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Spanish Pages [86] Year 2011
El jefe más seductor Kathie DeNosky
4º Herederos inesperados
El jefe más seductor (2009) Pertenece a la Temática Hombre del mes Título Original: Bossman billionaire (2009) Serie: 4º Herederos inesperados Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Deseo 1690 Género: Contemporáneo Protagonistas: Luke Garnier y Haley Rollins
Argumento: Aquello era mucho más que un contrato. Para Luke Garnier, triunfar en los negocios significaba estar siempre centrado en lo que era importante, de modo que no estaba buscando esposa. Sólo necesitaba un heredero… sin ataduras de ningún tipo con una mujer. Convencer a su leal ayudante ejecutiva, Haley Rollins, para que fuera una madre de alquiler le parecía la solución más conveniente, pero una vez que la tímida Haley se unió a él en
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su lecho matrimonial, el magnate de la construcción descubrió que el acuerdo tenía unos beneficios impactantes e inesperados.
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Prólogo —No estamos en venta, señora Larson —anunció Lucien Garnier—. Y supongo que estará de acuerdo en que mantener una relación de cualquier tipo en este momento sería completamente absurdo. Absolutamente serena después de tal afirmación, Emerald Larson miró por encima del brillante escritorio Luis XIV a uno de sus recién descubiertos nietos. Podía entender su enfado y el de sus dos hermanos. Tenía que haber sido desconcertante para ellos descubrir que, en lugar del artista que decía ser, su padre Neil Owens era en realidad Owen Larson, el mujeriego y rebelde hijo de una de las mujeres más ricas y poderosas del mundo. Pero tampoco fue una alegría para ella descubrir que su difunto hijo había dejado a un montón de mujeres embarazadas en su juventud. Desde que descubrió la existencia de sus nietos, Emerald se había encargado de que todos pudieran exigir sus derechos y su sitio en el imperio Emerald, S.A. Incluso mantenía una buena relación con tres de ellos, a los que había puesto al frente de varias empresas de la corporación. El problema era que no sabía cuántos hijos había tenido Owen. El mes anterior había descubierto su aventura con una joven francesa de visita en San Francisco, que dio como resultado dos hijos: Lucien y Jacques. Luego, diez años después, Owen había vuelto con la mujer para retomar su relación… para dejarla embarazada de nuevo, en este caso de una niña, Arielle. Emerald se alegraba de que su egocéntrico hijo hubiese amado a una mujer tanto como para mantener con ella algo parecido a una relación sentimental, pero resultaba decepcionante saber que, al final, su egoísmo había triunfado por encima de todo. Porque después de tener una hija, Owen había dejado a Francesca, como había hecho con las demás. Pero el pasado era el pasado, se dijo. No había nada que ella pudiera hacer al respecto. Lo único que podía hacer era seguir adelante y concentrar sus esfuerzos en solucionar las cosas con los Garnier. —Entiendo tu enfado, Lucien, pero piensa en lo que te estoy ofreciendo… a ti y a tus hermanos. Cada uno tendrá acceso a un fideicomiso de millones de dólares, además del control de una de mis empresas. —No necesitamos su dinero ni sus empresas —reiteró Jacques. —Sé que Lucien y tú tenéis dinero suficiente como para no necesitar nada de mí —asintió Emerald, volviéndose hacia su nieta—. ¿Pero y tú, cariño? No creo que tu salario de profesora sea suficiente y lo que yo te ofrezco es seguridad económica para el resto de tu vida. Nunca tendrás que volver a preocuparte del futuro o… —Arielle no necesita nada —la interrumpió Lucien—. Jake y yo siempre hemos cuidado de nuestra hermana y seguiremos haciéndolo.
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—Y os felicito por todos los sacrificios que habéis hecho. Tras la muerte de vuestra madre no sólo cuidasteis de Arielle, sino que terminasteis vuestros estudios mientras trabajabais para ganaros la vida. Eso es admirable en dos chicos de apenas veinte años. —Era nuestra obligación —dijo Lucien. Emerald vio a Arielle mirar de uno a otro antes de echarse un poco hacia delante. —Nunca podría deciros cuánto agradezco todo lo que habéis hecho por mí —dijo por fin, rompiendo el silencio—. Pero ahora soy una adulta, Luke. Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma y tomar mis propias decisiones —luego se volvió hacia Emerald—. Luke y Jake no parecen interesados en lo que usted ofrece, señora Larson, pero yo sí lo estoy. —No es verdad —dijo Lucien, fulminándola con la mirada. —Sí lo estoy. A Emerald le gustó que su nieta no se dejase atemorizar por sus hermanos mayores. En realidad, le recordaba a sí misma cincuenta años antes. —Podéis hacer lo que queráis, pero yo voy a aceptar el fideicomiso y la dirección de la empresa que la señora Larson decida. La falta de acuerdo entre los hermanos era justo lo que Emerald había esperado. —Si me perdonáis un momento, hay algo que requiere mi atención urgente —dijo, levantándose—. Y, mientras estoy fuera, creo que lo más sensato sería que discutierais mi proposición. Pero tened en cuenta que es esto o nada. O aceptáis mi propuesta los tres o perdéis la oportunidad por completo. Emerald salió del despacho y, después de cerrar la puerta, se acercó a la mesa de su fiel ayudante. —Prepara los papeles para la firma de mis nietos, Luther. —¿Han aceptado el regalo, señora Larson? —le preguntó Luther Freemont. Emerald miró hacia la puerta cerrada del despacho, sonriendo para sí misma. —No, aún no. Pero te aseguro que lo harán. No había pensado poner estipulaciones, pero la determinación de los gemelos de declinar su generosa oferta no le dejaba alternativa. Siendo una de las pocas mujeres que había logrado hacerse un sitio en el club masculino de los más ricos, Emerald había aprendido cómo manejar cualquier situación para conseguir lo que quería, aunque eso significara hacerse la dura con sus propios nietos.
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Convencida de que todo iba a salir como ella quería, miró su reloj. Los Garnier habían tenido tiempo más que suficiente para llegar a un acuerdo, decidió. —Te llamaré cuando estén listos para firmar, Luther. Emerald entró en el despacho y sonrió a sus nietos mientras se sentaba a la cabecera del impresionante escritorio. Hora de incorporar a los Garnier a su imperio.
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Capítulo 1 —Haley, quiero que canceles todas mis reuniones para hoy y que vengas a mi despacho en cinco minutos. Haley Rollins miró a Lucien, o como prefería ser llamado, Luke Garnier, cuando pasaba por delante de su mesa para entrar en el despacho. Luke Garnier, que cada día llegaba exactamente a las ocho y media a las oficinas de la constructora Garnier, le pedía un café y la esperaba en su despacho para revisar la agenda de día. Cada día durante los últimos cinco años. Pero aquel día eran las ocho y se le había olvidado el café. ¿Qué podía haber pasado para que un hombre como él se desviase de su rutina diaria? Ocurría algo y, a juzgar por su expresión, debía de ser de gran importancia. Haley se dedicó a cancelar sus reuniones y luego, después de una rápida visita a la cocina para prepararle la taza de café que sabía necesitaba, entró en el despacho. Pero al verlo, y como siempre, tuvo que tomar aliento. Nunca dejaría de impresionarla el hombre más sexy que había visto en su vida. Luke se había quitado la chaqueta y estaba frente a la ventana, mirando pensativamente el tráfico de Nashville. Con las manos en los bolsillos del pantalón, la tela gris marcando su trasero y las estrechas caderas mientras la camisa blanca destacaba la impresionante anchura de sus hombros. El contraste era asombroso y subrayaba su excelente condición física… Y cada día resultaba más difícil disimular la atracción que sentía por él, pensó Haley. —Llegas tres minutos tarde —dijo Luke, sin volverse. Ella dejó la taza de café sobre la mesa. —He tenido que hacer varias llamadas para cancelar las reuniones. —Siéntate, tengo que hablar contigo —su tono serio denotaba lo importante de la conversación y Haley casi se asustó. ¿Se habría dado cuenta por fin de que su eficaz y seria ayudante ejecutiva estaba loca por él prácticamente desde el momento que la entrevistó para el puesto de trabajo? Dejándose caer sobre el sillón de piel frente al escritorio, Haley intentó calmarse. Lo que sentía por él era lo único que Luke Garnier había sido incapaz de detectar porque nunca en esos cinco años le había dado la menor indicación de que lo viera más que como un jefe adicto al trabajo.
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Un jefe que siempre había dejado claro, además, que su único interés en la vida era la constructora Garnier. Su negocio era una amante muy exigente y así era como le gustaba. —¿Qué tal el viaje a Wichita este fin de semana? —le preguntó. No le había contado la razón de ese viaje o con quién iba a reunirse, pero no tenía la menor duda de que ésa era la causa de que hubiera llegado antes y de ese extraño humor a la oficina—. ¿Ha ido todo bien? Luke respiró profundamente antes de darse la vuelta. —En realidad, depende de cómo se vea. Esa repuesta la confundió. Nunca había visto a Luke Garnier indeciso sobre nada. Él era el tipo de hombre que veía las cosas en blanco y negro, bien o mal. El resto era sencillamente inexistente. —No sé si te entiendo. —No, claro —dijo Luke, clavando en ella sus ojos azules—. Acabo de convertirme en el propietario de la constructora Laurel. Haley no pudo evitar una exclamación de sorpresa. —¡Pero eso es fantástico! Laurel es la constructora de casas de vacaciones más importante de Tennessee. —Pues Laurel y todos sus activos son míos ahora. —¡Enhorabuena! ¿Cómo has conseguido que Emerald S.A. te la vendiera? —preguntó Haley, atónita. Lo había visto conseguir logros imposibles desde que trabajaba para él, pero aquello era inmenso. —Digamos que tenía apoyo interno y dejémoslo así por el momento —Luke se encogió de hombros. Pero esa respuesta sólo sirvió para confundirla aún más. Como ayudante ejecutiva, Haley conocía casi tan bien como Luke su visión del negocio y no entendía que se mostrase tan circunspecto sobre la adquisición de una constructora tan importante. Para ser alguien que acababa de duplicar su ya lucrativo negocio, se mostraba increíblemente contenido. Pero también sabía que lo mejor era no preguntar. Si Luke quería contárselo, lo haría en su momento. —Bueno, no sé qué truco de magia has usado para conseguirlo, pero te ha salido de maravilla. Llevabas mucho tiempo intentando ampliar la empresa en esa zona —sonrió—. ¿Quieres que llame al director jurídico para que examine el acuerdo de compra? —No, el papeleo se solucionó durante el fin de semana. —¿Quieres que llame al banco para hacer la transferencia de los fondos? —No hace falta. He firmado el acuerdo de compra de Laurel sin pagar un céntimo.
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—¿Perdona? ¿Has dicho «sin pagar un céntimo»? Luke sonrió. —Sí. Incapaz de creer lo que estaba oyendo, Haley se echó hacia delante. —¿Emerald Larson, una de las empresarias más famosas de este país, la primera mujer que apareció en la lista de las cincuenta fortunas más importantes del mundo, te ha regalado la compañía? —Sí, pero no quiero hablar de ello —suspiró Luke, sentándose tras el escritorio—. Ahora que somos la empresa constructora más importante del sur necesito que alguien asegure la continuidad de Garnier cuando yo haya muerto. Necesito un heredero. Haley no sabía qué la sorprendía más, su admisión de que Emerald Larson le había regalado la constructora Laurel o que, de repente, hubiera decidido que necesitaba un heredero. —¿Qué? —Mis hermanos no están interesados en el negocio de la construcción. Jake está contento siendo el abogado más caro de Los Ángeles y a Arielle le encanta ser profesora de preescolar. Por eso he decidido contratar a una madre de alquiler y tener un hijo. Ella lo miró, incrédula. —¿No te parece un poco drástico? Tener un hijo es un paso muy importante en la vida. Luke negó con la cabeza. —Es perfectamente lógico. Es lo que necesito para que la constructora Garnier siga siendo la más importante de la zona cuando yo ya no esté. —¿Y crees que lo conseguirás teniendo un hijo? —Creo que todo estaría a mi favor, sí. —Pero pasarían años hasta que el niño hubiera aprendido todo lo que debe aprender sobre el negocio. —Por eso cuanto antes lo haga, mejor. Por el brillo en los ojos turquesa de Haley, Luke se daba cuenta de que pensaba que había perdido la cabeza. Y, la verdad, él mismo empezaba a pensar que era así. Pero, después de ver con qué desesperación buscaba Emerald Larson miembros de la familia que heredasen su fabuloso imperio, se había dado cuenta de que el éxito no servía de nada sin tener a alguien a quien poder pasarle el legado. Había pasado un par de noches sin dormir, dándole vueltas y vueltas al asunto pero, para asegurarse de que la constructora seguía creciendo cuando él se hubiera ido, lo mejor sería tener un hijo, un heredero.
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Podría empezar llevando al niño a las obras para que viera el proceso de construcción de modo que, cuando fuese un poco mayor, ya se habría familiarizado con el trabajo. —¿Lo de contratar a una madre de alquiler lo has dicho en serio? —le preguntó Haley. —Sí. No le sorprendía el asombro de su ayudante. Él mismo se había mostrado incrédulo cuando se le ocurrió la idea. Pero cuanto más lo pensaba, más sentido tenía la idea de contratar a una madre de alquiler para producir un heredero. Lo último que necesitaba en aquel momento era la molestia de buscar a una mujer y convencerla de que tuviera un hijo con él sin la menor posibilidad de un futuro como pareja. Sería mucho más fácil elegir a alguien que ya hubiera decidido ser madre de alquiler. —Si lo piensas, es lo más inteligente. Haley levantó una ceja. —A lo mejor tiene sentido para ti, pero la verdad es que yo no lo entiendo. Por qué se veía empujado a explicárselo era un misterio para Luke. Él nunca daba explicaciones de sus actos pero, de repente, le parecía importante que Haley lo entendiera. —Necesito un heredero. No estoy casado y no deseo estarlo, de modo que una madre de alquiler es la respuesta más lógica. Así consigo lo que quiero sin obligaciones matrimoniales. Una vez que nazca el niño, ella se irá por su lado y yo por el mío… con mi hijo. —¿De verdad vas a hacer eso? —Sí —Luke se echó hacia atrás en el sillón—. Quiero que investigues las leyes del estado sobre el asunto y que hagas una lista de agencias especializadas en madres de alquiler. La espero sobre mi mesa a mediodía. —¿Necesitas alguna cosa más? —preguntó Haley, perpleja. —No, eso es todo por el momento. Se daba cuenta de que su ayudante no aprobaba su decisión, pero la conocía lo suficiente como para saber que no iba a decírselo. Y ésa era una de las muchas razones por las que Haley Rollins era la perfecta ayudante ejecutiva. Asombrosamente eficiente, tenía un instinto para el negocio que podía rivalizar con el suyo y sabía cuándo dar una opinión y cuándo guardársela para ella misma.
Una hora después, Haley dejaba escapar un suspiro de alivio al terminar su búsqueda en Internet. Aparentemente, Luke iba a tener que olvidar su plan de producir un heredero gracias a una madre de alquiler.
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Por lo que había descubierto sobre el tema, el estado de Tennessee sólo permitía que las parejas firmasen acuerdos de ese tipo. Mordiéndose los labios, miró hacia la puerta cerrada del despacho. Que quisiera un heredero simplemente para dejarle la constructora Garnier cuando él hubiese muerto le parecía completamente absurdo. Desgraciadamente, su jefe no era de los que se daban por vencidos fácilmente. No, él tomaba una decisión y luego hacía lo que tuviera que hacer para conseguir su objetivo. Y no tenía la menor duda de que lo conseguiría porque lo hacía siempre. Pero tener un hijo con una mujer a la que no conocía… Ella misma había pensado mucho en el tema últimamente, sobre todo después de que una de sus mejores amigas quedase embarazada. Daría lo que fuera por tener un hijo y, considerando sus sentimientos por Luke, nada le gustaría más que tenerlo con él. Pero, aparte de que Luke no la había mirado nunca más que como a su eficiente ayudante ejecutiva, ella quería todo lo que Luke Garnier deseaba evitar. Ella quería amor, matrimonio y la familia que no había tenido nunca. Pero no tenía sentido pensar esas cosas, se dijo mientras iba hacia el despacho. El plan de Luke se había encontrado con el primer obstáculo y, por el momento, tendría que esperar. —¿Luke? Él estaba al teléfono y le hizo un gesto para que entrase. —Prepara una reunión con el equipo ejecutivo para el sábado. Y luego quiero ir a ver las obras para conocer a los empleados. Pero diles que no tengo planes de hacer cambios importantes. Sus puestos de trabajo están tan asegurados ahora como lo estaban cuando Emerald S.A. era la propietaria de la constructora Laurel. Después de colgar el teléfono, Luke se volvió hacia Haley. —Imagino que tendrás la lista de las agencias que te he pedido. —No he podido hacer mucho. Me temo que tu plan acaba de encontrarse con un obstáculo importante. —¿Cuál? —Que en el estado de Tennessee sólo se permite a las parejas contratar los servicios de una madre de alquiler. —¿Y no hay ninguna excepción? —Si las hay, yo no he podido encontrarlas —Haley se encogió de hombros—. Hay algunos estados donde las leyes son más liberales, pero éste no es uno de ellos. Aunque no es ilegal llegar a un acuerdo con una mujer mientras no haya ninguna compensación económica y ella renuncie a la custodia del niño. —¿Has consultado con mi abogado? —preguntó él, arrugando la frente.
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Haley negó con la cabeza. —El señor Clayton estará fuera de la ciudad toda la semana y no he querido llamar al departamento jurídico de la empresa porque éste es un tema personal. Además, por lo que he leído, la ley es muy rigurosa: sólo parejas. —En otras palabras, tengo que encontrar a una mujer que cumpla los requisitos que yo busco y que esté dispuesta a firmar el documento de renuncia a la custodia del niño en cuanto haya dado a luz —Luke movió la cabeza, pensativo—. Sería un gran riesgo sin la protección de un contrato firmado por ambas partes. Debería haber imaginado que empezaría a pensar en otras opciones para conseguir su objetivo, pensó Haley. Así era como funcionaba Luke. Cuando se encontraba con un obstáculo, encontraba la manera de rodearlo. Pero la idea de que otra mujer tuviera a su hijo la angustiaba de tal forma que, de repente, necesitaba escapar de allí. —He decidido tomarme el resto del día libre —anunció—. Y me parece que tampoco vas a poder contar conmigo mañana. —¿Por qué? ¿Qué ocurre? No le sorprendía su cara de sorpresa. En los cinco años que llevaba trabajando para él jamás había pedido un día libre aparte de sus vacaciones, pero no pensaba darle explicación alguna. Además, ¿qué iba a decirle? «¿Ah, por cierto, te quiero y me rompe el corazón pensar en ti teniendo un hijo con otra mujer?». No, tenía que recuperar la perspectiva, se dijo. Y aceptar que, de una forma o de otra, Luke encontraría la manera de salirse con la suya. —Tomando prestada una de tus frases favoritas: digamos que me apetece tomarme unos días libres y dejémoslo así.
—Muy bien, ya estoy harto —después de colgar el teléfono, Luke envió su sillón patinando hacia el otro lado del despacho—. Esto tiene que terminar de una vez por todas. Tomando la chaqueta del perchero salió del despacho, indignado. Nada había ido bien desde que Haley se marchó el día anterior y acababa de decirle que al día siguiente tampoco iría a trabajar porque «no se encontraba bien». Enfrentarse a otro día con Ruth Ann, la secretaria temporal, era completamente intolerable y, además, necesitaba saber qué demonios estaba pasando. No creía ni por un minuto la excusa de que no se encontraba bien.
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—Estaré fuera de la oficina el resto de la tarde, Ruth Ann. Si puedes desviar las llamadas a mi móvil, estupendo. Si no, me contentaré con que anotes los mensajes. —Muy bien, señor Garnier —dijo la joven, con un tono asustado que lo llenó de irritación—. ¿Quiere alguna cosa más? —No. Decir que la secretaria era incompetente sería decir poco. Ruth Ann ni siquiera era capaz de hacer una taza de café y, por supuesto, mucho menos encontrar algo en el archivo. Y el funcionamiento del teléfono le resultaba un misterio. De modo que necesitaba a Haley y la necesitaba ya. Ella hacía que la oficina funcionase como una máquina bien engrasada. Pero mientras intentaba abrirse paso entre el tráfico vespertino de Nashville para llegar a la casa de Haley pensó en su otro dilema: tenía que encontrar una madre de alquiler, una mujer en la que pudiera confiar y que tuviese las cualidades que quería para su heredero. Y no iba a ser fácil. Conocía a varias mujeres que estarían dispuestas a presentarse voluntarias para el puesto y algunas poseían muchas cualidades, pero no había ni una en la que pudiera confiar sin tener un contrato firmado. Él necesitaba una mujer de confianza, alguien muy inteligente y con instinto para los negocios. Una mujer tan leal como Haley. Y que no fuese desagradable a la vista y tuviese buena salud como… Haley. Después de aparcar frente a su casa y respirar profundamente, Luke salió del coche para llamar al timbre. Pero cuando la puerta se abrió no se molestó en esperar, entrando directamente en el salón. —¿Qué haces aquí? —exclamó ella, sorprendida. —Quería decirte que he elegido a la madre de alquiler perfecta. —No te ofendas, Luke, pero eso es asunto tuyo y a mí no me interesa en absoluto. Me da igual a quién hayas elegido —anunció Haley, cruzándose de brazos. El gesto llamó la atención sobre sus pechos… y estaba claro que no llevaba sujetador. Luke, sin darse cuenta, deslizó la mirada por la estrecha cintura, las redondeadas caderas y las largas y bien formadas piernas. Qué curioso que no se hubiera fijado antes en su figura. Claro que nunca la había visto en pantalón corto y camiseta… Tenía un aspecto muy femenino. En la oficina siempre llevaba el largo pelo rubio sujeto en un moño, pero aquel día lo llevaba suelto y los suaves rizos acariciaban el ovalado rostro, llamando la atención sobre sus delicadas facciones. —Luke… —¿Quién eres tú y qué has hecho con mi severa ayudante ejecutiva?
