El problema militar en España
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EL PROBLEMA MILITAR EN

Esta obra ha merecido el patrocinio cultural de: Banco Exterior de

España

Endesa Fábrica Nacional de Moneda y Timbre Iberia

Renfe

O O

Pere Molás Ribalta Historia 16. Hermanos García Noblejas, 41. 28037 Madrid. ISBN: 84-7679-172-0 Depósito legal: M-11.436/1990 Diseño portada: Batlle-Martí.

Impreso en España. Impresión: MELSA. Carretera Fotocomposición: Amoretti. Encuadernación: Huertas.

Fuenlabrada

a

Pinto, km. 21,800. Pinto (Madrid).

GABRIEL CARDONA Nacido en Menorca en 1938. Profesor Titular de Universidad y Doctor en Historia, es profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona. Militar de carrera, hasta que en 1981 abandonó voluntariamente el servicio, se dedicó al estudio de historia social, técnica y política del Ejército y fue testigo de las tensiones militares del último franquismo. A su memoria de licenciatura La reforma militar de Azaña (1974) y su tesis doctoral La política militar de la Segunda República (1976) siguieron El poder militar en la España contemporánea hasta la guerra civil (1983). Historia del Ejército (1983) y numerosas publicaciones en obras colectivas como Els Mossos d'Esquadra (1981), Siglo XX (1982), La guerra civil (1986-1987). España, nuestro si-

glo (1986-1989).

INTRODUCCION

Es característico

de la

España contemporánea

protagonismo problemas interel

de los militares, debido en parte a los nos de las instituciones armadas, pero, sobre todo, a la naturaleza de la sociedad española y al retraso de su modernización. La falta de densidad de la sociedad civil, como decía Azaña o, de otro modo, la debilidad de las clases medias frustró repetidamente los intentos de modernizar el Estado y cada fracaso generó vacíos de poder que llenó el Ejército. Aunque su presencia en la política no es achacable exclusivamente a la voluntad de los generales, sino también al deseo de fuerzas civiles. Habitualmente, los gobiernos se empeñaron en hacer de las instituciones de defensa, órganos políticos y policiales, que entorpecieron la vida del Estado y retrasaron la normalización democrática. Naturalmente, éste era el objetivo buscado por los grupos más anticuados de la sociedad española que, incapaces de hacerse con el poder mediante procedimientos parlamentarios, preferían manipular a los militares. Ante la ausencia de una sociedad desarrollada, nuestros siglos XIX y XX tuvieron en el Ejército la institución política más poderosa y los verdaderos árbitros fueron los espadones, generales que contaban con el respaldo institucional. En el XIX disfrutaron de tal situación Espartero —cabeza del progresismo—, Narváez —amparo de la derecha más dura—, O'Donnell —el centrista conservador—, Prim y Serrano —los hombres de la izquierda liberal—. En el XX, el mismo Alfonso XIII acabó convertido en espadón por una mala aplicación del canovismo, seguido por Primo de Rivera y Franco. Sin olvidar algunos espa-

político

dones frustrados como López Domínguez, Polavieja, Sanjurjo o Muñoz Grandes. En estos siglos, la potencia política de los militares y el enorme volumen de sus escalafones se ha combinado con un fenómeno curioso: jamás, desde 1814, España ha sido amenazada es-

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tratégicamente por Francia o Portugal, sus únicos vecinos por tierra; la proximidad marroquí ha resultado peligrosa por pasiva y nuestro país ha presenciado marginalmente dos guerras mundiales, pegadas a sus fronteras y sus costas, sin prepararse militarmente para ninguna. Los durísimos juicios de Silvera, en 1989, son aplicables a nuestro sistema defensivo en cualquier momento de la Edad Contemporánea. Normalmente, ha sido

el éxito de los intentos de reforma técnica y adecuación material. Ni siquiera la firma del pacto con los Estados Unidos, en 1953, impulsó al gobierno español a modernizar el Ejército, que debió esperar cinco años, hasta el tímido intento Barroso, en seguida abandonado. Los propósitos reformistas, que no han sido pocos en estos dos siglos, se han orientado a racionalizar las cuestiones de personal, incluso en los dos casos más ambiciosos, Cassola y Azaña, pues el gran mal del Ejército, desde la primera guerra carlista, ha sido el excesiescaso

número de oficiales. Estos eran también víctimas de una política militar disparatada, que no deseaba un Ejército apto para la defensa exterior del Estado sino para servir de fuerza de orden público, manipulable políticamente. Ningún gobierno ha intentado otra cosa, nadie ha iniciado un esfuerzo para apartar al Ejército de la política las dicy convertirlo en una eficiente máquina militar. Ni siquiera taduras de Primo de Rivera y Franco se esforzaron por crear una fuerza capaz para la guerra moderna. Este libro pretende repasar cronológicamente la del problema. La disfunción histórica de un Ejército al que ninvo

|

evolución

pretendió preparar para parecerse a un EjErcito europeo y que, más pagado con orgullo que con dinero, intervino en cuatro guerras civiles, innumerables pronunciamientos, alborotos o cuartelazos, fue policía antidisturbios, tribunal de excepción, cantera de personal administrativo y político. gún

militar

o

civil

PRIMERA PARTE: DEL EJERCITO REAL AL NACIONAL

Capítulo

1

LA CRISIS DEL ANTIGUO EJERCITO

de Austria descuidaron y débiles reyes de la Los últimoshasta tenía de la revolución militar casa

que marginarlo Ejército lugar en Europa. Para obtener el máximo rendimiento de las armas de fuego de infantería, se endurecía la disciplina hasta lleeficiente gar a la obediencia ciega, que garantizaba la actuación en el campo de batalla y, a partir de ahí, se consolidó el Ejército su

característico del último Absolutismo. La nueva técnica militar. iniciada en Francia y Suecia, culminó en el Ejército prusiano del siglo XVIII, que hizo de los soldados una colección de autómatas, sometidos al terror de los sargentos y la soberbia de los aristocráticos oficiales. Esta idea de disciplina, de raíz militar, fue importante en el ascenso y consolidación del autoritarismo real, al que la guerra y su preparación estimularon para concentrar las fuerzas administrativas y reorganizar el sistema fiscal. de la guerra de los Treinta Años. Prusia se consolidó como Estado guerrero dotado de una máquina militar robotizada, capaz de meter en cintura a los soldados, hasta entonces pícaros saqueadores dispuestos a revolverse si se retrasaba la paga. Su ejemplo llenó de admiración a los reyes y los oficiales porque proporcionaba un sistema de mando cómodo y eficaz. De manera que el prusianismo se extendió como elemento cultural de los Ejércitos, que copiaron sus métodos: los castigos inhumanos, el varapalo permanente. el hieratismo en formación. la obediencia muda, la distancia entre el oficial y la tropa.

Después

Los desfiles y paradas se situaron en el centro de los festejos oficiales y la instrucción de la tropa se redujo a su aptitud para moverse, disparar y morir al ritmo marcado por los tambores. Veteranos y mercenarios extranjeros se encargaban de instruir a los infelices enganchados por dinero o mediante levas. La guerra

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desarrollaba en espacios limitados, únicamente durante el verano, cuando los colmados pajares y graneros proporcionaban a los regimientos pienso y comida, y el tiempo seco les garantizaba cierto confort. El resto del año, los soldados vegetaban en los cuarteles de invierno, afanados en las guardias y las revistas y, para compensar su miseria, el capitán les autorizaba a trabajar algunos días al mes como artesanos o labriegos, siempre que parte de sus ganancias pasara a la caja de la compañía. Desde su llegada a España, los Borbones procuraron establecer este Ejército de nuevo tipo, centralizado y sometido al poder real, de manera que, ya desde 1701, existía una reglamentación sobre bases francesas: la llamada Ordenanza de Flandes. Sin embargo, la monarquía española no respetaba las reglas de sus parientes franceses al pie de la letra. El reclutamiento de mercenarios comprendía católicos suizos, napolitanos, valones e 1rlandeses, pero la pobreza del Estado obligaba a que los regimientos españoles recibieran una paga insuficiente, y una alimentación, equipo y trato deplorables. De manera que el número de voluntarios era pequeño y la proporción de soldados forzosos mayor de lo acostumbrado al norte de los Pirineos. La falta de voluntarios se compensaba con las levas. Periódicamente, los ayuntamientos eran obligados a ceder determinado número de mozos, de modo que echaban mano de los vagos, mendigos, trotamundos, merodeadores y pícaros del contorno y los entregaban a los sargentos reclutadores. Cataluña, Navarra y Vascongadas no estaban sometidas al sistema porque pagaban sus propios regimientos de voluntarios, aunque no ocurría lo mismo con la armada, que se abastecía de marineros tomándolos forse

de la mar desde que, en 1607, se estableció la matrícula para los vascos, extendida en 1625 a todo el territorio de la monarquía. Como las levas no bastaban, en 1704 se implantó el sistema francés de las quintas o sorteo para un servicio de ocho años, sede una lista donde figuraban los jóvenes no hidalgos Zosos entre

gún

los

trabajadores

mayores

dieciséis y buena estatura. Las exenciones caprichosas y las injusticias en el reparto del cupo asignado a cada pueblo viciaban un sistema que las gentes acomodadas podían eludir, cuando sus hijos eran elegidos por la mala suerte, pagando a un desgraciado

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a para que los sustituyera, aunque la familia quedaba obligada reponerlo si desertaba el sustituto. Así, el sistema de quintas provocó rechazos y desórdenes, en 1773 hubo motines en Barcelona y los vascos se agitaron porque lo estimaban lesivo para sus

fueros. La población soportaba otros gravámenes militares. Desde 1719 todo amo de casa no hidalgo debía proporcionar forrajes y facilitar transportes al Ejército. Cuando un batallón llegaba a un pueblo, el oficial aposentador distribuía a los soldados por las casas, con derecho a exigir cama, luz, agua, vinagre, sal y asiento a la lumbre. Pero cuando no se habían pagado los impuestos de compensación por estas obligaciones, el Ejército podía alojar a la tropa con manutención completa y paga a cargo del municipio. Carlos III impulsó unas ordenanzas modernizadoras, que fueron publicadas en 1768, y estaban pensadas para un Ejército estamental y forzado, que contaba con 11 regimientos de mercenarios. Eran en parte un reglamento y en parte un código moral propio del Despotismo Ilustrado, con textos significativos: Los cabos primero y segundo tendrán una vara sin labrar de grueso de un dedo regular y que pueda doblarse a fin de que el uso (con el soldado) de esta insignia, que distingue al cabo, no tenga malas resultas. Artículo que, como otros muchos, perdió vigencia con el tiempo, aunque las Ordenanzas de Carlos III permanecieron en el Ejército español hasta 1979. Durante el siglo XVIII, los Ejércitos europeos reforzaron su carácter estamental. Excepto en algunos regimientos franceses de caballería y en la guardia real, desapareció la costumbre de que los nobles sirvieran un tiempo en las filas de la tropa. Oficiales y soldados quedaron separados por un ordenamiento clasista, con uniformes diferenciadores, mientras el Ejército se convertía en un mundo cerrado y ajeno a los burgueses y campesinos. Los oficiales europeos procedían mayoritariamente de la baja nobleza y se formaban como cadetes en los cuerpos armados. Pero en España quien no fuera hidalgo tenía vedada la categoría de oficial de artillería, ingenieros o marina. Podía ascender en infantería o caballería, gracias a la antigúedad o el valor en la guerra, pero difícilmente llegaba a capitán, grado necesario

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para transmitir a su hijos la condición hidalga adquirida como oficial del Ejército. En cambio, los reyes concedían todo tipo de grados a los vástagos de su familia, de los Grandes de España y de los altos funcionarios, de manera que un niño de buena cuna podía ser capitán e incluso coronel, mientras se educaba en el Seminario de Nobles y, una vez adolescente, se incorporaba al servicio. Ciertos señores eran coroneles-propietarios del regimiento que mandaban y su herencia hacía también coronel al primogénito, mientras otras plazas de oficial podían comprarse, aunque en menor proporción que en Francia, donde la venalidad era considerable. Los aspirantes de menor alcurnia se instruían en los regimientos, desde que se creó la categoría de cadete a principios de siglo pero, en 1738, se prohibió la concesión de plazas a quienes no fueran hidalgos o hijos de capitán. Hasta 1842, cuando no encontraba plaza de cadete, un muchacho de condición hidalga podía ingresar como soldado distinguido, una reminiscencia de los soldados principales del Renacimiento, que cumplían el servicio ordinario eximidos de los trabajos serviles, en espera de llegar también a oficial. Sobre el antecedente de que en 1710 ya funcionaban en España cuatro Escuelas de artillería y bombas, a mediados de siglo se fundaron academias y escuelas para formar los oficiales de artillería, ingenieros y marina, que acaparaban todas las tareas técnico-militares y muchas de la ingeniería civil del

Estado. El papel de los militares en la administración era tan importante que los capitanes generales y el virrey de Navarra, los carla Audiengos mejor pagados del reino, tenían autoridad sobre cia y todos los funcionarios civiles, excepto el intendente. Como delegado suyo, en cada plaza, el gobernador militar o el teniente del rey podía declarar el estado de sitio y asumir todos los poderes. La red del mando armado administraba la sociedad provincial y los militares, como la nobleza el clero, contaban con fuero propio que entendía en todos los procedimientos en que tomaban parte ellos, sus esposas, hijos menores y criados, Excepto cuando se ventilaban cuestiones de mayorazgo y herencia. Esta jurisdicción contaba con tribunales y defensores propios y se extendía tanto, que el censo de 1787 contabilizaba 77.884 afo-

y

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rados para un Ejército que sumaba algo más de la mitad. No sólo se repartían los grados según un criterio estamental, sino que los regimientos de Guardias eran el trampolín para los hijos de familias influyentes, mientras los verdaderos militares profesionales, que vivían exclusivamente de su sueldo, ocupaban grados intermedios y bajos, carecían de influencia y no podían oponerse a sus superiores ni aliarse con ellos en un partido militar que carecía de sentido, El rey y la nobleza concentraban el poder, mientras los militares, como tales, no eran un grupo de presión ni un frente corporativo, pues la condición noble y la militar se confundían, aunque sí se generaban algunos conflictos entre la nobleza militar y los hombres de leyes. Fenómeno que, también en Francia, produjo enfrentamientos. sobre todo durante el reinado de Luis XV, cuando la nobleza y burguesía ilustradas se lanzaron a la conquista de las rentas y cargos del Estado. Así, hubo en España confusas tensiones en 1754, con la caída de Ensenada, y en 1766, con el motín de Esquilache, que puso el poder en manos de la alta nobleza militar, encabezada por Aranda. En una sociedad sin otra política que las intrigas cortesanas, el Ejército estaba sometido al Absolutismo, concluída la rebeldía que, durante los siglos XVI y XVII, agitaba esporádicamente a los mercenarios de los tercios. Ni la carrera militar existía en el sentido actual ni la guerra ofrecía oportunidades, como en los tiempos de la conquista de América. Salvo el favor real, ningún esfuerzo podía promocionar a un militar pobre y sin títulos. Todos lo sabían, mientras los jovencitos de buena casa ascendían por real gracia o permanecían en la Guardia con un grado que se hacía mucho mayor si decidían pasar al Ejército regular. Incluso los soldados de Corps, todos ellos hidalgos, tenían categoría de oficial. De modo que las unidades de la Guardia eran una fábrica de privilegios para la nobleza militar, que se adueñaba de los mayores honores, grados y sueldos por el procedimiento de acaparar un número de plazas de generales, coroneles y jefes mucho mayor del necesario para encuadrar los efectivos. En esta situación de sometimiento a la autoridad real, la participación de algunos militares en la turba protagonista del motín de Aranjuez, en marzo de 1808, puede parecer un hecho iné-

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movimiento revolucionario sino de un simple golpe palaciego, tutelado por el mismo Príncipe de Asturias contra Godoy y Carlos IV. Acontecimiento aislado en un Ejército tan acostumbrado a callar que no demostró inquietud cuando Carlos IV envió, a las órdenes de Napoleón, 14.000 soldados del rey de España a Dinamarca y 6.000 a Portugal, es decir, que expatrió a casi la mitad de la fuerza armada y luego autorizó la entrada en España de las tropas francesas.

dito, pero

no se

La Guerra de la En

trataba de

un

Independencia

1808, la quiebra del Estado y la ocupación extranjera

transformaron profundamente el Ejército. En principio, como la mayoría de las autoridades, los militares aceptaron a los franceses sin oponer resistencia; en la revuelta del 2 de mayo la guarnición de Madrid permaneció en sus cuarteles, sin más comprometidos que los oficiales del parque de Monteleón, que se unieron al pueblo sublevado y fueron muertos por los franceses sin que sus jefes naturales movieran un dedo. Pero la abdicación de Carlos IV y Fernando VII en favor de Napoleón, creó un vacío de poder y legitimidad que llevó al derrumbamiento de todas las autoridades. El poder de los capitanes generales fue arrollado por los tumultos sin que la mayoría de los oficiales, acostumbrados a obedecer, se movieran de sus puestos, desconcertados ante la falta de un rey, hasta entonces cabeza de su cuerpo. Finalmente, acabaron uniéndose al estallido revolucionario y a la revuelta patriótica, de manera que el Ejército se vio arrastrado a una guerra que había sido promovida por civiles y eclesiásticos. Las juntas encarnaron la nueva legalidad y crearon el primer servicio militar obligatorio, al decretar un reclutamiento sin exclusiones ni exenciones. La consecuencia fue una guerra nacional, a cargo de un nuevo Ejército, donde coexistían soldados antiguos y reclutas forzosos, que formaban una masa necesitada de mandos, de manera que las juntas ascendieron a los militares e improvisaron nuevos oficiales procedentes de todas las clases

sociales. En agosto de 1808 los franceses fracasaron

en

Zaragoza

y

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el Bruch, uno de sus ejércitos se rindió en Bailén ante los españoles y otro en Sintra ante los ingleses. Napoleón reaccionó contundentemente y trasladó reservas a España. Los generales y las juntas se empeñaron en librar batallas a campo abierto y sus tropas fueron batidas en Zorzona, Gamonal, Espinosa y Tudela porque eran incapaces de oponerse a la ágil estrategia de Napoleón. Sin embargo, el descalabro no costó muchos muertos porque los soldados desertaron sin resistir. Muchos generales aceptaban a regañadientes la autoridad de las juntas, que deseaban dirigir las operaciones de acuerdo con sus intereses e, incluso, contra la junta vecina; mientras, los abogados convertidos en políticos maniobraban para apartar a los militares del sistema de administración civil. Los generales más tradicionales: Palafox, Castaños y Eguía se les enfrentaron y el conde la Romana disolvió la Junta de Asturias. Cuando se estableció la Junta Suprema, los generales solicitaron la instauración de una Regencia, aprovechando el protagonismo que les concedía la guerra nacional. En enero de 1810, el teniente coronel! conde de Montijo se sublevó en Sevilla, formó una junta militar y no se rindió hasta que se instituyó la Regencia presidida por el general Castaños y se disolvió la Junta Suprema. La necesidad de contar con una nueva legalidad, que invalidara la ofensiva del poder militar contra los políticos civiles, aceleró la convocatoria de las Cortes Constituyentes que se establecieron en septiembre de 1810. En los primeros meses de aquel año, los franceses controlaban casi todo el territorio peninsular, porque, ante la negativa a reconocer la autoridad de José Bonaparte, no les cupo otra opción que dominar el país palmo a palmo. La ocupación fue es-

pecialmente

gravosa para los campesinos, dada la práctica del Ejército napoleónico de hacerse más maniobrero viviendo sobre el terreno, a fin de prescindir de los almacenes de intendencia,

que establecían una previsión confortable pero engorrosa. Frente al saqueo francés, los lugareños debieron elegir entre el hambre la resistencia armada; los notables locales se vieron privados de sus rentas y humillados. Y dado que los invasores, como anticlericales ostentosos y herederos de la Revolución, tenían garantizado el odio de los curas frailes, la animadversión de unos

y

y

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y otros estimuló la formación de un el frente patriótico común ante el francés. Como era imposible hacer la guerra con el Ejército español, entonces arrollado, desbandado o prisionero en Francia, los campesinos se defendieron por su cuenta y se aplicaron a las guerrillas, forma clásica de las sociedades rurales de oponerse a un invasor organizado. Los guerrilleros se atribuyeron grados militares y los distribuyeron entre sus subordinados, de acuerdo con el Reglamento de Partidas y Cuadrillas de 1808 y la Ordenanza de 1809; y, a menudo, fueron tan enérgicos en hacerse refrendar los galones por las juntas, como en pelear contra los franceses. Cuando sus peticiones fueron atendidas, labradores, pastores, molineros, muleros o curas —Mina, Jáuregui, Manso, El Empecinado y otros hombres del pueblo— ostentaron charreteras de oficial, prestigiados por su comportamiento patriótico y avalados por la nueva legalidad. Pero no todos los guerrilleros fueron hombres civiles, sino que también algunos militares como Morillo, Porlier, Lacy o Sarsfield estuvieron en las partidas. Las Cortes de 1811-1812, 66 de cuyos diputados eran militares o marinos, reglamentaron una nueva ordenación castrense, introdujeron la idea del ciudadano-soldado, limitaron el requisito de nobleza para ser oficial, crearon el cuerpo de Estado Mayor y suprimieron la aplicación de castigos corporales a la tropa. La Constitución de 1812 estableció un Ejército permanente, Milicias Nacionales, y el servicio militar obligatorio sin exenciones, aunque con posibilidad de sustituirlo con un pago en metálico al Estado. Para afianzar su idea civilista de la administración, inventaron el jefe político que debía presidir cada provincia, reduciendo la intervención de las autoridades militares a las cuestiode su ramo. Cuando la situación bélica mejoró y el Ejército pudo reconstruirse y entrar nuevamente en campaña, era una institución renovada y ampliada hasta 150 regimientos, es decir, que contaba con unos 160.000 hombres, el triple que antes de la guerra. Mientras 4.000 de los antiguos oficiales estaban prisioneros en Francia, la guerra generaba rápidos ascensos a los mandos en activo nes

que, te,

en

eran

parte, procedían del viejo Ejército estamental y, en parhombres de todas las clases sociales, nombrados por las

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España

juntas, promovidos

en

guerrillas o graduados en las acadepor el régimen patriótico, en las cuales

las

mias militares, creadas no se exigía prueba de nobleza para

ingresar

como

cadete.

La Restauración Absolutista

Acabada la guerra, Fernando VII fue liberado por los franceses y regresó a España donde optó por restaurar el Absolutismo, apoyado por Elío, capitán general de Valencia, que le ofreció sus tropas, y el Manifiesto de los Persas, firmado por 9% diputados, que condenaba las Cortes de Cádiz. El rey declaró nulos y sin valor ni efecto la Constitución y los decretos de las Cortes de Cádiz, y reo de lesa majestad a quien los siguiera; condenó al Estado liberal, dejando sin razón de ser a los políticos constitucionales y los militares no hidalgos, lo que suponía el fin de la administración civil y la vuelta al Ejército estamental. La pugna por adueñarse de los grados militares, que se desarrolló en algunos países desde mediados del siglo XVIII, no fue una simple competencia entre oficiales, sino un episodio de la luCha por arrebatar a la nobleza el dominio del Estado, cuyo cuerpo más importante era el Ejército. En España, el enfrentamiento entre los militares estamentales, propios del Absolutismo, y los de carrera, nacidos con los balbuceos del constitucionalismo, formó parte de las presiones para derribar el Antiguo Régimen, que confundía la profesión militar con la condición aristocrática. En el Absolutismo francés, la única carrera posible para un pobre era la eclesiástica pero las grandes guerras de la Revolución y el Imperio desbloquearon y ampliaron los escalafones militares. Tenientes, estudiantes, seminaristas y suboficiales de 1789 acumularon medallas y galones hasta que la Restauración absolutista inauguró un largo periodo de paz europea, durante el cual, los grandes ejércitos fueron desmovilizados y miles de oficiales quedaron sin destino o con medio sueldo. Los sueños de innumerables Napoleones resultaron frustrados. La guerra de la Independencia no sustituyó, en el Ejército español, a los antiguos oficiales por los nuevos sino que yuxtapuso ambos grupos, heterogéneos en sí mismos. Porque ni eran igua-

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llegados ni se había mantenido invariable la menantiguos. Militares prisioneros en Francia regresaron impregnados del código liberal, oficiales de todo tipo fueron influidos por los ingleses, jóvenes hidalgos ingresaron en las loglas, buen número de guerrilleros no eran luchadores de la libertad sino anticuados seguidores de los curas reaccionarios y, entre los oficiales ascendidos por las juntas o las nuevas academias, podía identificarse todo tipo de intereses y tendencias. En 1814, ni todos los antiguos militares estaban a favor del Absolutismo ni todos los nuevos por la monarquía constitucional. Tampoco las instituciones liberales nacidas durante la guerra lograron sus propósitos civilistas; oficiales y guerrilleros acataron difícilmente las decisiones de las juntas o las Cortes. La situación era tan compleja que ni los orgullosos y aristocráticos artilleros, que repudiaban el ascenso a oficial de los sargentos y la admisión de no hidalgos en el cuerpo, aceptaban las miras estrechas les los recién talidad de los

de la Restauración Absolutista, contrarias al progreso científico al que se sentían vinculados. Fernando VII consideraba innecesario el Ejército numeroso de la guerra y, además, su Hacienda estaba en bancarrota. En 1814 había doble número de generales que en 1808, y unos 16.000 oficiales, de los cuales sólo era necesaria la cuarta parte. La mayoría de la tropa fue licenciada, pero los oficiales no se prestaron a abandonar sus cargos, única posibilidad de vida honorable en aquella sociedad arruinada y sin horizontes. Los antiguos miraban como intrusos a los nuevos, normalmente muy jóvenes y con el orgullo de una guerra recién ganada. La difícil acomodación a la paz de un joven guerrero victorioso era más ardua dada la crisis económica y la cerrazón del de grados y el rerey y sus parciales. Pronto. el reconocimiento los liberales y parto de destinos discriminó a los guerrilleros, a a los héroes de guerra. Muchos fueron situados en lugares irreotros quedaron a medio sueldo levantes, con menor

|

graduación, las milicias provinciales

con una corta paga. fueron enviados a Los oficiales formados en la guerra no estaban acostumbrados a obedecer a un lejano poder central y encajaron difícilmente el despotismo anticuado del general Eguía quién, en sus dos períodos al frente del ministerio de la Guerra, suprimió el Estao

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do Mayor y las academias militares, redujo los sueldos, prohibió vestir de paisano, restauró los castigos personales de la tropa e incordió a los oficiales jóvenes a propósito de la uniformidad o la forma del bigote. Voluntarioso y acostumbrado a pelear, un antiguo campesino guerrillero. principal héroe de Navarra y ahora brigadier, Espoz y Mina, se sublevó en 1814 porque sus guerrillas habían sido disueltas y él mismo mal tratado. El movimiento, que fracasó, lo situó para siempre en el bando liberal. La rebelión de las provincias americanas dio al traste con las intenciones antimilitaristas del rey. Hubo que improvisar fuerzas para combatir la secesión y en 1815 embarcó el general Morillo al frente de un cuerpo expedicionario que consumió los escasos recursos de la Hacienda real, condenada desde entonces a no pagar regularmente los sueldos. Pero las tropas de Morillo fueron insuficientes y el rey debió decretar quintas anuales de 18.000 hombres a los cuales difícilmente podía equipar, pagar y que, frecuentemente, se veían obligados a robar o mendigar para comer.

La arbitrariedad y favoritismo irritaban a los militares mal pagados, sometidos a arbitrarios procesos judiciales o notas secretas en sus hojas de servicios, sin permitirles apelar al rey como estaba previsto en las Ordenanzas de Carlos III. Se inquietaban sobre todo los formados en la guerra de la Independencia, no domesticados por la disciplina militar absolutista, dado el carácter disperso que tuvieron las operaciones. El malestar alineó a muchos con la oposición liberal hasta que la mezcla de quejas profesionales y peticiones de libertad cristalizó en pronunciamientos sucesivos. En 1815, Porlier se apoderó de La Coruña, fracasó en la conspiración del Triángulo, que planeaba asesinar al rey. En 1817 se descubrió que también conspiraba Lacy y se pronunció Milans del Bosch en Cataluña. En 1819, Vidal fue detenido

por conspirar en Valencia. El temor ante los inquietos oficiales endureció la represión, Lacy y Vidal fueron fusilados aunque no habían llegado a sublevarse. Como el problema americano era cada vez más grave, desde 1818 se concentraban batallones en Andalucía para formar un nuevo cuerpo expedicionario. El embarque se retrasó por la falta de medios y la aparición de un brote de fiebre amarilla; mien-

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tras, los reclutas malvivían

miserablemente,

espera de partir hacia las desventuras coloniales. A pesar de que la ejecución de Lacy había demostrado lo arriesgado de oponerse a Fernando VII, entre los oficiales concentrados surgió una nueva conspiración, conectada a los liberales civiles, confiando en atraer a los soldados con la promesa de no hacerles embarcar para América. El arrepentimiento del principal implicado, general conde de La Bisbal, que arrestó a algunos de sus compañeros de conjura, no detuvo a los oficiales, muy adelantados en sus proyectos con los masones y liberales de Cádiz, cuya burguesía estaba unida a Inglaterra por sólidos lazos. Se iniciaba en España una peculiar manera de hacer política; ante la falta de un sistema eficaz de partidos, tomaban protagonismo los oficiales del Ejército. El 1 de enero de 1820, sin consultar con sus aliados civiles, al comprobar que los oficiales contaban con los sargentos y soldados, el comandante Riego se alzó en Cabezas de San Juan y proclamó la Constitución de 1812. Su compañero, el coronel Quiroga, no pudo apoderarse de Cádiz pero tampoco el Ejército absolutista fue capaz de aplastar la rebelión, que estaba a la espera de acontecimientos, dada su incapacidad para ampliar su zona de influencia. Transcurrieron dos meses, entre la impotencia de los sublevados y el colapso del gobierno, hasta que, a finales de febrero y principios de marzo, se alzaron también los liberales en La Coruña, Barcelona, Zaragoza y Pamplona. El rey, sin recursos, aceptó la Constitución de 1812 y nombró un gabinete liberal. en

El Trienio Constitucional las futuras pautas para el pronunciamiento como instrumento para la toma del poder: la sublevación inicial, seguida de movimientos en varias provincias hasta lograr la caída del gobierno en Madrid. Dada la debilidad La sublevación de

Riego estableció

condenada

la revolución liberal quedó a ser iniciada y defendida por los militares, que se convirtieron en protagonistas de la política. El malestar y la hipertrofia del cuerpo de oficiales, endémicos en España desde 1814, produjede la

burguesía española,

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la politización militar, a pesar de la contradicción entre los intereses militares y el programa liberal que pretendía colocar al Ejército al servicio de la voluntad nacional, instaurar una administración civilista y constituir una Milicia Nacional ciudadana, para defender el sistema político, que resultaba competitiva con el Ejército permanente. A causa de la revolución militar de Cádiz, regresaron al gobierno los hombres de 1812, llamados los presidiarios por Fernando VII porque los había encarcelado en 1814. Como la Constitución de 1812 sometía el poder militar al civil, el nuevo gobierno se esforzó en subrayarlo, hasta el extremo de que el ministro liberal Pérez de Castro se apresuró a disolver el ejército de Andalucía, autor de la revolución a la que debía el poder. Con igual diligencia, a finales de 1820, se habían restaurado los jefes políticos e iniciado la formación de la Milicia Nacional, medidas destinadas a contener el protagonismo de los militares. Sin embargo, la realidad era más difícil y la administración debió abandonar, a la fuerza, su voluntad civilista. Aquel mismo año, la Constitución fue atacada con las armas y aparecieron partidas absolutistas contra las que debió emplearse el Ejército, a falta de una policía civil y bien organizada, apta para combatir en campo abierto. El riesgo de la subversión violenta estaba agravado por la gran cantidad de militares tradicionales que continuaban en activo y al amparo moral que la actitud de Fernando VII, cabeza natural del Ejército, prestaba a los enemigos del régimen constitucional. Ante el peligro, los militares que se habían sublevado en Andalucía abrazaron un liberalismo radical. Los hombres más significativos del antiguo ejército de Andalucía, como Riego, Evaristo San Miguel o Quiroga, no se contentaron con el ascenso a general, concedido tras la revolución, y se aplicaron con entusiasmo a la actividad política, Conocedores de la postura poco constitucionalista de muchos militares en activo, los exaltados se opusieron a algunos nombramientos del gobierno; así en 1821 los militares de Cádiz no aceptaron por dos veces la designación de un comandante general, que no les inspiraba confianza, y el ministro necesitó varios meses para imponérselo. Como el régimen no limitó los derechos políticos de los militares, muchos de ron

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Gabriel Cardona

ellos tomaron parte en las polémicas de prensa, como Evaristo San Miguel, que fundó un periódico. Inmersos en la actividad política, muchos oficiales exaltados ocuparon importantes cargos militares y civiles, y despertaron la envidia de parte de sus compañeros. El régimen constitucional no retrasó la reforma del Ejército, y algunas, como la supresión de las pruebas de nobleza, se pusieron en marcha en el primer año de la revolución. Pero su más importante empresa fue la ley Constitutiva del Ejército de 1821, encargada de desarrollar la política militar de la Constitución de 1812, que restableció el Estado Mayor, creó academias para todas las armas, preparó una revisión profunda de las Ordenanzas, determinó el servicio militar obligatorio de cinco años sin exclusiones, liberó de la obediencia debida cuando se atacara al Rey, las Cortes o las elecciones, suprimió los regimientos extranjeros e hizo al Estado garante de la protección de los oficiales retirados, los soldados inválidos y sus familias. El establecimiento del servicio militar obligatorio y universal partía de la idea de nación en armas, propia de la revolución liberal, de manera que, también en 1821, se reglamentó la Milicia Nacional, compuesta por dos cuerpos, la Milicia Nacional Activa, verdadera reserva del Ejército, y la Reserva Nacional Local, fuerza de carácter gubernativo y político independiente de la autoridad militar, destinada a garantizar el sistema constitucional y formada obligatoriamente por la ciudadanía burguesa y urbana. Este conjunto de tropas militares y ciudadanas pretendía establecer un equilibrio armado de poderes, que garantizaran la defensa exterior e interior del Estado, sin correr el riesgo de la restauración absolutista por obra de un general, como había ocurrido en 1814 con el golpe de Elío. constitucional y su escasa base soLa debilidad del

régimen cial, obligó a designar con frecuencia a líticos, desvirtuando el carácter original

militares como jefes podel cargo. Por otra parte, la acción de los exaltados era contestada en el mismo Ejército. Afiliados en gran parte a la masonería, los hombres alzados en Cádiz y sus amigos, obtenían ascensos y los mejores puestos, de manera que, por las envidias y tensiones, el cuerpo de oficiales se fraccionó en numerosos grupos y, cuando los libera-

Elproblema militar

en

España

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les moderados fundaron una sociedad enemiga de las logias, llamada Los Comuneros, la afiliación a las sectas se extendió arrolladoramente en los cuartos de bandera. En 1822 los exaltados ganaron las elecciones, Riego resultó presidente de las Cortes y 30 oficiales, casi todos exaltados, lograron actas de diputado. La politización e intervencionismo militar estaban ya en el centro del sistema y muchos artilleros liberales se inclinaron hacia la derecha. Unos incidentes callejeros, entre alborotadores y guardias, dieron pretexto para un pronunciamiento de la Guardia Real, donde se concentraba gran parte de los oficiales aristócratas, aunque no todos defendían las ideas absolutistas. Uno de ellos, Mamerto Landaburo, fue asesinado por sus hombres y la Guardia inició una revuelta confusa que envió parlamentarios al Rey, para buscar su apoyo en una rebelión más amplia. Fernando VII, temeroso de un fracaso que podía costarle el trono y quizá la vida, no quiso comprometerse y los Guardias quedaron políticamente aislados. Cuatro de sus batallones marcharon sobre Madrid pero fueron derrotados por la Milicia Nacional y el Ejército, que emplazó artillería y contó con el apoyo de algunos oficiales de la propia Guardia. Dos semanas después, el general San Miguel formó un gobierno exaltado que destituyó a los jefes militares sospechosos. Las partidas absolutistas habían logrado tomar la Seo de Urgel, donde establecieron un gobierno provisional con el nombre de Regencia. El constitucionalista general Espoz y Mina, entre septiembre de 1822 y febrero de 1823, reconquistó el Pirineo, barrió las partidas y obligó a la Regencia a refugiarse en Llivia. Las dificultades hacendísticas impidieron completar la política militar constitucional. No fue posible armar y equipar correctamente a la Milicia Nacional ni cumplir los compromisos con el Ejército, que vio cómo las pagas se retrasaban varios meses y los soldados carecían de vestuario y calzado, situación en la que era imposible mantener la lealtad de la tropa y la satisfacción de los mandos. Cuando un ejército absolutista, los Cien Mil Hijos de San Luis, formado por tropas francesas y guerrilleros españoles apostólicos, invadió España para reponer a Fernando VII como rey del Antiguo Régimen, el Ejército español estaba desencantado

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Gabriel Cardona

de un régimen que ni le pagaba el sueldo. Excepto Riego, los militares más comprometidos y leales a la Constitución se exiliaron, pero la mayoría de los generales cambiaron de bando, convencidos de que salvarían la vida y el grado. No ocurrió así, a pesar de los buenos deseos del duque de Angulema, que mandaba las tropas francesas y recomendó moderación. Fernando VII y sus partidarios no estaban dispuestos a olvidar el Trienio.

Desmilitarización y remilitarización El rey restauró por segunda vez el Absolutismo, declaró nulos todos los actos del gobierno constitucional y, sin conceder ningún perdón, los 11 miembros de la junta de regencia, que le había privado del poder en la última época, y el general Riego

murieron ahorcados. Para garantizar la seguridad del régimen, fue anulado casi todo el Ejército regular: las unidades que habían defendido la Constitución quedaron disueltas o enviadas prisioneras a Francia, los oficiales recibieron la licencia indefinida y los soldados abandonaron las filas aunque sujetos a las quintas futuras. Incluso fue desarmado y licenciado el llamado Ejército de la Fe, formado por los absolutistas españoles, que habían entrado en España unidos a los franceses en los Cien Mil Hijos de San Luis. En febrero de 1824, sólo quedaban en armas 22.000 soldados franceses constituidos en ejército de ocupación, los Guardias de Corps, dos regimientos suizos y el Regimiento de Infantería n.* 1, así recompensado por su lealtad al rey en 1820. La Milicia Nacional fue sustituida por los Voluntarios Realistas, que actuaban como policía contra los malhechores y como fuerza represiva contra los liberales, y recibieron como mandos a los oficiales del Ejército de la Fe, procedentes de las partidas absolutistas del Norte, en su mayoría tan desprovistos de conocimientos militares como civiles, aunque fanáticos del absolutismo. Desde 1824, el rey temió que los liberales emigrados intentaran invadir España o que los absolutistas exaltados, que cortejaban a su hermano don Carlos, intentaran coronarlo, Efectivamente, el coronel Valdés tomó Tarifa para los liberales y se

El problema militar

en

España

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sublevó el brigadier Capapé, en nombre de don Carlos. La evidencia hizo pensar en reconstruir el Ejército, a condición de que fuera una disciplinada fuerza de derechas. La tropa fue reclutada mediante quintas y los oficiales del Ejército de la Fe más instruidos fueron pasados a las fuerzas regulares. Como no bastaban para cubrir las plazas necesarias, se decidió seleccionar los restantes mandos entre la multitud de antiguos militares que malvivían en mil actividades, incluida la caridad. A tal fin se organizaron Comisiones depuradoras que, en una primera época, fueron rigurosas y no permitían reponer las instancias rechazadas pero, más adelante, admitieron segundas y terceras solicitudes y concedieron el reingreso a la mayoría, siempre que no se tratara de antiguos masones o comuneros. Cuando, en 1824, terminó la guerra en las colonias americanas, con la derrota de las tropas españolas en Ayacucho, muchos oficiales veteranos se repatriaron y, como habían estado alejados de las luchas políticas, superaron fácilmente las depuraciones y regresaron al Ejército. En 1825 ya existían unidades reconstruidas, con militares profesionalistas desencantados de las intrigas y sin ambiciones políticas. Aquel mismo año se crearon los Granaderos Provinciales para reforzar la cobertura de los Voluntarios Realistas. Una revuelta de la guarnición de Sevilla por falta de dinero, demostró al rey y sus ministros que no era posible reconstruir un Ejército sin atender a sus necesidades, a no ser que quisieran repetir los malos resultados de la primera época. Desde entonces, los oficiales cobraron regularmente sus sueldos, fueron tratados con consideración y la depuración se orientó contra los liberales exaltados y los realistas puros, sin molestar al resto. Al año siguiente, la tendencia se acentuó, al establecerse la prioridad absoluta de los pagos al Ejército y Fernando VII suaVIZÓ su política. La elección de ministros aperturistas, como López Ballesteros y el duque del Infantado, se combinó con la ferocidad contra los disidentes tanto de derechas como de izquierdas. Los militares recibieron seguridad y severidad, en un sistema que conservaba el castigo corporal para la tropa. Pan, paga era el lema y que más podía expresar la realidad de aquel Ejército, mal dotado, inútil para una guerra contra una fuerza europea pero que ya no constituía un problema político.

palo

Gabriel

30

Cardona

En 1827 una nueva quinta aumentó los efectivos de las tropas de línea y la depuración se volvió contra los oficiales realistas puros, que ya sólo obtuvieron plazas en los Voluntarios, en mandos provinciales de poca entidad o fueron retirados con pensiones miserables. Al amparo de la mejora de la Hacienda, el Ejército fue constituido sobre bases cada vez más sólidas y, aunque continuaba mal armado y equipado, los sueldos se pagaban con regularidad y el cuerpo de oficiales continuaba alejado de los extremos políticos. La Guardia también había sido transformada, desde su primitiva naturaleza de simple escolta de las personas y palacios reales, a un verdadero cuerpo de combate, como la de Napoleón. Contaba con infantería, caballería y artillería propias, recibía más paga que el Ejército de línea y fue duramente instruida y disciplinada. Con los ascensos regulados por antigiiedad, se formó en ella un importante grupo de oficiales conservadores y de

gran capacidad profesional. El aperturismo del gobierno irritó a los apostólicos y, en 1827 y 1828, ocasionó la sublevación de los agraviados o malcontents catalanes, realistas levantados contra el rey absolutista que parecía flaquear. Contra ellos fue enviado el Ejército reconstruido que actuó con lealtad y severidad. En consecuencia, la oficialidad de Cataluña vivió entre dos corrientes, la de los burgueses barceloneses partidarios de liberalizar el Estado y la de los apostólicos lanzados a la revuelta armada. Las simpatías de muchos de quienes se les enfrentaban con las militares se

apartaron

armas.

Necesitado de apoyos económicos, el rey había pactado con los burgueses de Barcelona y López Ballesteros presionó para formar una policía de fronteras, capaz de perseguir el contrabando, que dañaba igualmente los intereses de la Hacienda real y de los fabricantes catalanes. En 1829 se creó el cuerpo de Carabineros cuyo mando fue confiado a un protegido de López Ballesteros, el general Rodil. veterano de América que pudo libremente emplear a sus antiguos compañeros de la guerra colonial. En 1830, incluso fue reabierta la academia de Artillería de Segovia, cerrada en 1823 por temor al liberalismo aristocrático del cuerpo.

El problema militar

en

España

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Alentado por el éxito de la revolución francesa de 1830, Mina cruzó los Pirineos para intentar un pronunciamiento liberal y debió regresar cuando comprobó que el Ejército no deseaba apartarse de sus quehaceres profesionales. Seguía siendo una fuerza de bajo nivel profesional en las referencias europeas, con oficiales dotados de un sueldo pequeño y seguro, y soldados mal pagados, equipados y alimentados. Pero continuaba sin prestar oídos a las tentaciones partidistas. Cuando Fernando VII alteró el sistema sucesorio en favor de su hija Isabel y dedicó el último año de su vida a desactivar el peligro apostólico, utilizó al Ejército, que se vio implicado en una nueva disputa política, pues asegurar la fidelidad de los oficiales a la princesa se convirtió en la mayor preocupación

gubernamental. Para ganar las voluntades, fueron distribuidos ascensos, títulos y cargos; a fin de crear nuevas vacantes surgieron dos nuevos regimientos, llamados de la Princesa, y la reina distribuyó banderas en actos solemnes. En 1832, ante un amago de muerte de Fernando VII, se desvelaron las posturas: Llauder y la infantería se inclinaron por la reina, los Guardias por don Carlos. Cuando el rey enfermó y nombró regente a su esposa y primer ministro a Cea Bermúdez, los Guardias fueron depurados, todos sus mandos renovados y separados del cuerpo 200 oficiales; los generales, altos cargos del ministerio de la Guerra y mandos de regimiento sospechosos de carlismo perdieron sus destinos. El gobierno concedió los capitanes generales poderes ilimitados para actuar contra la oposición de derechas autorizó una y Milicia Urbana, pagada y mandada por los burgueses liberales, para sustituir a los Voluntarios Realistas, que fueron desarmados. Cuando, en septiembre de 1833, murió Fernando VII, el gobierno de María Cristina disponía de un militar suficiente

a

poder

para apoyar la seguridad de la princesa Isabel en el trono. La depuración había controlado al Ejército que ahora se veía empujado hacia un nuevo compromiso político.

Capítulo

2

LA MILITARIZACION DE LA POLITICA

la Tras militar

del rey quedó establecido un auténtico régimen en apoyo de su hija Isabel, los capitanes generales habían recuperado y multiplicado su antiguo poder y, con los intendentes, eran los únicos funcionarios que despachaban directamente con Madrid. El precio pagado por la monarquía para asegurarse el apoyo del Ejército fue un militarismo que la guerra carlista se encargó de multiplicar. Ya el 2 de octubre de 1832, se había levantado en Talavera la primera partida por don Carlos. El movimiento tuvo diversa fortuna hasta que, en 1833, el general Sarsfield lo aniquiló prácticamente. Entonces habría terminado la detección de no ser por la actitud de los campesinos navarros y vascos defensores del conjunto de sentimientos católicos, antiaristocráticos y foralistas que constituyeron el carlismo popular. Pues la rebelión no fue de próceres; ningún funcionario importante se le unió, ningún regimiento desertó y, en los primeros momentos, solamente se pasaron dos generales. Aunque, más adelante, otros militares se unieron a don Carlos, sus primeros mandos eran hombres depurados por Cea Bermúdez y oficiales de los Voluntarios Realistas. La alta aristocracia, la jerarquía eclesiástica y los altos militares y burócratas que administraban el poder del Estado permanecieron en el bando cristiano por muy conservadores que fueran. muerte

El enfrentamiento de María Cristina con el carlismo no fue motivado por simpatías liberales, que no tenían, sino por la defensa de los derechos dinásticos de su hija. De manera que, ni la reina regente ni su primer ministro Cea Bermúdez, pensaban ir más allá de la lucha armada contra don Carlos y del despotismo ilustrado, que había constituido la tónica de los últimos años de Fernando VII. Su propósito se vio frustrado por el poder mi-

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litar que, el rey difunto y ella misma, habían constituido, cuando algunos generales se alinearon con las burguesías urbanas, que pedían la liberalización política, no movidos por sus personales convicciones, sino por la necesidad estratégica de asentar los apoyos de la retaguardia.

presión

para el cambio político el general Quesada, un antiguo absolutista emigrado en 1820, para regresar por Navarra al frente del Ejército de la Fe y ser, en 1823, el jefe realista de las provincias vascas. Desde que, en 1825, estuvo destinado en Andalucía, conocía la utilidad de mantener buenas relaciones con los liberales ricos y, durante la enfermedad de Fernando VII, María Cristina lo captó para su causa, nombrándole comandante de la Guardia. Desde entonces le había sido fiel y ahora in-

Inició la

la reina viuda la conveniencia de una liberalización. No fue escuchado, pero la debilidad del gobierno frente a los generales se reveló inmediatamente: cuando Cea Bermúdez pretendió nombrar ministro de la Guerra a De la Cruz, Castaños y Lastra lograron el nombramiento de Zarco del Valle y el candidato dicó

a

de Cea fue desautorizado.

Como la sublevación carlista hacía imprescindible el apoyo del Ejército, los generales sabían que su carrera no corría pelicorrió gro al insistir en sus peticiones, de manera que la siguiente a cargo del capitán general de Cataluña, Manuel Llauder. Era catalán de nacimiento y Barcelona lo había recibido como un liberador, tras el gobierno tiránico del conde de España, la burguesía de la ciudad lo apoyaba incondicionalmente él utilizaba la milicia, que pagaban los fabricantes y mercaderes, como si fuera su propio ejército privado. Cuando dirigió un memorial a Maabiertamente un sistema constitucional, la ría Cristina,

y

pidiendo regente no pudo resistir; destituyó

Cea y, el 15 de enero de 1834, nombró a Martínez de la Rosa, un antiguo liberal del Trienio a quién el tiempo había moderado los entusiasmos. En abril, el nuevo ministerio publicó su obra básica, el Estareina

a

constitucional que rompía legalmente con el Absolutismo. De hecho, la hipoteca del poder militar sobre María Cristina ya no desaparecería en toda su regencia. tuto

Real,

carta

El problema militar

El carlismo

en

en

35

España

alza

La firma del Tratado de Londres entre Francia, Inglaterra, España y Portugal, concertó la Cuádruple Alianza, que garantizaba al gobierno el apoyo internacional y el aislamiento de don Carlos, quien, exiliado en Portugal, intervenía en la disputa del infante luso don Miguel contra don Pedro, por los derechos dinásticos de la hija del primero, María de la Gloria. La cuestión amenazaba con desestabilizar la situación española y una divi-

mandada por Rodil, entró en Portugal donde, en pocos días, derrotó a los miguelistas. Los dos infantes rebeldes y aliados, don Miguel y don Carlos, se salvaron de caer prisioneros huyendo en buques británicos. La resolución del problema portugués no mejoró la situación del gobierno Martínez de la Rosa, incapaz de evitar que, en julio, fueran asaltados los conventos de Madrid y Barcelona. con el pretexto de las connivencias de los carlistas y los frailes. El momento era especialmente espinoso porque la Milicia Nacional no se opuso a los incendiarios y, como las tropas estaban desplazándose para luchar contra el carlismo, era de esperar que, en adelante, el orden en las ciudades quedaría en manos de los alcaldes y la Milicia. Y, tal como marchaban las cosas, era posible que no actuaran contra los exaltados y la retaguardia se hiciera

sión del

Ejército cristino,

ingobernable. Tampoco la guerra presentaba posible enviar al Norte un ejército

buen

cariz, pues parecía 1m-

capaz de aplastar a los carlistas antes de que se consolidaran. Las partidas de campesinos daban jaque a los batallones reales, los oficiales desconocían el país y sus ideas estratégicas se centraban en la necesidad de numerosas tropas para dominar el territorio y cercar las provincias carlistas. Objetivo inaccesible para el gobierno, sin recursos, que vio aumentar sus carencias cuando fue licenciada la quinta de 1827: el Ejército se quedó sin soldados instruídos y la guerra quedó en manos de reclutas, desconocedores de la población y carentes de planos, que recorrían las montañas, tiritando bajo destrozados uniformes, sin capotes y muertos de hambre. Había tomado el mando carlista Tomás Zumalacárregui, coronel depurado por Cea Bermúdez, que agotaba a los cristinos

Gabriel Cardona

J6

marchas inútiles, los desgastaba en emboscadas y les obligaba a inmovilizarse en poblaciones, puentes y cruces de caminos. Obtenía magníficos resultados de su método guerrillero, apoyado en la disciplina y el mantenimiento de una ágil guerra de montaña. Bien informado, gracias a la colaboración de las autoridades de los pueblos y los eclesiásticos, el movimiento a pie de fuerzas ligeras, el terreno movido y boscoso, y el apoyo campesino le dieron la superioridad. Su fuerza residía en su debilidad y ligereza; contaba únicamente con los voluntarios pero no necesitaba preocuparse de una retaguardia inexistente pues su guerra campesina le prescindir de la logística y no sufría escasez aunque jamás disponía de dinero. con

permitía

SEGUNDA PARTE: EL MILITARISMO DE PARTIDO

Capítulo

1

LOS MILITARES EN EL PODER

hicieron de la guerra el principal probleLasdelvictorias carlistas los elela Milicia convirtieron el ma

Ejército

Estado, y

y

en

Conscientes de ello, los oficiales progresistas planeaban hacerse con el poder mediante un pronunciamiento y organizaron una sociedad secreta llamada la 1sabelina. El 18 de enero de 1835, uno de sus miembros, el teniente Cayetano Cardero se alzó en Madrid reclamando la Constitución de 1812. La guarnición no secundó el movimiento y lo repudió cuando los alzados dieron muerte al capitán general, José Canterac. No obstante, les salvaron la actitud favorable de la milicia y la debilidad del gobierno, que permitió la rendición con honores a cambio de marchar destinados al frente del Norte. La guerra continuaba sin solución. Recibieron el mando sucesivamente los generales Sarsfield, Valdés, Quesada, Rodil, Espoz y Mina y nuevamente Valdés, con tácticas distintas: Quesada intentó pactar con Zumalacárregui, Rodil aplastarlo con la división que había llevado a Portugal, Espoz y Mina atacarlo con sus propias armas mediante una guerra inteligente y el acercamiento a la población. Todos eran hombres experimentados y Mina el jefe de las guerrillas navarras durante la guerra de la Independencia; pero fracasaron a causa de los escasos recursos económicos y la hipoteca partidista que politizaba los nombramientos y ceses de modo que los generales tenían más ojos para Madrid que para el enemigo. mentos decisivos de la

política.

La naturaleza de la lucha influyó en la mentalidad militar. Ambos bandos maltrataron al enemigo, vejaron y expoliaron a la población civil, fusilaron a los prisioneros. Quesada, cuando

envió mensajes al enemigo, encabezó su correspondencia A! jefe de salteadores y bandidos Zumalacárregui. El apoyo de la iglesia a los carlistas, la visión de sus banderas con vírgenes bordadas

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Gabriel Cardona

y los curas navarros que acompañaban sus tropas, excitó el anticlericalismo liberal y Rodil, desesperado al no poder atrapar a don Carlos, ordenó a Jáuregui que incendiara el convento de Abárzuza e inició una salvaje persecución de frailes. Zumalacárregui, por su parte, puso de moda las represalias y fusilamientos de prisioneros militares y civiles.

