, deben «poner de relieve y sin género de duda [las] generaciones que fueron, [los] pueblos que existieron y [los] acontecimientos que realizaron […]». Pese a tan grandilocuente discurso, o precisamente por ello, Velasco se refiere de forma muy superficial a los contenidos de lo que hoy calificaríamos como la exposición permanente de estos nuevos museos. Es todo muy poco preciso y, en ocasiones, notablemente disparatado, como cuando indica que la octava y última sección debe acoger los «monumentos megalíticos», los «grandes paquidermos», «estatuas» de las razas humanas, la «cosmología», la «materia cósmica», la luz, «el calor, el vapor y el agua», la «teoría de la creación», una presunta «protogeología» y «la aparición del hombre».26 En las restantes secciones se hace referencia, de nuevo, a la historia geológica de la Tierra, a la anatomía comparada entre primates y hombres, a la presentación de las diferencias raciales, a una genérica revisión de la arqueología prehistórica y la etnografía, a unos presuntos estudios «etno-demográficos» y a una «clasificación morfológica de las lenguas e idiomas». Tales contenidos habrán de servir para mostrar «el desenvolvimiento del universo, desde el caos hasta el estado actual, viéndose gradualmente en panoramas repetidos las fases por 26 En este punto, Velasco plantea la necesidad de estudiar dónde se produjo esa aparición y «si fue por formación o creación, si única y en un solo punto del globo o múltiple y en diferentes puntos de la Tierra». Que yo sepa, esta es la única ocasión en la que el doctor apunta a un posible origen de la especie humana distinto a la creación divina. No obstante, las referencias a ese origen divino son una constante en casi todos sus escritos. Este es un ejemplo contundente publicado ese mismo año: «Dios hizo al hombre, y puso bajo su dominio la gran obra de la creación, nombrándole jefe de cuanto existe debajo de los cielos, dotándole de inteligencia y facultades bastantes para remontarse hasta la primera causa» (González Velasco, 1878a: v). Pese a lo anotado en el título, no existe segunda parte de este opúsculo.
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[las] que ha pasado la Creación». Por ello, no extraña que Velasco proponga la delirante y absurda idea de que «debe estar todo dispuesto de tal manera que se posean colecciones de cuanto existe en el Mundo, desde los trajes de los pobladores de la Tierra hasta el objeto más insignificante». Como decimos, no existen secciones específicas sobre anatomía humana, lo que confirma la idea de que estos «museos antropológicos» no vienen a sustituir a los anatómicos de las facultades de Medicina. Sin embargo, y en evidente contradicción con tales planteamientos, Velasco propone que en estos museos se integren las «escuelas prácticas de anatomía y fisiología humana y comparada», convirtiéndolos así en los «grandes centros donde se traten todos los asuntos científicos prácticos y de aplicación a las ciencias de demostración», lo que, indudablemente, supondría un tremendo menoscabo de los museos anatómicos universitarios. La obsesión ordenancista de nuestro protagonista lo lleva a establecer, aunque nuevamente de forma muy genérica y poco práctica, cuál debe ser el horario de apertura de estos museos y de las clases que allí se imparten; dónde deben construirse, por razones de salubridad y seguridad; cuál debe ser su numeroso personal, que incluye profesores, ayudantes, sirvientes, limpiadores y hasta un portero con librea «que será peculiar de todos los antropológicos»; que dispondrán de una comisión para el intercambio de publicaciones y materiales con instituciones internacionales; que el director, el «secretario de la escuela» y el tesorero deben residir en viviendas dignas situadas en el propio centro; y que este ha de contar con aulas, laboratorio químico y microscópico, talleres —de disección, maceraciones, vaciados, pintura y fotografía—, revista propia, biblioteca, departamentos reservados —que guarden las piezas que no deben estar a la vista del público—, jardines y hasta «una Sección de aclimatación con su menagerie», esto es, una colección de animales vivos. Además, y aunque años atrás afirmara que el acceso a los museos anatómicos debía estar vedado a las mujeres, ahora indica de forma explícita que en los antropológicos, en sus escuelas, «tienen opción a matricularse todas las personas de ambos sexos». Y una última cuestión: ¿quiénes han de ser los propietarios o titulares de estos museos? Pues es obvio que Ve307