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—Estoy en mi casa y me pongo lo que me parece. Y ahora, ¿te importaría decirme qué haces aquí? —Ya te lo he dicho —sonrió Luke—. He elegido a la madre de alquiler. —¿Y has venido a mi casa a contármelo? —Sí. —¿No podías esperar a contármelo en la oficina? —No veo razón para esperar. He tomado la decisión hace unos minutos, mientras venía hacia aquí. —Pues me alegro por ti —dijo ella, sin mostrarse en absoluto entusiasmada. —¿Puedo sentarme y explicártelo? —preguntó Luke, señalando el sofá. —Muy bien —impaciente, Haley se sentó a su lado—. Vamos a terminar con esto de una vez por todas. —Tenía varios requisitos en mente cuando tomé la decisión de contratar los servicios de una madre de alquiler. Pero sólo hay una mujer que reúna todos esos requisitos y en la que pueda confiar para algo tan importante. —Sé que voy a lamentar haber preguntado, pero ¿qué requisitos son ésos? —Quiero una mujer inteligente y con buena cabeza para los negocios. Y también que sea razonablemente atractiva y en buenas condiciones físicas. —Parece que buscas una heroína de cómic —murmuró ella, irónica. —En cierto sentido, podrías tener razón —sonrió Luke. Siempre había admirado el ingenio de Haley y ahora más que nunca estaba seguro de haber tomado la decisión correcta. Ella era la mujer que estaba buscando. —¿Y crees que has encontrado a esa mujer sin parangón? —Sí —antes de que Haley pudiera reaccionar, Luke tomó su mano—. Haley Rollins, ¿quieres ser la madre de mi hijo?
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Capítulo 2 El tiempo pareció detenerse y Haley no estaba segura de que su corazón no se hubiera detenido también. ¿Luke estaba pidiéndole a ella que fuese la madre de alquiler? ¿Quería que tuviera a su hijo? Abrió la boca, la cerró de nuevo y luego volvió a abrirla e intentó desesperadamente encontrar su voz. Que Luke la viera como la madre perfecta para su heredero la había dejado sin habla. —Veo por tu reacción que no lo esperabas —sonrió él. Ni en un millón de años. —Y no necesito que me des una respuesta ahora mismo. Mejor. Porque para eso harían falta palabras y en aquel momento no podría formar una frase aunque su vida dependiera de ello. —Quiero que lo pienses esta noche —siguió Luke—. Y como mañana no irás a la oficina, piénsalo también durante el día. Vendré a buscarte mañana a las ocho para cenar. Entonces podrás darme tu respuesta. En estado de shock, lo único que Haley podía hacer era mirarlo. Y cuando Luke tiró de su mano para llevarla hacia la puerta no hubiera podido protestar aunque quisiera. —Por cierto, deberías llevar el pelo suelto más a menudo. Te queda muy bien. Luego, sin decir una palabra más salió de su casa y cerró la puerta. Y Haley sentía como si, de repente, se hubiera caído por la conejera para llegar hasta el país de las maravillas. Cuando se levantó esa mañana no se le hubiera ocurrido pensar que al hombre del que llevaba cinco años enamorada de repente se le ocurriría la idea de tener un heredero y la elegiría a ella como madre. Atónita, se dejó caer sobre el sofá, mirando alrededor. ¿Cómo podía tener todo el mismo aspecto cuando el mundo acababa de ponerse patas arriba? Pero era absurdo. No pensaba ayudarlo con ese ridículo plan. Ella no le haría eso a un niño, a su hijo. Su hijo. Estaba segura de que, como el ama de llaves de su padre solía decir cuando alguien expresaba su deseo de procrear, tenía «la fiebre de la maternidad». Pero era una tontería; ya habría tiempo para tener hijos. Mucho tiempo. A los veintiocho años, su reloj biológico aún no había empezado a dar la lata y estaba segura de que no lo haría durante un tiempo.
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Pero había visto a varias de sus amigas encontrar el amor y tener hijos y eso parecía intensificar el vacío que sentía. Porque lo que deseaba más que nada en el mundo era tener una familia propia. La idea de tener a su hijo en brazos, verlo dar sus primeros pasos y escuchar sus primeras palabras hacía que sus ojos se llenaran de lágrimas. Necesitaba un hijo al que querer y cuidar y que la quisiera a ella. Pero no era eso lo que Luke tenía en mente. Él quería un heredero para la constructora Garnier, no una familia. Sin embargo, el deseo de concebir un hijo debería estar basado en el anhelo de amar y cuidar de un niño, no en una decisión comercial. Si aceptaba el ridículo plan de Luke, él criaría solo a su hijo. Y ella no podría hacerle eso a un niño. No, no dejaría que el pobre tuviera una infancia como la suya. Aunque las circunstancias no fueran exactamente las mismas, Haley sabía lo que era tener un padre adicto al trabajo que dependía de niñeras y amas de llaves para atender a su familia. Y tampoco se haría eso a sí misma. Al contrario que su madre, que la había abandonado al poco de nacer, nada podría evitar que ella fuera parte de la vida de su hijo. Desgraciadamente, Luke Garnier era un negociador formidable y estaba segura de que insistiría. Pero, afortunadamente, lo conocía tan bien como para saber qué tenía que hacer para desviarlo de su misión. Aunque, al hacerlo, tendría que olvidar su fantasía romántica de ser algo más que su secretaria. La entristecía profundamente, pero no había otra opción. Haley se levantó del sofá y, sentándose frente al escritorio de su estudio, empezó a hacer una lista de demandas. Demandas que, estaba segura, Luke no estaría dispuesto a cumplir.
El roce de la mano de Luke en su espalda mientras el camarero los llevaba a la mesa envió un interesante escalofrío por su espina dorsal, pero Haley se concentró en caminar sobre sus tacones de siete centímetros sin romperse una pierna. La decisión de ponerse unos tacones tan altos había sido una especie de muleta psicológica. Luke medía un metro ochenta y cinco y ella quería encontrarse a su nivel. El único problema era que aún seguía sacándole una cabeza. La mesa estaba estratégicamente colocada en una esquina del lujoso restaurante para darles un máximo de privacidad. Y, conociendo a Luke, seguramente habría pedido esa mesa en concreto cuando hizo la reserva para que pudiesen hablar sin ser molestados. —¿Quiere ver la carta de vinos, señor Garnier? —No es necesario, Martin —respondió Luke, pidiendo después una botella de un carísimo reserva—. Los dos tomaremos la ensalada de la
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casa… sin aliño. Y, como primer plato, las costillas de cordero con zanahorias y espárragos. Martin asintió. —Buena elección, señor Garnier. Volveré enseguida con el vino. A Haley no le sorprendió que hubiera pedido la cena sin consultar con ella porque Luke era el tipo de hombre que esperaba que todo el mundo se pusiera firme cuando tomaba una decisión. Y ella no tenía ganas de discutir porque iban a tener que hacerlo después. —¿Lo pasaste bien en tu día libre? —le preguntó, después de que el camarero les sirviera el vino—. ¿Has pensado en lo que te dije? Qué típico de Luke Garnier hacer una pregunta y luego no esperar la respuesta para ir directamente a lo que le interesaba. —No he podido pensar en otra cosa desde que te fuiste de mi casa. —¿Y has tomado una decisión? Haley se preparó mentalmente para hacer la lista de demandas que había puesto por escrito el día anterior. —Cuando me pediste que considerase la idea de tener un hijo tuyo, no recuerdo que mencionaras ningún incentivo. ¿Qué ganaría yo, además de muchos kilos de peso y un montón de estrías? —Por supuesto, yo me encargaría de los gastos médicos y tendrías todo el tiempo libre que quisieras. Pagado, naturalmente. Lo decía como si fuera lo más simple del mundo. ¿No se le había ocurrido pensar en los cambios que sufriría su cuerpo o el posible riesgo de un embarazo problemático? ¿No había pensado en la desolación que sufriría cuando tuviera que darle la custodia del niño? No, claro, Luke Garnier no pensaba en nadie más que en sí mismo. —No es suficiente. Yo quiero algo más… no, espera, yo quiero mucho más. Luke arrugó el ceño, como si no hubiera anticipado el rechazo. —¿Y qué es lo que quieres, Haley? —Mucho más de lo que tú estás dispuesto a dar. —Dime tu precio y me lo pensaré. —No he dicho que quisiera dinero. —¿Entonces qué es lo que quieres? Haley dejó la copa sobre la mesa y respiró profundamente. Estaba a punto de revelar las esperanzas y los sueños que había tenido desde que era niña al hombre del que estaba secretamente enamorada. —No espero que tú lo entiendas, pero el día que tenga un hijo quiero ser su madre. Quiero estar a su lado cuando se levante por la mañana y por la noche para arroparlo —Haley tuvo que parar un momento para
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controlar la emoción—. Mi hijo tendrá la seguridad de que su madre lo quiere más que a nada en el mundo durante cada minuto de cada día. Luke apretó los labios. —¿Eso es todo? —No. —¿Hay más? —Quiero que mi hijo tenga un padre y una madre igualmente responsables de criarlo, además de vivir bajo el mismo techo y compartir el mismo apellido. La intensa mirada de Luke pretendía amedrentarla, pero no la asustaba en absoluto. Aquel tema no era negociable, sencillamente. —En otras palabras, quieres casarte. El camarero eligió ese momento para aparecer con los platos y Haley esperó a que se alejase para seguir hablando: —Cuando tenga un hijo, sí. Antes de tenerlo pienso estar casada y llevar una vida estable. —¿Alguna cosa más? —No, creo que eso es todo. Pero quería dejarlo bien claro. Mientras comían, en silencio, Haley sabía que Luke estaba buscando alguna forma de hacer que cambiase de opinión. Pero no iba a pasar y, cuanto antes lo supiera, mejor para todos. Así podrían olvidarse de tan absurda pretensión y seguir trabajando juntos como hacían todos los días. —¿Todo bien? ¿Desean alguna cosa más? —les preguntó el camarero mientras retiraba los platos. —Todo bien, como siempre —murmuró Luke—. ¿Quiere tomar postre, Haley? —No, gracias —contestó ella—. Todo estaba riquísimo. No era verdad. En realidad no podría decir si había tomado costillas o una suela de zapato. —No vamos a tomar nada más. Por favor, dígale al chico que lleve mi coche a la puerta. Después de pagar la cuenta y salir del restaurante tenían muy poco que decirse, y para Haley fue un alivio cuando frenó frente a su casa, la acompañó a la puerta y se despidió amablemente. Convencida de que había renunciado a la idea de convertirla en madre de alquiler para su hijo, Haley de repente se sintió triste. Cuando le dijo a Luke lo que quería estaba revelándole sus sueños. Y, al saber que no había una sola posibilidad de que sus sueños se hicieran realidad, casi le daban ganas de sacar el cartón de helado de la nevera que guardaba para los momentos de depresión. Pero no lo hizo. No, no quería estar deprimida
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y gorda. Después de ponerse el camisón se sirvió una copa de vino blanco y se dispuso a ver las noticias antes de irse a la cama. Media hora después, mientras se metía entre las sábanas, sonó el teléfono. Y cuando vio en la pantalla el número del móvil de Luke, su corazón se aceleró. Llamaba para decirle que sus exigencias eran inaceptables y que buscaría a otra mujer, evidentemente. —Hola, Luke. —¿Estás en la cama? —preguntó él, su voz de barítono enviando un escalofrío por su espalda. —Sí, bueno… pero aún no me había dormido. —Pues sal a la puerta un momento. —¿Por qué? —Porque llegaré a tu casa en treinta segundos y quiero que dejemos el asunto resuelto esta misma noche. —¿No podemos hablarlo por teléfono? —preguntó ella, colocándose el teléfono entre el hombro y la oreja para buscar el albornoz… ¿dónde demonios estaba? —No, prefiero hablarlo en persona —dijo Luke, un segundo antes de que sonara el timbre—. Abre la puerta, Haley. Tirando el teléfono sobre la cama, y abandonando la búsqueda del albornoz, Haley se puso un impermeable sobre el camisón antes de abrir la puerta. —¿Vas a salir? —preguntó él. —¿Qué? Ah, no, no, es que no encontraba el albornoz. ¿Qué es eso tan urgente que no puede esperar hasta mañana? Pensé que había dejado bien claro cuál era mi posición. —Sí, es cierto —asintió Luke—. Y lo he pensado mucho. Conociéndolo, Haley sabía que estaba allí para intentar convencerla. —No voy a cambiar de opinión —le advirtió. —Ya me lo imagino —suspiró él—. Por eso he decidido que tus términos son razonables y estoy dispuesto a aceptarlos. A Haley se le doblaron las rodillas. —¿Qué has dicho? —Nos casaremos este fin de semana, cuando hayas firmado el acuerdo de separación de bienes. —Pero yo… —Imagino que, como no me has dicho lo contrario, mañana irás a trabajar. Podemos discutir los detalles entonces —siguió él, como si no la
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hubiera oído—. Es mejor que te vayas a dormir. Mañana es un día importante para los dos. Cuando cerró la puerta Haley no podía moverse y no podía articular palabra. ¿Qué acababa de pasar? ¿Su jefe, un hombre con auténtica fobia al compromiso, acababa de decirle que iban a casarse con el único propósito de tener un hijo? ¿Aquel fin de semana ni más ni menos? Sabiendo que no podría pegar ojo esa noche, Haley se quitó el impermeable y lo tiró sobre el sofá. Y, mientras paseaba por la habitación como un tigre enjaulado, intentó ordenar sus pensamientos. El hombre de sus sueños, el mismo hombre que había dejado bien claro que no tenía tiempo para el amor y el matrimonio, estaba dispuesto a convertirse en su marido. Sólo para que le diese un heredero. Haley se detuvo en medio de la habitación y tuvo que contener un grito. Todos sus sueños estaban a punto de convertirse en realidad… por la razón equivocada. Ella quería una vida de compromiso y amor. Pero, para Luke, su unión sería sólo otro acuerdo comercial. No dejaba de preguntarse en qué había fallado su plan. ¿Y qué lo habría poseído para acceder a sus demandas? Pero, sobre todo, ¿cómo iba a convencerlo de que ese matrimonio era un absurdo?
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Capítulo 3 A la mañana siguiente, Luke deslizó un sobre por encima de su escritorio. —Me he tomado la libertad de pedirle a un abogado especializado en Derecho de Familia que redactase un borrador del acuerdo de separación de bienes. —¿Y cómo lo has hecho tan rápido? —exclamó Haley, sorprendida. —Se puede conseguir cualquier cosa por el precio adecuado — respondió él—. En el acuerdo queda bien claro qué se espera de cada uno de nosotros en cuanto a la custodia compartida del niño. Y también cubre la compensación que recibirás después del divorcio. —¿Y cuándo será eso? —Cuando los dos queramos seguir adelante con nuestras vidas — Luke se encogió de hombros—. Tómate tu tiempo para leer el acuerdo, luego fírmalo y tráelo a mi despacho al final del día. —Qué generoso por tu parte darme unas horas para pensar lo que estoy firmando —dijo Haley, irónica. —Tú impusiste los términos y yo he tomado la decisión de aceptarlos, así que nos casaremos el sábado por la mañana. Pero hasta entonces tenernos mucho que hacer. —¿Por qué tanta prisa? —preguntó ella, disimulando un bostezo. Luke estaba seguro de que no había pegado ojo en toda la noche. Pero cuando pensó que pronto estaría en su cama no pudo evitar una sonrisa. —¿Para qué esperar? Quiero que te quedes embarazada lo antes posible. Eso pareció despertarla inmediatamente… y, desde luego, añadir color a sus mejillas. —No puedes decirlo en serio. ¿Vamos a dormir juntos? No recuerdo que mencionaras eso anoche… Luke sonrió. La idea de despertar a su lado cada mañana empezaba a parecerle cada vez más interesante. —Que yo sepa, eso es lo que hace la gente casada. Los ojos color turquesa de su ayudante se abrieron de par en par. —Pero la única razón para este matrimonio es tener un hijo. Pensé que iríamos a una clínica de fertilidad o algo así… —Yo tengo el equipo necesario para procrear —la interrumpió él—. Y te aseguro que todo funciona bien. No veo ninguna razón para ir a una clínica cuando yo puedo hacer el trabajo.
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Luke estuvo a punto de soltar una carcajada al ver la expresión de Haley. —Pero tú y yo apenas nos conocemos. Y has dejado bien claro que no esperas que el matrimonio dure mucho después de tener el niño. ¿Detectaba una nota de pánico en su voz? Interesante. —No, eso no es verdad. He dicho que los dos sabríamos cuándo había llegado el momento de seguir adelante con nuestras vidas. Podría ser un mes, un año o diez años después de casarnos, pero ése no es el asunto — Luke hizo un gesto con la mano—. Además, no se me ocurre una manera mejor de conocernos que haciendo el amor. Si tenemos que casarnos para conseguir un heredero, te aseguro que estoy dispuesto a disfrutar de los beneficios del matrimonio. Y eso incluye acostarme contigo. No le parecía posible, pero el rubor de sus mejillas pasó del rosa al rojo. ¿Sería posible que Haley encontrase atractiva la idea de hacer el amor con él? ¿O sería más inocente de lo que había anticipado? Luke se levantó y, dando la vuelta al escritorio, tiró de su mano para levantarla. —Mientras tú lees el acuerdo, yo me encargo de organizar el viaje a Pigeon Forge —sonrió, tomándola en sus brazos. —¿Qué estás haciendo? —Abrazando a la mujer con la que voy a casarme —respondió él. —¿No vamos a casarnos en Nashville? —le preguntó Haley, sin aliento. —No. Al notar que temblaba, Luke supo que sus sospechas sobre la inocencia de su futura esposa eran acertadas. Normalmente, le gustaba que las mujeres tuviesen más experiencia pero, por alguna razón que no entendía, encontraba la inexperiencia de Haley conmovedora. —Tengo una reunión importante con el consejo de dirección de la constructora Laurel —le explicó, disfrutando del roce de su pelo en la cara —. Y como hay varias capillas en la zona de Pigeon Forge donde vamos a alojarnos, lo mejor es que nos casemos allí. —Pero es… un paso muy importante. Y no estoy segura de que estemos haciendo lo que debemos —dijo ella entonces—. ¿Tú estás seguro? —Sí. —¿De verdad? —insistió Haley, incrédula. —Tú dijiste que para tener un hijo conmigo antes tendríamos que casarnos y yo he accedido. Y, a menos que hayas cambiado de opinión, yo diría que tenemos un acuerdo. —No, no he cambiado de opinión.
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—Ya me lo imaginaba —sonrió él, soltándola para que no se diera cuenta de cómo deseaba dejarla embarazada a la manera tradicional—. Después de firmar los papeles, quiero que te tomes el día libre. Y mañana también. —¿Por qué? ¿No teníamos muchas cosas que hacer? —Tengo que revisar la agenda para mi reunión con los ejecutivos de Laurel, reservar los billetes de avión y una capilla para la ceremonia. —Pero normalmente soy yo quien se encarga de todo eso. —Pero tú estarás ocupada. —¿Haciendo qué? —Haley arrugó el ceño. —Tienes que hacer la maleta, informar a tu casero de que dejas la casa y decidir si quieres guardar tus muebles o donarlos a alguna organización benéfica —contestó él, sacando la cartera del bolsillo del pantalón—. Ah, casi se me olvidaba. Mañana tengo que acudir a una cena benéfica en el museo de arte contemporáneo y necesito ir con alguien. Quiero que te compres un vestido bonito —le dijo, ofreciéndole una de sus tarjetas de crédito—. Y ya que estás, también podrías comprarte un vestido para la boda. Para su asombro, Haley lo miró como si le estuviera ofreciendo una serpiente venenosa. —Si quiero comprarme algo, lo haré con mi dinero —le espetó, con expresión ofendida—. Para su información, señor Garnier, yo no soy una indigente. Mientras salía del despacho a toda prisa, Luke se preguntó qué la habría enfadado tanto. ¿Los hombres ya no les compraban regalos a sus esposas? Claro que Haley y él no estaban casados todavía y quizá ella no pensaba aceptar regalos hasta que la unión fuese oficial. Pero, en su opinión, ya era cosa hecha. Tenían un acuerdo verbal y pronto el documento de separación de bienes estaría firmado. Y, en unos días, tendrían también un certificado de matrimonio. Final de la historia. Luke seguía sin creer que en unos días sería un hombre casado. Había pasado la mayor parte de su vida adulta evitando cualquier relación seria con una mujer y jamás se le había ocurrido la idea de casarse. Entonces, ¿por qué de repente se lanzaba de cabeza al matrimonio? Haley tenía todo lo que él deseaba para su heredero: inteligencia, buena cabeza para los negocios y buena salud. Además, no podría convencerla para que tuviera a su hijo sin casarse. Pero se mostraba muy apasionada sobre lo de cuidar de ese hijo y eso sería un beneficio para todos. Él tenía que viajar a menudo y cuidar de un niño además de dirigir su empresa sería contraproducente. Pero con Haley compartiendo la custodia del niño, no tendría que preocuparse de nada.
