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Spanish; Castilian Pages 227 Year 2023
Manuel María Gorriño y Arduengo El hombre tranquilo, o reflexiones para mantener la paz del corazón en cualquier fortuna Edición de Manuel Pérez
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El Paraíso en el Nuevo Mundo, 16 Colección patrocinada por el Proyecto CB SEP-Conacyt 2012: 179178
El Paraíso en el Nuevo Mundo contribuye al reconocimiento del pasado colonial hispanoamericano a partir de ediciones, críticas o anotadas, de textos significativos de los siglos xvi-xviii. Su nombre no solo recuerda aquella homónima obra de León Pinelo en la que el Edén estaría situado en las Indias Occidentales, sino también el que su autor fue recopilador de un primer repertorio bibliográfico indiano en 1629, su famoso Epítome de la bibliotheca oriental i occidental […], en el que consignara los títulos hasta entonces publicados por las imprentas virreinales. La obra de Pinelo reúne entonces los dos polos de aquella metáfora borgiana que concebía el Paraíso Terrenal como una biblioteca, metáfora que esta colección pretende evocar a la manera de un nuevo y letrado Jardín de las Delicias.
Dirección Manuel Pérez Consejo editorial Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, Pamplona) Aurelio González † (El Colegio de México) Karl Kohut (Katholische Universität Eichstätt-Ingolstadt) Antonio Lorente Medina (Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid) Beatriz Mariscal (El Colegio de México) Martha Lilia Tenorio (El Colegio de México) Lillian von der Walde (Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México)
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Manuel María Gorriño y Arduengo
El hombre tranquilo, o reflexiones para mantener la paz del corazón en cualquier fortuna Edición de Manuel Pérez
Iberoamericana - Vervuert - 2023
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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www. conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2023 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2023 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-368-8 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-484-9 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-485-6 (ebook) Depósito Legal: M-28757-2023 Impreso en España Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros Imagen de cubierta: Retrato del Dr. Manuel María de Gorriño y Arduengo, Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
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La historia no siempre fluye plácidamente como arroyo sereno, sino que en ocasiones críticas se desborda en torrentes impetuosos que arrastran certezas, costumbres e instituciones. Pareciera que hoy estamos viviendo uno de esos momentos de ruptura, en este caso, de alcance mundial: la pandemia de COVID 19 diezmó la población del planeta y nos sumió a todos en profundos temores y angustias, nuestro modo de vida y nuestra forma de relacionarnos con el mundo fue de algún modo transformada; luego, no bien amainaba la terrible plaga, el fantasma de la guerra se instaló entre nosotros y comenzamos a ser testigos de escenas dantescas que parecían haber quedado atrás. La crisis del sistema es evidente y nos llena de incertidumbre, pero no es la primera, y esperamos que no sea la última. Hace poco más de dos siglos, el sistema virreinal hispanoamericano se derrumbó. El mundo experimentaba en aquellos años una trasformación que arrastró a buena parte de las monarquías occidentales, instalando en su lugar las formas políticas republicanas que fueron siendo diseminadas por todas y cada una de las viejas colonias hispanas en el Nuevo Mundo. La religión perdió su condición fundamental en la vida de las personas, así como su influencia política; la economía y las relaciones sociales también se transformaron, aunque algunas de sus prácticas y algunas de sus inercias continuaron. En este contexto de incertidumbre es que vivió y escribió Manuel María Gorriño y Arduengo, un hombre nacido en la colonia y muerto en la república, en cuya biografía y en cuya bibliografía podemos apreciar huellas profundas de dicha transformación: la primera de las que han venido conformando el México contemporáneo. El texto que aquí se ha editado fue escrito al filo de la historia, muy cerca del momento del gran terremoto político-social de la independencia, y constituye un conjunto de discursos de inspiración estoica con los que el cura potosino pretendía ofrecer caminos hacia la consecución y mantenimiento de la paz interior, que a su juicio habría de garantizar la exterior. En realidad, no hubo receta moral capaz de evitar la guerra y la derrota del viejo régimen, pero sus consejos sí le permitieron a él mismo (como podrían haberlo hecho con una parte importante de la sociedad novohispana) sobrevivir a la transformación y encontrar una vía de futuro. Este número 16 de “El Paraíso en el Nuevo Mundo” constituye pues una fórmula de estoicismo cristiano para sobrevivir infortunios, como los que parecen cernirse ahora sobre nuestro horizonte, y puede ayudar a comprender las últimas formas de la resistencia monárquicocristiana al advenimiento de la república en los albores del siglo xix.
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Índice
Estudio introductorio................................................................................. 13 La obra educativa de Manuel Gorriño................................................ 17 El político al filo de la historia............................................................. 22 El hombre tranquilo y la obra escrita de Manuel Gorriño................ 32 Estilo y fuentes de El hombre tranquilo............................................. 49 El manuscrito CDHRMA 100.3.......................................................... 53 Sobre esta edición.................................................................................. 57 Epílogo................................................................................................... 58 El hombre tranquilo, o reflexiones para mantener la paz del corazón en cualquier fortuna Discurso I. Qué cosa sea la tranquilidad................................................... 65 Discurso II. La existencia de Dios............................................................. 69 Discurso III. La bondad de Dios............................................................... 75 Discurso IV. La providencia de Dios......................................................... 83 Discurso V. Continúa la idea de la providencia, eje principal de la tranquilidad del hombre.............................................................................. 91 Discurso VI. Lo que se llama “acaso” tiene causa que lo determine en las disposiciones de la providencia....................................................... 99 Discurso VII. La verdadera tranquilidad del espíritu no consiste en los bienes exteriores.................................................................................... 105
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Discurso VIII. Los trabajos no quitan la tranquilidad al que la tiene y sabe conservarla..................................................................................... 115 Discurso IX. Las pasiones son el origen de nuestras penas: el reprimirlas importa toda nuestra tranquilidad.................................................. 121 Discurso X. La verdadera tranquilidad es obra de la razón.................... 131 Discurso XI. Que nuestra voluntad ha de estar sujeta a la de Dios........ 137 Discurso XII. Los afectos de la carne que perturban la tranquilidad se pueden moderar con otros afectos del espíritu producidos por la razón....................................................................................................... 145 Discurso XIII. La tranquilidad es el patrimonio de los virtuosos: los malos no la han conocido..................................................................... 151 Discurso XIV. La tristeza debe huirse, las obras de la carne son su fomento. La tristeza que es según Dios es la útil................................ 157 Discurso XV. De los bienes y de los males respecto de los virtuosos y viciosos................................................................................................... 163 Discurso XVI. El conocimiento de una virtud verdadera produce el de la tranquilidad........................................................................................ 175 Discurso XVII. Medios de promover en nosotros la virtud................... 185 Discurso XVIII. Conclusión de la obra.................................................... 197 Bibliografía.................................................................................................. 215
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A Emilio Pérez y Enrique Tedesco, hombres de corazón tranquilo que alcanzaron una paz simple y clara.
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Estudio introductorio
El 23 de noviembre de 1767 —justo el año de la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios hispánicos— nació en San Luis Potosí (Virreinato de la Nueva España) Manuel María Gorriño y Arduengo, un hombre cuya vida y obra muestran huellas profundas de los complejos tiempos y transformaciones que le tocó vivir o, quizás, sobrevivir; moriría en la misma ciudad el 30 de agosto de 1831, año del fusilamiento de Vicente Guerrero, el último guerrillero independentista.1 En sus casi 64 años de vida, Manuel Gorriño fue testigo de cómo el estable mundo colonial se derrumbaría: a finales del siglo xviii se iniciaría en los dominios de la Corona española un irreversible proceso que a la postre conduciría a la independencia de sus virreinatos americanos y a la adopción de un sistema político republicano; en San Luis Potosí, dicho proceso comenzaría con actos de represión e intentos desesperados por sostener el statu quo monárquico, como el que protagonizó el tristemente célebre visitador José de Gálvez, quien no tuvo mejor idea para pacificar la ciudad, después de los motines populares acaecidos ese año, que sacrificar de un modo atroz a sus líderes por atreverse a exigir justicia al alcalde mayor Andrés de Urbina, como narra José Francisco Pedraza:
1. Criollo, hijo de vascos; su padre, Juan Gorriño, fue regidor por muchos años de San Luis Potosí.
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[…] un verdugo hábil del pueblo de San Luis de la Paz,2 el que con toda práctica y diligencia, en el cadalso de la plaza principal, ajustició a los cabecillas amotinados, dividió sus cuerpos en cuartos, les cortó cabeza y mano derecha; poniendo después cabeza, cuartos y manos en las picotas donde se están pudriendo hasta que el tiempo las consuma […].3
Los habitantes de San Luis Potosí seguramente no esperaban que tales motines fueran el principio del fin para su arraigada forma de vida, pues las fundaciones y poblamientos parecían continuar con normalidad: apenas en 1764 se había terminado de construir el convento potosino de la Orden del Carmelo, la última fundación carmelitana en la Nueva España, y en 1765 los franciscanos habían elevado su convento a la categoría de casa capitular. Así, en esta ciudad todavía en auge pasaría Manuel Gorriño su más tierna infancia, aunque, en 1782, a la edad de 15 años, sería enviado a estudiar al prestigioso colegio de San Francisco de Sales, en San Miguel el Grande, a cargo de los oratorianos de San Felipe Neri, cuyo rector era el conocido filósofo Juan Benito Díaz de Gamarra;4 en dicho colegio estudiará Latín, Retórica y Filosofía, para graduarse de bachiller en 1785, y continuaría ahí mismo sus estudios de Teología moral y escolástica. De este modo, su primera formación intelectual estaría vinculada al magisterio de Juan Benito Díaz de Gamarra, “asiento de la modernidad en la Nueva España”, como escribe Carmen Castañeda.5 2.
San Luis de la Paz es un pueblo fundado el 25 de agosto de 1552, importante centro agrícola y comercial, así como establecimiento defensivo de la Ruta de la plata que conducía el producto mineral de las minas de Zacatecas. Se encuentra a unos 130 kilómetros de San Luis Potosí. 3. Pedraza, “Biografía del Dr. Manuel M. de Gorriño y Arduengo”, Segunda Gran Feria Potosina. Juegos Florales, Primer Premio, Tercer Tema, San Luis Potosí, 27 de septiembre de 1943, sin paginación. Sobre los tumultos de 1767, véase el artículo de Juan José Benavides Martínez, “Revuelta general y represión ejemplar. Los motines de 1767 en San Luis Potosí”, Revista de El Colegio de San Luis, 6-12 (2016), pp. 40-72. 4. Juan Benito Díaz de Gamarra (1745-1783) “Obtuvo el título de doctor en Cánones por la Universidad de Pisa, fue socio de la Academia de Ciencias de Bolonia y protonotario apostólico de honor de su Santidad, doctor profesor de Filosofía y rector del Colegio de San Francisco de Sales, del oratorio de San Miguel el Grande” (Perla Chinchilla Pawling y Antonio Rubial García, “Jesuitas y oratorianos”, Historia y Grafía, 51, 2018, p. 204). 5. Castañeda, “El impacto de la Ilustración y de la Revolución Francesa en la vida de México. Finales del siglo xviii. 1793 en Guadalajara”, Caravelle, 54 (1990),
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A la edad de 26 años, en 1793, se trasladaría a la Ciudad de México para ingresar al colegio de Santa María de Todos los Santos con el propósito de continuar su formación en Teología, aunque las cosas no salieron como esperaba, de lo que trataremos aquí después. En 1802 lo encontramos de nuevo en la ciudad de San Luis Potosí y después, en Guadalajara, en cuya universidad recibiría finalmente los grados de licenciado y doctor en Teología en 1808. Después de ello regresaría definitivamente a San Luis Potosí, donde “lo recibe el silencio de sus viejas calles, entre las piedras pulidas y lustrosas por el paso del tiempo crece la hierba… la paz de la ciudad arcaica le invita al estudio, no ambiciona ningún puesto, ningún cargo público; tampoco tiene necesidad de empleo alguno”, como románticamente escribe José Francisco Pedraza.6 De este modo, encontrándose en San Luis Potosí el año de 1810, fue testigo en su propia tierra de los acontecimientos políticos y militares que cimbrarían poderosamente el viejo orden colonial; sucesos en los que participarían cercanos y conocidos, como Francisco Lanzagorta, Joaquín Sevilla y Olmedo, e incluso algunos religiosos afectos a la causa independentista como fray Juan de Villerías, fray Luis Herrera o fray Gregorio de la Concepción, para cuyo proceso judicial Manuel Gorriño sería testigo de cargo. Como la mayoría de las revoluciones, la de Independencia de México fue construyéndose paulatinamente: al principio solo parecía un desorganizado intento reformista lleno de esperanza e ingenuidad; sin embargo, en un determinado momento se convertiría en la debacle vertiginosa de un castillo de naipes: la invasión de la metrópoli por Napoleón, el levantamiento popular de Aranjuez y la abdicación sucesiva de Carlos IV y Fernando VII, con
6.
p. 63. El sucesor de Díaz de Gamarra en el rectorado del colegio de San Miguel sería Vicente Gallaga, tío del llamado Padre de la Patria: Miguel Hidalgo. Por supuesto, Elementos de filosofía moderna, obra central de Díaz de Gamarra, se encuentra entre los títulos de la biblioteca de Gorriño, según registra Raúl Cardiel Reyes en su Del modernismo al liberalismo. La filosofía de Manuel María Gorriño, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, p. 14. Pedraza, “Biografía”, s/p. Ramón Alcorta Guerrero insistiría en este curioso dato de la aparente precariedad laboral de Manuel Gorriño: “por lo que dice D. Matías Monteagudo en el prólogo de uno de los escritos de aquel, doliéndose de que viva ‘abstraído y sin empleo público’ a pesar de sus merecimientos” (“Bibliografía de D. Manuel María de Gorriño y Arduengo”, Estilo, Núm. 29-30, enero-junio de 1954, p. 66).
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el asalto del trono por parte de José Bonaparte, significaron para los españoles americanos un abrupto despertar geopolítico que puso en duda todos sus valores y certezas.7 La posición política de Manuel Gorriño en este dramático trance estuvo generalmente al lado de la autoridad y el poder, aun en medio de los sucesivos y violentos cambios de gobierno. Esta posición conservadora puede comprenderse si consideramos los argumentos contextuales que propone Íñigo Fernández respecto a la situación política en los dominios hispánicos al iniciarse el siglo xix: La tensión que se vivía al interior de Nueva España, producto de la ocupación francesa de España, y el temor de que ésta llegara a suelo novohispano, y el surgimiento de movimientos armados en el Virreinato —con sus respectivas consecuencias—, fueron factores que distrajeron la atención de una intelectualidad que había perdido interés hacia los problemas de la filosofía, de la ciencia pura y la teología. La inminente destrucción de la realidad tal como se la conocía y la incertidumbre ante un futuro confuso eran razones más que suficientes para justificar esta postura que, por contradictoria que parezca, tampoco puede ser tildada de pasiva.8
Sin embargo, durante el proceso de cambio y aun consumada la independencia, Manuel Gorriño encontró el modo de ir consolidando su participación en la vida pública, al grado de que en la última década de su vida desarrolló una intensa actividad política y educativa, coronada por su actuación como diputado de la Legislatura Constituyente de San Luis Potosí, entre 1824 y 1826. En 7. Sobre ello escribe Cardiel Reyes: “Todos estos acontecimientos deberían haber suscitado en espíritus animados por ideas liberales las más graves reflexiones. Sorprende, sin embargo, comprobar que en persona tan ilustrada y culta como don Manuel María de Gorriño y Arduengo, tales sucesos no merecieron el menor comentario, sino que fuesen recibidos como algo normal y legítimo, como contingencias solucionadas dentro de las regulaciones constitucionales del reino, y en todo caso como medidas que, aunque extraordinarias, no implicaban ninguna crisis ni de principios ni de estructura política ni menos la adopción de ideas ajenas a la colonia, emanadas de la filosofía moderna. Identificado Gorriño con los principios políticos del despotismo ilustrado no llegó a comprender en aquella época la trascendencia de los hechos que no solo ocurrieron a su vista, sino que interfirieron con su vida privada en forma por demás notoria e importante” (Cardiel Reyes, op. cit., p. 67). 8. Fernández, “La relación entre fe y razón en el siglo xviii novohispano”, Bibliographica Americana. Revista Interdisciplinaria de Estudios Coloniales, 6 (2010), p. 7.
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estos últimos lustros de su vida, se dedicaría también a una de sus obras fundamentales: la fundación del colegio Guadalupano Josefino, nombrado al efecto como su primer rector por el gobernador Ildefonso Díaz de León el 2 de junio de 1826, aunque pocos años después moriría, el 30 de agosto de 1831, siendo despedido con unas pomposas exequias.9 En suma, puede decirse que la vida y la obra de Manuel María Gorriño y Arduengo son significativas en al menos tres dimensiones: una dimensión política, su obra educativa y las interpretaciones filosóficas de las que ha sido objeto. Dichas dimensiones no solo han centrado el interés de aquellos estudiosos que se han acercado a su obra, sino que también han sido ocasión para el cultivo de varios lugares comunes que probablemente han sesgado la comprensión cabal de su legado: que su obra escrita es fundamentalmente filosófica, que es fundador de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y que fue un activo independentista. Veamos las generalidades de las dos últimas, que de la primera trataremos justo a propósito de la obra que aquí se edita. La obra educativa de Manuel Gorriño El Manuel Gorriño educador es una de sus facetas más conocidas y celebradas; ello probablemente se deba al lugar que le ha sido adjudicado en la institucionalización de la educación superior en San Luis Potosí, aunque no sin discusión. Porque mientras se afirma sin dudar que fue 9.
También su nombramiento como rector, en 1826, había estado lleno de solemnidad, a decir de Francisco Peña: “Tomó asiento a la cabeza del colegio [el gobernador José Ildefonso Díaz de León] y el Sr. D. Manuel María de Gorriño, como rector el [sic], sobre una cátedra que se preparó al efecto, leyó el discurso inaugural que se pone a continuación, concluyendo con la inscripción latina que va al fin, y que en testimonio de gratitud dedicó dicho colegio a su Ecsmo. Funaor [sic]” (Peña, Francisco, Documentos para la historia del obispado de San Luis Potosí, ed. de Rafael Montejano y Aguiñaga, San Luis Potosí, Academia de Historia Potosina, 1969, p. 18). Sobre la fecha de su fallecimiento hay cierta incertidumbre, pues la copia de su retrato más conocido (hecha en 1888), que actualmente conserva la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, consigna en su inscripción al calce el 29 de agosto de 1831 como día de su muerte; es Raúl Cardiel quien determina que “la fecha exacta de la muerte de Gorriño es el 30 de agosto de 1831” (Cardiel, op. cit. p. 53).
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el fundador y primer rector de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, por el hecho de haber fundado el colegio Guadalupano Josefino que se asume como antecesor de esta universidad,10 otros discrepan de ese privilegio: Manuel María Gorriño y Arduengo: sacerdote, filántropo, educador, filósofo y político, fundador del primer instituto de enseñanza media y superior, en 1826, que lleva ya 172 años de existencia. Él fue, como lo ha demostrado el licenciado Raúl Cardiel Reyes, el verdadero fundador del Colegio Guadalupano Josefino, con el que absolutamente nada tiene que ver la Universidad, fuera de la ocupación del viejo edificio confiscado al Seminario Conciliar Guadalupano Josefino; el que, despojado de todos sus bienes, prosiguió sus actividades en casas particulares.11
Treinta años antes, Rafael Montejano había sostenido casi lo mismo en su edición de los Documentos para la historia del obispado de San Luis Potosí de Francisco Peña: En la casa confiscada se inauguró el 23 de mayo de 1861 el Instituto Científico y Literario, actual Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que nada tiene que ver con el Colegio Guadalupano Josefino, como no sea ocupar el edificio que se expropió a éste. El Colegio de los Jesuitas (16241767), el Colegio Guadalupano Josefino (1861) y la actual Universidad Autónoma de San Luis Potosí, son tres instituciones distintas. Esta no es continuación del anterior, como se ha venido insistiendo. Aunque los tres han ocupado el mismo edificio.12
10. Así lo afirma, incluso, Francisco de Asís Castro en su “Donación que hace a la Biblioteca de Jurisprudencia de la Universidad Potosina” del manuscrito base para esta edición: “[…] Autógrafo de su primer Rector el Dr. D. Manuel M. de Gorriño y Arduengo, ilustre potosino que jamás olvidará la posteridad”. 11. Rafael Montejano y Aguiñaga, “La obra del clero en San Luis Potosí”, Vetas, 136 (1999), p. 140. De hecho, el mismo Manuel Gorriño se había referido al colegio como “seminario” en su toma de posición como rector: “Ciudadanos: ved aquí presentes los tiernos pimpollos de los jardines de la patria; tales son estos jóvenes que van a componer desde este día el nuevo Seminario Guadalupano Josefino” (Oración inaugural que en la apertura de los estudios del Colegio Guadalupano Josefino Sanluisense pronunció el Dr. D. Manuel María de Gorriño y Arduengo, actual Diputado de la Legislatura Constituyente de aquel Estado, y Rector del precitado colegio, a 2 de junio de 1826, Ciudad de México, Imprenta del Águila, 1826, apud Francisco Peña, op. cit., p. 20). 12. Montejano, “Introducción” a Peña, op. cit., p. 18.
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Luego, en una serie de entregas para el suplemento “Presencia de San Luis” del periódico El Heraldo de San Luis Potosí, publicadas en 1984, fue más incisivo: Embargados por el vino del falso centenario, cerraron los festejos con la colocación de una lápida con esta mentirosa inscripción: “1826-1926. Dedicación en el primer centenario de este Colegio a la grata memoria de su honorable fundador y probo gobernante, el Sr. Ildefonso Díaz de León. San Luis Potosí, a dos de junio de mil novecientos veintiséis”.13
En cualquier caso, la trascendencia de la obra educativa de Manuel Gorriño no se agota en esta disputa, pues resultan sin duda interesantes y significativos por sí mismos sus planteamientos pedagógicos, al proponer en 1826 una enseñanza útil y general, en paulatino alejamiento de los valores escolásticos con que todavía se buscaba educar en los ámbitos eclesiásticos. En su “Contestación a una petición que le hizo el Ayuntamiento de la ciudad de San Luis Potosí sobre una posible solución a los problemas educativos y sociales del estado” (1809), Gorriño proponía una enseñanza práctica más atenta a la ciencia empírica que al criterio escolástico de autoridad, aunque conservando todavía el privilegio de las disciplinas hermenéuticas sobre las ciencias físicas: de las antiguas siete artes liberales conserva intacto el trivium, dedicado a las disciplinas de la palabra (gramática, retórica y dialéctica), mientras que del quadrivium solo conservaba la aritmética o matemática, aunque unida a la física.14 Seguramente se trata de 13. Montejano, “Aniversarios y relatos chuecos”, Presencia de San Luis, El Heraldo de San Luis Potosí, Núm. 86, 4 de noviembre de 1984, p. 2. Alternativamente culpa a Nereo Rodríguez Barragán y a Joaquín Meade de las presuntas falsificaciones (“De colegio a Seminario”, Presencia de San Luis, El Heraldo de San Luis Potosí, Núm. 82, 7 de octubre de 1984, p. 7); también a Manuel Muro, en su Historia de la instrucción pública, y a Betancourt (1826), por celebrar un falso primer centenario (Montejano, “Versiones falsas”, Presencia de San Luis, El Heraldo de San Luis Potosí, Núm. 85, 28 de octubre de 1984, pp. 5 y 8). 14. El mismo Gorriño dice inspirarse para su propuesta en algunos ilustrados españoles: “He omitido repetir aquí o explicar aquellos puntos sobre los que ya han escrito varios sabios españoles como Ward, Campomanes, Solórzano y otros, cuyas obras ofrecen los planes más sutiles para mejorar nuestra situación” (Gorriño, “Contestación a una petición que le hizo el Ayuntamiento de la ciudad de San Luis Potosí sobre una posible solución a los problemas educativos y sociales del estado” [con presentación biográfica de Daniel Moreno], Revista de la Facultad de Derecho de la UNAM, 16, 1966, p. 528; también sería publicada en Letras Potosinas, 241,
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planteamientos iniciados bajo la tutela de su maestro Juan Benito Díaz de Gamarra, con quien Gorriño comparte una opinión crítica sobre el vacío educativo dejado por la expulsión de la Compañía de Jesús, cuyo regreso llegó a solicitar en 1819.15 Recuérdese la confianza en la utilidad de la educación para la formación de cultura cívica y reforma de costumbres en la Nueva España cultivada por la Compañía de Jesús desde el siglo xvii;16 confianza evidente en un ejemplo que predicó el jesuita Juan Martínez de la Parra en 1690, incluido en su obra Luz de verdades catholicas y explicacion de la Doctrina Christiana:17 Como México, debía de estar viciada la república de Atenas, cuando, juntados sus senadores a dar medios para procurar su reforma (menos ya desdichada la república donde así se juntaba consejo, no solo para dar arbitrios de hacienda, sino para buscar mejoras de costumbres), fueron dando sus pareceres. Y uno de ellos, más sesudo, después de estárselos oyendo a todos, arrojó en medio una manzana toda podrida, y luego: “¿Qué remedio os parece —les dijo— podrá haber para que esa manzana que veis tan podrida toda quede otra vez sana, hermosa y dulce?”. Difícil pregunta, una manzana podrida volverla del todo sana, ¿cómo puede ser? Quedáronse suspensos todos, y él prosiguió: —Pues, mirad, con sacarle las pepitas que tiene en el corazón, sembrarlas, cuidarlas y cultivarlas, dentro de pocos años, de esa manzana tan podrida gozaremos manzanas 1987, 5-15, con notas de Alejandro Espinosa Pitman, así como un fragmento en María del Carmen Rovira, Pensamiento filosófico mexicano del siglo xix y primeros años del xx, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1998, t. I, pp. 31-37). Véase también a este respecto el artículo de José Refugio Martínez y Luis Guillermo Martínez Gutiérrez, “Las venas por la educación en el filósofo potosino Manuel María Gorriño y Arduengo”, Scientific Journal SLP (2017), 13SJ. 15. “Petición al virrey exmo. Sr. Conde del Venadito, gobernador y capitán general de esta Nueva España, etc., sep. de 1819, día 26 (petición para el restablecimiento del Colegio de la Compañía de Jesús en San Luis Potosí)”, Archivo General de la Nación, Temporalidades, vol. 177, exp. 4, ff. 10-14. Publicada por Joaquín Meade, “Petición al virrey del Sr. Dr. D. Manuel María de Gorrino y Arduengo, para el restablecimiento del colegio de la Compañía de Jesús en San Luis Potosí”, Estilo 45 (1958), 37-40. Afirma Rafael Montejano que, justamente, al no conseguir el regreso de los jesuitas, Manuel Gorriño fundaría el colegio Guadalupano Josefino en 1826 (Montejano, “Esta no es aquél. O sea que la Universidad nada tiene que ver con el Colegio Guadalupano Josefino”, Presencia de San Luis, El Heraldo de San Luis Potosí, Núm. 80, 23 de septiembre de 1984, p. 4). 16. Véase al respecto el libro de Pilar Gonzalbo, La educación popular de los jesuitas, Ciudad de México, Universidad Iberoamericana, 1989. 17. Impresa en los talleres de Diego Fernández de León, Ciudad de México, 1691-1696.
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dulces, frescas, sanas, hermosas. —Así es —dijeron todos. —Pues, si así es —añadió—, póngase el cuidado que se debe en la crianza de los hijos y dentro de pocos años gozaremos toda la república mejorada.18
En cualquier caso, la obra educativa de Manuel Gorriño se corresponde con un interés político mayor, muy propio de la Compañía de Jesús, en cuyo seno se consideraba que las jerarquías debían defenderse solo porque poseían un fin moral: la garantía del bien común. Debido a ello, por muy republicana y disruptiva que pueda presentarse ahora la labor educativa de Manuel Gorriño, siempre estuvo determinada por una apología del orden: De aquí dimana que a la religión se llame con frecuencia fanatismo, moral ilustrada al desenfreno, libertad al insolente desprecio de las leyes más sagradas, tanto patrias como divinas, sin cuya observancia no puede haber libertad, religión, sociedad, orden ni otros muchos bienes que son las bases de la felicidad pública y privada de las asociaciones aún domésticas, ni de cada hombre individualmente.19
De hecho, debe decirse que los aspectos más liberales de la propuesta educativa diseñada para el colegio Guadalupano Josefino que ahora se ponderan no se debieron a Gorriño, sino al gobernador que sucedió (por medios violentos) a su mentor Ildefonso Díaz de León: Vicente Romero, en cuyo decreto de 14 de julio de 1828 destituyó a Manuel Gorriño e impuso un nuevo rumbo a la institución, sin duda mucho más liberal, como concede Cardiel Reyes: es significativa la supresión de la teología y la introducción de la lengua francesa, con lo que se indica su inclinación hacia la modernidad. Es también digno de hacerse notar la inclusión de la cátedra de filosofía de la física y la historia que ha de ser de la propia filosofía según el programa de Gamarra, y las recomendaciones de la enseñanza de la lógica.20
El mismo Cardiel Reyes afirma que estas nuevas regulaciones debieron constituir para Gorriño un serio revés; y efectivamente, es 18. Apud Manuel Pérez, Exempla novohispanos del siglo xvii, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2018, p. 279. 19. Oración inaugural, en Peña, op. cit., p. 21. 20. Cardiel Reyes, op. cit., p. 108.
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muy probable que esta última derrota haya conducido a un desencanto final en la vida de Gorriño y Arduengo. Es verdad que luego el gobernador Romero caería y el nuevo titular del Ejecutivo, Manuel Sánchez, convocaría al congreso constituyente del que Gorriño había sido parte, además de restituirlo como rector del colegio; sin embargo, poco tiempo después moriría. El político al filo de la historia Otro aspecto bien conocido de la vida y obra de Manuel Gorriño es el referido a su actividad política; sobre todo por ser, ni más ni menos, el autor del “primer proyecto para la Constitución del Estado Libre de la Luisiana Potosiense”, como escribe Montejano y Aguiñaga.21 Era un momento importantísimo de su carrera política, pero no el primero, pues sin duda su participación como consultor de las Instrucciones para la representación de la provincia de San Luis Potosí en las Cortes de Cádiz (1809), así como su posterior convocatoria como diputado a dichas Cortes (1811), señalan el inicio de su más significativa actividad pública.22 Sin embargo, no pocos biógrafos y comentaristas se han detenido más en un episodio juvenil que podría revelar su presunta faceta rebelde y sus hipotéticas simpatías con las ideas republicanas. En 1793, mientras compartía vivienda con otros tres jóvenes estudiantes en la Ciudad de México: Manuel Velasco, Luis Sagazola y Juan Antonio de Montenegro, Manuel Gorriño se vio envuelto en una denuncia por infidencia ante el Santo Oficio,23 una denuncia que para algunos es evidencia de la existencia de una conspiración “a fin
21. Montejano y Aguiñaga, art. cit., p. 141. Se refiere al Ensayo de una constitución política que ofrece a todos los habitantes del Estado Libre de la Luisiana Potosina, o sea de San Luis Potosí, unido a la Federación Mexicana, Ciudad de México, por Mario Ontiveros, 1825. Hay edición facsimilar publicada por el Gobierno del estado de San Luis Potosí (San Luis Potosí, Casa de la Cultura/Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de San Luis Potosí, 1990); así como una modernizada por Carmen Rovira, op. cit., t. I, 38-50. 22. Véase el artículo de Graciela Bernal Ruiz, “Una provincia sin representación. La ausencia de San Luis Potosí en las Cortes, 1810-1814”, Signos Históricos, 10 (2008), 165-192. 23. “Proceso contra Montenegro”, AGN, Inquisición, 1342, exp. 1.
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de instaurar un gobierno independiente de carácter republicano, fundado en los principios de la Revolución Francesa”, como escribe Cardiel Reyes,24 aunque no parece haber pruebas sólidas que permitan afirmar que aquellas rebeldías juveniles hayan significado una conspiración en toda regla, ni tampoco es clara la participación de Manuel Gorriño en ello.25 En cualquier caso, el asunto no solo significaba conjura, sino también traición entre los mismos jóvenes estudiantes, pues la denuncia, que iba dirigida contra Montenegro, había sido presentada por Manuel Velasco e involucraba a todos los habitantes de la casa: Manuel Velasco acusó a Montenegro de haberle dicho que estaba al tanto (porque otro excolegial llamado José María Contreras se lo había contado) de una conjuración contra el gobierno que pretendía establecer una república. No sólo eso: Montenegro había criticado a los reyes de España (decía que veían a la América como su granero y no buscaban su bien), con un tono que lo hacía sospechoso de aprobar la conjura y de desear que se estableciera en México una república con un congreso.26
Como su nombre fue mencionado en dicha acusación, Manuel Gorriño fue llamado a declarar, y su testimonio quita culpa al acusado afirmando que, si bien en un principio había creído que Montenegro leía y defendía a Rousseau, a Voltaire y a otros escritores “del siglo”, terminó convencido de que hablaba sin convicción, de que era “un fanático de los que quieren señalarse por la novedad de la 24. Cardiel Reyes, op. cit., p. 25; y antes había escrito que dicho caso había sido “la primera conspiración por la independencia del país” (ibid., p. 8). Véase también a este respecto el artículo de Gabriela Ruiz Briseño y Armando Martínez Moya, “Una petición comedida y dos respuestas. La universidad colonial de Guadalajara y el libertador Miguel Hidalgo”, Universidades, 80 (2019), n. 9. 25. De esta acusación también se ocupa con detalle Carmen Castañeda: “Otra proposición de Montenegro se refirió a que ‘algunos de los sumos pontífices no havían sido electos canónicamente por eleciones havían sido por empeños de los reyes y no por el influxo del Espíritu Santo, y sin envargo, estos sumos pontífices decidían y definían en las cosas de la fee lo mismo que los demás’. Montenegro había comentado todas estas proposiciones con otros dos compañeros, con don Manuel Gorriño y con don Luis Gonzaga Sagazola y en la casa de Gorriño” (Castañeda, art. cit., p. 63). 26. Gabriel Torres Puga, “Individuos sospechosos: microhistoria de un eclesiástico criollo y de un cirujano francés en la ciudad de México”, Relaciones, 139 (2014), p. 36.
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doctrina”.27 Por ello, a pesar de sus contundentes afirmaciones previas, el propio Cardiel Reyes se muestra finalmente bastante prudente sobre el presunto pensamiento republicano del cura potosino: De las lecturas del voluminoso proceso, se deduce que Gorriño guardaba amistad con el grupo de la conjuración, y que aunque no participaba de sus ideas radicales —como algunas proposiciones tachadas de calvinistas y el proyecto de instaurar una república en el país—, sí tenía manifiesta simpatía por los proyectos de fomentar el progreso de las ciencias y las artes, de aprovechar las riquezas naturales del país, como proyectos suyos lo dejaron claramente probado en años posteriores.28
Es curioso que, aun cuando, al parecer, Manuel Gorriño guardó recuerdos desagradables de este encuentro con la Inquisición, en 1819 solicitaría él mismo ser integrado en ese cuerpo censor; de hecho, lo consiguió al ser nombrado comisario interino del Santo Oficio, aunque por poco tiempo, pues la Inquisición sería abolida de nuevo en 1820. En cualquier caso, no terminó ahí su intento de convertirse en parte del aparato censor, pues cuando Iturbide instituyó en 1821 la Comisión Calificadora de Impresos Útiles, el Ayuntamiento de la ciudad lo hizo miembro de ella.29 27. Escrito presentado por Manuel Gorriño en “Proceso contra Montenegro”, ff. 8v-12r. Sagaloza haría lo propio, aunque su declaración no era del todo amable con Gorriño: “El 10 de febrero, al rendir una nueva declaración ante el comisario Castañiza, Sagazola señaló que Gorriño era un presumido y que muchas veces Montenegro hablaba ‘solamente con el fin de humillar[lo] y bullir[lo]’. Señaló que tanto él como Montenegro ‘se complacían [...] de ver abochornado a Gorriño’” (Torres Puga, art. cit., n. 30, citando el “Proceso contra Montenegro”, f. 145v.). 28. Cardiel Reyes, op. cit., pp. 28-29. No así otros autores que se permiten más de una afirmación cuestionable a este respecto: “Gorriño se vio envuelto en una conjuración contra España: es decir, fue uno de los precursores de nuestra Independencia”. Y más adelante: “Gorriño, que tenía simpatía por el movimiento y que, inclusive, participó en algunas de las reuniones de los conspiradores, fue expulsado a petición del fiscal del mencionado tribunal” (Esteban Durán Rosado, “El filósofo Manuel María de Gorriño y Arduengo. Un precursor de la Independencia”, Letras Potosinas, 218, 1978, p. 16). 29. “La Regencia del Imperio reconoció la libertad de imprenta; sin embargo, confirmando una disposición de Iturbide, dispuso que de todos los periódicos que se publicasen se debían enviar ejemplares a los jefes políticos, las comandancias militares y a una ‘Comisión calificadora de impresos útiles’, que debía integrar en cada localidad el ayuntamiento respectivo” (María del Carmen Ruiz Castañeda, “La prensa durante el Primer Imperio y la República Federal [1821-
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Al final del proceso inquisitorial, Manuel Gorriño no sería acusado realmente de nada;30 por el contrario, su actuación en el mismo llamaría favorablemente la atención del comisario del Santo Oficio, Juan Francisco Castañiza, quien llegó a considerar que Gorriño era “un hombre sensato, fiel a la Corona y el más recatado de sus compañeros”.31 Y efectivamente, su regalismo fue siempre firme, al menos hasta 1821; ya en las propias conversaciones de aquellos cuatro jóvenes entusiastas había dejado clara su postura, como trae Carmen Castañeda: “Entre todos comentaron ‘que havían echo bien los franceses en decapitar a su rey’. Covarrubias ‘daba por razón que sujeto a las leyes [sic] y podían los vasallos juzgar a los reyes si las quebrantaban’. Sobre este punto Gorriño opinó que ‘los reyes eran sobre las leyes y que no tenían más juez que Dios’”.32 Por ello habría que revisar, me parece, aquellas afirmaciones que aseguran el cultivo de ideas republicanas e independentistas por parte de Manuel Gorriño, sobre todo, en los períodos previos a la consumación de la independencia;33 es verdad que, después de la misma, sus opiniones aceptarían el gobierno republicano, pero jamás abandonaría su defensa de la estabilidad, el orden y el principio de autoridad. Y
30.
31. 32. 33.
1835]”, en Luis Reed Torres y María del Carmen Ruiz Castañeda, El periodismo en México. 500 años de historia, Ciudad de México, EDAMEX, 1998, pp. 128-129). Montenegro, en cambio, sí fue sentenciado el 21 de noviembre de 1795: “le desterramos de la corte de Madrid y de esta de México por tiempo de diez años, veinte leguas en contorno, y los dos primeros cumpla recluso en el Colegio de Misioneros Apostólicos de la Santa Cruz de Querétaro, donde haga unos exercícios espirituales en los primeros quarenta días de su reclusión, confesándose general y sacramentalmente, lo que hará constar por papel del confesor, que aquel guardián le señalare, y que durante su reclusión rece los salmos penitenciados, los viernes; y los sábados una parte del rosario” (Castañeda, art. cit, p. 83, citando AGN, Inquisición, vol. 13). Mención notable, escribe Torres Puga, “pues de ese grupo de estudiantes, Gorriño era el más cercano a Jerónimo Covarrubias, probablemente el principal divulgador de información en 1793” (Torres Puga, art. cit., p. 40). Castañeda, art. cit., p. 83. Por ejemplo, Esteban Durán afirma, sin aporte de pruebas, que Gorriño fue lector de Voltaire, Rousseau y d’Holbach: “Entre los lectores de aquellas obras cuya influencia se dejó sentir en lo político toda vez que con sus principios modificaron totalmente los puntos de vista existentes en lo que al gobierno atañe, figuró el filósofo Manuel María Gorriño, personaje central del libro del licenciado Cardiel Reyes” (Durán, art. cit., p. 15).
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es que, además de regalista, Manuel Gorriño fue —por supuesto— un firme católico, como afirma Brian Connaughton: “en 1817, el Dr. Manuel María Gorriño y Arduengo denunció en San Luis un complot para ‘descatolizar’ a México, señalando como autores de semejante atentado tanto al movimiento insurgente como a las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812”.34 De hecho, el movimiento de independencia iniciado por Miguel Hidalgo no solo preocuparía profundamente a Manuel Gorriño, sino que incluso lo ocupó (y de una manera por demás significativa) al grado de ofrecer su hacienda de La Pila al gran represor de los primeros levantamientos independentistas, Félix María Calleja, a fin de que concentrase y entrenase el ejército que había armado contra Hidalgo.35 Recuérdese que en esas circunstancias sería nombrado testigo de cargo en la causa contra el carmelita fray Gregorio de la Concepción, simpatizante de Hidalgo, hecho que, a decir de José Francisco Pedraza, “denota que el doctor Gorriño es adicto a la causa realista y merece la confianza de las autoridades virreinales”.36 En cualquier caso, los vínculos políticos entre Gorriño y Calleja fueron más allá del alojamiento militar en La Pila, cuando ambos fueron postulados a las Cortes de Cádiz en 1811, justo el año en que Gorriño escribía su Filosofía de la fe católica, una obra dedicada a la defensa de la fe como herramienta de control político. Un poco después, en 1814, Gorriño publicaría sus “Reflexiones sobre la incredulidad”: una crítica implacable contra la Revolución francesa y sus ataques a la religión. 34. “El constitucionalismo político-religioso. La Constitución de Cádiz y sus primeras manifestaciones en el Bajío mexicano y zonas aledañas”, Relaciones, 147 (2016), p. 113, citando a Manuel María de Gorriño y Arduengo, Sermón segundo de la cátedra de San Pedro en Antioquia […], 1817. 35. Se trataba de un acuartelamiento en alerta extrema, como recoge Inocencio Noyola: “Todos los días precisamente se leerá a la tropa por compañías formando círculos, alguna parte de las leyes penales principiando por las de deserción, falta de subordinación, y de puntualidad a sus puestos y obligaciones de las centinelas, a cuya lectura se verificará de las 11 a las 12 de la mañana” (Noyola, “Libro de órdenes diarias que comienza el 5 de octubre de 1810 en el campamento de la Hacienda de la Pila respectivo a la 4ª. Compañía del Cuerpo de Caballería de Frontera”, Pulso, 12 de enero de 1995, C3). 36. Pedraza, “Biografía de Manuel María Gorriño y Arduengo. Primer rector del Colegio Guadalupano Josefino, ahora Universidad Autónoma de San Luis Potosí”, Letras Potosinas, 70, 1948, p. 5.
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Sin embargo, una vez consumada la Independencia, Manuel Gorriño debió necesitar razones para aceptar la nueva realidad y sobrevivir a ella, las que al parecer encontró en la íntima naturaleza monárquica y conservadora de la primera etapa de la emancipación, así como encontraría en la docencia un medio de sobrevivir al liberalismo adoptando sus ideales de mejoramiento humano, sin transigir en principio ante la política republicana. Su participación como diputado del congreso constituyente del San Luis Potosí independiente, así como su ensayo de constitución, son evidencia de este tránsito que lo llevó a adoptar posiciones bien distantes a las defendidas unos cuantos años antes; por ejemplo, en su discurso inaugural del Colegio Guadalupano Josefino (1826), se permitió un breve panegírico de aquella independencia que antes vituperaba: “Vos, (exclaman) vos, o gran Victoria, que como Bolivar en la América Meridional, en la del Norte Washington sois el padre y artífice de nuestra inestimable libertad civil, y que allanasteis las primeras dificultades para la erección de este infantil Liceo”.37 Y un año antes, en su Ensayo de una constitución política […] (1825), casi podemos ver la transformación del viejo monárquico en un republicano a carta cabal: es tan agradable como pasar con prontitud de la obediencia ciega a las leyes monárquicas de un cetro de hierro, al gobierno suave y social de una república, en que las leyes son, mas bien la voz de una madre como la patria, que dirige con suavidad el orden de su casa y de su familia, que la de un señor duro o inexorable, cuyos mandatos nadie puede quebrantar sin exponerse a la acción terrible del cauterio o del fierro con que hace lo severo de sus determinaciones.38
Tal vez habría que comprender estos cambios radicales de Manuel Gorriño a partir de la propia naturaleza vertiginosa de la transformación política del país, de una monarquía absoluta a una monarquía constitucional y luego, a un sistema republicano, todo ello en solo tres años: de 1821 a 1824. No obstante, en abono a su coherencia, debe insistirse en que Manuel Gorriño no abandonó jamás —ni siquiera 37. Gorriño, Oración inaugural, en Peña, op. cit., p. 24. 38. Gorriño, Ensayo de una constitución, p. 3. Un buen estudio de este Ensayo es el de Jesús Motilla Martínez, El doctor Gorriño y Arduengo, su proyecto para la primera Constitución potosina, 1825, San Luis Potosí, Casa de la Cultura de San Luis Potosí/Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, 1990.
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en estas nuevas circunstancias— la defensa de la religión, ni la defensa de la jerarquía;39 una jerarquía estricta como base de gobernabilidad que constituye un argumento recurrente de la concepción de orden cristiano: La ley sola en el suelo de la democracia es la que puede fijar el sentido verdadero de la igualdad y libertad, que son el espíritu de este sistema y la que desengaña aquellos entendimientos, anárquicamente preocupados, que creen que la igualdad es un título que da derecho a todos para no reconocer cierto orden en el uso de esta libertad mal entendida, y para que se sobreponga tal vez el hijo al padre, el criado al amo, el que obedece al que manda y el ciudadano particular al magistrado que lleva en su mano la balanza de la justicia para distribuirla a cada uno según la ley.40
Y es que la idea de orden por sujeción a la autoridad es, como puede advertirse, una idea política básica en el pensamiento católico de la época; una sujeción estructural, de cada cual a su “estado” o circunstancia (incluyendo aquella de carácter económico), que implica una noción de orden jerárquico originada en Dios mismo, que pasa luego al Estado y a las autoridades y leyes subsecuentes, como afirma san Agustín: La paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la 39. “El mismo Montesquieu proclamó siempre esta religión, como uno de los dones más inestimables que le concedió los hombres, y aun Jeremías Benthas [sic por Jeremy Bentham] la recomienda indirectamente y por una consecuencia necesaria de sus principios, cuando establece, que aun las preocupaciones de los pueblos deben respetarse por un gobierno que adopte el sistema liberal que el promueve” (Gorriño, Ensayo de una constitución, p. 11). Más adelante escribiría: “La religión de este estado es y será siempre la católica, apostólica, romana. El estado se obliga a sostenerla con las leyes sabias y justas que la promuevan y conserven en toda su pureza y esplendor, y prohíbe absolutamente el ejercicio de cualquiera otro culto” (ibid., p. 17). 40. Gorriño, Ensayo de una constitución, pp. 12-13. Véase a este respecto Antonio Mestre, “Sociedad y religión en el siglo xviii”, Chronica Nova, 19 (1991), 257-270; y Manuel Pérez, “Sobre la dimensión política de los sermones de Juan Martínez de la Parra”, Xipe Totek. Revista del Departamento de Filosofía y Humanidades. ITESO, 115 (2021), 146-166.
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fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos.41
Ahora bien, aunque se trata de una defensa de la jerarquía, esta concepción no incluye privilegios para quienes ocupan su niveles más altos; por el contrario, a ellos les adjudica no pocas obligaciones políticas y económicas, como reza una fortísima afirmación de El hombre tranquilo: que la “prosperidad temporal no siempre es compañera de su justicia, pues vemos que los felices del siglo son frecuentemente unos malvados, como dice el Eclesiástico de los ricos, que regularmente lo son, o hijos de malvados”.42 Manuel Gorriño apoya su argumento en san Ambrosio, quien, en su versión de la historia de las viñas de Nabot, escribe: Rogad y restituid al Señor Dios vuestro, esto es: no finjáis, ¡oh ricos!, el día se acerca; rogad por vuestros pecados y restituid con dádivas los beneficios que habéis recibido. De Él habéis recibido lo que ofrecéis, suyo es lo que dais. Míos son los dones —dice— y mío es lo que os he dado, es decir, lo que me ofrecéis son dones que os he concedido.43
41. San Agustín, La ciudad de Dios [XIX, 13, 1], tr. Santos Santamarta del Río y Miguel Fuertes Lanero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2007. Esta relación entre orden y paz inspirada en la idea agustiniana está muy presente en la obra de Manuel Gorriño, particularmente en El hombre tranquilo: “La paz, dice san Agustín, es la tranquilidad del orden”, un argumento que supone siempre la resignación: “Dios creó a un pobre para que por medio de su pobreza se salvara; su majestad sabe que así le conviene, este es el recinto de su condición y en ella solamente puede hallar los medios más proporcionados a su fin; ¿podrá este mudar de condición?, ¿podrá, aunque quiera, ser feliz por otro modo, podrá variar de circunstancias a su arbitrio?” (Gorriño, El hombre tranquilo [esta edición; en adelante sin indicación], p. 177). 42. Gorriño, El hombre tranquilo, p. 79. Dice el Eclesiástico: “El rico comete una injusticia y se siente orgulloso; el pobre la sufre y tiene que pedir perdón. Si eres útil al rico, hará que le sirvas; si le resultas inútil, te abandonará. Si tienes algo, ¡cómo te halagará! Pero no tendrá ningún reparo en explotarte. Si le haces falta, te tratará muy bien, te sonreirá y te inspirará confianza. Te hablará amablemente y te preguntará qué necesitas. Te avergonzará con sus invitaciones a comer. Mientras pueda aprovecharse de ti, te engañará; te alabará unas cuantas veces, pero después, al verte, se enojará contigo y te hará gestos de desprecio” (Eclesiástico 13, 3-7). 43. Ambrosio de Milán, Elías y el ayuno. Nabot. Tobías, tr. Agustín López Kindler, Madrid, Ciudad Nueva, 2016, p. 147.
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Sin duda resultan significativas estas críticas a la riqueza por parte de Manuel Gorriño, un hombre acaudalado, pero también un filántropo generoso, dueño de la hacienda de La Pila y de varias fincas en San Luis Potosí que, sin embargo, jamás escatimó colaboración económica con su ciudad: en 1825 donó diez mil pesos al gobierno del estado para que estableciera una botica; luego donaría otros diez mil pesos para el pago de un préstamo forzoso establecido por el gobernador a la ciudad; después rechazaría recibir una devolución parcial del mismo (de cuatro mil pesos), donándola a obras de conducción de agua potable; al colegio Guadalupano Josefino también donó diferentes cantidades y todavía en 1831 donó mil pesos de su sueldo de diputado (ganaba dos mil quinientos anuales) a las rentas del estado. Por ello es que la consideración moral de los bienes económicos fue un tema importante y recurrente en el discurso de Manuel Gorriño, como puede verse en su traducción de Los sepulcros de James Hervey: “La preocupación, las pasiones, la costumbre nos ha hecho adoptar sin reflexión como bienes muchos males que no tienen más que el nombre y el concepto en que se hallan entre los hombres”, y más adelante: “Es menester no confundir quales son aquellos bienes de los que no se os ha concedido sino el uso. La pérdida de estos no es deplorable; ellos no son vuestro fin; por tanto su goce debía estrecharse en los límites de la vida, y acabada ésta no os pertenecen mas [sic] que si no hubieran sido vuestros”.44 Esta lectura moral del dinero no es, por supuesto, nueva en el siglo xviii, sino acaso consustancial al pensamiento escolástico, aunque en este contexto habría que juzgarlo por su cercanía al pensamiento estoico, para el que la “idolatría del interés” hace a los hombres siervos, como escribe Juan Baños de Velasco: “No puede sosegarse el espiritu, arrastrandole à sus pensiones el interes; ni menos se facilita à la quietud el interes, si se vè seguido de la ambicion que le ruega”.45 Tampoco debe olvidarse el antiguo posicionamiento católico contra la acumulación y la usura, defendido con todo vigor en Trento contra la opinión de los cristianos protestantes; asunto bien estudiado tanto 44. James Hervey, Los sepulcros. Los paseos, tr. [del francés al español] Román Leñoguri [Manuel Gorriño], Ciudad de México, por Mariano José de Zúñiga y Ontiveros, 1811 [“Tercera edición corregida y aumentada”], pp. 87-88. 45. Baños de Velasco, El sabio en la pobreza, comentarios estoicos, y históricos a Séneca, Madrid, por Francisco Sanz, 1671, p. 14.
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por Max Weber como por Michael Novak.46 Para Manuel Gorriño —permitiéndose una lectura cuasi-psicológica de la acumulación capitalista— la causa del apego a las riquezas es el temor, que es en sí mismo un vicio y una pasión que contradice la necesaria confianza en la providencia divina; una confianza bien asentada en el espíritu evangélico: Por lo tanto les digo: No se preocupen por su vida, ni por qué comerán o qué beberán; ni con qué cubrirán su cuerpo. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, y el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes mucho más que ellas?47
Así es que, lejos de ser un independentista, Manuel Gorriño parece haber sido un monárquico muy consistente antes de la independencia, un filántropo generoso en todo tiempo y un curioso republicano, conservador y patriota al consumarse la emancipación, manteniendo siempre su preocupación por la integridad del país y las cada vez más peligrosas amenazas a su soberanía provenientes de los anglosajones del norte, como había dejado claro en su Memorial al Ayuntamiento de San Luis Potosí de 1809: Esto [el establecimiento de misiones en septentrión] parece que sería un medio eficaz de obligar a cubrir las dilatadas fronteras de nuestro país, expuestas por algunos lados a los asaltos de la política oscura y peligrosa de la nación vecina del Continente, que no deja de ver unas tierras tan fértiles, sanas e intactas, con envidia de extenderse en ellas para enriquecer su Estado y mejorar ventajosamente de situación.48
Un hombre, en suma, que confrontó las diferentes crisis de su tiempo desde presupuestos éticos que le permitieron transitar una geopolítica que se desarticulaba; un hombre que, como afirma Cardiel Reyes, 46. Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, Península, 1989; Novak, La ética católica y el espíritu del capitalismo, Santiago de Chile, Centro de Estudios Públicos, 1995. 47. Mateo 6, 25-26. 48. “Informe del Dr. Manuel Gorriño Arduengo” [Memorial al Ayuntamiento de San Luis Potosí], Ciudad de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas-Universidad Nacional Autónoma de México (Biblioteca Jurídica Virtual), p. 530.
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“pertenece a una época de transición, que no conoció la estabilidad social ni el reposo político”.49 El hombre tranquilo y la obra escrita de Manuel Gorriño Pueden reconocerse tres períodos en la escritura de Manuel Gorriño:50 una primera etapa, digamos, juvenil, que termina a su llegada a la Ciudad de México en 1793, en el que produjo su más célebre obra de carácter filosófico (“Del hombre. Parte segunda”, 1791); una segunda que se inicia en 1793 y termina en 1810, con la transformación radical de circunstancias e intereses que supuso el inicio de la revolución de independencia, a la que corresponde la obra que aquí se edita; y, finalmente, un tercer período en el que se manifiestan poderosamente las dos facetas principales de su vida pública: la educativa y la política. A esta última etapa corresponden obras como la Filosofía de la fe católica (1811), las Reflexiones sobre la incredulidad (1814), el Sermón segundo de la cátedra de San Pedro de Antioquía (1816), la Petición […] para el restablecimiento del Colegio de la Compañía de Jesús en San Luis Potosí (1819), Las tres verdades principales de la fé católica (1822),51 el “Manifiesto del Congreso Constituyente […] de San Luis Potosí” (1824), el Ensayo de una constitución […] (1825), la Oración inaugural del Colegio Guadalupano Josefino (1826), entre otros.52 También se conoce su labor como traductor, no solo por su versión castellana de la obra latina de Juan Luis Maneiro: De viris aliquot Mexicanorum aliorumque sive literis mexici imprimis floruenrunt, con el título de Vidas de jesuitas americanos;53 sino, sobre todo, por la tra49. Cardiel Reyes, op. cit., p. 237. 50. Véase María del Carmen Rovira Gaspar (coord.), Una aproximación a la historia de las ideas filosóficas en México. Siglo xix y principios del xx, Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, 1997, pp. 86 ss. 51. Impreso en Armadillo (México), por José Alejo Infante, 1822. 52. “Del Dr. Gorriño se han ocupado, entre otros escritores, Beristáin, Osores, Nicolás León y José Toribio Medina, pero con grandes omisiones biográficas y bibliográficas y aun errores, que nosotros creemos han sido aclarados en el presente estudio, confeccionado con datos proporcionados por numerosas fuentes de información, consistentes principalmente en documentos inéditos” (Alcorta, art. cit., p. 70). 53. Véanse los favorables comentarios a esta traducción por parte de Joaquín Antonio Peñalosa, “Índice del humanismo en San Luis Potosí”, Humanitas. Anuario del Centro de Estudios Humanísticos, 6 (1965), 251-275.