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lasco sigue apostando por centros privados, financiados parcialmente mediante las cuotas de acceso general, las específicas de exposiciones singularizadas, la venta de fotografías, vaciados y reproducciones de piezas y las matrículas de los estudiantes. Eso sí, el Estado debe aportar subvenciones por su condición de «establecimientos de utilidad pública» y «tiene la sagrada obligación de ayudar con todo género de recursos y medios para su mayor engrandecimiento y esplendor». Si somos capaces de abstraernos de la grandilocuencia, las vaguedades y los no pocos disparates que se reseñan en el texto citado, quizás podamos obtener algún provecho de su lectura. Lo más significativo es el cambio de dirección que Velasco parece haber dado en estos años, quizás ya desde comienzos de los setenta, en relación con cuál debe ser el futuro de los «museos antropológicos» y, aún más importante, de su propio museo. Sin renunciar a los museos anatómicos universitarios, lo que ahora propone es una utopía geo-bio-antropológica elevada a la enésima potencia, de acuerdo con la cual, esos nuevos museos-escuela, y su propio museo, se convertirían en algo que podríamos calificar como «centros concentradores del universo» o «mundos comprimidos y encapsulados», capaces de mostrar y educar al público, al pueblo, en todo aquello que le es propio y ajeno, humano y animal, animado e inanimado.27 De todas formas, poco tiene que ver este diseño museístico con el modelo del Museo Británico, que, según Romero de Tejada (1992: 113), sería el que habría inspirado a Velasco. El doctor conoce el museo londinense y queda impresionado por la grandiosidad del edificio y por la riqueza y variedad de sus colecciones, pero es significativo que en su memoria de viaje de 1854 le dedique menos de dos páginas, mientras que al Museo Dupuytren consagra cincuenta y cinco. Y es que, aunque a mediados del xix el museo londinense acoge todavía las colecciones de ciencias naturales que años después dan origen al gran Museo de Historia Natural que hoy conocemos, lo anatómico humano, que es lo que realmente orienta la obra de Velasco en la década de 1850, se 27 De acuerdo con este planteamiento, la utopía de Velasco es aún más universalista y utópica que la del citado H. S. Wellcome, cuyo famoso museo pretende condensar la historia de la humanidad a través de la historia de la medicina.
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representa solo a través de la historia y la arqueología —momias egipcias, esqueletos de catacumbas, etc.—, quedando completamente al margen de la medicina y de la anatomía práctica.28 Años después, avanzada la década de 1870, cuando Velasco reorienta su modelo de museo hacia la utopía geo-bio-antropológica universal, tampoco el Museo Británico guía sus pensamientos, ni siquiera lo cita. Todo parece indicar que la extraordinaria riqueza histórico-artística y patrimonial de las colecciones de dicho museo no le interesa, pues deja fuera la inmensa mayoría de los ámbitos y materiales, ya sean extraordinarios o cotidianos, que en su utópico proyecto el doctor considera coleccionables y museables. En cualquier caso, y como era de esperar, la propuesta de creación de «museos antropológicos en todas las naciones» no interesa absolutamente a nadie. Pero, como también era previsible, Velasco no se desanima, sigue adelante y trata de llevarla a la práctica con sus propios medios. Finalmente, su tercer y último museo termina quedándose a medio camino entre lo que podría considerarse un museo anatómico tradicional y ese proyecto de «museo antropológico» de 1878. En cuanto que espacio educativo, concibe su postrera creación como un centro de formación humanista integral, guiado por el afán de progreso y la defensa a ultranza de todas las libertades —social, política, de pensamiento y de enseñanza—, y cuyo objetivo no puede ser otro que el bienestar y la felicidad de los españoles y, en último término, de toda la humanidad. Como espacio expositivo, la acumulación de materiales no anatómicos parece guiada por un empeño coleccionista premoderno, que desborda cualquier especialidad o ámbito académico y que, quizás, se pueda confundir con los intereses de los coleccionistas del Renacimiento, si bien es evidente que el resultado final, pese a su carácter fallido, resulta mucho más 28 De hecho, el responsable de historia natural del Museo Británico, George Shaw, se deshace, a comienzos del siglo xix, de los esqueletos y demás elementos de anatomía humana que habían formado parte del núcleo fundador original, la colección de Hans Sloane, que incluía de forma mayoritaria especímenes de historia natural (MacGregor, 1995 y Delbourgo, 2017). Fueron enviados al Real Colegio de Cirujanos de Londres, donde dan origen —junto con la colección anatómica adquirida a John Hunter— a su famoso Hunterian Museum.