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Y luego estaba el aspecto más agradable del matrimonio. Hasta que fue a verla a su casa no había visto a Haley fuera de la oficina y, desde luego, nunca en pantalón corto. Pero cuando la vio con ese pantalón y el pelo suelto, sus pechos marcándose bajo la camiseta de algodón… la verdad era que había sido una auténtica sorpresa. Era como verla por primera vez, aunque llevaban cinco años trabajando juntos. Y le recordó de la manera más básica que hacía tiempo que no disfrutaba de la compañía de una mujer. En unos días, Haley sería su mujer y harían el amor frecuentemente, pensó. Y la idea de tener aquel suave cuerpo femenino bajo el suyo hizo que su cuerpo reaccionase de manera escandalosamente evidente. —Aquí está el acuerdo firmado —Haley, que acababa de entrar en el despacho, tiró el sobre la mesa—. Y a menos que desees promulgar otro edicto sobre lo que tengo que hacer antes de ir a Pigeon Forge, me voy de la oficina ahora mismo. Ah, por eso estaba tan enfadada. Evidentemente, había visto sus sugerencias como una orden. Dar órdenes en la oficina era una cosa, pero cuando hablasen de temas personales debería ser más diplomático. —Antes de irte… una cosa más. ¿Tomas anticonceptivos? Haley se puso colorada, como ocurría cada vez que mencionaba algo relativo al sexo. —No. —Muy bien. —¿Alguna cosa más? —preguntó ella, sin mirarlo. —No, creo que ya lo hemos aclarado todo. Te llamaré esta tarde para decir a qué hora voy a buscarte para la cena benéfica de mañana. —Como quieras —Haley se encogió de hombros mientras se dirigía a la puerta. —¿Haley? —¿Qué? —Por favor, descansa de aquí al sábado —Luke le hizo un sugerente guiño—. Pienso empezar con nuestro pequeño proyecto este mismo fin de semana. Cuando Haley salió de la oficina como si la persiguiera el diablo, él soltó una carcajada. Casarse iba a ser más divertido de lo que había pensado. Al menos, durante un tiempo.
Mientras Luke extendía una mano para ayudarla a salir de la limusina, Haley miró a las otras parejas que acudían a la cena benéfica organizada anualmente por el museo de arte contemporáneo. Enseguida reconoció a varios empresarios famosos, un par de ellos rivales de Luke, y sabía que
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acudían por la misma razón: buscar clientes potenciales. Hacer contactos podía significar la diferencia entre firmar un contrato lucrativo para construir el próximo rascacielos de Nashville o ver a la competencia llevarse el encargo. —Me alegro de volver a verte, Luke —lo saludó un hombre de aspecto distinguido—. ¿Y quién es tu encantadora acompañante? —Mi ayudante ejecutiva, Haley Rollins —contestó él—. Haley, te presento a Max Parmelli, el director del museo y encargado de organizar la cena de esta noche. El hombre se llevó su mano a los labios. —Un placer conocerla, señorita Rollins. Luke puso una mano en su espalda para guiarla hacia un grupo de hombres; uno de ellos era un antiguo cliente de la constructora Garnier que, ella sabía, en el futuro próximo iba ampliar su edificio de oficinas. —¿Por qué no echas un vistazo a la exposición, Haley? Yo iré a buscarte en diez minutos. Mientras Luke iba a hablar con el cliente, ella se acercó a una estantería de artefactos pertenecientes a la familia Romanov, de Rusia. No estaba particularmente interesada, pero no iba a quedarse en medio del salón esperándolo. La había presentado como su ayudante ejecutiva y no como su prometida. Y tampoco había tenido el menor reparo en dejarla plantada para ir a hablar con un cliente… Aunque no tenía motivos para quejarse. Luke había dejado claro que sólo se casaba porque de otra manera no podría tener un heredero y ella había aceptado porque deseaba un hijo más de lo que había querido nada en toda su vida. Haley sonrió mientras observaba un huevo elaboradamente decorado con pan de oro y lapislázuli. Por fin iba a tener un hijo, un niño al que cuidar y al que querría de forma incondicional. Y que el padre del niño fuese a ser Luke Garnier hacía que la decisión fuera más fácil. La única mosca en la sopa era que él no la quisiera. —Parece muy dedicado, ¿verdad? Un hombre rubio de ojos verdes y aspecto agradable había aparecido a su lado de repente. —Sí, lo parece. —En mi pueblo freímos los huevos para el desayuno y tiramos las cáscaras a la basura —bromeó el extraño. —¿Y su pueblo está en Oklahoma o Texas? —Beaver, Oklahoma —anunció él, orgulloso—. ¿Y usted?
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—Yo nací en Atlanta —Haley observó unas fotografías de los Romanov antes de su trágica muerte—. Pero he vivido en Nashville desde la universidad. —Yo no fui a la universidad —suspiró el hombre—. Me marché de casa cuando terminé el instituto, con un billete de cincuenta dólares en el bolsillo y una guitarra al hombro. Eso fue hace quince años y llevo aquí desde entonces. —¿Se dedica al mundo de la música? El extraño la miró, aparentemente sorprendido. —Es usted la cosa más dulce que he visto en mucho tiempo. ¿Cómo se llama? Haley vio entonces a Luke dirigirse hacia ellos como un toro. —Haley, necesito que vengas conmigo. —Haley, ¿eh? —sonrió el hombre rubio—. Bonito nombre para una mujer bonita. Sonriendo, ella se volvió hacia Luke. —¿Ocurre algo? —No, sólo quiero que me des tu opinión sobre uno de estos cuadros. He pensado que podría quedar bien en la oficina —Luke miró al desconocido—. Tendrá que disculparnos. Haley se volvió hacia él con una sonrisa de disculpa. —Encantada de hablar con usted. —Lo mismo digo. Pero siempre me pasa lo mismo —suspiró el hombre de Oklahoma—; las más guapas ya están pedidas. Haley arrugó el ceño mientras Luke la llevaba hacia una galería. —¿Seguro que no pasa nada? —Hablaremos después —dijo él, señalando un cuadro abstracto—. Ahora mismo quiero que me des tu opinión sobre ese cuadro. ¿Crees que quedaría bien en la recepción de la constructora? —Yo no soy la persona más adecuada para tomar una decisión sobre arte. No sé nada sobre arte abstracto. Prefiero los cuadros más… realistas —Haley señaló un cuadro con una escena campestre—. Algo así, por ejemplo. —¿En serio? Nunca lo hubiera imaginado. —Hay muchas cosas de mí que no te imaginas. Si le sorprendía su gusto en arte, se quedaría de piedra al saber lo que sentía por él. Mientras Luke encargaba la compra y el envío del cuadro a la oficina, Haley siguió paseando por la galería. —Ese cuadro podría haberlo pintado mi sobrino de cinco años.
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Ella sonrió al ver al hombre de Oklahoma. —No estará siguiéndome, ¿verdad? —¿Le molestaría si dijera que sí? —No sé si me agradaría. Pero, de nuevo, Luke se acercó a ellos con cara de pocos amigos. —Vamos, Haley, tengo que llevarte a casa. —Ah, otra vez intentando robármela —se lamentó el hombre. —No es suya, amigo, así que no puedo robársela —replicó Luke—. Es mía, así que deje de perseguirla. Sorprendida por sus palabras y por el tono posesivo, Haley decidió no protestar mientras salían del museo. Pero cuando llegaron a la calle se volvió hacía él, indignada. —¿Se puede saber qué haces? —¿A qué te refieres? —¿Por qué le has dicho eso? —¿Sabes quién era? —No. ¿Por qué, tendría que saberlo? —Es el niño malo de la música country, Chet Parker. Supongo que habrás oído que es un mujeriego. Tiene muy mala reputación. —Parecía un hombre muy agradable. —Acaba de divorciarse por segunda vez y yo diría que estaba buscando a su tercera víctima. Haley tuvo que sonreír. —Lo dudo. Sólo hemos hablado cinco minutos. —Los tipos como Parker no hablan casualmente con una mujer sin tener algún motivo oculto —replicó Luke, ayudándola a entrar en la limusina—. Recuerda que tenemos un trato, Haley. Y no incluye a tipos como Chet Parker. Haley tuvo que morderse la lengua, enfadada. Luke no actuaba de manera tan posesiva porque le importase ella en absoluto; sólo le preocupaba que rechazase el acuerdo a última hora. Afortunadamente, el viaje hasta su casa fue muy corto y tomó su bolsito para salir del coche. Si no lo hacía enseguida, era capaz de darle con él en la cabeza. Pero, por desgracia, Luke tenía otras ideas y la tomó por la cintura para acompañarla a la puerta. —No hace falta que me acompañes. —Me gusta dejar a mi cita en su casa. —¿Tu cita? No sabía que esto hubiera sido una cita —replicó ella.
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—Pues lo era. —Que yo sepa, no me pediste que fuera contigo, me dijiste que íbamos al museo, sin más. Y me has presentado al director como tu ayudante ejecutiva. No te has comportado como si fuera una cita… aparte de ese momento de machito con Chet Parker. Luke la miró como si no la entendiera. —Eres mi ayudante y supongo que habrás reconocido al cliente con el que estaba hablando. Se trata de un negocio muy lucrativo… —No estamos hablando de negocios —lo interrumpió Haley. —Ah, ya lo entiendo. Crees que te he abandonado. —No —mintió ella. En realidad se había sentido abandonada, pero no iba a decírselo porque Luke sólo la veía como a su ayudante ejecutiva—. Nos vemos mañana, cuando vengas a buscarme para ir a Pigeon Forge. Para su sorpresa, Luke la atrajo hacia él con una sonrisa en los labios. —No quiero que pienses que te he abandonado o que no me he dado cuenta de lo sexy que estás con ese vestidito negro. El corazón de Haley pareció bajar hasta su estómago para rebotar luego y colocarse en su sitio un segundo después. ¿Cuántas veces en el pasado había imaginado esa misma escena? Pero cuando inclinó la cabeza para besarla, la realidad excedió sus fantasías. Dulce y tierno, sus firmes labios se movían sobre los suyos con tal cuidado que se quedó sin aliento. Y Haley quería disfrutar de aquel beso, quería saborearlo… Con las piernas temblorosas, le echó los brazos al cuello para no caerse. Nunca en su vida un beso había hecho que todos sus huesos se volvieran de mantequilla. Lamentablemente, Luke se apartó enseguida. —Vendré mañana a las siete —le dijo al oído. —Es muy temprano —murmuró ella, distraída por el calor de su aliento. —Quiero que nos quitemos la boda de encima antes de reunirme con el consejo de Laurel. Un jarro de agua fría no hubiera sido más efectivo. Ah, claro, su boda era un inconveniente para Luke, algo que «quitarse de encima» lo antes posible. —No te molestes —dijo, abriendo la puerta—. Nos veremos en el aeropuerto. Haley cerró la puerta antes de que Luke pudiera discutir. No había esperado que sintiera lo mismo que ella sobre la boda, pero le habría gustado que viera la ceremonia como algo más que un mero detalle sin importancia para conseguir lo que quería.
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Suspirando, entró en su dormitorio para ponerse el camisón. El ama de llaves de su padre solía advertirle que tuviese cuidado con lo que deseaba… Y no había entendido a qué se refería hasta ese momento. Al día siguiente tendría todo lo que había deseado: sería la esposa de Luke Garnier y quizá ese mismo año la madre de su hijo. ¿Entonces por qué no se sentía feliz? ¿Y por qué empezaba a pensar que se había embarcado en una jornada que podría terminar destruyéndola?
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Capítulo 4 A la mañana siguiente, una hora después de haber sido recogidos por la limusina en el aeropuerto de Knoxville, entraban en una pequeña capilla de Pigeon Forge donde los esperaba el orondo sacerdote que iba a unirlos en matrimonio. Con un traje de chaqueta gris, camisa gris perla y corbata granate de seda, Luke era el mismo hombre atractivo y seguro de sí mismo de siempre. Y, en unos minutos, serían marido y mujer. Increíble. Después de cinco años, el hombre de sus sueños por fin la veía como algo más que su secretaria. El único problema era que cuando por fin la había mirado, lo único que parecía ver era una incubadora. El sacerdote, de aspecto bondadoso, sonrió. —Por favor, dense las manos. La expresión de Luke y el roce de sus manos, grandes y masculinas, envió un cosquilleo por su espalda, recordándole que esa noche sentiría esas mismas manos por todo su cuerpo… —¿Lista para dar el paso final? —le preguntó él en voz baja. —Sí, supongo que sí. —Estupendo, porque la reunión con Laurel empieza… —Luke miró su reloj— dentro de cuarenta y cinco minutos. —Sí, claro. Ya sé que no los harías esperar por algo tan trivial como tu boda —suspiró Haley, enfadada. Él la miró como si le hubiera crecido otra cabeza. —Tú sabías que tenía una reunión. ¿No entendía aquel hombre que hablar de una reunión de trabajo en medio de su boda no era precisamente lo que soñaba una mujer? —Da igual —dijo, resignada. El sacerdote, conversación:
que
no
salía
de
su
asombro,
interrumpió
la
—¿Seguro que quieren casarse? —Sí —contestó. —Sí, claro —dijo ella. Aunque estaba decepcionada con Luke no era momento para echarse atrás. Además, ella quería un niño más de lo que había querido nada en toda su vida y no estaba dispuesta a desperdiciar la oportunidad de que ese niño fuera hijo del hombre de sus sueños. —Muy bien, si están de acuerdo vamos a empezar —el sacerdote parecía tener sus dudas—. Nos hemos reunido aquí para unir a este hombre y a esta mujer…
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Haley, perdida en sus pensamientos, apenas prestaba atención a sus palabras y se sorprendió cuando le oyó decir: —¿Has traído las alianzas, hijo? Luke arrugó el ceño. —No. —No es tan importante —dijo ella, esperando que en su voz no se reflejara la desilusión. No sabía si Luke había olvidado las alianzas o si no las había comprado a propósito. Pero, fuera cual fuera el caso, era un detalle más de la boda que prefería olvidar. —Luke, ¿quieres a Haley como esposa para honrarla y amarla, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe? Él la miró a los ojos y contestó, sin la menor vacilación: —Sí, quiero. —Haley, ¿quieres a Luke como esposo para honrarlo y amarlo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe? —Sí… quiero —respondió ella. Aunque, sabiendo que su matrimonio era sólo temporal, odiaba hacer una promesa que sabía no podría cumplir. El sacerdote sacudió la cabeza, compungido. —Entonces, yo os declaro marido y mujer —luego miró a Luke—. Hijo, si quieres besar a la novia, ahora es el momento de hacerlo. Durante un segundo, mientras veía a Luke inclinar la cabeza, Haley pensó que sólo iba a rozar sus labios. Pero el brillo de reto que detectó en sus ojos azules le advirtió que iba a ser algo más que un simple roce. Contuvo el aliento, cada célula de su cuerpo despertando a la vida. Al principio, sus firmes labios se posaron sobre los suyos con ternura, pero cuando la abrazó con fuerza su corazón empezó a hacer un errático baile y una especie de corriente eléctrica la recorrió de arriba abajo. El roce de su sólido cuerpo provocó una curiosa contracción en su zona más íntima y no tuvo la presencia de ánimo de protestar. Ni siquiera cuando empezó a acariciar su lengua en un juego de avance y retirada, cuando sus rodillas parecían de goma y tuvo que abrazarse a su cintura para no caer al suelo. La habían besado muchas veces, pero nunca así, con esa ternura y ese propósito. Ni siquiera su primer beso la había afectado tan profundamente. Y, cuando se apartó, Haley se sentía suya por completo. Después de firmar el libro de registro, recibieron un par de fotografías y el DVD de la ceremonia, algo que la sorprendió porque ni siquiera se había dado cuenta de que hubiera un fotógrafo y un cámara presentes.
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—Tengo que darme prisa para llegar a la reunión —murmuró él, mientras la ayudaba a subir a la limusina—. Lléveme directamente a las oficinas de la constructora Laurel —le dijo luego al conductor—, y luego lleve a la señorita Rollins a la cabaña de Mountain Crest. —¿No quieres que vaya a la reunión contigo? —preguntó Haley, sorprendida. —No, no hace falta. Además de reunirme con los ejecutivos quiero ir al emplazamiento de las obras para hablar con los obreros, pero volveré a la hora de cenar. —¿Tendremos que hacer la cena nosotros mismos? —No, he contratado un servicio de catering y el ama de llaves, la señora Beck, se encargará de limpiar la cocina antes de irse. Haley se había acostumbrado a limpiar y cocinar ella misma después de la universidad y le gustaba hacerlo. Pero tendría que acostumbrarse a que otra persona hiciera todas esas tareas por ella. Perdida en sus pensamientos, tardó un momento en darse cuenta de que la limusina se había detenido en el aparcamiento de la empresa Laurel, a las afueras de Gatlinburg. —¿Qué voy a hacer el resto del día? Ser abandonada por su marido unos minutos después de la boda y luego secuestrada en una cabaña alejada de todo no era exactamente lo que había soñado para el día de su boda. —Hace un día precioso, así que podrías sentarte en el porche y disfrutar de la vista del monte LeConte —contestó él, mientras esperaba que el conductor le abriese la puerta—. O podrías pasar la tarde relajándote en el jacuzzi. Pero hagas lo que hagas, trata de descansar — dijo luego, haciéndole un guiño—. No sé si te acuerdas, pero vamos a empezar a hacer un niño esta misma noche. Mientras el chófer la llevaba a la cabaña, Haley intentó recordarse a sí misma que su matrimonio con Luke era sólo un arreglo de conveniencia. Él veía su unión como un medio para llegar a un fin, una manera de conseguir el heredero que tanto deseaba. Pero, por mucho que lo intentase, no podía evitar que le doliera que ni siquiera estuviera dispuesto a tomarse un día libre el día de su boda. Ella siempre había imaginado que tendría un hijo con un hombre que la quisiera y estuviera dedicado en cuerpo en alma a su familia… Y aunque sabía y había aceptado que la suya era una relación en la que sólo uno de los dos estaba enamorado, saberlo no la ayudaba en absoluto. Y tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no decirle al conductor que la llevase de vuelta a Nashville.
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Cuando el conductor de la limusina lo dejó en la cabaña, Luke miró las ventanas oscuras del edificio de tres plantas. Haley no se había molestado en dejar una luz encendida para él y lo entendía. Marchándose inmediatamente después de la boda para reunirse con la gente de Laurel seguramente habría conseguido la nominación al imbécil del año. Luke miró su reloj. Era más de medianoche, de modo que Haley seguramente estaría dormida. No era un experto en el asunto, pero incluso él sabía que ese comportamiento era inaceptable en un recién casado. Incluso uno cuyo propósito era exclusivamente tener un hijo. Pero, la verdad, no había esperado sentir aquella intensa reacción al mirar a Haley durante la ceremonia. Con un sencillo vestido blanco sin mangas y el pelo suelto como el día que entró en su apartamento, tenía un aspecto radiante. Y seguía sin creer que en los cinco años que llevaban trabajando juntos no se hubiera fijado en lo guapa que era. Pero fue cuando ella lo miró con esos ojos de color turquesa cuando un sorprendente deseo de protegerla amenazó con abrumarlo. Y si eso no fuera suficiente, el beso que habían compartido al final de la ceremonia lo sería. El beso de la noche anterior había sido prometedor y más que agradable, pero no podía compararse con el beso que había sellado los votos matrimoniales. El deseo de poseerla había sido enorme. Nunca en sus treinta y seis años de vida había experimentado algo así. Había sido eso lo que lo hizo salir corriendo. Necesitaba poner cierta distancia para recuperar la perspectiva. Desgraciadamente, la reunión había durado más de lo previsto y después se enteró de una disputa sindical que amenazaba con parar varias de las obras… y cuando logró solucionar el problema era más de medianoche. Suspirando pesadamente mientras pulsaba el código de seguridad y abría la puerta, se preguntó si Haley habría cambiado de opinión. Pero no, imposible. No tenía la menor duda de que Haley cumpliría su palabra. Si sabía algo sobre su ayudante ejecutiva, era que siempre cumplía su palabra. Aunque seguramente ella esperaba mucho más del día de su boda. Luke arrugó el ceño al ver la cama vacía en el dormitorio principal. Y la maleta de Haley no estaba por ningún lado. ¿Dónde demonios se había metido? Luke subió las escaleras de dos en dos. Había seis habitaciones más en la cabaña y Haley tenía que estar en una de ellas. Pero cuando llegó arriba ya estaba planeando llamar al ama de llaves y someterla al tercer grado. Afortunadamente, al abrir la puerta de la última habitación su enfado desapareció como por ensalmo.