En la primavera de 1836, Martínez de la Rosa estaba seriamente debilitado y esperaba la ayuda del gobierno francés para acabar con los rebeldes, tal como España había hecho en Portugal. Su política indecisa rritaba a los liberales exaltados, que reclamaban mayor energía contra la Iglesia y el reclutamiento de una quinta masiva para luchar contra el carlismo, hasta que los descalabros de las tropas del gobierno en el frente Norte le obligaron a dimitir. Su sucesor, Toreno, pareció comenzar con más fortuna porque, en julio, murió Zumalacárregui, el general Luis Fernández de Córdova logró la victoria de Mendigorría y, en septiembre, llegó a España una legión británica para tomar parte en la guerra. Pero, en otoño, las presiones de los exaltados obligaron a llamar al gobierno a Mendizábal, que llevaba doce años

exiliado en Londres. Su proyecto consistía en lograr un enorme crédito sobre las tierras de la Iglesia y equipar con él una quinta de 100.000 hombres, destinada a aplastar el carlismo. Sin embargo, no alcanzó el capital y los reclutas, en número muy inferior al previsto, empezaron a llegar al Norte en diciembre, sin equipo y medio desnudos. Mendizábal y Luis Fernández de Córdova, aunque uno era radical y el otro moderado, actuaron como aliados hasta que faltaron las pagas y las provisiones para el ejército de Norte, a pesar de las promesas del gobierno. Los radicales presionaban para que Mendizábal nombrara mandos militares progresistas, y destituyera a Fernández de Córdova, que se abastecía gracias a tratos directos con los proveedores y ayuntamientos, sin sujetarse a la inútil burocracia reglamentaria, y confiaba en la llegada de un ejército regular francés para luchar contra el carlismo. Por su parte, los conservadores atacaron en las Cortes a Mendizábal hasta que, en mayo de 18936, la reina cedió a las presiones y lo sustituyó por el moderado Istúriz, que se debilitó en julio, cuando los carlistas derrotaron a los soldados de Fernández de Cór-

Elproblema militar

en

gobierno francés renunció definitivamente ejército a España y Fernández de Córdova dimitió.

dova, el

El motín de La

41

España a

enviar

un

Granja

fracasaron al intentar varios pronunciamientos, facilitados por la simpatía que sus ideas despertaban en muchos militares, convencidos de que los moderados no actuaban enérgicamente contra el carlismo y de que la única institución capaz de asegurar la retaguardia era la Milicia Nacional. En agosto de 1836, custodiaban el palacio de La Granja unidades de la Guardia recién regresadas del Norte. Parte de sus sargentos se habían convertido al progresismo durante la guerra, porque prometía acciones enérgicas contra el enemigo, estaban inquietos por reivindicaciones profesionales y el partido progresista los agitaba en torno a los rumores de una inmediata disolución de la Milicia. El día 12, un grupo de sargentos y cabos, influidos por Mendizábal y Calatrava, irrumpió en palacio y obligó a María Cristina a restaurar la Constitución de 1812 y desigLos

progresistas

por Calatrava, quién nombró ministro de Hacienda a Mendizábal y convocó Cortes constituyentes, a fin de elaborar una Constitución que permitiera buscar el consenso de todos los liberales. Pero María Cristina no olvidó la humillación, y la Constitución progresista de 1837, aunque más centrista que el partido mismo, fue rechazada tanto por los moderados como por los progresistas exaltados, cuyo mayor núcleo se ubicaba en Barcelona. Como el futuro de la guerra condicionaba la pervivencia del sistema social y político, desde que los moderados lograron mayoría en las Cortes y formaron gobierno, María Cristina trató de compensar su poder y garantizar la estabilidad, congraciándose con el general Espartero, entonces jefe del ejército del Norte, y héroe popular desde que levantó el sitio de Bilbao en Navidad de 1936. Las claves del poder político residían en una doble realidad. Mientras María Cristina procuraba favorecer a los moderados, entregando el gobierno a hombres de la derecha, los progresistas eran mayoría en las grandes ciudades, donde ganaban nar un

gobierno progresista presidido

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Gabriel Cardona

las elecciones y contaban con los alcaldes, jefes natos de la Milicita Nacional, y neutralizaban las preferencias de la reina regente por los moderados mediante las alcaldías de los grandes ayuntamientos y la simpatía del ejército del Norte. Conservar ambas era cuestión de vida o muerte. El conflicto armado contra el carlismo creaba una nueva mentalidad militar. Hasta entonces, el cuerpo de oficiales había sido una mezcla de antiguos cadetes, seminaristas, suboficiales, aristócratas y guerrilleros sin formación común pero, combatir contra el mismo enemigo, desarrolló un código mental anticlerical y pragmático, que convergía con muchos postulados progresistas. La razón de ser de los militares del Norte era la guerra y se sentían abandonados por los gobiernos moderados de Madrid, que les retrasaban las pagas, les dejaban sin suministros y eran tibios frente al carlismo y sus aliados los frailes. En algunos sectores de este poder militar en auge se combinaban las teorías radicales de la rebelión legal y la convicción de que el Ejército era una institución democrática, pues en sus filas servían todas las

clases sociales. El renacido poder militar se evidenció desde 1837, cuando la administración civil se reveló incapaz de suministrar al Ejército en campaña, que tampoco pudo mantener sus exigencias a los ayuntamientos y, durante el verano, estallaron varios motines de soldados sin pagas que asesinaron a los generales Escalera y Sarsfield. En otoño, Espartero restauró drásticamente la disciplina, rechazó el ofrecimiento de la cartera ministerial e hizo valer sus condiciones ante Madrid: sólo obtendría la victoria si era bien abastecido y se atendían las propuestas de ascensos por méritos eran de guerra para sus oficiales. Los moderados en el débiles, no podían permitirse nuevas derrotas y cedieron, el general pudo libremente ascender a sus amigos y formar un verdadero partido militar en el ejército del Norte.

gobierno

La victoria cristina En Andalucía y en Madrid, intrigaban inútilmente contra Esde Córdopartero los generales Clonard, Narváez y va. Pero el poder militar decisivo residía en los militares del fren-

Fernández

El problema militar

en

43

España

1838. el esparterista general Alaix formó un gobicrno de coalición con moderados y progresistas, que puso a disposición del Ejército las cuatro quintas partes del presupuesto nacional y gobernó por decreto desde febrero de 1839. Alaix aumentó el reclutamiento: creó academias de orsargentos; pagó a las tropas, les mejoró las ropas y el rancho: ganizó la artillería de campaña: importó fusiles ingleses: estimuló la industria militar y proporcionó el ganado necesario para la te, de manera que en octubre de

guerra. Las consecuencias eran previsibles. Espartero, que hasta entonces se había negado a atacar, pasó a la ofensiva cuando contó con 100.000 soldados y 700 cañones frente a 32.000 hombres hicieron y 50 piezas enemigos. Los destacamentos de cristinos se omnipresentes y su artillería machacó la resistencia de los carlistas. Ya no eran éstos los ágiles grupos de guerrilleros del pasa-

ejército regular con gravosa logística, que se había hecho insoportable para el medio millón de campesinos que poblaban su territorio. Los impuestos y reclutamiento desgastaron el entusiasmo de la población, los do, mantenidos por los lugareños, sino

un

carlistas comenzaron a desertar y se amotinaron en 1838. Maroto, el general en jefe, militar de carrera y veterano de América, estaba enfrentado a Tejeiro, cabeza de los clericales absolutistas de la corte, y a los generales navarros. Cuando la situación se le reveló difícil, adelantándose a sus enemigos, hizo fusilar a seis militares absolutistas y Tejeiro se exiló. La reacción de sus enemigos, apoyados por Cabrera, y un intento de don Carlos de volver las tropas contra él, le obligó a buscar un acuerdo con Espartero, su antiguo compañero de América, sin autorización de don Carlos. Por el entendimiento de ambos generales, se hizo la paz el 31 de agosto de 1839. Espartero prometió respetar los fueros y los oficiales carlistas pudieron conservar sus grados en, el ya único, Ejército español. Espartero, gracias a la prodigalidad de Alaix, ordenó que allí mismo se abonaran sus pagas atrasadas y un mes de haberes a la tropa. El abrazo de Vergara tuvo mucho de trato corporativo entre dos militarismos. Espartero quedó como hombre fuerte de la situación española, aunque la guerra no terminó en Levante hasta junio de 1840, cuando Ca-

brera

huyó a

través de la frontera francesa.

44

Gabriel Cardona

La maniobra

municipal

de los moderados

Siete años de contienda armada habían prolongado complicados embrollos que ahora debían clarificarse. Tras su subordinación a los generales, los políticos moderados deseaban restaurar su poder, a riesgo de chocar con los intereses del ejército del Norte, ahora propiamente el ejército de Espartero, contra quien conspiraban los generales Montes de Oca, Clonard y Narváez. Pero el proyecto político del partido no apuntaba momentáneamente contra Espartero sino contra la complicación que representaban los grandes ayuntamientos de izquierda frente a los gobiernos de derechas. María Cristina, a pesar de su simpatía por la derecha, conservaba la relación con Espartero, al parecer, más confiada en su poder y sus consejos que en sus propios ministros. Pero cuando los moderados presentaron un proyecto municipal, la situación se alteró. La ley moderada trataba de convertir el nombramiento de alcaldes en una prerrogativa regia, para decapitar el poder municipal de los progresistas. Estos argumentaron que las Cortes ordinarias carecían de capacidad para aprobar dicha ley, que era una modificación constitucional, y pidieron que la regente no la sancionara. Cuando, las Cortes, de mayoría moderada, aprobaron el proyecto, éste fue enviado rápidamente a Barcelona, donde se encontraban la Corte y Espartero. Celosa María Cristina por los continuos homenajes de la ciudad al general, el 18 de julio de 1840 firmó la ley sin consultarle, como tenía por costumbre, y Espartero se sintió ofendido y en peligro. Odiaba a los periodistas y los políticos pero se vio empujado a la alianza con el partido progresista, cuando supo que los moderados

pactaban

con

los

generales enemigos

suyos.

La Revolución de 1840

En septiembre, los ayuntamientos progresistas derecho a pronunciarse contra la ilegalidad de la

reclamaron el ley.

La

reina

entonces su apoyo a Espartero, pero éste, que ya había evitado en 1837 un pacto entre María Cristina y don Car-

regente pidió

El problema militar

en

España

45

deber era respetar la Constitución. El desacuerdo provocó una serie de manifestaciones promovidas por los consistorios y la Milicia Nacional de Barcelona y Valencla, y secundadas por la mayoría de ayuntamientos y gran parte del Ejército, que temía una desmovilización y recorte presupuestario. La Junta de Madrid llegó a pedir que María Cristina se retractara públicamente y anulara la ley municipal. Espartero se negó a apoyar al gobierno contra los amotinados y, el 3 de octubre, la reina regente intentó controlar la situación nombrándole presidente del gobierno. El general le aconsejó aceptar parte de las peticiones progresistas, pero ella no aceptó y se embarcó hacia Marsella, con O'Donnell y algunos moderados. El partido progresista se puso en manos del general. depositario de un poder que no podía alcanzar por procedimientos políticos, y la militarización de la política dió su fruto: Espartero se convirtió en regente interino. Pasaba a regir la política un general, victorioso en la guerra

los, le respondió que

civil, respaldado por

su

ejército incondicional, apoyado por un partido que confiaba en él para realizar su programa. España estrenaba el primer espaldón de una sucesión que condicionaría su política durante más de un siglo. un

Espartero regente Antes de la revolución de 1840, la política española estaba sometida a las presiones de la Corona, el Ejército y los partidos. Después de la revolución y dada la minoría de edad de la princesa Isabel, y el exilio de María Cristina, quedaron como único poder los partidos y Espartero, que administraba el poder de la regencia, con el consenso del Ejército y del partido progresista. La alianza se erosionó rápidamente, porque los progresistas pedían economías en el ministerio de la Guerra y su rama izquierdista reivindicaba la sustitución del Ejército por una Milicia Nacional gratuita. Simultáneamente, el general desairó a sus aliados civiles, al no aceptar una regencia de tres personas, imponiéndose como regente único, y entender que la alianza con los

46

Gabriel Cardona

progresistas no tenia su poder

le obligaba a cumplir su programa. Espartero obde la adhesión militar. Mientras fuera capaz de controlar a los oficiales sería el árbitro de España pero su tarea en la paz era difícil, pues no podía dedicar al ministerio de la Guerra la mayor parte de los recursos del Estado, como había hecho durante el gobierno Rodil. La nación estaba en paz y arruinada, la recuperación de la normalidad chocaba con los intereses de los hombres que le debían la carrera. El Ejército había sido modelado por la guerra civil. La lucha contra los carlistas lo había llevado al campo liberal, con todas las discrepancias y divisiones, desde moderados a progresistas. La institución militar era tradicionalmente un desordenado conjunto de tropas, lastrado por una escasez de recursos tras la cual vegetaba la administración ineficaz de un Estado pobre. Sus características más sobresalientes eran el exceso de oficiales, el malestar económico y la incapacidad para la defensa exterior del Estado. Mientras los generales reclamaban más medios materiales y los políticos buscaban su apoyo político. El mal funcionamiento del parlamentarismo prestaba más confianza al poder de los militares que a los mismos partidos, de modo que el militarismo español no era un producto exclusivo del Ejército, sino del pacto entre los políticos y los militares. Así lo evidenció la alianza de 1840, que agrupó a los militaristas y a los antimilitaristas, pues el poder del Ejército era, desde que acabó la guerra civil, la fuerza política más importante del Estado.

Los intereses del

Ejército

guerra carlista mató 5.000 oficiales, promocionó a los mandos de 1834 y obligó a completar los escalafones con estudiantes, miembros de la Milicia Nacional y reclutas ascendidos. Cuando terminó, las reclamaciones de los numerosos oficiales subalternos y de los sargentos constituían un grave problema. Amparados por una reivindicativa prensa militar, los oficiaLa

primera

les chocaron con los políticos y los periodistas y, como una premonición de conflictos posteriores, en 1840 asaltaron dos periódicos llamados El Huracán y El Trueno.

El problema

militar

en

47

España

Los intereses corporativos del Ejército, que era la única institución sólida del Estado, lidiaron con la burocracia civil, escasa y miserable. Pobres empleados, llegados a la política con intención de prosperar, pugnaban por arrebatar el pastel a los militares que eran, como ellos, subempleados de la clase media. Los generales pagaron la fidelidad con ascensos y el resultado de la guerra civil y las intrigas políticas fue un cuerpo de oficiales excesivo. Quienes habían prosperado en la guerra gracias al sus Espartero general, esperaban que, en la paz, ininnecesario era la tereses el Espartero regente. Porque en paz aquel Ejército de 200.000 hombres, y la desmovilización podía dejar en la miseria a los oficiales jóvenes, sin los 25 años de servicio precisos para tener derecho a pensión. Las Cortes de 1841 estuvieron dominadas por los radicales antimilitaristas y emprendieron la desmovilización, cuando fue licenciada casi la mitad de la tropa, la prensa militar reflejó la ansiedad de los oficiales y sus peticiones de reforma: un estatuto y medidas de protección.

defendiera

El

desgaste

de

Espartero

antiguos aliados civiles era evidente. En mayo de 1841, el gobierno fue derrotado en las Cortes por los mismos progresistas. Espartero nombró primer ministro a Rodil y como fracasó, falto de mayoría parlamentaria, presionó para que la regencia funcionara como una dictadura con gobiernos títeres y parlamento, controlada por los ayacuchos, Linaje, Van Halen, Zurbano, Seoane, Rodil... Compañeros que habían peleado infructuosamente en América, y regresado a España, donde la guerra contra don Carlos y la defensa del liberaEl desacuerdo del

general

con sus

lismo compensaron la frustración americana y estimularon su entusiasmo. La marcha de los acontecimientos los identificó con el ideario progresista, compromiso que les llevó al poder y también al aislamiento. La integración contra el regente y los ayacuchos ofendía a sus antiguos aliados civiles y a muchos militares, que se sentían excluidos. Espartero, El Ayacucho, como le llamaban sus detractores, contaba aún con la fidelidad de los militares, pero sin la firmeza

48

Gabriel Cardona |

del año anterior. Los moderados

creyeron llegado el tiempo de pronunciamiento alentado por

pasar a la acción. Planearon un Luis Felipe y María Cristina, que intentaba restaurar su regencia. Debían alzarse simultáneamente Pamplona, Zaragoza, Bilbao, Vitoria y Madrid mientras Narváez se sumaba al movimienque contaba con los generales O'Donnell, Concha, Pezuela, Narváez, Montes de Oca, Diego de León y Borsi di Carminati. to

Inicialmente

se

ofreció

tituciones

derogados a

colaborar

con un

no

el Estado

que

se

a

los carlistas restablecer los fueros

e

ins-

raíz de la guerra civil, pero no aceptaron movimiento que únicamente cambiaría de sig-

liberal, de

manera

encontraban destinados

que O'Donnell y Montes de Oca,

respectivamente

Vitoria, debieron pactar únicamente debilidad de

con

Pamplona

y los moderados del Noren

posición y el temor a ser descubiertos aceleró el pronunciamiento que, en octubre de 1841, fracasó porque en Madrid, el 7 de octubre de 1841, Diego de León y Concha no pudieron hacerse con el palacio real y apoderarse de la princesa Isabel. Espartero hizo fusilar a Montes de Oca, Diego de León y Borsi di Carminati por pronunciarse, aunque su propio poder tenía igual origen. Muchos oficiales consideraron que la ejecución traicionaba las reglas del juego entre militares, el temple de Diego de León ante el pelotón de fusilamiento se incorporó a la mitología de los cuarteles y el regente perdió muchos apoyos, mientras se deterioraba su popularidad entre la tropa a causa del atrate. La

so

de las pagas. Desde 1842 la

su

escasez y

los retrasos de los sueldos fueron permanentes y muchos militares se sintieron desamparados. En la primavera, los antiesparteristas intentaron recuperar el poder mediante una conspiración y se creó en Francia una sociedad se-

financiada- por María Cristina, organizada por Narváez y presidida por O'Donnell, La Orden Militar Española, que pretendía atraer a los militares, conservando el orden jerárquico de

creta

conspiración, de manera que los generales no pudieran inquietarse si se conjuraban con los subalternos. la

El problema militar

La caída del

en

España

49

Ayacucho

El aislamiento y autoritarismo de Espartero escindieron el progresismo y enfrentaron al general con Barcelona, que había sido la clave de la revolución de 1840 y era la sede de tendencias exaltadas sin organizar. El gobierno pretendía llevar a la práctica el ideario progresista de libertad económica, que no satisfacía ni a los patronos ni a los trabajadores, el capitalismo salvaje perjudicaba a las clases más humildes y el librecambismo irritaba a los burgueses de Barcelona, pues el desarme arancelario favorecía a Inglaterra a costa de la industria catalana. Por ende, el centralismo de Espartero no toleraba que Barcelona obtuviera tratos de favor en los impuestos y, como general, se oponía a la demolición de la Ciudadela, que había sido levantada por Felipe v para vigilar la ciudad. Los barceloneses la consideraban un símbolo de oprobio y la burguesía apetecía la ampliación de los terrenos urbanos. La demolición de las fortificaciones no fue aceptada por el gobierno y Espartero reaccionó ofendido. Multiplicó el malestar barcelonés la noticia de que el gobierno preparaba un acuerdo librecambista con Inglaterra, de modo que coincidieron la inquietud de los industriales y artesanos y la agitación de los grupos republicanos. El malestar generalizado y un pretexto fútil desencadenaron la revuelta barcelonesa de noviembre y diciembre de 1842. Inicialmente fue un movimiento popular y republicano. propio del radicalismo ya desgajado del partido progresista, apoyado por la Milicia y los soldados del Regimiento de Guadalajara, que tenían excesivas pagas atrasadas y se unieron cuando prometieron pagarles. Tomó el mando una Junta popular directiva provisional compuesta por artesanos, sin participación de la burguesía ni del proletariado. Cuando Espartero se presentó en Barcelona, el progresismo burgués logró dominar el movimiento, formó una nueva Junta de gobierno, disolvió la junta popular y licenció a los milicianos radicales para negociar con el regente. Pero éste, en lugar de aprovechar la oportunidad, optó por bombardear Barcelona y mantenerla bajo administración militar desde diciembre de 1842 hasta febrero de 1843. Aunque a su regreso a Madrid Espartero fue recibido en

30

Gabriel Cardona

triunfo por el pueblo, el partido progresista se le enfrentó en el Parlamento. Ya sólo era apoyado por los militares ayacuchos, los progresistas que preferían su tiranía a la de los moderados y la Milicia de Madrid, Pero los pactos locales entre militares descontentos, moderados y progresistas antiesparteristas estaban a la orden del día. El general Prim, progresista catalán y enemigo de Espartero, se unió a la conspiración. Era un suicidio para el progresismo pero Prim, entre otros, pensaba dominar la alianza y desplazar a los moderados. La situación de todos contra los ayacuchos fue explotada en mayo de 1843 por la Orden Militar Española, que promovió varios alzamientos en Andalucía, culminados el 17 de julio en Sevilla. Los generales progresistas, el radicalismo barcelonés y el ala izquierda del partido progresista pactaron con la conspiración moderada que encabezaba Narváez. En julio de 1843, Prim y Milans del Bosch se pronunciaron en Reus; Narváez, Concha, Pezuela y Fulgorio en Valencia y Serrano en Barcelona. SI los alzamientos catalanes hubieran derribado al gobierno se habrían impuesto a sus aliados. Pero Narváez estaba en inmejorable situación, tomó la iniciativa y los desbordó. Gracias a su cercanía a la capital pudo aproximarse a Madrid antes que sus aliados. al frente de una columna sublevada. Cuando se enfrentó a los gubernamentales en Torrejón, los soldados de Espartero llevaban meses sin cobrar y los oficiales no deseaban sacrificarse por una causa perdida. Las deserciones y el desánimo concedieron una victoria barata a Narváez, que prometió a los soldados la licencia. El regente abandonó España con destino a Íny la extraña coalición de moderados y sentidos con Espartero se hizo con el poder.

glaterra

El

desgaste

progresistas

re-

de la coalición

La alianza victoriosa desembocó en un gobierno presidido por el progresista Joaquín María López, con el general Serrano en Guerra, que compró la lealtad del Ejército: todos los oficiales, incluso que habían participado en la revolución

esparteristas,

fueron ascendidos

un

grado

y Narváez, por

su

papel decisivo,

El problema militar

en

España

51

capitán general de Madrid, puesto que le permitía observar tranquilamente la evolución de los conflictos que, inevitablemente, agitarían la coincidencia de progresistas y moderados en cl poder. El general no era un recién llegado a la política sino un libenombrado

ral que, durante cel Trienio, había luchado por la Constitución de 1812 y. más tarde. se convirtió en enemigo personal de Espartero, a quien durante la guerra carlista pretendió inútilmente desbancar desde su puesto de jefe del ejército de Reserva en Andalucía. Conocedor de la política, en 1843 aprovechó su mando sobre la guarnición de la capital para asentar su poder y neutralizar el de los progresistas, cuya Milicia desarmó. A despecho de las promesas de licenciamiento que había hecho en Torrejón. mantuvo a los soldados en filas, primero con el senuelo de las pagas que se les debían y luego castigando la deserción, incluso con fusilamientos, y colocó a oficiales de su confianza en los puestos clave, hasta lograr las suficientes adhesiones para constituir un nuevo partido militar. Los progresistas en el gobierno resultaron desgastados por el ala izquierda de su propio partido. Los radicales pretendieron sustituirlos por una Junta General, se alzaron en armas, secundados por la guarnición de Barcelona y resistieron más de dos meses en la capital catalana y en Figueras casi cuatro, atacados por el Ejército gubernamental, al mando de generales de derechas acompañados por el mismo Prim que reprimió ferozmente a los obreros sublevados en Barcelona.

Capítulo

2

EL MILITARISMO DE LOS MODERADOS

E gabinete de

María López cesó cuando Isabe! fue proclamada mayor de edad. El poder directo de la Corona, es decir de los consejeros de la muchacha que era Isabel II, entraba en la política, con prerrogativas de disolver las Cortes y de nombrar libremente el gobierno. La reina nombró presidente a otro progresista, Olózaga, que decidió rearmar la Milicia y disolver las Cortes. Convocar elecciones podía perjudicar a los moderados que, para evitarlo, acusaron a Olózaga de haber violentado, incluso físicamente, a la niña Isabel II para que firmara el decreto de disolución. Ante el ataque dimitió Olózaga y le sucedió el moderado González Bravo, un antiguo periodista radical, ahora conservador y aliado de Narváez, quién impuso a Mazarrero, un hombre de su confianza, como ministro de la Guerra.

Joaquín

A pesar de su alianza con Narváez, González Bravo pertenecía a la tendencia civilista del partido moderado, los abogados como los llamaba el general que, al frente del grupo militarista, pugnaba con hombres como Pacheco, Istúriz y Miraflores, convencidos de que un partido bien organizado podía gobernar sin el Ejército, al que concebían como garante del poder político ci-

vil,

protagonista. González Bravo, que pretendía organizar un autoritarismo civil apoyado en la Corte, puso en marcha tres medidas clave para el poder conservador y, entre finales de diciembre de 1843 y abril de 1844, estableció por decreto la ley Municipal, suprimió la Mino como

licia y fundó la Guardia Civil. Era éste un cuerpo centralizado de policía que, de acuerdo con el esquema de seguridad civilista, dependía del ministerio de la Gobernación, aunque su estructura era militar, sus jefes y tropa procedían del Ejército y se vinculaba a la jurisdicción militar para la organización y disciplina.

Gabriel Cardona

34

El control centralizado del orden público quedó completo en enero de 1844, cuando el gobierno arrebató a los alcaldes la com-

petencia de policía y seguridad pública, que les había concedido el progresista Calatrava ocho años antes. Frente al militarismo práctico de los progresistas, el grupo moderado en el gobierno prefería una administración desmilitarizada, apoyada por la Guardia Civil, y con el Ejército en última reserva y, mientras fuera posible, apartado de la política cotidiana. Narváez

en

el

poder

González Bravo pretendió congraciarse con la reina, autorizando el regreso de su madre, María Cristina. No obstante, la medida surtió el efecto contrario porque, una vez en España, se vengó de antiguas campañas promovidas contra ella por el periodista radical que había sido, en otro tiempo, González Bravo, haciendo que Isabel II le retirase la confianza.

aquel momento, ya Narváez y Mazarrero Ejército, pues habían situado a sus partidarios en En

controlaban el los cargos fun-

concedidos por Espartero y cubierto las vacantes con su propia gente. De manera que, cuando varios levantamientos de izquierda atemorizaron a los moderados y les hicieron creer que los militares eran imprescindibles, Narváez era el árbitro de la situación porque controlaba

damentales, anulado los últimos

a

ascensos

los militares.

española no deseaba turnar en el gobierno y quedar periódicamente expuesta a la revolución y la pérdida de sus privilegios. A pesar de los planteamientos civilistas, el partido moderado por sí mismo no aseguraba el monopolio del poder, en cambio, el Ejército podía garantizar que la oposición jamás llegaría al gobierno. De modo que, para los ricos, en lugar del La derecha

aleatorio sistema de alternancia, ma de represión.

era

más seguro

un

buen siste-

Durante meses, desde su poder paralelo, Narváez había esperado la caída de González Bravo y, cuando, en mayo de 1844, la reina le encargó formar gobierno, se reservó Presidencia y

El problema militar

en

España

55

Guerra. Era la victoria de la tendencia militarista de la derecha pero Narváez, que sabía cuánto influyó en el fracaso de Espartero su manía de manejar todos los asuntos a través de la camarilla, nombró ministros civiles para que gestionaran los asuntos no militares del Estado. El Ejército se administraría aparte, fuera de las injerencias de los paisanos; proporcionaría cuadros al gobernante pero no gobernaría directamente.

La Constitución moderada

Constitución moderada de 1845 reguló un régimen político dominado por la Corona. La reina nombraba a los alcaldes y tenientes de alcalde en las poblaciones con más de 2.000 habitantes y en el resto los designaba el gobierno. La ley electoral redujo el derecho a voto a los contribuyentes más importantes, para impedir cualquier avance de los progresistas, y se mantuvieron las prerrogativas reales de nombramiento de los ministros, la disolución de las Cortes y designación de senadores, que convirtió en parlamentarios a los generales más importantes. Así logró Narváez que militares enemigos suyos, como Alaix y Serrano, participaran en el Senado en lugar de permanecer exiliados o retirados en espera de un pronunciamiento favorable, y que trabaran maniobras parlamentarias en lugar de conspiraciones. El resultado no fue un Ejército disciplinado sino sometido al generalato político, que disponía de un campo parlamentario para sus peleas internas, y era controlado por Narváez en última instancia. Este esquema del militarismo moderantista inspiró a Cánovas, que lo perfeccionó treinta años más tarde. Narváez, a quien sus enemigos llamaban el Espadón de Loja, vigiló personalmente los asuntos del Ejército, sin innovaciones notables en la organización que ni mejoró ni deterioró técnicamente. Fue un buen administrador y un duro jefe amante del catecismo de paga y vara, que proporcionó un Ejército disciplinado y satisfecho, cuyo presupuesto no disminuyó, aunque quedó rezagado respecto al del Estado, saneado por la recaudación que proporcionaban los nuevos impuestos de Mon. Prim era el general más peligroso para un gobierno reaccioLa

nueva

Gabriel Cardona

56

había unido a Narváez por odio a Espartero pero resultaba un aliado incómodo. Aventurero que había hecho su rápida carrera desde soldado raso, su astucia, ambición y vinculación a los progresistas inquietaban al gobierno que, en 1847, se libró de él nombrándole capitán general de Puerto Rico, sinecura en la que permaneció dos años. El moderantismo aseguró la lealtad de los oficiales con pagas puntuales y disciplina rigurosa que no perdía de vista las opiniones políticas. Continuas revistas e inspecciones mantenían entretenida a la tropa cuya situación no mejoró, aunque sí la regularidad de la paga y el rancho. Los sargentos eran considerados poco menos que sospechosos, problema que se agudizó con el tiempo pues, disgustados por la restricción de los ascensos, chocaron con la postura clasista de los mandos. En artillería e ingenieros su acceso al cuerpo de oficiales era tradicionalmente vetado con el pretexto de la técnica, pero también en infantería y caballería se redujeron sus esperanzas. Periódicamente mantenían pequeñas escaramuzas por cuestiones aparentemente mínimas, como la forma del uniforme, que los reglamentos evitaban llegara a parecerse al de los oficiales, mientras que ellos lo modificaban para diferenciarse de los soldados rasos. La consecuencia fue una lucha encubierta que aproximó a muchos sargentos

nario,

a

se

los movimientos de

oposición.

Agitaciones, pronunciamientos

y motines

El fracaso del esparterismo dividió a la izquierda, lastrada urbano de una España por el escaso volumen del proletariado sin industria y de la postración campesina del latifundio. El mila libre designación real del litarismo controlado de Narváez gobierno disminuyeron las posibilidades de hacerse con el poder. Los progresistas de orden esperaban alcanzarlo de la mano del general Serrano o el banquero Salamanca. El radicalismo provincial, que no les perdonaba su colaboración en el aplastamiento de la revuelta de Zaragoza y Cataluña, evolucionó hacia el republicanismo. Los progresistas radicales y los demócratas se a confiar en un pronunciamiento con éxito. Pero vieron

y

obligados

El problema militar

en

57

España

mientras los primeros esperaban la acción de los generales esparteristas, los segundos confiaban en los oficiales jóvenes y sargentos sin posibilidades de ascenso, y en la tropa forzosa, tratando de combinar el descontento militar con la miseria del proletariado urbano. Narváez conjuró el peligro de una sublevación gracias a su dominio del Ejército, la integración de los generales y los duros castigos a los disidentes. El régimen moderado no se distinguió por su blandura y, en su primer año, fusiló a 214 personas, actitud que se mantuvo, sobre todo a partir de 1844, cuando debió enfrentarse a varios movimientos que fracasaron. En primer lugar el de Pantaleón Bonet en Alicante. Aquel mismo año, cuando todavía estaban en filas los soldados de Espartero, se formó una sociedad secreta, los Ayacuchos, muchos sargentos afiliados pero resultó inoperante y pronto fue licenciada la mitad de la tropa antigua y reemplazada por reclutas que fueron disciplinados con severísimos ejercicios de instrucción. Al año siguiente, el sistema de quintas se extendió a Cataluña, que lo recibió con agitaciones, la más grave de ellas, un alzamiento de campesinos en Igualada. Por su parte, el general Zurbano intentó desencadenar un movimiento militar progresista y se internó en las montañas navarras con una pequeña partida que no logró las adhesiones esperadas, pero Narváez aprovechó la ocasión para extrañar de Madrid a muchos soscon

pechosos. En 1846 se pronunció en Galicia el coronel Miguel Solís al frente del Regimiento de Zamora, de guarnición en Lugo, que contó con el apoyo de las izquierdas locales, descontentas por la implantación de los impuestos de Mon, y publicó un manifiesto inicial que se limitaba a pedir perdón para los exiliados la constitución de una junta central. Unicamente se les incorporó un pe-

y

queño refuerzo

de emigrados progresistas y, en Madrid, se ofrecIÓ a secundarle el general Manuel Concha con un grupo de moderados indispuestos con Narváez, de quien temían una dictadu-

militar, pero tan pronto como el Espadón de Loja les tranquilizó, abandonaron a Solís. El coronel tomó Santiago y varias ciura

dades gallegas, el 15 de abril creó una Junta superior de gobierno de Galicia, pero fue derrotado por tropas gubernamentales

38

Gabriel Cardona

mandadas por el general José Concha, hermano de su antiguo aliado. Fallaron también algunos intentos progresistas y demócratas, alentados por la revolución francesa de 1848 y pésimamente coordinados, como el movimiento de marzo en los suburbios madrileños y la revuelta estudiantil del mes siguiente. En mayo, los revolucionarios captaron los sargentos y soldados del Regimiento España, que ocuparon la plaza Mayor de Madrid sin resultados y el gobierno hizo fusilar a nueve de ellos. Cabrera reorganizó las partidas de matiners o carlistas que en Cataluña desde 1847 y, entre junio de 1848 y abril operaban de 1849, sostuvo una pequeña guerra en nombre del conde de Montemolín. Los soldados del gobierno fueron ineficaces frente a las escurridizas cuadrillas, apoyadas por los campesinos resentidos por las quintas y los impuestos de Mon. Sin embargo, sólo sufrieron ínfimas derrotas aldeanas, dado que los carlistas vascos no se alzaron, de manera que la intentona fracasó sin que la guerra, ni por intensidad ni por duración, provocara cambios importantes en la organización militar.

a

Un

Ejército

para

no

hacer la guerra

A mediados de siglo ya estaban configurados el Ejército y el poder militar. Ningún Estado extranjero amenazaba militarmente a España y su última guerra internacional, de 1808 a 1814 contra la invasión napoleónica, abasteció el orgullo patriótico durante un siglo. Pero las tropas francesas entraron sin problemas en 1808 y lo repitieron con igual facilidad en 1823 con los Cien Mil Hijos de San Luis. Después de la derrota de Ayacucho, una vez perdidas las colonias americanas, desapareció la posibilidad de empresas militares exteriores. Entre la primera guerra carlista y la mitad de siglo únicamente se enviaron dos fuerzas al ex-

1847 y otra a Roma en 1849-1850, ambas con finalidades estratégicas muy modestas. Después, O'Donnell emprendió algunas pequeñas expediciones internacionales destinadas a conseguir prestigio y los territorios españoles extrapeninsulares no requerían grandes ejércitos: Puerto Rico

tranjero,

una a

Portugal

en

El problema militar

en

59

España

sólo una guarnición testimonial, Cuba y Filipinas fuerzas para sofocar revueltas interiores, Ceuta y Melilla unos soldados para guardar los presidios y bregar con los kabileños de la linde. Tan poco problemático era el exterior que, en una nación rodeada de mares, jamás se contó con una Marina de guerra eficiente. España carecía de capacidad militar internacional, sin embargo, su Ejército condicionaba la vida política. De las guerras carlistas, únicos conflictos armados de cierta entidad, sólo la primera adquirió carácter masivo en su última fase. El resto, más que guerras, fueron escaramuzas y correteos de destacamentos por las montañas. En cambio, las viejas clases aristocráticas y la burguesía de reciente formación no se sentían capaces de defender sus intereses mediante un sistema parlamentario eficaz, y preferían confiar en la fuerza de las armas. El Ejército no era una máquina de guerra sino un instrumento para la seguridad interior, los cuadros y tropas de la Guardia Civil se reclutaban en sus filas, los soldados custodiaban las cárceles y los veteranos ocupaban puestos subalternos de confianza en la administración. desde los ordenanzas y bedeles hasta la policía secreta. Pero los huelguistas y quienes promovían tumultos comparecían ante la jurisdicción militar y, en las grandes crisis sociales, se declaraba el estado de sitio, que permitía sacar los soldados a la calle, encerrar a los detenidos en edificios militares y juzgarlos ante con-

sejos

de guerra. Nadie pensaba en organizar el Ejército para un conflicto internacional. Su misión era mantener el orden público y, como máximo, guarnecer las colonias. Más que una institución organizada para la guerra era un gran cuerpo de funcionarios armados, dedicados a la garantía del orden. La mayor parte de los militares se ocupaban en administrar el propio Ejército, a través de una burocracia con innumerables puestos inútiles, creados para justificar vacantes. Muy pocos mandaban fuerzas con suficiente número de soldados y armas, dado que las compañías solían estar reducidas a la mitad y muchas se mantenían en cuadro, es decir, con oficiales pero sin hombres, ganado ni material. La organización teórica, de inspiración francesa, con alguna

aportación inglesa

orientaba prácticamente hacia la guerra sino al servicio de guarnición y el orden interno, de o

alemana,

no se

60

Gabriel Cardona

que las unidades básicas eran los regimientos, por encima de los cuales, las divisiones y cuerpos de ejército existían sólo en apariencia, sin que nadie fuera capaz de llevarlos reunidos a unas maniobras que, por otra parte, tampoco se convocaban. El funcionamiento del conjunto era contradictorio, con un organigrama centralista y una realidad centrífuga: el ministro y los inspectores de las armas atendían a los ascensos y los asuntos generales pero los verdaderos jefes eran los capitanes generales que, en sus demarcaciones, hacían y deshacían sin rendir cuentas. En España, la profesión militar era, sobre todo, administrativa y más política que guerrera. Los ascensos se concedían con ocasión de pronunciamientos, o las menguadas glorias de las guerras carlistas, de manera que un oficial podía promocionar más rápidamente por el camino del oportunismo y el enredo que por el de la técnica, por otra parte muy menguada en infantería y caballería. No ocurría así entre los oficiales de artillería e ingenieros, sometidos a duros estudios en su época de cadetes que los convertían en ingenieros mejor preparados que los civiles. Razón por la cual defendían la escala cerrada, o promoción por antiguedad, a fin de librarse de los ascensos por discutibles méritos. Así existía una institución peculiar, el dualismo, que les permitía ascender por méritos en el escalafón del Ejército mientras en el de su cuerpo quedaban ligados a la antigúedad. De manera que un artillero afortunado podía ser coronel en el Ejército manera

mientras en artillería seguiría como capitán. La hipertrofia de los escalafones de infantería y caballería, hija de las guerras civiles y los pronunciamientos, necesitaba gran número de regimientos para justificar plazas de mando. Y tantos cuerpos, aunque escasos de soldados, exigían unos 120.000 hombres, la mayoría forzosos, porque no podían pagarse voluntarios. En cada avatar político, innumerables oficiales vencedores exigían ascensos para escapar de la miseria y la progresión concluía

en

500 ó 600

generales, entretenidos

en

mantener sus

y exigir recursos para una institución militar demasiado voluminosa. Todo escaseaba, excepto los soldados, que tam-

privilegios

pocos porque debían repartirse entre los numerosos cuarteles, que eran castillos húmedos o conventos desvencijados, malos albergues para una tropa vestida y calzada misera-

bién

parecían

El problema militar

en

61

España

blemente que vivía en condiciones sanitarias espeluznantes, alimentada con pan de munición y mal rancho y que, en invierno, carecía de ropa de abrigo. Por añadidura, los caballos eran escasos y malos, el material rodante casi un exotismo y la proporción de artillería estaba a la cola de Europa. En 1850 el Ejército gastó un total de 53 millones en sus pésimos sueldos y sólo 23

adquirir comida, armas, municiones, medicamentos, rio, ganado y material.

en

vestua-

La lucha por los recursos hizo a los oficiales acérrimos enemigos de la Milicia, su competidor más próximo. Para pagarla Espartero redujo el número de soldados, de manera que los milicianos se reclutaron en detrimento de los militares. Eso explica, en parte, que muchos acabaran por abandonar el progresismo, en favor de los moderados, partidarios de suprimir la

Milicia.

El

enfrentamiento

de los

generales políticos

peligro de pronunciamientos estaba neutralizado mientras los generales discutieran sus diferencias en el marco que la Constitución de 1845 les proporcionaba. Narváez cuidaba de que así fuera y, aunque los generales argumentaban que su condición de senador debía ponerles a cubierto de sanciones, cuando creyó El

que Prim o San Román se extralimitaban en las atribuciones políticas, les privó de sus destinos militares, lo cual lesionaba su prestigio y su economía, y, en 1850, cuando Narváez consideró que Pavía se había excedido en sus críticas lo desterró a Cádiz. Entonces, los generales progresistas Méndez Vigo e Infante y los moderados Fernando Fernández de Córdova y Ros de Olano, presentaron un proyecto, que no prosperó, para obtener inmunidad parlamentaria dentro y fuera de las sesiones, y cuando Pavía regresó al Senado formó un grupo de oposición con Roncali, Lersundi y O'Donnell. Con los partidos debilitados y divididos, las únicas instituciones con poder real eran la Corona y el Ejército. En el Senado, los ataques de los generales se hicieron furibundos en la discusión de los presupuestos y asuntos militares, sin interferir en el

Gabriel Cardona

62

porque la verdadera clave del equilibrio era el control de Narváez, que se mantuvo continuamente en el gobierno, con un breve intervalo entre abril de 1846 y octubre de 1847, y se hizo conceder poderes extraordinarios con ocasión de la revolución francesa de 1848. Los progresistas perdieron peso en las Cortes de 1850 y fueron, al año siguiente, las intrigas de su propio partido y las ambiciones de los generales quienes desgastaron a Narváez, que dimitió, convencido de que el sistema no podría funcionar sin él y que la reina se vería obligada a llamarle nueresto

vamente.

El

poder

militar sin control

Efectivamente, el artificio perdió

su

pieza

clave pero Isabel

II

lo llamó. Sin el tapón de Narváez, y con gobiernos débiles, los militares recuperaron poder. El gabinete de Bravo Murillo emprendió un programa económico ambicioso, que contó con el apoyo de los hombres de negocios pero, cuando chocó con los no

lo destituyó. llevó al poder a Sartorius, conde de San Luis, que se hizo cargo del gobierno con el lema Moralidad, mientras trataba de encubrir un negocio ferroviario de Salamanca y María Cristina, dado que las concesiones ferroviarias se otorgaban En los depor decreto y eran una fuente de sobornos e intrigas. bates parlamentarios de finales de 1854 el grupo O'Donnell se enfrentó a Sartorius y pidió su cese a la reina. Sartorius confió sostenerse con el apoyo de la Corona porque los moderados estaban divididos, los progresistas casi sin representación parlamentaria y el Ejército llevaba diez años sin un pronunciamiento peligroso, de modo que, despreciando la amenaza militar, sancionó a los generales O'Donnell, Infante y los Concha. Sin Narváez, la autoridad militar era débil, sólo desde el año anterior el ministro de la Guerra tenía jurisdicción sobre todos

generales, la reina Una corruptela

los militares, de los 314 senadores, 93 eran generales. Sartorius, abogado, financiero y político, carecía de carisma para el Ejército. Aunque cobraban puntualmente, el endémico malestar de flor de piel por las recientes reformas de los militares estaba

a

El problema militar

en

España

63

los generales San Román, Lersundi y Fernando Fernández de Córdova. Los ascensos masivos de 1843 habían taponado los escalafones, pero los oficiales se consideraron ofendidos cuando se ofreció una prima a quienes renunciaran a su destino. Los artilleros e ingenieros se indignaron también ante la unificación de ascensos contra el sistema de antigiedad, que les protegía de los favoritismos y las carreras políticas. Por último, la reorganización de la intendencia inquietó a los coroneles jefes de regimiento y el aumento de paga a la infantería irritó a la caballería. El final de la prosperidad económica debilitó al gobierno que perdió el apoyo de los financieros. La guerra de Crimea detuvo las exportaciones rusas de trigo ucraniano y España importó gran cantidad de grano a Inglaterra, que provocó aquí la carestía e hizo aumentar el precio en el momento más inoportuno. En Cataluña, a la disparidad entre el crecimiento de los precios y de los salarios se añadía el conflicto de las selfactinas, instaladas con las ganancias de la época anterior, que eliminaban puestos de trabajo en la industria textil. Los trabajadores, en apuros, se agitaban en demanda de poder asociarse para la negociación con los patronos. La mala situación del gobierno fue aprovechada por O'Donnell, que organizó una conspiración militar. Sartorius, sin comprender que el enfrentamiento con los generales conservadores le debilitaba, desterró a O'Donnell, Dulce, Serrano y Mesina. O'Donnell se ocultó de la policía para organizar un pronunciamiento pero uno de sus parciales, el brigadier Hore, se alzó en Zaragoza sin éxito y fue muerto por disparos de soldados leales. En junio, se unió a Dulce que se alzó con la descontenta caballería pero su combate en Vicálvaro contra los soldados gubernamentales tuvo poco éxito. La situación era indecisa y la vicalvarada de los generales parecía fracasada cuando, el 6 de julio, intervinieron los políticos civiles con el Manifiesto de Manzanares, redactado por Cánovas. O'Donnell comprendió que, al no haberse levantado masivamente el Ejército, debía buscar alianZas a su izquierda, aun a riesgo del regreso de Espartero, y suscribió el documento que ofrecía un pacto a los progresistas y el restablecimiento de la Milicia. La sublevación militar debilitó la capacidad represiva del gobierno y facilitó los motines del ma-

64

Gabriel Cardona

lestar popular; el 14 de julio se alzó Barcelona, el 15 Valladolid y el 16 Valencia; en Madrid fueron asaltados los palacios de Sartorius, Salamanca y María Cristina. El movimiento popular y la concurrencia de los políticos hizo parecer respetable lo que había comenzado como un movimiento movido por las ambiciones de los generales conservadores.

El regreso de

Espartero

Isabel II había hecho varias tentativas para pactar con los generales sublevados que resultaron frustradas por la revolución. Sartorius, el duque de Rivas y el general Córdoba se sucedieron fugazmente en el gobierno; mientras los revolucionarios formaban juntas provinciales, en Madrid, el general progresista San Miguel asumió la dirección revolucionaria y pidió la convocatoria de Cortes constituyentes. Cuando los revolucionarios ya exiel derrocamiento de Isabel II y un proceso público contra su madre, la reina llamó a Espartero como único camino de salvación. Aceptó formar gobierno y salvó la dinastía porque no se plegó a las peticiones contra la familia real, aunque sí obligó a María Cristina a abandonar España. Manifestó comprensión ante las reivindicaciones obreras pero limitó el avance revolucionario, de modo que se enajenó la simpatía de los empresarios, de O'Donnell y de sus amigos conservadores, y también de los radicales, que no aceptaron la limitación de sus propósitos. Como e intentaran resistir al gobierno, Esse manifestaran

gían

indignados partero suspendió sus periódicos y clausuró sus locales. Aunque se reunieron las Cortes constituyentes, la ruptura con su ala izquierda privó a la revolución de su impulso más activo.

Y cuando las Cortes retrasaron el establecimiento de una nueva Constitución y reconocieron a la Corona el uso de sus prerrogativas tradicionales, crearon el instrumento de su propia ruina. El Ejército ya no era esparterista y el Ayacucho estaba solo, la edad había retirado del servicio a sus antiguos amigos y él mismo era un general de la reserva. Cuando O'Donnell reclamó la cartera de Guerra, fue incapaz de negársela, de manera que los

El problema militar

en

España

63

conservadores retuvieron el control del Ejército y. como estaban dispuestos a durar más que la revolución, consolidaron los viejos mecanismos del poder militar. Nada desapareció de la situación anterior: el exceso de oficiales, las quintas. la proclamación del estado de sitto ante cada alboroto y el control militar del orden público. Para la izquierda, Espartero era, sobre todo, el símbolo del poder progresista perdido durante los diez últimos años y su popularidad le había llevado al gobierno. Si. en lugar de asumir el papel de símbolo viviente, hubiera ejercido enérgicamente la jefatura del partido progresista, habría impedido el deslizamiento de la situación hacia la derecha. Pero prefirió mantener sus criterios personales y guardar una inocente fidelidad a la reina y O'Donnell. que jamás le correspondieron, de manera que desató las quejas de los radicales y acabó por escindir el progresismo. Cuando la presión democratizadora de sus propios partidarios le hizo sentirse inseguro, buscó la alianza con O'Donnell, a pesar de que el grupo más numeroso de su propio partido, los progresistas puros de Olózaga y Madoz, se oponía al giro a la derecha. La desvinculación de su partido, las prerrogativas políticas de la reina y el control del poder militar ejercido por O'Donnell, el nuevo espadón, quitaron a Espartero la capacidad de maniobra. En 1856, estallaron una huelga en Barcelona y disturbios en Valladolid, expresiones de reivindicaciones obreras que continuaban pendientes. Las diferencias en el seno del gobierno eran ya insalvables y el progresista ministro de la Gobernación denunció que los disturbios se debían a la manipulación conservadora y pidió la dimisión de O'Donnell, ministro de la Guerra. Pero la reina le apoyó y fue Espartero quien debió dimitir. Al conocer la noticia, las Cortes, con las sesiones suspendidas, convocaron a los diputados pero O'Donnell, a quien Isabel ll ya había nombrado presidente del Gobierno, argumentó la falta de quorum y no aceptó la autoridad del Parlamento. La Milicia, fiel a su tradición, se movilizó pero ni Espartero ni los políticos progresistas se movieron del palacio de las Cortes, temerosos de desencadenar una revolución que pudiera traer la República. La resistencia de algunos barrios de Madrid, sin políti-

generales

Gabriel Cardona

66

las barricadas, fue aplastada por el Ejército. La Milicia aislada, sin municiones, jefes ni artillería, abandonó la resistencia.

cos

importantes

en

El unionismo, militarismo centrista El vencedor era O'Donnell a la cabeza del grupo de generales conservadores con influencia política, cuyo gobierno inició el regreso al sistema moderado aunque desde posturas de centro derecha. La Milicia fue suprimida, las Cortes constituyentes disueltas y su proyecto constitucional anulado, restaurándose la Constitución de 18453. El gobierno duró poco y cayó como consecuencia de un enfrentamiento personal con Isabel II que nombró presidente a Narváez, quien aceleró la restauración del sistema moderantista. Carentes de vitalidad los partidos y escasa la participación, los generales seguían como fuente de poder. Su influencia en el Ejército permitió a O'Donnell y a sus amigos proteger un nuevo partido, la Unión Liberal, presidida por ellos pero organizada en la sombra por Cánovas del Castillo. Partido sin dogmas, pervivía gracias al núcleo de generales amigos de O'Donnell, que habían pertenecido a las tendencias más cautas del partido militar

de Narváez, y la indefinición doctrinal le permitió contar con políticos civiles, trásfugas de otros partidos, o con diversa ideología como Cánovas del Castillo, Ríos Rosas, Alonso Martínez o Mon. O'Donnell regresó al gobierno en 1858 y permaneció hasta

presidida por un espadón con tenido Narváez, aunque sin graves

1863, largo período de estabilidad,

poder del que había choques militares. Los carlistas y demócratas se mantuvieron marginados del sistema político pero participaron los moderados, unionistas y progresistas, divididos éstos en reselladados, partidarios de colaborar con O'Donnell y puros, inclinados hacia los demócratas y encabezados por Olózaga, dado que Espartero estaba prácticamente retirado en Logroño. El unionista trató hábilmente al Ejército, controlándolo con las prácticas de Narváez, —rutina, disciplina y paga puntual— menor

.

El problema militar

en

67

España

elemento nuevo: la política exterior. España carecía de intereses importantes en el extranjero, su flota de guerra era mínima y el Ejército estaba tan sobrado de oficiales y reclutas como falto de armamento, material y organización, pues España prefería gastar hombres que dinero. O'Donnell impulsó varias expediciones armadas al extranjero, para prestigiar al gobierno, disminuir las tensiones entre los partidos y ufanar a un Ejército teque carecía de armas, pertrechos y tropa instruida pero que

con un

nía más de 350

generales.

de regimientos filipinos, participaron en la misión francesa a Cochinchina de Rigault de Gemouilly, de la que España no obtuvo beneficios y se retiró pronto. En 1861 con el pretexto de reclamar a México el pago de su deuda externa, una fuerza española al mando de Prim colaboró en la expedición francesa a Veracruz, hasta que el general se retiró a Cuba porque comprendió que Francia hacía su propia política, la de colocar en el trono mexicano a Maximiliano de Austria. Otras expediciones restituyeron brevemente la presencia española en Santo Domingo, realizaron operaciones de limpieza alrededor de Ceuta o Melilla y sólo revistió cierta importancia la guerra de Africa de 1859-1860 contra el sultán de Marruecos, expedición que Inglaterra vigiló para proteger sus intereses en Tánger, mientras la falta de una buena flota de desembarco obligó al ejército de O'Donnell a una larga maniobra a lo largo de la costa, aunque la campaña se saldó con una victoria española y un tratado de paz. En esta época de bienestar económico se tendieron las grandes líneas férreas e iniciaron obras públicas, que han hecho considerar a O'Donnell, en cierta manera, antecedente de Primo de Rivera. Civilista en su administración, la Unión Liberal mantuvo el esquema del orden público basado en la Guardia Civil, reforzada desde 1859 por la llamada Guardia Civil veterana, unidad de reserva ubicada en Madrid, que se reclutó entre licenciados del Ejército y estuvo en servicio hasta su desaparición en 1868. La actividad gubernativa se mantuvo, no obstante, respalEn 1858, 1.500 soldados,

en su

mayoría tagalos

dada y controlada por la autoridad militar, mediante los viejos mecanismos del estado de sitio, hasta el extremo, por ejemplo, de que la existencia de asociaciones obreras dependía de la

68

Gabriel Cardona

buena o mala disposición de los propios capitanes generales. La oposición política era poco problemática. El carlismo había perdido violencia tras su última guerra y, en 1860, fracasó de nuevo cuando Montemolín pasó clandestinamente a España para unirse al pronunciamiento del capitán general de Valencia, Jaime Ortega, que desembarcó en Tortosa pero fue abandonado por sus hombres y fusilado. La captura de Montemolín y las diferencias con su hermano aplazaron nuevos alzamientos. Por su parte, los progresistas estaban muy debilitados tras el segundo fracaso de Espartero; el partido sólo se sostenía por los esfuerzos de Prim, Madoz y Ruiz Zorrilla para mantenerlo unido. La caída de O'Donnell en 1863, nada tuvo que ver con las presiones políticas o militares sino que se debió a la ruptura con los hombres del unionismo. Como la reina no le había confiado el poder para liberalizar el país, sino para evitar el avance progresista, cuando cayó, regresó a los moderados. Su intransigencia se oponía a un Estado tolerante y creaba una oposición cada vez más amplia. La estabilidad que la monarquía podía obtener con la alternancia entre izquierdas y derechas, quedó rota con la intransigencia de Isabel II. El partido progresista, dirigido por Olózaga, se retrajo de la política y negó toda su colaboración. La obstrucción real potenció la vía armada. Como los medios legales no conducían al gobierno, desde 1863 los progresistas se entregaron a la conspiración para preparar un pronunciamiento, pero la Milicia había sido disuelta y el Ejército era el único medio. Prim se configuró entonces, al frente de los militares del partido, como espadón in pectore. Era un ambicioso soldado voluntario, que llegó a coronel a los 26 años, por la explotación de insulsos méritos de guerra contra los carlistas, y se convirtió en héroe nacional gracias a un episodio de poco relieve en la guerra de Africa, magnificado por la propaganda del gobierno O'Donnell, deseoso de fabricarse glorias militares. Inteligente y audaz, no era un revolucionario sino un hombre de acción, deseoso de medrar en la política, cuyo camino le vetó la cerrazón de la derecha. Vinculado al progresismo, desconfiaba de la Milicia y del poder armado en manos de civiles y odiaba a los conservadores y a los demócratas, que podían conducir a la República y a pactos con los obreros.

