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Spanish Pages 448 [222] Year 2017
El Chavismo Salvaje
Reinaldo Iturriza López
Colección Realismo y Utopía
Buenos Aires, 2017
Iturriza López, Reinaldo El Chavismo salvaje. 1a ed . Ciudad Autónoma de Buenos Aires: El Colectivo, 2017.
Índice
448 p. ; 22 x 15 cm. - (Realismo y utopía) ISBN 978-987-1497-85-0 1. Venezuela. 2. Ensayo Político. I. Título.
Diseño de tapa: Alejandra Andreone Corrección: Blanca Fernández Diagramación: Francisco Farina
Presentación a la edición venezolana Gustavo Pereira
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Prólogo primero
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Prólogo segundo
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Copyleft
Presentación a la edición argentina. Reinaldo Iturriza, un chavista sin uniforme Guillermo Cieza
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Esta edición se realiza bajo la licencia de uso creativo compartido o Creative
Prólogo a la edición argentina. El chavismo salvaje
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Editorial El Colectivo www.editorialelcolectivo.com [email protected] Facebook: Editorial El Colectivo
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PRIMERA PARTE: POLARIZACIÓN ¿Qué es la polarización?
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Apuntes: Sobre la disciplina revolucionaria y el “centralismo democrático realmente existente”
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El chavismo popular luego del 2D: de la deliberación a la rearticulación Chávez es un tuki. Notas sobre estética y revolución Contra el malestar Mayo 68 y los “estudiantes por la libertad” ¿Una nueva derecha? Noticias de antier: pitiyanquismo y más sobre el “antitotalitarismo” Los hiperchavistas Thoreau no sube cerro Ávila TV tiene mucho que decir La pequeña batalla y la gran estrategia La obsesión por el voto independiente Desde que llegó el socialismo Contra la “despolarización” Parlamentarias 26S: un análisis preliminar Del partido/maquinaria al partido/movimiento La repolarización antichavista: radicalización y diálogo Repolitizar los medios públicos ¿Polarizar o despolarizar? Chávez “populista” La fealdad del oficialismo La morisqueta del antichavismo Lo que el oficialismo no quiere ver El Rodeo: Estado, mafias, revolución Contra la política boba Ha muerto Ávila TV Para triunfar el 7 de octubre El día en que se puso de moda hablar como chavista ¿Larga vida a Chávez? Los Justin Bieber de la política Por qué voy a marchar con Chávez Por una política realista ¿Qué es el oficialismo? 4
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SEGUNDA PARTE: LOS SALVAJES Por una lectura no indignada de los medios antichavistas Apuntes: Kylie Minogue quería ir al mercado de El Cementerio Lo incomprensible, lo intolerable La Ley de Lynch ¿Y hoy también lloras? Un país de película Gente que no descansa Los que saben de arroz Magglio, mayameros y “polarización” Miss Universo en Guantánamo: “Is sooo beautiful!” Breve historia de una pulseada Las venas abiertas: de estúpidos e idiotas En perfecto venezolano La risa y los impostores Una lucha de telenovela 2012: la película 27F de 1989 y chavismo: el mismo horror El chavismo violento, esa redundancia Rojo, claveles rojos, violento rojo, triste rojo Tener amigos negros El mico-mandante de El Nacional y la dictadura Eudomar Santos y la planificación La tiranía de los doctos El “chavismo en los barrios”: parecerse a él o caerle a plomo en el intento Callar sobre el 27F de 1989 A propósito de Caracas, ciudad de despedidas Un país en serio
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TERCERA PARTE: POLARIZACIÓN SALVAJE ¿Qué es el chavismo salvaje? Apuntes: Impensar el 27F Chavista is beautiful Bicentenarios, efemérides y encubrimientos El chavismo y la segunda oleada ¿Qué ha sido del chavismo originario? Los ochenta y el furor antipartido El hastío por la política Los buhoneros y el partido/movimiento La política es en la calle La indiferencia por la política Rebelión popular: cuando izquierda y derecha no tienen nada que decirnos Partido/movimiento y agenda popular de luchas Noticias de la movilización que vendrá Notas sobre la movilización del 7 de junio ¡Volvió! Resteaos con Chávez Gran Polo Patriótico: es tiempo para la audacia La coherencia de Vanessa Delgado Entender la calle Carta abierta a quienes militan en el campo popular y revolucionario Un piquito para Pablo Medina Que la vida misma zanje la cuestión Esa cosa loca llamada chavismo Rezar no es igual a lamentarse Auscultar el alma del chavismo Gran Polo Patriótico: una guía práctica Chávez es otro beta Más chavista que ayer 6
CUARTA PARTE: ESTÉTICA DE LA MILITANCIA 285
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Por una política caribe Apuntes: Volver a Caracas Esos demócratas que quieren amargarnos los días Táctica y estrategia según un viejo militante No olvidar de dónde venimos: lección en seis pasos Sentido común del más puro y simple Julius Fucik: carácter, buen humor, alegría Pensar con cabeza propia La rabia de Keny Arkana Suráfrica 2010: La imagen de la derrota El brillo de Alejandra Benítez Suráfrica 2010: ¿Nos van a venir a hablar de derrotas? Contra el ombliguismo Notas para una militancia no fascista Qué diría Harry Potter… Por una cerveza popular Hay días en que provoca mandarlo todo al carajo La Caracas “normal” y “auténtica” Caracas, te amo Contra las “polémicas” (y en favor de la unidad) De magos, recetas y listas Por lealtad hacia los desconocidos Para eso es que son los hermanos Preservar el legado
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Referencias
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Epílogo. El chavismo salvaje: miradas desde el sur de nuestra América Francisco Longa
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Colección Realismo y utopía
“Realismo y utopía” es una de las primeras colecciones que impulsamos desde la Editorial El Colectivo, cuando comenzamos a pensar libros de intervención política que acompañaran las apuestas y los interrogantes de quienes estábamos imaginando nuevos caminos para las luchas populares de nuestro tiempo. Tal como planteamos en aquel momento, asumimos hoy la tarea de continuar con la difusión de ideas a partir de la edición de libros como parte de una colaboración “desde abajo”, orientada a la construcción de un espacio de convergencia entre luchadores y luchadoras de diversas experiencias y tradiciones. Luego de casi 10 años de trabajo, reafirmamos nuestra voluntad de que la editorial conforme un espacio desde el cual proyectarnos, conjunta y creativamente, con una perspectiva antipatriarcal, antiimperialista, anticapitalista y de emancipación social: una construcción colectiva capaz de impulsar otra política y otra forma de hacer política. 9
Creemos haber cumplido, desde Reflexiones sobre el poder popular hasta la publicación que aquí nos convoca, la apuesta por ofrecer una colección en la que cada libro publicado represente un aporte sobre determinado tema y, al mismo tiempo, pueda dialogar con los que lo preceden y articularse con los que le sigan, como eslabones de una construcción necesariamente colectiva, plural y abierta. Una colección que permita la expresión de autores y autoras que, asumiendo e integrando la experiencia viva de las luchas y de las construcciones populares, en toda su riqueza y diversidad, las fecunden con aportes analíticos, teóricos y políticos. Una colección que sirva a una militancia consciente y comprometida en la lucha por la emancipación de quienes son oprimidos, explotados, desposeídos, por un capital cada vez más depredador y destructivo. Estamos presentado una colección que no quiere “bajar línea”, sino dar un soporte material e ideal para contribuir al desarrollo de una nueva cultura militante y de una genuina práctica revolucionaria, basada en la vieja y probada máxima de la Asociación Internacional de Trabajadores: “La emancipación de la clase trabajadora será obra de los trabajadores mismos”. En fin, es esta una colección de y para compañeras y compañeros.
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Presentación a la edición venezolana
Noviembre de 2012
Si alguna virtud reconocen en Hugo Chávez hasta sus acérrimos adversarios, incluidos los políticos y comentaristas que en Estados Unidos y Europa fundan sus análisis en percepciones más cercanas al cerebro que al epigastrio, es la de haber vuelto visibles, desde el primer día de su Gobierno, a los seres invisibles. ¿Poca cosa? Poca para ellos, si en verdad suponen o creen que nuestros seres invisibles conformaban apenas una pequeña troupe de fantasmas en pena, rescatada de un teatro metasíquico. Poca, si desconocen que esos seres invisibles, cuando Chávez fue elegido en 1998, constituían nada menos que dos tercios de la población venezolana sumidos en miseria y exclusión, lo que significaba más de cuatro millones de niños con severos cuadros de desnutrición y abandono. Pero Chávez no sólo hizo visibles a los invisibles –cuestión que en puridad, en nada afecta las estructuras del poder político, económico y cultural establecido, subordinado casi todo él a sus equivalentes imperiales–, sino que intentó e intenta, con éxitos y fracasos, pero con irrenunciable empeño, convertirlos en un verdadero poder liberador, dueños y ductores de su propio destino –cuestión imperdonable para quienes instituyeron y/o usufructuaron, y pretenden seguir haciéndolo, los mecanismos de dominación que hicieron posible aquella ominosa realidad. Por eso la revolución bolivariana. Este libro trata de diversos aspectos capitales de esa lucha abierta y soterrada, implícita y manifiesta, por sentar las bases 11
El Chavismo Salvaje
de una nueva conformación social y cultural en el seno de ese pueblo, nuestro pueblo. A lo largo de sus páginas, Reinaldo Iturriza explora y analiza sensibles aspectos que desde afuera, en los factores que lo adversan y denuestan, y en el propio seno de las vanguardias transformadoras, pugnan o conviven en el proceso revolucionario. Pero una revolución, como sabemos, no puede atraparse, pues sólo se manifiesta en ideas y actos. Y aunque en pos de rumbos certeros sus protagonistas intenten diversas praxis hacia objetivos manifiestos, en definitiva estos dependen de minúsculos, pero esenciales hechos domésticos y conductas ciudadanas. En ese cada día, con los procederes habituales de quienes dicen representar o representan los nuevos paradigmas, en esos haceres, deshaceres, acciones u omisiones, subyacen, como deduzco de estas páginas, los verdaderos dominios creadores del sueño emprendido. Ante los peligros y factores que acechan y asechan la recién iniciada revolución bolivariana –entre ellos, tanto o más que el accionar del adversario, el burocratismo u oficialismo en donde abrevan despropósitos de un sector apático, pusilánime, ineficiente, desinformado o abiertamente deshonesto–, el libro disecciona puntualmente sus causas y efectos, señalando al mismo tiempo las perversas ramificaciones de la anticultura segregacionista, ultrajante herencia de la dominación colonizadora y neocolonizadora, con su carga de explotación, alienación y racismo. Si para el antiguo colonizador los pueblos sojuzgados eran poco menos que homínidos (en el lenguaje actual, “chusma”, “monos”, “salvajes”), puesto que no tenían idiomas sino jerigonzas, ni religión sino idolatrías, ni ciencias sino supersticiones, ni artes sino artimañas, el sistema de dominación que instauró convirtió al colonizado, cuando no en mercancía –esclavizándolo–, en bien instruida caja de resonancia que reprodujera sus valores, instituciones y modos de vida, por lo que el aprendizaje y la adopción de lengua, religión, usos y costumbres de los estamentos dominantes llegó a convertirse en condición primaria para ascender en la nueva escala social. De esta herencia, retomada por el actual fundamentalismo de mercado, se nutrieron, para bien y para mal, los pueblos invadidos del llamado Tercer Mundo. De allí que sus revoluciones se propusieran conquistar con la independencia política y la igualdad social –distinta al igualitarismo que entraña en sí mismo otra injusticia– el despreciado arcoíris de valores y saberes de las milenarias culturas endógenas, presente 12
Presentación
en las mayorías invisibilizadas. Un capítulo del libro destaca, sin embargo, la extraña paradoja de cómo esas mayorías pueden de nuevo convertirse en seres invisibles… para la misma revolución. O por mejor decir, para el oficialismo burocrático, adocenado e insensible, que intenta apoderarse de sus instituciones. Esa lucha en dos o más direcciones, esa contienda a ratos desencontrada con sí misma, requiere, como señala Reinaldo, la asunción de iniciativas radicales y urgentes en todos los órdenes, de la acción y del pensamiento, de las artes y los oficios, a fin de ensanchar los cauces transformadores, e impedir que las aguas revolucionarias se estanquen. Por esa y otras razones quisiera referirme también a un particular señalamiento que llamó mi atención en estas páginas. Se trata de una pequeña alusión, acaso mencionada al voleo, aunque para mí significativa, sobre la poesía. Al caracterizar la determinación revolucionaria de un pueblo que ha demostrado en acción y paciencia su conciencia redentora y a la cual Reinaldo llama, con un dejo entre alegoría y humor, “chavismo salvaje”, percibe a éste –evocando una imagen de Alfredo Maneiro– como en el seno de dos enormes olas sucesivas, en el estado potencial que presagia otra inmensa ola dispuesta a hacer eclosión no sólo ante los ataques de una oposición desencajada y desafiante, sino frente a los intentos del burocratismo oficialista por desfigurar y paralizar la revolución. Y acota Reinaldo: “Tomar la iniciativa es asumir que el chavismo salvaje no es una cuestión poética, una metáfora, una abstracción, un detalle florido, una estratagema. Hay una materialidad del chavismo salvaje (…)”. Y aquí mi fraterna disensión. Creo que el chavismo salvaje es también una cuestión poética, aunque no, desde luego, una metáfora, ni una abstracción, ni un detalle florido, ni una estratagema. La poesía, como las ideas, ha formado y forma parte de las raíces de toda causa redentora. Los ideales revolucionarios se nutren no sólo de razones políticas, y menos entre nosotros, latinoamericanos, cuyas luchas iluminó la presencia poética, en obra, en lenguaje y en acción, de libertadores como Bolívar y Martí, por sólo nombrar dos referencias inmortales. Tan importante como la praxis política es la humana urdimbre de la sensibilidad. La poesía puede encarnar también en acto, y se materializa no sólo en los sentimientos de quienes representaron excepcionales ejemplos históricos, sino en el diario acontecer de nuestro pueblo, que la manifiesta de mil modos y acude a ella para alimentar eternamente sus más caros anhelos. Razón y sensibilidad representan, en un todo, la conciencia 13
El Chavismo Salvaje
sensible, constituyente del espíritu capaz de conmoverse ante toda injusticia. Por lo demás, me enorgullece presentar este libro de alto y sostenido lenguaje, en cuyas páginas los verdaderos revolucionarios, y quienes aspiran a serlo, hallarán cauces y rumbos certeros para construir los sueños posibles.
Prólogo primero
6 de agosto de 2012
Gustavo Pereira
Sandra Mikele dice que nadie lee los prólogos, porque posterga la aventura que es adentrarse en una historia y entregarse a ella. Tal vez tenga razón. Aun así, valga esta brevísima aclaratoria a los lectores más disciplinados: comencé a escribir este libro en junio de 2007, pero no fue sino hasta junio de 2011 que empecé a verlo como un cuerpo imperfecto, incompleto, pero cuerpo al fin. Sólo cuatro años después tuve plena conciencia de que lo que había comenzado como un ejercicio de reflexión fragmentada podía ser reordenado y presentado al menos en cuatro partes o capítulos. Al fin y al cabo, salvo algunas excepciones, eran siempre los mismos temas que volvían. Al principio me animaba un propósito muy modesto y sin embargo muy subestimado entre nosotros: dejar registro, de la manera más regular posible, sobre el curso de la revolución bolivariana. Al poco tiempo, inspirado por el fragor de los acontecimientos, la intención pasó a ser construir herramientas que nos permitieran pensar un proceso político que es imposible entender utilizando el saber que se enseña en nuestras universidades o echando mano de los vetustos esquemas analíticos de nuestros partidos políticos. La primera parte, Polarización, define las reglas generales de interpretación. No espere el lector los primeros fundamentos de una futura teoría o doctrina: casi todas las herramientas conceptuales están desplegadas, unas en relación con otras, verificándose, siendo utilizadas para examinar nuestra realidad y sometidas a examen, mostrando sus limitaciones y potencialidades: polarización, 14
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El Chavismo Salvaje
repolarización, gestionalización, repolitización, lógica de las dos minorías, política boba, partido/maquinaria, partido/movimiento, oficialismo. Subraya la importancia de la política estratégica y reitera en una hipótesis sobre la que se sostiene todo el libro: el viraje táctico que ha hecho el antichavismo a partir de 2007, la “estrategia de desgaste” que emplea desde entonces, y evalúa las implicaciones políticas de estos movimientos. De igual forma, intenta saldar cuentas con la pesada herencia de la izquierda tradicional y mostrar cómo ésta funciona como obstáculo para el avance del proceso de cambios. La segunda parte, Los salvajes, trata sobre las diversas maneras en las que el chavismo es representado por su contraparte histórica. Incluye ejemplos del discurso racista, clasista y autodenigratorio que despliega el antichavismo, y devela la forma como lo popular es asociado sistemáticamente con lo criminal. Sugiere una estrategia para lidiar con la maquinaria propagandística antichavista, que vaya más allá de la indignación, entendiendo que ésta induce frecuentemente al error de cálculo político y, en última instancia, a la desmovilización. La tercera parte, Polarización salvaje, perfila lo que sería no sólo el protagonista de este libro, sino, en mi opinión, el sujeto de esta revolución. El chavismo salvaje es definido a partir de la relación que establece tanto con el antichavismo como con el oficialismo. Incorpora una reflexión incipiente, y a la que hubiera deseado dedicarle mucho más tiempo, sobre el chavismo a secas, sobre sus antecedentes históricos y sus perspectivas a futuro, sobre sus grandezas y miserias, sus aspiraciones y tribulaciones. Con lo anterior como referencia deben ser leídos los textos sobre el hastío o la indiferencia por la política. De igual forma, se detiene en algunas consideraciones sobre la importancia de las iniciativas emprendidas por eso que hemos dado en llamar “movimiento popular”. El título de la cuarta y última parte, Estética de la militancia, es una paráfrasis del nombre del inolvidable libro de Peter Weiss, La estética de la resistencia (1999), y aborda el esquivo tema de la militancia política, a su vez inscrito en la temática más general sobre la alegría y las pasiones tristes. También propone las que serían las líneas gruesas de una política caribe, una política alegre por definición, y tal vez la única en la que valga la pena militar. Sobre el título que lleva este libro, El chavismo salvaje, debo agregar que algunos compañeros me advirtieron sobre la inconveniencia de un enunciado que podía prestarse a malos entendidos, 16
Prólogo
o que podía calificarse de políticamente incorrecto. Es de mi entera responsabilidad haber desoído tales recomendaciones, hechas de buena fe. No faltará quien afirme que se trata de una redundancia, o quien reconozca que, en efecto, un chavismo más “civilizado” sería lo más deseable. Por último, habrá quien lo interprete como insulto, simple y llanamente. Por supuesto, no se trata de nada de esto. Mi intención ha sido, en parte, enfatizar el carácter polivalente del significante “chavismo”, pero sobre todo hacer una declaración de principios: puesto a elegir entre quienes parten del esquema civilización/barbarie para pensar la política y los mismos bárbaros, elegiré siempre a estos últimos. Todo lo demás está dicho en el texto que abre la tercera parte. Cada una de las partes del libro inicia con un texto conciso que, además de puntualizar lo que ha podido quedar disperso, busca contextualizar el conjunto de “apuntes” que le acompañan. Excepción sea hecha de la primera parte, que incluye además un texto de cierre. Sepan los lectores impacientes, poco dispuestos a distraerse con dichos “apuntes” o ya familiarizados con ellos, que pueden hacerse una idea bastante aproximada del planteamiento general del libro leyendo sucesivamente estos textos de apertura y cierre. Queda del lector elegir entre el camino largo y el corto. Debo agradecer a mis compañeros de trabajo y militancia, Javier Biardeau, Juan Antonio Hernández, Andrés Antillano y Elio Hernández, con quienes discutí largo y tendido sobre muchos de los planteamientos expuestos aquí. Mención especial merece mi amigo Ociel López: sin su permanente interlocución quizá este libro nunca hubiera existido. A Alexis Romero Salazar, a quien acudí buscando unas primeras orientaciones editoriales y cuyas opiniones fueron determinantes al momento de darle concreción a lo que en su momento no era más que una idea vaga. A Elsie Romero Salazar, en quien encontré una “correctora” de lujo y una lectora apasionada: una pasión que me honra infinitamente. A Jesús Miguel Bellorín, quien me alentó de diversas formas para que siguiera adelante. A Vicmar Morillo, lectora entusiasta y atenta, por sus atinadas observaciones. A Marieva Cagüaripano, quien desmenuzó pacientemente página por página, enderezando entuertos, identificando gazapos y dándole forma a lo que no era más que un borrador. Finalmente, a Meresvic Morán, al mismo tiempo estímulo e inspiración: estuvo allí desde el principio y no dejó de animarme para que llegara hasta el final.
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Prólogo
Prólogo segundo
9 de agosto de 2016
Volviendo a 2016, mientras todavía bosquejaba Por una política caribe, Taroa Zúñiga contribuyó en mucho a darle a El chavismo salvaje la forma que hoy tiene. No sólo es la responsable de ubicar, paciente y meticulosamente, mucha información faltante. Su trabajo fue mucho más allá: corrigió, pulió. Espero algún día tener la oportunidad de retribuir tan amoroso y desinteresado esfuerzo. Mi madre, mis hermanos, pero sobre todo mis dos niñas, Sandra Mikele y Ainhoa Michel, me han estimulado de diversas maneras a publicar este libro. En todos ellos he encontrado una fuente inagotable de motivación. Salud.
Resulta sin duda inusual que un libro que se publica por primera vez incluya dos prólogos. Pero las circunstancias obligan. El primero lo escribí hace casi exactamente cuatro años, a escasos dos meses de las últimas elecciones presidenciales del comandante Chávez. Tan sólo siete meses después nos entregaríamos en cuerpo y alma a la tarea de garantizar la continuidad de la revolución bolivariana, amenazada por la ausencia de su líder histórico. A finales de abril de 2013 me incorporé al equipo de Gobierno del recién electo Nicolás Maduro, asumiendo la responsabilidad de Comunas y Movimientos Sociales. En septiembre de 2014 me fue encomendada la cartera de Cultura, donde permanecí hasta enero de 2016. Liberado de responsabilidades, me dediqué de manera febril a trabajar en la continuación de este libro. Decidí que llevaría por título: Por una política caribe. La política después de Chávez. Al cabo de algunas pocas semanas, ya elaborado el respectivo plan de trabajo, y luego de dar los primeros pasos, hice una pausa y me concentré en lo obvio: en saldar la deuda pendiente, haciendo lo necesario para publicar El chavismo salvaje. En 2014, todavía en Comunas y Movimientos Sociales, había hecho un intento frustrado por retomar el trabajo conducente a su publicación. Desde entonces, es mucho lo que debo agradecerles a Zulay Correa, María Quintero, Sady Loaiza, y muy especialmente a Maureen Riveros, que siempre ha creído en la necesidad de publicar este libro, confianza que me honra y me conmueve. 18
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Presentación
Presentación a la edición argentina
La Plata, Marzo de 2017
Reinaldo Iturriza, un chavista sin uniforme Reviva las imágenes del 13 de abril de 2002. Revise los videos. ¿Cuántas franelas (remeras) rojas divisó? Casi ninguna. El rojo es símbolo universal de rebeldía, sinónimo de revolución, de socialismo, rojo de sangre combatiente. Jamás uniforme. Jamás pueblo alguno ha hecho fila frente a algún funcionario para uniformarse de rojo en los momentos previos al combate callejero. Pueblo porta lo que sea, lo primero que agarre. Porque en el combate no importan tanto los símbolos, sino las razones a las que aluden esos símbolos. La vida es una buena razón. Por eso, en el combate callejero, lo que predomina es el color a barrio, color a pueblo, color a tierra
Reinaldo Iturriza “Chávez es un tuki. Notas sobre estética y revolución” 6 de febrero de 2008 He rescatado esta frase de Reinaldo Iturriza porque creo que es la que mejor sintetiza su particular inserción en la revolución bolivariana. En primer lugar la cita alude a un escenario donde el pueblo chavista realizó su acto masivo más revolucionario: derrotar 20
al golpe de Estado organizado por la derecha local y el Imperio y rescatar a Chávez. Está haciendo referencia a la lucha, al protagonismo popular, e identificándose con él, con su decisión y sus razones, despegándose de todo ritualismo, de toda vestimenta o máscara que pueda encubrir lo que no se es; que pueda servir de cobertura a una pasión que no se profesa. Haciéndose cargo de su participación en el enfrentamiento popular contra los enemigos de la revolución bolivariana, lo hará despojado de todo uniforme, manual o acreditación burocrática de su condición de revolucionario, no por mera rebeldía estética, sino como condición indispensable para ocuparse con entera libertad de las cuestiones que le preocupan: los problemas de la revolución. Libertad que incluso le permitirá escribir, por ejemplo, que el plebiscito por la Reforma Constitucional se perdió porque fue la reforma de Chávez y no la reforma del pueblo. Parado así en la revolución bolivariana, Reinaldo ha sido, es y seguramente será, un personaje incómodo para todos los desconfiados de los “poderes creadores del pueblo” y un personaje sospechoso para los aduladores. Desde ese lugar probablemente no hubiera tenido mucha trascendencia pública, sino fuera porque el propio Chávez simpatizó con su frescura revolucionaria. El Comandante valoraba la importancia estratégica del pensamiento crítico. En la izquierda latinoamericana y mundial la revolución bolivariana ha promovido diferentes lecturas, matizadas muchas de ellas por prejuicios, ignorancia y exageraciones. Basta mencionar que sobre Chávez se han escrito más libros que sobre cualquier otro líder político en el mundo. El Chavismo Salvaje hace un aporte fundamental para comprender ese proceso histórico dirigiendo la mirada a su sujeto protagónico. Nos ayuda a comprender el recorrido de esa enorme porción del pueblo venezolano que se convirtió en el gran protagonista de la Revolución Bolivariana. Va a identificar con mucha precisión su génesis, partiendo de la referencia ineludible a la gran insurrección del Caracazo. Y Reinaldo va a decirnos que “…pasaron solo 10 años para que este sujeto arisco y turbulento que se rebeló el 27 F de 1989 se encontrara cara a cara con los militares insurrectos del 4F de 1992. Del encuentro de los protagonistas de ambas eclosiones surgió el chavismo”. Reinaldo también va a ocuparse de la mirada de la derecha sobre ese sujeto protagónico, citando textualmente a la periodista 21
El Chavismo Salvaje
Thamara Nieves: “Estos grupos demográficos, inéditos, no encajan en la clasificación D-E, más bien podrían ser Y-Z, pertenecen al inframundo caraqueño”. (Diario El Universal, 1 de marzo de 1999). Y al actual Alcalde de Sucre y representante de la derecha en la mesa de Diálogo Político, Carlos Ocariz: “Hemos visto con indignación cómo salen de abajo de la tierra unas personas (…) con espuma en la boca, ojos volteados, palo en mano en actitud agresiva, dispuestos a defender algo que no entienden muy bien: la revolución; ellos son las llamadas turbas de Chávez” (Diario El Universal, 27 de enero de 2002). Estas descalificaciones muy parecidas a las de “aluvión zoológico”, que el diputado radical Ernesto Sammartino les propinó a las masas peronistas en la década del 40, confirman que la lucha de clases y las rebeliones populares merecen idénticas respuestas de los opresores. Y, en palabras de Reinaldo, su “Horror por las calles atestadas de pueblo, horror por la política contaminada con lo popular”. El Chavismo Salvaje expresa una mirada sobre el sujeto protagónico de la Revolución Bolivariana que no sólo se diferencia de la derecha, sino también de algunas versiones oficialistas. Digamos, para empezar, que apela a orígenes de “encuentro” y no de acto creativo por la inspiración de un líder. Esa mirada inicial determina toda su perspectiva porque, siendo el chavismo fruto de un encuentro, va a medir el avance revolucionario en la medida que ese sujeto pueda expresar su potencialidad disruptiva. Reivindicando el papel que juega Chávez en su interpelación al pueblo para dar continuidad política a su participación protagónica que ejerció en el Caracazo, describe cómo ese mismo pueblo va modelando a Chávez y a su político; también va a advertir sobre las inconveniencias de que ese sujeto sea sustituido: “De nada sirve una burocracia partidista que ha olvidado que la política revolucionaria no es cosa de maquinarias, sino de sujetos políticos subordinados, excluidos, explotados, e invisibilizados que se organizan y luchan”. Que un hombre como el que escribió El Chavismo Salvaje haya sido Ministro, reivindica la profundidad y la vocación transformadora que alentó al gobierno bolivariano, en particular durante un período histórico (2012-2014) que se corresponde con los últimos años de Chávez y el impulso revolucionario que dejaron sus legados memorables: “El Golpe de Timón”, y el “Plan de la Patria”. Un tiempo que el pueblo organizado recordará como la “primavera comunera”. 22
Presentación
Un momento histórico donde, a modo de anécdota ilustrativa, los principales dirigentes comuneros del país participaban en las reuniones del gabinete ampliado del Ministerio de Comunas, debatiendo las líneas generales de acción institucional. Un verdadero asalto popular al viejo Estado, para disgusto de los tecnócratas y escándalo de los burócratas. La puntualización que hacemos sobre ese periodo de tiempo no es accesoria. Mirado históricamente, advertimos que en ese lapso se concentran los años más lúcidos de Chávez y la breve pero luminosa estela posterior a su fallecimiento. En los años que vinieron después y que se continúan hasta el presente, se desató una feroz ofensiva para desestabilizar al gobierno de Nicolás Maduro y desbaratar el avance en la construcción del socialismo. El Imperio desencadenó un furibundo y prolongado ataque mediático, económico, financiero y diplomático. Hacia el interior del gobierno bolivariano y el PSUV, la ausencia del líder provocó confusión y desaliento, se produjeron algunas deserciones y un acto reflejo conservador de dirigentes y líderes políticos del chavismo de aferrarse a espacios y parcelas de poder interno. El Viejo Estado recuperó vigencia a expensas del retroceso del protagonismo popular y de la organización comunera. El aparato partidario creció en influencia a expensas del retiro de la política de una parte de las masas chavistas. El presidente Maduro, convertido en blanco principal de la ofensiva restauradora imperial y sin la espalda política del Comandante para contener los demonios internos, apenas ha podido maniobrar para mantenerse en el gobierno y sostener un imaginario transformador con poco asidero en los hechos efectivos. En el nuevo escenario, Iturriza ha ratificado la postura política que se expresa en las páginas de este libro: “Tengo por regla que todo aquel que, llamándose revolucionario, utilice las cámaras de Globovisión para realizar una crítica al Gobierno revolucionario, pierde su condición de interlocutor legítimo de esa misma crítica. Así de sencillo”. Por un lado su compromiso con el pensamiento crítico, por otro su decisión de no hacerle guiños a la contrarrevolución. En el año 2016 la feroz ofensiva imperial se combinó con una abrupta caída de los precios del petróleo y, durante el primer semestre, una prolongada sequía afectó la agricultura y la provisión de energía. Contra todos los pronósticos, la revolución bolivariana resistió el embate. No sólo no se produjeron los anunciados saqueos masivos, sino que nunca el chavismo fue superado en las movilizaciones callejeras. 23
El Chavismo Salvaje
Cuando, sometidos a tensiones mucho menores, los gobiernos progresistas de Brasil y Argentina se desbarataban como castillos de naipes, el pueblo chavista afectado por cortes permanentes de energía eléctrica, con comida escasa, con productos higiénicos desaparecidos de las góndolas, resistió hasta límites impensables. Familias que durante décadas en la IV República habían vivido con necesidades insatisfechas, volvían a vivir algunas circunstancias parecidas con la diferencia que, aun criticando algunas medidas o a funcionarios del gobierno, se sentían parte de un proceso en dificultades y no estaban dispuestos a permitir que volvieran a gobernar los ricos, los gringos y los políticos burgueses. Sus estructuras de base, los consejos comunales, se convirtieron en la única herramienta confiable para que el gobierno pudiera distribuir los escasos alimentos disponibles entre los más afectados por la crisis. Como ocurrió con la intentona golpista contra Chávez, el pueblo volvió a salvar al pueblo. La Revolución bolivariana sigue siendo un proceso de final abierto. Todos los días y en distintos puntos del país mujeres y hombres del pueblo protagonizan actos revolucionarios. Crean, resisten, inventan y luchan desde las comunas campesinas y urbanas, las empresas nacionalizadas, los lugares de estudio y de trabajo, desde las actividades culturales, deportivas o científicas, y también ocupando cargos en todos los niveles de gobierno. Seguramente será El Chavismo Salvaje quien tenga la última palabra. Por eso es bienvenido este muy buen aporte de Reinaldo Iturriza, que nos ayudará a conocer al gran protagonista de la revolución bolivariana. H. Guillermo Cieza
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Prólogo a la edición argentina
Caracas, 8 de abril de 2017 El chavismo salvaje El chavismo es, para decirlo con John William Cooke, “el hecho maldito de la política del país burgués”. Aluvional, policlasista, no es esto lo que lo define. Ni siquiera durante sus primeros años. El chavismo es, desde su gestación, un fenómeno “maldito” para la burguesía porque aquello que le da cohesión es su decidido antagonismo contra el statu quo. Antagonismo que adquirirá matices anticapitalistas con el paso de los años, al fragor de la lucha, y como lo asumirán de viva voz tanto Chávez como sus líneas de fuerza más avanzadas. Si a comienzos de los años cuarenta del siglo veinte Acción Democrática significó el ascenso de la clase media emergente, que a su vez hizo posible la incorporación ordenada de las clases populares a la escena política, siempre subordinada a la burguesía nacional y sometida a la voluntad del capital transnacional, en el caso del chavismo el protagonismo descansa casi siempre en las clases populares, bien por voluntad expresa de Chávez, bien porque el propio chavismo demanda mayor participación y más radicalidad. Ya no es el sujeto que interviene “ordenadamente”, sino uno que emplea sus fuerzas en la refundación de la República, empresa histórica que pronto se traduce en la imposición de límites a los poderes económicos y en las progresivas conquistas de derechos, particularmente económicos, sociales y culturales. Ese chavismo está vivo y coleando, a pesar de su apariencia muchas veces espectral, y de estar ausente en muchos de los análisis que se hacen sobre Venezuela. Omisión que obedece, con frecuencia, a la intención deliberada de continuar ignorando a los invisibles históricos, hoy sujetos políticos de un proceso de cambios revolucionarios, y otras veces a la ceguera de cierta izquierda que, impedida de ver realizada la revolución que siempre soñó, despacha como pesadilla la revolución que hacen los hombres y mujeres de carne 25
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y hueso. De nuevo, aplica para el chavismo lo que escribía Cooke a propósito del peronismo: “existe, está vivo y no será sepultado porque le disguste a los soñadores de la revolución perfecta, con escuadra y tiralíneas”. Este libro intenta registrar parte de su historia, escarbar en sus orígenes y ofrecer un marco de interpretación mínimo para entender el conflicto presente. También, es inevitable, interviene en la disputa cada vez más intensa sobre la identidad política del sujeto popular en Venezuela. Sobre todo en razón de esto último, no puedo sino celebrar que “El chavismo salvaje” traspase las fronteras nacionales: siendo consecuente con el bolivarianismo que le constituye, el chavismo manifestó, desde muy temprano, su vocación por plantearse los problemas fundamentales no solo de la sociedad venezolana, sino de toda Nuestra América. Al fin y al cabo, son problemas que tienen un origen común. También, salvando las distancias correspondientes, son los mismos pueblos y las mismas luchas. Me gusta pensar que la publicación de este libro en Argentina puede aportar algo, no importa cuán poco sea, para salir airosos de aquella disputa. Para que no terminen de imponerse idealizaciones negativas del chavismo; para identificar sus limitaciones, por supuesto, pero también para que no se escamotee lo que tiene de fenómeno político extraordinario, exuberante. Si se impusieran estos relatos, perderíamos todos y todas. Por todo lo anterior, mi infinito agradecimiento a los compañeros y a las compañeras que lo han hecho posible, en especial a mi amigo Miguel Mazzeo, y a Guillermo Cieza, que aparece retratado en algunos pasajes de este libro. Salud.
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PRIMERA PARTE Polarización
¿Qué es la polarización? 28 de enero de 2012
Recuerdo ese balcón en Sabana Grande, casi sobre la Casanova, la noche del viernes 6 de diciembre de 2002. Los alaridos de horror, la sorpresa, el estupor: todo podía percibirse con una nitidez paralizante. Al cabo de pocos segundos, la explosión de cólera, bramidos aislados e imprecaciones que fueron convirtiéndose en un coro que pedía venganza. Un desquiciado acababa de abrir fuego contra el antichavismo congregado en la Plaza Francia. La noche apenas comenzaba. Me tocó lanzarme a la calle, rumbo a Plaza Venezuela, donde agarraría el autobús hacia San Antonio de Los Altos. Tal vez fueron los minutos más largos de mi vida. Lo que sí es seguro es que nunca como entonces alcancé a sentir algo parecido a aquel odio que circulaba a corrientazos, como latigazos en la nuca, como el mar embravecido golpeando con todas sus fuerzas las paredes de un malecón. El aire pesado, a punto de desplomarse y aplastarnos a todos, era sostenido a duras penas por el chillido de algún carro, el taconeo nervioso, el rumor colectivo. Odio, mucho odio. Y miedo. En las inmediaciones de la Plaza Francia, un buhonero con apariencia de chavista había sido golpeado salvajemente. El recorrido a casa, que en condiciones ideales puede completarse en menos de treinta minutos, me tomó cuatro o cinco horas interminables. Barricadas en la Panamericana, alimentadas por árboles que eran talados con motosierras por tipos musculosos que vestían a la última moda. Puñetazos y patadas contra los carros de quienes se atrevían a reclamar, por más tímidamente que fuera, contra aquellos métodos de protesta. Gente en las calles, desaforada. Escaramuzas. Noticias 29
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de intentos de agresión física contra personas de pública filiación chavista. San Antonio es como una gran urbanización del este de Caracas: furibunda y militante. Aquel día, una parte de la sociedad venezolana, minoritaria pero muy beligerante, acusó automáticamente a su contraparte política de ser la responsable de un abominable crimen en el que, sin embargo, no tuvo participación alguna. Sin pruebas, por supuesto. Sin enmienda posterior. Lo hizo antes y lo continuó haciendo después. Esta falta, más bien este exceso, el conjunto de circunstancias que eximían al antichavismo de reconocer la dignidad e incluso la humanidad de su oponente, era consecuencia de la polarización. Pero la polarización es una añagaza. El vocablo suele remitir a crispación, predominio de las emociones sobre la razón, intolerancia, invasión de la política en todas las esferas de la vida, etc. Añagazas todas. Trampas de la retórica para cazar incautos o desprevenidos, incluso para movilizar voluntades. Un engaño. En la Venezuela en tiempos de chavismo, el uso del término tiene su origen en una enorme impostura. A grandes rasgos, ésta consiste en aparentar distancia frente al conflicto político, en ubicarse más allá de las dos grandes líneas de fuerzas enfrentadas, para tomar partido por una de ellas, de manera subrepticia. No en balde, el discurso de la polarización cobró mayor auge justo a partir de 2002, cuando el Gobierno de Chávez estuvo más asediado, y cuando el chavismo fue más vilipendiado, estigmatizado, criminalizado, demonizado. En tal contexto, la noción de polarización traducía el enfrentamiento irracional, fuera de todo cause democrático, lejos de todo respeto por las formas civilizadas de la política, entre dos fuerzas equivalentes, en cuanto a métodos y propósitos: la aniquilación del adversario mediante el insulto, la provocación o la descalificación, primero, y luego mediante la violencia fratricida. En otras palabras, se trata de un discurso que, pretendiéndose como el único autorizado para dibujar un mapa realmente fiel de la conflictividad política, hacía exactamente lo contrario: borronearlo, salvando la responsabilidad histórica de una minoría dispuesta literalmente a todo con tal de desconocer la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano, y caricaturizando grotescamente al chavismo, en lugar de hacer un mínimo esfuerzo por retratarlo con justicia. Además de tamaña impostura, más bien predominante en predios académicos, todavía preocupados por aparentar “objetividad”, tal discurso encierra una gran paradoja, sobre todo cuando se despliega a través de un periodismo que demasiado pronto se liberó de ataduras éticas: la figura de Chávez es a la vez demonizada y 30
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endiosada. Chávez sería responsable, antes que cualquier otra cosa, de estimular el “odio social”, “dividiendo” al país en ricos y pobres, oligarcas y bolivarianos (de allí provendría, fundamentalmente, su capital político). Luego, sería el líder mesiánico, vista su extraordinaria habilidad para la manipulación de las masas resentidas y postergadas. Sin embargo, puesto todo el empeño en facilitar el avance de la cruzada moral que él mismo anuncia, concentrado en la distribución de culpas, este discurso supone lo que hay que explicar: cómo se constituye el sujeto chavista. Esta polarización que atizaría Chávez con su “lenguaje violento” sólo es posible haciendo desaparecer al chavismo, es decir, reduciéndolo a una masa manipulable, maleable, pasiva, rabiosa, irracional, que poco o nada juega en esta historia. Así, Chávez es convertido por sus más acérrimos enemigos en un demiurgo que vendría a ordenar lo informe (las masas) para volver a promover el caos. En otras palabras, y para colmo de ironías, en nombre de la polarización, el antichavismo hace aquello de lo que acusa a Chávez: le niega al chavismo su condición de sujeto político, porque de alguna forma hay que explicar el origen de esa fuerza sobrenatural (léase apoyo popular), que exhibe la deidad maligna. Al menos en su versión más difundida, el discurso de la polarización es hagiografía pura y dura. Pero en este caso, no para justificar a los monarcas, como diría Wallerstein (1996), o como una práctica estimulada por las élites que controlan a su antojo las estructuras de poder, sino para suscitar al sujeto encargado de superar la situación de polarización y poner las cosas en su sitio: la “sociedad civil”. Una suerte de hagiografía a la inversa que legitima la lucha contra el “absolutismo” de Chávez. La “sociedad civil” no sólo es anverso, en tanto que encarna los intereses de las élites que comienzan a ser desplazadas, sino también el reverso del sujeto “pueblo” chavista que, no obstante, permanece invisibilizado, reducido, oculto. Incapacitado, o más bien indispuesto para reconocer lo que pudiera haber de singularidad en el chavismo, concluye invariablemente que Chávez es una reedición del pasado secular, más de lo mismo, el caudillo que siempre vuelve (junto a su montonera) para recordarnos cuánto de barbarie sigue habiendo entre nosotros. Si Gramsci (1999a: 139, 389) hablaba de pesimismo de la inteligencia, nuestros hagiógrafos personifican la inteligencia desencantada: la realidad nunca está a la altura de sus expectativas. Actúan como los “historicistas” que retrataba Benjamin, que andan “en el pasado como en un desván de trastos, hurgando entre ejemplos y 31
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analogías” (2008: 50). Chávez es inscrito en la regularidad de los caudillos que van y vienen, mientras la decepción crece, porque el presente es siempre una promesa incumplida. Pero si este discurso se conforma con una “imagen ‘eterna’ del pasado”, para seguir con Benjamin, nos corresponde levantar “una experiencia única del mismo, que se mantiene en su singularidad”. Mientras dejamos “que los otros se agoten con la puta del ‘hubo una vez’, en el burdel del historicismo”, nosotros permanecemos dueños de nuestras fuerzas: lo suficientemente hombres “como para hacer saltar el continuum de la historia” (2008: 30). Corregir la falta de carácter que supone este discurso de la polarización como hagiografía, que atenaza y deshumaniza la figura de Chávez (endiosándolo y demonizándolo al mismo tiempo) y relega al chavismo al ostracismo, expulsándolo del “paraíso terrenal” de la política; implica de hecho desacralizar la política venezolana: la manera como se cuenta su historia, la forma como es concebida y practicada. Desacralizar significa aquí reconocer el conflicto como fundamento de la política y no marcar distancia frente a él en razón de una pretendida superioridad moral ni borronearlo en nombre de la “objetividad” científica o periodística. Justamente porque ambas imposturas se fundan en una condena moral del conflicto (“empatía con el vencedor”, lo llamaba Benjamin), el sujeto de la lucha desaparece de la escena, o solo aparece como muñeco de ventrílocuo. Esto es lo que significa el chavismo: es el sujeto de la lucha. Desacralizar significa por tanto hacer visible a este sujeto, rescatarlo de la oscuridad, lo que por cierto no equivale a retratarlo como el ángel que ha venido a redimirnos o como el profeta en la cruz dispuesto a expiar nuestros pecados. Al contrario, quiere decir retratar al chavismo en toda su profanidad, con sus grandezas y sus miserias. Desacralizar significa también humanizar la figura de Chávez, lo que implica, al menos para el campo popular y revolucionario, aproximarse sin complejos al esquivo asunto del liderazgo. Se dice, por ejemplo, que el gran problema del chavismo, su principal debilidad, la causa de su fracaso inevitable, es que está aprisionado en la figura de Chávez, que es incapaz de superar ese límite. Una posición tal presupone, obviamente, que el chavismo sólo puede relacionarse con su líder desde una posición subordinada, expresada en el apoyo ciego y la incondicionalidad. Prácticamente no existe diferencia entre esta posición y la asumida desde el comienzo por el antichavismo más rancio. De hecho, puede decirse que no es más que su variante “progre”. Una vez más, lo que permanece oculto es el chavismo como sujeto de la lucha, el hecho de que su 32
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propia constitución como sujeto político no hubiera sido posible sin beligerancia, sin conflicto, sin interpelación. Chávez ha prestado su apellido y su liderazgo, pero su liderazgo no es nada sin el chavismo. Son dos procesos simultáneos y dependientes uno del otro: subjetivación política del chavismo e irrupción del Chávez líder. Una vez desacralizada, podemos hablar de la polarización como el resultado de una interpelación mutua y permanente entre Chávez y el pueblo chavista. La consecuencia es un nuevo universo político: durante largo tiempo reducido a la nada, invisibilizado, silenciado, marginado, el pueblo irrumpe en la escena política para trastocarlo todo. El chavismo encandila: con él se hacen escandalosamente visibles las contradicciones de clase y casta, las injusticias de todo tipo. Una política aletargada y estancada se ve arrollada por un sujeto que agita y se moviliza, demanda y antagoniza. En abierta oposición a la razón desencantada de nuestros hagiógrafos, el chavismo encarna la razón estratégica, como la concebiría Daniel Bensaïd (2009). Con el chavismo, la sociedad venezolana se repolitiza, se reconoce en la actualidad del conflicto, dejando atrás la mojigatería de las formas “civilizadas” de la política, que relegaban al pueblo, en el mejor de los casos, al patético papel de actor de reparto. Con el chavismo cambió la historia de la política. Por eso, en previsión de las falsificaciones al uso, vale todo el esfuerzo que se haga para contar, tantas veces como sea posible, la historia de cómo es que cuando decidimos luchar, ya nunca más fuimos los mismos. Fuimos mejores. Lo que seguimos siendo, pese a todo.
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Apuntes Sobre la disciplina revolucionaria y el “centralismo democrático realmente existente” 27 de agosto de 2007 I. Corría el año 1992 y aunque oficialmente había llegado el invierno, el clima era realmente insurreccional. Las calles amanecían con los rastros del combate del día anterior: vidrios, piedras, cartuchos de perdigones, bombas lacrimógenas, basura quemada. Los trastes apilados de lo que una vez fue una precaria barricada improvisada. Eran los tiempos en los que podíamos jactarnos de que ya no había pared de la ciudad sin una consigna nuestra, ni liceo público indiferente a la lucha que nos encargábamos de atizar. Había acontecido el 4F y el Gobierno de Carlos Andrés Pérez parecía no poder sostenerse un día más. El 4F implicó para nosotros una pausa en la lucha callejera que librábamos con fuerza desde 1991. Después del “por ahora”, poco tardamos en retomar la calle como lo que éramos: una banda de muchachos y muchachas, la mayoría menores de veinte años, haciendo peso mientras la “democracia” se estremecía y amenazaba con caer. Las contradicciones se agudizaban. La conspiración estaba en marcha. Maduraban las “condiciones objetivas” para la nueva insurrección cívico-militar. Fue entonces cuando ocurrió. Quienes integrábamos la Dirección de la Juventud nos reunimos con un representante del Partido. El asunto a discutir: nuestra participación en la futura contienda. En realidad, no discutimos nada. El representante del Partido nos regaló parte de su valiosísimo tiempo para ilustrarnos acerca de la “situación política nacional”, la “línea” a seguir en consecuencia, luego de lo cual asignaría tareas específicas mediante la conformación de comisiones. 34
Pero antes, aproveché la rara ocasión para preguntarle al representante del Partido: – ¿Y si esta insurrección cívico-militar también fracasa? El representante del Partido me dirigió una mirada enfurecida, como la de maestro de escuela que está a punto de reprender a un estudiantico impertinente. Palabras más, palabras menos, me espetó: – La insurrección cívico-militar no fracasará porque el Partido tiene veinte años preparando la insurrección. Como todo acto tiene sus consecuencias, y como uno tiene que aprender a hacerse responsable de sus actos, el representante del Partido completó su reprimenda excluyéndome de toda responsabilidad, manteniéndome al margen de toda comisión. Imagínense el momento: la revolución estaba a punto de acontecer, y un representante del Partido acababa de disponer que yo no tendría ninguna responsabilidad en los hechos heroicos por venir, por hacer una pregunta impertinente. ¡Quién me manda! II. Tal vez el lector lego no logre captar el significado y el alcance de la actitud del representante del Partido. Se trata de acallar la voz disidente, o en todo caso de disipar cualquier margen de duda o sospecha, mediante la práctica de la sanción moral. Cuando la “línea política” ya ha sido decidida, cuando el análisis de la situación ya se ha realizado, pero sobre todo cuando uno se para frente a su portavoz, cualquier pregunta, opinión o análisis que vaya a contravía de lo ya decidido y analizado, por insignificante que sea el gesto, debe ser censurado, sometido, acallado. Los viejos y no tan viejos militantes revolucionarios tienen una deuda con la generación que está iniciándose en la política en estos tiempos de revolución bolivariana. Aún no ha sido escrita la historia de estos innumerables, cotidianos y minúsculos actos de sometimiento de la disidencia, de censura de la sana duda, de represión del libre pensamiento, en nombre de la disciplina y del “centralismo democrático”. Actos que por minúsculos tal vez nos parecieron insignificantes en su momento, constituyeron la fuente primaria con la que se podría registrar la historia infame del “centralismo democrático realmente existente”. Episodios innumerables y frecuentes, en ninguno de los casos excepcionales, nos ayudarían a entender por qué es imposible 35
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hacer la revolución si la práctica política del militante revolucionario está fundada en el resentimiento, la impotencia, y eso que Spinoza llamaba “pasiones tristes” (1980). III. En un fogoso artículo interpretado por algunos, inexplicablemente, como un gesto de claudicación frente a la posibilidad y necesidad del acontecimiento revolucionario, Michel Foucault (1979) explicaba las razones de su “cambio de opinión” con respecto a la Revolución Iraní. El artículo en cuestión, publicado en mayo de 1979, lleva como título una pregunta: ¿Es inútil sublevarse? De inmediato, y sin dejar margen a la duda, Foucault se responde: Si las sociedades se mantienen y viven, es decir, si los poderes no son en ellas «absolutamente absolutos», es porque, tras todas las aceptaciones y las coerciones, más allá de las amenazas, de las violencias y de las persuasiones, cabe la posibilidad de ese movimiento en el que la vida ya no se canjea, en el que los poderes no pueden ya nada y en el que, ante las horcas y las ametralladoras, los hombres se sublevan (1979: 1).
El problema para Foucault, otrora entusiasta partidario de la rebelión contra el régimen sanguinario del Sha, es el curso de los acontecimientos una vez que el régimen ha sido derrocado: Dos años de censura y de persecución, una clase política orillada, partidos prohibidos, grupos revolucionarios diezmados (...) Ciertamente, no da ninguna vergüenza cambiar de opinión, pero no hay ninguna razón para decir que se cambia cuando se está hoy contra la amputación de manos, tras haber estado ayer contra las torturas de la Savak (1979: 2).
Pero si bien es una farsa la idea de una revolución capaz de acabar para siempre jamás con toda forma de dominación, no por eso habremos de ceder ante el chantaje de que, por tanto, no vale la pena hacer ninguna revolución: Ninguno tiene derecho a decir: «Rebélese usted por mí, se trata de la liberación final de todo hombre». Pero no puedo estar de acuerdo con quien dijera: «Es inútil sublevarse, siempre será lo mismo» (...) Hay sublevación, es un hecho; y mediante ella es como la subjetividad (no la de los grandes 36
hombres, sino la de cualquiera) se introduce en la historia y le da su soplo (1979: 2).
Al final de su artículo, Foucault deja sentada su posición frente a aquellos que justifican sus crímenes o los nuevos despotismos (y que les igualan a los viejos criminales y déspotas) en nombre de la revolución: Si el estratega es el hombre que dice: «Qué importa tal muerte, tal grito, tal sublevación con relación a la gran necesidad de conjunto y qué me importa además tal principio general en la situación particular en la que estamos», pues, entonces, me es indiferente que el estratega sea un político, un historiador, un revolucionario, un partidario del Sha, del ayatolá; mi moral teórica es inversa. Es «antiestratégica»: Ser respetuoso cuando una singularidad se subleva, intransigente desde que el poder transgrede lo universal (1979: 2-3).
IV. Estoy persuadido de que a partir de la contundente victoria electoral de diciembre de 2006 hemos entrado en una nueva fase de la revolución bolivariana. Está claro que no estoy diciendo nada nuevo: todos escuchamos al presidente Chávez argumentando cómo es que hemos entrado en una fase que se caracteriza porque las fuerzas revolucionarias han creado las condiciones para pasar a la ofensiva. La oposición, bien es cierto, ha puesto su parte, cediendo terreno progresivamente con cada pésimo movimiento táctico. De igual forma, estoy convencido de que sería ingenuo e irresponsable subestimar la capacidad de reacción de la oposición interna, y sobre todo la amenaza que constituyen los enemigos externos del proceso revolucionario. No obstante, tal vez nunca como ahora fue posible darle rienda suelta a un profundo y democrático debate a lo interno de las filas revolucionarias sobre cómo y por qué construir nuestro socialismo del siglo XXI, con todo lo que este debate implica en términos de herramientas teóricas, instrumentos de organización, formas y estilos de gobierno, relaciones económicas y sociales de producción, cultura… Dicho de otra manera, tal vez nunca la correlación de fuerzas nos fue tan favorable. Este debate, efectivamente, está iniciando (apenas iniciando), y así lo demuestra una suerte de “rumor” o “malestar” que va tomando cuerpo, y que adquiere la forma de una denuncia necesaria e 37
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impostergable contra eso que llamamos “derecha endógena” o que identificamos como “burocracia”. La crítica contra la vieja cultura política “marxista-leninista” también forma parte de este repertorio crítico con el que nos hemos venido armando. Sin embargo, la ausencia (o digamos mejor, la no consolidación, el carácter incipiente) de una cultura política democrática de debate ha hecho resurgir viejos fantasmas. Se trata de lo que Boaventura de Sousa Santos (2007), refiriéndose al caso venezolano, llama “la figura siniestra de los ‘enemigos del pueblo’”. Así, se emprende la crítica contra el conservadurismo de boina roja, y el que critica es un vendepatria-lacayo-del-imperialismoyanki. Se cuestiona la burocracia ineficiente y castradora de la potencia revolucionaria, y el que cuestiona es un infiltrado-de-laCIA-cuyo-propósito-es-ocultar-los-innegables-logros-del-Gobiernobolivariano. Se critica a la derecha endógena, se denuncian sus corruptelas, su enriquecimiento criminal al amparo y a la sombra de un proceso que es esperanza de los que jamás han tenido nada, y el que critica es, igualmente, un vendepatria-lacayo o un infiltrado o alguien que no tiene corazón o que tiene malas, muy malas intenciones. Se critica a la izquierda conservadora y tradicional, y el que critica le está haciendo un flaco servicio a la revolución y le está haciendo el juego a la derecha endógena y también a la exógena. O bien se cuestionan los excesos implícitos en las denuncias de algunos camaradas, y el resultado es lo que José Roberto Duque ha llamado “el efecto Golinger” (2007). Abundan, pues, muchas expresiones de esta “figura siniestra del enemigo del pueblo”. Y lamentablemente, las formas que asume esta figura, al contrario de lo que algunos pudieran pensar o afirmar, no son patológicas, sino normales. Una y otra vez las vemos expresadas en los voceros de la burocracia, de la derecha endógena o de la rancia izquierda. Saber identificar, por tanto, estas formas, es una condición indispensable para la conformación de una cultura política democrática y genuinamente revolucionaria. Como consecuencia de esta ausencia de cultura política para el debate democrático, que ciertamente guarda estrecha relación con el hecho de que durante años nos vimos obligados a asumir una posición de férrea defensa del proceso revolucionario frente al ataque inclemente, criminal y continuado de la oposición, ha sido justamente ésta última, a través de sus voceros por excelencia, los medios privados, la que se ha adueñado de la iniciativa en lo que a denuncias se refiere. El problema, por supuesto, es que la denuncia 38
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proveniente de los medios privados es con demasiada frecuencia muy poco veraz y en la inmensa mayoría de los casos simplemente responde al propósito que les ha sido asignado: funcionar como la artillería en la guerra de baja intensidad que se libra todos los días contra las filas revolucionarias, intentando desmoralizarlas y desmovilizarlas. El descrédito, la impudicia y la desfachatez de los medios privados es tal, que en las filas revolucionarias, por lo general, ya no se les toma en serio, y esto es una buena señal del grado de conciencia adquirida en el fragor de la lucha. Sin embargo, el bombardero incesante de mentiras y medias verdades produce un efecto de poder que muchas veces pasa desapercibido: la inhibición de la crítica desde las filas revolucionarias. Así, por ejemplo, en la medida en que Globovisión intenta desesperadamente minimizar u ocultar el liderazgo del presidente Chávez a escala continental, renunciamos a nuestro legítimo derecho de conocer por qué funcionarios de PDVSA viajaban junto con el tipo del maletín cargado de dólares; hacemos como si no nos importara saber por qué, si es que realmente no estaba de ninguna manera implicado, uno de estos funcionarios se vio forzado a renunciar. Tengo por regla que todo aquel que, llamándose revolucionario, utilice las cámaras de Globovisión para realizar una crítica al Gobierno revolucionario, pierde su condición de interlocutor legítimo de esa misma crítica. Así de sencillo. Pero lo que es muy difícil de tolerar es que Venezolana de Televisión se haya convertido en un espacio eminentemente propagandístico, donde la ausencia de periodismo crítico y de investigación contrasta dramáticamente con la presencia de algunos pocos espacios desde los cuales se hace buen periodismo. Vanessa Davies, en mi criterio muy personal, es quizá la excepción más honrosa. No basta, por tanto, con que el presidente Chávez afirme constantemente ser el principal crítico de su Gobierno. Su actitud nada complaciente es, sin duda, una mínima garantía de que los corruptos, los burócratas, los infiltrados y en general las fuerzas conservadoras no pueden actuar a sus anchas. Pero la idea es reducirles progresivamente el radio de acción, a riesgo de que esta revolución se nos diluya entre los dedos, después de que tanto y a tantos nos ha costado construirla con estas manos. Esto sólo será posible si creamos las condiciones para un debate amplio y profundamente democrático a lo interno de las filas revolucionarias, que no ceda al chantaje de los enemigos del pueblo. 39
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V. Tal vez la crítica a lo interno de las filas revolucionarias nos pudiera llegar a parecer “antiestratégica” (en el sentido en que lo planteaba Foucault), en tanto que supuestamente pondría en peligro lo “estratégico”: la construcción de la vía venezolana al socialismo. Muy por el contrario, sospecho que la crítica es en sí misma “estratégica“, porque no hay forma de construir nada parecido a una sociedad democrática y revolucionaria si las fuerzas sociales que en ella hacen vida están incapacitadas o imposibilitadas de criticar aquello que nos impide avanzar en la construcción de esa misma sociedad. Es por eso que me cuesta entender y asimilar la decisión del presidente Chávez de crear un Comité Disciplinario transitorio para un partido como el PSUV, que está en pleno proceso de conformación, un partido que no tiene estatutos, ni siquiera militantes (sino aspirantes), cuya experiencia (extraordinaria, por demás) se limita a la realización de tres o cuatro asambleas de batallones, pero que desde ya carga a cuestas el peso de este Comité Disciplinario presidido por Diosdado Cabello. ¿Por qué un Comité Disciplinario transitorio? Sobre el asunto sólo disponemos del testimonio del presidente Chávez del pasado 25 de agosto, cuando justificó su creación en razón de luchas intestinas y de fracciones que estarían aconteciendo entre ¿dirigentes? o funcionarios del Alto Gobierno. ¿De quién se trata? ¿Cómo, cuándo y por qué incurrió en cuáles faltas disciplinarias? Obviamente si uno escuchó el discurso de Chávez es capaz de intuir por dónde viene el problema. Pero lo que realmente preocupa no es lo poco que esclarece la explicación del Presidente, sino todo lo que permanece oculto a los ojos de los aspirantes a militantes comunes y silvestres. Aún albergo eso que llaman la “vana esperanza” de obtener respuestas a estas interrogantes a través de medios “amigos” y no vía El Nacional o Globovisión. Supongamos que el dirigente o funcionario anónimo, cuyas faltas disciplinarias desconocemos en detalle, incurrió efectivamente en acciones u omisiones que atentan gravemente contra la “disciplina” del partido en formación. Aún en ese caso, ¿no habría sido infinitamente más edificante y provechoso debatir públicamente sobre el asunto? Y no vale apelar acá al recurso de que la intención no podía ser en ningún caso someter al camarada al escarnio público. Porque, con intención o sin ella, es lo que ha sucedido. El camarada sin rostro, pero cuya identidad ya sabremos muy pronto, ha sido escarnecido públicamente. 40
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Incluso el mismo Lenin (1976), cuyo excesivo “centralismo” y la idea de disciplina que le es propia, fueron objetos de férreas críticas por parte de Rosa Luxemburgo (1977), escribió sobre los “grupitos” desobedientes e indisciplinados: Hay que hacer, a nuestro juicio, todo lo posible –hasta llegar incluso a apartarnos de los hermosos esquemas del centralismo y del sometimiento incondicional a la disciplina– para dejar a estos grupitos en libertad de expresarse; para dar a todo el partido la posibilidad de medir la profundidad o la poca importancia de las discrepancias; para poder determinar, concretamente, dónde, cómo y por parte de quién se manifiesta inconsecuencia (1976: 126).
De Rosa Luxemburgo es preciso revisar su análisis sobre los Problemas de organización de la socialdemocracia rusa (1977). Muy sugerente resulta la distinción entre el “centralismo conspirativo” propio de los blanquistas, y la actividad revolucionaria de la “socialdemocracia” (tal y como era entendida hace cien años, y en cuyas filas militaba Lenin). El blanquismo, habituado al golpe de mano y ajeno a la lucha de clases, no requiere de organización de masas. Al contrario, dado el carácter secreto de sus acciones mantiene prudente distancia. Aún más, la planificación de las acciones corre por cuenta de un restringido e inaccesible comité central: Por consiguiente, los miembros activos de la organización se transformaban en simples órganos de ejecución de una voluntad previamente determinada y exterior a su propio campo de actividad, en instrumentos de un comité central. De aquí se derivaba también la segunda característica del centralismo conspirativo: la subordinación absoluta y ciega de los órganos singulares del partido a sus autoridades centrales y la ampliación de las atribuciones de poder decisorio de estas últimas hasta la más extrema periferia de la organización del partido (1977: 531).
Las condiciones de la lucha “socialdemócrata”, en cambio, son radicalmente distintas. En primer lugar, la socialdemocracia surge de la lucha de clases. Su ejército de militantes sólo se recluta en la lucha misma y sólo en la lucha se hace consciente de los objetivos de la misma. Organización, esclarecimiento y lucha no son momentos separados, mecánica y también temporalmente escindidos, como en un movimiento blanquista, sino (…) aspectos diferentes de un mismo proceso (…) No hay –a excepción de los principios 41
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generales de la lucha– ninguna táctica de lucha acabada y fijada con detalles por adelantado que les pueda ser inculcada a los militantes socialdemócratas por un comité central (…) De esto se deriva que la centralización socialdemócrata no puede basarse en la obediencia ciega, no puede basarse en la subordinación mecánica de los luchadores del partido a un poder central y que, por otra parte, entre el núcleo de proletariado consciente ya organizado (...) y el sector que le rodea (...) no puede jamás levantarse un muro de absoluta separación (1977: 531-532).
Pues bien, el problema estriba en que el centralismo democrático realmente existente en nuestros partidos de izquierda, se parece mucho más al centralismo conspirativo de los blanquistas que al centralismo deseable de los socialdemócratas de Rosa Luxemburgo. La cultura política que hemos heredado de la vieja izquierda se funda en estas prácticas de obediencia ciega y subordinación, que no tienen nada de democráticas ni mucho menos de revolucionarias. Es, como les relataba arriba, una política que se sostiene en el resentimiento y que acalla toda voz disidente mediante la sanción moral. El proceso de construcción de un partido genuinamente revolucionario supone crear las condiciones para un profundo y democrático debate entre revolucionarios, y esto último supone, a la vez, revisar el concepto mismo de “disciplina”. Caso contrario, nos puede ocurrir a muchos lo que alguna vez sucedió conmigo: que venga un representante del Partido y declare: –Usted, compañerito, no participará en la revolución. Lo que soy yo, hace muchos años que dejé de creer en estos “representantes”.
El chavismo popular luego del 2D1: de la deliberación a la rearticulación 10 de enero de 2008
I. He estado leyendo durante estos días esa obra portentosa de John Reed Diez días que estremecieron el mundo (1986). De lo mucho que se pudiera comentar sobre este libro, hay un dato histórico que no puedo dejar de mencionar. Corría julio de 1917 y los bolcheviques no pasaban de ser “una pequeña secta política”. No pude menos que sonreír cuando leí la apresurada nota de los camaradas de la editorial Progreso, al pie de la página: “J. Reed emplea aquí la palabra ‘secta’ queriendo subrayar que inmediatamente después de la Revolución DemocráticoBurguesa de marzo de 1917, el Partido Bolchevique, recién salido de la clandestinidad, era aún relativamente poco numeroso” (1986: 33). Pero al margen de la obligada aclaratoria de los camaradas, lo cierto es que los bolcheviques eran eso: una secta, un grupúsculo, una partida de revolucionarios y revolucionarias que, a fuerza de audacia y tenacidad, cambiarían el curso de la historia de la humanidad. El detalle está en que habrían de hacerlo mucho más temprano que tarde: tan sólo tres meses después, en octubre. ¿Cómo pudo ser posible? Allí es donde la obra de Reed cobra todo su valor histórico. Pero esto puede servirles de abreboca: “En julio los acosaban y despreciaban; en septiembre los obreros de la capital, los marinos de la Flota del Báltico y los soldados habían abrazado casi por entero su causa” (1986: 34). ¿Cómo pudo ser posible? Por más que los camaradas de la editorial Progreso lo intentaran durante décadas, hoy nadie puede convencernos de que los bolcheviques estaban predestinados a conducir la revolución rusa. En las revoluciones intervienen, está claro, las vanguardias, los líderes, los movimientos, pero también la incertidumbre, lo aleatorio, el azar. La sorpresa. De hecho, los líderes se 1 Se refiere al 2 de diciembre de 2007, fecha en que se realizó el referendo para aprobar o rechazar la propuesta de reforma constitucional hecha por el Presidente Chávez.
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prueban precisamente en estos momentos donde reinan la irresolución y la perplejidad. Por eso se dice que los pueblos revolucionarios siempre “intuyen” cuándo es el momento de actuar y de qué forma. Quienes militamos en la revolución bolivariana hemos perdido el tiempo si a estas alturas no hemos sido capaces de asimilar que nada está escrito. Comenzábamos a acostumbrarnos a triunfar, y como siempre teníamos por delante la tarea de vencer al adversario, postergábamos la lucha a lo interno del movimiento, como si el chavismo fuera uno e indivisible, guiado por un líder infalible. El 2D nos ha tomado por sorpresa. Esa es la verdad. No se trata de que la derrota sea atribuible al azar. Es obvio que podríamos evaluar y determinar cuáles han sido las principales causas de este resultado adverso. Pero el resultado, sin duda, ha sorprendido a todos. El chavismo estuvo siempre seguro de la victoria, aun cuando contemplara el escenario de un triunfo por poco margen; la oposición, por su parte, y como ya lo apuntó alguno de los nuestros, poco después de conocerse los resultados, no se creía capaz de derrotar electoralmente al chavismo. El reto que nos tocaba, por tanto, dentro del campo bolivariano, al propio Chávez, al Alto Gobierno, pero sobre todo al chavismo popular, democrático y revolucionario, era saber lidiar con la sorpresa. En eso consiste, principalmente, el momento político que se ha abierto a partir del 2D. II. Cualquiera podría objetar que el liderazgo revolucionario no depende exclusivamente de su capacidad para desenvolverse con audacia y suficiencia frente al azar y la sorpresa. Antes bien, éste dependería de su habilidad para hacerse portavoz y defensor de las demandas populares. Estoy completamente de acuerdo. El mismo John Reed relata que la eficacia de la política que emprendieron los bolcheviques en las semanas previas a la revolución de octubre, obedeció a “que tomaron los simples y vagos deseos de los obreros, soldados y campesinos y con ellos estructuraron su programa inmediato” (1986: 34). Todo el poder a los soviets, paz en todos los frentes, la tierra a los campesinos, control obrero en la industria. El 3 de diciembre de 2006, luego del primer boletín del CNE – anunciando su categórica victoria en la contienda por la reelección presidencial–, Chávez se dirigió en los siguientes términos a quienes celebrábamos frente a Miraflores: 44
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Hoy es un punto de arranque, hoy comienza una nueva época (…) una nueva era (…) La nueva época que hoy comienza tendrá como idea fuerza central (…) como línea estratégica fundamental, la profundización, la ampliación y la expansión de la revolución bolivariana, de la democracia revolucionaria, en la vía venezolana hacia el socialismo.
Pocos minutos antes había dicho: “Ustedes se han reelecto a ustedes mismos, es el pueblo el que manda, yo siempre mandaré obedeciendo al pueblo venezolano”. Igualmente, hizo un llamado a arreciar la batalla: “Contra la contrarrevolución burocrática y contra la corrupción, viejos males que siempre han amenazado a la República”. Todos estábamos convencidos de que habíamos alcanzado una nueva y resonante victoria popular. El 17 de enero de 2007, mientras juramentaba a los integrantes de un Consejo Presidencial para la Reforma Constitucional, Chávez recordó que, tal y como lo establece la Constitución Bolivariana, tres sujetos están facultados para tomar la iniciativa de proponer una reforma constitucional: el propio Presidente de la República, la Asamblea Nacional y el pueblo. Chávez aseguró haber optado por la primera alternativa, persuadido de estar “interpretando y recogiendo el sentir de las mayorías” (2007a). Siete meses después, el 15 de agosto de 2007, en su discurso de presentación de la propuesta de reforma constitucional ante la Asamblea Nacional, Chávez se expresó en términos muy similares: La reforma es del pueblo, no es de Chávez. Estoy seguro de que nuestro pueblo la va a asumir, todo lo que yo voy a decir está pensado en función del pueblo venezolano, de sus más sagrados intereses, en función de nuestra revolución, de su fortalecimiento (2007: 25-26).
Si algo ha quedado claro el 2D es que lo que efectivamente ha podido ser “la reforma del pueblo” fue realmente la reforma de Chávez. Es cierto que durante su discurso del 15 de agosto Chávez convocó reiteradamente a iniciar el “gran debate de la reforma bolivariana”. Es igualmente cierto que la Asamblea Nacional estuvo muy lejos de servir como espacio catalizador de este debate. Tampoco fue así en el caso del PSUV, cuyas asambleas de batallones fueron concebidas como instrumentos de difusión y defensa de la propuesta de reforma, pero en ningún momento como espacios desde los cuales podía ser criticada, corregida o complementada. 45
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Sin embargo, la clave de la derrota del 2D reside en el hecho de haber faltado a una regla básica de la política revolucionaria: “es el pueblo el que manda”. Ese mismo pueblo que, en palabras de Chávez, resultó reelecto en diciembre de 2006, el mismo al que le juró mandar obedeciendo, no fue convocado a participar en la elaboración de la propuesta de reforma. De allí que una parte considerable del chavismo nunca hiciera suya la propuesta de Chávez. De allí que otra parte importante optara por un respaldo crítico. Para decirlo con Gramsci, ni Chávez ni mucho menos su entorno fueron capaces de construir consenso. Mucho se ha debatido, antes y después del 2D, sobre el contenido de la reforma. Era y sigue siendo un debate sustantivo. Algunos señalamos que uno de los aspectos problemáticos de la propuesta de Chávez era la concentración de poderes en la figura del Presidente, convencidos como estamos de que la idea del líder infalible ha sido promovida por la derecha del chavismo, que eventualmente pudiera optar por prescindir del mismo Chávez, una vez logrado su objetivo primordial: aislar al chavismo democrático, popular y revolucionario. Pero al mismo tiempo, muchos optamos por respaldar una propuesta con contenido suficiente para convertirla en un programa de luchas populares. Aun así, este debate no debe distraernos de lo más importante: si la propuesta de reforma hubiera resultado de la participación y el protagonismo popular, sin duda alguna el contenido hubiera sido otro, mucho más ajustado a las demandas y a la voluntad del chavismo popular y revolucionario. De haber sido así, el resultado del 2D hubiera sido indudablemente favorable para quienes luchamos por la radicalización democrática del proceso bolivariano.
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fue. De reincidir en la misma lógica excluyente que prescindió del consenso entre las bases populares del chavismo, la reforma por iniciativa popular puede encontrar las mismas resistencias. Insistir en promover por “iniciativa popular” la misma propuesta de reforma, equivaldría a un error táctico de incalculables proporciones. Pero estas consideraciones tácticas son apenas la punta del iceberg. Debajo de la superficie, saliendo a flote progresivamente, yace un gigante que dormitaba bajo las aguas revueltas del 2D: es el chavismo popular, la única garantía de profundización revolucionaria del proceso bolivariano. El 2D nos encontró dispersos, como no había sucedido en años. Pero desde la misma madrugada del 3 de diciembre esa multitud de sujetos que conforman el chavismo popular ha sido protagonista de una efervescencia deliberativa que difícilmente podrá ser acallada por los sectores más conservadores del chavismo. Lo que es mejor, esa efervescencia comienza a dar paso a la rearticulación del chavismo popular. El gigante dormido ha despertado y tiene ante sí la oportunidad de dejar de ser una “pequeña secta política”. John Reed dixit.
III. Hoy se habla de relanzar la propuesta de reforma constitucional, no ya por iniciativa presidencial, sino por iniciativa popular o de la Asamblea Nacional. Incluso no se descarta, como lo hiciera Chávez expresamente en 2007, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. En tanto que la Asamblea Nacional no es un espacio con suficiente legitimidad y respaldo popular como para relanzar la propuesta, las alternativas, en principio, serían dos: reforma por iniciativa popular o Constituyente. Sea cual fuere la vía que escojamos, está claro que la opción habrá de ser aquella que resulte de la voluntad popular. La propuesta de reforma de Chávez ha podido ser la reforma del pueblo, pero no lo 46
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Chávez es un tuki. Notas sobre estética y revolución 6 de febrero de 2008
I. La Liga había convenido con el canal de Gustavo Cisneros que la transmisión del juego comenzaría a las dos de la tarde de aquel 30 de diciembre de 2007, una hora más tarde de lo habitual, tratándose del Estadio Universitario y siendo los Tiburones de La Guaira el equipo de la casa. El acuerdo era desconocido para la mayoría de quienes, a eso de las once de la mañana, habíamos comenzado a reunirnos en torno a la primera alcabala de acceso, situada inmediatamente antes de las escaleras que conducen a la entrada del estadio. El sol era inclemente y fue templando como se templan las piezas en una acería, de manera que a eso de la una de la tarde podía sentirse su filo amolado sobre la nuca. Una familia de jodedores, todos varones, ataviados de pulcro blanco, azul y rojo guaireños, mataban el tiempo haciendo chistes a costa de ellos mismos, como francotiradores sin concierto. Al imberbe que le había rehuido al compromiso de decirle un par de palabras lindas a la niña de sus sueños lo tenían a monte. Uno de ellos, que fácilmente podría darle una dura pelea en un concurso de carcajadas a ese monumento a la felicidad que es mi señora madre, se dirigía de cuando en cuando al simpático tuki2 uniformado con pantalón negro y franela color amarillo escandaloso, para implorarle que nos permitieran de una buena vez el acceso por el amor de dios. El tuki le respondía con un par de gestos invariables, a la distancia y sin animosidad ninguna, que tuviéramos paciencia, que todavía no era hora. 2 La referencia a los Tukis corresponde a una tribu urbana altamente difundida en Venezuela, y en especial en Caracas, “expresión de estética barrial, marginal, pobre”, como señala Iturriza. Es el equivalente venezolano al villero en Argentina, al cani español, al flaite chileno, al naco mexicano, a la rakataka panameña y al ñero o coleto colombiano [Nota de El Colectivo]. 48
–Ese debe ser chavista– dijo el más gordo del grupo. Tan gordo que los botones marfil de la camisa home club despuntaban como misiles a punto de ser lanzados en dirección a los ojos del más entrépito3 o del más desprevenido. El guaireño risueño soltó una vez más una carcajada, a la que se unió un coro de carcajadas adolescentes: –No te metas con mi tío– le advirtió severamente al gordo. El tipo que tenía a mi lado no supo bien qué hacer: había respondido al chiste del gordo con una sonrisita entre tímida y cómplice. Pero una vez que hubo comprendido que se trataba de un chiste entre chavistas, replegó disimuladamente la sonrisa y adoptó el semblante de todo aquel que es incapaz de comprender que los chavistas hagamos chistes sobre chavistas. O más bien, que los chavistas hagamos chistes sobre el desprecio que sienten algunos por los chavistas. Un numeroso grupo de tukis que apareció de la nada, unos diez tal vez, se abalanzó contra la alcabala de acceso, y a juzgar por la expresión en sus rostros puedo jurar que más de uno de los que estaba en la cola sentenció para sus adentros: “Esos deben ser chavistas también”. Falsa alarma. El temible contingente de tukis de pantalones negros resultó ser un grupito de jóvenes, mano de obra barata y a destajo, que franqueó la alcabala de acceso, se dirigió a la carpa de la empresa de seguridad, donde fue dotado con sus respectivas franelas amarillo escandaloso. Uniformados en cuestión de segundos, los tukis se enfilaron hacia la izquierda hasta perderse de vista rumbo a las gradas. Parte de la fila suspiró de alivio. Al cabo de unos minutos, permitieron el acceso. Entusiasmo desbordante: el espectáculo estaba por comenzar. II. El espectáculo comenzó en febrero de 2002. Como a la mayoría de los míos, guardo de aquellos días malos recuerdos. Pero guardo también –atesoro realmente– un documento inestimable, una magnífica representación de la barbarie que comenzó a mostrarnos su rostro desde entonces. En 1933, Walter Benjamin nos legó “un concepto nuevo, positivo de barbarie” (1989: 169). En contraste, hay una barbarie que no se expresa “de la manera buena” (1989: 3 Se trata de una expresión coloquial en Venezuela para hacer referencia al entrometido (“entremetido”), a la persona que se mete en los asuntos de los demás [Nota de El Colectivo]. 49
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173), nos advirtió. Irónicamente, es una especie de barbarie que se reconoce como digna heredera de lo bello, de las buenas maneras. Ese documento-experimento llevó por nombre Primicia, iniciativa editorial bajo la forma de revista semanal asociada a ese otro monumento a la barbarie que es el diario El Nacional. “¡Cuánta sangre y horror hay en el fondo de todas las ‘cosas buenas’!” Escribió alguna vez Nietzsche (1997: 81). El Número 214 de la revista Primicia, del 18 de febrero de 2002, está plagada de cosas buenas. Muy buenas. Son los buenos, los cultos, la gente bella los que llevan la voz cantante. La edición en cuestión está escrita en medio de la atmósfera de aire viciado que produjo el pronunciamiento, pocos días antes, del coronel de la Aviación, Pedro Soto: “La nueva estrella, por su parte, se dejó llevar por los aplausos de un gentío totalmente arrastrado por el frenesí”, escribía Rafael Osío Cabrices (2002: 5) sin disimular sus propios aplausos. La leyenda que, en la página siguiente, acompaña la fotografía del coronel redunda en el tono extático: “Nace una estrella. El coronel Soto se dejó conducir por la gente hacia Altamira y la fama” (2002: 6). Fama y estrellas, la política en la era del reality show. Pedro Llorens (2002) abría con un reportaje entre apocalíptico y promisorio, mezcla de programa político y propaganda de guerra, que en apariencia ofrecía a sus lectores –los mismos que llevaron a Soto a la fama– diez interrogantes de imperiosa respuesta: “¿Chávez se va o se queda? ¿Es inminente un golpe de Estado? ¿Habrá guerra civil en Venezuela? ¿Aumentará la inseguridad? ¿Estamos en vísperas de un cerco internacional? ¿Qué pasará con la moneda? ¿Se colombianiza Venezuela? ¿La situación venezolana se parece a la argentina? ¿Se reducirá el desempleo? ¿Qué se puede esperar de los precios del petróleo?” (2002: 6-9). Falsas preguntas con respuestas anunciadas. El mismo Llorens escribía: Para muchos, una amplia mayoría, la superación del riesgo cardíaco comienza por la definición de algo tan sencillo como ¿se va o no se va? Es decir, la preocupación mayor, porque lo demás puede resolverse poniendo a alguien que (de verdad) gobierne (2002: 4).
En las páginas intermedias del mismo reportaje, un recuadro a cuarto de página, perdido entre las opiniones de expertos y analistas, nos revelaba “qué dice la calle”, personificada en un comerciante ambulante, una vendedora de flores, un buhonero, un seminarista y un abogado. No hay que ser muy perspicaz para 50
adivinar cómo estaban distribuidas las opiniones: apenas uno de los encuestados se declaraba partidario de Chávez. Uno. Solitario, temerario, como si fuera su voluntad impertinente interrumpir la voluntad general, desentonar en medio de aquel concierto unánime de voces, sabotear la fiesta cuando estaba en su mejor momento. Uno de cinco, amplia minoría: el chavismo reducido a oxímoron. Pero, cosa curiosa: Carlos Montiel –el que afirmaba: “Chávez no cae, ni lo tumban, porque está mandando bien”– es el único de los cinco que no tiene rostro. Al menos no el suyo. Su rostro había sido sustituido por una máscara de Osama bin Laden (Llorens, 2002: 8). III. Todo severo estremecimiento del orden político y social trae consigo la súbita irrupción de sujetos sociales que hasta entonces permanecían ocultos a los ojos normalizados del ciudadano común. Es cierto que el mismo estremecimiento revolucionario viene precedido de la participación activa de determinados sujetos, inmediatamente tachados por los guardianes del orden como enemigos políticos. Pero no me refiero a estos. Para decirlo de acuerdo al clásico lenguaje marxiano: en el primer caso hablamos del proletariado, en el segundo, de ese lumpen que el mismo Marx dibujaba, no sin un cierto dejo de desprecio. El primero, si está organizado y ha reunido suficientes fuerzas, habrá de ser reducido a sangre y fuego. El segundo habrá de ser necesariamente invisibilizado. Para el ojo normalizado, el acto revolucionario no sólo es condenable en tanto que pone en peligro el orden de cosas. Además, es moralmente inaceptable, pero sobre todo estéticamente insoportable, en la medida en que remueve aquellos sedimentos sobre los que se sostiene la superficie del mismo orden social. Este sedimento social, esta suerte de “inframundo”, ha salido a la calle el 27F de 1989. Entiéndase, no sólo insurge lo peligroso, sino sobre todo lo horrible. He aquí la suerte que ha corrido el proceso bolivariano: se le condena no sólo debido a su potencial revolucionario, también se le censura por haber dotado de cierta vocería política a sujetos sociales que ya antes de la revolución constituían más que un estorbo visual, tal vez un mal necesario, como los buhoneros, los motorizados o los conserjes. Pero sobre todo, se le desprecia por la simpatía que ha despertado en la trashumancia, entre los que padecen la más atroz de las pobrezas materiales y espirituales. En 51
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la oposición literalmente visceral contra el proceso bolivariano, en la repulsa contra su base social, se superpone la casta y la clase, el mantuanaje4 y lo pequeño burgués. Lo material, pero también lo estético. Tal es lo que dejan ver las últimas páginas de aquella revista Primicia en la sección dedicada a las notas sociales, escrita por Roland Carreño (2002), que borra los límites con el contenido político –abiertamente subversivo– de las páginas precedentes. Es un acto de justicia reconocerlo: son las páginas mejor logradas de la publicación. Son testimonio de la profunda e irreconciliable división de clases que parte en pedazos a la sociedad venezolana. Pero las trece fotografías que acompañan la reseña dan cuenta de otra contienda: una guerra sorda, tal vez incruenta, pero no por ello menos intensa y decisiva. Por allí desfilan los apellidos Meir, Velutini, Curiel, Carballo, De Sola, Campei, Phelps, Tovar, Rosso, Scannone, Lavega, Afelba, Cohen, Blasini, Galuci, Ferro, Carderera (Carreño, 2002: 62-63). Hay algo en esas medias sonrisas que confunde, algo del torpe candor de quienes nunca antes han tomado parte de una protesta de calle, como adolescentes que se entregan al amor por primera vez. Pero hay sobre todo pose, exhibición, el dejarse-ver de quienes saben cómo desenvolverse bajo el fuego de las miradas más exigentes. Pose y no protesta, porque la burguesía desconoce el verdadero significado de la palabra protesta. Porque lo suyo es la sangre y el horror para que sean posibles las cosas buenas, la cultura culta, lo bello. Hay en sus miradas ese dejo de superioridad infinita de las bestias que han salido a devorar a su presa. Protesta y festejo porque Chávez-vete-ya. Habrá habido mucho chismorreo. Chávez-vete-ya. ¡Chávez, vete ya! Observando estas fotografías, bien hubiera podido escribir Nietzsche: “En comparación con una única noche de dolor de una mujer histérica culta, la totalidad de los sufrimientos de todos los animales a los que se les ha interrogado hasta ahora con el cuchillo (...) no cuentan sencillamente nada” (1997: 88). La revolución no sólo removió los sedimentos de la sociedad venezolana: lo mismo hizo con las fastuosas salas de fiesta de la alta burguesía.
