El mundo atlántico español durante el siglo XVIII: guerra y reformas borbónicas, 1713-1796


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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII: guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796 Resumen Esta obra destaca el juego entre España y América mientras el imperio español luchaba por sobrevivir en la feroz competencia internacional que dominó el siglo dieciocho. Los autores usan una amplia y profunda investigación en los repositorios de España y América, así como la innovadora consulta de los archivos del Ministerio Francés de Asuntos Extranjeros, para enfocar los esfuerzos reformistas de los primeros borbones que culminaron en la más conocida agenda de Carlos III. A medida que la narrativa avanza, salen a relucir las personalidades de hombres y mujeres que influyeron en el gobierno colonial. Es la historia de poder, ambición e idealismo a los niveles más altos. Palabras clave: Reformas borbónicas, siglo XVIII, América Española, Carlos III, América gobierno colonial.

The Spanish Atlantic World during the Eighteenth Century: War and the Bourbon Reforms, 1713-1796 Abstract This book, highlights the interplay between Spain and America as the Spanish empire struggled for survival amid the fierce international competition that dominated the eighteenth century. The authors use extensive research in the repositories of Spain and America, as well as innovative consultation of the French Foreign Affairs archive, to bring into focus the poorly understood reformist efforts of the early Bourbons, which laid the foundation for the better-known agenda of Charles III. As the book unfolds, the narrative puts flesh on the men and women who, for better or worse, influenced colonial governance. It is the story of power, ambition and idealism at the highest levels. Keywords: Bourbon Reforms, Eighteenth Century, Spanish America, Charles III, Colonial Government in America.

Citación sugerida Kuethe, Allan J. y Kenneth J. Andrien. El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Banco de la República, 2018. DOI: doi.org/10.12804/th9789587841121

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Allan J. Kuethe Kenneth J. Andrien

Traducción de Lourdes Ramos Kuethe

Kuethe, Allan J. El mundo atlántico español durante el siglo xviii. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796 / Allan J. Kuethe; Kenneth J. Andrien; Lourdes Ramos Kuethe; traducción -- Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Banco de la República, 2018. l, 455 páginas Incluye referencias bibliográficas e Índice onomástico y toponímico. España – Historia, 1713 -1796 / Economía -- España -- reforma / I. Universidad del Rosario / II. Banco de la República / III. Título / IV. Serie. 330.61

SCDD 20 Catalogación en la fuente -- Universidad del Rosario. CRAI

LAC

Agosto 3 de 2018

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

© © © © ©

Editorial Universidad del Rosario Universidad del Rosario Banco de la República Allan J. Kuethe, Kenneth J. Andrien Lourdes Ramos Kuethe, por la traducción

Primera edición en español: Bogotá D. C., septiembre de 2018 ISBN: 978-958-784-111-4 (impreso) ISBN: 978-958-784-112-1 (ePub) ISBN: 978-958-784-113-8 (pdf ) DOI: doi.org/10.12804/th9789587841121 Edición en inglés: The Spanish Atlantic World in the Eighteenth Century War and the Bourbon Reforms, 1713-1796. Cambridge University Press, 2014.

Banco de la República Subgerencia Cultural Calle 11 No. 4-14 www.banrepcultural.org Editorial Universidad del Rosario Carrera 7 No. 12B-41, of. 501 • Tel: 2970200 Ext. 3112 editorial.urosario.edu.co

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario Corrección de estilo: Juan Fernando Saldarriaga Diseño de cubierta: Juan Ramírez Diagramación: Precolombi EU-David Reyes Impresión: Xpress. Estudio Gráfico y Digital S.A.S. Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

Los conceptos y opiniones de esta obra son responsabilidad de sus autores y no comprometen a los coeditores ni sus políticas institucionales. Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de las editoriales.

Contenido

Agradecimientos ...............................................................................................

xi

Introducción. Guerra y reforma en España y en su imperio atlántico...... xv La controvertida herencia borbónica .......................................................... xv Las reformas borbónicas ............................................................................... xvii La reforma ilustrada en el mundo español atlántico ................................. xxii Historiografía de las reformas borbónicas ................................................. xxix Las reformas borbónicas y una perspectiva atlántica ................................ xxxviii Organización del libro ................................................................................... xlvii

Parte 1 Alberoni, Patiño y los comienzos de la reforma atlántica, 1713-1736 1. Alberoni y las primeras inquietudes reformistas, 1713-1721 ............ Contrabando, corrupción y concesiones comerciales .............................. Los años de la influencia francesa ................................................................ Alberoni y la reforma, 1715-1719 ............................................................... Guerra, derrota y caída de Alberoni ............................................................ Derrota y el Proyecto de 1720 ...................................................................... Conclusión ......................................................................................................

3 6 14 22 36 42 47

2. Alberoni y la reforma colonial ................................................................. La corrosiva influencia del contrabando en el Atlántico español ...........

49 51 vii

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

La transferencia del aparato comercial colonial de Sevilla a Cádiz ........ La creación del Virreinato de Nueva Granada .......................................... El real monopolio del tabaco y la reforma militar en Cuba .................... Conclusión ......................................................................................................

56 69 76 83

3. José de Patiño y el resurgimiento de la reforma, 1726-1736 .............. El Ministerio de Estado para Marina e Indias............................................ Los legados de Utrecht y del Asiento .......................................................... Diplomacia y distracciones dinásticas......................................................... La estrategia de Patiño para la reforma en América .................................. El retorno a la agenda reformista de Alberoni ........................................... Conclusión ......................................................................................................

87 89 93 101 104 117 124

Parte 2 La segunda ola de reforma, 1736-1763 4. Guerra y reforma, 1736-1749 .................................................................. El ascenso de José de Campillo y Cossío .................................................... El Consulado de Cádiz y el camino a la guerra.......................................... La Guerra de la Oreja de Jenkins.................................................................. Las Flotas y Galeones y los Registros .......................................................... La Guerra de Sucesión austriaca y el advenimiento de Fernando VI ..... La rebelión de León y la Compañía de Caracas ........................................ Conclusión ......................................................................................................

131 132 138 147 156 160 167 171

5. Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios...... Crítica del clero regular al inicio de la época borbónica en Perú ........... El terremoto de 1746 y reforma en el Virreinato de Perú ........................ Conflictos y conspiraciones en Perú ........................................................... La Reforma y la secularización de las doctrinas de indios ....................... Las órdenes mendicantes contraatacan, 1751-1756 ................................. La desgastadora guerra por las doctrinas en Perú ..................................... Secularización de las doctrinas de indios en Nueva España .................... Conclusión ......................................................................................................

173 175 179 181 185 188 195 197 203

viii

Contenido

6. La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763 ................ El Tratado de Madrid ..................................................................................... Ensenada y el impulso reformador .............................................................. La caída de Ensenada ..................................................................................... El final de la reforma atlántica ...................................................................... El ascenso de Carlos III ................................................................................. España y la Guerra de los Siete Años ........................................................... Conclusión ......................................................................................................

207 208 211 226 230 235 239 244

Parte 3 Pináculo de las reformas borbónicas, 1763-1796 7. Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767 ........................... Carlos III y sus ministros .............................................................................. Derrota, humillación y la reanudación de la reforma ............................... La visita de Gálvez a Nueva España ............................................................. Resistencia a las reformas en el mundo español atlántico ........................ Reforma clerical carolina y los jesuitas ........................................................ La larga disputa con los jesuitas sobre el diezmo....................................... La expulsión de los jesuitas ........................................................................... Conclusión ......................................................................................................

251 254 257 270 281 287 290 294 298

8. La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783 ............ El descontento popular y la desaceleración de la reforma después de Esquilache............................................................................. La reanudación de la reforma ....................................................................... La extinción de la Sociedad de Jesús............................................................ Renovación de la reforma y resistencia en el Atlántico español.............. España y la Guerra de la Revolución americana ........................................ Conclusión ......................................................................................................

301

9. Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796 ................... El precio económico de la guerra ................................................................. José de Gálvez y la reforma en América ...................................................... Puntos de vista opuestos sobre la reforma en España ...............................

343 345 350 356

304 312 317 322 338 340

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Refinamientos en la política colonial .......................................................... España y las Guerras de la Revolución francesa......................................... Conclusión ......................................................................................................

364 380 392

Conclusión Guerra y reforma en el mundo atlántico español ........................................ Las reformas borbónicas tempranas, 1715-1754 ...................................... Carlos III y el pináculo de la reforma .......................................................... Reflexiones finales ..........................................................................................

395 396 400 404

Obras citadas .....................................................................................................

407

Índice onomástico y toponímico ...................................................................

445

x

Agradecimientos

A lo largo de los últimos cuarenta y cinco años, varias instituciones y fundaciones proveyeron apoyo económico crítico para mantener la investigación en curso y el tiempo para escribir lo que es este volumen, apoyo que ahora agradecemos infinitamente. Allan J. Kuethe recibió ayuda económica de la American Philosophical Society, el programa Fulbright-Hays para Investigaciones en el Extranjero, y el Comité Conjunto Hispano-Norteamericano para la Cooperación Cultural y Educativa, que financió una beca de investigación de posgrado y una beca de investigación cooperativa, compartida con doña Enriqueta Vila Vilar. Finalmente, Kuethe recibió apoyo de la Universidad Tecnológicas de Texas en la forma de cuatro licencias para desarrollo profesional, siete becas de verano, y desde 1990, el estipendio anual destinado a la investigación proveído por la cátedra Paul Whitfield Horn. Por su parte, Kenneth Andrien recibió una beca de investigación de Arts and Humanities, la beca Robert H. Bremmer de la Universidad Estatal de Ohio para financiar su investigación en España y Perú, y una licencia profesional de la Facultad de Historia para escribir su parte de este libro. En el pasado año, los fondos provistos por la cátedra Edmund J. y Louise W. Kahn de la Southern Methodist University también ayudaron a completar el proyecto. A medida que nuestra investigación y nuestro pensamiento se desarrollaron a través de los años, hemos aprendido mucho de colegas en Europa y en las Américas. Aunque son demasiados historiadores para enumerar individualmente, todos merecen nuestra más profunda gratitud. Es más, creemos que cada uno de ellos sabe en qué forma han avanzado nuestro conocimiento y facilitado la terminación de este libro. Al consultar la vasta documentación para el siglo xviii del imperio español, el personal del Archivo General de Indias, el Archivo General de Simancas, el Archivo Histórico Nacional de España, el Archivo General de xi

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la Marina Álvaro Bazán, y el Museo Naval de España, los Archives des Affaires Étrangères de París, el Archivo Histórico Nacional de Colombia, el Archivo General de la Nación y el Archivo Franciscano en Lima, todos nos proveyeron valiosísima ayuda. Asimismo, agradecemos a los dos lectores anónimos que evaluaron el manuscrito para la Cambridge University Press por sus útiles comentarios y sugerencias. Stuart B. Schwartz y Herbert S. Klein, editores de series de Cambridge, igualmente nos dieron su apoyo, en tanto que Scott Parris y Kristin Purdy en la imprenta fueron siempre serviciales, eficientes y de gran ayuda. Cualquier error de hecho o de interpretación que quede, sin embargo, es de nuestra responsabilidad. Finalmente, un reconocimiento especial va dirigido a nuestras esposas, Lourdes Ramos-Kuethe y Anne B. Andrien. Sin su comprensión y apoyo incondicional este trabajo no hubiera sido posible. Durante nuestros años de viajes y las innumerables horas redactando los muchos borradores de este manuscrito, su paciencia, cariño y tolerancia animaron nuestros esfuerzos. También nos beneficiamos de la mutua colaboración en este proyecto. Ambos hemos aportado experiencias investigativas, intereses y habilidades intelectuales distintas, y de mayor importancia, diferentes perspectivas en lo que se relaciona al tema de la guerra y las reformas borbónicas. Al final, escuchamos y aprendimos el uno del otro y, por supuesto, llegamos a compromisos. Ambos creemos firmemente que este es un mejor, más satisfactorio y mejor calibrado libro que el que ninguno de los dos hubiéramos podido escribir solos. Nos gustaría dedicar este libro a nuestros mentores en los estudios de posgrado, Lyle N. McAlister y John J. TePaske. McAlister dirigió los estudios de Allan J. Kuethe en la Universidad de Florida. Un líder en la generación que surgió tras la Segunda Guerra Mundial, Mac era muy estimado y admirado por el rigor de su metodología, la disciplina de sus textos y la sutileza de su pensamiento. Fue el primero en captar la centralidad del estamento militar en la sociedad colonial, una lección que impartió a Kuethe y a muchos otros. Era un maestro experto y solícito, así como un ingenioso proveedor para sus estudiantes. Kenneth Andrien estudió en Duke University bajo la dirección de John TePaske, pero la influencia profesional de este se extendió más allá de los que trabajaron con él. Toda una generación de historiadores latinoamericanos, incluyendo a Allan J. Kuethe, solicitaron de John su apoyo y consejo profesionales, y muchos recuerdan con cariño las numerosas cartas de recomendación escritas en su favor solicitando becas, posiciones académicas y ascensos. Colegas y antiguos alumnos también xii

Agradecimientos

recuerdan su agudo sentido del humor, su curiosidad intelectual y su sincero interés en el avance de todos los elementos del quehacer académico. Nuestra única esperanza es que este libro sirva para honrar a dos estudiosos que alcanzaron renombre internacional, que fueron muy queridos profesores de estudiantes no graduados y luego muy queridos mentores de los graduados, y quienes igualmente sirvieron de paragones de liderato responsable en la profesión.

Allan J. Kuethe y Kenneth J. Andrien Texas Tech University y Southern Methodist University

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Introducción

Guerra y reforma en España y en su imperio atlántico

La controvertida herencia borbónica Guerra y reforma desarrollaron una relación simbiótica en el mundo español atlántico durante el siglo xviii. La serie de conflictos militares de este siglo comenzó con la Guerra de Sucesión española, librada entre 1702 y 1713, sobre disputadas reclamaciones al trono español. Cuando Carlos II, sin descendencia, yacía en su lecho de muerte, legó el trono al pretendiente borbón francés, Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia. Los ingleses, los holandeses y más tarde los portugueses se aliaron para apoyar a su rival, el archiduque Carlos de Austria, temiendo la perspectiva de una poderosa dinastía de Borbones reinando sobre Francia y España.1 Las hostilidades comenzaron en 1702 con un fracasado ataque aliado a Cádiz; pero Felipe, con una tesorería en bancarrota y las fuerzas armadas en ruinas, se apoyó principalmente en tropas y dinero franceses para defender su herencia. La alianza antiborbónica atacó entonces en el teatro mediterráneo, tomando Gibraltar en 1704, con Barcelona, Valencia y Zaragoza cayendo en manos aliadas en 1706. Una vez en posesión del reino de Aragón, el archiduque Carlos estableció su corte en Barcelona. Al año siguiente, una fuerza aliada, invadiendo desde Portugal, capturó Madrid, pero una victoria borbónica en Almansa en 1707 rescató la causa de Felipe. La guerra continuó mal 1

Cuando se hizo aparente que Carlos II estaba gravemente enfermo, los más poderosos países europeos se unieron en un pacto para repartirse la monarquía española: el trono de España pasaría al duque de Bavaria, José Fernando; Francia recibiría algunas estratégicas posesiones españolas en Italia, y el imperio asumiría Milán. El tratado se firmó en octubre de 1698. Véase Henry Kamen, Philip V of Spain. The King who Reigned Twice (New Haven: Yale University Press, 2001), 2.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

para este en Iberia, y las derrotas francesas en Italia y los Países Bajos hicieron a Luis XIV retirar sus tropas de España en 1709, como preludio a la apertura de negociaciones de paz con los aliados. Felipe continuó la lucha con sus inadecuadas fuerzas españolas, pero cuando los esfuerzos diplomáticos para alcanzar la paz fracasaron, Luis XIV, con renovado valor, reintrodujo tropas francesas en España en 1710, mandadas esta vez por un experto general veterano, el duque de Vendôme. El ejército francoespañol del duque derrotó primero al ejército británico en Brihuega y luego forzó a los austriacos a abandonar Zaragoza después de serias pérdidas en la batalla de Villaviciosa. Estos reveses aparentemente convencieron al archiduque Carlos y a sus aliados de que no podrían obtener una victoria decisiva. Como resultado, cuando el emperador austriaco José murió en 1711 y su trono pasó a Carlos, surgió la posibilidad de unir los tronos de Austria y España bajo el gobierno de los Habsburgo y recrear el imperio de Carlos V. Este prospecto preocupó en particular a los ingleses, debilitando el apoyo a Carlos dentro de la alianza antiborbónica, y ambos lados del conflicto accedieron a buscar la paz. Los resultantes Tratados de Utrecht en 1713 pusieron fin al más amplio conflicto europeo, pero los catalanes todavía resistieron la herencia borbónica hasta 1715, cuando las fuerzas de Felipe rescataron Barcelona, uniendo así toda España bajo la nueva dinastía borbónica. Los Tratados de Utrecht confirmaban el derecho de Felipe a gobernar España y sus posesiones trasatlánticas, pero le hacían renunciar a cualquier derecho al trono francés. Asimismo, perdía los Países Bajos españoles (Bélgica) y sus posesiones en Italia. Bélgica, Nápoles, Milán y Cerdeña fueron a manos de Austria, Sicilia al duque de Saboya, y España cedió Gibraltar y Menorca a Gran Bretaña. España también reconoció el derecho de Portugal a la Colônia do Sacramento, en el Río de la Plata, lo que proveía un valioso puerto comercial de distribución para el contrabando en la Sudamérica española. Por último, los acuerdos de Utrecht concedían a los ingleses el asiento para vender esclavos en las colonias españolas y el derecho adicional de enviar un navío de 500 toneladas al año para comerciar en las ferias de Veracruz y Portobelo. Sin embargo, con la excepción de Gibraltar, España permanecía intacta, y más importante, el nuevo monarca borbón conservaba su rico imperio americano. Cuando Felipe V (1700-1746) examinó su exhausto patrimonio al finalizar la Guerra de Sucesión española, la apremiante necesidad de reformar y renovar a

xvi

Introducción

España y su imperio parecía obvia.2 Partes de la península ibérica habían sufrido la devastación de la guerra, la Armada había casi desaparecido, y el comercio había disminuido a medida que los contrabandistas habían establecido y manejaban de forma impune rutas en el Caribe, en el Atlántico Sur y en el Pacífico. Para mantener sus dominios abastecidos durante la guerra, Felipe había hecho concesiones comerciales a los franceses en el Pacífico, dejándoles penetrar en los puertos coloniales, y este comercio continuó ilegalmente después de cesar las hostilidades. Es más, los holandeses y los ingleses (junto con la explotación de las concesiones de los Tratados de Utrecht) habían ampliado agresivamente sus incursiones en el Caribe, ofreciendo mercancía de contrabando a las mal abastecidas colonias españolas. Como resultado de esta adversidad, los ingresos reales descendieron de modo alarmante, al tiempo que la Corona se enfrentaba ante el prospecto de pagar gravosas deudas acumuladas durante los años de la guerra. Para resolver esta situación adversa, la Corona se volvió hacia sus recursos en las Indias para resucitar la agobiada metrópolis.

Las reformas borbónicas Bajo Felipe, y su hijo y sucesor Fernando VI (1746-1759), reformadores españoles trataron de frenar el contrabando, limitar el poder de la Iglesia, modernizar la financiación estatal, establecer un control político más firme dentro del Estado, poner fin a la venta de nombramientos burocráticos y llenar las mermadas arcas reales. Muchas de estas iniciativas reales estaban animadas por el deseo de neutralizar el perjudicial efecto de las concesiones dadas a Inglaterra en Utrecht y limitar tanto el contrabando como la influencia de mercaderes extranjeros que suplían mercancía legal a través de Sevilla y, más tarde, de Cádiz. Por otra parte, Madrid modernizó el sistema de defensa de las plazas fuertes de su vasto imperio y alcanzó notables logros en la reconstrucción de la Armada. Al mismo tiempo, sin embargo, los esfuerzos de Felipe V para avanzar las reclamaciones dinásticas de su familia a tierras en Italia sumieron a España en complicados enredos y guerras adicionales, lo que aumentó la deuda y muy a menudo distraía a la Corona

2

Felipe abdicó el trono en 1724 en favor de su hijo mayor, Luis, quien falleció de viruela más tarde ese año; Felipe entonces volvió al trono hasta su muerte en 1746. Véase Kamen, Philip V of Spain. De acuerdo con Kamen, la península ibérica no experimentó tanta alteración económica como otros historiadores han asegurado. Henry Kamen, The War of the Succession in Spain, 1700-1715 (Bloomington: Indiana University Press, 1969), passim.

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de sus objetivos reformistas. Además, la mala salud del rey Felipe V y —a finales del reino— la de Fernando VI inhibió aún más iniciativas creativas. Las primeras reformas comenzaron bajo el abad, más tarde cardenal, Julio Alberoni, quien era, de la Corte, el favorito, y quien más influía en Felipe V. Alberoni intentó deshacer las concesiones comerciales hechas a otros países europeos en Utrecht y anteriormente, en particular las que tenían que ver con el comercio de Indias, y reafirmó el control de puertos españoles claves para limitar la penetración extranjera. Sus iniciativas reformistas para las Indias incluían el traslado de la Casa de la Contratación y del Consulado de Cargadores de Sevilla a Cádiz, la creación del Virreinato de Nueva Granada, el establecimiento de un monopolio de tabaco en Cuba para suplir la real fábrica en Sevilla y la reorganización de la guarnición fija de La Habana en un batallón moderno. Esta agenda, aunque implementada paso a paso, concernía las áreas claves de lo que sería el programa reformista borbón para el reino secular. De todas maneras, mucho dependía de la visión y la audacia de un hombre, y se estancaría sin él. Alberoni cayó del poder en 1719 después de que sus intentos de desafiar la dominación extranjera del sistema comercial y de hacerse de posesiones italianas para los hijos del rey provocaran la desastrosa Guerra de la Cuádruple Alianza con Gran Bretaña, Francia, Austria y Saboya. Las reformas comenzarían de nuevo en 1726 con el ascenso al poder del protegido del cardenal, José de Patiño (17261736). Como primer ministro virtual, Patiño, quien directamente controlaba el Ministerio de Marina e Indias, redobló sus esfuerzos para restringir el contrabando comercial y reconstruir la Armada. Aún más, él resucitó eficazmente las iniciativas reformistas del cardenal que los políticos conservadores habían suprimido tras su caída. Sin embargo, las ambiciones dinásticas de la Corona en Europa de nuevo complicaron y a veces impidieron los continuos esfuerzos para modernizar el sistema comercial colonial y deshacer las concesiones otorgadas a poderes extranjeros. La segunda ola de reforma surgió en 1737, justo dos años antes de la Guerra de la Oreja de Jenkins, cuando la Corona subordinó al arrogante y poderoso Consulado de Cádiz, al romper el control de la elite sevillana sobre la elección de sus miembros, y al completar finalmente el traslado a Cádiz comenzado en 1717. Asociado a las ideas del pensador político español más influyente del siglo xviii, José del Campillo y Cossío, este esencial impulso avanzó poco a poco, acelerándose mucho en los últimos años de la década de los cuarenta. También marcó el verdadero comienzo de la reforma comercial y sentó las bases sobre xviii

Introducción

las que subsecuentes ministros podrían construir. A otro nivel, las exigencias de la guerra provocaron la expansión del sistema cubano de batallones fijos a lo largo del Caribe. A través de los años, las resucitadas Fuerzas Armadas estaban destinadas a consumir la mayor parte de las finanzas reales, constituyendo un inquietante y creciente desafío para la Tesorería Real. Los avances obtenidos en los primeros años de la segunda fase fueron ampliados de modo sustancial por las exitosas iniciativas comerciales y eclesiásticas, bajo los auspicios de los dos ministros más importantes de Fernando VI, el marqués de la Ensenada y José de Carvajal y Lancáster. Al finalizar la Guerra de la Oreja de Jenkins (que comenzó en 1739 y que se unió a la Guerra de Sucesión austriaca de 1740 a 1748), el régimen volvió su completa atención a la reforma dentro del imperio. Como ha señalado John Lynch, prominente historiador de la era borbónica en España: “el nuevo régimen aceptó que el interés de España residía no en los campos de batalla europeos sino en el Atlántico y más allá”.3 Así, mientras los dos ministros mantenían un ambicioso programa doméstico, también llevaban a cabo significativas innovaciones en las Indias. Basándose en el trabajo de sus predecesores, promovieron el uso de barcos de registro en el comercio americano, reemplazando las cada vez más engorrosas y obsoletas ferias de Portobelo. Igualmente, y ya para 1750, habían puesto fin a la venta sistemática de nombramientos coloniales burocráticos.4 Otro éxito más fue el Concordato de 1753, que dramáticamente aumentaba el poder de mecenazgo del rey sobre los nombramientos eclesiásticos a lo largo y ancho del imperio. Quizás la reforma clerical más significativa en las Indias, sin embargo, fue la decisión tomada entre 1749 y 1753 de despojar a las órdenes religiosas de sus doctrinas de indios (parroquias indígenas rurales), restringiendo en gran medida su riqueza y su poder. Al final, sin embargo, este período creativo terminó de forma prematura después de la muerte de Carvajal en 1754, cuando la elite reaccionaria de la Corte y sus poderosos aliados extranjeros, ayudados por la reina Bárbara de Braganza, se aunaron para destituir a Ensenada del poder y, por consiguiente, entorpecer el impulso reformista. Con la muerte de Bárbara en 1758, Fernando se sumió lentamente en la depresión y por fin la locura, antes de fallecer al año

3

John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 156.

4

Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, From Impotence to Authority. The Spanish Crown and the American Audiencias, 1687-1808 (Columbia: University of Missouri Press, 1977), 89.

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siguiente. En el período entre la caída de Ensenada y la muerte del monarca, la reforma en el Atlántico español se paralizó de nuevo. Durante el reino del medio hermano y sucesor de Fernando, Carlos III (1759-1788), el impulso reformista recuperó ímpetu y entró en su tercera y más ambiciosa fase. Impulsado en parte por la estremecedora pérdida de La Habana a manos de invasores ingleses en 1762, Carlos y sus consejeros madrileños reforzaron las defensas en las Indias, y en la política en la Corte abrieron la puerta a la reanudación del programa reformista de Ensenada. Los gastos incurridos para conseguir un mayor despliegue militar llevaron a la Corona a intensificar el control administrativo y aumentar los impuestos en todo el imperio. De la misma manera se requería un esfuerzo más sistemático para limitar el contrabando y la penetración de mercaderes extranjeros en el comercio legal, y más fundamentalmente, avanzar la causa de la reforma comercial. Además, Carlos continuó limitando la influencia de las órdenes religiosas, al expulsar a la poderosa Sociedad de Jesús de España y del imperio, obteniendo así el control de sus lucrativos bienes. En pocas palabras, la Corona patrocinó un mayor esfuerzo para reconsiderar el nexo de las relaciones políticas, fiscales, económicas, sociales y religiosas dentro del sistema español atlántico e iniciar políticas destinadas a aumentar la autoridad de Madrid y su capacidad para hacer la guerra con eficacia. Carlos III y sus ministros realizaron la tercera y más agresiva fase del proceso reformista, despachando reales visitadores (inspectores) a varias partes de las Indias para recopilar información e iniciar cambios administrativos, fiscales, militares y comerciales. Después de poner fin a la venta de nombramientos para los más altos puestos de gobierno colonial en 1750, la Corona había comenzado a reemplazar a los titulares criollos de los cargos más altos con burócratas jóvenes y mejor entrenados, nacidos en la península y en teoría más fieles a la Corona, acelerándose este proceso bajo Carlos. Los oficiales reales en Madrid también crearon nuevas y más poderosas unidades administrativas en áreas antes periféricas de América del Sur que habían evolucionado en centros de contrabando. Madrid ya había restablecido el Virreinato de Nueva Granada (hoy día Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela) durante el reino de Felipe V, y en 1776, el gobierno de Carlos III creó el Virreinato del Río de la Plata (hoy día Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay), y al año siguiente la Capitanía General de Caracas (aproximadamente lo que hoy es Venezuela). La Corona envió, además, una serie de intendentes que eran responsables de la administración provincial, incluyendo hacienda, justicia y defensa. Estos intendentes enlazaban la autoridad regional xx

Introducción

con las audiencias en las capitales regionales mayores. En general, estas iniciativas aumentaron la burocracia local, lo que tendió a disminuir el flujo de la mercancía de contrabando y la salida ilícita de plata a través del Caribe y del Atlántico Sur. La derrota de La Habana en 1762 hizo que Carlos elevara los imperativos militares a la cabeza de la lista de su agenda reformista para América. Madrid mejoró las defensas locales reforzando el ejército regular y, en localidades estratégicas, formando una milicia disciplinada compuesta en su mayor parte de súbditos locales. Al mismo tiempo, aumentó agresivamente la flota. Para sufragar estas costosas empresas, los funcionarios reales subieron los impuestos, cobraron con más eficacia las tasas existentes, y crearon monopolios reales para la venta y la distribución de productos como el tabaco. Estas medidas fiscales llevaron a un alza en las rentas reales con el dinero proveniente de las tesorerías coloniales, particularmente en Nueva España, donde técnicas mineras modernas también contribuían al auge económico. Era una época de amplias innovaciones imperiales que continuó aun después del triunfo de España en la Guerra de la Revolución americana, al tiempo que las ambiciones militares de Carlos crecían. Este ímpetu reformista duraría más allá de su muerte y continuaría bajo Carlos IV (1788-1808). En posesión de un imperio bien armado y productivo, y de la segunda más grande marina del mundo, España parecía ser un poder de primera categoría al entrar en la década de los noventa del siglo xviii. La guerra y la reforma se habían convertido en los temas centrales del mundo español atlántico de ese siglo. Dentro de este contexto, innovaciones críticas en la política comercial respondían a imperativos militares. Madrid justificó la primera regulación de “comercio libre” para las islas del Caribe en 1765 como un intento por desarrollar la economía de Cuba y así reforzar las defensas caribeñas, mientras que la amplia liberalización, terminada por el Reglamento de 1778, llegó en vísperas de la intervención de España en la Guerra de la Revolución americana. Además, la extensión de dicha desregulación hasta incluir México y Caracas en 1789 ocurrió en el contexto del frenético intento de Madrid de incrementar sus fuerzas navales, y la consecuente y siempre presente necesidad de la Real Hacienda de mayores ingresos. Finalmente, la última ola de reforma comercial, la radical multiplicación de los gremios comerciales americanos durante la década de los noventa, con claridad expresaba el compromiso constante de la Corona de desarrollar las periferias militarmente expuestas del imperio.

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Sin embargo, la condición militar de España era sumamente frágil, porque mucho dependía del comercio y de confiables remisiones de rentas americanas. La guerra con Gran Bretaña en 1796 llevó a un bloqueo que primero interrumpió y luego cortó los lazos comerciales entre España y las Indias. Como era previsible, la Corona cedió ante las exigencias fiscales necesarias para luchar en este amargo y al final no exitoso conflicto, el cual consumió la mayor parte de los recursos del Nuevo Mundo administrados a lo largo de un siglo de reformas, pero no fueron suficientes para evitar la derrota.

La reforma ilustrada en el mundo español atlántico Las reformas borbónicas del siglo xviii estuvieron fuertemente influenciadas por las corrientes intelectuales en Europa asociadas con la Ilustración, que comenzó en el norte de Europa para luego extenderse a todo el mundo euroatlántico. Las ideas fundamentales de la época hacían énfasis en la razón y la observación, en un mayor sentido de tolerancia y justicia, y en la necesidad de compilar información empírica para resolver los asuntos científicos, políticos, económicos y sociales del día, en vez de buscar las respuestas en la tradición y en la religión. Las ideas ilustradas produjeron expediciones científicas patrocinadas por la Corona para catalogar la flora y la fauna de las Indias, en un esfuerzo por comprender el mundo natural y reformar la educación, incorporando nuevas asignaturas en todos los niveles del plan de estudios. Es más, en España y en las Indias, la Ilustración se extendió más allá de las universidades por medio de la creación de nuevas revistas y panfletos, y las visitas de viajeros extranjeros educados al imperio contribuyeron al proceso.5 Al renovar el sistema español atlántico, los reformadores intentaron utilizar un pensamiento ilustrado, científico y racionalista al delinear proposiciones específicas para el imperio y para fomentar el progreso. Influenciada por ideas ilustradas, la Corona española asumió gradualmente un mayor papel en la promoción de la “felicidad pública”, lo que involucraba la ampliación de los poderes del Estado para asegurar la centralización política y avanzar en el crecimiento económico.6 Antes del ascenso de los Borbones al

5

John Tate Lanning, Academic Culture in the Spanish Colonies (Oxford: Oxford University Press, 1940); Dorothy Tanck Estrada, La educación ilustrada (1776-1836) (México: El Colegio de México, 1977).

6

Gabriel B. Paquette, Enlightenment, Governance, and Reform in Spain and its Empire, 1759-1808 (Basingstoke: Palgrave MacMillan, 2008), 57-67.

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poder, España y su imperio al otro lado del mar océano habían formado una “monarquía compuesta”, en la que las distintas provincias y reinos se hallaban unidos solo por un monarca común.7 Las monarquías compuestas se mantenían unidas por un acuerdo entre el monarca y las clases dominantes de las diferentes provincias, a menudo en sociedad con la poderosa Iglesia católica romana. Ya para el siglo xviii, los ministros reformistas que hacían parte de la monarquía borbónica, conocidos como regalistas, tenían como objetivos acumular el poder político en un sólido Estado centralizado, limitar el poder de la Iglesia, y promover el desarrollo económico como medio para alcanzar el bienestar público y la fortaleza de la nación.8 Los regalistas borbónicos no eran explícitamente anticlericales, pero sí buscaban limitar el poder del papado sobre la Iglesia española y restringir el control de la Iglesia sobre los recursos nacionales, algo que ellos estimaban un impedimento para el desarrollo económico y la prosperidad nacional. Los reformadores también veían la promoción del comercio con las Indias como vehículo principal para estimular el crecimiento económico y demográfico en España. De esta manera, las reformas borbónicas pueden entenderse provechosamente desde un punto de vista atlántico: el comercio y las rentas de las Indias serían vehículos importantes para conseguir la renovación de la metrópolis, y la fuerza militar, para hacer resistencia a los competidores extranjeros. La reforma, la felicidad pública y la subordinación política y económica de las Indias estaban así integralmente entrelazadas en la mente de los regalistas borbónicos. Estos reformadores querían reemplazar la monarquía compuesta de los Habsburgo con un Estado más centralizado, eficaz y poderoso militarmente, capaz de revitalizar a España y a su imperio atlántico. Así, las reformas militares, comerciales, administrativas, clericales y fiscales constituyeron los objetivos centrales de los ministros regalistas de la monarquía del siglo xviii. Los intentos de reforma en el imperio atlántico español llevaron a un aumento en la demanda de información y de los medios para compilarla, resumirla, 7

Esta perspectiva de la organización política de las primeras monarquías europeas es presentada en dos artículos pioneros: J. H. Elliot, “A Europe of Composite Monarchies”, Past & Present 137 (1992): 48-71; y H. G. Koenigsberger, “Dominium regale or dominium politicum et regale”, en Politicians and Virtuosi: Essays in Early Modern History, editado por H. G. Koenigsberger, 1-25 (Londres: Hambledon Press, 1986).

8

Paquette sostiene que “el meollo [del regalismo] era la preminencia y la supremacía del Estado en relación con la Iglesia, acompañado por su protección y apoyo a la misma”. Paquette, Enlightenment, Governance and Reform, 6.

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organizarla y analizarla antes de tomar decisiones políticas apropiadas.9 Los ministros de la Corona a través de todo el imperio empezaron a crear sistemas de información para organizar y utilizar los datos necesarios para manejar los asuntos reales y promover la felicidad pública. Esto involucraba el dibujo de mapas fidedignos de las diferentes regiones, una compilación más exacta del número de la población (no solo las listas notoriamente inadecuadas de los que pagaban impuestos), la redacción de informes sobre actividades económicas —como la condición de los negocios, los precios, datos sobre comercio, o recursos naturales— y la recopilación de la información necesaria para que el estamento militar pudiera defender de modo eficaz las vastas posesiones de la Corona. Esto significaba no solo la recopilación de la información de manera más sistematizada, sino también la ideación de los medios adecuados para manejarla y para resumirla. En efecto, las varias capitales provinciales y coloniales del Atlántico español se convirtieron en vehículos regionales para procesar la información enviada a los ministros del rey en Madrid. Hasta la ciencia ilustrada podía servir objetivos políticos concretos. Cuando la Corona española autorizó una expedición francesa —acompañada por dos jóvenes oficiales navales, Jorge Juan y Antonio de Ulloa— para medir un grado de latitud en el ecuador, no se trataba simplemente de resolver un debate científico sobre si la tierra era más ancha en el ecuador o si era más aplastada en los polos; tal información era necesaria para tomar medidas exactas de los meridianos de longitud, indispensables para trazar mapas precisos y exactos.10 Cuando Jean-Baptiste Colbert comisionó a la Academia de Ciencias completar un mapa exacto de Francia, pues, los cálculos finales en 1682 demostraban que la costa oeste se hallaba más al este, y que la costa mediterránea estaba más al norte de lo que hasta ese momento se estimaba, lo que quería decir que el territorio francés era en realidad varios cientos de millas cuadradas más pequeño de lo que aparecía en los mapas anteriores, tal información tuvo profundas implicaciones fiscales, políticas y militares.11

9

Para una discusión de la tendencia general hacia la recolección y el uso de información en Europa, véase Daniel R. Headrick, When Information Came of Age: Technologies of Knowledge in the Age of Reason and Revolution (Nueva York: Oxford University Press, 2002).

10

Para una discusión de la expedición Condamine, véase Neil Safier, Measuring the New World. Enlightenment Science in South America (Chicago: University of Chicago Press, 2008).

11

Headrick, When Information Came of Age, 99.

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Otro ejemplo de más importancia directa y relevante lo es el juicio que hiciera el conde-duque de Olivares acerca de los catalanes, por su parte equitativa en la Unión de Armas en los años treinta y siguientes, esfuerzo para que cada reino pagase por el mantenimiento de un ejército común en España. Al hacer el cálculo de la población y de los recursos del principado, Olivares cometió un serio error citando cifras más altas de lo que en realidad eran. La cólera resultante ante el dramático aumento de los impuestos fue una de las mayores causas para la revolución de ese principado en 1640.12 Además, en tanto parte de la expedición francesa, Juan y Ulloa llevaron a cabo una serie de observaciones científicas acerca de la geografía, recursos naturales, fauna y flora de las provincias andinas de Su Majestad.13 A instancias del marqués de la Ensenada, sin embargo, también después compilaron un informe secreto de los males políticos del reino, notoriamente conocido como Noticias secretas de América, que sacaba a relucir la extensa corrupción política y clerical, y el mal gobierno en toda la región.14 A lo largo del siglo xviii, los oficiales coloniales también recopilaron, resumieron y comunicaron grandes cantidades de datos fiscales más eficazmente que nunca antes. Aunque los funcionarios de la Tesorería Real habían recopilado cuentas detalladas de los ingresos y gastos de las Indias desde el siglo xvi, aquellas ahora se organizaban de manera más consistente, haciéndose más detalladas a lo largo del siglo xviii, en especial con la introducción, después de 1780, de un sistema de contabilidad por partida doble.15 La reorganización de la burocracia fiscal en el Atlántico español igualmente hizo posible que la Corona entendiera y procesara de modo más eficaz el cúmulo de datos fiscales de los reinos, lo que resultó en aumentos considerables en los ingresos reales. Durante los últimos años del siglo xviii, los reales informes además comenzaron a resumir grandes

12

J. H. Elliot, The Count-Duke of Olivares: The Statesman in an Age of Decline (New Haven: Yale University Press, 1986), 257-58.

13

José P. Merino Navarro y Miguel M. Rodríguez Vicente, eds., Relación histórica del viaje a la América meridional de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (Madrid: Fundación Universitaria Española, [1748] 1978).

14

El mejor estudio histórico y edición crítica es: Luis J. Ramos Gómez, Las “Noticias secretas de América” de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1735-1745), 2 vols. (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1985).

15

Para la historia del sistema de contabilidad por partida doble, véase Edward Peragallo, Origin and Evolution of Double Entry Bookkeeping: A Study of Italian Practice from the Fourteenth Century (Nueva York: American Institute of Publishing Company, 1938).

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cantidades de datos fiscales en tablas de cifras, lo que les hacía más fácil a los funcionarios reales asimilar el sentido de la multitud de información financiera que antes podrían no haber sido tenidos en cuenta o haberse perdido. La Corona estableció un eficaz servicio real de correos, que mejoró y regularizó mucho la comunicación a través del imperio español atlántico. Los ministros regalistas reconocían que el poder estatal dependía de fiables sistemas de comunicación, y que los mercaderes requerían información al día acerca de los mercados en las Indias para manejar su comercio exitosamente. El Consulado de Cádiz había operado el sistema de correos con los navíos de aviso, pero el fracaso de este sistema se hizo manifiesto con la pérdida de La Habana, y la captura, por los ingleses, del correo oficial en las afueras de Cádiz en 1762.16 La Corona estableció un sistema de correos modernizado con el Real Decreto del 24 de agosto de 1764.17 Pequeños navíos saldrían de La Coruña con destino a La Habana todos los meses, esparciéndose por el imperio para entregar y recoger el correo. Para sufragar los gastos del viaje, estos navíos de correo podían llevar mercancía europea para venta en las Indias, y a su regreso traer productos coloniales a España. Tales innovaciones permitieron a los ministros tomar decisiones más sabias y supervisar con más eficacia las actividades de los miles de sirvientes de la Corona en el mundo atlántico. Otra importante y más tradicional fuente de información de los reales ministros eran los memoriales y las peticiones de individuos y corporaciones. Cada súbdito del imperio tenía el derecho de presentar solicitudes al rey para expresar opiniones, manifestar quejas y solicitar cambios específicos en la política. Estas peticiones, así como los más detallados memoriales, podrían representar una visión de la opinión pública en las lejanas provincias de la Corona. Era también un privilegio que eximía a los autores de las normas de secreto, que a veces prohibían o al menos desalentaban la discusión pública de asuntos políticos.18

16

Agradecemos esta información a G. Douglas Inglis.

17

Reglamento provisional que manda S. M. observar para el establecimiento del Nuevo Correo mensual que ha de salir de España a las Indias occidentales, San Ildefonso, agosto 24, 1764, Archivo General de Indias (agi), Correos, leg. 484.

18

Para un estudio sobre cómo las peticiones y los memoriales influenciaban la creación de una esfera pública en la temprana Inglaterra moderna, véase David Zaret, Origins of Democratic Culture: Printing, Petitions, and the Public Sphere in Early-Modern England (Princeton: Princeton University Press, 2000).

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Introducción

Las Noticias secretas de Jorge Juan y Antonio de Ulloa es solo uno de los muchos documentos de esa clase que recorrían los círculos gubernamentales de Madrid. Al mismo tiempo, criollos, funcionarios reales, viajeros españoles en América y la elite intelectual indígena desarrollaron sus propias sugerencias para cambiar el sistema en América.19 Durante el siglo xviii, Madrid era una capital cosmopolita, donde ideas de Europa y de las Indias continuamente se entrecruzaban. En 1749, por ejemplo, un miembro mestizo de la orden franciscana, fray Calixto de San José Túpac Inca, escribió un famoso memorial al rey quejándose de abusos del gobierno colonial en Perú.20 Como remedio, pedía el cese de la mita, demandaba que los andinos obtuvieran nombramientos de corregidores y que fueran elegibles para el sacerdocio, tuvieran acceso a la educación y a servir en un nuevo tribunal (compuesto de líderes españoles, mestizos y andinos que serían independientes del virrey y de las audiencias) para determinar la política a seguir en el virreinato.21 Aunque la Corona decidió no actuar en cuanto a estas recomendaciones, más tarde algunos magistrados reformistas bajo Carlos III, como el marqués de Esquilache, el conde de Floridablanca, Pedro Rodríguez Campomanes y José de Gálvez combinaron ideas no solo de toda Europa, sino también de las Indias, para hacer propuestas concretas de cómo mantener el imperio atlántico de España de manera más firme bajo el control metropolitano.22 A pesar de la circulación de ideas, material escrito y datos sobre el Atlántico español del siglo xviii, una verdadera esfera pública que permitiera a la opinión

19

Para una discusión detallada de los principales memoriales de los Andes por autores indígenas, véase Alcira Dueñas, Indians and Mestizos in the “Lettered City”: Reshaping Justice, Social Hierarchy, and Political Culture in Colonial Peru (Boulder: University of Colorado Press, 2010).

20

Impaciente por entregar su manuscrito al rey y faltándole la adecuada recomendación de parte del Consejo de Indias necesaria para hacerlo, fray Calixto y su compañero de viaje franciscano, fray Isidoro de Cala y Ortega, esperaron el regreso del rey de su cacería y metieron el documento por la ventanilla del carruaje real. Fray Calixto de San José Túpac Inca al Mui Ilustre Cabildo de la Ciudad de Lima, Madrid, noviembre 14, 1750, agi, Lima, leg. 988.

21

Francisco A. Loayza, ed., Fray Calixto Túpak Inka: Documentos originales y, en su mayoría, totalmente desconocidos, auténticos, de este apóstol indio, valiente defensor de su raza, desde el año 1746 a 1760 (Lima: D. Miranda, 1948), 85-94.

22

Para un ejemplo de cómo estas ideas intersectaban e influenciaban el pensamiento de reformadores, véase Kenneth J. Andrien, “The Noticias Secretas de América and the Construction of a Governing Ideology for the Spanish American Empire”, Colonial Latin American Review 7:2 (1998): 175-92.

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pública mediar entre el Estado y la sociedad civil solo surgió lentamente.23 Los funcionarios reales y la Inquisición todavía censuraban los escritos, a veces prohibiendo la publicación de importantes trabajos políticos, literarios y religiosos que desentonaban con la política de la Corona o de la Iglesia. Es más, los niveles de analfabetismo variaban dramáticamente en el imperio; en Ciudad de México, quizá el 50 % de la población poseía los conocimientos básicos para leer, mientras que en regiones menos cosmopolitas, como Santa Fe de Bogotá en Nueva Granada, solo del 1 al 3 % de la ciudadanía había recibido educación alguna.24 Materiales impresos rara vez estaban a disposición de la mayoría de la gente, y el primer principal periódico en América del Sur, el Mercurio Peruano, de Lima, no apareció hasta el año 1791.25 Sin embargo, las Sociedades de Amigos del País (grupos o sociedades literarias y científicas) discutían asuntos económicos, y el auge de tertulias hacia finales de siglo hacía posible intercambios intelectuales, políticos y sociales, que habrían de cambiar el rumbo del discurso público a finales del período colonial.26 Todas estas tendencias estimularon una mayor circulación de conocimientos, lo que produjo la creciente politización de los debates sobre reformas en el imperio americano. Para reformar la antes mencionada monarquía compuesta, heredada por Felipe V en 1700, los ministros regalistas dieciochescos extendieron el poder del Estado borbónico sobre la Iglesia y sobre los grupos de intereses coloniales y peninsulares. Este proceso a menudo causaba fricción, disensión y hasta malestar político como respuesta a las nuevas iniciativas. Es de asumir que la variedad de puntos de vista compitiendo sobre la reforma y la renovación del imperio español del siglo xviii causó controversia política inevitable en ambos lados del Atlántico. Las luchas entre los grupos de intereses, con diferentes idearios acerca de lo acertado de varias empresas, con frecuencia determinaban el éxito o el fracaso de políticas borbónicas específicas. Estas contiendas acerca de la política real generalmente involucraban una amplia variedad de grupos sociales en

23

Rebecca Earle, “Information and Disinformation in Late Colonial New Granada”, The Americas 54 (1997): 167-84.

24

Ibid., 168-69.

25

Victor M. Uribe-Uran, “The Birth of a Public Sphere in Latin America during the Age of Revolution”, Comparative Studies in Society and History 42 (2000): 440.

26

Ibid., 425-27.

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España y en las Indias, los que se movilizaban para influenciar el proceso político y adelantar sus propios objetivos particulares.27 El desenlace de tales conflictos en el escenario político, bien fuese entre las elites o entre una amplia coalición de grupos sociales, provee el contexto esencial para comprender el cambio social, cultural y económico en el Atlántico español. La exacta configuración de los grupos políticos variaba de manera considerable dentro de cada área del diverso mundo español americano. Como consecuencia, el frecuente toma y da de los escenarios políticos en España y en las Indias ayuda a explicar por qué ningún único plan cohesivo de reforma surgió durante el siglo xviii.

Historiografía de las reformas borbónicas Por décadas, los historiadores de las reformas borbónicas han debatido la coherencia y la eficacia de la política real, concentrándose en su mayor parte en el reino de Carlos III. De acuerdo con una temprana síntesis de la pluma de John Lynch, los reformadores carolinos formularon políticas que restringían las libertades políticas y económicas de las colonias, y en conjunto, las reformas no representaron nada más que “una segunda conquista de América”.28 La Corona cesó de vender cargos públicos, renovó los establecimientos militares de las Indias, liberalizó el sistema comercial, reformuló límites administrativos, aumentó impuestos y limitó el poder de la Iglesia. D. A. Brading ha mantenido que tales políticas causaron oposición colonial y “la permanente enajenación

27

Sobre las rebeliones que resultaron de los cambios ocasionados por las reformas borbónicas, véase Felipe Castro Gutiérrez, Nueva ley y nuevo rey. Reformas borbónicas y rebelión popular en Nueva España (Zamora, Michoacán: El Colegio de Michoacán, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1996); John Leddy Phelan, The People and the King. The Comunero Revolution in Colombia, 1781 (Madison: University of Wisconsin Press, 1978); Ward Stavig, The World of Túpac Amaru. Conflict, Community, and Identity in Colonial Peru (Lincoln: University of Nebraska Press, 1999); Sinclair Thomson, We Alone Will Rule. Native Andean Politics in the Age of Insurgency (Madison: University of Wisconsin Press, 2002); Sergio Serulnikov, Subverting Colonial Authority. Challenges to Spanish Rule in Eighteenth-Century Southern Andes (Durham: Duke University Press, 2003); y Scarlett O’Phelan Godoy, Rebellions and Revolts in Eighteenth-Century Peru and Upper Peru (Cologne: Böhlau, 1985).

28

John Lynch, The Spanish American Revolutions, 1808-1826 (Nueva York: Norton, 1973), 1-37. Este punto de vista también ha sido presentado con énfasis en D. A. Brading, Miners & Merchants in Bourbon Mexico 1763-1810 (Cambridge: Cambridge University Press, 1971), 33-92; e ibid., “Bourbon Spain and its American Empire”, en Colonial Spanish America, editado por Leslie Bethell, vol. 1, 112-62 (Cambridge: Cambridge University Press, 1987).

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de la elite criolla”.29 Otros historiadores, sin embargo, han debatido que tales políticas carecían de tal coherencia ideológica, haciendo énfasis, a su vez, en los objetivos diversos, y a veces opuestos, de los funcionarios de Madrid, quienes batallaban con titubeos e inconsistencias para equilibrar los varios objetivos fiscales, comerciales, administrativos y militares de la Corona. Esta posición ha sido asumida más recientemente por John R. Fisher: En ocasiones, uno se pregunta [...] si las reformas borbónicas tienden a hechizar a todo el que las estudia. ¿Son ellas en realidad el pulido, coherente y magistral programa de cambio y recuperación que generaciones de comentaristas, desde los mismos creadores de la política en la España del siglo xviii a los investigadores de hoy, han identificado? ¿No sería más realista representarlas en términos de un deseo vacilante, incierto e inconsistente de modernización y centralización imperiales, caracterizadas más por demora, contradicción y obstrucción que por la firmeza?30

De acuerdo con el razonamiento de Fisher, Allan J. Kuethe ha demostrado que los reformadores españoles a veces promovían considerablemente diferentes clases de políticas para las provincias en su diverso imperio atlántico. Kuethe documenta que Madrid, tratando de promocionar crecimiento en la vulnerable periferia, aflojó las regulaciones comerciales para los productos tropicales de La Habana, a la vez que mantuvo controles monopolísticos sobre el bien desarrollado comercio mexicano. Ciertamente, la Corona hasta desviaba grandes sumas de la tesorería de México para mantener a Cuba como baluarte militar después de la Guerra de los Siete Años.31 Los hallazgos de Kuethe han sido apoyados también por Jacques A. Barbier, quien examina cómo los sucesos políticos y militares en 29

D. A. Brading, “Bourbon Spain and its American Empire”, en The Cambridge History of Latin America, editado por Leslie Bethell, vol. 1 (Cambridge: Cambridge University Press, 1984), 438. Para las bases intelectuales de esta oposición véase ibid., The First America: The Spanish Monarchy, Creole Patriots, and the Liberal State, 1492-1867 (Cambridge: Cambridge University Press, 1991), 467-91.

30

John R. Fisher, “Soldiers, Society, and Politics in Spanish America, 1750-1821”, Latin American Research Review 17:1 (1982): 217.

31

Allan J. Kuethe, Cuba, 1753-1815: Crown, Military, and Society (Knoxville: University of Tennessee Press, 1986), e ibid., “La desregulación comercial y la reforma imperial en la época de Carlos III: los casos de Nueva España y Cuba”, Historia Mexicana 41 (1991): 265-92. Véase también Allan J.

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Introducción

Europa forzaron al gobierno madrileño de Carlos III a embarcarse en deudas de monta para financiar las guerras. Los conflictos europeos obligaron a su hijo y sucesor Carlos IV a saltar de una política a otra a mediados de la década de los noventa del siglo xviii, en una desesperada búsqueda de los recursos necesarios para hacerle frente a las exigencias bélicas, hasta recurriendo a navíos neutrales, y más tarde contratando con empresas mercantiles de su enemigo inglés para suplir a las Indias de productos europeos a cambio de plata colonial y otros productos de exportación.32 Más recientemente, Stanley J. y Barbara H. Stein han contribuido a las discusiones académicas de las reformas borbónicas con su estudio de tres volúmenes acerca de la compleja red de grupos de intereses luchando para moldear las políticas de la Corona.33 En su primer libro, Silver, Trade, and War. Spain and America in the Making of Early Modern Europe, los Stein razonan que las debilidades económicas de España a lo largo del tiempo permitieron a los mercaderes franceses, holandeses y, en particular, ingleses, ganar acceso a enormes cantidades de plata colonial, fruto del contrabando, y suministrar mercancías

Kuethe y G. Douglas Inglis, “Absolutism and Enlightened Reform: Charles III, the Establishment of the Alcabala, and Commercial Reorganization in Cuba”, Past & Present 109 (1985): 118-43. 32

Jacques A. Barbier, “The Culmination of the Bourbon Reforms, 1787-1792”, Hispanic American Historical Review (hahr) 57:1 (1977): 51-68; ibid., “Peninsular Finance and Colonial Trade: The Dilemma of Charles IV’s Spain”, Journal of Latin American Studies 12:1 (1980): 21-37; ibid., “Venezuelan Libranzas, 1788-1807: From Economic Nostrum to Fiscal Imperative”, The Americas 37:4 (1981): 457-78; Jacques A. Barbier y Herbert S. Klein, “Revolutionary Wars and Public Finances: The Madrid Treasury, 1784-1807”, Journal of Economic History 41:2 (1981): 315-37; Jacques A. Barbier, “Indies Revenues and Naval Spending: The Cost of Colonialism for the Spanish Bourbons, 1763-1805”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 21 (1984): 171-88; ibid., “Imperial Policy Toward the Port of Veracruz, 17881808: The Struggle between Madrid, Cádiz, and Havana Interests”, en The Economies of Mexico and Peru During the Late Colonial Period, 1760-1810, editado por Nils Jacobsen y Hans-Jürgen Puhle, 240-51 (Berlín, Colloquium Verlag, 1986); ibid., “Comercio Neutral in Bolivarian America: La Guardia, Cartagena, Callao, and Buenos Aires”, en América Latina en la época de Simón Bolívar, editado por Reinhard Liehr, 363-77 (Berlín, Colloquium Verlag, 1989); e ídem, “Comercio secreto: The Economic and Political Significance of a Fiscal Expedient, 1800-1808” (ponencia sin publicar presentada en el International Congress of Americanists, Ámsterdam, 1987).

33

Los tres libros proveen evidencia empírica apoyando una tesis que los autores promulgaron en The Colonial Heritage of Latin America: Essays in Economic Dependence in Perspective (Oxford: Oxford University Press, 1970), donde mantienen que, de 1492 en adelante, España y Portugal dependían de los poderes económicos más desarrollados del norte de Europa.

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y capital a mercaderes de la baja Andalucía, comerciando legalmente en Cádiz.34 Los reformadores españoles, inspirados por proyectistas, trataron de limitar el contrabando, recuperar el control del comercio americano, modernizar las finanzas estatales y promover controles burocráticos. La oposición de miembros corruptos de la burocracia, la arraigada comunidad comercial (centrada en el Consulado de Cádiz) y sus poderosos aliados comerciales extranjeros se aunaron para frustrar esta primera fase de reforma. En el segundo volumen, Apogee of Empire. Spain and New Spain in the Age of Charles III, 1759-1789, los Stein explican la manera en que Carlos III y sus ministros favorecían el alza de impuestos, la ampliación de la base de los mismos, y la liberalización del comercio después de perder La Habana en 1762 durante la Guerra de los Siete Años.35 La reforma culminó con la extensión del comercio libre, primero a las islas caribeñas de España en 1765 y al resto del imperio en 1778, menos Nueva España y Venezuela (que solo fueron incluidas en 1789).36 Sin embargo, los Stein mantienen que estos reformadores carolinos nunca tuvieron la intención de llevar a cabo reformas estructurales en gran escala; intentaron únicamente un “calibrado ajuste”, diseñado para apuntalar el “gótico edificio” del imperio atlántico de España.37 El tercer volumen examina los esfuerzos de los políticos españoles para preservar los lazos comerciales entre la metrópolis y Nueva España, la más rica colonia atlántica, en los momentos en que el imperio se vio arrastrado por los conflictos internacionales consecuencia de la Revolución francesa y el ascenso de Napoleón Bonaparte. Como resultado de estos conflictos, la reforma fracasó, y España, al final, perdió su rico imperio atlántico, quedando reducida a una nación subdesarrollada incapaz de suplir o siquiera mantener control sobre las Indias.38 Los Stein concluyen que la plata americana irónicamente produjo el declive de España y un estímulo al crecimiento del capitalismo europeo septentrional. 34

Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Silver, Trade, and War. Spain and America in the Making of Early Modern Europe (Baltimore y Londres: Johns Hopkins University Press, 2000).

35

Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Apogee of Empire. Spain and New Spain in the Age of Charles III, 1759-1789 (Baltimore y Londres: Johns Hopkins University Press, 2003).

36

Véanse Kuethe e Inglis, “Absolutism and Enlightened Reform”: 118-43.

37

Stein y Stein, Apogee of Empire, 27. El punto de vista de que las reformas fueron poco más que un “apuntalamiento del edificio gótico” del imperio aparece en Stein y Stein, The Colonial Heritage of Latin America, 104.

38

Barbara H. Stein y Stanley J. Stein, Edge of Crisis. War and Trade in the Spanish Atlantic, 17891808 (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2009).

xxxii

Introducción

Durante la última década, estudiosos del siglo xviii han ampliado y profundizado las discusiones de las reformas borbónicas. Estos estudios han enfocado una gama de temas, como los orígenes intelectuales de la reforma, la diseminación del conocimiento científico, el contexto Atlántico para la reforma, los esfuerzos para restringir el poder de la Iglesia, la manipulación social borbónica —como la reforma del matrimonio, el trato de esclavos y la pobreza colonial— y los éxitos o fracasos de la política colonial en diversas partes del imperio.39 Algunos historiadores incluso han cuestionado el énfasis tradicional en el reino de Carlos III, examinando cómo importantes políticas reales durante la primera parte del siglo xviii contribuyeron a la reforma en el imperio español americano.40 Es más, estudios acreditados de centros imperiales, como México y Perú, han argüido que las políticas borbónicas tuvieron perdurables y 39

La reciente literatura académica sobre las reformas borbónicas es voluminosa, pero algunos de los estudios más influyentes incluyen: Jeremy Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic (Princeton: Princeton University Press, 2006); J. H. Elliot, Empires of the Atlantic World. Britain and Spain in the America, 1492-1830 (New Haven: Yale University Press, 2006), 29224; Agustín Guimerá, ed., El reformismo borbónico: una vision interdisciplinar (Madrid: Alianza, 1996); Francisco Sánchez Blanco, El absolutismo y las luces en el reinado de Carlos III (Madrid: Marcial Pons, 2002); Jorge Cañizares Esguerra, How to Write the History of the New World. Histories, Epistemologies, and Identities in the Eighteenth-Century Atlantic World (Stanford: Stanford University Press, 2001); Jordana Dym y Christophe Belaubre, Politics, Economy, and Society in Bourbon Central America, 1759-1821 (Boulder: University Press of Colorado, 2007); Safier, Measuring the New World; Paquette, Enlightenment, Governance, and Reform; Daniela Bleichmar, Paula De Vos, Kristin Huffine y Kevin Sheehan, eds., Science in the Spanish and Portuguese Empires, 1500-1800 (Stanford: Standford University Press, 2009); Cynthia E. Milton, The Many Meanings of Poverty: Colonialism, Social Compacts, and Assistance in Eighteenth-Century Ecuador (Stanford: Stanford University Press, 2007); Ann Twinam, Public Lives, Private Secrets: Gender, Honor, Sexuality, and Illegitimacy in Colonial Spanish America (Stanford: Stanford University Press, 1999); y Patricia H. Marks, Deconstructing Legitimacy: Viceroys, Merchants, and the Military in Late Colonial Peru (University Park: Pennsylvania State University Press, 2007).

40

Para ejemplos de este punto de vista, véanse Adrian J. Pearce, “Early Bourbon Government in the Viceroyalty of Peru, 1700-1759” (Disertación de grado, University of Liverpool, 1998); Kenneth J. Andrien, “The coming of enlightened reform in Bourbon Peru: Secularization of the Doctrinas de Indios, 1746-1773”, en Enlightenment, Governance, and Reform in Spain and its Empire, 1759-1808, editado por Gabriel B. Paquette, 183-202 (Basingstoke: Palgrave MacMillan 2008); Allan J. Kuethe, “The Colonial Commercial Policy of Philip V and the Atlantic World”, en Latin America and the Atlantic World (1500-1850), editado por Renate Pieper y Peer Schmidt, 319-33 (Colonia: Böhlau Verlag, 2005); ibid., “Proyectismo et reform commercial à l’époque de Philippe V”, en L’Amérique en projet: Utopies, controverses et réformes dans l’empire espagnol (XVI-XVIII siècle), editado por Nejma Kermele y Bernard Lavallé, 243-51 (París: L’Harmattan, 2008). Dos importantes estudios que sostienen que las reformas borbónicas en realidad comenzaron más tarde,

xxxiii

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

a veces perjudiciales consecuencias.41 Carlos Marichal, por ejemplo, demuestra el profundo impacto de las reformas en la organización fiscal y en la evolución del Estado colonial mexicano, afirmando que Nueva España se convirtió en la submetrópolis del Caribe, exportando situados de plata a importantes centros de defensa caribeños, como Cuba. Estos subsidios hicieron posible que España defendiera su imperio en una época de conflictos internacionales sucesivos, hasta que las presiones fiscales de la guerra mermaron la base de impuestos mexicanos, llevando a la derrota y a la bancarrota de la monarquía.42 Otros estudiosos, sin embargo, como Anthony McFarlane y Jacques A. Barbier, sostienen que las reformas solo tuvieron un impacto limitado en Nueva Granada y Chile.43 Por añadidura, un nuevo estudio incluso avanza la idea de que las políticas borbónicas, tales como el establecimiento de nuevos gremios mercantiles y sociedades de ayuda económica, fueron apoyadas por elites en periferias imperiales, por ejemplo, Cartagena, La Habana y Buenos Aires.44 Como resultado, a pesar de las nuevas investigaciones sobre el mundo hispano atlántico en el siglo xviii, los historiadores permanecen divididos en cuanto al impacto y la eficacia general de las reformas borbónicas.45 Estas divisiones se notan claramente en un actual debate entre historiadores de la economía sobre el impacto del comercio libre imperial en el desarrollo económico de España y las Indias. El estudio pionero de Josep Fontana y Antonio García-Baquero mantiene que el Reglamento para el comercio libre del 12 de octubre de 1778 tuvo solamente un impacto limitado en la evolución de la en particular durante el reino de Carlos III, son: Elliott, Empires of the Atlantic World, 294-01; y John R. Fisher, Bourbon Peru, 1750-1824 (Liverpool: Liverpool University Press, 2003), 3-4. 41

Véase en particular, Carlos Marichal, Bankruptcy of Empire. Mexican Silver and the Wars between Spain, Britain, and France, 1760-1810 (Cambridge: Cambridge University Press, 2007), 1-80; y Marks, Deconstructing Legitimacy, 55-106.

42

Marichal, Bankruptcy of Empire, y Carlos Marichal y Matilde Souto Mantecón, “Silver and Situados: New Spain and the Financing of the Spanish Empire in the Caribbean in the Eighteenth Century”, hahr 74:4 (1994): 587-613.

43

Jacques A. Barbier, Reform and Politics in Bourbon Chile, 1755-1796 (Ottawa: University of Ottawa Press, 1980), y Anthony McFarlane, Colombia before Independence. Economy, Society, and Politics under Bourbon Rule (Cambridge: Cambridge University Press, 1993).

44

Gabriel B. Paquette, “State-Civil Society Cooperation and Conflict in the Spanish Empire: The Intellectual and Political Activities of the Ultramarine Consulados and Economic Societies, c. 1780-1810”, Journal of Latin American Studies 39:2 (2007): 263-98.

45

Paquette, Enlightenment, Governance, and Reform, 20-22.

xxxiv

Introducción

industria catalana.46 Por contraste, el análisis de John R. Fisher de los registros de 6824 buques mercantes individuales, comerciando entre España e Indias de 1778 a 1796, muestra que las importaciones de América a España se multiplicaron quince veces durante ese período. También halló que las exportaciones españolas al imperio eran un 400 % más altas entre 1782 y 1796, de lo que habían sido en 1778.47 Antonio García-Baquero revisó las cifras de Fisher, reduciéndolas, basándose en que 1778, un año bélico, no era el mejor para medir el crecido volumen de comercio, y afirma que los cálculos de Fisher resultan en un número menor de navíos navegando dentro del imperio español. No obstante, GarcíaBaquero sí encontró un aumento considerable en el comercio imperial durante ese período, aunque a niveles más bajos que los que Fisher había indicado.48 Otros varios historiadores del aspecto económico, sin embargo, siguieron con estudios que argumentan que el comercio libre imperial había tenido poco efecto en el fomento del crecimiento económico en áreas locales dentro de España.49 Los historiadores también han debatido los beneficios que tuvo para la monarquía el extraer sumas mayores por medio de impuestos y efectuar mayores

46

Josep Fontana Lázaro, ed., La economía española al final del Antiguo Régimen, vol. 3, Comercio y colonias (Madrid: Alianza, 1982), xxii-xxiii; Antonio García-Baquero González, “Comercio colonial y producción industrial en Cataluña a fines del siglo xviii”, en Actas del Coloquio de Historia Económica de España, 268-94 (Barcelona: Editorial Ariel, 1975).

47

John R. Fisher, “Imperial ‘Free Trade’ and the Hispanic Economy, 1778-1796”, Journal of Latin American Studies 13:1 (1981): 21-56; ibid., “The Imperial Response to ‘Free Trade’: Spanish Imports from Spanish America, 1778-1796”, Journal of Latin American Studies 17:1 (1985): 35-78. Ambos artículos fueron publicados en forma de libro como John R. Fisher, Commercial Relations between Spain and Spanish America in the Era of Free Trade, 1778-1796 (Liverpool, U.K.: Centre for Latin-American Studies, University of Liverpool, 1985).

48

Antonio García-Baquero González, “Los resultados de libre comercio y ‘el punto de vista’: Una revisión desde la estadística”, Manuscrits 15 (1997): 303-22.

49

Josep María Delgado Ribas, El comer‫ ذ‬entre Cataluña i Amèrica (segles xvii i xix) (Barcelona: L’Avenऊ, 1986); ibid., “Libre comercio: mito y realidad”, en Mercado y desarrollo económico en la España contemporánea, editado por T. Martínez Vera, 69-83 (Madrid: Siglo XXI de España, 1986); ibid., “El impacto de la reforma del ‘comercio libre’ sobre el comercio colonial”, en Economic Effects of Expansion, 1492-1824, editado por J. Casas Pardo, 387-434 (Stuttgart: F. Steiner, 1992); Josep Fontana Lázaro y Antonio Miguel Bernal, eds., El “comercio libre” entre España y América (1765-1824) (Madrid: Fundación Banco Exterior, 1987); Leandro Prados de la Escosura, De imperio a nación. Crecimiento y atraso económico en España (1780-1930) (Madrid: Alianza Editorial, 1988); P. Tedde de Lorca, “Política financiera y política comercial en el reinado de Carlos III”, en Actas del Congreso Internacional sobre “Carlos III y la Ilustración”, 3 vols., vol. 2, 139-217 (Madrid: Ministerio de Cultura), 1989.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

envíos de rentas desde las Américas después de 1778. En dos importantes artículos que evalúan las entradas y los gastos de la Tesorería Real en Madrid durante la última parte del siglo xviii, Jacques A. Barbier y Herbert S. Klein aducen que la rigidez de los impuestos de la Corona forzaba a la monarquía a pedir préstamos de monta para financiar las guerras extranjeras. En efecto, estos autores opinan que las guerras obstaculizaban la habilidad del Gobierno madrileño para estimular reformas fiscales, económicas y sociales en España, dejando al país virtualmente en bancarrota para el momento de la muerte de Carlos III en 1789.50 Al mismo tiempo, Carlos Marichal halla que las rentas de las Indias, reforzadas en mayor parte por grandes envíos de Nueva España, ascendieron en forma dramática desde finales del siglo xviii, convirtiéndose en un más alto porcentaje de los ingresos totales de la Corona, en particular después de la invasión francesa en 1808.51 Javier Cuenca-Esteban ha argumentado que durante el apogeo del comercio libre (1784-1792), la tesorería española e intereses comerciales privados obtuvieron mayor fruto fiscal de las Indias que lo que los enemigos ingleses podían extraer de sus extensas empresas comerciales coloniales.52 Más recientemente, Rafael Torres Sánchez escribió un amplio estudio de la evolución institucional y fiscal de la Tesorería General en Madrid, citando los esfuerzos de Ensenada en 1753 para establecer la tesorería como el depósito central para todos los ingresos del rey (excepto para la Armada). Estas reformas le aseguraron al gobierno de Carlos III un sistema fiscal sólido, que podía proveer un flujo estable de rentas para costear la reforma en el mundo español atlántico.53 A pesar de estos importantes adelantos académicos, los continuos desacuerdos entre los historiadores del siglo xviii demuestran claramente la complejidad

50

Jacques A. Barbier y Herbert S. Klein, “Las prioridades de un monarca ilustrado: el gasto público bajo el reinado de Carlos III”, Revista de Historia Económica 3:3 (1985): 473-95. En efecto, Barbier y Klein aún sostienen que la reputación de Carlos III de reformador ilustrado debe ser seriamente reevaluada, dado que sus gastos en actividades bélicas tuvieron precedencia sobre la política reformista. Véase también Barbier y Klein, “Revolutionary Wars and Public Finances”, passim.

51

Carlos Marichal, “Beneficios y costes fiscales del colonialismo: las remesas americanas a España, 1760-1814”, Revista de Historia Económica 15:3 (1997): 475-505.

52

Javier Cuenca-Esteban, “Statistics of Spain’s Colonial Trade, 1747-1820: New Estimates and Comparisons with Great Britain”, Revista de Historia Económica 26:3 (1997): 323-54.

53

Rafael Torres Sánchez, La llave de todos los tesoros: la Tesorería General de Carlos III (Madrid: Sílex Ediciones, 2012).

xxxvi

Introducción

de las políticas reformistas borbónicas y la dificultad para medir sus impactos en el desarrollo económico del mundo atlántico español. En recientes artículos revisionistas sobre finanza imperial española, por ejemplo, las historiadoras de economía María Alejandra Irigoin y Regina Grafe sostienen que las reformas borbónicas tuvieron poco impacto en la evolución del imperio español atlántico del siglo xviii. Comienzan por estar en desacuerdo con la crítica que el Premio Nobel Douglas C. North hace del exceso de centralización fiscal dentro del imperio español, algo que este estima sofocaba la iniciativa e impedía el desarrollo económico.54 Irigoin y Grafe aducen, a su vez, que el Estado borbónico en España y en las Indias era débil, descentralizado, y que servía principalmente para redistribuir rentas de zonas centrales como México a las periferias coloniales. Opinan que las reformas borbónicas tuvieron poco efecto en términos de fortalecer este débil aparato fiscal español, que primeramente funcionaba con negociaciones y estableciendo compromisos con elites coloniales adineradas y poderosas, fenómeno que las autoras llaman “absolutismo negociado”. Finalmente, Irigoin y Grafe aseveran que esta redistribución fiscal de riqueza producía capital y un estímulo económico para las regiones periféricas del imperio. Estas redistribuciones de riqueza vieron su fin con la independencia, contribuyendo, sin embargo, al decaimiento económico y a la inestabilidad política de la América española del siglo xix.55 Al tiempo que Irigoin y Grafe disminuyen el efecto de las reformas borbónicas, un libro síntesis escrito por James Mahoney avanza la idea de que las reformas tuvieron un impacto profundo en la trayectoria socioeconómica de la América española, aún después de la independencia.56 Mahoney identifica dos clases de colonialismo en la América española. La fase temprana mercantilista 54

Douglas C. North, “Institutions and Economic Growth: An Historical Introduction”, World Development 17:9 (1989): 1328.

55

Regina Grafe y María Alejandra Irigoin, “The Spanish Empire and Its Legacy: Fiscal Redistribution and Political Conflict in Colonial and Post-Colonial Spanish America”, Journal of Global History 1:2 (2006): 241-67; Grafe e Irigoin, “Bargaining for Absolutism: A Spanish Path to Nation-State and Empire Building”, hahr 82:8 (2008): 173-209. Estos puntos de vista controversiales se hallan discutidos en un forum en la revista; véanse Carlos Marichal, “Rethinking Negotiation and Coercion in an Imperial State”, ibid.: 211-18; William R. Summerhill, “Fiscal Bargains, Political Institutions, and Economic Performance”, ibid.: 210-33; y María Alejandra Irigoin y Regina Grafe, “Response to Carlos Marichal and William Summerhill”, ibid.: 235-45.

56

James Mahoney, Colonialism and Postcolonial Development: Spanish Colonialism in Comparative Perspective (Cambridge: University of Cambridge Press, 2010).

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

(1492-1700) estaba caracterizada por un énfasis en la extracción de oro y plata; la explotación laboral de los indios en minas y en las grandes haciendas; la imposición de una burocracia colonial; y controles monopolísticos del comercio, dominados por los centros urbanos en las zonas claves coloniales —México, Perú y Bolivia—. Áreas por fuera de esas zonas, como Argentina, Chile, Venezuela y América Central, permanecieron periféricas al imperio, y nunca desarrollaron las poderosas elites mercantilistas ni las opresivas jerarquías étnicas y sociales halladas en aquellas. Mahoney identifica la era de las reformas borbónicas como la fase “liberal” del colonialismo español (1700-1808). El razona que las reformas intentaron implantar “una nueva clase de actores comerciales con mayor autonomía política y una orientación hacia la producción de riqueza en los intercambios de mercados abiertos”.57 Las periferias en desarrollo, en particular Argentina, Uruguay y Venezuela, obtuvieron instituciones liberales, y nuevas elites empresariales surgieron, debido en gran parte a que estas regiones carecían de un fuerte pasado mercantilista. Argentina eventualmente evolucionó en zona clave, mientras que Uruguay y Venezuela se convirtieron en semiperiféricas. En zonas claves más antiguas, elites mercantiles bien arraigadas estaban en contra de tendencias orientadas hacia el mercado. El resultado fue que, aunque México permaneció siendo zona clave, retuvo una herencia mixta de mercantilismo liberal colonial que obstaculizó su desarrollo económico después de la independencia. Estas mismas luchas internas entre los valores liberales y mercantilistas hicieron a Perú y Bolivia declinar de zonas claves a zonas semiperiféricas. Algunas periferias, como la mayor parte de América Central, permanecieron en mayor parte casi inmunes a ambas fases del colonialismo español y siguieron estancadas. Al final, estas diferentes herencias coloniales desempeñaron un mayor papel en la suerte de estas regiones después de la independencia, con las fuertes zonas liberales disfrutando de un mayor dinamismo económico y bienestar social, en tanto que aquellas con sólidas instituciones mercantilistas y sociales se anquilosaron.

Las reformas borbónicas y una perspectiva atlántica Algunas de las más innovadoras perspectivas recientes de las reformas borbónicas han venido de estudiosos preocupados por colocarlas dentro del contexto de

57

Ibid., 120.

xxxviii

Introducción

un mundo más amplio. Aunque los trabajos que examinan el Atlántico español han surgido relativamente recién, hubo varios precursores importantes en este esfuerzo por ubicar la historia de España y de las Indias dentro de un único marco analítico. Después del llamado, en 1933, de Herbert Eugene Bolton a producir una historia común de las Américas, las subsecuentes generaciones de estudiosos han sugerido numerosos enfoques para el estudio del Atlántico español. Esta tendencia se aceleró después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan) trajo la noción de una herencia atlántica común que atrajo amplia atención pública.58 El importante trabajo de Clarence Haring, por ejemplo, definió la estructura institucional del imperio español en el Nuevo Mundo.59 A ello le siguió la enorme compilación de las estadísticas del comercio transatlántico español de los historiadores de Annales, Pierre y Huguette Chaunu, que definieron el Altántico español como un “espacio” comercial, y en 1966, John H. Parry destacó las dimensiones marítimas del imperio español en su clásica obra The Spanish Seaborne Empire.60 Estudiosos como John Robert McNeill, Peggy Liss, Anthony Pagden y Patricia Seed también han escrito recientes estudios comparativos pioneros.61 58

Véase Herbert E. Bolton, “The Epic of Greater America”, American Historical Review 38:3 (1933): 448-74; Bernard Bailyn, Atlantic History. Concepts and Contours (Cambridge: Harvard University Press, 2005), 6-12.

59

C. H. Haring, The Spanish Empire in America (Nueva York: Oxford University Press, 1947).

60

John H. Parry, The Spanish Seaborne Empire (Nueva York: Knopf, 1966); Huguette y Pierre Chaunu, Séville et L’atlantique, 1504-1650, 8 vols. (París: Colin, 1955-1959). Varios historiadores españoles han explorado el alcance comercial del sistema español atlántico. Algunos de los ejemplos más prominentes son: Antonio García-Baquero González, Cádiz y el Atlántico, 17171778. El comercio colonial español bajo el monopolio gaditano, 2 vols. (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1976); Enriqueta Vila Vilar, Los Corzo y los Mañara: tipos y arquetipos del mercader con América (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1991); Antonio-Miguel Bernal, La financiación de la carrera de Indias (1492-1824). Dinero y crédito en el comercio colonial español con América (Sevilla: Fundación El Monte, 1992); Lutgardo García Fuentes, El comercio español con América, 1650-1700 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1980); Pablo Emilio Pérez-Mallaína Bueno, Los hombres del océano. Vida cotidiana de los tripulantes de las flotas de Indias, siglo xvi (Sevilla: Diputación Provincial, 1992).

61

John Robert McNeill, Atlantic Empires of France and Spain. Louisbourg and Havana, 1700-1763 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1985); Peggy K. Liss, Atlantic Empires: The Network of Trade and Revolution (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1983); Patricia Seed, Ceremonies of Possession in Europe’s Conquest of the New World, 1492-1640 (Cambridge: Cambridge University Press, 1995); ibid., American Pentimento. The Invention of Indians and the Pursuit of Riches (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2001).

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Desde los últimos años de la década de los sesenta del siglo xx, gran parte de los debates históricos ha girado en torno a problemas de colonialismo, imperialismo y subdesarrollo, con el paradigma neomarxista de dependencia influyendo la mayoría de esta literatura.62 Los dependentistas opinan que la propagación de las transacciones comerciales capitalistas llevó a un subdesarrollo generalizado y a varios niveles de subordinación de las regiones periféricas, como las Indias españolas a las naciones claves en el ámbito económico del norte de Europa —los Países Bajos, Francia y, finalmente, Inglaterra—.63 A pesar del poder seductivo de esa explicación de conectar Europa con las Indias en un solo sistema, la mayoría de los historiadores critican y hasta ignoran ese paradigma de dependencia. Muchos han concentrado su atención en una paradoja central de dependencia: no es una teoría a probar, sino un paradigma que no puede verificarse con la clase de investigación empírica que sustenta la mayoría de las historias académicas.64 Como resultado, la larga influencia de la dependencia en estudios del Atlántico español es insignificante hoy día.65 A pesar del eclipse del paradigma de dependencia, la historia atlántica ha surgido plenamente como un campo de carácter subordinado en varias disciplinas diferentes, lo que ha llevado a una lista impresionante de publicaciones académicas durante los últimos diez años. El más ambicioso de los trabajos utilizando una perspectiva atlántica es la magistral síntesis de J. H. Elliot, Empires of the Atlantic World. Britain and Spain in the America, 1492-1830, que compara la evolución de los imperios atlánticos inglés y español, incluyendo las reformas del siglo xviii.66 Otra importante adición a esta creciente literatura que se ocupa de estudiar el mundo atlántico es el trabajo enciclopédico de Thomas Benjamin, The Atlantic World. Europeans, Africans, Indians, and their Shared

62

Para un resumen de la literatura de dependencia y el estrechamente relacionado paradigma del sistema mundial, véase Kenneth J. Andrien, The Kingdom of Quito, 1690-1830: The State and Regional Development (Cambridge: Cambridge University Press, 1995), 4-7.

63

Stein y Stein, The Colonial Heritage of Latin America, passim.

64

Andrien, The Kingdom of Quito, 6.

65

Los recientes trabajos de Stanley J. Stein y Barbara H. Stein son tres de los más obvios ejemplos del enfoque empírico influido directamente por el paradigma de dependencia. Véanse, de Stein y Stein, Silver, Trade, and War; Apogee of Empire, y Edge of Crisis.

66

Elliot, Empires of the Atlantic World.

xl

Introducción

History, 1400-1900.67 Estudios de la migración a través del espacio atlántico, el cambio ecológico y la propagación de enfermedades también han contribuido sustancialmente a la comprensión del Atlántico español en la era de las reformas.68 Los historiadores de la trata de esclavos, como Philip Curtain, Herbert S. Klein y Ben Vinson III, han examinado el papel de África y de la esclavitud en el sistema español atlántico.69 Otra contribución de peso ubicando las reformas borbónicas dentro del contexto atlántico es la de Jeremy Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, que analiza cómo las nociones de soberanía se hicieron inciertas, rebatidas e inestables como respuesta a las crisis europeas imperiales en el siglo xviii, llevando finalmente a la disolución de los regímenes ibéricos coloniales para 1825.70 Un estudio reciente del comercio español de Bilbao y Cádiz a las Indias, elaborado por Xabier Lamikiz, concluye que los mercaderes españoles limitaban los riesgos inherentes del comercio transatlántico al depender de agentes, socios o clientes confiables (a menudo parientes), lo que les permitía superar los problemas de la distancia y obtener información de calidad sobre los mercados americanos.71 Aunque no explícitamente desde una perspectiva atlántica, un libro que presenta información nueva importante

67

Thomas Benjamin, The Atlantic World. Europeans, Africans, Indians, and their Shared History, 1400-1900 (Cambridge: Cambridge University Press, 2009).

68

Peter Boyd-Bowman, Índice geobiográfico de cuarenta mil pobladores españoles de América en el siglo xvi, 2 vols. (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1964); Ida Altman, Transatlantic Ties in the Spanish Empire. Brihuega Spain and Puebla Mexico, 1560-1620 (Stanford, CA: Stanford University Pres, 2000); ibid., Emigrants and Society: Extremadura and America in the Sixteenth Century (Berkeley y Los Angeles: University of California Press, 1989); Alfred Cosby, Ecological Imperialism: The Biological Expansion of Europe, 900-1900 (Cambrige: Cambridge University Press, 1986); Noble David Cook, Born to Die: Disease and the New World Conquest, 1492-1650 (Cambridge: Cambridge University Press, 1998).

69

Philip Curtain, The Atlantic Slave Trade: A Census (Madison: University of Wisconsin Press, 1969) y Herbert S. Klein y Ben Vinson III, African Slavery in Latin America and the Caribbean (Oxford y Nueva York: Oxford University Press, 1977) son valiosas contribuciones, pero la literatura sobre la trata de esclavos del Atlántico es inmensa. Aparte de Klein y Vinson, las más recientes visiones de conjunto son de David Eltis, The Rise of Atlantic Slavery in the Americas (Cambridge: Cambridge University Press, 2000).

70

Adelman, Sovereignty and Revolution, passim.

71

Xabier Limikiz, Trade and Trust in the Eighteenth-Century Atlantic World. Spanish Merchants and their Overseas Networks (Suffolk and Rochester: Royal Historical Society and the Boydell Press, 2010).

xli

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

sobre el comercio en el Atlántico y el Caribe es el de Adrian J. Pearce, British Trade with Spanish America, 1763-1808.72 Enfoques del Atlántico español de carácter intelectual y cultural han aparecido igualmente, primero con el ambicioso libro de D. A. Brading, The First America: The Spanish Monarchy, Creole Patriots and the Liberal State, 1492-1867.73 Otra contribución influyente para la historia intelectual es la obra de Jorge Cañizares Esguerra, How to Write the History of the New World. Histories, Epistemologies, and Identities in the Eighteenth-Century Atlantic World.74 Stuart B. Schwartz también ha publicado un trabajo, recientemente galardonado, acerca de las creencias religiosas en el mundo atlántico ibérico.75 Dos importantes visiones de conjunto aparecen en dos volúmenes editados: Atlantic History. History of the Atlantic System, 1580-1830, de Horst Pietschmann, y el más reciente, Enlightened Reform in Southern Europe and its Atlantic Colonies, c. 1750-1830, de Gabriel B. Paquette.76 No obstante, aún queda mucho por hacer; los estudios del mundo atlántico español están comenzando a definir una serie coherente de perspectivas metodológicas que orientará este campo historiográfico. Una perspectiva atlántica permite examinar las interconexiones entre los procesos globales, regionales y locales, enlazando los cuatro continentes —Europa, Norte y Sudamérica, y África— que rodean la cuenca atlántica. Tal perspectiva también permite a los historiadores examinar cambios históricos importantes sin la preocupación de los límites políticos modernos, y estimula comparaciones entre los imperios europeos de ultramar. Este punto de vista realza las diferencias entre regiones centrales densamente pobladas y zonas fronterizas poco pobladas —donde el gobierno europeo era más inseguro, ya que varios grupos indígenas desafiaban su control junto a poderes coloniales rivales—. El estudio de zonas fronterizas como Florida o Nuevo México ha llevado a nuevos intercambios

72

Adrian J. Pearce, British Trade with Spanish America, 1763-1808 (Liverpool: Liverpool University Press, 2007).

73

Brading, The First America.

74

Cañizares Esguerra, How to Write the History of the New World.

75

Stuart B. Schwartz, All Can Be Saved: Religious Tolerance and Salvation in the Iberian Atlantic World (New Haven: Yale University Press, 2008).

76

Horst Pietschmann, ed., Atlantic History. History of the Atlantic System, 1580-1830 (Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2002); Gabriel B. Paquette, ed., Enlightened Reform in Southern Europe and its Atlantic Colonies, c. 1750-1830 (Surry: Ashgate Publishing Limited, 2009).

xlii

Introducción

académicos entre especialistas de la América española, portuguesa, holandesa, francesa e inglesa. Es más, una perspectiva atlántica enfatiza en el mundo de los mercaderes y en los intercambios comerciales marítimos, incluyendo gente de carácter marginal —marineros, piratas, hosteleros y prostitutas—, quienes cumplieron un papel en este comercio, particularmente en el Caribe. La cuenca atlántica era, asimismo, escenario de relaciones de género, donde mujeres y hombres de culturas muy diferentes interactuaban, resultando a veces en generaciones de niños de raza mixta. Las guerras también conectaban las posesiones europeas de ultramar a medida que los conflictos en Europa se extendían a América y más allá, mientras que el comercio de esclavos a veces provocaba guerras entre los estados africanos. Una perspectiva atlántica pone un nuevo énfasis en el movimiento, en particular la migración humana, ideológica y comercial de ida y vuelta a través de los océanos. Para alcanzar este objetivo, las historias atlánticas pueden sacar beneficio de perspectivas tomadas de otras disciplinas, como estudios literarios, antropológicos y arqueológicos, y estudios de género. Métodos extraídos de estudios étnicos y culturales, por ejemplo, han sido particularmente influyentes al permitir a los estudiosos examinar la manera en que los contactos entre europeos e indígenas dieron forma a nuevas sociedades, con diversas trayectorias políticas, culturales, económicas y sociales. Trabajos que cruzan las líneas disciplinarias son de utilidad para el estudio de las complejas interacciones humanas, y de los intercambios políticos, económicos, sociales y culturales en el mundo atlántico. En pocas palabras, la historia atlántica anima a los estudiosos a explorar una amplia gama de tópicos y a ver viejos problemas desde perspectivas diferentes. A medida que los historiadores han utilizado el Atlántico como una “arena de análisis”, sus trabajos caen bajo tres tipologías básicas identificadas por David Armitage.77 Las historias circumatlánticas proporcionan una vista transnacional de la región, viendo el mundo atlántico como una unificada zona de intercambio, circulación y transmisión de gentes, ideas, productos o actividades de guerra. El énfasis aquí está en la región atlántica en su totalidad y no en específicas historias nacional, regional o local de carácter imperial.78 Un ejemplo excelente de historia

77

David Armitage, “Three Concepts of Atlantic History”, en The British Atlantic World, 1500-1800, editado por David Armitage y Michael J. Braddick (Basingstoke: Palgrave MacMillan, 2002), 27.

78

Ibid., 15-18.

xliii

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

circumatlántica es Way of Death: Merchant Capitalism and the Angolan Slave Trade, 1730-1830 de Joseph C. Miller.79 El segundo enfoque de historia atlántica, que Armitage llama historia transatlántica, trata de comparaciones internacionales a través del océano y los continentes frente a él.80 Un ejemplo reciente de historia transatlántica es Empires of the Atlantic World de J. H. Elliot.81 El tercer tipo de enfoque identificado por Armitage es la historia “cis-atlántica”, que examina lugares, regiones, imperios y hasta instituciones particulares dentro de un contexto atlántico más amplio, enfocando la interacción entre eventos locales y una más amplia red de conexiones o comparaciones.82 Es este tercer marco de análisis el que sirve de base a este estudio del proyecto de reforma y renovación de España y su imperio atlántico durante todo el siglo xviii. El presente trabajo avanza la tesis de que las reformas borbónicas pueden ser entendidas dentro de ese marco atlántico, donde los eventos en la metrópolis y en la colonia tenían un constante y duradero impacto mutuo. Las Indias y España estaban unidas no solo por un sistema legal, una ideología de imperio y lazos burocráticos comunes, sino también haciendo frente a los mismos desafíos de ambiciones dinásticas, guerra, comercio, y la migración de gente e ideas a través de la vasta cuenca atlántica. Los esfuerzos para revivir los lazos imperiales asimismo produjeron enérgicas respuestas militares por parte de los rivales de España en Europa y en las Américas. Los sucesos en España e Indias se hallaron así inextricablemente unidos entre sí y a las corrientes políticas, sociales y económicas presentes en el resto del mundo atlántico. Este libro analiza las profundas divisiones políticas que surgieron acerca de las reformas borbónicas a ambos lados del Atlántico. Las reformas no se presentan acá como una “segunda conquista” de América, ni como conflictos entre un colonialismo mercantil y uno liberal. En cambio, aparecen emergiendo de una serie de conflictos políticos dentro de España y en las Indias, que dieron forma a las pautas de la Corona en diferentes partes del imperio. En España, los reformadores disputaban unos con otros sobre la política colonial, chocando de igual

79

Joseph C. Miller, Way of Death: Merchant Capitalism and the Angolan Slave Trade, 1730-1830 (Madison: University of Wisconsin Press, 1988).

80

Armitage, “Three Concepts of Atlantic History”, 18-21.

81

Elliot, Empires of the Atlantic World.

82

Ibid., 21-25.

xliv

Introducción

modo con intereses creados como los monopolistas del Consulado de Cádiz. Las ambiciones dinásticas de los monarcas borbónicos o la política de poder europea también intervenían para hacer tambalear, descarrilar, y a veces hasta impulsar el proceso reformista, cuando los ministros españoles patrocinaban innovaciones al prepararse para la guerra. Al mismo tiempo, burócratas de las Indias, religiosos y grupos del medio y subalternos trataban de dar forma al proceso de reforma de acuerdo con sus propios fines. La configuración de estos conflictivos intereses creados varió a lo largo del tiempo en cada región del imperio. El resultado no fue el absolutismo negociado de Irigoin y Graffe, o los ajustes calibrados que los Stein aducen estaban diseñados para “apuntalar el edificio gótico” del imperio español atlántico.83 Más bien, la reforma engendró amargos enfrentamientos políticos a ambos lados del Atlántico, lo que determinó en mayor parte el resultado a largo plazo de estas políticas en cada distrito del imperio español. A medida que los ministros regalistas de España intentaban transformar la monarquía compuesta en un Estado más absolutista, se desarrollaron serias luchas políticas, que a veces estallaban en conflictos armados. En este texto, se presenta la evolución de la reforma en España y se proveen diferentes estudios de casos de conflictos políticos que dieron forma al curso de la política real allí y en diferentes áreas de las Indias a lo largo del siglo xviii. Tales debates sobre el curso de la reforma dentro del imperio sólo se podían resolver en volátiles e impredecibles arenas políticas a ambos lados del Atlántico. Se mantiene acá que el éxito o el fracaso de las iniciativas borbónicas en el imperio español del Nuevo Mundo resultaron de tales luchas políticas a lo largo del período de 1713 a 1796. En España, regalistas y oponentes políticos poderosos chocaban sobre la reforma, y sobre cómo prepararse para la próxima serie de conflictos con los rivales de España. El Consulado en Sevilla y más tarde en Cádiz, por ejemplo, desempeñó un rol principal en las controversias que abarcan desde el traslado de la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz hasta la implementación del comercio libre imperial comenzando en 1765. La oposición también se formó en las Indias, a medida que grupos de intereses chocaban por las innovaciones de la Corona; además, algunos funcionarios coloniales impusieron las políticas de reforma de la Corona según lo escrito, en tanto que otros se movían de manera más lenta y con vacilación para iniciar cambios potencialmente perturbadores.

83

Stein y Stein, The Colonial Heritage of Latin America, 104.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Esto explica en gran parte por qué las reformas generaron abundantes ingresos en México, mientras que tuvieron menos impacto en Nueva Granada, donde la Rebelión de los Comuneros convenció a las autoridades de proceder más lentamente en la implementación de la política real. Incluso la Corona podía dar diferente forma a las políticas para diversas regiones, favoreciendo a Cuba con la liberalización comercial para fomentar la economía azucarera local, en tanto que esperó hasta 1789 para extender el comercio libre a Nueva España. Además, conflictos con los rivales europeos de España sobre ambiciones dinásticas o prácticas coloniales también periódicamente interrumpían el proceso reformista en varias partes del imperio. En otras ocasiones, la amenaza de guerra y derrotas pasadas podían ser utilizadas como justificaciones para avanzar la reforma en el mundo español atlántico. En efecto, fue el resultado de esta simbiosis entre la confrontación política y la amenaza de guerra lo que dio forma a la implementación de las políticas reformistas borbónicas, dándoles resultados distintivos en las diferentes regiones del imperio. Mientras los conflictos políticos sobre la reorganización colonial llegaron a su cumbre durante el reino de Carlos III, la tesis de este libro sostiene, asimismo, que la reforma comenzó mucho antes, poco tiempo después del acceso al trono de la dinastía borbónica. Una razón principal por la que estudios previos han ignorado o les han restado importancia a estas primeras reformas ha sido la relativa falta de documentación en los archivos españoles acerca del reinado de Felipe V, dado que muchas de estas fuentes se quemaron en el incendio del Real Alcázar de Madrid en 1734. El presente estudio se ha basado en mayor parte en documentos diplomáticos franceses para reconstruir estas primeras reformas borbónicas, y para analizar los diferentes resultados producidos por esas políticas tempranas de la Corona. Este estudio comienza con la primera serie de cambios políticos coloniales bajo el cardenal Julio Alberoni y más tarde bajo José de Patiño, para luego analizar la segunda era de políticas reformistas bajo José del Campillo primero y el marqués de la Ensenada después. Cada una de estas etapas de reforma preparó el camino para la siguiente etapa. Las innovaciones de Alberoni y Patiño, por ejemplo, permitieron a España ejercer mayor control sobre sus ciudades portuarias y sobre el comercio de contrabando en Tierra Firme, y preparó el camino para una mayor liberalización más tarde en el siglo. Finalmente, se enfoca el apogeo de la reforma bajo Carlos III. Su expulsión de los jesuitas puede ahora verse como una extensión de la política bajo Ensenada

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Introducción

para restringir el poder de las órdenes religiosas, despojándolas de la administración de sus lucrativas parroquias indígenas. El libro concluye en 1796, cuando la guerra con Gran Bretaña eficazmente puso fin a las ambiciosas innovaciones en la política colonial, al cortar la marina inglesa los lazos entre España y su imperio, obligando a la monarquía española y a sus ministros a dedicar todas sus energías para hallar los recursos fiscales necesarios para mantener el crecientemente fallido esfuerzo bélico. Los conflictos europeos hicieron vacilar y por último pusieron fin al impulso reformista español hacia el año 1796.

Organización del libro Este volumen está dividido en tres secciones en orden cronológico. La primera parte, “Alberoni, Patiño y los comienzos de la reforma atlántica, 1713-1736”, examina las primeras reformas borbónicas en el Atlántico español de 1713 a 1736. El capítulo 1 trata de las iniciativas del cardenal Alberoni, el influyente italiano que guio las decisiones políticas de Felipe V y su esposa, Isabel de Farnesio, de 1715 a 1719. Se centra específicamente en sus esfuerzos para asegurar el control de puertos españoles esenciales y para eliminar intereses extranjeros del comercio español, en particular el comercio con el Nuevo Mundo. El capítulo 2 trata de las reformas más importantes en las Indias: el traslado de la Casa de la Contratación y del Consulado de Sevilla a Cádiz en 1717, la fundación del Virreinato de Nueva Granada, el establecimiento del monopolio del tabaco en Cuba, y la reorganización del estratégico estamento militar de La Habana en 1719. El capítulo 3 estudia el lento paso de la reforma durante la década, bajo la guía de José de Patiño, que trajo nueva energía al ministerio que gobernaba las Indias, resucitó la agenda de Alberoni, reconstruyó la Armada, y buscó la manera de impedir la operación de contrabandistas extranjeros en las Indias. Los principales problemas enfrentados por los reformadores eran los designios dinásticos europeos de Felipe y de su esposa, quienes buscaban reinos italianos para sus hijos, conduciendo a conflictos en Europa que distraían a Madrid de la tarea de reorganizar las relaciones entre España y sus posesiones al otro lado del océano. La segunda, “La segunda ola de reforma, 1736-1763”, parte trata de la próxima fase de la reorganización borbónica, que se destaca por las iniciativas del marqués de la Ensenada, José de Carvajal y Lancáster, y el confesor del rey, Francisco de Rávago (conocidos colectivamente con el nombre de Partido Jesuita, por su fuerte apoyo a esa orden religiosa). El capítulo 4 demuestra la manera

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

en que la Corona limitó la autonomía del Consulado de Cádiz y cómo abrió la puerta al amplio uso de barcos de registro durante la Guerra de la Oreja de Jenkins, mientras que, al mismo tiempo, llevaba adelante la reforma administrativa y militar. Los tratados de paz que pusieron fin a la guerra revocaron las concesiones comerciales hechas desde Utrecht y disfrutadas por la South Sea Company, dejando por fin libre a Madrid para modernizar su sistema comercial colonial. El capítulo 5 explora la agenda de Ensenada y sus aliados, que ahora, no impedidos por restricciones diplomáticas ni guerras dinásticas, volvieron su atención a promover ambiciosas reformas comerciales, administrativas y eclesiásticas. Por último, el capítulo 6 trata de la caída del poderoso Ensenada, lo cual disminuyó el impulso reformista durante los años restantes del reinado de Fernando VI. Teniendo lugar durante el reino de Carlos III el punto culminante de la reforma, este pasa a ser el asunto de la tercera parte: “Pináculo de las reformas borbónicas, 1763-1796”. El capítulo 7 trata de los primeros años del nuevo reinado del rey tras su llegada de Nápoles, cuando se vio acosado por la crisis causada por la conquista inglesa de La Habana en 1762. Este capítulo abarca la reforma militar en Cuba, las ambiciosas iniciativas en la administración colonial y las finanzas que la apoyaban, la legalización del comercio libre imperial para Cuba y otras islas del Caribe —toque final que rompió el histórico monopolio andaluz— y la subsecuente extensión del paquete de reformas a Nueva España y más allá. Eventos paralelos involucraron la modernización del sistema colonial de correos y una agresiva expansión de la Armada. Este capítulo también explora la expulsión de la poderosa Sociedad de Jesús del mundo español atlántico, acto que eficazmente subordinó a las órdenes religiosas a la Corona. El capítulo 8 estudia la variada y amplia agenda de reforma asociada con el ministerio de José de Gálvez, resaltada por la expansión del libre comercio imperial entre 1776 y 1778, y el ajuste de los controles administrativos con el establecimiento del Virreinato del Río de la Plata, pero asimismo incluyendo otras reorganizaciones militares y una agresiva reforma de los impuestos y de la administración provincial. Cada una de estas innovaciones provocó la ira de diferentes grupos de interés en las colonias, ocasionando a veces a insurrecciones, en particular en México, los Andes y Nueva Granada. El capítulo final, analiza la consolidación y el refinamiento de las políticas reformistas en el mundo español atlántico hasta que las guerras de la Revolución francesa envolvieron de nuevo a España en un conflicto europeo. Aunque la Armada había alcanzado

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Introducción

dimensiones impresionantes, la tradicional alianza con Francia eventualmente llevó a España a embarcarse en una desastrosa guerra con Gran Bretaña en 1796, guerra que permitió a la marina inglesa cortar las vías marítimas entre España y sus colonias, causando la estrangulación del impulso reformista del siglo xviii. La “Conclusión” discute el proceso de reforma de un siglo de duración en el imperio español atlántico.

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Parte 1 Alberoni, Patiño y los comienzos de la reforma atlántica, 1713-1736

1 Alberoni y las primeras inquietudes reformistas, 1713-1721

Aunque los Tratados de Utrecht confirmaron su herencia española, fue un atribulado Felipe V el que comenzó su reino en los años de posguerra a la cabeza de una nación dividida y exhausta. El acuerdo le negaba sus derechos de posesión española en los Países Bajos y en Italia, y reconocía las conquistas británicas de Gibraltar y de Menorca. Mientras se afirmaba su derecho al imperio americano, España tenía que conceder a los ingleses entrada legal en el comercio colonial por medio del monopolio de la trata de esclavos, con sus perjudiciales codicilos concomitantes. Y en febrero de 1714, Felipe perdió, víctima de la tuberculosis, a su amada reina saboyana, María Luisa. Aunque el rey pronto encontró consuelo en la persona de una esposa italiana, Isabel Farnesio, aquel era presa de una severa inestabilidad emocional crónica, que lo hacía depender de sus esposas. El abad Julio Alberoni, favorito de la nueva reina, surgió como el improbable caudillo de Madrid, sin cargo público alguno, y apoyándose únicamente en su relación con los monarcas para mantener su posición de poder. Ni sus contemporáneos, ni más tarde los historiadores, han visto favorablemente a Alberoni, considerándolo un neófito político que deslumbró a ambas reinas italianas con su dominio de su cocina nativa, cambio bien recibido dado el desabrido estilo culinario de la Corte hasta esos momentos. Aunque, en su óleo (véase figura 1.1), el cardenal asume una pose muy digna, Alberoni era en realidad un hombre diminuto y rollizo, quizás demasiado apegado a su propia cocina. Un observador de la época le caracterizó diciendo que solo era “un pigmeo a quien

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Figura 1.1. Julio Alberoni (1664-1752), por Rafael Tegeo. Museo Naval. Ref. inv. mnm00816 Copia pintada por Tegeo en 1828 de un original de pintor desconocido.

la fortuna convirtió en un coloso”.1 Es probable que su protegido, José Patiño, le comprendiese mejor al comentar que Alberoni convertía “imposibilidades en meras dificultades”.2 Alberoni reconoció que las claves para revivir a España y

1

Citado en John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 76; y tomado de William Coxe, Memoirs of the Kings of Spain of the House of Bourbon, from the Accession of Philip V to the Death of Charles III, 1700... to... 1788, vol. 2 (Londres: Longman, Hurst, Rees, Orme y Brown, 1815), 108.

2

Citado en Lynch, Bourbon Spain, 78.

4

Alberoni y las primeras inquietudes reformistas, 1713-1721

devolverle su grandeza eran mejorar las finanzas reales, reconstruir la Armada y reavivar el comercio con las Indias. Aunque sus políticas económicas se parecían a las de Colbert y sus innovaciones financieras tomaron alguna inspiración de Jean Orry, Alberoni era en esencia un político pragmático, no un intelectual. A pesar de la condición adversa del país, en los años después de la guerra, Alberoni presidiría una época de impresionante innovación en la administración de España y del imperio americano, aunque los logros habrían de venir a cuenta gotas, de manera desigual y con frequencia dolorosamente. El comercio con las Indias era elemento primordial para la renovación de España, pero las reformas comerciales en el Atlántico se enfrentaban a una serie de problemas interrelacionados que involucraban a grupos opuestos dentro de la misma España, en las Indias y también a las principales monarquías rivales extranjeras —Inglaterra, Francia y Países Bajos—. El mayor problema era el desenfrenado comercio de contrabando en el mundo español atlántico, que prosperó durante la Guerra de Sucesión, cuando España no fue capaz de abastecer sus posesiones transatlánticas. Durante este período, comerciantes franceses capturaron mercados coloniales en el Pacífico, mientras que contrabandistas ingleses, holandeses y franceses se aprovecharon de la preocupación española para operar con impunidad en el Caribe y en el Atlántico meridional. Es más, casas de mercaderes extranjeros en Sevilla y Cádiz eran las que suplían la mayor parte de los productos manufacturados enviados a través del sistema legal de comercio con las Indias. La burocracia colonial en las Indias estaba plagada de corrupción y abierta al soborno a los niveles más altos, facilitando los funcionarios, en vez de impedir, las incursiones de contrabandistas franceses, ingleses y holandeses, sacando su parte. Tal comercio ilícito socavaba cualquier esperanza de revivir el sistema de Flotas (los convoyes para Veracruz) y Galeones (los convoyes para Cartagena y Portobelo), lo que resultó en una seria disminución en las rentas reales provenientes de los impuestos del comercio transatlántico. Finalmente, los Tratados de Utrecht imponían obstáculos a la modernización del sistema comercial colonial, como lo hacía también la privilegiada posición del Consulado de Cargadores a Indias de Sevilla. La reforma en el Atlántico español era un proceso complicado. Mientras que amagos de la futura Ilustración y su racionalización ya se iban introduciendo en la mentalidad de la Corte, la agenda reformista en sus inicios sería esencialmente pragmática, surgiendo de la necesidad, ya por largo tiempo reconocida, de apuntalar segmentos dañados del sistema imperial.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Alberoni y otros reformadores necesitaban una década de paz para modernizar el sistema comercial, pero esfuerzos para restringir el contrabando y recuperar el control de los mercados coloniales amenazaban los intereses de los rivales comerciales de España y de aquellos que se beneficiaban con el tráfico ilícito en las Indias. Además, el futuro político de Alberoni dependía enteramente de su relación con el rey y la reina, y las dinámicas aspiraciones de estos en Europa se traducían también en una amenaza de confrontaciones bélicas. A fin de cuentas, los temerarios esfuerzos de Alberoni para obtener posesiones italianas para los reales infantes degeneraron en un aventurerismo militar desastroso en Italia y una derrota estrepitosa. Los asuntos europeos impedían que los esfuerzos en curso eliminaran la corrupción y revivieran el comercio transatlántico. No obstante, el proceso de renovación del sistema español atlántico había comenzado y los esfuerzos de Alberoni serían asumidos por futuras generaciones de políticos españoles y coloniales.

Contrabando, corrupción y concesiones comerciales Al finalizar la Guerra de Sucesión, la remesa de rentas públicas de las Indias había disminuido a niveles alarmantes. Los niveles de entrada en la tesorería mexicana permanecieron estables a lo largo del siglo xvii y principios del xviii, y las remesas de rentas de impuestos fluctuaron entre una alta de 8 millones de pesos entre 1711 y 1719, y una baja de algo más de 5 millones de pesos de 1701 a 1709.3 La situación era mucho más grave en el Virreinato de Perú, donde los niveles de entrada habían bajado desde la década de los sesenta del siglo xvii y los envíos de renta habían disminuido de su más alto nivel de casi 15 millones de pesos (1631-1640) a poco más de 1 millón de pesos de 1681 a 1690.4 Esta tendencia empeoró aún más a principios del siglo xviii con los envíos, bajando a 77 411 pesos de 1711 a 1719. En términos de porcentaje con relación a la totalidad de los gastos reales, estos envíos de rentas de Perú cayeron del alto nivel del 51 % durante los años 1607 a 1610, a 1 %, el nivel más bajo durante el período

3

John J. TePaske, “New World Silver, Castille, and the Far East (1590-1750)”, en Precious Metals in the Later Medieval and Early Modern Worlds, editado por John F. Richards, 425-45 (Durham: Duke University Press, 1983), tablas 1, 2.

4

Kenneth J. Andrien, Crisis and Decline: The Viceroyalty of Peru in the Seventeenth Century (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1985), 67.

6

Alberoni y las primeras inquietudes reformistas, 1713-1721

de 1711 a 1719.5 Durante la mayor parte del resto del siglo, el Virreinato de Perú envió sólo pequeñas cantidades a la metrópolis, reteniendo gran cantidad de sus ingresos para satisfacer necesidades administrativas y militares locales. En gran parte, esta disminución en los envíos se debió al debilitamiento de la economía minera, en particular del antes predominante centro minero de Potosí, donde la plata legalmente registrada bajó de 888 448 marcos en 1592 a menos de 200 000 marcos hacia finales del siglo xviii.6 El colapso casi completo de ingresos que fluyen a la tesorería central de Lima demuestra la seria crisis fiscal en el Virreinato de Perú a principios del siglo xviii. La caja de Lima era el repositorio de todas las rentas reales, recibiendo el sobrante de las cajas subordinadas una vez pagados por ellas sus correspondientes gastos administrativos; o sea, que los ingresos de la caja de Lima reflejan el flujo de las rentas reales a través del virreinato peruano. Como se aprecia en la figura 1.2, el nivel de los ingresos en Lima había continuado decayendo desde mediados del siglo xvii, pasando de la modesta alta de 3 503 217 pesos en 1706, a una deprimente baja de 258 645 en 1714, antes de reanimarse en 1719, con la suma de 2 321 810 en 1719. Aunque el decaimiento minero de Potosí era la principal causa de esa disminución, los contemporáneos citaban también la inundación de mercancía francesa de contrabando en los mercados del virreinato, pagada en su mayor parte con plata ni registrada, ni tasada, que llegaba ilegalmente de las minas de tierra adentro. Durante la Guerra de Sucesión, los franceses ejercieron fuerte presión para obtener concesiones comerciales en las Indias españolas. No pudiendo obtener permiso para comerciar directamente con las Indias al finalizar la guerra, los mercaderes franceses dedicaron su atención a proveer mercancía ilegal a los mercados sudamericanos, a cambio de lingotes de plata de las minas peruanas. Durante la guerra, España, asediada, no podía suplir de artículos europeos a Sudamérica, y Felipe se vio forzado a dar a mercaderes franceses con licencia el derecho de traficar periódicamente en los mercados americanos. Los franceses incluso formaron la Compagnie de la Mer Pacifique para permitir a mercaderes

5

TePaske, “New World Silver”, tablas 1, 2.

6

Peter J. Bakewell, “Registered Silver Production in the Potosí District, 1550-1735”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 12 (1975): 94-97.

7

0

1000000

Pesos de ocho 2000000 3000000

4000000

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

1700

1705

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1715

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Año

Figura 1.2. Ingresos en la Caja Matriz Limeña

de San Malo comerciar en América del Sur.7 Los franceses se volvieron con particular atención a este tráfico ilícito cuando, por los acuerdos de Utrecht, el contrato para suplir legalmente de esclavos a las Indias pasó de sus manos a manos inglesas. Un número de 178 buques mercantes de Francia regresaron con 54 602 791 pesos españoles entre los años 1701 y 1725, alcanzando este tráfico ilegal su apogeo en 1714, cuando los buques de mercaderes franceses regresaron con casi 8,5 millones de pesos.8 Durante el auge de este comercio, los contemporáneos estimaban que más del 65 % de los artículos vendidos en los mercados peruanos eran contrabando francés. Esta situación continuó con la complicidad de los oficiales coloniales, llegando incluso a involucrar al virrey de Perú, don Manuel de Oms y de Santa Pau Olim de Sentmenat y de Lanuza, primer conde de Castelldosríus (1707-1710). El virrey era un aristócrata catalán, consumado literato, y diplomático con experiencia en las cortes de Portugal y Francia, donde desarrolló una estrecha relación con

7

Geoffrey J. Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 1700-1789 (Bloomington: The Macmillan Press, 1979), 22-28.

8

Carlos Daniel Malamud Rikles, Cádiz y Saint Malo en el comercio colonial peruano (1698-1725) (Cádiz: Diputación de Cádiz, 1986), 67.

8

Alberoni y las primeras inquietudes reformistas, 1713-1721

el mismo rey Luis XIV. Como catalán fiel a Felipe de Anjou, pretendiente borbón al trono, al apoyar Cataluña al pretendiente Habsburgo, Carlos de Austria, a Castelldosríus se le confiscaron todas sus propiedades familiares. A su llegada a Lima en mayo de 1707, Castelldosríus se encontraba seriamente endeudado.9 Con celeridad brutal, el virrey asumió el control del comercio de contrabando en el Pacífico, colocando a amigos y compinches en posiciones importantes, como Pisco e Ica en la costa, y se alió con aquellos que servían en otros puertos estratégicos, como Arica, Callao, Concepción de Chile, Guayaquil y Trujillo. El virrey formó una sociedad con su hijo, don Ramón Tamarit, a quien nombró jefe de la guardia del virreinato, y con otro paisano catalán, don Antonio Martí Ginovés, quien tenía viejas conexiones mercantiles en Lima. Barcos mercantes franceses podían descargar artículos, en particular en Pisco, donde tenían lugar ferias comerciales informales bajo la supervisión de la guardia virreinal de Tamarit. El virrey y sus compinches entonces supuestamente extraían un impuesto del 25 % de toda esta mercancía ilegal vendida a comerciantes peruanos, algunos de ellos hasta miembros del Consulado de Lima.10 En tanto que Castelldosríus sacaba gran provecho del comercio de contrabando, intimidó descaradamente a la comunidad de comerciantes de Lima a participar en la feria de Portobelo (Panamá) de 1707. Los comerciantes limeños se mostraron reacios a ello, quejándose de que los artículos de contrabando habían saturado el mercado peruano, por lo que resultaba infructuoso comprar artículos europeos más caros allí. Entre préstamos forzados y lo que quedaba en la tesorería de Lima, el virrey acumuló casi 1,7 millones de pesos para enviar a Portobelo para alivio de la agobiada Corona, demostrando así su lealtad y eficiencia. Entonces, presionó al Consulado a ir a la feria con 7 millones de pesos (que incluían los dineros públicos amasados por el virrey). Castelldosríus convenció al Consulado de Lima de lanzar la Armada del Pacífico, prometiendo limitar las actividades contrabandistas de su compañía y de otros involucrados en el comercio francés, para así asegurar un mercado a la mercancía comprada en la feria.

9

Núria Sala i Vila, “Una corona bien vale un virreinato: el marqués de Castelldosríus, primer virrey borbónico del Perú”, en El “premio” de ser virrey: los intereses públicos y privados del gobierno virreinal en el Perú de Felipe V, editado por Alfredo Moreno Cebrián y Núria Sala i Vila, 17-150 (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004), 19-34, 47-50.

10

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 38-42; Sala i Vila, “Una corona bien vale un virreinato”, 54.

9

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Por su parte, los mercaderes accedieron a desviar parte de los 350 000 pesos debidos de impuestos comerciales (avería) para ayudar a pagar las deudas del virrey.11 Después de que el comandante de los galeones forzara a los peruanos a pagar la avería en su totalidad, privando a Castelldosríus de aliviar su deuda, los limeños zarparon hacia Callao. Sin embargo, durante el viaje de retorno, fueron atacados por piratas ingleses, perdiendo gran parte de su cargamento. Cuando los atribulados peruanos por fin llegaron a Lima en 1709, descubrieron que Castelldosríus los había traicionado; el contrabando francés seguía penetrando los mercados del virreinato, haciendo virtualmente imposible sacar ganancia alguna de la venta de los artículos obtenidos en Portobelo. No es de extrañar que los enemigos del virrey lo denunciaran, lo que resultó en su suspensión por el Consejo de Indias en 1710.12 Su prematura muerte ese mismo año le evitó a Castelldosríus la vergüenza de un juicio legal, pero un inventario de sus propiedades reveló que, en los tres años de su gobierno, había amasado una ilegal fortuna personal de 1 294 060 pesos.13 En su totalidad, este sórdido asunto era reflejo de la arraigada cultura de corrupción política que había permeado la burocracia colonial española a principios del siglo xviii. Esta política de vicio y engaño no se limitaba solamente al virreinato del sur. El virrey de Nueva España, el duque de Albuquerque, fue también acusado de traficar en mercancía de contrabando de la misma manera, pero escapó a un proceso judicial con el pago de una indemnización de 700 000 pesos a la Tesorería Real.14 Muy aparte de la penuria fiscal de la Corona y de los problemas acarreados por el contrabando, las concesiones comerciales hechas en los Tratados de Utrecht impidieron una concienzuda reforma en el Atlántico español. Serios obstáculos surgieron a causa del derecho inglés, obtenido por ese convenio, de manejar el comercio americano de esclavos. Sin fábricas en la costa africana 11

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 41-46; Sala i Vila, “Una corona bien vale un virreinato”, 42-50.

12

La suspensión fue luego anulada, debido a que la hija del fallecido virrey, Catalina, usó su influencia en la Corte para reabrir el proceso y lograr su restitución. Fue absuelto póstumamente en su residencia, a pesar de la abrumadora evidencia en su contra. Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, pp. 47-49; Sala i Vila, “Una corona bien vale un virreinato”, 50-78.

13

Sala i Vila, “Una corona bien vale un virreinato”, 111.

14

Christoph Rosenmüller, Patrons, Partisans, and Palace Intrigues: The Court Society of Colonial Mexico (Calgary: University of Calgary Press, 2008), cap. 8; Sala i Vila, “Una corona bien vale un virreinato”, 56-57.

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como consecuencia del Tratado de Tordesillas, España había dependido a lo largo de la historia de intermediarios para administrar el tráfico de seres humanos.15 Versalles había utilizado la posición de protector de la nueva dinastía para extraer el privilegio de operar ese tráfico de esclavos a través de la Royal Guinea Company en 1701, pero ahora este premio servía para compensar a los ingleses por acceder a la sucesión borbónica. Bajo provisión del tratado, la British South Sea Company, una sociedad anónima fundada en 1711 para consolidar y reducir el costo de la deuda nacional inglesa, tendría permiso para proveer anualmente a América 4800 piezas de uno u otro sexo y de cualquier edad, por un período de treinta años a partir de mayo de 1713. Estas importaciones potencialmente supondrían a lo menos 144 000 esclavos, pero durante los primeros veinticinco años se podrían introducir más esclavos si la demanda en las Indias existía.16 La South Sea Company también tenía permiso para mandar, durante los treinta años del contrato de esclavos, un barco de 500 toneladas para comerciar en las ferias de Portobelo o Veracruz, dándoles así a los ingleses un muy codiciado acceso legal al mercado americano.17 Quizá más perjudicial era la provisión impuesta en el tratado preliminar del 27 de marzo de 1713, que comprometía a la monarquía a restablecer su sistema comercial colonial en conformidad con las leyes fundamentales de las Indias y con los históricos tratados españoles. España asimismo prometió abstenerse de conceder a ningún otro poder extranjero el derecho legal de comerciar con sus colonias.18 En efecto, este codicilo preservaba

15

Para una visión de conjunto de la operación del comercio de esclavos en sus primeros años, véase Enriqueta Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1977).

16

“Artículos del asiento de Negros”, art. 6 con comentario en francés, Archives des Affaires Étrangères: Correspondence Politique, Espagne (aae:cpe), vol. 241, fols. 155-67. La South Sea Company efectuó préstamos sustanciales al Gobierno y asumió grandes cantidades de la deuda gubernamental a cambio de que los deudores cambiaran sus valores por acciones de igual valor en la compañía. La South Sea Company también recibió el monopolio de los derechos al comercio en el Mar del Sur por medio de las concesiones hechas a Inglaterra por España en los Tratados de Utrecht. Véase Dorothy Marshall, Eighteenth Century England (Nueva York y Londres: Longman Group Limited, 1962), 118-25.

17

“Artículos del asiento de negros”, art. 42.

18

aae:cpe, vol. 221, fols. 145-73. La cláusula decimotercera del tratado preliminar de paz provee que “Su Majestad Católica promete que en el futuro no concederá licencia ni otros permisos a ninguna nación extranjera, sin excepción, por ninguna causa o pretexto, para comerciar en las Indias Españolas y Su Majestad restaurará el mencionado comercio en conformidad con y de

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el tradicional sistema de convoy, que daba sentido a lo que los españoles llamaban “navíos de permiso” de quinientas toneladas, y restringía la libertad española para modernizar la estructura básica del sistema comercial colonial. De hecho, no sería hasta el Tratado de Madrid en 1750 que España disfrutaría de la flexibilidad diplomática necesaria para llevar a cabo una reforma básica. Más socavado por la corrupción política, por el comercio de contrabando en el Caribe y en el Pacífico, y por las riñas políticas en España, el sistema de flotas nunca llegó a ser tan fructífero como en el siglo anterior. Para aliviar la carga impuesta a la monarquía por el asiento, el acuerdo incluía condiciones para proveer algunos beneficios a la monarquía española. El tratado daba derecho a la Tesorería Real a recibir la suma de 33⅓ pesos por cada una de las primeras 4000 importaciones autorizadas de esclavos, pagaderas no obstante el tráfico actual, y un préstamo inicial de 200 000 pesos.19 El rey tenía derecho al 25 % de las ganancias de los navíos de permiso, pudiendo imponer un impuesto del 5 % al resto de las ganancias.20 En vista de la acritud que acompañaba al asiento y la hostilidad entre la Corona española y la South Sea Company, sin embargo, la recompensa actual que llegó a la Tesorería Real a través de los años ascendió a muy poco. Finalmente, la mercancía que llegaba en los navíos de permiso disfrutaba de una exoneración de los impuestos de importación regulares, lo que les daba a los tratantes ingleses una ventaja del 25 al 30 % en los mercados coloniales con respecto a la mercancía enviada de España a las ferias de Veracruz y Portobelo.21 En tanto que el Consulado de Sevilla deploraba la intrusión de contrabandistas extranjeros en las colonias americanas, se beneficiaba con las condiciones del tratado que hacían mandatorio la preservación del histórico sistema de Flotas y Galeones. Durante más de 150 años, el gremio había operado un monopolio

acuerdo a las bases de los históricos tratados y de las leyes fundamentales de España con relación a las Indias […]”. Parte de esta disposición aparece citada en Pablo Emilio Pérez-Mallaína Bueno, La política española en el Atlántico, 1700-1715 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1982), 271, y Allan J. Kuethe y Lowell Blaisdell, “French Influence and the Origins of the Bourbon Colonial Reorganization”, Hispanic American Historical Review (hahr) 71:3 (1991): 583. 19

The Assiento; or Contract for Allowing to the Subjects of Great Britain the Liberty of Importing Negroes into the Spanish America (Londres: John Baskett, 1713), arts. 2-3.

20

“Convention pour l’assiento des negres”, en Saint Aignan a Versalles, Madrid, junio 12, 1716, aae:cpe, vol. 251, fols. 61-76.

21

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 73-74, 81.

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en el puerto de Sevilla bajo la supervisión de la Casa de la Contratación.22 El sistema de puerto único y monopolio del gremio simplificaba la administración y el control, al tiempo que el Consulado proveía una asistencia vital a la Corona, suministrando préstamos, donaciones y, en algunas ocasiones, servicios especiales. Este arreglo podía involucrar considerables sumas de dinero. Durante el período de 1687 a 1705, por ejemplo, los préstamos del Consulado sumaron 4 174 000 pesos, 970 000 escudos y 16 000 doblones; las donaciones, 1 325 000 pesos, 870 000 escudos y 5000 doblones; y sus servicios, 90 000 pesos, 200 000 escudos y 200 000 ducados.23 Sin un sistema bancario moderno (algo que España no desarrollaría hasta 1782), estos préstamos y donaciones resultaban indispensables para la financiación de emergencias. Como aseveró en 1709 un miembro de una junta ad hoc investigando supuestas impropiedades por parte del Consulado, era necesario “alentar al comercio [...] de otra manera, no puede tener caudales para servir a Vuestra Majestad con donativos y empréstitos en las urgencias que se ofreciesen”.24 La reciprocidad de este arreglo era bien entendida y expresada abiertamente. En reconocimiento de un servicio prestado en 1690, Su Majestad expresó su “aceptación y gratitud”, prometiendo que “lo tendré presente para atenderle y favorecerle en todo lo que mirare a su alivio y conservación”.25 El gremio ejercía una poderosa influencia política en Madrid. La estrategia del Consulado constantemente superaba a la francesa en sus intentos por obtener acceso directo y permanente a los mercados americanos durante la Guerra de Sucesión, época en que Versalles disfrutaba de la máxima influencia política en Madrid. Alentada por su aparente posición omnipotente de ser el aliado más 22

Para una excelente perspectiva de la creación del Consulado en 1543, véase Enriqueta Vila Vilar, “Algunas consideraciones sobre la creación del Consulado de Sevilla”. Congreso de Historia del Descubrimiento, 53-65 (Sevilla: Confederación Española de Cajas de Ahorros, 1992), 4, 53-65. Para la Casa de la Contratación, véase Antonio Acosta Rodríguez, Adolfo González Rodríguez y Enriqueta Vila Vilar, coords., La Casa de la Contratación y la navegación entre España y las Indias (Sevilla: Universidad de Sevilla, 2003).

23

“Servicios hechos al Estado y a algunos cuerpos particulares de la Nación por el Comercio de Cádiz, 1555-1803”, Archivo General de Indias (agi), Consulados, leg. 15.

24

Citado en Pérez-Mallaína, La política española, 222-23.

25

“Servicios hechos al Estado y a algunos cuerpos particulares de la Nación por el comercio de Cádiz, 1555-1803”, agi, Consulados, leg. 15, citado en Allan J. Kuethe, “El fin del monopolio: los Borbones y el Consulado andaluz”, en Relaciones de poder y comercio colonial: nuevas perspectivas, editado por Enriqueta Vila Vilar y Allan J. Kuethe (Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1999), 37-38.

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importante de Felipe, Francia tenía la esperanza de manipular la política comercial colonial española, con la intención de modernizarla y reformarla de modo más favorable a sus propios intereses. En 1705, después de la formación de la Junta de Restablecimiento del Comercio, dos influyentes miembros franceses, los agentes Nicolás Mesnager y Ambrosio Daubenton, trataron, sin éxito, de reemplazar los convoyes con navíos individuales. Al año siguiente, Mesnager propuso un plan para que el comercio colonial saliera oficialmente de Cádiz y no de Sevilla, sustituyendo el Consulado sevillano con un gremio radicado en el nuevo puerto de embarque. Los aliados tendrían el derecho a comerciar en América, aunque serían navíos españoles los que llevarían toda la mercancía. La Corona rechazó este plan, como el anterior, en gran parte por el importante apoyo financiero del Consulado de Sevilla durante la guerra, su vehemente oposición y presión política, y por demoras en el Consejo de Indias. Los franceses tuvieron que conformarse con el privilegio de proveer un tercio de la carga de seis fragatas que salieron de Cádiz para Veracruz en 1708.26 Ningún acceso francés permanente a los mercados coloniales resultó de esto, al disminuir la influencia de Versalles durante las tensiones políticas que dividieron a ambas cortes en 1709, permitiendo a Sevilla recuperar terreno perdido.27

Los años de la influencia francesa En vista de las restricciones a la política colonial impuestas por las obligaciones de los tratados y por el contrabando descontrolado, la reforma administrativa se concentró en el lado europeo del Atlántico, bajo la vigilancia de los aliados franceses del rey. Innovaciones en la política colonial también estaban conectadas a la fortuna de la familia real, en particular debido a la inestabilidad mental del rey. Durante la Guerra de Sucesión, Felipe exhibió señales impresionantes de liderazgo monárquico, pero con el tiempo su inestable condición mental, con sus largos y profundos períodos de depresión, lo debilitó perceptiblemente.28

26

Pérez-Mallaína, La política española, 234-64.

27

Ibid., 97-102.

28

Historias recientes sobre las dificultades mentales de Felipe incluyen Carlos Martínez Shaw y Marina Alfonso Mola, Felipe V (Madrid: Arlanza Ediciones, 2001); Ricardo García Cárcel, Felipe V y los españoles: una visión periférica del problema de España (Barcelona: Plaza & Janés, 2003); María Ángeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio (Barcelona: Plaza & Janés, 2003); y Juan Luis Castellano, Gobierno y poder en la España del siglo xviii (Granada: Editorial Universidad

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La vulnerabilidad de Felipe lo llevó a depender en extremo de su joven esposa, María Luisa de Saboya, y de Anne Marie de La Trémoille-Noir Moutier, princesa de los Ursinos, viuda de un grande de España y estrechamente relacionada con madame de Maintenon, la consorte de Luis XIV.29 Con anticipación al matrimonio de Felipe, Versalles había enviado a la princesa de los Ursinos, ya en sus cincuenta largos, como camarera mayor para acompañar a Madrid a la novia de trece años y supervisar su adecuada formación para su condición de reina.30 En este papel, la Ursinos pronto comenzó a aconsejar a la familia real en asuntos de Estado, asumiendo una posición privilegiada en la Corte y cultivando una relación estrecha con María Luisa, con el consejero financiero especial, Jean Orry, y con el embajador francés, Michel-Jean Amelot (1705-1709).31 Después de la inesperada muerte de la reina en febrero de 1714, la princesa de los Ursinos consolidó su hegemonía, convirtiéndose de hecho en regente.32 El rey tomaba sus comidas con ella y ella controlaba la orden del día. Aparte de sus más íntimos ministros, pocos disfrutaban de acceso directo al monarca.33 Uno de los ministros más influyentes del rey, Jean Orry, era una figura relativamente oscura cuando Luis XIV lo envió a España durante los períodos de 1702 a 1704 y de 1705 a 1706 para aconsejar a su nieto. De apariencia apocada, pero con una personalidad mordaz, Orry resultó ser un astuto y enérgico ministro, quien propuso una plétora de planes para mejorar la economía española y

de Granada, 2006). Sobre su heroicidad y liderazgo, véase Henry Kamen, Philip V of Spain. The King who Reigned Twice (New Haven: Yale University Press, 2001), caps. 2-3. 29

Muchas autoridades atribuyen esta dependencia a un súper activo impulso sexual, acoplado a una religiosidad que no le permitía el lujo real de relaciones extramatrimoniales. Un ejemplo reciente es Philippe Erlanger, Felipe V, esclavo de sus mujeres, traducido por Robert Sánchez (Barcelona: Editorial Ariel, 2003). Una perspectiva diferente se puede encontrar en Kamen, Philip V of Spain, quien mientras aceptando la dependencia de Felipe de sus reinas, argumenta que los puntos fuertes de Felipe no deben ser olvidados.

30

Para un tratamiento biográfico sucinto de Ursinos, véase Kendal W. Brown, “Marie-Anne de la Tremouille”, en Women in World History. A Biographical Encyclopedia, editado por Anne Commire y Deborah Klezmer, 16 vols., vol. 10, 358-62 (Waterford, CT: Yorkin Publications, 1999-2002).

31

Existen muchas descripciones del rol de la princesa de los Ursinos y de los problemas emocionales de Felipe V. Además de Erlanger, Felipe V, esclavo, véase Lynch, Bourbon Spain, 31, 46-52, 62, 73-74.

32

Erlanger, Felipe V, esclavo, 227.

33

Brancas a Torcy, Madrid, febrero 19, 1714, aae:cpe, vol. 228, fols. 159-61.

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reorganizar el gobierno.34 Felipe tenía tan buena opinión de Orry, que requirió al francés en España una vez más en 1713, y este correspondió a su confianza con lealtad infinita, algo que disgustó a los funcionarios franceses, quienes pensaban que el ministro debía ser poco más que un instrumento del Gobierno francés.35 Al marqués de Brancas, embajador en España en 1714 (y cuñado del ministro de Estado, Jean-Baptiste Colbert, marqués de Torcy), no le sentaba bien la intromisión extralimitada de Orry, quien además, como persona, le caía muy mal.36 Ambos hombres habían llegado a Madrid en 1713, y Brancas, al igual que Orry, tenía gran familiaridad con la escena madrileña.37 Brancas lamentaba el pensamiento independiente de su compatriota Orry, comentando que “todo el mal que Orry hace en España recae en Francia”, y hasta sospechaba de Orry de abrir su correspondencia con Versalles.38 Felipe dependía de su magia financiera para el dinero, y este prudentemente mantenía una estrecha relación con la poderosa Ursinos. En efecto, la princesa, quien bien podía haber visto copias de los despachos de Brancas a Versalles, se sintió obligada en una ocasión a reprocharle al embajador su crítica de Orry.39 El español con más poder en el gobierno de Felipe era José de Grimaldo, uno de los muy pocos hombres de confianza del rey. Vasco, de origen comparativamente humilde, Grimaldo fue un temprano ejemplo de la nueva clase de 34

Alfred Baudrillart, Philippe V et La Cour de France, vol. 1 (París: Firmin/Didot et cie, 1890), 73-74, 575-76; Lynch, Bourbon Spain, 31, 47, 62, 73-74.

35

La carta de Felipe a su abuelo es interesante: “Como me hallo en estos momentos tratando de poner mis finanzas en orden y como el señor Orry, por bien informado, me es por lo tanto vital, espero fervorosamente que él pueda venir pronto, por lo que ruego a Su Majestad le dé permiso para hacerlo, algo que me placería en extremo”. Felipe V a Luis XIV, Madrid, marzo 13, 1713, aae:cpe, vol. 221, fol. 27.

36

La correspondencia del embajador con Colbert, el marqués de Torcy, durante la primera parte de 1714, contiene repetidas críticas. Véase, por ejemplo, sus informes de enero 8 y 16, febrero 17 y marzo 23, aae:cpe, vol. 228, fols. 37-42, 54-62, 153-58, y vol. 229, fols. 67-69.

37

Nombramiento diplomático, Brancas, Versalles, junio 15, 1713, y “Extrait”, carta anónima, Bayona, abril 15, 1713, aae:cpe, vol. 221, fols. 164, 221.

38

Brancas a Torcy, Madrid, febrero 17, 1714, y marzo 19, 1714, aae:cpe, vol. 228, fols. 153-58, y vol. 229, fols. 58-61.

39

Brancas a Torcy, Madrid, enero 16, 1714, y Memoire, Madrid, mayo 3, 1714, aae:cpe, vol. 228, fols. 54-62, y vol. 229, fols. 130-35; Lynch, Bourbon Spain, 52, 73. Brancas regresó a París en abril de 1714; curiosamente, él serviría otra vez de embajador a finales de la década de los veinte. La princesa de los Ursinos a Torcy, abril 29, 1714, y “Memoire pour servir d’instruccion au Marquis de Brancas”, abril 26, 1728, aae:cpe, vol. 229, fol. 141 y vol. 354, fols. 277-98.

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administrador cuyos méritos le permitieron un asombroso grado de movilidad social durante el siglo borbón.40 Un individuo agradable, discreto y cauto, Grimaldo era rollizo, y al hablar, solía ponerse las manos sobre el amplio estómago.41 Sus puntos fuertes eran la integridad y la habilidad para manejar con capacidad múltiples tareas, mantener la armonía y el equilibrio, y evitar hacerse de enemigos.42 Durante este período, él también cultivó excelentes relaciones con la princesa de los Ursinos.43 José de Grimaldo no fue un gran reformador. Sus instintos eran bastante conservadores y tenía poca inclinación a pensar de manera innovadora.44 Durante su tiempo en España, Jean Orry cambió radicalmente la administración del imperio, implementando un sistema de cuatro ministerios: Estado, Guerra, Justicia y Gobierno Político, y Marina e Indias, el 30 de noviembre de 1714. Hacienda fue puesto a cargo de un intendente general. Esta reorganización había sido por largo tiempo una prioridad para Orry, quien había trabajado en colaboración con el español Melchor de Macanaz.45 Bajo los Habsburgo, la Corona había funcionado mediante una serie de consejos, encabezados por el Consejo de Castilla, con los asuntos coloniales encomendados al Consejo de Indias. Esta institución, como cualquier comité, dependía de la calidad de sus miembros para sus resultados, pero al funcionar colectivamente, tendía a ser deliberativa y lenta, más reactiva que proactiva. A medida que Europa se adentraba en el siglo xviii, varios Estados europeos ya estaban desarrollando sistemas

40

Para un estudio prosopográfico del liderato de la Corte en el siglo xviii, véase Teresa Nava Rodríguez, “Problemas y perspectivas de una historia social de la administración: los secretarios del Despacho en la España del siglo xviii”, Mélanges de la Casa de Velázquez 30 (1994): 151-56.

41

José Antonio Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, vol. 1 (Madrid: Editora Nacional, 1979), 41-42; Lynch, Bourbon Spain, 73, 80; Erlanger, Felipe V, esclavo, 287.

42

Una perspectiva francesa puede hallarse en la “Instrucción para el enviado especial marqués de Maulevrier”, Versalles, julio 9, 1720, y Maulevrier a Versalles, Madrid, octubre 21, 1720, aae:cpe, vol. 295, fols. 217-36 y vol. 298, fols. 188-96.

43

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 45, 49.

44

Para conocer los antecedentes de Grimaldo y su papel en la Guerra de Sucesión española, véase Concepción de Castro, A la sombra de Felipe V. José de Grimaldo, ministro responsable (17031726) (Madrid: Marcial Pons, 2004).

45

Real orden, noviembre 30, 1714, agi, Indiferente General (ig), leg. 472. Véase también Lynch, Bourbon Spain, 73-74. En un mensaje a Versalles, un agradecido Orry informaba que la reorganización había llegado “enfin”. Orry a Versalles, Madrid, diciembre 3, 1714, aae:cpe, vol. 234, fol. 12.