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Haley, bañada por la luz de la luna que entraba por los ventanales, parecía un ángel en el centro de la cama. Luke, que iba a despertarla, se detuvo al ver un rastro de lágrimas en sus mejillas. ¿Había estado llorando? De repente, el deseo de protección que había experimentado en la capilla empezó a extenderse por su pecho y, sin pensarlo dos veces, empezó a desnudarse. Con cuidado para no despertarla, Luke apartó el embozo de la sábana. Le pareció que ella murmuraba su nombre cuando se tumbó a su lado, pero no tuvo tiempo de pensar en lo que eso significaba porque Haley puso una mano en su torso desnudo. Entonces recordó el beso en la capilla y la inmediata reacción de su cuerpo lo dejó mareado. ¿En qué había estado pensando? ¿Por qué había puesto el trabajo por delante de la que él sabía iba a ser una de las noches más excitantes de su vida? Luke miró la cabeza de Haley apoyada sobre su hombro. Nada le gustaría más que despertarla y hacerle el amor hasta que los dos cayeran exhaustos, pero dudaba que quisiera compartir su cuerpo con el hombre que la había abandonado unos minutos después de la boda. De modo que se obligó a sí mismo a relajarse y dormir un poco. A primera hora de la mañana le pediría disculpas y, cuando Haley estuviese de mejor humor, podría pasar el resto del día dedicado a la placentera tarea de dejarla embarazada. Intentado prolongar el hermoso sueño, Haley se apretó contra el cuerpo masculino que estaba a su lado. Pero, a medida que despertaba, se iba dando cuenta de varias cosas: el vello que estaba tocando, el aroma a colonia masculina, el sonido de unos suaves ronquidos… Eso la despertó del todo y, abriendo los ojos, se encontró cara a cara con Luke. Su gemido debió de despertarlo porque abrió los ojos y le sonrió perezosamente. —Buenos días, cariño. —¿Qué haces aquí? —No sé si te acuerdas, pero nos casamos ayer. Es aquí donde debo estar. —Claro que me acuerdo —dijo ella, apartándose—. Pero tenía la impresión de que a ti se te había olvidado. Luke la envolvió en sus brazos. —Lamento mucho no haber podido cenar contigo anoche —se disculpó, apartando un mechón de pelo de su frente—. Pero durante la reunión con los ejecutivos de Laurel me enteré de una disputa sindical que
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tenía que ser resuelta inmediatamente o los obreros no hubieran ido a trabajar el lunes. El roce de sus dedos le producía escalofríos, pero Haley intentó hacerse la fuerte. Aunque se hubieran casado sólo para tener un hijo, no había excusa para que un hombre ignorase a su mujer en un día tan importante. —Siempre habrá algo que requiera tu atención —Haley intentó apartarse, pero sus brazos eran como bandas de acero sujetándola firmemente. —Es verdad —asintió él—. ¿Pero quieres saber qué va a reclamar toda mi atención hoy y mañana? —No, gracias, no me interesa —replicó ella. No estaba interesada en saber nada más sobre problemas sindicales o reuniones de consejos de administración. Lo que quería era salir de la cama, darse una ducha y hacer la maleta. —Una pena porque voy a decírtelo de todas formas —sonrió Luke, deslizando una mano por su muslo y, al hacerlo, levantando el camisón—. Hoy y mañana tú tendrás toda mi atención. —Pero yo pensé… dijiste que volveríamos a Nashville hoy mismo. —He decidido que es hora de rectificar el error de ayer y, sobre todo, la situación de la que tú misma me hablaste en la oficina. Apenas nos conocemos el uno al otro y deberíamos hacerlo… a un nivel más personal. Volveremos a casa en un par de días. —¿A casa? ¿Te refieres a tu mansión? Él asintió, mientras buscaba con los dedos el borde de las braguitas. —No pensarías que ibas a volver a tu casa, ¿no? —Aún tengo que guardar… mi ropa y… mis cosas. ¿Cómo iba a pensar de forma coherente con Luke metiendo los dedos bajo sus braguitas? —No te preocupes, ayer le pedí a una empresa de mudanzas que llevara tus cosas a mi casa. Haley se quedó helada. —¿Que has hecho qué? Él besó su hombro, sonriendo. —Todo estará guardado y colocado en su sitio cuando volvamos a casa el martes. Haley no podía creer lo que estaba oyendo. —Tu arrogancia no tiene límite, ¿verdad? —¿Qué quieres decir? —Luke tuvo la audacia de parecer sorprendido. —¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor no me gusta que otra persona toque mi ropa interior?
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—Pues no, la verdad —murmuró él, sin dejar de tocarla. Y cada roce de su mano en esa zona tan sensible aumentaba su excitación. —No sé qué me sorprende más, tu arrogancia o que te tomes dos días libres —suspiró Haley, intentando recordar que estaba enfadada con él. —¿Por qué te sorprende que me tome unos días libres? —le preguntó Luke al oído. —La única vez que te tomaste un par de días libres fue cuando tu hermana se graduó en la universidad —replicó ella, intentando concentrarse en algo que no fueran sus manos y lo que le estaba haciendo con ellas. —Pero yo hago otras cosas además de trabajar —insistió Luke, inclinándose sobre ella. Y su sonrisa y el brillo de sus ojos le decían con toda claridad lo que quería—. Me gusta mucho jugar, cariño. —Sí, seguro que sí, pero no creo… Él no la dejó terminar la frase, apoderándose de su boca y haciendo que Haley olvidase lo que iba a decir. Y, por fin, echándole los brazos al cuello, decidió perderse en tan tierna exploración. ¿Cómo iba a formar un pensamiento coherente cuando estaba en la cama con un hombre medio desnudo? El hombre con el que llevaba cinco años fantaseando. El hombre que la besaba como si fuera la mujer más deseable del mundo. Cuando usó la punta de la lengua para trazar la comisura de sus labios no pudo negarle la entrada. Quería que la besara y experimentar el placer de que Luke Garnier la hiciera suya. Nunca en su vida había experimentado algo más sensual que cuando él puso una mano sobre su pecho y empezó a acariciar el endurecido pezón con la palma. —Eres tan dulce… —murmuró, apartándose para besar el escote que dejaba al descubierto el camisón—. Pero vamos a quitarte esto ahora mismo. Antes de que Haley pudiera protestar, Luke apartó el edredón y, apoyándose en un codo, usó las dos manos para rasgar el fino camisón de arriba abajo. —¡Espera un momento! —exclamó ella, tapándose con la sábana—. No me has dado oportunidad de quitármelo… —No quería perder tiempo —rió Luke. —Pero sólo he traído ese camisón… —No intentes esconderte de mí, cariño. Estamos casados, no hay razón para que te dé vergüenza. —¿Y no podíamos habernos conocido un poco más con la ropa puesta? —protestó Haley, poniéndose colorada.
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Pasar de una relación profesional a una relación íntima en unas horas era sencillamente aterrador. Y, aunque había soñado que algún día la viera como una mujer en lugar de su eficaz ayudante, en sus fantasías las cosas nunca habían llegado tan lejos. —No hay mejor manera para que un hombre y una mujer se conozcan que haciendo el amor —le recordó él, inclinando la cabeza para besar sus pechos—. Además, nos hemos casado para tener un hijo y no sería fácil hacerlo con la ropa puesta. Cuando rozó el sensible pezón con la lengua, Haley se olvidó de todo salvo de Luke y de lo que estaban haciendo. Enredando los dedos en su pelo oscuro para que no se apartase, tardó un momento en darse cuenta de que él había metido las manos bajo la cinturilla de las braguitas. Cuando empezó a acariciarla, pensó que iba a derretirse. El intenso anhelo no se parecía a nada que hubiera conocido antes y ni siquiera intentó evitar que un gemido escapara de su garganta. —Mírame, Haley —la sonrisa de Luke enviaba escalofríos por todo su cuerpo—. En los últimos minutos he descubierto varias cosas sobre ti que no sabía. —¿Qué… cosas? —Que te gusta cuando te toco aquí, por ejemplo —murmuró él, moviendo los dedos para tocarla íntimamente. —Sí… oh, sí. —Y te gusta mucho cuando hago esto —siguió él, tomando un pezón entre los labios para tirar suavemente. Incapaz de emitir sonido alguno, Haley asintió con la cabeza mientras Luke continuaba con el suave asalto a sus sentidos. Completamente perdida en tan nuevas sensaciones, no se dio cuenta de que él le quitaba las braguitas antes de quitarse los calzoncillos. Pero al sentir su cuerpo desnudo sobre ella, y la sólida fuerza de su erección, empezó a temblar. —Creo que empiezo a conocerte, cariño —musitó, besándola—. Pero es el momento de que tú aprendas algo sobre mí. —¿Qué… tengo que aprender? —preguntó ella, intentando respirar. —Te deseo —dijo Luke, abriendo sus piernas con una rodilla—. Quiero estar dentro de ti. Haley cerró los ojos. La tensión que crecía dentro de ella era innegable, pero también lo era la aprensión. Luke había dicho que hacer el amor era una buena forma de conocerse a un nivel más personal, pero había algo muy importante de lo que estaba a punto de enterarse. Algo que estaba segura nunca hubiera imaginado. ¿Qué haría cuando lo descubriera? ¿Cómo iba a reaccionar al saber que su esposa nunca había conocido a un hombre como estaba a punto de conocerlo a él?
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Capítulo 5 Luke sintió que Haley se ponía tensa y, de nuevo, volvió a experimentar un sorprendente deseo protector. —Abre los ojos, cariño. Confías en mí, ¿verdad? Ella asintió con la cabeza. —Pero hay algo que seguramente debería decirte. —¿Me deseas? —Sí… —Eso es todo lo que necesito saber —con una sonrisa que esperaba la tranquilizase, Luke rozó sus labios—. Todo va a salir bien, Haley. Sé que no sales con nadie y que probablemente hace tiempo que no estás con un hombre, pero prometo tener cuidado. Tuvo que apretar los dientes, obligándose a sí mismo a ir despacio para que el cuerpo de Haley se acostumbrase a la invasión. No se había equivocado al pensar que no tenía mucha experiencia. Se mostraba inhibida a la hora de mostrar su cuerpo y se había quedado genuinamente sorprendida por sus caricias… Pero cuando después de cierta resistencia notó la sensación de haber atravesado una delgada barrera, se quedó helado. Había pensado que Haley llevaba algún tiempo sin acostarse con un hombre, pero no se le había pasado por la cabeza que fuera virgen. Después de todo, tenía veintiocho años y era una mujer muy atractiva. En realidad, no podía creer que otro hombre no la hubiera conquistado mucho antes. —Es tu primera vez —no había querido que la frase sonara como una acusación, pero así fue. —No —susurró ella. Y cuando vio una lágrima rodando por su rostro, Luke se sintió como un idiota. —No pasa nada, cariño. Sé que debe de ser un poco incómodo para ti, pero intenta relajarte. Sólo un poco más y me tendrás todo… Luke esperó hasta sentir cierta relación en los femeninos músculos antes de empujar suavemente. Saber que estaba haciéndola suya por completo, como ningún otro hombre lo había hecho, provocó un sentimiento posesivo que no había experimentado nunca. Pero, concentrándose en temas más urgentes, ignoró el incendio que se había declarado en su interior y que lo urgía a completar la acción. Haley necesitaba más tiempo para acostumbrase y lo último que deseaba era hacerle daño. —Ya no me duele —murmuró ella, abriendo los ojos.
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Y la chispa de deseo que detectó en las pupilas de color turquesa lo animó aún más. —Prométeme que me lo dirás si te hago daño. —Te lo prometo —dijo ella, pasándole los brazos por los hombros. El calor de sus brazos y su tierna aceptación casi lo enviaron al precipicio. Pero, concentrando toda su atención en ponérselo lo más fácil posible, empezó a moverse muy despacio. Su cuerpo exigía satisfacción, pero Luke se negaba a dejarse llevar por sus propias necesidades sin antes comprobar que ella estaba disfrutando. Sabía que, para una mujer, la primera vez que hacía el amor no era siempre agradable, pero aunque lo matase iba a hacer que Haley encontrase el acto tan placentero como él. Y cuando ella empezó a moverse un poco supo que sus esfuerzos habían dado resultado. Pronto notó que sus músculos internos se estrechaban, indicando que llegaba a la culminación, y esperó un momento mientras la sentía temblar. Sólo entonces se entregó a su propio placer, buscando el alivio que tanto necesitaba. Pensó que iba a desmayarse mientras empujaba por última vez, ola tras ola de intenso placer apoderándose de él. Cuando se derramó en su interior, cayó sobre ella completamente agotado. No estaba seguro de cuánto tiempo había estado así, intentando recuperar el aliento, pero cuando por fin tuvo fuerzas para apartarse se colocó de lado, llevándola con él. —¿Estás bien? —Sí, ha sido… —Haley intentó encontrar la palabra adecuada— absolutamente asombroso. Sonriendo al pensar que, aun siendo la primera vez, Haley había disfrutado, tiró de la sábana para taparlos a los dos. —Te prometo que la próxima vez será increíble. —¿De verdad? No creo que pueda ser mejor. —Porque no tienes nada con qué compararlo —Luke inclinó la cabeza para besar su pelo—. Pero mi misión es que disfrutes más cada vez que hagamos el amor. —Si tú lo dices… —murmuró ella, con voz soñolienta. —Descansa, cariño. Hablaremos después, cuando hayas dormido un rato. Mientras abrazaba a Haley dormida, Luke no podía dejar de pensar que era el único hombre de su vida. ¿Había sido alguna vez el primero para otra mujer? De ser así lo recordaría, pensó. Tomar la virginidad de una mujer no era algo que un hombre olvidase fácilmente.
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Pero mirando a Haley, que dormía tranquilamente a su lado, varias preguntas aparecieron en su cabeza: ¿por qué había esperado tanto tiempo para acostarse con un hombre? Si había esperado al matrimonio para dar ese paso, ¿por qué había aceptado tener un hijo con él sabiendo que su unión no sería para siempre? ¿Y cómo había conseguido escapar de las garras de tipos como Chet Parker, que siempre estaban buscando la oportunidad de seducir a una mujer tan inocente como ella? Luke besó su mejilla, suspirando. No quería analizar el extraño sentimiento protector que experimentaba al mirarla o la sorprendente necesidad de poseerla. Habían llegado a un acuerdo y Haley era suya por el momento; la mujer que había elegido como madre de su hijo. Por el momento, ésa era razón más que suficiente. Seguía esperando respuestas a las preguntas sobre su falta de experiencia en la cama y una explicación de sus motivos para haber aceptado el acuerdo, pero no los necesitaba inmediatamente. Poco a poco iría descubriendo sus secretos y llegaría a una conclusión satisfactoria sobre el misterio de Haley Rollins. Mientras tanto, tenía intención de disfrutar del placer de hacerle el amor todas las noches y, además, conseguir su objetivo de tener un heredero para la constructora Garnier. Abriendo los ojos poco a poco, Haley se encontró sola en la cama y se preguntó si habría estado soñando. Después de tantos años imaginando cómo sería, ¿de verdad se había acostado con Luke? Mientras se estiraba, la caricia de la sábana sobre su cuerpo desnudo y la interesante sensación entre sus piernas le dijo que sí habían consumado el matrimonio. Sus mejillas ardieron al recordar lo que habían compartido. Luke le había hecho sentir cosas que no hubiera creído posibles y, cuando descubrió que era virgen, su increíble paciencia y cuidado para reducir cualquier sensación de dolor la emocionó profundamente. Había querido que su primera experiencia fuese placentera y, aunque el matrimonio estaba destinado a terminar algún día, nunca lamentaría haber esperado a su marido. —Veo que por fin has despertado, dormilona —la saludó Luke alegremente, abriendo la puerta con el hombro. En las manos llevaba una bandeja con el desayuno… y un vaso con una rosa de tallo largo. El detalle era tan inesperado como enternecedor. —No había desayunado en la cama desde que era niña. Pero entonces estaba malita, así que no tenía ganas de comer. —Espero que tengas apetito porque la señora Beck ha hecho un desayuno estupendo —sonrió él. —¿Te importaría darme mi maleta? —preguntó Haley entonces, cubriéndose con la sábana.
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—No puedo. La he llevado a mi habitación. —¿Y qué voy a ponerme? —preguntó ella, mirando alrededor. —Me gusta lo que llevas ahora —observó Luke, dejando la bandeja sobre la cómoda. —Pero estoy desnuda… —Por eso. Su sonrisa lasciva hizo que se pusiera colorada. —No, en serio, tengo que ponerme algo. —Pero si no llevar nada te queda de maravilla —insistió él. —¿Quieres hablar en serio, por favor? No puedo bajar sin mi ropa. A la señora Beck le daría un infarto. —Sí, bueno, tienes razón. —Pues claro que tengo razón. Y si no quieres que me quede en la cama el resto del día, necesito ponerme algo. —Aunque la idea de quedarnos en la cama el resto del día me parece muy interesante —suspiró Luke, mientras empezaba a tirar de su camisa —, supongo que tendré que hacer un sacrificio. Haley se quedó mirando aquel ancho torso. Mientras hacían el amor estaba demasiado nerviosa y preocupada como para prestar atención a su físico, pero cuando Luke se quitó la camisa su corazón hizo una extraña pirueta. Tenía un cuerpo perfecto. Cada músculo, desde los hombros a la cintura, bien definido, marcado. Era, desde luego, la clase de hombre con el que soñaban las mujeres. O, al menos, ella. Y cuando le dio la camisa, Haley tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse. —Date la vuelta. —Cariño, anoche te vi desnuda y no hay razón alguna para que te sientas avergonzada… —Lo siento, pero soy tímida. Por fin, suspirando, Luke se dio la vuelta. —Ya hemos hecho el amor una vez y pienso seguir haciéndolo frecuentemente. Dentro de poco conoceré tu cuerpo tan bien como el mío. —En menos de una semana hemos pasado de no ser más que jefe y empleada a hacer el amor —intentó explicar Haley, mientras se ponía la camisa—. Sólo hemos salido juntos una vez… y fue la noche antes de casarnos. Luke tomó la bandeja de la cómoda y se volvió para mirarla con expresión pensativa.
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—Lo que quieres decir es que no te resulta fácil cambiar de marcha tan repentinamente. —Más o menos. —Sí, claro, es lógico —murmuró él, mientras dejaba la bandeja sobre sus rodillas para sentarse a su lado—. Pero ya que estamos hablando de tus inhibiciones, ¿hay alguna razón especial para que siguieras siendo virgen? —Muy sencillo: fui a un colegio privado muy estricto, sólo para chicas. El primer año nos animaron a hacer el juramento de mantenernos puras hasta el matrimonio y yo lo hice —Haley se encogió de hombros mientras tomaba un pedazo de beicon—. Además, nunca había conocido a un hombre con el que me apeteciera acostarme. —¿Nunca? —Bueno, tuve la tentación un par de veces en la universidad, cuando salía con un chico, pero siempre encontraba una razón para no romper mi promesa. Probablemente porque no estaba enamorada. —¿Siempre cumples tus promesas, Haley? Lo había preguntado de manera aparentemente despreocupada, pero ella sabía que le interesaba mucho la respuesta. —No es siempre fácil, pero si le digo a alguien que voy a hacer algo, lo hago. Aunque he tenido que romper mis promesas alguna vez, no me gusta nada hacerlo. —Por eso tuviste que seguirme la corriente cuando descubrí tu farol sobre lo de casarte conmigo —dijo él entonces—. Me habías dado tu palabra. Haley asintió con la cabeza. No le sorprendía que hubiera descubierto que estaba intentando desanimarlo. Era un hombre muy perceptivo y ésa era una de las razones por las que era un empresario de éxito. —Conociendo tu opinión sobre el matrimonio, pensé que mencionarlo te haría dar marcha atrás —admitió. —¿Y por qué no rechazaste mi proposición de inmediato? —Porque te conozco lo suficiente como para saber que cuando decides hacer algo no hay quien te pare. Eres como un perro con un hueso —Haley tomó su vaso de zumo—. ¿Te habrías rendido si te hubiera dicho que no? Él sacudió la cabeza, riendo. —Nunca. —Pues por eso. De haber dicho que no inmediatamente, te habrías convertido en una pesadilla. —Pero si me conoces tan bien, ¿por qué insistías en que debíamos conocernos mejor el uno al otro? —preguntó Luke, probando los huevos revueltos.
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¿Cómo podía explicarle que eran las cosas pequeñas, las cosas de la vida diaria, lo que ella quería averiguar? —¿Tú sabes por qué llevo el pelo liso cuando voy a la oficina y en mi casa lo llevo rizado? La expresión de Luke decía claramente que estaba perdido. —Imagino que eres como mi hermana, que usa un aparato para rizárselo. —No, al contrario —rió Haley—. Uso un aparato para alisármelo. —¿Tienes el pelo rizado? —Exactamente. Y a eso me refería al decir que no nos conocíamos. ¿No crees que es algo que un hombre debe saber sobre la mujer con la que va a tener un hijo? Él asintió con la cabeza, pensativo. —Sí, supongo que es algo que debería saber porque… a lo mejor el niño hereda el pelo rizado —rió Luke por fin—. Pero no es un requisito importante para acostarse con alguien. Haley dejó escapar un suspiro. —Mira, yo sé cómo te gusta el café. ¿Sabes tú cómo lo tomo yo? —No. —Pues es algo que saben la mayoría de las parejas antes de casarse y, por supuesto, antes de tener un hijo. Y, para tu información, no tomo café porque no me gusta. —No me había dado cuenta —murmuró él—. Pero creo que tengo el remedio para solucionar lo de conocernos el uno al otro. —¿Qué remedio milagroso se te ha ocurrido? —Vamos a ir a las montañas, a Carolina del Norte. Y mientras vamos en el coche haremos turnos haciendo preguntas —Luke parecía muy satisfecho consigo mismo mientras tomaba la bandeja—. Después del viaje nos conoceremos perfectamente. —Pero creí que pensabas quedarte aquí todo el fin de semana —le recordó ella, fascinada por el movimiento de sus músculos mientras sujetaba la bandeja. —Eso fue antes de saber que eras virgen. —¿Qué tiene eso que ver? —preguntó Haley, saltando de la cama. Luke dejó escapar una especie de gruñido y cerró los ojos. —¿Qué pasa? —¿Tú sabes lo sexy que estás con mi camisa? ¿O lo excitante que es para mí saber que no llevas nada debajo? —No, la verdad es que no —murmuró Haley, preguntándose si sabría lo sexy que estaba él sin camisa.
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—La razón por la que tenemos que salir un rato de aquí es que, si no lo hacemos, voy a meterte en la cama otra vez y a hacerte el amor hasta que los dos estemos exhaustos. Y no sería buena idea en este momento. ¿No sería buena idea? ¿Habría cambiado de opinión sobre lo de dejarla embarazada inmediatamente? —¿Por qué no? ¿No es un requisito para tener un hijo? —Cariño, nada me haría más feliz que hacerte el amor todo el día y toda la noche —Luke sacudió la cabeza—. Pero tú eres nueva en esto y supongo que debe dolerte un poco todavía. Si esperamos hasta la noche, puede que no sea tan incómodo. Haley sintió que sus mejillas ardían. Ella no estaba acostumbrada a hablar de cosas tan personales… —Sí, bueno… no lo había pensado. —Haremos el amor esta noche —Luke le dio un beso antes de colocarse frente a la puerta—. Y ahora, hazme un favor: ve a la habitación y vístete. Nos iremos en cuando traigan el coche de la agencia. Pero cuando Haley iba a pasar a su lado, él negó con la cabeza. —Deja que pase yo primero. —¿Por qué? —Porque si caminas delante de mí, acabaré… en fin, con ciertos problemas. Y no creo que la señora Beck pudiera soportar el susto de verme en tales condiciones. —Eso la traumatizaría más que verme envuelta en una sábana — bromeó Haley. —Conociendo a la señora Beck, seguro. Mientras lo seguía por la escalera, Haley experimentó cierta satisfacción al saber que se sentía atraído por ella. No era tan tonta como para creer que algo había cambiado en su relación, pero si la deseaba ahora, quizá algún día empezaría a quererla de verdad.