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ducción de la obra de James Hervey (a partir de una versión francesa), bajo el pseudónimo de Román Leñoguri: Los sepulcros. Escritos por Mr. Hervey párroco inglés, traducidos del francés por el abate Román Leñoguri (1805), con una tercera edición de 1811 “corregida y aumentada” pues, como afirma el traductor: “Mi primera traducción castellana de los Sepulcros, corrió con el aplauso que es notorio, á pesar de haberla hecho en vista de un original manuscrito muy viciado y defectuoso, como también con una apresuración que me permitió poca exactitud aun respecto del dicho MS”.54 Sobre la traducción de Hervey, escribe Ruedas de la Serna: Limitándome a lo que recuerdo, indicaré que las obras literarias inglesas no eran desconocidas en México […] el P. Manuel María Gorriño y Arduengo (Román Leñoguri) tradujo las dos primeras partes de la antaño famosa obra de James Hervey, Meditaciones y contemplaciones, bajo los títulos de Los sepulcros (Ontiveros, 1802) y Los paseos (Diario de México, 1808): de una de estas versiones existe el manuscrito en la librería de Robredo.55
José Joaquín Fernández de Lizardi, en “Quien llama al toro sufra la cornada”, aludiendo a Manuel Gorriño, confirma que esta traducción fue publicada, efectivamente, en el Diario de México: “También colaboró en esa publicación con el seudónimo Román Leñoguri”.56 Con todo, no faltarían razones para dudar de que esta traducción sea realmente de Manuel Gorriño, pues en principio se trataría de un traductor bastante tolerante con el hecho de que Hervey era meto54. Román Leñoguri [Manuel Gorriño], Introducción a su trad. cit. de James Hervey, Los sepulcros, p. v. La traducción al francés de la obra de Hervey que sigue Manuel Gorriño en su primera edición es la de Pierre Letourneur (primer traductor de las obras completas de Shakespeare al francés): Méditations sur les tombeaux, 1770. Afirma Francisco Pedraza que esta traducción es una de las obras más conocida de Gorriño (Pedraza, art. cit., p. 4). 55. Jorge Ruedas de la Serna, Genaro García y Pedro Henríquez Ureña, “Dos ensayos de Pedro Henríquez Ureña sobre poesía mexicana de la Independencia”, Revista de Historia de América, 72 (1971), p. 509. 56. En Esther Martínez Luna, Estudio e índice onomástico del Diario de México. Primera Época. 1805-1812, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002, pp. 130 y 183. La tercera edición, corregida y enmendada (Madrid, Imprenta de Sanz, 1830), ya incluye el nombre de “Don Manuel de Gorriño” como traductor.
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dista57 en una época en que Manuel Gorriño estaría escribiendo El hombre tranquilo, obra que no se distingue por su tolerancia a este respecto, aunque es verdad que el traductor la justifica: “Estoy muy léjos ciertamente de recomendar las virtudes de Hervey sino como de un hombre bueno y amable por su conducta, pero que dista mucho de merecer los encomios consagrados solamente á las virtudes animadas de la fe viva del Catolicismo”.58 Tampoco parece tener empacho en citar al enciclopedista D’Alembert mientras defiende un estilo quizás demasiado libre de traducir: “El traductor filósofo, dice Mr. de Alembert en su Ensayo sobre la traducción: esto es, el que se atreve á no ser servil, y no quiere ser obscuro donde lo está el texto, debe abandonar el giro que éste lleva, quando lo exige el sentido ó para la claridad, ó para la vivacidad”.59 Sin embargo, viendo con más cuidado, es posible apreciar que se trata de un trabajo que comparte cierto léxico que parece particular de Manuel Gorriño y que es posible encontrar, justamente, en El hombre tranquilo, como se verá adelante. El hombre tranquilo es una obra redactada durante los mismos años en los que aparece la primera edición de la traducción de Hervey; como su título indica, tiene el propósito de proponer una vía hacia la consecución de una calma y una tranquilidad que permanezca incluso en momentos críticos, un camino a través de la razón y el cultivo de las virtudes cristianas, particularmente aquellas que recogen las enseñanzas clásicas, estoicas.60 Es también un escrito con implicaciones profundamente políticas, como muy bien observa Cardiel Reyes, 57. Como escribe Gertrudis Payàs Puigarnau: “Como excepción, resulta curioso que llegaran a la Nueva España dos obras de un autor metodista, James Hervey, Meditations among the Tombs y Reflections in a Flower Garden, gracias a las traducciones que hizo a partir de versiones francesas, en 1810 y 1811 [sic], el sacerdote potosino Manuel María Gorriño (que en Beristáin aparece sólo con su pseudónimo: Leñogurri)” (Payàs, El revés del tapiz. Traducción y discurso de identidad en la Nueva España [1521-1821], Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2010, p. 252). 58. Román Leñoguri, Introducción a James Hervey, op. cit., pp. vii-viii. 59. Ibid., p. vi. 60. Como escribiría Diógenes Laercio: “Que la virtud es una disposicion de animo conforme á razon, y elegible por sí misma, nó por algun miedo ó esperanza, ó por algún bien externo; sino que en ella se encierra la felicidad, como que está en el alma para la igualdad y tranquilidad de toda la vida” (Los diez libros de Diógenes Laercio sobre las vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, tr. Josef Ortiz y Sanz, Madrid, Imprenta Real, 1792, t. II, p. 117).
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pues “contiene no sólo la defensa de la religión católica, sino también preserva a las buenas costumbres de su corrupción, a la moral de su destrucción filosófica y a la Colonia de la Nueva España, de los trastornos de la guerra, y le asegura la paz y la tranquilidad de un régimen estable y justo”.61 Se trata de una obra que respondía a su necesidad de organizar sus propias armas intelectuales, emocionales y espirituales contra la desazón que le causaría advertir ominosos signos en el horizonte político, recogiendo —naturalmente— elementos de su formación personal, sus lecturas y sus propias reflexiones previas. De hecho, el título de El hombre tranquilo tiene cierta similitud con el de un libro que poseía Manuel Gorriño en su biblioteca: El hombre feliz, independiente del mundo y de la fortuna, ó arte de vivir contento en cualesquier trabajos de la vida, de Teodoro de Almeida, obra de ficción que también funda en la virtud las causas más firmes de la felicidad.62 Por supuesto, una y otra serían deudoras de Séneca, particularmente de su tratado De la tranquilidad de ánimo, aunque en El hombre tranquilo Gorriño no lo cite, como sí otras obras del romano: Sobre la felicidad y Consolación a Helvia, por ejemplo. En cualquier caso, parece que De tranquilitate sí se encontraba entre los libros de su biblioteca, no la que es posible encontrar en los listados de las obras que le revisó el Santo Oficio cuando se encontraba bajo sospecha, pero sí en la biblioteca que da fondo al retrato que de él guarda la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y que, a decir de Cardiel Reyes, “confirma la formación intelectual de Gorriño”.63 Por supuesto, la búsqueda de la tranquilidad debió ser en esos años una fuerte necesidad para una parte de la sociedad de la época, sobre todo aquella más acomodada; por ello, en su Sermón de la cátedra de San Pedro de Antioquía (1804), predicado también en los años de redacción de El hombre tranquilo, Manuel Gorriño tiene como causa oratoria la seguridad y conservación del statu quo que promete la Iglesia: “[…] el Orador conmovió á el Pueblo con este Discurso en que le hizo sentir la dulzura que vierte en el alma la idea de la seguridad santa en que vivimos dentro de la Iglesia”, escribió Joseph María Nava y 61. Cardiel Reyes, op. cit., p. 78. 62. Se trata de una obra traducida del portugués por José Francisco Monserrate y Urbina, impresa en Madrid por Joaquín Ibarra, en 1783. 63. Cardiel Reyes, op. cit., p. 53.
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Solano en la “Dedicatoria” del sermón.64 Este sermón de corte escolástico es, de hecho, una apelación a la autoridad cuyo prothema expone el magisterio de San Pedro como cabeza de la Iglesia: “Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam”;65 luego, la exposición del thema es por demás clara en este mismo sentido: Esta gloriosa resistencia con que la Iglesia Católica ha llegado desde su origen hasta nuestros días navegando por entre las olas y tormentas del mar tempestuoso de los siglos, os manifestará la firmeza de su fundamento, sus triunfos sobre innumerables enemigos, y veréis por tanto á Pedro coronado de un laurel inmarcesible de gloria, que tantas y tan continuadas victorias de la Iglesia le han texido. Veréis finalmente á el Infierno confuso con su poder y sus esfuerzos. Este es mi asunto.66
En realidad, la predicación de las vías cristianas para la consecución de lo que llamaba “la verdadera tranquilidad” fue una constante ocupación moral y política de Manuel Gorriño; en estos mismos términos seguía exponiendo, por ejemplo, su receta de la tranquilidad en una obra tan tardía y tan laica como su Ensayo de una constitución (1825): Recibid, pues, conciudadanos este pequeño testimonio de mi deseo de contribuir a que os constituyáis sobre unas bases firmes e indestructibles por medio de unas leyes sabias y bien observadas que aumenten vuestras luces, reglen vuestras costumbres públicas en la sociedad, las domesticas en vuestras familias y las religiosas ante las aras de Dios, de los pueblos, de los hombres y de toda la naturaleza visible e invisible: así lograréis una paz inalterable que llene de dulzura vuestros días, que suavice vuestros trabajos y que os haga a morir tranquilos como unos hombres que se entregaran al sueño de la naturaleza para descansar de las fatigas de la humanidad deleznable.67
64. Gorriño, Sermon de la cátedra de San Pedro de Antioquía, predicado el 22 de Febrero del año 1803 en la fiesta que celebra en este dia la Ilustra Congregación del Príncipe de los Apóstoles, fundada con Autoridad Pontifica en la Iglesia Parroquial de la Ciudad de San Luis Potosí, Ciudad de México, por Mariano de Zúñiga y Ontiveros, 1804, s/p. 65. “Et ego dico tibi, quia tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam” [“Mas yo también te digo que tú eres Pedro; y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”] (Mateo 16, 18). 66. Ibid., p. 4. 67. Gorriño, Ensayo de una constitución, p. 14.
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Se trataba de la predicación de un cristianismo político, militante, que sin duda recuerda la labor educativa y pastoral de la Compañía de Jesús y que está muy presente en toda la obra de Manuel Gorriño, como puede verse tanto en el Sermón como en El hombre tranquilo, en los que la fundación del cristianismo se concibe como “un cuerpo luminoso que iba á luchar con las tinieblas del error y de las pasiones”.68 Por ello es que en ambas obras se acude al viejo discurso antiidolátrico como justificación esencial del cristianismo: un cristianismo primitivo revolucionario que fue capaz de imponer sus luces contra el paganismo y unas religiones politeístas que, desde esta perspectiva, se entendían como producto de la degeneración de las costumbres: “Los juegos Lupercales y Saturnales: las luchas del Anfiteatro: los Augures y Arúspices que consultaban el vuelo de las aves: las entrañas de las víctimas, y otras mil patrañas y ridiculeces, presentan un quadro que avergüenza á la humanidad que las veneraba”.69 De este modo, tiene pleno sentido acudir luego a la autoridad de hombres sabios de la Antigüedad precristiana como argumentos contra dichos desórdenes: “Ciceron dice, que no podía él contener la risa que le infundia la vana gravedad y el misterioso semblante de uno de estos Ministros, á quienes se consultaba para saber con anticipación los futuros sucesos”; y en otro lugar: “Sócrates, á pesar del alto concepto y atención que su sabiduría le concilió en Atenas, fue condenado á tomar un veneno porque se sospechó que negaba la existencia de los dioses”.70 Así, podría decirse que en esos todavía dudosos días Manuel Gorriño confiaba en el poder de la palabra —hablada y escrita— para persuadir sobre un modo correcto de confrontar la inestabilidad, la zozobra y el conflicto interior que suponía el amenazante sistema republicano que había ya dado pasos determinantes en Europa y Norteamérica. Así, tanto en el púlpito como en la escritura, argumentaba 68. Gorriño, Sermón de la cátedra, p. 2. 69. Ibid., p. 9. Es paradójicamente significativa esta descripción de un cristianismo revolucionario que atenta contra el orden establecido, en el marco de un discurso que pretende ofrecer la religión cristiana como remedio contra la inestabilidad: “¿qué hay que admirar, si apenas se dexa ver la Iglesia, levanta el grito el Paganismo para insultar la Christiana Religion, calificándola de ateísmo, de sediciosa y de enemiga de la tranquilidad pública, de las leyes, de la sociedad y de las tradiciones mas sagradas, mas antiguas, recibidas y practicadas de muchos siglos atrás por todas las naciones?” (ibid., pp. 13-14). 70. Ibid., p. 10.
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con razones similares las bondades de la sujeción monárquica y la estabilidad política a partir de un poderoso discurso que oponía, como antaño, la virtud a la pasión o el vicio. Sobre la dimensión filosófica de El hombre tranquilo El pensamiento filosófico de Manuel Gorriño representa otra de sus facetas preferidas por los estudiosos; de hecho, con base en parte de su obra y algunos de sus planteamientos se ha propuesto la existencia de una Ilustración novohispana “que se construye desde la propia comprensión de la filosofía local en diálogo no sólo con autores españoles, sino portugueses, cuya presencia en la bibliografía personal de Gorriño, sin duda, es notoria”, como afirma Cecilia Sabido.71 Se refiere, por supuesto, al énfasis en la razón que la ética de Manuel Gorriño recoge del pensamiento clásico y de los Padres de la Iglesia, y que Sabido vincula con una forma de eclecticismo ilustrado también aprendido de su maestro Juan Benito Díaz de Gamarra: por lo que toca a la filosofía ecléctica, en latín electiva, es aquella en la que buscamos la sabiduría sólo con la razón y dirigimos la razón con los experimentos y observaciones de los sentidos, la conciencia íntima, el raciocinio, y con la autoridad acerca de aquellas cosas que no pueden saberse por otro camino.72
En cualquier caso, este no parece ser un rasgo exclusivo del pensamiento ilustrado, pues desde el nacimiento de la ciencia moderna la oposición entre razón y fe, así como entre razón y autoridad, intentaba ser conciliada sin aparente contradicción con el pensamiento religioso, como escribe Íñigo Fernández: “Juan Kepler, Galileo Galilei e Isaac Newton, todos ellos hombres consagrados al estudio de los astros que, además, tuvieron creencias religiosas muy since71. Sabido, “La formación de la patria y los ideales ilustrados en San Luis Potosí. Educación, sociedad y ley en Manuel María de Gorriño y Arduengo”, en su libro La primera transformación de México: análisis de los argumentos filosóficos preindependistas, San Luis Potosí, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2020, pp. 181-220. 72. Díaz de Gamarra, Elementos de filosofía moderna, tr. Bernabé Navarro, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984, p. 25.
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ras y mostraron una actitud proclive al entendimiento entre la fe/ religión y la razón/ciencia”.73 El método cartesiano, por ejemplo, pretendía conocer el mundo a partir de la razón, aunque renunciaba a pretender conocer la Revelación del mismo modo, pues ella excedía toda capacidad humana; lo mismo John Locke cuando defendía la razón solo hasta el punto en que se inicia el conocimiento de lo divino. Tampoco los ilustrados (y menos los novohispanos) pretendieron en realidad romper la relación entre razón y fe, ni siquiera pretendieron romper la relación Estado-clero, aunque criticasen el fanatismo religioso, como escribe Antonio Morales: “el reformismo borbónico, que exigía y que se tradujo en la limitación del poder de la Iglesia y aun en su subordinación en ciertos aspectos al Estado, fue compatible con la fidelidad a la fe católica, a partir de un interés cierto por elevar el nivel religioso y moral del país, que, también en este aspecto, había declinado”.74 De modo que jesuitas ilustrados como Francisco Xavier Clavijero o filósofos modernos como Díaz de Gamarra se detenían todos en el umbral del dogma aunque explorasen con sinceridad las ideas racionalistas. Es decir, más que racionalismo ortodoxo, lo que podemos encontrar en el pensamiento filosófico novohispano de finales del siglo xviii (y particularmente en el de Manuel Gorriño) es, efectivamente, una escolástica renovada, como afirma Íñigo Fernández: Esta coyuntura favoreció el fortalecimiento de una corriente escolástica innovadora que buscó responder a los ataques que había sufrido en el siglo xviii, que procuró vincularse con los problemas intelectuales de su tiempo y así responder a lo sucedido en Francia a partir de la Revolución de 1789. De entre todos los autores que formaron parte de esta renovación destacó el sacerdote Manuel de María Gorriño y Arduengo. En De 73. Fernández, art. cit., pp. 1-2. 74. Antonio Morales Moya, “La ideología de la Ilustración española”, Revista de Estudios Políticos, 59 (1988), p. 84. Lo mismo que Elías Trabulse cuando niega la existencia de un conflicto entre razón y fe en la modernidad: “[no] puede hablarse de un conflicto propiamente dicho entre la ciencia y la religión [...]; porque, aún con los descubrimientos de Newton, el universo físico reflejaba para gran número de ‘filósofos’ las perfecciones de Dios, y los científicos eran, en su mayoría, creyentes religiosos” (Trabulse, Historia de la ciencia en México. Estudios y textos, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1983, tomo III, p. 11).
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el Hombre, Gorriño atacó el interés tan desmedido de los hombres por la razón y por sus alcances, pues consideraba que dicho interés distraía al hombre de sus menesteres espirituales, más importantes, por ser el camino de la salvación eterna.75
En este sentido, Manuel Gorriño se distanció más de una vez de la filosofía racionalista, como lo hizo llamativamente en su Sermón de la cátedra de San Pedro en Antioquía: Los nombres infernales de un Voltaire, de un Rousseau, de un Helves[io], de un Montaña [sic]: los de Espinosas, Bayles, Diderots, Alamberts [sic] y otros, son los monumentos detestables de esa Filosofía de la carne y de la maldad que ha corrompido las costumbres, que ha decapitado los Reyes, que ha desafiado á el Cielo, y que ha querido burlarse del mismo Dios, de su ley, de su doctrina, de sus misterios.76
Constituyendo posiciones filosóficas como posiciones políticas, pues el desacato racional significaba desde su perspectiva un desacato al dogma y al orden, como escribió en Del hombre: El mal método, la vanidad y el amor propio han producido en todas las ciencias tantos abortos, con todo ellas están atrasadas y nuestro siglo tan llenos de luces y de sabiduría no obstante haber producido a Volter [sic], Roso [sic], a La Metrie [sic] y a otros innumerables [...]. La ciencia del siglo ha fomentado los escándalos, ha corrompido las costumbres, se ha sublevado al Trono, ha abatido la humanidad y se ha burlado del templo y ha pretendido destruir la religión desde sus cimientos.77 75. Fernández, art. cit. p. 7. 76. Gorriño, Sermón de la cátedra, p. 28. Y en Del hombre ya había escrito: “[…] he aquí las espantosas consecuencias de una filosofía en que se recomienda a Sócrates para deprimir Jesucristo y que olvidada la corrupción de la naturaleza, se le consagran altares, éste era el camino que había preparado antes el jefe de la filosofía Voltaire, el que continuaron abriendo los Roseaus [sic], Diderots [sic], Condorcets [sic], Mirabeaus [sic] y otros muchos para desorganizar la sociedad toda, cuyos únicos vínculos son la Religión y su Moral” (Gorriño, “Del hombre, S. E., 1791, S. P.”, en Carmen Rovira, Pensamiento filosófico, tomo I, pp. 23-24). 77. Loc. cit. En suma, como concluye Íñigo Fernández, “En el pensamiento de Gorriño, el racionalismo, el mecanicismo y el empirismo eran corrientes que se habían conjugado para dar vida a la Ilustración, la cual, a su vez, fue la matriz en la
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En este contexto, la perspectiva filosófica sobre la obra de Manuel Gorriño es consistente y reiterada, pero también, en algunos aspectos, excesiva, al grado de que se vincula con facilidad El hombre tranquilo a su más reconocida obra filosófica: “Del hombre. Parte segunda” (1791), cuyo título sugiere la existencia de una primera parte que desafortunadamente no se ha encontrado; tal vinculación ha llevado incluso a algunos estudiosos a sugerir que El hombre tranquilo es aquella primera parte perdida de Del hombre, lo que significa incurrir en un grado notable de sobreinterpretación y descuido, pues, en primer lugar, El hombre tranquilo es una obra posterior. Se ha llegado también a confundir los títulos de ambas obras, dando por sentadas convicciones que se repiten: “Indudablemente en los manuscritos Del hombre y Del hombre tranquilo [sic] presenta ideas filosófico-escolásticas que dan lugar a una posición humanista”.78 También se insiste, en este mismo sentido, en que El hombre tranquilo incluye centralmente un planteamiento de antropología filosófica libertaria: los intelectuales que promoverán la labor de subversión filosófica serán Carlos María de Bustamante y Jacobo de Villaurrutia, quienes editarán el primer cotidiano de la capital de Nueva España, el Diario de México (1805): Manuel Gorriño y Arduengo, quien continuará con su labor de estudio de la antropología filosófica mediante su manuscrito, “El hombre tranquilo o reflexiones para mantener la paz del corazón en cualquier fortuna” (1802), Francisco Primo de Verdad, Francisco de Azcárate, Melchor de Talamantes y Miguel Hidalgo mediante sus compromisos con la lucha libertaria.79 que se gestaron las ideas deístas y anticristianas de los enciclopedistas, Diderot y D’Alembert” (Fernández, art. cit., p. 8). 78. Rovira, Una aproximación, p. 90. 79. Alberto Saladino García, “Filosofía de la Ilustración novohispana”, en Alberto Saladino García (comp.), Historia de la filosofía mexicana, Ciudad de México, Seminario de Cultura Mexicana, 2014, p. 90. Pedraza, por su parte, ya había escrito que se trataba de “un formidable estudio de antropología moral que el autor llama ‘Del hombre tranquilo’ en cuyos dos tomos [sic] refugia Gorriño su austero concepto de la moral cristiana en relación con las obras y sentimientos del hombre” (art. cit., p. 5). Luego escribiría también que se trata de una obra de sociología: “Tal vez su obra culminante es ‘El hombre tranquilo’, en la cual no logra ser ni original ni claro ni sistemático en su exposición, pero causa admiración el que se haya adelantado con mucho a las conclusiones de la Sociología moderna” (ibid., p. 6).
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Ya Carmen Rovira había señalado estas consideraciones como un caso de sobre-interpretación, argumentando que, “Del hombre tranquilo” [sic], no tiene, propiamente, un valor filosófico, pero sí histórico, porque nos presenta lo que el autor, desde su posición de un acendrado catolicismo, teme y quiere evitar, esto es, la inquietud que las ideas de la “Ilustración” y en general “el filosofismo” pueden producir en el hombre. Gorriño, en este manuscrito como en el anterior [Del hombre], ofrece como único camino para alcanzar la tranquilidad y la serenidad, frente “al desastre del siglo”; la religión.80
Se trata de un lugar común en la interpretación de las obras de Manuel Gorriño que tal vez se deba al hecho de que en estas aproximaciones, como concede el propio Cardiel Reyes, “Se han dejado fuera de la exposición de sus ideas, las obras puramente religiosas, como los sermones que pronunció en San Luis Potosí, o las oraciones y meditaciones al Cristo Crucificado”.81 Para Cardiel Reyes, uno de los más firmes expositores de esta lectura filosófica de la obra de Manuel Gorriño, El hombre tranquilo “Es tal vez la menos interesante de sus obras, en donde campea una inspiración estoica, que repite los conceptos más comunes y generales de esta escuela, pero que le parece la más indicada, para orientar debidamente al hombre, en una época que amenaza desquiciar las bases de la moral de su tiempo”.82 Parecen claros los motivos de Cardiel Reyes para considerar El hombre tranquilo una obra poco interesante, pues ciertamente carece del necesario carácter especulativo que debería tener una obra estrictamente filosófica.83 Es verdad que El hombre tranquilo comparte con 80. Rovira, Una aproximación, p. 90. 81. Cardiel Reyes, op. cit., p. 121. E incluso Rafael Montejano podría ir más allá cuando afirma, tratando sobre la intención de presentar a Gorriño como el primer rector de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí: “Nuestra historia regional, sea por la ignorancia, sea por la mala fe, está muy salpimentada de mentiras, errores y falsedades que, por comodidad y ausencia de métodos, se vienen repitiendo sin ningún pudor” (Montejano, “Esta no es aquél”, p. 4). 82. Cardiel Reyes, op. cit., p. 122. 83. El mismo Cardiel Reyes parecía muy consciente de la naturaleza no especulativa de este documento, aunque lo lamentase: “El terrible problema de la relación de la libertas y de la Providencia divina, de la gracia y la predestinación, no es tratado especialmente por Gorriño. A las claras se manifiesta que no se propone en
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Del hombre una similar concepción de la relación del hombre con el mundo, centrada en su necesaria lucha contra los vicios irracionales, como se afirma en esta última: Sabe bien [el hombre] que su fin es conocer, mandar los sentidos y las pasiones, regulándose por una geometría natural que recibió gratuitamente de su creador […] Es necesario vivir independientemente de los sucesos de la vida, y esto sólo se consigue viviendo interiormente, atento a la razón y a conservar el orden espiritual del alma.84
Sin embargo, se trata de elementos generales del discurso religioso de la época que no necesariamente implican una reflexión de carácter filosófico propiamente dicha.85 Sin duda, la filosofía tuvo efectivamente un lugar fundamental en la vida y en la obra de Manuel Gorriño: un estoico militante que partió de concepciones filosóficas claramente identificables86 vinculando razón y felicidad en contra de todo sensualismo, como había propuesto Séneca en Sobre la felicidad o Cicerón en Los deberes, para quienes el ninguno de sus libros sentar cátedra de teología, sino exponer con las razones más accesibles al vulgo no especializado, las situaciones esenciales que ha de afrontar todo buen cristiano” (Cardiel Reyes, op. cit., p. 183). 84. Del hombre, pp. 10 y 13, en Cardiel Reyes, op. cit. p. 141. Es la phronesis platónica, desde la cual las pasiones sublevadas contra la razón son “una agitada turba de una plebe insolente cuyo vocerío mezclado, forma un ruido terrible y espantoso” (Del hombre, 22). 85. Uno de los lugares de El hombre tranquilo en los que la reflexión filosófica tiene una función relevante sería el Discurso VI: “Lo que se llama ‘acaso’ tiene causa que lo determine en las disposiciones de la providencia”, en el que discute el error que significa considerar la existencia de “acasos” o casualidades; pues, apoyado en Aristóteles y Tomás de Aquino, Manuel Gorriño sostiene que todo tiene causa y, al final (o, mejor dicho, en principio) hay una causa primera que es Dios: “Algunos entienden por ‘acaso’ un suceso temerario de movimientos sin dependencia de alguna causa: ya se ve cuan poco juicio manifiesta el que admire un efecto sin causa. Sabemos que de nada, nada se hace, que no puede haber cosa impelida sin que haya un impelente, y que no hay cosa que sea dotada de movimientos sin que esta haya recibido su facultad de aquel primer motor que dio su orden y ser a cada cosa” (Gorriño, El hombre tranquilo, p. 99). 86. Como sostiene Cecilia Sabido: “la idea de la razón ecléctica, al menos en los términos del derecho natural está muy próxima al principio estoico, en el cual tiene cabida el providencialismo y funge como la raíz de iusnaturalismo. Este modelo permea en la antropología del hombre tranquilo de Gorriño, profundamente inspirado en Séneca, propone la imperturbabilidad del ánimo y la resignación como una aceptación activa” (Sabido, art. cit., p. 199).
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hombre era superior a las bestias en dos aspectos fundamentales: el empleo de la razón para discernir las cosas del mundo y su lugar en él, y la libertad a que dicho comportamiento conduce. Sin embargo, conviene señalar que podría tratarse de un estoicismo ya perfectamente asimilado a la moral cristiana, generando una forma de cristianismo heroico: “El virtuoso [afirma Gorriño] lleno de temores por dentro, rodeado por fuera de peligros, inundado en las tribulaciones de su carne, agitado de mil reveses de la fortuna, perseguido, pobre, mofado, carece sin duda de todo lo que el mundo ha estimado por amable y por feliz en la vida”.87 En realidad, El hombre tranquilo, más que un texto filosófico, parece una serie de discursos de carácter retórico-moral vinculada con las nociones generales de la reforma de costumbres practicada como política estatal en los reinos católicos después del Concilio de Trento,88 antes que con reflexiones filosóficas independentistas; y, sobre todo, más vinculado con la propia y básica lectura cristiana de vicios y virtudes, remontándose incluso a la primera clasificación de “pecados capitales”, aquella que incluía la tristeza como uno de ellos: así, el título del capítulo 14 reza “La tristeza debe huirse, las obras de la carne son su fomento […]”,89 recordando las nociones morales de los
87. Gorriño, El hombre tranquilo, p. 119. En Del hombre había escrito: “la filosofía antigua y la cristiana no se diferencian sino en lo más o menos perfecta que se halla en los hombres, por que ella es un objeto de la razón y su ejercicio, y la razón tanto fue dada a Sócrates como a San Agustín” (Del hombre, 28). En cualquier caso, el vínculo entre razón y virtud puede rastrearse hasta el Gorgias de Platón, en el que afirma Sócrates: “[…] si bien el espíritu autodisciplinado (juicioso) es bueno, el que se encuentra en una condición contraria a la del autodisciplinado es malo: este era el espíritu insensato (aphrôn) e indisciplinado (akolastos)”, entendiendo por autodisciplinado o juicioso, por supuesto, el hombre ajustado a razón (Platón, Gorgias, tr. Javier Echenique, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2015, p. 169). 88. La llamada reforma de costumbres fue un resultado de carácter doctrinal, político y aun jurídico derivado de los decretos del Concilio de Trento que sería reconocido por Felipe II como instrumento de ordenamiento social, como afirma Ignacio Ezquerra: “la reforma de las costumbres de los laicos se convirtió en instrumento idóneo para imponer un ‘disciplinamiento social’ a los fieles, mediante la asimilación de la ‘cultura popular’ a una ‘cultura de elite’, oficial y ortodoxa” (“La reforma de las costumbres en tiempo de Felipe II: las ‘Juntas de reformación’ [1574-1583]”, en José Martínez Millán [dir.], Felipe II [1527-1598]: Europa y la monarquía católica, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 1998, t. 3, p. 179). 89. Gorriño, El hombre tranquilo, p. 157.
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anacoretas cristianos.90 Es verdad que el libro propone el autoconocimiento como arma de lucha contra las pasiones, pues, desde el estoicismo cristiano que lo sustenta, si el propósito es la tranquilidad, las irracionales pasiones humanas serían su enemigo natural;91 y es verdad también que dicho autoconocimiento se propone justamente desde la razón, lo que efectivamente se acerca a las concepciones morales ilustradas,92 pero de ahí a suponer que hay aquí algún tipo de subversión filosófica —como se ha dicho— habría buen trecho, me parece.93 Además, filosofía no es todo lo que se encuentra en este texto, pues también posee un claro propósito persuasivo y didáctico realizado con delicados toques estéticos inspirados en Horacio, a quien sin duda sigue en su propósito de enseñar deleitando. Recuérdese que en estos términos entendía el poeta latino la función didáctica de la poesía: docere et delectare; lo que constituyó un tópico de largo aliento que excedió con mucho los propósitos de la poesía lírica: “Los poetas pretenden o ser de provecho o brindar diversión; o bien hablar de cosas a un tiempo gratas y buenas para la vida”.94 Así, en la portada del manuscrito de El hombre tranquilo, Manuel Gorriño insertó esta cita 90. Anacoretas cristianos como Evagrio (345-399) o Juan Casiano (c. 360-c. 435) habían propuesto el reconocimiento de ocho pecados capitales: la gula o gastrimargia, la lujuria o porneia, la avaricia, la ira, la vanagloria, la tristeza, la soberbia y la indiferencia. Fue Gregorio Magno (c. 540-604) quien establecería la nómina definitiva en siete pecados, eliminando justamente la tristeza como uno de ellos. 91. “Las pasiones son el origen de nuestras penas; el reprimirlas importa toda nuestra tranquilidad” (Gorriño, El hombre tranquilo, p. 121). 92. El mismo autor afirma que se trata de un “método […] para restablecernos en las funciones de la racionalidad viciadas por unos movimientos torpes, incompatibles con los que exige el buen discurso de un hombre” (ibid., p. 96). Posiciones semejantes se pueden advertir en los capítulos X “La verdadera tranquilidad es obra de la razón” y XII “Los afectos de la carne que perturban la tranquilidad se pueden moderar con otros afectos del espíritu producidos por la razón”. 93. Para Alberto Saladino García, El hombre tranquilo “aborda aspectos referidos a la situación del hombre en el mundo, los rasgos del hombre, promueve la pertinencia del autoconocimiento con el fin de dominar emociones y pasiones y para afinar las virtudes intelectivas. Este tipo de racionalización sobre el autoconocimiento del hombre engendró las bases para la emergencia de un nuevo humanismo” (“El pensamiento ilustrado francés en México”, en Paulina Monjaraz Fuentes, Guillermo Martínez Gutiérrez y José Antonio Motilla Chávez [coords.], Pensamiento en México: tradiciones multiculturales, San Luis Potosí, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2020, p. 93, citando también a Cardiel Reyes, op. cit., pp. 141-142). 94. Horacio, Arte poética, tr. José Luis Moralejo, Madrid, Gredos, 2008, p. 403.
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de Horacio: “Iuxtum… Virum si tractus illabatur orbis imparidum ferient ruinae”; se trata de un fragmento de la tercera de las seis odas “romanas” con que Horacio abría el Libro Tercero de sus Carmina, que se inicia con esa alusión al “varón justo”: “Iustum et tenacem propositi virum / non civium ardor prava iubentium, / non vultus instantis tyranni / mente quatit solida neque Auster”.95 La naturaleza retórica o persuasiva de El hombre tranquilo podría verse también apoyada por argumentos de carácter filológico; por ejemplo, la abreviatura “So.” que titula cada capítulo del manuscrito base para esta edición (“So. I”, “So. II”, etc.) debe serlo de “sermo” (es decir, “discurso”), como propone Adriano Cappelli en su Dizionario di Abbreviature Latine ed Italiani.96 Del mismo modo, el libro contiene varias alusiones y descripciones de su propósito retórico, como aquella con que Gorriño precede las palabras de Jesús consignadas en el Evangelio de Mateo 6, 24 (“No podéis servir a Dios y al dinero”): “Repitamos la dulce idea de la Providencia que Jesucristo dio a las turbas, y que hemos ya recordado: oigamos sus mismas palabras”.97 No puede ser irrelevante este llamado a la oralidad, pues cada uno de estos “discursos” bien puede ser considerado predicable: “discursos predicables”, título tan frecuente en obras oratorias todavía en el siglo xviii.98 De igual modo podemos considerar esta otra invitación, hecha en los mismos términos, a atender un pasaje de la carta de san Pablo a los Corintios: “Oigámoslo con atención para concebir, según su doctrina, una idea verdadera de la tristeza que nos es útil”;99 o bien, la siguiente declaración de intenciones persuasivas del texto, que expone la naturaleza de causa honesta del mismo: “Además que si esta obrilla tratase de convencer a unos hombres para quienes la religión 95. “Del varón justo y de tenaz carácter / ni el ardor de las gentes malhechoras / ni la amenaza del tirano / conmueve el alma fuerte, ni el Austro, / turbulento señor del Hadria inquieto, / ni la alta mano del tonante Jove: / si el orbe se cayera roto / le cubriría la ruina impávido”, en la traducción de Manuel Fernández-Galiano y Vicente Cristóbal (Horacio, Odas y Epodos, Madrid, Cátedra, 1990, pp. 238-239). 96. Milano, por Ulrico Hoepli, 1929, p. 338. Véase también el artículo de Manuel Cecilio Díaz, “Sermo: sus valores lingüísticos y retóricos”, Helmantica. Revista de Filología Clásica y Hebrea, 34-36 (1960), 79-101. 97. Gorriño, El hombre tranquilo, p. 92 (cursivas mías). 98. Como los Discursos predicables o las homilías del Ilmo. y V. Señor D. F. Gerónimo Bautista de Lanuza del Orden de Predicadores (Salamanca, por Francisco de Tóxar, 1790-1791). 99. Gorriño, El hombre tranquilo, p. 161 (cursivas mías).
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fuera a lo más un sistema político y que dudaran de sus principios, ella sería inútil”.100 Si este discurso de Manuel Gorriño fuese efectivamente de causa honesta, ello sería argumento suficiente para descartar el carácter filosófico de la obra, pues dicho tipo de causa elude por sistema la controversia. Recuérdese a este respecto que una de las clasificaciones preceptivas de los tipos de causa persuasiva que pueden estructurar los discursos retóricos se refiere a su grado de defendibilidad, mismo que permite el reconocimiento de una serie de posibilidades de realización retórica que se inicia en aquellas causas cuyo planteamiento en nada ofende el sentido común de los receptores, por lo que resultan las más fáciles de defender (es justamente lo que se conoce como “causa honesta”), mientras que en el polo opuesto la “causa admirable” defendería lo indefendible, pues se trata de una estrategia retórica capaz de confrontar la opinión generalizada.101 De este modo, como puede advertirse en la afirmación de Manuel Gorriño citada anteriormente, El hombre tranquilo tiene el propósito de fortalecer las convicciones de católicos ya convencidos, más que el de fomentar la discusión o la reflexión filosóficas. Finalmente, los muchos recursos de la argumentación inductiva que Manuel Gorriño emplea en este libro parecen también abonar a su consideración como obra de carácter retórico, pues, como se sabe, dicha forma de argumentación es propia de discursos de estilo humilde o sermones dirigidos al pueblo. La argumentación inductiva corriente en el discurso cristiano suele consistir en la incorporación al discurso de un cuento o una historia ejemplar;102 Manuel Gorriño emplea aquí preferentemente lo segundo, con cierta carga
100. Gorriño, El hombre tranquilo, p. 213 (cursivas mías). 101. Como la define Antonio de Nebrija en su Rhetorica: “Se considera género honesto de causa cuando defendemos lo que parece que debe ser defendido por todos o atacamos lo que parece que todos deben atacar, por ejemplo si actuamos en favor de un hombre valiente y en contra del parricida” (tr. Juan Lorenzo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2006, p. 67). Puede verse también mi artículo “Causa dudosa y conocimiento: las insinuaciones de Simone de Beauvoir y de John Milton”, Quadripartita Ratio. Revista de Retórica y Argumentación, 13 (2022), 22-36. 102. Sobre el uso de la argumentación inductiva en discursos de estilo humilde puede verse mi libro Los cuentos del predicador. Historias y ficciones para la reforma de costumbres en la Nueva España, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2011.
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hagiográfica, de modo que usa textos de Cicerón o Plutarco para traernos historias de Alejandro Magno, César, Apio Claudio “El Ciego”, Cayo Livio Druso, Gneo Aufidio o Tiresias para exponer modelos de virtud de origen pagano, aunque bien adaptados ya al discurso cristiano, como era corriente en la oratoria sagrada de la época. Desde esta perspectiva y propósito, incluso la naturaleza misma adquiere valores paradigmáticos, ilustrativos, de una causa retórica predeterminada: “no hay suceso en toda la vida ni objeto en la naturaleza que no nos lleve dentro de nosotros mismos para contemplar y hallar los caminos que la sabiduría eterna ofrece a sus discípulos”;103 se trata del viejo tópico de Dios predicador (Deus concionator) que persuade con su obra, con su creación, proponiendo un espejo ejemplar de los caminos que desde la tierra se traman para llegar al cielo: una idea de larga data en la predicación cristiana que muy bien ha estudiado el profesor José Aragüés.104 Finalmente, no conviene ignorar en este sentido que las virtudes oratorias de Manuel Gorriño fueron bien reconocidas en su época, como se deja ver en el dictamen del Sermón de la cátedra de San Pedro de Antioquía, escrito por Joseph María del Barrio, prebendado de la Santa Iglesia Metropolitana: “en nada desdice al concepto general que ha adquirido su Autor entre los doctos por semejantes composiciones”.105 Por supuesto, nuestro autor era plenamente consciente de las obligaciones retóricas que, como ministro eclesiástico, debía observar, como queda claro incluso en un texto tan estudiado como obra filosófica como lo es Del hombre, al referir que la elocuencia “atrae por el oído todo el sentido, la que calma las pasiones, enciende los afectos, convence el entendimiento y mueve la voluntad”.106 Por ello es que conviene revisar el propósito de El hombre tranquilo superando el lugar común crítico que lo considera un texto de carácter filosófico exclusivamente, pues en rigor no está claro que el texto posea una dimensión estrictamente especulativa y, por el contra103. Gorriño, El hombre tranquilo, p. 136. 104. Aragüés, Deus concionator: mundo predicado y retórica del exemplum en los Siglos de Oro, Amsterdam, Rodopi, 1999. 105. Sermón de la cátedra, s/p. 106. Gorriño, Del hombre, p. 105.
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rio, muestra evidentes propósitos persuasivos y elementos propios de la retórica menor. Es verdad que, como toda obra oratoria, se trata de un discurso que también construye argumentos deductivos mediante razonamientos filosóficos; pero si la presencia de este tipo de argumentos fuese motivo suficiente para determinar el carácter filosófico de una obra, entonces todos los sermones lo serían. Probablemente la preferencia por un enfoque de carácter filosófico que muchas aproximaciones han venido ejerciendo sobre la obra de Gorriño tiene como base la interpretación que de ella hizo en su momento Raúl Cardiel Reyes;107 ello ha permitido, efectivamente, enriquecer nuestro conocimiento del singular cura potosino, aunque tal vez es tiempo ya de ir directamente a los textos para revisar la pertinencia y suficiencia de este enfoque. La presente edición pretende ser también un aporte a esta discusión. Estilo y fuentes de El hombre tranquilo Se ha escrito en repetidas ocasiones que Manuel Gorriño fue un hombre de amplia cultura, un humanista completo y bien documentado, un hombre cuya “labor de escritor acusa un autor familiarizado con los buenos autores europeos de su tiempo, a quienes leía en sus propias lenguas pues hemos visto libros franceses, ingleses e italianos pertenecientes a su biblioteca”, como escribe Ramón Al-
107. Cardiel Reyes, filósofo potosino, secretario particular de Agustín Yáñez en la Secretaría de Educación Pública de México, publicó su libro Del modernismo al liberalismo seis días antes de celebrarse el bicentenario del natalicio de Manuel Gorriño; en dicho libro habría afirmado que todos los libros de Gorriño eran “de filosofía” (Cardiel Reyes, op. cit., p. 7). Además, habría que considerar la perspectiva hagiográfica sobre Manuel Gorriño que cultiva Cardiel Reyes y algunos de sus discípulos, misma que quedó de manifiesto en la entrevista que le hizo José Luis Vega el 23 de noviembre de 1967, en la que el entrevistado no se ahorra calificativos: “Gorriño fue en verdad la figura más sobresaliente que nació en la Colonia y murió en la filosofía del liberalismo”, forzando en ocasiones la evidencia histórica: “Gorriño se dio cuenta de que si quería llevar a cabo una gran labor de ilustración, del desarrollo de las ciencias y las artes, solo podría hacerlo bajo un Régimen Republicano y Liberal, era una vieja convicción de modernista” (José Luis Vega, “Gorriño y Arduengo, teólogo y liberal, es el más alto pensamiento de México como colonia” [entrevista a Raúl Cardiel Reyes], El Sol de San Luis, 23 de noviembre de 1967, p. 2ª).
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corta.108 Y, efectivamente, se trata de un traductor elegante, y no solo por su traducción de la obra de Hervey o la de Vida de jesuitas ilustres, sino incluso por las glosas de obras eclesiásticas latinas que incluye en El hombre tranquilo, como la siguiente traducción de san Bernardo: “Yo bien sé que toda criatura racional, de grado o por fuerza, depende en todo del creador; pero a una creatura racional se le pide una sujeción voluntaria para que sacrifique afectuosamente al Señor y confiese su nombre, no solo porque es terrible y santo, no solo porque es omnipresente, sino también porque es bueno”.109 Sin embargo, hay también en su obra curiosas insistencias léxicas que no siempre pueden abonarse a la diversidad estilística o a la manifestación de libertad creativa, mucho menos al estatus de sublime hombre de letras conferido muchas veces a Manuel Gorriño; por ejemplo, la no muy feliz palabra “conato”, que en rigor significa “esfuerzo o empeño”, aparece repetidas veces tanto en El hombre tranquilo como en su contemporáneo Sermón de la cátedra de San Pedro de Antioquía,110 así como en la traducción de los Sepulcros de Hervey: “La instrucción de su pueblo le merecía unos conatos y una diligencia infatigable”, o bien, “Esta verdad, que no dexa de
108. Alcorta, art, cit., p. 67. Afirmaciones que sigue puntualmente Joaquín Antonio Peñalosa: “El Pbro. Dr. don Manuel María de Gorriño y Arduengo (1767-1826), después de brillantes estudios iniciados en su tierra natal y continuados en el Colegio de San Francisco de Sales de San Miguel el Grande, en el Colegio de Todos Santos de México del que llegó a ser Rector por dos veces, en el Colegio de San Ildefonso de México y en la Universidad de Guadalajara donde obtuvo la borla de doctor en Teología, regresó a San Luis Potosí para incorporarse activamente a la vida política y cultural. / Hombre de amplios conocimientos, de ingenio vivaz, apasionado de la cultura, hábil en lenguas extranjeras y habilísimo en la latina, familiarizado con los buenos autores de su tiempo, orador elegante y ponderado” (Peñalosa, art. cit., pp. 255-256). 109. “Porro totius humilitatis summa in eo videtur consistere, si voluntas nostra divinae (ut dignum est) subiecta sit voluntati, sicut ait Propheta: Nonne Deo subiecta erit anima mea? Scio quidem creaturam omnem, velit nolit, subiectam esse creatori; Sed à creatura rationali voluntaria subiectio quaeritur, ut voluntariè sacrificet Domino, et consiteatur nomini eius: non quia terribile et sanctum, non quia omnipotens, sed quia bonum est” (san Bernardo, “Sermo XXVI: De voluntate nostra divinae voluntati subiicienda”, en Operum, t. II: Pars altera. Sermones de sanctis ac de diversis comprehendens, París, por Federico Leonard, 1668, p. 892). 110. “Pero sus perversas artes [de Lucifer], sus conatos impíos, todo había de inutilizarse por la virtud de Jesuchristo” (Gorriño, Sermón de la cátedra, p. 5). Las cursivas son mías.
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presentarse aun á los hombres mas descuidados, no les merece sino el conato con que procuran eludir su fuerza”.111 Incluso en textos tan tardíos como la Oración inaugural del Colegio Guadalupano Josefino encontramos la dichosa palabra, que ya podríamos considerar parte de su estilo personal: “venís por tanto a esta casa de la misma patria para consagrar en ella los conatos y aptitud de vuestra edad tierna, por utilizaros de las simientes de las ciencias, que se os darán”.112 Lo mismo sucede con la palabra “acrimonia” (metafóricamente severidad o rigor), que aparece también en su traducción de Hervey;113 la curiosa palabra “transportes” (como sustantivación del verbo “transportar”), que también aparece en la traducción dicha: “Los primeros transportes de dolor en que os constituye la pérdida de vuestros mas amados, hace creer que los placeres todos de la vida van á sepultarse con ellos para siempre”;114 o bien “contumelia” (injuria o afrenta), presente también en su Ensayo de una constitución política: “Y nuestra sociedad católica está anunciando por su divino fundador, que será como una red en que hay peces buenos y malos, una casa en la que habrá vasos de honor y de contumelia, una asociación de vírgenes necias y sabias”.115 También son recurrentes ciertas figuras propias de la literatura menor, como el hipérbaton con que frecuentemente usa el adverbio “solo”: “[…] en cuyo corazón vierte el Señor, en premio de su fidelidad, una dulzura con que a sus hijos solo alimenta”,116 que vale por decir “[…] una dulzura con que solo [solamente] a sus hijos alimenta”; o las todavía más frecuentes antonomasias con que otorga autoridad a su discurso: “la Ley” es solo la divina, “el Profeta” es casi siempre Isaías (aunque en algunos lugares puede ser David), y Pablo será “el Apóstol” por antonomasia. Sin embargo, lo que tal vez menos coadyuva a la consideración de la erudición de Manuel Gorriño es su no siempre 111. Hervey, op. cit., pp. 4 y 89. 112. En peña, op. cit., p. 25. Aquí y en los siguientes ejemplos el subrayado es mío. 113. “Su moderación para reprehender los vicios, tampoco lo dexó tomar aquel tono de acrimonia y de dureza en que el furor, la sátira y los transportes más contrarios a la moderación, hubieran hecho á los oyentes que sospechasen algo contra un carácter tan dulce como el de Hervey” (Introducción a Hervey, op. cit., p. 5). 114. Ibid., p. 93. 115. Gorriño, Ensayo de una constitución, p. 10. 116. Gorriño, El hombre tranquilo, p. 67.
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pulcro manejo de las fuentes que utiliza; por ejemplo, el siguiente fragmento que atribuye a san Agustín: “Tiene el hombre naturalmente una tendencia a Dios, a sí mismo y a los demás hombres; visto con respecto a estas cosas se descubre que debe tener paz por tres maneras diferentes: una, si estuviere bien concertado con Dios; otra, si él dentro de sí mismo viviere en concierto; y otra, si no se atravesase ni encontrare con otros”
parece más bien tomado de fray Luis de León, del lugar en que el poeta castellano argumenta sobre la justicia de atribuir a Cristo el nombre de “Príncipe de la paz”: Pues cuanto a este propósito pertenece, podemos comparar el hombre y referirlo a tres cosas: lo primero, a Dios; lo segundo, a ese mismo hombre, considerando las partes diferentes que tiene y comparándolas entre sí; y lo tercero, a los demás hombres y gentes con quien vive y conversa. Y, según estas tres comparaciones, entendemos luego que puede haber paz en él por tres diferentes maneras: una, si estuviere bien concertado con Dios; otra, si él dentro de sí mismo viviere en concierto; y la tercera, si no se atravesare y encontrare con otros.117
Por supuesto, ello no necesariamente demerita la obra del sacerdote potosino, pues se trata de pequeños vicios bastante difundidos entre predicadores, no solo en su época; pero sí debe tenerse en cuenta para moderar los entusiasmos hagiográficos con que se le suele presentar, cometiendo una injusticia incluso contra él mismo, pues no es en su estilo, ciertamente, donde radica el valor de su legado. Además, aunque mucho se pondera la cultura clásica de Manuel Gorriño, debe reconocerse —a la luz de las fuentes utilizadas en El hombre tranquilo— que en ello tampoco se distingue de otros pre-
117. Fray Luis de León, “Los nombres de Cristo”, en sus Obras completas castellanas, ed. de Félix García, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1951, p. 588. En otro lugar, cuando escribe “No son penosos los trabajos de los que aman sino que ellos mismos se deleitan, como los que cazan y montean” (El hombre tranquilo, p. 164), Gorriño apostilla “S. Aug.” (san Agustín), aunque parece cita en segundo grado, a partir de una de fray Luis de Granada: “Porque como dice san Agustín: ‘No son penosos los trabajos de los que aman, sino antes ellos mismos deleitan; como los de los que pescan, montean, y cazan’” (Guía de pecadores […], Barcelona, por la viuda Piferrer, 1792, p. 255).
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dicadores o autores religiosos de la época, usuarios de una ya muy incorporada erudición de poliantea.118 Porque del total de fuentes usadas en dicha obra, el 70% son bíblicas, entre las cuales más de la mitad corresponden al Antiguo Testamento y solo el 40% al Nuevo, lo que sorprende un poco tratándose de una obra de moral cristiana, aunque la fuente fundamental para ella sí que se encuentra bien citada y usada: el Sermón de la montaña (capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de Mateo) así como los comentarios de san Agustín al mismo.119 Entre las fuentes veterotestamentarias, la cuarta parte procede del libro de los Salmos, seguidas de las que pertenecen al libro de la Sabiduría y al del profeta Isaías, con 12% respectivamente. Entre las fuentes del Nuevo Testamento, una cuarta parte procede del Evangelio de Mateo, seguidas de la carta de san Pablo a los Corintios con un 20%. En cuanto a las fuentes no bíblicas (que constituyen solo el 30% del total), más de la mitad son de origen eclesiástico, y la tercera parte de ellas procede de obras de san Agustín, seguidas de la Suma de teología de Tomás de Aquino. De este modo, en realidad, solo el 15% de las fuentes utilizadas por Manuel Gorriño en El hombre tranquilo consisten en obras no bíblicas ni eclesiásticas, entre las cuales la inmensa mayoría —aquí sí— son obras clásicas, sobre todo de Cicerón, Séneca y Plutarco: Los deberes, del primero, Sobre la felicidad del segundo y del tercero, las Vidas paralelas. Por todo ello, tampoco podríamos afirmar la preeminencia del pensamiento clásico en esta obra de Manuel Gorriño pues, como se ve, es el pensamiento eclesiástico el que prima; y, en todo caso, la mayor parte de las obras clásicas utilizadas es de carácter moral o ejemplar. El manuscrito CDHRMA 100.3 Hay consenso respecto a que “El hombre tranquilo, o reflexiones para mantener la paz del corazón en cualquier fortuna” es un documento 118. Las polianteas (polyanthés: “de muchas flores”, en griego), son obras misceláneas de cultura clásica muy consultadas por autores de los siglos xvi al xviii, a fin de nutrir de erudición rápida sus obras. “Colección o agregado de noticias en materias diferentes y de distinta clase” (Diccionario de la lengua española [en adelante: DLE], s.v. “Poliantea”). 119. Sobre las fuentes morales cristianas véase el tratado de Servais Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia, tr. Tomás Trigo, Pamplona, Universidad de Navarra, 2007.
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redactado durante los primeros años del siglo xix; aunque resulta difícil determinar la fecha exacta de su composición, pues el único manuscrito que conservamos y que es, por tanto, base para esta edición: el ms. CDHRMA 100.3, solo indica en su portada “Año de 1.8”.120 Rafael Montejano y Aguiñaga, autor del catálogo de manuscritos que lo registra, consideró que dicha fecha podría ser 1805,121 mientras que para otros estudiosos de la obra de Gorriño, como Carmen Rovira, se trata del año de 1802,122 fecha que reproducen varios repositorios y fuentes como la Enciclopedia histórica y biográfica de la Universidad de Guadalajara.123 Walter Bernard Redmond propone, en solitario, el año de 1800 como fecha de redacción de la obra, en su Bibliography of the Philosophy in the Iberian Colonies of America.124 Es probable que Manuel Gorriño solo haya decidido dejar inconclusa la fecha de redacción (1.8--) por no saber exactamente cuándo la terminaría, pero ello es nada más una conjetura. Lo que sí sabemos por cierto es que en 1802 se publicaría su traducción de Los sepulcros de Hervey, y que en 1803 se encontraba de regreso en San Luis Potosí en cuya iglesia parroquial predicará su Sermón de la cátedra de San Pedro de Antioquía, mismo que sería luego impreso en 1804, por lo que podemos afirmar que entre 1802 y 1804 Manuel Gorriño se encontraba en plena etapa creativa y en un momento de reflexión político-moral intenso. 120. Como al parecer era habitual en los manuscritos de imprenta, como procedía José Alejo Infante, primer impresor de San Luis Potosí asentado en el pueblo de Armadillo: “Si bien el impreso fechado más antiguo que se conoce [de dicha imprenta] data de 1813, hay uno en el que tan sólo aparecen las dos primeras cifras “del año de 18..” y deja en blanco el espacio para escribirse las dos últimas del año respectivo; y hay otro igual al anterior que, a su vez, muestra impresas las tres primeras cifras: 181 y deja también en blanco el espacio para la cuarta del año corriente. Estos impresos sirven de base para la hipótesis de que la introducción de la imprenta en San Luis Potosí fue anterior al citado año de 1813. Obviamente tan importante evento tuvo lugar entre 1800 y 1809” (Carlos de la Luz Santana Luna, “Bicentenario de la imprenta en San Luis Potosí [1805-2005]”, Universitarios Potosinos, Año 1, Núm. 6, octubre de 2005, p. 30). 121. Montejano, Catálogo de los manuscritos de la Biblioteca Pública de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, San Luis Potosí, Editorial Universitaria Potosina, 1958, p. 24. 122. Rovira, Una aproximación, p. 87. 123. http://enciclopedia.udg.mx/articulos/de-gorrino-y-arduengo-manuel-maria (consultada el 25 de marzo de 2022). 124. Den Haag, Martinus Nijhoff, 1972, p. 46.
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El manuscrito CDHRMA 100.3 consta de 186 folios escritos en recto y verso, encuadernado y empastado en piel en 4º., con huellas de polilla y manchas de humedad a partir del folio 134r; su caligrafía es, en general, elegante y clara, por lo menos hasta el folio 77r, a partir del cual la escritura se vuelve un poco apresurada. Fue donado a la “Biblioteca de Jurisprudencia de la Universidad Potosina” por Francisco de Asís Castro, el 4 de junio de 1926, de donde pasaría a la Biblioteca Pública de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, en cuyo fondo lo registra Rafael Montejano; finalmente, pasaría a conformar, junto a otros documentos provenientes de la Biblioteca Pública, el fondo de manuscritos del Centro de Documentación Histórica Rafael Montejano y Aguiñaga (CDHRMA) de la misma universidad. La leyenda de donación que incluye el manuscrito en su primer folio afirma sin dudar el carácter autógrafo del mismo: Donación que hace a la Biblioteca de Jurisprudencia de la Universidad Potosina [el] Dr. Francisco de Asís Castro. 4 de junio de 1926, centenario del Instituto. Autógrafo de su primer Rector el Dr. D. Manuel M. de Gorriño y Arduengo, ilustre potosino que jamás olvidará la posteridad. Y sea esto también en memoria del cuarto Rector de este colegio y tío del suscrito, presbítero y licenciado D. Primo Feliciano Castro.