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ministeriales apoyados en la responsabilidad individual.46 Entre estos se hallaba Francia y ahora España le seguía. El nuevo ministerio para las colonias y la marina había llevado oficialmente el complicado título de Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Marina e Indias. Orgánicamente, el sistema ministerial evolucionó de la Secretaría del Despacho Universal, el consejo más alto dentro del sistema administrativo de los Habsburgo. Debido a esta conexión, los ministros se llamaban a sí mismos secretarios de la Oficina Universal. En 1705, el despacho se había transformado con el establecimiento de dos secretarías, una para Guerra y Tesoro, en manos de José de Grimaldo, y otra “para todo lo demás de cualquier materia que sea”, pero en esencia, asuntos jurídicos y eclesiásticos.47 Cuando la Oficina Universal fue reorganizada en cuatro secretarías en 1714, los nombramientos recayeron en Miguel Fernández Durán (Guerra), Manuel Vadillo ( Justicia y Gobierno) y Bernardo Tinajero de la Escalera (Marina e Indias).48 José de Grimaldo, ya para entonces marqués, asumió los deberes de Estado.49 Al retener Orry la supervisión superior de finanzas, esta crítica función quedó aparte de la estructura ministerial.50 La Secretaría de Marina e Indias retendría su doble personalidad hasta 1754, cuando Fernando VI separó las dos ramas. Durante sus primeros años, Marina e Indias se hallaba comúnmente administrada por un individuo en control de una o más carteras, lo que producía una coordinación interministerial de carácter ad hoc en el gabinete real. Los asuntos de competencia ministerial eran asignados a lo que se conocía como la “vía reservada”. En el caso de Marina e Indias, esto incluía asuntos administrativos de carácter diario:

46

Véase, por ejemplo, Leo Gershoy, From Despotism to Revolution, 1763-1789 (Nueva York: Harper and Row, 1944).

47

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 12, 26-28, 41-42. Un excelente análisis de la lucha temprana para evolucionar del sistema Habsburgo puede verse en Castellano, Gobierno y poder, cap. 2.

48

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 52-53. Fernández Durán describió su puesto como “secretario de Estado y de la Oficina Universal de Guerra en el gabinete de Su Majestad”. Fernández Durán al ministro de Estado francés marqués de Torcy, Madrid, diciembre 4, 1714, aae:cpe, vol. 234, fol. 42.

49

Grimaldo a Torcy, Madrid, noviembre 19, 1714, aae:cpe, vol. 233, fol. 99.

50

Chargé d’Affairs Jean-Baptiste Pachau a Versalles, Madrid, noviembre 10, 1714, aae:cpe, vol. 233, fols. 67-69. Hacienda fue puesto a cargo de un intendente universal de la veeduría general. Real orden, diciembre 1, 1741, agi, ig, leg. 472.

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La correspondencia con los virreyes, gobernadores de provincia y particulares. Sus nombres, apellidos, calidades y países. La jurisdicción de todos, gajes, número de tropas de que debe componerse la guarnición, su sueldo y asignación. Los arzobispos, obispos, capítulos, abades, priores, conventos de uno y otro sexo, parroquias, número y nombres de los eclesiásticos y religiosos, provincias y lugares donde están las rentas de cada uno y su naturaleza. La de todas las encomiendas, su situación, rentas, quién las posee. Sus cargas futuras, en favor de quién y por qué tiempo. Los tribunales, corregimientos, alcaldías y otras jurisdicciones, contadores, su sueldo y ejercicio. Las casas de moneda, oficiales gages [sic], y dónde están situados. Los administradores, arrendadores de rentas reales, el nombre de cada una, su producto, cargas y lo que produjeron desde el año de 1640. Que respecto de haberse formado una Junta de Hacienda de Indias y manutención de tropas, asistirían a ella este secretario y el de la guerra. Todo lo que mira a la marina, compra y construcción de bajeles, sus fondos para que S. M. dará consignación.51

Pese a que el Consejo de Indias sobrevivió la reorganización, habría de tener un papel secundario, aunque importante. Bajo este nuevo arreglo, las responsabilidades del Consejo concernían a apelaciones jurídicas, así como el trámite de nombramientos cuando se trataba de asuntos jurídicos o eclesiásticos. De igual manera, actuaba como un cuerpo consultivo para asuntos que requiriesen estudio y deliberación. El método convencional para el gobierno de Su Majestad sería la real orden, dada en su nombre a través del Ministerio. La Real Cédula, el documento legal histórico del Consejo, también sería utilizado por el Ministerio para asuntos que requerían legislación formal o para nombramientos que se originaban bajo su competencia.52 El primer secretario de la Oficina de Marina e Indias fue Bernardo Tinajero, hombre de impresionante empuje y habilidad. Tinajero ascendió debido a su intimidad con el embajador francés, Michel-Jean Amelot, primer ministro de facto de 1705 a 1709, y con la camarilla francesa que dominó los primeros años de

51

Citado en Escudero, Los orígenes, vol. 1, 53.

52

Mark A. Burkholder, “The Council of the Indies in the Late Eighteenth Century: A New Perspective”, hahr 56:3 (1976): 405; José Joaquín Real Díaz, Estudio diplomático del documento indiano, 2.a impresión (Madrid: Dirección de Archivos Estatales, 1991), 70, 179-81, 200-01.

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la Corte de Felipe V.53 Desafecto integrante del Consulado de Sevilla, fue uno de los 129 miembros que en 1697 protestaron la manera en que el liderazgo del Consulado asignaba valores individuales a los préstamos concedidos a la Tesorería Real. No habiendo obtenido satisfacción, apeló a la Casa de la Contratación en 1705, donde fracasó, siéndole desde entonces prohibido asistir a las juntas generales de comercio del Consulado. La fortuna de Tinajero cambió abruptamente cuando su apelación al Consejo de Indias llegó a conocimiento de Amelot, quien se hallaba en el proceso de establecer la Junta de Restablecimiento del Comercio. Uno de los principales objetivos de este comité era quebrar el poder del Consulado y permitir más comercio directo francés con América. Aunque estas iniciativas fallaron, permitieron a las facciones descontentas del gremio mercantil obtener venganza. Amelot vio en sus quejas un instrumento a la mano para avanzar sus designios, y cuando un Decreto Real del 15 de diciembre de 1705 estableció la Junta de Cuentas para revisar las finanzas del Consulado, hizo nombrar fiscal a Tinajero. Este no perdió tiempo en desquitarse por las viejas ofensas, y encarceló a quienes fueran los líderes del Consulado desde 1689 hasta 1705, y confiscó sus bienes. En 1707, Tinajero también consiguió el derecho de nombrar candidatos para los puestos de prior y cónsul, con la selección final en manos de la Asamblea General del Consulado. De esta manera, tenía acceso directo al proceso de configuración de la nueva elite del gremio mercantil, a la vez que de destruir la antigua.54 Tinajero utilizó sus contactos para obtener el puesto de secretario del Consejo de Indias en 1706, siendo, desde entonces, figura prominente en la Corte. Emergió como abogado resuelto en favor del monopolio comercial de Andalucía, a pesar de su íntima conexión con los franceses.55 En 1712, su pericia en asuntos marítimos le llevó a ser nombrado miembro de una comisión especial, formada por el duque de Veragua, para estudiar la manera de estimular la Real Armada. Durante la Guerra de Sucesión, España compraba barcos cuando podía, pero, en general, dependía de alquilar costosas escoltas francesas para las flotas del tesoro.56 Para corregir esta situación, Tinajero personalmente creó un 53

Brancas informando a Torcy, Madrid, enero 16, 1714, expresaba admiración por Tinajero, describiéndolo como un “hombre de espíritu […] muy capaz”. aae:cpe, vol. 228, fols. 54-62.

54

Kuethe, “El fin del monopolio”, 39-40.

55

Pérez-Mallaína, La política española, 87, 261.

56

Ibid., 138-39, 142-51.

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plan maestro que disponía la construcción de diez navíos de línea y dos guardacostas en el astillero de La Habana. Esta ciudad poseía todas las características necesarias para esta empresa: una magnífica y profunda bahía con condiciones ideales para establecer un astillero en el cual construir, carenar y reparar navíos; un lugar estratégico en las rutas comerciales coloniales más importantes; y un vasto interior, con una amplia cantidad de recursos madereros, que incluía una durable variedad de cedro, particularmente en aguas tropicales, que se astillaba menos que el roble español bajo el fuego de los cañones. Esta proposición de Tinajero apuntalaba su creencia de que las preocupaciones atlánticas tenían, por necesidad, prioridad sobre las preocupaciones mediterráneas.57 Manuel López Pintado, un prominente almirante, quien exitosamente había estado a cargo de la expedición de azogues (dos o tres pequeños buques con mercurio escoltados por una fragata) de 1710 a Veracruz, estaría a cargo de la construcción de los nuevos barcos, proveyendo materiales y artesanos.58 Con el regreso de Jean Orry en 1713, quien prefería comprar barcos a fabricarlos, el plan de Tinajero quedó suspendido. Además, la expedición de López Pintado a Cádiz, para obtener provisiones y artesanos para La Habana, fue desviada al sitio de Barcelona y luego incluida en el convoy comercial que eventualmente fue despachado a Nueva España en 1715.59 Tinajero criticó áspera e inútilmente la estrategia de Orry.60 No obstante, Tinajero aseguró su nombramiento como secretario del Despacho para Marina e Indias, el pináculo de su carrera. La transición al sistema de secretarías o ministerios constituyó una gran y significativa innovación. El reemplazo de la responsabilidad colectiva con la responsabilidad individual proporcionó un mecanismo administrativo que alentaba y facilitaba la emergencia de talento de forma que no era posible en los consejos. Esto no resta importancia a la distinción de estadistas destacados, tales 57

G. Douglas Inglis, “The Spanish Naval Shipyard at Havana in the Eighteenth Century”, en New Aspects of Naval History. Selected Papers from the 5th Naval History Symposium, editado por la United States Naval Academy (Baltimore: Nautical and Aviation Publishing Company of America, 1985), 47-48. Para las propiedades de la madera cubana, véase John Robert McNeill, Atlantic Empires of France and Spain. Louisbourg and Havana, 1700-1763 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1985), 133, 174.

58

Pérez-Mallaína, Política naval, 10-13.

59

Inglis, “The Spanish Naval Shipyard”, 48; Allan J. Kuethe y José Manuel Serrano, “El astillero de La Habana y Trafalgar”, Revista de Indias 67 (2007): 766.

60

Brancas a Torcy, Madrid, enero 16, 1714, aae:cpe, vol. 228, fols. 54-62.

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como un Lerma o un Olivares, pero el siglo xviii permitiría la emergencia de un flujo constante de talento. Aun cuando el rey tenía defectos personales, como en el caso de Felipe V —quien, como de manera perceptiva apuntó John Lynch, “probablemente no fue mejor rey que Carlos II”—, la monarquía se mantuvo sólida a pesar de los periódicos lapsos que sumían al rey en debilitantes ataques de depresión.61 A lo largo del siglo, gobernarían ministros extremadamente bien dotados, como Patiño, Ensenada, Esquilache, Floridablanca y Aranda, pero eran a menudo respaldados por otros hábiles hombres como Grimaldo, quienes cumplieron papeles importantes en dar forma y administrar la política real. Colectivamente, serían estos individuos, respaldados más adelante por hábiles monarcas como Fernando VI y Carlos III, los que guiarían el resurgimiento de la España dieciochesca y su imperio.

Alberoni y la reforma, 1715-1719 Un reto a la influencia francesa pronto surgió con el sorprendente ascenso del abad Julio Alberoni, de Plasencia (Italia). El abad había llegado en 1710 con el mariscal duque de Vendôme, cuando el general fue trasladado a España para asumir el mando de las fuerzas borbónicas. Huérfano de padre jardinero, el astuto Alberoni había obtenido la protección del clero parmesano, una educación jesuita, y tomado órdenes menores.62 Sus aptitudes atrajeron la atención de Vendôme cuando este comandaba las fuerzas franco-españolas en el norte de Italia; Alberoni pronto se convirtió en su mano derecha, obteniendo las provisiones para el ejército en España. Notorio por su fabulosa habilidad culinaria, así como por su gracia y encanto personal, el afable Alberoni se ganó la confianza de la reina María Luisa, quien le concedió la ciudadanía y una pensión. Alberoni permaneció en Madrid después de la muerte del duque en 1712.63 Su fortuna mejoró aún más al conseguir el nombramiento de emisario del duque de Parma.64 Después de la muerte de la reina, Alberoni le propuso a Ursinos y al rey que este se casara con la sobrina e hijastra del duque de Parma, Isabel Farnesio, de 21 años, unión que conllevaba ventajas diplomáticas con respecto a las

61

Lynch, Bourbon Spain, 115.

62

Lucien Bély, Espions et Ambassadeurs au Temps de Louis XIV (París: Fayard, 1990), 326.

63

Manuel Ríos Mazcarelle, Reinas de España (Madrid: Alderabán, 1999), 35.

64

Erlanger, Felipe V, esclavo, 225.

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aspiraciones españolas en Italia.65 Entre las supuestas cualidades de Isabel estaban su naturaleza dulce y religiosa, su devoción al bordado y a la música, y un carácter libre de intriga.66 Después de que Felipe e Isabel se casaron por poderes en septiembre, ella emprendió el largo viaje por mar a Madrid. Desanimada por un encuentro con mal tiempo a bordo que la obligó a refugiarse en Génova, Isabel resolvió continuar el viaje por tierra a paso relajado. La joven reina no llegó a España hasta diciembre, haciendo su entrada por Navarra. El abad Alberoni, como emisario de Parma, la recibió en Pamplona. Felipe, lleno de impaciencia, se dispuso a recibirla en Guadalajara. Sin embargo, la princesa de los Ursinos, bastante molesta con la conducta independiente de Isabel, se dirigió a Jadraque, más allá de Guadalajara, con la intención de preparar a la joven reina para su encuentro con el rey. El encuentro de las dos mujeres en Jadraque el 23 de diciembre cambió el curso del reino de Felipe. Los detalles no se conocen, pero resulta claro que Isabel no se sentía obligada a soportar el dominio de una mujer mayor cuando ocupara el trono. Esa misma noche, a pesar del intenso frío, la despachó de vuelta a Versalles adonde eventualmente fueron a parar el séquito de consejeros y parásitos franceses que atestaban la Corte madrileña.67 Y en febrero, Orry les siguió. La figura del momento en la Corte era el abad Alberoni, quien pronto tendría el poder en sus manos. Cuando Isabel le escribió a Luis XIV, el monarca francés, para quejarse de la “incredible [...] audacia” y “discorsi insolenti” de la princesa de los Ursinos, lo hizo en italiano.68 Como el tiempo habría de demostrar, el apego italiano de la nueva reina tendría implicaciones directas para las reformas en América. Las repercusiones de los dramáticos eventos en Jadraque tuvieron un impacto directo en el Ministerio de Marina e Indias. Alberoni pronto estableció su control en el palacio como primer ministro de facto sin cartera, eclipsando a todos

65

Martínez Shaw y Alfonso Mola, Felipe V, 95-96; Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 14-16. Como su tío no tenía hijos, Isabel era heredera de Parma y Plasencia, y aparentemente tendría derecho a reclamar la Toscana donde un tío soltero reinaba.

66

Erlanger, Felipe V, esclavo, 228-30.

67

Un breve recuento de esta transición se puede ver en Kamen, Philip V of Spain, 97-98; véase también Ríos Mazcarelle, Reinas, 51-52.

68

Isabel Farnesio a Luis XIV, Madrid, s. f., en Grimaldo al ministro de Estado francés marqués de Torcy, Madrid, diciembre 29, 1714, aae:cpe, vol. 234, fols. 143-45, 148.

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los secretarios del Despacho. En abril de 1715, Alberoni eximió al francófilo Tinajero, cuya prioridad había sido el Atlántico.69 A renglón seguido, Alberoni suprimió la Secretaría, dividiendo sus deberes entre los tres ministerios restantes.70 Marina e Indias quedaría supeditado hasta 1721, cuando fue restablecido en un nuevo ambiente político. No obstante, el anteproyecto de Tinajero para reconstruir la Armada sobreviviría al final, y a lo largo del siglo muchos de los mejores navíos de altura saldrían de los astilleros de La Habana.71 Durante esa misma época, se rumoraba en la Corte que los tres ministerios que quedaban serían reducidos a dos.72 Aunque esto nunca ocurrió, Alberoni envió un claro mensaje político cuando asignó las tres secretarías del Despacho a la misma habitación, con uso rotativo diario; estaba claro que el italiano sería el verdadero centro del poder político.73 Es más, personalmente revisaba la correspondencia que llegaba de las Indias.74 Alberoni tampoco toleraría interferencia alguna por parte del Consejo de Indias, el histórico instrumento de la elite aristocrática conservadora, al formular su política de reforma atlántica. El Real Decreto del 20 de enero de 1717 clarificaba cualquier duda que surgiese en cuanto a las prerrogativas del Consejo después de la división del Ministerio, diciendo: [...] expidiéndose por las [secretarías] de ese Consejo todo lo que según mis antecedentes resoluciones le tocare como de su instituto en lo que procediere de causas contenciosas y demás negocios de mera justicia, se abstengan desde hoy, así el Consejo de mandar expedir, como las secretarías de formar y dirigir por ellas, cédulas, despachos, ni otras órdenes de gobierno, porque todo lo que fuere de esta naturaleza y calidad y en cualquiera manera y de todas las

69

Grimaldo a Tinajero, Buen Retiro, abril 28, 1715, Archivo Histórico Nacional (ahn), Estado, leg. 2933.

70

Real Decreto, Palacio, abril 3, 1717, Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán, leg. 5021. El decreto asignaba Guerra y Marina para las Indias a Guerra y el resto a Justicia y Gobierno Político. Hacienda perdió su autonomía y se añadió a Justicia y Gobierno Político.

71

Inglis, “The Spanish Naval Shipyard”, 52-56.

72

Saint Aignan a Su Majestad, El Escorial, junio 14, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 81-83.

73

Saint Aignan a Su Majestad, El Escorial, junio 28, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 96-97.

74

Saint Aignan al ministro de Estado marqués de Huxelles, Madrid, octubre 12, 1716, aae:cpe, vol. 253, fols. 37-41.

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cosas de la dependencia del Consejo que tocare a lo gubernativo, económico y providencial, lo reservo en mí para mandarlo ejecutar por la vía reservada como tuviere por conveniente.75

Después de que Alberoni hubo abandonado la escena y la Secretaría de Estado para Marina e Indias fue restablecida, este procedimiento continuó en efecto, aunque cuestiones de peso serían referidas en consulta al Consejo para su deliberada opinión. Con la caída de Tinajero, la facción francesa en la Corte fue rápidamente reemplazada por una nueva camarilla, compuesta esta vez de extranjeros provenientes de Italia.76 Estos incluían a tres influyentes oficiales militares: el duque de Popoli, un grande, íntimo de la reina, a quien los franceses calificaban de alarmante; el marqués de San Felipe, que compiló un intuitivo recuento del reino de Felipe; y el príncipe Pío de Saboya, quizás el mejor comandante militar, quien actuó como primer gobernador de Madrid y más tarde de Barcelona.77 Antonio de Judice, príncipe de Cellamare y sobrino del influyente cardenal Judice, fue

75

Citado en Real Díaz, Estudio diplomático, 179.

76

Es revelador que Saint Aignan informara a su rey, a mediados de julio, que “Los enemigos del señor Tinajero continúan la persecución […] Su situación es en realidad muy triste; ninguno de los amigos que le quedan se atrave a actuar en su favor, porque la pared de ladrillo que está contra él es demasiado poderosa”. Saint Aignan mantenía una amistad personal con Tinajero, comentando a fines de 1716 que “a menudo le consulto”. Saint Aignan a Luis XIV y Huxelles, Madrid, julio 15, 1715, aae:cpe, Madrid, diciembre 22, 1716, vol. 241, fols. 150-54, y vol. 253, fols. 272-78. Los agradecidos franceses le concedieron una pensión anual de dos mil escudos al año en 1717, con la esperanza de que algún día recobrara su influencia, cosa que no sucedió. Huxelles a Saint Aignan, Versalles, enero 2, 1717, aae:cpe, vol. 257, fols. 27-32.

77

Kamen, Philip V of Spain, 22, 95, 124-25. La instrucción al enviado extraordinario marqués de Maulevrier, Versalles, julio 9, 1720, aae:cpe, vol. 295 fols. 217-36, contiene información reveladora sobre dudas francesas acerca de Popoli. Para San Felipe, véase José Antonio Armillas Vicente, “La política exterior de los primeros Borbones”, en Historia general de España y América. La España de las reformas hasta el final del reino de Carlos IV, coordinado por Carlos E. Corona y José Antonio Armillas Vicente, Tomo X-2 (Madrid: Ediciones Rialp, 1984), 276, y Vicente Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios de la guerra de España e historia de su rey Felipe V, el animoso. Este trabajo fue vuelto a publicar en la Biblioteca de Autores Españoles (Madrid: Atlas, 1957), con un estudio preliminar de Carlos Seco Serrano. Un número impresionante de oficiales italianos entraron en las filas inferiores también. Véase Juan Marchena Fernández, “Italianos al servicio del rey de España en el ejército de América, 1740-1815”, en Italiani al servicio straniero in etá moderna: Annali di storia militare europea, editado por Paola Bianchi, Davide Maffi y Enrico Stumpo, 135-77 (Milán: Franco Angeli, 2008).

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nombrado embajador de España en Versalles. Su flagrante conspiración contra el regente, sin embargo, le ganaría eventualmente la expulsión.78 Annibale Scotti, de Plasencia, era íntimo de la reina, y fue quien, entre otras cosas, supervisó la construcción del lujoso teatro Coliseo de los Caños para Madrid. Scotti aún permanecería al lado de Isabel durante los tristes años después de la muerte de Felipe.79 Finalmente, Alberoni confiaba en dos españoles de ascendencia italiana, José de Patiño, que servía como intendente de Marina y quien se convirtió en la mano derecha de Alberoni, y su hermano mayor, el marqués de Castelar, que servía como ministro de Guerra. No es necesario decir que los franceses deploraban esta influencia italiana, influencia a la que creían tener derecho. El desafío más inmediato para Alberoni era ganar control de los puertos de España, lo que tenía serias consecuencias para el comercio con América. El problema esencialmente estribaba en los privilegios concedidos en los tratados a los ingleses, franceses y holandeses en el siglo xvii. En principio, Inglaterra no reaccionó con hostilidad a la sucesión de Felipe V, pero eventualmente se unió a la guerra para detener la dominación francesa y proteger las lucrativas vías de incursión comerciales, legales e ilícitas, que había desarrollado en las Indias españolas.80 Basada en una antigua acumulación de derechos obtenidos por tratados, la presencia inglesa en Cádiz dependía de privilegios de carácter complejo, vago y a veces engañoso, que le permitía acceso al comercio colonial. Definidos en el tratado comercial de 1667, estos derechos —con antecedentes que databan de tres cédulas de 1645— reflejaban privilegios que la Liga Hanseática había obtenido por el Tratado de Munster en 1648, pero que tenían precedentes tan tempranos como 1609. Los ingleses recibían amplia inmunidad contra las molestas inspecciones aduaneras de barcos anclados en puertos españoles y de sus propios almacenes. Estas protecciones eran mantenidas por un juez conservador especial, nombrado por los ingleses y técnicamente confirmado por Madrid, quien actuaba en los juicios que involucraban a comerciantes ingleses. Un cónsul inglés residente en Cádiz complementaba los poderes del juez conservador, dándoles a los ciudadanos ingleses lo que en sí era extraterritorialidad y amplias inmunidades bajo la justicia española. La condición de nación más favorecida 78

Castro, A la sombra de Felipe V, 321, 328.

79

Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 64, 331-32, 385, 397, 416, 424, 427-28.

80

Jean O. McLachlan, Trade and Peace with Old Spain, 1667-1750 (Cambridge: Cambridge University Press,1940), cap. 2.

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concedida en 1667 les aseguraba a los ingleses las mismas tarifas de aranceles que a sus rivales, los holandeses y los franceses.81 El artículo 10 del tratado de 1667, que protegía a los comerciantes ingleses de amenazadoras inspecciones, fue incorporado en el siguiente convenio de Utrecht casi palabra por palabra.82 Dos y medio años después del primer acuerdo comercial preliminar con Inglaterra en Utrecht, el Tratado de Madrid del 14 de diciembre de 1715 clarificaba los puntos que habían quedado ambiguos en el de 1713. A menudo conocido con el nombre del joven emisario que lo negoció, George Bubb-Dodington, este acuerdo confirmaba las tarifas de aranceles establecidas en 1667, concediendo a los ingleses residentes la condición de nación más favorecida. El tratado también especificaba que los impuestos pagados por los ingleses no excederían los pagados por los españoles; y confirmaba que las exportaciones inglesas pagarían el palmeo, un impuesto tasado por volumen. El documento afirmaba, además, el derecho de los ingleses de elegir al juez conservador. Asimismo, les concedía el derecho a minar sal en la pequeña Isla Tortuga, en aguas venezolanas, lo que daba un estratégico punto de apoyo en Tierra Firme a los contrabandistas.83 Estas concesiones fueron el precio que pagó Alberoni por el respaldo diplomático de Londres a las aspiraciones españolas en Italia, intensificadas ahora por el primer embarazo de la reina.84 Eventualmente, Alberoni sacrificaría las

81

Memoires, privilegios de cónsules ingleses y holandeses en puertos españoles, Madrid, diciembre 1714, Huxelles, Versalles, 1716, y quejas en puertos españoles, Madrid, agosto 7, 1720, aae:cpe, vol. 234, fols. 181-85, vol. 253, fols. 321-24 y vol. 298, fols. 217-37; Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Silver, Trade, and War. Spain and America in the Making of Early Modern Europe (Baltimore y Londres: Johns Hopkins University Press, 2000), 58-67.

82

Copia, artículos de tratados, España e Inglaterra, mayo 25, 1667, aae:cpe, vol. 253, fols. 326-27; Concepción Menéndez Vives y Carmen Torroja Menéndez, Tratados internacionales suscritos por España... (siglos xii al xvii) (Madrid: Dirección de Archivos Estatales, 1991), 67-71, 84-85.

83

Una copia de este tratado, firmado en Madrid por Bubb y el marqués de Bedmar, se halla en aae:cpe, vol. 243, fols. 157-60, y en A Collection of all the Treaties of Peace, Alliance, and Commerce, between Great-Britain and Other Powers from the Treaty figned at Munster in 1648, to the Treaties figned at Paris in 1783, compilado por Charles Jenkinson, vol. 2 (Londres, J. Debrett, 1785). Las tasas españolas eran el 5 % saliendo de Andalucía, 2 % al llegar a América, 5 % saliendo de América y 2 % al llegar a España. Real Cédula, agosto 14, 1714, aae:cpe, vol. 230, fols. 190-93. Tierra Firme es el nombre que se le daba a las costas de Venezuela, Colombia y Panamá en tiempos de la colonización europea.

84

McLachlan, Trade and Peace, 21-22, 67-70. Las ambiciones de la reina son discutidas en Saint Aignan a Su Majestad, Aranjuez, junio 24, 1715, aae:cpe, vol. 241, fols. 84-85. Carlos nació el 20 de enero de 1716.

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prioridades comerciales españolas en América por tales objetivos dinásticos, y este juego entre reforma y reclamaciones dinásticas se convertiría en un asunto recurrente durante el resto de los años de asociación entre Felipe V e Isabel.85 Un segundo tratado inglés-hispano se hizo el 26 de mayo de 1716. Ni Galeones ni Flotas se habían hecho a la mar en 1714 y los dos navíos de permiso despachados en 1715 habían tenido un provecho decepcionante. La Flota a cargo de López Pintado llegó a México en noviembre, pero las autoridades portuarias tasaron la carga privilegiada de la South Sea Company en aparente contradicción con las prometidas exenciones. Mientras tanto en Cartagena, donde se celebraba una pequeña feria en enero de 1716, las autoridades españolas hallaron tonelaje excedente en el navío de permiso inglés, por lo que embargaron la carga completa, causando una seria disputa con dicha compañía, confrontación que habría de durar varias décadas.86 El incidente demostraba también que las autoridades españolas usarían cualquier oportunidad para hostigar a mercaderes ingleses que trataban de comerciar con las Indias y negarles los derechos concedidos por los Tratados de Utrecht y de Bubb. Bajo refinamientos adicionales en un segundo Tratado de Bubb, Madrid reiteraba su obligación de enviar flotas anuales a Veracruz y Portobelo. Si los barcos españoles no llegaban a tiempo, los navíos de permiso podían, tras una espera de cuatro meses, comenzar las ventas sin ellos.87 Y para compensar el déficit de 1500 toneladas de los años 1714 a 1716, cada navío de permiso que saliera entre 1717 y 1726 podría cargar 150 toneladas de más. Por el momento, los Tratados de Bubb representaron un triunfo más para los astutos ingleses.88 La esperanza de Alberoni con estas concesiones había sido el cultivar un acercamiento a los británicos, que posiblemente resultara en una alianza. Bubb propuso ese paso, pero el ministro de Asuntos Exteriores, James Stanhope, rechazó la idea. Sin Alberoni saberlo, Londres había entrado en un doble juego. En Viena, días antes del segundo Tratado de Bubb, Inglaterra había restablecido su alianza 85

Lucio Mijares Pérez, “Política exterior: la diplomacia”, en Historia general de España y América. América en el siglo xviii. Los primeros Borbones, coordinado por Luis Navarro García, tomo XI-1 (Madrid: Rialp, 1983), 82-83.

86

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 81-87. Datos posteriores indicaron que las pérdidas inglesas en Cartagena fueron muy exageradas. Vera Lee Brown, “The South Sea Company and Contraband Trade”, The American Historical Review 31:4 (1926): 668.

87

Una copia se halla en aae:cpe, vol. 251, fols. 54-64.

88

McLachlan, Trade and Peace, 24, 73.

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con el emperador, prometiendo apoyar sus reclamaciones territoriales en Italia y no las de España.89 Barcos franceses que entraban en puertos españoles habían disfrutado de amplias inmunidades que databan del Tratado de los Pirineos de 1659. Fundamental para París, este acuerdo ponía los derechos comerciales de los franceses al mismo nivel que los privilegios que disfrutaban los ingleses y la Liga Hanseática. En 1670, siguiendo su acuerdo de tres años antes con Londres, España renovó estas garantías francesas.90 El ministro de Estado, Grimaldo, las reafirmó una vez más en marzo de 1713.91 Y en lo que tocaba a los holandeses, estos también habían disfrutado largo tiempo de una condición privilegiada en Andalucía, habiendo conseguido una categoría igual a la de los alemanes del norte bajo los arreglos definidos en un acuerdo en 1651.92 Durante este período, los intereses británicos en Cádiz disminuyeron, debido a las lucrativas oportunidades de contrabando que se desarrollaban para ellos en el Caribe y en otras partes. Esto era igual para los holandeses, quienes tenían bases en el interior de Tierra Firme. La penetración francesa en el comercio español en América, sin embargo, se produjo en mayor parte a través del mercado gaditano, donde permaneció como la fuerza comercial foránea dominante.93 Aunque las leyes españolas prohibían la entrada directa de países extranjeros en el comercio americano, los franceses eludieron esa prohibición. Como católicoapostólico-romanos, tenían mayor aceptación que los ingleses u holandeses.

89

Mijares Pérez, “Política exterior: la diplomacia”, 83.

90

Memoire, Huxelles, 1716, y resumen del artículo 22, Tratado de España y la Liga Hanseática, 1648; artículos 3, 6, 10, 14 y 15, Tratado de los Pirineos, 1659; artículo 10, Anglo-Spanish Commercial Treaty, 1667, aae:cpe, vol. 253, fols. 321-28.

91

Memoire documentando el trato vejatorio del comercio francés, España, agosto 7, 1720, aae:cpe, vol. 298, fols. 217-37.

92

Memoire, privilegios y prerrogativas de los cónsules ingleses y holandeses en los puertos españoles, diciembre 1714, aae:cpe, vol. 234, fols. 181-85. Véase también Ana Crespo Solana, Entre Cádiz y los Países Bajos. Una comunidad mercantil en la ciudad de la Ilustración (Cádiz: Fundación Municipal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Cádiz, 2001), 38-41. Para descripciones publicadas de la dominación extranjera en Cádiz, véanse Antonio Domínguez Ortiz, Los extranjeros en la vida española durante el siglo xvii y otros artículos (Sevilla: Diputación de Sevilla, 1996), 43-46, y José María Oliva Melgar, “La Metrópoli sin territorio. ¿Crisis del comercio de Indias en el siglo xvii o pérdida del control del monopolio?”, en El sistema atlántico español (siglos xvii-xix), editado por Carlos Martínez Shaw y Oliva Melgar, 19-73 (Madrid: Marcial Pons, 2005).

93

Malamud Rickles, Cádiz y Saint Malo, 78.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Los franceses conseguían gente local para actuar en su lugar, frecuentemente hasta casándose con gaditanas y engendrando hijos que nacían en suelo español.94 La Guerra de Sucesión les había proporcionado una oportunidad dorada para fortalecer esos vínculos. Sacando provecho de su posición de aliados, los franceses eficazmente habían tomado control del negocio peruano, pero Alberoni buscaba el medio para terminar su penetración comercial en la zona mercantil del Pacífico. Bajo presión de Madrid, con amenaza de castigos severos, Versalles había prohibido navegar más en el Pacífico español. Alberoni remató su lucha para recobrar el control del comercio peruano despachando a Lima como virrey, en 1716, a un hombre de confianza italiano, Cármine Nicolás Carácciolo, príncipe de San Bueno, seguido del despliegue de un escuadrón de cuatro navíos que pronto comenzó a limpiar la costa peruana de comerciantes franceses.95 Manteniendo a los holandeses bajo vigilancia, los franceses ahora se quejaban sin cesar de que los ingleses abusaban de sus “excesivos” privilegios, pero esta aparente preocupación por sus primos españoles no era más que una poco disimulada envidia de sus rivales británicos.96 Saint Aignan comprendía bien claro lo que estaba en juego cuando comentó: “si el acuerdo [asiento] floreciere durante los treinta años de la duración del tratado […]. Inglaterra bien ha asegurado los medios necesarios para el engrandecimiento de su poder en las Indias”.97 94

Manuel Bustos Rodríguez, Cádiz en el sistema atlántico: la ciudad, sus comerciantes y la actividad mercantil (1650-1830) (Cádiz: Universidad de Cádiz Servicio de Publicaciones, 2005), 54, 140-44, 166-69; Margarita García-Mauriño Mundi, La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las exportaciones a Indias (1720-1765) (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1999), 43-53.

95

John R. Fisher, Bourbon Peru, 1750-1824 (Liverpool: Liverpool University Press, 2003), 15-17; Mijares Pérez, “Política exterior: la diplomacia”, 81-82; Malamud Rikles, Cádiz y Saint Malo, 62-67, 78, 161-67, 242-44, 249.

96

“Reflections sur les prejudices qui resulteront a l’Espagne...”, en Saint Aignan a Versalles, Madrid, agosto 1715, y Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, diciembre 14, 1715, aae:cpe, vol. 242, fols. 31-45, y vol. 243, fols. 164-82. Un revelador resumen de la frustración y objetivos franceses aparece en Memoire, cónsul de comercio, Madrid, 1720, aae:cpe, vol. 295, fols. 65-79. “Los ingleses en vano extorsionarán el Tratado de Madrid del 1 de diciembre de 1715”. “Sería una profunda injusticia tratar de mantener su aplicación a la exclusión y ruina total de nuestro comercio [...] para convertirnos en forasteros en el comercio de España, en tanto que los ingleses son tratados como si fueran niños de la casa”. Estos celos y la fingida preocupación por los derechos españoles continuaron. Ejemplos excelentes se hallan en la Memoire, comercial treaty arrangements, 1720, aae:cpe, vol. 295, fols. 122 y ss.

97

Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, junio 12, 1716, aae:cpe, vol. 251, fols. 61-76.

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Alberoni y las primeras inquietudes reformistas, 1713-1721

Mientras tanto, la muerte de Luis XIV el 1 de septiembre de 1715 condujo a la sucesión del sobrino de Felipe, el niño rey, Luis XV, y a la regencia de su enemigo personal, el duque de Orleans. La animosidad databa de las diferencias que habían surgido cuando el duque había servido en España durante la Guerra de Sucesión, y había empeorado ahora con el deseo mal disfrazado de Felipe de obtener el trono francés.98 Los franceses y los holandeses alimentaban la esperanza de que sus casas comerciales en Cádiz reanudaran las operaciones de costumbre después de Utrecht, pero esa esperanza pronto se desvaneció, cuando Alberoni trató de asegurar los puertos españoles del Atlántico contra la penetración extranjera. Aunque aspiraba a cultivar una colaboración estrecha con los ingleses, reflejada en los dos Tratados de Bubb, Alberoni no mostró tal inclinación hacia Versalles. En fecha tan temprana como marzo de 1716, una serie de incidentes comerciales estalló a lo largo de la costa mediterránea, involucrando los consulados franceses en Barcelona, Valencia y Alicante.99 Por una real orden de febrero, los poderes de los cónsules extranjeros quedaban reducidos a los de simples defensores.100 Es más, contraviniendo las históricas garantías concedidas en los tratados, oficiales de aduana agresivamente abordaban y registraban los barcos anclados en puertos españoles; y en Valencia, hasta llegaron a entrar en un almacén francés.101 Para empeorar las cosas, un buque mercante francés fue detenido en San Juan, Puerto Rico.102 En todos los casos, las autoridades españolas presentaron justificaciones legales para sus acciones, pero para Versalles, acostumbrada a disfrutar de amplias libertades, estas nuevas normas peligrosas parecían ahora socavar sus relaciones comerciales con España. Los franceses, correctamente, asociaron este cambio con la aparición de Alberoni y con sus inclinaciones a favor de los ingleses.103 98

Kamen, Philip V of Spain, 61-62.

99

Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, marzo 2, 1716, El Escorial, marzo 16, 1716, Aranjuez, mayo 11, 1716, aae:cpe, vol. 250, fols. 4-11, 34-42, 205-12. Un último asunto concernía el derecho del consulado de usar el escudo real de armas. Véase también los reportes secretos, s. p., 1716, aae:cpe, vol. 251, fols. 176-78, 208-09.

100

McLachlan, Trade and Peace, 76.

101

Memoires, violencia en Valencia, París, marzo 31, 1716, Huxelles, Versalles, 1716, aae:cpe, vol. 250, fols. 98-99, vol. 253, fols. 321-34.

102

La Corona a Saint Aignan, París, marzo 31, 1716, aae:cpe, vol. 250, fols. 61-66.

103

Saint Aignan a la Corona, Madrid, marzo 2, 16 y 24, 1716, Segovia, marzo 29, Aranjuez, abril 19, y a Huxelles, Segovia, marzo 29, 1716, aae:cpe, vol. 250, fols. 12-17, 26-33, 34-42, 88-97 y 133-39.

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Estas nuevas iniciativas españolas representaban el primer intento de Alberoni de ganar control de los puertos españoles y, de ahí, del más amplio sistema comercial del Atlántico español. Diferencias en cuanto a cómo resolver las disputas comerciales pendientes se enconaron a lo largo del verano, y la comunicación entre Saint Aignan y Alberoni se quebrantó.104 Inquietos también por el segundo Tratado de Bubb, el regente Orleans y el ministro de Estado, marqués de Huxelles, intuyeron una oportunidad para recuperar el terreno perdido cuando la Corte española anunció las festividades que se celebrarían por el bautizo del infante Felipe.105 Al celebrarse el 25 de agosto, día de la festividad de San Luis, los franceses esperaban que el evento se convirtiera en un momento borbón. Equipado con una cruz incrustada de brillantes para adornar al niño, así como con un retrato de su primo, el rey Luis, Versalles envió al marqués de Louiville a Madrid, a finales de julio, como enviado extraordinario. Íntimo de Orleans, Louiville también llevaba cartas personales del regente para Isabel y Felipe, pidiendo que recibieran a su enviado para discutir los asuntos que dividían ambas cortes. Louiville llevaba instrucciones de eludir a Alberoni, entregando los mensajes directamente al ser presentado a la familia real.106 En cuanto a sus rivales, Orleans ideaba promover “un golpe contra los italianos y destruir a Alberoni de una vez por todas”.107 Eventos recientes habían aumentado las esperanzas de éxito del marqués de Louiville. La noticia de la alianza entre Inglaterra y Austria había llegado a Madrid a finales de junio, lo que hizo a los franceses pensar que los monarcas españoles estarían más abiertos a sus proposiciones. La carta de Orleans a Felipe preveía gran prosperidad para ambos poderes surgiendo de una estrecha cooperación comercial. Por añadidura, el embajador Saint Aignan había detectado un creciente sentimiento contra Alberoni en Madrid. En una reciente procesión 104

En palabras de Saint Aignan, “Él me dijo que yo había venido a poner trampas, que no quería verme más y que no le gustaban ni mis insinuaciones ni yo”. Saint Aignan a Su Majestad, Aranjuez, mayo 3, 1716, aae:cpe, vol. 250, fols. 182-91. El intercambio es especialmente notable, ya que Alberoni era solo un abad y Saint Aignan un duque. Véase también Huxelles a Saint Aignan, París, agosto 4, 1716, y Saint Aignan a la Corona, Madrid, septiembre 7, 1716, aae:cpe, vol. 252, fols. 5, 237-42.

105

Felipe, hijo de María Luisa, había nacido el 7 de junio de 1712. Moriría en diciembre de 1719.

106

Instrucciones secretas, Louiville, Versalles, junio 24, 1716, con cartas para Isabel y Felipe, aae:cpe, vol. 251, fols. 141-49.

107

Ibid.; Huxelles a Saint Aignan, Versalles, agosto 18, 1716, aae:cpe, vol. 252, fols. 113-14.

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pública en veneración del Santísimo Sacramento, durante la que el embajador se hallaba cerca de la real persona, él había oído claramente voces de “viva Felipe V, muerte al traidor”.108 Anticipándose a los designios de Orleans, el astuto Alberoni le negó a Louiville la entrada a la Corte, usando el pretexto inverosímil de que este había caído fuera de favor en su patria. Versalles reaccionó con incredulidad y furia.109 La situación empeoró cuando los franceses tuvieron noticia de la confiscación de dos de sus barcos en Barcelona, acto que reforzó sus peores temores acerca de un cambio fundamental en la política comercial española. En relación con este cambio, Huxelles dio una mordaz directiva en el asunto a Saint Aignan: “A su Real Alteza El Regente le parece que no solo el comercio de sus súbditos está en juego, sino también el honor del pabellón francés”.110 En resumen, con el honor de la dinastía ofendido, ahora existían razones para un conflicto bélico. Poco tiempo después, Orleans dio instrucciones secretas al embajador para comenzar a trabajar entre bastidores en la Corte para librar a España del intruso italiano.111 Louiville abandonó Madrid el 24 de agosto, el día antes del bautizo, y aunque Saint Aignan entregó los regalos, las relaciones permanecieron frígidas.112 Una vez que la noticia de la alianza con Austria puso al descubierto la duplicidad de los ingleses, estos recibieron igual tratamiento que los franceses en los puertos españoles. La política conciliatoria de Alberoni estaba destinada a producir oportunidades en el continente, y al hacerse claro que las prioridades inglesas eran diferentes de las suyas, ellos también se toparon con la obstinada intransigencia de la Corte con respecto a sus crecientes quejas por violaciones de sus derechos bajo el tratado. Y para empeorar las cosas, la Tesorería Real demandaba donaciones de los mercaderes ingleses de manera parecida a los servicios

108

Saint Aignan a la Corona, Madrid, junio 17 y 29, 1716, y julio 20, 1716, aae:cpe, vol. 251, fols. 98-127, 168-70, y vol. 252, fols. 2-4.

109

Informes, Saint Aignan, julio 30, 1716, y Louiville, Madrid, julio 30, 1716, aae:cpe, vol. 252, fols. 43-44, 51-68, 69-77 y 86-92.

110

Huxelles a Saint Aignan, París, agosto 4, 1716, aae:cpe, vol. 252, fol. 5.

111

Memoria secreta, duque de Orleans a Saint Aignan, Versalles, agosto 1716, aae:cpe, vol. 252, fols. 225-27.

112

Saint Aignan a Huxelles, Madrid, agosto 24 y 30, 1716, aae:cpe, vol. 252, fols. 202, 216-18.

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que se esperaban del Consulado. Y como el cónsul británico en Alicante dijo: “hacen con nosotros lo que les da la gana”.113 Las protestas inglesas y francesas se hicieron cada vez más estridentes a medida que la intención de Alberoni de ignorar sus privilegios comerciales y restringir influencias extranjeras en los puertos españoles se hacía claro.114 Serias discusiones comenzaron entonces entre Versalles, Londres y La Haya con respecto a una actuación conjunta para defender sus prerrogativas históricas. Estas negociaciones, significativamente, ocurrieron mucho antes de que surgieran temores de un posible aventurismo español en Italia. Para fines de agosto de 1716, los preliminares para una Triple Alianza ya se habían trazado, pero los signatarios no dieron su aprobación final y mantuvieron en secreto las actas.115 No hubo, sin embargo, relajación alguna de la política española, y ese otoño, un real decreto bloqueó la entrada, a España, de chocolate y azúcar proveniente de las colonias francesas, para proteger los intereses españoles americanos en Caracas y La Habana.116 El 28 de noviembre de 1716, Londres y París formalizaron una Doble Alianza específicamente destinada a defender los Tratados de Utrecht. Alberoni, sin embargo, no se intimidó con estos arreglos diplomáticos, y con gran audacia desafió a sus rivales con el decreto de diciembre 23 que ordenaba a todas las autoridades de aduana a efectuar una inspección sistematizada y rigurosa de los barcos que entraban en puertos españoles. Las condiciones de los tratados habían establecido que solamente un oficial de aduana habría de abordar tales barcos y eso sólo después de haber permanecido tres días en puerto y de haber concluido los trámites adecuados con el cónsul residente. El decreto de Alberoni triplicaba el número de oficiales asignados a abordar los barcos e ignoraba las otras restricciones.117 La rigurosa implementación del decreto en

113

Citado en McLachlan, Trade and Peace, 76.

114

Memoire, nuevas provocaciones en España, París, agosto 1716, y Saint Aignan a la Corona, Madrid, septiembre 7, 1716, aae:cpe, vol. 252, fols. 117-18, 237-42.

115

Una copia del tratado preliminar, agosto 24, 1716, se halla en aae: Traites, Grande Bretagne (tr), 103. Ya en septiembre, Saint Aignan sabía de “las negociaciones de la alianza que Vuestra Majestad [Regente Orleans] propone concluir”, pero estaba bajo órdenes de mantener el asunto confidencial. Saint Aignan a la Corona, Madrid, septiembre 28, 1716, y Huxelles a Saint Aignan, Versalles, octubre 27, 1716, aae:cpe, vol. 252, fols. 280-86, y vol. 253, fols. 83-87.

116

Memoire, arreglos comerciales de tratados, 1720, aae:cpe, vol. 295, fols. 122-41.

117

Real Decreto, Madrid, diciembre 23, 1716, y memoria sobre visitas de aduana en puertos españoles, París, abril 26, 1717, aae:cpe, vol. 253, fols. 293-96, y vol. 261, fols. 82-85.

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Cádiz causó serias preocupaciones en Versalles, y la noticia de que un barco francés había ofrecido resistencia y huido de Barcelona, inflamó aún más los ánimos.118 Mientras tanto, los Países Bajos, con quejas similares a las de Francia e Inglaterra, se unieron formalmente al pacto contra Alberoni el 4 de enero de 1717.119 Entre tanto, el italiano estableció la Intendencia de Marina en Cádiz bajo José Patiño el 28 de enero, poniendo las flotas caribeñas y las mediterráneas bajo un solo mando. Esta maniobra explícitamente suponía el controversial traslado de la Casa de la Contratación y el Consulado de Sevilla a Cádiz. Los historiadores han debatido que la Triple Alianza surgió del temor de que el nuevo régimen en España amenazaba los arreglos dinásticos sancionados por Utrecht. Esta dimensión era solo una parte menos importante del asunto.120 El mal disimulado anhelo de Felipe de regresar a Francia, era causa de preocupación en Versalles, donde reinaba un niño enfermizo. Además, la simpatía de Madrid hacia el pretendiente jacobita irritaba a Londres, pero estas eran amenazas remotas y apenas causa inmediata para una guerra general. Además, los holandeses tampoco tenían demandas dinásticas que preservar. Las cuestiones comerciales planteadas en los puertos españoles eran otro asunto, y es evidente que alimentaron los primeros fuegos bélicos. La Triple Alianza aspiraba a mantener los acuerdos de Utrecht en el sentido más amplio, determinada a “defender todos los reinos, provincias, estados, derechos, inmunidades, y ventajas, que cada uno de los dichos aliados respectivamente en efecto posean al momento de firmar esta alianza”.121 Aun así, una declaración de guerra no tuvo lugar hasta un año después, y para entonces la crisis también implicaría directamente los designios 118

Declaración del embajador español príncipe de Cellamare, París, enero 28, 1717; memoria (la visita de buques franceses a puertos españoles), París, abril 26, 1717, aae:cpe, vol. 261, fols. 12-18, 82-85.

119

Alberoni reaccionó con frialdad. Saint Aignan a Huxelles, Madrid, enero 25, 1717, aae:cpe, vol. 257, fols. 54-57.

120

En la literatura sobre la América española, esta interpretación data por lo menos de Herbert Ingram Priestley, José de Gálvez: Visitor-General of New Spain (1765-1771) (Berkeley: University of California Press, 1916), 14-15. Véase también Mijares Pérez, “Política exterior: la diplomacia”, 83.

121

Bastardilla de los autores. Un Tratado de Alianza entre [...] Francia [...] Gran Bretaña, y [...] las Provincias Unidas [...], enero 4, 1717, art. v, en A Collection of all the Treaties, vol. 2, 192. Un informe contemporáneo manuscrito, compilado por un tal señor Montuela, “Analyse historique et raisonnée des negotiations relatives au traité de la Quadruple Alliance et autres depuis la paix d’Utrecht jusqu’à celle conclue en 1739 entre la France et l’Autriche”, se halla en aae: Memoires et Documents Fonds Divers Espagne (mdfde), vol. 87, fols. 178-380.

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dinásticos y territoriales de Isabel y Felipe en Italia, llevando a España a entrar en hostilidades armadas.

Guerra, derrota y caída de Alberoni Los designios italianos de Alberoni, surgidos de las ambiciones maternas de Isabel Farnesio y compartidos por el rey, eventualmente eclipsaron los esfuerzos para reformar el sistema comercial del Atlántico español. Con el nacimiento, en 1716, de su hijo Carlos (quien tenía tres medio hermanos mayores sobrevivientes en línea al trono español), Isabel y Felipe dirigieron sus ambiciones territoriales hacia Italia, tierra natal de la reina. Los vínculos de Isabel con los Farnesio y los Médicis daban base a su derecho a los ducados de Parma y Plasencia y de Toscana en el norte de Italia, por lo que abrigaba la ambición de obtener allí territorios para Carlos y otros futuros hijos. Isabel también tenía la esperanza de que la obtención de tierras italianas le aseguraría un futuro estable a la muerte de Felipe, en caso de hallarse reducida a la viudez en suelo español.122 Estas ambiciones se multiplicaron con el nacimiento de Felipe en 1720, aunque su medio hermano, llamado también Felipe, había muerto el año anterior.123 En lo que respecta al rey, este había demostrado fuertes inclinaciones bélicas a lo largo de su reino y el pensar en un conflicto armado momentáneamente le devolvió la lucidez.124 Mientras que Alberoni esperaba avanzar eventualmente las reclamaciones dinásticas de Isabel en el norte, como se había hecho explícito en las negociaciones de los Tratados de Bubb, los territorios italianos cedidos por España bajo los Tratados de Utrecht habían asumido mayor urgencia después del nacimiento de Carlos. Estos incluían Cerdeña y Nápoles, que habían ido a manos del emperador, y Sicilia, a las del rey de Saboya. La reafirmación del control de Madrid

122

Antonio de Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional de Felipe V, con introducción de Vicente Palacio Atard (Valladolid: Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, Escuela de Historia Moderna del C. S. de I. C., 1954), 33.

123

El infante Felipe nació el 15 de marzo de 1720, tres meses y medio después de la muerte de su medio hermano. El rey y la reina eligieron darle en mismo nombre que al hijo que tan trágicamente habían perdido. Grimaldo al abad Dubois, Madrid, enero 1, 1720, y Felipe V a Luis XV, Madrid, marzo 15, 1720, aae:cpe, vol. 294, fols. 233-34. Como se discute más adelante, su segundo hijo, Francisco, murió al mes de nacido en 1717.

124

Sobre el papel de Felipe en dar forma a la política y sus inclinaciones militares, véase Kamen, Philip V of Spain, 72, 105-11, 119-20, 195. Al final, Kamen describe las repetidas aventuras de España en Italia como las “Guerras de Isabel Farnese”. 237.

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sobre sus puertos precedió, y luego corrió paralela, a su plan para reconquistar ambas islas. Todo el proceso comenzó cuando una fuerza naval montada en Barcelona por el intendente de Marina José Patiño tomó Cerdeña en agosto de 1717.125 Al mismo tiempo, las autoridades españolas continuaron hostigando el comercio aliado en Cádiz. El cónsul inglés reportó que “los ministros [españoles] interpretan los Artículos de Paz y los observan o no, como les place y conviene, y, en conclusión, nos hallamos en todo respecto en peor situación que la que existía en el comercio antes de la última guerra”. Continuaba lamentándose de que “desde el prospecto que tengo del asunto, temo que cada día será peor”.126 En Madrid, la ira local contra Alberoni era profunda, lo que se hizo evidente en la primavera de 1717, cuando los monarcas dejaron la capital. En abril, una tragedia afligió a la familia real, cuando el infante Francisco, de un mes de nacido, falleció de convulsiones causadas por la erisipela.127 A principios de mayo, Felipe e Isabel, acompañados por el confesor jesuita del rey, fray Guillermo Daubenton, Alberoni, y los tres secretarios del Despacho, visitaron San Lorenzo del Escorial, donde se habían enterrado los restos del niño. Al día siguiente continuaron camino a Segovia, para cambiar de ambiente.128 Reportes alarmantes pronto llegaron de Madrid, sin embargo, donde un vitriólico sentimiento antigubernamental había surgido, en parte causado por el exilio de varios nobles sospechosos de ser leales a los Habsburgo austriacos. Mucho de la hostilidad iba directamente dirigida a Alberoni. La oficina del italiano fue inundada con odiosos mensajes anónimos y pasquines satíricos aparecieron en su puerta.129 125

Inicialmente, Alberoni había confundido a los aliados al asegurarles que la flota estaba destinada a proteger la Italia cristiana de los turcos. Saint Aignan a Su Majestad, Aranjuez, mayo 3, 1716, y Madrid, marzo 1, 1717, aae:cpe, vol. 250, fols. 182-91 y vol. 257, fols. 119-22.

126

Citado en McLachlan, Trade and Peace, 74.

127

Nacido el 21 de marzo, Francisco murió el 21 de abril. Felipe a Luis XV, Madrid, marzo 21, 1717, y Saint Aigan a Huxelles, abril 21, 1717, aae:cpe, vol. 257, fols. 175, 241-43.

128

Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, mayo 3, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 3-5. Como el embajador comentó al mes siguiente: “no se puede dudar tampoco que él (Alberoni) no puede hallar apoyo de los españoles y que, por el contrario, soportan con dificultad su administración y el poder absoluto que tiene”. Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, junio 18, 1717, aae:cpe, vol. 258, vol. 47.

129

Saint Aignan a Su Majestad, Segovia, mayo 19, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 17-21. Véanse también Saint Aignan a Su Majestad, Segovia, mayo 17, El Escorial, junio 7 y 14, 1717, y Saint Aignan a Huxelles, Segovia, mayo 17, 1717, y El Escorial, junio 21, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 33-40, 66-69, 81-83 y vol. 261, fols. 171-73.

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Aunque originalmente planearan participar en la procesión del Corpus Christi de Madrid, los monarcas, en cambio, de manera prudente eligieron pasar el mes de junio en El Escorial, antes de trasladarse el resto del verano al El Pardo, en las afueras de la capital.130 Cuando se supo en julio que Alberoni, con el respaldo de la familia real, había sido hecho cardenal, este ascenso irritó a sus críticos y también aumentó su prestigio. Empero, su posesión del poder permanecía tenue.131 Cuando España exitosamente tomó Cerdeña al mes siguiente, la operación ayudó a amortiguar a sus críticos.132 Como comentó un cronista contemporáneo, Vicente Bacallar: “no toleró España gobierno más rígido que el suyo […]. Arrancada de las manos del pontífice la apetecida púrpura, soltó las riendas a sus ideas, encaminándolas todas a adquirirse gloria”.133 El embajador francés Saint Aignan, no obstante, perceptiblemente comprendió la fragilidad de la posición del italiano: “El abad Alberoni nunca encontrará apoyo entre los españoles [mientras] que al mismo tiempo yo no dudo que aquellos que alimentan esperanzas de hacerse dueños del gobierno lo sacrificarían con alegría”.134 El embajador más tarde lo expresó de manera más sucinta: “el objetivo principal […] es el restablecimiento del gobierno español y el exilio de los italianos”.135 Más tarde, ese verano, al rey le dio una severa racha de inestabilidad mental que lo afligió hasta bien entrado el otoño.136 Una vez que los objetivos militares de Alberoni en Italia se hicieron evidentes, la alarma se extendió por todas las cortes de Europa, y los miembros

130

Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, mayo 3 y 24, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 3-5, 40-43.

131

Saint Aignan a Huxelles, Madrid, julio 25, 1717, aae:cpe, vol. 259, fols. 61-64. La reina había escrito personalmente al papa. Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, mayo 31, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 51-53.

132

Pasquines habían continuado apareciendo hasta mediados de julio. Saint Aignan a Huxelles, Madrid, julio 19, 1717, aae:cpe, vol. 259, fols. 58-59.

133

Citado en García Cárcel, Felipe V, 152.

134

Saint Aignan a Su Majestad, El Escorial, junio 21, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 90-92.

135

“Memoire sur la situation presente de la Cour d’Espagne”, en Saint Aignan a Huxelles, Madrid, noviembre 26, 1717, aae:cpe, vol. 260, fols. 304-08.

136

Saint Aignan a Huxelles, Madrid, septiembre 6 y 29, octubre 19 y 26, y noviembre 9, 1717; Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, octubre 25-26, noviembre 8 y 22, y diciembre 6, 13, y 20, 1717, aae:cpe, vol. 260, fols. 6-8, 110-11, 168-71, 173-78, 262-67, 272-73, 293-94, 327-28, 362-64, 391-93.

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de la Triple Alianza se prepararon a tomar acción militar para contrarrestar la agresión española. Las cosas empeoraron cuando el cardenal puso aún más en juego, ocupando Sicilia en junio de 1718. El emperador se unió entonces a la coalición, haciéndola así la Cuádruple Alianza. El conflicto armado estalló cuando los ingleses, bajo el almirante George Byng, destruyeron una gran fuerza naval española en el cabo Passaro, cerca de Sicilia, el 11 de agosto de 1718, aún antes de una declaración de guerra. Los Países Bajos, prefiriendo defender sus intereses comerciales separadamente y sin guerra, se separaron de la alianza, no regresando a ella hasta el año siguiente.137 Mientras tanto, el rey de Saboya, que veía su derecho a Sicilia bajo ataque, se unió a la alianza en noviembre.138 La declaración de guerra no fue inmediata, ya que Londres y Versalles persistieron en sus esfuerzos por resolver la crisis diplomáticamente.139 En vez de suavizar su política de comercio español, Alberoni, en cambio, amplió sus iniciativas. Cuando la flota bajo el mando de Antonio Serrano llegó a Cádiz el 16 de agosto de 1718, alrededor de 800 000 pesos, propiedad de mercaderes franceses, fueron apropiados con el pretexto de una incorrección en el registro.140 Este reto a la penetración extranjera en el comercio americano se hizo más serio en octubre, cuando oficiales aduaneros gaditanos, respaldados por guardias armados, se atrevieron a violar las inmunidades concedidas a los almacenes franceses, confiscando un supuesto contrabando y expedientes de negocio.141 Los ingleses elevaron quejas parecidas con respecto a “registros” e incautaciones durante el verano y el otoño de 1718, quejándose también de sufrir pérdidas

137

Kamen, Philip V of Spain, 122-24; Crespo, Entre Cádiz y los Países Bajos, 68-69. El emperador se unió el 18 de julio de 1718.

138

Armillas Vicente, “La política exterior”, 278.

139

Derek McKay, Allies of Convenience: Diplomatic Relations between Great Britain and Austria, 1714-1719 (Nueva York: Garland Publishers, 1986), 203-07.

140

Instrucciones, marqués de Maulevrier, París, septiembre, 1720, aae:cpe, vol. 296, fols. 103-07; Antonio García-Baquero González, Cádiz y el Atlántico, 1717-1778. El comercio colonial español bajo el monopolio gaditano, vol. 1 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1976), 280-81. Los franceses describen esta suma como “piastras”, lo que era el equivalente de los pesos españoles. Malamud Rikles, Cádiz y Saint Malo, 44.

141

Memoria sobre mal trato y provocaciones, Cádiz, agosto 7, 1720, aae:cpe, vol. 298, fols. 21737. En fecha tan temprana como mayo de 1717, a navíos llegando de la Berbería simplemente se les había negado la entrada a Cádiz.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

a manos de corsarios españoles en aguas caribeñas.142 En respuesta a la airada pregunta de Madrid sobre el significado de la emboscada de Byng a la flota española mediterránea, el ministro de Asuntos Exteriores, Craggs, respondió al embajador español con lo que equivalía a un ultimátum. Aunque al principio deplorando las transgresiones de España en Italia, y luego acusando a la marina española de “comenzar las hostilidades” en el cabo Passaro, Craggs detalló cuatro áreas de mala conducta por parte de España, que necesitaban corrección. Acusó a Madrid de violar de manera arbitraria sus obligaciones, al imponer tarifas a mercancía británica. Había excluido de sus puertos productos permisibles bajo tratado. España le había negado a la South Sea Company cédulas para sus navíos anuales.143 Finalmente, había embargado a la fuerza barcos británicos en todos los puertos de España, haciéndolos hasta desembarcar sus cargamentos. Es más, algunos individuos que osaron resistir estas imposiciones, ¡acabaron con las orejas cercenadas! Craggs declaró que Londres no tenía intención alguna de olvidar sus privilegios dentro del sistema comercial español.144 Londres declaró la guerra el 17 de diciembre y Versalles le siguió el 9 de enero.145 Para entonces, los españoles habían expulsado al embajador francés, Saint Aignan.146 Los franceses habían destituido al embajador español, Cellamare, en diciembre, y usaron una supuesta conspiración suya contra la regencia como justificación para comenzar las hostilidades.147 España sufrió rápidas, humillantes y decisivas derrotas en la guerra. Las fuerzas francesas rápidamente ocuparon las provincias vascas de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, y quemaron el astillero en Pasajes. Más adelante invadieron Cataluña, mientras que en América una expedición salió de Nueva Orleans para tomar Pensacola, y un pequeño destacamento francés hostigó la misión española de 142

Stanhope a Grimaldo, Madrid, septiembre 18, 1718, ahn, Estado, leg. 2819; McKay, Allies of Convenience, 207.

143

“Se le han negado a la South Sea Company las cédulas para los buques anuales, en violación de lo que el tratado estipula, sin dar mejor razón que la Corte en Madrid no halla conveniente emitirlas”. Cragg al embajador marqués de Monteleón, Londres, s. f., ahn, Estado, leg. 2819.

144

Ibid.

145

Declaración de guerra, París, enero 9, 1719, ahn, Estado, leg. 2819. Se recordará que el emperador había permanecido técnicamente en guerra con Felipe desde la disputada sucesión.

146

Real Decreto, El Pardo, diciembre 10, 1718, ahn, Estado, leg. 2819.

147

Anuncio real, la expulsión de Cellamare, París, diciembre, 1718, ahn, Estado, leg. 2819. Véanse también Kamen, Philip V of Spain, 123-24; Armillas Vicente, “La política exterior”, 278.

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Los Adaes, en el este de Texas.148 Los ingleses, que habían destruido la mayor parte de la marina española en el cabo Passaro, bombardearon astilleros a lo largo de las costas vascas y cantábricas, invadiendo luego Galicia. Y fuerzas austriacas, transportadas por la marina inglesa, desembarcaron en Sicilia. El príncipe Pío, llamado de Barcelona, se hizo cargo de la resistencia, pero sin éxito.149 El 5 de diciembre de 1719, Felipe instruyó a Miguel Fernández a entregar un decreto escrito por la real mano, notificando a Alberoni de su destitución. Se le concedían ocho días para abandonar Madrid, tres semanas para salir de España, y se le ordenaba no aparecer jamás en la Corte o en ningún otro sitio donde pudiera encontrarse con los monarcas.150 En una cédula del 26 de enero de 1720, Felipe se rendía a regañadientes, adhiriéndose a las demandas de la Cuádruple Alianza. España firmó un armisticio formal el 16 y el 17 de febrero.151 El hombre del momento era Grimaldo, quien debió haber sentido inmensa satisfacción personal con la desaparición de Alberoni. El único de la antigua camarilla reinante en sobrevivir la caída de la princesa de los Ursinos, ahora también había sobrevivido a Alberoni. Aunque opacado por el cardenal, el ministro de Estado había permanecido muy cercano al rey, había ganado el respeto de Alberoni, y, durante años recientes, había servido como secretario personal de la reina.152 Tinajero, la otra figura dominante de los años anteriores al ascenso de Alberoni, había fallecido en agosto de 1717.153

148

Marcel Giraud, Histoire de la Louisiane française. Tomo III, L’Époque de John Law (1717-1720) (París: Presses Universitaires de France, 1966), 299-303; Donald E. Chipman, Spanish Texas, 1519-1821 (Austin: University of Texas Press, 1992), 118.

149

Kamen, Philip V of Spain, 124-27.

150

Castellano, Gobierno y poder, 83.

151

Reales cédulas, Madrid, enero 26, marzo 8 y abril 4, y San Lorenzo, agosto 30, 1720, aae:cpe, vol. 295, fols. 13-15 y vol. 298, fols. 38-39, 101-02, 250-53; “Tratado de la Cuádruple Alianza”, La Haya, febrero 17, 1721, en Colección de los tratados de paz, alianza, comercio, etc. ajustados por la Corona de España con las potencias extranjeras desde el reinado del señor don Felipe Quinto hasta el presente, vol. 2 (Madrid: Imprenta Real, 1800), 3-46.

152

Lynch, Bourbon Spain, 60; “Inventaire des Pieces qui concernent la comission donnée à M. le Chevalier de Marieu pour accompagner M. le Cardinal Alberoni a son Passage en France”, 1720, aae:cpe, vol. 294, fols. 86-95.

153

Saint Aignan a Su Majestad, Madrid, agosto 16, 1717, aae:cpe, vol. 259. fols. 117-26. El embajador francés comentó que Tinajero “era un buen servidor del rey de España, quien le habría servido con utilidad en los primeros cargos de la monarquía si la animosidad de sus enemigos no le hubieran puesto obstáculos insuperables por largo tiempo”.

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Derrota y el Proyecto de 1720 La derrota de España obligó a la monarquía a mantener todos sus compromisos bajo los Tratados de Utrecht, incluyendo las concesiones comerciales. Durante 1720, el Ministerio de Asuntos Extranjeros francés revisó con cuidado los históricos derechos que Versalles esperaba que Madrid reconociera en los puertos de España.154 El cónsul de comercio asignado a Madrid lo expresó concisamente en su informe: “Hoy, a medida que el trabajo adelanta hacia tratados definitivos, y hay paz y comercio estables entre todos los poderes que lucharon en la última guerra, el comercio de las Indias será indudablemente uno de los puntos principales a considerar”. Lo que se esperaba de Felipe era “un decreto declarando que su intención siempre era y seguía siendo adherirse a los históricos tratados, que los súbditos del rey [de Francia] gozan en España de los mismos privilegios, y que las exenciones existentes de antemano son o serán dadas a la nación más favorecida”.155 La documentación pertinente a la validación de los históricos compromisos comerciales de España incluía secciones sobre la evacuación de territorios ocupados, pero no contenía nada acerca de consideraciones dinásticas en Francia o Inglaterra, lo que parece haber servido más de pretexto para la guerra, que una consideración de peso.156 El bien conocido Proyecto de 1720, que constituyó la política comercial americana oficial hasta las regulaciones reformistas de “comercio libre” de 1765 y 1778, debe entenderse dentro del contexto de la humillación militar de España a manos de la Cuádruple Alianza. Promulgado el 5 de abril de 1720, solo meses después de la capitulación de Felipe el 26 de enero, en el que él se comprometía a afirmar los principios de la Cuádruple Alianza y los históricos compromisos de España, el Proyecto para Galeones y Flotas del Perú y Nueva-España, y para navíos de registro, y avisos, que navegaren a ambos reynos, se adhería diligentemente a

154

Memoires, Versalles, abril 1720, y septiembre 1720; y Cádiz, agosto 7, 1720, aae:cpe, vol. 295, fols. 47-53, 84-89, 122-41, vol. 296, fols. 103-07, y vol. 298, fols. 217-37.

155

Memoire, cónsul francés de comercio, Madrid, 1720, aae:cpe, vol. 295, fols. 69-79, 84-87. Citado en Allan J. Kuethe, “The Colonial Commercial Policy of Philip V and the Atlantic World”, en Latin America and the Atlantic World (1500-1850), editado por Renate Pieper y Peer Schmidt (Colonia: Böhlau Verlag, 2005), 330-31.

156

En general, vol. 295 de aae:cpe y especialmente Grimaldo al secretario de Estado Abbot Guillaume Dubois, Madrid, abril 2, 1720, fols. 2-5 y reales cédulas (dos), Madrid, abril 4, fols. 7-15, y extracto de asuntos españoles, 1720, fols. 47-53.

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los mandatos del convenio de Utrecht y a los Tratados de Bubb.157 Basados cuidadosamente en los reales proyectos que habían gobernado las flotas de 1711, 1715 y 1717, la regulación obviamente había sido hecha con prisa y sin terminar, ya que provisiones adicionales la habían enmendado y completado durante los meses siguientes, incluyendo una cédula que definía las tarifas portuarias locales y una nueva política detallando la operación de los barcos de correo (Avisos). Los Avisos, que habían estado históricamente conectados al sistema de flotas, en realidad aparecían en el título del Proyecto de 1720, pero recibieron solo vagas referencias en los artículos originales, un descuido seguramente resultante de la prisa con que la regulación había sido redactada. El establecimiento del sistema de correos apareció en un real decreto del 31 de mayo de 1720, salido del despacho de Fernández Durán, ministro de Guerra. El correo entre España y América había operado a través del Consulado bajo la supervisión nominal de la Casa de la Contratación, pero durante la Guerra de Sucesión y después, el servicio había sido contratado a individuos.158 El decreto del 29 de julio de 1718 afirmaba el principio de ocho Avisos al año. Dada su dependencia del Consulado tras las recientes derrotas, la Corona permitía al gremio operar un sistema de correos con ocho Avisos al año, cuatro “a cada reino” —Perú y Nueva España, y Nueva Granada— para conducir correo real y particular, y para reportar las condiciones del mercado.159 El intendente de Marina, Francisco Varas y Valdés, negoció el nuevo arreglo con el Consulado. Los Avisos serían pequeños navíos, de entre sesenta y cien toneladas, y saldrían a intervalos determinados por los cambios climáticos: a principios de enero, a fines de marzo o principios de abril, a mediados de junio y a principios de noviembre. El gremio se negó a transportar productos agrícolas en los viajes de ida, y rehusó traer oro, plata y productos alimenticios al regreso, citando la necesidad de zarpar sin gravamen y navegar con rapidez. Invocando economías, sin embargo, el gremio trató de reducir el número de viajes a dos o tres al año por virreinato, pero

157

Una copia se halla en agi, Consulados, leg. 33.

158

Antonia Heredia Herrera, Asiento con el Consulado de Cádiz, en 1720, para el despacho de avisos. (Cádiz: Instituto de Estudios Gaditanos, Diputación Provincial de Cadiz, 1975), 165.

159

Aprobación de la escritura en que el Consulado, y el Comercio de Cádiz, se encarga del despacho annual de ocho avisos..., 1720, agi, ig, 2324. La regulación no explicaba cómo el Consulado podría usar ocho Avisos para servir tres reinos con cuatro navíos cada uno. Aparentemente, el recien creado Virreinato de Nueva Granada no estaba todavía por completo presente en la real mente.

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Madrid insistió en su objetivo de cuatro para cada uno. Para costear el servicio de correos, el Consulado aceptó cobrar una tarifa apropiada a sus miembros. Esto tendría la forma de un impuesto del 1 % sobre el puro comercio, que el gremio administraría.160 En la práctica, el Consulado, a través de los años subsecuentes, satisfaría sus obligaciones de manera irregular. Las disposiciones del Proyecto de 1720 que especificaban flotas anuales a Portobelo y Veracruz, los Galeones y las Flotas, satisfacían la obligación de España bajo el artículo 13 del Tratado Preliminar del 27 de marzo de 1713. Esto requería que España mantuviera su histórico sistema comercial, una obligación que el segundo Tratado de Bubb había reafirmado de manera específica. Como Grimaldo lacónicamente observó: “Su Majestad [se encuentra] nuevamente obligado a esta condición”.161 En el lenguaje del comienzo del capítulo 3 del Proyecto resonaba el espíritu de esta imposición: “En las naos de que se componen las Flotas o Galeones… se han de cargar, como va referido, todos los frutos, y mercaderías del Comercio, en la forma que hasta aquí se ha practicado, sin innovación alguna”.162 Por lo tanto, la preservación del sistema tradicional de flotas anuales debe entenderse como un acto de capitulación y no como una auténtica respuesta a objetivos comerciales, y los historiadores del asunto no deben sorprenderse de que, en los años subsecuentes, Cádiz hiciera poco para mantener esa norma.163 Esta provisión satisfizo la ambición británica de enviar un navío anual a América.

160

Ibid. La Aprobación contenía un resumen de los pasos para llegar a un acuerdo. La cédula que la confirmaba estaba fechada a 31 de mayo.

161

Grimaldo al abad Dubois, Madrid, marzo 8, 1720, ahn, Estado, leg. 3388.

162

Bastardilla añadida por los autores.

163

Por lo menos desde los años de Clarence Haring, los historiadores han visto estas regulaciones como política real auténtica —una disposición a la que la administración aspiraba, sin embargo, sin mucho éxito—. Esa interpretación es errónea. Aunque las condiciones del Proyecto, en cuanto al programa para los convoyes individuales, parecen haber representado metas actuales que supuestamente se tomarían en cuenta, el objetivo para enviar flotas anuales a América del Norte y del Sur no tenía en realidad base alguna. El creer que administradores veteranos del comercio colonial andaluz, como Pez, Patiño, Varas y Valdés, López Pintado, o, en Madrid, José de Grimaldo, o cualquier otra persona conectado con él en la actualidad, considerara este objetivo como algo serio, va más allá de la credulidad. La disposición era para guardar las apariencias, algo como una capitulación formalizada por medio de una política colonial escrita. Clarence Haring, The Spanish Empire in America (Nueva York: Oxford University Press, 1947). Un ejemplo más reciente es García-Baquero González, Cádiz y el Atlántico, vol. 1, 152-58.

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En 1720, el potencial de ventas de España en el mercado americano simplemente no justificaba el volumen de comercio que el organizar convoyes anuales conllevaba. Otro curioso aspecto del Proyecto de 1720 era la tasación de las tarifas de exportación por volumen —no por valor— con un impuesto llamado “palmeo”. Reemplazando el almojarifazgo que había sido administrado por arrendatarios, este proviso, en apariencia irracional, ha intrigado a historiadores, quienes frecuentemente lo han interpretado como un intento para simplificar los procesos portuarios.164 El palmeo, sin embargo, debe también asociarse con la muy importante disposición, en el capítulo 5 del Proyecto, sobre la protección contra el registro de cajas selladas: [...] al tiempo de quererse embarcar los frutos, o mercaderías […] pagarán por los derechos de cada palmo cúbico a razón de cinco reales y medio, y respective el importe de los que tuviere de medida cada fardo, frangote, cajón, tercio, paquete, o barril de mercaderías, con cuya satisfacción regulada su medida para el importe del pago, no les han de abrir, ni reconocer lo que incluyere en su interior.165

Estas disposiciones eran de importancia particular para la victoriosa Francia, cuyos mercaderes penetraban el comercio americano usando agentes relacionados con familias de Sevilla y Cádiz para suplir manufactura a los convoyes.166 Las cajas selladas podrían enmascarar mercancía que había entrado a España sin pagar los debidos impuestos y que podrían salir pasando por productos nacionales. Para darle peso a esta capitulación, los impuestos de los productos exportados en cajas tenían que ser calculados por volumen, lo que quiere decir que la tela de saco para esclavos pagaría la misma tarifa que la más fina seda. Al igual que la disposición sobre los convoyes anuales, el palmeo debe ser interpretado como otra capitulación mayor a los intereses mercantiles franceses. Para proporcionar mayor flexibilidad en el comercio con las Indias, el Proyecto incluía una provisión para los barcos de registro, que podían navegar 164

García-Baquero González, Cádiz y el Atlántico, 197-99. Véanse también, por ejemplo, Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 110-11, y García-Mauriño, La pugna, 114.

165

Bastardilla añadida por los autores.

166

Bustos Rodríguez, Cádiz en el sistema atlántico, 144-45.

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independientemente de los convoyes. Estos habían existido con anterioridad para servir zonas circunvaladas por los convoyes, pero su papel ganaría en magnitud durante las décadas siguientes. Aparte de Veracruz, Cartagena y Portobelo, la regulación específicamente identificaba destinos que incluían Buenos Aires, Honduras, Santa Marta y Caracas; y aludía en general a otros puertos de Tierra Firme, Cuba y las islas de Barlovento. El sistema de impuestos era el mismo que el usado con las Flotas y Galeones. El flete era diferente, por supuesto, de acuerdo con el destino y la carga.167 Debido a la reticencia austriaca a participar, los aliados no se reunieron en Cambray para negociar un tratado de paz, como se había planeado originalmente. Dado que los franceses suplían el mercado americano en su mayor parte a través de agentes radicados en Cádiz, ellos negociaron una paz aparte, afirmando sus históricos derechos en los puertos españoles. El enviado especial Langeron Maulevrier negoció ese acuerdo con Grimaldo en Madrid, en la forma de una alianza defensiva, fechada el 27 de marzo de 1721. El artículo 6 contenía la disposición clave en la que Felipe prometía reconocer: [...] todas las ventajas y todos los privilegios concedidos por los reyes sus predecesores a la Nación francesa, así por el Tratado de los Pirineos, confirmado por el de Nimega y de Riswick, como por cédulas particulares a la dicha Nación […] de suerte que los comerciantes franceses […] gocen siempre en España de los mismos derechos, prerrogativas, ventajas y privilegios, para sus personas, y para su comercio, mercaderías, bienes, y efectos, de que han gozado o debido gozar en virtud de los dichos Tratados o Cédulas, y de todos los que han sido o fueren concedidos en España a la nación más favorecida.168

Los ingleses aseguraron una afirmación parecida a sus derechos en España y en la América española, por medio de un tratado de amistad el siguiente junio.169

167

Proyecto para Galeones y Flotas del Perú y Nueva-España, y para navíos de registro, y avisos, que navegaren a ambos reynos (Madrid: Imprenta de Juan de Ariztia, 1720), caps. v-viii.

168

Armillas Vicente, “La política exterior”, 279. El Tratado de Madrid se halla en la Colección de los tratados, 78-90.

169

“Tratado particular de Paz y Amistad...”, Madrid, junio 13, 1721, en Colección de los tratados, 92-105.

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Los españoles tenían pocas alternativas. Sin embargo, Isabel consiguió una promesa de los franceses de defender las prerrogativas del duque de Parma y reclamó esos derechos hereditarios para su familia, derechos que eventualmente pasaron a sus herederos. Dadas sus propias aspiraciones en Parma, sin embargo, el emperador rehusó reconocer esta reclamación.170 Se debe recordar que, a lo largo de su reino, Felipe siempre se demostró dispuesto a sacrificar los intereses nacionales de España en América para avanzar las reclamaciones dinásticas en Italia. Los acuerdos de 1721 llevaron a España a la situación en que se había hallado en 1713 en lo que se refiere a la reforma del comercio americano.

Conclusión Después de desastrosas pérdidas en la Guerra de la Cuádruple Alianza, España se halló constreñida por severas restricciones al delinear su política comercial, lo que dejó la puerta abierta de par en par a una masiva penetración extranjera en el comercio español americano. El abuso británico de los navíos de permiso y de las oportunidades ofrecidas a través del monopolio de la trata de esclavos, así como la explotación de bases caribeñas estratégicamente situadas para el comercio de contrabando en Jamaica y Barbados, son asuntos legendarios. Los franceses también hallaron entrada al mercado americano por Cádiz y aprovecharon sus propios fructíferos sitios en el Caribe para introducir artículos de contrabando en las Indias. Mientras tanto, los holandeses dominaban el sur del Caribe. Endilgada con la arcaica política comercial impuesta de nuevo en Utrecht y reafirmada por la Guerra de la Cuádruple Alianza, la monarquía española se halló con opciones severamente limitadas. Siguió manteniendo el monopolio en el sistema portuario, que ahora incluía Cádiz, y continuó organizando ineficaces y económicamente prohibitivos convoyes a Cartagena y Portobelo, y a Veracruz.171 En el futuro, ministros capaces como José Patiño (1726-1736), José de la Quintana (1739-1741), José del Campillo y Cossío (1741-1743), y el marqués de la Ensenada (1743-1754), harían lo posible, apoyándose más y más en los barcos de registro, enviados individualmente, para proveer una cierta medida de flexibilidad mercantil, estableciendo compañías comerciales para Caracas y La Habana, fortaleciendo los guardacostas, y hasta haciendo uso de corsarios.

170

“Tratado de Alianza defensiva...”, Madrid, marzo 27, 1721, en Colección de los tratados, art. v.

171

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, caps. 6-10.

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La mayor parte del comercio español americano permaneció, sin embargo, en manos extranjeras, constituyendo esa realidad una característica primaria de la economía atlántica. No fue hasta que el Tratado de Madrid eliminó el asiento en 1750, que España pudo revaluar y reformar su sistema comercial de alguna manera fundamental y reclamar su debida parte de los frutos del colonialismo.172 Los acontecimientos en Europa dieron forma a los prospectos con que los ministros contaban para reformar el comercio transatlántico, y el deseo de los rivales europeos de España de penetrar mercados en las Indias españolas sirvió para determinar alianzas, coaliciones en tiempos de guerra, y la política en las capitales como Londres, París y La Haya. Preocupaciones europeas y americanas se entrelazaron, definiendo así el contexto esencial para la reforma del sistema español atlántico.

172

48

Kuethe, “El fin del monopolio”, 35-66; John R. Fisher, Commercial Relations between Spain and Spanish America in the Era of Free Trade, 1778-1796 (Liverpool, U.K.: Centre for Latin-American Studies, University of Liverpool, 1985).

2 Alberoni y la reforma colonial

Si bien los ambiciosos intentos de Alberoni por recuperar el control de los puertos españoles contribuyeron al comienzo de la desastrosa Guerra de la Cuádruple Alianza (1718-1720), él igualmente impulsó otras reformas de peso dentro del mundo español atlántico. El italiano era consciente de que España controlaba un imperio atlántico y que cualquier intento para renovar la metrópolis y restaurar el prestigio y el poder español en Europa, debía apoyarse en la renta de impuestos y el comercio de las Indias. Grupos con intereses creados en España y en América, sin embargo, se mantenían a la expectativa para ofrecer oposición a los cambios que pudiesen socavar sus propios beneficios partidistas. La riqueza de las Indias también atraía la atención de los rivales de España, quienes querían acceso sin restricciones a los mercados americanos, y ellos estaban aun preparados para ir a la guerra con tal de obtener control de la riqueza de las Indias españolas. Una reforma seria del comercio transatlántico tendría consecuencias que se harían sentir a través del mundo atlántico. Fraude, cargamentos sin registrar y funcionarios locales corruptos en las Indias siempre habían plagado el comercio transatlántico de España hasta cierto punto, pero en los años después de la Guerra de Sucesión el tráfico de contrabando, controlado por comerciantes ingleses, franceses y holandeses, había crecido a niveles alarmantes. Este comercio ilícito producía ganancias comerciales decepcionantes para los mercaderes españoles y coloniales, y disminuía las entradas de impuestos de las ferias de Veracruz y Portobelo. Es más, desde sus bases extranjeras en el Caribe, los enemigos de España acechaban las Flotas y Galeones que regresaban a España. Dentro de este contexto, las concesiones en Utrecht a Inglaterra, líder comercial en emergencia

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a principios del siglo xviii, resultaban potencialmente aún más perjudiciales. En resumen, el contrabando generalizado en el Pacífico y en el Caribe amenazaba la misma supervivencia comercial de la monarquía. No es de asombrar, entonces, que el ambicioso Alberoni viera como primera prioridad la reforma a ambos lados del Atlántico. Alberoni impulsó innovaciones ambiciosas que se extendían a las cuatro principales áreas de actividad reformista en el imperio español atlántico durante el siglo xviii: política comercial, militar, administrativa y fiscal.1 Aunque los historiadores tradicionalmente han asumido que el comienzo de las iniciativas de reforma integral fue mucho después, las innovaciones emprendidas por Alberoni representan brechas fundamentales en aspectos críticos de la política colonial.2 Y aunque llegaron poco a poco, así también llegaría la mayoría de las iniciativas intentadas bajo el principal reformador “ilustrado” de España, Carlos III. La reputación de Alberoni como reformador del sistema español atlántico sufre en mayor parte porque ya había desaparecido de la escena cuando se hizo aparente el fruto de su programa, y es su protegido, José Patiño, el que recibe la mayoría del crédito por la exitosa implementación de estas políticas. Sin embargo, la agenda de Alberoni muestra la determinación de Madrid de implementar cambios fundamentales en la esfera colonial durante los primeros años del reinado de Felipe V. Aunque la primera de las reformas de Alberoni, el traslado de la Casa de la Contratación y del Consulado de Cargadores a Indias de Sevilla a Cádiz en 1717, se centraba en Europa, involucró el sistema colonial y tuvo profundas repercusiones para el comercio americano. Otras dos iniciativas importantes en 1717 incluyeron el establecimiento del Virreinato de Nueva Granada y la instalación del monopolio del tabaco en Cuba. La reorganización de la guarnición fija de La Habana en un batallón moderno siguió en 1719. La particularidad distintiva de todas estas medidas era el ritmo y el tono de las mismas. Fueron introducidas sin el acostumbrado y esperado proceso de deliberada consideración y preparación 1

El análisis que sigue se basa en Allan J. Kuethe, “Cardinal Alberoni and Reform in the American Empire”, en Early Bourbon Spanish America. Politics and Society in a Forgotten Era (1700-1759), editado por Francisco A. Eissa-Barroso y Ainara Vázquez Varela, 23-38 (Leiden: Konionklijke Brill, 2013).

2

Un historiador que identifica un cambio significativo en la política imperial antes de Carlos III y quien cita iniciativas durante el ministerio de Patiño es John R. Fisher, Bourbon Peru, 1750-1824 (Liverpool: Liverpool University Press, 2003), 4.

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burocrática, o de significativa consulta con las partes afectadas. Como consecuencia, provocaron una candente controversia e implicaron serios riesgos políticos. Las luchas que surgieron en España y en las Indias como consecuencia de estas primeras iniciativas reformistas aclaran los muchos grupos interesados opuestos a hacer reformas en el mundo español atlántico de principios del siglo xviii. A pesar de los riesgos de avanzar la reforma con rapidez, Alberoni era un hombre con prisa. Había prometido a los monarcas que restauraría a España a su condición de poder mundial dentro de un espacio de cinco años, con la condición de que hubiera paz. Pero debido a la frustración en Utrecht y la determinación de sus rivales de penetrar los mercados de las Indias españolas, Alberoni sabía que esa paz no era probable.3 Un simple extranjero sin conexiones personales o familiares con la elite española, el ambicioso italiano tenía el apoyo incondicional de Isabel y Felipe, por lo que se sintió libre para actuar con rapidez y decisión en Andalucía, Nueva Granada y Cuba. Pero los métodos de Alberoni eran también su debilidad, ya que sus iniciativas, sin importar cuán meritorias fuesen, descansaban sobre una base política endeble. Dependían de su férrea voluntad y del respaldo monárquico, pero no de legítimos procesos administrativos. Además, estas medidas no tenían conexión con un amplio programa o paquete de reformas articulado. Aparecían entonces y ahora como pasos pragmáticos, diseñados para resolver problemas específicos o aumentar las rentas reales, lo que permitiría a la monarquía hacer la guerra con más eficacia.

La corrosiva influencia del contrabando en el Atlántico español Entre los mayores retos a los reformadores del imperio español atlántico estaba la penetración de mercaderes extranjeros en el sistema comercial transatlántico legal. El problema surgía del fracaso de la manufactura española en producir la cantidad suficiente de productos de alta calidad para satisfacer la demanda en las Indias. Aunque la Corona prohibía cualquier participación foránea en el comercio transatlántico, desde principios del siglo xvii mercaderes franceses, ingleses, holandeses y genoveses se habían trasladado a Sevilla, haciéndose ciudadanos naturalizados o casándose con mujeres españolas. Sus hijos eran entonces ciudadanos (llamados jenízaros) y elegibles para comerciar con las

3

Manuel Ríos Mazcarelle, Reinas de España (Madrid: Alderabán, 1999), 57.

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Indias.4 Casas comerciales extranjeras también vendían mercancía a individuos españoles, llamados “prestanombres”, quienes enviaban esos productos a nombre suyo a cambio de una comisión.5 Estos extranjeros sacaban provecho de una serie de tratados desiguales, que les conferían el derecho de instituir cónsules para proteger sus derechos y que les concedía extraterritorialidad o inmunidad virtual de persecución bajo la ley española.6 Como consecuencia, para finales del siglo xvii, eran extranjeros los que suplían la mayor parte de la mercancía que se enviaba de Sevilla a las Indias. En 1682, por ejemplo, el convoy regresó de las ferias de Veracruz y Portobelo con 22 808 977 pesos y más del 56 % de plata pura salió del país para cancelar la deuda de abastecedores extranjeros: 2,5 millones de pesos a Francia, 2,5 millones a Inglaterra, 3,5 millones a Holanda y 4,5 millones a Génova. Mucho de lo restante fue a manos de abastecedores extranjeros residentes en España. Para esta época, los contemporáneos estimaban que el 94 % de todos los productos manufacturados enviados desde Sevilla eran de procedencia extranjera, claro testimonio del fracaso de la industria española para abastecer a las Indias.7 Aparte de la pérdida de plata colonial que iba a manos de abastecedores extranjeros, un extenso contrabando plagaba el sistema comercial español legal, ya que los productos que salían de Sevilla y de los puertos con licencia en las Indias, lo hacían sin haber sido registrados ni tasados. Aunque esta mercancía sin tasar permitía a los comerciantes cambiar productos europeos por plata colonial a precios más bajos, sin duda esto le costaba a la Corona millones de pesos en rentas de impuestos. Es imposible saber con precisión la magnitud de tal contrabando, pero durante el apogeo del sistema de flotas en el siglo xvii, algunos contemporáneos calcularon que la cantidad de mercancía sin registrar que salía de España hacia las Indias fluctuaba entre el 50 y

4

Adrian J. Pearce, British Trade with Spanish America, 1763-1808 (Liverpool: University of Liverpool Press, 2007), 4; Margarita García-Mauriño Mundi, La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las exportaciones a Indias (1720-1765) (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1999).

5

Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Silver, Trade, and War. Spain and America in the Making of Early Modern Europe (Baltimore y Londres: Johns Hopkins University Press, 2000), 15-16; Pearce, British Trade with Spanish America, 4-5.

6

Stein y Stein, Silver, Trade, and War, 58-65.

7

Carlos Daniel Malamud Rikles, Cádiz y Saint Malo en el comercio colonial peruano (1698-1725) (Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz, 1986), 97.

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el 90 %.8 Aunque tal cantidad de mercancía sin registrar en Flotas y Galeones era probablemente una exageración, sí sugiere que esa cantidad aumentó a lo largo del siglo. Comerciantes de México y Perú también traficaron en grandes cantidades de plata y de productos de las colonias para comerciar en sus respectivas ferias, lo que facilitaba la adquisición clandestina de mercancía europea. El contrabando a tan gran escala requería la complicidad de funcionarios en Sevilla, la participación activa de los Consulados en Sevilla y en las Indias, y de las autoridades locales supervisando las ferias. Después de la feria de Portobelo de 1624, por ejemplo, un funcionario de la tesorería de Panamá, Cristóbal de Balbas, presentó una queja legal de fraude, y en la investigación correspondiente los funcionarios determinaron que más del 75 % de los productos enviados a Lima habían escapado el pago de impuestos.9 En vista de tan altos niveles de contrabando, es posible que la Corona tuviese justificación al confiscar fondos particulares o al demandar donaciones forzosas de los Consulados de Sevilla, y más tarde de Cádiz, de Lima y de Ciudad de México en momentos de urgencia fiscal. A pesar del alto nivel de contrabando, sin embargo, el sistema comercial legal todavía proporcionaba a la Corona una cantidad substancial de rentas de aranceles y permitió a los mercaderes obtener ganancias impresionantes durante el siglo xvii. La mayor amenaza al sistema español atlántico comercial venía de contrabandistas europeos que operaban desde bases en el Caribe y en el Atlántico. En 1494, el papado había dividido el mundo no europeo entre España y Portugal, concediéndole Asia, África y Brasil a Portugal, y la mayor parte de América a España. Como resultado de este donativo, los españoles y los portugueses reclamaban soberanía completa de las tierras y las rutas marítimas fuera de Europa. Otros poderes europeos desafiaron estas concesiones, primero, dando licencia a corsarios para acosar al transporte español; y más tarde, los holandeses y los ingleses aun formaron compañías de acciones para avanzar sus intereses comerciales y fundar empresas al otro lado del mar, en las Américas. Los holandeses tomaron Curazao en 1634, los ingleses capturaron Jamaica en 1655, y los franceses establecieron bases en Santo Domingo, Guadalupe y Martinica.

8

Enriqueta Vila Vilar, “Las ferias de Portobelo: apariencia y realidad del comercio con Indias”, Anuario de Estudios Americanos 39 (1982): 309.

9

Ibid., 323.

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Para finales del siglo xvii, estas colonias suplían a las Indias españolas gran número de esclavos, manufactura europea, hierro y otros productos a cambio de metales preciosos, tintes y cacao. Para 1690, Inglaterra recibió 444 000 pesos de su comercio ilícito con la América española, en su mayor parte a través de Jamaica, y otros 1 200 000 pesos adicionales por el abastecimiento de manufactura a través de Sevilla para el comercio legal a América. Esto le proveía plata suficiente para financiar todas sus actividades comerciales en Asia.10 Además, contrabandistas franceses en el Pacífico y en el Atlántico meridional extraían grandes cantidades de plata, mucha de ella sin registrar ni tasar, del Virreinato de Perú para pagar mercancía europea, en su mayoría textiles de San Malo. A la par de la entrada de mercancía oriental ilícita del galeón de Manila en Acapulco, contrabandistas ingleses, holandeses y franceses ofrecían una amplia variedad de productos comerciales a los mercados coloniales, socavando la demanda de mercancía en las ferias comerciales lícitas. Esto también condujo a una salida de metales preciosos que hubieran servido para pagar los productos vendidos por mercaderes españoles, resultando en una baja de los impuestos cobrados al comercio transatlántico. A medida que el contrabando crecía a principios del siglo xviii, el prospecto de revivir el comercio lícito en las ferias comerciales parecía dudoso. Dados los crecientes niveles de bienes de contrabando extranjero que circulaba en las Indias, las concesiones hechas en los Tratados de Utrecht a la South Sea Company amenazaba la destrucción total del sistema comercial legal de España. La compañía inglesa recibía el derecho legal, sin precedentes, de suplir esclavos a las Indias españolas y de mandar un navío de 500 toneladas (peso que en 1716 fue aumentado a 650) a las ferias comerciales de Veracruz y Portobelo. Esto permitía a la Compañía introducir productos manufacturados más baratos en menoscabo de las ventas de los mercaderes españoles. Además, los navíos de permiso ingleses a veces llevaban cargamentos más pesados de lo que permitía el límite legal, y esos artículos de contrabando se vendían aún a más bajo precio a los mercaderes coloniales. Aparte de los productos lícitos e ilícitos llevados en los navíos de permiso, la South Sea Company instaló bases en el Caribe y en el Atlántico meridional para introducir mercancía de contrabando en las Indias.11 Y aunque los oficiales españoles podían recibir generosos sobornos ayudando a los contrabandistas, mucho del comercio de la 10

Pearce, British Trade with Spanish America, 18.

11

Ibid., 18-32; Stein y Stein, Silver, Trade, and War, 106-44.

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South Sea Company estaba autorizado por la Corona, lo que les ofrecía menos oportunidades para obtener sobornos y comisiones clandestinas. Todo esto también causaba la ira del Consulado de Sevilla, ocasionando que el acuerdo todo estuviese cargado de controversia. Por añadidura, el arreglo con la South Sea Company igualmente competía con las actividades contrabandistas de los mercaderes franceses, holandeses y de otros mercaderes ingleses que operaban independientemente de la Compañía. Sin embargo, las actividades comerciales de la South Sea Company planteaban una amenaza seria al comercio transatlántico de España y complicaba los esfuerzos para revivir el sistema comercial legal, ya debilitado por el comercio de contrabando. La recuperación del control del comercio con las Indias requería la solución de desafíos comerciales, administrativos, militares y fiscales de enormes proporciones. Alberoni, Patiño y otros reformadores tenían que idear formas para poner fin a la cultura política de corrupción en las Indias, restringir el flujo de productos de contrabando y sin registro en la Carrera de Indias, y cobrar las rentas de la Corona más eficazmente. Las primeras ferias comerciales en Veracruz en 1706, 1708, 1711 y 1715, y la desastrosa feria en Portobelo de 1707 a 1708 (véase el capítulo 1) habían producido solo pequeños envíos de fondos públicos y privados a España, y los convoyes habían perdido varios navíos en alta mar debido a tormentas o a ataques extranjeros.12 Este pésimo resultado ha hecho que generaciones de historiadores opinaran que el sistema de flotas era anticuado, ineficiente y que estaba condenado a desaparecer. A pesar de sus muchos defectos, sin embargo, el problema no radicaba en el sistema, algo que no escapaba a los reformadores en España. Ningún sistema comercial podía revivir el comercio legítimo en el Atlántico español en vista del amplio contrabando, la corrupción de funcionarios españoles y las amplias concesiones dadas a la British South Sea Company en 1713. Además, Alberoni y los demás funcionarios que estaban comprometidos con la reforma tenían que resolver estos problemas pronto y de alguna manera sin provocar la ira y la oposición de poderosos grupos interesados, domésticos y extranjeros, en España y en las Américas. El italiano tenía también que equilibrar la reforma con las ambiciones dinásticas de la monarquía en Europa. Era una situación peligrosa y así Alberoni avanzó paso a paso para superar las dificultades ante el imperio, utilizando medidas 12

Malamud Rikles, Cádiz y Saint Malo, 48, 112; Geoffrey J. Walker¸ Spanish Politics and Imperial Trade, 1700-1789 (Bloomington: The Macmillan Press, 1979), 34-67.

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prácticas al enfrentarse a deficiencias reconocidas. No es extraño, entonces, que fracasara en implementar mejoras sustanciales para resolver problemas de tan difícil solución antes de su destitución en 1719.

La transferencia del aparato comercial colonial de Sevilla a Cádiz En una reforma fundamental del sistema comercial atlántico, el Real Decreto del 8 de mayo de 1717 trasladó de Sevilla a Cádiz la histórica Casa de la Contratación y el Consulado de Cargadores a Indias. Para un acontecimiento de esta magnitud, que afectaba a tantas personas e involucraba tantos intereses creados, la orden llegó sin extensa deliberación institucional ni preparación alguna. Aunque la transferencia de ambos organismos a Cádiz implicaba profundas consecuencias para el comercio colonial y el futuro demográfico de Andalucía, la legislación fue motivada ante todo por objetivos españoles en el Mediterráneo.13 Para apoyar las ambiciones españolas en Italia, Alberoni tenía que consolidar las fuerzas navales y racionalizar la administración naval, incluyendo el traslado del Consulado y la Casa a Cádiz. Para preparar estas nuevas políticas, Alberoni llevó a cabo importantes cambios administrativos, comenzando en 1715 con la purga de Bernardo Tinajero. En enero de 1717, el almirante gaditano Andrés de Pez fue nombrado gobernador del Consejo de Indias.14 Poco después, Alberoni eligió a su hombre de confianza, José Patiño, para servir de intendente general de marina, superintendente del Reino de Sevilla y presidente de la Casa de la Contratación.15 Ambos, Pez y Patiño, tenían vasta experiencia y disfrutaban de la plena confianza de la reina Isabel Farnesio. Pez había organizado y en gran parte subvencionado la fase marítima de su viaje a España, y Patiño, como intendente de Barcelona, había facilitado el proceso.16 El venerable almirante había mandado con éxito 13

Antonio de Béthencourt Massieu, “Las aventuras italianas de Felipe V”, en España y el mar en el siglo de Carlos III, coordinado por Vicente Palacio Atard (Madrid: Marinvest, 1989), 323.

14

El achacoso presidente conde de Frigiliana había alcanzado una edad avanzada y se había jubilado con honores y sueldo completo para abrir el paso a Pez. Saint Aignan al rey, Madrid, febrero 1, 1717, Archives des Affaires Étrangères: Correspondence Politique, Espagne (aae:cpe), vol. 257, fols. 70-74, 80.

15

Saint Aignan al rey, Madrid, enero 11, 1717, aae:cpe, vol. 257, fols. 23-26.

16

Adolfo de Castro, Vida del almirante D. Andrés de Pes, ministro de Marina (Cádiz: Imprenta de la Revista Médica, 1879), 25-28.

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el convoy franco-español a Veracruz de 1708 a 1710, regresando sin percance, y tenía la reputación de ser un gran promotor de Cádiz.17 Patiño, hijo de un oficial militar gallego y una dama de la nobleza italiana, había nacido en Milán y había sido educado por los jesuitas. Casado con Beatriz Rosales Fancini, también de nacionalidad italiana, nunca había perdido su predilección por todo lo italiano.18 Patiño había sido llamado de vuelta a España en 1702 con el séquito de Felipe V y ascendió progresivamente dentro del sistema administrativo español, convirtiéndose en superintendente de Extremadura en 1711. Felipe le asignó en 1713 la difícil tarea de gobernar Cataluña, recientemente subordinada, donde instauró la Nueva Planta de gobierno, que abolía los tradicionales fueros catalanes.19 Una cierta forma de intendencia de marina había existido desde 1715, cuando la Corona nombró a Francisco Varas, un oidor de la Audiencia de la Casa de la Contratación, al puesto con amplios poderes sobre las finanzas navales.20 El nombramiento de Patiño como presidente de la Casa e intendente de Marina, sin embargo, le confirió la autoridad de aunar bajo un solo mando las fuerzas armadas del Mediterráneo y del Atlántico en Cádiz.21

17

Pablo Emilio Pérez-Mallaína Bueno, La política española en el Atlántico, 1700-1715 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1982), 11.

18

Antonio de Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional de Felipe V, con introducción de Vicente Palacio Atard (Valladolid: Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, Escuela de Historia Moderna del C. S. de I. C., 1954), 13.

19

Antonio Rodríguez Villa, Patiño y Campillo. Reseña histórico-biográfica de estos dos ministros de Felipe V, formada con documentos y papeles inéditos y desconocidos en su mayor parte. Madrid: Impresos de la Casa Real, 1882), 12-14.

20

Pérez-Mallaína, Política naval, 345-46.

21

Como la Real Cédula expone: “he resuelto elegiros y nombraros por Intendente general de mi Marina de España, poniendo a vuestro cargo […] todo lo que mira a la economía, y policía y servicio de mi Marina […] se hace preciso que toda la atención y cuidado se haya de poner en el puerto de Cádiz, de donde se han de aprestar y despachar las flotas, galeones y escuadras, según convenga a mi real servicio, he resuelto que paséis a residir y ejercer vuestro empleo en dicha ciudad de Cádiz, y que asimismo corra a vuestro cargo la Superintendencia del reino de Sevilla […] y que asimismo presidáis en el Tribunal de la Contratación […] como asimismo deberáis velar sobre el Comercio […] a cuyo fin los Diputados del Consulado deberán asimismo pasar a residir en Cádiz, para que así éste como el Tribunal de la Contratación puedan ocurrir con más facilidad y prontitud a las providencias de los que […] deberán seguir sus dependencias ante el juzgado de ellos”. Real Cédula, Madrid, enero 28, 1717, reproducida en Cesáreo Fernández Duro, Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, vol. 6 (Madrid: Museo Naval, 1973), 222-23.

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El Real Decreto del 8 de mayo simplemente formalizaba el traslado. Como Alberoni no estaba a cargo de ningún ministerio, el Decreto salió del despacho de Fernández Durán, secretario del Despacho de Guerra, quien había controlado los asuntos navales desde la supresión de Marina e Indias en 1715.22 En circunstancias normales, una innovación de esta magnitud debería haber sido precedida de extenso estudio y, sin duda, de una consulta con el Consejo de Indias. En cambio, Pez simplemente firmó las instrucciones de Alberoni, emitidas a través del Consejo.23 El traslado del Consulado y la Casa de Sevilla a Cádiz proporcionaba verdaderas ventajas para el comercio americano. Cádiz tenía mejores instalaciones portuarias que las de Sevilla, con una gran bahía abierta directamente al mar, en tanto que las de Sevilla, puerto de río, se hallaban ochenta kilómetros río arriba. La cabecera para los convoyes se había trasladado a Cádiz en 1680, pero las oficinas administrativas permanecían en Sevilla, ciudad que ofrecía un ambiente más cómodo y sofisticado, y donde residía la mayor parte de los cargadores.24 El manejo del comercio americano desde un puerto abierto al océano lo hacía naturalmente más accesible a los contrabandistas y más difícil de defender contra fuerzas navales extranjeras que Sevilla. Al momento del traslado surgieron rumores, que persistieron por décadas, de que Alberoni había extraído grandes sobornos de misteriosos intereses extranjeros (esperando beneficiarse con el comercio de contrabando con las Indias a través de Cádiz) para costear la expedición a Italia.25 Vale también destacar que durante la segunda mitad del siglo xvii, Cádiz había contribuido con regularidad a la Tesorería Real.26 La mayoría de estas contribuciones tenía su origen en la multitud de negociantes extranjeros que vivían y trabajaban en el permisivo ambiente del puerto gaditano. El Consulado

22

Saint Aignan a Huxelles, El Escorial, junio 21, 1717, aae:cpe, vol. 258, fols. 93-94.

23

Real Decreto, Segovia, mayo 8, 1717, y Real Cédula, Segovia, mayo 12, 1717, Archivo General de Indias (agi), Indiferente General (ig), leg. 2039.

24

Lutgardo García Fuentes, El comercio español con América, 1650-1700 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1980), 63-65.

25

Consulta, Consejo de Indias, 1777, agi, ig, leg. 2409; Albert Girard, La rivalité commerciale et maritime entre Séville et Cadix jusqu’ à la fin du XVIIIe siècle (París: E. de Bocard et Feret Fils Ed., 1932), 80-82.

26

Manuel Bustos Rodríguez, “Prólogo”, en La Casa de Contratación y la Intendencia General de la Marina en Cádiz, por Ana Crespo Solana (Cádiz: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996), 5-6.

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habitualmente prestaba o donaba dinero a la Corona, pero la generosidad de la comunidad mercantil de Cádiz sugería que los extranjeros estaban usando su dinero para influir la política real. El traslado a Cádiz tuvo lugar cuando la ciudad de Sevilla sufría a causa de divisiones internas, fracasos económicos y enfermedades. El hogar tradicional del Consulado había sido una casa dividida desde el triunfo como fiscal de Bernardo Tinajero en 1705, cuando este se las había arreglado para encarcelar al antiguo liderato y confiscar sus propiedades. Para empeorar la situación del antiguo establecimiento, en 1706 la Corona suspendió los pagos de los préstamos negociados con el gremio, incluyendo 2,5 millones de pesos embargados del tesoro salvado de la Flota de Manuel Velasco en 1702.27 Perseguidos por los ingleses cuando regresaban de Nueva España a principios de la guerra, dieciséis de los barcos de la Flota de Velasco se habían refugiado en Vigo, al noroeste de España, pero los ingleses irrumpieron en la bahía, destrozando el convoy. Aunque más de 10 millones de pesos se habían rescatado antes de que los navíos se quemaran, este logro había dejado a Sevilla en riesgo de que se le confiscara ese dinero para la necesitada Tesorería Real, que estaba más cerca a Galicia que Sevilla. Desesperada para obtener fondos para costear la guerra, la Corona incautó 6,5 millones de pesos de los fondos rescatados, confiscando 4 millones de ellos como propiedad de poderes enemigos y declarando el resto un préstamo. Conocido como el valimiento de Vigo, esto se convertiría en un asunto controversial durante el resto del siglo y más allá.28 En 1709, la Tesorería Real, trabajando por medio de la Junta de Prorrateo, con Tinajero actuando de fiscal, asumió la responsabilidad de las deudas al Consulado, pero el dinero solo fue pagado a aquellos miembros designados como “acreedores legítimos”, todos ellos parte de la camarilla de Tinajero.29 Ese mismo año, una epidemia arrasó la ciudad, con gran pérdida de vidas.30 Por añadidura, en 1708, los ingleses atraparon en la bahía de Cartagena los galeones de José Fernández de Santillán, llenos de plata peruana, provenientes de la feria

27

Pérez-Mallaína, Política naval, 80.

28

Informe sobre “los 10.182.039 pesos escudos de plata que [...] se salvaron de la flota de [...] Vigo”, agi, Consulados, libro 271.

29

Pérez-Mallaína, Política naval, 209, 220.

30

Ana Gloria Márquez Redondo, Sevilla “ciudad y corte” (1729-1733) (Sevilla: Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento de Sevilla, 1994), 27.

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de Portobelo, plata que eventualmente se perdió. Después de ese desastre, en 1715, la flota de Juan de Ubilla, acompañada de cuatro navíos bajo el mando de Antonio Echevers de Cartagena, se hundió en un huracán en el canal de Bahamas.31 Tan serios eran los problemas financieros del Consulado, que sus funcionarios no pudieron cobrar sueldos ni en 1713 ni en 1714.32 Pero Sevilla estaba muy lejos de ser aniquilada. Debido a la vulnerabilidad política de Alberoni, el traslado de Sevilla a Cádiz no tuvo lugar sin asperezas. La desastrosa derrota de la Armada española en el cabo Passaro y la subsecuente humillación de España a manos de la Cuádruple Alianza abrieron la puerta a grupos xenófobos y antirreformistas determinados a deshacer el programa que el italiano había impuesto tan arbitrariamente. Alberoni cayó del poder el 19 de diciembre de 1719 y fue al exilio, evento al que siguieron el próximo 26 de enero negociaciones que llevaron a España a la observancia de los principios de la Cuádruple Alianza.33 La castigada España respetaría el delicado equilibrio establecido en Utrecht. Para América, esta afirmación halló expresión en la promulgación del Proyecto para Galeones y Flotas de abril de 1720.34 En Europa, Isabel y Felipe buscarían otros medios para satisfacer sus ambiciones en Italia.35 El colapso del gobierno de Alberoni, acompañado por las degradaciones de Pez y de Patiño, eran señales de un cambio en el poder, lo que abrió la puerta a gestiones por parte de Sevilla.36 Durante este periodo, el poder de Isabel en la Corte también declinó, mientras que Felipe momentáneamente recuperó la salud.37 La reina ejerció su influencia de manera indirecta a través de la persona del rey y de los favoritos de la Corte y, por lo tanto, la caída de Alberoni y la recuperación

31

Pérez-Mallaína, Política naval, 14, 18-19, 36-39 y 48-49.

32

El prior a José de Grimaldo, Sevilla, agosto 6, 1675, agi, Consulados, leg. 282, y el Consulado a Diego de Morales de Velazco, Sevilla, agosto 25, 1716, agi, ig, leg. 2042.

33

El exilio era destino común para los reformadores. Otros exiliados incluían los marqueses de la Ensenada, Esquilache, Grimaldi y el conde de Floridablanca.

34

Real Cédula, Grimaldo, Madrid, enero 26, 1720, y Grimaldo al abad Dubois, Madrid, enero 26, 1718, aae:cpe, vol. 294, fols. 109-11, 121-23.

35

Una copia se halla en agi, Consulados, leg. 33.

36

Castro, Vida del almirante D. Andrés de Pes, 45.

37

Henry Kamen, Philip V of Spain. The King who Reigned Twice (New Haven: Yale University Press, 2001), 132-37.

60

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de Felipe naturalmente redujeron su poder político en la cotidianidad.38 Isabel era consciente de que no disfrutaba del cariño de sus súbditos españoles, y a su vez, poco le importaban ellos.39 No se atrevía a ejercer el poder en su propio derecho. Mientras que casi siempre acompañaba al rey durante sus audiencias, y tomaba la palabra la mayor parte del tiempo, Isabel invariablemente insistía en que ella expresaba de modo fidedigno la voluntad de Felipe y no la suya propia. Era una sutil, pero críticamente importante decepción que legitimaba su papel.40 Ella no era la madre del príncipe de Asturias, el heredero a la Corona, lo que por sí solo ponía límites muy reales a su influencia política. Cuando de repente la vida del rey parecía frágil durante una crisis médica el otoño de 1717, por ejemplo, el astuto embajador francés, el duque de Saint Aignan, observó que “la costumbre no le permite a una reina, que no es la madre del presunto heredero al trono, actuar de regente”.41 Después de la caída de Alberoni, la Corona revivió el sistema de ministerios. En diciembre de 1720, Hacienda, bajo el marqués de Campoflorido, finalmente adquirió estatus de Ministerio, aunque Marina e Indias permaneció adjunto a Guerra, excepto en asuntos eclesiásticos, que correspondían a Justicia y Gobierno.42 La caída de Fernández Durán a principios del nuevo año resultó en la división de sus responsabilidades y el restablecimiento del quinto ministerio.43 Esto abrió el camino para la rehabilitación de Pez, quien accedió a la Secretaría de la Oficina de Marina e Indias, mientras que al mismo tiempo recuperaba el

38

John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 89, comenta que “no todos los ministros españoles eran cifras, que un elemento de política sobrevivía y que la reina tenía que esforzarse para imponer su voluntad”.

39

Ibid., 76.

40

Habitualmente, Isabel escribía notas al dorso de la correspondencia oficial de Felipe. aae:cpe tiene cartas de Felipe e Isabel configuradas en casi todos los volúmenes de este período. Los embajadores comentaban repetidamente la omnipresencia de la reina durante sus reuniones con la Corona. Para un comentario persuasivo sobre el papel de Isabel, véase María Ángeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio (Barcelona: Plaza & Janés, 2003).

41

Memoire sur la situation presente de la Cour d’Espagne en Saint Aignan a Huxelles, Madrid, noviembre 26, 1717, aae:cpe, vol. 260, fols. 304-08.

42

El marqués de Campoflorido había sido gobernador del consejo de Hacienda desde enero de 1717. Saint Aignan a la Corona francesa, Madrid, enero 25, 1717, aae:cpe, vol. 257, fols. 52-53, 58-60.

43

Juan Luis Castellano, Gobierno y poder en la España del siglo xviii (Granada: Editorial Universidad de Granada, 2006), 85.

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gobierno del Consejo.44 Baltasar, el Patiño mayor, asumió Guerra, y el irreprimible José regresó a Intendencia Marítima.45 Ni Patiño ni Pez, sin embargo, tenían ahora los amplios poderes de los que habían gozado bajo Alberoni. Habiendo conseguido liberar a España de la Guerra de la Cuádruple Alianza, Grimaldo se convirtió en la figura política dominante de Madrid.46 A su lado se hallaba Juan Bautista de Orendain, su asistente y compatriota, que había ascendido a oficial mayor en la Secretaría del Despacho de Estado. Gran hablador, pero un hombre de mediocre talento, a Orendain se le puede describir con generosidad como flexible en el juego político de la Corte.47 Mientras tanto, el melancólico rey y su ambiciosa esposa se refugiaron más y más en el norte, en Valsaín, cerca del lugar donde se construía el nuevo palacio de La Granja de San Ildefonso, desde donde se comunicaban muy poco con el mundo exterior.48 Intereses partidistas en Sevilla se aprovecharon del fluido ambiente político de Madrid para protestar la pérdida de la Casa de la Contratación y del Consulado. Un profundo y generalizado sentimiento contra Alberoni invadió la Corte y el resto de España después del exilio del autoritario extranjero, proveyendo a los intereses de Sevilla una oportunidad para montar un contrataque.49 En respuesta al clamor de Sevilla y para resolver la controversia surgida por los abruptos traslados, en julio de 1722 Grimaldo instruyó a Luis Miraval y Espínola, gobernador del Consejo de Castilla, formar un comité investigativo. Miraval venía de una familia prominente de Jerez de la Frontera, y su hermano, Martín José, había servido en el Consejo de Indias como fiscal y ministro togado.50 44

Castro, Vida del almirante D. Andrés de Pes, 51. Fernández Durán fue transferido al Consejo de Indias. Teresa Nava Rodríguez, “Problemas y perspectivas de una historia social de administración: los secretarios del Despacho en la España del siglo xviii”, Mélanges de la Casa de Velázquez 30 (1994): 164.

45

José Antonio Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, vol. 1 (Madrid: Editora Nacional, 1979), 58-61.

46

Grimaldo fue el único ministro que ostentaba el prestigioso, aunque en gran medida honorífico título de Consejero de Estado. Castellano, Gobierno y poder, 85.

47

Ricardo García Cárcel, Felipe V y los españoles: una visión periférica del problema de España (Barcelona: Plaza & Janés, 2002), 122; Lynch, Bourbon Spain, 82, 87; Escudero, Los orígenes, vol. 1, 65.

48

Lynch, Bourbon Spain, 80-81. Las obras habían comenzado en el palacio en 1721. Véase también Kamen, Philip V of Spain, 143-45.

49

El marqués de Maulevrier a Versalles, Madrid, octubre 21, 1720, aae:cpe, vol. 296, fols. 188-96.

50

Mark A. Burkholder, Biographical Dictionary of Councilors of the Indies, 1717-1808 (Westport: Greenwood Press, 1986), 80.

62

Alberoni y la reforma colonial

Un individuo hábil y de talento, “dotado de buena razón, de experiencia, y […] aficionado al trabajo”, era aliado de Grimaldo en la política de Madrid.51 En 1709, durante la lucha para reformar el Consulado, Miraval había servido en la Junta de Prorrateo que había dictado en favor de las reclamaciones de los amigos de Tinajero contra la Tesorería Real.52 El Consulado no podía haber elegido mejor candidato. Miraval seleccionó un comité compuesto de ministros de los cinco consejos principales, incluyendo Castilla, Indias, Suprema Inquisición, Órdenes y Hacienda. Históricamente, los consejos habían servido de bastiones de la aristocracia y el conservadurismo. Nombrados también fueron Pez, como ministro de Marina e Indias y gobernador del Consejo; Patiño, como intendente de Marina, y Francisco Varas y Valdés, como un funcionario de la Casa y un influyente político veterano en el Consulado, así como un diputado de Sevilla y uno de Cádiz.53 Grimaldo nombró a Miraval jefe del comité. Para representar a Sevilla, nombró al marqués de Thous, un hombre de gran influencia e inmensa fortuna, quien a través de los años se había beneficiado por su conexión con Tinajero. Había servido de rector del Consulado durante los años 1711, 1713 y de 1715 a 1717.54 Thous personalmente había cubierto los gastos y sueldos del gremio durante los difíciles años de 1713 a 1714.55 Tenía acceso personal directo a Orendain y a Miraval, y más importante aún, era amigo del ministro de Estado.56 Al fondo se hallaba el Consejo de Indias, otra voz conservadora con fuerte conexión con los intereses partidistas de Sevilla. Conscientes de antemano de que lo más probable era que el comité votara en contra del traslado del Consulado y la Casa, Pez y Patiño trataron de evadirse

51

La descripción es de William Coxe, España bajo el reinado de la casa de Borbón..., vol. 2 (Madrid: Estab. Tip. De D.F. de P. Mellado, 1846), citado por Escudero en Los orígenes, vol. 1, 69. Véase también Saint Aignan, Memoire, octubre 12, 1717, aae:cpe, vol. 253, fols. 42-44.

52

Pérez-Mallaína, Política naval, 220.

53

Miraval a Grimaldo, Madrid, julio 12, 1722, Archivo Histórico Nacional (ahn), Estado, leg. 2093.

54

Antonia Heredia Herrera, Sevilla y los hombres del comercio (1700-1800) (Sevilla: Editoriales Andaluzas Unidas, 1989), 153-54, 166-69.

55

Allan J. Kuethe, “Traslado del Consulado de Sevilla a Cádiz: nuevas perspectivas”, en Relaciones de poder y comercio colonial: nuevas perspectivas, editado por Enriqueta Vila Vilar y Allan J. Kuethe (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1999), 71.

56

Ibid.; Crespo, La Casa de Contratación, 105.

63

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

de servir, pero sin éxito. Grimaldo los necesitaba a los dos para mantener las apariencias. La junta produjo los primeros resultados en noviembre de 1722, recomendando que Su Majestad devolviese la Casa, así como el Consulado a Sevilla.57 Con la caída de Alberoni y la influencia de la reina aparentemente reducida, los conservadores intereses creados habían regresado al poder y dominaban la política de Madrid. El desilusionado almirante Pez murió tres meses y medio después del informe preliminar de la junta, seguro de que su querida Cádiz nunca sería el hogar de la Casa de la Contratación ni del Consulado de Cargadores a Indias.58 Para Cádiz, la muerte de su campeón y de su voz en los círculos de la Corte, ocasionó una pérdida devastadora. Antes de efectuar el traslado, los funcionarios tenían que asegurarse de que el río Guadalquivir era navegable y llevar a cabo algunos cambios administrativos que atañían a la flota. Los intereses en Sevilla querían una última prueba del canal de Sanlúcar, a ser efectuada durante el verano por el favorablemente dispuesto Manuel López Pintado. El almirante concluyó su informe el de 6 septiembre.59 Al mismo tiempo, la separación de la Casa de la Intendencia requería la resolución de ciertos nombramientos en la Sala de Gobierno. Asuntos que involucraban la flota habían sido directamente añadidos a la intendencia en 1717, pero las nuevas circunstancias requerían que se devolvieran a la Casa.60 Mientras tanto, la inestabilidad emocional del rey empeoró. En enero de 1724, estremeció a España, anunciando su abdicación y retirándose a La Granja, en compañía de Isabel.61 Su hijo y sucesor, Luis, un joven de apenas dieciséis años, pronto cayó bajo la influencia de las poderosas voces conservadoras en la Corte. Además, para asegurar la continuidad durante la transición, Felipe se llevó a Grimaldo con él. Orendain, ahora ascendido a ministro de Estado, permaneció en Madrid. Miraval dirigía un consejo asesor especial establecido por

57

Kuethe, “Traslado del Consulado”, 74-76.

58

Castro, Vida del almirante D. Andrés de Pes, 92-93.

59

Kuethe, “Traslado del Consulado”, 76.

60

Una excelente discusión de los cambios institucionales involucrados en el traslado se halla en Crespo, La Casa de Contratación, 49. La Casa de la Contratación retuvo la Sala de Justicia después de su traslado a Cádiz.

61

Las obras en el palacio habían adelantado a tal punto que los monarcas pudieron establecer su residencia en él.

64

Alberoni y la reforma colonial

Felipe para guiar al joven rey.62 Todo parecía listo para el retorno de la Casa de la Contratación y del Consulado a Sevilla. El azar, sin embargo, intervino y la viruela reclamó la vida del joven rey después de un reino de menos de ocho meses. Luis había estado a favor de la decisión de regresar la Casa y el Consulado a Sevilla, pero el volver a definir los arreglos institucionales y nombrar candidatos para ocupar los puestos demoró el Real Decreto y la instrucción ordenando el retorno a Sevilla. El Consejo todavía estaba considerando aspirantes a los puestos cuando llegó la noticia de la muerte del joven rey, dejando el proceso en el aire hasta la restauración de Felipe V y el regreso a la normalidad. No parecía haber una razón ponderosa para apresurar el retorno. El Real Decreto restaurando la Casa y el Consulado llegó a Sevilla el 21 de septiembre de 1725.63 Habiendo preparado una celebración opulenta, los sevillanos colgaron luminarias alrededor de la Casa de Lonja, y tres noches seguidas la ciudad celebró su aparente triunfo.64 Solo el papeleo relacionado con los nombramientos, en muchos casos el renombramiento, del personal estaba pendiente para restablecer la Casa.65 El regreso de Isabel Farnesio al trono, sin embargo, selló la suerte de los que favorecían el retorno de la Casa de la Contratación y el Consulado a Sevilla. A la reina le había disgustado su exilio de la política de Madrid, y ella había influenciado a su marido a favorecer los intereses de Cádiz y no los de Sevilla. Durante el segundo reinado de Felipe, era claro que ella llevaba la voz cantante. En este nuevo ambiente político, el influyente Miraval fue substituido en el Consejo de Castilla por el obispo de Sigüenza, quien era hostil a los partidarios de Sevilla.66 El instrumento para el cambio político habría de ser de nuevo un extranjero, el duque de Riperdá, un holandés y otra criatura de la reina. Figura de poder efímero en la Corte, tuvo, sin embargo, tiempo suficiente para cumplir un papel central en frustrar las aspiraciones de Sevilla. Un aventurero por excelencia, Riperdá había llegado como diplomático a Madrid, donde pronto se unió a Alberoni. Más tarde ganó un nombramiento como superintendente de la real fábrica

62

Castellano, Gobierno y poder, 92-94; Lynch, Bourbon Spain, 82-83.

63

agi, ig, leg. 2039.

64

Kuethe, “Traslado del Consulado”, 77-78.

65

Crespo, La Casa de Contratación, 52.

66

Castellano, Gobierno y poder, 95.

65

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

textil en Guadalajara y eventualmente sobre todas las reales fábricas. También se congració con Isabel, y a finales del otoño de 1725 se halló encargado de una fatídica misión a Viena. Riperdá desempeñó un papel central en una crisis de mayores proporciones en que se halló España en 1725 y que facilitó su ascenso al poder. En un esfuerzo por restaurar la armonía familiar después de la Guerra de la Cuádruple Alianza, las dinastías borbónicas habían entrado en un entente defensivo el 27 de marzo de 1721. Bajo los términos de la alianza, Francia devolvió Pensacola y los dos poderes trataron de cimentar su amistad con dos matrimonios.67 Louise Elizabeth de la Casa de Orleans sería la esposa de Luis, entonces príncipe de Asturias, en tanto que Felipe e Isabel enviaron a su hija de tres años, María Ana Victoria, a Versalles, para casarla con Louis XV cuando cumpliera la edad adecuada. Los franceses se encantaron cuando Louise Elizabeth se hizo reina, pero el arreglo dejó de servir sus intereses al quedar ella viuda. Las preocupaciones francesas sobre la salud de Louis XV hacían urgente la necesidad de casarlo con una mujer capaz de tener un sucesor, en vez de esperar la madurez de la princesa española. Los franceses enfurecieron a la Corte española al arreglar el matrimonio de Louis con una princesa polaca, de la madurez física necesaria, y al devolver a la pequeña María Ana Victoria a España. Los españoles respondieron devolviendo a Louise Elizabeth a Francia y enviando a Riperdá a Viena para explorar la posibilidad de una alianza con el emperador.68 Riperdá y su socio, el irreprensible nuevo ministro de Hacienda, Juan Bautista de Orendain, negociaron un tratado de amistad en Viena que aseguraba el reconocimiento de la sucesión borbónica por parte del emperador. Los emisarios españoles también aseguraron la promesa del compromiso de la archiduquesa María Teresa con el infante Carlos.69 Este arreglo indicaba ser de importancia

67

José Antonio Armillas Vicente, “La política exterior de los primeros Borbones”, en Historia general de España y América. La España de las reformas hasta el final del reinado de Carlos IV, coordinado por Carlos E. Corona y José Antonio Armillas Vicente, Tomo X-2 (Madrid: Ediciones Rialp, 1984), 279.

68

Philippe Erlanger, Felipe V: esclavo de sus mujeres, traducido por Robert Sánchez (Barcelona: Editorial Ariel, 2003), 283-99.

69

Orendain también se había congraciado con la reina. Durante el reinado de Luis I, cuando Grimaldo acompañó al rey a La Granja, Orendain había obtenido el nombramiento de ministro de Estado. Para su descontento, tuvo que conformarse con Hacienda cuando Grimaldo reclamó para sí el ministerio más prestigioso una vez restablecido en el trono Felipe V. Escudero, Los orígenes,

66

Alberoni y la reforma colonial

monumental tanto para España como para Europa, al cambiar el equilibrio del poder en contra de Francia. Cuando Riperdá regresó triunfante a Madrid a fines de diciembre, España y Francia estaban al borde de la guerra. Como informó el embajador Marcillac: “Me parece que las cosas aquí se han puesto muy serias tras el regreso del señor Riperdá. Si la credibilidad del señor Riperdá prevalece sobre la de los otros ministros del rey de España, tendremos guerra a la vuelta de los galeones”.70 Ambos países se prepararon para la guerra. Aunque la alianza falló y el matrimonio nunca se efectuó, Riperdá fue la sensación política del momento en la Corte, en tanto que Orendain se convirtió en marqués de la Paz. Pronto el nuevo favorito de la reina se hizo a sí mismo secretario de las Oficinas de Guerra y de Marina y las Indias, así como de facto ministro de Estado, desplazando al marqués de Castelar y a Antonio de Sopeña.71 El día de fin de año de 1725, Riperdá sencillamente decretó que, “hasta nuevas órdenes, la ejecución de aquellas que habían de ser dadas dictando el retorno del Tribunal de la Casa de la Contratación y del Consulado de Cádiz a Sevilla quedaba suspendida”.72 El nuevo favorito actuó así arbitrariamente, sin convocar otra junta, ni hacer nuevas pruebas en el canal de Sanlúcar, y sin tan siquiera consultar al Consejo de Indias. Aunque la decisión vino en parte porque la Corona quería retener la autoridad unificada de la Intendencia de Marina cuando la guerra parecía inminente, una misteriosa y anónima carta urgía a Riperdá a poner fin al monopolio sevillano.73 Duque, es cierto que vuestra restitución ha sido plausible tocante a la suspensión del [regreso] del comercio (Consulado) y tribunal (Casa de la Contratación) a Sevilla, porque los ministros que vieron en justicia eran todos paniaguados de Miraval y contra viento y marea […]. Sevilla lo consiguió de la forma que lo sabrás y Orendain fue también agente por varios regalos y el decreto lo dispuso el diputado de Sevilla (Thous) y lo más sensible es los

vol. 1, 79; Marcillac al ministro de Estado conde de Morville, Madrid, diciembre 17, 1725, aae:cpe, vol. 342, fols. 387-88. 70

Marcillac al ministro de Estado conde de Morville, Madrid, diciembre 17, 1725, aae:cpe, vol. 342, fols. 387-88.

71

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 84; Lynch, Bourbon Spain, 86-87.

72

Real orden, Madrid, diciembre 31, 1725, agi, ig, leg. 2039.

73

ahn, Estado, leg. 2933. Citado en Kuethe “Traslado del Consulado”, 79-80.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

ministros tan indignos que nombraron a contemplación de Varas por sus fines particulares y así te digo que nunca conviene que éste sea presidente de la Contratación sino [mantenido] lejos de acá porque en el comercio se ha hecho rico […]. En ninguna ciudad de España defraudan tanto al rey como en Sevilla […]. Míralo todo con madurez y pon remedio […]. Dios te dé acierto duque y te guarde para remedio de la monarquía. Así mismo te prevengo duque sobre elecciones de Consulado […]. Todo se hace a contemplación de Thous, Diputado de Sevilla, quien habiendo sido dueño de los cónsules de comercio desde el tiempo de Tinajero por eso se ha hecho tan rico […]. Así duque remédialo todo […]. que hasta ahora ha sido todo un desorden.

Es de asumir que este mensaje vino de la misma reina Isabel, quien, durante este período, estaba profundamente involucrada en los asuntos de gobierno. Al dirigirse al duque, la carta usaba la forma familiar, algo que muy pocas otras personas en la Corte se hubieran atrevido a hacer, y nadie podía haberle instruido de manera tan directa y en un asunto de tanta importancia y delicadeza. A fin de cuentas, si la carta vino de Isabel o de una de sus más íntimas cortesanas, la influencia de la reina en la política de Madrid malogró las aspiraciones de Sevilla, dándole la victoria a Cádiz. Otra vez el instrumento para el cambio había sido un extranjero, respaldado por la reina, quien había derrotado los intereses creados en la Corte. El poder de Riperdá se desplomó en mayo de 1726, dando paso a el ascenso de José Patiño, un fuerte abogado en favor de Cádiz.74 Riperdá había conspirado para enviar a su rival a Flandes, con la esperanza de tenerlo lejos de Madrid, pero Patiño, conociendo la vulnerabilidad del holandés, demoró su partida. Entonces reemplazó a Riperdá en la Secretaría del Despacho de Marina e Indias, y pronto añadió Hacienda.75 Patiño, íntimo de la reina y el hombre que había efectuado las transferencias en 1717, no tenía interés en revocar la real orden del 31 de diciembre. La Casa de la Contratación y la Intendencia de Marina permanecieron 74

Orendain le comunicó a su antiguo colaborador, Riperdá, la noticia de su despido a las once de la noche. Es interesante que este despido no incluyó el exilio sino, en su lugar, una generosa pensión. El embajador francés a Versalles, Madrid, mayo 20, 1726, aae:cpe, vol. 343, fols. 343-45. Cuando el holandés se acobardó, sin embargo, y buscó refugio en la embajada británica, el Consejo de Castilla le proclamó enemigo, le arrestó y le encarceló en Segovia. Castellano, Gobierno y poder, 100-01.

75

El Pardo, febrero 27, 1726, agi, ig, leg. 2039; Escudero, Los orígenes, vol. 1, 84-87.

68

Alberoni y la reforma colonial

unidas en Cádiz y el Consulado también se quedó allí.76 En cuanto al anciano y endeble Grimaldo, la reina persuadió a Felipe de relevar a su viejo amigo de sus responsabilidades en Estado en septiembre de 1726.77 Orendain, el marqués de la Paz, realizó sus sueños al suceder a su antiguo protector. Mientras que la Casa de la Contratación se trasladó a Cádiz, el Consulado no compartió la misma suerte. Aunque su aparato administrativo permaneció en Cádiz, la mayor parte de la membresía del Consulado se quedó en Sevilla. De acuerdo con el arreglo dispuesto por Patiño, confirmado en 1726, veinte de los electores serían de Sevilla, diez de Cádiz, y el prior y el primer cónsul serían siempre sevillanos.78 Bajo este compromiso, el control del Consulado se quedaba en Sevilla, aunque el asiento de la institución se había ido. El control completo no pasaría a Cádiz hasta las reformas en 1744, que finalmente dejarían a Sevilla al margen.79 Lo que al principio pareció una innovación decisiva se había convertido, en cambio, en una larga batalla política.

La creación del Virreinato de Nueva Granada La más ambiciosa innovación en el Nuevo Mundo fue el intento de establecer un virreinato en Nueva Granada, pero esto también se convirtió en un proceso largo, que llevó más tiempo en resolverse que el traslado de la Casa de la Contratación y el Consulado a Cádiz. La condición de Nueva Granada como capitanía general con una audiencia en Santa Fe databa del siglo xvi, pero para la época de Alberoni, había imperiosas razones administrativas para convertir la región septentrional de América del Sur en un virreinato aparte. La distancia existente entre Nueva Granada y Lima abría la puerta al abuso y la negligencia. Una visita

76

Un decreto final, emitido en 1727, confirmó la permanencia de las instituciones en Cádiz. Márquez Redondo, Sevilla “ciudad y corte”, 35. La presidencia de la Casa y la Intendencia de Marina no se separaron hasta 1754. Luis Navarro García, La Casa de la Contratación en Cádiz (Cádiz: Instituto de Estudios Gaditanos, 1975), 49.

77

Lynch, Bourbon Spain, 89. El frágil Grimaldo vivió hasta 1734, el año de la muerte de Orendain. Concepción de Castro, A la sombra de Felipe V. José de Grimaldo, ministro responsable (17031726) (Madrid: Marcial Pons, 2004), 379.

78

Heredia, Sevilla y los hombres de comercio, 127-33.

79

Las circunstancias que resultaron en las reformas de 1744 son discutidas por Allan J. Kuethe en “El fin del monopolio: los Borbones y el Consulado andaluz”, en Relaciones de poder y comercio colonial: nuevas perspectivas, editado por Enriqueta Vila Vilar y Allan J. Kuethe (Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1999) 43-47.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

(inspección) general a la capitanía general, encargada en 1685 y llevada a cabo por Carlos Alcedo y Sotomayor, desenmascaró una preocupante indiferencia hacia la autoridad real. En vez de actuar de acuerdo con los descubrimientos de Alcedo, la visita terminó abruptamente cuando el gobernador de Cartagena le arrestó, enviándolo directamente a La Habana. Un incidente escandaloso que tuvo lugar en 1715 reafirmó la inestabilidad del gobierno real en Santa Fe, cuando tres oidores de la Audiencia depusieron al presidente y capitán general, haciéndolo prisionero en Cartagena. El Consejo de Indias comisionó al nuevo oidor, Antonio Cobían Valdés, a que investigara, pero la decisión de Alberoni de establecer el virreinato suspendió la investigación.80 Para principios del siglo xviii, la presencia de rivales extranjeros en el Caribe había hecho manifiesta la necesidad de reforzar el aparato administrativo de la región. Con los ingleses seguros en Jamaica y Barbados y los holandeses en Curazao, el contrabando era abundante a lo largo de la Tierra Firme.81 Por añadidura, la concesión extraída por los ingleses en Utrecht de operar el monopolio de esclavos, otorgándoles entrada legal al continente, hacía más evidente la necesidad de ajustar los controles administrativos en la costa caribeña de América del Sur. El sitio, la conquista y la ocupación de Cartagena en 1697, durante la Guerra de la Liga de Augsburgo, expuso la vulnerabilidad militar de España en su punto fuerte de Sudamérica.82 El fracasado intento de los escoceses de colonizar Darién a finales del siglo xvii había demostrado dos cosas: las ambiciones extranjeras de penetrar el imperio español y la debilidad de sus defensas.83 En 1717, cuando se preparaba a invadir Cerdeña, y corría el riesgo de guerra en

80

Anthony McFarlane, Colombia before Independence. Economy, Society, and Politics under Bourbon Rule (Cambridge: Cambridge University Press, 1993), 24-26, 188-89.

81

Véase, por ejemplo, Gregorio de Robles, ed., América a fines del siglo xvii: noticia de los lugares de contrabando (Valladolid: Casa-Museo de Colón y Seminario Americanista de la Universidad, 1980), 29-38, 79-82 y 87-95.

82

Juan Marchena Fernández, La institución militar en Cartagena de Indias, 1700-1810 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1982), 67-81.