En el aparcamiento de Chimney Rock, en Carolina del Norte, Haley admiró las verdes montañas que rodeaban el parque natural. —Ahora entiendo por qué eligieron este sitio para rodar varias películas, es precioso. ¿Te imaginas lo maravilloso que sería hacer una excursión por aquí? —¿Acabo de descubrir algo más sobre ti? —sonrió Luke—. ¿Te gusta hacer excursiones por la montaña? —No, ya no, pero solía ir de excursión cuando era más joven. —A ver si lo adivino: a uno de tus novios de la universidad le gustaba la naturaleza.
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—No, qué va —rió Haley. Algunos de ellos no hubieran ido a un sitio que no tuviese aire acondicionado—. Mi pasión por la montaña empezó en el instituto, cuando me apunté en un club de montañeros. —Ah, qué interesante. —¿Y a ti? ¿Te gusta la naturaleza? Y no me digas que te gusta visitar las obras porque eso no cuenta. —Pero cuando voy a visitar una obra estoy al aire libre —rió él—. Y me gusta ver cómo se desarrolla cada proyecto. —Bueno, pero eso es algo que ya sé. Estábamos hablando de lo que no sabemos. —Sí, es verdad —asintió Luke, pensativo—. Yo solía ir de acampada a la sierra con mi hermano, pero en los últimos años los dos hemos estado muy ocupados. —¿Y lo pasabas bien? —Muy bien, íbamos a pescar y charlábamos sobre lo que estábamos haciendo para prosperar en la vida. —Pues deberías encontrar tiempo para hacerlo otra vez —lo animó Haley. Desde luego, si ella tuviera hermanos, pasaría mucho tiempo con ellos—. Ya sabes que la vida pasa volando. —Lo tendré en cuenta —sonrió él, saliendo del coche para abrirle la puerta—. ¿Y tú, también tienes alguna tradición familiar? —Yo soy hija única. —¿En serio? No lo sabía. Antes de que pudiera seguir preguntando sobre su familia, Haley señaló una osa que caminaba con sus dos cachorros por el parque natural. —¡Mira, Luke! Son preciosos. —Sí, bueno, si te gustan los animales peludos y con dientes enormes… —A mí me gustan todos los cachorros. —¿Los de cocodrilo también? Esos no tienen pelo, pero sí tienen muchos dientes —rió Luke, tomándola por la cintura—. ¿También te parecen preciosos? —Bueno, puede que no sean tan dulces como un osito, pero seguro que sus madres los encuentran guapísimos. Él la miró durante unos segundos antes de capturar sus labios en un beso tan tierno que casi llevó lágrimas a sus ojos. Cariñoso y dulce, Luke exploraba su boca como si de verdad estuviera loco por ella… hasta que el beso se volvió apasionado, ardiente, y Haley sintió que la tierra se abría bajo sus pies.
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—Creo que sería mejor que volviéramos —suspiró él después, apartándose—. Si no, voy a tener que hacerte el amor aquí mismo. Además, hay otro sitio que quiero que veas. —¿De verdad? ¿Qué sitio? —Ya lo verás. Dos horas después entraban en el pasillo mecánico del acuario de Gatlinburg, con paredes de cristal, y eran inmediatamente rodeados por miles de acuáticas criaturas. —Es precioso, Luke —sonrió Haley—. Es como estar bajo el agua. —¿Te parece interesante? —Mucho —dijo ella, observando a una pareja de peces de color naranja—. Mira, son monísimos. —¿Monísimos? Nunca habría asociado ese adjetivo con los peces —rió Luke—. A ver si lo adivino: estás pensando en esa película de dibujos animados… Buscando a Nemo. —¿La has visto? —Mi hermana Arielle insistió en que la lleváramos al cine a verla — suspiró él—. Era un regalo de cumpleaños, así que no tuve más remedio. —¿Y te gustó? —Sí, claro, es una buena película para niños —comentó Luke, mirando a un perezoso tiburón—. Pero prefiero los thrillers psicológicos o las películas de acción. —Pero no son para niños —le recordó ella—. Y me temo que vas a tener que ver muchas películas de dibujos animados cuando nazca el nuestro. Luke arrugó el ceño, como si lo hubiera pillado por sorpresa. —¿Por qué no te encargas tú de ese tipo de cosas? —¿Por qué no lo hacemos juntos? —sugirió Haley—. ¿No crees que al niño le gustaría más? Tú quieres que tu hijo crezca sano y feliz, ¿no? —Sí, claro, pero la verdad es que no había pensado mucho en cómo iba a criarlo. Aunque la verdad es que sería buena idea que hiciéramos las cosas juntos. Satisfecha con la respuesta, Haley decidió darle otra cosa más en qué pensar: —Y sabrás que el niño podría ser una niña. —Ah, eso es algo que no había tenido en cuenta. Había pensado que mi heredero sería un niño… —¿Y te importaría si fuera una niña?
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—No, en absoluto. Conozco a muchas empresarias y podría decir que son mejores que los hombres; más trabajadoras, desde luego —sonrió Luke—. Y tú vas a ser una madre estupenda, Haley. —¿Lo crees de verdad? —Lo creo de verdad. ¿Qué te parece si volvemos a la cabaña? Es hora de que dejemos de hablar sobre el niño y empecemos a hacerlo. Varias horas después, mirando el cielo nocturno desde el balcón de la cabaña, Luke observó una estrella fugaz que desaparecía tras el monte LeConte mientras pensaba en lo que había hecho aquel día. En realidad había sido el día más fascinante y, al mismo tiempo, más frustrante de su vida. Y Haley era completamente responsable de ello. Por un lado se sentía intrigado por las cosas que había descubierto sobre ella. Ahora sabía que su color favorito era el lavanda, que no podía resistirse al chocolate y que tenía debilidad por los niños, fueran humanos o animales. Luke sonrió al recordar su reacción al ver a la osa con sus cachorros. Y lo curioso era que él se había sentido feliz al compartir ese momento con ella. Iba a ser una madre maravillosa y estaba convencido, ahora más que nunca, de que había elegido a la persona perfecta. Pero, por otro lado, el día había sido un infierno. Estaba viendo rasgos de su personalidad en los que no se había fijado antes; lo dulce y femenina que era su voz, por ejemplo. Lo guapa que era cuando sonreía y lo sensuales que eran sus movimientos. Había pasado cada minuto en estado de perpetua excitación y en lo único que podía pensar era en volver a la cabaña, quitarle la ropa y hacerle el amor durante toda la noche. Y eso era lo que lo tenía desconcertado. Después de hacer el amor con ella había empezado a pensar menos en dejarla embarazada y más en darle placer. De hecho, era la propia Haley quien le recordaba al niño y que debían compartir la responsabilidad de criarlo. —La señora Beck y yo hemos terminado de limpiar la cocina —oyó su voz entonces, tras él—. Se marcha, pero volverá mañana por la mañana para hacer el desayuno. Luke miró por encima de su hombro. Estaba guapísima con la blusa amarilla y los pantalones grises, pero le gustaba más sólo con su camisa. O mejor, sin nada en absoluto. —No tenías que ayudar a la señora Beck. Le pago para que haga el trabajo. Haley se encogió de hombros. —Estoy acostumbrada a hacerlo. Cuando era pequeña, también ayudaba al ama de llaves de mi padre. Eso lo sorprendió. Era la primera vez que hablaba de sí misma.
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—Entonces, vienes de una familia acomodada. —Mi padre no era rico, pero sí acomodado —Haley se encogió de hombros. —¿Y tu madre? —Mi madre se marchó hace mucho tiempo —dijo ella, cruzándose de brazos. Su postura defensiva y la seriedad de su rostro lo sorprendieron. —No tenemos que hablar de ello si no quieres. Mientras la tomaba entre sus brazos, Luke se preguntó qué le habría pasado a su madre. Y, al recordar su expresión en el acuario, cuando le preguntó si le importaría que tuvieran una hija, se preguntó también cómo habría sido la relación con su padre. Pero su curiosidad tendría que esperar porque estaba claro que no quería hablar del tema en ese momento. Y lo entendía. La rabia y el resentimiento causados por la ausencia de un padre era algo que él había vivido en sus carnes. Además, no tenía intención de estropear un día tan bonito. —¿Por qué no te metes en el jacuzzi y te relajas un rato antes de irnos a la cama? —No puedo —dijo ella, echándole los brazos al cuello—. No he traído bañador. Luke mordisqueó el lóbulo de su oreja. —No tenemos que ponernos bañador. De hecho, creo que sería mucho mejor bañarnos desnudos. —No, de eso nada. Si no he sido capaz de quitarme la sábana esta mañana, ¿qué te hace pensar que voy a bañarme desnuda en el jacuzzi? —Bueno, para empezar es de noche. Y estamos solos en esta zona de la montaña. Además, prometo no mirar hasta que estés dentro del agua. —No te creo —dijo Haley. —Y haces bien —rió Luke—. Porque no iba a poder cumplir esa promesa. —Me lo imaginaba. Pero podría dejarme puesta la ropa interior — sugirió Haley, enredando los dedos en su pelo oscuro. Su repentina audacia, el brillo de sus ojos… todo se confabulaba para convertirlo en cenizas. —Yo tengo una idea mejor, cariño —dijo Luke, tomándola en brazos para llevarla al dormitorio—. ¿Por qué no nos saltamos esa parte y nos vamos directamente a la cama?
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Capítulo 6 Haley le echó los brazos al cuello mientras la llevaba al dormitorio. Habían pasado un maravilloso día juntos, con momentos que no olvidaría nunca. Y si antes no hubiera estado segura de que lo amaba, desde luego lo estaba ahora. Cuando la dejó en el suelo, al lado de la cama, y alargó una mano para encender la lamparita de la mesilla, el corazón de Haley parecía querer salirse de su pecho. No había anticipado que fueran a desnudarse el uno delante del otro con la luz encendida. Pero, aparentemente, eso era lo que Luke tenía en mente mientras se inclinaba para quitarse zapatos y calcetines. —Si nos hubiéramos metido en el jacuzzi sin ropa, no habrías mirado bajo el agua, ¿verdad? —murmuró ella, nerviosa. —Por supuesto que sí, cariño —sonrió Luke, travieso. —¿Sabes una cosa? Creo que yo también lo hubiera hecho —admitió Haley entonces. —Supongo que eso significa que ahora te encuentras más cómoda conmigo. —Sé que te parece ridículo que me dé vergüenza, pero es que sólo conocías a Haley Rollins, la ayudante ejecutiva que lleva la oficina. Y yo quería que conocieras a Haley Rollins, la mujer. —Y yo me alegro mucho de haberte conocido —murmuró él deslizando las manos por sus costados—. Eres tan cálida, tan dulce… y tan sexy que no puedo apartar las manos de ti. Cuando se apoderó de su boca, el corazón de Haley se animó. Quizá aún había esperanzas paras ellos. A lo mejor, con el tiempo, Luke podría aprender a quererla. Pero cuando sus firmes labios empezaron a explorar los suyos con una ternura que le robaba el aliento se perdió a sí misma en el beso y abandonó toda especulación sobre el futuro. Lo único que importaba era que estaba entre sus brazos y que era maravilloso. Apartándose lentamente, Luke dejó de besarla para mirarla a los ojos. —¿Por qué no te pones más cómoda? —sugirió, desabrochando el primer botón de su blusa. Y su prometedora sonrisa la hizo sentir un cosquilleo por todo el cuerpo—. ¿Tú sabes cómo voy a disfrutar quitándote la ropa? —No… no lo sé —murmuró Haley. Los dedos masculinos rozaron su pecho al desabrochar el segundo botón y, de repente, le pareció que la habitación se había quedado sin aire. —¿No has pensado cómo sería quitarme a mí la ropa?
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Cada noche durante los últimos cinco años, pero no iba a decirlo en voz alta. —Estoy pensándolo ahora. Cuando terminó con los botones de la blusa y apartó la seda de sus hombros, Haley se preguntaba si algún día volvería a respirar. El roce de sus manos era tan sensual… Pero cuando pensaba que iba a quitarle el sujetador para tocarla como lo había hecho mientras hacían el amor, Luke la sorprendió. —Esto debería ser más equilibrado, cariño —le dijo, tomando sus manos para ponerlas sobre su torso. No sólo estaba intentando ayudarla a sentirse más cómoda, también estaba animándola a explorar su cuerpo. —Creo que me va gustar —murmuró, mientras desabrochaba el primer botón de su camisa. —Y yo creo que me va a matar —dijo él. —¿No te gusta lo que hago? —musitó Haley, inclinando la cabeza para besar su torso—. ¿Quieres que pare? —No, no… no se te ocurra. Lo que haces me encanta, pero si sigues, voy a terminar antes de que empecemos. —Y eso no estaría bien —sonrió ella, tirando de los faldones de la camisa. —No, no estaría nada bien —Luke la mantenía cautiva con su mirada mientras alargaba las manos para desabrochar el sujetador—. Eres preciosa, Haley. No quiero que lo dudes nunca. Debía haber esperado que se tapara con las manos porque, antes de que tuviese oportunidad de reaccionar, la aplastó contra su pecho. El roce del vello oscuro contra sus sensibles pezones era tan sensual, tan increíblemente excitante… Haley no quería que terminase nunca. Y, aparentemente, las sensaciones eran igualmente intensas para él porque un gruñido escapó de su garganta. —Ha sido un error. —¿Por qué dices eso? —Haley estaba sorprendida de que sus cuerdas vocales funcionasen. Deslizando las manos por su espalda, Luke agarró su trasero, apretándola contra su entrepierna. —Me pones más duro que el granito. Te deseo tanto que estoy a punto de explotar. Una espiral de calor recorrió su cuerpo hasta quedarse entre sus piernas. Haley no podía hablar. Debilitada por el urgente deseo, se agarró a los bíceps de Luke para mantenerse en pie.
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—Me gustas tanto… —siguió él, inclinando la cabeza para besar el nacimiento de sus pechos. Mientras Luke bajaba la cremallera de su pantalón gris, ella desabrochó el cinturón y el primer botón de sus vaqueros. Luego, sintiéndose más audaz que nunca en toda su vida, desabrochó el segundo y el tercero. —Parece que estamos… —su corazón dio un salto cuando tocó el bulto que parecía querer escapar de los calzoncillos— quitándonos la ropa el uno al otro. Sus ojos se encontraron y el ansia que vio en las pupilas azules envió un escalofrío de anticipación por su espalda. —Haley, antes de que termine la noche quiero que conozcas cada centímetros de mi cuerpo como yo voy a conocer cada centímetro del tuyo —le dijo, su voz más ronca y más sexy que nunca. Después de quitarse pantalón y calzoncillos a la vez, se irguió, orgulloso, delante de ella. Y Haley supo que estaba intentando hacer que perdiese la timidez. Su mirada se deslizó lentamente desde los abdominales marcados a las delgadas caderas… y más abajo. Pero al ver su erguido miembro rodeado de vello oscuro no pudo evitar una exclamación. —Oh, Dios mío. Y el brillo en los ojos de Luke la hizo sentir como si fuera la mujer más deseable del mundo. —Te doy mi palabra de que hacer el amor será más fácil ahora, cariño —le prometió—. Sólo quiero darte placer. Incapaz de encontrar palabras adecuadas para expresar lo que sentía, Haley se limitó a asentir con la cabeza. —¿Tú sabes por el infierno que he pasado hoy sabiendo lo que se esconde bajo tu ropa? —le preguntó Luke, cuando sus pantalones y sus braguitas acabaron en la pila de ropa en el suelo. —Yo no sabía… —Vamos a la cama, mientras aún nos queden fuerzas —le advirtió él. —Sí, seguramente será buena idea. El mundo pareció girar sobre su eje cuando la tomó en brazos para dejarla sobre la cama. Mientras se estiraba a su lado, Haley se preguntó si estaría pensando en hacer el amor con ella o simplemente en dejarla embarazada. Pero el ardor que veía en sus ojos azules la hizo olvidar el propósito de su unión y concentrarse en cómo la hacía sentir. Cuando empezó a acariciar sus pechos, apretando la sensible punta con dos dedos, Haley dejó escapar un gemido de puro placer. —¿Te gusta? —murmuró Luke, mientras la besaba en el cuello. —Sí, mucho.
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—¿Quieres que haga algo más? —Si no lo haces, me volveré loca —gimió ella. Necesitaba sus caricias como necesitaba los latidos de su corazón. El ansia abrumadora que sentía entre las piernas se convirtió en un vacío que tenía que ser llenado de inmediato cuando él empezó a acariciar el pezón con la lengua mientras la tocaba íntimamente. Y cuando introdujo dos dedos fue como si alguien hubiera hecho explotar un despliegue de fuegos artificiales. Deseando darle el mismo placer, Haley puso las manos sobre su torso para acariciar los firmes pectorales, deslizándola luego hasta su vientre. Pero, sin saber si debía tocarlo como la estaba tocando él, se detuvo. —Sigue, cariño, te prometo que no me voy a romper —le aseguró Luke, tomando su mano para guiarla. Haley se tomó la libertad de rozar la aterciopelada punta y explorar lo suave que era… pero, de repente, Luke apartó su mano. Sin dejar de mirarla a los ojos, y sin decir una palabra más, separó sus piernas con una rodilla y se colocó entre sus muslos. —Sólo placer esta vez, te lo prometo. Confiando en él como no había confiado en ningún otro hombre, Haley ni siquiera sentía aprensión. Quería que la amase, que la llevase al mismo sitio al que la había llevado por la mañana. Entonces sintió la punta del miembro masculino rozando la entrada de su húmeda cueva. —Hazme el amor, Luke. Te necesito dentro… ahora. Su corazón parecía latir a un ritmo voluptuoso, desconocido para ella, mientras empezaba a penetrarla. Rodeando sus hombros con los brazos, Haley disfrutó de la sensación de convertirse en un todo con el hombre al que amaba. Cuando sus cuerpos estaban unidos, cerró los ojos y se perdió en la intimidad de los movimientos. Era como si no hubiese ni principio ni final mientras ola tras ola de placer empezaban a consumirla. Sintiendo que estaba llegando al final, Luke aumentó las embestidas y, de repente, Haley se liberó del deseo que la mantenía cautiva. Disfrutando de las deliciosas, y nuevas, sensaciones, se agarró a él en un esfuerzo por prolongar el placer. Luego, de repente, sintió que Luke se quedaba muy quieto un momento antes de dejarse caer sobre su pecho. Haley intentaba no pensar en la temporalidad de su situación, pero le resultaba imposible. ¿Seguiría deseándola después de quedar embarazada o se volvería impaciente y terminaría con su acuerdo de forma prematura? ¿Decidiría buscar a otra mujer para tener el hijo que los dos deseaban, pero por diferentes razones? Cansada, se obligó a sí misma a terminar con las especulaciones. Sus preguntas encontrarían pronto respuesta pero, hasta entonces, guardaría
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cada recuerdo para las frías y solitarias noches que la esperaban cuando se hubiera separado de Luke. Soltando una retahíla de palabrotas, Luke saltó de la cama y buscó a toda prisa sus vaqueros en la pila de ropa tirada en el suelo. ¿Quién demonios podía llamar a esas horas de la noche? ¿Y por qué no podía encontrar el maldito teléfono? —¿Tú sabes qué hora es? —le espetó a quien fuera cuando por fin encontró el móvil. —Me da igual la hora que sea, tenemos que hablar. Al escuchar la voz de su hermano, Luke dejó escapar un gemido. —Espero que sea importante, Jake. —Es importante, tiene que ver con Arielle. —¿Qué le pasa? ¿Ha tenido un accidente, le ha ocurrido algo? — preguntó Luke, nervioso. —No lo sé. Ella dice que no pasa nada, pero cuando la llamé esta mañana estaba llorando. Otra vez. —¿Otra vez? ¿Quieres decir que ha ocurrido antes? —Sí. —¿Y por qué no me lo habías contado? —Porque me suplicó que no te dijera nada —contestó Jake—. Y yo pensé que sería… no sé, una de esas cosas de las mujeres cuando se ponen emotivas. Luke miró hacia atrás para comprobar si Haley estaba despierta, pero cuando la vio durmiendo apaciblemente devolvió toda su atención a Jake y al problema que tenían entre manos. Arielle era una persona feliz y no lloraba nunca, a menos que tuviera una buena razón para ello. —¿Cuántas veces ha pasado? —Dos veces —contestó su hermano—. Y los dos sabemos que Arielle no es así. —¿Te ha contado por qué lloraba? —preguntó Luke, saliendo de la habitación y cerrando la puerta sin hacer ruido. —Le he preguntado, pero no quiere contármelo. Y eso es lo que me preocupa. Arielle nunca nos ha escondido nada —la frustración de Jake era evidente—. Lo único que me ha dicho es que yo no podía ayudarla y que ella misma lo solucionaría. Ella no era así. Desde que aprendió a caminar, Arielle siempre lo había compartido todo con sus hermanos mayores y jamás había dudado en acudir a alguno de ellos, o a los dos, cuando tenía un problema. —A lo mejor se arrepiente del trato que insistió en que hiciéramos con Emerald Larson —sugirió Luke. Porque también él había tenido sus dudas.