El problema militar

en

España

69

Los unionistas, despechados por haber sido desplazados, se cuando intentó formar gobiernegaron a colaborar con Narváez no en septiembre de 1864. El general moderado pactó entonces con la extrema derecha de Cándido Nocedal y mantuvo una situación política sólida porque controlaba el Ejército. Aunque la a la reina, los proprensa clandestina republicana desprestigiaba gresistas pugnaban entre sí, los demócratas estaban escindidos en los individualistas de Castelar y los socialistas de P1 y Margall controlados. y los conflictos sociales parecían momentáneamente Sin embargo, los campesinos del sur mantenían la tradición de las sociedades secretas carbonarias y, periódicamente, estallaban en revueltas de desesperación, como la que, en 1861, había ocupado Loja, el pueblo de Narváez. El gobierno sólo resistía gracias al apoyo del Ejército y el equilibrio se rompió cuando Castelar, a consecuencia de un artículo contra Isabel II, fue destituido de su cátedra y los estudiantes se manifestaron. El respaldo de los militares resultó evidente y Narváez les dejó las manos libres contra los revoltosos. La represión en las calles demostró la fragilidad de un gobierno que confiaba más en las bayonetas que en la política. La noche de San Daniel obligó a Isabel 11 a prescindir de Narváez para evitar el propio desgaste. Los demócratas procuraban agitar a los militares jóvenes y a los sargentos, inquietos por las malas pagas y la congelación de ascensos, y a los soldados forzosos, prisioneros del sistema de quintas. Pero más peligrosa era la actitud de Prim, dispuesto a aprovechar el malestar militar de las pagas atrasadas, los ascensos detenidos y los desiguales privilegios corporativos, y a heredar el antiguo lugar de Espartero, como cabeza del militarismo progresista. Con enorme entusiasmo, en 1864 se sublevó y fracasó con el Regimiento de Saboya. Al año siguiente repitió el intento con las guarniciones de Pamplona y Valencia falló de nuey vo. A pesar de la victoria gubernamental quedaba claro que existían guarniciones dispuestas a romper el monolitismo militar, clave de la permanencia de los conservadores en el gobierno. El poder de Narváez, aunque poderoso, era cuestionado en los cuarteles, donde la larga parálisis moderada había generado injusticias y descontento. Por sí mismos, los militares no habrían intervenido

Gabriel Cardona

70

política

pero los progresistas y los moderados llamaban a la acción contra el gobierno y Prim y sus amigos tenían el suficiente prestigio para arrastrar a muchos hombres de uniforme. El gobierno demostraba ser incapaz de evitar que Prim y sus hombres entraran y salieran clandestinamente de España, y su debilidad lo desprestigiaba ante un Ejército acostumbrado a la dureza. en

Fracasa la apertura

a

la

izquierda

Isabel II cesó a Narváez para jugar nuevamente la carta de O'Donnell y neutralizar los pronunciamientos progresistas mediante una apertura a la izquierda. Al llegar al poder por segunda vez, el unionismo puso en marcha medidas liberalizadoras, reingresó a los catedráticos, publicó una ley de prensa liberal, amplió el sufragio y reconoció el reino de Italia, enemigo declarado del Vaticano. Los progresistas no aceptaron el juego y el incansable Prim organizó, en enero de 1866, la insurrección de Villarejo. Fracasaron también los pronunciamientos de Aranjuez, Avila, Alcalá y Ocaña. Refugiado en Portugal, Prim comprendió que no bastaba con lograr la obediencia de algunos batallones para desencadenar la revolución, el movimiento militar necesitaba el apoyo de una gran conspiración basada en un pacto antidinástico entre los progresistas y los demócratas. La ampliación antigubernamental era posible si se pactaba con los republicanos, pero Olózaga era partidario de una alianza ibérica con un monarca portugués y la República era, para Prim, símbolo de la indisciplina que odiaba. Sin embargo, el general pactó, a falta de aliados mejores. El gobierno unionista, para conjurar la amenaza, cometió el error de inclinarse a la derecha. Una nueva matanza fue el resultado. Ya con suficientes contactos con militares y civiles, Prim había planeado el pronunciamiento de nueve guarniciones para el 26 de junio de 1866. En los trabajos preparatorios, los demócratas contaban con numerosos sargentos, un grupo de los cuales, artilleros del cuartel madrileño de San Gil, estaban especialmente Aunque liberales, los aristocráticos oficiales de

inquietos.

El problema militar

en

7

España

artillería se oponían al ascenso de sus sargentos, práctica aceptada en infantería y artillería, y algunas disposiciones recientes habían contribuido a encrespar las relaciones. El capitán Hidalgo, también del cuartel de San Gil, había abandonado voluntariamente el servicio activo para dedicarse a la política con el partido progresista y fue comisionado para ponerse al frente de los sargentos el día del pronunciamiento. El 22, cuatro días antes de la fecha prevista, los sargentos de San Gil, excitados por la propaganda republicana y temerosos de ser descubiertos, se amotinaron en ausencia de Hidalgo, mataron a doce jefes y oficiales y sacaron los cañones a la calle. El movimiento fue mal apoyado por las barricadas civiles, Prim no pudo alzar a los restantes comprometidos y su pronunciamiento se estancó. San Gil se defendió hasta que lo asaltaron varios regimientos al mando de O'Donnell, Narváez y Serrano, que hicieron 200 muertos y 500 prisioneros. Prim, que se encontraba ya en Madrid, pudo huir a Portugal, perseguido de cerca. Desde el pronunciamiento de La Granja en 1836, los sargentos no habían regresado al protagonismo político ni los oficiales perdido el control de sus hombres. Cuando O'Donnell, impulsado por un doble rigor político y clasista, se ensañó y fusiló a más de 40 sargentos, quedó destruida la imagen tolerante de los unionistas y la convivencia en los cuarteles. Los oficiales de artillería se endurecieron y arreció el odio de los sargentos, que pasaron mayoritariamente a simpatizar con la conspiración pro-

gresista. La dureza de

Para

un

sistema

en

declive

conjurar el escándalo,

Isabel II llamó nuevamente a Narváez, pero los unionistas consideraron que habían sido despedidos ignominiosamente y repudiaron la colaboración con los moderados, cuyo gobierno hicieron imposible. El Espadón de Loja estaba desgastado política y personalmente, durante años había sido el instrumento de un poder conservador empecinado en descansar sobre una sola persona. Ahora, cuando ésta acusaba el desgaste, las oligarquías que se beneficiaban del sistema fueron

72

incapaces

Gabriel Cardona

de encontrarle recambio. Sin la habilidad de su juventud y con las bases de su poder militar deterioradas, Narváez se refugió en la dureza. Se unió a su viejo aliado, González Bravo, y gobernó como un dictador estúpido: hasta marzo de 1867 lo hizo sin Cortes y luego, con un Parlamento desmochado. Murió en julio y dejó solo a su socio civil, González Bravo, que se empeñó en mantener el mismo camino inflexible del espadón fallecido. Pero González Bravo era un civil aislado, empeñado en defender a la desesperada su sistema agotado por el desprestigio de Isabel II y la ruina económica. La guerra de Secesión americana había provocado una crisis algodonera, que se extendió a la banca, la industria y los ferrocarriles desde 1866 y, convertida en una acuciante carencia de alimentos en 1867, martirizó a las capas inferiores de la población. Aunque su partido se automarginaba y él mismo estaba exiliado en Biarritz, el viejo O'Donnell conservó, hasta su muerte en noviembre, recursos para imponerse a los generales y mantener la fidelidad monárquica de la Unión Liberal. Cuando murió, el Ejército quedó sin un solo general capaz de contenerlo y la jefatura de la Unión Liberal pasó a Serrano, disgustado con el gobierno porque sus intereses financieros ferroviarios y latifundistas habían sido lesionados por la crisis económica. La falta de tacto de González Bravo le enfrentó con los generales Zavala e Izquierdo que se unieron a la oposición, y hasta con el conservador general conde de Cheste. Serrano, amigo de Montpensier, cuñado y enemigo de la reina e hijo de Luis Felipe de Orleans, en julio de 1868 se unió a Dulce para denunciar la actitud reaccionaria del gobierno, y González Bravo los mandó arrestar junto con Fernández de Córdova, Ros de Olano, Serrano Bedoya, Caballero de Rodas, Echagie y Zabala. La locura de tratar como a colegiales a tantos generales unionistas y moderados culminó con el destierro de la mayoría de ellos a Canarias y otros a Baleares, Lugo o Soria y la expulsión de España de Montpensier. Era lo que necesitaba el pacto antidinástico para consolidarse: hasta los almirantes, indignados por la reducción del presupuesto para la construcción de buques y el nombramiento de un civil como ministro de Marina, se unieron a la conspiración.

El problema militar

en

73

España

muchos oficiales y sargentos, fue reforzado por la adhesión de los generales unionistas. Como prefería un movimiento exclusivamente militar a una revolución de la mano de los republicanos, desde que los generales unionistas decidieron pronunciarse, pactó con ellos, marginó a sus aliados civiles de la izquierda con los que había pactado el derrocamiento de Isabel II y dejó para las futuras Cortes constituyentes la de finición del nuevo régimen. También los unionistas preferían aliarse con Prim que con los demócratas republicanos, enemigos de su candidato Montpensier, cuestión que también Prim decidió aplazar hasta las futuras constituyentes. En cambio, Olózaga temía el militarismo y prefería aliarse con los demócratas que harían posible un movimiento civil bastante fuerte para contener al poder militar. Prim en Londres, los progresistas en Madrid y los generales unionistas en Canarias, se pusieron de acuerdo para que los demócratas fueran testigos mudos de la revolución. En agosto de 1866 se firmó el Pacto de Ostende, que hizo a Prim presidente del Comité Revolucionario, que contaba con los generales Milans del Bosch y Pierrad y los civiles Sagasta, Becerra y Carlos Rubio. Ya convertido en espadón, marginó a la coalición antidinástica, confiado en derribar a la reina con un golpe militar, no subordinado a los acuerdos con los demócratas y progresistas civiles.

Prim, que ya contaba

con

Mientras Prim regresaba a España vía Gibraltar, los marinos enviaron un buque en busca de Serrano y los generales desterrados en Canarias. El 18 de septiembre de 1868 el almirante unionista Topete y Prim se sublevaron en Cádiz, dos días después se les unieron Serrano y sus compañeros, con toda la liturgia de los pronunciamientos y el manifiesto España con Honra. La partida se decidió con la derrota del ejército gubernamental mandado por Novaliches, en Alcolea el 28 de septiembre, tras doce horas de batalla. Mientras Prim se encargaba de levantar Cataluña y el litoral mediterráneo, Serrano integró sus soldados con los derrotados en Alcolea y marchó sobre Madrid; los generales de la reina no ofrecieron resistencia, afirmaron no estar dispuestos a dividir el ejército y el marqués del Duero entregó el mando de la capital sin más complicaciones. La monarquía podía perecer pero el Ejército continuaba. Espontáneamente, se organizaron

Gabriel Cardona

74

y los revolucionarios se apoderaron de los parques de armamento para crear los Voluntarios de la Libertad, herencia de la antigua Milicia Nacional, La reina, que veraneaba en San Sebastián, tomó el tren para Francia. Prim era el verdadero hombre fuerte, gracias a su fama entre el pueblo y los mandos inferiores del Ejército. Sin embargo, ni

juntas

Él ni los generales estaban cionarios populares.

dispuestos

a

gobernar

con

los revolu-

Capítulo

3

EL SEXENIO DEMOCRATICO

Se

por Serrano, con Topete en Marina, Prim en Guerra y ministros civiles unionistas demócratas se autoexy progresistas de clase media, porque los cluyeron cuando los generales les concedieron sólo una de las dos carteras que reclamaban. El verdadero poder residía en los militares para quienes el triunfo de la revolución supuso un reparto de recompensas: Prim fue capitán general, todos los oficiales vencedores ascendieron, por lo menos, un grado honorífico y los soldados vieron reducido en un año su servicio. El hombre fuerte de la situación era Prim, que contaba con el fervor popular, se movía con mayor capacidad que Serrano y actuaba como un político civil con el respaldo de un Ejército que apoyaba el régimen recién nacido. El gobierno, fiel al proyecto de establecer en España un sistema liberal y parlamentario, aunque había llegado al poder por la fuerza de las bayonetas, procuró estabilizar la situación, evitar la politización de los cuarteles y el 6 de noviembre de 1868 prohibió la asociación política de los militares. formó

un

gobierno provisional presidido

La revolución

se

basaba

en

la clase media,

repartida

entre

proceso de definición ideológica. El gobierno de unionistas y progresistas necesitaba tanto impedir el regreso de Isabel IT como el desbordamiento por la izquierda. Lo primero quedaba conjurado por el agotamiento político de los moderados, el desprestigio personal de la ex reina y el apoyo que prestaban a Prim los generales influyentes. Pero era más difícil controlar a los exaltados porque, en septiembre de 1868, la revolución había estallado sin otro acuerdo que derribar a Isabel II y los demócratas insistieron en sus reivindicaciones de proclamar la república y eliminar las quintas y los

unionistas, progresistas y

consumos.

una

izquierda

en

76

|

El asentamiento de

una

Gabriel Cardona

situación

Prim y Serrano creían que sólo una monarquía constitucional garantizaba un Estado estable, aunque el nuevo monarca debía buscarse fuera de la familia borbónica recién destronada. Ante su actitud, los demócratas se escindieron. Un grupo, que tomó el nombre de los cimbrios, se mostró dispuesto a tolerar una monarquía democrática pero el resto se convirtió en el primer partido republicano de España, basado en el federalismo, idea recién aparecida en Europa, que les proporcionó seguidores entre los intelectuales de las capas inferiores de la clase media urbana. El republicanismo federalista se extendió fácilmente entre los insatisfechos de la periferia peninsular, canalizó el sentimiento catalán y el descontento andaluz, convirtiéndose en el más extremado partido de la clase media; el desprecio de los generales hacia la izquierda y la nula implantación federalista en el cuerpo de oficiales excitó su antimilitarismo, las peticiones de desaparición de las quintas y la sustitución del Ejército permanente por milicias. El gobierno de Serrano procuró disolver las juntas locales y controlar a los Voluntarios de la Libertad que, durante la revolución y antes de que los generales pudieran evitarlo, se habían hecho con 40.000 fusiles y creado un poder disperso, causa de frecuentes alborotos. Para desarmarlos, el gobierno decretó su reorganización el 19 de octubre y, en Madrid, se estableció una dinero para recompensa para quien devolviera el fusil, pero faltó extender la operación a las provincias, agitadas por la supresión del subsidio a los parados. En diciembre, los Voluntarios de Cádiz, con el federalista Fermín Salvoechea, se sublevaron cuando el gobierno militar pretendió que devolvieran las armas sin cobrar, y fue necesario enviar una columna de soldados para reducirlos. En enero de 1869 un alzamiento en Málaga fue aplastado cruentamente por la tropa pero los motines se extendieron al Puerto de Santa María, Béjar, Badajoz, Sevilla, Gandía y Tarragona, ciudad donde los Voluntarios desarmaron los soldados y guardias civiles has-

a

ta

que llegaron refuerzos militares. Dos grandes demandas populares, la

supresión

de los

consu-

El problema militar

en

España

77

quintas, no habían sido satisfechas por la revolución. La primera porque no existía un sistema fiscal sustitutorio, la segunda porque el gobierno necesitó el Ejército para controlar los movimientos revolucionarios y los generales no estaban dispuestos a prescindir del reclutamiento masivo y gratuito. La necesimos

y las

dad de soldados aumentó desde que, el 10 de octubre de 1868, en Cuba una apenas instaurado el régimen revolucionario, estalló revuelta importante que era fruto de dos conflictos superpuestos; el de los españolistas contra los criollos ricos y, otro más duro de los criollos pobres y los esclavos negros contra la autoridad del capitán general. Destacaban entre los españolistas los militares, los funcionarios y los comerciantes, sobre todo catalanes, que habían logrado, en 1867, elevar los aranceles cubanos a fin de combatir el comercio no español. Sus oponentes, los criollos ricos, deseaban lo contrario para negociar libremente con Norteamérica. El malestar de los pobres y los esclavos proporcionaba la base combatiente de las revueltas frente al poder absoluto que la autoridad militar ejercía en la isla, a despecho de la forma de gobierno existente en la Península. El gobierno carecía de planes para las Antillas, dado que Serrano había sido capitán general en Cuba y era antiabolicionista mientras que Prim, antiguo capitán general de Puerto Rico, deseaba encontrar una solución, incluida la venta a los Estados Unidos, pero fue inmovilizado por la presión de los intereses catalanes, deseosos de mantener a toda costa su ventajosa situación en las colonias.

Republicanismo

y antimilitarismo

Durante los seis primeros meses del régimen revolucionario no hubo llamadas filas pero pronto los 21.000 soldados de guarnición en Cuba resultaron insuficientes. El 1 de marzo de 1869, después de las elecciones y ya convocadas las Cortes constitu-

a

yentes,

restablecieron las quintas y el 24 se llamaron 25.000 para Cuba, rebajándose la redención a metálico de

se

hombres 8.000 a 6.000 reales. Tras duros debates

parlamentarios

sobre la forma del Estado

Gabriel Cardona

78

y la naturaleza de la fuerza armada, la Constitución de junio de 1869 estableció la monarquía constitucional y el servicio militar obligatorio pero no la Milicia Nacional, plegándose al interés de los generales y la opinión unionista-progresista, en contra de las demandas federalistas, deseosas de evitar la militarización de la

política. Para prevenir las envidias de Serrano, Prim logró que las Cortes lo nombraran regente hasta que llegara a España un nuevo rey, mientras él formaba un nuevo gobierno, dispuesto a mantener una actitud firme frente a cualquier debilitamiento del Estado. Pronto tuvo ocasión de demostrarlo porque estallaron motines antiquintas, convertidos desde septiembre en un alzamiento de los federalistas, convencidos de haber sido traicionados. Cuando una de sus manifestaciones, encabezada por el general republicano Blas Pierrad, mató al gobernador civil de Tarragona, Prim actuó con dureza, detuvo a Pierrad y varios diputados, desarmó a los Voluntarios de la Libertad que todavía estaban en activo, y eliminó a los republicanos de los ayuntamientos. En octubre, el movimiento se combinó con las revueltas populares del hambre, hasta convertirse en una verdadera guerra de partidas en Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía, contra las que Prim

envió al Ejército. Paralelamente a la presión republicana, los carlistas conspiraban sin resultados en favor de un nuevo pretendiente, Carlos VII, y en 1869 fracasaron en varios alzamientos. Sin embargo, a lo largo de 1870, lograron aumentar sus simpatías entre el clero, la aristocracia y grupos católicos, inquietos por el anticlericalisel federalismo. La monarquía borbónica conservaba la simmo patía de algunos oficiales, a pesar del peso muerto de Isabel 11 a quien Napoleón III y algunos de sus consejeros presionaron el 25 de jupara que abdicara en su hijo Alfonso, hasta lograrlo nio de 1870, con muchas dificultades y la oposición de un grupo de duros, como González Bravo, que se pasó entonces al carlismo.

y

El problema militar

La

en

79

España

inquietud profesional había unido

los republicanos, pues los militares veían en ellos a un enemigo de la existencia del Ejército. Los oficiales deseaban mantener el régimen político que habían contribuido a establecer pero sin abandonar la defensa de su profesión. Tradicionalmente, en cada cambio político, el deseo de salvar la carrera los había inclinado hacia el ganador, y ahora los ataques antimilitaristas de los federales, no sólo los agruparon alrededor de Prim sino que les hicieron antifederalistas convencidos. El gobierno tampoco los molestó con reformas internas porque nadie deseaba convertir al Ejército en

Excepto Pierrad, ningún general

se

a

eficiente organización capaz de enfrentarse a una potencia extranjera, sino que garantizara el orden en la Península y las colonias. El reconocimiento de su ineficiencia técnica y el mal porvenir profesional mantenían las ansias reformistas de algunos grupos militares. Pero la reorganización de un Ejército, incluso en sus aspectos más técnicos, era un espinoso problema que ningún grupo en el poder estaba dispuesto a plantear, habida cuenta de que nadie en España creía necesario disponer de un buen una

Ejército. El reformismo militar era algo que preocupaba exclusivamente a los militares y las personas de su círculo. En épocas de libertad de imprenta, aparecían numerosos libros y folletos reformistas escritos por militares, mientras la inquietud de los generales solía reducirse a los debates parlamentarios. Alrededor de 1870 se desencadenó un alud de publicaciones reformistas, que derivaron pronto hacia los aspectos políticos, a causa de la situación revolucionaria y el protagonismo federalista, centrándose la

polémica en torno al servicio obligatorio y la alternativa ejército forzoso-ejército voluntario. La argumentación general de los aspectos técnicos se basaba en la comparación con los ejércitos extranjeros, cuyo modelo más utilizado

el francés, de acuerdo con la tradición borbónica y la importancia de Francia en Europa, pero la guerra franco-prusiana de 1870-1871 desprestigió el modelo galo, en beneficio del prusiano, que se convirtió en la referencia más utilizada. A partir de ese momento, la mayor parte era

80

Gabriel Cardona

del cuerpo de oficiales mantuvo

germanófila. Amadeo de

profesionalmente

una

postura

Suboya

Establecer la monarquía como forma de Estado rompió el entendimiento con los demócratas, y designar a Amadeo como nuevo rey agotó el pacto de los progresistas con los unionistas, partidarios de Montpensier. Al rey italiano se oponían los católicos, los alfonsinos, los carlistas, los republicanos, los unionistas y sólo estaban dispuestos a defenderlo los progresistas y Prim, su jefe, apoyado en el poder del Ejército. Pero, en diciembre de 1870, antes de que Amadeo llegara a Madrid, Prim fue asesinado. Serrano intentó recoger su herencia y presidió el primer gobierno de la nueva monarquía, formado por una coalición de unionistas, progresistas y demócratas. Pero no pudo dominar a los militares como su antecesor. Falto de un espadón, el Ejército apuntó hacia nuevas banderías. Cuando en enero de 1871 se ordenó que todos los funcionarios civiles y militares jurasen obediencia a Amadeo 1, tres capitanes generales de distinta significación política, Montpensier, Cheste y Novaliches, se negaron y, con ellos, algunos oficiales que fueron expulsados, aunque, en lo sucesivo, los desaires públicos de la nobleza al nuevo rey, afectaron a los militares aristócratas. Nadie recuperó la autoridad de Prim y los militares se repartieron entre las diversas tendencias políticas. Aunque las ideas que el general había defendido conservaron muchos adeptos entre los oficiales jóvenes y los sargentos, Ruiz Zorrilla, que le sucedió al frente del partido, no podía encabezar el progresismo militar porque carecía de carisma entre los generales, aunque le siguieran algunos mandos subalterrenos y sargentos. El partido se escindió mientras los cuperaban cierto poder, que Serrano fue incapaz de aglutinar, por lo cual acabó como jefe de los fronterizos, peleando por el mismo espacio político centrista-conservador que Ríos Rosas,

unionistas

Cánovas y Sagasta. Las dificultades se multiplicaron. La guerra de Cuba se encrespaba por la crueldad recíproca y requería nuevos refuerzos.

El problema militar

en

España

_8l

general Díaz de Rada, antiguo oficial carlista de la primera guerra, regresó a su viejo partido, se alzó por Carlos VII y el movimiento se extendió vigorosamente en el País Vasco y Navarra, las montañas de Cataluña, el Maestrazgo y mantuvo partidas en otras regiones. Serrano se puso al mando del Ejército de operaciones que la situación económica impedía dotar de suficientes recursos. Sin embargo, el general Moriones derrotó a los carlistas en Oroquieta, salvándose Carlos VII de caer prisionero porque huyó a Francia a uña de cabello. No por ello terminó la guerra y Serrano intentó emular a Espartero con un acuerdo que permitiera a los oficiales carlistas integrarse en el Ejército. Consiguió firmar, en tal sentido, el pacto de Amorabieta pero la guerra continuó porque Carlos VII y los guerrilleros no aceptaron aquel trato entre militares profesionales. No eran Cuba y los carlistas los únicos problemas armados. En octubre de 1871, un antiguo marino, Montejo, y un coronel, El

sublevaron en El Ferrol con 1.500 marineros y obreros del Arsenal. Secundados por los federalistas locales, se apoderaron de víveres, municiones, dos fragatas, un transporte y varias cañoneras, dispuestos a extender la rebelión por las costas del Norte, pero fracasaron y la mayoría de ellos fueron aprisionados. En 1872 la desunión militar era evidente, aunque el general Contreras se había pasado a los federalistas y participaba con Pierrad en las manifestaciones, la mayoría de los militares evolucionaba hacia la derecha, impulsada por un reflejo defensivo frente al antimilitarismo. El proselitismo alfonsino se extendía por las salas de oficiales, en Andalucía se descubrieron dos conspiraciones de sargentos carlistas y se rumoreó que Baldrich, el capitán general de Cataluña, estaba en contacto con agentes de Carlos VII.

Pozas,

se

Cuando,

el

de 1872, el rey Amadeo encargó la formación de gobierno a Ruiz Zorrilla, jefe del ala izquierda del progresista, el gobierno se declaró favorable a abolir la esclavitud en Puerto Rico y, para congraciarse con los federalistas, anunció una reorganización militar, el fortalecimiento de la Milicia y la supresión de las quintas. Los plantadores y comerciantes con intereses en las Antillas y los militares se sintieron inen

verano

Gabriel Cardona

82

Los primeros financiaron secretamente algunos motines federalistas en Madrid, Andalucía y Levante, y lograron un compromiso de Serrano para abortar el proyecto antiesclavista, hasta el punto de que trató con algunos de sus compañeros la sustitución de la monarquía de Amadeo por una república moderada como la francesa y explotó el descontento de los militares y su inquietud ante las demandas de los federalistas que el gobierno parecía dispuesto a complacer. Cuando en septiembre fue llamada a filas una quinta de 40.000 hombres con destino a la guerra de Cuba, también los federalistas se indignaron con Ruiz Zorrilla que quedó aislado por la izquierda y la derecha.

quietos.

El

asunto

Hidalgo

En noviembre de 1872 el

gobierno

general Baltaoperaba contra los

nombró al

ejército de Norte, que carlistas. Era un progresista cuya militancia y amistad lo habían promocionado, en sólo seis años, de capitán sar

Hidalgo jefe

del

con a

Prim

general

de división, mientras se le acusaba falsamente de encabezar en 1866 el motín del cuartel de San Gil que costó la vida a varios oficiales de artillería. Estos persistían en su elitismo y un acusado espíritu de cuerpo, de manera que, cuando Hidalgo llegó a Pamplona, alegaron estar enfermos para evitar presentársele. El general pretendió imponerles un arresto, pero dimitió cuando el ministro de la Guerra, Fernández de Córdova, no se lo permitió.

gobierno se encontró atrapado entre las críticas de la 17quierda y el espíritu aristocrático de los artilleros, contra quieEl

deseaba intervenir. Ruiz Zorrilla encomendó entonces a Hidalgo el mando del ejército de Cataluña, pero en Barcelona el plante fue todavía más grave y 300 oficiales pidieron el retiro, solidarizándose con ellos los generales y oficiales de artillería. Ruiz Zorrilla ordenó que los capitanes de batería nes

Amadeo 1

no

fueran sustituidos en el mando por los sargentos primeros y envió un proyecto a las Cortes para reformar el cuerpo. El documento fue llevado al palacio del Congreso en secreto y se puso a votación cuando sólo dos diputados conservadores estaban pre-

El problema militar

en

España

83

sesiones, de manera que resultó aprobado de radicales, demócratas y federalistas contra 2 de

sentes en el salón de

por 191 votos la derecha. Todos los jefes y capitanes de artillería fueron sustituidos por oficiales de otras armas y de marina, los tenientes por secciodos el en recién ascendidos dividido sargentos y cuerpo nes, una técnica, encargada de las fábricas y escuelas, y otra a cargo de las unidades de combate. Amadeo 1, educado en el militarismo piamontés, se sintió ofendido pero se negó a encabezar un golpe de Estado propuesto por algunos artilleros. En febrero de 1883, refrendó con su firma la disolución de la artillería y, cansado de la imposible política española, abdicó y abandonó rápidamente el país.

La

proclamación

de la

República

El Senado y el Congreso, en sesión conjunta, se constituyeron como Asamblea Nacional, proclamaron la República y designaron presidente del gobierno provisional al federalista Estanislao Figueras, que se vio sometido a la doble oposición, de los exaltados de su propio partido, que exigían la república federal inmediatamente, y de los radicales, que deseaban una república unitaria, conservadora y laica. Los dirigentes federalistas eran hombres de clase media, cuyo deseo de eliminar el protagonismo militar les enemistó gravemente con los oficiales, que experimentaron un cambio muy intenso en su mentalidad y actitudes. El mismo Figueras, a pesar de los graves problemas de orden público y las guerras carlista y cubana, cuestionó la utilidad de la disciplina, del servicio obligatorio y del mismo Ejército. En la fecha de su toma de posesión, ocupaban dos mandos importantes, Madrid el Norte, los generales Pavía y Moriones,

y

profesionales cualificados

y antiguos amigos de Prim. Pero Figueras deseaba contentar al general Nouvilas, recientemente pasado al federalismo, e inició una rotación de los tres que le indispuso con Pavía y Moriones, a cambio de que el incompetente Nouvilas fracasara primero en el orden público de la capital y luego ante los carlistas del Norte. El gobierno federalista procuró

-

84

Gabriel Cardona

cambiar todos los mandos considerados desafectos y recibió las protestas de los militares, al restablecer los Voluntarios de la Libertad, suprimidos en 1869. Cuando la ley de 17 de febrero de 1873 estableció el ejército profesional y pagado, las plazas no se cubrieron por falta de voluntarios, mientras los extremistas pedían que se entregaran las armas al pueblo. Los Voluntarios de la Libertad y los batallones francos de nueva creación se distinguían por su indisciplina y antimilitarismo, de manera que procuraban minar la moral de los soldados. La postura de los oficiales se hizo difícil, en plena guerra carlista, con continuas incitaciones a la indisciplina de la tropa y sin el respaldo del gobierno que había suprimido el Código Militar.

La

oposición

a

«la

federal»

Como de costumbre, el malestar militar fue explotado por los partidos. La proclamación de la república federal dependía de las Cortes constituyentes a punto de reunirse. Para evitarlo, Martos, el dirigente del partido radical que presidía la Asamblea, acudió a los generales y a los trece días de establecido el régimen, intentó un golpe de Estado, ocupó varios edificios con la Guardia Civil, nombró a Moriones capitán general de Madrid e hizo preparar varios batallones de la Milicia. Pi y Margall, ministro de la Gobernación, discutió agriamente con él y frustró el movimiento, pero ya no pudo evitar los continuos contactos de Martos con generales conservadores como el marqués del Duero, Valmaseda, Topete, Gándara, Caballero de Rodas, Gasset o Ros de Olano y el odio creciente del Ejército a los federalistas. El 18 de febrero, el gobierno decretó la sustitución del capitán general de Cataluña, Gaminde, por Contreras. Era el primero un antiguo hombre de Prim y el segundo un extremista al que Figueras deseaba alejar de Madrid. Gaminde marchó a Francia sin esperar el relevo y Andía, su segundo, tras un los oficiales no secundarían pronunciamiento, también que abandonó la ciudad. Entonces la Diputación provincial, dominada por los federalistas, ordenó a los mandos accidentales que le tilentregaran las armas de los parques y desarmaran los cuerpos

comprobar

El problema militar

en

España

85

dados de desafectos. Cuando comisiones de diputados visitaron los cuarteles para arengar a la tropa se extendió la indisciplina entre los soldados, ya excitados por la propaganda federalista y la demagogia de agentes alfonsinos y carlistas. La Diputación pretendió entonces proclamar la independencia de Cataluña pero Figueras se desplazó a la ciudad y logró que abandonara el proyecto a cambio de entregar a la Diputación el control de la guarnición de Cataluña. Los diputados destituyeron entonces a 400 oficiales, el 9 de marzo, declararon la disolución del Ejército y su sustitución por una fuerza voluntaria. Aunque Contreras, al llegar a la ciudad, se había unido a los federalistas exaltados, disolver el Ejército, con los carlistas casi en puertas, era tan temerario que se intentó rectificar manteniendo a los soldados en filas hasta contar con suficientes voluntarios. Ya era tarde, las tropas de Gerona e Igualada se negaron a luchar contra los carlistas, varios jefes y oficiales murieron a de sus hombres o se vieron abandonados en pleno combate, las deserciones y motines se extendieron hasta que, en toda Cataluña, no quedaron más fuerzas operativas que tres compañías de ingenieros. La mayoría de los oficiales no movieron un dedo para impedirlo, indignados por los ataques de los federalistas, la concesión de mandos a Nouvilas o Contreras, la suspensión del Código Militar que les negaba los medios para imponerse, la negativa del gobierno a reingresar a los artilleros del asunto Hidalgo y los ascensos políticos, concedidos, no por el espadón de turno, sino por políticos antimilitaristas. Los diputados del partido radical hicieron un nuevo intento para evitar la república federal. Controlaban la comisión permanente de las Cortes, todavía suspendidas, y lograron que Serrano se comprometiera a encabezar un nuevo pronunciamiento en Madrid, aunque Pavía, el capitán general, no quiso comprometerse. El 23 de abril, el general López de Letona concentró algunos batallones monárquicos de la Milicia Nacional en la plaza de toros, la Guardia Civil y el Ejército no intervinieron y Pavía dejó hacer. Pi y Margall llamó a varios generales, hizo que el gobernador civil, capitán retirado Nicolás Estévanez, movilizara batallones republicanos de la Milicia, amenazó con bombardear la plaza y logró que los revoltosos se disgregaran tras escuchar manos

86

Gabriel Cardona

discurso de Topete. Los batallones que se habían concentrado fueron disueltos, relevado Pavía, sustituido el ministro de la Guerra y arrestado Topete. Serrano y otros complicados huyeron a Francia. Los carlistas aprovecharon el colapso del ejército de Cataluña y pasaron a la ofensiva. El gobierno depuso a Contreras pero la situación era grave, los carlistas tomaron numerosas poblaciones y su entrada en Mataró aterrorizó a la población de Barcelona, donde los intransigentes pidieron la disolución total del Ejército, la distribución de armas al pueblo, el regreso de Contreras y los internacionalistas proclamaron la huelga general. La indisciplina de las tropas había llegado al máximo, con motines y asesinatos de oficiales, que en gran número abandonaron sus destinos, dimitieron o se inhibieron. Entre febrero y junio de 1873 los ministros de la Guerra se sucedieron con un promedio de once días cada uno. un

La revuelta cantonal

Cuando las Cortes constituyentes se reunieron el 1 de junio de 1873, Figueras no asistió porque había marchado a Francia dejando una carta de dimisión. Pretendió aprovechar el vacío de poder el general Socías del Falgar que inició un conato de dictadura, cortado por la Guardia Civil y la ocupación de la presidencia por Pi y Margall. Su mandato estuvo animado por la voluntad de atraerse a los intransigentes de su partido, mientras

preparaban una sublevación y los bakuninistas, sus aliados, no perdían ocasión de poner en aprietos al gobierno. El federalimo carecía de cohesión interna y el ala izquierda conspiraba contra su mismo gobierno. Los militares, como gran parte de la clase media, estaban hartos de aquella revolución que no habían sabido controlar y se sentían progresivamente empujados a una

ellos

alianza con los conservadores. La mayor parte del Ejército estaba concentrado contra los carlistas en el Norte y Cataluña. Durante el verano, como los federalistas estaban radicalizados por el ejemplo de la Comuna de París e irritados por su fracaso en las elecciones municipales, el

El problema militar

en

87

España

trasladó tropas hacia Madrid y el Norte dejando Andalucía casi desguarnecida, En Barcelona, la desintegración militar comenzaba a ser compensada por los comités republicanos los federalisque se mostraban solidarios con el gobierno, pero tas de Córdoba, Sevilla, Málaga, Valencia, Granada, Jaen y Alcancoy, que carecían de guarnición, se alzaron proclamándose tones independientes; los oficiales de artillería de Cádiz, que eran antiguos sargentos ascendidos, y la marinería de la flota de Cartagena, con los cuatro mejores barcos de guerra, se unieron al movimiento. Pi y Margall, que ya sólo era obedecido en Madrid y Barcelona, envió tropas hacia el sur pero, fiel a sus principios, dijo al general Ripoll, que las mandaba, no entre usted en Andalucía en son de guerra y, aunque perdió el apoyo del Ejército, la Guardia Civil y parte de los Voluntarios, persistió en su idea de negociar a toda costa, hasta que el 18 de julio dimitió para no verse en la necesidad de emplear la violencia contra los

gobierno

cantonales.

El endurecimiento de la

República

presidente, Salmerón, era un federalista dispuesto a restaurar la autoridad del gobierno central y recurrió a generales capaces, sin reparar en su ideología. Envió al Sur al progresista general Pavía y una pequeña columna con guardias civiles y carabineros, que restauró la disciplina de los soldados conEl

nuevo

centrados en Córdoba y cuando hubo tomado Sevilla, tras dos días de lucha, Cádiz y Granada se entregaron. A Levante se envIÓ al monárquico Martínez Campos, que entró en Valencia el 7 de agosto tras un breve bombardeo. Lo más importante de la revuelta fue reducido en dos semanas gracias a la decisión del gobierno y las divisiones de los cantonalistas, porque los federalistas exaltados de clase media comenzaron a temer el poder de los obreros y campesinos desesperados, encabezados por los in-

ternacionalistas.

|

Unicamente persistían los cantones de Cartagena y Málaga. En el primero se había refugiado Contreras, apoyado por los marineros de la flota que demostraban ser una formidable fuerza re-

88

Gabriel Cardona

volucionaria. Málaga, en cambio, resistía gracias a las contradicciones federalistas, los cantonalistas malagueños pertenecían a la rama izquierda del propio partido del gobierno, y Solier, su líder, era un protegido de Palanca, el ministro de Ultramar. Cuando Pavía amenazó a Salmerón con dimitir, éste le autorizó a tomar Málaga y la conquistó fácilmente. Cartagena quedó como único foco rebelde. Dispuesto a asentar la autoridad, Salmerón restableció las quintas y llamó 80.000 hombres a filas con la reivindicación más característica de su partido. Pero no supo ganarse a los oficiales, que pedían el restablecimiento de la pena de muerte para imponer de nuevo la disciplina y combatir a los carlistas. Cuando los oficiales del Ejército de Cataluña recogieron 1.200 firmas, las Cortes restauraron la pena máxima pero Salmerón dimitió. Castelar, el cuarto presidente de la República, aunque pertenecía al mismo partido estaba alejado del federalismo e intentó hacer viable la República apoyándose en las clases conservadoras, abandonando el antimilitarismo y ganándose a Serrano, Topete, Pavía y Martínez Campos. Desde el 20 de septiembre de 1873 hasta el 2 de enero de 1874, gobernó como un dictador: suspendió las Cortes y las garantías constitucionales, destituyó todas las autoridades de simpatías cantonales, disolvió el Ayuntamiento de Madrid y clausuró la prensa extremista. Compró artillería y llamó a 120.000 hombres a filas, restableció el Código Militar y la pena de muerte. Restauró la artillería admitiendo a los oficiales dados de baja por el asunto Hidalgo, mientras los sargentos, que los habían suplido hasta entonces, debieron elegir entre pasar como tenientes a infantería y caballería o ingresar en la academia de artillería como cadetes. También procuró corregir el abandono presupuestario. En 1871, la Marina de guerra costaba 24 millones, y el Ejército 84. naval sólo se había elevado a 31 milloEn 1873, el

presupuesto

de 217. A pesar de ello, España no contaba con un Ejército moderno, el material importaba la mitad y, en ocasiones, la tercera parte de los sueldos. Es decir, que la institución carecía de casi todo, excepto de oficiales mal pagados y de soldados mal armados, sin instrucción, pésimamente alimentados, vestidos, alojados y azotados por las enfermedades. nes, pero el militar

era

El problema militar

en

89

España

Pero la política dictatorial tocaba a su fin porque preceptivamente debían reunirse las Cortes el 2 de enero de 1874. Los militares estaban decididos a impedir el retorno de los federalistas pero Castelar rechazó un ofrecimiento golpista de Serrano. También Pavía, nombrado capitán general de Madrid en los últimos días de Salmerón, se sentía enfrentado a los federalistas. Era un artillero antiisabelino, compañero revolucionario de Prim, y no estaba dispuesto a soportar más ataques antimilitaristas. Cuando Castelar se negó a mantener suspendidas las Cortes, le advirtIÓ que su derrota parlamentaria supondría un nuevo quebranto para el Ejército. Efectivamente, el 3 de enero de 1874, Castelar perdió por 120 votos contra 100. Cuando, antes de que acabara el escrutinio, se reveló que el nuevo presidente sería Palanca, el antiguo protector del cantón de Málaga, Pavía, ordenó. a sus hombres disolver el Parlamento. No pretendía ser el nuevo espadón y su pronunciamiento inició una nueva época, estuvo respaldado por un interés civil temeroso de la revolución y por la mayoría de los oficiales que deseaba contener un proceso estimado como destructor del Ejército. El de 1874 fue el primer movimiento militar simultáneamente conservador, corporativo y apartidista. Pavía no buscó entregar el gobierno a nadie sino corregir la desviación de un régimen que él mismo había contribuido a establecer. En cierto modo, fue un antecedente del Queipo de Llano de 1936.

Un

nuevo

Una

régimen militar

consumado el golpe, tanto Cánovas como Castelar se negaron a colaborar y el régimen se encontró en su punto de arranque de 1868, sin otra salida institucional que un nuevo gobierno provisional de Serrano, oportunista carente de iniciatiy va, que había militado un poco en todos los campos. El 12 de de 1874, apenas una semana del Do-

enero

mínguez

vez

entró

Cartagena

después

y terminó

golpe, López

los restos de la sublevación cantonal, sin que el triunfo militar fuera acompañado de una ampliación de la base política. A diferencia de Prim, que en

con

90

Gabriel Cardona

contaba con el Ejército y un sólido respaldo civil, Serrano disponía de escasos apoyos; los ricos, latifundistas, burgueses, grandes comerciantes y generales eran partidarios de la restauración monárquica, las simpatías de la Iglesia oscilaban entre las carlistas y los alfonsinos, la clase media se había vuelto más conservadora o apartado de la política tras el fracaso de sus tres grandes partidos: radicales, demócratas y federalistas; mientras que los obreros y campesinos ni apoyaban al gobierno ni éste parecía desearlo. Serrano carecía de intenciones dictatoriales, aunque Cánovas le comparaba con Mac Mahon, el general que había impuesto en Francia un mandato de siete años, crítica insincera que pretendía desprestigiarlo ante la nobleza, el clero, la alta burguesía, las clases medias conservadoras y los sectores populares afectados por la inseguridad. Cánovas temía que buscaran la protección en el militarismo en vez de confiar en la restauración monárquica como garantía del orden. Ciertamente, el gobierno provisional se hizo eco de las peticiones de estabilidad social. Redujo a la impotencia a los federalistas y bakuninistas, censuró la prensa con mayor dureza que en la época de los moderados y sustituyó a los Voluntarios de la Libertad por una Milicia Nacional que sólo existía en el papel. El temor a la revolución impulsó pactos entre liberales de 1868 del gey conservadores, el ministerio de la Guerra pasó a manos neral monárquico Zabala, antiguo colaborador de Amadeo y Castelar, y de la cartera de Marina se encargó a Topete. Serrano pretendió reducir a los carlistas pero de los 200.000 hombres del Ejército sólo podía mantener un máximo de 15.000 en campaña. Reservó para sí el mando militar supremo, delegó en Zabala la presidencia del gobierno, puso a Concha al frente de la división enviada contra los carlistas y nombró a Martínez Campos jefe del Estado Mayor. Con puestos decisivos en manos de monárquicos, en la primavera de 1874, se dio a Concha, el mejor táctico español, el mando del Norte sin que su pasado isa|

belino fuera impedimento. A su alrededor se organizaron conspiraciones de militares, en favor de que Concha pensaba conducir a un pronunciamiento don Alfonso en cuanto tomara Estella, capital de los carlistas,

El problema militar

en

España

91

pero murió en la batalla de Abárzuza, perdida por sus tropas. Su muerte casi detuvo las operaciones, derribó el prestigio del gobierno y benefició a Cánovas, que no deseaba estar subordinado a los generales y prefería que la restauración se produjera a través de cauces políticos. Su partido mantenía difíciles relaciones con los militares alfonsinos que no parecían dispuestos a renunciar al protagonismo y, desde la muerte de Concha, eran encabezados por Arsenio Martínez Campos, que tenía gran prestiglo por sus éxitos militares en Cuba y en la guerra carlista. Para seguir la tradición de las casas reales y consciente de que el futuro rey debía congraciarse con el Ejército, Cánovas hizo que el príncipe Alfonso ingresara en la escuela militar de Sandhurst y redactó un documento en forma de carta que, desde principios de diciembre de 1874, comenzó a circular en España. Este manifiesto de Sandhurst dio prestigio a la idea de una restauración civilista y retrasó un intento del grupo de Martínez Campos, que deseaba dar un golpe contra Serrano. La conspiración, sin embargo, no se detuvo y corrió el rumor de que Cánovas estaba en conversaciones con Fernando Primo de Rivera, capitán general de Madrid, y con Jovellar, capitán general del ejército del Centro, para restaurar la monarquía. Ambos eran hombres del 68 y Martinez Campos, que temió verse desbordado, pactó un pronunciamiento con Dabán, jefe de una brigada. Con una excusa, se alzaron ambos en Sagunto y proclamaron la monarquía de Alfonso XII. Simultáneamente se sublevó en Ciudad Real el general Valmaseda. Jovellar, que se había incorporado a la conspiración, reunió fuerzas para apoderarse de Valencia. Serrano recibió las noticias camino del Norte, donde se había desencadenado una nueva ofensiva contra los carlistas. Con Moriones y otros jefes estaba decidido a marchar contra los sublevados, pero gran parte del Ejército parecía inclinarse ahora or la monarquía. Cuando Fernando Primo de Rivera, otro homre del 68 y capitán general de Madrid. se pasó a los alfonsinos, Serrano marchó hacia la frontera y se exilió en Francia. Sagasta, entonces ministro, entregó los poderes a Primo de Rivera. A pesar de su protagonismo los militares sublevados no tomaron decisiones posteriores y la iniciativa pasó a manos de Cánovas, aunque el golpe de Sagunto demostró que el Ejército tenía la última

palabra.

TERCERA PARTE: EL MILITARISMO DINASTICO

Capítulo

1

LA RESTAURACION CANOVISTA

E cambio de

régimen se produjo con las garantías constitucionales suspendidas, porque la 1 República había proclamado el estado de guerra, el 18 de julio de 1874. Cánovas no normalizó la situación, ni siquiera al aprobarse la Constitución de 1876, y mantuvo la excepcionalidad hasta la ley de 10 de enero de 1877, dado que la falta de garantías facilitaba la represión de los disidentes políticos y de los delincuentes, proporcionando a los grupos conservadores el orden público que reclamaban, en cuya custodia implicó al Ejército. Al responsabilizar a las autoridades militares de la represión de los desórdenes, las vinculó al sistema, aun a riesgo de proporcionarles protagonismo político. Esta subordinación del orden público a la autoridad militar se consolidó con la ley de Reorganización del Ejército, de 27 de julio de 1877, que definió a la Guardia Civil como cuerpo auxiliar del Ejercito, modificando la situación vigente desde 1844. La extensión de la jurisdicción militar a los actos de resistencia o violencia contra los guardias civiles, y las prácticas de declarar el estado de guerra, emplear sistemáticamente a la tropa en las calles y hacer comparecer a los civiles acusados de rebelión, sedición o sus conexos ante consejos de guerra, prestó protagonismo a los militares al colocarlos en el lugar de máxima responsabilidad en los momentos más delicados. El Ejército intervino ante cada problema de orden público, incluso sin estar declarado el estado de guerra y, en ocasiones, se juzgó por la jurisdicción militar, por la simple calificación de resistencia a la fuerza armada. Cánovas pensó conjurar los pronunciamientos colocando al rey en el lugar de los antiguos espadones, y haciendo de Alfonso XII el sucesor de Espartero, Narváez, O'Donnell y Prim. Mientras reservaba al gobierno los asuntos políticos, permitió

9%

Gabriel Cardona

que los generales mandaran libremente en su mundo cuartelero, que estaba vedado a los civiles, apartándolos así de la tentación de intervenir en las cuestiones generales del Estado. Este pacto tácito no evitó el militarismo sino que lo integró en el sistema y estableció un equilibrio que, tanto los conservadores como los liberales, procuraron mantener en el futuro; así cualquier intento reformista profundo estuvo destinado al fracaso, porque ningún político deseaba inquietar a los militares y remover los posos de su fuerza, sedimentados por Cánovas. Su poder no quedó sometido al Estado sino que se mantuvo como un aliado, momentá-

pacífico. El entusiasmo juvenil de Alfonso XII por las cosas militares fue bien aprovechado; las aficiones militares del rey tuvieron el objeto de acercarle al estamento militar, tomó parte en desfiles y actos castrenses de todo tipo, y vivió tan rodeado de militares que parecía ser uno de ellos, dispuesto a protegerlos de los abusos del gobierno. Aunque sin aislarse, el Ejército dejaba la política a los ministros y prestaba un sólido apoyo a la Corona. Tal postura consolidó el sistema jerárquico e introdujo la figura del rey en la cúspide del mando militar al que toda la institución deneamente

bía obediencia. De tal condición no se habían beneficiado Isabel II, Amadeo Ini los sucesivos presidentes republicanos. Ya los generales no podían pelearse por la cima del organigrama porque correspondía al rey, presentado como cabeza natural del cuerpo de oficiales. La Restauración no fue así pretoriana pero sí militarista. La nueva legalidad estuvo presidida por la Constitución de 1876 cuyo artículo 3.* establecía el Ejército y la obligación militar, saldando las polémicas del Sexenio acerca de las quintas y la naturaleza de la fuerza militar: todo español está obligado a con las armas cuando sea llamado, por la a su

patria defender ley, mientras explicitaba el Título XII: las Cortes fijarán cada año, a propuesta del rey, la fuerza militar permanente. La Ley Constitutiva del Ejército, de 29 de noviembre de 1878, acentuó los aspectos más elitistas y nobiliarios, definió el Ejército como institución especial a las órdenes del Rey, militarizó definitivamente la Guardia Civil al definirla como un cuerpo del Ejército, mantuvo la tradicional organización con 13 distritos peninsulares y 3

El problema militar

en

España

97

(Cuba, Puerto Rico, Filipinas), y estableció que: la primera y más importante misión del Ejército es (...) (la defensa de la) patria de sus enemigos exteriores e interiores. Introducidas definitivamente las quintas, se mantuvo la injusticia de la redencoloniales

metálico que, en 1877, se estableció en 1.200 pesetas y la Ley de Reclutamiento y Reemplazo de 10 de julio de 1885 consolidó en 1.500 pesetas. Cánovas fue presidente del gobierno desde 1875 a 1880, con dos breves paréntesis en 1875 y 1879, larga permanencia que le permitió consolidar un sistema de gobierno civil, aunque con la colaboración del Ejército. Dos de los ocho ministerios que existieron hasta 1898 (Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Marina, Hacienda, Gobernación, Fomento, Ultramar) estuvieron siempre confinados a generales y almirantes. Entre los senadores de derecho propio y los nombrados por la Corona, fue importante el número de generales, sin que faltaran militares entre los elegidos por las Corporaciones del Estado y los mayores contribuyentes. Así, la participación de los generales en la política adquirió carácter de premio y colaboración. Un general en un cargo o en las Cortes no era un político batallador sino un funcionario integrado. Jovellar (en 1875), Martínez Campos (1878-1879) y Azcárraga (1897) fueron presidentes de gobierno; y de los 375 diputados de las Cortes de 1879, 31 eran militares (14 generales, 10 coroneles, 1 almirante y 6 oficiales), en su mayoría por circunscripciones latifundistas, 18 de Cánovas y 8 de Sagasta, mientras que 16 de ellos ya habían tomado parte en las Cortes de 1876. ción

a

La consolidación

profesional

En 1874, el grupo social militar ya estaba configurado y dependía, sobre todo, del autorreclutamiento. Es decir, que el espíritu de cuerpo privaba sobre cualquier otro sentimiento, ligado al desmesurado crecimiento y la necesidad de defender ese

para garantizar la supervivencia de quienes no tenían otro medio de vida. Al contrario de las corporaciones privilegiadas, que se defienden con la reducción y el numerus clausus, los oficiales basaban su defensa corporativa en un crecimiento insen-

exceso

Gabriel Cardona

98

escalones inferiores cuyos componentes debían forzosamente promocionarse al cabo de un tiempo. Simultáneamente se cerró el paso a la ascensión de los pobres, la carrera militar de los soldados terminaba ordinariamente en sargento, y la supresión de las milicias y cuerpos de voluntarios cortó la posibilidad de que los grupos populares llegaran a las escalas de sato

de

sus

oficiales. Como los escalones

superiores

material, soldados,

estaban

hipertrofiados,

los

re-

y sueldos tendían a disminuir, porque el poder político no deseaba un ejército apto para la guerra exterior sino para servir de fuerza de orden público y proporcionar tribunales de excepción. Educados como una élite, los oficiales eran un grupo frustrado profesional y socialmente, cuyos únicos recursos residían en el corporativismo, el aislamiento aristocratizado de sus casinos y cuartos de banderas, el desprecio a los paisanos, la defensa intolerante ante las críticas, la parafernalia de ceremonias y uniformes. El Estado debía pagarles con distinciones, ideología y servicios, al no poder hacerlo de cursos en

otra

forma, y

como

jamás

se

ascensos

resolvió el

problema fundamental,

resultó un círculo vicioso: la hipertrofia del escalafón conducía a la falta de recursos, y ésta a las reivindicaciones que obligaban al gobierno a tranquilizar a los militares, transigir con la situación y no emprender ninguna reforma básica que pudiera

inquietarlos.