83

Dennis R. Hidalgo, “To Get Rich for Our Homeland: The Company of Scotland and the Colonization of the Isthmus of Darien”, The Colonial Latin American Historical Review 10 (2001): 331-46. El comandante del escuadrón español que expulso a los escoceses fue Antonio Gaztañeta, quien estaba destinado a revolucionar el diseño de los buques de guerra españoles. John D. Harbron, Trafalgar and the Spanish Navy (Londres: Conway Maritime Press, 1988), 19.

70

Alberoni y la reforma colonial

Europa, Alberoni se dio cuenta de la necesidad inmediata de reforzar una zona estratégica del imperio que se hallaba expuesta. La ley de habilitación llegó en la forma de un real decreto con fecha del 29 de abril, y a renglón seguido una real cédula fechada el 27 de mayo.84 El primer virreinato a ser establecido desde el de Perú en 1544 se extendería de Guayana al nordeste hasta Quito al sudoeste, con un centro administrativo en Santa Fe de Bogotá, y su principal puerto y fortificación militar se localizaría en Cartagena de Indias. La jurisdicción de Caracas y de las provincias circundantes, que habían estado bajo la autoridad de la Audiencia de Santo Domingo, serían ahora también añadidas al tribunal en Santa Fe. Panamá continuaría bajo la jurisdicción de Lima.85 Los funcionarios de la tesorería de Quito y de Caracas habrían de rendir cuentas al tribunal en Santa Fe. El establecimiento de un nuevo virreinato requería un planeamiento cuidadoso en cuanto a asuntos de finanzas y de defensa, límites de jurisdicción, y el estado de las audiencias subordinadas. Los funcionarios de la Corona también tenían que anticipar posibles problemas surgiendo de la intrusión de la autoridad real en una parte del dominio colonial hasta entonces habitualmente desatendida. Tales preparaciones nunca se hicieron.86 En su lugar, la Real Cédula simplemente comisionaba a Antonio de la Pedrosa y Guerrero, un ministro del Consejo de Indias, a trasladarse a Nueva Granada. Una vez allí, sus instrucciones eran establecer el virreinato, sentando las bases para el virrey que sería nombrado para seguirle.

84

agi, Santa Fe (sf), leg. 542.

85

Una monografía sobre este asunto es la de María Teresa Garrido Conde, La primera creación del Virreinato de Nueva Granada (1717-1723) (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1965), 20-22.

86

Discusiones informales con respecto al establecimiento de un segundo virreinato en América del Sur habían tenido lugar de vez en cuando antes de la iniciativa de Alberoni. Un tal plan llegó a Francia. Aunque desafortunadamente sin fecha ni firma, referentes textuales indican que llegó después de la invasión francesa y antes del experimento de 1717. Es interesante que el autor argüía que el incluir a Quito en la nueva jurisdicción sería un reto a las realidades geográficas y que la presidencia debía permanecer unida a Lima a pesar de su responsabilidad de costear el situado para Cartagena. Bajo este plan, el virrey residiría en Cartagena debido a las prioridades militares, a pesar de los obstáculos impuestos por el clima, y que, además, la Audiencia de Santa Fe sería trasladada a esa misma ciudad portuaria. Para reducir costos, la Audiencia de Panamá, menos necesaria con un tribunal entonces disponible en la costa Caribe, sería eliminada. aae: Memoires et Documents Fonds Divers (mdfd), vol. 262, fols. 309-13.

71

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

A pesar de estas vagas instrucciones, las prioridades reales eran claras. La Corona confería al nuevo virrey la autoridad de gobernador, capitán general y presidente, instruyéndole a poner en orden la administración colonial y su tesorería. Por encima de todo, la Real Cédula insistía en que debía estar preparado para “acudir prontamente a la plaza o plazas que intentaren invadir enemigos de mi corona”.87 Los situados (transferencias monetarias) para las defensas costeras caribeñas continuarían siendo asignados a Quito y Santa Fe.88 La cédula de nombramiento de Pedrosa, con fecha del 1 de julio de 1717, le concedía virtualmente todos los poderes de un virrey. Este documento y la legislación habilitadora vinieron por la vía reservada, desde el despacho de Fernández Durán.89 La orden instruyó a Pedrosa abolir las Audiencias de Quito y de Panamá. La eliminación de esas audiencias significaba un ahorro considerable, cantidad que serviría para sufragar el costo de establecer la Corte del virreinato en Santa Fe.90 El paso radical de abolir las dos audiencias era parte de una purga general de las Cortes americanas, dirigida a reparar el daño causado por la venta generalizada de nombramientos judiciales durante la Guerra de la Liga de Augsburgo y de la Guerra de Sucesión española. Cuando la Audiencia de Panamá fue eliminada en 1718, por ejemplo, todos sus cinco ministros inicialmente enfrentaron cargos criminales y uno de ellos fue devuelto a España. Los escándalos en la Audiencia de Santa Fe giraban en torno a un intento, por parte de tres justicias, para derrocar al presidente Meneses en 1716. La Corona destituyó a tres jueces, Arambuzo, Yepes y Zapata, los hizo prisioneros, les embargó sus bienes y los devolvió a España. El presidente Meneses fue simplemente reprendido con la orden de regresar a Madrid a la primera oportunidad.91

87

Una pronunciada tendencia borbónica de emplear oficiales militares de alto rango como virreyes coloniales pronto se pondría en evidencia. Francisco A. Eissa-Barroso, “‘Of Experience, Zeal, and Selflessness’: Military Officers as Viceroys in Early Eighteenth-Century Spanish America”, The Americas 68 (2012): 317-45.

88

Para un estudio detallado de los fondos para la defensa de Nueva Granada, véase José Manuel Serrano Álvarez, Ejército y fiscalidad en Cartagena de Indias: auge y declive en la segunda mitad del siglo xviii (Bogotá: El Áncora Editores, 2006).

89

agi, sf, leg. 542.

90

Informe, estado del Virreinato de Nueva Granada, Francisco Silvestre, Santa Fe, diciembre 3, 1789, agi, sf, leg. 552.

91

Real Decreto, San Lorenzo, octubre 31, 1718, agi, sf, leg. 542.

72

Alberoni y la reforma colonial

Los jueces de la Corte suprema de Quito constituían un grupo excéntrico y quisquilloso, que se halló envuelto en una amarga disputa por supuestas actividades contrabandistas por parte del presidente de la Audiencia, Juan de Sosaya. Prominente comerciante de Lima, Sosaya había comprado su posición en 1706 por la cantidad de 20 000 pesos, los que intentaba recuperar por medio de actividades comerciales ilícitas. De acuerdo con sus enemigos, Sosaya había ganado casi 900 000 pesos vendiendo de contrabando cacao, tela francesa y productos orientales a través de Guayaquil, donde su íntimo amigo, Juan de Meléndez, servía de corregidor. Cuando estas denuncias llegaron a los oídos del Consejo de Indias, los consejeros nombraron a un juez de la Corte de Lima, Juan Bautista Orueta e Irusta, que en esos momentos servía de gobernador interino de Panamá, para conducir una pesquisa especial del asunto en 1711. La investigación, sin embargo, provocó acritud y profundas divisiones entre los miembros de la Audiencia y las elites locales, al formarse grupos partidarios en apoyo de Sosaya o de Orueta. A pesar de la lucha política interna en Quito, Orueta presentó el caso ante el Consejo, basándose en el testimonio de 44 testigos en Quito y 31 en Guayaquil, condenando rotundamente a Sosaya. Al final, sin embargo, en 1713, el Consejo calificó la evidencia de insuficiente para condenar al presidente, revocó la suspensión de Orueta de los jueces respaldando a Sosaya y, en su lugar, multó a sus acusadores. A pesar del resultado, las tensiones y las divisiones partidistas persistieron en Quito por décadas. Tal disidencia y discordia sin duda fueron factores en la decisión de la Corona de eliminar la Audiencia de Quito en 1717.92 La Corona nombró primer virrey a Jorge Villalonga, por Real Decreto del 31 de octubre de 1718.93 Para mediados de 1719, cuando Villalonga llegó a Santa Fe, Antonio de la Pedrosa había restablecido cierto orden en las caóticas y por costumbre mermadas finanzas del gobierno, llegando hasta amasar una pequeña cantidad de sobra para enviar a España. El nuevo virrey, sin embargo, deshizo estos logros, gastando extravagantes sumas de dinero a su entrada a Bogotá, ostensiblemente para establecer el prestigio de su nuevo puesto.94 Es más, en su visita a Cartagena de diciembre de 1719 a mayo de 1720 para preparar el arribo de los galeones, el virrey al parecer traficó mercancía de contrabando en 92

Kenneth J. Andrien, The Kingdom of Quito, 1690-1830: The State and Regional Development (Cambridge: Cambridge University Press, 1995), 166-73.

93

agi, sf, leg. 542.

94

McFarlane, Colombia before Independence, 189-92.

73

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

la ciudad portuaria. Supuestamente también permitió a mercaderes franceses descargar contrabando, lo que saturó el mercado local antes de la llegada de los galeones.95 En España, la caída de Alberoni hizo posible que las fuerzas conservadoras usaran los defectos de Villalonga como excusa para atacar las reformas administrativas responsables de la creación del Virreinato de Nueva Granada. La residencia de Villalonga, que se concentró primeramente en las supuestas actividades de contrabando en Cartagena y en los abusos del poder, produjo no menos de ocho legajos de documentación, pero al final, fue exonerado de todos los treinta y tres cargos presentados contra él.96 Tras deliberaciones en el Consejo de Indias, la abolición del virreinato vino por Real Cédula del 5 de noviembre de 1723. La cédula restituía el previo aparato administrativo de Nueva Granada, incluyendo la restitución de las Audiencias de Panamá y Quito.97 El documento justificaba este acto alegando que [...] poco o ningún remedio que se ha reconocido con la creación de Virrey, sin aumento de caudales, ni haberse podido evitar los fraudes, y algunos desórdenes que se han ocasionado, siendo muy poco el fruto que se ha seguido de la erección de Virrey y ser más ajustado y conforme a las reglas de una buena economía, el extinguir este empleo para evitar los dispendios de tantos caudales como es preciso se consuman en la manutención del Virrey […].98

A pesar de la corrupción y de los conflictos jurisdiccionales que acompañaron la creación del virreinato, el complejo ambiente político que siguió a la caída y al exilio del cardenal Alberoni explica en mucho esa decisión.99 Es poco

95

Para la interacción íntima entre el comercio de contrabando y el gobierno en Nueva Granada durante los primeros dos tercios del siglo borbón, véase Lance Grahn, The Political Economy of Smuggling. Regional Informal Economies in Early Bourbon New Granada (Boulder: Westview Press, 1997), en particular, 111-14 para Villalonga.

96

Garrido Conde, La primera creación del Virreinato, 104.

97

agi, sf, leg. 542.

98

Ibid.

99

Garrido Conde vio con escepticismo la razón y las aseveraciones de los hechos que justificaron la reducción del virreinato, especialmente en lo que concierne al supuesto fracaso en mejorar las finanzas, con lo que ella no está de acuerdo, y la súbita preocupación por los costos, algo que ella creía ser un problema fácil de resolver. Garrido Conde, La primera creación del Virreinato, 97-102.

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probable que cargos de corrupción asombraran a un sazonado y experto político como José de Grimaldo. De hecho, ¡Madrid incluso restituyó a funcionarios de la Audiencia de Panamá, que cinco años antes habían sido destituidos por corrupción!100 Además, seguramente las finanzas en 1723 no estaban en peor condición que seis años antes, cuando se estableció el virreinato, y conflictos jurisdiccionales habían sido siempre parte de la cultura política del imperio. La decisión fue simplemente parte de la reacción conservadora que siguió a la caída de Alberoni. En casi todos los casos, los políticos conservadores de Madrid deshicieron sus atrevidas innovaciones, a veces impuestas de modo arbitrario. La abolición del virreinato tuvo lugar paralelamente con la revocación del traslado a Cádiz de la Casa de la Contratación y del Consulado. Y dentro de España misma, la supresión del sistema de intendentes que Alberoni había impuesto en 1718 se dio poco después de su caída y exilio.101 El período justo antes y durante el reino de Luis I representó, así, el punto culminante de la reacción contra los percibidos abusos de Alberoni. Es más, con el fin de la crisis planteada por la derrota en la Guerra de la Cuádruple Alianza, los logros estratégicamente positivos de crear el virreinato parecían menos apremiantes. El único residuo de monta del primer virreinato fue el sistema de distritos militares o comandancias generales. Esta oficina confería autoridad militar a los gobernadores de Cartagena, Panamá y Caracas, quienes eran responsables de supervisar las provincias adyacentes. En el caso de Cartagena, estas incluían Santa Marta y Riohacha; en el de Panamá, Portobelo, Darién, Veragua y Guayaquil; y en el de Caracas, Maracaibo, Cumaná, Guayana, Trinidad y Margarita.102 En años ulteriores, el presidente de Quito fue hecho comandante general de Popayán,

100

Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, From Impotence to Authority. The Spanish Crown and the American Audiencias, 1687-1808 (Columbia: University of Missouri Press, 1977), 41.

101

El primer paso fue en 1721, seguido por un segundo en 1724. Henry Kamen, “El establecimiento de los intendentes en la administración española”, Hispania 95 (1964): 368-95; Horst Pietschmann, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva España: un estudio político administrativo, traducido por Rolf Roland Meyer Misteli (México: Fondo de Cultura Económica, 1996) (edición en alemán 1972), 51-55; Luis Navarro García, Las reformas borbónicas en América: el plan de intendencias y su aplicación (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1995), 24-25.

102

Informe, estado actual del Virreinato de Nueva Granada, Francisco Silvestre, Santa Fe, diciembre 3, 1789, agi, sf, leg. 552. Este asunto se discute en Garrido Conde, La primera creación del Virreinato, 22.

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Cuenca y Guayaquil, que había sido separada de Panamá, mientras que en 1777 Caracas se convertiría en una capitanía general autónoma.103

El real monopolio del tabaco y la reforma militar en Cuba La idea de establecer un real monopolio de tabaco en Cuba había circulado en la Corte al menos desde la época de Jean Orry. El monopolio en España databa de 1636, y La Habana, compensada con transferencias de plata de la Real Tesorería en México, se había convertido en un codiciado proveedor para la real fábrica en Sevilla. Demasiada hoja, sin embargo, escapaba a través del comercio de contrabando a mercados extranjeros.104 Alberoni, desesperado por fortalecer los fondos reales mientras España se preparaba para la guerra, mandó establecer el real monopolio de tabaco en Cuba por la Real Instrucción del 11 de abril de 1717: Reconocido los graves daños que resultaban de la saca de tabacos que produce la isla de Cuba, para los Reinos extranjeros, dejando la península de España sin el que necesita para su abasto, obligando a comprarlo de otros Reinos en perjuicio de mi hacienda y vasallos […] [y] usando de mi Real facultad, como señor despótico de la referida Isla, he resuelto prohibir la franqueza con que sus nacionales han usado hasta ahora de los referidos tabacos, estancándolos en forma que sus cosecheros y dueños no puedan venderlos a otra persona alguna que al […] superintendente general.105

La administración real calculó la producción anual de Cuba en 7,3 millones de libras de tabaco en hojas, y destinó 5 millones a España, 500 000 a las islas Canarias, 300 000 a Lima, Chile y Buenos Aires, y 1,5 millones a reinos extranjeros. La mayor producción vendría del interior de La Habana, pero el

103

Allan J. Kuethe, Military Reform and Society in New Granada, 1773-1808 (Gainesville: University Presses of Florida, 1978), 11.

104

Un excelente recuento del establecimiento del monopolio del tabaco en Cuba se halla en Leví Marrero, Cuba: economía y sociedad, vol. 7 (San Juan: Editorial San Juan, 1978), 41-56. Véase también John Robert McNeill, Atlantic Empires of France and Spain. Louisbourg and Havana, 1700-1763 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1985), 117-18. Un tratamiento detallado y reciente es el de Santiago de Luxán Meléndez, Montserrat Gárate Oranguren y José Manuel Gordillo, Cuba-Canarias-Sevilla: el estanco español del tabaco y las Antillas, 1717-1817 (Las Palmas de Gran Canaria: Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2012).

105

Citado en Marrero, Cuba: economía, vol. 7, 46.

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monopolio establecería también agentes en Santiago de Cuba, Bayamo, Trinidad y Sancti Spíritus. Este fue el primer experimento de su clase en América y una audaz reforma fiscal. Diez meses antes de establecer el monopolio del tabaco, usando los métodos empleados en Nueva Granada, el gobernador y brigadier general Vicente Raja llegó a La Habana, acompañado de cuatro ayudantes, con instrucciones de investigar los procedimientos para establecer un monopolio. Las instrucciones para proceder con el monopolio vinieron tras un informe de dos de los ayudantes de Raja, Manuel de León y Navarro y Diego Danza, quienes habían recorrido la isla estimando su capacidad productiva. Los dos oficiales aparentemente consultaron a los cultivadores cubanos acerca del proceso únicamente en términos generales, debido a que los productores locales solo creían que se estaba considerando establecer un nuevo impuesto.106 La iniciativa de Alberoni llegó a La Habana y su interior por un bando del 27 de julio, que anunciaba también el nombramiento de Salvador Olivares como director. Olivares era el intendente de tabaco en España, y uno de los expertos que había acompañado a Raja. La reacción inicial cubana fue de perplejidad, que pronto se convirtió en ira. Los monopolistas se mostraron mal preparados para llevar a cabo su empresa, ya que habían traído solamente 100 000 pesos en mercancía, que esperaban poder cambiar por una producción anual de tabaco valorada en más de siete veces esa cantidad. El ayuntamiento votó enviar un delegado solicitando ayuda del Gobierno en España, mientras que las autoridades eclesiásticas en La Habana rogaban con insistencia a Madrid suspender el proceso hasta que los productores locales pudieran dar voz a sus preocupaciones. El gobernar un imperio claramente involucraba mucho más que la simple emisión de decretos, sin importar el tiempo de su tardanza ni su buena intención. Raja se halló en una situación imposible dadas sus instrucciones y resolvió proceder a implementar el monopolio a pesar de la oposición en Cuba. El resultado fue la primera violenta revuelta antirreformista durante el gobierno borbón en la América española.107 La respuesta de los vegueros fue directa y asombrosamente audaz. Cuatrocientos o quinientos hombres, armados con machetes y algunas armas de fuego, 106

Ibid., 45-47. Alberoni sometió este asunto a discusión en España, bajo su directa supervisión. Rodríguez Villa, Patiño y Campillo, 23.

107

Para la primera sublevación veguera véase Marrero, Cuba: economía, vol. 7, 47-51.

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se congregaron el 21 de agosto en Jesús del Monte, al este del interior de La Habana, y pronto se movilizaron para controlar el campo y bloquear las entradas a la capital. Los intentos de mediación del ayuntamiento y del obispo Gerónimo Valdés fracasaron. Cuando la guarnición de La Habana, mal preparada, no respondió a la orden de la real administración de ponerse en pie de batalla, los insurgentes entraron en la ciudad y ocuparon la Plaza de San Francisco. El grito usado por los insurgentes: “Viva el rey y muerte al mal gobierno”, se haría popular durante el siglo xviii. El gobernador Raja prudentemente se refugió en el Castillo de la Fuerza Vieja, y a la primera oportunidad escapó a un barco de guerra que estaba en el puerto, junto con Olivares, Danza y León, regresando todos a España. El ayuntamiento reconoció al popular Gómez Marauver —que había tenido las riendas del gobierno— como gobernador interino. Los vegueros del interior de la provincia de La Habana habían derrocado fácilmente al gobernador real. En 1718, Alberoni no respondió ni con negociaciones ni con compromisos, sino con el envío de mil tropas a La Habana, bajo el brigadier general Gregorio Gauzo Calderón, para aplastar la rebelión. Se necesitaron cuatro navíos para conducir las tropas. El programa del italiano incluía un perdón general, pero también el arresto de los líderes de los rebeldes y de supuestos colaboradores dentro del ayuntamiento. Estaba claro que en su mente las elites locales eran responsables de la rebeldía de la población. Y, por último, Alberoni mejoró el arreglo monetario para mantener el monopolio. La estrategia del cardenal de combinar bayonetas con un perdón general, después de identificar a los líderes sospechosos, estableció el modelo a seguir con otras rebeliones durante el siglo, que repetidamente pusieron a prueba el temple de los reformadores de Madrid.108 Al entrar en La Habana en junio de 1718, Gauzo concedió el perdón general a los insurgentes, y arrestó a cinco miembros del ayuntamiento, a los que envió a España para comparecer ante Alberoni. Un sexto escapó. Respaldado por las bayonetas, el gobernador personalmente asumió el control de lo que quedaba del monopolio en enero de 1919. Agentes se desplazaron a Santiago de Cuba, Bayamo, Trinidad y Sancti Spíritus. El nuevo presupuesto incluía un traslado de 300 000 pesos de México y los funcionarios del monopolio establecieron normas

108

78

Un reciente enfoque de este punto se halla en Derek Williams, “‘Who Induced the Indian Communities?’. The Los Pastos Uprising and the Politics of Ethnicity and Gender in Late-Colonial New Granada”, Colonial Latin American Historical Review 10 (2001): 278, 292-94.

Alberoni y la reforma colonial

para el apoyo financiero. En octubre de ese mismo año, Madrid devolvió a La Habana a los cinco regidores presos, ahora ya adecuadamente escarmentados. Después de sofocar la rebelión de los vegueros, Miguel Fernández Durán, secretario del Despacho de Guerra, se aprovechó del envío por Alberoni de tropas a La Habana para ordenar una reforma militar importante en la colonia. Basado en el modelo desarrollado en Francia, el batallón, junto con el regimiento, había reemplazado al tercio como unidad táctica en la península durante la Guerra de Sucesión, y ahora Fernández Durán lo introdujo en Cuba.109 Aunque mostró flexibilidad política durante este período al subordinar sus propias ambiciones a las del de facto primer ministro, Fernández, ahora marqués de Tolosa, no era una mera criatura de Alberoni.110 Antes de su nombramiento a Guerra en 1714, Fernández había tenido una distinguida carrera en administración militar, sirviendo en los Consejos de Guerra y de Órdenes Militares, y, después de 1706, como oficial en el Despacho de Guerra y Tesoro bajo Grimaldo.111 Fernández Durán codificó las normas para el estamento militar en la guarnición de La Habana, incluyendo el estado mayor y los comandantes de fortificaciones, en el Reglamento para la guarnición de La Habana... 1719, un código completo de ochenta artículos.112 Su política tenía como base las recomendaciones delineadas por Ignacio Francisco de Barrutia, comandante de la compañía de caballería de La Habana. Barrutia conocía íntimamente el terreno en Cuba y regresó a Madrid para dar un informe de los eventos de 1718.113 La nueva política combinaba las siete compañías individuales, que previamente habían sido contratadas a individuos, con los refuerzos para formar un batallón fijo. Este nuevo batallón incluía seis compañías de infantería de 100 hombres cada una, una séptima de granaderos recientemente introducidos, y un cuerpo modernizado y actualizado de oficiales. Se conservaban las compañías sueltas para la artillería y la caballería, que ahora contaban con 100 y 30 hombres respectivamente.

109

Henry Kamen, The War of the Succession in Spain, 1700-1715 (Bloomington: Indiana University Press, 1969), 62-63.

110

Una descripción de Fernández Durán se halla en las instrucciones para el mensajero especial, el marqués de Maulevrier, Versalles, julio 9 y 20, 1720, aae:cpe, vol. 295, fols. 217-36, 266-68.

111

Nava, “Problemas y perspectivas”, 164.

112

Reglamento para la guarnición de La Habana... 1719 (Su Majestad a Fernández Durán), Buen Retiro, abril 11, 1719, agi, Santo Domingo (sd), 2104-A.

113

Informe, Ignacio Francisco Barrutia, Parral, mayo 28, 1728, agi, Guadalajara, leg. 110.

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La nueva regulación no permitía a cubanos servir como oficiales y definía en 20 % el número de gente local que podía alistarse, demostrando la creencia de Madrid que el control español del estamento militar era esencial para mantener el imperio. Los funcionarios de la Corona solo toleraban alistamientos cubanos para aminorar las dificultades de reclutamiento y para disminuir el costo del transporte. Únicamente nativos mayores de veinte años podían servir, mientras que los españoles podían hacerlo a partir de los dieciséis.114 El programa de Alberoni no respondía a preocupaciones cubanas sobre el monopolio que la Corona había impuesto en la compra de tabaco de Cuba. Como resultado, en junio de 1720 hubo una segunda revuelta contra el monopolio cuando cerca de 200 hombres armados y a caballo atacaron las fincas de colaboradores del monopolio en los distritos de Santiago de las Vegas y Guanabacoa, al este de La Habana, arrancando plantas y quemando edificios.115 De nuevo, los conspiradores se congregaron en Jesús del Monte para planear la estrategia. Esta vez, los rebeldes no solo interrumpieron el suministro de alimentos a La Habana, sino que también asumieron el control de la zanja que suplía de agua a la ciudad, con el número de los rebeldes aumentando por día. Gauzo amenazó usar la fuerza, pero más bien reaccionó con moderación de acuerdo con el cambio en el ambiente político de Madrid tras la caída de Alberoni. Demoró su actuación dándole tiempo a José Bayona y Chacón, un magnate de gran influencia, y a Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, el vicario diocesano, a mediar un cese de hostilidades, pero esto solo resultó en una tregua temporal en la crisis. El Gobierno conservador en Madrid ahora seguía una política más moderada y conciliatoria. A pesar de las fuerzas militares ahora disponibles para aplastar la rebelión, el gobierno de Grimaldo, actuando a través de Fernández Durán, en octubre y noviembre de 1720 dio un perdón general. Funcionarios en España también trataron de calmar a los productores cubanos con una revisión de la política del monopolio, permitiendo la venta del excedente en el mercado libre y dejando salir exportaciones a otras colonias españolas.116 Los cubanos se apresuraron a aprovechar esta oportunidad, vendiendo la hoja en Portobelo, Cartagena, Trinidad de Barlovento, Cumaná y La Guaira.117 114

Para los cubanos, la regulación especificaba “que no ocuparan ningún cargo”.

115

Para la segunda sublevación de los vegueros, véase Marrero, Cuba: economía, vol. 7, 51-52.

116

Reales Decretos, Valsaín, octubre 25, 1720, y San Lorenzo, noviembre 17, 1720, agi, sd, leg. 325.

117

Marrero, Cuba: economía, vol. 7, 52.

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Alberoni y la reforma colonial

La tregua duró dos años, mientras que los monopolistas españoles y algunos productores cubanos trataban de hacer funcionar el nuevo sistema. Sin embargo, un arreglo político satisfactorio eludía a las autoridades. La postura moderada de Madrid no tuvo apoyo general en La Habana y se generó aprensión, debido a las prácticas manipulativas de compra del monopolio y por la cantidad de espacio asignada a compradores independientes en los galeones de Baltasar de Quebara, entonces en el puerto. El miedo a que las odiosas restricciones de un pasado reciente regresaran se esparció. En febrero de 1723, proclamando una moratoria para nuevas plantaciones, mientras que las negociaciones para una satisfactoria estructura de precios seguían su curso, varios cientos de radicales amenazaron arrancar todas las plantas de tabaco de los colaboradores del monopolio. Ataques a las propiedades de productores en los distritos de San Miguel del Padrón, Guanabacoa y Jesús del Monte eran evidencia de lo serio de la amenaza, al tiempo que militantes amenazaban Santiago de las Vegas y San Felipe y Santiago. Intentando proteger a los productores locales, el gobernador Gauzo convocó a sus tropas. Las cosas pronto se volvieron violentas cuando elementos de la guarnición fija se enfrentaron a quinientos o seiscientos insurgentes cerca de Santiago de las Vegas. Antes de finalizar el día, se había abierto fuego y ambos lados habían sufrido ligeras bajas. Dos días después, con sus tropas en Jesús del Monte, centro del territorio rebelde, Gauzo se aterró al oír rumores de planes de los rebeldes para rescatar once prisioneros que sus hombres habían capturado antes. Trágicamente, mandó fusilar a los prisioneros inmediatamente en el histórico lugar de reunión de los rebeldes. Entonces, mandó exhibir los cuerpos colgados de árboles a lo largo de la Carretera Real, donde permanecieron cuarenta y ocho horas antes de permitir que fuesen enterrados. Tras las ejecuciones, Gauzo concedió un real perdón.118 El brutal acto del gobernador de ejecutar a los rebeldes sin enjuiciarlos horrorizó a las autoridades de Madrid. Y como la Real Cédula del 17 de junio declaró: Y de mi desagrado la ejecución del castigo en los aprisionados, por la suma celeridad, con que obró [Gauzo], sin haber señalado término (aunque fuese 118

Resumen para que se vea en el Consejo la carta adjunta de Gregorio Gauzo Calderón, Madrid, agosto 6, 1723, agi, sd, leg. 484. Los ejecutados eran tres de cada uno de los distritos rebeldes de Jesús del Monte, San Miguel y Guanabacoa. Uno era de La Habana, el otro era un vagabundo. Gauzo aseguró que dos jesuitas oyeron la confesión de los hombres. Para una vista general de la tercera sublevación de los vegueros, véase Marrero, Cuba: economía, vol. 7, 52-56.

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breve) para oírlos en justicia, y poder averiguar, por sus declaraciones, quiénes hubiesen sido, los primeros motores del tumulto, para que en ellos, se ejecutase el castigo correspondiente al delito, que hubiesen cometido.119

Es más, el perdón había permitido que los líderes culpables escaparan la justicia real. Siguiendo la recomendación del Consejo de Indias, la Corona reprendió severamente a Gauzo. La Real Cédula, emitida el 17 de junio de 1724 por Luis I, resolvió la crisis reafirmando el comercio libre del tabaco, aboliendo el monopolio.120 Otra de las iniciativas de Alberoni se había desbaratado, cuando los opositores a la reforma ganaron la batalla en la Corte. El plan para un monopolio del tabaco en Cuba y un Virreinato en Nueva Granada permanecería latente mientras que los conservadores controlaran el gobierno. Incluso las reformas militares de Alberoni fueron criticadas por los conservadores en Madrid, en particular por el venerable almirante Andrés de Pez. El 15 de octubre de 1719, dos meses antes del exilio del italiano, Pez criticó la nueva regulación para la guarnición de La Habana. Primero, dudaba que las bayonetas pudieran asegurar la fidelidad de los súbditos americanos de España. Segundo, como oficial naval, Pez deploraba el predecible aumento del costo del ejército. Los cambios, argüía, […] sólo sirven de gasto, y de alterar el ánimo de los vasallos, pues en lo antiguo importaba el situado 114,000 pesos, y hoy según el reglamento pasa de 160,000, y que no conviene introducir novedades, ni nuevas ordenanzas de Indias, sino poner todo el cuidado en que se observen los antiguos, y que en su consecuencia mande S.M. recoger el de La Habana por perjudicial al real servicio tanto por el aumento de sueldos, cuanto por lo superfluo de ellos.121

Quizás por su avanzada edad prefería el antiguo sistema; sin embargo, el almirante había identificado lo que a la larga se convertiría en el talón de Aquiles del reformismo borbónico: el considerable costo militar implicado.

119

Real Cédula, Madrid, junio 17, 1724, agi, sd, leg. 484.

120

Consulta, Consejo de Indias, Madrid, octubre 23, 1723, y Real Cédula, Madrid, junio 17, 1724, agi, sd, leg. 484.

121

Resumen, debate “sobre el regimiento militar de La Habana”, s. f., agi, sd, leg. 2104-A.

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Alberoni y la reforma colonial

A pesar de sus críticos, la reforma militar en Cuba fue la única iniciativa principal en América que sobreviviría a Alberoni. Esto se puede explicar en parte por la supervivencia en su puesto de Fernández Durán, quien defendía el reglamento cubano como una modernización del ejército, y no solo como un instrumento de pacificación colonial.122 La capacidad del ejército para mantener a los rebeldes fuera de La Habana durante la segunda rebelión de los vegueros el verano de 1720 vindicaba también a aquellos que apoyaban el nuevo establecimiento. La caída de Fernández Durán en enero de 1721, y su reemplazo por Baltasar Patiño y por Pez, ocurrieron justo cuando la noticia de la insurrección llegó a Madrid.123 El almirante falleció en marzo de 1723, sin embargo, antes de poder deshacer la reforma. El Batallón Fijo de La Habana permaneció así en su lugar para convertirse más adelante en el corazón del futuro ejército cubano, esencialmente financiado por el situado mexicano. No obstante y hasta al principio de la reforma militar, la reacción contra Alberoni y su política tuvo su precio. Fernández Durán tenía pensado extender el reglamento de La Habana a todo el imperio americano, pero esto no ocurrió inmediatamente. La nueva política permanecería latente fuera de Cuba hasta que Patiño la resucitó (véase capítulo 3). Las lecciones resultantes de los sucesos de 1717 a 1723 en Cuba serían recordadas por largo tiempo en Madrid. El equipo de reformadores enviado a La Habana bajo Carlos III fue preparado para consultar y hacer compromisos con la comunidad local y no para actuar con arbitrariedad (véase el capítulo 7).

Conclusión Alberoni dejó un legado complejo. Después de las derrotas en la Guerra de la Cuádruple Alianza, los conservadores reversaron la mayoría de las despóticas iniciativas impuestas en la política colonial. Su debilidad surgía de su incapacidad o quizás su renuencia a alcanzar un consenso. Sin consultar a Patiño, había incluso empezado en 1719 el reemplazo de Portobelo con Buenos Aires como la terminal de la flota sudamericana. Aparentemente, la amenaza del intendente de Marina de renunciar demoró esa iniciativa de Alberoni, y el colapso 122

Fernández Durán, quien permaneció en Madrid mientras Grimaldo viajaba con el monarca, tuvo que encauzar su trabajo a través del ministro de Estado. Maulevrier a Versalles, octubre 21, 1720, aae:cpe, vol. 296, fols. 188-96.

123

Nava, “Problemas y perspectivas”, 164.

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de su régimen más tarde ese año puso fin al plan.124 Al mismo tiempo, fraguó políticas diseñadas para resolver los asuntos más importantes que impedían un renacimiento del comercio colonial, elemento vital del imperio atlántico. El contrabando generalizado y la penetración extranjera en el comercio legal habían socavado el comercio, problema surgido en el siglo xvii y que empeoró con la debilidad española en la Guerra de Sucesión. Obtener el control de los puertos españoles y trasladar el Consulado y la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz eran importantes políticas diseñadas para ganar más autoridad en el comercio legal del Atlántico español. Los intereses mercantiles extranjeros eran sin duda necesarios para suplir las Indias, pero se habían hecho demasiado influyentes económica y políticamente. De la misma manera, la imposición del monopolio del tabaco en Cuba tenía la posibilidad de proveer un estímulo a la industria tabacalera en España y una bonanza en términos de las rentas reales. Asimismo, prometía restringir el comercio de contrabando de hoja cubana en el Caribe. El establecimiento del Virreinato de Nueva Granada fue otro primer paso importante para disminuir el creciente contrabando en el Caribe, situación que se había hecho más seria por las concesiones a los ingleses en Utrecht. Sin restringir el contrabando, el sistema transatlántico de convoyes nunca funcionaría con provecho, algo que amenazaba todo el sistema comercial español atlántico. Como reformador pragmático, Alberoni instintivamente sabía que los problemas a ambos lados del Atlántico estaban entrelazados y que sólo llevando a cabo reformas en España y en Indias podría tener algún éxito. Tales reformas también tenían implicaciones internacionales, involucrando a los rivales de España en el Atlántico —Inglaterra, Francia y los Países Bajos—. Mientras viajaba por el sur de Francia camino de Italia a principios de 1720, escoltado por el caballero de Marcieu, el cardenal reflexionaba acerca de la administración real que había dominado por cinco años. La veía débil y con poca promesa para el futuro. En cuanto a la gente alrededor del rey y la reina, le gustaba Daubenton como persona y respetaba a Grimaldo, pero no tenía nada bueno que decir de muchos otros en la Corte.125 Aunque Alberoni no era más que un extranjero, esa condición fue también su fuerte. Ningún español hubiera 124

Rodríguez Villa, Patiño y Campillo, 45.

125

Su crítica podía ser acerba, como, por ejemplo, al evaluar al duque de Veraguas, a quien consideraba “un gran hablador, un gran cobarde, y de una sórdida tacañería, capaz de hacer cualquier cosa por dinero […] [y] de un espíritu superficial incapaz de llevar a cabo cualquier cosa que dice

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Alberoni y la reforma colonial

osado llevar a cabo innovaciones tan audaces y de tanto alcance como las que él trató de hacer. No obstante, Alberoni, como Orry antes que él, era impredecible, dependiendo sólo de su relación con la familia real para mantenerse en el poder. Como resultado, se vio forzado a emprender las aventuras dinásticas en Italia que llevaron a su caída. Aunque su agenda experimentó fracaso tras fracaso después de su caída del poder, en último término triunfaría por los esfuerzos del brillante gallego-italiano José Patiño, quien había prosperado bajo su protección. Sus ideas serían la base para la agenda reformista del imperio del siglo xviii, a medida que los gobiernos siguientes intentaban modernizar la estructura comercial, mejorar la administración colonial, aumentar las rentas reales y fortalecer las fuerzas armadas. Como las primeras reformas bajo Alberoni demuestran, el proceso de la reforma atlántica ocasionó trastornos políticos que afectaron una amplia gama de intereses creados en España y en las Indias. También afectaron los intereses de los rivales de España: Inglaterra, Francia y los Países Bajos. Los intentos de Alberoni para controlar los puertos españoles, por ejemplo, produjeron amargos antagonismos con los tres competidores extranjeros de la monarquía, y fueron una provocación importante que llevó a la desastrosa Guerra de la Cuádruple Alianza. El intento de trasladar las principales instituciones del comercio colonial de Sevilla a Cádiz también causó conflictos políticos con el Consulado en Sevilla y con intereses extranjeros profundamente involucrados en suplir mercancía europea para el comercio legal con las Indias. En efecto, solo la inesperada muerte del rey Luis I, el triunfo momentáneo de Riperdá en Viena, y la aparentemente secreta intervención de la reina Isabel, salvaron el plan de trasladar el puerto comercial de las Indias a Cádiz. Otras reformas abogadas por Alberoni, como el establecimiento del monopolio de tabaco y la creación del nuevo Virreinato de Nueva Granada, no sobrevivieron su caída. Es más, los esfuerzos para establecer el monopolio de tabaco produjeron una coalición popular de vegueros y trabajadores opuestos a la innovación, que causó la primera rebelión contra la dinastía borbónica en el siglo xviii. Aun la reforma militar en Cuba sobrevivió por poco los esfuerzos de los conservadores, como el almirante Pez, para revertirlas. Solo el miedo persistente de otra nueva rebelión en Cuba salvó el sistema moderno. En resumen, los primeros esfuerzos de Alberoni para transformar el y que propone”. Inventaire des Pieces concernent la comisión Donnée a monseigneur el caballero de Marcieu... 1720, aae:cpe, vol. 294, fols. 86-95.

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imperio español de una monarquía compuesta a un Estado más centralizado y absolutista ocasionaron serias disputas políticas e incluso revueltas armadas en Cuba. Tales conflictos políticos, junto a las ambiciones dinásticas de Felipe e Isabel, moldearon el curso de la reforma durante la primera parte del siglo xviii, llevando, a corto plazo, a su frustración.

86

3 José de Patiño y el resurgimiento de la reforma, 1726-1736

Tras el colapso de los esfuerzos de Alberoni por recuperar el control de los puertos españoles y del comercio colonial, sus sucesores trataron de revivir el comercio transatlántico por medio del sistema legal de flotas, pero este esfuerzo encontró enormes obstáculos y disfrutó sólo de un éxito limitado. Los ministros españoles tenían que dificultar las actividades comerciales legales e ilegales de la South Sea Company y limitar el contrabando de comerciantes holandeses, franceses e ingleses que traficaban independientemente de dicha compañía. Negociantes extranjeros, en particular ingleses, habían procurado comerciar en forma directa con el imperio español y veían los intentos de la Corona por regular el trato con las Indias como una restricción injusta al comercio libre.1 Los españoles consideraban el comercio con el Atlántico español un monopolio metropolitano cerrado y deseaban eliminar todo intruso extranjero. Esto implicaba obtener control de las rutas marítimas en el Caribe, en el Pacífico y en Atlántico Sur, sin provocar guerra con rivales extranjeros, en particular Gran Bretaña, el primer poder naval en el mundo. También significaba conciliar los intereses de grupos coloniales y españoles adversos a todo cambio y restringir dramáticamente la cultura de corrupción política reinante en la burocracia colonial de Nueva España y Perú. Era una tarea de enormes proporciones que cayó en suerte en uno

1

Para la perspectiva inglesa sobre la penetración en los mercados españoles del Atlántico, véase Dorothy Marshall, Eighteenth Century England (Nueva York y Londres: Longman Group Limited, 1962), 176-77.

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de los más experimentados ministros de España de la época, José Patiño. En su retrato (véase figura 3.1), Patiño es la imagen perfecta del funcionario público seguro de sí mismo, y su década en el poder sería de grandes logros.

Figura 3.1. José de Patiño (1666-1736), por Rafael Tegeo. Museo Naval . Ref. inv. mnm00818 Copia pintada por Tegeo en 1828, de un original pintado por Jean Ranc (1674-1735).

Durante los diez años de Patiño en el poder (1726-1736), no se vio ninguna de las tumultuosas divisiones políticas en España ni ninguno de los violentos conflictos en las Indias que contribuyeron a desacreditar las reformas de Alberoni después de la desastrosa Guerra de la Cuádruple Alianza. El gran ministro combinaba credenciales españolas e italianas, que le permitían mantener una 88

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relación estable con la familia real, especialmente con la reina. Su ascendencia gallega le facilitaba la relación con las elites políticas y la mayoría de los españoles, que preferían ser gobernados por alguien de su misma condición. Su equilibrado estilo de gobernar también contrastaba con el carácter volátil del liderazgo que le había precedido, desde Orry a Alberoni y más tarde a Riperdá. Para América, esta década fue una de consolidación y transición a medida que Patiño resumía el trabajo inconcluso de su antiguo protector y lo avanzaba, poniendo énfasis en las cuestiones navales y en la reforma colonial. En este período no hubo innovaciones institucionales radicales, lo que llevó a un historiador a comentar que “Patiño no era un pensador original, ni siquiera un reformador. Era un oficial conservador pragmático e infatigable que poseía talentos administrativos en grado superlativo y amplia experiencia”.2 No obstante, su política colonial se enfocó en los problemas centrales que plagaban el Atlántico español —el contrabando, la corrupción y las incursiones extranjeras en Tierra Firme—. Se embarcó en una lucha enconada para controlar el comercio americano, al tiempo que obstruía en lo posible las restricciones impuestas en Utrecht, reafirmadas por la humillación española en la Guerra de la Cuádruple Alianza. Considerando lo limitado de sus opciones, Patiño estableció una estrecha colaboración con el Consulado de Cádiz, lo que le proporcionó los medios para llevar a cabo adelantos substanciales hacia el objetivo de recuperar el comercio colonial de España.

El Ministerio de Estado para Marina e Indias El poder de Patiño se derivaba de su doble nombramiento como secretario del Despacho de Marina e Indias y secretario del Despacho de Hacienda, y de su relación especial con la reina. Su hermano mayor, Baltasar, marqués de Castelar, había estado a cargo del Ministerio de Guerra desde 1721, mientras que el envejecido Orendain, marqués de la Paz, seguía en Estado. En 1730, cuando una crisis diplomática hizo necesario enviar a Baltasar Patiño a Versalles como embajador extraordinario, José asumió también la cartera de Guerra. Mientras tanto, el deterioro de la salud de Orendain había comenzado a reducir su eficacia en época tan temprana como finales de la década de los veinte. Una vez más, Patiño llenó el vacío, aunque no asumió oficialmente Estado hasta la muerte

2

John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 91.

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del anciano ministro en 1734.3 Con Patiño en el control de las carteras ministeriales claves, reinaba un nivel de coordinación administrativa que no sería duplicado hasta la aparición de la Junta de Ministros durante los primeros años del reinado de Carlos III. Aunque sus reformas impactaron ambos lados del imperio español atlántico, Patiño se las ingenió para evitar choques políticos con grupos interesados que habían socavado la política de Alberoni. Sin embargo, dependía de la reina para permanecer en el poder, y para mantener su lealtad, el ministro tenía periódicamente que subordinar su propia política de revivir el comercio americano y la Armada para ocuparse de los intereses dinásticos de la familia real. A medida que la familia de Isabel aumentó a tres hijos y tres hijas, el reto debe haber parecido casi imposible. El óleo de la familia real, pintado por Louis Michael van Loo en 1743, muestra al hijo del rey de su primer matrimonio, Fernando, en línea directa al trono español antes que el hijo mayor de la reina, Carlos. Como resultado, Isabel Farnesio tenía que hallar tronos para sus propios hijos en Italia. Como el tiempo demostró, sin embargo, la reina tendría un enorme éxito en colocar a sus hijos (véase figura 3.2). Resucitada en 1721 después del derrumbe del régimen de Alberoni, la Secretaría de Estado para Marina e Indias funcionaba como la principal agencia para formular la política reformista en el Atlántico español durante la década de Patiño en el poder. Estaba subdividida en cinco despachos —México, Guatemala, Perú, Nueva Granada y Marina—. Cada una de las cuatro mesas de Indias tenía entre siete y nueve departamentos. La de México, por ejemplo, incluía asuntos del virrey, la Audiencia de México, el tribunal de Guadalajara, las Filipinas, la Armada de Barlovento, las Flotas, y para registros mexicanos y Avisos, consultas (procedimientos administrativos) y decretos y nombramientos.4 Guatemala también manejaba asuntos varios, como las minas de Almadén, la Factoría de Indias, la Casa de la Contratación, el Consulado y la Audiencia de Santo Domingo. Nueva Granada incluía Panamá, aunque esa jurisdicción 3

Antonio de Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional de Felipe V, con introducción de Vicente Palacio Atard (Valladolid: Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, Escuela de Historia Moderna del C. S. de I. C., 1954), 14-15.

4

El Consejo de Indias consideraba varios asuntos y hacía recomendaciones al rey en forma de una consulta y una recomendación para actuar en el asunto. Para una discusión más detallada de la consulta, véase Kenneth J. Andrien, “Legal and Administrative Texts”, en Guide to Documentary Sources for Andean Studies, 1530-1900, Joanne Pillsbury et al., vol. 1 (Norman: University of Oklahoma Press, 2008), 109.

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Figura 3.2. La familia de Felipe V, por Louis Michael Van Loo, en 1743. Museo del Prado © Archivo fotográfico Museo Nacional del Prado De izquierda a derecha, en un arreglo imaginario: María Ana Victoria, infanta, y futura reina de Portugal; Bárbara de Braganza, esposa de Fernando; Fernando, príncipe de Asturias y futuro rey de España; el rey Felipe V; Luis, infantecardenal; la reina Isabel Farnesio; Felipe, duque de Parma; Louise Elizabeth de Borbón (Francia), esposa de Felipe; María Teresa, infanta, y futura esposa del delfín Luis; María Antonia, infanta y futura reina de Piedmont-Sardinia (Reino de Cerdeña); María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos; y Carlos, rey de Nápoles y futuro rey de España. En primer plano se hallan los hijos pequeños del duque de Parma y del rey de Nápoles.

pertenecía a Perú.5 Esta estructura administrativa filtraba el enorme flujo de correspondencia colonial para que el ministro viera sólo los asuntos que sus subordinados juzgaban importantes. Para garantizar el acceso a un nivel más alto en el despacho, los oficiales coloniales podían designar su comunicación como “muy reservada” y algunas otras como “exclusivamente para el ministro”. 5

Guatemala también incluía su Audiencia, la de Santo Domingo, Florida, Canarias y el Seminario, y el Consejo de Indias, así como consultas y decretos, nombramientos y registros y Avisos para México. Perú incluía el virrey, su Audiencia, las de Charcas y Chile, la Armada del Sur, y registros y Avisos, consultas y decretos, y nombramientos. Nueva Granada constaba del virrey, su Audiencia, las de Panamá y Quito (que estaban a punto de ser abolidas), registros y Avisos, consultas y decretos, nombramientos y registros de partes. Pez a Campoflorido, Madrid, abril 27, 1721, Archivo General de Indias (agi), Indiferente General (ig), leg. 918.

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Comúnmente, los funcionarios que servían en las varias mesas de la Secretaría no avanzaban dentro del sistema, ya que sus habilidades eran primeramente burocráticas y no políticas.6 A medida que Patiño ampliaba su control administrativo por medio del Despacho de Marina e Indias, el poder del Consejo de Indias continuaba disminuyendo en comparación. A pesar de la reducción de sus deberes, el Consejo permanecía siendo el portavoz de la elite aristocrática, y Patiño seguía consultándolo en relación con iniciativas de política. Además de sus prerrogativas judiciales, la contaduría del Consejo supervisaba las finanzas del Consulado en lo relativo a impuestos sobre el comercio colonial. Patiño, como Alberoni, no estaba dispuesto a admitir interferencia alguna en cuanto a su agenda.7 Cuando el presidente del Consejo, Baltasar Zúñiga, falleció en 1727, Patiño dejó el puesto vacante durante el resto de su ministerio, dejando al Consejo virtualmente sin el poder para actuar independientemente en asuntos coloniales.8 Durante este período, Felipe gobernaba en los momentos en que gozaba de buena salud, experimentando a veces episodios de hiperactividad, pero estos eran inevitablemente seguidos de largos períodos de depresión, aislamiento e inactividad. Tan incapacitado se hallaba a finales de 1726, que firmó un decreto en el que formalmente nombraba gobernadora a Isabel, acto que repitió al verano siguiente. Desde entonces Isabel, con bastante frecuencia, asumía la responsabilidad directa de tomar decisiones.9 Como la reina de hecho representaba la Corona, batallaba para proteger a su vulnerable esposo y sus intereses dinásticos. No obstante, Patiño proveía la continuidad política y administrativa que estabilizaba el gobierno. En 1735, el embajador veneciano observó: Patiño es el hombre que se ha hecho indispensable a la reina, al engrandecimiento de sus hijos y al reino. Es perspicaz, rico en recursos, inagotable en el trabajo y desinteresado. En realidad se le puede llamar primer ministro,

6

Juan Luis Castellano, Gobierno y poder en la España del siglo xviii (Granada: Editorial Universidad de Granada, 2006), 88-91.

7

En general, los consejos perdieron terreno bajo Patiño. Véase Castellano, Gobierno y poder, 109-12.

8

Gildas Bernard, Le Secrétariat D’état et le Conseil Espagnol des Indes (1700-1808) (Génova: Droz, 1972), 79, 211.

9

Henry Kamen, Philip V of Spain. The King who Reigned Twice (New Haven: Yale University Press, 2001), 159-62, 184-85.

92

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aunque no formalmente nombrado, ya que da órdenes y toma decisiones en toda clase de asuntos, con completa autoridad y sólo le comunica a la reina lo que piensa que es más necesario.10

Aunque Felipe nunca desarrolló los estrechos vínculos personales con Patiño que tenía con Grimaldo, el rey se veía en la situación de tener que trabajar con él.11 Los problemas mentales de Felipe se hicieron más graves en 1728, culminando con un segundo intento de abdicar en junio.12 Su escape de palacio fue frustrado, sin embargo, cuando un guarda avisó a la reina.13 Tratando de distraer al rey de sus problemas mentales, la familia real viajó en enero de 1729 a un puente, especialmente construido sobre el río Caya, cerca de Badajoz, donde la infanta María Ana Victoria (‘Marianina’) fue cambiada de nuevo, esta vez por Bárbara de Braganza, quien estaba comprometida con Fernando, príncipe de Asturias. ‘Marianina’ fue prometida a Juan, futuro monarca de Portugal.14 En vez de regresar a Madrid, sin embargo, la Corte continuó a Sevilla, donde permaneció una larga temporada. Los sevillanos, llenos de expectativa, dieron una entusiástica bienvenida a la familia real, con la esperanza de cultivar su favor y recuperar la Casa de la Contratación. Felipe inicialmente respondió con energía y buena conducta, pero pronto desapareció tras las paredes del Alcázar. La familia real no regresaría a Castilla hasta mayo de 1733, cuando España se hallaba enredada en una crisis interna que había surgido en febrero a la muerte de Augusto II de Polonia y que causó el estallido de una guerra europea general.

Los legados de Utrecht y del Asiento Patiño y sus aliados políticos veían las concesiones comerciales impuestas por los Tratados de Utrecht como el mayor impedimento para cualquier reforma 10

Citado en Ibid., 203.

11

Ibid., 205.

12

El Ministerio de Asuntos Exteriores francés vio la situación tan seria que devolvió al teniente general marqués de Brancas a Madrid como embajador especial. Se recordará que Brancas había servido en España en 1714. Memoire, instrucciones para Brancas, Versalles, abril 26, 1728. aae:cpe, vol. 354, fols. 277-98.

13

Isabel se hallaba enferma, con la garganta muy inflamada. El incidente la dejó tan estremecida que su médico juzgó aconsejable un sangramiento.

14

María Ángeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio (Barcelona: Plaza & Janés, 2003), 233-39.

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seria del sistema comercial transatlántico español. El monopolio de esclavos y los navíos de permiso anuales daban a los ingleses una muy deseada apertura legal para vender productos en la América española y servían como instrumento de contrabando. El avispado y nada escrupuloso Henry Saint John, vizconde Bolinbroke y ministro inglés de asuntos exteriores cuando se firmó el tratado, expresó abiertamente que en su opinión el mayor valor del monopolio de la trata de esclavos sería enmascarar el comercio ilícito, y sin duda tenía razón.15 Jamaica servía como principal centro de este comercio ilícito, y el volumen de productos enviados de Inglaterra excedía por mucho la demanda de las colonias americanas británicas.16 Los contrabandistas, en su ruta al Caribe español, de costumbre se detenían en Jamaica para cargar un suficiente número de esclavos para pasar como comerciantes operando bajo el asiento.17 Aun navíos de guerra británicos, manifiestamente prestando “protección” contra piratas, servían de transporte para el contrabando. En el Atlántico Sur, los esclavistas pasaban contrabando, a veces suministrado por otras naves en las mismas aguas.18 De acuerdo con el tratado, los ingleses “podrán introducir y vender los dichos negros en todos los puertos del Mar del Norte, y en el de Buenos Aires, a su elección”.19 El contrabando también penetraba por factorías de la trata de esclavos, que tenían el derecho legal de alquilar edificios para almacenar provisiones y tierra para producir alimentos para el sustento de los esclavos que esperaban a ser vendidos.20 En Panamá, la South Sea Company usaba Ciudad Panamá y otros puntos de la costa del Pacífico como bases para suplir esclavos y contrabando a Perú, empleando naves con una capacidad de alrededor de las 400 toneladas. En Buenos

15

Jean O. McLachlan, Trade and Peace with Old Spain, 1667-1750 (Cambridge: Cambridge University Press, 1940), 61.

16

Memoire, abusos de la Royal Assiento Company, España, abril 30, 1725, aae:cpe, vol. 343, fols. 143-46.

17

Informe, España, s. f., aae:cpe, vol. 295, fols. 122 ss.

18

Memoire, abusos de la Royal Assiento Company...; Arthur S. Aiton, “The Asiento Treaty as Reflected in the Papers of Lord Shelburne”, Hispanic American Historical Review (hahr) 8 (1928): 175.

19

The Assiento; or Contract for Allowing to the Subjects of Great Britain the Liberty of Importing Negroes into the Spanish America (Londres, 1713), art. 8. Una copia se halla en A Collection of All the Treaties of Peace, Alliance, and Commerce, between Great-Britain and Other Powers from the Treaty figned at Munster in 1648, to the Treaties figned at Paris in 1783, compilado por Charles Jenkinson, vol. 1 (Londres: J. Debrett, 1785), 375-99.

20

Ibid., arts. 22, 34-35.

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Aires, los ingleses construyeron una factoría para suplir Río de la Plata con 800 esclavos al año y otros 400 destinados a Chile.21 Naves de la compañía, cargadas con mercancía europea, hasta podían almacenar productos en la factoría de Buenos Aires, de acuerdo con los términos del segundo Tratado de Bubb (véase el capítulo 1).22 Estas naves regresaban entonces con lingotes de Perú, obtenidos por la venta de esclavos y productos ilícitos de mercados hispanoamericanos.23 Tales locales eran áreas privilegiadas, exentas de inspecciones rutinarias.24 Es más, sobornos bien colocados eran generalmente suficientes para obtener la cooperación de funcionarios españoles locales.25 Los tratados permitían que barcos de regreso a Inglaterra llevaran solo pagos en moneda o productos recibidos directamente de la venta de esclavos, pero esta condición era en general ignorada. Los fleteros generalmente transportaban de regreso a Europa plata sin registrar, permitiendo a los mineros y mercaderes evitar el pago del real quinto tasado a toda nueva producción.26 Estos también enviaban productos agrícolas como cacao, azúcar, tintes, lana de vicuña, sebo y pieles.27 El tabaco era el producto favorito de los contrabandistas que regresaban de La Habana.28 La hoja cubana ya había adquirido una envidiable reputación en Europa y atraía a la isla abundantes compradores.29 En 1734, por ejemplo, un navío de esclavos de la South Sea Company entró sin temor en el puerto de La Habana para cambiar su carga de doce esclavos y una gran cantidad de mercancía europea de contrabando por tabaco cubano. El nuevo gobernador, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, asombró a los contrabandistas al ordenar

21

Ibid., art. 9.

22

“Convention pour l’assiento des negres”, clásula V, en Saint Aignan a Versalles, Madrid, junio 12, 1716, aae:cpe, vol. 251, fols. 61-76.

23

Ibid., art. 10.

24

The Assiento, arts. 14-15; Comentario francés, aae:cpe, vol. 241, fols. 155-67.

25

Vera Lee Brown, “The South Sea Company and Contraband Trade”, The American Historical Review 31 (1926): 662-78.

26

Ibid., 669.

27

George H. Nelson, “Contraband Trade under the Assiento”, The American Historical Review 51:1 (octubre 1945): 62.

28

Al menos algo de tabaco cubano fue a Hamburgo. Véase también Leví Marrero, Cuba: economía y sociedad, vol. 6 (San Juan: Editorial San Juan, 1978), 20-22.

29

John Robert McNeill, Atlantic Empires of France and Spain. Louisbourg and Havana, 1700-1763 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1985), 154-56.

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a un destacamento de tropas asumir control del barco y confiscar cualquier contrabando que hallaren. El desconcertado cónsul inglés comentó que “los ingleses nunca habían visto nada semejante en los últimos dieciocho años”.30 Un contrabandista más cayó en la red de Horcasitas, antes de que la noticia circulara que un administrador nada común (que por cierto tendría una excelente carrera administrativa como conde de Revillagigedo) había venido a La Habana a gobernar. Los contrabandistas tuvieron que hallar otros medios para extraer el tabaco cubano, pero el joven gobernador no era el típico ejemplo del oficial español corrupto que los comerciantes ingleses con iniciativa esperaban encontrar.31 Alberoni había establecido el real monopolio de tabaco cubano precisamente para acabar con este tráfico ilícito de la hoja cubana. Los navíos de permiso ingleses también infligían daños significativos a las ferias comerciales de Portobelo y Veracruz. El Royal George llegó a la Feria de Portobelo de 1722 con 1000 toneladas de mercancía de alta calidad a precio razonable. Estos productos venían con exenciones de impuestos legales, proveyendo una ventaja del 25 al 30 % sobre los bienes provistos por el Consulado.32 Al ofrecer crédito atractivo, los ingleses fácilmente ganaron la batalla competitiva, y cerca de veinte buques mercantes estaban en acecho en aguas cercanas, listos para descargar mercancía bajo la protección del Royal George.33 Como resultado, mucha de la carga española que llegó de Cádiz no se vendió en años. Dichos navíos de permiso británicos igualmente socavaban las ferias de Veracruz. En 1717 y 1718, el Royal Prince, que navegó con la Flota de Antonio Serrano, capturó el mercado mexicano, introduciendo gran cantidad de mercancía a precios mejores que los que los comerciantes del Consulado podían ofrecer. La Guerra de la Cuádruple Alianza interrumpió todo el tráfico marítimo, legal e ilegal, de 1718 a 1720, y ninguna flota pudo hacerse a la mar poco después que la de Serrano. Sin embargo, los mercados mexicanos permanecieron saciados de

30

Beloquine a Maurepas, La Habana, abril 30, 1734, Archivos Nacionales de Francia, Correspondance Consulaire (anf:cc), B1, vol. 616.

31

Beloquine a Maurepas, La Habana, octubre 24, 1734, anf:cc, B1, vol. 616.

32

Geoffrey J. Walker¸ Spanish Politics and Imperial Trade, 1700-1789 (Bloomington: The Macmillan Press, 1979), 145. Un navío de 500 toneladas podía llevar una carga muy por encima de su peso, al menos el doble. Carlos Daniel Malamud Rikles, Cádiz y Saint Malo en el comercio colonial peruano (1698-1725) (Cádiz: Diputación de Cádiz, 1986), 67.

33

John R. Fisher, Bourbon Peru, 1750-1824 (Liverpool: Liverpool University Press, 2003), 18.

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mercadería extranjera, cuando comerciantes que llegaron en la Flota de Fernando Chacón Medina y Salazar abrieron su feria en Jalapa en febrero de 1721.34 Los agentes del Consulado igualmente sufrieron fuerte competencia a manos de otro navío de permiso en esa misma feria, hecho que al repetirse durante las ferias mexicanas de 1723, 1725 y de 1732-1733, afectó seriamente sus ventas. Solo en 1729 y en 1736-1737, cuando no participaron navíos ingleses, las cosas beneficiaron a los mercaderes monopolistas de Andalucía.35 El resultado total del sistema de flotas fue decepcionante y frustrante. Entre 1721 y el comienzo de la guerra en 1739, solo seis Flotas salieron para Veracruz y los Galeones para Cartagena y Portobelo salieron solamente cuatro veces. Los mercaderes de Cádiz demoraban las salidas para las ferias americanas hasta que pudieran anticipar un mercado ventajoso, para evitar hallarse ignorados o manipulados por los monopolistas locales bien aprovisionados de mercadería inglesa proveniente de los navíos de permiso y de contrabando. Como resultado, la mercancía llevada por comerciantes españoles a las ferias se vendía mal, y a menudo los negociantes permanecían en las Indias años para poder venderla. Mercaderes de los gremios mercantiles de Lima y Ciudad de México eran reacios a aventurarse con su plata a Portobelo y Veracruz —o más tarde, Jalapa—, donde se veían bajo presión administrativa para comprar mercancía que no podían vender con facilidad. Como consecuencia, los virreyes frecuentemente tenían que negociar o forzar su participación. Una última complicación para los mercaderes en Nueva España era la competición del Galeón de Manila, que regularmente introducía en México, a precios muy atractivos, tela proveniente de Asia, que con frecuencia acababa en Perú.36 La obtención del asiento y los muchos años de experiencia en el tráfico de contrabando permitían a los tratantes ingleses conseguir información fidedigna sobre el mercado y establecer redes comerciales. Factores ingleses, localizados en puntos clave como La Habana, Veracruz, Panamá, Cartagena, Maracaibo y Buenos Aires, eran libres de viajar tierra adentro para estimar la necesidad de esclavos, pero usaban este privilegio para evaluar la demanda local y penetrar

34

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 90-92, 114-16.

35

Ibid., 115-19, 128-36, 173-77, 188-92, 206. Para el aspecto mexicano en esos difíciles años, véase Iván Escamilla González, Los intereses malentendidos: el Consulado de Comerciantes de México y la monarquía española, 1700-1739 (Ciudad de México: Universidad Autónoma de México, 2011).

36

Escamilla González, Los intereses malentendidos, caps. 5-10.

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mercados coloniales que les estaban prohibidos.37 Aun después de que la Corona limitara el contrabando directo francés dentro de la zona comercial del Pacífico, este continuó a lo largo de las arduas, pero productivas rutas terrestres que se originaban en el Río de la Plata, y en los ríos Magdalena y Cauca de Nueva Granada.38 Residencia legal en las colonias españolas permitía a los agentes británicos acercarse a funcionarios españoles y ganar su tácita cooperación para el comercio de contrabando. Barcos de esclavos en su viaje de regreso también transportaban mercaderes hispanoamericanos y su mercadería a Inglaterra.39 Finalmente, al pasar largos períodos de tiempo residiendo en las Indias, los negociantes ingleses podían acceder a la sociedad local, obteniendo así valiosas conexiones con las elites coloniales. Un excelente ejemplo de un agente inglés que se aprovechó del sistema con eficacia fue Ricardo O’Farrill y O’Day, el primer agente de la South Sea Company en La Habana, quien utilizó su posición para amasar una impresionante fortuna personal, lo que a su vez le permitió convertirse en una prominente figura de la sociedad habanera.40 Nacido en Monserrate de una familia irlandesa, O’Farrill rápidamente se ganó el favor de su superior y de la administración real española al denunciar el tráfico ilícito de un agente local de la French Guinea Company, por lo que el gobernador de La Habana pudo confiscar 586 esclavos. Esto resultó en una inesperada y lucrativa ganancia para la Corona y para la South Sea Company, que se encargó de su venta.41 O’Farrill comenzó de inmediato a actuar de intermediario entre Jamaica y Cuba, desarrollando inversiones en ambos lados de la trata de esclavos. Ese comercio, sin embargo, formaba parte de una operación privada de mayor alcance. En 1718, por ejemplo, en plena guerra entre Inglaterra y España, O’Farrill obtuvo autorización para introducir 698 barriles

37

The Assiento, art. 11.

38

Anthony McFarlane, Colombia before Independence. Economy, Society, and Politics under Bourbon Rule (Cambridge: Cambridge Uniersity Press, 1993), 194-96; Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 181.

39

Memoire, abusos de la Compañía del Real Asiento, España, abril 30, 1725, aae:cpe, vol. 343, fols. 143-46.

40

Para una vista general de la familia O’Farrill en el siglo xviii, véase José Manuel Serrano Álvarez y Allan J. Kuethe, “La familia O’Farrill y la elite habanera”, en Elites urbanas en Hispanoamérica, editado por Luis Navarro García, 203-12 (Sevilla: Universidad de Sevilla, 2005).

41

Marrero, Cuba: economía, vol. 6, 18-19.

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de harina con una ganancia considerable a cambio de tabaco cubano.42 O’Farrill también se alió al regidor Sebastián Calvo de la Puerta, uno de los más fuertes defensores cubanos de un desarrollo agresivo de la industria azucarera. Calvo fue uno de los cinco regidores deportados a Madrid por Gazo Calderón después de la supresión de la resistencia al monopolio del tabaco, pero este impresionante habanero usó su estancia en la Corte para hacerse de amigos y escapar el castigo.43 En 1723, junto con Calvo, O’Farrill solicitó con éxito el derecho de establecer su propio ingenio azucarero, localizado en el distrito de Sabanilla, al sudeste de La Habana, que eventualmente se convirtió en uno de los cuatro ingenios más grandes de Cuba.44 Para el año 1720, O’Farrill había amasado suficiente riqueza para renunciar a su puesto con la South Sea Company, y más tarde ese mismo año, casó con la prominente habanera, María Josefa de Arriola y García de Londoño. Su padre, Bartolomé de Arriola, era contador mayor del Real Tribunal de Cuentas de Cuba y el hombre que había establecido el astillero real en La Habana en 1713. Después del matrimonio, O’Farrill obtuvo la naturalización como súbdito de la Corona española. A lo largo de los años, aprovechó su conocimiento del mercado habanero para hacerse de una enorme fortuna personal. Hasta su muerte en 1730, O’Farrill obtuvo concesiones especiales del Gobierno para manejar un comercio de esclavos entre Jamaica y Cuba, sirviendo como medio para la penetración inglesa en La Habana.45 Los hijos de O’Farrill también se convirtieron en importantes personajes de la sociedad local. Su hija Catalina casó en 1746 con el hijo de Sebastián Calvo de la Puerta, Pedro José, consolidando así la alianza entre las familias O’Farrill y Calvo.46 A su debido tiempo, Pedro recibió el título de primer conde de Buena Vista. Juan O’Farrill, hijo único de Ricardo, se convertiría más tarde en un miembro prominente del cuerpo de oficiales de la milicia disciplinada. Casado con Luisa María Herrera y Chacón, hija del cuarto marqués de Villalta, Juan obtuvo el rango de teniente coronel en el recientemente formado Regimiento

42

Ibid., 174.

43

Ibid., 149.

44

Ibid., vol. 7, 2, 12, 19-22.

45

Ibid. vol. 6, 9.

46

Ibid.

99

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Voluntario de Caballería en 1763, establecido con las reformas militares del mariscal de campo Alejandro O’Reilly tras la caída de La Habana en la Guerra de los Siete Años. Dueño de una de las más grandes fincas en el distrito de La Habana, Juan sirvió en el ayuntamiento como alcalde ordinario y diversificó sus intereses económicos proveyendo madera para el real astillero.47 En resumen, Ricardo O’Farrill utilizó su posición como agente de los intereses británicos para amasar una fortuna y asegurar su entrada y la de sus hijos en la elite colonial, pero este en realidad no era un caso único en el imperio americano. A pesar del éxito de individuos como Ricardo O’Farrill, el asiento de esclavos y los navíos de permiso resultaron decepcionantes para los inversores de la South Sea Company. La compañía rara vez vendía más de la mitad de su cuota anual de esclavos. Sus agentes a menudo se preocupaban más de sus propias actividades contrabandistas que de promover iniciativas de la compañía, y las ganancias de esos negocios privados rara vez devengaban en favor de los accionistas de la compañía.48 A pesar de algunos éxitos en ferias comerciales particulares, los navíos de permiso también fracasaron en producir los beneficios esperados. A través de los años, los viajes eran a menudo interrumpidos por guerras, dificultades para obtener las necesarias cédulas de autorización, obstruccionismo de funcionarios españoles adversos, o demoras crónicas entre los convoyes, lo que obstaculizaba los esfuerzos de la South Sea Company para desarrollar una relación comercial fiable con clientes en Veracruz o Portobelo.49 Irónicamente, las ganancias de la South Sea Company dependían de la continuación del sistema de flotas, pero sus propias ventas y las actividades contrabandistas minaban el aparato comercial legal. Para mediados de la década de los treinta del siglo xviii, los frustrados inversores de la compañía votaron recomendar a la Corona que liquidara el asiento en su totalidad. Los directores y el Gobierno británico, sin embargo, se opusieron a la idea y nada resultó de ello.50 Obstáculos españoles, demoras y molestos impuestos finalmente socavaron

47

Ibid., vol. 8, 19, 167.

48

El comercio produjo poca ganancia, si alguna, para la Company. Richard Pares, War and Trade in the West Indies, 1739-1763 (Oxford: The Clarendon Press, 1936), 19, 53; Adrian J. Pearce, British Trade with Spanish America, 1763-1808 (Liverpool: Liverpool University Press, 2007), 20.

49

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 55; McLachlan, Trade and Peace, 24.

50

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 201.

100

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el comercio aun en los tiempos de paz, y en los de guerra, las ganancias de la compañía declinaron aún más.

Diplomacia y distracciones dinásticas El gobierno de Patiño heredó una compleja serie de objetivos en la política extranjera, influido por la necesidad de equilibrar las pretensiones dinásticas de los monarcas en Italia y la necesidad de recuperar el control del comercio americano. Los ojos de Isabel permanecían fijos en Italia y los ducados de Toscana, y de Parma y Plasencia, donde ella reclamaba derechos hereditarios para sus hijos.51 Al mismo tiempo, la lucha para recuperar el comercio americano seguía siendo la más alta prioridad de Patiño.52 Desacuerdos con respecto al sistema establecido en Utrecht continuaron haciendo tensas las relaciones entre España y Gran Bretaña. La retención inglesa de Gibraltar y Menorca imponía aún más incomodidades, que por su persistencia eran como llagas abiertas. Grimaldo había firmado un tratado de amistad y paz, así como una alianza defensiva con el ministro de Estado, James Stanhope, en Madrid, el 13 de junio de 1721, pero solo tres años después los españoles estaban tan disgustados con los ingleses que abandonaron la Cuádruple Alianza.53 Una guerra naval estalló brevemente en 1727, que incluyó un fracasado sitio español de cinco meses a Gibraltar. En América, el almirante inglés Francis Hosier asumió una posición en Portobelo para amedrentar a los españoles, entorpecer la feria en curso y proteger a los tratantes ingleses.54 Un intento de resolver las diferencias entre ingleses y españoles en el Congreso de Soissons durante el verano de 1728 fracasó miserablemente. En ese momento, las preocupaciones dinásticas cobraron prioridad, con los monarcas haciendo reclamaciones en favor del príncipe Carlos en el norte de Italia. Para asegurarse el apoyo de Londres, España a regañadientes confirmó los derechos y privilegios británicos dentro de su sistema comercial en el Tratado 51

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 7-8.

52

Un útil recuento de la diplomacia española durante la época de Patiño se halla en ibid. Para la diplomacia americana, véanse especialmente vii, 5-6, 17.

53

José Antonio Armillas Vicente, “La política exterior de los primeros Borbones”, en Historia general de España y América. La España de las reformas hasta el final del reino de Carlos IV, coordinado por Carlos E. Corona y José Antonio Armillas Vicente, Tomo X-2 (Madrid: Ediciones Rialp, 1984), 278-79. Una rotura en las relaciones francesas tuvo lugar casi al mismo tiempo. Véase el capítulo 1.

54

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 155-56.

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de Sevilla, firmado el 9 de noviembre de 1729. Bajo los términos del tratado, los ingleses mantenían control de Gibraltar, mientras que reconocían las reclamaciones de Isabel Farnesio y su familia al ducado de Parma. Este acuerdo aparentemente ponía fin a los antagonismos que databan desde la Guerra de la Cuádruple Alianza. Cuando Inglaterra no honró su promesa, sin embargo, una guerra naval sin declaración formal estalló de nuevo en aguas americanas. Después de la muerte del duque de Parma en enero de 1731, los monarcas españoles vieron la oportunidad de tomar el ducado de Parma y Plasencia. Las hostilidades hispano inglesas disminuyeron con una declaración conjunta que reconfirmaba los compromisos hechos en Sevilla, ratificados en una segunda declaración fechada el 8 de febrero de 1732.55 Mientras tanto, los austriacos, bajo enorme presión internacional, retiraron sus tropas de Parma y Plasencia. Escoltados por la marina británica, navíos españoles desembarcaron tropas en Leghorn, Italia, en octubre de 1731, seguidas del infante Carlos, quien tomó posesión del ducado como herencia de su madre.56 Sin embargo, incluso esta nueva armonía resultó ser momentánea. Para 1734, la fricción surgida de la impaciencia española ante el contrabando inglés en las Indias, llevó a otro ciclo en que las relaciones diplomáticas se deterioraron.57 Las relaciones con los franceses permanecieron más cordiales después de que París prometió su apoyo a las reclamaciones españolas en Italia expuestas en el Tratado de Sevilla. Esto introdujo una inquieta colaboración dentro de la familia de los Borbones, que perduró hasta la Revolución francesa. Aparte de los antagonismos restantes que habían separado a los dos reinos desde la Guerra de la Cuádruple Alianza, la animosidad personal entre Felipe y el duque de Orleans, regente de Luis XV, amargó las relaciones entre los dos poderes. La muerte de Orleans en diciembre de 1723 no mejoró apreciablemente las relaciones, y las dos potencias estuvieron al borde de una guerra, cuando los franceses devolvieron a ‘Marianina’. Después del ascenso al poder, en junio de 1726, del cardenal 55

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 7-8.

56

Anthony H. Hull, Charles III and the Revival of Spain (Washington: University Press of America, 1981), 21-25. Una disposición diplomática fue hecha con Austria por el tratado del 22 de julio de 1731. Antonio de Béthencourt Massieu, Relaciones de España bajo Felipe V (Valladolid: Universidad de Valladolid, 1998), 125-28.

57

Lucio Mijares Pérez, “Política exterior: la diplomacia”, en Historia general de España y América. América en el siglo xviii. Los primeros Borbones, coordinado por Luis Navarro García, tomo XI-1 (Madrid: Rialp, 1983), 93-94.

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André-Hercule de Fleury, hombre de carácter más conciliador, las relaciones comenzaron a mejorar.58 En efecto, para inducir a Versalles a apoyar las reclamaciones de Isabel en Italia, Felipe ofreció reducir el castigo del contrabando “descubierto” en los galeones, impuesto después de la devolución de ‘Marianina’, del 55 al 15 % en 1718.59 Durante la Guerra de Sucesión polaca (1733-1738), España se alió con los franceses en contra de los austriacos bajo el primero de tres Pactos de Familia borbónicos. Francia obtuvo el apoyo de España para su pretendiente favorito al trono polaco (el padre de su reina), mientras que aquella se comprometía a apoyar las reclamaciones de los hijos de Isabel y Felipe en Italia. Por su parte, España prometió a Francia el ansiado estatus de nación más favorecida en los mismos términos que Gran Bretaña.60 Esta alianza del 7 de noviembre de 1733 no fue señal de un profundo acercamiento entre los rivales borbónicos: ambas potencias entraron en la guerra, cada uno en sus propios términos, y dispuestos a alcanzar la paz independientemente. El Gobierno español consideraba el acuerdo de paz francés con los austriacos en octubre de 1735 particularmente irritante, porque dejaba de apoyar las reclamaciones borbónicas a Parma y Plasencia y a Toscana. A medida que los designios franceses en Polonia desaparecían, también disminuía el entusiasmo de Versalles hacia los objetivos de los monarcas españoles.61 A pesar del tibio apoyo francés, Isabel y Felipe obtuvieron importantes ganancias dinásticas con la guerra. España atacó exitosamente las posesiones austríacas en el sur de Italia y en Cerdeña.62 A la cabeza de un impresionante ejército que había invadido Italia desde Barcelona, el infante Carlos entró a caballo en Nápoles en 1734 con el general José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar. Carlos fue proclamado rey, y al siguiente enero entró en Palermo, Sicilia. Estos triunfos resolvieron la mitad de la preocupación de Isabel y Felipe, pero la necesidad de un trono para el infante Felipe quedaba sin solución. Montemar fue reasignado al norte de Italia para buscar allí oportunidades para el infante,

58

Kamen, Philip V of Spain, 61-62, 110, 123-26, 153, 160-61.

59

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 32.

60

Ibid., 58-62. Tal como Lucio Mijares ha comentado perceptivamente, “Desde el momento en que Felipe V accede al trono, España está casi inevitablemente condenada a entenderse con Francia”. Mijares Pérez, “Política exterior”, 94-95.

61

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 68-75.

62

Armillas Vicente, “La política exterior”, 278.

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pero España no era capaz de triunfar sola. Muchos políticos españoles, sin embargo, estaban preocupados por la enorme inversión de tesoro y hombres en Italia con el simple objetivo de satisfacer las ambiciones dinásticas de la familia real.63 Al mismo tiempo, al acceder al trono su hermanastro pequeño antes que él, Fernando cayó presa de los celos, causando problemas en el seno de la familia real.64

La estrategia de Patiño para la reforma en América A lo largo de los años, Patiño se esforzó para hallar la manera de hacer funcionar con eficacia el sistema de Flotas y Galeones, pero sin conseguir avances notorios. Durante los dos años de 1726 a 1728, condujo una serie de reuniones con expertos, que incluyeron a Francisco Varas y Valdés, quien le había sucedido como intendente de Marina, a López Pintado, y a representantes del Consulado y del Consejo de Indias, que resultaron en la decisión de cambiar la feria mexicana a Jalapa, tierra adentro, y lejos de la insalubre Veracruz. Comenzando en 1734, otra consulta con diferentes expertos, que incluyó un representante del Consulado de Lima, recomendó modos de hacer el sistema de convoy más eficaz, pero al final poco se logró. La consecuente Real Cédula del 21 de enero de 1735, temporalmente suspendió los Galeones y disminuyó el tamaño de la Flota a ocho navíos de 3000 toneladas. El gran ministro sin duda anhelaba la llegada del año 1744, cuando el asiento y sus codicilos habían de expirar.65 Restringido por las disposiciones de los Tratados de Utrecht y los contrabandistas que acosaban el Caribe, el Atlántico Sur y el Pacífico, Patiño basó su política comercial americana en cuatro estrategias relacionadas. Una era reconstruir la Armada tan rápidamente como fuera posible. La segunda era fortalecer los guardacostas coloniales y emplear corsarios para complementarlos. En tercer lugar, intentó reducir el papel de los agentes franceses en Cádiz. Por último, trató de colocar hombres fieles y capaces en puestos burocráticos claves en las Indias (en lugar de venderlos al mejor postor), para así restringir las prácticas de corrupción que hacían posible el comercio de contrabando. En las cuatro

63

Kamen, Philip V of Spain, 195-96.

64

Estos pequeños celos preocupaban a Isabel, por lo que se lo hizo partícipe a Carlos. San Ildefonso, agosto 7, 1734, Archivo General de Simancas (ags), Estado, leg. 5927. Los autores desean agradecer a Alejandra Gitterman de la Universidad de Hamburgo el compartir este documento.

65

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 162-63, 195-200.

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instancias, disfrutaría de algunos éxitos importantes, a veces con la cooperación del Consulado de Cádiz. Patiño se las arreglaba para extraer donaciones periódicas del Consulado de Cádiz para la Corona, pero también favorecía al gremio no aplicando las normas existentes con mucho cuidado. Bajo su gobierno, el gremio era considerado socio en la solución de los problemas comerciales de España y no como obstáculo a las reformas. Patiño reconocía que el contrabando era la mayor amenaza al comercio atlántico, y que era beneficioso para la Corona y el Consulado reducir el comercio ilícito. Es más, él había servido más de ocho años en Cádiz de intendente de Marina, y como tal, supervisó el traslado de la Casa de la Contratación y del Consulado, teniendo un papel principal en la confección del Real Proyecto de 1717, que sentó las bases para las subsecuentes codificaciones de 1720. Conocía bien el Consulado y era obvio que se sentía cómodo trabajando con sus miembros. Esto no quita que tuviera diferencias de opinión con el gremio en cuanto a asuntos específicos, ya que Patiño servía los intereses de la Corona y eso a veces era motivo de conflicto.66 La colaboración entre Patiño y el gremio mercantil a veces se acercaba a enchufismo. Cuando las flotas regresaban sin percance a Cádiz, la Corona acostumbraba a tasar donaciones, alcanzando 1 783 767 pesos en 1727; 2 930 170 en 1731; 100 000 en 1733; y 80 000 en 1734.67 Por otra parte, Patiño exhibía una actitud permisiva en cuanto a la supervisión de las cuentas del gremio, que enumeraban préstamos o compromisos financieros que el gremio había hecho con la Corona. Estos incluían los impuestos de lonja e infantes, que cubrían las deudas reales, y el 1 % tasado para costear los Avisos y satisfacer las reclamaciones surgidas del valimiento de Vigo (véase el capítulo 1). Durante el período anterior a 1726, estos fondos habían sido auditados con laxitud bajo la supervisión de Patiño, cuando servía como presidente de la Casa. En tanto que esto causaba gran consternación en la contaduría del Consejo de Indias al auditar las cuentas, los consejeros podían hacer poco.68 El Consejo permanecía débil,

66

Ibid., 89-90, 166-67, 200.

67

“Servicios hechos al Estado y a algunos cuerpos particulares de la nación por el comercio de Cádiz, 1555-1803”, agi, Consulados, leg. 15.

68

Secretario del Despacho de Marina e Indias José de la Quintana al secretario de Estado marqués de Villarías, Buen Retiro, junio 26, 1741, agi, ig, 2303.

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en particular tras la muerte de su presidente en 1727, Baltazar Zúñiga, a quien Patiño no había reemplazado.69 En un histórico decreto del 23 septiembre de 1729, el gobierno de Patiño hizo una concesión importante al Consulado, permitiéndole definir su propia membresía. Esta concesión reforzó mucho al gremio en sus luchas con intereses extranjeros. La legislación proveía que [...] el referido comercio se componga de todos los cargadores actuales de la Carrera de Indias, tanto de las flotas y galeones como de los navíos de registro a Buenos Aires y demás que navegan a mis Reinos de la América, y que matriculados por el Consulado y Consiliarios se vayan eligiendo entre sí todos aquellos que sean de la satisfacción del mismo Consulado y actual comercio a quienes concedo facultad de no incorporar a su comunidad persona alguna que carezca de cualesquiera de las circunstancias que fuere mi real voluntad aprobar.70

Esta concesión formaba parte de la estrategia de Patiño para eludir las condiciones del tratado que ayudaba a los extranjeros a penetrar el comercio americano a través de Cádiz. Por un lado, esta regulación cimentaba el compromiso de Patiño de trabajar con el Consulado y su liderato sevillano para controlar quién tomaba parte en el comercio de las Indias. El Consulado podía usar competencias para juzgar la idoneidad de los miembros y excluir extranjeros y los hijos naturalizados (jenízaros) de los mercaderes extranjeros.71 Las familias establecidas del gremio habían confrontado a los jenízaros desde 1722, tratando de limitar su participación en el comercio indiano. Los jenízaros frecuentemente mantenían relaciones con familiares que tenían casas comerciales en sus pueblos natales, y explotaban estas relaciones para encauzar productos extranjeros en el comercio de las Indias, limitando el provecho de los miembros

69

Bernard, Le Secrétariat D’état, 79, 211.

70

Citado en Julián B. Ruiz Rivera, El Consulado de Cádiz. Matrícula de comerciantes, 1730-1823 (Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz, 1988), 20, y Antonia Heredia Herrera, Sevilla y los hombres del comercio (1700-1800) (Sevilla: Editoriales Andaluzas Unidas, 1989), 128-29.

71

Expediente, restablecimiento del comercio de las Indias, 1729, agi, ig, 2301. Un ejemplo de cómo este proceso de exclusión funcionaba se halla en el caso de José del Duque y Francisco Novoa, 1732, agi, ig. 2300.

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del gremio.72 Con la Ley del 23 de febrero, Patiño hizo del consulado una corporación independiente en cuanto a su reclutamiento, operada por una arraigada elite, con amplios privilegios sobre el comercio americano.73 La estrategia de Patiño tuvo resultados mixtos. Los candidatos a membresía en el gremio tenían que ser residentes de Sevilla, Cádiz, Puerto de Santa María o San Lúcar, pero la ley también estipulaba que tenían que ser “españoles originarios sin mezcla de extranjería”.74 Esto le dio al Consulado la habilidad de controlar su membresía y recuperar los poderes perdidos durante el asalto a sus privilegios a manos de Alberoni. Por otra parte, el gremio podía negar la entrada no solo a extranjeros y jenízaros, sino también a merecedores españoles o emprendedores americanos que quisieran penetrar el comercio colonial. Esto no era para Patiño un precio pequeño a pagar. No obstante, ni un solo nombre extranjero aparecería en el registro del gremio en los siguientes trece años.75 El número de establecimientos comerciales franceses en Cádiz, sin embargo, declinó sólo marginalmente después de 1729.76 Los intereses foráneos siguieron encontrando maneras de participar en el sistema de comercio legal a través de conocidos prestanombres, pero Patiño, en sociedad con el Consulado, había hecho grandes avances para evitar que Cádiz cayera por completo bajo control extranjero. A diferencia de Alberoni, cuyos esfuerzos para controlar los puertos españoles y recuperar el dominio del comercio atlántico resultaron en guerra, Patiño se las arregló para restringir el poder de los mercaderes extranjeros y de los jenízaros, sin provocar conflicto armado con sus rivales extranjeros. El éxito del sistema comercial español dependía de reducir toda forma de contrabando extranjero en el Caribe, el Atlántico Sur y el Pacífico. Madrid

72

Margarita García-Mauriño Mundi, La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las exportaciones a Indias (1720-1765) (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1999), 73-109.

73

“Respuesta que dan algunos hijos de españoles antiguos...”, Sevilla, 1722, agi, Consulados, leg. 35. Durante este período, surgió una amplia tendencia, dentro de instituciones europeas, por la que cuerpos privilegiados, constituidos, ganaron control sobre los trámites de entrada, convirtiéndose en elites con derecho a elegir a sus miembros. R. R. Palmer, The Age of Democratic Revolutions: A Political History of Europe and America, 1760-1800 (Princeton: Princeton University Press, 1959), 74-86.

74

Real Decreto, San Lorenzo, septiembre 23, 1729, reproducido en Ruiz Rivera, El Consulado de Cádiz, 20.

75

Ruiz Rivera, El Consulado de Cádiz, 21, 111-30.

76

Malamud Rikles, Cádiz y Saint Malo, 104-05.

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conocía a fondo las estratagemas de los contrabandistas británicos para penetrar el mercado americano, gracias a la defección en el Congreso de Soissons de dos importantes agentes de la South Sea Company.77 Dado que el problema del contrabando amenazaba abrumar el sistema de comercio legal, Patiño instó al Consulado, ahora seguro en sus privilegios, a que asumiera la responsabilidad de financiar el trabajo de una ampliada Guarda Costa Real en América. El 28 de marzo de 1732, el gremio accedió a esa petición, ofreciendo un impuesto del 4 % para plata, oro y grana fina, destinado a pagar a los guardacostas en forma de un donativo.78 El tributo permaneció intacto hasta 1739, cuando el porcentaje impuesto al oro fue reducido a 2 %. El Consulado asumió de buen gusto la obligación, porque financiaba una ofensiva contra el contrabando británico, francés y holandés. Entre mediados de 1739 y 1761, esta tasa produjo 16 661 861 pesos, 5 reales.79 La Armada heredada por Felipe V estaba en ruinas, y los ingleses habían destruido la fuerza reunida por Alberoni y Patiño en cabo Passaro. Para hacer la situación más precaria, los ataques costeros de los ingleses en 1719 habían arruinado los astilleros en Pasajes, con seis nuevos navíos en los muelles, y en Santoña, con otros tres en construcción.80 Tras estos desastres, Patiño le dio la más alta prioridad a restablecer la Armada, primero como intendente de Marina y más tarde como ministro de Marina e Indias. En Europa, inicialmente él se las había tenido que arreglar con las anticuadas instalaciones en las costas vascas y catalanas, pero en 1722 estableció un astillero moderno y defendible en Guarnizo, cerca de Santander, al que más tarde siguieron instalaciones en El Ferrol, Cádiz y Cartagena de Levante. Por añadidura, resucitó el plan no realizado de Tinajero de 1713 para explotar las ventajas de un astillero en La Habana.81

77

Brown, “The South Sea Company”, 662-78, e ibid., “Contraband Trade: A Factor in the Decline of Spain’s Empire in America”, hahr 8:2 (1928): 180.

78

Real Cédula, Sevilla, junio 8, 1732, agi, Consulados, leg. 32.

79

Esos son los únicos años con datos fiables. Informe, contador mayor de la Casa de la Contratación Carlos Valenciano, Cádiz, mayo 29, 1762, agi, Consulados, leg. 62.

80

John D. Harbron, Trafalgar and the Spanish Navy (Londres: Conway Maritime Press, 1988), 173.

81

G. Douglas Inglis, “The Spanish Naval Shipyard at Havana in the Eighteenth Century”, en New Aspects of Naval History. Selected Papers from the 5th Naval History Symposium, editado por la United States Naval Academy (Baltimore: Nautical and Aviation Publishing Company of America, 1985), 49.

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Por último, en 1717, Patiño estableció en Cádiz la primera academia naval de España, la Real Compañía de Guardias Marinas.82 Los españoles, en realidad, no tenían esperanza alguna de igualar el poder naval inglés en el Atlántico. Libres de la necesidad de mantener un gran ejército terrestre en el continente y dotada del más adelantado sistema bancario de Europa, Inglaterra siempre podía gastar más. Una marina española mejorada podría, sin embargo, proveer indispensable protección a los navíos del tesoro que transitaban el Atlántico y transportar tropas a puntos coloniales estratégicos, proveyendo apoyo táctico durante los sitios. Patiño aceptó la idea del arquitecto naval, almirante Antonio Gaztañeta, que consistía de barcos más estrechos, más largos y más rápidos de sesenta cañones, diseñados para proporcionar servicio de escolta. La estrategia española evitaba provocar una confrontación bélica con los ingleses por el control del océano. Cuando un buque de guerra se hallaba en medio de una batalla, le era imperioso extraerse de ella tan rápidamente como fuera posible. Solo cuando los navíos del tesoro peligraban, se esperaba que la Armada formara parte de una lucha campal.83 En verdad, durante el curso del siglo xviii, la Armada española perdió menos navíos a manos de los ingleses que debido al mal tiempo.84 El astillero de La Habana, la mayor instalación del imperio, produjo 36 navíos de guerra, de 52 a 70 cañones, así como 7 fragatas durante la época de Patiño. A lo largo del siglo, sobrepasaría las otras instalaciones, produciendo 198 buques de guerra, entre ellos, 74 navíos de línea, algunos de los más grandes buques de España.85 Aunque en la lejana América, la prominencia de La Habana se debía a la cualidad de sus instalaciones, una madera dura asequible y un costo más bajo.86 Juan de Acosta se hizo maestro carpintero y administrador del astillero en 1730. Lorenzo Montalvo, más adelante figura clave en La Habana y en la marina

82

Vicente Rodríguez Casado, “El ejército y la marina en el reinado de Carlos III”, Boletín del Instituto Riva Agüero 3 (1956-1957): 151-52.

83

McNeill, Atlantic Empires of France and Spain, 57-58. 77-78, 174; Inglis, “The Spanish Naval Shipyard”, 48.

84

Harbron, Trafalgar, 20.

85

Ibid., 15-17, 33.

86

McNeill, Atlantic Empires of France and Spain, 174-76.

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española, fue hecho comisario en 1734. Fue él quien supervisó la construcción del nuevo astillero, terminado a finales de la década de los treinta.87 La obtención de fondos para costear estas empresas era imposible para La Habana, por lo que la Corona asignó situados mayores de las tesorerías mexicanas, que habían comenzado en el siglo xvi. Como se aprecia por la información de la figura 3.3, México enviaba fondos a España y al Caribe. Los situados caribeños pagaban las defensas locales y proyectos especiales, como la construcción del astillero de La Habana. Las tesorerías mexicanas enviaban situados parecidos a las Filipinas para financiar el real gobierno y mantener las defensas locales en el Pacífico. Los envíos a España fluctuaban de año en año, y en 1725, 1727, 1729 y 1738, la tesorería mexicana no envió fondos a Castilla. Esto nunca ocurrió con los situados caribeños, que de seguro fluctuaban de uno a otro año, pero que siguieron una clara trayectoria ascendente durante ese período (véase la figura 3.3). Durante los años cruciales de la construcción del astillero en la década de los treinta, el situado de México fluctuaba generalmente entre 700 000 y 1,1 millón de pesos. El único año que el situado bajó fue en 1734, cuando México envió una cantidad algo menor de 309 000 pesos.88 Está claro que la Corona asignaba una prioridad más alta a mantener las defensas del Caribe y el astillero en La Habana que a los envíos de plata de México a la metrópolis. La Tesorería Real en Nueva España era capaz de sobrellevar el peso de proveer fondos a las colonias caribeñas, España y las Filipinas, porque su economía había comenzado un período de crecimiento de un siglo de duración a finales de la década de los noventa del siglo xvii. Aumentos demográficos y la minería dieron ímpetu a la primera fase de esa expansión económica. La población indígena se había recuperado de las epidemias del siglo anterior, estimulando la demanda de una variedad de productos y alimentos, y asimismo proveyendo una mano de obra barata. Esto, a su vez, fomentó un resurgimiento de la minería, en particular entre 1695 y 1725.89 El crecimiento interno de la economía sentó las bases para un aún mayor auge minero y una expansión económica general durante la segunda mitad del siglo. El crecimiento económico también produjo

87

Inglis, “The Spanish Naval Shipyard”, 49-51.

88

Carlos Marichal y Matilde Souto Mantecón, “Silver and Situados: New Spain and the Financing of the Spanish Empire in the Caribbean in the Eighteenth Century”, hahr 74:4 (1994): 594, 612-13.

89

Alan Knight, Mexico: The Colonial Era (Cambridge: Cambridge University Press, 2002), 202-03.

110

0

Pesos de ocho 5000000 10000000 15000000 20000000

José de Patiño y el resurgimiento de la reforma, 1726-1736

1720

1725

1730 Año Situados

1735

1740

Castilla

Figura 3.3. Envíos al Caribe y España

una entrada ascendente de impuestos a la tesorería mexicana. Como indica la figura 3.4 —en la que se muestra la renta anual de las tesorerías mexicanas—, la cantidad de fondos que circulaba cada año durante los primeros cuarenta años del período borbón creció de forma constante, particularmente después de 1720.90 Este aumento en las rentas permitía a la Corona desviar fondos de México para reforzar las defensas del Caribe y, cuando era posible, enviar grandes cantidades a España (véase figura 3.3). Los logros españoles en la construcción de la Armada atrajeron, de manera predecible, sospechas extranjeras, especialmente entre los observadores británicos. Tan temprano como 1728, el embajador inglés Keene comentó: Desde que volví a este país, observé con gran preocupación, el progreso de Patiño para crear una marina poderosa, y lo he repetido en casi todos los despachos que he tenido el honor de escribir. La idea está tan arraigada en

90

Herbert S. Klein, The American Finances of the Spanish Empire. Royal Income and Expenditures in Colonial Mexico, Peru, and Bolivia, 1680-1809 (Albuquerque: University of New México Press, 1998), 58.

111

4000000 6000000

Pesos de ocho 8000000 10000000 12000000

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

1700

1710

1720

1730

1740

Década

Figura 3.4. Renta anual para la Caja Matriz mexicana

él que ni los subsidios que se pagan al emperador, ni la miseria de las tropas españolas, ni la pobreza [de la casa real] y de los tribunales le distraen de ella. Tiene control de los fondos, y el dinero que no se envía a Italia para el uso de la reina, se utiliza para la construcción de naves.91

A la muerte de Patiño, España poseía cincuenta navíos de línea, una fuerza formidable de batalla y de convoy. La mayor parte de estas naves eran del modelo de sesenta cañones, diseñado por Antonio Gaztañeta, pero la marina también comenzó a añadir navíos mayores, incluyendo, por ejemplo, el Real Felipe, un buque de tres puentes y 114 cañones, que se hizo a la mar en Guarnizo, en 1732.92 La empresa privada proveía un medio importante para combatir las intrusiones inglesas, holandesas y francesas en el espacio comercial español, en la medida que el gobierno de Madrid patrocinaba corsarios para hostigar a los contrabandistas. La piratería era un juego que todos podían jugar, y los españoles habían aprendido bien la lección de sus atormentadores.93 Basado en 91

Citado en Kamen, Philip V of Spain, 173.

92

Harbron, Trafalgar, 24, 33-34.

93

Pablo Emilio Pérez-Mallaína Bueno, La política española en el Atlántico, 1700-1715 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1982), 59-61; Manuel Lucena Salmoral, Piratas,

112

José de Patiño y el resurgimiento de la reforma, 1726-1736

Puerto Rico, Miguel Enríquez se convirtió en un poderoso agente de la agresiva estrategia naval de España y visiblemente en su más exitoso corsario.94 Eficaces igualmente eran los corsarios que operaban desde Santiago de Cuba y Portobelo.95 Los barcos guardacostas oficiales también resultaban una molestia para los contrabandistas extranjeros, y el aumento en la confiscación de cargamentos de contrabando provocaban la ira del Parlamento inglés, que consideraba a los corsarios españoles un impedimento al libre comercio en el Caribe. Durante la guerra naval de 1727, los corsarios atacaban el comercio inglés y confiscaban las propiedades de la South Sea Company cada vez que podían. Después de la guerra, Patiño continuó reclutando corsarios para colaborar con la Real Armada y los guardacostas para combatir el contrabando. Los desenfrenados ataques de los corsarios españoles, así como el sospechoso negocio de contrabando que trataban de combatir, funcionaban sin límites ni reglas definidos, y los comercios lícito e ilícito también sufrían serias pérdidas en el Caribe. Bajo los términos del Tratado de Sevilla, Inglaterra y España acordaron enviar comisionados para mediar diferencias comerciales, pero Patiño era reacio a controlar a los corsarios españoles. Para el año 1730, el nivel de conflicto había alcanzado tal intensidad, que la Corona británica ordenó a sus fuerzas navales escoltar el tráfico comercial bajo la bandera inglesa y demandó la devolución de lo adquirido injustamente, hasta amenazando represalias. La Declaración de Sevilla al año siguiente reafirmaba los derechos comerciales y privilegios ingleses, pero Patiño continuó resuelto a combatir el contrabando británico, particularmente en el Caribe.96 Después de que la flota combinada inglesa-española había depositado al infante Carlos en tierra italiana, Patiño y el embajador británico Keene firmaron aún otra declaración el 8 de febrero de 1732. Esta reafirmaba los compromisos establecidos y determinaba un fondo, mantenido por cuotas pagadas por corsarios que recibían patentes para trabajar por cada corona, que proveía dineros para pagar daños a cargamentos confiscados ilegalmente. Al año siguiente, mientras

corsarios, bucaneros y filibusteros (Madrid: Síntesis, 2005), 294-99; Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 40-41. 94

Ángel López Canto, Mi tío, Miguel Enríquez (San Juan, Puerto Rico: Ediciones Puerto, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1997), en particular 345-50.

95

Pares, War and Trade, 14-18, 22-24: McNeill, Atlantic Empires of France and Spain, 89-90, 98-99.

96

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 40-41, 44.

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la cooperación inglesa y española florecía en Europa, las capturas de comerciantes ingleses en aguas americanas declinaron de manera apreciable.97 Ese mismo año, sin embargo, Patiño convenció al Consulado de imponer el impuesto del 4 % para costear un sistema más vigoroso de guardacostas. Este recién formado cuerpo podría sustituir el programa más controversial de promover corsarios españoles. La real política todavía iba orientada a controlar el contrabando, utilizando cualquier medio, sin provocar una guerra no necesaria con Gran Bretaña. A pesar de numerosos acuerdos, el compromiso de España de cooperar con Inglaterra continuó siendo frágil y al final, los esfuerzos de los comisionarios de ambos países para negociar y resolver las diferencias comerciales latentes fallaron en su totalidad. Las conferencias comenzaron en Sevilla en febrero de 1732 y concluyeron en Madrid en diciembre de 1734, más de dos años y medio más tarde, sin hallar resolución a ningún asunto concreto. Mientras era posible en teoría llegar a un acuerdo en cuanto a principios generales de los tratados y las declaraciones bilaterales, las negociaciones sobre su aplicación en la práctica fracasaron. Las diferencias entre los dos poderes eran sencillamente de demasiada magnitud, bien se tratase de los ingleses cortando palo de tinte en Campeche, sus avances en Georgia, o los derechos españoles a pescar en el banco de Terranova. Patiño simplemente se negaba a poner fin al apresamiento de mercantes ingleses involucrados en tráfico ilegal o solo bajo sospecha de contrabando.98 Una variedad de factores —intercepciones por parte de los guardacostas, acciones de corsarios, eliminación de corrupción en la burocracia o aun la competición holandesa— presentaron serias dificultades para los contrabandistas ingleses durante la segunda mitad de la década de los treinta del siglo xviii, reduciendo dos tercios o más la cantidad de su comercio.99 Finalmente, las persistentes tensiones diplomáticas entre Inglaterra y España indican que el programa de Patiño disfrutó de cierta cantidad de éxito. Las capturas por parte de guardacostas y corsarios causaron un incesante flujo de protestas de Londres, pero el Gobierno español permaneció intransigente.100 Un renovado conflicto podría hasta conducir a la abrogación o incluso la reconsideración de los Tratados de Utrecht, una perspectiva que Patiño veía como una posibilidad atrayente. 97

Ibid., 50-51.

98

Para el punto de vista inglés, véase Pares, War and Trade, 14-19.

99

Nelson, “Contraband Trade”, 62-64.

100

Pares, War and Trade, cap. 2.

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Los enfrentamientos navales hispano-ingleses en aguas americanas en efecto resultarían en un conflicto general, la Guerra de la Oreja de Jenkins en 1739, tres años después de la muerte de Patiño. Otro cambio mayor en la política, iniciado aun antes de Patiño, fue el intento de nombrar funcionarios más honestos y leales para puestos burocráticos claves en las Indias en vez de simplemente venderlos. Cuando Patiño subió al poder en 1726, inició las deliberaciones para reorganizar el comercio de Galeones con el Virreinato de Perú. Las discusiones de su comité sin duda se beneficiaron con un extenso informe sobre el problema, presentado por un tenaz, prorreformista e imperioso virrey, José de Armendáriz y Perurena, el marqués de Castelfuerte (1723-1736). De acuerdo con su autoritaria personalidad, Castelfuerte recomendó medidas severas para asegurar la fiel participación del Consulado de Lima en las ferias de Portobelo. En primer lugar, argüía que el virrey debía señalar una fecha fija para la salida de la Armada del Sur, y que los miembros del gremio debían comenzar de inmediato las preparaciones para el viaje. El Consulado sólo podía pedir dos aplazamientos, pero el virrey tenía la última palabra en el asunto. Si los miembros del gremio demoraban más, tendrían que pagar el costo completo de los Galeones y de la Armada del Sur, o sus barcos serían enviados a Panamá vacíos, regresando con los mercantes españoles, quienes entonces venderían su mercancía libremente en Lima. Patiño y su comité sabiamente rehusaron estos drásticos términos, pero el plan de Castelfuerte indica su serio propósito de revivir el comercio con Panamá.101 El marqués de Castelfuerte demostró su dedicación a eliminar el contrabando y restablecer el sistema legal de comercio desde su llegada a Lima en 1724. Con rapidez, volvió a emitir la Real Cédula del 31 de diciembre de 1720, prohibiendo el contrabando bajo pena de muerte y demandando el mismo castigo para aquellos funcionarios implicados en ese crimen. También equipó buques guardacostas para ahuyentar traficantes extranjeros. Dentro del espacio de un año, las actividades contrabandistas de los mercaderes franceses, tan generalizadas bajo la vicerregencia del marqués de Castelldosríus, había disminuido precipitadamente. El virrey entonces comenzó a incitar al Consulado de Lima a prepararse para la próxima feria de Portobelo. Miembros del gremio mercante se quejaban de que los mercados de Lima seguían saturados de mercancía de

101

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 164-66.

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contrabando, impidiendo así la venta de los productos obtenidos en Portobelo. El virrey trató de persuadir, de amenazar y de intimidar a los mercaderes limeños, requiriendo incluso que proveyeran un préstamo de 200 000 pesos para cubrir el costo de los Galeones que se hallaban a la espera en Cartagena. A pesar de las enojadas amonestaciones de Castelfuerte, la Armada del Sur no salió de Callao hasta el 14 de enero de 1726. La competición de los comerciantes ingleses en navíos de permiso socavó la venta de mercancía de España, sin embargo, y la llegada de la flota inglesa del almirante Hosier hizo posible que una hueste de contrabandistas descendiera sobre Portobelo, arruinando las esperanzas para un intercambio exitoso. No obstante, el obstinado Castelfuerte había logrado que los mercaderes de Lima salieran de Callao, y la frustración al tratar con ellos resultó en su furioso informe a Patiño y su comité en Madrid.102 A pesar de su reputación de ser hombre de honor, integridad y lealtad a la Corona, el marqués de Castelfuerte no dudaba en utilizar su posición para la ganancia personal. El entusiasmo con que el virrey despachaba guardacostas para capturar contrabandistas se debía en parte a su costumbre de guardar para sí una porción del botín, cuando los cargamentos de los barcos capturados se vendían en subasta pública. También sacaba buen provecho permitiendo a sus amigos operar establecimientos donde se ofrecía toda suerte de juegos de azar. En efecto, su pasión por el juego, se alega, fue la razón de un enfrentamiento con su predecesor como virrey, el arzobispo de Lima, Diego Morcillo Rubio de Auñón. Castelfuerte igualmente recibía sobornos de hombres a quienes nombraba para lucrativos corregimientos (jurisdicciónes provinciales) de indios. Aunque la Corona tenía la última palabra en los nombramientos de los corregidores, los virreyes de costumbre designaban ministros interinos que más tarde Madrid confirmaba. Durante la década de Castelfuerte en el poder, 237 corregimientos quedaron vacantes, y el virrey nombró 118 entre amigos, familia y aliados políticos. Dado que los nombramientos generalmente se vendían y los corregidores podían amasar pequeñas fortunas durante su titularidad, proveyendo mercancía europea a las comunidades indígenas a través del infame repartimiento de comercio, las oportunidades para sobornos, gratificaciones y otros trucos eran enormes.103 Al dejar su puesto en 1736, el marqués de Castelfuerte había amasado una fortuna 102

Ibid., 152-56.

103

Alfredo Moreno Cebrián, “Acumulación y blanqueo de capitales del marqués de Castelfuerte (1723-1763)”, en El “premio” de ser virrey: los intereses públicos y privados del gobierno virreinal

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José de Patiño y el resurgimiento de la reforma, 1726-1736

personal de cerca de 790 000 pesos de ocho (aparte de su sueldo legal) por medio de una variedad de nefastas argucias.104 Esta suma apenas se compara con la de 1,3 millón de pesos amasada por el marqués de Castelldosríus en solo tres años, pero sí indica que la cultura de corrupción perduraba aun en la administración de un virrey que se enorgullecía de su honradez y lealtad a la Corona. Ganar dinero adicional era otro beneficio para los funcionarios del imperio español.

El retorno a la agenda reformista de Alberoni Junto a la campaña de Patiño para proteger el comercio americano de intrusiones extranjeras y para limitar la corrupción, el ministro resucitó alunas iniciativas reformistas de la agenda de su anterior patrón, el cardenal Alberoni. En 1727, por ejemplo, Patiño restauró el monopolio de tabaco en Cuba, pero con una base más flexible que resultaba más aceptable a los tabacaleros locales. En 1730, la Corona extendió a Cartagena el modelo establecido para la guarnición fija de La Habana. Gestiones también comenzaron en 1734 para restablecer el Virreinato de Nueva Granada y reafirmar el control real sobre la Tierra Firme. La acrecentada burocracia podía supervisar más eficazmente el despacho de guardacostas y patrullas del ejército para obstaculizar a los contrabandistas. La cuarta ambiciosa innovación de Patiño concernía el establecimiento de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas en 1728 para combatir el lucrativo comercio de contrabando del cacao. Este ambicioso programa reformista de cuatro partes estaba destinado a revolucionar el comercio en el Caribe del sur. La resurrección en 1727 de la iniciativa de Alberoni de establecer un monopolio de tabaco en Cuba patrocinado por la Corona intentaba dirigir la producción de la isla a suplir la Real Fábrica de Tabaco en Sevilla y suministrar una muy necesitada entrada para el tesoro real. Después de la capitulación de Madrid en 1724 y el regreso a las ventas liberalizadas, la Corona compraba la hoja en el mercado libre, pero en 1727 Patiño restableció el monopolio bajo el título de Intendencia General de Tabaco. Un contratista particular o asentista, José Tallapiedra, reemplazó la intendencia en 1734, funcionando hasta 1738 cuando el marqués de Casa Madrid asumió el control. El nuevo monopolio funcionaba de una manera más flexible y moderada que bajo el plan de Alberoni. en el Perú de Felipe V, editado por Alfredo Moreno Cebrián y Núria Sala i Vila, 233-63 (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004). 104

Ibid., 269.

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Los tabacaleros podían vender los excesos en el mercado libre después de satisfacer las cuotas anuales estipuladas por el monopolio.105 Patiño había aprendido de los errores de Alberoni y evitó repetir las mismas normas autoritarias que habían provocado la oposición cubana. Esta vez el monopolio perduraría hasta 1817. La reforma militar volvió al imperio poco a poco, pero el primer paso fue de iniciativa local, no por órdenes de Madrid. En 1728, Ignacio Francisco Barrutia, quien había redactado la regulación para La Habana de 1719, impuso las mismas reformas como gobernador de Nueva Vizcaya (en el norte de Nueva España) a las compañías de infantería de los ocho presidios bajo su jurisdicción. Respondía a los hallazgos de Pedro de Rivera, quien había revisado las defensas de la frontera norte de Nueva España entre 1724 y 1728.106 Rivera había identificado problemas con respecto a los presidios de Texas, establecidos a la carrera al avanzar los franceses al río Rojo durante el otoño de 1713 y fundar Natchitoches. Ese puesto de avanzada puso en peligro el este de Texas durante la Guerra de la Cuádruple Alianza, sirviendo de base para amenazar a Los Adaes. Durante la relativa calma que siguió a esta guerra, sin embargo, los presidios de Texas necesitaban ajustes en cuanto al alcance de sus actividades al oeste y en cuanto al costo de mantenerlos.107 La iniciativa de Barrutia aparecería más tarde en forma más general como Reglamento para todos los presidios de las provincias internas... de 1729.108 El modelo establecido para la guarnición de La Habana también se extendió a Cartagena de Indias en 1736.109 En junio de 1730, Patiño envió una copia de la norma de La Habana al gobernador Antonio Salas, con instrucciones para considerar cómo implementar las reformas en ese punto fuerte del Caribe y remitir sus recomendaciones a Madrid para su aprobación. Tras recibir la orden

105

McNeill, Atlantic Empires of France and Spain, 118-19, 154-55.

106

Informe, Ignacio Francisco de Barrutia, Parral, mayo 28, 1728, agi, Guadalajara, leg. 110.

107

La misión de Rivera ha sido tratada en Imaginary Kingdom. Texas as Seen by the Rivera and Rubí Military Expeditions, 1727 and 1767, editado por Jack Jackson (Austin: Texas State Historical Association, 1995). Jackson atribuye la autoría de la regulación al mismo Rivera, p. 60. Véase también José Manuel Serrano Álvarez y Allan J. Kuethe, “La Texas colonial entre Pedro de Rivera y el marqués de Rubí, 1729-1772: aportaciones económicas al sistema presidial”, Colonial Latin American Historical Review 14 (2005): 281-311.

108

Una copia se halla en agi, Guadalajara, leg. 144.

109

Para una vista general, véase Juan Marchena Fernández, La institución militar en Cartagena de Indias, 1700-1810 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1982), 98-101.

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el 23 de agosto, Salas obedeció de inmediato, enviando una propuesta detallada en octubre, recomendando las adaptaciones que juzgaba adecuadas para su jurisdicción.110 Madrid, sin embargo, no promulgaría la codificación formal de esas recomendaciones por otros seis años. La razón para este hiato revela la a veces lenta naturaleza de la burocracia española. Dificultades de comunicación demoraron la implementación inicial de la reforma. El sistema postal era notorio por su lentitud e ineficiencia, y demoras de un año o más en recibir una respuesta de Madrid a las Indias no eran insólitas.111 Para complicar las cosas, la Corte se había trasladado a Sevilla, lo que separaba a Patiño de sus secretarías y de sus archivos administrativos. Más de año y medio después de enviar sus propuestas regulaciones a España, el gobernador Salas se dio cuenta de que la Corte todavía no había recibido su informe. De nuevo, respondió con rapidez, enviando una segunda propuesta en julio de 1732.112 Cuando la mesa de la Secretaría del Despacho de Marina e Indias recibió esta respuesta a finales de 1732 o principios de 1733, los funcionarios del ministerio se pusieron a buscar el documento perdido en vez de preparar un resumen rápido para Patiño.113 El personal del ministerio eventualmente localizó el documento, pero con la confusión de trasladar de vuelta la Corte de Sevilla a Madrid el verano de 1733, el asunto aparentemente cayó en el olvido. Así estaban las cosas cuando el real palacio de Madrid, el Alcázar, se quemó en la Nochebuena del año 1734, perdiéndose así una gran parte de los archivos reales. En ese momento, la reforma militar coincidió con los planes para resucitar el virreinato, algo que dio al asunto mayor urgencia. En septiembre de 1735, asegurándose de que el fuego en palacio había destruido la propuesta del gobernador, Patiño pidió un nuevo informe sobre la guarnición, la milicia y las defensas físicas de Cartagena.114

110

Carta, Antonio Salas, Cartagena, octubre 12, 1730, agi, Santa Fe (sf), leg. 938.

111

Por ejemplo, Salas a Patiño, Cartagena, agosto 16, 1730, y real orden, Sevilla, noviembre 16, 1731, agi, sf, leg. 938.

112

Real orden, Sevilla, noviembre 30, 1731, y Salas a Patiño, Cartagena, julio 28, 1732, agi, sf, leg. 938.

113

“Si se buscare entre sus papeles evacuados, o por evacuar, no hay duda de que se encontrará; y por esta razón, no se remite extracto del duplicado que vino con esta carta, porque no parece ser justo emplear el tiempo en trabajo inútil”. Nota interministerial, s. f., s. l., agi, sf, leg. 938.

114

Real orden, San Ildefonso, septiembre 20, 1735, agi, sf, leg. 938. Irónicamente, la propuesta

119

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Esta vez, Salas envió un informe en duplicado con tanto detalle que era un impresionante documento de más de una pulgada de espesor y nada fácil de perderse o ignorarse.115 La regulación fue promulgada el 13 de noviembre de 1736, diez días después de la inoportuna muerte de Patiño. No es de asombrar que la primera reforma que Carlos III considerara fuera el sistema postal real. Con la nueva regulación enviada a las autoridades virreinales en Nueva Granada, la Corona incluía instrucciones para el gobernador Dionisio Martínez de la Vega de Panamá, ordenándole preparar un informe acerca de la aplicabilidad de las regulaciones de Cartagena en Panamá.116 El gobernador sólo recomendó algunos pequeños cambios y amplió la participación local en su batallón del 20 al 30 %, dada la imposibilidad de atraer un número suficiente de españoles voluntarios en esa región tan escasamente poblada. Promulgada en 1738, la implementación completa de la regulación panameña esperaba el arribo de reclutas de España.117 Patiño entonces revivió el plan de Alberoni de establecer el Virreinato de Nueva Granada para ganar un mayor control de las rutas marinas en el Caribe y restringir el comercio de contrabando. La necesidad de reforzar los controles administrativos en el área era aún más apremiante que en 1717, especialmente después del establecimiento de un sistema de guardacostas más amplio y con planes para fundar la Compañía de Caracas. En abril de 1734, Patiño llamó al marqués de Torreblanca, un prominente oficial naval que había servido en el Pacífico, para discutir medios de reavivar el comercio con Perú. En agosto de ese año, Patiño recibió una propuesta de Bartolomé Tienda de Cuervo, un oficial de la tesorería durante el primer virreinato, para restablecer el Virreinato de Nueva Granada.118 El ministro de Indias respondió convocando una junta especial de ministros, que incluía a Torreblanca, para que le aconsejasen en el asunto.

original y la documentación correspondiente ¡todavía existían en los registros del ministerio! Al parecer, todavía no habían sido trasladados de vuelta a Madrid. 115

Salas a Patiño, Cartagena, abril 9, 1736, agi, sf, leg. 938. Salas llegó al extremo de incluir el nombre de cada hombre alistado en la milicia.

116

Real orden, San Lorenzo, noviembre 30, 1736, agi, sf, leg. 938.

117

agi, Panamá, leg. 355, sf, leg. 938. Como se muestra en el capítulo 4, la participación criolla autorizada también se amplió algo en Cartagena.

118

Antonio Salas a Patiño, Cartagena, julio 28, 1732, agi, sf, leg. 938.

120

José de Patiño y el resurgimiento de la reforma, 1726-1736

Los miembros de la junta no hallaron ninguna razón válida para haber extinguido el virreinato. Como se lee en su informe: [...] en la dicha junta se vieron estos papeles y un voto secreto que dejó don Antonio de la Pedraza y de todos ellos no se sacó material substancial que pudiese hacer fuerza a que fue bien extinguida el citado virreinato [...] de que esta junta infirió fue confusión de los ministros que hicieron la consulta y del mismo don Antonio de la Pedraza, porque parece no fue del caso la queja de un individuo, para dar por el pie a un negocio de tanta gravedad e importancia, y así lo comprendimos y en especial don José Patiño [...].119

Habiendo avanzado más allá de la violenta reacción contra Alberoni, la política en Madrid ahora permitía la creación del virreinato por sus propios méritos. Patiño ahora tenía todas las fuerzas políticas de Madrid respaldando firmemente el restablecimiento del Virreinato de Nueva Granada. Su junta especial y una consulta del Consejo de Indias iban enfocadas a afirmar el control de la costa caribeña de Nueva Granada. Además, las autoridades en Madrid tenían en mente el potencial de riqueza en oro de las minas de Chocó y Antioquia, así como la pesca de perlas en aguas de Riohacha. El avance de los esfuerzos para restringir el contrabando implicaba la subyugación de los indios guajiros de Riohacha y de los cunas de Darién, situado en la zona este del Istmo de Panamá. La independencia de ambos pueblos abría enormes brechas estratégicas a lo largo de la costa, que invitaban la actividad contrabandista extranjera.120 Los funcionarios gubernamentales no habían dicho mucho acerca de reforzar las defensas en la región para protegerla contra incursiones militares extranjeras. La real orden para restablecer el virreinato llegó el 25 de febrero de 1739, justo cuando los españoles y los ingleses trataban de calmar la crisis creciente sobre la captura de barcos en el Caribe. Esa diplomacia fracasaría, sin embargo, y el verdadero establecimiento del virreinato tuvo lugar la víspera de nuevas hostilidades en la Guerra de la Oreja de Jenkins. Al final, el liderazgo militar del virrey Sebastián de Eslava y de Blas de Lezo durante el sitio inglés de Cartagena en 1741

119

Marqués de Torreblanca al secretario del Despacho de Marina e Indias, marqués de Torrenueva, Madrid, diciembre 20, 1737, agi, sf, leg. 385.

120

Expediente, el restablecimiento del Virreinato de Nueva Granada, 1734-1739, agi, sf, leg. 385.

121

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resultaría en grandes dividendos, pero la Corona nunca alcanzó completamente sus objetivos de restringir el contrabando en Nueva Granada. Además, mientras que Chocó sería una importante fuente de oro, el virreinato nunca contribuyó de modo substancial al flujo de metales preciosos a Iberia. En muchos aspectos, de manera consistente, Nueva Granada fracasaría en satisfacer las expectativas de los estratégicos planificadores en Madrid.121 La fundación de la Compañía de Caracas claramente puso fin al histórico monopolio del Consulado de Cádiz en el comercio transatlántico. Operando desde San Sebastián, en la provincia de Guipúzcoa, accionistas vascos —no comerciantes andaluces— dominaban la Compañía de Caracas, y el rey y la reina también le dieron su bendición invirtiendo en la empresa. La Corona autorizó a la compañía a comerciar en forma directa con La Guaria, el puerto satélite para Caracas, y con Puerto Cabello. La Compañía de igual modo aceptó la responsabilidad de patrullar la costa con buques armados para restringir la entrada a intrusos extranjeros, particularmente los holandeses en Curazao, que por muchos años habían dominado el comercio en la región.122 La fundación de la Compañía de Caracas asimismo demostraba la determinación de Madrid de explotar el potencial agrícola de su imperio, utilizando una compañía comercial moderna para implementar su agenda mercantilista. Por añadidura, el establecimiento de la compañía era indicio de flexibilidad al hacerle frente a la debilidad del sistema de convoyes, que simplemente no podía satisfacer las necesidades de productos perecederos, como el cacao producido en el distrito de Caracas.123 De modo predecible, el Consulado de Cádiz reaccionó con sorpresa y consternación ante la noticia de que la Corona podría infringir su monopolio al licenciar una compañía de acciones. Además, Patiño ni siquiera consultó a sus miembros durante las deliberaciones, que culminaron con la Real Cédula del 28

121

Allan J. Kuethe, “The Early Reforms of Charles III in the Viceroyalty of New Granada, 17591776”, Reform and Insurrection in Bourbon New Granada and Perú, editado por John R. Fisher, Allan J. Kuethe y Anthony McFarlane (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1990), 19-23.

122

Monserrat Gárate Ojanguren, La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (San Sebastián: Publicaciones del Grupo Doctor Camino de Historia Donostiarra, Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, 1990), cap. 5; Roland Dennis Hussey, The Caracas Company, 1728-1784 (Cambridge: Harvard University Press, 1934), cap. 2.

123

Consulado a Veróstegui, Cádiz, julio 31 y noviembre 2, 1728, y Veróstegui al Consulado, Madrid, agosto 10, y noviembre 9 y 16, 1728, agi, Consulados, libro 66 y leg. 53.

122

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de septiembre de 1728, que constituía la compañía.124 A través de amistades en la Corte, la noticia llegó al Consulado semanas antes que los planes para fundar la compañía, y no por información impartida al apoderado del gremio, Marcos Antonio de Veróstegui. Dada su función de controlar el monopolio del comercio americano, miembros del Consulado esperaron pacientemente una consulta formal de las autoridades reales en Madrid. El gremio, naturalmente, planeaba protestar de manera vigorosa y obstruir cualquier intrusión en su privilegiada esfera de comercio transatlántico, aun cuando el comercio del cacao de Caracas no había sido una prioridad comercial mayor para el Consulado. La preservación de sus derechos al monopolio era asunto sacrosanto para los miembros del gremio. Patiño tenía otras ideas acerca de las prerrogativas del gremio en el sistema comercial transatlántico. Si bien estaba dispuesto a tratar con indulgencia y hasta mimar al Consulado cuando era conveniente a la Corona, consideraba al gremio como poco más que una simple compañía comercial. Los reformadores ilustrados en la Corte no tolerarían interferencia alguna de partes privadas, como el Consulado, en asuntos relacionados con las entradas reales o la defensa del reino. Consultas y compromisos existían, pero en este caso solo con partes “relevantes” —los comerciantes vascos, cuyos intereses coincidían con las necesidades de la Corona—.125 En estas circunstancias, el Consulado recibió la copia de la Real Cédula cuando esta era ya realidad.126 Años más tarde, la creación de la Compañía de Caracas proveería un precedente que claramente socavaba las reclamaciones monopolistas del Consulado en el comercio con las Indias.127 José Patiño falleció tras una breve enfermedad el 3 de noviembre de 1736 a la edad de setenta años. En conjunto, sus innovaciones en América afectaron todas las cuatro áreas de lo que se estaba constituyendo en la agenda reformista borbónica: reforma comercial, fiscal, administrativa y militar. Para el Consulado, la década de Patiño significó una era dorada de privilegio y arreglos especiales. Aunque el gremio resentía las brechas en su monopolio concedidas en Utrecht

124

Una copia se halla en agi, Caracas, leg. 724.

125

Gárate Ojanguren, La Real Compañía, 19-40.

126

agi, Consulados, leg. 53. La correspondencia de Veróstegui con el Consulado incluye una copia escrita a mano.

127

Patiño pronto siguió el experimento de Caracas con otro para las Filipinas, pero con menos éxito. Real Cédula, Sevilla, marzo 29, 1733, agi, Consulados, leg. 35.

123

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

y a la Compañía de Caracas, no le quedaba más remedio que aplaudir las provisiones que mandaban regresar a las históricas prácticas comerciales, que confirmaban su puesto en el centro de las operaciones. Esa situación pronto cambiaría.

Conclusión: la primera etapa de reforma, 1713-1736 Aunque historiadores han dado poca importancia a las contribuciones de Alberoni y hasta a las de Patiño en las reformas borbónicas en el siglo xviii, sus esfuerzos dieron resultados impresionantes y duraderos. Es cierto que las innovaciones de Alberoni sufrieron en principio tras las humillantes derrotas en la Guerra de la Cuádruple Alianza, y con los conservadores en Madrid haciendo lo posible para deshacer los frutos de sus esfuerzos, excepto la reforma militar en La Habana. Con su ascenso al poder en 1726 después de la caída de Riperdá, Patiño lentamente consolidó el poder en el renovado Ministerio de Marina e Indias, colocando funcionarios públicos más jóvenes y dedicados en puestos claves en España e Indias. Individuos como el marqués de Castelfuerte, a pesar de sus trampas financieras, hicieron serios esfuerzos para reformar el gobierno en Perú, restringir el contrabando francés en el Pacífico y forzar al consulado de Lima a participar en las ferias de Portobelo. De la misma manera, en España, una generación de políticos jóvenes comprometidos con la reforma en el Atlántico español comenzó sus carreras políticas trabajando para Patiño —José del Campillo y Cossío, Zenón de Somodevilla (más tarde marqués de la Ensenada), Sebastián de Eslava y otros—. Estos nuevos políticos desempeñaron importantes papeles en la agenda reformista de Patiño entre 1726 y 1736. Patiño y sus compañeros reformadores también hicieron buen uso de lo aprendido de los errores de Alberoni. Los años del italiano en el poder habían causado una oposición vigorosa en España e Indias, pero la considerable experiencia de Patiño le permitía identificar posibles antagonistas y tratarlos con eficacia. En algunos casos, el ministro simplemente se adelantó a sus posibles adversarios, como en el caso del Consulado de Cádiz en la creación de la Compañía de Caracas. Patiño había dado al gremio amplios poderes para controlar su membresía y excluir a los jenízaros de Cádiz, pero no toleró interferencia alguna en la regulación del comercio del cacao de Caracas. En otras instancias, simplemente hacía compromisos que desarmaban a la oposición. Los tabacaleros en Cuba, por ejemplo, hallaron los términos del nuevo monopolio del tabaco

124

José de Patiño y el resurgimiento de la reforma, 1726-1736

más aceptables en 1727 que los impuestos unos pocos años antes. En otros casos, Patiño duró más que sus adversarios. Para el momento en que comenzó a restablecer el Virreinato de Nueva Granada en 1736, la oposición había desaparecido en su mayor parte. Patiño se las arregló para pasar un impresionante paquete de reformas durante su década en el poder. Algunas tuvieron su origen con Alberoni, pero otras surgieron ad hoc a medida que Patiño les hacía frente a los apremiantes problemas del imperio atlántico español. Para revivir el sistema de comercio transatlántico y asegurar las defensas en las rutas oceánicas, reconstruyó la Armada, devastada después de la derrota en cabo Passaro. También comenzó a promover reformas militares en Cartagena y Panamá. Patiño reconocía la seria amenaza del comercio de contrabando en el Caribe, el Atlántico Sur y el Pacífico, y dio pasos concretos para restringir sus corrosivos efectos en el sistema legal de flotas. Estableció un eficaz cuerpo de guardacostas en el Caribe para acosar a los contrabandistas extranjeros; fundó la Compañía de Caracas para desviar el comercio del cacao a rutas legales; resucitó el monopolio del tabaco, evitando las rebeliones populares que plagaron los primeros esfuerzos de Alberoni; y restableció el Virreinato de Nueva Granada, un proyecto que sólo se haría realidad en 1739, tres años después de su muerte. Si bien guerras dinásticas distrajeron periódicamente a Patiño de sus objetivos principales en la reforma del sistema comercial transatlántico, nunca le llevaron a las devastadoras derrotas que socavaron a su primer protector, el cardenal Alberoni. Es más, su liderazgo firme y constante y su dominio de la política burocrática de Madrid evitaron muchas de las tumultuosas luchas que habían acompañado a las innovaciones de Alberoni una década antes. Por último, sólo sus esfuerzos para limitar el contrabando provocarían un conflicto en las Américas, con la Guerra de la Oreja de Jenkins en 1739, pero ese conflicto no estallaría hasta después de su fallecimiento. Una significativa medida de la importancia y el impacto de las primeras manifestaciones de las reformas borbónicas es el aumento en los niveles de entradas provenientes de las Indias en la Depositaría de Indias, la tesorería de la Casa de la Contratación. La Casa regulaba el comercio transatlántico en el Atlántico español, pero la Depositaría estaba bajo la jurisdicción del ministro de Marina e Indias después de 1721, puesto ocupado por José de Patiño de 1726 hasta su muerte diez años después. La Contaduría del Consejo de Indias tenía

125

0

Pesos de ocho 20000000 40000000

60000000

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

1720

1725

1730

1735

Año

Figura 3.5. Movimiento promedio durante tres años de las remesas de las Indias a España, entrando en la Depositaría de Indias

la responsabilidad de auditar las cuentas de la Depositaría.128 Como resultado, las cuentas de la Depositaría proveen el mejor índice del flujo de entradas de las tesorerías americanas a España al principio del período de la primera reforma borbónica. La figura 3.5, que muestra el movimiento promedio durante tres años de las remesas de las Indias a España, entrando en la Depositaría de Indias, indica que los niveles de ingreso permanecieron bajos después de la Guerra de Sucesión, variando de 224 346 reales de vellón en 1727 a la alta suma de 10 682 864 reales de vellón en 1734. Después de 1727, sin embargo, las entradas de las tesorerías americanas crecieron de manera constante durante los años de Patiño, llegando anualmente a alcanzar sumas de 40 millones a más de 60 millones de reales de vellón.129 Este aumento constante representaba un porcentaje promedio anual de 4,8 millones, lo que demuestra una recuperación de los desastrosos totales de finales del siglo xvii y principios del xviii en las tesorerías americanas. Dados los niveles incrementales de las remesas de las tesorerías mexicanas (véase la

128

Este análisis se basa en un trabajo pionero de Jacques A. Barbier, “Towards a New Chronology for Bourbon Colonialism: The ‘Depositaría de Indias’ of Cádiz, 1722-1789”, Ibero-Amerikanisches Archiv 6:4 (1980): 335-39.

129

Ibid., 352-53.

126

José de Patiño y el resurgimiento de la reforma, 1726-1736

figura 3.4), ello también demuestra la creciente importancia de Nueva España como fuente de ingresos para la Corona, manteniendo altos niveles de remisiones para reforzar las defensas del Caribe y para España (véase figura 3.3). En resumen, las reformas de Alberoni y de Patiño puede que no hayan causado cambios revolucionarios en el imperio, pero sí tuvieron un impacto notable en las remesas de las Indias a España, a pesar de los frecuentes problemas para restablecer el sistema de flotas transatlántico en los primeros años del siglo xviii. Estas primeras iniciativas reformistas asimismo revirtieron el largo declive de las ganancias públicas recolectadas en América y remitidas a España. Al final, las primeras reformas borbónicas sentaron las bases para las reformas administrativas, comerciales, militares y fiscales de mediados de siglo y, en última instancia, para las reformas que más tarde vendrían bajo Carlos III y Carlos IV.

127

Parte 2 La segunda ola de reforma, 1736-1763

4 Guerra y reforma, 1736-1749

Tras la década de Patiño en el poder, el comienzo de la guerra con Gran Bretaña y una nueva actitud hacia la reforma imperial en Madrid abrieron la puerta para cambios fundamentales en el imperio atlántico español. La acostumbrada armonía entre la administración real y el Consulado de Cádiz desapareció de manera abrupta, lo que llevó a iniciativas reformistas que redujeron la posición privilegiada de dicha elite andaluza. La mayor parte de este tumultuoso período halló a España sumida en la Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748), una lucha peligrosa en el teatro americano, donde las armas españolas competían exitosamente con las agresivas y poderosas fuerzas de un enemigo británico expansionista. Esta primera guerra era exclusivamente sobre asuntos coloniales, pero que más tarde se combinaron con conflictos dinásticos en Europa, produciendo la Guerra de Sucesión austriaca (1740-1748). Las presiones impuestas al comercio transatlántico durante este conflicto internacional llevaron al gobierno de Madrid a abandonar por un tiempo el tradicional sistema de Flotas y Galeones en favor del uso de barcos de registro, una transformación llena de profundas implicaciones para el futuro. Fuertes líderes ministeriales avanzaron estos importantes cambios, en particular con la emergencia de José del Campillo y Cossío, quien abogó por una amplia gama de reformas, siendo la más notable el comercio libre dentro del imperio. Las ideas de Campillo acerca de la reforma imperial marcaron un profundo cambio de las normas más estrechamente pragmáticas de Alberoni y Patiño, quienes enfatizaban en obtener el control de las ciudades portuarias españolas, atacar el contrabando extranjero en el Caribe, el Atlántico Sur y el

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Pacífico, y restablecer un sistema sólido de convoy en el comercio transatlántico. Después de la muerte prematura de Campillo, el poder pasó a Cenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, uno de los líderes más impresionantes y exitosos del siglo borbón. Durante esta segunda era de reforma, sin embargo, Ensenada avanzaría mucho más allá del pragmatismo de Alberoni y Patiño, poniendo fin a la venta de nombramientos burocráticos, modernizando las finanzas del Estado, liberalizando el comercio con América del Sur y restringiendo el poder de la Iglesia. La muerte de Felipe V en 1746 y la sucesión de su hijo, Fernando VI, también alejó a Isabel Farnesio de la Corte, y la agenda atlántica pronto reemplazó sus limitadas miras de prioridades dinásticas italianas, que tan a menudo habían causado conflictos en el pasado. Ya terminada la guerra en 1748, una nueva era de reforma y renovación produjo cambios profundos en el mundo español atlántico, sentando las bases para otros muchos. Las transformaciones fundamentales que surgían dentro del imperio produjeron amargos conflictos políticos entre los reformadores y los intereses tradicionales de grupos en contra de cualquier innovación. Los Consulados de Cádiz, Lima y Ciudad de México se opusieron al uso continuo de barcos de registro individuales cuando se extendió al período después de la guerra. Del mismo modo, el descontento con los bajos precios y las cuotas comerciales impuestas por la Compañía de Caracas, junto con el fin de las importaciones de esclavos de la South Sea Company durante la guerra y después, amenazó terminar el auge del cacao en la gobernación de Venezuela, lo que llevó a una rebelión armada. Tropas de la Corona provenientes de Santo Domingo y más tarde de España sofocaron a los rebeldes y castigaron a los líderes del movimiento, pero las reformas implementadas una década antes por Patiño habían sido responsables de este serio reto al gobierno borbónico en Venezuela.

El ascenso de José de Campillo y Cossío La muerte de José Patiño dejó vacantes cuatro secretarías, resultando en un difícil período de transición en la administración real.1 Sebastián de la Cuadra, oriundo de Vizcaya y discípulo de Patiño, se estableció como el ministro principal en la nueva administración. De la Cuadra había servido de oficial mayor 1

Antonio de Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional de Felipe V (Valladolid: Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, Escuela de Historia Moderna del C. S. de I. C., 1954), 4, 15.

132

Guerra y reforma, 1736-1749

en la Secretaría de Estado, donde adquirió una vasta experiencia, y obtuvo ese ministerio el 6 de noviembre, tres días después del fallecimiento de Patiño.2 De la Cuadra disfrutaba de la confianza de los monarcas y era el único funcionario al que se le permitía despachar con ellos de manera regular. Es más, se convirtió en el secretario personal (mayordomo mayor) de Isabel, cargo que había permanecido vacante desde la muerte de Orendain en 1734. También supervisaba la Secretaría de Guerra, mientras esperaba el nombramiento permanente a ella. Mientras tanto, De la Cuadra puso su administración diaria en manos de Casimiro de Ustáriz, un arreglo que duraría hasta 1741.3 José Rodrigo permaneció en Justicia.4 El mayor rival de De la Cuadra era el duque de Montemar, quien esperaba recibir el Ministerio de Guerra. A la muerte de Patiño, el general servía como comandante de las fuerzas españolas en el norte de Italia. Claramente, era un oficial del ejército preeminente de su época, sus logros duraderos incluían el establecimiento del sistema de milicias en las provincias de Castilla en 1734. Era, sin embargo, incapaz de llegar a un acuerdo con los monarcas en cuanto a su posible servicio como ministro. El general quería tener acceso directo al trono, pero no había sido capaz de romper los lazos que De la Cuadra tenía con el rey y la reina. Eventualmente abandonó la Corte sin conseguir el tan ansiado ministerio.5 Sin su liderazgo, el gabinete real no tenía el prestigio y el poder que había disfrutado bajo Patiño.