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—No, no es eso —dijo su hermano—. La semana pasada me dijo que había dejado su trabajo y estaba deseando mudarse a Dallas. Luke permaneció en silencio unos segundos, pensando qué podía pasarle a su hermana. —¿No lloran las mujeres a veces, cuando tienen la menstruación? —¿Y yo qué sé? ¿Te acuerdas de cuando Arielle estaba en la pubertad? No sabíamos qué decirle y acabamos pidiéndole a nuestra secretaria que hablase con ella —suspiró Jake—. Pero como ninguno de los dos tiene una esposa que pueda echar una mano, ¿quieres que le diga a tu ayudante que la llame por teléfono? Siempre que hemos ido a Nashville a verte me pareció que se llevaban muy bien. Luke respiró profundamente. Había pensado llamar a Jake para hablarle de su boda con Haley, pero ya que tenía a su hermano al teléfono quizá no sería mala idea contarle la verdad. —Bueno, sobre el tema de la esposa… en fin, la verdad es que me he casado este fin de semana. —¿Qué? ¿Se puede saber por qué no me lo has contado antes? —Porque tomé la decisión la semana pasada… —¿Y cómo se te ha ocurrido…? ¿Es que no me escuchas cuando te hablo de los terribles divorcios que llevo en el despacho? Luke le explicó sus razones para buscar un heredero, pero omitió el nombre de Haley cuando le habló del acuerdo al que habían llegado. Su hermano llevaba años tomándole el pelo porque, según él, había contratado a Haley para darle un toque de belleza y clase a la oficina. Qué curioso que Jake hubiese notado años antes lo que Luke había descubierto aquel fin de semana. Claro que Jake siempre había sido un gran admirador de la belleza femenina. —¿Seguro que puedes confiar en esa mujer? —le preguntó—. ¿Desde cuándo la conoces? —Desde hace cinco años. Y no tengo ninguna razón para no confiar en ella —respondió Luke, pensando entonces que nunca había puesto toda su fe en una mujer como hacía con Haley. —Ojalá tuviese un dólar por cada vez que alguien me ha dicho eso — suspiró su hermano—. Habrás firmado un acuerdo de separación de bienes, ¿verdad? Por favor, dime que lo has firmado. —Pues claro que sí. —Deberías habérmelo enviado por fax para que le echase un vistazo. —Lo hubiera hecho, pero es que tenía que casarme antes de que ella cambiase de opinión. —¿Y qué si hubiera cambiado de opinión? Seguro que habrías podido encontrar a otra mujer dispuesta a tener un hijo contigo —dijo Jake—. Y seguramente no tendrías que haberte casado.
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—No, yo no quería a nadie más. Esta mujer es perfecta para mí. —Bueno, pues ahora que eres un hombre casado, supongo que no te molestará que intente conquistar a esa dulce ayudante tuya, ¿no? Ya sabes que me gustó desde el primer día. —Te aseguro que a su marido no le haría mucha gracia —replicó Luke, más enfadado que nunca, aunque no sabía bien por qué. Se decía a sí mismo que era porque Jake era un notorio donjuán y cambiaba de novia como otros cambiaban de camisa. Pero la verdad era que no podía soportar la idea de que otro hombre tocase a Haley. —Espera un momento… Haley es mi nueva cuñada, ¿a que sí? Aún intentando entender el extraño sentimiento protector que amenazaba con consumirlo, Luke se pasó una mano por el cuello para aliviar la tensión. —Sí, es ella. Su hermano soltó una carcajada. —Me preguntaba cuánto tiempo tardarías en darte cuenta de que es una joya. —Ya te he dicho que el propósito de este matrimonio es tener un heredero. Sólo es algo temporal. Jake rió como una hiena. —Sí, claro, tú sigue intentando convencerte de eso, hermanito, a lo mejor al final te lo crees. De haber podido meter la mano por el teléfono, Luke hubiese estrangulado a su hermano. —No te hagas el listo, Jake. —¿Qué le voy a hacer? Es que soy listo —afirmó él, tan tranquilo. —Bueno, ya hemos hablado de mí más que suficiente. ¿Podemos seguir hablando del problema de Arielle? —¿Por qué no la llamas por teléfono? A lo mejor tú puedes enterarte de lo que le pasa. —La llamaré cuando llegue a Nashville y, si me entero de algo, te lo haré saber. —Muy bien. Y, mientras tanto, dile a tu esposa que su cuñado favorito le da la bienvenida a la familia. —Sólo es temporal, Jake. —Sí, claro, por supuesto. —Cállate ya. —Si es temporal, supongo que no te molestará que le dé un beso cuando vuelva a verla, ¿no? Luke sabía que le estaba tomando el pelo, pero daba igual.
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—Inténtalo y te mato. Al oír la risotada de su hermano cortó la comunicación y, entrando en el dormitorio, tiró el móvil sobre la pila de ropa. No sabía con quién estaba más enfadado, si con Jake o consigo mismo. En realidad, Jake estaba siendo el de siempre. Era él quien parecía haber cambiado. Él quien, abandonando su habitual reserva, mostraba el mismo autocontrol que un toro enfurecido. Lo que no podía entender era por qué le molestaban tanto las bromas de su hermano. Y por qué, cuando Jake mencionó la posibilidad de darle un beso a Haley, había estado a punto de subirse por las paredes. Pero cuando la vio, profundamente dormida, abandonó toda especulación. Tenía una mujer cálida y preciosa en su cama y cosas más placenteras en mente que el irritante sentido del humor de su hermano.
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Capítulo 7 Una semana después de su retorno a Nashville, Haley tomó una carpeta y se dirigió al despacho de Luke. —He terminado el informe sobre el edificio Robinson y parece que va a costar cien mil dólares por debajo de lo presupuestado, quizá un poco más. —Ah, me alegra saberlo —dijo él, sin levantar la mirada del ordenador —. Cierra la puerta, por favor. Anticipando una explicación confidencial sobre alguno de los proyectos de la constructora, Haley hizo lo que le pedía y se sentó en uno de los sillones frente al escritorio. Una vez de vuelta en Nashville trabajaban como lo habían hecho siempre. Luke seguía siendo el jefe adicto al trabajo y ella la ayudante ejecutiva en la que se apoyaba para que todo fuera sobre ruedas. Para la gente, nada había cambiado. Incluso iban a trabajar cada uno en su propio coche. Pero en casa era otra historia; cuando estaban solos en la mansión Luke era cálido, divertido y un amante absolutamente insaciable. Y ella era el objeto de sus atenciones desde que cerraban la puerta hasta que se iban a trabajar a la mañana siguiente. —Quiero que veas algo —dijo él entonces, señalando la pantalla de su ordenador. Haley se levantó para mirar y, al hacerlo, comprobó que la pantalla estaba apagada. Pero antes de que pudiera preguntar, Luke la sentó sobre sus rodillas. —¿Se puede saber qué haces? —exclamó, disimulando la risa—. ¿Y si viene alguien y ve la puerta cerrada? —Nadie pensará que es algo raro —dijo él, mordiendo su cuello—. Yo soy el jefe y tú mi ayudante ejecutiva. Es normal que tengamos la puerta cerrada de vez en cuando. —Sí, pero… Haley no pudo terminar la frase porque Luke se había apoderado de su boca. Aún no le habían dicho a nadie que estaban casados, pero no le sorprendía saber que le había contado a Jake lo de su acuerdo. Siendo hermanos gemelos, suponía que debían compartir un lazo especial. Cuando metió la lengua en su boca para jugar con la suya, un río de fuego líquido recorrió sus venas, provocando algo parecido a una descarga eléctrica entre sus piernas. Luke colocó sus brazos sobre sus hombros para poder acariciar sus pechos y, emitiendo un gemido, Haley se arqueó para disfrutar de las caricias. Una pena que estuvieran en la oficina.
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—¿Estás pensando lo que yo estoy pensando? —le preguntó Luke cuando por fin se apartó. —No sé qué tienes en mente, pero seguro que vas a decírmelo — suspiró ella, intentando ordenar sus pensamientos. —Estoy pensando que me gustaría llevarte a casa a comer. —¿De verdad? ¿Y qué hay de menú? —preguntó Haley, mirándolo con expresión inocente. —Tú. El deseo que había en sus ojos azules hizo que su estómago diera un saltito. —Me encantaría ir a comer a casa contigo, pero tenemos un almuerzo con Ray Barnfield para revisar el presupuesto de su nuevo edificio y dudo que le hiciera gracia cambiarlo para otro día —le recordó ella. —Maldita sea, se me había olvidado —suspiró Luke—. No, no podemos cambiarlo para otro día. Hemos trabajado mucho para conseguir este proyecto y no quiero arriesgarme a perderlo. —Quieres que vaya contigo, supongo. —Sí, claro, tú le explicas el presupuesto y luego yo cerraré el trato. Durante los últimos cinco años ésa había sido su manera de trabajar y siempre había sido muy efectiva. —Voy a sacar el informe de Ray —suspiró Haley, intentando levantarse. Pero él no se lo permitió. —¿Dónde crees que vas? —Hemos quedado a la una —le recordó Haley, dándole un beso en la mejilla—. Y si esperas que firmemos el contrato, antes tengo que echarle un vistazo al informe. Luke, por fin, dejó que se pusiera de pie. —Además de preparar la reunión, hay algo más que quiero que hagas. —¿Qué? —Cancela mis reuniones para el resto del día y dile a Ruth Ann que ocupe tu sitio por la tarde. Haley sabía por qué estaban tomándose la tarde libre, pero se sintió obligada a preguntar: —¿Hay alguna razón para que no vengamos a trabajar esta tarde? —Cuando salgamos del restaurante nos iremos a casa… para tomar el postre —contestó él, su sonrisa prometiéndole una tarde de éxtasis—. Tenemos que hacer un niño, cielo. Y yo estoy disfrutando inmensamente con ese proyecto.
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Con cuidado para no despertarlo, Haley saltó de la cama y buscó el albornoz, a tientas. Cuando salió a la terraza del dormitorio principal, las lágrimas rodaban libremente por su rostro mientras pensaba en todo lo que había ocurrido aquel día. La reunión con el cliente no podía haber ido mejor. Juntos, Luke y ella habían presentado el plan de trabajo y, al final del almuerzo, Ray había firmado el contrato para que la constructora Garnier levantase su nuevo rascacielos. Y después pasaron el resto de la tarde y parte de la noche haciendo el amor. Pero para ella el día había sido agridulce. Cuando llegaron al restaurante, Luke no la presentó al cliente como Haley Garnier, sino como Haley Rollins, su ayudante ejecutiva. Sabía que no estaba siendo razonable, pero le dolía pensar que estaba casada con el hombre al que amaba con todo su corazón y, sin embargo, él no le contaba a nadie que era su esposa. Aunque fuera sólo temporalmente. ¿Cómo podía ser tan cariñoso y considerado cuando hacían el amor y no reconocerla luego públicamente como su esposa? Apartando las lágrimas con el dorso de la mano, se acercó a la barandilla de la terraza para mirar el cielo. Sabía cuando aceptó tener ese niño que el matrimonio sólo era un medio para que Luke consiguiera un heredero. Pero ni siquiera se había molestado en comprarle un anillo. ¿Tanto le costaba referirse a ella como su esposa durante el tiempo que durase su relación? —¿Qué haces aquí? Al oír su voz, Haley intentó disimular. —Nada, es que quería respirar un poco de aire fresco. Espero no haberte despertado. —No, lo que me ha despertado es darme la vuelta y no encontrarte a mi lado. Cuando la envolvió en sus brazos, apretándola contra su torso, Haley cerró los ojos para contener las lágrimas. Daba igual cómo la presentase a la gente, se dijo, estaba en sus brazos y tendría que contentarse con eso. —¿Qué te pasa, cariño? —Nada. —No es verdad, has estado llorando. Lo noto en tu voz y quiero saber por qué —dijo Luke. Incapaz de mirarlo a los ojos por miedo a delatarse, Haley se concentró en su torso.
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—Las mujeres lloran por muchas razones. Pero no significa que ocurra algo malo… es una forma de alivio. —¿Y una de esas razones podría ser una cuestión hormonal? —Sí, a veces. —¿Crees que hemos conseguido nuestro objetivo? —Seguramente es demasiado pronto para notar los síntomas de un embarazo. Luke se quedó callado, con el ceño fruncido. —¿Qué pasa? —Jake me contó el otro día que Arielle había estado llorando, pero no quería decirle por qué. —Las mujeres no son como los hombres, Luke. No nos lo guardamos todo dentro. Hay veces que lloramos sencillamente para aliviar la tensión. —¿Es por eso por lo que llorabas tú? —Sí. Era tan buena excusa como cualquiera. Y, la verdad, estaba estresada. Pero su negativa a reconocerla como esposa era algo que no quería discutir. —Creo que sé por qué estás preocupada. —¿Ah, sí? —Supongo que es normal asustarse por un embarazo. Todos esos cambios en tu cuerpo… pero quiero que sepas que no estás sola, Haley. Al contrario que muchos hombres, yo no considero que mi trabajo haya terminado una vez que el niño ha sido concebido. Yo estaré a tu lado siempre. Haley agradecía su comprensión, pero la tensión que notaba en él la desconcertó. —¿Hay algo que no me hayas contado? Tomando su mano para llevarla hacia una de las sillas de la terraza, Luke la sentó sobre sus rodillas. —Creo haberte contado que, cuando mi madre murió en un accidente de tráfico, Jake y yo tuvimos que cuidar de Arielle. —Sí, lo sé. —¿Y sabes por qué tuvimos que cargar nosotros responsabilidad en lugar de hacerlo nuestro padre?
con
esa
—No. —Porque mi padre nunca estuvo con nosotros. Se marchó poco después de que mi madre quedase embarazada de Arielle. Lo mismo que había hecho cuando se quedó embarazada de Jake y de mí. —¿Dejó a tu madre dos veces? ¿Y cómo pudo ella soportarlo?
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—La pobre lo amaba con toda su alma y confiaba en él, pero lo único que consiguió fue tres hijos a los que criar sola y la pena de ver cómo el granuja la dejaba plantada. Haley entendió entonces la razón por la que Luke evitaba las relaciones sentimentales. Evidentemente, no quería que nadie tuviera ese poder sobre él. —Lo siento mucho, debisteis de pasarlo muy mal. Luke se encogió de hombros. —No te compadezcas de mí, yo creo que estábamos mejor sin él. Haley no sabía qué decir. Su padre no le había prestado nunca mucha atención, pero al menos le dio un techo y unos estudios. Aparentemente, el padre de Luke no se había molestado en eso siquiera. —Pero la historia no termina ahí —siguió él, mirando hacia el oscuro jardín—. Hace poco descubrimos que mi madre no había sido la única mujer que sufrió las mentiras de ese sinvergüenza. —¿Qué quieres decir? Él suspiró pesadamente. —Que tengo tres hermanos, todos de madres diferentes. —Vaya, parece que tu padre era de los que piensan en pasarlo bien y no mirar atrás, ¿eh? —Desde luego. Y creo que Jake y yo tuvimos suerte. Al menos lo conocimos una vez, cuando teníamos diez años. Los otros no tuvieron esa oportunidad; de hecho ni siquiera sabían quién era su padre. —¿Y por qué volvió con tu madre después de tantos años? —Un día apareció de repente, la dejó embarazada y luego volvió a marcharse con toda tranquilidad. —Tu madre debía de quererlo mucho. Luke se encogió de hombros. —Supongo que sí, aunque no entiendo por qué. —Imagino que sería un seductor, uno de esos hombres que siempre consiguen lo que quieren. —Aunque Jake y yo lo vimos una vez, no sabíamos quién era. Pero hace poco descubrimos que no era el artista que decía ser… y que ni siquiera usaba su nombre auténtico. No era más que un mujeriego irresponsable forrado de dinero. —¿Y cómo encontrasteis a vuestros hermanos si ellos no sabían el nombre de su padre? —Cuando murió en un accidente de barco en el Mediterráneo, nuestra abuela materna contrató a un equipo de detectives privados para investigar la vida que había llevado el donjuán de su hijo… y descubrió que tenía un montón de nietos.
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—Pues debió de llevarse una sorpresa mayúscula —suspiró Haley—. La pobre no pudo veros crecer. —No te preocupes por ella, no es la típica abuelita encantadora —dijo Luke, dejando bien claro que no sentía piedad alguna por ella—. De todas formas, seguramente no habría tenido tiempo para nosotros cuando éramos niños —añadió, acariciando su pelo—. Pero ahora que yo te he contado mis secretos familiares, ¿por qué no me hablas de los tuyos? ¿Qué pasó con tu madre? La pregunta hizo que Haley sintiera un agujero en el estómago. Millie Sandford la había traído al mundo, pero desde luego no había sido una madre para ella. —No hay mucho que contar —empezó a decir—. Poco después de que yo naciera apareció en casa de mi padre y le dijo que iba a darme en adopción si él no me quería. —Lo siento, cariño —suspiró Luke—. Pero si no quería quedarse contigo, ¿por qué no interrumpió el embarazo? Haley se había preguntado eso mismo un millón de veces, pero nunca había encontrado una respuesta. —No lo sé. Pero imagino que pensó que iba a poder cuidar de mí y luego decidió que era demasiado difícil. O a lo mejor me dejó en casa de mi padre porque quería que yo tuviera las oportunidades que ella no podría darme. Él pasó una mano por su espalda. —Sí, podría ser. —Pero si ése es el caso, debería haber seguido en contacto con mi padre para preguntar por mí al menos. —¿Tú has intentando ponerte en contacto con ella? —Lo he pensado, pero ni siquiera sé dónde vive. Además, ¿qué podría decirle? Ah, por cierto, soy la niña a la que abandonaste —Haley sacudió la cabeza—. Si hubiera querido saber algo de mí, estoy segura de que se habría puesto en contacto conmigo. Desde luego, ella sabía dónde me había dejado. —¿Entonces creciste con tu padre? —Bueno, crecí más bien con el ama de llaves de mi padre —suspiró ella—. Mi padre siempre estaba en la oficina o de viaje, pero incluso cuando estaba en casa no parecía saber qué hacer conmigo o cómo dirigirse a mí siquiera. Por eso quien se encargaba de todo era el ama de llaves, la señora Arnold. —Vaya, parece que ninguno de los dos tiene una historia feliz que contar. —Mi padre murió hace unos años, cuando yo estaba en la universidad, así que ya nunca podremos tener una relación. —¿Por eso es tan importante para ti tener un hijo? —preguntó Luke.
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—Sí —de repente sintiéndose agotada, Haley apoyó la cabeza sobre su hombro—. No quiero que mi hijo se sienta inseguro ni un solo día de su vida. Quiero que sepa que lo quiero, que es la persona más importante del mundo para mí. Los dos se quedaron en silencio y, unos minutos después, Luke se dio cuenta de que se había quedado dormida. Entendía ahora más que nunca por qué había insistido tanto en compartir la custodia del niño. Quería proteger a su hijo de un pasado como el suyo. Abrazándola como abrazaría a un niño, se levantó de la silla y la llevó al dormitorio. Sus hermanos y él habían tenido suerte comparados con Haley. Ellos no habían tenido un padre pero, además de tenerse los unos a los otros, tenían a su madre. Desde el día que nacieron hasta el día de su muerte, Francesca Garnier se había dedicado en cuerpo y alma a sus hijos. Haley, sin embargo, no había tenido una infancia así. No había tenido a nadie que la quisiera como debía ser querido un niño. Después de dejarla en la cama la abrazó, experimentando una emoción con la que no se sentía cómodo y que no quería reconocer. Él había visto cómo sufría su madre cuando su padre rechazaba su amor y no pensaba arriesgarse a ese tipo de desolación. Haley era una mujer fabulosa que tenía mucho amor que dar y que merecía un hombre con la misma capacidad de amor. Desgraciadamente, él no era ese hombre.
—Espere un momento, señor Garnier, se va a poner la señora Larson. Luke levantó los ojos al cielo al oír la voz del estirado ayudante personal de Emerald Larson, Luther Freemont. —Lucien, me alegro mucho de hablar contigo —lo saludó ella—. La reunión con el equipo de dirección en Laurel fue sobre ruedas, ¿verdad? —Hubo un par de problemas con el sindicato, pero nada que no se pudiera solucionar —respondió él, preguntándose por qué su recién descubierta abuela le hacía esa pregunta cuando los dos sabían que todos sus empleados en Laurel le seguían siendo leales. —Estupendo. Me alegra saber que las cosas marchan en ese frente. —Pero no ha llamado para hablar de eso, ¿verdad? —No, en realidad no. —¿Y para qué llama entonces, señora Larson? —Considerando que eres mi nieto, ¿no te parece que deberíamos dejarnos de formalidades?
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—Nos conocimos hace unas semanas, no esperará que la llame abuela —replicó Luke—. Y ya le dije que mantener una relación en este momento sería prácticamente imposible. —Y lo entiendo —asintió ella—. Pero puedes llamarme Emerald. —Muy bien, Emerald. Y, por cierto, todo el mundo me llama Luke. —Yo prefiero llamarte por tu verdadero nombre. —Vas a hacer lo que quieras de todas formas… —suspiró él, pasándose una mano por el cuello. —Naturalmente. —Bueno, y ahora que hemos dejado eso claro, ¿a qué le debo el placer de tu llamada, Emerald? —Tengo que ir a Nashville este fin de semana porque han organizado una cena en mi honor y me gustaría mucho que acudieras. Tus otros hermanos irán y creo que es una oportunidad excelente para que os conozcáis. —Hermanastros —la corrigió Luke. —Sí, claro. Emerald, que no parecía ofenderse por su evidente hostilidad, siguió como si no pasara nada: —Arielle irá conmigo desde San Francisco y estoy segura de que tu hermano gemelo también irá desde Los Ángeles. ¿Puedo contar contigo, Lucien? Cuando aceptaron la oferta de Emerald deberían haber imaginado que habría algo más. —Tendré que mirar mi agenda. Te llamaré mañana. —Estupendo —dijo Emerald—. Te espero el sábado a las ocho en el salón de baile del hotel Gaylord Opryland. Y, por supuesto, puedes ir acompañado. —Sí, claro —suspiró Luke. —Estoy deseando volver a verte, Lucien. Hasta el sábado. Luke colgó el teléfono sacudiendo la cabeza. Tenía que reconocer una cosa: Emerald Larson sabía cómo salirse con la suya. Estaba seguro de que le habría confirmado a Jake su asistencia y a Arielle la de los dos. Pero cuanto más lo pensaba, más razones encontraba para ir a esa cena. Si iba su hermana, Jake y él podrían hablar con ella para averiguar qué le pasaba. Y no tenía la menor duda de que le pasaba algo porque llevaba dos semanas evitando sus llamadas. Después de mirar el reloj, Luke apagó el ordenador y tomó la chaqueta del respaldo del sillón. Haley se había ido una hora antes para
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hacer unos recados, de modo que era hora de marcharse. Tenía una mujer encantadora esperándolo en casa y estaba deseando volver a verla.