4 Se refiere a los mantuanos, miembros de una elite local, oligárquica, blanca y criolla, que entre los siglos XVIII y XIX se enriqueció con el cultivo y la comercialización del cacao [Nota de El Colectivo]. 52
IV. Quedará para ojos más atentos la tarea de determinar cuándo se produjo el giro drástico de la estrategia propagandística opositora. Desde el principio realizaron algunos tímidos intentos por robarle algunas consignas al chavismo popular y revolucionario. Jamás pasó de ser una impostura, el mecánico acto de repetir hasta el cansancio: “¡Ni un paso atrás!”, de las Madres de la Plaza de Mayo, seguido de un rabioso “¡Fuera!”, a su vez acompasado por un violento movimiento de brazos que recordaba a un acto de masas nazi. Después de todo, debieron retroceder, no un paso, sino varios, y se impuso el “¡No pasarán!” que tomamos prestado de los republicanos españoles. Aún es posible deducir la base del programa político opositor – quizá con algunas leves variaciones– a partir de las diez preguntas formuladas en la edición de la revista Primicia, mencionada arriba: lo importante es salir de Chávez, “lo demás puede resolverse poniendo a alguien que (de verdad) gobierne”, afirmaba Llorens (2002: 4). Transcurrieron años y derrotas, hasta que fueron capaces de comprender que había que ocultar, al menos parcialmente, el sujeto de la oración –Chávez– y concentrarse en el predicado: gestión de gobierno. ¿Resultado? Un bombardeo inclemente que podría resumirse en una consigna: “¡Que alguien de verdad gobierne!”. Fue así como sucedió lo que muchos de nosotros considerábamos un imposible: la siempre virulenta propaganda opositora logró establecer alguna relación de equivalencia con las demandas y el malestar de la base social del chavismo. Es mucho lo que contribuyó en esto la práctica habitual de ese chantaje profundamente antidemocrático que consiste en acallar las demandas populares y silenciar los cuestionamientos a la gestión de gobierno, bajo el argumento de que así le estaríamos dando armas al enemigo. Hoy el enemigo nos ha arrebatado esas mismas armas y el amplio espectro del chavismo permanece a la defensiva, habiendo perdido de momento la capacidad de iniciativa, mientras el malestar se extiende entre el chavismo popular y revolucionario. Chávez, por su parte, sentenció a muerte este chantaje durante su intervención del pasado 11 de enero en la Asamblea Nacional. Entonces se refirió de manera explícita a “cierto tipo de publicidad, tanto de los gobiernos locales como del Gobierno nacional que presido (...) Publicidad engañosa (...), demagógica y que contradice muchas veces la realidad que el pueblo está viviendo 53
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todos los días”. En atacar este flanco débil ha consistido buena parte de la estrategia del aparato propagandístico opositor. El giro estratégico de la propaganda opositora se funda en un principio que se atribuye a Goebbels: cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan. Se trata del principio de transposición. Pero al realizar el acto de transponerse, la oposición ha pasado a ocupar un lugar que no es el suyo. Antes de realizar este movimiento, la oposición constituía en sí misma, para la base social del chavismo, una mala noticia, frente a la cual el chavismo asumía la forma de unidad inconmovible. Ha sido un movimiento inducido por la obligación, una precondición para la supervivencia política. La oposición debe buena parte de su segundo aire a su riesgosa apuesta por ocupar el lugar del chavismo, por mimetizarse incluso, asumiendo las formas chavistas: es buen indicador de esto el uso de franelas rojas con un “no” estampado en el pecho –las mismas que portó el chavismo en 2004, cuando el referéndum revocatorio– durante la más reciente campaña electoral. Hasta ahora, la oposición ha logrado sacar provecho de este movimiento. Pero atención: por más que pretenda ocupar su lugar, por más que busque parecérsele, sabemos bien que la oposición no es el chavismo. Aquí reside el punto débil de aquella, y en consecuencia nuestra ventaja inestimable. Reviva las imágenes del 13 de abril de 2002. Revise los videos. ¿Cuántas franelas rojas divisó? Casi ninguna. El rojo es símbolo universal de rebeldía, sinónimo de revolución, de socialismo, rojo de sangre combatiente. Jamás uniforme. Jamás pueblo alguno ha hecho fila frente a algún funcionario para uniformarse de rojo en los momentos previos al combate callejero. Pueblo porta lo que sea, lo primero que agarre. Porque en el combate no importan tanto los símbolos, sino las razones a las que aluden esos símbolos. La vida es una buena razón. Por eso, en el combate callejero, lo que predomina es el color a barrio, color a pueblo, color a tierra. Parece que nadie lleva la cuenta del daño que nos ha hecho el rojo usado a manera de uniforme en actos públicos. ¿Cuántos no se ocultarán, en las instituciones del Estado, detrás de una franela roja? V. Por regla general, los medios oficiales han tardado una eternidad en entender que en el terreno estético se libra hoy una de las batallas más encarnizadas y decisivas. En este terreno, que el chavismo 54
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suele considerar de segundo orden, los enemigos del proceso revolucionario llevan gran ventaja. Globovisión hace lo básico: en el estudio, frente a las cámaras, ubica estratégicamente a unas niñasbien, que perfectamente pudieran protagonizar alguna novela de Venevisión, y que cumplen a la perfección la labor que les ha sido encomendada: actuar las noticias con una destreza tal, que el target al que va dirigido este aberrante ejercicio del periodismo está convencido de que su vida languidece en la peor dictadura que haya padecido cualquier pueblo en toda la historia de la humanidad. Si alguien todavía piensa que es obra de la casualidad el marcado contraste estético entre estas niñas-bien y quienes conducen los programas Radar de los barrios o La calle y su gente, es porque no ha entendido nada. ¿Por qué habría de ser de otra forma? Las niñas-bien le hablan a la base social opositora como si le hablaran al espejo. Las mujeres cultas de las clases media y alta –aquellas de las que nos hablaba Nietzsche– las reconocerán, con satisfacción y orgullo infinitos, como las lindas niñas que siempre quisieron tener. O tal vez reconocerán en ellas a sus propias hijas, estudiantes universitarias, sobresalientes o profesionales exitosas. ¿Puede decirse lo mismo de nuestras televisoras? Hay que decirlo, a riesgo de desviar el asunto: ninguna de aquellas niñas-bien aguantaría un round frente a la exuberancia e inteligencia de una Tania Díaz, pero tres o cuatro buenos programas informativos, de opinión, de crítica de medios, o todo esto en uno solo, no pueden ganar la pelea. Tal vez sea un lapsus, pero no recuerdo en este momento algún programa de los nuestros que vaya dirigido a la base social opositora. Pero lo que es más importante: es casi inexistente la programación orientada al grueso de la base social del chavismo. Orientada quiere decir concebida de acuerdo a la estética propia de la cultura popular. Si el flanco débil de la estrategia de propaganda opositora es pretender ocupar el lugar del chavismo, mimetizarse hasta lograr las formas del chavismo, el flanco débil de los medios oficiales sigue siendo no ocupar el lugar que le corresponde, pero sobre todo, ese incomprensible empeño en marcar distancia de la estética popular, barrial, urbana, que es donde habita la inmensa mayoría de los nuestros. Juan Antonio Hernández nos suministra este dato crucial que por demás es público: 18 millones de venezolanos y venezolanas tienen hoy menos de 34 años. Esto es, dos terceras partes de la población. No hay que ser un experto en asuntos demográficos para saber que la mayor parte de estos 18 millones de seres habitan en zonas 55
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populares urbanas. ¿Qué porcentaje de la parrilla de programación de Venezolana de Televisión va orientada específicamente a este público? Haga el ejercicio, intente recordar algún programa de corte juvenil, urbano y popular. En el mejor de los casos, el grueso de la programación de las televisoras oficiales parece responder a los principios básicos de la crítica de la cultura de masas. Mucha Escuela de Frankfurt y muy poco Walter Benjamin. Es hora de abandonar las lecciones contenidas en los viejos libros de un Antonio Pasquali que, al fin y al cabo, hace tiempo que ha renegado de ellos, y que ante la mención de Theodor Adorno, seguramente lo confundirá con el célebre gato de Julio Cortázar. Sería conveniente pasearse por la obra del colombiano Jesús Martín-Barbero (1987), por citar alguno, que hace tiempo saldó cuentas con aquella vieja herencia que nos legó Frankfurt, y a la que sigue aferrada la izquierda cultural. En nombre de la crítica de la cultura de masas, jamás veremos en las pantallas de Venezolana de Televisión, y sospecho que tampoco en las de Vive Tv o en las de TVes, algún video de Calle 13, porque eso es reguetón. Para los nuestros, el plagio que hiciera el equipo de campaña del candidato Manuel Rosales de la canción Atrévete Te-Te, del mismo Calle 13, más que una demostración de la potencia del marketing electoral opositor, vendría a ser una prueba más de que el reguetón no es cultura, sino una cosa vulgar dirigida a adormecer a las masas. Por esto mismo, jamás podremos disfrutar de un video portentoso, extraordinario y subversivo como aquel que Calle 13 le dedica al FBI –Querido FBI, lleva por nombre la canción– y que fue escrita por Residente, horas después del asesinato de Filiberto Ojeda Ríos, líder histórico de Los Macheteros, movimiento independentista puertorriqueño. La noche del 3 de diciembre de 2006, ningún militante festejó tan alegre y ruidosamente la victoria de Chávez como los cincuenta adolescentes que se instalaron a bailar reguetón frente a la esquina de Carmelitas, en la Avenida Urdaneta. Pero eso jamás aparecerá por televisión. Poco importa que miles de adolescentes de los barrios caraqueños estén abandonados a la movida tuki. Los tukis no serán transmitidos por los medios del Estado. ¿Quiénes son los tukis? Les apuesto un millón a que los niñitos-bien de los liceos privados del este caraqueño saben perfectamente bien quiénes son los tukis. Por supuesto, los desprecian, como desprecian toda expresión de estética barrial, marginal, pobre. Los adolescentes que estudian en los colegios privados de Maracay llaman “elieles” a los jóvenes de los liceos públicos ¿Quién es Eliel? Un joven de 15 años de clase media 56
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alta lo tiene claro. Nosotros no. Pretendemos dictarles lecciones de política a un barrio que no conocemos. El efecto es similar a la publicidad engañosa y demagógica que denunciaba Chávez. Los adolescentes de los barrios no nos escuchan, no nos creen. ¿Quiénes son los tukis? Les paso el dato: Chávez usa sus pantalones al más fiel estilo tuki. Chávez es un tuki. Más o menos por eso es el Presidente de este país.
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Contra el malestar 3 de marzo de 2008
I. Una de las mayores tragedias que ha suscitado el reciente giro de la estrategia propagandística opositora ha sido la multiplicación virulenta de un cierto tipo de discurso “científico” sobre lo social que ha terminado por convertirse en sentido común. Con sentido común me refiero aquí al discurso predominante en la actual coyuntura política, entre los representantes de la vieja clase política, la clase empresarial, la jerarquía católica, los ¡es-tudian-tes!, las autoridades universitarias, los académicos, por supuesto los periodistas, y en general entre la muy amplia gama de opinadores y expertos que desfilan por los medios opositores. Es cierto que la oposición jamás ha carecido de opinadores y expertos dispuestos a lanzarse al ruedo mediático. Es igualmente cierto que toda la fauna opositora ha presumido siempre, y sin vergüenza, de un saber autorizado que le otorgaría el derecho divino a seguir conduciendo el destino del país. Pero algo sucedió en 2007. Sucedió no sólo que los ¡es-tu-dian-tes! aparecieron en escena, relegando a la vieja clase política a un lugar tras bastidores. Sucedió también que el discurso de los académicos desplazó momentáneamente al discurso de los políticos. Durante algunas semanas, la flor y nata de la juventud universitaria nos habló de derechos civiles, mientras renegaba explícitamente de la política. Inmediatamente, la acompañaron las autoridades universitarias, que no desperdiciaron ocasión para denunciar las supuestas amenazas que se cernían sobre la autonomía universitaria. Pronto, este discurso de los académicos dio paso a un discurso académico en sentido estricto, que aún sirve de fundamento a todo el discurso opositor: ese que hace énfasis en la crítica de la gestión del Gobierno bolivariano. Así, pasamos de una Soledad Bravo entonando Me gustan los estudiantes –de esa inmortal Violeta Parra a la que debemos más de un desagravio– a la oposición en pleno coreando: “¡Que viva toda la ciencia!”. La consigna política fue 58
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cediendo el paso progresivamente a la fraseología científica-social del tipo Universidad Católica Andrés Bello, hasta llegar al extremo que hoy podemos observar: las ciencias sociales reducidas a meras consignas políticas. Sé de qué les hablo: si hay algo más aburrido que escuchar al sociólogo-promedio de la Universidad Central de Venezuela, es someterse a la tortura de la que son capaces sociólogos del talante intelectual de un Luis Pedro España, con su Proyecto Pobreza y su Acuerdo Social. A esta gente ha recurrido la oposición en pleno para demostrar “científicamente” que la pobreza en Venezuela no ha disminuido, sino que ha aumentado... y un infinito etcétera. La nueva intelligentzia opositora es eficaz, no por inteligente, sino porque dota de nuevas consignas al discurso opositor, haciéndolas pasar por análisis “científicos” que demostrarían la ineficiencia sin precedentes del actual Gobierno. Son los representantes del saber por excelencia, del saber “científico” acudiendo al auxilio de una vieja clase política que ya no tiene nada que enseñarnos. Esta intelligentzia ocupa lugares estratégicos y hasta dispone de una columna dominical en el último de los diarios venezolanos –algún día nacerá un nuevo periodismo impreso digno de llamarse tal–. En la edición de Últimas Noticias del domingo 17 de febrero de 2008, el profesor Víctor Maldonado –también integrante de ese think tank que es Acuerdo Social– nos ofrece su diagnóstico autorizado: No hay una camarilla de conspiradores que intentan derrocar al Gobierno a través de la especulación o el acaparamiento. Tampoco hay una guerra biológica en marcha, en razón de la cual el dengue y el resto de las enfermedades que ahora nos asolan, nos están ganando la batalla. Mucho menos hay una conspiración de criminales empeñada en embestir los esfuerzos para atajar la inseguridad. Ni contrarrevolucionarios empeñados en hacer fracasar el proyecto educativo bolivariano. Ni podemos creer que la PDVSA endeudada está sufriendo los embates de una conspiración mediática, ni la guerra con Colombia es el resultado del interés de los canales privados. Nada de eso. No hay ninguna otra conspiración que la más ramplona ineficiencia. No hay ningún otro culpable que la incapacidad y la distracción con la que se ha gobernado al país. Los resultados están a la vista. El culpable también (2008: 6).
Dato sin relevancia: Víctor Maldonado, profesor de la Católica, es también Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas. Si se anima, entre a la web y lea usted mismo el discurso del Presidente de la Junta Directiva de la Cámara, 59
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Roberto Ball Zuloaga, intitulado así: El capitalismo es la única forma conocida por la humanidad para reducir la pobreza de las mayorías. Ha leído bien: “Por la humanidad”. El capitalismo convertido en el principio y el final. Eso que se nos vende –literalmente– como análisis “científico” de la situación social o como riguroso diagnóstico de las políticas públicas del Gobierno bolivariano, no es más que el discurso de la clase empresarial con ropaje académico. Leyendo la misma web de Acuerdo Social cualquiera puede enterarse de la feliz “coincidencia” que dio origen a la iniciativa: En 1997 ocurre una coincidencia que no suele ocurrir en muchas ocasiones. A lo que era una inquietud de la Universidad Católica Andrés Bello, la preocupación por el acelerado crecimiento de la pobreza en nuestro país, un grupo de empresarios interesados por este tema, deciden (sic) apoyar a la Universidad en la realización de una investigación a largo plazo que preguntara sobre las causas de la pobreza en Venezuela y apuntara decididamente en (sic) proponer alternativas de solución.
Tal vez haya sido la misma “inquietud” la que motivó a los académicos de Acuerdo Social a participar en la elaboración de aquel Pacto Democrático por la Unidad y Reconstrucción Nacional, en octubre de 2002, impulsado por aquella Coordinadora Democrática de Venezuela de la que ya nadie quiere acordarse. Para entonces, nuestros académicos permanecían en la retaguardia, intentando hacer presentable un eventual programa de gobierno opositor, mientras los partidos políticos de la derecha, Fedecámaras, la CTV y la “sociedad civil” le apostaban a un discurso insurreccional contra la revolución bolivariana. Cinco años después pasaron a la vanguardia. Hoy escuchamos por todas partes, en todo momento, el mismo discurso que nos ilumina sobre las verdaderas causas del desabastecimiento, la escasez o la inseguridad. Después del 2D, la misma clase empresarial que intenta someternos mediante lo que alguno de los nuestros ha llamado la “guerra del hambre”, no ha hecho más que repetir hasta el infinito variantes de la consigna central: Ahora ¡Gobierna! Así titulaba Luis Pedro España un libelo publicado en El Nacional, pocos días después del referéndum. Con este párrafo concluía: ¿Qué clase de revolución es ésta? ¿En qué sentido ha mejorado la situación de los pobres? Ha llegado la hora de gobernar. No hay más excusas, el Gobierno tiene el andamiaje, los 60
recursos y el poder para resolver los problemas de vivienda, inseguridad, empleo, inflación y desabastecimiento que diferencialmente afecta más a los pobres. Gobiernen para que demuestren si tienen interés y capacidad de resolver los problemas del pueblo (2007: 17).
Poco importa que la clase empresarial esté comprometida hasta el fondo en una estrategia que persigue crear todas las condiciones que hagan imposible resolver estos mismos problemas. Nuestra élite económica no tiene nada que demostrar, ni siquiera, si realmente tiene algún interés en “resolver los problemas del pueblo”. En esto consiste el sentido común que viene propagándose como una epidemia. Pero lo más importante: la actual coyuntura nos ha revelado el tipo de saber que producen, por regla general, las universidades. Un saber cuya eficacia depende de su capacidad para convertirse en el más banal de los lugares comunes, y un elocuente indicador de la miseria del estamento universitario. II. Este sentido común que pretende imponer la intelligentzia opositora es el equivalente de lo que Boaventura de Sousa Santos ha llamado “epistemicidio”, que no sólo “implica la destrucción de prácticas sociales y la descalificación de agentes sociales que operan de acuerdo con el conocimiento enjuiciado” (2003: 276), sino también, en el caso que nos ocupa, la degeneración del saber al estado de balbuceo repetitivo, propagandístico y poco ingenioso. Es lo que Carlos Andrés Pérez llamaría un “autosuicidio” epistemológico. Pero volviendo a Boaventura, el principal efecto de poder que produce este epistemicidio opositor no es, como pudiera sospecharse desde el inicio, el descrédito de la gestión gubernamental. La estrategia consiste en capitalizar un malestar preexistente en la base social de apoyo a la revolución, expandirlo, multiplicarlo y propiciar el desaliento. Ese mismo chavismo que ha padecido durante años la “demonización, trivialización [y] marginalización” (2003: 278) de los medios opositores –cuando no ha sido simplemente silenciado y ocultado–, ahora reaparece en las pantallas de televisión con la mala nueva de la basura en las calles, del módulo de Barrio Adentro que no funciona, de las calles en mal estado, del familiar que fue asesinado por el hampa o del producto de la canasta básica que no se consigue en la bodega. Ciertamente, la casi nula voluntad de los medios oficiales para recoger estas mismas denuncias ha dejado el camino despejado 61
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a los medios privados. Sin embargo, sería mezquino desconocer el reciente esfuerzo gubernamental por revertir esta tendencia. Se trata, a mi juicio, de un giro táctico correcto, sin más, no sólo porque es la única manera de recuperar el terreno perdido, sino sobre todo porque podríamos estar sentando las bases de una comunicación genuinamente democrática, al margen de la propaganda y la “publicidad engañosa” a la que ya me refería en otro artículo. El asunto es que este sentido común opositor no es nada sin el malestar popular. En el malestar reside su fuerza. Pura pasión triste. Quizá unos meses atrás era preciso reivindicar el malestar, en ese contexto de triunfalismo e invencibilidad que precedió al 2D, y frente a los que silencian toda crítica porque “todo está bien”. Pero creo que nos ha llegado el momento de ir más allá, de ir contra el malestar. Esto no quiere decir, por supuesto, que no existan razones para el descontento, ni tampoco equivale a domesticar la crítica, ni a ser condescendientes con la acción de gobierno. De hecho, más allá de ésta última, y si esto de verdad es una revolución, es mucho lo que hay que cuestionar. La clave sería ¿cómo realizar la crítica? O planteado de otra forma, ¿cómo convertir el malestar difuso en una crítica concreta de los problemas, sean estos el acaparamiento, Globovisión, la burocracia que carcome las estructuras de un Estado que sigue siendo burgués, la corrupción, la “derecha endógena” o, más reciente, la tendencia a asimilar toda iniciativa popular autónoma con el “ultraizquierdismo”? ¿De qué vale expresar el propio malestar en relación con cualquiera de estos problemas si el esfuerzo no trasciende el estado de la “opinión” y no es capaz de convertirse en lo que, siguiendo a Boaventura, podría llamarse un “nuevo sentido común”, portador de un saber con la potencia suficiente como para realizar una crítica demoledora de aquellos problemas? Porque un problema, sea cual fuere, sólo puede resolverse si está planteado de manera correcta. Este “nuevo sentido común”, que no será obra de ningún iluminado, sino producto de la inteligencia –y de la praxis– colectiva, será el que nos permita el planteamiento correcto de los problemas. Mientras no seamos capaces de producirlo, estaremos a merced, tanto del sentido común opositor, como de aquel otro, profundamente autoritario y antidemocrático, que intenta imponer a toda costa el ala conservadora del chavismo. Antonio Gramsci –cuyas reflexiones sobre el “sentido común” también deberíamos revisar–, iniciaba un brevísimo texto, Diletantismo y disciplina, incluido en sus Cuadernos de la cárcel, con las siguientes palabras: “Necesidad de una crítica interna 62
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severa y rigurosa, sin convencionalismos ni medias tintas” (1999b: 64-65). Una crítica de esta naturaleza debía desterrar “la improvisación, el ‘talentismo’, la pereza fatalista, el diletantismo irresponsable, la falta de disciplina intelectual, la irresponsabilidad y la deslealtad moral e intelectual” (1999b: 65). Es decir, ni habrá crítica que valga, ni será posible la construcción de un “nuevo sentido común”, si no van acompañados de un mínimo de rigor intelectual. Cuando éste falta, sólo nos queda todo cuanto ha enumerado Gramsci. Formas del malestar. Sobre todo, en nuestro caso, mucho de “pereza fatalista”. No es posible combatir la disciplina entendida como domesticación de la crítica, si esta última no se realiza con un mínimo de “disciplina intelectual” que, insistimos, no será cosa de intelectuales iluminados. En el mismo texto, Gramsci anota unas reflexiones que son dignas de releerse varias veces, por su cercanía con nuestra situación: Pero no puede hablarse de élite-aristocracia-vanguardia como de una colectividad indistinta y caótica; en la que, por gracia de un misterioso espíritu santo o de otra misteriosa y metafísica deidad ignota, desciende la gracia de la inteligencia, de la capacidad, de la educación, de la preparación técnica, etcétera; y sin embargo este modo de pensar es común. Se refleja en pequeño lo que sucedía a escala nacional, cuando el Estado era concebido como algo abstracto a la colectividad de ciudadanos, como un padre eterno que habría pensado en todo, provisto a todo, etcétera; de ahí la falta de una democracia real, de una real voluntad colectiva nacional y por ello, en esta pasividad de los individuos, la necesidad de un despotismo más o menos larvado de la burocracia. La colectividad debe ser entendida como producto de una elaboración de voluntad y pensamiento colectivo alcanzado a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal extraño a los individuos: de ahí la obligación de la disciplina interior y no sólo de la externa y mecánica. Si debe haber polémicas y escisiones, no hay que tener miedo de afrontarlas y superarlas: éstas son inevitables en estos procesos de desarrollo, y evitarlas sólo significa posponerlas para cuando serán peligrosas o incluso catastróficas, etcétera (1999b: 65-66).
Dejemos de lado lo referente a la élite-aristocracia y hagamos un par de comentarios sobre el asunto del Estado. Tal y como escribía Gramsci, el Estado no es “algo abstracto a la colectividad de ciudadanos, como un padre eterno que habría pensado en todo, provisto a todo, etcétera” (1999b: 65). El Estado es, ante todo, determinadas 63
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relaciones de fuerza. Partamos del supuesto de que la actual correlación de fuerzas nos indica que el Estado venezolano es de carácter eminentemente burgués y en razón de esto, lejos de servir de “instrumento” para profundizar la revolución bolivariana, tiende a obstaculizar su curso. Pues bien, si partimos de este supuesto, no basta con repetirlo una y otra vez, hasta convertirlo en una consigna vacía, que no nos dice nada. Como escribió alguna vez Michel Foucault, no podemos hacer del Estado “una especie de gendarme que venga a aporrear a los diferentes personajes de la historia” (2007: 21). En cambio, tendríamos que ser capaces de desentrañar la lógica según la cual funciona el Estado, identificar a nuestros adversarios, pero quizá sobre todo a nuestros aliados, que los hay. La crítica del Estado “como algo abstracto” reproduce la lógica tanto del sentido común opositor como la del chavismo conservador. Como lo ha planteado Erik del Búfalo (2008) en un buen artículo, ambos sentidos comunes –con algunas diferencias de grado, pero no de naturaleza– promueven el desaliento, la pasividad, la frustración, el desencanto entre la base social del chavismo. En la medida en que continuamos inmersos en esta lógica, nuestra denuncia de la burocracia, lejos de contribuir a su debilitamiento, refuerza “la necesidad de un despotismo más o menos larvado de la burocracia”, y nuestra legítima aspiración de una democratización radical del proceso bolivariano termina reducido a “la falta de una democracia real”. No planteo que opongamos al malestar un entusiasmo ingenuo, acrítico y voluntarista –que no es más que otra forma de pasividad–, sino la combatividad con rigor intelectual. Tal cual lo plantea Gramsci, la constitución de la subjetividad revolucionaria “debe ser entendida como producto de una elaboración de voluntad y pensamiento colectivo alcanzado a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal extraño a los individuos”. Combatamos, claro que sí, “la deslealtad moral e intelectual”. Pero que alguien me explique cómo podemos lograrlo coreando la consigna: “Lo que diga Chávez”. III. En su intervención ante la Asamblea Nacional, el pasado 11 de enero, Chávez (2008) se propuso realizar “una evaluación autocrítica, descarnada, sobre la cual se puedan construir, con optimismo, confianza y fuerza individual y colectiva renovadas, las 64
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bases de un nuevo impulso, rumbo a nuevos horizontes”. Lo hizo partiendo de la premisa de que es necesario oír “todas las voces con que el pueblo habla y en todos sus lenguajes, unos abiertos y otros subterráneos”. La autoevaluación abarcó tres órdenes: su desempeño como jefe de Estado, líder político y jefe de Gobierno. Según su criterio, habría pasado la prueba en los dos primeros. Pero sobre su actuación como Presidente de Gobierno afirmó sentirse “mucho menos satisfecho”: He destacado a lo largo de mi informe los logros en el plano económico, en el plano social, en los índices de calidad de vida, en la construcción de infraestructura, que ya la gente conoce y la gente valora, pero (...) mi ética revolucionaria me obliga a reconocer los errores y defectos del conjunto del sistema de gobierno, en todos sus niveles, que también la gente conoce y sufre. Parto del principio de que el pueblo sabe lo que salió bien y el pueblo sabe lo que salió mal. Al pueblo no se le puede engañar con ningún tipo de eslogan ni con manipulaciones demagógicas.
Más adelante se interrogaba: ¿Por qué un Gobierno revolucionario no ha podido en nueve años cambiar la terrible situación de las cárceles venezolanas, por ejemplo? ¿Por qué? ¿Por qué razón, la inseguridad sigue siendo un problema tan grave en los pueblos (…), en los barrios? ¿Por qué? ¿Por qué no hemos podido solucionar problemas tan graves que azotan a nuestro pueblo en cada esquina, en cada casa, en cada vida, en cada niño, en cada mujer, en cada familia, en cada existencia cotidiana? ¿Por qué? ¿Por qué sigue tan fuerte y descarado el contrabando que nos hace mucho daño, el contrabando de extracción, por ejemplo? ¿Por qué? ¿Cuál es la razón de la impunidad? ¿Por qué las mafias siguen incrustadas en las estructuras de los servicios que le pertenecen al pueblo, que le pertenecen a la gente? ¿Por qué? ¿Por qué (...) las gestiones ante las instituciones públicas siguen siendo una pesadilla para el ciudadano común? ¿Por qué? ¿Cuándo acabaremos con los chantajes abusivos de la permisología? ¿Cuándo? ¿Por qué nos cuesta tanto producir bienes del uso diario, consuetudinario? ¿Por qué seguimos consumiendo tantos alimentos provenientes de otros países? ¿Por qué la corrupción no la hemos podido frenar y mucho menos derrotar? ¿Por qué? ¿Por qué? Todos los días debemos hacernos esas preguntas y buscar la respuesta en lo individual y en lo colectivo.
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Anunciaba de esta forma su disposición a lanzar una contraofensiva que hiciera frente al sentido común opositor y mitigara el malestar popular derivado de la mala gestión gubernamental. Efectivamente, desde entonces Chávez ha concentrado casi todos sus esfuerzos en atender los problemas enumerados arriba, y justo sería reconocer que, en el corto plazo, ha obtenido relativo éxito, retomando la capacidad de iniciativa y relanzando aquellas políticas a las que deben buena parte de su apoyo popular: las Misiones Sociales. Sin embargo, al Chávez-líder-político le correspondería proceder tal y como lo hiciera el Chávez-jefe-de-Gobierno: ¿en los días previos a su autocrítica pública se detuvo algún segundo a considerar que con sus palabras podría estar dándole “armas al enemigo”? De hecho, es preciso recordar que Globovisión tomó la parte del discurso en que Chávez se planteaba las preguntas de allá arriba y la convirtió en uno de sus micros: “Usted lo vio por Globovisión”. ¿Ha debido Chávez dejar de decir lo que dijo, so pretexto de que la ropa sucia se lava en casa? Por supuesto que no. Más aún, el hecho de que hubiera decidido hacerlo en momentos en que el grueso de las baterías mediáticas opositoras apunta a la gestión gubernamental, le otorga mayor mérito. El cámara salió aquel día decidido a reconocer el problema, lo que no es poca cosa, puesto que difícilmente puede uno resolver un problema que ni siquiera ha reconocido como tal. Pero no ha ocurrido así con problemas relacionados con la dirección política de la revolución bolivariana. O digamos más bien que la dirección política del proceso bolivariano, Chávez incluido, no ha reconocido dichos problemas en su justa dimensión. El malestar popular no tiene su origen, exclusivamente, en las deficiencias de la gestión del Gobierno bolivariano. El pasado 2D, por ejemplo, no operó solo un “voto castigo” contra la ineficiencia gubernamental. El malestar se relaciona con algunos de los problemas que ya he anotado arriba: la burocracia estatal, la corrupción, la sospecha de que algunos de los funcionarios más cercanos a Chávez estarían aprovechándose de su posición privilegiada para enriquecerse ilícitamente, mientras le hablan al pueblo de revolución o de socialismo. El malestar está asociado a la grosera ostentación de riqueza por parte de esos mismos funcionarios. La amnistía que se les concediera a muchos golpistas, consideraciones tácticas aparte, produjo malestar. Antes, el proceso de elaboración a puertas cerradas de la propuesta de reforma constitucional y la incapacidad de la Asamblea Nacional para propiciar algo más que un simulacro de participación 66
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popular, también produjeron malestar. El proceso de conformación del PSUV, las luchas intestinas, el fraccionalismo, el clientelismo, han producido malestar. La ausencia de sanciones contra Globovisión es una fuente permanente de malestar. Completamente de acuerdo con que todo lo anterior parece un rosario de quejas. Pues bien, en eso consiste precisamente el malestar. Frente al malestar se puede proceder, para resumir la cuestión, de tres formas. Las dos primeras serían: hacer como quien esconde la basura debajo de la alfombra o someter a revisión profunda las fallas de la dirección política de la revolución, como paso previo a la oportuna rectificación, allí donde sea necesaria. Para llevar a cabo esta revisión es preciso comprender los lenguajes populares, abiertos o subterráneos, de los que nos hablaba Chávez el pasado 11 de enero. A la tercera opción ya me referí antes, y es complementaria de la segunda: ser capaces de construir un “nuevo sentido común”, con una buena dosis de rigor intelectual. Acciones recientes, como la colocación de algunos niples por parte del grupo guerrillero Venceremos, y la posterior toma del Palacio Arzobispal por parte de Lina Ron y algunos colectivos populares –una de cuyas demandas fue el cese de los allanamientos en el 23 de Enero–, son signos elocuentes de este malestar. La marcha que realizara la Asamblea Popular Revolucionaria de Caracas el pasado 27 de febrero fue el primer ensayo de los movimientos articulados en dicha Asamblea por ir más allá de ese mismo malestar. A contracorriente de la opinión generalizada entre la dirección política de la revolución, dichas acciones no responden a la supuesta infiltración de la CIA. Peor aún, la apelación constante a este argumento profundiza el malestar, en lugar de apaciguarlo. La misma marcha de la Asamblea, concretamente una de sus consignas, “No queremos ser gobernados, queremos gobernar”, ha sido blanco de las duras críticas de Chávez. La misma consigna ha sido interpretada equivocadamente como la demostración de que han reaparecido las tendencias “anarcoides” que propugnan por la tesis del “antipoder”. Nada más alejado de la realidad. Dicha interpretación refleja el desconocimiento de las dinámicas de ciertas iniciativas populares. Lo preocupante es que, como consecuencia de este desconocimiento, se miden con el mismo rasero acciones políticas de distinta naturaleza. El ultraizquierdismo ha sido siempre, en todas partes, una expresión de impotencia política, de la incapacidad de interpretar con justeza el momento político, de desesperación, indisciplina y aventurerismo. Pero lo que estamos obligados a entender es que ese 67
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malestar difuso al que tanto me he referido aquí, es el caldo de cultivo perfecto para la aparición en escena de las acciones ultrosas. En consecuencia, el problema no se resuelve mediante la aniquilación moral de los cámaras que puedan estar recurriendo a métodos de lucha errados. El problema se resuelve atacando las causas que han dado origen al malestar. Si es cierto que el grupo guerrillero Venceremos le está haciendo un flaco servicio a la revolución colocando un niple frente a Fedecámaras, es sencillamente inaceptable que un Mario Silva se refiera al hecho en los siguientes términos: “Bueno, compañero, al que juega con bombas se les tienen que explotar algún día. Y esto no es duro decirlo. Ahí murió un venezolano. Pero ¿murió haciendo qué? Haciendo terrorismo, compañeros” (Silva, 27 febrero de 2008). Releamos una vez más a Gramsci: “Si debe haber polémicas y escisiones, no hay que tener miedo de afrontarlas y superarlas: éstas son inevitables en estos procesos de desarrollo, y evitarlas sólo significa posponerlas para cuando serán peligrosas o incluso catastróficas” (1999b: 66). Bienvenido el debate a lo interno de las filas revolucionarias. Pero no convoquemos al debate como quien hace una concesión frente a los equivocados de siempre. Porque errores, incluso los más graves, los cometemos todos.
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Mayo 68 y los “estudiantes por la libertad” 28 de mayo de 2008
I. La leyenda urbana más reciente de la que tengamos noticia es aquella según la cual el canal Telesur fue el responsable de realizar el video en el que las FARC confirmaron la muerte de Marulanda. Los medios opositores, Globovisión a la cabeza, se han convertido en verdaderas máquinas de producción de verosimilitud, allí donde toda la evidencia disponible indica que se trata de “noticias” inverosímiles. Así como cuando difundieron aquellas imágenes, editadas por supuesto, en las que aparecía Chávez vaciando una lata de leche en polvo, y más allá otras del hombre mascando hoja de coca, y así, súbitamente, como quien no quiere la cosa, amanecimos gobernados por un Presidente cocainómano. Y me refiero a la leyenda urbana más reciente, porque la producción de leyendas es permanente, sin descanso, casi en tiempo real, como corresponde a una sociedad en transformación, en la que aquellos que se oponen furiosamente a la revolución bolivariana están refugiados en los medios de masas (y en las universidades, los gremios empresariales y la Plaza Brión de Chacaíto, que ha sustituido a la venida a menos Plaza Altamira). En otras palabras, ante la pérdida progresiva de margen de maniobra en el espacio público, quedan los estudios de televisión y los campus universitarios como oasis en el inclemente desierto de lo real. A falta de fuerza real, recurren a la leyenda que los atemorice o los indigne, que los conmueva o que los sorprenda, que los fascine o los persuada de que es sólo una ilusión, un accidente, una mera circunstancia desafortunada y pasajera, el derrumbe inevitable del modelo de sociedad que les aseguraba la posición de dominio sobre las mayorías. La leyenda favorita cumple por estos días un año, cuando este Gobierno autoritario, totalitario, dictatorial, fascista y antidemocrático “cerró” RCTV, y se echaron a las calles, en masa, valientes y puros de alma, los estudiantes venezolanos a ofrecer su pecho a las balas, su sangre, su sudor y sus lágrimas para impedir aquel 69
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atropello sin nombre, aquel atentado a la libertad más sagrada (la de expresarse libremente en una sociedad democrática), y con éste el atropello a todas las libertades por las que el género humano ha luchado durante siglos. Pero además, quiso el destino que aquella multitudinaria manifestación democrática iniciara un mes de mayo. Hubiera podido apostar todas las muñecas y libros de Sandra Mikele a que comenzaríamos a leer y a escuchar en los medios opositores apresuradas y vulgares analogías con el Mayo 68. Hubiera ganado fácil, Sandra, y tus muñecas nunca habrían estado bajo peligro. Muy temprano comenzó el desfile de declaraciones: el actor Javier Vidal (Hernández, 2007), por ejemplo, se apresuró a afirmar: “No es verdad que a esos niños los estén manipulando, ellos son los que marcan la ruta, son nuestro Mayo francés”. Y un par de expertos internacionalistas le otorgaron rango de verdad científica a la comparación: Caso de estudio 1: Julio César Pineda (2007) (Globovisión). Los niños de Javier Vidal son “universitarios herederos de los combates por la autonomía en 1928 en Córdoba, y como los del Mayo Francés, la Primavera de Praga, la Revolución de los Claveles portuguesa o la Revolución Naranja ucraniana”. Pero lo mejor es el cierre, que pasará a los anales de las frases célebres, por su originalidad y elocuencia: “La historia demuestra que aunque en todos los jardines se traten de cortar todas las flores siempre llegará la primavera” (Pineda, 2007: 9). Y aquí viene el otro. Éste es un poco más analítico, concienzudo: Caso de estudio 2: José Toro Hardy (2007) (Globovisión, El Universal). Con las distancias del caso, los acontecimientos que iniciaron en mayo los estudiantes en Venezuela inevitablemente me traen la memoria el famoso Mayo Francés (…) En situaciones como éstas, suelo recurrir a las páginas de la historia en búsqueda de precedentes. Por eso me vino a la memoria el episodio conocido como el Mayo Francés que tuvo lugar en 1968 (…) La historia tiene una terca tendencia a repetirse y la naturaleza rebelde de los estudiantes es la misma en todas partes y en todos los tiempos. Cuando los estudiantes salen, los gobiernos tiemblan. Algo es evidente: se produjo un punto de quiebre en la opinión pública. Ya el gobernante no puede seguir haciendo lo que le da la gana. ¡Adiós a la revolución! 70
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Es decir, no es Toro Hardy el que repite la práctica recurrente de cierta academia poco ingeniosa de establecer analogías burdas entre acontecimientos históricos. No. La culpa la tiene la historia. Otra: La historia de Toro Hardy nos enseña que los estudiantes acaban con las revoluciones. Qué cantidad de tiempo perdido creyendo que ayudaban a iniciarla. Y ahora, el bonus extra. Lo dejé de último porque no se trata de una opinión formulada al calor de los acontecimientos, sino más bien de una reflexión en frío, tipo balance, un año después. Les estoy hablando de un académico que, según Faitha Nahmens (2008), de la revista Exceso, es “objeto de culto” en la Universidad Central de Venezuela. La verdad, no sé de qué culto se trata ni quiénes lo profesan, pero asumamos una de ecuménicos. El hombre fue uno de los fundadores de una cosa llamada Observatorio Espacio Antitotalitario Hanna Arendt, un espacio integrado por académicos de destacadísima trayectoria, dedicados a observar los signos totalitarios del régimen fascista de Chávez. Más recientemente, ha aparecido como uno de los firmantes de los manifiestos del Movimiento 2D, que periódicamente publica el diario El Nacional. Se trata de nada más y nada menos que... Caso de estudio 3: Heinz Sonntag. Me topé con la última edición de la revista Exceso, número 218, de mayo de 2008, en alguna librería de Caracas. En la portada, en todo el centro, un “1968” en blanco, y abajo, en letras rojas: “Estallido global”. Decidí invertir los 12 bolívares fuertes que cuesta la revista, seguro de que esta vez no perdería la apuesta. Le aposté a Sandra Mikele una pizza: –A que sale más de uno hablando de los estudiantes venezolanos, RCTV, la libertad contra el tirano fascista, etc. –Papá, tengo hambre. Al final, claro, pagué yo por la pizza y le di la primera ojeada a la revista. Dicho y hecho: comienza Faitha Nahmens con el respectivo intro laudatorio [“De aquel fogaje conserva cierta tendencia a la calentura de cabeza: fue el Mayo Francés del 68 –que él corrige como el junio alemán del 67–, un episodio fulminante que aún lo abrasa” (Namens, 2008: 52)], sigue Sonntag explicando por qué y cómo comenzó todo, no en mayo del 68 en París, sino en Alemania, donde nuestro intelectual participó de los acontecimientos, obviamente. Respectiva cita a Habermas, que no podía faltar, y viene el párrafo en cuestión: 71
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Lo cierto es que el grito de guerra ya había llegado a los oídos precisos y pronto Alemania Occidental era un hervidero, y, con ella, los vecinos Italia, Francia y la antigua Checoslovaquia. Por todos lados las pancartas ondean con frases que hoy son pieza de colección…
...contengo el aliento... ... y los estudiantes que han precipitado la cadena contestataria, atrincherados tras sus barbas, traspasan el umbral que separa bochinche espontáneo de política. “Sí, como aquí, como mayo de 2007” (Namens, 2008: 53).
Suelto la carcajada. A nuestros niños les había crecido la barba. II. Complementaria de la anterior es la leyenda según la cual los Estudiantes por la libertad, como los bautizó Gustavo Tovar Arroyo, derrotaron a Chávez el pasado 2D. Es exactamente la misma ceguera infinita que arrastra a la oposición a jurar que en las elecciones regionales del próximo noviembre arrasarán en todos los estados en los que fue derrotada la propuesta de reforma constitucional. En lo particular, confieso, disfruto de estos pronósticos como el que más, y en aquellas escasas ocasiones en que me toca, por ejemplo, intercambiar con algún taxista antichavista, le sigo completamente la corriente: – Este Gobierno ya no tiene vida, la popularidad del carajo ese está por el suelo. (Sucesión de maledicencias impublicables. Los tipos tienen una habilidad envidiable para derrochar amargura). – ¿Sí? – Nadie lo quiere. (Sucesión de maledicencias impublicables). Aquí en Caracas gana Leopoldo López. – ¿Usted dice? – Mire, mijo, ese tipo gana solo en las zonas rurales, donde están el monte y la culebra. Pero en las ciudades ya no lo quieren. – ¿Y usted sabe quiénes son los que lo tienen así? Los estudiantes, maestro, los estudiantes. Bueno, el tipo muerde el anzuelo, pica y se extiende y yo nada más ligando que no me agarre una cola. Una de las piezas más hilarantes que he tenido el chance de leer, de esas que retroalimentan la leyenda urbana de los estudiantes-David 72
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que derrotan al tirano fascista-Goliat, proviene de la pluma implacable de Ibsen Martínez (2007b). En un artículo publicado en el diario español El País, intitulado No es de izquierdas, es fascista, Ibsen sentencia: En varias ciudades de Venezuela, ya sea que estudien en planteles de educación privados o públicos (donde el chavismo, pese a todo su poderío institucional y económico, no ha podido en casi una década ganar una sola elección en los consejos estudiantiles), los muchachos se han convertido en la inesperada némesis de un régimen crecientemente militarizante.
Lo mejor, como nos tiene acostumbrado Ibsen, está reservado para el final: Si hiciese falta otro indicio de que una izquierda democrática insurge contra el autoritarismo militarista y de partido único de Chávez, ahí están los chamos como Goicoechea que siempre, siempre, están a la izquierda (2007).
Esa no la había escuchado: los niños son de izquierda. Imagino que Ibsen también. Pero la mejor de todas, la que merece el mayor de los honores, es una nota de la agencia AP publicada hace un par de semanas, intitulada Estudiante de derecho surge como fuerte opositor a Chávez (James, 2008). La nota perfila al izquierdista Yon Goicochea convertido en el ídolo de una… en el líder de una generación. De apenas 23 años, Goicochea, a pesar de Ibsen Martínez, “se resiste a las etiquetas de derecha, izquierda o centro. Considera que América Latina necesita mayores libertades y justicia social, y defiende a la empresa privada, frente a las interferencias del Estado”. Es decir, un Daniel Cohn-Bendit que defiende al mercado. Prosigue la nota: “El destacado alumno de la Universidad Católica Andrés Bello, una institución privada, se reveló como un carismático orador cuando habló ante los estudiantes para que rechazaran la reforma de Chávez y cuando los convocó a ‘hacerle frente al totalitarismo’”. Todos somos Yon. A su juicio, en “Venezuela no puede hablarse de democracia porque los poderes públicos están controlados por un solo poder”. Venezuela, camaradas, “se está acercando muy peligrosamente a un régimen totalitario”. La lucha heroica contra el régimen oprobioso transcurre en un ambiente de violencia y represión (“durante un acto universitario, donde Goicoechea iba a hablar el año pasado, fue golpeado por 73
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varios jóvenes entre la multitud, causándole una fractura en la nariz”), en la más militante frugalidad (su lugar de reunión “se asemeja a un dormitorio universitario, con sillas desvencijadas y estudiantes que comen papas fritas”), pero rebosante de optimismo: “Goicoechea comparó su optimismo con el del demócrata Barack Obama, su precandidato preferido para llegar a la presidencia de Estados Unidos. ‘We can change (podemos cambiar), como decía Obama. El mundo está cambiando’, dijo”. Podemos cambiar. Ahí está la clave. III. Algunos leen este tipo de notas y son presa fácil de la indignación. Hasta cierto punto es comprensible: la farsa de la fractura en la nariz, la negativa a debatir con estudiantes chavistas en la Asamblea Nacional, los 500 mil dólares del Instituto Cato y un largo etcétera. Todo esto sumado al espectáculo de varios puñados de estudiantes vociferando frente a las cámaras de televisión o ante un frondoso bosque de micrófonos, diciendo que no existe la libertad de expresión, o denunciando el cercenamiento de las libertades políticas, mientras son resguardados celosamente por la policía cada vez que deciden marchar al centro de Caracas, no vaya a ser que algún chavista se les atraviese y les diga unas cuantas malas palabras. Sin embargo, lo que hay que entender es que ni el muchacho de 23 años ni ninguno de los otros niños le habla al chavismo. No le hablan sencillamente porque no tienen absolutamente nada qué decirle. Cuando dice: “podemos cambiar”, y aún cuando dice que “el mundo está cambiando”, está hablándole al mismo antichavismo que fue vapuleado durante años, electoralmente, pero sobre todo en las calles, por el chavismo. El mundo se les vino encima, una y otra vez. Cada vez que se disponían a recoger los escombros venía otra derrota, otro terremoto. En este contexto, los resultados del 2D equivalen justo a eso: “el mundo está cambiando”. Por fin. Es por eso, por ejemplo, que Ibsen no es capaz de encontrar un mejor argumento que aquel penoso y lamentable: “El chavismo (...) no ha podido en casi una década ganar una sola elección en los consejos estudiantiles” (2007b), lo que ni siquiera es cierto. Pero eso está muy lejos de ser el punto. La pregunta es: ¿qué mérito reviste alzarse con la victoria, digamos, en las elecciones para la Federación de Centros Universitarios de la UCV? ¿Cuál es la novedad en el hecho de que la derecha más rancia, supremacista 74
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y excluyente controle los “consejos estudiantiles” de la Universidad Católica, la Metropolitana o la Simón Bolívar? ¿Es una noticia que la oligarquía gane las elecciones en Fedecámaras? No, la oligarquía gana las elecciones en Fedecámaras porque Fedecámaras es, en sí misma, el gremio de los oligarcas. Plantearse la posibilidad de que alguna vez la oligarquía resulte derrotada en las elecciones de Fedecámaras es plantearse un falso problema. Ah, se entendió el punto. Celebrar la victoria de la derecha en las universidades no es más que un acto de autoindulgencia, papel que le ha sido reservado a la intelectualidad del mismo signo. Por eso es comprensible, igualmente, que la oposición celebre la manifestación de las universidades (que ya sabemos que no son todas, pero no importa) contra el “cierre” de RCTV, como su versión del Mayo 68. Aunque los “estudiantes por la libertad” no digan un sola palabra contra la ocupación a Irak, contra la exclusión y la discriminación en las universidades, contra el capitalismo. Los estudiantes de Mayo de 2007 están hartos de papitas fritas y disfrutando las mieles de la sociedad de consumo, esa contra la que sus pares de hace cuarenta años iniciaron una insurrección, mientras decenas de pueblos del Sur luchaban por su liberación.
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todo progreso espiritual (...) Igual que políticamente, también económica y socialmente. Las masas populares en su conjunto deben participar. En caso contrario, el socialismo se decreta, se impone desde la mesa de gabinete de una docena de intelectuales (Luxemburgo, 1977: 586).
¿Una nueva derecha? 26 de agosto de 2008
I. Tal vez sea cierto que una nueva derecha solo sea concebible como el opuesto de algo que merezca llamarse nueva izquierda. Pero hasta la “nueva” izquierda se ha convertido en una vieja fórmula. Y no nos interesan las viejas fórmulas. Nos interesan, eso sí, las izquierdas que aquí y allá, más temprano que tarde, se distinguieron por su crítica de la falsa dialéctica que obligaba a optar entre capitalismo o socialismo estalinista. Nos reconocemos en la larga y vieja tradición que se remonta a Trotsky, y aún al Lenin de la Carta al Congreso [“El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia” (1969: 710)], y más atrás, a la luminosa y fundamental Rosa Luxemburgo de La revolución rusa (1977), texto en el que polemiza con Lenin y Trotsky, y en el que señala las tensiones que atraviesa la experiencia soviética desde sus inicios: El sistema social socialista sólo será y sólo puede ser un producto histórico, nacido de la escuela misma de la experiencia, en la hora de la realización, del devenir de la historia viva, la cual (...) tiene la buena costumbre de producir junto a una necesidad social real siempre también los medios para su satisfacción, a la par que las tareas también las soluciones. Planteadas las cosas en estos términos, está claro que el socialismo no puede imponerse (...) Como premisa del socialismo hay una serie de medidas de fuerza (...) Lo negativo, el derribo, puede hacerse por decreto. La construcción, lo positivo, no. Tierra virgen. Mil problemas. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo una vida en ebullición sin trabas encuentra mil formas nuevas, improvisaciones, emana fuerza creadora, corrige ella misma todos los errores. La vida pública de los estados en los que la libertad está limitada es tan estrecha, tan pobre, tan esquemática, tan estéril, precisamente porque al suprimir la democracia se clausura la fuente viva de toda riqueza y de 76
Sobre estas reflexiones de Rosa Luxemburgo analizaba Toni Negri en El poder constituyente (1994:360): “En el difícil juego entre movimiento de las masas e iniciativa del partido toma ventaja el partido: esta superdeterminación del partido respecto a las masas significa la derrota de la democracia y la afirmación de una gestión dictatorial y burocrática”. El futuro del “socialismo del siglo XXI” se definirá en ese “difícil juego”. ¿Cómo va el juego? II. Uno de los rasgos característicos de una nueva derecha venezolana sería su apropiación del discurso antifascista y antitotalitario. A su vez, si algo la distingue es el abuso de las analogías históricas. Una y otra vez sus portavoces anuncian haber descubierto, por ejemplo, puntos de coincidencia inocultables entre Hitler y Chávez, entre el nazismo y el chavismo. A ellos se refería Walter Benjamin cuando afirmaba: “andan en el pasado como en un desván de trastos, hurgando entre ejemplos y analogías” (2008: 50). Manuel Caballero es un verdadero experto en estos asuntos. Lo hace a menudo desde su columna semanal en el diario El Universal. No pudo evitar mencionarlo, a propósito de su incorporación como individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, en 2005. En su discurso, don Caballero recordó cómo en la Italia de Mussolini se convirtió la celebración del centenario de la muerte del Libertador también en ocasión de propaganda del régimen. Donde no faltó la exaltación del duce latinoamericano, el césar democrático, genio de la latinidad y fascista avant la lettre. De modo que no es solo en Venezuela o en América Latina donde se ha utilizado la figura del Libertador como instrumento de legitimación política del autoritarismo (2005: 9).
Nos recordó también que el afán por “abolir la historia” no es exclusivo ni original de “los venezolanos”, sino que “se trata de una invención de los regímenes totalitarios, pero muy en especial del fascismo alemán” (Caballero, 2005: 31-32). Y ponía un ejemplo: 77
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“En su condición de ocupante de la Francia vencida, Hermann Goering lo expresaba así en 1940: ‘Se debe borrar el año 1789 de la historia’”. Acto seguido citaba a Alfred Rosenberg: “Toda la historia de un pueblo se resume en su primer mito” (2005: 32). Y a continuación, de nuevo la analogía: Es decir que toda la historia de un pueblo, y más aún, de toda la humanidad, no es más que un monstruoso accidente interpuesto entre la parusía de dos mitos. En el caso alemán, entre Sigfrido y Hitler; en el venezolano, entre Bolívar y quienquiera que pretenda vestir las ropas del sucesor, del profeta, de la reencarnación del mito (2005: 32).
La ventaja, si así puede llamársele, o más bien la trampa que se esconde tras este ejercicio intelectual, es que el aventajado se exime de toda explicación: en ningún momento nos explica en qué consiste el totalitarismo del régimen chavista. Al contrario, debemos acostumbrarnos a cierta lógica expositiva del tipo: Chávez es autoritario y fascista porque utiliza a Bolívar para legitimarse políticamente, como lo hizo Mussolini; o bien, Chávez es autoritario y fascista porque pretende abolir la historia, como lo hizo Goering; o esta otra: Chávez es como Hitler, porque nadie más que Bolívar puede ser como Sigfrido. Al final de su discurso, y refiriéndose a un relato de Par Lagerkvist, concluye don Caballero: Pocas veces hemos leído una sátira más certera sobre lo que el fascismo, en especial el alemán, llegó a hacer con su pueblo, pocas veces hemos visto descrito con más vivos colores la empresa que todo fascismo, todo totalitarismo, todo militarismo, emprende con su pueblo: reducirlo al estado de niñez mental. Acríticos, sumisos si bien llorones, obedientes al Padre Protector, crueles y despiadados (2005: 24).
De lo que se desprende que el pueblo chavista se encuentra reducido, como el alemán, al estado de niñez mental: sumiso, despiadado, etcétera. Así es muy fácil declararse “antifascista” y “antitotalitario”, suponiendo como un hecho consumado, más allá de toda verificación, precisamente aquello que hay que explicar. Al margen de toda abstracción y generalización, ¿qué sería lo específicamente fascista del chavismo? ¿O acaso el uso y abuso del apelativo se corresponderá, como puede sospecharse, con una empresa intelectual orientada a la negación radical de cualquier singularidad y potencialidad revolucionarias del chavismo y a su inscripción arbitraria 78
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en la mediocre regularidad de los regímenes antidemocráticos? Imposible no recordar al Jean Pierre Faye de La crítica del lenguaje y su economía (1975), que relee incrédulo los desatinos en que incurre Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo: Para Hannah Arendt la comparación Hitler-Stalin se extiende por contagio a un perpetuo paralelo nazismo-bolchevismo. Desde la tercera página de su libro, en la edición francesa, nos topamos con formulaciones como ésta: «Es comprensible que un nazi o un bolchevique...» Esa retórica prosigue sin descanso. Su consecuencia lógica es dejar entender, por repetición, que los hombres de antes de Hitler eran semejantes a los hombres de antes de Stalin... ¿Por qué no un paralelo entre Hinderburg y Lenin, entre Röhm y Trotsky? Pero, precisamente, se llega a ello. El capítulo sobre «El totalitarismo en el poder» se abre con la serie de los siguientes equívocos: «Encontramos en el slogan de Trostsky: revolución permanente, la caracterización más adecuada»... ¿De qué? «De la forma de gobierno que engendraron los dos movimientos»; o sea, bolchevismo y nazismo, desde luego. Y se desemboca en esta enormidad: «En lugar del concepto bolchevique de revolución permanente, encontramos la noción de selección racial, que nunca conocerá tregua» (!) (Faye, 1975: 67).
Faye no puede más que exclamar. Una “enormidad” es una de las secciones que puede encontrarse en la página web soberania.org, intitulada sugerentemente Crónicas del fascismo en Venezuela. Siguiendo un procedimiento muy similar al empleado por Manuel Caballero, uno de sus más activos colaboradores, José Rafael López Padrino, dedica su puntual esfuerzo a denunciar ante el mundo que en Venezuela impera un “socialismo fascista”. Lo curioso es lo que se experimenta al leer varios artículos de López Padrino. Los efectos secundarios del lenguaje profundamente violento del mismo autor y su impresionante despliegue de pasiones tristes. En lugar de encontrar una explicación a lo que sería este “socialismo fascista” debemos conformarnos con esa violencia que se despliega frente a nuestros ojos y que se suponía el objeto de la crítica (la violencia fascista, entiéndase). López Padrino no se dirige a la cabeza del lector: golpea directamente en su estómago. Más que hilvanar ideas, acumula insultos. No suscita el ejercicio reflexivo, incita al desprecio. ¿Será éste uno de los rasgos distintivos de la nueva derecha? Cosa curiosa. Los artículos reunidos en Crónicas del fascismo... se desplazan de la temática “Bush es como Hitler” (De Hitler a Bush, 79
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La familia Bush y la Alemania nazi, La familia Bush financió a Adolfo Hitler, etc.) a la que ya hemos visto: “Chávez es como Hitler”. Los artículos que giran en torno a la primera temática fueron publicados por los administradores de soberania.org a partir de febrero de 2003, y con ellos inauguraron la sección. En algunos casos son artículos previamente publicados en Indymedia Colombia o Granma Internacional. El desplazamiento temático no se produce sino hasta 2006. En todo 2005 sólo es publicado un artículo del argentino Emilio J. Cárdenas, quien entre 1992 y 1996 fuera embajador y representante permanente de su país ante las Naciones Unidas. Más interesante aún: Cárdenas fue representante personal del Secretario General de Naciones Unidas en Irak, donde negoció con el Gobierno de Saddam Hussein asuntos concernientes a las “armas de destrucción masiva”. En éste se lee:
interviene públicamente con inusitada fuerza, se reproduce geométricamente y se consolida. Por ejemplo, es de comienzos de este año el artículo de Fernando Mires, en el que nos advertía:
Algunos políticos de tendencia autoritaria parecen empeñados en crear sus propios “grupos de choque” para tener el espacio público bajo control. La moda se extiende por toda América Latina y otras partes del mundo (...) La idea (...) no es nueva, si recordamos la historia de Roma, o la del “nazismo”, o la del fascismo, o la del “comunismo” (...) Ellos actúan abiertamente, protegidos y hasta apañados por las fuerzas policiales. En visible coordinación con ellas. Violentamente, como cabe suponer. O como fuera también el caso de los llamados “grupos bolivarianos”, en Venezuela (2005).
Todavía no hemos llegado al perfecto Estado totalitario (...) Pero estamos acercándonos día tras día (...) Uno de los instrumentos mediante los cuales se amolda al pueblo al Estado de sumisión y de obediencia anticipada que es la condición socio-psicológica del totalitarismo es la exhibición de la arrogancia, esto es: del poder en su forma más cruda (2006).
Justo a esta altura los administradores de soberania.org incorporan, convenientemente, una foto de Lina Ron. Queda pendiente responder: ¿qué sucede entre 2003 y 2005? ¿Qué acontecimientos políticos, económicos y sociales se producen en Venezuela durante estos años, que a su vez estarían en el origen de semejante desplazamiento discursivo, de tan pronunciado envilecimiento del lenguaje? ¿Este desplazamiento del discurso guarda relación con la eventual radicalización del discurso chavista? ¿Es posible encontrar en la nueva derecha resabios de una izquierda que, en algún punto, decidió no seguir acompañando el proyecto político chavista? Por último, la pregunta más obvia de todas: ¿este giro que es posible identificar claramente en soberania.org sería realmente representativo de un giro discursivo de mayor envergadura, ese que permitiría rastrear la aparición de una nueva derecha? Pero volviendo, si bien no aparece en 2006, durante este año el discurso antifascista y antitotalitario de la oposición venezolana 80
En América Latina, lamentablemente, algunos intelectuales todavía no saben distinguir (como ya ocurrió con los intelectuales europeos de los años treinta) entre lo que un gobernante dice que es y lo que es (…). Chávez y el chavismo (...) no son de izquierda. Si alguien ha leído relatos de los primeros años del fascismo en Italia no se sorprenderá si los encuentra de nuevo en Venezuela (2006).
Asimismo, Heinz Sonntag nos explicaba que la evidencia de que padecemos un régimen totalitario es “la exhibición de la arrogancia” de Chávez:
De 2006 es una entrevista que le realizara Rafael Osío Cabrices (el mismo que se rindiera a los pies del coronel Pedro Soto, en la tristemente célebre edición de la revista Primicia, del 18 de febrero de 2002) a Heinz Sonntag, y cuyo título ya lo dice todo: El fascismo de los años treinta ha vuelto en una edición más moderna (2006). El encuentro tiene como pretexto el lanzamiento oficial del Observatorio Espacio Antitotalitario Hannah Arendt, que reúne (escribe Osío Cabrices) a un conjunto de intelectuales venezolanos “incluyendo en el grupo a dos que nacieron nada menos que en Alemania” y para los cuales “aquí el fascista es el Gobierno de Chávez”. Nótese el alcance del abuso del lenguaje “antitotalitario”. Quien nos ilustra es “nada menos que” un alemán (2006: 8). Y a quien se rinde homenaje, y en nombre de la cual se realiza la denuncia del totalitarismo chavista, es a una judía: Hannah Arendt. Éste no es un detalle sin relevancia. Ya lo decía Faye, refiriéndose a Los orígenes del totalitarismo: Si hay un libro del que no me gustaría hablar es el de Hannah Arendt (...) La razón de más peso por la que no deseo hablar de él es, sin embargo, ésta: Hannah Arendt es una emigrada alemana que a los diecinueve años escapó del exterminio. 81
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Sólo esto, aparte de la amplitud de su obra, me merece respeto. Pues, nunca perdamos ocasión de repetirlo, todos somos judíos alemanes (1975: 61).
Continúa Osío Cabrices: El Observatorio (...) rinde homenaje a la pensadora judía, que describió como nadie esta perversión espantosa en Los orígenes del totalitarismo. Se trata de una nueva iniciativa (...) que pretende informar a los venezolanos que el actual Gobierno, el mismo que pretende ejercer el poder hasta más allá de 2030, contiene muchos de los rasgos que caracterizaban al fascismo italiano, al nacional-socialismo alemán y al stalinismo soviético, que causaron millones y millones de muertes mientras asolaron la Tierra (2006: 8).
Impresionante. Dicho lo básico por Osío Cabrices, Sonntag pasa a desempeñar su papel de multiplicador del sintagma fundacional, y a partir del cual se articula todo el discurso, “Chávez es como Hitler”. Veamos (todos los subrayados son nuestros): - ¿Es fascista el chavismo? - Yo diría que sí. Le doy esta respuesta básicamente porque hay elementos que son una clara analogía a los fascismos que han existido entre 1922 y 1945 y a los fascismos de izquierda de las repúblicas socialistas y la URSS. Mejor hablemos de los totalitarismos, que incluyen al fascismo tanto de izquierda como de derecha. Los movimientos totalitarios suelen construir estructuras paraestatales, es decir, que son paralelas al Estado ya existente. En la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, en los regímenes fascistas de Hungría y Austria antes de la anexión alemana, así como en los fascismos de izquierda, existieron fuerzas armadas regulares, que estaban dentro de la estructura del Estado, y además estructuras militares que solo obedecían al líder: los Fasci di Combattimento, las SA y SS, la KGB. También había una educación que daba el Estado y una que controlaba el partido. Un sistema de salud pública del Estado y otro del partido. - ¿Pero cree usted que pueda instalarse un totalitarismo en Venezuela? - No se trata de que yo lo crea o no, ¡es que ya está ocurriendo, es lo que Chávez y sus adláteres están haciendo! Claro, como todos los regímenes totalitarios tendrán disidencia y 82
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resistencia, pero harán absolutamente todo para callarla. ¡Ya están en eso! Por fortuna, los medios de comunicación no han hecho un pacto con el Gobierno como ocurrió en la Alemania nazi, ni están todos los medios en manos del Partido, como pasó en el stalinismo. Pero eso no es porque el régimen no tenga ganas de que eso sea así. Yo espero que aquí haya suficiente capacidad de resistencia para que eso no ocurra; sin embargo, no descarto que ese totalitarismo sí llegue a instalarse. - ¿Cree, como Fernando Mires, que está surgiendo en el mundo un nuevo fascismo, que viene esta vez de América Latina? - Sí. Es lo que dice Teodoro (Petkoff): hay dos izquierdas, una que representan Tabaré Vásquez, la Concertación en Chile, Lula, Oscar Arias en Costa Rica, y yo incluiría también a Andrés Manuel López Obrador, que no es un Chávez; y otra izquierda boba, tradicional. Como vemos, hay lo uno y lo otro. Evo falta por definirse. Y falta por ver también si la izquierda moderna va a poder resistir los embates de la izquierda boba (2006: 8).
Nótese, por una parte, cómo se definen de manera absolutamente arbitraria unos referentes históricos ineludibles, unos regímenes políticos (la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, los regímenes fascistas de Hungría y Austria antes de la anexión alemana, los fascismos de izquierda), a partir de los cuales, y sólo a partir de los cuales sería posible entender la naturaleza del chavismo. Y como estamos hablando de regímenes políticos fascistas y totalitarios, entonces se trataría de examinar en qué medida el chavismo es más o menos fascista o totalitario, no dejando ningún margen a otro análisis posible. Estos referentes históricos vendrían a detentar una suerte de monopolio de la inteligibilidad. El chavismo sólo sería inteligible (entendible para el común, analizable como objeto de estudio) si se acepta como criterio de análisis, como punto de partida al nazismo o al estalinismo. Y así, en la medida en que se nos imponen estas normas, reglas o criterios de inteligibilidad, como de lo que se trata siempre es de verificar en qué medida el chavismo es más o menos fascista, más o menos estalinista, entonces cualquier diferencia con el régimen nazi o con el estalinismo equivale a la distancia que todavía nos separa de nuestro fatal destino en caso de que Chávez continúe en el poder. Si en Venezuela “los medios de comunicación no han hecho un pacto con el Gobierno como ocurrió en la Alemania nazi, ni están 83
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todos los medios en manos del Partido, como pasó en el stalinismo”, eso no desdice del carácter fascista y totalitario del chavismo. Antes al contrario, simplemente anuncia que el fascismo y el totalitarismo no han sido capaces de realizarse a plenitud e indica al mismo tiempo la mayor o menor “capacidad de resistencia” que habrían exhibido las fuerzas democráticas “para que eso no ocurra” aún. De esta forma queda completada la fórmula: el menor o mayor grado de fascismo chavista será inversamente proporcional a la capacidad de resistencia de las fuerzas democráticas; o lo que es lo mismo: a menos chavismo, más democracia, y viceversa. Por otro lado, nada más que una constatación, al menos por ahora. La recurrencia a Mires, Petkoff, y a todo el tema de las dos izquierdas. ¿Rastreando el origen de la temática de las dos izquierdas se hace al mismo tiempo la genealogía de la nueva derecha? (Es de 2005 el libro Dos izquierdas, de Teodoro Petkoff). También de 2006 es un artículo de Tulio Hernández, caso similar al de Arendt, en el que establece una relación de identidad entre la lucha contra el capitalismo de Fidel Castro (que es traducida como “limpieza política”) y la “limpieza étnica” que adelantara Hitler contra los judíos: Porque un salvador de la patria, a diferencia de un líder demócrata, es alguien que se asume como el Único, el Elegido para (...) echarse sobre sus hombros el destino del país al que pertenece y literalmente “limpiarlo” de alguna plaga que lo ha invadido, llámese el comunismo en el caso de Pinochet, los capitalistas y el imperialismo en el de Fidel, o los judíos y otras “razas inferiores” en el de Hitler (2006).
Chávez, a quien, como hemos visto, es imposible reconocerle cualquier linaje democrático (a riesgo de hacer fracasar toda la lógica expositiva que soporta el lenguaje de la nueva derecha) queda emparentado así con Pinochet y califica naturalmente como “tirano”. Los dictadores y los tiranos no siempre son una mera imposición por la fuerza de las armas (...), muchos de ellos ejercen su despotismo a hombros de inmensas masas enardecidas que, como bien lo muestran los documentales sobre el fascismo, les aclaman y babean derretidos de emoción ante las arengas de un líder generalmente narcisista y retórico (2006).
Ya en 1979, en su Nacimiento de la biopolítica, Michel Foucault realizó una crítica demoledora contra este tipo de práctica 84
intelectual, a la que calificó de “inflacionaria”, y a la que identificó como uno de los signos distintivos del clima de opinión de la época: corría la década de los setenta, comenzaba a hacerse hegemónico el discurso neoliberal, la virulencia de su crítica contra el Estado, y aumentaba la circulación de “cierta moneda crítica que podríamos calificar de inflacionaria” (2007: 219) y que se caracterizaría por el “crecimiento de la intercambialidad de los análisis y pérdida de su especificidad” (2007: 220). Afirmaba Foucault: Al considerar la recurrencia de los temas, podríamos decir que lo que se pone en cuestión en la actualidad, y a partir de horizontes extremadamente numerosos, es casi siempre el Estado; el Estado y su crecimiento indefinido, el Estado y su omnipresencia, el Estado y su desarrollo burocrático, el Estado con los gérmenes de fascismo que conlleva, el Estado y su violencia intrínseca debajo de su paternalismo providencial (2007: 218).
Una de las ideas de uso frecuente en la que se soporta esta crítica al Estado, este discurso de la “fobia al Estado”, como la llamará Foucault, es la existencia de un parentesco, una suerte de continuidad genética, de implicación evolutiva entre diferentes formas estatales, el Estado administrativo, el Estado benefactor, el Estado burocrático, el Estado fascista, el Estado totalitario, todos los cuales son (...) las ramas sucesivas de un solo y el mismo árbol que crece en su continuidad y su unidad y que es el gran árbol estatal (2007: 219).
La otra es la idea de que el Estado posee en sí mismo y en virtud de su propio dinamismo una especie de poder de expansión, una tendencia intrínseca a crecer, un imperialismo endógeno que lo empuja sin cesar a ganar en superficie, en extensión, en profundidad, en detalle, a tal punto y tan bien que llegaría a hacerse cargo por completo de lo que para él constituye a la vez su otro, su exterior, su blanco y su objeto, a saber, la sociedad civil (2007: 219).
De la conjunción de estas dos ideas, resumía Foucault, resultaba “una especie de lugar común crítico que encontramos con mucha frecuencia en la hora actual” (2007: 219). Ahora bien, y aquí nos encontramos con lo fundamental de la crítica que hace Foucault: ¿cuáles son las consecuencias 85
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prácticas de este discurso, de este “lugar común crítico” de la época de la contrarrevolución neoliberal? La intercambiabilidad de los análisis: Desde el momento en que, en efecto, se puede admitir que entre las distintas formas estatales existe esa continuidad o parentesco genético (...) resulta posible no sólo apoyar los análisis unos sobre otros, sino remitirlos unos a otros y hacerles perder la especificidad que cada uno de ellos debería tener. En definitiva, un análisis, por ejemplo, de la seguridad social y del aparato administrativo sobre el que esta se apoya nos va a remitir, a partir de algunos deslizamientos y gracias al juego con algunas palabras, al análisis de los campos de concentración. Y de la seguridad social a los campos de concentración se diluye la especificidad –necesaria, sin embargo– del análisis (2007: 220).
He allí, resumida en unas pocas líneas, la lógica discursiva de la nueva derecha venezolana: intercambiabilidad de los análisis, que se expresa como abuso hasta el extremo de analogías históricas, que diluye toda diferencia entre los regímenes históricos fascistas y totalitarios realmente existentes y el “régimen” chavista, como condición para hacerle inteligible, pero sobre todo como renuncia deliberada a reconocer la especificidad del chavismo y, más allá, su carácter singular. Y también, inflación del lenguaje antitotalitario y antifascista. Es preciso advertir, sin embargo, que la base social de apoyo al Gobierno bolivariano no está exenta de incurrir en estas prácticas. Muchísimo menos la vocería gubernamental, que incurre en ellas con demasiada frecuencia. Ya lo advertía Foucault: “Lo que no debemos hacer es imaginarnos que describimos un proceso real, actual y que nos concierne, cuando denunciamos la estatización o la fascitización” (2007: 225), sólo que en nuestro caso ya no se trataría del Estado (y por tanto tampoco de la estatización) como el blanco de la crítica, sino principalmente de la fascitización. (Sin embargo, el lector atento ya habrá notado que este llamado de atención es igualmente válido para el caso de las críticas que realizamos desde el campo revolucionario contra, por ejemplo, la burocratización e incluso contra la “derecha endógena”). Efectivamente, la denuncia del fascismo y de los fascistas opositores se ha convertido en boca de la vocería gubernamental casi en pleno, en moneda de uso corriente, sólo que esta no nos alcanza casi nunca para obtener una explicación suficiente, pormenorizada, esclarecedora, por ejemplo, de las tácticas opositoras, de sus objetivos inmediatos 86
y a mediano plazo, de sus alianzas y, en fin, de las posiciones que ocupa en el entramado de relaciones de fuerza que es la política. Antes al contrario, se invoca al fascismo como se invoca al mal, de lo que resulta una moralina discursiva que, como toda moralina, es fundamentalmente conservadora. Lejos de ser un asunto menor, es de alcance estratégico explicar qué es lo específicamente fascista de la oposición venezolana. Tampoco es un anacronismo: al contrario, nos permite actualizar las condiciones en que hoy libramos nuestras batallas. Es posible que logremos descifrar esta especificidad en la medida en que respondamos a la pregunta: ¿existe una nueva derecha? Tal vez esta nueva derecha sea de corte fascista, pero esto es sólo una posibilidad. Tal vez nos enfrentamos al surgimiento de algo más. III. En estos tiempos de leyes habilitantes y de inflación del discurso antitotalitario –del que los comunicados del Movimiento 2D serían la expresión más acabada–, bien vale la precisión que hiciera Daniel Bensaïd: “Un uso vulgar y demasiado flexible” de la noción de totalitarismo ha servido “para legitimar ideológicamente la oposición entre democracia (sin calificativos ni adjetivos, en consecuencia burguesa, realmente existente) y totalitarismo como la única causa pertinente de nuestro tiempo” (2004: 8). IV. La oposición no acaba de “descubrir”, a partir de un análisis del contenido de las leyes habilitantes, que nos dirigimos hacia la instauración de un régimen totalitario. Las leyes habilitantes, siempre según el discurso opositor, vienen a ser una nueva demostración de lo ya sabido: que nos dirigimos hacia el totalitarismo o, en su versión más extrema, que el totalitarismo ya está aquí y llegó para quedarse. La democracia venezolana correría poco riesgo si se tratara simplemente de que el discurso antitotalitario de la oposición pretendiera sustituir la realidad, ofreciendo una versión interesada de los hechos y “confundiendo” o “manipulando” a su base social de apoyo (o a la “comunidad internacional”). El problema es la materialidad del discurso. Para decirlo con Jean Pierre Faye: el problema es lo que este discurso antitotalitario de la oposición hace “aceptable” (1975: 43-59). 87
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Contra los totalitarismos están legitimadas todas las violencias. El juicio opositor sobre las leyes es anterior a su promulgación y es por tanto, literalmente, un prejuicio. Por ejemplo, Luis Miquilena (2008) convoca a una rueda de prensa el domingo 3 de agosto y denuncia ante el país que constituye una “agresiva felonía (...) presentarle al país leyes que nadie conoce. Titulares de leyes, porque ni siquiera están elaboradas”. Pero sobre las mismas leyes que desconocía y de las que dudó incluso que estuvieran realmente elaboradas, sentenció: “La habilitante es una emboscada para meter de contrabando la reforma constitucional que el pueblo rechazó”. En este contexto, sin embargo, la pregunta más lógica no tiene cabida: ¿cómo saber si lo que denuncia Miquilena es cierto, si al mismo tiempo está denunciando que no le ha sido posible conocer aquello sobre lo que denuncia? Por supuesto, aprovechó la oportunidad para denunciar que la promulgación de leyes por parte del Ejecutivo vía habilitante: “Se parece mucho a aquella cosa (…) cuando Hitler entró en el poder, el Parlamento alemán le entregó a Hitler la facultad para otorgar leyes especiales”. Lo que está en juego no es el contenido de las leyes, sino la capacidad de imponer los términos en que estas serán “debatidas” públicamente. Cualquier debate que prescinda de los términos de referencia que aporta el discurso antitotalitario es considerado ilegítimo para la oposición. De allí la importancia de evitar entrar en este juego, intentando “demostrar” que no somos totalitarios. No olvidar jamás: lo que importa es la opinión de los campesinos sobre la tierra y la de los inquilinos sobre las viviendas.
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Noticias de antier: pitiyanquismo y más sobre el “antitotalitarismo” 17 de septiembre de 2008
Haciendo el seguimiento de noticias más relevantes había relegado estos breves comentarios sobre un par de artículos que leí el domingo pasado, 14 de septiembre de 2008. El primero es uno de Manuel Caballero, publicado en el diario El Universal, intitulado De acuerdo, pero... Sí, lo ha hecho de nuevo: “Chávez es como Hitler”. Inicia el artículo con una intro que se supone con rigor “metodológico”, y pasa a sugerir “un ejemplo accesible” a los lectores: Imaginemos a un historiador venezolano del siglo veintidós o veintitrés examinando un texto de dos o tres centurias atrás, que contiene la reseña biográfica de un personaje cuyo nombre se ignora porque alguna circunstancia o voluntad hizo desaparecer sus primeras líneas (2008: 8).
Por supuesto, ya todos sabemos que se trata de Chávez, lo que de por sí constituye un atentado contra la imaginación que invoca. De allí en adelante se amontonan una sobre otra analogía tras analogía. Mi párrafo preferido es éste, en el que casi se atreve a sugerir que los “escuálidos” de Chávez son como las víctimas de los campos de concentración nazis: No los incitaba sólo al odio social, sino incluso racial: todo aquel que no tuviese el propio, real o supuesto origen del líder, debía ser considerado el enemigo y por tal execrado, excluido, impedido de trabajar y hambreado al punto de que al vérsele en la calle, luciese tan “escuálido” que ese apelativo fuese el que mejor pudiese calzarle a él y a sus congéneres (2008: 8).
Ahora bien, de lo que sí no caben dudas, es que los antichavistas son como los judíos perseguidos por los nazis. Al final, Caballero por fin nos aclara: Al revés de lo que llegó a pensar mucha gente, el documento no hablaba de la Venezuela del siglo XXI, sino de la Alemania de los años treinta del siglo XX. En otras palabras, de la 88
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dominación de un partido (nacional) socialista de bandera roja, de su odio a los gobiernos anteriores “de Weimar”, de su guerrerismo esencial y del desmelenado culto a la personalidad de un hombre de una desoladora mediocridad personal: Adolfo Hitler (2008: 8).
Es decir, República de Weimar es más o menos como decir Pacto de Punto Fijo. Vaya. Hagan el ejercicio, por no dejar. Muéstrenle el artículo a alguien. Si alguno es capaz de llegar al final para darse cuenta de que el personaje de la historia es Chávez y no Hitler, envíenme sus números de cuenta bancaria y les deposito un mes de sueldo. Hace un par de semanas realizaba un análisis parcial de las reglas de construcción de este discurso pretendidamente antitotalitario. Pero más allá del análisis en sí, intentaba interrogarme sobre los efectos prácticos de este discurso, sobre sus efectos de poder. La conclusión: contra los totalitarismos están legitimadas todas las violencias. Algunos amigos, de muy buena fe, me comentaban luego que no estaban muy convencidos de mi disposición a desperdiciar el tiempo revisando las cosas que escribe Manuel Caballero. Yo les respondía, en líneas generales, que ciertamente yo no sentía ninguna predilección por Caballero. De hecho, podría afirmar que es todo lo contrario. Ahora bien, lo que importa no es tanto el personaje, que es un actor de reparto en toda esta historia. De lo que se trata es de develar el hilo argumentativo de la historia o, tal vez más claro, el entramado discursivo del que Caballero no es más que un agente reproductor. Para decirlo con Jean Pierre Faye, quien, insisto, es clave para abordar este asunto: No es un inventario de un corpus finito lo que es esclarecedor, sino la captación adecuada de su máquina de producir (...) Dicho de otra manera: de la competencia que confiere al locutor, haciéndole capaz de producir, con un número finito de elementos, un número infinito de enunciados (...) Pero, sobre todo, lo que cuenta es la «competencia» que se otorga al portador, que es independiente de sus cualidades intelectuales, ya se llame Adolf Hitler o Martin Heidegger. Añadiré que este modelo tiene la ventaja de ahorrarnos las consideraciones sobre «la inteligencia» o el «genio» de Hitler y de ser compatible con mi convicción, enteramente subjetiva pero bien fundada, de su notable estupidez (1975: 53-54). 90
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No pretendo sugerir, por dios, que debamos comparar a alguien como Manuel Caballero con Adolfo Hitler, mucho menos con Martin Heidegger, ni estoy subrayando “su notable estupidez”. Lo que importa es captar cómo funciona la máquina de producir el discurso “antitotalitario” de cierta derecha, cuya competencia no viene dada por el rango académico de sus afirmaciones, sino por su capacidad de repetir de infinitas formas, esta vez desde la academia, el “número finito de elementos” que igualmente está en boca de todos aquellos involucrados en la conspiración para dar al traste con la “dictadura” imperante en Venezuela. Desde esta perspectiva, que nadie dude de la “competencia” de Caballero, que no guarda relación con sus “cualidades intelectuales”. El otro es un artículo de Alexis Márquez Rodríguez, publicado en Últimas Noticias, intitulado Pitiyanqui. Ya sabemos que Márquez Rodríguez ostenta el dudoso mérito de reunir en una misma persona corrección política y corrección lingüística, lo que es mucho decir. Su “método” es más o menos el siguiente: supongamos que la noticia de la semana es que el Gobierno bolivariano descubrió un campamento de paramilitares colombianos en una hacienda cercana a Caracas. La hacienda se llama, digamos, Daktari. Se comprueba la participación de militares venezolanos en el traslado de los paramilitares a Caracas. Se descubre que el plan era asaltar el Palacio de Miraflores. Globovisión dice que todo es mentira, porque no se encontraron armas, sólo unas facturas que dan cuenta de la compra de cachitos y jugos, que consumían los paramilitares. Pues bien, esa semana Márquez Rodríguez escribe un artículo intitulado: Cachito. Tipo entrada de diccionario. Que no se diga después que nadie cumplió con el deber de decirle cuál es el origen etimológico de la palabra “cachito”. En este artículo, Pitiyanqui, Márquez Rodríguez comienza aclarando lo que ya ha aclarado Mario Briceño Iragorry en su momento: La palabra pitiyanqui no la he inventado yo. La palabra es puertorriqueña. La acuñó el alto poeta Luis Lloréns Torres. Su origen semántico quizá tenga algo que hacer con la florida imaginación del poeta. La voz piti, como alteración del francés petit, entra en la palabra pitiminí, recogida por la Academia, y con la cual se designa el rosal de ramas trepadoras que echa rosas menudas y rizadas. Lloréns Torres, más que en las rosas, debió pensar en la actitud trepadora de los compatriotas que se rindieron al nuevo colonialismo (2008). 91
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Acto seguido, escribe lo que ya casi toda Venezuela le ha escuchado a Chávez en varias oportunidades: “En Venezuela el vocablo fue introducido por don Mario Briceño Iragorry”. Eso sí, Chávez, al igual que en el caso de Manuel Caballero, no aparece por ninguna parte. El tema no son los paramilitares, sino el cachito. (Ya sabemos que Chávez, como el demonio, es el innombrable. Eso sí, decir que Chávez es como el demonio, no es igual a demonizar a Chávez. Por supuesto que no). Pero el cierre de Márquez Rodríguez... ese sí que no me lo esperaba. El pitiyanqui es Chávez: “El ‘pitiyanqui’ tiene que ser servil y bajo, rastrero, sujeto que en lo íntimo detesta la cultura propia y por eso imita la de afuera. Tras de ciertos arrestos supuestamente antiimperialistas se esconde muchas veces un verdadero ‘pitiyanquismo’” (2008). Insuperable. Como para proponerle a Márquez Rodríguez varias palabras para este domingo: maletín, descertificación, magnicidio (no, esa no), masacre (no, esa tampoco), injerencia (sólo si es la denunciada por el general Trigo)... maletín… Postdata: Manuel Caballero es individuo de número de la Academia Nacional de la Historia. Alexis Márquez Rodríguez es individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua.
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Los hiperchavistas 14 de junio de 2009
Supe del editorial de la más reciente edición de Debate socialista, leyendo hoy, domingo 14 de junio, la columna dominical de Eleazar Díaz Rangel en el diario Últimas Noticias. En un aparte intitulado Abrir la discusión, Díaz Rangel escribió sobre un “importante debate sobre el proceso revolucionario, que no obstante su contenido y trascendencia, y la notoriedad de casi todos sus participantes, apenas ha sido divulgado” (2009). Se refiere, claro, al evento organizado por el Centro Internacional Miranda (CIM), Intelectuales, democracia y socialismo: callejones sin salida y caminos de apertura, realizado entre el 2 y 3 de junio pasados. Según reseña Díaz Rangel, el evento: Reunió a numerosos intelectuales para que opinaran libremente sobre la evolución del proceso, desarrollo, perspectivas, conducción, el partido, errores y omisiones, en fin, para examinarlo críticamente con el propósito de contribuir a una discusión pendiente y que seguramente por estar en plena fase organizativa, no estimula el PSUV (2009: 13).