2

De la Cuadra entró en Estado bajo Grimaldo en 1705. Teresa Nava Rodríguez, “Problemas y perspectivas de una historia social de la administración: los secretarios del Despacho en la España del siglo xviii”, Mélanges de la casa de Velázquez 30 (1944): 161.

3

El embajador francés conde de Vaulgreanant al ministro de Estado Chauvelin, San Lorenzo, noviembre 12, 1736, y Madrid, enero 7, 1737, y al ministro de Estado Amelot, Madrid, abril 1, 1737, aae:cpe, vol. 437, fols. 282-87 y vol. 444, fols. 7-9, 49-50.

4

José Antonio Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España (Madrid: Editora Nacional, 1979), vol. 1, 58, 101.

5

Vaulgrenant a Chauvelin, San Lorenzo, noviembre 12, 1736, y a Amelot, Aranjuez, abril 1, 1737, mayo 13, 22, y june 10, 17, 1737, y Valsaín, julio 29, agosto 19, 26, y septiembre 9, 23, 1737. aae:cpe, vol. 437, fols. 282-87 y vol. 444, fols. 49-50, 74-76, 79, 97-99, 111-13, 137, 152-53, 156, 161-64 y 171-72; Johann Hellwege, Die spanischen Provinzialmilizen im 18. Jahrhundert (Boppard am Rhein: H. Boldt, 1969), caps. 1-2; Anthony H. Hull, Charles III and the Revival of Spain (Washington: University Press of America, 1981), 28-33; Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 85-87.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Los historiadores en general han visto a De la Cuadra como un hombre trabajador, muy preocupado por el proceso administrativo y su rutina, pero débil, indeciso y totalmente sumiso a la reina.6 Esta impresión puede que se deba a la opinión del embajador inglés Benjamin Keene, quien lo consideraba “tan aburrido y terco como bien lo puedo concebir”.7 Por otra parte, el conde de Vaulgrenant, el embajador francés, observaba que “día a día, desde que se hizo primer ministro, se descubren en él cualidades y talentos desconocidos hasta que se convirtió en jefe administrativo”.8 Si bien De la Cuadra no era un Patiño o tan siquiera un Montemar, era claramente un ministro de peso. Su obediencia a la reina simplemente demostraba su buen sentido. También así su prudente inclinación a trabajar de manera colectiva, en vez de intentar acumular el poder personal que había tenido Patiño.9 Después de todo, De la Cuadra sobrevivió en su difícil puesto diez años, lo que demuestra una impresionante durabilidad en un difícil período. En 1739, Felipe le concedió el título de marqués de Villarías, y en 1741 añadió la cartera de Gracia y Justicia a sus tareas.10 El marqués de Torrenueva, secretario del Despacho de Hacienda, ocupaba el segundo lugar en la nueva jerarquía y era igualmente un hombre hábil. Tenía bajo su cuidado Marina e Indias también de manera provisional, permaneciendo en esa secretaría hasta 1739, cuando cambió sus funciones ministeriales por una posición menos exigente y con el mismo sueldo, como ministro de capa y espada en el Consejo de Indias.11 Sin embargo, y mientras se mantuvo en Marina e Indias, Torrenueva inició reformas más tarde avanzadas por sus sucesores, 6

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 99; Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 26.

7

Keene predijo que “El mérito de De la Cuadra dependerá completamente de su resignación a obedecer las órdenes de Sus Majestades, sin inclinarles hacia ningún partido, ni asumiendo la responsabilidad por el más pequeño incidente imaginable. Su temor de decir más que lo debido le impedirá decir todo lo que debe […]. Pasa por hombre honesto […]. Será lento en sus acciones, y demandará información e informes sobre cualquier trivial asunto comercial, de la misma manera que el marqués de La Paz, y en la forma en que se hacía constantemente aquí hasta que Patiño rompió con esos tediosos trámites”, en William Coxe, Memoirs of the Kings of Spain of the House of Bourbon, from the Accession of Philip V to the Death of Charles III, 1700... to... 1788, 2nd ed., vol. 3 (Londres: Longman, Hurst, Rees, Orme y Brown, 1815), 293-94.

8

Vaulgrenant a Chauvelin, Madrid, enero 7, 1737, aae:cpe, vol. 444, fols. 7-9.

9

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 26, nota la preferencia de De la Cuadra para actuar con las juntas y consejos.

10

Nava, “Problemas y perspectivas”, 161.

11

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 99-103.

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Guerra y reforma, 1736-1749

José de la Quintana y José del Campillo y Cossío. El conde de Montijo fue nombrado presidente del Consejo de Indias en junio de 1737, poniendo fin al período de negligencia que Patiño había dejado desarrollar. Montijo, antes embajador de Madrid a Londres, fue requerido para aceptar el nombramiento que vino acompañado de renovado prestigio y un sueldo de tres mil pesos.12 Con origen medio italiano, pasó a formar parte del círculo íntimo de su majestad la reina, sirviendo como su primer caballerizo mayor.13 Torrenueva fue sustituido en sus puestos por Juan Bautista de Iturralde en Hacienda y por Quintana en Marina e Indias el 7 de marzo de 1739. Quintana, otro vizcaíno, vino del Consejo de Indias.14 Al igual que Torrenueva, Quintana era un personaje relativamente oscuro en la historia administrativa española, pero también él tendría un papel significativo en sentar las bases para las reformas comerciales que su sucesor más famoso, Campillo, comenzaría a impulsar.15 José del Campillo y Cossío, nacido en Asturias de orígenes hidalgos modestos, era ya un funcionario con experiencia y un respetado intelectual cuando recibió el Ministerio de Hacienda en 1741 y más tarde Guerra y Marina e Indias. La Ilustración se hizo evidente primero en los cargos administrativos más altos en la persona de Campillo, un ministro conocido por su bien informada y liberalizadora búsqueda de alternativas modernizantes. Campillo escribió una serie de importantes tratados reformistas, pero su más famoso trabajo sobre asuntos coloniales fue el Nuevo sistema de gobierno económico para la América, que apareció en 1743.16 El Nuevo sistema era un documento de táctica política, 12

Vaulgrenant a Amelot, Aranjuez, junio 17, 1737, aae:cpe, vol. 444, fols. 111-13. La revitalización del Consejo de Indias reflejaba la preferencia de De la Cuadra de trabajar colectivamente.

13

Mark A. Burkholder, A Biographical Dictionary of Councilors of the Indies, 1717-1808 (Westport: Greenwood Press, 1986), 99-100.

14

Embajador extraordinario Comte de la Marck a Versalles, Madrid, marzo 9, 1739, aae:cpe, vol. 452, fols. 189-91.

15

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 26, lo describe como “hombre gris y de larga preparación, conocedor a fondo de los problemas americanos y de comercio, terminará erigiéndose, con sus dictámenes, en verdadero ministro de asuntos extranjeros. Él será el auténtico continuador de Patiño hasta enlazar con Campillo y Ensenada”.

16

José del Campillo y Cossío, Nuevo sistema económico para América, editado por Manuel Ballesteros Gaibrois (Oviedo: Grupo Editorial Asturiano, 1993), passim [primera edición: Nuevo sistema de gobierno económico para la América: con los males y daños que le causa el que hoy tiene, de los que participa copiosamente España; y remedios universales para que la primera tenga considerables ventajas, y la segunda mayores intereses. Madrid: Imprenta de Benito Cano, 1789].

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casi seguramente trazado por una pluma anónima para el ambicioso ministro. No obstante, era indudable que reflejaba las ideas de Campillo y las de un creciente número de regalistas en Madrid, hombres de razón que acogían la autoridad real como el medio de alcanzar el progreso.17 Abordando una amplia gama de temas y avanzando una agenda de gran alcance y ambiciosa, el documento muestra el pensamiento reformista del momento. Su núcleo era una modernizada visión mercantilista de cómo las colonias podrían alcanzar niveles más altos de productividad y cómo España podría utilizar esta prosperidad para enriquecerse. El Nuevo sistema afirmaba confiadamente que España podría mejorar los beneficios que devengaba del imperio americano por medio de la liberalización de sus estructuras económicas, empezando por el comercio marítimo. El monopolio de Cádiz debería ser roto, con navíos autorizados a zarpar de cualquier puerto español, promoviendo, en esencia, el comercio libre dentro del imperio. Mientras que los que regresaban al Mediterráneo deberían pasar por Cádiz, donde se impondrían los derechos de aduana, los que procedían del norte podrían regresar por La Coruña o por Santander. Es más, abogaba por la abolición del impuesto de exportación por peso y volumen (la tonelada y el palmeo) y la disminución de tasas sobre productos enviados a Indias.18 Tales innovaciones eran impensables en la época de Patiño, pero para entonces Madrid habría renunciado el asiento y los tratados correspondientes que había negociado después de la Guerra de Sucesión. Citando los éxitos de los ingleses y de los franceses, el Nuevo sistema promovía la producción de productos agrícolas en las Indias tales como tabaco, azúcar, cacao, café, índigo, lino, algodón y cáñamo, así como otras plantas exóticas.19 También hacía énfasis en la posición central de la minería en vista de las aspiraciones mercantilistas de España, y abogaba bajar los impuestos de los metales preciosos y por una modernización de los métodos mineros adoptando técnicas sajonas y suecas.20 Campillo proponía organizar ferias comerciales regionales en las Indias para estimular el comercio y para disminuir la venta de mercancía de contrabando. Asimismo, abogaba por la formación de compañías comerciales 17

Sobre la cuestión de autoría, véase Luis Navarro García, “Campillo y el Nuevo sistema: una atribución dudosa”, Temas Americanistas 2 (1983): 22-29.

18

Campillo y Cossío, Nuevo sistema económico, 203-16.

19

Ibid., 171-80.

20

Ibid., 191-202.

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Guerra y reforma, 1736-1749

en España y en Indias para promover el comercio y el desarrollo económico. Es más, un sistema de correos moderno funcionando desde La Coruña o Cádiz, reforzaría la administración colonial y proveería información sobre el mercado a los comerciantes españoles. Los funcionarios en Indias también enviarían a la península datos actuales acerca de las actividades económicas, que serían publicados de manera regular en una gaceta nacional.21 Campillo, quien había pasado cuatro años en América, concebía vastas reformas para acompañar la revitalización del sistema mercantilista.22 Una serie de visitas de alta potencia sentaría las bases para una regeneración administrativa, incluyendo la transferencia del sistema de intendentes a las colonias. Esta modernización administrativa pondría fin a la cultura política de corrupción en Las Indias.23 La más asombrosa norma del Nuevo sistema hacía énfasis en la necesidad de convertir una población amerindia poco productiva en algo semejante a los campesinos de la península, educándoles, enseñándoles castellano y haciéndoles vestir a la usanza española. Campillo, además, pedía una distribución de tierra a los amerindios. Esta nueva población amerindia hispanizada estaría compuesta de productores y consumidores en el Nuevo Mundo, en vez de ser una casta inerte, empobrecida y oprimida.24 En tanto que no ofreciera competencia a los objetivos españoles de exportación, la administración colonial debería también promover la industria y permitir el comercio entre las colonias.25 Campillo creía que los reales monopolios de tabaco y aguardiente en las colonias producirían rentas lucrativas. Asimismo, favorecía la inmigración extranjera proveniente de regiones europeas católicas para poblar las Indias y promover el desarrollo económico.26 Por último, el Nuevo sistema ofrecía a la Corona un amplio plan reformista, diseñado para formar un sistema imperial fuerte, unificado, próspero y en su mayor parte libre de penetración económica extranjera.

21

Ibid., 253-66.

22

Este servicio ocurrió en Cuba y en México. Iván Escamilla González, Los intereses malentendidos: el Consulado de Comerciantes de México y la monarquía española, 1700-1739 (Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2011), 171-75.

23

Campillo y Cossío, Nuevo sistema económico, 79-88.

24

Ibid., 171-80.

25

Para un resumen sucinto de Campillo y su pensamiento, véase José Martínez Cardos, “Don José del Campillo y Cossío”, Revista de Indias 119-22 (1970): 501-42.

26

Campillo y Cossío, Nuevo sistema económico, 283-92.

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La aparición de este tratado en el ministerio de la Secretaría del Despacho de Marina e Indias ponía inequívocamente la cuestión de la desregulación comercial ante la Corona. Campillo anticipaba una profunda oposición a la liberalización del comercio por parte de grupos de interés y de otros conservadores en contra de innovación alguna. Tenía razón.27 La Corona, una vez libre de las imposiciones de los Tratados de Utrecht, se enfrentó a una feroz oposición interna a la liberalización comercial. El asunto de reforma comercial permaneció candente, pero no sería resuelto por Campillo, quien sufrió un ataque mortal en abril, cuando la tinta todavía no se había secado en el innovador tratado.

El Consulado de Cádiz y el camino a la guerra Las tensiones entre España y Gran Bretaña hacían deseable la reforma comercial en el Atlántico español. Patiño supervisó el traslado a Cádiz de la Casa de la Contratación y de la oficina central del Consulado, así como el establecimiento de la Compañía de Caracas. Los cambios ocurridos en los años después de Patiño afectaron el corazón del sistema, implicando el papel desempeñado por el gremio mercantil mismo. Una impaciente Corona acortaría las riendas del Consulado, limitando su autonomía y poder tradicionales, y rompiendo así el control que las elites sevillanas tenían sobre el comercio colonial. Estos cambios comenzaron en 1737 bajo el marqués de Torrenueva, continuaron bajo José de Quintana y el breve pero brillante ministerio de José del Campillo y Cossío, y concluyeron con los avances impuestos por el marqués de la Ensenada (17431754).28 La Guerra de la Oreja de Jenkins apresuró los primeros pasos de una larga lucha para restringir el poder, los privilegios y los arreglos especiales que el Consulado de Cargadores a Indias había disfrutado desde el siglo xvi. La posición privilegiada del Consulado fue objeto de escrutinio por primera vez cuando Torrenueva solicitó una donación del 15 % de la especie, productos y mercancías que llegaron con la Flota, y de los azogues que regresaron de Nueva España bajo el mando de Manuel López Pintado en 1738. Este porcentaje incluía las acostumbradas cuotas impuestas a la plata, incluyendo la tasa del 5 %

27

“No dudo que algunos, o sea por sus fines particulares, o sea por no comprehender bien el material, desaprobarán esta plena libertad que concede al comercio entre España, e Indias el nuevo sistema”, Ibid., 166.

28

Es significativo que Quintana, Campillo y Ensenada habían todos surgido bajo la protección de Patiño. Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 15.

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definida por el Proyecto de 1720, del 4 % para los guardacostas, y del 1,5 % para el flete en los reales navíos de guerra, dejando un aumento, o “donación”, del 6 % para la mayoría de la carga, una cantidad relativamente modesta. La feria de Jalapa había sido extraordinariamente productiva, debido a la ausencia del navío de permiso inglés, y López Pintado transportó a Cádiz 17 millones de pesos registrados. Torrenueva esperaba los fondos donados para aliviar la apremiada Tesorería Real, bajo la amenaza de una guerra contra Gran Bretaña.29 El Consulado rehusó acceder a las demandas de Torrenueva. Tiempo antes, ese mismo año, la Corona había devaluado el real de cobre usado en la península el 6,25 % contra el peso de plata (de 16:1 a 20:1). Al insistir en un donativo del 6 %, la Corona intentaba obtener para sí la ganancia que el Consulado hubiera obtenido con el aumento en el valor de la plata. Desvalorizaciones similares del cobre habían tenido lugar en 1726 y 1728 sin repercusiones, resultando en donativos adecuados por parte del gremio.30 La situación en 1737 era diferente, sin embargo, porque la Corona había convertido las cuentas de la Depositaría de Indias al cobre devaluado.31 Protestando con alarma, el Consulado aducía que la desvalorización lo afectaba económicamente, debido a los más altos impuestos que tenía que pagar y porque sus contratos estaban basados en la antigua valorización.32 La contraoferta del gremio a Torrenueva fue la insignificante cantidad de 250 000 pesos. Regateo de esta clase sobre los “donativos” no era raro, pero las cuentas reales languidecían en condiciones precarias aun antes la guerra con Inglaterra. El programa de Patiño para construir navíos había sido increíblemente costoso, absorbiendo todo lo que él podía exprimir de la tesorería. Además, el equipar 29

Allan J. Kuethe y Lowell Blaisdell, “French Influence and the Origins of the Bourbon Colonial Reorganization”, Hispanic American Historical Review (hahr) 71:3 (1991): 585-86.

30

Torrenueva a Villarías, Madrid, octubre 1737 en consulta, junta de ministros, Archivo General de Indias (agi), Indiferente General (ig), 2300: servicios, Consulado de Cádiz, 1555-1805, agi, Consulados, leg. 15.

31

Jacques A. Barbier, “Towards a New Chronology for Bourbon Colonialism: The ‘Depositaría de Indias’ of Cádiz, 1722-1789”, Ibero-Amerikanisches Archiv 6:4 (1980): 339-40. Para la revalorización de 1728, véase Geoffrey J. Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 1700-1789 (Bloominton: The Macmillan Press, 1979), 160.

32

En 1686, la valorización asignada al peso de plata americano, plata antigua, había sido 128 cuartos, un cuarto siendo equivalente a cuatro maravedíes de cobre. En 1726, el peso fue revalorizado a 152 cuartos, en 1728 a 160, y el 16 de mayo de 1737 a 170. Barbier, “Towards a New Chronology”, 339-40.

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la Armada para la guerra significaba costos adicionales, ya que el mantener navíos en alta mar costaba cuatro veces lo que valía mantenerlos en puerto.33 Por añadidura, solo cuatro años antes, Rodrigo de Torres había perdido la Flota del tesoro, con una carga de por lo menos 12,5 millones de pesos, durante un huracán en el estrecho de Florida.34 Como si fuera poco, los reales palacios se habían convertido en una exigente carga monetaria. El mantenimiento y las reformas de los palacios de Buen Retiro en Madrid, San Lorenzo del Escorial y La Granja de San Ildefonso absorbían grandes sumas, y en 1727, Felipe comenzó a construir una nueva residencia para la primavera en Aranjuez, al lado del río Tajo, al sur de Madrid. Para colmo de males, un trágico incendio destruyó el Alcázar el día de Nochebuena de 1734.35 La limpieza de las ruinas resultó una onerosa carga y su reemplazo con el masivo y suntuoso Palacio de Oriente añadió enormes gastos.36 En conjunto, las reales residencias consumían entre el 11 y el 12 % de la entrada real anual.37 El verdadero y real peligro de guerra con Inglaterra complicaba esta difícil situación financiera, y así Torrenueva respondió al Consulado con severidad insólita. Cuando el regateo con el gremio falló, alegó fraude masivo y nombró una junta de cuatro ministros y tres teólogos para reunirse con él en su residencia, con el objeto de evaluar la conducta del Consulado y recomendar sanciones 33

John Robert McNeill, Atlantic Empires of France and Spain. Louisbourg and Havana, 1700-1763 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1985), 73.

34

John D. Harbron, Trafalgar and the Spanish Navy (Londres: Conway Maritime Press, 1988), 65-67.

35

Trágicamente, el fuego destruyó volúmenes de documentación perteneciente a las primeras décadas del reino de Felipe.

36

Como la real orden del 8 de septiembre de 1737 explica: “la magnificencia que debe tener para la indispensable comodidad, y digna habitación de un Monarca como el nuestro, deja comprender las gruesas sumas que requiere, y que se solicitan afrontar a todo costa para fomentar la conclusión, y evitar a los reyes, y a toda la real familia [sufrir] la lastimosa precisión de que por falta de casa propia en su corte hayan de residir en las [los palacios] del campo, padeciendo las molestias que ocasiona su estrechez, y los vasallos la nota (aunque desmerecida) de otras naciones por verle sin el sosiego, y ornamento que da a la grandeza, y a la soberanía, la suntuosidad de un palacio real proporcionado”. Madrid, agi, ig, leg. 2300. Citado en Allan J. Kuethe, “El fin del monopolio: los Borbones y el Consulado andaluz”, en Relaciones de poder y comercio colonial: nuevas perspectivas, editado por Enriqueta Vila Vilar y Allan J. Kuethe (Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1999), 43.

37

Henry Kamen, Philip V of Spain. The King who Reigned Twice (New Haven: Yale University Press, 2001), 243.

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adecuadas.38 La junta halló que el Consulado había defraudado a la Corona en cerca de 4 millones de pesos en mercancía y especie sin registrar. La sentencia, no negociable, impuesta al gremio (a cambio del indulto) era el 20 % de la especie, incluyendo tasas pendientes, pero excluyendo productos y mercancías.39 La real conciencia se aplacó con el conocimiento de que la gran mayoría de la plata y el oro pertenecían a mercaderes extranjeros de cualquier manera.40 Con la guerra cerca y el asiento a punto de ser renunciado en 1739, la Corona vio la oportunidad para romper el control monopolístico de la elite sevillana. El sucesor de Torrenueva, José de Quintana, dio órdenes de medir los navíos anclados en Cádiz, haciendo evidente que los comerciantes del Consulado acostumbraban reportarlos de menores dimensiones. Dado que los impuestos se tasaban por volumen, cargas escondidas podían pasar desapercibidas, permitiéndoles a los miembros del gremio evadir tasas reales.41 De seguido, Quintana comenzó una investigación de las cuentas del Consulado, que expuso un fraude crónico y descuidadas prácticas administrativas. Una revisión de las cuentas desde 1729 las halló en un estado tan deplorable, que era imposible reconstruirlas. Una cédula del 13 de noviembre de 1741 del despacho de Campillo y Cossío, quien había reemplazado a Quintana para entonces, demandó una estricta regulación de los sueldos y cuentas del gremio. También requería normas estrictas de auditoría a cargo del contador de la Casa de la Contratación, bajo la supervisión del Consejo de Indias. Finalmente, en septiembre de 1742, Campillo ordenó que todos los navíos que llevaban carga a América, los de la Armada inclusive, fuesen arqueados.42 Estas normas reemplazaron el abandono benigno que había caracterizado la década de Patiño, estableciendo un nuevo nivel de real control sobre el abochornado y cada vez más desacreditado gremio.43 38

Los ministros eran Andrés González de Barcia, José Ventura Guell, Antonio Álvarez de Abreu y Pedro de Ontalba y Arce, y los teólogos, Pedro de Ocaña, Agustín Sánchez y Martín Sarmiento. Dictamen. Junta de ministros, Madrid, octubre 25, 1737, agi, ig, leg. 2300.

39

Expediente, indulto, Consulado de Cádiz, 1737, agi, ig, leg. 2300.

40

Resolución, Junta de ministros, Madrid, octubre 25, 1737, agi, ig, leg. 2300.

41

Antonio García-Baquero González, Cádiz y el Atlántico, 1717-1778. El comercio colonial español bajo el monopolio gaditano (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1976), vol. 1, 217-19.

42

Real orden, San Ildefonso, septiembre 19, 1742, ags, Marina, leg. 767.

43

Quintana a Villarías, Buen Retiro, junio 26, 1741, y septiembre 12, 1741, y Real Cédula, noviembre 13, 1741, agi, ig, leg. 2303. Véase también Kuethe, “Los Borbones y el consulado”, 43-48.

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A pesar de las altas multas al Consulado, el rey Felipe suspendió los pagos de deudas a la Corona en 1739, justo cuando la guerra parecía inevitable.44 Después de enormes dificultades para conseguir los fondos necesarios, dos navíos de guerra llevando al virrey Sebastián de Eslava y a seiscientos soldados de infantería —para formar el Batallón Fijo de Panamá y reforzar Cartagena— zarparon de El Ferrol hacia Nueva Granada a mediados de octubre. No llegaron a tiempo para salvar Portobelo, que cayó tras un ataque británico sorpresivo en noviembre.45 Al final, el Consulado prestó a la Corona 1,4 millones de pesos entre 1740 y 1741 para sufragar gastos de emergencia de guerra. La recientemente formada Compañía de Caracas adelantó más de 6 millones de reales de cobre (300 000 pesos) para la flota en El Ferrol, y suministró cuatro navíos para transportar al Caribe mil refuerzos de los Regimientos de Portugal y Almanza.46 El prestigio del Consulado disminuyó y el de la Compañía de Caracas aumentó. En efecto, la agradecida Corona elevó los derechos de la Real Compañía Guipuzcoana a los de un monopolio en 1741, y los amplió para incluir Maracaibo.47 Pasando por alto las angustiadas protestas de Cádiz, también estableció la Real Compañía de La Habana el 18 de diciembre de 1740, con la mitad de las acciones en manos cubanas.48 Campillo y Cossío infligió otro serio golpe a los derechos monopolísticos del Consulado, al abrir la membresía del gremio andaluz a personas meritorias de afuera, deshaciendo el arreglo especial que había asegurado con Patiño. La cédula del 20 de abril de 1742 trató de remediar el error previo de haber accedido a “separar de la inspección de este negocio a mi Consejo de Indias y Tribunal de la Casa de la Contratación, reservando sólo a mi real decisión las dudas y recursos

44

Pablo Fernández Abaladejo, “El decreto de suspensión de pagos de 1739: análisis e implicaciones”, Moneda y crédito 142 (1977): 51-85.

45

Quintana a Villarías, Buen Retiro, julio 11, 1739; Eslava a Quintana, El Ferrol, octubre 4, 1739, y a bordo del buque de guerra Galicia, octubre 18, 1739, agi, Panamá, leg. 355 y Santa Fe (sf), leg. 572.

46

Expedientes, préstamos de la Compañía de Caracas de seis millones de reales, 1740-1741, y de cinco navíos, 1741-1743, agi, sf, leg. 939.

47

Monserrat Gárate Ojanguren, La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (San Sebastián: Publicaciones del Grupo Doctor Camino de Historia Donostiarra, Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, 1990), cap. 2.

48

Real Cédula, Buen Retiro, diciembre 18, 1740, agi, Ultramar, leg. 882; Leví Marrero, Cuba: economía y sociedad, vol. 7 (San Juan: Editorial San Juan, 1978), 110-17.

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que se intentasen […] sin que a unos ni a otros se explicase por el Consulado el motivo que en cualquier forma hubiese para su exclusión”.49 Esta reforma, en esencia, rompió el control que el marqués de Thous y la elite sevillana habían tenido sobre el gremio desde por lo menos el año 1729. La apertura de la membresía del Consulado permitía a los descendientes de mercaderes extranjeros residiendo en Cádiz, los jenízaros, participar de nuevo activamente en el comercio transatlántico. Aunque los jenízaros nunca contaron con más del 25 % del comercio conducido en las Flotas a Nueva España, los Galeones a Portobelo, o más tarde los barcos de registro, su participación aumentó significativamente después del edicto de 1742. Durante los años en que Patiño le dio al Consulado el control de su membresía, los jenízaros eran responsables de entre el 9 y el 2,75 % de la mercancía transportada por las flotas, pero ese número aumentó más del 20 % para el año 1765.50 La mayoría de la mercancía suministrada por los jenízaros para el Nuevo Mundo consistía de productos manufacturados, en su mayoría tela de origen extranjero.51 Como resultado, servían de intermediarios para intereses extranjeros, casi al igual que los mercaderes españoles del Consulado. Los jenízaros nunca constituyeron un grupo mayoritario en el gremio, sin embargo, este permanecía dominado por comerciantes gaditanos nacidos en España. El sucesor de Campillo y Cossío fue Zenón de Somodevilla, el marqués de la Ensenada. Nacido en Logroño, de descendencia pobre, pero de hidalguía honorable, había ascendido rápidamente en el estamento militar y más tarde en el Ministerio de Marina.52 Somodevilla había servido en la expedición de Montemar a Orán, donde conoció y entabló amistad con tres jóvenes oficiales que más tarde avanzarían sus objetivos reformistas cuando servían en las Indias —Sebastián de Eslava, como virrey de Nueva Granada; Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, como capitán general de Cuba y más tarde virrey de Nueva España, y José Manso 49

La Real Cédula ha sido reproducida en Julián Ruiz Rivera, El Consulado de Cádiz. Matrícula de comerciantes, 1730-1823 (Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz, 1988), 21.

50

Margarita García-Mauriño Mundi, La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las exportaciones a Indias (1720-1765) (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1999), 236-40.

51

Ibid., 240-42.

52

José Luis Gómez Urdáñez y Pedro Luis Lorenzo Cadarso, Castilla en la edad moderna, segunda parte, Historia de Castilla de Atapuerca a Fuensaldaña, editado por Juan José García González, Julio Aróstegui Sánchez, Juan Andrés Blanco Rodríguez, et al. (Madrid: La Esfera de los Libros, 2008), 509-10.

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de Velázquez, como virrey de Perú—.53 La oportunidad para Somodevilla llegó cuando Patiño le confió la organización de la exitosa expedición que sirvió de escolta a Carlos cuando fue a asumir el trono en Nápoles. Este logro le ganó el título de marqués de la Ensenada en 1736.54 Ensenada agresivamente mantendría y ampliaría la agenda reformista que Campillo había defendido. En tanto que sus predecesores Alberoni y Patiño se veían a sí mismos como ministros serenos si bien sobrecargados de obligaciones, a Ensenada le placía aparecer como en la figura 4.1, con una confianza alegre y optimista expresada en su siempre presente “sonrisa de la razón”, tan común a los sabios de la Ilustración dieciochesca (véanse al respecto las figuras 1.1, 3.1 y 4.1). Mucho antes de que Ensenada sucediera a Campillo en la Secretaría de Marina e Indias, ya disfrutaba de una presencia prominente en la Corte. Los monarcas establecieron el Almirantazgo el 14 de marzo de 1737, para mantener ocupado al inquieto príncipe Felipe, nombrándolo almirante general de Estado y de todas las fuerzas navales. En una cédula del 21 de junio de 1737, los monarcas formaron una Junta de Marina, compuesta por el almirante general y tres tenientes generales de marina, y Ensenada se convirtió en secretario del Almirantazgo y de la Junta. Pronto después fue nombrado intendente de Marina. Cuando Felipe partió en 1741 a reclamar su herencia en Italia, Campillo, como lugarteniente, actuó en su lugar de almirante general, responsabilidad que Ensenada asumió después de su muerte.55 La agenda reformista de Ensenada apareció rápidamente cuando por fin terminó la relación con Sevilla. Acusó a los priores y cónsules de fraude durante los años de 1728 a 1743, y les confiscó y vendió sus propiedades en una purga que recordaba los actos de Tinajero a principios de siglo.56 En aquel caso, el efecto fue la transferencia del poder de una camarilla a otra, pero ahora no solo facciones sino también ciudades estaban en juego. En diciembre de 1743, Ensenada 53

Víctor Peralta Ruiz, Patrones, clientes y amigos. El poder burocrático indiano en la España del siglo xviii (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2006), 117.

54

Francisco Cánovas Sánchez, José Antonio Escudero, José María García Marín, et al., “La época de los primeros Borbones”, tomo 1, “La nueva monarquía y su posición en Europa (1700-1759)”. En Historia general de España, dirigida por José María Jover Zamora, vol. 29 (Madrid: Espasa Calpe, 1985), 462.

55

Ana María Vigón, Guía del Archivo Museo “D. Álvaro de Bazán” (Viso del Marqués: Instituto de Historia y Cultura Naval, 1985), 19-21.

56

Asignó las ganancias para cubrir las deficiencias en la lonja y de los fondos del infante.

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Figura 4.1. Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ensenada (1702-1781) por Jacobo Amigoni. Museo del Prado © Archivo fotográfico Museo Nacional del Prado

Luce el Toisón de Oro de la Orden de San Jenaro, obra de Jacobo Amigoni algún tiempo después de 1750, año en que el marqués recibió el Toisón.

impuso un nuevo sistema para la delimitación de electores, lo que completaba el traslado del poder en el Consulado de Sevilla a Cádiz comenzado por Alberoni en 1717. El nuevo sistema reducía el número de delegados de Sevilla de veinte a diez, igual que la representación de Cádiz, mientras que los otros diez vendrían de los satélites gaditanos de Puerto de Santa María (cuatro), Jerez de la Frontera (tres) y Sanlúcar de Barrameda (tres).57 Reuniéndose en San Lúcar, los electores 57

Esta reforma vino por la real orden de diciembre 17, 1743, siendo confirmada por la Real Cédula de febrero 1, 1744, ambos en agi, ig, leg. 2302.

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elegirían un nuevo cónsul al año, alternando entre Cádiz, Sevilla y los satélites. El cónsul más antiguo sería el prior. El marqués de Thous estaba entre los acusados de fraude y luchó arduamente su persecución, pero los días de la elite sevillana habían pasado.58 En años subsecuentes, un creciente número de miembros se asentaron en Cádiz y la grandeza de Sevilla desapareció de modo paulatino.59 Significativamente, el reformado gremio era mucho menos autónomo, habiéndose convertido en un instrumento más de la monarquía. Mientras tanto, Ensenada continuó periódicamente demandando donativos del gremio cuando se presentaban éxitos comerciales.60 El establecimiento de la Real Compañía de La Habana abrió un camino nuevo importante. La compañía consiguió un monopolio legal sobre las exportaciones agrícolas de la isla y sus importaciones europeas. Este arreglo implicaba la cancelación del contrato del marqués de Madrid para suplir de tabaco a la Real Fábrica de Sevilla. La Corona continuó esperando que el monopolio proveyera cerca de 3,5 millones de libras anuales de hoja de alta calidad. Mientras que la mayor parte de esta producción vendría del distrito de La Habana, 400 000 libras serían adquiridas en las porciones central y oriental de la isla. Esta norma tenía como objetivo garantizar tabaco de calidad para España y, al mismo tiempo, restringir el contrabando. Esta empresa tuvo un impacto poderoso en las finanzas reales en España, produciendo ganancias entre 7 y 10 millones de pesos al año.61 En tanto que el asegurar estos grandes rendimientos del tabaco era el primer objetivo, la Corona igualmente concedió entrada libre de tarifa en Cádiz al azúcar y las pieles cubanos. Este paso representaba claramente una concesión a los influyentes intereses habaneros, pero también formaba parte de una política más amplia para estimular el desarrollo económico en las periferias imperiales, produciendo cosechas agrícolas de exportación.62 A la larga,

58

Kuethe, “El fin del monopolio”, 47.

59

Antonia Heredia Herrera, Sevilla y los hombres de comercio (1700-1800) (Sevilla: Editoriales Andaluzas Unidas, 1989), 127-40. Para el florecimiento de Cádiz, véase Manuel Bustos Rodríguez, Cádiz en el sistema atlántico: la ciudad, sus comerciantes y la actividad mercantil (1650-1830) (Cádiz: Universidad de Cádiz Servicio de Publicaciones, 2005), especialmente 90-106.

60

Informe, Contribuciones del Consulado desde 1717, diciembre 1760, agi; ig, leg. 2308. Véase también agi, Consulados, leg. 36.

61

McNeill, Atlantic Empires of France and Spain, 119-22, 159.

62

Real Cédula, Buen Retiro, diciembre 18, 1740, art. 34, agi, Ultramar, leg. 882.

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la industria azucarera vendría a dominar Cuba y constituir una fuerza mayor de crecimiento económico en el imperio. A cambio de estos privilegios, la compañía incurrió en obligaciones costosas, particularmente el subvencionar la construcción de un número determinado de navíos de guerra y financiar el astillero de La Habana. El astillero lanzó los primeros dos navíos de línea en 1744, cada uno equipado con setenta cañones. Cuatro más del mismo tamaño aparecieron para 1748, así como otro de sesenta y cuatro cañones. Finalmente, la compañía también aceptó la responsabilidad de transportar a su propio costo las provisiones militares a La Habana.63

La Guerra de la Oreja de Jenkins Las tensiones entre Inglaterra y España, surgidas de disputas sobre los esfuerzos españoles para eliminar los contrabandistas en el Caribe y la creciente presión inglesa contra los territorios españoles en Florida y América Central, aumentaron, y para mediados de 1738 los dos poderes se hallaban al borde de la guerra. Los antagonistas, por medio de las Convenciones de Londres, en noviembre de 1738, y El Pardo, en enero de 1739, trataron de resolver el explosivo asunto de las presas tomadas en alta mar por los buques guardacostas, pero sin éxito. Al final, España asumió la responsabilidad neta de £ 95 000 para compensar a Inglaterra, pero antes de entregar el pago insistió en que las £ 68 000 debidas a Felipe V por su porcentaje de las ganancias de la South Sea Company fuesen deducidas. Cuando la dicha compañía, que se hallaba casi en bancarrota, rehusó aceptar esas condiciones, España respondió negándose a emitir más cédulas para los navíos de permiso. Y cuando la compañía insistió en su oposición a los términos de los españoles, Madrid unilateralmente puso fin al asiento, al tiempo que afirmaba su responsabilidad por las £ 95 000.64

63

G. Douglas Inglis, “The Spanish Naval Shipyard at Havana in the Eighteenth Century”, en New Aspects of Naval History. Selected Papers from the 5th Naval History Symposium, editado por la United States Naval Academy (Baltimore: Nautical and Aviation Publishing Company of America, 1985), 51-52.

64

Lucio Mijares Pérez, “Política exterior: la diplomacia”, en Historia general de España y América. América en el siglo xviii. Los primeros Borbones, coordinado por Luis Navarro García, tomo XI-1 (Madrid: Rialp, 1983), 95. Las indicaciones eran que la South Sea Company esperaba provocar la guerra con su intransigencia. Véanse también Richard Pares, War and Trade in the West Indies, 1739-1763 (Oxford: The Clarendon Press, 1936), cap. 2, y Geoffrey J. Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 1700-1789 (Bloomington: The Macmillan Press, 1979), 205-07.

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El ministerio inglés, dirigido por sir Robert Walpole, intentó resolver la disputa con España, pero miembros de la oposición clamaban por la guerra. Walpole creía que los comerciantes ingleses prosperaban más en tiempos de paz, no de guerra, y por eso deseaba evitar hostilidades. Cuando los mercaderes de las Indias occidentales pidieron al Parlamento el 3 de marzo de 1738 compensación por los cargamentos confiscados por los guardacostas en el Caribe, Walpole trató de bloquear su consideración. Los líderes de la oposición sacaron entonces a relucir las quejas de un capitán inglés, Robert Jenkins, quien afirmaba que guardacostas españoles habían incautado ilegalmente su buque en 1732, y que el oficial español a cargo de la inspección del buque le había cortado una oreja.65 Reclamaciones de que marinos ingleses languidecían en prisiones españolas daba credibilidad a la historia de Jenkins, lo que llevó al volátil William Pitt a pedir fin a los expolios españoles en el Caribe. Miembros de la oposición y ensayos patrióticos que aparecían en la prensa popular demandaban la guerra, y aun el rey Jorge II deseaba que los registros e incautaciones de barcos ingleses a manos españolas cesaran.66 Los conflictos sobre reclamaciones españolas a Georgia y los esfuerzos ingleses para proteger su derecho a cortar palo de tinte en la costa de Honduras añadían más motivos de fricción a los problemas diplomáticos entre las dos naciones. La inclinación hacia a la guerra era inevitable, y no había mucho que Walpole pudiera hacer para detenerla. El atractivo de obtener control de los mercados en las Indias españolas produjo una serie de artículos en la prensa popular que hacían evidentes las creencias generalizadas sobre los objetivos británicos de guerra. Autores anónimos argüían ingenuamente que los soldados ingleses serían bienvenidos como libertadores por los criollos ansiosos de escapar el yugo español. Afirmaban que los hispanoamericanos no pedirían más que compartir los “derechos” de los ingleses, que después de su liberación de la tiranía española, prosperarían con un mayor comercio con Gran Bretaña.67 Varios “consejeros anónimos del gobierno” incluso argüían que Inglaterra debía mantener el sistema español de Flotas y Galeones, con flotas comerciales saliendo de Londres (no de Cádiz) cargadas de productos de manufactura inglesa. Afirmaban que esto aseguraría 65

Dorothy Marshall, Eighteenth Century England (Nueva York y Londres: Longman Group Limited, 1962), 176-83.

66

Ibid.

67

Pares, War and Trade, 71.

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la lealtad de las grandes casas comerciales en Lima y Ciudad de México, que se beneficiarían con el acceso directo a productos ingleses sin tener que competir en los mercados coloniales con productos de contrabando. Aunque el sistema de convoy se reformaría para eliminar abusos —demoras, salidas irregulares y altos impuestos—, compradores y vendedores en Gran Bretaña y en las Indias sacarían provecho.68 Como resultado, la Guerra de la Oreja de Jenkins prometía poner fin a la dominación española en las Américas, obteniendo para Inglaterra el tan largamente esperado acceso a los ricos mercados de las Indias. Después de fracasar en el intento de interceptar los azogues que regresaban de Veracruz, los ingleses emitieron una declaración formal de guerra el 3 de noviembre de 1739.69 Para entonces, una flota había sido despachada al Caribe bajo el mando del vicealmirante Edward Vernon, un miembro del partido bélico en el Parlamento, para tomar por sorpresa posesiones españolas en el Caribe. La captura de Portobelo por Vernon destruyó una de las más molestas bases corsarias caribeñas, pero la esperanza mayor de capturar Galeones españoles no se materializó. El asalto a Portobelo era también el primer paso inglés para tomar Panamá primero y luego abrir la puerta al Mar del Sur y a Perú. Al capturar más tarde Cartagena de Indias, los ingleses igualmente esperaban consolidar con seguridad su control del istmo y fomentar la rebelión en Perú y Nueva España. Una flota bajo el mando del comodoro George Anson zarpó para el Pacífico en septiembre de 1740, buscando la oportunidad de colaborar en un eventual asalto a Ciudad Panamá, que podría servir de base para controlar el Pacífico y las líneas marítimas a Perú.70 Dieciséis meses después de la conquista de Portobelo, el vicealmirante Vernon apareció en Cartagena con una fuerza masiva —veintinueve navíos de línea, una serie de buques más pequeños y una fuerza de desembarco de 12 000 hombres bajo el mando del general mayor Thomas Wentworth—. Durante el año de 1740, Vernon había explorado varias veces las defensas exteriores de la ciudad. Lanzó su asalto el 15 de marzo de 1741, asalto que concluyó seis semanas después con los humillados supervivientes ingleses retirándose derrotados. Una victoria británica, abriendo el camino a las riquezas de Perú, podría haber desviado 68

Ibid., 73.

69

Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, viii, 102.

70

Antonio de Béthencourt Massieu, “La Guerra de la Oreja: el corso marítimo”, en España y el mar en el siglo de Carlos III, coordinado por Vicente Palacio Atard (Madrid: Marinvest, 1989), 341.

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el interés que tenía Londres en el continente de América del Norte y disminuido el atractivo de las tierras ocupadas por los franceses al oeste de las montañas Apalaches, con incalculables consecuencias para la historia de Norteamérica. La estrategia defensiva de los españoles descansaba en varias premisas. El enemigo, de seguro, contaría con más superioridad numérica. Mientras que España tenía que esparcir sus recursos humanos y económicos en un área extensa, el enemigo podía elegir su punto de ataque concentrando sus fuerzas. Las pequeñas guarniciones veteranas, en su mayoría peninsulares, podrían resistir luchando detrás de estratégicas fortificaciones. La epidemia llegaría eventualmente, apoderándose del enemigo y destruyéndolo. Un elemento esencial en la defensa terrestre era la táctica de la demora. El enemigo tenía que ser confrontado en las playas y el paso de su avance entorpecido a cada oportunidad. La mayor cantidad de agua que aquel sacara de pozos locales y la mayor cantidad de frutas y vegetales locales que consumiera, mejor. La disentería pronto se haría dueña de ellos y, eventualmente, también el vómito negro —la fiebre amarilla—.71 El puerto de Cartagena, largo y profundo, estaba protegido en la entrada sur, llamada Boca Chica, por fortificaciones fijas, y al estrecharse hacia el norte, formaba una bahía interior llamada el Surgidero, cerca de la ciudad. Por el lado marítimo, Cartagena en sí era inmune a un acercamiento por tierra, debido a pantanos al norte y por una segunda entrada a la bahía, Boca Grande, al sur. Boca Grande no tenía profundidad para barcos grandes, pero sí la suficiente para separar la isla de Tierra Bomba que se extendía al sur hacia Boca Chica. La ciudad de Cartagena en sí estaba protegida por una masiva muralla. La fortaleza de San Felipe de Barajas bloqueaba posibles rutas terrestres a la ciudad. El fuerte oleaje por las tardes hacía la entrada a la bahía necesaria para un invasor, pero el terreno a lo largo del lado este de la bahía estaba plagado de ciénagas y pantanos. Cartagena estaba defendida por un batallón fijo de nueve compañías de infantería y una unidad de artillería que se habían establecido en 1736. Tenía una fuerza autorizada de 700 hombres, pero el gobernador Pedro Fidalgo había hallado solamente 166 soldados que quedaban de las compañías separadas que

71

Los españoles no tenían idea de dónde venía la fiebre amarilla, pero por su contacto con el trópico habían captado claramente su itinerario. Para un recuento reciente de la batalla poniendo el papel de la ecología y de la enfermedad en una perspectiva clara, véase John Robert McNeill, Mosquito Empires: Ecology and War in the Greater Caribbean, 1620-1914 (Cambridge: Cambridge University Press, 2010), 155-64.

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existían antes de la reforma militar.72 Fidalgo reclutó tropas locales para completar la diferencia, y en consecuencia, el batallón tenía soldados que eran, como un oficial comentó, una “confusión de colores” de la suerte que habitaban la costa.73 Para 1737, la unidad tenía 500 hombres y mantuvo ese nivel hasta entrado el año 1741.74 Refuerzos llegaron con el virrey Eslava en abril de 1740, pero de los 600 hombres que salieron de El Ferrol, solo 450 sobrevivieron el viaje.75 De estos, Eslava envió a Panamá, en cuanto pudo, 300 hombres, todos del segundo batallón del Regimiento de Granada, a finales de 1740 y principios de 1741.76 El escuadrón de Rodrigo de Torres entregó tropas de los segundos batallones de los Regimientos de España y Aragón hacia finales de 1740. A pesar de sus limitaciones, sin embargo, la práctica de reforzar las guarniciones fijas americanas con batallones y regimientos españoles se convertiría en la norma. En conjunto, la guarnición fija y las dos unidades españolas consistían de alrededor de 1100 soldados de infantería y una compañía de artilleros para enfrentarse a los invasores de Vernon.77 La milicia local de 500 hombres suplementaba las fuerzas veteranas, pero el sistema reformado no se había extendido todavía a las Indias y los voluntarios podían proveer poco más que servicios de apoyo una vez empezada la batalla.78 El teniente general Blas de Lezo, quien había servido bajo Patiño, estaba al mando de seis buques de guerra, el fruto de los esfuerzos de Patiño para reconstruir la flota.79 Lezo había llegado con los Galeones de 1737, y como el oficial de más rango, asumió el mando de las fuerzas navales. Veterano de muchas

72

Fidalgo a Torrenueva, Cartagena, mayo 8, 1737, agi, sf, leg. 938.

73

Capitán Antonio de Salas al ministro de Indias José de Gálvez, Panamá, octubre 24 1776, agi, sf, leg. 948.

74

Fidalgo a Torrenueva, Cartagena, abril 5 y mayo 8, 1737, agi, sf, leg. 938.

75

Eslava a Quintana, Cartagena, mayo 22, 1740, agi, sf, leg. 939. De estos 600 hombres, 400 estaban destinados a Panamá, 200 a Cartagena.

76

Eslava a Quintana, Cartagena, diciembre 24, 1740, y marzo 4, 1741, y gobernador Dionisio Martínez de la Vega a Campillo, Panamá, diciembre 23, 1741, agi, sf, leg. 572 y Panamá, leg. 356.

77

Eslava a Villarías, Cartagena, marzo 31, 1741, agi, sf, leg. 572; Allan J. Kuethe, “La batalla de Cartagena de 1741: nuevas perspectivas”, Historiografía y bibliografía americanistas 18 (1974): 27.

78

Juan Marchena Fernández, La institución militar en Cartagena de Indias, 1700-1810 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1982), 125.

79

Lezo había sido “hombre de confianza” de Patiño. Bibiano Torres Ramírez, La Armada del Mar del Sur (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1987), 241.

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batallas, en las que había perdido un brazo y una pierna, comprendía que los 600 marineros y los 400 marinos de sus barcos posiblemente necesitarían reforzar la resistencia terrestre. Vernon comenzó el asalto contra Boca Chica el 20 de marzo. Wentworth desembarcó sus fuerzas en Tierra Bomba para prestar asistencia directamente desde tierra, pero su demora en comprobar las defensas le resultó costosa, porque les dio a los españoles la oportunidad de organizar su resistencia. A Vernon le llevó diecisiete largos días dominar Boca Chica y penetrar en el puerto. Una vez dentro, un ataque súbito a la ciudad podría haber resultado victorioso, dada la desorganización de los defensores. Wentworth, sin embargo, confiado en la victoria, demoró su avance hasta haber llevado a cabo las preparaciones adecuadas para un asalto. Esta pausa permitió a los españoles reorganizarse y planear la manera de impedir el avance inglés.80 En el mar, Blas de Lezo había colocado cuatro navíos en Boca Chica para respaldar las fortificaciones. Al caer esas posiciones, rápidamente los abandonó, ordenando se hundiesen, y se retiró al lugar donde el puerto se estrechaba formando el Surgidero o la bahía interior. Allí, hundió los últimos dos navíos y algunos buques mercantes. Su intención era bloquear un avance directo al borde de la ciudad de las fuerzas navales inglesas, aunque el mismo resultado podría haberse obtenido con los buques sin hundir, disparando sus cañones. En efecto, los ingleses se las arreglaron para echar a un lado uno de los buques hundidos para permitir la entrada a la bahía de navíos más pequeños que bombardearon la ciudad. Mientras se hallaba en su buque insignia en Boca Chica, Lezo recibió una astilla en el brazo que eventualmente le costó la vida. Desembarcando en la parte terrestre de la bahía, los ingleses trabajosamente trataron de avanzar por los terrenos pantanosos hacia el formidable San Felipe de Barajas y a sus espaldas, la ciudad. Allí, los invasores se enfrentaron a tácticas dilatorias de la infantería española y del batallón fijo.81 Para cuando Wentworth estaba listo para asaltar San Felipe de Barajas el 20 de abril, había pasado un 80

Varios testigos dentro de la resistencia española afirmaron que por varios días la defensa había caído en un estado de completa desorganización y confusión. Charles E. Nowell, “The Defense of Cartagena”, hahr 42:4 (1962): 492-98.

81

Muchos de los reclutas no daban la talla. Como un oficial más tarde recordó “Es mi experiencia en Cartagena de Indias, en el sitio del año cuarenta y uno, pues el Batallón de la Plaza (que eran casi todos de color) hubo que encajonarlo entre las dos filas, de mi Regimiento de Aragón y el de España, con los tenientes a la retaguardia, con la orden del que retrocediese se le pasase la espada

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mes desde que sus hombres habían desembarcado. Expuestos al calor abrasador, sacando agua de los pozos locales, e ingiriendo alimentos donde los encontraban, pronto comenzaron a sentir los efectos de las enfermedades. Un intento desesperado por asaltar la fortaleza falló miserablemente con un alto costo. Con sus fuerzas desapareciendo ante sus ojos, el vicealmirante Vernon no tuvo más remedio que empezar la retirada a Jamaica el 28 de abril. Ni siquiera se demoró en enterrar a los miles de ingleses fallecidos. La estrategia española había servido. Pero Vernon no había terminado. En julio de ese mismo año, lanzó el resto de sus fuerzas contra Santiago de Cuba, desplegando una fuerza de desembarco de 4400 hombres en 41 transportes escoltados por 21 buques de guerra. Santiago era una base mayor para los corsarios españoles y podía proporcionar una situación estratégica en el Pasaje de Barlovento.82 Bajo el mando del gobernador Francisco Cagigal de la Vega, este punto fuerte poseía una guarnición de solo cinco compañías escasas de hombres, pero que habían sido reforzadas por cuatro más provenientes de España. Las formidables fortificaciones portuarias de Santiago convencieron al vicealmirante de desembarcar al este, en la Bahía de Guantánamo, y atacar por tierra. Guantánamo, sin embargo, estaba separado de Santiago por cincuenta millas de terreno arduo. Las tropas veteranas ofrecieron obstinada resistencia, mientras que la milicia, empleando tácticas guerrilleras, acosaban a las columnas invasoras cada que se presentaba la oportunidad. Cuando una ofensiva de diecisiete días no produjo resultados apreciables, los ingleses se retiraron a Guantánamo. Allí permaneció Vernon tres meses más tratando de establecer un enclave permanente, pero refuerzos de La Habana llegaron a Santiago, las enfermedades aparecieron, y el almirante se halló una vez más en la necesidad de abandonar una ambiciosa campaña. Completó su retirada a principios de diciembre.83 Los sucesos en Guantánamo parecían también validar los planes defensivos de los españoles. En abril de 1742, el persistente vicealmirante Vernon, reforzado por varios miles de hombres de Inglaterra, planeó cruzar el istmo y tomar Ciudad Panamá. Tras salir de Jamaica el 16 de marzo, perdió tiempo valioso buscando en vano

por el pecho, y con apremio tan riguroso como justo (en que dependía la defensa de la plaza), se consiguió que representasen un bulto”. Citado en Kuethe, “La batalla de Cartagena”, 22-23. 82

McNeill, Atlantic Empires of France and Spain, 89-91, 98-99.

83

Olga Portuondo Zúñiga, Una derrota británica en Cuba (Santiago: Editorial Oriente, 2000), caps. 4-5.

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refuerzos españoles que él sospechaba iban camino a Cartagena. Tomó el puerto de Portobelo, pero descubrió que su guarnición, que había sido reforzada por Eslava, se había desplazado tierra adentro para bloquear el camino que cruzaba el istmo y la ruta de agua del río Chagres.84 Además, la inteligencia local sugería que el virrey había enviado tropas a Ciudad Panamá desde Perú. Como el almirante había aprendido en Santiago, los asedios conducidos a través de largas distancias y terreno arduo y en contra de una oposición atrincherada ofrecía poca oportunidad de éxito. Por añadidura, la estación lluviosa empezaría en mayo, haciendo el río Chagres impasable. Esta vez la precaución prevaleció y Vernon canceló la invasión. En octubre regresó a Londres, donde astutamente puso toda la culpa en el infortunado Wentworth y continuó su carrera política.85 Al celebrar sus victorias, los españoles no reconocieron cuán cerca habían estado de la derrota en la gran batalla de Cartagena. Los ingleses retaron a la ciudad con una fuerza de ataque de más de 12 000 hombres, número hasta entonces sin precedente en el Caribe. También en Boca Chica, así como en el avance hacia San Felipe de Barajas, Wentworth se demoró mientras que las fuerzas españolas se organizaban. Aunque el reformado sistema de batallones fijos reforzados por las tropas de emergencia de España había triunfado, los ingleses hicieron tanto para perder la batalla como los españoles hicieron para ganarla. Es más, la buena fortuna le echó una mano a España cuando la fiebre amarilla llegó justo a tiempo. Estas realidades podrían haber sido motivo de reflexión en Madrid. No lo fueron. En lugar de eso, los victoriosos comandantes de la guerra recibieron ascensos a posiciones de mayor influencia, con fe en su estrategia. Eslava se convirtió en el marqués de la Real Defensa. Ensenada le nombró capitán general de Andalucía y lo llamó a servir en varias comisiones reales especiales, llegando a ser secretario del Despacho de Guerra en 1754. El conde de Revillagigedo, capitán general de La Habana, se convirtió en virrey de Nueva España en 1746. Francisco Cagigal de la Vega fue ascendido a La Habana.86 Finalmente, objeto de otra clase de ascenso, Lezo, quien perduró hasta el 7 de septiembre, fue inmortalizado como un heroico mártir de gloria militar.87 84

Martínez de la Vega a Campillo y Cossío, Panamá, diciembre 23, 1742, agi, Panamá, leg. 356.

85

J. C. M. Ogelsby, “The British and Panama - 1742”, Caribbean Studies 3:2 (1963): 71-79.

86

Allan J. Kuethe, Cuba, 1753-1815: Crown, Military, and Society (Knoxville: University of Tennessee Press, 1986), 12.

87

Real orden, Madrid, octubre 21, 1741, agi, sf, leg. 572.

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Al final, los sucesores de Patiño extendieron gradualmente la regulación formulada para La Habana a otras guarniciones del Caribe. Los defensores de Panamá se modernizaron cuando Eslava reforzó las antiguas compañías separadas con las tropas que había traído de España.88 En 1738, Madrid ordenó el establecimiento de un batallón fijo en Santo Domingo, pero permitiendo aumentar al 50 % el porcentaje de criollos. Cuando la reforma llegó a San Juan en 1741, ese porcentaje fue adoptado allí también. Es más, la política para San Juan, asumida durante la guerra, redujo la edad mínima para los reclutas locales a dieciocho años.89 En el mar, los españoles disfrutaron de éxitos adicionales. El número efectivo de navíos de línea era cuarenta y seis en 1740, cantidad impresionante, a la que había que añadir nueve más recién adquiridos de Francia y Génova.90 El escuadrón de La Habana, reforzado por una fuerza naval francesa —aunque técnicamente en paz con Inglaterra—, mantuvo a Vernon en Jamaica una gran parte de 1740.91 La misión esencial de la Armada española era defensiva, reflejando la doble necesidad de conservar los escasos recursos y el miedo a que los navíos españoles no pudieran prevalecer en una violenta batalla con los ingleses. Típica fue la indecisa confrontación entre las fuerzas españolas y británicas en aguas de La Habana en 1748, cuando los españoles lucharon solamente el tiempo suficiente para permitir a los navíos del tesoro escapar. Ese había sido el tercer convoy que hizo exitosamente el cruce durante la guerra.92 En 1744, cerca de Toulon en el

88

Sin embargo, mantener a las tropas en buen estado de salud y a las unidades con el número necesario era tan difícil en Portobelo y Panamá, que las autoridades subsecuentemente redujeron el batallón de diez compañías con 100 hombres cada una, a 7 de 53, y aun este nivel resultaba difícil de mantener. Gobernador Manuel Montiano a Ensenada, Panamá, mayo 16, 1750, agi, Panamá, leg. 356.

89

Los reglamentos para Santo Domingo y San Juan se hallan en agi, ig, leg. 1885.

90

Harbron, Trafalgar, 15. La falta de marinos con experiencia surgió como un serio problema. En efecto, Eslava se vio obligado a asignar 500 hombres de la guarnición veterana para servir en los navíos de Rodríguez de Torres cuando este partió hacia La Habana, lo que ayuda a explicar por qué las defensas de Cartagena estaban tan cortas de hombres cuando Vernon atacó. Eslava, informe de tropa, Cartagena, diciembre 24, 1740, agi, sf, leg. 572.

91

Marchena, La institución militar, 142-44; Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, viii.

92

J. C. M. Oglesby, “Spain’s Havana Squadron and the Preservation of the Balance of Power in the Caribbean, 1740-1748”, hahr 49:3 (1969): 473-88; McNeill, Atlantic Empires of France and Spain, 98.

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cabo Sicié, los españoles y los franceses lucharon contra la flota inglesa, resultando en un empate. El comandante español, Juan José Navarro, fue exaltado a marqués de la Victoria, mientras que el comandante inglés se enfrentó a juicio militar sumario y fue destituido del servicio.93 Mientras tanto, en el Caribe, los corsarios disfrutaban de impresionantes éxitos asaltando mercaderes ingleses.94

Las Flotas y Galeones y los Registros Durante la guerra, no resultó práctico mantener el sistema de Flotas y Galeones. Los convoyes eran un blanco atractivo para la marina inglesa, que controlaba las líneas marítimas en el Caribe y en el Atlántico. Sin embargo, en 1737, justo antes del conflicto, España se embarcó en un último intento de despachar los Galeones a Cartagena con una pequeña escolta bajo el mando de Blas de Lezo. Estos navíos fueron atrapados cuando la guerra estalló y terminaron envueltos en la histórica batalla. Los planes para continuar los éxitos de López Pintado con otra Flota a México fueron simplemente cancelados.95 El comienzo de la guerra hizo imposible el funcionamiento normal de la feria comercial de Portobelo; la flota inglesa, bajo el vicealmirante Vernon, había tomado la ciudad y los mercaderes españoles permanecían atrapados en Cartagena, en tanto que los de Lima se hallaban expuestos en Panamá. Antes de que los comerciantes de Lima pudieran regresar a Perú, buscaron refugio con su plata tierra adentro, en Quito, una ciudad habitualmente afligida por la inestabilidad política. El presidente, José de Araujo y Río, era un funcionario irascible y corrupto, con una larga historia de conflictos con el Consulado de Lima. Después de tomar su cargo, Araujo comenzó a luchar con los representantes del gremio en Quito, Lorenzo Nates y Simón Álvarez Monteserín, quienes le habían denunciado de introducir mercancía de contrabando en la ciudad. De acuerdo con Nates, esta mercancía ilícita había inundado los mercados locales, causando una baja en los precios y arruinado a muchos mercaderes justo antes de la feria de 1739.96 Después 93

Harbron, Trafalgar, 79, 94. Para información biográfica sobre Navarro, véase Hugo O’Donnell, El primer marqués de la Victoria, personaje silenciado en la reforma dieciochesca de La Armada (Madrid: Real Academia de la Historia, 2004).

94

De acuerdo con Béthencourt Massieu, Patiño en la política internacional, 104, el corso era tan lucrativo que “la marina de cada país solicitaba patentes de Felipe V”.

95

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 204-09.

96

Kenneth J. Andrien, The Kingdom of Quito, 1690-1830: The State and Regional Development (Cambridge: Cambridge University Press, 1995), 175-76.

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de que los comerciantes peruanos se refugiaran en Quito, pronto comenzaron los pleitos con el presidente. Cuando los miembros del gremio se pusieron de acuerdo para comerciar juntos con los españoles en Cartagena, Araujo les estropeó el arreglo, al conceder licencias a aliados selectos para comerciar con individuos en el puerto caribeño. Mientras que estos comerciantes independientes sacaban considerable provecho vendiendo productos obtenidos en Cartagena, los fieles miembros del gremio y su plata languidecían en Quito. Uno de ellos, Manuel Labeano, escribió a Madrid acusando a Araujo de haber demandado sobornos, permitido a los locales cobrar de los limeños precios exorbitantes por trasladar su especie a Quito, y extorsionado más de 100 000 pesos del gremio para abastecer a Cartagena después del ataque inglés en 1741.97 A final, Araujo se defendió de todos estos ataques, pero era evidente que se alegraba de tener suficiente poder para castigar a sus enemigos en el Consulado de Lima. Los comerciantes limeños finalmente regresaron a la capital, pero los Galeones de 1737 y la malograda feria comercial habían fracasado miserablemente. Para comerciar con las Indias durante la guerra, la Corona suspendió las Flotas y Galeones, recurriendo a navíos de registro individuales. Estos ofrecían menos blanco que los convoyes, aunque podían aunarse ante una amenaza del enemigo. Las salidas de estos registros respondían principalmente a las consideraciones particulares del momento, pero también servían de experimento para proveer la flexibilidad mercantil ofrecida por barcos individuales. El Consulado los consideraba precedentes peligrosos, al tiempo que seguramente resentía la popularidad de la Compañía de Caracas y la presencia de La Habana en los círculos de la Corte. Además, Ensenada inició la práctica de licenciar los barcos de registro de manera directa por medio de la vía reservada en Madrid, en vez de a través de la Casa de la Contratación como era acostumbrado, una peligrosa innovación que causó grave preocupación en Cádiz, en especial en vista de los pasos reformistas que la Corona había dado después de las repercusiones de 1737. Esas licencias normalmente tenían precio para el transportista individual, a veces asumiendo la forma de un perdón por antiguas reclamaciones al Tesoro Real surgidas de préstamos o incautaciones previas.98 Tales preocupaciones lógicamente se agravaron cuando Ensenada retuvo estas prácticas después de la guerra (véase el capítulo 6), ya que, en efecto, representaban un paso de monta 97

Ibid., 178.

98

Kuethe, “El fin del monopolio”, 48-49.

157

20

Pesos de ocho 40

60

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1700

1720

1740

1760

1780

Década Buenos Aires Callao

Cartagena

Figura 4.2. Cargas a España por registros

en la transición reformista del Proyecto de 1720 a la desregulación que tendría lugar bajo Carlos III. Durante los años de la guerra (1739-1748), 120 registros navegaron a Nueva España y a las Indias. Mantuvieron abiertos los mercados americanos, y el flujo de productos a través del Atlántico continuó a pesar de las hostilidades. Como indica la figura 4.2, la cantidad de especie legal y de mercancía fluyendo de los tres puertos principales de América del Sur a España aumentó en forma ininterrumpida durante la guerra y los años después de la paz en 1748. Los navíos saliendo de Lima llevaban aproximadamente 13 millones de pesos en especie, cacao y cascarilla entre 1740 y 1750, mientras que ese número ascendió a 68 millones de pesos entre 1750 y 1770 (véase la figura 4.2). Las exportaciones de especie y pieles de Buenos Aires también aumentaron de 2 millones de pesos durante los años de guerra a cerca de 15 millones de pesos entre 1760 y 1770 (véase la figura 4.2). Las cifras para Cartagena eran menos dramáticas, pero las cantidades de especie, cacao y cascarilla igual ascendieron de modo impresionante durante el mismo período (véase la figura 4.2). Es más, la gama de productos que se movía a través del Atlántico a España aumentó dramáticamente, en particular, productos perecederos o mercancía a granel. Durante los veinte años en que se

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restauraron los Galeones, por ejemplo, Buenos Aires exportó sólo 61 497 pesos en cueros a España, pero en los años de 1770 a 1778, esa cifra había aumentado a 1,5 millones de pesos. Hasta las exportaciones de metales preciosos aumentaron de manera dramática. La plata enviada a España subió de un promedio anual de 2 millones de pesos entre 1720 y 1739, a más de 4 millones de pesos al año durante la operación de los barcos de registro.99 En resumen, los registros dieron un tremendo impulso al comercio en el mundo atlántico español. A pesar de los éxitos de los barcos de registro en intercambiar productos a través del Atlántico durante la guerra, una vez establecida la paz en 1748, los Consulados de Lima y Ciudad de México presionaron para un retorno al sistema de convoyes. Los barcos de registro abasteciendo a Nueva España permitían a los mercaderes españoles vender sus productos en todo el virreinato sin tener que depender del Consulado de México como intermediario. Algunos comerciantes españoles aun establecieron su residencia, si no permanentemente, al menos por largos períodos, en Ciudad de México, con el objeto de vender las mercancías de sus registros, y para el año 1755 había sesenta agentes españoles en Nueva España.100 El Consulado de Perú tenía problemas similares, debido a la impredecible llegada de los registros que navegaban alrededor del cabo de Hornos. Los comerciantes del Consulado podían comprar todo el cargamento, pero con el riesgo de tener que vender los productos a precios más bajos si los mercados peruanos estaban saturados. Al igual que los comerciantes mexicanos, los miembros del Consulado se enfrentaban con la competición de mercaderes españoles tratando de vender su mercancía directamente a los mercados en Perú. Por añadidura, los peruanos también se enfrentaban a la competición de Buenos Aires, que se había convertido en un destino favorito de los barcos de registro buscando vender la mercancía europea a cambio de plata del Alto Perú durante la guerra. Dado que el costo del transporte de mercancía de Buenos Aires era más bajo que el de llevar los productos por tierra de Lima al Alto

99

Estas cifras han sido tomadas de George Robertson Dilg, “The Collapse of the Portobelo Fairs: A Study in Spanish Commercial Reform, 1720-1740” (Disertación de grado, Indiana University, 1975), 275-76; los datos para la figura 4.2 se tomaron del Apéndice L. Estas son cifras tomadas de resúmenes sacados de los registros de barcos y como resultado representan tendencias generales. Tales resúmenes a veces tienen errores y la manera más exacta de compilar los datos es reconstruyendo los totales de los registros individuales y no de los resúmenes.

100

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 211-12.

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Perú, los comerciantes, negociando desde el Río de la Plata, podían vender a precios más bajos que los que operaban en la capital virreinal.101 Como resultado, los comerciantes de Lima y Ciudad de México comenzaron a ejercer presión en Madrid para el restablecimiento del más predecible sistema de Flotas y Galeones, sistema que conllevaba mayor control sobre el comercio transatlántico. Los mercaderes de Cádiz igualmente se dieron cuenta de que sus intereses a largo plazo eran mejor servidos restableciendo el tradicional sistema de convoyes. Aunque los comerciantes españoles ganaron mayor influencia sobre los mercados coloniales transportando mercancía en barcos de registro, las licencias para muchas de esas iniciativas ahora procedían de Madrid, lo que implicaba una pérdida de control local. Alarmante también era la noticia de que varios navíos salían de otros puertos distintos a Cádiz, sacando a relucir la cuestión de la permanencia de su monopolio.102 Por añadidura, el sistema de flotas permitía a los españoles transportar grandes cantidades de mercancía con seguridad, lo que les tomaría a los registros varios años conseguir. Los españoles asimismo tenían que pasar largos años en Las Indias vendiendo su mercancía poco a poco, y el desigual arribo de los buques individuales hacía difícil estimar la demanda colonial. Si llegaban con mucha frecuencia, los mercados se saciaban, disminuyendo las ganancias. Como resultado, el Consulado de Cádiz se unió a los gremios de Lima y Ciudad de México para recomendar el regreso al más predecible sistema de Flotas y Galeones.103 El éxito de las reformas comerciales hechas por necesidad durante la guerra no satisficieron los intereses a largo plazo de los comerciantes, quienes tradicionalmente habían dominado el comercio en el Atlántico español desde el siglo xvi.

La Guerra de Sucesión austriaca y el advenimiento de Fernando VI A medida que el conflicto con Gran Bretaña continuaba, España trató de reforzar la alianza con los franceses. Durante los primeros años, Francia se había mantenido distante, aunque su flota cooperaba con los españoles en las aguas americanas. Sin embargo, los franceses se interesaron más en desarrollar lazos con

101

Ibid., 212-15.

102

Kuethe, “El fin del monopolio”, 48-49.

103

Ibid., 215-16.

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España después de la controversial sucesión de María Teresa al trono austriaco, algo que amenazaba alterar el equilibrio de poder en Europa. La nueva reina de Austria tenía control de Parma y Plasencia, todavía codiciados por Isabel, así como de Milán, que Felipe había perdido bajo los acuerdos de Utrecht. La captura de Silesia por Federico el Grande, en diciembre de 1740, desató la Guerra de Sucesión austríaca en Europa, guerra que enfrentó a Inglaterra, Austria y la República Holandesa contra Prusia, Francia y España. Este conflicto europeo se fundió con la entonces en curso guerra hispano-inglesa de la Oreja de Jenkins. Dadas las victorias españolas en América y las reformas coloniales efectuadas por Madrid, París deseaba utilizar una alianza con España para asegurar su acceso a los mercados americanos, en particular a través del abastecimiento del monopolio de Cádiz. En abril de 1743, representantes de la comunidad mercantil urgieron al Ministerio de Asuntos Exteriores francés obtener de los españoles un “solemne tratado [prometiendo] no hacer innovaciones en el comercio de las Indias o con los reglamentos establecidos”.104 Los poderes borbónicos firmaron el Segundo Pacto de Familia en Fontainebleau el 25 de octubre de 1743.105 Madrid prometió no renovar el asiento con los ingleses, mientras que Versalles prometió apoyar las ambiciones territoriales de España en Italia, la restauración de Gibraltar y Menorca, y la destrucción de la pequeña colonia inglesa en Georgia. Como parte de la “alianza perpetua”, Madrid extrajo de los franceses un compromiso explícito de abstenerse de negociaciones diplomáticas separadas. Un año después, los contenciosos aliados de nuevo reforzaron su alianza cuando María Teresa, la hija menor de Felipe

104

Los diputados de comercio a Amelot, París, abril 8, 1743, aae:cpe, vol. 474, fol. 29.

105

Una medida del profundo resentimiento que Madrid albergaba para Versalles se puede estimar por su mensaje transmitiendo una concesión de “buena voluntad” a los franceses. “El Rey se halla con justificadas noticias y auténticas pruebas de la generalidad y desenfreno con que todos los navíos de bandera francesa que han pasado a los puertos de Indias fletados por españoles han cometido cuantos fraudes han sido practicables en la malicia y el arrojo, causando inmensos perjuicios a la Real Hacienda y el comercio de estos reinos y a los mismos fletadores […]. Para todos estos fraudes, e insolente modo de cometerlos han dado órdenes e instrucciones los franceses establecidos en Cádiz y otros parajes de estos reinos violando las leyes de Indias… por puro acto de conmiseración, se ha dignado de condescender a que todos los excesos, y fraudes cometidos se indulten, en la moderada cantidad que se previene en las órdenes que se han comunicado a los ministros y comercio de Cádiz”. Ensenada a Rennes, San Lorenzo, octubre 23, 1743, aae:cpe, vol. 474, fols. 365-69. Una copia del Segundo Pacto de Familia, octubre 25, 1743 se halla en aae:cpe, vol. 474, fols. 375-81.

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e Isabel, se casó con el delfín, Louis, en diciembre de 1744.106 Lo que esto podría haber significado para las relaciones borbónicas y la subsecuente historia europea es incalculable, porque la infanta murió de parto en 1746, poco tiempo después de la muerte de su padre. Ninguno de los dos aliados mantuvo sus compromisos. La tinta no se había secado todavía en el Pacto cuando Madrid impuso una prohibición a los tejidos de algodón, gesto que los franceses consideraron inconsistente con las promesas españolas, y que contribuyó a producir profundos recelos.107 En América, Versalles expresó asombro y luego ira, cuando las autoridades coloniales negaron a sus comerciantes la entrada a Cartagena de Indias, donde esperaban suministrar comestibles, mientras que los ingleses, repelidos en una sangrienta batalla sólo dos años y medio antes, recibieron del virrey Eslava privilegios comerciales de emergencia. Aparentemente, la oferta inglesa era mejor. Para 1744, el ahora famoso Eslava había detallado mala conducta francesa y bajo esas circunstancias, la Corona estimó conveniente apoyar a su héroe, aceptando que España “sufriría menos daño tratando con el enemigo que con amigos”.108 A pesar de las obligaciones francesas, el ministro de Asuntos Exteriores, Renato D’Argenson, pronto eludió sus compromisos en la tortuosa —en efecto traidora— política del escenario italiano. En caso de que España ganara demasiado dominio, Versalles entró aparte en negociaciones secretas a finales de 1745 con Piedmont-Sardinia, el rival más inmediato de España en la península. Cuando esto se supo en Madrid, la duplicidad francesa pasmó a la familia real.109 Felipe envió al prestigioso duque de Huéscar a París para intervenir, pero llegó demasiado tarde para prevenir un acuerdo aparte.110 Las relaciones de Madrid 106

María Ángeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio (Barcelona: Plaza & Janés, 2003), 305-08. El matrimonio tuvo lugar el 20 de diciembre de 1744.

107

Contralor general Philibert Orry a Rennes, Versalles, diciembre 2, 1743, aae:cpe, vol. 474, fols. 417-18.

108

Villarías no mostró ni simpatía ni culpa en su respuesta a la protesta recibida del embajador obispo de Rennes. Le recordó que “las quejas que frecuentemente recibe (SM) de los gobernadores de América, de que los franceses con pretexto de llevar víveres, llevan a aquellos dominios de todo género de mercaderías; y de que los disimulos cortesanías que algunas veces practican por la buena correspondencia que les está tan encargada, sólo sirve de que abusan de ellas con mayor desorden”. Villarías a Rennes, San Ildefonso, julio 23, 1744, aae:cpe, vol. 474, fols. 180-82.

109

Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 293-304.

110

Juan Molina Cortón, Reformismo y neutralidad: José de Carvajal y la diplomacia de la España preilustrada (Mérida: Regional de Extremadura, 2003), 105.

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con Versalles no se recuperarían pronto. Dominada por mutuos recelos, la colaboración militar resultó ineficaz y produjo resultados decepcionantes. En las Dos Sicilias, el rey Carlos VII sufrió una humillación cuando una flota inglesa bloqueó Nápoles en 1742, amenazando con arrasar la ciudad si no retiraba las 10 000 tropas que tenía desplegadas en el centro de Italia como apoyo al ejército español de Montemar. Con la capital en estado de pánico y sin los medios para resistir, el joven rey no tuvo más remedio que acceder.111 Esto fue un golpe a su orgullo y honor que Carlos nunca olvidaría, aun después de ganar el trono español en 1759. El fallecimiento de Felipe V fue súbito, y sin duda estremeció la Corte. El breve ataque que puso fin a su vida a la edad de sesenta y dos años tuvo lugar el 9 de julio de 1746. Su hijo mayor, Fernando VI, heredó el trono, y las preguntas que surgieron eran qué sería de su madrastra, Isabel, y cómo el reino de un nuevo monarca habría de afectar la política española. Isabel dejó el palacio real el 5 de agosto en un conmovedor momento captado por el embajador francés: “así es que Isabel Farnesio ha abandonado el palacio real en el que reinó más de treinta años. He visto pompas fúnebres, pero nunca antes he visto nada que me haya hecho tan gran impresión. Me parecía como si fuera a su propio entierro”.112 Isabel tomó residencia en un cercano palacio compuesto de dos mansiones provistas por el príncipe Pío, un general italiano y antiguo gobernador de Madrid, y por el duque de Osuna, un prominente grande de España, dándole el nuevo nombre de “El Palacio de la Reina Viuda”.113 Felipe había dejado la Granja de San Ildefonso a Isabel en su testamento. En julio del año siguiente, alentada por

111

Reed Browning, The War of the Austrian Succession (Nueva York: Saint Martin’s Press, 1993), 118-19.

112

Rennes a D’Argenson, Madrid, agosto 6, 1746. aae:cpe, vol. 490, fols. 317-24.

113

Rennes a D’Argenson, Madrid, julio 17, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 193-94. El embajador observó con frialdad que “después de la muerte de Felipe, la gente soltó arengas y canciones contra la viuda; [pero] el encarcelamiento de unos treinta individuos amortiguó la sátira [y] se tomaron medidas para prevenir indecencias a lo largo del paso de la reina viuda, quien, en efecto, llegó a su residencia sin insultos. Se dice que el señor Montijo repartió algunas monedas para que el público gritara ‘viva’ a la reina cuando pasara. Y en efecto, en la visita que le hice al día siguiente, ella me dijo, ‘he recibido vivas igual que los otros’. [¡Qué] insólita vislumbre de la miseria y vanidad de una persona, quien, tras haber hecho temblar al mundo treinta años, se había sentido confortada por unos cuantos gritos en la calle!”. Montijo había sido nombrado secretario personal de Isabel en 1745. Didier Ozanam, La diplomacia de Fernando VI: correspondencia entre Carvajal y Huéscar, 1746-1749 (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1975), 83.

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el nuevo rey, estableció su residencia allí.114 Libre de su obstinada búsqueda dinástica en Italia, el nuevo monarca se hallaba en posición de seguir una política centrada en el Atlántico. Fernando asumió el trono en momentos difíciles. Aunque la guerra iba bien en América, las fuerzas hispano-francesas que avanzaban las reclamaciones dinásticas de Felipe en el norte de Italia habían sido aplastadas por el ejército austriaco en Plasencia en junio de 1746.115 Las finanzas se habían agotado y la Corte hervía con intrigas.116 A pesar de afirmar su determinación de continuar la política extranjera española, Fernando no estaba dispuesto a comprometer el mismo nivel de recursos nacionales que su padre había hecho para mantener las pretensiones de su medio hermano.117 Existía entre los españoles escaso apoyo político para continuar la lucha.118 Y los franceses, que habían ganado poco con las concesiones comerciales en las colonias americanas y cuyas ambiciones en Europa habían disminuido, veían poca ventaja en apoyar las causas españolas

114

Rennes a D’Argenson, Madrid, julio 11, 1756, aae:cpe, vol. 490, fols. 166-74. El embajador francés Rennes había predicho este traslado, citando el deseo de Isabel de escapar las demandas y la sociedad burguesa de Madrid en favor de la caza y la quietud de las montañas. Rennes a D’Argenson, Madrid, agosto 6, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 317-24. Sin embargo, ella se quejaba constantemente de su vida en La Granja, ya que, como es obvio, echaba de menos estar en el escenario de la Corte. Fernando tuvo que animarla a desplazarse de Madrid, porque ella insistía en intrigas y entrometimientos, y simplemente se convirtió en una molestia. Es de asumir que ella hubiera preferido unirse a Carlos en las Dos Sicilias, pero tenía inaplazables responsabilidades en España con dos infantes que cuidar, Luis y María Antonia. Esta se casó con Víctor Amadeo, de la Casa de Saboya en 1750, heredero al trono de Piedmont-Sardinia. Luis se hizo cardenal. Mientras tanto, María Ana Victoria se convirtió en reina de Portugal en 1750. Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 415-24.

115

Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 6.

116

Como el ministro extranjero francés comentó: “El rey Fernando toma las riendas del gobierno en el momento más difícil que ha habido por algún tiempo. Las fuerzas militares en Italia, su situación crítica, el tesoro exhausto, la marina inactiva, desacuerdos en la Corte, y la ausencia de tino en la selección de individuos para los puestos de confianza”. D’Argenson a Rennes, Versalles, julio 17, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 183-85.

117

Fernando VI a Luis XV, Buen Retiro, julio 29, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols.277-78. Su intención era “caminar a la paz por medio de la guerra, asegurar el Reino de Nápoles, establecer al infante don Felipe mi hermano, y que intervenga en todo el fin de mantener con Vuestra Majestad la armonía más perfecta”. Pero, como Villarías reflexionó, “Su Majestad [...] no oculta que no es un interés directo de su corona el establecer al infante”. Citado en Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 25.

118

Rennes a D’Argenson, julio 11, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 166-74.

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en Italia.119 Durante la época de Isabel y Felipe, y hasta el fin de su reinado, los intereses comerciales americanos habían sido repetidamente sacrificados en aras de los objetivos dinásticos.120 Fernando, aunque habitualmente indeciso y de mediocre habilidad, llevó al trono un nuevo enfoque que enfatizaba en las prioridades nacionales sobre las dinásticas.121 D’Argenson astutamente observó que “El gobierno de España era francés durante la época de Luis IV e italiano durante el resto del reino de Felipe; hoy se hará castellano y nacional”.122 Un mes después del fallecimiento de Felipe, el príncipe de Campoflorido, un discípulo italiano de Isabel, fue reemplazado como embajador en Versalles por el duque de Huéscar y reasignado al reino de las Dos Sicilias.123 Además, durante todo su reinado, Fernando alimentaría la esperanza de que la paz serviría mejor los intereses de España.124 Ensenada todavía tenía los ministerios de Guerra, Hacienda y Marina e Indias. La destitución de Sebastián de la Cuadra, marqués de Villarías, de Estado tuvo lugar en diciembre, pero con cierto respeto, Fernando le permitió retener Gracia y Justicia otro año.125 El reemplazo de Villarías en Estado fue José Carvajal y Lancáster, un extremeño de Cáceres. Carvajal era cautelosamente

119

Ibid., D’Argenson a Rennes, Versalles, julio 26, 1746, aae:cpe, vol. 490, fol. 236. Para entonces, D’Argenson, describía el Pacto de Famila como “pasado de moda [e] imposible de utilizar y oneroso para el rey”. Citado en Cánovas Sánchez et al., La época de los primeros Borbones, vol. 1, 639, n. 106.

120

En efecto, días antes de su muerte, Felipe había confiado al enviado especial francés, Marshall Noailles: “si ellos [los ingleses] desean contribuir al establecimiento del infante en Italia, España les concederá ventajas comerciales en proporción mayor o menor a la grandeza de la posición que le puedan conseguir”. Mémoire, Marshall Noailles, Madrid, julio 8, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 14-43.

121

D’Argenson a Rennes, Versalles, septiembre 2, 1746, aae:cpe, vol. 491, fols. 14-21. El aliado francés esperaba un cambio en la política española, pero no creía que Fernando abandonaría totalmente Italia, y así fue.

122

D’Argenson a Rennes, Versalles, julio 17, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 183-85.

123

Fernando  VI a Luis  XV, Buen Retiro, agosto 9, 1746, y Campoflorido al infante Felipe, París, agosto 29, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 337, 445-46. Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 14.

124

José Luis Gómez Urdáñez, Fernando VI (Madrid: Arlanza Ediciones, 2001), 145-46.

125

La transición fue circunspecta. Villarías continuó a cargo del ministerio hasta que Carvajal pudo hacerse cargo de él. Rennes a D’Argenson, Madrid, diciembre 6 y 10, 1746. aae:cpe, vol. 492, fols. 222-34. Su jubilación vino con sueldo y los honores de consejero de Estado. Falleció en 1766. Nava, “Problemas y perspectivas”, 161.

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pro inglés y llevaría a cabo una reorientación de la diplomacia española con profundas implicaciones para la política colonial. Jurista educado en Salamanca, su primer nombramiento fue como oidor de la Audiencia de Valladolid, seguido por un puesto en el Consejo de Indias en 1740. Ascendió a gobernador interino del Consejo apenas dos años después, asumiendo los deberes del achacoso conde de Montijo, entonces de viaje. Continuó en ese puesto después de su nombramiento como secretario del Despacho de Estado, adquiriendo autoridad propietaria en enero de 1748 cuando Montijo, al igual que Villarías, se jubiló.126 Mientras tanto, también asumió la presidencia de la Junta General de Comercio y Moneda.127 Al final, en octubre de 1748, la Paz de Aquisgrán rescató algo, pero mucho menos que toda la herencia del infante Felipe. Recibió Parma y Plasencia por derechos hereditarios maternos y, además, el pequeño Ducado de Guastalla, pero no Milán ni Toscana.128 Las reclamaciones españolas a la restauración de Gibraltar y Menorca quedaron sin satisfacer. El disgusto en Madrid sobre lo que parecía duplicidad francesa y sobre la tendencia despótica de Versalles a tratar a España como un socio menor, en todo momento pretendiendo hablar en su nombre, y el vacío dejado en los lazos familiares por la trágica muerte de María Teresa el 22 de julio de 1746, ofreció oportunidades a la diplomacia británica para romper la alianza borbónica.129 Esto abrió el camino para un reacercamiento entre Inglaterra y España, y en 1750 el Tratado de Madrid pondría fin diplomáticamente al asiento y los tratados relacionados con él, ofreciendo una oportunidad para avanzar la agenda reformista del comercio colonial.

126

Curiosamente, el conde de Montijo retuvo su puesto de presidente. Esto resultó en un arreglo singular por el que el Consejo tenía al mismo tiempo un presidente y un gobernador, una situación que perduró hasta la jubilación de Montijo en 1748. Gildas Bernard, Le Secrétariat D’état et le Conseil Espagnol des Indes (1700-1808) (Génova: Droz, 1972), 77-78, 211-12. Para el comentario francés sobre este talento creciente, véase Rennes a D’Argenson, Madrid, agosto 6, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 317-24.

127

José Miguel Delgado Barrado, El proyecto político de Carvajal. Pensamiento y reforma en tiempos de Fernando VI (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2001), 14-15.

128

Ni que decir tiene que Isabel quedó indignada. Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 421.

129

Para una visión de conjunto de las maquinaciones que llevaron al tratado, véase Molina Cortón, Reformismo y neutralidad, 183-222.

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La rebelión de León y la Compañía de Caracas El fin de la Guerra de la Oreja de Jenkins y la terminación del asiento de la South Sea Company sin duda produjo alivio en los círculos gubernativos de Madrid, pero causó seria agitación en la Gobernación de Venezuela. La región había experimentado un boom de cacao durante la primera mitad del siglo xviii, y en 1728 el gobierno de Patiño había dado a la Compañía Guipuzcoana de Caracas el derecho de dirigir esta fructífera materia de exportación a través de vías comerciales legales. Venezuela no había sido bien servida por el sistema de Flotas y Galeones, por lo que la Compañía recibió el derecho de exportar cacao a España y Nueva España, patrullar las costas para prevenir el contrabando y promover un aumento de ingresos reales en la provincia. Los exportadores podrían enviar algunas exportaciones de cacao directamente a Nueva España, una vez satisfechas las cuotas de la Compañía. La South Sea Company suministraba esclavos a las provincias bajo los términos de su asiento, pagados con cacao, que la compañía inglesa entonces exportaba con grandes ganancias a Nueva España. El final del asiento y la resultante escasez de esclavos dañó la producción del cacao, en particular en las plantaciones más nuevas en la frontera del río Tuy. Además, sin la competencia de los ingleses, la Compañía de Caracas asignó precios muy bajos al cacao local, que cayó de un alta de 18 pesos la fanega en 1735, a solo 5 pesos en 1749.130 El Gobierno y la compañía también conspiraron para entorpecer los esfuerzos de los productores locales para enviar el cacao directamente a Veracruz, cargando primero las naves de la compañía (llamada la “alternativa”), antes que los barcos privados pudieran cargar sus productos, garantizando así bajos precios y la interrupción del comercio en Veracruz.131 En tanto que las necesidades laborales de las áreas de producción de cacao más antiguas no eran serias, en las haciendas de la nueva frontera de Tuy, la escasez de esclavos para 1748 produjo una crisis económica. Muchos de los colonos de Tuy habían emigrado de las islas Canarias, y estos isleños, como se les llamaba, resentían a los encargados vascos de la Compañía de Caracas. Los colonos también sentían recelo de la burocracia local, en particular del gobernador vasco en Caracas, Gabriel José de Zuloaga (1737-1747), de quien sospechaban tener fuerte 130

Robert J. Ferry, The Colonial Elite of Early Caracas: Formation and Crisis, 1567-1767 (Berkeley: University of California Press, 1989), 138. La explicación de la rebelión de León ha sido extraída de esta excelente monografía.

131

Ibid., 155, 157, 181-82.

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simpatía para la Compañía de Caracas.132 La prohibición hecha por el Gobierno en 1735, de enviar el cacao por mar a La Guaira, empeoró la situación, al forzar a los hacendados en Tuy a enviar el grano a Caracas por tierra. Dado el alto costo del transporte terrestre, los hacendados de Tuy no podían sacar ganancia de la venta de su producto en la capital. Las autoridades reales habían prohibido el flete marítimo para restringir el contrabando, pero en la práctica, los bajos precios y el alto costo del transporte a Caracas forzó a más y más hacendados de Tuy a vender el cacao a contrabandistas, en particular a mercaderes holandeses operando en Curazao.133 El líder de la protesta en Tuy sobre las prácticas de la Compañía de Caracas era el isleño Juan Francisco de León, el funcionario local de la región, quien tenía su propia hacienda de cacao. El 19 de abril de 1749, León dirigió un andrajoso grupo de isleños, negros libres y algunos esclavos y amerindios a Caracas para protestar, ante el gobernador, Luis Castellanos, por las injustas acciones de la Compañía. El gobernador había planeado huir a La Guaira, pero León y sus hombres llegaron a Caracas primero, el 21 de abril. Una vez reunidos, Castellanos accedió a permanecer en la capital y emitió un perdón a León y sus seguidores. Al día siguiente, León y sus hombres convocaron una reunión abierta del cabildo de la ciudad, que denunció a la Compañía y su restrictivo control del comercio del cacao. El apoyo del cabildo y de muchos miembros de la elite de Caracas solo añadió a la gravedad de la protesta. Castellanos, quien previamente había firmado un documento repudiando cualquier acuerdo hecho bajo coerción, ignoró sus promesas a León, y el 3 de mayo, disfrazado de cura, escapó a La Guaira. Con la huida del gobernador de Caracas, la principal protesta de León contra la Compañía podría ser interpretada como una rebelión traidora en contra de la autoridad de la Corona. León comprendió que la huida del gobernador probablemente le había convertido en un rebelde, por lo que bloqueó el camino a la ciudad portuaria planeando un ataque a La Guaira el 1 de agosto.134 Solo se evitaron las hostilidades armadas cuando el gobernador Castellanos forzó a empleados de la Compañía de Caracas a abandonar la provincia, concediéndoles de nuevo el perdón a León y sus hombres.

132

Ibid., 144.

133

Ibid., 144-45.

134

Ibid., 145-52.

168

Guerra y reforma, 1736-1749

Las autoridades en España y en Indias reaccionaron con alarma ante esta rebelión contra la autoridad real, aparentemente apoyada por la elite caraqueña. Respondieron rápida y severamente. El capitán general de Santo Domingo envió tres navíos con tropas para apaciguar la rebelión y a finales de octubre el marqués de la Ensenada envió de Cádiz dos navíos de guerra más y 1200 hombres bajo el mando de su protegido, el recién nombrado gobernador de Caracas, el bailío Julián de Arriaga. Fray Arriaga era caballero de la orden de San Juan de Jerusalén y un experto oficial naval, que había servido de jefe de escuadra en la Armada Real.135 Una vez llegado a La Guaira el 28 de noviembre, Arriaga se dirigió con una pequeña escolta hacia Caracas, donde se reunió con Juan Francisco de León, quien había aprestado a sus hombres para una vez más avanzar sobre la capital. Captando la situación con celeridad, Arriaga utilizó un despliegue de fuerza militar para intimidar a los seguidores de León, forzándolos a retirarse. Una vez en control, Arriaga perdonó a León y a sus hombres, pero no sin antes tenerlo dos horas de rodillas ante él en la plaza, antes de la lectura pública del documento.136 Los informes de Arriaga a Ensenada en enero de 1750 indicaban que no había hallado prueba de que la elite hubiera participado en la protesta, subrayando que los rebeldes habían protestado contra la Compañía de Caracas y no contra la autoridad de la Corona. Finalmente, Arriaga reconocía que la Compañía había abusado sus privilegios de monopolio, estableciendo precios significativamente bajos para el cacao e interrumpiendo el comercio al insistir en la alternativa para cargar los barcos en La Guaira.137 Aunque Venezuela permaneció sumisa, las actividades de la Compañía de Caracas fueron suspendidas en la provincia. Arriaga también atendió peticiones del cabildo de Caracas, de las elites locales y de los hacendados de Tuy, quienes protestaban de sus dañinas normas. La situación en Caracas todavía presentaba retos desalentadores desde la perspectiva del marqués de la Ensenada en Madrid. La evidencia indicaba que, en ausencia de la Compañía de Caracas, el comercio de contrabando del cacao a través del Curazao holandés había aumentado de manera alarmante. Además,

135

El término “bailío” indica un honor o una encomienda especial reservada a miembros distinguidos de la Orden de San Juan. Véase María Baudot Monroy, “Orígenes familiares y carrera profesional de Julián de Arriaga, secretario de Estado de Marina e Indias (1700-1776)”, Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV, Historia Moderna 17 (2004): 163-85.

136

Ferry, The Colonial Elite of Early Caracas, 152-54.

137

Ibid., 155-57.

169

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Ensenada y los otros ministros se hallaban en medio de una completa revisión de la política comercial en el Atlántico español después de la Guerra de la Oreja de Jenkis. Como resultado, favorecían el restablecimiento en Venezuela del monopolio de la Compañía para restringir el comercio de contrabando de cacao y para encarrilar el comercio de esta cosecha a canales legales aprobados. Ensenada decidió enviar al general Felipe Ricardos, yerno del duque de Montemar, con 600 veteranos de las guerras italianas a Caracas para acabar de una vez por todas con la rebelión de León. Ricardos tenía instrucciones precisas de capturar a León y a cualquier otro líder rebelde a la fuerza y de castigar a cualquier miembro de la elite de Caracas que hubiera tenido complicidad en la insurrección.138 Después de llegar a la capital en mayo de 1751, Ricardos ordenó el arresto de miembros claves de la elite local, enviando a algunos a España, y revocó todos los perdones emitidos por los gobernadores previos. Sus soldados persiguieron por seis meses a Juan Francisco de León y su hijo, hasta que ambos se rindieron voluntariamente en enero de 1752. Los dos fueron enviados a España para ser enjuiciados. Una docena de hombres asociados con la rebelión recibieron la pena de muerte.139 Una vez que Ricardos había castigado a los rebeldes más importantes, permitió a la Compañía reanudar operaciones en Venezuela de acuerdo con los términos de los estatutos originales. Esto efectivamente puso fin a la aborrecida alternativa, y tanto la compañía como navíos privados podrían cargar cacao de manera simultánea en La Guaira. Además, los hacendados del cacao recuperaron el derecho de enviar el cacao a Veracruz o a España en navíos privados. El único límite al libre comercio con Nueva España era la condición de que los hacendados del cacao en Venezuela pagaran una cuota de grano enviado a España, para satisfacer la demanda en la metrópolis. Ricardos resolvió la delicada cuestión del precio del cacao pagado por la Compañía, haciendo que un comité, formado por el gobernador, el regidor del cabildo y el agente de la Compañía de Caracas, determinara el precio oficial del cacao local cada año.140 Al final, esta reforma resolvió las cuestiones pendientes que condujeron a la rebelión de León.

138

Ibid., 157-64.

139

Ibid., 164-69.

140

Ibid., 161.

170

Guerra y reforma, 1736-1749

Conclusión En los años que siguieron a la muerte de Patiño surgió una nueva generación de reformadores que comenzaron a avanzar soluciones imaginativas para resolver los problemas del mundo atlántico español. Durante la crisis que precedió la Guerra de la Oreja de Jenkins, funcionarios en Madrid enérgicamente limitaron el poder y la independencia del Consulado de Cádiz y su elite sevillana, un proceso que culminó durante los primeros años del conflicto. Una vez comenzada la guerra, los reformadores reemplazaron el tradicional sistema de Flotas y Galeones con barcos de registro individuales, y fundaron nuevas compañías comerciales monopolísticas, como la Compañía Real de La Habana, para explotar los nacientes recursos en las periferias coloniales. El trabajo seminal para esta nueva clase de políticos fue el Nuevo Sistema de José de Campillo y Cossío, que proveyó el modelo para una completa revisión de las relaciones imperiales de España. Campillo pidió poner fin al monopolio de Cádiz y alentó el comercio de una amplia gama de productos de exportación, desde la plata a mercancía tropical más exótica, como cacao, índigo, tabaco, azúcar, café y cáñamo. El tradicional sistema de convoyes, con sus impredecibles salidas y su limitada capacidad de carga, no servía para satisfacer las necesidades más apremiantes del tráfico de productos perecederos, así que Campillo avanzó la noción bastante radical de patrocinar el comercio libre dentro del imperio. También pidió un moderno y eficiente servicio postal, ferias regionales, y una revisión del gobierno para restringir la corrupción política, y la integración de los amerindios en las Indias como productores y consumidores en la economía del mercado. Aunque Campillo nunca vería la implementación de sus políticas, las ideas recogidas en el Nuevo Sistema influyeron las decisiones de sus sucesores y cambiaron el debate político sobre las reformas. Campillo era consciente de que toda innovación provocaría oposición, y así fue en efecto. A medida que la reforma surgía en áreas políticas controversiales y volátiles, grupos de presión, extranjeros y domésticos, a ambos lados del Atlántico, pugnaban para dar forma o por acomodarse a la política de la Corona española. Los esfuerzos para limitar el poder del Consulado de Cádiz y reemplazar las Flotas y Galeones durante la guerra con barcos de registro individual causaron un flujo constante de mercancía a través del Atlántico, a pesar del control inglés de las vías marítimas. También promovieron una diversificación de los productos enviados de las Indias a España, ya que productos tropicales y otra mercancía perecedera podían ser enviados eficazmente por mar. Sin embargo, los barcos de 171

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registro incitaron la oposición de los Consulados de Cádiz, Lima y Ciudad de México, que vieron sus tradicionales derechos monopolísticos comprometidos por el nuevo sistema, sin importar cuán bien funcionara. El descontento con las injustas costumbres de la Compañía de Caracas en Venezuela y los esfuerzos de la Corona para controlar el comercio de contrabando del cacao, especialmente después del fin del asiento de la South Sea Company, que suplía esclavos a la gobernación, contribuyó al estallido de la revolución de León. Mientras que los funcionarios de Madrid habían tratado de sabotear el asiento inglés y el comercio de contrabando que facilitaba, antes de que la tinta se hubiera secado en los Tratados de Utrecht, el acuerdo con la South Sea Company había suministrado los esclavos necesarios para dar ínfulas y mantener el boom del cacao en Venezuela. En tanto España se acercaba a mediados de siglo, estas múltiples y complejas luchas dieron al proceso reformista su titubeante, impredecible y contradictoria cualidad. Sin embargo, mientras que las derrotas españolas en guerras anteriores habían conducido a la desgracia y a la caída de reformadores como Alberoni, victorias como la de la Guerra de la Oreja de Jenkins, en especial en el escenario americano, permitieron a Ensenada y a Carvajal y Lancáster salir victoriosos, con realzado prestigio y poder. Por añadidura, cuando Felipe falleció, el nuevo monarca, Fernando VI, eliminó a su madrastra, Isabel Farnesio, de la Corte. El gobierno de Madrid podía entonces ignorar sus pretensiones dinásticas en Italia y volver su atención a reformas y renovaciones en el mundo atlántico.

172

5 Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

Al finalizar la Guerra de la Oreja de Jenkins en 1748, el nuevo monarca borbónico, Fernando VI (1746-1759), presidió un amplio impulso reformista para fortalecer el aparato estatal, levantar un estamento militar más fuerte (especialmente la Armada), controlar los vínculos políticos y comerciales con el imperio, y refrenar el poder de Roma sobre la Iglesia española. Mientras previos esfuerzos borbónicos para reformar el sistema imperial se habían concentrado más bien en el comercio transatlántico, estas nuevas iniciativas supondrían un reexamen del papel de importantes grupos de interés dentro del imperio, incluyendo la relación tradicionalmente estrecha entre la Iglesia y el Estado en el mundo español atlántico. El poder de las órdenes religiosas más independientes, como los franciscanos, agustinos, dominicos, mercedarios y jesuitas, recibió un particular y cuidadoso escrutinio. En efecto, las reformas clericales iniciadas por los ministros regalistas de Fernando VI establecieron la agenda para las relaciones entre Iglesia y Estado que su sucesor, Carlos III (1759-1788), llevaría más lejos con la expulsión de los jesuitas en 1767.1 Estas reformas borbónicas de la Iglesia combinaban ideas de la Ilustración europea con una variedad de discursos reformistas, procedentes de las Indias, quejándose de males políticos, sociales y económicos locales. Los regalistas de Madrid encargados de elaborar la política

1

Para un excelente análisis de la política eclesiástica de Fernando VI y sus ministros, véase: Rafael Olaechea, “Política eclesiástica del gobierno de Fernando VI”, en La época de Fernando VI (Oviedo: Cátedra Feijóo, 1981), 141.

173

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monárquica utilizaron todas esas fuentes para formular reformas imperiales pragmáticas, haciendo uso de las más modernas ideas que tenían a la mano. Al mismo tiempo, las reformas clericales borbónicas surgieron en una compleja arena política en la que competían numerosas agendas ideológicas, que les dieron forma a lo largo del siglo xviii.2 Una de las menos estudiadas, pero más influyente de las reformas clericales borbónicas a mediados de siglo comenzó el 4 de octubre de 1749, cuando la Corona emitió reales cédulas mandando que todas las doctrinas (parroquias) administradas por órdenes religiosas en los arzobispados de Lima, Ciudad de México y Santa Fe de Bogotá fueran transferidas al clero secular.3 Este intento de limitar la riqueza y el prestigio social de las órdenes religiosas fue provocado por una serie de cartas escritas en 1746 por el virrey José Manso de Velasco (17451761), censurando la enorme cantidad de clero regular en Perú y pidiendo se destituyera a las órdenes del trabajo parroquial.4 Tras determinar que el proceso marchaba sin ninguna fuerte protesta popular en favor de las órdenes, la Corona emitió un nuevo edicto el 1 de febrero de 1753, extendiendo el proceso de secularización a las doctrinas en todas las diócesis de la América española. Con estos trascendentales edictos, la dinastía borbónica comenzó el proceso de despojar a las órdenes religiosas de parroquias que habían administrado, en algunos casos, desde la “conquista espiritual” en el siglo xvi. Por añadidura, estas medidas limitaban no solo la riqueza de las órdenes, sino también su prestigio social en las Indias. Al final, el remover a las órdenes de sus parroquias tuvo enormes consecuencias económicas, conduciendo a la disminución de la riqueza y la cantidad del clero regular para fines de siglo.5 Este ataque al poder del clero regular alteró significativamente la tradicional asociación entre la Iglesia y el Estado en el imperio español. Los edictos de 1749 y 1753 señalaron un paso importante hacia la imposición del poder 2

Gabriel B. Paquette, Enlightenment, Governance, and Reform in Spain and its Empire, 1759-1808 (Basingstoke: Palgrave MacMillan, 2008), 152-153.

3

Cédula real al virrey de Perú, Buen Retiro, octubre 4, 1749, y un segundo edicto enviado al arzobispo de Lima, Cédula real al arzobispo de Lima, Buen Retiro, octubre 4, 1749, Archivo General de Indias (agi), Lima, leg. 1596.

4

Manso de Velasco a la Corona, Lima, octubre 12, 1746, agi, Lima, 415.

5

Para 1800, “la mayoría de los franciscanos vivían de su ingenio y no mantenían ya sus conventos”. Antonine S. Tibesar, “The Suppression of the Religious Orders in Peru, 1826-1830 or the King versus the Peruvian Friars: The King Won”. The Americas 39:2 (1982): 217.

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Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

del renovado Estado borbónico sobre la Iglesia católica, reflejando el avance del “regalismo” sobre la monarquía compuesta descentralizada de los Habsburgo.

Crítica del clero regular al inicio de la época borbónica en Perú Críticas de la corrupción e inmoralidad del clero eran lugar común en el siglo xviii, pero una de las más fuertes y tempranas censuras de abuso clerical apareció en un reporte enviado al papa en 1772, ostensiblemente escrito por el arzobispo de Lima, Antonio de Saloaga. En realidad, el autor del texto era un clérigo secular italiano, José María Barberí, quien había ido a Perú como consejero de su compatriota, Cármine Nicolás Carácciolo, príncipe de Santo Bono y virrey de Perú (1716-1722).6 De acuerdo con el informe, el clero regular había abandonado la mayoría de sus tareas en las fronteras del virreinato en favor de la vida en las ciudades o la administración de parroquias rurales lucrativas. Barberí alegaba que los frailes que vivían en áreas urbanas circulaban en las ciudades sin sus hábitos, patrocinaban fiestas con mujeres de moralidad relajada, y contraían relaciones sexuales ilícitas o hasta simple concubinato. Los frecuentes disturbios ocasionados por las elecciones de provinciales de las órdenes regulares o la visita a monasterios locales con frecuencia degeneraban en escandalosos espectáculos públicos. A pesar de estos males, Barberí argüía que administrar las mil parroquias rurales amerindias constituía la mayor influencia corruptiva sobre las órdenes religiosas, cuyos miembros a menudo vivían fuera de sus monasterios en doctrinas esparcidas por el campo.7 Barberí afirmaba que estas doctrinas enriquecían al clero regular, pero que además eran causa de laxitud moral, ya que los frailes no podían ser supervisados y forzados a seguir las reglas de sus órdenes. Por añadidura, estos frailes explotaban de manera despiadada a sus feligreses, cobrando cantidades excesivas por la administración de sacramentos como bodas o

6

Alfredo Moreno Cebrián, “El regalismo borbónico frente al poder Vaticano: acerca del estado de la Iglesia en el Perú durante el primer tercio del siglo xviii”, Revista de Indias 63:227 (2003): 223-74.

7

De acuerdo con Moreno Cebrián, el informe surgió de una larga lucha por el poder político y religioso que enfrentaba al virrey de Perú, el príncipe de Santo Bono (1714-1720), y al arzobispo de Lima, Antonio de Soloaga, contra el antiguo virrey y obispo de Quito, Diego Ladrón de Guevara (virrey de 1710 a 1716). Ladrón de Guevara era apoyado en esta lucha por Diego Morcillo Rubio de Auñón, arzobispo de Lima de 1723 a 1730, quien más tarde sirvió de sucesor de Santo Bono y como virrey de 1720 a 1724. Ibid., 230-32.

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funerales. Llegaban hasta forzarles a comprar productos europeos por un precio fijo (una práctica semejante al notorio repartimiento de comercio practicado por los corregidores de indios). El control sobre las parroquias también se convirtió en otro motivo de desorden en los monasterios, con los frailes continuamente discutiendo sobre quiénes obtendrían las mejores parroquias. En resumen, Barberí recomendaba una completa reforma de las órdenes religiosas, sacándolas de las parroquias rurales y reemplazándolas con clero secular.8 Muchos de estos mismos cargos aparecieron en un informe mucho más detallado y de considerable peso, escrito en 1749 por dos jóvenes y bien relacionados oficiales navales, Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Ambos habían viajado a las Indias en 1735 para ayudar en una expedición científica francesa, sancionada oficialmente, al virreinato, que había de medir un grado del ecuador. Después del regreso de Juan y Ulloa en 1746, el marqués de la Ensenada les encargó escribir un informe secreto de los problemas en el imperio, que se vino a conocer como Noticias secretas de América.9 El testimonio se difundió en círculos gubernamentales, y sus recomendaciones y puntos de vista anticipaban algunas de las mismas ideas presentadas en los edictos de secularización en 1749 y 1753. En las Noticias secretas, Jorge Juan y Antonio de Ulloa escribieron una mordaz acusación de malversación clerical, corrupción y libertinaje en las provincias andinas. Juan y Ulloa articularon su ataque inicial contra el clero, condenando su escandalosa conducta en las doctrinas indígenas de los Andes. En sus palabras: Esto experimentan los indios con sus curas, que debiendo ser sus padres espirituales y sus defensores contra las sinrazones de los corregidores, puestos de conformidad con éstos, se emulan a sacar el usufructo en competencia, a costa de la sangre y del sudor de tan mísera y desdichada gente, a quien faltando el pan para sustentarse sobran riquezas para engrandecer a otros.10

8

Ibid.

9

El marqués de la Ensenada estaba a cargo de las secretarías de Guerra, Hacienda, Marina e Indias, y podría decirse era el político más poderoso en España. Véanse John Lynch, Bourbon Spain, 17001808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 157-95; Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Silver, Trade, and War. Spain and America in the Making of Early Modern Europe (Baltimore y Londres: Johns Hopkins University Press, 2000), 231-59.

10

Luis J. Ramos Gómez, Las “Noticias secretas de América” de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (17351745), vol. 2, Edición crítica del texto original (Madrid: Consejo de Investigaciones Científicas, 1985), 185.

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Aunque Juan y Ulloa condenaron la malversación, la corrupción y el libertinaje de todos los clérigos, resaltaron el abuso de todas las órdenes religiosas excepto los jesuitas. Los jóvenes oficiales mantenían que, en todo el reino, miembros del clero regular mantenían concubinas públicamente e incluso tenían hijos, a quienes a menudo reconocían, dándoles a estas ilegítimas criaturas su apellido. Aparte de los jesuitas, demasiados miembros de las órdenes religiosas vivían fuera de las casas religiosas, donde su licenciosa manera de vivir era difícil de prevenir. De acuerdo con Juan y Ulloa, el provincial de las órdenes franciscana y dominica controlaba entradas anuales de 300 000 a 400 000 pesos.11 Esta gran riqueza —propiedades urbanas y rurales, privilegios y préstamos, donaciones y derechos parroquiales— significaba que los provinciales y sus aliados políticos a menudo peleaban agriamente con facciones rivales en las casas religiosas, lo que a veces resultaba en enfrentamientos violentos. Aunque el clero secular cometía abusos similares, la falta de supervisión y entrenamiento entre los regulares les hacía aún más susceptibles al vicio y a la relajación moral. Solo los jesuitas, que vivían en conventos y que rigurosamente vigilaban a sus miembros, escaparon la censura de los jóvenes oficiales navales. Juan y Ulloa volvieron entonces su atención al vergonzoso estado de las misiones de frontera a cargo del clero regular. Las órdenes regulares no solían enviar un número adecuado de misioneros a ellas. Aun cuando los misioneros entraban en estas regiones fronterizas, el clero regular y los ciudadanos españoles de la localidad a menudo maltrataban a los nuevos conversos. Esta gente explotada en ocasiones se rebelaba contra las misiones, haciendo la evangelización de toda la frontera una empresa arriesgada. En un caso notable, una rebelión dirigida por Juan Santos Atahualpa surgió en las tierras forestales tropicales al este de Jauja y Tarma en el Cerro de la Sal y en el Gran Pajonal durante 1741, y los rebeldes mataron o expulsaron a los misioneros franciscanos de los alrededores, terminando eficazmente por décadas los esfuerzos evangelizadores de los frailes en la región. Juan y Ulloa afirmaban que de las órdenes regulares, solamente los jesuitas disfrutaban de un alto nivel de éxito en la evangelización de las regiones de frontera, con misiones grandes y bien financiadas.12

11

Ibid., 425.

12

Ibid., 154-58.

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Juan y Ulloa avanzaron varias recomendaciones para reformar la conducta del clero, que claramente reflejaban puntos de vista expresados en la política reformista que pronto sería patrocinada por la Corona. Primero, urgían a la Corona a relevar al clero regular del deber parroquial, particularmente en las doctrinas indígenas, porque las órdenes religiosas eran más difíciles de controlar y más susceptibles a prácticas corrompidas que el clero secular. Segundo, instaban a la Corona a limitar el número de hombres jóvenes permitido en las órdenes religiosas. Esto reduciría el tamaño de las órdenes y animaría a más hombres a vivir una vida productiva laica, casándose y añadiendo riqueza al reino, en vez de convertirse en frailes lascivos e inútiles. Por último, para fomentar la evangelización en las provincias fronterizas, exhortaban a la Corona a permitir que solo los jesuitas mantuvieran misiones.13 El material presentado en ambos, el memorial de Barberí y en las Noticias secretas, reflejaba las complejas corrientes políticas e intelectuales que se entrecruzaban a mediados del siglo xviii en el imperio español atlántico. Para la década de los cuarenta, numerosos tratados de la pluma de reformadores en España y Perú circulaban en Madrid —de proyectistas, jansenistas, reformadores burocráticos en América y elites indígenas hispanizadas— y cada cual presentaba su propia agenda política e intelectual. Para producir su informe, Juan y Ulloa usaron sus propias observaciones y las de otros testigos, así como informes de abusos del clero, particularmente aquellos perpetrados por las órdenes religiosas. Los dos jóvenes tenientes de marina juntaron estas manifestaciones de protestas, haciendo de ellas un testimonio del mal gobierno español, con la idea de reformar el régimen colonial y renovar el vigor del poder estatal. Si el marqués de la Ensenada y otros funcionarios claves en Madrid usaron directamente lo expuesto en las Noticias secretas o no, lo cierto es que estas ideas de renovación del imperio eran parte del debate público sobre reforma en los círculos gubernativos.14

13

Ibid.

14

Para una discusión de cómo estos grupos diversos influyeron a Juan y Ulloa, y las ideas expresadas en Noticias secretas, véase Kenneth J. Andrien, “The Noticias secretas de América and the Construction of a Governing Ideology for the Spanish American Empire”. Colonial Latin American Review 7:2 (1998): 175-92.

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El terremoto de 1746 y reforma en el Virreinato de Perú Las órdenes religiosas fueron el blanco de acción legislativa bajo el impulso de reforma desde principios del siglo xviii. Las reales cédulas de 1705 y 1717 establecieron prohibiciones para la fundación de nuevos conventos y hospitales sin la previa aprobación de Madrid. En 1703, un edicto ordenaba que los conventillos (pequeñas casas de religiosos) en las áreas rurales habían de tener por lo menos ocho frailes en residencia permanente o serían cerrados. Esta medida se debía a la costumbre del clero regular de asignar frailes a estos conventillos, para controlar a los clérigos regulares esparcidos en las parroquias, poniéndolos legalmente bajo la dirección de la orden religiosa en vez de la del prelado local. Estas órdenes con frecuencia incluían a los titulares de estos doctrineros como miembros de esas pequeñas comunidades, aunque no vivieran en ellas, para aumentar el número oficial de residentes en los conventillos. La repetida promulgación del edicto en 1708, 1727, 1731 y 1739, quizás indica que no era aplicado debidamente, a lo menos hasta que la Corona sacó a las órdenes regulares de sus parroquias en 1749 y 1753.15 El fuerte terremoto que sufrió Lima el 28 de octubre de 1746, seguido de una enorme marejada que inundó y destruyó la ciudad portuaria de Callao, causó serias preocupaciones acerca de la reforma de las órdenes religiosas hasta llegar a un punto crítico. Más de 6000 personas perecieron —de una población de cerca de 50 000—, mientras que la mayoría de los edificios de la ciudad fueron destruidos o seriamente dañados, muchos quedando en estado irreparable.16 Casi todas las más importantes residencias religiosas de la ciudad y del puerto sufrieron daños estructurales de gravedad, forzando a cientos de monjas y religiosos a abandonarlos, saliendo a las calles de la ciudad. Aunque el número de religiosos de Lima comparado con su población total era similar al de la mayoría de las ciudades españolas, la destrucción de sus conventos hizo a los religiosos y monjas más visibles que nunca. El gran número de religiosos alojados en viviendas temporales o en residencias privadas hacía la disciplina religiosa imposible de supervisar. El terremoto también daño muchas propiedades del clero regular, y las entradas provenientes de pagos de interés sobre embargos y censos de

15

Adrian Pierce, “Early Bourbon Government in the Viceroyalty of Peru, 1700-1759” (Disertación de grado, University of Liverpool, 1998), 190.

16

Ibid., 60.

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propiedades urbanas y rurales disminuyeron notablemente. La situación se agravó cuando el virrey, José Manso de Velasco, redujo a la mitad el capital de todos los censos y bajó la tasa de interés del 50 %, al 2 o al 1 %, de acuerdo con la clase, y concedió una moratoria de dos años a los pagos.17 El virrey impuso estos cambios para aligerar la carga de los propietarios y para ayudar a la recuperación de la ciudad y del campo. El hombre encargado del gobierno de Perú en estos momentos de crisis, José Manso de Velasco, era un oficial militar de carácter enérgico y seguro de sí mismo, oriundo de La Rioja, de modesto origen hidalgo y que había servido exitosamente ocho años como capitán general de Chile antes de su ascenso a virrey de Perú en 1745. Como su colega en Nueva España ( Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, primer conde de Revillagigedo), Manso de Velasco era un protegido y amigo íntimo del poderoso marqués de la Ensenada (riojano también), y los tres hombres se habían hecho amigos mientras servían bajo Montemar en el exitoso sitio de Orán en 1732. Ensenada le había dado al nuevo virrey amplios poderes fiscales al nombrarlo superintendente de la Real Hacienda. Aunque Manso de Velasco se ganó la antipatía de la clase alta de Lima por tratar de promover métodos de construcción más seguros y de modernizar el diseño de las calles de la ciudad, se le recuerda principalmente por haber provisto de agua y alimentos a los supervivientes del sismo. De igual modo, recibió mucho encomio por reconstruir la ciudad (especialmente la catedral), y por construir la fortaleza Real Felipe y la nueva ciudad portuaria de Bellavista para reemplazar a Callao.18 En efecto, la Corona le recompensó en 1748 con el título de conde de Superunda (en la cresta de la ola), y su efigie permanece en la Catedral de Lima, contra el fondo de la catedral en plena reconstrucción.19

17

Pablo Emilio Pérez-Mallaína Bueno, Retrato de una ciudad en crisis: la sociedad limeña ante el movimiento sísmico de 1746 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 2001), 309-11. La tasa de interés fue reducida al 2 % en censos que tenían límite de tiempo (y que podían ser redimidos) y al 1 % en embargos o préstamos permanentes.

18

Ibid., passim. Véase también Charles F. Walker, “The Upper Classes and Their Upper Stories: Architecture and the Aftermath of the Lima Earthquake of 1746”. Hispanic American Historical Review (hahr) 83:1 (febrero 2003): 53-82.

19

Una copia del cuadro original (pintada por Cristóbal Lozano), hecha por un discípulo de Lozano, José Joaquín Bermejo, muestra al conde de Superunda con la bahía de Callao al fondo. Véase Joseph Rishel y Suzanne Stratton-Pruitt, The Arts in Latin America, 1492-1820 (Filadelfia: Philadelphia Museum of Art, 2006), 462.

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El virrey Manso de Velasco, utilizando el problema del clero sin techo en Lima, escribió dos cartas al marqués de la Ensenada, su amigo y protector, proponiendo en fuertes términos una reforma mayor de las órdenes. El virrey pedía la reducción del número de religiosos al nivel al que su manutención pudiera ser cubierta con las entradas de las órdenes, y recomendaba la secularización de las doctrinas del clero regular. Afirmaba que sin las ganancias de sus parroquias, las órdenes tendrían que reducir sus números a un nivel apropiado a sus otros medios de subsistencia.20 El virrey quería poner coto al poder de la Iglesia, en particular de las órdenes religiosas, dándoles un menor y menos visible papel al planear él mismo la reconstrucción de Lima y de su economía. Armado con el reciente informe que Juan y Ulloa le habían proveído y con las cartas de Manso de Velasco, Ensenada lanzó una minuciosa investigación del papel del clero regular en las Indias españolas.

Conflictos y conspiraciones en Perú La actitud del virrey hacia las órdenes religiosas produjo tensiones latentes en ellas (en particular entre los franciscanos), que solo empeoraron después del terremoto de 1746. Desde que Juan Santos Atahualpa había expulsado a los misioneros franciscanos de las tierras forestales al sur de Tarma y Jauja, miembros de la orden se habían quejado de los inadecuados esfuerzos del Gobierno para derrotar la insurrección y restaurar las misiones.21 La desconfianza se convirtió en ira cuando Manso de Velasco amenazó cortar a la mitad el subsidio gubernamental anual de 6000 pesos por el esfuerzo misionero, razonando que la orden no necesitaba la cantidad completa cuando las misiones no funcionaban.22 Unido a que el virrey había bajado la tasa de interés de los censos, esto fue otro golpe económico inoportuno para la orden. Por su parte, el superior de las misiones franciscanas, Joseph de San Antonio, escribió un detallado memorial a la Corona en 1750

20

Pearce, “Early Bourbon Government”, 196; conde de Superunda a la Corona, Lima, diciembre 18, 1748, agi, Lima, leg. 643.

21

La afrenta de ver a sus cristianizados discípulos correr enseguida al lado de los rebeldes se intensificó cuando el virrey envió un pequeño grupo de jesuitas con el propósito de reunirse con Juan Santos Atahualpa para tratar de poner fin al conflicto. José Amich, Historia de las misiones del convento de Santa Rosa de Ocopa, editado con introducción de Fr. Julián Heras (Iquitos: IIAP-CETA, 1988 [1771]), 176.

22

Conde de Superunda a la Corona, Lima, septiembre 1, 1753, agi, Lima, leg. 418.

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pidiendo más, no menos, subsidio gubernamental para las misiones franciscanas en el Cerro de la Sal, el Gran Pajonal, y sus nuevas misiones en Cajamarquilla y Manoa en las tierras bajas tropicales al norte y al este de Huánuco.23 Tales tensiones degeneraron en desconfianza y mala voluntad cuando dos misioneros franciscanos de Perú aparecieron inesperadamente en Madrid para darle al rey Fernando VI un detallado y revelador informe sobre la explotación de los amerindios en el virreinato. Los dos frailes, un donado franciscano mestizo, fray Calixto de San José Túpac Inca, y su colega, fray Isidoro de Cala y Ortega, merodeaban los alrededores del real pabellón de caza. Y durante su acostumbrado paseo vespertino, le entregaron el manuscrito, por la ventanilla del carruaje, a un muy sorprendido Fernando VI.24 Este texto proveía una tajante denuncia del Gobierno español en los Andes, escrita a la manera de las Lamentaciones del profeta Jeremías en el Antiguo Testamento. El documento repudiaba la sublevación de Juan Santos Atahualpa, pero también alegaba que la corrupción de las autoridades españolas y su descarada explotación de los pueblos andinos habían forzado a mucha gente indígena a apoyar esas radicales soluciones. El invocar los abusos de los funcionarios del virreinato como causa de la rebelión quitaba cualquier responsabilidad de los franciscanos por el colapso de sus misiones en el área. Para aliviar estos abusos de los amerindios, la “Representación verdadera” pedía la supresión de los corregimientos de indios, la terminación de la mita y el establecimiento de un tribunal especial para oír solo casos amerindios. Además, recomendaba que a la gente indígena le fuera dado acceso a las órdenes religiosas como verdaderos hermanos, o legos, y también a puestos políticos que hasta entonces habían sido reservados solo para españoles.25 Su colega franciscano, Isidoro de Cala y Ortega, escribió un texto en latín enviado 23

Consulta del Consejo de Indias, Madrid, noviembre 5, 1750, agi, Lima, leg. 366.

24

Fray Calixto de San José Túpac Inca al Mui Ilustre Cabildo de la Ciudad de Lima, Madrid, 14 de noviembre de 1750, agi, Lima, leg. 988. Los dos frailes viajaron ilegalmente de Cuzco a Buenos Aires por el puerto portugués Colonia de Sacramento de Río de Janeiro. De Río tomaron un barco a Lisboa, desde donde viajaron por tierra a Madrid, llegando el 22 de agosto de 1750. Al día siguiente le entregaron el manuscrito al sorprendido rey Fernando VI.

25

El texto llevaba como título: “Representación verdadera y exclamación y lamentable que toda la nación indiana hace a la majestad del señor rey de las Españas y emperador de las Indias, el señor don Fernando VI, pidiendo los atienda y remedie sacándolos del afrentoso vituperio y oprobio en que están más de doscientos años. Exclamación de los indios americanos, usando para ella dela misma que hizo el profeta Jeremías a Dios en el capítulo 5 y último de sus lamentaciones”, en Fernando A. Loayza, ed., Fray Calixto Túpak Inka: Documentos originales y, en su mayoría, totalmente

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al papa en Roma, que contenía similares acusaciones y sugerencias para reformas.26 Dado el reciente informe de Juan y Ulloa acerca de mal gobierno en los Andes, los memoriales de los dos franciscanos despertaron el interés del rey y de sus ministros más importantes. Las denuncias de fray Calixto e Isidoro de Cala provocaron controversia y consternación en Perú. Los franciscanos eran misioneros con experiencia, quienes declaraban tener conocimiento directo de los abusos presentados en sus memoriales, y la preocupación del rey Fernando por el tratamiento de sus súbditos amerindios era bien conocida. Aunque los frailes no habían obtenido permiso legal para publicar estos trabajos y tampoco para viajar de Perú a España, los funcionarios del virreinato se alarmaron cuando el rey ordenó al Consejo de Indias explorar los alegatos de los frailes franciscanos. Es más, cuando los frailes más tarde se reunieron con los miembros del Consejo, fray Calixto explicó que la “Representación verdadera” había sido escrita hacía más de un año, en 1748, y circulada entre la nobleza indígena de Lima y Cuzco, y editada para reflejar su visión en común acerca de los abusos del Gobierno español.27 Así, el memorial representaba la experiencia colectiva de los misioneros franciscanos y de las elites indígenas del virreinato. Todo el asunto suscitó controversia y debate en Perú y también causó humillación al Gobierno del virreinato, en particular al conde de Superunda. Al tiempo que, en España, funcionarios gubernamentales consideraban las reformas propuestas por los dos franciscanos, la “Representación verdadera” y el mismo fray Calixto de San José Túpac Inca se hallaron implicados en dos graves sublevaciones indígenas en el Virreinato de Perú en 1750. Todavía en plena recuperación del terremoto, al virrey le llegó la noticia de que se planeaba una sublevación indígena en Lima. Presuntamente, los conspiradores planeaban

desconocidos, auténticos, de este apóstol indio, valiente defensor de su raza, desde el año 1746 a 1760 (Lima: D. Miranda, 1948), 5-61. El original se halla en agi, Lima, leg. 988. 26

El texto ostensiblemente escrito en latín por fray Isidoro Cala estaba titulado: “Planctus Indorum Christianorum en America Peruntina”, en Una denuncia profética desde el Perú a mediados del siglo xviii: el Planctus Indorum Christianorum en America Peruntina, editado por José María Navarro, 141-471 (Lima: Pontífica Universidad Católica del Perú, 2001). Para un análisis del texto de fray Calixto, véase: Alcira Dueñas, Indians and Mestizos in the “Lettered City”: Reshaping Justice, Social Hierarchy, and Political Culture in Colonial Peru (Boulder: University of Colorado Press, 2010), passim.

27

Fray Calixto de San José Túpac Inca al Mui ilustre Cabildo.

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tomar el palacio del virrey y su arsenal, matar a la población española, reclutar a esclavos y libres y, entonces, unirse a los rebeldes de Juan Santos Atahualpa.28 Si exitosos, sus planes amenazaban producir un baño de sangre que podría poner fin al Gobierno español en los Andes.29 Las autoridades apresaron y más tarde ejecutaron a los conspiradores más importantes en Lima. Sin embargo, un líder, Francisco García Jiménez, escapó a Huarochirí, una provincia montañosa que conectaba a Lima y la costa con las montañas. Mientras estuvo allí, dirigió una sublevación sangrienta, pero no exitosa, que resultó en la muerte de docenas de españoles y criollos. Haciendo clara referencia a los dos franciscanos, el conde de Superunda alegó que los rebeldes fueron inspirados “por los escritos de los dos frailes de poco talento”.30 Una vez que las noticias de los fracasados levantamientos en Lima y Huarochirí llegaron a Madrid, las autoridades reales inmediatamente reconocieron la naturaleza explosiva de los memoriales. Funcionarios en Madrid prohibieron la circulación de los manifiestos de fray Calixto y fray Isidoro de Cala, deteniendo a ambos hombres en monasterios españoles. Mientras que fray Isidoro de Cala permanecía prácticamente bajo arresto domiciliario en Cádiz, la Corona permitió a fray Calixto regresar a Lima en 1753, donde pronto cayó en desgracia con el Gobierno del virreinato. El franciscano había suscitado sospecha en las autoridades limeñas al reunirse en forma clandestina con los líderes amerindios de la localidad, incluyendo aquellos sospechosos de participar en la conspiración de Lima. El fraile hasta se quejó a gritos de los castigos brutales impuestos a los dirigentes del fracasado levantamiento de 1750. Las autoridades del virreinato ejercieron presión sobre los

28

Los rebeldes tenían la intención de reclutar grupos negros y amerindios en todo Perú y también reunirse con Juan Santos y sus seguidores. Algunos de los sublevados querían ofrecer la Corona de un restablecido imperio Inca, mientras que otros veían un gobierno interino dirigido por nobles indígenas, hasta que se pudiera escoger un rey. El más completo resumen de las sublevaciones es el texto de Karen Spalding, Huarochirí. An Andean Society Under Inca and Spanish Rule (Stanford, CA: Stanford University Press, 1984), 271-89. Otro análisis de los indígenas de Lima de este período, que también examina la fallida sublevación de 1750, es Lyn Brandon Lowry, “Forging and Indian Nation: Urban Indians under Spanish Colonial Control (Lima, Peru, 1535-1765)” (Disertación de grado, University of California at Berkeley, 1991).

29

Loayza, Fray Calixto Túpak Inka, 84-92, y conde de Superunda a la Corona, Lima, 24 de septiembre de 1750, agi, Lima, leg. 417.

30

Superunda, conde de, “Conde de Superunda a la Corona”, Lima, 24 de septiembre de 1750, citado en Charles F. Walker, Shaky Colonialism. The 1746 Earthquake-Tsunami in Peru and Its Long Aftermath (Durham: Duke University Press, 2008), 174.

184

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franciscanos para registrar la celda de fray Calixto en Lima, donde alegaron hallar una serie de documentos incriminatorios, conectando al fraile directamente con las sublevaciones de 1750.31 Estos documentos supuestamente probaban que el franciscano se había reunido muchas veces con los conspiradores, hasta permitiéndoles planear la rebelión en su celda. Las autoridades reales de inmediato le enviaron de nuevo a España en 1760 y le aislaron en un monasterio franciscano en la más remota región de Granada, lejos del mar.32 La Corona también retuvo a fray Isidoro de Cala en Cádiz bajo arresto domiciliario en un monasterio franciscano. Aunque sus superiores en Cuzco pidieron su retorno a las actividades misioneras, permaneció en custodia hasta que su sentencia fue conmutada en 1768, gracias a los esfuerzos de su hermano Casimiro, un prominente franciscano y miembro de la Inquisición.33 Al final, todo el asunto manchó la reputación de la orden franciscana en Perú, relacionando sus acusaciones de mal gobierno y la asociación de los dos frailes con una peligrosa y sangrienta rebelión.

La Reforma y la secularización de las doctrinas de indios La decisión en 1749 de actuar contra las órdenes religiosas secularizando sus parroquias rurales era parte de un amplio y ambicioso programa de reforma en el imperio español americano, promulgado por los ministros de la Corona, en particular por el marqués de la Ensenada. En la metrópolis, el inquieto y enérgico Ensenada y sus aliados usaron el final de la Guerra de la Oreja de Jenkins en 1748 para promover una seria reforma fiscal. Después de ordenar un catastro del reino en 1750, su gobierno propuso un solo impuesto, tasado de acuerdo con los ingresos, para reemplazar las engorrosas rentas provinciales —las alcabalas, cientos y millones—.34 Aún antes de imponer el único impuesto a los ingresos, Ensenada había recomendado que la Corona asumiera la administración de las rentas provinciales directamente, poniendo fin al sistema de arrendadores.

31

Loayza, Fray Calixto Túpak Inka, 84-92.

32

Ibid., 92-94.

33

Víctor Peralta Ruiz, “Las razones de la fe. La Iglesia y la Ilustración en el Perú, 1750-1800”, en Perú en el siglo xviii. La era borbónica, editado por Scarlett O’Phelan Godoy (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003), 201.

34

El impuesto único al final nunca fue implementado, pero las rentas provinciales fueron recaudadas, de 1750 en adelante, por funcionarios estatales y no por arrendadores de impuestos. Lynch, Bourbon Spain, 169.

185

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En 1749, su gobierno también había extendido el sistema de intendencias a toda España. Y había renovado el ambicioso y costoso programa de construcción naval. En cuanto a las Indias, Ensenada y sus compañeros reformistas restringieron la independencia del Consulado de Cádiz, como se demostró en el capítulo 4, rompieron el dominio de la elite sevillana, y promovieron el uso de barcos de registro con licencia para comerciar con los puertos americanos autorizados, en tanto que durante el proceso, reemplazaba los cada vez más ineficaces galeones. En 1705, la Corona asimismo puso fin a la sistemática venta de nombramientos a puestos en las colonias, para erradicar la dominante cultura política de corrupción en la burocracia colonial. Uno de los mayores éxitos de la Corona, sin embargo, fue el Concordato de 1753, que de manera dramática aumentaba el poder de patronato del rey sobre los nombramientos eclesiásticos en la totalidad del imperio.35 Esto, sin lugar a dudas, reflejaba la creciente fuerza de principios ilustrados, regalistas, en la administración real. Pero había mucho más implicado en la política en la Corte. El triunvirato que regía en nombre de Fernando VI durante el período de posguerra alimentaba una ambiciosa agenda pro jesuita. Además de Ensenada con sus múltiples ministerios y Carvajal a cargo de Estado, el confesor del rey, Francisco de Rávago, ejercía gran influencia. Rávago, como todos los confesores de los monarcas Borbones que le habían precedido, era jesuita, y los tres eran conocidos en la política de Madrid como el “Partido Jesuita”.36 De ahí que mientras que un nuevo elenco regalista en términos ilustrados irrumpiría en escena a mediados de siglo, un intrigante subtema sería la compensación, en efecto, la elevación, de la Sociedad de Jesús, que saldría ganando mientras que sus rivales contendían con el peso de una selectiva reforma eclesiástica. Para atender las reformas propuestas por Manso de Velasco en su correspondencia, el marqués de la Ensenada convenció al rey Fernando VI de nombrar un comité especial ad hoc, la Junta Particular de Ministros, en noviembre de 1748, encabezado por el ministro de Estado, José de Carvajal y Lancáster, y formado por el padre Rávago, los arzobispos electos de Lima, Ciudad de México y Santa Fe,

35

Ibid., 160-95. La negociación del Concordato fue confiada en su mayor parte al confesor del rey, Francisco de Rávago.

36

Hasta su fuerte respaldo de los jesuitas reflejaba el punto de vista común en Madrid. La sociedad había provisto los confesores privados de todos los monarcas borbónicos. Pierce, “Early Bourbon Government”, 14.

186

Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

cuatro miembros del Consejo de Castilla y tres miembros del Consejo de Indias.37 Después de deliberaciones en la residencia campestre de Carvajal en las afueras de Madrid, la Junta Particular emitió sus recomendaciones, pidiendo se limitara el número admitido en las órdenes regulares y se prohibiera a las órdenes establecer conventos en la recién construida ciudad portuaria de Bellavista.38 La recomendación más significativa, sin embargo, era la decisión de relevar el clero regular de la administración de doctrinas en los arzobispados de Lima, Ciudad de México y Santa Fe de Bogotá, cuando vacaren, reemplazándole con clero secular. En respuesta a este informe, el rey emitió reales cédulas el 4 de octubre de 1749, mandando la secularización de las parroquias rurales controladas por órdenes regulares en los arzobispados de Lima, Ciudad de México y Santa Fe de Bogotá cuando estas quedaren vacantes. La Corona alegaba que numerosos informes se quejaban de que miembros del clero regular vivían en doctrinas y residencias privadas lejos de sus conventos. Por añadidura, muy a menudo el clero regular aparentemente dejaba los deberes mundanos de administrar las parroquias en manos de asistentes. La Corona concluyó que el único modo de reformar las órdenes y poner fin a los abusos en las parroquias era entregar las doctrinas en manos del clero secular. El rey dio orden a las cortes de no oír reclamaciones acerca de esta nueva medida, dejando la administración de la ley en manos de virreyes y arzobispos. La Corona ordenó a estos oficiales mantener en secreto la cédula, en vez de hacerla pública en los virreinatos.39 El rey quería evitar los prejuicios e interminables disputas legales que resultarían si las provisiones específicas de la ley fueren divulgadas a las órdenes.

37

Carvajal y Lancáster también tenía los títulos de gobernador del Consejo de las Indias y presidente de la Junta del Comercio. Ibid., 190; Pérez Mallaína-Bueno, Retrato de una ciudad en crisis, 32021; D. A. Brading, Church and State in Bourbon Mexico: The Diocese of Michoacán, 1749-1818 (Cambridge: Cambridge University Press, 1994), 63. Véase también Ismael Sánchez Bella, Iglesia y Estado en la América española (Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 1990), 124-39; y Lynch, Bourbon Spain, 189. El documento original se halla en la Biblioteca del Palacio Real, II 1601E. Le estamos muy agradecidos al profesor Charles Walker por facilitarnos una fotocopia del original.

38

Alfredo Moreno Cebrián, ed., Relación y documentos de gobierno del virrey del Perú, José Manso de Velasco, conde de Superunda (1745-1761) (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Gonzalo de Oviedo, 1983), 270.

39

Cédula real al virrey de Perú, Buen Retiro, octubre 4, 1749, y agi, Lima, leg. 1596, y Cédula real al arzobispo de Lima, Buen Retiro, octubre 4, 1749, agi, Lima, leg. 1596.