La dinámica generacional favorecía la estabilidad, desapareció la generación de grandes generales que obtuvieron fama en las guerras carlista o de Africa. Prim había muerto en 1871 y Concha en 1874, Espartero les sobrevivió hasta 1879 y Serrano hasta 1885, pero ni uno ni otro conservaban posibilidades políticas y, mucho antes de morir, ya eran recuerdos. La siguiente generación de generales, Martínez Campos, Dabán, Jovellar, Fernando Primo de Rivera, Azcárate, Blan-

López Domínguez, coco, Polavieja y Weyler se había formado durante el Sexenio, nocía lo peligroso de participar en el juego de los partidos y no

estaba adornada por aureolas heróicas. La Restauración contaba con el apoyo de las clases altas y de amplios grupos de las medias, a las que pertenecían los oficiales, de la antiaunque conservaban todo el orgullo y la mentalidad

El problema militar

en

99

España

gua aristocracia. Años atrás, la nobleza se había replegado del Ejército, donde apenas quedaba medio centenar de titulados y muchos segundones e hidalgos, pero los oficiales conservaban la convicción de ser aristócratas y se comportaban como tales en sus cuarteles y casinos, a pesar de sus bajos sueldos. Eran educados en las academias como nobles, se comportaban como tales pero eran pagados por el Estado como míseros empleados y mantenidos durante largos años en empleos subalternos. El desprecio hacia los paisanos, el aislamiento social y el resentimiento eran la consecuencia. Su mentalidad recibió, además, importantes refuerzos de sus componentes católicos y centralistas. Lo primero, porque la política religiosa de Cánovas buscaba terminar con el apoyo católico al carlismo y llegar a un acuerdo con el Vaticano del intransigente Pío IX, condenador del liberalismo, aunque sin ofender a los liberales integrados en el sistema; por eso, la Iglesia participaba en todos los actos militares solemnes y la Misa dominical era obligatoria en los cuarteles. El centralismo militar, que también resultó reforzado por la práctica de la Restauración, existía gracias a la dependencia del poder central y a las luchas contra los carlistas, los cantonalistas y los sublevados cubanos y filipinos.

Depuración

e

integración

militar

Cánovas hizo cuanto

pudo para desprenderse de los militares republicanos, a principios de 1876, los generales Moriones y Pieltain dimitieron, Lagunero e Izquierdo fueron expulsados, Palanca, Socías, Díaz Berrio, Guardia, Padial, Pierrar y Eguía desterrados en años sucesivos y otros pasados a la reserva. Muchos jefes y oficiales fueron dejados excedentes o enviados a Cuba. En cambio se permitió la incorporación de los conservadores que habían abandonado el Ejército por motivos políticos, restituyéndoles los ascensos, antigiiedad y condecoraciones. La Real Orden de 4 de febrero de 1875, decía: ...los jefes, oficiales solday

dos deben abstenerse en tomar parte en las contiendas de los partidos y los generales mismos, cualesquiera sea la elevación de un empleo. Exigen esto los buenos principios militares y aun los de

Gabriel Cardona

100

Derecho público, hasta en tiempos normales, y hoy lo exige además y de un modo mucho más estricto el peligroso estado de guerra en que se encuentra la nación... Una circular del 20 del mismo mes les vetó intervenir en política, con excepción de los generales que podían ser ministros o miembros de las Cortes, aunque únicamente en tiempo de paz. El régimen articuló mecanismos gratificantes como regularizar el pago de los sueldos, incrementar su cuantía y favorecer los ascensos en las graduaciones superiores del escalafón. El presupuesto del Ejército era de 84 millones en 1871 y 292 en 1874, en 1875 se elevó a 320 millones, para descender a medida que se consolidaba el sistema. Las mayores compensaciones fueron, no obstante, morales. Tras las humillaciones del federalismo, los generales lograron toda clase de distinciones y honores que incrementaron la autoestima y el espíritu de cuerpo, hasta el extremo de incitar la tentación militar de creerse una élite por encima del mismo gobierno. El panorama profesional era malo por ser los militares demasiados y este exceso, añadido a la falta de medios, aceleró en España un fenómeno normal en otros países: la transformación de los antiguos militares en funcionarios. Sin guerras donde pudieran ganar prestigio, los oficiales se vieron constreñidos a oscuras carreras administrativas o consiguieron ascensos en perdidas campañas coloniales. El exceso motivaba la desorganización general pero era tan viejo en España como el mismo Ejército liberal: durante todo el siglo XIX, cuando estallaba una guerra se improvisaban cuantos subalternos hicieran falta y, al llegar la cada pronunpaz, el escalafón estaba saturado; por otra parte, ciamiento provocaba ascensos en cascada y la Restauración no estaban dissupo librarse del maleficio, dado que ni los militares depuestos a una reforma que redujera su número ni Cánovas seaba romper el pacto de no agresión que los había incorporado al sistema.

La guerra y el

Ejército

A pesar de la

integración,

Cánovas

no

dejó

las

manos

libres

El problema militar

en

España

101

los generales para conducir la guerra carlista, sino que mantuvo el protagonismo del gobierno, y combinó la política con las operaciones militares. En 1875 y 1876 movilizó todos los recursos posibles; el presupuesto del Ejército no había dejado de crecer desde el reinado de Amadeo 1, de modo que en su primer gobierno pudo gastar cuatro veces más en material militar y multiplicar por ocho la masa de los sueldos. Combinando la habilidad y la energía, privó al carlismo de sus apoyos de retaguardia, cuando convenció a influyentes sectores católicos de las ventajas de estar con Alfonso XII en lugar de la aleatoria hipótesis rebelde, y organizó para el frente tres cuerpos de ejército que teóricamente totalizaban 100.000 hombres, de manera que la guerra terminó en febrero de 1876. Tan buenos resultados no se debieron a la existencia de un ejército eficaz sino al reclutamiento en masa de soldados forzosos que aplastó a un enemigo falto de medios. La escasa calidad de la máquina militar española se hizo patente en Cuba, donde la guerra de los Diez Años fue una prueba para el Ejército, cuya intendencia y sanidad merecieron duros juicios. No era para menos: en 1868, cuando estalló la rebelión, había en Cuba 21.000 soldados pero únicamente podían combatir 7.000, porque los demás estaban enfermos. El gobierno envió a Martínez Campos con nuevas tropas, que elevaron el total a 70.000 hombres. El general era un hombre generoso que ofreció una amnistía, la abolición de la esclavitud y la autonomía, con tanto éxito que en febrero de 1978, tras diez años de guerra con más de 50.000 muertos, se cerraron en la paz de Zanjón. La solución no fue tal, porque el gobierno no cumplió sus promesas y, en el verano de 1879, estalló la Guerra Chiquita, una revuelta de los esclavos negros engañados, que duró diez meses. Cuando fue vencida, la Restauración pudo presentarse como pacificadora, aunque la esclavitud no desapareció completamente hasta 1888. La paz representó economías militares, especialmente, el final de la guerra carlista y la consiguiente disolución del Ejército del Norte, pero también crearon la necesidad de acomodar a sus muchos oficiales y sargentos, originando un amplio malestar entre ellos, La desmovilización redujo el número de soldados en filas y el Estado se ahorró el dinero de sus haberes a

102

Gabriel Cardona

los sueldos de los mandos no podían reducirse, los restantes ahorros consistieron en acortar las partidas de material.

pero

Las

como

inquietudes

militares

El desacuerdo de los generales jamás puso el sistema en peEn su breve ligro. período como presidente y ministro de la Guerra, Martínez Campos introdujo algunas reformas, como la Escala de Reserva para los generales. Sus tensiones con Cánovas provocaron el primer cisma y, en 1880, Martínez Campos, Jovellar, Concha, Pavía y algún otro abandonaron a los conservadores y se aproximaron a Sagasta. El 19 de mayo se fundó el partido fusionista con un directorio en el que figuraban Sagasta, Martínez Campos, Alonso Do-

mínguez, Posada, Herrera, Romero Ortiz y Vega de Armijo; la influencia de los generales ayudó a la dimisión de Cánovas y a imponer el primer gabinete Sagasta de 1881, con Martínez Campos

en

Guerra.

En cambio, existía malestar entre los sargentos de artillería e ingenieros por el eterno problema de sus ascensos, que les imponía el pase a infantería o caballería para ser oficiales, porque se estimaba que carecían de conocimientos para mandar en su propio cuerpo. El hecho humillaba también a la infantería y caballería, algunos de cuyos oficiales debían cubrir plazas en artillería e ingenieros dada la escasez de personal originario pero, en 1878, cuando el gobierno pretendió extender a artillería e 1ngenieros el sistema de ascenso de las armas generales, los artilleros de cada guarnición crearon juntas encargadas de redactar

proyectos para elevar

a sus

superiores.

residual de Prim, el descontento de los empleos inferiores y los restos del radicalismo militar se agruparon alrededor del republicanismo de Ruiz Zorrilla. Expulsado de España por Cánovas, se instaló en Francia, empeñado en preparar un pronunciamiento y proclamar una república basada en la Constitución de 1869. Logró el apoyo de radicales como Víctor Hugo, Gambetta, Clemenceau y Boulanger y el 25 de agosto de 1876 publicó un manifiesto. En mayo de 1877 los generales reEl

progresismo

El problema militar

en

España

103

La Guardia, Podial, Lagunero, Merelo y Villacampa, exiliados en Francia, cruzaron la frontera a fin de sondear las guarniciones pero fracasaron en el intento. Al año siguiente, Cristino Martos logró que Serrano y Ruiz Zorrilla se entrevistaran en Biarritz. El general prometió su apoyo y dinero, pero la policía vigilaba a Ruiz Zorrilla que debió refugiarse en Londres.

publicanos

El malestar militar

integró difícilmente a muchos militares de poca graduación que eran republicanos o liberales avanzados; sin embargo el republicanismo fue abandonado masivamente por las clases medias y careció de capacidad para atraerse al proletariado. En el Ejército se benefició del malestar de los sargentos y de las tensiones provocadas por la disolución del ejército del Norte con numerosos traslados de oficiales de baja graduación y sargentos, entre 1877 y 1879, a otras guarniciones, incluida Cuba, y el pase de muchos a la lista de reemplazo que los dejaba a medio sueldo, mientras sólo una minoría podría ser absorbida por la reserva, cobrando los cuatro quintos de su paga. La Restauración no había perfeccionado el Ejército: lo había tratado como una burocracia abandonada a su propia dinámica interna. Cánovas neutralizó el poder militar pero no pretendió reformarlo y la libertad de acción concedida a los generales sólo produjo prebendas corporativas, encubridoras de la ineficacia, mientras tras la parafernalia de uniformes, paradas y músicas, se escondía el abandono. Tras la primera época de generosos gastos militares, se invirtió la tendencia, el presupuesto general del Estado pasó de los 790 millones de 1875-76 a los 906 millones en 1885-1886, mientras el del Ejército se redujo a menos de la mitad: en 1885 gastaba en material una cantidad no mucho mayor La restauración

que en 1872 y los sueldos consumían casi las tres cuartas partes. El conservadurismo del sistema y el pacto con los generales

repudiaban cualquier pensamiento reformista,

mientras el descontento se centraba en las reivindicaciones de las categorías inferiores y en algunos militares republicanos represaliados por la Restauración. El Ejército no era un bloque homogéneo sin dis-

Gabriel Cardona

104

Los celos y las rivalidades enfrentaban a los cuerpos entre sí, a todos contra el Estado Mayor y a los sargentos con los oficiales. Sin embargo, el poder absoluto de los generales desanimaba la rebeldía, que se transformaba en conformismo y apatia malhumorada.

crepancias.

La asociación militar

republicana

La insatisfacción estimuló

importante literatura reformista, preocupada especialmente por la organización y los ascensos. Pero no a todos los militares inquietos bastaba el desahogo literario pues, en octubre de 1880, el teniente Miguel Pérez fundó la Asociación Militar Republicana, sociedad secreta que reivindicaba un ejército moderno con servicio militar obligatorio, ascensos para los sargentos e igualdad entre los distintos cuerpos. Aunque sólo admitía militares, el fundador entró

en

contacto con Ruiz

en

los años 80

una

Zorrilla, para resucitar la actividad

la A.M.R. crede su fundació muy lentamente y, transcurrido un ción, no contaba con doscientos socios y toda la intraestructura se reducía al teniente Pérez. En 1881 Ruiz Zorrilla se entrevistó en Biarritz con Salmerón, Martos, Montero Ríos y Azcárate para ampliar la base civil de

conspiratoria del progresismo militar.

Sin

embargo, año largo

conjura, pero todas las tendencias republicanas rechazaron sus métodos, dejándolo políticamente aislado y comprometiendo el éxito futuro de la A.M.R. cuyo plan de acción consistía en provocar simultáneamente el mayor número posible de pequeñas rebeliones, para derribar la monarquía y constituir juntas republicanas hasta la convocatoria de Cortes Constituyentes. El cambio sufrido por el Ejército y la falta de un general carismático entorpecían su extensión. Aunque muchos sargentos la miraban con simpatía, la A.M.R. crecía lentamente, a pesar de la

asociados. El que sus afiliados decían contar entre 1.000 y 3.000 fracaso con los generales fue tanto, que hasta el invierno de 1882 no pudo formarse un comité directivo, presidido por el brigadier Villacampa, que fue sustituido cuando ingresaron los generales de división Ferrer y Malero. Los mayores esfuerzos se orienta-

El problema militar

en

España

105

hacia la captación de los oficiales y sargentos, pero la falta de dinero lastraba la organización de tal modo que se autorizó la afiliación de civiles pertenecientes al partido progresista, cufueron inmediatas y destruyeyas discrepancias con los militares ron la disciplina interna. ron

Los últimos

pronunciamientos

El primer gobierno Sagasta, con Martínez Campos en el ministerio de la Guerra, creó la Academia General Militar (1882) a fin de proteger a y la Escala de Reserva de infantería (1883) los jefes y oficiales del arma, imposibilitados para el servicio activo por mala salud, heridas u otras causas. Pero reformismo tan tibio no bastaba para hacer frente a la propaganda republicana y, precisamente bajo este gobierno, estalló un pronunciamiento que el comité de la A.M.R. había tardado más de medio año en preparar. Estaba previsto que el 5 de agosto de 1883 se sublevarían varias guarniciones pero, a última hora, el movimiento se desplazó hasta el día 10. En Badajoz, el teniente coronel Asensio no recibió la contraorden y, en la fecha inicial, se alzó con casi mil militares y algunos civiles que, una vez dueños de la ciudad, se mantuvieron a la espera de acontecimientos. La reacción del gobierno fue igualmente lenta y hasta tres días después no partieron en Madrid los trenes con fuerzas, que llegaron a Badajoz cuando los republicanos ya se habían refugiado en Portugal, creyéndose abandonados por la A.M.R. No era así, pues la Asociación, en el más completo desconcierto, había ordenado secundar el pronunciamiento. El día 8 lo nizo el teniente Cebrián en Santo Domingo de la Calzada, que fue muerto allí mismo por un soldado. El 9 se alzaron el teniente coronel Fontcuberta, y los capitanes Franco y Mangado en la Seo de Urgel, que fracasaron y huyeron a Francia. Había pasado la época de los pronunciamientos y ninguna base sólida sustentaba a la A.M.R., de manera que la mayoría de las guarniciones permanecieron pasivas. El fracaso costó a los militares republicanos una dura persecución, fueron fusilados los cuatro sar-

106

gentos pronunciados

Gabriel Cardona

Domingo

de la Calzada y sentenciadas a muerte 173 personas alzadas en Badajoz, aunque casi todas en rebeldía por haber huido al extranjero. Ocho meses después, Ruiz Zorrilla y la Asociación tenían listo un nuevo levantamiento para el día de las elecciones, 27 de abril de 1884, operación que fue descubierta y detenidos los generales Velarde, Ferrer, Villacampa e Hidalgo. El movimiento se redujo a algunos sabotajes, la muerte a manos de la Guardia Civil del capitán Mangado, que había cruzado la frontera con una partida, y el alzamiento del comandante Ferrándiz y el teniente Bellés en Santa Coloma de Farnés (Gerona), fusilados por el gobierno Cánovas, a pesar de la decidida oposición de las instituciones catalanas. La A.M.R. no apoyó otros dos movimientos aislados, ocurridos en Cartagena a causa del malestar de los sargentos combinado con el poso revolucionario de la ciudad. El 31 de octubre de 1885, el sargento Gallego intentó sublevar a la escuadra y repetir el episodio del cantón. Cuando fracasó, el gobierno, escarmentado por las críticas a los fusilamientos del año anterior, conmutó su pena de muerte. El 9 de enero de 1886 estalló un segundo pronunciamiento cuando los sargentos Casero y Balaguer, con unos cuarenta paisanos armados, se apoderaron del fuerte de San Julián, donde resistieron dos días hasta escapar a Orán en barco. El 25 de noviembre murió Alfonso XII y los republicanos progresistas creyeron que la coyuntura favorecía un gran pronunciamiento, a pesar de que la acción del embajador Leon y Castillo logró privar a Ruiz Zorrilla del apoyo de los radicales franceses Pi y y de que los líderes republicanos del interior, Salmerón y Margall, no creían en revueltas. Aquel mismo año falleció también el general Serrano y recogió su herencia política su sobrino, el general José López Domínguez, liberal autoritario, que se coaligó con el conservador Romero Robledo, enemistado con Cánovas, para crear el partido Reformista, dispuesto ser el tercero de la Restauración. El pacto duró poco; el general representaba el recuerdo de la revolución de septiembre y Romero Robledo procedía del conservadurismo duro; sin embargo, el reformismo, que decía aceptar al rey pero no la Constitución, agluen

Santo

a

El problema militar

en

España

107

tinó y colocó en el carril dinástico los restos del liberalismo militar. En premio, López Domínguez fue ascendido a capitán general en 1895. La gran intentona de la A.M.R. ocurrió en 1886, planeada por los generales y brigadieres sin mando, Ferrer, Merelo y Villase puso en marcha el 19 de campa. Por temor a ser descubierta, de 1886, una semana antes de lo previsto. Villacam-

septiembre

no logró que pa, que se alzó en Madrid con una pequeña fuerza, le siguieran la artillería ni los civiles. Dos partidas de exiliados republicanos, que entraron desde Francia, fueron interceptadas a París. A pey Ruiz Zorrilla, ya situado en la frontera, regresó sar de que se dictaron cinco sentencias de muerte, Sagasta conmutó los fusilamientos por penas de prisión. Habían terminado

los

pronunciamientos.

El

reformismo liberal

El 18 de noviembre de 1886 se formó un nuevo gobierno liberal y comenzó el parlamento largo, que aprobó la ley electoral para diputados a Cortes por sufragio universal, el jurado en juicio oral y público, la ley de asociaciones y una nueva ley Constitutiva del Ejército, normalizaciones que asentaron el sistema, contribuyendo a la descomposición de la A.M.R. cuyos miembros fueron amnistiados. El ministro de la Guerra, general Castillo, como las conspiraciones de la A.M.R. habían demostrado el malestar de los sargentos, redujo su número y abrió un cauce para que los más dotados pudieran ascender, sin lesionar los intereses de los oficiales de carrera, mediante estudios en la Academia General Militar o en un colegio especial, que se creó en Zamora y perduró hasta 1889. Los sargentos de artillería o ingenieros, que ascendieran sin estudios, pasarían al Cuerpo de tren, que jamás se creó, de manera que funcionó como una escala para oficiales de inferior categoría. También preparó el ministro un plan para reducir el número de oficiales mediante la amortización de vacantes y el retiro voluntario incentivado. Pero Sagasta no tenía ningún interés en agitar al Ejército con reformas y desatendió las peticiones de Castillo, que dimitió alegando cuestiones de

Gabriel Cardona

108

salud. Para sustituirlo,

sola,

un

de 1887, de quien

en marzo

general prestigioso

Sagasta nombró a Casno esperaba compli-

caciones.

Militar profesionalista y apolítico, Cassola era partidario de imitar la organización militar prusiana, puesta de moda por la guerra de 1870, para modernizar el inoperante Ejército español. El 22 de abril de 1887, sometió a las Cortes un plan de reforma posibilista, destinado a reducir el número de regiones militares y a racionalizar el problema del personal mediante el servicio militar obligatorio universal, con redención de 2.000 pesetas y sólo aplicable a Ultramar, con opción voluntaria por un año haciéndose cargo de los gastos; la prohibición de la política para los militares con excepción de quienes fueran nombrados ministros, senadores o diputados; los ascensos en tiempo de paz por antigúedad hasta coronel y selectivos en adelante; el reparto proporcional del generalato entre las armas; la supresión de grados honoríficos y ascensos colectivos; el ascenso por méritos de guerra en todas las armas; la unificación de las escalas de España y de Ultramar; la redución del número de oficiales, creándose una escala de complemento, además de otras varias modificaciones. La discusión de las reformas se prolongó hasta marzo de 1888, siendo Canalejas presidente de la comisión parlamentaria. El gobierno lo defendió con escaso vigor y sólo tomaron partido en su favor los oficiales jóvenes de infantería y caballería, cuya carrera estaba congelada. Se opusieron, en cambio, todos los grupos poderosos, civiles y militares, y Cánovas prometió que anularía las reformas cuando llegara al poder. El servicio oblidesató las furias de la burguesía y los estudiantes, inquietó a los conservadores, mientras que los expertos en economía acusaron la pérdida de 17 millones de pesetas en redenciones. la artillería, demostraron su Los generales, el Estado Mayor capacidad para hacer retroceder al gobierno si se inmiscuía en las cuestiones internas del Ejército. Independientemente de su a Cassola, los generales López Domínse

gatorio

y

opusieron guez, Martínez Campos, Jovellar, Primo de Rivera, Weyler y Dabán, que llegó a tomar actitudes muy violentas. También atacaron la reforma los oficiales de artillería e ingenieros, temerosos de perder el dualismo, y los de Estado Mayor, que no de-

ideología,

El problema militar

en

España

109

seaban la desaparición del cuerpo y la pérdida de sus facilidades para ascender a general. El 23 de marzo de 1888, el general y senador vitalicio Dabán, dirigió una carta-circular a gran número de generales solicitando su opinión sobre algunos puntos del proyecto, como la modificación de mandos militares en Ultramar, la supresión de capitanías generales o la reducción del contingente. El ministro de la Guerra, previa autorización parlamentaria, le impuso dos meses de arresto, junto con el general Salcedo que se había solidarizado con él; sin embargo, fueron indultados antes de cumplir la totalidad de la pena. El 15 de enero de 1889 el periodista Antonio Pacheco escribió un editorial prorreformista en El Ejército Español. Horas después era arrestado por un piquete de soldados, a pesar de ser civil, de acuerdo con una interpretación interesada del artículo 7 del Código de Justicia Militar de 1886. El capitán general de Madrid y otros generales reclamaron la jurisdicción castrense del delito, en contra de la ley de prensa de 1881. A pesar de que la mayoría de políticos liberales disentían de la interpretación del Capitán General, Canalejas, ministro de Justicia la aceptó apoyándose en la redacción ambigua de una ley de 1884 y, una vez quedó demostrado el poder militar, el periodista Pacheco fue puesto en libertad. Al cabo de un año de debates, Sagasta, aunque comprendía la utilidad de la reforma, cedió ante la presión de los grandes generales y Cassola fue obligado a dimitir con el pretexto de cuestión del protocolo palaciego. El nuevo gobierno Sagasta de 1888, en el que figuraban Canalejas como ministro de Fomento y el general O'Ryan en Guerra, impuso por decreto la parte de las reformas que no había sido especialmente impugnada en las Cortes, el decreto de 17 de octubre de 1889 suprimió los empleos honoríficos y los grados superiores, la movilidad entre armas, impuso el ascenso por antiguedad hasta el grado de coronel en tiempo de paz, y autorizó que los ascensos por méritos de guerra pudieran permutarse por una medalla. Posteriormente fueron abolidos el dualismo, la concesión de años de servicio como recompensa y se estableció la proporcionalidad en los ascensos a general de brigada. Enmarcado en el impulso legislativo del parlamento largo, durante

110

el ministerio de Chinchilla, se aprobó la del Ejército, de 19 de julio de 1889.

Gabriel Cardona

nueva

ley Constitutiva

Convulsión social y colonial La crisis económica mundial terminó con la prosperidad española que había beneficiado a la Restauración. Los intereses mineros de Asturias y el País Vasco, los cereales castellanos, los textiles catalanes presionaban hasta conseguir el arancel proteccionista de 1890. Desde 1892 la filoxera agravó la debilidad económica y los conflictos sociales se complicaron. Barcelona conoció una ola de agitaciones hasta 1896. En 1891 el capitán general sufrió un atentado y un grupo revolucionario atacó el cuartel del Buen Suceso. En 1892 la agitación se extendió a Andalucía y el Ejército intervino contra los braceros anarquistas que habían ocupado Jerez, y los tribunales militares condenaron a Fermín Salvoechea a quince años, junto con otros seis procesados. En 1893 murió un anarquista al intentar poner un petardo en la residencia de Cánovas y estallaron petardos en Sevilla y otras ciudades y en Barcelona fueron fusilados los anarquistas autores de los atentados contra el capitán general Martínez Campos y el Liceo. La situación en las colonias también se complicaba. En Filipinas, donde la administración española era muy débil, los verdaderos colonizadores eran las órdenes religiosas y la inestabilidad endémica, a causa de las difíciles relaciones entre civiles, militares y eclesiásticos españoles, y de éstos con filipinos, chinos y mestizos, podía desembocar en revueltas, como la de los moros de Joló, reducidos en 1888, o choques entre las autoridades

civiles y la iglesia, como la oposición del arzobispo padre Payo y las órdenes religiosas a las disposiciones sanitarias del director de Administración Civil, Quiroga Ballesteres, referidas a los enterramientos y funerales. Desde finales de los 80 las continuas rebeliones fueron complicadas por la falta de tropas, produciéndose también un levantamiento en la isla Ponapé de las Carolinas, donde la prosperidad de una misión metodista norteamericana chocaba con las misiones capuchinas. De las tensiones sur-

El problema militar

en

111

España

rebelión indígena que aniquiló a la exigua guarnición esUna expedición, enviada desde Filipinas, redujo la revuelta, fusiló a los cabecillas e instaló un nuevo destacamento. Un país proteccionista como España no podía comprender las necesidades librecambistas de Cuba, cuya economía se erosionó por la guerra de aranceles y el descenso de la demanda mundial. Los problemas se agravaron cuando España endureció las tasas aduaneras, a fin de evitar la entrada de productos norteamericanos, y los Estados Unidos respondieron aumentando los aranceles del azúcar y tabaco cubanos. Las tensiones económicas se superponían a un pasado difícil, por la pervivencia de la esclavitud en las Antillas pues, aunque en 1870 fue abolida formalmente, sólo desapareció desde 1873 en Puerto Rico, manteniéndose en Cuba. Así, recién acabada la guerra de los Diez Años (1868-1878), Martínez Campos fracasó como presidente del gobierno cuando intentó introducir reformas en la isla. El gobierno liberal y Gamazo, su ministro de Ultramar, intentaron implantar la igualdad jurídica entre Cuba y la Península, publicando en 1888 una ley que eliminó la última institución esclavista, conocida como patronato. Gamazo intentó que Emilio Calleja, capitán general de La Habana, impulsara una política contra la corrupción, destinada a atraerse a los cubanos disidentes, pero el general Calleja acabó por dimitir, al sentirse impotente sin un enérgico apoyo de Madrid. Cuando su sucesor, el general y senador Salamanca, afirmó a la prensa de Madrid su decidida voluntad de acabar con la corrupción en Cuba, que beneficiaba a determinados políticos españoles, se produjo tal escándalo que el gobierno debió anular su destino. La injusta situación cubana se prolongó, de manera que en 1894 también Maura dimitió al ser rechazadas sus reformas para eliminar el control de los españoles sobre los ayuntamientos de la isla.

gió una pañola.

Las

operaciones de Melilla

La ineficacia del Ejército fue patente

y

Marruecos las colonias. En 1891 se envió una comisión para fijar los límites del área concedida junto a Melilla por el tratado de 1860, a fin de en

Gabriel Cardona

112

construir una línea de fortines y defensas en la periteria. La primera comenzó a edificarse en Sidi Auriach, junto a un morabito, y cuando la cabila protestó el general Margallo, gobernador militar de Melilla, no hizo caso. El trabajo del primer día fue destruido por los moros y el 2 de octubre de 1893 obligaron a que los obreros abandonaran el lugar. El sultán reconoció no controlar la zona y, en octubre, España envió dos regimientos de infantería, un batallón de cazadores, varias baterías y el crucero Conde de Venadito. El 27 de octubre un ataque de los moros dejó a 1.000 españoles encerrados en el fuerte de Cabrerizas y, a la mañana siguiente, Margallo murió de un disparo. De los 60 viejísimos cañones con que contaba la plaza sólo pudieron disparar los del fuerte de Victoria Grande porque cuando hicieron fuego los del Torreón de las Cabras éste se desmoronó. Una expedición de socorro salvó a la guarnición de Cabrerizas a punto de sucumbir, aunque el cerco de la posición se mantuvo varios días, apoyado por los cruceros Conde de Venadito y Alfonso XII. Entre clamores de la opinión, el gobierno movilizó la reserva en el mayor desorden. Fueron precisas más de tres semanas para enviar a Melilla cinco batallones de infantería y uno de artillería. En la primera quincena de noviembre llegaron fuerzas de otros cinco regimientos de infantería, uno de caballería y varias baterías, en la segunda, ocho regimientos y una brigada de cazadores. Tras pugnar por el cargo con López Domínguez, Martínez Campos fue nombrado para acudir a Melilla donde desembarcó el 1 de diciembre. Se organizaron dos cuerpos de ejército, uno expedicionario y otro para quedar de reserva en España. La expedición de 22.000 hombres no estuvo lista hasta el 20 de diciembre de 1894, los desorganizados lugareños no demostraron una gran belicosidad, se reanudó el trabajo y los moros pidieron tregua. A pesar de que el ministro de Exteriores, Moret, y el de la Guerra, Domínguez, le presionaban para la acción vio-

López lenta, Martínez Campos aceptó

Marrakesh para firmar un nuevo tratado con el sultán, el 5 de marzo de 1894, obteniendo una indemnización de 20 millones de pesetas, y las promesas de castigar a los culpables y permitir el establecimienla paz y

viajó

a

El problema militar

to

de tropas

en

113

España

españolas

en

territorio que

era

jurídicamente

marroquí. Nuevo

reformismo liberal

Sagasta, fue ministro de la Guerra el general López Domínguez, procedente de artillería que, satisfiZo algunas reivindicaciones de su cuerpo y, en 1893, suprimió la Entre 1892 y 1895,

con

Academia General Militar con pretextos económicos. En 1895 inició una nueva oleada reformista: las regiones militares pasaron de doce a siete, con un teniente general al frente. Pero la ubicación de los cuarteles generales de Madrid, Córdoba, Valencia, Palma de Mallorca, Zaragoza, Miranda de Ebro y León, chocó con los intereses locales y algunas capitales militares lograron conservar su rango. Obra suya fue el llamado presupuesto de paz que redujo levemente los gastos militares a costa del material, instrucción, número de soldados, paga y equipo, ya situados en mínimos, de manera que únicamente pudieron economizarse 25 millones. López Domínguez reformó también la escala de Reserva, para los oficiales ascendidos por méritos de guerra, y creó la de Reserva Retribuida para combatir el malestar de los sargentos, permitiéndoles ascender en una vía muerta. Desde entonces, los oficiales se repartieron en dos escalas separadas y calladamente antagónicas: la Activa para los de carrera y la de Reserva Retribuida, para los procedentes de tropa.

Las guerras coloniales de la

independencia

En 1894 el presupuesto de paz había reducido la guarnición de Cuba a 16.000 hombres y la última guerra comenzó el 24 de enero de 1895, con el grito de Baire. La torpeza de la política española había conducido a una guerra de emancipación dirigida por Antonio Maceo, Máximo Gómez y José Martí, muerto al comenzar la lucha. Los alzados contaban con ayuda exterior

mientras

España

carecía de

política

de defensa y estaba aislada

114

Gabriel Cardona

enemistada con Alemania desde un incidente de Las Carolinas en 1893 y con recelos de Inglaterra y Francia por la cuestión marroquí. Entre el 8 de marzo y 8 de mayo se enviaron 18.500 soldados y, hasta enero de 189%, unos 69.000, que no pudieron evitar la consolidación guerrillera y la convocatoria de una Asamblea Constituyente, presidida por Tomás Estrada; éste nombró general en jefe a Máximo Gómez, antiguo oficial de la reserva de Santo Domingo, y confió a Antonio Maceo una fuerza encargada de sublevar Oriente. López Domínguez, ministro de la Guerra de Sagasta, en una entrevista de su periódico El Resumen, alabó a los oficiales y sargentos que marchaban voluntarios a Cuba. Pero el periódico publicó, el 13 de marzo de 1895, la entrevista con un editorial titulado Mundo militar que atacaba a los tenientes porque no marchaban voluntarios a la guerra. Aquella noche un grupo de tenientes de infantería y caballería penetró en la redacción de El Resumen y causó algunos destrozos. Al día siguiente, El Globo dió cuenta del hecho y, por la noche, los oficiales asaltaron El Globo y El Resumen, donde escribía el núcleo de lo que sería la generación del 98. Sólo la intervención de fuerzas de orden público evitó el asalto a El Heraldo. Los oficiales se dispersaron cuando Bermúdez Reina, capitán general de Madrid, les pidió disciplina y prometió que el Gobierno oiría sus peticiones consistentes en la supresión de ambos diarios y la aplicación del artículo 7 del Código Militar, a despecho de la jurisprudencia del Supremo que consideraba las cuestiones de prensa competencia en

Europa,

de la jurisdicción ordinaria. Los directores del periódico protestaron ante Sagasta que prometió evitar nuevos asaltos, pero los mandos de la policía y Guardia Civil anunciaron que no intervendrían. En las Cortes disgasta recibió múltiples presiones hasta que, como no estaba puesto a ceder, dimitió el 22 de marzo. liberó a los arrestados, oficiales y Subió Cánovas al poder periodistas. El 27 el general Martínez Campos presentó al Senado un proyecto para modificar el dichoso artículo 7.* en favor de los militares. Dos días después era nombrado capitán general La Habana y Cánovas, en la sesión del Congreso del 1 de abril de 1895, defendió las prerrogativas del poder civil. El Tribunal

Sa-

y

de

El problema militar

Supremo

en

115

España

recalcó que el

Ejército

no

tenía

jurisdicción

sobre la

prensa.

Cuba, Martínez Campos pidió otros 100.000 reclutas porque estaban enfermos gran parte de los soldados. Consideraba que como representante de una nación culta no podía con-

Llegado

a

ducir la guerra con crueldad pero su capacidad mediadora y su carácter comprensivo chocaron con la determinación cubana de llevar la guerra hasta el final, a costa de cualquier sacrificio. Tras años de injusticias, la política de comprensión y perdón resultó inútil. A finales de 1895 el capitán general sólo podía garantizar la seguridad de La Habana y las ciudades grandes. Cánovas le ordenó mayor rigor pero Martínez Campos no estaba dispuesto a la guerra total y pidió ser cesado, recomendando a Weyler como sustituto. Era éste un duro y eficaz profesional, alejado de los enredos políticos, que contaba ya con 140.000 hombres, y emprendió la ofensiva. Combinó las operaciones militares con la concentración forzosa de los campesinos, método ya practicado a menor escala en guerras anteriores. Era una medida eficaz y quizá la única militarmente posible pero acarreaba grandes males a la población. Aunque los rebeldes y la propaganda norteamericana acusaron a Weyler de atrocidades que se practicaban en ambos bandos, la ofensiva militar pareció dar buenos resultados y el mismo Antonio Maceo, a quien Weyler consideraba el dirigente cubano más peligroso, fue muerto en diciembre de 189%. Cuba había sido dividida en distritos que iban siendo limpiados de insurrectos de manera que en la primavera de 1897 la rebelión estaba casi reducida al este de la isla. El verdadero fracaso fueron las consecuencias de las concentraciones que, a largo plazo, resultaron desastrosas. Entre 1897 y 1899 la población cubana disminuyó un 10 por 100 debido a la pérdida de 300.000 personas de las cuales 100.000 eran niños reconcentrados. La verdadera causa residió en la sanidad y la intendencia; Weyler había emprendido una tarea superior a sus posibilidades y fue incapaz de cuidar y abastecer a la población concentrada mientras la guerra arruinaba la isla. En los primeros meses de 1897 arreciaron los ataques de la prensa española contra Weyler, distinguiéndose El Imparcial, periódico de los liberales, Pero las continuas expediciones de quin-

116

Gabriel Cardona

la

injusticia de las redenciones a metálico extendieron la oposición popular a la guerra. Perdida la fuerza antimilitarista del federalismo, el robustecimiento de la izquierda durante los años 9% supuso la renovación de ataques al Ejército y a la guerra, inicialmente a cargo de grupos anarquistas que atacaban el sertos y

vicio militar

incitaban a la deserción. En el verano de 189% las organizaciones obreras se comprometieron en la campaña y en las grandes ciudades se celebraron manifestaciones de las clases más pobres contra el servicio militar. Los republicanos prepararon un complot, apoyados por los sargentos de varias guarniciones, pero fueron descubiertos y más de veinte sargentos expulsados. Pablo Iglesias se opuso abiertamente a la guerra y, a finales de 1897, los socialistas celebraron mítines y manifestaciones contra el servicio militar. Por su parte la prensa amarilla norteamericana, encontró un filón en la guerra de Cuba y promovió la intervención militar en la isla. El problema se agravó en el verano de 189%, al estallar una nueva sublevación en Cavite (Filipinas). Hasta octubre, el general Ramón Blanco trató inútilmente de comprar a los jefes rebeldes y pidió tropas peninsulares porque no podía confiar en la fidelidad de las nativas. A finales de año, fue sustituido por un hombre más duro, Camilo García de Polavieja, honrado y clerical: el general cristiano, que fue un firme aliado de Nozaleda, arzobispo de Manila, y las órdenes religiosas. Como ya contaba con 30.000 hombres, pasó a la ofensiva y el líder moral de la revuelta, José Rizal, fue condenado a muerte y fusilado. Los rebeldes respondieron con igual dureza contra los prisioneros que capturaban, los periódicos de los puertos comerciales de Extremo Oriente criticaron las prácticas de Polavieja y la prensa española acabó por hacerse eco. Cuando, en abril de 1897, pidió 20.000 hombres suplementarios para concluir la pacificación, Cánovas disgustado con la campaña de opinión, le negó los refuere

y Polavieja dimitió. Cuando regresó a España, el ultraconservadurismo católico, encabezado por el arzobispo Cascajares, que buscaba un nuevo líder, intentó capturarlo. Desembarcó en Barcelona en olor de multitudes, mientras el naciente regionalismo catalán conservador se mostraba dispuesto a contar con el general cristiano. Como zos

El problema militar

en

117

España

al cumplir su protocolaria visita a Palacio, María Cristina le mostró su simpatía, Cánovas se enfureció y preparó una nota para cortocircuitar a Polavieja, el 21 de mayo defendió en las Cortes la acción de Weyler en Cuba y logró el voto de confianza. Asesinado Cánovas en agosto de 1897, los conservadores trataron inútilmente de agruparse alrededor de Polavieja, de Martínez Campos o de Silvela, hasta que el ministro de la Guerra, general Azcárraga, presidió un gobierno provisional de dos meses. Polavieja aprovechó la ocasión para encabezar una maniobra, que pretendía llevarlo al gobierno, pero María Cristina no se prestó a la nueva intentona del general y el 4 de octubre tomó Cinco días después destituyó a Weyler que fue

posesión Sagasta. recibido en España como un héroe. Cánovas había prometido enviar

Cuba hasta el último hombre y la última peseta, pero el esfuerzo exigido fue desproporcionado para los recursos españoles. El Ejército contaba en 1871 con 14.000 oficiales que al final de la guerra casi se habían duplicado. En diciembre de 1897 la tropa de Cuba sumaba 82.033 voluntarios y 184.647 forzosos, mientras en Filipinas existían 41.656 soldados y en Puerto Rico sólo 5.048. España aplicó a la guerra colonial un procedimiento inadecuado: enviar masas de soldados forzosos sin el amparo de servicios eficientes. Cuando la enfermedad los abatía, se enviaban más reclutas que consumían los escasos recursos y creaban una maraña de servicios inútiles, antes de caer, a su vez, enfermos. Las victorias que no lograban los rebeldes corrían a cargo de la fiebre, el vómito y la disentería. En Cuba, el cómputo de enfermos casi igualaba al número de soldados en la isla; en los diez últimos meses de 1895, se produjeron 49.000 hospitalizaciones por enfermedad, durante 1896 se elevaron a 232.000 y en el primer semestre de 1897 a 231.000. El número de fallecidos por enfermedad fue veinticinco veces superior a los muertos en combate. Los oficiales no eran enviados forzosos a la guerra sino voluntarios con ofrecimiento de mayor sueldo, pensiones y ascensos. Sin embargo, la mayoría de los tenientes eran sargentos ascendidos a cambio de servir en las colonias y, en ocasiones, sietemesinos o cadetes ascendidos sin terminar los estudios. Los asa

118

Gabriel Cardona

y recompensas se producían irregularmente, dada la falta de control de los asuntos militares, y la proporción entre censos

grati-

ficados y muertos respondía a criterios clasistas. En 1897 los oficiales de carrera contaban en todo el Ejército con 2.754 capitanes y 1.022 segundos tenientes, mientras que los procedentes de tropa sumaban respectivamente 658 y 4.253; como colofón, aquel año ascendieron por antigiiedad o méritos 2.347 militares de carrera y 1.957 oficiales de tropa. En cambio murieron por enfermedad o combate 234 de los primeros y 412 de los segundos. SI bien se derrochó la sangre, la promesa de Cánovas no se cumplió respecto al dinero y los gastos del Ejército se mantuvieron casi invariables —125 a 128 millones— desde 1894 a 1897, elevándose únicamente a 233 millones el último año de guerra; la proporción respecto al presupuesto general del Estado, que era del 13,4 por 100 en 1871, no se elevó al 19,51 por 100 hasta 1898. En la Marina la carencia fue más dramática pues los 22 millones de su presupuesto incluso sufrieron recortes durante la guerra y se elevaron a 40 en 1898. Así se abandonó la artillería de costa de las islas, se enviaron a Filipinas cañones Withworth cogidos a los carlistas y en Cuba continuó el anticuado cañón Plasencia con algunas baterías Nordenfelt de 57 mm, pocas ametralladoras Maxim de 7 mm, y cuatro piezas de museo: tres Gattling y una Palmkrantz. El caso de la Marina fue más grave y entró en operaciones con barcos anticuados, en algún caso sin limpiar fondos, sin carbón y falta de municiones de algún calibre. Sagasta intentó una política más suave y sustituyó a Weyler por Emilio Blanco que ya había sido acusado de blando durante su mando en Filipinas. Los españolistas de Cuba y los oficiales se sintieron ultrajados cuando el general Blanco llegó a Cuba, detuvo la ofensiva y publicó una amnistía. ante la indignación de los unionistas cubanos, el gobierno Sagasta concedió a la isla una ley de autonomía que entró en vigor el 1 de enero de 1898. Días después, un grupo de oficiales y civiles se manifestó con vivas a Weyler, mueras a Blanco y gritos contra la autonomía. El Reconcentrado, periódico de simpatías independentistas que atacaba la política española y al Ejército, fue asaltado por los militares y destruidas sus oficinas. El alboroto sirvió de pretexto para

El problema militar

en

España

119

que el gobierno norteamericano enviara algunos barcos de los ciudadanos ameguerra, entre ellos el Maine, para proteger a ricanos y sus propiedades. Los guerrilleros cubanos controlaban cada vez más terreno en Oriente y Las Villas. España estaba atrapada en una ratonera. Blanco decía en un informe de finales de febrero de 1898: El Ejército, agotado y anémico, poblando los hospitales, sin fuerzas más de trescienpara combatir ni apenas para sostener las armas; tos mil concentrados agonizantes o famélicos pereciendo de hambre alrededor de las poblaciones... Cuando el problema se complicó por la actitud belicosa de McKinley, España se encontró sin aliados y envió, sin éxito, un telegrama circular a todos los gobiernos. El secretario de Estado vaticano, cardenal Rampolla, respondió: Su Santidad recomienda que no se precipiten los sucesos y que se guarden la calma y la dignidad... El 20 de abril, el gobierno español reclutó 20.000 hombres y Weyler, entre otros, propugnó un desembarco en los Estados Unidos. Las cámaras norteamericanas votaron la declaración de guerra el 25 de abril, con carácter retroactivo al 23. Sin embargo, la guerra se decidiría en el mar donde los anticuados barcos españoles no podían compararse con los americanos. A pesar de ello, las escuadras de Cervera y de Montojo fueron obligadas a entrar en combate. El 19 de mayo la de Cervera llegó a Santiago de Cuba, casi sin carbón y con serias deficiencias técnicas. Entre el 24 y 26 de junio, los norteamericanos desembarcaron en Daiquiri 775 oficiales, 14.564 soldados y algunos cañones; el 1 de julio tomaron El Caney que había resistido durante todo el día, donde, de 600 españoles cayeron 235, entre ellos el general Vara del Rey. El ataque contra San Juan enfrentó a 3.000 norteamericanos contra 250 españoles. El 3 de julio la escuadra de Cervera salió a mar abierto y fue destruida en quince minutos. La flota del Pacífico recibió en Cavite un descalabro aún mayor. El 12 de agosto de 1898 se firmó el armisticio, cuatro meses después, el Tratado de París confirmó la pérdida de todas las colonias. El elitismo de los oficiales, que se había opuesto a la modernización del Ejército, no admitió ningún tipo de críticas y fue hipersensible ante la prensa. La derrota de Cuba tuvo una heren-

120

Gabriel Cardona

psicológica negativa en el Ejército, el resentimiento hacia los políticos a quienes se hacía responsables del fracaso. La pérdida de Cuba y Filipinas gravitaría, durante medio siglo, en la mencia

talidad militar. El 1 de septiembre de 1898, tras la derrota, Polavieja publicó un manifiesto, redactado por Mataix, que tenía aires de regeneracionismo populista y propugnaba la descentralización administrativa y la reforma militar, con la reconstrucción de la escuadra y la implantación del servicio obligatorio. En Barcelona se constituyó una comisión para apoyar a Polavieja y su descentralización administrativa, sin que el general demostrara demasiados deseos de colaborar. Sin embargo, fue recuperado por Silvenla, ofreciéndole la cartera de Guerra en 1899.

Capítulo

2

EL PODER MILITAR Y LA CRISIS DEL

PARLAMENTARISMO

La derrota colonial llevó al poder a los conservadores, ahora li-

derados por Silvela, que debió renunciar a la postura tradicional de su partido a las tesis de las potencias extranjeras, en plena de época del imperialismo, el militarismo agresivo y la carrera armamentos, e iniciar una política de austeridad, reducción de tras los gastos militares y estabilización económica, parapetado aranceles más proteccionistas de Europa. La Marina de guerra había perdido sus barcos y el Ejército estaba desbaratado por la derrota. La repatriación devolvió a la Península una multitud de militares profesionales que el Estado no necesitaba. se perdió en Cuba gran cantidad de armamento y material, mientras, según Vigón, existía en la Península artillería digna de un museo de antigiiedades (...) no había telémetros, hi aparatos topográficos de ninguna clase, faltaban municiones (...) y en la mayor parte de las baterías, los artilleros no habían hecho un solo disparo de cañón por mal entendidas razones de economía. Tras el repliegue colonial, el Ejército quedó compuesto por unos 500 generales, 23.000 jefes y oficiales, y 80.000 sargentos, cabos y soldados, de manera que el exceso de oficiales y la pobreza estatal lo desprofesionalizaron; ser militar en España se convirtió más en una condición estamental y una actitud ante la vida que en una actividad. Porque la vida militar se reducía a rutinarios servicios y desfiles; y los oficiales se vieron obligados a consumirse en la administración de un ejército inútil para la guerra internacional, dedicado a instruir someramente a los soldados analfabetos, restablecer el orden y juzgar a los revoltosos.

y

El que

embargo, el orgullo de los militares desastre exacerbó,de sin la derrota a los los nortea-

responsabilizaron

políticos

y

122

Gabriel Cardona

mericanos. Alfonso XIII, un muchacho que subió al trono en 1902, participó en este sentimiento de dignidad humillada y fue incapaz de desempeñar hábilmente la figura del rey-soldado creada por Cánovas. Su inexperiencia política y afición militar desvirtuaron el artificio, porque tomó en serio el papel de rey militar que se implicó directamente en el mando del Ejército, acostumbró a proponer directamente los nombres de los ministros de la Guerra y algunos altos mandos, y primó el poder político de las fuerzas armadas.

La

Ley

de Jurisdicciones

Después de la madrileña, la guarnición más numerosa de España era Barcelona, donde los oficiales se enfrentaban al naciente catalanismo político, sensibilizados como estaban por el separatismo cubano y filipino. Como pocos de ellos habían nacido en Cataluna, se sentían incómodos ante una lengua que les era extraña y, desde 1903, pequeños conflictos, choques entre catalanistas y lerrouxistas, o ataques de la prensa contra el Ejército contribuyeron a encrespar sus ánimos. La idea de evitar el separatismo proporcionó un objetivo a aquellos hombres deseosos de sacudirse la humillación de 1889. En 1905, los catalanistas triunfaron en las elecciones municipales y los militares, crispados por las continuas chirigotas antimilitaristas de la prensa, estallaron ante un chiste del Cu-Cut, un periódico satírico, que contraponía la derrota de los militares en Cuba a la victoria de los catalanistas en las elecciones. Por la noche, trescientos oficiales de uniforme asaltaron y destrozaron los talleres del Cu-Cut y la redacción de La Veu de Catalunya, órgano de la Lliga y, como ya había ocurrido en Madrid en 1895, sólo contuvo a los revoltosos la presencia del capitán general accidental, Castellví. Poco después regresó a Barcelona el capitán general titular, Delgado Zulueta, y numerosos oficiales acudieron a recibirle a la estación. Delgado correspondió arengándoles como si el asalto a los periódicos fuese una proeza. El capitán general de Sevilla, Luque Coca, era un general político que aprovechó la ocasión para poner en aprietos al

El problema militar

en

España

123

Montero Ríos y envió a Barcelona un que se hizo público. Inmediatamente, la prensa militar secundó a los generales y, en Madrid y Zaragoza los oficiales crearon comisiones de apoyo. El gobierno Montero Ríos, a fin de tranquilizarlos, presentó un proyecto de ley para suspender las garantías constitucionales en Barcelona, a pesar de que el conservador Maura, el tradicionalista Vázquez de Mella y el republicano Salmerón se opusieron, el temor a los militares hizo aprobar la ley por 133 votos

gobierno conservador de telegrama de solidaridad

5. El esfuerzo desgastó y derribó a Montero Ríos, a quien sustituyó el liberal Moret, con el general Luque, uno de los causantes del escándalo, en la cartera de la Guerra. El nuevo ministro, apoyado por la prensa militar, presionó para transferir a la jurisdicción militar los delitos de prensa e imprenta contra la Patria y el Ejército. Puestos finalmente de acuerdo el liberal Moret y el conservador Maura, la llamada Ley de Jurisdicciones fue aprobada el 20 de marzo de 1906 y encomendó la custodia de las libertades de expresión, prensa y reunión, a la justicia militar. El civilismo había perdido una batalla planteada ya durante la discusión de las reformas de Cassola y el poder militar pasaba a controlar libertades esenciales del sistema liberal. contra

El conservadurismo maurista La formación del gobierno Maura de 1907, imprimió un nuevo giro a la política conservadora, que abandonó la línea regeneracionista de Silvela y Fernández Villaverde, una vez que la estabilización económica surtió efecto y unos 5.000 oficiales de Reserva habían abandonado el Ejército. Maura creyó llegado el momento de conectar con las

ambiciones imperialistas de Europa, impulsar las abandonadas relaciones internacionales y reconstruir la flota de guerra. Como el navalismo imperante medía la potencia exterior de los Estados en acorazados y colonias, en 1909 el gobierno impulsó la creación de la Sociedad Española de Construcción Naval, filial de las empresas de armas británicas Wickers, Armstrong y Brow, que se instaló en los arsenales

124

españoles

Gabriel Cardona

el encargo de construir una moderna escuadra de 3 acorazados de 15.000 tm, 3 destructores de 400 tm, 24 torpederos de 180 tm y 4 cañoneros de 800 tm, ambición que sólo se pudo llevar a cabo parcialmente al cabo de muchos años, con prórrogas sucesivas y, como la falta de recursos impuso programas de material insuficientes, la construcción de una Marina mediocre e incompleta mantuvo al Ejército en la miseria. Aquel mismo año, el intento de un grupo capitalista español, de poner en explotación una mina en el Rif, desembocó en un conflicto entre la guarnición de Melilla y las cabilas vecinas. Los deseos de proyección exterior del gobierno se concretaron en el envío de tropas peninsulares y, en lugar de la brigada de reserva de Andalucía, el ministro de la Guerra decidió trasladar a Melilla batallones de Madrid y Barcelona a fin de ensayar una mala imitación de la movilización prusiana, recientemente implantada en España. En consecuencia, mientras reclutas recién incorporados vegetaban en sus cuarteles, hombres de la segunda reserva que habían prestado el servicio en filas varios años antes y, en muchos casos, ya tenían familia a su cargo, fueron movilizados y enviados a Marruecos. El embarque en Barcelona, enfrentó a las familias con algunos oficiales y la progresión de los incidentes provocó una revuelta que dejó la ciudad aislada desde el 26 al 31 de julio. La llamada Semana Trágica consolidó el papel del Ejército como aparato de la represión interior del Estado, las tropas restablecieron el orden y la jurisdicción militar procesó a 1.000 detenidos y ejecutó 5 fusilamientos. Para el futuro, quedó definida la alineación del cuerpo de oficiales, junto a las fuerzas conservadoras, pues el gobierno Maura se presentó como el único defensor de la paz social y de la Patria, identificando la campaña suscitada en Europa por la ejecución de Ferrer Guardia, como una

con

acción de

desprestigio

contra

España.

La corta campaña de Melilla reveló las deficiencias militares. Los soldados entraron en operaciones con visibles uniformes blancos y azules, el rayadillo de Cuba, mientras los ingleses usaban el caqui en la India desde 1848. Los cañones Sotomayor eran antiguallas de bronce, porque las fábricas de armas españolas habían ignorado la renovación artillera desencadenada en todos los ejércitos desde 1897, gracias al cañón de acero Déport de 75 mm.