Sin embargo, caben algunas dudas al respecto, pues el documento tiene correcciones en letra y tinta diferentes a las del cuerpo del texto (algunas de las cuales son bastante obvias), como si el autor del manuscrito no fuese el humanista consumado que retrata Peñalosa, sino algún escribano voluntarioso encargado de transcribir con buena letra el autógrafo, aunque no suficientemente versado en teología moral o latín por lo que habría sido necesario aplicar correcciones posteriores. Por ejemplo, en el folio 20v, el manuscrito trae el siguiente pasaje: “Este Señor guarda todos sus huesos, y no se quebrará ni uno”, donde ha sido tachada —presumiblemente por el propio Gorriño— una palabra que estaría en la primera versión de este manuscrito en lugar de “huesos”: “bienes”; es decir, antes de la enmienda el manuscrito decía “Este señor guarda todos sus bienes, y no se quebrará ni uno”, lo que parece un típico error de copia por lectio facilior (la lectura más fácil) causada por una asociación ideoléxica del presunto amanuense operada sobre el verbo “guardar” al que suele seguir, en un contexto ideológico determinado, el objeto “bienes”. En este caso, la
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enmienda restituye el sentido pleno de la cita bíblica que estaría refiriendo y cuya correspondencia difícilmente hubiera dejado pasar el padre Gorriño: “Muchos son los males del justo, pero de todos ellos lo librará el Señor. Él guardará todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado”.125 Lo mismo sucede en la siguiente enmienda, que parece corregir un error por homoioteleuton126 del copista: “El comun de los hombres, cuio entendimto. jamás se ilustró, ni arrancó la broza de sus preocupasiones, es campo eriazo, en que la maleza crece inpugnemte. como en aquellos sitios donde jamás se estampó humana huella. Huella, aun podrán merezer la compasion de los que los miran llenos de falsas ideas de fortuna”.127 Después de la enmienda, el texto diría: “[…] como en aquellos sitios donde jamás se estampó humana huella. Estos, aun podrán merezer […]”. Se trata de un error que podría deberse al cansancio de un copista trabajando por cotejo largas horas. Finalmente, otra posible prueba de que el manuscrito CDHRMA no es autógrafo es la presencia de varios pequeños equívocos latinos, algunos de ellos tan elementales que dificultan su atribución a un humanista y traductor como Manuel Gorriño. Por ejemplo, cuando trata el viejo tópico clásico de la serenidad de ánimo ante la adversidad más cruel, cita el ya mencionado libro III de las Odas de Horacio del modo siguiente: Juxtum, ac tenacem propositi virum Non civium ardor prava juventium Non vultum instantis tirani Mente quatit sólida [sic]. Neque Auster Dux inquieti turbidus Hadriae Nec fulminantis magna jovis manus si fractus illabatur orbis Impávidum [sic] ferient ruine(á) [sic].128 125. Salmo 34, 19-20. 126. Figura retórica que se logra mediante la repetición de los sonidos finales e iniciales de enunciados consecutivos; en crítica textual se suele usar para denominar uno de los muchos errores posibles de copia consistente en copiar la última palabra del enunciado anterior en lugar de la correcta. 127. Gorriño, “El hombre tranquilo […]”, f. 181r (185r): cursivas mías. Un error de foliación a partir del f. 125 retrotrae la numeración cuatro folios, por lo que en mi transcripción se indica tanto el folio consignado en el manuscrito como el número de folio real (entre paréntesis) de acuerdo con el orden consecutivo. 128. Gorriño, “El hombre tranquilo […]”, f. 61v.
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No se trata de errores graves, es verdad, pero llama la atención la ingenua tilde española sobre palabras latinas, como aquí traen “sólida” e “Impávidum”; además, “ruinae” está bastante mal escrito. Es decir, sin tener demasiados elementos de juicio, podríamos considerar la posibilidad de que estemos no frente a un autógrafo, como quiere el donador Francisco de Asís Castro, sino frente a un manuscrito de amanuense solicitado por el autor (copia de un original autógrafo cuyo conocimiento y ubicación, si existiese aún, sería sin duda relevante), sobre el que luego el mismo autor procedería a corregir con vistas a su impresión129 o a su comunicación manuscrita. Sobre esta edición Para esta edición se ha trabajado con el manuscrito CDHRMA 100.3 como testimonio único, aunque se han tenido en cuenta las transcripciones fragmentarias que en su momento hiciera Carmen Rovira, enmendándolas algunas veces.130 Se ha modernizado la ortografía con la intención de ofrecer al lector un acercamiento al sentido del texto más que a su estado gráfico original: una experiencia de lectura que sería similar a la que tendría un lector de la época en que el texto fue concebido, para lo que la distancia que impondrían la ortografía y la puntuación antiguas sería un problema. Una de las primeras determinaciones de cualquier edición es definir el público lector al que se destinará, pues de ello depende el tipo de edición resultante: una edición popular o de divulgación, una de las llamadas “ediciones universitarias” o una dedicada a especialistas.131 Aquí nos hemos propuesto realizar una edición universitaria de El hombre tranquilo […] de Manuel María Gorriño y Arduengo; es decir, una edición dedicada a una más o menos amplia variedad de lectores: un público potencialmente constituido tanto por especialistas
129. Como se adelantó, la fecha inconclusa del manuscrito (“1.8”) podría indicar justamente que se trata de un manuscrito de imprenta, tal como solía proceder la imprenta de José Alejo Infante (véase la nota 120). 130. Rovira, Pensamiento filosófico, t. I, pp. 25-27. 131. Véanse los criterios de edición de la colección “El Paraíso en el Nuevo Mundo” en Pérez, “Introducción”, Libros desde el paraíso. Ediciones de textos indianos, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2016, pp. 9-38.
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(historiadores, filósofos, literatos, etc.) como por investigadores en formación; es decir, una edición suficientemente rigurosa como para sustentar un estudio o tesis, aunque su información y tratamiento procura no alejarse de la mano del gran público mediante un aparato de notas y un estudio introductorio que conservan un tono divulgativo, aun cuando se presente información especializada. Y es que, en nuestra opinión, el trabajo de mediación que el editor emprende entre un texto y un lector determinado no termina con la enmienda textual ni con la modernización gráfica, sino que comprende también la no fácil tarea de construir un andamiaje de notas aclaratorias y consideraciones diversas que permitan al lector un acercamiento al texto como experiencia de lectura plena. Por ello es que en esta edición se ofrecen los siguientes tipos de notas: aquellas propiamente textuales o ecdóticas, relativas a la fijación del texto y las particularidades del documento; notas filológicas, que han servido para facilitar la comprensión literal del texto, su léxico y sus fuentes constitutivas, así como las correspondencias con otros textos del autor; y, finalmente, notas históricas o contextuales que permiten ubicar el documento y su texto en su horizonte de producción. En cualquier caso, aquí se ha procurado que las notas sean siempre breves y concisas, procurando un estilo de escritura recto y no ampuloso, así como una redacción impersonal. Con ello se ha pretendido ofrecer un texto útil para la interpretación histórica o filosófica que contribuya a aclarar confusiones y discutir mitos sobre esta curiosa y notable obra de este autor novohispano; una edición que contribuya al conocimiento de un momento histórico fundamental de la transformación política y cultural de México, así como al reconocimiento de una perspectiva religiosa y cultural que jamás desapareció y que sigue presente de muchos modos en nuestros horizontes políticos. Epílogo Manuel María Gorriño y Arduengo es un ilustrado tardío al que la historia no ha terminado de hacerle justicia; porque, a pesar de los estudios que ha merecido, todavía quedan facetas por iluminar, lugares comunes y prejuicios por deshacer y, sobre todo, falta descifrar con
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precisión su lugar en la formación institucional y moral del México independiente, como entidad geográfica, política y cultural; es decir, falta un estudio general de su producción bibliográfica, más allá de menciones que, aunque en general bien estructuradas, se encuentran por lo regular subordinadas a intenciones explicativas predeterminadas: su propuesta pedagógica, su actividad política, su filosofía y la importancia histórica de sus planteamientos eclécticos y aparentemente liberales. Y es que la vida y obra de Manuel Gorriño pueden ser vistas como expresiones paradigmáticas de las diferentes clases de ruptura que atravesaba el país en las postrimerías del ilustrado siglo xviii y el convulso xix. Por ello, la edición de su obra puede ayudarnos a comprender no solo su aporte a la educación, la filosofía o la política nacional en sus inicios, sino también el momento del cambio en sí, las formas en que un proyecto de estado comienza a consolidarse, en tránsito desde las reformas borbónicas que acabaron con el proyecto político-educativo de la Compañía de Jesús, hacia la confrontación con el nuevo paradigma geopolítico republicano. Además, el estoicismo que predicó Manuel Gorriño no parece hacer daño tampoco a una época como la nuestra, desafiada por otras crisis y transformaciones, nacionales y mundiales, de modo que el rescate de un documento como el que aquí se ha editado no solo nos informa con mayor precisión sobre el pasado, sino que nos muestra una vía de futuro: porque pretender que la virtud construya su edificio sobre la derrota del vicio parece no solo un camino deseable, sino tal vez el único posible en un contexto de incertidumbre y transformación.
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Manuel María Gorriño y Arduengo
EL HOMBRE TRANQUILO, O REFLEXIONES PARA MANTENER LA PAZ DEL CORAZÓN EN CUALQUIER FORTUNA
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Iuxtum… Virum si fractus illabatur orbis impavidum ferient ruinae Horacio1
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De sus Carmina: Libro III, Oda 3, líneas 1-8.
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Discurso I Qué cosa sea la tranquilidad
Todos discurren sobre la tranquilidad, nadie hay que no la busque; ella es el término a donde como un blanco se dirigen los proyectos de los hombres, pero ¿la buscan todos por el camino [en] que ella se encuentra? Es preciso convenir en que la tranquilidad está atada a una cadena de reflexiones que la preceden y por medio de las que ella se encuentra, cuando el hombre hace aquellas y conoce cuál es la situación en que él debe constituirse para conseguirla. Sobre este plan, seguido constantemente, lograron la paz que gozan aquellos que, despreciando las preocupaciones y venciendo las costumbres comunes, buscaron el verdadero carácter de la tranquilidad que no posee el mundo ni se adquiere por el ejercicio libre de las pasiones, ni se valúa por los principios de la opinión. La tranquilidad, la paz del corazón, es hija de aquella virtud que resulta de la observancia de la Ley;2 por tanto, ella proviene de Dios y no es aquella que creen poseer los mundanos, por más que digan tener una paz que Jesucristo vino a traernos con su ejemplo, con su doctrina y que impartió tantas veces a sus amados, y que el Profeta nos dice ser el patrimonio de los que sirven al Señor.3 No puede ser esta paz aquella 2. Entiéndase en este contexto la ley por antonomasia: la ley divina, norma objetiva de moralidad que se encuentra en la mente de Dios, como la propone Tomás de Aquino: “Como nosotros que, al obrar según la ley, obramos justamente. Pero mientras nosotros obramos según la ley de alguien superior a nosotros, Dios es para sí mismo Ley” (Suma de teología: Cuestión 21, Artículo 1 [cito por la tr. José Martorell et al., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2001, t. I, p. 264]). Puede verse a este respecto el artículo de Manuel Ocampo Ponce, “Reflexiones metafísicas sobre la ley moral en Santo Tomás de Aquino”, Revista Chilena de Estudios Medievales, 15 (2019), 29-41. 3. Dice el profeta Isaías (referido aquí también por antonomasia): “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado” (Isaías 26, 3). La antonomasia permite a Manuel Gorriño otorgar autoridad a su discurso; si aquí el Profeta es Isaías, antes la antonomasia de Ley fue la divina y
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que se procura por un modo contrario en que se adquiere aquella paz que gozan sus enemigos, y en la que se complacen los hijos del siglo y los que sirven a la disolución. Pero aun cuando esta última se quiera tener por una especie de paz, concediendo algo a sus defensores, será una paz falsa, una paz de nombre que nada tiene de real ni de verdadera. La paz, dice san Agustín, es la tranquilidad del orden,4 y este no es otra cosa que una disposición de las cosas iguales y desiguales que da a cada una su lugar, a cuya idea se reduce muy bien la paz del hombre que mira para ser tal a diversos respectos, que mira son aquellos tres con los que sus relaciones lo atan para que obre acordadamente según cada uno por las leyes del orden que Dios puso en todas las cosas, y sin las que no se puede concebir que haya orden ni tampoco paz. Tiene el hombre naturalmente una tendencia a Dios, a sí mismo y a los demás hombres; visto con respecto a estas cosas se descubre que debe tener paz por tres maneras diferentes: una, si estuviere bien concertado con Dios; otra, si él dentro de sí mismo viviere en concierto; y otra, si no se atravesase ni encontrare con otros.5
4.
5.
adelante san Pablo será el Apóstol por antonomasia: “La antonomasia puede tener lugar de cuatro maneras distintas: 1.o Atribuyendo á una sola persona, por cualquiera particularidad un nombre común á muchas, por ejemplo, por antonomasia se llama á S. Pablo el apóstol, y á S. Juan el discípulo querido […]” (Alfonso María de Ligorio, Selva de materias predicables é instructivas […], tr. Joaquín Roca, Barcelona, Librería Pons, 1864 [1757], p. 252). “La paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos” (san Agustín, La ciudad de Dios, XIX, 13, 1). Esta referencia a san Agustín parece cita textual de fray Luis de León, del lugar en que el poeta castellano argumenta sobre la justicia de atribuir a Cristo el nombre de “Príncipe de la paz”: “Pues cuanto a este propósito pertenece, podemos comparar el hombre y referirlo a tres cosas: lo primero, a Dios; lo segundo, a ese mismo hombre, considerando las partes diferentes que tiene y comparándolas entre sí; y lo tercero, a los demás hombres y gentes con quien vive y conversa. Y, según estas tres comparaciones, entendemos luego que puede haber paz en él por tres diferentes maneras: una, si estuviere bien concertado con Dios; otra, si él dentro de sí mismo viviere en concierto; y la tercera, si no se atravesare y encontrare con otros” (fray Luis de León, op. cit., p. 588).
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La primera nos presenta un hombre sujeto a la ley del eterno Dios que en todo lo dirige, y en cuyo corazón vierte el Señor, en premio de su fidelidad, una dulzura con que solo alimenta a sus hijos.6 La segunda ofrece a la vista un hombre sujeto enteramente a la razón, dueño de sí mismo, usando de todo lo interior y exterior de un modo conveniente y reglado, dirigido todo por las leyes en que puso el Creador todo en número, peso y medida. La tercera presenta la idea de un hombre justo, que da a cada uno según su derecho, que exige suavemente y sin contienda el suyo, cediendo en obsequio de la paz en los casos en [que] lo aprueba la razón. ¿Quién duda [de] que todo esto es un consectario7 de los principios de la virtud y de la equidad que, aunque el Mesías perfeccionó cuando vino al mundo, ya tenía, o menos claros o algo conocidos, la razón, dirigida de la ley natural y de la escrita? Se ve también que no pudiendo venir el apreciable don de la paz sino de aquel de quien viene todo don perfecto, la paz del mundo es una paz fingida, y que de tal solo tiene el nombre. La paz de Jesucristo es la única verdadera; en vano se afana el vicio en desacreditarla: el mundo no la conoce ni los esfuerzos todos de los malos pueden hacer que la paz sea de otro modo [al] que el Señor la concedió, o como ellos la conciben y quieren pintarla. Esta paz está de tal modo ordenada, dice san Agustín, que son pacíficos solo los que concertando primero los movimientos todos de su alma, y sujetándolos a la razón (esto es, a lo más principal del espíritu), tienen bien domados los deseos de la carne y son hechos reino de Dios en que todo va ordenado. Para este fin es necesario que domine en el hombre lo que hay en él de más noble, y que no le contradiga lo que tiene de más vil y en [lo] que todos convenimos8 con los brutos. Pero esta parte más noble y excelente del hombre es preciso se someta a lo que es superior a ella, esto es, a la verdad y al hijo unigénito de Dios, que es la verdad misma; esta es la paz que se concede en el suelo a 6.
Este es un hipérbaton recurrente con que Gorriño usa el adverbio de modo “solamente”: “con que solo a sus hijos alimenta”. 7. Lo mismo que “corolario”: “Proposición que por legítima conseqüencia se infiere de lo yá demostrado, que tambien le llaman algúnos Consectario”, según el Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española (Madrid, 17261739), conocido como Diccionario de Autoridades [en adelante: Aut.], s.v. “Corolario”. 8. “Vale tambien pertenecer, se [sic] a propósito y correspondiente a la naturaleza o calidad de algúna cosa” (Aut., s.v. “Convenir”, en su tercera acepción).
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los hombres de buena voluntad9 y en la que consiste la vida del sabio perfecto.10 Establecidos estos principios, discurramos ya acerca de los medios de tranquilizarnos. Reflexionemos pues, con la solidez posible, acerca de lo que la costumbre de seguir sin examen lo que el ejemplo de los otros, y nuestros sentidos, nos dan por cierto; han producido en nosotros una especie de ceguedad que nos impide el discernir con acierto cuales ideas debemos seguir o cuales repeler. Si con estas reflexiones podemos fijar en nuestro corazón un solo grado de paz, ¿quién podrá no bendecir un trabajo que nos descubrió el semblante del bien que, visto una vez sola, ni se conservará sin gusto ni se perderá sin un dolor que nos estimule a procurarlo nuevamente.
9.
“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!” (Lucas 2, 14). 10. “Son hacedores de paz en ellos mismos los que, ordenando y sometiendo toda la actividad del alma a la razón, es decir a la mente y a la conciencia, y dominando todos los impulsos sensuales, llegan a ser Reino de Dios, en el cual de tal forma están todas las cosas ordenadas, que aquello que es más principal y excelso en el hombre, mande sobre cualquier otro impulso común a hombres y animales, y lo que sobresale en el hombre, es decir la razón y la mente, se someta a lo mejor, que es la misma verdad, el Unigénito del Hijo de Dios. Pues nadie puede mandar a lo inferior si él mismo no se somete a lo que es superior a él. Esta es la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad, es la vida dada al sabio en el culmen de su perfección” (san Agustín, El Sermón de la montaña, I, 9, 23).
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Discurso II La existencia de Dios
Este Señor es el fundamento de nuestro ser, este es el punto de donde debemos deducir todos nuestros conocimientos, y el origen de que dimanan todas las cosas. Nosotros no existimos sino por una elección de su bondad; él nos sacó de la nada y sin él nosotros no podríamos vivir ni cosa alguna tuviera ser. Un agente poderoso produjo todo el cúmulo de las cosas visibles e invisibles, un solo soplo de su boca formó los cielos, la tierra, el universo todo con cuanto hay en él, visible e invisible. Qué argumentos no ha promovido la incredulidad para negar la existencia de un ser que aun los gentiles conocieron con sola la luz de la razón natural:11 no hay Dios, dijeron los impíos, si Dios existe, ¿de dónde provienen los males que vemos en el mundo? Pero ¿qué importa —oh impío— que tú niegues con la boca lo que tu corazón y tu alma no pueden menos que temer?, ¿qué importa que tú quieras destruir no una opinión, que ya el tiempo hubiera borrado, sino un juicio de la naturaleza que los siglos confirmaron más y más conforme ellos se sucedían: una verdad que la misma naturaleza enseña de un modo el más claro, de un modo que, aun cuando alguna nación tan bárbara ignore cuál Dios deba adorarse, ninguna deja de saber que hay uno a quien debemos nuestros cultos. La historia de todos los siglos y de todas las naciones lo prueban, por más que se quiera asegurar que los etíopes, que los antiguos caldeos, los cafres,12 los del cabo de Buena Esperanza, los 11. En Del hombre, escribe que Platón, Séneca, Cicerón o Marco Aurelio “sin más luces que la de su filosofía, vivían independientes de los sucesos” (Del hombre, 27). Y adelante: “la filosofía antigua y la cristiana no se diferencian sino en lo más o menos perfecta que se halla en los hombres, por que ella es un objeto de la razón y su ejercicio, y la razón tanto fue dada a Sócrates como a San Agustín” (Del hombre, 28). 12. “Llaman assí a los naturales de la costa del África hácia el cabo de Buena esperanza: y a semejanza se llama Cafre al hombre bárbaro y cruél, y en Múrcia al rústico
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canadinos13 y otros fueron ateístas negativos;14 esto nunca podrá probarse. Por el contrario, ¿qué cosa podrá haber tan clara, dice Cicerón, y tan demostrable cuando miramos al cielo y contemplamos las cosas celestiales, que el que existe alguna deidad de una mente sublime por quien se rijan todas las cosas?15 Y si alguno es capaz de dudar esto, no entiendo por qué no podrá dudar también que hay o no hay sol. Pero lo que más que todo importa en el conocimiento de Dios es la idea que la religión nos da de un ser eterno, espiritual, sapientísimo, poderoso, causa de todo lo que existe y aun de todo lo posible; un ser independiente de toda causa, pues existe por sí mismo y antes de él no hay existencia de ente alguno: él solo se basta y todo depende de él. No se trata aquí de promover una demostración de su existencia, de la que y záfio. Latín. Cafrorum incolae. FIGUER. Hist. Orient. lib. 1. cap. 6. Entre ellas fue lo que aconteció a un Cafre Christiano, que por orden del Rey estaba en casa de un Moro Abexin su Privado. LOP. Com. El castigo sin venganza. Act. 3. Entre los desnúdos cafres, que lobos marínos visten” (Aut., s.v. “Cafre”). 13. Se refiere a los pueblos bárbaros de Canadá, como los llama Gabriel de Cárdenas en su Ensayo cronológico para la historia general de la Florida, narrando las dificultades y guerras que debió confrontar Antonio de Benavides (1678-1762), gobernador de la Florida, por las constantes invasiones en la frontera norte por parte de franceses e indios de sus dominios: “Aquella misma noche, se hiço Don Estevan de Berroa, à la Vela, y llegò donde se hallaba Don Antonio Mendieta; el qual avia visto, que sobre la multitud de Indios, que cada Instante crecia, todos con buenas Armas, avian llegado nuevamente Franceses, y Canadinos, que hacian el Desembarco impracticable” (Madrid, por Nicolás Rodríguez Franco, 1723, p. 356). 14. Cardiel Reyes, citando este fragmento, supone aquí una “Alusión probable a los argumentos de Pedro Bayle, que refutaba Bergier” (Cardiel Reyes, op. cit., p. 181, n. 108). Y, efectivamente, la argumentación a favor del ateísmo del ilustrado Pierre Bayle se estructuraba al modo negativo: el ateísmo no es peor que la idolatría (Bayle, Pensamientos diversos sobre el cometa, tr. Julián Arroyo Pomeda, Madrid, Antígona, 2015). 15. Entre los argumentos ciceronianos para demostrar la existencia de un dios único y central (llamados justamente “cosmológicos”), se encuentra la cuarta prueba que Cicerón atribuye al estoico Cleantes (sucesor de Zenón de Citio, m. ca. 233 a.C.), misma que resulta de la observación de la hermosura, orden y armonía del universo que no se explicarían sin una inteligencia soberana que lo gobierne; escribe Cicerón: “Dijo [Cleantes] que la cuarta causa —y ésta era, además, la más importante— se basaba en el equilibrio de movimientos y en el giro sumamente regular del cielo, del sol y de la luna, así como en la individualidad, la utilidad, la hermosura y el orden de cada uno de los astros, fenómenos cuya simple visión indicaba suficientemente que no se producían de una manera fortuita” (Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses, tr. Ángel Escobar, Madrid, Gredos, 1999, p. 176).
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el cristianismo está demasiado persuadido, sino de contemplar a Dios cuya santidad, cuya sabiduría, cuyas inmensas perfecciones constituyen aquel ente superior a nuestra razón, si queremos penetrarlo, pero que se nos da a conocer sobradamente para que nosotros recurramos a él en todas nuestras dudas como al elemento universal de todo lo que podemos saber, para que lo adoremos y le tributemos el obsequio razonable de nuestros cultos, para que lo invoquemos con nuestras humildes súplicas como al único benefactor nuestro y para que su conocimiento nos ilustre en todas las cosas,16 porque él es aquella luz sin la que el hombre no sabe de dónde viene, qué es, ni a dónde va. Solo en Dios hallamos la resolución de los enigmas que en la vida nos rodean; él solo nos da a conocer nuestros fines, nuestros caminos y las circunstancias que nos acompañan en todos los sucesos de una vida, que en cada hombre es como una historia y que se varía de tantos modos como combinaciones resultan de nuestras obras con las cosas externas. Esta serie inmensa de combinaciones forma aquel conjunto de trabajos y de felicidades que agitan el corazón del hombre mientras vive. En efecto, sin Dios no se puede saber por qué suceden aquellos acaecimientos cuya explicación no contienen ni nuestros principios ni nuestros conocimientos: ¿por qué dos hombres igualmente justos no son igualmente felices en el mundo?, ¿y por qué la justicia, abatida y trabajosa, mira triunfar entre las admiraciones y aplausos de los pueblos al impío, que se burla del justo y lo silva como a un insensato? ¡Cuántos problemas iguales se presentan a una razón que, sin la idea de Dios, no podrá resolverlos! Solo su conocimiento basta para desatarlos con facilidad y sin equívoco alguno. ¡Qué motivos fuera en otros muchos para tener presente a Dios en todos nuestros instantes, como a una luz sin la que caminamos a obscuras y como a un norte sin cuya dirección navegamos perdidos
16. De las tres acepciones que el Diccionario de Autoridades da para el verbo ilustrar, la primera definiría la posición filosófica ilustrada: “Dar luz o aclarar alguna cosa, ya sea materialmente, ya en sentido espiritual de doctrina o ciencia”; aunque es la segunda acepción la que aquí tendría mayor sentido, no necesariamente vinculada a la Ilustración: “Se usa tambien por inspirar, o alumbrar interiormente, con luz sobrenatural y divina. Latín. Illustrare. Inspirare. CORN. Chron. tom. 2. lib. 3. cap. 65. Hallándose yá fuera del Convento y en el campo, le ilustró Dios con las luces de su gracia, para que reconociesse su culpa” (Aut., s.v., “Ilustrar”).
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en un mar proceloso, cubierto de la noche, agitados de los vientos y vagueando17 miserablemente, como el navegante en la noche espantosa de su naufragio! Si queremos discurrir sobre nosotros mismos sin Dios, ya no sabemos sino soñar despiertos y delirar como unos febricitantes,18 cuya fantasía exaltada los lleva por florestas y edificios magníficos, para precipitarlos después en la consternación que oprime a un hombre que no encuentra lo que mira y que duda de lo mismo que posee. ¿Qué puede nuestra imaginación sin Dios? Ella es un principio de enloquecer, siempre que sus conatos19 quieran buscar en las causas naturales la razón de las cosas que, aunque son dirigidas por estas, suponen otra más alta que las creó, que las gobierna y las dirige por unos principios cuya profundidad se esconde a los ojos de una criatura débil; y que si ignora la razón de muchas cosas que le están sujetas, ¿cómo podrá conocer las que lo aventajan y están sobre él? Un Dios cuya existencia, cuya sabiduría y providencia influye en todas las cosas. Un Dios cuyos designios no siempre se han revelado al hombre. Un Dios de cuya beneficencia tenemos unas pruebas tan evidentes. Un Dios que nos llama hijos y quiere que lo reconozcamos por padre. Este Dios sabio, bueno, omnipotente, es nuestra seguridad en los peligros, nuestro consuelo en las penas, y en quien debemos librar toda nuestra confianza, aun cuando ignoremos los fines a que nos conduce y cuando los medios nos parezcan incompatibles con la consecución de un bien al que todos aspiramos. No importa que nosotros caminemos ciegamente: aunque se sienta el piso escabroso, su vo17. “Lo mismo que Vagar. SANDOV. Hist. de Ethiop. lib. 1. cap. 3. Se fueron los miserables vagueando por el mundo, como otro Caín. CALD. Com. Las Manos blancas no ofenden. Jorn. 1. De una en otra calle, pues, / con vista vagueando à tiento / à Palacio llegué...” (Aut., s.v., “Vaguear”). 18. “Enfermo de calentúra. Es voz mui usada de los Médicos. Latín. Febricitans” (Aut., s.v., “Febricitante”). 19. “Esfuerzo, empeño, aplicación y cuidado grande en la execución de algúna cosa. Es tomado del Latino Conatus, us, que significa lo mismo. RIBAD. Vid. de S. Ignac. lib. 1. cap. 3. Ponía todo su cuidado y conato en hacer cosas grandes y dificultosas, para afligir su cuerpo con asperezas y castígos. OV. Hist. Chil. pl. 248. Ponían todo su conato en dar trazas para deshacer la paz. MANER. Apolog. cap. 50. El Juez con todo el conato de su ira nos condena, y Dios con toda su misericordia nos absuelve. VALVERD. Vid. de Christ. lib. 3. cap. 16. Poned conato y valentía en entrar por la estrecha y angosta puerta de los Cielos” (Aut., s.v. “Conato”).
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luntad es una luz que ilumina al hombre en la noche de sus dudas; su existencia es la base de la nuestra. En él vivimos, por él nos movemos, por él somos, ¿qué más puede desearse para respirar tranquilamente con la idea de un Dios que sí existe con todos sus atributos? Nuestra felicidad se mira vinculada en un Dios de quien viene todo don perfecto, y que ha merecido nuestra confianza por sus promesas, por su bondad y por sus antiguas y nuevas misericordias.
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Discurso III La bondad de Dios
Pensar en un Dios perfectísimo, sin una bondad en la que el hombre pueda fijar su confianza, es fingirse un fantasma de la divinidad más ridículo que los que forjó la ciega imaginación de los gentiles. Nada es bueno, dice Santo Tomas, sino en cuanto es apreciable; luego, si Dios es bueno, esta bondad debe ser el término de los deseos de los hombres.20 En él solo puede descansar su corazón, en él fijar su confianza; Dios solo enriquecerá su pobreza, Dios enjugará sus lágrimas, porque Dios es todo para todos y fuera de Dios nada hay sino vanidad, confusión y miseria. Dios, cuya bondad absoluta forma uno de los atributos de su perfección, no sería perfectísimo21 sin aquella bondad respectiva al bien de sus criaturas. Pero, ¿cuál de ellas podrá decir que no ha experimentado las dulzuras de una beneficencia que ilumina nuestros ojos en el sol, que refrigera nuestro pecho en el aire que respiramos y que se multiplica en tantos modos para favorecernos, para prevenirnos en todas nuestras necesidades, y aun para complacer nuestras inocentes inclinaciones. Esta verdad que conocieron los más ingratos forma el eje de nuestra dicha, es la baza firme de nuestro consuelo y la semilla fecunda de nuestra tranquilidad. ¿Y quién podrá negarla sin proferir una blasfemia que desmentiría irritada la naturaleza toda, en la que no hay átomo que no esté sellado con la marca y con los caracteres menos equívocos de la bondad de un 20. “Ser bueno le corresponde señaladamente a Dios. Pues algo es bueno en cuanto es apetecible. Cada uno apetece su perfección. En el efecto la perfección y la forma tienen cierta semejanza con el agente, ya que el que obra hace algo semejante a él. Por eso, el agente es apetecible y tiene razón de bien, pues lo que de él se apetece es la participación de su semejanza. Como quiera que Dios es la primera causa efectiva de todo, resulta evidente que la razón de bien y de apetecible le corresponde” (Aquino, Suma de teología, op. cit., Cuestión 6, Artículo 1). 21. El manuscrito trae “perfectissima”, produciendo un anacoluto por inconcordancia con el sujeto de la oración, que es Dios.
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Dios que, tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia, ha hecho conocer aquella misericordia suya para cuyas alabanzas no creyó David que bastaba menos que la eternidad?22 Las criaturas racionales, y aun los mismos brutos, han sentido la blandura de su benéfica mano. El hombre, este ser privilegiado, fue el objeto de sus ternuras mucho antes de que él fuese capaz, ni remotamente, de merecerlas; Dios, impelido de su bondad, lo colmó de una multitud de bienes que el hombre no conocía y que su mismo interés jamás le hubiera inspirado el que los desease. Un mundo en el que aun lo que parece desordenado manifiesta la bondad de su autor en permitirlo,23 una naturaleza cuya máquina se mueve a impulso de una mano omnipotente, un espectáculo siempre brillante y siempre magnífico con el que se multiplican los milagros y las riquezas para mantenerlo y para hermosearlo, todo es un don de Dios que quiso regalar al hombre constituyéndolo señor y dueño de este basto alcázar, obra de su liberalidad para con sus hijos, a quien[es] aun promete otra vida, otro reino más feliz, más permanente y más glorioso. A vista de esto, qué hombre podrá dudar de la protección de un Dios que nada hay que no quiera dar a sus criaturas de cuanto contribuya a comunicarles una felicidad para [la] que los creó, de un Dios que tiene los oídos puestos a la boca de su corazón para acudir prontamente a colmar de bienes sus deseos y sus súplicas, siendo ellas justas y racionales. Aun no sería tan grande la beneficencia del Señor si solo nos diese aquellas cosas que acierta a pedir nuestro deseo; nuestro corazón mezquino y limitado no acierta a desear todo lo que Dios nos da, ni somos capaces de apetecer sino lo que está comprehendido en el cortísimo recinto de nuestro conocimiento. Y así es que por mucho que deseamos no es todo lo que Dios nos da cada día voluntariamente. Este señor que, como dice san Juan, es mayor que nuestro corazón,24 no menos muestra su magnificentísima piedad con los hombres en los 22. “Te exaltaré, mi Dios, el Rey, y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre. Cada día te bendeciré y alabaré tu nombre eternamente y para siempre” (Salmos 145, 1-2). 23. Estructuras alambicadas como esta, frecuentes en la literatura religiosa barroca menor, aparecen de vez en cuando en la prosa de Gorriño, aunque parecen más descuido que sistema. 24. “En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos nuestro corazón confiado delante de él; en caso de que nuestro corazón nos reprenda, mayor es Dios que nuestro corazón, y él conoce todas las cosas” (1 Juan 3, 19-20).
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beneficios que les hace (y que ellos conocen) que en los otros ocultos y que su corta vista no acierta a distinguir. ¿De cuántos riesgos los libra que ellos no temen?, ¿cuántos dones les concede que ellos no conocen?; de suerte que el hombre, ignorante aun de las cosas más fáciles, no puede saber los designios impenetrables de la bondad de un Dios que obra muchas veces en beneficio suyo, por unos caminos muy distantes de la comprensión humana. Para que lleguemos a sentir mejor de la bondad del Altísimo para con los hombres, no se necesita más que acordarse del amor que les tiene. ¿Y si en el mundo no hay padre amante de sus hijos, no hay esposo enamorado de su consorte cuyo corazón generoso no se difunda en bondades y favores para con sus amados, cómo nuestro padre celestial, el esposo de las almas, ha de ser menos generoso para con sus hijos los hombres y para con la humana naturaleza, su esposa? Él la ama tiernísimamente, como se nos pinta en los Cantares, él enferma de amor;25 él hace sus delicias la compañía de los hombres, con los que quiere morar hasta la consumación de los siglos. El Padre amó tanto al mundo que llegó a dar a su unigénito por el precio de su salud; y el hijo nos amó tanto que se entregó a sí mismo por nosotros.26 ¿Pudiera el corazón humano, antes de la venida del Redentor, atreverse a desear tanto si no se le revelara que Dios había de hacer tan grandes maravillas en favor suyo? Pero ¿cómo su corazón tan pequeño había de concebir el deseo de unos excesos de bondad de que los cielos quedaron atónitos? ¿Y es creíble, acaso, que el que en una orden tan sublime como en el de la gracia hizo tales maravillas por el hombre haga en el inferior menos prodigios para favorecerlo? La vida y la muerte, la salud y la enfermedad, la riqueza y la pobreza, todo entra en el plan de un sistema benéfico por el que Dios, en todo cuanto tenemos y en cuanto nos falta, en cuanto nos alegra y nos entristece, dirige nuestros pasos a una felicidad cuyos medios (por más que los repugne la razón humana) son otros tantos beneficios inestimables de la bondad de Dios, 25. En realidad, en el Cantar de los cantares es la Amada y no el Amado quien dice: “Júrenme, oh hijas de Jerusalén, que si hallan a mi amado le dirán que estoy enferma de amor” (Cantares 5, 8). 26. En su carta a los Efesios, escribe san Pablo: “Por tanto, sean imitadores de Dios como hijos amados, y anden en amor, como Cristo también nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio en olor fragante a Dios” (Efesios 5, 1-2).
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que tiene fijos sus divinos ojos en nosotros y que usa de su misericordia aun en aquello en que nos castiga; porque a quien Dios ama lo corrige, y en la misma corrección manifiesta su bondad, así como un padre tierno cuanto más ama a su hijo tiene más cuidado por castigar sus culpas.27 La política humana se deja seducir de su razón mil veces, y creé desamparo de Dios lo que suele ser una particular asistencia suya. Quién diría que un Job, cubierto de lepra, de miserias, de infamias, de pobreza y desolación, no era un objeto de la indignación divina; un Tobías ciego, triste, insultado de su mujer y deseando morir por descansar de sus trabajos parece que ya no podría contar con la misericordia de un Dios que lo abandonaba en tanta miseria; pero ambos en sus trabajos estaban asistidos de aquella deidad que siempre está muy cerca de los atribulados de corazón.28 Aunque ellos sufrían un 27. Cristianismo y castigo suelen tener en la opinión pública de nuestros días una relación complicada: por un lado, hay quienes censuran esta concepción antigua de la didaxis como inmoral e inaceptable, por lo que encuentran difícil hacer coincidir esta dimensión propia del Dios del Antiguo Testamento con el Dios del amor cristiano; por otro, hay quienes, desde una perspectiva histórica, proponen la consideración de la culpa, el castigo y el perdón como un aporte valioso del cristianismo a la gobernabilidad del Antiguo Régimen. Véase a este respecto el libro de Anne J. Cruz y M. E. Perry, Culture and Control in Counter-Reformation Spain (Minneapolis, University of Minnesota Press, 1992), en el que se propone la cultura cristiana como un sistema de control basado justamente en la interiorización de la culpa; o el de Estela Roselló, Así en la tierra como en el cielo. Manifestaciones cotidianas de la culpa y el perdón en la Nueva España de los siglos xvi y xvii (Ciudad de México, El Colegio de México, 2006), para quien entre la culpa y el perdón se crearía una posibilidad de negociación que permitió solucionar en buena medida las enormes contradicciones en medio de las cuales se constituyó la cultura y la política novohispanas. No sería posible, por supuesto, solucionar en una nota a pie esta enorme y fundamental discusión de la cultura cristiana, pero sí podemos aportar un significado de la palabra “castigo” más adecuado al horizonte cultural y religioso en que la usa Manuel Gorriño, el tercero de los significados que aporta el Diccionario de Autoridades: “Significa tambien adverténcia, aviso, amonestación y enseñanza. Latín. Reprehensio. SANTILL. Proverb. Introd. Como quier que los yá dichos provérbios y castígos se huviessen hecho por mandado del dicho señor Príncipe su hijo ... para se avisar y tomar exemplo y castígo y doctrina de ellos para saber bien regir y gobernar. VALER. Chron. part. 4. cap. 3. De la muerte del qual todos los Príncipes y Grandes señores deben tomar castígo” (Aut., s.v. “Castigo”). 28. “El ojo del Señor está sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia” (Salmo 33, 18). Las historias de Job y de Tobías (sendos documentos bíblicos no aceptados por todas las religiones del libro) son paradigmáticas no solo del amor incondicional del hombre a Dios, a pesar de las adversidades, sino también de la función del diablo como tentador y como depurador de la fe y la fidelidad.
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triste desamparo a los ojos del mundo, estaban sostenidos invisiblemente de aquella mano poderosa que los conducía por el escarpado monte de las penas, para que sin otro pesar llegaran a la cumbre del mérito y de la virtud. Nosotros sin duda no comprendemos regularmente el camino por donde Dios nos lleva, pero aun cuando no descubramos el término de sus designios, ¿podremos disculparnos de nuestra desconfianza debiendo estar convencidos de tantas maneras de su bondad y de su misericordia para con nosotros?, ¿podremos jamás reclamar y tener motivo para pedir a un Dios justo, a un Dios incapaz29 de obrar contra una rectitud que constituye el fundamento de la bondad universal y que es la misma justicia, la posesión de nuestros derechos? Es preciso enloquecer para delirar tan desarregladamente. Aun a los pecadores obstinados no les niega su asistencia común, de otro modo ellos no serían culpables en no hacer aquello para [lo] que no tuvieron auxilio; porque nosotros no podemos sacar de nuestro corazón, sin su ayuda, ni un solo pensamiento bueno. Los trabajos naturales no prueban tampoco su falta en ayuda, porque ellos son propios de nuestra debilidad y sus más amigos los padecieron. La prosperidad temporal muchas veces suele ser seña de su indignación y un juicio que prueba su bondad, que aun al que no merece otros bienes de superior orden, le concede estos para que ya que estuvo alguna vez en la casa de la misericordia no vaya con las manos vacías. Esta prosperidad temporal no siempre es compañera de su justicia, pues vemos que los felices del siglo son frecuentemente unos malvados, como dice el Eclesiástico de los ricos, que regularmente lo son o hijos de malvados;30 con que la bondad se conoce aún más en los 29. Esta es una de las contradicciones dogmáticas que han sido discutidas por años: si Dios es omnipotente, ¿cómo resulta incapaz de hacer alguna cosa?; pero la escolástica ya había zanjado la cuestión asumiendo que “lo que implica […] contradicción no está sometido a la omnipotencia divina, porque no puede tener razón de posible”, como escribió Tomás de Aquino (Suma de teología, op. cit., Cuestión 25, Artículo 3). 30. Esta fortísima afirmación solo podría estar apoyada en un libro deuterocanónico como el Eclesiástico, que en su capítulo 13 dice: “El rico comete una injusticia y se siente orgulloso; el pobre la sufre y tiene que pedir perdón. Si eres útil al rico, hará que le sirvas; si le resultas inútil, te abandonará. Si tienes algo, ¡cómo te halagará! Pero no tendrá ningún reparo en explotarte. Si le haces falta, te tratará muy bien, te sonreirá y te inspirará confianza. Te hablará amablemente y te preguntará qué necesitas. Te avergonzará con sus invitaciones a comer. Mientras pueda aprove-
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trabajos que en las felicidades. Además [de] que este señor suele llevar a la quietud y al gozo, aun en esta vida, por entre dolores y penas: Job y Tobías son un ejemplo memorable de esta verdad, así como José; ¿quién se hubiera atrevido a pronosticar a este que la venta que de él hicieron sus hermanos crueles, que la esclavitud en que lo pusieron, que la cárcel y la ira de su amo Putifar, era el camino por el que Dios lo llevaba a ocupar el lugar segundo del trono de Egipto?;31 ¿quién sabe lo que Dios quiere hacer de cada uno de los hombres a quienes da según les conviene, y a quienes jamás da sino para su bien y para beneficiarlos? Este solo principio es para nosotros una fuente inagotable de consuelo. ¿Y qué satisfacción tan segura no debe producir en un corazón religioso la idea de un Dios cuyas manos llenas de riquezas y de gloria hicieron a todos para sí?, esto es para una felicidad a la que cómo lleguemos importa muy poco: el que sea navegando por el océano de las penas o por el pacífico mar de la consolación; además [de] que la tribulación es la que perfecciona la virtud, ella es la que forma nuestro mérito. Pero Dios es tan bondadoso que, aun cuando permite las tribulaciones que nos afligen, las mezcla con mil consuelos: Bendito sea Dios —dice san Pablo— señor padre de nuestro señor Jesucristo, que nos consuela en toda tribulación.32 Este pobre, dice David, clamó, lo oyó el Señor y lo salvó de todas sus tribulaciones;33 los justos padecen muchas amarguras, pero Dios los
charse de ti, te engañará; te alabará unas cuantas veces, pero después, al verte, se enojará contigo y te hará gestos de desprecio” (Eclesiástico 13, 3-7). Con frecuencia se olvidan estos viejos vituperios religiosos contra la acumulación y la usura, muy bien expuestos en Trento contra la opinión de los cristianos protestantes (véase al respecto Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, tr. Luis Legaz Lacambra y Francisco Gil Villegas, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2011; así como lo que podríamos considerar su complemento, con todas las distancias guardadas: Michael Novak, La ética católica y el espíritu del capitalismo, s/ tr., Santiago de Chile, Centro de Estudios Públicos, 1995). 31. La historia de José se inicia en Génesis 37, 1 y se extiende hasta 50, 26. 32. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Corintios 1, 3-4). 33. “Este pobre clamó, y el Señor le escuchó y lo libró de todas sus angustias” (Salmo 34, 6).
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librará de todas ellas, porque este Señor guarda todos sus huesos34 y no se quebrará ni uno. Solo Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestra ayuda en las innumerables tribulaciones que nos cercan, por lo que no temeremos aunque la tierra se turbe y aunque los montes se pasen al seno de la mar, pues el ímpetu del caudaloso río de su misericordia alegra la ciudad de Dios en que el siervo tuyo habita.35 Pues si Dios es tan bueno, si su bondad nos protege, si él no puede faltarnos, si siempre nos acompaña en todas fortunas, ¿qué tememos?, ¿por qué nos entristecemos?, ¿a dónde se dirigen nuestros ayes?, ¿por qué buscamos consuelo fuera de Dios?, ¿por qué temblamos aunque nuestra constancia natural nos desampare?, ¿por qué desesperamos si nuestra débil penetración no nos muestra la mano invisible que nos sostiene? ¡Ea!, dejémonos en manos de Dios siquiera con la confianza con que nos entregamos en manos del médico que nos cura y del abogado que defiende nuestros intereses. Él es el poderoso, él nos da lo que nos conviene, él es bueno, él todo lo hace por nuestro bien: ¿qué podemos decir que nos falta para estar tranquilos?, ¿qué tememos para que nos aflijamos? Dirijamos nuestros afectos a un Dios de cuya ternura para con nosotros tenemos las imágenes más hechiceras,36 y que ha dicho que jamás nos abandonará.37
34. Tachado en el manuscrito “bienes”. Esta corrección de “bienes” a “huesos” es significativa, pues no únicamente soluciona el pasaje de acuerdo con la cita bíblica: “Muchos son los males del justo, pero de todos ellos lo librará el Señor. Él guardará todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado” (Salmo 34, 19-20), sino que elimina un error que podría haber sido causado por asociación ideoléxica del amanuense: al verbo “salvaguardar” suele seguir, en un contexto ideológico determinado, el objeto “bienes”. 35. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en todos los problemas. Por eso no tenemos ningún temor. Aunque la tierra se estremezca, y los montes se hundan en el fondo del mar; aunque sus aguas bramen y se agiten, y los montes tiemblen ante su furia. Los afluentes del río alegran la ciudad de Dios, el santuario donde habita el Altísimo” (Salmos 46, 1-4). 36. En el segundo sentido que trae el Diccionario de autoridades: “Se dice por exageración de la persona que con su modo, afabilidad o hermosúra, atrahe las voluntades y cariño de las gentes” (Aut., s.v. “Hechicero”). 37. “Vivan sin ambicionar el dinero. Más bien, confórmense con lo que ahora tienen, porque Dios ha dicho: ‘No te desampararé, ni te abandonaré’” (Hebreos 13, 5).
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Discurso IV La providencia de Dios
Uno de los más claros argumentos que hay de la bondad de Dios es la providencia, o aquel cuidado con que gobierna todas las cosas que él hizo y a las que, como dice Salomón, ama tiernamente; él les da la existencia, y todo cuanto conduce al orden y condición de cada una.38 En esto se interesa su gloria, pues todo lo hace por sí mismo cuyo término esfuerza nuestra confianza;39 porque Dios, que tiene por objeto su misma bondad, no puede faltar a ella como sucedería si alguna vez abandonase el cuidado del mundo, cosa que no puede ni aun pensarse, ni blasfemar. Pero este señor, cuyo influjo se extiende a disponer hasta de lo más mínimo con una dulzura propia de su amor, este señor que tiene cuidado de todo y que no solo dispone de los sucesos mayores del mundo sino que aun regla las suertes de pájaros que vienen juntos a la rama de un árbol,40 ¿cuál desvelo tendrá por el hombre a quien señaló con la imagen de su rostro, lo hizo semejante a sí, por cuyos menores intereses ha manifestado tantos cuidados, ha obrado tantas maravillas? 38. “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. ¿Cómo podrían existir los seres, si tú no lo hubieras querido? ¿Cómo podrían conservarse, si tú no lo ordenaras? Tú tienes compasión de todos, porque todos, Señor, te pertenecen, y tú amas todo lo que tiene vida” (Sabiduría 11, 24-26). Recuérdese que la tradición atribuye a Salomón la autoría de este libro, así como también la del Cantar de los cantares, los Proverbios y el Eclesiastés. 39. “Encomienda al Señor tus acciones, y tus pensamientos serán afirmados. El Señor lo ha hecho todo para sí mismo; ¡hasta el impío está hecho para el día fatal!” (Proverbios 16, 3-4). 40. “Por lo tanto les digo: No se preocupen por su vida, ni por qué comerán o qué beberán; ni con qué cubrirán su cuerpo. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, y el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes mucho más que ellas?” (Mateo 6, 25-26). Manuel Gorriño volverá sobre esta idea una y otra vez: la confianza en Dios contra la acumulación de riquezas por temor.
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Miremos los volátiles del cielo, con alegría surcan los aires a merced de la providencia de nuestro padre celestial que los alimenta; veamos la flor del campo cuyos colores anuncian su asistencia, que contribuye a encenderlos y a hermosearlos.41 Y en vista de esto, ¿podemos nosotros hombres, a quienes ilustró con su conocimiento, a quienes lavó con su sangre y a quienes llamó a su reino, podremos creer —digo— que nos olvide alguna vez o que seamos las únicas creaturas sobre que estén cerrados los vigilantes ojos de su paternal providencia?, ¿no somos mejores que todas aquellas cosas como el mismo Señor nos dice? Luego, podemos creer con toda seguridad que él influye de un modo directo en todo lo que nos sucede en un mundo en el que vamos como en un carruaje, cuyo gobierno depende absolutamente de su sabiduría, y que a nosotros solo nos toca dejarnos llevar sin contradicción; como quiera que ni nosotros tenemos prudencia para gobernarnos en una tierra desconocida, ni podemos hallar guía ni más sabio y prudente maestro que nos dirija a nuestro término. Los hombres y las bestias tienen una providencia42 escrupulosa de sus hijos y cachorros, ¿cuánto mayor debe ser la que Dios tiene de nosotros que somos sus hijos, e hijos tan queridos suyos que el mismo Señor nos afianza?: que nuestros padres pueden faltarnos, pero que Su Majestad siempre irá con nosotros en todos nuestros caminos. Una providencia tan escrupulosa por nuestros más pequeños intereses nos asegura de cualquier temor en medio de los trabajos más inauditos; en medio de ellos distinguirá un entendimiento religioso (y que conoce a Dios) el influjo de su mano poderosa que jamás permite seamos tentados sobre nuestras fuerzas. Ningún mal hay en el mundo que no venga alguna vez mezclado con un consuelo, que mitigue el dolor de la naturaleza que se resiste al 41. “Miren las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, y el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes mucho más que ellas? ¿Y quién de ustedes, por mucho que lo intente, puede añadir medio metro a su estatura? ¿Y por qué se preocupan por el vestido? Observen cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan, y aun así ni el mismo Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa en el horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? (Mateo 6, 26-30). 42. Providencia como sinónimo de cuidado es, de hecho, la primera acepción del Diccionario de autoridades: “Disposición anticipada, o prevención que mira o conduce al logro de algún fin. Es voz puramente Latina” (Aut., s.v. “Providencia”).
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menor impulso que turbe su tranquilidad; y cuando no hubiera otros que contemplar de donde vienen los trabajos, esto bastaría para que nosotros recibiéramos con igualdad cualesquiera pena de las que el Señor nos envía, como unos testimonios de su amor. ¿No nos ha asegurado la vigilancia con que cuida a los que prueba con dolores que le son aceptos? La idea de la providencia es una de aquellas imágenes cuyos colores resaltan más en la escritura que, de mil maneras, nos da a conocer cómo el Dios del cielo está siempre mirándonos, y cómo dirige los sucesos de nuestra vida no solo por un orden general sino por una particular asistencia y por un modo inmediato. Él, dice la Sabiduría, hizo al grande y al pequeño y de todos tiene igual cuidado;43 David, con qué expresiones no manifiesta en sus Salmos la confianza que le infunde una providencia tan benéfica para nosotros, y tan solícita para nuestro bien.44 El Señor, dice Isaías, nos describió en sus manos, él a todos los ve sin intermisión;45 y aunque tiene contados todos los pelos de su cabeza, qué hay que temer a vista de un cuidado tan continuo como el que Dios tiene de nosotros, que no conocemos ni aun lo que nos importa.46
43. “De los humildes tiene compasión y los perdona, pero a los fuertes les pedirá cuentas con rigor. Él es Señor de todos y no tiene preferencias por ninguno, ni siente miedo ante la grandeza. Él hizo a los grandes y también a los pequeños, y se preocupa de todos por igual; pero a los poderosos los examina con mayor rigor” (Sabiduría 6, 6-8). 44. El Salmo 33 ha sido considerado un himno a la providencia de Dios: “Ustedes los justos, ¡alégrense en el Señor! ¡Hermosa es la alabanza de los hombres íntegros! ¡Aclamen al Señor con arpas! ¡Alábenlo al son del salterio y del decacordio! ¡Canten al Señor un cántico nuevo! ¡Canten y toquen bien y con regocijo!” (Salmo 33, 1-3). 45. “Interrupción o cesación de una labor o de cualquier otra cosa por algún tiempo” (Aut., s.v., “Intermisión”). El pasaje de Isaías a que alude sería el siguiente: “Así dice el Señor, el Santo de Israel, el que lo formó: ‘Pregúntenme por lo que está por venir. Pregúntenme acerca de mis hijos y de la obra de mis manos. Yo hice la tierra; hice también al hombre y lo puse sobre ella. Yo extendí los cielos con mis manos, y di órdenes a todas sus estrellas. A él lo desperté en justicia, y allanaré todos sus caminos; él edificará mi ciudad y pondrá en libertad a mis cautivos, sin dar por ellos nada a cambio. Lo digo yo, el Señor de los ejércitos’” (Isaías 45, 11-13). 46. “¿Acaso no se venden dos pajarillos por unas cuantas monedas? Aun así, ni uno de ellos cae a tierra sin que el Padre de ustedes lo permita, pues aun los cabellos de ustedes están todos contados. Así que no teman, pues ustedes valen más que muchos pajarillos” (Mateo 10, 29-31).
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¿Y quién puede no creerse más seguro en las manos de su providencia que lo estaría en las propias, si todo su bien dependiera de sus personales solicitudes? Pero, ¡cuán vana, cuan inútil es la prudencia del hombre si Dios no coopera a conservarlo! ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos otra defensa en un mundo donde vivimos rodeados por fuera de peligros, y por dentro inundado el corazón de los más crueles temores? ¿Conocemos las causas todas y los efectos que debían producir en nosotros? ¿Sabríamos combinar todas las circunstancias para acertar en nuestros proyectos? ¿Llegaríamos alguna vez a penetrar los secretos designios de los hombres? ¿Sabríamos plantearnos una fortuna cuyos efectos correspondieran a la idea que formamos de ella, y que en vez de ser fortuna nos fuera desgracia? Pero, ¿cómo se había de esperar esto de un hombre cuyo breve entendimiento apenas le basta para discurrir sobre las cosas más triviales, en las que yerra mil veces, y que tenía en tal caso que discurrir sobre cosas que no conoce y que son de una magnitud muy desigual a su razón? Solo Dios basta a custodiar al hombre, a dirigirlo y a conservarlo en una vida cuyo tejido [es] como el de la araña, y cuyos pasos son inciertos y peligrosos. ¿Cuántas veces nos hubieran precipitado en una ruina lamentable nuestros más brillantes proyectos si Dios no lo hubiera frustrado con una sabia providencia? ¿Y cuántas otras veces nos han resultado mil utilidades de unos sucesos de que nosotros nos quejábamos como de unas desgracias funestísimas? Porque él sabe lo pasado y lo futuro, conoce los monstruos antes de que existan y sabe los signos y los eventos de todos los siglos antes de que sucedan.47 Los pensamientos de los mortales son tímidos, dice Salomón, y muy incierta la providencia humana;48 ella, por tanto, es poca para conducirnos seguros, sin otro móvil más sabio y más cierto que el que 47. La traducción moderna del pasaje bíblico que sigue aquí Gorriño no refiere a “monstruos” sino a “prodigios”: “[…] conoce el pasado y conjetura el porvenir, sabe interpretar las máximas y resolver los enigmas, conoce de antemano las señales y los prodigios, así como la sucesión de épocas y tiempos” (Sabiduría 8, 8). El vínculo de ambos conceptos estaría en la raíz etimológica del primero: “Tom[ado] del bajo lat. Monstruum, alteración del lat. Monstrumíd., propte. ‘prodigio’ (que parece ser derv. De monere ‘avisar’, por la creencia en que los prodigios eran amonestaciones divinas” (Joan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 2011, s.v. “Monstruo”). 48. “Los pensamientos de los mortales son tímidos e inseguras nuestras ideas” (Sabiduría 9, 14).