187

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Manso de Velasco esperó para implementar el edicto de secularización hasta el 1 de septiembre de 1751, aproximadamente dos meses después de la llegada del nuevo arzobispo de Lima, Pedro Antonio de Barroeta y Ángel. Las cédulas tuvieron poco efecto en los jesuitas, que solo tenían una parroquia en el arzobispado, el distrito indígena de Santiago del Cercado, en Lima; pero las otras órdenes regulares —franciscanos, dominicos y mercedarios— dependían mucho de los diezmos y sínodos de las doctrinas para mantener sus conventos y misiones, en particular dada la devastación causada por el terremoto en sus propiedades urbanas y rurales en el arzobispado.40 No obstante, el virrey y el arzobispo mandaron que cualquier parroquia de las órdenes pasase al clero regular a medida que surgieran vacantes.41

Las órdenes mendicantes contraatacan, 1751-1756 Las órdenes reaccionaron ante el edicto de secularización con una mezcla de sorpresa e indignación. Los superiores de las tres órdenes claves, Fernando Dávila (prior de Santo Domingo), Pedro Mangarino (provincial de San Francisco) y Joseph Martínez de Ayala (provincial de La Merced) escribieron a la Corona un memorial en conjunto protestando el edicto de secularización el mismo día en que recibieron noticia de las cédulas. Tras defender sus largos años de servicio en la evangelización de los amerindios, los líderes de las tres órdenes demandaron ver el real edicto, que el virrey y el arzobispo Barroeta habían rehusado darles.42 Los tres clérigos respondieron que ellos tenían derecho a inspeccionar cualquier edicto real, aun aquellos designados como confidenciales. Querían asegurarse de que la ley le daba al virrey esos amplios poderes que decía tener y también ver que el edicto había sido legalmente emitido a través del Consejo de Indias.43 Los líderes asimismo demandaron una audiencia con el virrey para discutir la medida, arguyendo que cualquier ley dañina a una tercera parte inocente tenía que ser publicada y discutida abiertamente. Por último, alegaron que cuando

40

Conde de Superunda a la Corona, Lima, noviembre 1, 1751, agi, Lima, 1596.

41

Archivo de San Francisco de Lima (asf), Registro II, n.º 2:24, fol. 236.

42

Ibid., fols. 438-430 verso.

43

Como provisto en la Recopilación de leyes de los reynos de las Indias, vol. 13 (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1973), Título I, ley 23.

188

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la Corona emitía una ley injusta y perjudicial, las órdenes tenían el deber de ejercitar su arbitrio judicial —obedecer sin cumplir—.44 El 23 de octubre de 1751, el provincial de los franciscanos escribió una más larga y más completa defensa del continuado control de las doctrinas por su orden.45 Declaraba que los franciscanos habían tenido las parroquias desde los primeros días de la conquista, y que los mendicantes habían desempeñado sus funciones en ellas a costa de su sangre y su sudor. El derecho a evangelizar y cuidar a los nuevos conversos venía de un “tácito” acuerdo con los reyes de Castilla, empezando con Fernando e Isabel. Estas prebendas eran de naturaleza permanente, no temporal ni susceptibles a ser revocadas sin causa. El provincial negaba con vehemencia que el virrey tuviera derecho a terminar este contrato tácito con el rey, particularmente sin la aprobación de ambos, el superior de la orden en Roma y el papa. La única justificación legal del virrey para relevar la orden del servicio a sus parroquias era si los frailes las hubiesen administrado con descuido o si hubiesen abusado de los legos, lo que negaban. En resumen, los franciscanos demandaban que la Corona rescindiera la orden de 1749.46 El memorial atacaba los escandalosos y maliciosos argumentos expuestos para justificar el despojar a los franciscanos de sus doctrinas. En primer lugar, el provincial alegaba que los franciscanos habían recibido esas parroquias no por escasez de clero secular, sino por sus “defectos”. Los mendicantes sencillamente hacían mejor el trabajo de convertir y atender a la gente indígena, y el reemplazar a sus queridos frailes con simples curas seculares comprometería el bienestar espiritual de los neófitos en las parroquias. En segundo lugar, no había el número suficiente de clero secular para servir las doctrinas de indios, ya que muy pocos sacerdotes tenían entrenamiento adecuado en los idiomas indígenas. En tercer lugar, el inesperado edicto para reemplazar las órdenes con el clero secular había causado daño incalculable en Lima, en particular entre la gente común. Circulaban rumores de que los frailes habían robado de los pobres indios para enriquecerse, que habían incurrido en conducta inmoral y licenciosa, y que rutinariamente desobedecían las leyes de la Corona. Estas “escandalosas mentiras” se vieron agravadas por la negativa del virrey a publicar el real edicto

44

Ibid., fols. 441-43.

45

Fr. Juan Gutiérrez de la Sal a la Corona, s. f., agi, Lima, leg. 1596.

46

asf, Registro II, n.º 2:24, fols. 445-45 verso.

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de secularización y a conceder a la cabeza de cada orden una audiencia pública para discutir el asunto.47 Esta lamentable situación resultó en la “injusta infamia” que descendió sobre las órdenes de boca de los chismosos de Lima, dejando a los mendicantes aislados y en desgracia en toda la archidiócesis.48 Por último, el conflicto de las parroquias había también inflamado las tradicionales tensiones entre el clero regular y el clero secular, socavando la paz en el reino.49 El provincial franciscano entonces alegó que su orden sufriría serias pérdidas económicas al perder el derecho a sus parroquias, particularmente después del terremoto y la marejada de 1746. Los mendicantes dependían de los diezmos y sínodos de las parroquias para mantener una serie de proyectos —hospitales, misiones en las provincias fronterizas, y hasta alimentos para los frailes en los conventos—. El terremoto había dañado edificios en sus propiedades rurales, volviendo la tierra estéril, mientras que las epidemias habían causado la muerte de trabajadores y de esclavos. Los ingresos de préstamos y embargos de fincas rurales y propiedades urbanas habían disminuido dramáticamente, en especial cuando el virrey rebajó el capital y el interés de todos los censos. Es más, las donaciones para obras pías para cofradías patrocinadas por los frailes y para las limosnas habían disminuido de manera considerable. En estas circunstancias, el memorial alegaba que los provinciales no tendrían fondos para visitar los conventos bajo su jurisdicción, mantener actividades misioneras o tan siquiera transportar frailes entre España y las colonias. En resumen, la devastación causada por el terremoto de 1746, unida a la pérdida de sus parroquias, había socavado la misión religiosa de la orden mendicante.50 En verdad, las órdenes religiosas estaban expuestas a sufrir enormes pérdidas económicas al no tener las parroquias rurales. De acuerdo con un estudio encargado por Manso de Velasco en 1748, la tesorería del virreinato pagaba 442 587 pesos anuales en sueldos a clérigos regulares que trabajaban en parroquias a lo largo y ancho del reino.51 Además, los miembros de las órdenes acostumbraban

47

Ibid., fols. 458-60.

48

Ibid.

49

Ibid., fol. 494.

50

Ibid., fols. 485-99.

51

“Resumen general de las pensiones consignadas en las reales cajas y provincias del distrito del tribuna y audiencia real de cuentas de este reino, con separación de sus respectivas aplicaciones”, Lima, junio 30, 1748, agi, Lima, leg. 1596.

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cobrar obvenciones por desempeñar funciones como bautizos, matrimonios o entierros. De acuerdo con el virrey, algunos curas de parroquia ganaban entre 4000 y 8000 pesos anuales en salarios y honorarios.52 Las órdenes religiosas solo permitían a sus miembros guardar parte de estos beneficios, con el resto yendo a la orden para mantener sus varias casas religiosas, misiones y obras de caridad. No es de extrañar que los provinciales de las órdenes franciscana y mercedaria fueran a Madrid en un inútil esfuerzo por convencer al rey Fernando de revocar el edicto de secularización.53 La fuerte oposición de las órdenes le dificultó a Maso de Velasco la implementación del edicto de secularización. En una carta fechada el 1 de noviembre de 1751, el virrey se lamentaba de que los sacerdotes regulares se consideraban “dueños absolutos” de las doctrinas, y de que se sentían libres para usar los sínodos y diezmos de las parroquias para gastos rutinarios en los conventos o para reinvertir el dinero en fincas rurales. Los franciscanos, en particular, eran recalcitrantes para entregar las parroquias cuando ocurría una vacante. En vez de eso, el provincial nombraba un fraile interino, llamado “guardián” de la parroquia. Con esos nombramientos interinos, los franciscanos se las arreglaban para mantener control de las parroquias lucrativas, posponiendo el momento en que la orden tenía que cederlas a los clérigos seculares.54 Manso de Velasco también se quejaba de la insistencia de las órdenes en ver el texto del edicto del 4 de noviembre de 1749, lo que él les había negado de acuerdo con los deseos del rey. A pesar de la oposición de las órdenes, el virrey le aseguró al monarca que continuaría imponiendo la ley, lo que representaba a la larga el mejor interés de la Corona, de los feligreses amerindios y hasta de las mismas órdenes. La pérdida de las parroquias forzaría a las órdenes a reducir su excesivo número de miembros y les mantendría viviendo en conventos, donde sería más fácil para los superiores imponer las “reglas” de cada orden.55 La única orden regular exenta del edicto era la de los jesuitas, quienes tenían sólo una parroquia pequeña en Santiago del Cercado, en Lima, donde mantenían una escuela para los hijos de los caciques. 52

Marqués de Regalia al marqués de la Ensenada, Madrid, julio 20, 1751; agi, Lima, 1596; Junta Particular de Ministros, Madrid, 20 de julio de 1751, agi, Lima, leg. 1596.

53

Marqués de Regalia al marqués de la Ensenada, Madrid, julio 20, 1751, agi, Lima, leg. 1596.

54

Conde de Superunda a la Corona, Lima, noviembre 1, 1751, agi, Lima, leg. 1596.

55

Ibid.

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El virrey alegaba que el privar a la Sociedad de esta pequeña parroquia podría forzarles a cerrar una escuela importante sin necesidad.56 Dentro de unas pocas semanas, el arzobispo de Lima escribió su propia carta acerca de los problemas resultantes de la secularización, ofreciendo posibles términos para un compromiso que terminara el embrollo en Lima. El arzobispo Barroeta explicaba que los regulares veían las parroquias como una recompensa de servicio en la conquista espiritual de Perú, cedida por los Reyes Católicos y validada por los monarcas sucesivos. Las órdenes regulares veían las acciones del virrey como ilegales y arbitrarias. Las órdenes controlaban 61 doctrinas en 1751 (mientras que el clero secular tenía 90), y proveían gran cantidad de fondos al clero regular en medio de los problemas económicos que siguieron al terremoto de 1746. Para aliviar las crecientes tensiones, el arzobispo sugería permitir a las órdenes mantener unas cuantas parroquias, disfrutar de una exención de diezmos en las propiedades rurales donde la tierra había quedado estéril por el terremoto, y extender el límite de tiempo en que las órdenes podían disfrutar el beneficio de sus parroquias. Sin embargo, el arzobispo Barroeta era de la creencia que las órdenes debían ser sacadas de las parroquias a la larga. También afirmaba que no debían reconstruir todos los conventos, y el prelado sugería una visita (inspección) para determinar cómo reducir el excesivo número de clérigos regulares en la ciudad. En resumen, el arzobispo quería limitar el tamaño de las órdenes, restringir su libertad en la ciudad, y asegurar que a la larga seguían estrictamente las reglas de disciplina de las órdenes.57 El 17 de noviembre de 1752, el reformador papa Benedicto XIV asestó un serio golpe a las órdenes regulares de Perú, cuando emitió una bula en apoyo a Fernando VI y sus edictos de 1749 ordenando la secularización de las parroquias. De acuerdo con el papa Benedicto, su predecesor, Pío V, había concedido al clero regular el derecho de administrar doctrinas en las Indias el 24 de marzo de 1567, pero esta concesión había sido una medida provisional para remediar la escasez de clero secular. El papa aclaraba que el Real Patronato dotaba a Fernando del poder para revocar esta concesión, en particular dado el número de clérigos seculares en condiciones de administrar las parroquias. Finalmente, el papa Benedicto

56

Conde de Superunda a la Corona, Lima, noviembre 20, 1751, agi, Lima, leg. 1596.

57

Pedro Antonio, arzobispo de Lima, a la Corona, Lima, noviembre 26, 1751, agi, Lima, leg. 1596.

192

Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

declaraba que en todos los asuntos pastorales, como la administración de doctrinas, los clérigos regulares caían bajo la jurisdicción de los obispos y arzobispos.58 Al recibir del papado la confirmación de sus poderes, la Corona emitió una nueva cédula el 1 de febrero de 1753 ampliando la política de reemplazar al clero regular con clero secular en todos los obispados en las Indias. De acuerdo con la Corona, la ley original de 1749, que concernía solo a los grandes arzobispados de Lima, Ciudad de México y Santa Fe de Bogotá, había sido extremadamente exitosa y universalmente aprobada hasta por las mismas órdenes religiosas. La Corona extendió el poder de los obispos para reformar a los regulares y para poner fin a los disturbios y, revueltas que habían afectado a los conventos en las Indias por tantos años.59 Acompañando a este Nuevo edicto real iba una carta del marqués de la Ensenada a su amigo y protegido, Manso de Velasco, reiterando el fuerte deseo del rey de que la nueva política fuese rigurosamente cumplida. Ensenada no quería ningún compromiso con las órdenes, que, según él, no debían recibir ni “que ni por pensión ni división de fruto” de las parroquias.60 El largo memorial del provincial franciscano no tuvo efecto alguno en la voluntad real, y la Corona no pensaba extender ningún beneficio a las órdenes regulares por la pérdida de sus doctrinas. Ensenada le recordaba al virrey que su colega en México, el conde de Revillagigedo, “no admitía resistencia alguna al reto de hacer cumplir la real orden”. Como lo ponía en claro, “la expresa y absoluta resolución de S. M. de la total separación de los regulares de los curatos”.61 Cuando Manso de Velasco efectuó una encuesta de las doctrinas del Virreinato de Perú en 1754, halló que clérigos regulares todavía tenían la mayoría de sus parroquias originales, aun en el arzobispado de Lima. De acuerdo con la tabla 5.1, las órdenes controlaban 59 parroquias en el arzobispado: los dominicos con 30, los franciscanos con 13, los mercedarios con 15 y los jesuitas con su única parroquia en Santiago del Cercado, en Lima. Esto era dos menos de las que las órdenes regulares habían controlado en 1749.62 Como el virrey y el 58

Bula Pontificia de Benedicto XIV, Roma, noviembre 17, 1752, agi, Lima, leg. 1596.

59

Cédula real, Buen Retiro, febrero 1, 1753, agi, Lima, leg. 1596.

60

Marqués de la Ensenada al conde de Superunda, Madrid, febrero 1, 1753, agi, Lima, leg. 1596.

61

Ibid.

62

Este era aproximadamente el mismo número de doctrinas que el clero regular tenía en Lima a mediados del siglo xvii. Véase Kenneth Mills, Idolatry and its Enemies: Colonial Andean Religion

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arzobispo habían predicho, el proceso de secularización de las parroquias en el arzobispado de Lima había de ser un proceso largo y constante, en particular en lo que tocaba a los recalcitrantes franciscanos. En los otros arzobispados, sin embargo, la presencia de las órdenes regulares era mucho menos pronunciada, excepto en la región fronteriza de Misque, donde misioneros jesuitas eran más numerosos que los clérigos seculares, y en Trujillo, donde los franciscanos, agustinos y mercedarios todavía tenían 38 parroquias comparadas con las 50 del clero secular (véase la tabla 5.1). En la mayoría de los otros distritos, sin embargo, el movimiento hacia el control secular era menos controversial que el arzobispado de Lima. De hecho, una encuesta de las doctrinas de Lima en 1756 indicó que, en los dos años anteriores, las parroquias en manos de las órdenes regulares se habían reducido de 59 a 45 —los dominicanos todavía tenían 23, de sus antiguas 30, los franciscanos 9 de 13, los mercedarios 13 de 15, y los jesuitas 1—.63 Tabla 5.1. Doctrinas en el Virreinato de Perú, 22 de junio, 1754 Obispado Lima

Dominicos Franciscanos

Agustinos

Mercedarios

Jesuitas

Seculares

30

13

0

15

1

102

Chuquisaca

7

0

6

6

0

116

Misque

0

2

0

0

8

6

Cuzco

7

1

7

9

0

107

La Paz

3

2

3

2

4

68

Arequipa

9

1

0

1

0

47

11

0

0

1

0

68

3

17

12

9

0

50

70

36

28

43

13

564

Huamanga Trujillo Total

Fuente: Alfredo Moreno Cebrián, ed. Relación y documentos de gobierno del virrey del Perú, José A. Manso de Velasco, conde de Superunda (1745-1761) (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Gonzalo de Oviedo, 1983), 241-246.

and Extirpation, 1640-1750 (Princeton: Princeton University Press, 1997), 9. De acuerdo con las cifras de Mill, los regulares tenían 67 parroquias, y los sacerdotes seculares, 108. 63

Joseph de Barbadillo y Frías a la Corona, Lima, febrero 21, 1756, agi, Lima, leg. 1596.

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Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

La desgastadora guerra por las doctrinas en Perú Dada la continua controversia sobre la secularización en Perú, la Corona emitió una real cédula el 23 de junio de 1757, dirigida a apaciguar a las órdenes religiosas permitiéndoles retener algunas de sus parroquias más ricas. Ya para este momento, Carvajal había fallecido, y Ensenada y Rávago habían caído del poder. Ante la severa reacción que siguió al exilio de Ensenada (véase el capítulo 6), tanto el nuevo ministro de Indias, Julián de Arriaga, como el nuevo confesor real, Manuel Quintano Bonifaz, estaban preparados para asumir una postura más conciliadora con las órdenes.64 El nuevo edicto de 1757 proveía que cada orden podía retener una o dos de las parroquias más pingües en cada “distrito” donde tuvieran conventillos, pero estas casas religiosas tenían que tener licencia de la Corona y por lo menos ocho frailes en permanente y continua residencia en ellas. 65 Sin embargo, en vez de apaciguar las órdenes, este nuevo edicto provocó casi dos décadas de agrias disputas entre las autoridades del virreinato y las órdenes sobre lo que constituía un distrito. Las órdenes pensaban que un distrito era una unidad civil (como un corregimiento), mientras que el virrey y los obispos sostenían que un distrito quería decir una provincia de las órdenes, lo que más o menos correspondía a un obispado. Estas interpretaciones conflictivas del edicto de 1757 constituían una diferencia considerable en el número de parroquias disputadas por ambos lados. El virrey escribió a la Corona el 12 de agosto de 1760 acerca del lento pero constante progreso en el traspaso de las parroquias al control secular. Manso de Velasco explicaba que el edicto de 1753 de secularización pedía que la orden se implementara “con la suavidad posible”, por lo que él se esforzaba para aliviar las tensiones en el virreinato. Él había mandado traspasar las parroquias a sacerdotes seculares solo cuando ocurriera una vacante, y nombrando un candidato apto en el idioma para administrar cada doctrina. Si no se hallaba un sacerdote secular cualificado, entonces las autoridades nombraban un miembro de las órdenes religiosas. Es más, de acuerdo con el edicto de 1757, Manso de Velasco y el arzobispo Barroeta habían puesto una o dos de las mejores doctrinas en cada obispado en manos de las órdenes regulares para desempeñar las actividades misioneras en el virreinato. El virrey apuntaba, sin embargo, que ni los dominicos 64

Brading, Church and State in Bourbon Mexico, 67.

65

Conde de Superunda a la Corona, Lima, agosto 12, 1760, agi, Lima, 1596; asf, registro 2:23, fol. 500.

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ni los mercedarios mantenían misiones, que los agustinos tenían solo unos cuantos puestos fronterizos, y que los franciscanos habían sido echados de sus más grandes misiones a lo largo de la frontera Tarma-Jauja, hacía más de diez años, por el insurrecto Juan Santos Atahualpa. Aunque las órdenes continuaban resistiendo la pérdida de sus parroquias, el virrey aseguraba a las autoridades en Madrid que la secularización continuaba con rapidez.66 Para el año de 1760, cada prelado en el virreinato había presentado un informe a la Corona sobre el proceso de secularización, indicando qué parroquias en sus distritos las órdenes podrían retener, de acuerdo con las estipulaciones de la cédula de 1757. El arzobispo Barroeta abría su memorial negando con vigor rumores esparcidos por las órdenes de que sus miembros habían sido sacados de sus parroquias antes de ocurrir vacantes, causando que grupos de frailes sin empleo anduvieran vagando por los campos. Además, sostenía que no existía en el arzobispado ningún conventillo rural legítimo, negando las alegaciones de los franciscanos de que algunas de sus parroquias estaban anexadas a misiones.67 El obispo de La Paz informaba que clérigos regulares todavía tenían trece parroquias, pero que todas serían secularizadas eventualmente, excepto cuatro parroquias jesuitas que mantenían sus misiones en Juli.68 Los obispos de Arequipa y Huamanga informaban que no había parroquias asociadas con misiones o conventillos rurales que tuvieran por lo menos ocho frailes residentes.69 El obispo de Trujillo escribió que no había estado en su distrito suficiente tiempo para dar un informe completo, pero citaba solamente siete parroquias asociadas a conventillos rurales.70 Por último, el obispo de Cuzco informó que no tenía parroquias asociadas a conventillos, mientras que el obispo de La Plata reportaba diecisiete parroquias a cargo de las órdenes, pero con la salvedad de que ninguna estaba formalmente asociada a conventillos, lo que implicaba que serían secularizadas a medida que las vacantes surgieran.71

66

Conde de Superunda a la Corona, Lima, agosto 12, 1760, agi, Lima, 1596.

67

Pedro Antonio, arzobispo de Lima, a la Corona, Lima, enero 2, 1760, agi, Lima, leg. 1596.

68

Diego Antonio, obispo de La Paz, a la Corona, La Paz, abril 15, 1759, agi, Lima, leg. 1596.

69

Jacinto, obispo de Arequipa, a la Corona, Arequipa, marzo 13, 1759, agi, Lima, leg. 1596; Felipe, obispo de Huamanga, a la Corona, Huamanga, marzo 14, 1759, agi, Lima, leg. 1596.

70

Francisco Xavier, obispo de Trujillo, a la Corona, Trujillo, diciembre 5, 1759, agi, Lima, leg. 1596.

71

Juan, obispo de Cuzco, a la Corona, Cuzco, febrero 16, 1760, agi, Lima, leg. 1596; Cayetano, obispo de La Plata, a la Corona, febrero 15, 1760, agi, Lima, leg. 1596.

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Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

El proceso de secularización continuó su lento e inexorable paso a medida que las parroquias controladas por las órdenes regulares vacaban y pasaban a manos de clérigos seculares. Según el sucesor de Manso de Velasco, Manuel de Amat y Junient, las órdenes religiosas continuaron ejerciendo presión para obtener parroquias en cada distrito civil, forzando a la Corona a resolver de una vez por todas el ambiguo lenguaje del edicto de 1757. En una real cédula fechada en Aranjuez el 3 de julio de 1766, la Corona mandaba que una o dos parroquias importantes se reservaran para cada provincia “religiosa” de las órdenes, y no para cada corregimiento, como ellas demandaban.72 Este edicto eficazmente privaba a las órdenes religiosas de cualquier razón legal para resistir el proceso general de secularización en el Virreinato de Perú.

Secularización de las doctrinas de indios en Nueva España La responsabilidad de supervisar la secularización de las doctrinas de indios en Nueva España cayó en manos de dos funcionarios con experiencia y buenos contactos, el virrey Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, primer conde de Revillagigedo, y el arzobispo Manuel Rubio y Salinas.73 El conde de Revillagigedo había servido como teniente general en el ejército durante los sitios de Gibraltar y Orán, donde desarrolló una relación personal y profesional con el marqués de la Ensenada. Como capitán general de La Habana, presidió las reformas del

72

Vicente Rodríguez Casado y Florentino Pérez Embid, eds., Manuel de Amat y Junient, virrey del Perú, 1761-1776: Memoria de gobierno (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1947), 57.

73

El proceso de secularización en Nueva España ha sido estudiado por Brading, Church and State in Bourbon Mexico, 62-81; D. A. Brading, “Tridentine Catholicism and Enlightened Despotism in Bourbon Mexico”, Journal of Latin American Studies 15:1 (1983): 1-22; William B. Taylor, Magistrates of the Sacred: Priests and Parishioners in Eighteenth-Century Mexico (Stanford, CA: Standford University Press, 1996) 83-86, 506-10; Dorothy Tanck de Estrada, Pueblos de Indios y educación en el México colonial, 1750-1821 (México: Colegio de México, 1999), 161-69; Brian Belanger, “Secularization and the Laity in Colonial Mexico: Querétaro, 1598-1821” (Disertación de grado, Tulane University, 1990); Francisco Morales Valeiro, “Secularización de doctrinas: ¿fin de un modelo evangelizador en la Nueva España?”, Archivo Ibero-Americano: Revista Franciscana de estudios históricos, 52 (1992): 465-95; Ernest Sánchez Santiró, “El nuevo orden parroquial de la ciudad de México: población, etnia, y territorio (1768-1777)”, Estudios de Historia Novohispana 30 (2004): 63-92. Para un estudio sobre el esfuerzo de principios del siglo xvii para secularizar las doctrinas en Puebla, México, véase Virve Piho, La secularización de las parroquias en la Nueva España y su repercusión en San Andrés Calpan (México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1981), passim.

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establecimiento militar local, y bajo su liderato, la guarnición repelió ataques británicos a la isla durante la Guerra de la Oreja de Jenkins. Revillagigedo también tenía una bien merecida reputación al reducir el desenfrenado comercio de contrabando proveniente de las posesiones inglesas y holandesas en el Caribe. Sus éxitos en Cuba le elevaron a la posición de virrey de Nueva España en 1746, donde de igual manera continuó sus esfuerzos para reformar la tesorería y disminuir el comercio de contrabando por Veracruz.74 Su homólogo, el arzobispo Rubio y Salinas, había estudiado en Alcalá de Henares, donde sus éxitos académicos y su piedad le habían llevado al sacerdocio. Corto tiempo después de recibir las órdenes sacerdotales, fue nombrado capellán del rey Felipe V. Mientras desempeñaba ese cargo, se convirtió en protegido del poderoso confesor del rey, el jesuita Francisco de Rávago. Rubio y Salinas había participado también en la Junta Particular de Ministros en la casa de campo de José de Carvajal en 1748, comité que recomendó la secularización de las doctrinas de indios. A su llegada como arzobispo a Ciudad de México en 1749, él y Revillagigedo trabajaron juntos para poner en práctica esa política.75 A pesar del apoyo entusiasta del virrey y del arzobispo de México, el proceso de secularización siguió el mismo polemizado y tortuoso camino que en Perú. Las autoridades coloniales enojaron a las órdenes mendicantes al quitarles no solo las doctrinas de indios, sino también al expropiarles sus iglesias conventuales y prioratos, alegando que esos edificios habían sido construidos sin obtener licencia real. El proceso en sí tomaba generalmente dos días. El primer día, el fraile entregaba las llaves de la iglesia local y a continuación había una ceremonia en la que el Santísimo era expuesto y llevado en procesión por todo el templo. El segundo día, el sacerdote secular tomaba posesión de los libros de registros de la parroquia, los inventarios y los libros de contabilidad de las cofradías. El clérigo secular recibía “la iglesia de la parroquia y la doctrina, con todas sus visitas, bienes, muebles, entradas, adornos, joyas, vasos, conventos y casas”.76 En algunas ocasiones, el virrey llegaba al extremo de destacar soldados para ocupar los prioratos sin aviso previo, forzando a los frailes a abandonarlos de inmediato,

74

Antonio del Valle Menéndez, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, primer conde de Revillagigedo, virrey de México: la historia de un soldado (1681-1766) (Santander: Ediciones de Librería Estudio, 1998), 55-61, 128-35 y 326-35.

75

Sánchez Bella, Iglesia y Estado, 121-35.

76

Belanger, “Secularization and the Laity in Colonial Mexico”, 87, 89-90.

198

Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

sólo con sus posesiones personales. Dado que esto involucraba la expulsión de 101 frailes de las 189 parroquias en el arzobispado de México, el número de mendicantes afectados por el edicto de secularización de 1749 era considerable. Cuando el decreto se amplió a toda Nueva España en 1753, el número de frailes erradicados de sus doctrinas fue mucho mayor.77 Las enérgicas protestas de los líderes franciscanos, agustinos y dominicos en España y Nueva España reflejaban las presentadas por sus colegas en el Virreinato de Perú. Los mendicantes se quejaban de que la Corona había tratado a sus antiguos, fieles y sufridos servidores como criminales, sin siquiera extenderles la cortesía concedida antaño a los moros y judíos cuando estos fueron expulsados de los reinos españoles. Aparte del insulto al honor de las órdenes, los edictos de secularización también pasaban por alto el papel pionero que los mendicantes habían tenido en la evangelización de los pueblos indígenas y los sufrimientos de sus muchos mártires que habían muerto a lo largo de los años en las misiones fronterizas de Nueva España. Sin el apoyo de sus parroquias rurales, las órdenes argüían que quedarían reducidas a la penuria y miseria, sin los medios de mantener a los muchos frailes que habían sido destituidos de sus parroquias. Además, el clero secular no tenía suficiente conocimiento lingüístico para servir a los amerindios. Hasta el cabildo de Ciudad de México mandó un largo memorial a la Corona atestiguando los muchos dañinos efectos de la secularización.78 A pesar de esta oposición, el virrey y el arzobispo se mantuvieron firmes en sus planes para implementar la secularización. El conde de Revillagigedo alegaba que las órdenes habían quebrantado la ley al establecer prioratos e iglesias sin la apropiada licencia real y que muchos eran simples conventillos, con menos de los ocho requeridos residentes permanentes. Los superiores de las órdenes también movían a los frailes de un distrito a otro sin siquiera obtener los apropiados nombramientos canónicos.79 Asimismo, alegaba que el derecho a los nombramientos era de la incumbencia de los prelados de Nueva España y no de las órdenes: “a ellos toca el calificar la necesidad o conveniencia de remover a los frailes, sin esperar el caso de mueran o renuncien los curas, sin quedar otro

77

Brading, Church and State in Bourbon Mexico, 71.

78

Ibid., 64-65.

79

Ibid., 65.

199

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arbitrio al virrey que el de auxiliar sus providencias o determinaciones; y así le he practicado, dando mis decretos en los términos que se me han pedido”.80 Por su parte, el arzobispo Rubio y Salinas también escribió una larga carta a la Corona defendiendo la secularización. Negaba que el clero secular no tuviera suficiente conocimiento del idioma para servir al pueblo indígena, aduciendo que más de 174 candidatos a parroquias eran competentes en náhuatl, y que él había tenido la precaución de establecer una cátedra del idioma mexicano en su seminario diocesano. Además, concurría con el virrey en que las órdenes habían construido prioratos sin obtener las licencias apropiadas. Rubio y Salinas explicó que él reemplazaba a los frailes con clero secular en las parroquias sólo después del fallecimiento o la jubilación del titular, a no ser que este no tuviera un nombramiento canónico apropiado.81 Ambos, en breve, el virrey y el arzobispo creían que la secularización servía los intereses de la jerarquía de la Iglesia, de la Corona y de los feligreses indígenas. La secularización en áreas pobladas urbanas resultó complicada, ya que las parroquias locales a menudo mantenían una casa religiosa de mayor envergadura. El convento franciscano en Querétaro, por ejemplo, estaba unido a la parroquia de Santiago, que proveía gran parte de las finanzas para el mantenimiento de la orden en la región. Como resultado, las autoridades reales permitieron a los franciscanos retener la parroquia y la gran iglesia unida al convento. En 1758, sin embargo, el virrey ordenó la secularización de Santiago, aunque todas las cofradías y fondos piadosos fundados específicamente para mantener el convento en Querétaro permanecieron en manos de la orden, mientras que los otros se traspasaron a la nueva parroquia secularizada.82 Antes de la secularización, los franciscanos tenían tres grandes prioratos en Querétaro, Valladolid y Celaya, que mantenían a 326 frailes. Para 1772, la secularización había privado a la orden de la mayoría de sus parroquias, y el número de frailes en la región había disminuido a 239, incluyendo novicios y hermanos laicos.83 El proceso de secularización tuvo un severo impacto en las órdenes de Michoacán, donde los franciscanos administraban 35 y los agustinos 29 de las 114

80

Valle Menéndez, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, 627.

81

Brading, Church and State in Bourbon Mexico, 66-67.

82

Belanger, “Secularization and the Laity in Colonial Mexico”, 86-90.

83

Brading, Church and State in Bourbon Mexico, 76-77.

200

Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

parroquias en la diócesis.84 Aunque ambas órdenes resistieron la secularización, los agustinos libraron una lucha particularmente larga y amarga para retener sus parroquias más ricas y las grandes haciendas que con ellas mantenían a la orden en la región. En 1754, el virrey Revillagigedo dio orden de secularizar todas las parroquias administradas por los agustinos, ordenando la inmediata ocupación de todas las iglesias y prioratos situados en tierras amerindias. La orden aducía que las cinco doctrinas de San Sebastián y Santa Cruz de México y las de Capuluac, Actopan y Tianguistenco estaban en realidad unidas a conventos de la orden y no debían ser entregadas al clero secular.85 Además, la orden rehusaba entregar su gran hacienda de San Nicolás, dentro de los límites de la doctrina de Yuririapúndaro, valorada en 500 000 pesos. El contiguo priorato de Yuria también servía de residencia al provincial de los agustinos. La orden elevó el asunto a la Audiencia en Ciudad de México, y al principio recibió un veredicto favorable. El obispo local, Anselmo Sánchez del Tagle, apeló el caso al Consejo de Indias, sin embargo, denunciando al virrey y a los jueces de la Corte Superior por apoyar las demandas de los agustinos al priorato y a la hacienda. Por último, en 1781, el Consejo falló en favor del obispo, y el priorato y la hacienda pasaron a manos del clero secular.86 La respuesta de los feligreses amerindios a la secularización fue sumamente variada, dependiendo de las relaciones históricas entre los frailes y los legos, y de los conflictos políticos locales. En la parroquia de Cuanacalcingo en Morelos, por ejemplo, los feligreses indígenas pidieron el reemplazo de su sacerdote, José Eusebio de Ortega, por tres franciscanos que habían trabajado “incondicionalmente por el bien de nuestras almas”.87 Algunos fieles hallaron al clero secular demasiado distante, muy diferente de los suaves “padres” franciscanos. En otros casos, largas disputas entre los frailes y los feligreses indígenas acerca de honorarios clericales y obvenciones habían causado fricción. En 1730, por ejemplo, fieles indígenas de Tetecala en Morelos se negaron a pagar los honorarios clericales impuestos por el doctrinero franciscano, imputándole demandas ilegales de trabajo forzado, el mantener una cárcel privada y la extorsión de cuotas por

84

Ibid., 71.

85

Valle Menéndez, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, 620-22.

86

Ibid., 72-75.

87

Taylor, Magistrates of the Sacred, 506-07.

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encima de la tasa legal.88 A veces, estas disputas se continuaban con los padres seculares que se habían hecho cargo de la doctrina, pues los feligreses usaban la transición como excusa para no pagar honorarios clericales, alegando que estos acuerdos se habían formalizado con los frailes y ellos ya no estaban a cargo de la parroquia. En el pueblo de Zacualpan de las Amilpas, los fieles amerindios se negaron a pagar tasas, asistir a misa y hasta empezaron a reafirmar sus prácticas religiosas precristianas.89 En breve, las relaciones entre las autoridades clericales y los feligreses indígenas eran a menudo contenciosas, no importando si eran frailes o miembros del clero secular los que administraban la doctrina. El proceso de secularización en Nueva España estaba atado a los esfuerzos para aumentar el número de escuelas en las doctrinas que enseñaban a los amerindios en castellano. En Perú, las autoridades clericales se esforzaron por hallar sacerdotes seculares que dominasen las lenguas locales indígenas, pero en Nueva España grandes números de amerindios ya sabían castellano. En el arzobispado de México, por ejemplo, más de 287 escuelas enseñando en castellano funcionaban en los 281 pueblos del distrito para 1754.90 En efecto, el arzobispo Rubio y Salinas reprendía a los mendicantes por utilizar los idiomas indígenas en la misa y otros rituales católicos, arguyendo que eso era una causa principal en el atraso cultural de los indígenas. Aunque el arzobispo replicó a los argumentos de los mendicantes de que demasiados pocos clérigos seculares hablaban los idiomas indígenas estableciendo una cátedra de náhuatl en el seminario diocesano, mantenía con firmeza que las escuelas debían enseñar a los feligreses el castellano.91 Esta política era eco de las anteriores recomendaciones de Campillo en el Nuevo Sistema, acerca de que a los pueblos indígenas se les debería enseñar a leer y escribir en castellano, y que debían llevar ropa española.92 Como Rubio y Salinas escribió a Fernando VI: “se obligaba a los niños de ambos sexos con una pena proporcionada a su edad a hablar precisamente castellano […] en pocos años podré conseguir […] acabar de desterrar las lenguas bárbaras de este arzobispado”.93 Estaba claro que la política en Perú era predicar en las lenguas 88

Ibid., 507.

89

Ibid.

90

Tanck de Estrada, Pueblos de Indios y educación, 160.

91

Brading, Church and State in Bourbon Mexico, 66.

92

Tanck de Estrada, Pueblos de Indios y educación, 164-65.

93

Ibid., 164.

202

Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

indígenas, en tanto que en México las autoridades clericales trataban de usar el sistema escolar para que los sacerdotes seculares avanzaran el uso del castellano entre los feligreses indígenas. Los edictos de secularización minaron severamente el prestigio y el bienestar económico de los mendicantes en Nueva España, tal como había sucedido en Perú. Una vez que el proceso hubo comenzado, los obispos enviaban visitaciones pastorales periódicas a las parroquias todavía bajo control mendicante para descubrir abusos, y en cuanto ocurrían vacantes, daban las parroquias al clero secular. Aunque la cédula de 1757 permitía a las órdenes retener dos de las mejores parroquias en cada obispado, los mendicantes todavía perdieron la mayor parte de sus parroquias lucrativas a lo largo de las décadas siguientes. Sin sus parroquias, las órdenes no podían mantener a tantos frailes, lo que condujo a una disminución de su membresía. En la provincia de Santo Evangelio, en la parte central de México, por ejemplo, había 787 miembros en 1764, pero solamente 577 en 1776.94 La Junta Particular de Ministros en 1748 había recomendado la secularización y la disminución del número de miembros en las órdenes regulares, y a pesar de resistencia por parte de ellas, la política real había obtenido ambos objetivos en los Virreinatos de Nueva España y Perú para finales del siglo xviii.

Conclusión La secularización de las parroquias rurales constituyó un directo y fuerte ataque a la considerable riqueza y al poder del clero regular en el siglo xviii. Para 1754, las órdenes en el Virreinato de Perú controlaban 190 parroquias y recibían casi 450 000 pesos al año en sínodos de las tesorerías peruanas. La situación en Nueva España era parecida. Además, sus impresionantes casas religiosas dominaban el paisaje urbano en Lima y en Ciudad de México, y tenían papel central en la vida religiosa, política y social de ambas capitales. La política de secularización socavó las firmemente arraigadas órdenes regulares, en particular los dominicos, franciscanos, agustinos y mercedarios, quienes poco a poco perdieron sus lucrativas parroquias a lo largo del curso de varias décadas. Estas órdenes eran vulnerables por los informes acerca de su corrupción, relajación moral y el abuso sobre los feligreses amerindios en Perú. El devastador terremoto de 1746 en Lima fue la chispa para comenzar a considerar reformar a las órdenes y limitar

94

Taylor, Magistrates of the Sacred, 85.

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su riqueza y poder en todas las Indias españolas. Las actividades misioneras de las órdenes regulares, que habían sido la justificación para la administración de doctrinas, habían también disminuido considerablemente para el siglo xviii, en particular en Perú, después de que los franciscanos fueron expulsados de la frontera Tarma-Jauja en 1742. La pérdida de las doctrinas condujo a una disminución en las rentas de las órdenes, y su pobreza y falta de influencia política hizo relativamente fácil para los nuevos gobiernos republicanos el expulsar a los regulares de Perú y México después de la independencia en el siglo xix.95 Los edictos de secularización resultaron exitosos a través del tiempo porque habían dividido a la Iglesia, dejando a las órdenes regulares expuestas a un lado, en tanto que el clero secular ganaba control sobre las parroquias ricas antes en manos del clero regular. La orden jesuita fue la única orden menos afectada directamente por los edictos de secularización, ya que administraban pocas parroquias fuera de las zonas misioneras, eximiéndolas por la mayoría de los edictos de 1749 y 1753. Por añadidura, los jesuitas se hallaban protegidos de estas políticas de la Corona por los tres ministros más poderosos durante el reinado de Fernando VI, José de Carvajal y Lancáster, el marqués de la Ensenada y Francisco de Rávago, denominados como el “Partido Jesuita” por su bien conocido apoyo a la Sociedad de Jesús.96 No sería hasta después que los jesuitas caerían ante el avance del regalismo, cuando el rey Carlos III y un grupo nuevo de ministros “ilustrados” les expulsarían de España y del imperio en 1767. El verdadero ganador en la lucha sobre las doctrinas, sin embargo, lo fue la Corona, que de forma dramática extendió su poder sobre la Iglesia, al reemplazar a las más independientes órdenes regulares con clero secular, sobre el cual la Corona tenía considerablemente más control. Al privar al clero regular de sus parroquias, los reformadores en España, Nueva España y Perú extendieron el poder del Estado sobre las órdenes, fundamentalmente alterando la tradicional asociación entre la Iglesia y el Estado en el imperio español atlántico. Como indican las luchas políticas sobre la secularización en Perú y en la Nueva España borbónicos, la reforma ilustrada surgió tras un largo y complicado proceso político en el que la Corona, grupos de presión coloniales y la Iglesia se disputaban el poder. Aunque la Ilustración proveyó el amplio contexto intelectual para la reforma, estas ideas se fundieron con una variedad de propuestas 95

Tibesar, “The Suppression of the Religious Orders in Peru”, 220-34.

96

Pérez-Mallaína Bueno, Retrato de una ciudad en crisis, 322; Pierce, “Early Bourbon Government”, 14.

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Reformas clericales y la secularización de las doctrinas de indios

reformistas enviadas desde las Indias por Juan y Ulloa y otros, todos enfocando los supuestos males políticos, sociales y económicos del imperio. Muchas de estas preocupaciones databan de la época de los Habsburgo, incluyendo esfuerzos para sacar a las órdenes regulares del trabajo parroquial, que las autoridades de la Corona, arbitristas y algunas personas de la Iglesia habían discutido durante el siglo xvii. El obispo Juan de Palafox y Mendoza, por ejemplo, expulsó a los regulares de parroquias en su diócesis en Puebla, México, aunque el esfuerzo finalmente acabó cuando la Corona le relevó de su puesto en 1649.97 Aunque Palafox era favorito de Felipe IV y del conde-duque de Olivares, el gobierno de Madrid en última instancia resultó incapaz de montar un reto consistente al firmemente arraigado poder de las órdenes religiosas en las Indias durante este período anterior.98 Para el reino de Fernando VI, sin embargo, los reformadores, los ministros de la Corona y el mismo progresista papa Benedicto XIV, permanecieron comprometidos a sacar a los regulares del trabajo parroquial en las Indias, marcando un claro y permanente cambio en la política real hacia la Iglesia.99 Es más, las astutas maniobras de los virreyes —José Manso de Velasco en Perú y Juan Francisco de Güermes y Horcasitas en Nueva España—, les permitieron acumular la influencia política necesaria para separar a las órdenes religiosas de sus parroquias y burlar a sus rivales políticos.

97

Cayetana Álvarez de Toledo, Politics and Reform in Spain and Viceregal Mexico: The Life and Thought of Juan de Palafox, 1600-1659 (Oxford: Clarendon Press, 2004); J. I. Israel, Race, Class, and Politics in Colonial Mexico, 1610-1670 (Oxford: Oxford University Press, 1975), 199-247; y Piho, La secularización de las parroquias en la Nueva España, 117-92.

98

J. H. Elliot, The Count-Duke of Olivares: The Statesman in an Age of Decline (New Haven: Yale University Press, 1986), 489.

99

Sánchez Bella, Iglesia y Estado, 132-33.

205

6 La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763

El Tratado de Madrid en 1750 finalmente libró a España de las restricciones impuestas en Utrecht, lo que permitió a los reformadores aprovechar la oportunidad para una largamente ansiada modernización del sistema comercial y para debilitar los poderosos intereses creados opuestos a reforma. La secularización de las doctrinas de indios atacó el poder económico y el prestigio social de las órdenes religiosas, y el uso de barcos de registro debilitó en gran manera los históricos privilegios de los poderosos Consulados de Cádiz, Ciudad de México y Lima. Estos audaces cambios de la política fueron más allá de las anteriores iniciativas en defensa, hacienda y administración emprendidas por Alberoni y mantenidas por Patiño. Las prioridades de Madrid claramente se habían hecho imperiales, no solo nacionales o dinásticas, y el enfoque del gobierno se había desplazado del Mediterráneo al Atlántico. Con el fin de la guerra en Europa e Indias, las rentas de América aumentaron a niveles sin precedentes con los hombres de Ensenada en el Nuevo Mundo —el conde de Revillagigedo, el conde de Superunda y Sebastián de Eslava—, quienes habían reducido el contrabando, la corrupción burocrática y las ineficacias gubernativas. El marqués de la Ensenada ahora podía utilizar esas ganancias para reemplazar las pérdidas sostenidas por la Armada durante la guerra y aumentar el número de navíos de la flota. Fue un período de grandes cambios e innovaciones en todo el sistema español atlántico. Tales cambios fundamentales en la política real no vendrían con facilidad. Intereses poderosos se oponían vehementemente a la modernización comercial, y fuerzas atadas a la tradición dentro y fuera de la real administración luchaban para impedir cambios. Aunque el marqués de la Ensenada había dominado la 207

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arena política en España más de una década, sus políticas siempre hallaban poderosa oposición, lo que contribuyó a su caída del poder en 1754. La salida de Rávago de Madrid siguió al exilio de Ensenada pocos meses después. Reminiscente de los eventos que siguieron a la destitución de Alberoni fue la violenta reacción conservadora. La incertitud en la política del gobierno alcanzó su nadir con el colapso mental del rey Fernando VI, seguido de su inoportuna muerte. El nuevo rey, Carlos III, pareció infundir energía a Madrid al ascender al trono, pero cuando los invasores ingleses aparecieron en aguas de La Habana en 1762, este punto clave de la defensa americana cayó tras un sitio de dos meses. Tras la pérdida de La Habana, las consecuencias de la fallida política colonial de neutralidad y las oportunidades perdidas se hicieron alarmantemente evidentes.

El Tratado de Madrid Firmado en Buen Retiro el 5 de octubre de 1750, el Tratado de Madrid fue obra de José de Carvajal y Lancáster en su calidad de secretario del Despacho de Estado. A pesar de su importancia histórica, este acuerdo era un documento relativamente sencillo, que constaba de solo diez capítulos. A cambio de un pago en efectivo, los ingleses renunciaron a los cuatro años restantes del asiento, lo que por fin abrió el camino a Madrid para la reforma del sistema comercial. El acuerdo confirmaba elementos esenciales del primer Tratado de Bubb (véase el capítulo 1), garantizando a Inglaterra la condición de país más favorecido en puertos españoles y las tarifas existentes durante el reinado de Carlos II. Aunque España recibió modestos beneficios y los ingleses ganaron importantes concesiones comerciales, sacrificando poco, el acuerdo preparó el camino para separar diplomáticamente a Madrid de Versalles.1 El embajador Ricardo Wall, nacido en Francia, pero de ascendencia irlandesa, había trabajado en Londres para conseguir un acercamiento entre los dos poderes.2

1

Un sucinto resumen se halla en José Miguel Delgado Barrado, El proyecto político de Carvajal. Pensamiento y reforma en tiempos de Fernando VI (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2001), 96-97. Una copia del tratado se halla en Archives des Affaires Étrangères (aae): Memories et Documents Fonds Divers Espagne (mfde), vol. 345, fols. 99-101.

2

Para un estudio reciente de Wall y su carrera, véase Diego Téllez Alarcia, El ministerio Wall. La “España discreta” del “ministro olvidado” (Sevilla-Madrid: Fundación de Municipios Pablo de Olavide y Marcial Pons Historia, 2012). Véase también Didier Ozanam, La diplomacia de Fernando VI: correspondencia entre Carvajal y Huéscar, 1746-1749 (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1975), 33-34, 118.

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Carvajal se inclinaba en forma cautelosa hacia los ingleses. Al tanto que prevenía al rey de que “los ingleses son los enemigos naturales [de España]”, él había sido profundamente antagonizado por la conducta francesa durante los años finales de la guerra y las negociaciones de paz.3 Como escribió al duque de Huéscar, “La llaga será incurable”, y “si no tengo forma de vengarme, me moriré con desconsuelos”.4 Además, la ascendencia portuguesa de Carvajal sin duda le disponía hacia una actitud indulgente para con los ingleses, el fiel aliado de Portugal desde su exitosa rebelión contra España en 1640.5 En enero de 1750, Carvajal había negociado por separado un Tratado de Madrid con Lisboa, resolviendo temporalmente el irritante asunto de los límites coloniales.6 Para el año 1753, había llegado a alimentar la esperanza que España de alguna manera cumpliría el papel de árbitro neutral en asuntos europeos.7 La familia real también se inclinaba a una reconciliación con Gran Bretaña. Fernando se había irritado con la arrogante conducta de su primo el rey francés durante la guerra.8 Además, se sintió humillado y amargado cuando Francia rehusó aceptar a su media hermana más joven, María Antonia, para reemplazar a la difunta María Teresa como la segunda esposa del delfín.9 La reina Bárbara reforzaba las inclinaciones de Fernando. La nueva soberana portuguesa estaba profundamente apegada a su madre austríaca y sentía simpatía hacia Londres.10 Mientras que Bárbara era una mujer más moderada que Isabel, sus ideas tenían 3

Citado en Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 47.

4

Ibid., 39.

5

Delgado Barrado, El proyecto político, 15.

6

Ibid., 92-94.

7

Ibid., 29, 37.

8

Como dijo en ese momento: “No hubo razón por ningún camino para que el ministro de V. M. se precipitase a firmar sin mi noticia, habiendo tantos motivos para que no lo hiciese así y más en puntos que no eran de los intereses comunes […] sino es puramente de los míos”. Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 39.

9

María eventualmente sirvió para normalizar la posición de España en Italia con su matrimonio en 1750 con el príncipe de Piamonte, heredero al trono de Cerdeña. Delgado, El proyecto político, 82, 98-99.

10

Los franceses con razón estaban preocupados desde el principio por las preferencias de Bárbara, pero no se dieron cuenta de las peligrosas implicaciones de su propia conducta al finalizar la guerra. Versalles, julio 20, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 203-05. Luis XV dio instrucciones a su embajador para determinar “con exactitud y precisión el carácter o la inclinación de esa princesa”. Luis XV al embajador obispo de Rennes, Ibid., fols. 224-25.

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peso en su esposo, quien a menudo la invitaba a estar con él en el despacho. La reina había asumido al principio un papel tradicional; y cuando se hallaba en funciones oficiales administrativas, hablaba solo cuando Fernando se lo pedía.11 Con el tiempo, sin embargo, su interés en asuntos de Estado aumentó y con ello su influencia en la Corte.12 Cuando María Ana Victoria, la media hermana de Fernando, se hizo reina de Portugal con la sucesión de Juan II el 31 de julio de 1750, la inclinación de la familia real hacía Inglaterra no hizo más que aumentar.13 Aunque a Ensenada no le agradó el Tratado de Madrid, su resentimiento contra los franceses le llevó a favorecer la neutralidad. Una personalidad fuerte, ambiciosa, que frecuentemente se inmiscuía más allá del límite de sus ministerios, Ensenada había visto negociar el acuerdo de Madrid sin su participación.14 No solo se sintió personalmente menospreciado, sino que creía que Carvajal se había quedado corto al defender los mejores intereses de España. Londres había cedido muy poco a cambio de la reafirmación española de los Tratados de Bubb. Un acuerdo general, es presumible, hubiera podido dar a España mucho más.15 Sin embargo, Ensenada había compartido el sentimiento de traición que había irritado tanto al gobierno de Madrid en los años que culminaron en Aquisgrán, y claramente tenía la intención de ver a España distanciarse de Versalles.16 Por estas razones, el riojano creía que Madrid debía andar con cautela en cuanto a los franceses. Por otra parte, nunca perdió de vista la realidad de que el principal rival de la monarquía era Gran Bretaña, cuyos intereses en América eran

11

Rennes al ministro de Estado Renato Luis d’Argenson, Madrid, julio 26, 1746, aae:cpe, vol. 490, fols. 238-47.

12

Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 17-23.

13

María Ángeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio (Barcelona: Plaza & Janés, 2003), 423.

14

Su entrometimiento en asuntos extranjeros dejó a Carvajal atónito. Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 52.

15

Embajador duque de Duras a Versalles, Madrid, marzo 8, 1753. Con “Traducción des observations... sur le traite... de 5 octobre du 1750 par le partie du ministre espagnol qui est opposé à ce traité”. aae:cpe, vol. 513, fols. 159-68.

16

Como le dijo al rey en 1746, “La Francia afectará deseos de unión y aun la guerra con viveza en el día, pero será para perfeccionar el logro de sus fines a costa de nuestro daño”. En lo que respecta a América, anotó que “en las cosas de las Indias observa un profundo silencio la Francia, porque lo que allí posee y nos usurpó, jamás lo ha ligitimado por convenio o pacto alguno, como la Holanda y la Inglaterra”. En “Idea de lo que parece preciso en el día para la dirección de lo que corresponde a Estado y se halla pendiente”, en Antonio Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada... (Madrid: Librería de M. Murillo, 1878), 33, 41.

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incompatibles a largo plazo con los de España.17 Como le comentó al embajador francés duque de Duras en 1753: “dentro de dos o tres años no les temeré más; con vuestra ayuda […] siempre he de ser un buen francés”.18 De este modo, Ensenada persiguió una política de vigilancia armada, mientras que la política extranjera de España se deslizó hacia lo que se conoce como “neutralidad fernandista”. Mientras tanto, en junio de 1752, en Aranjuez, Carvajal completó un tercer emblemático tratado, arreglando las diferencias de España con Austria y Piamonte-Cerdeña por medio de una alianza defensiva que finalmente trajo estabilidad a Italia.19 Dos años antes, la media hermana de Fernando, María Antonia, quien había sido rehusada por los franceses, había casado con Víctor Amadeo, el heredero del trono de Cerdeña.20

Ensenada y el impulso reformador Para Ensenada, reforzar la Armada era prioridad principal para asegurar las rutas marítimas que defendían el imperio español atlántico. Como le explicó a Fernando VI en 1747, “no hay potencia en el mundo que necesite más las fuerzas marítimas que España, pues es península y tiene que guardar los vastísimos dominios de América que le pertenecen”.21 Un año más tarde, afirmó que “sin marina no puede ser respetada la monarquía española, conservar el dominio de sus vastos estados, ni florecer esta península, centro y corazón de todo”.22 Entre 1739 y 1748, España había sostenido pérdidas por combate, accidentes y

17

Como informó al rey, “es menester considerar que estas dos potencias no pueden estar unidas, y que es de interés de ambas ayudar la una contra la otra, a que se agrega que, observando la España media armada y con fondos para sostener una guerra, será respetada y no expuesta a recibir, como hasta aquí la ley que la quieren imponer […]”. Ensenada a Fernando VI, “Plano que se forma para fixar... las obligaciones ordinarias...”, Aranjuez, mayo 18, 1752 en Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 96.

18

Duras, al ministro de Estado Saint Contest, Aranjuez, mayo 16, 1753, aae:cpe, vol. 513, fols. 390-98.

19

Carlos en Italia no estuvo de acuerdo. Delgado, El proyecto político, 98-99.

20

Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 423.

21

Ensenada a Fernando VI, “Representación dirigida... sobre el estado del Real Erario”, Aranjuez, junio 18, 1747, en Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 62.

22

Citado en Francisco Cánovas Sánchez, José Antonio Escudero, José María García Marín, et al., “La época de los primeros Borbones”, vol. 1, “La nueva monarquía y su posición en Europa (17001759)”. En Historia general de España, dirigida por José María Jover Zamora, vol. 29 (Madrid: Espasa Calpe, 1985), 465.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

deterioro que habían hecho a la Armada volver al nivel en que Patiño la había dejado en 1736.23 Para reemplazar estos barcos y fortalecer la flota, Ensenada planeaba construir cincuenta navíos de línea dentro de un plazo de ocho años, con un costo de un millón de pesos al año.24 Como explicó, “pero sí es fácil tener V. M. el número de bajeles que baste para que, unidos con los de Francia […] se prive a ingleses del dominio que han adquirido sobre el mar”.25 La construcción avanzó a una velocidad furiosa en los tres arsenales españoles y en La Habana, supervisada por la Real Compañía de La Habana. Mientras tanto, Fernando había suprimido el almirantazgo en 1748, que Ensenada reemplazó con el puesto de director general de la Armada.26 Este puesto fue ocupado un año por el conde de Bena (1749-1750) y después por el marqués de la Victoria, héroe de la batalla de cabo Sicié, quien lo ocupó hasta su muerte en 1772.27 Para planear la futura construcción de navíos, Ensenada hizo plantar cerca de 2 millones de robles.28 Carvajal dio prioridad mayor a los asuntos coloniales, y apreciaba la necesidad de promover la Armada. Estaba de acuerdo con Ensenada en que España debía construir cincuenta nuevos navíos de línea para poner las fuerzas navales al día en potencia.29 Pero también hizo énfasis en la necesidad de actuar con moderación: “la marina nuestra debe aumentarse, pero con proporción y sin ruido, que ahora estamos alborotando al mundo con eso”.30 El sabio y siempre cauto Carvajal quería proteger el imperio español, pero sin provocar otra guerra

23

Cánovas Sánchez et al., La época de los primeros Borbones, vol. 1, 464.

24

Costó 143 000 pesos construir el navío Rayo, de ochenta cañones, en 1749. John D. Harbron, Trafalgar and the Spanish Navy (Londres: Conway Maritime Press, 1988), 41.

25

Ensenada a Fernando VI, “Representación dirigida... sobre el estado del Real Erario”, Aranjuez, junio 18, 1747, en Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 62-63.

26

Real Decreto, San Lorenzo, octubre 30, 1748, Archivo General de Simancas (ags), Marina, leg. 768.

27

Cánovas Sánchez et al., La época de los primeros Borbones, vol. 1, 477-78. Durante los primeros seis años, el nombramiento fue interino, pero en 1756 fue ascendido a capitán y gobernador general de la Armada, puesto que ocupó hasta su muerte en 1772.

28

Harbron, Trafalgar, 41.

29

Delgado, El proyecto político, 29, 110-12.

30

Citado en Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 46. La Armada, él lamentaba, había “consumido millones sin término”. Ibid., 46, 76. Carvajal tenía la pronunciada tendencia a apreciar ambos lados de una cuestión.

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La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763

ni agobiar la Tesorería Real. Sabía muy bien que las reformas que él y Ensenada favorecían habrían de requerir paz y dinero de las Indias. Aun cuando el Gobierno tenía suficiente dinero para costear una ambiciosa construcción de navíos, el hallar marinos suficientes para ellos era casi un obstáculo insuperable. Debido a la comparativa debilidad de la marina mercante española en comparación con la inglesa, nunca había suficiente número de españoles versados en la navegación. Ensenada no veía fácil respuesta: [...] los recursos en el día para tener marinería son: pagarla puntualmente, lo que no se ha hecho hasta aquí; agasajar la extranjera con preferencia a la natural; dejar salir de cualesquiera puerto de España todos los navíos y embarcaciones que quieran ir a la América, según leyes y ordenanzas, y fomentar la pesca, conceder exenciones, a dar alivios a los que se emplearen en la navegación y comercio, con otras providencias subalternas que no refiero por no dilatarme más.31

Para compensar la falta de hombres entrenados, la Matrícula de Mar, un registro de marinos o una especie de milicia naval, fue establecida en 1737, lo que prometía algo de ayuda si el comercio marítimo español hubiese de aumentar.32 Ensenada elevó el pensamiento ilustrado a un nuevo nivel, estableciendo intelectual e institucionalmente las bases para los futuros logros de Carlos III y sus ministros. Regalista dedicado, imaginaba un nuevo Estado burocrático centralizado para reemplazar la tradicional imagen de la monarquía presidiendo sobre un aparato judicial gubernamental. Basándose en Campillo y Cossío, trató de formalizar, estandarizar y codificar las normas que gobernaban los ministerios y las corporaciones supeditadas a él.33 El período entre 1748 y 1754 fue una época dorada de absolutismo ilustrado, que dejó su marca en España en una serie de leyes reformistas. Esto incluía ordenanzas promulgadas para la

31

Ensenada a Fernando VI, “Representación dirigida... sobre el estado del Real Erario”, Aranjuez, junio 18, 1747, en Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 63-64.

32

Harbron, Trafalgar, 86-88.

33

Juan Luis Castellano, Gobierno y poder en la España del siglo xviii (Granada: Editorial Universidad de Granada, 2006), 162.

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Armada durante 1748, un reglamento para la Matrícula del Mar en 1751, y una ordenanza e instrucción, fechada el 13 de octubre de 1749, para el restablecimiento de intendentes en Castilla.34 De interés particular para el imperio, el gran ministro patrocinó una instrucción, promulgada en 1753, que codificaba los procedimientos que gobernaban las cuentas de la Depositaría de Indias, la tesorería de la Casa de la Contratación.35 Pero como perceptivamente José Luis Gómez Urdáñez ha observado, el objetivo de Ensenada era “reformar para conservar lo inmutable del Antiguo Régimen, ‘modernizar’ el sistema para eliminar defectos que algunas evidencias ponían de manifiesto, pero sin tocar sus pilares fundamentales […] gobernar aceptando las ideas ilustradas, que todavía eran menos ‘filosóficas’ que técnicas y pragmáticas”.36 Durante los años siguientes al Tratado de Madrid, Ensenada amplió el sistema de batallones fijos que había sido extendido a mucho del Caribe durante la Guerra de la Oreja de Jenkins. Esta temprana expresión de reforma militar había, al fin y al cabo, parecido funcionar durante la guerra, más aparentemente en Cartagena. La Corona promulgó nuevas regulaciones para Veracruz en 1749 y Yucatán en 1754, ambas ligeramente basadas en el modelo cubano, pero con las prescripciones sociales que favorecían a españoles más flexibles. El límite original del número de americanos se ignoró por completo, aunque la norma para Yucatán de manera explícita prohibía castas y extranjeros. Cuando Valdivia estableció su batallón fijo en 1753, este en realidad incluía una compañía para pardos, entre las siete con que contaba. La nueva regulación promulgada para Callao ese mismo año mantenía silencio en cuanto a restricciones sociales, pero abría un camino nuevo al ofrecer una recompensa de diez pesos por cada recluta.37 Era difícil hallar soldados, y las autoridades locales

34

José Luis Gómez Urdáñez y Pedro Luis Lorenzo Cadarso, Castilla en la edad moderna, segunda parte, Historia de Castilla de Atapuerca a Fuensaldaña, editado por Juan José García González, Julio Aróstegui Sánchez, Juan Andrés Blanco Rodríguez, et al. (Madrid: La Esfera de los Libros, 2008), 503, 507; Luis Navarro García, Las reformas borbónicas en América: el plan de intendencias y su aplicación (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1995), 25.

35

Jacques A. Barbier, “Towards a New Chronology for Bourbon Colonialism: The ‘Depositaría de Indias’ of Cádiz, 1722-1789”, Ibero-Amerikanisches Archiv 6:4 (1980): 337-38.

36

José Luis Gómez Urdáñez, Fernando VI (Madrid: Arlanza Ediciones, 2001), 148.

37

Copias de los varios reglamentos se hallan en Archivo General de Indias (agi), Indiferente General (ig), legs. 1317 y 1885.

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La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763

tenían que ajustarse a las realidades que encontraban, sin importar qué clase de normas los ministros en Madrid pudieran inventar para ellas.38 Estas reformas del ejército continuaron las más prudentes innovaciones en tierra comenzadas por Alberoni y Patiño. Campillo y Cossío había abogado por extender el sistema de milicias de Castilla a las colonias, pero Ensenada nunca favoreció esta innovación en sus muchos informes escritos al rey acerca de la defensa de España y su imperio.39 Para defender un imperio marítimo, él pensaba sobre todo en la Armada. Por añadidura, el duque de Montemar, padre de la milicia provincial en España, había dejado la escena política. Relevado de su mando en 1742 por monarcas impacientes, que habían esperado un rápido avance en Milán, Montemar había regresado a la Corte, falleciendo en junio de 1747.40 El hombre del momento era Sebastián de Eslava, el vencedor en Cartagena. A su regreso de Nueva Granada, Ensenada lo nombró capitán general de Andalucía, citándolo con frecuencia a Madrid para solicitar su consejo. Eslava seguía apegado a lo que había funcionado en Cartagena, incluyendo un énfasis tradicional en las fortificaciones fijas.41 Durante los años siguientes, cuando Eslava era ministro de Guerra, el conde de Aranda, hombre de ideas innovadoras y cuya carrera avanzaba rápidamente, chocaba repetidamente con Eslava por su renuencia a modernizar el ejército.42

38

Sin embargo, la norma en Cuba mantuvo su estándar original, limitando a los americanos al 20 %. De 1748 a 1753, Ensenada había trabajado por medio del conde de Revillagigedo, ahora virrey de México, para ampliar la guarnición fija de La Habana, para proveer destacamentos para Santiago y San Agustín, Florida. El resultado fue un regimiento de cuatro batallones con seis compañías cada uno, con un total de 2080 hombres, complementados por un aumento proporcional en las compañías de dragones y de artillería. Si la población local de españoles no fuera suficiente, se debería reclutar en las islas Canarias tanto como en Ciudad de México y Puebla, donde peninsulares vagabundos podrían servir al caso. Obviamente, la Corona tenía expectativas más altas para Cuba que para Yucatán. Allan J. Kuethe, Cuba, 1753-1815: Crown, Military, and Society (Knoxville: University of Tennessee Press, 1986), 12-13.

39

Muchos de los ensayos de Ensenada se hallan en Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla.

40

Julio Albi de la Cuesta, Leopoldo Stampa Piñero y Juan Silvela Miláns del Bosch, La caballería española: un eco de clarines (Madrid: Tabapress, 1992).

41

Lucio Mijares Pérez, “Programa político para América del marqués de la Ensenada”, Revista de historia de América 81 (1976): 82-103.

42

Antonio Álvarez de Morales, “Los proyectos de reforma del ejército del conde de Aranda”, en Estudios sobre ejército, política y derecho en España (siglos xii-xx), editado por Javier Alvarado Planas y Regina María Pérez Marcos, 154-60 (Madrid: Ediciones Polifemo, 1996).

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

La otra gran influencia en la Corte era Francisco de Rávago, el confesor jesuita de Fernando. En tanto que los hombres que ocupaban está posición clave bajo Felipe V habían asumido papeles prominentes en la política palaciega, Rávago resultó excepcional en su talento e influencia (véase el capítulo 5). Reemplazó al francés Jacques-Antoine Fèvre en abril de 1747, como parte de una purga surgida a causa de las hipócritas maniobras diplomáticas de Versalles.43 Nacido en Cantabria, el confesor era amigo íntimo de Carvajal y disfrutaba del respeto de Ensenada, quien tenía gran estimación para la Sociedad de Jesús y quien con el tiempo desarrolló profundos lazos de amistad con Rávago. Durante este mismo período, el gobierno de Madrid se concentraba en la defensa de la frontera de Texas. Dada la profunda desconfianza hacia Versalles compartida por Carvajal y Ensenada, y la agresiva postura hacia el oeste asumida por los franceses de Luisiana, la débil frontera de Texas que protegía el flanco norte de las minas de Nueva España demandaba atención.44 Ensenada organizó dos expediciones separadas para consolidar las posiciones españolas al norte de las minas de plata mexicanas. Una, bajo el mando del coronel José de Escandón y Helguera, estableció Nuevo Santander al borde del golfo de México, justo debajo del río Grande. El esfuerzo, en su mayor parte costeado por empresarios locales entre 1748 y 1755, patrocinó un extenso programa de colonización, trasfiriendo cientos de familias de áreas vecinas bajo protección militar. Paralelamente, con el debilitamiento de la influencia de las órdenes regulares, el programa reflejaba un énfasis fundamental en soluciones seculares para áreas estratégicas, y claramente restaba importancia a la misión como instrumento de avanzada y de protección de fronteras.45 43

Castellano, Gobierno y poder, 147-49.

44

Como Ensenada aconsejaba a Fernando: “Aunque conviniese hacer algún tratado con ella [Francia] dicta la prudencia que se viva alerta y con cautela, anticipando precauciones por todo lo que pueda suceder […] poner todas las plazas fronterizas en el mejor estado de defensa […]”. Ensenada, “Representación dirigida... sobre el estado del Real Erario, y sistema y método para el futuro”. Aranjuez, junio 18, 1747, en Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 61.

45

David J. Weber, Indios Bárbaros: Spaniards and their Savages in the Age of Enlightenment (New Haven: Yale University Press, 2005), 105-07; Patricia Osante, “Colonization and Control: The Case of Nuevo Santander”, en Choice, Persuasion, and Coercion: Social Control on Spain’s North American Frontiers, editado por Jesús de la Teja y Ross Frank (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2005), 231-35; y Patricia Osante, Orígenes del Nuevo Santander (1748-1772) (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1997), caps. 3-4.

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La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763

Para bloquear la penetración francesa en Texas, la Corona patrocinó tres misiones franciscanas localizadas en el río San Gabriel, bien al norte de San Antonio, establecidas entre 1746 y 1751. Bajo el mando del capitán Felipe de Rávago, el sobrino del confesor del rey, un presidio respaldaba estas misiones, llevando el nombre de un famoso jesuita, San Francisco Xavier.46 Un plan posteriormente diseñado por Pedro, un tío de Felipe, luego trasladó el presidio a un lugar más ventajoso más hacia el oeste, en el río San Sabá. Acompañado de una misión para servir a los apaches, este punto fuerte, denominado San Luis de las Amarillas, sería el lugar de penetración más al norte en la parte oeste del centro de Texas.47 Mientras que, en una época anterior, los misioneros llevaban el mayor peso del avance de la frontera, ahora, en una época cada vez más secular, cuando estaban involucradas preocupaciones militares, esos misioneros seguían a los soldados, teniendo un papel secundario.48 La iniciativa iba paralela con cambios en el norte de Sudamérica, donde los españoles, bajo órdenes de Carvajal, pretendían cerrar el paso a la expansión francesa en Guayana y a la holandesa en Surinam, centros ambos de contrabando para Venezuela. En efecto, durante la sublevación de Francisco León, los rebeldes habían recibido armas de los holandeses. Como consecuencia, el ministro de Estado planeó asentamientos de españoles para poner fin a la penetración extranjera, programa que dio resultados satisfactorios después de su muerte.49

46

Felipe venía del mismo pueblo montañés que Francisco. Donald E. Chipman y Luis López Elizondo, “New Light on Felipe de Rábago y Terán”, Southwestern Historical Quarterly 111 (2007): 161-81.

47

Robert S. Weddle, The San Sabá Mission. Spanish Pivot in Texas (Austin: University of Texas Press, 1964), 30-60. Pedro Rávago murió antes de la implementación del plan, siendo reemplazado por el coronel Diego Ortiz Parrilla. La carrera de Felipe había sido descarriada debido a cargos criminales registrados contra él por misioneros franciscanos. Detalles del presidio se hallan en Bennet R. Kimbell, “El baluarte del Sur: Archeological and Historical Investigations of the Southeast Bastion at Presidio San Sabá (41MN1), Menard County, Texas”, Bulletin of the Texas Archeological Society 81 (2010): 1-102.

48

José Manuel Serrano Álvarez y Allan J. Kuethe, “La Texas colonial entre Pedro de Rivera y el marqués de Rubí, 1729-1772: aportaciones económicas al sistema presidial”, Colonial Latin American Historical Review 14 (2008): 281-311.

49

Delgado, El proyecto político, 95; Manuel Lucena Giraldo, Laboratorio tropical. La expedición de límites al Orinoco, 1750-1767 (Madrid: Monte Avila Editores Latinoamericana, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1993), 87-92, 188-96.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Al finalizar la guerra, la cuestión central para los ministros de España concernía a la desregulación comercial del histórico sistema de Flotas y Galeones, y ambos, Ensenada y Carvajal, se inclinaron hacia una mayor liberalización del comercio. Las urgencias de la guerra habían permitido a Ensenada abandonar el sistema de convoyes en favor del uso de barcos de registro en el comercio transatlántico, y el Tratado de Madrid, que ponía fin a los navíos de permiso, también abría la puerta diplomáticamente a una mayor desregulación comercial. Durante el período después de los acuerdos de paz, los ministros continuaron dependiendo de los barcos de registro en vez de restablecer el sistema de flotas. Facilitando una mayor flexibilidad en el mercado, esta táctica representaba un paso sustancial hacia el desmantelamiento de las restricciones impuestas bajo el Proyecto de 1720. Es más, la apertura de la ruta del cabo de Hornos a la región del Pacífico en Sur América, paralelamente a la suspensión de los Galeones, había abierto grandes oportunidades comerciales.50 Ensenada describió su estrategia: “procuro destruir el espíritu de monopolio producido por las restricciones sobre el comercio de América, estableciendo los buques llamados registros, que llegaban allí independientemente de las Flotas y Galeones”.51 Carvajal estaba de acuerdo con la necesidad de ajustar las normas comerciales coloniales, pero se inclinaba más hacia una ambiciosa expansión del número y el papel de las compañías comerciales privilegiadas.52 Sin importar la táctica empleada, los ministros estaban a favor de restringir los privilegios monopolísticos del Consulado de Cádiz codificados en el Proyecto de 1720. Aunque la dependencia en los barcos de registro había resultado en un aceleramiento de la actividad comercial, en particular tras finalizar las hostilidades (véase la figura 4.2), los Consulados de Cádiz, Ciudad de México y Lima habían ejercido fuerte presión para lograr la restauración del sistema de flotas.53 Los miembros del gremio argüían que la dependencia en los barcos de registro 50

Antonio García-Baquero González, Cádiz y el Atlántico, 1717-1778. El comercio colonial español bajo el monopolio gaditano, vol. 1 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1976), 268.

51

Ensenada, “Estado de las cosas...”, San Lorenzo, noviembre 15, 1749, en Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 77-79.

52

Delgado, El proyecto político, 163, 167-69, 176-87. Josep María Delgado Ribas, “La paz de los siete años (1750-1757) y el inicio de la reforma del comercio colonial español”, en 1802: España entre dos siglos de ciencia y economía, coordinado por Antonio Morales Moya (Madrid: Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2003), 323-24.

53

García-Baquero González, Cádiz y el Atlántico, vol. 1, 546.

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había causado gran daño a la regularidad del comercio colonial.54 Mientras que los intereses de los gremios americanos comúnmente diferían de los de Cádiz, se mantuvieron unidos para conservar sus derechos al monopolio dentro un sistema restaurado de convoyes.55 El Consulado de Cádiz había producido un “donativo” de 300 000 pesos en 1749, lo que hacía creer a sus miembros que habían ganado influencia en el gobierno de Madrid, pero Ensenada fríamente instruyó al gremio que su posición no era ni “discurrir ni proponer reglas para la navegación y forma de abastecer los dominios de América [sino] facilitar los medios de hacer florecer el comercio de estos y aquellos reinos”.56 El marqués de la Ensenada se enfrentaba a grandes riesgos políticos al intentar romper el histórico monopolio del Consulado de Cádiz, así que procedió con cautela. Primero transfirió la responsabilidad de licenciar los barcos de registro a la vía reservada en Madrid, una prerrogativa que había pertenecido a la Casa de la Contratación en Cádiz. Estas licencias representaban una peligrosa disminución del papel de la ciudad portuaria en el comercio transatlántico y de la habilidad del gremio para influenciar la elección de quién manejaba ese comercio. Además, durante la guerra, varios navíos salieron de otros puertos y no de Cádiz, cuestionando la permanencia de su monopolio.57 En contra de la fuerte oposición por parte de Cádiz, la Corona emitió una real orden el 20 de junio de 1749, dando a los mercaderes americanos el derecho de enviar fondos a España para comprar productos básicos directamente.58 Esto permitía a intereses comerciales en Callao y Buenos Aires en particular, circunvalar el Consulado y desarrollar fuertes lazos con las casas mercantiles de España, haciéndoles así menos inclinados a restaurar los Galeones. Mientras que estos cambios lentamente minaban los privilegios monopolísticos de Cádiz, Ensenada estaba dispuesto a ir mucho más lejos. En su informe a Fernando sobre el estado de los asuntos bajo su jurisdicción, fechado el 15 de 54

Expediente, protestas de Cádiz y México, 1750-1754, agi, México, leg. 2980.

55

Geoffrey J. Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 1700-1789 (Bloomington: The Macmillan Press, 1979), 205-07.

56

Real orden, Madrid, junio 22, 1749, agi, ig, 2304, citado en Allan J. Kuethe, “El fin del monopolio: los Borbones y el Consulado andaluz”, en Relaciones de poder y comercio colonial: nuevas perspectivas, editado por Enriqueta Vila Vilar y Allan J. Kuethe (Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1999), 49.

57

Kuethe, “El fin del monopolio”, 48-49.

58

Walker, Spanish Politics and Imperial Trade, 218.

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noviembre de 1749, de nuevo expresaba con claridad sus preferencias, recomendando que se diese “licencia a todo el que la pide para ir con navíos españoles”.59 Esta aserción claramente indicaba la idea de Ensenada en cuanto a la dirección que había de tomar la reforma comercial. A pesar de la prevalencia de los escritos reformistas en la Corte, el pensamiento de Ensenada y de otros influyentes ministros no parece haber sido influido demasiado por los trabajos de los proyectistas de este período. Descendientes de los arbitristas del siglo anterior, inundaban la Corte con “proyectos” o ensayos promoviendo innovaciones de una suerte u otra, muchos proponiendo fórmulas para resolver el dilema del comercio colonial.60 Aunque estos ocasionales ensayos que llegaban a la Corte podían haber reforzado la opinión de hombres como Ensenada o Carvajal en cuanto a los asuntos del día y cómo tratarlos, no tuvieron marcada influencia directa en la política del Gobierno. Los proyectistas eran por lo común promotores de ellos mismos, a menudo buscando nombramientos o mejoras personales como resultado de sus exposiciones panglosianas. La mayoría de los ensayos contenían poco verdaderamente original o hasta innovador.61 El conde de Fernán-Núñez, influyente en la Corte, sentía poco respeto hacia ellos, describiéndolos como “aquellas personas que regularmente se llaman proyectistas y que estudiando el humor del [sic] ministros sólo buscan el modo de adoptarse a sus ideas para hacer su fortuna particular, sin reparar el modo ni en los perjuicios públicos que pueden producir sus operaciones”.62 El ministro español en Roma, el cardenal Joaquín-María Portocarrero, por ejemplo, le envió a Ensenada un proyecto preparado por un influyente noble abogando por un sistema de baterías flotantes para defender las plazas fuertes de España. Pedía, como favor personal, el comentario de Ensenada, pero se apresuraba a explicar con cierta vergüenza: “Conozco muy bien lo que son proyectos, y que poco o nada sirven”.63

59

Ensenada, “Estado de las cosas...”, 79.

60

El proyecto sustituyó al árbitro. Para un útil análisis de esta transición, véase Delgado, El proyecto político, 43-52.

61

Delgado, El proyecto político, 45.

62

Citado en José Antonio Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, vol. 1 (Madrid: Editora Nacional, 1979), 291.

63

Cardenal Portocarrero a Ensenada, Roma, mayo 7, 1750, ags, Marina, leg. 712. El proyecto no impresionó a Ensenada.

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No todos esos proyectos eran necesariamente ignorados o condenados al fracaso. Una década más tarde, José de Gálvez, entonces un joven abogado en Madrid, se unió al proyectismo con un tratado que delineaba una agenda reformista para las colonias, que parece haberle sido de algún beneficio en conseguirle el nombramiento de visitador general a Nueva España (véase el capítulo 7).64 Sin embargo, tales trabajos usualmente tenían poco peso en la evolución diaria de la política comercial en la Corte. Al mismo tiempo, aun algunos ministros del gobierno servían de proyectistas de cuando en cuando, escribiendo ensayos ministeriales sobre los asuntos más apremiantes del momento. En una época en la que el Estado regalista y burocrático establecía sus imperativos, Ensenada y Carvajal escribieron tratados largos, detallados y hasta formulistas, acerca de una amplia variedad de temas.65 Hasta el famoso Nuevo Sistema de Campillo y Cossío debe verse dentro de este contexto. A diferencia del pesimismo del siglo anterior, sin embargo, estos proyectos transmitían un optimismo subyacente, una fe ilustrada en el progreso a través de la razón. Estos ensayos iban destinados a un auditorio pequeño, ciertamente no para el público, e iban calculados a influenciar al gabinete real y al mismo rey. En mayo de 1750, Ensenada convocó a seis líderes del Consulado de Cádiz para que estudiaran y propusieran a Su Majestad, “todos los medios conducentes a hacerle florecer, conseguir su aumento, y asegurar la utilidad de su Real Servicio y erario, y el común recíproco beneficio de sus vasallos, e individuos de ambos comercios de España, y América”.66 Estos hombres fueron seleccionados de una lista de nombres provista en un informe confidencial por José Banfi y Parrilla, actuando bajo instrucciones recibidas de Ensenada a través del presidente de la Casa de la Contratación, Francisco Varas y Valdés. Banfi informó que las familias adineradas del Consulado eran cuarenta o cincuenta, y que un odio irreconciliable, surgido de un conflicto de intereses sobre comisiones extranjeras, dividía a los miembros de Cádiz en dos grupos, españoles antiguos y jenízaros. 64

Luis Navarro García, “El primer proyecto reformista de José de Gálvez”, en Homenaje al Dr. José Antonio Calderón Quijano, 387-402 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1997). Una copia se halla en la Biblioteca del Palacio, Miscelánea de Ayala, vol. 1.

65

Para Ensenada, Rodríguez Vila, Don Cenón de Somodevilla, contiene un magnífico ejemplo. José Miguel Delgado ha tratado los escritos de Carvajal en El proyecto político y en la edición que hace de José de Carvajal y Lancáster: José de Carvajal y Lancáster. Testamento político o idea de un gobierno católico (1745) (Córdoba: Universidad de Córdoba, 1999).

66

Real orden, Buen Retiro, septiembre 14, 1750, agi, ig, leg. 2304.

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La mayoría de los jenízaros era de ascendencia francesa y había entrado al gremio después de la reforma en la membresía impuesta por Campillo y Cossío en 1742.67 Ensenada invitó a cuatro representantes de Cádiz, uno sólo de ellos jenízaro, añadiendo otro de Sevilla y uno de Jerez de la Frontera. Esta distribución reflejaba el peso relativo económica y políticamente de las tres divisiones del liderato del Consulado. La intransigencia de la elite mercantil pronto se hizo evidente, cuando la mayoría de los miembros del Consulado trataron de evadirse de servir en la junta. Todos menos dos hallaron justificaciones para pedir exenciones debido a edad avanzada, salud endeble, y en un caso (el único jenízaro), el estar en vísperas de contraer matrimonio, en tanto que uno de los otros dos falleció. Si bien era imposible conocer la condición actual de aquellos que invocaban incapacidad física, Varas y Valdés de seguro pensaba que todos podían hacer el viaje. Ensenada rehusó las excusas de dos de los cuatro, pero cuando buscó reemplazos para los otros dos, al menos otros cuatro intentaron evitar el llamado.68 Al final, el impaciente Ensenada no pudo reunir la junta mercantil hasta septiembre. Las instrucciones de Ensenada al grupo ponían en claro sus intenciones: “la voluntad de S.M. es de que no se ligue ni coarte la libertad para hacer este comercio con título de estanco no otro alguno, pues quiere sea igual en todos sus vasallos que tenga las circunstancia que para hacerle se requieren […]”.69 No sorprende entonces que, dejando a un lado sus luchas internas, los seis andaluces cerraran filas contra la amenaza reformista a sus históricos privilegios. En tanto que diferentes en cuanto a detalles, todas las opiniones urgían la restauración del sistema de convoyes y la supresión de los barcos de registro.70 El grupo resolvió que la Flota a Nueva España debía reanudarse en 1753, y algún tiempo después los Galeones debían ser restablecidos. Solamente Alonso García de Cádiz no estuvo de acuerdo, estando en favor de abolir los Galeones y el tercio, el privilegio 67

Para una exploración detallada de esta rivalidad, véase Margarita García-Mauriño Mundi, La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las exportaciones a Indias (1720-1765) (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1999).

68

Expediente, nombramientos a la junta de expertos, mayo-septiembre, 1750, agi, ig, leg. 2304.

69

Real orden, Buen Retiro, septiembre 14, 1750, agi, ig, leg. 2304. Los miembros incluían a Nicolás Mace (jenízaro), Alonso García, Andrés de Loyo, Nicolás Basto, Manuel Clemente Rodríguez Raquejo (Sevilla) y Jacinto Barrios (Puerto de Santa María). Barrios reemplazaba al de Jerez, quien se las había arreglado para escapar el nombramiento.

70

Expediente, junta de los seis individuos de Cádiz, Madrid, 1750, agi, México, leg. 2980.

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La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763

que le concedía a los productores andaluces locales una tercera parte del espacio en las flotas para productos agrícolas, algo que él consideraba una obligación onerosa para los comerciantes.71 La Corona también convocó una serie de juntas especiales con la intención de evaluar los medios de impedir las intrusiones inglesas en Centroamérica para obtener palo de tinte, para restringir el contrabando holandés a lo largo de la Tierra Firme y para combatir el contrabando en las Indias, incluyendo la prescripción de una política adecuada para los guardacostas españoles.72 El comité encargado del contrabando y del servicio de guardacostas se reunió en la residencia de Sebastián de Eslava, donde hubo deliberaciones en varias reuniones durante 1753. El 19 de abril de 1754, el grupo emitió una ordenanza para el gobierno de las actividades de los corsarios españoles. En sus conclusiones, la junta hizo evidente su convicción de que el problema básico era el anticuado sistema de flotas que operaba el comercio colonial. En un dictamen aparte, José de Iturriaga y Aguirre, capitán de la Armada, fue más allá, pidiendo de manera directa poner fin al monopolio de Cádiz, como también la reducción de las tarifas de impuestos y la racionalización de los procedimientos de inspección y papeleo.73 La opinión de Iturriaga llevaba gran peso. Oficial más que probado, había servido de primer director de la Compañía de Caracas y no era amigo de Cádiz. Íntimo de Ensenada, tenía presencia dominante en las varias juntas reunidas por el gran ministro. Además, su experiencia en Venezuela llevaría a Carvajal a nombrarlo miembro del triunvirato que dirigía la comisión establecida por él para colaborar con los portugueses en la definición de los límites de los dos poderes en la cuenca del Orinoco.74 Esta era la recomendación tan largamente esperada por Ensenada; el escenario estaba ahora listo para importantes reformas comerciales.

71

Parecer, Alfonso García, Ibid.

72

Informes, juntas selectas, Madrid, mayo 24 y julio 4, 1752, ags, gm, leg. 6799.

73

Expediente, junta celebrada en la residencia de Sebastián de Eslava, ags, Guerra Moderna, leg. 6799. Véase también Mijares Pérez, “Programa político para América”, 87-93. Iturriaga tenía el nombramiento de contraalmirante. Otros miembros incluían al consejero de Indias, marqués de la Regalía, y al fiscal Manuel Pablo Salcedo; el vicealmirante Joaquín de Aguirre, quien acababa de completar recientemente dos volúmenes de ordenanzas para la Armada y estaba terminando un tercero; y el teniente general Benito Antonio de Spínola.

74

Lucena Giraldo, Laboratorio tropical, 105-06; Monserrat Gárate Ojanguren, La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (San Sebastián: Publicaciones del Grupo Doctor Camino de Historia Donostiarra, Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, 1990), 56-57.

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En tanto que Ensenada avanzaba su agenda para la reorganización comercial, llevó a cabo avances limitados, pero de importancia, en el campo de la reforma administrativa y de las rentas públicas. En 1749, restableció el sistema de intendentes provinciales en España. En fecha tan temprana como 1746, Ensenada había pedido a los virreyes de Nueva España y de Perú sus opiniones en cuanto a la introducción del sistema de intendentes en sus virreinatos. Revillagigedo advirtió: “considero que el establecimiento de intendentes sería muy nocivo aquí, tanto y más que es provechoso en esos reinos”.75 Aunque su consejo dio qué pensar, una real cédula del 30 junio de 1751 estableció una superintendencia en Nueva España.76 Durante este mismo período, una transformación profunda pero sutil comenzó cuando la Corona cesó de vender nombramientos a altos puestos judiciales en la burocracia americana. Al mismo tiempo, la Corona había ido eliminando la venta sistemática de exenciones especiales, como el derecho de contraer matrimonio localmente. La monarquía, perennemente en aprietos, había comenzado a vender nombramientos en la tesorería en 1633, seguido por corregimientos en 1687 y hasta nombramientos a las cortes superiores coloniales, las audiencias de las Indias en 1687.77 A pesar de la obvia pérdida de autoridad real sobre estos funcionarios de puestos venales, las urgencias de finanzas de guerra inevitablemente frustraban cualquier esfuerzo por poner fin a tan controversial práctica. Ahora, con el prospecto de una nueva era de neutralidad y paz, la Corona cesaría la venta de nombramientos judiciales, una práctica que desde el siglo anterior había preocupado a reformadores y conservadores por igual. Este paso, sin embargo, levantó la alarma en América, donde la elite social se había acostumbrado a colocar a sus hijos en las cortes o a casar a sus hijas con jueces españoles, y sería un tema delicado entre Madrid y América durante la segunda mitad del siglo.

75

Navarro García, Las reformas borbónicas, 33-35.

76

Horst Pietschmann, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva España: un estudio político administrativo, traducido por Rolf Roland Meyer Misteli (México: Fondo de Cultura Económica, 1996) (edición en alemán 1972).

77

Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, From Impotence to Authority. The Spanish Crown and the American Audiencias, 1687-1808 (Columbia: University of Missouri Press, 1977), en particular 15-18, 83-98; Kenneth J. Andrien, “The Sale of Fiscal Offices and the Decline of Royal Authority in the Viceroyalty of Peru, 1633-1700”, Hispanic American Historical Review (hahr) 62 (1982): 49-71; Alberto Yalí Román, “Sobre alcaldías mayores y corregimientos en Indias”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 9 (1974): 1-39.

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En el área de reforma de las rentas públicas, un importante paso se dio con la extensión del Real Monopolio de Tabaco a Perú en 1752, a Chile en 1753, y al Alto Perú y Buenos Aires en 1755. Formalizado por una ordenanza en 1759, esta aparición del monopolio difería de Cuba, porque iba orientado hacia el consumo local y no hacia la exportación a la fábrica de Sevilla. Aunque al principio las ganancias eran pequeñas, el negocio prometía para el futuro.78 Sin embargo, el virrey conde de Revillagigedo bloqueó una iniciativa similar para México, explicando que como en el caso de las intendencias, tal paso llevaría demasiados riesgos políticos.79 El gobierno de Madrid patrocinó otra reforma fiscal en 1751, legalizando las notorias distribuciones forzadas de productos por funcionarios españoles rurales a las comunidades indígenas en Perú y Nueva España, el repartimiento de comercio (o repartimiento de mercancías o reparto). En Perú, los corregidores locales de indios trabajaban con mercaderes abastecedores para proveer mulas y mercancía europea a las comunidades indígenas, que eran forzadas a comprar los animales o los productos a precios fijados por los funcionarios.80 En las Noticias secretas, Juan y Ulloa escriben que el sistema estaba plagado de abusos, ya que los corregidores forzaban a los andinos a consumir mercancía de inferior calidad a precios enormemente altos.81 En Nueva España, los alcaldes mayores a veces distribuían productos a comunidades indígenas, pero en la parte sur (de Oaxaca y Yucatán a Nicaragua) los funcionarios adelantaban dinero y crédito a

78

John R. Fisher, “El estanco del tabaco en el Perú borbónico”, en Tabaco y economía en el siglo xviii, editado por Agustín González Enciso y Rafael Torres Sánchez (Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 1999), 42-45; Guillermo Céspedes del Castillo, “La renta del tabaco en el Virreinato del Perú”, Revista Histórica 21 (1954): 138-63.

79

Susan Deans-Smith, Bureaucrats, Planters, and Workers: The Making of the Tobacco Monopoly in Bourbon Mexico (Austin: University of Texas Press, 1992), 9-10.

80

Alfredo Moreno Cebrián, El corregidor de indios y la economía peruana en el siglo xviii (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1977), passim; ibid., “Fiscalidad, connivencia, corrupción y adecuación al mercado: la regulación del comercio provincial en México y Perú”, en Relaciones de poder y comercio colonial: nuevas perspectivas, editado por Enriqueta Vila Vilar y Allan J. Kuethe, 227-275 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1999).

81

Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Discourse and Political Reflections on the Kingdoms of Peru. Their Government, Special Regimen of their Inhabitants, and Abuses which have been Introduced into one and another, with Special Information on why they grew up and some Means to Avoid them, edición con introducción de John J. TePaske y traducción de John J. TePaske y Besse A. Clement (Norman: University of Oklahoma Press, 1978), 77-86.

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las comunidades indígenas por productos locales (más notoriamente por el tinte de cochinilla).82 Este más tarde era vendido a productores de textiles en Nueva España o a mercaderes que enviaban el tinte a Europa.83 Aunque la situación era en apariencia menos explotadora en Nueva España que en Perú, todo el sistema no estaba controlado y los funcionarios no pagaban la alcabala por las transacciones. A su llegada a Perú, el conde de Superunda escribió a Madrid solicitando la legalización de los repartimientos y la formación de aranceles de productos permitidos y precios para gobernar las acciones de los corregidores locales. El Consejo de Indias se opuso, notando que la práctica era ilegal y que debía ser suprimida. Por su parte, Superunda alegaba que el repartimiento era imposible de reprimir; sería preferible legalizar, tasar y regular la práctica.84 La Corona por fin cedió y ordenó la formación de juntas de aranceles en Perú y Nueva España el 9 de marzo de 1751. El comité peruano completó su trabajo y envió el arancel para el repartimiento en 1754, pero el comité mexicano nunca terminó la tarea.85 Un arancel que fijara tasas de interés al crédito adelantado para promover la producción del tinte de cochinilla simplemente no era necesario para prevenir la corrupción, por lo que, en tanto que el repartimiento se mantuviera legal, continuaba virtualmente sin regular y sin tasar. En el caso de Perú también resultaba difícil regular y tasar el repartimiento, y así los abusos persistieron hasta que la práctica fue abolida en 1781, después de la revuelta de Túpac Amaru.

La caída de Ensenada La caída de Ensenada tuvo lugar de manera abrupta el 20 de julio de 1754. Dados el poder que una vez había tenido, y su dominante presencia aparentemente omnipotente en el gabinete real, su exilio vino con facilidad sorprendente.

82

Robert W. Patch, Maya and Spaniard in Yucatán, 1648-1812 (Stanford: Stanford University Press, 1993), 30-32.

83

Jeremy Baskes, Indians, Merchants, and Markets. A Reinterpretation of the Repartimiento and Spanish-Indian Economic Relations in Colonial Oaxaca, 1750-1821 (Stanford: Stanford University Press, 2000), 39-61; ibid., “Coerced or Voluntary? The Repartimiento and Market Participation of Peasants in Late Colonial Oaxaca”, Journal of Latin American Studies 28 (1996): 1-28; ibid., “Colonial Institutions and Cross-Cultural Trade: Repartimiento, Credit, and Indigenous Production of Cochineal in Eighteenth-Century Oaxaca, Mexico”, Journal of Economic History 65:1 (2005): 186-210.

84

Moreno Cebrián, “Comercio provincial en México y Perú”, 235-36.

85

Ibid., 244-46; Baskes, Indians, Merchants, and Markets, 42-44.

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La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763

El aviso del despido, firmado por Ricardo Wall, indicaba que “el rey ha resuelto exonerar a V. E. de los empleos y encargos que tenía puestos a su cuidado, y manda que V. E. pase luego a la ciudad de Granada, en donde deberá mantenerse hasta nueva orden de S. M”.86 Contrastando con el trato solícito dado a algunos ministros anteriores, a Ensenada se le sacó de su residencia en plena noche, se le depositó en un coche a la espera, y se le condujo a su lugar de exilio, escoltado por el alcalde de la Corte y un oficial de la guardia palaciega, lo que sugiere un cierto grado de aprensión por parte de Fernando VI y de los organizadores del golpe.87 La sumaria destitución del una vez poderoso Ensenada indicaba el rechazo por parte de la Corona de su política reformista, diseñada a transformar aspectos claves del imperio español atlántico. La posición de Ensenada se había comenzado a debilitar cuando falló en determinar el reemplazo para Carvajal y Lancáster, quien había fallecido súbitamente el 8 de abril. De constitución débil y aparentemente exhausto por el excesivo trabajo crónico, el ministro de Estado sucumbió a una inflamación a la edad de 56 años.88 Los enemigos acérrimos de Ensenada eran el embajador británico Keene, quien con acierto veía al gran ministro y su política reformista como una amenaza a los intereses económicos y estratégicos de Inglaterra en el Atlántico, y el duque de Huéscar, antes un protegido de Ensenada, pero quien se había convertido en su enemigo personal.89 Nacido en Austria y amargado por los franceses durante su estancia en Versalles en los controversiales años finales de la guerra, el duque estaba determinado a bloquear cualquier acercamiento entre los monarcas borbónicos.90 Como heredero del duque de Alba, Huéscar ocupaba una posición preeminente en la Corte, que le proporcionaba acceso directo al rey. Gobernador de la casa real y primer gentil hombre de cámara, era también decano del Consejo de Estado y gran canciller del Consejo de Indias.

86

Wall a Ensenada, Buen Retiro, julio 20, 1754, reproducido en Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 196-97.

87

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 219.

88

Con frecuencia trabajaba hasta las dos de la madrugada. José Miguel Delgado Barrado, José de Carvajal y Lancaster. Testamento político o idea de un gobierno católico (1745) (Córdoba: Universidad de Córdoba, 1999), xxvi.

89

Para el apoyo de Ensenada a Huéscar como joven diplomático, véase Ozanam, La diplomacia de Fernando VI, 9-10.

90

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 208-211.

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Es más, era el líder de altos dignatarios, quienes consideraban la agenda reformista de Ensenada ofensiva y amenazadora.91 Indolente pero ambicioso, el duque había bloqueado la esperanza de Ensenada de asegurar Estado para uno de sus aliados o para sí mismo, persuadiendo a Fernando a concederle el nombramiento interino. A diferencia de su amigo Carvajal, el duque no condescendería a aceptar tal nombramiento como propietario. Pero, con su proximidad al rey, se hallaba en posición de realizar sus intentos y planear el golpe contra Ensenada.92 Huéscar y Keene se aseguraron del apoyo de Ricardo Wall, quien había regresado de Londres para asumir el cargo permanente de Estado el 15 de mayo. Para avanzar sus propias ambiciones, Wall traicionó a Ensenada, quien una vez le había otorgado su amistad y protección.93 Entre otras cosas, a Wall le animaba un resentimiento personal por la crítica de Ensenada dirigida al tratado que él había negociado con Londres.94 A lo largo de los años, la reina había demostrado gran afecto hacia Ensenada, pero al momento de elegir entre Inglaterra o Francia, le retiró su apoyo. Para agravar la situación de Ensenada y Rávago, una complicación surgió con la resistencia de los indios de las misiones de Guaraní en Paraguay a la transferencia de siete reducciones jesuitas a Portugal, como estipulaba el acuerdo sobre los límites. Esa resistencia aumentó la animosidad contra la orden y sus defensores en la Corte, y la controversia alienó a la reina Bárbara.95 La antipatía de Wall hacia los jesuitas era bien conocida.96 El elemento final que hizo posible avanzar al golpe vino con la alegación de Londres que Ensenada, por propia autoridad, había ordenado tomar acción militar en contra de los puestos ingleses de palo de tinte a lo largo de la Costa de Mosquitos y en Honduras. Como Keene, fuente de la “información” a Londres, 91

Gildas Bernard, Le Secrétariat D’état et le Conseil Espagnol des Indes (1700-1808) (Génova: Droz, 1972), 212.

92

Huéscar y Carvajal habían mantenido una larga correspondencia. Ozanam, La diplomacia de Fernando VI.

93

Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 185-87. Orendain, se recordará, había traicionado a Grimaldo. Véase el capítulo 2.

94

Duras a Saint Contest, Aranjuez, mayo 16, 1753, aae:cpe, vol. 513, fols. 390-98.

95

José Luis Gómez Urdáñez, El proyecto reformista de Ensenada (Lérida: Milenio, 1996), 129-30. Para una descripción sucinta de este incidente, véase John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 179-82.

96

Téllez Alarcia, El ministerio Wall, 34-35.

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se mantenía en la oscuridad, Huéscar y Wall se adelantaron a hacer conocer el cargo a sus majestades. “Estamos en guerra sin saberlo”, exclamó un exasperado Fernando.97 Con Wall como ministro preeminente en el gabinete, Fernando sustituyó a Ensenada con tres individuos diferentes. Juan de Gaona y Portocarrero, conde de Valparaíso, secretario y primer caballerizo de la reina y un líder de los grandes, recibió Hacienda. Sebastián de Eslava, capitán general del ejército, tomó el Ministerio de Guerra, mientras que Julián de Arriaga, contralmirante de la Real Armada, recibió Marina. El rey dividió la Secretaría de Marina e Indias, que había crecido tanto que era imposible administrarla como una sola unidad. Como extensión de tal acción, la presidencia de la Casa de la Contratación y la Intendencia de Marina, unidas desde 1717, fueron separadas institucionalmente.98 Wall asumió Indias y se apoderó de las finanzas de Marina.99 Más tarde, renunció a la Secretaría de Indias, y Fernando la añadió a los deberes de Arriaga. Sin embargo, Indias y Marina se mantuvieron como entidades distintas administrativamente. Por último, Alonso Muñiz permaneció en Gracia y Justicia.100 Para completar la revolución palaciega, Rávago abandonó Madrid durante el otoño. Mientras que sus lazos con Ensenada obviamente habían comprometido la posición de los jesuitas, su papel político no hubiera cuadrado con el nuevo sistema, que consistía de seis ministerios divididos en cinco individuos de la misma categoría.101 Desde luego, no era una coincidencia que la Corona hubiera relevado de sus cargos a dos montañeses aliados del confesor jesuita, que desempeñaban sus funciones en el norte de Nueva España. Su sobrino, el capitán Felipe de Rávago, en el presidio de San Xavier en Texas, se halló sumariamente depuesto, en tanto que el coronel José de Escandón y Helguera, comandante de la expedición a Nuevo Santander, fue vinculado a una prolongada investigación que culminó en su destitución.102

97

Gómez Urdáñez, El proyecto reformista, 126-47.

98

Gildas Bernard, “La Casa de la Contratación de Sevilla, luego de Cádiz en el siglo xviii”, Anuario de Estudios Hispanoamericanos 12 (1959): 4-5.

99

Marina Baudot Monroy, “Julián de Arriaga y Rivera. Una vida al servicio de la Marina (17001776)” (Disertación de grado, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2010), 483-87.

100

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 227-235.

101

Castellano, Gobierno y poder, 156-57.

102

Weddle, The San Sabá Mission, 34; Osante, Orígenes del Nuevo Santander, 251-55.

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Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén y gentil hombre con acceso a los monarcas, Julián de Arriaga había ascendido a través de su servicio en la Armada. La prudencia de su intervención en el período de 1749-1751, al sofocar la rebelión de León en Venezuela, selló su condición dentro de la elite administrativa. En noviembre, después de su regreso de Caracas, Ensenada le nombró presidente de la Casa de la Contratación e intendente de Marina, reemplazando al ya entrado en años Francisco Varas y Valdés.103 A pesar de su larga amistad con Ensenada, el bailío no era un pensador original ni se había convertido al espíritu reformista, pero continuaba siendo objeto del respeto general debido a su rectitud personal.104 Es indudable que los ingleses resultaron los ganadores en la revolución palaciega. Y en efecto, Fernando estaba tan satisfecho con el embajador Keene que, cuando Londres le otorgó el honor de la Orden del Baño, él personalmente le presentó el premio. Mientras tanto, el embajador triunfalmente se regodeaba en Londres de que “no se construirán más buques en España”.105 Los franceses, encontrándose aislados frente a una creciente amenaza británica en las Américas, de pronto se dieron cuenta del significado de sus pérdidas, aunque no está del todo claro si Versalles tuvo conciencia de su propia responsabilidad en la caída de Ensenada.106 La reina Bárbara era partidaria de una posición moderada para que España no dependiera demasiado de Londres.107 Wall mantenía la política neutral de Carvajal, al tiempo que surgían choques entre las fuerzas inglesas y francesas al oeste de las Apalaches.

El final de la reforma atlántica Nunca desde la violenta reacción contra Alberoni había la política colonial cambiado de curso tan abruptamente, en particular en lo que toca a la modernización comercial. Aquí la reacción contra Ensenada fue devastadora para la agenda reformista. En 1752, cuando actuando como presidente de la

103

Real Cédula, Buen Retiro, noviembre 23, 1751, agi, ig, leg. 545.

104

Para los antecedentes de Arriaga, véase María Baudot Monroy, “Orígenes familiares y carrera profesional de Julián de Arriaga, secretario de Estado, de Marina e Indias (1700-1776)”, en Espacio, tiempo, y forma, IV Series, Historia moderna 17 (2004): 163-85.

105

Gómez Urdáñez, El proyecto reformista, 128, y Fernando VI, 111-12.

106

Memoire, después de la deshonra de Ensenada, julio, 1754, a septiembre, 1755, aae:mdfde, vol. 346, fols. 2-189.

107

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 237-38.

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Casa, Arriaga reflexionaba sobre el futuro del sistema comercial, expuso claramente sus preferencias. Todo lo expuesto me obliga a opinar, que es muy conveniente cerrar la puerta a registros separados, y que se provea aquel reino (Nueva España) de dos en dos años del número de toneladas de ropa, y abarrotes, que se gradúe necesario […]. Pues aunque se funden en que la excesiva abundancia pierde a todos, y que aunque a ninguno se obliga a que comercie en lo que lo le tiene cuenta, es muy propio del Rey como padre de todos prescribir reglas, que atajen este inconveniente.108

El 11 de octubre de 1754, Arriaga respondía a los clamores de sus amigos en Cádiz y a las peticiones del Consulado de México de restablecer la Flota a Veracruz. Como constaba en la orden: “S.M. ha determinado suspender el método de registros sueltos y que se haya de proveer aquel reino [Nueva España] en adelante por el medio de Flotas, saliendo la primera en junio de 1756 sin que en el intermedio de ésta, ni las sucesivas, puedan ir sino los azogues”.109 Estos últimos, sin embargo, solo podían llevar productos agrícolas, no textiles. La última Flota había zarpado antes de la Guerra de la Oreja de Jenkins. Ahora, Cádiz estaba autorizada a enviar una cada dos años.110 Aunque la primera Flota en zarpar después de la guerra no salió hasta 1758, una segunda le siguió tras el prescrito interludio de dos años.111 En tanto que el restablecimiento del sistema de convoyes a Veracruz representó una ganancia considerable, el Consulado lamentaba el fallo de la Corona de restablecer los Galeones para servir a Sudamérica. Ensenada, de hecho, comenzó a reconstruir las fortificaciones de Portobelo en 1753, pero por razones estratégicas, no tenía intención de resucitar los Galeones.112 En realidad, los

108

agi, México, leg. 2980. Citado en Kuethe, “El fin del monopolio”, 52.

109

Real orden, San Lorenzo, octubre 11, 1754, agi, México, leg. 2980.

110

Expediente, protestas de Cádiz y México, 1750-1754, agi, México, leg. 2980.

111

José Joaquín Real Díaz, Las ferias de Jalapa (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1959), 96-97.

112

Alfredo Castillero Calvo, “Las fortificaciones”, en Historia General de Panamá, editado por Castillero Calvo, vol. 1, parte 2, 27-51 (Ciudad Panamá: Comité Nacional del Centenario de la República, 2004), 45-48.

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Galeones se hallaban en condición tal que era imposible resucitarlos. Las ferias de Portobelo de 1732 y de 1739 habían fracasado miserablemente. Mientras tanto, los asombrosos éxitos de los barcos de registro alrededor del cabo de Hornos hacían virtualmente imposible considerar el restablecimiento del sistema de flotas a Sudamérica (véase la figura 4.1). Las exportaciones de plata, cacao y cascarilla (árbol rico en quinina) a España aumentaron de manera notable en los años después de la guerra, a medida que los barcos de registro cambiaban mercancía española por estos productos peruanos.113 Asimismo, el aumento de las exportaciones de plata, cuero y oro de Buenos Aires fluía a España durante el período de 1749 a 1760, dando fe a la utilidad de reemplazar los anticuados Galeones con navíos con licencia individual.114 Aunque la competencia de los contrabandistas en el Caribe afectaba el tráfico legal de los barcos de registro hacia y desde Cartagena, las exportaciones de plata, oro y cacao mantuvieron niveles impresionantes en la era de posguerra.115 Cualquier vuelta a los Galeones no era en lo absoluto práctica, dado el éxito de los barcos de registro en el comercio con América del Sur. Mientras que Madrid se retiraba de la innovación comercial tras la caída de Ensenada en 1754, los mercaderes criollos, hallando flexibilidad por su cuenta, se volcaron al comercio de contrabando, saliendo directamente a Jamaica o a las islas menores para intercambiar su especie por esclavos y productos manufacturados. El nuevo estilo de contrabando respondía a una disminución de las tensiones después del Tratado de Madrid, cuando una coexistencia pacífica reemplazaba la desconfianza y la hostilidad. Con el tiempo, los criollos asumieron el negocio de los mercaderes ingleses en aguas del Caribe como los primeros agentes del comercio ilegal.116 En 1766, Londres trataría de explotar este giro de los acontecimientos, estableciendo un sistema de puertos libres en Jamaica y Dominica, para atraer clientela de las vecinas colonias españolas. En otros aspectos, la continuidad se mantuvo durante la década de los cincuenta.

113

George Robertson Dilg, “The Collapse of the Portobelo Fairs: A Study in Spanish Commercial Reform, 1720-1740” (Disertación de grado, Indiana University, 1975), Appendix L.

114

Ibid.

115

Ibid.

116

Adrian J. Pearce, British Trade with Spanish America, 1763-1808 (Liverpool: Liverpool University Press, 2007), 9-10, 29-30.

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La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763

Los traficantes ingleses, protegidos por los privilegios reafirmados en el Tratado de Madrid, reasumieron la penetración de Cádiz, suministrando una gran parte de la mercancía llevada por los barcos de registro, rivalizando incluso con los franceses arraigados tan largo tiempo.117 La política de neutralidad de Wall trataba de limitar el riesgo de guerra, disminuyendo la necesidad de reformas militares ambiciosas. El establecimiento del Batallón Fijo de Callao en 1753 marcó el fin de la expansión del ejército regular.118 A pesar de su experiencia en Cartagena, Sebastián de Eslava persiguió sólo un enfoque poco entusiasta para apuntalar fortificaciones militares en La Habana y en otras partes de las Indias. En el área de construcción de navíos, los frenéticos esfuerzos de Ensenada para reconstruir la Armada se relajaron y un reverso en la política se hizo sentir, yendo más allá de la moderación recomendada por Carvajal. Mientras que el trabajo en curso continuó, se comenzó muy poca nueva construcción. Wall controlaba el presupuesto de la marina, y escatimaba en gastos para acumular un excedente útil para la Corona. La producción de navíos de línea descendió de quince en 1754 a trece en 1755, ocho en 1756, tres en 1757 y 1758, y dos en 1759.119 Este reverso de la política tuvo lugar contra el siniestro telón de fondo de una guerra general que pronto habría de amenazar el mundo atlántico español.120 En tanto que la energía reformista acumulada por Ensenada se desvanecía durante la década de los cincuenta, la innovación no cesó por completo. En 1755, la Corona estableció la Compañía de Barcelona para abastecer las islas de Santo Domingo, Puerto Rico y Margarita, así como Honduras y Guatemala en Tierra Firme, hasta eventualmente incluir a Cumaná. Aunque Carvajal había favorecido por mucho tiempo el establecimiento de tales compañías comerciales

117

Ibid., 8-9.

118

Álvarez de Morales, “Los proyectos de reforma”, 155.

119

Cánovas Sánchez et al., La época de los primeros Borbones, vol. 1, 466.

120

Al mismo tiempo, el cuerpo de oficiales mayores de la marina envejecía. En 1760, el marqués de la Victoria, todavía el oficial naval de más alto rango, observó que “cuando la antigüedad los dispone a ascender a jefes de escuadra y de allí a tenientes generales, son ya de una edad tan avanzada, de una salud tan decaída o de una imbecilidad tan inútil que más están para el descanso de un retiro que para el servicio de mar, cuyo nunca bien ponderado ejercicio pide la justicia hombres sanos, fuertes, robustos y en la edad de la virilidad”. Citado en ibid., 479.

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privilegiadas, fue Eslava el que había defendido la idea para asegurar el adecuado abastecimiento de las periferias caribeñas y sus defensas.121 A pesar de estas modestas innovaciones, era claro que al gobierno que siguió a Ensenada le faltaba la calidad de liderazgo que caracterizó la década anterior. Con las secretarías de los ministerios funcionando de manera autónoma, y con Wall, un extranjero de cuestionable visión y habilidad en Estado, esa clase de liderazgo no surgió.122 En septiembre de 1757, un frustrado Wall aun trató de renunciar, pero un aprensivo Fernando le insistió a que permaneciera en su puesto. Eslava se volvió más y más irascible e intolerante con la edad, algo que solo contribuyó a agravar el clima de la Corte.123 Esta situación demandaba un liderato fuerte por parte del monarca, pero el suave y vacilante Fernando se debilitó más y más, en especial cuando la salud de Bárbara comenzó a deteriorarse. Como resultado, cuando las hostilidades entre ingleses y franceses crecían, Madrid se hallaba políticamente a la deriva, con una única opción: la neutralidad. El 10 de agosto de 1759, el reino terminó trágicamente cuando Fernando IV falleció tras un largo período depresivo que degeneró en locura. Bárbara, gravemente afectada de cáncer del útero, le había precedido el 27 de agosto del año anterior en Aranjuez, funesto golpe que desató el desplome moral y físico del rey. Después de su muerte, Fernando se retiró a Villaviciosa, al oeste de Madrid, negándose a salir o a ver a nadie salvo a sus facultativos y, en ocasiones, a Ricardo Wall. A pesar de los abundantes medicamentos y sangramientos regulares, o quizás debido a ellos, continuó deteriorándose, y para el mes de febrero ya no había esperanza de recuperación.124 El reino del monarca, que había comenzado tan prometedoramente y con un frenesí de importantes innovaciones imperiales, acabó con una facción conservadora en el poder, sin interés alguno en reformas.

121

José María Oliva Melgar, Cataluña y el comercio privilegiado con América: la Real Compañía de Comercio de Barcelona a Indias (Barcelona: Universitat de Barcelona, 1987), 34-60; Mijares Pérez, “Programa político para América”, 121-22.

122

Para una evaluación moderadamente favorable de Wall, véanse Delgado Ribas, “La paz de los siete años”, y Téllez Alarcia, El ministerio Wall.

123

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 240-42.

124

Ibid., 243.

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El ascenso de Carlos III Una vez se hizo evidente que Fernando no habría de recuperarse y que políticos oportunistas amenazaban aprovecharse del vacío a la cabeza del gobierno, el 13 de febrero de 1759, Carlos habilitó a su madre para fungir como regente en el caso de la muerte de su medio hermano.125 Isabel, reanimada, se preparó para gobernar España, un papel que había desempeñado en tantas otras ocasiones durante los períodos de incapacitación de su esposo. Este era su momento. A través de los años, en su fiel correspondencia a Carlos, le había transmitido consistentemente la esperanza de su regreso a España y de ella volver a disfrutar de su antigua prominencia.126 Tal y como ella le recordaba a Carlos: “en fin, hijo mío, me consuelo con que, en dándome Dios el de verte, se aclarará, y pondrá en tranquilidad todo, porque ni puedes dejar de ser mi hijo, ni yo de ser tu madre”.127 Isabel permanecía razonablemente saludable, aunque su vista se iba deteriorando, algo que ella adjudicaba al resplandor de la nieve en las montañas.128 Esperando discreta, pero impacientemente en La Granja de San Ildefonso, ella le expresaba profunda preocupación a Carlos a medida que la enfermedad de Fernando se alargaba y la política de la Corte se enconaba. Para empeorar la situación, Eslava falleció en junio, mientras que la Guerra de los Siete Años ardía con furia en Europa y en América.129 Con la aprobación de Isabel, Wall asumió en forma interina la responsabilidad del Despacho de Guerra.130 Dos días después de la muerte de Fernando, la reina madre, ahora regente, emitió un decreto notificando a las autoridades pertinentes de sus poderes y de que ella administraría los asuntos de la monarquía hasta la llegada de Carlos. 131 Sin embargo, los asuntos de las Indias por ya algún tiempo seguirían a la deriva. Entre tanto,

125

Real pragmática Caserta, febrero 13, 1759, Archivo Histórico Nacional (ahn), Estado, leg. 2850.

126

Anthony H. Hull, Charles III and the Revival of Spain (Washington: University Press of America, 1981), 85-86, 89-92. Isabel a Carlos, febrero 5 y 26, 1759, ahn, Estado, leg. 2548.

127

Febrero 19, 1759, ahn, Estado, leg. 2548.

128

Duras a Saint Contest, Aranjuez, mayo 16, 1753, aae:cpe, vol. 513, vols. 390-98. El embajador francés había solicitado una entrevista personal con la reina madre.

129

Isabel a Carlos, San Ildefonso, abril 30, mayo 7, junio 27, julio 9 y julio 16, 1759, ahn, Estado, leg. 2548.

130

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 247.

131

Wall a Arriaga, Buen Retiro, agosto 13, 1759, con Real Decreto, San Ildefonso, agosto 12, 1759, agi, ig, leg. 545.

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Arriaga administraba de modo competente los asuntos rutinarios del ministerio, pero no tenía inclinación alguna de hacer innovaciones en un intervalo crítico en la historia colonial. Con su esposa, María Amalia de Sajonia a su lado, Carlos llegó a Barcelona de Nápoles en octubre de 1759 para reclamar su herencia española. Seis hijos, entre ellos Carlos, el príncipe de Asturias, los acompañaban. Había dejado dos hijos en Nápoles, su sucesor, Fernando IV, y el mayor, el incapacitado Felipe Pascual.132 Carlos traía consigo de Italia un consejero favorito, Leopoldo di Grigorio, el marqués de Esquilache,133 quien le había servido como ministro de Hacienda, Guerra y Marina en Nápoles. Una parte no usual del cortejo trasladado de Nápoles a Madrid lo era el marqués D’Ossun, el embajador francés a las Dos Sicilias. Carlos había desarrollado una estrecha amistad con D’Ossun, y Versalles accedió con gusto a su petición de destacar al diplomático a Madrid.134 Una vez en la Corte en diciembre, Carlos mantuvo en su mayor parte la administración heredada durante la regencia. Asignó Hacienda a Esquilache y sacó a Valparaíso de Madrid, designándolo embajador en Polonia. No tocó el resto del gabinete.135 En efecto, el nuevo monarca extendió los poderes de Wall, haciendo permanente su nombramiento en Guerra. Aunque el ministro no compartía la orientación antibritánica de Carlos, había estado activamente involucrado en las preparaciones para su regreso a España, aun antes de que el gravemente enfermo Fernando muriera. Es más, Wall había servido a Isabel en forma competente durante su reino como regente.136 Oriundo de Messina, Esquilache era de origen humilde, pero tenía una profunda ética profesional y una intensa lealtad a Carlos. Como extranjero, se mantuvo como una figura nada popular, con pocos amigos en la Corte. Los españoles consideraban su comportamiento basto, y muchos opinaban que pensaba y se comportaba más como un contable que un cortesano; ciertamente, al siciliano le faltaba la gracia apropiada para las conversaciones de salón en la 132

Cinco hijas habían fallecido en la niñez. Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 470-71.

133

El ministro deletreaba su nombre “Squilachi”, pero los españoles insistieron en añadir la vocal.

134

Hull, Charles III, 94.

135

La enfermedad de una infanta en Zaragoza demoró la llegada del rey. Escudero, Los orígenes, vol. 1, 269.

136

Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 451-55.

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Corte. Además, el conde de Valparaíso, a quien había sustituido, era, junto con Huéscar, líder de los grandes en palacio. La súbita muerte del conde en febrero, antes de poder salir de Madrid, causó aún más acritud contra el siciliano, que le había desplazado.137 La más fascinante y controversial promoción del personal en la transición fue el retorno de Ensenada. Carlos levantó su exilio, requiriendo su presencia en la Corte, a la que se incorporó en mayo de 1760.138 En junio, el rey ascendió a Ensenada a consejero de Estado, asignándolo a una junta especial que había de supervisar la implementación de la Contribución Única.139 La rehabilitación de Ensenada enviaba una fuerte señal de que el nuevo monarca simpatizaba con una agenda reformista, y no cabe duda de que su regreso animó a los atormentados franceses. La vuelta de Ensenada también dio ánimo a sus partidarios, decididos a hacer avanzar sus carreras, y disfrutaba del apoyo del duque de Losada, poderosa personalidad en la Corte.140 Naturalmente, los que habían maquinado su caída, o los que se habían beneficiado con ella, cayeron presa de la aprensión.141 Al principio, se rumoraba que Carlos, muy obligado personalmente a Ensenada por anteriores servicios, lo colocaría en la Secretaría de Indias; más tarde, el rumor era Estado y, en últimas, que habría de ser Marina.142 Esta situación hizo que el gabinete cerrara filas ante una amenaza común, y Arriaga desde entonces se alió estrechamente a Wall.143 Carlos, muy sabiamente, mantenía a Ensenada en reserva, en caso de que sus servicios fueran necesarios.144 Habiendo sido “secretario de todo”, como había comentado su amigo el padre José Francisco de

137

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 277, 295 y 304.

138

Rodríguez Villa, Don Cenón de Somodevilla, 206-209. Fernando había trasladado al desterrado ministro al Puerto de Santa María, por razones de salud, en 1757.

139

Ibid., 284-85; D’Ossun al ministro de Estado duque de Choiseul, Madrid, junio 23, 1760, aae:cpe, vol. 528, fols. 385-87.

140

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 274, 295-96.

141

D’Ossun a Choiseul, Aranjuez, abril 28, mayo 19, mayo 26, junio 2 y junio 9, 1760, aae:cpe, vol. 528, fols. 199-204, 250-54, 290-94, 308-14, 340-50.

142

D’Ossun a Choiseul, Aranjuez, junio 5, y Madrid, junio 23 y septiembre 28, 1760, aae:cpe, vol. 528, fols. 322-25, 385-87 y 529, fols. 295-300.

143

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 274-275; D’Ossun a Choiseul, San Ildefonso, agosto 25, 1763, aae:cpe, vol. 539, fols. 157-58.

144

D’Ossun a Choiseul, Aranjuez, junio 5, 1760, Madrid, junio 23, 1760, aae:cpe, vol. 528, fols. 322-25, 385-87.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Isla, a Ensenada le hubiera sido difícil limitar sus ambiciones una vez vuelto al círculo gubernativo madrileño.145 Carlos perdió a su querida esposa, María Amalia, durante su primer año en España, e Isabel volvió a ser la figura femenina dominante en la Corte. Y en esta situación, podía sentir la gran satisfacción de haber colocado a sus hijos en posiciones influyentes. Contra grandes probabilidades, Carlos era ahora rey de España, mientras que su nieto, Fernando IV, reinaba en Nápoles. Felipe regía los Ducados de Parma y Plascencia y de Guastalla. María Ana Victoria era reina de Portugal, y la hija menor, María Antonia, estaba en línea para ser reina de Piamonte-Cerdeña. Solo el futuro de Luis, quien permanecía en la Corte de su hermano, era problemático.146 Mal equipado para el capelo cardenalicio que Isabel le había procurado, había renunciado a los arzobispados de Toledo y Sevilla en 1754, uniéndose a ella en La Granja. Y Luis continuaría siendo problemático en los próximos años.147 El nuevo rey sentía gran cariño por su madre y ella continuaría siendo para él una importante fuente de consejo y respaldo.148 Carlos III colocó la reforma comercial en la cima de su agenda. Hablaba de desregulación antes de que su primer año en Madrid terminara y este concepto permanecía en su mente ya entrado el año 1761. 149 Tal y como D’Ossun informó a Choiseul, “El rey de España, señor, me parece fuertemente inclinado a facilitar la navegación de sus súbditos en las Indias y a formar un nuevo sistema para ese importante asunto, que no se ha atendido por más de doscientos años”.150 Hasta qué punto Ensenada influyó en Carlos en cuanto a la desregulación comercial no está claro, aunque el monarca sí le consultaba acerca de la política colonial y es inconcebible que el asunto no hubiese surgido. Pronto, sin embargo, otros

145

Citado en Gómez Urdáñez, El proyecto reformista, 55.

146

Pérez Samper, Isabel de Farnesio¸ 420-425. Víctor Amadeo se convertiría en rey de Cerdeña en 1773.

147

Ibid. A lo largo de los años, había servido a Isabel de espía en la Corte, y había, sin éxito, tratado de visitar a Fernando durante su enfermedad. Para este intento de visita, véase Escudero, Los orígenes, vol. 1, 243.

148

D’Ossun a Choiseul, Madrid, septiembre 18 y 28, 1760, aae:cpe, vol. 529, fols. 265-72, 295-300.

149

aae:cpe, vol. 530. Madrid, enero 12, 1761, aae:cpe, vol. 531, fols, 25-41. Fuentes también citadas en Allan Christelow, “French Interest in the Spanish Empire during the Ministry of the Duc de Choiseul, 1759-1771”, hahr 21:4 (1941): 515-37.

150

D’Ossun a Choiseul, Aranjuez, junio 5 y junio 23, 1760, aae:cpe, vol. 528, fols. 322-25, 385-87.

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problemas más urgentes intervinieron, al verse España arrastrada a la Guerra de los Siete Años.

España y la Guerra de los Siete Años En América, la máquina bélica inglesa implacablemente acumulaba victoria tras victoria contra Francia, la cual se hallaba diplomáticamente aislada. Louisbourg cayó en 1758, y en septiembre de 1759, mientras Carlos se encontraba aún en ruta a España, James Wolfe se anotó la decisiva vitoria de Quebec. Al año siguiente, los ingleses ocuparon Montreal, extendiendo más adelante su posición al oeste, hasta llegar al río Misisipí. En el Caribe, Guadalupe había caído fácilmente ante la marina británica, y Martinica y Santa Lucía habrían de seguir la misma suerte a principios de 1762. Tales calamidades militares exponían el despropósito de favorecer la neutralidad en vez de la colaboración con los franceses, y ahora esas derrotas dejaron a Madrid con el desagradable prospecto de enfrentarse solo a una hegemónica y belicosa Inglaterra. Carlos tenía pocas alternativas diplomáticas. Actuando a través del cada vez más desacreditado Ricardo Wall, el rey trató de restaurar el equilibrio a través de una mediación española, pero Londres llevaba la ventaja y no tenía inclinación alguna a asumir una actitud conciliatoria.151 Temiendo tener que enfrentarse solo a los ingleses, Carlos se halló más y más inclinado hacia Versalles.152 Estas prioridades diplomáticas y militares intervinieron para obstruir el avance de la agenda reformista del nuevo monarca, a medida que las negociaciones con Francia evolucionaban durante la primavera y el verano de 1761. La madre de Carlos también estaba en favor de establecer lazos estrechos con los franceses. Isabel despreciaba a Carvajal, y no trató de distinguir entre esa antipatía personal y su política probritánica.153 El 15 de agosto de 1761, Carlos dio el fatídico paso de entrar en el Tercer Pacto de Familia, una alianza ofensiva y defensiva. El marqués de Grimaldi,

151

Para una perspectiva francesa de la posición española, véase D’Ossun a Choiseul, Aranjuez, enero 21, febrero 11 y junio 9, 1760, aae:cpe, vol. 527, fols. 91-101, 190-94 y vol. 528, fols. 340-50. Para el paulatino despertar a la realidad de Wall y su desilusión con la conducta británica, véase Téllez Alarcia, El ministerio Wall, 79-124.

152

D’Ossun a Choiseul, Madrid, febrero 22, 1761, aae:cpe, vol. 531, fols. 276-87.

153

Duras a Saint Contest, Aranjuez, mayo 16, 1753, aae:cpe, vol. 513, fols. 390-98.

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el embajador español en Francia, negoció el pacto.154 Aparte de la alianza “perpetua” proclamada en el documento, un acuerdo secreto acompañaba el pacto. Su prólogo y justificación resumían elocuentemente los motivos por los que España abandonaba la antes prometedora estrategia de neutralidad: Toda Europa debe ya conocer el riesgo a que está expuesto el equilibrio marítimo si se consideran los ambiciosos proyectos de la corte británica, y el despotismo que intenta abrogarse en todos los mares. La nación inglesa muestra claramente en sus procederes con especialidad de diez años a esta parte que quiera hacerse dueña absoluta de la navegación, y no dejar a las demás sino un comercio pasivo y dependiente. Con esta mira empezó y sostiene la presente guerra con la Francia, y con la misma se ha obstinado su ministerio en no restituir las usurpaciones que los ingleses han hecho de los dominios españoles en América, y en apropiarse el privilegio exclusivo de la pesca del bacalao y otros derechos fundados tan sólo en una tolerancia temporal. Sostiene y sostendrá el rey cristianísimo la guerra, y está el rey católico resuelto a hacerla en justa oposición de estos orgullosos intentos si la corte británica no se presta a la paz que le ofrece Su Majestad cristianísima a condiciones razonables, y si no satisface a las fundadas quejas de su Majestad Católica en los términos debidos y para uniformar sus respectivas pacíficas negociaciones, o en caso de experimentar irreconciliables a los ingleses, unir sus fuerzas contra ellos, han creído conveniente […] establecer una convención particular y ceñida a las presentes circunstancias, al mismo tiempo que se establece el Pacto perpetuo de Familia […].

Los aliados prometían cooperar militar y diplomáticamente, y abstenerse de negociar una paz aparte. Si los británicos no hubiesen accedido a la iniciativa de paz de los franceses para el 1 de mayo de 1762, España se comprometía a declarar la guerra. Si los británicos declaraban la guerra a España antes de esa fecha, los mismos artículos del tratado serían valederos.155 Aparte de la preocupación por el inestable equilibrio de poder en América, Madrid abrigaba quejas específicas que habían surgido durante la década de los 154

Carlos III a Luis XV, El Pardo, enero 14, 1761, aae:cpe, vol. 531, fol. 54. Grimaldi había ascendido en el cuerpo diplomático bajo Ensenada. Véase el capítulo 7.

155

Convención secreta, agosto 15, 1761, aae:cpe, vol. 533, fols. 290-301.

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cincuenta, a pesar de sus esfuerzos para mantener la neutralidad. Los ingleses habían disputado los históricos derechos pesqueros de los españoles en los bancos de Terranova, y habían continuado sus incursiones madereras en Centroamérica. Es más, durante la presente guerra, ellos habían con frecuencia hallado pretextos para capturar buques mercantes españoles. Carlos estaba también determinado a asestar un golpe contra los contrabandistas ingleses que comerciaban en sus posesiones en las Indias. Los franceses solemnemente prometieron apoyar a Madrid en todos estos asuntos.156 El monarca tenía la esperanza que el apoyo a los franceses induciría a los ingleses a negociar un acuerdo aceptable. No fue así. En cambio, el imperio español proveía nuevos atractivos objetivos para la renovada expansión británica. España estaba preparada para luchar otra guerra como la de la Oreja de Jenkins, pero el equilibrio militar de poder de 1761 había cambiado mucho en favor de Gran Bretaña. Mientras que los ingleses se habían hecho más fuertes, el rearmamento español en América no se había mantenido a la par. Las guarniciones de las plazas fuertes coloniales eran muy pocas para resistir la maquinaria bélica de Gran Bretaña. La Armada se había estancado tras la caída de Ensenada. Cuando Carlos asumió el trono, halló 58 navíos de línea en la flota y solo 49 de ellos servían. No eran suficientes.157 Para entonces, la flota francesa había sufrido pérdidas y la combinación de ambas flotas, la francesa y la española, no podía resistir el poder naval de Inglaterra. Además, los americanos todavía no se hallaban completamente involucrados en el problema de defensa. Temerosos de las implicaciones de un colapso francés en América, Carlos expuso su imperio a un serio riesgo, y pagó el precio. La declaración de guerra británica vino el 4 de enero de 1762. En el espacio de seis meses, una masiva fuerza inglesa de 200 navíos de guerra y de transporte llevando un ejército invasor de 14 000 hombres apareció frente a La Habana. Durante el otoño de 1760, Carlos había despachado al brigadier general Juan de Prado Portocarrero y al ingeniero francés, coronel Francisco Ricaud, a La Habana.

156

Estos asuntos surgieron repetidamente en las discusiones entre Madrid y Versalles en 1761. Véanse, por ejemplo, D’Ossun a Choisseul, Madrid, enero 26 y febrero 14, 1761, aae:cpe, vol. 531, fols. 87-95 y 241-47, y Pearce, British Trade with Spanish America, 30.

157

William Coxe, Memoirs of the Kings of Spain of the House of Bourbon, from the Accession of Philip V to the Death of Charles III, 1700... to... 1788, vol. 3 (Londres: Longman, Hurst, Rees, Orme y Brown, 1815), 244-45.

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Había consultado personalmente con ambos hombres para que entendieran la urgencia de sus tareas —la instalación de fortificaciones en la altura de la Cabaña, desde cuyo sitio se dominaba el Castillo del Morro, castillo que defendía la entrada al puerto junto con La Punta, una batería de artillería al oeste—. Hacía tiempo que la Cabaña había sido identificada como un punto débil en las defensas de la ciudad, pero en fecha tan tardía poco se podía hacer. La mano de obra escaseaba y, para agravar las cosas, la fiebre amarilla atacó durante el verano de 1761, siendo Ricaud una de sus víctimas.158 Arriaga y Wall enviaron batallones de refuerzo de los regimientos de España y Aragón, las mismas unidades que habían luchado en Cartagena una generación antes, pero la epidemia debilitó seriamente su número, así como el de la guarnición fija. Cuando la invasión ocurrió, La Habana solo contaba con 2330 defensores.159 En el mar, los defensores tenían doce navíos de línea y seis fragatas, una fuerza casi un tercio de la Armada española completa.160 Aunque el gobernador Prado al principio confundió la fuerza británica que se acercaba con la flota de azúcar saliendo de Jamaica hacia Inglaterra, los Casacas Rojas comenzaron a desembarcar en Cojímar, al este de La Habana, el 7 de junio. Los invasores ocuparon con facilidad las expuestas alturas de la Cabaña al día siguiente. La batalla que siguió duró dos largos y brutales meses antes de que el gobernador Prado capitulase. El episodio clave del sitio fue la caída del Castillo del Morro el 31 de julio, tras un feroz ataque desde la Cabaña y bien colocadas minas que volaron un pasaje en uno de sus muros. En un encuentro igualmente decisivo, los ingleses desviaron la zanja que suplía a la ciudad con agua por su lado oeste.161 Como en la batalla de Cartagena una generación antes, los escasos defensores dependían mucho de las fuerzas navales en el puerto. En efecto, el capitán Luis Vicente Velasco, a cargo de la defensa de El Morro, ocupa lugar destacado

158

Celia María Parcero Torre, La pérdida de La Habana y las reformas borbónicas en Cuba (17601773) (Valladolid: Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, 1998), 39-45.

159

Kuethe, Cuba, 1753-1815, 16-17.

160

Gustavo Placer Cervera, Inglaterra y La Habana: 1762 (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2007), 102-03.

161

Para recuentos detallados de la batalla desde el punto de vista militar, véanse Placer Cervera, Inglaterra y La Habana, y Parcero Torre, La pérdida, caps. 4-5.

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entre los más grandes héroes militares españoles.162 La milicia de nuevo tuvo un papel menor en la batalla misma, aunque irregulares se las arreglaron para mantener control de las vías alrededor de La Habana.163 Evocando las tácticas de Blas de Lezo en Cartagena, el gobernador Prado hundió tres navíos para bloquear la entrada al puerto. Esta táctica, sin embargo, eliminó la oportunidad de que la sustancial fuerza naval española contraatacara. Como resultado, los ingleses se hallaron libres para traer refuerzos y provisiones frescas de Jamaica y de Norteamérica, y para dividir sus fuerzas y abrir un segundo frente al oeste. Los españoles sí desplegaron varios navíos para reforzar El Morro desde dentro de la bahía, mientras que otros ayudaron a bloquear avances enemigos hacia el sur, que intentaban rodear las defensas. La Armada también estaba libre para aportar marineros a la batalla terrestre, pero no eran suficientes. Juan de Prado, quien falló al no poner a salvo el tesoro real antes de rendirse, sirvió subsecuentemente como oportuna cabeza de turco en la Corte, junto al antiguo virrey de Perú, el conde de Superunda, quien se hallaba en La Habana esperando transporte a España cuando la invasión tuvo lugar.164 De acuerdo con los términos del Tratado de París firmado el 10 de febrero de 1763, España recuperó La Habana a cambio de ceder Florida. Los ingleses se quedaron con Canadá y las tierras al oeste del río Misisipí, en tanto que Martinica, Santa Lucía y Guadalupe fueron a manos de los franceses. Para inducir a Madrid a aceptar la paz, Francia cedió Luisiana a España, paso que completó su expulsión del continente norteamericano.165 El acuerdo final legitimó las posesiones inglesas madereras en Honduras, siempre y cuando Londres no las fortificara. Es más, a España no se le reconocieron sus históricas reclamaciones

162

Un poema épico anónimo escrito durante los meses después de la rendición inmortalizó a Velasco en la literatura cubana. Lourdes Ramos-Kuethe (ed. con intro.), Romance anónimo sobre el sitio y la toma de La Habana por los ingleses en 1762 (Praga: Universidad Carolina de Praga, Editorial Karolinum, 2011).

163

Kuethe, Cuba, 1753-1815, 19-20; Pablo J. Hernández González, “La otra guerra del inglés: la resistencia a la presencia británica en Cuba (1762-1763)”, 2 vols. (Tesis de grado, Universidad de Sevilla, 2001).

164

Kuethe, Cuba, 1753-1815, 22.

165

Sin éxito, Versalles había usado antes, durante 1761 y 1762, a Luisiana para tentar a Madrid a que España entratra en la guerra más temprano y conseguir así un préstamo para apuntalar sus debilitadas finanzas. Arthur S. Aiton, “The Diplomacy of the Louisiana Cession”, The American Historical Review 36:4 (1931): 701-20.

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a derechos de pesca en los bancos de Terranova. El tratado evidenciaba la locura del sueño de Fernando de mantener la neutralidad española, y la derrota en La Habana abrió nuevas oportunidades para los elementos reformistas en la Corte que deseaban desafiar el orden establecido.