Luego, pasa a citar un par de fragmentos del ya mencionado editorial, intitulado El mapa de hoy, y publicado en el número 58 (Año 2) de Debate socialista (Aponte, 2009). Díaz Rangel lo considera un buen ejemplo de las “incomprensiones y críticas” que han suscitado las intervenciones de los intelectuales convocados por el CIM. Pero vale la pena citar más que dos fragmentos. El mapa de hoy comienza prometiendo “revisar las ideologías que se mueven en el campo de batalla, sus expresiones prácticas, sus posibles movimientos”. Esfuerzo fallido desde el inicio, porque apenas atisba a señalar tres: 1) la oligarquía; 2) el campo revolucionario; y 3) la pequeña burguesía. Sin duda, un mapa de fuerzas de una complejidad inobjetable. Cosa muy curiosa, y que aporta una de las claves para entender el texto: el editorial dedica un solo párrafo –así es, uno– a señalar las “expresiones prácticas” y los “posibles movimientos” del que se supone el enemigo principal, la oligarquía. Y lo hace así: 92
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La oligarquía endureció su posición, se dejó de frivolidades democráticas y tomó el camino del enfrentamiento al margen de toda regla común. Ahora no esgrime más argumento que la fuerza, por eso van desde la guarimba hasta el magnicidio, pasando por el golpe de Estado (Aponte, 2009).
Fuerza, guarimba, magnicidio y golpe de Estado. Fuerza, guarimba, magnicidio y golpe de Estado. ¿Les suena? Repitan: fuerza, guarimba, magnicidio y golpe de Estado. El negocio es así, disponga estratégicamente estas cuatro palabras en una misma oración y usted pasará por analista o estratega revolucionario. Pero que nadie se atreva a señalarles que la frase “no esgrime más argumento que la fuerza”, es precisamente la negación de un análisis de la situación política, en tanto que no deja lugar para el análisis de diversas “expresiones” o “movimientos”. Te dirán que eres un cómplice de la guarimba, del magnicidio y del golpe de Estado. Acto seguido, dedica dos párrafos al campo revolucionario: Enfrentado a ésta encontramos el campo revolucionario, que si bien en lo económico está clarificando y afirmando sus posiciones socialistas, prestigiando a la Propiedad Social de los medios de producción, lo que significa un extraordinario avance, en lo ideológico aún se debate en la ambigüedad de no engranar a la Propiedad Social con la Conciencia del Deber Social. De esta manera, gruesos sectores de las masas no captan la importancia de las medidas económicas, ni son impactadas en su conciencia por ellas. Esta situación produce debilidad en la organización política y social, y difumina la percepción que el pueblo tiene de su Estado Revolucionario (Aponte, 2009).
No voy a preguntar qué significa “Conciencia del Deber Social”. Seguimos. Luego, la parte gruesa del editorial –y traguen grueso–, cinco párrafos dedicados a la pequeña burguesía. ¡Cinco! Y van así: En el medio de estos dos polos se encuentra la ideología pequeño burguesa, que hasta hace poco dictaba pauta dentro de la Revolución hasta sufrir un rotundo desmentido en la práctica. Pero, ahora surge maltrecha a cumplir su papel: distraer, confundir, no dejar concretar la marcha al Socialismo. Fabrican encuentros de intelectuales cuyos pronunciamientos son confusos, dejan traslucir su resquemor por el liderazgo de Chávez, que ellos denominan “hiperliderazgo” o “cesarismo 94
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progresista”. Sin duda, son chavistas sin Chávez, pero avergonzados de salir a la luz del día, de saltar definitivamente la talanquera. En el extremo donde se soldan [sic] la ultraderecha con el tremendismo irresponsable, encontramos grupos con tapujos de socialistas, pero antichavistas. Dedicados a certificar a la Revolución, para ellos esto no es Socialismo, pero Cuba tampoco. Proponen disparates, son simples aficionados de la política, irresponsables. Su peligro estriba en que están infiltrados por los servicios oligarcas, que les influyen en tareas contra la Revolución. En este paisaje la Revolución debe enfrentarse a la oligarquía nacional e internacional, a la ideología pequeño burguesa que aún resuella en su interior, y a los diletantes al servicio de los oligarcas (Aponte, 2009).
Resumiendo, los intelectuales, pequeños burgueses reunidos en el CIM sólo estaban cumpliendo su papel: “distraer, confundir”, evitar la concreción del socialismo. Son la más fiel expresión del chavismo sin Chávez, sólo que permanecen en el clóset del antichavismo y están a punto de saltar la talanquera. Se dan la mano con la ultraderecha, “proponen disparates, son simples aficionados de la política, irresponsables” y diletantes. No faltaba más: están infiltrados. No estoy seguro de que alguna de estas acusaciones alcance a describir la posición política o el talante intelectual de gente como Vladimir Acosta, Iraida Vargas, Luis Britto García, Santiago Arconada, Rigoberto Lanz, Judith Valencia, Edgardo Lander, Mario Sanoja, Javier Biardeau o Miguel Ángel Contreras, por sólo citar algunos pocos de los que participaron de aquellos debates. Lo que sí sé es una cosa: tenía mucho tiempo sin disfrutar del privilegio de leer unos párrafos tan prístina e inconfundiblemente estalinistas. Extrañaba a los policías del pensamiento. Una muestra inigualable del espíritu que condujo al fracaso de los socialismos del siglo XX. No sé cuál de ellos habló de “hiperliderazgo”. Por supuesto, leí la entrevista a Juan Carlos Monedero que publicó hoy mismo Últimas Noticias. Y sí, leí que Monedero se refirió al concepto en los siguientes términos: Si en el seminario hablamos de hiperliderazgo es porque creemos que esa forma de ejercer el poder debilita al Presidente. Estamos absolutamente convencidos de que la figura del Presidente es indispensable al día de hoy en la 95
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marcha de este proceso. De ahí mi enfado con aquellos que se acomodan a ese liderazgo, algo que me recuerda mucho a los extras de las películas, que se tapan el rostro para poder salir en más escenas. Son personas que se escudan en el portaviones Chávez para ellos no recibir ningún tipo de daño. Pero al final, como decía Fidel Castro, el presidente Chávez no puede ser el alcalde de todos los pueblos de Venezuela. Eso, por un lado, lo refuerza para tener el máximo poder, pero por otro lo deja absolutamente vulnerable (Prieto, 2009: 5).
¿Alguno estará en desacuerdo? Lo que sí recuerdo con claridad es quién introdujo en nuestros debates el uso del concepto gramsciano de “cesarismo progresivo”. Fue Javier Biardeau, amigo y camarada. De uno de los primeros artículos en que Javier abordó el asunto, extraigo este fragmento: La ruptura del mando despótico involucra profundizar la revolución en una dirección radical-democrática, pluralista y contra-hegemónica, evitando el fetichismo de masas. Son quienes se aprovechan del carisma del líder, para fines de acumulación de privilegios, riqueza, poder y prestigio los principales obstáculos a un proceso de encauzamiento popular autónomo. Como beneficiarios directos de la lealtad incondicional al líder se construye el mito-cesarista incuestionable y la falsificación histórica de que sin su presencia es imposible una revolución socialista (Biardeau, 2007).
Cualquiera podrá estar en desacuerdo con Javier Biardeau. Pero que alguien me explique cuál de esas líneas –o cuál de los numerosos artículos de Javier– podría inspirar un editorial tan rancio, con todas sus acusaciones e invectivas, como el de Debate socialista. A todas éstas, ¿quiénes son estos preclaros revolucionarios que la han emprendido con tanta vehemencia contra esta intelectualidad disparatada-infiltrada-irresponsable pequeño burguesa saltatalanquera y antichavista-de-clóset? Vaya casualidad, los mismos que la emprendieron, hace no mucho, contra el “anarquismo pequeño burgués”, atrevimiento que provocó la amable respuesta de José Roberto Duque (2009). Y todavía la gente de Debate socialista tiene la voluntad de cerrar el fulano editorial con la consigna: “¡Con Chávez y con el Socialismo Auténtico!” ¿Y cuál será ese “Socialismo Auténtico”? Pues no sé. Lo que sí sé es que los que nos ofrecieron El mapa de hoy no tienen siquiera una brújula. Se los presento: son los hiperchavistas. 96
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Thoreau no sube cerro 11 de septiembre de 2009
A manera de homenaje tardío e inmerecido, pensaba bautizar este artículo como Facebook no sube cerro, parafraseando el célebre escrito del ya caído en combate Ibsen Martínez, intitulado Internet no sube cerro, publicado por El Nacional el 18 de diciembre de 1999. Quienes recién se hayan topado con alguno de los artículos de Ibsen, y en especial aquellos que jamás lo hayan oído nombrar; en fin, quienes por desconocimiento llegaran a compararlo hoy, en capacidad analítica y perspicaz, con algún columnista de El Nuevo País, deben saber que el hombre aportó al diarismo nacional algunas de las mejores piezas que articulista alguno haya escrito durante, digamos, los dos primeros años del chavismo. Quien suscribe, considera un acto de justicia reconocer que durante aquel tiempo disfrutó hasta las carcajadas las entregas semanales de un tipo con una habilidad inusual para combinar análisis políticos con buen humor. Hasta que en abril de 2002 el río desembocó en el océano de la historia y hasta el más timorato se vio forzado a tomar previsiones: o salvamos al zambo o nos ahogamos con todo y democracia. Sobre Ibsen sólo vale la pena apuntar que se lo llevó el río: aún estaba fresca la sangre derramada en los alrededores de Miraflores cuando describió a Chávez como un “desatinado asesino” y a la conspiración toda como “una rebelión guiada por una estrategia de desobediencia civil digna de Thoreau y extraordinariamente sofisticada y ‘glamorosa’ en sus modos para la paciencia de un caporal como Chávez”. Medios y meritócratas también merecieron sus palabras de alabanza: “En sinergia con el decidido papel de los medios de masas, la rebelión de los gerentes petroleros fue lo que logró imprimirle un promisorio aire modernizador al movimiento con que la sociedad civil organizada derrocó a Hugo Chávez”. Todo aquello, y más, reunido en un panfleto intitulado ¡PDVSA a la Junta de Transición!, publicado el 13 de abril (2002a), el mismo día en que millones de hombres y mujeres, aún sin saber un carajo de Thoreau, se rebelaron contra la dictadura recién instalada y le recordaron a la sociedad civil organizada que aquí manda el pueblo. 97
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Les contaba que pensaba rendir este inmerecido homenaje al mismo tipo que el 20 de abril de 2002 cuestionó, sin rubor alguno, “la autocensura de prensa en Venezuela durante el transcurso de un golpe de Estado” (2002b), cuando supe que el mismísimo Ibsen se me había adelantado: Facebook no sube cerro (2007a), intituló el hombre un artículo publicado este lunes 7 de septiembre en alguna parte5. En su célebre artículo, Internet no sube cerro, Ibsen Martínez hacía referencia a los datos de cierta encuesta de Datanálisis que ilustraban la abismal desproporción en el acceso a Internet entre las que, para abusar del eufemismo, podrían llamarse clases pudientes y clases menos favorecidas. La conclusión, harto predecible, era la siguiente: entre los pela bolas6 el acceso es nulo. De la que podría derivarse otra, sin el mayor esfuerzo: el sifrinaje no puede seguir soñando con que va a derrotar al chavismo con cadenas de correos electrónicos. O como escribía Ibsen: “es muy poco lo que desde Internet puede hacerse por mover el ánimo de la mayoría que consistentemente ha estado con Chávez desde hace dos años” (1999). Como ejemplo, Ibsen citaba el caso de cierto guerrillero ciberespacial que, para colmo de ironías, solía identificarse como Florentino, cinco años antes de la batalla electoral de Santa Inés. Florentino, escribía Ibsen:
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Twitter. El problema es la idea que siguen haciéndose del pueblo. No extraña en lo absoluto la reveladora sentencia de Marcela Garzón, una de las organizadoras de la protesta “mundial” contra Chávez convocada para el pasado viernes 4 de septiembre a través de Facebook, interpelada por la escasa respuesta a la convocatoria: “No nos interesa la cantidad, sino la calidad”. Por eso mismo, Ibsen se apresura a escribir en su artículo más reciente, Facebook no sube cerro, que hoy día las manifestaciones contra Chávez “agrupan, por partes iguales, a tantos ‘escuálidos’ como ‘desdentados’”. Que “los desdentados aprueban a Chávez”, pero no su “vocación tiránica y antidemocrática”. ¿Cómo es que es, Ibsen? ¿Frente a la tiránica y antidemocrática Ley de Educación lo que está en marcha es “una estrategia de desobediencia civil digna de Thoreau”? Por eso es que los matan un 15 de febrero. ¿No es como para desahuciarlos del éxito en política trece años más?
Es un activista nato, no cabe duda. Está lleno de ideas para la agitación entre las masas, para nadar como un pez en el mar que es el seno del pueblo. Veamos: “vístanse de una manera que no choque al público a quien van a entregar los volantes, llevándolos a comentar o pensar que ustedes no tienen nada que ver con ellos” (1999).
Se interrogaba Ibsen: ¿No inspira ternura Florentino? ¿No conmueve la idea que se hacen del pueblo? Esa noción de que la diferencia entre un descamisado del barrio La Lucha y un patrocinante de Salas Römer es cuestión apenas vestimentaria, ¿no es como para desahuciarlos del éxito en política los próximos trece años? (1999).
Con lo que, estoy absolutamente convencido, Ibsen llegaba a la médula del asunto; no importa si se trata de Internet, Facebook o 5 Publicado en la web del diario Tal Cual en la fecha referida –no sé si en la versión impresa–, el artículo apareció originalmente el sábado 5 de septiembre de 2008 en El Espectador de Colombia. 6 Expresión coloquial para referirse al pueblo pobre. 98
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Ávila TV tiene mucho que decir 23 de diciembre de 2009
En agosto pasado, y en respuesta a la feroz campaña de criminalización que se fraguó en contra de Ávila TV, el documentalista Ángel Palacios no dudó en calificar el trabajo que se hace desde la planta televisiva como “la mejor experiencia comunicacional que se ha construido en el país en toda la historia de nuestra televisión”. A su juicio, Ávila TV es “una televisora que inventa, que incluye, que le llega a los más jóvenes y que es voz de los más excluidos. Una televisora que no tiene miedo y que canta las verdades donde más duelen” (2009). ¿Palabras escritas al calor del combate deliberativo? ¿Un simple desliz valorativo? ¿El lenguaje propio de los apasionados manifiestos a favor de causas nobles, perdidas o bajo amenaza? A fin de cuentas, ¿quién es ese Ángel Palacios y a cuenta de qué viene a opinar sobre tal o cuál asunto? Por eso, supongamos que el documentalista incurrió en un exceso. Que no es cierto que Ávila TV sea “la mejor experiencia comunicacional (…) en toda la historia”. Supongamos que se trata, simplemente, de una extraordinaria experiencia comunicacional, de una televisora que inventa y se equivoca, que incluye, que sabe cómo hablarle a los jóvenes excluidos, porque ellos mismos tienen voz dentro del canal. Supongamos que es una televisora que ha demostrado, una y otra vez, que no tiene miedo. Suponga usted, estimado lector, que un buen día recae sobre sus hombros la responsabilidad de asumir las riendas de tamaña ferocidad. Para decirlo con palabras de Ángel Palacios, supongamos que un día cualquiera a usted le ponen en sus manos ese “irreverente y franco cañón que es Ávila TV” (2009). Le ruego su atención, estimado lector, porque aquí vienen las preguntas claves: ¿qué haría? ¿Intentaría entender qué es lo que tiene de extraordinaria dicha experiencia o asumiría la actitud del experimentado que llega dictando cátedra? ¿Se sumaría a la invención colectiva o se limitaría a señalar los errores? ¿Cómo se relacionaría con esos jóvenes que siempre fueron marginados por su lenguaje, su ética y su estética, por la clase social a la que 100
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pertenecen? En suma, ¿qué haría con esos jóvenes que no siempre hablan su mismo lenguaje, que –aunque le cueste asimilarlo– se han forjado su propia ética, cuya estética no se parece a la suya y que, eventualmente, no provienen de la misma clase social que la suya? ¿Intentaría comprender esos lenguajes o los censuraría? ¿Escucharía o se creería con la misión de enseñarles a hablar? Enfrentado a éticas diversas, distintas de la suya, ¿se creería usted con el deber de enseñarles qué es la moral revolucionaria? Más aún, ¿sería capaz de proclamar que con usted llega la revolución en un lugar donde la revolución está en marcha mucho antes de su llegada? Ahora supongamos que usted decidió llegar dictando cátedra, que se limita a señalar errores, que censura lenguajes que no comprende y pretende enseñarles el habla a los ignaros. Supongamos que usted llega impartiendo lecciones sobre moral revolucionaria. Supongamos que usted se cree la revolución. Supongamos que los que ya estaban no están de acuerdo y que usted traduce el desacuerdo según la vieja usanza de los entendidos, preclaros e iluminados: pequeñoburgueses, individualistas, contrabandistas, alienados, desviados, malandros. Suponiendo, estimado lector, que todo lo anterior fuera cierto, usted sería, antes que nada, el responsable de una pésima, mediocre, gestión. Una gestión que acabaría con una extraordinaria experiencia comunicacional. Usted convertiría una televisora “que le llega a los más jóvenes” en una televisora avejentada, sin alma, sin futuro. Usted convertiría todo un potente cañón en pólvora mojada. No sería la primera vez que se destruye un proyecto revolucionario en nombre de la revolución. A menos que la gestión de algunos consista en destruir esa clase de proyectos. Supongamos, por último, que existen pésimas experiencias comunicacionales, que ni les llegan a los más jóvenes, ni a nadie. ¿No valdría la pena mostrar un mínimo de disposición para iniciar un debate informado, franco, riguroso, profundo, que sea capaz de superar la modorra de los que, en lugar de intercambiar ideas, profieren consignas vacías y acusaciones sin fundamento? Supongo que valdría la pena invitar a ese debate a los trabajadores de Ávila TV, esos que, según un tal Ángel Palacios, no sólo han demostrado que no tienen miedo, sino que además cantan “las verdades donde más duelen”.
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La pequeña batalla y la gran estrategia 11 de febrero de 2010
“Todos los medios de comunicación social han perdido su norte, en el sentido de que están (…) informándonos de la pequeña batalla solamente”. Así concluía su intervención Maryclen Stelling en el programa Contragolpe, que conduce la periodista Vanessa Davies en Venezolana de Televisión, el pasado 29 de enero. Stelling, integrante del Observatorio Global de Medios, capítulo Venezuela, y a mi juicio una de las analistas más lúcidas de todo el Sistema Nacional de Medios Públicos, resumía así lo que a estas alturas deberíamos tener como un dato incuestionable: concentrados en transmitir, en vivo y en directo, las incidencias de la guerra declarada contra el antichavismo mediático, hemos descuidado otros frentes de batalla (Davies, 2010). Hemos puesto tanto esfuerzo al servicio de informar de la pequeña batalla que nuestros sentidos se han venido atrofiando: con nuestros ojos pegados a las pantallas y nuestras manos saltando de primera página en primera página, nuestro olfato político ya no nos alcanza para percibir que el hastío por la política, y en particular por los políticos, afecta a parte considerable de lo que durante todos estos años constituyó la base social de apoyo a la revolución. Un hastío por los políticos que por momentos nos hace recordar a la Venezuela que hizo posible la insurgencia del chavismo. Si el chavismo significó la progresiva politización del pueblo venezolano, fue porque hizo visible a los invisibles y dio voz a los que nunca la tuvieron. Allí radica su grandeza. De la misma forma, el hastío por la política y por los políticos tendría que ser la medida de sus miserias. Porque hay hastío allí donde el chavismo no se siente visibilizado, cuando su voz no es escuchada, cuando sus demandas son ignoradas. Si el chavismo significó la quiebra histórica de la vieja clase política, mal haría prolongando una batalla cuya victoria tenía asegurada, empeñándose en subirse al ring para disputarse el título con rivales de poca monta, gastando pólvora en zamuro, perdiendo el tiempo en disputas verbales con dirigentes de partidos casi inexistentes, mofándose de sus sandeces, respondiendo a sus insultos y provocaciones. 102
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¿Todavía tienen algo que decirnos un Ramos Allup o un Óscar Pérez? ¿O un Luis Ignacio Planas o un Andrés Velásquez, o un Antonio Ledezma? Cierto, allí está Ledezma como Alcalde Mayor. ¿O es que acaso construimos adversarios a nuestra medida? ¿Quién era Julio César Rivas antes de que apareciera en las pantallas de nuestras televisoras? Mientras nos empantanamos en las trincheras de la pequeña batalla, ¿quién muestra el rostro del chavismo descontento? ¿Quién escucha su voz? ¿Quién atiende sus demandas? ¿O es que acaso hay algo más subversivo que el mal gobierno, que el político que roba o que mucho dice y poco hace? ¿Cuántas insurrecciones populares comandará Roderick Navarro? “Serenidad”, aconsejaba Chávez en su Aló, Presidente del pasado 31 de enero, a propósito de cierta exasperación provocada por los ataques de la prensa antichavista. Nunca perdamos de vista la “gran estrategia”, agregaba (2010a). Gran estrategia que se escribe distinto y significa lo contrario de la pequeña batalla. Gran estrategia que, si quiere decir radicalización democrática, pasa porque nuestras pantallas sean una expresión de lo que hizo grandioso al chavismo. Porque si debemos aprender a mostrar la buena obra del Gobierno, es preciso agregar que eso sólo no es suficiente. Caso contrario, estaremos condenados a escuchar durante algún tiempo más las interminables peroratas de un Ramos Allup, pero esta vez desde la Asamblea Nacional, y más temprano que tarde nos veremos en la obligación de inventarnos un nuevo Julio César Rivas, mientras Venevisión sigue acaparando la audiencia de un país hastiado de la política, porque, como editorializaba recientemente en su noticiero nocturno, no es posible que “siga la polarización de dos minorías, cuando en el país existe una gran mayoría que quiere trabajar, salir adelante y luchar por Venezuela”. Este discurso sobre “la polarización de dos minorías” es el que viene colándose, de manera casi inadvertida, mientras seguimos informando de la pequeña batalla. ¿De qué vale sabernos la principal fuerza política del país, si no somos capaces de actuar como fuerza política revolucionaria? En otras palabras, ¿a quién le conviene que derrochemos tanta energía enfrentando a un adversario que ya quisiera reunir la mitad de nuestras fuerzas? Ya lo decía Rosa Luxemburgo: “No se llega a la táctica revolucionaria a través de la mayoría, sino a la mayoría a través de la táctica revolucionaria” (1977: 564). En nuestro caso, planteo, la táctica revolucionaria pasa por reorientar nuestros esfuerzos, por 103
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saber administrar nuestras fuerzas, sin abandonar ningún frente de batalla, y nadie desestima la importancia que reviste el terreno donde enfrentamos a la oligarquía mediática. Pero las circunstancias nos obligan a reforzar los frentes de batalla que hemos descuidado, nos obligan sobre todo a retomar la calle, el barrio, y en general todo espacio donde se expresa hoy el hastío por la política, el chavismo descontento. Talento sobra. Sólo falta ponerlo al servicio de la gran estrategia.
La obsesión por el voto independiente 22 de abril al 6 de mayo de 2010
I. Cuesta imaginarse un negocio más rentable durante los últimos años que la “encuestología”, ese oficio a medio camino entre la práctica “científica” y la prestidigitación, al que muchos recurren, aunque pocos lo reconozcan públicamente. Tal cual sucede con la brujería, con la salvedad de que ésta jamás ha presumido de tener un carácter “científico”. Puede suponerse que la pujanza de este negocio se debe al menos a dos razones: en primer lugar, la intención manifiesta del chavismo de dirimir el conflicto en el escenario electoral –y aquí es preciso recordar al zambo candidato, allá por 1998, advirtiendo, una y otra vez, que derrotaría a la vieja clase política en su propio terreno–. Con el chavismo, el hecho electoral se convierte en parte consustancial de la democracia venezolana. Esta circunstancia favorece la consolidación de la encuestología como fuente de saber informado y autorizado sobre la realidad política. En segundo lugar, la preocupación por el futuro. Si el chavismo sólo es posible en la medida en que es capaz de ofrecer un horizonte para las mayorías populares –más democracia, mejoramiento progresivo de sus condiciones materiales de vida–, en el caso de la oposición la cuestión del futuro se expresa más bien como obsesión: cómo hacer posible un futuro después del zambo. Para esto, recurrirá frecuentemente a la encuestología, en busca de claves y guías para la acción. Durante los últimos meses, varios encuestólogos han lanzado una cruzada que consiste en señalar la disminución progresiva –e incluso irreversible– de la popularidad del zambo. Advierten que el hecho político se ha degenerado a tal punto que traduce el sordo enfrentamiento entre dos minorías, que transcurre al margen de la mayoría silenciosa, a veces expectante, casi siempre hastiada. Pero he aquí el dato más relevante que nos aportan los encuestólogos: esta disminución de la popularidad del zambo no se expresa en un incremento de la simpatía por los partidos opositores. Al contrario,
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la mayoría del electorado se define como “independiente”, y no se perfila un líder capaz de aglutinar este descontento popular o, lo que es lo mismo, capaz de vencer al zambo. Un reciente estudio del Centro Gumilla (2009) sobre valoración de la democracia desmiente este último dato: el 42% de los encuestados se autodefine como chavista, el 33% como antichavista y el restante 25% como independiente (2009: 55). Pero, de nuevo, en tanto que el Centro Gumilla es sospechoso de no militar en las filas de la encuestología, es preciso no dar crédito de los resultados de su estudio. A la obsesión por el futuro después del zambo, se suma ahora la obsesión por captar el voto independiente. Al menos una fuerza opositora parece haberlo “comprendido”. Una nueva cruzada ha comenzado. II. Es preciso advertir que el cuadro presentado por el Centro Gumilla no expresa necesariamente la actual correlación de fuerzas: el estudio fue realizado entre septiembre y octubre de 2009. Resulta curioso, sin embargo, la significativa discrepancia entre los resultados del Centro Gumilla y los que ofrecía en octubre de 2009 esa institución señera de la encuestología que es Datanálisis: según ésta, 54% de los consultados se autodefinía como independiente, 21,5% como chavista (o “progobierno”) y 17,4% como antichavista. Pero hay más. En la medición que publica la encuestadora en abril de este año, 47,1% se habría declarado independiente, 25,3% opositor y sólo 22,6% como “progobierno”. Esto es, una disminución progresiva de los independientes, avance notable del antichavismo, ambas variaciones en desmedro del chavismo que, a pesar de haber aumentado ligeramente, iría a la zaga. ¿Cómo explicarse tamaña discordancia entre las mediciones realizadas por ambas instituciones? Hipótesis: para los encuestólogos el voto independiente es como el aire que respira, sin él es imposible la vida. La encuestología sólo es capaz de legitimarse como fuente de saber autorizado en la medida en que ofrece luces en medio de la incertidumbre. ¿Qué cosa más incierta que las motivaciones políticas de los independientes, esa masa indiferenciada que no está con unos ni con otros, pero que en su mayoría acaba inclinándose, a pesar de todo, por una u otra opción, llegado el clímax electoral? En otras palabras, la encuestología vendría a ser la única “ciencia” capaz de medir las fluctuaciones de los independientes en cada coyuntura, por lo que sería preciso recurrir a sus servicios al costo que sea. 106
Afirmar que la “ciencia” encuestológica es un negocio muy lucrativo no significa que deba ser menospreciada. Antes al contrario, precisamente su condición de “ciencia” le otorga la fuerza suficiente como para producir efectos de poder o, dicho de otra forma, participar de la lucha política como un actor más. No hay que olvidar que, después de todo, el saber que produce está al servicio de una causa noble y democrática como ninguna otra: salir del zambo. Salir del zambo implica la emergencia de un liderazgo opositor alternativo, que sea capaz de sobreponerse al profundo descrédito de la partidocracia. Según Datanálisis (abril 2010), a pesar del declive del chavismo, 21,8% de los encuestados se identifica con el PSUV, mientras que solo 17,6% se identifica con los partidos opositores, y el 47,9% no se identifica con ningún partido. Entérese, ese líder emergente tiene nombre y apellido: Leopoldo López. III. Concluido el proceso de primarias del PSUV, el PPT manifestó su disposición a darle cobijo “a esa mayoría silenciosa que no se siente identificada con esas opciones que hoy polarizan” (S.A. 2010b). Más que simple, su análisis fue pueril: si en las primarias opositoras votaron casi 185 mil personas y en las del PSUV alrededor de 2 millones 500 mil, dado que el registro electoral está conformado por más de 17 millones de personas, el universo de electores susceptible de atender el llamado del PPT estaría integrado por más de 14 millones de votantes. Esta lógica de razonamiento, que pasa por la sobrestimación del voto independiente y, por tanto, la sobrestimación de la propia fuerza, es similar a la que soporta los análisis de la encuestología. Como consecuencia inevitable de la polarización, el mercado político está en alza, y sólo resultarán beneficiados quienes se dispongan a invertir su capital político de manera audaz. Sin una buena dosis de audacia será imposible la consolidación de un eventual liderazgo opositor emergente. Audacia implica, en primer lugar, una valoración adecuada de los principales vicios de la partidocracia, esos que hacen que los partidos opositores inspiren tanta desconfianza y rechazo entre la población votante. Pero implica también, y he aquí la tarea más difícil, disposición suficiente como para rescatar valores o “bienes políticos” asociados al chavismo originario. Del amplísimo espectro político opositor, sólo una fuerza parece haberlo entendido: Leopoldo López y su Voluntad Popular. 107
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No debe ser interpretado como cosa casual el hecho de que Voluntad Popular (2010) se autodefina como un “Movimiento Social y Político”, aunque no descarte “la posibilidad de realizar en un futuro una inscripción como organización político partidista”. Sin embargo, “esa es una decisión que deberá ser tomada por todos sus miembros y respetando principios de democracia interna y de participación activa en la toma de decisiones”. Tampoco debe desestimarse la importancia que otorga al trabajo barrial, a través de sus “Redes Populares”. Pero hay más. En un entrevista para Unión Radio, en pleno fragor de las agrias discusiones para lograr el “consenso” sobre los candidatos opositores a las parlamentarias, López declaró que la propuesta debía incluir a “representantes de los gremios, de los sindicatos, del movimiento estudiantil, de los independientes y de los partidos políticos; porque los partidos no pueden tener el monopolio del Poder Legislativo o [ser] los dueños de la unidad”. En otra parte dijo: “No le podemos plantear a los venezolanos (...) el esquema de la imposición cogollérica (...) donde tres o cuatro políticos deciden el futuro de miles; por eso hemos planteado la apertura democrática de la oposición” (S.A. 2010b). En otras palabras, para intentar granjearse el apoyo del voto “independiente”, López ensaya un discurso mediante el cual intenta reapropiarse de significantes, prácticas y afectos propios del chavismo originario: sentimiento antipartido (de allí que Voluntad Popular se autodefina como “Movimiento”), democracia de base (“democracia interna”), democracia participativa y protagónica (“participación activa”), trabajo de base (“Redes Populares”) y pluralidad de sujetos políticos (“los partidos no pueden tener el monopolio del Poder Legislativo”). Inevitable plantearse la hipótesis de que a pesar de la retórica sobre la polarización y el enorme peso del electorado “independiente”, todo parece indicar que la estrategia –de la que hace parte la encuestología– está dirigida a minar las bases electorales del chavismo, a captar el chavismo descontento. Sin discurso protochavista no hay voto chavista –que no es lo mismo que voto “independiente”–, pero sobre todo no habrá liderazgo opositor alternativo.
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Desde que llegó el socialismo 10 al 24 de junio de 2010
I. Desde que llegó el socialismo, luego del arrollador triunfo electoral del zambo en diciembre de 2006, se produjo un notable giro táctico en el discurso opositor. Progresivamente, el discurso abiertamente confrontacional y violento fue despejando el camino a otro montado sobre dos ejes principales: la crítica de la gestión de gobierno y la defensa a ultranza de la propiedad privada. Si lo que estaba por constituirse o consolidarse –como se prefiera– era un tipo de gobierno socialista –con sus ministerios para el Poder Popular–, era preciso demostrar todos los límites y el caudal de defectos de una institucionalidad cuando mucho incipiente que, por demás, amenazaba con combatir al capitalismo vernáculo en todos los frentes. Lo que la oposición comenzaba a denunciar, y muy pronto lo hizo de manera sistemática, era lo que juzgaba como un “exceso” ideológico, un discurso oficial completamente alejado de los “problemas reales” del pueblo venezolano y, por supuesto, una gestión de gobierno que, inspirada en ese discurso, resultaría incapaz de resolverlos. Esta “despolitización” del discurso opositor, que reclamaba menos “ideología” y denunciaba la mala gestión gubernamental, fue respondida por una suerte de “gestionalización” de la política. Desde entonces, el Gobierno nacional dedica buena parte de su empeño en “demostrar” que, contrario a las consejas opositoras, realiza una buena gestión cuando, por ejemplo, sanciona a los especuladores y combate el desabastecimiento inducido, garantizando que a la mesa del pueblo venezolano llegue la comida que la oligarquía le niega. Con la ventaja que ofrece intentar un análisis en perspectiva, tal vez sea momento de reconocer que la defensa de la gestión de gobierno nos condujo, hasta cierto punto, a un callejón sin salida: a contramano de lo que fue una demanda histórica del chavismo, acabamos defendiendo un aparato de Estado esclerosado, ineficiente, 109
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excluyente, clasista, antipopular. Un Estado que no es el nuestro, sino que recibimos en herencia de quienes hoy nos acusan de no saber gobernar, ciertamente con el mayor cinismo, puesto que son el paradigma histórico del mal gobierno. Una máquina desvencijada que chirría y se estremece lastimeramente cada vez que, luego de un descomunal esfuerzo del voluntarioso funcionariado puesto a su servicio, logra quebrar su lógica de funcionamiento para llevarle algo de felicidad al pueblo. Frente a la “despolitización” del discurso opositor, “repolitización” de la gestión de gobierno. Esta “repolitización” pasa por volver sobre nuestros pasos, hasta 2007; por convencernos de que con este Estado no habrá socialismo alguno, y que el socialismo seguirá siendo un horizonte del pueblo venezolano sólo en la medida en que identifiquemos, a cada paso, al viejo Estado como el enemigo a vencer. II. Identificar al viejo Estado como el enemigo a vencer no significa realizar la crítica del Estado en abstracto. Para decirlo con Foucault en El nacimiento de la biopolítica, es necesario dejar de concebir al Estado como una suerte de dato histórico natural que se desarrolla por su propio dinamismo como un “monstruo frío” cuya simiente habría sido lanzada en un momento dado en la historia y que poco a poco la roería (…), una especie de gendarme que venga a aporrear a los diferentes personajes de la historia (2007: 21).
Si la “denuncia” de la monstruosidad del Estado burgués, de su ineficiencia infinita y de su insuperable capacidad para devorar las mejores voluntades, alcanza para una declaración de principios, hay que decir que no sirve para nada más. La “denuncia” fundada en principios, y por ello abstracta, permite evitar pagar el precio de lo real y lo actual, en la medida en que, en efecto, en nombre del dinamismo del Estado, siempre se puede encontrar algo así como un parentesco o un peligro, algo así como el gran fantasma del Estado paranoico y devorador. En este sentido, poco importa en definitiva qué influjo se tiene sobre lo real o qué perfil de actualidad presenta éste. Basta con encontrar, a través de la sospecha y, como diría François Ewald, de la “denuncia”, algo parecido al perfil fantasmático del Estado para que ya no sea necesario analizar la actualidad (2007: 221). 110
Así, cada vez que creemos estar realizando un cuestionamiento radical, informado, actualizado del Estado burgués, de ese monstruo que frena el avance del proceso revolucionario, pero evitamos profundizar en el análisis concreto del tipo de gobierno específico que supone el funcionamiento de ese mismo Estado, no estamos más que incurriendo en la “elisión de la actualidad”, como la llamaría el mismo Foucault. Al limitarse a la “denuncia”, nuestros “análisis” pecan por omisión. Cuando nos limitamos a dar por sentado lo que deberíamos ser capaces de explicar (cómo funciona el Estado, más allá de generalidades y consignas), nuestros “análisis” son, al mismo tiempo, expresión de malestar e impotencia. De allí a manifestar que todo cuanto se haga a favor de la radicalización democrática del proceso será cuanto se haga al margen del Estado, no hay más que un paso. Siempre resultará más sencillo reivindicar la lucha desde afuera, que intentar comprender y explicar qué es lo que está sucediendo adentro. Si de ubicación se trata, sospecho que para evitar despertarnos un buen día descubriéndonos irreversiblemente desubicados, bien sea jurando que la revolución se hace desde una oficina ministerial o compitiendo por ver quién es capaz de proferir la maldición más elocuente contra la burocracia, tenemos que comenzar a preguntarnos: ¿qué significa gobernar socialistamente? III. Interrogarnos ¿qué significa gobernar socialistamente? puede que nos ayude a prevenir los estragos de un par de prácticas tan comunes como estériles: una según la cual –y sobre todo desde 2007– todo acto administrativo, política pública, iniciativa legislativa, medida económica, institución o individuo, etc., es socialista porque se le etiquete o autodenomine como tal. La otra, todo acto, política, iniciativa, medida, institución o individuo –salvo el zambo, y a veces ni siquiera– vinculado directamente al Estado, constituye una traición al “verdadero” socialismo, porque no se trata más que del monstruoso, paranoico y devorador Estado burgués. El asunto sobre el “verdadero” –y por tanto el “falso”– socialismo viene a complicarlo todo, puesto que nunca se ha tratado de socialismo a secas, sino de un “socialismo del siglo XXI” que, de hecho, reúne las más disímiles tendencias, desde el estalinismo más vulgar y ramplón, hasta las tendencias más libertarias y democráticas, que reivindican la postura anticapitalista, pero sin ceder a la tentación 111
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autoritaria y antipopular del primero; pasando, por supuesto, y entre otros, por el marxismo-leninismo –para algunos, creación del mismísimo Stalin–, el trotskismo –algunos con y otros contra el zambo–, el socialismo reblandecido, de corte liberal, y el infaltable ejército de oportunistas sin adscripción ideológica definida. Necesaria autocrítica mediante, quienes nos inscribimos en la tendencia anticapitalista, antiautoritaria, democrática y popular, tal vez hemos perdido mucho de nuestro valioso tiempo intentando debatir con los estalinistas –que, desde que descubrieron la fórmula “Chavez es socialismo”, ya no creen en nadie– o en denunciar a los oportunistas, cuando de lo que se trata es de analizar las prácticas de gobierno, o eso que Foucault llamaba prácticas de gubernamentalidad. Decía Foucault: a todo socialismo llevado a la práctica en una política, no es necesario preguntar: ¿a qué texto te refieres, traicionas o no al texto (…) eres verdadero o falso?, sino simplemente, y siempre: ¿cuál es entonces esa gubernamentalidad (…) que te hace funcionar? (2007: 120).
Dicho de otra forma: “¿Cuál podría ser, en verdad, la gubernamentalidad adecuada al socialismo? (...) ¿Qué gubernamentalidad es posible como (…) estricta, intrínseca, autónomamente socialista?”. Se respondía Foucault, al mejor estilo robinsoniano: “Hay que inventarla” (2007: 120). Como quiera que sea el socialismo es Gobierno –y luchamos porque siga siéndolo–, y entre celebrar porque el socialismo ya llegó y denunciar el “falso” socialismo, lo que corresponde es inventar el arte socialista de gobernar.
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Contra la “despolarización” 22 de septiembre de 2010
A diferencia de lo que ha logrado imponerse como sentido común, parto de la hipótesis de que en Venezuela no existe la polarización, en singular, sino tres polarizaciones. La primera de ellas traduce el terror del antichavismo incipiente frente a la amenaza chavista. El desmoronamiento de la partidocracia y la sola perspectiva de una trasgresión del orden democrático burgués encienden las alarmas. Eso es lo que supone Chávez: una amenaza, un hombre que polariza con su “discurso violento”, estimulando el “odio de clases” y “dividiendo” al país. Se trata de un discurso de la polarización que pretende ocultar las contradicciones de clase, inscrito en la tradición que concibe a la democracia como el sistema de gobierno más adecuado para gestionar el conflicto social, siempre en provecho de las élites. La segunda es el resultado del doble proceso mediante el cual Chávez interpela y es interpelado permanentemente por el chavismo popular. Durante largo tiempo invisibilizado y excluido, el pueblo irrumpe en la escena política y con él se hacen escandalosamente visibles las contradicciones de clase. Esta polarización implica agitación, movilización y por supuesto conflicto, antagonismo, y hace posible la repolitización de la sociedad venezolana. La tercera es de más reciente data y es un producto del cruce de las dos anteriores. Para ser más precisos, habría que decir que es consecuencia directa del agotamiento parcial –y no definitivo– de la segunda, de la polarización chavista. Si falla el proceso de interpelación mutua y constante entre Chávez, el partido o el Gobierno, y la base social del chavismo, el resultado es el hastío por la política. De igual forma, si el chavismo oficial concentra sus esfuerzos en lo que Maryclen Stelling ha llamado la “pequeña batalla” enfrascándose en una pelea sorda con lo más ruin de “las oposiciones”, pierde en orientación estratégica (Davies, 2010). Sobreexpone al antichavismo y vuelve a invisibilizar la base social del chavismo. Es mayoría, pero actúa como minoría enfrentada a otra minoría. Sin abandonar del todo el primer uso de la noción de polarización – Chávez y su “discurso violento”–, desde hace algún tiempo parte del 113
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antichavismo ha logrado imponer el discurso de la polarización de dos minorías. Discurso que les proporciona la ventaja estratégica de asimilar o hacer equivalentes a chavismo y oposición, o a una parte de ella: la vieja partidocracia. Sin nada que lo distinga, el chavismo termina siendo lo mismo que la vieja partidocracia. ¿Conclusión? Ninguno de los dos constituye una alternativa. ¿Quiénes vendrían a representar, entonces, la alternativa? Naturalmente, los portavoces de este discurso. Lo que no debe pasar inadvertido es que los portavoces de este discurso no serían, realmente, una alternativa política frente a dos minorías, sino frente al chavismo, el cual no sólo sigue siendo la principal fuerza –o conjunto de fuerzas y tendencias– del país, sino la única que encarna la posibilidad de avanzar en la radicalización democrática de la sociedad venezolana. Burócratas, corruptos, dirigentes mediocres, oportunistas, estalinistas: ninguno de estos elementos es hegemónico en el chavismo. Su existencia está lejos de ser aceptada de manera cómplice o resignada por el resto y en cambio es fuente permanente de malestar y conflicto. Lo que distingue al chavismo, lo que sigue siendo su elemento predominante es el chavismo popular, cuya cultura política, macerada durante los últimos once años y más, es profundamente “participativa y protagónica”, antiburocrática e igualitaria. Si no se toma en cuenta este cuadro de fuerzas –expuesto aquí a muy grandes rasgos– es imposible comprender por qué el chavismo a veces luce francamente débil y agotado, y otras veces fuerte y robustecido. Los portavoces del discurso de la polarización de dos minorías subrayan las debilidades del chavismo, pero ocultan sus fortalezas. Sobrevalorando sus flancos débiles, es fácil presentarlo como una fuerza –o un líder, un partido, una gestión de gobierno– en decadencia, con poco futuro. Por más que hablen de la necesidad de que “las partes” recuperen la capacidad de “entendimiento” para que la democracia venezolana transite un camino con menos sobresaltos, por más que empleen un vocabulario típicamente “progre” –la izquierda antichavista, que ha adoptado este discurso, prefiere un lenguaje más radical–, su apuesta es contener y adocenar el proceso político iniciado por el chavismo. De manera que contra las voces que claman por la “despolarización” de la sociedad venezolana, planteo la necesidad de repolarizarla, recuperando y afinando los mecanismos de interpelación mutua entre Chávez y la base social del chavismo, buena parte 114
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de la cual está hastiada de la cortedad de miras estratégicas del chavismo oficial, que insiste en comportarse como minoría. Porque el problema es que de tanto insistir, puede terminar siéndolo. El resultado de las elecciones de este 26 de septiembre determinará si habremos de emprender este proceso de repolarización en condiciones ventajosas o desventajosas. Reafirmar que el chavismo sigue siendo la fuerza mayoritaria del país supone una posición de ventaja inestimable. Por eso, votaré por los candidatos de Chávez.
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Parlamentarias 26S: un análisis preliminar 27 de septiembre de 2010
Exactamente a las 2 de la mañana de este lunes 27 de septiembre, la Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, comenzó a ofrecer los resultados preliminares de las elecciones parlamentarias. Con una participación global de 66,45%, el chavismo ha alcanzado 95 diputados, la oposición 64, quedando 6 cargos en disputa. Aún no están disponibles las cifras oficiales globales de la votación para cada fuerza política, a menos que se tomen como tales los datos (que es necesario verificar) referidos al Parlatino: 5 millones 222 mil 354 del PSUV contra 5 millones 54 mil 114 de la MUD (una diferencia de 168 mil 240 votos). Despejada la duda sobre los resultados electorales, descartados el peor escenario (victoria opositora) y la mayoría absoluta del PSUV (dos tercios o 110 de un total de 165 diputados), lo primero que hay que decir es que el objetivo principal se alcanzó: el chavismo se mantiene como la fuerza política mayoritaria del país (con 57,5%, hasta ahora, de la nueva Asamblea Nacional). Esta situación le permite asumir con mayor holgura y capacidad de maniobra el siguiente objetivo: repolarizar la sociedad venezolana. Mucho especularon los voceros opositores sobre la necesidad de “derrotar” al chavismo, impidiendo que alcanzara los dos tercios de la Asamblea Nacional, porque esto implicaría la “radicalización” del proceso venezolano. El problema es que en el discurso opositor, como lo sabemos de sobra, esta “radicalización” significa la consolidación de un sistema “totalitario” y “comunista”, más que cercanas las libertades políticas del pueblo venezolano. Tocará a las fuerzas opositoras evaluar la pertinencia y sobre todo las falencias de un discurso que le ha impedido, una y otra vez, granjearse el apoyo de las mayorías. Cantarán victoria, sin lugar a dudas, pero la procesión va por dentro (un proceso incipiente de recomposición de su clase política). Pero éste es un asunto que no nos compete. Dicho sea de paso, el peor error que puede cometer la vocería oficial del chavismo es enfrascarse en una polémica estéril con la partidocracia, intentando “demostrarle” que no ha vencido. Lo otro es 116
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evitar el triunfalismo acrítico, que en estas circunstancias es el peor de los consejeros. Repolarizar significa precisamente esto, avanzar en el proceso de radicalización democrática de la sociedad venezolana. Sí, radicalización democrática. Ésta implica recuperar y afinar los mecanismos de interpelación mutua entre Chávez y la base social del chavismo, buena parte de la cual está hastiada de la cortedad de miras estratégicas del chavismo oficial, que insiste en comportarse como minoría. Implica recuperar lo que hizo grandioso al chavismo: si éste significó la progresiva politización del pueblo venezolano, fue porque hizo visible a los invisibles y dio voz a los que nunca la tuvieron. Significa, de igual forma, una lucha sin cuartel contra burócratas, corruptos, dirigentes mediocres, oportunistas, estalinistas, ninguno de los cuales es hegemónico en el chavismo. Su existencia está lejos de ser aceptada de manera cómplice o resignada por el resto y en cambio es fuente permanente de malestar y conflicto. Significa, también, saber leer los signos, donde los hubiere, de hastío por la política en las bases sociales del chavismo. Entre otras cosas (puesto que la definición de una agenda tendrá que ser obra colectiva), lo anterior implica revisar la relación entre el partido/maquinaria y la amplia base social del chavismo, que están lejos de significar lo mismo. Allí donde el partido está alienado del chavismo popular, mal puede pensarse que funciona como “vanguardia”. Ejemplos sobran de luchas, dinámicas y formas de organización popular en peligro de ser cooptadas (o cooptadas ya, con el saldo de la desmovilización popular) por el partido. Implica también un amplísimo debate sobre la necesidad de relanzar el objetivo de crear una nueva institucionalidad (derrotando al Estado burgués), lo que pasa por reducir la distancia que media entre el socialismo en tanto horizonte estratégico y las formas de gobierno propiamente socialistas. Esto quiere decir que es necesario preguntarse: ¿qué significa gobernar socialistamente? ¿Qué distingue a un Gobierno socialista (en la práctica, en el cómo del gobierno) de las formas de la vieja partidocracia y los métodos de la burguesía parasitaria? Esto es, en lugar de la “gestionalización” de la política, “repolitización” de la gestión, subrayando, por supuesto que sí, su carácter de clase. Educación, salud y alimentación seguirán siendo las principales áreas donde será posible continuar ensayando la construcción de esta nueva institucionalidad, defendiendo los logros obtenidos pero sopesando y corrigiendo las fallas. Un dato en particular, y ya habrá tiempo de analizarlo con mayor detenimiento, refuerza la hipótesis de la necesidad de la 117
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repolarización: la derrota aplastante de las fuerzas políticas (y en particular del PPT) que hicieron de la “despolarización” la bandera de su campaña. El propósito de este análisis preliminar, que puede resultar incómodo para algunos, no es hacer leña del árbol caído. A menos que efectivamente, haya quienes se asuman caídos, derrotados o en desventaja, e intenten ocultar su derrota con discursos triunfalistas. Tanto el triunfalismo como el derrotismo son pasiones tristes, y lo que está en juego es algo muy serio como para encarar las nuevas circunstancias de manera vacilante o con ínfulas de superioridad. Sobrestimar la propia fuerza es la vía más fácil para perderla. Quien la subestima está perdido de antemano. El escenario que se abre a partir de los resultados del 26S hace absolutamente pertinentes todas estas reflexiones e interrogantes (entre otras). Por eso, estoy convencido de que la revolución bolivariana ha sido la gran vencedora. Es tiempo de deliberación, de revisión, de invención. Es el tiempo de las oportunidades, de la posibilidad infinita de imprimirle mayor vitalidad y fortaleza a un proceso que, doce años después, aún es capaz de alcanzar una “sólida victoria” (Chávez, 2010b), lo suficiente como para avanzar en la creación de las condiciones que hagan posible su radicalización democrática. Son tiempos de revitalización política. Bienvenidos sean.
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Del partido/maquinaria al partido/movimiento 7 de octubre de 2010
Cuando planteo revisar la relación entre el partido/maquinaria y la amplia base social del chavismo como precondición para atacar la crisis de la polarización chavista, no estoy formulando una crítica a rajatabla de la forma partido sino del partido realmente existente, de su lógica de funcionamiento. Ni siquiera es un cuestionamiento de la “maquinaria”, necesaria para ganar elecciones. Lo que hay que revisar y cuestionar radicalmente es la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria. En caso contrario, se acentuará la crisis de la polarización chavista y se reforzarán las tendencias que apuntan claramente a la burocratización de la política. Esta crisis de polarización se produce desde el momento en que comienza a percibirse al chavismo popular como “masa de maniobra” electoral, signo inequívoco de su alienación de lo popular. Se produce la clausura del proceso de interpelación mutua entre partido/maquinaria y chavismo popular, y el objetivo estratégico deja de ser la construcción del socialismo, el autogobierno popular, la construcción del poder popular, y pasa a ser ganar elecciones. La lógica de funcionamiento del partido/maquinaria supone, de hecho, un falso problema: es necesario tener mayoría para llegar a la táctica revolucionaria. Dicho de otra manera, es necesario ganar elecciones para que la revolución sea posible, no importando si para alcanzar victorias electorales se adoptan tácticas antipopulares y propias de la vieja partidocracia, porque el fin justificaría los medios. Es al contrario, y ya lo planteaba Rosa Luxemburgo: “no se llega a la táctica revolucionaria a través de la mayoría, sino a la mayoría a través de la táctica revolucionaria” (1977: 564). Es aplicando la táctica revolucionaria –la contienda electoral como un episodio más del proceso permanente de acumulación y construcción de poder popular– como se llega a la mayoría. Puede suponerse que a eso se refiere justamente el presidente Chávez cuando habla del “voto estratégico”. Lo “estratégico” no es triunfar en la contienda electoral, sino 119
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la construcción permanente de poder popular, la democratización radical de la sociedad venezolana. Es construyendo poder popular que el chavismo se convertirá en una fuerza invencible en contiendas electorales. El partido/maquinaria desmoviliza en lugar de movilizar. Ciertamente, es medianamente eficaz para organizar grandes concentraciones, pero esto no equivale a eficacia revolucionaria, sino a su simulacro. Reúne, concentra, aparenta movilizar, mientras abandona la política de masas, la política propiamente revolucionaria. Concentrar es distinto de acumular, sumar fuerzas. Allí donde el contacto “cara a cara” es espasmódico, irregular, excepcional, no la práctica regular de la militancia sino la “aparición” repentina del “candidato”, es inevitable que éste sea interpretado como demagogia. Un partido/maquinaria alienado del pueblo, no “controlado” por el mismo pueblo, sino por burócratas devenidos en políticos, es fuente permanente de malestar, desmoviliza, desmoraliza y es una de las fuentes de las que bebe el hastío por la política que ya expresa parte del chavismo popular. El 24 de marzo de 2007, el presidente Chávez advertía que el naciente PSUV debía ser “un partido controlado por el pueblo”, no al contrario. Agregaba: “Debe ser capaz de diluirse en la masa superior que es el pueblo, no imponerse al pueblo, ¡subordinarse al pueblo!” (2007b). Si éste se moviliza –¡más de 5 millones 400 mil votos en las parlamentarias!– lo hace casi siempre a pesar del partido/maquinaria, y no gracias a él. Más que preguntarnos por qué una parte del chavismo ha dejado de votar, intentando resolver la incógnita con discursos moralizantes –sobre la supuesta “inmadurez” popular o la pretendida ausencia de claridad política de las masas populares– hay que interrogarse sobre las razones que impiden a la dirección política de la revolución bolivariana movilizar al chavismo popular en pleno. Si, como planteaba Simón Rodríguez, “la fuerza material está en la masa y la fuerza moral está en el movimiento” (1990: 181), entonces la desmovilización popular es consecuencia no sólo de su desmoralización, de su hastío, sino de la insuficiencia de “fuerza moral” en el seno del propio instrumento político de la revolución bolivariana. Cientos de miles –y tal vez millones– de militantes de probada vocación democrática, revolucionaria y popular, coexisten con unos cuantos centenares de burócratas, corruptos, oportunistas y estalinistas sobre los cuales se posa la mirada de reprobación del chavismo popular, que está lejos de tolerarlos de manera 120
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cómplice o resignada. Centenares o miles, eso no es lo más importante. Lo decisivo es que seamos capaces de entender la oportunidad que implica saber que son minoría. Enfrentar la crisis de la polarización chavista, como condición previa para repolarizar la sociedad venezolana, pasa por abandonar la lógica del partido/maquinaria y recuperar lo que podría denominarse la lógica del partido/movimiento. Esto es, siguiendo a Simón Rodríguez, un partido con la suficiente “fuerza moral” para propulsar la movilización del chavismo popular. Frente al estancamiento, movilización popular, y ésta sólo es posible adoptando tácticas revolucionarias, recuperando los mecanismos de interpelación popular, escuchando al pueblo, incluso aprendiendo de él, no dándole la espalda. “Recuperar la pasión”, decía el presidente Chávez el pasado sábado 2 de octubre (2010c). Recuperar la lógica del partido/movimiento, del partido en movimiento, pasa por dejar de considerar a los movimientos sociales –las múltiples formas de organización popular que trascienden al partido– “como simples correas de transmisión”. Ya basta de prepotencia. De nuevo, recordar las palabras del presidente Chávez el 19 de abril de 2007: Pudiéramos resumir eso como subestimación de los movimientos sociales. Hay partidos que consideran que el movimiento obrero, el movimiento campesino, las mujeres, los movimientos indígenas son correas de transmisión y por tanto sólo para manipularlos, para utilizarlos, porque la élite del partido, esclarecida, no requiere de la participación directa de las masas o de los movimientos sociales o de las multitudes (2007c).
Implica, de igual forma, estar prevenidos frente a los equívocos que pudieran derivarse de la misma noción de “base social del chavismo” o “bases del partido”, como si éstas constituyeran la “base” de una estructura piramidal, encabezada por una élite esclarecida. De la misma forma que sin obrero no hay patrón, sin bases no hay partido, mucho menos élites esclarecidas, sino una caricatura de partido revolucionario. Siguiendo con la analogía, la lógica del funcionamiento del partido/movimiento se asemejaría a la de una fábrica sin patrón. Una fábrica de cuadros, de líderes revolucionarios, que es distinto, y quizá lo opuesto a la autoridad fundada en el patronazgo. Para prevenir posibles malentendidos, el partido/movimiento no supone ausencia de “disciplina”. Para decirlo con Daniel Bensaïd: 121
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La democracia de un partido toma decisiones colectivas que tratan de actuar sobre relaciones de fuerza para modificarlas. Cuando los apresurados detractores de la “forma partido” pretenden liberarse de una disciplina asfixiante, en realidad vacían cualquier discusión de lo que está en juego reduciéndola a un foro de opiniones que no compromete a nadie: después de un intercambio de palabras sin decisión compartida, cada uno puede volver a irse tal como vino, sin que ninguna práctica común permita comprobar la validez de las posiciones en presencia (2003).
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radicalización democrática. Todo lo contrario de la traducción caricaturesca y maniquea de los “encuestólogos” de la derecha, según los cuales la “estrategia” de la repolarización “se basa en la existencia de un enemigo y de un conspirador, quienes además son los culpables”. No han entendido nada. ¿O acaso le temen al potencial radicalmente democratizador implícito en la noción de repolarización?
Pero tampoco disciplina sin democracia, equivalente a imposición. Ya basta de chantajes. Al contrario, “plena libertad de debate, y esa debe ser una de las características más profundas del nuevo partido, el debate… y más debate desde las bases. No un debate circunscrito a una élite, a una cúpula, a un cogollo” (2007b), como expresó el Presidente Chávez el 24 de marzo de 2007. El predominio de la lógica del partido/maquinaria ha terminado por darles la razón a los militantes y activistas que optaron por mantenerse al margen del partido, sin que esto implicara mantenerse al margen de la lucha por profundizar la revolución bolivariana. No me refiero a los partidarios de la “despolarización” o la “tercera vía”, a los partidos que alguna vez fueron aliados del chavismo, a la “izquierda” antichavista. Me refiero a los colectivos y movimientos populares, algunos de los cuales con una larga tradición de lucha, que reconocen el liderazgo del presidente Chávez, trabajan permanentemente junto al pueblo, organizando, movilizando, construyendo, pero sin militancia formal en el partido. En lugar de desperdiciar tanto esfuerzo, tiempo y recursos para apartarlos del camino, de manera arrogante, lo que corresponde es no sólo establecer sólidas alianzas, trabajar hombro a hombro con ellos, sino incluso estimular su desarrollo. El trabajo de cooptación de los movimientos populares ha dejado un saldo lamentable de desmovilización, de adormecimiento de luchas populares que alguna vez fueron vigorosas. La superación de la lógica del partido/maquinaria y la recuperación de la lógica del partido/movimiento permitiría la reagrupación de fuerzas dispersas e incluso desmovilizadas y desmoralizadas. En otras palabras, un paso adelante en el proceso de construcción de hegemonía popular, democrática y revolucionaria. Podría decirse que esta recuperación de la lógica del partido/movimiento es, en sí misma, un movimiento estratégico de carácter radicalmente democrático e incluyente. Eso es lo que quiere decir, en primer lugar, 122
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La repolarización antichavista: radicalización y diálogo 19 de octubre de 2010
Cuando la intentona militar del 4F de 1992, el país habló. El golpe no prosperó, pero hubo un cambio en el pueblo. Cambio que venía madurando desde el Caracazo. Pero en la Cuarta República no entendieron el mensaje, se siguieron comportando de la misma forma e incluso la radicalizaron. Ignoraron la señal popular exigiendo mayor participación, el combate a la corrupción, una democracia distinta.
Anímese, haga la prueba: lea el breve párrafo entre sus allegados y pregúntele de quién se trata. Yo mismo hice el ejercicio y la respuesta fue invariable: Debe tratarse de algún analista del chavismo. José Vicente Rangel, quizá, Alberto Müller Rojas o algún otro. Ciertamente, buena parte de los tópicos del discurso chavista están concentrados en esas líneas: algunos de sus hitos históricos (4F del 92, 27F del 89), el cambio, el pueblo, la Cuarta República, “mayor participación”, “combate a la corrupción”, “democracia distinta”. Puede que todavía le sorprenda saber que no es un chavista el que habla, sino Carlos Ocariz, Alcalde del municipio Sucre del estado Miranda y militante de Primero Justicia. ¿La circunstancia? Una entrevista concedida a Roberto Giusti, de El Universal, intitulada Chávez actúa como la cuarta república luego de la derrota, publicada el 10 de octubre de 2010 (2010a). Si todavía nos sorprendemos es porque nuestros análisis tienen más de tres años de retraso. Urge actualizarlos. Para hacerlo es necesario remontarse hasta 2007, cuando se produce un notable giro táctico en el discurso opositor. No es casual que este giro se produzca justo después de que el chavismo alcanzara su pico electoral (7 millones 309 mil 80 votos frente a 4 millones 292 mil 466 votos, el 3 de diciembre de 2006). Entonces, las fuerzas opositoras atravesaban por una severa crisis de polarización: su discurso confrontacional y sus reiteradas e inútiles tentativas de disputarle (con inusitada violencia, en muchos casos) la calle al chavismo, las habían conducido a una derrota tras otra, incluida, por supuesto, la 124
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debacle electoral de diciembre de 2006. En lugar de sumar apoyos y crear consenso mayoritario en torno a su estrategia (la derrota de la revolución bolivariana) su táctica confrontacional y violenta había generado el amplio rechazo de la población y, en particular, de las clases populares, bastión del chavismo. Para el chavismo popular resultaba claro que la oposición no sólo pretendía el derrocamiento violento de un Gobierno legítimamente constituido, sino que estaba empeñada en obstaculizar el trabajo de un Presidente cuya intención era gobernar en beneficio de las mayorías. ¿Cómo encaró la oposición esta crisis de polarización? Abandonando progresivamente su discurso confrontacional y sus tácticas de violencia callejera. Signos visibles de este giro han sido el remozamiento de los actores políticos, vía desplazamiento de la vocería de la vieja partidocracia y la entrada en escena del autodenominado “movimiento estudiantil” (sobre todo a partir del anuncio de la no renovación de la concesión a RCTV, pero también durante la campaña previa al referéndum por la reforma constitucional); la defensa a ultranza de la propiedad privada, supuestamente puesta en riesgo con la propuesta de reforma, la crítica de la gestión de gobierno (el verdadero pivote de este giro y centro del discurso opositor desde entonces); y la progresiva mimetización o reapropiación del discurso chavista (significantes, prácticas, estéticas y afectos propios del chavismo originario). Es mi hipótesis que durante estos tres años (y un poco más), la repolarización antichavista perseguía no tanto el reagrupamiento de las fuerzas opositoras, sino la progresiva desmovilización y desmoralización de la amplia base social del chavismo. Ante todo, era fundamental contener, y si fuera posible disminuir el poderoso arraigo popular que la revolución bolivariana había alcanzado en diciembre de 2006. En junio de 2009 escribía que si lo que estaba por constituirse o consolidarse era un tipo de gobierno socialista, era preciso demostrar todos los límites y el caudal de defectos de una institucionalidad cuando mucho incipiente que, por demás, amenazaba con combatir al capitalismo vernáculo en todos los frentes. Lo que la oposición comenzaba a denunciar, y muy pronto lo hizo de manera sistemática, era lo que juzgaba como un “exceso” ideológico: un discurso oficial completamente alejado de los “problemas reales” del pueblo venezolano y, por supuesto, una gestión de gobierno que, inspirada en ese discurso, resultaría incapaz de resolverlos. Esta “despolitización” del discurso opositor, que reclamaba menos “ideología” y denunciaba la mala gestión gubernamental, fue 125
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respondida por una suerte de “gestionalización” de la política: desde entonces, el Gobierno nacional dedica buena parte de su empeño en “demostrar” que, contrario a las consejas opositoras, realiza una buena gestión cuando, por ejemplo, sanciona a los especuladores y combate el desabastecimiento inducido, garantizando que a la mesa del pueblo venezolano llegue la comida que la oligarquía le niega. Como consecuencia de esta “gestionalización” de la política que hizo suya el chavismo oficial, la siempre virulenta propaganda opositora logró establecer alguna relación de equivalencia con las demandas y el malestar de la base social del chavismo. Concentrados exclusivamente en difundir los logros de la gestión gubernamental, los medios públicos dejaron de ser concebidos como el espacio natural para que el chavismo popular expresara sus demandas, expusiera sus problemas, ejerciera la contraloría social, debatiera públicamente y sin chantajes sobre el curso de la revolución bolivariana, protestara contra la mala gestión y denunciara a los corruptos y burócratas. De esta manera, el chavismo oficial ponía seriamente en entredicho lo que había sido una de las principales banderas del chavismo: la democracia participativa y protagónica. Mientras tanto, los medios opositores se abalanzaban a recuperar, sin disparar un solo tiro, el terreno del que se retiraban atropelladamente los medios públicos. No está de más decirlo: el terreno donde se hace la política, donde se ganan y se pierden las batallas políticas. Si a esto le sumamos el progresivo proceso de burocratización de la política que ha supuesto la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria, con el saldo de disciplinamiento forzoso del espíritu bravío e irreverente del chavismo popular, con el aplanamiento de las múltiples subjetividades políticas que lo conforman (inexplicablemente, abrazando la causa de la profecía autocumplida opositora: convertir en “oficialismo” lo que una vez fue un torrente indomable), no es difícil entender el porqué de la “arritmia electoral” del chavismo, mientras el voto opositor crece lenta pero sostenidamente. La crisis de polarización chavista es el resultado, también, de nuestra incapacidad para reconocer los efectos y las implicaciones de este viraje del discurso opositor. Durante todos estos años, el antichavismo viene empleando eficaces tácticas orientadas a la desmovilización y a la desmoralización de la base social del chavismo. Mientras tanto, el chavismo oficial no sólo ha mordido el anzuelo de la “despolitización” del discurso opositor, recurriendo a la “gestionalización” de la política (asumiendo, de hecho, la defensa de un Estado esclerosado, al que se supone debíamos combatir), 126
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sino que ha perdido tiempo y esfuerzo valiosos en la “pequeña batalla”, olvidando lo estratégico, tal como hemos sostenido antes. Distraído y entumecido por los rigores de la pequeña batalla, el chavismo oficial fue creando las condiciones para el surgimiento del discurso de la “despolarización”, en el que la “encuestología” ha desempeñado un papel crucial. Un discurso que adoptaron por igual medios opositores y antiguos aliados del chavismo. A mi juicio, la tentativa del PPT de presentarse a las elecciones parlamentarias del 26S como una alternativa electoral real, como una “tercera vía”, adoptando un discurso que se abriera paso entre el chavismo y la vieja partidocracia, estaba de antemano condenada al fracaso. El discurso de la “despolarización”, que pretendía recuperar parte de los símbolos del “chavismo originario”, constituía tan solo un momento de un proceso incipiente de recomposición de la clase política opositora, y que enfrenta a actores políticos emergentes con la vieja partidocracia. En su concepción, se trata de un discurso de élites. El PPT (y quienes lo acompañaron) no fue más que un peón de un juego estratégico que lo trasciende, y que estaba muy lejos de controlar. En mayo de este año parecía claro que Leopoldo López (y su Voluntad Popular) era quien reclamaba más firmemente su derecho a asumir ese liderazgo opositor emergente. Sin embargo, fue el partido Acción Democrática (y su desprendimiento directo, UNT) el que terminó capitalizando el esfuerzo unitario opositor (UNT, 16 diputados con 998 mil 606 votos; Acción Democrática, 14 diputados, con 924 mil 339 votos; Primero Justicia, sólo 6 diputados, a pesar de haber alcanzado 974 mil 358 votos). Es desde esta perspectiva que hay que interpretar las palabras de Carlos Ocariz, en la entrevista concedida a El Universal: Creo que de esto va a surgir un nuevo liderazgo que ya se está comenzando a ver. Ese liderazgo emergente es el llamado a construir la nueva Venezuela y ojalá no caiga en la tentación de hacerse el sordo ante el mensaje popular (Giusti, 2010a).
Ese “liderazgo emergente” necesita coexistir, por ahora, con la vieja partidocracia, puesto que lo contrario implicaría poner en riesgo el objetivo estratégico: La construcción de concepciones distintas no implica, necesariamente, partidos nuevos. Eso puede ocurrir en partidos que existían, que existen, capaces de sintonizar con el mensaje que el pueblo quiere escuchar. No tengo prurito 127
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en sentarme con quien sea si estamos viendo el país de la misma manera. No creo que estemos en disonancia con la Mesa. Todo lo contrario. La Mesa no es una necesidad, sino una esperanza para el país, siempre y cuando comprendamos que lo que está pasando no puede ser para mantener este presente ni para regresar al pasado. Se trata de construir un futuro distinto, con base en nuevas propuestas ante nuevas realidades (Giusti, 2010a).
Pero he aquí lo más relevante del discurso de Ocariz: por un lado expresa que en las parlamentarias “hubo dos derrotados: el sector radical del Gobierno y el de la oposición. El radicalismo fue el gran derrotado”. Más adelante afirma: Por ese camino, distinto al del enfrentamiento y la polarización, la gente comprendió que construimos entre todos, no para un solo sector y también que no se trata de “ustedes contra nosotros”, sino de todos juntos (...) Hay la convicción, incluso entre gobernadores y alcaldes oficialistas, que (sic) la polarización no conviene a nadie (Giusti, 2010a).
Es preciso leer entre líneas que no se trata, realmente, de un discurso contra el “radicalismo”, sino de la radicalización del mismo discurso que viene empleando la oposición desde 2007. Y la radicalización de ese giro táctico del discurso opositor ahora adopta, pero sobre todo resignifica, los contenidos del discurso de la “despolarización”: “entre todos”, “todos juntos”. En otras palabras, no es un discurso contra la “polarización”, sino clara expresión de la forma que adopta, en el actual momento político, la repolarización antichavista. Si desde 2007 la repolarización antichavista perseguía principalmente la progresiva desmovilización y desmoralización de la base social del chavismo, y si adicionalmente ha conseguido reagruparse en una plataforma unitaria, a partir del 26S su objetivo es más ambicioso: ganarse el apoyo de parte del chavismo. De eso se trata la radicalización antichavista, de movilizar a su favor parte del voto chavista. En palabras del propio Ocariz: “El camino para la reconstrucción de una mayoría, al lado del pueblo, con un trabajo de hormiguita, ganó un espacio” (Giusti, 2010a). En eso consiste la repolarización antichavista: en granjearse el apoyo de las mayorías populares, tarea imposible sin el apoyo de parte del chavismo. Esta repolarización antichavista que encarna el discurso de Ocariz continua, sin duda, con la línea de crítica de la gestión pública: 128
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El Gobierno habla de socialismo, pero en Petare las escuelas públicas no tenían ni baño, estaban destruidas, carecían de programas sociales. Los docentes, al igual que los policías, eran los peores pagados de Caracas. Los ambulatorios no tenían medicinas. ¿Eso es socialismo? No lo es.
Pero sobre todo profundiza en la reapropiación del discurso chavista. El resultado es el siguiente: No soy un alcalde socialista, sino con una visión profundamente social. Así como no tengo complejo de trabajar con la empresa privada, tampoco lo tengo para transferir poder al pueblo, que lo hace mejor que el Estado. Entonces, hay una diferencia ideológica. Mientras yo practico la transferencia de poder al pueblo, el Gobierno piensa que el Estado debe ser más grande porque ya no puede transferir más nada a la comunidad. El poder popular de que habla el Gobierno es pura paja. Hipocresía. Ahora, tampoco creo en la tesis, capitalista, según la cual el Estado debe ser más pequeño para transferir poder al sector privado. En Primero Justicia creemos en una sociedad civil más fuerte, que haga obras (Giusti, 2010a).
Ni socialismo ni capitalismo, poder popular. Atrás quedaron los tiempos en que Ocariz “denunciaba” (¡apenas diez días después del golpe de Estado de abril de 2002!) que “francotiradores” apostados en “edificios del Gobierno” habían asesinado a manifestantes de la oposición: Cada instante siento el palpitar de los cientos de miles de corazones que caminábamos hacia Miraflores con alegría y esperanza por una Venezuela distinta, moderna, libre, de primera (...) Y recuerdo las respiraciones agitadas, los gritos, el miedo traducido en carreras por las calles del centro de Caracas, mientras de los edificios del Gobierno veíamos a los francotiradores ensayando tiro al blanco con los manifestantes que caminaban en busca de la esperanza (2002).
El mismo Ocariz que, después del criminal lock out empresarial y el sabotaje de la industria petrolera, solicitaba la renuncia del Presidente Chávez (2003). El mismo personaje que una semana después de la estrepitosa derrota opositora en el referéndum revocatorio contra Chávez, denunciaba (junto a otros dirigentes de Primero Justicia) un supuesto fraude, y se negaba rotundamente a la posibilidad de “diálogo” con el Presidente (Lugo, 2004). 129
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Los tiempos han cambiado. En una entrevista concedida al diario Últimas Noticias, el 10 de octubre de 2010, Julio Borges se manifiesta “a favor del entendimiento, del diálogo y la concertación” (Prieto, 2010). Ensaya de diversas formas el mismo estribillo: El país, mayoritariamente, no está alineado con el Gobierno. Eso nos convierte a nosotros en una mayoría. Pero el Gobierno, en lugar de buscar un centro democrático y de entendimiento, que es lo que fortalece cualquier sistema político, lo que ha dicho, claramente, es que ese centro no va a existir. El Gobierno les ha negado a los venezolanos la posibilidad de que exista un espacio de diálogo y convivencia (Prieto, 2010: 4).
Coherente con el propósito de resignificación de los contenidos del discurso de la “despolarización”, insiste en el tema del “equilibrio”: Vamos a sentarnos a ver cómo equilibramos el juego en Venezuela, donde haya un reconocimiento mutuo, como paso previo a la construcción de una agenda (…) Los venezolanos, intuitivamente, buscamos ese equilibrio el 26-S (…) El mandato popular, tal como se expresó el 26-S, es una tarea que la oposición debe encausar como una presión social para que logremos construir el equilibrio (…) Al Gobierno le tocaría reconocer que hay un espacio enorme, que a mi juicio es mayoritario, que quiere un equilibrio (…) Éste es como un último experimento de equilibrio (Prieto, 2010: 4).
Al igual que en el caso de Ocariz, mediante su discurso contra la “polarización” disimula el propósito de la repolarización antichavista, que no es otro que sumar apoyos en la base social del chavismo: La clave está, y yo lo viví en carne propia en mi campaña en Guarenas y Guatire, localidades que siempre se han vendido como un bastión oficialista, en que el país entero está listo para una nueva generación con nuevas ideas y con una nueva visión del país. Para mí fue muy impactante hacer campaña en la urbanización Menca de Leoni, llamada también 27 de febrero, tocar la puerta del apartamento de una familia que tenía la foto del presidente Chávez, que quizás el año pasado no me hubiera invitado a pasar a su casa, pero esta vez lo hizo, que a lo mejor no votaron por mí, pero me escucharon, que tal vez no compartieron todo lo que yo les dije, pero se quedaron pensando en lo que les dije, eso (...) es un cambio sustancial de un país que estaba polarizado y que en las bases 130
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advierte: “No queremos enfrentamientos, queremos ideas y la posibilidad de que puede haber un futuro compartido por todos” (Prieto, 2010: 5).
Nótese, adicionalmente, cómo subraya la necesidad de un liderazgo opositor emergente. Algunos días antes, el 4 de octubre, en una entrevista concedida también al diario El Universal (Giusti, 2010b) Henrique Capriles Radonski, gobernador del estado Miranda, desarrollaba una línea expositiva en perfecta sincronía con Ocariz, a partir de tópicos como la necesidad de un liderazgo opositor alternativo (“Hay quienes quieren volver al pasado, a las viejas políticas, a las roscas, a los acuerdos entre mesas y creen que el país no ha cambiado. Otros, como Chávez, quieren mantener el presente. Pero estamos quienes miramos hacia el futuro”); crítica de la gestión (“Al Gobierno se lo tragan la ineficacia y la corrupción”); una apuesta por el diálogo, la reconciliación y una crítica de la “polarización” (“si miras las encuestas verás la aprobación hacia nuestra gestión por parte de los simpatizantes de Chávez. Eso demuestra que se puede construir para todos. El país de Chávez, sumido en la división, cada vez se parece menos a lo que quiere la mayoría”); y reapropiación del discurso chavista (“sí creo en la necesidad de construir una democracia con profunda visión social. Y quien no entienda eso debe tomar rumbo hacia otro lado porque 70% de la población es pobre”) (Giusti, 2010b). La orientación es la misma: radicalización del giro táctico del discurso opositor de 2007 y resignificación del discurso sobre la “despolarización”. En dos palabras: repolarización antichavista. En definitiva, la oposición (o más precisamente, el conjunto de fuerzas políticas herederas de la partidocracia, pero que pugna por desplazar a los viejos partidos) ha levantado las banderas del “diálogo”, y con este discurso pretende revertir los efectos negativos de la lógica de la pequeña batalla. Le habla a la oposición que vota disciplinadamente contra Chávez, pero no por la vieja clase política. Más aún, le habla al chavismo. Pretende convertirse en una “alternativa democrática”, y cada vez parece más claro que cuenta con el apoyo decidido de los medios, del grueso de la oligarquía y del Gobierno de Estados Unidos. Frente a este discurso, resulta completamente inoportuno plantearnos el falso dilema: “diálogo” o “polarización”. Tampoco se trata de optar entre “radicalización” o “despolarización”. La apelación al recurso del “diálogo” es, en sí misma, la más clara expresión de una 131
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radicalización de la táctica que la oposición viene empleando desde 2007 (abandono del discurso confrontacional, crítica de la gestión de gobierno, reapropiación del discurso chavista…) y es el resultado de una resignificación del discurso sobre la “despolarización”. Si la oposición habla de “diálogo” es porque previamente ha radicalizado y resignificado. “Diálogo” es repolarización antichavista. Pretender que el chavismo elija un camino distinto a la impostergable repolarización, que abandone el horizonte de la radicalización democrática, resulta no sólo ingenuo, sino que equivale a capitular sin haber peleado, o peor aún, después de haber peleado tanto. La crisis de polarización chavista no es, como pudiera pensarse, resultado de los excesos del antagonismo y el conflicto político, sino todo lo contrario: de la atenuación del conflicto y del disciplinamiento del antagonismo que supuso la burocratización de la política. Frente al “diálogo” de la oposición, lo que corresponde es recuperar los mecanismos de interpelación mutua entre Chávez y la amplia base social del chavismo, pero también entre el partido, el Gobierno y el chavismo popular. Pero es poco lo que se ha logrado avanzar en esta dirección. Por un lado, buena parte del chavismo oficial luce confundido y aturdido. No logra interpretar el alcance de esta radicalización del discurso opositor, está persuadido de que la oposición en pleno acudirá a la Asamblea Nacional a “sabotear”, cuando, insisto, la táctica apunta al “diálogo”, y está orientada a mostrar al chavismo como enemigo acérrimo del “equilibrio” necesario (o como partidario de la “polarización”, según la versión vulgarizada del sentido común antichavista). Por el otro, preocupa la inercia del chavismo oficial, la escasa voluntad demostrada hasta ahora para abrir los espacios de deliberación entre revolucionarios, indispensables para avanzar en las 3R²7; la apuesta por el silencio como vía para neutralizar el llamado de Chávez a revisar, rectificar, reimpulsar, recuperar, repolarizar y repolitizar; la tendencia a concebir la convocatoria a un Polo Patriótico como una nueva alianza entre partidos, exactamente lo contrario de lo expresado por Chávez:
Más allá de los partidos hay un país social que no milita y no tenemos por qué aspirar a que milite en ningún partido y es una masa muy grande (...) la solución va más allá de los partidos, pasa por los partidos, pero no puede quedarse en los partidos (2010c).
Pero la pelea es peleando.
7 A finales de diciembre de 2007, luego de la derrota electoral en el referendo del 2 de diciembre (2D), Chávez lanzó la consigna de las 3R: revisión, rectificación y reimpulso. Luego, el 2 de octubre de 2010, reunido con diputados y diputadas electos en las parlamentarias del 26 de septiembre, lanzó la consigna de las 3R²: repolarizar, repolitizar y reunificar. El PSUV se había propuesto alcanzar la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional (110 de 165 diputados), pero solo obtuvo 98 diputaciones. 132
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Repolitizar los medios públicos 27 de octubre de 2010
Situación 1: Ocurrió pocos días antes de las elecciones parlamentarias, durante la emergencia provocada por las fuertes lluvias sobre Caracas. Parroquia Antímano. El Gobierno nacional acude en auxilio de las víctimas. VTV llega hasta el lugar. Algún funcionario hace evaluación de los daños: familias en riesgo, etc. Le toca hablar a los afectados. Es una mujer de treinta y tantos años. Su rostro está horadado por el cansancio que reflejan sobre todo sus ojos. Pero permanece firme, ayudando a los suyos. Ella simboliza a la comunidad organizada. En circunstancias tan adversas, es mucho lo que tiene que decir. Micrófono en mano, transmisión en vivo, el periodista quiere conocer su opinión sobre las gestiones que viene realizando el Gobierno en el lugar de los hechos. La mujer le responde, palabras más, palabras menos, que está de acuerdo, pero reclama que la comunidad venía alertando… El periodista interrumpe la exposición. Insiste, quiere saber qué opina la mujer sobre la gestión de Gobierno. Esta ensaya una segunda respuesta, algo confundida. Desea, sobre todo, relatar la tragedia que han vivido, explicar cuáles son los problemas de la comunidad, pero la oportunidad no llega. El periodista insiste por tercera vez. Entre resignada y molesta, la mujer termina cediendo, y se limita a agradecerle a Chávez por no dejarlos solos. Situación 2: La mañana del lunes 18 de octubre, el hermano jesuita José María Korta inicia una huelga de hambre en pleno centro de Caracas, a pocos metros de la Asamblea Nacional. Entre otros puntos, demanda la “libertad inmediata para Sabino Romero Izarra y demás presos yukpas recluidos en la Cárcel Nacional de Trujillo”. En comunicado público, expresa sus sentimientos de “gran admiración” por las “expresiones orales” del Presidente Chávez “respecto a su política indigenista”. Pero advierte: Hacen falta políticas públicas indígenas “desde abajo” (…) como mecanismo de apropiación del derecho por parte del 134
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sujeto social. Es necesaria la desestatización de lo indígena. El derecho a la demarcación no es otra cosa que el derecho a la tierra y todavía, después de once años de Gobierno Revolucionario, no se ha podido concretar (Korta, 2010).