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potente y complejo que un gabinete de curiosidades o una cámara de las maravillas renacentista. El objetivo último de Velasco es conocer y dar a conocer toda la complejidad y diversidad del ser humano: su anatomía normal y patológica; su vida en el pasado y en el presente; su condición civilizada y primitiva. Pero, para conocer y explicar al ser humano, considera indispensable conocer antes todo aquello que lo rodea, desde el principio de los tiempos; por eso los cuadros con imágenes de la «formación del cosmos» son el punto de partida para quien visita su museo; por eso colecciona rocas, fósiles, plantas y animales de todas las especies que le resulta posible. Tiene tiempo, dinero y la inteligente colaboración de Ángel Pulido para presentar su imagen del ser humano —normal y patológico— en los armarios del Salón grande y para hacerlo de forma coherente y realmente digna, pero no es capaz de consolidar el resto del proyecto; nadie lo habría logrado, tampoco Pulido. De ahí que todas las demás piezas y colecciones carezcan de sistematización, de ahí que las demás salas del museo se conviertan en algo parecido a una nueva Arca de Noé destinada, como decía en su texto de 1878, a preservar la memoria de al menos un ejemplar de todo aquello que existió y existe, ya fuere humano o animal, vegetal o mineral, natural o artificial. Toda una utopía cercana al absurdo. Afortunadamente, la incoherencia de su ideario museográfico queda superada y hasta anulada por esa obra inmensa y afortunada que fue el gran Museo Antropológico del paseo de Atocha madrileño.
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61 Aitor Anduaga Egaña Meteorología, ideología y sociedad en la España contemporánea, 2012. 62 Xavier Calvó-Monreal Polímeros e instrumentos. De la química a la biología molecular en Barcelona (1958-1977), 2012. 63 Francisco Villacorta Baños La regeneración técnica. La Junta de Pensiones de Ingenieros y Obreros en el extranjero (1910-1936), 2012. 64 Antonio González Bueno y Alfredo Baratas Díaz (eds.) La tutela imperfecta. Biología y farmacia en la España del primer franquismo, 2013. 65 Matiana González Silva Genes de papel. Genética, retórica y periodismo en el diario El País (1796-2006), 2014. 66 José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora La utopía agraria. Políticas visionarias de la naturaleza en el Cono Sur (1810-1880), 2015. 67 Annette Mülberger (ed.) Los límites de la ciencia. Espiritismo, hipnotismo y el estudio de los fenómenos paranormales (1850-1930), 2016. 68 Raúl Velasco Morgado Embriología en la periferia: las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el franquismo, 2016. 69 Mario César Sánchez Villa Entre materia y espíritu. Modernidad y enfermedad social en la España liberal (1833-1923), 2017. 70 Isabel Blázquez Ornat El practicante. El nacimiento de una nueva profesión sanitaria en España, 2017. 71 Carolin Schmitz Los enfermos en la España barroca y el pluralismo médico. Espacios, estrategias y actitudes, 2018.
Luis Ángel Sánchez Gómez (Madrid, 1962) es profesor titular de Antropología Cultural en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado varios libros y algunas decenas de artículos sobre etnohistoria de Filipinas, antropología del campesinado, historia de las exposiciones coloniales e historia de la antropología. En 2003 apareció su monografía titulada Un imperio en la vitrina. El colonialismo español en el Pacífico y la Exposición de Filipinas de 1887, editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En 2013, y también editado por el CSIC, publicó el libro Dominación, fe y espectáculo. Las exposiciones misionales y coloniales en la era del imperialismo moderno. Sus últimos trabajos se han centrado en el estudio de las biografías de los gigantes acromegálicos españoles, entre los que destaca el libro El gigante de Altzo. Un vasco mítico (aunque muy real) en la Europa del siglo xix, editado por la Diputación Foral de Gipuzkoa en 2018. Un primer acercamiento, en forma de libro, a la figura de Velasco fue su estudio La niña. Tragedia y leyenda de la hija del doctor Velasco (Renacimiento, 2017).