Conclusión: el flujo y reflujo de reforma, 1736-1762 A pesar de los verdaderos logros obtenidos por Campillo, Ensenada y Carvajal, muchos historiadores mantienen que las reformas borbónicas en el Atlántico español no comenzaron hasta el reino de Carlos III (1759-1788).166 De acuerdo con la influyente síntesis realizada por John Lynch, por ejemplo, “Campillo y Ensenada eran excelentes funcionarios reales […]. Una vez ascendido a ministros, sin embargo, eran cautivos de la Corona, atados a sus carteras, cuya función era proveer los recursos para la guerra”.167 En tanto que es cierto que todos los reales ministros sirvieron los intereses de la Corona, después del final de la Guerra de la Oreja de Jenkins las prioridades del gobierno de Madrid pasaron de ser las preocupaciones dinásticas a enfocarse en el Atlántico. Ensenada, Carvajal y Rávago formaron un poderoso triunvirato en Madrid para supervisar una significativa revisión del gobierno, el comercio y la sociedad en el imperio español durante el reino de Fernando VI. Los ministros a veces se apoyaron en el Nuevo sistema de José de Campillo y Cossío, que proveyó muchas ideas acerca de reformas para las generaciones que siguieron a Patiño. Estos ministros ilustrados planearon importantes reformas domésticas, como la Contribución Única, pero en las Indias atacaron el poder de los Consulados de Cádiz, Lima y Ciudad de México, limitando sus privilegios y promoviendo

166

Véase, por ejemplo, Lyle N. McAlister, The “Fuero Militar” in New Spain, 1764-1800 (Gainesville: University of Florida Press, 1957), y Lynch, Bourbon Spain. La más significativa e influyente visión de conjunto de que las reformas borbónicas en realidad empezaron en serio durante el reinado de Carlos III es: D. A. Brading, “Bourbon Spain and its American Empire”, en The Cambridge History of Latin America, editado por Leslie Bethell, vol. 1 (Cambridge: Cambridge University Press, 1984), 389-439. Pero este punto de vista incluso ha influido en una síntesis importante de los mundos británico y del Atlántico espanol; véase J. H. Elliot, Empires of the Atlantic World. Britain and Spain in America, 1492-1830 (New Haven: Yale University Press, 2006). Para una extensa lista de títulos que asumen esta posición, véase la introducción de este libro, y para una completa bibliografía anotada de las reformas borbónicas, véase “The Bourbon Reforms”, en Oxford Bibliographies in Latin American Studies, editado por Ben Vinson III (Nueva York: Oxford University Presss, 2012).

167

Lynch, Bourbon Spain, 98.

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La caída de Ensenada y la pausa en la reforma, 1750-1763

compañías monopolísticas que desarrollaban periferias imperiales en el Caribe. Ampliaron, además, ya para el año 1740, el uso de los barcos de registro para el comercio con Indias. Estos navíos mantuvieron abiertos los lazos comerciales con las colonias durante los tiempos de guerra, y después, durante la paz, ampliaron mucho los intercambios comerciales, en especial en América del Sur. Los reformadores asimismo aumentaron el poder del Estado borbónico sobre la Iglesia católica y romana. El Concordato de 1753 realzó de forma considerable el poder de patrocinio del rey sobre la Iglesia, y la secularización de las doctrinas de indios socavó el poder económico y el prestigio social de las antes más independientes órdenes religiosas en las Indias. Los reformadores también aumentaron la fuerza de la Armada, promovieron una reforma del ejército y eliminaron progresivamente la insidiosa costumbre de vender nombramientos burocráticos en las colonias. Por añadidura, Ensenada despachó una nueva generación de funcionarios públicos al Nuevo Mundo, como Sebastián de Eslava, el conde de Superunda y el conde de Revillagigedo, quienes compartían su visión regalista de centralizar el poder en un fuerte y eficiente aparato de Estado, fiel a la monarquía antes que a poderosos intereses creados o a la Iglesia. Estos funcionarios coloniales restringieron el comercio de contrabando, la corrupción burocrática y el poder de funcionarios venales coloniales en el Nuevo Mundo.168 Índice de los éxitos de esta fase de la reforma fue el considerable aumento en las entradas reales provenientes del imperio. La Depositaría de Indias, que servía como la tesorería de la Casa de la Contratación, registraba los envíos fiscales de las colonias y los impuestos tasados al comercio americano. Como indica la figura 6.1 (promedio de las rentas que entraron en la Depositaría de Indias en períodos de tres años), las entradas de la Corona llegando a la tesorería de América más que duplicaban los niveles alcanzados durante el gobierno de Patiño. Los envíos desde las Indias a la Depositaría disminuyeron durante la Guerra de la Oreja de Jenkins, cuando la marina inglesa interrumpió el comercio en el mundo español atlántico; pero después de la Paz de Aquisgrán, el ingreso se elevó rápidamente, hasta 168

A pesar de sus credenciales reformistas y de sus muchos logros en Indias, el conde de Superunda también utilizó su puesto para amasar una riqueza considerable, usando casi la misma fórmula que el conde de Castillar una década antes, enviando de vuelta a España 490 500 pesos, suma que excedía en mucho su sueldo legal como virrey. Aun los reformadores podían usar los poderes de su puesto para ganancia personal. Véase Pilar Latasa, “Negociar en red: familia, amistad y paisanaje. El virrey Superunda y sus agentes en Lima y Cádiz (1745-1761)”, Anuario de Estudios Americanos 60 (2003): 463-92.

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100 50

Millones de reales de vellón

150

obtener niveles sin precedentes, sobrepasando un millón de reales de vellón.169 Las entradas solo disminuyeron por debajo de 90 millones de reales de vellón después de la caída de Ensenada, cuando el paso de la reforma había aminorado apreciablemente. Decayeron de nuevo al brotar la guerra contra Gran Bretaña en 1762, conflicto que además interrumpió el comercio transatlántico español. La saludable influencia del uso de barcos de registro en tiempos de paz se evidencia también en los crecientes niveles de envíos e impuestos comerciales fluyendo a la Depositaría de Indias. Este crecimiento constante en las rentas provenientes de América entre 1748 y 1753 representaba un aumento anual promedio de 14 %, lo que demuestra la reforzada capacidad de derivar entradas desde las Indias durante este período de reforma a mediados del siglo xviii. Una razón de peso para el incremento de las rentas de Indias era el creciente nivel de entrada en las tesorerías del Nuevo Mundo, en particular, Nueva España. La figura 6.2 (promedio anual de rentas que entran a las tesorerías) demuestra claramente que esos niveles aumentaron dramáticamente en Nueva España,

1720

1730

1740

1750

1760

Año

Figura 6.1. Envíos a España. Movimiento promedio durante tres años

169

Estas cifras de la Depositaría de Indias están tomadas de Jacques A. Barbier, “Towards a New Chronology for Bourbon Colonialism: The ‘Depositaría de Indias’ of Cádiz, 1722-1789”, IberoAmerikanisches Archiv 6:4 (1980): 342-43.

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0

Millones de pesos de ocho 5 10

15

Perú y Charcas para mediados de siglo.170 A pesar de la totalidad de estas ganancias, sin embargo, la producción de rentas de impuestos de Nueva España empequeñecía las cantidades generadas en Perú y Charcas. En su mayor parte, esto se debió a un boom minero que comenzó alrededor de 1700 y que continuó sin disminuir hasta 1750. Dado que el sobrante de las entradas (rentas menos gastos) de Nueva España no solo iba a España, sino que también sufragaba las defensas del Caribe, el astillero de La Habana y el tabaco cubano para abastecer el monopolio real, el aumento en rentas de impuestos en ese virreinato resultaba crucial para el mantenimiento de la integridad del sistema español atlántico en su totalidad. Las iniciativas reformistas de Ensenada se apoyaron en las primeras reformas de Patiño y Alberoni para continuar el crecimiento en las entradas a las tesorerías americanas, más allá de los niveles obtenidos en la década de los treinta. Al mismo tiempo, las reformas en el comercio transatlántico, la restricción del contrabando y la manutención de rutas marinas abiertas con barcos de registro hicieron posible a estas tesorerías americanas mandar sumas más grandes a la

1680

1700

1720 Año México Charcas

1740

1760

Perú

Figura 6.2. Promedio anual de ingresos de las tesorerías mayores de América

170

Estas cifras están tomadas de Herbert S. Klein, The American Finances of the Spanish Empire. Royal Income and Expenditures in Colonial Mexico, Peru, and Bolivia, 1680-1809 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998), 38-41, 58, 75.

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Depositaría de Indias. En resumen, la segunda fase de reforma condujo a incrementos significativos en las entradas fluyendo desde las Indias a España, lo que sentó las bases para cambios que tendrían lugar más tarde durante el apogeo de reforma bajo Carlos III. Aunque el triunvirato reformista de Ensenada, Carvajal y Rávago dominó el escenario político en España, sus iniciativas siempre tenían poderosos antagonistas. El embajador inglés Keene, políticos conservadores como el duque de Huéscar y Ricardo Wall, y grupos con intereses creados opuestos a las reformas y dirigidos por el Consulado de Cádiz contribuyeron a la precipitada caída de Ensenada del poder en 1754, poco tiempo después del fallecimiento de Carvajal. Con la caída de Ensenada, seguida por la eliminación de Rávago de la Corte y el colapso mental de Fernando VI, la reforma ilustrada perdió impulso hasta el reino de Carlos III. Arriaga y Wall restablecieron la Flota a Nueva España y permitieron languidecer el aumento de la Armada y la reforma del ejército. Los crecientes niveles de ingreso a la Depositaría de Indias también comenzaron a bajar de los alcanzados en los primeros años de la década de los cincuenta. Aunque las perspectivas para la reforma eran esperanzadoras al finalizar la Guerra de la Oreja de Jenkins, enemigos extranjeros y fuerzas conservadoras en la Corte eventualmente afectaron de modo negativo las iniciativas reformistas del marqués de la Ensenada, dejando al imperio casi tal como Fernando lo había hallado. Al final, los eventos a mediados de siglo demostraron que el liderato a la cabeza del gobierno era importante. Hábiles ministros habían sido capaces de avanzar cambios considerables bajo el débil y a veces incapacitado Felipe V, y esto continuó durante los primeros años del más capaz Fernando VI. Pero el estancamiento que siguió a la eliminación de Ensenada y la vulnerabilidad causada por la ingenua esperanza de que la contemporización hubiera de algún modo de cambiar la conducta del león inglés, tienen que ser puestos a los pies de Fernando. Después de la humillación en La Habana, el monarca Carlos III, cuya visión reformista ilustrada y cuya energía sobrepasaba por mucho la de su padre y la de su medio hermano, llevaría a su gobierno a nuevos éxitos y a restablecer a España en su posición de poder de primer orden.

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Parte 3 Pináculo de las reformas borbónicas, 1763-1796

7 Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767

Tras acceder al trono en 1759, el rey Carlos III indicó su intención de revivir y ampliar las reformas en el mundo atlántico español iniciadas por su medio hermano Fernando y el marqués de la Ensenada. Durante su reinado en Nápoles (1734-1759), Carlos había trabajado estrechamente con su primer ministro, Bernardo Tanucci, para llevar a cabo una serie de reformas eclesiásticas, fiscales, administrativas y económicas diseñadas para centralizar el poder del Estado, y se hallaba inclinado a seguir una agenda regalista similar en sus nuevos reinos. Poco tiempo después de acceder al trono español, Carlos reclamó a Ensenada del exilio, designándolo consejero de Estado, indicando que tenía la intención de sacudir a Madrid de la somnolencia política de los últimos años del reino de Fernando.1 Aunque Carlos y sus ministros comenzaron a planear reformas claves, la Guerra de los Siete Años intervino, llevando a la derrota y la humillación a manos de Gran Bretaña. La pérdida de La Habana planteaba un gran peligro para el imperio, ya que la fortaleza caribeña protegía las rutas marítimas a Nueva España, la más rica posesión española en las Indias. Aunque España recobró, en el Tratado de París que puso fin a la guerra, ese baluarte caribeño clave, el rey y sus ministros reconocieron la necesidad de apuntalar las defensas en las Indias. Apoyándose en los logros obtenidos por Ensenada, planearon también una

1

Los dos individuos tenían una relación que databa de cuando Ensenada había luchado en las batallas que le habían ganado a Carlos el reino de Nápoles, y por su parte, Carlos había persuadido a su medio hermano a concederle a Somodevilla un título de nobleza.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

amplia gama de innovaciones fiscales, administrativas, comerciales y religiosas destinadas a fortalecer el control de español sobre su imperio atlántico. La visita general de José de Gálvez a Nueva España (1764-1772) implementó nuevas importantes iniciativas fiscales y administrativas, pero la primera fase de reforma bajo Carlos III culminó con la extensión del libre comercio imperial a las islas caribeñas españolas (1765) y la expulsión de los jesuitas (1767). Derrotas anteriores durante tiempos de guerra habían interrumpido o revertido las reformas, pero la amenaza del poder sin rival de Inglaterra impulsaba al rey y a sus ministros a apoyar una amplia modernización en todo el mundo español atlántico. Durante el reino de Carlos III surgió una nueva generación de ministros regalistas ilustrados que implementarían la agenda reformista del rey. Aunque Carlos puso fin a la barroca extravagancia favorecida en la Corte por Fernando y Bárbara, continuó patrocinando la cultura y las artes. El Madrid de Carlos III era una ciudad cosmopolita en la que convergían ideas de Europa y del amplio imperio español, y donde mujeres y hombres ilustrados (o luces) se embarcaban en discusiones políticas y filosóficas sobre los asuntos del día en salones privados y en la Corte. Esta vívida atmósfera intelectual dio origen a un diverso grupo de políticos, en su mayoría inmersos en la Ilustración, capaces de avanzar las ideas del rey.2 Algunos eran italianos, como el marqués de Esquilache, quien había acompañado a Carlos desde Nápoles. Algunos, muy pocos, eran altos dignatarios de España, especialmente Pedro Pablo Abarca de Bolea, el conde de Aranda, militar que sirvió como presidente del Consejo de Castilla (1766-1773). Muchos de los nuevos ministros del rey, sin embargo, venían de la baja nobleza o de la aspirante clase media. Pedro Rodríguez Campomanes y José de Moñino, más tarde conde de Floridablanca, por ejemplo, sirvieron como fiscales en el Consejo de Castilla, en tanto que José de Gálvez ganó su reputación en Nueva España y luego como ministro de Indias. Estos hombres de diversos orígenes eran, sin embargo, todos enérgicos, hombres de iniciativa y administradores competentes, que compartían un compromiso con la reforma y la renovación del mundo español atlántico.

2

Acerca de la Corte de Carlos III, véase Charles Noel, “In the House of Reform: The Bourbon Court of Eighteenth-Century Spain”, en Enlightened Reform in Southern Europe and its Atlantic Colonies, c. 1750-1830, editado por Gabriel B. Paquette, 145-66 (Surry: Ashgate Publishing Limited, 2009).

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Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767

Al igual que previas generaciones de reformadores, los ministros de Carlos III se enfrentaban a poderosos enemigos, tanto extranjeros como domésticos, que se oponían a las innovaciones reales. Rivales extranjeros como Inglaterra usarían el contrabando, la diplomacia y hasta la fuerza militar para ganar acceso a la riqueza de las Indias españolas. Una hueste de políticos conservadores en España y el todavía poderoso Consulado de Cádiz se opusieron a muchos de los proyectos reformistas del rey, en particular a cualquier esfuerzo dirigido hacia la desregulación comercial. Finalmente, una serie de diferentes grupos de interés en las Indias corría el riesgo de perder poder e influencia cuando Carlos y sus ministros pretendían alterar las tradicionales relaciones políticas, comerciales y sociales. Estos incluían miembros del clero conservador en España y en Indias, que se oponían a los esfuerzos regalistas de limitar el papel tradicional de la Iglesia. Uno de estos grupos clericales opuestos a las políticas del rey era la Sociedad de Jesús, notoria por su pensamiento independiente. Los jesuitas eran una poderosa orden internacional, y habían adquirido la merecida reputación de bastión de sentimiento antirregalista. La Sociedad mantenía su lealtad principalmente al papado, resistiendo los esfuerzos de la Corona de subordinar la Iglesia española a la autoridad real. Los jesuitas también se oponían a muchos elementos reformistas dentro de la Iglesia, en especial los jansenistas, que frecuentemente se aliaban con los ministros ilustrados del rey. El rey Carlos mismo había recelado de la Sociedad, y al subir al trono de España, rompió la tradición borbónica de tener un confesor jesuita, nombrando en su lugar a un franciscano antijesuita, fray Joaquín Eleta. Aunque la secularización de las doctrinas de indios había limitado el poder económico y el prestigio social de la mayoría de las órdenes en las Indias, había tenido poco efecto en la de los jesuitas. La Sociedad tenía pocas doctrinas indígenas en el Nuevo Mundo, excepto aquellas parroquias que mantenían sus grandes esfuerzos misioneros, y estas estaban exentas de los edictos de secularización. Es más, Ensenada y Francisco de Rávago, el influyente confesor jesuita del rey Fernando, habían protegido a la orden hasta caer en desfavor en 1754. Cuando las revueltas populares contra la Corona brotaron en Madrid en 1766, sin embargo, seguidas por desasosiego en otras ciudades españolas, los ministros regalistas del rey hallaron en la orden jesuita un conveniente chivo expiatorio, y el rey expulsó a la orden del imperio español a partir del 2 de abril de 1767. La expulsión de los jesuitas entonces sirvió de plataforma para drásticas reformas políticas, comerciales y sociales durante el resto del reino de Carlos III.

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Carlos III y sus ministros Carlos creía en la monarquía absoluta, por lo que promovió un Estado burocrático moderno.3 Al mismo tiempo, gobernaba a través de sus ministros, y después de establecer los parámetros básicos de su política, el rey esperaba que sus subordinados se ocuparan de los detalles. Carlos tenía el don de escoger ministros y consejeros capaces. Esperaba y recibía de ellos lealtad inquebrantable, y ellos, a su vez, recibían lo mismo de él.4 Carlos raramente cambiaba de ministros y si lo hacía era con la mayor reticencia.5 La derrota de España en la Guerra de los Siete Años abrió el camino para las ambiciones del marqués de Esquilache. Las pérdidas españolas reflejaban la falta de preparación militar, y la responsabilidad de esas derrotas cayó sobre los hombros de Ricardo Wall, el secretario de los Despachos de Guerra y de Estado.6 Dada su avanzada edad, Wall presentó su renuncia en agosto de 1763, lo que le hizo posible a Carlos añadir Guerra a los poderes de Esquilache, mientras que nombraba al marqués de Grimaldi, el embajador de España a Francia y el arquitecto del Tercer Pacto de Familia, ministro de Estado. Carlos sentía por Esquilache alta estima, y el rey consideró que unir Guerra y Hacienda bajo un solo ministro era sana estrategia, dados los retos fiscales y militares a los que España se enfrentaba.7 La reina viuda resultó ser una importante fuerza en esta reorganización ministerial, y Carlos consultaba con ella antes de hacer la mayoría de los nombramientos.8 Isabel utilizó su influencia para darle sólido apoyo a su compatriota 3

Juan Luis Castellano, Gobierno y poder en la España del siglo xviii (Granada: Editorial Universidad de Granada, 2006), 175-181.

4

Esta conducta se había observado antes en Italia. Anthony H. Hull, Charles III and the Revival in Spain (Washington: University Press of America, 1981), 50.

5

Vicente Rodríguez Casado, La política y los políticos en el reinado de Carlos III (Madrid: Ediciones Rialp, 1962).

6

El embajador francés D’Ossun al ministro de Estado Choiseul. San Ildefonso, julio 18 y agosto 8, 1763, Archives des Affaires Étrangères (aae): Correspondence Politique, Espagne (cpe), vol. 539, fols. 54 y 92.

7

José Antonio Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, vol. 1 (Madrid: Editora Nacional, 1979), 289.

8

D’Ossun a Choiseul, San Ildefonso, agosto 25, 1763, aae:cpe, vol. 539, fols. 157-58. La reina madre se esforzó en socavar la posición de Wall. Para la conexión entre Llano y Wall, véase Diego Téllez Alarcia, El ministerio Wall. La “España discreta” del “ministro olvidado” (Sevilla-Madrid: Fundación de Municipios Pablo de Olavide y Marcial Pons Historia, 2012), 30, y Escudero, Los orígenes, vol. 1, 274.

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Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767

italiano, Esquilache. Tras la renuncia de Wall, Isabel respaldó los esfuerzos del siciliano para avanzar la causa de Grimaldi, cuando este competía por Estado contra Agustín de Llano, discípulo de Wall y el favorito del bando conservador en la Corte. Grimaldi también disfrutaba de fuerte respaldo por parte del Gobierno francés, lo que sin duda le ayudó, pero la influencia de Esquilache y de la reina madre fue decisiva.9 En contraste al acostumbrado trato dado a un magistrado con muchos años de servicio a la Corona, Wall no recibió honor alguno al vacar su puesto, aunque sí retuvo su cargo en el Consejo de Estado.10 El bailío Julián de Arriaga permaneció en Marina e Indias, aunque había tenido mucha responsabilidad, junto con Wall, por la derrota en La Habana. Sufriendo de la vista, fray Arriaga se halló cada vez más aislado de las intrigas de la Corte.11 Muy admirado por su honestidad, dignidad y experiencia americana, a Arriaga sin embargo le faltaba imaginación y parecía incapaz de planear o de tener visión a gran escala.12 Carlos podía haberle inducido a seguir a Wall en la jubilación, y se especuló en la Corte si Ensenada le reemplazaría.13 Demostrando su tradicional lealtad a los subordinados, sin embargo, Carlos prefirió trabajar alrededor de las limitaciones de Arriaga, en vez de relevarlo del cargo y humillarlo. Además, el venerable ministro de Indias proveía un equilibrio respetable, conservador y nativo en el gabinete real, compensando así la controversial presencia de los reformadores extranjeros. Al mismo tiempo, el rey permitió a Esquilache tomar control de las reformas prioritarias para las Indias. A principios de 1764, por ejemplo, Arriaga discretamente se quejó de que el rey había 9

D’Ossun a Choiseul, San Ildefonso, agosto 29, 1763, aae:cpe, vol. 539, fol. 163. Este tema ha sido discutido más ampliamente en Allan J. Kuethe y Lowell Blaisdell, “The Esquilache Government and the Reforms of Charles III in Cuba”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 19 (1982): 117-36.

10

Téllez Alarcia, El ministerio Wall, 61; José Luis Gómez Urdáñez y Pedro Luis Lorenzo Cadarso, Castilla en la edad moderna, segunda parte, Historia de Castilla de Atapuerca a Fuensaldaña, editado por Juan José García González, Julio Aróstegui Sánchez, Juan Andrés Blanco Rodríguez, et al. (Madrid: La Esfera de los Libros, 2008), 540.

11

Arriaga a Ricla, San Lorenzo, noviembre 16, 1764, Archivo General de Indias (agi), Indiferente General (ig), leg. 1630.

12

D’Ossun a Choiseul, Madrid, marzo 8, 1764, aae:cpe, vol. 540, fols. 182-86. Frances P. Renaut, Le Pacte de Famille et l’Amerique. La Politique Coloniale Franco-Espagnole de 1760 à 1792 (París: Ernest Leroux, 1922), 99-100.

13

D’Ossun a Choiseul, Madrid, mayo 19 y 26, 1760, y Choiseul a D’Ossun, Versalles, junio 10, 1760, aae:cpe, vol. 528, fols. 250-54, 290-94 y 363-54.

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nombrado tres funcionarios a su ministerio sin consultarle. Carlos sin rodeos le recordó al anciano caballero que en vista de sus errores durante la guerra, debía estar agradecido de no haber sido relevado de su cargo.14 Cuando el rey nombró a Esquilache y Grimaldo consejeros de Estado, ignoró al bailío, recordándole de esta manera su posición secundaria en el gabinete.15 Como consecuencia de estas relaciones en la Corte, el rey creo la Junta de Ministros cuando el nuevo secretario del Despacho de Estado llegó de Francia en octubre de 1763. Conformada por Arriaga, Esquilache y Grimaldi, la Junta se reunía semanalmente para formular políticas para reforzar las colonias, aumentar las rentas americanas y para restaurar y ampliar la Armada.16 De esta manera, Arriaga era consultado y se mantenía el decoro adecuado, mientras que al mismo tiempo Esquilache tenía una base institucional adecuada para inmiscuirse en los asuntos de Indias. La creación de la Junta también representaba un paso hacia la integración de la política para España y las Indias. En los días de un Patiño o un Ensenada, esta coordinación tenía lugar a través de las secretarías de un solo ministro con varias carteras. Ahora, esta integración asumió una dimensión institucional ad hoc, que Carlos llevaría adelante y formalizaría hacia el final de su reino. La retención de Arriaga como ministro de Indias creó la ilusión de que el bailío en realidad formulaba normas.17 Aunque Esquilache firmó algunas órdenes importantes, la mayoría llevaba la firma de Arriaga, como era en casi toda la correspondencia de rutina. Esta ilusión de poder de Arriaga ha dificultado explicar la falta de continuidad entre los años de audaz experimentación y nuevas iniciativas después de la guerra (1763-1766) y años ulteriores (1766-1776), cuando las acciones ministeriales aparecen comparativamente debilitadas y faltas de imaginación. Esquilache era el autor de la mayoría de las reformas más importantes de 1763 a 1766, personalmente ganaba la aprobación de Carlos, 14

D’Ossun a Choiseul, Madrid, marzo 8, 1764, aae:cpe, vol. 540, fols. 182-86.

15

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 297.

16

Las minutas de estas reuniones, si se tomaban, no se han hallado. Afortunadamente, el embajador francés D’Ossun tenía conocimiento de ellas a través de su íntimo amigo Grimaldi y lo compartía con Choiseul. Véase aae:cpe, vols. 539-40. La Junta a veces es llamada el Comité de Defensa Imperial o la Junta Interministerial.

17

Con Lowell Blaisdell, Kuethe corrigió este malentendido en “The Esquilache Government”, 117-36, y “French Influence and the Origins of the Bourbon Colonial Reorganization”, Hispanic American Historical Review (hahr) 71:3 (1991): 579-607.

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y entonces enviaba los documentos a Arriaga para su firma. Con la caída y el exilio del italiano en marzo de 1766, este proceso llegó a su fin, y el impulso reformista se debilitaría notablemente. Desde el principio, Carlos dedicó sus esfuerzos a liberar la administración real de su dependencia económica del Consulado. Poco tiempo después de su llegada a Madrid, por Decreto del 22 de febrero de 1760, dedicó 10 millones de reales de cobre al año para pagar la deuda de su padre, con una inyección inmediata de 50 millones.18 Carlos no tomó préstamos del gremio durante su intervención en la Guerra de los Siete Años, y después del Tratado de París continuó liquidando las deudas heredadas, resolviéndolo a través de la Contaduría del Consejo de Indias. En 1768, el rey convocó a la Corte al prior del Consulado, Francisco Montes, para apresurar el proceso. Las autoridades llegaron a un acuerdo con el Consulado en 1771, que definió la deuda real en la modesta suma de 1 095 792 pesos. Esto sería liquidado mediante el exceso obtenido del fondo del 1 % establecido para financiar los Avisos, que pronto serían sustituidos por un real servicio de correos.19 El acuerdo final reflejaba el deseo de la Corona de acabar la dependencia financiera que tenía con Cádiz, liberándola para perseguir nuevas políticas comerciales independientes del antiguo sistema monopolista. Al mismo tiempo, el astuto Montes adquirió nombramientos al Consejo de la Tesorería Real y como tesorero de más antigüedad, lo que implicaba que los lazos entre la Corona y el Consulado no estaban totalmente deshechos.20

Derrota, humillación y la reanudación de la reforma La pérdida de La Habana sin duda infligió una profunda conmoción en la Corte, pero la derrota no era la enorme humillación que Carlos y su círculo de ministros pretendían. Los defensores habían resistido dos meses, tiempo que hubiera sido suficiente para que la enfermedad devastara el ejército inglés, como lo había hecho en Cartagena. En efecto, una epidemia en sus filas ya había comenzado, aun cuando entraban en La Habana.21 Además, La Habana no era

18

Real Decreto (a Esquilache), Buen Retiro, febrero 22, 1760, ags, Marina, leg. 770.

19

Expediente, acuerdo con el Consulado sobre la deuda, 1761-1771, agi, Consulados, leg. 705.

20

Expediente, informe de Francisco Montes, s. f., agi, ig, leg. 2325; Escudero, Los orígenes, vol. 1, 410, 414.

21

John Robert McNeill, Atlantic Empires of France and Spain. Louisbourg and Havana, 1700-1763 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1985), 103.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Cuba. La fuerza invasora solo controlaba la plaza fuerte y la bahía de Matanzas al este, no la totalidad de la isla. Los invasores se habían encontrado esencialmente embotellados en la ciudad y sus alrededores inmediatos. Las fuerzas no regulares cubanas controlaban los caminos circundantes, y el gobernador de Santiago de Cuba había despachado una columna de refuerzo a La Habana.22 Retrasados por enfermedades, sin embargo, su ejército no llegó a tiempo para ser útil y se desplazó a la bahía de Jagua, al sureste de la ciudad.23 En realidad, las fuerzas inglesas controlaban poco más que La Habana, hallándose rodeados por el enemigo y con la epidemia devastando sus filas. El cambio de Londres de la estratégica Habana por la marginal Florida en el Tratado de París parecía no equitativo. Está claro que la celosa clase de azucareros jamaiquinos en el Parlamento abogó agresivamente en favor de la devolución de Cuba, cuyas ricas plantaciones hubieran competido con las islas caribeñas británicas, pero había mucho más en la balanza.24 A medida que las negociaciones de paz avanzaban durante el otoño e invierno de 1762 y 1763, la posición militar inglesa en el Caribe se había deteriorado. Como resultado, las ventajas de una costa atlántica segura, anclada por Florida, ofrecía a Londres un excelente negocio. El rey y sus ministros utilizaron la mentalidad de crisis en la Corte tras la pérdida de La Habana para avanzar la agenda reformista con gran astucia política. “Urgencias de guerra” justificaban ahora todo, y los arraigados intereses creados no se atrevían a oponerse a la seguridad del imperio. El ejército requería reorganización y aumento, las fortificaciones necesitaban ser reconstruidas y ampliadas, y había que hallar los medios para costearlo todo. Unido a la urgencia de las preparaciones militares, Carlos y su aliado francés veían el Tratado de París como poco más que una tregua. Humillado por los ingleses en Nápoles en 1742 y ahora de nuevo, Carlos ansiaba vengarse a la primera oportunidad.25 22

Gustavo Placer Cervera, Inglaterra y La Habana: 1762 (Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2007), 172-81, 187-91.

23

Pablo J. Hernández González, “La otra guerra del inglés: la resistencia a la presencia británica en Cuba (1762-1763)”, 2 vols. (Tesis de grado, Universidad de Sevilla, 2001); Sherry Johnson, “Revisiting the British Capture of Havana in 1762”, ponencia presentada en Conference on Latin American History, American Historical Association Meeting, 2005.

24

Hugh Thomas, Cuba. The Pursuit of Freedom (Nueva York: Harper & Rowe, 1971), 55-56.

25

Herbert Ingram Priestley, José de Gálvez: Visitor-General of New Spain (1765-1771) (Berkeley: University of California Press, 1916), 4; A. S. Aiton, “Spanish Colonial Reorganization under the Family Compact”, hahr 12:3 (1932): 269-80.

258

Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767

Figura 7.1. El rey Carlos III (1716-1788, reinado 1759-1788) con armadura, por Antón Rafael Mengs en 1761. Museo del Prado © Archivo fotográfico Museo Nacional del Prado.

La reforma militar iría a la cabeza, seguida por los medios para costearla. La desregulación comercial, que permanecía siendo una dimensión clave para los reformadores, por breve tiempo pasó a segundo plano. Aunque Carlos era un hombre ilustrado, se veía a sí mismo primero como líder militar, postura captada con gran percepción por Mengs, quien pintó al afable y sonriente rey vistiendo armadura y con la espada a su lado (véase la figura 7.1). 259

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Aun antes de finalizar la guerra, Carlos aceptó un plan creado por el conde de Ricla para reorganizar las fuerzas armadas en Cuba, mediante el refuerzo del ejército regular y el establecimiento de una milicia reformada, siguiendo la línea ya desarrollada en España.26 Una expansión de las guarniciones regulares distribuidas en América era prohibitivamente cara, en especial dadas las obligaciones militares de España en Europa y el costo adicional de la Armada. Como resultado, Ricla propuso el revolucionario paso de armar sistemáticamente a los vasallos americanos, medida con profundas implicaciones a largo plazo, pero que consideraba indispensable debido a la amenaza del poder británico en América.27 Ricla, primo del poderoso conde de Aranda, cabeza del partido aragonés en la Corte, obviamente representaba más que a sí mismo. Teniente general del ejército y uno de los altos dignatarios, Aranda hacía tiempo que abogaba por modernizar el estamento militar, y durante la década de los cincuenta había chocado con Sebastián de Eslava cuando el héroe de Cartagena vacilaba en cuanto a innovación. Aranda prefería usar tropas regulares en vez de la milicia provincial en la península.28 En el teatro americano, sin embargo, Aranda veía la necesidad de crear una milicia colonial armada. Dada la supremacía naval de Inglaterra, el enemigo siempre podía seleccionar el punto de ataque, y unidades coloniales entrenadas podrían ventajosamente suplementar las limitadas fuerzas regulares. Los riesgos de armar a los vasallos americanos acarreaban una peligrosa transferencia de poder político a las colonias. Teniendo esta preocupación presente, Ricla insistía que “También es reparo, si conviene armar o no a los moradores de la isla, pero éste lo sanean las precauciones que se han propuesto cuando se ha tratado de almacenar las armas, […] y en el caso de que intentasen 26

“Discurso general”, conde de Ricla, enero 20, 1763, agi, Santo Domingo (sd), leg. 2116.

27

De acuerdo con Ricla, “para mantener aquel dominio [Cuba], […] sólo contemplo estos medios, uno muy costoso, y casi imposible, que es el mantener allí un ejército para lo que ni hay caudales, ni acaso gente; otro el de socorrerlo con tropas auxiliares, éste es poco seguro, porque aun cuando se destinen las suficientes para su defensa, tal vez no llegarían a tiempo que la necesidad las pidiese, y quedará inútil este intento; el tercero es el que me ofrece mayor confianza, y se reduce a establecer milicias del país, a proporción de las que se consideren suficientes, para poner en respeto a los enemigos, en toda la isla; sobre no ser muy costoso al erario o tampoco grava el país, porque la aplicación al servicio de las armas en caso preciso no impide a aquellos naturales de sus labores y trabajos […]”. Ibid.

28

Antonio Álvarez de Morales, “Los proyectos de reforma del ejército del conde de Aranda”, en Estudios sobre ejército, política y derecho en España (siglos xii-xx), editado por Javier Alvarado Planas y Regina María Pérez Marcos (Madrid: Ediciones Polifemo, 1996), 154-60.

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Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767

algún movimiento tumultuario, contemplo suficiente fuerza en la tropa veterana española, para oponerse a los insultos de los paisanos”. Es más, continuaba, los armamentos quedarían bajo la custodia de veteranos: “sólo aquellos días de instrucción o cuando sean movilizados al real servicio, los alistados las tendrán en su poder, restituyéndolas luego a los arsenales o a locales señalados donde deben custodiarse por tropa del rey”.29 Tales limitaciones en el uso de las armas en las milicias coloniales, sin embargo, resultaría imposible de efectuar en la práctica. Sin alternativas realistas, Carlos aceptó la propuesta de Ricla el 16 de marzo de 1763, nombrándolo gobernador y capitán general de Cuba.30 A finales de abril de 1763, el nuevo gobernador partió para tomar posesión de La Habana e implementar un programa de reforma capaz de asegurar las defensas de la isla. Acompañando a Ricla iba su íntimo amigo y en rápido ascenso el mariscal de campo Alejandro O’Reilly, y cerca de 600 oficiales y hombres alistados destinados a servir de consejeros para la nueva milicia.31 Descendiente de nobleza irlandesa, O’Reilly había emigrado a España de niño y, como tantos otros irlandeses, se había alistado en el ejército español para realizar sus ambiciones.32 A la vez que mantenían una rutinaria correspondencia con el Ministerio de Indias, los reformadores en Cuba también mantenían una línea de comunicación aparte con Esquilache, quien coordinaba el trabajo en España para dar forma a un programa coherente de reforma.33 Ricla atendía las prioridades administrativas en La Habana, que incluían preparar el camino para una reforma fiscal, administrativa y comercial, y delegaba en O’Reilly la reorganización militar. Antes de abandonar España, Esquilache le había dado instrucciones de buscar los medios

29

“Discurso general”, conde de Ricla.

30

Real orden, Buen Retiro, marzo 16, 1763, agi, sd, leg. 1211.

31

Para un más detallado análisis de la reforma militar cubana, véase Allan J. Kuethe, “The Development of the Cuban Military as a Socio-Political Elite, 1763-1783”, hahr 61 (1981): 695-704.

32

Bibiano Torres Ramírez, Alejandro O’Reilly en las Indias (Sevilla: Escuela de Estudios HispanoAmericanos, 1969), 5-8. Sobre los irlandeses en el ejército español americano, véase Juan Marchena Fernández, “Los oficiales militares irlandeses en el ejército de América, 1750-1815”, en Extranjeros en el ejército. Essays on the Irish Military Presence in Early Modern Spain. 1580-1818, coordinado por Enrique García Hernán y Óscar Recio Morales, 317-53 (Madrid: Ministerio de Defensa, 2007).

33

Véase, por ejemplo, agi, sd, legs. 2118, 2077, 2078, y ags, Hacienda, leg. 2342.

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económicos para mantener el nuevo y ampliado establecimiento militar en consulta con la elite habanera.34 O’Reilly restableció la guarnición fija y aumentó su fuerza a dos batallones, apoyados por un regimiento español. Reclutó una milicia modernizada (siguiendo el modelo de las unidades provinciales españolas), consistente de ocho batallones de infantería y regimientos individuales de caballería y dragones; en su totalidad, 7500 hombres.35 A estos los llamó “disciplinados” para distinguirlos de las unidades milicianas anteriores. O’Reilly proveyó a las nuevas unidades disciplinadas de cuadros de organización estandarizados, armas y uniformes. Integró a los soldados veteranos y a los cabos en las compañías con los rangos elevados de cabos y sargentos, y nombró a sargentos veteranos para servir de tenientes y guiar a los capitanes voluntarios. Un capitán del ejército actuaría de sargento mayor, el oficial de planeamiento y entrenamiento, que aconsejaría al coronel del batallón, un voluntario. De esta manera, el irlandés, con destreza, equilibraba el liderato de la comunidad con personal entrenado. O’Reilly seleccionó los coroneles y los capitanes de las elites locales, lo que en La Habana significó que casi todos eran miembros de la industria azucarera. Tal liderato, con fuertes lazos con la clase dominante política, era esencial para garantizar que los hombres alistados atenderían los ejercicios semanales de su compañía, que en general tenían lugar en sus barrios los domingos después de misa, y a las asambleas anuales para completar las tropas y llevar a cabo maniobras a gran escala. Las municipalidades costeaban los uniformes, pero las armas normalmente procedían de España. Los milicianos habitualmente se ejercitaban con armas viejas, pero durante las prácticas de tiro empleaban mosquetes más nuevos que se tenían en reserva. La milicia cubana incluía dos batallones de pardos (mulatos libres) y uno de morenos (negros) libres. El uso de milicianos negros databa del siglo xvi, en respuesta a las realidades demográficas típicas de la sociedad caribeña, donde los libres constituían una parte significativa de la población.36 Además, los hombres

34

Para una discusión de la misión reformista en Cuba, véanse Allan J. Kuethe y G. Douglas Inglis, “Absolutism and Enlightened Reform: Charles III, the Establishment of the Alcabala, and Commercial Reorganization in Cuba”, Past & Present 109 (1985): 118-43.

35

Allan J. Kuethe, Cuba, 1753-1815: Crown, Military, and Society (Knoxville: University of Tennessee Press, 1986), 37-45.

36

Herbert S. Klein, “The Colored Militia of Cuba, 1568-1868”, Caribbean Studies 4 (1966): 17-27.

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reclutados del estatus libre de la sociedad respondían típicamente con más agresividad al prestigio del uniforme y al privilegio militar que los blancos.37 Para asegurar una enseñanza adecuada, O’Reilly añadió a los tres batallones planas mayores de blancos, pero segregadas. En octubre de 1764, Esquilache personalmente dio orden de codificar y publicar la norma cubana, lo que se hizo al año siguiente.38 Un último punto concernía a los privilegios judiciales militares. Ricla creía indispensable el privilegio militar para motivar a los voluntarios de Cuba, incluyendo a pardos y morenos, y con rapidez les concedió el fuero militar, lo que permitía a los milicianos ser juzgados en cortes militares por ofensas civiles y criminales.39 Como él lo expresó, “conocí desde mi arribo a este país que no se podrá lograr el aventajado pie de disciplina que deseaba S. M. y tanto interesaba la defensa de esta importante isla, sin conceder a todo miliciano el goce del fuero militar”.40 En contraste, el fuero de los hombres alistados en la milicia provincial de España abarcaba solo las causas criminales.41 Tras cuidadosa consideración, además, el privilegio cubano fue refinado para definir el fuero de los sargentos y oficiales como “activo”, incluyendo aquellos casos en los que el individuo era el demandante. Esta interpretación del fuero era rara en la ley militar, ya que pocos cuerpos, como la guardia real, tenían tal privilegio. El conferir tan amplia definición del fuero militar también iba en contra del impulso ilustrado de restringir privilegios y arreglos especiales, y esto llevaba a la larga a serias implicaciones institucionales para la relación civil-militar en la América española; pero apremiantes necesidades defensivas imperaban. Sin los medios económicos para recompensar el ejército expandido, los privilegios corporativos ofrecían la única alternativa realista. Las preeminencias, que incluían exenciones de una serie

37

Los libres actuaban bajo una serie de leyes aparte, que imponían mayores limitaciones a su conducta y castigos más severos.

38

Esquilache a Ricla, San Lorenzo, octubre 24, 1764, en Reglamento para las milicias de infantería, y caballería de la Isla de Cuba (La Habana, 1765). Una copia se halla en agi, sd, leg. 2120.

39

Ricla a Arriaga, La Habana, abril 1, 1764, agi, sd, leg. 2118.

40

Citado en Kuethe, Cuba, 1753-1815, 45.

41

Lyle N McAlister, The “Fuero Militar” in New Spain, 1764-1800 (Gainesville: University of Florida Press, 1957), 8-9.

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de tarifas e impuestos municipales, así como el acantonamiento de las tropas, completaban los derechos de los milicianos.42 Mientras O’Reilly reestructuraba el ejército, Ricla se dedicaba a los retos de las finanzas reales, la administración y la política comercial, al tiempo que trataba de identificar y explotar fuentes para mantener la reorganización militar. En todas las fases del proceso de reforma en Cuba, la administración real consultaba abiertamente a la elite habanera. La Corona había aprendido de los errores de Alberoni, pero en las circunstancias presentes, la política reformista en Cuba tenía muchas más amplias implicaciones. Cuando Carlos y Esquilache dieron instrucciones al nuevo gobernador de solicitar la aportación habanera, sabían que las elites locales deseaban un sistema comercial flexible para acomodar la creciente producción de azúcar de la isla. Ese deseo encajaba perfectamente en la agenda reformista para desregularizar el comercio español con las Indias, no solo con Cuba. Al mismo tiempo, los funcionarios de la Corona esperaban conseguir que la elite aceptara impuestos más altos y una administración más estricta, que eran esenciales para financiar el ampliado establecimiento militar en el Caribe. Ricla patrocinó dos reuniones con los jefes de las familias más influyentes de La Habana, treinta en la primera ocasión, que fue durante el otoño, y cuarenta y siete en la segunda, un año después. Inicialmente actuó a través de un intermediario jesuita, Ignacio Tomás Butler, quien consiguió la tácita aceptación cubana de impuestos más altos, con la expectativa de obtener concesiones comerciales que ayudarían a generar esos dineros.43 Mientras tanto, O’Reilly nombró a muchos miembros de esas mismas familias como capitanes o coroneles cuando organizó la milicia disciplinada de la isla. Esta política más consultiva y conciliadora sirvió muy bien tanto a Ricla como a las elites.44 El informe de Ricla, dirigido directamente a Esquilache, enumeraba una amplia variedad de posibles fuentes de entradas adicionales identificadas por José Antonio Gelabert, el auditor en jefe de la tesorería local.45 Para examinar estas recomendaciones y formular política, Esquilache se valió de la Junta de Ministros. El resultado fue el primer intento de Carlos de reforma fiscal en las 42

Este asunto se ha discutido con más detalles en Kuethe, Cuba, 1753-1815, 45-49.

43

Los detalles de estas reuniones se hallan en Kuethe e Inglis, “Absolutism and Enlightened Reform”: 127, 133.

44

Kuethe, Cuba, 1753-1815, 56-60.

45

Ricla a Esquilache, La Habana, diciembre 14, 1763, ags, Hacienda, leg. 2342.

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colonias. La real orden del 25 de abril de 1764 elevó la alcabala cubana del 2 al 4 % y estableció nuevos impuestos al aguardiente y a un licor local, la sambumbia.46 La Corona estableció una intendencia en La Habana para racionalizar la recolección y distribución de las rentas reales. Este intendente de ejército tenía poder para actuar independientemente del gobernador, para mejorar el manejo de las finanzas.47 Aunque la orden de establecer la intendencia fue emitida con la firma de Arriaga, Esquilache formuló la propuesta, obtuvo la aprobación de Carlos, y entonces informó a Arriaga en cuanto al plan para que fuera despachada a través del Ministerio de Indias.48 Arriaga no sentía entusiasmo por estos desarrollos en la política, y advirtió a Ricla que la regulación contenía cierto número de disposiciones excusables, aunque llevaba su firma.49 Frente a nuevos impuestos y un sistema de intendencia y con solo vagas promesas de concesiones en el comercio de Cuba con España, el ayuntamiento de La Habana presionó para obtener una segunda reunión con el representante de Ricla, con la intención de hacer más explícitas sus necesidades y esperanzas. En esta reunión del 24 de octubre de 1764, Gelabert, representando a la Corona, llegó hasta el extremo de ofrecer abrir los libros de la tesorería para justificar la reforma de los ingresos. Por su parte, los cubanos pidieron enérgicamente el acceso directo a todos los puertos de España —aun en sus propios navíos—, el derecho de obtener esclavos de cualquier fuente posible y una modernización de las tasas impuestas al comercio. El proceso que produjo la actual reforma comercial avanzaba a lo largo de una ruta difícil y compleja. Junto a sus deberes de levantar la milicia disciplinada, Ricla había encargado a O’Reilly conducir una visita de la isla, buscando los medios para reducir el contrabando, estimular la economía y generar rentas adicionales. En un amplio informe, O’Reilly pedía encarecidamente abrir a Cuba 46

Acuerdo de la Junta de Señores Ministros, El Pardo, marzo 15, 1764, y real orden, abril 25, 1764, ags, Hacienda, leg. 2342.

47

Para una descripción de la intendencia cubana, véase William Whatley Pierson, Jr. “The Establishment and Early Functioning of the ‘Intendencia’ of Cuba”, en Studies in Hispanic American History, 113-33 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1927).

48

Real orden (Esquilache a Arriaga), San Ildefonso, octubre 13, 1764, ags, Hacienda, leg. 2342. El italiano también envió a Arriaga una lista de funcionarios para nombrar en dicha institución, incluyendo a Miguel de Altarriva como intendente. Real orden (Esquilache a Arriaga), San Ildefonso, octubre 23, 1764, Ibid.

49

Arriaga a Ricla, San Lorenzo, noviembre 16, 1764, agi, ig, leg. 1630.

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al comercio directo con los varios puertos de España, la libre importación de esclavos para estimular la agricultura y un control administrativo más estricto.50 Ricla envió con rapidez esta petición a Madrid y, con ella, su fuerte respaldo personal.51 Exceptuando su recomendación acerca de la trata de esclavos, asunto de un acuerdo por separado que ya se estaba negociando en España, el informe podría haber sido escrito antes de que Ricla saliera de Madrid, dado que reflejaba perfectamente la agenda reformista formulada por Campillo y sus sucesores.52 Mientras que Ricla y O’Reilly trabajaban en Cuba, Esquilache estableció una comisión especial para revisar la política comercial de la totalidad del Atlántico español. En 1764, nombró cinco expertos para esa tarea; de estos, al menos tres habían formulado previamente proyectos en los que se pedía una mayor desregulación del sistema comercial. Especialmente notables entre ellos eran el marqués de los Llanos, sobrino del marqués de Villarías, y quien por largo tiempo se había expresado con energía en favor de eliminar la Flota y el sistema de monopolio portuario, y Tomás Ortiz de Landazuri. Ambos desempeñarían por largo tiempo un importante papel en la configuración de la política reformista.53 El comité tenía a su disposición la declaración de O’Reilly abogando por la desregulación del comercio cubano, una petición habanera que había llegado más tarde ese año, y toda suerte de documentos. No es de sorprender que el exhaustivo informe emitido por la comisión de Esquilache el 14 de febrero de 1765 abogara reemplazar el monopolio de Cádiz con el libre comercio imperial.54

50

Expediente, Visita general de la Isla de Cuba, agi, sd, leg. 1509. Para un recuento más detallado de las reformas económicas en Cuba, véase Allan J. Kuethe, “El marqués de Esquilache, Alejandro O’Reilly y las reformas económicas de Carlos III en Cuba”, en Memoria del VI Congreso Venezolano de Historia, vol. 2, 117-34 (Caracas: Academia Nacional de Historia, 1982).

51

Ricla a Arriaga, La Habana, octubre 30, 1764, agi, sd, leg. 2188.

52

Bibiano Torres Ramírez, La Compañía Gaditana de Negros (Sevilla: Escuela de Estudios HispanoAmericanos, 1973), 31-41.

53

El otro que ya había escrito tratados reformistas era Pedro Goosens. Simon de Aragorri y Francisco Craywinkle completaban el comité. Goosens a Wall, Bilbao, enero 31 y febrero 7, 1763, Archivo Histórico Nacional (ahn), Estado, leg. 2944. Los proyectos de Ortiz de Landazuri, sin fechar, y de Los Llanos, 1755, se hallan en la Biblioteca del Palacio, sección Miscelánea Ayala, sig. 2867, fols. 49-53 y 101-15. Véase también Josep María Delgado Ribas, “La paz de los siete años (1750-1757) y el inicio de la reforma del comercio colonial español”, en 1802: España entre dos siglos, ciencia y economía, coordinado por Antonio Morales Moya (Madrid: Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2003), 336-37; Téllez Alarcia, El ministerio Wall, 218.

54

Consulta, comercio de América, Madrid, febrero 14, 1765, ahn, Estado, leg. 2314.

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Un año antes, la Junta de Ministros ya había recomendado los mismos cambios. Ahora tenía el apoyo de un dictamen bien informado.55 El informe también abogaba reemplazar el palmeo, que había perdurado desde el Proyecto de 1720, con impuestos basados en el valor. El primer gran paso para la reforma tuvo lugar cuando Carlos reorganizó el sistema de correos colonial. El absolutismo real dependía de comunicación competente, mientras que información de calidad permitía a los mercaderes comerciar con más eficacia. Carlos depositó la responsabilidad de esta innovación en Grimaldi, como secretario de Estado, donde la vía reservada acostumbraba a manejar el asunto, pero el astuto monarca sin duda sabía que el capaz Grimaldi se ocuparía del asunto eficazmente.56 El Consulado de Cádiz, que operaba el sistema de Avisos, esperaba ser consultado acerca de cualquier modificación del servicio. Trabajando con el consejo del ilustrado Pedro Rodríguez Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla, sin embargo, Grimaldi procedió independientemente.57 José de Larrarte, el representante del Consulado en la Corte, oyó rumores de que cambios en los sistemas postal y comercial podían surgir, pero erróneamente concluyó que el asunto había quedado en suspenso.58 La Real Regulación que establecía un sistema postal modernizado operado desde la Coruña por la Corona apareció el 24 de agosto de 1764, causando sobresalto al Consulado y a Larrarte.59 Pequeños navíos saldrían cada mes hacia La Habana y de allí otros se esparcirían al resto del imperio. El correo de vuelta iba de La Habana a la Coruña. Para mitigar el costo, los navíos podrían transportar mercancía, una concesión que abrió otra pequeña brecha en el monopolio de 55

D’Ossun a Choiseul, Madrid, enero 23, 1764, aae:cpe, vol. 539, fols. 64-69.

56

El Estado administraba el servicio de correos dentro y fuera del reino (la superintendencia general de correos de dentro y fuera del reyno). Real declaración, Aranjuez, 15 de mayo de 1754, Archivo General de Marina Don Álvaro Bazán, leg. 5059.

57

Campomanes había sido el autor de un extenso estudio, en 1761, del sistema de correos en España y en las Indias. Pedro Rodríguez Campomanes, Itinerario de las carreras de posta de dentro y fuera del reyno... (Madrid, 1761).

58

La reforma del correo real ha sido tratada en G. Douglas Inglis y Allan J. Kuethe, “El Consulado de Cádiz y el Reglamento de Comercio Libre de 1765”, en Andalucía y América en el siglo xviii: Actas de las IV Jornadas de Andalucía y América, 79-87 (Sevilla: Escuela de Estudios HispanoAmericanos, 1985).

59

Reglamento provisional que manda S. M. observar para el establecimiento del Nuevo Correo mensual que ha de salir de España a las Indias occidentales, San Ildefonso, agosto 24, 1764, Archivo General de Indias (agi), Correos, leg. 484.

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Cádiz. El imponer un cambio de esta magnitud de manera súbita y arbitraria evocaba los primeros años de Felipe V y Alberoni. Los ministros del rey simplemente ignoraron el Consulado, la corporación que tenía más en juego histórica e institucionalmente, y que se halló al margen y sin voz alguna. Manuel Larrarte, quien había sucedido a su padre, trató en forma desesperada de conseguir el apoyo de Arriaga para acercarse a Grimaldi. Sin embargo, se dio cuenta de que su causa estaba perdida cuando Grimaldi fríamente le devolvió la caja de chocolates enviada por el gremio en Navidad como parte de sus acostumbrados regalos a la elite administrativa.60 La manera en que la Corona implementó esta reforma revelaba un temerario y agresivo Carlos III, que había llegado de Italia con poco respeto por el acostumbrado decoro de la política española. Una lección le aguardaba en 1766 con el levantamiento de Madrid. El Real Decreto del 16 de octubre de 1765 constituyó el primer gran intento de Carlos de reforma comercial en el mundo atlántico español. Firmado personalmente por el rey y dirigido a Esquilache, abría La Habana al comercio directo con nueve puertos de España.61 La legislación, que extendía los mismos privilegios a Santo Domingo, Puerto Rico, Margarita y Trinidad, respondía a la recomendación de la comisión especial sobre comercio.62 El comercio entre las islas era permitido para los productos coloniales, pero no para los productos europeos.63 Finalmente, un impuesto ad valorem del 6 % sobre mercancía española y del 7 % sobre mercancía extranjera, llamado almojarifazgo, reemplazó el palmeo. Un segundo Decreto, del 16 de octubre de 1765, completaba la reforma cubana de rentas. Aumentaba la alcabala al 6 % y establecía un impuesto de exportación del 6 % sobre el azúcar. El impuesto sobre el azúcar venía a ser una consolidación y reducción de tasas previas, representando una concesión a la

60

Inglis y Kuethe, “El Consulado de Cádiz”, 79-80.

61

Bilbao estaba excluido de los puertos de la franquicia y volvería a ser excluido de nuevo en 1778, porque funcionaba bajo un fuero propio aparte. Xabier Lamikiz, Trade and Trust in the EighteenthCentury Atlantic World. Spanish Merchants and Their Overseas Networks (Suffolk and Rochester: Royal Historical Society and the Boydell Press, 2010), 33.

62

La legislación se discute en Vicente Rodríguez Casado, “Comentarios al Decreto y Real Instrucción de 1765 regulando las relaciones comerciales de España e Indias”, Anuario de historia del derecho español 13 (1936-1941): 100-35. Una copia se halla en Ricardo Levene, ed., Documentos para la historia argentina, 14 vols., vol. 5, Comercio de Indias, antecedentes legales (1713-1778) (Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, 1915), 197-98.

63

Real Decreto e instrucción, San Lorenzo, octubre 16, 1765, agi, sd, leg. 2188.

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emergente aristocracia azucarera y un esfuerzo por estimular la producción.64 Lo que quedaba de la Compañía de La Habana, que para entonces había perdido sus privilegios especiales, se vio forzado a competir con otros jugadores en condiciones iguales.65 Destruyendo un monopolio de dos siglos de duración, el histórico decreto de octubre era una arriesgada reforma de la política comercial. Lo que distinguía a 1765 de los anteriores esfuerzos de Ensenada por liberalizar el comercio en 1754 era la nueva química en la Corte, que momentáneamente hizo espacio para un cambio radical. Esquilache aprovechó la mentalidad de crisis surgida por la pérdida de La Habana para romper el monopolio de Cádiz, un logro imposible para los primeros reformadores. Con Carlos III a favor entre bastidores, este avance se parecía al establecimiento del sistema postal reformado. No se consultó al Consulado, de hecho, se le mantuvo ignorante. Esquilache tampoco incluyó al Consejo de Indias en las deliberaciones, como la costumbre demandaba. Es más, el profundamente preocupado Arriaga fue esencialmente pasado por alto; el venerable ministro de Indias sólo vio la real legislación pocos días antes de ser promulgada. Arriaga se oponía amargamente a la liberalización del sistema de puertos, pero podía aceptar el reemplazo del palmeo con el impuesto ad valorem sobre la mercancía.66 Quizás la mayor humillación que Arriaga sufrió fue el enviar la legislación reformista a las colonias bajo su propia firma.67 Estas amplias reformas en Cuba se realizaron en apenas dos años. El ejército fue reorganizado, los impuestos aumentados, la administración real endurecida y la política comercial liberalizada. Ricla obtuvo permiso para regresar a España, donde se introdujo en la política de la Corte, eventualmente asumiendo el cargo de ministro de Guerra. Esquilache asignó a O’Reilly a Puerto Rico, donde este continuó actuando como uno de los oficiales del ejército más prometedores.68 También seleccionó a un compatriota italiano, el hábil Antonio Bucareli, para suceder a Ricla como gobernador de La Habana, colocando así el delicadamente

64

El primer decreto, el resultado de una reunión de la Junta de Ministros, iba dirigido a Ricla. El segundo iba dirigido a Arriaga, ags, Hacienda, leg. 2342.

65

Leví Marrero, Cuba: economía y sociedad, vol. 12 (Madrid: Editorial Playor, 1985), 2-12.

66

Dictamen, Arriaga, Madrid, julio 3, 1765, y Arriaga a Grimaldi, San Ildefonso, septiembre 27, 1765, agi, sd, leg. 2188.

67

Esquilache a Arriaga, San Lorenzo, octubre 27, 1765, agi, sd, leg. 2188.

68

Torres Ramírez, Alejandro O’Reilly, 49, 55-94.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

equilibrado programa de reforma en manos capaces. Los éxitos de Carlos en implementar una audaz agenda reformista contrastaban pronunciadamente con el fracaso de Londres de implantar medidas semejantes en sus colonias americanas. Los ingleses contrarrestaron la reforma comercial española con la Free Port Bill de 1766. Este proyecto de ley abría cuatro puertos en Jamaica y dos en Dominica, por un período inicial de siete años a cualquier navío extranjero. Su principal objetivo eran los comerciantes españoles en el Caribe, que podrían cambiar lingotes y otros productos (con excepción de azúcar, melaza, café, tabaco y productos manufacturados) por esclavos, manufacturas inglesas y productos locales. Jamaica había sufrido una baja comercial durante la Guerra de los Siete Años, y el comercio seguía flojo después de acabado el conflicto. Los hacendados jamaiquinos abogaban intensamente en el Parlamento para abrir sus puertos a mercaderes extranjeros, con el fin de mejorar la situación. El objetivo era convertir a Jamaica y Dominica en centros de distribución para el comercio de productos ingleses y esclavos, a cambio de metales preciosos y productos extranjeros tropicales, dado que ya España había desregulado el comercio entre las islas caribeñas y la metrópolis.69 Un inesperado estímulo al comercio interamericano se desarrolló en poco tiempo, cuando una serie de huracanes devastadores azotó Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, forzando a las autoridades reales a improvisar para mantener abastecidas a las devastadas islas.70

La visita de Gálvez a Nueva España Una vez finalizado el trabajo de Ricla y O’Reilly en Cuba, Esquilache dirigió su atención a Nueva España, la más rica posesión de España en el Nuevo Mundo. En el otoño de 1764, envió al teniente general Juan de Villalba y Angulo y a un numeroso grupo de personal militar para reorganizar el ejército mexicano. Esquilache luego le envió una copia de la regulación cubana para la milicia disciplinada para servirle de modelo.71 En corto tiempo, Villalba amplió la guarnición fija de

69

Adrian J. Pearce, British Trade with Spanish America, 1763-1808 (Liverpool: Liverpool University Press, 2007), 42-51.

70

Sherry Johnson, Climate & Catastrophe in Cuba and the Atlantic World in the Age of Revolution (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2011), caps. 3-5.

71

Christon I. Archer, “Charles III and Defense Policy for New Spain, 1759-1788”, en Paesi Mediterranei e America Latina, editado por Gaetano Massa (Roma: Centro di Studi Americanistici America en Italia, 1982), 193.

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Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767

un batallón de infantería y un cuerpo de dragones a tres regimientos completos, dos de ellos de dragones, el otro de infantería. Para las fuerzas voluntarias, levantó una milicia disciplinada de seis regimientos, tres batallones y dos compañías sueltas de infantería, así como dos regimientos de a caballo y un cuerpo de lanceros. Los pardos formaban dos de los batallones de infantería y una de las compañías sueltas, y los morenos, la otra.72 Como en Cuba, el establecimiento militar colonial creció con rapidez e involucró a criollos y a gente de color procedente de la población nativa. Esquilache instituyó el cargo de visitador general para reformar la recaudación de rentas, establecer el monopolio de tabaco y mejorar la administración real con la introducción de un sistema de intendentes siguiendo el modelo español. Después de que su primera selección, Francisco Carrasco, superintendente de las rentas de tabaco y figura prominente en la Corte, rechazó la misión por razones personales, nombró a Francisco Anselmo Armona, intendente de Murcia.73 Al despachar a Armona y a Villalba juntos, Esquilache intentaba conseguir una coordinación más íntima entre las dos ramas de la actividad reformista, como había sido el caso de Ricla y O’Reilly en Cuba. Armona, sin embargo, tenía reservas para aceptar el cargo.74 De nacionalidad vasca, vecino de Alava y bien conectado, Armona tenía serias dudas acerca de la viabilidad de la empresa, que él consideraba “inútil”. Temía que él sería “como un quijote para deshacer entuertos y malandrines”, pero sin los medios para impedir que el virrey le involucrara en litigios por “diez o doce años”.75 Por eso, trató de eludir el nombramiento tal y como lo había hecho Carrasco antes que él. Esta vez, sin embargo, Esquilache fue inflexible. Le prometió a Armona el Ministerio de Indias a su regreso en tres o cuatro años, pero lo amenazó con encarcelarlo por desobediencia si persistía en su negativa. 72

McAlister, The “Fuero Militar”, 3-4, 94. Véase también Ben Vinson III, Bearing Arms for His Majesty: The Free-Colored Militia in Colonial Mexico (Stanford: Standford University Press, 2001), 37-45.

73

Priestley, José de Gálvez, 133.

74

El texto que sigue está basado en el recuento manuscrito del hermano de Armona, José Antonio de Armona y Murga, en Noticias privadas de casa, útiles para mis hijos: recuerdos históricos de mi carrera ministerial en España y América, 2 vols., vol. 1 (Madrid: Manuscrito privado, 1787), 5057. Los autores agradecen a Juan Bosco Amores por esta información. El manuscrito original se halla en la Biblioteca Nacional de España, mss/23088.

75

Ibid.

271

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Esta clase de conducta arrogante era precisamente lo que la elite madrileña despreciaba en el siciliano, como él descubriría a su tiempo. Bajo enorme presión, Francisco Armona eventualmente cedió. Dos de sus amigos personales intervinieron para suavizar la cuestión, el duque de Medinaceli, un alto dignatario que nunca hubiera condescendido a aceptar un cargo de ministro, pero que permanecía en la Corte como primer caballerizo del rey, y el tío de su esposa, don Diego Merlo, quien servía de primer chambelán. Al final, sin embargo, fue un compatriota vasco, Miguel de Múzquiz, quien más influyó para que Armona cambiara de manera de pensar. Primer funcionario en la secretaría de Hacienda, y futuro secretario del Despacho de ese ministerio, Músquiz era un alma gentil quien lo persuadió de olvidar su orgullo y reunirse con la Junta de Ministros en Aranjuez. Durante este período de intensa actividad, la Junta se reunía día de por medio en la oficina de Grimaldi, como primer secretario del Despacho. Temeroso de cambios, Arriaga decía poco, “con tensa dificultad, con timidez”, expresando su preocupación de que las reformas pudieran causar agitación.76 Propuso añadir algunos artículos a la instrucción que Esquilache había preparado con la idea de reforzar los poderes del virrey marqués de Cruillas (1760-1766), a quien, es de notar, él mismo había nombrado. Y a pesar de su frágil comportamiento frente a los dos dominantes italianos, Arriaga testarudamente no cedió terreno alguno. Por su parte, Armona seguía preocupado, pensando que la separación del mando militar del cargo de virrey y su propia función de intendente independiente no llegaría a buen fin. Sin más ni más, Esquilache y Grimaldi simplemente ignoraron a Arriaga y enviaron a Armona a su destino sin modificar las instrucciones originales. Para resolver el problema del virrey, Esquilache halló otro medio. Entregó a Armona escandalosas reales órdenes secretas que acusaban a Cruillas de defalco y robo, por la supuesta suma de cerca de 2,5 millones de pesos plata, en conexión con los gastos para la defensa de Veracruz mientras los ingleses ocupaban La Habana. Armona salió de España con Villalba en septiembre, pero murió durante el viaje a Nueva España, lo que resultó en una desconexión entre la reorganización militar y las reformas colaterales administrativas y de hacienda. La muerte de Armona resultó entonces en la selección del que pronto sería el controvertido

76

Ibid.

272

Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767

José de Gálvez. En ambos casos, Esquilache envió a Arriaga la noticia de los nombramientos, las reales instrucciones, y las listas del personal de la misión, dejando al Ministerio de Indias con la sola función de procesar el papeleo.77 Gálvez, oriundo de la villa de Macharaviaya, cerca de Málaga, había estudiado abogacía y establecido una oficina en Madrid. Mejoró sus relaciones en la Corte a través de su matrimonio con una mujer francesa muy bien conectada, y más tarde consiguió el empleo de asesor en la embajada francesa.78 Antes de la intervención de España en la Guerra de los Siete Años, Gálvez llamó la atención de la real administración por un tratado al que había dado el título de “Discurso y reflexiones de un vasallo sobre la decadencia de nuestras Indias españolas”, que abogaba por un número de reformas dentro del Atlántico español, incluyendo una mayor desregulación comercial y el fin del monopolio de Cádiz.79 Gálvez no llegó a la colonia para comenzar su visita hasta julio de 1765, bastante tiempo después que Villalba había lanzado la reforma militar. México era por mucho la más rica colonia de España y exportaba enormes cantidades de plata. Como se aprecia en la figura 7.2, las tesorerías mexicanas proveían cada vez más grandes cantidades de fondos a la madre patria y para mantener defensas estratégicas en la región. Estas incluían un masivo arco de plazas fuertes que se extendían desde Cumaná en la Tierra Firme de Sudamérica a San Juan, de ahí hacia el oeste a través del Caribe a La Habana, al otro del lado del golfo de México a Nueva Orleans y de Texas a California. En tiempos de paz, los envíos a España tendían a sobrepasar las cantidades gastadas en las defensas caribeñas, mientras que en tiempos de guerra, las defensas locales asumían la precedencia. De acuerdo con la figura 7.2, los situados llegaron a nuevos incrementos durante cada uno de los conflictos principales del siglo —la Guerra

77

Esquilache a Arriaga, San Ildefonso, dos cartas, julio 30, 1764, agi, México, leg. 1245. Como la cubierta del expediente Armona explicaba, “Este nombramiento se hizo por el Ministro de Hacienda, y lo comunicó el señor Squilache al de Indias en oficio del 30 de julio de 1764”. Para una discusión de las instrucciones de Armona y una traducción, véase Priestley, José de Gálvez, 123-34, 404-17.

78

José Miguel Morales Folguera, María Isabel Pérez de Colosía Rodríguez, Marion Reder Gadow y Siro Villas Tinoco, Los Gálvez de Macharaviaya (Málaga: Junta de Andalucía, 1991), especialmente 242-46.

79

Luis Navarro García, “El primer proyecto reformista de José de Gálvez”, en Homenaje al Dr. José Antonio Calderón Quijano (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1997), 387-402. Una copia se halla en la Biblioteca del Palacio, Miscelánea de Ayala, vol. 1.

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2

4

6

8

Millones de pesos de ocho

10

12

de la Oreja de Jenkins, la Guerra de los Siete Años y en especial la Guerra de la Revolución americana, cuando el situado alcanzó la máxima cantidad de algo más de 10 millones de pesos en 1783—.

1720

1740

1760

1780

1800

Año Castilla

Situados

Figura 7.2. Remisiones de México a Castilla y al Caribe

Después de la Guerra de los Siete Años, los reformadores decidieron fortificar la Cabaña en el lado este del puerto de La Habana para proteger el Castillo del Morro, así como las alturas de Aróstegui para proteger la ciudad desde el oeste y la Loma de Soto en el lado poniente de la bahía, cerca del astillero. Vastas cantidades también se dedicaron a reconstruir las fortificaciones en San Juan, Puerto Rico. Una década más tarde, los situados desviaron 38,6 millones de pesos mexicanos durante la guerra para financiar las trece colonias inglesas y proveer apoyo a la Armada, al ejército expedicionario bajo el mando de Bernardo de Gálvez en Florida y Luisiana, y a las guarniciones militares en Cuba.80 México igualmente mantenía el astillero naval en La Habana a un costo de casi 600 000 pesos anuales, y proveía otro medio millón destinado a comprar tabaco cubano

80

Carlos Marichal y Matilde Souto Mantecón, “Silver and Situados: New Spain and the Financing of the Spanish Empire in the Caribbean in the Eighteenth Century”, hahr 74:4 (1994): 607.

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para el real monopolio en España.81 Por añadidura, todavía remitía considerables sumas a la Depositaría de Indias en Cádiz, proveyendo así apoyo crítico a la Tesorería Real. Durante los períodos de relativa paz, estos envíos llegaron a más de 10 millones de pesos (1793).82 Cabe decir que cuando Gálvez comenzó su visita general, la tesorería central de Ciudad de México rivalizaba con la tesorería general en Madrid en cuanto a rentas de impuestos, haciendo de Nueva España la estrella más deslumbrante en la Corona real, y así continuó hasta las guerras de independencia del siglo siguiente.83 Como consecuencia, México era el escenario perfecto para reformas fiscales, lo que la Corona confió a José de Gálvez. Comenzando por Veracruz y extendiendo sistemáticamente su misión a través de la colonia, Gálvez impuso una serie de medidas diseñadas para incrementar los reales ingresos, incluyendo la introducción de reales monopolios para tabaco y aguardiente. Partiendo de las medidas que Ensenada introdujo por medio de Revillagigedo en 1753, que reemplazaba a los arrendatarios que cobraban el impuesto con empleados a sueldo, eliminó de la administración de la alcabala a los oficiales corruptos, colocando en su lugar a hombres nuevos que había traído de España.84 Aparte de su comunicación de rutina con el Ministerio de Indias, Villalba y Gálvez mantendrían líneas directas de correspondencia con Esquilache.85 En la fase inicial de su trabajo, Gálvez consultó los intereses locales al establecer el monopolio del aguardiente en Veracruz.86 Era imposible, sin embargo, cooptar a las elites mexicanas como había hecho Ricla en Cuba, porque Gálvez no tenía autorización para prometer concesiones comerciales. En tanto que la

81

Un promedio anual de 590 000 pesos se deriva de los gastos en tiempos de paz durante los años 1763 y 1778. agi, sd, legs. 1865-1867. Marrero, Cuba: economía, vol. 11, 30.

82

Marrero, Cuba: economía, vol. 11, 613.

83

Ibid., 611.

84

La obra clásica en este proceso es Priestley, José de Gálvez. Trabajos más recientes incluyen D. A. Brading, Miners & Merchants in Bourbon Mexico 1763-1810, 1763-1810 (Cambridge: Cambridge University Press, 1971), 25-51, y Linda K. Salvucci, “Costumbres viejas, ‘hombres nuevos’: José de Gálvez y la burocracia fiscal novohispana (1754-1800)”, Historia Mexicana 33 (1983): 224-60, y Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Apogee of Empire. Spain and New Spain in the Age of Charles III, 1759-1789 (Baltimore y Londres: Johns Hopkins University Press, 2003).

85

Véase agi, México, leg. 1245.

86

José Jesús Hernández Palomo, El aguardiente de caña en México (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1974), 68-70.

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Junta de Ministros tenía la intención de desregularizar el sistema comercial, no estaba preparada para cobijar a México bajo ese paraguas. La nueva estrategia de la Junta representaba un cambio fundamental en la política reformista desde la época de Campillo y Cossío y Ensenada, y del informe del Comité Selecto de febrero de 1765, que enfatizaba en modernizar el sistema mercantil para llevar al máximo los beneficios económicos para España y la Tesorería Real. Reveses sufridos en la Guerra de los Siete Años habían alterado esa perspectiva con prioridades estratégicas a menudo superando preocupaciones meramente comerciales. La Corona deseaba asegurar el desarrollo económico de las periferias imperiales vulnerables tales como La Habana, San Juan, Luisiana, o aun el remoto Buenos Aires, para que pudieran costear sus propias defensas. Comercialmente, el poderoso México tenía la capacidad de sofocar la débil competición colonial, en particular si el virreinato hubiese de competir libremente dentro de un sistema imperial de comercio libre. El bienestar económico de México tenía que ser sacrificado para hacer posible la expansión en las colonias más débiles.87 En fecha tan temprana como enero de 1764, Grimaldi le participó a D’Ossun que los planes de Esquilache para el comercio libre imperial no incluían a México de inmediato.88 La política real mantendría el comercio de Veracruz estrechamente canalizado dentro de las estructuras tradicionales de puerto de monopolio y sistema de convoy, complementado con barcos de registro, aun si fuese a costa del precio del volumen total de comercio y de potenciales rentas de impuestos. La carencia de buenas facilidades portuarias de México facilitaba a la Corona la continuación del sistema monopolístico de convoyes. Como Gálvez confirmó durante su visita a la región, Veracruz era “la única garganta de todo el reino”.89 Con la intención de hacer más eficaz la recaudación de impuestos comerciales, Gálvez se aprovechó de esta realidad geográfica en sus instrucciones del 11 de febrero de 1767, que imponía (por primera vez) un 4 % de alcabala

87

Para una más detallada descripción de esta transformación, véase Allan J. Kuethe, “Imperativas militares en la política comercial de Carlos III”, en Soldados del rey: el ejército borbónico en América colonial en vísperas de la independencia, editado por Allan J. Kuethe y Juan Marchena Fernández, 149-59 (Castellón: Universitat Jaume I, 2005).

88

D’Ossun a Choiseul, Madrid, enero 23, 1764, aae:cpe, vol. 540, fols. 64-69. Para una amplia perspectiva sobre este punto, véase John R. Fisher, “Imperial ‘Free Trade’ and the Hispanic Economy, 1778-1796”, Journal of Latin American Studies 13:1 (1981): 22-23.

89

Gálvez a Arriaga, México, febrero 27, 1767, agi, México, leg. 1249.

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en los productos vendidos en Veracruz. También puso en práctica un rigoroso sistema para llevar la cuenta de los productos destinados a Jalapa, antes de que el fraude pudiera surgir, y suspendió una plétora de funcionarios de aduana, a quienes acusó de corrupción.90 Las instrucciones de febrero de Gálvez causaron fuertes protestas de los Consulados de México y Cádiz, que ambos remitieron al Consejo de Indias.91 La opinión del visitador acerca de la realidad geoeconómica de México habría de predominar en los círculos de la Corte otras dos décadas.92 Después de que la moderada mano de Esquilache había desaparecido a principios de 1766, las reformas de Gálvez asumieron un tono brusco y falto de compromiso, acentuado por un prejuicio antiamericano que era obvio en su tratamiento de los funcionarios criollos en la administración colonial.93 Este prejuicio ensombreció el trabajo del visitador-general en México e influenciaría más tarde su controversial servicio en Madrid.94 Además, cuando Gálvez purgó a los funcionarios de la tesorería mexicana, sus reemplazos no fueron elegidos por méritos, ya que frecuentemente eran compañeros de su base regional malagueña.95 Los mexicanos pagaban más impuestos y toleraban nuevos monopolios, pero recibían poco a cambio, excepto nombramientos al cuerpo de oficiales de la milicia disciplinada. Aunque algunos hallaron atractivos el uniforme y los concomitantes privilegios militares, la mayoría de los hombres resentía sacrificar los recursos mexicanos para mantener la red defensiva caribeña en su totalidad. A los habaneros, que eran beneficiarios netos del patrón de gastos reales, les parecería fácil ser “fieles vasallos”, pero es de comprender que los mexicanos que pagaban impuestos demostraran mucho menos entusiasmo. A diferencia de la clase de preparaciones militares ordenadas que se desarrollaron a través de los años en Cuba, los oficiales españoles se enfrentarían a frustraciones sin fin

90

Gálvez, Instrucciones, febrero 11, 1767, agi, México, leg. 1245.

91

Consulado de México a Arriaga, México, mayo 27, junio 26 y octubre 29, 1767, y petición, Consulado de Cádiz, febrero 29, 1786, agi, México, leg. 1250.

92

Real orden, San Lorenzo, octubre 19, 1787, agi, México, leg. 2505. Esta orden para volver a examinar la política comercial de Veracruz confirmaba la convicción de que México, “por tener un puerto único en toda su costa septentrional […] hace difícil el contrabando”.

93

Brading, Miners & Merchants, 34-44.

94

El litigio sobre la suerte de los funcionarios cesantes duró por lo menos hasta 1775. Salvucci, “Costumbres viejas”, 233-36.

95

Ibid., 227-28, 247-49.

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en su lucha para impartir un sentido del deber y de espíritu militar a una reacia población mexicana.96 Mientras tanto, Esquilache continuó consolidando su poder para controlar reformas políticas y económicas claves en el Atlántico español. Por medio de una serie de reales órdenes emitidas a finales de 1764 y principios de 1765, el Ministerio de Guerra formalizó la responsabilidad de todas las tropas veteranas destacadas en América, las unidades fijas tanto como los batallones españoles rotatorios. Con este arreglo, Esquilache controlaba directamente la administración de las principales fuerzas militares en el Nuevo Mundo y sus costosos presupuestos. Ricla, Villalba y las otras numerosas autoridades militares ahora reportaban al Ministerio de Guerra, lo que significaba otra importante erosión en los poderes efectivos de Arriaga como ministro de Indias.97 Es más, Esquilache añadió el cargo de director general de rentas del tabaco a su cartera, un paso que le permitía controlar una fuente muy lucrativa de las rentas americanas.98 Aparte de las iniciativas reformistas en Cuba y México, la administración real procedió paso a paso a fortalecer el control de Madrid sobre las menos críticas porciones del imperio. O’Reilly había tenido la esperanza de recibir el nombramiento mexicano, pero mientras trabajaba en Cuba, el gobierno había elegido a Villalba. Esquilache lo envió en cambio a aplicar el sistema militar cubano en la estratégica isla de Puerto Rico. Dada la fragmentada y pequeña población, O’Reilly solamente levantó una serie de compañías sueltas.99 Órdenes también fueron enviadas a las autoridades de Buenos Aires, Caracas y Perú para

96

Christon I. Archer, The Army in Bourbon Mexico, 1760-1810 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1977).

97

Esquilache a Arriaga, San Ildefonso, octubre, 1764, agi, sd, leg. 2078; Ricla a Arriaga, La Habana, mayo 15, 1765, agi, sd, leg. 2120; Esquilache a Villalba, El Pardo, febrero 8, 1765, agi, México, leg. 1245; Arriaga al virrey Pedro Messía de la Cerda, Madrid, diciembre 7, 1764, agi, Santa Fe (sf), leg. 942.

98

Como explicaba la Real Cédula, Madrid, enero 2, 1766, “es mi real voluntad, que el [...] citado ramo de tabaco de los tres [...] reinos de Nueva España, Santa Fe y el Perú, se gobierne y corra bajo las ordenes y disposiciones que diere el marqués de Squilache [...] a quien concede las facultades que necesita”. agi, ig, leg. 1744.

99

Torres Ramírez, La Compañía Gaditana, 49, 55-94. Para una visión de conjunto del sistema de milicias disciplinadas, véase Allan J. Kuethe, “Las milicias disciplinadas”. En Soldados del rey: el ejército borbónico en América colonial en vísperas de la independencia, editado por Allan J. Kuethe y Juan Marchena Fernández, 101-26 (Castellón: Universitat Jaume I, 2005).

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reorganizar la milicia. La Junta de Ministros le ordenó, en 1763, al virrey Manuel de Amat, de Perú, establecer una milicia disciplinada de 22 000 hombres.100 Juan Manuel Campero, el nuevo gobernador de Tucumán, personalmente entregó un plan de reforma a Amat en camino a asumir su cargo. Caracas simplemente recibió una copia de la ordenanza de 1734 diseñada para España. En Buenos Aires, donde preocupaciones más inmediatas se cernían sobre la renovada disputa fronteriza con Brasil, la real instrucción del 7 de julio de 1764 ordenaba al gobernador Pedro de Cevallo organizar unidades de acuerdo con el modelo cubano en lo que la población permitiera. Esquilache envió 2000 fusiles y 151 oficiales y hombres alistados para entrenar esta milicia. El situado para mantener estas innovaciones militares vendría de Potosí.101 En cada uno de estos tres casos, la Corona dependió de las autoridades locales para reformar la milicia, lo que se convirtió en el método estándar para la reorganización militar, en vez de despachar una comisión aparte, como se había hecho para Cuba, México y Puerto Rico. La Corona no actuó de inmediato en Cartagena, Santo Domingo o Panamá. Santo Domingo no tenía la importancia estratégica de una Habana o un San Juan, mientras que Cartagena y Panamá habían perdido estatus con el fin de los Galeones. Además, el descontrolado contrabando socavaba la mayoría del comercio de la seriamente endeudada Nueva Granada.102 Idealmente, la reforma fiscal precedería a las costosas innovaciones militares. El monopolio del tabaco sería la fuente de la mayor parte de las rentas para cubrir la costosa modernización del ejército. Un real decreto del 26 de diciembre de 1765 establecía de manera formal el monopolio del tabaco en Nueva Granada, “como se ha hecho en Nueva España”, en tanto que el monopolio que existía en Perú sería también reorganizado conforme al modelo mexicano. La cédula justificaba colocar las operaciones del monopolio en cada uno de los tres virreinatos bajo la autoridad de Esquilache, debido a amenazas extranjeras indefinidas y a crecientes gastos

100

Leon G. Campbell, The Military and Society in Colonial Peru, 1750-1810 (Filadelfia: American Philosophical Society, 1978), 48.

101

Kuethe, “Las milicias disciplinadas”, 113-14.

102

Lance Grahn, The Political Economy of Smuggling. Regional Informal Economies in Early Bourbon New Granada (Boulder: Westview Press, 1997). Véase también, Allan J. Kuethe, “The Early Reforms of Charles III in the Viceroyalty of New Granada, 1759-1776”, en Reform and Insurrection in Bourbon New Granada and Peru, editado por John R. Fisher, Allan J. Kuethe y Anthony McFarlane, 19-40 (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1990).

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militares.103 En 1760, Esquilache había transferido el monopolio cubano de la Compañía de La Habana a manos de un empresario, José Villanueva Pico, pero antes de que esto ocurriera, los ingleses habían invadido la isla.104 Después de la ocupación inglesa, Esquilache ordenó a Ricla restablecer la fábrica bajo directa administración real. El sucesor de Ricla, Antonio Bucareli, atinadamente describió la institución como “la joya más preciosa de la Monarquía”.105 Como concesión a los a menudo favorecidos cubanos, sin embargo, el monopolio sólo abastecería tabaco a España, en tanto que la hoja para el consumo local se continuaría vendiendo en el mercado libre.106 En tanto que el virrey Pedro Messía de la Cerda asumió el establecimiento del monopolio del tabaco en Nueva Granada, al mismo tiempo cambió el manejo del monopolio de aguardiente de manos de concesionarios privados a las de funcionarios públicos asalariados.107 En 1764, despachó a Juan Díaz de Herrera a la presidencia de Quito, para reclamar la administración de la alcabala de los arrendatarios que la cobraban y el monopolio del aguardiente, de las de operadores particulares, para poner ambos bajo directo control real.108 Las tesorerías de Quito y Santa Fe continuarían enviando situados anuales para mantener las defensas de Cartagena.109

103

De acuerdo con el real edicto, “Por cuanto para atender a los excesivos gastos que ha sido preciso aumentar en los reinos de Indias […] a fin de ponerlos a cubierto de toda invasión enemiga, y que mis vasallos logren del reposo y seguridad… tuve por conveniente mandar que se estableciese en Nueva España el estanco de tabaco, como medio más útil para soportar las urgencias de la corona sin gravamen del vasallo del comercio. Y habiendo reconocido los buenos efectos de esta disposición, y que conviene sea extensiva al Reino de Santa Fe, he resuelto por mi Real Decreto de 26 de diciembre del año próximo pasado, que se establezca también en la renta y estanco del tabaco, como se ha hecho en Nueva España […] y […] Perú, donde también se halla establecida, aunque no bien plantificada […]”. Real Cédula, Madrid, enero 2, 1766, agi, ig, leg. 1744.

104

McNeill, Atlantic Empires of France and Spain, 115.

105

Marrero, Cuba: economía, vol. 11, 1.

106

Ibid., 1-8.

107

Miklos Pogonyi, “The Search for Trade and Profits in Bourbon Colombia, 1765-1777” (Disertación de grado, University of New Mexico, Albuquerque, 1978), 163, 181. El predecesor de Messía de la Cerda, José de Solís, ya había quitado el control de los monopolios de aguardiente de Santa Fe (1757) y de Mompós (1760) de manos de concesionarios privados.

108

Expediente, reforma de rentas en Quito, 1764-1765, agi, Quito, leg. 398.

109

José Manuel Serrano Álvarez, Fortificaciones y tropas. El gasto militar en Tierra Firme, 1700-1788 (Sevilla: Diputación de Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004).

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Resistencia a las reformas en el mundo español atlántico El primer gran reto americano a las reformas de Esquilache surgió en la andina ciudad provincial de Quito, cuando hubo dos revueltas populares con relación a los intentos de Juan Díaz de Herrera para establecer un monopolio de aguardiente y para poner la alcabala bajo directa administración real.110 Para muchos miembros de la elite y ciudadanos plebeyos de Quito, las reformas de la alcabala y del monopolio de aguardiente representaban serios peligros para su bienestar material dentro de un largo período de decaimiento de la antes dominante economía textil. Muchos miembros de la elite, propietarios de tierras, pasaron de la manufactura textil a la producción de azúcar y de aguardiente de caña, bebida popular entre los plebeyos de la ciudad, y el nuevo monopolio estatal amenazaba afectar esas ganancias. Asimismo, los intentos del gobierno para controlar la producción y la venta del licor de la caña de azúcar provocaron una furia inmediata entre los consumidores en los barrios populares de la ciudad. Algunos hasta eran dueños de bares o tiendas de estraperlo que vendían aguardiente y chicha en la ciudad. La reforma del impuesto sobre la venta también amenazaba interrumpir el mercado urbano por un alza en los impuestos de los pequeños propietarios en las parroquias suburbanas que producían productos alimenticios para la ciudad. Además, la nueva administración hizo más estrictas las reglas en lo que concernía a los productos no tasados introducidos de contrabando por vendedores ambulantes, muchos de ellos indígenas y técnicamente no obligados a pagar el impuesto sobre la venta. Para el año 1765, la plebe urbana y las elites descontentas estaban dispuestas a unir fuerzas en una alianza sin precedentes contra las reformas de la Corona.111 El 22 de mayo de 1765, un gran número de airados ciudadanos de Quito se levantó en una protesta dirigida al edificio sede del monopolio del aguardiente y de la aduana en la Plaza de Santa Bárbara. Carniceros, vendedores ambulantes, pequeños campesinos y tenderos aparentemente iban a la cabeza del ataque,

110

Para estudios de la Insurrección de Quito de 1765, véanse Kenneth J. Andrien, “Economic Crisis, Taxes, and the Quito Insurrection of 1765”, Past & Present 129 (1990): 104-31; ibid., The Kingdom of Quito, 1690-1830: The State and Regional Development (Cambridge: Cambridge University Press, 1995), 180-89; Anthony McFarlane, “The Rebellion of the Barrios: Urban Insurrection in Bourbon Quito”, hahr 69:2 (1989): 283-330; y Martin Minchom, The People of Quito, 16901810: Change and Unrest in the Underclass (Boulder: Westview Press, 1994), 232-33.

111

Andrien, “Economic Crisis, Taxes”, 111-12; 117-19.

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procediendo a beber el producto y después a destruir los edificios de una manera disciplinada y metódica. Aunque la multitud eventualmente se desbandó después de que la Audiencia le concediera un perdón y accediera a abolir las innovaciones fiscales, una calma desasosegada prevaleció en la ciudad. Antagonismos latentes volvieron a surgir en una segunda revuelta el 24 de junio, durante la fiesta de San Juan, cuando una fuerza popular de varios miles de personas asedió a peninsulares y funcionarios gubernamentales en la plaza central, donde lucharon hasta casi las cuatro de la mañana siguiente, hora en que las autoridades se rindieron. Con la elite local criolla y los jesuitas sirviendo de intermediarios, la Audiencia accedió a las demandas —las autoridades cedieron las armas a los manifestantes, los españoles peninsulares abandonaron la ciudad dentro de los siguientes siete días y la muchedumbre recibió un perdón absoluto contra cualquier proceso—. La revuelta suspendió efectivamente el real gobierno en Quito, dejando el poder en manos de una desasosegada coalición de criollos y plebeyos.112 Tensiones dentro de la coalición gubernamental acabó debilitando su poder y apresurando el regreso del control real. La violencia de las dos revueltas y el creciente radicalismo de los plebeyos alienaron a las elites criollas, y disgustos latentes entre mestizos y amerindios en la ciudad también debilitaron el gobierno popular. En breve, las tensiones de clase y étnicas presentes en la sociedad quiteña gradualmente socavaron la frágil coalición popular que gobernaba la ciudad después de la Audiencia acceder a las principales demandas de los manifestantes. El 1 de septiembre de 1766, cuando un real ejército entró en Quito bajo el mando del gobernador de Guayaquil, el conciliador Juan Antonio de Zelaya, la dividida ciudadanía dio una calurosa bienvenida a los soldados, poniendo así fin a una seria amenaza a la autoridad real.113 La resistencia dentro de España, el motín contra Esquilache, también afectó el impulso de la reforma. El motín comenzó en Madrid, la noche del 23 de marzo de 1766, Domingo de Ramos, cuando cerca de 6000 personas se aglomeraron en la Plaza Mayor para proseguir a la casa del nada popular ministro italiano del rey, el marqués de Esquilache. La demostración tuvo lugar contra un telón de fondo de altos precios de los alimentos, aumentos en los impuestos para sufragar los gastos de la reciente guerra, y las reformas municipales de Esquilache, que

112

Ibid., 120-25; McFarlane, “Rebellion of the Barrios;” 300-17.

113

Andrien, “Economic Crisis, Taxes”, 125-29; McFarlane, “Rebellion of the Barrios”, 317-24.

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incluían un incendiario edicto emitido el 20 de marzo, que prohibía a los madrileños usar capas largas y sombreros de ala ancha, ostensiblemente para prevenir que los criminales ocultaran armas u objetos robados. Después de saquear la casa de Esquilache, que se había refugiado en el palacio real, la multitud creció en número hasta llegar a más de 15 000, y comenzó a atacar coches, a romper ventanas en las casas adineradas, a liberar prisioneros, y a romper las lámparas de luz de las calles de Madrid, recientemente instaladas por orden de Esquilache.114 Al día siguiente, la violencia aumentó con más de 25 000 personas invadiendo la Puerta del Sol y entonces dirigiéndose al Palacio Real, donde se enfrentaron a los Guardas Valones del rey, un muy despreciado grupo de tropas extranjeras. Docenas de manifestantes y diez de los guardas murieron, y la airada turba arrastró por las calles los cuerpos de los soldados muertos, prendiendo fuego a dos.115 La multitud en principio había demandado la destitución y el exilio del extranjero Esquilache y una disminución de los precios de los productos alimenticios, pero al segundo día pedían la renuncia de todos los ministros extranjeros, la revocación de la regla contra las capas y los sombreros, y la abolición de los Guardas Valones. Aunque los ministros se dividieron en cuanto a qué respuesta dar a tales demandas, el rey en persona se asomó a un balcón del Palacio Real y accedió a todas las demandas, lo que aquietó a la multitud. Sin embargo, a media noche, un muy estremecido Carlos abandonó la ciudad con su anciana y frágil madre, y sus hijos, por un túnel detrás del palacio, donde a la salida aguardaban coches para llevarlos a Aranjuez. El comentario del contemporáneo conde de Fernán-Núñez capta de maravilla el intenso dramatismo del momento y la humillación que Madrid infligió a su rey: No creyendo S.M. conveniente a su decoro el permanecer por más tiempo en Madrid, y deseando castigar a sus habitantes [por su ausencia], determinó retirarse a Aranjuez aquella misma noche, y habiendo dado todas

114

El alumbrado público era parte de las reformas municipales patrocinadas por Esquilache. La Corona empleó a un arquitecto italiano, Francisco Sabatini, para modernizar varios aspectos del servicio de agua de la ciudad, la eliminación de deshechos, y la seguridad, razón por la cual el gobierno había hecho a los vecinos pagar por las luces. Esto probablemente explica por qué la turba destruyó las aparentemente inocuas luminarias de la ciudad durante el motín y atacó la casa de Sabatini. Véase Antonio Domínguez Ortiz, Carlos III y la España de la ilustración (Madrid: Alianza Editorial, 1988), 65-66.

115

John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 262.

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las providencias con el mayor secreto, salió con toda su real familia por las bóvedas de Palacio, y tomando los coches fuera de la Puerta de San Vicente, se dirigió a Aranjuez, donde había hecho marchar las Guardias Valonas para su guardia. Como los callejones bajos eran estrechos, fue preciso cortar las varas a la silla de la reina madre […] para que pudiese pasar. Pero con todo, salió e hizo su viaje como los demás, aunque dicen que nada omitió para empeñar al Rey a que no lo ejecutase.116

Pese a que el rey y su familia habían escapado con éxito de la turbulenta capital, Carlos claramente reconocía la gravedad de tal peligrosa situación política. Con su escapada de palacio, Carlos recibió una profunda y nada bienvenida educación sobre la política de Madrid. El impetuoso y prepotente rey que había llegado de Italia con la intención de iniciar ambiciosos programas de reforma se hizo un más cauto y prudente hombre de Estado. Esta transición reveló la verdadera fuerza de un monarca, que era capaz de aprender y adaptarse a las realidades que confrontaba. A largo plazo, él lograría mucho, pero su agenda reformista se desenvolvería de manera atenta, diseñada cuidadosamente para adaptarse a esas realidades políticas que enfrentaba. En su huida de Madrid, Carlos sabiamente empleó su Guarda Real para defender el camino a Aranjuez, una precaución que su torpe primo francés falló en tomar veintitrés años más tarde cuando escapó a Versalles. El 25 de marzo, la noticia de la huida del rey y de que el gobierno había ordenado a las tropas congregarse en Madrid, hizo que grupos de protesta se movilizaran y se armaran para defenderse contra un esperado ataque. Muchos gritaban: “Viva el rey, muerte a Esquilache”. En un gesto de aparente desprecio, los líderes de la turba enviaron a un recientemente liberado criminal condenado, Diego de Avendaño, a Aranjuez, con las primeras demandas al rey, junto con el requisito adicional de que regresara a Madrid y otorgara un perdón oficial a todos los que habían tomado parte en el motín.117 Mientras en Aranjuez, Carlos también recibió una sorprendente carta del obispo Antonio Rojas y Contreras, el aristocrático presidente del Consejo de Castilla, en la que apoyaba los objetivos

116

Citado en María Ángeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio (Barcelona: Plaza & Janés, 2003), 482.

117

Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Apogee of Empire. Spain and New Spain in the Age of Charles III, 1759-1789 (Baltimore y Londres: Johns Hopkins University Press, 2003), 86-87.

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de la muchedumbre e instando el despido de Esquilache. El obispo asimismo instaba al Consejo en pleno a que recomendase lo mismo al monarca. El 26 de marzo, cuando Avendaño regresó de Aranjuez, anunció la capitulación del rey. Esquilache marchó a Italia y la muchedumbre se dispersó. Los manifestantes habían sufrido 21 bajas, 49 heridos, y las tropas del gobierno habían perdido 19. Es más, cuando la noticia de la insurrección de Madrid se esparció a las provincias, motines adicionales surgieron en una serie de ciudades provinciales claves, como Bilbao, Zaragoza, Barcelona y Cádiz. Las consecuencias políticas empeoraron cuando el aristocrático obispo de Cuenca, Isidoro de Carvajal y Lancáster, escribió una carta, bien distribuida entre las elites políticas de la capital, apoyando las demandas de la turba de Madrid, en la que incluso citaba fallos en la política colonial, como la pérdida de La Habana, como evidencia de la ira divina contra los reformadores.118 El asunto en su totalidad dejó al rey y a sus ministros reformistas estremecidos; la agenda regalista parecía haberse descarrilado con este poderoso brote de hostilidad popular, que hasta algunos influyentes miembros de la aristocracia ahora abiertamente respaldaban.119 Para Carlos, la humillación era profunda. El haber tenido que huir de palacio bajo la cubierta de la oscuridad había sido un severo golpe a su imagen de rey. Mientras que el conde de Aranda restablecía la paz en Madrid, el embajador francés D’Ossun instaba a Carlos a regresar inmediatamente para hacerle frente a la oposición, pero este se negó.120 En vez de eso, el rey esperó a que la Corte se trasladara al Palacio de Oriente para el invierno, sólo entrando en la ciudad después de haber extraído una disculpa de las corporaciones de Madrid, documento que Aranda había orquestado con sumo cuidado.121 Finalmente, el tener que despedir a su ministro favorito fue sin duda un remedio muy amargo de beber. Previsiblemente, Carlos permaneció fiel a Esquilache. El rey continuó manteniendo la fuerte adicción al tabaco del italiano durante años después, enviándole hoja

118

Ibid.

119

Hay una considerable serie de estudios sobre el motín contra Esquilache, pero aparece muy bien resumido en Domínguez Ortiz, Carlos III y la España, 63-84.

120

D’Ossun a Choiseul, Aranjuez, mayo 17, junio 2, 19 y 24, y julio 7, 1766, y Choiseul a D’Ossun, Versalles, junio 29, 1766, aae:cpe, vol. 546, fols. 81, 132, 141 y 165-66.

121

D’Ossun a Choiseul, Aranjuez, mayo 17, junio 2, 9 y 23, y julio 11, 1766. aae:cpe, vol. 546. Su Majestad recibió la petición el 7 de junio. El cortejo real evadió Madrid en su viaje veraniego a La Granja de San Ildefonso, pasando por El Escorial.

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cubana, y eventualmente le halló un puesto como embajador a Venecia.122 Pero el rey recibió otro golpe, cuando su anciana madre, Isabel Farnesio, falleció en Aranjuez, cuatro meses después de la insurrección.123 Siguiendo sus deseos, su entierro tuvo lugar en la Granja de San Ildefonso, donde ella había depositado los restos de Felipe veinte años antes. A su muerte, los últimos vestigios de política real que daban primacía a preocupaciones dinásticas desaparecieron. A pesar de estos altamente visibles reveses, el rey Carlos y sus ministros se daban cuenta de que solo medidas audaces, no tímida resignación, les permitirían recuperar la iniciativa política en la estela de las insurrecciones. Los contemporáneos, y aun historiadores más tardíos, hallaron evidencia de que el motín contra Esquilache había sido planeado por elementos siniestros, y que no había brotado de manera espontánea por oposición popular. Partidarios de la conspiración argüían que las protestas se habían extendido rápidamente a otras ciudades desde Madrid, y que antes del brote de violencia, habían aparecido pasquines incitando a las protestas populares contra las regulaciones, en cuanto a la indumentaria, durante varias semanas antes del Domingo de Ramos. Además, el aparente apoyo de facciones aristocráticas a las demandas de los manifestantes, y la participación de agitadores que estimulaban a la turba a la acción en tabernas y lugares públicos, indicaban una conspiración dirigida por la elite.124 El embajador británico, lord Rochford, aun insinuó que los franceses habían trabajado entre bastidores con aristócratas españoles para maquinar una revuelta en Madrid.125 Para averiguar a fondo el problema, el rey nombró una comisión investigadora, encabezada por el conde de Aranda, para determinar qué grupos habían manipulado a la gente para rebelarse. El rey y sus ministros desesperadamente necesitaban una conspiración, y más importante aún, una excusa para justificar la vuelta a la política reformista. Pronto la hallarían en la poderosa orden jesuita. El papel del Consulado de Cádiz permanece dudoso, pero es curioso que los dos principales ministros reformistas de la época, Ensenada y Esquilache, ambos cayeron en el momento en que la desregulación comercial estaba en juego. 122

Esquilache al gobernador de Cuba, Antonio Bucareli, Messina, septiembre 1771, agi, ig, leg. 1629.

123

Pérez Samper, Isabel de Farnesio, 486-88.

124

Domínguez Ortiz, Carlos III y la España, 76-77.

125

Lynch, Bourbon Spain, 264-65.

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Fernando de Silva Álvarez de Toledo, duque de Alba, antes Huéscar, propietario de vastos terrenos cerca de Sevilla, beneficiados por el tercio reservado para los productos locales en las flotas, incitaba sospecha, pero no apareció evidencia concreta alguna.126 Alba formaba parte de un círculo interno de consejeros, principalmente del Consejo de Estado, de quien Carlos dependió durante los tristes meses después de las revueltas, e instaba al monarca a trasladar la capital a Sevilla, una proposición que Carlos, habiendo pasado allí cinco años en su juventud, consideró seriamente.127 Ensenada creía que el momento para su completa restauración había llegado por fin, pero el 19 de abril recibió orden de regresar al exilio, esta vez en Medina del Campo.128 Los enemigos del viejo ministro controlaban ahora el influyente Consejo de Estado, dirigido por Alba y Wall, y ya él no era de utilidad política a Carlos. Ensenada permanecería en Medina del Campo hasta su muerte en 1781. Mientras tanto, el venerable fray Arriaga, a quien Esquilache había echado a un lado, súbitamente emergió como figura poderosa y respetada. Como Grimaldo tras el exilio de Alberoni, Arriaga tiene que haber sentido una profunda sensación de redención.

Reforma clerical carolina y los jesuitas El ataque de la Corona a la Sociedad de Jesús en 1767 formaba parte de un mayor esfuerzo regalista para reformar la Iglesia católica romana y subordinarla al Estado borbónico. Los ministros de Carlos III eran todos piadosos católicos, pero querían limitar el poder temporal del papado, la influencia de la curia romana en los asuntos nacionales, y la acumulación de riqueza por la Iglesia en España y en Indias.129 Esta reformada “Iglesia nacional” trabajaría en conjunto con la monarquía para implementar las normas de la Corona y asegurar la estabilidad

126

Conde de Fernán Núñez, Vida de Carlos III, editado por A. Morel-Fatio y A. Paz y Meliá, 2 vols., vol. 1 (Madrid: F. Fe, 1898), 206; Manuel Danvila, Reinado de Carlos III, 6 vols., vol. 2 (Madrid: El Progreso Editorial, 1892-1896), 317, 568.

127

D’Ossun a Choiseul, Aranjuez, abril 10, mayo 9, junio 9, 19 y 23, y julio 5, 1766. aae:cpe, vol. 545, fols. 42-43, 81, 265, 268 y 355-56.

128

No ha aparecido una explicación clara de lo que pensaba Carlos. Gómez Urdáñez y Lorenzo Cadarso, Castilla, 516.

129

De acuerdo con el catastro del marqués de la Ensenada, la Iglesia en Castilla poseía una séptima parte del terreno, pero representaba una cuarta parte de la producción agrícola. También era dueña de una décima parte de todos los animales de pastoreo, y numerosos derechos de retención y préstamos sobre la propiedad. Domínguez Ortiz, Carlos III y la España, 144.

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social.130 Un importante componente en el avance del poder de la Corona sobre la Iglesia era el control de nombramientos claves a la jerarquía secular, encarnado en el Concordato de 1753. El clero regular, sin embargo, permanecía más independiente, y para el siglo xviii las órdenes religiosas habían adquirido la reputación de ser haraganas, corruptas y un drenaje de los recursos de la sociedad.131 Una generación antes, Juan y Ulloa habían arremetido contra los abusos de las órdenes en los Andes, y su informe y otros contribuyeron a la decisión de secularizar las doctrinas de indios para 1753. Los jesuitas, sin embargo, habían evitado en gran medida tales ataques de la Corona, hasta que la caída de Ensenada y de Rávago les quitó el apoyo del llamado “Partido Jesuita” en Madrid. Sin sus protectores, los jesuitas de súbito se convirtieron en un blanco visible para los ministros regalistas de Carlos III, quienes no sentían afecto alguno por la sociedad o el papado. En sus esfuerzos para crear una reformada Iglesia nacional, los regalistas borbónicos contaban con el apoyo de los jansenistas, quienes querían purgar el catolicismo de las más emotivas formas de la piedad popular barroca, con su énfasis en el culto de santos, suntuosos festivales religiosos y decoración ornamentada. El jansenismo era un movimiento de reforma europeo, con particular fuerza en Francia, pero los jansenistas en España también favorecían el retorno a la simplicidad de la Iglesia en sus comienzos. Aunque siempre era una diversa minoría dentro de la Iglesia española, los jansenistas creían en una relación más directa entre los hombres y Dios, poniendo énfasis en la importancia de la gracia divina, en vez de en el libre albedrío y las buenas acciones para alcanzar la salvación. Querían, además, debilitar la autoridad del papado y de la Inquisición. En cambio, los jansenistas fomentaban el poder episcopal, y a veces hallaban útil aliarse a regalistas borbónicos en sus esfuerzos para reformar la Iglesia.132 Al igual que sus aliados reformistas en la Corte, los jansenistas españoles se sentían atraídos por muchas de las ideas de la Ilustración, y deseaban reformar

130

Charles C. Noel, “Clerics and Crown in Bourbon Spain, 1700-1808: Jesuits, Jansenists, and Enlightened Reformers”, en Religion and Politics in Enlightenment Europe, editado por James E. Bradley y Dale K. Van Kley (Notre Dame, Ind.: University of Notre Dame Press, 2001), 131-32.

131

El padrón de 1768 arrojaba la cifra de 55 453 clérigos regulares y 27 665 monjas en España. Junto con la cifra de 51 048 clérigos seculares, el total de religiosos en el país era 151 829, sin contar sacristanes, administradores y clero auxiliar. Domínguez Ortiz, Carlos III y la España, 145.

132

Ibid., 126-27.

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la moralidad y ganar más control sobre el sistema educativo como un vehículo para promover cambios sociales y religiosos.133 El mayor obstáculo para estos cambios eran los grupos políticos y eclesiásticos más conservadores, en particular los jesuitas, cuya obediencia al papado e influencia en la educación universitaria hacía de la orden un enemigo natural de los jansenistas.134 Para mediados del siglo xviii, los jesuitas habían acumulado una poderosa variedad de enemigos políticos y eclesiásticos. La orden abogaba la importancia del libre albedrío humano en la consecución de la salvación sobre la gracia divina o la predestinación, lo que la enfrentaba a los jansenistas y aun a otras órdenes como los dominicos y los agustinos.135 Muchos jesuitas también defendían la doctrina del probabilismo, que proporcionaba una manera de enfocar asuntos difíciles de conciencia o disputas sobre la doctrina de la Iglesia. De acuerdo con el probabilismo, un católico podía con seguridad aceptar un acto o doctrina aprobada por un líder de la Iglesia, aun cuando la evidencia, científica o teológica, apoyara una opinión o interpretación teológica contraria. Para una orden misionera como la de los jesuitas —con empresas evangélicas de México a China—, el probabilismo les permitía tomar mucho prestado de las civilizaciones indígenas avanzadas y usar una mayor flexibilidad en la conversión de individuos de diferente formación cultural. Para otras órdenes religiosas, clérigos seculares, y en particular, los jansenistas, el probabilismo sólo fomentaba laxitud dentro de la Iglesia. Aunque no todos los jesuitas defendían el probabilismo, la doctrina era estrechamente asociada con la orden.136 Además, el hecho de que algunos jesuitas habían defendido el derrocamiento de gobiernos inmorales, los hacía susceptibles a cargos de favorecer el regicidio y la revolución, cargo este que alienaba a los regalistas en España y que en particular alarmaba al rey Carlos III.137 Por último, el casi monopolio que la Sociedad había tenido tradicionalmente sobre el cargo de confesor real, con sus amplios poderes de patronato eclesiástico, y la dominación de los prestigiosos colegios mayores

133

Ibid., 127-29.

134

Ibid., 142-43.

135

Ibid., 86-87.

136

Ibid.; Pablo Macera, “El probabilismo en el Perú durante el siglo xviii”, en Trabajos de Historia, tomo 2, 79-137 (Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1977).

137

Domínguez Ortiz, Carlos III y la España, 87.

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en universidades españolas, habían causado profundo resentimiento entre muchos clérigos y laicos.138

La larga disputa con los jesuitas sobre el diezmo Otro importante motivo de fricción, latente por mucho tiempo, entre la Corona y la Sociedad de Jesús era la larga y amarga lucha sobre si la orden estaba exenta o no de pagar el diezmo por sus extensas propiedades en el Nuevo Mundo, una disputa que solo se solucionó pocos meses antes de la orden de expulsión. El diezmo era un impuesto del 10 % sobre todos los productos alimenticios rurales, que se utilizaba para mantener la Iglesia católica romana. En 1501, el papa Alejandro VI declaró a la Corona “dueño absoluto” de los diezmos recolectados en Indias, debido a la copiosa cosecha de almas indígenas que habrían de ser convertidas y atraídas a la Iglesia. Dos novenos de cada recolección del diezmo iban directamente a las reales tesorerías de las Indias, mientras que el resto se dividía para mantener las varias actividades del clero secular.139 Cada dueño de un terreno productivo pagaba el diezmo, pero los jesuitas afirmaban que el papa Pío IV, en 1561, les había hecho exentos de pagar el impuesto para ayudarles a mantener las muchas misiones que evangelizaban a los indígenas en las Indias. Esta concesión había sido confirmada por Gregorio XIII en 1568 y Gregorio XIV en 1591, y ratificada por el rey Felipe II en 1572.140 Como resultado, los jesuitas no pagaban diezmos sobre sus extensas propiedades rurales en el Nuevo Mundo, a pesar de repetidas protestas por parte de las autoridades virreinales y de la jerarquía del clero secular en las Indias. Los jesuitas defendieron con éxito esta exención hasta que los capítulos catedralicios de Ciudad de México y las Filipinas llevaron el asunto a la atención del Consejo de Indias en 1748. En respuesta a este reto legal de los capítulos catedralicios, el padre Pedro Ignacio de Altamirano, el jesuita procurador general de las Indias, respondió en un memorial al Consejo que su orden era “el dueño absoluto de los diezmos en las Indias”, de acuerdo con las concesiones que el

138

Ibid., 88.

139

C. H. Haring, The Spanish Empire in America (Nueva York: Oxford University Press, 1947), 167-69.

140

Real Cédula, Buen Retiro, febrero 24, 1750, agi, ig, leg. 3085A.

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papado y la Corona habían hecho 200 años antes.141 Aunque normalmente favorable a los jesuitas, Fernando se dio cuenta que la cantidad de diezmos perdidos era considerable, y la reclamación del padre Altamirano constituía un poderoso reto al patronato real de la Corona. Como resultado, Fernando convocó una junta especial, compuesta por cuatro miembros del Consejo de Castilla y el fiscal del Consejo de Indias para estudiar el asunto. En la consulta del 10 de diciembre de 1749, la junta declaró que los jesuitas debían pagar el diezmo sobre los frutos de sus propiedades y de otras que pudieren adquirir. De acuerdo con la consulta, el papa Alejandro VI había dado a Fernando, Isabel y a sus sucesores el derecho de cobrar el diezmo para el mantenimiento de la Iglesia en las Indias, y ningún papa después tenía el derecho de eximir grupo alguno de pagar el impuesto, incluyendo a los jesuitas. Por otra parte, no se podía esperar que los jesuitas pagaran el impuesto de manera retroactiva, porque la cantidad debida era simplemente enorme. Es más, la junta también aplaudió los meritorios esfuerzos evangelizadores de la Sociedad en las Indias, que sus vastas propiedades de tierra sufragaban. Como resultado, la junta recomendó cobrar a los jesuitas un diezmo del 3 y ⅓ % (uno a treinta) en vez del 10 % pagado por las demás.142 La Corona estuvo de acuerdo con la recomendación de la junta especial, declarando que, a partir del 1 de enero de 1750, los jesuitas pagarían el 3 y ⅓ % sobre todas las futuras cosechas de sus haciendas. El edicto asimismo demandaba que todas las partes aceptaran el juicio del rey y mantuvieran silencio perpetuo sobre el asunto en el futuro. Su Majestad no habría de tolerar futura litigación o discusión acerca de los jesuitas y el diezmo.143

141

Consulta, Madrid, diciembre 10, 1749; Real Cédula, Buen Retiro, febrero 24, 1750, agi, ig, leg. 3085A.

142

Consulta, Madrid, diciembre 10, 1749, agi, ig, leg. 3085A.

143

Real Cédula, Buen Retiro, febrero 24, 1750, agi, ig, leg. 3085A. Esta discusión de los jesuitas y el diezmo tuvo lugar justo cuando el rey había convocado a la Junta Particular de Ministros en la residencia de José de Carvajal y Lancáster en noviembre de 1748, para considerar la reforma de las órdenes regulares en las Indias. Entre los asuntos discutidos en la reunión estaba el limitar la cantidad de bienes raíces que las órdenes podían comprar en las Indias. Los arzobispos electos de Lima y México instaban enérgicamente limitar la riqueza excesiva de las órdenes. Dado que los jesuitas poseían la porción más grande de los terrenos, el poner límites a los bienes raíces significaba un golpe en potencia más devastador que el pagar el diezmo en su totalidad. Al final, el comité quedó dividido y dejó el asunto. El fuerte apoyo del marqués de la Ensenada y de Francisco Rávago probablemente protegieron a los jesuitas de cualquier reforma radical en la política

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

A pesar de la decisión definitiva de la Corona, las disputas continuaron. El 13 de marzo de 1755, los cabildos eclesiásticos de las Catedrales de Ciudad de México, Puebla y Quito escribieron a la Corona que la Sociedad había rehusado pagar el diezmo como se ordenaba en el edicto del 24 de febrero de 1750.144 Las autoridades de México y Quito entonces enviaron un inventario de las grandes propiedades de los jesuitas en ambas provincias, para indicar cuántas rentas la Corona estaba perdiendo. De acuerdo con las cifras más tarde compiladas por la agencia gubernamental que administraba las propiedades en Quito, la renta total de todas las propiedades jesuitas era de 168 000 pesos en 1766 y 223 000 pesos en 1765.145 En algunos años, los jesuitas habían recibido grandes ganancias, casi 60 000 pesos, mientras que, en otros, los gastos excedían las rentas. Estas redes de propiedades mantenían trece colegios jesuitas funcionando en el distrito y misiones fronterizas a lo largo de los ríos Mainas y Marañón. El memorial de México mostraba que la renta de las propiedades de los jesuitas alcanzaba 425 000 pesos al año, cantidad mucho mayor que las anotadas en las extensas propiedades de la Sociedad en la Audiencia de Quito.146 En Nueva España y Quito, sin embargo, las cantidades de las rentas de los diezmos que la Sociedad debía a la Corona eran considerables, y al reclamar la exención, la Sociedad le estaba costando caro a la Corona en rentas perdidas. En tres cartas sin firmar y por separado, los jesuitas disputaban tanto los alegatos de su gran riqueza como cualquier acusación acerca del fallo de la orden en pagar el diezmo al 3 y ⅓ %. Las cartas comenzaban defendiendo las antiguas exenciones del diezmo a la Sociedad, aunque cada carta también aceptaba el

de la Corona en lo que tocaba a la posesión de tierras por el clero. Junta Particular de Ministros, Madrid, Biblioteca del Palacio Real, II, 1601E, fols. 22-39. 144

Real Cédula, Buen Retiro, febrero 19, 1756, agi, ig, leg. 3085A.

145

Andrien, The Kingdom of Quito, 102-06, 223-229.

146

“Copia de lo más substancial del testimonio dado por el essmo Joseph Pazmiño comprobado de otros tres, su fha [fecha] en la Ciudad de San Francisco de Quito a 5 días del mes de abril de 1763, por donde consta las matrículas o breve resumen de las haciendas que la religión de la Compañía de Jesús posee en las cinco leguas inmediatas de la misma ciudad, cuya averiguación se hizo de orden de su Almo Obispo, a pedimento de aquel Ven Cabildo a fin de dar cuenta a SM del grave perjuicio, que a las dos misas y reales novenas se les sigue con la adquisición de tan numerosas y vastas haciendas en toda la provincia que contienen una infinidad de gente empleada, y especialmente con el privilegio que la religión de la Compañía de Jesús disfruta moderadamente de pagar diezmo de treinta y uno de todos los frutos de sus fincas”. Tercera carta anónima de un jesuita, s. l., s. f., agi, ig, leg. 3085A.

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derecho del rey de España de imponerles impuestos. De acuerdo con las cartas, las autoridades en las Indias habían difamado a la Sociedad, con “imposturas y calumnias que [d]espedazaban el crédito y buen nombre de su religión”.147 Los jesuitas, sin embargo, se habían acostumbrado a tales comentarios difamatorios, que toleraban con resignación, aunque “el amor de la verdad, y el derecho de la propia defensa no sufren se pase en silencio, que los referidos memoriales son injuriosos a la integridad, rectitud y buena memoria […]”.148 De acuerdo con las cartas, algunos de los críticos hasta habían falsamente sugerido que la tasación del 3 y ⅓ % había sido conseguido debido a la siniestra intervención del padre Rávago, el confesor jesuita de Fernando.149 La tercera carta argüía que la jerarquía secular en México era culpable de haber roto el silencio impuesto en cuanto a la controversia del diezmo, cuando el portavoz de la Iglesia en el arzobispado de México, Joseph Miranda, escribió a la Corona el 26 de junio de 1760 alegando, falsamente, que los jesuitas se habían negado a pagar el impuesto. Miranda también alegaba que la orden poseía 24 haciendas en Nueva España y 13 ranchos (propiedades más pequeñas). El jesuita autor de la carta decía, sin embargo, que esto era una enorme exageración. Algunas propiedades tenían dos o tres nombres diferentes, por lo que Miranda pensó que cada nombre correspondía a una propiedad diferente, cuando no era así. Miranda asimismo decía que la renta total de las propiedades mexicanas alcanzaba la suma de 425 000 pesos, pero no mencionaba que los gastos anuales alcanzaron la suma de 439 000 pesos, dejando un déficit de casi 14 000 pesos al año, y no grandes ganancias enviadas a Roma.150 En resumen, la orden alegaba que todos los argumentos contra ella eran mentiras difamatorias encaminadas sencillamente a desacreditar el buen nombre de la Sociedad de Jesús. Cuando las autoridades en Santiago de Chile, Ciudad de México, Puebla, Guatemala, Durango y Lima presentaron quejas adicionales en 1765 acerca de la negativa de los jesuitas de pagar impuestos, Carlos III de nuevo refirió el asunto al Consejo de Indias. El fiscal del Consejo aducía que el edicto de 1750 estableciendo el diezmo al 3 y ⅓ % había sido sólo una concesión del rey Fernando VI

147

Ibid., Primera carta jesuita anónima, s. l., s. f.

148

Ibid.

149

Ibid.

150

Ibid., Tercera carta jesuita anónima, s. l., s. f.

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a la Sociedad y que podía ser revocado en cualquier momento por la Corona.151 En un edicto final sobre el asunto el 4 de diciembre de 1766, el rey revocó la orden de 1750 que establecía el diezmo de los jesuitas en el 3 y ⅓ %, emitiendo en cambio la orden que la Sociedad había de pagar el 10 % íntegro sobre todas sus propiedades, inclusive aquellas alquiladas a legos. Esta nueva regulación servía para proveer estabilidad económica a la Iglesia en las Indias y para defender su real patronato, que era “gravísimamente perjudicado, como también las iglesias por el referido decreto, contra la rectísima y piadosa intención del rey mi hermano, que le expidió siniestramente informado con importunos ruegos y presentaciones caprichosas, sugestivas, y complicadas con los vicios de obrepción y supresión, que indican nulidad en los resultados pero el mismo decreto”.152 De acuerdo con Carlos, nunca había sido la intención de su hermano hacer una concesión permanente a los jesuitas, cuyas contribuciones a la sociedad no excedían las de cualquier otra orden regular clerical en las Indias.153 Este edicto finalmente puso fin a la larga controversia con la orden sobre su contribución del diezmo. Se produjo justo unos tres meses antes de la orden de expulsión de la Sociedad de Jesús del imperio español. Los jesuitas se habían embarcado en un largo y fútil esfuerzo por evitar pagar el diezmo. Para la fecha de la insurrección de Madrid en 1766, contaban ya con pocos defensores y muchos enemigos.

La expulsión de los jesuitas Mucho del trabajo de la comisión nombrada por Carlos III para investigar el motín contra Esquilache recayó sobre el fiscal regalista del Consejo de Castilla, Pedro Rodríguez Campomanes, quien pronto decidió preparar un caso acusando a los jesuitas de la sublevación. Su influyente informe apareció el 31 de diciembre de 1766. Sin evidencia real concreta que vinculara a la Sociedad con el desorden, Campomanes simplemente resumió temores y sospechas populares acerca de la orden.154 Acusaba a los jesuitas de ejercer un poder siniestro sobre la educación

151

Consulta de parte, Madrid, julio 15, 1765, agi, ig, leg. 3085A.

152

Real Cédula, Madrid, diciembre 4, 1766, agi, ig, leg. 3085A.

153

Ibid.

154

El informe de Campomanes ha sido editado en una publicación moderna. Véase Pedro Rodríguez Campomanes, Dictamen fiscal de expulsión de los jesuitas de España (1766-1767), editado e introducido por Jorge Cejudo y Teófanes Egido (Madrid: Fundación Universitaria Española, 1977).

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avanzada para promover sus opiniones y de usar su dominio de cargos claves de asesoramiento en el gobierno para avanzar sus propios nefastos designios para “dominar el mundo”. Campomanes también condenaba a la orden por poseer lujosas propiedades, intereses comerciales ilícitos, y empresas de manufactura en España y el imperio, que habían acumulado usando la injusta exención de impuestos.155 Además, la orden hacía remitir las ganancias de sus empresas en el Nuevo Mundo a Roma, enriqueciendo al papado con dineros que por derecho pertenecían a la monarquía. Al final, Campomanes reiteraba casi todos los argumentos en contra de los jesuitas comunes a la literatura de la época, los que utilizó para erigir un apasionado pero débil caso relacionando a la orden con las revueltas del pueblo en contra de la Corona.156 El explosivo informe de Campomanes dio, al rey y a sus ministros, un chivo expiatorio impopular y conveniente como razón para el descontento popular, lo que absolvía al gobierno, a la nobleza, a la mayor parte de la Iglesia y al pueblo de cualquier responsabilidad en provocar el motín contra Esquilache. Tras consultar con personas con “experiencia y gran carácter”, el rey emitió un real decreto el 27 de febrero de 1767, ordenando la expulsión de los jesuitas para proteger al pueblo y garantizar el respeto a la Corona.157 Remitió secretamente el edicto al conde de Aranda, quien envió órdenes clandestinas el 1 de marzo a los virreyes, capitanes generales y gobernadores de las Indias y de las Filipinas de ejecutar el decreto. La comunicación de Aranda pedía que la voluntad real fuese acatada en secreto, pero ordenaba que todo debiera ser hecho sin perturbar la

155

Para un excelente resumen de Campomanes y sus argumentos, véase Stein y Stein, Apogee of Empire, 101-107.

156

Los historiadores de la época y después han debatido si la sublevación fue un acto espontáneo del pueblo madrileño o si otros grupos partidistas opuestos a Esquilache en particular y a las reformas en general, organizaron y quizás hasta manipularon el descontento popular para sus propios fines políticos. Entre los grupos más citados como conspiradores estaban: los franceses, miembros de la alta nobleza, y miembros de la Iglesia, incluso los jesuitas. Para resúmenes más recientes de estas posiciones, véanse Laura Rodríguez, “The Riots of 1766 in Madrid”, European Studies Review 3:3 (1973): 232-37, y Lynch, Bourbon Spain, 264-66, quienes presentan un caso para implicar a los tres grupos. Stein y Stein, Apogee of Empire, 92-101, aducen la complicidad de las elites que se oponían a las reformas. Domínguez Ortiz, Carlos III y la España, 76-78, sostiene que la evidencia todavía no es definitiva acerca de la existencia de una conspiración y cree que el motín fue una expresión espontánea, debida al descontento económico y la xenofobia dirigida contra los ministros extranjeros del rey.

157

Real Cédula, El Pardo, marzo 27, 1767, agi, ig, leg. 3087.

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paz o provocar resistencia alguna por parte de la población local. También daba instrucciones a las autoridades civiles para que informasen al clero en cada región y a las otras órdenes religiosas que el edicto solo afectaba a los jesuitas. El monarca tenía plena confianza en la lealtad y la fidelidad de las otras órdenes regulares.158 Aunque Aranda permitía a cada funcionario en las Indias usar su discreción en cuanto a los detalles de la expulsión, incluía otra carta ofreciendo instrucciones básicas en cuanto a cómo llevar a cabo la operación, con instrucción de no ser abierta hasta el día antes de cumplir la tarea. Aranda comunicó a los funcionarios que habrían de mantener todo el asunto en secreto hasta la mañana antes de la operación, momento en que cada funcionario congregaría tropas para cerrar todas las vías a los colegios jesuitas. Tras rodear cada colegio, los jesuitas serían confinados a su casa capítulo en grupo, inclusive el hermano cocinero, y cualquiera de los miembros de la orden que se hallase fuera, debía ser reclamado inmediatamente. Todos los documentos oficiales, cuentas y libros serían secuestrados, junto con toda la vestimenta y joyas, y un inventario hecho de todo lo incautado. Demandaba que los jesuitas fueran tratados bien, que a todos los novicios que aún no habían hecho los votos perpetuos se les diese la oportunidad de abandonar la orden y pasar a ser miembros del clero secular. Cada jesuita podía llevar consigo solo sus posesiones personales —ropa, breviarios, tabaco o chocolate— en el viaje al puerto más cercano, sin comunicarse con ningún otro religioso o ningún laico. En el puerto de embarque, los funcionarios harían una lista de los jesuitas, sus nombres, países de origen y rango dentro de la orden. Cualquier jesuita anciano o enfermo podría ser retenido y habría de recibir atención médica, y el procurador de cada colegio habría de quedarse dos meses, con el objeto de dar cuenta de la administración de las propiedades jesuíticas y contestar cualquier pregunta acerca de los bienes confiscados. Las autoridades coloniales traspasarían todos los colegios o seminarios jesuitas a otras órdenes regulares o al clero secular.159

158

Conde de Aranda a los virreyes de México, Perú, Santa Fe, al gobernador de Buenos Aires, al comandante de Chile y al gobernador de las Islas Filipinas, Madrid, marzo 1, 1767 (circular reservada) agi, ig, leg. 3087.

159

“Instrucción de lo que deberán ejecutar los Comisionados para el estrañamiento y ocupación de bienes y haciendas de los Jesuitas en estos Reinos de España e Islas adyacentes, en conformidad con lo resuelto por S. M.”, Madrid, marzo 1, 1767, agi, ig, leg. 3087.

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El rey emitió el real edicto formal de expulsión el 27 de marzo de 1767, y seis días más tarde las reales tropas en España comenzaron a reunir a todos los miembros de la orden a lo largo y ancho del país.160 El edicto no presentaba ninguna razón específica para el acto, manifestando que su propósito era mantener la subordinación, tranquilidad y justicia de sus pueblos y ciudades, y proteger a su pueblo y asegurar el respeto a la monarquía. El rey encargó poner en efecto la expulsión de los jesuitas al conde de Aranda, quien también habría de supervisar la administración de todas las propiedades jesuíticas como presidente del Consejo de Castilla. Cada jesuita español recibiría una pensión anual de 100 pesos, con 90 pesos yendo a cada hermano laico; jesuitas extranjeros que residían en dominios bajo control real, serían devueltos a sus hogares, sin pensión alguna. Los novicios podrían abandonar la orden y permanecer como clérigos seculares, o permanecer con sus hermanos jesuitas, pero si fuesen al exilio, no recibirían pensión de la Corona. Cualquier jesuita que tratase de regresar a cualquier territorio bajo la monarquía española se enfrentaría a cargos criminales. Para mantener el orden y la tranquilidad en sus dominios, el rey y el Consejo de Indias ordenaron que nadie escribiese, discutiese o iniciase disturbio alguno relacionado con la expulsión de la Sociedad. Ni siquiera obispos ni clérigos seculares en altos cargos hablarían de la expulsión o dirían nada acerca de la orden, sin permiso especial de la Corona. Cualquier persona que no siguiese la orden de silencio sería acusada de criminal.161 La aplicación de la cédula de expulsión en las Indias generalmente se llevó a cabo con precisión militar, provocando sólo limitados disturbios de carácter público, principalmente en Nueva España.162

160

Para la expulsión de los jesuitas en España, véase: Inmaculada Fernández Arrillaga, El destierro de los jesuitas castellanos (1767-1815) (Salamanca: Junta de Castilla y León, 2004); dos volúmenes editados tratan de la expulsión y el exilio de los jesuitas: Manfred Tietz, ed., Los jesuitas españoles expulsos. Su imagen y contribución al saber sobre el mundo hispánico en la Europa del siglo xviii (Frankfort y Madrid: Vervuert, 2001) y Enrique Giménez López, ed., Expulsión y exilio de los jesuitas españoles (Murcia: Universidad de Alicante, 1997). Sobre la expulsión de los jesuitas en California, véase Salvador Bernabéu Albert, Expulsados del infierno. El exilio de los misioneros jesuitas de la península californiana (1767-1768) (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2008).

161

Real Cédula, El Pardo, marzo 27, 1767, agi, ig, leg. 3087.

162

Para una discusión de cómo la expulsión procedió en Perú, véase: Manuel de Amat y Junient, Memoria de gobierno, editado e introducido por Vicente Rodríguez Casado y Florentino Pérez Embid (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1947), 128-45; Rubén Vargas Ugarte, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, vol. 4 (Burgos: Imprenta de Aldecoa, 1965), 163-79.

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Conclusión La desregulación del comercio y la expulsión de los jesuitas resultaron ser puntos decisivos en la renovación y reforma del mundo atlántico español. El reino de Carlos III comenzó pleno de grandes esperanzas de reforma, con los ministros regalistas del rey planeando cambios de gran alcance en el Atlántico español, sólo para sufrir una humillante derrota en la Guerra de los Siete Años. La pérdida de La Habana causó consternación a muchos en la Corte, pero a través de Esquilache y los otros ministros, el rey pudo hacer uso de la mentalidad de crisis resultante y planear importantes cambios comerciales, militares y políticos, culminando en la proclamación del comercio libre imperial para varias colonias caribeñas en las Indias. Este optimismo inicial se desvaneció, sin embargo, con el motín contra Esquilache en 1766. Las sublevaciones en Madrid y en otras partes de España eran muestra del descontento general causado por la política reformista de la monarquía, desacreditando al rey Carlos y a sus ministros. Es más, el rey se vio precisado a abandonar Madrid y acceder a todas las demandas de los insurgentes, en vista de que grupos populares, algunos miembros de la aristocracia, la burocracia y el clero se expresaron en contra de la política reformista de la Corona. Carlos hasta se vio precisado a deshacerse de su consejero y colaborador en las reformas, el marqués de Esquilache. El rey y sus ministros acabaron humillados y con el control del gobierno fuertemente sacudido por el arrebato popular y la amplia coalición a la que se enfrentaban. Para salvar la cara, sin embargo, Carlos y sus ministros tomaron la iniciativa política, formando una comisión para investigar el levantamiento madrileño, que puso la culpa del desasosiego sobre los hombros de la Sociedad de Jesús. Alegatos de una conspiración dirigida por los jesuitas permitieron a la Corona hallar alguien a quien culpar, sin tener que confrontar directamente la amplia gama de fuerzas políticas populares y conservadoras que se oponían a las reformas. También permitieron a Carlos y a sus aliados sacar de España y del imperio a una importante fuerza antirregalista, al expulsar a la orden en 1767. La Corona prohibió cualquier mención de los jesuitas, y el edicto de expulsión prohibió a los miembros de la orden regresar a sus países de origen en España o en las Indias. No fue hasta 1798 que la Corona cedió, y que los jesuitas españoles, ahora bien entrados en años, comenzaron a regresar a sus familias y lugares de origen.163

163

Real orden, Madrid, marzo 14, 1798, agi, ig, leg. 3084.

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Primera fase de reforma bajo Carlos III, 1763-1767

La expulsión proporcionó al rey Carlos III y a sus ministros una muy necesaria victoria tras los reveses recibidos en la Guerra de los Siete Años y las revueltas en España, victoria que permitió a los más hábiles monarcas borbónicos avanzar la reforma hasta su apogeo durante el siglo xviii. La expulsión de la Sociedad de Jesús sacó de escena a una poderosa fuerza de oposición política y económica a las iniciativas regalistas de reforma, dando acceso a la Corona a sus ricas posesiones en España e Indias. Por añadidura, demostraba la confianza y seguridad de la monarquía ante una fuerte contradicción en la península y las colonias. Sin embargo, poderosos intereses creados continuaron atacando a la reforma y a pesar de audaces iniciativas, grupos de oposición conservadores continuarían trabajando para socavar o a lo menos debilitar el impulso reformista en el mundo atlántico español. Además, los enemigos de España, en particular Gran Bretaña, tenían interés en promover lazos comerciales con las Indias españolas y en frustrar los esfuerzos de los reformadores para excluir a los extranjeros del comercio transatlántico. La interacción política entre estos varios grupos en favor y en contra de la reforma determinaría al final los éxitos y los fracasos de los reformadores borbónicos durante el resto del reino de Carlos III.

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8 La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783

A pesar de los reveses sufridos debido a la pérdida de La Habana y al motín contra Esquilache, el reino de Carlos III marcaría la cumbre de la reorganización colonial y el resurgimiento del poder militar español en el mundo atlántico. El ritmo y el carácter de la reforma varió durante el reino de Carlos, afectado por la naturaleza de los retos a los que España se enfrentaba, las oportunidades para efectuar cambios, el poder de los intereses creados en España e Indias, las presiones ejercidas por poderes rivales, la personalidad de los ministros del rey, y el nivel de dedicación y entusiasmo del mismo Carlos. Después de la Guerra de los Siete Años, el rey y su primer ministro de facto, el siciliano marqués de Esquilache, impulsaron agresivamente una agenda reformista, pero el ritmo decayó después del descontento popular de marzo de 1766, que condujo a la destitución del italiano. La oportunidad para la venganza ofrecida por la rebelión colonial contra Inglaterra en Norteamérica abrió la puerta a una reanudación de la agenda reformista bajo José de Gálvez. A pesar de los desiguales resultados de las reformas de Gálvez, España se anotaría adelantos militares tanto en tierra como en el mar, acumulando una notable serie de victorias contra Gran Bretaña en la Guerra de la Revolución americana. Carlos fue el más ambicioso y capaz de los monarcas borbónicos. Defensor de los ideales liberadores de la Ilustración, llevó al trono una mente fresca, que le permitió enfrentarse a grupos partisanos y embarcarse en audaces experimentos en busca de alternativas realistas para modernizar España y su imperio. Las políticas que propuso eran típicas del absolutismo ilustrado de la época, que buscaba

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reformar desde lo alto y usando la razón humana para alcanzar el progreso. Carlos anhelaba restringir el poder de la aristocracia conservadora y de los varios grupos privilegiados que se oponían a la reforma en España y en las Indias. Aunque hombre piadoso, también limitó el poder temporal de un clero reaccionario y expulsó a la orden jesuita ultramontana. Advocando un gobierno eficaz, Carlos centralizó y racionalizó la real administración, codificó leyes e hizo más estricta la recaudación de impuestos. Para promover el desarrollo económico, construyó carreteras, colonizó fronteras, y fomentó la industria doméstica, principalmente a través de la iniciativa del Estado. Apoyó los estudios científicos, construyó un embalse y creo un sistema bancario moderno. Además, embelleció a Madrid con buen sentido arquitectónico y un elegante diseño interior.1 Pero más importante aún, atacó con renovada energía el reto presentado por la reforma colonial, algo que la Corona había hecho esporádicamente durante las décadas anteriores. Carlos deseaba restablecer a España a su posición de poder militar de primer orden. Sumamente pragmático, su programa era sorprendentemente ecléctico en la búsqueda de soluciones prácticas. Aunque de pensamiento moderno, estaba más que dispuesto a utilizar normas tradicionales para llevar adelante sus propósitos políticos. Si bien limitó los antiguos privilegios de la Iglesia, incluso el fuero eclesiástico, Carlos extendió un amplio fuero militar a la milicia americana, cuando tomó la decisión de convertir las unidades voluntarias en fuerzas armadas eficaces.2 Limitó la venta de nombramientos a cargos en las audiencias de las colonias, favoreciendo el mérito en lugar de estatus o vínculos sociales, pero restableció la costumbre de vender comisiones en el ejército para ayudar a mantener su vasto establecimiento militar.3 En política comercial, Carlos repetidamente demostró tener el instinto de un verdadero fisiócrata cuando abogaba por la desregulación; pero también extendió lucrativos monopolios reales como un medio eficaz para incrementar sus rentas y así sufragar los crecientes 1

La evaluación estándar del carácter ilustrado del régimen de Carlos la hace Richard Herr, The Eighteenth-Century Revolution in Spain (Princeton: Princeton University Press, 1958).

2

Nancy M. Farris, Crown and Clergy in Colonial Mexico, 1759-1821: The Crisis of Ecclesiastical Privilege (Londres: Athlone Press, 1986); Lyle N. McAlister, The “Fuero Militar” in New Spain, 1764-1800 (Gainesville: University of Florida Press, 1957).

3

Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, From Impotence to Authority. The Spanish Crown and the American Audiencias, 1687-1808 (Columbia: University of Missouri Press, 1977), 98-135; Allan J. Kuethe, Cuba, 1753-1815: Crown, Military, and Society (Knoxville: University of Tennessee Press, 1986), 149-150.