Inexplicablemente, los medios públicos guardan silencio. En contraste, varios medios privados cubren la noticia. Sólo un par de ejemplos: el jueves 21 de octubre, el programa Radar de los barrios (que transmite Globovisión) incluye un segmento en que el conductor del programa (devenido en improbable aliado de la lucha indígena) confraterniza con el hermano Korta. El mismo día, el diario El Nacional reseña la noticia en primera plana. Pudieran citarse varias situaciones análogas, pero las circunstancias exigen concisión. Además, ambas son suficientes para ilustrar lo que podría denominarse la gestionalización de la política comunicacional, que a grandes rasgos se expresa de dos formas: 1) El esfuerzo se concentra exclusivamente en “demostrar” el empeño que sin duda pone el Gobierno bolivariano para atender una emergencia social. Sin embargo, el pueblo organizado no aparece como sujeto político, que trabaja junto con el Gobierno, sino como objeto de la asistencia oficial. Los medios públicos dan voz al pueblo, pero esta voz se ve forzada a “traducir” la línea oficial, se ve obligada a adecuarse a ella, cuando debería ser a la inversa: a través de los medios públicos debería expresarse la línea popular, sus demandas, sus problemas y sus propuestas. 2) Desaparece la voz popular. Los sujetos políticos populares son, simplemente, invisibilizados. La lógica sería la siguiente: darle voz a la protesta popular supondría dejar en evidencia los errores de la gestión del Gobierno bolivariano. Equivaldría, por tanto, a darle armas al enemigo que ha hecho de la crítica de la gestión el puntal de su discurso. En casos extremos, se visibiliza a los actores de la protesta, pero criminalizándolos: infiltrados, anarcoides, etc. ante la sanción moral se intentan deslegitimar las causas de la protesta. En el primer caso, nuestros medios públicos han desperdiciado una extraordinaria oportunidad para que el pueblo se exprese sin cortapisas. El pueblo chavista de Antímano ya no debe luchar sólo contra los estragos de la lluvia, sino además sobreponerse a la frustración que produce la imposibilidad de decir todo lo que tiene que decir. De la frustración al hastío hay un solo paso. El hastío, que significa desmovilización y desinterés por la política, es también una forma de protesta. 135
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La segunda situación expresa más bien una absoluta falta de sentido de la oportunidad. Sus implicaciones son más graves, sus efectos políticos más duraderos. Bajo el pretexto de no darle armas al enemigo, terminamos cediéndole el campo de batalla. El terreno que conceden nuestros medios públicos es ocupado por los oportunistas y demagogos. Cierto, el pueblo no habla a través de los medios antichavistas, son las élites las que pretenden hablar a través de él. Las mismas que durante todos estos años han emprendido una feroz campaña de criminalización del chavismo popular. El mensaje siempre es el mismo: “el poder popular de que habla el Gobierno es pura paja” (Giusti, 2010a). Pero la clave es ésta: a cierto apaciguamiento de la línea orientada a la criminalización del chavismo, va unido un interés creciente por visibilizar las demandas populares. Ésta es una variante del giro táctico del discurso opositor desde 2007. Ahora bien, no es menos cierto que el oportunismo de los medios antichavistas es la consecuencia inevitable de nuestra falta de sentido de la oportunidad. Mientras el antichavismo “dialoga” (repolariza) con el chavismo popular, los medios públicos le retiran la voz. Frente a este cuadro, ¿cómo repolitizar los medios públicos? En adelante algunos aportes para la discusión: 1) Lo primero que habría que terminar de entender es que no se trata de un problema de gestión, sino de un asunto político. Talento sobra en nuestros medios públicos, lo que falta es ponerlo al servicio de una política comunicacional orientada a la radicalización democrática de la sociedad venezolana. No se trata de cargos ni de puestos (otra expresión más de la burocratización de la política que golpea a la revolución bolivariana), sino de política. Se trata de entender que hemos perdido demasiado tiempo en mezquindades y ruindades, postergando la discusión sobre los medios públicos que necesita la revolución bolivariana; apelando a la descalificación, y en algunos casos incluso a la criminalización (es el caso de la lucha de los trabajadores de Ávila TV), con la intención no sólo de eludir la discusión política, sino de preservar cuotas de poder. Ya basta de mirarnos el ombligo, es tiempo de volver a la calle. 2) Si de “logros” se trata, no hay logro más importante que la participación popular. Insisto, el mayor aporte del chavismo a la sociedad venezolana fue la incorporación de las masas populares a la lucha política. Nuestros medios públicos deben funcionar como cajas de resonancia de las luchas populares. Lo contrario es traicionar el legado del chavismo originario. Esto supone, por supuesto que sí, hacer visible la relación conflictiva entre pueblo y 136
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burocracia (incluida la comunicacional). Pero una revolución no se plantea el falso dilema: pueblo o burocracia. Opta por el primero en cada circunstancia. Las demandas populares, sus problemas, sus críticas (incluso contra los atropellos de la burocracia) deben aparecer en nuestros medios, antes que en cualesquiera otros. 3) Lo anterior implica que nuestros medios públicos no pueden seguir concentrando tanto esfuerzo en “desmontar las matrices” de los medios antichavistas. De nuevo: la tendencia es a interpretar esta postura como un ataque despiadado e injustificado contra ciertos espacios televisivos. Al contrario, lo que planteo es la necesidad urgente de balance: ¿De qué vale una programación orientada a la crítica de medios si no hay espacios para que el pueblo cuestione a los medios antichavistas, pero también a los medios públicos, y en general para que señale nuestros logros y aciertos, así como nuestras fallas y errores? Se habla mucho de usuarios y usuarias de medios públicos, pero una programación concentrada exclusivamente en divulgar los logros de la gestión del Gobierno bolivariano y en la crítica de medios, supone una concepción según la cual el pueblo no es sujeto de la política, sino objeto, receptor pasivo, actor de reparto. 4) Se habla mucho de usuarios y usuarias de medios públicos, pero lo cierto es que no hay medios públicos sin público. ¿Cuáles son los usuarios y usuarias de medios que nadie o muy poca gente ve o escucha? Cuestionamientos como éste suelen descalificarse con el pretexto de que estamos sugiriendo implícitamente que nuestra televisión, por ejemplo, debe parecerse a Venevisión. Cuánta cortedad de miras. Mientras tanto, poco importa si nuestro mensaje no llega a ninguna parte. Lo peor del caso es que esta tendencia disimula un profundo menosprecio por nuestro pueblo, vuelve a reducirlo a receptor pasivo y acrítico. El problema sería el pueblo “alienado”, que se refugia en masa en la programación de Venevisión y Televen, jamás la ausencia de una oferta alternativa: popular, revolucionaria, audaz, creativa. Frente a las narconovelas, “ideología” y crítica de Globovisión. Con razón nadie nos ve. Pero no lo digas muy duro, quedarás como un defensor de las narconovelas. 5) Habría que leer y releer las palabras de Jesús Martín Barbero: La mayoría de nuestros intelectuales en América Latina sigue pensando que los gustos populares no son gustos. Y lo que no es el gusto de la burguesía y de la distinción no es el gusto. Y esto pasa con gente muy de izquierda; el gusto popular les da asco, y el asco es del estómago. Los 137
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intelectuales legitiman con toda una verborrea discursiva lo que es del estómago. En Colombia logramos por primera vez que el Ministerio de Cultura haga una encuesta nacional sobre consumos culturales. Esto significaba salir de la visión ilustrada, paternalista de que hay gente que sabe lo que el pueblo necesita y punto. Así como los medios te engañan diciéndote: “yo sé lo que la gente sabe”, los intelectuales llevan siglo y medio diciendo que ellos saben lo que la gente necesita, que es aún peor. Entonces, se hace esa encuesta, y se rasgan las vestiduras porque el acontecimiento cultural más importante para la mayoría de los colombianos es el reinado de belleza de Cartagena. En lugar de preguntarse qué significa eso, de dónde viene, con qué tiene que ver, dicen: “este país es una mierda, un país donde el hecho cultural es el reinado de belleza, no es un país” (...) En ese sentido, para mí el escándalo es la incapacidad de los intelectuales para dejarse desestabilizar por la encuesta y salir de su castillo desde el cual ellos dicen cuál es el cine que tiene que gustar, cuál es la música que tiene que gustar, cuáles son los libros que tiene que leer la gente. Estamos atrapados. Los medios dicen: “nosotros le damos a la gente lo que la gente quiere”, y los intelectuales dicen “los medios no le dan a la gente lo que la gente necesita”. ¿Y qué es lo que la gente necesita? (2005: 10-11).
6) ¿Qué es lo que los jóvenes de nuestros barrios populares “necesitan”? Hablemos de datos gruesos: ¿sabía usted que, según cifras oficiales, 64,1% de la población venezolana tiene 34 años o menos, y 56,5% tiene 29 años o menos? ¿Cuál es el mensaje que le estamos transmitiendo a ese público? Más aún, ¿Los jóvenes de los barrios populares hablan a través de nuestros medios públicos? ¿Seguiremos permitiendo que nuestra revolución envejezca prematuramente, defendiendo a capa y espada la idea anacrónica y conservadora de que los gustos populares de nuestros jóvenes no son gustos, y lo que corresponde por tanto es «enseñarles» cuál es la televisión y el cine que tienen que ver, cuál es la música que tienen que escuchar y cuáles son los libros que tienen que leer? Mientras avanzamos en la discusión (que no puede seguir postergándose), ¿por qué no pensar, por ejemplo, en la creación de una escuela de medios, que incorpore a trabajadores de los mismos medios públicos, donde se trabaje en una programación (sin excluir ningún formato) que responda a las exigencias de la radicalización democrática de la sociedad venezolana? Si avanzamos a paso firme, podríamos obtener resultados a corto plazo. 138
¿Polarizar o despolarizar? 10 de noviembre de 2010
La historicidad que nos arrastra y nos determina es belicosa, no es parlanchina. De ahí la centralidad de la relación de poder, no de la relación de sentido. La historia no tiene “sentido”, lo que no quiere decir que sea absurda e incoherente; es, por el contrario, inteligible y se debe poder analizar en sus mínimos detalles, pero a partir de la inteligibilidad de las luchas, de las estrategias y de las tácticas. Michel Foucault (1999: 45)
I. ¿Polarizar para avanzar? ¿Despolarizar para retroceder? Planteado en esos términos, sin duda estamos frente a un falso dilema. Se parte de un presupuesto falso: que la polarización significa extremar posturas. Dejemos a un lado el parloteo y hagamos una evaluación de las estrategias y las tácticas de las “condiciones objetivas”, si se prefiere: la táctica que emplean las fuerzas adversas a la revolución bolivariana no es despolarizar para avanzar. ¿Quién dijo que la oposición no radicaliza? Después del 26S, la oposición “democrática” ha radicalizado la táctica que viene empleando sobre todo desde 2007: abandono del discurso confrontacional, crítica de la gestión de gobierno, reapropiación del discurso chavista. Atrás quedaron los tiempos en que esa misma oposición pedía la renuncia de Chávez, hacía un llamado abierto al desconocimiento de las instituciones democráticas, promovía la violencia callejera y alentaba salidas de fuerza. La estrategia sigue siendo la misma: dar al traste con la revolución bolivariana, haciendo tabula rasa de todas las conquistas populares. Fueron las tácticas empleadas hasta 2006 las que demostraron ser un completo fracaso: y condujeron a la oposición de derrota en derrota. Después del golpe de Estado en 2002, atendieron, a regañadientes, el llamado al “diálogo”, mientras reagrupaban fuerzas para consumar, en diciembre del mismo año, el mayor atentando que ha sufrido la sociedad venezolana: el 139
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sabotaje de la industria petrolera y el lock out empresarial (promovido por los mismos oligopolios de hoy), que dejaron en la ruina a la economía nacional. Hoy la oposición “democrática” ha resignificado el discurso de la despolarización, nos habla de “diálogo” y de la necesidad de “equilibrio”. Para avanzar, la oposición necesita repolarizar, y es exactamente lo que está haciendo. Si desde 2007 su táctica apuntaba a la desmovilización y desmoralización de la base social del chavismo, a partir del 26S se cree con la fuerza suficiente para ir tras el voto chavista.
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En un escenario tal, ¿dialogaremos con los que criminalizan, estigmatizan y persiguen al chavismo “salvaje”? ¿Reclamaremos racionalidad y mesura? La táctica de la repolarización chavista significa reagrupar fuerzas, organización, movilización y lucha popular. Porque sin pueblo no hay contención que valga. Está claro: sin pueblo tampoco hay “sorpresas”. Sólo la derrota.
II. La correlación de fuerzas que ha quedado expresada el 26S no es el resultado de los “excesos” de la polarización, sino la confirmación de una crisis de polarización chavista. Esta crisis no es expresión de un exceso de antagonismo político, sino de todo lo contrario: de la atenuación del conflicto y del disciplinamiento forzoso del chavismo, que supuso la burocratización de la política; de la desatención de las demandas populares en favor del discurso vacío. ¿La vía más expedita para frustrar el proceso de cambios? No reconocer los signos de esta crisis de polarización, de los cuales el más elocuente es el hastío por la política, que afecta a parte importante de la base social del chavismo. En este contexto, la interrogante fundamental no es: ¿a quién le conviene agudizar la polarización? La pregunta pertinente es: ¿a quién le conviene agudizar la crisis de polarización chavista? III. Avanzar en la radicalización democrática de la sociedad venezolana no pasa por “dialogar” con el chavismo popular, sino por crear las condiciones que hagan posible la interpelación mutua entre la base social del chavismo y su dirección política. Interpelación supone conflicto, por supuesto que sí, pero una revolución encara el conflicto, no lo invisibiliza. ¿Esto supone descartar el “diálogo” con la oposición “democrática” o con la clase media? No. ¿Acaso supone cesar en la lucha contra los oligopolios? De ninguna manera. Repolarización chavista no significa estimular los odios. Significa comprender que es necesario construir un muro de contención contra la “polarización salvaje” que sobrevendría si la oposición retomara el control de los poderes del Estado; esto es, cuando las fuerzas entonces victoriosas ya no necesiten recurrir al discurso del “diálogo”. 140
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Chávez “populista” 8 de diciembre de 2010
No es casual que, a propósito de la emergencia ocasionada por las lluvias, la oposición vuelva a hablar de una supuesta “estrategia populista” de Chávez. El hombre, literalmente, no ha parado: ha retomado la calle con una energía que no se le veía en mucho tiempo. Su despliegue ha ido más allá de cualquier fórmula clásica de marketing político: no es un político cualquiera visitando una zona afectada, embarrándose hasta las rodillas, posando para las cámaras. Es un Chávez que toma un megáfono y dirige una asamblea popular cerro arriba; uno que ha vuelto a prescindir de toda mediación y entra en contacto directo con el pueblo; uno que promueve la interpelación popular, que escucha demandas, orienta, dialoga, que intenta poner en práctica el poder obediencial, que interpela directamente al aparato de Estado, abriendo las puertas de Miraflores y de los cuarteles para que sean utilizados como refugios; uno que ocupa territorios acompañado por el pueblo; uno que instiga de manera permanente el control popular sobre la gestión de gobierno, que llama al pueblo a organizarse y reclamar; uno que exige a los medios públicos que se abran a las críticas, que se hagan eco de las denuncias populares, que combatan la corrupción, el clientelismo y el tráfico de influencias. No es un Chávez desconocido. Es más bien Chávez volviendo a ser Chávez. Frente a este Chávez “repolitizado”, líder político antes que jefe de Gobierno, la táctica opositora concentrada en la crítica de la gestión gubernamental va perdiendo eficacia. La apelación al recurso retórico de una supuesta “estrategia populista” del hombre, es un signo inequívoco de la actual deriva discursiva opositora. No han sido capaces de asimilar el momento. Reaccionan haciendo uso de su viejo arsenal retórico, defensivamente, aguantando el vendaval, sin iniciativa. La interpelación popular, que el mismo Chávez promueve, es motivo de risa burlesca para los medios antichavistas. “Se los digo de frente”: son bufones que no han comprendido nada. Tal vez es risa nerviosa porque comienzan a comprender. La táctica opositora de desgaste sólo es eficaz en la medida en que: 1) El chavismo oficial es refractario a la crítica popular de la gestión de gobierno; y 2) el discurso sobre el socialismo es percibido 142
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por la base social del chavismo como algo abstracto. De allí que la táctica opositora de desgaste consista en: 1) Crítica de la gestión, algo falta, o el Gobierno es ineficiente, lo hace siempre mal; y 2) denunciar que el discurso del socialismo no guarda ninguna relación con las necesidades más sentidas del pueblo. Es decir, algo falta (gestión) y algo sobra (ideología). ¿A qué obedece el discurso sobre la “estrategia populista” de Chávez, cuál es su lógica de funcionamiento? Para la oposición, ahora lo que “sobra” es gestión. El “populismo” es “exceso” de gestión. Según este discurso, el problema ahora es que Chávez está ofreciendo más de lo que su Gobierno ineficiente puede resolver; está creando ilusiones y expectativas ilimitadas; está prometiendo más viviendas de las que puede construir, etc. Lo que “sobra” y preocupa es la gestión que comienza a repolitizarse. Por supuesto, la oposición seguirá insistiendo en su táctica de desgaste, identificando puntos débiles de la gestión gubernamental. En cada caso, lo que habrá que hacer es asimilar la que quizá sea la principal lección política de la coyuntura creada por las lluvias, y actuar en consecuencia: la gestión de gobierno, en todas las áreas, debe estar acompañada siempre del pueblo/sujeto, no del pueblo/ objeto de la asistencia del Estado paternalista. Pueblo/sujeto de esa “rebelión popular” de la que hablara Chávez el martes por la noche, desde Fuerte Tiuna. No nos corresponde la defensa acrítica del Estado burgués anquilosado, corrompido e ineficiente, sino echar las bases de una nueva institucionalidad democrática. Y eso sólo es posible con participación popular.
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La fealdad del oficialismo 17 de marzo de 2011
Si el chavismo es bello, el oficialismo es horrible. Pongamos las cosas en su sitio: chavismo y oficialismo son como el agua y el aceite, jamás anverso y reverso. El segundo sólo puede ser a condición de usurpar la potencia del primero, y es en sí mismo expresión de impotencia política. Para el oficialismo, la revolución ya ocurrió y lo que corresponde es glorificarla como hecho pasado, es decir, embalsamarla porque ha muerto, aunque todavía palpite. Más que odiarlo o despreciarlo –que también lo hace– el antichavismo siente un profundo temor por el chavismo, porque le enrostra lo que el primero nunca quiso mirar: el lado feo de nuestro capitalismo vernáculo, y sus buenas dosis de explotación, marginación y subordinación a sangre y fuego. Visto así, el chavismo es su mala conciencia. Si el chavismo hoy sonríe alegre, para el antichavismo no se trata más que de una mueca atroz y burlona. Allí donde hay alegría, sólo puede ver resentimiento. Toda la belleza del chavismo, que es la belleza infinita de los pueblos que luchan, será reducida a caricatura grotesca, porque es imperativo mostrarlo como una versión desmejorada y mutilada de sí mismo para poder dominarlo, aniquilarlo. No deja de sorprender la connivencia, la complicidad, lo bien que pueden llegar a entenderse oficialismo y antichavismo. Son, ellos sí, dos caras de la misma moneda. Una moneda que tendríamos que arrojar al foso de los deseos para que vuelva la política, para que la revolución no envejezca y muera, para que lata con fuerza. Reducida al simulacro de conflicto entre oficialismo y antichavismo, la política ha terminado siendo la postergación del conflicto. Mucho se habla de debate, y los estudiantes hablan de debate, cuando lo que hay es diálogo de sordos. Invectivas, insultos, todo se vale si se trata de reducir la política a un ejercicio ruin, abyecto. Maricón, lechuguino, ¿cuál es la diferencia? El antichavismo suscita un rival a su medida, y el oficialismo no es capaz de concebir la política si no es midiéndose con el antichavismo. Jamás lució tan cómodo, a sus anchas, por las angostas alamedas de la politiquería. 144
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Ambos, oficialismo y antichavismo, medran a costa del chavismo. Si el antichavismo procede reduciendo el chavismo a su caricatura –“oficial” o monstruosa– el oficialismo procede, como diría Ociel López (2011), “despopularizando” al chavismo. A los chavistas nos debe importar un comino si un grupito de bien nutridos estudiantes antichavistas hace huelga de hambre. Nuestra atención debería estar puesta, primero que nada, en los carajitos de los barrios que siguen comiendo y escupiendo plomo, que son más y están hastiados.
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La morisqueta del antichavismo 24 de marzo de 2011
Por ahí dicen que algunos estudiantes antichavistas han aprendido a entonar la canción Nos tienen miedo porque no tenemos miedo, de Liliana Felipe, argentina, y Jesusa Rodríguez, mexicana, creada al calor de la resistencia civil contra el fraude electoral en México, y que luego se convertiría en el himno de la resistencia popular contra el golpe de Estado en Honduras, hace un par de años. ¿Cómo explicarse este trasegar de signos, esta usurpación deliberada de símbolos de luchas que el propio antichavismo ha ignorado o menospreciado? El antichavismo, es cierto, procede reduciendo el chavismo a su caricatura, que puede ser “oficial” o monstruosa, mientras que el oficialismo procede “despopularizando” al chavismo. Pero desde 2007, el antichavismo realiza otra operación, clave para entender el estado actual de la lucha política. No se “opone”, simplemente, al chavismo, sino que intenta absorber toda su potencia, usurpando sus consignas, sus ideas-fuerzas motrices, su verbo y su cadencia, procura mimetizarse, camuflarse, para pasar desapercibido y así propagarse. El antichavismo, parte de él, sabe que la única forma de derrotar al chavismo es “popularizándose”. Por eso, en lugar de enfrentarlo abiertamente, intenta seducirlo. Cuando se ve obligado a ponerle límites, como cuando las “invasiones” en Chacao, el pasado 22 de enero, suscita a su enemigo: acusa al “oficialismo” y no al pueblo chavista. No abiertamente. La tarea de criminalización corresponderá, en todo caso, al propio oficialismo, que correrá a condenar las “invasiones”. Basta recorrer por estos días los pasillos de la Universidad Central, leer las pancartas en las paredes, escuchar a los “líderes” del antichavismo estudiantil un par de minutos, para entender que después de todo el chavismo no tiene absolutamente nada que temer. Si concediéramos que aquellos furores de los ochenta y noventa no eran más que la versión desmejorada de la lucha armada de los sesenta y setenta, esto de ahora, cómo te explico, no pasa de ser un fraude. Un soberano y monumental fraude. Puro infantilismo 146
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de derecha. Muchacho pendejo posando para las cámaras de televisión. De cuándo acá. Una generación que jamás sabrá la diferencia entre desgañitarse y ser muñeco de ventrílocuo. Una vez que ha mordido el anzuelo del infantilismo de derecha, el oficialismo contribuye decisivamente a la infantilización de la política. Puede que el oficialismo sienta algún temor por la muchachada antichavista. No lo sé. Pero de algo sí estoy seguro: el antichavismo nos tiene pavor a los chavistas. Por eso tanto esfuerzo en parecerse a nosotros, aunque no les salga más que una morisqueta.
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Lo que el oficialismo no quiere ver 4 de mayo de 2011
Alejado desde hace mucho del agua mansa de Maneiro, esto es, del lugar de la política; incapaz de percibir cuándo se agitan las aguas del océano popular, el oficialismo ha recuperado el habla. Siente que ha pasado la tormenta. Bastó que Chávez entrompara el asunto Pérez Becerra para inferir que el sol había salido y escondieran los paraguas. Ahora todos tienen algo que decir. Frente al cielo encapotado, el oficialismo es siempre ciego. Lo que el oficialismo no quiere ver es que fue un error el silencio que duró días, porque no despertó más que suspicacias (la Radio del Sur destaca como una honorable excepción); fue un error el comunicado oficial, suscrito por Interiores y Justicia, que apenas interrumpió el silencio. Hubiera sido preferible callar, antes que expresar nuestro “compromiso inquebrantable” con una supuesta “lucha contra el terrorismo”, convalidando así la jerga propia de la “guerra permanente e ilimitada” del capitalismo mundializado. El mismo Chávez, uno de cuyos méritos ha sido saber marcar distancia del oficialismo, sólo se refirió a la deportación de Pérez Becerra de manera implícita, cuando durante la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), ratificó que el Presidente colombiano seguía siendo su “nuevo mejor amigo”. Si bien es cierto que se equivoca la izquierda desaforada que corrió a acusar al zambo de traidor, si se equivocaron los compas que hicieron lo propio con un par de ministros de Chávez, a quienes también calificaron de “perros” falderos de Santos; en fin, si parte de la izquierda respondió con torpeza a las torpezas del Gobierno, no es menos cierto que el zambo tampoco resuelve nada emprendiéndola contra los ultrosos o los “infiltrados”. Esa no es manera de recoger los vidrios. Puede que resulte relativamente sencillo lanzarle un par de dardos a la izquierda aparatera y ciertamente es lo que provoca. Pero el problema central no es, como han argumentado algunos compas, que la izquierda pequebú sólo se desgarra las vestiduras a conveniencia. El problema, sospecho, es el talante profundamente antidemocrático del oficialismo, su oportunismo, su silencio cómplice, 148
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su tendencia a exculpar siempre, en todo momento, al zambo, como si el tipo no se equivocara jamás o como si jamás tuviera que reconocer sus errores. El problema es que todavía haya quien pretenda, en el oficialismo, que nadie tiene derecho a cuestionar o exigir explicaciones sobre las negociaciones hechas con el Gobierno de Colombia. No es respecto a la izquierda, sino al chavismo en su conjunto, que el oficialismo asume que no tiene ninguna explicación que ofrecer, puesto que el chavismo estaría allí sólo para recibir la línea política, es decir, instrucciones. De allí parte de lo que hoy se expresa como hastío por la política. Eso explica que el chavismo cada vez crea menos en el oficialismo. Bien podría considerarse un axioma: en la medida en que Chávez asume las formas, el estilacho del oficialismo, su credibilidad se ve afectada. Basta que escuche y hable al chavismo popular, entonces luce invencible. Si no queda esperar nada del oficialismo, y si es muy poco lo que tiene que aportar la izquierda aparatera y antipopular (la misma que, hecha Gobierno, se rinde a las mieles del oficialismo), es mucho lo que el movimiento popular puede ofrecer, a pesar de su debilidad (y precisamente para remontar la cuesta). Más allá de la definición de una postura unitaria a propósito del caso Pérez Becerra, el esfuerzo de articulación tendría que apuntar a la imposición de una agenda popular, que visibilice y promueva las luchas que el oficialismo menosprecia. Luchas concretas, protagonizadas por sujetos concretos. Para que la lucha contra el oficialismo y, por supuesto, contra todo el conjunto de fuerzas antidemocráticas (antichavismo incluido), tenga eficacia política. Para que aquello de la interpelación popular y la radicalización democrática de la revolución bolivariana no sean consignas vacías.
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IV.
El Rodeo: Estado, mafias, revolución 22 de junio de 2011
I. El lunes 15 de abril de 2002 caminaba hacia el trabajo por el bulevar de Sabana Grande cuando pasé por el lado de un buhonero que gritaba exultante, difícil saber si en plena faena o como agitador político: “¡Cons-ti-tu-ción-de-la-Re-pú-bli-ca-Bo-li-va-riana-de-Ve-ne-zue-la-Pa-que-se-la-le-an-y-se-la-a-pren-dan!”. Aquel librito azul, quién lo diría, lo habíamos defendido hasta con los dientes. Nos lo habían arrebatado. Había sido arrojado a la hoguera, sangre y plomo mediante. Y habíamos logrado rescatarlo por obra y gracia de una insurrección popular, todo durante los cuatro días precedentes. Es seguro que aquel lunes el librito azul olía a victoria, a trasnocho, a juerga popular, a “¡Volvió-volvió-volvió-volvió!”. Es seguro que aquel día todas sus letras brincaban y bailaban y todas decían lo que tenían que decir. II. Si hay quien por conveniencia, distancia o traición dejó de creer en aquel librito, ese es su problema. Yo sigo creyendo en su promesa, en el horizonte que dibuja, en su potencia, librito imperfecto como toda obra humana, pero suficiente como para dar la pelea en el terreno que sea. III. Nuestra Constitución habla de Estado democrático y social de derecho y de justicia, exige al Estado garantizar una justicia gratuita, accesible, imparcial, idónea, transparente, autónoma, independiente, responsable, equitativa y expedita, sin dilaciones indebidas, sin formalismos o reposiciones inútiles. También compromete al Estado a proteger la vida de las personas que se encuentren privadas de su libertad, como procesados o condenados, cualquiera que fuere el motivo.
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A propósito de los sucesos en El Rodeo, de la muerte de veintiún presos y un familiar como consecuencia del motín del domingo 12 de junio, y sobre todo a partir de la operación que ejecuta la Guardia Nacional desde el viernes 17, ha ganado fuerza el discurso sobre la necesidad de que el Estado recupere el control o restaure el orden de las cárceles. V. Imposible esquivar la pregunta: ¿el Estado alguna vez ha dejado de tener el control sobre las cárceles? Nunca. VI. En las cárceles impera el orden impuesto por el Estado. De hecho, este statu quo carcelario devela parte de la lógica de funcionamiento del Estado venezolano, y resume el conjunto de relaciones de fuerza sobre las que se funda. VII. Las imágenes de lo incautado en El Rodeo 1 ofrecen una pista del tipo de orden que prevalece en las cárceles: se trata, sin duda, de un orden fundado en la violencia. ¿De una violencia ejercida por quiénes y contra quiénes? Las armas y las drogas incautadas sólo han podido ingresar al penal con el concurso activo o la complicidad, según se trate, de funcionarios y efectivos, civiles y militares, que hacen parte, junto con otros actores del sistema penal, de las mafias carcelarias. El de las cárceles es un negocio lucrativo, violento, criminal hasta la abominación, que beneficia a una compleja trama de funcionarios y efectivos, a una pequeña parte de la población penal, y que afecta no sólo a la mayoría de los presos, sino a los funcionarios y efectivos que han pretendido enfrentarlo. VIII. Habría que preguntarse si el statu quo que impera en las cárceles, incluyendo la regularidad de los motines de presos que se disputan el control interno, no es la vía más expedita para garantizar la despolitización del conflicto, es decir, para evitar que los presos se organicen y luchen por sus derechos. Se trataría de un statu quo que garantiza el control político sobre la población penal. 151
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IX. Si la vieja clase política opositora, que creció y se hizo fuerte al amparo de ese Estado criminal, violento y mafioso, hoy se pretende defensora de los derechos de los presos contra los atropellos del Gobierno, no es porque le importe el destino de los presos. Lo que busca es retomar el control del Gobierno en 2012, y recuperar todo el terreno perdido dentro del Estado. Para eso, debe adoptar una estrategia de desgaste, denunciar la ineficiencia de la gestión gubernamental. Si los medios privados entrevistan a los familiares de los presos no es porque entiendan o se solidaricen con su rabia o su dolor, sino porque es preciso introducir todas las fisuras posibles en el seno del pueblo pobre, allí donde se concentra la base social de apoyo a la revolución bolivariana. Se trata, por cierto, de una impostura que les puede resultar cara: es sabido que el antichavista promedio es más proclive al populismo punitivo: tolerancia cero, plomo al hampa, etc. No conviene mucho exponerse tanto junto a los “miserables”.
fuerza, pero también para crear otra institucionalidad penitenciaria y, más allá, para construir un sistema penal acorde a los principios constitucionales. Para quienes, dentro del chavismo, se han hecho portavoces de este discurso, no estaría de más una lectura de la Constitución Bolivariana. A ver si aprenden algo, diría el buhonero. XIII. Por último, no habrá solución posible sin escuchar a los presos. Tal es el abc de la política revolucionaria: pueblo/sujeto, protagonista, que participa y tiene voz y rostro. ¿O acaso los presos no son pueblo?
X. Contra este Estado criminal, violento, mafioso, antipopular, insurgió la revolución bolivariana. Mal podríamos aparecer ahora como defensores de esa máquina infernal y despótica que engulle y escupe a pobres, que criminaliza y produce criminales. Tal cual las cárceles. XI. Todo discurso que disimule o silencie la realidad brutal de las mafias carcelarias y de quienes la componen, que silencie, invisibilice o criminalice a los familiares de presos, es un discurso funcional a la preservación del statu quo en las cárceles. Equivale a una defensa, de hecho, del aparato de Estado que hemos heredado, ese enemigo acérrimo de la revolución bolivariana, que bloquea e intenta neutralizar en todos los frentes de lucha la radicalización democrática de la sociedad venezolana. XII. Dicho discurso, que se ha colado en los medios públicos, es un serio obstáculo a los esfuerzos que actualmente realiza el Gobierno bolivariano y otros poderes del Estado para controlar efectivamente la situación en El Rodeo 2, mediante el uso proporcional de la 152
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Contra la política boba 20 de julio de 2011
“Mírala, ya va a venir otra vez con lo del comunismo, la sociedad civil…”, y efectivamente la diputada ensaya la misma pieza de oratoria que varias veces ha ido a parar al barril sin fondo de los discursos antipopulares, sin sazón, de salón, tipo “se reserva el derecho de admisión”. “Ahí viene otra vez con lo de ustedes y la Cuarta República y el golpe de Estado…”, y lo sorprendente es que el comentarista, cualquiera, es capaz incluso de anticiparse al orador, de repetir lo que va a decir como quien lee subtítulos en un televisor en modo silencioso. Tanto en el caso de la furibunda anticomunista como en el caso del representante del “pueblo legislador”, son discursos que impresionan por lo predecibles. Todo lo que se dirá ya ha sido dicho. Sin novedad alguna en el frente de batalla. Parecen discursos aprendidos de memoria, estancados, escleróticos, casi siempre sin anclaje en el ritmo vertiginoso de la política venezolana, que ralentizan a la revolución bolivariana y, lo que es más grave, desvinculados de las demandas y aspiraciones populares. En líneas generales, nuestros medios públicos, lamentablemente, reproducen la misma lógica: juego de espejos con lo peor de los medios privados, repetición hasta el infinito de lo mismo. En otra parte he llamado a esto lógica de las “dos minorías” y he planteado la necesidad de repolitizar la gestión comunicacional, volteando la mirada hacia la calle, escuchando y dándole voz al pueblo. En las actuales circunstancias, el enemigo a vencer es el hastío que produce la imposición de esta política necia, mentecata, que se hace la tonta, la sorda, frente a lo que el pueblo tiene que decir, pero es todo oídos para los insultos y las invectivas que provienen de la acera de enfrente. Se trata de una política boba que implica, de hecho, limitar el ejercicio de la política a la disputa por el supuesto derecho que tendríamos todos de agraviar a nuestros adversarios. La política en su estado más ruin, reducida a la lucha por el derecho al insulto. ¿A quién le interesa que unos y otros compitan por quién grita más fuerte o quién profiere la ofensa más hiriente? ¡A muy pocos! 154
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Contra la política boba, petulante, jactanciosa, pero al mismo tiempo sorda, que se ofende y escandaliza cuando es el pueblo el que reclama, lo que corresponde, parafraseando a Bolívar, es política caribe. Es decir, una política que ponga el acento en lo popular, en lo que somos, hacemos, pensamos, sentimos, opinamos, cuestionamos como pueblo que lucha por hacer una revolución. Una política con énfasis en lo nuevo que vamos siendo, creando, y no en la repetición de lo viejo.
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Ha muerto Ávila TV 7 de septiembre de 2011
Ha muerto Ávila TV. Su muerte ha sido lenta, la agonía larga. El acta de defunción la firmaron antes de tiempo, cuando más se veía su pantalla en los barrios de Caracas (y la sintonía iba en aumento), cuando más la partía, cuando más la revolucionaba, y cuando sus trabajadores peleaban con más fuerzas para defenderla. Hubo un tiempo en que todos hablaban de Ávila TV, así fuera nada más que para afirmar que les resultaba difícil entender lo que sucedía adentro. La revolución bolivariana tiene una deuda con sus trabajadores organizados y movilizados en asamblea permanente, que optaron siempre por no ventilar públicamente tenaces conflictos internos, así como las sucesivas injusticias que debieron padecer. Sin embargo, esta demostración de carácter, firmeza y madurez política, este ejemplo claro de disciplina a toda prueba, fueron respondidos con una feroz e implacable campaña de infamias que hoy perdura. La discusión central, sustantiva, sobre el tipo de televisión que es preciso hacer en tiempos de revolución, sobre cómo hacer una televisión juvenil, popular y revolucionaria, fue sustituida sistemáticamente, del lado de los enemigos de Ávila, por un coro de insultos e invectivas: malandros, desviados, pequeñoburgueses, anarcoides. Ya nadie habla del Manifiesto de Ávila TV. Reafirmo algo que sostuve entonces: lo que estaba en juego con la batalla de Ávila TV, mucho más allá de cargos y cuotas de poder, de la fama, la mala conducta o el trampolín para aterrizar en otros canales, era la posibilidad de continuar insurgiendo contra los cánones de la comunicación burguesa y contra los dinosaurios que ven en la pantalla un instrumento para bombardear a la gente de propaganda, que es otra forma de la alienación. La importancia estratégica de Ávila radicaba en que había demostrado cómo insurgir, además con el protagonismo de esos jóvenes que la izquierda conservadora, sectaria y exógena ha despachado históricamente por pertenecer –según le gusta estigmatizar– al lumpen. Hoy día, en cambio, nadie habla de Ávila, y se le equipara a un cuerpo inerte, aunque respire. La ya vieja leyenda negra de 156
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la televisora malandra y malhablada, fue sustituida por la leyenda de la Ávila ingobernable. Así, ha terminado de morir de mengua, aislada como leproso, estrangulada la poca organización que quedaba, sus últimos arrestos de vitalidad. Nadie quiere saber de ella, mucho menos, tal parece, los que aún conservan cuotas y cargos burocráticos. Lo más grave es que nadie da la cara, nadie ofrece una explicación a los cientos de miles de jóvenes de los barrios que cuando todavía se animan a sintonizar la pantalla que alguna vez los sedujo, se encuentran con la misma programación de hace dos años. Porque, no se engañen, el problema está en la pantalla. Ha muerto Ávila TV y su muerte es la victoria de los pusilánimes, de los sectarios y de los mediocres. Muerta, nada más que para engrosar las filas de unos medios públicos incapaces de acumular dos dígitos de audiencia.
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Para triunfar el 7 de octubre 15 de septiembre de 2011
Para triunfar el 7 de octubre de 2012, tanto como para evitar el triunfalismo a toda costa, es preciso tener certeza sobre la magnitud de la propia fuerza, porque de esta forma conocemos también nuestros flancos débiles. Esto pasa, por cierto, por un mínimo de rigurosidad en el análisis, y por la intransigencia frente a “saberes” ampliamente cuestionados, y que no por casualidad ocupan bastante centimetraje en la prensa y privilegiado espacio en la televisión. Así, por ejemplo, la encuestología ha tenido relativo éxito imponiendo como “verdad científica” lo que no es más que su versión interesada sobre el electorado venezolano. No hacen falta mucha pericia, ni mucha imaginación para dibujar una torta partida en tres: de un lado, dos tercios simétricos, equivalentes, correspondientes al electorado con filiación ideológica (chavistas y antichavistas); del otro lado, un tercio mayoritario de indecisos. Para el antichavista que milita en política, esta versión implica la ventaja de saberse una fuerza cuando menos equiparable a su acérrimo enemigo: bastaría con hacer los ajustes necesarios para ganar el apoyo de la mayor cantidad de indecisos y el trabajo está hecho. Del lado chavista, aceptar este cuadro de fuerzas como un retrato fiel del paisaje implica una disposición previa para la derrota. No será la primera vez que militantes de una fuerza mayoritaria actúen como minoría, sustituyendo la política revolucionaria por la baja política, dándole la espalda al pueblo, repitiendo las viejas formas y las peores mañas de una vieja clase política que no termina de morir, simplemente porque la mayoría (buena parte de la clase gobernante que la encarna) la desea con vida, aún a riesgo de ver pasar su oportunidad histórica, porque no es capaz de entenderse con más nadie. En otras palabras, una versión tal pretende disimular la verdad incontrovertible, hasta nuevo aviso, de que el chavismo sigue siendo, por lejos, la principal fuerza política; y más allá, que este predominio en lo político tiene efectos perdurables en lo cultural. El chavismo sigue siendo una fuerza tal porque logró imponer una cultura política, y contra este pivote clave de la construcción hegemónica (una hegemonía popular y democrática) va dirigido el grueso de las baterías antichavistas. 158
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Parto de la premisa de que buena parte de eso que la encuestología enuncia como “indecisos” está hecho de puro chavismo descontento, hastiado, incluso indiferente, que ha redescubierto la política con Chávez; que ha sido testigo a veces, otras protagonista de excepción de unos años intensos, extraordinarios, exuberantes, durante los cuales todo se puso en discusión, y no fue poco lo que cambió; un pueblo que le dio la espalda y saldó cuentas con la vieja clase política; que entrompó, enfureció, aguantó, lloró y festejó como nunca, y que no desea ser seducido por sus viejos sepultureros. En fin, un chavismo que, enfrentado al dilema de expresar su legítimo descontento por la vía electoral, optará por la abstención en lugar de votar contra Chávez. Para plantearlo en líneas gruesas, este chavismo descontento fue lo que apareció cuando el antichavismo abandonó la calle como escenario de lucha política, allá por 2007. Es cierto que aparecieron algunos estudiantes por aquí y otros gremios por allá, pero de aquellas marchas multitudinarias exigiendo la renuncia de Chávez no quedaba sino el recuerdo. Pero desmovilizándose, es decir, reconociendo de hecho su derrota, retirándose de la calle, el antichavismo precipitó (sin que fuera su intención) una crisis en las filas del chavismo, eso que he llamado en otra parte una crisis de polarización. De manera inesperada, en lugar de revitalización del espacio público, vía la multiplicación de las iniciativas de participación, encuentro, organización y articulación popular, tuvo lugar un proceso de disciplinamiento y normalización del chavismo popular, y en general de progresiva burocratización de la política. Más temprano que tarde, terminó imponiéndose la lógica del partido/ maquinaria, que lejos de movilizar, según hemos visto, privilegia la concentración, etc. Esto, unido a los efectos de la estrategia de desgaste opositora (que persigue, justamente, desmovilizar y desmoralizar a la base social de apoyo a la revolución), a la gestionalización de los medios públicos (cero chavismo crítico en pantalla, cero interpelación, cero control popular de la gestión), en fin, a todos los factores de distinto signo que confluyen en la despopularización (López, 2011) del chavismo, no podía producir sino descontento, para decirlo elegantemente. Un descontento, insisto, que es una muy buena señal de la madurez política alcanzada por el pueblo venezolano durante estos años (porque no está dispuesto a tolerar un simulacro de revolución, capitaneado por una clase gobernante demasiado similar a su predecesora). 159
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Para triunfar el 7 de octubre de 2012, necesario es interpretar este descontento legítimo como un dato que hay que tomar en cuenta y en serio, a riesgo de no entender el cuadro de fuerzas a lo interno del chavismo, la principal fuerza política de este país. Porque se lo toma muy en serio, Chávez ha planteado, entre otras iniciativas de envergadura (y en un contexto de reflexión constante sobre temas como el liderazgo, el socialismo bolivariano, el pueblo como sujeto activo de la revolución, el papel del movimiento popular…) desde unas Líneas Estratégicas del partido hasta la creación de un Gran Polo Patriótico (la política más allá del partido). No es juego: la lógica del partido/maquinaria debe ser sustituida por la lógica del partido/movimiento. Es decir, no basta con hablar de “maquinaria en movimiento”, como está de moda ahora, y cambiar una palabra aquí y allá para que nada cambie. Para esto, es indispensable comenzar a entender la importancia estratégica de una iniciativa como el Polo Patriótico Popular, que ya ha cogido calle. Lo contrario sería disponerse a afrontar un examen decisivo en octubre del año próximo, sin haber aprendido absolutamente nada.
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El día en que se puso de moda hablar como chavista 15 de febrero de 2012
El antichavista promedio no lo reconocerá jamás, por supuesto, pero buena parte del discurso que emplea hoy el candidato Capriles, y que celebra por novedoso y esperanzador, es una singular versión (permítaseme el eufemismo) del discurso chavista, o de eso que podríamos identificar como las ideas-fuerza de la cultura política chavista. ¿Cultura política chavista? Si usted se cuenta entre quienes se han reído burlonamente al leer tal sucesión de palabras, sepa que no está solo: en esa actitud lo acompañan algunos millones más, por fortuna no la mayoría, que también profesan un profundo desprecio por lo popular, y es ese desprecio y no otra cosa lo que explica que consideren sencillamente inconcebible que puede asociarse la idea de cultura con la existencia del chavismo. Usted se acostumbró a sacar la cuenta contraria. El problema con el desprecio, entre otras cosas, es que nubla el juicio, y eso en política se paga caro. Si usted se cree la encarnación de la cultura, de lo bello, de la razón y de la civilización, y subestima una y otra vez a la fuerza política que, siempre según usted, representa todo lo contrario, lo más probable es que esa fuerza política, si tiene la suficiente potencia, lo derrote sucesivamente. Usted, enceguecido por la soberbia, no se detendrá a pensar qué está haciendo mal, se limitará a denunciar que se la ha hecho trampa. Esa es, en resumen, la penosa historia del antichavismo, al menos hasta el momento en que algunos comenzaron a considerar la alternativa de intentar entender qué cosa es lo que pasa por la cabeza de esa cosa abominable que se autodenomina como chavista: qué es lo que hace de él un adversario tan formidable y poderoso (aunque jamás se le reconozca públicamente), cuáles son sus aspiraciones, sus demandas, sus temores, etc. Cierto estudio realizado en 2009 (Centro Gumilla, 2009) arrojó pistas invaluables para el que quisiera tomárselas en serio: para casi las dos terceras partes de la población venezolana, la 161
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democracia significaba la existencia de un Estado fuerte (adiós neoliberalismo), democratización política (Estado fuerte con participación popular activa), disminución de la brecha entre ricos y pobres, políticas sociales contra la exclusión, nacionalización de las industrias básicas, entre otras ideas-fuerza. Tal era un cuadro, siempre aproximado por supuesto, de la cultura política resultante de la irrupción del chavismo. Tal era su huella indeleble. Fue mi hipótesis entonces que las fuerzas que reclamaban la necesidad de un liderazgo alternativo dentro la oposición, habían tomado nota de aquellos datos (y sin duda de algunos otros, arrojados por otros estudios). Ya entonces se apropiaban de manera deliberada de algunas de estas ideas-fuerza, en un esfuerzo por articular un discurso que le dijera algo al chavismo. Esas mismas fuerzas han logrado hacerse con el liderazgo opositor. Tal liderazgo ha sido refrendado el pasado 12 de febrero. Su cara visible es el candidato Capriles. Escuchando con detenimiento la rueda de prensa que ofreciera al día siguiente, es posible identificar abundantes referencias a los tópicos característicos del discurso chavista. Veamos: – Capriles, el candidato, no es sólo el adalid del progreso, sino que se autodefine como “progresista”, en contraste con el “Gobierno de izquierda retrógrado” que encabezaría Chávez. Más allá, afirma estar encabezando un “proceso de cambio”. – Estado fuerte. Afirma creer en un “Estado orientador, promotor, fuerte cuando tiene que regular”, pero limita el rol regulador a determinadas materias: seguridad ciudadana, salud, educación, empleo. Cuando de las fuerzas del mercado se trata, el Estado deja de ser fuerte o simplemente desaparece. – Democratización política. Distingue entre “acercar el poder al ciudadano” y “controlar todo el poder”. Y nosotros que criticábamos a Chávez porque hablaba de empoderamiento, porque el poder no es algo que se otorga. Capriles apenas lo “acerca”. – Disminución de la brecha entre ricos y pobres. ¿Ricos y pobres? Ese discurso estimula el odio de clases. La división. La desunión. Sin embargo, Capriles dice creer en “un país donde nadie se quede atrás”. Ya basta de conflicto. “No creo en chavistas y escuálidos, todos somos venezolanos”. – Políticas sociales contra la exclusión. No eliminará las Misiones, pero plantea que hay que “ir más allá”; que piensa reducir el hambre a cero, pero que también hay que dar empleo. ¿Cómo “ir más allá”? 162
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– Nacionalización de las industrias básicas. Afirma que no privatizará PDVSA, pero suscribió un programa de gobierno que plantea todo lo contrario. – Dice marcar distancia con la vieja forma de hacer política, pero no marca distancia de los viejos partidos. Dime con quién andas… El mismo 13 de febrero, Capriles afirmó: “Hoy Venezuela amaneció con una nueva realidad política, con un nuevo liderazgo”. En efecto, ese día la oposición amaneció con un candidato “progresista”, que apuesta por un “proceso de cambio”, que cree en un “Estado fuerte”, que cree en “acercar el poder al ciudadano”, que desea “un país donde nadie se quede atrás”, que no eliminará las Misiones, que no privatizará PDVSA y que encarna una nueva forma de hacer política. Ese día, Capriles pretendió pasar por un chavista más. Ese día se puso de moda hablar como chavista. Por supuesto, el antichavista promedio no lo reconocerá jamás, y jurará haber descubierto el agua tibia; cosa que, dicho sea de paso, es lo que pasa cuando se tiene tal obsesión por hacerse el distraído cuando se trata de saldar cuentas con un pasado vergonzoso, en el que se maldecía a todo el que osara hablar de “proceso de cambio”. Vaya qué cosas: la misma burguesía que ya nos quisiera repitiendo sus sandeces, ahora pretende hablar como nosotros. Sólo que lo hace mal. Sólo que ella no es como nosotros.
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La procesión por dentro del antichavismo
¿Larga vida a Chávez? 24 de febrero de 2012
Religiones populares Escribía en agosto pasado mi amigo argentino Felipe Real que “las religiones populares deben ser incorporadas a la política (en nuestros propios términos)” (2011). Argumentaba, en tono deliberadamente polémico, que “hicieron muy bien los primeros patriotas latinoamericanos en fomentar la quema simbólica de iglesias: había que ‘comunicar’ que llegaba el fin del dominio político y espiritual del conquistador. Fue un gran éxito propagandístico”. En cambio: Hizo muy mal la segunda generación de patriotas latinoamericanos en no inventar un cielo propio. Estaban rotas las relaciones con el Vaticano y era hora de cortar el cordón umbilical espiritual con Roma. No se jugaron a fondo y la erraron. Había que inventar un dios en el cual podamos reflejarnos, con nuestro rostro y nuestra forma de ser. Nada de barbas largas y muchos pómulos anchos (Real, 2011).
Agregaba: Existe otra razón que nos lleva a pensar que la religión debe ser usada en nuestros propios términos: cada vez que a los pueblos se les da por creer en sí mismos y modifican su realidad terrenal, se juegan e inventan dioses y semidioses (Real, 2011).
Entonces, ponía el ejemplo de Venezuela: También podemos mirar a la Venezuela politeísta. El Chávez de hoy, enfermo y calvo, que va a misa a pedir por su salud (que es la del pueblo y su revolución) es más fuerte. Es más fuerte porque con los altares populares y las jornadas ecuménicas, llega a todos aquellos que no pudo convencer con argumentos lógicos-terrenales. Esos creyentes son cooptados por el brazo espiritual de la revolución y la religión se convierte en un canal propagandístico (Real, 2011). 164
¿Cómo ha reaccionado el antichavismo frente al anuncio hecho por el presidente Chávez, este martes 21 de febrero, sobre la necesidad de una intervención quirúrgica para removerle una nueva lesión? De manera variada, sin duda. Pero digamos que se pueden distinguir, básicamente, dos posiciones: 1) la de aquellos que se frotan las manos porque creen que en el chavismo todo se viene abajo, y por tanto es el momento oportuno para sembrar cizaña, multiplicar las especulaciones sobre eventuales “sucesores”, esparcir rumores sobre divisiones; 2) la de aquellos que se limitan a expresar sus “buenos deseos” por la salud del Presidente, pero que eventualmente cuestionan la “politización” que el “oficialismo” hace de la enfermedad del comandante para cohesionar filas y captar nuevos apoyos. Por supuesto, habrá quienes sigan creyendo que todo se trata de una gran conspiración, que la enfermedad de Chávez siempre ha sido una farsa; los habrá quienes denuncien la “politización” de la enfermedad y siembren cizaña. En fin, hay múltiples cruces posibles. ¿Por qué identificar dos posiciones centrales? Por aquello que las distingue: para algunos, la debilidad de Chávez es una oportunidad como nunca antes para derrotar a la revolución bolivariana; los otros, en cambio, están conscientes de que una eventual victoria opositora tendría que ser, al mismo tiempo, la derrota de un Chávez sano, robusto, en pleno uso de sus facultades físicas. Porque, ¿qué mérito puede tener vencer a un convaleciente? He aquí el gran dilema opositor: ¿es preferible vencer a un Chávez debilitado físicamente, y por tanto indispuesto para asumir la campaña a plenitud, o derrotar a un Chávez sano, fuerte, desplazándose de un extremo a otro de la geografía nacional, gobernando, arengando al pueblo? Después de todo, lo que dejan traslucir ambas posturas es un gran temor: la posibilidad de que, aún convaleciente, Chávez los derrote nuevamente, y de allí la virulencia de los ataques de unos y los “buenos deseos” de los otros. Pensándolo bien, dirán estos últimos, es infinitamente preferible perder contra un Chávez sano. Ya lo decía Capriles, el fin de semana pasado: “¿Qué le deseo? Larga vida porque quiero que vea, con sus ojos, los cambios que vendrán, desde el estancamiento y el atraso de hoy a la Venezuela del progreso”.
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El Chavismo Salvaje
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Larga vida a Chávez Si parte de la oposición le desea “larga vida” a Chávez es porque hoy, más que nunca, lo necesita sano y fuerte. Porque dada la imposibilidad de vencer al Chávez-mito, resulta imperioso vencer al Chávez-hombre, “demostrarle” al pueblo venezolano que es un ser humano de carne y hueso, y por tanto derrotable. El detalle es que no ha sido el pueblo venezolano el que endiosó a Chávez. Contrario al dogma de fe que mueve a un antichavismo que, irónicamente, presume ser el adalid de la razón, la fortaleza del comandante radica en su humanidad. Fue el antichavismo el que lo convirtió en dios, porque sólo una deidad podía ser capaz de concitar semejante apoyo popular. Sin mucha dificultad podrá identificarse cuánto desprecio por lo popular hay detrás de semejante razonamiento. Al mismo tiempo, lo convirtió en demonio, porque solo un personaje tan maligno podía mover tantos odios. La cruda verdad es que el grueso del antichavismo nunca se tomó la molestia de pensar cómo podía derrotar al Chávez-hombre, porque antes prefirió endiosarlo y demonizarlo. Restarle humanidad, en pocas palabras. Un pueblo en lucha no reza por la salud de sus dioses, construye dioses a su medida para rezarles por la salud de los suyos. De eso se trata, para decirlo con Felipe Real, incorporar las religiones populares a la política, pero en nuestros propios términos. Por eso el pueblo venezolano reza por la salud de Chávez, y por eso éste se fortalece con el aliento popular. Si el antichavismo lo hubiera entendido alguna vez, hoy lo veríamos rezando. Pero eso es algo que nunca veremos.
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Los Justin Bieber de la política 16 de marzo de 2012
Cuando estudiaba en la universidad, a mediados de los noventa, me tocó aprender a lidiar con el discurso del “fin de los metarrelatos”. Eran unos años en los que estaba de moda decretar la muerte de todo, y la verdad era que el mundo a nuestro alrededor estaba mutando aceleradamente. En Venezuela, aunque no se hablara mucho sobre el tema en las aulas universitarias, nuestra historia recién acababa de partirse en dos, con el 27F de 1989, y muchos presentíamos que, felizmente, estábamos viviendo los últimos estertores de aquella farsa llamada democracia. Lejos de estar comprometida con la tarea de producir cartas estratégicas para ubicarnos en aquella marejada histórica, la universidad, en tanto institución, apenas se aventuraba a divagar sobre el “fin del socialismo”, aunque debo reconocer que, en lo particular, celebraba el estrépito que producía la caída de los socialismos burocráticos y la desbandada de los dinosaurios izquierdistas. Vitoreaba en silencio algunos atrevimientos “posmo”, y mientras tanto me iba a las librerías de Plaza Venezuela a comprar los libros de Marx, por entonces de remate. Esta larga divagación para dejar testimonio de uno de los saldos más terribles y lamentables de nuestra época: la entronización de la literatura de autoayuda. El discurso era más o menos el siguiente: como había llegado el tiempo del “fin de los metarrelatos” y, por tanto, de las apuestas colectivas, había que apostarlo todo individualmente, “ayudándose a sí mismo”. Para que se entienda: aquello era como que alguien nos dijera hoy que, como la buena música ha muerto, no nos queda más que conformarnos con Justin Bieber. Volviendo a mis años en la universidad, era el tiempo en que el chavismo daba sus primeros pasos. Sin embargo, sobre eso no se estudiaba. Si lo nuestro eran las “ciencias”, el chavismo era la “doxa”, un fenómeno, literalmente, indigno de ser tratado siquiera como “objeto de estudio”. Si nuestro deseo era dejar constancia de la crisis terminal de la vieja partidocracia, la vía aconsejable era realzar la importancia de 167
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los “movimientos sociales”, de la “sociedad civil” e incluso de las ONG, por entonces en alza en el mercado del saber. Nada de furores y estridencias, de alaridos, de reclamo histórico, de pasión. Nada de pueblo. Nada de buena música. Debíamos cerrar las ventanas para no escuchar el sonido de la calle. Teníamos que conformarnos con Justin Bieber. Desde entonces, soy particularmente reacio a las maneras oenegeras, sobre todo a su lenguaje desabrido, anodino, de señora que quiere meterse en política para repartir golpe y porrazo pero sin ensuciarse las manos. Cómo olvidar, por ejemplo, ese esperpento que fue Luces contra el hampa, a la “sociedad civil” supremacista dispuesta a linchar al chavismo “bárbaro”, al buenazo de Elías Santana llamando al golpe de Estado frente a La Carlota, en vivo y en directo. Esto era parte de lo que venía a mi memoria mientras leía las reseñas entusiastas de la prensa antichavista sobre un tal Encuentro Nacional de Organizaciones Sociales 2012, celebrado recientemente en la muy combativa y popular Universidad Católica Andrés Bello. El lenguaje es exactamente el mismo. Como se viene el fin del chavismo, organicemos un encuentro, mira, “amplio, plural y participativo”, en el que demostremos que “sí es posible que los venezolanos dialoguemos” (UCAB, 2011: 1), pero que nos sirva para disparar plomo graneado contra ese liderazgo-político-personalista-y-carismático-con-aspiraciones-continuistas-e-innegables-pretensionespersonalistas, y esas políticas-distributivas-populistas-intensas y ese sector-militar-dominado-en-sus-jerarquías-superiores-por-losseguidores-del-proyecto-político-partidista (UCAB, 2011: 7). Todo lo cual, acompañado de vocablos propios de la verborrea oenegera de derechas: sinergias, descentralización, emprendimientos, capital humano, igualdad de oportunidades, federalismo… Lo curioso de estos tiempos es que mientras algunos anuncian el fin del chavismo, más intentan parecerse a él. Basta con escuchar las palabras de Ramón Guillermo Aveledo, secretario general de la MUD y jefe del autodenominado Comando Político-Estratégico de la campaña del gobernador Capriles, sobre el referido encuentro: “Dijo que hay necesariamente que ‘ir más allá’ de la unión política y eso se hace oyendo constantemente las propuestas de país que circulan por toda la nación”, reseñó El Universal. Esto es, un vulgar remedo de lo que planteara el comandante Chávez en ¡octubre de 2010!, refiriéndose al Gran Polo Patriótico: 168
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Más allá de los partidos hay un país social que no milita y no tenemos por qué aspirar a que milite en ningún partido y es una masa muy grande (...) la solución va más allá de los partidos, pasa por los partidos, pero no puede quedarse en los partidos (Chávez, 2010c).
De manera que la tal reunión de “organizaciones sociales” vendría a ser el equivalente del Gran Polo Patriótico. Mejor dicho, lo que prevalecería luego de la muerte del chavismo. Como los libritos de autoayuda. Díganme si no merecen el título de los Justin Bieber de la política.
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Por qué voy a marchar con Chávez 8 de junio de 2012
El próximo lunes 11 de junio, cuando el comandante Chávez se dirija al Consejo Nacional Electoral a inscribir su candidatura, voy a marchar con él. Las razones son muchas, pero en esta ocasión sólo enumeraré cuatro de ellas: 1) Porque contra la variopinta raza de los politiqueros de oficio, demagogos, discurseros y embaucadores, Chávez encarna al pueblo que progresivamente, y sorteando innumerables obstáculos, va asumiendo las riendas de su destino, empoderándose por todos lados, copando espacios, multiplicándolos, reinventándolos en algunos casos. Nunca en la historia venezolana tantos hombres y mujeres de las clases populares se incorporaron de manera tan activa y entusiasta al ejercicio de la política, sin mediaciones y sin pedir permiso, abriéndose paso, diciendo presente, sumándose a la titánica tarea de refundar una República desdibujada, hambreada, pisoteada, expoliada. Pero Chávez no sólo ha significado la politización de las mayorías populares: además, predomina el firme convencimiento de que la política tendrá que ser, necesariamente, otra política, porque sobre las ruinas de la vieja cultura de la macolla, de la trampa, del espíritu de secta, de la soberbia de los jefecillos, habremos de sentar las bases de una nueva cultura política, genuinamente democrática, con respeto a las diferencias. Tal es, dicho sea de paso, la razón por la que tantos votaremos por Chávez: porque dejamos de ser simplemente un voto para convertirnos en un inmenso y rebelde sujeto colectivo que participa, interpela, demanda, defiende, construye, organiza, moviliza, revoluciona. 2) Porque contra la entrega de nuestros recursos, contra el vergonzoso servilismo de la oligarquía, Chávez encarna una economía con orientación nacional y en provecho de las mayorías populares. Pueden discutirse los ritmos y los acentos, puede debatirse sobre lo acertado, conveniente y oportuno de políticas puntuales, pero lo que resulta indiscutible es la orientación general de la política económica, que apunta a recuperar el control de áreas estratégicas, tanto como el papel rector del Estado. Nuestra economía, concebida desde sus orígenes para desempeñar un papel subordinado a los intereses de las 170
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potencias occidentales, siempre rindió dividendos a unos pocos y significó la pobreza de la inmensa mayoría. Y lo anterior es cierto incluso para los tiempos de “bonanza” adeco-copeyana8, cuando hizo aparición una clase media tributaria de esa clase política, a la que le dio la espalda cuando los orígenes del “fenómeno” Chávez, y a la que volvió a aliarse, horrorizada, cuando tuvo frente a frente al pueblo chavista. El programa económico de la candidatura antichavista, insólitamente neoliberal, cuando cada vez es más evidente que el neoliberalismo está extremando las condiciones que ponen en riesgo la supervivencia de la especie humana, es quizá el indicador más elocuente de lo que durante la revolución bolivariana hemos venido dejando atrás, poco a poco: a esa otra raza de tecnócratas, “expertos”, privatizadores y usureros que ya quisieran entregar de nuevo a nuestro país a los intereses foráneos, con tal de que les garanticen una pequeña tajada. 3) Porque contra el “nacionalismo” recién descubierto de una clase política que jamás dejó de ser cipaya, y contra la obsecuencia de los cipayos, que jamás dejaron de defender los intereses del capital foráneo y de su propio bolsillo, Chávez encarna la posibilidad de construir la gran nación latinoamericana por la que ya pelearon Bolívar, San Martín, Artigas, Morazán, al mando del pueblo zambo, pardo, indio, negro. Detrás del discurseo infame de los “nacionalistas” que acusan al Gobierno nacional de “regalar” nuestros recursos a otros gobiernos de la América nuestra, lo que se esconde es la autodenigración que ha caracterizado siempre a la clase política vernácula, a la intelectualidad, a la “gente decente”, tanto como a la oligarquía. Como planteara Jorge Abelardo Ramos, refiriéndose a los orígenes de esta toma de postura: La denigración europea se fundaba en la necesidad de ignorar y desacreditar aquello que esquilmaba. La autodenigración de la intelligentzia latinoamericana reposaba, por su parte, en el hecho de que estaba obligada a vivir de la clase directamente dominante, la oligarquía, que no era una clase nacional sino por su residencia e intereses (2012: 24).
La Nación es una idea anacrónica (y este planteamiento ha estado muy en boga recientemente en los círculos intelectuales 8 Se refiere a los partidos que se alternaron en el poder entre 1958 y 1993: Acción Democrática, socialdemócrata, y Copei (Comité de Organización Política Electoral Independiente), socialcristiano. Ambos partidos resultaron derrotados en las elecciones presidenciales de 1993, resultando vencedor, no obstante, Rafael Caldera, fundador de Copei, ahora a la cabeza del partido Convergencia, socialcristiano, y con el apoyo de partidos como el MAS (Movimiento al Socialismo) y el PCV (Partido Comunista de Venezuela). 171
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más “progresistas”) sólo cuando se trata de países sometidos, colonizados o en procesos de liberación. Entonces se trata, para las naciones “civilizadas”, de “fosforescencia folklórica”, de la “pintoresca filiación religiosa” (Ramos, 2012: 21), como diría el mismo Ramos, que caracteriza a los pueblos “tercermundistas” y a sus líderes. En nombre de un “nacionalismo” abstracto, sin sustancia, la clase política antichavista se ubica contra los intereses nacionales, que no son sólo los de Venezuela, sino de los de esa “América toda” que “existe en nación”, de nuestro himno. Por supuesto, esa clase es portavoz de otros intereses de aquellas potencias occidentales, de histórica vocación imperial, que saben que una América desunida es más fácil de dominar. 4) Porque en abierto contraste con la vocación decididamente antinacional y antipopular de quienes siempre gobernaron en esta tierra, y a despecho de los esquemas de cierto marxismo exhausto, enmohecido y sobrepasado por las circunstancias, con su añoranza por el proletariado fabril de la Inglaterra del siglo XVIII y los asaltos al Palacio de Invierno, tanto Chávez como el chavismo encarnan la expresión más acabada de pueblo que lucha por su emancipación en todos los órdenes, material y espiritual, aún con sus miserias y limitaciones. Un prejuicio de siglos, el odio de clases inoculado y consentido –alguien decía que “la adopción del odio ajeno es la forma más extrema de servilismo” (Ramos, 206: 193)–, el miedo infundado por los medios de propaganda de la oligarquía, que no han cesado ni un segundo en su empeño por pasar la página de la historia que la mayoría del pueblo se empeña en escribir, entre otras, son las razones que impiden reconocer la justeza de las causas por las que hoy lucha el pueblo venezolano. Ellas mismas impiden ver la infinita alegría con la que el pueblo chavista se ha sumado a tal empresa colectiva. Se sobredimensionan los errores, que son muchos, porque lo que les interesa es ocultar los aciertos; se sobreexpone a las figuras que proceden de acuerdo a las formas de la vieja política, porque no les interesa que haya otra política, y mucho menos mostrar dónde ésta se despliega; muestran el árbol torcido, porque no les interesa mostrar esta portentosa selva tropical, sus misterios y tesoros. Por estas razones, voy a marchar con Chávez. No a pesar de lo que nos falta, sino precisamente porque nos falta mucho trecho por recorrer. Porque incluso si tuviéramos que comenzar de nuevo, que sea en revolución, y no bajo la égida de quienes jamás creyeron en nosotros, porque siempre estuvieron contra nosotros. 172
Por una política realista 1 de julio de 2012
I. Hoy comienza la campaña electoral. Faltan noventa y siete días para las presidenciales. Como viene sucediendo desde 1998, vuelven a confrontarse dos proyectos históricos. Cuando se ha instalado un proceso de cambios revolucionarios y las fuerzas que lo impulsan antagonizan con las fuerzas del pasado, no cabe hablar de continuismo, a menos que la intención sea falsificar la historia. En cada contienda decisoria, electoral o de calle, lo que está en juego es la continuidad de ese proceso o el retorno de las fuerzas del continuismo, de la vieja política. Pero ningún proceso de cambios supone una ruptura definitiva con el pasado. Mucho de la vieja sociedad persiste, se niega a desaparecer, se aferra desesperadamente a las que considera sus tablas de salvación, y suele hacerlo con violencia. Sucede con frecuencia que los rasgos de la vieja sociedad están más presentes de lo deseable. Reafirmar la vigencia del proceso de cambios bolivariano, garantizar su continuidad, dependerá en mucho de nuestra capacidad para practicar lo que Arturo Jauretche llamaba la “política realista” (2006: 13). Habría que distinguir la “política realista” de la realpolitik, esa palabreja tan rumiada por el “político practicón” (2006: 13) para legitimar sus severas limitaciones y su ausencia de escrúpulos. Tampoco es lo opuesto de la “política idealista”. Escribía Jauretche que “es frecuente el error de oponer la política realista a la política idealista, como una alternativa” (2006: 13). Según planteaba: El error proviene de confundir al político practicón con el realista, lo que es un absurdo, ya que el realismo consiste en la correcta interpretación de la realidad (…) Así, el político realista, es decir, sustancialmente el político, ni escapa al círculo de los hechos concretos por la tangente del sueño o de la imaginación, ni está tan atado al hecho concreto que se 173
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deja cerrar por el círculo de lo cotidiano al margen del futuro y el pasado, diferenciándose bien del practicón, que es un simple colector de votos o fuerzas materiales (2006: 13-14).
¿De qué está construida la realidad? Jauretche respondía: “De ayer y de mañana, de fines y de medios, de antecedentes y de consecuentes”, y de esto “la importancia política del conocimiento de una historia auténtica; sin ella no es posible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro” (2006: 14). ¿A qué propósito responde la falsificación de la historia? Al de “impedir, a través de la desfiguración del pasado, que (…) poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional (…) obligándonos a la alternativa de las abstracciones idealistas o la chapucería de los practicones” (2006: 14). Así resumía Jauretche su planteamiento: “Se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación, y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se le conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional” (Jauretche, 2006: 14-15). II. El próximo 7 de octubre se confrontarán dos proyectos históricos: uno que hace abuso del discurso demagógico sobre el “futuro” y el “progreso”, y en torno al cual se nuclean las fuerzas de la vieja política, y un proyecto que, para lograr prevalecer, está llamado a practicar una política hecha de “ayer y mañana”, y que presupone tanto el “conocimiento de una historia auténtica” como el “conocimiento del presente”. Que nadie se engañe, no se trata en lo absoluto de un juego de palabras: “futuro” versus “ayer y mañana”. Ni siquiera son sinónimos. Son maneras de enunciar proyectos antagónicos. El que hoy encarna el ex gobernador Capriles es un proyecto de naturaleza antinacional, que persigue retrotraernos a los tiempos en que parecíamos condenados a ser un pueblo vasallo; un proyecto fundado, para decirlo con Jauretche, en la “desfiguración del pasado” (2006: 14), puesto que se trata de evitar que seamos capaces de “realizar una política nacional”, no sólo para las grandes mayorías populares, sino sobre todo protagonizada por ellas. En contraste, el proyecto bolivariano es la apuesta histórica por seguir aprendiendo cómo se construye colectivamente la nación 174
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venezolana, para que sepamos cómo se conduce, cómo se gobierna. No en balde, la propuesta del programa de gobierno que ha hecho el comandante Chávez contempla cinco “objetivos históricos” con sus respectivos “objetivos nacionales”. El conocimiento de nuestra historia y la construcción de una política nacional van de la mano. Tratándose de una propuesta concebida de acuerdo a los criterios de la “política realista”, lo peor que podríamos hacer es darle el tratamiento de un catecismo que tendríamos que aprendernos de memoria para luego repetirlo, bajo el pretexto de que el pueblo venezolano no está preparado para discutirlo y enriquecerlo. Esta mentalidad, característica de practicones, colectores de votos o chapuceros, es la que distingue a la vieja política. Combatirla férreamente abona a la continuidad del proceso bolivariano. De hecho, en la presentación del documento, escrita por el mismo Chávez, puede leerse: “Al presentar este programa, lo hago con el convencimiento de que sólo con la participación protagónica del pueblo, con su más amplia discusión en las bases populares, podremos perfeccionarlo, desatando toda su potencia creadora y liberadora” (Chávez, 2012: 2-3). Que sean, por tanto, los representantes de la vieja política quienes continúen haciendo fraude programático, proponiendo versiones desmejoradas de políticas del Gobierno bolivariano y disimulando el carácter profundamente antipopular de sus propuestas. El programa del comandante Chávez, en cambio, es un poderoso instrumento de campaña, que nos debe servir como “carta estratégica” (Chávez, 2012: 4) para profundizar en nuestro conocimiento del presente y, en general, de la realidad. Seamos “realistas” para que la revolución bolivariana siga siendo posible.
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¿Qué es el oficialismo? 6 de enero de 2012
I. Si la polarización chavista enuncia el universo político resultante de la irrupción del chavismo, en tanto sujeto de la lucha, y la emergencia de la figura del Chávez líder, el oficialismo es el sujeto de la crisis de polarización. Ésta sobreviene cuando fallan los mecanismos de interpelación mutua y permanente, no sólo entre el chavismo y el líder, sino también entre el chavismo y el Gobierno o el partido. La misma crisis es la mala nueva de una revolución cuyo horizonte estratégico comienza a desdibujarse. En tales circunstancias, el oficialismo hace el papel de mensajero. II. La polarización chavista es el signo de un acontecimiento: el chavismo rompe con la continuidad histórica de la ominosa partidocracia puntofijista. Advierte Bensaïd: No obstante, un acontecimiento de esta índole sólo puede concebirse en relación con sus condiciones determinadas de posibilidad. Por poco que se sepa enmarcado en una práctica y una perspectiva políticas, se vuelve indisociable de los conceptos de situación o coyuntura (2009: 93).
El chavismo encarna el retorno de la razón estratégica: no sólo es el agente de la ruptura, sino también del cambio revolucionario. Encara el problema práctico del poder, llevando a Chávez a la Presidencia, y juntos trazan un horizonte político. III. Lo contrario es concebir el acontecimiento como “absoluto” (Bensaïd, 2009: 92), al margen de cualquier consideración estratégica, lo que nos conduce al falso dilema “entre un fatalismo resignado y un voluntarismo arbitrario, que es la forma abstracta y desesperada de la voluntad” (Bensaïd, 2009: 92). Como resultado, 176
“la política tiende así a perderse en aristocráticas disquisiciones estéticas, a disolverse en una ética estoica de la resistencia por la resistencia misma, o a anularse en una lógica axiomática de la acción” (Bensaïd, 2009: 92-93). Se les puede ver a ambos, fatalistas resignados y voluntaristas arbitrarios, lamentándose por el día en que el chavismo se corrompió en el acto de gobernar, balbuceando sobre la necesidad de una revolución incontaminada, llevando agua al molino del antichavismo. IV. El oficialismo, cómo no, cumple el mismo propósito, pero lo suyo no es el voluntarismo, sino la impotencia de la voluntad. Se debate entre el fatalismo y el triunfalismo, entre la resignación y el optimismo desmesurado: en cualquier caso, lo que sobra es la voluntad, puesto que el resultado está dado de antemano. En contraste con el chavismo, encarna la cortedad de miras estratégicas. V. Si la polarización chavista significó la desacralización de la política venezolana, humanizando la figura de Chávez y visibilizando al sujeto de la lucha, el oficialismo desanda el camino: endiosa e invisibiliza nuevamente. En esto consiste todo el “secreto” del hastío por la política: cuando el oficialismo niega la interpelación popular, o la considera impertinente, eso no hace que desaparezca. Al contrario, crea las condiciones para la interpelación “salvaje” de un sujeto que vivió durante mucho en el olvido y ya no está dispuesto a ser un simple recuerdo. Si el chavismo es un buen ejemplo de lo que significa un “bravo pueblo”, el oficialismo sólo es capaz de “glorificarlo” en los días festivos, siempre y cuando haya logrado escamotearle su bravura. En el acto de endiosar a Chávez, y a diferencia del chavismo, el oficialismo hace justo lo contrario de lo que cabría esperar de un “apóstol”: predicar con el ejemplo. VI. El oficialismo es el sujeto de la burocratización de la revolución bolivariana, de su repliegue en la misma vieja institucionalidad contra la que insurgió originalmente; de su “despopularización”, como plantea Ociel López (2011). Es también el sujeto de la burocratización de la política, que se repliega en los usos y costumbres de los partidos tradicionales. No obstante, oficialismo no es igual a 177
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funcionariado, ni siquiera a burocracia, de la misma forma que no es igual a militante partidista. No todo funcionario es oficialista. Es cierto que el oficialismo es lo propio del funcionariado que antepone sus intereses, en tanto estamento, al cambio revolucionario; o del militante que optará por los intereses de su partido, o de los suyos propios, antes que por la revolución. Primero ha “tomado” el poder, luego se ha rendido a sus mieles. Si para Foucault el militante revolucionario debía hacer todo lo posible por no “amar el poder”, por no “desear eso mismo que nos subyuga y nos explota”, el oficialismo es la condición del militante que se ha enamorado perdidamente de sus cadenas (1999: 387). Pero, una vez más, para amar el poder no hace falta pertenecer a la burocracia, aunque suela ser tan enamoradiza, y por eso siempre será posible detectar la huella del oficialismo en las posturas de aquellos para quienes el ejercicio de la política se reduce a lanzar improperios contra el funcionariado, los burócratas o los partidos. En cada gesto rabioso, lo que queda al descubierto es el resentimiento que produce no ocupar el puesto de los “usurpadores” del poder. Entre los “impolutos” y los “contaminados” se libra una batalla interminable, incruenta, superficial, salpicada de moralina, que nos distrae de las batallas que tendríamos que librar. Para ello, bien haríamos por comenzar ubicando a nuestros aliados: aquellos que, sea cual fuere el lugar donde se encuentren o la posición que ocupen, luchan todos los días por no enamorarse del poder. VII. Se dice que el vocablo oficialismo pertenece al lenguaje del antichavismo. Es absolutamente cierto. Podría afirmarse que es el sujeto que “aparece”, en el bando enemigo, una vez que se ha producido el giro táctico de las fuerzas más lúcidas del antichavismo, luego de su histórica derrota electoral en diciembre de 2006. Como ha encajado una derrota tras otra, en las urnas y en la calle, se afana en la búsqueda de un camino de retorno, algo que le devuelva su condición de rival digno en el campo de batalla. Pero contrario a lo que cabría esperarse, no intenta ponerse a la altura de su contrincante. La vía más expedita que encuentra es suscitar un enemigo a su medida, débil, derrotable. Eso es el oficialismo. Una genuina “creación”, al menos hasta cierto punto, del antichavismo. Acostumbrado a brutalizar al chavismo, al que considera irremediablemente irracional y violento, entrenado en la oposición violenta contra Chávez, el antichavismo se concentrará desde entonces en la denuncia de la mala gestión del Gobierno. En otras palabras, mientras abandona 178
los extremos, reorienta el ataque contra lo que está en medio, para crear una brecha o propiciar un desencuentro: separar al chavismo de su clase política o de su Gobierno. El objetivo añorado es el desgaste de la base social de apoyo a la revolución, su disgregación, su desafiliación. La denuncia de la mala gestión no implicará, como pudiera creerse, algún esfuerzo velado por reconciliarse con un chavismo que siempre considerará indigno (sólo digno de ser brutalizado). Al contrario, supondrá un esfuerzo por alentar su pasividad, su desaliento, su desmovilización. Al antichavismo nunca se le verá atizando el control popular de la gestión, porque la gestión no es un asunto que deba ser controlado popularmente: sólo hay mala gestión oficialista y buena gestión opositora, según su lógica maniquea. VIII. El repliegue en el viejo Estado será la respuesta del oficialismo frente al giro táctico del antichavismo. La política opositora con énfasis en la denuncia de la mala gestión será interpretada como una simple variante de la misma política de siempre. La frase se convertirá en una muletilla: “Es el mismo plan del 11 de abril de 2002”. Ella ilustra la clausura de la razón estratégica. Asediada la democracia, siempre a punto de morir de muerte violenta, cualquier crítica del pueblo chavista contra la gestión de gobierno será concebida por el oficialismo como un acto de traición. En un contexto tal, ¿qué sentido puede tener ir “en contra” de su Gobierno? Así, en nombre de la defensa de la revolución, es vuelto a invisibilizar el sujeto que la hizo posible. El repliegue se manifestará en la calle, el chavismo se movilizará cada vez menos y cada vez más aparecerá concentrado en actos proselitistas, es decir, reducido forzosamente a una masa oficialista por el partido/maquinaria. En efecto, el mismo repliegue tendrá su correlato en el plano de la militancia partidista. Al chavismo se le intentará normalizar, disciplinar, uniformizar, y los cuestionamientos contra los burócratas de la política quedarán sin efecto. Porque, dado el contexto, ¿qué sentido puede tener ir “en contra” de su clase política? “Matriz de opinión” se convertirá en una de las expresiones más usadas en los medios públicos. En la medida en que se multiplicaron los “expertos”, desaparecieron los “legos”. Poco a poco, casi no quedará espacio en el que no se exprese sino la opinión del oficialismo, transado en diatriba interminable y soporífera con la opinión antichavista. Ya sabemos dónde hay que buscar la matriz del desencuentro con la revolución, de la disgregación o la desafiliación, del desaliento y la 179
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desmovilización que afectan a parte importante del chavismo: en el oficialismo. Nada hizo nunca tanto daño. Nada hizo jamás tantos favores al antichavismo.
y toda enseñanza debe fundarse en este saber, en esta capacidad en acto. Instruir puede, entonces, significar dos cosas exactamente opuestas: confirmar una incapacidad en el acto mismo que pretende reducirla o, a la inversa, forzar una capacidad, que se ignora o se niega, a reconocerse y a desarrollar todas las consecuencias de este reconocimiento. El primer acto se llama embrutecimiento, el segundo emancipación. En los albores de la marcha triunfal del progreso por la instrucción del pueblo, Jacotot hizo escuchar esta declaración asombrosa: ese progreso y esa instrucción equivalen a eternizar la desigualdad. Los amigos de la igualdad no tienen que instruir al pueblo para acercarlo a la igualdad, tienen que emancipar las inteligencias, obligar a todos y cada uno a verificar la igualdad de las inteligencias (2007: 9-10).
IX. Este giro táctico del antichavismo se expresará fundamentalmente en la denuncia de la mala gestión gubernamental, pero no exclusivamente. Definido un horizonte socialista, denunciará también el “exceso” ideológico que supone un discurso oficial desvinculado de los “problemas reales” de la población. Así será develado el misterio de la ineficiencia gubernamental, su falla de origen: inspirada en un discurso tal, ninguna gestión será suficiente para resolver problema alguno. Frente a esta suerte de “despolitización” que pretende el discurso antichavista, que reclama menos “ideología” y más eficiencia, el oficialismo, responde con la “gestionalización” de la política, que no es más que otra manera de enunciar el repliegue en el viejo Estado que ya ha sido mencionado. Pero queda por responder una pregunta: ¿cómo reacciona el oficialismo frente al planteo socialista? Denunciando una “falta”. Súbitamente, pareció como si el mismo sujeto que había hecho posible la revolución bolivariana, que luego la había defendido con su vida, una y otra vez, ya no estaba “preparado” para construir el socialismo. Llegado el tiempo del socialismo, el chavismo ya no estaba “capacitado” para hacer la revolución. Por tanto, había que “formarlo”, “instruirlo”. X. En El maestro ignorante, un texto audaz, hermoso y vigoroso, Jaques Rancière previene contra los estragos del “orden explicador” que está en la base de la pedagogía moderna. Inspirado en la vida y obra de Joseph Jacotot, advierte: La distancia que la Escuela y la sociedad pedagogizada pretenden reducir es la misma de la cual viven y, por lo tanto, reproducen sin cesar. Quien plantea la igualdad como objetivo a alcanzar a partir de la situación no igualitaria la aplaza de hecho hasta el infinito. La igualdad nunca viene después, como un resultado a alcanzar. Debe ubicársela antes. La desigualdad social misma la supone: quien obedece una orden, debe desde ya, y en primer lugar, comprender el orden dado; en segundo lugar, tiene que comprender que debe obedecerlo. Debe ser igual a su maestro para someterse a él. No hay ignorante que no sepa una infinidad de cosas 180
“Toda la patria una escuela”. Bien, pero, ¿una escuela para qué? XI. Si el antichavismo brutaliza al chavismo, el oficialismo pretende embrutecerlo en el acto de “instruirlo” o “adoctrinarlo”. Oficialista es aquel que se arroga el derecho de “explicarle” al chavismo lo que éste es incapaz de comprender por sí mismo: cómo construir la sociedad socialista. Otra cosa distinta es el lugar que tiene reservado el chavismo en la futura sociedad. La revelación que captó Joseph Jacotot conduce a esto: hay que invertir la lógica del sistema explicador. La explicación no es necesaria para remediar la incapacidad de comprender. Por el contrario, justamente esa incapacidad es la ficción estructurante de la concepción explicadora del mundo. Es el explicador quien necesita al incapaz y no a la inversa; es él quien constituye al incapaz como tal. Explicar algo a alguien es, en primer lugar, demostrarle que no puede comprenderlo por sí mismo. Antes de ser el acto del pedagogo, la explicación es el mito de la pedagogía, la parábola de un mundo dividido en espíritus sabios y espíritus ignorantes, maduros e inmaduros, capaces e incapaces, inteligentes o estúpidos. El truco característico del explicador consiste en ese doble gesto inaugural. Por un lado, decreta el comienzo absoluto: en este momento, y solo ahora, comenzará el acto de aprender. Por el otro, arroja un velo de ignorancia sobre todas las cosas a aprender, que él mismo se encarga de levantar. Hasta que él llegó, el hombrecito tanteaba a ciegas, adivinaba. Ahora aprenderá (…) Existen, según este mito, una inteligencia 181
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inferior y una superior. La primera registra según el azar de percepciones, retiene, interpreta y repite empíricamente, dentro del estrecho círculo de hábitos y necesidades. Es la inteligencia del niño pequeño y del hombre del pueblo. La segunda conoce las cosas mediante las razones, procede metódicamente, de lo simple a lo complejo, de la parte al todo. Es este tipo de inteligencia la que le permite al maestro transmitir sus conocimientos, adaptándolos a las capacidades intelectuales del alumno, y verificar que el alumno haya comprendido bien lo aprendido. Tal es el principio de la explicación. Y, en adelante, ése será para Jacotot el principio del embrutecimiento (Ranciére, 2007: 21-22).
XII. No importa si el oficialismo se inclina a la “derecha” o a la “izquierda”, la orientación siempre será la misma: el chavismo es un sujeto no igual que debe ser, por tanto, no sólo formado sino dirigido, para conducirlo hacia la igualdad que prevalecerá en la sociedad socialista. Cuando critica, cuestiona, demanda, es porque no ha sido capaz de comprender. Es por ignorancia, inmadurez o simple estupidez. ¿Quién no ha sido testigo de las febriles jornadas de chismorreo entre funcionarios que se carcajean mientras enumeran ejemplos de la infinita vileza del pueblo pedigüeño, muerto de hambre, tramposo y haragán, pero guardan un silencio cobarde y ruin respecto a los miles de ejemplos de pueblo que se sobrepone a todas las adversidades, que es capaz de permanecer alegre a pesar de la miseria material que lo rodea, que se organiza y lucha, y que reclama con voz firme la mediocridad de los mismos funcionarios? El propósito del funcionariado oficialista no es servirle al pueblo envilecido para que recupere algo de su dignidad perdida; él necesita de la vileza para seguir prevaleciendo. ¿Quién no se ha topado con uno de esos sabios militantes que, con cada libro que lee, se convence más de que el “hombre del pueblo” sólo estará preparado para el socialismo cuando se convierta en un sabio militante? XIII. Hubo un tiempo en que la clase política corría intentando alcanzar a un chavismo exuberante, potente, resuelto. Hasta que llegó el tiempo del oficialismo: dícese de la clase política que, exhausta, tuvo que abandonar la carrera, y ahora pretende adelantar el punto de llegada. 182
XIV. “Hay embrutecimiento allí donde una inteligencia está subordinada a otra inteligencia” (Rancière, 2007: 28). En cambio, la emancipación es el “acto de una inteligencia que no obedece más que a sí misma, aun cuando la voluntad obedece a otra voluntad” (Rancière, 2007: 28-29), que es la del maestro. También la del líder. El chavismo no es sólo el sujeto de la lucha, es uno que piensa con cabeza propia, aun cuando se reconozca en el liderazgo de Chávez. Esto resulta clave para distinguir el tipo de liderazgo oficialista. Si la interpelación no está al servicio de la emancipación, si se pretende como el acto de subordinar a otra inteligencia, es su simulacro. El reto que jamás asumirá el oficialismo es enseñar lo que se ignora: Se puede enseñar lo que se ignora si se emancipa al alumno, es decir, si se le obliga a usar su propia inteligencia (…) Para emancipar a un ignorante, es necesario –y basta con– estar uno mismo emancipado, es decir, ser consciente del verdadero poder de la mente humana. El ignorante aprenderá por su cuenta lo que el maestro ignora, si el maestro cree que puede y lo obliga a actualizar su capacidad: círculo de potencia homólogo a ese círculo de la impotencia que une al alumno con el explicador del viejo método (…) El círculo de la impotencia está desde siempre, es el movimiento específico del mundo social que se disimula en la evidente diferencia entre la ignorancia y la ciencia (Rancière, 2007: 30-31).
Después de todo, ¿el socialismo no es precisamente lo que se ignora? ¿O acaso existe una fórmula preconcebida? ¿En qué medida los discursos sobre el “socialismo científico” no pertenecerán al orden de discurso oficialista? “¿Cómo el maestro sabio podría alguna vez entender que puede enseñar igual de bien tanto lo que ignora como lo que sabe? Él solo percibirá este aumento de potencia intelectual como una devaluación de su ciencia” (Rancière, 2007: 31). Sin embargo, emancipar, emanciparse, emanciparnos, tendrá que ser obra, fundamentalmente, de ignorantes que enseñan a otros ignorantes: Que cada hombre del pueblo pudiera concebir su dignidad de hombre, medir su capacidad intelectual y decidir sobre su uso (…) Y quien emancipa no tiene que preocuparse por lo que el emancipado debe aprender. Aprenderá lo que quiera, tal vez nada. Él sabrá qué puede aprender porque la misma inteligencia está obrando en todas las producciones del arte humano, porque un hombre siempre podrá comprender la palabra de otro hombre (Rancière, 2007: 33-34). 183
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XV. Si, al final de cuentas, oficialismo es un vocablo que pertenece al lenguaje del antichavismo, ¿por qué emplearlo? Porque el oficialismo existe. Y porque existe, es necesario interpelarlo: ¿por qué renunció a ser digno de llamarse chavismo?