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Capítulo 8 —Es negativo —anunció Haley, mirando la prueba de embarazo que tenía en la mano. —¿Estás segura de que esa cosa es fiable? —preguntó Luke—. A lo mejor deberíamos comprar otra marca. —Por lo que he leído, ésta es la marca más fiable —contestó ella, leyendo las instrucciones de nuevo—. Dice que se puede hacer otra prueba unos días después, si tienes dudas sobre el resultado. —Ah, entonces puede que aún estés embarazada —sonrió Luke, quitándose el pantalón—. Y mientras tanto, lo único que tenemos que hacer es relajarnos y pasarlo bien. —Sí, seguro que tú no tienes ningún problema con eso —sonrió Haley. —No puedo evitarlo —dijo Luke, tirándose en la cama—. Eres tan deseable por las mañanas. Y cuando entras en mi despacho y… —Me parece que te entiendo —rió ella—. Me culpas a mí por tu insaciable deseo. —¿Tú sabes por qué paso tanto tiempo detrás de mi escritorio? —Supongo que porque estás trabajando. Luke negó con la cabeza. —Porque me excito cada vez que pienso en ti… y pienso en ti todo el tiempo. —¿Estás diciendo que no podemos salir juntos nunca más? —No, pero cuando estamos en público siempre pienso que me gustaría más estar en casa haciendo el amor contigo… y hablando de salir juntos, casi se me olvida: el sábado por la noche tenemos una cena en el hotel Gaylord Opryland. —¿Ah, sí? —Es una recepción en honor de Emerald Larson, pero ahora mismo no me apetece hablar del asunto —rió Luke, tirando de ella para tumbarla a su lado—. Se me ocurren cosas más interesantes. —¿Ah, sí? —Haley no podía dejar de sonreír. Aunque dejó de hacerlo cuando él empezó a acariciar sus pechos con la palma de la mano. Lo deseaba con un ansia que jamás hubiera imaginado y, sin vergüenza alguna, rozó su miembro con la mano. —Creo que uno de los dos lleva demasiada ropa —dijo él entonces. —Como eres tú el que no lleva nada, supongo que la culpable soy yo. Y, usando las dos manos de nuevo, Luke rasgó el camisón. —No me va a quedar ninguno sano —protestó Haley.
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—No creo que vayas a necesitarlos —sonrió él, poniendo las manos en la cinturilla de las braguitas—. Y tampoco vamos a necesitar esto. Mientras levantaba un poco las caderas para ponérselo fácil, una ola de deseo la recorrió. Sus fantasías no podían compararse con el escalofrío erótico que sentía cada vez que Luke le quitaba la ropa. —No sé por qué te molestas en ponértelas cada noche si sabes que voy a quitártelas. —Pero dijiste que te gustaba hacerlo. —Quitarte la ropa es parte de la diversión —Luke arrugó el ceño de repente—. Pero no quiero hablar de eso ahora. ¿Dónde estábamos antes de que quitarte o no quitarte la ropa se convirtiera en tema de conversación? —Creo que estabas diciendo que no necesito ponerme nada para irme a la cama. —No, creo que dije que pensaba demostrártelo —Luke buscó sus labios y ella cerró los ojos. La dureza de su cuerpo la excitaba como nada —. Abre los ojos, Haley. La intensa mirada masculina hizo que su corazón latiera desbocado. Deseo, urgente e innegable, brillaba en las pupilas azules, y saber que ella creaba ese deseo enviaba escalofríos de pasión por todo su cuerpo. —Tienes que prometerme algo… —¿Qué? —No quiero que cierres los ojos —dijo Luke, tomando su mano para que ella misma lo guiase—. Quiero que me mires mientras estoy dentro de ti —añadió. Y sus ojos brillaban de deseo mientras la penetraba—. Quiero ver el momento en el que te das cuenta de que no hay marcha atrás, que voy a llevarte al precipicio. —Prometo intentarlo —susurró ella, poniendo una mano sobre su pecho para sentir los latidos de su corazón. Y, en ese momento, pensó que nunca se había sentido más cerca de él. Pero cuando empezó a moverse, sin dejar de mirarla a los ojos, esa conexión se convirtió en el delicioso calambre que la hacía perder el control. Temblando por la fuerza del orgasmo, se oyó a sí misma murmurar su nombre mientras cada célula de su cuerpo se derretía de placer. Jadeando, vio que los ojos de Luke se oscurecían un momento antes de que empujase por última vez y, mientras sentía cómo se derramaba en su interior, supo que nunca amaría a ningún otro hombre como amaba a Luke Garnier.
El sábado por la noche, mientras entraban en el salón de baile del hotel Gaylord Opryland, Luke miró a Haley y se preguntó por enésima vez
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por qué había tardado tanto en ver lo preciosa que era. El pelo rubio caía sobre sus hombros como una cascada de oro y el vestido negro de escote palabra de honor acentuaba su figura femenina a la perfección. Poseía una belleza serena y aquel día estaba tan guapa como el día de su boda en Pigeon Forge, cuando alargó confiadamente su mano para… convertirse en su esposa. El corazón de Luke dio un extraño vuelco. Su esposa. Era una palabra que durante las últimas semanas había tenido mucho cuidado de evitar. —Lucien, cuánto me alegro de que hayas podido venir —lo saludó Emerald, poniendo una mano enjoyada en su mejilla—. Y veo que has venido con una jovencita preciosa. —Es mi ayudante ejecutiva, Haley Rollins —la mecánicamente—. Haley, te presento a Emerald Larson.
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—¿Cómo está, señorita Rollins? —Muy bien. Encantada de conocerla, señora Larson. —Espero que no te importe, pero tengo que robarte a mi nieto un momento —sonrió Emerald entonces—. Hay unas personas muy interesadas en conocerlo. Luke podría haberla estrangulado. No había querido contarle a Haley que Emerald Larson era su abuela. Para empezar, el suyo no era más que un acuerdo mutuo que los beneficiaba a los dos, no un matrimonio de verdad. Y, por otro, ni él mismo se había acostumbrado a la idea todavía. —Claro que no me importa —murmuró ella, aunque su expresión decía lo contrario. —Vuelvo enseguida. Luego te lo explicaré —le dijo Luke al oído. Pero Haley se apartó. El movimiento había sido muy sutil, apenas apreciable, pero él se dio cuenta. —No te preocupes por mí. Tómate el tiempo que quieras. Era evidente que se había enfadado. Y con razón. —Tu ayudante es guapísima, Lucien —comentó Emerald—. Pero intuyo que hay algo más entre vosotros. —Lo siento, pero no es asunto tuyo —contestó él, aunque no le sorprendía que se hubiera dado cuenta. Al fin y al cabo, era la todopoderosa Emerald Larson. —¿Cómo que no es asunto mío? Soy tu abuela y, naturalmente, quiero verte feliz. Si puedo ayudar en algo, no dudes en decírmelo. —Dudo mucho que necesite tu ayuda —replicó Luke, preguntándose qué demonios pensaba que podría hacer. —Tenlo en cuenta de todas formas, Lucien —insistió Emerald.
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Ese comentario, y su expresión maliciosa, hizo que se preguntara cuánto sabría sobre su acuerdo con Haley. Pero no tuvo tiempo de seguir pensando porque enseguida se encontró frente a tres hombres. —Lucien, te presento a tus hermanos: Caleb Walker, Nicholas Daniels y Hunter O'Banyon. Bueno, mientras vosotros os conocéis, yo tengo que volver un momento con el resto de los invitados. Los cuatro se quedaron mirándola mientras se alejaba por el salón de baile. —Menuda pieza, ¿eh? —rió Hunter. —Desde luego —asintió Luke. —Me alegro mucho de conocerte —dijo Caleb entonces, ofreciéndole su mano. —Lo mismo digo —sonrió Luke, estrechando su mano y la de los demás—. Por cierto, todo el mundo salvo Emerald me llama Luke. —Sí, también a mí insiste en llamarme Nicholas cuando todos me llaman Nick. —Cuando se tiene tanto dinero como ella, uno puede hacer lo que le da la gana —rió Hunter. —Me han dicho que tienes una de las constructoras más importantes del estado y que, gracias a Emerald, recientemente te has aventurado en el mundo de las segundas residencias —dijo Nick entonces. —Pues sí, es cierto. —¿Has pensado ampliar el negocio en el oeste? Le prometí a mi mujer una casa nueva por nuestro aniversario y quién mejor para construirla que uno de mis hermanos. Luke tuvo que sonreír. —Aún no me he aventurado más allá del Mississippi, pero eso no significa que no esté abierto a nuevas ideas. Si vas a estar en la ciudad unos días, podríamos quedar para hablarlo. —Yo me apunto —intervino Hunter—. Tengo un servicio de evacuación por helicóptero en el sur de Texas y me gustaría construir una oficina y un edificio donde pueda descansar el equipo… un sitio separado del hangar. —Bueno, pues yo también me apunto —sonrió Caleb—. Nunca se sabe. A lo mejor decido que me construyas algo en Nuevo México. Luke había intentando convencerse a sí mismo de que no tenía interés en conocer a sus hermanastros, pero la verdad era que se alegraba de tener la oportunidad. Además, no era culpa de nadie que se encontraran en esa situación. Bueno, era culpa de su padre, pero ya no estaba allí para dar explicaciones. —¿Qué tal si cenamos el lunes por la noche? Todos asintieron, encantados.
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—Veré si Jake puede quedarse unos días más en Nashville. —Estupendo —asintió Hunter—. Ah, creo que Callie está intentando llamar mi atención otra vez. —Sí, Alyssa también me está buscando —dijo Caleb, sonriendo a una pelirroja que le hacía señas desde el otro lado del salón. —Entonces nos vemos el lunes por la noche —confirmó Luke. Cuando se volvió para buscar a Haley la encontró frente a la mesa del bufé… con el maldito Chet Parker a su lado. ¿Qué demonios hacía aquel hombre en la recepción de Emerald? ¿Y tenía un radar conectado con Haley o qué? —Parece que el artista invitado está intentando ligar con tu mujer — se burló Jake, que acababa de aparecer a su lado. Mirar a su hermano era como mirarse en un espejo pero, en lugar de estar sonriendo, Luke estaba seguro de que él parecía a punto de cometer un asesinato. —¿Chet Parker va a cantar aquí esta noche? —Eso me han dicho —contestó Jake, tomando un sorbo de su copa—. Pero a lo mejor está buscando una nueva esposa. —Sí, he oído rumores —respondió Luke, sin dejar de mirarlo. —Yo representé a su segunda esposa durante el divorcio y te aseguro que se llevó una fortuna —le contó su hermano, aparentemente encantado consigo mismo. —Pues me alegro por ti —murmuró Luke, distraído—. Vuelvo enseguida, Jake. Ahora mismo tengo algo importante que hacer. —Si necesitas ayuda, dímelo. Luke se acercó a Haley y le pasó un brazo por la cintura. —¿Has visto a mi hermana? —He hablado con ella hace unos minutos —contestó Haley, con el tono más frío que había usado nunca. —¿Te importaría ir a buscarla? —preguntó Luke, fulminando a Parker con la mirada—. Tengo que hablar con ella. Haley no pudo disimular su indignación. —Muy bien, señor Garnier. Lo que usted diga, señor Garnier. Era evidente que estaba enfadada, pero Luke decidió que solucionaría el problema después. Por el momento, tenía que decirle un par de cosas a Casanova. —Mire, Parker, sólo voy a decírselo una vez; no vuelva a acercarse a Haley. —¿Por qué? —preguntó él, burlón—. Una chica tan dulce como Haley le hace pensar a uno en sentar la cabeza y tener hijos.
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—Lo sé, por eso me he casado con ella. Parker lo miró, perplejo. —¿Cómo sé que se ha casado con ella? ¿Es su mujer? —Acabo de decírselo. —Pero si no lleva alianza… Mientras se prometía a sí mismo solucionar ese pequeño detalle lo antes posible, Luke fulminó al hombre con la mirada. —Que lleve o no alianza es algo que no le concierne. Haley es mi mujer, así que ya puede apartarse de ella. —¿Y si no? —lo retó Parker, su sonrisa haciendo que la presión de Luke se pusiera por las nubes. —Si no, tendrá que recoger los dientes de la alfombra —le advirtió, casi esperando que le diera motivo para hacerlo. —¿Es una amenaza? —No, es un hecho. Luke se alejó antes de profundamente para controlar sabía con quién estaba más Haley no llevaba una alianza o una.
llevar a cabo su promesa y, respirando su rabia, buscó a Haley entre la gente. No enfadado, con Parker por recordarle que consigo mismo por haber olvidado comprar
En cualquier caso, Haley era su mujer y Luke Garnier no era el tipo de hombre que compartía lo que era suyo. Cuando Haley encontró a Arielle en el servicio de señoras, su enfado con Luke había sido reemplazado por una incuestionable tristeza. Seguir adelante no tenía sentido. Para él su matrimonio no sería nunca más que un medio para llegar a un fin y había estado engañándose a sí misma al pensar que eso podría cambiar. No sólo le había presentado a Emerald Larson como su ayudante ejecutiva, ni siquiera le había contado que la millonaria fuera su abuela. Y por si ésa no fuera prueba suficiente de que sólo la veía como una empleada, también la había enviado a buscar a su hermana. —Haley, ¿estás bien? —le preguntó Arielle—. ¿Quieres que vaya a buscar a Luke? Ella negó con la cabeza. —Estoy bien. Y no quiero que vayas a buscar a Luke. —Ah, ya veo. ¿Qué te ha hecho el tonto de mi hermano? —Más bien qué no me ha hecho —suspiró Haley. —Estás enamorada de él, ¿verdad? —sonrió Arielle, apretando su mano—. Por eso aceptaste el absurdo plan de tener un hijo. —¿Tú sabes lo del acuerdo?
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—Sí, lo sé. Luke se lo contó a Jake, y Jake me lo contó a mí. —Supongo que sería una sorpresa para los dos —suspiró Haley. —Conociendo a mi hermano… un poco, sí. Pero yo sé desde hace tiempo que estás loca por Luke. —¿Cómo? Siempre he tenido cuidado de esconder lo que sentía por él. Arielle sonrió. —Cuando vine en Navidad vi cómo lo mirabas. Además, las mujeres somos más intuitivas que los hombres. Podrías ponerte un cartel al cuello diciendo que le quieres y Luke no se daría ni cuenta. En general los hombres no se enteran de nada, pero Luke es peor que los demás. Aunque me alegro de que al fin se haya dado cuenta de que eres perfecta para él. Haley hizo una mueca. —Nuestro matrimonio sólo es un acuerdo entre los dos. —Eso es lo que Luke dice, pero yo no creo que sea verdad —sonrió Arielle—. He visto cómo reaccionaba al ver a Chet Parker hablando contigo. Si las miradas matasen, ahora mismo estarían llevándose al pobre Chet al depósito de cadáveres. Las dos se quedaron en silencio un momento. —¿Sabes que Luke y Jake están muy preocupados por ti, Arielle? La joven suspiró, mirándose las manos. —Hay cosas que ni siquiera mis hermanos pueden solucionar. Haley le pasó un brazo por los hombros. —¿Yo puedo hacer algo? La joven negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas. —Me parece que nadie puede hacer nada. Estoy embarazada de tres meses. —¿Se lo has dicho al padre del niño? —preguntó Haley, sorprendida. —Lo he intentado, pero no lo encuentro —Arielle se mordió los labios —. Por favor, tienes que prometer que no dirás nada. Lo último que necesito en este momento es un sermón de mis hermanos. —Te doy mi palabra. Aunque tendrás que contárselo tarde o temprano. —Lo sé, pero antes tengo que solucionar algunas cosas —sonándose la nariz con un pañuelo, Arielle levantó los hombros—. Además, Luke y Jake empezarían a preguntarme quién es el padre del niño… —Sí, es verdad. Y seguramente empeorarían la situación. —Mis hermanos no parecen darse cuenta de que ya no tengo diez años y que soy yo quien toma las decisiones, no ellos.
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—Si necesitas hablar con alguien, sólo tienes que llamarme —intentó consolarla Haley. —Gracias, de verdad. Espero que Luke se dé cuenta de cuánto te quiere. Me encantaría que siguiéramos siendo de la familia. Haley cerró los ojos para controlar la emoción mientras abrazaba a su cuñada. Agradecía mucho sus buenas intenciones, pero no tenía esperanza alguna de que el suyo fuera a ser un final feliz.
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Capítulo 9 El lunes por la noche, Luke y Haley entraron en el comedor privado de un lujoso restaurante que Luke había reservado para cenar con sus hermanastros y sus respectivas esposas. —Siento llegar tarde, pero ha habido un accidente en la autopista y hemos tenido que tomar un desvío —se disculpó. —No te preocupes —dijo Caleb—. Nosotros acabamos de llegar. —¿Por qué no les presentas a tu acompañante? —sonrió Jake—. Yo la conozco hace años, pero me parece que no pudiste presentársela a nadie en la recepción. —Es mi ayudante ejecutiva, Haley Rollins —anunció él, apartando su silla—. Y éstos son mis hermanastros, Caleb, Nick y Hunter y sus esposas Alyssa, Cheyenne y Callie. Después de las presentaciones, Luke se dio cuenta de que Haley estaba extrañamente callada. —¿Te encuentras bien? —le preguntó en voz baja. —Sí, estoy bien —murmuró ella, para inmediatamente después ponerse a charlar con Alyssa, que estaba sentada a su derecha. Luke se dio cuenta de que tendría que esperar para descubrir qué le pasaba, pero la cena con sus hermanastros fue muy agradable. Aunque acababan de conocerse, sabía que estaban formando un lazo que duraría para siempre. Y se alegró al ver que, durante la cena, Haley recuperaba el buen humor. —Bueno, ¿cuándo vamos a quedar otra vez? —preguntó Hunter. —Si os apetece ir a Wyoming este verano durante un par de semanas, a Cheyenne y a mí nos encantaría contar con vuestra compañía —se ofreció Nick—. Así podríamos despedirnos de la antigua casa. Y el verano que viene volveremos a reunimos en la nueva casa que Luke nos va a construir. —Me parece estupendo —dijo Cheyenne—. Y nos encantaría que tú también vinieras, Haley. —Nosotros estuvimos el verano pasado y lo pasamos de maravilla — la animó Alyssa—. Incluso aprendí a montar a caballo. —Seguro que lo pasarías bien, Haley —dijo Callie—. Por favor, di que lo intentarás al menos. Ella sonrió tímidamente. —Muchas gracias, pero la verdad es que no sé qué haré en el verano. Ya hablaremos más adelante.
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Nadie, aparte de Luke y Jake, pareció darse cuenta de que pasaba algo. Pero mientras se levantaban para despedirse, Jake llevó a su hermano aparte. —¿Qué le pasa a Haley? —Creo que sé lo que le pasa y espero poder arreglarlo —suspiró Luke. Una vez en la limusina, Luke levantó el cristal que los separaba del conductor para poder hablar con ella en privado. —Parece que lo has pasado bien esta noche. —Sí, la verdad es que tu familia me cae estupendamente. Son todos muy agradables. Los dos se quedaron en silencio durante unos minutos. —¿Estás preocupada porque aún no te has quedado embarazada? Porque si es eso, no debes preocuparte. Si no es este mes, seguro que será el mes que viene. En lugar de contestar, Haley se limitó a encogerse de hombros. —¿Qué te pasa? Y no me digas que nada porque llevas dos días portándote de una manera muy rara. —No sé a qué te refieres. —No te hagas la tonta, cariño. Sé que te pasa algo. Cuando por fin Haley levantó la cara para mirarlo, la tristeza que había en los ojos de color turquesa hizo que se le encogiera el estómago. —Si no te importa, preferiría no… hablar de ello ahora. —Muy bien, esperaremos a llegar a casa —asintió él, pasándole un brazo por los hombros—. Pero necesito respuestas, Haley. Y no vamos a dormir hasta que me cuentes lo que te pasa. El resto del viaje transcurrió casi en completo silencio y cuando por fin el conductor abrió la puerta de la limusina y Luke la ayudó a salir, Haley estaba a punto de explotar. Durante los últimos días había estado luchando consigo misma, pero cenar con los hermanastros de Luke la había ayudado a tomar una decisión. Lo que tenía que decirle no iba a ser fácil y a él no iba a gustarle en absoluto, pero no tenía más remedio que hacerlo. Mientras Luke abría la puerta y se paraba luego un momento para marcar el código de seguridad, Haley subió al dormitorio y se preparó para la discusión. Sólo esperaba poder decir lo que tenía que decir antes de disolverse en un torrente de lágrimas… o peor, dejar que la convenciese de que estaba equivocada. Cuando él entró en el dormitorio y cerró la puerta, Haley se volvió para mirar al hombre del que estaba enamorada.
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—¿Qué te pasa, Haley? Y no me digas que no te pasa nada… —Jamás pensé que me echaría atrás —lo interrumpió ella—. Y Dios sabe que tener que decirte esto me mata, pero no puedo seguir adelante. Pensé que podría, pero no puedo. Luke, que estaba quitándose la corbata, se detuvo de repente. —¿Con qué no puedes seguir? —Con este matrimonio —Haley hizo un esfuerzo para que le saliera la voz—. No puedo seguir con esta mentira. —Me parece un buen momento para recordarte que tenemos un contrato por escrito —replicó él, su tono tan calmado que le dieron ganas de gritar. —¿Te refieres al documento de separación de bienes? —Ese documento protege mis posesiones y la custodia del niño. —No te preocupes por eso —suspiró ella, sintiéndose más desolada que nunca en toda su vida—. No quiero nada de ti. Lo que quiero es marcharme. —También tenemos un certificado de matrimonio. Y un acuerdo verbal para tener un hijo. En muchos tribunales, es tan legal como un documento firmado. No le sorprendía nada que la amenazase con una demanda. Eso era el matrimonio para Luke Garnier: un contrato. Y lo sería siempre. —¿Por qué me haces esto? —Yo no te estoy haciendo nada. Eres tú quien dice ahora que quiere marcharse… pero aceptaste tener un hijo si yo cumplía tus condiciones y eso es lo que hice —le recordó él—. Yo he cumplido mi parte del trato y espero que tú cumplas con la tuya. —Los dos sabemos que el nuestro no es un matrimonio de verdad. Es… una farsa, una mentira, un insulto a la santidad del matrimonio. —¿Y cómo crees que debería ser un matrimonio, Haley? —le preguntó Luke, cruzándose de brazos. —Sea una situación temporal o no, soy tu mujer. Pero nunca, en ninguna ocasión, me has presentado como tal. Ni a tus clientes ni a tu familia. Cuando me presentaste a tus hermanos esta noche, dijiste que era tu ayudante, pero se supone que estamos casados. Vivimos juntos, nos acostamos juntos… —¿Estás diciendo que quieres que me refiera a ti como mi esposa a partir de ahora? ¿Cómo podía ser un hombre tan inteligente y, a la vez, tan increíblemente insensible? —No, quiero que pienses en mí como tu esposa. —¿Y crees que no lo hago?