El problema militar

en

España

125

Tras siglos de permanencia en Melilla no se contaba con planos de los alrededores y fue diezmada una brigada de cazadores, que se adentró imprudentemente en el Barranco del Lobo. Cuando, finalmente, los cabileños fueron reducidos, quedó demostrado, una vez más, que el Ejército carecía de capacidad para ir más allá del orden público. Constituía, no obstante, una fuerza política en auge, mimada por Alfonso XIII, que parecía confiar más en los generales que en los políticos. Ante la inquietud social y las crecientes reivindicaciones obreras, muchas miradas conservadoras se volvían hacia los cuarteles, en busca de la seguridad de los sables y la estabilidad de todo el sistema pasaba a depender de la pirámide militar, culminada por el rey.

Nuevas

reformas

militares

Sólo defendieron la intervención en Melilla los conservadores, cuyos hijos eludían el servicio, gracias a la redención en metálico. Los liberales y las fuerzas de izquierda se mostraban antibelicistas y antimilitaristas porque únicamente los pobres cumplían el servicio militar. España no estaba amenazada militarmente por sus únicos vecinos, Portugal y Francia, y las escaramuzas alrededor de Ceuta y Melilla no se debían a la presión de las cabilas sino a las interferencias de la guarnición más allá de los límites. El Estado carecía de la posibilidad, y quizá de la necesidad, de una defensa exterior, que no preocupaba ni a los políticos ni a los mismos militares, mientras el Ejército estaba marginado de la tecnología militar europea y únicamente los artilleros adquirían publicaciones extranjeras, destinadas a gestionar las fábricas de armas y municiones. Con menores ambiciones que en la Marina, se iniciaron algunas reformas en el Ejército, como ampliar la Policía Indígena, fundada en 1908, y sustituir los vetustos cañones de bronce por piezas de acero de la última moda, Schneider de 75 mm, que iban a constituir, durante el medio siglo siguiente, la artillería ligera de campaña española. La innovación no resolvió, sin embargo, la miseria militar; frente a las 574 baterías de Alemania o los 2538 de Italia, España contó con 88, unas 60 precariamente

126

en

Gabriel Cardona

servicio y el resto

con

oficiales pero sin soldados, cañones ni

ganado. El gobierno liberal de Canalejas de 1910, decidió satisfacer la vieja aspiración de su partido, eliminando la redención en metálico. Su pretensión no se reducía a transformar el servicio militar sino también regenerar la política exterior, en particular la marroquí, pues los compromisos africanos de la Restauración se habían

incumplido sistemáticamente y

los franceses amenazaban con ocupar todo el territorio. Así, en 1911 incrementó la tropa indígena y, al año siguiente, comenzó la ocupación militar de la zona española del Protectorado. La reforma Canalejas, cuyo ministro de la Guerra era el general Luque, pretendía establecer la igualdad de los ciudadanos ante el servicio militar obligatorio, entonces una reivindicación democrática como la igualdad legal, la extensión del sufragio o de los impuestos. La ley de Bases del 29 de junio de 1911 y la del Servicio Militar del 12 de febrero de 1912, establecieron la obligación de todos los españoles ante el servicio militar, sin posibilidad de sustituirlo con pagos en metálico en época de guerra. Para tiempo de paz, la misma ley creó los soldados de cuota que prestaban un servicio de 10 ó 5 meses si pagaban al Estado 1.000 Ó 2.000 pesetas, según la modalidad elegida, que, en todo caso, era excesivamente cara para las familias humildes, cuyos hijos quedaban obligados a un servicio de tres años, similar al de 1862 en Prusia y 1889 en Francia. El legislador pretendía formar con los cuotas una oficialidad de complemento, que permitiera reducir el número de tenientes profesionales y proporcionar los cuadros de mando en caso de movilización, como se había establecido en Prusia en 1862 y luego en los restantes ejércitos. Sin embargo, en España, el soldado de cuota fue un simple privilegiado que sólo sirvió para eludir parte del servicio; cuando la ley llevaba veinte años en vigor, los oficiales de complemento no llegaban a dos mil y no se había aliviado la hipertrofia del escalatón profesional. Esta reforma no mejoró el Ejército; en cambio, la activación de las operaciones en Marruecos generó un nuevo militarismo, al reabrir las posibilidades de los ascensos por méritos de guerra, que tantos abusos habían propiciado en las guerras civiles y co-

El problema militar

en

España

127

loniales. Cuando Canalejas se enfrentó a una oleada de huelgas acudió a la tradición militarista española, refrescada ahora por la militarización de los trabajadores franceses dos años antes. La ley del brazalete puso a los ferroviarios españoles bajo la jurisdicción armada, amenazándolos con un consejo de guerra si faltaban al trabajo.

La guerra

marroquí y

la crisis de los

partidos

El asesinato de Canalejas en 1912 acabó con el último intento de renovación política. Desde entonces, la fragmentación de los partidos paralizó la capacidad de los gobiernos mientras España se enfrentaba a los grandes problemas del crecimiento industrial y la guerra de Marruecos. Desapareció desde 1913 el turnismo entre liberales y conservadores, desde 1916 ningún líder fue capaz de mantener la disciplina y el parlamento entró en crisis. Naturalmente, la debilidad política potenció el poder de los empleados del Estado cuyo mayor cuerpo era el Ejército y su jefe natural, Alfonso XIII, actuó más como un espadón histórico que como el jefe del Estado. Convencido de contar con el apoyo militar, prescindió de la vida parlamentaria y rellenó los vacíos políticos con gobiernos de gestión. El sistema se convirtió en un juguete del rey, apoyado en las bayonetas. La ocupación del Protectorado condujo al enfrentamiento con los caudillos que mantenían a las tribus bajo su dominio ocasional. Las campañas de Yebala (1913-1922) tuvieron por objeto enfrentarse al Raisuni, jefe indígena cuyo poder se extendía por las cabilas cercanas a Larache, Tánger, Tetuán y Xauen. Los oficiales se dividieron en dos tendencias, una partidaria de llevar a cabo una guerra sin cuartel contra los moros insumisos, que estuvo animada por el periodista Cándido Lobera de El Telegrama del Rif de Melilla, y otra que deseaba combinar la guerra, la diplomacia y los sobornos a los jefes de tribu, en la que tomaron parte oficiales experimentados en el trato con los naturales y en el servicio de la Policía Indígena o las Intervenciones, como Gómez-Jordana o Castro Girona. El nuevo ejército colonial se aglutinó en torno los regimien-

a

Gabriel Cardona

128

llamados grupos de regulares. Elevados a cuatro en 1914, pasaron a ser la verdadera fuerza de choque de una guerra donde los moros desempeñaban las misiones más peligrosas y sus oficiales españoles eran los más expuestos al fuego enemigo, mientras las campañas languidecían bajo una burocracia ineficaz, la falta de material y la mala planificación de los gobiernos de Madrid, vacilantes entre el colonialismo o el abandonismo. La clase política española tenía menos claro el panorama colonial que la francesa o la británica, con mayor razón cuando la zona española de Marruecos era pobre y jamás se intentó ponerla en explotación. En un Ejército anticuado y estático, las tropas de Marruecos se convirtieron en las únicas con cierta actividad, donde los oficiales podían ascender por méritos de guerra y librarse de la pésima carrera de sus compañeros peninsulares. Pero en Africa, la carencia de recursos y la falta de voluntad gubernamental imponían una tediosa guerra de pequeños combates, con escasa artillería, llevados a cabo por unidades impulsadas más por la actitud de los oficiales que por la presión organizativa del Ejército. Esta primacía del valor personal sobre la técnica militar potenció la mística de un heroismo primitivo, primado respecto a la organización, la táctica o la tos

de soldados

indígenas,

topografía. En la academia de infantería de Toledo, los profesores, que eran veteranos de la guerra de Cuba Filipinas, daban los jóvenes cadetes una educación espartana, alentada por su amargafin de prepararlos para esa nueva guerra difícil do entusiasmo, el 98, rey atrasada. El cuerpo de oficiales, desmoralizado por

o

a

a

moral en Marruecos, mientras la comparación entre el colonialismo francés y los incompetentes gobiernos españoles desprestigiaban, a sus ojos, el poder civil. La falta de respeto de los militares de Marruecos a sus gobiernos, se crispó en la defensa de los ascensos por méritos de guerra, atacados por los oficiales destinados en la Península que, en 1912, se manifestaron ante la redacción de La Correspondencia Militar para protestar

cuperó

su

por las recompensas concedidas en campaña. Aunque todos los tenientes de infantería pasaban una temporada en Africa. sólo algunos lograban permanecer allí largo tiempo. El estudio de la escala Activa de infantería, demuestra

Elproblema militar

en

España

129

que, en 1912, 14 coroneles de un total de 237, 51 tenientes coroneles de 518 y 72 comandantes de 1.063 prestaban servicio en Marruecos, donde el sueldo era mayor y la vida profesional más gratificante. En el grupo de los llamados africanistas, sólo lograban integrarse los designados por los altos mandos del territorio, que tenían facultad para elegir libremente a sus subordinados. En consecuencia, se configuró un grupo cerrado de oficiales vinculados a la vida colonial, soportando sus dificultades y riesgos, pero beneficiándose de sus prebendas y ascensos por méritos de guerra, mientras sus compañeros de la Península intrigaban en la burocracia de Madrid o vegetaban en la tediosa vida de guarnición, frustrados por los malos sueldos y los escalafones

congelados. Marruecos formó una nueva mentalidad militar, sobre todo en la infantería, el cuerpo más numeroso. Los oficiales se sentían cómodos en aquel Protectorado organizado como un gran campamento, sin oposición política ni opinión civil, con la máxima autoridad administrativa, el alto comisario, siempre en manos de un general, y se sentían traicionados cuando, al otro lado del Estrecho, crecía la oposición a la guerra y al servicio militar en África. En cambio, sus compañeros de la Península estaban irritados con su mala carrera y, en 1914, cuando el ministerio estableció que los comandantes y tenientes coroneles debían someterse a pruebas de aptitud antes de ascender por antiguedad, se desató un viento de fronda que obligó a dejar la medida para más adelante.

El

impacto de la Gran Guerra

A consecuencia de las hostilidades en Europa, Francia suspendió sus operaciones en las colonias y España debió imitarla en Marruecos para evitar el choque en solitario con los naturales. Entre tanto, los acontecimientos militares transtornaban las rutinas de los ejércitos: en 1914 las ametralladoras, combinadas

el alambre de espino, destrozaron la caballería y crearon una barrera infranqueable para la infantería y un avión Taube alemán arrojó la primera bomba sobre París. En 1915 los franceses con

Gabriel Cardona

130

Schneider y los ingleses sus Mark I, se organizó la caza aérea con ametralladoras que disparaban por encima de la hélice, los alemanes lanzaron la primera nube de cloro y, más adelante, aparecieron los gases formados por compuestos orgánicos con cloro y arsénico o derivados del ácido cianocloruro. La guerra de posiciones giró en torno a grandes obras fortificadas, fruto de una evolución impulsada por el perfeccionamiento de la artillería, que en 1916 organizó sus primeras baterías transportadas en camión, seguidas por otras remolcadas, sobre cadenas, autopropulsadas y sobre ferrocarril. Aquel mismo año se abandonaron las emisiones de nubes de gases, sustituidas por granadas rellenas de fosgeno, bromuro de xileno y arsinas. En 1917 los alemanes lanzaron la iperita, y volaron bombarderos como el Breguet 14 francés, el Handley Page inglés y el alemán Gotha que transportaba 600 kg de bombas. A pesar de su aislamiento, tal revolución técnica inquietó a los militares españoles, cuya última referencia era el conflicto franco-prusiano de 1870. Como la mayoría del conservadurismo español, fueron partidarios de los imperios centrales y sobresalió, por sus polémicas, el teniente coronel Martín Llorente que, con el seudónimo Armando Guerra, alborotó cuanto pudo en favor de la beligerancia proalemana. En 1916 aparecieron varias obras de espíritu reformista, escritas por militares, como El Oficial Alemán, El problema militar de España y la Ciencia Militar ante la Guerra Europea. Sin embargo, nada cambió en España. Acabado el conflicto europeo se compraron algunos materiales excedentes con destino a Marruecos, pero el Ejército continuó con su obsoleta organización y sus regimientos de lanceros, como si Napoleón III acabara de ser derrotado por los prusianos. En 1916 la inflación provocada por la Guerra Europea había erosionado seriamente los sueldos de los funcionarios, cuyos haberes estaban congelados desde 1914. Gracias a la guerra, el de la espuerto y la frontera francesa, Barcelona era la capital peculación, los espías y los negocios fáciles. El alza de precios se había disparado cuando el ministro de la Guerra ordenó activar las dichosas pruebas para el ascenso y eximió de ella a los jefes de artillería e ingenieros. Los oficiales de infantería se sintieron ofendidos por la injusticia, añadida a los agravios compaencargaron

sus

primeros carros

El problema militar

en

España

131

rativos de los ascensos de Marruecos. La incomprensión de Alfau, el capitán general de Cataluña e inventor de la prueba, agravó las cosas y disparó la reacción de algunos oficiales de infantería que pretendían establecer una Junta de Defensa, inspirada en las que, ya tiempo atrás, funcionaban en artillería, ingenieros y Estado Mayor. Los militares de Barcelona comprendieron en qué medida su papel era capital en la pugna entre los intereses enfrentados del gobierno, los patronos catalanistas y los obreros revolucionarios. El gobierno precisaba de ellos para contener el movimiento obrero y los patronos catalanistas, que los malmiraban como representantes del gobierno central aunque los necesitaban para mantener el orden. Cuando a la tortura de sus pésimos sueldos y carreras, se añadió la imposición de un falso examen de aptitud para un ascenso que llegaba tarde, acabó su paciencia y decidieron plantarse. Los capitanes Alvarez Gilarrán y Viella Moreno, del regimiento de infantería Vergara, desesperados por sus largos años de servicio sin ascensos, fundaron una Junta de Defensa del Arma de Infantería, le dieron carácter de sindicato corporativo e integraron a todos los oficiales de carrera del regimiento, incluido el coronel. En 1917, cada regimiento se había dotado de su junta, presidida por el coronel, que no aceptaba como socios ni a los generales ni a los oficiales procedentes de

tropa. El Regimiento Vergara número 57 de Barcelona, dinamizaba el movimiento y su coronel, Benito Márquez, había aceptado el papel de líder. Aunque utilizaban un vocabulario semirrevolucionario, los junteros eran funcionarios conservadores, indignados con la administración, que reivindicaban un aumento de sueldo y los ascensos. En busca de alianzas, el coronel Márquez entró en contacto con Cambó, y el gobierno liberal de García Prieto decidió tomar cartas en el asunto. No obstante, cuando los junteros redactaron, el 1 de junio de 1917, un ultimátum reivindicando mejoras profesionales, García Prieto dimitió porque ni siquiera el general Weyler, su ministro de la Guerra, lograba restaurar la disciplina. No tuvo mejor fortuna el siguiente gabinete, con el conservador Dato en la presidencia y el general Fernando Primo de Rivera en el ministerio

132

Gabriel Cardona

de la Guerra, que dimitió igualmente sin reducir a los junteros. La crisis expresó el militarismo de la Restauración y la postura de Alfonso XIIr, dispuesto a no enfrentarse con los oficiales en defensa de sus propios gobiernos. Cuando el sistema

pareció Melquía-

tambalearse, presionaron el liberalismo mesocrático de des Alvarez, y la burguesía catalanista de Cambó, sin constituir peligros para el sistema: Melquíades Alvarez no pasó de ofrecerse para un gabinete de compromiso, abierto a la izquierda, y la asamblea de diputados socialistas, republicanos y catalanistas reunida por Cambó en Barcelona, se disolvió cuando intervino la Guardia Civil. Más grave fue la protesta obrera, debida al encarecimiento de los precios, que provocó una huelga general entre el 13 y el 18 de agosto y fue aplastada por el gobierno Dato-Sánchez Guerra, que puso el asunto en manos del Ejército. A pesar del lenguaje demagógico de las juntas, los militares actuaron duramente y el mismo Regimiento de Vergara, con el coronel Márquez al frente, hizo numerosos muertos en Sabadell. El movimiento huelguístico acusó la falta de dirección y el abandono de los líderes liberales y republicanos, con un saldo oficial de 80 muertos, 150 heridos, más de 2.000 detenidos, entre ellos el comité de huelga. La represión de la revuelta situó al poder militar en situación ventajosa, el capitán general de Cataluña discrepó de la sentencia dictada por un consejo de guerra contra el comité de huelga; varios generales protestaron también y dirigieron un documento al rey y los partidos; en el Casino Militar de Madrid, los junteros se declararon en asamblea permanente y, al día siguiente, dimitió el gobierno Dato-Sánchez Guerra. Le sucedió un gabinete de concentración, presidido por el liberal García Prieto, que tuvo grandes dificultades para nombrar ministro de la Guerra, dado que las juntas no aceptaban la designación de un general, como era costumbre. García Prieto no tuvo otro remedio que nombrar a Juan de la Cierva, el duro ministro de Gobernación durante la Semana Trágica, que se había ofrecido a los junteros como defensor de sus intereses. El conservadurismo corporativista y el odio de los oficiales a sus enredadores generales políticos les hizo imponer el primer ministro civil de la Guerra de la Restauración. La Cierva los tranquilizó

El

problema

con

tas

militar

en

133

España

medidas urgentes: aumentó los sueldos y desarticuló las junque los suboficiales y sargentos habían formado a imitación

La baja del Ejército, de los promotores de las juntas de clases, fue el repugnante precio del pacto entre los oficiales y La Cierva, que acusó a aquellos humildes veteranos de actuar bajo la inspiración bolchevique y los expulsó por sorpresa, sin darles tiempo a defenderse, sólo por intentar una tímida imitación de la conducta de sus mandos quienes, a pesar de derribar un gobierno tras otro, no estaban dispuestos a permitir las reivindicaciones de los sargentos, aplastadas tras el fracaso de la Asociación Militar Republicana. El siguiente paso de La Cierva fue decapitar a las juntas de oficiales mediante una intriga contra el incauto coronel Márquez, que debió comparecer ante un tribunal de honor, que le expulsó del Ejército marrulleramente. El ministro acalló las protestas profesionales con un proyecto de ley de Bases de la Organización Militar que no reorganizó al Ejército, pero suprimió los ascensos por ménitos, reservándolos para casos excepcionales, a título individual y, en cada caso, mediante una ley aprobada por las Cortes. Esta ley de Bases de 1918, no fue aprobada con La Cierva, sino con su sucesor, pues Alfonso XIII sustituyó al gobierno García Prieto por otro de concentración nacional, designado por él mismo, y presidido por Maura, y con ministerios confiados a Dato, Romanones, García Prieto, Alba y Cambó, como líderes de las tendencias políticas más notables. La acción del rey, que integraba al catalanismo con Cambó, equivalía a suspender el sistema de partidos pero tampoco tuvo éxito. Cuando se reveló que el gobierno de concentración de Maura resultaba inútil, García Prieto llegó de nuevo al poder, y su decisión de prescindir de ministros catalanes fue contestada con manifestaciones en Barcelona, con las cuales chocaron algunos oficiales de uniforme. La situación sin salida dio paso a un nuevo gabinete conservador presidido por Dato.

de

sus

jefes.

Una dictadura para

una

_La incompetencia

burguesía

de los

la fuerza de los atemorizados por el movi-

gobiernos potenció

militares. Los patronos barceloneses,

134

Gabriel Cardona

miento sindical, aprovecharon un relevo de los generales con mando en la ciudad para atraerlos a su campo. En febrero de 1918, llegó a la Barcelona agitada por el militarismo, el catalanismo y el sindicalismo, un nuevo gobernador militar, el general Martínez Anido, y en septiembre tomó posesión como capitán general Milans del Bosch. Presionado por el orden público, el gobierno suspendió en Barcelona las garantías constitucionales, mientras la guarnición prefería la proclamación del estado de guerra y Milans del Bosch y Martínez Anido se dedicaban a defender los intereses patronales y reprimir los movimientos obreros. Dispuestos a restablecer la tranquilidad a toda costa, como Si no bastaran las instituciones armadas, protegieron la introducción en Barcelona del somatén, una milicia tradicional de autodefensa rural que ahora se organizaba como ejército privado de los patronos, bajo las órdenes de Martínez Anido. La actitud intransigente de generales y patronos complicó una huelga, iniciada el 5 de marzo de 1919 en La Canadiense, una importante compañía eléctrica. Como el conflicto se extendió a Energía Eléctrica de Cataluña, Catalana de Gas y Electricidad y otras empresas y ramos, el día 21 Barcelona quedó sin luz eléctrica, tranvías ni energía, y el gobierno decretó la incautación de los servicios y la movilización de los obreros reservistas, muchos de los cuales no se presentaron, y el capitán general ordenó detenerlos e internarlos en el castillo de Montjuic. Romanones, presidente del Gobierno, no deseaba dramatizar la situación y, con el fin de buscar soluciones, había enviado, unos días antes, nuevas autoridades gubernativas a Barcelona: Carlos Montañés, como gobernador civil, Gerardo Doval, como jefe superior de policía y al propio Luis Morote, subsecretario de la Presidencia. Los representantes del Gobierno lograron un arreglo con el líder cenetista Salvador Seguí, garantizando la vuelta al trabajo a cambio de la readmisión de los despedidos, el aumento de jornales y la libertad de los presos no procesados. El capitán general no aceptó la actitud conciliadora del gobierno, y cuando se negó a liberar a los detenidos, los grupos radicales amenazaron con atacar Montjuic. Las autoridades militares expulsaron de la ciudad a Montañés y Doval. Romanones presentó la dimisión y el rey llamó nuevamente a Maura que re-

El problema militar

en

135

España

primió duramente la oleada huelguística. Los patronos y el capitán general habían ganado y Milans del Bosch estableció una verdadera dictadura, apoyada por la alta burguesía catalana e independiente de las decisiones del gobierno. La represión patronal actuó mediante el somatén y una organización de pistoleros, amparada por la capitanía general, pagada con fondos de la Federación Patronal y dirigida por Bravo Portillo, un ex comisario de policía expulsado del cuerpo porque, durante la Gran Guerra, organizó una red terrorista al servicio del espionaje alemán. La crecida patronal aplastó las posibilidades de convivencia: los pistoleros asesinaron a Pablo Sabater, líder moderado de la CNT; Bravo Portillo recuperó su puesto en la policía y los patronos se negaron a conceder trabajo a quienes no renunciaran al gobernador civil, en unión del coronel de la guardia civil Arlegui, inició la guerra abierta con los sindicatos; infiltró los pistoleros en una antigua organización amarilla, el Sindicato Libre, y fueron asesinados el abogado laboralista Lairet, los sindicalistas Boal y Salvador Seguí. El ala radical de la CNT se lanzó también al pistocarnet sindical. Cuando Martínez Anido fue nombrado

lerismo y la doble violencia de Barcelona conectó con la guerra social que, entre 1920 y 1921, se desencadenó en el resto de España y especialmente en Andalucía, impulsada por la desesperación de los trabajadores y animada por el ejemplo ruso. Los gobiernos habían perdido su poder y el Ejército actuaba como único árbitro en dos grandes problemas: Marruecos y el orden

público.

Marruecos y las tensiones por los

ascensos

Los militares de la Península, especialmente en Madrid y Barcelona, estaban agitados por las intrigas de las juntas y los problemas de orden público, que contribuyeron a consolidar un mi-

litarismo dinástico, conservador y antiparlamentario. Muchos de ellos evolucionaban hacia formas de pensamiento autoritarias, tanto por su permanencia en la sociedad colonial de Marruecos como por la intervención en los conflictos sociales de la Península. La constante presencia del ejército en las calles para guar-

136

Gabriel Cardona

dar el orden y el pase a la jurisdicción militar de los conflictos sociales, militarizaban el funcionamiento del Estado y el mismo Alfonso XIII encarnaba una postura poco constitucional, pues se dirigía a los oficiales con un juego de confusiones más propicio a desarrollar formas del poder militar que a garantizar el funcionamiento de una monarquía constitucional. Las guarniciones de Africa actuaban como una parte separada del Ejército desde que la guerra se había activado en 1921, impulsada por la rebeldía de Abd el Krim en el Rif, ante la inquietud de los junteros, temerosos de una nueva oleada de ascensos por méritos. En Madrid, varios capitanes se dieron de baja en las juntas, por peleas corporativas entre los cuerpos de Estado Mayor y de artillería, y los junteros hicieron comparecer a 25 de ellos ante el tribunal de honor que expulsó a 19 del Ejército. El Consejo Supremo de Guerra y Marina, órgano máximo de la jurisdicción militar, declaró nulo el acuerdo pero el gobierno de Sánchez de Toca, viéndose incapaz de controlar a los ¿unteros, intentó que los acusados comparecieran ante un consejo de guerra, que ofrecía mayores garantías que el tribunal de honor. Entonces las juntas se enfrentaron al gobierno y, con toda impunidad, reunieron un nuevo tribunal de honor que expulsó a 16 capitanes del anterior y a siete más. Ante el escarnio, Sánchez de Toca dimitió, sin que Alfonso XIII tomara cartas en el asunto.

En 1919, los franceses reanudaron las operaciones en su territorio y los africanistas españoles en el suyo, recuperando la importancia política que habían perdido durante la Gran Guerra en beneficio de los junteros, de modo que el gobierno Allendesalazar pudo enfrentarse en mejores condiciones a la indisciplina militar. Como medida previa, recuperó el control de Barcelona: el 10 de febrero de 1920, cesó a Milans del Bosch, con un pretexto, y nombró a Weyler para sustituirlo. Aunque los patrouna manifestación de protesta y los oficiales nos

organizaron

la estación para recibirlo, Weyler no se dejó impresionar: capeó hábilmente a los patronos, sin plegarse ni desairarlos, y redujo a sus subordinados mia sus

acordaron

no

acudir

exigencias

a

litarmente: citó a los mandos de la guarnición y les ordenó mantener la disciplina sin conceder explicación ni concesiones. Cuan-

El problema militar

en

España

137

do cinco meses después abandonó el cargo, había controlado los enredos de la guarnición. Sin embargo, el gobierno no logró hacerse con el poder sino cambiar la correlación de fuerzas en el Ejército, donde los africanistas, apoyados por el rey, desplazaron a los junteros, aunque éstos lograron imponer la afiliación obligatoria de todos los oficiales. Debilitado el Parlamento y fraccionados los partidos, el Ejército continuaba siendo la institución política más poderosa, de manera que, cuando en el verano de 1921, la mitad de las tropas de Marruecos fueron arrolladas por los rifeños, pareció tambalearse todo el sistema político. En este desastre de Annual, toda la comandancia general de Melilla había sufrido, frente a las cabilas, una increíble derrota. El comandante general Fernández Silvestre estaba muerto; el segundo, el general Navarro, desaparecido; unos 10.000 hombres habían perdido la vida y su equipo y armamento estaban en manos de los moros, que no tomaron Melilla por su propia desorganización.

Las consecuencias de Annual

Además de los

de Melilla, Fernández Silvestre y Navarro, aparecían como últimos responsables el alto comisario Berenguer y el mismo Alfonso XIII. Reverdeció el antimilitarismo de la guerra de Cuba y la Semana Trágica, Prieto inició una brillante campaña en el Parlamento, avalada por una cuantificación del desastre que no conocía el gobierno. La prensa y la oposición exigieron perentoriamente responsabilidades y el expediente reglamentario, instruido por el general Juan Picasso González, puso de manifiesto que la campaña se había dirigido y realizado negligentemente, y que la imprevisión era general en la comandancia de Melilla. El Consejo Supremo de Guerra y Marina, basándose en dicho expediente, recomendó el procesamiento de los generales Fernández Silvestre, Navarro y Berenguer. Este último era senador vitalicio pero el Senado concedió el suplicatorio en el mes de junio. El desastre de Annual se convirtió en una cuestión más grave que los mismos conflictos sociales, y los militares de Africa se re-

generales

138

Gabriel Cardona

velaron fundamentales para recuperar la credibilidad del sistema. Era preciso reconquistar cuanto antes el territorio tomado por los moros y los africanistas pasaron a primer plano, apoyados por el rey y el gobierno que apostaron por ellos a riesgo de enfrentarse con las juntas. Los africanistas aprovecharon la ocasión: en mayo de 1921 se dieron de baja en las juntas trescientos Jefes y oficiales de regulares y de la Legión, un cuerpo fundado el año anterior por Millán Astray y Franco, con tropa reclutada entre aventureros, desarraigados y marginados, mandados por los más duros oficiales. Las juntas no pudieron remontar la situación y un decreto las domesticó convirtiéndolas en Comisiones Informativas del ministerio de la Guerra, y únicamente la de infantería mantuvo cierta actividad, presidida por el coronel Nouvillas, que todavía intentó interferir una sentencia contra tres oficiales acusados de negligencia. Pero en Marruecos se concedieron mandos a los ge-

nerales Burguete y Sanjurjo, que eran antijunteros notorios, y los africanistas recuperaron rápidamente, no sólo el territorio perdido sino su moral. Los generales Miguel Cabanellas y Sanjurjo atacaron públicamente a las juntas que también se indispusieron con La Cierva, su antiguo portavoz, cuando fue nuevamente ministro de la Guerra, el 14 de agosto de 1921, y comprendió que la apuesta juntera ya no era rentable. Para rematar a las juntas, Alfonso XIII visitó Barcelona en junio de 1922 y, en un banquete masivo celebrado en Las Planas, pidió a los oficiales que disolvieran sus organizaciones; tres meses después, el teatral fundador de La Legión, teniente coronel Millán Astray, pidió la baja del Ejército en una instancia que expresaba su adhesión al gobierno frente a las juntas. El documento fue convenientemente aireado y Franco, en representación de la oficialidad de La Legión, y Mola, a título individual, enviaron telegramas de adhesión. El diario ABC achacó a las juntas todos los males, incluso el desastre de Annual. Cuatro días más tarde se conoció un proyecto legislativo de Sánchez Guerra, que prohibía las asociaciones y compromisos militares. A pesar de su triunfo, los africanistas se ofendieron porque el gobierno nombró por primera vez a un político civil, Luis Silvela Casado, alto comisario en Marruecos y el financiero Hora-

El problema militar

en

España

139

cio Echevarrieta rescató por dinero a los militares prisioneros de los rifeños. El rey y el Ejército temían una próxima investigación parlamentaria de las responsabilidades de Annual, y Alfonso XII buscó la alianza con los africanistas; el 28 de marzo de 1922 tropas de regulares indígenas montaron guardia en el palacio real. Se aseguraba que cuatro generales muy vinculados a la corte, Cavalcanti, Federico Berenguer, Saro y Dabán, integraban una conspiración, llamada el cuadrilátero, cuya finalidad era instaurar como dictador al general Aguilera. Pero la operación se desvaneció cuando se supo que Sánchez Guerra había abofeteado al general sin que éste replicara. Los rumores anunciaron entonces otro golpe del capitán general de Barcelona, Miguel Primo de Rivera, apoyado por la burguesía catalana. El malestar militar creció cuando el gobierno indultó a un cabo que había asesinado a un oficial durante un embarque hacia Marruecos. El resentido general Sanjurjo, cesado en su mando africano y destinado en Zaragoza, ofreció su colaboración a Primo de Rivera e hizo lo mismo el último juntero, coronel Nouvillas. Ante las responsabilidades, que amenazaban al rey y al Ejército, los oficiales optaban por llevar a sus últimas consecuencias el militarismo dinástico. Un pronunciamiento contaba, además. con el apoyo del terror que las luchas sociales habían despertado en las clases altas y amplios sectores de las medias.

Capítulo 3 EL

EJERCITO EN LA CRISIS CONSTITUCIONAL

E

14 de septiembre de 1923, cuando las Cortes estaban a punto de iniciar el debate sobre las responsabilidades de Annual, Primo de Rivera publicó un manifiesto que aludía a los sindicatos terroristas y al caos económico, afirmaba atender el clamoroso requerimiento de los españoles que pedían ser liberados de los profesionales de la política, y prometía crear un Gran Somatén Armado, acabar con las responsabilidades, defender el honor del y buscar para Marruecos una solución pronta, digna y sensata. En el octubre anterior, Mussolini había obtenido el poder mediante la marcha sobre Roma y cuando el general tomó el tren en Barcelona, el presidente de la Mancomunidad de Cataluña, Puig i Cadafalch, acudió a despedirlo pidiendo que fuera un Milans del Bosch para todo el país.

Ejército

Apenas se produjeron reacciones públicas de desagrado, Alfonso XIII aceptó que Primo de Rivera suspendiera la Constitución y nombrara un directorio compuesto por generales y almirantes. La dictadura proclamó el estado de guerra, sustituyó los ayuntamientos por comisiones gestoras con 500 militares como delegados gubernativos e hizo al general Martínez Anido responsable del orden público. La experiencia de Milans del Bosch parecía servir

como

modelo.

La mayoría de los militares no habían intervenido en el golpe de Estado pero se sintieron cómodos con la dictadura pues estaban irritados por los problemas del orden público, la inope-

rancia una

Marruecos, los bajos sueldos y pésimas carreras, y eran orgullosa colectividad, incapaz de aceptar las críticas de los en

y siempre dispuesta a una cerrada defensa corporativa. Ante el fracaso de la clase política, la dictadura llegaba dispuesta a servir los intereses conservadores, con los que se identificaba el Ejército, y los oficiales tomaron el relevo de los políticos

paisanos

14?

Gabriel Cardona

profesionales culpables, según ellos, de los males de España. El poder militar había aumentado a partir de 1917, mientras se desgastaba el Parlamento y los partidos políticos se enmarañaban en trifulcas internas, de manera que el golpe de Primo de Rivera

hizo más que desvelar la realidad de que el Estado dependía virtualmente de los militares. Hasta entonces, la mayor parte de los oficiales eran monárquicos sin militancia de partido y, de pronto, se vieron nombrados para cargos políticos, como si se tratara de un acto de servicio, dado que el mismo dictador no era un hombre político: llegó al poder con la misma actitud del coronel de un regimiento preparado para pasar revista, anuncIÓ que su gobierno duraría sólo tres meses, textualmente que era una letra a noventa días y, en busca de inspiración viajó a ltalia con Alfonso XIII, que lo presentó con una frase terminante: Este es mi Mussolini. Consecuencia del viaje fue la organización de una mala imitación del partido fascista: la Unión Patriótica, encuadrada por las antiguas Juventudes Mauristas. Primo de Rivera era un militar aristocrático, ingenuo y paternalista, no un fascista comparable a Mussolini sino un espadón del siglo XIX deslumbrado ante el fascismo italiano. La ideología de su movimiento consistió en una mezcla de hábitos conservadores y costumbres militares, salpicadas con ideas de Chesterton, Balmes, Menéndez y Pelayo, Maura, Costa y Vázquez de Mella, y la confusión conceptual entre España, el Ejército y la dictadura que superpuso a la mentalidad militar algunos elementos de fascismo primitivo. Así, cuando de acuerdo con su manifiesto, amplió el somatén a toda España, lo convirtió en una especie de milicia del partido único pero entregó a sus unidades banderas españolas, y destinó oficiales profesionales, como si se no

tratara de una

unidad del

Ejército.

El dictador y Marruecos Recién llegado al poder, intentó poner en práctica un abandonismo en Marruecos que ya propugnaba antes de llegar al poder. Su plan consistía en replegarse y mantener únicamente algunas posiciones cerca de la costa, defendidas por destacamen-

El problema militar

en

143

España

regulares, apoyados por una fuerza de 150 aviones que, a imitación de la táctica inglesa en Mesopotamia, se encargaría de vigilar los movimientos de las tribus e intimitos de

legionarios

darlas si

se

y

mostraban revoltosas.

propósito perjudicaba y ofendía a los africanistas, Rivera no cedió, ordenó que manifestaron su disgusto, Primo de abandonar zonas del interior y replegarse hacia otras más tranquilas. En julio de 1924 los rifeños incrementaron las escaramuzas y el dictador visitó el Protectorado, donde su personalismo originó malos entendidos y la guarnición le obsequió con pequeños desplantes, sobre todo en el campamento legionario que mandaba el teniente coronel Francisco Franco. En septiembre. Aunque

el

Primo de Rivera visitó Marruecos por segunda vez y el enredador general Queipo de Llano quiso aprovechar la oportunidad para atraer al teniente coronel Franco a un golpe que debía

quedó en tiranteces cuarteleras y. a repliegue planeado quedó concluido en la lla-

derrocar al dictador. Todo

finales de año, el mada línea Primo de Rivera, lo que supuso abandonar Xauen y una buena superficie de terreno a los hombres de Abd el-Krim.

españoles con una victoria la retirada un desenlace inesperado: en abril de contra los franceses y arrolló sus posiciones. El

Este confundió la

propia

y dio a 1925 se volvió

prudencia

acontecimiento decidió

a

de los

París

aventura de

Abd el-Krim,

rencias

el dictador y

a

terminar definitivamente

con

la

regalo inesperado para Primo de Rivera que, aquel mismo verano de 1925, pudo pactar con el gobierno francés un plan conjunto de operaciones. La doble ofensiva permitió que los franceses recuperasen sus posiciones y presionaran a los rifeños en el Sur, mientras los españoles atacaban en el Norte, de manera que las harkas resultaron progresivamente arrinconadas hasta que un desembarco español en Alhucemas, apoyado por la aviación y marina francesas, golpeó de muerte la rebeldía rifeña y concedió al Ejército español un triunfo definitivo. Los africanistas olvidaron sus difesólidos.

con

se

convirtieron

en

sus

aliados más

Gabriel Cardona

144

El directorio civil y los

pronunciamientos

Reforzado por la victoria, el 3 de diciembre de 1925, Primo de Rivera sustituyó a casi todos los generales y almirantes del directorio militar y constituyó el llamado directorio civil, donde conservó algunos generales y almirantes pero nombró a civiles para las carteras de Estado, Hacienda, Fomento, Instrucción, Trabajo y Justicia. La satisfacción de la mayor parte del Ejército no pudo evitar la discrepancia entre el régimen y algunos militares. Los celos cuarteleros se complicaron con enfrentamientos que jamás había provocado el rey. La estabilidad que proporcionaba el carisma de Alfonso XIII fue interferida por el dictador. Dos espadones eran demasiado: desbarataban el invento de Cánovas y cuarteaban la disciplina. Anteriormente, el Ejército se había dividido en la polémica de los ascensos por méritos que, en ningún momento, afectó a la fidelidad al rey. Quien erosionó el militarismo dinástico fue la dictadura. Primo de Rivera interfirió en cuestiones internas del Ejército, mientras la oposición republicana contestaba la legalidad de su gobierno. La figura del rey, defensor del cuerpo de oficiales, resultó malparada al permitir reformas que los militares consideraban injustas. Si la ofensa hubiera procedido de un gobierno constitucional, la monarquía no habría resultado dañada pero un régimen dictatorial amparado por el rey carecía de fácil recambio. La primera conspiración se desarrolló en 1925, presidida por Segundo García, un coronel de caballería, laureado y ascendido desde sargento en las campañas coloniales, que contaba con el de Ochoa el apoyo de dos oficiales liberales, el general López coronel Pardo. El complot era poco más que una tertulia de casino militar y fue desbaratado fácilmente con arrestos leves para

y

los

responsables.

El dictador era consciente de la imposibilidad de sostener las voluminosas fuerzas armadas españolas y deseaba reducirlas a cuatro divisiones bien equipadas, apoyadas por una buena marina y aviación. Pero chocó con el problema crucial de los excesivos oficiales que no se atrevió a reducir, a pesar de encargar varios estudios técnicos. Limitó, por ello, sus reformas la siem-

a

El problema militar

en

España

145

los diversos cuerpos, impulsapre polémica homogeneización de do por los celos de los oficiales de infantería y caballería, pretendió que los artilleros e ingenieros abandonaran su tradicional sistema de ascensos por estricta antigúedad, objeto de permanente polémica en el Ejército. El reducido cuerpo de ingenieros era poco problemática pero los artilleros eran muchos, estaban unidos, y el dictador, antes de poner su plan en marcha, tuvo noticias de que se preparaba una nueva conspiración y aceptó conversaciones con representantes de la artillería para ganar tiempo. Efectivamente, el coronel Segundo García había organizado una conjura más amplia, gracias a la fundación de Alianza Republicana, y planeó un gran pronunciamiento para el 24 de junio de 1926, noche de San Juan. A conspiradores del anterior intento, como el coronel López de Ochoa, se unieron enemigos personales del dictador, los generales Aguilera y Weyler; militares liberales, el coronel Batet y el capitán Fermín Galán; políticos civiles, Melquíades Alvarez, Romanones, Lerroux; y parte de la CNT. Sin embargo, el pronunciamiento del 24, conocido como la sanjuanada, fracasó en Madrid y al día siguiente en Tarragona y Valencia. La mayoría de los conjurados sufrieron detenciones breves o multas pero Segundo García y otros militares fueron expulsados del Ejército o encarcelados. López de Ochoa, que se exilió a París, cedió a Queipo de Llano la presidencia de un sociedad secreta de conspiradores antimonárquicos de nombre historicista: Asociación Militar Republicana (AMR), donde se integraban oficiales represaliados por el régimen y bastantes sargentos, silleros, armeros y obreros del Ejército. La nueva AMR se amplió progresivamente con los descontentos y creció espectacularmente a raíz del conflicto artillero porque, una vez desbaratada la sanjuanada, el dictador desempolvó el proyecto de ascensos únicos, lo que provocó la dimisión del general jefe de la sección de artillería del ministerio y el arresto de su sucesor. Cuando un decreto de 9 de junio de 1926 impuso la reforma, los jefes y oficiales artilleros de la escala activa se encerraron en sus cuarteles y los profesores y alumnos de la academia de Segovia se situaron al borde de la sedición. El dictador declaró el estado de guerra, suspendió de empleo y sueldo a los mandos de artillería, excepto en Marruecos, y ordenó que

Gabriel Cardona

146

la infantería ocupara sus cuarteles. A pesar de que la guardia de uno de ellos, en Pamplona, se resistió con las armas, los artilleros pensaban sólo en un plante, no en una sublevación, y marcharon a la cárcel y el destierro. El enfrentamiento hizo a Primo de Rivera reducir sus planes reformistas a cuestiones como el uniforme caqui unificado, el ascenso de los capitanes con 13 años de antiguedad y la asignación de plazas en la administración civil a los militares, mayoritariamente veteranos de las clases de tropa, porque los oficiales no presentaron disposición favorable. Más ambiciosa fue la fundación, en febrero de 1927, de la Academia General Militar, destinada a terminar con el espíritu de cuerpo de los artilleros. Como director se pensó inicialmente en Millán Astray, sin embargo. su carácter polémico desplazó el

el general Franco, un significativo africanista de infantería, que debía su carrera a los ascensos por méritos; éste escog1ó como profesores a sus compañeros de Marruecos: Franco-Salgado, Campins, Sueiro, Pimentel Zayas, Monasterio, Esteban Infantes, Barba Hernández, y Rafael García Varela e impuso una formación práctica y

nombramiento hacia

su

antiguo segundo,

antiintelectualista. La dictadura había abierto la caja de los truenos, cerrada desde Cánovas, y su represión no evitó que prosiguieran las conspiraciones en el Ejército, gracias al compañero y las dinastías militares que hacían del cuerpo de oficiales una maraña de parientes y amigos sólidamente relacionados por la endogamia y el aislamiento. En 1929 se puso en marcha un nuevo complot de la Alianza Republicana y los implicados en la sanjuanada, engrosados con muchos artilleros y parte de la CNT, que se ofreció a colaborar si los militares daban pruebas de buena voluntad e iniciaban el movimiento con una salida de tropas. El plan, que buscaba derrocar a Alfonso XIII y convocar Cortes constituyentes, era liderado por Sánchez Guerra, que centró la operación en Valencia cuyo capitán general, Castro Girona, parecía dispuesto a colaborar pero abandonó la operación cuando ya se había dado el aviso para sublevarse, con el resultado de que el regimiento de artillería de Ciudad Real no recibió la contraorden y ocupó la ciudad. Al comprender que nadie les había

seguido,

los artilleros de

El problema militar

en

España

147

Ciudad Real se rindieron ante tropas gubernamentales llegadas al mando de los generales Sanjurjo y Orgaz. Seguidamente, Sanjurjo voló a la base de hidroaviones de Los Alcázares, como primera etapa de su viaje a Valencia, donde destituyó a Castro Girona y arrestó a sus colaboradores. El régimen emprendió entonces una estúpida represión administrativa contra los artilleros que sirvió para encorajinarlos y consolidar el republicanismo militar. El consejo de guerra contra los pronunciados en Ciudad Real sentenció a muerte al coronel y dos capitanes pero varios miembros del tribunal votaron en contra, el capitán general se negó a ratificarla, el Consejo Supremo de Guerra y Marina la anuló. Legalmente, el consejo de guerra encargado de juzgar a Sánchez Guerra debían formarlo generales, dado su carácter de antiguo presidente del consejo de ministros. La defensa corrió a cargo de Alcalá-Zamora, Bergamín y Rodríguez de Viguri y el tribunal, presidido por el general Federico Berenguer, absolvió al acusado evidenciando un alejamiento entre Primo de Rivera y generales muy próximos a la corte, que no presagiaba una larga vida a la dictadura. El impulso reformista de Primo llegó también a la aviación, que no constituía un cuerpo especial sino un servicio del Ejército de tierra. Era difícil renovar el obsoleto material de vuelo, procedente de la Guerra Europea, pero se adquirieron aviones y licencias de fabricación en el extranjero, se organizó el cuerpo de pilotos y se protegieron raids de largo recorrido, como el del comandante Ramón Franco, que voló a Buenos Aires en 1929 a bordo del hidroavión Plus Ultra. El régimen hizo suyo el éxito, pero la ambición y el personalismo de Ramón Franco acabaron por enfrentarlo con los mandos de aviación y con el mismo dictador. Cuando fracasó en una vuelta al mundo, pretendió responsabilizar del fracaso a sus jefes de la aeronáutica contra quienes se indisciplinó, con el resultado de un expediente, un enfrentamiento público y la baja forzosa en el servicio de aviación. Durante el otoño algunos de los aviadores amigos de Ramón Franco se insolentaron con los generales y, cuando un panfletario libro suyo, Aguilas y garras, fue secuestrado en la imprenta, el aviador entró en contacto con la Asociación Militar Republicana y endureció su postura hasta que las autoridades militares lo

148

Gabriel Cardona

dejaron disponible.

En represalia sus amigos, con el comandante Luis Romero Bassart a la cabeza, organizaron un activo grupo republicano en aviación. Cuando el desgaste del dictador resultó evidente, la corte procuró desligarse de él y la oposición militar se multiplicó hasta el extremo de que dos aviadores republicanos, Ramón Franco y Rexach, mantuvieron un contacto infructuoso con el general Goded, que buscaba situarse ante la previsible caída del dictador. Finalmente, Alfonso XIII, para que la monarquía no resultara afectada por el desprestigio de la dictadura, decidió prescindir de Primo de Rivera. El general no se conformó y, decidido a sostenerse con el apoyo militar, dirigió una consulta a los generales y almirantes con mando: Como la Dictadura advino por la proclamación de los militares, a mi parecer interpretando sanos anhelos del pueblo, que no tardó en demostrarle su entusiasmo... Los altos mandos, que le apoyaron en sus momentos de triunfo, no desearon comprometerse ahora y respondieron ambiguamente. Primo acudió entonces a dos amigos incondicionales, Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, y Barrera, capitán general de Cataluña, que le mostraron su solidaridad y le dijeron que todo estaba perdido. El dictador, enfermo, abandonó España y se refugió en París, donde murió poco después. Nadie había movido un dedo por el general desgastado, que desapareció dejando muchos partidarios en el Ejército y bastantes enemigos resentidos, represaliados, postergados, pasados a la reserva y hasta encarcelados.

El

Ejército

a

la caída de la dictadura

Fundamentalmente, las gratificaciones concedidas por la dic-

sueldos de los a 1926, mientras los oficiales sólo vieron crecer el suyo un 8 por 100 entre 1925 y 1930 frente a un incremento de coste de la vida del 13,5 por 100. Sin embargo, el régimen resolvió las grandes inquietudes: terminó la guerra de Marruecos, controló el orden público, concedió a los africanistas el olvido de las responsabilidades de

ideológicas: los generales permanecieron congelados desde 1918 tadura

a

los militares habían sido

El

problema

militar

en

España

149

por méritos y mejoró las tropas coloniales. El daño hecho a la mentalidad militar fue considerable, la dictadura destruyó el respeto a las instituciones constitucionales, estimuló la idea mesiánica del militar árbitro de las disputas civiles y acostumbró a un régimen regido por generales y administrado por tecnócratas. Confundió los intereses de la dictadura, España y el Ejército, lo político, lo militar y lo patriótico; desprestigió las instituciones civiles e introdujo un maniqueísmo patriótico, en buena parte tomado del ideario de la extrema derecha francesa. Estas confusiones complacieron a la mayoría del Ejército, acostumbrado a los sencillos esquemas de los cuarteles y desorientado frente a la compleja sociedad civil. Entre 1923 y 1930 el conservador código de conducta militar se amplió con algunas ideas procedentes del fascismo italiano e incluso del nacionalismo francés, solapándose con la mezcolanza de valores castrenses, patrióticos, católicos y conservadores incubados durante la Restauración que la dictadura acrecentó, combinándolos con la pérdida de respeto al parlamentarismo y la convicción de que el Ejército debía arbitrar y ordenar la desorganizada vida civil. Pero las torpezas del dictador y su reformismo simplista impulsaron una oposición militar, inexistente desde la disolución en 1888 de la primera Asociación Militar Republicana, y el rey perdió la confianza de muchos oficiales cuando se inhibió ante sus quejas por las decisiones de Primo de Rivera. Sin embargo, en el bando opuesto, cuando en 1930 Alfonso XIII dejó caer y marchar al exilio al dictador, los militares primorriveristas, como Sanjurjo, también se sintieron traicionados por la corona. La dictadura no había remediado la ineficacia militar y España carecía de un sistema de defensa, como en los últimos siglos. En 1930, únicamente estaban entrenadas las unidades de Marruecos, aunque tan desprovistas de material moderno que no eran comparables con las correspondientes de Europa occidental. Una generación de oficiales se había curtido en la guerra de Africa pero cuando en 1927 terminaron las últimas operaciones, sc vio enfrentada al marasmo profesional de un Ejército asolado por la destecnificación. Los soldados se alojaban en cuarteles destartalados, a menudo conventos desamortizados en

Annual, el

ascenso

Gabriel Cardona

150

tablado y una colchoneta de paja, carecían de casco de acero y de equipo para la vida en el campo. La caballería era totalmente de sangre, sin automóviles ni blindados y, aun así carecía de la mitad de los caballos, mientras sus regimientos se dividían en lanceros, cazadores, dragones y húsares como en la guerra franco-prusiana. Apenas un millar de automóviles, camiones, motos y tractores componían el parque móvil, buena parte del cual era chatarra, mientras que, en 1918, la artillería francesa contaba con 14.000 camiones en servicio. España disponía de un sólo trimotor de bombardeo, un centenar de Breguet XIX para ataque a tierra y unas docenas de viejos cazas Niuport. El servicio de aerostación tenía un globo, la artillería antiaérea ocho cañones de la Gran Guerra. No había cañones contracarro en servicio y una solitaria compañía de viejos tanques Renault de 1917 era toda la fuerza blindada del país. Sólo en las bases navales existía un artillado moderno, en fase de instalación, mientras que la práctica totalidad del armamento ligero estaba desgastado por la guerra de Marruecos. El mismo general Mola escribió que sólo eran útiles unos 40.000 fusiles, 300 ametralladoras, 8 ó 10 grupos de obuses y algunas baterías construidas al final de la dictadura. Era cierto pero, además, los cañones ligeros de campaña tenían la mitad de alcance que sus equivalentes europeos y únicamente existía material para dos regimientos de artillería pe-

1836, dormían sobre

un

sada.

El

gobierno Berenguer

Caído Primo de Rivera, Alfonso XIII encargó al jefe de su cuarto militar, general Berenguer, la formación de un nuevo Gobierno. Había sido ministro de la Guerra con el equipo liberal de García-Prieto y Romanones en 1918, pero también el principal acusado por las responsabilidades de Annual. El rey deseaba la reorganización de un sistema parlamentario bipartidista con Cambó como líder de la derecha y Santiago Alba en la izquierda. Berenguer intentó, ante todo, calmar la inquietud militar, de manera que restituyó la escala cerrada a los artilleros, y promo-

El problema militar

vió

en

España

151

quedaron torpemente excluídos los generales represaliados, obligándolos a continuar en la conspiración. Desde 1928, estaba en crisis la estabilidad del orden público y Berenguer nombró director general de seguridad a Emilio Mola, un general con fama de liberal, cuya aceptación fue considerada una traición por los militares republicanos. Mola emprendió su trabajo sin cinismo político y con el mismo entustasuna

amnistía de la cual

que si luchara contra los rifeños. Desarrolló una buena red de información y tendió un puente de compañerismo hacia los oficiales republicanos que conocía desde Marruecos, Ramón Franco, los hermanos Burguete o Alejandro Sancho, operación que se reveló imposible porque ya no se trataba de una pelea entre militares sino de un compromiso político; la oposición estaba mejor organizada que las fuerzas gubernamentales y la AMR había dado paso a un Comité Militar, que actuaba como auxiliar del Comité Revolucionario de los republicanos. En octubre el general Franco, que continuaba al frente de la Academia General Militar, advirtió inútilmente a su hermano Ramón que la policía lo vigilaba y estaba a punto de ir a la cárcel. En efecto, pronto fue detenido junto con Alejandro Sancho, Lluis Companys, Angel Pestaña y otros políticos. El aviador, sin arredrarse durante el arresto, publicó dos artículos en el Heraldo de Madrid que le tostaron otros ocho meses de sanción y, el 24 de noviembre, huyó de Prisiones Militares donde dejó una carta escandalosa contra Berenguer, acusándolo del desastre de Annual. La oposición antimonárquica se combinó con un movimiento obrero de actividad creciente y la ofensiva universitaria de la FUE, contra los cuales Mola redobló su actividad inútilmente. El frente republicano preparó una huelga general y varios pronunciamientos que debían estallar simultáneamente pero, como tantas veces, los conspiradores aplazaron el día inicial y la guarnición de Jaca no recibió el aviso. De acuerdo con lo estipulado, el 12 de diciembre de 1930, el capitán Fermín Galán se pronunció al frente del regimiento de infantería, ayudado por otras fuerzas de la localidad y los republicanos. Los primeros decretos de Galán tuvieron el aire de una revolución libertaria, pero el abanico ideológico de los oficiales dirigentes era muy amplio: Galán mo

152

Gabriel Cardona

y Sediles masones, Gallo y García Hernández católicos, Muñoz y Gisbert republicanos. Los alzados iniciaron la marcha sobre Huesca, sin que nadie los secundara y, antes de llegar, se desbandaron frente a las fuerzas gubernamentales que les cerraban el paso. Los soldados forzosos fueron hechos prisioneros sin entablar combate y los capitanes Galán y García Hernández fusilados tras un juicio sumarísimo. Para cubrir su responsabilidad, el Comité Revolucionario publicó un manifiesto e intentó activar todo el plan huelguístico e insurreccional. Sólo respondió un grupo de oficiales, encabezado por Queipo de Llano y Ramón Franco, que tomó el aeródromo militar de Cuatro Vientos, donde permaneció aislado hasta huir a Portugal en dos aviones cuando los primeros soldados de

columna gubernamental entraban en la base. La represión del movimiento castigó al gobierno Berenguer y a la misma monarquía. Los restantes sublevados de Jaca y el Comité Revolucionario fueron encarcelados en espera de juicio, el Ateneo de Madrid clausurado y depurada la aviación militar. El fusilamiento de los dos capitanes de Jaca había proporcionado dos mártires a la revolución y Berenguer se vio acosado ante los próximos consejos de guerra, de manera que presentó su dimisión el rey encargó un gabinete de concentración al almirante Aznar, que conservó a Berenguer en la cartera de Guerra. Entre el 13 y el 16 de marzo se celebró el juicio militar contra los compañeros de Galán y García Hernández, con el resultado de diversas penas y muerte para el capitán Sediles. La oposición republicana organizó inmediatamente una campaña para pedir el perdón, que obligó al gobierno a conceder el indulto sin esperar los trámites reglamentarios. Dos días después comparecieron ante un tribunal militar los miembros del Comité Revouna

y

lucionario. Presidía el consejo el general Burguete, antiguo enemigo de Primo de Rivera cuyos hijos militares conspiraban con Ramón Franco. El juicio se volvió contra la monarquía, los acusados fueron condenados a la pena mínima y Burguete arrestado por manifestar a la prensa haber votado la absolución. Aunque la mayor parte del Ejército era monárquica, las tensiones de la dictadura lo habían dividido y los militares se ali-

El problema militar

en

España

153

neaban en ambos bandos. En uno, los últimos presidentes del gobierno y los jefes de la policía; en el contrario los artilleros, los sargentos, los aviadores, gran parte de los cuerpos auxiliares y subalternos de la Marina. Una nueva dictadura apenas podía esperar seguidores en los cuarteles y el 14 de abril de 1931, cuando los republicanos ganaron las elecciones en las grandes ciudades, sólo el general Cavalcanti ofreció su apoyo al rey. El Ejército se había escindido en grupos de republicanos, car-

listas, primorriveristas y alfonsinos, amén de la mayoría

conser-

monárquica, aunque burocrática y acomodaticia. Las tensiones, pronunciamientos, sanciones y persecuciones ocurridos desde 1923 habían radicalizado a los oficiales republicanos y escarmentado a los monárquicos, que no se sentían dispuestos a complicarse en nuevos enredos. Sin un futuro político definido, el Ejército se inhibió ante el hundimiento de Alfonso XIII y la proclamación de la república. El mismo Sanjurjo se vengó del

vadora y

rey por su abandono a Primo de Rivera y puso la Guardia Civil a las órdenes del Comité Republicano. Era un general prestigioso, jefe del desembarco de Alhucemas de 1925, y de la Guardia Civil con Primo de Rivera, Berenguer y Aznar. Se creía capaz de suceder a Primo de Rivera y Alfonso XIII en el papel de

espadón.