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SEGUNDA PARTE Los Salvajes
Por una lectura no indignada de los medios antichavistas
6 de febrero de 2012
¡Oh! El racismo de estos señores no me veja. No me indigna. Sólo me informo sobre él. Lo constato, y eso es todo. Le estoy casi agradecido por expresarse y aparecer a la luz del día, como signo de que la intrépida clase que antaño se lanzó al asalto de la Bastilla está desjarretada. Signo de que ella se siente que muere. Signo de que ella se siente cadáver. Aimé Césaire (2006: 23)
I. La empresa de brutalización del chavismo no cesará en ningún momento. La palabra clave aquí es: táctica. El desplazamiento de la atención de los medios hacia el tema general de la mala gestión de gobierno será un movimiento táctico, en sentido estricto. En cambio, la brutalización del “otro” político, su aniquilación simbólica en tanto que sujeto ontológicamente irracional y violento, seguirá siendo parte del objetivo estratégico. Nunca se trató simplemente de salir de Chávez y hacer borrón y cuenta nueva, sino de reducir a su mínima expresión a esa fuerza que le da sentido. El chavismo será tratado como una asquerosa mancha en la hoja de vida de la nación venezolana, que ya acumula demasiadas enmiendas. La tarea consistirá en que quede el menor rastro posible. II. ¿Cómo acometer esta tarea? Martillando una y otra vez, sin descanso. Por un lado, el trabajo de zapa, de desgaste, dirigido a horadar la base social de apoyo a la revolución mediante la denuncia de la ineficiencia gubernamental. Por el otro, el martilleo constante, omnipresente, contra el sujeto chavista. El primero aumentará en 187
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intensidad de manera significativa. El segundo tenderá a disminuir en intensidad, pero nunca en ritmo. El primero empezará a concebirse como la línea gruesa de ataque. El segundo consistirá en infinitas y delgadas líneas desplegadas por doquier, hasta formar un entramado durable, resistente. III. ¿Cómo responderá el chavismo frente a la brutalización de la que será objeto? Podría decirse que, al menos de un tiempo a esta parte, fundamentalmente de dos maneras: en un caso, con indignación, amargura, rabia, impotencia; en el otro, con desdén y alarde de suficiencia. La primera postura prevalecerá entre el chavismo con escasa “formación”, poco o nada “instruido” en los menesteres de la política. La segunda será característica de la militancia de izquierda, sin importar mucho lo “formada” que esté. En el caso de los chavistas legos, la indignación se expresará, a su vez, al menos de dos formas: por un lado, como rechazo tajante a todo lo que provenga de los medios antichavistas; por otro lado, apoyando la multiplicación de programas y contenidos destinados a desmontar las “matrices de opinión” urdidas por el antichavismo. Por su parte, en el caso de los chavistas “instruidos” de izquierda, aquel desdén se expresará de dos formas: bien considerando que la crítica de medios es una actividad prosaica, que no entraña mérito alguno y por tanto equivale a rebajarse intelectualmente; bien dedicándose, claro está, al desmontaje de las “matrices de opinión”. IV. La brutalización sólo será posible sosteniéndose en un “juego de equivalencias y de oposiciones” (Rancière, 2010: 14) dadas por lógicas, normales o naturales. Estas oposiciones, afirma Rancière, suponen “una distribución a priori de las posiciones y de las capacidades e incapacidades ligadas a dichas posiciones. Son alegorías encarnadas de la desigualdad” (2010: 18). Así, por ejemplo, el discurso antichavista hará equivalentes a sus medios con la realidad, la libertad, la democracia, la verdad, etc. Pero nos interesan sobre todo las oposiciones: racional e irracional, hermoso y horrible, pacífico y violento, civilizado y bárbaro, superior e inferior, activo y pasivo, trabajador y vago, y así sucesivamente.
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V. Ahora bien, ¿cuál es el problema que supone la posición del chavismo indignado? Que en la medida en que asume la posición de indignación está suscribiendo el juego de oposiciones que soporta el discurso antichavista. Tendríamos de un lado al antichavismo atemperado, racional y dueño de sí, y del otro al chavismo indignado, colérico, irracional y fuera de sí. Más allá, la indignación, entendida como pasión que disminuye la potencia de aprender y actuar, es la medida de la impotencia chavista, de su minusvalía. El antichavismo necesita suscitar la indignación del chavismo para que sea, efectivamente, inferior, más débil, más vulnerable. En el acto de indignarse, el chavismo cae en la trampa de su inferioridad. VI. El chavista izquierdista, desdeñoso y suficiente, pretende ir más allá del juego de oposiciones antichavista, pero en lugar de suprimir su lógica, la invierte. En adelante, reclamará su superioridad en todos los terrenos, incluido el moral, y pretenderá ostentarla no sólo frente al antichavismo, al que procurará hacerle pagar caro todas las afrentas, sino también delante del chavismo ignorante, carente de “formación”. VII. No se trata, sin embargo, de invertir la lógica que sostiene la empresa de brutalización del antichavismo, para devolverle a este último la bofetada y, de paso, embrutecer al chavismo. La clave está en suprimir esta lógica, fundada en la desigualdad. El antichavismo brutaliza a los no iguales para que continúen siendo desiguales. El chavismo indignado resiente su condición de desigualdad, y en tanto que no encuentra cómo revertirla, no le queda más que la impotencia. El chavismo izquierdista pretende reducir la desigualdad del chavismo indignado, predominantemente ignorante, en el acto de “formarlo”, para luego conducirlo en la lucha para construir una sociedad de iguales, donde no exista el antichavismo. En cada caso, lo que se presupone es la desigualdad, cuando al menos en el caso de los chavismos habría que partir de “la igualdad de las inteligencias” (Rancière, 2010: 16), que no quiere decir “la igualdad de valor de todas las manifestaciones de la inteligencia, sino la igualdad respecto a sí misma de la inteligencia en todas sus manifestaciones” (2010: 16). Es lo que Rancière llama “emancipación intelectual”. 189
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VIII. La igualdad no es el punto de llegada, sino el de partida. Tampoco es una utopía. La igualdad es. Eso es exactamente lo que ha demostrado el chavismo durante el golpe de Estado en abril de 2002, y luego durante los interminables días de lock out empresarial y sabotaje petrolero. Entonces, las fuerzas contrarias al experimento democrático que recién iniciaba se reunieron para acabar de una vez y para siempre con ese irritante y perturbador problema que suponía el chavismo, todas sin excepción: militares fachos, la vieja clase política, el sindicalismo heredero de los viejos partidos, los gremios de empresarios y del comercio, la intelectualidad con sus academias y sus universidades, las grandes familias que alguna vez fueran intocables y cuasi innombrables, la oligarquía en pleno, la “sociedad civil” volcada a la calle, el Departamento de Estado, los capitales transnacionales con intereses en Venezuela; en fin, todos decidieron reunirse para lanzar el zarpazo final, una, dos, tres veces (luego fueron las guarimbas). Lo planearon todo, cada cual en su lugar cumpliendo la misión encomendada. Lo intentaron con denuedo y vehemencia. Y allí estuvieron los medios, siempre los medios, espoleando, agitando, azuzando, convocando, organizando, incluso dirigiendo, pero sobre todo construyendo e imponiendo su versión de la historia, segundo a segundo, en tiempo real, en vivo y en directo, día tras día, con sus declaraciones y sus partes de guerra, prácticamente sin competencia, alardeando de su insuperable manejo del oficio de malear voluntades, ufanándose de su dictadura sobre las audiencias, burlándose de la precariedad de los escasos medios públicos que apenas si ofrecían alguna resistencia; una historia que asimilaba al chavismo con la irracionalidad y la violencia, que lo tenía como ignorante, manipulable, pasivo. Frente a tal despliegue de pretendida omnipotencia, ¿cómo fue capaz el chavismo de sobreponerse y prevalecer? ¿Cuál es su secreto? ¿Acaso acudió en su auxilio alguna vanguardia esclarecida para arrancarlo de la ceguera que lo sometía? ¿Acaso alguien lo rescató de la ignorancia? ¿Algún partido, movimiento o cualquier otra forma de organización estuvo allí para instruirlo en la necesidad de hacer a un lado su pasividad? Nada de eso. Lo que hizo el chavismo, en primer lugar, fue renunciar a desempeñar el papel que le tenía reservado el antichavismo, desconociendo la validez de su juego de oposiciones. Lo que hizo fue todo lo contrario de sentarse a esperar que alguien le dijera lo que tenía que hacer. Abandonando la posición de sujeto subordinado, en minusvalía, se le plantó al antichavismo de igual a igual, trastocando las reglas 190
de juego. Entonces, con todo el impulso de la afirmación de su igualdad, de su propia fuerza, ocupó la calle, resistió cada embate, se replegó cuando fue necesario y se dispuso a recuperar el territorio perdido. Así logró restituir a su líder. Así rescató y luego consolidó la democracia amenazada. IX. Sin duda, el de abril de 2002 fue un “golpe mediático”, con todas sus letras. A propósito de tal circunstancia, cabe decir del desempeño del chavismo lo que Rancière afirma respecto de la emancipación del espectador: Aprendemos y enseñamos, actuamos y conocemos también como espectadores que ligan en todo momento lo que ven con lo que han visto y dicho, hecho y soñado… No tenemos que transformar a los espectadores ni a los ignorantes en doctos. Lo que tenemos que hacer es reconocer el saber que pone en práctica el ignorante y la actividad propia del espectador. Todo espectador es de por sí actor de su historia, todo actor, todo hombre de acción, espectador de la misma historia (2010: 23).
Incluso las tiranías mediáticas más poderosas no pueden impedir que haya más de una manera de contar una historia. En nuestro caso concreto, de un lado está la historia que nos traduce, que nos fija a las posiciones de ignorante, violento, bárbaro, salvaje. Del otro, la posibilidad siempre presente de asumir el papel de intérpretes que elaboran “su propia traducción para apropiarse de la «historia» y hacer de ella su propia historia” (2010: 27). Para despecho del antichavismo, cada derrota suya equivale a la victoria de un sujeto político que actúa como ignorante. Pero no como el ignorante que desea remontar la distancia que lo separa del sabio para ocupar su posición: La distancia que el ignorante tiene que franquear no es el abismo entre su ignorancia y el saber del maestro. Es simplemente el camino que va desde aquello que él ya sabe hasta aquello que todavía ignora, pero que puede aprender tal y como ha aprendido el resto, que puede aprender no para ocupar la posición del docto, sino para practicar mejor el arte de traducir, de poner sus experiencias en palabras y sus palabras a prueba, [el arte de traducir su experiencia en el campo de batalla] para uso de otros y de contra-traducir las traducciones que esos otros le presentan a partir de sus propias [experiencias] (2010: 17). 191
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Variaciones sobre el liderazgo: el maestro ignorante no les enseña a sus alumnos su saber [de él], sino que les pide que se aventuren en la selva de cosas de signos, que digan lo que han visto y lo que piensan de lo que han visto, que lo verifiquen y lo hagan verificar. Lo que tal maestro ignora es la desigualdad de las inteligencias (2010: 17).
X. El antichavismo parte de la desigualdad de las inteligencias. No importa si por conveniencia lo trata como “buen salvaje”, el chavismo siempre será desigual, inferior, incapaz. En cambio, en el acto de verificar su igualdad, es decir, en el acto de emanciparse, el chavismo salvaje le enseña al antichavismo que es “malo” para actuar dócilmente, que no sabe cómo hacerlo y que tampoco desea aprenderlo. Por eso, dicho sea de paso, cuesta entender a quienes, a través de los medios públicos, un día ensalzan la sabiduría del pueblo chavista y al día siguiente le advierten que no debe “dejarse” convencer, que no debe “permitir” que lo manipulen: de protagonista a espectador pasivo de la noche a la mañana. XI. En lugar de sucumbir a la tentación de la indignación, informarse, constatar, como enseña Césaire. Cuando se trata de los medios antichavistas, nuestro trabajo tendría que estar orientado a traducir, que es también dibujar mapas, trazar cartas estratégicas. Nosotros, los ignorantes, los salvajes, ya lo sabemos: quienes nos brutalizan, tanto como quienes nos embrutecen, están en permanente desventaja, aunque parezca lo contrario. Tales prácticas son signos de que sienten que mueren. Contemos la historia de lo que hemos vivido. Vivamos para contarla.
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Apuntes Kylie Minogue quería ir al mercado de El Cementerio 6 de noviembre de 2008
Hace unos días se presentó la cantante australiana Kylie Minogue en el Poliedro de Caracas... y parece que estuvo muy bien. Al día siguiente el diario Últimas Noticias publicó la respectiva nota: el repertorio, el sonido, las “luces impactantes”… Al lado de la nota principal, en el margen derecho de la página, apareció publicada una nota secundaria, intitulada: Kylie se fue de shopping al mercado de buhoneros. Relata muy brevemente que el pasado lunes la cantante solicitó ir de compras. Por supuesto, la llevaron al Centro Comercial San Ignacio. Pero no compró nada. Inesperadamente, “asesorada por alguien, como pudo machucó ‘Cementerio’ para que la llevaran al mercado” (Longo, 2008), relata la periodista. Siempre según la versión de la periodista, “no se pudo, porque el antojito se le ocurrió a las 3 p.m.”. Unjú. Sí, claro. Podemos hacer una cosa: yo abro aquí un paréntesis y ustedes se imaginan allí cómo habrá sido la historia realmente: (_______________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ ________________________________________________________________). ¿Cómo habrán reaccionado quienes le acompañaban ante semejante petición? ¿La considerarían demente o simplemente mal informada? ¿La calificarían de excéntrica o de estúpida? ¿Qué pensamientos les habrá inspirado el desalmado personaje que le recomendó un lugar así? ¿Habrán sido capaces de hacerle entender que El Cementerio está ubicado en un lugar, además de casi inaccesible, muy horrible de la ciudad, impresentable? ¿Le habrán explicado que, por las razones antes expuestas, a ese lugar no va “nadie”? 193
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Queda a la imaginación de ustedes. Al final, “le sugirieron llevarla al mercado de los Buhoneros en Sabana Grande”, supongo que el que está al final de la Avenida Casanova, aún lejos del territorio comanche de Caracas. Pero la tipa insistía: “Estando allá, se dio cuenta de que en pleno bulevar los artesanos disponían su mercancía en el suelo”. Casi poético. “Eso es lo que quiero comprar: cosas hechas por la gente, vendidas desde el piso, no en grandes tiendas”, habría dicho la Minogue. “Y compró sin que nadie se percatara de quién se trataba”. Qué va a saber burro de chicle... “Sólo los guardaespaldas hicieron suponer que debía ser ‘alguien importante’. Si hubiese sido Olga Tañón, por ejemplo, otro gallo hubiera cantado”. Lo mejor, por supuesto, se los dejé para el final. Es el párrafo con el que abre la nota de la periodista: Visitar el tercer mundo, para alguien que no pertenece a él, es algo exótico. Más si el visitante proviene de un país donde todo marcha sobre ruedas, el orden y la limpieza dan el norte y las cosas finas, y de caché, son comunes.
Así como lo leen. Hay un primer mundo dentro del “tercer mundo”. Hay terceros y hasta cuartos mundos dentro del primero, como escribía Félix Guattari (2004). Los únicos que no los ven son lo que viven en el primer mundo del “tercer mundo”. No es un juego de palabras. Es simplemente otra forma de decir que hay quienes son extranjeros en su propia tierra.
Lo incomprensible, lo intolerable 16 de enero de 2009
... y ahora nos oprime la vergüenza Primo Levi (2005: 258)
Lo incomprensible De La indagación. Oratorio en 11 cantos, el drama de Peter Weiss basado en el juicio de Frankfurt del Main contra los responsables del campo de concentración de Auschwitz, no pude olvidar nunca una de las intervenciones del testigo número 3: Cuando hablamos hoy de nuestras experiencias con personas que no estuvieron en el campo, todo aquello les parece siempre algo impensable. Y, sin embargo, son personas iguales a las que allí fueron presos y guardianes. El hecho de que fuéramos tantos los que llegábamos al campo y el hecho de que fueran otros quienes nos llevaban allí en tan gran cantidad debería hacer que aquel suceso aún resultase hoy comprensible. Muchos de los que estaban destinados a representar el papel de presos habían sido educados en los mismos conceptos que aquellos que se encontraron en el papel de guardianes. Se habían puesto a disposición de la misma nación, y por un mismo resurgir y un mismo beneficio; de no haber sido nombrados presos hubieran podido hacer igualmente de guardianes. Hemos de abandonar esa postura de arrogancia con la que pretendemos que aquel mundo del campo nos resulte incomprensible. Todos conocíamos la sociedad de la que surgió el régimen que pudo organizar tales campos. El orden entonces vigente nos era familiar en su propio origen, por eso pudimos encontrarnos justificados también en su consecuencia extrema, cuando el explotador podía desarrollar su dominio hasta un grado hasta entonces desconocido (1972: 81-82).
Puede leerse en el capítulo cuarto del drama, que corresponde al Canto a la posibilidad de sobrevivir, y constituye un punto de inflexión. El asunto es éste: toda la obra de Weiss, desde el principio hasta el final, abunda en detalles sobre los crímenes casi inenarrables de los nazis. Los testigos, con frecuencia, aún casi veinte 194
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años después –el juicio se desarrolló entre 1963 y 1965– hablan con penosa dificultad, con temor y hasta con vergüenza. Sin duda, muchos de nosotros seremos incapaces de entender siquiera parte de lo que significa no ya haber sido víctima de toda clase de privaciones y humillaciones, sino haber sobrevivido al Lager. Algunas cosas sólo se entienden si se las ha experimentado. Seguramente la inmensa mayoría de los lectores se solidarizará con las víctimas, se horrorizará con los relatos de los testigos y sentirá náuseas al saber de las risas de los verdugos en el tribunal, a quienes odiarán en silencio. Y sin embargo, tal vez muy pocos intentarán comprender cómo ha sido posible todo aquello. De allí la importancia de la intervención del testigo número 3. En primer lugar, es una exhortación a abandonar la arrogancia, la hipocresía y la impostura de la incomprensión: “Todos conocíamos la sociedad de la que surgió el régimen que pudo organizar tales campos”. Se precisa de mucha mala conciencia para renunciar a este conocimiento. En segundo lugar, la sentencia más difícil de asimilar: muchos de los presos “hubieran podido hacer igualmente de guardianes”. Con respecto a lo primero, existe el testimonio de un sobreviviente de Auschwitz, autor de otra obra indispensable, Si esto es un hombre (primera parte de una trilogía que complementan La tregua y Los hundidos y los salvados). Se trata de Primo Levi, un partisano judío italiano capturado por los fascistas en diciembre de 1943, y que fuera trasladado al Lager en febrero de 1944 junto a centenares de los suyos. En el Apéndice de 1976, donde Levi intentó resumir las respuestas a las preguntas que con más frecuencia le hacían, escribió: es cierto, el régimen nazi fue extremadamente hábil al sustituir la información por propaganda. Sin embargo, esconder del pueblo alemán el enorme aparato de los campos de concentración no era posible, y además (desde el punto de vista de los nazis) no era deseable. Crear y mantener en el país una atmósfera de indefinido terror formaba parte de los fines del nazismo: era bueno que el pueblo supiese que oponerse a Hitler era extremadamente peligroso (2002: 306).
Pero sobre todo, concluye Levi, la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber más: porque quería no saber (...) En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, 196
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quien preguntaba no obtenía respuestas. De esta manera el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice, de todo lo que ocurría ante su puerta (2002: 310-311).
Y sin embargo, la inmensa mayoría tenía conocimiento de lo que ocurría. Luego, la segunda cuestión, el espinoso tema de los guardianes y los presos. Dice el testigo número 3: muchos de nosotros recibimos la misma educación que ustedes y estuvimos al servicio de la misma nación. Es cierto que fuimos nosotros y no ustedes los que fuimos primero apartados, y luego execrados y encerrados. Pero éramos iguales a ustedes. Bien ha podido sucederles a ustedes. Pero más allá de todo esto, ¿qué puede decirse de los prisioneros que transigieron con sus guardianes? Aunque están presentes durante todo el relato, Primo Levi les ha dedicado un capítulo entero: Los hundidos y los salvados. Para Levi, el Lager funcionó como una gigantesca experiencia biológica y social. Enciérrese tras la alambrada de púas a millares de individuos diferentes en edades, estado, origen, lengua, cultura y costumbres y sean sometidos aquí a un régimen de vida constante, controlable, idéntico para todos y por debajo de todas las necesidades: es cuanto de más riguroso habría podido organizar un estudioso para establecer qué es esencial y qué es accesorio en el comportamiento del animal-hombre frente a la lucha por la vida (2002: 149-150).
Están, observa Levi, de una parte los hundidos, catalogados por los veteranos del campo –y vaya qué ironía– “musulmanes” (muselmänner): Una vez en el campo, debido a su esencial incapacidad, o por desgracia, o por culpa de cualquier incidente trivial, se han visto arrollados antes de haber podido adaptarse; han sido vencidos antes de empezar, no se ponen a aprender alemán y a discernir nada en el infernal enredo de leyes y de prohibiciones, sino cuando su cuerpo es una ruina, y nada podría salvarlos de la selección o de la muerte por agotamiento. Su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos, los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo, ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre 197
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idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos: se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla (2002: 154-155).
Los hundidos son seres sin historia, “no tienen historia” (2002: 155), afirma Levi. Pero si “una sola y ancha es la vía de la perdición, las vías de la salvación son, en cambio, muchas, ásperas e impensadas” (2002: 155). Entre los salvados sobresalen, literalmente, aquellos que pertenecen a la Prominenz, y son los funcionarios judíos del Lager, desde el director-Häftling (Lagerälstester), pasando por “los Kapos, los cocineros, los enfermeros, los guardias nocturnos, hasta los barrenderos de las barracas y los Scheissminister y Bademeister (encargados de letrinas y duchas)” (2002: 155), títulos rimbombantes que apenas logran disimular una realidad atroz. La prominenz judía es “un triste y notable fenómeno humano” (2002: 156), afirma Levi, son el típico producto de la estructura del Lager alemán: ofrézcase a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada, cierta comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir, exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural de sus compañeros, y seguro que habrá quien acepte. Éste será sustraído a la ley común y se convertirá en intangible; será por ello tanto más odiado cuanto mayor poder le haya sido conferido. Cuando le sea confiado el mando de una cuadrilla de desgraciados, con derecho de vida y muerte sobre ellos, será cruel y tiránico porque entenderá que si no lo fuese bastante, otro, considerado más idóneo, ocuparía su puesto. Sucederá además que su capacidad de odiar, que se mantenía viva en dirección a sus opresores, se volverá, irracionalmente, contra los oprimidos, y él se sentirá satisfecho cuando haya descargado en sus subordinados la ofensa recibida de los de arriba (2002: 156).
Por último, están los salvados que no han sido favorecidos con ningún cargo, los salvados sin títulos: son los que “luchan tan solo con sus fuerzas por sobrevivir” (2002: 158). Son los que han optado por remontar la corriente; dar la batalla todos los días al hambre, al frío y a la consiguiente inercia; resistirse a los enemigos y no apiadarse de los rivales; aguzar el ingenio, ejercitar la paciencia, fortalecer la voluntad. O, también, acallar la dignidad y apagar la luz de la conciencia, bajar al 198
campo como brutos contra otros brutos, dejarse guiar por las insospechadas fuerzas subterráneas que sostienen a las estirpes y a los individuos en los tiempos crueles (2002: 158).
En fin, todos los caminos elegidos para salvarse “suponen una lucha extenuadora de cada uno contra todos, y muchos, una suma no pequeña de aberraciones y compromisos” (2002: 158). Muchas veces hubo de enfrentarse Levi a la pregunta: ¿por qué no rebelarse? A la que hubiera podido responder: sólo a los hombres les está dado el don de la rebelión. En el Lager no habitan hombres, y ese es su propósito fundamental. Lo afirma, en efecto, Levi: “Los personajes de estas páginas no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la ofensa sufrida o infligida a los demás” (2002: 209). El Lager es una máquina que aniquila todo vestigio de humanidad: Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes. Henos aquí dóciles bajo vuestras miradas: de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue (...) Porque también nosotros estamos destrozados, vencidos: aunque hayamos sabido adaptarnos, aunque hayamos, al fin, aprendido a encontrar nuestra comida y a resistir el cansancio y el frío, aunque regresemos. Hemos puesto la menaschka en la litera, hemos hecho el reparto, hemos satisfecho la rabia cotidiana del hambre, y ahora nos oprime la vergüenza (2002: 258).
Si es que acaso esto es un hombre, he allí lo que significa sentir la vergüenza de ser hombres. Lo intolerable Destrozados, vencidos. Ha sido inevitable incurrir en aberraciones y establecer compromisos con los guardianes, con los verdugos, para sobrevivir. ¿Cómo pudo llegar a ser posible? ¿Es que acaso la humanidad es un rebaño sin remedio que se dirige ciegamente al matadero? ¿Cómo puede llegar a ser pensable, comprensible? ¿Acaso somos todos culpables? ¿Cómo comprender que los presos pudieran comprometerse con sus guardianes? Preguntas sin sentido, nos dice Gilles Deleuze. Citando a Primo Levi, afirma: “No conseguirán que tomemos a las víctimas por verdugos” (1993: 108). Vergüenza de ser hombres, pero no 199
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porque todos seamos responsables del nazismo, como se nos intenta hacer creer, sino porque hemos sido mancillados por él: incluso los supervivientes de los campos se vieron obligados a aceptar compromisos, aunque sólo fuera por sobrevivir. Vergüenza de que hayan existido hombres capaces de ser nazis, vergüenza de no haber sabido o de no haber podido impedirlo, vergüenza de haber aceptado compromisos (1996: 269-270).
¿Somos todos culpables? ¿Acaso no sentimos, con frecuencia, cada uno de nosotros, vergüenza de ser hombres? ¿Acaso estamos exentos de establecer compromisos con nuestros verdugos? ¿Acaso no experimentamos, se pregunta Deleuze, “la vergüenza de ser hombres en circunstancias ridículas: ante un pensamiento demasiado vulgar, un programa de variedades, el discurso de un ministro o las declaraciones de los ‘vividores’”? (1996: 270). Y escribe en otra parte: La vergüenza de ser un hombre no sólo la experimentamos en las situaciones extremas descritas por Primo Levi, sino en condiciones insignificantes, ante la vileza y la vulgaridad de la existencia que acecha a las democracias, ante la propagación de estos modos de existencia y de pensamiento-para-el-mercado, ante los valores, los ideales y las opiniones de nuestra época. La ignominia de las posibilidades de vida que se nos ofrecen surge de dentro. No nos sentimos ajenos a nuestra época, por el contrario contraemos continuamente compromisos vergonzosos. Este sentimiento de vergüenza es uno de los temas más poderosos de la filosofía. No somos responsables de las víctimas, sino ante las víctimas (1993: 109).
De allí que para Deleuze, la filosofía, así como la obra de arte, y pudieran agregarse la escritura y la militancia política, están llamadas, no por la raza superior, por los blancos anglosajones protestantes que se pretenden modelos de toda civilización, por la democracias liberales occidentales que se pretenden modelo universal de sistema político [“¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar cuando la miseria sale de su territorio o gueto” (1993: 109)], por Occidente y sus valores, por los hombres y mujeres que reclaman para sí derechos que no reconocen en quienes-nohan-estudiado-y-no-trabajan, por los estudiantes que luchan por la libertad porque-esto-es-una-dictadura, por los palangristas que denuncian los-crímenes-del-régimen en nombre de la verdad, por los funcionarios para quienes la revolución ha ido demasiado lejos, 200
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por los burócratas y vividores que moran a las sombras de la revolución; la filosofía y la obra de arte están llamadas por “una raza oprimida, bastarda, inferior, anárquica, nómada, irremediablemente menor” (1993: 111). La filosofía y la obra de arte son responsables ante las víctimas: son del todo incapaces de crear un pueblo, sólo pueden llamarlo con todas sus fuerzas. Un pueblo sólo puede crearse con sufrimientos abominables, y ya no puede ocuparse más de arte o de filosofía. Pero los libros de filosofía y las obras de arte también contienen su suma inimaginable de sufrimiento, que hace presentir el advenimiento de un pueblo. Tienen en común la resistencia, la resistencia a la muerte, a la servidumbre, a lo intolerable, a la vergüenza, al presente (1993: 111).
Escribir, no en nombre de la Verdad o la Revolución, sino porque algo nos resulta profundamente intolerable. Aunque nos oprima la vergüenza de ser hombres y nos veamos obligados a establecer compromisos con nuestros verdugos, propios y ajenos. Escribir porque a tantos les resulte incomprensible, porque tantos pretendan no ver lo que sin embargo comprenden y conocen. Escribir, no porque seamos responsables de, sino ante las víctimas, los postergados, los oprimidos. Lo que hay de intolerable en el presente Ante todo, es realmente intolerable que para tantos resulte tan radicalmente incomprensible, tan impensable la extraordinaria cantidad de corrientes políticas y culturales que desembocan en ese agitado mar que se ha dado en llamar chavismo. Resulta intolerable tanta arrogancia, tanta hipocresía de aquellos que hoy se jactan de desconocer las condiciones históricas y de existencia que le han hecho posible. Resulta intolerable que tantos, durante tanto tiempo, pretendieran desconocer lo que, sin embargo, todos sabían: que muchos, durante demasiado tiempo, morían de hambre; que a muchos, demasiados, les fuera negada la educación o la salud y, en general, todo aquello que, justamente por ser lo más básico, hace de la vida una experiencia tolerable, vivible; que durante tanto tiempo, tantos seres humanos fueran relegados a vivir en los márgenes, y que fueran tratados como invasores cuando se atrevían a traspasar esos límites territoriales que se consideraban inmutables; que tantos hubieran sido considerados seres humanos impresentables, incapaces para la política; que tantos, durante tanto tiempo, 201
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optaran por renunciar a hablar a pesar de saber, o a no preguntar a pesar de no saber. Todos conocíamos la sociedad que ha visto aparecer estas corrientes que hoy impugnan esta misma sociedad que les negó a tantos seres no digamos ya el estatus de ciudadanos, sino, en muchos casos, la vida misma. Pero por sobre todas las cosas resulta intolerable esa laboriosa empresa que avanza constante, y al parecer indetenible, y que persigue el propósito de asimilar al chavismo con la muerte. Los mismos que ayer cerraron sus ojos y su boca y taparon sus orejas, para vivir en la ilusión de no ser cómplices de una sociedad que aniquilaba a sus iguales, hoy tienen los ojos desorbitados por la rabia, hacen muecas grotescas con sus bocas y prestan sus orejas para escuchar todo cuanto les convoque a creer que están gobernados por el mal y por la muerte. Vergüenza ante el silencio cómplice de tantos venezolanos con el genocidio contra el pueblo palestino. Hoy vuelven a resonar las palabras de Primo Levi, partisano judío italiano, sobreviviente de Auschwitz: “Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigirse a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que nos están haciendo aquí” (2002: 89). De seguir vivo hoy, Primo Levi volvería a sentir vergüenza. Vergüenza de ser judío. También, vergüenza de ser venezolano. Vergüenza de tanta estupidez ciega, de tanta miseria humana, de tanto cretinismo en los diarios, la prensa, la radio, las calles. Vergüenza de muchos de mis coetáneos, de muchos de los que habitan esta misma tierra. Vergüenza de quienes nos reclaman neutralidad, de quienes nos acusan de terroristas. Vergüenza de quienes llaman “regalos” a nuestra ayuda a otros pueblos. Pero sobre todo, vergüenza de quienes comparan nuestros muertos con los niños asesinados y luego devorados por los perros del Ejército israelí. Vergüenza de quienes hablan de genocidio en Venezuela. Nada ni nadie puede justificar la inmensa deuda que acumula el Gobierno venezolano respecto a la seguridad de sus ciudadanos. Léase bien: nada ni nadie. Demasiados planes fracasados o postergados, demasiados funcionarios incapaces o indolentes. Vergüenza que nos producen los discursos de algunos ministros. De paso, nadie puede justificar tampoco el deplorable estado en que se encuentran las cárceles, diez años después. Lo intolerable, ya lo he dicho, lo constituye la tenaz empresa que pretende asimilar, permanentemente, al chavismo con la muerte, de lo que se deduce que todo chavista es, por lo tanto, culpable. 202
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Doblemente culpable: por apoyar al Gobierno de Chávez y, dado que Chávez es el culpable de la muerte de cualquier venezolano a manos de la delincuencia, es también, por consiguiente, culpable de estas muertes. Ni una sola palabra sobre el tipo de sociedad que ha engendrado a los delincuentes, a los asesinos. De nuevo, se trata de aquellos que optaron por renunciar a hablar a pesar de saber, o a no preguntar a pesar de no saber. Una vez más, todos conocemos la sociedad que ha hecho posible estas muertes, una sociedad fundada sobre los cimientos de la violencia, una de cuyas expresiones es la violencia delincuencial, y una de cuyas partes, un segmento mayoritario de seres humanos, fue apartada y echada al olvido, donde aún hoy yace, al menos parcialmente, y aunque cada vez sean menos. Si nada excusa a la burocracia indolente, tanto o más intolerable resulta la impostura cómplice de los que no dicen nada sobre esta violencia primigenia. Así, como no es concebible que exista algo más importante que expulsar al mal de la Tierra, y como Chávez es el mal (el innombrable, el maligno, etc.), Chávez debe ser aniquilado, y sus seguidores, cuales ríos desbordados, deben volver a sus respectivos cauces, adonde pertenecen. Chávez es la muerte, y su derrota será la victoria de la vida sobre la muerte. De esta forma, ningún acontecimiento, ninguna tragedia ocurrida en cualquier lugar del mundo será más importante o, en dado caso, equiparable a la tragedia que significa vivir en la Venezuela gobernada, codo a codo, por Chávez y el hampa. Pero al mismo tiempo, y aunque parezca paradójico, cualquier acontecimiento, cualquier tragedia será asimilable, “comprensible”, única y exclusivamente a condición de que se emplee como punto de referencia insoslayable la tragedia venezolana. En otras palabras, la singularidad de cualquier acontecimiento será, así, sometida a la regularidad de la tragedia venezolana. Ejemplos sobran: el genocidio contra el pueblo palestino asentado en la franja de Gaza será equiparado con los muertos que reposan en la Morgue de Bello Monte; las víctimas de un terremoto en China será equivalente a los muertos a manos del hampa en Venezuela; las muertes en Vietnam, el Golfo Pérsico e Irak serán equiparables a las muertes a manos de la delincuencia en Venezuela; los inmigrantes africanos preferirán las costas de la más segura “Europa fascista”, antes que Venezuela, donde los índices de criminalidad están por los cielos. Palestina, China, Vietnam, Irak o África son referencias geográficas casi accesorias. No importa que se trate de un terremoto, de una más de las tantas agresiones imperialistas 203
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estadounidenses –con su secuela de millones de asesinados– o de la infame directiva de retorno europea. Nada se compara con la tragedia venezolana. Hay más, siempre hay más: el Festival de San Fermín (en Pamplona, España) será comparado con la Parroquia San Agustín, en Caracas, y mientras en el primero los participantes de la fiesta evitarán ser alcanzados por los toros, en San Agustín se corre para evitar ser alcanzados por los delincuentes; la alfombra roja del Festival de Venecia (Italia) será equiparada con las cifras rojas que produce el hampa; las expropiaciones serán equivalentes a un atraco a mano armada; las tensiones diplomáticas con Estados Unidos serán representadas con un cuadro que identifica al Tío Sam con el “enemigo” y a los delincuentes con “amigos”; la corona del Rey Chávez, que pretendería mantenerse “indefinidamente” en el poder, será equivalente a las coronas mortuorias de las víctimas del hampa; las evidencias de planes de magnicidio contra Chávez serán desestimadas con la pregunta: “¿Cuántos venezolanos mueren asesinados?”; y los anuncios gubernamentales de renovación de su parque de armas, serán respondidos con la frase: “Queremos misiles pero contra el hampa”. Multiplicadas estas imágenes ad infinitum, repetidas hasta el hartazgo, de todas las formas posibles, a través de todos los medios disponibles, ellas constituyen uno de los pilares que soportan el discurso de la oposición venezolana. Un discurso cuya premisa podría ser, para decirlo con Eneko: “No tocar. No ver. No oír. No gritar”. A menos, claro está, que se trate de otro “crimen” cometido por Chávez y los suyos. Un discurso impasible, una risa ruin disfrazada de “humor inteligente”; un discurso que vence cada vez que logra inocular en alguno de nosotros la culpa, y frente al cual, sin embargo, no nos queda otra opción que sentir vergüenza y combatirlo como sólo puede combatirse contra lo intolerable.
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La Ley de Lynch 6 de febrero de 2009
Ayer se produjo un linchamiento en El Valle, Caracas. La víctima: un presunto violador. En su editorial de hoy, el diario El Nacional se pregunta, consternado, “si este país se sigue llamando Venezuela”. Se pregunta también: “¿Por qué un país generoso y abierto se convierte de repente en una jaula de fanáticos que dan vivas a los terroristas de Hamas y atacan a la comunidad judía?”. He aquí la respuesta, tres variantes de una misma respuesta: 1) “La respuesta crucial es porque, desde hace diez años, los venezolanos nos hemos convertido progresivamente en fieras humanas, en fanáticos irreductibles y en paranoicos políticos”. 2) “Estos actos de linchamiento que estamos padeciendo hoy son la consecuencia directa e inhumana de una prédica de odio desde el poder, expresada en una línea política que asienta sus bases en el resentimiento social y en la venganza de los mediocres”. 3) “Y lo que es peor, todo lo más despreciable (intelectual y políticamente) y los peores estudiantes de la UCV, de LUZ y la ULA, de la militancia de la extrema izquierda, hoy se desenvuelve como pez en el agua a la hora de servirle de chambelanes a los dueños del poder”. ¿Chambelanes? Veamos: chambelán. (Del fr. chambellan, y éste del franco *kamarling). m. Camarlengo, gentilhombre de cámara. ¿Estará bien si traducimos “chambelanes” como ayudantes, palaciegos... cortesanos? Se los concedo: hay que ser bien chambelán para no saber lo que significa la palabra “chambelán”. Éste es un país, que alguna vez fue un buen país, y que llamábamos con orgullo Venezuela, que está dividido en dos tipos de seres humanos: 1) Fieras humanas, fanáticos irreductibles, paranoicos políticos, resentidos sociales, mediocres vengativos, los despreciables 205
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(intelectual y políticamente), los peores estudiantes y por supuesto los chambelanes. 2) La “oposición civil”, la cual “es víctima de un asedio permanente, abusivo y cobarde de parte de los militares”. (Cierto, arriba faltó agregar a “los militares”). Si esto no se llama linchar moralmente a una parte de la sociedad venezolana, entonces no sé cómo se llama. Total, me cuento entre los chambelanes. Eso no me impide, claro está, divagar un poco. Aunque realmente no existe consenso en torno al origen del vocablo “linchamiento”, tal parece que la mayoría de los indicios históricos conducen a la figura de Charles Lynch (1736-1796), oriundo de Virginia, Estados Unidos. Hacendado, se hizo soldado para combatir a Inglaterra durante lo que los estadounidenses llaman la American Revolutionary War y nosotros llamaríamos Guerra de Independencia. En 1767 se hizo juez del condado de Bedford, en su natal Virginia. En 1780 dirigió juicios sumarios en cortes informales contra sospechosos de ser leales (Loyalist) a Inglaterra. Las sentencias fueron diversas: palizas, confiscación de propiedades, juramentos forzados de lealtad y enrolamiento en el ejército. Desde entonces, la Ley de Lynch (Lynch’s Law) sería el término empleado para referirse a los castigos organizados pero extralegales contra los criminales. Si divagara un poco más, sería capaz de escribir aquí que el linchamiento moral del que hace parte El Nacional, junto a muchos otros, prepara el terreno para otros linchamientos. Ya lo vivimos el 12 de abril de 2002. De hecho, de alguna forma vivimos en un 12 de abril permanente. Y en los momentos de mayor violencia, nuestro 12 de abril se convierte en un infame 6 de diciembre de 2002. Si divagara un poco más, sería capaz de escribir que a este 12 de abril permanente podríamos llamarle la Ley de El Nacional. Pero estoy a punto de jurarles lealtad. Estoy que escupo sobre la tumba de nuestros muertos. Total, yo no soy más que un mediocre chambelán.
¿Y hoy también lloras? 10 de febrero de 2009
Les propongo un trato, vamos a olvidarnos por un instante de la retahíla de acusaciones infundadas contra Chávez y los suyos a propósito de la “profanación” de la sinagoga, el pasado 31 de enero. Concentrémonos en un artículo escrito por Adrián Liberman, psicoanalista, y por tanto con suficiente autoridad como para haber diagnosticado que Chávez padece de narcisismo maligno (2005). Así como lo leyeron: nar-ci-sis-mo-ma-lig-no. Resulta que Liberman también es judío, lo que quiere decir, según sus mismas palabras, que es “alguien que tiene motivos históricos y profesionales para valorar la libertad de pensamiento y expresión”. ¿Qué es lo que hace cualquier hombre –y no sólo los psicoanalistas o los judíos– que valora su libertad de pensamiento y expresión? Expresa su pensamiento libremente. ¿Cierto? No importa si Liberman nos lleva una pequeña ventaja, al disponer del espacio que le brinda un diario de circulación nacional. Cada quien se las arreglas como puede. Pero no nos desviemos: resulta que el hombre se decidió a expresar su pensamiento libremente y escribió para el diario El Nacional un artículo intitulado Se ruega no enviar flores, publicado el lunes 9 de febrero de 2009. Almas débiles que han llorado viendo La lista de Schindler, estad preparadas. 1) Comienza Liberman explicando el origen de la expresión que da título a su artículo: Éste es el mensaje que nosotros, los judíos, usamos para anunciar la muerte de alguien cercano. Participación que hacemos a quienes no están familiarizados con nuestras costumbres, lacónica rogatoria de que estamos empezando un duelo. Quizás para nosotros la muerte es algo más austera que en otras culturas. Quizás porque necesitamos sentir que es un despojo, una pérdida que no puede ser adornada.
Hasta aquí todo bien. 206
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2) Pero aquí vamos: “El atentado contra la sinagoga de Maripérez el 31 de enero, además de ser un crimen, es señal de una muerte y del consiguiente luto”. Entonces fue un atentado. 3) No, no sólo fue un atentado. Fue, además, “una profanación abominable, un ataque a un lugar donde se congregan los fieles para sentir la presencia del Creador”. Atentado, profanación abominable y ataque. Pero hay más. También fue “la materialización de los peores fantasmas. El despertar horrendo de una pesadilla, fue la violencia de una realidad inédita y la pérdida de una ilusión”. Fantasma, despertar horrendo, pesadilla, violencia, pérdida. 4) Aquí vienen las referencias históricas ineludibles. Los pogroms, las Noches de Cristales Rotos, eran referencias que en Venezuela nos parecían ajenas. Eran acontecimientos que iban alejándose para alojarse en el lugar de un pasado. No pocos de nosotros llegamos aquí en un intento de dejar atrás los ataques, las agresiones e insultos de la violencia hecha ideología política.
5) El pasado siempre fue mejor: “Muchos de los que arribamos a este país experimentamos cómo se tomaba muy poco tiempo el ser aceptado por el pueblo”. Y ésta otra: Aquí, sostuvimos hasta el 31 de enero, no podíamos ser víctimas de esa pasión de ignorancia y odio que es el antisemitismo. Creíamos, ya no lo podemos hacer más, que la esencia de esta tierra estaba en la diversidad y la coexistencia pacífica de todos. Las diferencias, inevitables, podían ser palancas para el aprendizaje y el crecimiento. Las inequidades, nos figurábamos, podrían ser resueltas mediante la colaboración y la noción de compartir un mismo territorio.
6) Después de la “estupefacción”, el duelo. Duelo por la pérdida de un lugar al que independientemente de sus avatares políticos, consideramos siempre inmune a la intolerancia religiosa. Duelo y amargo despertar a una nueva realidad de un país que muta horriblemente a un lugar donde la fe y la identidad se declaran “objetivos políticos”.
Ya lo vamos teniendo claro: duelo por ser señalado como “objetivo político”. 7) La frase clave del artículo, el eje articulador del discurso, el ojo del huracán: “Adenda espantosa que a la inseguridad común se le agregue una dimensión política y religiosa”. 208
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8) Más duelo: “Duelo por la tristeza y el espanto que significa que la violencia se haga ubicua, que no queden recintos ajenos a la entronización de la deshumanización y la locura”. 9) Más tristeza: “Tristeza profunda ante el vejamen perpetrado a los libros sagrados, antesala de las hogueras que acaban con la palabra y la ley. Dolor y miedo por la pérdida del respeto a la diversidad que caracterizaba a Venezuela”. 10) Peligro: “Estamos en duelo porque hasta ahora ser judío no era un peligro”. Ahora sí lo es. 11) Desilusión y llanto: Creíamos que la fe y la política discurrían por cauces distintos. Pensábamos que hasta en el horror había ciertas reglas tácitas. Hemos sido despojados de nuestras ilusiones. Violentamente. Hoy yo lloro por la sinagoga profanada, y porque el país que creía seguro me fue arrebatado.
En el artículo de Liberman, las caracterizaciones del “hecho” y las pasiones tristes se confunden en un todo indiferenciado: atentado, profanación abominable, ataque, violencia, violencia ubicua, violencia hecha ideología política, fe e identidad declaradas objetivos políticos, entronización de la deshumanización y la locura, irrespeto, pasión de ignorancia y odio, horror, estupefacción, pérdida, duelo, espanto, dolor, miedo, peligro y tristeza. He allí lo que resulta, sostiene Liberman, cuando “a la inseguridad común” se le suma “una dimensión política y religiosa”. O lo que es lo mismo: cuando la inseguridad se confunde con la política e invade el terreno de la religión. El detalle, Liberman, es que quien está confundiendo inseguridad con política eres tú. Y quienes como tú forman parte de esa máquina de producir un discurso según el cual es imposible distinguir a los criminales de los chavistas. Repasemos los hechos. Estos sí, hechos verificables. 1) Chávez anuncia el domingo 8 de febrero la detención de 11 personas responsables del “repudiable hecho”. De los once, ocho funcionarios de distintos cuerpos policiales, dos delincuentes y uno de los vigilantes de la sinagoga. ¿El líder de la banda? “Es un funcionario de la Policía Metropolitana que estuvo durante los últimos cuatro años como escolta personal del rabino de esa sinagoga”. 2) El Nacional, ayer lunes 9 de febrero –misma edición en que aparece publicado el artículo de Liberman–, publica: 209
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Extraoficialmente trascendió que el móvil del ataque fue el robo, según el testimonio de uno de los detenidos; y que la utilización del spray rojo con el cual hicieron pintas ofensivas contra la comunidad judía, en las paredes del área administrativa del recinto, fue con el fin de despistar las investigaciones (S.A. 2009a).
3) El Universal, ayer lunes 9 de febrero, publica: “Las fuentes indicaron que aún falta por detener a otro grupo actuante, unas diez personas más, donde figurarían quienes irrumpieron y rayaron las paredes del templo, presuntamente para desviar las investigaciones y darle un matiz político” (S.A. 2009b). 4) Últimas Noticias, ayer lunes 9 de febrero, publica: De manera extraoficial se conoció que quien lo planeó todo fue el Cabo 2° Edgar Cordero. Éste se desempeña como escolta de un rabino, a quien le solicitó un préstamo. El ministro judío le negó el dinero y entonces el uniformado optó por planear un asalto a la sinagoga en busca del dinero que necesitaba (…). Llegado el día del asalto, son los civiles quienes entran a la sinagoga, pintan graffitis en las paredes para despistar a los investigadores y “disfrazar” el robo (S.A. 2009c).
Y, sin embargo, Liberman encontró gracioso atribuirle al chavismo la “profanación” de la sinagoga, porque sólo a una parranda de chavistas poseídos por el demonio se le ocurriría irrumpir en una sinagoga y pintarrajear las paredes con un “666” al lado de un garabato demoníaco. Y escribe de pogroms en un país en el que puede expresar su pensamiento libremente, lo que es lo mismo que decir: asociar al chavismo con el hampa impunemente, sin que nadie le toque un pelo. Un país, Liberman, que es más libre en la medida en que se lo “arrebatamos” a ustedes. Un país que hoy es un poco más libre a pesar de ustedes. No les pidamos a Liberman y los suyos ningún gesto de desagravio. Al menos yo no pienso hacerlo. Pero sí quisiera preguntarte, Liberman, a ti y a los tuyos, que no son los psicoanalistas ni los judíos, sino los que nos acusan como tú lo has hecho: ¿y hoy también lloras? Si así es, espero que sea de pura vergüenza. En cuanto a mí, te digo con Primo Levi: hoy también siento vergüenza de ser hombre.
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Un país de película 13 de febrero de 2009
Los columnistas gringos que siguen las incidencias del béisbol –y también los narradores, los comentaristas, los analistas, entre otros– tienen una expresión para catalogar a los jugadores que atraviesan por rachas excepcionalmente buenas: aquellos que la están viendo clarita, repartiendo leña por todos lados y trayéndolas todas a la goma. También se dice del pitcher intraficable, que los deja a todos descolgados, bateando mansos rollings o abanicando la brisa. Son los jugadores que están on fire, lo que traducido al idioma común del fanático del béisbol caribe quiere decir: encendidos. Pues bien, es oficial: Alexis Correia y un tal Marcos Carrillo están on fire. Me atrevería a más: diría que el magnífico equipo que integran los Correia y Carrillo de Venezuela está descosiendo la liga, como se dice de los equipos imbatibles, frente a los cuales el resto de los equipos lucen como de segunda categoría. Paso a explicarles: Alexis Correia, crítico de cine, publica hoy viernes 13 de febrero en el diario El Nacional una nota intitulada Todo se arruinó por decir “sí” a todo. Exacto: tal y como el lector ya lo imagina, Correia nos reservó para hoy, justo para hoy, sus comentarios sobre Sí, señor (Yes man), el film de Peyton Reed, protagonizado por Jim Carrey, que se estrenó en Venezuela el pasado 23 de enero, hace exactamente 22 días. Según explica el mismo Correia en la primera línea de su nota, no se trata de una casualidad: La casualidad no existe, y justo en estas atípicas primeras semanas de 2009 –cuando el suplicio del toque de diana de madrugada se escuchará antes del Carnaval– se exhibe en Venezuela una película de Jim Carrey titulada Sí, señor. Muestra una batalla entre el “sí” y el “no”. Un señor que trabaja como aburrido oficinista de banco, llamado Carl Allen, le dice “no” a todo. Su primer parlamento no puede ser más contundente: “¡No significa no, pues!”.
Es que puedo imaginarme al ingenioso Correia entregado a las delicias del diálogo interior. 210
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– Ya sé, ya sé. Justo el viernes 13 de febrero, dos días antes del referéndum, publicaré mi crítica sobre esta película. Escribiré: “Mira tú, chico, pero qué casualidad tan afortunada ésta, que justo por estos días llegue a las carteleras venezolanas una película de un hombre que termina mal por decir sí”. Pero no sé. ¿Apelar a ese recurso de la casualidad no es demasiado predecible, no sonará a vulgar estratagema? –Nota: recordar que Correia es muy ingenioso, y hasta cuando dialoga consigo mismo pronuncia palabras como “estratagema”. Fin de la nota–. No vale, mejor lo de la casualidad no. Ya sé, ya sé, me lanzo de frente: “La casualidad no existe...”. Y por ahí me voy. Ufffff, con una entrada tan vigorosa el trabajo está casi hecho. De allí en adelante, con dos o tres inteligentes y perspicaces insinuaciones sobre la curiosa, y al mismo tiempo extrema semejanza con la realidad venezolana, ufffff, le aniquilo el cerebro a más de uno. Seguro se quedarán pensando: “Es verdad, mejor votar no. Porque no es bueno decir no a todo, pero tampoco es conveniente decir siempre sí”. Ufffff, esa es una frase que no puede faltar. Es más, voy a sugerir que ese es el mensaje de la película. Ufffff, lo tengo casi todo escrito ya en la cabeza. Falta el título, una película que nos enseña cómo votar… No, cómo elegir... tampoco. A ver, a ver, piensa, piensa. ¿Qué pasaría si triunfa el sí? Este país se iría a la ruina. Ajá, por ahí va la cosa. La ruina... la ruina. ¿Acaso no es esa una de las líneas que pronuncia Jim Carrey en la película? ¡Claro! Y yo que pensé que era pura creación mía. Pero no importa, encaja a la perfección: Todo se arruinó... Y sólo así pudo venir al mundo un título tan genial y sugerente. Sigo con la nota de Correia: “Curiosamente, Carl asiste a la conferencia de una secta extremista que apoya el ‘sí’ a todo”. Ufffff, idéntico. “Los que asisten llevan bolsos de color rojo con la palabra sí”. Los asistentes siguen ciegamente y aplauden como focas a un líder mesiánico que proclama: “¡Digan sí un millón de veces! ¡Con el sí uno se sumerge en la energía de la vida!”. Ufffff, cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia. “Ante este auditorio, los que pronuncian la palabra ‘no’ reciben una cayapa de abucheos y no se les permite siquiera el derecho a argumentar en defensa propia”. Ufffff, exactamente igual a lo que sucede en Venezuela. Sigue Correia: “Sin embargo, el ‘sí’ lleva a Carl a nuevos extremos de infelicidad y al final concluye compungido: ‘Todo se arruinó por decir sí’”. Uffff y más ufffff. En el penúltimo párrafo nos conmueve con el mensaje: “No es bueno decir ‘no’ a todo, pero tampoco es conveniente decir siempre ‘sí’”. Uffff, ese hombre está on fire. Y un cierre de leyenda, que, ¿deliberadamente?, no guarda absolutamente ninguna relación con el film: 212
Afortunadamente, a pesar de todo lo que se ve cuando uno sale a la calle este febrero, la mayoría silenciosa también sabe que, pase lo que pase en los próximos días, la pequeña vida oculta y cotidiana seguirá al lunes siguiente, sin espacio para los discursos de aniquilación.
Uffff, señores, a-ni-qui-la-ción. El otro caso, el del tal Marcos Carrillo, es muchísimo menos elocuente e infinitamente más predecible, si acaso algo así es posible. En los tres escasísimos párrafos del artículo que publica también hoy El Universal, Carrillo ensaya setenta y cuatro formas de decirle mentiroso a Chávez: “Después de 16 años de decadencia personal se ha terminado de develar su verdadera naturaleza. El llanerito de apariencia sincera de aquellos tiempos ha demostrado ser un irrefrenable mentiroso. Siempre lo fue, pero ahora lo hace sin pudor alguno”. Otra: Pero el giro de las últimas semanas, da cuenta de otro perfil aún más decadente. Ya no se trata de maquillar cifras abstractas, de ocultar jugadas sucias o decretar por interpuesta persona que todo está perfectamente normal. El mismo ha asumido el protagonismo de la mentira.
El cierre: Ya no hay manera de evadir las responsabilidades o de disimular el absoluto desprecio por los ciudadanos, inherente a una persona cuyo bautizo político fue un golpe de Estado. La mentira le ha quitado el último velo de su grotesca danza.
¿Y entonces? Es verdad, todo apunta a que Marcos Carrillo no califica entre los que están on fire. Pero no vayan tan rápido, no juzguen tan apresuradamente. ¿A que no adivinan cómo intitula Carrillo su artículo? Piensen. Es otro film protagonizado por Jim Carrey. Piensen un poco más… ¡Ese mismo! ¡El señor sentado por allá se ha llevado el premio! Sí: Mentiroso, mentiroso. Tal cual el film (Liar Liar) dirigido por Tom Shadyac y estrenado en 1997. Bendito el país donde el ingenio de su “clase pensante” sea equivalente a todo el ingenio contenido en un blockbuster dominical gringo protagonizado por Jim Carrey. Como diría Correia: ¡No significa no! Mi señora madre le respondería: “Sí, claro, yo te aviso”. 213
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Gente que no descansa 24 de febrero de 2009
Qué tal, queridos chambelanes. ¿Cómo la pasaron durante estos carnavales? ¿Agarraron carretera o aprovecharon los días de asueto para un “viaje expreso” al exterior? Lástima, porque René de Sola escribe hoy martes, 24 de febrero, en El Nacional: “Se encuentran actualmente abiertas tres exposiciones que por sí solas justificarían un viaje expreso a París. El Grand Palais, el Louvre y el Musée d’Orsay se distribuyen la exhibición de 400 obras de la herencia pictórica de Pablo Picasso”. Pero qué va a saber chambelán de París o Pablo Picasso. ¿Compartieron en familia? ¿Se dieron un baño de playa o de río? ¿Jugaron con agua? ¿Hicieron una parrilla, un sancocho o desayunaron pescado frito a la orilla del mar? ¿Descansaron un poco? Por aquí todo bien, gracias. Nada más quería comentarles que hay gente que no descansa. ¿Qué te parece esa, Sergio Dahbar? Gente que no descansa. Uno se va y vuelve y los consigue exactamente igual, con la misma languidez de ánimo, a veces la misma rabia, a veces el mismo desconcierto. Hay gente que nunca toma vacaciones, así viaje lejos. Hay gente que llega muy lejos, así permanezca postrada en una oficina. Fue lo que pensé al ojear El Nacional de hoy. En una página me dicen que El Carnaval no se pone viejo, en otra que el colibrí es “veloz y habilidoso”, en otra que Los perros deben socializar desde cachorros y de repente ¡pum! me estrello contra la sección Lectores. La página C/7 abre con ésta: La inseguridad está matando al país. Acto seguido el comentario de un señor Alejandro, de cédula cinco millones: “Una de las causas por las cuales el primer mandatario viene perdiendo terreno político es justamente la incapacidad de su gestión frente a la lucha contra el hampa”. Etcétera, etcétera, etcétera. Estoy seguro de que no me hubiera detenido a leer ninguno de los etcéteras, si el comentario del señor Alejandro de cédula cinco millones no hubiera sido generosamente acompañado de la siguiente ilustración: un gran “sí” de color rojo, incluido el detalle de una estrella roja de cinco puntas que hace las veces de punto sobre la letra i, y un siniestro cañón de pistola que sobresale como 214
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una monstruosa protuberancia de la letra ese y apunta, amenazante, contra un hombre de traje y corbata azules que, asustado, alza sus dos brazos. Uno se va y vuelve y los consigue exactamente igual: la misma languidez, la misma rabia. Que si triunfó la ignorancia, que si triunfó el hampa, que si la ignorancia y el hampa se fueron a pasear un día... René de Sola escribía sobre Picasso: “Merece entonces con creces que se le considere un monstruo por su talento y por la amplitud de su obra”. Yo me pregunto entonces: ¿cómo merecen llamarse aquellos cuya amplísima obra resulta de emplear todo su talento en dibujar monstruos?
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Los que saben de arroz 2 de marzo de 2009
Es mucho lo que puede comentarse sobre la rueda de prensa ofrecida por un par de representantes de Empresas Polar –Luis Carmona, director de Operaciones, y Guillermo Bolinaga, director de Asuntos Legales y Regulatorios– en reacción a la decisión presidencial de intervenir a las procesadoras de arroz que burlan la regulación de precios establecida por el Gobierno nacional, valga recordar, después del lock out empresarial de diciembre 2002 y enero 2003. Sin embargo, más que la exposición detallada de Carmona sobre los costos de producción del arroz –regulado por el mismo Gobierno comunista que le impide a la Polar obtener plusvalía– o la prolija exposición de Bolinaga sobre todos los derechos que violaría este Gobierno comunista con la medida –el derecho de propiedad, of course, pero también el derecho a la seguridad... alimentaria o el derecho que tiene todo mortal de elegir entre comprar arroz caro (saborizado) o regulado– me llamó la atención cierta parte del discurso de nuestros aprendices de Rockefeller. Cierta parte que no es el todo, naturalmente, y que tampoco fue lo central de los espiches, pero que no por ello es menos reveladora. Lo que reveló esa parte fue de suma preocupación: 1) Suma preocupación porque hay ciertas condiciones laborales o procesos de trabajo que “sólo nosotros sabemos hacer”. 2) Suma preocupación de los trabajadores de la planta porque hay funcionarios “paseando” por allí. 3) Suma preocupación de los dueños de la empresa por enseñar a los funcionarios inexpertos. Por tanto, tuvieron la consideración de organizarles “cursos de capacitación”. Una vez concluida la rueda de prensa me asaltó la duda: ¿será cierto lo de los “cursos de capacitación” para los funcionarios públicos que participaron en la intervención? Doy por descontando que es falso. Que se trató simplemente de un comentario cínico de Luis Carmona. Ese cinismo salpicado de la soberbia característica de los que “saben” cómo hacer las cosas, en contraste con los ignorantes y violentos que intentaron trepar 216
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las cercas de la planta procesadora –según el testimonio del mismo Carmona–, de los vagos que se “pasean” por la planta. Un “saber” que no es lo mismo que el know how asociado a toda actividad productiva. No. Es ese “saber” que sólo poseen los que no se parecen a esos ignorantes comunistas que asaltan empresas. Tal cual nuestros “meritócratas” petroleros de 2002-2003. “Cursos de capacitación”. ¿Qué tal?
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Magglio, mayameros y “polarización” 16 de marzo de 2009
“Ese grupito bien mínimo de ignorantes” Cuando sucedió la primera vez –durante el mismo primer juego del Clásico Mundial de Béisbol 2009– casi nadie reparó en el hecho. Ni un solo comentario en las transmisiones televisivas. Al menos ninguno que yo haya escuchado. Ni una sola palabra en las secciones deportivas de la prensa escrita. Al menos ninguna que yo haya leído. Salvo una breve nota escrita por Carlos Valmore Rodríguez para el diario Líder, publicada el lunes 9 de marzo: Magglio Ordóñez no es sordo: escuchó los sonoros abucheos que le dedicó buena parte de los fanáticos venezolanos que fueron a Toronto a apoyar a la selección nacional en su paso por el Clásico Mundial de Béisbol. Tampoco es de acero: le dolió que, por motivaciones políticas, lo pitaran en una competencia donde representa al país.
El mismo Magglio afirmó: No estamos ahorita en campaña, estamos representando a Venezuela, haciendo un trabajo para dejar su nombre en alto. No le presto atención a ese grupito bien mínimo de ignorantes que vienen a hacer campaña política en un estadio de beisbol. Se siente mal, pero no me molesta. Yo los ignoro y creo que eso les duele más.
También afirmó: “En realidad, la gente que tiene acceso a venir a Estados Unidos es la que se opone al Gobierno, así que estaba preparado”. Pero lo peor estaba por venir. Dos días después, el miércoles 11 de marzo, Venezuela venció a Estados Unidos y aseguró el primer lugar de su grupo. Próxima estación: la virulentamente antichavista ciudad de Miami. Al día siguiente, el jueves 12 de marzo, El Universal publicaba otra nota que abría así: 218
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Para nadie es un secreto que la inmensa mayoría de los venezolanos que viven en Florida no son simpatizantes del presidente Hugo Chávez. Si en el lejano Rogers Center de Toronto se oyeron abucheos contra Magglio Ordóñez y constantes cantos políticos, es poco probable que los decibeles bajen en el Dolphin Stadium de Miami.
También reproducía declaraciones del manager del equipo venezolano, Luis Sojo, ofrecidas al canal deportivo ESPN: No puedes preocuparte porque la gente te pite, siempre te van a pitar cuando eres pelotero (...) Tenemos que salir al terreno y hacer nuestro trabajo (...) Así es este juego (...) Pero no podemos preocuparnos por eso. Esto es béisbol, no me preocupa el tema político. Sólo quiero que mis jugadores salgan al campo y lo hagan bien.
Hasta que llegó el sábado, 14 de marzo, y Venezuela saltó al terreno contra Holanda. Los que celebramos en la calle y no allá en Miami Aquel día, el inicio del juego me sorprendió en la calle. Luego la carretera. Llegué a Maracay directamente al Centro Comercial Parque Aragua, donde me encontraría con mi hermano Rommel. Caminando hacia nuestro lugar de encuentro, me topé con un grupo de gente, unas veinte personas aglomeradas frente a una tienda de electrodomésticos. Seguían atentos las incidencias del juego. Me detuve apenas unos segundos, era el cierre del octavo inning y Venezuela ganaba 3 por 1. Caminé unos pocos metros más y me conseguí con mi hermano y algunos amigos. El ambiente era una mezcla de indignación con entusiasmo: -La botaron Miguel Cabrera y José Celestino López-Carlos Silva se lanzó un juegazo-ahora viene a cerrar el Kid-los coñosdemadre esos pitaron a Magglio en cada turno y cuando se ponchó incluso se pararon a aplaudirlo y Miguel Cabrera les reviró y les hizo así: qué-pasó-qué-pasó-qué-bolas-le-gritaban: chavista-chavista, es decir que chavista es un insulto. Nos devolvimos hasta los televisores y aquello era pura electricidad: El Kid sobre el montículo y todo el mundo ligando ponche. Cada picheo una celebración. Cada out. Cuando cayó el tercero, algarabía: “¡Vaya, nojoda, más nada, ese Kid sí es arrecho!”. Allí mismo se disolvió el aglomeramiento y cada quien a lo suyo. Cada quien a lo suyo significa también que la prensa deportiva 219
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en pleno, ahora sí, descubrió que la sonora manifestación de intolerancia del antichavismo beisbolero mayamero era un asunto digno de reseña. Magglio: el villano, el traidor Así, por ejemplo, un exultante Jorge Ebro, periodista de, no faltaba más, El Nuevo Herald, reseñó: Ajena a todo interés deportivo, la política hizo su entrada el sábado en el Clásico Mundial a viva voz y provocando reacciones encontradas en aficionados y peloteros de Venezuela (...) El primer signo se produjo desde que se presentaron las alineaciones de los conjuntos de Holanda y Venezuela, en especial, al nombrarse al jugador Magglio Ordóñez, quien comparte el papel de héroe y villano por igual para sus compatriotas. Los miles de venezolanos presentes en el parque, que aplaudían a rabiar a los integrantes de la vinotinto, le prodigaron un prolongado abucheo a Ordóñez, al que se le vincula fuertemente con la imagen y la política del gobierno de Hugo Chávez (...) Otro signo de que esa mezcla ya es imposible de separar se produjo cuando el jardinero venezolano Endy Chávez pegó un triple que lo puso en posición de anotar después la primera carrera de su equipo contra Holanda. La multitud estalló en júbilo al grito de “Endy, Sí; Chávez, No”, en clara alusión de gratitud por el pelotero y de desdén por el mandatario. Según varios venezolanos, esta expresión es bastante usual cada vez que el patrullero de los Mets de Nueva York participa en la liga invernal del país sudamericano (...) El jardinero de los Tigres de Detroit [Magglio Ordóñez] nunca ha ocultado su afinidad por el presidente Chávez y fue uno de los más altos exponentes en su gigantesca campaña mediática para lograr la reelección indefinida en el referendo del 15 de febrero pasado. En uno de los segmentos promocionales pagados por la campaña política del exmilitar golpista, se podía apreciar la figura de Ordóñez, quien decía: “Lo mejor de la revolución está por venir”. “Ordóñez sabía que esto le esperaría en Miami”, expresó Elmer Mora, fanático de la vinotinto. “Aquí la mayoría de los miles de venezolanos somos antichavistas, estamos aquí porque no nos sentimos a gusto con un dirigente que cada vez concentra más y más poder en sus manos, y lleva al país por un rumbo dudoso”. Como si fuera poco, el público celebró cada vez que Ordóñez fallaba un turno. Los gritos de “chavista, chavista” podían escucharse por doquier. En su segunda comparecencia a la caja de bateo, el 220
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jugador de Detroit conectó un foul y los fanáticos le pidieron al hombre que capturó la bola su devolución al terreno. Finalmente, un ponche de Ordóñez paró a los venezolanos de sus asientos en señal de alegría y cuando César Istúriz salió del banco y la emprendió contra los aficionados en apoyo a su compañero de equipo, la multitud lo bañó de insultos (...) Ordóñez no saldría más a jugar a partir del séptimo capítulo y al anunciarse el cambio por Gregor Blanco, de nuevo las tribunas estallaron de contento. Con el último out y el triunfo seguro, los venezolanos agradecieron a la vinotinto, pero no a Ordóñez (Ebro, 2009).
(En el momento en que escribo, Magglio Ordóñez consume su primer turno en el juego contra Puerto Rico. De nuevo, ronco abucheo, mientras otros fanáticos, los menos, le aplauden de pie. Ponche). El periodista de El Nuevo Herald también registró la opinión del mánager Sojo: “Magglio no se merece ese trato. Él ha hecho un esfuerzo para venir aquí y representar al país”. Carlos Silva, ganador del juego contra Holanda: Es triste lo que ha sucedido en este juego (...) Magglio nunca ha hecho política conmigo, ni ha tratado de convencer a nadie de que Chávez es bueno. Él cree en lo que cree y hay que respetarlo. Les pido a los venezolanos que nos apoyen para el siguiente juego. Venezuela tiene que estar unida (Ebro, 2009).
Por último, recogió las opiniones de los periodistas Valmore Rodríguez (diario Líder) y Efraín Ruiz (diario El Universal). El primero: “Eso no se veía antes en mi país (...) Esto comenzó con el gobierno de Chávez. Nunca antes se habían mezclado béisbol y política”. Y el segundo: “Es increíble cómo este fenómeno político se ha metido en el béisbol (...) La gente quiere que gane Venezuela, pero no le molesta que fracase Magglio. Cuesta trabajo creer esta división, pero así está mi país”. Magglio Ordóñez: “Héroe y villano por igual para sus compatriotas”, pero Jorge Ebro sólo nos permitió leer la opinión de un “compatriota” que lo tiene como villano. ¿No le fue posible conseguir a ninguno que hablara a su favor? Pues Carlos Valmore Rodríguez sí: Sin embargo, no todas las personas piensan igual. “A mí me parece injusto, porque él está jugando por Venezuela”, comentó Víctor Alvarado. “No estoy de acuerdo con los abucheos”, coincidió Gustavo Bernal, un venezolano que viajó desde Barquisimeto al torneo. 221
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El periodista de Líder también reseñó estas linduras: “‘Por mí que lo boten’, exclamó Simón Azlak, un joven residente de dicha ciudad norteamericana. ‘Que lo expulsen de Grandes Ligas’, agregó Alex Regulo”. Pero parece que en la Major League Baseball no se expulsa a nadie por ser chavista. Qué se le va a hacer. En la misma nota también recogió el parecer de Magglio: “Yo sé que en Venezuela hay muchísima gente que me quiere y no tengo ningún rencor contra los que hicieron eso. Se trata de una posición personal mía y no le hago mal a nadie con ella”. Y es así, Magglio, tal cual: muchísima gente. Por más que el periodista de El Nuevo Herald escriba aquello de ángel o demonio “por igual”. Yo te aviso. En el mismo tono escribió un tal Enrique Rojas para ESPN, el sábado 14 de marzo:
no metió la política al terreno. Nunca se le hubiera ocurrido a los fanáticos profanar su templo. Fueron los peloteros los que pasaron la raya de los afectos personales y creyeron que sus batazos, atrapadas y ponches se podían convertir en votos. Pero esa misma afición, que no llegó ayer a las tribunas sino hace mucho, sí es capaz de cobrar cuando se le traiciona (...) Pena, sólo pena y vergüenza es lo que se despierta cuando en un evento deportivo, la podredumbre de la política malsana se mezcla, a tal punto, que es capaz de desvirtuar las pasiones y emociones del deporte y en vez de hacerlas aflorar para el bienestar, por el triunfo, las convierten en nuevos ingredientes para una controversia pseudopolítica. Hay líneas que no se deben cruzar. Quien lo hace, con la misma valentía con que asume ese desafío, debe aceptar sus consecuencias, y nunca puede intentar endilgarle a terceros la culpa de sus actos, porque eso sí que da ¡pena ajena! (Yánez, 2009).
Los aficionados venezolanos de Miami están enojados con su compatriota Magglio Ordóñez y aparentemente no perderán ninguna oportunidad para recordárselo durante la segunda ronda del Clásico Mundial de Béisbol, que comenzó el sábado (...) La rabia de los seguidores venezolanos no tiene nada que ver con el desempeño del jardinero izquierdo y quinto bate de la selección de su país, sino más bien con la predilección política de Ordóñez. Ordóñez, de los Tigres de Detroit, es una de las figuras públicas más notables que promociona la política del presidente Hugo Chávez en su país. Para una gran porción de la comunidad venezolana en Estados Unidos, especialmente la numerosa colonia de Miami, Chávez es una especie de Satanás. Además de realizar spots publicitarios apoyando la campaña de Chávez para conseguir la reelección indefinida a través de un referendo, una empresa de Ordóñez ha sido encargada de construir las principales obras públicas en el estado Anzoátegui (Rojas, 2009).
Lean la nota completa, no tiene desperdicio. En resumen: Magglio es un traidor. ¡Cómo se le ocurre vestir una camisa del Che! La afición no es responsable de nada, Magglio es el que debe asumir su responsabilidad y no andar llorando por los rincones. “Si los fanáticos son así, sinceramente, que no vengan”. Así lo dijo Ramón Hernández, catcher de la selección venezolana, según lo registra Alexander Mendoza en El Nacional. Escribe Mendoza: “La intolerancia y el odio visceral entre las facciones que dividen al país desde hace más de una década, mostró su peor rostro en un escenario que debería estar exento de tales discusiones”. También mostró su preocupación por la “imagen” de Venezuela en el exterior:
Seguramente en una próxima entrega Enrique Rojas nos presentará las pruebas de lo que allí ha escrito. En otra nota de El Universal, un tal Alfredo Yánez escribe líneas para la historia: A Magglio lo pitaron. A él solito. La pita fue selectiva y no colectiva (...) Su camisa –seguramente no comprada en el centro de desarrollo endógeno Fabricio Ojeda– con la cara del Che, el día del referendo por la enmienda constitucional tuvo mucho que ver en esa reacción; también su participación en varias campañas electorales a favor del Presidente. La afición 222
La deteriorada imagen del país sufrió otro golpe. Las agencias internacionales transmitieron el suceso al resto mundo. El Nuevo Herald, el diario en español de mayor circulación en Florida, tituló “El béisbol y la política se mezclan en el Clásico Mundial”. El Detroit Free Press colocó “Magglio Ordóñez abucheado por sus propios fans”. El Chicago Tribune y el New York Times utilizaron titulares similares, así como los portales de Yahoo y Aol. Jon Heyman, de Sports Illustrated, dedicó su columna al tema. Los motores de búsqueda de Google cifran en 5 mil 950 los sitios de la red en que aparece el nombre de Ordóñez ligado al término “abuchear”.
¡Dios mío, qué dirán mis amigos en Estados Unidos y Europa! (Segundo turno de Magglio: más abucheos. Elevado al jardín derecho). 223
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Por supuesto, también recoge las impresiones de los fanáticos... antichavistas: “Magglio Ordóñez se lo merece. No necesita apoyar al gobierno”, enfatizó un joven ataviado con el jersey y la gorra del equipo venezolano, que se identificó como barquisimetano, mientras hacía compras en una enorme tienda por departamentos, cerca del Dolphin Stadium. “Nosotros queremos al equipo, queremos que gane, pero él seguirá recibiendo pitas”. Uno de sus compañeros promete ser más agresivo. “Nosotros pagamos el espectáculo”, aseguró, mientras daba la espalda para seguir en sus afanes de turista.
Si usted paga, tiene derecho. Por cierto, todavía tiene chance de votar en la encuesta de El Universal: “¿Está usted de acuerdo con los abucheos que recibió Magglio Ordóñez en el Clásico Mundial?” Las siguientes son las opciones: 1) Sí, pero no con celebrar sus ponches. 2) Sí, en rechazo a su postura política. 3) No, se trata de un evento deportivo. 4) No, está representando a Venezuela. Va ganando la segunda opción, con 46,79% de los votos. “Y hasta un chavista” También en El Nacional de hoy, Boris Mizrahi al menos registra las opiniones de los que están en desacuerdo: “No se puede mezclar deporte y política”, afirmó Rafael, un merideño que se vino a Miami junto con sus compañeros de softbol. “Aquí hay caraquistas, magallaneros y cardenaleros, pero todos somos amigos. Unos son adecos, otros copeyanos y hasta hay un chavista, pero andamos juntos, acompañando a un equipo que se llama Venezuela” (...) “El país está dividido políticamente”, terció Alberto, un maracayero que también estuvo en la fase inicial, en Toronto. “En Canadá me sorprendí con las pitas y sabía que en Miami sería peor, pero no estoy de acuerdo. En Venezuela siempre ha habido personalidades involucradas con diferentes partidos y no habíamos visto esto. Magglio está dejando de trabajar para representar al país y debemos apoyarlo, a él y a todos, dejando a un lado la política”. “Yo lo pité en su primer turno”, dijo César, un larense radicado en Estados Unidos. “Mi 224
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familia vive en Venezuela, sé lo que está pasando y no apoyo al gobierno. Pero cuando Miguel (Cabrera) salió (del dugout) y abrió sus brazos, dejó claro que tanto él como el resto del equipo apoyan a Magglio. Creo que deberíamos dejarlo hasta aquí y empezar a disfrutar el buen papel que está haciendo el equipo”.
Entre algunos, hay que decirlo, impera un poco más de sensatez. Por ejemplo, Ignacio Serrano, columnista de El Nacional publicó ayer domingo 15 de marzo (y un día antes en ESPN): Basta que esa fanaticada cumpla con su papel. Y su papel no es abuchear a sus propios peloteros debido a sus posiciones políticas (...) Ordóñez no se merece ese maltrato. Tiene derecho a pensar como quiera sobre el Presidente de su país, tanto como también tienen derecho los aficionados a estar a favor del gobierno o de la oposición en la nación suramericana. Puesto que el jardinero derecho expresó sus opiniones como simple ciudadano, sin vestir el uniforme de la selección nacional, ni el de los Caribes de Anzoátegui o el de los Tigres de Detroit, la reacción del público tampoco debería mezclar política con deporte.
El mismo día, Ormúz Jesús Sojo publicó en el diario Líder: ¿Quién dijo que un atleta no puede expresar su creencia en estos ámbitos? Lo que Magglio vivió en Miami el sábado pasado no se lo deseo a ningún ciudadano, tenga la profesión que tenga, labore en el empleo que labore, milite en el partido que milite. Excelente la actitud de Miguel Cabrera y Félix Hernández –los que yo pude ver, porque me dijeron que hubo otros más–, cuando defendieron a su compañero ante el propio público que abucheó a su compatriota. A quién se le ocurre celebrar que alguien que defiende la camiseta de su mismo país falle. Y al falconiano lo tildaron de apátrida, creo que el término hay que colocárselo a otros.
(Tercer turno de Magglio. Abucheos, pero las cámaras muestran a un grupo de fanáticos coreando su nombre, suponemos que en señal de apoyo. Rolling por el short). Por último, el diario Últimas Noticias publicó tres opiniones. Les dejo en primer lugar la de Juan Vené: Algunos venezolanos han abucheado a Magglio en el Clásico. Craso y ridículo error. Copian el estilo agresivo y gritón, de borracho callejero en madrugada dominical, que adopta el presidente Chávez en sus alocuciones. Son tan culpables 225
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como Chávez de adoptar la violencia en vez de la razón. Se usa la violencia cuando la razón, la inteligencia y la sensatez han sido vencidas por la ignorancia o por intereses mezquinos (...) Magglio debe disfrutar de la libertad de ser tan chavista como es, o tan antichavista como los abucheadores lo son. Es la democracia. Ahora, esos bocasueltas de las tribunas no son culpables. Es que sólo siguen ese patrón trazado en Venezuela, tanto por Chávez como por quienes dicen ser líderes de la oposición. Ellos han sido los culpables de la división del país en dos mitades irreconciliables de chavistas y antichavistas.
Unjú. Va la segunda, de Eleazar Díaz Rangel: Lo sucedido en el Dolphin Stadium, de Miami, no tiene nombre. Ocurrió en el partido que Venezuela le ganó a Holanda. En el estadio había cerca de 20 mil aficionados, la inmensa mayoría partidarios de los criollos (...) Pero entre esa multitud, había un grupo de rabiosos antichavistas que, cada vez que Magglio Ordóñez tomaba un turno al bate o intervenía en una jugada defensiva, lo abucheaban, lo pitaban. Todo porque Magglio, como otros atletas, han expresado públicamente sus simpatías por el presidente Chávez y por su obra de gobierno. Por supuesto, a esos residentes en Miami, no obstante haber nacido aquí, no se los puede llamar venezolanos; seguramente deseaban el triunfo holandés.
Y la más categórica de todas, la de Hugo Chávez G. (el periodista): Sin embargo, lo ocurrido con Magglio Ordóñez en Miami nos obliga a cambiar de planes y, además, dejar constancia de la gran tristeza que sentimos en ese lamentable momento, cuando una jauría de fanáticos desató su odio y morbo contra Magglio al celebrar el ponche propinado por el picher Sidney Ponson en la cuarta entrada. Nunca, en nuestra trayectoria como periodistas deportivos, que va más allá de 25 años, habíamos visto cómo una mal llamada afición ligaba y se gozaba a rabiar la falla de un atleta venezolano por el elemental derecho de tener una parcialidad política. Para nadie es un secreto en este país, y tampoco lo debería ser en Miami, donde está radicada parte de la más extrema oposición venezolana, que no sólo Magglio ha manifestado su apoyo al presidente Hugo Chávez Frías. Una buena cantidad de peloteros también lo han hecho, al igual que atletas de otras disciplinas. Nadie puede ocultar, por el mayor egoísmo 226
político que se tenga, el apoyo que ha brindado Chávez al deporte venezolano en sus diez años de gobierno. Los atletas, conscientes de esta realidad, se han hecho solidarios con un Presidente que los ha tomado en cuenta y que hizo del deporte un derecho constitucional. Por ello, desde esta tribuna rechazamos lo ocurrido con Magglio Ordóñez y le brindamos todo nuestro apoyo (...) Ligar contra Magglio Ordóñez es ligar contra Venezuela, es ligar contra una selección de peloteros y técnicos que cada vez que se pone el uniforme vinotinto salta al terreno de juego a buscar un triunfo que deje bien en alto el nombre de nuestro país. Lanzamos un rotundo no a la intolerancia política, y más en el plano deportivo. Esto no debe ocurrir más nunca y ojalá que nuestros “compatriotas maiameros” tengan un mínimo de conciencia y entiendan que la gracia les salió como una morisqueta, que la comiquita que pusieron fue total.
¿Polarización? Como lo han expresado Hugo Chávez G., Díaz Rangel, mi hermano y los amigos de Maracay, los propios peloteros de la selección venezolana y el mismo Magglio Ordóñez, la manifestación de intolerancia política de los fanáticos venezolanos en Canadá y luego en Miami es sencillamente inaceptable. Pero no es esa la opinión generalizada. (Cuarto turno de Magglio: situación de tensión, hombre en segunda, dos outs. Rolling por el pitcher. Abucheos). El silencio timorato y hasta cómplice de los primeros días de los periodistas venezolanos se transformó, cuando los abucheos se hicieron inocultables, en tímidos exhortos en favor de la unidad nacional y en contra de la “polarización”. Lo afirmo con toda la propiedad de un fanático del béisbol que asiste al estadio regularmente, y mi hermano Rommel está de testigo: con estos ojos y estos oídos he visto y escuchado al antichavismo corear una y otra vez sus consignas en el estadio Universitario, mientras nosotros, los chavistas, intentamos concentrarnos en las incidencias del juego. Hasta que nosotros, los chavistas, nos hartamos de aquello y comenzamos a corear nuestras consignas. Que en algunas ocasiones, dicho sea de paso, han acallado por completo las gargantas de los antichavistas. Reto a cualquiera a que me cite una sola ocasión, sólo una, en que el chavismo hubiera lanzado la primera consigna en un juego de béisbol. Y me ha tocado ver y escuchar a los mismos antichavistas que hacía sólo unos segundos coreaban “Y va a caer, y va a caer, este Gobierno va a caer”, vociferando: “¡Qué ladilla con 227
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la política!”. Porque la política está bien cuando el antichavismo se expresa libremente, pero es una ladilla cuando el chavismo le responde. Entonces es cuando algunos dicen: “El problema es que este país está divido, polarizado. El problema es el lenguaje violento”. El verdadero y único mérito de Juan Vené es resumir en unas pocas líneas lo que la mayoría de los periodistas quiere decir, pero la mala conciencia no se los permite. La palabreja “polarización” es el expediente al que apela todo aquel que quiere eximir de responsabilidades a los verdaderos responsables: los intolerantes, los violentos. Que en este caso puntual –como en muchos otros– es una parte del antichavismo. Se dice “polarización” o “división del país en dos mitades irreconciliables” y súbitamente todos, y primero que nadie Chávez, por supuesto, somos responsables de que miles de imbéciles enceguecidos por el odio la emprendan contra Magglio Ordóñez. ¿Saben qué? Hoy, contra Puerto Rico, Magglio Ordóñez no vio vida: se fue de 4-0. Pero ganó Venezuela. Les metimos nueve arepas: ganamos 2 por 0. La primera carrera la impulsó uno que se llama Carlos Guillén. Y el juego lo salvó otro que se llama Francisco “El Kid” Rodríguez. Repito: ganó Venezuela. Por si no se han enterado.
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Miss Universo en Guantánamo: “Is sooo beautiful!” 1 de abril de 2009
El pasado 20 de marzo, Dayana Mendoza, Miss Universo 2008, y Crystle Stewart, Miss Estados Unidos 2008, iniciaron una visita por Guantánamo, Cuba... perdón... territorio estadounidense, que se extendió hasta el miércoles 25 de marzo. Nadie mejor que la misma Dayana, la venezolana universal, la máxima representante de este país rebosante de belleza femenina, para enterarnos de los detalles de esta visita: Esta semana, ¡¡¡Guantánamo!!! Fue una experiencia increíble. Llegamos a Guantánamo el viernes y dimos algunas vueltas por el pueblo, todos sabían que Crystle y yo iríamos así que lo primero que hicimos fue asistir a un gran almuerzo y luego visitamos uno de los bares que tienen en la base. Hablamos sobre Guantánamo y sobre cómo era vivir allí. ¡Los días siguientes la pasamos de maravilla, éste fue realmente un viaje memorable! Pasamos el rato con los chicos de la Costa Este y nos mostraron su bote por dentro y por fuera, cómo trabajan y qué es lo que hacen, dimos un paseo y fue ¡muuuuy divertido! (…) También conocimos a los perros militares, que nos hicieron una muy bonita demostración de sus habilidades. Todos los chicos del Ejército fueron maravillosos con nosotros. Visitamos los campos de prisioneros y vimos las celdas, los lugares donde se bañan, cómo ellos mismos se recrean con películas, clases de arte, libros. Fue muy interesante. Dimos un paseo con los infantes de marina para ver la división entre Guantánamo y Cuba mientras ellos nos informaron un poquito de historia. El agua en la Bahía de Guantánamo es muuuuy bonita. Fue increíble, pudimos disfrutarla por lo menos durante una hora. Fuimos a la playa de vidrio, y supimos que su nombre viene de pequeños pedazos de vidrio roto de cientos de años atrás. Fue muy bello ver todos esos colores brillando con el sol.