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dirige naturalmente a un hombre que en mil cosas no puede obrar sin perplejidad, y que no sabe regularmente qué resolución será la más segura, cuando ignora el suceso que deba tener en lo que emprende. Por esto no tiene una regla más cierta que las huellas que la providencia le presenta para que las siga, ya en el orden de sus preceptos, ya de cualquier otro modo en que esta providencia se insinúe. Por el contrario, no hay camino más breve para la perdición que el resistir las voluntades del Señor, que siempre nos llevan por un camino opuesto al que nos impelen nuestras pasiones; y así vemos que Amán, por los mismos medios que quería perder a Mardoqueo se perdió el.49 Ni para seguir el orden de la providencia debe el hombre detenerse en ciertas aparentes contradicciones; nuestra imaginación, gobernada regularmente por nuestras pasiones, pocas veces no seduce [a] nuestra razón. Creemos no ser obra de Dios lo que no conviene con nuestros principios; la voluntad de Dios más claramente manifestada no se sigue porque nuestros deseos nos presentan otros contrarios caminos que nos parecen más seguros y más conformes con nuestros verdaderos intereses. Esta es la política del pecador y esta, la del mundo; pero este, agitado y confuso con todos sus movimientos, jamás conoció la verdadera paz, y aquel perece a manos de sus deseos y en medio de su aparente gloria. Y si no, aguarda un poco, dice el Profeta, y verás cómo desaparece el pecador sin que puedas luego encontrar ni aun el sitio en que estuvo: hoy se ensalza y mañana desaparece como un fuego fatuo.50 A la verdad: sin una idea justa de la providencia, el mundo todo es un problema que el hombre no puede resolver; él mismo no sabrá entenderse por más que ocurra a los caprichos del hado y por más que 49. En el libro de Ester se cuenta cómo Amán, funcionario del poderoso rey persa Asuero (Jerjes I), “que reinó sobre ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía” (Ester 1, 1), conspiró contra el primo de la reina Ester, Mardoqueo (ambos judíos que habían logrado colocarse en la corte), procurando su asesinato colgándolo de un madero; sin embargo, la propia Ester denuncia el hecho y Asuero manda colgar a Amán del mismo madero. 50. Aquí el profeta es David, a quien se atribuyen las siguientes palabras: “Nuestros días son como la hierba: florecemos como las flores del campo, pero pasa el viento sobre nosotros y desaparecemos, sin dejar ninguna huella” (Salmos 103, 15-16). También en el libro de la Sabiduría se encuentra una idea asociada a la fugacidad e irrelevancia de la vida humana: “[…] quien hoy es rey mañana también morirá. Cuando un hombre muere, recibe como herencia lombrices, bichos y gusanos” (Sabiduría 10, 10).
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sus conjeturas se multipliquen conforme se aumentan los enigmas. Pero un hijo que sabe que en la casa de su buen padre se rige todo por ciertos misterios económicos, en los que se halla la razón suficiente de cuanto pasa en ella, aunque él no los comprehenda vive quieto y tranquilo con la seguridad que le da la sabiduría y rectitud de su padre. ¿Y Dios merecerá menos confianza de nosotros en este mundo que en la casa que su majestad como padre gobierna y en la que vivimos nosotros como sus hijos? Y el que vea la constancia con que los astros mantienen la regularidad de sus movimientos, el que observa la igualdad con que se producen las estaciones de los tiempos y el orden que guardan otras cosas de menor importancia, ¿cómo podrá persuadirse a que él solo siendo tan amado de Dios, y por quien toda la naturaleza se ha producido, había de quedar abandonado en manos del acaso51 ciego o de su desgracia? Este juicio sería uno de los más sacrílegos insultos que podrían hacerse a la providencia de un Dios que tiene demarcados nuestros caminos aun antes de que existamos; caminos que nos dirigen a los fines de su amor y de su bondad, y en los que conducidos, o ya de la fortuna o ya de la desgracia, iremos a aquietarnos a un término feliz al que sin esta providencia jamás podríamos llegar con solo nuestros cálculos, aunque se supongan los más prudentes y exactos. Después de todo, dependemos tanto de la providencia que nunca podremos sustraernos de ella, por más que agitados del frenesí de las pasiones queramos correr a merced de nuestro capricho; nosotros, así como fuimos creados sin nuestra cooperación, se nos propuso un camino que hemos de pisar de grado o por fuerza. Esto no quiere decir que nuestra libertad nació coartada para no elegir lo que ella quiera en el orden de sus conocimientos; porque así como aunque somos libres no podemos dejar de existir después de hechos, sin dejar de serlo estamos constituidos en la necesidad de seguir el impulso que la providencia nos dio. Hay ciertas cosas en que la libertad no tiene arbitrio y solo obra en aceptar gustosa lo que se le propone (en lo que consiste el mérito) 51. “Sucesso impensado, contingencia, casualidád, ù desgrácia. Viene del Lat. Casus. Lat. Fórtuitus, inopinatus eventus. NUÑ. Empr. 44. Pero à los arboles, que torció algún acáso, ù desgrácia, los aplican estácas para que se enderecen. SOLIS, Son. 13. No hai acásos en Dios: su Omnipotencia, / Incapáz de impressiones y accidentes, / Desde su eternidád tuvo presentes / Los espacios de nuestra contingencia” (Aut., s.v. “Acaso”).
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o repeler con su renuncia la gracia que se le ofrece en los medios de que Dios se vale para llevar a cada uno a su fin. Pues si hemos de ir por donde Dios nos llama (y siempre nos llama a sí, que es el centro de la dicha), ¿qué importa que sea por el camino de los trabajos?, ¿qué importa que abracemos lo más duro? El amor de nuestro bien lo endulzará, y el concepto de que él lo dirige hará que tomemos, como un enfermo que desea sanar, tan pronto el vaso de la bebida amarga como el de la dulce. La vida y la muerte, la salud y la pobreza, no se deben estimar por el concepto que de ellas forma nuestra razón, sino del modo [en] que Dios nos lo propone para que nos valiésemos de todo. David apreciaba sin duda la vida, con todo, no dice al Señor que se la de muy larga sino que le pregunta resignado cuántos son los días que le ha concedido. Todos los bienes del mundo no son tales sino en cuanto nos servimos de ellos para la eternidad, por esto san Ambrosio aseguraba que no son bienes del hombre aquellos que no puede llevar consigo.52 Digan lo que quieran los filósofos incrédulos y nuestras pasiones, siempre será cierto que la providencia es el agente universal de todos los sucesos; que ella es la que regla en el mundo aquella agitación por la que caen algunos imperios y de sus ruinas se erigen otros nuevos, que ella es la que, o permitiendo o mandando, influye en las públicas determinaciones; porque las historias del mundo toman nuevas formas, así como la particular de la vida de cada hombre. Es verdad que nosotros no entendemos a veces la misteriosa política de un Dios cuya altura soberana se burla de la penetración de los que quieren hallar en las causas naturales el origen de las obras de su omnipotencia, pero siempre creeré yo que mis ojos ciegos no alcanzan a ver en todo sino una mano que rige todo el universo, así como el 52. San Ambrosio fue un crítico profundo de la riqueza material, en cuyos planteamientos se inspiró la encíclica de Pablo VI, Populorum progressio (https://www. vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_26031967_ populorum.html#_ftn17. Consultado el 23 de noviembre de 2022), así como no pocas convicciones cristianas fundadas en la teología de la liberación. Escribe san Ambrosio, por ejemplo, en su versión de la historia de la viña de Nabot (1 Reyes 21): “Rogad y restituid al Señor Dios vuestro, esto es: no finjáis, ¡oh ricos!, el día se acerca; rogad por vuestros pecados y restituid con dádivas los beneficios que habéis recibido. De Él habéis recibido lo que ofrecéis, suyo es lo que dais. Míos son los dones —dice— y mío es lo que os he dado, es decir, lo que me ofrecéis son dones que os he concedido” (Ambrosio de Milán, op. cit., p. 147).
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sistema todo de mi vida, ya me azote, ya me regale; porque sé que ella siempre me ampara y siempre obra por mi bien, aun cuando parece que, armada del furor de su justicia, va a borrar de la tierra hasta el nombre de mi existencia. ¿Qué consuelo más sólido pueden esperar mis trabajos, y qué fortaleza mayor puedo desear para sufrirlos, que ver a un Dios que obra en mí según los principios de su bondad misericordiosa y que en medio de la tormenta quiere salvarme?
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Discurso V Continúa la idea de la providencia, eje principal de la tranquilidad del hombre
Quiso Dios asegurarnos tanto de su auxilio, que los cuidados excesivos que tomamos para promover nuestros intereses parece que llegan a tocar en una impiedad de aquellas que ya no tienen disculpa en la debilidad humana; podría sospecharse, en vista de ellos, que eran obras de la desconfianza de un corazón incrédulo que se promete más de su diligencia que de la providencia de un Dios. Pero este Dios, aunque no hubiera dicho más para alentar nuestra confianza en su providencia que lo que predicó en el monte delante de las turbas que lo seguían,53 esto solo era suficiente para que descansase tranquilo nuestro espíritu en las manos de un Dios bueno, de un Dios fiel en sus promesas, de un Dios cuya palabra más firme que el cielo y la tierra nunca puede faltar. Conocía muy bien este Señor que una solicitud54 extremada por nuestra conservación distraería nuestro espíritu de aquel continuo cuidado que requiere la obra importante de nuestra salvación; conocía que el hombre por aquella solicitud se esclavizaba y que, fijo en la tierra, no podría ya levantar los ojos al cielo y quedaría al fin oprimido de una solicitud infructuosa. Por tanto, nos prometió su ayuda, de un modo no menos tierno que enérgico, para aliviarnos de los cuidados sumos de la vida por los intereses temporales; ellos no deben verse sino como un agregado al interés principal de nuestra salud eterna,
53. Se refiere a las Bienaventuranzas predicadas en el Sermón de la montaña (Mateo 5, 1-11). 54. “Diligencia, ò instancia cuidadosa. Viene del Latino Solicitudo. FONSEC. Vid. de Christ. tom. 3. Parab. 1. Y no es mucho condene la doctrina de Christo la solicitúd de lo temporal. NUÑ. Empr. 2. Qué desvelo, qué atencion, qué solicitúd no debiera costar tan gran peligro?” (Aut., s.v. “Solicitud”).
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que es el reino de Dios, único objeto de todos nuestros deseos y de nuestras ansias, y al que debemos dirigir nuestros conatos. Repitamos la dulce idea de la providencia que Jesucristo dio a las turbas y que hemos ya recordado: oigamos55 sus mismas palabras: No podéis servir —decía Jesucristo en el citado sermón— a Dios y al dinero; por tanto, os digo que no estéis solícitos por lo que toca a vuestra vida, sobre lo que habéis de comer, ni por lo tocante a vuestro cuerpo, sobre con qué os habéis de vestir: ¿acaso la vida no es más que la comida y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que ni siembran, ni entrojan y vuestro padre celestial las mantiene, ¿y no sois vosotros más que todas ellas?; pues ¿por qué estáis solícitos por el vestido? Mirad cómo crecen los lirios de los campos que no trabajan, ni hilan, y con todo yo os digo que ni Salomón en toda su gloria estaba tan galanamente vestido como ellos. Pues si Dios viste al heno del campo, que hoy es y mañana se echa en el horno, ¡cuánto más a vosotros hombres de poca fe! No estéis pues solícitos diciendo qué comeremos o qué beberemos, o con qué nos cubriremos, porque los gentiles andan en todas estas cosas y nuestro padre celestial sabe la necesidad que tenéis de todas ellas. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán de aumento. No estéis pues solícito por sí mismo o sobre el día de mañana, porque este mismo día lo está por sí mismo, y bástele a él su malicia.56
Hasta aquí son palabras del mismo Salvador, en que se ve delineado no solo un cuidado general por todas [las] creaturas, sino otro muy especial por cada una de ellas. Aquí se promete al hombre la asistencia de la comida y vestido, como por ejemplo lo que es más común entre sus necesidades; pero, ¿quien está tan pronto en estas que son menos importantes olvidará otras de mayor momento? Aquí se da a conocer que los bienes temporales no son siempre adquisición de nuestra industria, sino un don gratuito con que se gratifica a los justos, y el afanarse por ellos es una costumbre gentílica que debe avergonzar a los cristianos. Aquí se nos presentan las aves y los lirios por testigos de la beneficencia de un Dios que, si a los insensibles y a los brutos que creó para el hombre halaga tanto con su providencia, cuánto más hará por una criatura superior a estos en quien sus ojos paternales han fijado la vista, y en cuya boca tiene puestos sus oídos 55. Nótense los frecuentes llamados a la oralidad, propios del discurso sermonístico. 56. Mateo 6, 24-34.
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para ocurrirle57 siempre, como un amante tierno corre apresurado para abrigar y regalar a su esposa. Aquí se nos enseña a dirigir nuestros cuidados a un reino muy superior a este mundo, y a la adquisición de unos bienes sin los que todos los de la tierra son basura, arena imperceptible y estiércol, y a ver solo el día con una providencia mediana; porque aquí —dice santo Tomás— no prohíbe Jesucristo el trabajo que impuso a Adán por medio para mantenerse, sino la inquietud que nace de la falta de confianza en Dios: quiere que suframos con igualdad las miserias que la luz de cada día nos hace ver en la vida, sin afligirnos por lo que sucederá mañana.58 Cada día —dice san Jerónimo— tiene su malicia o afán, que es lo que quiere decir aquel Señor, no una malicia contraria a la virtud.59 Esto es lo que nos avisa por que no nos entreguemos a la aprehensión vana de unos trabajos y de unos peligros de que, si hoy nos libra su majestad, nos librará también mañana, si existimos; o no nos alcanzarán aunque vengan si, como puede suceder, morimos hoy. Para fijarnos en la práctica de estas sublimes ideas, nos enseñó en la oración dominical a pedir solo para el día en que vivimos, sin extender nuestras súplicas a otro día que no tenemos seguro. Digan los incrédulos si les queda qué desear racionalmente después de haber contemplado en las palabras dichas unas promesas mayores, ciertamente, que nuestros deseos, y unos bienes cuya seguridad no estriba en la palabra de un rey de la tierra, en que ellos fiarían tanto, sino en el del cielo que nos da más de lo que le pedimos y que nos enseña a pedirle lo que no alcanzamos, y que quiere tranquilizar nuestro pecho de un modo tan magnífico. ¿Será posible que nuestra irreligión 57. Con la primera acepción de la palabra, según el Diccionario de autoridades: “Prevenir, anticiparse o salir al encuentro. Viene del Latino Occurrere, que significa esto mismo (Aut., s.v. “Ocurrir”). 58. Sobre el concepto de trabajo en Tomás de Aquino, véase el artículo de Carlos Alberto Cárdenas Sierra, “Tomás de Aquino, la justicia social y el derecho al trabajo en Colombia”, Iusta, 25 (2006), 93-105; o la tesis de Concepció Peig Ginabreda, Génesis del concepto de trabajo en Santo Tomás. Su contexto histórico y doctrinal, Pamplona, Universidad de Navarra, 2007. Muy probablemente la afirmación de Gorriño refiera a una obrilla poco conocida y de difícil datación de Tomás de Aquino, titulada De opere manuali religiosorum. 59. En sus comentarios al Sermón de la montaña incluidos en los dedicados al Evangelio de Mateo: Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer y Roland E. Murphy (dirs.), Comentario bíblico “San Jerónimo”. Tomo III, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1972, pp. 182 ss.
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llegue a no quedar tranquila en unas palabras cuyo efecto, me atrevo a decir, no es solo de fe sino que lo palpamos? Ah, ¡cuánta más confianza han merecido de las más bárbaras naciones sus mentidas deidades que a la nación cristiana su Dios benéfico, su padre misericordioso y rico! Nuestros dioses —decía Moctezuma a Cortés— “son tan buenos para México como el vuestro para España, así como ha hecho conocer la experiencia de tantos años que disfrutan sus benignidades, por lo que evitad la fatiga que tomáis en persuadirme que abandone su culto”.60 Si nosotros dependiéramos solo de nuestra diligencia, cuan presto caeríamos en la miseria de un hombre que no puede evitar todos los males que lo amenazan, ni conoce los peligros ocultos que lo cercan, que no sabe al mismo tiempo lo que necesita, y aunque lo supiera no es capaz de conseguirlo sin una ayuda superior a la que el mismo puede prestarse. Quedó todo esto reservado a un Dios cuyos caminos, desconocidos a los hombres, se presentan muchas veces a los ciegos de los mortales muy al contrario, acaso, de lo que ellos son en sí mismos; ¿qué hubiera dicho la prudencia humana de la temeridad con que al parecer exponía al peligro de las aguas a su tierno infante la madre de Moisés?61 Esto lo calificaría sin duda por una desgracia en la que iba a perecer un niño que, no obstante, cualesquier a juicio de los hombres adquiriría un honor tan superior en lo que se creía ser su pérdida y su ruina; así burla Dios el concepto
60. “Señor Malinche, muy bien tengo entendido vuestras pláticas y razonamientos antes de agora, que a mis criados, antes de esto les dijistes en el arenal eso de tres dioses y de la cruz, y todas las cosas que en los pueblos por donde habéis venido habéis predicado. No os hemos respondido a cosa ninguna dellas porque desde ab enicio acá adoramos nuestros dioses y los tenemos por buenos. Ansí deben ser los vuestros, e no curéis más al presente de nos hablar dellos” (Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. de Guillermo Serés, Madrid, Real Academia Española, 2011, p. 318). 61. “Un hombre de la familia de Leví fue y tomó por esposa a una descendiente de Leví, que concibió y dio a luz un hijo. Al verlo tan hermoso, lo mantuvo escondido tres meses; pero como no pudo esconderlo más tiempo tomó un cesto de juncos, lo calafateó con brea y asfalto, colocó allí al niño, y lo dejó en un carrizal a la orilla del río. Una hermana del niño se quedó a cierta distancia para ver qué sucedería. La hija del faraón bajó al río para bañarse y, mientras sus doncellas se paseaban por la ribera del río, vio el cesto en el carrizal. Entonces envió a una criada suya para que lo recogiera. Cuando ella abrió el cesto, vio allí a un niño que lloraba, y le tuvo compasión” (Éxodo 2, 1-6).
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de los hombres cuando quieren juzgar de sus obras por su prudencia ciega y sin luz. ¿Qué podremos ya desear cuando contemplamos todo lo que Dios nos promete? Si con unas palabras tan claras no nos aquietamos, ¿a qué aspira nuestro corazón si esto no le satisface?, ¿qué otro auxilio mayor espera? No basta que nuestro entendimiento se persuada de la verdad de las promesas de Dios, es menester para gustarlas que llegue a nuestro corazón lo dulce de una providencia de quien yo quiero ver uno solo que se queje con razón, de una providencia de que tenemos señales evidentes en nosotros mismos; ¿qué nos ha faltado nunca a su sombra?, ¿ha dejado alguna vez de hacer que su sol nazca sobre nuestras cabezas?, ¿el hambre ha podido enfermar nuestros miembros?, ¿nos ha abandonado en nuestros dolores?, ¿nos ha dejado sin consuelo? No, ciertamente; si volvemos los ojos a nuestros pasados días, hallaremos los caracteres de su bondad enjugando nuestras lágrimas que apenas salían de nuestra cabeza: la primera que corría de nuestros ojos era ya recibida de su benéfica mano. Veremos anticiparse los consuelos a los trabajos, y que cuando salió a luz nuestra desnudez ya le había prevenido ropa que la cubriese y una madre tierna que con la sustancia de su corazón calmase nuestros primeros llantos. ¿Quién no ve claramente que el auxilio de la providencia es mayor que nuestros trabajos por mucho que se ponderen, y que su consolación es más grande que nuestra tristeza? ¿Qué es en tal caso aquel miedo que nos hace temer y que muchas veces nos impele a huir, sin acordarnos de la seguridad que la continua protección de Dios nos ofrece en cualquier trabajo? Este miedo no es realmente sino una desconfianza, hija de un pecho ofuscado de pasiones torpes que ciegan la razón, y que trayéndonos en un frenesí grosero nos hacen buscar el remedio entre nuestros enemigos, y huir la fuente del consuelo que siempre corre para derramar las aguas de la seguridad y de la paz en el pecho sediento y afligido. Nosotros estamos bajo la dirección de Dios. Esta verdad católica ¿cómo puede no infundir en el corazón del que la contemple una alegría mayor que la falsa que ofrecen todas las seguridades del mundo? Un rico, por ejemplo, puede morir de hambre si solo confía en las riquezas perecederas; pero esto no puede acontecer a un pobre que está a la sombra de la providencia. El Real Profeta, que conocía bien todo esto, con qué confianza cantó:
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Dios me rige, no me faltará nada; él me ha colocado en un lugar de abundantísimo pasto, me ha criado con un agua que me fortalece, me condujo por las sendas de la justicia, y si él me acompaña yo no temeré andar entre las sombras espantosas de la muerte. Su báculo, el callado con que me dirige, serán todo mi consuelo; porque yo estoy seguro de que su misericordia me seguirá todos los días de mi vida.62
El mismo Dios en quien David confiaba es el nuestro, su bondad no se ha extinguido, no se ha agotado el inmenso depósito de su misericordia, no ha renunciado [a] los derechos de padre ni de pastor nuestro. Él nos fabricó no para abandonarnos; él nos mira, él nos oye, él se compadece de nosotros, él quiere remediarnos, ¿qué más queremos para descansar seguros bajo su benigna dirección? Al que no le consuela esto, ya no merece que las creaturas le sean benéficas ni que se le procure otro alivio que siempre será infinitamente menor que el que da el rey del cielo. ¿Es verdad acaso que las pasiones que nada permiten que entre a nuestros corazones, sino por ministerio suyo, han de frustrarnos nuestro principal alivio? Ellas, ellas son las que desvanecen en el hombre la idea de la providencia; ellas lo materializan para que no les parezca consuelo sino lo que ellas le presentan en sus deleites como unos consuelos, no siendo en la realidad sino unos verdaderos motivos de congoja y la causa de todos nuestros males; ¡cuán importante es dominarlas para conocer a Dios y percibir el consuelo que su idea da a un corazón que lo ama! Este era el método más breve para restablecernos en las funciones de la racionalidad viciadas por unos movimientos torpes, incompatibles con los que exige el buen discurso de un hombre. Mientras él vive, necesita trabajar empeñosamente en dominar la ley de los miembros para restablecer las funciones del espíritu; este se ve ofuscado de los espesos vapores del cuerpo a que esta unido. La carne echa hacia él una espesa nube de tinieblas y de errores que 62. “El Señor es mi pastor; nada me falta. En campos de verdes pastos me hace descansar; me lleva a arroyos de aguas tranquilas. Me infunde nuevas fuerzas y me guía por el camino correcto, para hacer honor a su nombre. Aunque deba yo pasar por el valle más sombrío, no temo sufrir daño alguno, porque tú estás conmigo; con tu vara de pastor me infundes nuevo aliento. Me preparas un banquete a la vista de mis adversarios; derramas perfume sobre mi cabeza y me colmas de bendiciones. Sé que tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y que en tu casa, oh Señor, viviré por largos días” (Salmo 23).
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ofuscan la razón, y que es menester disipar con el viento suave de la doctrina religiosa. Un hombre sabio extingue por medio de ella el sentimiento ciego que es resultado de las pasiones y de la opinión, para dirigirse por el criterio de la verdad; conseguido esto, aparece luego el espectáculo encantador de una providencia autora de nuestros verdaderos principios y consuelos, artífice de nuestra felicidad, y bajo cuyos auspicios no [hay] mal que el hombre deba temer ni bien que no pueda esperar.
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Discurso VI Lo que se llama “acaso” tiene causa que lo determine en las disposiciones de la providencia
Algunos entienden por “acaso” un suceso temerario de movimientos sin dependencia de alguna causa: ya se ve cuan poco juicio manifiesta el que admire un efecto sin causa.63 Sabemos que de nada, nada se hace, que no puede haber cosa impelida sin que haya un impelente, y que no hay cosa que sea dotada de movimientos sin que esta haya recibido su facultad de aquel primer motor que dio su orden y ser a cada cosa.64 Olvidemos a este por un instante y luego se llenará nuestra imaginación de los delirios del Hado y de otros disparates; que si entre los gentiles ciegos no se publicaron sin risa, y aun con desprecio de los más juiciosos, mucho menos los podremos admitir nosotros,
63. La definición que trae el Diccionario de autoridades para esta palabra coincide con la opinión que refuta Manuel Gorriño: “Sucesso impensado, contingencia, casualidád, ù desgrácia. Viene del Lat. Casus. Lat. Fórtuitus, inopinatus eventus. NUÑ. Empr. 44. Pero à los arboles, que torció algún acáso, ù desgrácia, los aplican estácas para que se enderecen”; sin embargo, luego el propio Diccionario incluye como autorización unos versos de Antonio de Solís (1610-1686), cronista mayor de Indias que, por el contrario, sostendrían muy bien los argumentos de Gorriño: “No hai acásos en Dios: su Omnipotencia, / Incapáz de impressiones y accidentes, / Desde su eternidád tuvo presentes / Los espacios de nuestra contingencia” (Aut., s.v. “Acaso”). 64. La idea del primer motor inmóvil (lo que mueve sin ser movido) o causa primera es tratada por Aristóteles en el libro VIII de su Física: “Para que haya siempre movimiento tiene que haber un primer moviente eterno e inmóvil” (Aristóteles, Física, tr. Guillermo R. de Echandía, Madrid, Gredos, 1995, p. 264). Tomás de Aquino perfeccionaría los argumentos aristotélicos, discutiría con los comentarios de Averroes al respecto y llevaría dichos argumentos al reconocimiento de que la causa primera es eterna y coincide con la idea de Dios (Aquino, Comentario a la Física de Aristóteles, tr. Celina A. Lértora, Pamplona, Universidad de Navarra, 2011, pp. 535 ss.).
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que ilustrados de los superiores conocimientos de la religión sabemos ciertísimamente que nada hay que exista sin causa, y que todo está puesto en aquel número, peso y medida en que consiste el orden en que Dios creó el universo. El acaso, en el sentido que dijimos antes, es nada, y no existe en la realidad cosa que carezca de alguna causa que la produzca. Mas como hay algunas cosas en la vida que se llaman “acaso”, es preciso examinar qué sean estos, para asegurarnos de unos acontecimientos que, como desconocidos a nuestra previsión, si ellos nos son contrarios parece que deberían inquietar nuestro espíritu. Este se cree a veces amenazado de unos enemigos que no conoce, y contra los que no se puede excusar, ni con la huida (porque no sabe dónde están ni cómo pueden venir) ni con la conformidad que causa ver en nosotros las obras de la voluntad de Dios, aun cuando esta se complace en ejercitarnos con tribulaciones, porque ofuscada la razón con la pena se inquieta y busca fuera de Dios el principio de una gracia que solo su providencia sabia ha prometido. Para discurrir acertadamente sobre los sucesos casuales, basta consultar a Boecio,65 quien pone en boca66 de la Filosofía lo más acertado que se puede decir en la materia, con una brevedad admirable: Mi Aristóteles —dice— definió el acaso en breves palabras, muy cercanas a la verdad, diciendo que todas las veces que una cosa de las que los 65. Célebre poeta y moralista romano (480-c. 524), mártir de la fe católica y canonizado en 1883. Su obra, como se sabe, es un parteaguas entre el mundo romano y la escolástica, entre la moral antigua y el cristianismo; su libro más importante, Consolatio philosophiae (o De consolatione philosophiae), fue muy conocido y usado durante toda la Edad Media. 66. El manuscrito trae “boca” (tachado), corregido luego a “voca”. Esta curiosa y tardía alternancia entre “boca” y “voca”, como un caso de no fijación ortográfica, recuerda un poco el origen del problema de la supuesta alternancia entre la /b/ (bilabial) y la /v/ (labiodental) en castellano; alternancia inexistente salvo en algunas regiones de Cataluña (por influencia del catalán) y en algunas de América (por influencia de alguna lengua indígena). Como prueba de que los españoles en general nunca pronunciaron de manera diferenciada /v/ y /b/, como sí lo hace el latín, recuérdese la simpática frase atribuida a Julio Cesar: “Beati Hispani, quibus bibere vivere est”: “Benditos españoles, para quienes vivir es beber”; juego de palabras asentado justamente en la indiferenciación de la pronunciación hispana de ambos fonemas (la frase se atribuye a Julio César aunque Manuel de Larramendi [16901766] la atribuyó a Escalígero en su Diccionario trilingüe de castellano, bascuence y latín (Donostia [San Sebastián], por Bartholomè Riesgo y Montero, 1745).
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hombres tratan viene a traer suceso por diferente camino del que imaginaron. Esto se llama acaso, como si uno que está labrando una heredad cavase de una parte y hallase en ella una pieza de oro; esto, aunque creería haber sucedido por acaso, no carece de origen: consta verdaderamente de causa aunque parezca haberla tenido de aquel repentino e inopinado concurso. Porque no se hubiera hallado aquel oro si el labrador de aquella heredad no hubiese cavado, o si el dueño del oro no lo hubiera puesto allí. Y estas son las causas que ocasionan el fortuito compendio que proviene de otras entre sí obvias y concernientes, y no de la intención del que las trata; porque ni el que allí lo puso ni el que labró el campo tuvieron atención a que se hubiera de descubrir aquel oro, sino que acertó por particular accidente a cavar este en el puesto donde el otro lo puso. Y así conviene definir el acaso diciendo que es un suceso desimaginado de causas concurrentes sobre cosas que miran a diferente propósito.67
Porque aquel orden dimanado de la fuente de la providencia, haciendo con inevitable trabazón que las causas concurran, dispone todas las cosas por sus lugares y tiempos. De suerte que, conocido el origen de los acasos, quien está en sano juicio ¿puede temer los sucesos cuyo aparente desorden asusta a los que no distinguen en ellos una dirección sabia y acertada?; ¿qué importa que esta no descubra los fines que se propone por unos caminos incógnitos para nosotros?: bástanos saber, para tranquilizarnos, que Dios nos guía. Piense el vulgo de los hombres lo que quiera de estos sucesos imprevistos; atribúyalos ignorantemente a la malignidad del hado estoico68
67. Aunque Manuel Gorriño parece traducir directamente aquí el texto desde Boecio, anotando correctamente “Boecio, De Consolat. Lib. V. Prosa 1ª” (La consolación de la Filosofía), el pasaje idéntico a la traducción de Estevan de Villegas (15891669) reimpresa en 1774: “Mi Aristóteles en los libros de Fisica difinió esto en breves razones, pero muy cercanas á la verdad. BO[ecio] ¿De qué manera? FIL. Diciendo que todas las veces que una cosa de las que los hombres tratan viene á tener e suceso por camino diferente del que imaginaron, que esto se llamaba acaso: como si uno que está labrando una heredad cavase en una parte, y hallase en ella una pieza de oro, que aunque se cree haber sucedido fortuitamente, no por eso dexa de tener su origen. Consta verdaderamente de proprias causas, aunque parezca haberla tenido de aquel repentino y inopinado concurso. Porque no se hubiera hallado aquel oro si el labrador de aquel fundo no hubiera allí cavado, ni el dueño del oro lo hubiera alli puesto […]” (Estevan Manuel de Villegas, Las eróticas y traducción de Boecio, Madrid, por Antonio de Sancha, 1774, t. II, p. 198). 68. En este punto, Gorriño parece alejarse del estoicismo, particularmente del teleologismo estoico, que bien se puede oponer a (o relacionar con) la idea de providencia divina: “En la física estoica, la divinidad es Providencia encargada de
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o a cierta necesidad que conduce al hombre indefenso al potro de la desgracia.69 El filósofo religioso despreciará estas preocupaciones, seguro de que en todos los sucesos, aun los más extraños, hay un impulso en que resalta la sabiduría, la bondad y la justicia del Dios de la providencia que rige todas las cosas, dice san Agustín; el solo Dios verdadero las dirige sin duda alguna, su majestad las gobierna conforme a su divino agrado, y aunque sea con secretas y ocultas causas ¿hemos de creer por esto que son injustas?70 Descuidemos pues de los acasos en cualquiera circunstancia, aún la más estrecha e inesperada; corremos a merced de la benéfica providencia de un Dios que en todo obra por nuestro bien. Estemos seguros de que lo que para nosotros es un negocio de peligro y desconocido, para Dios es una situación en que se nos constituye para nuestra utilidad, y para que logremos un bien que no distinguimos; la beneficencia de Dios, dice san Euquerio, no menos interrelacionar el continuo que supone el cosmos. La Providencia es el λογος divino que permite el equilibrio entre todas las partes del mundo. Pero, […] en esta teoría física estoica, el azar es visto como una teoría de la causalidad, ya que todo ocurre por una causa bien definida, aunque no se conozca” (Juan José Colomina Albiñana, “La cosmología estoica”, Eikasia. Revista de Filosofía, 14 [2007], p. 56). 69. Por supuesto, el significado de “potro” es aquí el siguiente: “Se llama tambien cierta máchina de madera, sobre la qual sientan y atormentan a los delinqüentes que están negatívos, para hacerles que confiessen o declaren la verdad de lo que se les pregunta” (Aut., s.v. “Potro”), aunque no deja de llamar la atención la metáfora en que se usa. Para mí tengo que es una figura de fácil uso, aunque desafortunadamente no he encontrado al momento referencias, salvo la posterior de Emilio Castelar en sus Discursos parlamentarios y políticos en la Restauración, refiriéndose a la expulsión de Francia de Manuel Ruiz Zorrilla (1833-1895): “pero no tenían derecho a violar su domicilio, sorprenderlos en el esparcimiento de su conversación familiar, donde tratarían mucho de España y poco de Francia; A registrarles todos sus papeles; á indagar su vida; a conducirlos como viles criminales por las calles; a encerrarlos en una dura prisión; á tenerlos incomunicados durante tres ó cuatro días y separados de su familia y de sus amigos, necesarios a todos los corazones, más aún al ferviente corazón español; indispensables en toda la vida, más indispensables aun en los dolores de la expatriación y en el potro de la desgracia (Madrid, por Ángel San Martín, 1885, t. I, p. 382). 70. El título del Capítulo 21, Libro V, de La ciudad de Dios dice a este respecto: “El imperio romano fué dispuesto por el Dios verdadero, del cual procede toda potestad y cuya providencia rige todas las cosas”, argumento que desarrolla ahí mismo y que cierra: “Esto ciertamente lo rige y gobierna el único Dios verdadero como le place, y aunque sus causas sean ocultas, no por eso son injustas” (san Agustín, La ciudad de Dios, XXI, 5).
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obra a favor nuestro en las cosas que conocemos, que en las que nos son ocultas.71
71. Idea que san Euquerio, obispo de Lyon (m. 454), maneja tanto en De contemptu mundi et saecularis philosophiae (Sobre el desprecio del mundo y la filosofía secular: una obra epistolar [ca. 430] con la que pretendía persuadir a su pariente Valeriano de abrazar la vida cristiana [PL 50, 711-726]), como en sus Comentarii in libros Regum (PL 50, 1017 ss.).
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Discurso VII La verdadera tranquilidad del espíritu no consiste en los bienes exteriores
Yo quiero preguntarme a mí mismo cuál es el origen de la verdadera tranquilidad; y si mis pasiones no ofuscan la respuesta de mi razón, tengo que buscarlo en el centro de mi corazón, donde existe sin dependencia de la materia ni de los sucesos. Una conformidad de mis sentimientos con mis principios, una seguridad que pueda librarme de los temores que amenazan al vicioso, un corazón firme para sostenerme en mi sistema, unos deseos fijos siempre en procurarme el fin a que me conduce la providencia y al que me dirigió desde que nací; una independencia absoluta de todo lo que tiraniza a los hombres que han hecho consistir su felicidad en el goce de las pasiones. Todo esto se me presenta como el único modo que Dios quiso proponernos para estar tranquilos (o como la tranquilidad misma) si atendemos a que los que viven así siempre están contentos, siempre gozosos. Esto ya se ve cuan contrario es a la opinión que se forma regularmente del modo de procurarse cada uno su felicidad: los deleites, la salud, las riquezas, los honores, las comodidades y otras cosas semejantes están reputados por lo común entre los hombres como unos medios necesarios para lograr la tranquilidad de sus días; por el contrario, la pobreza, la persecución, los dolores, etc., son temidos como a los tiranos del gusto y de la quietud. Pero yo quiero que me digan de buena fe, los que así piensan, si están verdaderamente tranquilos aquellos a quienes un conjunto de felicidades temporales atrae los ojos del común de los hombres que los contemplan con envidia. Por el contrario, yo sé que la mayor parte de estos felices lo son solamente en la apariencia, porque el temor de perder sus dichas, el deseo de aumentarlas, las pasiones que su fortuna les fomenta, el olvido de sus obligaciones, la multiplicidad de negocios y otros incómodos compañeros de la fortuna, hacen que ellos, menos felices que lo que se les
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cree, sean más esclavos de los bienes que árbitros para procurarse con ellos una felicidad sólida y acaso incompatible con todas las circunstancias de su situación. Pero dejemos que estas circunstancias les produjeran una dicha capaz de llenar su corazón y de contentar todo su espíritu: ellas son muy bajas para que el hombre pueda fijarse en una fortuna cuyo valor menos consiste en su nobleza que en el concepto con que se mira; ellas sin otra ayuda carecen de aquella extensión bastante para llenar un cierto hueco que el hombre tiene en el alma, que solo se llena con Dios; y ellas son unos bienes prestados que al fin se han de dejar. El hombre, para vivir tranquilo, necesita poseer unos bienes que igualen su existencia, unos bienes cuya posesión no solo tranquilice su espíritu en el tiempo, sino que puedan pasar con él a la eternidad y hacerlo allí también feliz. Pero ¿dónde están esos bienes temporales que puedan estimarse como bienes aún en la eternidad? Yo sé, por el contrario, que ellos fijan al hombre en la tierra y que le hacen desapacible aún la memoria de lo eterno; sé que si alguna vez se poseen legítimamente es con un despego que hace que el hombre tenga, en la expresión del Apóstol, como si no tuviera que poseer, como si no poseyera, porque de lo contrario es imposible servir a Dios ya las riquezas,72 siendo lo primero absolutamente necesario para que el hombre viva tranquilo. Con ellos, o no se han de amar (lo que prueba que no bastan para hacernos felices) o, si se aman (como quiera que se oponen a la felicidad eterna), no son capaces de hacer felices a los hombres, porque no igualan su existencia eterna. No se puede decir que los bienes temporales bastan para tranquilizarnos en la vida,73 sin que por esto se opongan a otra felicidad que comienza en la muerte; porque esta es una consecuencia de lo que 72. “Parecemos estar tristes, pero siempre estamos gozosos; parecemos pobres, pero enriquecemos a muchos; parecemos no tener nada, pero somos dueños de todo”, escribe san Pablo en su segunda carta a los corintios (2 Corintios 6, 10). El tópico de no poder servir a dos señores se encuentra tanto en Mateo 6, 24 como en Lucas 16, 13. 73. Dice en su traducción de los Sepulcros de Hervey: “La preocupación, las pasiones, la costumbre nos ha hecho adoptar sin reflexión como bienes muchos males que no tienen mas que el nombre y el concepto en que se hallan entre los hombres”, y más adelante: “Es menester no confundir quales son aquellos bienes de los que no se os ha concedido sino el uso. La pérdida de estos no es deplorable; ellos no son vuestro fin; por tanto su goce debía estrecharse en los límites de la vida, y acabada ésta no os pertenecen mas que si no hubieran sido vuestros” (Hervey, Los sepulcros, trad. cit., pp. 87-88).
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hubiéremos hecho viviendo, y el que vive para el mundo no puede procurarse en la eternidad una dicha que se comienza en el tiempo, por lo que muchos que han aspirado a aquella han renunciado a esta, y aun el mismo Jesucristo —nuestra luz y nuestro maestro— nos dice que el que no renuncia todo no es digno de él.74 En esta contraposición de principios, ¿a quién deberá creerse, a la carne o a Dios?; es muy fácil la respuesta, aunque haya de darse por un gentil.75 Pero si el creer que la fortuna del siglo (esta fortuna que se compone del goce de los bienes temporales) es la causa única de la tranquilidad del hombre fuera una opinión desatinada, ¿cómo la hubieran podido adoptar todos los siglos y todas las naciones como cierta, ni cómo la hubieran procurado alcanzar todos los hombres con tanto ahínco? Con que esta máxima debe tenerse por un juicio de la naturaleza que el tiempo ha confirmado. Es falso, en primer lugar, que todos los hombres y todas las edades han creído como verdad incontrovertible lo que aun la filosofía gentílica ha desmentido con sus máximas, y lo que muchos han desvanecido con su ejemplo. Y aun cuando se concediera por cierto que la tranquilidad del hombre estriba en los bienes materiales, ¿cómo podrá componerse76 esto con la experiencia dilatada de que muchos llenos de riquezas, de honores y de felicidades viven en una mortal inquietud, y otros sin nada de esto han gozado una tranquilidad imperturbable? Llenas están las historias de semejantes ejemplos77 cuya autenticidad no puede borrar 74. “Si alguno viene a mí, y no renuncia a su padre y a su madre, ni a su mujer y sus hijos, ni a sus hermanos y hermanas, y ni siquiera a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14, 26), y más adelante: “cualquiera de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14, 33). 75. Se refiere a Plutarco, a quien citará después. 76. “Juntar, poner en forma unas cosas con otras, distribuyéndolas y colocándolas de suerte que queden en orden y proporción, y juntas formen un cuerpo” (Aut., s.v. “Componer”). 77. Se trata de la vieja prueba retórica de carácter inductivo: el paradigma, llamado por los latinos exemplum, que contribuyó a la generación de argumentos eficaces y atractivos para la predicación y otros discursos religiosos, tanto en su forma ficcional (parábolas y fábulas) como en su forma histórica, usando a la historia como fuente de enseñanzas de carácter moral. Lo que sigue son ejemplos en commemoratio, es decir, introducidos solo en sus motivos esenciales y prescindiendo del relato completo. Sobre la utilidad del ejemplo histórico en la predicación, así como sobre la dimensión moral que cobraría la historia en general en el pensamiento cristiano, puede verse mi libro Los cuentos del historiador. Literatura y ejemplo en una historia religiosa novohispana, op. cit.
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la maligna lógica del impío; pero aun cuando faltasen las historias todas, ¿no se encuentran entre los hombres mil ejemplos palpables con qué probar hasta la evidencia que ni la fortuna es nuestra felicidad, y que sin ella puede el hombre vivir tranquilo y satisfecho? Un Alejandro, por ejemplo, dueño del mundo y vencedor de toda la Asia, llora porque no hay otro que conquistar; al tiempo [en] que Diógenes, contento con su filosofía, se burla de toda la grandeza y esplendor de este monarca.78 Cuando César huyó, no obstante los halagos de la fortuna con que giraba sus proyectos, el pobre Amiclas, tranquilo en su choza, duerme y vive alegre sin necesitar más de lo que le produce su barca.79 Si venimos a contemplar a los hombres que la religión ha hecho vivir en una envidiable tranquilidad en medio de la pobreza, de las austeridades y aún el desamparo más espantoso, de que tenemos millares de ejemplos, se conocerá cuán lejos esta nuestra verdadera dicha de depender de unos bienes que muchos han dejado para conseguirla. El que el común de los hombres discurra en esta materia en un mismo modo solo prueba la extensión del error que se adopta sin examen; pero ¿cuándo la preocupación no ha sido la suerte de los que, siguiendo el ejemplo de los demás, solo temen hacerse violencia para frustrar el ímpetu de las pasiones que los seducen? Estos los hacen juzgar de
78. Aquí, Gorriño alude a una historia muy conocida y usada a lo largo de los siglos en la que Alejandro Magno, como gesto de magnanimidad, ofrece a Diógenes, el filósofo que vivía con los perros, cualquier cosa de acuerdo con su gran poder; Diógenes le pide que deje de taparle la luz del sol. Usada desde la Antigüedad, por Cicerón, Plutarco y otros, aparece como ejemplo en discursos religiosos sobre todo a partir de los Sermones áureos de Jacobo de Vorágine (siglo xiii): Sermones aurei, t. II, De sanctis (Paris, por Robert Clutius, 1760, p. 438). 79. Se refiere a una historia, también legendaria y de gran prestigio ejemplar, que trae Plutarco en sus Vidas paralelas (César 38); en ella César, debiendo cruzar de incógnito el mar Adriático para apresurar el paso de las tropas de la península itálica a la helénica, subió disfrazado de esclavo a un barco que lo llevase. Durante el viaje se descubrió (en medio de fuerte oleaje y ante el temor de los marineros), tomó de la mano al piloto y dijo: “Ten buen ánimo, no temas, que llevas contigo á César y su fortuna” (Plutarco, Vidas de los hombres ilustres, tr. Antonio Ranz Romanillos, Madrid, Imprenta Nacional, 1822, t. IV, pp. 134-135). Al parecer, el nombre de Amiclas, como capitán del barco, es sumado a la anécdota por Lucano en su Farsalia (Farsalia. De la guerra civil, tr. Rubén Bonifaz Nuño y Amparo Gaos Schmidt, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2004, pp. 126 ss.). Es posible encontrar la versión de Lucano de esta historia en Dante, Petrarca, Ercilla y algunos otros autores de los Siglo de Oro; más cerca de Manuel Gorriño, también en Samaniego, Feijoo y otros.
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las cosas no como ellas son sino como aparecen a primera vista a los sentidos; pero esto ya se ve que no es un juicio de aquellos que hacen honor a la racionalidad, sino un delirio por el que la torpeza de nuestra carne nos precipita en un caos de errores crasísimos, y por los que se dirigen comúnmente los hombres que obran a impulso de un ejemplo que los seduce y que ellos no examinan. Siendo pues una cosa indubitable que muchos han logrado la más completa dicha careciendo, y aun despreciando, los bienes externos en que el mundo y las pasiones la hacen consistir, esta tranquilidad sólida y verdadera no consiste en ninguna de las dos cosas a que se atribuye su origen; esto es, en el goce de los bienes temporales o en la satisfacción de las pasiones. Porque nunca la hubieran logrado los que han renunciado ambas cosas para ser felices; la religión, no menos que la sana filosofía, están acordes en demostrarnos que el verdadero gozo que obra la tranquilidad no es efecto de unas circunstancias, de una combinación contingente y que no pueda poner en acción la libertad del hombre asistida de la gracia. Nosotros, además, somos obra de un Dios que nos produjo80 para ser felices: esto convenía a su gloria y a su bondad; ni se puede pensar lo contrario sin abrazar un maniqueísmo afrentoso o un fatalismo delirante.81 Dios, por tanto, proporcionó a cada uno de nosotros los
80. Dada la vulgarización actual de la palabra, conviene traer el significado antiguo (que usaría Manuel Gorriño) a fin de comprender con mayor profundidad la frase: “Sacar de sí con actividad o acción vital alguna cosa. Viene del Latino Producere, que vale lo mismo” (Aut., s.v. “Producir”). 81. “Durante el siglo xvi, y al calor de la polémica entre católicos y protestantes, fueron realizados los primeros estudios sobre el maniqueísmo. Ante la acusación católica de algunos autores como Gabriel Dupréau [De vitis, sectis et dogmatibus omnium haereticorum, Colonia, por Geruvinum Calenium, 1569], quien veía entre los reformistas una repetición de la vieja y famosa herejía de Mani, autores protestantes como Cyriacus Spangenberg [Historia Manichaeorum, de furiosae et pestiferae hujus sectae origine et propagatione, Ursel, por Nicolaus Henricus, 1578] realizaron una descripción de la antigua religión para demostrar las diferencias existentes entre el maniqueísmo y las ideas reformistas. Esta polémica marcaría el contexto en que se realizarían las discusiones en torno al maniqueísmo hasta el siglo xviii” (Adrián Viale, “Algunas consideraciones sobre la conceptualización historiográfica de la tradición religiosa maniquea”, Byzantion Nea Hellás, 31 [2012], p. 149). La obra más importante sobre maniqueísmo en el siglo xviii, en este contexto, es la de Isaac Beausobre (Histoire critique de Manichée et du Manichéisme, Amsterdam, por J. Frederic Bernard, 1734 y 1739), que argumentaba contra la identificación maniqueísmo-Reforma, obra contra la que probablemente aquí disputaba Manuel Gorriño.
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medios conducentes para tranquilizar el corazón con una felicidad sólida que se adquiere por el uso de estos medios; mas, no habiendo concedido a todos el ser ricos, el gozar deleites, honores, salud y otras cosas semejantes, ¿puede creerse que estos sean los medios de promover nuestra felicidad?, ¿cómo podría componerse, si lo fueran, la idea de una providencia que dirige a una dicha para la que negaba los medios comunes? Por otra parte, los que poseen aquellos bienes externos estarían siempre tranquilos, habrían vinculado en ellos una felicidad envidiable; pero ello no es así, y la experiencia lo demuestra de un modo palpable. No, pues, son estos bienes temporales los que forman el caudal de una dicha que no se compra con el oro, ni envejece con los años, ni se altera con el dolor, ni se quema con el fuego, ni se trastorna en la adversidad. Dios dio a cada uno libertad para que eligiese medios que se le proponen para llegar a la verdadera dicha, que siempre se da como premio de nuestro trabajo; no les dio a todos bienes temporales, porque ni estos son medios para la dicha, ni el trabajo de procurarlos merece premio sino, tal vez, castigo. Estos, además, son unos bienes que no siempre está en nuestra mano conseguir: ¿qué esfuerzos son capaces de alcanzar riqueza, salud, honor y otros muchos bienes de esta clase cuando la providencia, por sus inescrutables designios, los niega? Esto convence mucho más de que ellos no son la base de la dicha del hombre, dicha que él puede procurarse indefectiblemente siempre que con un corazón recto y esforzado intente promoverla en sí mismo, por los medios que para lograrla le enseña la religión. Yo no niego que aquella clase de bienes externos produce una complacencia que halaga al cuerpo, en cuanto excita en él aquellas sensaciones que lisonjean su mecanismo y que sostienen sus pasiones; un gozo maquinal del que no participa un espíritu reglado, y del que un entendimiento acorde con la razón no se complace. Esto es lo mismo de que hasta aquí hablamos. Tampoco digo que son absolutamente incompatibles ciertos bienes exteriores con la tranquilidad del espíritu; pero cuando se poseen, hemos dicho ya con el Apóstol, que es menester verlos con un despego como si no fuesen propios, y gozar de ellos como si no se gozasen.82 Todo lo que prueba cuán lejos están 82. 2 Corintios 6, 10.
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estos bienes de formar nuestra verdadera dicha, aun en el caso en que nos es permitido poseerlos. Concluiremos con una reflexión de Severino Boecio sobre la felicidad a que los hombres aspiran con tanto ahínco, no conociendo que una felicidad que los tranquilice del todo es el sumo bien que no puede estribar en lo que muchos le ponen; como quiera que todo cuanto los hombres estiman como tal no satisface su hambre, ni serena su inquietud. Todo el cuidado de los mortales —dice el filósofo, a quien sus trabajos hicieron reflexionar mucho sobre esto— se encamina por sendas diferentes, ansioso de llegar al término de la dicha.83 Llámase bien aquello que, después de adquirido, no deja más qué apetecer; y este es sin duda el sumo bien de los bienes y el que los comprende en sí todos, pues si le faltara alguno no pudiera llamarse sumo bien, por tener fuera de sí cosa que pudiera desear. De lo que se infiere que la bienaventuranza es un perfecto estado por la trabazón de todos los bienes. Esto, como díjose, procuran conseguir los hombres por diversos caminos, porque naturalmente está impreso en su razón el apetito del sumo bien; pero descaminado este apetito corre al despeñadero del bien engañoso. Ya antes había dicho: “mostrarete en pocas palabras el fundamento de la verdadera felicidad: ¿hay acaso para ti una cosa más estimable que tú mismo?, dirás que no; luego, si tú fueras dueño de ti, tendrías en tu mano lo que nunca querrías perder ni la Fortuna podría quitarte”.84 Y porque sepas que no puede haber felicidad en estas cosas que son de la fortuna, haz esta cuenta: si la felicidad es el sumo bien de la naturaleza que se guía por razón, ni aquella puede llamarse sumo, que se puede quitar de algún modo; siendo así que aquello es más excelente que lo que puede ser arrebatado. Síguese de aquí que la mudable fortuna no es donde la dicha está vinculada; y el que se ve halagado de esta caduca felicidad, o sabe que es variable, o no si lo primero: el temor de 83. “¿Acaso no hemos mostrado, preguntó [la Filosofía], que aquellas cosas que la mayoría de las personas buscan no son bienes verdaderos y perfectos porque difieren entre sí y que, en la medida en que a cualquiera de ellos le falta algo de lo que poseen los otros, no pueden proporcionar el bien total y absoluto?” (Boecio, La consolación de la filosofía, tr. Leonor Pérez Gómez, Madrid, Akal, 1997, p. 222). 84. “Te voy a mostrar brevemente la clave de la suprema felicidad. ¿Existe algún bien que te sea más preciado que tú mismo? Ninguno, me responderás; por tanto, si llegas a ser dueño de ti mismo, poseerás un bien que nunca estarás dispuesto a perder y que la Fortuna no podrá arrebatarte” (ibid., p. 152).
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perder lo que ama lo hace infeliz, y si piensa que se ha de acabar y no le siente ni teme, es un bien que no causa dolor en su pérdida. Una felicidad —en efecto— que en vida o no satisface si se posee o no se siente si se pierde, una felicidad aunque al parecer satisfaga y se ame, pero que sin hacernos verdaderamente felices en el tiempo nos hace infelices en la eternidad, no es aquella para que el hombre nació. La felicidad del siglo nos aparta de aquella verdadera que nos ha de acompañar aun cuando dejemos un cuerpo cuyo edificio se desmorona diariamente hasta que vuelve a la tierra de que salió, y a los gusanos sus consanguíneos. Si nuestra felicidad consiste en los bienes de la vida, ¿cuál puede sustituirse por ella cuando muramos?; y [si] se la pueda sustituir por otra, nuestra felicidad pasada no es el sumo bien a que nuestro corazón aspira, porque para serlo le falta lo que después le sustituye. Y si no lo es, el hombre no consiguió aquello a que naturalmente se dirigía; y si no lo consiguió, siendo cierto (como lo es) que la felicidad del siglo es contraria a la de la eternidad, aquella ni nos hizo felices en vida y nos hace desgraciados después de la muerte: ¿qué condición puede tener una dicha falsa, que bajo la apariencia85 de bien incluye tanto mal? Luego, los bienes exteriores no son nuestro bien y, por tanto, nuestra felicidad estriba en otra cosa más alta y que es compatible con la desgracia que el mundo juzga haber en la carencia de estos bienes fingidos, prestados, dañosos, y que en vez de hacer al hombre feliz y de tranquilizar su corazón, lo hacen infelicísimo y despiertan aquella sagrada hambre del oro y de los bienes temporales cuya adquisición cuesta tanta solicitud, cuya posesión llena de tantos cuidados (sin tranquilizar al hombre) y cuya pérdida lo arruina de un modo tan lastimero. De este modo, la salud, las riquezas, el honor, los deleites y todo cuanto el mundo adora son unos ídolos ante cuyas aras se sacrifica el 85. En el manuscrito aparece tachado “esperanza”, sustituida luego por “apariencia”. El cambio es significativo pues implica la sustitución por un acto de voluntad —la esperanza— un acto estrictamente perceptual como lo es la apariencia: “Exterioridád, y lo que se representa à la vista, que muchas veces suele ser diverso de lo que se ofréce à los ojos: como la manzána, que siendo podrída por de dentro, se vé sana y hermosa por de fuera” (Aut., s.v., “Apariencia”). La distinción “interior-exterior” que ha comenzado a tocar con Boecio, y que constituye uno de los tópicos más importantes del estoicismo, parece consolidarse en esta elección correctiva, que en el siguiente párrafo se confirma: “[…] los bienes exteriores”.
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corazón, engañado de sus dioses y de la dicha de su vano culto que les prometen gozos que ni ellos pueden dar, ni el hombre tiene aptitud para descansar en ellos, ni descansa realmente aun cuando una bruta insensibilidad lo hace creerse feliz con unos bienes que al fin lo despiertan, aunque tarde, del sueño en que dormía y en el que se creía dichoso, estando lleno de aquella infelicidad tanto más peligrosa y mentida cuanto que para persuadir al hombre su engaño lo adormece hasta quitarle el deseo de librarse de unas cadenas que él, por la perversión del juicio, amaba y tenía por una verdadera libertad.