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establecimientos militares. Al final, el único aspecto consistente en las reformas de Carlos fue su búsqueda de medios para hacer la guerra con más eficacia. Aunque Carlos permaneció comprometido con la reforma, el motín contra Esquilache demostró la amplia hostilidad de las elites y de los grupos populares hacia los cambios, aun en la misma España. Los esfuerzos de la Corona para fomentar la venta no regulada de grano en el mercado libre coincidieron con una severa sequía, que causó un alza en los precios y hambre entre las clases populares. El aumento en los impuestos solo exacerbó el problema. Los temores xenófobos de los españoles hicieron de los ministros italianos del rey, en particular el muy visible Esquilache, blancos convenientes para la creciente animosidad popular. Miembros aristocráticos del clero también habían manifestado su oposición expresa a la reforma. El obispo Diego de Rojas y Contreras, presidente del Consejo de Castilla, había instado a ese organismo a que demandara la renuncia de Esquilache. El obispo de Cuenca, Isidoro de Carvajal y Lancáster incluso culpó la política del italiano por la pérdida de La Habana, precios altos en Madrid, impuestos no necesarios, reformas urbanas no populares, y por el despido de fieles funcionarios públicos, que resultó en una deficiente administración gubernamental. Ambos obispos eran la personificación de los tres pilares conservadores del régimen borbónico: la aristocracia, el clero y los funcionarios públicos salidos de los prestigiosos colegios universitarios. Todos ellos se sentían amenazados en un grado u otro por la reforma. Aunque el papel del Consulado de Cádiz en el motín permanece sin esclarecer, es cierto que el gremio trató de deshacer las reformas comerciales en el Caribe que socavaban su monopolio después de que el descontento amainó. En resumen, no obstante su papel directo en el motín contra Esquilache, un número de grupos con intereses creados se beneficiarían con la inestabilidad política después de las revueltas. Las sublevaciones en Madrid y en otros puntos eran clara prueba de las fisuras en la sociedad española a causa de las reformas borbónicas, algo que animaba a la junta que investigaba el asunto a buscar una conspiración y a hallar a quien culpar, a la Sociedad de Jesús.4 Durante los últimos años del reino de Carlos, una amplia gama de grupos de intereses en las Indias también se opondría enérgicamente a las reformas, llegado incluso a las insurrecciones armadas contra el Estado borbónico.

4

John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 283.

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El descontento popular y la desaceleración de la reforma después de Esquilache Tras las revueltas de Madrid y la expulsión de los jesuitas, nadie surgió para asumir el papel dominante que Esquilache había desempeñado. El Ministerio de Guerra pasó al teniente general Juan Gregorio Muniain, el gobernador de Badajoz, en tanto que Hacienda fue a manos de Miguel de Múzquiz. Un bien educado navarro de orígenes modestos del Valle de Baztán, Múzquiz había ascendido en el Ministerio de Hacienda, convirtiéndose en oficial mayor bajo Esquilache.5 Era un ministro respetado y capaz, inclinado hacia la innovación, pero también era hombre cauto y moderado, que no tenía intención alguna de seguir a Esquilache al exilio. Ni Muniain ni Múzquiz mostraron profundo interés en los asuntos americanos, que siguieron otra vez en manos de Arriaga. Múzquiz supervisó las reformas financieras en Cuba, pero las contribuciones de su despacho disminuyeron notablemente.6 Muniain continuó recibiendo a lo menos algo de la correspondencia relativa al ejército regular, pero poco se hizo hasta que Carlos nombró a O’Reilly inspector general del ejército de América en 1770.7 Mientras tanto, Carlos nombró al dinámico conde de Aranda presidente del Consejo de Castilla.8 El punto fuerte de Carlos como monarca estribaba en su habilidad para reconocer buenas ideas y utilizarlas. No parecía haber originado muchas leyes por sí mismo, y tras la salida de Esquilache de la Corte, no tenía ministros imaginativos y dinámicos dedicados a reforma. Tras su regreso, Ensenada había abogado fuertemente por la innovación, pero ahora también él estaba en el exilio. Grimaldo, administrador de talento y diplomático agraciado, no era un pensador imaginativo ni original, aunque había intervenido personalmente en la reforma del servicio marítimo postal. Si bien es probable que hubiera sido

5

José Antonio Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, vol. 1 (Madrid: Editora Nacional, 1979), 312-13. Muniain había adquirido experiencia como ministro en la Corte del infante Felipe.

6

Esta correspondencia se halla en ags, Hacienda, legs. 2344-50.

7

Véase, por ejemplo, Archivo General de Indias (agi), Santo Domingo (sd), legs. 2079, 2120 y 2121, e Indiferente General (ig), leg. 1885.

8

Rafael Olaechea y José Ferrer Benimeli, El conde de Aranda (Mito y realidad de un político aragonés), 2 vols., vol. 2 (Zaragoza: Librería General, 1978), 34-35.

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capaz de imponer su liderazgo en los años que siguieron a Esquilache, el tono xenófobo de las revueltas definitivamente lo apocó.9 El motín contra Esquilache y la expulsión de los jesuitas momentáneamente desviaron la atención de Carlos y de sus ministros de la preparación de las defensas americanas para otra guerra con Inglaterra, pero la hostil recepción que algunas de las iniciativas borbónicas recibieron en la sociedad colonial general también cumplieron un papel importante. Aparte de la fiera oposición en Quito en 1765, desórdenes ocurrieron en Guatemala, en Chocó, en la gobernación de Popayán y en Santiago de Chile, lo que resultó en una política más cauta por parte de Madrid.10 En Guatemala y en Nueva Granada, por ejemplo, los funcionarios coloniales revocaron las nuevas medidas o las modificaron y aplicaron con moderación.11 No es de sorprender, entonces, que la Corona no iniciara nuevas visitas en la escala de las de Ricla y O’Reilly, y de Gálvez y Villalba. La resistencia más grave tuvo lugar en la más rica de las posesiones españolas, Nueva España, donde conflictos armados surgieron contra las reformas de José de Gálvez en las zonas mineras al norte de Ciudad de México.12 Gálvez y el virrey, el marqués de Croix, habían anticipado que habría resistencia a la orden de expulsión de los jesuitas en Ciudad de México y en Puebla, pero lo secreto de sus planes y su uso de grandes números de tropas permitieron que el procedimiento tuviera lugar sin serias protestas.13 Sin embargo, la violencia

9

Lynch, en Bourbon Spain, 251, postuló que Grimaldo “nunca tuvo una idea original en la vida”, lo que puede ser una exageración, a lo menos cuando se compara al genovés con Arriaga.

10

D. A. Brading, Miners & Merchants in Bourbon Mexico 1763-1810, 1763-1810 (Cambridge: Cambridge University Press, 1971), 233; Miles Wortman, “Bourbon Reforms in Central America, 1750-1786”, The Americas, 32:2 (1975): 227-29; Gustavo Arboleda, Historia de Cali. Desde los orígenes de la ciudad hasta la expiración del período colonial, 2 vols., vol. 2 (Cali: Biblioteca de la Universidad del Valle, 1956), 236-332; William F. Sharp, Slavery on the Spanish Frontier: The Colombian Chocó, 1680-1810) (Norman: University of Oklahoma Press, 1976), 160-69; Guillermo Céspedes del Castillo, “La renta del tabaco en el Virreinato del Perú”, Revista Histórica 21 (1954): 149.

11

Brading, Miners & Merchants, 233; Wortman, “Bourbon Reforms”, 227-29; Arboleda, Historia de Cali, vol. 2, 233-332; Federico González Suárez, Historia general de la República del Ecuador, 7 vols., vol. 5 (Quito: Imprenta del Clero, 1894), 222-23.

12

Herbert Ingram Priestley, José de Gálvez: Visitor-General of New Spain (1765-1771) (Berkeley: University of California Press, 1916), 140-42, 150, 158, 162, 175-209.

13

Ciudad de México y Puebla eran centros de actividad jesuita y habían experimentado alguna agitación recientemente, así que congregaron dos batallones del ejército regular, un batallón de

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sí acompañó a la expulsión en las zonas mineras alrededor de San Luis Potosí y Guanajuato, y se esparció hacia el oeste a Michoacán. La inquietud acerca de impuestos más altos, el reclutamiento de milicianos, disputas sobre terrenos y la imposición del monopolio del tabaco habían creado tensiones sociales que estallaron en violentas protestas populares en esas zonas. Algo de esa violencia se debió a los esfuerzos para expulsar a los jesuitas, mientras que la eliminación de la Sociedad resultó ser asunto de menor importancia en otras regiones. No obstante, cuando los gobiernos locales resultaron incapaces de aplacar los desórdenes en la mayoría de pueblos y ciudades, el virrey envió una fuerza militar bajo el mando de Gálvez para restablecer el orden, reinstaurar la autoridad real y castigar a los culpables.14 Las violentas protestas en Nueva España comenzaron cerca del importante centro minero de San Luis Potosí, donde los intentos de expulsar a los jesuitas el 26 de junio de 1767 ocurrieron tras semanas de inquietud en la ciudad y en el interior. Tres revueltas separadas habían estallado en el cercano Cerro de San Pedro en mayo y principios de junio, por intentos del gobierno de restringir la posesión de armas y arrestar vagabundos, y por una disputa de terrenos entre los locales y un convento carmelita. En cada caso, las autoridades locales calmaron a los manifestantes al suspender los impuestos locales y devolver las tierras disputadas, pero solo un muy provisional orden volvió a la región.15 Como resultado de estos brotes de violencia, el alcalde de San Luis Potosí, Andrés Urbina, temiendo que la violencia acompañara la orden de expulsar a los jesuitas, acudió a un terrateniente local, Francisco Mora, para que aportara trabajadores armados de sus tierras con la idea de imponer el orden el día señalado para la expulsión, el 25 de junio de 1767. Sin embargo, cuando el alcalde y Mora trataron de sacar a los jesuitas de su colegio, una turba se apoderó de los sacerdotes y los devolvió a su hogar. Mora y Urbina apenas escaparon vivos. Entonces, los manifestantes irrumpieron en la cárcel, liberaron a los prisioneros, se apoderaron de armas y

milicia, un batallón de la milicia de Pardos, dos compañías de la guarda mercante, tres compañías sacadas de los gremios y dos escuadrones de dragones. Una fuerza similar cooperó en recoger a los jesuitas en Puebla. Véase Felipe Castro Gutiérrez, Nueva ley y nuevo rey. Reformas borbónicas y rebelión popular en Nueva España (Zamora, Michoacán: El Colegio de Michoacán, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1996), 181. 14

Priestley, José de Gálvez, 212-23.

15

Castro Gutiérrez, Nueva ley y nuevo rey, 120-27; Priestley, José de Gálvez, 217-18.

306

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pólvora en el arsenal de la ciudad, y saquearon varias tiendas y almacenes mercantiles.16 Mora trató de negociar con los manifestantes para que permitieran la expulsión el 9 de julio, pero grupos indígenas locales, de pueblos montañosos de los alrededores, invadieron la ciudad e hicieron fracasar el plan, aun cuando las fuerzas de Mora los desalojaron de la ciudad al día siguiente. Para entonces, los desórdenes y la violencia se habían extendido a las vecinas ciudades de Guadalcázar, Venado, Hedionda y San Felipe. Mora y las autoridades sabiamente decidieron esperar la llegada de las reales tropas bajo el mando de Gálvez, antes de intentar sacar a los jesuitas de la ciudad.17 Brotes de violencia similares ocurrieron en el importante pueblo minero de Guanajuato, donde los ciudadanos locales se opusieron a elementos claves de las reformas borbónicas, en particular el monopolio del tabaco, la reforma de la alcabala y el reclutamiento de la gente local en los regimientos de milicia reformados. La elite de la ciudad, incluyendo líderes mineros, el cabildo, el comisario local de la Inquisición, Juan José Bonilla, y los superiores de las órdenes regulares, aducían que la economía minera estaba declinando debido a la necesidad de costosos proyectos de drenaje, minas más profundas, la falta de capital de inversión, la baja calidad de la mena de plata, y la escasez de productos necesarios como efecto del estricto cobro de la alcabala. El virrey respondió a sus ruegos, eximiendo a los mineros de servir en la milicia, algo que los funcionarios locales estimaban sumamente inadecuado.18 El 17 de julio de 1766, más de 6000 mineros descendieron a la ciudad, donde atacaron los estanquillos del monopolio del tabaco y el edificio de la aduana, que supervisaba el cobro de los impuestos sobre las ventas. Incluso tomaron de rehén al principal administrador de la aduana y más tarde también al alcalde. Los mineros entonces fueron al cabildo y demandaron que se cerraran los estanquillos, la vuelta a la antigua manera de cobrar la alcabala, y el fin del reclutamiento de milicias en la región. El aterrorizado ayuntamiento accedió a todas las demandas, y una inquieta calma volvió a la ciudad.19 En este ambiente de tensión, los esfuerzos para expulsar a los jesuitas de Guanajuato provocaron una nueva ola de violentas protestas. Lluvias torrenciales 16

Castro Gutiérrez, Nueva ley y nuevo rey, 132-36.

17

Ibid., 137-40.

18

Ibid., 153-54.

19

Ibid., 156.

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hicieron imposible que los dos comisarios encargados de la expulsión, Fernando Torija y Felipe Berri, llegaran a Guanajuato hasta seis días después que la expulsión había tenido lugar en el resto de Nueva España. Como resultado, los ciudadanos locales conocían la naturaleza de su misión, y cuando los dos comisarios y una fuerza de seis milicianos intentaron acercarse al colegio jesuita, una multitud se reunió para detenerlos. Aparentemente, Berri fue presa del pánico y ordenó a los soldados disparar, matando a catorce de los manifestantes. Los acosados milicianos, Torija y Berri huyeron a las oficinas de la ciudad, y solo se salvaron porque un sacerdote local y un grupo de frailes y los sacerdotes jesuitas calmaron a la multitud.20 Al día siguiente, Berri regresó con una fuerza de cincuenta y seis milicianos, pero se enfrentaron a 8000 mineros que habían bajado a la ciudad. Los mineros atacaron la Tesorería Real, la aduana, y las residencias y tiendas de españoles peninsulares, conocidos como gachupines.21 El sacerdote del pueblo y los miembros del cabildo entonces aceptaron las demandas de la multitud —los comisarios tuvieron que abandonar la ciudad, dejando a los jesuitas detrás, y todos los miembros de la protesta recibirían un perdón—.22 Sin embargo, cuando los comisarios y los milicianos trataron de abandonar Guanajuato el 3 de julio, una gran turba les atacó en las afueras de la ciudad. Se salvaron, una vez más, gracias a la intervención de un grupo de sacerdotes, que formaron un cordón alrededor de ellos para protegerlos. Los atacantes entonces se dispersaron, y Berri, Torija y los milicianos escaparon.23 La inquietud popular se extendió a Michoacán, debido al reclutamiento de hombres de la localidad en la milicia, en septiembre de 1766. Después que el equipo de reclutamiento llegó al pueblo de Pátzcuaro, un grupo de 500 mulatos y hombres indígenas de los barrios de la ciudad y de los pueblos aledaños se reunieron para protestar al haber rumores de una leva forzada en la zona.24 El virrey envió al obispo de la localidad a investigar el desorden, y el prelado dijo que la paz se había restablecido en Pátzcuaro. El 5 de diciembre, sin embargo, un grupo de cincuenta hombres asaltó a un reclutador de milicia en Uruapan, y después de someter al soldado a insultos y humillaciones, los manifestantes 20

Ibid., 156-57.

21

Ibid., 158.

22

Ibid., 159.

23

Ibid., 159-60.

24

Ibid., 165-66.

308

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apedrearon las casas de los gachupines locales.25 La ira popular pasó de ser protestas defensivas contra las reformas de la milicia a un más serio desafío a la autoridad real, con la elección de un gobernador indígena a principios de 1767, Pedro de Soria Villaroel. De acuerdo con los recuentos españoles, Soria trató de forjar lazos entre las comunidades para recrear la alianza precolombina de los indios Tarasca y desafiar la autoridad real en la región. José de Gálvez atestó que 113 comunidades indígenas debían fidelidad a Soria, quien comenzó una serie divisiva de disputas con los funcionarios locales hispanos sobre el cobro del tributo. Cuando los oficiales españoles arrestaron a Soria, más de 400 de sus seguidores irrumpieron en la cárcel, liberaron al líder y tomaron el pueblo. La violencia luego se hizo extensiva al campo y a varios pueblos más pequeños en la región.26 En medio de este desorden general, el funcionario a cargo de la expulsión de los jesuitas, Tiburcio Sedano, llegó de Valladolid el 3 de julio de 1767. Gálvez ya había escrito a Soria demandando su cooperación y lealtad completas, bajo pena de un castigo severo.27 Una muchedumbre armada con piedras y flechas se enfrentó a las tropas reales y a Sedano, bloqueándoles el paso a la residencia jesuita. Los miembros del consejo de la ciudad, los clérigos y Soria trataron de apaciguar a la gente y prevenir la violencia, y al final, los manifestantes se dispersaron sin que nada más ocurriese. En las subsecuentes semanas, el liderato de la comunidad pasó de Soria a dos radicales, Juan Antonio Castro y Lorenzo Arroyo. Estos dos hombres organizaron una sublevación de 600 indios y mestizos en Pátzcuaro, demandando que todos los gachupines abandonaran la región. En los días que siguieron, Castro y Arroyo formaron una guardia armada permanente para patrullar la ciudad, pero un grupo de milicianos inesperadamente encontró a Castro y le capturó. La milicia le llevó prisionero al cercano Ariztimuño, donde el alcalde local le ejecutó sumariamente. Toda la región quedó en una tensa situación, durante la cual el pueblo causaba disturbios periódicamente y las autoridades españolas continuaban siendo demasiado débiles para restablecer el orden.28 José de Gálvez salió para Ciudad de México el 9 de julio de 1767, investido de poderes absolutos del virrey para aplastar la agitación en las zonas mineras 25

Ibid., 168.

26

Ibid., 168-71.

27

Ibid., 171.

28

Ibid., 172-73.

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del norte, expulsar a los jesuitas y castigar a cualquiera que alterara el orden público. Gálvez y sus tropas llegaron el 25 de junio a San Luis de la Paz, de donde siguieron a San Luis Potosí el 24 de julio, y de ahí a Guanajuato, adonde llegaron el 16 de octubre. Finalmente, Gálvez se dirigió a Valladolid el 14 de noviembre, donde los prisioneros de las revueltas en Michoacán se hallaban encarcelados.29 En cada uno de dichos lugares y en pueblos en derredor donde habían tenido lugar disturbios, Gálvez primero supervisó la expulsión de los jesuitas y después presidió en los juicios de aquellos individuos que habían sido arrestados por promover actos de violencia contra la Corona y el orden público. Líderes convictos, como Soria, fueron condenados a muerte y sus cabezas exhibidas en picas, como triste recordatorio del precio a pagar por rebelarse contra la Corona. En total, Gálvez juzgó a 3000 personas; condenó a 85 a muerte; 73 fueron severamente fustigados, y sentenció a 674 a términos de cárcel o a cadena perpetua, y a 117 al exilio.30 El santurrón de Gálvez no sintió remordimiento alguno después de administrar todos esos castigos; escribió: “ni tengo sobre mi conciencia el más mínimo escrúpulo de haber excedido en un ápice los límites de la justicia, pues la mitigué siempre con la misericordia y la piedad”.31 Antes de abandonar San Luis de Potosí y Guanajuato, Gálvez también impuso tasas para reparar los edificios públicos dañados durante los disturbios y reorganizó los gobiernos locales para hacerlos más eficaces en el mantenimiento del orden público. Aunque la punitiva expedición de José de Gálvez restableció el orden y castigó a muchos de los culpables, las revueltas de 1767 eran muestra de la generalizada oposición a la reforma en el mundo atlántico español, lo que demoró la implementación de audaces innovaciones después de 1766. Bien aparte de los brotes de disturbios populares en Nueva España, las intrigas francesas también contribuyeron al decreciente impulso de la reforma. El Pacto de Familia había comprometido a España y a Francia a reanudar la lucha con Gran Bretaña en fecha tan temprana como 1768.32 A pesar de las 29

Ibid., 175-221.

30

Priestley, José de Gálvez, 228.

31

Ibid., 228-29.

32

Choiseul a D’Ossun, Versalles, noviembre 13, 1763 Archives des Affaires Étrangères (aae): Correspondence Politique, Espagne (cpe), vol. 539. Fol. 318; Allan Christelow, “French Interest in the Spanish Empire during the Ministry of the Duc de Choiseul, 1759-1771”, Hispanic American Historical Review (hahr) 21:4 (1941): 523; A. S. Aiton, “Spanish Colonial Reorganization under the Family Compact”, hahr 12:3 (1932): 271.

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distracciones, Carlos permanecía fiel a ese objetivo, pero los franceses no. Cuando se dirigía a la Corte española, Choiseul articulaba una línea mucho más dura de la que estaba dispuesto a mantener. Hablaba con valor acerca de la próxima guerra e instaba a España a reconstruir su establecimiento colonial, pero en la correspondencia privada con su amigo Grimaldo instaba comedimiento.33 La duplicidad de Choiseul se debía en parte a la esperanza de que Francia, actuando como fiel aliado, pudiera colocarse en posición privilegiada dentro del sistema comercial de la América española. Esta aspiración, sin embargo, era frustrada de continuo, porque Esquilache y Carlos rehusaban dejar que España cayese en una situación de dependencia económica de Francia, y ellos repetidamente le negaban concesiones comerciales especiales.34 Los franceses también veían con preocupación los intentos de Esquilache para animar la industria azucarera en Cuba y en otras partes, un desarrollo que prometía a la larga una competición con los intereses franceses en Saint Domingue y Martinica.35 Por eso, a pesar de su beligerancia superficial, los franceses eran reacios a apoyar cualquier conflicto que resultara de poco beneficio a sus intereses nacionales. El resultado inmediato fue posponer cualquier guerra franco-española contra Inglaterra. Esta retirada diplomática francesa además ayuda a explicar la falta de urgencia en cualquier reorganización colonial antes del posible brote de guerra después de 1766.36 El paso final en la retirada diplomática francesa tuvo lugar durante la crisis de las islas Malvinas en 1770. Esta surgió cuando los ingleses establecieron un asentamiento en las islas, que España indiscutiblemente consideraba dentro de su perímetro defensivo. Madrid y Versalles habían anticipado posibles intrusiones inglesas en el área, que temían amenazarían la seguridad comercial y militar de

33

Louis Blart, Les Rapports de la France et de L’Espagne après le Pacte de Famille, jusqu’à la fin du Ministère du Duc de Choiseul (París: Librairie Félix Alcan, 1915), 77-78, 94; E. Daubigny, Choiseul et la France d’Outre-Mer après le Traité de Paris (París: Hachette et cie, 1892), 275.

34

Christelow, “French Interest”, 518-37; D’Ossun a Choiseul, Madrid, marzo 8 y abril 2, 1764, aae:cpe, vol. 540, fols. 182-86, 225-26.

35

Christelow, “French Interest”, 528-29.

36

Francis P. Renaut, Le Pacte de Famille et l’Amerique. La Politique Coloniale Franco-Espagnole de 1760 à 1792 (París: Ernest Leroux, 1922), 107-08, 112-14. Las revueltas de Madrid y el exilio de Esquilache contribuyeron a dar forma a la política francesa, ya que los franceses temían que el impulso español de reforma se debilitaría y una España sin preparación podría arrastrar a Francia a una confrontación con los ingleses. Blart, Les Rapports, 86-94.

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España.37 En 1770, el gobernador Francisco Bucareli, saliendo de Buenos Aires, tomó posesión militar del asentamiento, provocando una acalorada confrontación internacional.38 Su orgullo provocado, Carlos reaccionó agresivamente, confiando en el respaldo de los franceses, que le era necesario para tener éxito.39 Aunque reacio, Choiseul aparentó estar dispuesto a respaldar a España, pero en Francia, Luis XV se enfrentaba a una situación caótica política y económica. Francia se hallaba embrollada en el torbellino que habían provocado los esfuerzos del canciller René Maupeoux de reformar los parlements, lo que había hecho que Luis despidiera a Choiseul e instara a su primo a buscar la paz: “la guerra sería horrible para mí y para mi pueblo […] si Su Majestad pudiese hacer algún sacrificio para conservar la paz […] sería un gran servicio a la raza humana y a mí en particular”.40 A Carlos no le quedó más remedio que retractarse y devolver la colonia. Aunque los ingleses accedieron a evacuar a su gente eventualmente, este compromiso dejó confuso el futuro estado legal de las islas.41

La reanudación de la reforma Aunque el paso de la reforma se aminoró tras las revueltas contra Esquilache, las innovaciones militares continuaron avanzando. Carlos nombró al vigoroso Alejandro O’Reilly inspector-general del ejército de América en 1770, durante la crisis de las Malvinas. Este puesto le daba autonomía institucional del Ministerio de Indias, y definitivamente quitaba el control del ejército regular americano al Ministerio de Guerra. Desde esta nueva situación, O’Reilly extendió la reforma militar a Santo Domingo y a las provincias caribeñas de Nueva Granada en 1773, y a Guayaquil en 1775. También renovó los esfuerzos para reformar la milicia de Caracas. Aún más, las guarniciones veteranas de Nueva Granada fueron reorganizadas, al tiempo que el contingente en Cartagena fue elevado

37

Memoire, D’Ossun, Madrid, abril 28, 1766, aae:cpe, vol. 545; Grimaldo a Arriaga, El Pardo, febrero 12, 1768, agi, ig, leg. 412.

38

Julius Goebel, The Struggle for the Falkland Islands: A Study in Legal and Diplomatic History (New Haven: Yale University Press, 1927), 271-410.

39

Blart, Les Rapports, 166-75.

40

Louis XV a Carlos III, Versalles, diciembre 21, 1770, Archivo Histórico Nacional (ahn), Estado, leg. 2850.

41

Goebel, The Struggle, 314-15, 358-60 y 407-10.

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a regimiento, y O’Reilly restableció el Batallón Fijo de Panamá, que había ido desapareciendo con el tiempo.42 La adquisición de Luisiana transformó el foco militar de mantener a los franceses fuera de Texas a contener a los ingleses al este del río Misisipí. Para ajustar las defensas de la frontera norte a esta nueva realidad, Madrid separó al mariscal de campo marqués de Rubí de la expedición de Villalba, para que revisara el sistema de presidios.43 Siguiendo una inspección hecha entre 1766 y 1768, Rubí abogaba por la racionalización de la línea de defensa, que iría del río Concepción en Sonora al río Guadalupe en Texas, reduciendo el número de presidios de veinticuatro a quince, con la consecuente disminución de gastos.44 El crítico ajuste consistía en mover las defensas de Texas hacia el sur, para extenderse de La Bahía en el golfo hacia el oeste, a lo largo de una ruta que esencialmente seguía el curso del río Grande. San Antonio y Santa Fe permanecerían al norte de la línea, pero los dos presidios al este, el antiguo baluarte de Los Adaes y San Agustín de Ahumada serían abandonados junto con San Sabá, localizado bien al norte de San Antonio, que había sido establecido para controlar la expansión francesa desde el norte. Para Rubí, estos tenían poco valor, dado que los franceses no estaban ya en Luisiana. Con ayuda del virrey marqués de Croix, el informe de Rubí salió como la Regulación de 1772, que Hugo O’Connor posteriormente implementó.45 A medida que los gastos en Texas disminuyeron, Nueva Orleans se convirtió en el receptor de grandes subsidios de Veracruz, que le llegaban desde La Habana.46 42

Arriaga al gobernador de Caracas, San Ildefonso, septiembre 20, 1733, en Las fuerzas armadas venezolanas en la Colonia, editado por Santiago Gerardo Suárez (Caracas: Academia Nacional de Historia, 1979), 160-61; María Rosario Sevilla Soler, Santo Domingo: tierra de frontera (17501800) (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1980), 325-26; Allan J. Kuethe, Military Reform and Society in New Granada, 1773-1808 (Gainesville: University Presses of Florida, 1978), caps. 1-3.

43

Este paso vino por la real orden del 7 de agosto de 1765, reproducido en el diario de Rubí, “Itinerary of Señor Marqués de Rubí, Field Marshal of His Majesty’s Armies...”, en Imaginary Kingdom. Texas as Seen by the Rivera and Rubí Military Expeditions, 1727 and 1767, editado por Jack Jackson (Austin: Texas State Historical Association, 1995), 91.

44

Jackson, “Historical Background”, en Imaginary Kingdom, 71-88, provee un útil resumen de esta transformación. Rubí calculaba que su plan reduciría los gastos de 453 000 a 373 000 pesos.

45

John Francis Bannon, The Spanish Borderlands Frontier, 1513-1821 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1973), 172-81.

46

José Manuel Serrano Álvarez y Allan J. Kuethe, “La Texas colonial entre Pedro de Rivera y el marqués de Rubí, 1729-1772: aportaciones económicas al sistema presidial”, Colonial Latin American Historical Review 14 (2005): 308-10.

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Luisiana se abrió a “comercio libre” con los puertos de España en 1768 y fue seguida por Yucatán en 1770.47 Estos pasos eran resultado del trabajo de 1764 a 1765 del comité selecto para comercio, que había incluido a Luisiana y Campeche entre aquellas jurisdicciones para las que recomendaba privilegios liberalizados. Esto no conllevaba nuevas ideas, pero Grimaldo en Estado y no Arriaga, se encargó de ambos adelantos.48 Y en 1772, las islas Canarias se unieron a la lista de puertos españoles autorizados para el comercio del Caribe.49 Bajo el liderazgo del dedicado reformador Tomás Ortiz de Landazuri, la organización de la tesorería también tuvo modestos adelantos. Como contador general de Indias, Ortiz de Landazuri convenció a Arriaga en 1767 para que reemplazara la Junta de la Real Audiencia de Chile, que se hallaba dominada por intereses locales, con una contaduría mayor, para modernizar el sistema fiscal de la colonia y estimular la recaudación de impuestos. Ya establecida en La Habana y en Caracas, esta institución fue hecha extensiva a Buenos Aires ese mismo año.50 Producto de funcionarios que habían alcanzado prominencia bajo Esquilache, estos actos eran de poca monta y les faltaban la visión y la ambición características del período anterior. Mientras tanto, la misión de Gálvez en Nueva España continuó avanzando sus reformas en el campo de la recaudación. Con Esquilache fuera de escena, los funcionarios reformadores mantenían su trabajo dentro de esferas limitadas; pero solo el regreso de un liderazgo enérgico revitalizaría innovaciones fiscales de más alcance. Una excepción lo era la Armada, con la que Carlos mantenía un compromiso inquebrantable en cuanto a su desarrollo. El nuevo monarca reorientó la estrategia naval de la actitud defensiva que la había caracterizado, hacia estrategias y tácticas más ofensivas. Este movimiento pronto se hizo manifiesto en la construcción ya no de navíos más pequeños y móviles de los años anteriores, sino de navíos de 47

J. Muñoz Pérez, “La publicación del Reglamento de Comercio Libre de Indias de 1778”, Anuario de Estudios Americanos 4 (1947): 640-42.

48

Expedientes, privilegios comerciales para Luisiana y Yucatán, 1768 y 1770, agi, sd, leg. 2585 e ig, leg. 2410.

49

Real Cédula, Madrid, julio 24, 1772, agi, ig, leg. 3093.

50

John Lynch, Spanish Colonial Administration: The Intendant System in the Viceroyalty of the Río de la Plata (Londres: Athlone Press, 1958), 120. Ortiz de Landazuri, quien había servido en el comité selecto de reforma comercial y quien ejercía continua influencia en la política mercantil, bien puede haber sido responsable de los avances en esos momentos hacia una más amplia liberalización de las regulaciones comerciales. Muñoz Pérez, “La publicación del Reglamento”, 27 y ss.

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mayores dimensiones, incluyendo dos de tres puentes, con más de 100 cañones. El Santísima Trinidad, por ejemplo, lanzado al agua en La Habana en 1769, era un masivo navío de 120 cañones, y fue posteriormente modificado para incluir un cuarto puente, equipado con otros 16 cañones. Este coloso, aunque con limitaciones en altamar debido a su alta estructura, simbolizó el resurgimiento del poder marítimo de España. Para 1779, la nueva construcción en La Habana y en los arsenales de Cartagena de Levante, Cádiz y El Ferrol habían llevado la flota vigente a unos sesenta navíos de línea.51 La caída de Esquilache y la consiguiente reacción conservadora habían dejado a Gálvez expuesto en México, sin protección de la Corte y vulnerable a los enemigos de la reforma. El controversial Decreto del 11 de febrero de 1767, emitido por Gálvez, que centralizaba la recaudación de impuestos en Veracruz, llegó a Madrid en plena reacción contra las iniciativas de Esquilache. Arriaga siguió el procedimiento acostumbrado y refirió la cuestión al Consejo de Indias, bastión de la elite conservadora española. Su gran canciller era el conspirador duque de Huéscar, más tarde de Alba, y el marqués de San Juan de Piedras Albas era el presidente, ambos conservadores acérrimos.52 Solamente el contador general, Tomás Ortiz de Landazuri, quien había servido en el comité selecto de 1764 a 1765 revisando la política comercial, era reformador, pero le desagradaban los métodos arbitrarios de Gálvez y su tendencia a excluir a México del comercio libre imperial.53 Arriaga trabajó el resto del año con el Consejo para preparar un caso contra Gálvez, con la intención de destruir su visita.54 El 10 de febrero de 1768, en un reproche mordaz a la controversial misión de reforma a México, el Consejo emitió una consulta que instaba a Carlos a revocar la instrucción de 1767 a Veracruz.55

51

Brian Lavery, The Ship of the Line, vol. 1, The Development of the Battle Fleet, 1650-1850 (Londres: Conway Maritime Press, 1983), 111. Para un inventario de los navíos construidos durante este período, véase John D. Harbron, Trafalgar and the Spanish Navy (Londres: Conway Maritime Press, 1988), 170-71.

52

Luis Navarro García, La Casa de la Contratación en Cádiz (Cádiz: Instituto de Estudios Gaditanos, 1975), 55.

53

Dictamen, Ortiz de Landazuri, Madrid, diciembre 22, 1767, agi, México, leg. 1250. Véase también agi, ig, leg. 38.

54

Arriaga a Piedras Albas, San Ildefonso, septiembre 10, 1767, y Madrid, diciembre 14, 1767, agi, México, leg. 1250.

55

Consulta, Consejo de Indias, febrero 10, 1768, agi, México, leg. 1249.

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Para evitar una controversia política sobre la visita de Gálvez, Carlos eligió demorar su respuesta, pidiendo al virrey marqués de Croix, que había sido nombrado por Esquilache, que evaluara el asunto.56 El informe de Croix llegó a la Corte a finales de 1768, y contenía una favorable valoración del trabajo de Gálvez.57 En ese momento, Carlos dejó estupefacto al Consejo de Indias, retirando la pregunta de su dictamen y poniéndola bajo la jurisdicción de los fiscales del Consejo de Castilla.58 Estos magistrados eran José de Moñino, futuro conde de Floridablanca, y Pedro Rodríguez Campomanes, quien había ayudado a Grimaldo en la reforma del sistema postal y preparado el informe culpando a los jesuitas por el motín de 1766.59 Los fiscales emitieron una exhaustiva opinión de 621 páginas el 20 de abril de 1771 que apoyaba a Gálvez.60 Como resultado, cuando el vindicado Gálvez regresó a España más tarde ese año, Carlos lo nombró al Consejo de Indias, lo que le permitía enfrentarse directamente a las reaccionarias fuerzas opuestas a la modernización.61 Pese a los verdaderos logros, la misión de Gálvez había conseguido menos de lo que originalmente se había planeado. Las instrucciones de Esquilache especificaban que el visitador general habría de determinar “si será útil, y conveniente a mi servicio, y a mis vasallos, el que en Nueva España se establezcan una, o más intendencias, según el modelo con que funcionan en España”.62 Esta reforma iba más allá del modelo cubano, al incluir administración y justicia, además de hacienda, lo que implicaba una controversial reorganización administrativa. El plan de Gálvez de 1768 para las intendencias fracasó indefinidamente ante la activa oposición del reemplazo del virrey Croix, Antonio Bucareli, y la feroz oposición

56

Real orden, Aranjuez, abril 18, 1768, agi, México, leg. 1250.

57

Croix a Arriaga, México, septiembre 28, 1768, agi, México, leg. 1250.

58

Arriaga a los fiscales del Consejo de Castilla, Palacio, marzo 3, 1769, agi, México, leg. 1250.

59

Campomanes había abogado por la reforma comercial. Pedro Rodríguez Campomanes, Reflexiones sobre el comercio español a Indias (1762), editado por Vicente Llombart Rosa (Madrid: Instituto de Estudios Fiscales, 1988).

60

Opinión, Pedro Rodríguez Campomanes y José de Moñino, Madrid, abril 20, 1771, agi, México, leg. 1250.

61

Mark A. Burkholder, Biographical Dictionary of the Councilors of the Indies, 1717-1808 (Westport: Greenwood Press, 1986), 45.

62

Instrucción, Palacio, marzo 14, 1765, art. 31, agi, México, leg. 1249. Citado en Allan J. Kuethe y Lowell Blaisdell, “French Influence and the Origins of the Bourbon Colonial Reorganization”, hahr 71:3 (1991): 595.

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contra la reforma en España.63 En Madrid, simplemente faltaba el fuerte liderazgo para impulsar una reforma tan controversial. El impulso para ambiciosas reformas administrativas no volvería a verse hasta que Gálvez mismo fue nombrado ministro de Indias en 1776 y la amenaza de guerra con Inglaterra apareció. Después del rescate de la visita de Gálvez por el rey, la reforma comercial avanzó lentamente. El paso más significativo tuvo lugar por la real orden del 23 de abril de 1774, que autorizaba a navíos que funcionaban bajo la regulación de 1765 arribar a múltiples puertos.64 La dificultad al explotar la liberalización del comercio había sido la inflexibilidad de la norma. A su llegada, los mercaderes españoles y coloniales que declaraban un determinado puerto podrían hallar la demanda local insuficiente para vender toda su carga, y la ley no les daba el derecho de continuar a otros puertos donde podrían vender su mercancía exitosamente. El Consulado se oponía a tal innovación, que amenazaba debilitar aún más su posición, pero la influencia del envejecido fray Arriaga se había desvanecido. Como resultado, un cauto Múzquiz llevó la legislación a su fin. Ocho años habían pasado desde la caída de Esquilache, y el nuevo sistema comercial había producido resultados impresionantes en La Habana, en especial con el comercio hecho en las pequeñas y ágiles saetas catalanas, que habían atraído gran interés en la Corte.65 Bajo estas circunstancias, las protestas del Consulado no fueron escuchadas. Mientras tanto, la paciente labor de Ortiz de Landazuri tuvo como resultado más tarde, en 1774, la legalización del comercio de productos coloniales entre Perú, Nueva España, Guatemala y Nueva Granada en el Pacífico.66 Finalmente, Cumaná se unió al sistema de comercio libre en julio del mismo año.67

La extinción de la Sociedad de Jesús El rey Carlos III persiguió con tenacidad las reformas de la Iglesia, enfocado principalmente en el continuo ataque a la orden jesuita. No contento con expulsarlos 63

Brading, Miners & Merchants, 45-47.

64

Expediente, comercio de puertos múltiples, 1774, agi, ig, leg. 2411. Para una detallada discusión de esta reforma, véase Kuethe, “The Regulation of ‘Comercio Libre’ of 1765 and the Spanish Caribbean Islands”, en Primer Congreso Internacional de Historia Económica y Social de la Cuenca del Caribe, 1763-1898, editado por Ricardo E. Alegría (San Juan de Puerto Rico: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1992), 204-07.

65

Leví Marrero, Cuba: economía y sociedad, vol. 12 (San Juan: Editorial San Juan, 1985), 27-28.

66

Expediente, comercio entre las colonias, 1774, agi, México, leg. 2521.

67

Real Cédula, julio 14, 1774, agi, sf, leg. 542.

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de sus dominios, los gobiernos de Portugal, Francia y España presionaban al papado para conseguir una completa disolución de la orden. La familia borbónica española tomó la iniciativa en este esfuerzo. Después de la expulsión de la orden jesuita de España y de Indias, el reino de Nápoles lo siguió en noviembre de 1767, con el ducado de Parma haciendo lo mismo en febrero de 1768, eliminando definitivamente a la orden de la península italiana. El hermano menor de Carlos, Felipe, todavía reinaba en Parma, mientras que su hijo lo hacía en Nápoles, y para finales de 1768 ambos reinos se habían unido a España en la presión para extinguir la orden. El papa Clemente XIII resistía estos esfuerzos, invocando que los jesuitas habían hecho mucho en beneficio de la Iglesia y no merecían tal destino. Sin embargo, cuando los monarcas borbónicos tomaron Avignon en Francia, y Pontecorvo y Benevento, que eran enclaves del papado en el reino de Nápoles, el papa accedió a convocar al Colegio de Cardenales para considerar la disolución de la Sociedad. Aquel falleció el día designado para la reunión. El asunto entonces pasó a su sucesor, Lorenzo Ganganelli, que asumió el nombre de Clemente XIV, y quien decidió apaciguar a los monarcas borbónicos y recobrar los terrenos papales perdidos. El papa Clemente XIV emitió el breve pontificio, Dominus ac Redemptor, el 21 de julio de 1773, disolviendo la orden jesuita, publicándose en Madrid el 12 de septiembre de 1773.68 El documento comenzaba con una historia de la Sociedad de Jesús desde su aprobación por Pío III en 1540, pero entonces pasaba a una lista de las muchas quejas presentadas contra la orden, en particular su “codicia de los bienes temporales; de todo lo cual nacieron, como todos saben, aquellas turbaciones que causaron gran sentimiento e inquietud a la Silla Apostólica, como también las providencias que tomaron algunos soberanos contra la Compañía”.69 De acuerdo con el documento, bajo su predecesor, Clemente XIII, los clamores y las quejas contra la compañía aumentaban por día, lo que causaba “sediciones, tumultos, discordias, y escándalos que quebrantando y rompiendo enteramente

68

“Breve de Nuestro Muy Santo Padre Clemente XIV. Por el cual su santidad suprime, deroga, y extingue el instituto y orden de los Clérigos Regulares, denominados de la Compañía de Jesús, que ha sido presentado en el Consejo para su publicación. Año 1773 en Madrid. En la Imprenta de Pedro Marion”. El original del breve fue emitido en Roma, 21 de julio de 1773, y publicado en Madrid el 12 de septiembre de 1773, agi, ig, leg. 3087.

69

Ibid., 33.

318

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el vínculo de la caridad Cristiana”.70 Por añadidura, los reyes de Francia, España, Portugal y las Dos Sicilias ya habían expulsado la orden de sus dominios. Como resultado, el papa declaraba que haciendo uso del poder apostólico de su cargo, [...] suprimimos y extinguimos la sobredicha Compañía, abolimos y anulamos todos y cada uno de sus oficios, ministerios, y empleos, casas, escuelas, colegios, hospicios, granjas, y cualquier posesiones sitas en cualquier provincia, reino, o dominio, y que de cualquier modo pertenezcan a ella; y estatutos, usos, costumbres, decretos, y constituciones, aunque estén corroboradas con juramento [y] confirmación apostólica […] y asimismo todos y cada uno de sus privilegios, e indultos generales.71

Miembros de la orden se enfrentaban a una difícil opción: abandonar sus casas y bien unirse a otra orden regular, o al clero secular. En general, la extinción de la orden afectaba la vida de más de 22 000 hombres en la Sociedad de Jesús. El papado dispondría la suerte de las misiones jesuitas. Por último, la orden papal extinguiendo la orden era definitiva; no se podía demorar, apelar o revocar en fecha futura.72 Desde la expulsión de los jesuitas del imperio español en 1767, las posesiones materiales o temporalidades de la orden volvieron a la Corona y eran administradas por el conde de Aranda y el Consejo de Castilla. Con la extinción de la orden en 1773, el papa Clemente XIV reclamó la jurisdicción sobre las temporalidades en España e Indias, y estableció un comité especial, encabezado por el cardenal Antonio Casali, para hacer un inventario de la riqueza jesuita y establecer una serie de comités papales especiales para decidir el manejo o la venta de los bienes raíces y las misiones, colegios, seminarios y escuelas de la orden. Esta nada bienvenida afirmación de la autoridad papal indujo al rey Carlos III a referir el asunto del manejo de los bienes jesuitas al Consejo de Indias.73 El fiscal del Consejo inmediatamente disputó la jurisdicción del comité del cardenal Casali, aduciendo que el Consejo de Castilla controlaba la administración de los bienes

70

Ibid., 28.

71

Ibid., 33-34.

72

Ibid., 36-47.

73

Papa Clemente XIV, “Para futura memoria”, al cardenal Negroni, Roma, 1773, agi, ig, leg. 3087.

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de los jesuitas. Sostenía que solo el rey de España tenía el poder de implantar política religiosa en España y sus posesiones transatlánticas, no importando la orden papal emitida por su nuncio en Madrid, el conde de Vincenti. Esto incluía autoridad para disponer de las casas, bienes, tierras y efectos de los jesuitas. De acuerdo con el fiscal del Consejo, como el rey controlaba [...] todos los bienes profanos que los extintos poseían en sus respectivos territorios, [y puede] dispone[r] de ellos como le parece en fuerza de su patronato universal, sin perjuicio de la facultad que tienen los diocesanos de intervenir en las funciones puramente espirituales que les corresponden, pues a deberse entender de otro modo, sería en notorio perjuicio de la misma regalía […] sin que este breve de ningún modo sea capaz de alterar, ni invalidar las providencias que de antemano estaban tomadas por SM.74

Tres años más tarde, el secretario del Despacho de Indias, José de Gálvez, quien para entonces tenía la jurisdicción de las temporalidades jesuitas en América, escribió al Consejo de Indias imponiendo una absoluta prohibición de discutir a los jesuitas, incluyendo la disposición de sus propiedades.75 El Consejo estuvo de acuerdo. Para 1776, hasta el papa había cedido y estaba de acuerdo con mantener el silencio en cuanto al asunto.76 El papado nunca pudo hacer válidas sus reclamaciones de propiedades jesuitas en el mundo atlántico español, que permanecieron siendo administradas por las autoridades de la Corona. La administración de las lucrativas posesiones jesuitas en España e Indias resultó ser mucho más difícil de lo que la Corona había anticipado, y lo que estaba en juego era de gran magnitud. La Sociedad de Jesús había tenido propiedades agrícolas en Perú valoradas en cerca de 6 millones de pesos, mientras que los cálculos de sus propiedades en Nueva España alcanzaban de 8,5 a 10 millones de pesos, y para Nueva Granada, cerca de un millón de pesos.77 74

Informe del fiscal para Consulta del Consejo, Madrid, noviembre 23, 1773, agi, ig, leg. 3087.

75

José de Gálvez al Consejo de Indias, El Pardo, febrero 22, 1776, agi, ig, leg. 3087.

76

Carta del papa Pío VI a la Corona española, Roma, enero 23, 1776, agi, ig, leg. 3087.

77

Kendall W. Brown, “Jesuit Wealth and Economic Activity within the Peruvian Economy: The Case of Southern Peru”, The Americas 44:1 (1987): 42. Brown cita los siguientes trabajos que proveen las cantidades aproximadas: Pablo Macera dall’Orso, “Instrucciones para el manejo de las haciendas jesuitas del Perú (siglos xvii-xviii)”, Nueva Crónica 2 (1966): 8-9; James Denson Riley, “The Management of the Estates of the Jesuit Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo

320

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La Corona inicialmente dio al conde de Aranda y al Consejo de Castilla autoridad para supervisar los bienes raíces de los jesuitas en España e Indias, pero la tarea resultó estar más allá de las capacidades de Aranda y del mencionado cuerpo. Una confusión parecida resultó en la actual administración de las propiedades en las varias provincias de las Indias. Bajo una orden del Consejo de Castilla del 24 de febrero de 1768, los virreyes y gobernadores establecieron una junta superior en cada ciudad capital, compuesta del virrey, el capitán general o el gobernador, dos miembros de la Audiencia local, su fiscal y un funcionario de la tesorería. Subordinadas a estas juntas estaban las juntas municipales y las juntas provinciales, compuestas del gobernador local o corregidor, un sacerdote de la parroquia nombrado por el obispo y un regidor del cabildo. El resultado de la proliferación de comités fue confusión, falta de normas uniformes y poca supervisión de los funcionarios locales, acabando todo en corrupción e ineficiencia.78 En vista de las dificultades administrativas experimentadas en las Indias, en 1783 la Corona separó la administración de las temporalidades jesuitas en España de la de las Indias, que colocó bajo la Secretaría de Indias.79 Al año siguiente, el Ministerio creó el cargo de director de temporalidades para las Indias, con personal dedicado a organizar las cuentas de los bienes jesuitas y a asegurar que con los fondos enviados cada año de las Indias se pagaran las pensiones de los jesuitas en el exilio, con la cantidad restante, si la hubiere, yendo a la Tesorería Real.80 El director habría de supervisar la recaudación de 2,5 millones de reales de cobre al año para pagar las pensiones de los jesuitas exiliados y para devolver 11 225 000 reales en deudas a la tesorería española. En las Indias, las juntas municipales se desbandaron, y las juntas superiores y juntas provinciales administraban solo casos jurídicos que surgían de la administración de la riqueza jesuita. La administración de los bienes económicos recayó en el nuevo cargo de administrador-tesorero de temporalidades en cada ciudad capital, junto con un contador, que supervisaría a administradores subalternos. Estos últimos llevarían

of Mexico City in the Eighteenth Century” (Disertación de grado, Tulane University, 1972), 247; y Germán Colmenares, Haciendas de los jesuitas en el Nuevo Reyno de Granada, siglo xviii (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1969), 18, 22. 78

Antonio Porcel a la Suprema Junta del Estado, Madrid, octubre 24, 1787, agi, ig, leg. 3085B.

79

Reglamento de la Dirección de Temporalidades de los Dominios de las Indias y Filipinas, Aranjuez, junio 22, 1784, agi, ig, leg. 3084.

80

Ibid.

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a cabo la recaudación actual de las rentas al nivel local, a veces en coordinación con los cabildos y corregidores locales.81 Aparte de un breve período durante el cual el Ministerio de las Indias administró los bienes, las cantidades remitidas a España de las temporalidades en las Indias permanecieron siendo una desilusión. Aun en los años de remisiones más altas, las cantidades recaudadas provenían de la venta de bienes jesuitas, y no del hábil manejo de las propiedades, seguro indicio de que las rentas de Indias disminuirían con el tiempo. Para la Corona, el atractivo de controlar la vasta riqueza de los jesuitas a la larga resultó ser ilusorio.

Renovación de la reforma y resistencia en el Atlántico español A pesar de las frustraciones de la Corona con la administración de las propiedades de los jesuitas, los reformadores pronto continuaron sus esfuerzos con reformas comerciales y administrativas adicionales. Noticias de Lexington y Concord, que elevaron las esperanzas de venganza contra los ingleses, coincidieron con la muerte del venerable fray Julián de Arriaga en enero de 1776, permitiendo al rey nombrar a José de Gálvez como nuevo secretario del Despacho de Indias. La vasta experiencia americana de Gálvez y sus éxitos como reformador le permitieron imponer su dominio personal en el ministerio. No recibió la cartera naval, que fue a manos de Pedro González Castejón. Sin embargo, la muerte del duque de Alba, que actuaba de presidente del Consejo de Indias, permitió a Carlos nombrar a Gálvez gobernador del Consejo el 26 de febrero de 1776.82 El fallecimiento al año siguiente de Tomás Ortiz de Landazuri, contador general de Indias, hizo posible a Gálvez obtener ese importante nombramiento para uno de sus aliados, Francisco Javier Machado Fiesco. Los sucesos del año anterior, además, habían quitado del camino a dos potenciales rivales. El poder de O’Reilly llegó a su fin en 1775, después de su monumental fracaso como comandante de una expedición contra el dey de Argel. Ante la airada protesta pública contra el irlandés, Carlos le asignó a inspeccionar las islas Chafarinas en la costa de África; y en 1776, el rey le nombró capitán

81

Antonio Porcel a la Suprema Junta del Estado.

82

El duque de Alba seguía actuando de presidente en virtud de ser heredero al cargo de gran canciller de las Indias. Como cabeza de la casa real y deán del Consejo de Estado, había continuado siendo una importante figura en la Corte.

322

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general de Andalucía, bien lejos de Madrid.83 Una creciente xenofobia en España después de la debacle de Argel también forzó al rey a sacar a Grimaldo de Estado. Carlos suavizó la humillación del leal italiano, sin embargo, nombrándolo embajador al papado.84 Carlos reemplazó a Grimaldo con el talentoso José Moñino, conde de Floridablanca, quien pronto surgió como la figura dominante en el nuevo gobierno reformista. El primero de entre los seis secretarios de la Oficina, Floridablanca, con habilidad guiaría a España por las aguas tormentosas del período de la Revolución americana y más allá, en tanto que su astuta diplomacia fomentaría los intereses españoles a expensas de su histórico enemigo inglés. Magistrado de primer orden, su presencia dominante fue captada hábilmente por el pincel de Francisco de Goya y Lucientes, el brillante pintor de la Corte en esa época (véase la figura 8.1). El rival de Floridablanca para reemplazar a Grimaldo había sido el ambicioso conde de Aranda. Para liberar a Madrid de su entrometimiento, Floridablanca le envió a la embajada en Versalles. Dentro de este contexto, Gálvez, en su doble capacidad de secretario del Despacho de Indias y de gobernador del Consejo, disfrutaba de una autonomía considerable. Asimismo, se beneficiaba del apoyo de Múzquiz, el miembro más antiguo del gabinete y quien disfrutaba de una relación personal muy favorable con el rey.85 El nuevo ministro de Indias cambió el ritmo y el tono del gobierno, esencialmente descartando la acostumbrada fórmula de consulta y compromiso con las elites americanas en favor de un enfoque más autoritario. Podía justificar este cambio por las urgencias que el amenazante y tan largamente esperado conflicto con los ingleses demandaban. Introdujo un programa de gran alcance, con reformas en las áreas de administración, política comercial y recaudación de rentas, y renovó y amplió la reorganización militar. Gálvez demostraba impresionante iniciativa y ambición, pero a menudo le faltaba el buen sentido diplomático necesario para implantar cambios sin provocar amarga resistencia. Durante sus años de liderato, conseguiría mucho, pero a precio muy alto.

83

Bibiano Torres Ramírez, Alejandro O’Reilly en las Indias (Sevilla: Escuela de Estudios HispanoAmericanos, 1969), 10-11.

84

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 344-60.

85

Anthony H. Hull, Charles III and the Revival of Spain (Washington: University Press of America, 1981), 193, 304.

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Figura 8.1. José Moñino, Conde de Floridablanca (1728-1808). Museo del Prado © Archivo fotográfico Museo Nacional del Prado.

Luce la insignia de la Orden de Carlos III, aparentemente pintada por el pintor Francisco de Goya y Lucientes, aunque algunas autoridades opinan que fue hecha por un discípulo en su taller.

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Gálvez primero empezó con iniciativas administrativas, con el objetivo de fortalecer las periferias, un objetivo que databa de los primeros años del reino de Carlos y antes. Para apuntalar el límite norte del imperio, estableció la Comandancia General de las Provincias Interiores, que unió la frontera norte de Nueva España, de Texas a California. Gálvez consideró establecer aún otro virreinato en la región, pero la frontera no tenía los recursos para mantener el necesario aumento burocrático.86 Gálvez también introdujo una intendencia en Caracas, la primera extensión de esa institución desde Sonora. Y en vista de la creciente importancia económica y militar del norte de América del Sur, elevó a Caracas a capitanía general al año siguiente, poniendo Maracaibo, Cumaná y Guayana bajo esa misma autoridad.87 La innovación administrativa de más alcance fue el establecimiento del Virreinato del Río de la Plata en 1776, con su capital en Buenos Aires, el nuevo centro comercial en el cono sur de Sudamérica. A pesar de que las autoridades en Río de la Plata habían pedido el establecimiento de un virreinato para proteger el expuesto flanco sur español, la falta de fondos hacía la idea poco factible. Las incursiones comerciales portuguesas de Brasil a través de Colônia do Sacramento finalmente forzó a la Corona a equipar una expedición militar para expulsar a los intrusos.88 Gálvez puso a la fuerza militar bajo el mando del anterior gobernador de Buenos Aires, Pedro de Cevallos, quien adujo que necesitaba autoridad política y fiscal sobre Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y la Audiencia de Charcas, incluyendo el centro minero en Potosí. La Corona le concedió esos poderes en 1776. Con la exitosa conclusión de la campaña militar, Cevallos, en julio de 1777, instó a Gálvez a hacer el arreglo permanente, erigiendo un

86

Lynch, Spanish Colonial Administration, 38-43; Luis Navarro García, Don José de Gálvez y la Comandancia General de las Provincias Internas del norte de Nueva España (Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1964), cap. 5.

87

Luis Navarro García, Intendencias de Indias (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano Americanos, 1959), 34; Mario Briceño Parozo, “Ámbito institucional de la Capitanía General de Venezuela”, Memoria del III Congreso Venezolano de Historia, 3 vols., vol. 2, 299-317 (Caracas: Academia Nacional de Historia, 1979), 299-317. Para 1776, Gálvez ya había unificado el área comercialmente, extendiendo el alcance comercial de la Compañía de Caracas para incluir las provincias de Guayana y Cumaná y las islas de Margarita y Trinidad. Maracaibo había sido incluido en la Compañía en 1752. Real orden, San Lorenzo, noviembre 16, 1776, agi, Caracas, leg. 924.

88

John Lynch, Spanish Colonial Administration, 40-41.

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nuevo cuarto virreinato, el del Río de la Plata.89 El rey Carlos había deseado por mucho tiempo un cono sur protegido de las ambiciones comerciales inglesas y portuguesas, y Gálvez rápidamente aprobó su permanente creación, quitando así parte al Virreinato de Perú. El gobierno de Madrid aprobó el establecimiento del sistema de intendencias en Río de la Plata en 1782, el más extenso uso de esa innovación administrativa en las Indias hasta entonces. La Ordenanza de Intendentes establecía ocho intendencias en el nuevo virreinato, y en 1784 la Corona fundó una novena intendencia en Puno. Los nuevos funcionarios disfrutaban de un sueldo generoso y ejercían control sobre la administración general, hacienda, el estamento militar, y ciertos aspectos judiciales relacionados específicamente con asuntos bajo el control directo de los intendentes. Los intendentes también ejercían mucha autoridad sobre el patronato eclesiástico. El intendente de la provincia de Buenos Aires fue designado superintendente, con los demás funcionarios llevando títulos menores, como intendentes provinciales. Después de una serie de conflictos con el virrey, sin embargo, la superintendencia fue abolida en 1784, y el virrey asumió esos deberes. La ordenanza eliminaba los cargos de gobernador y corregidor, y los reemplazaba con subdelegados, pagados con el 3 % de los tributos recaudados en sus distritos. Estos subdelegados no tenían la autoridad judicial de los funcionarios anteriores. Los intendentes representaban una nueva capa administrativa, conectando al virrey y las audiencias con administradores provinciales.90 Gálvez pronto dio evidencia de su determinación de ampliar dramáticamente la desregulación del comercio colonial. El Real Decreto del 3 de octubre de 1776 trajo a Santa Marta y Riohacha al sistema de libre comercio caribeño, mientras que otro del 10 de julio de 1777 añadía Mallorca a los puertos habilitados de España. En vista de los éxitos del experimento cubano, un observador bien informado en la Corte, el marqués de Echandía, advirtió al Consulado de Cádiz que cualquier resistencia a una mayor liberalización era causa perdida.91 Es más, la presión había comenzado en otras regiones de España, para conseguir más amplias oportunidades comerciales. Burgos, Zamora y Salamanca apoyaban una petición de Santander para tener oportunidades más amplias en las colonias. 89

Ibid.

90

Ibid., 62-90.

91

Consulado a Echandía, Cádiz, julio 18, 1777, agi, Consulados, libro 88.

326

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El 2 de febrero de 1778, Gálvez abrió toda Sudamérica al sur de Nueva Granada, incluyendo Buenos Aires, Chile y Callao al sistema de octubre de 1765. Y en respuesta a una oportuna presión de Aragón y Granada, añadió Murcia, Tortosa y Almería a la lista de puertos autorizados en España.92 La famosa Regulación de Libre Comercio del 12 de octubre de 1778 representaba un renovado esfuerzo por vender productos más baratos que los contrabandistas, ampliar los mercados y atraer a las economías coloniales a una más estrecha dependencia de la metrópolis.93 En la mayoría de los aspectos, resultó siendo una continuación de la liberación comercial que ya había tenido lugar, aunque finalmente incluyó Cartagena, Panamá y Guayaquil en el nuevo sistema, y sistematizó las tasas de impuestos. La Corona continuó excluyendo Nueva España, donde el contrabando era visto como una amenaza menor que en las otras colonias y donde el poderoso Consulado de Ciudad de México defendía con éxito sus privilegios. También excluía Caracas, donde la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas mantenía su influencia. El comercio de cacao con Veracruz representaba una complicación adicional. En la preparación para la histórica regulación y poco tiempo antes de su muerte en 1777, Ortiz de Landazuri escribió un borrador preliminar para que Gálvez lo revisara.94 Fiel al espíritu de la recomendación de 1765 del comité selecto en que había servido, Ortiz de Landazuri había incluido México y Venezuela entre las jurisdicciones que participaban en el sistema liberalizado. Esto, sin duda, habría maximizado el volumen de comercio entre América y la península, para beneficio de la economía española. Imperativos de defensa todavía llevaron a Gálvez a oponerse a la inclusión de México y Venezuela en el sistema de comercio libre en 1778. A medida que España se acercaba más a intervenir en la Guerra de la Revolución americana, las políticas que favorecían las periferias seguían siendo de alta prioridad. Por añadidura, Gálvez estaba convencido de que España continuaría captando la masa de plata mexicana por medio del establecido sistema de convoyes. Durante sus

92

Los expedientes para estas peticiones, reales decretos y reales órdenes se hallan en agi, ig, legs. 2411-2412.

93

Muñoz Pérez, “La publicación del Reglamento”, 28 y ss.; John R. Fisher, “Imperial ‘Free Trade’ and the Hispanic Economy, 1778-1796”, The Journal of Latin American Studies 13:1 (1981): 21-23.

94

Gálvez a Ortiz, San Ildefonso, agosto 18, 1776, agi, ig, leg. 2411. Ortiz a Martín Cuetro, Madrid, diciembre 7, 1776, agi, ig, leg. 2046A.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

investigaciones para preparar la regulación de octubre, Ortiz había estimado el costo anual perdido por contrabando durante el período de 1747 a 1761. Esta cantidad la calculó en 12 millones de pesos, pero la mayor parte de ello lo atribuyó a Nueva Granada y a Perú. Para México, él estimaba que la cantidad era sólo un millón.95 Confiado en que los mexicanos tenían sólo una salida viable, Gálvez eliminó del borrador preliminar aquellos artículos que incluían Veracruz y La Guaira en la zona de comercio libre. La Guaira, debe recordarse, continuaba un vigoroso comercio de cacao con México, donde la Compañía de Caracas todavía mantenía sus derechos. El artículo 6 del borrador final simplemente proveía que la Corona definiría una política aparte para México, aunque caería bajo las modernas tasas de impuestos.96 El comercio libre produjo un alza dramática en las exportaciones de las Indias a España para 1783, una vez que las hostilidades con Gran Bretaña habían en efecto terminado. De acuerdo con las cifras en la tabla 8.1, el volumen de las importaciones de América subió de 111 983 765 reales de vellón en 1782 a más de 1 201 263 356 reales de vellón en 1784. Como indica la tabla 8.1, esto representaba un índice de crecimiento del 23 % en 1782 (usando los años de 1766 a 1778 como base del 100 %) a 245 % en 1784, un ritmo de crecimiento fenomenal en el volumen y el valor del comercio colonial. Es más, aunque el valor de las importaciones americanas variaba (a veces de manera considerable) de año en año, la tendencia general en el comercio era todavía sin duda positiva (véase la tabla 8.1). En un informe al Consejo de Estado, Diego Gardoqui, ministro de Hacienda, señalaba que entre 1787 y 1792 España había tenido un déficit anual de comercio con Europa de 404 millones de reales de cobre, y más de la mitad de esta cantidad había sido para pagar mercancías rexportadas a Indias. El balance favorable de comercio con las Indias producía rentas suficientes para eliminar este déficit, generando, sin embargo, un superávit comercial de 184 millones de reales de vellón cada año. 95

Ortiz, Informe sobre los productos americanos en plata, oro y productos agrícolas por reino, diciembre 6, 1776, agi, ig, leg. 2411.

96

Ortiz, reglamentos para el comercio americano, Madrid, diciembre 6, 1776, con las anotaciones y las tachaduras de Gálvez, agi, ig, leg. 2411. El Reglamento y aranceles reales para el comercio libre de España a Indias de 12 de octubre de 1778 ha sido reimpreso por la Escuela de Estudios Hispano-Americanos (Sevilla, 1977). El bosquejo de Ortiz también incluía los puertos de Venezuela. El borrador revisado reservaba estos puertos para la Compañía de Caracas, pero “sin privilegio exclusivo”.

328

La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783

Tabla 8.1. Importaciones de América a España Año

Valor de las importaciones

Índice: 1747/1778 = 100

Índice: 1766/1778 = 100

1782

111 983 765

26

23

1783

541 954 787

124

110

1784

1 201 263 356

276

245

1785

1 148 573 947

263

234

1786

791 085 627

181

161

1787

779 167 112

179

159

1788

805 032 460

185

164

1789

721 253 993

165

147

1790

780 816 540

179

159

1791

1 013 594 889

232

207

1792

780 469 956

179

159

1793

809 609 849

186

165

1794

1 039 284 940

238

212

1795

820 223 396

188

167

1796

1 041 222 273

239

212

Total

12 454 095 293

190

169

Fuente: Antonio García-Baquero González, “Los resultados de libre comercio y ‘el punto de vista’: Una revisión desde la estadística”, Manuscrits 15 (1997): 303-322.

La figura 8.2, de remesas de fondos públicos y privados enviados de las Indias a España, demuestra que el comercio tendió a declinar durante la década de los cincuenta, pero mantuvo una trayectoria generalmente ascendente de 1765 a 1785, a pesar de fluctuaciones anuales, en particular en las remesas de fondos privados. Las rentas públicas enviadas desde las Indias siguieron una clara trayectoria ascendente desde 1784 hasta el comienzo de la guerra con Gran Bretaña en 1796. Las cifras para las remesas privadas son difíciles de estimar con exactitud, pero los cálculos aproximados en la figura 8.2 indican una inequívoca tendencia a ascender para el período después de la proclamación del comercio libre imperial, culminando a mediados de la década de los ochenta, a pesar de una seria baja durante la Guerra de la Revolución americana. Después del comienzo de la guerra con Inglaterra en 1796, las remesas declinaron una vez más. Por añadidura, la gama de productos americanos importados a España era muy 329

600 400 200 0

Millones de reales de vellón

800

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

1720

1740

1760 Año Público

1780

1800

Privado

Figura 8.2. Remisiones de rentas públicas y privadas a España

variada. Las Indias enviaban grandes cantidades de metales, principalmente plata, en las cuentas públicas y privadas, junto con cantidades impresionantes de azúcar, cuero, madera, cacao, cascarilla y tabaco. Además, los mercaderes de Indias enviaban menores cantidades de especias, hierbas, varios productos medicinales, café, té, plomo, estaño, trigo, cebada y productos de animales.97 En breve, las salidas sin restricciones de los navíos comerciales individuales en gran parte posibilitaban a los mercaderes en las Indias no solo enviar metales, sino también productos perecederos, lo que permitía enviar una mayor variedad de productos básicos a España. La regulación de 1778 había sido delineada en secreto, porque el secretario del Despacho de Indias se protegía de posibles reacciones dentro y fuera de España. Gálvez hizo que su hermano Miguel se encargase de la impresión actual.98 Tras demoras habituales debidas a obligaciones impuestas por tratados y más tarde por la oposición de poderosos intereses creados y fuerzas conservadoras en la Corte, la Corona española finalmente promulgó una detallada y completa

97

John R. Fisher, Commercial Relations between Spain and Spanish America in the Era of Free Trade (Liverpool: Liverpool University Press, 1985), 66-71.

98

José de Gálvez a Miguel de Gálvez, San Ildefonso, septiembre 24, 1778, agi, ig, leg. 2409.

330

La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783

reforma del sistema comercial colonial. Cuando publicó la histórica regulación, el controversial Gálvez mostró darse cuenta de la deuda que tenía con sus predecesores reformistas. Dio orden de enviar de inmediato copias a Ensenada, Esquilache y Grimaldo. El envejecido Ensenada, quien casi no podía escribir una nota de agradecimiento, seguía languideciendo en el exilio en Medina del Campo.99 Bien provisto de tabaco cubano, Esquilache seguía de embajador en Venecia, y Grimaldo continuaba siendo embajador al papado.100 Cuando Ortiz de Landazuri falleció, Gálvez incluso colocó a su hija, que residía en Perú, bajo su propia protección personal.101 Estos admirables gestos revelan un nivel de sensibilidad y gentileza raramente visibles durante su carrera política pública. Recordando el trabajo de Ricla y O’Reilly en Cuba, y el propio en México, Gálvez lanzó una sucesión de controversiales visitas a Perú, Nueva Granada, Quito y Chile, donde las tácticas prepotentes y arbitrarias de los hombres que había asignado eran semejantes a las suyas. Estas incluían las misiones de los regentes-visitadores José Antonio de Areche a Perú y Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres a Nueva Granada en 1777, para reorganizar la administración y la financiación colonial. Tomás Álvarez de Acevedo y José García-Pizarro dirigieron subvisitas a Chile y a Quito. Actuando a través de este grupo, Gálvez abruptamente inyectó nuevo rigor a la aplicación de las reglas de rentas y en general subió los precios de los monopolios y aumentó la alcabala.102 También se hicieron censos más exactos de la población indígena para asegurar que los tributos establecidos se recaudaran de manera eficaz. Para ejercer un control efectivo sobre la maquinaria del gobierno colonial, los regentes-visitadores despiadadamente purgaron las audiencias coloniales, las tesorerías reales y hasta los cargos administrativos menores de las profundamente arraigadas elites coloniales o de los españoles radicados. Habiéndose acostumbrado a tener una voz en el

99

Falleció en 1781.

100

Ensenada a Gálvez, Medina del Campo, octubre 29, 1778; Grimaldo a Gálvez, Roma, diciembre 3, 1778; y Esquilache a Gálvez, Venecia, noviembre 28, 1778, todos en agi, ig, leg. 2409.

101

Virrey Manuel Guirior a Gálvez, Lima, febrero 20, 1779, agi, Lima, leg. 659.

102

Jacques A. Barbier, Reform and Politics in Bourbon Chile, 1755-1796 (Ottawa: University of Ottawa Press, 1980), 113 y ss.; Kuethe, Military Reform and Society, 118-25; John Leddy Phelan, The People and the King. The Comunero Revolution in Colombia, 1781 (Madison: University of Wisconsin Press, 1978), caps. 1-2; John R. Fisher, Bourbon Peru, 1750-1824 (Liverpool: Liverpool University Press, 2003), 29-34.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

proceso político a través de la participación burocrática, estas elites ahora casi invariablemente se hallaron sustituidas por funcionarios nacidos en España, al tiempo que se añadían otros.103 El resultado neto de estas innovaciones fue un alza dramática en las rentas de impuestos en la mayoría de las regiones, hasta en la Audiencia de Quito, que había estado estancada durante un siglo en un largo declive de su sector económico dominante, la producción textil. Durante la tenencia del presidente-regente y visitador José García de León y Pizarro en Quito, las recaudaciones de impuestos experimentaron un dramático aumento, demostrando claramente la efectividad en el distrito de este nuevo aparato en el Estado colonial (véase la figura 8.3). Los recibos de la tesorería en el distrito de Cuenca, donde las reformas habían tenido un impacto más leve, crecieron de menos de 65 000 pesos en el período de 1765 a 1769, a más de 526 000 pesos entre 1800 y 1804. Mientras tanto, las entradas de la tesorería de Guayaquil aumentaron de algo más de 249 000 pesos a más de 1,1 millones de pesos durante el mismo período. Ambas regiones experimentaron considerable crecimiento económico, lo que el aparato estatal aprovechó eficazmente, extrayendo capital que podría haber sido invertido en actividades empresariales para el mantenimiento de la prosperidad económica local. El aumento en las rentas gubernamentales era más notable, sin embargo, tierra adentro, región económicamente deprimida y centro de una industria textil de lana en decadencia. Las entradas que llegaban a la tesorería de Quito, reforzadas por envíos de Guayaquil y Cuenca, aumentaron de menos de 746 000 pesos tras la Insurrección de Quito (1765-1769) a más de 2,5 millones de pesos en los años de 1785 a 1789.104 Tales exacciones fiscales en tierra adentro al norte sin duda exacerbaban su rápido descenso económico, pero llenaban los reales cofres de la región.

103

John Leddy Phelan, “El auge y la caída de los criollos en la Audiencia de Nueva Granada, 17001781”, Boletín de historia y antigüedades 59 (1972): 597-618; Jacques A. Barbier, “Elite and Cadres in Bourbon Chile”, hahr 52 (1972): 432-33; Leon G. Campbell, The Military and Society in Colonial Peru, 1750-1810 (Filadelfia: American Philosophical Society, 1978), 74. Véase también Burkholder y Chandler, From Impotence to Authority, 101-106.

104

Kenneth J. Andrien, The Kingdom of Quito, 1690-1830: The State and Regional Development (Cambridge: Cambridge University Press, 1995), 196-201.

332

La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783

3000000

Pesos de ocho

2500000 2000000 1500000 Cuenca Guayaquil Quito

1000000

1800-1804

1795-1799

1790-1794

1785-1789

1780-1784

1775-1779

1770-1774

0

1765-1769

500000

Quinquenio

Figura 8.3. Rentas de Cuenca, Guayaquil y Quito, 1765-1804

Diferente de la Audiencia de Quito, donde las elevadas presiones fiscales no interrumpieron el orden público, en tierra adentro, en Santa Fe de Bogotá y en los Andes centrales y del sur, las innovaciones borbónicas provocaron violentos y sangrientos levantamientos. Esfuerzos previos para sacar al Alto Perú del Virreinato de Perú ya habían trastornado los patrones regionales de comercio y causado una dislocación económica en la región, que solo empeoró con el alza de los impuestos, resultando en temores locales y descontento con las normativas de la Corona. Estos disturbios en los tradicionales órdenes políticos, sociales y económicos prepararon el camino para la Gran Edad de las Rebeliones Andinas, comenzando en 1781 en Chayanta, al norte de Potosí, Tinta, cerca de Cuzco, y la región de La Paz, e incluyó la revuelta de los Comuneros de Nueva Granada en 1781. Estas peligrosas conmociones, aún más serias que los desórdenes con que Gálvez se había enfrentado durante su visita a Nueva España, causaron muchas muertes y sirvieron para recordar al monarca las limitaciones prácticas que impedían el súbito aumento de las rentas de impuestos.105 Gálvez bien podía

105

Phelan, The People and the King, caps. 3-16; Scarlett O’Phelan Godoy, Rebellions and Revolts in Eighteenth-Century Peru and Upper Peru (Colonia: Böhlau Verlag, 1985), caps. 4-5; David Cahill, From Rebellion to Independence in the Andes: Soundings from Southern Peru, 1750-1830 (Ámsterdam: Aksant, 2002), caps. 6-7.

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haber perdido su puesto si Carlos no hubiera sido un hombre paciente y si, al mismo tiempo, Bernardo, el sobrino del ministro, no hubiera estado acumulando gloria para España en Florida. La primera fase de la resistencia contra las reformas empezó en condiciones desfavorables como una serie de protestas locales por parte del pueblo aymara de Macha, en Chayanta, al norte de Potosí, bajo el liderato de un campesino analfabeto, Tomás Katari. Él y la gente de Macha querían obtener reparación por abusos en la recaudación de tributos y la asignación forzada de mercancías europeas (repartimiento de comercio, o repartos). A pesar de su humilde origen, Katari inauguraría una notable lucha que llegó a manifestarse en demandas de autonomía indígena y poder político en la región. Entre 1777 y 1780, Katari dirigió las diez comunidades étnicas de Macha en una serie de enfrentamientos legales con el corregidor de la localidad y la Audiencia de Charcas, que lo llevó a hacer el largo viaje de Chayanta a Buenos Aires, donde expuso su caso directamente ante el virrey, partidario de la reforma en las Indias. Aunque las autoridades en Buenos Aires al principio apoyaron a Katari contra los tradicionales grupos arraigados en Charcas, las autoridades locales continuaban opuestas a su movimiento popular, lo que al final llevó a enfrentamientos violentos. Las protestas dieron lugar a la expulsión de las autoridades españolas de la región, la toma del poder por Katari, y luego a una amplia insurrección de los pueblos aymara contra el régimen colonial español. Aun después de que las autoridades españolas asesinaran a Katari en diciembre de 1780, la rebelión se esparció por la región, cuando el ejército aymara trató sin éxito de poner sitio a La Plata. En el espacio de un año, sin embargo, las tropas españolas habían derrotado a los rebeldes aymaras.106 Simultáneamente a los disturbios en Chayanta, una más seria y violenta insurrección amenazaba el poder español al sudeste de Cuzco en Tinta, dirigida por José Gabriel Condorcanqui, quien había asumido el nombre de Túpac Amaru II en memoria del líder inca ejecutado en 1572. Las reformas borbónicas habían provocado privaciones económicas y elevados impuestos; y la corrupción política local, manifestada en la tasación de tributos y en el reparto de asignaciones, había causado hostilidad contra el régimen español. Después que Túpac Amaru 106

El mejor y más conocido nuevo trabajo sobre el movimiento de Katari es: Sergio Serulnikov, Subverting Colonial Authority. Challenges to Spanish Rule in Eighteenth-Century Southern Andes (Durham: Duke University Press, 2003).

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La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783

y sus tropas ejecutaron al corrupto corregidor local, Antonio de Arriaga, una generalizada rebelión inflamó toda la región de Cuzco, donde el líder rebelde trataba de forjar una amplia coalición con la diversa población étnica de la región. El liderazgo de su ejército consistía de 19 españoles y criollos, 29 mestizos, 17 andinos y 4 negros y mulatos. La mayoría de sus tropas eran pagadores de tributo indígena. Túpac Amaru utilizó una serie diversa de símbolos andinos y cristianos para crear un programa diseñado a atraer una amplia coalición regional para protestar por los abusos del régimen colonial. Tomando el título de Sapa Inca y vestido con la túnica real tradicional de los incas, apeló a creencias mesiánicas populares, que predecían el regreso del último rey, Túpac Amaru, quien expulsaría a las autoridades españolas y traería justicia y orden social a los Andes. Las autoridades españolas en Cuzco levantaron un ejército de milicianos criollos y andinos leales, pero las tropas de Túpac Amaru derrotaron a la fuerza española en Sangaragá, con la mayor parte del ejército español pereciendo. Después de la victoria, mucha de la tropa indígena se resarció de años de frustración e ira contenida, matando sin discriminación a criollos, peninsulares y personas no combatientes. Tales atrocidades hicieron que la mayoría de los criollos abandonaran el movimiento y se unieran a los que favorecían al rey, y numerosos líderes étnicos andinos que competían con Túpac Amaru rehusaron reconocer su liderazgo, permaneciendo neutrales o uniéndose al esfuerzo militar español para sofocar la rebelión. Túpac Amaru finalmente se preparó para poner sitio a Cuzco con 30 000 soldados rebeldes. Cuando las tropas españolas les impidieron rodear la ciudad, Túpac Amaru abruptamente se retiró con su ejército a Tinta, donde una fuerza española de Cuzco derrotó y capturó al líder rebelde, quien fue públicamente ejecutado en Cuzco en 1781. Fue descuartizado en la plaza mayor de Cuzco y las partes de su cuerpo exhibidas como triste recordatorio del precio pagado por aquellos que se rebelaban en contra de la Corona. Sin embargo, su ejército continuó hostigando a las autoridades españolas en la región, bajo el mando de su primo, Diego Cristóbal Túpac Amaru.107 Diego Cristóbal dirigió a sus rebeldes fuerzas quechua al Alto Perú, donde tomaron Puno en mayo de 1781, y establecieron conexiones con los rebeldes aymara bajo los hermanos Katari y con una segunda grande fuerza aymara que 107

El más reciente trabajo sobre la revuelta de Túpac Amaru es: Ward Stavig, The World of Túpac Amaru. Conflict, Community, and Identity in Colonial Peru (Lincoln: University of Nebraska Press, 1999).

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operaba alrededor de La Paz, bajo el mando de un pequeño comerciante analfabeto, Julián Apasa. Inicialmente, este pretendió ser la encarnación del difunto líder, Tomás Katari, lo que le permitió levantar un ejército y más tarde asumir el nombre de Túpac Katari. Cuando los españoles capturaron a uno de los originales hermanos Katari y otro murió en batalla, las fuerzas aymara cayeron bajo el mando único de Julián Apasa-Tupac Katari. Aunque parientes de Túpac Amaru nominalmente dirigían la rebelión, las relaciones entre los comandantes quechua y aymara eran a menudo tensas. Tenían que hablar por medio de intérpretes, y la fricción y la animosidad impedían operaciones conjuntas. Las fuerzas quechuas funcionaban desde Puno, mientras que Tupac Katari y el ejército aymara asediaron La Paz dos veces, sin éxito. Cuando las fuerzas españolas levantaron el segundo sitio de la ciudad en mayo de 1781, amargas divisiones surgieron entre los dos campos y el clan de Túpac Amaru decidió abandonar a sus aliados aymara y buscar la rendición y el perdón de las autoridades españolas. Tupac Katari no tenía conocimiento de la rendición del ejército quechua, y unos días después de haber tenido noticia de la traición, fue atraído a una trampa, capturado y más tarde ejecutado, poniendo fin eficazmente a las rebeliones contra la autoridad española. A pesar de su victoria, esta autoridad había sido fuertemente estremecida por estas tres sangrientas rebeliones.108 La cuarta y mayor sublevación contra las innovaciones borbónicas comenzó en Nueva Granada en marzo de 1781, en el pueblo de El Socorro, en la provincia de Tunja (en el centro de Colombia), y la Rebelión de los Comuneros en poco tiempo se esparció mucho hacia el interior del virreinato. La rebelión surgió en respuesta a los ambiciosos intentos del regente-visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres para hacer cumplir estrictas leyes de impuestos y de monopolio, reducir la ineficacia y el derroche, y eliminar el fraude y la corrupción. La región de El Socorro había sido afectada muy negativamente por los esfuerzos por subir los impuestos sobre la producción local de algodón y para limitar el cultivo del tabaco a una zona cerca de la ciudad de Girón. Los insurgentes en El Socorro se levantaron para desafiar las nuevas medidas de impuestos, y en abril de 1781, más de 4000 manifestantes se reunieron en la ciudad para seleccionar un consejo de líderes, encabezados por Juan Francisco Berbeo, criollo local al mando de las fuerzas rebeldes. Para complicar las cosas, el virrey, Manuel Antonio Flores, había 108

El más reciente estudio de la revuelta de Tupac Katari es: Sinclair Thomson, We Alone Will Rule. Native Andean Politics in the Age of Insurgency (Madison: University of Wisconsin Press, 2002).

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La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783

despachado la mayor parte del ejército para defender a Cartagena de la amenaza de un ataque británico después de España entrar en la Guerra de la Revolución americana. Cuando Gutiérrez de Piñeres y las autoridades en Bogotá supieron de la insurgencia en El Socorro, enviaron una pequeña fuerza militar para aplastar a los rebeldes, pero estos derrotaron decisivamente a las reales tropas en la Batalla de Puente Real. Tras esta victoria, el ejército insurgente creció a más de 15 000 hombres, y acampó fuera de la ahora casi indefensa capital virreinal. Los rebeldes hicieron saber sus demandas en las treinta y cuatro Capitulaciones de Zipaquirá, que enumeraban la amplia gama de las quejas de los Comuneros contra las innovaciones fiscales y administrativas borbónicas. El real poder estaba en efecto en manos del arzobispo de Bogotá, Antonio de Caballero y Góngora, quien se hizo cargo de las negociaciones con los rebeldes. Sin una fuerza militar para defender la ciudad, Caballero y Góngora, junto con las autoridades civiles en Bogotá, apresuradamente aceptaron las Capitulaciones y dieron un perdón a los rebeldes. Sin embargo, una vez que estos habían vuelto a sus casas y la columna de tropas había llegado de Cartagena, el gobierno repudió el acuerdo. Cuando se hizo evidente que la administración real no tenía intención alguna de seguir los términos de las Capitulaciones, un teniente de Berbeo, José Antonio Galán, trató sin éxito de salvar la insurrección. Galán más tarde fue capturado y ejecutado en Santa Fe, poniendo así definitivamente fin a la Rebelión de los Comuneros.109 Mientras que estas regiones tierra adentro en Sudamérica caían presa de las sublevaciones contra la nueva agenda reformista, las regiones costeras permanecieron uniformemente estables. También sirvieron de base para la eventual pacificación del interior. Como beneficiarios de las normas de gastos militares, esas poblaciones tenían poca razón para protestar la reforma de impuestos, y poseían establecimientos militares intimidantes. Por añadidura, la desregulación de la política comercial en 1778 de seguro atrajo al menos algún interés hacia la agenda reformista. Tierra adentro, la Gobernación de Popayán en el sudoeste de Nueva Granada y la Presidencia de Quito permanecían tranquilas. Parte de la explicación seguramente descansa en el recuerdo de las fallidas revueltas de 1765. Otro factor que desanimaba los movimientos populares, sin embargo, eran las guarniciones fijas, establecidas en ambas jurisdicciones tras los desórdenes. Además, el virrey

109

Kuethe, Military Reform and Society, 87-88.

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Manuel Flores había extendido el sistema de milicias disciplinado a Popayán en 1777. Y como precaución, el presidente-regente en Quito, José García de León y Pizarro, había reorganizado la milicia de la región quiteña de tierra adentro en el marco de sus deberes de visitador-general. En comparación, otras autoridades del interior no habían tenido instrumentos parecidos cuando el pueblo desafió su autoridad.110 En Chile, donde las elites locales hábilmente subvirtieron el trabajo de Álvarez para satisfacer sus propios fines, no hubo casos de protesta violenta.111

España y la Guerra de la Revolución americana A medida que el programa reformista de Gálvez evolucionaba, los triunfos militares contra los ingleses vindicaban la controversial agenda de Carlos III. Tras cuidadosa preparación, Madrid entró en la Guerra de la Revolución americana bajo sus propios términos el 21 de junio de 1779. Versalles se había aliado a los colonos insurgentes un año antes.112 El conflicto se distinguió por impresionantes acciones militares tomadas en la ofensiva y respaldadas por una resurgente Armada. España echó a los ingleses del golfo de México y defendió exitosamente sus baluartes en Centro América. En tanto que fracasó en expulsar a su rival de Gibraltar en Europa, recuperó Menorca en el Mediterráneo.113 Las autoridades cubanas enviaron el ejército regular a la ofensiva, mientras que la milicia disciplinada estaba a cargo de las defensas en la isla. Además, varios miles de refuerzos llegaron de Europa.114 La fuerza que Bernardo de Gálvez, sobrino de José, condujo a la victoria en una espectacular campaña a lo largo del golfo contaba con 7400 hombres, cuando con éxito puso sitió a Pensacola en mayo de 1781.115 El reunir un ejército de tal magnitud fue un logro notable para un régimen que había fallado tan miserablemente en 1762, demostrando así el éxito de la reforma militar. La estrategia de Ricla había acertado. 110

Ibid., 48-51, 63-78, 90-91. En Perú, la masiva milicia reclutada por el virrey Amat sobresalió en producir uniformes para los oficiales, pero tenía poca capacidad militar. Campbell, The Military and Society, cap. 3.

111

Barbier, Reform and Politics in Bourbon Chile, passim.

112

Thomas E. Chávez, Spain and the Independence of the United States: An Intrinsic Gift (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2002), caps. 4-8.

113

Ibid., caps. 9-10.

114

Alrededor de 7600 se embarcaron, pero la travesía duró tres meses y muchos se perdieron.

115

Kuethe, Cuba, 1753-1815, cap. 4. El ejército contaba con 725 soldados que los franceses habían aportado.

338

La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783

Pese a que la principal fuerza fue desviada a Guarico para una planeada invasión franco-española de Jamaica en 1782, mientras otras tropas defendían Florida, el gobernador Juan Manuel Cagigal todavía halló hombres suficientes para tomar Providencia en las Bahamas. De nuevo, la milicia disciplinada defendió la isla mientras los regulares asumían la ofensiva.116 En abril de 1782, la victoria del almirante y comandante del escuadrón de las islas de Sotavento, George Rodney, sobre la flota francesa en Les Saintes salvó Jamaica, pero las victorias españolas seguían siendo impresionantes. A pesar de estas victorias en tierra, la Armada ganó un récord mixto. Para cuando Madrid declaró la guerra, las fuerzas navales españolas contaban con sesenta navíos de línea y más de treinta fragatas.117 Carlos, a través de sus ministros, esperaba que la fuerza destacada en La Habana atacara blancos ingleses, como los convoyes de azúcar jamaiquino, pero los oficiales atados a la tradición y de mentalidad defensiva, inventaban ingeniosas justificaciones para permanecer en el puerto. Por añadidura, la flota que apoyó la campaña de Gálvez en Florida solo lo hizo a regañadientes. Sin embargo, temprano en la guerra, las fuerzas españolas, junto con las francesas, destacaron sesenta y seis navíos de línea a Brest, amenazando una invasión de Gran Bretaña, mientras que posteriormente, las maniobras de las dos armadas dividieron y distrajeron a los ingleses lo suficiente para demorar fatalmente el relevo que el general Charles Cornwallis tan desesperadamente necesitaba en Yorktown.118 A otro nivel, España contribuyó substancial asistencia material y económica a los rebeldes colonos ingleses como compañeros beligerantes y a sus aliados franceses. Empezando aun antes de entrar al conflicto abiertamente, Madrid transfirió dinero y material de guerra a los insurgentes. Mientras hacía estas transferencias principalmente a través de sus bases en Nueva Orleans y en La Habana, el gobierno de Madrid envió algún apoyo directamente a Boston desde 116

Ibid., 117-18; James A. Lewis, The Final Campaign of the American Revolution: The Rise and Fall of the Spanish Bahamas (Columbia, S. C.: University of South Carolina Press, 1991).

117

“Administration of Floridablanca” (memorias) en William Coxe, Memoirs of the Kings of Spain of the House of Bourbon, from the Accession of Philip V to the Death of Charles III, 1700... to... 1788, 2nd ed., vol. 5 (Londres: Longman, Hurst, Rees, Orme y Brown, 1815), apéndice I, 91-93. Véase también la nota 51.

118

John A. Tilley, The British Navy and the American Revolution (Columbia, S. C.: University of South Carolina Press, 1987), 127-268; N. A. M. Rodger, The Command of the Ocean. A Naval History of Britain, 1649-1815 (Nueva York y Londres: W.W. Norton, 2004), 343-54.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Cádiz.119 Madrid calculó su ayuda alrededor de 611 000 pesos, dos tercios en subvenciones, el resto en préstamos.120 Además, España le prestó por lo menos 5 millones de pesos a Francia en plata transferida de Veracruz a La Habana, que a su vez fueron a las fuerzas francesas que operaban en el teatro americano. Ciertamente, el ejemplo más significativo fueron los 500 000 pesos que el agente especial Francisco Saavedra recaudó en La Habana y envió al norte con la flota del almirante François Joseph Paul, conde de Grasse, para financiar las fuerzas francesas y americanas en Yorktown.121 La sólida posición económica de España dependía del producto de las minas de plata de México y los avances militares apoyados por este metal vindicaban el programa reformista de Carlos III de manera muy tangible. Los éxitos de España, coronando casi un siglo de conflicto, la dejó como el único de los tres poderes coloniales con una posición en el continente norteamericano al sur de Canadá. Para Carlos III, esta realidad era nada menos que una muy dulce venganza.

Conclusión Aunque las reformas borbónicas en el mundo español atlántico alcanzaron nuevas alturas durante el período de 1759 a 1783, este impulso innovador surgió de un largo y complicado proceso político en el que grupos de intereses extranjeros y domésticos, con muy diferentes agendas, contendían por el poder. Los rivales de España para un imperio en el Atlántico, en particular Francia e Inglaterra, influenciaron el curso de la reforma, al tratar de obtener progresos comerciales en las posesiones españolas en Indias a través del comercio de contrabando, pero también haciendo la guerra, algo que distraía la atención de los ministros en Madrid en sus esfuerzos por diseñar normas. Después de las derrotas en la Guerra de los Siete Años, el rey Carlos y sus ministros reanudaron los vigorosos esfuerzos para fortalecer las defensas imperiales y promover reformas capaces de costearlas. Sin embargo, grupos conservadores en España, con diferentes ideas 119

Gobernador Diego de Navarro a Gálvez, La Habana, julio 14, 1780, y junio 9, 1781, agi, sd, legs. 1233 y 2597. Información adicional se puede hallar en agi, México, legs. 2049 y 2051.

120

José Antonio Armillas Vicente, “El nacimiento de una gran nación. Contribución española a la independencia de los Estados Unidos de América del Norte”, Cuadernos de investigación. Geografía e historia 3:1-2 (1977): 91-98.

121

James A. Lewis, “Las Damas de La Habana, el Precursor, and Francisco Saavedra: A Note on Spanish Participation in the Battle of Yorktown”, The Americas 37 (1980): 83-86, 90-98. Registros de estas transacciones se hallan en agi, sd, leg. 1974.

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La reorganización del imperio español atlántico, 1767-1783

acerca del futuro del imperio, trabajaban de manera simultánea para impedir el proceso de reforma ilustrada. Por añadidura, la misma Ilustración española representaba una fusión de ideas de Europa, junto a una variedad de corrientes políticas de las Indias, que a veces causaban conflictos hasta en los círculos reformistas acerca de la mejor manera de renovar el imperio español. Como el historiador Gabriel B. Paquette ha observado: “el carácter idiosincrático y desigual de la política resultó de la diversidad, no la escasez de ideas competidoras que la Corona española intentó implementar, a menudo simultáneamente en diversas colonias”.122 Finalmente, una diversidad de ideas políticas acerca de la reforma existía en las mismas Indias españolas, haciendo que algunos grupos de intereses abrazaran reformas como la desregulación comercial, en tanto que otras innovaciones causaron oposición política de una amplia gama de grupos sociales, amenazando los planes de modernización por parte de Madrid. Los funcionarios de la Corona en Nueva España tenían al talentoso y despiadado José de Gálvez en la escena en la década de los sesenta, y su punitiva expedición sofocó las revueltas populares con eficacia brutal. Sin embargo, el brote de violentas rebeliones en los Andes y en Nueva Granada, que fueron asuntos más serios, estremeció las bases del poder español en ambas regiones. Ni las derrotas de guerra ni los desórdenes populares en las Indias descarrilaron la reforma por mucho tiempo, pero estos conflictos políticos sí dieron orientación a la política en cada región del imperio. El sistema de intendentes, por ejemplo, nunca se impuso en todo el Virreinato de Nueva Granada después de la Rebelión de los Comuneros. No es de sorprender que las reformas borbónicas parezcan una diversa y a veces contradictoria mescolanza de políticas que variaban considerablemente en diferentes regiones del imperio. Las reformas se materializaron en arenas políticas muy controversiales en España e Indias, donde chocaron grupos de intereses representando ideas muy diferentes y conceptos políticos acerca del futuro del mundo atlántico español. La política es inherentemente un proceso turbio y las reformas borbónicas reflejan el desorden, la confusión, y hasta el caos que arenas políticas en conflicto invariablemente producen.

122

Gabriel B. Paquette, Enlightenment, Governance, and Reform in Spain and its Empire, 1759-1808 (Basingstoke: Palgrave MacMillan, 2008), 153.

341

9 Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

El período que siguió a la victoria de España en la Guerra de la Revolución americana permitió a Madrid consolidar y refinar las ganancias conseguidas en la agenda reformista, avanzando innovaciones administrativas, fiscales, militares y comerciales adicionales. Sin embargo, tensiones subyacentes salieron a relucir, debido a problemas financieros, en particular los crecientes gastos militares de las fuerzas terrestres y de la Armada. Aunque humillada y despojada de sus colonias norteamericanas, Gran Bretaña todavía poseía una armada superior, una continua amenaza en el mundo atlántico, pero una nueva manera de pensar se imponía. Al enfrentarse a los retos presentes, España disfrutaba del competente liderazgo del conde de Floridablanca y su aliado en el gabinete real, Pedro López de Lerena. Abriendo de manera hábil el camino ante los asuntos increíblemente complejos a los que se enfrentaba, el gobierno de Madrid impulsó la reforma del sistema imperial hasta alcanzar su pináculo. Apoyada por un imperio sumamente productivo, España de nuevo se hallaría entre los grandes poderes del mundo occidental. Mientras que la Corona usaba esas rentas americanas para fomentar la posición militar española, en cambio, poco se invirtió para desarrollar la infraestructura de la metrópolis o de las Indias. Como resultado, los éxitos de Madrid al reorganizar su imperio durante el siglo xviii serían en últimas víctimas de conflictos internacionales, primero de las guerras de la Revolución francesa y, finalmente, de dos desastrosos conflictos con los ingleses, comenzando en 1796, lo que puso fin definitivamente al impulso reformista en el mundo español atlántico.

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

A pesar de estos retos militares por venir, el futuro parecía seguro cuando el Tratado de París puso fin a la exitosa Guerra de la Revolución americana y confirmó la expulsión de los ingleses de todo el continente norteamericano al sur de Canadá. El tratado también estipulaba la transferencia a España de ambas Floridas, oriental y occidental, restableciendo su monopolio territorial del golfo de México. Madrid devolvía Providencia en las Bahamas a Londres; pero en Europa, por fin recobraba Menorca. No obstante, insistentes quejas continuaban. La empresa de recuperar Jamaica había fallado, dejando a los ingleses con una impresionante presencia en pleno Caribe, que podían usar para penetrar los mercados españoles y amenazar militarmente el imperio de España. Además, en tanto que España permitía a los ingleses cortar palo de tinte en América Central entre los ríos Belice y Honda, no tuvo éxito en ganar sus reclamaciones en Terranova.1 Asimismo, Gibraltar continuaba siendo una gran mortificación en tierra ibérica. Como resultado, retos constantes continuaban para España, a pesar de impresionantes éxitos militares. Aunque las victorias españolas en la reciente guerra vindicaban las reformas de Carlos III, todavía permanecían poderosos enemigos domésticos y extranjeros de la innovación. Los ingleses controlaban las rutas marítimas en el Atlántico y seguían resentidos por la ayuda que España y Francia habían dado a sus trece colonias norteamericanas. Una gran variedad de grupos políticos en las Indias todavía se oponía a impuestos más altos y a restricciones de comercio, y los disturbios políticos acompañaban las innovaciones administrativas y clericales. Además, las políticas prepotentes de los visitadores enviados por Gálvez habían dejado candentes animosidades tras las rebeliones en Nueva Granada y en los Andes. En España, grupos políticos conservadores en Madrid, algunos miembros del clero y grupos populares también permanecían enfadados y se oponían a muchas de las innovaciones de la Corona. Además, las grandes deudas debidas a la Guerra de la Revolución americana fomentaban divisiones aun entre los mismos reformadores en cuanto al ritmo y la dirección de los cambios necesarios para colocar a la Corona en un curso estable económicamente, en tanto que se

1

Una copia del tratado de paz se halla en Alejandro de Cantillo, comp., Tratados, convenios y declaraciones de paz y de comercio que han hecho con las potencias extranjeras los monarcas españoles de la casa de Borbón: desde el año 1700 hasta el día: puestos en orden e ilustrados muchos de ellos con la historia de sus respectivas negociaciones (Madrid: Imprenta de Alegría y Charlain, 1843), 586-90.

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Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

mantenían el ejército y la armada en condición necesaria para proteger a España de sus enemigos. No es de sorprender, entonces, que cuando la Revolución francesa interrumpió la paz de Europa, con sus repercusiones en el mundo atlántico, las exigencias de la guerra aplastarían el impulso reformista para 1796, cuando España fue arrastrada a otro peligroso conflicto con Gran Bretaña.

El precio económico de la guerra España y Francia habían acumulado déficits alarmantes en su trayecto hacia la victoria contra Inglaterra. La deuda a la que se enfrentaba Versalles derrumbaría el absolutismo francés en un espacio de cuatro años después de la paz, ya que su agotada tesorería ya no pudo encontrar los medios para sufragar los gastos de la monarquía. Esa crisis acabaría en revolución, la abolición de la monarquía y la estremecedora ejecución del rey Luis XVI. A pesar de sus dificultades fiscales, sin embargo, Versalles saldó a Madrid al menos parte de las obligaciones económicas en las que había incurrido durante la guerra.2 La Corona española no se enfrentaba a una situación tan desesperada como Francia, en gran medida debido a su productivo imperio, pero ajustes fundamentales para controlar y manejar la deuda tuvieron implicaciones de largo alcance para el gobierno colonial y para las fuerzas armadas.3 2

Aranda, por ejemplo, recuperó más de un millón de pesos. Informe general, agosto 14, 1789, Archivo General de Indias (agi), Santo Domingo (sd), leg. 1974. Este mismo legajo contiene los datos de otros pagos menores.

3

Para estudios sobre gastos militares, véanse John J. TePaske, “La política española en el Caribe durante los siglos xvii y xviii”, en La influencia de España en el Caribe, la Florida y la Luisiana, 1500-1800, editado por Juan Marchena Fernández y Antonio Acosta (Madrid: Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1983), 61-87; Juan Marchena Fernández, “La financiación militar en Indias: introducción a su estudio”, Anuario de Estudios Americanos 36 (1979): 81-110; Allan J. Kuethe y G. Douglas Inglis, “Absolutism and Enlightened Reform: Charles III, the Establishment of the Alcabala, and Commercial Reorganization in Cuba”, Past & Present 109 (1985): 141-142; Kuethe, “Guns, Subsidies, and Commercial Privilege: Some Historical Factors in the Emergence of the Cuban National Character, 1763-1815”, Cuban Studies 16 (1986): 128-38; Álvaro Jara, “El financiamiento de la defensa en Cartagena de Indias: los excedentes de las cajas de Bogotá y de Quito, 1761-1802”, Historia 28 (1994): 117-82; Carlos Marichal, De Colonia a Nación: impuestos y política en México, 1750-1860 (México: Colegio de México, 2001); José Manuel Serrano Álvarez, Fortificaciones y tropas. El gasto militar en Tierra Firme, 1700-1788 (Sevilla: Diputación de Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004); ibid., “Situados y rentas en Cartagena de Indias durante el siglo xviii”, Temas Americanistas, núm. 17 (2004): 58-78; Matilde Souto, Mar abierto: la política y el comercio del consulado de Veracruz o el ocaso del sistema imperial (México: Colegio de México, 2001); Johanna von Grafenstein, Nueva España en el Circuncaribe,

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Por largo tiempo, Madrid había financiado sus déficits en el teatro americano principalmente mediante préstamos o donativos forzados del Consulado de Cargadores a Indias. Aunque la Corona en general usaba los impuestos administrados por el gremio como garantía contra sus préstamos y eventualmente pagaba algo, había poca expectativa de que el pago completo se materializara. En su lugar, la Corona tradicionalmente otorgaba al gremio mercantil concesiones comerciales especiales, lo que permitió al monopolio prosperar a lo largo de los siglos. Carlos III tenía como objetivo terminar esta dependencia y no estar atado políticamente. Durante las hostilidades entre 1762 y 1763, el rey había evitado obligaciones comprometedoras con el Consulado, sacando del cofre de guerra más de 270 millones de reales de cobre heredados de su medio hermano.4 El monarca reformista disfrutaba así de considerable margen al enfocar la desregulación del comercio colonial, un proceso que llegó al clímax con la promulgación de la famosa Regulación de Comercio Libre de 1778. A medida que los eventos se desarrollaron después de 1779, se hizo precisa una nueva institución, el Banco Nacional de San Carlos, para el manejo del déficit. El establecimiento del banco fue el trabajo del secretario del Despacho de Hacienda, Miguel de Múzquiz. La idea para tal institución partió de Francisco Cabarrús, gurú financiero de Madrid, quien primero propuso la idea hacia finales de 1781. Múzquiz al principio vaciló en dar un paso tan innovador y arriesgado. No obstante, animado por el rey y por Floridablanca, finalmente accedió, estableciendo el Banco de San Carlos en junio de 1782. El banco financiaría la deuda mediante la emisión de vales reales, que eran como anualidades monetarias que acumulaban interés. Después de finalizar la guerra, la tesorería aumentó impuestos y gradualmente liquidó la deuda pública a los compradores de los vales. El banco se enfrentaba a fuerte oposición, dirigida por los Cinco Gremios Mayores de Madrid, quienes temían que cualquier modernización del sistema

1779-1808: revolución, competencia colonial y vínculos intercoloniales (México: Universidad Nacional Autónoma, 1997); Herbert S. Klein, “Un comentario sobre sistemas y estructuras fiscales del imperio español”, en Finanzas y política en el mundo iberoamericano. Del Antiguo Régimen a las naciones independientes, 1754-1850, coordinado por Ernest Sánchez Santiró, Luis Jáuregui y Antonio Ibarra, 139-42 (México: Universidad Autónoma de México, 2001). 4

Jacques A. Barbier, “Towards a New Chronology for Bourbon Colonialism: The ‘Depositaría de Indias’ of Cádiz, 1722-1789”, Ibero-Amerikanisches Archiv 6:4 (1980): 344-45; Jacques A. Barbier y Herbert S. Klein, “Las prioridades de un monarca ilustrado: el gasto público bajo el reinado de Carlos III”, Revista de Historia Económica, 3:3 (1985): 476.

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Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

financiero amenazaría sus relaciones privilegiadas con la Corona.5 Esta resistencia es otro ejemplo de los obstáculos que impedían la innovación ilustrada. De nuevo, sin embargo, los reformadores utilizarían las exigencias militares para justificar su política. Con el deterioro de su salud, Múzquiz puso en juego su máxima energía al lanzar el nuevo proyecto bancario. En un momento en que las complejidades de la real administración habían aumentado las responsabilidades del Despacho de Hacienda, Múzquiz todavía tenía Guerra, cargo que había aceptado tras la muerte de Ricla en 1780. En tanto que Hacienda y Guerra tenían una relación íntima dentro del aparato del Estado moderno, Múzquiz no era militar, y recibía consejo en asuntos técnicos de Floridablanca e incluso de Aranda, quien permanecía en París.6 El trabajo, a pesar de todo, era agobiante y bien puede haber contribuido a su muerte en 1785. La realidad dictaba que un aumento del dinero en efectivo americano sería necesario para respaldar los vales emitidos por el banco. Como se explicaba en el preámbulo de la cédula correspondiente, “la erección de vales, y medios vales por la Tesorería, a que han precisado la urgencias de la presente guerra, por no cargar de pesadas contribuciones a mis fieles vasallos, exigía también el establecimiento de un recurso pronto y efectivo para reducir aquellos vales a moneda de oro o plata, cuando sus tenedores la necesitasen”.7 En estas circunstancias, y dada la relativa naturaleza inelástica de las entradas peninsulares, la remisión de plata de América asumió nueva importancia.8 Esto igualmente sugería la necesidad de una más íntima coordinación institucional entre España y América, pero tal

5

José Antonio Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, vol. 1 (Madrid: Editora Nacional, 1979), 386-389. “Una agencia de la elite patricia de Madrid, los Cinco Gremios, dominaba el comercio al por mayor y al detalle en manufacturas en la capital y eran parte de las mismas compañías de acciones”. David R. Ringose, Madrid and the Spanish Economy, 1650-1850 (Berkeley: University of California Press, 1983), 321.

6

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 387.

7

Real Cédula, Aranjuez, junio 2, 1782, agi, Indiferente General (ig), leg. 1849.

8

Para una vista general de la relativa inelasticidad de las finanzas de España durante este período, véase Renate Pieper, “Contiendas imperiales y política fiscal: España y Gran Bretaña en el siglo xviii”, en Finanzas y política en el mundo iberoamericano. Del Antiguo Régimen a las naciones independientes, 1754-1850, coordinado por Ernest Sánchez Santiró, Luis Jáuregui, Antonio Ibarra, 63-76 (México: Universidad Autónoma de México, 2001).

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tipo de cooperación llevaría tiempo en desarrollarse, en especial en vista de las políticas agresivas seguidas por José de Gálvez. Una de las más importantes fuentes de rentas en el mundo español atlántico la constituían los crecientes niveles de producción de oro y plata en las minas de las Indias. De acuerdo con Richard Garner, en la primera parte del período colonial (hacia 1560 a 1685), las minas hispanoamericanas solas proporcionaron aproximadamente 25 000 toneladas de plata al mundo atlántico y a Asia, mientras que durante la segunda mitad del período (1686-1810) esa cantidad más que se duplicó.9 Como se aprecia en la figura 9.1, los envíos de oro y plata aumentaron con regularidad de 1700 a la década de los cincuenta, cuando las remesas de plata comenzaron a disminuir algo. De los años sesenta en adelante, no obstante, los cargamentos de oro y plata aumentaron regularmente hasta alcanzar un punto alto de cerca de 345 millones de pesos. Aunque bajaron a poco más de 336 millones de pesos de 1790 a 1800, estos niveles siguieron permaneciendo impresionantemente altos. La cantidad de plata era enorme comparada con la de oro enviada desde las Indias, pero las remesas de ambos metales preciosos permitieron a la Corona mantener la solvencia fiscal durante el reino de Carlos III, a pesar de las costosas guerras que amenazaban drenar la Real Hacienda. Las rentas de Indias, en particular, la transferencia a Iberia de metales preciosos, fue la diferencia entre la solvencia fiscal y la bancarrota que afligió a los aliados franceses de España. También significó la diferencia entre la derrota y la victoria en la Guerra de la Revolución americana. En tanto que los reinos de las Indias contribuían con metales preciosos y otras rentas de impuestos para mantener la tesorería española, México dramáticamente le llevaba ventaja a las otras regiones del imperio en producir rentas para la Corona. Las minas de Nueva España disfrutaban de grados más altos de metal de plata y costos de operación más bajos, haciéndola, en el Nuevo Mundo, el centro minero más importante en el siglo xviii y conduciendo a una impresionante alza en rentas de impuestos en el virreinato del norte durante el siglo.10 Los mineros en Nueva España solamente pagaban un impuesto de un décimo de la producción, un diezmo, mientras que los mineros de Sudamérica 9

Richard Garner, “Long-Term Silver Mining Trends in Spanish America: A Comparative Analysis of Peru and Mexico”, American Historical Review 93:4 (1988): 899.

10

Garner afirma que la producción de plata de nueva España crecía a un ritmo de 1,2-1,4 % de 1725 a 1809. Ibid., 904-905.

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Millones de pesos de ocho 200

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1700

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Año Oro Total

Plata

Figura 9.1. Producción de oro y plata en la América española

pagaban el doble de esa cantidad, un quinto, con el precio del mercurio siendo más elevado en América del Sur. Como se aprecia por las cifras de la figura 9.2, la cual muestra la entrada anual promedio de las tesorerías de México, Perú y Charcas, las tres regiones producían parecidas cantidades de rentas para finales del siglo xvii; pero después de 1700, los niveles de rentas en las tesorerías mexicanas aumentaron en forma dramática y pronto sobrepasaron a todas las regiones del imperio americano. Desde los años sesenta, las rentas que entraban en las tesorerías mexicanas crecieron abruptamente, haciendo pequeñas en comparación las cantidades producidas por Perú y Charcas, mientras que Nueva Granada nunca contribuyó con grandes cantidades de rentas públicas.11 Las reformas iniciadas por la visita de Gálvez e innovaciones administrativas y fiscales introducidas más tarde habían creado una bonanza en impuestos fiscales que llegaban a las tesorerías de Nueva España. Además, los ingresos mexicanos suplían los subsidios para la defensa del Caribe y contribuyeron en gran parte 11

Herbert S. Klein, The American Finances of the Spanish Empire. Royal Income and Expenditures in Colonial Mexico, Peru, and Bolivia, 1680-1809 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998), 35-47, 58-66, 78-95.

349

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Millones de pesos de ocho 10 20 30 40

50

a las dramáticas victorias de España en Florida y el ámbito del Caribe. En los años de 1763 a 1767, Nueva España envió casi 43 millones de reales de vellón a España, cantidad que representaba el 12,5 % de los dineros enviados de las Indias a la metrópolis. Esa cantidad aumentó a más de 186 millones de reales de cobre en el período de 1773 a 1777, y subió a más de 472 millones de reales en los años de 1793 a 1796, representando el 81,4 % de los ingresos de las Indias remitidos a España.12 Es evidente que Nueva España se había convertido en una submetrópolis, financiando la defensa de rutas marítimas estratégicas en el Caribe y manteniendo la real tesorería en Madrid.

1650

1700

1750

1800

Año México Charcas

Perú

Figura 9.2. Promedio anual de ingresos de las tesorerías mayores de América

José de Gálvez y la reforma en América Exaltado por el triunfo contra los ingleses en América, destacado por las victorias de su sobrino Bernardo, José de Gálvez siguió adelante con su controversial agenda a pesar del costo y los riesgos que implicaba. Gálvez disfrutaba de la amistad y el patrocinio del confidente del rey, Múzquiz, quien aparentemente le protegía

12

Carlos Marichal, “Beneficios y costes fiscales del colonialismo: las remesas americanas a España, 1760-1814”, Revista de Historia Económica, 15:3 (1997): 482-84.

350

Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

en el gabinete real.13 En principio, Gálvez tuvo éxito al ocultar los errores de sus visitadores en Sudamérica y culpar a otros funcionarios, en particular, al virrey Manuel Guirior en Perú. Una franca evaluación por parte del inspector general de la milicia peruana, Juan Manuel Fernández Palazuelos, dirigida a Aranda en mayo de 1781, destacaba los obstáculos a la verdad: “Dn. José de Gálvez estuvo loco en México y su loquero fue Dn. Joseph Antonio de Areche […]. Con el gobierno del Consejo y la Secretaría del Despacho Universal que obtiene Gálvez, no hay medio para que S. M. sepa la verdad de los sucesos […]. Las distancias y las muchas manos por donde debe pasar la correspondencia no permiten, señor, aclarar más los negocios”.14 A pesar de sus faltas y de la controversia que rodeaba a los funcionarios que había nombrado, la reputación de Gálvez permaneció protegida algún tiempo. Los destinos del gobernador Juan Manuel de Cagigal de La Habana, y del teniente coronel Francisco Miranda ofrecen una intrigante ilustración de la habilidad de Gálvez para manejar información. Cagigal y Miranda eran excelentes funcionarios, cuyas hazañas en Pensacola y luego en la conquista de Providencia amenazaban restarle gloria a la familia Gálvez, algo que los dos, Bernardo y José, protegían celosamente. Acusando a los dos oficiales de pasar información estratégica al enemigo y de contrabando, el ministro de Indias les hizo tener que abandonar el real servicio. Aunque Miranda escapó la cárcel, Cagigal sufrió una larga condena. Después de la muerte de José, la distinguida familia de Cagigal consiguió su salida de la cárcel y su completa exoneración. Para entonces, Miranda iba camino de ganar gloria en el movimiento de independencia venezolano.15 En vista de que Gálvez controlaba la Secretaría y el Consejo de Indias, es dudoso que Carlos III tuviera conciencia de los abusos cometidos en su nombre. Gálvez mostraba poca inclinación a ajustar su agenda despilfarradora a las nuevas realidades políticas que surgieron en América después de 1783. Los millones de pesos plata desviados para mantener ejércitos desplegados para contener a los furiosos contribuidores de impuestos en el interior de Perú y Nueva Granada podían haber sido enviados a España, donde el numerario escaseaba y

13

Anthony H. Hull, Charles III and the Revival in Spain (Washington: University Press of America, 1981), 193, 304; Escudero, Los orígenes, vol. 1, 351-55, 386, 394.

14

Citado en Escudero, Los orígenes, vol. 1, 388.

15

Véase Manuel Hernández González, Francisco de Miranda y su ruptura con España (Santa Cruz de Tenerife: Academia Nacional de la Historia de Venezuela y Ediciones Idea, 2006).

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era necesario para respaldar los vales reales.16 Se suponía que las colonias eran provechosas, y en tanto que antiguas medidas radicales se justificaban por las necesidades de la guerra, esas condiciones ya no existían. Sin embargo, Gálvez no evitó innecesarios enfrentamientos con la clase dominante colonial, ni redujo los gastos militares, ni consolidó las ganancias de innovaciones fiscales y comerciales menos controversiales. Tal moderación llegaría eventualmente, a pesar de Gálvez, pero mientras tanto, el ministro de Indias obstinadamente continuaba empujando su implacable agenda. Un problema especialmente persistente en la financiación de la defensa colonial lo eran las perpetuas quejas acerca de lo inadecuado de los dineros transferidos de ricas áreas del interior a periferias pobres, pero estratégicas militarmente. México, por ejemplo, continuaba enviando millones de pesos a La Habana para ser redistribuidos a lo largo del golfo de México, las islas del Caribe y Florida; Perú financiaba a Panamá; el Alto Perú subvencionaba Buenos Aires y Quito, y Santa Fe mantenían a Cartagena. Sin embargo, estas transferencias o situados, nunca parecían ser suficientes para los bastiones de la costa, ansiosos de más fondos, y casi siempre llegaban tarde.17 Esto obligaba a los agobiados funcionarios de la costa a sacar préstamos a tasas usureras de los mercaderes, para adquirir sus productos a precios elevados. Estas obligaciones no solo eran saldadas con metálico de los situados, sino permitiendo la entrada de jóvenes criollos en el cuerpo de oficiales del ejército en números cada vez mayores.18 Para mediados de los años ochenta, los oficiales americanos amenazaban superar a los europeos en el ejército regular, señalando otra grave erosión de la autoridad española. A fines del siglo, la proporción favorecería abrumadoramente a los americanos, y la deuda a los mercaderes coloniales continuaba creciendo, a pesar de las enormes cantidades de ingresos generadas en las Indias. Los criollos no solo costeaban el ejército americano, sino que lo mandaban.19 Además, el privilegio militar 16

Juan Marchena Fernández, “Financiación militar y situados”, ponencia en Temas de historia militar. 2.º Congreso de Historia Militar, Zaragoza, 1988, 3 vols., vol. 1, 288-89.

17

Ibid.; Serrano Álvarez, Fortificaciones y tropas, passim.

18

Para un estudio de un caso de este fenómeno, véase Juan Marchena Fernández, La institución militar en Cartagena de Indias, 1700-1810 (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1982), cap. 5.

19

Juan Marchena Fernández, Oficiales y soldados en el ejército de América (Sevilla: Escuela de Etudios Hispano-Americanos, 1983), cap. 3; Allan J. Kuethe, Cuba, 1753-1815: Crown, Military, and Society (Knoxville: University of Tennessee Press, 1986), 118-22, 148-54.

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Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

convertía al ejército regular y a la milicia en instituciones autónomas, responsables de sí mismas.20 Para consolidar el control de las colonias, Gálvez agresivamente avanzó la conclusión de las reorganizaciones administrativas que había comenzado antes de la guerra. En cuanto las circunstancias y las preparaciones lo permitían, extendió el sistema de intendentes de administración provincial al Virreinato de Perú en 1784, y a México, Guatemala y Chile en 1786.21 Asimismo, colocó a estos funcionarios bajo la supervisión de superintendentes, funcionarios que disfrutaban de autonomía de los virreyes y del normal intercambio de la política colonial.22 El gobierno de Madrid también creó una nueva Audiencia en Caracas en 1786, después de eliminar la Compañía de Caracas, y un nuevo tribunal en Cuzco, en 1787, tras de la sublevación de Túpac Amaru. El gobierno continuó su política de excluir a los criollos, aun los hijos de distinguidas familias coloniales, de los nombramientos a las intendencias y a las nuevas audiencias. José de Baquíjano y Carrillo, de Lima, prominente criollo intelectual, miembro de la Orden de Carlos III, y tercer conde de Vistaflorida, por ejemplo, se pasó la mayor parte de su vida adulta tratando de conseguir un nombramiento de juez de Audiencia, obteniéndolo sólo en 1806.23 El reformado aparato administrativo seguro habría de aumentar los ingresos, pero a través del tiempo los gastos locales consumirían la mayoría de ellos. Aun después de la Rebelión de los Comuneros, Gálvez continuó determinado a llevar al límite la agenda reformista en Nueva Granada. El arzobispo-virrey

20

L. N. McAlister, The “Fuero Militar” in New Spain, 1764-1800 (Gainesville: University of Florida Press, 1957); Allan J. Kuethe, Military Reform and Society in New Granada, 1773-1808 (Gainesville: University Presses of Florida, 1978), 5-6, 27-28, 108-17, 158.

21

Luis Navarro García, Intendencias de Indias (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1959), 44-51; John R. Fisher, Government and Society in Colonial Peru: The Intendant System, 1784-1814 (Londres: Athlone Press, 1970).

22

D. A. Brading, Miners & Merchants in Bourbon Mexico 1763-1810, 1763-1810 (Cambridge: Cambridge University Press, 1971), 45; Horst Pietschmann, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva España: un estudio político administrativo, traducido por Rolf Roland Meyer Misteli (México: Fondo de Cultura Económica, 1996) (edición en alemán 1972), 150152, ha aducido que el establecimiento de las intendencias no necesariamente implica un debilitamiento del cargo del virrey, ya que los virreyes nunca habían tenido completa autonomía sobre el Real Tesoro.

23

Mark A. Burkholder, Politics of a Colonial Career: José Baquíjano and the Audiencia of Lima (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1980).

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Antonio Caballero y Góngora había negociado una tregua con los Comuneros, para sólo renegar de ella cuando había colocado un batallón de tropas en Santa Fe. En 1783 aumentó esta fuerza, que fue convertida en un regimiento auxiliar fijo de 1300 hombres. Es más, estableció en el interior una milicia disciplinada, y colocó estas nuevas unidades bajo el mando de oficiales españoles de confianza. El arzobispo-virrey también fortificó la capital para proteger a la autoridad real de sus propios súbditos. Estableció una fábrica de pólvora. Y amplió el personal virreinal, para hacerse cargo de la floreciente administración. Por añadidura, cuando José García de León y Pizarro completó su exitosa misión en Quito para asumir un cargo en el Consejo de Indias, llevaba instrucciones de Gálvez para consultar con el arzobispo-virrey el trazado de planes para un sistema de intendentes. Esta reunión tuvo lugar en 1785 y el plan se hallaba en la mesa de Gálvez a su muerte en 1787.24 Respaldado por bayonetas listas para hacer cumplir la voluntad real, Caballero y Góngora recaudó vigorosamente las rentas de la Corona, incluyendo una expansión de los monopolios de tabaco y aguardiente.25 Como consecuencia de estas reformas, los reales ingresos en Nueva Granada alcanzaron el máximo al final de su administración en 1789, registrando un total de 3 354 000 pesos.26 Como lo demuestran las reformas en Nueva Granada, bajo órdenes de Gálvez,

24

García Pizarro a Gálvez, Cartagena, diciembre 20, 1785, agi, Quito, leg. 264; Antonio Caballero y Góngora, “Relación del estado del Nuevo Reino de Granada, 1789”, en Antonio Caballero y Góngora, virrey arzobispo de Santa Fe, 1723-1796, editado por José Manuel Pérez Ayala (Bogotá: Imprenta Municipal, 1951), 371. Una copia del plan de intendencia se halla en el Archivo Histórico Nacional de Colombia, Virreyes, vol. 17, fols. 1249-72.

25

Kuethe, Military Reform and Society, cap. 5. En su muy influyente The People and the King. The Comunero Revolution in Colombia, 1781, John Leddy Phelan mantiene que la intensidad de la resistencia popular y de la elite en el interior del virreinato hizo a un escarmentado Gálvez dar marcha atrás en su agresiva agenda en Nueva Granada, y apoyar a Caballero y Góngora, en tanto que este trabajaba a través de los acostumbrados medios de consulta y compromiso para conseguir un objetivo satisfactorio que restableciera la paz y fomentara la armonía a la larga. La interpretación de Phelan del resultado de la Rebelión de los Comuneros esencialmente les da la victoria a los insurgentes, aunque con moderadas ventajas para la autoridad real, haciendo el virreinato único entre las colonias americanas en templar exitosamente la agenda de Gálvez. Esta interpretación contiene dos errores claves: Phelan ignoraba que Gálvez planeaba imponer el sistema de intendentes y que los ingresos alcanzaron el máximo en 1789 como resultado de las severas prácticas de recaudación de Caballero y Góngora. Véase John Leddy Phelan, The People and the King. The Comunero Revolution in Colombia, 1781 (Madison: University of Wisconsin Press, 1978).

26

Caballero y Góngora, “Relación del estado del Nuevo Reino de Granada, 1789”, 374.

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el arzobispo-virrey no usó la moderación tras aplastar la Rebelión de los Comuneros, sino que siguió despiadadamente el curso establecido. Por otra parte, si las rentas aumentaron bajo su mando, también lo hizo el costo de recaudarlas, dejando un enorme déficit de 2 millones de pesos en la económicamente agotada jurisdicción para fines de la década de los ochenta.27 Para empeorar las cosas, Gálvez dio órdenes al arzobispo-virrey de subyugar a los indios cuna de Darién, mientras que el ejército en esos momentos trataba de contener a los habitantes de Riohacha, en la península de La Guajira. Ambas fronteras estaban habitadas por grupos indígenas sin pacificar, que comerciaban libremente con los ingleses. En Riohacha, los Guajiros daban libre entrada y salida al contrabando en el virreinato, en tanto que la incapacidad de España para controlar Darién amenazaba la seguridad del estratégico istmo de Panamá. En su momento cumbre, entre 1785 y 1789, la expedición del Darién contaba con cuatro asentamientos protegidos por 1000 soldados extraídos de las guarniciones veteranas del virreinato y de la milicia disciplinada. Al dejar el virreinato, Caballero y Góngora proclamaba la victoria, porque había convencido al jefe Bernardo de viajar a la villa costera de Turbaco, cerca de Cartagena, y firmar un solemne tratado de paz en 1787. Al final, los cunas simplemente tomaron la retirada, esperando a que los españoles se marcharan. En cuanto a los guajiros, estos habían evadido un intento parecido de controlar sus tierras durante 1775 y 1776, desplazando las fuerzas armadas a las periferias de su península.28 El costoso y polémico programa reformista de Gálvez resultó insostenible, en particular a medida que información sobre los sucesos en Sudamérica gradualmente llegaban a Madrid. Un fuerte golpe a la reputación del ministro tuvo lugar con el regreso de Manuel Guirior en 1784. Guirior, que tenía poderosos amigos en la Corte, culpó al desmañado visitador José Antonio de Areche de haber causado la rebelión al poner en práctica las normas de su mentor, Gálvez. El exvirrey, como tantos otros prominentes oficiales navales de la época, era un bailío, habiendo recibido entrenamiento y formación como caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, en Malta, orden destacada cuya voz era imposible de

27

Allan J. Kuethe, “More on the ‘Culmination of the Bourbon Reforms’: A Perspective from New Granada”, Hispanic American Historical Review (hahr) 58:3 (1978): 477-80.

28

Kuethe, Military Reform and Society, cap. 6.

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silenciar en Madrid.29 Los franceses, que se habían portado con frialdad hacia Gálvez por algún tiempo, repelidos por su carácter difícil, en verdad, violento, observaban la transformación de su posición con gran interés.30 En enero de 1785, el embajador Bourgoing informó al ministro del Extranjero, Vergennes: La información proveniente de esa Real Oficina (Despacho de Indias) reivindica completamente al señor Guirior e implica tan gravemente al señor Areche que el Fiscal General del Consejo de Indias ha llegado a descubrir que es Areche el que merece la caracterización de traidor a la nación, que él mismo había asignado al virrey, y que por consiguiente la pena capital estaría justificada. Uno se puede imaginar la perplejidad de Gálvez frente a la crisis en que se hallaba una de sus criaturas pero cuyos delitos se debían simplemente a seguir las órdenes de ese ministro.31

Además, la posición del ministro se debilitó cuando su sobrino, Bernardo, falleció en México, poco tiempo después de haberlo nombrado virrey. Esta tragedia personal eliminó un tangible recuerdo de la gloria de la familia Gálvez. La noticia llegó a la Corte al mismo tiempo que las vergonzosas revelaciones sobre Perú.32 Finalmente, cuando Miguel de Múzquiz falleció en enero de 1785, el secretario de Indias perdió su principal apoyo en el gabinete real.

Puntos de vista opuestos sobre la reforma en España La muerte de Múzquiz, tras un largo y visible deterioro de su salud, abrió el camino para una profunda reorientación de la política real con implicaciones de largo alcance para el imperio americano. Carlos había ascendido a Múzquiz a

29

Esta desconocida dimensión de la estructura del poder en Madrid ha sido identificada por María Baudot Monroy y Marta García Garralón, “El éxito del modelo de gestión de la Marina maltesa y su relación con la Real Armada española del siglo xviii”, en Un Estado militar. España: 1650-1820, editado por Agustín González Enciso, 210-52 (Madrid: Actas Editorial, 2012). Véase también María Baudot Monroy, “Julián de Arriaga y Rivera. Una vida al servicio de la Marina (1700-1776)” (Disertación de grado, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2010), 24-26.

30

Bourgoing a Vergennes, Madrid, abril 20, 1785, Archives des Affaires Étrangères (aae): Correspondence Politique, Espagne (cpe), vol. 616, fols. 415-17.

31

Bourgoing a Vergennes, Madrid, enero 17, 1785, aae:cpe, vol. 616, fols. 47-51.

32

Ibid.

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conde de Gausa en 1783, y le había otorgado la cruz de la Orden de Carlos III.33 Como Arriaga, Múzquiz había inspirado un respeto personal raramente visto en la Corte, y su fallecimiento claramente afectó al rey.34 Floridablanca obtuvo la sucesión de un discípulo, Pedro López de Lerena, para la Secretaría de Hacienda y para un cargo interino a la Secretaría de Guerra.35 De profesión contable y asociado desde hacía mucho con Floridablanca, Lerena había ascendido al puesto de intendente de Andalucía, pero su nombramiento asombró a la Corte, por sus humildes orígenes, aun a pesar de los relativamente relajados estándares del nuevo clima ilustrado.36 Es importante recordar que a pesar de sus títulos, pocos de los ministros de Carlos III eran verdaderos aristócratas. Como el viajero inglés Joseph Townsend observó durante su visita en 1786-1787: [...] debe ser impresionante para un inglés ver que los puestos más importantes son ocupados por hombres provenientes de rangos menores, y no hallar entre ellos a ningún hombre de nombre, a ningún grande de España. Éstos están precisamente donde deben estar: actuando como gentiles hombres de cámara, caballerizos del rey, guardians of the stole, todos cerca del trono, compartiendo su esplendor, mientras que el trabajo rutinario y la responsabilidad del puesto se deja en manos de otros mejor cualificados para llevar esa carga. En Inglaterra no es así: a nuestros hombres importantes, casi desde la infancia, se les entrena para altos objetivos […] [y] muchos de los grandes hombres, y los mejores ministros, se hallan entre lo mejor de nuestra más alta nobleza.37

33

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 394.

34

Hull, Charles III, 304.

35

Ibid., 351, 395-96.

36

Francisco Montes, tesorero real, era la esperanza de las fuerzas conservadoras para Hacienda, pero se hallaba fuera del círculo reformista. No es de sorprender que, como anterior prior del Consulado, no estuviera muy en favor del Banco de San Carlos y en esos momentos se oponía al establecimiento de la Compañía de Filipinas. Cuando el embajador francés le preguntó si consideraba al conde de Aranda para Guerra, Floridablanca respondió que no tenía intención alguna de traerlo de nuevo. Bourgoing a Vergennes, Madrid, enero 31 y febrero 7, 1785, aae:cpe, vol. 616, fols. 90-92, 112-17.

37

Citado en Escudero, Los orígenes, vol. 1, 493.

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En palabras de John Lynch, “esta aristocracia menor se iba convirtiendo en una aristocracia de mérito, y tenía un nuevo concepto de su puesto como carrera profesional”.38 En Lerena, Floridablanca tenía a un individuo personalmente endeudado con él en el manejo de dos críticas áreas de la administración real. Esto rendiría dividendos a medida que el gran ministro buscaba con agresividad reorientar la política real de acuerdo con las nuevas realidades políticas a las que España se enfrentaba después de 1783. Por medio de Lerena, nuevas normas tomaron forma, que culminarían eventualmente en la formación de la Junta Suprema de Estado en 1787. Esta nueva orientación, que afectaba a España y al imperio, aparecía de manera acentuada en el Real Decreto del 29 de junio de 1785, que enfatizaba en la imperativa necesidad de restringir los crecientes gastos administrativos: Los inexcusables, y enormes gastos a que me han obligado las urgencias de la última guerra, y mi particular atención a no gravar a mis amados vasallos con nuevos impuestos, han recargado la Corona de suerte, que no alcanzando su rentas a satisfacer sus obligaciones, y las cargas, y réditos que sufre, ha sido preciso tratar de medio, no sólo para pagarlas, sino también para formar algún fondo aplicable a la extinción de sus capitales. Para conseguir estos fines he preferido reformar, o economizar dispendios en todas clases, y ramos, evitando por ahora nuevos impuestos, y arreglar una más recta, más útil, y más igual administración de las rentas de la Corona, que la que se ha tenido hasta aquí.39

Lerena envió una real orden a Gálvez, con una Instrucción Provisional, fechada el 21 de septiembre, detallando los medios para implementar el Real Decreto. Esta invasión de lo que había sido parte de la incumbencia del secretario de Indias era anticipo de la eventual unificación de Hacienda para España e Indias bajo un solo individuo. Lerena también introdujo una serie de medidas que hacía más estrecha la coordinación de España e Indias durante 1785. En septiembre, solicitó las cuentas financieras para cada quinquenio desde 1766, y le envió a Gálvez, “para su 38

John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 293.

39

Lerena a Gálvez, San Ildefonso, octubre 4, 1785, con el Real Decreto de junio 29 y la Instrucción Provisional de septiembre 21, agi, ig, leg. 1337.

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noticia”, la regulación que acababa de promulgar para manejar la real renta en los cuatro reinos de Andalucía.40 Por añadidura, en su capacidad como secretario del Despacho de Guerra, Lerena había solicitado copias de los reglamentos de las guarniciones americanas, paso que más tarde repitió desde su otro ministerio. Un mortificado Gálvez, quien evidentemente resentía estas intromisiones en sus dominios, respondió con aspereza: “Me pide V. E. ejemplares de los propios reglamentos que ya le tengo remitidos, y como me persuado que uno de dichos oficios se me pasaría por la secretaría de Hacienda y la otra por la de Guerra, puede V. E. hacerse informar en cuál de ellas se hallan y mandar sacar las copias que tenga por convenientes”.41 Carlos apaciguó el herido orgullo de su irritable, pero fiel ministro, ascendiéndolo a marqués de Sonora en agosto.42 Las iniciativas de Lerena representaban un acuerdo en común de los ministros del rey para resolver el dilema de cómo mantener los gastos militares en proporción adecuada a la renta real. Aunque los gastos asociados con la Armada continuaban subiendo, las guarniciones permanentemente estacionadas en América ofrecían un objetivo práctico y necesario para un nuevo intento de manejar los costos.43 En 1786, la Corona dio el revolucionario paso de descontinuar la rotación de regimientos para respaldar a las guarniciones en las colonias, sustituyéndolos con una expansión de las unidades fijas.44 Al disminuir el papel de las tropas españolas, esta decisión abrogaba las garantías prescritas por los

40

Real orden (circular), septiembre 18, 1785, y Lerena a Gálvez, Palacio, diciembre 28, 1785, agi, ig, leg. 1337.

41

Lerena a Gálvez, Palacio, junio 8, y San Ildefonso, octubre 1, 1785, y Gálvez a Lerena, San Lorenzo, octubre 18, 1785, agi, ig, leg. 1337.

42

Una copia de la real orden, fechada el 25 de agosto de 1785, se halla en Escudero, Los orígenes, vol. 1, 398-99.

43

Jacques A. Barbier, “Indies Revenues and Naval Spending: The Cost of Colonialism for the Spanish Bourbons, 1763-1805”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 21(1984): 179-81.

44

De la mesa de Gálvez, una real orden del 16 de abril, dirigida a Alejandro O’Reilly en la condición de subinspector general del Ejército de América, explicó: “A fin de evitar en lo posible los graves inconvenientes y considerables gastos que se originan en el envío de regimientos del ejército de España para guarnecer las plazas de Indias, ha determinado el Rey que se vayan formando cuerpos fijos para ellas, y que empiece desde luego por un regimiento de tres batallones que sea por segundo fijo de La Habana, e isla de Cuba, a cuyo efecto quiere S.M. que V.E. le proponga por este ministerio de mi cargo el modo y medios que regulare más prontos y expeditos a que se forme […]”. ags; gm. Leg. 6880.

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reformadores de 1719 y 1763 para asegurar el control de los españoles sobre los criollos en las plazas fuertes americanas, pero respondía a las nuevas realidades impuestas por las finanzas imperiales. Madrid, en efecto, se daba cuenta de que esta innovación implicaba riesgos, pero tenía la esperanza de atenuarlos con prudencia en el reclutamiento.45 Cuba, México, Nueva Granada y Río de la Plata convirtieron sus asignaciones de batallones de refuerzo a unidades permanentes durante los años subsecuentes.46 En el caso de Cuba, por ejemplo, un nuevo regimiento fijo reemplazó los dos batallones españoles que por costumbre se destacaban en La Habana desde 1763, en tanto que, en Nueva Granada, la guarnición fija de Cartagena fue ampliada a dos batallones y el Regimiento de la Princesa fue devuelto a España. Al disminuir los gastos de transporte, estas medidas habrían de reducir con seguridad los gastos coloniales momentáneamente, pero tenían consecuencias para la composición social de las fuerzas armadas.47 La muerte de José de Gálvez el 17 de junio de 1787 abrió el camino para un ajuste final de la política colonial bajo Carlos III.48 Los adelantos bajo Gálvez habían sido monumentales, en especial en las áreas de comercio y administración, pero también resultaron financiera y políticamente costosos. Los retos para su

45

Por orden del 3 de julio de 1786, Lerena envió a Gálvez una regulación no impresa de dieciséis artículos detallando un nuevo método para mantener las unidades fijas en América, que incluía una fórmula para extraer periódicamente cincuenta hombres de regimientos peninsulares individuales y manteniendo el reclutamiento abierto en las islas Canarias. Para compensar lo que España no podría proveer de por sí, un tercio de la soldadesca podría ser criollo. En realidad, la población criolla en el cuerpo de oficiales ya pasaba del 40 % y los hombres indígenas alistados seguro representaban mucho más. Gálvez, evidentemente, entendía lo nada práctico de las nuevas medidas, y no ejecutó la molesta orden de Lerena. Un empleado, llevando a cabo un inventario de los papeles del ministro a su muerte, halló el expediente que contenía la orden aún sin abrir, “como se halló entre los papeles del difunto Señor Marqués de Sonora después de su muerte”, agi, ig, leg. 1339.

46

Christon I. Archer, The Army in Bourbon Mexico, 1760-1810 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1977), 27; Laurio H. Destefani, “La defensa militar del Río de la Plata en la época hispana”, en Memoria del III Congreso Venezolano de Historia, 3 vols., vol. 1 (Caracas: Academia Nacional de Historia, 1979), 515; Kuethe, Military Reform and Society, 147, y Cuba, 1753-1815, 128-29.

47

Esta disminución es evidente en Cuba. agi, sd, legs. 1852-57. Para Nueva Granada, véase Kuethe, Military Reform and Society, cap. 7.

48

Jacques A. Barbier, “The Culmination of the Bourbon Reforms, 1787-1792”, Hispanic American Historical Review (hahr) 57:1 (1977): especialmente, 52, 62-63.