Y hasta ahí se los dejo. Si les interesa leer la versión original, en inglés, no tienen más que ir directo al blog de la hermosa Dayana. 228
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No sé ustedes, pero yo quedé absolutamente conmovido. Guantánamo debe ser un buen lugar para pasarse unas vacaciones. Piénsenlo, ahora que viene la Semana Santa. Sólo me quedó una duda: ¿en Guantánamo hay prisioneros?
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Breve historia de una pulseada 15 de abril de 2009
Como extranjero en el reino de las tangas: así lucía aquel hombre de hombría puesta en duda, macho no-macho, garza blanca en el desierto, de ademanes quebradizos. Demasiado contoneo en medio de tanta voluptuosidad femenina. Por eso mismo, cuando el árbitro del concurso de pulseadas señaló de viva voz: “No se permite el muñequeo”, nunca una regla sonó tan ridícula, tan fuera de lugar. ¿Cómo impedirle el muñequeo a un tipo del que todo el mundo sabe que el muñequeo le distingue? Entre risas y más muñequeo, en medio de las carcajadas y algunas risas cómplices del público presente, aquel macho no-macho, aquel hombre-garza blanca ensayó la respectiva vacilación fingida, la duda calculada: concursar o no concursar, he ahí el dilema. Para el público no había dilema: quería concurso, y nuestro macho no-macho supo que había ganado la primera mano. Ahora venía la segunda, la verdadera pulseada. Tomó asiento, dirigió una fugaz mirada a su contendor –para qué decirlo, este sí, macho-macho de verdad– antes de limpiar delicadamente, con la palma de su mano izquierda, el lugar exacto en el que posaría su codo derecho. El árbitro descansó sus dos manos sobre las manos competidoras hasta que alcanzaran la correcta postura. Procedió entonces con la señal de inicio. Contra todo prejuicio, que es lo mismo que decir contra todo pronóstico, el macho no-macho tomó la delantera con una sacudida que casi termina con la partida apenas iniciada. El ánimo del público se desplazó de la simpatía a la militancia, de espectador a barra brava, a tribuna encendida. El macho-macho apeló al orgullo herido o tal vez al apellido, como quien recurre a la casta en los momentos definitorios. Difícil saberlo. Lo cierto es que logró equiparar músculos con músculos: la partida está empatada, hay que empezar de nuevo. Pero sucedió que cuando el macho-macho iba, su par ya venía de regreso: de un envión volvió a poner las cosas en su sitio, que aquí quiere decir: al macho-macho contra las cuerdas y a las puertas de una penosa y humillante derrota. Lo demás fue casi trámite. La 230
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mano del macho-macho finalmente sucumbió ante la fuerza de la otra, y fue a estrellarse en el plástico arenoso de la mesa. Mentiría si les digo que no he presenciado una ovación tan cerrada y un estallido de júbilo semejante en los últimos años, porque lo cierto es que hemos obtenido unas cuantas victorias: peleadas, sufridas, holgadas, memorables. Pero sí debo reconocer que jamás imaginé ser testigo de semejante celebración en una atestada Playa Grande, en Choroní, un jueves de Semana Santa. Y entonces pensé que algo, por mínimo que fuera –y por larguísimo que sea el trecho por andar– debía haber ocurrido en este país en la última década para que un auditorio plagado de machos-machos, nacidos para ser homofóbicos, dueños y señores en un ambiente tradicionalmente hostil a la diferencia, celebrara tan ruidosamente la victoria bien fraguada de aquel macho no-macho, rey indiscutible en el reino de las tangas. En eso pensaba aquel Jueves Santo, y tal vez en un par de asuntos más, cuando supe de la huelga de hambre que el mismo día había iniciado Evo Morales en Bolivia, para forzar a las fuerzas opositoras en el Congreso a aprobar la ley electoral que permitiría realizar elecciones el próximo 6 de diciembre. Los días que la tradición reserva a la pasión y la gloria, yo los reservé para Sandra Mikele, la playa, la arena, el sol y el río. Y así llegó el Domingo de Resurrección, con su viaje de regreso y al mediodía ya en casa. Entonces tuve el primer chance en días de leer las noticias. Supe de la conversación telefónica entre Chávez y Evo y me leí la brevísima nota de Telesur que recogía la frase del boliviano: “Vamos a librar esta batalla que (...) es una pulseta de los pueblos oprimidos y los grupos oligárquicos”. Me vino a la mente el recuerdo fresco de aquella pulseada en Choroní, de ese jolgorio extraño que finalmente atribuí a la solidaridad que nos inspiran aquellos que –como de alguna forma nosotros mismos y por diversas razones– han sido vilipendiados, humillados, discriminados. Y en eso fui a dar a El Universal, y agradecí una vez más el infinito genio de Rayma, que resumió en una imagen simple y un par de frases toda una larguísima historia de vilipendios, humillaciones y discriminaciones: “Evo no tiene hambre, sino sed de poder”. Puesto que así es la oligarquía, así son sus periódicos, radios y televisoras. Así son sus élites y sus cipayos: cada vez que los humillados, vilipendiados y discriminados de estas tierras obtienen alguna victoria, por pequeña que sea, se apresuran a gritar con amargura y a los cuatro vientos: “¡Maricones! ¡Maricones!”. 232
Las venas abiertas: de estúpidos e idiotas 18 de abril de 2009
PRIMER ACTO Previo al inicio de la V Cumbre de las Américas, Obama saluda a Chávez. SEGUNDO ACTO Chávez responde: “Quiero ser tu amigo” (I want to be your friend). TERCER ACTO Pocas horas más tarde, Obama declara en su discurso inaugural: “No vine aquí a discutir sobre el pasado, sino a discutir sobre el futuro”. CUARTO ACTO Durante la reunión entre la UNASUR y Obama, Chávez le obsequia al estadounidense un ejemplar del libro de Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina. QUINTO ACTO Según reporta Luigino Bracci, en la web de YVKE Mundial, las ventas del libro se disparan. En Amazon la edición en inglés salta del puesto 54 mil 295 al número 7 en menos de 24 horas. SEXTO ACTO Cuando son las 11:55 pm del sábado 18 de abril en la República Bolivariana de Venezuela, el Manual del perfecto idiota latinoamericano, que alguna vez fuera un muy popular panfleto neoliberal, escrito por Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, con prólogo de Mario Vargas Llosa, se ubica en el puesto 1 millón 318 mil 089. 233
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Del libro, pobrísimo en ideas y argumentos, es tristemente célebre la lista de “las diez obras que conmovieron al perfecto idiota”. Adivinen cuál encabeza la lista: 1) Las venas abiertas de América Latina. Eduardo Galeano. 2) La historia me absolverá. Fidel Castro. 3) Los condenados de la tierra. Frantz Fanon. 4) La guerra de guerrillas. Ernesto Che Guevara. 5) ¿Revolución dentro de la revolución? Regis Debray. 6) Los conceptos elementales del materialismo histórico. Marta Harnecker. 7) El hombre unidimensional. Herbert Marcuse. 8) Para leer al Pato Donald. Ariel Dorfman y Armand Mattelart. 9) Dependencia y desarrollo en América Latina. Fernando Enrique Cardozo y Enzo Faletto. 10) Hacia una teología de la liberación. Gustavo Gutiérrez.
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hacemos el decálogo de los libros que conmovieron a los idiotas neoliberales latinoamericanos? Propongo que encabecemos la lista con éste: 1) Manual del perfecto idiota latinoamericano. Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa. ¿Cuáles completarían la lista?
SÉPTIMO ACTO Procedemos a la operación: 1.318.089 menos 7 = 1.318.082 puestos de ventaja a favor de Galeano. OCTAVO ACTO Epígrafe de Las venas abiertas de América Latina: “...Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...”. (Proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en la ciudad de La Paz, 16 de julio de 1809). NOVENO ACTO Cuanto menos estúpidos somos, más languidecen los verdaderos idiotas. DÉCIMO ACTO Para cerrar con un acto de justicia poética: ¿qué les parece si 234
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En perfecto venezolano 28 de abril de 2009
I. Escribió Julio Borges, este domingo 26 de abril, en el diario Últimas Noticias: “Un presidente verdaderamente nacionalista, con interés en promover lo criollo, le hubiese regalado otro libro al presidente Obama, un libro venezolano, de esos que llevamos en el corazón y en las venas”. Escribió Milagros Socorro, el mismo día, pero en El Nacional: “Lo intolerable es que un Presidente regale en el extranjero una obra hecha por mano distinta a la venezolana, que puede ufanarse de inmensos logros en todas las disciplinas del arte”.
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Y uno lee a Milagros Socorro y la palabreja le queda dando vueltas a la cabeza: chafarote, chafarote, chafarote, hasta que se decide por el diccionario: Chafarote. (Del ár. hisp. šífra o šáfra, y este del ár. clás. šafrah, cuchillo; cf. port. chifarote). ... 3. m. despect. Col. y El Salv. militar (‖ hombre que profesa la milicia). De lo que se desprende que todo aquel que brinde su apoyo o aclame al chafarote es peor que el chafarote mismo, y uno no termina de saber cuándo perdimos el derecho a ser insultados en perfecto venezolano.
II. Complementó Julio Borges: “Qué bonito sería ver que uno de estos libros emblemáticos de Venezuela se convierta en best seller, proyectando no a un hombre sino a la patria”. Complementó Milagros Socorro: Qué grosero desprecio a los escritores locales de todos los tiempos; pero mucho más a quienes persisten en su apoyo al chafarote, que no abdican del silencio y la complicidad ante la tragedia en Venezuela. Cualquier libro de Luis Britto García es mil veces mejor que la latosa oda al fracaso de Galeano. Ya no digamos los versos de Ana Enriqueta Terán, Palomares o Luis Alberto Crespo, auténticas joyas de nuestra cultura. Pero sus libros no entran en la valija del mandón que aclaman. De todo, esto es lo que más me indigna.
III. Y uno se queda con ganas de preguntarle a Julio Borges: está bien, galán, pero ¿y si para nosotros la patria es América? O para que te quede más claro: ¿y si patria es humanidad? 236
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La risa y los impostores 20 de enero de 2010
El tipo abrió las santamarías el 17 de noviembre de 2009 y de inmediato quiso entrar en confianza con varios de los principales divos y divas del universo tuitero venezolano: Pedro Penzini Fleuri, Carla Angola, Alberto Federico Ravell, Luis Chataing, Estefanía Fernández o Nelson Bocaranda. Ese paso en falso ha debido ser suficiente para sospechar que se trataba de un impostor. Ninguna celebridad se estrena en estas lides solicitándole un retuit a otra celebridad. El impostor de El Conde del Guácharo no sólo hizo eso: en la misma medida en que iban aumentando sus seguidores, se fue apuntando como seguidor de centenares de usuarios, en una proporción que no guarda mucha relación con la actitud que cabe esperar de un tuiterdivo. Ambos detalles pasaron inadvertidos tanto para quien esto escribe como para las más de seis mil personas que, para el 14 de enero de 2010, aparecían como seguidores (followers) del tipo. En razón de esta falta de atención, atribuí al empresario y comediante Benjamín Rausseo, alias El Conde del Guácharo, la autoría de un comentario en extremo denigrante a propósito del sufrimiento del pueblo haitiano, víctima del devastador terremoto acaecido apenas un día antes. Entonces escribí: “Sin embargo, resulta curioso que el comentario de El Conde del Guácharo haya pasado absolutamente desapercibido. ¿Complicidad? ¿Indolencia? ¿El derecho a la libertad de expresión puede legitimar el que se hagan chistes a propósito de la tragedia de un pueblo que ha visto morir, según estima hoy la Cruz Roja, aproximadamente a 50 mil de sus hijos e hijas?”. El viernes 15 de enero, un par de personas me advirtieron sobre la posibilidad de que se tratara de un impostor. Ya en marzo de 2007 alguien más había intentado usurpar la identidad de Rausseo. Apenas dos días después, la actriz Camila Canabal se encargó de hacerlo oficial, publicando una fotografía en la que se observa al mismo Rausseo sosteniendo una servilleta con la inscripción: “No tengo Twitter”. 238
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Pero muy al contrario de lo que cabría esperarse, esta revelación no causó mayores estremecimientos, al menos no de manera inmediata, lo que también resulta revelador: tres días después, el falso Conde aún reúne más de ocho mil seguidores; esto es, dos mil más que el 14 de enero –día de los hechos– y unos mil menos que el domingo 17. Más aún, no son pocos los que afirman que el impostor se desempeña mejor que el verdadero Conde quien, dicho sea de paso, decidió abrir su cuenta el 19 de enero. La pregunta es obligada: ¿cómo es posible que un reconocido impostor todavía ostente semejante popularidad? Paso a cantarles el coro que aquí les traje y da el mensaje de mi canción: la complicidad con una farsa tal es equivalente al silencio que los miles de seguidores del impostor guardaron a propósito de sus “chistes de Haití”. Si bien es cierto que tales “chistes” no son atribuibles al verdadero Conde, ¿qué puede decirse de los miles de seguidores que creyeron que era El Conde del Guácharo quien les escribía? Tal silencio cómplice y –reitero– tanta indolencia sólo pueden explicarse en razón de una cierta idea de humor que ha venido ganando terreno en años recientes. Una idea de humor que no tiene nada que ver con una supuesta “jocosidad del venezolano”, entendida como una suerte de esencia del ser nacional de la cual los chistes de El Conde del Guácharo serían patrimonio. Para explicar esta idea de humor, tal vez valga la pena echar mano de un autor ya clásico. Si revisáramos el Diccionario filosófico de Voltaire (2007), nos encontraríamos con esta verdad incuestionable: “Ninguno que se haya reído alguna vez, duda que la risa es la señal de la alegría, como las lágrimas son el síntoma del dolor”. La risa, enseña Voltaire, no proviene del orgullo, y sólo “los habladores” difunden la especie de que “el que se ríe se cree superior al que es el objeto de la risa”. Distingue –y póngase la mayor atención en esto– entre la risa y la perfidum ridens o “risa maligna”, que no es más que la terrible “alegría de la humillación del otro”. Por último, nos explica que cuando “nuestro orgullo se mofa (…) del orgullo del que nos ha creído engañar”, se habla de chiflar más bien que de reír. El problema, agrega Voltaire, es que “los que buscan las causas metafísicas de la risa, no son alegres”. Tal cual sucede con el antichavismo: como no es capaz de entender cuál es la causa de la risa del pueblo chavista, intenta explicársela recurriendo a causas metafísicas. De allí su impotencia y también su tristeza. Precisamente como la risa chavista es inconcebible –chavista ya es, de por sí, una 239
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palabra casi impronunciable–, sólo es posible concebirla como una consecuencia de la ignorancia, de la maldad o de la bajeza: la risa chavista será siempre una risa mala, ignorante o bochornosa, y el chavista –a secas– será siempre culpable. Lo que el orgullo antichavista no ha sido capaz de asimilar es que ya no es superior al objeto de su risa, aunque siga haciendo gala de su característica actitud supremacista. De allí la inevitable multiplicación de habladores que plenan, por cierto, las redes sociales en Internet. Ha pretendido, por eso mismo, hacer pasar su dolor por el dolor popular. Pero si no es capaz de entender lo que causa la alegría popular tampoco entiende sus tristezas. Por eso, lo que resalta siempre es su tristeza de clase o de casta, esa que durante siglos fundó su risa en la humillación del pueblo. Lo que resalta siempre es su risa maligna, así pretenda disfrazarla de buen humor. Es esa risa maligna, y no otra cosa, lo que explica el silencio cómplice de los miles que son capaces de reírse a costa de la humillación de los otros. Si acaso insisten en llamarle buen humor a la humillación, ya sabemos quiénes son los verdaderos impostores.
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Una lucha de telenovela 28 de enero de 2010
Quien no haya visto el final de la telenovela Mi prima Ciela, no pierda oportunidad de hacerlo. Los últimos siete minutos –o casi– del episodio incluyen un retrato familiar y unas palabras de despedida de la Ciela (Mónica Spear), previa una larga y desgarradora escena de llanto del Vido (Manuel Sosa), que se despide de su amada recién fallecida. Son unos cuatro minutos de desconsuelo y desolación que conmueven al más pintado. Debo confesar que me distraje luego del primer minuto de llanto, pero al volver sobre la escena, pasados los tres minutos, sentí pena por aquel muchacho y hasta quise saber qué era lo que le había ocurrido. Para los desprevenidos, es preciso recordar que Mi prima Ciela era la telenovela estelar de RCTV cuando este Gobierno decidió cortarle las alas a ese ángel del señor. Recuerdo que en la víspera de la infausta fecha, desde las instalaciones del canal, Hany Kauam quiso interpretar Es tu amor, el tema de la telenovela; pero qué va, la extrema congoja no se lo permitió. La misma canción cuyo video comienza con una guarimba en frente de la Iglesia San Pedro, en Caracas, en tiempos de efervescencia estudiantil contra el zambo. Justo cuando el Vido lucha por vencer la inercia de los brazos de su amada, cruzándolos sobre su nuca y sosteniéndolos con su mano derecha, clamando por un último abrazo, un último gesto de amor infinito, una voz en off nos consuela: “Su vida fue maravillosa y amó a todos los que tuvimos la dicha de estar a su lado”. Luego, es la voz de la misma Ciela, convertida en ángel, la que consuela a su amado, mientras éste carga en sus brazos el fruto de ese amor imperecedero: “No me arrepiento de mi corta vida. No me arrepiento de los hijos que te di. No me arrepiento de haberte amado tanto. No me arrepiento de haber nacido aquí porque sé que mis hijos vivirán en libertad”. ¿Se entendió? No fue Ciela, sino RCTV la que se murió. Poco más de dos años después, pretenden venir a contarnos la historia de la segunda muerte de RCTV. Y nos dirán que su vida fue maravillosa y que sus hijos vivirán en libertad. Esos, sus hijos, que han vuelto a salir a las calles a luchar contra el zambo. Porque 241
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sus hijos merecen ser Libres como el viento, tal cual se llama la telenovela estelar de RCTV, parte de cuya trama se desarrolla en una tal Universidad Nicolás Copérnico, donde “dos bandos (…) luchan entre sí para lograr el control. Uno de los bandos… busca la división y la confrontación, y el otro (…) intenta rescatar los valores y consolidar la unión entre los estudiantes”. Mientras se desarrolla esta lucha de telenovela, nadie contará la historia de Yorsiño Carrillo, estudiante asesinado en Mérida el lunes 25 de enero de 2010.
2012: la película 23 de febrero de 2010
I. En octubre del año pasado, en algunos puntos del norte de Maracay, los buhoneros ambulantes ya tenían en sus manos el blockbuster del momento: 2012, de Roland Emmerich, el mismo de The day after tomorrow (El día después de mañana, 2004) y la otra igual de apocalíptica, Independence day (Día de la independencia, 1996). El detalle, como se ha hecho usual en estos casos: los tipos nos ofrecían, a un módico precio, una película que no sería estrenada en Venezuela sino dos o tres semanas después: el 13 de noviembre. El dilema me duró un par de milésimas de segundo: pobre Emmerich, pobre Hollywood, pobre oligopolio de las salas de cine locales... ¿La compro o no la compro? Mentira, no hubo tal dilema. La compré por dos razones: en primer lugar, porque hasta entonces, simplemente no había podido conseguir un torrent que valiera la pena: puro fake, como se estila en el argot propio de los criminales partidarios del copyleft. En segundo lugar, porque Sandra Mikele llevaba un buen tiempo queriendo verla. Hacía meses que habíamos visto un par de tráilers de la película, y la reacción inicial de Sandra Mikele había sido una mezcla de incredulidad, fascinación, ansiedad y miedo. Diría que incredulidad, en primer lugar, porque las escenas de destrucción pura y dura que se asomaban ante sus ojos le resultaban inconcebibles. En segundo lugar, porque no podía creer que yo me riera hasta la carcajada de todo aquello. Comprendí de inmediato que para ella no era juego, porque no puede ser juego ver al mundo partirse en cuatro pedazos en unos pocos segundos. Desde entonces, me comprometí en una suerte de pequeña cruzada familiar que consistía en explicarle a Sandra Mikele, de la manera más didáctica posible, a qué lógica obedecía esta versión del apocalipsis según la industria gringa del entretenimiento. Por supuesto que sí: le hablé de cómo el capitalismo está destruyendo el planeta, pero le advertí que tal destrucción no era inevitable. Claro que sí: le expliqué que para salvar al planeta teníamos que
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acabar con el capitalismo. Que se olvidara de Nostradamus, de las profecías y del tan publicitado fin del mundo –contenidos que se cuelan con alguna frecuencia en la programación de canales como National Geographic o The History Channel–: que no permitiera que le atravesaran el cuerpo con miedos y complejos. Al contrario, que sobraban las razones para luchar por un mundo mejor. Definitivamente, no soy de los que creen que el problema se resuelve prohibiéndoles ver tal canal o tal película. El bombardeo es permanente, omnipresente, inclemente. Vale más enseñarles a ignorar, a saber interpretar. Vale más enseñarles la capacidad de descubrir. Nos quieren desmoralizados, entristecidos, aterrorizados. Yo quiero una Sandra Mikele sonriente. Próxima parada: reírnos de aquella película. Debo decirlo: Emmerich no nos defraudó. Creo no equivocarme cuando afirmo que todo cuanto 2012 tiene de “espectacular” estaba ya incluido en los tráilers: un maremoto cubriendo nada menos que el Himalaya o empujando al USS John F. Kennedy sobre la Casa Blanca; el Cristo Redentor del Corcovado viniéndose abajo o la cúpula de la Capilla Sixtina resquebrajándose justo a la altura del brevísimo espacio que media entre el dedo divino y el índice de Adán. Nada más esta insuperable metáfora sobre el fin de los tiempos paga la copia pirata. Pero, ¿y además de todo esto, qué? Ya sabemos lo que escribiría un Santiago Mute, prolijo crítico de cine, personaje de Aníbal Nazoa: Entonces surge una serie de situaciones equívocas y comprometedoras, saturadas de un irónico humorismo, que el cameraman sabe llevar hábilmente a través de la sabia utilización del dolly in, las disolvencias y travellings apoyados en una rígida economía del patotage (Nazoa, 2008: 177).
Como no soy crítico de cine, y no tengo idea de lo que habla Mute, sólo agregaría que al margen de las “espectaculares” escenas de destrucción, toda 2012 es “una serie de situaciones equívocas y comprometedoras”. Mi favorita: el momento en que Jackson Curtis (interpretado por John Cusack) corre por su vida, intentando alcanzar a la frágil avioneta a punto de despegar, donde le aguardan sus hijos y su ex esposa. Cuando el tipo finalmente logra aferrase a la avioneta y todos suspiramos de alivio porque se ha salvado, el viento salvaje le arranca el mapa que lleva en mano – sin él no hay camino a seguir, no hay destino–. ¿Tanto nadar para morir en la orilla? Nada de eso, público presente: Jackson Curtis, cual Indiana Jones del fin de los tiempos, en un ágil, heroico y 244
desesperado movimiento, logra hacerse de nuevo con el mapa y una vez más suspiramos de alivio. En cuanto a Sandra Mikele, me consta que sigue prefiriendo El día después de mañana. Cuando le comenté, ayer por la tarde, que pensaba escribir sobre 2012, me respondió con una incredulidad de distinto signo: “¿Vas a escribir sobre esa película tan vieja?”. De algo sirvió la pequeña cruzada. II. Pero mira tú, qué cosa tan curiosa, los mismos vendedores de la copia pirata de 2012, ofrecían “el nuevo CD” de El Conde del Guácharo. He aquí el gancho publicitario: “Está con Chávez muy arrecho”. Me atrapó: decidí comprarlo para ver por dónde venían los tiros. Transcurridos unos pocos minutos ya había caído en cuenta de que se trataba de una oferta engañosa: no era el nuevo CD de El Conde, sino uno de hace tres años, quizá. El show en que el tipo comienza haciendo referencia a las elecciones presidenciales de 2006, y hace un par de chistes sobre su frustrada candidatura. A pesar de todo, seguí escuchándolo. Durante la primera media hora de show, El Conde resume, en tono de joda, lo que constituye la médula del discurso antichavista: la viajadera de Chávez, la peleadera de Chávez, la regaladera de Chávez. Tanto, que en algunos pasajes pareciera que es un Julio Borges el que habla. De lo que se desprende una primera conclusión: El Conde no sólo se ha convertido en un vehículo a través del cual se difunde masivamente el sentido común antichavista, sino que el liderazgo opositor está persuadido de que la única manera de lograr conectarse con lo popular es apelando a un discurso básico, ramplón, pueril y en extremo repetitivo, cuyo máximo exponente es un tipo que tiene por profesión contar chistes subidos de tono. De lo que se desprendería una segunda conclusión: el liderazgo opositor identifica a lo popular con lo básico, lo ramplón y lo pueril. Y va la tercera: por eso es que el liderazgo opositor no pasa de ser, en sí mismo, un mal chiste subido de tono. Pero además, el show de El Conde es un monumento al discurso autodenigratorio, tan característico de la vocería política –y militar– del antichavismo. He aquí las palabras de El Conde: Cómo van a poné a los soldaditos de nosotros (...) unos carajos que sacan de aquí, del barrio Los Cocos (...) unos carajos que sacan de Petare, flaquitos (...) que son felices 245
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cuando le meten una tarjeta de veinte al teléfono, los van a poné a pelear con unos marines, unas mierdotas así (...) ¿Tú has visto a los coñoemadres esos de las películas? ¡Son así! Unas vergotas así, con unos trajes térmicos (...) Unas mierdotas así, chico (...) Coño, ¿tú los has visto? En estos días salió en el 2001: “Así se preparan las fuerzas de milicia que defenderán al pueblo en La Guaira”. Una viejita (...) Y la viejita no podía comer, porque se le caía la bolsa de comida, que la llevaba guindá por aquí. De Mercal. Le dan una bolsa de Mercal (...) y la gorra y la franela roja. Esos carajos tú los pones, los soldados americanos, tú los pones a pelear con los venezolanos, y los venezolanos les piden autógrafos y se echan fotos con el celular: “Coño, es que mi novia no cree que estoy luchando contra ti”. ¿Tú crees que es necesario, tú crees que esos peos son buenos pa los venezolanos? Nosotros los venezolanos lo que queremos es ser feliz, más nada.
Ahora vaya y léase esta lindura de entrevista que le hiciera El Universal al ex Canciller y ex Ministro de la Defensa, Fernando Ochoa Antich, el 8 de noviembre de 2009, intitulada Venezuela no resistiría una guerra con Colombia y EE.UU., y dígame si existe alguna diferencia de fondo. Y va la cuarta conclusión: es El Conde, y no un Laureano Márquez, el tipo que constituye la avanzada del sentido común antichavista en el terreno del “humor”. Un “humor” que es un mal humor básico, ramplón y pueril que desmoraliza y entristece. Un mal humor inclemente, permanente, omnipresente en los medios antichavistas y que se vende en calles, avenidas y autopistas cuando arrecia el tráfico y por tanto se multiplica el mal humor. El mismo mal humor ilustrado y biempensante que destila la carta de Laureano Márquez a El Conde: “la victoria de Chávez se producirá en medio de una mamadera de gallo, sabrosona y criolla, que hará más llevadera y aceptable la instalación de su proyecto político autoritario” (2006). Ahora creo entender el porqué de la supuesta oferta engañosa: ese combo, ese double pack está concebido, originalmente, para el consumidor antichavista. Qué importa si se trata realmente de “el nuevo CD” de El Conde. El mal humor es siempre el mismo. Haga más llevadero y aceptable el apocalipsis. Total, el mundo se acabará en 2012. Llévese la película para que se vaya acostumbrando.
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27F de 1989 y chavismo: el mismo horror 27 de febrero de 2010
Si todavía persiste alguna duda sobre la línea de continuidad entre el 27 de Febrero de 1989 y el chavismo, sólo basta con revisar un par de citas. La primera aparece publicada el 1 de marzo de 1999 en El Universal y va a la cuenta de una periodista, Thamara Nieves: “Estos grupos demográficos, inéditos, no encajan en la clasificación socioeconómica D-E, más bien podrían ser Y-Z, pertenecen al inframundo caraqueño”. La segunda aparece en El Nacional, casi tres años después, el 27 de enero de 2002: Hemos visto con indignación cómo salen debajo de la tierra unas personas (…) con espuma en la boca, ojos volteados, palo en mano en actitud agresiva, dispuestos a defender con fanatismo algo que no entienden muy bien: la revolución; ellos son las llamadas turbas de Chávez.
¿El autor? El tipo que hoy gobierna el municipio Sucre del Distrito Capital: Carlos Ocariz. Muy a pesar de la procacidad del juicio de la periodista Nieves, del espanto que destilan sus palabras, ellas retratan fielmente una de las claves de la naturaleza de ese acontecimiento que fue el 27F de 1989: su carácter “inédito”. Lo que resulta inédito para Nieves es la súbita irrupción en el espacio público de esos “grupos demográficos” que durante décadas de democracia formal permanecieron en los márgenes. Aquella fecha acontece la invasión bárbara de la ciudad formal. Irrumpe lo que no encaja. Lo que azota el mundo de Nieves –que es el mundo de la ciudadanía formal, de la sociedad civil– es lo que no puede denominarse más que como “inframundo”. Es del mismo inframundo, “debajo de la tierra”, de donde provienen los seres enloquecidos, posesos, “con espuma en la boca” y los “ojos volteados”, que apoyan a Chávez. Un apoyo fanático, más que partidario, porque aquellos seres “no entienden muy bien” qué es eso de “la revolución”. Irracionales: “las llamadas turbas de Chávez”. 247
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Es este horror no disimulado por lo popular lo que, al mismo tiempo, explica la condena del 27F de 1989 y define la naturaleza del antichavismo de élites. Horror por las calles atestadas de pueblo, horror por la política contaminada por lo popular. Sólo desde el horror es posible narrar el 27F como suceso triste y lamentable y asimilar al pueblo chavista con lo monstruoso. El mismo horror, salpicado de voluntad de revancha, que nos permite entender el tono del editorial de El Nacional del 12 de abril de 2002: “Con razón usted quería hace dos meses celebrar el 27 de febrero, esa fecha oscura y siniestra de nuestra vida democrática”. Ni siniestro, ni monstruoso, ni horroroso. Veintiún años después, seguimos celebrando el día en que el pueblo venezolano decidió mostrar su rostro más hermoso: el que sólo son capaces de exhibir los pueblos que luchan. Ese pueblo es hoy chavista. Y es hermoso. Con razón a usted no le gusta celebrarlo, aunque gobierne Petare. Aunque le parezca horroroso.
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El chavismo violento, esa redundancia 25 de marzo de 2010
La irrupción del chavismo en la arena política está indisociablemente ligada a su criminalización. Podría decirse incluso que la criminalización le precede, de manera que cuando el chavismo entra en escena no puede aparecer más que como sujeto criminal, bárbaro, irracional, violento. Sin este discurso que estigmatiza, transfigura e incluso oculta al sujeto chavista, no hay relato opositor sobre el chavismo. Evidencias históricas sobran, y están allí, a la mano, para el que desee realizar la arqueología del discurso opositor: durante los primeros meses de 1999, las páginas de opinión de la prensa opositora están plagadas de horror a las “invasiones” de tierra. Es así como aparece el sujeto chavista, apenas instalado el nuevo Gobierno: como un agente extraño al cuerpo social, como un elemento patógeno que se desplaza movido por un pavoroso impulso centrípeto, del campo a la ciudad, de la barbarie a la civilización. El relato opositor fue siempre el relato de la catástrofe inminente que provocarían las invasiones bárbaras chavistas. El zambo Chávez no sería más que el cómplice de aquellos ataques contra la civilización, el instigador principal del odio y el resentimiento bárbaros, el criminal que, abusando de su circunstancial posición privilegiada, articularía un discurso que se desplazaría centrífugamente. El resultado sería una “sociedad civil” sometida a las tensiones que producirían estas dos fuerzas complementarias, más que opuestas, produciendo la fatiga y la opresión de todo lo civilizado. Por eso, no sorprende en lo absoluto el esfuerzo continuado por asimilar cualquier manifestación de violencia opositora con el chavismo. Dado que el chavista es no sólo el sujeto violento por excelencia, su expresión más acabada, sino el origen de toda violencia, la violencia opositora sólo podría explicarse como un efecto no deseado de aquella violencia original, como su consecuencia inevitable. Bastaría con arrancar la raíz de la violencia para retornar a la paz y a la civilidad. Resulta claro que esta naturalización de la violencia chavista implica al mismo tiempo la desnaturalización de la violencia 249
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opositora, un verdadero fraude analítico y argumentativo, en la medida en que pretende clausurar toda posibilidad de examinar las razones de la violencia antichavista. Un fraude es lo que ha cometido Roberto Giusti el pasado 9 de marzo, en un artículo publicado en El Universal, intitulado El contagio chavista de la oposición. Refiriéndose a la violenta trifulca opositora del domingo 7 de marzo, en Valencia, escribía: Chávez ha pregonado el odio y la aniquilación del adversario (…) para imponerse en un juego de todo o nada. Pues bien, el veneno ha sido tan eficaz que mientras en antiguos sectores chavistas se diluye y la gente recupera la razón, en la dirigencia de oposición ha prendido con tal virulencia, que ahora resuelven a golpes sus diferencias, en el mejor estilo chavista. La triste “Batalla de Carabobo” del domingo es el peor mensaje para una sociedad a la búsqueda de la paz y la civilización perdidas.
Entiéndase: el chavismo no es sólo sinónimo “de la paz y la civilización perdidas”. Tampoco es el resultado histórico de la decadencia de la clase política venezolana, de su cortedad de miras, de su incapacidad manifiesta para gobernar, de la “democracia” groseramente excluyente que capitanearon durante décadas, subordinados como estuvieron siempre a los intereses de la oligarquía. No. Según Giusti, esta decadencia de la vieja clase política, al expresarse violentamente, lo hace “en el mejor estilo chavista”. Al día siguiente, también en El Universal, Pedro Pablo Peñaloza continúa con el fraude. En su artículo intitulado El chavismo de oposición, se lee: Para los que entienden que el Presidente comanda un proceso, pero degenerativo, la palabra “chavismo” viene a resumir en sí todo lo malo que existe sobre la faz de la Tierra. Chavismo es, entonces, un régimen político militarista y autoritario que persigue destruir las libertades públicas. Un sistema que estrangula la democracia y permite que la corrupción y la adulancia se esparzan como plagas malignas. Pero también es el motorizado que se come la flecha en la avenida Lecuna o el vagón del Metro sin aire acondicionado. Más que un término, es una anatema. Sinónimo de abuso de poder y de gamberrada. Ocho letras que sintetizan el perfil del venezolano feo. Feísimo. Desde esa perspectiva, “chavismo” sirve para calificar las peores prácticas allí donde se den sin importar qué tan lejos se esté política e ideológicamente del jefe de Estado. Partiendo de esta premisa, ciertos 250
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detractores de la revolución bolivariana han acuñado una nueva expresión para censurar el desempeño de la Mesa de la Unidad Democrática. En lugar de sacarles la madre, les dicen algo mucho peor: chavismo de oposición (...) La Mesa de la Unidad Democrática incurriría en manejos propios del “chavismo” porque, braman sus “aliados” críticos, es intolerante, prefiere el pacto de cúpulas antes que la consulta popular, se empeña en postular a dirigentes estudiantiles, pero de los años 50, y antepone sus oscuros intereses a las necesidades de la patria.
En un artículo más reciente, publicado el 21 de marzo en El Nacional, llamado La violencia chavista, Massimo Desiato insiste en el tema. Como lo han hecho muchísimos otros, Desiato recurre a la analogía con el fascismo, creyendo poder encontrar en este las claves de interpretación del chavismo: “La violencia chavista es una violencia fascista, porque en cuanto operación sobre el mundo es una apropiación de ese mundo sólo para destruirlo” (2010). Como el de sus predecesores, es un análisis fraudulento. La trampa radica en imponer las reglas de interpretación, según las cuales sólo sería posible explicar al chavismo tomando como referencia el fascismo. De allí en adelante, el ejercicio será extremadamente simple. Compárense chavismo y fascismo, y cada vez que logre identificar alguna diferencia sustancial, advierta que se trata apenas de aquellos aspectos que aún impiden que el chavismo se realice plenamente como fascismo. Pero además, Desiato traduce en clave “filosófica” el giro táctico del discurso opositor, que se consolida sobre todo durante 2007. El discurso sobre el mal gobierno, ese que va dirigido a granjearse el apoyo del mismo chavismo que ha criminalizado desde siempre. En lugar de confrontarle violentamente –con violencia de clases–, minar las bases sobre la cuales se apoya el Gobierno. Instigar el desaliento, la desconfianza, la desmoralización y la incertidumbre. Para Desiato, la gestión de gobierno chavista sólo puede traducirse como “política de destrucción sin posterior creación”. Agrega: Es como si el chavismo creyera que la violencia, al destruir, dejara aparecer un orden del mundo preexistente, perfecto, acabado en sí mismo. Esta violencia chavista es ingenua. Tiene confianza en que expropiando aparezca sin ninguna otra operación el Bien. Que el Mal es la propiedad privada y que al destruirla, sin organizar una propiedad colectiva basada en un movimiento colectivo de base, el Bien se da por arte de magia (…) Y dentro de tanta expropiación, abandono, 251
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soledad existencial, en el fondo, la violencia chavista es una meditación sobre la muerte. Sobre el exterminio de todo lo que es. Meditación sobre la nada, la anulación, la nulidad que se es sin saberlo. Y si no grita ¡viva la muerte! es porque es tan destructiva que no le sale ni siquiera el ¡viva! Que para gritar eso algo de vida hay que tener.
El problema con la “meditación” de Desiato es que se limita a repetir lo ya miles de veces escrito y meditado. Meditación de lo mismo, que se sabe nula pero que se pretende analítica, profunda, esclarecedora, informada. Limítese a establecer la analogía entre chavismo y fascismo, acuse al mal gobierno, y luego pretenda estar descubriendo el agua tibia cuando no está haciendo más que llover sobre mojado. Y si no grita, ¡viva la lluvia! es porque es tan trillada que no le sale ni siquiera el ¡viva! Que para celebrar la lluvia, es mejor esperar que llueva de verdad. Con sus diferencias de estilo, los Giusti, los Peñaloza y los Desiato terminan siempre empantanados en la cuestión de fondo: el chavismo que pregona “el odio y la aniquilación del adversario”, el chavismo como “anatema”, que resume “todo lo malo que existe sobre la faz de la Tierra”, el chavismo como “meditación sobre la muerte”. Pero mucho más importante que hacer el inventario de lo escrito por estos personajes –y por muchos otros– es identificar cómo funciona esta “máquina de producir” el discurso antichavista. El problema, vale acotarlo, no radica en expresar el desacuerdo con el chavismo o en señalar los errores del Gobierno de Chávez. La radicalización democrática a la que aspira el chavismo no será posible sin espacios para el desacuerdo y la crítica del propio chavismo, pero también del antichavismo. El problema es que mediante la criminalización del chavismo –mediante su transfiguración, su ocultamiento– lo que pretende legitimarse es el desconocimiento del Gobierno del zambo, su deslegitimación y finalmente la legitimación de toda violencia que contra éste se ejerza. Ya lo decía Desiato en abril de 2009:
Los salvajes
Si la oposición ha optado por una táctica de desgaste, y si esto ha implicado su repliegue de posibles escenarios de confrontación violenta, no es menos cierto que la violencia simbólica nunca ha cesado. Esta violencia se ejerce en nombre de la paz, la civilización, la tolerancia, la democracia y la vida. Lo peor, esta violencia simbólica prepara el terreno para otras violencias nada simbólicas. Ella sugiere que si la oposición antidemocrática ha optado por no suscitar estas últimas, es porque se sabe, todavía, en condiciones de debilidad. No porque celebre la vida.
Tarde o temprano va a llegar la confrontación (…) Hay que seguir el juego democrático como lo hace Chávez, que lo usa como fachada, pero preparándose para una confrontación (…) La oposición tiene que prepararse, a la violencia se responde con violencia (…) Yo me concentraría en el sector de la oposición que ya tiene conciencia política para organizar formas de violencia política propias (…) Yo diría: déjense de buscar la unidad imposible y organícense (Gómez, 2009). 252
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Rojo, claveles rojos, violento rojo, triste rojo 25 de abril de 2010
Hoy, cuando se cumplen treinta y seis años de la Revolución de los Claveles, en Portugal, me pregunto si la prensa cómplice de la dictadura de Marcelo Caetano –sucesor de António de Oliveira Salazar– habrá acometido una empresa de falsificación y criminalización de ese símbolo revolucionario que para el pueblo portugués sigue siendo el clavel rojo, similar a la campaña de brutal estigmatización que adelanta la prensa opositora venezolana a propósito del rojo y su asociación con el chavismo. Las evidencias de esta despiadada práctica de violencia simbólica se consiguen por doquier, son casi omnipresentes. El Nacional, en su edición de hoy domingo 25 de abril, es un buen ejemplo de ello. El cuerpo Ciudadanos abre con una nota dedicada a mostrar los resultados de una “Encuesta de Cultura Ciudadana, realizada por la consultora colombiana Corpovisionarios, aplicada por la encuestadora Datos y auspiciada por la Alcaldía de Chacao”. Según nota de prensa de la Alcaldía de Chacao, sondeos de este tipo han sido realizados en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Ciudad de México y Belo Horizonte. Cuatro ciudades colombianas, una brasileña y la capital mexicana, dato que no sorprende, puesto que Corpovisionarios es una empresa dirigida por Antanas Mockus, ex Alcalde de Bogotá, el personaje llamado a disputarle la Presidencia de Colombia al uribista Santos. El estudio mide percepciones, actitudes y hábitos de ciudadanos mayores de 14 años en diversos ámbitos relevantes (...) como los sistemas reguladores del comportamiento; movilidad; tolerancia; cultura tributaria; cultura de la legalidad; acuerdos; participación comunitaria; confianza (interpersonal e institucional); y la ley, la moral y la cultura.
Está previsto que sus resultados sirvan como base “para futuras aplicaciones de políticas públicas en beneficio de la ciudad”. De hecho, según El Nacional, los resultados de la encuesta serán enviados a todas las alcaldías de la ciudad, “–el rol de Chacao como 254
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municipio es regalar los resultados de esta encuesta a toda la ciudad de Caracas”, dice Emilio Graterón, según la nota de la Alcaldía–, y a través de un convenio con la Universidad Católica Andrés Bello “serán aprovechados para la formulación de programas de cultura ciudadana”. Un dato básico para hacerse una idea de la fiabilidad del estudio en cuestión, la ficha técnica, no es revelada por El Nacional. Sólo sabemos que la muestra la constituyen 2 mil 100 caraqueños. De manera que la pregunta elemental: ¿de dónde provienen estos caraqueños?, es imposible respondérsela. Dudas aparte –o dudas mediante, como se prefiera–, el resultado que arroja una de las preguntas del estudio: “¿A cuáles de estas personas no le gustaría tener como vecinos?”, parece un compendio de los sujetos “indeseables” para el habitante promedio del este caraqueño y, por supuesto, para los cerebros que concibieron el estudio. Así, el “drogadicto” es rechazado por 93% de los consultados, seguido del “alcohólico” (86%), el “narcotraficante” (84%), la “trabajadora sexual” (59%), el “homosexual” (58%), el “invasor” (57%), el “corrupto” (42%) y el “damnificado” (29%). No sé ustedes, pero me quedé con las ganas de saber cuál era el rechazo hacia el sujeto “chavista”. Bueno, ni tanto. ¿Acaso no todos los sujetos mencionados anteriormente son asociados, de alguna forma, con la esencia del chavismo? Llama la atención la manera cómo Florantonia Singer, la periodista de El Nacional responsable de la nota, traduce los resultados de esta pregunta en particular: En la encuesta se consulta sobre qué personaje no se desea tener como vecino. Los caraqueños rechazan a drogadictos, alcohólicos, narcotraficantes y trabajadores sexuales. Los invasores –que se han apoderado de cerca de mil propiedades en la ciudad, según cifras de la Asociación de Propietarios de Inmuebles Urbanos– y damnificados son otros indeseables.
Es cierto que a estas alturas sólo un iluso esperaría que El Nacional consultara el parecer de los “invasores”, en lugar de beber exclusivamente de la fuente de la Asociación de Propietarios de Inmuebles Urbanos. Ya nadie se espera que consulte a los Sin Techo, por ejemplo. Sin embargo, no deja de producir cierto escozor la naturalización de categorías como “invasores”, pero sobre todo la de “indeseables”, con todo y su carga de menosprecio y discriminación. Pero es tal vez la ilustración de Mauricio Lemus que acompaña la nota, la que mejor describe esta asociación hasta cierto punto 255
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subrepticia entre el sujeto “indeseable” y el chavista, valga la redundancia. ¿Alguna vez en su vida ha visto a cualquier personaje de traje y corbata portando un maletín de color rojo? En la ilustración, tal es el color del maletín que lleva el “corrupto”. Mientras que los “invasores”, naturalmente, tienen que ser chavistas, y por eso el “invasor” de la ilustración usa una gorra roja. Idéntico ejercicio de violencia simbólica perpetra El Nacional en la última página del mismo cuerpo. Una nota escrita por Edgar López, titulada Violencia física contra las mujeres acarrea hasta 9 años de cárcel, y que recoge la opinión de la jueza Renée Moros, es acompañada de una fotografía de Nelson Castro que muestra a un individuo descamisado, de tez morena, de gorra roja, golpeando cobardemente a un mujer en plena vía pública. La mujer lleva franela roja. El mensaje que transmite El Nacional es claro, no deja margen de dudas: la violencia (física contra las mujeres) es un fenómeno deplorable, asociable a ese sujeto “indeseable” que es el “chavista”. Bien cabe la pregunta: ¿acaso la violencia simbólica que practica El Nacional no es tan abominable como la violencia ejercida contra la mujer –esa que testimonia la fotografía de Nelson Castro? Algo similar hace El Universal, también en su edición de hoy, cuando acompaña un artículo de la campeona de la tristeza, Marta Colomina, con una ilustración de Dumont, que muestra a los que se supone son unos ciudadanos escudándose de unos malignos rayos rojos que simbolizarían las “trapacerías y delirios comunistas”. Y si todavía albergara alguna duda sobre la asociación, deliberada o subrepticia, entre sujetos “indeseables” y chavismo, basta con leer la columna de Julio Borges en Últimas Noticias, en la que expresa su pesar por la muerte de Edwin Valero: “A todos nos ha pegado el trágico final del boxeador venezolano y de su esposa”. Sigue diciendo que “esa tragedia se ha podido evitar”, manifiesta su deseo de que “ese triste caso sirva para reforzar la lucha contra la violencia de género” y termina afirmando que no puede evitar comparar el caso con la situación de Álvarez Paz: “Una frase merece prisión mientras se cierran los ojos a los golpes y a la violencia manifiesta”. Por supuesto, el breve comentario va reforzado con una fotografía de Valero en la que sostiene su franela con ambas manos, a la altura del cuello, para mostrar el resabido tatuaje del rostro de Chávez en su pecho, el mismo que la prensa antichavista intentó disimular –cuando no ocultar– durante años, pero que ahora exhibe cual corona de campeón. 256
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Esta violencia simbólica se inscribe en una política de las pasiones tristes, como diría Spinoza, que es consustancial al sentido común opositor; política de la tristeza que es, al mismo tiempo y por tanto, radicalmente antidemocrática. Nunca será suficiente todo cuanto se escriba contra esta política de la tristeza que, en primer lugar –y como lo ilustran los ejemplos citados arriba–, es una prédica del odio que suscita el resentimiento, la burla, el miedo, la indignación y la venganza contra el chavismo “indeseable”; y en segundo lugar, la culpa de ser chavista: “lo que envenena la vida es el odio, el odio vuelto contra uno mismo, la culpabilidad”, escribía Deleuze (1974: 34) siguiendo a Spinoza. En general, política de la tristeza porque, según Spinoza, “en la medida en que el alma se entristece, resulta disminuida o reprimida su potencia de entender, esto es, su potencia de obrar” (1980: 225). Si la política como pasión triste es indisociable de las dominaciones de todo cuño – escribía Deleuze sobre tres personajes: el esclavo o “el hombre de las pasiones tristes”; el tirano o “el hombre que explota estas pasiones tristes, que las necesita para asentar su poder”; y el sacerdote o “el hombre que se entristece con la condición humana y las pasiones del hombre en general (puede burlarse tanto con indignarse, esta burla misma es una risa mala)” (1974: 33)–, su exacerbación en tiempos de revolución es explicable, fundamentalmente, como una reacción contra la súbita explosión de pasiones alegres que hace posible el acontecimiento revolucionario. La revolución es la fiesta organizada por los “indeseables” de la historia. Es preciso, por tanto, dedicar un esfuerzo considerable para que los “indeseables” sientan culpa por su participación en una fiesta que de ahora en más habrá de entenderse como un festín intolerable de excentricidades y excesos. De lo anterior se desprende que la culpa, tanto como el resto de las pasiones tristes, son la medida de la política reaccionaria: por sus pasiones los reconoceréis. Con el añadido de que ellas mismas nos permitirán reconocer el verdadero talante de aquellos que, llamándose “revolucionarios”, gobiernan en contra de los “indeseables”, alientan la sumisión y la codicia, y ya quisieran suscitar la vergüenza en aquellos que no están dispuestos a ceder en su derecho a expresar ideas propias. No por casualidad esta temática de la tristeza recorre parte de la cinematografía sobre la Revolución de los Claveles, según un trabajo de Anabela Dinis Branco de Oliveira: Estado Novo no plateau: luzes, câmara, acçâo. El trabajo registra los testimonios que sobre el Portugal previo a la revolución ofrecen el fotógrafo 257
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brasileño, Sebastião Salgado, y su esposa, Lélia Wanick, recogidos en el documental Outro País. Memórias, Sonhos, Ilusões… Portugal 1974-1975 (1999), del también brasileño Sérgio Tréfaut. Escribe Branco de Oliveira: “elogian la luz portuguesa y la belleza de Lisboa, pero subrayan la presencia de una tristeza marcada y distintiva en el rostro de las personas: ‘las personas eran muy tristes, eran todos tristes’” (2010). Branco de Oliveira también hace referencia a un célebre cuento infantil escrito en 1993 por el periodista, escritor y poeta portugués Manuel António Pina, O tesouro (El tesoro), en el que denomina al Portugal bajo la dictadura como el “País de las Personas Tristes”. A partir de este cuento, escribe Branco de Oliveira, el cineasta portugués João Botelho “interroga la existencia de la memoria” portuguesa en Se a memória existe (1999), realizado a propósito del veinticinco aniversario del 25 de Abril. El debate sobre los derroteros que habrá tomado el 25 de Abril portugués es asunto que no concierne a este escrito. Lo que está claro es que, como en el cuento de Pina, hace treinta y seis años los soldados y el pueblo portugueses decidieron levantarse contra la tristeza, así como en abril de 2002 el pueblo y los soldados venezolanos se levantaron contra la dictadura, como bien lo narra la extraordinaria canción del Gino González, Del despecho a la alegría. De lo que se trató, en ambos casos, fue de inolvidables expresiones de alegría popular, que aún resienten los adalides de la política de la tristeza.
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Tener amigos negros 18 de mayo de 2010
- Persona 1: Sí, esos negros (niggers) siempre están robando cosas y matándose entre ellos. ¡Que se jodan esos negros! - Persona 2: Epa, tipo ¿cuál es el problema contigo? - Persona 1: Tranquilo, yo tengo amigos negros (black friends), así que puedo decir eso. - Persona 2: No creo que funcione de esa manera. Este breve diálogo aparece publicado en la página Urban Dictionary, “el diccionario que tú escribes”, y que registra el significado de frases propias de la jerga habitual entre la población urbana gringa. Corresponde a la entrada I have black friends (Tengo amigos negros), frase definida como “la mayor excusa que utilizan los racistas para tratar de aparentar que no son racistas”. Haga la prueba. Vaya a la página del buscador de su preferencia y teclee “have black friends” (“tener amigos negros”). Se encontrará con una avalancha de páginas que difieren en el punto de partida, pero coinciden en el punto de llegada. La frase “tengo amigos negros” denota racismo. Ella es un producto cultural del lenguaje políticamente correcto, ese recurso retórico al que recurre el racista para enunciar, de manera condescendiente y compasiva, a ese “otro” que teme o desprecia. Pura mala conciencia. Irónicamente, para quien la enuncia, la frase “tengo amigos negros” equivale a reclamar el derecho de suspender temporalmente las reglas no escritas de la corrección política del lenguaje para, puede suponerse, decir-las-cosas-como-son. Porque “tengo amigos negros”. En Venezuela, como sabemos de sobra, el racismo era una cosa del pasado, un asunto superado, y vivíamos en un paraíso en el que coexistía “una de las poblaciones más mestizas y variadas del continente desde hace varios lustros, en plena paz y armonía”, como bien lo expone un tal Saúl Godoy Gómez, en un artículo publicado el lunes 17 de mayo de 2010 en El Universal. Hasta que, también lo sabemos perfectamente, llegó el zambo. 259
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Llegó el zambo y su obsesión por utilizar unas “supuestas injusticias históricas, reclamos, agravios como excusa, para despojar a los venezolanos de sus derechos, propiedades y libertades”. Llegó el zambo y con él “una banda de idiotas” que se creyeron el discurso de “justicia social envenenada de odio y oportunismo”. Ahora esta banda deambula por ahí, “machete en mano, como tanto cimarrón lo ha hecho en nuestro país” robando, destruyendo y quemando “las propiedades de los otros”; violando “dignidades” y aterrorizando “a la gente de bien. Y si sus víctimas sucede que son mujeres, niños y ancianos (…) mejor, para dar el ejemplo”. Llegó el zambo y le agregó “el ingrediente racista, del color de la piel, o de un supuesto origen aborigen”, y aquí estamos, la gente de bien, padeciendo “en pleno siglo XXI las taras y la barbarie de tiempos que creíamos superados”. O-ri-gen-a-bo-ri-gen. Llegó el zambo y ahí tienen lo que ha sucedido en Caruao:
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cubanos involucrados, que es una puesta en escena para sembrar terror y tengo información que (sic) lo mismo está sucediendo en Choroní.
No quedan dudas: así como los homofóbicos tienen amigos homosexuales y Diego Arria tiene amigos campesinos, este hombre debe tener uno que otro amigo chavista, porque habla de nosotros con mucha propiedad.
Gracias a un grupito de negros acomplejados y siguiendo un guión del socialismo del siglo XXI, convirtieron a Caruao en la vitrina de exhibición de esas terribles organizaciones llamadas concejos (sic) comunales, que no son otra cosa que un órgano de la disolución social, vehículo para el caos y la devastación de lo que queda como país. Por medio de estos concejos (sic) están asegurados los mil Vietnam a los que se refería Chávez, focos de violencia multiplicados en cada región, ladrones y violadores con la estampa de “pueblo” en la frente, haciendo y deshaciendo en nombre de la “voluntad popular”.
Llegó el zambo con su pretensión “de clonar esas comunidades de esclavos renegados, ‘los cumbes’” (...) y no puede decirse que exista una “propuesta más despreciable y degradante para un descendiente afroamericano”. Des-cen-dien-te-a-fro-a-me-ri-ca-no. Pero entiéndase, el articulista está en todo su derecho de descargarla contra ese “grupito de negros acomplejados”, porque... adivinó: él tiene amigos negros: Tengo amigos negros y varguenses en diferentes comunidades, con ellos he hecho campañas políticas, y pateado mucho barrio y pueblos del litoral, y me han confirmado que se trata de un globo de ensayo del Gobierno, que hay asesores 260
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El mico-mandante de El Nacional y la dictadura 24 de septiembre de 2010
Cada vez que presencio un episodio tan grotesco como el protagonizado por el diario El Nacional, con la mancheta rabiosa y miserablemente racista y denigrante de su edición del viernes 24 de septiembre de 2010, recuerdo ese texto hermoso, apasionado y extraordinariamente lúcido que es La revolución rusa, de Rosa Luxemburgo. En él, Luxemburgo no sólo destaca la grandeza del octubre revolucionario, sino que señala algunos de los desaciertos de Lenin y Trostky. A su juicio, había sido un error la decisión de no convocar a elecciones para una nueva Asamblea Constituyente, que expresara la correlación de fuerzas resultante del triunfo de la revolución bolchevique. Una en particular, entre todas sus aseveraciones, destaca por su franqueza: La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido –por muy numerosos que puedan ser– no es libertad. La libertad es siempre únicamente la del que piensa de otra manera. No es por ningún fanatismo de “justicia”, sino porque todo lo que de pedagógico, saludable y purificador tiene la libertad política depende de esta condición y pierde toda eficacia si la “libertad” se convierte en privilegio (1977: 585).
Suficientemente persuadido de los riesgos que entrañan las burdas analogías y por tanto dispuesto a guardar las debidas distancias históricas, estoy convencido, sin embargo, de la absoluta vigencia de las palabras de Rosa. Porque es cierto que la libertad es siempre únicamente para el que piensa distinto. Lo que resulta totalmente intolerable es que en nombre de la libertad en abstracto, un pequeño grupo de privilegiados haga impune apología de la aniquilación del enemigo político. Tal es lo que ha hecho El Nacional cuando, a propósito de la muerte del Mono Jojoy, comandante guerrillero de las FARC, ha publicado en sus páginas: “Murió el Mono y queda el mico”. Si muerto el Mono Jojoy lo que queda es el mico (el mico-mandante, según los usos del 262
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lenguaje antichavista), ¿quién puede dudar que El Nacional desea –y lo expresa públicamente– la muerte del comandante Chávez? ¿Qué hacer frente a la barbarie ilustrada de los medios burgueses? ¿Cómo enfrentar tan graves demostraciones de odio, que son como escupitajos contra la dignidad humana? Esto es motivo de un amplio debate en el seno del chavismo. En circunstancias similares, he tomado posición contra el cierre de medios porque creo que a las miserias de los medios burgueses se debe responder con medios dignos de ser llamados democráticos y revolucionarios. Pero es probable que la misma Rosa Luxemburgo –cuya memoria ha sido mancillada por cierta historiografía que, descontextualizando sus afirmaciones, ha pretendido presentarla como enemiga de los bolcheviques– no opinara de la misma manera. En el mismo texto escribía también: Cuando después de la revolución de octubre toda la clase media, la intelligentsia burguesa y pequeño-burguesa, boicotearon durante meses al gobierno soviético, paralizaron el tráfico ferroviario y las comunicaciones postales y telegráficas, el sistema escolar y el aparato administrativo, oponiéndose así al gobierno obrero, todas las medidas de presión estaban evidentemente justificadas; había que utilizar la desposesión de derechos políticos, de medios de subsistencia económicos, etcétera, para romper con mano de hierro la resistencia. Entonces se manifestaba justamente la dictadura socialista, que no puede retroceder ante ninguna medida de fuerza para imponer o impedir determinadas medidas en interés de la colectividad (1977: 583).
Léase bien: todas las medidas. Mano de hierro. Desposesión de derechos. Rosa Luxemburgo se oponía a la supresión de derechos de las clases trabajadoras: Sin elecciones generales, libertad de prensa y de reunión sin restricciones, sin una libre lucha de opiniones diversas, la vida desaparece de todas las instituciones públicas, se convierte en una vida aparente y la burocracia pasa a ser el único elemento activo (1977: 587).
Pero no se oponía a la supresión de derechos de las clases enemigas de los trabajadores. Más aún, Luxemburgo afirmaba:
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El error fundamental de la teoría leninista-trotskista es, precisamente, que opone, exactamente igual que Kautsky, la dictadura a la democracia. “Dictadura o democracia”, reza el planteamiento tanto en los bolcheviques como en Kautsky. Éste opta naturalmente, por la democracia y precisamente por la democracia burguesa, ya que la sitúa como alternativa a la transformación socialista. LeninTrotsky optan, por el contrario, por la dictadura en oposición a la democracia y, consiguientemente, por la dictadura de un puñado de personas, es decir, por la dictadura según el modelo burgués. Se trata de dos polos opuestos y ambos están igualmente alejados de la política verdaderamente socialista. El proletariado jamás puede, una vez tomado el poder, seguir el buen consejo de Kautsky, bajo el pretexto de la “inmadurez del país”, y renunciar a la revolución socialista y dedicarse solamente a la democracia sin traicionarse a sí mismo, a la Internacional y a la revolución. Tiene el deber y la obligación de adoptar inmediatamente medidas socialistas del modo más enérgico, intransigente y desconsiderado, es decir, ha de ejercer la dictadura, pero la dictadura de clase, no la de un partido o la de una camarilla, es decir, ha de conducirse a la más amplia luz pública, con la más activa y libre participación de las masas, con una democracia sin trabas. “En tanto que marxistas jamás hemos sido idólatras de la democracia formal”, escribe Trotsky. Cierto, jamás hemos sido idólatras de la democracia formal. Pero tampoco hemos sido idólatras del socialismo o del marxismo (...) Jamás hemos sido idólatras de la democracia formal y esto sólo quiere decir: nosotros distinguimos siempre el núcleo social de la forma política de la democracia burguesa, desvelamos siempre el amargo núcleo de desigualdad social y de falta de libertad que se esconde debajo de la dulce cáscara de la igualdad y la libertad formales, pero no para rechazar éstas, sino para estimular a la clase obrera a que no se conforme con la cáscara, sino más bien, que se haga con el poder para llenarlo de un nuevo contenido social. La tarea histórica del proletariado, una vez llegado al poder, es construir en lugar de la democracia burguesa, la democracia socialista, no cualquier clase de democracia. Pero la democracia socialista no comienza sólo en la tierra prometida, una vez creada la base de la economía socialista, como un regalo de Navidad acabado para el buen pueblo que entretanto ha apoyado a un puñado de dictadores socialistas. La democracia socialista empieza al mismo tiempo que la demolición del dominio de clase y la construcción del socialismo. Comienza en el momento de la conquista del poder por el partido socialista. No es otra cosa 264
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que la dictadura del proletariado. Ciertamente: ¡dictadura! Pero esta dictadura consiste en el modo de aplicación de la democracia, no en su supresión (1977: 589-591).
¡Dictadura! Insisto: las burdas analogías históricas siempre son impertinentes. Además de sospechosas, son improductivas, estériles. A despecho de la denuncia anticomunista y antitotalitaria de los medios antichavistas, en Venezuela no se ha producido una revolución socialista. No gobierna la clase obrera. La economía sigue siendo capitalista. ¡Cuántos resabios persisten de la institucionalidad burguesa! Pero sobre todo hay que decir: ¡cuán infinitamente lejos estamos de una dictadura a la Rosa Luxemburgo! Que manchetas como las de El Nacional nos sirvan para no olvidar cuán lejos estamos de la democracia que anhelamos.
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Eudomar Santos y la planificación 21 de abril de 2011
La verdad es que no albergaba ninguna esperanza oculta. A estas alturas ya no espero un mínimo gesto de lucidez o irreverencia, algún chispazo de aquella vieja llama. Pero vaya decepción, caballero, la que me produjo conocer la opinión que el actor Franklin Virgüez tiene sobre el personaje Eudomar Santos, emblema, genio, figura y cuarto bate de aquella extraordinaria telenovela que fue, al menos durante las primeros semanas, Por estas calles. Según entrevista publicada el domingo 17 de abril en el diario Últimas Noticias, Virgüez hace un esfuerzo que raya en lo patético por marcar distancia de la singular filosofía de vida que, como es fama, exhibía sin tapujos el negro Eudomar: “Como vaya viniendo, vamos viendo”. Es cierto que el autor de la entrevista, el periodista E. A. Moreno Uribe, pone bastante de lo suyo, con un preámbulo que rezuma fraseología para-sociológica-chimba-legal: “Lamentablemente, desde el río Bravo hasta el estrecho de Magallanes, en todos los países de habla hispana, sus habitantes desechan la planificación, no hacen agenda para sus vidas en particular, ni tampoco en lo general, todo se improvisa”. Luego de lo cual uno sabe que lo que viene es una de esas frases de leyenda. Casi puedo imaginarme a Franklin Virgüez ensayando el personaje del filósofo de cajita de cereal, poniendo cara de estar pariendo una idea rutilante, descollante, cejas arqueadas, ceño fruncido, algo nunca antes dicho: “No somos como los europeos que planifican todo…”. ¿Alguna vez había escuchado algo parecido? Pero los europeos no sólo “planifican todo”. Según Virgüez, también “organizan todo lo inherente a sus vidas personales y procesos comunitarios. Para ellos la improvisación cuesta dinero y tiempo. Para los latinoamericanos la improvisación puede ser una ventaja o una maldición, así lo utilizaba Eudomar”. A estas alturas uno no sabe si la planificación es buena porque nos ahorra tiempo y dinero o porque es cosa de “los europeos”. Pero eso es lo de menos. Lo que realmente resulta incomprensible es que el tipo sea incapaz de plantearse aunque sea un “escenario”, para seguir con la jerga 266
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sociológica, en que la planificación sea una maldición. Por ejemplo: ¿cuán planificado habrá sido el apoyo decidido y mil veces comprobado de los gobiernos gringo y español al golpe de Estado contra Chávez en 2002? Va otra: ¿cuánto de planificado tendrá el discursito autodenigratorio del tipo “No somos como los europeos”, que nos enseña a sentir vergüenza de nosotros mismos y a arrastrarnos frente a los adalides de la razón y la civilización, justamente porque nos sobran las razones para no sentir vergüenza alguna? Pero qué va a saber Eudomar Santos de planificación. Virgüez remata: “Planifico y es gracias a eso que he vivido diez años en Estados Unidos y puedo trabajar allá y venir a Venezuela para hacer telenovelas o teatro”. Moraleja: planifiquemos y seremos capaces de vivir como en Estados Unidos. O como los europeos. Dando lecciones de moral a las improvisadas democracias del mundo.
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La tiranía de los doctos 4 de enero de 2012
Si no hubiera tiranía / todos fuéramos hermanos Ismael Quintana y Eddie Palmieri
Importa poco qué día fue publicada la entrevista. Basta con saber que fue recientemente. El nombre del entrevistado importa menos aún. Lo clave es tener clara la tarea: abonar a la idea de que en una eventual derrota de Chávez, el chavismo no tendría nada que temer. Simplemente sobrevendría una “transición democrática” y gobernaría la Unidad. Tal idea, por cierto, se funda en un profundo menosprecio: el chavismo sólo sería capaz de refrendar su apoyo a Chávez y a la revolución bolivariana si lo hace por miedo. Porque todo chavista tiene un poco de sinvergüenza y cobarde, de pedigüeño y delincuente. De idiota. Por eso hay que convencerlo de que todos sus desvaríos igualitaristas de los últimos años, todas sus afrentas, su revanchismo, su altivez, su impertinencia, incluso todas sus victorias serán perdonadas. No habrá castigo. La Unidad será magnánima. A esta tarea, decía, se han sumado las mentes más lúcidas del antichavismo. Con un airecillo a superioridad moral que haría palidecer a los “meritócratas”. A uno de esos cerebros le ha dedicado El Universal una página completa, un domingo de estos. Justo porque la identidad del personaje es lo de menos, lo que importa es la autoridad que le confiere la academia, Roberto Giusti juega de entrada a impresionarnos: “Denso, variado y abigarrado es el currículum de Benigno Alarcón”. Por ahí se va: profesor de la UCAB, “abogado con diversas especializaciones en campos como la Gerencia Pública, el Derecho Internacional Económico o los Procedimientos Alternativos de Resolución de Conflictos”. Omite decir que Alarcón ha sido asesor en Venezuela de transnacionales como British Petroleum, Citibank, Ford Motors, Coca-Cola, Philip Morris, entre otras. Lo que hay que resaltar ahora es su perfil académico. 268
Y Alarcón es un tipo que sabe. Tanto sabe, que no pierde una sola oportunidad para contarnos sobre todos los libros que se ha leído. Por ejemplo: 1) Para demostrar que el venezolano vive en un “régimen no propiamente democrático” a pesar de que hay elecciones, cita a Larry Diamond. En Venezuela impera el “autoritarismo hegemónico”. 2) Para demostrar que el Gobierno venezolano está “perfeccionando” el autoritarismo, aparentando ser democrático, lo que le “permite cierto grado de legitimidad, tanto hacia dentro como hacia afuera”, cita a Martin Lipset. 3) Para demostrar que el “proceso de democratización” en Venezuela dependerá fundamentalmente de lo que hagan “actores internos”, cita a Samuel Huntington. 4) Para demostrar que la oposición no tiene la fuerza suficiente para derrocar al Gobierno de Chávez, pero que éste último, a su vez, ha entrado en una fase de decadencia irreversible y que por tanto lo que corresponde es “negociar una transición que les permita (a los salientes) conservar algunos privilegios y evitar el peor de los escenarios”, cita a Juan Linz. 5) Para demostrar que la oposición tiene que salir a la calle a protestar para que el Gobierno reprima (como en Egipto o Yemen) y que esto acelere el fin del régimen, cita a Robert Dahl. Casi parece una alineación de Todos Estrellas: en el jardín central y como primer bate, el veloz Larry Diamond, el Diamante de Stanford. Lipset tiene nombre de tercera base, bateador de contacto. Huntington en primera y tercero en el orden. Por supuesto Juan Linz es el cuarto bate: hombre de poder. Dahl es quinto y receptor. Ya sabemos quién es el batequebrao. ¿Tanta especialización y tanto libro para venir a repetirnos la misma cantinela sobre el autoritarismo que nos aprendimos de memoria hace muchos años? Pero cuidado, hay que saber leer entre líneas, separar la abundante paja del trigo. Alarcón plantea que el antichavismo no puede cometer los mismos errores, que no hay que inspirar miedo, que es necesario “negociar”. ¿A qué errores se refiere? Según Alarcón, siguiendo a Robert Dahl, el 11 de abril de 2002, “el costo de la opresión se volvió demasiado alto para Chávez y el sector militar dijo que no estaba dispuesto a parar a la gente a sangre y fuego. Chávez decidió renunciar (…) Luego vinieron los errores”. 269
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Al bate, Benigno Alarcón. Rolling al picher. El tipo no la conecta con fuerza ni bateando con la puerta de una iglesia. Qué manera de matar un rally. Casi una década después, cuando su concurso activo es de lo más necesario, cuando más peso tendría que tener la fuerza de las ideas que la idea de fuerza –porque es crucial no espantar a los chavistas–, un tipo de currículum “denso, variado y abigarrado”, la encarnación del saber (sobre el poder autoritario), nos cuenta que primero fue el golpe de Estado, y “luego vinieron los errores”. Así cualquiera resuelve un conflicto de manera alternativa o asesora una “transición democrática”. Así es muy fácil servir de perro guardián del capital transnacional. Repitiendo lugares comunes y disimulándolos con la grandilocuencia característica de los charlatanes. Haciendo demagogia pura y dura en nombre de la ciencia. (“Una de las grandes discusiones en el mundo, hoy en día, estriba en plantearse si, en un régimen no propiamente democrático…”). Es la tiranía de los doctos. No es cierto que estaríamos obligados a elegir entre una tiranía de los doctos y otra de los legos o ignorantes (que sería chavista, naturalmente). Siempre habrá que elegir luchar contra la tiranía, sea del signo que sea. El lugar que hoy ocupa en la vida pública este falso dilema se lo debemos, precisamente, a los partidarios de la primera de las tiranías: sin los “ignorantes” y “autoritarios” que ellos mismos suscitan con su discurso, no podrían reclamar su condición de doctos y demócratas. No podrían erigirse como “solución” al “problema” de la situación venezolana. Pero el problema es siempre la tiranía.
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El “chavismo en los barrios”: parecerse a él o caerle a plomo en el intento 7 de marzo de 2012
Aquí vamos de nuevo: “escuadras de malandros bolivarianos”, el “lumpen que compone la base fundamental del chavismo en los barrios”, “matones”, “bandas de barrios”. Un poco de referencias al nazismo por aquí, otro poco de mafia siciliana por acá, y más allá la “gente pacífica, honesta y trabajadora” que está del “lado de la oposición”. Se trata del editorial de El Nacional de este lunes 5 de marzo, un día después de que el gobernador Capriles, ese “líder joven” que “recorre los barrios populares y lleva un mensaje de revisar y terminar con tanta corrupción”, realizara una cordial visita a Cotiza, con el saldo de… pase lo que pase, el antichavismo nunca habrá roto un plato. A estas alturas, necesario es decirlo, mal haríamos reaccionando con sorpresa e incluso con indignación frente a semejante pieza de propaganda, por más vileza que destile, por más odio, asco o desprecio hacia el “chavismo en los barrios” que exprese. No hay absolutamente nada nuevo en ese lenguaje. Su brutalidad no traduce otra cosa que la intención expresa de brutalizar al chavismo, de criminalizarlo. Su bajeza no retrata el verdadero rostro del chavismo, sino las ínfulas de superioridad de las élites de todo tiempo y lugar, pero sobre todo la ira que se apodera de ellas cuando el pueblo ha logrado abatir su arrogancia. Un lenguaje tal es índice de la debilidad de quien lo usa, y por tanto de nuestra fortaleza. De cierta forma, es el vehículo de un singular homenaje, al menos de esos que rinden quienes profesan una admiración inconfesable por aquello que vilipendian públicamente. Sin embargo, por más que lo deseen los editorialistas de El Nacional o el equipo de campaña del gobernador Capriles, por más que quieran parecerse, confundirse, colearse, mimetizarse, ustedes no son como nosotros. Tal es la falla de origen de la campaña del gobernador Capriles, y es quizá el único dato realmente novedoso que aporta el episodio 271
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en Cotiza: una cosa es pretender usurpar, de la manera más deliberada, las ideas-fuerzas del chavismo y otra muy distinta actuar como él, por más dotes histriónicas del aspirante a Presidente. Una cosa es mirarse al espejo y engañarse a uno mismo y otra cosa es salir a la calle, entrar al barrio y engañar a todo un país. Las contradicciones entre la prédica y la práctica van aflorando. Más temprano de lo esperado. En el municipio Sucre, el partido Primero Justicia reúne a los vecinos de clase media para alertarlos contra la amenaza “invasora” y para invitarlos a denunciar a “personas en actividades sospechosas”. ¡Ay de aquel que, por mera casualidad, lleve puesta una franela roja en el lugar equivocado en el momento equivocado! Son tristemente célebres los “planes de defensa” con los que la oposición ya movilizó y aterrorizó a su base social en 2002 o la paranoia que precedió a la histórica movilización chavista del 23 de enero de 2003. Ahora, en Cotiza, han pretendido reeditar la “Conquista del Oeste” que ya intentó Acción Democrática el 24 de mayo de 2003, en Catia, con saldo de un “malandro bolivariano” asesinado y más de veinte heridos. El discurso de la “unidad nacional” que preconiza el gobernador Capriles es cada vez más pura escatología. Esa que, parafraseando el infame editorial de El Nacional del 14 de octubre de 2002, es característica de la misma oligarquía de siempre, que trata de parecerse al pueblo chavista pero no puede.
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Callar sobre el 27F de 1989 1 de marzo de 2012
El unánime y lapidario silencio de la clase política opositora en torno a los veintitrés años del 27F de 1989 resulta bastante revelador. Normalmente, está claro, no cabría esperar nada de quienes tienen manchadas las manos de sangre: alguna rectificación, un mea culpa. Sobre todo durante los años más recientes que les ha tocado estar en desventaja, la norma ha sido precisamente el silencio, porque eso es lo que dicta la mala conciencia. ¿Por qué esperar algo distinto de quienes nunca hemos esperado nada? Porque queríamos ver hasta dónde les llegaba la “audacia” política asociada al hecho de pretender adoptar las formas del chavismo, copiarse de su discurso, resignificar sus ideas-fuerza. Nos imaginábamos, por tanto, y como mínimo, algunas palabras reparadoras, un mensaje de aliento para ese pueblo sobre el que llovió metralla por toneladas. Que fue vejado sistemáticamente y luego arrojado, como la basura, en fosas comunes. Algo, una tibieza, una oferta demagógica. Cómo era la cosa: ¿primero justicia? Pero nada. El par de líneas del gobernador Capriles, en las que acusa al Gobierno de “celebrar” la fecha “mandando a invadir para generar caos” no pueden tomarse en serio. No cuentan. Demasiada ramplonería antichavista. ¿Qué puede haber detrás de este silencio? Una barrera infranqueable. Un límite. Quizá un mínimo de pudor, quién sabe. Es que nadie, en su sano juicio político, puede llorar por muertos que no son suyos. Nadie puede disponerse a celebrar victorias que no le corresponden. El 27F de 1989 es pura hechura de pueblo rebelde, indomable, rebotao, encabritao. En contraste, todo el discurso de las élites estuvo orientado siempre a que ese mismo pueblo sintiera vergüenza de sí mismo, de sus luchas. Por eso lo redujo a saqueador, criminal, malandro, horda, turba. Por eso lo molió a plomo, para que no se le ocurriera hacerlo de nuevo, porque eso no se hace. Por “inmaduro”, diría Ítalo del Valle Alliegro. ¿Cómo puede venir ahora a reivindicarlo? 273
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El problema, claro está, es que esa misma élite se ha convencido de que sin el favor de los saqueadores de ayer, sin el apoyo de las hordas y de las turbas, es imposible ganar elecciones. Por eso hablará de “invasores”, pero evitará a toda costa hacer lo que hizo ayer, lo que ha hecho mil veces: esta vez, si es posible, no les tocará un pelo. Porque el trabajo sucio tiene que hacerlo el Gobierno nacional. Mientras tanto, sobre el 27F de 1989, ni una palabra. Que se maten entre ellos. Al fin y al cabo, todos forman parte de la misma turba. Entre ellos se entienden, si es que cabe la expresión.
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A propósito de Caracas, ciudad de despedidas 6 de mayo de 2012
El hecho de que Caracas, ciudad de despedidas haya devenido fenómeno viral, nos permite volver sobre las razones que hicieron de la emergencia del chavismo un verdadero acontecimiento. En un caso, los realizadores del documental mostraron “una opinión que muchos piensan y pocos dicen”, tal y como lo han expresado ellos mismos a través de un comunicado. En cuanto al chavismo, cabe la pregunta: ¿acaso éste no consistió en la irrupción de voces silenciadas, reclamos históricos postergados, demandas ignoradas, cuerpos violentados, vidas reducidas a la nada que al fin “aparecieron” en la escena y asumieron un protagonismo hasta entonces impensable? A diferencia del grupo de veinteañeros que “también cuenta, también son caraqueños, también existen y también sienten”, eso que dio origen al chavismo nunca contó, nunca existió y nunca sintió. Pero eso es algo que “no se dice”, a riesgo de ser calificado de “resentido”, y no importa si usted simplemente está dando cuenta de lo evidente. Para decirlo de otra forma: si los jóvenes en cuestión, por inmadurez, irresponsabilidad o brutal honestidad, dijeron lo que “pocos dicen” y no debieron decir, el chavismo amalgamó a millones de seres que tenían mucho que decir, pero su voz jamás fue escuchada. Más allá del sonido redescubierto de los millones de invisibilizados –y que el antichavismo experimentó siempre como un bullicio traumático, un escándalo, un griterío–, el chavismo significó la aparición de lo “horrible”, de lo estéticamente insoportable, como si algún desalmado hubiera decidido remover los sedimentos bajo la superficie de un orden político imperfecto, es cierto, pero siempre “perfectible”. Por esta razón, atizada por el chavismo “igualado” y decepcionada de una clase política que siempre le fue servil, la alta burguesía entró también en la escena. El profundo antagonismo de clase quedaba así al descubierto y el antichavismo no hacía el más mínimo esfuerzo por disimular su 275
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odio, que no es lo mismo, aunque se confunda deliberadamente, que su disposición a luchar. Si el chavismo es también una clase que lucha, la burguesía es una clase que lucha porque odia. De allí venimos. Eso éramos y eso seguimos siendo. Ya sean diez, trece o cinco años después. Y la mejor demostración es la supuesta “unanimidad” en el rechazo al documental. Más allá del vendaval de críticas mordaces y el caudal de chistes que ha suscitado en el chavismo, basta ver el tenor de algunos de los comentarios hechos por antichavistas: “Hasta ganas de meterme a chavista me dio haber visto ese video”, “peores que los hijos de perra chavistas”. Para una parte del antichavismo, develar, descubrir, exponer de tal forma un discurso tan cipayo, tan elocuentemente anti-nacional, tan transparentemente facho, tan nítidamente clasista, sólo podía ser obra del chavismo siniestro. Esto no sólo es falso, por supuesto, sino que además está lejos de ser lo principal. Ésta es la cuestión: una parte del antichavismo fue capaz de identificar una fuerza más abominable que su enemigo histórico, y tal cosa, para un antichavista, sin duda tiene que representar toda una novedad. ¿Quién lo hubiera imaginado? Hay algo “peor” que el chavismo. Pero, ¿es así realmente? ¿Hay algo “peor” que el chavismo? La evidencia más clara de que el chavismo sigue siendo el alfa y el omega, el principio y el final de todos los males que pesan sobre Venezuela, la constituye el hecho de que sea tomado como referencia para opinar sobre lo dicho por un puñado de imberbes que, podría afirmarse, encarnan exactamente lo contrario de lo que sería el chavismo. De esta forma, y como es costumbre, tendríamos que Chávez, el chavismo, nosotros los chavistas, terminamos siendo los responsables de lo dicho por unos “chicos” que sueñan con una Caracas sin Chávez, sin el chavismo y sin nosotros los chavistas. Sin alarmas. Origami. Agitar. Polly Pocket. Demasiado. Felicidad. El antichavismo que denigró del documental podrá avergonzarse de los veinteañeros y celebrar que sus realizadores lo bloquearan (demasiado tarde) y abundar sobre la “inmadurez”, la vacuidad o la “ignorancia” de los protagonistas, pero ¿acaso no es un signo patético de infinita inmadurez asumir que la responsabilidad de lo que sucede en el país la tienen siempre otros y siempre los mismos? Podrá ser todo lo dudoso que usted quiera, pero estos jóvenes al menos tienen el “mérito” de haber dicho la palabra descarnada del antichavismo, de mostrar tal cual es, sin complejos de ningún tipo (o casi), el pensamiento de los hijos de la burguesía, y tal vez en un 276
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par de casos el de la pequeña burguesía. De tal forma que el tema no es la “inseguridad”, ni el sifrineo y ni siquiera la aspiración de emigrar. La clave está en aquello que les hace renegar tan resueltamente del entorno que padecen. Ellos son los hijos de la Plaza Francia. Finalmente, y respecto de aquellos que afirman que estos muchachos son “peores” que nosotros, “los hijos de perra chavistas”, sólo resta decirles una cosa: ellos al menos se han atrevido a decir lo que piensan. Ustedes lo piensan, pero no lo dicen. Por cobardes, por conveniencia (son tiempos de campaña) o por la razón que sea. Por eso ustedes, “demócratas”, corrieron a exigir censura. Porque ver a esos muchachos fue como verse en el espejo. Y lo que miraron, eso sí, fue pavoroso. Pero claro, siempre será más fácil insultarnos a nosotros.
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II.
Un país en serio 9 de mayo de 2012
A los asesinados, desaparecidos y torturados por la “democracia” adecocopeyana.
I. Tendríamos que hacer todo lo posible porque la reciente aprobación de una Ley para sancionar los crímenes, desapariciones, torturas y otras violaciones de los derechos humanos por razones políticas en el período 1958-1998, no termine convertida en una noticia más, condenada a pasar desapercibida. Se trata, sin duda alguna, de una noticia extraordinaria. Ella misma, la Ley, es un acto de justicia y reparación, al menos un signo que apunta en esa dirección, una ventana que se abre, luego de que fueran cerradas con llave todas las compuertas. Es uno de esos hechos a propósito de los cuales, una vez consumados, uno se pregunta cómo fue posible que no sucediera antes. Parafraseando a Orlando Araujo, eso que decía sobre la “literatura de la violencia”, podría afirmarse que sería monstruoso que en un país donde todo aquello sucedió, careciera de una ley para sancionarlo. Disparaba Araujo, a continuación: Cierto que hay, en la hora del miedo, mucha pluma silenciosa, mucha sensibilidad apagada, mucha evasión temática. Pero hay, asimismo, una tradición de coraje (...) que va formando el rojo testimonio de los escritores contra la circunstancia pasajera de los asesinos, que sólo por el conjuro de aquella palabra vivirán en la mierda eterna (1988: 251).
Su palabra vaya por delante, camarada Araujo, contra los silenciosos –tan locuaces y tan dados al griterío, en otras circunstancias–, los de la sensibilidad apagada, los que optan por la evasión. Porque ellos son cómplices de quienes asesinaron, torturaron y desaparecieron por miles en nombre de la “democracia”.