Capítulo

4

LA SEGUNDA REPUBLICA

La

República se proclamó con un precario equilibrio militar. Más que republicanos, los generales Queipo de Llano, Miguel Cabanellas y muchos artilleros, eran sólo enemigos personales

de Primo de Rivera; otros, como el grupo de aviadores encabezado por Ramón Franco, díscolos productos del personalismo nacido en la guerra de Marruecos y, en el conjunto del Ejército, el número de oficiales liberales y republicanos era pequeño, aunque, como gran parte de las clases medias, se mantuvieron a la expectativa. El Ejército concentraba la mayor carga de poder político del Estado, pues la Marina de guerra continuaba en su tradicional marginación elitista. Como grupos dominantes en la institución, figuraban los generales y los oficiales de carrera de Estado Mayor, infantería, caballería y artillería, aunque los suboficiales, los especialistas y el cuerpo de los oficiales de máquinas de la Armada, cobraron protagonismo en esta época. Más que un Ejército, la República heredó un orgulloso y disconforme conjunto de funcionarios armados, marcados por ocho años de gobierno militar, cincuenta y cinco de la ley de Jurisdicciones y un siglo largo de pronunciamientos. En el Comité Revolucionario, únicamente un hombre parecía interesado por transformar el Ejército, Manuel Azaña, un intelectual preocupado por el problema durante la Gran Guerra, cuando tuvo ocasión de comparar el díscolo y anticuado Ejército español de las Juntas de Defensa, con el francés victorioso en la mayor guerra conocida pero respetuoso con el poder político. El primer reto de la República era controlar a un Ejército mayoritariamente monárquico y saliente de una largo período dictatorial, y evitar que diera al traste con el régimen. Sin embargo, la República necesitaba a los militares, dado que no existía una policía potente y bien organizada ni llegó a existir en los cin-

156

Gabriel Cardona

años que duró el

régimen,

pesar de que diversos gabinetes intentaron dotarse de los adecuados instrumentos operativos y Jurídicos mediante la creación de los guardias de asalto, el incremento de la Guardia Civil y los carabineros y la promulgación de la ley de Defensa de la República. Entre 1931 y 1936, el poder público mantuvo en todos los conflictos graves, los cánones militaristas de la monarquía: estado de guerra, tropas en la calle y tribunales castrenses. Situación que contribuyó progresivamente a devolver el protagonismo al Ejército, sobre todo a partir de 1934. La política militar republicana varió según las fuerzas que formaban el gobierno, con posturas personalizables en la acción de tres ministros de la Guerra: Azaña, Diego Hidalgo y Gil Robles, únicos con actitudes relevantes. Los restantes, Rocha, Iranzo, Martínez Barrio, Lerroux y los generales Masquelet y Molero Lobo no mostraron otras preocupaciones que una gestión, más o menos administrativa. co

Las

reformas

a

de Azaña

primer momento, republicanos de diferentes partidos aceptaron la responsabilidad de dirigir las fuerzas armadas y de seguridad. Miguel Maura ocupó la cartera de Gobernación, Azaña la de Guerra y Casares Quiroga la de Marina. Los conociEn el

mientos militares de Azaña se basaban en la visita a los frentes aliados de la Gran Guerra, el estudio de la literatura militar francesa y había expuesto sus ideas en 1918, en diversos documentos al servicio del Partido Reformista. Antes del 14 de abril, tenía ya redactados los decretos destinados a desmontar la cúspide del organigrama militar. En los cindisolvió el somatén; cesó a cindías de la co

república, primeros co capitanes generales, al presidente del Consejo Supremo y a los principales mandos de aviación; repuso a los generales postergados por la dictadura y proclamó un indulto general. Galán y García Hernández fueron rehabilitados a título póstumo; prohibidos los símbolos monárquicos de los uniformes y cuarteles, y la asistencia de las autoridades

militares,

como

tales,

a

las

ce-

El problema militar

en

157

España

religiosas. El desarrollo de los aspectos técnicos estumanos del gabinete militar del ministro, injusta y feroz-

remonias vo en

mente insultado por la

derecha, aunque funcionó

como una ca-

ganó enemistades en una institución donde los límites entre el compañerismo y la envidia se solapaban fácilmente. Algunos colaboradores de primera hora acabaron por distanciarse, como el general Goded, que fue jefe del Estado Mayor Cenmarilla y

se

tral más de un año, hasta que se enemistó con Azaña y entró en la conspiración monárquica madrileña, o el comandante Peire, diputado por Ceuta que acabó al servicio de Juan March. La reforma presentaba un doble carácter político y técnico, pero en los ejércitos, incluso las reformas técnicas son políticas. El concepto azañista difería diametralmente de la realidad militar española. Su modelo de Ejército, dedicado exclusivamente a la guerra y su preparación, llegaba cuando el liberalismo democrático parecía en crisis en Europa, donde muchos ejércitos habían cedido a tentaciones intervencionistas: en Italia, Alemania, la URSS, Portugal, Turquía y Yugoslavia. La política militar de la 111 República francesa inspiró la reforma de acuerdo con la tradición militar española, francófila hasta 1870 y, desde entonces, con imitaciones parciales de Francia, Alemania e Inglaterra, marcadas por la admiración al prusianismo y la proximidad francesa. En 1931, el Ejército francés ofrecía un buen panorama técnico, enmarcado en una política defensiva popularizada en Europa, por el temor de la a verse

implicada

población

en

nuevas

hecatombes

como

las de la Gran

Guerra. La Constitución de 1931, en sus artículos 6, 76 77, y recogió de esta doctrina sobre la guerra defensiva, y algunos principios hasta un cierto aroma antimilitarista. La extensión de la creencia de que era ilegítimo iniciar una guerra, pero que todo Estado podía lícitamente defenderse con las armas, se sumó al recuerdo de las grandes batallas defensivas francesas del final de la guerra. El Estado Mayor galo, cuyos altos mandos eran los generales victoriosos en 1918, popularizó una organización militar basada en unas fuerzas armadas destinadas a oponerse a una invasión alemana, mediante una gran batalla defensiva en la fronte-

158

ra

Gabriel Cardona

fortificada, mientras

movilizaba la nación a sus espaldas, que orientó la nueva organización militar se

línea de pensamiento de Azaña. Pero la actuación del ministro fue un claro ejemplo de voluntad, lastrada por el distanciamiento de la realidad. Intelectual brillante y político mediocre, desconocía la dura praxis de los cuarteles y chocó con prosaicas obstrucciones, cuya existencia ni imaginaba, o fue excesivamente inquietado por rumores de pronunciamientos de generales o movimientos revolucionarios de la tropa, que no podía valorar por carecer de información suficiente, pagando así su error de no haber organizado un servicio de información y seguridad interior. Los generales fueron el grupo militar más afectado por el cambio de régimen, bastantes abandonaron voluntariamente el Ejército y la fiscalía general procesó a los considerados responsables del desastre de Annual o de colaborar con la dictadura, situación que originó tensiones en los primeros tiempos. Sanjurjo no fue procesado, a pesar de haber contribuido al golpe de Estado de 1923 y ser un puntal del dictador hasta el último momento: Azaña le protegió personalmente porque le creía un factor de estabilidad. En cambio, Mola, cuya colaboración con Berenguer había sido más profesional y tardía, fue condenado, expulsado del Ejército y convertido para siempre en un duro enemigo de la República y, especialmente, de Azaña. Era imposible reorganizar el Ejército sin reducirlo, de maneel ra que se ofreció un retiro voluntario masivo, conservando sueldo, que aceptaron unos diez mil profesionales de todos los grados. El resultado descongestionó los escalafones, pero no republicanizó el Ejército. Excepto un pequeño grupo de implicados con el régimen anterior, abandonaron aquellos cuyas perseran poco prometedoras mientras antirre-

pectivas profesionales publicanos de buena carrera seguían

filas. Azaña conectó difícilmente con los oficiales. Los republicanos más exaltados, especialmente el grupo de Ramón Franco, rompieron pronto con él. El duro grupo de los conservadores le odiaba como personificación del antimilitarismo, y la gran maen

reforma, que ponía en peligro destinos. Elitistas, habituados al mando y convencidos de la

yoría

se

sentía

insegura

ante la

sus su-

159

El problema militar

en

perioridad

moral, recibían mal los discursos escala ética, donde la cultura primaba sobre el

de

de Azaña y valor, Mientras se

su

su

España

propio código

desaparecían los grados más altos del generalato y integraban los oficiales procedentes de academia y de tropa

única escala, las clases de tropa y asimilados fueron beneficiadas con la creación del cuerpo de Suboficiales y del CASE, el primero para los brigadas y sargentos, y el segundo para el personal laboral militar (herradores, armeros, guarnicioneros, mecanógrafas, etc.). A los sargentos se les concedió, además, la posibilidad de convertirse en oficiales mediante un plan de estudios que, en la práctica, resultó insalvable. La tropa obtuvo un servicio más corto de un año, cuando anteriormente había sido de dos y tres: sin embargo, no mejoraron mucho sus condiciones de vida, equipo, rancho o sueldo. El modelo de Ejército ciudadano nada tenía que ver con Marruecos, donde Azaña pretendía que sirvieran los profesionales indígenas y legionarios, que ya estaban en filas, y voluntarios peninsulares. a quienes se entregarían tierras para colonizar el territorio, una vez que concluyera su compromiso militar. Pero, en plena crisis económica, la República deseaba reducir sus gastos militares y, aunque legisló el ejército profesional para Marruecos, no lo llevó a cabo por falta de dinero. El análisis de los presupuestos de defensa y seguridad durante el bienio demuestra que los gastos militares fueron reducidos en los años 1931, 1932 y 1933, aunque parte del ahorro fue compensado por el incremento de las pensiones militares, ocasionadas por los retiros voluntarios. El ministro reconocía que su proyecto de economías militares era relativo, así como la imposibilidad de contar con un sistema defensivo sin invertir en él: la artillería antiaérea fue organizada con los pocos y anticuados cahones que existían, los dos regimientos de carros carecieron de ellos, la industria de armamento no funcionó a pesar de fundarse el Consorcio de Industrias Militares, pensado con criterios competitivos y exportadores. El único intento serio de adquisición de material correspondió a la aviación que, en conexión con la mitología de la época, Azaña creía un arma decisiva. El propio ministro decía en las Cortes: ...la aviación es un proyecto

en una

160

Gabriel Cardona

para el porvenir, mantenido con ilusión y entusiasmo por el cuerpo de aviadores, pero que, realmente, no tienen sobre qué trabajar. Sin embargo, puso las bases para crear las primeras fuerzas acorazadas, la artillería antiaérea y una moderna aviación,

yectos que quedaron supuestarias.

en

prosuspenso ante las dificultades pre-

Al restablecer la legalidad conculcada por la dictadura, debían revisarse los ascensos por méritos, pues la ley de 1918 había sido incumplida sobre todo desde 1926. El régimen republicano anuló los ascensos por elección y prometió revisar los concedidos por méritos, que afectaban especialmente a los africanistas y que Azaña no se atrevió a afrontar hasta enero de 1933, cuando fueron anulados los ascensos de varios generales y oficiales de brillante carrera en Marruecos. Aunque no fueron privados de sus categorías sino de la antiguedad, las carreras de Franco y Fanjul se resintieron seriamente; el primero retrocedió 24 puestos en el corto escalafón de los generales de brigada. FanJul pasó al último lugar. La Justicia militar fue reducida al ámbito castrense mediante la derogación de la ley de Jurisdicciones de 1906 y la de secuestros de 1877. Desapareció la potestad de los capitanes generales para nombrar jueces e interponer recursos de anulación o casación. La administración de justicia castrense, el Consejo Supremo, los fiscales militares y el cuerpo jurídico fueron reformados o suprimidos para someterlos a la jurisdicción general, aunque la justicia militar ganó la mayor parte de los conflictos de

competencias. los aspectos ideológicos y simbólicos del antiguo Ejército para eliminar los abusos de la dictadura, que confundía sus postulados con los valores sentimentales cuerpo de oficiales. El cuerpo eclesiástico militar desapareció y los militares que habían luchado contra la dictadura se cobraron su triunfo contra el cuerpo de Estado Mayor y la Academia General Militar. El Estado Mayor mantuvo su poder, a pesar de haberse modificado la situación administrativa de sus y Azaña ganó la enemistad de esta poderosa burocracia militar, que se vengó en el juicio de Casas Viejas, en la UME y en la sublevación de 1936. La reforma de la enseñanza fue una conseAzaña insistió

en

del

miembros,

El problema militar

en

España

161

cuencia del deseo de eliminar la Academia General de ZaragoZa, de abaratar y racionalizar el sistema de academias y la reducción de los escalafones, pero no se tradujo en una modificación republicanizada de los programas de enseñanza; en cambio, el ministro cosechó el odio del general Franco, el fundador y director. La reforma careció de tiempo para completarse, aunque disminuyó la fuerza política del Ejército y la posibilidad de que las intrigas de los generales mediatizaran las decisiones del gobierno. Pero el ministro no logró controlar el funcionamiento de la institución y debió confiar en combinaciones de generales leales a la República y con un concepto muy profesional de la disciplina. Dotó al Ejército de un buen organigrama, redujo el cuerpo de oficiales, el número de unidades, dignificó a los suboficiales y acortó el servicio militar. Pero no hizo un Ejército mejor ni peor. En términos de eficacia no había grandes diferencias entre la capacidad militar española de 1930 y la de 1933, aunque se había simplificado, organizado y estructurado para obtener resultados en los años siguientes. Inicialmente, evitó los movimientos militares contra la República, el desorden y fraccionamiento de la derecha. Pero ya desde las

primeras conspiraciones antirrepublicanas los militares participaron. La inoperatividad derechista mantuvo quieto el peligro, hasta que en 1932 la discusión del Estatuto de Cataluña y la Ley de Reforma Agraria, dieron vuelos a las conspiraciones de aristócratas y antiguos primorriveristas, que existían desde el 14 de abril. La herencia moral de los espadones recaía entonces en Sanjurjo que, en premio a su colaboración con la república, mantuvo el mando de la Guardia Civil, temporalmente fue alto comisario en Marruecos y evitó el procesamiento como colaborador de Primo de Rivera y Berenguer. A principios de 1932 los problemas de orden público acabaron por enfrentarle con el régimen y Azaña lo pasó de la Guardia Civil a los menos importantes carabineros.

Sanjurjo centró desde entonces las esperanzas golpistas de un grupo de monárquicos y aristócratas que ya contaba con los generales Villegas, González Carrasco y Fernández Pérez. En agosto de 1932 estaba listo el plan de pronunciamiento que, teórica-

Gabriel Cardona

162

mente, contaba con bía estallar en varias

grandes adhesiones en el Ejército y que depoblaciones el 10 de agosto. En la fecha pre-

había trasladado a Sevilla, declaró el estado de guerra, destituyó a las autoridades locales y declaró a la prensa que el golpe no era contra la República sino contra aquel gobierno, incapaz de mantener el orden público y la unidad de España. La Guardia Civil y la guarnición de la ciudad se pusieron a sus órdenes. En Madrid, de madrugada, un grupo de militares y paisanos trató de apoderarse por sorpresa del ministerio de la Guerra y el palacio de Comunicaciones. La policía, que conocía el plan, los rechazó a tiros. Fueron detenidos los generales Cavalcanti, Goded, Fernández Pérez, los coroneles Varela, y Sanz de Larín, varios jefes, oficiales y paisanos; en cambio, el general Barrera huyó -en una avioneta tripulada por Ansaldo. Cuando llegaron a Sevilla las malas noticias de Madrid, cundió el derrotismo, los mandos militares retiraron las tropas de la calle y la población se manifestó en favor de la República. Sanjurjo abandonó la ciudad por carretera y fue detenido por los guardias de seguridad cerca de Huelva. Juzgado por un consejo de guerra y condenado a muerte, Alcalá-Zamora lo indultó ingresó en el penal de El Dueso. El fracaso demostró que la mayoría del Ejército no estaba dislos puesto a sublevarse sin un amplio apoyo civil e instruyó conspiradores sobre la necesidad de organizarse adecuadamente, de manera que los alfonsinos formaron una junta con militares implicados en la sanjurjada y, desde entonces, menudearon los contactos entre los conspiradores carlistas, falangistas y alfonsinos con peticiones de ayuda a los fascistas

cisa, Sanjurjo, que

se

e

a

periódicas

italianos.

El bienio conservador La voluntad de crear un Ejército apartidista desapareció cuando Azaña perdió el poder en 1933. Los militares monárquicos se adentraron en la senda histórica de las conspiraciones de modo que, a final de año, era evidente la politización antirrepu-

El problema militar

en

España

163

blicana y un retirado primorriverista, Rodríguez Tarduchy, creó una sociedad secreta, la Unión Militar Española (UME) cuya presidencia pasó, más tarde, a Barba Hernández, comandante de Estado Mayor, que extendió la UME en su cuerpo aunque no tuvo éxito con los generales, poco deseosos de pertenecer a una organización dirigida por capitanes y comandantes. El militarismo dinástico, transformado durante la dictadura, iba a presidir la mayor parte de los movimientos militares contra la República. Tras varios ministros de transición. el 23 de enero de 1934 se hizo cargo del ministerio de la Guerra el lerrouxista Diego Hidalgo, un especialista en cuestiones agrarias, perteneciente a una familia de antigua tradición liberal. Su política fue una mezcla de buena fe, desconocimiento y demagogia, porque su partido carecía de simpatías entre los militares y el ministro, en busca de ellas, desvirtuó muchas disposiciones azanistas, y liberalizó la política de ascensos. La revolución de octubre de 1934 fue una dura prueba para Hidalgo. El gobierno había previsto la situación y realizado maniobras previas en los montes de León. Pero cuando estalló la revuelta, se vio desbordado y buscó un hombre fuerte para que tomara el mando. Los ministros de la CEDA favorecieron la candidatura del general Franco a quien Hidalgo tenía en gran estima. Pero, como el resto del Gobierno se opuso a que Franco fuera nombrado jefe de las tropas de Asturias o del Estado Mayor Central, Hidalgo lo llevó al ministerio, sin cargo oficial alguno. y le entregó la dirección de las operaciones. Tal medida dejó a Franco las manos libres mientras el ministro se inhibía. El general alteró el plan previo de operaciones y envió a Cataluña y Asturias tropas coloniales. Era jefe de la guarnición de Cataluña el general Batet, catalán y liberal antiprimorriverista que, cuando Companys proclamó la República federal, declaró el estado de guerra. Todas las fuerzas de orden público, Guardia Civil, Asalto y Mozos de Escuadra habían pasado a depender de la Generalitat pero la Guardia Civil y la de Asalto se pusieron a las órdenes de Batet; en cambio, los Mozos de Escuadra las instituciones catalanas de seguridad encuadray das por militares republicanos, se mantuvieron leales a Companys. Batet, para aplastar la revuelta, debió servirse de los mi-

Gabriel Cardona

164

litares conservadores que permanecían en unidades del Ejército, quienes redujeron fácilmente la débil revuelta, de manera que los oficiales republicanos al servicio de la Generalitat quedaron detenidos y procesados, el Estatuto suspendido y Barcelona sometida al fuero militar. Para sofocar la revolución en Asturias fue nombrado el general López de Ochoa, que formó una columna en Galicia e inicIÓ la marcha hacia Oviedo mientras otras fuerzas trataban de llegar desde León y Bilbao. A todas se adelantaron las tropas de Marruecos enviadas por Franco directamente en barco a Gijón, mandadas por el teniente coronel Yagie, un hombre de su confianza. Mientras el ministro Hidalgo estaba desbordado por los acontecimientos, Franco actuó ignorando a los generales republicanos López de Ochoa, inspector general de Asturias, y Masquelet, jefe del Estado Mayor Central. Las tropas de moros y leglonarios de Yague actuaron sin rendir cuentas más que a Franco, que capitalizó personalmente la operación para aparecer ante la derecha como el salvador de Asturias a pesar de los militares republicanos que luchaban también contra la revuelta. La revolución de octubre impulsó la captación de militares para las conspiraciones. Sanjurjo había sido liberado por la derecha en el poder y, refugiado en Portugal, encarnaba la figura decimonónica del espadón a la espera de pronunciarse; cuando se declaró el estado de guerra a raíz de la huelga, los monárquicos le pidieron que encabezara un nuevo golpe, pero desistieron las por consejo de algunos generales. Durante la huelga general, milicias carlistas, cedistas y falangistas actuaron junto a los soldados o se encargaron de servicios públicos y el Ejército fue adulado como salvador de la Patria. En las Cortes, Calvo Sotelo, de la derecha antiliberal, culpó a Diego Hidalgo de lo sucedido, logró su dimisión y, desde entonces, llamó machaconamente al Ejército a la intervención política. En Asturias, las tropas, excitadas al contemplar los excesos

portavoz

parlamentario

cometidos por los revolucionarios, cayeron en una represión que el gobierno debía haber evitado. Cuando se apartó a los militares de tareas policiales, Franco logró imponer como delegado del gobierno, al comandante Doval, de la Guardia Civil, que era de su misma promoción y había participado en la sanjurjada. A con-

Elproblema militar

en

España

165

secuencia de los movimientos de octubre, seis oficiales y dos sargentos fueron condenados a muerte y la campaña para conseguir su indulto llevó nuevamente las cuestiones militares al centro de la política, hasta que Alcalá-Zamora indultó a los oficiales y a un sargento. Los menos importantes políticamente, otro sargento, dos pobres hombres y un atracador, murieron fusilados.

Gil Robles, ministro de la Guerra

Asturias decantó muchos sentimientos militares hacia la derecha, situación acentuada desde que, el 6 de mayo de 1935, Gil Robles logró ser ministro de la Guerra y se dedicó a favorecer todos los componentes derechistas de la institución militar. Con el antiazañismo como guía, procuró viciar las aplicaciones de la reforma o vaciarilas de contenido. Fanjul, general político conservador, presente en todas las conspiraciones antirrepublicanas, fue nombrado subsecretario; Goded, otro conspirador, dirigió la aeronáutica militar y Franco, el enemigo personal de Azaña, tomó el mando del Estado Mayor Central mientras en los equipos ministeriales prosperaban hombres cercanos a la sanjurjada. El equipo Gil Robles elaboró nuevas plantillas, pensó motorizar parcialmente dos divisiones y reorganizar algunas unidades pero no llevó sus intenciones a la práctica. Desarrolló el presupuesto para armamento de acuerdo con un plan trienal para fabricar aviones y artillería, dado que los cazas volaban más lentamente que los aparatos comerciales, los obuses de 155 mm carecían de tractores y los cañones de 150 mm de munición, no había carros de combate, caretas antigás, contracarros, defensa química, vestuario de reserva ni munición para dos días de combate. Sin embargo, jamás contó Gil Robles, con un plan global de reformas, y se limitó a utilizar el Ejército como un instrumento de su política, lejos de la idea liberal de la neutralidad militar en los conflictos de partido. Según sus propias palabras, su modelo eran unas fuerzas armadas instrumento adecuado para una vigorosa política nacional y encargadas de defender a la Patria de enemigos exteriores e interiores, incluso de quienes se hallan separados de nosotros por discrepancias de política partidista. Sin em-

166

Gabriel Cardona

militarismo intervencionista no incitaba al pronunciamiento, como hacían los falangistas o el mismo Calvo Sotelo, que concebía el Ejército como único instrumento capaz de salvar a la Patria y columna vertebral de ella. Aunque se rodeó de

bargo,

su

conspiradores, no pretendía establecer un régimen militar, sino fomentar la politización controlada de los militares. Su acción incidió en un Ejército crispado y derechizado por la revolución de octubre.

Cuando pareció inminente la caída del gobierno, Fanjul se ofreció para desencadenar un golpe, pero el ministro prefirió asegurarse y pidió que se sondeara a los generales de más confianza. Cuando las entrevistas con Calvo Sotelo, Ansaldo, Fanjul, Galarza, Vigón y Yagie no garantizaron el triunfo, abandonó el ministerio.

La gran

conspiración

A final de 1935, la UME

se

había convertido en un grupo de numerosos miembros del Estado

presión importante, captado a Mayor y evolucionado hacia planteamientos militaristas, alejándose del inicial primorriverismo. Por su parte, carlistas y falangistas no cesaban en su captación de militares que, desde siempre habían figurado en sus órganos directivos y aumentado sensiblemente durante los ministerios Hidalgo y Gil Robles, gracias a la revuelta asturiana y el sentimiento de impunidad que prestaba la derecha en el poder. En las elecciones de 1936, los generales conservadores no esperaron pasivamente el resultado, Fanjul y Goded, destinados fuera de Madrid, se desplazaron a la capital, donde funcionaba una junta de generales antirrepublicanos, en espera de que Gil Robles ganara las elecciones. Cuando comprobó la victoria del Frente Popular, Franco presionó para que se proclamara el estado de guerra y Gil Robles, Calvo Sotelo, Goded y Fanjul intentaron desencadenar un golpe militar que evitase la formación de un gobierno de izquierdas.

El problema militar

Del Frente

en

167

España

Popular

al

golpe

de

julio

El resultado de las elecciones arruinó a las tendencias parlamentaristas de la derecha y potenció su tendencia a buscar el poder mediante un pronunciamiento. Había fracasado el proyecto azañista de un Ejército neutral. El sueño del militar mudo en política había muerto. Mientras la derecha integraba en sus equipos a Franco, Fanjul, Goded, Saliquet, Varela, Orgaz, Mola, los republicanos confiaban en Miguel Cabanellas, Batet, Miaja, Romerales, Pozas, Queipo de Llano... Llegados al poder, unos y otros destituían o trasladaban a los militares del equipo contrario. Y, en Portugal, esperaba Sanjurjo, como un mítico espadón

antiguo. Mientras la sanjurjada había contado con civiles en su organización, la conspiración de 1936 fue totalmente militar. Entre otros, le prestaron ayuda Juan March, Gil Robles y Luca de Tena; los partidos Renovación Española y Acción Popular: pactaron los monárquicos, carlistas y falanguistas. Pero la junta de generales no permitió interferencias y, cuando traspasó a Mola la dirección ejecutiva del alzamiento, éste no toleró civiles en sus líneas de mando. Después de las elecciones de febrero de 1936 y cuando va el gobierno del Frente Popular había destituido o trasladado a los jefes militares considerados de derechas, comenzaron los trabajos para integrar las diversas conspiraciones, grupos y núcleos descontentos en una sola organización dirigida por Mola desde Pamplona. El hilo comunicador fue la UME, que logró incidir en los sentimientos corporativos del cuerpo de oficiales y captar hombres en todos los Estados Mayores. Mola atrajo a Miguel Cabanellas. Queipo de Llano y Aranda, republicanos descontentos por razones diversas. Aunque un grupo de generales y oficiales, y muchos suboficiales mantuvieron su lealtad al poder constituido, la mayoría de los oficiales de carrera vieron la conspiración con buenos ojos. El gobierno conocía la situación y articuló algunas medidas. Una de ellas, un registro policial en Melilla, provocó la sublevación en Marruecos el día 17, que estaba prevista para el 19. La unión de las guarniciones al pronunciamiento fue gradual, por el

168

Gabriel Cardona

cambio de fecha, el mal funcionamiento de los enlaces, los titubeos de algunos implicados y la naturaleza jerárquica del movimiento, donde los comandantes y capitanes de la UME cedieron la iniciativa a última hora. De los 12 generales con mando equivalente a división, sólo se sublevaron 3 (Cabanellas, Franco y Goded) pero todos los jefes de Estado Mayor conspiraban. De los 33 generales con mando de brigada se alzaron 22 y de 51 guarniciones con efectivos superiores o iguales a un regimiento, se pronunciaron 44. La deposición de los generales de división por otros favorables a los sublevados, fue fácil en Valladolid, Burgos y Sevilla, se frustró en Madrid, Barcelona y Valencia, y retrasó la sublevación en La Coruña. En cambio, la revuelta triunfó inmediatamente en Zaragoza, Baleares y Canarias, cuyos mandos supremos conspiraban, y en Marruecos, donde los generales republicanos fueron arrollados por la oficialidad colonial. El día 20 de julio, la sublevación quedó sin jefe porque Sanjurjo murió en un accidente aéreo cuando pretendía abandonar Portugal. Mola improvisó entonces una Junta de Defensa Nacional presidida por Cabanellas, un republicano conservador.

CUARTA PARTE: EL MILITARISMO FRANQUISTA

Capítulo

1

LA GUERRA CIVIL Y LA MUNDIAL

En

la ayuda militar italo-alemana, quedaron en España una anticuada Marina, una Aviación desgastada y un Ejército de tierra, compuesto por un millón de hombres, casi todos a pie. La pobreza, el desgaste del material y la precaria situación de la industria española reducían la potencia militar a casi nada. Franco había vencido al Ejército Popular de la Repú-

blica

1939, al

cesar

el panorama europeo. Durante la guerra, Franco se hizo con el poder gracias a una maniobra del general monárquico Kindelán que desconfiaba de Mola, Queipo de Llano y Cabanellas, poco favorables a la restauración de Alfonso XIII. Una vez nombrado generalísimo. suprimió la Junta de Defensa Nacional, y en diciembre disminuyó la importancia de Queipo de Llano y Cabanellas, ascendiendo a general de división a Orgaz, Mola, López Pinto, Valdés y Dávila; consolidó su situación nombrándose jefe del partido único en 1937, y capitán general y presidente del gobierno en 1938. Pero no prodigó los ascensos, en toda la guerra sólo creó 37 generales de brigada, 8 de división, ningún teniente general y prefirió conceder grados habilitados, provisionales u honoríficos. en

Reticente con los generales prefirió confiar los cargos políticos de confianza a militares de graduaciones intermedias, muchos de ellos pertenecientes al cuerpo jurídico militar como Máximo Cuervo, Acedo Colunga, Martínez Fuset, Blas Pérez y Garicano Goñi. El cuerpo de oficiales de 1939 poco se parecía al de 1936. Continuaban en activo algunos generales veteranos, pero la mayoría, desde general a comandante, eran africanistas de la generación de Franco, seguidos por otra poco numerosa de oficiales más jóvenes promovidos al final de la Dictadura y durante la República. El grupo más numeroso ya no pertenecía a las antiguas

Gabriel Cardona

172

dinastías, ni

había educado

las academias, sino que era producto de las trincheras, con una mentalidad nueva, básicamente improvisado con estudiantes de la clase media de pequeñas poblaciones andaluzas, gallegas o castellanas a quienes apenas se exigió otra cosa que disciplina, lealtad y valor.

La

se

configuración

del

nuevo

en

Ejército

En agosto de 1939 Franco puso en marcha una reforma destinada a reforzar su poder y reconvertir el Ejército de la guerra. Desapareció el ministerio de Defensa, sustituido por el Alto Estado Mayor y los tres ministerios militares. El nuevo ministro del Ejército, general Varela, y su subsecretario Camilo Alonso Vega, general amigo íntimo de Franco, redujeron el Ejército a la tercera parte, reprimieron a los vencidos y metieron en cintura a los jóvenes vencedores, de modo que lograron un conjunto disciplinado que acataba cualquier decisión superior. Los oficiales provisionales que permanecieron en filas, eran hombres de escasa formación intelectual que se impregnaron de la ideología del régimen a medida que éste la explicitaba, combinándola con un ordenancismo que encajaba con la mentalidad de la clase media tradicional. Convertidos en el verdadero núcleo del partido franquista, proporcionaron al dictador una sólida plataforma de poder, muy fiel a su persona y a los ideales militares de la guerra. Aunque los gastos del Ejército absorbían la cuarta parte del presupuesto estatal y la mitad del conjunto de la defensa, los enormes efectivos acaparaban los recursos sin permitir la comlos pra de armamento y equipo, de manera que se multiplicaron vicios tradicionales del Ejército español: hipertrofia, desprofesionalización y falta de capacidad guerrera. Más que la operatividad, inquietaba al régimen la configuración social del Ejército. Entre finales de 1939 y 1942 reanudaron su actividad todos los centros de enseñanza militar y la ley de 27 de septiembre de 1940 restableció el sistema de Primo de Rivera, Academia General incluida. Se legisló que los militares únicamente podían contraer matrimonio con mujer española, hispanoamericana o filipina, católica y no divorciada; no podían for-

El problema militar

mar

en

173

España

parte de los equipos deportivos; los suboficiales

se

vieron

desprovistos de sus casinos y, hasta finales de 1941, no pudieron vestir de paisano. En el servicio militar obligatorio de dos años,

menudeaban las bofetadas; el estado sanitario, rancho, vestuario y calzado eran pésimos; los soldados y cabos debían llevar el pelo cortado al cero por motivos de corrección y buena disciplina, y tenían derecho a dos sesiones semanales de enseñanza religiosa. Misa dominical, cumplimiento pascual, clase de analfabetos y lecturas censuradas por el capellán.

La

depuración

Las sentencias de la guerra civil fueron severísimas contra los militares republicanos; los generales Fernández de Villa-Abrile, Molero Lobo y Gómez Morato fueron encarcelados, muertos Batet, Campins, Romerales, Núñez de Prado, Caridad Pita, Salcedo, Toribio Martínez Cabrera, Aranguren y Escobar, y los almirantes Camilo Molins y Azarola, y condenados a muerte o prisiÓn numerosos militares y marinos. A mediados de diciembre de 1936 se creó una Junta Superior de depuración, de manera que en 1939 no quedaban en activo republicanos, liberales e 1zquierdistas manifiestos. La ley de represión de la Masonería y Comunismo estableció: no deben figurar en los cuadros activos de los Ejércitos los que han servido a la secta, aunque más tarde se hayan retractado. La ley de 12 de julio de 1940 facultó la separación del servicio, y sin que pudiera interponerse recurso. La ley de 27 de septiembre de 1940 restableció los tribunales de honor, restaurados por el decreto en 17 de noviembre de 1936, cuyos efectos fueron devastadores contra quienes habían hecho la guerra con la República, todos los oficiales y gran número de suboficiales, clases, guardias o carabineros acabaron expulsados o retirados. La desconfianza de Franco hacia la Guardia Civil le incitaba también a disolverla pero Alonso Vega logró evitarlo hasta que la ley de 15 de marzo de 1940, la reorganizó convirtiéndola en

cuerpo del Ejército sin oficialidad propia. La policía no se organizó hasta que la ley de 8 de marzo de 1941 asignó la seguriun

Gabriel Cardona

174

Guardia Civil y Milicia de Falange, un conjunto cuya militarización fue reforzada por la ley de Seguridad del Estado del 29 del mismo mes. El ámbito militar se extendió a la administración civil, cuando las numerosas plazas vacantes fueron cubiertas de acuerdo con la ley de 25 de agosto de 1940, que obligó a reservar el 20 por 100 de los destinos públicos para alféreces provisionales o de complemento, el 20 por 100 para otros excombatientes, el 20 por 100 para mutilados de guerra, el 10 por 100 para excautivos, el 10 por 100 para huérfanos de guerra y similares, destinándose el resto para la oposición libre. dad del Estado

Los

generales

a

la

contra

policía,

Serrano Suñer

Los milicianos falangistas y carlistas fueron militarizados el 20 de diciembre de 1936, aunque se les permitió conservar sus símbolos, uniformes y canciones. Unicamente los falangistas promovieron pequeños conflictos en defensa de la identidad del partido, pero la pugna mayor se centró entre Serrano Suñer y los generales, uno de los cuales, Kindelán, ya se le enfrentó antes de acabar la guerra. En julio de 1939, Queipo de Llano demos-

públicamente su disconformidad y fue cesado como capitán general de Sevilla y enviado a Roma, donde los italianos le mantuvieron vigilado. Los falangistas intentaban convertir su Milicia en un ejército del partido como la Milicia Fascista italiana o las Waffen-SS alemanas. Varela, ministro del Ejército, se oponía y Muñoz Grandes, secretario general de Falange y jefe de la Milicia defendía tró

línea intermedia: armada pero controlada por militares. Aunque Muñoz Grandes era considerado falangista, no se plegaba a Serrano Suñer, quien logró que el 16 de marzo de la MiFranco lo sustituyera por Valentín Galarza en el mando licia y que, el 15 de noviembre, lo cesara como secretario general del Movimiento, indignando los generales ya inquietos por la actitud de los falangistas que hablaban de establecer un régimen como el italiano y entrar en la guerra mundial junto al Eje. una

de

1940,

a

Muchos

eran

monárquicos

y todos sabían que

España

no

podía

El problema militar

en

España

175

la guerra porque carecía de equipo militar y su alimentación dependía de los transportes llegados a través de mares controlados por la marina británica. Cuando los alemanes ocuparon Francia, y aumentaron las presiones para que España entrara en la guerra, Franco temió un complot de los falangistas pronazis y el 27 de junio de 1940 destituyó a Yagie, ministro del Aire, que mantenía contactos con ellos, confinándolo durante veintinueve meses en su pueblo natal de San Leonardo. Como los monárquicos eran neutralistas y proaliados, Aranda entró en contacto con los diplomáticos ingleses, Kindelán se enfrentó abiertamente a Serrano y la Falange, y Varela incrementó sus simpatías por el carlismo. Franco replicó inmediatamente con actuaciones sobre partidarios de la monarquía: impuso la medalla militar a los hermanos Ansaldo, cesó a Martínez Campos como jefe del Estado Mayor y nombró a Orgaz alto comisario en Marruecos. Las presiones de Hitler disminuyeron cuando el Mediterráneo perdió importancia estratégica a consecuencia de la invasión de Rusia, acontecimiento que aprovechó la Falange para ofrecerse a formar la División Azul con sus afiliados, iniciativa mal vista por los generales que lograron imponerle el nombre oficial de División Española de Voluntarios y copar los mandos con el general antiserranista Muñoz Grandes y militares, de manera que los altos cargos falangistas debieron incorporarse como soldados rasos. Los voluntarios llegaron en julio de 1941 al campamento bávaro de Grafenwóhr que abandonaron finales de agosto y, tras la instrucción y una marcha pie de 1.000 km les fue asignado un cometido de segunda categoría en el frente defensivo del Norte, en lugar de atacar a Moscú como esperaban. Los efectivos de la División Azul se relevaban periódicamente y Varela lo aprovechó para enviar a su amigo Esteban-Infantes a sustituir a Muñoz Grandes. Pero Hitler, que jamás había confiado en Franco ni en Serrano Suñer, creyó a Muñoz Grandes, que se presentaba como un fascista, decidió mantenerlo en reserva, encargó a Canaris que convenciera a Franco de la inoportunidad del relevo e hizo que Esteban-Infantes permaneciera en Berlín a la espera de órdenes.

participar

en

a

a

Gabriel Cardona

176

Las intrigas en Madrid eran complicadas: Varela y los generales monárquicos competían con Serrano Suñer, apoyado por el embajador von Stohrer y el consejero Heberlein que eran enemigos de von Ribbentrop. En la misma embajada, Erich Gardemann, representante del partido nazi, y los agregados militares conspiraban con la falange radical para meter a España en la guerra y mantenían contactos con Yagie. La crisis se produjo cuando el 16 de agosto de 1942, unos falangistas lanzaron una bomba de mano en ei santuario de Begoña, tras la celebración de una misa carlista a la que asistía Varela, causando numerosos heridos. Uno de los autores fue fusilado y Franco destituyó a Galarza, ministro de Gobernación, a Serrano Suñer y a Varela.

La pugna de Franco y los

monárquicos

El 11 de noviembre de 1942 don Juan de Borbón hizo al Journal de Geneve su primera manifestación antifranquista y democrática. Inmediatamente Franco maniobró contra los generales monárquicos, se apoyó en los falangistas, rehabilitó a Yague y lo envió a Melilla para debilitar una posible colaboración con los aliados del alto comisario, el monárquico general Orgaz. El 30

Aranda cesó como director de la Escuela Superior del Ejército, sustituido por Kindelán que así perdió la capitanía general de Barcelona. Mientras atacaba a los monárquicos en el interior, tranquilizó a los aliados en el exterior por medio de Jordana, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores que, en diciembre, logró sustituir a Muñoz Grandes porque Hitler también creía llegado el momento de enviarlo a España, cuya posición estratégica recuperaba importancia desde la derrota del Africa Corps el desembarco americano en Casablanca. Los alemanes esperaban que Muñoz Grandes, unido con

y

Asensio, Yagúe y Arrese, presionara para que España

entrara

la guerra. Pero Yagie estaba alejado en Melilla y Muñoz Grandes no recibió mando de tropas. En la primavera de 1943, las malas noticias de la guerra enfriaban los entusiasmos germanófilos. Muñoz Grandes, Asensio y Yagiie aprovecharon la oportunidad de acercarse a Franco, que les necesitaba contra los geen

Elproblema

militar

en

España

177

nerales monárquicos, y el Ejército fue reorganizado para hacer frente a las nuevas amenazas, con un despliegue orientado a los Pirineos, creándose la XI Región Militar para vigilar el Estrecho y la división acorazada Brunete, cuyo único material moderno eran un batallón de carros Tiger y una batería de cañones autopropulsados recién comprados en Alemania. Cuando, alentados por la crisis militar del Eje, 27 procuradores en Cortes escribieron a Franco pidiendo la restauración, sólo captaron a cuatro militares sin mando: Valentín Galarza, Ponte, Moreu y Luis Alarcón de Lastra. Poco tiempo después, cayó el fascismo italiano, y Orgaz y Kindelán promovieron una carta a Franco en demanda de la restauración, firmada por ocho tenientes generales monárquicos y el beneplácito implícito de otros.

No obtuvieron respuesta y Franco los controló luego, uno a uno, porque contaba con el respaldo del Ejército, vertebrado por la masa de oficiales jóvenes y sargentos de la guerra. Ante la crecida estratégica de los aliados, el 1 de octubre de 1943, España abandonó la No beligerancia, regresó a la Neutra-

lidad y retiró la División Azul del frente ruso, donde sólo quedó un regimiento español, también replegado al cabo de medio año. Del total de 47.000 voluntarios, 22.000 resultaron muertos, heridos, enfermos o desaparecidos pero la simpatía proalemana se mantuvo en el Ejército hasta el final de la guerra, prolongada por la creencia en las armas milagrosas y la magnificación de la capacidad de resistencia. Los militares consideraban a los ingleses como el verdadero enemigo y los falangistas aprovechaban cualquier ocasión para reivindicar Gibraltar, mientras Franco permitía que 10.000 españoles trabajaran en el Peñón, gozaba de la protección de Churchill durante toda la guerra y maniobraba para que la corona británica no apoyara a don Juan de Borbón. La situación española era tan precaria que la momentánea suspensión de las ventas de gasolina americana obligó a que el desfile de la victoria de abril de 1944 fuera exclusivamente a pie, sin aviones ni carros, pero Churchill aseguró en los Comunes, el 24 de mayo de 1944, que España había prestado un gran servicio a la causa aliada al no obstaculizar el desembarco de Casablanca y que los problemas internos sólo concernían a los espa-

Gabriel Cardona

178

ñoles. Es decir, que los británica.

Los

monárquicos

no

contarían

con

ayuda

guerrilleros

Pero otro peligro parecía amenazar al franquismo. Desde la primavera de 1943 grupos de republicanos y comunistas españoles trabajaban con los servicios secretos americanos para trasladarse a España y, en 1944, iniciaron los desembarcos de guerrilleros en las playas andaluzas. Ante los nuevos problemas, se promulgó el decreto sobre represión del Bandidaje y Terrorismo de abril de 1944 y el duro general Camilo Alonso Vega tomó el mando de la Guardia Civil.

Con la amenaza armada, los militares sintieron renovado su espíritu de la guerra civil y se agruparon alrededor de Franco. Cuando, en octubre, se produjo la verdadera invasión guerrillera a través de los Pirineos, Moscardó, capitán general de Cataluña, se desplazó a Viella para hacerse cargo de la defensa y se constituyó un cuerpo de ejército especial, llamado Grupo de Divisiones de Reserva, mandado por Pablo Martín Alonso que tenía su cuartel general en Lérida. Las partidas no consiguieron sobrepasar la fase montañesa y su represión se traspasó pronto a la Guardia Civil, aunque los prisioneros comparecieron siempre ante la justicia militar y el Ejército continuó en misiones de cobertura. En la época de la derrota alemana y la publicación en Lausanne del primer manifiesto de don Juan de Borbón, Franco se apoyó de nuevo en los generales falangistas, ahora desactivados por el fracaso de Hitler, y apartó del mando a los monárquicos más importantes: confinó al general de aviación Alfonso de Orleans en Sanlúcar de Barrameda, a Kindelán en Garachico (Canarias) y alejó doradamente a Varela como alto comisario en Marruecos. Ante el desastre alemán, los escasos oficiales proaliados disimularon sus simpatías y la mayoría germanófila achacó el resultado a las quintacolumnas comunistas, la alianza de los judíos y, sobre todo, al material americano sobre el que se volcaron todas las invectivas, considerándolo antítesis de las vir-

El problema militar

en

España

179

tudes militares, basadas en el espíritu. El Ejército inició una fase .de exaltación de la estrategia basada en los valores del español y su geografía, es decir la defensa pirenáica y la exaltación de la guerra de montaña y hasta tuvo lugar una surrealista campaña contra la motorización militar y en defensa de los caballos y mulos. Entre tanto, los militares formados en la guerra civil se funcionarizaban, los oficiales provisionales ingresaron en las escalas activas entre 1939 y 1948, y los sargentos entre 1942 y 1944, con posibilidades de convertirse en oficiales en una academia específica fundada en 1943, Durante la Guerra Mundial, no se incorporaron nuevos mandos, hasta 1946 no recibió sus estrellas de teniente la primera promoción de la Academia General. La formación de sargentos que no hubieran hecho la guerra quedó para más tarde.

Capítulo

2

LA MODERNIZACIÓN FALLIDA

A pesar de que la inhibición inglesa dejó sin posibilidades la restauración monárquica, algunos generales continuaron vinculados a las conspiraciones de los círculos madrileños. Sin apoyos en los escalones inferiores, Franco los controló fácilmente; entre 1946 y 1949, Aranda sufrió un arresto en la batería de Enderrocat (Mallorca), Kindelán en el fuerte de Guadalupe (Fuenterrabía), Beigbeder en Madrid y, por último, Alfonso de Orleans, Aranda y Gil de Arévalo fueron pasados a la reserva.

ideología del militarismo reaccionario, plasmada en 1950 por Jorge Vigón en su libro El espíritu militar español, era la única aceptada. Sin embargo, el catolicismo y el falangismo, como líneas secundarias del régimen, tuvieron sus adeptos en el Ejército. La vinculación a la falange se renovó gracias a las oportunidades laborales que el partido y sus sindicatos ofrecían a los mal pagados oficiales, originándose pintorescas carreras dobles, La

las de Solís, García Rebull o Fernández Cuesta. En el pensamiento religioso existieron líneas apartadas del nacionalcatolicismo, como la muy cautelosa del artillero cristianodemócrata Francisco Sintes Obrador, autor en 1951 del libro Espíritu, técnica y formación militar que, sin apartarse de la ortodoxia, detendía los valores de la técnica a la que no consideraba opuesta al espíritu.

con

Más original era Forja, cuya primera asamblea tuvo lugar en 1951. Era una asociación de aires catecumenales, fundada por el capitán Luis Pinilla y el jesuita José M.* de Llanos, antiguos profesores de un colegio falangista destinado a preparar cadetes para la Academia General Militar. Forja, algunos de cuyos miembros llegaron a recibir órdenes litúrgicas menores, pretendía formar una nueva oficialidad, honestamente católica y patriótica, necesidad intuida por una nueva generación de oficiales de carrera,

182

Gabriel Cardona

deseosos de recuperar la profesionalidad devastada por el alud de militares de la guerra. El choque generacional era corriente entre los cadetes y profesores mal preparados, cuyo único recurso intelectual eran los recuerdos de la guerra civil. La decepción se multiplicaba cuando, acabados los estudios, los jóvenes tenientes se repartían por los cuarteles y descubrían un Ejército en pleno marasmo que los situaba a la cola de un escalafón donde era imposible ascender. Oficiales con preparación intelectual se sentían condenados a perder la juventud en tareas subalternas y arbitrariamente valoradas por sus mandos. Las frustraciones hallaron cabida desde 1952 en la revista Reconquista, de la acción católica militar. Un grupo de hombres de Forja, como los tenientes Alonso Baquer y Julio Busquets, inició la defensa de las esencias del oficial cristiano, abandonadas por los provisionales. Sus artículos desencadenaron una avalancha de réplicas pero la revista mantuvo su línea, hasta que, en enero de 1956, la autoridad militar impuso a Jorge Vigón como director de Reconquista. Cualquier modernización estaba condenada de antemanoy la constitución de la Alianza Atlántica en 1949 fue contemplada despectivamente por un Ejército cerradamente antiotanista duLa situación profesional era, entre tanto, dramática, con todos los males de la historia militar española reproducidos y multiplicados. Los oficiales se agrupaban en enorrante un cuarto

de

siglo.

escalafones sin posibilidad de ascenso, sus sueldos eran pésimos pero en aquella España atrasada y hambrienta, recibían casinos propios, pan y víveres baratos, contaban con hospitales y residencias para solteros y un soldado que les servía de criado. La tropa no percibía salario alguno, estaba mal calzada y vestida, comía un pésimo rancho, y habitaba cuarteles sin condiciones higiénicas, poblados de chinches. En aquel Ejército de a pie, la falta de radiotransmisores obligaba a confiar en los teléfonos de campañas y señales ópticas, como en la guerra del 14; la escasez de camiones se suplía con acémilas y carros; los únicos blinmes

dados con cierta capacidad eran 36 camiones protegidos canadienses comprados de contrabando y un batallón de Tiger alemanes de 1943. Había concluido la época de los generales victoriosos. Mien-

El problema militar

en

España

183

borraba del escalafón a hombres como Yagiie, Asensio, Ponte o Dávila. Franco, mucho más joven, permanecía en el poder y confiaba cargos a íntimos como Alonso Vega, Carrero, Nieto Antúnez y Suances. Cuando murió Varela en 1951, alejó al intrigante García Valiño, enviándolo a Tetuán como alto comisario, y contentó a Muñoz Grandes, la última figura capaz de hacerle sombra, nombrándole ministro del Ejército, con patente de corso para moverse entre la burocracia. La firma del pacto con los Estados Unidos, en septiembre de 1933, no alteró el panorama cuanto cabía esperar. El Ejército recibió la tercera parte de los créditos, muy recortados por la hipervaloración americana de los materiales, que eran excedentes de la Segunda Guerra Mundial y de Corea. El nuevo equipo protras el

tiempo

conjunto de transmisiones, vehículos, blindados y cañones superior al museo entonces en servicio, sin proporcionar una aceptable potencia de combate a las unidades que lo recibieron. Antes de 1953, la mitad de la capacidad del Ejército

porcionó

un

defender los Pirineos, la alianza convirtió esta estrategia en papel mojado pero buena parte se mantuvo por la falta de materiales modernos y la inercia ideológica. Así, la reorganización emprendida después del pacto se redujo a agrupar la caballería en brigadas, la infantería de montaña en regimientos, crear un batallón de paracaidistas y un regimiento de transmisiones. se

orientaba

a

La descolonización de Marruecos

Desde la alta comisaría de Tetuán, García Valiño procuró perjudicar a Francia, alentando los movimientos de liberación. Franco prefirió no desautorizarlo y permitió que el Protectorado español se convirtiera en un santuario del independentismo marroquí, jaleado por radio Tetuán, mientras las armas de contrabando circulaban a la luz del día. En julio de 19533, los franceses depusieron al sultán Mohamed vV sustituyéndolo por Ben Arafa, quien no fue reconocido por los españoles que independizaron prácticamente la administración de su zona. La postura resultó inviable cuando, en 1955, el gobierno de

184

Gabriel Cardona

Faure cambió la política marroquí y Mohamed v regresó a Rabat. Los incidentes no tardaron en producirse, el 2 de enero de 1956 en el poblado de Sidi Inno, al sur del territorio de lni, un disturbio se saldó con muertos, heridos y detenidos. La situación se complicó con huelgas en Minas del Rif y manifestaciones independentistas en Melilla y Arcila. En plena confusión, mientras Franco comentaba a sus íntimos que Marruecos no sería independiente antes de 25 años, García Valiño se entrevistaba con el residente general Dubois en Larache. Franco lo criticó y, una semana después, la prensa española anunció que España facilitaría el autogobierno de la zona por sus autoridades naturales. Nadie explicó qué significaba ni informó sobre la conducta a seguir a los oficiales responsables de la mejaznia o policía indígena, de las cuatro Mehal-las jalifianas, y de los seis grupos de regulares indígenas, pertenecientes al Ejército español, ni se aclaró el auténtico alcance de un decreto-ley del 29 de enero que autorizaba al alto comisario la estructuración de la administración y gobierno de la zona española.