LUIS ÁNGEL SÁNCHEZ GÓMEZ
UNA BIOGRAFÍA APASIONADA DEL DOCTOR PEDRO GONZÁLEZ VELASCO (1815-1882)
60 Mercedes del Cura González Medicina y pedagogía. La construcción de la categoría «infancia anormal» en España (1900-1939), 2011.
Entre cadáveres comienza ofreciendo alguna luz sobre las cuatro primeras décadas de vida del doctor Velasco, desde su azaroso nacimiento, en una pequeña localidad segoviana, hasta la obtención del grado de doctor, sin olvidar que antes se ordenó fraile, que luego fue soldado y que durante un tiempo tuvo que ganarse la vida como criado. Posteriormente conoceremos cómo se convierte en un famoso y acaudalado cirujano, cómo crece, hasta extremos obsesivos, su afán por la disección cadavérica y el coleccionismo anatómico, y cómo se plasma todo ello en la creación de su primer museo doméstico. El capítulo sexto aborda un muy particular episodio de su biografía, que trasciende la anécdota personal y nos ilustra sobre el momento que viven las ciencias antropológicas en la España de la segunda mitad del siglo xix: la cuestión de la casa, de los cráneos y del cementerio de Zarauz. A continuación, echaremos un rápido vistazo al terrible acontecimiento que marcaría su existencia futura: la trágica muerte de su joven y adorada hija, origen de incontables habladurías y leyendas. El capítulo octavo presenta los contenidos de su segundo museo, y en el siguiente se estudian los avatares políticos y profesionales que se desarrollan desde los momentos previos a la Revolución de 1868 hasta la Restauración borbónica en 1874. La formación del Museo Antropológico se estudia en el capítulo décimo, mientras que el siguiente se centra en la que fue su «pieza» estrella: el esqueleto del «gigante extremeño». Tras conocer las circunstancias de su muerte y las consecuencias patrimoniales que acarrea, repasamos, de forma sumaria, la biografía de su principal colaborador, el doctor Ángel Pulido. El penúltimo capítulo es, al mismo tiempo, una evaluación apasionada y una crítica con pretensiones de objetividad de la vida y la obra de Velasco, donde se destacan tanto sus grandes aportaciones como sus evidentes limitaciones. El libro termina con una reivindicación del Museo Antropológico, su gran obra.
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Luis Ángel Sánchez Gómez
ENTRE CADÁVERES UNA BIOGRAFÍA APASIONADA DEL DOCTOR PEDRO GONZÁLEZ VELASCO (1815-1882)
72 José Chabás Computational Astronomy in the Middle Ages. Sets of Astronomical Tables in Latin, 2019. 73 César Leyton Robinson La ciencia de la erradicación. Modernidad urbana y neoliberalismo en Santiago de Chile, 1973-1990, 2020.
ISBN: 978-84-00-10638-6
CSIC
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Ilustración de cubierta: Retrato de Pedro González Velasco, anónimo (ca. 1875). Copia fotográfica de época, la única conocida del doctor. Museo Nacional de Antropología, Madrid.
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61 Aitor Anduaga Egaña Meteorología, ideología y sociedad en la España contemporánea, 2012. 62 Xavier Calvó-Monreal Polímeros e instrumentos. De la química a la biología molecular en Barcelona (1958-1977), 2012. 63 Francisco Villacorta Baños La regeneración técnica. La Junta de Pensiones de Ingenieros y Obreros en el extranjero (1910-1936), 2012. 64 Antonio González Bueno y Alfredo Baratas Díaz (eds.) La tutela imperfecta. Biología y farmacia en la España del primer franquismo, 2013. 65 Matiana González Silva Genes de papel. Genética, retórica y periodismo en el diario El País (1796-2006), 2014. 66 José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora La utopía agraria. Políticas visionarias de la naturaleza en el Cono Sur (1810-1880), 2015. 67 Annette Mülberger (ed.) Los límites de la ciencia. Espiritismo, hipnotismo y el estudio de los fenómenos paranormales (1850-1930), 2016. 68 Raúl Velasco Morgado Embriología en la periferia: las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el franquismo, 2016. 69 Mario César Sánchez Villa Entre materia y espíritu. Modernidad y enfermedad social en la España liberal (1833-1923), 2017. 70 Isabel Blázquez Ornat El practicante. El nacimiento de una nueva profesión sanitaria en España, 2017. 71 Carolin Schmitz Los enfermos en la España barroca y el pluralismo médico. Espacios, estrategias y actitudes, 2018.