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Discurso VIII Los trabajos no quitan la tranquilidad al que la tiene y sabe conservarla
Si hubiera en el mundo un solo hombre cuya felicidad siempre fuese inalterable, este sin duda podría atraerse la envidia de los demás hombres, quienes desde el punto [en] que nacen comienzan a beber las lágrimas que sus ojos vierten y a probar el pan amargo de la tribulación, que será después su común alimento. Los sollozos y llantos más tristes son los primeros ensayos del idioma cuya naturaleza, enferma y miserable, comienza a atormentar al hombre desde el primer paso que da a la vida; el azote del pecado le sigue en todos sus caminos, el dolor y la pena son su patrimonio, y así es que su vida es solo un tiempo de prueba y un conjunto de aflicciones, de temores y de trabajos. Las enfermedades que oprimen al hombre, su mala constitución que se altera a cada paso, los enemigos que le ponen lazos y sus pasiones que siempre turban su reposo; un cúmulo, en fin, de calamidades son las producciones de este país de desolación que habita, a donde viene como desterrado y cubierto del espantoso semblante de la muerte. Esto es común a todos los hombres que, envueltos en esta miseria, no pueden ocultarla, a pesar de la vana ostentación de la orgullosa fortuna; la nobleza, el dinero, el poder, son unos aparatos postizos que no bastan a encubrir la miseria natural que les es común con los más infelices y despreciados de la plebe. A vista de un espectáculo tan lamentable como presenta la miseria del hombre, ¿qué deberemos pensar de los bienes o males de este mundo en el que, ni los unos felicitan86 al hombre, ni los otros pueden estorbarle la consecución de la dicha a que lo conduce por en medio de ellos la providencia? Los trabajos no pueden frustrar las promesas 86. Más que en el sentido actual de desear felicidad a alguien, léase en el antiguo: “Hacer felíz y dichoso a alguno” (Aut., s.v. “Felicitar”).
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de Dios; este Señor nos ha asegurado la paz, Jesucristo la dio en vida al mismo tiempo que declaraba la guerra a todo lo que el mundo adora como al ídolo de su dicha. Esta guerra87 consiste mucho en negarse a sí mismo y hacerse la fuerza más violenta, y emprender el camino del dolor y de las lágrimas; pues ¿cómo podrá creerse que el dolor y la pena, lejos de llevar o hacer al hombre infeliz, no lo conducen al templo de la paz? “Beati qui lugent”, dijo Jesús.88 Este Señor confirmó su doctrina con portentos, con ella confundió la sabiduría de Atenas y de Roma, sus sabios la abrazaron, dieron testimonio aún con su misma sangre de la verdad de ella y del gozo y felicidad que lograron aún en medio de los más crueles tormentos. Nadie de los que emprendieron el camino de la felicidad por esta senda de espinas y abrojos se quejó jamás de haber errado el camino; por el contrario, todos ellos en medio de sus fatigas se protestaban llenos de gozo, como Pablo: “superabundo gaudio […]”.89 Y de esto resulta necesariamente que la idea que nosotros tenemos de la dicha, según el mundo, no es la misma que Jesucristo nos da de ella: este Señor la promete por medio de los trabajos y el mundo la hace consistir en la carencia de ellos; el uno creó al hombre para ser feliz en medio de los dolores, y el otro cree que estos y la tranquilidad son incompatibles. ¿A quién debemos creer? Es muy obvia la respuesta. Aún hay más: los mismos gentiles que discurrieron sin preocupación en la materia [no] llegaron a constituir la felicidad del hombre en los deleites, como Epicuro, sino en el ejercicio de la virtud, que nunca carece de trabajo. Es célebre en este asunto el pasaje de Horacio: Iustum et tenacem propositi virum non civium ardor prava iubentium, non voltus instantis tyranni
87. Acude aquí Manuel Gorriño al viejo tópico literario y religioso que reza: “Militia est vita hominis super terram”, tomado de Job: “¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra?, ¿no son jornadas de mercenario sus jornadas?” (Job 7, 1). 88. “Beati qui lugent: quoniam ipsi consolabuntur” [“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”] (Mateo 5, 5). 89. “Multa mihi fiducia est apud vos, multa mihi gloriatio pro vobis: repletus sum consolatione; superabundo gaudio in omni tribulatione nostra” [“Tengo plena confianza en hablaros; estoy muy orgulloso de vosotros. Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones”] (2 Corintios 7, 4).
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mente quatit solida neque Auster, dux inquieti turbidus Hadriae, nec fulminantis magna manus iovis: si fractus illabatur orbis, impavidum ferient ruinae.90
Tal es el justo de Horacio, superior a cuantas tragedias puedan sucederle de mano de Dios o de los hombres. ¿Y quién no admirará a un Job lleno de paz cuando está cubierto de un conjunto de males de que acaso ningún hombre fue oprimido en la tierra?; no lo abandonó entonces su confianza en un Dios que sacó de sus mismos trabajos una nueva dicha con que después premió su confianza: yo esperaré en él, decía, aunque me mate.91 El mundo voluptuoso, el hombre carnal, tiene estas verdades por un tejido de paradojas; él se engaña, ciertamente, con su tranquilidad (que no es más de un sopor), y con sus gustos, que son unos delirios. Como los hijos del deleite y de la carne viven fuera de su espíritu, no conocen ni la naturaleza ni el valor del verdadero gozo, creen que este es aquel que resulta de las sensaciones agradables a nuestro cuerpo que no son sino los movimientos de nuestro mecanismo: son un gozo 90. Manuel Gorriño apostilla aquí la magnífica traducción que de estos versos de Horacio hace el poeta y militar ilustrado José Cadalso (1741-1782): “Al constante varón, de ánimo justo / Jamás imprime susto / El furor de la plebe amotinada; / Ni la cara indignada / Del injusto tirano; / Ni del supremo Júpiter la mano, / Quando irritado contra el mundo truena; / Ni quando el norte suena / Caudillo de borrascas y de vientos, / Si el orbe se acabara, / Mezclados entre sí los elementos, / El justo pereciera, y no temblara” (José Cadahalso, Eruditos a la violeta, en Obras, Madrid, por Mateo Repullés, 1818 [1772], tomo I, p. 133). Que Gorriño tenga entre sus lecturas a José Cadalso (sus obras se encuentran entre los libros de la biblioteca del cura potosino que lista Cardiel Reyes, op. cit., p. 45) valdría como prueba de su conocimiento de los ilustrados españoles, a menos que alguien pretenda contarlo entre los “eruditos a la violeta” que propone este magnífico libro satírico del español. Por lo demás, el manuscrito CDHRMA contiene en la versión latina del poema algunos errores de transcripción que, o bien confirman nuestra hipótesis de que este manuscrito no es autógrafo o bien muestran que Gorriño citaba de memoria a Horacio: “Juxtum, ac [sic, por et] tenacem propositi virum non civium ardor prava juventium Non vultum [sic por voltus] instantis tirani Mente quatit sólida [sic]. Neque Auster Dux inquieti turbidus Hadriae Nec fulminantis magna jovis manus [manus iovis, en Horacio] si fractus illabatur orbis Impávidum [sic] ferient ruine [sic por ruinae]” (“El hombre tranquilo […]”, f. 61v). 91. “Él me puede matar: no tengo otra esperanza que defender mi conducta ante su faz” (Job 13, 15).
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de que carecen los brutos y de que, aunque el alma se complace en el hombre, es por un orden natural o por aquella armonía con que responden a los movimientos del cuerpo las sensaciones del espíritu. Este gozo es un gozo muy bajo y muy limitado para constituir en él aquella felicidad que depende más de lo que esperamos en la vida futura que de lo que sentimos en los pocos días que dura la presente. Es necesario pues buscar esta dicha por otro camino más noble que por el de las pasiones, sensaciones y movimientos de nuestro cuerpo, en cuyas obras, dice el Eclesiastés, no se halla otra cosa sino vanidad y aflicción de espíritu.92 Nuestro corazón tiene una tendencia a Dios, que cuando no se sientan sus impulsos para ir a él, por la costumbre de resistirlos, nadie deja de percibir a lo menos la falta que hace un ser que nos constituye en ambas vidas toda nuestra felicidad. He aquí el secreto de endulzar los dolores, y he aquí la causa por la cual no se han acomodado a seguir el orden en que se nos ha prometido el gozo: lo han hallado en medio de las tribulaciones, en medio de los mayores trabajos. Los naufragios de Pablo, las persecuciones, las cárceles, las pedradas, todo lo que padeció por Jesucristo, no perturbaron su quietud ni le cerraron la boca para que publicara que el mismo Señor era su vivir y su consuelo, ni para que desafiara a la muerte, a la vida y a todas las criaturas que quisieran probar la firmeza con que estaba asido de Jesucristo, que era todo su amor, su tranquilidad y el blanco único de sus deseos. Esta dicha se ha logrado por todos los que la promovieron en sí por unos medios convenientes; aunque no todos la hayan conseguido en igual grado, todos han sido felices a proporción de lo que se acercaron a Dios: su amor afirma la tranquilidad de un pecho que ama lo que nadie puede quitarle, si él mismo no lo deja. Yo no quiero que todos los hombres sean tan extáticos, ni apóstoles como san Pablo, aunque a todos les estaría bien elevarse más y más a su creador; sé que es preciso que haya en el mundo diversos grados de virtuosos, por unas causas que dependen de muchos conocimientos que sería cosa muy larga recordar ahora, pero también sé que no hay hombre que no pueda, si quiere, ser muy feliz por el amor de Dios, cuyo fin es el cumplimiento de la ley que a cada uno prescribe los medios de santificarse en el 92. “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 1, 14).
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destino en que Dios lo puso,93 así como san Pablo se santificó en el apostolado. Este es todo el secreto por el que se alcanza la felicidad que se promete a todos los que, reducidos a los límites de sus obligaciones, buscan en su cumplimiento el gozo. Este es el premio de la sujeción voluntaria a los decretos de Dios y del cultivo de la obra que pone en las manos de cada uno para que en ella se santifique; la virtud, que es el alma de nuestro gozo, estriba en esto, y ningún hombre puede hallarlo por otro sistema. Supuesto lo cual, ¿qué importa que los trabajos nos cerquen cuando nuestra conciencia nos halaga?; ella hace entonces que los dolores sean dulces y que todos los esfuerzos de nuestros enemigos no contribuyan sino a probar una virtud que, mientras es más pura, nos es más gustosa. El virtuoso contempla todos los reveses de la fortuna como unas obras de la providencia de un Dios que a quien ama castiga;94 ve los dolores como unos abonos que hacemos a su justicia de los débitos de que nos es acreedora por nuestras faltas. En el primer caso, ¿cómo se ha de entristecer un hombre que padece por el que ama?; y en el segundo, ¿cómo puede no complacerse de pagar a un acreedor justo, y que exigirá de nosotros hasta el último cuadrante95 en el día de su ira? Todo esto ya se ve que aumenta el gozo de uno que conoce a Dios; era menester, para no alegrarse en las penas, o no conocer a su majestad o adorar al Dios de Spinoza,96 o confundirnos en el ateísmo. Pero 93. Esta noción de sujeción de cada uno a su estado implica una noción política de orden jerárquico que nace en Dios mismo, pasando luego al Estado monárquico y las autoridades y leyes subsecuentes. Por supuesto, esta idea tendría poco que ver con el supuesto desliz independentista de Manuel Gorriño; era, más bien, la idea política básica en el pensamiento católico de la época (véase Mestre, art. cit., pp. 257-270). 94. “Porque Dios al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3, 12). 95. Por la quinta acepción de la palabra, según el Diccionario de autoridades: “Significa tambien una moneda pequeña, la menor en sus divisiones. Latín. Quadrans. Hasta el último quadrante. Phrase que explica la exacción y rigor con que se obliga a alguno a que pague lo que debe, sin perdonarle nada. Latín. Usque ad ultimum quadrans. VILLALOB. Problem. f. 9. Dar estrecha cuenta hasta el postrero y último quadrante” (Aut., s.v. “Quadrante”). 96. La idea de la divinidad de Spinoza ha sido calificada como panteísta, inmanentista e, incluso, cercana al ateísmo, pues, de algún modo, niega el Dios personal y revelado que defiende el catolicismo. En su Ética demostrada según el orden geométrico (1677), Spinoza propone el reconocimiento de Dios como una sustancia, no
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un cristiano que sabe la dependencia que tiene de un ser absoluto (de cuyas manos salió como de las de un alfarero un vaso que no puede reclamar a su artífice si no lo hizo de su elección) es preciso que exclame con el Apóstol: “yo me gloriaré gustoso en mis enfermedades”,97 como habite en mí la virtud de Cristo. Yo confieso que esta filosofía es muy superior a los sentidos y a las pasiones, pero sé también que aquellos no son el criterio por donde hemos de juzgar de las cosas; nuestro criterio es solo una razón iluminada de una filosofía cuyos principios, sostenidos de una firmeza sobrenatural, no cede ni a las sátiras de su libertinaje ni a la renuencia del corazón humano: este la desprecia como muy austera, para sujetarse a los tiranos crueles de los vicios. ¿Y cuál es el premio que estos le dan de su loca sujeción? ¡Ah!, al hombre arrebatado98 de un furioso torbellino vedlo revolotear como aquellas pajas, juguetes de los vientos; ¡he aquí la felicidad del impío! ¡Cuántos más y mayores trabajos causan el mundo y las pasiones que el ejercicio de la virtud!; pero se ha creído, por un lastimoso trastorno de ideas, que el vicio puede dar una dicha que siempre se espera y nunca se alcanza. Las pasiones fascinan miserablemente el corazón por un secreto encanto; ellas le prometen lo que nunca puede conseguirse sino renunciándolas y remitiéndolas.99
como una persona: “Por Dios entiendo un ente absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita” (Baruj Spinoza, Ética demostrada por el orden geométrico, tr. Pedro Lomba, Madrid, Trotta, 2020, p. 42). 97. “[…] pero en cuanto a mí, sólo me gloriaré en mis flaquezas” (2 Corintios 12, 5). 98. El manuscrito trae “arrebado”, lo que podría considerarse una escritura heterodoxa de “arrobado”, que en alguna de sus acepciones antiguas significa “arrebatado”. Actualmente, el verbo arrobar se usa con el significado primero de “embelesar”, en un sentido de rapto suave de los sentidos, por lo que aquí se decidió la correctio ad sensum “arrebatado”, con el fin de conservar la violencia de la frase. 99. En su traducción de Los sepulcros de Hervey, Manuel Gorriño escribe: “Las pasiones no merecen mas crédito: ellas tranquilizan al hombre acerca de su muerte, olvidándosela ó persuadiéndole con engaño que será de otro modo de lo que realmente sucede” (Gorriño, Introducción a su ed. cit. de Hervey, Los sepulcros, p. 100).
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Discurso IX Las pasiones son el origen de nuestras penas: el reprimirlas importa100 toda nuestra tanquilidad
Los más hombres101 se someten ciegamente al tiránico imperio de las pasiones sin procurar conocerlas antes de seguir su impulso, que siempre descamina al hombre y lo lleva al precipicio. Estos ímpetus, que ofuscan la razón y seducen la voluntad, forman en el corazón humano aquellas tempestades en que ya no es el orden y los verdaderos principios de obrar los que dirigen al hombre en los caminos de la vida, sino un cierto delirio razonado en el que ya no se conducen las facultades humanas por aquel arreglo en que consiste la perfección de sus funciones, sino por un trastorno por el que el hombre se asemeja más a los brutos que a los seres racionales. En tal estado, la razón perturbada, la libertad sin fuerzas, el apetito dominante y las ilusiones de los sentidos (hechas el blanco de los deseos) forman aquel espectáculo espantoso que ofrece a unos ojos racionales el trastorno lamentable de la obra más perfecta que salió de la mano del divino hacedor de todos los seres del universo. He aquí la fuente de mil errores en el entendimiento, y de mil descaminos en la voluntad. Si las pasiones fueran compatibles con nuestros verdaderos intereses, fácilmente se podrían convenir sus miras con las de la razón; pero ellas son hijas de una carne débil, enfermiza, y cuando dominan el espíritu este no obra entonces con aquella pron-
100. Este uso del verbo “importar” es aquí más cercano a la segunda acepción que trae el Diccionario de Autoridades que a la de conceder importancia a algo: “Hablando del precio de las cosas, significa el número o la cantidad a que llega lo que se compró o ajustó” (Aut., s.v. “Importar”). De modo que podría decirse que reprimir las pasiones es el precio de toda nuestra tranquilidad. 101. Vale por “los más de los hombres […]”, “la mayor parte de los hombres […]”.
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titud propia de su naturaleza, siempre incapaz de fijarse en la tierra y que se dirige al cielo por un impulso innato que el Creador imprimió en él, así como hizo que las nubes no descansaren sino en lo alto de la atmósfera. ¿Qué libertad puede quedar a un hombre poseído de una fiebre que lo devora?; es él libre ciertamente, porque de otro modo no sería culpable, pero debilitado y vencido ya no quiere apagar el ardor con que corre sin freno, como aquellos brutos que una vez irritados en la carrera antes se estrellan en las rocas que ceder al freno que quiere sujetarlos. No puede darse un impulso más ciego que el que el hombre recibe de las pasiones. He aquí la obra de nuestros humores alterados y de un principio de destrucción que fijó en nosotros nuestra antigua desgracia;102 qué mucho es que seamos tan infelices cuando ellas nos gobiernan, y que trastornado nuestro juicio riamos muchas veces sin un motivo que nos alegre, y que no sintamos nuestros verdaderos dolores. Pero el mal que resulta de las pasiones ha fijado entre los hombres aquella desgracia por la que el mundo todo no presenta más término a nuestros males que la desesperación: tales son los efugios103 que nuestras pasiones nos inspiran en los trabajos y desgracias. Las pasiones son los autores de la última miseria en que termina el curso de los días de un hombre que solo vivió para ellas y que nunca trató de refrenarlas; ellas son las que hacen que amemos una cosa antes de conocer su bondad, que creamos por bueno (aunque
102. La doctrina del pecado original establece que los seres humanos heredamos, solo por nacer, una naturaleza contaminada y una propensión a pecar (Bruce Vawter, “El pecado original”, en Alan Richardson y John Bowden, eds., El diccionario de teología cristiana de Westminster, Philadelphia, Westminster John Knox Press, 1983, p. 420). Aunque apoyada en el Génesis, esta doctrina tal cual la conocemos aparece en san Agustín, quien fue el primer autor en usar el sintagma peccatum originale en una de sus disputas con el obispo Pelagio: “[…] en su tratadito que alegó en Roma en las actas eclesiásticas, admitió que ‘también los niños son bautizados en la remisión de los pecados’, pero negó ‘que tuvieran algún pecado original’” (De la gracia de Jesucristo y del pecado original, en Obras de San Agustín. Tomo VI. Tratados sobre la gracia, tr. Victorino Capanga et al., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1956, pp. 305-457). 103. “Evasión, salída, medio término o recurso para huir la fuerza de la razón contrária y salir de alguna dificultad. Es tomado del Latino Effugium, y mui usado en lo forense. Latín. Effugium. MOND. Dissert. 4. cap. 4. num. 22. Y si quiere evadirse con que essos años los pondrían los Impressores, que es el efúgio que han tomado... no vé que tiene contra sí el testimónio de Isidoro?” (Aut., s.v., “Efugio”).
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sea malo) lo que a ellas les parece agradable; estas son las que nos hacen tener el imperio de la razón como un fanatismo propio de aquellos hombres exóticos de que el mundo se ríe a carcajadas; estas las que aún a la misma religión santa la revisten de sus trajes, la hacen servir en sus iniquidades; y las que, en fin, forman del hombre casi un autómata que no se mueve sino por los resortes de la máquina de su cuerpo material y de los humores que agitan sus cuerpos y miembros. ¿Qué miseria puede haber más lamentable? ¿Puede alguno después de esto preguntar cuál es la causa de su miseria, cuál es la destrucción de su tranquilidad, de dónde vienen sus trabajos y por qué no halla en sus obras aquella armonía que tranquiliza a los justos y que está prometida por premio a los que obran según las leyes del espíritu, que sabe hallar consuelo en la desolación y dulzura en los dolores? A vista de tal pintura, que descubre todo el fondo de una miseria como la que nos rodea, ¿para qué se ha de dudar más el origen de una conmoción miserable, cual es la que hace que [los] hombres, huyendo de sí mismos, busquen fuera de sí la verdadera tranquilidad? Mas este es el patrimonio de la virtud: nunca puede hallarse en el contentamiento de las pasiones, y si estas quieren alguna vez remediarla, es trasponiendo en su lugar la obstinación, la ceguedad, la dureza; este es aquel estado de insensibilidad en que el hombre, a la manera de Faraón,104 ya no mira los milagros ni se cree de un profeta que, para convencerlo dominando a toda la naturaleza, turba los elementos y hace venir sobre él todas las calamidades: ¿no es esto lo que vemos en los hombres cuya conducta ciega no se deja mejorar ni por la doctrina de la religión, ni por los milagros en que ella estriba, ni por las voces de su conciencia, ni por el cúmulo de males en que sencillamente lo han sumergido sus pasiones? ¡Ojalá y no tuviéramos cada día tantos ejemplares de esta situación horrorosa! Pero los hombres, entregados a su ilusión, la ven con indiferencia y siguen sin temor la rutina de los demás. Como la tranquilidad del alma es consecuencia de aquella combinación de causas que Dios propuso, tanto en el orden moral como en el 104. “Moisés y Aarón hicieron todos estos prodigios delante del faraón. Pero el Señor endureció el corazón del faraón, y este no dejó ir de su tierra a los hijos de Israel” (Éxodo 11, 10). El relato de las siete plagas con que Dios intentaba reducir al faraón, por mediación de Moisés, se encuentra Éxodo 7, 14-12, 32.
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físico, y como las pasiones son un obstáculo que impide la unión de estas causas, el hombre que vive a merced de sus ímpetus, ni tiene elección para procurarse la tranquilidad, ni puede conseguir un bien que se alcanza por un camino opuesto al que lleva, porque la tranquilidad es obra del espíritu y las pasiones son hijas de la carne, y lo que nace de esta —dice Jesucristo— carne es, así como lo que nace del espíritu es espíritu.105 Por el contrario, cuando las pasiones callen, el espíritu producirá en el corazón aquella paz prometida a los amadores de Dios que no desean ni temen, sino según la Ley. La meditación de esta desvela fácilmente los enigmas de nuestra ignorancia, sola la meditación puede encontrar un camino seguro en que andemos sin riesgo en medio de los peligros en que caen comúnmente unos ciegos cuyas guías, más ciegas que ellos, los llevan de la mano a perecer; tal sucede a los que siguen las pasiones. Es verdad que para reprimirlas es indispensable restablecer nuestra alma en sus derechos: se requiere que nuestro entendimiento, libre de las ilusiones, esté todo sobre sí para no abandonarse a unos juicios cuya falsedad le engañe; es preciso no dejar un instante de la mano los documentos de la ley; es preciso armarse de una paciencia que contenga aquella fogosidad con que apenas conocemos un bien ya querríamos tenerlo. Muchas cosas están en nuestra mano, pero a nosotros no se nos ha concedido tener otras cuya esperanza se nos da como por prenda de ellas: se nos concederán cuando convenga; por tanto, la pasión que nos agita por poseer luego un bien que aún no quiere darnos Dios es la primera que debe ceder a la seguridad que nos afianza aquella mano pródiga de riquezas, de la que siempre recibimos muchos bienes que aún no supimos desear. Esta mano jamás nos negará los que nos sean convenientes, como nosotros no frustremos las sabias miras de su beneficencia con nuestra malicia. Yo quisiera hablar a los hombres en un lenguaje puramente natural para acomodarme a la torpeza de sus sentidos; pero ¿dónde están las razones que, aunque pudieron convencer a algunos filósofos de algunos de sus errores, no fue con aquella perfección que les hiciese merecer por sus obras el premio de la verdadera tranquilidad? La religión es el eje o, por mejor decir, la luz de la filosofía, ni106 se encontró en el 105. Juan 3, 6. 106. Actualmente, el nexo “ni” se usa para construir coordinaciones copulativas de carácter negativo, y precisa para ello de una partícula negativa inicial a la cual complementa, como define y autoriza el Diccionario de Autoridades: “Particula
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orbe desde su creación acá un verdadero filosofo sin la religión y solo con la naturaleza. Es verdad que vemos [a] algunos vencer sus pasiones más fuertes, pero este fue un esfuerzo de otras pasiones más vivas y sus virtudes, por tanto, estériles y sin aprecio servían ellas mismas de premio a los que la[s] practicaron. La naturaleza toda desaparece sin Dios, y cuando quiero yo persuadirme a mí mismo sin sus palabras y sin sus luces, caigo en un vaguido107 que me constituye en la triste necesidad de pararme como aquellos viajeros que, perdido una vez el camino, ya no saben dónde están, a dónde se dirigen, ni por dónde vinieron al lugar en que se hallan. Un incrédulo, un ateísta, se reirá de las razones traídas de la escritura y de la ley que nos aconsejan a vencer las pasiones; pero ellos ¿tienen acaso mejores motivos para resolverse a obrar sin ninguna duda?, ¿pueden ellos persuadir con unos discursos más acertados unas obras que, siendo sobre la naturaleza, es inútil fatigarse en exigir de ella la razón de unos motivos que están sobre su misma inteligencia, y que estriban en la autoridad incontrastable de un Dios que ellos no conocen? Con todo, es preciso confesar que hay en el alma una innata propensión a descansar en Dios y alimentarse de su doctrina; esto hizo que Tertuliano la llamase “naturalmente cristiana”:108 si se sigue a esta
con que se niegan los extremos de la proporción disyuntíva. Latín. Nec. Neque. NIEREMB. Afic. cap. 6. Afirmó, que no había cosa en el mundo que le pudiera apartar de la charidad de Christo, ni tribulación, ni hambre, ni pobreza, ni peligro, ni persecución, ni la muerte. CALD. Com. Para vencer a amor querer vencerle. Jorn. 3. Pues todo importara poco, / ni que el Estado perdiera, / ni los desáires passara, / si César no se casara, / ni Matilde le quisiera”. Sin embargo, en el siglo xviii es posible encontrar también el uso del nexo “ni” como partícula negativa simple: “Se usa tambien para ponderar negando absolutamente alguna cosa. Latín. Nec vel Nequidem. JACINT. POL. pl. 71. A solo San Juan Baptista tengo hechos más de un siglo de coplas ... pero digan, me ha valido algo? ni una rosquilla. CALD. Com. El Escondido y la Tapada. Jorn. 1. Ni una silla, ni un bufete, / ni un quadro, ni un escabel, / ni un baúd, ni un escritório, / ni una cama, ni un cordel, / ni un xergón, ni ana cortína / ni una Celia, ni una Inés, nos han dexado […]” (Aut., s.v. “Ni”). 107. “El desvanecimiento, ò turbación de la cabeza, que pone à riesgo de perder el sentido, ù de caer. Viene del [r.411] nombre Vago, porque vaguea la cabeza. Lat. Vertigo” (Aut., s.v. “Vaguido”). 108. “¿Queréis la prueba por el número y hermosura de las criaturas? ¿Por este gran palacio en que vivimos? ¿Por los frutos que nos sustentan? ¿Por las cosas que nos deleitan, y por los prodigios que nos atemorizan? ¿Queréis esta prueba por el testimonio del alma que tenéis dentro del cuerpo? Esa alma, pues, aunque presa en esa cárcel, cercada de falsas doctrinas, enflaquecida con tantas torpezas, cautiva
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propensión la gracia que la acompaña, demostrará al espíritu fiel que el que habita en el tabernáculo del Altísimo morará bajo la protección del Dios del cielo, y quién habitará —dice David— en su tabernáculo, o quién descansará en este monte santo, sino el que entra a él sin mancha y el que practica la justicia, el que habla la verdad, el que no obra con dolo ni daña en lo más mínimo a sus hermanos;109 este justo —dice— estará en el mundo como aquellos árboles plantados al través de la corriente de los ríos, de cuya fuerza se burlan, y dan no obstante sus crecientes el fruto oportuno sin que se pierda una hoja suya, porque ellos siempre estarán prósperos.110 ¿Y puede ser alguno justo sin renunciar a las pasiones?; esto sería juntar aquel doble servicio de dos señores que Jesús calificó por imposible. Luego, si para gozar la tranquilidad en la vida es preciso ser justo, también se necesita renunciar absolutamente a las pasiones; estas son aquellas posesiones a que debe renunciar el hombre como condición precisa para ser discípulo de Jesús. De esta renuncia sigue la tranquilidad sólida que no ha conocido un mundo donde el hervor de las pasiones agita cruelmente a sus sectarios y los pierde por el mismo camino que ellos procuran contentarlas. Si el seguir las pasiones fuera el medio de tranquilizar el corazón, apenas habría hombre que no estuviera contento, pero ellos no lo están, como lo manifiesta aquella interminable sucesión de deseos que los hace correr siempre tras de lo que buscan, y que si encuentran no
por la tiranía de los falsos dioses, cuando vuelve en sí, cuando despierta de una embriaguez, cuando recobra el vigor perdido, como el convaleciente que escapó de la enfermedad peligrosa, con un impulso natural á Dios, llamándole uno, verdadero y grande. Voz común de todos: Dios me hizo este favor. También cuando lo alegamos por Juez decimos: Dios lo ve: a Dios dejo la verdad; Dios volverá por mí. ¡Oh testimonio del alma naturalmente cristiana! Finalmente, cuando nombráis á Dios en estas ocasiones no miráis al Capitolio, sino al cielo; que ya reconoce el alma que está allí la corte de Dios vivo, que por eso aspira á las alturas, porque bajó de allí” (Tertuliano, Apología contra los gentiles, XVII: https://www. tertullian.org/articles/manero/manero2_apologeticum.htm#C17, consultado el 17 de mayo de 2022). 109. “Oh Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién residirá en tu santo monte? El que anda en integridad y hace justicia, el que habla verdad en su corazón, el que no calumnia con su lengua ni hace mal a su prójimo ni hace agravio a su vecino” (Salmos 15, 1-3). 110. “Será como un árbol plantado junto a corrientes de aguas que da su fruto a su tiempo y su hoja no cae. Todo lo que hace prosperará” (Salmos 1, 3).
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les satisface. Por esto pasan de uno en otro objeto sin lograr la tranquilidad que en cada uno de ellos se encuentra; esto dio motivo a que el iluminado Kempis dijera que la verdadera paz no se halla en seguir las pasiones sino en resistirlas, por esto aquellos que se proponen vivir según la ley y la razón hallan siempre en lo que poseen aquel colmo de felicidades respectiva a una vida, para que sosteniéndose no necesiten de muchos socorros de la fortuna: le bastan los que la providencia tiene preparados para los que sirven al Señor y guardan su ley. El errado concepto del deleite ha impelido a los hombres a que lo busquen por un modo contrario al que se halla; las pasiones proponen al hombre el deleite como un cebo por cuya hambre caen los peces en la red sin lograr gozo alguno: los deleites que resultan del desenfreno son unos sueños, al paso que los trabajos se sufren para probarlos demasiado reales. Un hombre, por ejemplo, que quiere ser rico, ¡qué fatigas sufre para serlo!; y aunque siempre gira con una incertidumbre que podría desanimarlo, al fin si llega a conseguir lo que deseaba se encuentra lleno de una mortal solicitud por conservar su tesoro, por librarlo de los ladrones, por aumentarlo y por otras cosas semejantes que jamás atormentan a un pobre que está contento con su suerte. Debe también considerarse que las cosas del mundo están dispuestas por cierto orden en el que es preciso entremos nosotros, a pesar de que funestos deseos nos inspiren ideas contra él. Las cosas no son como a mí me agradan, ¿pero está en mi mano mejorarlas? Yo no tengo un bien que deseo, ¿y quién me promete que todas mis diligencias podrán adquirirlo? Yo enfermo, mi constitución se ha trastornado, los dolores me oprimen, la salud ha desaparecido, ¿y dónde está el médico que formará de este cadáver un cuerpo sano?, ¿cuáles son los medicamentos que pueden hacer en mí un hombre nuevo que me restituya a un nuevo estado. Si nada de esto depende de mi arbitrio, si yo no puedo mejorar mi suerte, mi pasión (que me hace suspirar por el remedio, que me hace desearlo con tanto ahínco) por inocente que parezca es la que agría mis males y sublima111 en mi corazón la amargura que ha concebido por mi suerte. Un hombre que, en medio de sus dolores y de sus trabajos, trasluce el orden sabio en que le han venido, que conoce que ellos son 111. Vale aquí por agrandar: “Engrandecer, exaltar, ensalzar, ò poner en altura” (Aut., s.v. “Sublimar”).
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obra de una mano que si les saca una gota de sangre es por conservar todo el cuerpo, se tranquiliza en medio de sus dolores, vence su pasión, y en él solo se halla un alivio que ella no hubiera procurado; ventaja que, si se encuentra en vencer las pasiones mediocres, será mayor cuando se venzan aquellas más fuertes y que hacen hervir con su fuego, dentro del corazón mismo, la sangre que lo mueve y lo vivifica. Un deseo ardiente de cualquier cosa inquieta el ánimo y turba la tranquilidad; por tanto, ella es incompatible a un tiempo con las pasiones vehementes, como en un mismo cuerpo el movimiento y la quietud. Aún la tristeza, que parece una pasión disculpable en un hombre lleno de dolores y oprimido de la desgracia, se ve reprobada del Espíritu Santo que nos dice que para nada sirve; el mismo cuerpo, que resiente y se destruye de la acción de las pasiones muy vivas, la medicina desea como una de las disposiciones más necesarias para que obren felizmente sus recetas: una tranquilidad de espíritu, una alegría en cuanto sea posible. ¿No vemos cómo se pintan los movimientos de las pasiones en el mismo rostro del hombre?, ¿pues qué será lo que obren en su corazón?; el semblante airado, el ceño minaz,112 que se distinguen en el pensativo y cabizbajo Caín, manifiestan su desesperación y el mal temple en que sus pasiones tenían a su espíritu.113 Por el contrario, la interna tranquilidad del justo presenta en su fisonomía la imagen más hechicera de la más dulce y grata confianza de un corazón que vive de lo que espera y desprecia lo que no teme. El hombre que se goza a sí mismo conoce que las pasiones en su origen son ocasiones de mérito y sabe bien el modo de aprovecharse de ellas, así es que las dirige a la consecución de unos bienes razonables; resiste y doma sus ímpetus cuando lo quieren llevar a otros que, no siendo el término del hombre ni medio para conseguirlo, tampoco pueden producir sino turbación y el frenesí que agita a un loco en su carrera. Las pasiones son unos buenos criados cuando las dominamos, por ellas han caminado muchos a un término envidiable; ellas producen 112. Es un adjetivo en desuso: “Que amenaza. Del latín minax, -acis” (DLE, s.v. “Minaz”). 113. “pero no miró con agrado a Caín ni su ofrenda. Por eso Caín se enfureció mucho, y decayó su semblante. Entonces el Señor dijo a Caín: —¿Por qué te has enfurecido? ¿Por qué ha decaído tu semblante? Si haces lo bueno, ¿no serás enaltecido? Pero si no haces lo bueno, el pecado está a la puerta y te seducirá; pero tú debes enseñorearte de él” (Génesis 4, 5-7).
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aquel sabor de la virtud que es la doctrina práctica de Dios que siempre habla, para instruirnos, la lengua de los hombres, y que se acomoda hasta valerse de nuestras mismas debilidades para elevarnos a los fines a que su omnipotencia nos dirigió al crearnos. Las pasiones equilibradas son para el espíritu lo que los humores bien reglados para el cuerpo; en este estado son una verdadera salud, pero si alguno se desarregla comienza luego a debilitarse la máquina y a perderse aquella quietud enemiga del desarreglo. Desenfrenadas estas, y dominantes, causan en el alma aquella turbación y aquel trastorno que resulta de la destrucción de un sistema de equilibrio y subordinación, por cuya falta el juicio se pospone al ímpetu, y lo racional queda sujeto a lo animal.
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Discurso X La verdadera tranquilidad es obra de la razón
Sin conocer el hombre los medios de tranquilizarse en cualquiera situación, ¿cómo es posible logre una felicidad que no se adquiere sino a fuerza de reflexiones y desengaños? Se ha creído que la naturaleza nada hace en vano, y esta justa idea de la sabiduría con que ella obra nos descubre el fin de la propensión que tenemos todos a ser felices; si no pudiéramos conseguirlo, este deseo (que es la semilla de la tranquilidad) fuera un principio de discordia con nosotros mismos, nos sentiríamos impelidos a buscar un bien de que al fin era preciso huir para no fatigarnos inútilmente en su busca. Restablézcase la razón a su libre ejercicio, entonces conoceremos que nuestra tranquilidad no está anexa a los intereses de una carne corrompida, ni depende de unos bienes cuya futilidad y vileza no puede fijar el espíritu. Si estos pudieran contentarlos, o el alma del hombre fuera menos grande y preciosa,114 estos bienes no serían unos fantasmas lisonjeros que solo engañan con ilusiones. El espíritu humano, cuya naturaleza es más sublime que todos los bienes del mundo, ¿cómo podría alimentar sus deseos de un pasto propio de las bestias sin degradarse115 de su ser?; sin corromper su gusto natural no puede complacerse ni fomentar su tranquilidad con unos bienes toscos y despreciables. Creada el alma racional para perfeccionarse en los bienes inmateriales, solo se engrandece por medio de los espirituales que logra por el uso sabio de sus naturales funciones; la sabiduría únicamente puede producirle aquella satisfacción que la tranquiliza.
114. El manuscrito trae “[…] el alma del hombre fuera menos, y grande y preciosa […]”, lo que no hace sentido. 115. Tachado en el manuscrito “desagradarse”, corregido a “degradarse”.
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El cuerpo solo se puede complacer en las impresiones halagüeñas de la materia de que está formado, pero la sabiduría no se puede adquirir sin el uso de una razón despejada para discernir entre las cosas que el hombre animal no percibe si son o no del espíritu; este debe ser mantenido por el orden en que fue creado y está constituido, así como el cuerpo se conserva en el que lo puso la mano inteligente del creador que a cada objeto le dio una tendencia natural a las cosas que le convenían. Nuestra alma tiene en el fondo de su ser un tesoro: de él saca aquellas producciones hijas de un discurso sublime e ilustrado, ella se alimenta de aquellas ideas que la ennoblecen o la abaten, según la acercan o la apartan del alto fin a que debe caminar con todas sus facultades; nunca se siente más satisfecha que cuando ve que se dirige a este fin, ni se ve más abatida que cuando, perdiéndolo de vista, se fija en el goce de unas sensaciones, obras viles de mil nadas que sin serle interesantes la distraen de sus miras y la separan de la verdadera felicidad que se encuentra en ellas. Los hombres que han fijado su felicidad en lo exterior, aquellos cuyo caudal estriba en la posesión de los bienes perecederos, ¿qué felicidad pueden lograr?; ellos fluctúan continuamente entre el miedo de perderlos y la esperanza en fijarlos por largos días. Solo el que, rico de sus facultades racionales, se posee a sí mismo vive tranquilo en la posesión de una dicha que no está expuesta a los tiros de los que pueden hacer que muera el cuerpo, más no tocar el alma; ellos poseen unos bienes cuyos sacos no envejecen, que no corrompen tiña,116 que no roba el ladrón y que pueden llevar consigo cuando partan de este mundo. Un hombre de estos, dice aun el mismo Cicerón, es verdaderamente feliz porque no puede dejar de ser alabada la vida de aquel cuya virtud y costumbres lo han constituido en una situación tan libre y tan envidiable.117 116. “Especie de lepra, causada de un humor corrossivo, y acre, que vá royendo, y haciendo agujerillos, como la polilla, en el cutis de la cabeza, donde se cria costra. Es del Latino Tinea, æ, que significa lo mismo. Lat. Porrigo. GUEV. Menosp. de Cort. cap. 20. Porque unos tienen bubas, otros sarna, otros tiña. TORR. Philos. lib. 9. cap. 9. No hai tiña, que tan presto se pegue al que anda con el enfermo de ella” (Aut., s.v. “Tiña”). 117. Para Cicerón, el hombre es superior a las bestias en dos aspectos fundamentales: el empleo de la razón para discernir las cosas del mundo y su lugar en él, y la libertad a que dicho comportamiento conduce; en De Officiis (Los deberes) escribe: “Lo
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Un voluptuoso no comprende con facilidad cómo un hombre sin auxilio alguno exterior pueda formarse, con sus propias reflexiones y dentro de sí mismo, una tranquilidad que vea sin conmoverse los crueles asaltos de las más adversa fortuna que lo acometa; mas ello es una cosa que muchos han conseguido parcialmente con sola la razón, y sin apoyo de mayores auxilios que presta la religión en estos casos: ¿quién no admira la tranquilidad de Sócrates al tomar y beber el vaso de veneno que le dio la muerte?; Séneca ve sacar la sangre de sus venas lo mismo que si de ellas no le resultara sino el restablecimiento de una paz contra la que sus émulos habían conspirado.118 La filosofía, como dice Boecio, acompañaba entonces a unos inocentes cuya virtud, aunque natural, podía sostenerlos contra el ímpetu de los poderosos que los perdieron.119 Nunca tuve yo por infeliz —dice Cicerón— a Atilio Régulo, porque al fin no era atormentada su gravedad ni su fidelidad por los cartagineses, ni alguna de sus virtudes, ni tampoco aquel ánimo que, guarnecido de tanta ayuda como
primero es lo que se observa en la vida en comunidad de todo el género humano. El nexo de esta es la razón y el lenguaje, que, por medio de la enseñanza, el aprendizaje, la puesta en común, el debate y el discernimiento, asocian a los hombres entre sí y los reúnen en una particular comunidad natural” (cito por la trad. de Ignacio García Pinilla, Madrid, Gredos, 2014, p. 51). A pesar de la raigambre claramente estoica de esta convicción, a pesar de que se le reconoce dicha filiación heredada de su maestro Posidonio, el estoicismo ciceroniano es asunto disputado; Ortega y Gasset, por ejemplo, afirma que “en Roma no había filósofos; sólo hubo recepción bastante torpona de las doctrinas griegas, comenzando por Cicerón” (Ortega y Gasset, Una interpretación de la historia universal, en Obras Completas, Madrid, Alianza, 1983, vol. IX, p. 15). 118. Aunque es verdad que el suicidio podría ser considerado el mayor acto de libertad y que, en este sentido, abonaría a los ejercicios de libertad virtuosa que aquí pondera Gorriño, no deja de sorprender su uso como ejemplo de serenidad cristiana, pues contradice su carácter de pecado mortal. Sobre este delicado tema puede verse Marcelo Boeri: “La racionalidad del suicidio en el estoicismo antiguo”, en R. Buzón, P. Cavallero, A. Romano y M. Steinberg, Los estudios clásicos ante el cambio de milenio: Vida muerte cultura, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2002. 119. Boecio, el “último romano”, como llegó a ser conocido, fue nombrado magister officiorum (equivalente a un primer ministro) en la corte de Teodorico el Grande (454-526), monarca ostrogodo que lo encumbró políticamente solo para terminar condenándolo a muerte, acusado de traición. En prisión, esperando la muerte y después de perder todos sus bienes y títulos, Boecio escribió su Consolatio philosophiae, en la que recrea su terrible situación imaginando la compañía de la Dama Filosofía como hermoso consuelo.
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sus muchas virtudes le prestaban, no pudo ser preso como lo fue su cuerpo.120 Estos hombres no eran de hierro, estos tenían pasiones como los otros, estos sentían los dolores; con todo, ellos no fueron infelices en medio de un tropel de tormentos y a vista de la misma muerte. Pues lo que pudieron hacer ellos, ¿por qué no podrá hacer otro cualquiera que fije en su alma el amor de la virtud, y que juzgue de las cosas no del modo que el común de los hombres sino según los principios de una razón que tiene por guía otra doctrina superior a la que nos dan los sentidos? Yo no quiero recordar lo que puede un hombre guiado de la filosofía cristiana, ni lo que ha fortalecido a millones de mártires y de virtuosos que, superiores sin comparación a los Sócrates, Sénecas y Régulos, supieron121 ser felices en medio de unas fortunas tanto más adversas, cuanto va de lo que puede producir la naturaleza desnuda de otra ayuda a lo que animada de aquella fuerza sobrenatural que sostiene las almas de los justos que están en manos de Dios, a quienes no les toca el tormento de la muerte aun cuando ellos son destrozados y muertos a los ojos de los necios, que no penetran la paz interior con que reciben unos dolores cuya acrimonia122 endulza el gozo de su espíritu. 120. Marco Atilio Régulo (c. 307 a.C.-250 a.C.) fue un célebre político y general romano que, durante la Primera Guerra Púnica, después de conseguir algunos triunfos, fue derrotado y capturado por un pequeño ejército cartaginés al mando del mercenario griego Jantipo. Como prisionero, se le ordenó marchar a Roma a persuadir a los romanos del cese de las hostilidades y el intercambio de prisioneros; sin embargo, una vez llegado al Senado, Atilio se dedicó a lo contrario: a persuadirlos de continuar y reforzar la lucha. Luego, rechazó quedarse en Roma y marchó de nuevo a su cautiverio en Cartago, donde, por sus acciones, fue torturado y ejecutado salvajemente. Cicerón, en Los deberes (trad. cit., pp. 160-162), expuso la virtud paradigmática de Atilio Régulo que ya había cobrado relevancia casi mítica como ejemplo de valor y fidelidad; se lo consideró un héroe dotado de las más altas virtudes “romanas”: el patriotismo y el respeto a la palabra dada. Su sacrificio también fue paradigmático, debido a su crueldad (véase a este respecto el libro de Eva Cantarella, Los suplicios capitales en Grecia y Roma. Orígenes y funciones de la pena de muerte en la antigüedad clásica, Madrid, Akal, 1996, pp. 175-178). 121. El manuscrito trae “a los Sócrates, Sénecas y Régulos que supieron”, lo que formaría un anacoluto al impedir la conexión del verbo “supieron” con su correspondiente sujeto: “millones de mártires y de virtuosos”. 122. “La calidád mordáz de algunas cosas, que pica y desazóna la lengua y el paladár, y es desapacible al gusto: como son la pimienta, el pimiento, &c. […] Metaphoricamente significa la severidád y rigór de algunas razónes, que se dicen para exagerar algo, ò para reprehender, ò para tachar alguna cosa de mala” (Aut., s.v. “Acrimonia”). En su traducción de Los sepulcros de Hervey Gorriño escribe: “Su
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A este término conduce la razón a los que, para usar de una libertad segura, se sujetan a su imperio. Por este forma el hombre en sí mismo un tribunal en que examina todos los objetos, analiza su intrínseco valor, combina sus relaciones y escoge para sí aquello que le interesa, no según el dictamen torpe y necio que lleva sin discreción a los demás sino según la ciencia de la virtud. Esta sola dirige la razón para que se enriquezca de aquellos conocimientos por los que el espíritu se fortifica contra el cuerpo y camina seguro para la senda de la ley y de la naturaleza; por ellos pasa en todo lo que rodea, más allá de la que ofrecen unos movimientos maquinales que son el último término de los que no pueden dar otro color a los objetos materiales que aquellos con que se los ofrecen los sentidos. Estos hombres no tienen otras ideas que las que les representan los intereses del cuerpo: no procuran pasar de ellas a otras consideraciones más altas, cuales son las relaciones que tienen con el cielo; ellos han fijado su fortuna toda en la tierra, cuyo recinto abrevia sus deseos, sin pensar que este bajo modo de discurrir123 los fija solo en este país que siempre debe mirarse como un símbolo del otro mundo inmaterial,124 de donde nosotros somos habitadores y del que no hemos venido sino para volver a él. En efecto, este mundo formado a la manera del que Dios tenía en su divina mente desde la eternidad, si se mira a buena luz no debe impelernos a pensar ni a obrar contra los fines que Dios se propuso en crearlo. Nosotros, como parte de él, tenemos una tendencia a su majestad, por la que no hay suceso en toda la vida ni objeto en la naturaleza que no nos lleve dentro de nosotros mismos para contemplar y hallar los moderación para reprehender los vicios, tampoco lo dexó tomar aquel tono de acrimonia y de dureza en que el furor, la sátira y los transportes mas contrarios a la moderación, hubieran hecho á los oyentes que sospechasen algo contra un carácter tan dulce como el de Hervey” (Hervey, op. cit., p. 5). 123. Tachado en el manuscrito “pensar”. 124. Por supuesto que “país” se usa aquí en el sentido amplio: “Todo el mundo es país. Phrase que se usa para disculpar el vicio o defecto, que se pone a algún determinado lugar, no siendo particular en él, sino común en todas partes. Latín. Ubique idem” (Aut., s.v. “País”). En este sentido, se trata del tópico que asume que este mundo sensible y material, también llamado “Valle de lágrimas”, solo es espejo del mundo trascendente, real; se trata de un platonismo cristiano esencial para entender el lugar y función históricos de la Iglesia y de la propia vida humana, que ha de ser milicia y combate para salvar el alma, recuperando las terribles palabras de Job ya traídas aquí: “Militia est vita hominis super terram” (Job, 7, 1).
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caminos que la sabiduría eterna ofrece a sus discípulos, para que amen y lleguen a un término que es el común de todos los hombres y en el que solo se encuentra la felicidad. De esta manera conoce el hombre en todo lo que ve y siente la mano del obrador de todo, que siempre nos llama a sí y que no podemos conocer sino dentro de nosotros mismos; allí habita y allí es donde quiere reinar por medio de las luces que ministra a la razón. Es preciso consultar estos principios para que nos utilicemos125 de unos sucesos en los que hay mucha ocasión de conocer y buscar al autor de nuestra dicha, que nos llama a ella, unas veces vagueando por el mar tranquilo de los sucesos prósperos y regulares, y otras en medio de un océano tempestuoso y desordenado. De cualquier modo que suceda, va tranquilo el hombre que en todas las situaciones de la vida conoce que lo sostiene y lo conduce la mano poderosa de aquel Señor a cuya vista se deshacen las dificultades y huyen los peligros. El sistema físico y moral en que vivimos supone, según lo dicho, antes un motivo de consuelo que nos tranquilice. La virtud solo es la que puede conducirnos con acierto y con conocimiento en este mundo exterior; así como la brújula y la carta geográfica conduce a los navegantes en el océano, nosotros tenemos demarcados todos los caminos en la carta de este mundo: ideales que la ley y la razón han impreso en nuestra alma. Y la virtud, en cuanto es obra nuestra, depende de la libertad, que es hija de la razón expedita para conocer lo bueno y proponerlo a la voluntad como tal para que lo abrace. La razón, por tanto, es la semilla de la tranquilidad: sin ella no se puede concebir, como nadie viva en una quietud, que no se equivoque con la más torpe estupidez; ella produce aquellos conocimientos por los que el hombre es superior a su situación, por los que dirige sus acciones de otro modo más sabio que lo que le inspira su naturaleza viciada; ella es como aquel código en donde se hallan delineadas, como en las leyes, la severidad de unas costumbres que honran al sabio y desechan la doctrina de la seducción; ella es aquel juicio donde se aprende a sentir gusto en los dolores y en donde se hallan lágrimas para llorar los gozos reos de la carne; ella frustra la acción de los sentidos y fortifica el alma contra la debilidad que la cercanía de la carne le produce; ella hace al hombre espiritual, y ella es todo para el hombre que, sin ella, no es de mejor condición que las bestias que no discurren ni calculan. 125. Vale por “nos aprovechemos”: “Dar util, ò provecho” (Aut., s.v. “Utilizar”).
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Discurso XI Que nuestra voluntad ha de estar sujeta a la de Dios126
¿Con qué mejor guía puedo caminar en este asunto que con san Bernardo en el Sermón 26, De Diversis?; escribe así con muy poca variación: Toda la suma de la humildad consiste en que nuestra voluntad esté sujeta, como es justo, a la voluntad divina, como dice el Salmo 6, versículo 2: “¿por ventura no debe estar siempre resignada mi alma?”127 Yo bien sé que toda criatura racional, de grado o por fuerza, depende en todo del creador; pero a una creatura racional se le pide una sujeción voluntaria para que sacrifique afectuosamente al Señor y confiese su nombre, no solo porque es terrible y santo, no solo porque es omnipresente, sino también porque es bueno.128 Pero es necesario que esta sujeción sea de tres modos, esto es, que sabiendo nosotros que Dios quiere una cosa la queramos también, que no queramos la que él no quiere y que cuando no sabemos si él quiere o no quiere la cosa, ni nosotros la repugnemos absolutamente ni absolutamente la deseemos, porque muchas veces nos lisonjeamos y nos 126. Tachado: “[…] a la de Dios sugeta”. 127. “Nonne Deo subjecta erit anima mea? ab ipso enim salutare meum” (pero la cita correcta sería Salmos 61, 2 de la Vulgata). 128. El seguimiento del sermón de san Bernardo ha sido casi textual, con una traducción elegante por parte de Gorriño: “Porro totius humilitatis summa in eo videtur consistere, si voluntas nostra divinae (ut dignum est) subiecta sit voluntati, sicut ait Propheta: Nonne Deo subiecta erit anima mea? Scio quidem creaturam omnem, velit nolit, subiectam esse creatori; Sed à creatura rationali voluntaria subiectio quaeritur, ut voluntariè sacrificet Domino, et consiteatur nomini eius: non quia terribile et sanctum , non quia omnipotens, sed quia bonum est” (san Bernardo, “Sermo XXVI: De voluntate nostra divinae voluntati subiicienda”, en Operum, t. II: Pars altera. Sermones de sanctis ac de diversis comprehendens, París, por Federico Leonard, 1668, p. 892). Esta misma idea usa también en su traducción de Los sepulcros de Hervey: “La criatura gira en un órden de cosas, cuyo curso no puede ella variar por muy adverso que se suponga” (Hervey, op. cit., p. 88).
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seducimos pensando hacemos la voluntad de Dios no haciendo sino la nuestra. En donde se halla con más claridad la voluntad de Dios allí debe fijarse la nuestra; ninguno debe dudar sobre lo cierto que hay en este asunto, ni abrazar como cierto lo que no lo es, tanto que no quite todo temor de que será más del agrado del Altísimo el partido opuesto. La ley del Señor nos explica su voluntad, ella es la que nos tranquiliza y ella la que aparta de nosotros todo inconveniente; porque los que aman su ley abundarán en paz y se librarán de todo escándalo.129 ¿Y de dónde nos viene la turbación sino de que seguimos la propia voluntad?; y, resolviéndonos temerariamente a sus dictámenes, si sucede que nos impide o prohíbe lo que queremos, caemos inmediatamente en la impaciencia y en el escándalo o murmuración, sin atender a que cualquier suceso coopera al bien de los que son llamados a seguir el propósito de guardar la ley de Dios (por lo que son llamados santos) y que muchas cosas que nos parecen contingencias son la palabra de Dios que nos indica su voluntad. Es preciso que nuestros deseos todos se sometan a la determinación de Dios si queremos conseguir la paz, aquella paz eterna que Jesucristo nos dio y nos dejó,130 porque como dice [el] Profeta: si nosotros andamos en la luz de su rostro nos alegraremos con su nombre en todo el día, porque él es el único en quien, cuando estemos fatigados del peso de nuestra miseria, descansaremos y seremos recobrados.131 Aquellos pensamientos, dice en otra parte, más violentos y que se pegan con más fuerza al alma, aquellos que miran a las necesidades de nuestro cuerpo y que nacen como del polvo de su estructura, si se fijan un poco no hay duda que cuesta dificultad desterrarlos.132 ¿Qué debe129. “Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos” (Salmos 119, 65). 130. “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Juan 14, 27). 131. “En tu nombre se alegrarán todo el día, y en tu justicia serán enaltecidos. Porque tú eres la gloria de su poder, y por tu buena voluntad exaltarás nuestro poderío” (Salmos 89, 16-17). 132. “Sunt et aliae cogitationes violentae magis et fortius adhaerentes, quae videlicet ad necessitates naturae pertinent, et quasi ex eodem assumptae limo de quo et nos facti sumus; si paululum insederint, auelli nequeunt sine laesione et difficultate”; “Hay también otros pensamientos que se adhieren cada vez con más fuerza, que pertenecen a las necesidades de la naturaleza, y, por así decirlo, tomados de la misma arcilla de la que también fuimos hechos; si se han asentado un poco, no se
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rá hacerse en este conflicto sino exclamar con el santo Jacob: “Rubén, primogénito mío, no crezcas; mira que has subido al dormitorio de tu padre”?133 Rubén, pues, es la carnal y sanguínea concupiscencia que sube a nuestro cuarto, cuando no solamente toca la memoria de sus ideas sino que llega a cometer el hecho de la voluntad134 y la mancha con la torpe delectación. Se dice muy bien primogénito nuestro apetito carnal, porque él mismo comienza a insinuarse desde el principio de la vida; cuando los otros vicios se contraen regularmente en el proceso de la vida, de la malicia del mundo y de otras varias ocurrencias, conviene reprimir (ya que no pueda extinguirse totalmente) este apetito, de modo que tan presto como él se presenta en nuestro cuarto lo reprimamos, para que creciendo no nos dañe sino que esté bajo nuestro dominio, como dice la escritura: “estará sujeto tu apetito y tú lo dominarás”.135 Tal es la doctrina de san Bernardo, cuya ilustración presenta en breve el camino de tranquilizar un corazón, de cuyo fondo salen aquellos pensamientos malos que nos tiranizan hasta violentar nuestra alma a querer contra lo que Dios quiere de nosotros, y contra lo que nosotros, acordes siempre con sus altas resoluciones, debemos desear: sin pueden desgarrar sin daño o dificultad” (san Bernardo, “Sermo XXXI: De solicita cura cogitationum”, en op. cit., p. 912). 133. “Rubén, mi primogénito eres tú, mi vigor y las primicias de mi virilidad, plétora de pasión y de ímpetu, espumas como el agua: ¡Cuidado, no te desbordes!, porque subiste al lecho de tu padre; entonces violaste mi tálamo al subir” (Génesis 49, 3-4). Cuando murió Raquel (una de las esposas de Jacob) dando a luz a Benjamín, Rubén, el primogénito, violó a otra de las esposas de su padre —Bilhá— para evitar que Jacob la prefiriese sobre su madre; aunque las Escrituras no descartan que lo haya hecho por pura lujuria. En cualquier caso, ello le hizo perder la primogenitura. 134. Porque las acciones nacen de la voluntad, como escribió santo Tomás: “Para obrar se requieren tres cosas: razón dirigente, voluntad imperante y potencia ejecutora” (“Cuestión sobre el mal”, en Opúsculos y cuestiones selectas, tr. Ángel Martínez Casado, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2003, t. II, p. 645). El manuscrito trae “[…] cometer el lecho de la voluntad”, lo que sin duda tiene menos sentido y puede ser explicado como un error por parte del presunto copista. 135. Gorriño refiere en este punto el libro del Génesis (4, 7), que dice lo siguiente: “¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar”; aunque su razonamiento parece seguir más bien a santo Tomás, en el lugar en que escribe: “Contra esto: está lo que se dice en Gén. 4, 7: El apetito te estará sometido y lo dominarás. Luego el apetito inferior no mueve a la voluntad por necesidad” (Suma teológica, Cuestión 10, Artículo 3).