Edgar

Desde que el 2 de marzo de 1956 Francia firmó con el sultán un acuerdo de independencia, fracasaron la política de García Valiño de administración separada y la de Franco de dejar pudrir los asuntos. Las agitaciones promovidas por el líder independentista Abdeljalak Torres, se multiplicaron en Tetuán. Alcazarquivir y Larache donde la multitud incendió el Casino Español. Las fuerzas dispararon causando muertos y heridos y Abdeljalak Torres rompió con García Valiño, huyó a Tánger y exi-

declaró que no aceptaba la administración separada y, en adelante, actuaría sólo como representante del sultán. El 3 de abril, el consejo de ministros español anunció crípticamente la independencia y, al día siguiente, Mohamed V llegó a Madrid, donde mantuvo duras conversaciones con Franco hasta que el 7, el gobierno español aceptó la V independencia de Marruecos sin limitaciones. El 8,

gió negociaciones

con

el sultán, el

jalifa

Mohamed acuar-

entró triunfalmente en Tetuán. Las tropas permanecieron teladas mientras desertaban soldados marroquíes y algunos colaboracionistas eran linchados. Franco criticó, entonces, la política antifrancesa de García-Valiño, que no había querido evitar a tiempo, y la ruptura entre ambos se hizo definitiva.

El problema militar

en

185

España

Aunque suponía la pérdida de apetecidos destinos, la independencia de Marruecos no produjo graves tensiones en el Ejérobedecer. El 28 de abril Franco combinó, en un discurso a los oficiales de Sevilla, los tópicos del alzamiento de 1936, la necesidad de unirse frente al enemigo interior, la validación representada por el pacto americano, la realidad histórica de la independencia de Marruecos y la seguridad garantizada después de su muerte por una monarquía falangista. El carisma del Generalísimo y una importante subida de sueldo, desbarataron las maniobras de Antonio Menchaca, antiguo marino de guerra que, en 1955, había redactado el libro Cara a España, de planteamientos democráticos, que fue requisado por la policía y dio con su autor en la cárcel. Con ocasión de la independencia de Marruecos animó unas Juntas de Acción Patriótica compuestas por capitanes y comandantes, redactó dos manifiestos y editó el Boletín de Información nacional reservada que sólo vio dos números. España tenía en el norte de Africa 66.800 hombres, de ellos 22.600 en Ceuta y Melilla y 44.200 en el Protectorado, que se replegaron en seis fases hasta 1958. La mayor parte del personal indígena y cierta cantidad de armas y municiones pasaron a las fuerzas reales donde algunos mandos españoles permanecieron como instructores a la vez que cadetes marroquíes recibían formación acelerada en academias españolas.

cito, acostumbrado

La

segunda

a

derrota de la

Falange

En su intento por imponerse a los católicos y los Arrese preparó una Ley Orgánica del Movimiento, especie de Constitución Falangista que posibilitaba la sucesión a Franco por un Estado Totalitario, con predominio del partido sobre el Ejército y la Iglesia. El borrador, enviado al Consejo Nacional en diciembre de 1956, tropezó con los ataques de Martín Artajo, a la cabeza de los católicos, y la desconfianza de los generales. Los problemas con éstos parecían reproducirse cíclicamente,

generales,

como

ponía de manifiesto

Bautista Sánchez, que

se

el capitán general de Barcelona, Juan había inhibido ante la huelga de tran-

Gabriel Cardona

186

vías de 1951 y los desórdenes de 1956. Franco conocía sus contactos con la conspiración monárquica del conde de Ruiseñada, que Muñoz Grandes, como ministro del Ejército, no había cortado por lo sano. En enero de 1957 una subida de precios desencadenó en Barcelona un nuevo boicot a los tranvías, las calles se llenaron de octavillas y los estudiantes arrojaron por una ventana de la Universidad los retratos de Franco y de José Antonio, sin que Juan Bautista Sánchez ofreciera su ayuda al gobernador. España se llenó de rumores cuando, a final de mes, el capitán general se desplazó a los Pirineos para presenciar unas maniobras y murió repentinamente. Su desaparición desarboló al grupo de Ruiseñada a quién Muñoz Grandes informó que sus conversaciones telefónicas comprometedoras habían sido grabadas por la policía. El partido militar cercano a Franco, sin nada que ver con el asunto Juan Bautista Sánchez, logró que Arrese retirase su proyecto. La Falange estaba desgastada por los conflictos en la Universidad, que habían desarbolado el SEU, la presión católica, ahora encabezada por el Opus, las huelgas obreras en Cataluña, el Norte y Madrid, y la pésima situación económica. La conse-

cuencia fue una crisis de gobierno. El gabinete que se formó el 25 de febrero 1957, buscó solucionar el marasmo económico entregando las carteras de Comercio y Hacienda a Ullastres y Navarro Rubio, dos hombres del Opus, y controlar el orden público colocando a militares en los ministerios vitales. Blas Pérez, inteligente jurídico militar, cedió Gobernación al durísimo Camilo Alonso Vega, el falangista Vallellano entregó Obras Públicas a Jorge Vigón, otro general, Joaquín Planell, conservó Obras Públicas y cesaron Muñoz Grandes, Salvador Moreno y González Gallarza anticuados militares de la guerra civil, sustituidos por Barroso, Abarzuza y Rodríguez y Díaz de Lecea, más alejados del falangismo.

La guerra de

Ifni-Sahara

Franco, al cesarlo des

a

como

Muñoz Granconcedió a nadie más

ministro, ascendió

capitán general, graduación

que

no

a

El problema militar

en

España

187

vida, aunque no pretendía, con ella, recompensar su actuación en el ministerio, que consideraba la de un caballo en una cacharrería. Muy querido por los militares. Muñoz Grandes ha-

en

bía actuado patriarcalmente sin acometer las reformas cuya necesidad era acuciante. Su sucesor, el general Barroso SánchezGuerra, antiguo agregado en París, jefe del Estado Mayor de Franco en la guerra civil, era un profesional inteligente, de antecesores republicanos, y liberal aunque inequívocamente franquista. Encarnaba una postura más técnica, alejada de los gene-

políticos y deseaba reconducir el Ejército a preocupaciones profesionales, reduciéndolo en un 25 por 100 y adoptando el sistema americano de divisiones pentómicas, es decir, la reforma rales

que Muñoz Grandes pacto americano.

no

había llevado

a

cabo

en

19533

a

raíz del

Por ende, Muñoz Grandes, el experimentado africanista, legó a su sucesor una situación africana a punto de estallar. Durante las conversaciones sobre la independencia marroquí, los negociadores españoles alegaron que lfni había sido cedido a perpetuidad y procuraron sustraer también Tarfaya y el Sahara, dado que los sultanes jamás habían dominado el sur del Draá. Pero durante la lucha marroquí contra Francia, las autoridades españolas facilitaron refugio en Tarfaya a los disidentes, situación que se complicó cuando, después de la independencia, las bandas del ejército de liberación se desplazaron hacia el desierto, para combatir a las guarniciones francesas de Tinfuf, Fort Trinquet, Fort Guraud, Benamera y Atar. Era conocida la existencia de partidas guerrilleras en los territorios ocupados por España, sin que las autoridades hubieran tomado medidas suficientes, hasta que el 8 de noviembre de 1957 el coche-correo de Cabo Juby a El Aaiún fue atacado por el ELN. El 23, una confidencia permitió que el general Gómez-Zamalloa

pudiera adelantarse, por poco tiempo, a un ataque masivo contra Sidi Ifni por las partidas del ELN dirigidas por Ben Hammú, que desencadenaron la acción más dura de la guerra y fueron rechazadas, aunque estuvieron a punto de tomar la ciudad. Más comprometida resultó la situación para los puestos del interior, algunos de los cuales, Tamucha, Tabelcut, Bifurna y Hameiduch, sucumbieron mientras otros resistían.

188

Gabriel Cardona

La

imprevisión

del mando

superior había sido absoluta. Los puestos no estaban fortificados, sólo algunos disponían de radio mientras que los restantes quedaron incomunicados al cortar los cables del teléfono, tampoco se había hecho acopio de víveres y algunos destacamentos carecían de agua. La imprevisión del armamento era escandalosa sin otras granadas de mano que las Breda de la guerra civil, en T'Zenin de Amel-lu existían cuatro morteros de 50 mm sin granadas, en T'Zelata cuatro de los cinco subfusiles Smeiser existentes se inutilizaron el primer día, se contaba con una sola caja de granadas de mano, cartuchos mexicanos de la guerra civil y mosquetones de 7 mm tan viejos que se entregaron cinco a cada soldado en previsión de averías. Las fuerzas aéreas en la zona se reducían a Junker-52 de transporte, y bombarderos Heinhel 111, además de varios transportes Douglas DC-3 sitos en Canarias. Los aparatos carecían de plan de operaciones y hasta de munición, de manera que en pleno combate del 23, fue imposible poner un Heinkel 111 listo para bombardear porque no había bombas. Sólo el esfuerzo personal compensó las deficiencias, y los puestos resistieron gracias al combate sin desmayo, abastecidos por los escasos aviones que hicieron en una semana 500 servicios y, faltos de paracaídas, lanzaban comida y municiones en pa-

quetes protegidos con paja. En aparatos militares y civiles y en barcos llegaron a toda prisa tropas desde Canarias, Marruecos y la Península que fortifi-

de

de Sidi lfni y emprendieron expediciones medio socorro a los puestos del interior, en terribles descalzos, sin agua o sólo con latas de carne y sardinas para la mitad del tiempo. La marina envió inicialmente algunas unidades y luego se presentó en bloque al mando de Nieto Antúnez. El 7 de diciembre de 1957 el crucero Canarias hizo una demostración en el puerto de Agadir, acompañado por otro crucero y 4 destructores tiempo de Primo de Rivera, inútiles para una batalla naval, terribles ante la ciudad desarmada. El Canarias entró en el puerto sobrevolado por varios aviones, hizo simulacros con los cañones, salió y entró otra vez, entre el pánico de la población, para alejarse definitivamente, tras una provocación absolutamente inúcaron

el

perímetro

marchas,

del

El problema militar

en

España

189

til, El mismo día, a las dos semanas del primer ataque, fue liberado TZenin de Amel-lu, el último puesto asediado. Todo el territorio quedó abandonado, excepto un cinturón defensivo, situado a 10 km de la capital cuya guarnición se había elevado a 7.500 hombres. Preventivamente, en el Sahara, se abandonaron muchos puestos del interior y llegó, en avión desde Marruecos, el refuerzo de dos banderas de legionarios, una de cuyas secciones fue atacada el 25 de noviembre en la playa de El Aaún. Desde entonces menudearon los incidentes y la aviación patrulló y bombardeó, a veces sin más medios que bidones de gasolina o cajones de granadas de mano. Desde el primer momento, las fuerzas saharianas francesas prestaron apoyo y su aviación cubrió la impreparación española. En el desierto, donde el material es básico para combatir, los problemas se hicieron desesperantes. Como en lfni, no existían puerto ni medios de desembarco y la descoordinación con la marina averió un grupo de camiones imprescindible. Los Estados Unidos no autorizaron la utilización del material entregado a raíz del pacto de ayuda mutua, de manera que los carros medios M-47 no pudieron ir al Sahara a donde llegaron únicamente los ligeros M-24, fósiles de la 11 Guerra Mundial, dotados de dos motores de refrigerados por agua, que toda la tenacidad de un ejército pobre no lograba sincronizar. Tampoco pudo llegar el restante material: vehículos, artillería y transmisiones y, mucho menos, los flamantes cazabombarderos Sabre F-86. El combate más importante ocurrió en Edchera, el 13 de enero de 1958, cuando una compañía de la Legión cayó en una emboscada que le costó 37 muertos y 49 heridos, recogiéndose 50 cadáveres de guerrilleros. Las operaciones, cuyo peso llevaron La Legión y dos columnas francesas, fueron humillantes para los militares españoles, condenados a la impotencia técnica, mucho más evidente en contraste con los franceses. A finales de abril de 1958 se entregó la zona de Tarfaya a Marruecos en consonancia con el acuerdo de Sintra entre Castiella y Balafrech. Pero las operaciones de limpieza en el Sahara se prolongaron hasta 1959, rompiéndose la calma nuevamente en marzo de 1960.

gasolina

190

Gabriel Cardona

La pequeña guerra demostró el estado de las instituciones defensivas españolas. Evitaron el desastre los esfuerzos, tanto de

los profesionales como de los soldados de reemplazo, empeñados contra la desorganización y la falta de materiales. Las apariencias se salvaron a duras penas: en lfni se abandonó todo el territorio excepto la capital, en el Sahara la situación se resolvió gracias a la ayuda francesa. Tras tantos años de militarismo, España estaba desarmada para lo que no fuera una huelga. Para guarnecer el Sahara se trasladaron desde Marruecos dos tercios de La Legión, transformándolos en tercios saharianos, que contaban con artillería transportada sobre camiones y caballería dotada con 24 blindados M-8 comprados a Francia, chatarra norteamericana de la 11 Guerra Mundial, acabada de remapor los franceses en Argelia. Las lecciones parecían caer en saco roto. En agosto de 1959, mientras en menos de un año aparecían en Africa 16 Estados nuevos, Carrero logró una ley que declaraba a Guinea provincia española, contra la opinión de Castiella, partidario de una destar

colonización

La

reforma

a

tiempo.

Barroso

estaba organizado anticuadamente, con excesivos jefes y oficiales, escasísimos sargentos y especialistas, y la operatividad demostrada en la guerra de lfni-Sahara. El ministro Barroso pretendió modernizar la obsoleta organización, aprovechando la ayuda americana pero la coyuntura económica era desfavorable pues comenzaba la época de la estabilización, seguida militares. A pesar por el desarrollismo, que redujeron los gastos de los mayores gastos necesarios para las operaciones en hashara, en 1958 el presupuesto global de la defensa ta el 22 por 100 del general del Estado, en 1959 se situó en el 18,79 por 100 y en los siguientes años se mantuvo en un valor medio del 20 por 100. Se buscó la reducción del exceso de oficiales mediante la ley de reserva de 17 de julio de 1957, de ventajas tan poco atractivas que fue escasamente aceptada. Un año después, logró más El

Ejército

líni-Saretrocedió

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en

España

191

éxito una segunda ley de reserva que permitía pasar a la administración civil en escalas separadas. En diciembre de 1957 fue creado el cuerpo de especialistas y, mientras muchos suboficiales veteranos se integraban en destinos y reservas similares a los oficiales, se decuplicó el número de sargentos jóvenes. Sin embargo, era tal el exceso de mandos que el escalafón continuó congelado hasta que, en febrero de 1960), se produjo una oleada de ascensos colectivos y, en sólo 6 días, 1075 capitanes, mayoritariamente antiguos alféreces provisionales fueron nombrados comandantes. La medida de choque no tuvo continuidad y los ascensos se detuvieron otra vez; sólo se había elevado el embotellamiento de las escalas. El intento Barroso de reorganizar sobre patrones americanos chocó con la escasez de recursos. En 1959, el único regimiento acorazado constaba de un batallón de carros M-47 y otro batallón de infantería a pie. La reforma organizó una división experimental de infantería, según el modelo pentómico norteamericano, es decir, dotada de cinco elementos de maniobra, con capacidad para el combate atómico, 106 carros medios M-47 y 35 ligeros M-24, que alteraba profundamente el modelo organizativo español, inspirado en la Segunda Guerra Mundial. La nueva y poderosa división quedó acuartelada en los cantones madrileños, reforzando la tendencia franquista de situar alrededor de la capital las mejores unidades, seguridad suplementaria ante el peligro representado por los movimientos obreros y estudiantiles en alza. Entre los militares, comenzó a hablarse cada vez con mayor insistencia del privilegiado ejército de Madrid. Durante 1959, 1960 y 1961 continuó llegando una pequeña ayuda de materiales americanos, a razón de unos 20 millones de dólares/año para el total de las fuerzas armadas españolas. En total se recibieron 560 carros M-47 y 180 M-24 que permitieron equipar 3 divisiones pentómicas, la Acorazada, una división de caballería y la brigada de Marruecos. Aunque siempre en cantidad muy inferior a la necesaria, prosiguieron los suministros de manera que, en 1960, se reorganizó el Ejército en 8 divisiones pentómicas, 4 de montaña, 1 acorazada y 1 de caballería. La reforma fracasó por falta de presupuesto y la corta ayuda norteamericana, las flamantes divisiones quedaron incompletas, con

192

Gabriel Cardona

transmisiones insuficientes, mientras los escalones de reparación no podían mantener en servicio a los obsoletos blindados y automóviles, y la falta de gasolina obligaba a restringir el movimiento de las unidades.

La pugna entre la

vieja guardia

y el

Opus

importancia adquirida por los católicos inquietaba a los sectores más duros del régimen y, desde 1955, tenían lugar encuentros de militares y falangistas como García Serrano, GarcíaRebull y García Escudero, temerosos de verse marginados de la política. Cuando el Opus desplazó a los democristianos y se reveló más capaz de hacerse con el poder, aumentó la inquietud La

de los hombres de la guerra civil. En 1958 se creó la Hermandad de Alféreces Provisionales, impulsada oficiosamente desde el propio Ejército y mirada con recelo por Franco, Carrero y algunos generales, temerosos de que se convirtiera en un poder autónomo. De manera que se estableció la obligación de que los militares en activo debían pedir permiso por escrito al ministerio antes de afiliarse. Así, mientras unos mandos explicitaban su apoyo y asistían a sus conmemoraciones, muchos militares en activo no se afiliaban por temor de que sus fichas fueran controladas, y muchos miembros de la Hermandad fueron oficiales en la reserva, o miembros de la policía o la administración. La Hermandad se hacía pasar, sin embargo, por la voz del Ejército y era claramente protegida por un grupo de militares falangistas, encabezados por los generales azules, García Rebull, Campano, Pérez Viñeta, Coloma Gallegos. La ley de Principios Fundamentales, promulgada por Franco el 17 de mayo de 1958, concedió a los falangistas la parte menos importante de la abortada Ley Orgánica del Movimiento de Arrese, para acallarlos mientras los hombres del Opus les arrebataban los centros de poder. Luchaban entre sí tres corrientes del régimen. Carrero los tecnócratas defendían una futura mo-

y

Muñoz Grandes, jefe del Alto Estado Mayor, apoyado por Solís, Nieto Antúnez, Fraga y los falangistas reformadores preferían que Franco fuera sucedido por un régimen de regencia.

narquía.

El problema militar

en

España

193

La vieja guardia, con Girón, la Hermandad de Alféreces Provisionales y los generales azules, defendían la ortodoxia a machamartillo y, en el Ejército, las actitudes reformadoras de algunos oficiales despertaron inquietudes en los mandos. En 1958 fue prohibida Forja, que contaba con 4 capitanes, 59 tenientes y unos 60 cadetes. Algunos de ellos buscaron una tribuna en Pensamiento y Acción, revista de la acción católica militar —el Apostolado Castrense— que abandonó la línea integrista en la intuición de que la mentalidad militar había quedado anticuada. La nueva generación de militares sentía que, en la administración civil, los hombres de la guerra eran desplazados por otra generación más preparada, mientras ellos perdían la juventud y el tiempo en tareas sin sentido y, para evitar la marginación que se adivinaba creciente, propugnaron una puesta al día que se antojó subversiva a los antiguos provisionales.

En busca del

tiempo perdido

de la guerra se negaba a la marginación. En el desfile de la Victoria de julio de 1961 en Madrid, conmemoración del primer cuarto de siglo del inicio de la guerra civil, bautizado por la propaganda como 25 años de paz, 30.000 excombatientes de paisano, con sus banderas y medallas, desfilaron tras las fuerzas militares. La prensa falangista se ensañaba con la Iglesia al comprobar el distanciamiento creciente de obispos y clérigos y el enfrentamiento se agudizó a raíz de un editorial de Ecclesia. en favor del derecho de huelga. En abril de 1962, la Hermandad de Alféreces Provisionales, influida por Girón, convocó un mítin en un cerro cercano a Madrid, Garabitas, simbólico por ser una posición sangrientamente disputada en la guerra civil. El acto, al que acudieron muchos militares, pretendía demostrar la mayoría de edad de la Hermandad, que convocó a Franco con la intención de presionarle para endurecer su política. Pero no se dejó arrebatar el protagonismo y pronunció un discurso belicoso contra el liberalismo, la infiltración en la Iglesia y el clero separatista, que entusiasmó a los asistentes y evitó que Girón se alzara con La

generación

194

Gabriel Cardona

el triunfo. Sin embargo, Garabitas tuvo su réplica política cuando, el 5 de junto, se inició en Munich el Congreso del Movimiento Europeo y 118 intelectuales españoles del interior y el exilio firmaron un manifiesto de reconciliación. El gobierno decretó la suspensión del artículo 14 del Fuero de los Españoles y desterró a varios firmantes, mientras otros se exiliaban voluntariamente para evitar las represalias. El gobierno, muy desgastado por las huelgas, cayó a consecuencia del acto de Munich, lo cual hizo retroceder la línea Carrero-Opus. Franco nombró un gabinete de predominio militar del que esperaba energía para controlar la situación, Muñoz Grandes fue vicepresidente, conservando la jefatura del Alto Estado Mayor, situado como probable sucesor a título de regente, apoyado por los falangistas reformistas. Alonso Vega continuó en gobernación y Vigón en Obras Públicas pero cesaron los tres ministros militares, sustituidos por franquistas seguros: Martín Alonso en Ejército, Nieto Antúnez en Marina y Lacalle en Aire. El Ejército variaba, los bajos sueldos y las pésimas posibilidades de carrera disminuían el prestigio social de los oficiales. Sólo la tercera parte de los cadetes eran hijos de civiles, en cambio el 45 por 100 eran hijos de suboficiales, guardias civiles y policías, porque habían descendido las vocaciones entre los hijos

de oficiales que preferían dedicarse a carreras mejor remuneradas. Alejado de estas realidades, Pablo Martín Alonso decidió poner en marcha su propia reforma. A diferencia de Barroso, desconocía la administración de un ministerio dominado por la burocracia y participaba en la prevención de los antiguos africanistas contra el Estado Mayor. Hombre práctico en el mando, célebre por su mal carácter y poco imaginativo renunció a crear el

Ejército americanizado de Barroso y buscó modelos en sus propias experiencias personales. Su preocupación se centró en las cualidades de la tropa y las pequeñas unidades para lograr un Ejército operativo, mejor pagado, equipado y alimentado. Hizo que el Estado Mayor estudiara la organización de centros de instrucción (CIR), brigadas antisubversivas (BRIDOT) y una fuerza operativa de 110.000 soldados profesionales, de acuerdo con su plan de estructurar territorialmente la defensa. contratar civiles

El problema militar

en

España

195

para algunas tareas, transferir la industria militar a una empresa estatal y confiar el mantenimiento a contratos de servicio, concentrar las academias y escuelas, y establecer un servicio obligatorio de 9 meses. Su muerte, el 11 de febrero de 1964, acabó con los proyectos y llevó al ministerio al general Camilo Menéndez Tolosa, jefe de la casa militar de Franco, decidido a ser un ministro político donde Barroso se había inspirado en el Ejército norteamericano y Martín Alonso en sus propias vivencias profesionales. Menéndez, basándose en los estudios del equipo de Martín Alonso y en un modelo francés, procuró desarrollar un modelo militar antisubversivo. Claramente se abandonó la 1dea de un Ejército capaz de intervenir en una guerra moderna para regresar al Ejército político, apto sólo para la aplicación interior. Llegaban entonces a los altos cargos, generales, que eran tenientes y capitanes al comenzar la guerra civil, como Pérez Viñeta, Cano Portal y, sobre todo, García Rebull, muy implicado con los falangistas, aunque su capacidad política era discutida por sus mismos incondicionales. Uno de estos hombres, Carlos Iniesta Cano, fue nombrado director de la Academia General Militar, sometiendo el centro a una intensa presión ideológica, con conferencias de políticos y militares integristas, jalonados por incendiarios discursos del mismo director contra la política

aperturista personificada por Fraga. En 1965, el Ejército fue estructurado para lograr su orientación estratégica hacia los Pirineos y el Estrecho, complementado con un despliegue antisubversivo diseminado por todo el país, organización que duraría hasta el final del franquismo. Con las mejores unidades se formaron las Fuerzas de Intervención Inmediata, que recibieron la mayoría de los blindados y material americano, mientras el resto, a pie y mal dotado, constituía las Fuerzas de Defensa Operativa. En

1966, mientras Muñoz Grandes entraba en declive, Carrero abanderaba el reaccionarismo, aunque los grupos falangistas lo desbordaban por la derecha. Barcelona, donde aparecerían

otra, organizaciones como CEDADE, el GAS o el PENS, se convertía en la sucursal del terrorismo neofascista italiano, protegido por sectores del régimen. Fraga ascendía gracias a su una

tras

19%

Gabriel Cardona

para la Ley Orgánica del Estado, como una democratización del sistema. Ante el referéndum, en los cuarteles se recibieron órdenes de que los oficiales exaltaran la figura de Franco, aunque sin hacer explícita propaganda de la ley, que consagraba las misiones antisubversivas del Ejército: Las Fuerzas Armadas de la Nación, constituidas por los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire y las Fuerzas de Orden Público, garantizan la unidad e independencia de la Patria, la integridad de sus territorios, la seguridad nacional y la defensa del orden institucional. La decadencia de Muñoz Grandes culminó en julio de 1967, cuando fue arteramente cesado mientras estaba de vacaciones, eliminando sus aspiraciones de suceder a Franco que, el 21 de septiembre, nombró vicepresidente a Carrero, consagrando así la victoria del Opus sobre el grupo de Fraga que, con el cese de Muñoz Grandes, perdió su baza principal.

organización de que se presentó

la

propaganda

Capítulo EL DECLINAR DEL

Las pugnas

3

FRANQUISMO

el interior del régimen se agudizaron en 1%8, mientras los conservadores utilizaban el terrorismo etarra como argumento y destacaba la figura aperturista del general Diez Alegría que, el 5 de mayo, se declaró enemigo del intervencionismo en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. en

En la línea marcada por el ministro de Exteriores, Castiella, partidario de obtener mayores beneficios, Díez Alegría negoció el nuevo tratado con los Estados Unidos con altas exigencias y, cuando Washington ofreció sólo el 10 por 100 de lo solicitado, Castiella lanzó su teoría de retirada de las flotas americana y rusa del Mediterráneo y las negociaciones se colapsaron. Castiella mantenía la idea de forzar la descolonización simultánea de Gibraltar, Guinea y el Sahara, contra el grupo encabezado por Carrero y López Bravo, deseoso de firmar el pacto americano cuanto antes y anexionar los territorios africanos, en defensa de los intereses económicos de la madera, los fosfatos y la pesca. España ya se había visto obligada en 1963 a firmar un tratado de cesión de Ifni a Marruecos y, una vez más, la situación escapó al control del Gobierno que debió conceder la independencia guineana el 12 de octubre de 1968, en condiciones precarias para la población española residente y vergonzosas para la guarnición,

que fueron cuidadosamente silenciadas. Los reformistas, Fraga, Nieto Antúnez, Castiella y Solís, quisieron desbancar a sus competidores del Opus explotando el escándalo Matesa, fraude al Estado que salpicaba a algunos tecnócratas. Sin embargo, Franco inclinó la balanza contra los aperturistas y, el 29 de octubre dd 1969, cambió 13 de sus 18 ministros. El nuevo gabinete, donde Carrero conservaba la vicepresidencia, supuso la victoria del Opus, mientras los falangistas que-

Gabriel Cardona

198

daban reducidos

a

las carteras de

Trabajo

y el

Movimiento, los

generales a Gobernación, Marina, Aire y Ejército, éste último entregado a Castañón, cabeza del Opus militar. El integrismo de Carrero alentó la dureza política, incluso con intervenciones personales en la prensa, aunque, por lealtad a Franco, no apoyó a los ultras, cercanos al falangismo intransigente, que presionaban ante la decadencia física del Generalísimo, encabezados por Girón, Valero Bermejo, Antonio María de Oriol, el obispo Guerra Campos, el periodista Enrique Herrera y Blas Piñar. Los generales azules aumentaban su poder y protagonismo. Cuando el gobierno envió un proyecto de ley a las Cortes para reconocer la objeción de conciencia, los procuradores militares se opusieron duramente y, por primera vez en el franquismo, las Cortes devolvieron el proyecto al gobierno. En el maremagnum comenzaron a moverse los servicios de información de Carrero, ya existentes a mediados de los años 60, que tomaron bajo su protección a grupúsculos ultras especializados en asaltos a librerías y obras de arte progresistas. A medida

que se complicaba la situación política, este servicio secreto aumentó su volumen y captó a bastantes oficiales jóvenes, gracias a la crisis profesional, agudizada por el desarrollismo. La modernización tecnocrática se financiaba, en parte, con recortes del presupuesto militar y, por primera vez, los gastos de educación superaban los de defensa. La escasa capacidad técnica del Ejército se aproximó al colapso. Mientras España iniciaba el desarrollo económico, más de la quinta parte de los militares de tierra se vieron obligados a buscar un pluriempleo, algunos iniciaron estudios universitarios y otros aceptaron la salida bien pagada de espiar la política de oposición y el sindicalismo clandestino. La negociación del pacto americano, que Castiella y Díez Alegría habían mantenido exigentemente, fue abandonada por López Bravo, que viajó a los Estados Unidos para buscar la firma cuanto antes y bajo cualquier condición. Efectivamente, el convenio de paz y cooperación, que sustituyó al acuerdo defensivo de 1953, no respetó ninguna pretensión de Castiella y, frente a los 1.000 millones de dólares solicitados, concedió 120 mi-

a

llones de dólares

en

créditos.

El problema militar

El proceso de

en

España

199

Burgos

primera crisis militar se produjo en 1970 a consecuencia de un consejo de guerra contra varios etarras, que debía iniciarse en Burgos el 3 de diciembre. El día 1, García Valiño, enemistado con Franco desde la independencia de Marruecos, escribió una carta a García Rebull, capitán general de Burgos, quejándose de la utilización política de la justicia militar, documento La

que se filtró inmediatamente en los ambientes militares. ETA secuestró al cónsul alemán de San Sebastián, Eugenio Beilh, y el proceso se convirtió en un ataque general al gobierno que, acosado entre la oposición y la extrema derecha, declaró el estado de excepción en toda España durante seis meses. Los falangistas reformistas, marginados el año anterior, contraatacaron contra el Opus y Carrero pero los ultras les superaron fácilmente y, el día 18, convocaron una manifestación en la plaza de Oriente; Franco, advertido a última hora, acudió para capitalizarla y controlarla. En Madrid, 150 oficiales firmaron un manifiesto integrista exigiendo al gobierno la máxima dureza y en Barcelona, como réplica casi suicida, 11 oficiales demócratas enviaron otro escrito deplorando la falta de disciplina de sus compañeros. Aunque los servicios de Carrero conocían todos los pasos, no hubo represallas. Finalmente, ETA liberó al cónsul y se publicó la sentencia con varias penas de muerte que García Rebull ratificó aunque el Gobierno decretó el indulto. La politización agitaba al Ejército, donde el número de demócratas era insignificante frente a un verdadero partido militar, en un momento en el que todos los coroneles y tenientes coroneles eran antiguos alféreces provisionales, que controlaban los mandos de regimiento y batallón del Ejército, la Guardia Civil y la Policía Armada. El deseo de utilizar el poder militar para sostener el régimen se hizo evidente, las publicaciones ultras invadieron los cuarteles y cuando, en marzo de 1972, el general azul Iniesta fue nombrado jefe de la Guardia Civil, once ministros acudieron a su toma de posesión. Paralelamente, los militares del servicio secreto del Almirante extendieron su paraguas protector sobre la proliferación de organizaciones fascistas, al-

200

Gabriel Cardona

gunas incluso clericales, como La Hermandad Sacerdotal Española y su versión catalana de San Antonio María Claret, o la Sociedad Cultural Covadonga. Hasta Girón había logrado asociar a los veteranos de la guerra civil en su Hermandad de Excombatientes, que acabó por integrar también a los Alféreces Provisionales. La presión ultra desgastó al Opus gobernante y, en mayo de 1973, Franco nombró presidente a Carrero, que formó gobierno con las diversas familias del régimen y eliminó parte del poder del Opus, el general Castañón fue sustituido por el azul Coloma Gallegos. Las preocupaciones militares eran arrasadas por la pasión política, cuando Díez Alegría, jefe del Alto Estado Mayor, pretendió impulsar un proyecto de ley sobre la defensa nacional. Carrero se negó a consultarlo con sus ministros civiles y, sólo fue enviado a las Cortes por decisión de Franco. La crispación interna y la politización eran agobiantes. Cuatro días antes de terminar su carrera, cuatro alféreces cadetes fueron expulsados de la Academia de Infantería con acusaciones peregrinas que encubrían el temor a ideas democráticas. El día 1 de diciembre la Conferencia Episcopal pidió que los objetores de conciencia no fueran tratados como simples desertores, sin embargo, el 18 se aprobó en las Cortes la nueva ley del servicio militar que manla dureza. Cuando Carrero murió en un atentado el 20 de diciembre de 1973, el general Iniesta envió un telegrama a la Guardia Civil con orden de no restringir el uso de las armas ante los disturbios que pudieran producirse, pero el almirante Pita da Veiga y Arias le obligaron a revocar la orden. tuvo

Los ultras contra el

gobierno Arias

Arias Navarro, nombrado por Franco para suceder a Carrero, acabó con la hegemonía del Opus y buscó un entremezclado de diversas familias, de modo que conservó a Coloma Gallegos y Pita da Veiga pero nombró ministros a los liberales Pío Cabanillas, García Hernández y Antonio Carro. Ello irritó al bunker, conglomerado de las diversas tendencias reaccionarias, que ini-

Elproblema militar

en

España

201

campaña de agitación, y la inquietud ante la muerte de Franco o una huelga general llevó a los servicios secretos y Estados Mayores a preparar planes de ocupación militar, cuya existencia hizo temer a las fuerzas democráticas un golpe de Estado militar. La sorpresa llegó, sin embargo, desde Portugal, donde la dictadura fue derribada el 25 de abril por militares jóvenes,

ció

una

cuyas imágenes en televisión alentaron a los demócratas e irritaron al bunker, que intensificó las presiones. En todos los cuarteles estaban presentes el periódico El Alcázar, y las revistas Servicio y Fuerza Nueva, que atacaban al gobierno y pedían la intervención militar. El militarismo franquista no se resignaba a morir y permanecía amenazante. Sin embargo, comenzaba la jubilación masiva de los militares de la guerra y el ascenso de los procedentes de la Academia General, nueva generación militar que había quemado su juventud en una pésima carrera, dedicada a administrar la miseria de unidades sin recursos. A pesar de que, según una encuesta de abril de 1976, el 27,4 por 100 de los militares compensaba sus escasos sueldos con un segundo trabajo, los oficiales jóvenes eran adictos al régimen porque la dictadura de Franco y la disciplina mesiánica de los provisionales, los habían convertido en la oficialidad más obediente de la historia de

España. Mientras los militares de los servicios de información vigilaban los movimientos de oposición y manipulaban a los grupúsculos ultras, la masa de sus compañeros permanecía pasiva en los cuarteles donde bullía la fronda golpista. Sin embargo, dispersos en las guarniciones, existían pequeños núcleos de militares disgustados por el marasmo profesional del Ejército y su utilización política. Eran capitanes y tenientes con un apretado curriculum de títulos militares y universitarios, cuyo núcleo más activo se agrupaba en Barcelona alrededor de Julio Busquets y, desde 1970, mantenía contactos con el grupo de funcionarios judiciales que fundó más tarde Justicia Democrática. El gobierno no parecía dispuesto a plegarse ante el bunker y cuando los generales García Rebull e Iniesta se retiraron por edad, el mando de la Guardia Civil no fue entregado al ultra Campano, que parecía el elegido, sino a Vega Rodríguez, que

202

Gabriel Cardona

aperturista. Fuerza Nueva arremetió contra el gobierno y un segundo borrador de ley de la Defensa Nacional, preparado por Diez Alegría, fue torpedeado en las Cortes por los procuradores ultras y atacado desde El Alcázar por el general Cano Portal con el seudónimo de Jerjes. Franco cedió y cesó a Diez Alegría con un pretexto, sustituyéndolo por el general moderado Fernández Vallespín, pero el objetivo ultra era Arias contra quien arreció la ofensiva periodística encabezada por Cano Portal, Blas Piñar y el obispo Guerra Campos. La crispación se propagó a los cuarteles, donde los militares ultras hablaban sin recatos de una próxima noche de cuchillos largos. En este amse

mostró

biente, el 29 de agosto de 1974, el grupo de Barcelona y dos compañeros de Madrid fundaron la Unión Militar Democrática evitar el baño de sangre que todos los días oían anunciar, contribuir al restablecimiento de la democracla y trabajar por un Ejército eficaz y apolítico. Mientras la ofensiva ultra ganaba terreno, el 29 de octubre de 1974 Franco sustituyó al ministro de Información, Pío Cabanillas, por el teniente coronel jurídico León Herrera, que emprendió una campaña de represión informativa mantenida hasta la muerte de Franco. Girón, Oriol y Raimundo Fernández Cuesta, general auditor de la Armada, capitaneaban el bunker que, en noviembre, convocó el acto fundacional de la Confederación de Excombatientes. En un clima exaltado, el general García Rebull y Girón, que fue elegido presidente, dijeron no estar dispuestos a perder la victoria de la guerra civil y un manifiesto de la Confederación decía, poco después: Aspiramos a que el Ejército sea la salvaguardia de las libertades y del futuro. El 8 de marzo de 1975, la Confederación, que ya no se llamaba de Excom-

(UMD) que

se

planteaba

batientes sino de Combatientes, celebró su primera asamblea, nada menos que en la Academia General de Zaragoza y Girón arengó a los cadetes en presencia de los tenientes generales Iniesta, García Rebull y Ramírez de Cartagena. Los militares franquistas iniciaron una guerra de discursos. En cada acto castrense, el general que presidía se sentía obligado a una arenga involucionista, actitud que se endureció desde que, a principios de 1975 se conoció el manifiesto fundacional de la UMD, partidario de la democracia. El alto mando trató de

Elproblema militar

en

España

203

echar tierra a los rumores pero, en febrero, estalló el escándalo en Barcelona: los capitanes Busquets y Julve habían sido arrestados por sus manifestaciones aperturistas y por protestar del arresto a un oficial que se había negado a delatar a unos sindicalistas. Los intentos de quitar importancia al asunto cayeron en saco roto; por primera vez se había erosionado el monopolitismo político del Ejército: el golpe ultra era más difícil si parte de los oficiales no estaban de acuerdo. Como réplica, los artículos y declaraciones involucionistas se sucedieron entre la confusión de las acciones de ETA y el declinar del régimen. La ofensiva ultra se concretó en discursos: en mayo de Prada Canilla, capitán general de Burgos, en junio de Coloma Gallegos y en julio de Pita da Veiga. El 15 de este mismo mes, Coloma Gallegos asistió a un homenaje en la Academia de Infantería de Toledo, promovido por el sindicalista ultra José García Carrés y celebrado dentro del recinto militar con discursos de exaltación a los sindicatos franquistas y el papel político del Ejército. Al día siguiente, el general Cano Portal apuntó en Arriba la actitud de fidelidad del Ejército al régimen y el 18, Bañuls Navarro, capitán general de Barcelona, hizo una declaración intervencionista. El periodista Huertas Clavería fue procesado por orden suya, acusado de injurias al Ejército, y cuando el concejal Soler Padró envió una carta privada de protesta, el capitán general le impuso catorce días de arresto. El consejo de guerra condenó a Huertas Clavería a dos años de cárcel.

El Sahara

Descolonizados Ifni y Guinea, la presión marroquí se reforZó al repatriar Hassan II una brigada destacada en Siria y enviarla a los límites del Sahara al mando del coronel Dlimi. Argelia respondió situando 8.000 soldados a la zona de Tinduf. Pero las verdaderas operaciones correspondían a partidas de guerrilleros que mantenían la alarma continua de las unidades españolas del desierto, formadas por unos 12.000 soldados, 4.000 legionarios y 2.000 nativos, que fueron reforzados con paracaidistas y 10 aviones F-5 basados en Canarias.

204

Gabriel Cardona

Desaparecido Carrero,

Franco

reservaba la última palabra en los asuntos africanos y su decrepitud impedía las decisiones del gobierno, cuyo ministro de Exteriores, Cortina, buscaba la descolonización y el cumplimiento de las resoluciones de la ONU, apoyado por la opinión pública española y los intereses industriales y pesqueros, necesitados de una descolonización sin se

traumas. La anexión

,

Marruecos era vista con simpatía por los norteamericanos, deseosos de cubrir su despliegue en la zona, puesto en peligro por la revolución portuguesa. A pesar de la política de Cortina, Arias y Carro también preferían secretamente la entrega a Marruecos, impulsada por José Solís Ruiz, administrador de los intereses de Hassan II en España y enlace privilegiado con la familia Franco. Cuando, a la muerte de Herrero Tejedor, Solís fue ministro del Movimiento, pudo decidir a Arias y Carro, aunque sus intenciones no se hicieron públicas hasta mucho más tarde, También muchos ultras fueron inclinándose por la entrega a Marruecos, más tranquilizadora que un Sahara independiente, influido por el Polisario, cada vez más izquierdista y aliado del independentismo canario protegido por Argelia. Sin conocer las intenciones del gobierno, el malestar crecía entre los oficiales, cuyas fuerzas eran hostigadas por las tropas reales marroquíes, más o menos camufladas. La mayoría no deseaba la anexión a Marruecos, desconfiaba de una autodeterminación liderada por el Polisario y prefería un Sahara independiente con presencia de una guarnición española e intervención económica en la pesca y los fosfatos, a cuyo fin, la administración local española persiguió al Polisario y organizó como altera

nativa el Partido de Unidad Saharaui (PUNS). El Polisario, sin embargo, sorprendió a las autoridades españolas y desbarató la maniobra. Cuando, en octubre, visitó el Sahara una misión de la ONU, continuas manifestaciones evidenciaron el sentimiento independentista de la población el rechazo a las dominaciones tanto marroquí como española. Desde entonces cambió la política del gobierno general de El Aaiún y la dirección general de Promoción del Sahara, que iniciaron la colaboración con el Polisario, contra la voluntad del gobierno y el Alto Estado Mayor, ya decididos a la entrega a los conservado-

y

El problema militar

en

205

España |

Mauritania, en lugar de la independencia el izquierdista Polisario, apoyado por Argelia y Libia. res

Marruecos y

De la última

crispación

a

con

la democracia

El 30 de julio, mientras Arias se encontraba en Helsinki asistiendo a la Conferencia Europea de Seguridad y Cooperación, el ministro del Ejército, su jefe de información y el capitán general de Madrid, organizaron la detención por sorpresa de algunos miembros de la UMD de la capital y la Capitanía General informó a la prensa sin que lo hiciera el Gobierno. Su maniobra para endurecer la situación fue pronto desbordada por otros acontecimientos, como el fusilamiento de cinco militantes de ETA y del FRAP, que desencadenó el cerco diplomático de España. Se produjeron manifestaciones de protesta en toda Europa y asaltos a varias dependencias españolas en el extranjero, entre ellas la embajada en Lisboa y la oficina turística en París. Siguió un torrente de acontecimientos, los servicios de información montaron una manifestación de adhesión a Franco el 1 de octubre en la plaza de Oriente, el terrorismo izquierdista del GRAPO y el derechista del GAS y los Guerrilleros de Cristo Rey se lanzaron a la acción. El 9 de octubre se detuvo a tres oficiales de la UMD en Cataluña y, días después, en París donde estaba exiliado, el capitán de aviación Domínguez celebró una conferencia de prensa sobre los objetivos democráticos de la UMD. La ofensiva conservadora parecía arrollarlo todo, el 10 de octubre el general Campano había sido nombrado jefe de la Guardia Civil y, en fechas sucesivas, hicieron manifestaciones involucionistas el almirante Pita da Veiga y los generales Salvador Díaz-Benjumea, Taix Planas y Merry Gordon. La película de los hechos era vertiginosa. Mientras la muerte de Franco se adivinaba próxima y España vivía pendiente de las noticias, en el Sahara se adivinaba una descolonización confusa. Hassan II trasladó su corte a Agadir v organizó la marcha verde,

manifestación formada por miles de personas desarmadas, aunque acompañadas por la gendarmería real. Las fuerzas españolas sufrían una guerra de nervios, provocada por la indecisión

una

206

Gabriel Cardona

ofensiva de Marruecos, y su inquietud llegó al extremo de que el mismo príncipe Juan Carlos visitó El Aaiún el 2 de noviembre, para convivir con los militares, como un oficial más, y ante la

tranquilizarlos.

La marcha verde

podía forzar las posiciones de las tropas españolas, que eran las mejores del Ejército, pero disfrazaba la maniobra diplomática marroquí frente a la España aislada internacionalmente y el acosado gobierno Arias. En el compás de espera, muy al este de las posiciones españolas preparadas para bloquear la marcha verde, el Ejército marroquí penetró en el Sahara, sin disparar un tiro, hacia Smara y Farsía, y el Polisario, al comprender que se le hurtaba una victoria que creía próxima, desplazó sus guerrillas para cortar el paso a las tropas de Hasno

La guerra del Sahara había comenzado. A espaldas de los pueblos español y saharaui y del mismo Cortina, Carro y Solís pactaron la entrega a Marruecos y el 9 de noviembre, Hassan II anunció que la marcha verde había alcanzado sus objetivos y ordenaba su repliegue. En Madrid, Solís, Arias, Carro, Cortina y Cerón tomaron parte en las conversaciones oficiales que culminaron en el acuerdo entre España, Marruecos y Mauritania firmado el 14, aunque no se hizo públisan.

hasta el 18. Franco murió el 20 de noviembre entre el dolor del Ejército que, mayoritariamente, le era fiel. Todos los generales con mando habían hecho la guerra civil pero el grueso de los provisionales se había retirado o estaba a punto de hacerlo; cuarenta años de franquismo habían transformado el Ejército y funcionarizado a los oficiales. Cuando Franco murió, dejó tras de sí el vacío. Ningún general heredó su carisma, su herencia al Ejército se co

componía de burocratización e ineficacia profesional pero también de disciplina convertida en hábito y una ideología casi impermeable, acorazada por el orgullo de mitos propios. Mayoritariamente franquistas de corazón, los militares iban a mantener su disciplina durante la transición política, aunque no hicieran suyas las nuevas ideas. La voluntad de la monarquía las características de la sociedad española partidaria de la democracia, impedían una nueva dictadura. Sin embargo, establecer la normalidad era difícil y el

y

El problema militar

en

España

207

franquista residual entorpeció la reforma política. Los primeros gobiernos de la monarquía intentaron comprometer al Ejército, integrando a dos militares conservadores, el general de Santiago, como vicepresidente, y el almirante Pita da Veiga, como ministro de Marina. En cambio, los oficiales de la UMD comparecieron ante un consejo de guerra el 8 de marzo de 1976, y fueron condenados y expulsados del Ejército. El poder militar obligó a complicados pactos, hasta el extremo de que el presidente Suárez, el 8 de septiembre de 1976, debió explicar a los generales su proyecto de reforma política, que aceptaron a cambio de no legalizar el partido comunista. El mismo general de Santiago, vicepresidente del gobierno, se resist1ó a aceptar la libertad sindical hasta que, el 22 de septiembre de 1976, fue sustituido por Gutiérrez Mellado, partidario de la democracia. El gobierno debió legalizar el partido comunista en abril de 1977, militarismo

por sorpresa y durante las vacaciones de Semana Santa, a costa de que dimitiera el almirante Pita da Veiga, todavía ministro y todo el país tuviera unos días el corazón en un puño. Los discursos de los altos mandos militares mantenían su tono involucionista pero sólo disimulaban que Franco no contaba con otro recambio y ningún general tenía más carisma que el proporcionado por su cargo. Los militares de la UMD disolvieron la organización en junio de 1977 al estimar que ya existían cauces para la participación política; en cambio, en noviembre de 1978 se descubrió la llamada operación Galaxia, destinada a derribar al gobierno. El vicepresidente, general Gutiérrez Mellado, fue insultado por el general Atarés de la Guardia Civil, en un acto militar celebrado en Cartagena y, nuevamente por varios militares, en enero de 1978, con ocasión del entierro de un general asesinato por ETA en Madrid. Sin embargo, la justicia militar absolvió a Atarés e impuso penas mínimas a los promotores de la Operación Galaxia, Tejero y Sáenz de Inestrillas. A pesar de los problemas, la voluntad del Gobierno y de las Cortes, las peticiones de la prensa y la opinión pública impulsaron una transformación institucional que comenzó a ganar adeptos en el mismo Ejército. La objeción de conciencia fue reconocida por primera vez, en un proyecto de ley, enviado a las Cortes en enero de 1980, que muchos objetores rechazaron por in-

208

suficiente, sin que la administración

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encontrara la

forma de hacer frente al problema. Pero el empeño principal de los mandos militares se concretaba en impedir la rehabilitación de los militares de la guerra civil y, sobre todo de la UMD, a cuya amnistía se opusieron Gutiérrez Mellado y los generales. Desaparecieron las Ordenanzas de Carlos III y los tres ministerios militares, sustituidas por unas Ordenanzas aprobadas por las Cortes y un ministerio de Defensa. Pero los estertores del militarismo franquista y la exasperación ante los asesinatos de ETA produjeron presiones y conspiraciones contra Suárez que dimitió en febrero de 1981. Aprovechando la oportunidad, el teniente coronel Tejero de la Guardia Civil, de acuerdo con los generales Milans del Bosch y Torres Rojas y el coronel Sanmartín, antiguo jefe del servicio secreto de Carrero, se adelantaron a otras conspiraciones y, el día 23, Tejero con doscientos guardias civiles se apoderó del palacio del Congreso, donde estaban reunidos el Gobierno y los diputados, y Milans del Bosch se pronunció en Valencia. Los sublevados, a pesar de ocupar la televisión, la Comunidad Valenciana y captar algunas fuerzas de Madrid, no fueron secundados y la mayor parte de las fuerzas permanecieron acuarteladas en espera de órdenes. Franco no había creado un Ejército para hacer la guerra sino para obedecer y, en febrero de 1981, era el más disciplinado de la historia de España. La junta de Jefes de Estado Mayor, los generales jefes de la Guardia Civil y la Policía y el capitán general de Madrid sostuvieron la situación hasta que el rey Juan Carlos 1 pudo asegurar la obediencia de todos los altos mandos, lograr la vuelta a los al país por televicuarteles de las tropas de Valencia y se rindieron. sión. El 24 por la mañana los últimos golpistas El consejo de guerra contra los autores demostró que normalizar las relaciones institucionales requeriría largo tiempo. Sin embargo, ya no se detuvo la homologación de las Fuerzas Ar-

dirigirse

madas españolas con las de Europa occidental, especialmente dramática para el anticuado Ejército de Tierra. A finales de 1981, el gobierno Calvo Sotelo solicitó la integración de España en la OTAN, ahora bien vista por la mayoría del Ejército, cuya transformación fue continuada por los gobiernos socialistas de Felipe González, con Serra en el ministerio de Defensa.

El problema militar

en

España

209

BIBLIOGRAFIA

La obra escrita difiere si los autores son militares o civiles. Los primeros se han centrado preferentemente en los aspectos de la historia militar tradicional, la organización y la ideología, con gran cantidad de literatura reformista. Preocupaciones políticas han motivado gran parte de los libros debidos a civiles aunque también algunos autores militares se han adentrado en este campo. La historiografía militar ha sido condicionada por las circunstancias internas del país con limitaciones tanto en el campo de la investigación como en la publicación. En la década de los 60, se despertó en el extranjero el interés cientifico por la España contemporánea y, entre el grupo de hispanistas anglosajones figuraban el británico THOMAS, H., La guerra civil española, París, Ruedo Ibérico, 1961 y el norteamericano PAYNE, S. G., cuyo libro Phalange, histoire du fascisme espagnol se publicó en París (1965), mientras que la edición inglesa de Politics and the Military in Modern Spain, apareció primero en Stanford (1967) y la versión posterior de Ruedo Ibérico constituyó la primicia del tema. La apertura cultural registrada en España al final de la década posibilitó la primera historiografía apreciable relacionada con el Ejército, aunque fuera colateralmente, como De LA CIERVA, R., Historia de la Guerra Civil española; vol. 1: Perspectivas y antecedentes, 1898/1936, Madrid, 1969; los Cuadernos bibliográficos de la Guerra Española, de PALACIO ATARD, V., publicados en Madrid, entre 1966 y 1970. Aneja a ellos fue: Aproximación histórica a la guerra española (1936-1939), Madrid, 1971, con la colaboración de Ricardo de la Cierva y Ramón Salas. Casi al finalizar la época aparecieron obras de historia militar, como MARTINEZ BANDE, J.M., La lucha en torno a Madrid, publicada en 1968 y que inició su serie Monografías sobre la guerra de España. Con diferente óptica y considerables trabas publicó BUSQUETS BRAGULAT, J., El militar de carrera en España, Barcelona, Ariel, 1967, primera aproximación sociológica al Ejército, hecha sin condicionamientos franquistas. El tratamiento serio del tema ha seguido, desde entonces, un camino paralelo a la democratización del país. Las obras actualmente disponibles son insuficientes, con información dispersa en libros generales de historia o política. Todavía sin una historia global del Ejército, la última versión de PAYNE, S.G., Ejército y sociedad en la España liberal, 1808-1936, Madrid, Akal, 1977, es interesante aunque omite todo lo referido al franquismo. Con limitaciones, ALONSO, J.R., Historia política del Ejército español, Madrid, Editora Nacional, 1974, ilustra sobre aspectos concretos pero fue publicado a finales del franquismo, eludió las cuestiones que podían ser polémicas y cronológicamente concluye antes de iniciarse la crisis contemporánea del Estado. La preocupación por el militarismo y sus relaciones con el poder político presiden la obra de SECO SERRANO, C., Militarismo y civilismo en la España contemporánea, Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 1984 y «Relaciones entre la Corona y el Ejército», en REP, n.* 55, enero-marzo de 1987, mien-

210

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que la militarización de la policía y el orden público es el tema nuclear de BALLBE, M., Orden público y militarismo en la España constitucional (1812-1983). Madrid, Alianza, 1983, que realiza un análisis histórico-jurídico. El tiempo no ha hecho perder su valor a BUSQUETS, J., El militar de carrera en España, Barcelona, Ariel, 1984, tercera edición de la obra original muy transformada y aumentada, aunque utiliza profundamente los datos históricos es un libro de sociología. El estudio del militarismo como fenómeno global y no como cuestión interna del Ejército, recibe un renovador tratamiento en LLEIXA, J., Cien años de militarismo en España, Barcelona, Anagrama, 1986, mientras que BAÑON, R., y OLMEDA, A., La institución militar en el Estado contemporáneo, Madrid, Alianza, 1985, es una obra colectiva integrada por estudios de diferentras

tes

especialistas. Ya

es un

clásico CHRISTIANSEN, E., Los

orígenes del poder militar en España,

de las influencias que el militarismo del siglo XIX recibió de las potestades de los antiguos capitanes generales; la preocupación por la naturaleza del poder militar en el naciente Estado liberal ha producido las obras importantes de BLANCO VALDES, R.L., Rey, Cortes y fuerza armada en los orígenes de la España liberal, 1808-1823, Madrid, Siglo XXI, 1988 y CASADO BURBANO, P., Las Fuerzas Armadas en el inicio del constitucionalismo español, Madrid, EDERSA. 1982. La naturaleza de las relaciones militares motivó la primera investigación moderna en el Archivo de Segovia, cuyo fruto recogió FERNANDEZ BASTARRECHE, F., El ejército español en el siglo XIX, Madrid, Siglo XIX. 1978, mientras que el funcionamiento de la institución a finales de siglo originó HEADRICK, D.R., Ejército y política en España (1866-1898), Madrid, Tec-

1800-1854, Madrid, Aguilar, 1974,

nos,

acerca

1981.