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—Por favor, no te pongas condescendiente. Si pensaras en mí como tu esposa, me presentarías como tal en lugar de decirle a todo el mundo que soy tu ayudante. Además, no puedes pensar en mí como tu esposa porque ni siquiera llevamos alianza —Haley se quedó callada al sentir una ola de náuseas. —Pero el día que nos casamos me dijiste que el anillo te daba igual. Haley, luchando contra una horrible sensación de mareo, intentó concentrarse en la conversación. —Intenté convencerme de que no importaba, pero… pero sí me importa. —¿Por qué? —Luke dio un paso adelante—. ¿Por qué te importa tanto? ¿Por qué quieres que te presente a la gente como mi mujer? —Porque… —¡Haley! Ella oyó que gritaba su nombre, pero no podía hablar y sus piernas no la respondían. Intentó concentrarse en la cara de Luke pero, de repente y sin previo aviso, sintió un terrible un dolor en la sien y, un segundo después, todo se volvió negro. Mientras pisaba el acelerador de su coche por las calles de Nashville, con el corazón golpeando sus costillas con la fuerza de un martillo, Luke no dejaba de mirar la ambulancia que iba delante. Al ver que Haley se ponía pálida y caía al suelo como una marioneta a la que hubiesen cortado las cuerdas, intentó llegar a su lado a tiempo, sujetarla, evitar que se hiciera daño… pero no pudo y Haley se había golpeado la cabeza con la mesita de café. Luke respiró profundamente. Nunca en su vida olvidaría la imagen de Haley inconsciente en el suelo de la habitación, un hilo de sangre manando de la herida. Y aún no había recuperado el conocimiento. Cuando por fin la ambulancia llegó a la entrada de Urgencias del hospital, Luke detuvo el coche y salió corriendo. Le daba igual que se lo llevase la grúa o le pusieran una multa; lo único que le importaba era estar al lado de Haley. —¿Se ha despertado? —No, aún no —contestó uno de los enfermeros mientras empujaba la camilla por la rampa. El hombre había contestado muy serio y Luke empezó a sentir miedo de verdad. —Por favor, venga conmigo —lo llamó una enfermera—. Necesito los datos de la paciente. —¿No podemos hacerlo después? No quiero dejarla… —Me temo que hay que hacerlo ahora —insistió la enfermera, con una sonrisa comprensiva—. Sé que debe de estar muy preocupado, pero necesito toda la información posible sobre la paciente. Si no le importa seguirme, sólo tardaremos un momento.
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Luke vio que metían a Haley en una sala y, de inmediato, empezaban a conectar cables y tubos… pero enseguida cerraron la puerta. —Lo siento, pero no puedo dejarla sola. —Pero oiga, tengo que… —Puede preguntarme lo que quiera aquí mismo. No pienso moverme de aquí, ¿lo entiende? Percatándose de que no iba a ganar esa batalla, la enfermera desapareció un momento y volvió poco después con varios documentos que tenía que rellenar. Luke contestó como pudo a sus preguntas, aunque la verdad era que no sabía absolutamente nada sobre el historial médico de Haley. —¿Cuál es su relación con la paciente? —Soy su marido. —Muy bien, el médico saldrá cuando haya terminado de examinarla. Él le dirá cómo se encuentra, señor Garnier. Luke siguió mirando hacia la puerta de la salita donde estaban atendiendo a Haley, un poco sorprendido por lo fácil que le había resultado decir que era su marido… Y entonces lo entendió. Aunque había intentado no pensar en ello, aunque se había negado a sí mismo lo que estaba pasando, se había enamorado de Haley. Pero antes de que pudiera seguir pensando en ello su corazón se detuvo al ver a un hombre con bata blanca dirigiéndose hacia él. —¿Es usted el marido de la paciente? —¿Haley está bien? —le preguntó Luke, sin esperar un segundo. —Ojalá pudiera decirle que sí, pero la verdad es que no estamos seguros. Vamos a tener que hacerle más pruebas —el hombre le ofreció su mano—. Soy el doctor Milford, el neurólogo de guardia. —Luke Garnier. —Haré todo lo que pueda por ella, señor Garnier, pero antes de hacerle un escáner tengo que saber si está embarazada o si existe alguna posibilidad de que lo esté. —No lo sé. Estamos intentando tener un hijo, pero no sé si hemos tenido éxito. El neurólogo asintió con la cabeza. —En ese caso, no podemos arriesgarnos a hacerle un escáner porque la radiación podría dañar al feto. —Quiero que haga lo que tenga que hacer, doctor Milford. Pero si tienen que elegir entre el niño y ella, haga lo que tenga que hacer para salvar a mi esposa —dijo Luke.
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—Muy bien. Le haremos un TAC craneal, de ese modo no habrá problema alguno aunque esté embarazada. En ese momento, dos enfermeros sacaban la camilla de Haley para llevarla por el pasillo. —¿Dónde van a llevarla después de las pruebas? —He pedido que preparen una habitación en la planta de traumatología —respondió el doctor Milford—. Nos veremos en la sala de espera, allí le diré cuál es el resultado del TAC. Después de preguntar a una enfermera dónde estaba la planta de traumatología, Luke rezó como nunca mientras subía en el ascensor y se dejó caer sobre una silla en la sala de espera, pasándose una mano por la cara para controlar sus emociones. No podía perderla ahora, pensaba, ahora que tenía tantas cosas que decirle, tantas cosas que solucionar entre los dos… ¿Por qué había tenido que interrogarla de esa manera? ¿Por qué era tan importante que dijese en voz alta lo que él había sabido durante semanas? Haley estaba enamorada de él. Después de conocerla íntimamente, Luke supo que no se habría casado de no ser así. Y la ironía era que seguramente él también había estado enamorado durante todos esos años. Pero estaba demasiado ciego como para verlo. E incluso después de saberlo se había portado como un imbécil y un arrogante. Sabía que se lo estaba haciendo pasar mal, pero quería que Haley admitiera sus sentimientos. Luke metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una cajita de terciopelo. Dentro había una alianza de oro blanco y diamantes. La había comprado esa misma mañana y pensaba darle una sorpresa cuando volvieran de la cena. ¿Por qué no la había comprado antes? ¿Por qué había esperado hasta que Chet Parker se lo recordó? Luke cerró la cajita y volvió a guardarla en el bolsillo. Sabía perfectamente por qué había comprado la alianza: quería enviar un mensaje a los tipos como Chet Parker para que no se acercasen a Haley. Pero ahora significaba mucho más. Ahora la alianza simbolizaba su amor por Haley y su determinación de que el acuerdo de matrimonio fuese permanente. Sólo rezaba para tener la oportunidad de dársela.
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Capítulo 10 Una hora después de que se llevaran a Haley, Luke seguía en la sala de espera, preguntándose qué demonios estaba pasando. Las pruebas parecían no terminar nunca y cuanto más tiempo pasaba, más angustiado se sentía. —Señor Garnier, sígame, por favor —lo llamó el doctor Milford. Luke ni siquiera lo había visto entrar en la sala de espera, pero se levantó de un salto para seguirlo hasta una pequeña salita. —¿Mi mujer se va a poner bien? —le preguntó, mientras cerraba la puerta. —El TAC muestra que ha sufrido una conmoción cerebral —dijo el neurólogo—. Afortunadamente, no hemos encontrado signos de hemorragia craneal y sólo tiene un ligero hematoma. —¿Ha recuperado el conocimiento? —Sí, lo recuperó cuando estábamos haciéndole el TAC. —¿Y cómo se encuentra? —preguntó Luke, sin poder disimular su nerviosismo. —Le duele la cabeza, pero es normal, nada alarmante. Hemos tenido que darle varios puntos de sutura en la sien y quiero que se quede en el hospital esta noche en observación, pero no veo ninguna razón para que no vuelva a casa mañana mismo… mientras esté tranquila y tenga a alguien a su lado por si hubiera complicaciones. —¿Cuándo puedo verla? —Hay otra cosa, señor Garnier —dijo el doctor Milford entonces, su expresión indescifrable: —¿Es algo grave? —No, en absoluto. Es rutina del hospital hacer un chequeo completo a los pacientes y el análisis de sangre muestra que su esposa está embarazada, lo cual podría explicar el repentino mareo. —¿Es normal entonces? —preguntó Luke, intentando recordar lo que había leído en Internet sobre las primeras semanas de embarazo. —No es anormal que algunas mujeres tengan mareos durante el primer trimestre —le aseguró el médico, sonriendo. La noticia de que Haley y él habían logrado concebir un hijo debería hacerlo feliz, pero en aquel momento era lo último que le interesaba. Lo único que quería era saber que Haley iba a ponerse bien. —¿Alguna cosa más? El doctor Milford se levantó, negando con la cabeza.
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—Todo lo demás está perfectamente. Su esposa tiene buena salud, de modo que no creo que haya problemas. Luke estrechó su mano y luego prácticamente corrió a la habitación de Haley. Tenía tantas cosas que decirle, tantas cosas que explicar. Pero tendría que esperar hasta que la llevase a casa. Ella necesitaba descansar y él necesitaba tiempo para pensar cómo iba a pedirle que le diese otra oportunidad.
Mientras esperaba que Luke abriese la puerta, Haley tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para controlar las lágrimas. Él apenas había dicho una palabra desde que fue a buscarla al hospital y la tensión entre ellos estaba matándola. Una de las enfermeras le contó que había pasado toda la noche al lado de su cama y comentó lo preocupado que estaba por ella… pero no estaba allí cuando despertó esa mañana y había llegado al hospital unos minutos antes de firmar el alta. Y si ésa no fuera prueba suficiente de que los problemas entre ellos eran insalvables, el hecho de que no hubiese mencionado el embarazo lo era. —¿Quieres echarte un rato? —No, prefiero estar de pie. —Como quieras —murmuró él, mirándola como si no supiera qué hacer—. ¿Qué tal el dolor de cabeza? —Casi ha desaparecido. —Me alegro. Parecía incómodo, como si deseara estar en cualquier otro sitio. —Luke, esto tiene que terminar —suspiró Haley, incapaz de soportar la tensión. Eran dos extraños intercambiando palabras amables, no un hombre y una mujer que llevaban un mes viviendo juntos. Y que ahora tenían que ser sinceros el uno con el otro porque su matrimonio estaba roto. —Estoy de acuerdo. Es hora de que hablemos de una vez. Dejándose caer sobre el sofá frente a la chimenea, Haley esperó que él hiciera lo mismo y, cuando permaneció de pie, miró al hombre al que seguía amando con todo su corazón. Se decía a sí misma que amarlo sería suficiente para ella, que daba igual que Luke no sintiera lo mismo. Pero sólo había estado engañándose a sí misma. Ella necesitaba su amor. Desgraciadamente, Luke no estaba dispuesto a mantener ese tipo de relación y Haley había decidido que no podía conformarse con menos. —Los dos sabemos que anoche dejamos muchas cosas por decir.
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—Sí, es cierto —asintió él—. ¿Por dónde crees que debemos empezar? —Nada de esto es culpa tuya —suspiró Haley—. Yo no debería haber aceptado el acuerdo y es cierto que tú has cumplido tu parte… —Y tú con la tuya. Estás esperando un hijo. Pensando en la vida que llevaba dentro, Haley tuvo que sonreír. —Y me hace muy feliz. He soñado tantas veces con este momento… —¿Pero? —No puedo seguir casada contigo, Luke. —Si no recuerdo mal, eso fueron tus términos para aceptar el acuerdo. —Y siento mucho que haya acabado en fiasco —le confesó ella, con lágrimas en los ojos—. Pero si no me marcho ahora, no creo que pudiera sobrevivir a una ruptura dentro de un año o… —¿Esa es la única razón por la que quieres el divorcio? —Por favor, no me lo pongas más difícil. Luke no querría saber la razón por la que no podía seguir siendo su esposa; no querría saber que estaba locamente enamorada de él y lo había estado desde el día que se conocieron. —Muy bien, ahora me toca a mí —anunció Luke—. Quieres el divorcio porque estás enamorada de mí, admítelo. Haley se quedó boquiabierta. Ignoraba que él lo supiera, pero ¿tenía que humillarla dejando claro que no sentía lo mismo? —Sí, te quiero, es verdad —admitió, casi sin voz—. Llevo años enamorada de ti. —Entonces hay algo que debes saber —Luke se volvió hacia la chimenea y pareció tomarse un extraño interés por algo que había sobre la repisa—. Mira, yo podría haber encontrado a otra mujer que tuviese un hijo conmigo, pero… ¿sabes por qué era tan importante para mí que tú fueras la madre de mi hijo? —No, no lo sé. Algo en su tono de voz hizo nacer un rayo de esperanza en su corazón, pero se negaba a creerlo. No podía ser. Tomando algo de la repisa, Luke se acercó a ella y clavó una rodilla en el suelo. —La razón por la que no quería que ninguna otra mujer fuese la madre de mi hijo, la razón por la que acepté tus estipulaciones y por la que no voy a darte el divorcio es porque te quiero, Haley Garnier. Más que a nadie en el mundo. He tardado algún tiempo en darme cuenta, pero ahora lo sé y ya puedes acostumbrarte a la idea porque no pienso dejarte ir tan fácilmente.
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La esperanza que Haley había intentado contener estalló en su corazón, llenándola de una felicidad que jamás hubiera creído posible. —Oh, Luke, te quiero tanto… —Cariño mío, casi me muero cuando pensé que podría pasarte algo. Estabas enfadada conmigo y con razón —dijo él, sacudiendo la cabeza—. He sido un completo imbécil por no tener en cuenta tus sentimientos. —Pero tú no sabías lo que sentía. —Sí, lo sabía —le confesó Luke, tomando su cara entre las manos—. Tal vez no conscientemente, pero en el fondo creo que siempre lo he sabido. Te conozco bien y sé que nunca habrías tenido en cuenta mi proposición si no hubieras estado enamorada de mí. Pero hay algo más que quiero decirte, cariño. —¿Qué? Su expresión era tan seria, tan dulce, que a Haley se le encogió el corazón. —¿Quieres casarte conmigo, Haley Rollins Garnier? —Pero si ya estamos casados… —Cásate conmigo otra vez —dijo él, mostrándole una cajita negra de terciopelo de la que sacó una preciosa alianza de diamantes. Luego, poniéndosela en el dedo, le preguntó: —¿Me harías el honor de ser mi mujer… otra vez? —Sí, Luke —sonrió Haley—. Nada me haría más feliz —su corazón se llenó de amor cuando le puso el anillo en el dedo—. ¿Cómo has sabido mi talla? —Tengo mis métodos —rió él. Después de besarlo hasta que los dos se quedaron sin aliento, Haley no podía dejar de sonreír. —Sí, Luke Garnier, seguiré siendo tu esposa durante toda mi vida. —Pero no es eso lo que te he preguntado. Quiero saber si te casarás conmigo otra vez. —¿De verdad quieres que organicemos otra boda? Luke sacó dos papeles del bolsillo del pantalón. —Este es el nombre y el número de teléfono de la coordinadora de bodas del hotel Gaylord Opryland. En cuanto te encuentres mejor, quiero que hables con ella. Yo ya lo he hecho y le he pedido que organice la boda de tus sueños. —¿Pero por qué? —Porque tú mereces mucho más que una ceremonia rápida sin amigos y sin familiares. Quiero que todo el mundo vea lo especial que eres y el honor que representa para mí que seas mi esposa —Luke apartó un mechón de pelo de su frente y el roce de su mano la hizo sentir escalofríos
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—. Y, esta vez, no habrá ninguna reunión que me aleje de ti durante nuestra noche de boda. —Te quiero —susurró ella, con lágrimas en los ojos. —Y yo a ti —dijo Luke, dándole otro papel—. Esta es la dirección de Millie Sandford. —¿Mi… madre? —exclamó Haley—. ¿Pero cómo la has encontrado? Si ni siquiera te había dicho su nombre. —Digamos que conozco a una mujer que tiene un estupendo equipo de investigadores y dejémoslo así —sonrió él—. No sé si vas a llamarla, pero quería que tuvieras la información… por si acaso. Haley lo abrazó, llorando sobre su hombro. —Te quiero muchísimo, Luke Garnier —consiguió decir—. Gracias. Luke puso una mano sobre su abdomen y el brillo de amor que vio en sus ojos la convenció del todo. —Por cierto, creo que deberías considerar la idea de reducir tus horas de oficina a partir de ahora. —¿Por qué? —Porque si estás todo el día trabajando yo no podré cuidarte y mimarte. —No me han mimado nunca —sonrió ella. —Pues yo pienso remediarlo. Haley se puso una mano sobre el abdomen. —La verdad es que estaba pensando dejar de trabajar durante un tiempo. —O podrías hacerlo desde casa —sugirió él—. Eso si puedes hacer algo además de cuidar del niño y de mí… porque yo he decidido trabajar desde casa. —¿Qué? —Quiero estar contigo durante el embarazo y ayudarte cuando nazca el niño. Más feliz que nunca en toda su vida, Haley soltó una carcajada. —Desde que me pediste que me casara contigo siempre te refieres al niño en masculino. ¿Y si es una niña? —Una niña sería estupendo. Ya tendremos dos o tres niños más adelante. —¿Dos o tres? —repitió ella. Luke le hizo un guiño. —Cariño, te quiero tanto que estoy dispuesto a darte todos los hijos que quieras. Niñas, niños, gemelos… lo que tú desees.
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—¿En serio? —sonrió Haley. Nada le gustaría más que tener la casa llena de niños. —Te quiero, amor mío. Más de lo que puedas imaginar. —Y yo a ti, Luke. Con toda mi alma.
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Epílogo Después de recibir buenos consejos de Caleb, Nick y Hunter, Luke se volvió hacia Jake con una sonrisa en los labios. —Parece que el siguiente hermano en dar el paso vas a ser tú. Jake soltó un bufido. —No te hagas ilusiones. No tengo la menor intención de casarme. —Nunca digas nunca jamás —le recordó Luke, riendo. —Señores, hora de ocupar sus sitios —los llamó la coordinadora de la boda, haciéndoles un gesto para que se acercaran al sacerdote. Luke miró el salón de baile del hotel Gaylord Opryland, decorado maravillosamente para la boda. Estaba deseando ver a Haley. Arielle y sus cuñadas habían alquilado una suite en el hotel e insistieron en que Haley pasara la noche con ellas. Y, aunque él lo había pasado muy bien en casa con sus hermanos, la echaba de menos. Echaba de menos dormir con Haley entre sus brazos y despertar a su lado por la mañana. Cuando las puertas del salón se abrieron y las damas de honor empezaron a recorrer el pasillo, precediendo a la novia, Luke tuvo que hacer un esfuerzo para llevar aire a sus pulmones. Haley estaba maravillosa. Había estado guapísima el día que se casaron en las montañas, pero aquel día tenía un aspecto absolutamente radiante. Y cuando le sonrió, con más amor del que merecía, Luke juró en silencio pasar el resto de su vida haciendo que nunca dudara de ese amor. —¿Lista para renovar tus votos matrimoniales? —Tan lista como para escuchar los votos de mi marido —sonrió ella. —Te quiero, amor mío. Hoy, mañana y durante el resto de nuestras vidas. —Yo te querré para siempre —le prometió Haley, haciendo que se sintiera el hombre más afortunado del mundo. —¿A que es maravilloso, Luther? —sonrió Emerald, cuando la novia y el novio se volvieron hacia el sacerdote—. Cuatro de mis nietos casados en poco más de tres años. Su leal ayudante asintió con la cabeza. —Yo diría que se ha superado a sí misma, señora Larson. Sí, todo había salido como ella había planeado. Gracias a la información de su buen amigo y director del museo de arte contemporáneo, Max Parmelli, contratar a Chet Parker para la recepción que había organizado el mes anterior había resultado ser una de sus mejores ideas. El interés del cantante por Haley había sido justo lo que Luke necesitaba para darse cuenta de lo que sentía por ella.
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Emerald se secó discretamente una lágrima mientras observaba a los novios intercambiando los votos. Si Owen hubiera sabido el regalo que era tener hijos… Pero luego suspiró, contenta, mirando a sus nietos. Ahora que tenía casado a Luke, podía concentrarse en el único nieto soltero que le quedaba: Jake. Iba a ser el más difícil de todos, pensó. Y el que más podría acabar siendo como su padre. Pero ya había empezado a recolectar información y no tenía la menor duda de que pronto se le ocurriría algo. Girándose para mirar a su nieta, Arielle, Emerald tuvo que sonreír de nuevo. Con un niño en camino, Arielle necesitaba a su abuela más que nunca. Ya se había puesto en acción para remediar el problema y estaba absolutamente convencida de que todo saldría bien. —Hacen una pareja preciosa, ¿verdad, Luther? —Una pareja estupenda, desde luego. Emerald sonrió beatíficamente. —Otro reto conseguido. Luther le ofreció una de sus discretas sonrisas. —Ya sólo quedan dos, señora Larson.
Fin
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