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En Venezuela, como debe suceder en la inmensa mayoría de los países con un pasado colonial relativamente reciente, es una verdad indiscutible la irrefrenable tendencia de sus autodenominadas élites –intelectuales, culturales, pero también políticas, económicas–, a la adopción del discurso autodenigratorio. En su Manual de zonceras argentinas, Arturo Jauretche se refería a esa “natural predisposición denigratoria que no es otra que el producto de una formación intelectual dirigida a la detractación de lo nuestro”. Formación intelectual que se expresa de innumerables formas, muchas de ellas escatológicas, como aquella tan frecuente: “Este país de mierda”. Uno se las consigue en cualquier parte. Se tropieza con alguna de sus variantes. Recién este domingo 8 de abril, por poner sólo un ejemplo, un articulista de la derecha más rancia escribía en El Nacional: “El día en que el país se enserie (...) se ponga todo en su sitio (...) y se establezcan responsabilidades (...) habrá un solo culpable y muchos cómplices”. Por supuesto que la reacción natural es carcajearse –seguramente porque este país de mierda no es un país serio–, pero alguna mínima consideración hay que tener con seres tan atribulados y tan golpeados por el infortunio que debe suponer verse desplazado, en tanto integrante del estamento intelectual, por esa cosa que mientan chavismo. Sin embargo, mire usted, a ese inmortal que es José Martí no le dio la gana de ser tan considerado, y en ese texto maravilloso que es Nuestra América, y que deberían leerse nuestros hijos en la primaria para evitar que se formen en el desprecio por lo nuestro, les dedicó uno que otro piropo: “sietemesinos” que “no tienen fe en su tierra”; los que tienen “la pluma fácil o la palabra de colores” y acusan “de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso”. En el muy específico campo de la sociología, el que conozco muy bien porque por allí pasé, ningún “concepto” es tan recurrido por quienes padecen de tal predisposición denigratoria como aquel de “anomia”. No tiene idea Emile Durkheim de cuántas payasadas revestidas de “ciencia” se han dicho abusando del concepto por él creado. El argumento no es sólo predecible, esto es decir poco. Es sobre todo pueril. Venezuela no es un país en serio porque no se respetan 279
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las normas. Porque vivimos en el caos permanente. Porque nada está puesto en su sitio. (Hay quienes afirman, incluso, que vivimos en un no-país). Pero no crea usted que al portador de semejante discurso le pasa por la cabeza la imagen de aquel representante de los terratenientes rompiendo la recién promulgada Ley de Tierras o la imagen de los señorones de la oligarquía decretando o suscribiendo la derogación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela un 12 de abril de 2002. No. Siempre son otros los que violan las normas, los que propician la “anomia” generalizada. El desorden. La violencia. Ya sabemos quién es el culpable. Pero dejemos que sea un sociólogo el que nos dé su autorizado diagnóstico: En medio de esta realidad, el venezolano se ha confundido con sus agresores, terminó siendo órgano destructor de la propia sociedad. El venezolano promedio de hoy es un agresor y un potencial asesino. Lo digo con dolor. Cualquier transeúnte de hoy alienta la agresión, es reactivo, sectario, se convierte en instrumento de agresión, siempre para sacar ventaja. Estamos hablando de la extinción de la vida societaria, de un primitivismo visceral. El venezolano, en medio de su desesperanza, concilió con el mal y la rutina anómica. Se perturbó la condición del individuo que ya no es tocado por la nobleza.
Si usted no se siente identificado con tal cuadro, si acaso no puede percibir que por sus venas corre la sangre de un “potencial asesino”; si no se asume como “reactivo, sectario”, como “instrumento de agresión”, como copartícipe del “primitivismo visceral” que se llevó todo al mismísimo carajo, será precisamente porque usted está abandonado a la “rutina anómica”, que es más o menos como afirmar que usted es una persona poco seria que vive en un país poco serio, en el que ya se produjo la “extinción de la vida societaria”. Usted sufre de “anomia” y ni siquiera lo sabe. Animal. Limitémonos a anotar que el sociólogo de marras se llama Miguel Ángel Campos, pero no porque el referido sea poseedor de algún atributo que lo haga descollar en medio del montón, sino simplemente porque un par de textos suyos nos permiten hacer visible cómo aquel diagnóstico tan escandaloso y sombrío al mismo tiempo, tiene su correlato en el campo de la política. El primer ejemplo son sus opiniones –en entrevista que data de 2010– sobre el 27 de febrero de 1989, y cómo estos hechos retumban en la Venezuela de hoy: 280
Yo podría demostrar sociológicamente que el venezolano de hoy es menos solidario, menos piadoso, más cruel, que hace 10 o 15 años. Me dan 3 meses y lo demuestro. Eso es un espanto. ¿Por qué reaparece este mal en un país que vive el esplendor de la modernidad en los años 50, que expulsa el caudillismo que parece enrumbarse hacia un futuro? En 1989 aparecen los saqueos. Los planes del Fondo Monetario Internacional en la época de Carlos Andrés Pérez es un asunto de economistas, lo importante es cuestionar que esta sociedad saquea a pesar del florecimiento de las décadas anteriores. Uno de los países más pobres del mundo –moral y materialmente– es la India y allá no hay saqueos nunca. Es grave la perturbación nuestra. ¡Gravísima! Y esta sociedad va a volver a saquear, en cualquier descuido, saquea.
Diagnóstico: el venezolano de la revolución bolivariana es más cruel. Esto se puede “demostrar sociológicamente”. Las medidas neoliberales son “asunto de economistas”. En India nunca hay saqueos. Brevísimo contrapunteo: falta demostrarlo, lo de las medidas es algo como para sostener una animada polémica con el pueblo insurrecto. Si aquello sobre la India llega a las manos de Ranajit Guha o algún otro integrante del Grupo de Estudios Subalternos, es capaz de morir de un ataque incontenible de risa. III. El segundo ejemplo es lo que Campos (2012) tiene que decir –en reciente artículo titulado Clasificadores de infamias–, a propósito de la Ley para sancionar los crímenes, desapariciones, torturas y otras violaciones de los derechos humanos por razones políticas en el período 1958-1998, tanto como de quienes están haciendo esfuerzos para darle concreción. Comencemos por la Ley. Es calificada como el resultado del “divertimento de historiografía forense de sus autores”, como un ejercicio de “bastarda arqueología”. A quienes organizan actos para que esta no se convierta en letra muerta, los acusa de “sociólogos metidos a propagandistas”. Por si no bastara con ello, habla de las propias víctimas: “Habrá también, como corresponde, testimonios de los mártires, gente que relatará compungida aquellos días en los que su alma y psique quedaron hechos pedazos”. El argumento central de Campos es el siguiente: el problema con la Ley es que “establece que unos crímenes lo son menos que otros” 281
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y que tal circunstancia no sería una aberración “si no tuviera como telón de fondo una realidad fúnebre sobre la cual se levanta la farsa, para ocultarla y sobre todo para autorizar otros crímenes”. Es decir, según Campos, una Ley que persigue sancionar incontable cantidad de crímenes y atrocidades perpetrados por las “democracias” adecas y copeyanas contra miles de militantes de izquierda, práctica que no las distingue de las férreas dictaduras que debió padecer el continente durante las mismas décadas; Ley que no considera estos crímenes “peores” o “mejores” que otros, sino que los distingue; según el sociólogo, lo que el Gobierno pretende ocultar es, por supuesto, “el espectáculo aterrador de las tasas de homicidios que exhibe Venezuela en los últimos años”. Pero va más allá, mucho más allá, hasta llegar al lugar que ocupan todos los “insegurólogos” de este país: “El estado general de miedo, angustia, zozobra que pesa sobre la población actúa como un agente de contención civil, es un eficaz desmovilizador”. Este Gobierno no hace nada, pero no por ineficiente, sino que se trata de “una decisión deliberada, un acto calculado”. IV. No existe, claro está, tal macabro plan, así como no es cierto que el venezolano promedio sea un potencial asesino. Es falso que se haya extinguido la vida en sociedad y que seamos víctimas del primitivismo. Es falso que el venezolano sea hoy más cruel y que el neoliberalismo sea un asunto de tecnócratas o economistas. Existen, eso sí, problemas de todo tipo, problemas graves y menores, deudas históricas que saldar, asuntos cotidianos que atender. Pero existen también los que jamás atinarán en el diagnóstico del problema porque son extranjeros en su propia tierra. Porque la desprecian a ella y a sus gentes. Actúan como si todos los días maldijeran el día en que tuvieron la mala fortuna de nacer aquí. No les importa cuánto hagamos para que esta tierra, este mundo, sea un lugar digno de ser habitado y vivido por nuestros hijos e hijas. No les importa cuántas victorias logremos arrancarle a la muerte, al silencio, al olvido. No les importa todo nuestro esfuerzo. No les importan nuestros anhelos. No les importan todos esos motivos que nos hacen sentir alegres. No les importan nuestras fiestas, a las que consideran cosa bárbara. Estos personajes están condenados a vivir en el lugar que ya señalara Orlando Araujo. Porque para ellos, pase lo que pase, este jamás será un país en serio. 282
TERCERA PARTE Polarización salvaje
¿Qué es el chavismo salvaje?
10 de marzo de 2012
I. Treinta años atrás, agosto de 1982, en alguna sala de Parque Central, Alfredo Maneiro hablaba de una cierta “ley de la historia” (1997: 326) que rige los acontecimientos revolucionarios: “No es un desarrollo gradual, no es un desarrollo que poco a poco va entrando en la escena, es una abrupta eclosión de lo que está oculto, lo que marca los grandes virajes” (1997: 326). A Maneiro no le alcanzaría la vida para presenciarlo, pero pasaron sólo diez años para que ese sujeto arisco y turbulento que se rebeló el 27F de 1989 se encontrara cara a cara con los militares insurrectos del 4F de 1992. Del encuentro entre los protagonistas de ambas eclosiones surgió el chavismo. Fue el chavismo y no Carlos Andrés Pérez el que marcó el “gran viraje” de la sociedad venezolana. Pero luego de eclosiones y virajes viene la “calma”. Seguía diciendo Maneiro: “Después de todo, las gotas de agua que están en la cumbre de la ola, no son las que estaban en la cumbre de la ola precedente, sino en el seno que las separaba” (1997: 326). Treinta años después, desde Parque Central, ha llegado el momento de decir: el chavismo salvaje es aquello que está en el seno entre dos olas, preparándose para hacer eclosión. II. ¿Hacer eclosión contra Chávez o contra el mismo chavismo, amenazando la continuidad de la revolución bolivariana? Tal será el discurso del oficialismo, precisamente porque la eclosión pondría en serio riesgo su predominio. Entiéndase: toda revolución procrea su oficialismo, lo tolera, pero tendría que controlarlo, mantenerlo a raya. Lo intolerable sería que el oficialismo lograra hacerse con la dirección de la revolución, o más bien que su lógica, sus prácticas, sus procedimientos se hicieran hegemónicos, porque entonces aquella dejaría de ser tal y pasaría a convertirse en otra cosa: en simple Gobierno, en propaganda, en consiga vacía, en torneo, en marca, en la patrocinante oficial de una competencia entre facciones para ver cuál se erige como nueva élite. 285
Polarizaciòn salvaje
El Chavismo Salvaje
III. Cuando comiencen a hacerse evidentes los signos de la crisis de polarización chavista, una parte del oficialismo denunciará que cada traspié se debe a los “excesos” de la polarización. La otra parte simplemente callará y permanecerá a la espera, sin mostrar ninguna iniciativa política. Su ala más lúcida considerará una urgencia prevenir contra los terribles estragos de la “polarización salvaje”, estimulada maquiavélicamente por el antichavismo. La salida será el “diálogo” o la “normalización” del funcionamiento del proceso. Según esta lógica, y de manera harto predecible, todo aquel que se declare partidario de la polarización estará cayendo en el juego de quienes, consciente o inconscientemente, hacen lo posible porque la revolución sea derrotada. Tal sería, dicho sea de paso, la definición “negativa” de chavismo salvaje: aquel que le apuesta a la polarización del mismo signo, a la lucha fratricida, a la “guerra civil”. IV. El problema, habrá que insistir, es que cuando se habla de “excesos” de la polarización, lo que no se comprende es la dinámica de la crisis de polarización chavista, sus causas, sus efectos políticos. Dicha crisis no es consecuencia de un “exceso” de conflicto, sino de su atenuación, de su invisibilización incluso. Pero esta gestión antidemocrática del conflicto no hace que la interpelación popular desaparezca. Al taponearla o desconocerla, la interpelación deviene “salvaje”. Cualquiera podría verse tentado a afirmar que frente a los “excesos” la alternativa no puede ser la “normalización”, porque ésta última está en el origen de la crisis de polarización: la terrible pulsión por domeñar, disciplinar y “formar” al chavismo en tanto que sujeto de la lucha. Pero lo que hay que cuestionar es la idea misma de “exceso”, puesto que en última instancia es el oficialismo el que se ha pasado de la raya, reclamando un espacio que no le corresponde en lo absoluto. V. El problema no sería tan grave si el chavismo no oficialista, el único capaz de hacer de bisagra con el chavismo salvaje, sólo tuviera que pagar los platos rotos que deja a su paso este adocenamiento de la revolución que pretende el oficialismo. Además, tiene que lidiar con lo peor de la herencia cultural de la izquierda 286
burocrática. De nuevo es Maneiro quien nos ilustra sobre las “organizaciones de origen comunista” (1997: 180) y su “gigantesca capacidad para triturar al adversario” (1997: 180), pero no al situado a la derecha del espectro político, sino al adversario de izquierda, para “cargarla de motes ridiculizantes” (1997: 180) del tipo “infra-izquierdista, grupúsculo, los locos, los anarco no sé qué cosa, en fin, una capacidad de construcción lingüística increíble”. Sigue: “Tal vez por esto las luchas internas de estos partidos de izquierda tienden a producir ese tipo de polémica vil (…) donde la polémica franca y real es sustituida por esa discusión bastarda” (1997: 180-181). En efecto, no puede resultar casual que paralelo a la irrupción del oficialismo y su afición por la “política boba”, se propague este lenguaje, indetenible; seremos testigos de la misma “capacidad de construcción lingüística” para “triturar”, siempre que sea necesario, a “los anarco no sé qué cosa” que no dejan de volver. Es el correlato, en el campo popular y revolucionario, de la misma “política boba” que reduce la política a la disputa por el supuesto derecho de agraviar a nuestros adversarios. Es un pretexto para evitar la “polémica franca”, una coartada para esquivar la crítica. VI. No existe tal cosa como una eventual “polarización salvaje” protagonizada por el chavismo irresponsable, inmaduro y anarcoide, que antecedería a la derrota de la revolución bolivariana. De hecho, más que hablar del “peso” de eso que podría llegar a considerarse con alguna propiedad como ultraizquierda, tendríamos que referirnos a su “levedad”, porque es prácticamente inexistente y no tiene absolutamente ninguna capacidad de torcer el rumbo de nada. Esto quiere decir que, en las coordenadas de espacio-tiempo en que se desarrolla el proceso venezolano, un fenómeno de tales características no ocurriría antes, sino después, con el añadido de que se trataría de algo más que grupúsculos chavistas obnubilados sembrando el terror –no es difícil anticiparse a la línea editorial de los medios antichavistas–. La “polarización salvaje” es lo que sucedería después de que el antichavismo retomara el control del Gobierno nacional, y tuviera que vérselas frente a frente con el mismo pueblo chavista que hoy trata como “buen salvaje”, que es la única forma que tiene de lisonjearlo.
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VII. Cuando el antichavismo –los poderes que mueven sus hilos– considere que ha llegado el tiempo de prescindir del discurso de la unidad, el diálogo, el entendimiento y la reconciliación nacional, bien sea porque ha acumulado una o varias derrotas más, bien porque calcule que ha ganado terreno suficiente; cuando se reencuentre, en consecuencia, con su vocación por la hostilidad expresa, sin disimulos, propia de las élites, cuando la reasuma como su línea de actuación central, será el chavismo salvaje, no el oficialismo, el que estará en la primera línea de batalla. Sucederá, tarde o temprano. El oficialismo es lo que pasa, el chavismo, en cambio, es lo que queda. Y porque queda, es la batalla: una que será la reedición de la “batalla final” que una vez lo enfrentó con los golpistas, que ya quisieran terminar de una vez por todas con esta pesadilla igualitarista. VIII. Si el chavismo es el sujeto de la lucha y el oficialismo el de la crisis de polarización, el chavismo salvaje es el sujeto de la repolarización. ¿Cómo avanzar en la repolarización? De múltiples formas: sustrayéndose de la lógica del enfrentamiento entre dos minorías, construyendo partido-movimiento, entendiendo que es necesario hacer política revolucionaria más allá de los partidos, etc. De nada vale todo el empeño puesto en desmontar las “matrices” de los medios antichavistas si los medios públicos harán oídos sordos de los problemas y demandas populares. Nada aportan los chistes sobre los “manos blancas” si no estamos dispuestos a escuchar lo que tienen que decirnos los jóvenes de los barrios que no manifiestan ningún interés por la política. De nada sirve una burocracia partidista que ha olvidado que la política revolucionaria no es cosa de “maquinarias”, sino de sujetos políticos subordinados, excluidos, explotados e invisibilizados que se organizan y luchan. IX. ¿Cuál es el común denominador de cada una de las acciones que apuntan a la repolarización? Que implican establecer una relación de interlocución con el chavismo hastiado, disperso, descontento, incluso indiferente. Pero no se trata de ir tras él como va el pastor en busca de su rebaño perdido. El chavismo salvaje tampoco es la oveja negra de la familia. Al contrario, él nos recuerda que el 288
chavismo tiene su origen en la revuelta, en una negación radical, asociada al hecho de estar hartos de actuar como rebaño que camina directo al matadero. Más que hacer el esfuerzo por reconocerlo, condescendientemente, tendríamos que aprender a reconocernos en él, porque es un poco y a veces mucho de nosotros mismos. En el chavismo salvaje habita la flama de la rebelión nunca vencida que nos ha traído hasta acá, la incandescencia que habrá de guiarnos, para que no olvidemos que sin cambio revolucionario no hay horizonte. El destino de los invisibles que, con la revolución, mostraron sus rostros, pero fueron vueltos a invisibilizar; el de aquellos que jamás fueron escuchados, hasta que su voz tronó fuerte y clara, pero fueron silenciados nuevamente; en su destino se juega nuestro destino. En lugar de buscarlo, acompañarlo, en lugar de pensar que estamos obligados a rescatarlo de su terrible aislamiento, tenemos que salir nosotros de nuestro encierro, de nuestro extrañamiento, abandonar nuestra soledad, porque si la revolución no es un hecho colectivo, es una farsa. X. Maneiro escribió sobre esos momentos políticos en que nos ubicamos en el “punto muerto entre la inercia y la iniciativa” (1997: 62). Si el oficialismo propende a la inercia, el chavismo no oficialista tendría que tomar la iniciativa, poco importa si trabaja en alguna institución pública, si activa en el movimiento popular, si anda por su cuenta, etc. Es preciso no confundir lugar de trabajo o militancia con lugar de enunciación. Si el oficialismo corta flujos, interrumpe procesos, bloquea salidas y evita a toda costa plantear soluciones, el chavismo no oficialista tendrá que colarse por los intersticios, aprovechar cada grieta, sortear cada obstáculo, identificar los problemas. Habrá de hacerlo con habilidad e inteligencia, con ingenio y tino, con audacia, a veces de manera frontal, otras veces con mucha mano zurda. Desfallecer no es una alternativa. Muchos alegatos contra la burocracia son un verdadero monumento a la impotencia política, a la derrota. Hay mucho “burócrata” anónimo que se bate todos los días para hendir el aparato de Estado, para “baipasearlo”, lo que no supone necesariamente, como se alega con demasiada frecuencia, jugar el juego del Leviatán desalmado y maligno, sino abrir el juego a quienes siempre fueron convidados de piedra. Mientras tanto, hay “movimientos” que se limitan a esperar que el Estado les “asista”, y si no lo hace, tal cosa significa que Termidor ha llegado. La clave, de nuevo, es el lugar de enunciación, y éste no puede ser otro sino la lucha frontal contra el 289
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oficialismo, su lógica y sus prácticas, contra su amor por el poder y, más allá, contra toda forma de dominación y enseñoramiento, contra el capital, contra las élites y su desprecio por lo popular.
Apuntes
XI. Tomar la iniciativa, como se entenderá, es derrotar el ombliguismo, es decir, perder la costumbre de que sea otro, siempre, el responsable del avance o retroceso de la revolución. Pero nunca nosotros mismos que, mientras tanto, nos miramos el ombligo. En ocasiones somos ombliguistas incluso cuando manifestamos estar de acuerdo con la necesidad de construir una dirección colectiva de la revolución: estamos de acuerdo, siempre y cuando sea Chávez el que la construya. Tomar la iniciativa es multiplicar las iniciativas en todos los órdenes, de la acción y del pensamiento, de las artes y los oficios, es ensanchar el campo de lo posible, es ampliar las perspectivas, es impedir que se estanquen las aguas y hacer que corra aire fresco. XII. Tomar la iniciativa es asumir que el chavismo salvaje no es una cuestión poética, una metáfora, una abstracción, un detalle florido, una estratagema. Hay una materialidad del chavismo salvaje. A propósito suyo, bien vale releer lo que alguna vez escribió Dussel sobre el concepto de pueblo: no es un “conglomerado”, sino un “sujeto colectivo e histórico, con memoria de sus gestas, con cultura propia, con continuidad en el tiempo” (2010a: 409). Es uno y son, somos muchos. Si de nuevo son ignoradas “sus vidas, sus culturas, sus alegrías y fiestas, su dignidad, que es su sangre, la de sus héroes y mártires, con la que no se comercia” (2010a: 413), lo que tendremos es una nave al garete, sin rumbo, indefensa, próxima a naufragar, cuando ya no seamos agua mansa.
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Impensar el 27F 27 de febrero de 2009
En un célebre ensayo, Immanuel Wallerstein (2004) planteaba que había llegado el momento de “impensar” las ciencias sociales. Ya no bastaba con repensarlas: “Gran parte de las ciencias sociales del siglo XIX se repiensa constantemente en la forma de hipótesis específicas” (2004: 3). Era preciso ir más allá: Muchas de sus suposiciones –engañosas y constrictivas, desde mi punto de vista– están demasiado arraigadas en nuestra mentalidad. Dichas suposiciones, otrora consideradas liberadoras del espíritu, hoy en día son la principal barrera intelectual para analizar con algún fin útil el mundo social (2004: 3).
Veinte años es tiempo más que suficiente para acometer la tarea de impensar el 27F de 1989. Dejar de hacerlo equivale a no atreverse a franquear esa barrera intelectual que todavía nos impide invocar el 27F para hacer algo distinto de rememorar a nuestros muertos, formular las demandas históricas respectivas y celebrar el advenimiento de la revolución bolivariana. ¿Qué significa impensar el 27F? 1) En primer lugar, dejar de pensarle sólo como una protesta popular masiva contra las medidas neoliberales de austeridad impuestas a sangre y fuego por el segundo Gobierno de Carlos Andrés Pérez. Por su naturaleza, eso que aconteció el 27F guarda una relación de parentesco no con las masivas jornadas de protesta estudiantil contra el Gobierno –que tuvieron lugar antes y después del 27F–, sino con esos severos y tumultuosos trastornos sociales que impugnan al Estado mismo. También es preciso poner en entredicho la utilidad de conceptos o referencias históricas del tipo “revueltas de hambre”, tal y como han sido formulados por autores como Eric Hobsbawm, E.P. Thompson o George Rudé. 2) Asumir que de acuerdo a su movimiento, su distribución en el espacio, sus objetivos y sus formas de lucha, eso que se manifestó 291
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el 27F no fue sólo una clase social –el proletariado que súbitamente habría adquirido conciencia de sí mismo, de su propio poder, etc. Tampoco fue sólo el lumpen o la clase media depauperada. A eso que se manifestó lo llamamos en otra parte (2006) la turba, porque de alguna forma había que patear la mesa en la que departían amable y gustosamente los académicos de este país. La turba es la suma del proletariado, el lumpen, la clase media depauperada, pero es también algo más que la suma de las partes. La turba es un conjunto innumerable. Para decirlo con José Luis Vethencourt (1991), la turba libra una “guerra inmediatista” contra la “guerra institucionalizada” del Estado. Su poder radica en su capacidad de ocupar el espacio, conservando la posibilidad de surgir en cualquier punto. La suya es una guerra sin línea de combate, sin enfrentamiento, sin vanguardia ni retaguardia. Su objetivo no era el saqueo ni la toma del poder. Por eso caen en saco roto todos los análisis que se empeñan en señalar todo lo que hay de falta, de ausencia el 27F: faltaba el partido, faltaba la conciencia, faltaban objetivos claros. Lo que no se comprende es la naturaleza de la turba. 3) De lo anterior se desprende que hay que atreverse a pensar la turba como una forma de existencia política que, como diría Paolo Virno, “se afirma a partir de una Unidad radicalmente heterogénea con relación al Estado” (2003: 105). Por tanto, poner en cuestión la interpretación dominante, según la cual la turba es pre-política, anti-política, proto-política. El problema radica en que nuestras cabezas están demasiado habituadas a pensar la política más acá de los confines del Estado, como si no existiera nada más allá de él. Recordar: una revolución no se hace con pensamiento de Estado, sino contra el Estado. Volver sobre Marx, incluso sobre Lenin. 4) Reivindicar el 27F como un acontecimiento alegre, a pesar de nuestros muertos. Recordar que la inmensa mayoría de los asesinatos fueron perpetrados luego de la celebración popular de aquella noche del 27F, de la que numerosos testimonios han quedado registrados. Asociar el 27F con muerte y tristeza es el efecto más durable del trabajo de conjura que acometió el Estado los días subsiguientes. Como fue escrito en alguna revista de la época: “el objetivo no era controlar la situación, sino aterrorizar de tal manera a los vencidos que más nunca les quedaran ganas de intentarlo otra vez” (SIC, 1989: 148). Hemos avanzado poco en la tarea de exorcizar una culpa que no es nuestra. Hemos vivido con una vergüenza a cuestas que no es propia, sino ajena. Como escribió José Roberto Duque, en el mejor libro que se haya escrito sobre el 27F: “Pero cómo explicar, cómo convencerte de que el aire 292
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dejaba una resaca agradable en la piel, con todo y los muertos y el tufo brutal de las bombas y los muertos” (2014: 86). 5) Aprender a trazar la línea de continuidad entre el 27F y el chavismo. Esta línea es clara en lo que respecta a la interpretación dominante sobre el 27F –que le da el tratamiento de accidente histórico ruin, vergonzoso, triste y repudiable– y el chavismo: fenómeno político ruin, vergonzoso e igualmente repudiable. Los que ayer condenaron el 27F hoy sueñan con un país libre de ese tumor que es el chavismo. Al chavismo le corresponde, en contraparte, reconocerse en la audacia, la exuberancia y la alegría de la turba. Los objetivos y las formas de lucha pueden haber cambiado –ha debido ser así, qué duda cabe– pero nuestros enemigos siguen siendo los mismos. Llevamos cierta ventaja y tendríamos que ser ciegos para no reconocerlo: tenemos un aliado como jefe de Gobierno. No es poca cosa, pero sabemos que no es suficiente. He allí el viejo Estado que resiste a morir. Hay barreras intelectuales, sobre todo hay barreras materiales. Pero nuevos espacios se han abierto. Queda de nosotros imprimirle un poco de audacia, y algo más, para superar ambas barreras.
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Chavista is beautiful 1 de octubre de 2009
Chavista es bello: la reacción inicial ante una frase como ésta es índice de hasta qué punto la más importante de las batallas se libra dentro de nosotros mismos. Hay quienes sentirán vergüenza. Otros la considerarán ridícula e impronunciable. En ciertos círculos está mal visto declararse chavista. En ciertos espacios es mejor no correr el riesgo. Los más cosmopolitas la interpretarán como un guiño innecesario al costumbrismo, como una ingenua reivindicación de lo peor de nuestro folklore. Algunos intelectuales se lamentarán por la oscura pulsión que nos obliga a alienarnos en la omnipresente figura caudillesca. A pesar de todo, el chavismo es bello. Los discursos que se empeñan en atribuirle un carácter monstruoso y horrendo no describen una identidad. Muy por el contrario: precisamente porque el chavismo es bello, construyen una identidad deformada, una caricatura grotesca, porque es imperativo mostrarlo como una versión desmejorada y mutilada de sí mismo para poder dominarlo, aniquilarlo. Lo mismo vale para aquellos discursos que lo presentan como cuerpo dócil, obediente y amaestrado, como un asceta que no fuma, no bebe ni baila pegado: el propósito es domeñarlo, mantenerlo controlado, al margen. El chavismo es bello significa que no se trata simplemente de filiaciones políticas. El asunto no se reduce a los que están a favor o en contra de. Si Chávez ha prestado su apellido y su liderazgo, está claro que su liderazgo no es nada sin el chavismo. El mismo chavismo habría de llamarse de otra forma. El chavismo huele a cerro, a sudor, a plomo, a negro, a zambo, a indio, a blanco pobre. El chavismo es los que están abajo, afuera, explotados. Pero afirmar que el chavismo es bello quiere decir, fundamentalmente, que es una estética, una cierta sensibilidad. Si el chavismo se viste de rojo para la ocasión, eso no quiere decir que sea uniforme, unicolor. Por eso es preciso desconfiar de aquellos que se uniforman para convencernos de que son chavistas. Hay quienes quieren parecerse a nosotros, pero su práctica los delata: tienen alma de amo, látigo en mano y sólo cuidan su bolsillo. El 294
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chavismo sólo puede ser horrible si tomamos como referencia los estándares, los valores, los prejuicios que hemos heredado de la sociedad colonial. Es la mentalidad colonial la que nos dicta que debemos sentir vergüenza de nosotros mismos. Porque sólo si nos sentimos en desventaja, otros, los “bellos”, pueden sacar ventaja. Se dirá que la frase esconde un resquemor, un resentimiento, un cierto odio de clases o de castas. Puede que así sea. Pero lo que ella revela, antes que cualquier otra cosa, es la imperiosa necesidad de que practiquemos el respeto hacia nosotros mismos.
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Bicentenarios, efemérides y encubrimientos
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¿Alguien sería capaz de negar que estas preguntas nos convocan a un ejercicio intelectual infinitamente más decisivo que transarse en una polémica estéril con los idiotas que denuncian que el Gobierno ha incluido efemérides “socialistas” en el calendario escolar?
29 de octubre de 2009
A propósito de una nueva visita de Enrique Dussel a Caracas, es pertinente retomar algunos de los planteamientos que formulara en un artículo publicado por el diario mexicano La Jornada, el 26 de septiembre de 2005, intitulado 1810: ¿el nuevo encubrimiento del Otro? Advertía Dussel: Si en 1492 fue el indígena americano el sepultado bajo la imagen del “Otro” europeo (…) y por ello hablábamos del “encubrimiento”, y no del “descubrimiento”; encubrimiento del oprimido, del violentado, del asesinado (…) en 1810 volvió a pasar otro tanto. El “mismo Otro” tres siglos después –el “natural”, los pueblos originarios de estas tierras, además de los afroamericanos esclavos– será el “encubierto” bajo el proceso de una “emancipación” usufructuada por los criollos, pero no por ellos (2005).
Remataba: Los criollos, blancos nacidos en estas tierras, salieron victoriosos. Promovieron un concepto de soberanía basado en los ayuntamientos, y por ello, una vez liberados del rey, pudieron ejercer solos el poder, excluyendo al pueblo de los pobres: indígenas y ex esclavos: el Otro encubierto. Los criollos, coloniales en su mentalidad e intereses, fueron la correa de transmisión de toda la etapa neocolonial en la que todavía nos encontramos. ¡Deberían ser juzgados! (2005).
Inevitable interrogarse: ¿qué celebraremos en 2010? ¿La victoria de los blancos criollos y la derrota de indios, negros y pobres? ¿Acaso los herederos de los victoriosos de 1810, por mucho que algunos de ellos se empeñen en disfrazarse de chavistas, no continúan fraguando la derrota eterna de los nuestros? ¿Perijá victoriosa? ¿Acaso la revolución no lleva implícita la promesa de acabar de una vez por todas con este encubrimiento de siglos? ¿O en nombre de la revolución, y de los mismos derrotados, las mismas castas perpetúan el encubrimiento? ¿Una cosa o la otra? ¿O ambas, simultáneamente, en tensión permanente? 296
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El chavismo y la segunda oleada 7 de septiembre de 2009
Tendríamos que comenzar por abandonar esa idea, tan seductora como ingenua, según la cual la construcción del socialismo es una carrera de cien metros planos que nosotros corremos como Usain Bolt. O una pelea por el título peso ligero que sentenciamos a nuestro favor en el décimo round. El problema con las revoluciones es que la carrera nunca acaba, la pelea nunca termina: podemos ser capaces, incluso, de propinar más de un nocaut fulminante, y aún así siempre tendremos en frente a un nuevo contendor. Dicho lo anterior, es indudable que lo que resulta fascinante y alentador del actual momento histórico es que la pelea por el título se libra en toda América: en el transcurso de la última década, las fuerzas de izquierda han logrado propinar algunos nocauts, llegando incluso a coronar a varios de los suyos en la silla presidencial. En el caso venezolano, el defensor del título fue a dar a la lona, durante cuarenta y siete horas, y un gigantesco levantamiento popular y militar lo devolvió al ring, con la fuerza que es capaz de inspirar un aliento colectivo de tal naturaleza. Hay de todo. En países como Bolivia el intercambio de ganchos de izquierda y derechazos a la mandíbula inspiró la célebre frase del contrincante narrador: atravesamos por una etapa de “empate catastrófico”; en Ecuador, el defensor se da el lujo de corretear por el cuadrilátero, mientras su contrincante recibe conteo de protección; en Paraguay recibe una lluvia de insultos, acusaciones y dos, tres, cuatro, cinco golpes de puñalada; en Brasil, Argentina, Uruguay o Chile, cada cual con su estilo, propina algún izquierdazo contundente, pero inmediatamente se abraza con su rival, bien sea por agotamiento o por no disponer de mucha voluntad para encarar la pelea; en Colombia o Perú, los retadores de izquierda deben aguantar una andanada de golpes ilegales: por debajo de la cintura, por la nuca, patadas, tropezones, masacres y persecuciones. Con sus profundas diferencias, sus indudables semejanzas, sus ritmos dispares y diversos estilos, el cambio de rumbo político continental es de tal manera inocultable que hasta los comentaristas y analistas de la derecha han debido reconocer que en América se ha producido lo que todos reconocen como un giro a la izquierda. 298
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Rendidos ante la evidencia, a la media oligárquica y a sus mentores intelectuales no les ha quedado otra que poner el acento en aquellas diferencias, distinguiendo entre una izquierda vegetariana, responsable, moderada y moderna y otra carnívora, malhablada, expansionista, radical y decimonónica. El propósito es tan evidente que raya en lo vulgar: detrás de la muy decimonónica práctica que consiste en distinguir entre civilización y barbarie, lo que aparece es el esfuerzo por obstaculizar la unidad de propósitos. El asunto se complica aún más cuando el mentado giro a la izquierda es utilizado por cierta intelectualidad progre, renuente a profundizar en la complejidad, el significado y el alcance del acontecimiento, como pretexto para no hacer lo que sin embargo estaría obligada a hacer: examinar con el rigor suficiente tanto los puntos de encuentro como los de desencuentro, las particularidades y las generalidades, los flancos débiles tanto como los fuertes. En resumen, aquello que nos une tanto como aquello que nos amenaza y pone en riesgo la necesaria unidad. ¿El mayor riesgo en lo inmediato? Que el fulano giro a la izquierda se desvanezca en la próxima esquina, que desaprovechemos la oportunidad histórica de convertir el tal giro en camino y obliguemos a las generaciones futuras a tomar el testigo en una carrera cuya meta es el despeñadero. Celebrar este giro a la izquierda con aire triunfalista, como prueba irrefutable de que de ahora en adelante los pueblos acumularán una victoria tras otra es, cuando menos, irresponsable. Muy por el contrario. La noticia es esta: Usain Bolt tiene que comenzar a asimilar que lo que nos viene es un maratón. Ni siquiera Julio César Chávez, ni Mano de Piedra Durán ganaron todas sus peleas. Planteado menos deportivamente, tarde o temprano habremos de sufrir alguna derrota. O cuatro. Muy difícil, casi imposible preverlo con exactitud: cuándo, cuántas. ¿Las causas? Pueden ser muchas, asociadas unas con otras, simultáneas: acumulación de errores internos, cambio drástico de la correlación de fuerzas, incapacidad para demoler el viejo Estado o para transformar las relaciones sociales y económicas, freno al proceso de radicalización democrática, repetición de viejos errores del socialismo burocrático. También: desestabilización con apoyo externo, corrupción de funcionarios, atentados, infiltración de fuerzas paramilitares, golpe de Estado, magnicidio, invasión. Sin excepción, cada una de estas eventuales causas o escenarios reales están planteados o están en pleno desarrollo. Insisto, de manera simultánea, aunque como es obvio la situación varía según sea el caso. En algunos casos es posible que el proceso de cambio 299
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se vea detenido, así sea temporalmente, concluido el período del mandato presidencial, dada la inexistencia de una figura capaz de aglutinar el apoyo suficiente para triunfar en elecciones democráticas y con ello garantizar la continuidad del proyecto. Asestadas estas derrotas, ellas implicarán un freno o incluso un retroceso del proceso de cambio continental. Tendrá lugar entonces una feroz campaña propagandística y los ideólogos de la democracia liberal –y de otras formas menos santas de gobierno– cantarán sobre el inicio del fin del giro a la izquierda. Eso escríbanlo. El golpe de Estado en Honduras ha sido una avanzada de esta contraofensiva continental. Como bien lo ha sabido interpretar Isabel Rauber en un artículo excepcional: No es la vuelta al pasado, no hay que equivocarse: es el anuncio de los nuevos procedimientos de la derecha impotente. El neo-golpismo es “democrático” y “constitucional”. Honduras anuncia por tanto la apertura de una nueva era: la de los “golpes constitucionales” (2009).
Con el derrocamiento de Zelaya, la derecha continental no sólo ha infligido un golpe a la UNASUR, sino que lo ha hecho ensayando una nueva modalidad que no tardará en replicarse en otros países de América, allí donde modalidades más impresentables no tengan, por los momentos, posibilidades de éxito. Pero este inicio del fin del giro a la izquierda estará muy lejos de significar lo que, sin embargo, proclamarán a los cuatro vientos los ideólogos del statu quo: el fin de la era de los pueblos en rebeldía y un despertar de la borrachera democrática e igualitarista que sacudió, en mala hora, a la América toda. En medio del triunfalismo de la derecha –que la historia así lo enseña, es mala perdedora y peor ganadora– lo que volverá a emerger, lo ha planteado también Rauber, es
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y políticos sean parte de la misma, que hayan participado en su definición, que se hayan apropiado de ella (2009).
Así, luego de este retroceso temporal del proceso de cambios revolucionarios a escala continental, sobrevendrá una segunda oleada democrática y revolucionaria, impulsada por los movimientos populares que en esta etapa, en mayor o menor grado, según el país que se trate, han sido mantenidos al margen por gobiernos que, a pesar de todo, se autodefinen como populares. Diagnóstico que vale, en particular, para el caso argentino y brasileño, pero del que no escapa Venezuela ni ningún otro país gobernado por la izquierda. Esta segunda oleada será acompañada por aquellos procesos que supieron aprender a tiempo la lección más importante, y cuyo desconocimiento constituye nuestra principal amenaza: la revolución la hacen los pueblos, no minorías iluminadas. De allí que una de nuestras principales tareas consista en saber interpretar el carácter y la naturaleza bravía, potente y revolucionaria del chavismo, entendido como movimiento popular que aglutina tradiciones y saberes, estéticas y sensibilidades, que plantea demandas y formula propuestas. Mal haríamos relegándolo al papel de espectador en la pelea, ese cuya participación se limita a lanzar vítores a su gallo. Mal haríamos al pretender domeñar o contener la potencia de un movimiento que, cuando es necesario, corre como Usain Bolt y pega como Edwin Valero.
una cuestión política de fondo: los procesos sociales de cambio sólo pueden ser tales, si se construyen articulados a las fuerzas sociales, culturales y políticas que apuestan al cambio y generan el consenso social necesario para llevarlo adelante. Y esto sólo puede realizarse desde abajo, cotidianamente, en todos los ámbitos del quehacer social y político: en lo institucional y en la sociedad toda. Un empeño político y social de esta naturaleza no se alcanza espontáneamente. No basta con que un mandatario tenga una propuesta política que considere justa o de interés para su pueblo; es vital que el pueblo, los sectores y actores sociales 300
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¿Qué ha sido del chavismo originario? 13 de mayo de 2010
Mientras fuerzas y actores aún minoritarios de la oposición despliegan un discurso proto-chavista, vaciándolo de contenido, con el propósito de minar las bases electorales del chavismo, intentando captar el voto del chavismo descontento, ¿qué ha sido del chavismo originario, esa corriente política, social y cultural que se aglutinó en torno al rechazo de la vieja partidocracia y que se hizo portavoz de las consignas en favor de la democracia participativa y protagónica? Once años después, parece claro que el chavismo ha logrado imponer su discurso democrático-radical y proto-socialista, al punto de hacerlo hegemónico: según el estudio del Centro Gumilla sobre Valoraciones de la democracia en Venezuela, los “demócratas socialistas del siglo XXI” y los “demócratas socialistas moderados” constituyen 64% de la población, frente a 27% de “demócratas liberales” y un minúsculo 9% de “autoritarios”. Entiéndase: ya no se trata simplemente de que el pueblo venezolano se inclina por la democracia, a secas, como el mejor sistema de gobierno, sino que esa misma democracia ha pasado a significar la existencia de un Estado fuerte (adiós neoliberalismo), democratización política (Estado fuerte con participación popular activa), disminución de la brecha entre ricos y pobres, políticas sociales contra la exclusión, nacionalización de las industrias básicas, límites al poder de la empresa privada, respeto a la Constitución y a los derechos humanos en general, libertad de expresión y pluralidad política (libre asociación), elecciones libres, imparciales y periódicas y amplio margen a la iniciativa económica privada. Sin embargo, las circunstancias obligan a prevenir posibles errores de juicio: esta hegemonía del discurso democrático-socialista (en desmedro del liberal) no se traduce automáticamente en afinidad política con el chavismo: sólo 42% de los encuestados se autodefinió como chavista. Más interesante aún: sólo 40,3% de los “demócratas socialistas del siglo XXI” –grupo donde se concentra el chavismo– estuvo de acuerdo con que “los partidos políticos son imprescindibles en cualquier democracia”. Este porcentaje 302
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contrasta abiertamente con 88% de “demócratas liberales”, 92,8% de los “autoritarios” y 96,9% de los “demócratas sociales moderados” que expresaron su acuerdo. ¿Resabios del profundo sentimiento anti-partido que está en el origen de la insurgencia del chavismo? ¿Índice de la valoración que hace el chavismo del partido que no sólo está llamado a aglutinarlo, sino a garantizar la continuidad del proceso bolivariano? En otras palabras, ¿el PSUV significa una ruptura con los vicios de la vieja y detestada partidocracia? ¿Qué implicaciones tiene la progresiva “partidización” del chavismo y, a contramano, la “despartidización” de al menos una parte de la oposición? ¿Qué ha sido del chavismo originario? Las preguntas están abiertas.
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El Chavismo Salvaje
Los ochenta y el furor antipartido 22 de junio de 2010
Gramsci escribía sobre los partidos políticos que, en el caso de algunos de ellos, “se comprueba la paradoja de que están perfectos y formados cuando ya no existen, o sea, cuando su existencia se ha hecho históricamente inútil”. Explicaba: “como un partido no es sino una nomenclatura de clase, es evidente que para el partido que se propone anular la división de clases su perfección y cumplimiento consisten en haber dejado de existir porque no existen ya clases” (1978: 347). En Venezuela, hacia finales de la década de los 80, fuimos testigos de un singular fenómeno con dos expresiones muy claras: por una parte, las agudas contradicciones de clase emergían bajo la forma de profundas convulsiones políticas y sociales; por la otra –y en estrecha relación con lo anterior– nos asaltaba la creciente sospecha de que los partidos, y no sólo los partidos del statu quo, se habían hecho históricamente inútiles. Mi generación, la que bordeaba la mayoría de edad en los últimos 80, la que no se reconocía en la herencia de la “Generación Boba”, creció cantando, bailando, deseando fervientemente que todos “los políticos fueran paralíticos” y entonando canciones contra el sistema, como aquella que retrataba a la gente de los cerros que, cansada y hastiada, le devolvía a la ciudad “una sonrisa al revés”. Entre otras, estas canciones fueron –siguen siendo– genuinas expresiones culturales de un cierto desencanto, de un cierto cinismo, pero sobre todo de una furia indomable que se parecía demasiado al furor total que finalmente se apoderó de las calles de casi toda Venezuela el 27 de febrero de 1989. La casi unánime incomprensión de la que hizo gala el amplio espectro de los partidos políticos sobre la naturaleza de aquel acontecimiento iniciático, vino a confirmar nuestra sospecha de que los partidos eran, como nunca antes, definitivamente inútiles. Los de la derecha, por supuesto, que no sólo condenaron la furia popular, sino que celebraron la brutal represión de Estado; pero también los de izquierda, que se sumaron a la condena de la “irracionalidad” popular. La paradoja es clara: los partidos daban cuenta de su inutilidad histórica en un episodio histórico clave, de profunda conflictividad política y social y, en suma, de clases. 304
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Cualquier propagandista podría sentirse tentado a resumir en unas pocas líneas lo que ocurriría en los veinte años siguientes: el dilema del neoliberalismo durante la década de los 90, que mientras abría fuego contra los partidos tradicionales, era incapaz de granjearse una expresión política sólida, que resolviera a su favor la severa crisis hegemónica del sistema político venezolano; del otro lado, el irrefrenable ascenso del chavismo y su triunfo en 1998; luego, la hegemonía del chavismo y sus fuerzas aliadas, y su creciente control de los cargos de elección popular; finalmente, la creación del Partido Socialista Unido de Venezuela. Pero éste, que sería el final soñado, una suerte de “fin de la historia” revolucionario, no es sino la continuación de una historia que comenzó, al menos, hace veinte años. De allí se desprende, en primer lugar, que toda construcción organizativa revolucionaria está en la obligación de reconocerse heredera de aquel legítimo furor antipartido de finales de los 80, y que está en el origen del chavismo. En segundo lugar, es imperativo identificar y debatir ampliamente sobre las razones de ese mismo furor antipartido: ¿la ausencia de democracia, y por tanto la exclusión política, en nombre de la democracia? En tercer lugar, revisar a cada paso –y rectificar oportunamente a cada paso en falso– la relación con otras formas de organización popular revolucionarias. Diríamos incluso: alentarlas, en lugar de pretender suplantarlas. Tal vez sea necesario despejar algunas dudas: trazar la línea de continuidad entre el furor antipartido de finales de los 80 y la tarea de construcción del partido revolucionario veinte años después, no desdice de la necesidad histórica de esta última. Todo lo contrario. Lo que señalo es que esta tarea será en vano si procedemos como advertía Walter Benjamin que recomendaba Fustel de Colanges: “al historiador que quiera revivir una época que se quite de la cabeza todo lo que sabe del curso ulterior de la historia”. Benjamin señalaba que el origen de este procedimiento estaba “en la apatía del corazón”, en la que ciertos teólogos vieron “el origen profundo de la tristeza”. “Historiadores historicistas”, les llamó Benjamin, a los que oponía el rigor que debe hacer suyo el “materialista histórico”: La naturaleza de esta tristeza se esclarece cuando se pregunta con quién empatiza el historiador historicista. La respuesta resulta inevitable: con el vencedor. Y quienes dominan en cada caso son los herederos de todos aquellos que vencieron alguna vez. Por consiguiente, la empatía con el vencedor resulta en cada caso favorable para el dominador del momento. El materialista histórico tiene suficiente con esto. 305
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Todos aquellos que se hicieron de la victoria hasta nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo (2008: 21-22).
¿Cuál debe ser nuestra tarea? Benjamin responde: “Cepillar la historia a contrapelo” (2008: 23). Subrayar, entonces, la importancia de trazar la línea de continuidad a la que nos hemos referido, pasa por no ceder frente a “la apatía del corazón” y ante cierta soberbia que nos puede conducir a creer que los furores de antaño justifican, de plano, todas las construcciones del presente, todos sus procedimientos. Porque puede suceder que en nombre de la necesidad histórica de construir un partido revolucionario, no hagamos más que domesticar y silenciar aquellos furores que siguen latentes. Resulta claro que de incurrir en este procedimiento estaremos ubicándonos del lado de los vencedores de siempre, cuando nuestra tarea continúa siendo acompañar a los que fueron vencidos. “Cepillar la historia a contrapelo” no significa rendir homenaje oficial a nuestros muertos, sino mantener vivas las llamas de su herencia. De lo contrario, el partido revolucionario en construcción terminaría siendo un pertrecho históricamente inútil.
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El hastío por la política 25 de noviembre de 2010
Lo primero sería distinguir el hastío de la desilusión, la desesperanza, la decepción o el desencanto. Cuando planteo que buena parte de la base social del chavismo está hastiada de la cortedad de miras estratégica del chavismo oficial, esto no quiere decir que el chavismo, cual cuento de hadas, fue alguna vez una masa que esperaba paciente y resignadamente el advenimiento de la revolución bolivariana: ésta llegó y se hizo la ilusión y la esperanza y vivieron felices… hasta que una partida de burócratas malvados se empeñó en frustrar sus sueños. El desencanto y la desesperanza son propios del antichavismo promedio, ilusionado con vivir en una sociedad que mantuviera al margen a pobres, explotados, “incultos” y “flojos”, a negros, indios y zambos. La irrupción de las masas populares en la política supuso para las clases acomodadas un verdadero quebradero de cabezas. El odio de clases, la supremacía, la criminalización de todo lo que sea sospechoso de chavismo, no son más que expresiones de la profunda decepción que produjo el fin de la ilusión de vivir en “armonía”, ocultando o postergando el conflicto. Hastío es desencuentro, contrariedad, enfado. Disputa, diferencia, conflicto. Del hastío es la rabia creadora, y sin hastío no hay revolución posible: hastío de la exclusión, de la explotación, de las insoportables condiciones materiales de vida. Con todo y sus excesos y errores, el hastío se distingue siempre del odio de quienes ocupan posiciones de dominio. Hoy día el hastío es lo propio de los sujetos hechos visibles por el chavismo y vueltos a invisiblizar por el chavismo oficial. Hay hastío en las bases del partido, pero también en los márgenes y, más acá, en las calles de los grandes centros urbanos, donde se concentra el grueso de la población. Un hastío que tiene que ver con el aplanamiento y disciplinamiento de las voluntades que implicó la burocratización de la política. Hace más de trescientos años Baruch Spinoza (1975: 35) intentó resolver la incógnita: ¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si lucharan por su libertad? Bien cabe la pregunta: ¿si 307
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parte de la base social del chavismo ha dejado de votar es porque ha dejado de luchar? ¿O este acto de rebeldía envía un mensaje claro, que no ha sabido o no ha querido escuchar nuestra burocracia política: que la lucha política no se agota en la contienda electoral? Mi hipótesis: el hastío es una interpelación directa, brutal, “salvaje”, contra la dirección política de la revolución bolivariana. Esta interpelación se resume en una pregunta: ¿cuál libertad? ¿Es el pueblo el que ha dejado de luchar o es la burocracia acomodada la que no desea que haya lucha? ¿Es que el pueblo ya no tiene voluntad de lucha o es que ya no tiene voluntad para luchar subordinado a burócratas, corruptos, dirigentes mediocres, oportunistas y estalinistas? El hastío ha cobrado una fuerza tal que el antichavismo ha vuelto a ilusionarse: se cree capaz de encauzarlo, de sacarle provecho electoral. Ilusión vana. El problema, sin embargo, es que el chavismo oficial, aturdido y desorientado por el hastío, yace en la inercia. Allí donde el hastío se manifiesta, sólo ve indisciplina, desorden, falta de “formación política”, anarcoides. Los policías del pensamiento hasta se inventan nuevas categorías: “pequeña burguesía, folklórica, anarcoide”. No es para menos: en los burócratas de la política recae la mayoría de los cuestionamientos. No se trata de que buena parte de la base social del chavismo haya perdido la “esperanza” en la revolución bolivariana. Chavismo hastiado no es chavismo desesperanzado. El chavismo no “espera” nada de la revolución. La revolución la hacen los pueblos cuando se cansan de esperar. El hastío es una expresión de esa rabia, de esa contrariedad, de ese hondo desacuerdo que hizo posible la revolución. El hastío es el signo más elocuente de que la rebeldía está viva. El punto está en transformar ese hastío en fuerza alegre y combativa (repolarizar), que no es igual a domesticar o censurar la rebeldía. El chavismo hastiado, los que no votan, pero también los millones que a pesar de todo seguimos votando y batallando; los que libran miles de peleas cotidianas desde las bases del partido y fuera de él; los que siguen creando, inventando, revolucionando, impulsando espacios de autogobierno popular a pesar de todos los obstáculos que implica la imposición de la lógica del “órgano rector”; los que se movilizan, cuestionan y proponen, aunque no siempre sus propuestas sean escuchadas; los que dijimos, decimos y diremos presente, pero también y sobre todo los ausentes: hoy estamos todos un paso al frente. Es la dirección política la que tiene que 308
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apurar el paso y ponerse a la altura de las circunstancias. Mientras tanto, no tenemos otra opción que seguir avanzando. Si repolarizar pasa por encarar el hastío, recuperar, reagrupar, rearticular, reorganizar fuerzas, es preciso asumir de una buena vez que no habrá repolarización sin protagonismo popular. Allí radica nuestra fuerza. A ella le tienen pavor los desencantados, los desilusionados.
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Los buhoneros y el partido/movimiento 22 de diciembre de 2010
Con los buhoneros sucede algo similar al caso de los motorizados: son sujetos políticos que han jugado un papel decisivo, determinante, en los momentos más duros de la confrontación política, y sin embargo son mirados con desdén por quienes militan, digamos, en la política formal. Sobre los buhoneros se ha dicho de todo y seguramente buena parte de lo dicho sea verdad: que el negocio de la buhonería está controlado por mafias; que en aquellos lugares donde controlan el territorio están estrechamente imbricados con redes delincuenciales; que este mismo control del territorio lo realizan de manera anárquica y caótica e impiden el derecho al libre tránsito de los ciudadanos; que parte del negocio está controlado férreamente por el paramilitarismo. Son todos argumentos esgrimidos por compañeros que militan en la revolución bolivariana. No viene al caso ahondar en la percepción que sobre el asunto tiene la derecha más rancia, tributaria de lógicas represivas del tipo “tolerancia cero”. Para los compañeros formados en los principios y valores de la izquierda más tradicional, no tiene sentido siquiera hablar de “sujetos políticos”. Buhoneros y motorizados son asociados, automáticamente, con el lumpen. Sólo la “clase obrera”, con una pequeña ayuda de sus aliados los profesionales, técnicos, estudiantes y, si fuera posible, el campesinado, tienen derecho de entrada al paraíso. Lo demás es palabrería posmo. Con el resto de los compañeros, que por suerte son los más, es posible plantearse el asunto en otros términos. Frente a sus reservas, algunas de ellas legítimas, suelo responder con un pequeño ejercicio de memoria histórica: en 2002, los buhoneros ocupaban un extenso corredor territorial en pleno centro geográfico de Caracas, entre Chacao y Plaza Venezuela, que más de una vez sirvió como muro de contención contra las tentativas opositoras de desplazarse hacia Miraflores, no para ir a regalarle piropos a Chávez, sino para derrocarlo. 310
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Esa historia no me la contó nadie. Durante todo 2002 y buena parte de 2003 trabajé a una cuadra del bulevar de Sabana Grande. En diciembre del mismo año, en pleno paro insurreccional, bastaba con asomarse al bulevar para ver a la ciudad en movimiento. Del mismo modo, cualquiera que haya estado en la calle el 13 de abril de 2002 sabe de la importancia crucial de los motorizados como canales “informales” pero eficaces de comunicación popular, por decir lo menos. Voy más allá: ¿cuántas de las primeras víctimas de la dictadura de Carmona no fueron buhoneros del centro de Caracas, reprimidos a sangre y fuego por la Policía Metropolitana? Sin duda, algunos de los primeros combates callejeros contra la dictadura, el 12 de abril, fueron protagonizados por el pueblo/buhonero. Los compañeros del Movimiento de Pobladores me explicaban hace poco, refiriéndose al caso de los edificios ocupados en el centro de Caracas, que las mafias sólo controlaban espacios despolitizados; es decir, allí donde los ocupantes no estaban organizados. Nada más eficaz contra las mafias que el trabajo político. Igual consideración podría hacerse en el caso de los buhoneros. Acaso el desdén con que se les mira tenga relación con el proceso de despolitización o burocratización de la política que hoy afecta a la revolución bolivariana. Produce un poco de pena ajena la aclaratoria, pero es necesario decirlo: no estoy planteando que los buhoneros sean el “sujeto histórico” de la revolución bolivariana. Sin embargo, preocupa la tendencia que apunta en sentido inverso: hacia su criminalización. Más claro aún, para que se entienda en todas partes: ¿la invisibilización de los buhoneros como sujetos políticos, allí donde este fenómeno opere, tendrá alguna relación con los resultados electorales del 26S? En fin, tanto buhoneros como motorizados deben formar parte del partido/movimiento en ciernes. Caso contrario, estarán los mismos que hoy están, y tal vez algunos más, pero no estarán todos los que son.
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La política es en la calle 13 de enero de 2011
Ya va siendo tiempo de hacer un exhorto a todo el campo popular y revolucionario, a la diversidad de colectivos, movimientos, organizaciones y corrientes de diverso signo, a los intelectuales, a todos cuantos militan en la radicalización democrática de este proceso, al margen del chavismo oficial: hay que volver los ojos sobre lo acontecido el sábado 8 de enero, durante la reunión del zambo Chávez con el Movimiento de Pobladores. Es necesario evaluar las implicaciones políticas de los acuerdos alcanzados, de la alianza Gobiernomovimiento popular para avanzar en un frente de lucha concreto; analizar y medir el eventual impacto de las iniciativas legislativas aprobadas, ponderar el universo de sujetos políticos involucrados. Si bien resultan completamente predecibles las primeras reacciones del antichavismo –discurso que criminaliza a los ocupantes de edificios, la lucha contra el latifundio urbano convertida en amenaza contra los pequeños propietarios y traducida como vulneración del derecho a la propiedad privada, la recuperación de terrenos ociosos trocada en ataques injustificados contra la Polar–, no deja de ser curiosa la relativa indiferencia que ha prevalecido en el campo popular y revolucionario. Más allá de la reivindicación puntual del derecho a la vivienda y un hábitat dignos, de la lucha por el derecho a la ciudad –que ya de por sí es un frente de lucha de la mayor importancia–, más allá incluso de la posibilidad que se abre para afectar los intereses del capital inmobiliario especulativo, y de la burocracia que trabaja en alianza con este sector del capital, está en juego la posibilidad de que las políticas públicas en la materia se construyan con el movimiento popular. Se trata de una experiencia que, de arrojar un saldo favorable, y siempre y cuando Chávez y el Gobierno bolivariano garanticen su continuidad, podría ser replicada y multiplicada en otras áreas de gobierno. Lo que ha logrado el Movimiento de Pobladores es el reconocimiento de un conjunto de sujetos que o bien desempeñaron un papel protagónico en el pasado, hasta que volvieron a ser invisibilizados por el discurso oficial (CTU), o simplemente nunca fueron 312
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considerados como tales (conserjes, habitantes de las pensiones), y algunos incluso fueron criminalizados por sectores del chavismo oficial (inquilinos, pioneros, ocupantes de edificios). Pero el reconocimiento real no ha sido el obtenido en la reunión con Chávez: éste proviene de la lucha de calle, de la audacia y profundidad de sus planteamientos, de su beligerancia, de su capacidad para articular y movilizar a sujetos concretos, y del análisis permanente y pormenorizado de prácticas concretas de gobierno. Respecto de esto último, vale decir que pocas veces ha quedado tan claro que la denuncia en abstracto de la “burocracia” o la “derecha endógena”, lejos de movilizar y proveernos de herramientas para la lucha, nos desarma y desmoviliza. Si la lógica del partido/maquinaria nos ha provisto de un buen ejemplo de lo que significa vaciar de contenido el discurso sobre el socialismo, el Movimiento de Pobladores nos permite ilustrar el tipo de sujetos políticos que tendrían que conformar el partido/movimiento. Si la lógica del partido/maquinaria implicó un repliegue de la política real, concreta, junto al pueblo, los Pobladores nos aportan pistas de los escenarios donde se hace la política hoy día. Si los defensores del partido/maquinaria sólo son capaces de concebir la lucha política promovida –y por tanto tutelada– desde arriba, los Pobladores nos recuerdan que sólo habrá radicalización democrática impulsada desde abajo. Dentro del partido o fuera de él. De manera que no cabe hablar siquiera de una victoria del Movimiento de Pobladores, sino de la posibilidad real de que las aguas estancadas de la política revolucionaria comiencen a desplazarse, dando lugar a nuevas corrientes, al agua fresca. En lugar del aire pesado de la política fraguada a puertas cerradas, comienza a circular un poco del aire fresco de la política callejera. Los Pobladores no son el punto de llegada, las nuevas “estrellas” en el firmamento popular y revolucionario, cuya “gloria” habrá de pasar, efímera. Pero tampoco son el punto de partida, porque son muchos los que vienen desandando este camino. Habrá que avanzar hacia un punto de encuentro entre movimientos, corrientes, colectivos, organizaciones, intelectuales vinculados a luchas concretas, para ir tras los hastiados y los indiferentes, para ocupar los espacios despolitizados. Por tanto, no es momento para la indolencia, la autocompasión o la cortedad de miras estratégica –en este caso del campo popular y revolucionario–, sino para la política activa de calle, para recuperar el terreno perdido por los burócratas de la política, interpelando, 313
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construyendo, organizando, movilizando, manifestando, sentando posición de manera pública, cuestionando lo que haya que cuestionar, defendiendo todo cuanto sea digno de defender. Haciendo revolución.
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La indiferencia por la política 19 de enero de 2011
Más allá del hastío por la política, está la indiferencia. Si el hastío es todavía contrariedad, disputa, conflicto, la indiferencia equivale al total desinterés. De los hastiados es la honda desconfianza en la clase política, chavista y antichavista, por su empeño en reducir la lucha política a la lógica de las “dos minorías”. Los indiferentes lo resumen todo en una sola frase: “No creo es en nadie”. Juntos, hastiados e indiferentes, suman millones de venezolanos y venezolanas. Es preciso no confundirlos con los “indecisos” de la “encuestología”. Los hastiados puede que voten, aunque buena parte se abstenga; los indiferentes puede que hayan votado alguna vez, pero ya dejaron de creer en elecciones. Encarar la crisis de polarización chavista, repolarizar, pasa por recuperar o restablecer los mecanismos de interpelación mutua entre Chávez y la base social del chavismo –buena parte de la cual está hastiada–, y por crear las condiciones para la interpelación popular de la gestión de gobierno, en todos sus niveles, del partido y de todo el conjunto de las instituciones del Estado. En otras palabras, si hablamos de repolarización es porque nuestra gente está hastiada o permanece indiferente. Entendido como una iniciativa política orientada a superar la lógica de las “dos minorías”, sin duda es oportuno el llamado a “diálogo” que ha realizado Chávez en la Asamblea Nacional, el pasado sábado 15 de enero. Como era predecible, buena parte de la clase política opositora ha reaccionado con desdén o desconfianza, intentando imponer condiciones para el “diálogo” o interpretándolo como una señal de “negociación” en puertas. Más de lo mismo. La Asamblea Nacional está sometida a una prueba de fuego. Habrá que ver si es capaz de convertirse en un escenario político de relevancia, porque hasta ahora –y desde hace mucho– la política pasa por otra parte. La política es en la calle, allí donde están los movilizados, pero también los hastiados y los indiferentes. Es en la calle donde la repolarización tendrá o no lugar. Repolarizar no significa apostarle a un Parlamento donde la clase política 314
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pueda “dialogar” y sostener un “debate de altura”, discrepar, pero también llegar a acuerdos, por más necesario que esto sea. Repolarizar significa bajarse de esa nube, entender, de una vez por todas, que el “diálogo” es antes que nada en la calle, allí donde éste se expresa como interpelación, reclamo, protesta, conflicto. Más allá del hastío, el “diálogo” tendrá que ser con los que ya no creen, no por “irracionales”, sino por todo lo contrario, porque acumulan razones suficientes para no creer en la clase política. ¿Cómo “dialogar” con los indiferentes? Ahí está el punto. Entonces no será precisamente “diálogo”, pero puede usted tener la certeza de que los indiferentes, tanto como los hastiados, tienen muchas cosas que decir.
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Rebelión popular: cuando izquierda y derecha no tienen nada que decirnos 3 de marzo de 2011
En un artículo intitulado El mejor de los mundos posibles, publicado el 14 de octubre de 1989 por Cristina Peri Rossi, poeta y escritora uruguaya, advertía: La crisis de los regímenes comunistas tiene una consecuencia casi inconsciente en el ciudadano de pie de los países desarrollados de Occidente: la sutil desesperanza de que entonces, con todos sus defectos, vivimos en el mejor de los mundos posibles (2003: 185).
Lo que Daniel Bensaïd denunciara como el “socialismo realmente inexistente” (2003a: 9) tocaba fondo. A la fecha se habían venido abajo los regímenes en Polonia y Hungría. Un mes después, poco menos (el 9 de noviembre), caía el Muro de Berlín, y luego los gobiernos en Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania. La misma Unión Soviética estaba a punto de desintegrarse. De aquella “sutil desesperanza” que percibía Peri Rossi, a la desmovilización ciudadana, a la resignación, hay un pequeñísimo paso. El neocapitalismo brutal, con sus injusticias, su desigual reparto de la riqueza, su olvido de los menesterosos y de los necesitados, su falta de protección a la vejez, a los pobres, a los marginados parece quedar convalidado por el abrumador fracaso del modelo comunista (2003: 185).
En una frase: no era tiempo para triunfalismos. Era imprescindible no sucumbir a la tentación del análisis maniqueo: Es como si al haberlo hecho tan mal (…) la Unión Soviética diera un espaldarazo definitivo a como lo hemos hecho en el otro lado. Falsa comparación y falsas consecuencias (…) Hay que decirlo con todas las letras: el desarrollo de una parte de Occidente (porque es una parte, tan solo: América Latina también pertenece a Occidente) ha tenido un coste social muy alto. Nuestras ciudades, que ofrecen automóviles o televisores, son también las ciudades de la contaminación, la violencia, la drogadicción, la mendicidad y el miedo (2003: 185-186). 316
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Es historia cómo la rancia izquierda de entonces pretendió asimilar el triunfo de los pueblos en Europa del Este y la derrota del “socialismo realmente inexistente”, es decir, su propio fracaso, como una derrota de la humanidad entera. Del otro lado, la derecha neoliberal, ensoberbecida, furibunda, pretendía imponernos otra farsa: aquella según la cual la victoria de los pueblos era el triunfo definitivo de la civilización del capital. Pocos meses antes había tenido lugar en Venezuela la rebelión popular del 27F. Esto recién comenzaba. Sin embargo, no conforme con la brutal represión de Estado, sobre el sujeto de la revuelta llovió fuego “amigo” y enemigo: fue condenado y vilipendiado tanto por los guardianes del orden como por intelectuales “progres”. Aún hoy, se leen opiniones como ésta: “Aquel formidable estallido no pasó de ser una jacquerie, un motín, cuando ha podido y debido ser la captura del gobierno, el inicio del camino revolucionario” (Aponte, 2011). Ni la rancia izquierda ni la derecha tenían nada que decirnos. En el juego de la historia, habían quedado fuera de lugar. Recordatorio que viene a cuento a propósito de las revueltas populares en el norte de África, donde una nueva historia empieza a escribirse. No es tiempo de triunfalismos, pero tampoco de maniqueísmos: entre la izquierda rancia y la derecha genocida, nuestra opción es por los pueblos en rebelión, por aquellos que han logrado sobreponerse a la desmovilización, a la resignación, y se han volcado a las calles. Como hace veintidós años.
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Partido/movimiento y agenda popular de luchas 18 de mayo de 2011
Seguramente habrá quienes se hagan los desentendidos, pero de un tiempo a esta parte ya no es viable políticamente seguir reproduciendo la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria. En el caso específico de la relación con el movimiento popular, esto implica dejar de concebirle como simple correa de transmisión de la línea del partido, lo que supone abandonar la prepotencia y la arrogancia, pésimas consejeras a la hora de avanzar en materia de alianzas. Esto, redefinir, trastocar profundamente la relación entre partido y movimiento popular, más que una exigencia del momento político, viene a ser un mandato de las bases del partido, las cuales, hasta donde es público, no sólo han refrendado, sino enriquecido el contenido de la segunda de las líneas estratégicas propuestas por Chávez en enero de este año. Según puede leerse en el documento, pasar de la lógica del partido/ maquinaria a la del partido/movimiento implica posicionarse dentro de las masas populares, estableciendo y desplegando una amplia política de alianzas con las diversas formas de organización popular (…) Es necesario establecer objetivos concretos, sobre el terreno, dentro del proceso real de transformación de la sociedad hacia el socialismo (PSUV, 2011).
El 12 de mayo pasado, varias organizaciones (Corriente Bolívar y Zamora, Movimiento de Pobladores, ANMCLA, Movimiento Campesino Jirajara, Marea Socialista, UNETE) acordaron iniciar una campaña nacional contra la impunidad y la criminalización del movimiento popular. Los “puntos de acuerdo” constituyen, de por sí, el primer paso para la definición de una agenda popular de luchas: 1) investigación y procesamiento de autores materiales e intelectuales de asesinatos contra militantes y dirigentes revolucionarios, campesinos y obreros; 2) sobreseimiento de causas penales que involucren a militantes populares procesados por defender 318
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sus derechos; 3) reforma de instrumentos jurídicos que facilitan la criminalización de luchas populares, específicamente la derogación del artículo 471-A del Código Penal; 4) denuncia y combate de cercos mediáticos a luchas populares; 5) consolidación de un espacio unitario de fuerzas revolucionarias que exprese diversidad y que garantice férrea voluntad de defensa del proceso revolucionario junto a Chávez; 6) construcción del Polo Patriótico desde abajo y con los de abajo; 7) profundización de la batalla ideológica y contra el pragmatismo. De cara a los puntos de esta agenda popular, todos los cuales resultan absolutamente compatibles con la estrategia de repolarización, ¿qué posición habrá de asumir la dirección del partido? Hasta ahora prevalece el silencio. Un silencio que ojalá no sea expresión de viejos vicios y prejuicios, sino la antesala de un gesto fraterno y solidario para con un movimiento popular que bien se lo ha ganado.
Noticias de la movilización que vendrá 3 de junio de 2011
I. La movilización del próximo martes 7 de junio, convocada por diversas organizaciones que integran el movimiento popular, será uno de los sucesos políticos más importantes de los últimos tiempos en Venezuela. La iniciativa se inscribe en una campaña nacional contra la impunidad y la criminalización del movimiento popular, iniciada el 12 de mayo pasado. Unidad popular con Chávez, radicalización democrática de la revolución bolivariana, lucha contra la agresión imperial, contra el reformismo y el burocratismo, son algunos de los motivos que identifican esta campaña. II. Viene precedida de un resurgimiento de la beligerancia y la deliberación crítica, atizadas por los resultados de las elecciones parlamentarias de septiembre pasado, que a su vez fueron expresión de un proceso acelerado de burocratización de la política y predominio de la lógica del partido/maquinaria; fenómenos que incidieron en la desarticulación y desmovilización de parte importante de la base social del chavismo y, en los casos más extremos, en su hastío o indiferencia por la política. III. Han sido poco más de ochos meses intensos, fecundos, de calibración de las amenazas, de apuesta por la audacia. El partido, no la forma-partido, sino el partido realmente existente, ha sido sometido a revisión y de este proceso ya vendrá un balance. Pero más allá de esto, ha vuelto a hablarse de la política revolucionaria y de masas, más allá del partido. Ha vuelto a hablarse de la necesidad de un Polo Patriótico que aglutine a las fuerzas dispersas, con la diferencia de que ya no podrá ser el viejo Polo, suma de partidos y espacio de repartición de cuotas de poder.
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IV. En este contexto, un maltrecho, desarticulado y debilitado movimiento popular ha venido realizando un encomiable esfuerzo unitario, de recomposición y articulación de fuerzas; de construcción de una agenda conjunta de luchas populares. Los siete puntos de acuerdo de la campaña contra la impunidad y la criminalización son la expresión más inmediata de este trabajo militante. V. Este resurgimiento de la beligerancia y la deliberación crítica, esta revisión del partido realmente existente –la impugnación del partido/maquinaria, la discusión de las Líneas estratégicas–, y la incipiente rearticulación del movimiento popular, describen una tendencia, no exenta de múltiples riesgos, por supuesto, que apunta a la repolarización del chavismo, esto es, a la recomposición de fuerzas revolucionarias, la cualificación del mismo proceso bolivariano. VI. Si hoy podemos hablar de esta tendencia es en razón de un ingente esfuerzo colectivo que involucra a Chávez como líder del proceso, así como a los elementos más avanzados, lúcidos y comprometidos dentro del propio Gobierno, en el movimiento popular e incluso dentro del partido. VII. Bien sabemos que muchas amenazas se ciernen sobre la revolución bolivariana, desde afuera y desde dentro. En las últimas semanas hemos vuelto a constatar que nuestra revolución no está exenta de profundas contradicciones. Si hoy no hay margen para la ingenuidad de los primeros años, si hoy sabemos el daño que pueden ocasionar los corruptos, burócratas, oportunistas, los policías del pensamiento, también es cierto que estamos obligados a identificar aquello que nos hace fuertes. VIII. Nos hace fuertes el reconocimiento de nuestra propia potencialidad y el conocimiento pormenorizado de nuestros adversarios, de adentro y de afuera. Va dejando de ser tiempo de proclamas 322
indignadas contra la “derecha endógena”, de resentimiento contra la “burocracia”, en abstracto. IX. Es tiempo de superar, en la medida de lo posible, la desconfianza mutua que se profesan funcionarios y movimientos. Entre los primeros predomina cierta tendencia a concebir a los movimientos como grupúsculos de resentidos, indisciplinados y pedigüeños. Entre estos últimos, aunque en menor medida, prevalece la tendencia a concebir a los funcionarios como burócratas, incapaces y acomodados. Los hay de ambos, quién puede dudarlo: resentidos y burócratas. Con frecuencia se acusa la inmadurez política de los movimientos, su eterna incapacidad para comprender lo que implica ejercer funciones de gobierno. Pero estas acusaciones tienen su razón de ser, la mayoría de las veces, en la senilidad política de los funcionarios que creen poder gobernar sin escuchar al pueblo organizado. X. Superar la desconfianza mutua entre funcionarios y movimientos no es evitar el conflicto. Se trata, al contrario, de gestionar el conflicto de la manera más democrática posible, partiendo de un acuerdo fundamental: la necesidad de empujar este proceso por la vía revolucionaria. XI. ¿Empujar por la vía revolucionaria en alianza con cuáles funcionarios? Principalmente, con los funcionarios que han entendido que la revolución no se hará desde el Estado, sino “baipaseándolo”; con el funcionariado que ha entendido que el socialismo no será posible defendiendo un aparato de Estado esclerosado, ineficiente, excluyente, clasista, anti-popular. Es en este contexto que tiene sentido hablar de la idea-fuerza: “nueva institucionalidad”. XII. ¿Empujar por la vía revolucionaria con cuál movimiento popular? Con aquel que sea capaz de hacer inventario de sus debilidades para superar los viejos vicios de lo que alguien ha llamado la izquierda exógena, conservadora y anti-popular. Un movimiento popular que asuma como tarea evitar el camino fácil de la autocompasión, la 323
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figura del militante triste que, en tanto que lucha contra la injusticia, considera la mayor de las injusticias el hecho de que nadie tome en cuenta su lucha; un movimiento popular que evite la automarginación: la figura del militante puro, preclaro, con “conciencia de sí” y siempre consciente de la inconciencia de los otros, superior moralmente, élite divina, minoría eterna, y que, por tanto, puede prescindir de su contacto con el pueblo pobre, a menos que sea para dictarle lecciones; un movimiento que combata el “ombliguismo”, que no se siente a esperar que Chávez construya movimiento popular. A los movimientos les vendría bien una buena dosis de debate franco sobre estos y otros asuntos, con su respectiva redefinición, si fuera el caso, de líneas estratégicas.
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de los últimos tiempos, uno que entraña mucho de balance y prospectiva. Un capítulo clave en esta historia. Una demostración de fuerza de movimientos que la revolución necesita fuertes, ahora más que nunca. Como bien ha sabido verlo la gente de Tiuna el Fuerte: una manifestación, que es también una fiesta, celebración. Una buena noticia.
XIII. Ni estatolatría ni “movimientismo”. Ambos suponen la clausura de la política revolucionaria con horizonte estratégico. Ni ejercicio cínico y autoritario del poder, ni la ingenuidad de los que renuncian a “contaminarse” con el poder estatal. XIV. Chávez ha dado un importantísimo paso al fraguar la alianza con el Movimiento de Pobladores. Cuánto tiempo ha debido pasar, cuántas barreras han debido superarse, cuántos obstáculos persisten. Sin embargo, esta alianza, más que la conquista parcial de un movimiento particular, es un índice de la otra política posible y necesaria: popular y revolucionaria. XV. El mismo Chávez ha dado señas de la necesidad de multiplicar la interlocución con motorizados, buhoneros, jóvenes del barrio, etc. Entiéndase: la identificación de sujetos al margen, invisibilizados, tanto como la alianza con movimientos, tiene como propósito impulsar una política para el pueblo hastiado e indiferente. En este sentido, una y otra vendrían a ser tan importantes como el lanzamiento de nuevas Misiones (Agro, Vivienda, Trabajo) o el relanzamiento de las viejas (Barrio Adentro). XVI. Por todo lo anterior, la del próximo martes 7 de junio no es una movilización más. Será uno de los sucesos políticos más importantes 324
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Notas sobre la movilización del 7 de junio 15 de junio de 2011
No fue una movilización más. Varios compañeros insisten en calificarla como un hito, un acontecimiento que marca un antes y un después. La discusión se detiene poco en el asunto de la cantidad de participantes: predomina la certeza de que nunca una convocatoria unitaria del movimiento popular sumó tanta gente. Fue plural y diversa en serio, más allá de toda retórica. Allí estuvieron presentes movimientos nacionales y pequeños grupos. No se habla de masa, a secas, al viejo estilo, sino de masa crítica: irreverencia y rebeldía, pero también disciplina. En otras palabras, hubo cantidad pero también cualificación. Un punto de quiebre. Sin embargo, no hay asomo de triunfalismo. El balance de los compañeros y compañeras se caracteriza por su lucidez. Se realiza inventario de fortalezas, pero se pasa revista de las debilidades, que abundan. En algunos frentes persiste el estancamiento, concluyen. Pero en líneas generales, el movimiento va en ascenso. Es imposible asimilar lo que ha significado la movilización popular del 7 de junio si no se le inscribe en una tendencia más general, que comprende el resurgimiento de la beligerancia y la deliberación crítica, la impugnación de la lógica del partido/ maquinaria –incluyendo el amplio debate sobre las Líneas estratégicas–, y la incipiente rearticulación del movimiento popular. No pocas recientes escaramuzas, en apariencia aisladas, tienen lugar en este cuadro general de luchas, que no hay que perder de vista. No hay deliberación crítica, por ejemplo, sin medidas arbitrarias o manifestaciones de intolerancia, de la misma forma que no hay impugnación de la burocracia política sin la reacción emponzoñada de la misma burocracia. Excesos y arbitrariedades son el desenlace inevitable de la pelea que habrá que seguir librando. Pongamos los pies sobre la tierra. Eso es lo que han hecho los movimientos el 7 de junio. Han salido a la calle, allí donde se construye la política. Han coreado sus consignas, han planteado sus demandas y han propuesto una agenda de luchas. Se dirá que falta, que aún no es suficiente. Pero 326
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antes de interrogarnos sobre el próximo paso, era necesario dar un paso en firme. Y se ha dado. ¿Qué viene ahora? La pregunta tiene que quedar abierta. Tanto como es necesario que continúe y se profundice el balance colectivo sobre el 7 de junio, hace falta esfuerzo colectivo, de todos nosotros, los comunes, para decidir qué hacer (y qué no) en adelante. Al respecto, el balance parcial de Piki Figueroa, de Tiuna el fuerte, aporta algunas claves para saber por dónde hay que ir. Contaba Piki que cuando se le acercaban a los jóvenes de barrio –malandrizados y pendientes de revolucionarla– que suelen acudir al núcleo endógeno cultural ubicado en El Valle, Caracas, y los invitaban a una movilización en contra de la criminalización de las luchas populares, los chamos no sabían si la consigna iba en contra o a favor de ellos. Pista: lo que hoy se autorreconoce como movimiento popular debe proceder exactamente al contrario de como lo ha hecho siempre la izquierda más tradicional y conservadora: en lugar de largarse un discurso tedioso y prepotente sobre el pueblo “ignorante”, preguntarse qué lo moviliza. Porque si algo está claro es que el enemigo es el mismo. En otras palabras: ¿cómo convertir la agenda de luchas del movimiento popular en una agenda popular de luchas? “La desorganización convencional del pueblo es la organización anónima que acecha”, escribía el poeta Carlos Angulo. Vayamos al encuentro de aquello que nos acecha.
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¡Volvió!
4 de julio de 2011 Cada quien que saque su cuenta. Pero no recuerdo un fervor popular como el que vi hoy, a las afueras de Miraflores, a menos de cincuenta metros del Balcón del Pueblo. Las pasiones desbordadas. El apretujamiento. Una verdadera marea humana: mar picado, clima tempestuoso. La expectativa. La impaciencia. “¡Queremos ver a Chávez!”. Cuando finalmente aparece, es como el hombre que ha regresado de la muerte. Hay mucho de celebración, pero también algo semejante a la sorpresa contenida. La señora detrás de mí no pierde tiempo en aplausos que se los lleva el viento, lo encomienda a todos los santos, a todas las deidades, se persigna. Reza. Qué diferencia entre aquella entrega y las oraciones fingidas de los apoltronados. Aquí no hay protocolo ni cálculo alguno. Esto es como salga. Y el resultado es hermoso, genuino. “Dale, negra, pide por el hombre, que voy pegao ahí”. Una vez más, el pueblo venezolano dictando lecciones. El amor se expresa en la calle, movilizándose, no encerrándose. Hay también algo de incredulidad, de duda angustiosa: algunos, aunque muy pocos, comienzan a retirarse apenas se asoma. Lo han visto y es suficiente. Como un latigazo que sale de las gargantas, lo mismo resuena el clásico “¡Volvió, volvió, volvió, volvió!” en honor al hombre que ya una vez quisieron arrebatarnos la muerte y la traición, como el “¡Palante, palante, palante Comandante!”. Todo aquel que ha estado en alguna movilización chavista sabe que, incluso durante el discurso central, se impone el bullicio alegre, indomable: no hay desatención allí, sino fiesta continuada. Por eso, las palabras de Chávez no son escuchadas, sino celebradas. Hoy, en cambio, se ha alternado con el mismo bullicio un silencio atronador, conmovedor. El pueblo escucha atento, no quiere perder ninguna palabra. A Chávez se le quiebra la voz un par de veces. Es un roble. Es un duro. Ese tipo sí es arrecho. Pero no está para discursos largos. La segunda vez, el tipo parado en frente de mí se quiebra, baja la cabeza y confiesa en un susurro: “Nunca había visto a Chávez así”. Le duele un dolor que no es ajeno, sino fraterno. Chávez nos duele hondo, como duele el amor cuando es verdadero. El mismo pueblo que ha desesperado por verlo, que ha clamado por su palabra, por su presencia, ahora 328
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grita, exige, manda: “¡Reposo, reposo, reposo!”. A lo lejos escuchamos: “¡Que descanse, que descanse!”. Lleva apenas media hora, pero es suficiente. Chávez se resiste, pero acata. Todos aquellos que no han entendido el significado de la palabra “interpelación”, pues allí lo tienen. Acata disciplinadamente la orden popular, porque lo necesitamos fuerte, al comandante. El hombre se retira y vuelve. Vuelve. Aplausos y consignas. Volviste Chávez. Volviste. Volvió, no joda. Carajo compa, no te has ido. Estás con nosotros siempre.
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Resteaos con Chávez 6 de julio de 2011
I. No se equivoquen: el impacto de su convalecencia nos zarandeó durante algún rato, pero no llegó a doblegarnos. Incontables golpes bajos hemos recibido y eso jamás nos ha detenido. Sí, algunos lloramos, pero aprendimos muy temprano a sacar fuerzas de donde no las había para acompañar a los nuestros, caídos en desgracia. Igual que el 12 de abril, cuando nos sacudimos la tristeza en cuestión de horas y salimos a rescatar a nuestro líder secuestrado. Porque sabemos que para ustedes es una fecha impronunciable, nos encargamos de recordarla cada tanto. Ahora es buen momento. II. Si en 2002 devolvimos a Chávez a su puesto de comando, hoy sabemos que se trata de mucho más que eso. Había algo de Batalla de Santa Inés en su memorable discurso del 30 de junio, pero esta vez, lo sabemos, es una batalla más personal que colectiva. Definitiva e irrenunciablemente colectiva, pero inevitablemente personal. Es el líder que invoca “a los espíritus de la sabana, diría Florentino”, para que le concedan la posibilidad de hablarnos, “no desde otro sendero abismal, no desde una oscura caverna o una noche sin estrellas”, como aquella del 11 de abril, sino desde ese “camino empinado por donde siento que voy saliendo ya de otro abismo”. El líder está obligado a recuperarse y nosotros a acompañarlo. Este lunes 4, en Miraflores, lo dejamos claro.
agitando, participando, empujando, cuestionando, construyendo. También estamos obligados a ocupar y permanecer en la calle, porque así como el pueblo rescata a Chávez, sólo el pueblo salva al pueblo. IV. A los traidores y vendepatria, a los que intentaron sembrar miedo y desasosiego, a los que se mofaron y celebraron la mala hora de Chávez, a los intrigantes y cizañeros, a los que le echaron gasolina al fuego, a quienes lo desean bien muerto: los estamos observando. A los conciliadores, a los oportunistas, a los que reculan: se lo estamos advirtiendo. V. Sepan que a nosotros no nos asalta una pizca de incertidumbre. Sabemos lo que queremos y sabemos cómo hacerlo. Sepan que aquí estamos y aquí permaneceremos hasta las últimas consecuencias. Si su problema es con Chávez es porque siempre ha sido con el pueblo. Estamos resteaos con Chávez. Después no digan que no se lo dijeron.