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prevenir estos juicios, si no conocemos estos no los podremos verificar en nuestros deseos, y si los conocemos es preciso acordarnos136 con ellos aun cuando el Rubén de nuestra concupiscencia conspire contra el reino de nuestro corazón. Allí viviremos tranquilos, si no dejamos entrar en él sino al dulce esposo nuestro que solo habita en la soledad donde nos habla el lenguaje de su amor; sus palabras, más dulces que la miel, no se acibaran137 por los trabajos más duros que opriman la pasión que tenemos por una tranquilidad según la carne, su voz dulce no se une bien con el gozo que resulta de la materialidad de nuestra estructura. Esto, a vista del mundo, son unos transportes138 de fanatismo o unos éxtasis propios de los santos, pero el mérito de estos bienes no debe estimarse por aquel juicio errado, ni la tranquilidad que proviene de la virtud cristiana y que no puede provenir completamente de otra parte se hizo solo para los que están en la unitiva;139 pues aunque estos la posean en un grado superior, todavía los demás grados menores de la virtud tienen anexa a sí una porción respectiva de felicidad que tranquiliza al virtuoso, tanto como él es capaz de recibir la gracia o las impresiones de un Dios que se comunica a sus creaturas, tanto como ellas se disponen para recibirlas.
136. “Determinar, resolver uniformemente, y de comun acuerdo, o por la mayór parte de votos, lo que se ha de hacer, ò executar” (Aut., s.v. “Acordar”). 137. Derivado del sustantivo “acíbar”: “El zumo que se saca de las pencas de la hierba llamada Zábila” (Aut., s.v. “Acíbar”), el verbo acibarar significaría “amargar”: “Echar acíbar en alguna cosa, para ponerla amarga” (Aut., s.v. “Acibarar”). 138. Sustantivación del verbo “transportar” que evoca su significado metafórico: “Enajenarse de la razón o del sentido, por pasión, éxtasis o accidente” (DLE, s.v. “Transportar”). Curiosamente, este significado no es registrado en el Diccionario de Autoridades, como sí en el actual diccionario de la Academia. En el mismo sentido lo usa Manuel Gorriño en su traducción de Los sepulcros de Hervey: “Los primeros transportes de dolor en que os constituye la pérdida de vuestros mas amados, hace creer que los placeres todos de la vida van á sepultarse con ellos para siempre” (Hervey, op. cit., p. 93). 139. La “vía unitiva” es una de las tres vías para la unión del alma con Dios: la vía purgativa purifica el alma de sus vicios mediante la penitencia y la oración; la vía iluminativa llega una vez purificada el alma, que se ilumina con la gracia y el deseo permanente de buscar a Dios; finalmente, la vía unitiva corona los esfuerzos produciendo un éxtasis que anula los sentidos con una experiencia inefable de Dios, aunque esta última solo es alcanzable para algunos elegidos (véase Lorenzo Martín, Theorica de las tres vías de la vida espiritual, Segorbe, por Miguel Sorolla, 1633).
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En el concepto de la sabiduría infinita de Dios, de su providencia extremada, del cuidado con que nos mira, es una soberbia intolerable querer contra su voluntad una cosa, o es una ceguedad reprehensible no conocer lo que él quiere cuando se manifiesta de unos modos tan palpables. Muchas veces se atribuye a causas naturales lo que no quiere conocerse como una determinación de lo alto; pero estas mismas causas ¿no manifiestan el orden por que se juntan?, ¿o Dios ha abandonado al acaso lo que primero creó dependiente de unas leyes por las que se mueven los astros del cielo y en la tierra corren los ríos, y por las que no cae en el invierno una hoja del árbol sin su voluntad? Nosotros querríamos dirigir nuestra vida según el capricho que forma el ídolo de nuestros deseos,140 sin conocer que los esfuerzos todos de un hombre no son capaces de torcer la corriente de nuestros sucesos hacia otra parte distinta de aquella por donde Dios la impele; su voluntad es el soplo que dirige el barco en que navegamos cuyas velas no pueden resistir su dirección,141 y todas las murmuraciones del mundo contra Dios, sus quejas e impaciencias, sirven tanto para mudar de situación como les sirvieron sus ladridos a los perros de la fábula que conspiraron contra la luna.142 140. El vínculo entre deseo e idolatría ya lo encontramos en san Pablo: “Haced morir, pues, lo terrenal en vuestros miembros: fornicación, impureza, pasiones lascivas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3, 5). 141. Gorriño construye aquí una alegoría sobre una analogía de largo aliento: la del alma y el cuerpo como piloto y navío que surcan el mar de la vida. La analogía inicia en Aristóteles quien, en De anima, había escrito: “Es perfectamente claro que el alma no es separable del cuerpo o, al menos, ciertas partes de la misma si es que es por naturaleza divisible: en efecto, la entelequia de ciertas partes del alma pertenece a las partes mismas del cuerpo. Nada se opone, sin embargo, a que ciertas partes de ella sean separables al no ser entelequia de cuerpo alguno. Por lo demás, no queda claro todavía si el alma es entelequia del cuerpo como lo es el piloto del navio” (Acerca del alma, tr. Tomás Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 1983, p. 170). Con todo, a pesar de las dudas expresadas aquí por Aristóteles, numerosos autores cristianos desarrollarían la analogía hasta conformar el tópico de la navegación del alma, que muy bien documenta Jessica Locke en su tesis doctoral (La navegación del alma en Eugenio de Salazar. Estudio y edición, Ciudad de México, El Colegio de México, 2005). 142. Una fábula bien conocida en la tradición ejemplar desde la Edad Media parte del motivo de la confusión, por parte de un perro, de la luna con un queso, lo que desencadena, en sus distintas variantes, diversos comportamientos perrunos de protesta o reclamo, según registra Friedrich Tubach en su Index Exemplorum: “1699. Dog, cheese, and shadow. A dog carrying cheese in its mouth sees the reflection of the cheese in the water. He drops the cheese in his attempt to secure the reflection”; así como Harriet Goldberg en su Motif-index of Medieval Spanish
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De suerte que por nuestra misma utilidad deberíamos tranquilizarnos en la situación más trabajosa, cuando no fuera por un motivo de religión, que siempre ofrece al hombre la seguridad que basta para no desear sino lo que tiene, y para no inquietarse en unas tribulaciones que son de la necesidad de la naturaleza, y que aunque sabemos que Dios las determina ¿quién puede decir por qué? Pues de las obras de Dios y de lo que pasa debajo del sol el hombre no puede dar razón alguna, y cuanto más se afane para entenderlas menos lo conseguirá;143 a nosotros no nos toca conocer los tiempos,144 y así todas nuestras especulaciones por conocer la causa de nuestro dolor, para quitarla, todos los ocursos que hacemos a los hombres para que nos ayuden son vanos. En solo Dios puede hallarse el consuelo, solo el acomodar nuestra voluntad con la suya puede dilatar un corazón que en el mundo no encuentra sino vanidad de vanidad y aflicción de espíritu.145 Oigamos a este propósito a Jeremías: “Maldito el hombre que en el hombre confía y que aparta su corazón de Dios”;146 sin duda fuera de él no encuentra sino la maldición de una vida llena de trabajos desde la juventud, y expuesta a todos los dolores. Los hijos buenos se conforman con la voluntad de sus padres y en ella se tranquilizan, los siervos con la de sus amos, los soldados con la de sus jefes, las esposas con las de sus maridos; en esto consiste el orden de las cosas, de los ejércitos y del mundo todo.147 Basta comFolk Narratives: “J1791.3. Diving for cheese. Animal Sees moon reflected in water and thinking it cheese, dives for it”. 143. “fui viendo que el ser humano no puede descubrir todas las obras de Dios, las obras que se realizan bajo el sol. Por más que se afane el hombre en buscar, nada descubre, y el mismo sabio, aunque diga saberlo, no es capaz de descubrirlo” (Eclesiastés 8, 17). 144. “Los que estaban reunidos le preguntaron: ‘Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?’ Él les contestó: ‘A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra’” (Hechos de los Apóstoles 1, 6-8). 145. Eclesiastés 1, 14. 146. “Así ha dicho el Señor: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que se apoya en lo humano y cuyo corazón se aparta del Señor” (Jeremías 17, 5). Nótese la invocación a “oír” a Jeremías, como quien predica un sermón. 147. La jerarquía estricta como base de la gobernabilidad es un argumento recurrente en la concepción de orden cristiano que es posible encontrar en los sermones y otras piezas oratorias de la Compañía de Jesús (véase al respecto Pérez, “Sobre la dimensión política […]”).
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prender la justa voluntad del que manda para que la siga gustoso el que la obedece y cree deber seguir unas órdenes que no puede quebrantar sin culpa. ¿Pues qué?, ¿solo a Dios no se ha de tributar el obediente obsequio, el justo homenaje148 de nuestra subordinación?, ¿a Dios, que es nuestro padre, nuestro jefe, nuestro señor y nuestro esposo?, ¿a Dios, de cuya santidad tenemos pruebas asombrosas, cuya bondad palpamos y cuya soberanía nos impone hacia él la subordinación más estrecha y más dulce?, obligación a la que nunca faltaremos sin delinquir gravísimamente y sin merecer un castigo terrible, así como el que lo obedece es premiado con una gloria de que no son dignas las pasiones mayores de este mundo? ¿Dónde está el buen juicio?, ¿dónde la razón?; el buey conoce a su dueño, el perro no ladra al que le da pan, el león se humilla al que lo favorece y el hombre conspira contra su creador, contra su dueño y contra el que lo ha inundado de su misericordia. ¿Desconfía acaso de su bondad?, pero esto sería una locura; ¿cree dirigirse mejor por sí que por una voluntad del altísimo?, esto es cerrar los ojos para ver mejor que con la luz; se resiente su sensibilidad de los trabajos, ¿pero el que los envía no le dará paciencia?; quiere poseer los bienes que otros gozan o envidia sus fortunas, ¿y quién podrá preguntar a Dios por qué hizo aquello y no esto? ¿Qué derecho tenemos a sus gracias? ¿Quién puede ser su consejero? ¿Nos arrastra nuestra pasión?, pues mortifiquemos los miembros que están sobre la tierra, la concupiscencia mala,149 la torpeza y la avaricia, pues por ellos nos entra la 148. Tachado: “tributo”. 149. Puede resultar extraño el concepto de “concupiscencia mala”, pues parece pleonasmo, sobre todo si partimos de la segunda acepción del Diccionario de Autoridades: “Se toma mui freqüentemente por apetito desordenado de lascivia y deshonestidad” (Aut., s.v. “Concupiscencia”); sentido que siguen los diccionarios contemporáneos: “En la moral católica, deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos” (DLE, s.v. “Concupiscencia”). Sin embargo, la etimología de la palabra sí que permitiría una interpretación digamos más neutral de este tipo de deseos: “desear con ardor, con ansia” (Santiago Segura Munguía, Nuevo diccionario etimológico latín-español y de las voces derivadas, Bilbao, Universidad de Deusto, 2013, s.v. “Concupio, -ere”); y más aún, el propio san Agustín distingue entre dos tipos de concupiscencia referida al apetito carnal: la concupiscentia nuptiarum y la concupiscentia carnis, siendo la primera lícita, al enmarcarse dentro del sacramento del matrimonio (El matrimonio y la concupiscencia, en Obras completas de San Agustín, t. XXXV, tr. Teodoro C. Madrid y Luis Arias Álvarez, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1984, pp. 233-297).
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muerte, ellos y no las determinaciones de Dios son la causa de nuestra inquietud. Fijemos la vista en su voluntad como los marineros en la estrella que los conduce; aquel divino astro es un signo de seguridad que nos tranquiliza en medio de las aguas y que nos lleva sin riesgo por entre escollos y arrecifes al puerto de la paz, al templo de la dicha, al descanso de la patria.150 Ella tranquiliza nuestro corazón, ella asegura nuestros medios, ella alivia nuestros dolores ella disipa nuestras tristezas, ella fortifica nuestra debilidad, ella ilumina nuestra ceguera, ella resuelve nuestras dudas, ella determina nuestras acciones, ella bonifica y premia nuestro trabajo, ella purifica nuestras obras, ella asegura nuestra esperanza, ella nos convida a hartar nuestro corazón de ella misma, que es Dios que se nos da todo como a riqueza única que debemos aspirar, como término de nuestra carrera, como blanco de nuestros deseos y como todo cuanto hay que amar, que gozar y que pedir. Hágase tu voluntad Dios mío y el mundo lograra la paz que tú le trajiste por prenda de tu amor y por premio de nuestra obediencia a tus mandatos.
150. Entiéndase en la segunda de las acepciones del Diccionario de autoridades: “Metaphoricamente se toma por el lugar proprio de qualquier cosa, aunque sea immaterial. Latín. Patria. Natale. Solum, i. LOP. Dorot. f. 190. Todas las acciones de hombre cuerdo y prudente volvieron a la pátria del entendimiento, de donde las había desterrado la inquietud de imaginarme aborrecido” (Aut., s.v. “Patria”). En este caso habría que entender “la patria celestial”.
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Discurso XII Los afectos de la carne que perturban la tranquilidad se pueden moderar con otros afectos del espíritu producidos por la razón
La tribulación de la carne enfermiza, aquella que atormentaba al mismo Apóstol y de la que deseaba ser libre,151 produce sin duda afectos que aun cuando no sean viciosos (porque provienen de la necesidad de la naturaleza) ellos, con todo, agitan vehementes el corazón y lo perturban de un modo extraordinario; ¿quién no podrá disculpar el dolor de una madre que llora desconsolada la muerte de su hijo?, ¿quién no creerá que un hombre que ha perdido el honor, la salud o la hacienda no debe dejarse dominar de la tristeza que producen unos reveses tan duros de fortuna? Es verdad que en una virtud y en una filosofía mediocre no puede desearse aquella generosa resistencia que es propia de la virtud y de la filosofía consumada; es preciso condonar algo a la debilidad de los que aún no se han poseído perfectamente, pero a estos tampoco le es disculpable dejarse llevar del ímpetu de sus doloridos afectos. Sin duda el corazón no puede vivir sin amar, como ni el alma sin pensar; la voluntad del hombre —de que aquella entraña es un símbolo por el que las naciones de todos los siglos, los sabios, los ignorantes y hasta la misma escritura la ha representado— sería una potencia
151. “Y para que no me exaltara demasiado por la grandeza de las revelaciones, se me clavó un aguijón en el cuerpo, un mensajero de Satanás, para que me abofetee y no deje que yo me enaltezca. Tres veces le he rogado al Señor que me lo quite, pero él me ha dicho: ‘Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.’ Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí” (2 Corintios 12, 7-9).
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frustránea152 si continuamente no se versara en algún objeto que la despierte y sostenga su acción, pero ¿es preciso acaso que se verse en objetos materiales? Es cierto que la corrupción de la naturaleza, que ha trastornado las funciones del espíritu, hace que el corazón, creado para amar cosas espirituales y por un amor cuya extensión y totalidad exige un bien inmenso e inamisible,153 tuerza el camino, mude de objeto, se engañe y crea que es su fin. Esta corrupción hace que se dedique todo a amar unos bienes que, como no son su término, nunca lo satisfacen; mas si los pierde, los siente y se conmueve con mucho daño suyo. Entonces le acomete un dolor que muchas veces lo consumirá si la voluntad fuera destructible, mas esto es absolutamente imposible pues ella no es otra cosa que el alma que quiere, así como el entendimiento es ella misma que discurre y la memoria es la misma que se acuerda.154 Vamos a ver de qué modo pueden burlarse los afectos materiales (digámoslo así) del corazón, con otros que en calidad de afectos son todos espirituales, como los anteriores, pero como dirigidos por la razón sin duda son más puros, más tranquilos y nos guían al amor de unos objetos más elevados. Es preciso para esto haber trabajado antes en dirigir nuestro amor a aquellos bienes de más alta esfera que los que ama el hombre por el consejo de los sentidos; pero cuando estos faltan, qué ocasión tan oportuna se presenta al corazón de sustituir, en vez de ellos, otros bienes que le quedan para buscarlos y ocupar su afecto, como el que pierde un bien que ama se consuela con el que le queda. De este modo, habiendo perdido Jacob a su hijo José, se consolaba con Benjamín y no quería perderlo como perdió a su hermano.155 152. “Inútil, y que no tiene efecto. Latín. Frustraneus. PACHEC. Orig. de las lágrym. pl. 35. Pues fuera frustráneo este beneficio, siendo impossible su comunicación” (Aut., s.v. “Frustráneo”). 153. “Que no se puede perder” (DLE, s.v. “Inamisible”). 154. Memoria, entendimiento y voluntad son las tres facultades del alma, según san Agustín, como reza el título del capítulo 11 del libro 10 de su De trinitate: “En la memoria radica la ciencia, en la inteligencia el ingenio, y la acción en la voluntad. Memoria, entendimiento y voluntad son unidad esencial y trinidad relativa” (Tratado de la Santísima Trinidad. Obras de San Agustín, t. V, tr. Luis Arias, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1956, p. 605). 155. En el libro del Génesis se narra cómo cuando los hermanos de José (ya funcionario del faraón y no conocido por estos) regresan a casa para llevar a Benjamín a Egipto, a fin de probar que no son espías y rescatar de ese modo a Simeón, retenido por José, el patriarca Jacob protesta en estos términos: “Ustedes me están
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Sobre este principio discurre David cuando dice: “¿por qué aborrecí todo camino de iniquidad?”, y responde: “porque amé tu ley”;156 aquí se ve claro la voluntad, que amaba lo primero y lo perdió tranquilamente por lo segundo. El principio de la sabiduría, ¿por qué es el temor de Dios sino porque este miedo produce un amor contrario al que el mundo produce?, a esto también alude aquello [de] san Agustín: “Dos amores fabricaron dos ciudades: el amor de Dios por el desprecio de sí mismo hizo una, que es la de Dios, y el amor de sí mismo por el desprecio de Dios fabricó la del diablo”.157 San Pablo apoya esta idea diciendo que la caridad excluye todo temor bajo,158 y el Eclesiástico asegura que los buenos aborrecen el pecado por el amor de la virtud y los malos por el temor de la pena.159 Esto es tan cierto en la práctica como lo es que el avariento refrena la gula con el amor de las riquezas, el soldado desprecia la vida por el amor de la fama. Para conocer esta verdad más claramente, es menester contemplar que el albedrío, ayudado de la gracia, no puede dejar de dominar si quiere todos los movimientos de la voluntad; él no es violentado sino en los raptos primeros de una pasión vehementísima, pero esto no se verifica con tanta frecuencia, ni estos raptos duran, a juicio de muchos filósofos, más de dos o tres días. Queda, pues, en nuestra mano el uso libre del albedrío; lo que si no fuera verdad, tampoco se nos imputaran como delito las obras contra la ley que hacemos instigados de una pasión. El libre albedrío, dice santo Tomás, domina el entendimiento; privando de mis hijos: José ya no está con nosotros ni Simeón tampoco. Y ahora se llevarán a Benjamín. ¡Contra mí son todas estas cosas! […] No irá mi hijo con ustedes; pues su hermano está muerto, y solo este me ha quedado. Si le aconteciera alguna desgracia en el camino por donde van, harán descender mis canas con dolor a la sepultura” (Génesis 42, 36-38). 156. En el salmo 119 se desarrolla esta idea, aunque no exactamente como la propone Gorriño: “Dichosos los que van por camino perfecto, los que proceden en la ley de Yahveh. Dichosos los que guardan sus dictámenes, los que le buscan de todo corazón, y los que, sin cometer iniquidad, andan por sus caminos. Tú tus ordenanzas promulgaste, para que sean guardadas cabalmente” (Salmos 119, 1-4). 157. “Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial” (san Agustín, La ciudad de Dios, p. 985). 158. Aunque Pablo tiene célebres y hermosas referencias a la caridad o el amor, como en 1 Corintios 13, la frase de Gorriño encuentra autorización más bien en la primera carta de Juan: “No hay miedo en el amor; mas el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor atormenta” (1 Juan 4, 18). 159. No ha sido posible encontrar la referencia de esta idea en el Eclesiástico.
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él rige la libertad de la memoria, rige la imaginación, refrena el apetito concupiscible e irascible, para excitar los afectos que los amplia y contiene a su agrado.160 No hay afecto, pues, que sin haber despreciado absolutamente la razón no se someta a los dictámenes de nuestro albedrío, de lo que tenemos mil ejemplos prácticos en nosotros mismos, sin buscarlos fuera. En lo exterior, se extiende su imperio hasta dominar los miembros de un modo [en] que ellos obran y se mueven según los dictámenes de nuestra libertad; ¿por qué no podremos hacer lo mismo con el corazón, sujetándolo con valor a la razón libre y expedita que debe dominarlo? Así, fue conveniente dotar al hombre de esta libertad como de un arma con que deshiciere los ataques del humor y del mecanismo de su cuerpo. Si careciéramos de esta libertad, capaz de resistir los antojos de la carne y los movimientos de la concupiscencia, sería preciso que pereciéramos indefensos, subyugados a los animales antojos de un bruto; los afectos más reos se mirarían como unas leyes cuyos límites no se podrían pasar, ¿puede pensarse un desatino mayor? El hombre tiene medios eficaces para resistir los afectos que lo perturben. Pero la divina y benéfica providencia, que surtió al hombre de ropa para abrigarse de los rigores del frío, que le dio agua para extinguir la sed, y luz para disipar las tinieblas, ¿podría haberle negado unos medios de tanta importancia como son los que sirven para ocurrir a la gran necesidad de consolar y quietar un corazón que, por sí, es un niño lleno de debilidades y de antojos, que llora y se ríe sucesivamente, que se enfada y desea sin término, y que necesita un ayo que lo enseñe a desear lo que le conviene y amar aquellas cosas que producen en él unos afectos contrarios a los de la carne y de la sangre? El hombre podría, en tal caso, envidiar la suerte de los animales más felices en su clase siguiendo el moderado instinto de la naturaleza, que lo fuera aquel entregado a la triste necesidad de seguir el impulso de las furiosas pasiones. Mas ¡cuánto distamos de una situación tan lamentable! La dicha verdadera se presenta a cada paso a nuestra vista; el deseo de lograrla toca con frecuencia a las puertas de nuestro corazón. Las nadas que amamos se atarían de los falsos y postizos adornos que nos atraen, mas 160. Tomás de Aquino, De Veritate, 24. El libre albedrío, tr. Juan Fernando Sellés, Pamplona, Universidad de Navarra, 2003, passim.
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no siempre logran seducirnos: un resto de virtud que no siempre queda extinguida en el alma clama a voces por el idioma de la conciencia, nos llama la atención para que fijemos la vista en los grandes objetos que forman nuestro verdadero interés, a ellos dirige nuestros afectos como criados para engrandecer al hombre, por el amor y práctica de un orden que, como una cadena que pende de la omnipotente mano, ata y une todas las cosas para llevarlas al mismo ser amabilísimo de quien proceden. Restablezcamos en nuestro corazón este orden; y remplazados entonces los afectos viles que nos dominan por otros nobles y grandes, viviremos serenos en el Caná delicioso de la virtud;161 y nuestra tranquilidad, inamisible, nos hará ver con indiferencia el trastorno del mundo y la162 suerte de sus amadores, como se ve seguro desde la ribera del mar el naufragio del barco que [se] entregó imprudente a los embates de sus olas.
161. Alegoría que parece referir al milagro de las bodas de Caná (Juan 2, 1-11), que es el primero de Jesús y con el que inicia propiamente su labor mesiánica; este milagro posee un simbolismo profundo alrededor de la transformación del agua en vino en el marco de un compromiso de vida como lo es una boda: un símbolo, al fin, de la conversión y la redención. 162. El manuscrito trae “de la”.
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Discurso XIII La tranquilidad es el patrimonio de los virtuosos: los malos no la han conocido
Una tranquilidad que no depende de la posesión del sumo bien que hemos dicho es el blanco de nuestros naturales deseos, es una ficción cuya apariencia no da descanso. En virtud de esto, como la virtud sea solo el camino para el sumo bien, los justos solo son los que, acercándose a este dichoso término, beben de él como de una copiosa fuente de tranquilidad que inunda sus corazones; y, por la razón inversa, como todo lo que no es ir al sumo bien es apartarse de él, en esta materia no hay medio alguno entre ir a él o alejarse mucho, porque no hay posada en que pararse en este camino. Los malos carecen absolutamente de una tranquilidad que no pueden conseguir por un modo opuesto al único por el que se alcanza. Estos, podrá suceder muy bien, que se tengan en algunas ocasiones por felices163 si, llevados de su exterior fortuna, no atienden a la pobreza de su corazón en medio de sus riquezas, y a su interior disgusto que no extingue164 en ellos los halagos de los materiales deleites y temporal felicidad en que se han fijado; pero al fin, ni su engaño es continuo, ni aun cuando están poseídos de él en tanto grado165 que no deseen otra cosa además de las que tienen y en las que se complacen. 163. María del Carmen Rovira incluye en su Pensamiento filosófico mexicano del siglo xix […], fragmentos de El hombre tranquilo […], aunque en una transcripción que no parece muy cuidada; esto lee Rovira de la oración anterior inmediata: “Esto podrá suceder muy bien que se venga en algunas ocasiones felices […]” (Rovira, op. cit., pp. 25-27). 164. Rovira] “al no extinguir”. 165. En el manuscrito: “[…] es en tanto grado”, lo que no hace sentido y, por tanto, lo consideramos una errata del presunto copista.
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Lo contrario sucede a los virtuosos, cuyo objeto les satisface, pues, como dice Boecio, así como la música hace músicos, la medicina médicos y la retórica oradores, la posesión de las virtudes hace felices;166 porque ellas producen en sus efectos aquella trabazón167 de todo lo que hay amable y bueno, que no puede ser sino Dios, porque en él solo reside la bondad y, por tanto, solo es digno de todo amor, y así el que lo posee, posee la bienaventuranza y él mismo es hecho bienaventurado. Los malos nunca pueden serlo, porque si fuera de Dios hubiera algo que pudiera hacer felices a sus poseedores, esto sería sin duda un verdadero bien y Dios en tal caso no fuera el sumo bien, porque para ser tal le faltaba la perfección del bien que es el ser único y autor de todo bien, fuera del que no hay bien alguno y en el que se encuentra el origen de todo bien. El sumo bien, además, debe ser indefectible;168 para ser indefectible debe ser eterno; y para ser eterno, poderoso. Lo primero se infiere de que un bien que no igualara el deseo de nuestra alma de ser feliz, que es un deseo eterno, no era sino un bien desproporcionado a la amplitud inmensa que solo puede llenarse de la magnitud de un bien tamaño como Dios, que es nuestro único y verdadero fin. Se infiere lo segundo [de] que si, como es cierto, el bien sumo a que aspiramos por un impulso de la naturaleza es indefectible y capaz de satisfacer el alma, que es eterna, él también debe ser eterno, no debe tener un contrario que lo destruya ni otro bien que lo iguale, porque sin lo uno se engaña el deseo del corazón y sin lo otro pudiéramos desear ser felices por otro modo, y ya dije antes que no puede ser bien sumo el que no es único. Todo esto se deduce de la idea de Dios impresa en nuestra alma e ilustrada con las luces de la Revelación y de la filosofía, que nos afianza en la idea de su poder infinito, incompatible con otro poder. Porque 166. “Nadie duda de que quien ha dado muestras de valentía es un valiente, ni de que un hombre dotado de rapidez es veloz. De la misma manera, la música hace al músico, la medicina al médico y la retórica a los oradores. Lo propio, pues, de cada disciplina es preparar para el ejercicio de la misma. No se entromete en operaciones contrarias a ella y, en la práctica, rechaza las opuestas. Pero las riquezas no pueden saciar la avaricia. El poder es incapaz de hacer dueño de sí mismo al que es prisionero de las cadenas insolubles de sus vicios. Y cuando un alto cargo recae en hombros indignos, lejos de hacerlo dignos, los delata, haciendo patente su indignidad” (Boecio, op. cit., p. 19). 167. Rovira] “aquellos trabajos”. 168. “Que no puede faltar o dejar de ser” (DLE, s.v. “Indefectible”).
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si supusiéramos que había otro Dios tan poderoso, el nuestro no sería infinito en sus perfecciones, sin lo que no puede comprenderse que sea Dios porque todo lo que podía el otro le faltaba de perfección a su poder; esto es la simplicidad que no se verifica en Dios sino por la negación de otro ente que tenga algo de común con él, de modo que pueda servir de límite a sus perfecciones, lo que sucedería habiendo otro poderoso, porque él, o no sería tal si nuestro Dios era dueño de su poder, o nuestro Dios no sería infinito si tenía alguna de sus perfecciones un término que lo contuviere o dónde se estrechase su infinidad. Resulta de aquí que no hay otro bien sumo que puede producir tranquilidad al alma del hombre sino Dios; que su idea nos da la verdadera del bien, y su ley santa nos manifiesta el camino para alcanzarlo. Sería preciso conceder que había otro dios si el malo gozase alguna vez de una tranquilidad verdadera, pero ¿puede discurrirse169 un delirio mayor como este?; aun la razón natural, desnuda de otro conocimiento revelado, lo repugna y lo detesta. Solo el verdadero Dios existe; y siendo los malos, como tales, incapaces de aspirar170 a Dios, son también incapaces de la tranquilidad verdadera, que es el mismo Dios, y del dulce sentimiento que vierte en el alma del virtuoso la posesión del sumo bien. Resulta [de] lo segundo que, siendo Dios absoluto en sí, no depende para obrar de las cosas naturales; y así, aunque estas se opongan a la tranquilidad exterior del hombre, él puede estar tranquilo, no obstante la adversa fortuna que parezca a la vista de los demás hacerlo infelicísimo, porque Dios lo hará felicísimo por un orden superior al que conocen los impíos. Síguese también que, en la realidad, los sucesos prósperos o adversos no influyen sino accidentalmente en nuestra tranquilidad; porque el malo, rodeado de su fortuna y de las circunstancias más halagüeñas de la vida, ni está ni puede 169. “Metaphoricamente vale examinar, pensar y conferir las razones que hai en favor o en contra de alguna cosa, infiriéndolas y sacándolas de sus principios. Latín. Excogitare. Discutere. Aliquid ex aliquo inferre. SAAV. Empr. 13. Quando el Pueblo no alcanza las acciones del Príncipe, las discurre, y siempre siniestramente. SOLIS, Com. Un bobo hace ciento. Jorn. 1. Mas con zelos quien discurre? pues son locura los zelos. Quien tal discurriera! Locución que equivale a Quien tal pensara, quien tal imaginara, quien tal creyera: de las quales se suele usar en las contingéncias no esperadas ni prevenidas. Latín. Quis cogitet? Quis crederet?” (Aut., s.v. “Discurrir”). 170. Tachado “ins[pirar]”, lo que efectivamente tendría poco sentido aquí.
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estar tranquilo, y un virtuoso, en los mayores tormentos y trabajos, es feliz sin que el dolor le turbe su gozo ni la alegría lo distraiga hacia otra parte. Así también dice: la pena y el gozo exterior pueden conducir algunas veces a aumentar o disminuir la tranquilidad interna, según el uso que haga de estas circunstancias el sujeto a quien se juntan. Se deduce igualmente que la idea de la verdadera tranquilidad es otra cosa distinta de la que se juzga vulgarmente. Es menester no confundir el deleite que resulta de las sensaciones materiales con el que se funda todo en la razón, que sostiene el juicio171 de nuestra felicidad;172 este es independiente de la situación de nuestros miembros y aun es contrario a esta situación que es obra de la carne, siendo este deleite efecto del espíritu. El primer deleite es el cebo de los mundanos, el segundo es el premio de la virtud: este es verdadero, firme y eterno, si voluntariamente no se desecha; el otro es falso y no está en nuestra mano fijarlo, pues la separación173 del cuerpo y del alma lo aniquilará174 en la muerte y lo sepultará175 en las sombras del sepulcro. Resulta además que, según los intentos del Creador, la felicidad que proviene de la virtud, como es la sola verdadera, es también la única que tranquiliza verdaderamente al hombre y que lo hace en cierto modo semejante a Dios, porque lo refunde176 en él y lo hace gozar de la felicidad de este Señor, que él mismo es su dicha y su bienaventuranza. El gozo de los malos, por el contrario, siendo obra del cuerpo los embrutece y los hace participar de las cualidades del dios que lo domina, y así llegan a ser bestias en cierto sentido. La escritura 171. Rovira] “que sostiene inico [sic]”. 172. Son estas ideas claramente estoicas, que vinculan la razón con la felicidad y en contra de todo sensualismo. Véase su desarrollo, por ejemplo, en Sobre la felicidad, de Séneca (tr. J. Azagra, Madrid, EDAF, 1997, passim). 173. Tachado “disolucion”. 174. Tachado “separaran”, sustituido por “aniquilaran”, lo que no tiene concordancia pues el sujeto es singular: “la separación”. 175. En el manuscrito: “sepultarán”. 176. En el sentido de “comprender” o “incluir”: “Usase muchas veces como verbo recíproco. Latín. Refundere. Attribuere. Includere. M. AGRED. tom. 1. num. 34. Mas queremos significar que las cosas están entre sí encadenadas, y suceden unas a otras: y imaginándolas con este orden objetivo, refundimos, para entenderlas mejor, el mismo orden en los actos de la divina ciencia y voluntad” (Aut., s.v. “Refundir”).
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santa llama espiritual, y aun Dios, al hombre que177 se aparta de sus miembros por guardar la ley, y anima al que no percibe las cosas del espíritu. Digan los malos si tienen algo que oponer a unas verdades cuya solidez burla todas las ilusiones de una felicidad tan buscada por la torpeza de los sentidos,178 como jamás hallada por estos adoradores de la materia: saben elevarse de esta un palmo y de aquí es que no conocen otro bien mayor que el mezquino y falso que buscan y creen hallar donde no puede haber sino vanidad de vanidad y aflicción de espíritu. La idea de la tranquilidad verdadera nunca se halló en el seno de las riquezas ni en el lodo de los deleites, ni en cosa alguna de las que [los] voluptuosos buscan un término más alto, más puro, que el que ofrecen todos los bienes de este mundo, cuya figura pasa como sombra. Él adormece y embriaga a sus amadores con sus fingidas dichas para que no sientan el mal que envuelven los dones con que él premia sus afanes, y la perdición a que los conduce su delirio. Después de todo, los justos son los habitadores del país de la tranquilidad; ellos únicamente perciben aquella dulzura superior a la de la miel, y del panal que exprime Dios con sus palabras en la boca de los que quieren guardarla. Los inicuos, dice David, me pintaron de un modo fabuloso las delicias de su179 vida, pero ellos no acertaron a fingir siquiera una tranquilidad como la que envuelve tu ley y mandatos, depositarios únicos de la verdad.180 Solo son dichosos en este mundo los que hacen una vida inmaculada; la Ley del Señor es el camino de la dicha, así como son malditos los que se apartan de sus mandamientos. No nos engañemos: sin discurrir por otros principios más elevados
177. No me ha sido posible encontrar ningún sitio de la Biblia en que se otorgue al hombre el estatus de Dios; en cualquier caso, es Pablo en su primera carta a los corintios quien expone una idea parecida: “Pero el hombre natural no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede comprender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio, el hombre espiritual lo juzga todo, mientras que él no es juzgado por nadie” (1 Corintios 2, 14-15). 178. Tachado “torpeza de vuestros amadores”. 179. Tachado “la”. 180. “Feliz es el hombre que no ha andado en el consejo de los inicuos, y en el camino de los pecadores no se ha parado, y en el asiento de los burladores no se ha sentado” (Salmos 1, 1).
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que los que nos ofrecen los sentidos, no puede conocerse una tranquilidad que no se compra con oro ni se pierde con la fortuna del siglo; este es el vino y la leche a cuya compra convida el Profeta, sin traer dinero para ella.181
181. “Oh, todos los sedientos, ¡vengan a las aguas! Y los que no tienen dinero, ¡vengan, compren y coman! Vengan, compren sin dinero y sin precio vino y leche” (Isaías 55, 1).
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Discurso XIV La tristeza debe huirse, las obras de la carne son su fomento. La tristeza que es según Dios es la útil
La idea que de la tristeza nos dan no solamente los filósofos182 y nuestra misma experiencia, sino también la escritura santa, debe animarnos para expelerla por los medios más eficaces que para ello conocemos. ¿Qué cosa más horrible puede leerse que la pintura que Moisés da del melancólico semblante de Caín?183 Estaban retratadas en él todas las furias que roían sus entrañas, y los temores que lo impelían a huir la muerte que se le presentaba amenazándolo en las manos de cada hombre que encontraba. Tal es el estado de abatimiento a que conduce al hombre la tristeza, como dice Salomón;184 como, por el contrario, ¡qué amabilidad resalta en el rostro del alegre!185 El gozo hace la edad
182. En la Suma de teología (Cuestión 41, Artículo 2), Tomás de Aquino considera la tristeza un vicio o bien una acompañante segura de varios vicios capitales (véase a este respecto el trabajo de Maite Nicuesa, La tristeza y su sujeto según Tomás de Aquino, Pamplona, Universidad de Navarra, 2010); aunque no era una propuesta original, pues ya algunos anacoretas cristianos de los primeros tiempos habían determinado la existencia de ocho pecados capitales, entre los cuales se encontraba la tristeza. 183. “Aconteció después de un tiempo que Caín trajo, del fruto de la tierra, una ofrenda al SEÑOR. Abel también trajo una ofrenda de los primogénitos de sus ovejas, lo mejor de ellas. Y el SEÑOR miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín ni su ofrenda. Por eso Caín se enfureció mucho, y decayó su semblante. Entonces el SEÑOR dijo a Caín: —¿Por qué te has enfurecido? ¿Por qué ha decaído tu semblante?” (Génesis 4, 3-7). Como puede verse, aquí Gorriño sigue la ahora cuestionada atribución del Génesis a Moisés. 184. “La congoja abate el corazón del hombre, pero la buena palabra lo alegra” (Proverbios 12, 25). Otra atribución cuestionada: la de los Proverbios a Salomón. 185. “El corazón alegre hermosea la cara, pero por el dolor del corazón el espíritu se abate” (Proverbios 15, 13).
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más florida, porque la libre de aquella peste que deseca los huesos y conduce al melancólico a la desesperación.186 No entregues pues tu alma a la negra tristeza, deja de afligirte con esas ideas que reproducen tan horribles pasiones; la alegría del corazón forma toda la economía de la vida del hombre, cuya vejez lo hará complacerse.187 Mira que la tristeza apresura el morir, opaca la virtud y dobla cruelmente al hombre bajo su terrible yugo,188 de lo que resulta cuán importante nos es conservarnos en una alegría que no solo influye en nuestro bien temporal sino [también] en el eterno. No hay duda [de] que la situación del país en que vivimos, que la condición de nuestra naturaleza, que nuestra previsión humana, que todo cuanto nos rodea despierta [en] el corazón, que mira con temor tantos males, el monstruo horrendo de la tristeza; pero nosotros debemos interesarnos muy poco en todo lo que, no siendo nuestro fin, pasará breve. Logrado nuestro fin, veremos serenamente la situación próspera o adversa del orbe todo; pero aún mientras vivimos no deben conmovernos sino muy poco las ocurrencias de un mundo, teatro de unas escenas tan pasajeras como el tiempo en que se representan: ¿qué pueden durar los trabajos en estas escenas fugaces y casi instantáneas?, ¿y nos hemos de acongojar por ellas? En realidad, los trabajos de la vida no influyen en nuestro mal sino porque nosotros, con el mal uso de ellas, hacemos que nos dañen. Estos mismos trabajos, lejos de haber sido un yugo de dolor para muchos que han sabido aprovecharse de ellos, han sido unos manantiales de gozo con que han afianzado su interior tranquilidad. No debemos pues turbarnos con la presencia de unos enemigos, que lo son nuestros, porque les damos nosotros mismos las armas con que nos hieren; y que, por el contrario, lejos de dañarnos, pueden sernos unos amigos útiles y contribuir a nuestra fortuna, si sabemos usar de ellos con sabiduría.
186. “El corazón alegre mejora la salud, pero un espíritu abatido seca los huesos” (Proverbios 17, 22). 187. “La alegría de corazón es la vida del hombre, el regocijo del varón, prolongación de sus días. Engaña tu alma y consuela tu corazón, echa lejos de ti la tristeza; que la tristeza perdió a muchos, y no hay en ella utilidad” (Eclesiástico 30, 22-23). 188. “Feliz el que de ella se resguarda, el que no pasa a través de su furor, el que su yugo no ha cargado, ni ha sido atado con sus coyundas. Porque su yugo es yugo de hierro, y coyundas de bronce sus coyundas” (Eclesiástico 28, 19-20).
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Además de esto, ¿cuál utilidad nos resulta de entristecernos según la carne?, ¿podrá acaso nuestra pena contener o disminuir el ímpetu de nuestros males?; por el contrario, agravará su peso. ¿Podrá nuestra aflicción mejorar o ablandar la dura condición de las cosas que nos atormenten? ¡Ah!, el corazón es muy sensible a los golpes crudos de la desgracia, sí, pero ¿que hemos de juzgar de nuestros trabajos por el criterio de la pasión?, ¿no distinguimos en medio de ellos una mano sabia y benéfica que lo dirige todo a nuestro bien?, ¿hemos de desesperar como unos ateístas que no conocen al Dios del consuelo ni una providencia paternal que vela siempre sobre nosotros? Tendremos muy poco juicio —y menos religión— si en los trabajos no acertamos a sentir sino los golpes de la animalidad, y si no hallamos entonces una virtud superior que nos sostenga. En verdad la tristeza para nada sirve; antes ella, ofuscando la razón estorba recurrir a Dios a quien, como dice san Bernardo, deshonra el que oprimido de sus trabajos no ocurre a su majestad (que lo sabrá librar) o los juzga como obra de un dios maniqueo que no sabe dar bien alguno. Ellos son obra de un Dios en cuyas manos están las almas de los justos, para que no los toque el tormento de la muerte por más que a los ojos de los necios parezca que van a morir.189 En la realidad, debe estar triste sobradamente aquel cuya alegría no puede producirse en su corazón sino de las causas materiales, cuyo gozo falso siempre está atado al llanto verdadero. Esta alegría falsa no puede satisfacer al hombre y, aunque alguna vez lo suspenda,190 es para arrojarlo desde muy arriba al fondo del dolor y hacerle su caída más sensible: almas miserables las que así os alegráis, compadeceos de vosotros mismos —dice el Eclesiástico— arrojando la tristeza que os amenaza y procurando la alegría que se consigue en el agrado de Dios, y en el arreglo de los sentimientos de vuestro corazón a las máximas de la virtud.191 Este es el medio único que hay para que el hombre se alegre verdaderamente, lo demás es engaño; es pre[ciso] reflexionar que, siendo 189. “En cambio, las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno” (Sabiduría 3, 1). 190. Aquí “suspender” vale por “Levantar, colgar, ò detener alguna cosa en alto, ò en el áire. Es tomado del Latino Suspendere. ARGENS. Maluc. lib. 2. pl. 77. A vista de los suyos suspendieron todos aquellos miembros por las almenas. ERCILL. Arauc. Cant. 10. Oct. 39.” (Aut., s.v. “Suspender”). 191. Eclesiástico 30 passim.
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la alegría un sentimiento del alma, no pueda ella adquirirlo sino por las leyes de su naturaleza y como esta la dirija toda a Dios: fuera de él no puede sentir alegría. Los prestigios del mundo y de las pasiones podrán, sí, ofuscar en el corazón las ideas justas y arregladas que dirigen al hombre por el camino recto a la casa del verdadero gozo, mas no extinguir absolutamente una secreta propensión a sus fines que le inspiró el creador para que se aliente con la esperanza de lograrlos, que es la fuente de la verdadera alegría; y así como el alma sola no puede producir al cuerpo192 aquella situación grata que este adquiere por las funciones propias de su naturaleza, tampoco el cuerpo puede producir al alma la verdadera alegría, sino por la situación en que el espíritu libre obra en su orden según sus principios y con arreglo a sus fines: ambos deben acordarse también para obrar de mancomún en los casos en que es preciso, según el orden que se pongan ambos de acuerdo, de otro modo se trastorna este orden y no puede haber alegría. En virtud de que,193 siendo contrario a los principios por los que el alma siente la alegría, el uso de los deleites corpóreos, estos nunca pueden tranquilizarla verdaderamente; y siéndole genial194 e interesante la virtud, con esta puede estar alegre, por más que el mundo todo se le contraríe. Bien podrá ella, en tal caso, alegrarse en los dolores, gloriarse en los trabajos y sentir un deleite consolador en las lágrimas y en las penas, como se dice de los apóstoles que iban gozosos ante el concilio de los judíos que los abominaban, porque se vieron dignos de sufrir contumelias195
192. Uso arcaico de la preposición “a” para señalar lugar de realización del verbo, que hoy expresaríamos con “en”: “no puede producir en el cuerpo aquella situación”. Sobreviven vestigios de dicho uso, como “ingresar a la universidad” en lugar de “ingresar en la universidad”. 193. En el manuscrito: “En virtud de lo que […]”. 194. Es decir, conforme a su genio: “Lo que es conforme al génio, gusto y inclinación de alguno” (Aut., s.v. “Genial”). 195. “Oprobrio, injúria, afrenta, ofensa de palabra dicha o hecha cara a cara a uno. Es voz puramente Latina Contumelia. NAVARR. Man. cap. 18. La injúria de palabras o señales con que uno a otro dice o significa en su presencia algún defecto de culpa, llamándole bellaco, beodo, &c. se llama contumélia. NIEREMB. Catec. Rom. part. 1. Lecc. 17. La afrenta o contumélia es una palabra que se dice para deshonrar al próximo: como quando se dice a uno que es ignorante, de poco juicio, vil, infame, y otras cosas semejantes. MANER. Apolog. cap. 14. Mostrando en la contumélia lo que sentía de aquelas deidades. VALVERD. Vid. de Christ. lib. 6. cap. 39. Deseaba satisfacer la hambre que tenia de contumélias y oprobrios” (Aut., s.v. “Contumelia”).
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por el nombre de Jesús.196 Este lenguaje es superior al del mundo, pero ¿por esto deja de ser verdadero?; aun en lo natural sucede que el errado concepto del vulgo en una materia no estorba que juzguen bien de ella los que la entienden, por más que piensen contra el juicio común de los demás. La tristeza, en fin, es una pasión reprobada, mala y digna de huirse como el mayor enemigo, pero hay una tristeza que —como dice Salomón— habita en el corazón del sabio;197 esta sin duda es útil al hombre porque no se versa en una estéril consternación que lo hace infeliz, sino que despierta su razón para que vuelva en sí y tome los partidos que le convienen para remediar los males que amenazan sobre su virtud y sus intereses. Un hombre que entrando en su corazón encuentre en él aquellos estragos que el vicio ha producido, ¿podrá menos que llorar amargamente como Pedro la culpa que cometió en negar cobardemente a su maestro? ¿Cuántas veces nos cub[ri]ríamos de horror si, como tenemos puesta la vista en nuestros intereses mundanos, entráramos a registrar el estado de los de nuestro espíritu? Un corazón disipado, una conciencia rea, unas pasiones dominantes, una religiosidad fingida y otros males que hallaríamos allí nos cubrirían de aquella confusión de que se alegraba el Apóstol se cubrieran los de Corinto con su primera carta. Oigámoslo con atención para concebir, según su doctrina, una idea verdadera de la tristeza que nos es útil: El Dios que consuela a los humildes —dice en su carta segunda a los corintios— nos ha consolado con la venida de Tito, quien nos ha contado con satisfacción y consuelo que observó en vosotros vuestro deseo, vuestro llanto, vuestra emulación por mi causa, de lo que recibí gusto; no me arrepiento de haberos contristado, aunque tuve de esto algún dolor que se me ha vuelto en alegría, no porque os contristasteis sino porque os contristasteis para hacer penitencia, porque os contristasteis según Dios, 196. “Ellos aceptaron su consejo, y después de llamar a los apóstoles, los azotaron y les ordenaron que no hablaran en el nombre de Jesús y los soltaron. Ellos, pues, salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre” (Hechos de los Apóstoles 5, 40-41). 197. “Mejor es el pesar que la risa, porque con la tristeza del rostro se enmienda el corazón” (Eclesiastés 7, 3). Véase también el capítulo 10 de los Proverbios, que expone un contraste entre el justo y el malvado en el que la tristeza tiene una función importante.
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sin que la causa que os dimos para entristeceros os causara algún detrimento.198
La tristeza que es según Dios obra la penitencia saludable, pero la tristeza según el siglo causa la muerte; ¿qué más claro puede mostrarse cuál es la tristeza digna del corazón de un hombre, que le sea útil y que le haga honor? Unos motivos como el que propone san Pablo son capaces solamente de bonificar la tristeza que de otro modo es la polilla del corazón, la destructora de nuestros mejores bienes, la ministra de la muerte y el horror en que el hombre se pierde sin reparo y sin el menor alivio.
198. Hermosa traducción de Gorriño, que la versión de Reina-Valera traería así: “Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito. Y no solo con su venida sino también con la consolación que él recibió en cuanto a ustedes, haciéndonos saber el anhelo de ustedes, sus lágrimas y su celo por mí, para que así me gozara más. Porque si bien les causé tristeza con la carta, no me pesa, aunque entonces sí me pesó; porque veo que aquella carta les causó tristeza solo por un tiempo. Ahora me gozo, no porque hayan sentido tristeza, sino porque fueron entristecidos hasta el arrepentimiento; pues han sido entristecidos según Dios, para que ningún daño sufrieran de nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios genera arrepentimiento para salvación, de lo que no hay que lamentarse; pero la tristeza del mundo degenera en muerte” (2 Corintios 7, 6-10).
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Discurso XV De los bienes y de los males respecto de los virtuosos y viciosos
No es dudable que muchas veces se presenta el camino de la virtud a los ojos del mundo tan lleno de trabajos, como de felicidades el de los vicios; pero para creer estas apariencias es preciso no oír a Dios, que nos da una idea genuina de la naturaleza de aquellos trabajos y de la condición de estas felicidades. Al oír en la sagrada escritura que nos conviene entrar en el reino de los cielos por muchas tribulaciones, al ver los tormentos innumerables que rodean a los justos y al contemplar que nadie puede ser virtuoso sino imitando a Jesús, cuya vida y muerte es un tejido de trabajos, de penas, de sudores, de luchas, de lágrimas y afanes, quién podrá creer que el camino de la virtud sea más feliz y más tranquilo que el de los malos, donde vemos mil veces la abundancia, la salud, el honor, la riqueza y otros muchos bienes como vinculados allí, al tiempo [en] que los virtuosos cubiertos de enfermedades, huyendo las persecuciones, llorando sus miserias, nos las hacen concebir como a unos hombres entregados a la fortuna más cruel, y desamparados de todo lo que puede consolarnos en esta vida. Esta objeción, demasiado especiosa,199 se deshace fácilmente con aquella respuesta tan sólida —como sabida— de que hay otro lugar fuera del mundo en donde reciba la virtud el premio de un Dios justo, así como el vicio su castigo. El Evangelio apoya esta respuesta de un modo evidente cuando dice, hablando con el rico que se queja de sus dolores: “Acuérdate que recibiste tantos bienes en tu vida y Lázaro sufrió tantos males, ¿qué mucho es que ahora él se gloríe y tú seas200 199. “Vale tambien aparente, colorado, adornado con engaño, disfrazado. Latín. Speciosus. SAAV. Empr. 92. Con qué especiosos nombres nos disfrazaron su tyranía los Romanos! VALVERD. Vid. de Christ. lib. 4. cap. 33. Con especiosa representación de culto y honra que al juicio humano les haceis” (Aut., s.v. “Especioso”). 200. Tachado “seas tu”.
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atormentado?”201 Como el valor intrínseco de los males y los bienes verdaderos de la vida no se valúa por la opinión de los hombres, tampoco se puede decir con verdad que los virtuosos estén llenos de males aunque parezcan infelicísimos, ni los malos de bienes por más que le rodeen todos los halagos de la fortuna; además de que los bienes verdaderos son solo aquellos que tienen conexión con la consecución del sumo bien, como hemos dicho antes, y son unos verdaderos males aun aquellas cosas que nos lisonjean los sentidos, porque son contrarias a aquella consecución. Hay también otras razones solidísimas con las que Dios ha querido convencernos de que el justo es más feliz en los trabajos de su condición que el impío en las glorias de su fortuna. El virtuoso, lleno de temores por dentro, rodeado por fuera de peligros, inundado en las tribulaciones de su carne, agitado de mil reveses de la fortuna, perseguido, pobre, mofado, carece sin duda de todo lo que el mundo ha estimado por amable y por feliz en la vida; ¿pero el juicio del mundo es acaso el criterio por donde hemos de juzgar una cosa de que el autor de la razón y de la verdad nos ha dado una idea absolutamente contraria? El señor nos asegura que el justo vive siempre en paz, que el mismo que le manda los trabajos lo sostiene en ellos; él hace que padezca para que sus penas lo conduzcan a su fin con más certeza. Tampoco estas penas son tan duras para el justo como aparecen por fuera: el amor que tiene a su señor se las suaviza; y este señor extiende continuamente su benéfica mano para enjugar sus lágrimas y para animar su debilidad, porque su corazón no caiga en el abatimiento. ¿Quién duda aún, según la opinión del mundo, cuán dulces son los trabajos que se expenden para conseguir lo que se ama mucho?, pues cómo no han de ser dulcísimos para el justo los que [se] sufren por lograr el objeto de su dulce amor, cuya memoria inunda sus pechos con un torrente de las más castas delicias: no son penosos los trabajos de los que aman sino que ellos mismos se deleitan, como los que cazan y montean.202 201. En la parábola de Lázaro y el rico, cuando este rogaba desde el Hades “Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua porque estoy atormentado en esta llama” (Lucas 16, 19-31). 202. “Buscar y perseguir la caza en los montes, o oxearla hácia algún sitio o parage, donde la esperan para tirarla. Latín. Venari. Feras insequi. B. CIUD. R. Epist.