La endémica rebeldía militar española ha sido tratada desde consideraciones diferentes por COMELLAS, J.L., Los primeros pronunciamientos en España, Madrid, CsiC, 1958; BUSQUETS, J., Pronunciamientos y golpes de Estado en España, Barcelona, Planeta, 1982 y ALONSO BAQUER, M., El modelo español de pronun-

ciamiento, Madrid,

Rialp,

1983.

La mentalidad del cuerpo de oficiales recibe elementos esenciales en las academias militares, interés que ha motivado ALVIRA, F., y otros, La Militar en España, CsiC, Madrid, 1986, compendio de especialistas militares y civiles, sobre la evolución de la enseñanza militar y, sobre todo, BLANCO ESCOLA,

Enseñanza

C., La Academia General Militar de Zaragoza (192801931), Barcelona, Labor, 1989. análisis de la Academia fundada dirigida por Franco, configuradora de

y

mentalidad que tanto influyó en el Ejército posterior. En el libro SALES, N., Sobre esclavos, reclutas y mercaderes de quintos, Barcelona, Ariel. 1974, figuran importantes hallazgos sobre el reclutamiento, mientras que PEREZ GARZON, S., Milicia Nacional y Revolución burguesa, 1978 y «Ejército nacional y Milicia Nacional», en Zona abierta, n.* 31, abril-junio de 1984. trata un aspecto esencial de la constitución de la fuerza armada en una

Madrid,

el

siglo

XIX.

tratado por CAR-

El militarismo dinástico y su choque con la 11 República es DONA, G., El poder militar en España hasta la guerra civil, Madrid, 1983. La guerra civil ha sido estudiada en sus aspectos militares pero

Siglo

XXI,

menos en

El problema militar

en

España

211

la estructura interna de los ejércitos, para el republicano existen SALAS LARRAZABAL, R., El Ejército Popular de la República, Madrid, 1973; ALPERT, M., El ejército republicano en la guerra civil, Barcelona, 1977, SUERO ROCA, M.T., Militares republicanos en la guerra de España, Barcelona, Península, 1981, y ZaRAGOZA, C., Ejército Popular y militares de la República, Barcelona, Planeta, 1983. En cambio, el franquista está tratado en algún estudio parcial, como GaRATE CORDOBA, J.M., Alféreces Provisionales, Madrid, San Martín, 1976 y varios artículos en «Milicias y Ejércitos», de La Guerra Civil, Tomo 10, Madrid, Historia 16, 1986-1987. de Franco, ha motivado obras como FERNANDEZ, C., Tensiones militares durante el franquismo, Plaza y Janés, Esplugas, 1970 y Los militares en la transición política, Barcelona, Argos-Vergara, 1982; GiL OSsoRrio, F., «Los Alféreces Provisionales», en Revista de Historia Militar, n.* 27 y 28, Madrid, 1970, Ruiz OCAÑA, C., Los Ejércitos Españoles (Las FAS en la Defensa Nacional), Madrid, San Martín, 1980; Casas DE La VEGA, R., La última guerra de Africa (Campaña de Ifni-Sahara), EC, Madrid, 1985; INFANTE, J., El ejército de Franco y de Juan Carlos, París, Ruedo Ibérico, 1976; KLEINFELD, G., y TAMS, L.A.., La División Española de Hitler (La División Azul en Rusia), San Martín, Madrid, 1983. Por último, el pronunciamiento del 23-F, produjo una importante cantidad de obras periodísticas como BusQuETs, J. y otros, El golpe, Barcelona, Ariel, 1981. El

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España

y

Abárzuza, gral.: 186

«Alfonso XII»,

Abárzuza (Navarra): 40, 90 «ABO”», diario: 138 Abd El Krim: 136, 143 Abdeljalak Torres, líder marroquí: 184 «Abrazo de Vergara» (31-08-1839): 43 Academta de Artillería de Segovia: 30, 145 Academia de Infantería de Toledo: 128, 200, 203 Academia General Militar de Zarago-

Alfonso XIII: 9, 122, 125, 127, 132,

105, 107, 113, 146, 151, 160, 161, 172, 179, 181, 195, 201, 202

za:

«Acción Popular», partido: 167 Acedo Colunga,: 171

Africa: 67, 68, 98, 128, 129, 136, 137, 149, 185, 190, 213

«Africa Corps»: 176 Agadir (Marruecos): 188, 205 Aguado Sánchez, F.: 211 «Aguilas y Garras» (Ramón Franco): 147

Aguilera, Francisco, gral.: 139,

145

Alaix, Isidro: 43, 55 Alarcón de Lastra, Luis: 177 Alba, Santiago: 133, 150 Alcalá de Henares (Madrid): 70 Alcalá Zamora, Niceto: 147, 162, 165 Alcazarquivir (Marruecos): 184 Alcolea, batalla de (28-9-1868): 73 Alcoy (Alicante): 87 Alemania: 114, 125, 157, 177 Alfau, cptán. gral: 131 Alfonso XII: 78, 90, 91, 95, 96, 101, 106

crucero:

112

133, 136-139, 141, 142. 144, 146, 148-150, 153, 211 Alhucemas, desembarco de: 143, 1533 Alianza Atlántica (OTAN): 182 Alianza Republicana: 145, 146 Alicante: 57 Allendesalazar, Manuel: 136 Almirante y Torroella, J.: 211 Alonso, J. R.: 209 Alonso Baquer, M.: 182, 210 Alonso Dominguez, gral.: 102 Alonso Martínez, Manuel: 66 Alonso Vega, Camilo: 172, 173, 178, 183, 186, 194 Alpert, M.: 211 Alto Estado Mayor: 172, 192. 194, 200, 204

Alvarez, Melquíades: 132, 145 Alvarez Gilarrán, capitán: 131 Alvira, F.: 210 Amadeo I de Saboya: 80-83, 90, 96, 101 América: 17, 24, 43, 47 Amorebieta, Pacto de: 81 Andalucía: 23, 25, 42, 50, 51, 78, 81, 82, 87, 10, 124, 135 Andía, gral.: 84 Anes Alvarez, Gonzalo: 211 Angulema, Duque de: 28 Annual, desastre de: 137-139, 141, 149-151, 158 Ansaldo, Juan Antonio: 162, 166, 211 Ansaldo, hermanos: 175 Antillas, Islas: 77, 81, 111

Gabriel Cardona

216

«Apostolado Castrense»,

revista: 193

no:

152, 153

Aragón: 78 Aranda, Conde de: 17 Aranda Mata, Antonio, 175, 176, 181 Aranguren Roldán, José, Aranjuez (Madrid), motín Arce, C.: 211 Arcila (Marruecos): 184 Arenal, J.: 211 Argelia: 190, 203-205 Arias Navarro, Carlos:

Badajoz: 76, 105, gral.: 167,

Bailén (Jaen): 19

Balafrech, Ahmed, ministro de 173 de: 17, 70

gral.:

200, 202,

204-206 Arlegui, coronel de la Guardia Civil: 135 «Armando Guerra» (Llorente, Martín): 130 Armstrong, empresa: 123 Arrese, José Luis: 176, 185, 186 «Arriba», diario: 203 Artola, Miguel: 211 Asensio Cabanillas, Carlos, gral.: 176, 183 Asensio, teniente coronel (1883): 105 «Asociación Militar Republicana», sociedad secreta: 104-107, 133, 145, 147, 149, 151 Asturias: 110, 163, 164 Asturias, Junta Provincial de: 19 Asturias, Príncipe de (Fernando VII): 18 Atar (Argelia): 187 Atarés, gral.: 207 Ateneo de Madrid: 152 Austria, casa de: 13 Avila: 70 Ayacucho, batalla de (1824): 29, 58 Aymes, J. R.: 211 Azaña Díaz, Manuel: 9, 10, 155-162, 165, 211

Azarola, Antonio, almirante: 173 Azcárate, Gumersindo de: 104 Azcárate, gral.: 98

Azcárraga

106

y Palmero, Marcelo: 97,

117

Aznar, Juan Bautista, jefe de gobier-

AAEE.

189 Balaguer, sargento: 106 Balbín Delor, J.: 211 Baldrich y Vallgornera, Alberto: 81 Baleares: 72, 168 Ballbé, M.: 210 Balmes, Jaime: 142 Banús y Comas, C.: 211 Bañón, R.: 210 Bañuls Navarro, cptán. gral.: 203 Barado, F.: 211 Barba Hernández: 146, 163 Barcelona: 15, 24, 30, 34, 35, 41, 44,

marroquí:

45, 49-51, 64, 65, 82, 86, 87, 110, 116, 120, 122-124, 130-134, 141, 164, 168, 176, 185, 186, 195, 199, 201-203 Bardavío, J.: 211 Barranco del Lobo: 125 Barrera, captán. gral. Cataluña: 148, 1602 Barroso Sánchez-Guerra, Antonio: 10, 186, 187, 190, 191, 194, 195 Batet, Domingo: 145, 163, 167, 173 Becerra, Manuel: 73 Begoña, santuario de Ntra. Sra. de: 176 Beigbeder Atienza, Juan: 181

Béjar (Salamanca):

76 Belles, teniente: 106 Ben Arafa, sultán: 183 Ben Hammú, del E.L.N. marroquí: 187 Benamera (Argelia): 187 Beneyto, J.: 211 Berenguer, Dámaso: 137, 150-153, 161, 211 Berenguer, Federico: 139, 147 Bergamín, Francisco: 147 Berlín: 175 Bermúdez Reina de Madariaga, José: 114

Elproblema militar en España

217

Biarritz (Francia): 72, 103, 104 Biescas, J. A.: 212 Bifurna (Marruecos): 187 Bilbao: 41, 48, 164 Blanco, Emilio, gral.: 118, 119 Blanco, Ramón, general: 98, 116 Blanco Escola, C.: 210 Blanco Valdés, R. L.: 210 Boal, sindicalista: 135 «Boletín de Información Nacional Reservada»: 185 Bonaparte, José: 19

Calvo Sotelo, Leopoldo: 208 Cambó, Francesc: 131-133, 150

Campano López,

tte.

gral.: 192, 201,

205

Campins, Miguel: 146, 173 Canalejas, José: 108, 109, 126,

127

Canarias: 72, 73, 168, 188, 203 «Canarias», crucero: 188 Canaris, almirante: 175 Cano Portal, gral. ('Jerjes'): 195, 202, 203 Cánovas del Castillo, Antonio: 55, 63,

214

66, 80, 89-91, 95-97, 99, 100, 102, 103, 106, 108, 110, 114-118, 122, 144, 146 Canterac, José: 39

francés: 102 Bravo Murillo, Juan: 62 Bravo Portillo,: 135 «Breguet», aviones: 130, 150 Brow, empresa: 123 Brusch, El: 19 Buen Suceso, cuartel del (Barcelona): 110 Buenos Aires: 147 Burgos: 168, 203 Burgos, proceso de: 199 Burguete, R., gral.: 138, 152, 212 Burguete, hermanos: 151

Capapé, brigadier: 28 «Capitán X»: 212 «Cara a España» (Antonio Menchaca):

Bonaparte, Napoleón: 18, 19, 30, Bonet, Pantaleón: 57 Borbones, dinastía: 14 Borsi de Carminati, general: 48

Boulanger,

Busquets Bragulat,

Julio: 182, 201,

203, 209-211, 213 Caballero de Rodas,

gral.: 72,

84

Cabanellas, Miguel: 138, 155, 167, 168, 171 Cabanillas Gallas, Pío: 200, 202 Cabeza Calahorra, gral.: 212 Cabezas de San Juan: 24 Cabo Juby (Marruecos): 187 Cabrera y Griñó, Ramón, general carlista: 43, 58 Cabrerizas, fuerte de (Melilla): 112 Cádiz: 21, 24-26, 61, 73, 76, 87 Calatrava, José María: 41, S4 Calleja, Emilio, cptán. gral.: 111 Calvo Sotelo, José: 164, 166

185

Carabineros, cuerpo de: 30 Cardero, Cayetano: 39 Cardona, G.: 210, 212 Caridad Pita, gral.: 173 Carlos María Isidro de Borbón

(1788-1855), ("Carlos VI): 28, 31, 33, 35, 40, 43, 44, 47 Carlos III: 15, 208 Carlos IV: 18 Carlos María de los Dolores de Borbón (Carlos VII”): 78, 81 Carolinas, islas: 114 Carr, Raymond: 212 Carrero Blanco, Luis: 183, 190, 192, 194-200, 204, 208 Carro Martínez, Antonio: 200, 204, 206 Cartagena (Murcia): 87, 88, 106, 207 Casablanca (Marruecos): 176, 177 Casado Burbano, P.: 210 Casares Quiroga, Santiago: 156 Casas de La Vega, R.: 211, 212 Casas Viejas (Cádiz): 160 Cascajares, arzobispo: 116 CASE,: 159 Casero, Félix, sargento: 106

218

Gabriel Cardona

Casino Militar de Madrid: 132

Cassola, Manuel, gral.: 10, 108, 109, 123 Castañón de Mena.: 198, 200 Castaños y Aragoni, Francisco Javier: 19, 34 Castelar, Emilio: 69, 88-90

Castells, A.: 212 Castellví,

122 Castiella, Fernando Maria: 189, 190, 197, 198 Castillo, general/ministro: 107, 108 Castro Girona,: 127. 146, 147 Catalana de Gas y Electricidad, empresa: 134 Cataluña: 14, 23.30, 34, 57. 58. 63, 73,

cptán. gral:

78, 81, 82, 84-86, 88. 122, 131, 132, 141, 148, 161, 163, 186, 205 Cavalcanti de Alburquerque y Padierna, José: 139, 153, 162 Cavite (Filipinas): 116, 119 Cea Bermúdez, Francisco: 31, 33-35 Cebreiros, N.: 212 Cebrián, teniente: 105 CEDA: 163 «Cedade», organización derechista: 195 Cerón Ayuso. Julio: 206 Cervera y Topete, Pascual, Almirante: 119 Ceuta: 59, 67, 125, 157, 185 Cheste, conde de (Pezuela, Juan de

la): 72. 80 Chesterton. Gilbert K.: 142 Chinchilla, ministro: 110 Christiansen, E.: 210 Churchill. Winston: 177 «Cien Mil Hijos de San Luis»: 27, 28, 58 «Cimbrios»: 76 Ciudad Real; 91, 146, 147 Ciudadela (Barcelona): 49 Clemenceau, Georges: 102 Clonard, general: 42, 44 CNT: 135, 145, 146 Cochinchina: 67

Coloma 203

Gallegos,

Francisco: 192, 200,

Comellas, José Luis: 210, 212

Companys,

Lluis: 151, 163 Comuna de Paris: 86 Concha, José de La: 48, 50, 62, 102 Concha, Manuel de La: 57, 62, 90, 98 «Conde de Venadito», crucero: 112 Conferencia Europea de Seguridad y Cooperación: 205 Consorcio de Industrias Militares: 159 Contreras, Fernando de: 81, 84-87 Córdoba: 87, 113 Córdoba, Fernando de, gral.: 61, 63, 64, 72 Cordón, A.: 212 Corea, guerra de: 183 Corps, Guardias de: 17, 28, 31 Cortada, J. W.: 212 Cortina Mauri,: 204, 206 Cossias, T.: 212 Costa, Joaquín: 142 Coverdale, J. F.: 212 Criado, R.: 212 Crimea, guerra de: 63 Crozier, B.: 212 «Cu-Cut», periódico: 122 «Cuadrilátero», conspiración de El: 139

Alianza: 35 Cuatro Vientos, sublevación de: 152 Cuba: 59, 67, 77, 80-82, 91, 97, 99,

Cuadruple

101, 103, 111, 113-118, 120-122, 124, 128, 137 Cuervo, Máximo: 171

Dabán,

general: 91, 98, 108, 109,

Daiquiri (Cuba):

139

119

Dato, Eduardo: 131, 132, 133 Dávila Arrondo, Fidel, gral.: 171, 183 De La Cruz,: 34

Delgado Zulueta, cptán. gral.: «Deport», cañones: 124 Díaz Berrio, gral.: 99 Díaz de Rada, gral.: 80 Díaz-Nosty, B.: 214

122

El problema militar

en

España

Diego de León, general: 48 Díez Alegría, Manuel: 197,

219

(Ejército de Liberación quí): 187

ELN

198, 200,

202, 212 Dinamarca: 18 «Division Acorazada Brunete»: 177 «División Azul» o "Española de Voluntarios”: 175, 177 Dlimi, gral. marroquí: 203 Domínguez, capitán de aviación (UMD): 205 Domínguez Ortiz, Antonio: 212 «Douglas DC-3», aviones: 188 Doval, Gerardo: 134, 164 Draa, río (Marruecos): 187 Dubois, gral. francés: 184 Duero, Marqués del (Concha, Manuel de La): 73, 84 Dulce, Domingo, gral.: 63, 72

«Ecclesia», revista: 193

Echagiie, gral.:

72 Echevarrieta, Horacio: 139 Edchera (Marruecos): 189 Eguía, Francisco Ramón de, gral.: 19, 22, 99 «Ejército de La Fe»: 28, 29, 34 El Aaiún: 187, 189, 204, 206 «El Alcázar», diario: 201, 202 «El Ayacucho» (Espartero, B.): 47 El Caney (Cuba): 119 El Dueso (Santander), penal de: 162 «El Ejercito Español», revista: 109 «El Empecinado» (Martín, Juan): 20 El Ferrol (Coruña): 81

«El Globo», periódico: 114 «El Heraldo de Madrid», periódico: 114, 151 «El Huracán», periódico: 46 «El Imparcial», periódico: 115 El Raisuni, caudillo rifeño; 127 «El Reconcentrado», periódico: 118 «El Resumen», diario: 114 El Rif (Marruecos): 124, 136 «El Telegrama del Rif», periódico: 127 «El Trueno», periódico: 46 Elío, Francisco Javier de, gral.: 21

marro-

Enderrocat (Mallorca): 181 Energía Eléctrica de Cataluña, empresa: 134 Ensenada, Marqués de La (Somodevi-

lla, Zenón de): 17 Mundo»: 212 Escalera, general: 42 Escobar, gral.: 173 Escuela Superior del Ejército: 176 «Escuelas de Artillería y Bombas»: 16 Espadas Burgos, Manuel: 212 «Espadón de Loja» (ver: Narváez): 35, 57 España, Conde de: 34 Espartero, Baldomero: 9, 41-51, 54. 56, 61, 63-66, 68, 69, 81, 95, 98 Espinosa, pob.: 19 Espoz y Mina, Francisco: 20, 23, 27, 30, 39 Esquilache, Motín de: 17 Estado Mayor, cuerpo de: 20, 22, 26, 108, 136, 155, 160, 166, 175, 187 Estado Mayor Central: 157 Estados Unidos: 10, 77, 111, 119, 183, 189, 197, 198 Esteban, Jorge de: 212 Estella (Navarra): 390 Estévanez, Nicolás, capitán: 85 Estrada, Tomás: 114 ETA, organización terrorista: 199, 205, 207, 208

«Equipo

Europa: 13, 61, 79, 114, 123, 124, 129, 157, 205 «F-5», aviones: 203

Falange Española: 174, 175, 186 Fanjul Goñi, Joaquín: 160, 165-167 Farsia

(Marruecos): 206 Faure, Edgard: 184

Felipe

V: 49

Fernández, C.: 211 Fernández Bastarreche, F.: 210, 212 Fernández Cuesta, Raimundo: 181, 202

Gabriel Cardona

220

Fernández de Córdoba, Fernando: 40, 41, 42, 82 Fernández de Villa-Abrile, gral: 173 Fernández Pérez, gral.: 161, 162 Fernández Silvestre, gral.: 137 Fernandez Vallespin, gral.: 202 Fernández Villaverde, Raimundo: 123 Fernando VII: 18, 21, 22, 24, 25, 27-29, 31, 33, 34 Ferrándiz, comandante: 106 Ferrer, general: 105-107 Ferrer Guardia, Francisco: 124 Figueras, Estanislao: 83-86 Figueras (Gerona): 31 Filipinas, islas: 59, 97, 110, 111, 116-118, 120, 128 Finer, S. E.: 212 Fontana, Jose: 212 Fontcuberta, tte. coronel: 105 «Forja», revista: 181, 193 Fort Guraud (Argelia): 187 Fort Trinquet (Argelia): 187 Fortes, J.: 212 Fraga Iribarne, Manuel: 192, 195-197 Francia: 10, 13, 16, 17, 20, 22, 28, 35,

48, 67, 74, 79, 81, 84, 86, 90, 91, 102, 103, 105, 107, 114, 125, 126, 129, 175, 183, 184, 187, 190 Franco, capitán: 105 Franco Bahamonde, Francisco: 9, 10, 138, 143, 146, 151, 160, 161, 163-168, 171-173, 175-178, 181, 183-187, 192-202, 204, 205, 207, 208, 210-213 Franco Bahamonde, Ramón: 147, 148, 151, 152, 155, 158 Franco Salgado-Araújo, Francisco: 146, 212 FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota): 205 Frente Polisario: 204, 206 Frente Popular: 166, 167 FUE (Federación Universitaria de Estudiantes): 151 Fuenterrabía (Guipúzcoa): 181 Fuero de los Españoles (1938): 194

«Fuerza Nueva», grupo: 202 «Fuerza Nueva», revista: 201 Fuerzas de Intervención Inmediata; 195 Fulgorio, gral.: SO Fusi, Juan Pablo: 212

Galán, Fermín, cptán.: 145, 151, 152, 156 Galarza Morante, Valentín: 166, 174, 176, 177 Galicia: 57, 58, 164 Gallego, sargento: 106 Gallo, (sublevado de Jaca): 152 Gamazo, Germán, ministro de Ultramar: 111 Gambetta,: 102 Gaminde, cptán. gral. Cataluña: 84 Gamonal, pobl.: 19 Gándara, Gumersindo de la, gral.: 84 Gandía (Valencia): 76 Garabitas, cerro (Madrid): 193, 194 Garachico (Canarias): 178 Gárate Córdoba, J. M.: 211 García, Segundo, coronel: 144, 145 García Carrés, José: 203 García de Polavieja, Camilo, gral.:9, 98, 116, 117, 120 García Delgado, J. L.: 212 García Escudero, J. M.: 192, 212 García Hernández, cptán. (de Jaca): 152, 156 García Hernández, ministro: 200 García Prieto, Manuel: 131-133, 150

García Rebull,: 181, 192, 195, 199, 201, 202 García Serrano, Rafael: 192 García Valiño, Rafael: 183, 184, 199 García Varela, Rafael: 146 García Venero, M.: 212 Gardemann, Erich: 176 Garicano Goñi, Tomás: 171 Garrabou, R.: 212 Garriga, R.: 212

«GAS», organización derechista: 195, 205

Gasset, gral.: 84

El problema militar

en

España

«Gattling»,

ametralladora: 118 Generalitat de Cataluña: 163, 164 Gerona; 85 Gibraltar, Peñón! Estrecho de: 73, 129, 177, 195, 197, 214

Gijón (Asturias): 164 Gil de Arévalo, gral.:

181 Gil Novales, Alberto: 212 Gil Ossorio, F.: 211 Gil Robles, José María: 156, 165-167, 213 Girón de Velasco, José Antonio: 193, 198, 202 Gisbert, (de Jaca): 152 Goded Llopis, Manuel: 148, 157, 162, 165-168 Godoy, Manuel: 18 Gómez, Máximo: 113, 114 Gómez de Jordana y Sousa, Francisco: 127, 176 Gómez Morato, Agustín, gral.: 173 Gómez-Zamalloa, gral.: 187 González Márquez, Felipe: 208 González Bravo, Luis: 53, 54, 72, 78 González Carrasco, Manuel, gral.: 161 González Gallarza, Eduardo: 186 «Gotha», bombardero: 130 Grafenwohr, campamento de: 175 «Gran Somatén Armado»: 141 Granada: 87 Granaderos Provinciales: 29 GRAPO (Grupo Revolucionarios Armados Primero de Octubre): 205 «Grito de Baire»: 113 Gros, J.: 213 «Grupo de Divisiones de Reserva»: 178 Guadalupe, fuerte (Fuenterrabía, Guipúzcoa): 181 Guardia, gral. La: 99, 103 Guardia Civil: 53, 54, 59, 67, 84-87,

95, 9%, 106, 114, 132, 135, 148, 153, 156, 161-164, 173, 174, 178, 199, 200, 205, 207, 208

«Guardia Civil Veterana»: 67 Guardia Real: 27, 30, 34, 41 Guardias de Asalto: 163

221

Guardias de Corps: 17, 28, 31 Guerra Campos, obispo: 198, 202 «Guerra Chiquita»: 101 «Guerrilleros de Cristo Rey»: 205 Guinea Ecuatorial: 190, 197, 203 Gutiérrez Mellado, Manuel: 207, 208, 213

Hameiduch (Marruecos): 187 «Handley Page», bombardero: 130 Hassan II de Marruecos: 203, 204, 206 Headrick, D. R.: 210 Heberlein, consejero de Hitler: 176 «Heinhel 111», aviones: 188 Helsinki (Finlandia): 205 Hendaya (Francia): 214 Hennesy, C. A.: 213 «Hermandad de Alféreces Provisionales» (0 Excombatientes): 192, 193, 200 «Hermandad Sacerdotal Española»: 200 Hermet, Guy: 213 Herra, R.: 213

Herrera, Enrique, periodista: 198 Herrera, León, ministro: 202 Herrera, gral.: 102 Herrero Sierra, J. L.: 213 Herrero Tejedor, Fernando: 204 Hidalgo, Baltasar gral.: 82

Hidalgo, Diego (ministro): 85, 88, 106, 156, 163, 164, 166, 213

Hidalgo, capitán (Cuartel de

San

Gil):

71

Hidalgo

de Cisneros, I.: 213 G.: 213

Hills, Hitler, Adolf: 175, 176, 178, 211 Hobsbawn, S. M.: 213 Hore, brigadier: 63 Huelva: 162 Huertas Clavería, periodista: 203 Huesca: 152 Hugo, Víctor: 102 Huntingtoon, S. M.: 213

Ifni (Marruecos): 184, 186, 189, 190,

222

Gabriel Cardona

197, 203 Iglesias Posse, Pablo: 116 Igualada (Barcelona): 57, 85 India: 124 del (ministro): 29 Infante, J.: 211, 213 Infante, general: 61, 62 Infantes, Esteban: 146, 175 Inglaterra: 24, 35, 49, 50, 63. 67, 114, 157 Iniesta Cano, Carlos: 195, 199-202 Iranzo, ministro de Guerra: 156 Isabel II: 31, 33, 45, 48, 53, 54, 62, 64-66, 68-73, 75. 78. 9 Istúriz, Francisco Javier de: 40, 33 Italia: 70, 125, 142, 157 Izquierdo, gral.: 72, 99

Infantado,

Duque

Jaca (Huesca): 151, 152 Jaén: 87 Janowitz, M.: 213 Jarke, P.: 213 Jaúregui.: 20, 40 Jerez, M.: 213 Jerez de La Frontera (Cádiz): 110 «Jerjes» (a) de Cano Portal: 202 Joló (Filipinas): 110

«Journal de Geneve», periódico: 176 Jovellar y Soler, Joaquín: 91, 97. 98. 102, 108 Juan Carlos I de España: 206, 208, 211 Juan de Borbón: 176-178. 211 'Juan III'( don Juan de Borbón): 211 Julve, capitán: 203 «Junker-52», aviones: 188 «Junta de Defensa del Arma de Infantería»: 131 Junta Superior de Depuración (1936): 173 Juntas de Acción Patriótica: 185 «Justicia Democrática», asociación: 201 Juventudes Mauristas: 142

Kindelán, Alfredo: 171, 174-178, 213

Klaus-Jorg,:

213

Kleinfeld, G.: 211 La Bisbal, Conde de: 24 «La Canadiense», fábrica: 134 La Cierva, Juan de: 132, 133, 138 La Cierva, Ricardo de: 209, 212 «La Correspondencia Militar», periódico: 128 La Coruña: 23, 24, 168 La Granja (Segovia): 41, 71 La Guardia, general: 99, 103 La Habana (Cuba): 111, 114, 115 «La lsabelina», sociedad secreta: 39 «La Orden Militar Española», sociedad secreta: 48, 50 «La Veu de Catalunya», periódico: 122 Lacalle Leloup, gral.: 194 Lacy, gral.: 20, 23, 24 Lafuente Ballé, J. M.: 213 Lagunero, general: 99, 103 Lairet, abogado: 135 Landaburo, Mamerto: 27 Larache (Marruecos): 127, 184 Las Planas (Barcelona): 138 Las Villas (Cuba): 119 Lastra, general: 34 Lausanne (Suiza): 178 Legión, La: 138, 189, 190, 213 León: 113, 163, 164 León y Castillo, embajador: 106

Lérida: 178 Lerroux. Alejandro: 145, 156 Lersundi, gral.: 61, 63 Levante: 43, 82 Ley Constitutiva del Ejército (1821): 26 Ley Constitutiva del Ejército (1877): 9% Ley Constitutiva del Ejército (19-7-1889): 110 Ley de Bases de La Organización Militar (1918): 133 Ley de Defensa de La República: 156

Ley de Jurisdicciones (1906): 123, 1553,

160 Ley de Principios Fundamentales del Movimiento (1958): 192 Ley de Reclutamiento y Reemplazo

Elproblema

militar

en

España

(10-07-1885): 97

Ley de Reforma Agraria: 161 Ley de Reorganización del Ejército (27-7-1877): 95 Ley de Represión de La Masonería y Comunismo: 173 «Ley del Brazalete»; 127 Ley del Servicio Militar (12-2-1912): 126 Ley Orgánica del Estado: 196 Libia: 205 Liceo de Barcelona: 110 Limia Pérez, E.: 213 Linaje, general: 47 «Línea Primo de Rivera»: 143 Lisboa: 205 Llanos, José María de: 181 Llarch, J.: 213 Llauder, Manuel: 31, 34 Lleixa, J.: 210 Lliga Catalanista: 122 Llivia: 27 Llorente, Martín («Armando Guerra»): 130 Lobera, Cándido: 127 Logroño: 66 Loja (Granada): 69 Londres: 40, 73, 103 Londres, Tratado de (Cuádruple Alianza): 35 López, Joaquín María: 50, 53 López Ballesteros,: 29, 30 López Bravo, Gregorio: 197, 198 López de Letona, gral.: 85 López de Ochoa, Eduardo, general: 144, 145, 164 López Domínguez, José: 9, 89, 98, 106-108, 112-114 López Garrido, D.: 213 López-Guerra, L.: 212 López Muniz, gral.: 213 López Pinto, José, gral.: 171 López Rodó, Laureano: 213 Los Alcázares, 147 «Los Ayacuchos», sociedad secreta: 57 «Los Comuneros»: 27

223

Losada, J. C.: 213 Lovett, G. H.; 213 Luca de Tena, Torcuato: 167, 213 Lugo: 57, 2 Luis Felipe de Orleans: 48, 72 Luis XV de Francia: 17

Luque Coca, gral.: 122, 123,

126

«M-24», carros de combate: 189, 191 «M-47», carros de combate: 189, 191 «M-8», carros de combate: 190 Mac Mahon, conde de: 90 Maceo, Antonio: 113-115 Madoz, Pascual: 65, 68 Madrid: 18, 24, 27, 33, 35, 39, 42, 45. 48-51, 57, 58, 64, 66, 67, 71, 73, 76, 80, 82-89, 91, 105, 107, 111, 113, 114, 122-124, 128, 129, 135, 136, 145, 162, 166, 168, 176, 181, 184, 186, 191, 193, 199, 202, 205, 207, 208

:

Maestrazgo,

El: 81 «Maine», acorazado: 119 Málaga: 76, 87-89 Mangado, capitán: 105, 106 «Manifiesto de los Persas»: 21 «Manifiesto de Manzanares»: 63 Manila (Filipinas): 116 Manso, guerrillero: 20 March, Juan: 157, 167 «Marcha Verde»: 206 Margallo, general: 112 María Cristina de Nápoles

(1806-1878), regente: 31, 33, 34, 41, 44, 45, 48, 54, 62, 64, 117 María de La Gloria, hija del infante Don Miguel de Portugal: 35 Mariñas Romero, G.: 213 «Mark 1», carro de combate: 130 Maroto, Rafael, general: 43 Márquez, Benito, coronel: 131-133 Marrakesh (Marruecos): 112 Marruecos: 67, 111, 124, 126-131, 135,

137-139, 142, 143, 145, 148-151, 155, 159-161, 164, 167, 168, 175, 178, 183-185, 188-191, 197, 199, 204-206,

224

Gabriel Cardona

213 Marsella (Francia): 45 Martí, José: 113 Martín, Juan (El Empecinado'): 20 Martín, Miguel: 213 Martín Alonso, Pablo: 178, 194, 195 Martín Artajo, Alberto: 185 Martínez, J.: 213 Martínez Anido, Severiano: 134, 135, 141 Martínez Bande, J. M.: 209 Martínez Barrio, Diego: 156 Martínez Cabrera, . Tonbio, gral.: 173 Martínez Campos, Arsenio: 87, 88, 90,

91, 97, 98, 101, 102, 105, 108, 110, 111-112, 114, 115, 117 Martínez Campos, jefe Estado Mayor: 175 Martínez Cuadrado, M.: 213 Martínez de Campos, C.: 213 Martínez de La Rosa, Francisco: 34, 35, 40 Martínez Fuset.: 171 Martínez Quinteiro, M. E.: 213 Martos, Cristino: 84, 103

Masquelet Lacaci, Carlos, general: 156, 164

Mataix,: 120 Mataró

(Barcelona): 86

«Matesa», empresa: 197 Maura, Antonio: 111, 123, 124, 133, 134, 142

Maura, Miguel: 156 Mauritania; 205, 206 «Maxim», ametralladora: 118 Maximiliano I de México: 67 Mazarredo, ministro de Guerra: 53, 54 McKinley, presidente de EEUU: 119 Mediterráneo, mar: 175, 197 Melilla: 59, 67, 111, 112, 124, 125, 127, 137, 167, 176, 184, 185 Menchaca, Antonio: 185 Méndez Vigo, general: 61 Mendigorría, batalla de: 40 Mendizábal, Juan (Alvarez): 40, 41 Mendizábal Cortázar, J).: 213

Menéndez Tolosa, Camilo: 195 Menéndez y Pelayo, Marcelino: 142

Merelo, general: 103, 105, 107 Merry Gordon, cptán. gral.: 205

Mesopotamia:

143

Messina, Félix María, gral.: 63 México: 67

Miaja Menant, José: 167 Miguel, infante portugués

Don: 35 Milans del Bosch, Jaime: 208 Milans del Bosch, gral. (padre): 73, 134-136, 141 Milans del Bosch, cptán. gral. (abuelo): 23, 50 Milicia (De Falange): 174 Milicia Nacional: 25-27, 35, 39, 41, 42,

45, 46, 49-51, 53, 61, 64-66, 68, 74, 78, 81, 84, 85, 90 Milicia Nacional Activa: 26 Milicia Urbana: 31 Millán Astray, José: 138, 146 Minas del Rif (Marruecos): 184 Miraflores, marqués de: 53 Miranda de Ebro (Burgos): 113 Mohamed V: 183, 184 Mola Vidal, Emilio: 138, 150, 151, 158, 167, 168, 171, 213 Molero Lobo, Nicolás, gral./ministro: 156, 173 Molins, Camilo, almirante: 173 Mon, Alejandro: 56-58, 66 Monasterio Ituarte, José: 146 Moncada, A.: 213 Montañés, Carlos: 134 Montejo, marino: 81 Monteleón, Parque de Artillería de: 18 Montemolín, Conde de: 58, 68 Montero Ríos, Eugenio: 104, 123 Montes de Oca, genera!: 44, 48 Montijo, Conde de: 19 Montjuich, Castillo de (Barcelona): 134 Montojo, almirante: 119 Montpensier, Duque de: 72, 73, 80 Morales Lezcano, V.: 213 Moreno, Salvador: 186

El problema militar

en

Moret, Segismundo: 112, 123 Moreu, gral.: 177 Morillo, Pablo, gral.: 20, 23

Larraga, Domingo, gral: 81, 83, 84, 91, 99

Moriones

Morote, Luis: 134 Moscardó Ituarte, José, gral.: 178 Mozos de Escuadra: 163 Munich (Alemania): 194 Muñoz, tte., (Jaca): 152 Muñoz Alonso, A.: 214 Muñoz Grandes, Agustín: 9, 174-176, 183, 186, 187, 192, 194-196 Mussolini, Benito: 141, 142

Napoleón (v: Bonaparte, Napoleón) Napoleón III: 78, 130 Narváez, Ramón María: 9, 42, 44, 48, 50, 53-57, 61, 62, 66, 67, 69-72, 95 Navarra: 14, 16, 23, 34, 81 Navarro, general: 137 Navarro Rubio, Mariano: 186 Nieto Antúnez, Pedro: 183, 188, 192, 194, 197 avión: 130 Nocedal, Cándido: 69 «Noche de San Daniel»: 69 «Nordenfelt», baterías: 118

«Niuport»,

Nouvilas, gral.: 83, 85, 138, 139 Novaliches, gral.marqués de (Pavía y Lacy, Manuel): 73, 80 Nozaleda, arzbpo. de Manila: 116 Núñez de Prado, Miguel, gral.: 173

O'Donnell, Leopoldo (duque de Tetuán): 9, 45, 48, 59, 61-68, 70-72, 95

O'Ryan, general: (Toledo): Olmeda, A.: 210 Ocaña

109 70

Olózaga, Salustiano: 53, 65, 66, 68, 70, 73

Oneto, José: 214 ONU

225

España

(Organización de Naciones Unidas): 204 «Operación Galaxia»: 207 «Opus Dei»: 186, 192, 194, 196-200,

213 Orán (Argelia): 106 «Ordenanza de 1809»: 20 «Ordenanza de Flandes» (1701): 14 «Ordenanzas de Carlos III (1768)»: 15, 23, 208

Orgaz Yoldi, Luis, gral.: 147, 167, 171, 175-177 Oriente (Cuba); 114, 119 Oriol y Urquijo, Antonio María de: 198 Oriol y Urquijo, José María: 202 Orleans, Alfonso de, gral.: 178, 181 Oroquieta, batalla de: 81 Ortega, Jaime, cptán. gral. Valencia: 68 Ostende, Pacto de (1866): 73 OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte): 182, 208 Oviedo: 164 109 Pacheco, Joaquín Francisco: 53 Padial, gral.: 99, 103 País Vasco: 14, 81, 110 Palacio Atard, Vicente: 209 Palacios, capitán: 213 Palafox y Melci, José Rebolledo: 19 Palanca, ministro de Ultramar: 88, 89, 99 Palma de Mallorca: 113 «Palmkrantz», ametralladora: 118 Pamplona: 24, 48, 69, 82, 146, 167 Pardo, coronel: 144 París: 86, 107, 129, 143, 145, 148, 187, 205 París, Tratado de (12-8-1898): 119 Partido de Unidad Saharahui (PUNS):

Pacheco, Antonio,

periodista:

204 Partido

Reformista: 156 Pavía y Rodríguez de Alburquerque, Manuel, cptán. gral.: 61, 83, 85-89, 102

Payne, Stanley G.: 209, 214 Payo, arzobispo: 110 Pedro, infante portugués Don:

35

Gabriel Cardona

226

Peire, Primitivo, comandante: 157 «PENS», organización derechista: 195 «Pensamiento y Acción», revista: 193 Pérez, Blas: 171, 186 Pérez, Miguel, tte.: 104 Pérez de Castro, Evaristo, ministro: 25 Pérez Garzón, Juan Sisinio: 210 Pérez Viñeta, gral.: 192, 195

Perreira, J. C.: 214 Pestaña, Angel: 151 Pezuela, Manuel de La, gral.: 48, 50 Pi y Margall, Francisco: 69, 84-87, 106 Picasso González, Juan: 137 Pieltain, gral.: 99 Pierrard, Blas: 73, 78, 79, 81, 99 Pimentel Zayas,: 146 Pinilla, Luis, capitán: 181 Piñar, Blas: 198, 202 Pio IX, papa: 99 Pirineos, montes: 14, 27, 31, 177, 178. 183, 186, 195 Pita da Veiga, Almirante: 200, 203, 205, 207 Pitarch, José Luis: 214 Planell, Joaquín: 186 «Plasencia», cañón: 118 Plaza de Oriente (Madrid): 199 «Plus Ultra», hidroavión: 147 Polavieja (ver: García de Polavieja,

Camilo) Ponapé, isla (Carolinas): 110 Ponte y Manso de Zúñiga, Miguel, gral.: 177, 183 Porlier, Juan: 20, 23 Porras Nadales, A.: 214 Portero, F.: 214 Portugal: 10, 18, 35, 39, 40, 58, 70, 71, 105, 125, 152, 157, 164, 167, 168, 201 Posada Herrera, José: 102 Pozas Pérez, Sebastián: 81, 167 Prada Canilla, cptán gral.: 203 Preston, Paul: 214 Prieto, Indalecio: 137 Prim, Juan (conde de Reus): 9, 50, 51,

56, 61, 67-71, 73-80, 82-84, 89, 95,

98, 102

|

Primo de Rivera y

Orbaneja, Miguel

(1870-1930): 9, 10, 67, 108, 139, 141-144, 146-150, 152, 153, 155, 161, 172, 188 Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, José Antonio (1903,1936): 186 Primo de Rivera y Sobremonte, Fernando (1831-1921): 91, 98, 131 Proctor, R.: 214 Prusia: 13, 126 Puerto de Santa María (Cádiz): 76 Puerto Rico: 56, 59, 77, 81, 97, 111, 117 Puig ¡ Cadafalch, José: 141 PUNS (Partido de Unidad Saharahui): 204 de Llano y Sierra, Gonzalo: 89, 143, 145, 152, 155, 167, 174 Quesada, general («Ejército de la Fe»): 34, 39 Quiroga, coronel: 24, 25 Quiroga Ballesteres,: 110

Queipo

Rabat (Marruecos): 184 Ramírez de Cartagena, gral.: 202 Rampolla, cardenal: 119 «Reconquista», revista militar: 182 «Regimiento de Guadalajara»: 49 «Regimiento de Saboya»: 69 «Regimiento de Vergara»: 131, 132 «Regimiento de Zamora» (Lugo): 357 «Regimiento España» (Madrid): 58 «Reglamento de Partidas y Cuadrillas» (1808): 20 «Renault», tanques: 150 Renovación Española, partido de: 167 Reserva Nacional Local: 26 Reus (Barcelona): 50 Rexach, aviador: 148 Ribbentrop, Von: 176 Riego, Rafael de: 24, 25, 27, 28, 212 Rigault de Gemouilly,: 67 Ríos Rosas, Antonio de Los: 66, 80

Ripoll, gral.:

87

El problema militar

en

Rivas, Duque de (Saavedra, Angel

De): 64 Rizal, José: 116 Rocha, Ramón de La, ministro de Guerra: 156 Rodil y Galloso, José Ramón, gral.: 35, 39, 40, 46, 47 Rodríguez de Viguri,: 147 Rodríguez Tarduchy,: 163 Rodríguez y Díaz de Lecea,: 186 Rojo, Vicente: 214 Roma: 58, 141, 174 Romana, Conde de La: 19 Romanones, Conde de: 133, 134, 145, 150, 214 Romerales, Manuel, gral.: 167, 173 Romero Bassart, Luis: 148 Romero Ortiz, gral.: 102 Romero Robledo, Francisco: 106, 107 Roncalli, gral.: 61 Ros de Olano, Antonio, gral.: 61, 72, 84 Roum, G.: 214 Rubio, Carlos: 73 Ruhl Klaus, J.: 214 Ruiseñada, Conde de: 186 Ruiz Ocaña, C.: 211 Ruiz Zorrilla, Manuel: 68, 80-82, 102-104, 106, 107 Rusia: 157, 175

Sabadell (Barcelona): 132 Sabater, Pablo: 135 «Sabre F-86», aviones: 189 Sáenz de Inestrillas, cmdtte.: 207 Saez Alba, A.: 214 Sagasta, Práxedes Mateo: 73, 80, 91,

97, 102, 105, 107-109, 113, 114, 117, 118

Sagunto (Valencia):

227

España

Salas Larrazábal, Ramón: 209, 211 Salcedo, general: 109, 173 Sales, N.: 210 Saliquet Zumeta, Andrés: 167 Salmerón, Nicolás: 87-89, 104, 106, 123 Salvador Díaz-Benjumea, cptán. gral.: 205 Salvoechea, Fermín: 76, 110 «San Antonio María Claret»: 200 San Gil, cuartel de (Madrid): 71, 82 San Juan (Cuba): 119 San Julián, fuerte de: 106 San Leonardo, loc.: 175 San Luis, Conde de (Sartorius): 62 San Miguel, Evaristo, gral.: 25-27, 64 San Román, gnral.: 61, 63 San Sebastián (Guipúzcoa): 74, 199 Sánchez, Juan Bautista, cptán. gral.: 185, 186 Sánchez de Toca, Joaquín: 136 Sánchez Girón, L. P.: 214 Sánchez Guerra, J.: 132, 138, 139, 146, 147 Sancho, Alejandro: 151 Sandhurst, escuela de: 91 «Sanjuanada» (24-6-1926): 145, 146 «Sanjurjada»: 162, 164, 165, 167, 214 Sanjurjo y Sacanell, José: 9, 138, 139,

147-149, 153, 158, 161, 162, 164, 167, 168 Sanlúcar de Barrameda (Cádiz): 178 Sanmartín, coronel: 208 Santa Coloma de Farnés (Gerona): 106 Santamaría, R.: 214

Santiago de Compostela (Coruña): 58 Santiago de Cuba: 119 Santo Domingo (Rep. Dominicana): 67, 114

91

Sáhara: 186, 187, 189, 190, 197, 203, 205, 206, 213 Saiz, M. D.: 214 Salamanca, José, Marqués de: 56, 62, 64 Salamanca, general: 111

Santo

Domingo

de La Calzada (Logroño): 105, 106 Santiago y Díaz de Mendíbil, gral. de: 207 Sanz de Larín, coronel: 162 Saro, gral.: 139 Sarsfield, gral.: 20, 33, 39, 42

228

Sartorius, José Luis (Conde de San Luis): 62, 64 «Schneider», carro de combate: 130 «Schneider», cañones: 125 Seco Serrano, Carlos: 209 Sediles, tte. (sublevado de Jaca): 152 Seguí, Salvador: 134, 135 Segura Sáez, Pedro, cardenal: 212 «Semana Trágica»: 124, 132, 137 Seminario de Nobles: 16 Seo de Urgel (Lérida): 27, 105 Seoane Fernández, Ignacio, general: 47 Serra, Narcís: 208 Serrano Domínguez, Francisco, gral.

(1810-1885): 9, 50, 55, 56, 63, 71-73, 75-78, 80-82, 85, 86, 88-91, 98, 103, 106 Serrano

Bedoya, Francisco, gral. (1813-1882): 50, 71, 72

Serrano Súñer, Ramón: 174-176, 214 «Servicio», revista: 201 SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios): 186 Sevilla: 19, 29, 50, 76, 87, 110, 122, 162, 168, 174, 185 Sidi Auriach (Marruecos): 112 Sidi Ifni (Marruecos): 187, 188, 214 Sidi Inno (Marruecos): 184 Silvela y de la Vielleuze, Francisco: 10, 117, 120, 121, 123 Silvela Casado, Luis: 138 «Sindicato Libre»: 135 Sintes Obrador, Francisco: 181 Sintra (Portugal), acuerdo de: 19, 189 Siria: 203 Smara (Marruecos): 206 «Smeiser», fusiles: 188 Socias del Falgar, Mariano, gral.: 86, 99 «Sociedad Cultural Covadonga»: 200 Sociedad Española de Construcción Naval: 123 Soler Padró, concejal de Barcelona: 203 Solier, cantonalista malagueño: 88

Gabriel Cardona

Solís, Miguel, coronel: 57, 58 Solís Ruiz, José: 181, 192, 197, 204, 206

Sorel, A.: 214 Soria: 2 Soria, G.: 214

«Sotomayor»,

cañones: 124

Sotto y Montes, J.: 214 Stohrer, general Von: 176 Suances, Juan Antonio: 183 Suárez, Adolfo: 207, 208 Suecia: 13 Sueiro, D.: 146, 214 Suero Roca, M. T.: 211 T Zelata (Marruecos): 188 T'Zenin de Amel-Lu (Marruecos): 188, 189 Tabelcut (Marruecos): 187 Taix Planas, cptán. gral.: 205 Talavera de La Reina (Toledo): 33 Tams, L. A.: 211 Tamucha (Marruecos): 187 Tánger (Marruecos): 67, 127 Tarfaya (Marruecos): 187, 189 Tarifa (Cádiz): 28 Tarragona: 76, 78, 145 «Taube», avión: 129 Tejeiro, general carlista: 43 Tejero, Alfredo: 207, 208, 214 Tetuán (Marruecos): 127, 183, 184 Thomas, H.: 209 «Tiger», carros: 177, 182 Tinduf (Argelia): 187, 203 Toledo: 128, 203 Topete, Juan Bautista: 73, 75, 84-86, 88, 90 Toquero, J. M.: 214 Toreno, Conde de: 40 Torrejón de Ardoz (Madrid): 50, 51

Torreón de Las Cabras, lla): 112 Torres Rojas, J.: 208 Tortosa (Tarragona): 68

fuerte (Meli-

«Triángulo», conspiración Tudela (Navarra): 19

de El: 23

El problema militar

en

229

España

Tuñón de Lara, Manuel: 212, 214 Turquía: 157 Tusell, Xavier: 214

Vilar, Pierre: 214 Vilar, S.: 214

Ullastres, Alberto: 186 UMD (Unión Militar Democrática): 202, 205, 207, 208 UME (Unión Militar Española): 160, 163, 166, 167, 168 Unión Liberal, partido: 66, 67, 72 Unión Militar Democrática (ver: UMD)

Villamartín, F.: 214

Villacampa y del Castillo, Manuel, gral.: 103, 105-107 Villarejo, insurrección Villegas, gral: 161

de: 70

Vitoria: 48 Viver Pi-Sunyer, C.: 214 «Voluntarios de La Libertad»: 74, 76, 78, 84, 87, 90 «Voluntarios Realistas»: 29, 31, 33

Unión Patriótica: 142 Urbano, Pilar: 214 Ureña, G.: 214 URSS (ver tbn. Rusia): 157, 175

Washington (EEUU): 197 Weyler y Nicolau, Valeriano, gral.: 98,

Valdés, coronel (1824): 28 Valdés, general: 39, 171 Valencia: 21, 23, 45, SO, 64, 68, 69, 78, 87, 91, 113, 145-147, 168, 208 Valero, R.: 212

Xauén (Marruecos): 127, 143

Valero Bermejo,: 198 Valladolid: 64, 65, 168 Vallellano, conde de: 186 Valmaseda Vélez, Enrique, gral.: 84, 91 Van Halen, general: 47 Vara del Rey, general: 119 Varela Iglesias, José Enrique, gral.: 162, 167, 172, 174-176, 178, 183 Vascongadas (ver tbn. País Vasco): 14 Vaticano: 70, 99 Vázquez de Mella, Juan: 123,.142 Vega de Armijo, Marqués de La: 102

Vega Rodríguez, gral.: Velarde, general: 106

201

Veracruz (México): 67 Vicálvaro (Madrid): 63 Victoria Grande, fuerte de 112 Vidal, gral: 23 Viella (Huesca): 178

(Melilla):

Viella Moreno, capitán: 131 Vigón Suero Díaz, Jorge: 121, 166, 181, 182, 186, 194, 214

108, 115, 117-119, 131, 136, 145 Wickers, empresa: 123 «Withworth», cañones: 118

Yagie Blanco,

Juan: 164, 166, 175,

176, 183 Yebala (Marruecos): 127 Yugoslavia: 157 Zamora: 107 Zanjón, Paz de: 101

Zaragoza: 18, 24, 48, S7, 63, 113, 123, 139, 168

Zaragoza,

C.: 211

Zarco del Valle, ministro de Guerra: 34 Zavala, Iris M.: 214 Zavala, Juan de: 72, 90 Zornoza, pobl.: 19 Zumalacárregui, Tomás: 35, 39, 40 Zurbano, Martín, gral.: 47, 57

INDICE

Págs.

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Introducción

9

.............e..ee..recoorere0r

Primera parte: del Ejército Real al Nacional Capítulo 1: La crisis del antiguo ejército.

11

...........

13

..............

.............

33

..............

37

.................

39

...........

53

..................

75

Capítulo 2: La militarización de la política Segunda parte: el militarismo de partido Capítulo 1: Los militares en el poder Capítulo 2: El militarismo de los moderados Capítulo 3: El Sexenio Democrático Tercera parte: el militarismo dinástico Capítulo 1: La Restauración canovista

................

93

................

95

poder militar y la crisis del parlamentarismo 3: El ejército en la crisis constitucional 4: La segunda República Cuarta parte: el militarismo franquista Capítulo 1: La Guerra Civil y la Mundial Capítulo 2: La modernización fallida Capítulo 3: El declinar del franquismo Bibliografía 0 e Capítulo Capítulo Capítulo

2: El

........

.................—...

................

121 141

155

169

..............

171

..................

181

................

197

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209

Indice onomástico

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