Luis Ángel Sánchez Gómez (Madrid, 1962) es profesor titular de Antropología Cultural en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado varios libros y algunas decenas de artículos sobre etnohistoria de Filipinas, antropología del campesinado, historia de las exposiciones coloniales e historia de la antropología. En 2003 apareció su monografía titulada Un imperio en la vitrina. El colonialismo español en el Pacífico y la Exposición de Filipinas de 1887, editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En 2013, y también editado por el CSIC, publicó el libro Dominación, fe y espectáculo. Las exposiciones misionales y coloniales en la era del imperialismo moderno. Sus últimos trabajos se han centrado en el estudio de las biografías de los gigantes acromegálicos españoles, entre los que destaca el libro El gigante de Altzo. Un vasco mítico (aunque muy real) en la Europa del siglo xix, editado por la Diputación Foral de Gipuzkoa en 2018. Un primer acercamiento, en forma de libro, a la figura de Velasco fue su estudio La niña. Tragedia y leyenda de la hija del doctor Velasco (Renacimiento, 2017).
LUIS ÁNGEL SÁNCHEZ GÓMEZ
UNA BIOGRAFÍA APASIONADA DEL DOCTOR PEDRO GONZÁLEZ VELASCO (1815-1882)
60 Mercedes del Cura González Medicina y pedagogía. La construcción de la categoría «infancia anormal» en España (1900-1939), 2011.
Entre cadáveres comienza ofreciendo alguna luz sobre las cuatro primeras décadas de vida del doctor Velasco, desde su azaroso nacimiento, en una pequeña localidad segoviana, hasta la obtención del grado de doctor, sin olvidar que antes se ordenó fraile, que luego fue soldado y que durante un tiempo tuvo que ganarse la vida como criado. Posteriormente conoceremos cómo se convierte en un famoso y acaudalado cirujano, cómo crece, hasta extremos obsesivos, su afán por la disección cadavérica y el coleccionismo anatómico, y cómo se plasma todo ello en la creación de su primer museo doméstico. El capítulo sexto aborda un muy particular episodio de su biografía, que trasciende la anécdota personal y nos ilustra sobre el momento que viven las ciencias antropológicas en la España de la segunda mitad del siglo xix: la cuestión de la casa, de los cráneos y del cementerio de Zarauz. A continuación, echaremos un rápido vistazo al terrible acontecimiento que marcaría su existencia futura: la trágica muerte de su joven y adorada hija, origen de incontables habladurías y leyendas. El capítulo octavo presenta los contenidos de su segundo museo, y en el siguiente se estudian los avatares políticos y profesionales que se desarrollan desde los momentos previos a la Revolución de 1868 hasta la Restauración borbónica en 1874. La formación del Museo Antropológico se estudia en el capítulo décimo, mientras que el siguiente se centra en la que fue su «pieza» estrella: el esqueleto del «gigante extremeño». Tras conocer las circunstancias de su muerte y las consecuencias patrimoniales que acarrea, repasamos, de forma sumaria, la biografía de su principal colaborador, el doctor Ángel Pulido. El penúltimo capítulo es, al mismo tiempo, una evaluación apasionada y una crítica con pretensiones de objetividad de la vida y la obra de Velasco, donde se destacan tanto sus grandes aportaciones como sus evidentes limitaciones. El libro termina con una reivindicación del Museo Antropológico, su gran obra.
ENTRE CADÁVERES
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Luis Ángel Sánchez Gómez
ENTRE CADÁVERES UNA BIOGRAFÍA APASIONADA DEL DOCTOR PEDRO GONZÁLEZ VELASCO (1815-1882)
72 José Chabás Computational Astronomy in the Middle Ages. Sets of Astronomical Tables in Latin, 2019. 73 César Leyton Robinson La ciencia de la erradicación. Modernidad urbana y neoliberalismo en Santiago de Chile, 1973-1990, 2020.
ISBN: 978-84-00-10638-6
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CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Ilustración de cubierta: Retrato de Pedro González Velasco, anónimo (ca. 1875). Copia fotográfica de época, la única conocida del doctor. Museo Nacional de Antropología, Madrid.