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No ha habido uno tan necio que crea que Jacob estaba triste o que fuese infeliz en aquellos catorce años que sudó y suspiró por conseguir a Raquel la bella, ¿y se tendrán por infelices los que sufren algo por poseer a Dios, más hermoso, más dulce, más amable infinitamente que Raquel?; ello es cierto: que los que no se mueven por amor a sufrir estas penas no pueden llevarlas con alegría, como no hubiera llevado Jacob las suyas sin la esperanza de su amada. Así es que los del mundo, que no aman a Dios, puestos en las penas que con gozo sufren los virtuosos, lejos de estar alegres vivirían desesperados. La fortuna de los virtuosos no es exterior, ellos se complacen allá en el centro del alma porque allí habita el objeto de su esperanza y el término de sus tareas; ellos son los hijos de aquel rey cuya gloria y tranquilidad, dice David, es toda interior; y a esto alude también lo que dice san Pablo: en todas las cosas padecemos tribulaciones y no nos angustiamos, vivimos en pobreza extrema y nada nos falta, sufrimos persecuciones y no somos desamparados, nos humillan y no somos confundidos, hasta la tierra nos abate y no por eso somos perdidos.203 Tal es la ayuda que Dios da a los virtuosos en los trabajos, que se puede decir que ellos sufriendo nada sufren, y llorando son consolados por la ayuda de un Dios en quien los que esperan —asegura Isaías— se vestirán la fortaleza, tomarán alas como águila, correrán sin trabajo y andarán sin desfallecer.204 ¿Y cómo pueden creerse estas tribulaciones y trabajos de los virtuosos, tan duros como el mundo los juzga, sin una manifiesta impiedad? El Dios del amor, el Dios de la bondad, ¿podría imponer en el cuello dócil de sus amados un yugo insoportable?, ¿este Dios que aseguró que su yugo es suave y su carga liviana? El creer esta
52. Cá fue causa de non poder prender luego al Obispo y al Conde de Haro, cá eran idos a montear. ACOST. Hist. Ind. lib. 4. cap. 33. Como caza de monte, el primero que la montea y mata es el dueño” (Aut., s.v. “Montear”). Es frase de san Agustín, aunque podría haber sido tomada de fray Luis de Granada: “Porque como dice san Agustín: ‘No son penosos los trabajos de los que aman, sino antes ellos mismos deleitan; como los de los que pescan, montean, y cazan’” (Guía de pecadores, p. 255). 203. “Estamos atribulados en todo pero no angustiados; perplejos pero no desesperados; perseguidos pero no desamparados; abatidos pero no destruidos” (2 Corintios 4, 8). 204. “Pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; levantarán las alas como águilas. Correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40, 31).
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blasfemia sería una impiedad tanto mayor cuanto que, por confesión de los mismos virtuosos, este yugo es tan suave al que lo lleva como que sienten la ayuda del señor que no permite que los oprima ni aun ligeramente, sino que, como dijo por Oseas, les levanta el yugo y lo quita de sus mejillas;205 en lo que se verifica aquello a que nos convida Jesús con seguirlo, esto [es] el descanso en nuestros trabajos, no obstante que para seguirlo es menester negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y emprender el camino de la tribulación y del llanto. También es preciso confesar que no siempre los virtuosos carecen aun de los bienes temporales; estos, como se ha dicho, son una gratificación que Dios da a los que buscan su reino según les conviene: Dios conoce cuándo es oportuno dárselos sin peligros o negárselos para que no les sirvan de tentación. Pues como estos bienes distraigan al hombre aficionándolo a las cosas de la tierra, ellos serían en muchas ocasiones un tropiezo de la virtud; y así el que los justos no dejan de ser tan felices con la carencia de estos bienes que cuando los poseen como si no los poseyesen, pues ellos nada agregan o quitan a la substancia de su felicidad. Las tribulaciones de la virtud son, por otra parte, unas señas individuales de nuestra semejanza con Jesús, en la que estriba toda nuestra dicha temporal y eterna; porque un hombre que no se conforma con Jesús seguramente es un réprobo, y ¿quién, siéndolo, puede tenerse por feliz aun en esta vida? Por tanto, un hombre trabajado y virtuoso se complace de ver su hombre viejo crucificado con Cristo, para que así sea destruido el cuerpo del pecado y ya no se sirva más a la culpa.206 Los que han conocido la utilidad de las tribulaciones, lejos de huirlas o temerlas las han deseado, como santa Teresa de Jesús que tan afectuosamente exclamaba: “¡o morir o padecer!”.207 La felicidad de los impíos, por el contrario, ¿qué tiene de tal sino la apariencia? Así como la desgracia del virtuoso solamente lo es al 205. “Con cuerdas humanas los conduje, con lazos de amor, y fui para ellos como quien alza el yugo de sobre sus quijadas; me incliné y les di de comer” (Oseas 11, 4). 206. Es el argumento del capítulo 6 de la carta de san Pablo a los romanos. 207. “Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí” (Teresa de Jesús, El libro de la Vida, 40, 20: https://albalearning.com/audiolibros/steresa/lv-40.html, consultado el 10 de octubre de 2022).
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que no lo examina por dentro, yo temo mucho aquella tropa de felicidades temporales que vienen a un hombre ya en religión:208 no parece que apoya una dicha tanto más peligrosa cuanto [que] cae en un corazón débil, indevoto, y cuya hambre por las comidas de Egipto lo hacen tener ansia del maná del cielo. La misericordia de Dios, su bondad misma, esfuerza mi temor; no quiere su majestad que haya uno solo que carezca de su beneficencia, a todos hace merced y es tan bueno que aun a los que no tienen virtudes sobrenaturales, si no les da vida eterna, quiere a lo menos que disfruten sus riquezas en el orden en que ellos tal vez han merecido, y que se gocen en lo que ellos apetecen: así dice san Agustín que Dios premió las virtudes naturales de los romanos concediéndoles el sumo imperio de la tierra.209 De este modo es misericordioso con muchos que él conoce son réprobos. No puede sufrir su corazón bondadoso que carezcan de algún consuelo, aunque sea temporal siquiera, porque vivieron en su ley o porque son obras de sus manos en las que, como habita todo bien, es preciso alcancen algo los que han estado en ellas, según su capacidad y su aptitud. Pero ¡qué temible gozo es el de un impío cuyas felicidades no lo transportan ni lo aquietan, sino por un trastorno que los hace vivir tranquilos en tanto riesgo, como al que navegando duerme y sueña con alegría al tiempo que la embarcación se hunde en una borrasca que la traga por instantes, y que la eleva en sus olas hasta las nubes para sepultarla después en su seno. Unos bienes que apartan al hombre del sumo bien, unos bienes falsos, ¿cómo pueden causar una felicidad verdadera? Unos bienes en los que se halla una señal eterna de reprobación, unos bienes momentáneos, unos bienes imaginarios, ¿qué dicha es esta?, ¿qué dicha que se pueda envidiar? El hombre ciego, el hombre dormido, no 208. En el manuscrito: “en ya religión”. “En religión” refiere a aquellos que han realizado algún voto religioso: “Tomar el hábito en una orden o congregación religiosa” (DLE, s.v. “Entrar en religión”). 209. “La causa de la grandeza del Imperio romano ni es fortuita ni fatal, según la sentencia u opinión de aquellos que dicen que es fortuito lo que o no tiene causa o, si la tiene, no procede de algún orden razonable, y que es fatal lo que sucede por necesidad de cierto orden al margen de la voluntad de Dios y de los hombres. Indudablemente, la divina Providencia constituye los reinos humanos” (san Agustín, La ciudad de Dios, p. 332). La última frase de san Agustín sería, por supuesto, un poderoso argumento a favor de la monarquía.
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ve el riesgo en que está en ellos, pero ¿sus ojos no se abrirán alguna vez?, ¿él no ha de despertar?, ¿no verá entonces los horrores a que lo condujo su fortuna?, ¿no se lamentará sin fruto?, ¿no será irremediable su pena? ¡Sí!, todo esto nos lo asegura el mismo Dios, todo se infiere de los principios de la verdad revelada y todo tendrá efecto cuando venga aquel cuyo rostro hará desaparecer las sombras del error e iluminará los senos210 más impenetrables y oscuros de las tinieblas. Pues ¿para qué deseamos una felicidad tan peligrosa?, ¿para qué buscamos un gozo tan aparente y un mal tan cierto y tan lamentable? Esto es una locura, una necedad, pero al fin el número de los necios es infinito y por eso son tantos los que desean estos bienes.211 Si creemos
210. “Significa assimismo la concavidad, ò espacio, que forman algunas cosas con el rodéo, ò vueltas en su movimiento. Lat. Sinus. MEND. Vid. de N. Señora, Copl. 628. Bramó el mar, abrió la tierra sus duros templados senos, y en yá cadáveres vivos la vida cobró sus muertos” (Aut., s.v. “Seno”). 211. Una parábola del jesuita novohispano Juan Martínez de la Parra (1653-1701) ilustra muy bien esta idea: “En cierta ciudad un poderoso, estando a la muerte, hizo su testamento con una cláusula extraña y rara; porque dijo que instituía por heredero de su hacienda toda, que era mucha, al hombre que se hallara más necio, y para esto les tomó juramento a sus albaceas de que lo cumplirían así. ‘Dicho de necio’, dirán (ya lo oigo), pero ven aquí puestos en una gravísima dificultad a los albaceas sobre determinar quién sería el heredero; porque necios a cada paso los hallaban, pero, como había de ser el más necio, no era fácil entre muchos necios determinar cuál lo era más. Visitaron muchas clases de necios (que no hay ahora lugar de referirlas) y, continuando en sus diligencias, llegaron a una ciudad a cuyas puertas, entre muchedumbre de gente y ministros de justicia, encontraron a un miserable hombre que, desnudo y maniatado, lo llevaban a ahorcar. Preguntaron al punto que por qué: —Porque este año acaba de ser gobernador de esta ciudad. —¿Por eso? ¿Pues ha cometido algunos delitos? —No, señor. Pero es ley que aquí hay que el año que cada uno gobierna se le dé gusto en todo cuanto pidiere, mandare, que sea muy servido y obedecido de todos; pero, en cumpliendo el año, al punto sin remisión alguna lo saquen fuera y lo ahorquen. Y eso vamos a ejecutar. —Luego, ¿eso hay? ¿Y con eso hay alguno que quiera entrar por gobernador? Es imposible, es imposible, porque ¿quién había de querer ese gobierno, aunque fuera de todo el mundo, habiendo tan presto de acabar su gobierno en una horca? Y así no tendréis ya quien sea vuestro gobernador... —¿Cómo no? Entren en la ciudad y lo verán. Entraron y vieron a uno que, con grandes ansias, diligencias, regalos y dineros, pretendía el gobierno. ‘¿Esto sucede? —dicen atónitos al verlo—, ¿tal hombre puede haber en el mundo? Pues ya no tenemos más que cansarnos. Este, este es el mayor necio que hay ni puede haber en el mundo’. Y al punto le entregaron toda la herencia” (en Pérez, Exempla novohispanos […], op. cit., pp. 302-303).
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[a] aquel sabio que probó todas las grandezas, todas las honras, todas las felicidades y delicias que el mundo puede dar a sus amadores, es preciso tenerlas por lo que él mismo las califica, asegurando que todas son vanidad y aflicción de espíritu.212 Y en verdad que unos bienes que se juntan con la separación del hombre de sus verdaderos fines, unos bienes que Dios, que es el autor de todos, da o por castigo o como se dan a los perros las migajas de la mesa en que comen sus hijos, ¿qué bienes pueden ser estos? Pero cuando fueran tales, ¿cómo podría el hombre fijar su confianza en ellos, que ni lo aseguran aun en esta vida ni le dan una quietud que pueda tranquilizarlo en su posesión? Porque el oro que se adquiere con tantas fatigas no se conserva sin mucho susto; el honor que se busca con tanto desasosiego se pierde con poco motivo; los deleites que se gozan con tanta inquietud son muy breves y producen unos dolores muy dilatados. Así es toda la felicidad de los impíos, semejante a aquel cáliz de Babilonia: por de fuera dorado y de dentro lleno de veneno;213 y aquel canto de las sirenas que adormece y para el que el mismo Ulises previno sus oídos tapándolos de cera que impidiese penetrara en el sentido por donde se perdieron muchos que lo habían oído.214 A los impíos concede Dios muchas veces aquellos dones de los que, dice san Agustín, niega Dios con benignidad y cuando está ai212. Esta es la cuarta vez que se cita Eclesiastés 1, 14. El desengaño es también uno de los temas estoicos importantes de esta obra: uno de los primeros pasos en el camino de la tranquilidad. 213. “Así puedes discurrir por la vida de los avarientos, de los mundanos y de los que buscan la gloria de el mundo con las armas o con las privanzas, y en todos ellos hallarás grandes tragedias de dulces principios y desastrados fines; porque esta es la condición de aquel cáliz de Babilonia: por de fuera dorado, y de dentro lleno de veneno” (Granada, Guía de pecadores, p. 275). Véase también Apocalipsis 17, 4: “La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y estaba adornada con oro y piedras preciosas y perlas. En su mano tenía una copa de oro llena de abominaciones y de las impurezas de su inmoralidad”. 214. En realidad, Ulises no tapó sus oídos, solo los de sus marineros: “tapa las orejas de tus compañeros, amasando cera dulce cual miel, no sea que alguien las oiga de los otros; empero, si tú mismo quieres oírlas, que en la rauda nave te aten los pies y las manos, recto, en la base del mástil, y desde él se amarren los cabos, para que, deleitándote, oigas la voz de entrambas Sirenas. Si a tus compañeros acaso suplicas y ordenas soltarte, que ellos entonces te lacen con lazos aún más numerosos” (Homero, Odisea, tr. Pedro C. Tapia, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017, p. 200).
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rado vierte en las manos de los que castiga.215 Tales son unos bienes cuya posesión serviría de daño al justo si se concedieran, y se dan por castigo al malo, de quien son apetecidos, para aumento de sus culpas y para agravar el peso de sus conciencias cargadas de iniquidad. Estos son aquellos lazos, dice el Profeta, que lloverá Dios sobre los pecadores, en los que ¿quién podrá tenerse por seguro ni quién podrá complacerse?; como que son unas glorias obra de la justicia de un Dios airado, que con ellas mismas da una señal de la ira que amenaza la cabeza de los impíos, coronada de rosas y colmada de honor aparente y de transitoria felicidad, que pasa apenas comienza y que solo distrae a los pecadores un instante para hacerlas sentir con más vehemencia lo agudo de los dolores con que serán castigados. Por esto dice la Sabiduría que los impíos apenas nacieron dejaron ya de existir,216 por lo que al fin les sucederá como aquellos que pelearon contra el monte Sion, figura de Jesucristo, de lo que dice Isaías: “Así como el que tiene hambre y sueña que come, después que despierta se halla burlado y hambriento, y como al que tiene sed y conoce o sueña que bebe al despertar tiene aún la misma sed y conoce cuan vano fue su contentamiento cuando pensaba que bebía, así sucederá a todas las gentes que pelearon contra el monte Sion”.217 Pero la felicidad de los malos ¿por qué aparece tan brillante y seductora a nuestros ojos sino porque vemos en ella más bien del que realmente tiene, agregándole nuestra imaginación lo que falta? Ella en la realidad no remeda tan bien el semblante de la dicha que no descubra mucho de su fingimiento en los males de que esta mezclada; 215. “el buen cristiano, soporta pacientemente la felicidad de los malos, y los sufrimientos de los buenos; tolera hasta el fin del mundo, hasta que desaparezca la maldad. Éste tal es ya bienaventurado, y a él Dios le ha enseñado con su ley, y le mitigó los días malos, mientras que se cava el hoyo para el pecador” (san Agustín, Sermón al pueblo, tr. Miguel Fuertes Lanero, https://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/esposizione_salmo_114_testo.htm, consultado el 4 de mayo de 2022). 216. “Lo mismo nosotros: apenas nacidos, dejamos de existir, y no podemos mostrar vestigio alguno de virtud; nos gastamos en nuestra maldad” (Sabiduría 5, 13). 217. “Será como cuando el que tiene hambre sueña, y he aquí está comiendo; pero cuando despierta, su estómago está vacío. Será como cuando el que tiene sed sueña, y he aquí está bebiendo; pero cuando despierta, se encuentra desfallecido, y su garganta está reseca. Así sucederá con la multitud de todas las naciones que combaten contra el monte Sion” (Isaías 29, 8). La traducción de Manuel Gorriño es idéntica a la que trae fray Luis de Granada en su Guía de pecadores, p. 266.
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culpable ceguedad es que el hombre la ame estando llena de tales miserias, y que la ame de modo que no huya y se guarde de estas miserias como naturalmente debía ser, por el principio que nos hace huir de todo lo que nos daña. Al fin los impíos han llegado a confesar, como se lee en el libro de la Sabiduría, que anduvieron aporreados por el camino de la maldad y perdición y que sus caminos fueron ásperos y dificultosos, y que siendo el camino del Señor tan llano jamás lo supieron andar;218 ¿y de qué les servirá esta confesión, cuando ya no puedan remediar su yerro, sino de mayor pena? Ellos tienen viviendo sobradas luces para distinguir la falsedad de su gloria, y se niegan a los avisos que ella misma les presenta en aquella agitación continua, por la que son llevados de una cadena de deseos a todos los vicios, sin que jamás logren la tranquilidad que cada uno se promete y en ninguno de ellos consigue. ¿Quién puede negar al fin que más felices son los buenos en sus penas que los malos en sus dichas? Aquellos gozan de unos bienes reales, aun cuando parece que van a ser destruidos; los malos, por el contrario, van consumiéndose con sus aparentes bienes, como el que bajo la ropa brillante trae brasas encendidas, según la expresión de un oráculo.219 Pero no se puede disimular aquí que nuestra naturaleza ignorante cuando emprendemos la virtud, se espanta con los trabajos que los sentidos le anuncian ha de padecer, y a los que teme no podrá resistir; desconfianza grosera que olvida la mano que nos halaga aun cuando parece que nos hiere: mano de un padre que castiga con amor y de un médico que corta y quema, no para hacernos morir sino para sanarnos, no para prolongar ni hacer más intensos los dolores de nuestras llagas sino para quietarlas, como aquel piadoso samaritano que derramaba en ellas vino y aceite que las cicatriza.220 ¿Quién podrá negar esto sin desmentir al Apóstol que lo dice con la mayor claridad, en nombre suyo y de todos los buenos? El pasaje citado antes demuestra con evidencia la sabiduría con que dirige Dios los contrastes que siguen a los justos para que sin destruirlos 218. “Nos hartamos de andar por sendas de iniquidad y perdición, atravesamos desiertos intransitables; pero el camino del Señor, no lo conocimos” (Sabiduría 5, 7). 219. “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que se quemen sus vestidos? ¿Andará el hombre sobre las brasas sin que se le quemen los pies?” (Proverbios 6, 27-28). 220. La parábola del Buen Samaritano se encuentra en Lucas 10, 30-35.
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los purifiquen, y para que sin hacerlos infelices en esta vida los aparten de los lazos del mundo en donde no se halla sino tribulación, y en donde solo se mantiene el hombre de lágrimas y amargura. Aun aquellos trabajos que debían sufrir los justos lo mismo que los malos, por la condición en que nos hizo nacer la culpa que corrompió toda naturaleza, a merced de la gracia superior a ella son llevados por los buenos con una constancia indecible, en que resulta aquel favor con que Dios honra a sus amados. El principado de estos se ve lleno de valor y de resistencia, por lo que el mismo Apóstol había escrito antes del lugar citado: “Tenemos nuestro tesoro en vasos de tierra, porque la alteza y la elevación nazca del omnipotente y no de nosotros mismos”.221 Por el contrario, el impío está como un mar que hierve y no tiene sosiego, no hay paz para los malos;222 el Señor es su enemigo ¿y quién puede sufrir mayor trabajo?, ¿qué bien es compatible con tan inaudito mal?, ¿puede haber alguno que frustre la ira del Señor, que es sonido de espanto siempre en sus oídos, por lo que el malo nunca cree poder salir de tinieblas?223 Él mira el contorno recatándose224 por todas partes de la espada, atemorízase de la tribulación y cércale alrededor la angustia y el sobresalto. Y, por el contrario, aunque en lo exterior cerquen al justo aquellas tan decantadas tribulaciones de que se asusta nuestra pueril debilidad, él siempre feliz se complace en las liberalidades de su amigo y su Señor que describe Isaías: Alegraos justos con Jerusalén, regocijaos con ella todos los que llorabais, porque puestos a los pechos de su contento los chupéis y quedéis hartos, para que los exprimáis y redundéis en los gozos de su perfecta gloria, porque el Señor dijo: “yo precipitaré sobre ella como un río de paz, allí seréis traídos a los pechos y sobre el regazo os llenarán de do-
221. 2 Corintios 4, 7. 222. “Los malos son como mar agitada cuando no puede calmarse, cuyas aguas lanzan cieno y lodo. No hay paz para los malvados” (Isaías 57, 20-21). 223. “El impío se retuerce de dolor todos los días, y un cierto número de años han sido reservados para el tirano. Voces de espanto resuenan en sus oídos, y aun en la paz vendrá su destructor” (Job 15, 20-21). 224. “Vale temer o rezelar en la resolución de alguna cosa. Latín. Vereri. Timere. AMBR. MOR. tom. 1. f. 214. Aunque no hai duda, sino que el Santo se recataba mucho en poner en el Breviário cosas destos Santos” (Aut., s.v. “Recatarse”).
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nes, como cuando una madre acaricia a sus hijos, así yo os consolaré a vosotros”.225
¿Puede haber un motivo mayor de consuelo para el justo que tan magníficas promesas?, ¿puede haber trabajo que no se emprenda por lograr tanta dicha?, ¿ni puede el mundo jamás conceder a sus hijos tanta alegría, tantos bienes y con tanta seguridad?
225. “‘Alégrense con Jerusalén, y gócense con ella, todos los que la aman. Regocíjense, todos los que están de duelo por ella, para que mamen y se sacien de los pechos de sus consolaciones, para que absorban y se deleiten a seno lleno’. Porque así ha dicho el Señor: ‘He aquí que yo extiendo sobre ella la paz como un río, y la gloria de las naciones como un arroyo que se desborda. Mamarán y serán traídos sobre la cadera, y sobre las rodillas serán acariciados. Como aquel a quien su madre consuela, así los consolaré yo a ustedes’” (Isaías 66, 10-13).
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Discurso XVI El conocimiento de una virtud verdadera produce el de la tranquilidad
Aunque muchos hablan de la virtud, la buscan y quieren seguirla, al parecer hay muy pocos, no obstante, que la conozcan sin preocupación y que la sigan con firmeza: en cuanto a lo primero, se advierte en el común de los cristianos un fantasma de virtud, obra todo de sus humores, de su capricho y de su genio; y lo segundo nos recuerda la inconstancia con que se sostiene la virtud emprendida, cuando para esto se necesita violentarnos y seguir una ley de contradicción con la de los miembros, en cuyo triunfo consiste la virtud propiamente tal. Los que son virtuosos solamente cuando hallan poco en que violentarse (o lo dejan de ser cuando habla[n] la carne y las pasiones) quieren convenir los derechos de la virtud con los de la carne y de la sangre, cosa no menos extravagante que imposible, pero que ha engañado a muchos y los ha hecho formar una ley y una religión a su antojo. La respuesta que dio a Jesucristo al joven que le preguntó qué haría para entrar en el cielo nos descubre de un golpe todo el genio de la virtud, que consiste en guardar los mandamientos, ley que se suma toda en el precepto de amar a Dios y al prójimo;226 a aquel sobre todo
226. “Cuando salía para continuar su camino, un hombre vino corriendo, se puso de rodillas delante de él y le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué haré para obtener la vida eterna? Pero Jesús le dijo: —¿Por qué me llamas ‘bueno’? Ninguno es bueno, sino solo uno, Dios. Tú conoces los mandamientos: No cometas homicidio, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre. Pero él le dijo: —Maestro, todo esto he guardado desde mi juventud. Entonces, al mirarlo Jesús, le amó y le dijo: —Una cosa te falta: Anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres; y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Pero él, abatido por esta palabra, se fue triste porque tenía muchas posesiones” (Marcos 10, 17-22).
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y a este como a nosotros mismos, al uno sin medida y al otro con toda la extensión que franquea nuestro corazón a nosotros mismos. En lo que se ve cuán suavemente es una ley que se funda en el sentimiento más dulce que tiene el corazón humano, cual es el amor, agente el más poderoso para mover al hombre no solo a verificar con prontitud las acciones en que su fortaleza tiene poco que hacer, sino aun en las que suponen aquellos esfuerzos que lo han llevado mil ocasiones a cometer las más heroicas empresas, sin sentir pena en las contradicciones más fuertes. Era conveniente que el amor acabara lo que empezó el amor: el que tuvo Dios a los hombres formó unas leyes que son como227 el código de su felicidad, y esta debía ser el resultado de la observancia de unos preceptos que nos dirigen al sumo bien. La práctica de ellos, en virtud de lo dicho, es sin duda la virtud (hija del orden y de la razón) que debe existir en la ley de todo lo que obramos, así como el vicio es un desorden de nuestras obras respecto de la ley y una deserción del término que esta representa a cada uno, para que lo ande en aquellos pasos por los que su respectivo estado lo conduce con dirección siempre a su fin. De suerte que Dios —que llama a todos— les ha mostrado igualmente el modo de ir a él presentándoles una situación sobre cuyo plan deben conducirse, con atención a todos los respetos que forman el conjunto de sus obligaciones; ni uno solo hay que en su situación no encuentre demarcados todos los rumbos de su felicidad, cumpliendo las obligaciones que su estado le impone y evitando las acciones que le son prohibidas. Con qué gusto seguirá esta luz el que considerare con buen ánimo que nuestro Dios amante es quien nos llama, y que nuestra felicidad es el término de una vida sujeta a las leyes que lo conducen con regla y virtuosamente. Las falsas ideas de la felicidad, el no conocer bien lo que somos y lo que debíamos ser, el descuido de meditar sobre nuestras acciones y de compararlas con la ley, hacen que el hombre, descuidado de lo que le importa, se distraiga en unas vanas acciones que no pueden serle útiles y que solo conducen al trastorno de sus verdaderos intereses. Hay muy pocos que piensen en formarse por aquellos principios de rectitud que la religión les dicta; los más tratan de ser lo que ni les es 227. “Como son”, en el manuscrito.
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concedido ser y que muy lejos de aprovecharse de alguna manera les es dañoso, por lo que les está prohibido. Como por lo regular la imaginación de los hombres está desordenada, les parece asequible lo que la providencia les ha negado, siendo así que cada hombre, antes de existir, ya está retratado desde su concepción hasta su muerte en los diseños indefectibles de la mente de Dios, que ve todo lo futuro como si estuviera presente, porque lo ve en la eternidad de sus conocimientos donde no hay antes ni después, y donde todo se presenta sin la imperfección que lo vería si a la manera del hombre distinguiera sucesivamente lo que los más débiles de los mortales no pueden ver en un tiempo que aún no ha llegado. Cada uno ha de ser lo que Dios quiso al criarlo que fuese, y [ello] aunque su albedrío puede llevarlo libremente al descamino y al desorden, huyendo de los medios que para ser feliz le propone Dios en su particular situación; pero él no puede, aunque quiera, ser feliz por otros que los que le ofrece la providencia para que use de ellos libremente en el recinto de su condición. Me explicaré: Dios creó a un pobre para que por medio de su pobreza se salvara; su majestad sabe que así le conviene, este es el recinto de su condición y en ella solamente puede hallar los medios más proporcionados a su fin; ¿podrá este mudar de condición?, ¿podrá, aunque quiera, ser feliz por otro modo, podrá variar de circunstancias a su arbitrio? No, porque esto sería una ofensa de la sabiduría de un Dios cuyas obras, si pudieran ser mejoradas por otro agente, ella no sería tan perfecta y el agente acaso no sería inferior a su majestad; todo lo que, pensado solamente, es un delirio. La rectitud en general tiene principios que, adaptados en particular a cada hombre, le muestran un modo por el que debe santificarse; tampoco es lícito a ninguno cambiar de suerte, en cuanto esta depende de Dios que la atempera a cada uno para que por ella misma se perfeccione. Esto se evidencia con el conocimiento que la religión nos da de una virtud adaptable a todos los estados y condiciones; pues un hombre no depende para ser virtuoso de las circunstancias que lo rodean, sino de la voluntad que las hace servir a sus fines por un orden virtuoso en el que todo es indiferente, y solo se determina por el arbitrio del hombre según el modo en que usa de ello conforme a la ley o contra de ella, de lo que resulta el vicio o la virtud. Sería preciso despojar al hombre de la libertad si quisiéramos hacer depender sus virtudes de las circunstancias en que cada uno se mira:
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estas, si se juzgaran opuestas a la virtud, harían al vicioso vivir inculpadamente en sus maldades, como quiera que no tenía arbitrio para lo contrario; pero la falsedad de esta suposición prueba que ninguna suerte contraria o adversa puede estorbar al hombre la práctica de aquellas máximas religiosas que le enseñaran a valerse de todos los sucesos de la vida para elevarse. El caso es que los hombres son tan amantes de sus ideas que, aunque pocos hay que no quisieran ser virtuosos, hay aún menos que quieran serlo del modo que pueden según sus circunstancias: un enfermo que puede santificarse con la paciencia en sus dolores cree que en salud sería mejor ejercitando muchas virtudes imaginarias, que un sano que piensa solo en abusar de su salud [y] espera obrar cuando enferme, y todos están siempre deseando ser lo que no les es concedido y perdiendo la ocasión de ser virtuosos en la situación más propia para ellos, que es la que Dios les ofrece en los trabajos o en los medios que su actual situación les presenta. Ella es por lo regular la voz de Dios que les llama, y en ella les ofrece todos los auxilios bastantes para conseguir su fin. Esta es una de las principales razones (y acaso la mayor) para no desear otra positura228 distinta para seguir la virtud. Sin la gracia no puede hacerse esto por un hombre que por sí solo no es capaz de tener un pensamiento bueno, y que por otra parte no puede obligar a Dios a que le de sus auxilios del modo que al mismo hombre le agrada; porque estos, además de ser graciosos, se producen del modo que conviene, y si se dan en esta situación no es creíble sean aquí inútiles o que estarían mejor dados en otra. Con que si aquí no se aprovechan allí no se recibirían, por lo que al hombre toca solo seguir la gracia del modo [en] que se le ofrece, sin entregarse a inútiles deseos que solo sirven para hacerlo perder la ocasión que se le presenta en su estado de vivir, en el contento y fortalecido con la gracia que con las obligaciones que Dios le ha puesto le concede. Pocas veces tienen los hombres una idea genuina de la virtud, y desnuda de aquellas falsas preocupaciones por las que se la cree unas veces demasiado austera y otras capaz de avenirse con ciertas cos-
228. Entiéndase “no desear otra situación o estado distinto”: “Lo mismo que Postúra. Es voz puramente Latina Positura. Se toma tambien por estado o disposición de alguna cosa. Latín. Status. Ordo, nis” (Aut. s.v. “Positura”).
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tumbres que ella reprueba. Muchos la creen impracticable, por su debilidad, y otros forman de ella un monstruo supersticioso en cuyo plan juntan el culto de un Dios que juzgará las mismas justicias de los hombres con las obras de la concupiscencia: los primeros son como aquellos israelitas que suspiraban por las cebollas y ajos de Egipto y que creían que el país de promisión, donde verdaderamente debían ser felices, estaba inundado de monstruos y endriagos229 que los tragaran si llegaban a él; y los segundos son aquellos a los que san Pablo asegura que son incompatibles la iniquidad y la justicia, la luz y las tinieblas, y que nunca pueden convenirse Cristo y Belial,230 ni que en el templo de Dios pueden juntar el culto de su majestad con el de los ídolos,231 de suerte que la idea que estos tienen de la virtud es un fanatismo que la ofende y que a ellos los daña. Este error los hace amar y, por decirlo así, cristianizar sus vicios, persuadiéndolos con un pernicioso engaño a que son unos verdaderos justos por la práctica de algunas acciones devotas y religiosas que, si no van unidas con la rectitud del espíritu y con una bondad universal en todas las demás acciones, los hacen cuando más unos hipócritas fariseos que, aunque en lo exterior estén blanqueados, en el interior están atestados de podredumbre y de corrupción;232 unos lobos con piel de ovejas cuyas apariencias no pueden hacerlos gratos 229. “Culebrón, dragón o monstruo. Latín. Monstrum. CERV. Quix. tom. 1. cap. 25. Descabezar serpientes, matar endríagos, desbaratar exércitos, fracasar armadas, y deshacer encantamientos” (Aut., s.v. “Endriago”). 230. Magnífica la descripción que hace John Milton de este demonio: “Por fin llegó Belial. Ángel más lúbrico del cielo no cayó, ni quien más ame el vicio por el vicio: sin un templo, sin incensado altar, pero ¿quién más en templos o en altares cuando el preste se hace ateo, como esos que llenaron de lujuria y violencia el santuario? También reina en las cortes y palacios y en lujuriosas urbes donde el ruido y el alboroto supera excelsas torres. Y el insulto, y la ofensa: y ya de noche, por las oscuras calles salen fuera los hijos de Belial, llenos de vino” (John Milton, El paraíso perdido, tr. M. Álvarez de Toledo, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1988, p. 27). 231. “No se unan en yugo desigual con los no creyentes. Porque ¿qué compañerismo tiene la rectitud con el desorden? ¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas? ¿Qué armonía hay entre Cristo y Belial? ¿Qué parte tiene el creyente con el no creyente? ¿Qué acuerdo puede haber entre un templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templo del Dios viviente, como Dios dijo: ‘Habitaré y andaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo’” (2 Corintios 6, 14-16). 232. “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Porque son semejantes a sepulcros blanqueados que, a la verdad, se muestran hermosos por fuera; pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda impureza” (Mateo 23, 27).
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a Dios,233 que escudriña el corazón malvado [y] difícil de estos virtuosos imaginarios.234 Se cuenta con la debilidad de la naturaleza para seguir un camino en que esta, por sí sola, debe desmayar en los primeros pasos; al mismo tiempo, se resiste a la gracia que nunca falta al hombre si no la resiste. Esta solo puede dirigir en el camino de la virtud al que, para andar con seguridad en él, no ve únicamente con los ojos de la carne ni la cuenta solamente con la prudencia humana, sino que mira al cielo de donde le viene aquel auxilio, sin el que la naturaleza por sí sola propende en todo a su ruina, como aquellos edificios viejos cuyos cimientos carcomidos ya no sufren el peso de lo que estriba sobre ellos. La carnalidad del hombre, su inclinación a las cosas visibles, su continua versación235 en ellas, lo animalizan, y de aquí es que no percibe aquellas cosas espirituales que forman el cimiento de la virtud; míralas a veces con un entusiasmo de aquellos que los poetas forman para divertir la imaginación de los lectores, que aunque se deleitan en la pintura de una isla deliciosa no emprenden viajar a ella porque no creen que existe sino en la mente del que la discurrió. Muchos se fingen en la virtud una felicidad carnal; estos se distinguen poco de aquellos milenarios236 cuya torpeza pudo prometerse cien
233. “Guárdense de los falsos profetas, que vienen a ustedes vestidos de ovejas, pero que por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7, 15). 234. “Yo, el Señor, escudriño el corazón y examino la conciencia, para dar a cada hombre según su camino y según el fruto de sus obras” (Jeremías 17, 10). 235. Vale por “su continuo ejercicio”, pues ser versado significa ser “[…] exercitado en alguna materia. Lat. Versatus. Exercitatus. CERV. Quix. tom. 1. cap. 37. Ni sabe de la Missa la media, y que fué poco versado en las historias caballerescas” (Aut., s.v. “Versado”). Se trata, pues, de un conocimiento que requiere la reiteración: “Dar vueltas ad rededór. En este sentido, que es el recto, es del Latino Versari, y tiene mui poco uso. Lat. Versare” (Aut., s.v. “Versar”). 236. El milenarismo es una doctrina basada en la convicción de que Jesucristo volverá a la Tierra, al final de los tiempos, a reinar mil años antes de la definitiva batalla contra el mal y del consecuente juicio final. La respuesta eclesiástica ortodoxa, por lo general, asociaba el milenarismo con una suerte de hedonismo resultante de la idea de que habría un reino de Cristo de carácter terrenal, como escribe Eusebio de Cesarea: “también Cerinto, por medio de revelaciones que dice estar escritas por un gran apóstol, introduce milagrerías con el engaño de que le han sido mostradas por ministerio de los ángeles, y dice que, después de la resurrección, el reino de Cristo será terrestre y que de nuevo la carne, que habitará en Jerusalén, será esclava de pasiones y placeres” (en su Historia eclesiástica: III, 28. Cito por la trad. de Argimiro Velasco Delgado, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos,
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mujeres en premio de una que dejaron por Jesucristo. La bienaventuranza, que se pintan muy semejante a la de Mahoma, los hace buscar desde esta vida un principio de ella, en que si lo encontraran los miembros y la carne tendrían un gozo brutal; ¿qué fuera entonces del espíritu?: vacío de gloria y sin consuelo gemiría oprimido del yugo de unas consolaciones torpes y terrenas. Estas, en vez de dilatarlo lo comprimirían cruelmente, lo harían gemir desolado como aquellos israelitas cautivos que colgaban los instrumentos en los árboles para entregarse a la silenciosa consternación que les producía el país ingrato de su destierro. Ciego el espíritu con el vapor de unos gustos tan torpes exclamaría lleno de aflicción: ¿cómo puedo estar alegre si no veo la luz del cielo? No nos engañemos: la virtud no se deja percibir de nuestros ojos, desnudos de otra luz que la que solo les presentan nuestros conocimientos materiales; es preciso que el hombre se desnude de todas sus preocupaciones, y que aprenda a conocer los objetos por un modo más alto y a discurrir sobre ellos con una dirección que no puede recibirse sino en la escuela del Evangelio. Esto solo nos enseña a conocer sin equívoco lo que somos respecto del tiempo y de la eternidad; cuando computemos de este modo nuestros intereses lograremos las ventajas de la virtud sobre los vicios, ¿y qué es aquella virtud que reviste el alma de una libertad capaz de dirigirse por los principios de su religión, sin consulta de la carne y sin dependencia de lo exterior? El hombre es un animal recto que cuando no lleva los ojos fijos en el cielo se acomoda fácilmente a la costumbre de los brutos, estos buscan todo lo que desean en el suelo, nunca miran para arriba ni creen que de allá237 pueda venirles ninguna ayuda; mas el hombre sensato busca su felicidad arriba, que es a donde sus ojos miran naturalmente. El cielo es su patria, y solo viendo a él puede evitar la torpeza de una vida que la carne hace brutal, apartando al hombre de la sublime luz de la moral revelada que dirige sus pasos con rectitud al fin dichoso para que nació destinado. 2008, pp. 169-170). Se trata de una herejía presente y resurgente en diferentes momentos a lo largo de la historia del cristianismo, incluidos los tiempos de Manuel Gorriño: a fines del siglo xviii habría de tomar nuevo ímpetu justamente en las filas de la Compañía de Jesús, a partir sobre todo de la obra de Manuel Lacunza: La venida del Mesías en gloria y magestad (Cádiz, por Felipe Tolosa, 1790), que posteriormente sería incluida en el Index librorum prohibitorum. 237. “Ella”, en el manuscrito.
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Los caminos rectos de la virtud están señalados de un modo evidente, ya en la doctrina exterior y en los ejemplos de los santos, ya en las máximas del Evangelio y en otras muchas cosas que nos demuestran lo justo y lo injusto, ya en los medios interiores que para ser virtuosos se nos han dado, como es aquella creencia natural, obra de nuestras facultades, que es como una disposición para recibir el ascenso sobrenatural que forma nuestra fe de los misterios. La conciencia ilustrada de la religión,238 las gracias del altísimo que continuamente nos mueven, una esperanza que nos alienta, un amor que nos impele a lo bueno y un temor que nos retrae de lo malo. Estas cosas y otras muchas son los instrumentos que obran en nosotros las virtudes, pero es necesario que no trastornemos el orden de nuestra naturaleza respectivo a las funciones que todos estos agentes suponen para obrar con efecto, de lo contrario se inutilizan tantos medios de conseguir lo que Dios quiso de nosotros; cuando nos los dio,239 toca a nosotros el seguir el impulso de aquel espíritu que por ellos nos dirige a donde le agrada, nos toca el quitar los impedimentos que a la obra de Dios ponen nuestras pasiones y nuestros errados juicios: tócanos el repeler los impulsos de la carne para seguir los del Espíritu. En esto consiste el mérito de nuestro albedrío y la virtud toda: esta es la razón por que dijo aquel padre que el que nos hizo sin cooperación nuestra no nos salvará sin ella,240 de modo que el premio de la virtud es una obra en que debemos nosotros trabajar. 238. Aquí la preposición “de” indica el agente de la voz pasiva, como es frecuente encontrar en textos del siglo xviii y anteriores, lo que hoy expresaríamos con la preposición “por”: “‘[…] es infestada de una terrible plaga de mosquitos’ (Lima 1764), ‘es regada la ciudad de muchas azequias y fuentes’ (Arequipa 1765), ‘es habitada de mestizos’ (Santa Cruz de la Sierra 1771), ‘este vasto y ameno país es habitado de muchas naciones de indios bárbaros’ (Gran Chaco 1775), ‘también ha sido molestada esta ciudad de los indios bárbaros’ (Buenos Aires 1776)” (Tomás Buesa Oliver, “Algunos usos preposicionales en textos peruanos del siglo xviii”, Cahiers d’Études Hispaniques Médiévales, 7, 1988, p. 118). 239. “Cuando” es aquí conjunción causal y no adverbio temporal: “‘Debe ser así, cuando tú lo dices’ (Rojas Hidalgo [Esp. 1980])”: Diccionario panhispánico de dudas, s.v. “Cuando” (https://www.rae.es/dpd/cuando, consultado el 8 de abril de 2022). 240. “Pero Dios te hizo a ti sin ti. Ningún consentimiento le otorgaste para que te hiciera. ¿Cómo podías dar el consentimiento si no existías? Por tanto, quien te hizo sin ti, no te justifica sin ti” (san Agustín, Sermo ad populum, tr. Pío de Luis Vizcaíno: https://www.augustinus.it/spagnolo/discorsi/discorso_220_testo.htm, consultado el 23 de mayo de 2022).
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Desechemos la falsa idea de la virtud, procuremos la verdadera, y se verá entonces cómo lo que aquella no puede producir causará esta. Hemos dicho que la tranquilidad es el patrimonio de los virtuosos, ¿pero lo son aquellos cuya bondad humoral nada tiene semejante con la efectiva y calificada por la recta razón? Muchas veces lo falso se traspone en vez de lo verdadero, mas nunca puede causar los mismos efectos que produce su contrario, y así es que tampoco una virtud aparente puede hacer a un hombre tranquilo como la real, porque ambas son opuestas en sí y deben obrar por tanto con oposición. Síguese que, para resucitar en nosotros la idea de la tranquilidad verdadera, se requiere promover la de la virtud verdadera; porque no se puede tener idea del modo de una cosa sin relación a la misma cosa, que es como su esencia, como lo es la virtud de la tranquilidad. Me atrevería yo a asegurar que la paz del hombre virtuoso (como quiera que ella no es sino el gusto que le resulta de la posesión de la virtud), aunque es una cosa amabilísima no es una esencia que pueda existir por sí sola, por lo que es preciso para lograrla que sea promovida por un orden arreglado a él en que ella se comunica al alma, esto es, procurando la virtud después de haber purificado nuestra mente de todos los errores e ideas falsas que nos hacen seguir un fantasma, si nuestra virtud está forjada por nuestra imaginación y por nuestras ideas. Nadie puede amar la bondad que no conoce, pues ¿cómo se amará una virtud sobre la que hemos discurrido tan poco? Dediquémonos a examinarla en sus principios generales y en los peculiares a nuestra condición, y luego se manifestará aquella luz que acaso nunca hemos visto por nuestra voluntaria ceguedad. Ella a poco trabajo se dejará ver, y entonces conoceremos el semblante de la paz que es, según Dios, la única verdadera y la única en que, como dice David, podemos dormir y descansar tranquilos.241
241. “Dios mío, tú has sido bueno conmigo; ya puedo dormir tranquilo. Me libraste de la muerte, me secaste las lágrimas, y no me dejaste caer” (Salmos 116, 7-8).
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Discurso XVII Medios de promover en nosotros la virtud
Para todo lo que deseamos en cualquiera línea, tomamos aquellas medidas más prudentes y proporcionadas a lograr el objeto de nuestro deseo; ni se cree desear eficazmente alguna cosa sino cuando se siente aquella resolución determinada de procurarla en cuanto esté de nuestra parte. Supuesto lo cual, se evidencia cuán ineficazmente desean la virtud los hombres que, aunque dicen quieren procurarla, nunca comienzan a tomar aquellos giros por los que se viene a la consecución de ella. Yo sé bien cuánto nos estorba la carne y las pasiones que sofocan mil veces los propósitos más firmes, que los ahogan aun cuando ellos han comenzado ya a plantear lo que se propusieron; pero sé también que esto sucede las más veces por el reprobado método con que comenzamos una obra, sin aquellas disposiciones que le son preliminares y sin aquellos auxilios sin los que ella no puede acabarse con perfección. Hemos de suponer que, para ser virtuosos, es preciso una vocación de la gracia sin la que la naturaleza sola nada puede emprender, sino una virtud en el orden en que ella es capaz de obrar solamente; pero ¿hay uno solo que pueda quejarse justamente de que le haya faltado este auxilio?, ¿hay uno que no le haya resistido mil veces? Una multitud copiosa de inspiraciones y de cristianos movimientos han conmovido fuertemente nuestro corazón, hemos sentido en él las impresiones más vivas de la gracia; pero como estas jamás violentan el albedrío, han sido despreciadas de nosotros aun con trabajo muchas veces, valiéndonos de mil pretextos que solo sirven para hacernos más infelices con nuestra propia industria. Ciertos obstáculos de que prometemos desembarazarnos, para comenzar con más expedición ciertas contradicciones que encontramos en nosotros mismos y que queremos convenir con nuestra resolución
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de abrazar la virtud, y otros efugios242 semejantes, deshacen las avenidas de la gracia, las disipan como aquellas olas que desaparecen al tocar las rocas de una playa. Ello es cierto: que la gracia regularmente supone aquella docilidad con que Mateo dejó prontamente (y sin deliberar mucho) el teloneo,243 luego que fue llamado; así dejó Pedro sus redes y Juan a su esposa, luego que oyeron la voz que los llamaba. Si estos hubiesen oído a sus pasiones y hubiesen querido convenir sus intereses temporales con los eternos, ¡cuántos obstáculos hubieran encontrado en acomodarse con lo que dejaban —que era todo lo que tenían— para seguir a Jesús! Pero ¿qué hubieran sido entonces?, ¿hubieran sido elevados al honor de apostolado?, ¿habrían sido la luz del mundo?, ¿habrían logrado aquellas doce sillas preeminentes244 a cuyo juicio se sujetará un día el orbe todo? ¡Es regular que no! Con que es preciso ensordecer a las voces de la carne y de la sangre para seguir una virtud real y sin mezcla de aquellos intereses incompatibles con ella, de aquellos intereses que hacen a muchos seguir una virtud caprichosa que los presenta unas veces a la vista de los demás tan buenos, como malos en otras ocasiones. Pero la virtud real solo se 242. “Evasión, salída, medio término o recurso para huir la fuerza de la razón contrária y salir de alguna dificultad. Es tomado del Latino Effugium, y mui usado en lo forense. Latín. Effugium. MOND. Dissert. 4. cap. 4. num. 22. Y si quiere evadirse con que essos años los pondrían los Impressores, que es el efúgio que han tomado ... no vé que tiene contra sí el testimónio de Isidoro?” (Aut., s.v. “Efugio”). 243. El “teloneo” es un impuesto sobre el traslado y venta de mercancías, también conocido como “portazgo”: “Teloneo, teloneum, véase portazgo / 1157: Sancho III exime de ‘teloneo vel portatico’ a todos los dependientes de la iglesia de Calahorra (González, Alfonso VIII, II, 56. nº 29)” (Miguel Gual Camarena, Vocabulario del comercio medieval. Colección de aranceles aduaneros de la Corona de Aragón [siglos xiii y xiv], Tarragona, Diputación Provincial, 1968 [en adelante: Vocabulario del comercio medieval], s.v. “Teloneo”). El portazgo es “El derecho que se paga por el passo de algún sitio o parage. Es formado del nombre Puerto. Latín. Portorium, ij. Vectura, ae. RECOP. lib. 6. tit. 11. l. 7. Mandamos que no se lleve portazgo de caballos, armas ni azémilas, ni de camas ni ropas de vestir, ni monedas; y que los Mercaderes que passaren sus mercaderías, sin pagar el portazgo dó se debe, hayan de pena el quatro tanto del portazgo” (Aut., s.v. “Portazgo”). En griego, la palabra “teloneo” llegó a significar llanamente “impuesto”, tal como aquí la usa Gorriño; recuérdese que Mateo era, antes de seguir a Jesús, recaudador de impuestos. 244. “alrededor del trono había veinticuatro tronos; y sobre los tronos, veinticuatro ancianos sentados, vestidos de vestiduras blancas, con coronas de oro sobre sus cabezas” (Apocalipsis 4, 4). Una tradición exegética asume que esos 24 ancianos serían los doce patriarcas del Antiguo Testamento y los doce apóstoles.
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consigue por los medios que el mismo Jesucristo nos enseñó como los más eficaces para entrar en su reino. La luz que nos guía en el camino de la virtud es sin duda la voluntad de Dios quien, como dice el Apóstol, hablando de varias maneras en otro tiempo a nuestros padres, ya por figuras, ya por los profetas, novísimamente nos ha hablado por su hijo unigénito245 que publicó una ley santa e inmaculada, modelo de todas las virtudes; en esta ley están contenidas sin falta alguna las máximas todas de la probidad más sublime: en ella se nos instruye con claridad de lo que debemos ser para con Dios, para con nosotros mismos y para con los demás. Si cada hombre contemplara esta ley, si acomodara a ella sus acciones, si procurara por ella la felicidad que espera conseguir por un rumbo opuesto, vería cumplidos sus deseos, su corazón se elevaría a un punto de probidad bastante para formar aquel cimiento sobre que estriba el verdadero gozo, único bien capaz de mitigar las penas y los dolores que en el mundo nos cercan, y para enjugar las lágrimas que exprime de nuestros ojos la desolación que nos rodea en este país de tristeza y de desgracia. Entonces vería el hombre los deberes que le impone la tendencia que tiene hacia Dios, cuyo culto nos describe las obligaciones exteriores e interiores que le debemos. Entonces se conocería una religión toda interior cuyo espíritu prescribe las obras de fuera como un testimonio de las de dentro, porque siempre quiere que vayan acordes nuestro corazón y nuestras manos; se vería el influjo que tiene la religión en nuestra dicha y cuán lejos podremos estar de ser felices si no [es] por medio de ella. Se conocería la absoluta dependencia que tenemos de Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos,246 por lo que fuera de él estamos fuera de nuestro elemento; por lo que si el pez no puede vivir en el aire, ni el ave dentro del agua, menos puede el hombre fuera de Dios, que es su sitio, su alimento y su fortuna. 245. “Dios, habiendo hablado en otro tiempo muchas veces y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por medio de quien, asimismo, hizo el universo” (Hebreos 1, 1-2). 246. “Aunque, a la verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros; porque en él vivimos, nos movemos y somos. Como también han dicho algunos de sus poetas: Porque también somos linaje de él” (Hechos de los apóstoles 17, 27-28).
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Qué asombros no nos descubriría la contemplación de lo que somos respecto de Dios. Ella levanta al hombre del polvo de la tierra en que yace, oprimido de tantas miserias que se le multiplican con los mismos esfuerzos que emprende para librarse de ellas; en orden a lo que se debe a sí mismo alcanzaría aquellos deberes que está obligado a cumplir, no según el dictamen de sus pasiones sino según la ley que nos manda sostener los derechos del espíritu antes que los del cuerpo: este es un vaso inmundo que no debe merecernos atención sino en cuanto incluye el licor preciosísimo del espíritu. Este es lo más interesante para nosotros y digno de todos nuestros desvelos; diga lo que quiera el mundo y las pasiones. El juicio insensato de estos no conoce otro bien que el material que resulta de la configuración de los miembros, ni se enseña a pensar acerca del alma sino bajo un aspecto de inconsideración que trastorna sus fines y que no procura lo que es conveniente para la eternidad. El prójimo, a vista de la ley, ya no es un peregrino a quien no vemos sino de paso; él es nuestro hermano, es otro yo mismo a quien debo los oficios de caridad que para mí deseo, es un hombre con el que me estrechan los vínculos más fuertes e indisolubles en los que, más que en los convenios de los hombres, estriba el nudo que ata la sociedad universal y el orden en que se mantiene la perfección de ella. ¡Qué milagros no nos descubre la meditación de la Ley! Pero esta es una luz que no entra a fuerza en los ojos del que la huye, así como el sol no alumbra al que los cierra para no ver sus rayos; por esto, el que quiera emprender una virtud real necesita meditar las verdades que la doctrina de Jesucristo le enseña, de cuya falta muchas veces se ha quejado, como cuando dice el Profeta “non est qui recogitet corde”.247 Yo sé bien que no todos los hombres son propios para la contemplación elevada de la ley y de los misterios, pero sé [también] que a ninguno de los que se les pedirá cuenta de sus obras le falta aquella disposición suficiente para pensar en sus obligaciones; de otro modo, ¿cómo podrían ser castigados por la transgresión de unas leyes cuyo espíritu no eran capaces de penetrar?, ¿a cuántos de los que se creen incapaces para estas contemplaciones religiosas los vemos 247. “Justus perit, et non est qui recogitet in corde suo; et viri misericordiae colliguntur, quia non est qui intelligat: a facie enim malitiae collectus est justus” [El justo perece, y no hay quien lo tome a pecho. Los piadosos son eliminados, y nadie entiende que es a causa de la calamidad que el justo es eliminado] (Isaías 57, 1).
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discurrir muy bien sobre otros objetos temporales que requieren demasiada atención? La eficacia de estas consideraciones religiosas para convertir un alma está probada,248 además, con la experiencia de muchos que por una de ellas han dejado todo lo material y se entregaron a solas las cosas del espíritu; por esto la Iglesia ha admitido con tanto aplauso aquellas prácticas de piedad en que el hombre discurre quietamente sobre las verdades eternas, en cuyo íntimo conocimiento insistía san Agustín cuando pedía a Dios le diese a conocer lo que su majestad era y lo que era él mismo. Mas cuando todas estas razones, y otras muchas demasiadamente repetidas, no basten para convencer al hombre de que debe fijar su consideración en la Ley para ser lo que se debe, debía hacerlo siquiera por lo que la prudencia humana dicta que se practique con los asuntos comunes de la vida; ¿qué hombre de un mediano seso emprende negocio que no crea serle útil y sin valerse de aquellos medios con que cree conseguir su intento?, y lo que se hace por un negocio humano acaso de muy poca importancia ¿no nos merecerá el gran negocio de ser felices en ambas vidas, por los medios que para ello presta la meditación y práctica de la Ley? Conocido lo que esto importa, cada uno debe calcular a buena luz cuáles son los obstáculos que lo han apartado de la virtud, para vencerlos; este examen descubrirá las peculiares indisposiciones que su temperamento, sus costumbres y su respectiva situación le ofrecen para que, como un capitan que va a conquistar un país enemigo, conozca las fuerzas de este y se provea de las que necesita para deshacerlas. Este [es] un medio tan claro como seguro, y nunca dejará nadie de conocer lo que le daña si procura examinarlo a buena luz. Dios quiere que en lo que obramos procedamos humanamente, esto es, por aquellos pasos que son regulares a nuestras operaciones (y aun para ir a su majestad, aunque la operación de la gracia es milagrosa); nuestra obra es natural y quiere que le hablemos en nuestra lengua, así como él la habla para que mejor lo entendamos acomodándose a nuestros modos. Para cada enemigo que nos ataque hallaremos en la religión una virtud que oponerle. En esta situación somos otros249 israelitas que debemos reconquistar el país que se nos dio por herencia, que se 248. En el manuscrito: “aprobada”, lo que tendría menos sentido. 249. “Otrantos”, en el manuscrito.
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nos manda poseer con las armas en la mano y que no conquista sino el que huye o el que desconfía. Peleemos con valor y al fin el país de nuestro corazon quedará por nuestro, como el de Canaán quedó por los israelitas no obstante la oposición reñida de tantos jebuseos, amalecitas y filisteos, y otras naciones que lo tenían usurpado y estorbaban su ingreso. ¿Faltará acaso una Rahab piadosa250 donde nos recojamos a explorar las fuerzas interiores de nuestras pasiones?, ¿faltará un Moisés que nos dirija?, ¿faltará un Josué que nos aposesione? ¡Ah!, el creer esto era ofender las determinaciones de Dios que nos impelen a volver a nosotros mismos después de haber vivido desterrados tanto tiempo, en el Egipto del mundo, sirviendo a tantos tiranos. La virtud es el reino de Dios, enemigo del mundo y del demonio; y así como el que vive en un gobierno enemigo de otro no puede mezclarse en los intereses de entrambos, tampoco el que sirve a Dios —cuyo reino no es de este mundo— puede tener paz con él, ni vivir con él sino oponiéndose a todo lo que el mundo y el demonio tienen por unas máximas que forman el sistema de sus señoríos. Luego, un virtuoso verdadero no solo debe huir con todo cuidado las ocasiones de convenir en algo con el mundo, demonio y carne, sino que debe vivir en continua vigilancia para huir [de] cualquier lazo que sus enemigos le pongan para que caiga en sus redes insidiosas: “Velad y orad —dice Jesús— para que no caigáis en la tentación; mirad que aunque el espíritu por sí es pronto para lo bueno lo vence muchas veces la debilidad de la carne”.251 En efecto lo bueno, según se ha dicho, se adquiere con el trabajo que es necesario para dominar la carne enemiga, pero la maldad se insinúa blandamente y basta solo descuidarnos un instante para hallarnos metidos en el cenagal hediondo de los vicios más torpes, a merced de una ocasión que parecía antes poco peligrosa; por último, es indispensable absolutamente renunciar a todo lo que el mundo posee para servir a Dios: nadie puede servir bien a dos señores de principios tan contrarios, es preciso aborrecer a uno para amar al otro. 250. Se refiere a la prostituta de Jericó que ayudó a los espías de Josué durante el asalto a la ciudad. La historia de Rahab y los espías se narra en el capítulo 2 del libro de Josué. 251. Mateo 26, 41.