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sucesor serían conservar las ganancias recientes, al mismo tiempo que reducir al mínimo los aspectos negativos. Los prudentes ajustes realizados por Lerena aun antes de la muerte de Gálvez, ahora se aceleraron con Floridablanca, dirigiendo su atención a esos objetivos más directamente. Este proceso comenzó con un decreto del 8 de julio de 1787, cuando Carlos, actuando a través de Floridablanca, estableció la Junta Suprema de Estado. Este paso institucionalizó la colaboración interministerial, que había caracterizado la fase temprana de su régimen, con la formación de la Junta de Ministros. La Junta Suprema, que reunía a todos los ministros semanalmente, equivalía al establecimiento formal de un gabinete español. El decreto provisionalmente dividía la administración de las Indias en dos partes: Guerra, Hacienda y Comercio, y Gracia y Justicia.49 El secretario de Marina, Antonio Valdés y Bazán, accedió al primer ministerio, en tanto que Antonio Porlier recibió el segundo. Fiscal del Consejo de Indias al momento de su ascenso, Porlier tenía amplia experiencia americana, habiendo sido procurador para las audiencias de Buenos Aires, Lima y México. Fray Valdés, como Arriaga antes que él, era un bailío en la orden de San Juan de Jerusalén, y había sucedido a Pedro González de Castejón en Marina, en 1783. Él también había servido en América, aun siendo tomado prisionero en La Habana en 1762.50 A pesar de su amplia cartera, Valdés, quien proyectaba la imagen confiada, serena, pero determinada de un comandante naval, haría consistentemente de la Armada su primera prioridad (véase figura 9.3). Para reemplazar a Gálvez como gobernador del Consejo de Indias, Floridablanca nombró a su hermano, Francisco Moñino, quien había primero entrado en esa institución en 1778.51 Finalmente, el extremadamente ocupado Lerena había persuadido al rey, en mayo, de relevarlo de su asignación interina a Guerra, posición que Carlos dio a Jerónimo Caballero.52 49

Archivo Histórico Nacional (ahn), Estado, libro 1. El texto de Escudero, Los orígenes, vol. 2, es una reproducción de la versión publicada por primera vez en 1795, que corresponde bien, pero no completamente, a la versión manuscrita.

50

Agustín Guimerá Ravinda, “Estado, administración y liderazgo naval: Antonio Valdés y Charles Middleton (1778-1808)”, en Un Estado militar, 184-86; John D. Harbron, Trafalgar and the Spanish Navy (Londres: Conway Maritime Press, 1988), 43; Escudero, Los orígenes, vol. 1, 39091, 447.

51

Mark A. Burkholder, Biographical Dictionary of Councilors of the Indies, 1717-1808 (Westport: Greenwood Press, 1986), 81-82.

52

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 401-03.

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Figura 9.3. Fray Antonio Valdés y Bazán (1744-1816). Museo Naval. Ref. inv. mnm00416 Copia posiblemente realizada por Rafael Tegeo en 1828, de un original de pintor desconocido.

Para los asuntos coloniales, el decreto sentaba un claro tono de moderación, lo que sugería una profunda reorientación de la política colonial. Quiero se cuide mucho de todo lo que prevengo a la Junta sobre el gobierno y prosperidad de mis vasallos de Indias, que como más distantes exigen más

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vigilancia y atención procurándoles todos los alivios posibles y adaptables a la constitución del país, y mirándolos como unos mismos con los demás vasallos, con quienes han de componer un solo cuerpo de Monarquía, sin predilección particular.53

Esto representaba una significativa desviación de la orientación beligerante, antiamericana, que había caracterizado los años de Gálvez y un retorno a los principios de “la justicia, la prudencia y maña”, articulados tan elocuentemente por el almirante Andrés de Pez sesenta años antes. América no se podía controlar a punta de bayoneta, sino con un sentido de comunidad y fidelidad a la Corona española. Mientras que el tono conciliador asumido por la Junta señalaba una reorientación fundamental, no llegaba a aceptar la igualdad de España y las Indias. El control político dominaba todas las otras agendas. En cuanto al ejército, esto era evidente desde la instrucción de la Junta en julio, que preservaba la antigua estrategia de favorecer a españoles para oficiales, haciendo énfasis en que las autoridades se deben [...] inclinar a nombrar y a preferir para jefes y oficiales mayores de aquellos cuerpos todos los europeos que se pueden hallar; y debe también obligar a que se mude y renueve la misma tropa española de tiempo en tiempo, no sólo con la que venga a relevarla de Europa, como se hace, sino pasándola con la frecuencia posible de unos territorios y plazas de Indias a otras para cortar las relaciones, amistades, y otras convenciones que destruyen la disciplina, y favorecen la deserción más allí que en España […].54

No obstante, para los años noventa, los americanos asumirían una mayoría en el cuerpo de oficiales del ejército americano. Esta mayoría primero surgió en los rangos inferiores, pero a medida que el tiempo pasaba, los americanos progresivamente ganaban fuerza en los rangos superiores.55

53

Real Decreto, Palacio, julio 8, 1787, ahn, Estado, libro 1, reproducido en Escudero, Los orígenes, vol. 1, 423-25.

54

Instrucción, Junta de Estado, Palacio, julio 8, 1787, ahn, Estado, libro 1, art. 152.

55

Marchena Fernández, Oficiales y soldados, 112-13, 120-21. Véase también Kuethe, Cuba, 17531815, caps. 5-6.

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Refinamientos en la política colonial Reflejando la nueva orientación, la política de la Junta, tal y como se desarrolló durante los años siguientes, asignó mayor importancia a intereses estratégicos peninsulares, en tanto que moderaba muchos de los aspectos del programa político y militar de Gálvez en las colonias. Su tono reflejaba una determinación de maximizar el envío de rentas a la metrópolis, refinar la reforma comercial y, al mismo tiempo, tranquilizar al grupo de poder colonial con normas más imparciales, en particular en lo que tocaba a la administración fiscal. Aunque la continuidad con la época de Gálvez permanecía siendo fuerte, el tono moderado y práctico de Valdés, Porlier y la Junta Suprema, actuando de acuerdo con sus instrucciones, llevó a ajustes importantes en la política colonial. Esto pronto se hizo evidente en los esfuerzos de Valdés por suavizar las tácticas agresivas de Gálvez y tranquilizar a los alienados criollos del interior, mientras que al mismo tiempo buscaba los medios para reducir los gastos militares y aumentar al máximo las remisiones a España.56 En resumen, la Corona esperaba consolidar los resultados positivos de Gálvez para aprovechar los beneficios del colonialismo, en tanto que disminuía gastos inútiles, y —en la medida en que los intereses reales lo permitiesen— reducir la fricción con las colonias. Vista desde una perspectiva más amplia, esta reorganización marcó el inicio de un nuevo período en la historia colonial, que continuó sin interrupción hasta después de la muerte de Carlos III y la sucesión de su hijo. El desplazamiento en la política colonial reflejaba cambios fundamentales en la estrategia militar. La Instrucción de Floridablanca, de tono confiado y agresivo, demostraba que España todavía no había alcanzado sus objetivos militares. La última guerra, declaraba, había probado que España debía cambiar a una manera ofensiva de hacer la guerra. En cualquier conflicto futuro, España atacaría a Inglaterra en conjunción con la flota y el ejército franceses, invadiendo por Plymouth y Gales. El énfasis en Inglaterra no quería decir que Madrid había olvidado su agenda tradicional de recuperar Jamaica y Gibraltar, y de expulsar a los cortadores de palo de tinte ingleses de América Central, pero ahora el camino

56

Barbier, “The Culmination”: 51-68. Este artículo pionero de Barbier estimuló el debate sobre el alcance de la continuidad o falta de continuidad en la política colonial después de la muerte de Gálvez. Véase John R. Fisher, “Critique of Jacques A. Barbier’s ‘The Culmination of Bourbon Reforms, 1787-1792’” y “Jacques A. Barbier’s Reply”, hahr 58 (1978): 83-90, y Kuethe, “More on the ‘Culmination of the Bourbon Reforms’”, 477-80.

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a la victoria era a través de Londres.57 Es imposible saber si la planeada invasión de Inglaterra por Carlos habría sido posible, ya que hacia fines de 1788 el rey sufrió un resfriado mientras estaba de cacería, que se desarrolló en una fiebre fatal. Además, para el momento en que una causa adecuada para la guerra surgió —la crisis del estrecho de Nootka de 1789-1790—, Francia había sucumbido a la revolución y estaba irremediablemente alejada de la España borbónica. No obstante, cuando la Junta Suprema de Estado llevó a cabo un balance de la política colonial, actuó con la creencia de que el próximo conflicto implicaría ante todo a Europa, añadiendo una razón más para aumentar al máximo las remisiones a la península. Durante la última parte de 1787 y en 1788, una clara manifestación de la nueva política fue hacer volver a España al exvisitador general, y en ese momento superintendente, Jorge Escobedo, quien había reemplazado a Areche y cuyas intransigentes normas fiscales habían causado intensa controversia en Lima. Además, las superintendencias de Perú, Nueva España y Río de la Plata fueron abolidas, y sus poderes traspasados a los virreyes.58 Menos dramáticos, pero de igual importancia, fueron los numerosos ajustes a nivel local para calmar los antagonismos que habían surgido entre la real administración y las elites coloniales.59 Los americanos también ganaron acceso limitado a las audiencias coloniales, pero nunca alcanzaron el nivel de poder que habían tenido antes en el siglo.60 El acceso al trono por Carlos IV no alteró perceptiblemente esta nueva orientación en la administración colonial. Aunque el nuevo rey no tenía la visión de su padre, libertad de pensamiento, ni entereza personal, estaba satisfecho con el poderoso gabinete que había heredado y con la continuación de la política de reforma más moderada de los últimos años de Carlos III.

57

“Instrucción reservada”, Palacio, julio, 1787, ahn, Estado, libro 1, fols. 182-85. La versión de este documento publicado en 1795, cuando España estaba aliada con los ingleses, suprimió estos artículos y esa revisión ha aparecido en Escudero, Los orígenes, vol. 2.

58

Fisher, Government and Society, 60-61; Brading, Miners & Merchants, 66-67.

59

Suspendido en Nueva España, por ejemplo, fue el plan de Gálvez para abolir el repartimiento de mercancías, que amenazaba los poderes de los alcaldes mayores y sus comerciantes aliados. Stanley J. Stein, “Bureaucracy and Business in the Spanish Empire, 1759-1804: Failure of a Bourbon Reform in Mexico and Peru”, hahr 61:1 (1981): 15-16. Véase también Brading, Miners & Merchants, 70-71.

60

Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, From Impotence to Authority. The Spanish Crown and the American Audiencias, 1687-1808 (Columbia: University of Missouri Press, 1977), 120.

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La nueva estrategia de la Junta Suprema era evidente en el trabajo de fray Francisco Gil y Lemos, quien sirvió de virrey de Nueva Granada siete meses en 1789, antes de trasladarse al Perú.61 Gil y Lemos tenía instrucciones de la Junta para implementar políticas coloniales más pragmáticas en la región, y lo hizo con rapidez. Su acción más importante fue echar a un lado al plan de Gálvez y del arzobispo de establecer un sistema de intendencia en Nueva Granada. Nunca se revivió. Hallando enormes deudas dejadas por su derrochador predecesor, el virrey dio una poda al numeroso personal del virreinato y redujo la guarnición veterana de Santa Fe de Bogotá. Entonces desbandó la milicia interior, puso fin a los extensos planes para fortificar Santa Fe y detuvo la construcción de una fábrica de pólvora. Por añadidura, Gil y Lemos interrumpió la sumamente costosa campaña de pacificación de Darién contra los indios cuna, y canceló las concesiones de palo de tinte en Santa Marta y Riohacha que Caballero y Góngora había otorgado a mercaderes extranjeros a cambio de harina que necesitaba para dar de comer a su ejército en Darién, concesiones que se habían convertido en una fuente de penetración comercial ilícita.62 Una retirada parecida de las severas y draconianas políticas de los años de Gálvez tuvo lugar más al sur del virreinato, en la Audiencia de Quito. Gálvez había despachado a un protegido leal, José García de León y Pizarro, a Quito, como visitador y presidente-regente en 1777, y este supervisó una dramática expansión de la burocracia real y de la milicia, que utilizó para extraer de la deprimida economía de la región niveles de rentas sin precedentes (véase la figura 8.3). A pesar de estos éxitos y su profuso uso del patronato burocrático para aplastar la oposición local, unos años después de que García Pizarro abandonara Quito, surgieron quejas acerca de su descarado nepotismo, corrupción y gobierno tiránico.63 Como resultado, el 9 de octubre de 1788, la Corona ordenó una investigación especial (pesquisa) de las alegaciones específicas levantadas contra él mientras gobernaba el reino de Quito. Cuando el virrey Gil y Lemos recibió

61

Gil, como Valdés, era oficial naval y un bailío en la orden de San Juan de Malta. Bibiano Torres Ramírez, La marina en el gobierno y administración de Indias (Madrid: Mapfre, 1992), 145-46.

62

Kuethe, Military Reform and Society, 145-56.

63

Francisco de Gil y Lemos a Fernando Quadrado, Santa Fe, enero 26, 1789, agi, Quito, leg. 272. Citado en Kenneth J. Andrien, “The Politics of Reform in Spain’s Atlantic Empire during the Late Bourbon Period: The Visita of José García de León y Pizarro in Quito”, Journal of Latin American Studies 41:4 (2009): 652-54.

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la orden de comenzar la pesquisa, le confió la tarea a Fernando Quadrado y Valdenebro, un recto juez de la Audiencia de Quito, conocido por su integridad personal y profesional.64 Esta pesquisa se enfrentó con la formidable oposición del presidente Villalengua, yerno, sucesor y heredero político de García Pizarro, quien no tenía intención alguna de dejar que las políticas de su predecesor fuesen desacreditadas. El presidente atacó a Quadrado por su parcialidad, aduciendo que sólo solicitaba testimonio de los descontentos que se oponían a los líderes políticos locales. Quadrado devolvió el golpe a Villalengua y a sus aliados, acusándolos de que eran “una poderosa familia, no menos por sus riquezas que por […] su autoridad en la Corte”.65 La pesquisa pronto se degeneró en una serie de cargos y contracargos, dejando a todo el reino enredado entre distintas facciones para 1790. En efecto, era aparente que solo la intervención del gobierno de Madrid podría resolver la parálisis política en Quito. Después de una cuidadosa revisión de la evidencia, los miembros del Consejo de Indias decidieron no imponer castigos. En cambio, el Consejo discretamente transfirió a Villalengua a Guatemala como presidente-regente de la Audiencia, sacándolo de escena. En cuanto a Fernando Quadrado, el Consejo alabó sus esfuerzos para descubrir la verdad acerca de la corrupción en Quito y Guayaquil, pero también le hizo saber que había excedido en mucho sus instrucciones, hurgando en cada aspecto de las actividades del clan García Pizarro en Quito. Al final, el Consejo dio orden al nuevo presidente, Juan Antonio Mon y Velarde, de completar la investigación con suma discreción y promover la armonía en el reino de Quito.66 Poco tiempo después de su llegada a Quito, Mon y Velarde escribió a la Corona, recomendando una burocracia más pequeña y eficiente, y un programa patrocinado por el Estado para fomentar el desarrollo económico en la deprimida región. El nuevo presidente primero atacó los problemas administrativos en la burocracia fiscal del reino, emitiendo la acusación de que las cuentas de virtualmente cada agencia estaban atrasadas, haciendo imposible estimar su

64

Ibid.

65

Fernando Quadrado a Francisco de Gil y Lemos, Quito, junio 18, 1789, agi, Quito, leg. 267; carta reservada, Fernando Quadrado a Francisco de Gil y Lemos, Quito, marzo 21, 1789, agi, Quito, leg. 267.

66

Ibid.

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honestidad y eficiencia.67 Para resolver estos problemas, Mon y Velarde propuso una renovación completa de la burocracia fiscal, mediante la disminución del despilfarro, la rebaja de los salarios, la eliminación de puestos superfluos, y demandando que se llevaran los libros con más eficiencia. Sin esas drásticas reformas —alegaba el presidente—, la burocracia fiscal, con puestos tan elevados y numerosos, traería más ruina a la economía y a la sociedad del reino de Quito.68 Aparte de los cambios administrativos, Mon y Velarde también abogó en favor de un ambicioso programa de desarrollo económico para la región, con la idea de detener y cambiar la dirección de la industria textil, ya un siglo en declive. El presidente reconocía que la decadencia económica de la región se debía a la introducción de tela europea barata desde principios del siglo xviii. En tanto que Mon y Velarde alababa a la Corona por limitar la importación a Lima de paños europeos de segunda, asimismo reconocía que esta política era insuficiente para fomentar la recuperación económica del reino. Para mejorar este triste estado de cosas, abogaba por prohibiciones más estrictas a telas europeas importadas a los mercados sudamericanos; inversiones en carreteras y otras infraestructuras; relajación de los controles monopolistas (en especial sobre la producción de cascarilla); incentivos fiscales para liberar capital de inversión; y asistencia técnica para rejuvenecer la moribunda industria minera. Sin tal asistencia patrocinada por el Estado, Mon y Velarde predecía que la economía languidecería, las entradas de las tasas disminuirían, especialmente aquellas impuestas a la oprimida población amerindia, y el comercio transatlántico lentamente decaería.69 67

Antes de su puesto en Quito, Mon y Velarde había servido de oidor en Nueva Granada y de visitador en Antioquia (1785 a 1788), donde impuso programas para desarrollar una vigorosa economía local. Basándose en las recomendaciones del gobernador de Antioquia, Francisco Silvestre, el visitador había mejorado la administración local, fomentado el orden público, solicitado la creación de un obispado, y aún más importante, había promovido la minería, el comercio y la agricultura. Ann Twinam, Miners, Merchants, and Farmers in Colonial Colombia (Austin: University of Texas Press, 1982), 32-33, 50-60, 106-08, 124-28; Mark A. Burkholder y D. S. Chandler, Biographical Dictionary of Audiencia Ministers in the Americas, 1687-1821 (Westport, CT: Greenwood Press, 1982), 219; Anthony McFarlane, Colombia before Independence. Economy, Society, and Politics under Bourbon Rule (Cambridge: Cambridge University Press, 1993), 137-140.

68

El presidente también halló despilfarro en el sistema de milicias, algo que demandaba drásticos cortes en el presupuesto. Juan Antonio Mon y Velarde a Pedro de Lerena, Quito, marzo 3, 1791, agi, Quito, leg. 249.

69

Ibid. Estos planes aparecen resumidos en Douglas Alan Washburn, “The Bourbon Reforms: A Social and Economic History of the Audiencia of Quito, 1760-1810” (Disertación de grado, University of Texas en Austin, 1984), 157-59.

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El presidente no sirvió en Quito lo bastante para movilizar el suficiente apoyo político para implementar estos planes. Después de menos de un año en el poder, fue ascendido al Consejo de Indias y abandonó el reino para regresar a España.70 En ruta a Madrid, murió en Cádiz, no teniendo así nunca la oportunidad de defender sus opiniones en cuanto a las reformas en su condición de miembro del Consejo. Al mismo tiempo, no había entusiasmo en Madrid por resucitar la manufactura colonial de lana en Quito. Como observó el arzobispovirrey Antonio Caballero y Góngora, la decadencia de la industria textil en Quito era apropiada y justa, porque la agricultura y la minería eran “más conforme al instituto de las colonias”, en tanto que los productos manufacturados, tales como las telas, “debe recibir de la Metrópoli”.71 Como resultado, la política de la Corona puede haber sido más moderada después de la muerte de Gálvez, pero las autoridades en Madrid continuaban firmes en su negativa a implementar la política económica defendida por Mon y Velarde en Quito, ya que amenazaba intereses peninsulares. Aunque no favorable al estímulo de centros textiles manufactureros como en Quito, la reducción de la burocracia y la milicia en Nueva Granada era indicio de una relajación en el incesante impulso para aumentar los ingresos. Reduciendo las tensiones políticas, la Corona podría necesitar menos tropas costosas para mantener su autoridad, una estrategia que disminuía gastos y también riesgos políticos. Las economías resultantes compensaban las tácticas menos rigurosas. Entre tanto, los monopolios de tabaco y aguardiente continuaban creciendo y se convirtieron en fuentes mayores de ingresos. La nueva estrategia probó ser económicamente sólida a la larga, porque durante los años noventa el Virreinato de Nueva Granada liquidó su enorme deuda interior y eventualmente acumuló modestos excedentes para la tesorería española.72 Al convertirse en el siguiente virrey de Perú, Gil y Lemos presentó más o menos la misma agenda.73 Sin embargo, la administración fiscal básica que Gálvez había instalado permaneció en

70

Burkholder y Chandler, Biographical Dictionary of Audiencia Ministers, 219.

71

Citado en John Lynch, “The Origins of Spanish American Independence”, en The Independence of Latin America, editado por Leslie Bethell (Cambridge: Cambridge University Press, 1987), 16.

72

McFarlane, Colombia before Independence, 225.

73

Leon G. Campbell, The Military and Society in Colonial Peru, 1750-1810 (Filadelfia: American Philosophic Society, 1978), 211-12; Fisher, “Critique”, hahr 58 (1978): 84-85.

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su lugar, incluyendo las intendencias donde ya existían. Los impuestos no fueron reducidos ni los lucrativos monopolios disueltos.74 Aunque la Corona consideró una política más moderada para ahorrar gastos en Nueva Granada y en el resto del imperio, vigorosamente promovió el sector minero para aumentar las remisiones de plata de Indias a España. Al fin y al cabo, la minería de plata era todavía fundamental para mantener las riquezas que hacían realidad las ambiciones imperiales de Madrid, y la política de Gálvez en Nueva España era reflejo de esta sed de plata americana. En 1783, estableció ordenanzas para el Real Cuerpo de Minería, completo con un fuero separado. Las ordenanzas coronaban iniciativas ambiciosas para reorganizar y estimular la industria minera de plata de Nueva España, que databan de su visita durante la década de los sesenta. Gálvez nombró a Fausto D’Elhúyar de Logroño director del tribunal minero en 1786 y le envió un grupo de técnicos sajones para ayudarle a introducir tecnología moderna, incluyendo el método de amalgamación desarrollado recientemente por Von Born.75 Una iniciativa anterior formaba parte de una expedición a Nueva Granada bajo el hermano mayor de Fausto, Juan José, y el barón Thaddeus von Nordenflicht había encabezado otra a Perú.76 Como a México, Gálvez envió técnicos sajones con ambas misiones. La minería nunca había llegado a mucho en Nueva Granada, pero la Corona tenía la esperanza de revivir los trabajos del siglo xvii en Mariquita, empleando técnicas mineras modernas.77 El gobierno de Madrid tenía grandes expectativas para Perú, donde la una vez espectacular industria había decaído a un distante segundo lugar

74

En el nombre de la empresa libre, la abolición de los monopolios de la Corona en Venezuela y Filipinas fue considerada, y las otras jurisdicciones fueron mandadas a informar sobre tal posibilidad. Cuando se hizo evidente que no había una fuente de ingresos compensatoria, se abandonó la idea. Jacques A. Barbier, “Venezuelan Libranzas, 1788-1807: From Economic Nostrum to Fiscal Imperative”, The Americas 37:4 (1981): 467.

75

Walter Howe, The Mining Guild of New Spain and Its Tribunal General, 1770-1821 (Cambridge: Harvard University Press, 1949), 22-62, 166-67, 177-78. La misión reformista no llegó hasta agosto de 1788.

76

Arthur P. Whitaker, “The Elhúyar Mining Missions and the Enlightenment”, hahr 31:4 (1951): 557-85.

77

Sandra Montgomery Keelan, “The Bourbon Mining Reform in New Granada, 1784-1796”, en Reform and Insurrection in Bourbon New Granada and Peru, editado por John R. Fisher, Allan J. Kuethe y Anthony McFarlane (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1990), 41-53.

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detrás de México.78 Los esfuerzos en Perú para establecer un tribunal minero, siguiendo el modelo del precedente mexicano, causó una feroz oposición por parte de la elite mercantil limeña, la cual estaba determinada a mantener la hegemonía financiera y jurídica sobre la industria minera de plata. En vista del tono conciliador que la Junta Suprema de Estado había adoptado, Valdés dio marcha atrás, y la misión de Von Nordenflicht languideció sin el fuerte apoyo de Madrid.79 En Nueva España, tal oposición no se manifestó, y su misión trabajó productivamente con la elite minera. La misma cooperación existió en Nueva Granada, pero con poco éxito para estimular la producción regional. Mientras tanto, la Junta Suprema siguió confiadamente adelante con las reformas comerciales, respondiendo a presiones dentro de España y las Indias, para atraer a las colonias a una más estrecha dependencia económica y para hacer el comercio colonial más provechoso. La mayor competición para el comercio colonial continuaba siendo la inglesa. Si bien su puerto libre en Jamaica atraía a comerciantes españoles, los contrabandistas ingleses también manejaban su oficio individualmente.80 Además, Londres todavía retenía sus irritantes prerrogativas históricas en los puertos iberos españoles.81 Los franceses había visto erosionados sus derechos, y la regulación de 1778 había abolido el palmeo, que había servido bien sus intereses en Cádiz.82 Floridablanca no mostró inclinación alguna para negociar un nuevo tratado comercial con París porque, como lo expresó en su instrucción a la Junta, “los tratados antiguos no son muy favorables; pero se han ido moderando a lo más equitativo, y olvidando en muchos puntos, y así no conviene retroceder un solo paso de aquel estado de libertad que hayamos

78

J. R. Fisher, Silver Mines and Silver Miners in Colonial Peru, 1776-1824 (Liverpool: Liverpool University Press, 1977), cap. I.

79

Fisher, “Critique”, 83-86.

80

Adrian J. Pearce, British Trade with Spanish America, 1763-1808 (Liverpool: Liverpool University Press, 2007), 80-84.

81

Floridablanca lamentaba los “privilegios especiales que tuvo la nación inglesa, en particular en Andalucía, en tiempo de la mayor debilidad de España, [y] los tratados sobre visitas, manifiestos y fondeos de bajeles de comercio, en que tanto nos perjudican”. Junta de Estado, Palacio, julio 8, 1787, ahn, Estado, libro 1, art. 401.

82

Francia y España habían firmado un nuevo tratado comercial en 1768 mientras el Tercer Pacto de Familia gozaba de favor, pero los franceses solo ganaron igualdad con Inglaterra en el comercio peninsular, sin nuevos derechos en América. Allan J. Kuethe y Lowell Blaisdell, “French Influence and the Origins of the Bourbon Colonial Reorganization”, hahr 71 (1991): 602-603.

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adquirido y podemos adquirir en adelante”.83 En fecha tan tardía como 17881789, con las finanzas desplomándose, Versalles continuaba protestando por las restricciones que Madrid insistía en imponer a los textiles que entraban a los mercados americanos.84 La regulación de 1778 había hecho a los comerciantes españoles más competitivos, y sus corsarios y guardacostas continuaban infligiendo daño a contrabandistas; pero la Junta Suprema decidió adelantar la desregulación de comercio iniciada en 1765, incluyendo a Veracruz y La Guaira en el nuevo sistema. La presión en España para dar ese paso había comenzado a aumentar. La regulación de 1778 había fracasado al no producir la panacea instantánea que los productores y comerciantes españoles habían imaginado. Mientras el volumen total de comercio legal se había ampliado considerablemente durante el período que siguió a la guerra, la creciente competición entre los puertos españoles hizo bajar los precios, al saturarse los mercados coloniales.85 Esto era resultado natural de la competencia y probablemente reflejaba de modo favorable la habilidad de España para competir con rivales extranjeros en su propio imperio. Al mismo tiempo, la falta de información acerca de las condiciones en colonias específicas y en las varias regiones de España misma a veces producía mercados con productos de sobra. Los catalanes enviando vino a Lima, por ejemplo, bien podrían hallar que los gaditanos habían llegado antes a ese distante mercado, no dejándoles alternativa más que vender con pérdida o esperar muchos, pero muchos meses con la esperanza de que la demanda mejorara. Bajo el tradicional sistema de monopolio de puertos, especialmente después del mejorado sistema de correos instalado en 1764, había sido mucho más fácil medir la demanda en América y, por lo tanto, limitar los riesgos. En efecto, incluso México pronto se saturó. En 1784, después del restablecimiento de la paz, Madrid había impuesto límites específicos al tonelaje destinado a Veracruz para que fuera dividido entre los puertos españoles autorizados, pero los comerciantes españoles muy a menudo hallaban en el mercado mejicano más productos de los

83

Junta de Estado, Palacio, julio 8, 1787, ahn, Estado, libro 1, art. 352.

84

George Verne Blue, “French Protests against Restrictions on Trade with Spanish America, 17881790”, hahr 13:3 (1933): 336-38.

85

Para Perú, véase Patricia H. Marks, “Confronting a Mercantile Elite: Bourbon Reformers and the Merchants of Lima, 1765-1796”, The Americas 60 (2004): 536-37.

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necesarios.86 Esto demuestra que Carlos y sus ministros bien pueden haber subestimado la habilidad de los empresarios ávidos de ganancia para superar las barreras impuestas por la geografía. Otros problemas comerciales surgieron de la estructura de los impuestos, que limitaba las ganancias y debilitaba el comercio. El régimen de mentalidad militar de Carlos III iba dirigido principalmente a aumentar el apoyo económico para sus vastas fuerzas armadas. La regulación de 1778 hablaba de fomentar la industria y la agricultura española, pero, de hecho, la recaudación de rentas iba por delante de otras consideraciones políticas. Ortiz de Landazuri favorecía moderar todas las tasas impositivas para realzar la competitividad y la rentabilidad de la industria española, pero falleció en 1777. Las actuales tarifas de exportación establecidas por Gálvez (en consulta con Múzquiz y Floridablanca) hicieron poco para ayudar a los productos españoles a competir en los mercados coloniales.87 Para productos claves como los vinos, que habían sido tasados a base fija bajo el Proyecto de 1720, las tasas de hecho bajaron, pero los valores oficiales asignados por la regulación eran más altos, lo que produjo un alza total. Además, los impuestos sobre importantes bienes de lujo, que habían sido relativamente bajos al ser valorados por volumen, subieron al momento de ser convertidos a base ad valorem, aun cuando definida de acuerdo con Ortiz. Imposiciones locales y aquellas impuestas durante tiempos de guerra solo añadían a la carga total de las tasas.88 De aquí que, aunque las rentas reales y el volumen de comercio

86

José Joaquín Real Díaz, Las ferias de Jalapa (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1959), 112-13; Josep María Delgado Ribas, “El impacto de las crisis coloniales en economía catalana (1787-1807)”, en La economía española al final del Antiguo Régimen, vol. 3. Comercio y colonias, editado por Josep Fontana Lázaro (Madrid: Alianza Editorial, 1982), 105; John R. Fisher, Commercial Relations between Spain and Spanish America in the Era of Free Trade, 17781796 (Liverpool, U.K.: Centre for Latin-American Studies, University of Liverpool, 1985), 18 (nota 16), 45-46. Para una discusión revisionista de cómo la desregulación de comercio causó más riesgo y saturación de mercados en Nueva España, véase Jeremy Baskes, “Risky Ventures: Reconsidering Mexico’s Colonial Trade System”, Colonial Latin American Review 14:1 (2005): 27-54.

87

Gálvez a Múzquiz, San Ildefonso, septiembre 24, 1778, agi, ig, leg. 2409.

88

Josep María Delgado Ribas, “El modelo catalán dentro del sistema de libre comercio (1765-1820)” en El comercio libre en España y América (1765-1824), editado por Josep Fontana y Antonio Miguel Bernal (Madrid: Fundación Banco Exterior, 1987), 53-57; Josep María Delgado Ribas, “Catalunya y el sistema de libre comercio (1778-1818): una reflexión sobre las raíces del reformismo borbónico” (Resumen, Disertación de grado, Universidad de Barcelona, 1981), 27-30.

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aumentaron en forma impresionante, esto no necesariamente reflejaba ganancias más altas para los productores o comerciantes españoles. A lo largo del tiempo, los éxitos aparentes de los textiles catalanes también parecían en gran parte ilusorios. La regulación de 1778 dio índices de impuestos más bajos (el 3 en vez del 7 %) sobre bienes definidos como productos nativos, pero los tejidos podían caer bajo estas tasas si eran “pintadas” o “beneficiadas” en España. En vista de esta amplia definición, los tejidos podían simplemente ser embellecidos de alguna manera –quizás añadiéndoles encajes— para calificar en las tarifas españolas de impuestos más bajas que en las más altas extranjeras. Muchas de las supuestas manufacturas catalanas eran fabricadas en Francia, añadiéndoseles algún detalle en Barcelona. Esto funcionaba de manera ventajosa para la Tesorería Real, que recaudaba impuestos sobre textiles extranjeros cuando entraban en España y de nuevo cuando salían para las colonias, pero era probablemente desfavorable para las incipientes industrias españolas, las cuales padecían de una desventaja competitiva.89 Dados los altos gastos incurridos en la Guerra de la Revolución americana, la tesorería se enfrentaba a un gran déficit de posguerra y consecuentemente prioridades fiscales inmediatas continuaban prevaleciendo sobre consideraciones de desarrollo económico de largo plazo. Los negociantes españoles también sufrían una escasez de capital de inversión disponible durante el período de posguerra. La emisión de grandes cantidades de vales reales durante la guerra a través del Banco Nacional de San Carlos y el desembolso de grandes cantidades de dinero en el teatro americano drenaron capital de inversión que hubiera podido productivamente financiar el comercio colonial. No es de sorprender entonces que, en 1785, poco tiempo después de la muerte de Miguel de Múzquiz, aliado principal de Gálvez en el gabinete real, Lerena consiguiera forzar al ministro de Indias ordenar a las autoridades americanas remitir todas las rentas sobrantes a España.90 Esta medida resultó ser de poca importancia y demasiado tardía. Un impresionante número de negocios

89

Este proceso, sin embargo, producía resultados mixtos, ya que la gente involucrada en terminar las manufacturas extranjeras para exportación desarrollaba negocios que eran casi industrias de alguna clase. Carlos Martínez Shaw, “El libre comercio y Cataluña: contribución a un debate”, en Fontana y Bernal, El comercio libre, 45-49.

90

Jacques A. Barbier y Herbert S. Klein, “Revolutionary Wars and Public Finances: The Madrid Treasury, 1784-1807”, Journal of Economic History 41:2 (1981): 331; Barbier, “Towards a New Chronology”, 347.

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españoles, víctimas de competición desfavorable, altos impuestos y crédito costoso, fracasaron a mediados de la década de los ochenta. Este proceso culminó en una seria recesión en 1787, fecha que coincidió con la muerte de Gálvez y la creación de la Junta Suprema.91 La Junta trabajó a lo largo de 1788 para formular la manera apropiada de incorporar a México y a Venezuela al sistema de libre comercio.92 El 28 de febrero de 1789, la Corona promulgó la reforma, la cual abrió el camino para que los mercaderes españoles penetraran en esas colonias más libremente, para socavar el monopolio del Consulado de Ciudad de México, y para participar directamente en el lucrativo mercado de Veracruz.93 Por añadidura, en una medida aparte para favorecer a los comerciantes españoles, la Junta ajustó las tasas de impuestos a un nivel más bajo y estableció un sistema para proveer a los puertos de España con informes semestrales acerca de las condiciones en el mercado americano.94 Finalmente, desde que la desregulación había hecho su misión obsoleta, la Corona abolió la Casa de la Contratación en 1790.95 En una cédula con fecha del 28 de febrero de 1789, la Junta abrió la trata de esclavos en Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y Caracas a todos los ciudadanos españoles, implementando por fin la recomendación que O’Reilly había hecho para Cuba veinticinco años antes. Además, debido al acuerdo del 1 de octubre de 1777 con Portugal, que cedía las islas de Anno Bom y Fernando Pó en la costa oeste africana a España, este privilegio podía ser disfrutado sin recurrir a intermediarios europeos.96 La liberalización de la trata de esclavos de 1789 se 91

Delgado Ribas, “El impacto de las crisis”, 102-18. Para una visión de conjunto de la crisis en la economía española y su relación con el comercio americano, véase también Barbara H. Stein y Stanley J. Stein, “Concepts and Realities of Spanish Economic Growth, 1759-1789”, Historia ibérica 1 (1973): 103-19.

92

Barbier, “The Culmination”, 62-63.

93

Real orden, Palacio, febrero 28, 1789, agi, México, leg. 2505. Este paso halló poco respaldo por parte del Consulado de México, que prefería la seguridad ofrecida por un comercio controlado. Javier Ortiz de la Tabla Ducasse, Comercio exterior de Veracruz, 1778-1821: crisis de dependencia (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1978), 10. Los efectos de esta medida están desarrollados detalladamente en Brading, Miners & Merchants, y en Brian R. Hamnett, Politics & Trade in Southern Mexico, 1750-1821 (Cambridge: Cambridge University Press, 1971).

94

Delgado Ribas, “Catalunya y el sistema”, 42-43.

95

Barbier, “Towards a New Chronology”, 338-39.

96

Dauril Alden, Royal Government in Colonial Brazil (Berkeley: University of California Press, 1968), 267.

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obtuvo solo después de fuerte presión política por parte de los habaneros, pero, como siempre que pasaba con las iniciativas reformistas inspiradas en Cuba, la legislación llegó a tener una aplicación más amplia en el Caribe. Para Madrid, este paso tenía muy buen sentido política y económicamente. Recompensaba a los cubanos, cuya milicia se había destacado durante la reciente guerra, y cuya floreciente industria azucarera prometía aumentar las rentas reales. Esta medida también promovía la tendencia hacia una mayor desregulación comercial. Para evitar el costo que implicaba tener barcos navegando sin cargamento, los navíos que iban en busca de esclavos podían llevar mercancías, paso que legalizó el ansiado acceso a los puertos libres ingleses del Caribe. La cédula asimismo abolía el impuesto sobre la importación de esclavos. Además, en una histórica concesión, el edicto permitía a extranjeros la entrada en este comercio por el espacio de dos años. De igual modo, la Junta hizo extensivas las mismas libertades a Nueva Granada y Buenos Aires en 1791, en tanto que aprobaba la participación extranjera por seis años más, concesión que más tarde se hizo permanente.97 Mientras que estos ajustes en la política colonial prometían un respiro a la Tesorería Real en España y calmaba las tensiones políticas generadas en América durante la guerra, por sí solos no eran capaces de equilibrar el presupuesto real. Los crecientes costos para mantener la armada constituían una dimensión crítica en la lucha por controlar los gastos militares y administrativos, y reorientar la política imperial de la guerra a la paz. A medida que los años ochenta avanzaban, Carlos III continuaba viendo la flota como un instrumento esencial para sus ambiciones militares, y esta actitud no cambió cuando el trono pasó a manos de su hijo. De acuerdo con la información en la figura 9.4, en 1760, el primer año de Carlos en el trono, la Corona gastó 66 077 000 reales de cobre en la armada, cantidad que correspondía al 15,3 % del gasto total de la Corona.98 Para el año de 1788, esta cifra había ascendido a 158 522 000 reales, y representaba el 24,5 % de todos los reales gastos (véase figura 9.4).99 En septiembre de 1788,

97

Minutas, Junta de Estado, febrero 19, 1789, ahn, Estado, libro 3. Esta orden puede hallarse en Ricardo Levene, Documentos para la historia argentina, 14 vols., vol. 6, Comercio de Indias: comercio libre (1778-1791) (Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, 1915), 394-99. Véase también James Ferguson King, “Evolution of the Free Slave Trade Principle in Spanish Colonial Administration”, hahr 22 (1942): 34-56.

98

Barbier, “Indies Revenues and Naval Spending”, 176-77.

99

Ibid.

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Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

300 200 100 0

Millones de reales de vellón

400

dos meses antes del fallecimiento de Carlos, Valdés informó a la Junta Suprema que la Armada contaba con 71 navíos de línea y 43 fragatas.100 En el espacio de un año, estas cifras habían ascendido a 76 y 61 respectivamente.101

1760

1770

1780

1790

1800

Año

Figura 9.4. Gastos navales de España

Durante el reino de Carlos IV, el costo de construir y mantener esta gran armada hizo ascender el gasto naval a 367 579 000 reales, la cifra más alta del siglo, correspondiendo a casi el 39 % del presupuesto real.102 Dados el enorme costo de lanzar navíos al mar y las dificultades de conseguir el adecuado número de marinos para manejarlos, Madrid solo pudo equipar con armas las dos terceras partes de su fuerza en un momento dado. Como resultado, la Armada mantenía una porción en reserva para anticipar posibles pérdidas sufridas en combate, mientras que otros barcos tenían por necesidad que ser mantenidos y reparados. Se necesitaban 850 hombres y 40 oficiales para equipar un navío de

100

Minutas, Junta de Estado, septiembre 15, 1788, ahn, Estado, libro 2.

101

G. Douglas Inglis, “The Spanish Naval Shipyard at Havana in the Eighteenth Century”, en New Aspects of Naval History. Selected Papers from the 5th Naval History Symposium, editado por la United States Naval Academy (Baltimore: Nautical and Aviation Publishing Company of America, 1985), 53.

102

Barbier, “Indies Revenues and Naval Spending”, 177.

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tres puentes. Además, solo el costo de mantener cuatro arsenales para reparar los navíos existentes era desalentador, y aquellos que se aventuraban en aguas tropicales estratégicas demandaban atención especial, ya que el hierro y la madera se deterioraban rápidamente en tanto que la carcoma atacaba los fondos.103 Por añadidura, la demanda para nueva construcción era permanente, ya que los navíos viejos tenían que ser reemplazados por nuevos navíos construidos para tener en reserva. La Armada consumía habitualmente todos los sobrantes remitidos de América a la Depositaría de Indias, y más.104 En vista de la competición por esos sobrantes dentro de la misma España, y en particular las necesidades del Banco de San Carlos, esta situación era insostenible a la larga. Además, cuando las intrusiones de los ingleses en el estrecho de Nootka parecían proporcionar una justificación para la guerra, Madrid preparó la Armada para la tan largamente anticipada invasión de Inglaterra; pero cuando Floridablanca exhortó a Francia a mantener las obligaciones contraídas por el tratado, el trágicamente debilitado Luis XVI no se atrevió a pedir a la Asamblea Nacional revolucionaria que declarara la guerra. Al igual que en 1770, el frustrado monarca español no tuvo más remedio que dar marcha atrás, dejando a su costosa Armada languidecer en el puerto.105 Lerena en Hacienda y Valdés en Marina batallaban todos los años dentro de la Junta sobre los gastos navales, y para su crédito el ministro de Hacienda tuvo éxito en mantener el presupuesto de la Armada en menos de 200 millones de reales de cobre durante la década de los ochenta. El esfuerzo de Lerena para mantener la austeridad por fin dio fruto: los gastos de la Armada se habían estabilizado, en tanto que las remisiones coloniales habían aumentado exponencialmente. Como resultado, durante el quinquenio 1785-1789, las rentas de Indias excedieron los gastos navales por la primera y única vez durante el reinado de Carlos III.106 A medida que las adjudicaciones para la Armada se estabilizaban, 103

N. A. M. Rodger, The Command of the Ocean. A Naval History of Britain, 1649-1815 (Nueva York: W.W. Norton, 2004), 303. Rif Winfield, British Warships in the Age of Sail, 1793-1817 (Londres: Chatham Publishing, 2005), 1 y ss., detalla el costo de reparar navíos específicos.

104

Barbier, “Indies Revenues and Naval Spending”, 179-81.

105

Minutas, Junta de Estado, marzo 22, abril 26, mayo 16, mayo 31 y julio 5, 1790, ahn, Estado, libro 3; Warren L. Cook, Flood Tide of Empire. Spain and the Pacific Northwest, 1543-1819 (New Haven: Yale University Press, 1973), cap. 6.

106

Barbier, “Indies Revenues and Naval Spending”, 181.

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las medidas urgentes de Valdés en la Junta Suprema para maximizar las remisiones de las rentas coloniales a Cádiz de seguro reflejaban, a lo menos en parte, la determinación de obtener fondos adicionales para la flota.107 Por añadidura, esas mismas urgencias estaban directamente relacionadas con el renovado esfuerzo de la Junta para que “se restablezca el comercio de América al punto que necesitamos”, poniendo a Veracruz y La Guaira bajo la regulación de 1778.108 En consonancia con este intento de rebajar gastos administrativos y aumentar las remisiones de rentas coloniales, Madrid tomó la asombrosa decisión de detener la construcción de navíos en La Habana. Aunque los que se hallaban en proceso de construcción se habrían de terminar, de ahí en adelante el astillero cubano no fue más que un garaje naval, limitado a la reparación y el mantenimiento de los navíos que circulaban en aguas americanas. En 1795, el Asia, de 74 cañones, fue el último navío de línea salido del más productivo de los astilleros imperiales bajo Carlos III.109 El cierre de dicho astillero, con toda la construcción trasladada a la península, era una dramática manifestación de la determinación de la Junta de elevar al máximo la remisión de plata a España para respaldar los vales reales del Banco de San Carlos y estimular la economía española. Un decreto del 25 de abril de 1790 completaba la reorganización ministerial, disolviendo la Secretaría de Indias e integrando sus varias funciones en las oficinas españolas adecuadas. Los asuntos coloniales ahora estaban divididos entre Valdés en Marina, Lerena en Hacienda, Porlier en Gracia y Justicia, y el conde de Campo-Alange, que había reemplazado a Jerónimo Caballero, en Guerra.110 Dentro de sus respectivos ministerios, sin embargo, ambos Hacienda y Gracia y Justicia permanecerían separados de los asuntos españoles. Floridablanca, en Estado, continuó presidiendo la Junta Suprema, mientras que Valdés actuaba de alterno.111 Esta reorganización representaba el paso final hacia la coordinación de los asuntos de América y España, y la mejora de la administración de las Indias.112

107

Ibid., 177-84.

108

Lerena a la Junta Suprema de Estado, Aranjuez, abril 28, 1788, ahn, Estado, libro 3.

109

Allan J. Kuethe y José Manuel Serrano, “El astillero de La Habana y Trafalgar”, Revista de Indias 67 (2007): 770-72.

110

Caballero había asumido esos deberes en mayo de 1787, relevando al sumamente ocupado López de Lerena.

111

ahn, Junta de Estado, libro 3.

112

Barbier, “The Culmination”, 51-68.

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A medida que la estimación de Floridablanca hacia el servicio de López de Lerena aumentaba, el ministro de Hacienda ganó la condición de hidalgo y el hábito de la Orden de Santiago. En marzo de 1791, Floridablanca le consiguió un título de Castilla, lo que lo convirtió en primer conde de Lerena.113 Además, casó con María Pescattori Díaz de Lavandero, la hija del marqués de San Andrés. La viuda de José de Gálvez fue la madrina de boda, lo que sugiere que las diferencias en cuanto a la política no necesariamente se reflejaban en una animosidad familiar permanente.114 El deterioro de la salud de Lerena, sin embargo, hizo que Carlos lo reemplazara de manera interina en octubre de 1791, con el capaz Diego de Gardoqui, que había servido recientemente como chargé d’affaires en Estados Unidos de América.115 Lerena falleció en enero.

España y las Guerras de la Revolución francesa Desenvolviéndose contra el telón de fondo de la creciente angustia sobre los sucesos revolucionarios en Francia, un golpe de Estado en el palacio por parte de los conservadores el 28 de febrero de 1792 derrocó a Floridablanca, resultando en el breve triunfo del conde de Aranda y su facción aragonesa. También puso súbito fin a la Junta Suprema de Estado. Aranda había concertado su regreso de París en 1787, y una vez en Madrid conspiró sin cesar para socavar a su rival, Floridablanca. Como ministro de Estado, sin embargo, se hallaba en terreno peligroso con la reina María Luisa y su ambicioso favorito, Manuel Godoy. María Luisa, hija de Felipe, duque de Parma, y nieta de Isabel Farnesio, era una inquieta y testaruda mujer muy dada a la intriga, quien por mucho tiempo había resentido a Floridablanca.

113

Euskalnet. López de Lerena. Ascendienes de los López de Lerena y Casas (Biskaia, hoy), en Gure Arbasoak. Nuestros ancestros. Consultado septiembre 24, 2010. http://www.euskalnet.net/ laviana/gen_hispanas/lerena.htm

114

Eric Beerman, “El conde de Aranda y la tertulia madrileña (1788-1790) de la viuda de Bernardo de Gálvez”, en El conde de Aranda y su tiempo, editado por José A. Ferrer Benimeli, vol. 2 (Zaragoza: Institución “Fernando el Católico”, Diputación de Zaragoza, 2000), 359.

115

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 534-38; Light Townsend Cummins, Spanish Observers and the American Revolution, 1775-1783 (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1991), 193. Manuel Ballesteros Gaibrois, “El vasco Diego de Gardoqui, primer embajador de España ante los Estados Unidos de América”, en Euskal Herria y el Nuevo Mundo: la contribución de los vascos a la formación de las Américas, editado por Ronald Escobedo Mansilla, Ana de Zaballa Beascoechea y Óscar Álvarez Gila, 305-18 (Vitoria: Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, 1996).

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Expulsado de la Corte como otros reformadores antes que él, el desfavorecido ministro se refugió inicialmente en Hellín, Murcia, su tierra natal. Sin embargo, después de un corto tiempo, Carlos lo encarceló en Pamplona, donde permaneció hasta 1794, fecha en que se le permitió regresar a Murcia. La rehabilitación formal de Floridablanca no tuvo lugar hasta marzo de 1808. No hubo ningún otro cambio en el gabinete hasta ocho meses después, cuando Godoy desplazó a Aranda. Ya que el rey Carlos IV también había dependido de él, el favorito de la reina se convirtió de facto en primer ministro.116 Antes de su caída, Aranda había resucitado el casi moribundo Consejo de Estado, un brazo tradicional de la alta aristocracia, que reemplazó a la Junta Suprema. Miembros adicionales se unieron a los secretarios del Despacho durante sus reuniones semanales, y el rey a veces asistía en persona. Esta reorganización institucional fue desafortunada, ya que el creciente número de voces y la presencia de Carlos resultaba en demoras en la coordinación de la política real para España e Indias, que había funcionado tan eficazmente durante los últimos cinco años. No obstante, el gobierno colonial experimentó más continuidad que cambio, en particular en la tan delicada área de política comercial.117 A pesar de un impresionante aumento en el Atlántico español después de la liberalización de 1778, España todavía no había recuperado la mayor parte del comercio colonial para la década de los noventa. El comercio inglés con las Indias creció a niveles asombrosos, algo que iba paralelo a los notables adelantos que Madrid se había anotado. Este éxito se debía en parte a las todavía existentes conexiones establecidas entre comerciantes jamaiquinos e hispanoamericanos cuando Madrid autorizó el comercio neutral durante la Guerra de la Revolución americana. Además, Inglaterra estableció puertos libres adicionales en las Indias occidentales entre 1787 y 1793, atrayendo a su red comercial aun más mercaderes hispanoamericanos. Al mismo tiempo, la implementación en 1789 de la trata libre de esclavos para las Antillas Mayores, Caracas, y poco después Nueva Granada y Río de la Plata, abrió más ampliamente las puertas a transacciones comerciales internacionales. Por último, la alianza inglesa durante la guerra de España con la Francia revolucionaria (1793-1795) erosionó aún más las barreras

116

Un resumen de estas transiciones se halla en Escudero, Los orígenes, vol. 1, 473-88, 517-19, 540-59.

117

Barbier, “The Culmination”, 66-67.

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con que Madrid había tenido la esperanza de contrarrestar la penetración británica comercial.118 Los encargados de la política lucharon contra la penetración comercial extranjera poniendo fin al sistema de flotas a Nueva España, pero también actuaron para fortalecer a las elites regionales, institucionalizando nuevos centros de actividad comercial legal. El colocar a México dentro del sistema de comercio libre imperial no era indicación de que los gobiernos después de Gálvez hubieran abandonado el compromiso previo de la Corona de fomentar las expuestas periferias imperiales. Tales prioridades estratégicas no habían en modo alguno desaparecido de la política comercial. En efecto, la liberalización de la trata de esclavos en 1789 reflejaba el compromiso mantenido largo tiempo por Madrid de desarrollar sus posesiones fronterizas vulnerables. Para esta época, la estrategia real había evolucionado de contener a México, a estimular de manera directa el desarrollo de las periferias imperiales por medio de reformas institucionales. El Reglamento para el comercio libre había provisto el establecimiento de consulados en los puertos habilitados de España.119 Ahora había llegado el momento de extender esa liberalización a las colonias y debilitar el sofocante control de los gremios de Lima y México. Como resultado, entre 1793 y 1795, Madrid estableció ocho nuevos consulados en América.120 Para 1793, La Habana, Caracas y Buenos Aires habían registrado sorprendentes adelantos económicos y demográficos, y la Corona esperaba atraer todavía más a estas regiones al sistema imperial comercial.121 Es más, la rebelión de esclavos en Saint Domingue en 1791 había eficazmente eliminado a esa isla

118

Como ha observado Adrian J. Pearce, este período “marcó la consolidación de la América Hispana como el más importante socio comercial de Inglaterra en Indias occidentales después de Estados Unidos - una situación de la que no habría una subsecuente marcha atrás”. Pearce, British Trade with Spanish America, 101.

119

Reglamento para el comercio libre 1778 (Madrid, 1778), art. 53.

120

Gabriel B. Paquette, “State-Civil Society Cooperation and Conflict in the Spanish Empire: The Intellectual and Political Activities of the Ultramarine Consulados and Economic Societies, c. 1780-1810”, Journal of Latin American Studies 39:2 (2007): 270.

121

Susan Migden Sokolow, The Merchants of Buenos Aires, 1778-1810 (Cambridge: Cambridge University Press, 1978), 170-73, y “Buenos Aires: Atlantic Port and Hinterland in the Eighteenth Century”, en Atlantic Port Cities: Economy, Culture, and Society in the Atlantic World, 1650-1850, editado por Franklin W. Knight y Peggy K. Liss, 240-61 (Knoxville: University of Tennessee Press, 1991).

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de la competencia con Cuba, cuyo potencial económico parecía ahora no tener límites. Nueva Granada y Chile permanecieron siendo regiones periféricas del sistema atlántico español, algo que no tenía trazas de cambiar.122 No obstante, la Corona tenía intención de usar un ampliado sistema de consulados para consolidar las ganancias ya obtenidas, en tanto que estimulaba el progreso en los sectores menos desarrollados. Cooptando a las elites locales de agricultores y comerciantes dentro del sistema imperial comercial, los nuevos gremios prometían facilitar la administración mercantil y reforzar los lazos de Madrid con sus emergentes posesiones.123 La oportunidad en este intento de arrebatar el control del comercio de manos de los monopolios tradicionales y atraer a las regiones más lejanas hacia la administración real se materializó en Caracas y su puerto satélite, La Guaira. Bajo el Reglamento para el comercio libre, la Compañía de Caracas había perdido sus “privilegios exclusivos”, y la cuota anual para “Venezuela, Cumaná, Guayana, y Maracaibo” fue posteriormente dividida entre dicho puerto y los puertos libres de España.124 En 1785, la Corona colocó a la debilitada Compañía de Caracas bajo la recientemente establecida Compañía de Filipinas.125 Más tarde ese mismo año, el intendente Francisco Saavedra, discípulo de José de Gálvez y en rápido ascenso político, instó al malagueño a llenar el vacío institucional con la creación de un consulado siguiendo el modelo de los recientemente establecidos

122

John R. Fisher, “The Effects of Comercio Libre on the Economies of New Granada and Peru”, en Reform and Insurrection, 149-57, indica que los resultados comerciales eran anémicos. Y Jacques A. Barbier concluye que, bajo el programa borbónico, Chile “nunca resultó una ganancia, sino una carga menor”. Jacques A. Barbier, Reform and Politics in Bourbon Chile, 1755-1796 (Ottawa: University of Ottawa Press, 1980), 190.

123

Como Gabriel B. Paquette ha observado perceptivamente, “La decisión de la Corona de establecer consulados coloniales adicionales se basaba en dos factores: primero, la intención regalista de suplantar las arraigadas corporaciones del imperio americano con instituciones más dóciles a la manipulación metropolitana; segundo, el reconocimiento del interés mutuo que unía el Estado metropolitano y las elites que emergían en la periferia imperial. La legislación de comercio libre y los nuevos consulados eran, entonces, dos mecanismos con que la Corona planeaba obtener control de los mercados americanos y reemplazar las corporaciones monopolísticas que impedían sus objetivos”. Paquette, “State-Civil Society”, 270.

124

Reglamento para el comercio, art. 5; Real Díaz, Las ferias de Jalapa, 112-13.

125

Roland Dennis Hussey, The Caracas Company, 1728-1784 (Cambridge: Harvard University Press, 1934), 296-98.

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en España.126 Saavedra había servido como enviado especial del controversial ministro al Caribe durante la Guerra de la Revolución americana, para coordinar la cooperación económica entre Madrid y Versalles, y había concertado el préstamo de la elite habanera para financiar la participación francesa en Yorktown.127 Gálvez, por mucho tiempo comprometido a socavar los consulados de Ciudad de México y Lima, respondió pronta y afirmativamente, y envió con él copias de los instrumentos que Málaga y Sevilla habían diseñado para sus gremios.128 Durante los años siguientes, Caracas se dedicó a delinear una política apropiada. Este tedioso proceso, que equilibraba los intereses de los agricultores y los comerciantes, finalmente produjo un documento que Saavedra llevó consigo cuando regresó a España en 1788.129 En Madrid, Diego de Gardoqui concluyó la liberación legal de los consulados para Caracas y otras siete ciudades. Cuando Carlos IV asignó los asuntos de Indias a las secretarías funcionales del Despacho en 1790, el comercio colonial correspondió a Hacienda. Cuando ese ministerio subdividió el trabajo americano entre tres funcionarios, Gardoqui, a quien Lerena había reclutado, recibió Comercio para Indias, junto con los consulados españoles y americanos.130 Otras peticiones pronto se unieron a la de Caracas en la mesa de Gardoqui, a medida que más y más jurisdicciones se daban cuenta de la oportunidad de avanzar sus intereses.131 A instancias de Lerena, Carlos ascendió a Gardoqui para sustituir al achacoso ministro; pero este retuvo el control personal sobre su previo puesto.132

126

Saavedra a Gálvez, Caracas, mayo 2, 1785. Reproducido en El Real Consulado de Caracas, introducción y compilador Eduardo Arcila Farías (Caracas: Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 1957), 217-19.

127

James A. Lewis, “Las Damas de La Habana, el Precursor, and Francisco Saavedra: A Note on Spanish Participation in the Battle of Yorktown”, The Americas 37 (1980): 83-99. Véase también Francisco Morales Padrón (ed.), The Journal of Don Francisco Saavedra de Sangronis, 1780-1783, traducido por Aileen Moore Topping (Gainesville: University of Florida Press, 1989).

128

Gálvez a Saavedra, San Ildefonso, septiembre 5, 1785, reproducido en Arcila Farías, El Real Consulado, 220. Para Ciudad de México, véase Hamnett, Politics & Trade, 71, y Brading, Miners & Merchants, 114-17. Para Lima, Marks, “Confronting a Mercantile Elite”, 538-40, 548-54.

129

Arcila Farías, El Real Consulado, 19.

130

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 512-13.

131

Germán Tjarks, El Consulado de Buenos Aires y sus proyecciones en la historia del Río de la Plata, vol. 1 (Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 1962), 52-54.

132

Escudero, Los orígenes, vol. 1, 515.

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Nombrado ministro propietario a la muerte de Lerena, avanzó la cuestión de los consulados americanos de esa carpeta al Consejo de Estado.133 La gestión de Caracas, que Saavedra continuó defendiendo, halló expresión en la Real Cédula del 3 de junio de 1793.134 Un acta constitutiva para Guatemala, cuyos comerciantes habían solicitado agresivamente en 1787 el derecho de formar un gremio, le siguió más tarde ese año.135 En sentido similar, la Corona autorizó consulados para Buenos Aires y La Habana en 1794.136 Con gran frustración de la impaciente Caracas, Gardoqui había actuado de manera deliberada, optando por acumular peticiones de grupos interesados y autorizar la redacción de las normas de acuerdo con las características de cada jurisdicción.137 Caracas y La Habana, por ejemplo, cuidadosamente equilibraban los intereses de agricultores y comerciantes, en tanto que Guatemala y Buenos Aires producían instrumentos estructurados inicialmente para el comercio.138 Este modo de actuar estaba de acuerdo con el tono moderado de la administración colonial después del establecimiento de la Junta Suprema en 1787, que ponía énfasis en la consulta y el compromiso. El Consejo de Estado, sin embargo, tenía poca tolerancia con los históricos monopolios comerciales. A pesar de protestas de Ciudad de México, actuó en 1795 en cuanto a peticiones de Guadalajara y Veracruz para crear dos gremios más, en tanto que extrajo a Santiago de Chile del control de Lima.139 En un intento por atraer a los mercaderes de Cartagena

133

Tjarks, El Consulado de Buenos Aires, 56-57.

134

Arcila Farías, El Real Consulado, 20-21; real orden (Gardoqui al Consulado), Aranjuez, junio 24, 1793, en Ibid., 75-76.

135

Una solicitud se halla en Robert Sidney Smith, “Origins of the Consulado of Guatemala”, hahr 24 (1946): 160-61. Véase también Ralph Lee Woodward, Class Privilege and Economic Development: The Consulado de Comercio de Guatemala, 1793-1871 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1966), 6-9.

136

Peter James Lampros, “Merchant-Planter Cooperation and Conflict: The Havana Consulado, 1794-1832” (Disertación de grado, Tulane University, 1980); Tjarks, El Consulado de Buenos Aires, 57.

137

Nota intraministerial sin firma, junio 1973, apoderado de Caracas Narciso Sáenz a la Corona, Madrid, julio 17, 1792, y diputados de comercio, Caracas, enero 25, 1793, todos en agi, Caracas, leg. 908. Una copia de la ordenanza de Caracas se halla en el legajo 901.

138

Lampros, “Merchant-Planter Cooperation”, 19; Woodward, Class Privilege and Economic Development, 9-10; Tjarks, El Consulado de Buenos Aires, 47-57.

139

Hamnett, Politics & Trade, 98, 143; Marks, “Confronting a Mercantile Elite”, 526-30.

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más integralmente al sistema imperial, el Consejo también sancionó su propuesta para un consulado.140 Como instrumentos de la elite local y de la administración real, los nuevos consulados fomentaban la colaboración en las periferias del mundo atlántico español, dando forma a “la formulación y la implementación de la política metropolitana”.141 A pesar de sus diversas personalidades, estos gremios prometían ser de ayuda a la Corona en la administración del comercio, la resolución de disputas legales, el fomento del desarrollo económico, la mejora de la infraestructura y la frustración del contrabando. Para costear los consulados, sus actas constitutivas permitían cobrar un pequeño impuesto sobre importaciones y exportaciones.142 No se sabe hasta qué extremo Madrid hubiera llevado este sistema, ya que la Primera Guerra Inglesa estalló en octubre de 1796, hundiendo a España en una crisis de la que no habría de recuperarse nunca. A medida que Madrid entraba en el año 1796, podía ver el imperio americano con considerable satisfacción. Los reales dominios se extendían de la Alta California a través del continente a Luisiana, siguiendo alrededor del golfo de México hacia Florida del Este, y de ahí avanzaba profundamente hasta el cono de América del Sur. Los históricos rivales de España habían perdido casi todos sus imperios continentales, aunque el incidente del estrecho de Nutka era un recordatorio de que los ingleses todavía eran un problema al extremo norte. Además, las diferencias con los portugueses en Brasil se habían estabilizado. En el centro de la lucha reformista, el sistema comercial, tras una batalla larga y complicada, había sido liberalizado, con el histórico monopolio de Sevilla-Cádiz roto y el comercio americano abierto a los otros puertos de España. En América, ocho nuevos consulados extendían el alcance de la Corona hasta las periferias como nunca antes, y las expectativas de mayor desarrollo y diversificación eran altas. El imperio también parecía bien protegido, con sus múltiples plazas fuertes defendidas por regimientos fijos y batallones de a pie y a caballo destacados

140

Justo Cuño Bonito, “El Consulado de Comercio. Cartagena de Indias y su papel económico y político en el conflicto de independencia (1795-1821)”, Studia histórica. Historia contemporánea 27 (2009): 315-26; McFarlane, Colombia before Independence, 181-84.

141

Paquette, “State-Civil Society”, 263.

142

Ibid., 267-78. Para un ejemplo de cómo tales alianzas entre la Corona y las elites coloniales podrían funcionar, véase Dominique Gonçalvès, Le Planteur et le Roi: L’Aristocratie Havanaise et la Couronne D’Espagne (1763-1838) (Madrid: Casa de Velázquez, 2008), parte 2.

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Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

cuidadosamente a ellas, y todos respaldados por milicias disciplinadas entrenadas por oficiales veteranos y hombres alistados, bien equipadas, y reforzadas con privilegios militares corporativos. Las compañías de artillería estaban a cargo de las impresionantes fortificaciones.143 Por añadidura, una línea de presidios, diestramente localizados, defendía la frontera norte de México. Mejores instrumentos administrativos, añadidos desde 1739 en adelante, mantenían estas defensas. Estos incluían dos nuevos virreinatos, la Capitanía General de Caracas y la Comandancia General de las Provincias Internas del Norte de Nueva España. Además, el sistema reformista de intendentes para la administración provincial funcionaba ahora en todas partes menos en Nueva Granada. Para 1794, la Armada, la segunda más grande en el mundo, contaba con un total de 79 navíos de línea y 53 fragatas. Docenas de navíos de menor calado completaban la flota.144 Comparado con lo que España podía hacer a la mar en 1714, esta presencia naval era sorprendente. Los sueños de Tinajero y de Patiño eran ya claramente una realidad. Los crecientes niveles de remesas de ingresos fiscales de las Indias a la Tesorería General de Madrid también atestiguan el éxito económico del esfuerzo reformista en la década de los noventa. Las entradas de Indias ascendieron de 58 056 000 de reales de cobre en 1763 a más de 312 290 000 reales en 1796.145 Reformas administrativas, fiscales, comerciales y clericales aparentemente habían tenido un efecto acumulativo para producir mayores remisiones. La figura 9.5, que presenta el promedio de tres años de rentas fluyendo de Indias a la Tesorería General de Madrid, muestra los altos niveles de estas remisiones de las posesiones españolas en América. La figura claramente delinea tres períodos principales, en los que las remisiones aumentaron de manera significativa, de 1733 a 1740, de 1749 a 1762 y después de 1783. El primero corresponde a la implementación de las iniciativas bajo el ministerio de Patiño, que habían comenzado bajo Alberoni, y que solo fueron afectadas negativamente por el estallido de la Guerra de la Oreja de Jenkins en 1739, que evolucionó en la Guerra de Sucesión austriaca, terminando en 1748. El segundo aumento en las remesas corresponde al período

143

Una compilación de estas unidades se halla en Julio Albi, La defensa de las Indias (1764-1799) (Madrid: Institución de Cooperación Iberoamericana, 1987), 237-45.

144

Barbier, “Indies Revenues and Naval Spending”, 173-74.

145

Marichal, “Beneficios y costos fiscales”, 479.

387

200 100 0

Millones de reales de vellón

300

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

1720

1740

1760

1780

1800

Año

Figura 9.5. Remisiones de ingresos públicos a España. Movimiento promedio durante tres años

de paz y al renacer del comercio en el mundo atlántico español y también a las iniciativas reformistas que Carvajal y Ensenada patrocinaron, iniciativas que mantuvieron las remesas a los niveles más altos del siglo, hasta que la Guerra de los Siete Años interrumpió el comercio en el Atlántico español y las entradas de Indias registradas en Madrid declinaron. Los envíos coloniales volvieron a ascender de nuevo durante la década de los setenta, solo para disminuir durante la Guerra de la Revolución americana. Entonces subieron de forma continua a los niveles más altos alcanzados, aun durante la guerra con Francia (1793-1795). Desde el punto de vista de la Corona, el proceso de reforma y renovación de todo un siglo de duración había resultado en enormes dividendos fiscales. Las remesas de Indias no solo aumentaron considerablemente durante el siglo xviii, sino que además llegaron a ser una parte considerable de los ingresos totales de la Corona. En 1763, los 58 056 000 de reales de cobre que arribaron de las Indias y registrados por la Tesorería General eran algo más del 12 % de todas las rentas reales. Para 1796, año en que brotó la guerra con Gran Bretaña, los 312 292 000 reales que se recibieron de Indias constituían más del 33 % de las entradas del rey.146 Como claramente demuestra la figura 9.6 de envíos 146

Ibid.

388

0

Millones de reales de vellón 200 400 600

800

Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

1750

1760

1770

1780

1790

1800

Año Indias

Total

Figura 9.6. Ingresos reales de la Tesorería de Madrid

de Indias y del total de todas los ingresos registrados en la Tesorería General, aquellos no solo aumentaron el total de las entradas en la Tesorería de Madrid, sino que asimismo representaron el mayor porcentaje de todas las rentas de la Corona después de la Guerra de la Revolución americana, oscilando entre el 23 y el 34 %. Las reformas no solo pagaron dividendos a la tesorería española, sino que también ayudaron a la Corona a alcanzar una mayor estabilidad fiscal. A pesar de estos impresionantes beneficios fiscales, las dificultades económicas de largo plazo todavía agobiaban a la Corona en los años noventa. En un artículo que abrió un nuevo horizonte en 1981, Jacques A. Barbier y Herbert S. Klein demostraron que la Corona española estaba viviendo al máximo de sus posibilidades a finales del siglo xviii, y que sus fuentes de entrada, aparte de las remesas de Indias, eran bastante inelásticas.147 Cualquier gasto inesperado surgido a causa de la guerra no podía ser enfrentado con ningún aumento significativo a las rentas de impuestos. Los impuestos eran fijos, ciudadanos adinerados y grupos corporativos frecuentemente disfrutaban de exenciones, y la Corona no tenía el poder ni la voluntad para reformar el código tributario

147

Barbier y Klein, “Revolutionary Wars”, 318-21.

389

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

y romper con las estructuras del Antiguo Régimen. La Guerra de la Revolución americana solo podía ser costeada por medio de la emisión de vales reales del Banco de San Carlos y con préstamos de banqueros extranjeros. Este sencillo hecho llevó a que Lerena tomara medidas austeras después de finalizar la guerra, para liquidar el déficit de la Corona, cortando gastos, en particular en el aspecto militar, emitiendo juiciosamente vales reales y tratando de aumentar al máximo las remesas de Indias.148 Cuando la guerra con Francia estalló en 1793, la Corona la financió con 48 110 000 reales de cobre de un préstamo holandés, saqueó cada fuente de ingresos en la tesorería y emitió grandes cantidades de vales reales.149 Al final del conflicto, las fuentes de crédito estaban agotadas. Cuando la guerra con Gran Bretaña comenzó en 1796, el crédito real se había derrumbado, y como complemento a su decisiva victoria naval en cabo San Vicente, la flota inglesa puso un bloqueo a Cádiz, cortando la llegada a España de las remesas de Indias. Más inquietante que la naturaleza inelástica de las fuentes de ingreso de la Tesorería General era la decisión de la Corona, aun en tiempos de paz, de gastar tanto de su tesoro en la defensa del reino. El costo de la Armada era enorme, y los esfuerzos de Lerena para contenerlos resultaron inútiles para los años noventa (véase la figura 9.4). Por añadidura, la Corona también gastaba mucho en la defensa terrestre en Europa y América. En todas las Indias, las fortificaciones, el ejército regular y la milicia absorbían enormes cantidades de las rentas del tesoro. Consecuentemente, aunque Nueva España generaba altos niveles de rentas reales, un alto porcentaje de esa riqueza, que bien podía haberse remitido a Madrid, permanecía en América. Durante el reino de Carlos III, la tesorería española de costumbre gastaba entre el 50 y el 66 % de los ingresos anuales de la Corona en el ejército y la armada.150 Cuando se toma esto y las cantidades gastadas pagando la deuda (acumulada para pagar por las guerras), la Tesorería General gastaba casi el 80 % de las entradas de la Corona en el aspecto militar.151 Guerra y reforma fueron de la mano durante el siglo, ya que la recompensa de la reforma sufragaba los persistentes conflictos que alteraban el mundo español atlántico. Sin embargo, había otras preocupaciones apremiantes. La dolorosa guerra con Francia trajo con ella la horrible evidencia de que los soldados del antiguo 148

Ibid., 324.

149

Ibid.

150

Barbier y Klein, “Las prioridades de un monarca ilustrado”, 481, 493-94.

151

Ibid.

390

Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

régimen del rey no estaban a la altura de los ejércitos revolucionarios. Después de una emocionante penetración en territorio francés al comienzo de la guerra, las fuerzas españolas fueron repelidas y puestas en retirada a medida que las fuerzas francesas avanzaban hasta el Ebro, a unos 300 kilómetros de Madrid. El acuerdo de paz le costó Santo Domingo a España y le recordó a Madrid el histórico axioma de que, dado el tamaño de su vecino al norte, la paz a lo largo de los Pirineos era un imperativo.152 Estas realidades pronto intimidarían a España a unirse a los temidos revolucionarios franceses contra los ingleses en dos guerras desastrosas, 1796-1802 y 1804-1808, trayendo al período de reforma a una crepitante conclusión. Además, la flota, tan cuidadosamente formada durante el reino de Carlos III, sufriría una desastrosa derrota a manos de los ingleses en cabo San Vicente, en 1797. Más de ella sería destruida en 1805 en otro, aún más devastador revés en Trafalgar. Aparte de estas derrotas, estos conflictos demostraron que el talón de Aquiles del poder naval de España era su dependencia de las remisiones de América para su financiación. Si el flujo del tesoro se interrumpiese un largo período de tiempo, todo el edificio podría venirse abajo. El cierre del astillero de La Habana para la construcción de nuevos navíos empeoró la situación, ya que todos los fondos para construirlos tenían que atravesar el océano hasta llegar a España. Además, los ejércitos coloniales se habían americanizado a pesar de las medidas tomadas para prevenirlo, y la milicia, que crecía en importancia relativa cuando los compromisos españoles en el continente le impedían la habilidad de reforzar las guarniciones coloniales, era una fuerza que los americanos habían costeado y poblado desde el principio. Ciertamente, el retorno a la histórica fórmula de consulta y compromiso en el proceso político parecía haber sanado las heridas abiertas por las rigurosas políticas de los años de Gálvez, pero, aun así, gran preocupación surgió en 1795 con la aparición de la propaganda revolucionaria francesa en Ciudad de México, Santa Fe, Caracas, Quito, Cuzco y

152

Una perspectiva útil de este conflicto se halla en Lynch, Bourbon Spain, 388-94. Véase también Luis Sierra Nava, “La cesión de Santo Domingo a Francia en la Paz de Bale: trueque de intereses comerciales, en las correspondencias de Godoy con sus plenipotenciarios Iriarte e Iranda con una referencia a la devolución de las Vascongadas (1795)”, en Euskal Herria y el Nuevo Mundo, 319-37.

391

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

otros sitios en el área.153 Últimamente, los americanos, costeando y poblando las fuerzas armadas, controlaban su propio destino.

Conclusión Guerra y reforma coexistieron en el Atlántico español durante el siglo xviii, en particular durante los reinos de Carlos III y Carlos IV. La guerra o el temor a la guerra espoleó a los reformadores regalistas en España a idear nuevas maneras de administrar y ganar rentas de impuestos en el mundo atlántico español. Además, las guerras a veces interrumpían los esfuerzos reformistas y forzaban a los ministros del rey a enfrentar preocupaciones militares apremiantes. Por añadidura, los reformadores justificaban las innovaciones con las exigencias de la guerra o la amenaza de ella. Finalmente, los peligros causados por los rivales de España, en particular Gran Bretaña, convencieron a ambos reyes que altos niveles de gastos para el ejército y la armada eran esenciales para mantener la seguridad del imperio, que consumía los recursos obtenidos por innovaciones políticas, económicas, sociales y financieras en las Indias. Con el estallido de la guerra con Gran Bretaña en 1796, la armada enemiga interrumpió todo el comercio dentro del mundo español atlántico, haciendo que la Corona abandonara el esfuerzo, mantenido a lo largo del siglo, de reformar el imperio, a medida que las exigencias de la guerra se imponían sobre las otras consideraciones de la política. Las derrotas navales, primero en cabo San Vicente y luego en Trafalgar, debilitaron seriamente la armada española que Carlos tan cuidadosamente había ensamblado durante su largo reino. Al final, la guerra consumió y luego destruyó los frutos de la reforma. Como las luchas políticas de la última parte del siglo xviii en el mundo español atlántico indican, las reformas borbónicas surgieron de un largo y complicado proceso político en el que grupos de intereses con distintas opiniones acerca del futuro del imperio y muy diversas agendas políticas batallaban por conseguir el poder. La Ilustración española representó una fusión de ideas de Europa junto a una variedad de corrientes políticas de las Indias, que a menudo identificaban los males políticos, sociales y económicos del orden colonial. Panfletos reformistas escritos por intelectuales peninsulares (como los proyectistas), clérigos coloniales, líderes étnicos amerindios y burócratas coloniales,

153

El Consejo de Estado se angustió por estos incidentes. Véase Barbier, “The Culmination”, 67.

392

Ajustes y mejoras en el programa reformista, 1783-1796

todos entraron en el debate público acerca de la reforma y la renovación del imperio.154 Los encargados de formular la política en Madrid utilizaron toda esta información para diseñar las reformas imperiales, pero el proceso siempre involucraba hacer considerables concesiones mutuas.155 La reforma en las Indias también surgió en arenas políticas sumamente polémicas, que determinaban el contexto para cambios políticos, sociales, económicos y culturales. No es de sorprender, entonces, que las reformas borbónicas parezcan una serie de políticas diversas y hasta contradictorias, que a veces eran marcadamente diferentes en varias regiones de las Indias. Las reformas surgieron de un proceso intensamente político, que representaba diferentes ideas y agendas políticas en varias áreas del complejo y diverso mundo español atlántico.

154

Véase Kenneth J. Andrien, “The Noticias secretas de América and the Construction of a Governing Ideology for the Spanish American Empire”, Colonial Latin American Review 7:2 (1998): 175-92.

155

Para un resumen de las ideas políticas tempranas de José de Gálvez acerca de reformar el imperio, véase Luis Navarro García, La política americana de José de Gálvez (Málaga: Editorial Algazara, 1998).

393

Conclusión Guerra y reforma en el mundo atlántico español

Guerra y reforma evolucionaron como temas centrales interconectados en el mundo atlántico español durante el siglo xviii. La guerra influenció la dirección y el resultado de las reformas borbónicas, y las innovaciones en la política periódicamente causaron conflictos militares con los rivales españoles. La competición española con Francia, los Países Bajos y con Gran Bretaña, más específicamente, llevaron a frecuentes hostilidades, a veces sobre asuntos europeos y otras veces acerca de rivalidades coloniales. La Corona española veía el comercio con las Indias como un monopolio metropolitano cerrado, garantizado por la donación papal de 1493. Como resultado, los españoles invocaban completa soberanía sobre las tierras en las Indias y las vías marítimas a su alrededor, y deseaban dejar fuera a todo extranjero intruso.1 Por su parte, otros poderes europeos, en particular los ingleses, habían estado por largo tiempo buscando acceso directo a los mercados americanos españoles, y veían la política española monopolística como una injusta restricción al comercio. Los recurrentes brotes de guerra, consecuencia de disputas sobre el acceso a los mercados españoles coloniales en el Atlántico, frecuentemente complicados por conflictivas ambiciones dinásticas en Europa, a menudo descarrilaban la reforma e interrumpían los diseños de política en el imperio, y llevaban al abandono o la desacreditación de los objetivos reformistas. En otras ocasiones, sin embargo, la guerra impulsaba la reforma, como cuando los ministros borbónicos ponían en ejecución normas para preparar a España 1

Elizabeth Mancke, “Negotiating an Empire: Britain and Its Overseas Possessions”, en Negotiated Empires: Centers and Peripheries in the Americas, 1500-1820, editado por Christine Daniels y Michael V. Kennedy, 235-38 (Nueva York y Londres: Routledge, 2002).

395

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

ante amenazas de conflictos con los enemigos. Desde el final de la Guerra de Sucesión española en 1713, los reformadores repetidamente promovieron una serie de innovaciones para modernizar el mundo español atlántico, al menos hasta el estallido de la guerra con Gran Bretaña en 1796. En ese conflicto, la armada inglesa cortó las vías marítimas entre España y América, causando un vertiginoso descenso en las remesas de impuestos y el comercio de las Indias y, en última instancia, la lenta estrangulación del impulso reformista del siglo xviii. El proceso de la reforma borbónica puede ser comprendido mejor enfocándose en el juego entre los sucesos en Europa y en las Indias, que en conjunto dieron forma a los esfuerzos para renovar el mundo atlántico español. Las Indias y España estaban unidas por un común sistema legal, ideología de imperio y lazos burocráticos, y también se enfrentaban a retos similares de ambición dinástica, guerra, política comercial y flujo de ideas y personas a través del océano Atlántico. Al mismo tiempo, reformadores y arraigados grupos con intereses creados opuestos al cambio luchaban constantemente para promover o para impedir el proceso reformista entre 1713 y 1796. Tales debates sobre el curso de la política real solo se podían resolver en arenas políticas impredecibles a ambos lados del Atlántico, y tal discusión, interrumpida por los periódicos brotes bélicos con rivales europeos, configuró la suerte final de las reformas borbónicas. Disputas políticas también frecuentemente tuvieron diversos efectos en la política en las diferentes provincias del imperio americano. Los esfuerzos para reformar la alcabala e imponer un monopolio real al aguardiente, por ejemplo, causaron insurrecciones populares en Quito y Colombia, en tanto que provocaron poca controversia en Perú y en la mayor parte de Nueva España. Conflictos políticos asimismo daban resultados sin orden, como cuando los grupos de intereses creados luchaban para controlar y dar forma a las políticas reales para sus propios fines, causando disputas, compromisos y, en algunos casos, hasta violencia. Todo ello desempeñó un papel en definir la naturaleza y la evolución de la reforma a lo largo del imperio de siglo xviii. Sucesos en España e Indias estaban así unidos inexorablemente y también a las corrientes políticas, sociales y económicas presentes en el resto del mundo atlántico.

Las reformas borbónicas tempranas, 1715-1754 Al finalizar la Guerra de Sucesión española, los ministros de Felipe V reconocieron la imperiosa necesidad de reformar y revitalizar el mundo español atlántico. El comercio con las Indias era clave en la recuperación de España, pero los 396

Conclusión. Guerra y reforma en el mundo atlántico español

reformadores se enfrentaron con serios problemas. El contrabando desenfrenado floreció durante la Guerra de Sucesión, cuando España no podía abastecer sus posesiones al otro lado del mar. Durante este período, los comerciantes franceses capturaron mercados coloniales en el Pacífico, en tanto que contrabandistas franceses, ingleses y holandeses acribillaban los españoles en el Caribe y el Atlántico Sur. Por añadidura, los Tratados de Utrecht permitieron a la British South Sea Company ganar el asiento de esclavos a la América española y enviar al año un navío de 500 toneladas para participar en las ferias comerciales (junto a los navíos españoles) en Nueva España y en Sudamérica, en tanto que obligaba a España a conservar su histórico sistema comercial y mantener las obligaciones establecidas de acuerdo con los tratados anteriores. Las casas comerciales inglesas, francesas, holandesas y hanseáticas también suplían productos manufacturados a sus aliados españoles en el gremio mercantil de Sevilla y más tarde de Cádiz, quien a su vez trasbordaban la mercancía a las Indias por medio del sistema comercial legal. En efecto, estos miembros del gremio español eran a veces llamados prestanombres (lo que significaba literalmente que prestaban sus nombres), y muchos servían de poco más que de eso, reenviando mercancía extranjera a mercados en las Américas. Tal penetración extranjera del sistema comercial legal socavaba la esperanza de usar el comercio transatlántico para revivir la economía española, ya que los beneficios del comercio americano ante todo enriquecían a los competidores extranjeros de Madrid. Los extranjeros obtuvieron su ventajosa posición por causa de la debilidad de la manufactura española, pero también debido a los privilegios especiales concedidos durante el siglo xvii a los ingleses, franceses, holandeses y alemanes. Los ingleses, por ejemplo, recibían amplias inmunidades en cuanto a inspecciones de aduana de sus barcos anclados en puertos españoles y de la mercancía en los almacenes en España. Estas protecciones eran mantenidas por un juez especial nombrado por los ingleses y técnicamente confirmado por el gobierno de Madrid, que decidía todos los casos que involucraban a mercaderes ingleses en suelo español. Un cónsul inglés residente en Cádiz, único puerto con licencia para comerciar con América entre 1717 y 1765, complementaba los poderes de ese juez especial, lo que en realidad daba a los ciudadanos ingleses extraterritorialidad, permitiéndoles ser exentos de la justicia española, así como pagar tarifas bajas sobre sus importaciones a España. Junto a las concesiones dadas a Londres bajo los Tratados de Utrecht, los privilegios del tratado permitían a la mercancía inglesa ganar acceso indirecto a los ricos mercados de las Indias españolas. 397

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Los holandeses, franceses y alemanes disfrutaban de concesiones similares. Estos perjudiciales privilegios especiales permitían a las casas comerciales extranjeras suplir la mayor parte de la mercancía comerciada en el sistema comercial legal en América. Junto con los beneficios obtenidos por el tráfico de contrabando con las Indias, poderes extranjeros ganaban así la mayor parte de la riqueza obtenida por el comercio de España con su imperio al otro lado del mar. Para estudiar los esfuerzos para reformar el mundo atlántico, este libro ha examinado una serie de casos que dieron forma al progreso de la política real en diferentes áreas de España y de las Indias durante el siglo xviii. Cada uno era un punto de inflexión para el mundo colonial, y el éxito o fracaso de las iniciativas borbónicas resultaba precisamente de tales momentos de la lucha política. Estos estudios también identifican una nueva cronología, demostrando que las primeras reformas borbónicas avanzaron en dos fases diferentes, pero entrelazadas, 1715-1736 y 1737-1754, con cada una preparando el camino para la siguiente. La reforma comenzó con las iniciativas del cardenal Julio Alberoni, el influyente italiano que guió las decisiones políticas de los primeros monarcas borbónicos, Felipe V, y su segunda esposa, Isabel Farnesio, desde 1714. Alberoni hizo un esfuerzo mayor para afianzar el control de los más importantes puertos españoles y para expulsar a los intereses extranjeros del comercio español, en especial en su trato con las Indias. Sus principales reformas, específicamente en cuanto a América, incluyeron el traslado de la Casa de la Contratación y el Consulado de Sevilla a Cádiz en 1717, la fundación del Virreinato de Nueva Granada y el establecimiento del monopolio del tabaco en Cuba ese mismo año, y la reorganización estratégica de la guarnición militar de La Habana en 1719. Sin embargo, el impulso reformista terminó abruptamente, con la humillante derrota de España en la Guerra de la Cuádruple Alianza, hecho que desacreditó a Alberoni, causando por último su caída y exilio. Después de una pequeña pausa que siguió a la caída de Alberoni, la reforma comenzó de nuevo bajo la dirección del protegido de este, José Patiño, el ministro más importante de Felipe entre 1726 y 1736. Patiño dio nuevo impulso al ministerio que gobernaba las Indias, resucitó la agenda de Alberoni, reconstruyó la flota perdida en la batalla de cabo Passaro durante la Guerra de la Cuádruple Alianza, y trató de limitar las actividades de contrabandistas extranjeros que operaban en las Indias, costeando un cuerpo de guardacostas más grande, en especial en el Caribe. También emitió patentes de corso para incomodar a los rivales comerciales de España. La principal complicación a la que se enfrentaron 398

Conclusión. Guerra y reforma en el mundo atlántico español

los reformadores durante esta primera fase fueron los designios dinásticos europeos de Felipe y su esposa, quienes buscaban reinos italianos para sus hijos, poniendo a Europa en conflictos que distraerían a Madrid de la tarea de reorganizar las relaciones entre España y sus posesiones al otro lado del Atlántico. La segunda fase comenzó a finales de la década de los treinta, cuando una nueva generación de innovadores guio la política real, encabezados primero por José de la Quintana y José de Campillo, y más tarde por el marqués de la Ensenada, a quien se unió José de Carvajal y Lancáster durante el reino de Fernando VI. Bajo su liderazgo, la Corona puso fin a la venta sistemática de puestos en las oficinas coloniales, restringió la autonomía del Consulado de Cádiz, y abrió la puerta al uso generalizado de barcos de registro durante la Guerra de la Oreja de Jenkins, y posteriormente. Después de ese conflicto, el Tratado de Madrid revocó las concesiones que la compañía inglesa South Sea Company había disfrutado desde Utrecht, permitiendo así a España modernizar su sistema comercial colonial, aunque internamente todavía se enfrentaba a las objeciones de intereses en el Consulado y sus aliados conservadores dentro de la clase política en España. Al mismo tiempo, Ensenada y su grupo impulsaron importantes iniciativas militares y administrativas, y también promovieron una ambiciosa reforma clerical —la destitución del clero regular de sus lucrativas parroquias indígenas entre 1749 y 1753—. Este ataque a la riqueza y al poder de las órdenes regulares en las Indias fue indicio de la creciente ola de regalismo sobre la más descentralizada monarquía patrimonial de los Habsburgo españoles. En efecto, Ensenada hasta alimentaba planes para resucitar la visión de José de Campillo para el libre comercio dentro del imperio. Este tercer período de la reforma terminó, sin embargo, antes de que Ensenada pudiera promulgar la reforma comercial, cuando un golpe palaciego, organizado por sus oponentes y sus poderosos aliados extranjeros, derribó al gran ministro en 1754. La caída de este poderoso defensor del cambio debilitó el impulso reformista durante los años restantes del reino de Fernando VI. Previos historiadores han prestado poca atención a los dos primeros períodos de reforma y en su lugar han enfocado en gran medida el reino de Carlos III como la única época de cambio significativo del siglo. A las contribuciones de Alberoni, Patiño y aun de Ensenada se les ha restado importancia o hasta han sido ignoradas por la mayoría de los historiadores. Un enfoque de mucho peso en el período borbónico, por ejemplo, caracteriza a Alberoni como un “mero enano” y asevera que Patiño no “era un pensador original o ni siquiera un reformador. 399

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Era un conservador”.2 Aunque los historiadores pueden diferir en su evaluación de estos ministros, la razón principal para ignorar o disminuir la importancia de las reformas borbónicas tempranas ha sido la relativa falta de documentación en archivos españoles para el reino de Felipe V, lo que ha hecho que los historiadores hayan llegado a la conclusión que poca innovación ocurrió en esa época. Mucha de la documentación española para este período se quemó en el incendio del Palacio Real de Madrid en 1734. El presente estudio se ha basado en gran medida en la documentación diplomática francesa para reconstruir las primeras reformas, las controversias que las acompañaron y los diversos resultados políticos que produjeron. En efecto, se ha demostrado aquí que los ministros de Felipe V abordaron una amplia gama de problemas, incluyendo preocupaciones comerciales, administrativas, militares, fiscales y eclesiásticas, aunque de manera más limitada que aquellos más tarde abordados bajo Carlos III. Es claro que los apremiantes asuntos con que Alberoni, Patiño y Ensenada se enfrentaron hicieron mucho para preparar el camino y proveer mayor latitud política a los ministros de la Corona que les siguieron.

Carlos III y el pináculo de la reforma La reforma ganó impulso durante el reino del sucesor de Fernando, el monarca Carlos III, en particular después de la pérdida de La Habana a manos de una fuerza expedicionaria inglesa durante la Guerra de los Siete Años. La caída de este bastión caribeño obligó a Carlos y a sus consejeros en Madrid a apuntalar las defensas en las Indias, y abrió la puerta a la reanudación de la agenda reformista de Ensenada. El desembolso incurrido debido a gastos militares más elevados llevó a la Corona a ajustar controles administrativos y a aumentar impuestos en todo el imperio. También requería esfuerzos aún más sistemáticos para restringir el contrabando y la penetración de mercaderes extranjeros en el comercio legal y para liberalizar la política comercial. Además, Carlos continuó el ataque de Madrid a la influencia de las órdenes religiosas, cuando expulsó de España y su 2

John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808 (Oxford: Basil Blackwell, 1989), 76, 91. La mayor parte de la literatura sobre las reformas borbónicas hace énfasis en el reino de Carlos III como el único período de cambio significativo; una excepción es John R. Fisher, Bourbon Peru, 1750-1824 (Liverpool: University of Liverpool Press, 2003). Aun la reciente síntesis de J. H. Elliot sigue la más tradicional cronología de la reforma comenzando en respuesta a las pérdidas en la Guerra de los Siete Años. Véase: Elliot, Empires of the Atlantic World. Britain and Spain in America, 14921830 (New Haven: Yale University Press, 2006), 302-25.

400

Conclusión. Guerra y reforma en el mundo atlántico español

imperio a la poderosa Sociedad de Jesús en 1767, dando a la Corona el control de lucrativos complejos inmobiliarios en las Indias. Tras la destitución de las órdenes religiosas de sus parroquias indígenas bajo Ensenada, la expulsión de los jesuitas demostraba el triunfo del regalismo sobre los intereses creados, como los de la Iglesia católica romana. En resumen, la Corona impulsó políticas encaminadas a aumentar el poder de centralización del Estado borbónico y su capacidad para hacer la guerra eficazmente. Carlos III y sus ministros comenzaron la tercera y más ambiciosa fase del proceso de reforma enviando visitadores reales primero a Cuba y Nueva España y, más tarde, justo antes de su intervención en la Guerra de la Revolución americana, a las otras jurisdicciones de las Indias para recopilar información y lanzar reformas administrativas, fiscales, militares y comerciales. Ya la Corona había cesado la venta de nombramientos a altos puestos oficiales en la colonia durante el reino de Fernando. Madrid entonces comenzó a reemplazar a los funcionarios criollos con más jóvenes y mejor entrenados burócratas peninsulares, en teoría más fieles a la Corona, y este proceso se aceleró considerablemente bajo Carlos. Los funcionarios de la Corona en la Corte también crearon nuevas y poderosas unidades administrativas en las antes regiones periféricas de Sudamérica, regiones que se habían constituido a lo largo del tiempo en potencialmente importantes económica y militarmente, pero que permanecían dominadas por el comercio de contrabando. Madrid ya había restablecido el Virreinato de Nueva Granada en el norte de América del Sur en 1739. En 1776, el gobierno de Carlos III creó el Virreinato del Río de la Plata en el cono sur del continente y un año más tarde estableció la Capitanía General de Caracas. Y a Nueva España y a la mayor parte de América del Sur, la Corona envió intendentes, quienes eran responsables de la administración provincial, inclusive finanza, justicia y defensa. Muchos de esto funcionarios eran militares, pero en todos los casos servían de enlace entre la autoridad local en las provincias y las audiencias en las capitales mayores regionales. Como parte de esta reforma de intendencia, la Corona abolió el controversial puesto de corregidor de indios, reemplazando a dichos magistrados con subdelegados que reportaban directamente al intendente. En su totalidad, las iniciativas de Carlos ampliaron la burocracia colonial, disminuyendo la importación de mercancía de contrabando y el flujo ilícito de plata a través del Caribe y del Atlántico Sur. Para obtener un mayor control del comercio, la Corona comenzó a liberalizar las normas de comerciales, permitiendo a las islas del Caribe comerciar 401

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libremente con la mayoría de los puertos españoles en 1765. A lo largo del siglo, la combinación de las obligaciones impuestas por los Tratados de Utrecht, el enorme poder del Consulado de Cádiz y los enemigos de la desregulación en la Corte habían impedido la modernización del sistema comercial colonial, pero para 1778 nuevas circunstancias, incluyendo los éxitos obtenidos en el Caribe desde 1765 y las urgencias impuestas por la amenaza de un conflicto internacional, abrieron la puerta a la extensión del comercio libre imperial a todo el imperio, con la excepción de México y Venezuela. Para 1789, estas provincias también formaban parte del sistema liberalizado. La decisión de excluir a Nueva España del comercio libre en 1778 sin duda se debió en parte a la oposición de los consulados de México y de Cádiz, pero la decisión de la Corona de reforzar las periferias imperiales tuvo un papel más importante. Dado que el comercio de contrabando podía disminuirse desviando el comercio mexicano por Veracruz, la Corona estaba dispuesta a sacrificar las ganancias del auge comercial que habría resultado si su más rica colonia hubiese sido completamente incorporada al sistema de comercio libre una década antes. La prioridad de Madrid era proteger y promover el desarrollo económico en las fronteras del imperio, restringiendo el contrabando y estimulando el comercio entre los puertos de España y las periferias emergentes de las Indias, como Nueva Granada y Río de la Plata. Las dinámicas exportaciones mineras y tropicales de Nueva España, al inundar los mercados españoles, arriesgaban aplastar las todavía frágiles economías de sus posesiones caribeñas y sudamericanas. Como consecuencia, México esperó once años hasta que nuevas realidades hicieron posible su inclusión en el sistema imperial de comercio libre bajo Carlos IV. La derrota en La Habana en 1762 permitió a Carlos seguir sus instintos militaristas, haciendo de los imperativos de defensa una prioridad de su agenda reformista para América. El rey usó la momentánea pérdida de ese estratégico bastión en el Caribe como justificación para hacer a un lado enemigos políticos, aduciendo que la seguridad española sustituía cualquier otra preocupación. Madrid incrementó las defensas locales reforzando el ejército regular y formando una milicia disciplinada, compuesta en gran medida por fieles súbditos coloniales en localidades estratégicas. Al mismo tiempo, aumentó agresivamente la flota. En un esfuerzo más para limitar el poder de las órdenes religiosas, la Corona hizo uso del ejército regular y de las milicias para patrullar las fronteras imperiales, suplantando el papel tradicional de las misiones para asegurar áreas periféricas disputadas y convertir a los indios bárbaros. Fuertes a cargo de soldados, en lugar 402

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de las misiones del clero regular, servían como el primer representante de la Corona entre los pueblos indígenas, y en 1776 se ascendió la frontera mexicana norte al nivel de comandancia general. Para sufragar estos costosos proyectos, los funcionarios reales impusieron nuevos impuestos, recaudaron los existentes con mayor eficacia, y crearon monopolios reales para la venta y la distribución de codiciados productos como tabaco y aguardiente. Estas normas fiscales llevaron a un alza dramática de los ingresos reales en las tesorerías coloniales, en particular Nueva España. Era una época de innovaciones imperiales sustanciales, que solo aumentaron tras el triunfo de España en la Guerra de la Revolución americana, a medida que las ambiciones de Carlos crecían. Sucesivos monarcas borbónicos y sus ministros regalistas estuvieron de acuerdo en subordinar los imperativos comerciales y el desarrollo económico de la misma España a las prioridades militares y a la Armada, algo especialmente verdadero bajo Carlos III. Carlos no había olvidado la humillación sufrida durante la Guerra de Sucesión austriaca, cuando la amenaza de un bombardeo naval británico de Nápoles forzó al joven rey de las Dos Sicilias a retirar las fuerzas terrestres desplazadas al norte de Italia para avanzar las ambiciones dinásticas de sus padres, y su derrota en La Habana solo había ahondado su preocupación. Como consecuencia, a lo largo de su reino en España, Carlos permitió a las preparaciones bélicas reinar sobre el resto de las prioridades, y la mayor parte de los ingresos de Indias, aumentados abundantemente tras un siglo de reforma, acabó siendo destinada a la ampliación de las fuerzas armadas, en especial las navales. Sin embargo, dada la debilidad de la marina mercante española, a la Armada siempre le faltó el número suficiente de marinos bien entrenados para tripular adecuadamente los nuevos navíos. La expansión del comercio al incluir a Nueva España en el comercio libre en 1778 podría haber promovido una marina mercante más grande, pero las prioridades estratégicas estaban en primer lugar. Carlos ponía todos sus esfuerzos en prepararse para la guerra, hasta el punto de alimentar la esperanza de un ataque a los ingleses en conjunto con sus aliados franceses, esperanza que duró hasta el fin de su reino. Además, en realidad, Carlos no tenía planes a largo plazo para la modernización de España y su economía: el rey soñaba sólo con restaurar la grandeza militar española. Irónicamente, gran parte de la armada que el rey había creado con tanto cuidado, acabó en el fondo del mar en batallas contra los ingleses en cabo San Vicente (1797) y Trafalgar (1805), y durante la ocupación francesa (1808-1814).

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La reforma sobrevivió a la muerte de Carlos III en 1788, continuando agresivamente durante los primeros años del reino de su hijo, Carlos IV, en particular en el área de comercio. Sin embargo, los fondos para la armada y la marina españolas dependían demasiado de fiables remesas de rentas americanas. La guerra con Inglaterra en 1796 llevó a un bloqueo que interrumpió y eficazmente cortó los lazos comerciales entre España e Indias. De ahí en adelante, la Corona de España, con sus recursos económicos atados, promulgó las normas necesarias para costear este amargo y, a fin de cuentas, infructuoso conflicto, que consumió la mayor parte de las rentas del Nuevo Mundo, aumentadas a lo largo de un siglo de reformas, pero no suficientes para evitar la derrota en la primera parte del siglo xix.

Reflexiones finales El proceso de reforma de un siglo de duración en el mundo atlántico español involucró una mayor expansión del poder real a costa de grupos de intereses creados, domésticos y extranjeros. Antes del período reformista, España y su imperio al otro lado del océano habían formado una monarquía compuesta, que abarcaba diferentes provincias o reinos, unidos bajo un monarca común.3 Los Habsburgo habían reconocido una gran gama de fueros otorgados a pueblos, provincias, y a las principalidades y reinos en sus posesiones ibéricas, e hicieron poco para centralizar el poder político. Además, la Corona daba concesiones a grupos corporativos importantes, como la nobleza, las órdenes de las cruzadas, los consulados, la mesta y la Iglesia, para asegurar su estabilidad política dentro de los reinos de España. Cuando los reyes Habsburgo se desviaban de esta tradición de monarquía compuesta, inestabilidad política y hasta insurrecciones armadas eran los resultados. La revuelta de los catalanes (y luego la de los portugueses) en 1640, por ejemplo, se desencadenó por la Unión de Armas, una política del conde-duque de Olivares para hacer que todas las provincias del imperio español contribuyesen al mantenimiento de un ejército común. Este fallido intento de centralización fiscal y política casi puso fin a la unión de las coronas, establecida por Fernando e Isabel en el siglo xv. Las reformas políticas, comerciales y religiosas del siglo xviii, sin embargo, intentaban reemplazar esta idea de la monarquía compuesta, centralizando el poder en un renovado Estado

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J. H. Elliot, “A Europe of Composite Monarchies”, Past & Present 137 (1992): 51.

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borbónico, reflejando el surgimiento del regalismo sobre el gobierno descentralizado y patrimonial de los Habsburgo. La reforma también provocó conflicto con los rivales europeos de España. A medida que los reformadores españoles trataban de limitar la influencia extranjera en los puertos españoles, hacer uso de un ampliado cuerpo de guardacostas y corsarios para controlar el comercio de contrabando y expandir la burocracia en el Nuevo Mundo y así limitar la penetración extranjera en los mercados de Indias, la guerra a veces surgía. Inglaterra y Francia se unieron contra España, junto con Saboya y Austria, en la Guerra de la Cuádruple Alianza (1718-1720). Durante la Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748), los ingleses invadieron el Caribe, capturando Portobelo y atacando Cartagena de Indias. Una década más tarde, Francia y España lucharon contra Inglaterra en la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Todos estos conflictos resultaron en gran medida por los esfuerzos de los rivales de España para ampliar su acceso a los mercados comerciales en el mundo atlántico español, atraídos por los recursos americanos, en particular la plata. Los reformadores en España hallaron sus esfuerzos impedidos por fracasos bélicos, como las desastrosas derrotas en la Guerra de la Cuádruple Alianza, o usaron la amenaza de guerra para empujar una ambiciosa serie de innovaciones, como hicieron los ministros de Carlos III después de la pérdida de La Habana en 1762 y, más tarde, en anticipación de la intervención de Madrid en la Guerra de la Revolución americana. En breve, la guerra era un tema constante en el mundo atlántico dieciochesco, íntimamente ligado a los esfuerzos para reformar y renovar el imperio español. Como las luchas políticas sobre estos cambios indican, la reforma ilustrada surgió de un largo y complicado proceso político en el que la Corona, grupos de interés coloniales y la Iglesia competían por el poder, mientras que, al mismo tiempo, los rivales extranjeros trataban de ganar mayor acceso a los ricos mercados de la América española. Los muchos flujos y reflujos de la política real hicieron que el proceso total de reorganización imperial apareciera como una vacilante y hasta contradictoria mezcla de políticas. En tanto que los historiadores buscarán en vano un “plan maestro” para las reformas borbónicas, las innovaciones políticas, sociales, económicas y religiosas que se desarrollaron a lo largo del siglo eran mucho más que una serie de programas sin relación. Los ministros borbónicos mezclaron ideas ilustradas europeas con una variedad de discursos sobre reforma en las Indias, quejándose de los males políticos, sociales y económicos locales, para diseñar reformas imperiales pragmáticas. Los ministros 405

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de la Corona usaron las más novedosas ideas y enfoques que tenían disponibles, pero el proceso siempre involucró compromisos considerables. La política del mundo atlántico español fue un proceso inherentemente engorroso, con una serie de diferentes grupos luchando para dar forma, impedir y hasta destruir esfuerzos de modernización. A lo largo del tiempo, el proceso de reforma varió de rumbo, a medida que los ministros de la Corona resolvían o al menos mejoraban algunos problemas difíciles y prestaban su atención a nuevas preocupaciones apremiantes. Una vez que los guardacostas de Patiño recuperaron una cierta medida de control sobre las rutas marítimas del Caribe, por ejemplo, Ensenada pudo empezar a usar los barcos de registro para reemplazar a los Galeones que servían a Sudamérica. El éxito de estas reformas permitió a los diseñadores de las políticas bajo Carlos III alcanzar el sueño de José de Campillo expuesto en su Nuevo sistema económico para América, implantando el comercio libre en el imperio entre 1765 y 1789. En breve, la reforma ilustrada surgió paso a paso de ambientes políticos en fluctuación muy controvertidos a lo largo del imperio atlántico español del siglo xviii, lo que dio al proceso de reforma su aparente aspecto vacilante y confuso.

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Archivos Archives des Affaires Étrangères, París Correspondance Politique Espagne Memoirs et documents i Fonds Divers Espagne Traites Archives Nationales de Francia Correspondance Consulaire Archivo de San Francisco de Lima Registro II Archivo General de Indias, Sevilla Buenos Aires Caracas Consulado de Cádiz Correos Guadalajara Indiferente General Lima México Panamá Papeles de Cuba Quito Santa Fe Santo Domingo Ultramar Archivo General de la Marina Álvaro Bazán 407

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Archivo General de Simancas Guerra Moderna Hacienda Marina Archivo Histórico Nacional de Colombia, Bogotá Virreyes Archivo Histórico Nacional, Madrid Estado Biblioteca del Palacio, Madrid Miscelánea Ayala

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443

Índice onomástico y toponímico

A Acosta, Juan de, 109 Adelman, Jeremy, xli Alba, duque de, 322 Alberoni, Julio, xviii, xlvi, xlvii, 3-6, 2228, 30-39, 41, 49, 50, 51, 55, 56, 58, 60-62, 64, 65, 69-71, 74-80, 82-90, 92, 96, 107, 108, 117, 118, 120, 121, 123-125, 127, 131, 132, 144, 145, 172, 207, 208, 215, 230, 247, 264, 268, 287, 387, 398-400 Albornoz, José Carrillo de, 103 Albuquerque, 10 Alcázar de Madrid, incendio de, xlvi, 93, 119, 140 Alcedo y Sotomayor, Carlos, 70 Alejandro VI, papa, 290, 291 Altamirano, Pedro Ignacio de, 290, 291 Álvarez de Acevedo, Tomás, 331 Álvarez de Toledo, Fernando de Silva, 287 Álvarez Monteserín, Simón, 156 Amadeo, Víctor, 211 Amat y Junient, Manuel de, 197, 279 Amelot, Michel-Jean, 15, 19

América, xx, xxi, xxix, xxxv, xxxvii, xxxviii, xliii, xliv, 8, 11, 14, 20, 23, 26, 28, 29, 40, 43, 44, 46, 47, 49, 5355, 60, 69, 70, 77, 83, 89, 94, 101, 104, 106, 108, 109, 123, 125, 127, 132, 135, 137, 141, 147, 149, 150, 158, 161, 162, 164, 174, 178, 207, 210, 211, 213, 218, 219, 221, 224, 230, 232, 235, 239-241, 245-247, 260, 263, 278, 304, 311, 312, 320, 325, 327-329, 338, 344, 347, 349351, 359, 361, 363, 364, 372, 376, 378-380, 382, 386, 387, 390, 391, 396-398, 401, 402, 405, 406 Amigoni, Jacobo, 145 Ana Victoria María, 91, 93, 238 Anjou, Felipe de, xv, xvi, xvii, 9 Anson, George, 149 Apasa, Julián, 336 Aquisgrán, 166, 210, 245 Aranda, conde de, 22, 260, 285, 286, 295297, 304, 319, 320, 323, 347,380, 381 Araújo y Río, José de, 156, 157 Areche, José Antonio de, 331, 351,355, 356, 365 445

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Armendariz y Perurena, José de, 115 Armitage, David, xliii, xliv Armona, Francisco Anselmo, 271, 272 Arriaga, Julián de, 169, 195, 229-231, 236, 237, 242, 248, 255-257, 265, 268, 269, 272, 273, 278, 287, 304, 314, 315, 317, 322, 335, 357, 361 Arriola Bartolomé de, 99 Arriola, María Josefa de, 99 Arroyo, Lorenzo, 309 Aspasa-Tupac Katari, Julián, 336 Atahualpa, Juan Santos, 177, 178, 181, 182, 184, 196 Austria, archiduque de, xv, xvi, 9 Austria, xvi, xviii, 32, 33, 161, 211, 405 Avendaño, Diego de, 284,285 B Bacallar, Vicente, 38 Balbas, Cristóbal de, 53 Banfi y Parrilla, José, 221 Baquijano y Carrillo, José, 353 Bárbara de Braganza, xix, 91, 93, 209, 228, 230, 234, 252 Barberí, José María, 175, 176 Barbier, Jacques A, xxx, xxxiv, xxxvi, 246, 389 Barcelona, xv, xvi, 21, 25, 31, 33, 35, 37, 41, 56, 103, 233, 236, 285, 374 Barroeta y Ángel, Pedo Antonio de, 188, 192, 195, 196 Barrutia, Ignacio Francisco de, 037, 79, 118 Bayona y Chacón, José, 80 Benedicto XIV, papa, 192, 205 Benjamin, Thomas, xl Berbeo, Juan Francisco, 336 446

Berri, Felipe, 308 Bolton, Herbert Eugene, xxxix Bonilla, Juan José, 307 Borroeta y Ángel, Pedro Antonio de, 188 Bourgoing, embajador, 356 Brading, D A, xlii Bubb-Dodington, George, 26, 28 Bucareli, Antonio, 269, 280, 316 Bucareli, Francisco, 312 Buenos Aires, xxxiv, 46, 76, 83, 94, 95, 97, 106, 158, 159, 219, 225, 232, 276, 278, 279, 312, 314, 325-327, 334, 352, 361, 376, 382, 385 Butler, Ignacio Tomás, 264 Byng, George, 39, 40 C Caballero y Góngora, Antonio de, 337, 353, 355, 366, 369 Caballero, Jerónimo, 361,379 Cabarrús, Francisco, 346 Cádiz, xv, xvii, xviii, xxvi, xxxii, xli, xlv, xlvii, xlviii, 5, 14, 21, 26, 29, 31, 35, 37, 39, 44-47, 50, 53, 56-60, 63-65, 67-69, 75, 84, 85, 89, 96, 97, 104-109, 122, 124, 131, 132, 136-139, 141-143, 145, 146, 148, 157, 160, 161, 169, 171, 172, 184186, 207, 218, 219, 221-223, 231, 233, 244, 248, 253, 257, 266-269, 273, 275, 277, 285, 286, 303, 315, 326, 340, 369, 371, 379, 386, 390, 397-399, 402 Cagigal de la Vega, Francisco, 153, 154 Cagigal, Juan Manuel, 339, 351 Cala y Ortega, Isodoro de, 182, 184, 185

Índice onomástico y toponímico

Callao, 9, 10, 116, 158, 179, 180, 214, 219, 233, 327 Calvo de la Puerta, Sebastián, 99 Campero, Juan Manuel, 279 Campillo y Cossío, José de, xviii, 47, 124, 131, 132, 135, 136-138, 141-144, 171, 202, 213, 215, 221, 222, 244, 266, 276, 399, 400 Cañizares, Jorge, xlii Caracas, xx, xxi, 34, 46, 47, 71, 75, 76, 117, 120, 122-125, 132, 138, 142, 157, 167-170, 172, 223, 230, 278, 279, 312, 314, 325, 327, 328, 353, 375, 381-385, 387, 391, 401 Carácciolo, Cármine Nicolás, 30, 175 Carlos II, x, 22, 208 Carlos III, xx, xxi, xxvii, xxix, xxxi, xxxii, xxxiii, xxxvi, xlvi, xlviii, 22, 50, 83, 90, 102, 103, 113, 120, 127, 144, 157, 173, 204, 208, 213, 235-240, 244, 248, 251-254, 256-261, 264, 265, 267-269, 270, 283-289, 293, 294, 298, 299, 301-305, 311, 312, 314, 315, 317-319, 322, 323, 325, 326, 334, 338-340, 344, 346, 348, 351, 352, 357, 359, 360, 361, 364, 365, 373, 376-381, 390-392, 399401, 403-406 Carlos IV, xxi, xxxi, 127, 365, 377, 381, 384, 392, 402, 404 Carlos V, xvi Carlos VII, 163 Carrasco, Francisco, 271 Cartagena, xxxiv, 5, 28, 46, 47, 70, 71, 73-75, 80, 97, 108, 116-121, 125, 142, 149, 150, 154, 156-158, 162, 214, 215, 232, 242, 243, 257, 260,

279, 280, 312, 315, 327, 337, 352, 355, 360, 405 Carvajal y Lancaster, Isidoro, 285,303 Carvajal y Lancaster, José de, xix, xlvii, 165, 172, 186, 187, 195, 198, 204, 208-212, 216-218, 220, 221, 223, 227, 228, 239, 244, 248, 388, 399 Castelfuerte, marqués de, 115, 116, 124 Castellanos, Luis, 168 Castellar, marqués de, 67 Castelldosríus, conde de, 8-10,115, 117 Castilla, 17, 62, 63, 65, 93, 110, 111, 133, 187, 189, 214, 215, 252, 267, 274, 284, 291, 294, 297, 303, 304, 310, 316, 319, 321 Castillo del Morro, 242, 274 Castro, Juan Antonio, 309 Cevallos, Pedro de, 279, 325 Chacón Medina y Salazar, Fernando, 97 Chile, xxxiv, xxxviii, 9, 76, 95, 180, 225, 293, 305, 314, 327, 331, 338, 353, 383, 385 Clemente XIII, papa, 318 Clemente XIV, papa, 318, 319, Cobian Valdés, Antonio, 70 Colbert, Jean-Baptiste, xxiv, 4, 16 Condorcanqui, José Gabriel, 334 Consulado de Cádiz, xviii, xxvi, xxxii, xlv, xlviii, 69, 89, 105, 122, 124, 131, 132, 138, 160, 171, 172, 186, 207, 218, 219, 221, 244, 248, 253, 267, 277, 286, 303, 326, 399, 402 Consulado de México, 159, 231, 244, 277, 327, 375, 384 Consulado de Sevilla, xviii, xlv, xlvii, 5, 12, 14, 20, 35, 50, 53, 55, 64, 65, 67, 85, 145, 398 447

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Cornwallis, Charles, 339 Craggs, ministro, 40 Croix, marqués de, 305, 313, 316 Cruillas, marqués de, 272 Cuadra, Sebastián de la, 132-134, 165 Cuba, xviii, xix, xxi, xxx, xxxiv, xlvi, xlvii, xlviii, 46, 50, 51, 76-80, 82-86, 98, 99,113, 117, 124, 143, 147, 153, 158, 225, 258, 260, 261, 263-266, 269, 270, 271, 274, 275, 277-279, 304, 311, 331, 360, 375, 376, 383, 398, 401 Cuenca-Esteban, Javier, xxxvi Curtain, Philip, xli Cuzco, 183, 185, 194, 196, 333-335, 353, 391 D D’Argenson, Renato, 162, 165 D’Elhuyar de Logroño, Fausto, 370 D’Ossun, 276, 285, 236, 238 Danza, Diego, 77, 78 Daubenton, Ambrosio, 14 Daubenton, Guillermo, 37, 84 Dávila, Fernando, 188 Díaz de Herrera, Juan, 280, 281 Díaz de Lavandero, María Pescattori, 380 E Echandía, marqués de, 326 Eleta, Joaquín, 253 Elliot, J H, xl, xliv Enríquez, Miguel, 113 Ensenada, marqués de la (ver Zenón o Cenón de Somodevilla), xix, xxv, xlvii, 22, 47, 124, 132, 143-146, 157, 165, 169, 170, 172, 180, 181, 185, 448

186, 193, 195, 204, 208, 210-216, 218-224, 226-230, 232-234, 237, 238, 240, 244-248, 251, 253, 256, 269, 275, 286-288, 304, 331, 388, 399, 400, 401, 406 Escandón y Helguera, José de, 216, 229 Escobedo, Jorge, 365 Eslava, Sebastián de, 121, 124, 142, 143, 151, 154, 155,162, 215, 223, 229, 233-235, 245, 260 Esquilache, marqués de, xxvii, 22, 236, 252, 254-256, 261, 264-266, 268, 269, 271-273, 275, 276-284, 286, 287, 294, 295, 298, 301, 303-305, 311, 312, 314-317, 331 Farnesio, Isabel, xlvii, 3, 22, 23, 26, 28, 32, 36, 37, 47, 51, 56, 65, 68, 85, 90, 91, 102, 132, 172, 286, 291, 380, 398 F Felipe II, 290 Felipe IV, 205 Felipe V, xvi, xvii, xviii, xx, xxviii, xlvi, xlvii, 3, 14-16, 20, 22, 23, 25, 26, 28, 31-37, 41, 42, 46, 47, 50, 57, 60, 61, 64-66, 69, 86, 91- 93, 102, 103, 108, 112, 132, 134, 140, 147, 161-166, 172, 216, 238, 248, 267, 396, 398-400 Fernández Durán, Miguel, 18, 40, 43, 58, 61, 71, 78-80, 083 Fernández Palazuelos, Juan Manuel, 352 Fernando IV, 236, 238 Fernando VI, xvii, xviii, xix, xx, xlviii, 18, 22, 90, 104, 132, 160, 163, 164, 172, 173, 182, 186, 189-212, 216,

Índice onomástico y toponímico

219, 227-230, 234-236, 244, 248, 251-253, 291, 293, 399-404 Fernán-Núñez, conde de, 220, 283 Fidalgo, Pedro, 150, 151 Filipinas, 90, 110, 290, 295, 383 Fisher, John R, xxx, xxxv Fleury, André-Hercole, 103 Flores, Manuel Antonio, 336, 338 Floridablanca, conde de, 022, 370,379381 Floridablanca, xxxvii, 22, 252, 316, 323, 324, 343, 347, 357, 358, 361, 364, 371, 373, 379-381 Fontana, Josep, xxxiv Francia, xv, xvii, xiv, xl, xlix, 5, 8, 16, 18, 35, 42, 45, 52, 66, 67, 79, 84, 91, 103, 155, 160, 161, 208, 209, 212, 228, 239, 240, 243, 254, 256, 288, 310, 311, 312, 318, 319, 340, 344, 345, 374, 378, 380, 381, 388, 390, 395, 405 Frontera del río Tuy, 167 G Gálvez, Bernardo de, 274 Gálvez, José de, xxvii, xlviii, 221, 252, 273, 275-277, 301, 305-310, 314-317, 320, 322, 323, 325-328, 330, 331, 333, 338, 339, 341, 344, 348-356, 358, 359-361, 363, 364, 369-371, 373-375, 380, 381, 384, 391 Gaona y Portocarrero, conde Juan de, 229 García de Cádiz, Alonso, 222 García de León y Pizarro, José, 331, 332, 338, 354, 366, 367 García Jiménez, Francisco, 184 García-Baquero, Antonio, xxxiv, xxxv

Gardoqui, Diego, 327, 380, 384, 385 Garner, Richard, 348 Gauzo Calderón, Gregorio, 78, 80-82 Gaztañeta, Antonio, 109, 112 Gelabert, José Antonio, 264, 265 Gil y Lemos, fray Francisco, 366, 369 Godoy, Manuel, 380, 381 Gómez Marauver, 78 Gómez Urdáñez, José Luis, 214 González Castejón, Pedro, 322, 361 Goya y Lucientes, Francisco de, 323 Grafe, Regina, xxxvii, xlv Gran Bretaña, xvi, xviii, xxii, xlvii, xlix, 87, 101, 103, 114, 131, 138, 139, 148, 149, 160, 209, 210, 241, 246, 251, 299, 301, 310, 328, 329, 339, 343, 345, 388, 390, 392, 395, 396 Gregorio XIII, papa, 290 Gregorio XIV, papa, 290 Grigorio, marqués Leopoldo di, 236 Grimaldi, marqués de, 254, 256, 267, 268, 272, 276 Grimaldo, José de, 16, 17, 18, 22, 44, 46, 62-64, 69, 75, 84, 93, 100, 256, 287, 304, 311, 314, 316, 323, 331 Guanajuato, 306-308, 310 Güemes y Horcasitas, Juan Francisco, 95, 143, 180, 197, 205 Guirior, Manuel, 351, 355, 356 Gutiérrez de Piñeres, Juan Francisco, 331, 336, 337 H Haring, Clarence, xxxix Herrera y Chacón, Luisa María, 099 Hosier, Francis, 101, 116

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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Huéscar, duque de, 165, 248, 227, 228, 229, 237315 Huxelles, marqués de, 33 I Indias, xvii, xviii, xix, xx, xxii, xxiii, xxv, xxvi, xxvii, xxix, xxxi, xxxii, xxxiv, xxxv, xxxvi, xxxvii, xxxix, xl, xli, xliv, xlv, xlvii, 5-8, 10, 11, 14, 1721, 23-26, 28, 30, 42, 45, 47-56, 58, 61-64, 67, 68, 73, 74, 82, 84, 85, 87-90, 92, 97, 98, 102, 104-106, 108, 115, 119-121, 123-127, 134139, 141-144, 148, 157, 158, 160, 161, 165, 166, 169, 171, 173, 174, 176, 181, 183, 186-188, 192, 193, 195, 201, 204, 205, 207, 213, 214, 223, 224, 226, 227, 229, 233, 235, 237, 238, 241, 244-246, 248, 251253, 255-257, 261, 264, 265, 269, 273, 275, 277, 278, 287, 290, 291, 293-299, 301-303, 312, 314-323, 326, 328-330, 334, 340, 341, 343, 344, 346, 348, 350, 351, 354, 356, 358, 361-363, 367, 369-371, 374, 378, 379, 381, 384, 387-390, 392, 393, 395-398, 400-404 Irigoin, María Alejandra, xxxvii, xlv Isabel, 60, 61, 64, 66, 86, 90, 92, 100, 103, 133, 161, 162, 163, 165, 189, 209, 235, 236, 239, 254, 255, 404 Isla, José Francisco de, 238 Italia, xvi, xvii, 3, 6, 22, 25, 27, 29, 34, 36, 38, 47, 56, 58, 60, 84, 85, 90, 101, 102, 103, 112, 133, 144, 161, 163-165, 172, 236, 268, 285, 403 Iturralde, Juan Bautista de, 135 450

Iturriaga y Aguirre, José de, 223 J Jamaica, 47, 53, 54, 70, 94, 98, 99, 153, 155, 232, 242, 243, 270, 339, 344, 364, 371 Jenkins, Robert, 148 Jorge II, 148 José, emperador, xvi, 62, 89, 338 Joseph Paul, Francois, 340 Juan, Jorge, xxiv, xxv, xxvii, 176, 177, 181, 183, 205, 225 Judice, Antonio de, 25 K Katari, Tomás, 334,336 Katari, Túpac, 336 Keene, Benjamin, 111, 113, 134, 227, 228, 230, 248 Klein, Herbert S, xli, xxxvi, 389 L La Guaira, 80, 168-170, 328, 372, 379, 383 La Habana, xvii, xxi, xxvi, xxxii, xlvii, xlviii, 21, 24, 34, 50, 70, 76-83, 95-100, 108-110, 117, 118, 124, 142, 146, 147, 153-155, 157, 171, 197, 208, 212, 233, 241-244, 247, 248, 251, 255, 257, 258, 261, 262, 264, 265, 267- 269, 273, 274, 276, 279, 280, 285, 298, 301, 303, 313-315, 339, 340, 351, 360, 379, 385, 391, 398, 400, 402, 403 Labeano, Manuel, 157 Lamikiz, Xabier, xli

Índice onomástico y toponímico

Landazuri Ortiz, Tomás de, 266, 317, 327, 328, 331, 314, 315, 373 Larrarte, José de, 267, 268 León y Navarro, Manuel de, 77, 78 León, Juan Francisco de, 168, 169, 170, 217 Lezo, Blas de, 121, 151, 152, 154, 156, 243 Liss, Peggy, xxxix Llano, Agustín de, 255 Londoño García de, 99 López de Lerena, Pedro, 343, 357-359, 361, 374, 378-380, 384, 385, 390 López Pintado, Manuel, 21, 28, 64, 104, 138, 156 Losada, duque, 237 Louise Elizabeth de la Casa de Orleans, 66 Louiville, marqués de, 32, 33 Luis I, 75, 82, 85 Luis IV, 165 Luis XIV, xv, xvi, 9, 15, 23, 31, 66 Luis XV, 31, 102, 312 Luis XVI, 345, 378 Luisiana, 216, 243, 274, 276, 313, 314, 386 Lynch, John, xix, xxix, 022, 244, 358 M Macanaz, Melchor de, 17 Macha, 334 Machado Fiesco, Francisco Javier, 322 Madrid, xv, xvii, xx, xxi, xxiv, xxvii, xxx, xxxvi, xlvi, xlvii, xlvii, 12, 13, 15, 16, 22, 23, 25-28, 30, 32, 35-38, 40-42, 44, 46, 48, 50, 62, 64, 65, 67, 68, 72, 75, 77-83, 93, 99, 101, 107, 112, 114, 116-119, 121-124, 131, 136, 140, 146, 147, 154, 155, 157, 160-

163, 166, 167, 169, 171-173, 178, 179, 182, 184, 186, 187, 191, 194, 196, 205, 207-210, 214-216, 218, 219, 221, 224-226, 229, 232-234, 236-244, 251-253, 257, 266, 268, 273, 275, 277, 278, 282-286, 288, 294, 298, 302-305, 311, 313, 315, 317, 318, 320, 323, 326, 338-341, 343-346, 350, 353, 355, 356, 360, 364, 367, 369, 370-372, 376-384, 386-391, 393, 397, 399-402, 405 Mahoney, James, xxxvii, xxxviii Malvinas, 311, 312 Mangarino, Pedro, 188 Manso de Velasco, José, 143, 174, 180, 186, 181, 188, 190, 191, 193-195, 197, 205, 230, 233 Mar del Sur, 149 Marcillac, embajador, 67 María Amalia de Sajonia, 91, 236, 238 María Ana María Antonia, 91, 209, 211, 238 María Luisa, reina de Saboyá, 3, 15, 22, 380 María Nina, 102, 103 María Teresa, archiduquesa, 66, 91, 161, 166, 209 Marichal, Carlos, xxxiv, xxxvi Martí Ginovés, Antonio, 9 Martínez de Ayala, Joseph, 188 Martínez, Dionisio, 120 Maulevrier, Langeron, 46 Maupeoux, René, 312 McFarlane, Anthony, xxxiv McNeill, John Robert, xxxix Medinaceli, duque de, 272 Meléndez, Juan de, 73 451

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Mengs, Antón Rafael, 259 Merlo, Diego, 272 Mesnager, Nicolás, 14 Messia de la Cerda, Pedro, 280 México, xxi, xxvii, xxx, xxxiii, xxxvii, xxxviii, xlii, xlvi, xlviii, 28, 53, 76, 78, 90, 97, 110, 111, 132, 149, 156, 159, 160, 170, 174, 186, 187, 193, 198, 199, 201-205, 207, 216, 218, 225, 231, 244, 247, 273-289, 290, 292, 293, 305, 309, 315, 327, 328, 331, 338, 340, 344, 348-353, 356, 360, 361, 370-372, 375, 382, 386, 387, 391, 402 Michoacán, 200, 306, 308, 310 Miller, Joseph C, xliv Miranda, Francisco de, 351 Miranda, Joseph, 293 Miraval y Espinola, Luis, 62-65 Mon y Velarde, Juan Antonio, 367-369 Montalvo, Lorenzo, 109 Monte, Jesús del, 081 Montemar, duque, 133, 134, 170, 215 Montes, Francisco, 257 Montijo, conde de, 135, 166 Moñino, Francisco, 361 Moñino, José de, 316, 252, 323 Mora, Francisco, 306, 307 Morell, Pedro Agustín, 80 Moreno Cebrián, Alfredo, 194 Mundo Atlántico, xxvi, xxxvii, xl, xlii, 49, 159, 171, 172, 233, 251, 268, 298, 299, 301, 310, 320, 341, 343, 345, 348, 386, 388, 392, 395, 396, 398, 404-406 Muniain, Juan Gregorio, 304 Muñiz, Alonso, 229 452

Múzquiz, Miguel de, 272, 304, 317, 323, 346, 347,350, 356, 357, 374, 379 N Nápoles, xvi, xlviii, 36, 91, 103, 144, 163, 236, 238, 251, 252, 258, 318, 403 Nates, Lorenzo, 156 Navarro, Juan José, 156 Nordenflicht, Thaddeus von, 370, 371 North, Douglas C, xxxvii Nueva España, xxi, xxxii, xxxiv, xxxvi, xlvi, xlviii, 10, 21, 42, 43, 59, 87, 97, 110, 118, 127, 138, 143, 149, 154, 158, 159, 167, 170, 180, 197-199, 202-205, 216, 221, 222, 224-226, 229, 231, 246-248, 251, 252, 270, 272, 275, 279, 292, 293, 297, 305, 306, 308, 310, 314, 316, 317, 320, 325, 327, 333, 341, 348-350, 365, 370, 371, 382, 387, 390, 396, 397, 401-403 Nueva Granada, xviii, xx, xxviii, xxxiv, xlvi, xlvii, xlviii, 43, 50, 51, 69, 71, 74, 77, 82, 84, 85, 90, 98, 117, 120122, 125, 142, 143, 215, 279, 280, 305, 312, 317, 320, 327, 328, 331, 333, 336, 337, 341, 344, 349, 354, 360, 366, 369, 370, 371, 376, 381, 383, 387, 398, 401, 402 Nueva Orleans, 40, 273, 313, 339 Nuevo Mundo, xxii, xxxix, xlv, xlvii, 69, 143, 207, 245, 246, 253, 270, 278, 290, 295, 348, 404, 405 O O’Farril y O’Day, Ricardo, 98-100 O’Farrill, Juan, 99

Índice onomástico y toponímico

O’Reilly, Alejandro, 100, 261-266, 269271, 278, 304, 305, 312, 313, 322, 331, 375 Olivares de, conde-duque de, xxv, 22, 205 Olivares, Salvador, 77, 78 Oreja de Jenkins, xviii, xix, xlviii, 115, 121, 125, 131, 138, 147, 161, 167, 170-173, 185, 198, 214, 231, 241, 244, 245, 248, 274, 387, 399, 405 Orendain, Juan Bautista de, 62-67, 69, 89, 133 Orleans, duque de, 32, 33, 102 Orry, Jean, 5, 15-18, 21, 23, 76, 85, 89 Ortega, José Eusebio de, 201 Ortiz de Landazuri, Tomás, 322 Orueta e Irustra, Juan Bautista, 73 Pagden, Anthony, xxxix P Países Bajos, xvi, xl, 3, 5, 35, 39, 84, 85, 395 Palafox y Mendoza, Juan de, 205 Panamá, xx, 9, 53, 71-76, 90, 94, 97, 115, 120, 121, 125, 142, 149, 151, 153156, 279, 313, 327, 352, 355 Paquette, Gabriel B, xlii, 341 París, 29, 48, 102, 161, 162, 243, 251, 257, 258, 344, 347, 371 Parma, 22, 23, 36, 47, 91, 101-103, 161, 166, 238, 318, 380 Parry, John H, xxxix Pascual, Felipe, 236 Patiño, Baltasar, 83, 89 Patiño, José (de), xviii, xlvi, xlvii, 4, 22, 26, 35, 37, 47, 50, 55-57, 60, 62, 63, 68, 69, 85, 87-90, 92, 93, 100, 104-109, 113-127, 131-134, 138, 141, 143, 144, 151, 155, 167, 171,

207, 212, 215, 244, 247, 256, 387, 398-400 Pearce, Adrian J, xlii Pedrosa y Guerrero, Antonio de la, 71-73 Perú, xxxiii, xxxviii, 6, 7, 8, 43, 53, 54, 71, 87, 90, 91, 94, 95, 97, 115, 120, 124, 144, 149, 154, 156, 159, 160, 175, 178-183, 185, 192-195, 197-199, 202-205, 207, 224-226, 243, 247, 278, 279, 317, 320, 326, 328, 331, 333, 335, 349-353, 356, 365, 366, 369-371, 396 Pez, Andrés de, 56, 58, 60-64, 82, 83, 85, 363 Piedras Albas, marqués San Juan, 315 Pietschmann, Horst, xlii Pio III, papa, 318 Pío IV, papa, 290 Pío V, papa, 192 Pitt, William, 148 Polonia, 93, 103, 236 Porlier, Antoni, 361, 364, 379 Portobelo, xvi, xix, 9-12, 28, 44, 46, 47, 49, 52-55, 60, 75, 80, 83, 96, 97, 100, 101, 113, 115, 116, 124, 142, 143, 149, 154, 156, 231, 232, 405 Portocarrero, Joaquín-María, 220 Prado Portocarrero, Juan de, 241-243 Q Quadrado y Valdenebro, Fernando, 367 Quebara, Baltasar de, 81 Quintana, José de la, 47, 141, 135, 138, 399 Quintano Bonifaz, Manuel, 195,

453

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

Quito, 71-75, 156, 157, 280-282, 292, 305, 331-333, 337, 338, 352, 354, 366-369, 391, 396 R Raja, Vicente, 75, 78 Rávago, Felipe de, 217, 229, Rávago, Francisco de, xlvii,186, 195, 198, 204, 208, 216, 228, 229, 244, 248, 253, 288, 293 Revillagigedo, conde de, 95, 154, 197, 198, 199, 201, 224, 225, 245, 275 Ricardos, Felipe, 170 Ricaud, Francisco, 241, 242 Ricla, conde de, 260, 261, 263-266, 269271, 275, 278, 305, 331,338, 347, 280 Río de la Plata, xvi, xx, xlviii, 95, 98, 160, 325, 326, 360, 365, 381, 401, 402 Riperdá, duque de, 65, 66, 68, 85, 89, 124 Rivera, Pedro de, 118 Rodney, George, 339 Rodríguez Campomanes, conde Pedro, xxvii, 252, 267, 294, 295, 316 Rojas y Contreras, Antonio, 284 Rojas y Contreras, Diego de, 303 Rosales Fancini, Beatriz, 57 Rubí, marqués de, 313 Rubio y Salinas, Manuel, 197, 198, 200, 202 S Saavedra, Francisco, 340, 383-385 Saint Aignan, duque de, 30, 32, 33, 38, 40, 61 Saint John, Henry, 94 Salas, Antonio, 118-120 454

Saloaga, Antonio de, 175 San Antonio, Joseph de, 181 San Carlos, 346, 374, 378, 379, 390 San Francisco Xavier, 217 San José Túpac Inca, Calixto de, xxvii, 182, 183, 184, 185 San Luis Potosí, 306, 310 Sánchez del Tagle, Anselmo, 201 Santiago de Cuba, 77, 78, 113, 153, 258 Schwartz, Stuart B, xlii Scotti, Annibal, 26 Sedano, Tiburcio, 309 Sevilla, xvii, xviii, xlv, xlvii, 5, 12-14, 20, 35, 45, 50-56, 58-60, 62-65, 67-69, 76, 84, 85, 93, 102, 107, 113, 114, 117, 119, 144-146, 222, 225, 238, 287, 384, 386, 397 Socorro, 336, 337 Soria Villaroel, Pedro de, 309, 310 Sosaya, Juan de, 73 Stanhope, James, 28, 101 Stein, Barbara H, xxxi, xlv Stein, Stanley, J xxxi Superunda, conde de, 245 T Tallapiedra, José, 117 Tamarit, Ramón, 9 Tanucci, Bernardo, 251 Tegeo, Rafael, 4 Texas, 41, 118, 216, 217, 229, 273, 313, 325 Thous, marqués de, 63, 143, 146 Tienda de Cuervo, Bartolomé, 120 Tinajero, Bernardo, 18-21, 24, 25, 41, 56, 59, 63, 68, 108, 144, 387 Torija, Bernardo, 308

Índice onomástico y toponímico

Torreblanca, marqués de, 120 Torrenueva, marqués de, 134, 135, 138 Torres Sánchez, Rafael, xxxvi Torres, Rodrigo de, 140 Townsend, Joseph, 357 Túpac Amaru II, 334 Túpac Amaru, 226, 335,336, 352 Túpac Amaru, Diego Cristóbal, 335 U Ubilla, Juan de, 60 Ulloa, Antonio de, xxiv, xxv y xxvii, 176178, 181, 183, 205, 225, 288 Urbina, Andrés, 306 Ustariz, Casimiro de, 133 Utrecht, xvi, xvii, xviii, xlviii, 3, 5, 8, 10, 27, 28, 31, 34-36, 42, 43, 47, 49, 51, 54, 60, 70, 84, 89, 93, 101, 104, 114, 123, 138, 161, 172, 207, 397, 399, 402 V Vadillo, Manuel, 18 Valdés y Bazán, Antonio, 361, 362, 364, 377-379 Valparaíso, 229, 236, 237 Van Loo, Louis Michael, 90, 91 Varas y Valdés, Francisco, 43, 57, 63, 68, 104, 221, 222, 230 Vaulgrenant, conde de, 134

Velasco, Luis Vicente, 242 Velasco, Manuel, 59 Venezuela, xx, xxxii, xxxiii, 132, 167, 169, 170, 172, 217, 223, 230, 327, 375, 383, 402 Veracruz, xvi, 5, 11, 12, 14, 21, 28, 44, 46, 47, 49, 52, 54, 55, 57, 96, 97, 100, 104, 149, 167, 170, 198, 214, 231, 272, 275-277, 313, 315, 327, 328, 340, 372, 375, 379, 385, 402 Vernon, Edward, 149, 152-156 Verostegui, Marcos Antonio de, 123 Villalba y Angulo, Juan de, 270-273, 275, 278, 305 Villalengua, presidente, 367 Villalonga, Jorge, 73, 74 Villarías, marqués de, 166 Vinson III, Ben, xli W Wall, Ricardo, 208, 227-230, 232, 234237, 239, 242, 248, 254, 255, 287 Walpole, Robert, 148 Wentworth, Thomas, 149, 152, 154 Z Zuluoaga, Gabriel José de, 167 Zúñiga, Baltasar, 92, 106

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Este libro fue compuesto en caracteres Garamond Premier Pro 11,5 puntos, impreso en septiembre de 2018, Bogotá, D. C., Colombia. Xpress. Estudio Gráfico y Digital S.A.S.