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Ni basta solo no hacer cosa mala para que el hombre sea virtuoso, sino que se deben practicar muchas obras de una positiva bondad. Aquel siervo que escondió el talento se llama en el Evangelio “malvado”, sin otra culpa que haber escondido el talento con una precaución laudable al parecer; mas era menester que negociase con él, como los que por haberlo hecho así con los suyos y adelantando en su negociación se les califica con los títulos de honrosos, de “siervos buenos y fieles”.252 Ni basta haber emprendido la virtud porque en el camino de esta, dice san Bernardo, nadie se puede parar: el que no va adelante se atrasa;253 pero aun en el emprenderlo debe haber un cierto orden que nunca se puede variar. El mérito de la virtud más depende de Dios que de nosotros, porque si la virtud no va animada de la gracia ella no es digna de un premio eterno. En vista de lo dicho, para emprender una virtud real y útil se requiere promoverla por el orden de la santificación que comienza purificando al hombre de toda culpa mortal, en el sacramento de la penitencia. Este es aquel baño de la piscina en el que debe largar toda su lepra el que quiere recobrar la salud,254 que es el principio de las obras más perfectas del hombre en lo natural, así como la salud del alma es la que comunica su vida a las obras sobrenaturales como son las virtudes; tal es el primer paso que debe dar un hombre que comienza a atesorar aquellos bienes que forman nuestra eterna fortuna. Las obligaciones de cada uno son el recinto que debe cultivar para santificarse. Este es aquel campo que el señor entregó al jornalero para que lo cultivase, y esta aquella higuera que si después de tantas prolongas no da fruto será quemada. Dios ha querido probarnos esta verdad en las Escrituras y en la Revelación de unos modos muy claros, como se ve en la calificación que hace el Espíritu Santo de la mujer fuerte: el relevante mérito de esta mujer estriba en el desempeño de las funciones de una casada fiel que supo fijar el corazon de su marido 252. De la “Parábola de los talentos” (Mateo 25, 14-30). 253. “Cansarse en la búsqueda de la virtud, y dejar de obrar actos de virtud, son los mayores impedimentos a nuestro avance espiritual, pues, como nota verazmente San Bernardo en su Epístola a Garino, ‘el que no avanza en la virtud, retrocede’” (Roberto Belarmino, Sobre las siete palabras pronunciadas por Cristo en la cruz, cap. X: https://eccechristianus.wordpress.com/tag/sobre-las-siete-palabras-decristo-en-la-cruz/, consultado el 7 de octubre de 2022). 254. Se refiere a la parábola conocida como “Curación del paralítico de la piscina” (Juan 5, 1-16).
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con la más dulce confianza, y procurar con su trabajo la comodidad y abundancia de su familia. Cumpla cada uno con sus obligaciones en todos sus respetos, y todos serán dignos de los elogios de aquella mujer cuyo inestimable precio no se ha determinado aún. El de Job lleno de miserias parece desesperado, pero al oír cómo su corazón vierte aquella dulce confianza, aquella conformidad que lo hace decir, “si hemos recibido de Dios tantos beneficios, ¿por qué no sufriremos algún trabajo que nos envíe?”;255 al oír esto, ¿hay algún corazón sensato que no envidie la virtud de este feliz dolorido, no obste sus llagas y sus conflictos? No se debe creer que la virtud es un estado de abandono en que los hombres van a sepultarse precisamente a las tebaidas y palestinas;256 lo que hicieron muchos por consejo no se manda a todos como medios para ser santos. La virtud sabe condolerse de la debilidad de la carne y le concede aquellos desahogos inocentes que un padre sabio permite a su pequeño hijo; entonces es más dulce un rato de recreación honesta que muchos años de las impetuosas diversiones del mundo. Agrada más a un virtuoso la conversación de un amigo, un paseíto por la floresta o una lección divertida, que le eran gratos cuando aún no era virtuoso los bailes, los teatros, la disolución y todo lo que forma aquel gozo que cree tal el malo antes de poseerlo, y que ve vacío de todo gusto cuando lo prueba. Ya se ve que para ser un hombre verdaderamente virtuoso tiene en sí poco caudal de constancia, de firmeza y de consejo, ¿pero no se ha de contar acaso con la gracia, que es el principal apoyo de la virtud? Esta es la que sostenía a David cuando en la ley de Dios encontraba aquel auxilio sin el que pereciera en su bajeza: “jamás —decía este grande hombre— olvidaré tu justificación, porque en ella solamente puedo ser vivificado”,257 y el mismo Señor nos hace ver en la escritura santa que luego que envía su espíritu parece que todas las cosas rena-
255. “Entonces su mujer le dijo: —¿Todavía te aferras a tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete! Pero él le respondió: —¡Has hablado como hablaría cualquiera de las mujeres insensatas! Recibimos el bien de parte de Dios, ¿y no recibiremos también el mal? En todo esto Job no pecó con sus labios” (Job 2, 9-10). 256. A los anacoretas cristianos de los primeros siglos se les llamó “Padres del desierto”, “Padres del yermo” o “Padres de la Tebaida”, pues este desierto del norte de Egipto fue destino frecuente para estos fines. 257. Salmo 119, 93.
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cen y la tierra se viste de un semblante nuevo. Por lo que nuestra cobardía en este asunto es una tentación no menos peligrosa que aquellas que traen al hombre tan distante de la virtud. Nosotros sin duda tenemos muy poca razón de esperar de nuestro albedrío lo que solo puede prestarnos la gracia, ¿pero cómo puede faltar esta a unos hombres a quienes cuesta trabajo en ocasiones resistir sus impulsos? Cuántos auxilios tiene la Iglesia, aun en el gobierno exterior, capaces de fomentar sobradamente las virtudes más altas y de promoverlas en los hombres más descuidados; la lección de buenos libros, sin hablar de otras, es un medio de que pocos se valen con un ánimo fiel sin que sientan los efectos más palpables de su eficacia. Un número exorbitante de obras las más exquisitas en que se han promovido las razones más fuertes para incitar a la virtud, en las que se halla lo más selecto de la religión, lo más eficaz para movernos, ofrecen al hombre en su lectura la voz de Dios que le presenta aquel alimento en que su alma hallará cuanto desea para moverse, para atemorizarse, para dirigirse y para subvenir258 oportunamente a sus necesidades. El hombre que no usa de estos medios apenas se puede concebir cómo podrá sin ellos conducirse en una situación que necesita de tantos consejos, de tantos auxilios que despierten su tibieza y que lo provean de armas contra sus enemigos, de tantas reflexiones para ilustrarse y de tanta doctrina que no se puede adquirir fácilmente de otro modo. La lección le procura el trato más familiar con los santos y con los sabios más acreditados de todos los siglos; ellos nos hablan en sus escritos y no de un modo cualquiera, sino del mejor modo que supieron promover259 los asuntos que trataron después de mucha oración, estudio y reflexiones. Sobre todo, un virtuoso siempre debe caminar fija la vista en Dios, que es su norte; de aquí aprenderá a obrar con aquella rectitud que bonificará sus acciones, aun las más menudas, aprenderá a conocer lo que le importa en todas las cosas. Allí enviará aquellas oraciones continuas en las que quiso Dios vincular nuestra fortuna eterna; la oración es el depósito de las gracias del Altísimo: “Pedid —dice el Evangelio— y
258. “Venir en auxilio de alguien o acudir a las necesidades de algo” (DLE, s.v. “Subvenir”). 259. Tachado “tratar”.
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recibiréis, tocad y se os abrirá”;260 y por esto dice san Agustín que muchas cosas no se dan porque no se piden, ¡pero qué disposiciones no se requieren para hacer fructuosa nuestra oración!261 Los apóstoles pedían a Jesús les enseñara a orar, seguros de que ello es un don que se une con otros muchos; sin estas disposiciones el que ora, lejos de ser grato a Dios lo tienta y lo provoca, de lo que resulta daño cuando debía adquirirse provecho. El aprender a orar es un negocio de primera importancia, ¿pero quién hay que no consiga fácilmente saber lo necesario para orar, si se vale de tantos libros preciosos que nos enseñan una importante virtud por el modo más claro y perceptible?; solo el Catecismo del Concilio de Trento bastaría al que no tuviere otro libro.262 No se quieren demarcar aquí todos los rumbos de la virtud: además de no ser este nuestro intento, sería inútil cuando hay escritos que proponen la materia con tanto pulso y claridad; basta solo haber 260. “Supongamos que uno de ustedes tiene un amigo y va a él a la medianoche y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes porque ha llegado a mí un amigo de viaje y no tengo nada que poner delante de él’. ¿Le responderá aquel desde adentro: ‘No me molestes; ya está cerrada la puerta y mis niños están conmigo en la cama; no puedo levantarme para dártelos’? Les digo que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, ciertamente por la insistencia de aquel se levantará y le dará todo lo que necesite. Y yo les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo aquel que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abrirá” (Lucas 11, 5-10). 261. “El Señor nos ha exhortado a pedir, buscar y llamar al decir: Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Pues todo el que pide recibe, y el que busca hallará y al que llama se le abrirá. Ante todo, estas palabras presentan una dificultad que he de resolver en la medida de mis fuerzas. Sabemos que muchos piden y no reciben, buscan y no hallan, llaman y no se les abre. ¿Cómo, entonces, todo el que pide recibe? En efecto, aunque aparezca formulado tres veces y con tres formas distintas, todo se reduce a una sola petición. Pedid, buscad, llamad equivale a pedid. Esto lo sabemos por el resumen que hizo el Señor: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar dones buenos a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará dones buenos a quienes se los piden? No dice: ‘a quienes buscan’ o ‘a quienes llaman’, sino que resumió las tres cosas en una al decir a quienes se las piden” (san Agustín, Sermón 76, tr. Pío de Luis Vizcaíno: http:// www.augustinus.it/spagnolo/discorsi/discorso_076_testo.htm, consultado el 7 de octubre de 2022). 262. El Catechismus ex decreto Sacrosancti Concilii Tridentini (Venecia, por Francesco Prato, 1566) fue un catecismo pensado para combatir las doctrinas protestantes, para lo que tomó como base un combativo catecismo que para el mismo propósito había publicado el jesuita Pedro Canisio en 1555: Summa doctrinae christianae […] (Viena, por Michael Zimmermann).
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demostrado estos pocos aunque esenciales principios para que de ellos se infieran los otros y la conducencia indisputable que la virtud tiene para la tranquilidad. Aunque esto se ha repetido hasta aquí muchas veces, era conveniente dar otra prueba de ello proporcionando el camino por donde se conozca prácticamente, como lo conoció el Real Profeta cuando exclamaba afectuosamente: “¡Oh Señor! ¡Cuán grande es la multitud de tu dulzura que tienes escondida para los que te temen!”263 Los hombres que han probado todos los medios que ofrece el mundo y las pasiones para tranquilizarlos, sin conseguir un instante solo de paz, deberían conducirse del modo que en otros asuntos en que, si después de tentados264 todos los medios que por una parte se les ofrecieron para conseguirlos no llegan a la adquisición de lo que pretenden, toman otros aunque sean contrarios a los que les salieron inútiles. Todos aspiran a la paz del corazón, ninguno de los mundanos lo ha conseguido: solo por medio de la virtud se encuentra; pues ¿dónde está el buen juicio, dónde la prudencia de estos hombres que, experimentando cuan erradamente comienzan o caminan a un término a que aspiran con ansia sin hallarlo, no varían de sistema? Esta ceguedad es obra de las pasiones, que para perder a los que dirigen procuran opacarles aquel sentido que, si dejaran entero, nadie habría que viendo los peligros por donde lo arrastran no procuran substraerse de las manos de tan seductoras guías; pero esta es una ceguedad voluntaria y culpable, pues la razón, la conciencia, la religión, gritan continuamente al hombre para que abra los ojos y vea los pasos apresurados con que se precipita a su ruina.
263. “¡Cuán grande es la bondad que has guardado para los que te temen, que has obrado para los que en ti se refugian contra los hijos del hombre!” (Salmos 31, 19). 264. “Vale assimismo, intentar, ò procurar. Lat. Tentare. TOST. Qüest. cap. 13. Tentó muchas veces (Saul) de lo matar” (Aut., s.v. “Tentar”, en su cuarta acepción).
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Discurso XVIII Conclusión de la obra
Conocidas una vez las verdades hasta aquí escritas, pocos265 habrá que no queden convencidos de ellas, mucho más si para leerlas se ha tomado aquella quietud que favorece a la meditación con que debe[n] tomarse unas materias cuyo interés no solamente es la diversión que producen, sino mucho más la utilidad que debe procurarse en tales lecciones. No basta, además, conocer si un libro dice bien o mal, se necesita igualmente que nuestros conocimientos no se esterilicen dejándolos solamente en la teórica; si se procurara practicar lo que se lee, adaptable a la reforma de nuestras costumbres,266 nuestras lecciones serían capaces de mejorarnos no solo en el entendimiento sino también el corazón. Los conocimientos más brillantes, si no se conforman con la conducta del que los posee, son unos diamantes engastados en la materia más vil, y aquellos que se dirigen a hacernos más religiosos, más honrados y más filósofos, si no consiguen el efecto que deben producir en el que los tiene, en vez de serle útiles le son dañosos pues lo califican de un libertino, de un pícaro, de un insensato, que por un movimiento animal y torpe, cual es el de las pasiones, desprecia la luz de sus conocimientos que lo impelen al camino contrario al por donde va. Aun parece menos digno de conmiseración el que con menos conocimientos obra a merced de la torpeza de los sentidos; pero el que ha profundizado los conocimientos que condenan sus costumbres, qué otra calificación puede merecer sino la terrible que dió Jesucristo al siervo de la parábola que escondió el talento: malvado, impío, digno de las iras de Dios, acreedor a habitar las tinieblas exteriores. Tales son los horrorosos epítetos que afean al hombre que conoce la verdad más 265. Tachado: “nadie”. 266. Sobre la llamada “reforma de costumbres”, véase la nota 88 del Estudio introductorio.
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por una curiosidad estéril267 que por un honrado deseo de aprovecharse de ella. La paz, la tranquilidad del corazón, no son unos objetos indiferentes a nuestros deseos; estas nos son tan necesarias como que sin ellas no puede entenderse absolutamente que el espíritu de Dios habite por sus gracias en nuestra alma. La sabiduría no entra en un corazón donde los hervores de la inquietud y desasosiego son contrarios a aquella pacífica quietud que Dios busca siempre para habitar en un pecho donde no reinan los ventarrones impetuosos de unas pasiones agitadas, sino la brisa dulce de la tranquilidad: non habitat in turbine Deus, sed in spiritu aurae lenis.268 Se dirá que no es tan fácil practicar los medios para la tranquilidad como el conocerlos; esto lo que prueba es que no se conseguirá tan breve su práctica como la teórica. Pero el que sea así, ¿puede acaso disculpar la flojedad de los que jamás se dedican a conseguir un bien que exige de nosotros, por la utilidad que nos trae consigo, a lo menos aquella diligencia que expendemos por conseguir otros bienes temporales de muchísima menos importancia? Mas, o no se conoce el mérito de la tranquilidad o, si se conoce, no se procura adquirir. Ambas cosas dañan al hombre de un modo terrible; porque ¿cuál cosa puede hacerlo más infeliz que el carecer hasta del menor conocimiento de un bien que le es tan necesario?, ¿y qué motivo más digno de temor puede agitarlo si conoce la tranquilidad que el desprecio de una luz que no le concedió acaso, y de la que él hace menos estimación 267. Tachado: “reprehensible”. 268. “Dios no habita en un torbellino, sino en el espíritu de una brisa suave”: Parecen ser palabras tomadas tanto de Honorio de Canterbury: “non habitat in turbine saecularis […]” (san Honorio, Opera. Sermones: https://archive.org/stream/ mediiaevibiblio02unkngoog/mediiaevibiblio02unkngoog_djvu.txt, consultado el 7 de octubre de 2022), como de Gregorio Magno: “[…] sed in spiritu aurae lenis” (Gregorio Magno, Moralia in Iob, 5, 36, 2: http://www.monumenta.ch/latein/ text.php?tabelle=Gregorius_Magnus&rumpfid=Gregorius%20Magnus,%20 Moralia%20in%20Iob,%2005,%20%20%2036&level=4&domain=&lang=1&id =&hilite_id=&satz=&string=&links=&inframe=1&hide_apparatus=1, consultado el 7 de octubre de 2022). En cualquier caso, son palabras que recuerdan el encuentro de Elías con Dios, narrado en el libro de los Reyes: “Después del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego, el susurro de una brisa apacible. Y sucedió que cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con su manto, y salió y se puso a la entrada de la cueva. Y he aquí, una voz vino a él y le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19, 12-13).
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que el pequeño precio269 de las cosas materiales? Los que aún no han discurrido sobre los verdaderos medios de tranquilizarse aún no han emprendido el sostener sus principales intereses; y los que desprecian sus conocimientos en la materia son unos enemigos de su razón, que desatienden por sostener contra el dictamen de ella el gusto de una pasiones cuya seducción ha podido llevar al hombre, con conocimiento de los riesgos a que se expone, por entre espinas y abrojos. Pudiendo el que es libre huir del poder de unos enemigos tan inhumanos al templo de la seguridad y a la casa de refugio, donde nos clama continuamente la voz de una conciencia severa e incorruptible que jamás calla y que no teme la fuerza con que se la oprime, ni se deja engañar de los encantos y persuasiones del mundo, patria de la mentira, ni de la carne, madre de la torpeza y tierra donde brota la cizaña de nuestras negras pasiones que nos ciegan para perdernos. Nuestra imaginación es tan seductora, que halagándonos suele triunfar de nosotros mismos; y nosotros somos tan irreflexivos, que nos contentamos con una complacencia del bien que emprendemos teniéndola por una firme resolución. De aquí es que muy pronto se desvanece el plan de la virtud que se formó y nos quedamos aun sin haber comenzado a practicarlo. Un instante que pensamos en ser virtuosos ya nos parece que lo somos realmente, pero esto es un error: la misma gracia que por un milagro convierte a Saúl en Pablo y a Aurelio en Agustino, en un santo, todavía les deja mucho que trabajar para que ellos perfeccionen la obra que comenzó la gracia. Pablo, en medio de sus apostólicas fatigas, aun siente el estímulo de la carne que lo atormenta; Agustino huye en su vejez la compañía del otro sexo. Nuestro corazón es un campo que no se cultiva bien sin arrancar poco a poco la mala hierba y las espinas que el descuido dejó arraigarse en él; y jamás se planta una virtud sino a merced de una vigilancia no interrumpida, obra de un ánimo firme y constante en sus resoluciones. En virtud de esto, para que el hombre se tranquilice es menester que comience a procurarlo metódicamente, quitando los motivos que hasta entonces tuvo de vivir agitadamente; debe entrar en un menudo examen de los medios que le son peculiares para deshacerse de sus vicios y plantar las virtudes, todo lo cual está sujeto a muchos cálculos, a muchas operaciones y a muchos días de trabajar. 269. Tachado en el manuscrito “tantas noticias”, sustituido por “el pequeño precio”.
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El día no se aclara de un golpe; desde los primeros crepúsculos de la aurora hasta que el sol llega a su cenit, aumenta por grados sus luces. El campo no se cubre instantáneamente de la belleza en que se ostenta en la primavera: los árboles se visten de hojas, comienzan las flores a abotonarse, se despliegan, y los frutos que aparecieron pequeños y verdes crecen, se maduran y sazonan; de este modo, proporcionalmente, creo yo que el hombre resplandece en virtudes y da frutos de bendición y de justicia. Aquellas mudanzas ruidosas y extemporáneas son unos milagros que nosotros no debemos esperar; bastará tomemos el camino ordinario que se nos ha prescrito para ser virtuosos, y cuando lo seamos verdaderamente seremos también felices y estaremos tranquilos. No basta conocer la tranquilidad en sí y los medios para conseguirla, es preciso ver nuestro corazón con respecto a ella para conocer la aptitud o ineptitud que tiene para revestirse en paz; a la manera que cuando nuestro cuerpo está desnudo no basta para vestirlo ver una rica tela, admirarla y ponderarla, sino que es menester cortar de ella a medida de nuestra necesidad. Pero nosotros, que somos tan metódicos para obrar en lo que interesa a los deseos del genio y para satisfacer a las necesidades en que entra alguna pasión (o de las que se queja el apetito), somos muy torpes en obrar con prudencia respecto de nuestra alma. Es preciso conocer que también en lo metafísico hay una geometría natural que nos enseña a medir los tamaños de nuestros negocios y de las cosas sobre que tenemos que deliberar. Dios quiso, acomodándose a nuestra flaqueza, obrar con nosotros de un modo que conozcamos naturalmente los caminos que nos llevan a él; aun la gracia, que es un impulso sobrenatural, se adapta en lo que es posible a los medios naturales. El hombre, aun cuando se trata de que cumpla con los deberes más altos, necesita obrar humanamente; esto es, por los modos que le dió su creador para que ejerciese ordenadamente sus funciones con respecto a sus fines. Supuesto lo cual, se conoce que para conseguir la tranquilidad es preciso emprender su consecución por los medios ya dichos, con mucha constancia y sin desmayar en el trabajo. En todos los caminos, dice Séneca, se pregunta a los habitantes del país en que andamos cuál es el que se debe seguir; pero en el de la tranquilidad, para el que todos los hombres se dirigen, se ha de cuidar mucho. Mas no vayamos a manera de ovejas siguiendo las pisadas de los
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otros; esto sería ir no por donde se debe, sino por donde van los otros, que es cosa muy distinta. No se ha de juzgar por cierto lo que el común de los hombres tiene por tal, sino lo que la razón nos manifiesta que lo es, ni se ha de vivir por ejemplo de los otros sino por los impulsos del raciocinio: busquemos de qué modo se obra virtuosamente, no lo que se usa comúnmente entre los vulgares.270 Este documento nos retrae juiciosamente de seguir la costumbre que los demás guardan en procurarse la tranquilidad; ya en el cuerpo de esta obra se ha intentado apartar el entendimiento de una preocupación cuyas resultas forman la historia de nuestras desgracias temporales y eternas. ¡Cuánta fuerza nos añade a lo dicho la autoridad y el juicio de un filósofo tan sabio y tan experimentado que apoya con tanta claridad nuestra doctrina! La constancia en sufrir no se produce en la ocasión [en] que actualmente se necesita; es preciso armarse anticipadamente de ella como de un antemural271 que embote las puntas de la desgracia cuando nos acometa, y que frustre sus tiros más certeros. Pero cuando el hombre no se proveyó de antemano de esta fortaleza, ¿cómo ha de hallar repentinamente una provisión que se acopia a fuerza de reflexiones hechas en dilatado tiempo? Las hormigas juntan oportunamente su semilla272 porque saben que el invierno ha de llegar, y el hombre ¿será menos prudente que ellas no acopiando con tiempo un caudal de paz 270. “[…] es necesario determinar adónde vamos y por dónde; y no sin la ayuda de algún experto que haya explorado antes los caminos que hemos de recorrer: porque no se da aquí la misma circunstancia que cualquier otro viaje. En éstas, conocido algún límite del camino, y preguntando a las gentes del país por donde se pase, no se sufren errores: en cambio aquí, cuanto más conocido sea y más trillado esté, nos engaña muchísimo mejor […] Porque ninguna cosa nos proporciona mayores desgracias que aquello que se decide por los rumores: convencidos, además, de que lo mejor es aquello que ha sido aceptado por la mayoría de las gentes, y de estos tenemos muchos ejemplos: vivimos no según nos dicta la razón, sino por imitación” (Séneca, op. cit., p. 64). 271. “Edificio, fortaleza, toca, montaña, ù otro impedimento, que sirve de defensa. Es voz puramente Latina Antemurale. SAAV. Empr. 90. Ocupádos los estados antemuráles no pueden resistirle los demás. OV. Hist. Chil. fol. 13. Yo no he visto esta división, sino continuos montes, que de una y otra parte sirven de muros, barbacánas y antemuráles” (Aut., s.v. “Antemural”). 272. El manuscrito trae “acemilla”, lo que nos parece un error del amanuense, pues, aunque existe desde antiguo la palabra “acemilla”, no refiere a nada que acá tenga sentido, sino a lo mismo que refiere su equivalente actual: “acémila”: “bestia de carga, más que mula o macho de carga” (Vocabulario del comercio medieval, s.v. “Acemilla”).
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y de constancia que sabe bien necesita para sufrir las contradicciones que, si lo hallan desproveído de fortaleza lo inquietarán duramente?; el hombre dotado de razón ¿no hará por su tranquilidad lo que las hormigas, siendo bestias, hacen por su subsistencia? El hombre, cuya constitución no le promete sino trabajos y penalidades, solo delirando puede esperar una situación agradable a su genio en todos los periodos de una vida, que no es en realidad sino un largo tejido de desgracias y calamidades a cuya lima está sujeto, de grado o por fuerza; espérense estas con valor, despréciense con generosidad: no queramos desear lo que no nos es concedido, ni estimemos por mal lo que puede servirnos de bien. Nuestra quietud entonces no dependerá del curso de las cosas, ni nosotros para ser felices dependeremos del goce de unos bienes que no está en nuestra mano conseguir ni fijar, ni de la carencia de unos males que no podemos evitar. El efecto de estas reflexiones lo probaron los gentiles de un modo tan claro, que basta solo el citado Séneca para convencernos de ello; cuando este filósofo escribe a su madre desde el destierro a que había sido relegado: He huido —dice— a los ajenos reales a saber de aquellos que ven quietamente a sí y a sus cosas; estos me han enseñado a vivir prevenido continuamente y a prever con anticipación todos los conatos de la fortuna y sus más duros ímpetus. Ella es pesada para los que de improviso la sienten, pero aquel que siempre aguarda sus golpes los siente más suaves y llevaderos.273
La fortuna adversa, dice el mismo, no amenaza sino al que la próspera engañó alguna vez. Conozcamos la naturaleza de los bienes que se aman y se verá que la de los que se temen no es menos falaz; nuestros bienes son tales que no deben alentar ni envanecer al que los po-
273. “Hasta ahora, y esto basta para dulcificar todos mis dolores, no he hecho más que entregarme en manos de los sabios: siendo demasiado débil para defenderme por mí mismo, he buscado refugio en el campamento de aquellos que fácilmente defienden su cuerpo y sus bienes. Estos son los que me han aconsejado permanecer constantemente de pie, como centinela; prever todas las empresas y ataques de la fortuna mucho antes de que se realicen. La fortuna agobia a aquellos sobre quienes cae de improviso: el que vigila constantemente la vence sin trabajo” (Séneca, Consolación a Helvia, tr. Francisco Navarro Calvo, Madrid, por Luis Navarro Calvo, 1884, pp. 8-9).
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see, y este solo que los recibe sin estimación es capaz de ver los males sin miedo: tales son las obras de la fortuna, que no se debe creer más a su mano cuando halaga que a su espada cuando hiere. Nosotros, para juzgar del mérito del bien a que debemos aspirar y del mal que debemos huir, es menester recurramos a otros principios distintos de los que nos dan o la costumbre o los sentidos. La mayor parte de nuestras lágrimas las exprime del cerebro, más que la dureza de los trabajos, la idea con que los recibimos; la opinión que formamos de las cosas nos hace concebirlas no como ellas son sino como querríamos que fuesen. Un irracional conato de procurarnos el agrado en todos los objetos en que se versa nuestra vida nos oprime, cuando se ve frustrado por una multitud de adversidades que no esperábamos, aunque ya estaban ordenadas o anunciadas en el desorden de una naturaleza que el pecado corrompió y que no nos produce voluntariamente, sino espinas y abrojos, que no da pan voluntariamente sino al que lo saca de las entrañas de la tierra ahogándose en un río de sudor que corre desde su frente por todas las facciones de su fatigado rostro. La contextura débil de nuestro cuerpo, el mal sistema de la sociedad, la malicia del corazon humano, ¿qué pueden producir sino enfermedades, discordias, trabajos?,274 cosas que si se adivinaran en sus causas herirían menos la sensibilidad de un corazón que cuando, en vez de las delicias en que desea anegarse, no halla sino penas que mil veces retardan y suspenden su movimiento, se comprime y respira mil ayes que denotan su fiera consternación. Nosotros —escribía también Séneca— podemos quejarnos continuamente de los hados, pero no podemos hacer que ellos muden de sistema. Ellos son duros e inexorables, nadie los mueve, ni con impro274. En el pensamiento ilustrado, la relación entre enfermedad corporal y enfermedad social comenzó a tomar relevancia, aunque fuese luego la sociología del siglo xix la que desarrollaría métodos interpretativos de dicha dicotomía con vistas a la producción de políticas públicas orientadas a producir sociedades saludables, compuestas por individuos saludables. Un autor ilustrado cercano a estos intereses de Manuel Gorriño es el asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos, quien entendía justamente como un continuo saludable la participación del Estado en la planeación de una vida individual y colectiva ajustada a las leyes y a las luces de la razón (véase su “Informe que dio como juez subdelegado del Real Protomedicato en Sevilla […] sobre el estado de la Sociedad Médica de aquella ciudad, y del estudio de medicina en su Universidad” [1777], en Obras publicadas e inéditas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos, Madrid, por M. Rivadeneyra, 1858, vol. I, pp. 279-282).
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perios, ni con llantos, ni con razones; ellos jamás perdonaron a ninguno ni se dejan ablandar con nada.275 Por lo mismo, ya no lloremos, pues que nada nos aprovecha, antes bien aumenta nuestro dolor con más facilidad que lo mitiga; todo lo que sin aliviar atormenta debe huirse, así como los vanos consuelos y una cierta frustránea liviandad que tenemos de lamentarnos: antes nos faltarán lágrimas que motivos para llorar. A todos los engaña su credulidad loca y en todo lo que se ama hay un voluntario olvido de lo perecedero e insubsistente de los bienes que adoramos, con que el llorar continuamente es infructuoso pues que no consuela; el modo de no llorar es ver todo el mundo bajo un aspecto de ruina en la que va todo a perecer, nosotros solamente sobrevivimos a las cosas. Conviene pues que, como superiores a ellas en nobleza y en duración, las veamos de un modo indiferente, como a las que por sí no influyen en nuestra fortuna o desgracia sino según el uso que hacemos de ellas. Busquemos pues nuestra paz en otros bienes adaptables a nuestra condición, huyamos solo de los males que verdaderamente pueden hacernos infelices. Cuando seamos dueños de nosotros mismos, cuando discernamos con rectitud entre lo que es el verdadero bien y mal, el dolor o la alegría, la salud o la enfermedad, la riqueza o la pobreza, los elogios o la sátira, se forman el espectáculo de una vida que, triste o alegre, al fin ella se concluirá muy luego sin que después nos interese lo del mundo, sino según el uso que de él hicimos cuando lo habitamos. Yo les encuentro a las cosas del mundo respecto al hombre aquella desigualdad de duración que demuestra bien que ellas no son su término; y el hombre que no debe gozarlas sino unos pocos de días, que aún son infinitamente menos que los que el mundo debe durar, manifiesta que aunque aquellas fueran tan felices como las creemos, el gozo que resulta al hombre de su posesión es un mezquino gozo como producido de un bien prestado y que [en] breve lo dejaremos para que otro lo posea. El hombre, eterno en su duración (que no debe verificarse sino 275. “Podemos quejarnos muchas veces de los hados, pero no los podemos mudar, porque son duros e inexorables. Nadie los mueve ni con oprobios, ni con lágrimas, ni con razones. A ninguno perdonan, ni remiten cosa alguna. Dejemos, pues, las lágrimas que no aprovechan, y el dolor con más facilidad nos llevará adonde está el difunto, que volverle a que le gocemos” (Séneca, Consolación a Polibio, tr. Pedro Fernández de Navarrete, Madrid, por Benito Cano, 1789, p. 250).
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en un país que está muy distante de la tierra), no puede usar de ella sino como de paso; y los bienes temporales, como destructibles por su naturaleza, no pueden serle sino de un gozo transeúnte. En tal caso, nada importa que el curso de las cosas vaya próspero o adverso: si lo primero, poca atención merece un bien que pasa como sombra; y [si] lo segundo, ¿qué importa pasar cuarenta o cincuenta años de un dolor que no carece de consuelos y que espera alivio? Aun en la vida se estima muy poco una flor porque luego se marchita, y se sufre con serenidad un dolor que pasa breve; pues si se desprecian los males y los bienes que no igualan la pequeña duración de la vida, ¿por qué esta, que es un átomo respecto de la eternidad, ha de fijar [a] un hombre como si realmente estuviera en ella, o el mal que puede en la realidad hacerlo miserable o el bien que lo puede hacer feliz? Ocurramos a otros principios mejores que los que ofrece la opinión común para juzgar del mal o del bien, y entonces discurriremos con más acierto sobre la situación que constituye nuestra verdadera tranquilidad, a la que debe aspirar el hombre con el mayor conato, porque ella es un negocio de primera importancia. Una virtud universal: aquella que nos hace juzguemos rectamente de las cosas y que obremos conforme al raciocinio, que se acomoda siempre a las reglas de lo justo y de lo honesto, esta sola es capaz de apartar al hombre de la vana solicitud a que lo conduce el concepto errado de buscar una felicidad que no se halla del modo en que la buscamos, ni en los aparentes bienes ni en huir unos males que acaso no lo son sino porque los creemos como a tales. La paz, la tranquilidad, a vista de esto, debe buscarse por un modo contrario al en que hasta hoy la hemos procurado; ni se deben tener por males los que, aunque ocurran, no pueden quitarnos la paz que la virtud no obstante ellos nos conserva. Es preciso versarnos en una filosofía que manifieste la razón verdadera de las cosas, y que apartándonos del vicio nos demuestre que la virtud sola es el fundamento de la tranquilidad, y que los trabajos momentáneos son unos golpes fáciles de ser eludidos por un verdadero filósofo. Oigamos sobre esta materia a Cicerón, cuya doctrina aclara la idea de que la virtud es la semilla de la paz que puede mantenerse en los mayores trabajos; así como es cierto que el vicio y las pasiones, lejos de tranquilizar al hombre, son la causa de la inquietud y de sus mayores penas. Las turbulentas emociones del alma, dice este grande
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hombre en el Libro V de sus Cuestiones tusculanas, aquellas pasiones del alma que se encienden y fomentan por un ímpetu inconsiderado, estas mismas que excluyen toda razón, nunca dan lugar alguno al goce de una vida quieta; quien siempre teme la muerte y el dolor, sintiéndolo continuamente y horrorizándose de lo otro porque lo juzga muy vecino, ¿puede este dejar de ser muy infeliz?276 Y si, como sucede con frecuencia, está el otro temiendo la pobreza, la ignominia, la infamia, la debilidad, la ceguera, y lo que no solo sucede a cada hombre sino aun a los más poderosos de los pueblos (esto es, la servidumbre), el que teme todo esto ¿cómo podrá llamarse feliz?; y el que no solo está temblando con el miedo de lo futuro, sino que sufre actualmente muchos males como son destierros, llantos, ausencias, ¿qué dicha puede tener?; y si a estos se agregan igualmente la enfermedad, es preciso sea miserabilísimo. Y por qué no he de llamar yo infelicísimo al que vemos inflamado y loco de sus livianos deseos, a este que todo lo desea con una rabiosa solicitud, que todo lo apetece con una inexplicable concupiscencia, y que por más que apura todo el océano de los deleites siempre está con sed de ellos y jamás se satisface; y aquel que engreído con ligereza se gloria y se jacta de su alegría vanísima ¿no es tanto más miserable que el que se cree dichoso? Pero, al contrario de estos infelices, son verdaderamente dichosos277 aquellos a quienes no asustan los temores ni vencen las enfermedades, ni los incita la liviandad, ni se complacen con los sutiles divertimentos, ni se debilitan con los deleites torpes. A la manera que la quietud de la mar solo se verifica cuando ningún aire, aun el más leve, incita sus olas, así también el estado quieto y tranquilo del espíritu entonces se ve: cuando él está sin la más leve perturbación que pueda moverlo. Y si hay alguno que juzgue tolerables los golpes de la fortuna, todo lo humano y cuanto puede sucederle adverso, sin que de ello resulte temor ni angustia, y si 276. “Porque las pasiones turbulentas, y los movimientos arrebatados, y el ímpetu inconsiderado del ánimo que rechaza toda razón, no dejan ninguna parte libre para la vida feliz. ¿Quién puede no ser desdichado cuando teme la muerte y el dolor, de las cuales cosas una le amenaza siempre y la otra es inevitable?” (Cicerón, Cuestiones tusculanas, tr. Marcelino Menéndez y Pelayo, Madrid, por Luis Navarro, 1884, p. 165). Cito aquí esta traducción por ser más cercana a la glosa de Gorriño; en adelante se citará una traducción contemporánea. 277. Tachado: “Pero así como estos infelices, así por el contrario son dichosos […]”. La letra de las correcciones a partir de este punto parece mucho menos segura o más apresurada.
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este mismo no se deja llevar de algún vano deleite del alma, ¿por qué no se ha de llamar dichoso? Y si esto consigue con la virtud, ¿qué hay por qué dudamos?, que ella sola basta para hacer a los hombres felices. Después muestra [Cicerón] con muchos argumentos y ejemplos que el vicio es siempre causa de innumerables penas, y que la virtud no solo hace al hombre feliz sino aun felicísimo en medio de los tormentos y dolores. Ya, pues, —continúa— los movimientos del alma, las solicitudes y las enfermedades con el olvido las suavizan, llevando la imaginación al deleite que causa la virtud por otros medios; por lo que justamente dijo Epicuro que el sabio abunda siempre en muchos bienes, porque siempre está alegre de lo que juzga que pende lo que nosotros disputamos: esto es, que el sabio siempre es dichoso, y esto aunque carezca de los sentidos necesarios como son el oído y la vista.278 Ya se entiende que la verdadera sabiduría, compañera de la perpetua dicha, se entiende ser la virtud sobre cuya razón discurre y trae los ejemplos de muchos que aun en la ceguedad, siendo tan penosa, fueron felices porque fueron sabios. La ceguera, en primer lugar (dice el mismo), solo es terrible al que carece del gozo interior y en el deleite que no procede de los sentidos, pues el alma sin ellos puede alegrarse de muchos y varios modos sin que use de su vista, particularmente el hombre erudito cuya vida es pensar: Apio fue ciego279 muchos años, y sabemos de los magistrados y de sus obras que estando así impedido jamás faltó a ninguna obligación suya, pública o privada; la casa de Cayo Druso,280 llena siem-
278. “Ahora bien, los movimientos del ánimo, las inquietudes y aflicciones, se mitigan con el olvido, trasladados los ánimos al placer. No sin causa, por consiguiente, Epicuro osó decir que siempre en muchísimos bienes se halla el sabio, porque siempre está en medio de placeres. De lo cual juzga él que se sigue lo que buscamos: que el sabio es siempre dichoso. ‘¿También si del sentido de los ojos, si del de los oídos carece?’ También, ya que a esas cosas mismas las desdeña” (Disputas Tusculanas, tr. Julio Pimentel, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1987, t. II, p. 126). Los ejemplos y razonamientos que vienen a continuación están tomados también de esta obra. 279. Apio Claudio El Ciego fue un militar y reformador político romano del siglo iv a.C., también conocido como “el Censor” (véase Alicia Valmaña Ochaita, Las reformas políticas del censor Apio Claudio Ciego, Cuenca, Universidad de CastillaLa Mancha, 1995). 280. Cayo Livio Druso fue un jurista romano del siglo ii a.C., poseedor de un enorme prestigio; su casa, escribe Cicerón, “solía colmarse de consultores. Cuando aquellos mismos a quienes pertenecía el asunto, no veían sus cosas, a un ciego empleaban como guía” (Cicerón, Disputas, p. 126).
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pre de los que consultaban, nos demuestra la autoridad que un ciego se concilió para con nosotros por su sabiduría; Gneo Aufidio,281 preceptor, fue ciego y sentenciaba en el senado, compartía con sus amigos, escribía una historia griega y estaba todo entregado a las letras; Diodoto,282 estoico ciego, tenía quien siempre le leyera y jamás creyó que necesitaba de sus ojos para leer ni para las demas operaciones de geometría en que era tan sabio. Cuando al ciego Asclepíades283 le preguntaron qué daño le había traído la ceguera, ninguno otro —dijo este célebre filósofo— sino el andar más acompañado con un niño; Demócrito cegó, y aunque no podía discernir lo negro de lo blanco él conocía bien lo malo, lo justo, lo honesto, y sin los ojos pudo vivir feliz.284 Se dice que Homero fue ciego, 281. Gneo Aufidio fue un político romano del siglo i a.C., pretor hacia el 107 a.C. y propretor en Asia al año siguiente; de él escribe Cicerón: “Siendo niños nosotros, Cn. Aufidio, ex pretor, por una parte en el senado decía su sentencia; por otra parte, no faltaba a sus amigos que lo consultaban, y escribía una historia en griego y veía en las letras” (Cicerón, Disputas, p. 127). 282. El manuscrito trae “Diódoro”, lo que podría confundir la referencia hacia Diódoro de Cronos, maestro de Zenón de Citio (fundador del estoicismo) y, a su vez, discípulo de Euclides (siglo iv a.C.). Acá Manuel Gorriño trata en realidad de Diodoto, estoico del siglo i que vivió con Cicerón desde el año 84 hasta su muerte en el 59 a.C. Dejó en herencia a Cicerón todos sus bienes, y de él escribe así el orador: “Diodoto el estoico, ciego, vivió muchos años en nuestra casa. Éste, por cierto (lo cual apenas es creíble), cuando se ocupaba en la filosofía inclusive mucho más asiduamente que antes, y cuando tocaba la lira a la manera de los pitagóricos, y cuando le eran leídos libros por día y noches, en las cuales aficiones no necesitaba de los ojos, entonces, lo cual apenas parece que se puede hacer sin los ojos, desempeñaba el oficio de profesor de geometría ensenando con palabras a sus discípulos de dónde a dónde trazaran cada línea” (Cicerón, Disputas, p. 127). 283. Asclepíades fue un filósofo del siglo iv a.C., discípulo de Estilpon y compañero de Menedemo, con quien fundó la escuela de Eretria. De él escribe Cicerón: “Cuentan que Asclepiades, filósofo erétrico no desconocido, como alguien le preguntara qué le había aportado la ceguera, respondió que el hecho de estar más acompañado por un solo niño. En efecto, así como aun la suma pobreza es tolerable, si es permitido lo que a algunos griegos cotidianamente, así la ceguera fácilmente puede sufrirse si no faltan las ayudas contra las enfermedades” (Cicerón, Disputas, p. 127). 284. Aunque se desconoce la causa exacta de la ceguera de Demócrito, pueden encontrarse opiniones radicales en este sentido, como la que aparece en las Noches áticas: “Demócrito, varón más que otros venerable y dotado de antigua autoridad, por su propia voluntad se privó de las luces de los ojos, porque consideraba que las meditaciones y reflexiones de su mente serían más vividas y exactas para contemplar las normas de la naturaleza, si las liberara de las seducciones de la vista y de los impedimentos de los ojos” (Aulo Gelio, Noches áticas, tr. Amparo Gaos Schmidt, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002, t. II, p.
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pero vemos en su obra una pintura, no un poema;285 los poetas que celebraron por sabio y feliz del agorero Tiresias nunca se embarazaron286 en que él fue ciego.287 En esta consternación ninguno de los citados fue infeliz, porque eran virtuosos: su constancia, su fortaleza, su raciocinio los hacía hallar el deleite fuera de la torpeza de los sentidos; y en medio de la deshonra, de los tormentos y de los dolores, hubo innumerables que se condujeron tranquilos y que pudieron despreciar la pena que el común de los hombres siente en estos casos. Ellos supieron sobreponerse a los sentimientos de la humanidad, concibieron una idea más alta de la fortuna; y así como la vista de inmensas riquezas hizo confesar a Sócrates con la mayor satisfacción: “¡Oh! ¡Cuánto es lo que yo no
163). De él escribe Cicerón: “Demócrito, perdidas sus lumbres, indudablemente no podía discernir lo albo y lo negro, pero sí lo bueno, lo malo, lo equitativo, lo inicuo, lo honesto, lo torpe, lo útil, lo inútil, lo magno, lo pequeño, y, sin la variedad de los colores, le era posible vivir dichosamente; sin la noción de las cosas, no le era posible. Además, este varón juzgaba inclusive que la agudeza del ánimo era estorbada por la vista de los ojos, y mientras que otros frecuentemente no veían lo que estaba ante sus pies, él recorría todo el infinito, de modo que en ningún confín se detenía” (Cicerón, Disputas, p. 127). 285. Sobre la ceguera de Homero, escribe Albrecht Dihle en la Introducción a la traducción que hace Pedro C. Tapia de la Odisea: “la historia siempre se puede contar de nuevo, y aquí, sin duda, además de variantes formales, también pueden infiltrarse variantes de contenido. No es sorprendente que los cantantes o poetas, a los cuales se había encomendado esta tradición, fueran de los primeros que formaron una clase profesional. A menudo, eran precisamente los ciegos quienes, gracias a su capacidad de memoria y de concentración, podían hacer frente a tales exigencias” (Homero, Odisea, ed. cit., p. XII). De Homero escribe Cicerón: “Se transmitió que también Homero fue ciego; pero su pintura, no su poesía, vemos. ¿Qué región, qué costa, qué lugar de Grecia, qué aspecto y forma de pugna, qué ejército, qué remadura, qué movimientos de hombres, cuáles de fieras, no pintó de tal manera que las cosas que él mismo no vio hizo que nosotros las viéramos? ¿Qué entonces? ¿Creemos que o a Homero o a cualquier docto les faltó alguna vez la delectación del ánimo y el placer?” (Cicerón, Disputas, pp. 127-128). 286. Vale por “nunca se detuvieron [a pensar]”: “Impedir, detener, retardar, y en cierto modo suspender lo que se vá a hacer o se está executando. Este verbo parece se formó de Embrazar, pues al que le embarazan, detienen y impiden, casi le atan [iii.381] los brazos para que no obre. Latín. Impedire. Implicare” (Aut., s.v. “Embarazar”). 287. Del adivino ciego, Tiresias, escribe Homero: “Y así, al augur Tiresias a quien los poetas imaginan sabio, nunca lo presentan deplorando su ceguera” (Cicerón, Disputas, p. 128).
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deseo!”,288 hubo hombres que se rieran y burlaran de unas desgracias que no temían, porque ellas no entraban en la parte de la felicidad en qué consistía su gozo. ¿Qué diremos a vista de estos ejemplares gentílicos, los que ilustrados de una doctrina más alta y de unos movimientos más fuertes, no sabemos conocer aun con tanta luz lo que los gentiles conocieron y practicaron casi a oscuras, y sin unas guías tan ciertas, sin unas ayudas como las que tenemos en la religión que alivian enteramente el trabajo? Los gentiles aún tenían en practicar sus virtudes menos interés que nosotros, el premio de aquellas no les ofrecía un cúmulo de felicidades tal como el que nosotros esperamos por premio de las que practicamos,289 ni el término que ellos alcanzaron los alentaba a emprender unas virtudes tan heroicas ni los tranquilizaba en ellas, como a nosotros la fortuna que por término de nuestra observancia se nos promete, y que influye en nuestra tranquilidad desde esta vida de un modo seguro y agradable. El común de los hombres, cuyo entendimiento jamás se ilustró ni arrancó la broza de sus preocupaciones, es campo eriazo290 en que la maleza crece impunemente como en aquellos sitios donde jamás se estampó humana huella. Estos291 aun podrán merecer la compasión de los que los miran llenos de falsas ideas de fortuna y de tranquilidad; pero nuestros sabios, que ya han discurrido sobre los verdaderos intereses del espíritu, que conocen los medios de realizar los planes de tranquilidad que mil veces los han adaptado y mil veces han despreciado apartándose de ellos para obrar, ¿qué disculpa pueden tener? Querrían ellos 288. “Por esto, Simmias, lo que se ha denominado la fortaleza, ¿no es peculiar de los filósofos? Y la temperancia, de la que el gran número no conoce más que el nombre, esta virtud que consiste en no ser esclavo de sus deseos, sino en sobreponerse a ellos y a vivir con moderación, ¿no es propia más bien de aquellos que desprecian sus cuerpos y viven en la filosofía?” (Platón, Fedón, o de la inmortalidad del alma, tr. Luis Roig, Madrid, Espasa Calpe, 1975, p. 67). 289. En el manuscrito: “practicaron”. 290. “Lo mismo que Erial. Es voz de poco uso. ROM. Republ. Christ. lib. 1. cap. 17. Porque no labrando las tierras, quedaránse los campos eriazos y desiertos” (Aut., s.v. “Eriazo”). “[…] se aplica a la tierra sin cultivar ni labrar, por no ser buena ni de provecho alguno, o por haverla dexado sin cultívo por mucho tiempo. Usase mui comunmente como substantivo. Viene del nombre Era. Latín. Terra arida, inculta” (Aut., s.v., “Erial”). 291. Tachado “huella”, que parecía error del amanuense por omoioteleuton o repetición de la palabra anterior.
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convenir la práctica de sus conocimientos con la de sus pasiones,292 y ya que esto no es posible, para eludir la propensión de su conciencia al bien, tergiversan las ideas más claras con falsas opiniones, y se contentan con razones aparentes de cuya verdad nunca están satisfechos. Pero ¿de qué le sirve fomentar la ilusión que los hace enloquecer con la razón misma que debiera hacerlos más cuerdos y más sensatos? Otras veces, prevaleciendo en ellos la animalidad, aunque conocen la ilusión de los gozos de sentido y de la falsa felicidad que de ellos resulta, aunque saben que estos gozos no producen la tranquilidad y que esta puede conseguirse en medio de los dolores, por una cobardía vergonzosa, por unos motivos débiles, eluden la propensión racional a la virtud con unas frecuentes dilaciones que nunca se acaban, o si alguna vez se dejan se comienzan a tomar inmediatamente. La falta de valor en esos casos, el demasiado ímpetu de la torpeza que arrastra tras sí a lo racional (un término que acaso no alcanza porque como no conocemos el de nuestros días no podemos disponer de un tiempo incierto sin errar), frustra todas las ideas más brillantes de una reforma sin la que el hombre vive agitado de sus pasiones, y muere deseando tener lugar para hacer lo que no quiso cuando para ello tuvo oportunidad. La tranquilidad del siglo es un sueño de la razón; la tranquilidad verdadera deja inmóviles y sin voz alguna a las pasiones: he aquí la diferencia que hay de una a otra. La primera hace que el hombre deje de ser tal para embrutecerse; en la segunda, aun lo que tiene de animal se ennoblece por la acción del raciocinio. Una inmensa distancia hay de una a otra, y esta es la que dista comúnmente de los hombres que, buscando la tranquilidad, se creen muy cercanos a ella cuando han adquirido las honras, riquezas y deleites con todo aquello en que se hace consistir la dicha, por que tanto se afana, por la que se suspira tanto y por la que se cometen los mayores delitos. Y en esto también se diferencia una tranquilidad de la otra: en que a la del siglo no se va sino por entre maldades y torpezas, al paso que cuanto el hombre se acerca más a la otra él es más puro, más justo y más acreedor al respeto a que la virtud se concilia estimación293 aun entre la plebe de los malvados. 292. En el manuscrito: “Querrían ellos convenir la práctica de sus conocimientos con la de mis pasiones”, lo que parece error por contraste entre “sus conocimientos” y “mis pasiones”. 293. “Estimación” es uno más de los añadidos en letra y tinta diferente; el manuscrito original traía: “la virtud se concilia aun entre la plebe de los malvados”.
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De lo que se infiere también que si se considera el hombre según sus principios y sus fines, él no está tranquilo en los bienes del mundo aunque falsamente crea estarlo, pues solamente está adormecido. Esta situación es sin duda más miserable que la de la aflicción y la de los trabajos de los que el hombre puede utilizarse, siendo así que cuando se adormece en sus fortunas es como un tronco deputado294 para el fuego, o incapaz regularmente de sentir siquiera su desgracia para huirla, ni de conocer su remedio para procurarlo. Luego, nosotros, por más que queramos engañarnos no podemos estar tranquilos sino cuando más nos apartáremos de la carne y de la sangre, y no podemos apartarnos de este cenagal de corrupción, de esta fuente de bajas pasiones, sino siendo virtuosos. Pero no podemos ser tales sino haciéndonos fuerza, venciendo nuestros apetitos, castigando nuestros antojos y trasladándonos a vivir, del país de la ilusión donde moramos, al del juicio y del raciocinio de donde siempre andamos fugitivos. Todo en realidad no es sino lo que antes procuramos establecer como principios de la tranquilidad misma, ¡pero qué dulzura es repetir mil veces el nombre de aquel bien que se ama aun antes de conocerse! Nunca será mucho el inculcar de todos modos las razones por las que el hombre debe moverse a procurar la tranquilidad; nuestro entendimiento tiene cierta disposición respectiva a determinadas razones que lo convencen mejor de una cosa que otras que persuaden lo mismo aunque de diverso modo, y cuando se trata de resolverlo a una cosa que más que cuanto hay le interesa, a lo menos se ha de usar de todos aquellos giros que se toman para inclinar a nuestro favor a un poderoso a quien persuadimos para sacar de él lo que se desea. Como el entendimiento es la basa de nuestra libertad (porque es preciso conocer como buena una cosa para resolvernos a abrazarla), y el mérito y utilidad de la virtud depende de nuestro libre albedrío, parece justo empezar reformando el entendimiento para mejorar nuestros errados juicios y para elevar el corazón del polvo de las nadas a que está unido, 294. Del verbo “diputar”: “Destinar, señalar, o elegir alguna cosa para determinado uso o ministério. Viene del Latino Deputare. Algunos dicen Deputar. FR. L. DE GRAN. Symb. part. 1. cap. 9. El Cielo de los Cielos (dice el Psalmista) diputó el Señor para sí; mas la tierra para morada de los hombres. CERV. Quix. tom. 1. cap. 25. Este es el lugar o Cielos! que dipúto y escojo para llorar la desventúra en que vosotros mismos me haveis puesto” (Aut., s.v. “Diputar”).
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y por las que andamos descaminados de la virtud y, por tanto, muy lejos de su patrimonio, que es la paz. Se dirá que nuestro escrito es demasiadamente espiritual, porque se apoya principalmente en las mociones que en lo alusivo a él nos da la religión; el desear que fuese de otro modo sería quejarse de que dándose lo mejor no se ha dado lo peor. Los más sabios escritores, aun entre los gentiles, usaron de las ideas de sus religiones como de las principales y más propias para componer sus obras; y estas que sostienen en la nuestra todo su sistema no excluyen las naturales, con lo que ella se ha formado de todo lo que se creyó más a propósito para satisfacer un entendimiento que, no parándose solamente en lo accesorio, se fija en lo principal que debe constituir un papel que, cuando sea el más abatido y despreciable por el artificio, si él dice la verdad merece toda la atención del hombre que la respeta donde quiera que la encuentre, sin atender a quien la dijo ni al modo con que la produjo. Además que si esta obrilla tratase de convencer295 a unos hombres para quienes la religión fuera a lo más un sistema político y que dudaran de sus principios, ella sería inútil; pero supone un lector piadoso que respeta sus máximas, que desea acomodarse a ellas y que está persuadido a que fuera de la religión católica todo es error, falsedad, y a que en ella solamente se encuentra aquella luz que mientras faltó en el mundo los hombres andaban en tinieblas, palpando las sombras de la muerte, por lo que sus pies torpes y embarazados de tan densa oscuridad nunca podrían dirigirse acertadamente al camino dichoso de la paz. Omnia sub correctione Sanctae Matris Ecclesiae Catholica, cui humiliter subscribo atque libenter.296
295. Nótese la declaración implícita de intenciones que esta frase otorga a la obra: tratar de convencer o persuadir, lo cual es en principio un propósito de carácter retórico. 296. “Todo bajo la corrección de la Santa Madre Iglesia Católica, a la cual suscribo humilde y gustosamente” (en el manuscrito: “Eclesiae Catolica”). Se trata de una protesta de fe que se venía incluyendo al final de los sermones o sermonarios desde el siglo xvii, a decir de Juan Caramuel (Syntagma de arte typographica [1664], ed. de Pablo Andrés Escapa, Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004, p. 109). Véase Idalia García, “Religión y tipografía: la protesta de fe en el impreso novohispano”, en Filiberto Felipe Martínez y Juan José Calva (comps.), Memoria del XXVI Coloquio de Investigación Bibliotecológica y sobre la Información, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, pp. 215-263.
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