III. Santa Inés inevitablemente personal, pero irrenunciablemente colectivo. Es el líder que anuncia que su “nueva escalada hacia el retorno” no tiene nada que ver consigo mismo, sino con nosotros, “pueblo patrio”, y nos invita “a que sigamos juntos escalando nuevas cumbres”. Desde ahora, acompañar a Chávez es una tarea que sólo será posible desde la calle, movilizando, organizando, 330
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Gran Polo Patriótico: es tiempo para la audacia 12 de octubre de 2011
Algo importante está ocurriendo en el campo popular, bolivariano y revolucionario. Ese algo tiene que ver directa, aunque no exclusivamente, con el proceso de constitución del Gran Polo Patriótico, que recién inicia. Es un momento de definiciones. Lo que ha aparecido en escena es el germen de una instancia aglutinadora de fuerzas y voluntades que, bien llevada, puede trastocar el tablero de la política nacional, en primera instancia. Luego, quién sabe. A lo interno del chavismo, la política ya no es lo que solía ser hace apenas una semana. El tiempo se ha acelerado. Ya era hora. Es momento de hacer debates que pueden ser decisivos: momento de perderle el miedo a tomar la palabra, de adoptar una posición pública, de ponerlo en discusión todo –salvo, por supuesto, lo estratégico: la radicalización democrática de la sociedad venezolana–, de proponer y construir. Los timoratos están de más. Son días de pesadilla para los que siempre prefieren mirar los toros desde la barrera y luego vienen a opinar sobre lo que se hizo bien o mal y sacan cuentas y hacen balances. Para estos personajes el momento siempre es mañana. Para nosotros el futuro es ahora. El temor, la duda, la desconfianza, las reservas se han hecho presentes, como era de esperarse. Es mucho el daño que han producido el sectarismo, la soberbia y la arrogancia de los que van “haciendo la revolución” con métodos nada democráticos y mucho menos originales –por más que repitan de memoria a Mariátegui o Simón Rodríguez–. Algunos ven el Gran Polo Patriótico como el espacio de la cooptación definitiva, una suerte de apéndice del gran aparato de captura, desplegado para terminar de disciplinar y normalizar lo poco que queda de “chavismo salvaje”, rebelde, desalineado. Otros, sin embargo, lo conciben más bien como el reducto de los anarcoides sin remedio, el no-lugar que intentará colonizar, sin perspectivas de éxito, ese lugar por antonomasia de todo revolucionario: el partido leninista y su lógica de la maquinaria. Por último, no pueden faltar 332
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quienes lo conciben como un espacio para saldar cuentas con la burocracia política, como la tribuna donde tendrá lugar la venganza de los resentidos. Digamos que el Polo puede llegar a ser todo lo anterior, simultáneamente. A menos, por supuesto, que actuemos con audacia. Actuar con audacia significa dejar atrás la “pequeña política”, con todos sus vicios y miserias, para disponernos a hacer política con los millones que hoy están desmovilizados, desarticulados, desorganizados, incluso hastiados de la política. Ellos son, también, el poder constituyente que está llamado a volver por sus fueros.
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La coherencia de Vanessa Delgado 24 de octubre de 2011
A estas alturas va resultando extremadamente cómodo, riesgoso, engañoso, seguirse llamando revolucionario sin tomar postura sobre problemas que bien merecerían un encendido –y no por ello menos fraterno y constructivo– debate público. Es necesario sincerarse. La revolución está obligada a sincerarse. Por ejemplo, ¿cuál es la posición que nos corresponde asumir con respecto a la realidad que se vive en las cárceles? ¿Qué decir de la situación de los presos, de las miserias del sistema penal, de las mafias criminales asociadas al tráfico de drogas o de armas? ¿Qué posición vamos a tomar sobre el espinoso tema de la criminalidad, sobre los malandros? ¿Seguiremos optando por el silencio cómplice, limitándonos a señalar las implicaciones y los límites del populismo punitivo que practican los medios antichavistas, con total desprecio de cualquier consideración ética, sin el más mínimo respeto por la dignidad humana? ¿Será suficiente? ¿Tendremos que continuar cediendo al chantaje del histerismo de la más rancia derecha, que exige el endurecimiento de las normas penales y la criminalización de la pobreza? “Aunque la cultura burguesa diga lo que nos diga, que nos ataquen, no importa. Esos son nuestros hijos”, lo dijo el presidente Chávez el martes 26 de julio de 2011, en intervención en el programa Toda Venezuela que transmite VTV. Hablaba de los malandros. Minutos antes les enviaba un mensaje a los presos: “Desde aquí les mando un abrazo (…) Ojalá nos estén oyendo, viendo, allá en las cárceles”. ¿Cómo encarar el problema de las cárceles? Proponía: “Yo miro más allá, hay que incorporar a la familia”. El presidente Chávez planteaba que había que crear “redes con las madres, los padres, los hijos de los presos”. También reflexionaba: “¿Dónde vive la mamá de este hombre que cayó preso, como Jean Valjean?” (Villegas, 26 de julio de 2011). Conociéndola y habiendo visto muchos de sus trabajos audiovisuales, aseguraría que reflexiones, preguntas y certezas similares pasaban por la cabeza de Vanessa Delgado, trabajadora de Ávila 334
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TV, cuando decidió incursionar en el mundo carcelario (Tocorón, El Rodeo, Yare, INOF, San Juan de Los Morros, Tocuyito, Los Teques, La Planta) para darles un micrófono a los presos, allá por 2009. El resultado es un acierto en el más amplio sentido de la palabra: hace falta mucho más que el simple encandilamiento cándido con el destino de los proscritos, como algunos pudieran acusar, para producir piezas de tan extraordinaria belleza. El de la flaca Vanessa es un esfuerzo genuino por transmitir la humanidad que aún habita en aquellos seres condenados a la escandalosa inhumanidad de la prisión. Sin embargo, recientemente Vanessa ha estado en medio del fuego cruzado. A mediados de junio, durante los días más álgidos del conflicto en El Rodeo, fue señalada de manera inexplicable en un programa de VTV como presunta instigadora de la protesta de los familiares de los presos. Su nombre no salió a relucir nunca, tampoco el canal donde trabaja. Nadie intentó luego hacer las aclaratorias de rigor, ni siquiera porque la cortesía obliga. Por aquellos días una línea oficial, que nadie sabe quién definió, identificaba a los familiares de los presos como parte del bando enemigo. En días pasados, luego de las sanciones impuestas por Conatel a Globovisión, Vanessa Delgado ha vuelto a aparecer en la pantalla, pero esta vez del canal antichavista, que pretende vender la ridícula especie de que la sanción obedece a una falsedad difundida maliciosamente por el Estado: que la peligrosa lideresa milita en las filas del canal de marras. Globovisión no ha roto un plato. Todos los ha roto Vanessa. El caso es, si es que hiciera falta aclararlo, que Vanessa Delgado de ninguna manera es responsable de aquello que se le acusa –y tiene pruebas en mano–. Aquel día de junio simplemente actuaba con coherencia: se batía por darles el micrófono a las madres, esposas y hermanas angustiadas y temerosas por el destino incierto de los suyos. Era su manera de decir presente. Era su manera de abrazarlos, como haría el presidente Chávez un mes después. A estas alturas va siendo urgente sincerarse: ¿del lado de quiénes estamos? ¿De los que no tienen voz, de los invisibles, de los despreciados de todas las horas, de las Vanessa que tanto abundan en esta revolución o del lado de los que siempre tuvieron voz para mandarnos a callar porque jamás dejaremos de ser gente despreciable, miserable?
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Entender la calle 26 de octubre de 2011
Escuchando esa joya en dos discos que es Libertad, ritmo y sonido. Jazz revolucionario y el Movimiento por los Derechos Civiles, 196382, editado por la disquera independiente Soul Jazz Records, volvía sobre un tópico recurrente en conversaciones con amigos que tienen tiempo estudiando las relaciones entre cultura y revolución bolivariana: la necesidad de contar esa historia, pero desde una perspectiva no sujeta a la confrontación maniquea: música “comprometida” versus música “académica”. Ociel López, un verdadero underdog en la materia –para decirlo con Tego Calderón–, me recomendaba hace un par de años la lectura de un texto genial, muy sugerente, escrito por Héctor Manuel Colón (1985). Se titula La calle que los marxistas nunca entendieron, y es un alegato en favor de la observación desprejuiciada de la realidad de los barrios niuyorricans (puertorriqueños en Nueva York), de la potente cultura popular que allí se produjo sobre todo en las décadas de los 60 y 70, y de ésta como expresión de rebeldía. Entre otros aspectos, Colón revisa la relación entre nueva trova y salsa, remarcando la filiación clase media de la primera y reivindicando la segunda como forma de “protesta política” a lo “cafre” –a lo lumpen, para decirlo como los marxistas–. Eso sí, evitando simplismos. Por ejemplo, ubicándose a finales de los 60, y refiriéndose a la salsa, interroga: ¿Qué hacía la naciente “nueva trova” puertorriqueña cuando esta irreverente música se levanta del arrabal niuyorquino? La canción de protesta pretendió ser nacional, pero no pasó de ser auténtica expresión clasemediera y esto no la disminuye, sólo la sitúa en su justo lugar. Dicho esto, cabe la pregunta: ¿aquellos géneros o expresiones artísticas que ciertos círculos reclaman como la música emblemática de la revolución bolivariana, bien sea la trova o la sinfónica al estilo Dudamel, no serán más bien expresiones clasemedieras de la cultura? ¿Cuáles vendrían a ser, por tanto, las sonoridades que se producen y recrean en el barrio, pero que yacen ocultas, 336
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menospreciadas, ignoradas por la cultura “oficial” por considerarlas demostraciones de “baja” cultura? Sin tomar en cuenta éstas últimas, sostengo, no será posible contar completa la historia de la música hecha en revolución, incluyendo, por cierto, sus ricos y múltiples antecedentes –pienso en este momento, y por sólo citar un ejemplo, en el grupo Madera original–. Pero sobre todo será imposible entender las fuerzas que mueven a ese sujeto que le dio origen a toda esta historia que llamamos revolución: el chavismo. Para entenderlo, hay que entender la calle.
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Carta abierta a quienes militan en el campo popular y revolucionario 17 de noviembre de 2011
Es preciso no perder de vista que el proceso de construcción del Gran Polo Patriótico es el corolario de un período de la revolución bolivariana que se caracterizó por una suerte de pulsión por monopolizar la política revolucionaria. Me refiero a ese período de tiempo signado, entre otros hitos, por la entronización del discurso sobre el socialismo, una propuesta de reforma constitucional que sentaría las bases jurídicas para acelerar la transición del capitalismo al socialismo, y el llamado del presidente Chávez a conformar el Partido Socialista Unido de Venezuela. Este pretendido monopolio sobre la política revolucionaria se tradujo muy pronto en un intento de aplanar, normalizar, uniformizar y disciplinar al chavismo, volviendo a invisibilizar y criminalizar a sujetos que la misma revolución se había encargado de reivindicar durante sus años iniciales (buhoneros, motorizados, jóvenes de los barrios, incluso colectivos y organizaciones que integran el debilitado movimiento popular, etc.); y se expresó también, lo que es peor, en la casi total clausura de los espacios públicos de debate y crítica democráticos. Naturalmente, nunca estuvimos a las puertas de la inminente instauración de un régimen totalitario y castro-comunista, tal y como lo propagandiza el antichavismo más histérico. Todo lo contrario: este período nos enseñó que la amplísima y mayoritaria base social del chavismo no tiene ninguna voluntad de acompañar unánime y acríticamente un proceso que degenere en el encumbramiento de nuevas élites políticas y económicas. De allí que el chavismo nunca volviera a participar tan masivamente en unas elecciones como lo hiciera en diciembre de 2006, cuando lo que estaba en juego, ciertamente, era la reelección de Chávez. Aun cuando está fuera de toda discusión que es imposible comparar el caudal de votos correspondiente a contiendas electorales de distinta naturaleza, no es menos cierto que el comportamiento electoral del chavismo ha sido, desde entonces, significativamente irregular. No puede hablarse, por ejemplo, de una tendencia al alza, como sí puede decirse en el caso del antichavismo. 338
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Éste no es un dato menor: en la Venezuela bolivariana, cada contienda electoral significa una verdadera confrontación, por la vía pacífica, de dos modelos antagónicos, lo que supone un proceso de agitación, movilización y participación popular que termina fortaleciendo a la revolución. En eso consiste lo que cualquier observador desinformado pudiera calificar como el “secreto” de la fuerza del proceso venezolano. Es decir, desde 1998 el hecho electoral está muy lejos de significar una mistificación de la participación popular. La abstención no es más que el correlato electoral de ese fenómeno que puede denominarse “hastío por la política”, el cual, insisto, debe distinguirse siempre del desencanto. El hastío por la política, que expresa parte considerable de la base social del chavismo, no es consecuencia de su desorientación política –como llegó a plantearse cuando ocurrió la derrota electoral de la propuesta de reforma constitucional–, sino el resultado de ese extravío estratégico derivado de la pretensión de la burocracia partidista de monopolizar la política revolucionaria. Una práctica monopólica que terminó cercenando cualquier posibilidad de construir un partido genuinamente democrático, y sobre la cual se fundó lo que terminó imponiéndose como lógica del partido/maquinaria. Todo esto, dicho sea de paso, en nombre de un discurso sobre el socialismo cada vez más vaciado de contenido. El predominio de esta lógica del partido/maquinaria, con toda su estela de autosuficiencia, soberbia y sectarismo, la peligrosa tendencia a concebir el hecho electoral como un fin en sí mismo, a contravía de lo que éste significó históricamente para el chavismo; todo lo cual sumado a la descalificación de la crítica, por más constructiva que fuera, terminó conspirando en favor del debilitamiento, lento, a veces casi inadvertido, pero continuo, de la revolución bolivariana. De hecho, no es en lo absoluto casual que durante este período se instalara y adquiriera relativa fuerza el discurso sobre los anarcoides, pequeñoburgueses, desviados y espontaneístas que estarían poniendo en peligro, con sus cuestionamientos y propuestas siempre inoportunos, el curso normal del proceso bolivariano. Esta forma de proceder no es para nada novedosa: estigmatizar de entrada al adversario para luego menospreciar sus argumentos forma parte de la nefasta tradición de la izquierda anti-democrática. El objetivo, una vez más, es asegurarse el monopolio de la Verdad revolucionaria, reclamar el papel de vanguardia esclarecida que debe conducir a las masas, etc. 339
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Este discurso senil, autoritario, anti-popular, es justamente el que está llamado a ser desplazado en el período que se abre con la convocatoria del presidente Chávez a conformar el Gran Polo Patriótico. Un discurso caduco, asociado a prácticas que condujeron al fracaso estrepitoso de los socialismos realmente inexistentes, como diría Daniel Bensaïd (2003a: 9). Era realmente predecible que volveríamos a escuchar el estribillo sobre los anarcoides y espontaneístas que estarían apostándole al espacio del Gran Polo Patriótico como una oportunidad para darle rienda suelta a su inmadurez política, a sus taras y resentimientos, para acometer la tarea malsana de acabar de una vez y para siempre con el partido, condenando a la revolución a un destino trágico e irreversible. No obstante, en lugar de transarnos en una polémica estéril con quienes han envilecido de tal manera un debate que tendría que ser irreverente, pero fraterno y respetuoso, como corresponde entre revolucionarios, es momento de sumarnos al esfuerzo colectivo de construir, de una vez por todas, ese espacio público de debate democrático que esta revolución reclama. No caigamos en la trampa: para entrar con paso firme en el período que recién inicia, y que marca el fin del monopolio de la política revolucionaria que reclamaba para sí la burocracia política, lo primero es que sepamos identificar la impostura que supone una discusión entre quienes entenderían la necesidad de una vanguardia y quienes le apostarían, repitámoslo, al espontaneísmo. Otras oposiciones más o menos análogas: partidos políticos versus movimientos sociales, izquierda senil versus infantilismo de izquierda, etc., vendrían a ser versiones distintas del mismo falso dilema. La tarea que tenemos por delante, además de vencer a la abstención el 7 de octubre de 2012, es la construcción de una dirección colectiva de la revolución bolivariana. Para ello, es imprescindible hacernos de una caja de herramientas conceptual que nos permita, antes que nada, identificar la singularidad del momento político, y luego ir liberando la práctica política de las viejas ataduras de las lógicas de aparato. En tal sentido, sugiero cuatro líneas de análisis sobre asuntos que solemos dar por sobreentendidos: 1) El asunto de la organización: partidos y movimientos. ¿Cómo construir dirección colectiva sobre la base de esa distinción artificiosa entre movimientos sociales y partidos políticos? ¿Los partidos están llamados a dirigir al conjunto de los colectivos y movimientos 340
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no políticos? ¿Nuestras críticas van dirigidas a los partidos realmente existentes o contra la forma partido? ¿Son necesarios los partidos? ¿Acaso no existen movimientos y, más allá, miles de pequeños grupos que actúan reproduciendo la misma lógica excluyente y sectaria de los partidos? Cuando hablamos de los partidos, ¿tiene sentido hacer alguna distinción entre sus bases y su dirigencia? 2) El asunto del sujeto de la revolución. ¿Puede hablarse de un sujeto central de la revolución bolivariana? Si así fuera, ¿en dónde está? ¿En las fábricas? ¿En Petróleos de Venezuela? ¿En la Administración Pública? ¿En las comunidades? ¿Existe un sujeto chavista? ¿Qué es el chavismo: esa parte de la población que sigue a Chávez o la forma de enunciar una pluralidad de sujetos? ¿El sujeto de la revolución bolivariana se viste siempre de rojo? 3) El asunto del Estado. ¿Monstruo devorador o muro de contención frente a otros monstruos más feroces (como el capital globalizado)? ¿El Estado es el mismo aquí y en todas partes? Si bien es cierto que todo Estado se funda en la violencia, ¿cómo se fundó el Estado venezolano, de qué manera concreta se ejerció esa violencia, qué efectos políticos produjo? ¿Cuál es la relación histórica entre Estado y burguesía vernácula (pienso en las nociones de Brito Figueroa: “acumulación delictiva de capital” y “burguesía burocrática”)? ¿Cuál es la relación histórica entre Estado y partidos políticos? ¿Y entre Estado y movimiento popular? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de burocracia? ¿Tiene alguna eficacia política el uso del vocablo “derecha endógena”? ¿Transformar al Estado, perpetuarlo, reformarlo, abolirlo? 4) El asunto del socialismo. ¿Cómo evitar que el discurso del socialismo se convierta en un señuelo para legitimar nuevas formas de sujeción? Cuando hablamos de socialismo, ¿nos referimos a un conjunto de ideas plasmadas en libros que habría que leerse para saber qué hacer? ¿Existen prácticas socialistas de gobierno? De ser así, ¿cómo distinguirlas? Líneas de análisis que, por supuesto, no agotan un temario que debe ser construido de manera colectiva por quienes militamos en el campo popular y bolivariano.
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Un piquito para Pablo Medina 7 de diciembre de 2011
El “gran debate” protagonizado el pasado domingo por los seis precandidatos opositores es uno de los programas más jocosos que he visto en mucho tiempo. Lo digo con absoluta franqueza. Es una lástima que no los hagan más a menudo. ¿Por qué la risa? Es algo sobre lo que pensé muy poco aquella noche, pero sí los días siguientes. No está de más echarle cabeza al asunto. Una interpretación apresurada puede inducir conclusiones equivocadas. ¿Era simple burla? La pose, la estridencia calculada, las respuestas descolgadas de las preguntas; los movimientos maquínicos de Pérez, su incómoda sonrisa que quiere y no puede transmitir comodidad, ventaja; los ojos desorbitados de López, que quieren y no pueden transmitir seguridad, manejo de la situación; el rostro quinceañero de Arria, que quiere y no puede trasmitir vitalidad, porque cuando abre la boca todo a su alrededor envejece; la mirada de cordero degollado de Machado, incapaz de inspirar lástima o simpatía, porque dos segundos después ya actúa como loba feroz, histriónica hasta el colmo, la performance en general de Capriles, a medio camino entre Pérez y López, y esa manía de querernos convencer de que la mejor prueba de que resolverá los problemas de Venezuela es que ya los resolvió todos en Miranda, que sería como un universo paralelo al que los chavistas no tenemos acceso; y Medina, ¡oh!, Pablo Medina, porque hay que decirlo con nombre y apellido: cuánta capacidad para divagar mientras ofrece un programa de gobierno improbable, de una república del trabajo aérea, para republicanos bobos y no caribes, cuánta capacidad para las respuestas insólitas, cuánta aptitud para la amenaza vana, para el ladrido del que no muerde, para el “vamos por ti”, para el ridículo puro y duro. Sí, demasiado fácil ceder a la tentación de la burla. Sin embargo, más allá de la burla, ahora puedo afirmarlo con seguridad, la noche del domingo volví a celebrar el día en que hace trece años fuimos capaces de derrotar, por fin, a esta misma clase política. Volví a sentir la misma alegría, el mismo alivio. Mucho he recordado durante estos días aquel gesto entre desfachatado, desesperado e 342
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inigualablemente cínico de un Luis Alfaro Ucero, candidato presidencial adeco en 1998, pidiéndole perdón al pueblo venezolano por los errores cometidos. Naturalmente, no hubo nadie que creyera en el gesto del Sócrates de Venezuela, y el 6 de diciembre de aquel año el pueblo votó masivamente contra la partidocracia y su filosofía barata, y a favor de un hombre que simbolizaba todo lo contrario de la política tradicional. Para decirlo con el entrañable Pierre Bourdieu (2004), ese día el pueblo profano votó por el candidato profano y subversivo y en contra de los “profesionales de la política”. Es oportuno recordarlo: si el 6 de diciembre de 1998 no es una fecha cualquiera, en la que se celebró una contienda electoral más, sino un verdadero acontecimiento político, es porque marca la entrada de los profanos en la política. Y esa profanidad lleva el nombre de chavismo. Desde los primeros reclamos por las reiteradas ofensas a la “majestuosidad” de la Presidencia, dirigidos contra un Chávez dispuesto a saltarse cualquier protocolo que lo separara de su pueblo, hasta los tempranos ataques contra el chavismo ignorante e igualado, y luego violento y criminal, estos “profesionales de la política” no han parado de acusar a los irresponsables protagonistas de semejante invasión del orden sagrado de los políticos. Que el chavismo, ese sujeto/aluvión, arrastró consigo a muchos de esos “profesionales”, y que luego unos cuantos de esos políticos, a secas, se acomodaron y comenzaron a renegar de los profanos, es algo que está fuera de toda discusión. Para decirlo con las palabras correctas: es algo que tenemos que seguir discutiendo, señalando, combatiendo. Precisamente porque lo clave es que no nos sumemos a la empresa de desnaturalización del chavismo, haciéndolo pasar por lo que jamás fue, domeñándolo, restándole toda su potencia subversiva y su voluntad transformadora. Lo anterior pasa por no caer en la trampa de la “política boba”, es decir, por no transarnos en polémicas absolutamente estériles con las figuras de la vieja política, entre otras razones porque es imposible tomarse en serio a una clase política que hace tiempo dejó de respetarse a sí misma –eso es lo que significa el perdón de Alfaro Ucero–. Dicho sea de paso, a propósito del “gran debate”: la mayor parte del antichavismo no se toma verdaderamente en serio este asunto de los precandidatos, su voto será contra Chávez, no a favor de nadie. Por eso, si destaco el desempeño de Pablo Medina no es porque tenga nada que decir sobre él a título personal, sino porque me 343
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parece que desarrolla hasta el extremo lo que en el resto de los precandidatos está en potencia: ese deseo rabioso de echarle el guante a la Presidencia para iniciar la cruzada purificadora contra nosotros los profanos. Lo curioso es cómo lo hace: hablando en nombre de la clase trabajadora, de los excluidos, de los ancianos, de los niños, etc. Intenta ser profano, pero no pasa de ser procaz, porque no es más que un político. Si Pablo Medina es un precandidato tan impresentable, es justo porque representa fielmente lo que cabría esperarse de los “profesionales de la política” si vuelven por sus fueros. En contraste, la fuerza de Chávez radica en su naturaleza todavía profana –después de todos estos años–, que volvió a expresarse mientras ofrecía una rueda de prensa el pasado martes, a propósito de los 13 años de su primera victoria electoral. Refiriéndose a la campaña publicitaria de cierta marca, que lo retrató estampándose un beso con el presidente estadounidense, afirmó: “¿Cómo aparece Obama ahí? ¿Con los ojos cerrados? Como inspirado (…) Ah, pero es un piquito vale… Yo también cerré los ojos”. Todo esto, en medio de las risas del mismo Chávez y de todos los presentes. En el fondo, Pablo Medina lo que desea es un piquito. Por lo menos uno. Como todo político al que el pueblo le ha dado la espalda.
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Que la vida misma zanje la cuestión 25 de enero de 2012
El domingo pasado, en diálogo con José Vicente Rangel, el comandante Chávez expresaba que “las organizaciones sociales del Gran Polo Patriótico tienen una naturaleza muy diferente a la de los partidos políticos”. Acto seguido, proponía dos “mecanismos de alianza”: una de partidos y otra de movimientos. Es un asunto sobre el que sin duda profundizará más adelante, y respecto del cual tendríamos que discutir públicamente, puesto que no se trata de un detalle sin relevancia. Mi punto de partida es el siguiente: en última instancia, lo central de la discusión no es si los partidos deben ocupar un lugar distinto de los grupos y movimientos. Consideraciones tácticas mediante, incluso puede suscribirse sin trauma alguno la propuesta de los “dos mecanismos de alianza”. Lo peligroso, a mi juicio, es cuando se insiste en una distinción artificiosa entre lo social y lo político, que no nos permite avanzar. Esta distinción, la falsa dialéctica entre lo social y lo político, ha hecho que nos encontremos, para decirlo con palabras de Alfredo Maneiro, en un “punto muerto entre la inercia y la iniciativa” (1997: 62). Para ir más allá de este punto muerto e iniciar con paso firme el proceso de acumulación política, tendríamos que emplearnos a fondo en la tarea de trascender el falso dilema: partido versus movimientos, en todas sus variantes. Ni “movimientismo” ni “defensa” del partido. Todos son necesarios. Incluso si no están reunidos en el GPP. La clave para salir de la trampa está en asumir que la contradicción fundamental se da entre los opuestos: de un lado movimientos, colectivos, organizaciones, partidos, y del otro los problemas concretos de la población, allí donde debe discurrir la política revolucionaria real. Movimientos, partidos, toda forma de organización revolucionaria, tendrían que estar al servicio de lo que Marx, en La Ideología Alemana, llamaba la “liberación real” que “no es posible si no es en el mundo real y con medios reales” (Marx-Engels, 1973: 23). Partidos, movimientos, grupos: ninguno aporta mayor cosa si lo que pretende es “colonizar” lo real. Los primeros suelen hacerlo desde una pretensión de universalidad que termina quedándoles 345
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muy grande –impuesta la lógica del partido/maquinaria, lo que predomina es el sectarismo–, y los demás –grupos, pero también gremios, etc.– desde lo sectorial. Nada más “anti-político” que una política divorciada de lo real. Ponerse al servicio de los problemas reales de la población pasa entonces por combatir tanto el sectarismo como la “sectorialización” de la política, para dejar de excluir a la mayor parte del pueblo. Siempre hay que optar y apelar a la vida real de nuestro pueblo, a sus condiciones materiales y espirituales de vida. De hecho, allí radica la potencia del Chávez líder. Como diría Aimé Césaire, en su célebre Carta a Maurice Thorez: “la vida misma zanja la cuestión” (2006: 80).
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identificar estos “campos”, de definirlos, equivale a identificar ámbitos de gobierno, y es una forma expedita de vincular la lucha política con el acto de gobernar socialistamente. En este nivel, considero, es donde se construye realmente dirección colectiva, más allá de la retórica: en el acto de gobernar, desplegados en el movimiento real. Es allí donde se construye, simultáneamente, agenda popular de luchas y propuesta de programa de gobierno para impulsar la candidatura del comandante Chávez.
El atolladero en el que estamos hoy en las Antillas, pese a nuestros triunfos electorales, me parece que zanja la cuestión: opto por lo más amplio contra lo más estrecho; por el movimiento que nos coloca codo a codo con los otros contra aquel que nos encierra; por aquel que reúne las energías contra aquel que las divide en capillas, en sectas, en iglesias; por aquel que libera la energía creadora de las masas, contra aquel que las canaliza y finalmente las esteriliza (Cesáire, 2006: 80).
En cuanto al Gran Polo Patriótico (GPP), esta apertura hacia el movimiento real debe expresarse en sus documentos programáticos, claro está, pero sobre todo en el funcionamiento de las Asambleas Patrióticas Populares y, más clave aún, en la estructura que termine adoptando. De nuevo: el problema no es dotar al GPP de una estructura para evitar que los grupúsculos anarcoides que no creen en la autoridad se salgan con la suya –versión paranoica–. Esto es desviarse del asunto central. El problema es concebir una forma de organización que obedezca a los problemas reales de la población, a sus luchas concretas, a “campos” específicos, en los términos en que los define Dussel (2010b: 15). De lo contrario, y en nombre de la lucha contra los grupúsculos, podemos terminar reproduciendo la misma lógica aparatera y excluyente de los partidos tradicionales. No existe tal cosa como una organización neutra. Si no que lo diga Frederick Taylor, creador de la “organización científica del trabajo”. Incluso el “desdoblamiento”, que como lo ha planteado el mismo comandante Chávez es uno de los objetivos actuales del grupo promotor, tendría que ser no sólo territorial, sino también por problemas reales, luchas concretas o por “campos”. La tarea de 346
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Esa cosa loca llamada chavismo 8 de febrero de 2012
Me gusta imaginarme a los académicos y a los intelectuales en general intentando definir qué cosa es el chavismo, sobre todo cuando se trata de aquellos que militan en el antichavismo: escritores, opinadores, profesionales. Nunca nadie les preguntó y sin embargo todos tienen algo que decir. Me gusta imaginármelos en su intimidad, dando tumbos, haciendo malabarismos, quebrándose la cabeza, a los mismos que luego vemos alardeando de su incomparable capacidad para poner a funcionar la inteligencia, ejercer el universal derecho al más libérrimo albedrío y hacer gala de la virtud que supone pensar con cabeza propia, cuando la verdad es que están condenados a pensar la realidad que los rodea –esa realidad amenazante, opresiva– con categorías extrañas, inventadas para pensar otras realidades que poco o nada tienen que ver con la nuestra. Me gusta cuando hablan y dicen: “¡Presente!”. Cuando, por ejemplo, se aprestan a enumerar las razones por las cuales no puede hablarse de un “pensamiento” chavista, de un ideario, de un cuerpo de doctrina, y se orinan en los pantalones de tanta risa porque el chavismo no será jamás y nunca capaz de parir un Aristóteles, un Hegel, un Marx, un... Carlos Raúl Hernández. Me gusta cuando lo tratan como un accidente, una mancha, una rémora del pasado, una variación del totalitarismo, un heredero del nazismo, una encarnación del castro-comunismo, el regreso de los muertos vivientes, un experimento monstruoso, todos los malos y los feos reunidos bajo el mismo estandarte, lo innombrable, una falta, un exceso, un momento de locura, una secta, una pesadilla. Me gusta particularmente cuando lo reducen a masa que sigue ciegamente a un hombre porque suponen que el problema se soluciona eliminando al hombre. Me gusta el gesto, que se debate entre la audacia y la negación, de aquellos que sostienen que esa cosa loca llamada chavismo no existe. Me gusta porque no han entendido nada, absolutamente nada, a pesar de que crean saberlo todo. Me gusta imaginar la expresión en sus rostros luego de leer lo que sigue: no seré yo quien se los explique. 348
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No me gusta, es mi obligación decirlo, ese tono nostálgico con el que algunos “chavistas” hablan del chavismo en estos días de celebración. Como si el chavismo fuera un asunto del pasado, cuando vivimos en peligro, una cosa ya hecha, un hermoso recuerdo, una conquista y no una pelea, una meta y no un horizonte, un rosario de cruces y no una ferviente creencia, un discurso acompasado y no un reclamo histórico, un testimonio y no una vivencia cotidiana, un Gobierno y no una revolución, un cuerpo uniforme y no un pueblo bullente, un objeto de culto y no un “nosotros”, un acto oficial y no una fiesta. No me gusta escuchar a los que se conforman porque con el chavismo todo cambió, de manera que el cambio revolucionario ya no sería necesario. Porque plantearlo así, incluso si lo hace alguien que ha luchado durante veinte años, sería traicionar al chavismo.
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Rezar no es igual a lamentarse 26 de febrero de 2012
Más que profundo respeto, siento una gran admiración por el pueblo que acompaña al comandante Chávez a través del rezo en este momento de dificultad. A diferencia de lo que podría pensar cualquier marxista de librito, no veo en ello ningún signo de enajenación. Como lo diría mi amigo argentino Felipe Real (2011), cuando los pueblos creen en sí mismos y luchan por cambiar su realidad terrenal, inventan dioses a su medida. Pero a despecho de la firme creencia del antichavismo, Chávez nunca ha sido un dios para el pueblo chavista. Lo que hay que entender es que un pueblo en lucha no reza por la salud de sus dioses, construye dioses a su imagen y semejanza para rezarles por la salud de los suyos. En el acto de rezar por su salud, el pueblo venezolano no sólo está reafirmando la humanidad de Chávez, sino expresando su solidaridad con alguien que considera como propio. Para la inmensa mayoría, rezar será la acción más inmediata, más a la mano, para sumarse a un esfuerzo que, sin embargo, sabe colectivo. En medio de las dificultades, el aliento siempre es fuerza. Lo anterior quiere decir, naturalmente, que es un error concebir la oración popular como un acto pasivo. Un error inducido por la soberbia característica de quienes se asumen como los portavoces de la razón, por encima del pueblo ignorante, irracional, que vive en la oscuridad. Lo que habría que hacer es aprender de nuestro pueblo que reza y sacudirse la pasividad. No es momento para lamentaciones. Lo que corresponde es interrogarnos: ¿qué va a hacer cada uno de nosotros para que esta revolución continúe y se profundice? Cada uno, lo que supone un acto personal. Nosotros, porque si no lo asumimos como un asunto colectivo, deja de tener sentido. Nada de perder tiempo pensando en lo que pudo ser, sino ocuparnos de lo que es y de todo cuanto puede ser. Una revolución es la multiplicación de lo posible, y aquí hay y seguirá habiendo revolución bolivariana. Ocuparnos colectivamente significa dejar atrás el ombliguismo, perder la costumbre de que sea otro, siempre, el responsable del 350
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avance o retroceso de la revolución. En ocasiones somos ombliguistas incluso cuando manifestamos estar de acuerdo con la necesidad de construir dirección colectiva de la revolución: estamos de acuerdo, siempre y cuando sea Chávez el que la construya. Para el antichavismo, Chávez fue siempre dios o demonio. En el primer caso, porque no había otra manera de explicarse su arraigo popular. En el segundo, porque sólo algo tan maligno puede estimular tantos odios. En otras palabras, el antichavismo nunca ha sido capaz de vencer al Chávez-hombre porque optó por deshumanizarlo. Mal haríamos algunos de nosotros endiosando a Chávez, porque es la vía más expedita para debilitar a la revolución bolivariana. Al contrario, aprendamos de nuestro pueblo que reza, el mismo que, cuando sabe que ya no basta con rezar, se lanza a la calle a pelear por lo que cree. Como ya lo ha hecho muchas veces, como lo seguirá haciendo.
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Auscultar el alma del chavismo 25 de abril de 2012
Hemos hecho muy poco por auscultar el alma de eso que, incluso con alguna resistencia, hoy damos por llamar chavismo. Hay quienes no le reconocen su condición de sujeto político, que es casi el equivalente de negarle su existencia. Hay quienes reducen el fenómeno al acto puntual de la masa que sigue ciega y obstinadamente al líder. Hay quienes lo menosprecian por no poder identificar un cuerpo de doctrina. De todo esto, y mucho más, hay tanto en el campo de la derecha como en el de la izquierda. Sí, también en el campo “chavista” existen quienes reniegan del chavismo, por más insólito que parezca. El tema da para mucho y está muy lejos de ser un asunto menor. Diría más: indagar en el origen y el significado del chavismo no es un mero ejercicio intelectual, ni algo que compete exclusivamente a los historiadores. Tampoco es un tema extemporáneo, al que nos podríamos dedicar después, cuando llegue el momento de “escribir la historia”. Que otros escriban sus “memorias” cuando les plazca. En cambio, meterle el pecho al espinoso tema del chavismo, aquí y ahora, puede resultar decisivo para afrontar las batallas por venir. Acometer esta tarea implica, entre muchas otras cosas, una revisión del “estado del arte” sobre fenómenos políticos considerados “malditos” por buena parte del estamento intelectual y la clase política latinoamericana, independientemente de su adscripción política. De esta forma, si decidiéramos tomar este camino, nos toparíamos inevitablemente con el denostado peronismo; un fenómeno que si a estas alturas no nos hemos detenido a estudiar, es por nuestra proverbial miopía. Por regla general, las analogías históricas hacen ininteligibles fenómenos sin duda singulares. Es imposible negar que uno y otro, peronismo y chavismo, bien sea por las fuerzas que los impulsaron, por sus formas de expresión, o por otros motivos, son fenómenos de similar naturaleza. Basta leer algunas pocas líneas de lo que escribía, en octubre de 1945, Aurelio Narvaja, el primero en usar la palabra “peronismo”, según Jorge Abelardo Ramos: 352
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La misma masa popular que antes gritaba “¡Viva Yrigoyen!”, grita ahora “¡Viva Perón!”. Así como en el pasado se intentó explicar el éxito del yrigoyenismo aludiendo a la demagogia que atraía a la chusma, a las turbas pagadas, a la canallada de los bajos fondos (...) así tratan ahora la gran prensa burguesa y sus aliados menores, los periódicos socialistas y stalinistas, de explicar los acontecimientos del 17 y 18 en iguales o parecidos términos. Con una variante: comparan la huelga a favor de Perón con las movilizaciones de Hitler y Mussolini. Identificar el nacionalismo de un país semicolonial con el de un país imperialista es una verdadera proeza teórica que no merece siquiera ser tratada seriamente.
¿Algo de lo que acaba de leer le parece familiar?
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Gran Polo Patriótico: una guía práctica 23 de junio de 2012
Visto el desarrollo del proceso de conformación del Gran Polo Patriótico, y dado que el tiempo apremia, resulta oportuno hacer algunas precisiones. 1) El GPP no puede ser concebido como un espacio para la promoción de “jefes” o para la disputa por cuotas de poder. No soy ingenuo ni hago alarde de una pretendida pureza. Todos los que participamos de este extraordinario esfuerzo organizativo somos seres humanos de carne y hueso, con nuestras virtudes y miserias, y arrastramos el pesado fardo de las prácticas de la vieja política. Sin duda, se trata de una herencia con la que tenemos que lidiar. No obstante, el GPP surge como alternativa a esta forma de hacer política, y está llamado, por tanto, a constituirse como una referencia que aporte de manera decisiva al ejercicio de una política otra, donde prevalezcan la eficacia política y la calidad revolucionaria, tal y como lo planteara Alfredo Maneiro (1997). 2) Eficacia política y calidad revolucionaria: éstas no son simples consignas. La vieja política procede vaciando a los conceptos más potentes de todo contenido transformador. Al hablar de eficacia política, Maneiro se refería a “la capacidad de cualquier organización política para convertirse en una alternativa real de gobierno” (1997: 51). Para ello debe “ofrecer una solución posible, coherente y de conjunto a los problemas del encallejonado y permanente subdesarrollo venezolano” (1997: 51). En otras palabras, es necesario “ofrecer una política concreta para los problemas del presente” (1997: 51). Por su parte, definía la calidad revolucionaria como “la capacidad probable de sus miembros para participar en un esfuerzo dirigido a la transformación de la sociedad, a la creación de un nuevo sistema de relaciones humanas” (1997: 53). 3) Señalar a los “jefes” y a toda la especie de los politiqueros no presupone la defensa de una horizontalidad inútil: nada peor que la “autoridad moral” fundada en un engañoso discurso antiautoritario. El cuestionamiento va dirigido contra tiranuelos, oportunistas y sectarios, esos que anteponen sus propios intereses, o los 354
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de sus pequeños grupos, a los intereses del resto, por mayoritario que sea. Este tipo de liderazgo, fundado en el chisme, la trampa o la maniobra, característico de la vieja política, debe ser progresivamente suplantado por un liderazgo otro, que responda a los principios de eficacia política y calidad revolucionaria. 4) El GPP tampoco puede ser concebido como una oportunidad para la disputa con los partidos. En parte, porque la inmensa mayoría de quienes lo integramos somos al mismo tiempo militantes de algún partido. Pero sobre todo, porque la circunstancia de la campaña electoral supone un descomunal esfuerzo unitario que no puede verse frustrado por cualquier asunto subalterno, por importante que parezca. En última instancia, si lo que se cuestiona es una forma de hacer política, un conjunto de prácticas que dificultan la consecución de los objetivos tácticos y estratégicos que nos hemos planteado, pues en el GPP tenemos la extraordinaria posibilidad de desplegar otra forma de hacer política, otras prácticas. Inventemos. Experimentemos. Hagamos un esfuerzo por superar el malestar y tomemos cartas en el asunto. No perdamos tanto tiempo mirando la paja en el ojo ajeno, incluso si el otro estuviera a punto de quedarse ciego. 5) El espacio inmediato de despliegue de esta política otra habrá de ser la Asamblea Patriótica Popular (APP) que debe reunirse periódicamente y trabajar de acuerdo a un plan. De nuevo, eficacia política. Definidos los objetivos estratégicos, es imprescindible elaborar un plan de trabajo, que es el equivalente a los objetivos tácticos que debemos alcanzar. Un plan de trabajo que sea la suma de lo planificado por cada una de las comisiones que integran la APP. La inexistencia de un plan bien definido, la percepción generalizada de que no hay dirección política, la desorientación, constituyen el escenario ideal para la proliferación del tipo de liderazgo que distingue a la vieja política. Entonces sucede que el entusiasmo inicial de las primeras asambleas da paso a la desmotivación y a la consecuente desmovilización. Eso es lo que debemos evitar. 6) Si las APP constituyen el espacio inmediato de despliegue, el espacio mediato está ocupado por el chavismo desorganizado, desmovilizado, descontento. Es indispensable que partamos del presupuesto de que esta suerte de hastío por la política tiene su origen, precisamente, en el profundo rechazo que esa vieja política de la que no terminamos de deslastrarnos, sigue produciendo en amplísimas capas de la población. De allí lo decisivo que resulta el hecho de que el GPP logre convertirse en una genuina referencia de calidad revolucionaria. Hasta allá tenemos que llegar. 355
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Chávez es otro beta 21 de septiembre de 2012
Chávez el mío. El que está activo. El que porta la lírica. El que porta el estilo. A mediados de año, la campaña de los jóvenes que integran Miranda Será Otro Beta irrumpió con fuerza en distintos barrios de Los Teques, Guarenas, Guatire, Petare y Valles del Tuy, y fue como una bocanada de aire fresco: este Chávez popular, que recrea distintos personajes del barrio, tiene la misma potencia y el mismo influjo que el hombre que se autodefine como un subversivo en Miraflores, ajeno al protocolo, a los privilegios, y que no gobierna siguiendo el dictado de las élites de este país. El 28 de julio pasado, día de su cumpleaños, el mismo Chávez conoció y reconoció a los jóvenes de Miranda Será Otro Beta, durante un acto de campaña en la redoma de Petare, y se declaró militante del movimiento. Como es costumbre cuando los que irrumpen son los signos inaccesibles de lo popular, el antichavismo de élites, y particularmente el que tiene como función formar opinión, reaccionó con sorpresa y, salvo contadas excepciones, permaneció en silencio. Una burla por aquí, un insulto por allá. Pero no mucho más. El discurso, la estética de Miranda Será Otro Beta les resultaba todavía intraducible. Tres semanas después, exactamente el 21 de agosto, un diario mayamero creyó haber descubierto el agua tibia: en una nota titulada Pretenden mostrar una imagen juvenil de Hugo Chávez, se refería a “imágenes que saldrían pronto a las calles venezolanas como parte de una campaña dirigida a los jóvenes que busca proyectar la imagen de un presidente menos viejo y enfermo” (Delgado, 2012). Las “imágenes”, claro, tenían al menos dos meses en “las calles” pero eso era irrelevante para El Nuevo Herald. La intención era muy clara: “proyectar la imagen” de un Chávez “viejo y enfermo” y de un Gobierno desesperado, intentando ocultar la realidad. Al día siguiente, y como por arte de magia, la campaña de Miranda Será Otro Beta se había convertido en noticia para las agencias internacionales y para todos los diarios de circulación nacional. El Nuevo Herald había hecho el trabajo de traducción. Se había producido un desplazamiento de lo popular a lo juvenil, y se asimilaba el 356
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esfuerzo con la campaña “oficial”, ocultando la verdadera naturaleza y propósito de la iniciativa. Pero lo más revelador estaba por ocurrir. El 30 de agosto comenzó a circular por las redes sociales una versión de la misma campaña que modificaba, hasta invertirlo, su sentido. Así, donde se veía al Chávez motorizado acompañado de la frase “Chávez el mío”, ahora se leía: “Chávez te tumba el Black Berry”. El Chávez “activo” era representado como “el gran jíbaro”. El Chávez rapero ahora portaba la lírica “violenta”. El Chávez que “porta el estilo” fue convertido en un criminal que “te quiebra si le ves la cara”. Lo significativo es que todo esto ocurre en una campaña electoral en que el candidato de la oligarquía ha invertido todo su capital político en un esfuerzo por comprar y proyectar la imagen de candidato “popular” que está al tanto de los padecimientos del pueblo –aunque no los conozca, porque nunca los ha vivido en carne propia–. Persiguiendo este propósito, ha echado mano de varias de las principales ideas-fuerzas del chavismo –muchas de las cuales ha vaciado de contenido–, ha copiado el discurso de Chávez, ha imitado su lenguaje corporal, se ha autodefinido como un político “progresista” y ha intentado convencernos de su agenda “social”. Éste es el núcleo de su estrategia, que complementa con la denuncia de la mala gestión del Gobierno nacional, la otra constante de su discurso. Un Capriles Radonski “popular”, primero, y después, sólo después, un candidato “joven”, que representa un “nuevo liderazgo”, una suerte de Chávez en sus primeros años, pero de tez blanca y de buenas maneras. Un Chávez descafeinado y bajo en grasas. Pero basta que aparezcan los rebotaos y los resteaos históricos, los excluidos, los explotados, los invisibilizados, los silenciados por las élites, siempre enfiestaos, plenos de vida, rebosantes de irreverencia, ansiosos de pelea, exigiendo revancha, reclamando derechos, hastiados, ocupando su lugar, sudorosos, anhelantes, deseosos, fulgurantes, bulliciosos, hermosos, nunca movidos por el odio, porque sólo odian los que defienden privilegios; basta que irrumpa lo popular para que se le vean todas las costuras a la oligarquía que se disfraza de “popular”, para que la mala copia ceda ante el original inimitable, para que aparezca el horror. Entonces, sucede que las élites y sus portavoces y sus mentes más “brillantes” y sus hombres y mujeres más “capaces” intentan ponerlo todo de vuelta en su lugar. Eso explica por qué en la versión antichavista de la campaña de Miranda Será Otro Beta, Chávez, 357
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pero sobre todo quienes le apoyan, sólo pueden aparecer como criminales, violentos e ignorantes, porque tales son los lugares que les han sido reservados por los virtuosos y los pacíficos, por la “gente pensante”. Si la buena vida parece estar reservada para los hombres y mujeres de bien, que bien merecen tener su Black Berry, el destino del chavista será, según esta manera de entender el mundo, la de robarle el Black Berry a la gente de bien. Porque ser chavista, más que un destino, es una fatalidad. Contra esta violencia brutal, que llevamos marcada en la piel, pero que también se ejerce contra nosotros de manera simbólica y sistemática, a través de este discurso que nos criminaliza y nos estigmatiza, que nos discrimina por razones de clase, por nuestro color de piel, por nuestras inclinaciones políticas, es que hemos decidido juntarnos en José Félix Ribas, Laguna de Turumo en Caucagüita, 5 de Julio, Píritu, El Winche, El Morro, San Blas, El Encantado, Canteras de Miranda, El Nazareno, Invasión La Suiza, Unión, Maca, La Línea, Las Clavellinas, Ruiz Pineda, 27 de Febrero, Zulia, Las Casitas, La Rosa, El Rodeo, Las Barrancas, Buena Vista, Valle Verde, El Ingenio, El Nacional, Quebrada La Virgen, La Matica, Dos Lagunas, Altos de Soapire, Sector 1, Mopia, Lozada, Macuto, Virginia, El Rincón, Quebrada de Cúa, Terrazas de Cúa, Nueva Cúa, Santa Cruz, La Laguna, Ciudad Miranda, Arichuna, Las Brisas, Ciudad Betania, Mata de Coco, Parosca, El Placer, San Francisco. Porque Chávez es otro beta.
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Más chavista que ayer 5 de octubre de 2012
Mientras escribo, Caracas va siendo ocupada por el pueblo chavista que, desde todas partes de Venezuela, viene a participar en el cierre de la campaña. Temprano en la mañana, la ciudad prácticamente ha colapsado. Hace tres días que Chávez “galopa” la recta final, en un recorrido que inició en Sabaneta, su ciudad natal, y culmina hoy en Miraflores. Sin duda, la intensidad de los últimos días habrá inspirado a mucho chavista, que amaneció con el convencimiento de que no quiere perderse la cita histórica con un hombre que nunca ha traicionado la causa popular. Apenas cuatro días atrás, el antichavismo protagonizaba su cierre de campaña con una numerosa movilización que partió de siete puntos de la ciudad capital y confluyó en una Bolívar abarrotada. Aprehensiones aparte –no olvidamos que una manifestación similar terminó abalanzándose sobre Miraflores hace diez años–, la verdad es que no pude evitar sentirme satisfecho, orgulloso incluso, de vivir en un país donde manifestaciones de tal magnitud transcurren sin problemas, a pesar de los agoreros y de los pescadores en río revuelto, que nunca faltan. Hace tiempo perdí la cuenta de las veces que he agradecido a la diosa fortuna la oportunidad de vivir este momento. Como nunca antes en la historia, en Venezuela respiramos democracia. La democratización de la sociedad venezolana, con todo y lo que falta por hacer –hace falta, y mucho, radicalizar la democracia–, ha sido una experiencia realmente traumática para una parte de la población venezolana. Para algunos, más democracia significa pérdida de privilegios. Hay algo de este afán “igualitarista”, de esta irrupción del pueblo “igualado”, que es padecido como tragedia. Supongo que esta sensación de pérdida es lo que está detrás de la inquietud de ánimo que hoy se apodera de aquellos que el domingo pasado marcharon entusiastamente contra Chávez, pero ahora no pueden evitar expresar su malhumor, su rabia, con el chavismo que se desparrama por las calles, con su escándalo, su color rojo, su desparpajo. Se nota en las miradas de desprecio. Se expresa en los comentarios desafiantes que, a viva voz, hacen en el quiosco del periódico, en la panadería, en los pasillos, en el ascensor. No han 359
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aprendido a dejar quieto al que está quieto. El antichavista promedio padece esta explosión de democracia porque le cuesta lidiar con la diferencia. No sólo se avergüenza de la existencia misma del chavismo –que nos malpone frente a las democracias “civilizadas” del planeta–, sino que hace todo lo posible porque el chavista se sienta avergonzado de serlo. Tal vez por eso exista, a estas alturas, y aunque cueste creerlo, tanto chavista de clóset, porque el antichavista promedio es profundamente intolerante y recurre a la gavilla cuando se sabe mayoría. Es algo que nunca llegará a sentir un antichavista de barrio, donde usted puede ser lo que sea, porque es, ante todo, alguien del barrio. El estruendo que viene de la calle inunda mi apartamento mientras intento hacer balance de lo que hemos conquistado. Ya no somos lo que fuimos. Hemos hecho de nosotros algo mejor. La revolución bolivariana nos ha hecho desear ser mejores, como personas, como pueblo. Por eso, hoy me siento más chavista que ayer. Además, saber que este 7 de octubre se juega no sólo el destino de la patria, sino de los pueblos que en el mundo luchan por su liberación; que millones de ojos están puestos sobre lo que habremos de decidir; que millones de corazones palpitan junto a los nuestros, hace que me sienta más chavista que ayer. No es posible entender al chavismo si no se le asocia con el sentido de pertenencia que le es intrínseco, y que contrasta abiertamente con la sensación de pérdida que caracteriza al antichavismo. Con el chavismo, son millones los que han encontrado su lugar en el mundo. Muchos antichavistas sienten que lo han perdido. Al menos esto retrata con bastante fidelidad al núcleo de su base social: el sifrinaje. Mi amigo Jody McIntyre me comentaba que en Inglaterra sería inconcebible una manifestación como la realizada por el antichavismo en ocasión de su cierre de campaña en Caracas: sin presencia policial visible, mucho menos intimidatoria. “Extraña forma de dictadura”, decía. Para el antichavista promedio, para el sifrinaje que decidió, en respuesta a la insurgencia del chavismo, incursionar en un campo que no es el suyo, la política, la precisión de McIntyre no puede ser sino una aberración. La dictadura, la tiranía, es siempre el punto de partida. Si es posible manifestarse libremente por las calles de Caracas no es porque exista tal libertad –lo que está reservado al mundo “libre”–, sino porque estamos a punto de “recuperar” la democracia. Esta puerilidad en el juicio tiene que ver con algo que he escrito de 360
Polarizaciòn salvaje
pasada, pero que constituye lo central: al incursionar en política, el sifrinaje ha incursionado en un mundo que no es el suyo. A partir de la insurgencia del chavismo, debo insistir, el sifrinaje se siente fuera de lugar. Porque no sabe, porque no tiene cultura política, porque no se ubica, el antichavista promedio es altanero y acomplejado. De hecho, es posible identificar una cierta relación de familiaridad con eso que Arturo Jauretche ([1967]1992) llamaba “tilingos”. Jauretche distinguía a “guarangos” y “tilingos” así: Pero digamos que en el guarango está contenido el brillante y también la madera para el mueble. En el tilingo nada. En el guarango hay potencialmente lo que puede ser. El tilingo es una frustración. Una decadencia sin haber pasado por la plenitud. Si el guarango es un consentido, satisfecho de sí mismo y exultante de esa satisfacción, el tilingo es un acomplejado. El guarango es la cantidad sin calidad. El tilingo es la calidad sin el ser. La pura forma que no pudo ser forma. El guarango pisa fuerte porque tiene donde pisar. El tilingo ni siquiera pisa: pasa, se desliza. Por eso el tilingo es un producto típico de lo colonial ([1967]1992: 272).
Mi amigo Felipe Real lo traducía para el caso venezolano: en general, los antichavistas son muy tilingos (...) son pura forma, sin esencia, imitan y no son. Creo que algunos de esos hombres duros, curtidos por el sol caribeño, que tal vez no sean chavistas, pero piensan en el país, en su terruño, son los guarangos (2012).
La candidatura de Capriles Radonski es, sin duda alguna, la expresión más acabada de “tilingaje”. El 1 de octubre, entrevistado por Carlos Croes en Televen, afirmaba: Este Gobierno en sus inicios planteó un proceso de cambios. Había una nueva realidad política. Nadie se puso en contra de la nueva realidad política. Porque era lo que el pueblo, en su momento, el año 98, había decidido.
Por supuesto, Capriles Radonski, la clase que representa, el sifrinaje, el mantuanaje, estuvieron siempre “en contra de la nueva realidad política” que encarnaba –y sigue encarnando– Chávez. Intentando disimular, ahora dice haber reconocido la decisión del pueblo. Quiere ser, pero no puede. Mientras tanto, el chavismo es. Este 7 de octubre, votemos porque siga siendo. 361
CUARTA PARTE Estética de la militancia
Por una política caribe
12 de marzo de 2012
I. “El negocio de Navarro será muy justo, pero no podemos pagar deudas viejas, ni debemos, porque ésta es la creación de una nueva república, y no es el restablecimiento de la antigua. Esta patria es caribe y no boba” (Bolívar, 1819b). Así escribe Bolívar a Santander, desde Pamplona, el 8 de noviembre de 1819. ¿Las circunstancias? Hay que proveerse de los medios que permitan financiar la Guerra de Independencia, cueste lo que cueste. La Iglesia está obligada a poner de su parte, le guste o no: Hasta ahora no se han tomado más que 11.000 de los señores canónigos entre Tunja y Pamplona. Cuando tomásemos la mitad de sus rentas, no haríamos más que ponerlos a medio sueldo como está todo el mundo. Respeto mucho su ministerio sagrado, pero como su reino no es de este mundo, por desprenderlos de los bienes mundanos debemos aliviarles la conciencia (1819b).
Pocos días antes, el 1 de noviembre de 1819, Bolívar ha respondido algunas “observaciones” de Santander en los siguientes términos: Ud. debe hacerme la justicia que ninguna de las observaciones que Ud. me hace haya podido escapárseme: son obvias y generales. Y también debe Ud. hacerme la justicia que cuando yo empleo semejantes medidas es porque las conceptúo de urgente necesidad. Las grandes medidas, para sostener una empresa sin recursos, son indispensables aunque terribles. Recuerde Ud. los violentos resortes que he tenido que mover para lograr los pocos sucesos que nos tienen con vida. Para comprometer cuatro guerrillas, que han contribuido a libertarnos, fue necesario declarar la guerra a muerte; para hacernos de algunos partidarios fieles necesitamos de la libertad de los esclavos; para reclutar los dos ejércitos del año pasado y éste tuvimos que recurrir a la formidable ley marcial, y para conseguir 170.000 pesos que están marchando para Guayana, hemos pedido y tomado cuantos fondos públicos 365
El Chavismo Salvaje
y particulares han estado a nuestro alcance. Eche Ud. una ojeada sobre todo esto y verá que todo esto es nada, y para conseguir este nada nos hemos empeñado en emplear el todo de nuestras facultades; porque es una regla general que en las máquinas mal montadas, el motor debe tener una fuerza inmensa para alcanzar un efecto cualquiera (1819a).
Atrás han quedado las “repúblicas aéreas” y sus “magistrados” consultando “códigos” que “no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del gobierno”. Así lo diagnosticaba el mismo Bolívar, el 15 de diciembre de 1812, desde Cartagena de Indias: Por manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y de cosas, el orden social se resintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio realizada (2009: 11).
Guerra a muerte, libertad para los esclavos y ley marcial es sólo parte de lo que ha sido necesario acometer durante los siete años siguientes para construir sobre las ruinas del Estado. Es la propia existencia de la República lo que está en juego: por eso se trata de “grandes medidas” que a fin de cuentas no son “nada”, pero “nos tienen con vida” y nos han exigido “todo”. Gobernar, en estas circunstancias, es conducir una “máquina mal montada” y tal ejercicio reclama imprimir “una fuerza inmensa”. La premisa será: táctica en lugar de “dialéctica” y estrategia en lugar de “códigos”. Política caribe en lugar de política boba. Allá de aquellos cuyo “reino no es de este mundo”, puesto que para gobernar es preciso poner los pies sobre la tierra. Para gobernar hay que crear. II. “Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador”, escribirá José Martí (2005) en Nuestra América, ese texto pródigo y conciso a la vez, punzante, potente, publicado en México el 30 de enero de 1891. Martí lleva el diagnóstico hecho por Bolívar hasta sus últimas consecuencias. Es un alegato demoledor contra quienes no han sido capaces de aprender lo que Bolívar llamaba, a comienzos de siglo, la “ciencia práctica del gobierno”. “En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política” (2005: 34), dispara. Carga una y otra vez contra “los pensadores canijos, los pensadores 366
Estética de la militancia
de lámparas” (2005: 38), que “enhebran las razas de librería” (2005: 38); los “sietemesinos” que “no tienen fe en su tierra” (2005: 31); los “delicados” que “son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres” (2005: 32); los que tienen “la pluma fácil o la palabra de colores” (2005: 32) y acusan “de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso” (2005: 32). En cambio, sostiene Martí, la incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país (2005: 32-33).
Las tiranías, sigue Martí, tienen su asiento en la desatención de estos elementos. Para gobernar al país habrá que conocerlo, es decir, “gobernarlo conforme al conocimiento”, que “es el único modo de librarlo de tiranías” (2005: 34). Gobernar, conocer, crear: Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación (…) Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república (2005: 37). 367
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El Chavismo Salvaje
De nuevo, táctica en lugar de las peroratas de los “redentores bibliógenos” y estrategia en lugar de “letrados artificiales”: Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por la venas, la sangre natural del país! (2005: 37).
III. Martí escribía que “no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza” (2005: 33). En 1968, en su Manual de Zonceras Argentinas, Arturo Jauretche calificaba a la oposición entre civilización y barbarie como “la madre que las parió a todas” (1973: 9) las zonceras. Martí la emprende contra los “sietemesinos” a los que “no les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol” (2005: 31-32). Jauretche escribe: La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa y no según América (1973: 9).
Siguiendo a Carlos P. Mastrorilli, Jauretche distingue dos aspectos fundamentales de esta mentalidad: su “mesianismo al revés” (1973: 9), según el cual todo lo autóctono es negativo, de lo que se deriva la autodenigración y el “ideologismo” (1973: 9), esto es, la opción por la abstracción conceptual antes que por “la concreta realidad circunstanciada” (1973: 9). Jauretche se detendrá muy poco en la crítica del mesianismo oligárquico, y en su afición por la idea de “progreso”, y en cambio se concentrará en demostrar su estrecha relación de afinidad con los “democráticos y marxistas” (1973: 10). No importando si integra las filas de aquella o de estos,
sus visión. Viene a civilizar con su doctrina, lo mismo que la Ilustración, los iluministas y los liberales del siglo XIX; así su ideología es simplemente un instrumento civilizador más. No parte del hecho y las circunstancias locales que excluye por bárbaras, y excluyéndolos, excluye la realidad. No hay ni la más remota idea de creación sobre esa realidad y en función de la misma. Como los liberales (…) aquí se trata simplemente de hacer una transferencia (…) “Si el sombrero existe, sólo se trata de adecuar la cabeza al sombrero”. Que éste ande o no, es cosa de la cabeza, no del sombrero, y como la realidad es para él la barbarie, la desestima. De ninguna manera intenta adecuar la ideología a ésta; es ésta la que tiene que adecuarse, negándose a sí misma, porque es barbarie (1973: 10).
Continúa, lapidario, Jauretche, y es como si las masas “bárbaras” de todos los tiempos se alzaran con sus palabras y dijeran su verdad: Así, la oligarquía y su oposición democrática o marxista disienten en cuanto a la ideología a aplicar, pero coinciden totalmente en cuanto mesianismo: civilizar (…) De donde resulta que los que están más lejos ideológicamente son los que están más cerca entre sí (…) como ocurre cada vez que la realidad enfrenta a todos los civilizadores. Entonces se unifican contra la barbarie, que es como llaman al mundo concreto donde quieren aplicar las ideologías. Esto se hace evidente en los momentos conflictuales en que el país real aparece en el escenario social o político (1973: 10-11).
En suma, una ideología apuntala a otra ideología, por más que su signo sea inverso en teoría, porque tienen en común el supuesto mesiánico que cada uno quiere realizar a su manera, pero ambas partiendo de la negación de lo propio. Conviven entre gruñidos y se tiran mordiscones, pero siempre entre civilizados que se defienden en común de los bárbaros, es decir, del país real. La recíproca tolerancia nace de la unidad civilización y se practica de continuo en la común devoción por todas las zonceras nacidas de la zoncera madre (1973: 11-12).
Unos y otros son, en fin, la repetición de lo mismo.
el ideólogo, extranjero o nativo, se siente civilizador frente a la barbarie. Lo propio del país, su realidad, está excluida de 368
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Estética de la militancia
IV. Se entiende, entonces, a qué lógica obedece esa política boba que enfrenta, como en un juego de espejos, al oficialismo con el antichavismo: uno apuntala al otro, no puede existir sin él. Ambos comparten el “supuesto mesiánico”, ambos proceden mediante la negación de lo propio. Son dos formas de la civilización, que vienen a ordenar la barbarie: uno embruteciendo al chavismo, otro brutalizándolo. Uno en nombre del “socialismo”, otro en nombre del “progreso”. Ambos hermanados en su férrea oposición frente al país real, tal y como sucediera el 27F de 1989, acontecimiento a propósito del cual derecha e izquierda pensaron y declararon exactamente lo mismo: fustigando a los bárbaros saqueadores. Si bastara con repetir que hay que inventar para no errar, el oficialismo sería agente creador, dinamizador. Sin embargo, su máximo de audacia consiste en la repetición de la idea reducida a consigna. Si para Bolívar, en las condiciones extraordinariamente difíciles de la guerra, gobernar era conducir una “máquina mal montada”, el oficialismo, no obstante “dirigir” una revolución, se conformará con la situación de la máquina, esto es, se limitará a administrarla, y renunciará a construir “instituciones nacidas del país mismo” (2005: 33), como enseñaba Martí. Desplegar una política caribe, en contraste, es apostar por la creación, por lo nuevo, a condición de no dejar jamás de pisar tierra. El método será: táctica en lugar de “dialéctica”, porque “estrategia es política”. Para gobernar, entender; conocer para emanciparnos. Entender, conocer con qué elementos está hecho el país, pero no tanto el país publicado, sino el país real que bulle como la sangre por nuestras venas. Ese país que se rebota aunque le digan bárbaro; ese país bullicioso, “salvaje”, que se parece a bárbaro, pero que no es igual.
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Apuntes Volver a Caracas 7 de octubre de 2008
Es casi imposible resistirse a la tentación de concluir que un lugar como Maiquetía, y sobre todo si se está en el Aeropuerto Internacional, es el escenario de un fenómeno tan curioso como patético: en él se multiplica exponencialmente el malestar de ánimo distintivo de la pequeña burguesía venezolana, esa que dedica una buena parte de su tiempo a comunicar de viva voz los horrores que le ha tocado padecer en la era del chavismo. Nadie está a salvo de ellos: se les identifica en el ceño fruncido, en la velocidad inusual con la que transitan por los pasillos, en la molestia desproporcionada que les produce un leve retraso en Inmigración, en los diarios que llevan bajo el brazo, en la mirada desconfiada que escruta severamente el entorno. Y, por supuesto, en los comentarios. Basta detenerse un instante y echar un ojo, escuchar un poco: están por todas partes. Lo percibí por primera vez en marzo de 2002, cuando me tocó viajar a San José de Costa Rica. Cualquiera podrá opinar que es muy fácil decirlo a seis años de distancia, pero igual va: entonces, ese mismo malestar se expresaba de forma más violenta, más vociferante. Más que un lugar en el que compartíamos inevitablemente chavistas y antichavistas, los primeros teníamos que hacernos a un lado, a riesgo de que nos pasaran por encima. No es una metáfora. Me sucedió con una mujer en sus treinta y algo, a quien tuve que darle espacio, mientras hacía malabares con la maleta, para no estorbarle el veloz paso que acompasaba con ruidosos insultos contra el Gobierno, contra Chávez, contra el país y contra todo. Una escena que anunciaba, a su manera, lo que acontecería un mes más tarde. Seis años después, el mismo malestar no se expresa con tanta violencia. A riesgo de no encontrar el término exacto, diría que lo que mejor describe la actual situación, el estado de ánimo reinante, es la frustración. O la resignación. Una frustración, digamos, no pasiva, que no oculta su deseo de revancha, pero frustración 371
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al fin. Resignación que se confunde con el goce que les produce poder marcharse del país al menos durante un tiempo. Como todo malestar, es más poderoso que cualquier evidencia concreta: nada importa que nuestra pequeña burguesía hoy disponga de mejores condiciones para costearse un viaje al exterior. Sería interesante tener los números a la mano, pero difícilmente alguien en su sano juicio podrá negar que hoy la pequeña burguesía venezolana viaja con una frecuencia impensable no sólo hace veinte años –por emplear una cifra redonda–, sino incluso a comienzos de la era Chávez. Pero seguramente viajará convencida de que esta particular bonanza será producto del esfuerzo individual o hasta de la fortuna, pero jamás de las medidas gubernamentales que han hecho posible el crecimiento económico, para emplear la jerga clásica. Un crecimiento económico del que la pequeña burguesía ha sido una de las más beneficiadas, si no la más. Es la misma clase que disfruta las ventajas del Bolívar oficial, pero critica el control de cambio. Este malestar clasemediero se expresa de formas verdaderamente grotescas. Ya de regreso en Maiquetía, y aún a bordo del avión, fuimos testigos de las “recomendaciones” que un grupo de venezolanos impartía a una pareja de argentinos que venían a Venezuela en plan turista. Para más señas, “un grupo de venezolanos” traduce en realidad a dos muchachas y un tipo que difícilmente sobrepasan los treinta años. En resumen, las advertencias fueron: 1) Si permanecen entre Chacao y Altamira no les va a suceder nada. Aunque el centro de la ciudad tiene algunos lugares “lindos” como para visitar, lo conveniente es permanecer alejado de él, porque es muy peligroso. 2) No confíen en nadie. 3) La sentencia del tipo: es bueno que visiten Caracas para que la comparen con Buenos Aires, y se convenzan de que el lugar al que han llegado no tiene nada bueno que ofrecerles. Es decir, señoras y señores, welcome to the jungle. No es necesario aclarar que puesto en semejante situación, difícilmente alguien sería tan imbécil –y hasta irresponsable– como para retratarle a una pareja de turistas un cuadro idílico de Caracas, del tipo sucursal del cielo. Pero así funciona el chantaje: todo aquel que no suscriba esta versión de Caracas como el infierno es porque piensa que Caracas es el cielo. Claro, porque no piensa. Todo aquel que no suscriba la versión de que vivimos en una dictadura totalitaria, seguramente convalida cualquier cosa que haga el Gobierno. 372
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Claro, porque no piensa. Sólo piensan los que están convencidos del infierno totalitario y los demás no pensamos. Obviamente, Caracas no es ni una cosa ni la otra. Ni tampoco el purgatorio, antes de que alguien me venga con el mal chiste. Lo que el microrrelato anterior revela es la imagen que un segmento minoritario de venezolanos tiene de Caracas y, en general, del país y sus circunstancias históricas. Más allá del lugar común de que la ciudad termina donde comienza el oeste –una valoración social y geopolítica que es una constante histórica de la clase media venezolana–, lo que resulta clave, a mi entender, es la advertencia: no confíen en nadie. Que más que una advertencia necesaria –como de quien realiza la buena acción del día– a un par de turistas desprevenidos, lo que revela es la desesperanza y el desaliento del propio antichavismo. El problema, por así decirlo, se presenta cuando esta desconfianza, y con ella la resignación, y con ambas el miedo, se expresan políticamente. Porque en el miedo reside el capital político de los conservadurismos. Y de allí la miseria de la oposición venezolana, que no es capaz de movilizar a su base social si no es a condición de convencerla de que vivimos en el peor de los infiernos posibles. Luego, el taxi. Antichavista. Un tipo grueso y enorme, brasileño con años en el país, un tipo simpático, de conversación amena. Pregunta de rigor: cómo ven a Chávez en Buenos Aires. Le doy cuenta de nuestra experiencia: al saber que éramos venezolanos, muchos nos preguntaron por Chávez. Y todos lo valoraron positivamente. Sólo un taxista nos preguntó qué llevábamos en la “valija”, a manera de joda. Y vaya que le han dado duro a lo del maletín los medios anti-K, que está de más decir son casi todos. El taxista guarda un silencio incrédulo. Se lanza un discurso sobre el maletín, nos dice que en Venezuela no se habla de otra cosa. Le pregunto sobre los planes de magnicidio, que cómo marchan las investigaciones. Me responde que el problema es que nadie cree en eso. Le comento que a pesar de estar bastante desinformado de lo que ha sucedido la última semana, pude saber que había varios detenidos, más de veinte, si mal no recuerdo. Que hay unas grabaciones. Responde que... bueh... que sí... que es cierto, y de repente nos encontramos todos escuchando una historia hilarante, de un cable submarino que nos conecta con Cuba, y de cómo todas estas grabaciones se hacen en realidad desde La Habana. Las mismas grabaciones que evidencian los planes de magnicidio. Planes en los que no creen, los que creen, sin embargo, en la hipótesis del cable submarino. Le cuento que escuché decir –en Caracas, antes 373
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de viajar– que la gasolina que usamos en Venezuela no es venezolana, sino brasileña, que es de mala calidad, más inflamable, y que por eso se han incrementado los accidentes viales que resultan en carros devorados por el fuego. El tipo se ríe. Todos nos reímos. Le comento que hay algo que nunca he podido entender: cómo es posible que en San José, Quito o Buenos Aires las tarifas de los taxis sean mucho más baratas que en Venezuela, siendo el caso no sólo que nuestra gasolina es casi regalada, sino que en estas ciudades es bastante cara. El hombre no atina a responderme. Pero no importa. Me conformo con pensar que al menos pudimos reírnos un buen rato. Así fue volver a Caracas.
Estética de la militancia
Esos demócratas que quieren amargarnos los días 26 de abril de 2009
Luis Vicente León, director de Datanálisis, mantuvo en vilo a toda la sociedad venezolana con una serie de artículos publicados por El Universal, sobre una pareja de clase media que no decide si debe vender su casa para marcharse del país o quedarse en él a pesar “de este proceso de radicalización horrible que vive el país”. El amigo de León prefiere quedarse mientras que la esposa desea irse. La serie inició el pasado 22 de marzo, con el artículo intitulado: ¿Debo vender mi casa? Y continuó así: - ¿Vendo mi casa? Primeras respuestas. 29 de marzo de 2009. - Hay que vender la casa. 12 de abril de 2009. - Claro que no deben vender su casa. 19 de abril de 2009. Al parecer, la serie ha concluido hoy 26 de abril, con el artículo intitulado: Finalmente, ¿venden o no la casa? El desenlace ha decepcionado a los fanáticos de los finales felices. Les transcribo la opinión del amigo de Luis Vicente: Mi posición inicial era quedarme. Éste es el país donde sé trabajar, entiendo cómo se manejan los negocios y conozco bien su idiosincrasia. Vender mi casa tampoco era una opción. Quería mantenerla como una especie de burbuja, aislante de todo ese desastre que vivimos diariamente los venezolanos. Llegar ahí me tranquiliza luego de luchar diariamente en un ambiente hostil. Pero luego de revisar la información recibida y muchas horas de discusión y reflexión con mi esposa y amigos, el análisis racional me lleva a la conclusión de que la situación político-social del país va muy mal encaminada: no hay institucionalidad, la inseguridad es total, el deterioro de la calidad de vida es cada vez mayor, los políticos de oposición son una vergüenza nacional y el acorralamiento a la clase media es cada vez más notorio. Cuando trato de proyectar la situación a futuro, el panorama se vislumbra más negro, dado que ya el problema no es Chávez, sino los antivalores que ha sembrado en la población:
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odio entre clases, corrupción, anarquía, dependencia. Hablar de una próxima salida de Chávez tampoco me reconforta. Primero porque no la veo cerca, pero además, le tengo más miedo al inicio del post-chavismo que a la época actual ¿Cómo se puede gobernar este país después de lo que han hecho con él, cómo evitaremos el conflicto con una sociedad polarizada? (León, 2009).
Vaya manera de pintar de negro, no sólo el panorama, sino el presente. Pero no han visto nada. La siguiente, esa sí, es la frase más lapidaria que haya leído en mucho tiempo. El Nacional de hoy publica una entrevista concedida por Elías Pino Iturrieta, ilustre y apesadumbrado opositor a Chávez. Se trata de una de esas entrevistas que exigen respuestas breves, concisas. Casi al final, el periodista pregunta: – ¿Para qué sirven los domingos? Y Pino Iturrieta responde: –Para esperar las malas noticias del lunes. Es, hay que reconocerlo, una obra de arte. La frase, ella misma, una pieza de oratoria. Difícil resumir tanta amargura en un sola frase. Si el periodista hubiera preguntado: – ¿El nombre de una calle? Pino Iturrieta hubiera respondido, inigualable: – La calle de la amargura. Lo que no puedo entender, tengo que decirlo alto y claro, es por qué el empeño en convencernos de que la amargura de unos cuantos debe ser la amargura de todos nosotros. No termino de entender por qué mi historia no aparece en los periódicos. La historia de una familia que luego de años sin soñar siquiera en la posibilidad de tener un apartamento, finalmente pudo comprar uno, modesto pero nuestro. Una familia que no está exenta de los riesgos de la vida urbana y que con cierta frecuencia padece las consecuencias de la ineficiencia gubernamental: tráfico, servicios públicos... Una familia que, sin embargo, confía en que después del domingo hay un lunes; que los lunes, como todos los días, pueden traernos buenas noticias. Una familia, eso sí, que lucha porque no nos sorprenda un domingo después del lunes, porque no queremos vuelta atrás. Una familia con horizonte, con panorama y con un balcón que da a El Ávila. Una familia que estudia, trabaja y rumbea. Una vez más, alto y claro: una familia alegre. 376
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Pero los amargados, los que sólo ven panoramas negros o zambos, siguen insistiendo en que su amargura es la de todos, que cuando ellos hablan es el pueblo el que habla y que cuando se habla de sus intereses, es de los intereses populares de los que se habla. En El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Carlos Marx les dedicó una líneas que nadie, jamás, ha podido superar. Les llamó “los demócratas”. Y dice: Los demócratas (...) con todo el resto de la nación que los circunda, forman el pueblo. Lo que ellos representan es el interés del pueblo. Por eso, cuando se prepara una lucha, no necesitan examinar los intereses y las posiciones de las distintas clases. No necesitan ponderar con demasiada escrupulosidad sus propios medios. No tienen más que dar la señal, para que el pueblo, con todos sus recursos inagotables, caiga sobre los opresores. Y si, al poner en práctica la cosa, sus intereses resultan no interesar y su poder ser impotencia, la culpa la tienen los sofistas perniciosos, que escinden al pueblo indivisible en varios campos enemigos, o el ejército, demasiado embrutecido y cegado para ver en los fines puros de la democracia lo mejor para él, o bien ha fracasado todo por un detalle de ejecución, o ha surgido una casualidad imprevista que ha malogrado la partida por esta vez. En todo caso, el demócrata sale de la derrota más ignominiosa tan inmaculado como inocente entró en ella, con la convicción readquirida de que tiene necesariamente que vencer, no de que él mismo y su partido tienen que abandonar la vieja posición, sino de que, por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con él (1975: 122).
De tal forma que si los intereses de los amargados no nos interesan y la amargura ajena no es la nuestra y la impotencia ajena tampoco se parece al poder que ejercemos, entonces la culpa es nuestra y jamás de los amargados. “Son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con” los demócratas amargados. Nosotros somos, en el mejor de los casos, cómplices o cobardes. En el peor: asesinos o ladrones. O como el Ejército, estamos demasiado embrutecidos y cegados. Entiéndase bien el punto: todas las anteriores son opciones posibles, menos que pretendamos una existencia de acuerdo a nuestros propios intereses. Porque ya tenemos quien nos represente: la clase media, o más bien completamente amargada. Una muy democrática clase media amargada e impotente que, ni falta hace decirlo, no nos representa. Por eso es completamente 377
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falso que el dilema de la familia de Luis Vicente León nos mantuviera en vilo. Y por eso, a diferencia de Pino Iturrieta, mañana no despertaremos esperando malas noticias. Ni el martes, ni el miércoles...
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Táctica y estrategia según un viejo militante 11 de mayo de 2009
Entre viernes y lunes pasé tantas horas en un autobús, que cuando me senté esta tarde a leer la prensa me sentía agotado, aturdido y desorientado. Por esa sola razón decidí otorgarle el beneficio de la duda a Gabriel Puerta Aponte. El Universal publicó hoy una entrevista al dirigente de Bandera Roja, y la tituló con una frase del viejo militante: “Debemos iniciar las luchas sociales y dejar el electoralismo”. Puerta Aponte sentenció: Se necesita una dirección que tenga claridad sobre el juego de la táctica y de la estrategia y de los objetivos finales, sobre la naturaleza real de los cambios que deben impulsarse y que tenga el suficiente aplomo como para no irse demasiado adelante. Hay que mantener el ritmo, el momento de cada cosa llega. Cuando haya que dar una respuesta en un terreno que se salga un poco de este margen, siempre la trataremos de dar dentro del marco democrático.
Muy bien, muy bien. Pero lo que todos queremos saber es: ¿en qué consiste este “juego de la táctica y de la estrategia”? He aquí el ejemplo que emplea Puerta Aponte: “por ejemplo, si tiran bombas lacrimógenas en una marcha, ¿qué se hace?, se las regresas, les tiras una piedra, respondes a la agresión con medios similares”. Un momento, un momento... debe ser el aturdimiento del que ya les hablé. Otra vez: ¿en qué consiste este “juego de la táctica y de la estrategia”? “Por ejemplo, si tiran bombas lacrimógenas en una marcha, ¿qué se hace?, se las regresas, les tiras una piedra, respondes a la agresión con medios similares”. Táctica y estrategia de un viejo militante de izquierda que quedó para enseñarle a los niños y niñas-bien el arte de tirar una piedra. Nosotros: agotados, aturdidos y desorientados, pero por lo menos nos montamos en el autobús de la historia.
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No olvidar de dónde venimos: lección en seis pasos 4 de junio de 2009
I. Hace pocos días tuve la oportunidad de recibir una invaluable lección de sabiduría militante de un compa argentino, Guillermo Cieza, del Frente Popular Darío Santillán, por quien profeso alta estima y un muy profundo respeto. Quisiera compartir sus enseñanzas con los compañeros que, incluso desde alguna institución del Estado, militan en la revolución bolivariana desde posiciones críticas, siempre reñidas con las tendencias conservadoras que anidan en el chavismo. La postura de Guillermo podría resumirse así: 1) Desconfiar de aquellos que asumen la postura de quienes observan con un microscopio las construcciones históricas, políticas, organizativas –aquí cabe la revolución bolivariana– para luego señalar: “Falta esto, aquí van mal, esto tienen que mejorar”. Señala Guillermo: “Mi primera respuesta sería: ¿por qué no te vas al carajo?”. 2) Luego de lo cual formularía su “primera pregunta”: “¿Desde qué construcción superior me estás hablando? Porque si es de los libros, primero tendríamos que ponernos de acuerdo en cuáles son los libros apropiados, y explicarme por qué tenés una experiencia y una maduración suficiente para entender lo que leíste. Las revoluciones no se hacen con regla y tiralíneas”. 3) “Creo que el peor servicio que le podemos hacer a una causa es el oficialismo, porque el oficialismo es siempre la resultante de una suma de contradicciones. Siempre tenemos que involucrarnos críticamente y empujando hacia la izquierda, hacia lo que entendemos son líneas de avance revolucionario”. 4) “Pero lo que nunca podemos hacer es comparar nuestra realidad con una idea de lo que supuestamente es revolucionario, confundir proyecto con utopía. En cada momento hay cosas que transformar y cambiar, hay saltos chicos y saltos grandes, pero 380
cada proceso es original y determina en qué momento hay que saltar y hacia dónde, y para poder entender eso, hay que estar metido hasta las orejas en un proceso de cambio. Desde las bibliotecas no se entiende nada”. 5) Hay que estar siempre atentos frente al “enemigo interno, que suele ser más peligroso que el de afuera. El problema es cómo lo combatimos, y una de las premisas es recuperar nuestros logros, nuestra autoestima. Si fuimos capaces de hacer esto y lo otro, por qué no nos ocupamos también de aquellos otros asuntos, por qué no vamos a fondo en estas cuestiones. El problema siempre es cómo nos paramos, desde dónde nos paramos (que supone reconocer desde dónde venimos) y hacia dónde vamos (que casi siempre es lo más fácil)”. 6) Última: “Para hacer un programa revolucionario, no hay más que juntarnos una noche con los amigos, tomarnos unos vinos y agarrar lápiz y papel. El problema es ejecutarlo”. II. El pasado lunes 1 de junio, me tocó en suerte vivir uno de esos felices momentos que le dan sentido al hecho de haber asumido, tres meses antes, la dirección de la Escuela de Medios y Producción Audiovisual de Ávila TV: el recibimiento de una nueva cohorte de estudiantes, poco más de ochenta jóvenes, en su inmensa mayoría provenientes de los barrios populares de Caracas. El discurso inaugural estuvo a cargo de un compañero por quien profeso un respeto similar al que guardo por Guillermo: José Roberto Duque, Director de Información y Opinión de Ávila TV. Si tuviera que resumir en una frase el mensaje que quiso transmitir el Duque a la muchachada presente, lo haría así: no olviden nunca de dónde vienen. No olvidar nunca de dónde venimos, cómo nos paramos, desde dónde y hacia dónde vamos. Porque nuestra intención no es formar, en los tres trimestres que dura la escolaridad que ofrecemos, cualquier productor audiovisual que hará cualquier programa de televisión. La televisión que requiere nuestra revolución tendrá que ser aquella que se haga desde nuestros barrios, y en nuestro caso particular será una televisión hecha por nuestros jóvenes, con sus estéticas y sus sensibilidades.
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III.
IV.
¿Cómo y desde dónde nos paramos para realizar la crítica? Nada más deleznable y ruin que hacer demagogia con nuestros propios muertos. Es demagogo quien se limita a llevar la cuenta de nuestros campesinos asesinados, acumulando razones para denunciar las miserias y contradicciones de la revolución bolivariana, pero se hace de oídos sordos cuando el movimiento campesino habla de tierras ocupadas, victorias alcanzadas, Comunas, ciudades comunales o planes de siembra. “Recuperar nuestros logros”, escribe Guillermo, visibilizarlos, porque haciendo visibles nuestros logros mostramos nuestro poder y nos hacemos más fuertes. “¿Por qué no vamos a fondo en estas cuestiones?”. “Autoestima”, le llama Guillermo. Dignidad en lugar de indignación, podría decirse. ¿Pasaje al acto revolucionario? ¿O el problema es que no somos capaces de identificar los actos revolucionarios? Mucho menos acompañarlos o tan siquiera mostrarlos. ¿Cooptación del movimiento popular? Tendríamos que ser muy despistados, muy ingenuos o demasiado cínicos para no reconocer en este hecho una de las principales amenazas de la revolución bolivariana. La fuerte compulsión conservadora por asimilar todas las formas de organización popular bajo la figura del partido. Burócratas de partido que reclaman a los líderes de los movimientos populares por realizar actos “paralelos”, como si el partido fuera la medida de todas las cosas. ¿Pero acaso detrás de la crítica de la cooptación del movimiento popular no pasará, de contrabando, un desconocimiento de la potencia, de la capacidad deliberativa de algunas experiencias de organización popular? ¿Por qué no visibilizar aquellas experiencias en las que la relación con el Estado, lejos de caracterizarse por la subordinación o el clientelismo, es conflictiva, tensa, de alianza o de interpelación permanente? A veces ni siquiera hace falta “estar metido hasta las orejas” para sumarle a un proceso de cambio. Basta con estar metido hasta los tobillos: este viernes, 5 de junio, en la Plaza El Venezolano, el Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora, el Frente Nacional Comunal Simón Bolívar y el Centro de Formación y Estudios Sociales Simón Rodríguez convocan al Primer Festival del Poder Popular Aquí está el socialismo. Cuatrocientas personas, diez ciudades comunales, cien comunas, cinco estados: Apure, Barinas, Mérida, Táchira y Portuguesa. Desde las 8 de la mañana. Si Mahoma no va a la montaña, a la montaña no le queda otra que venir a Mahoma.
Ésta es la parte en la que paso por afrancesado. Pero es que conviene recordar cierto comentario de Gilles Deleuze:
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Hoy está de moda denunciar los horrores de la revolución. Y esto no es nuevo: todo el romanticismo inglés está lleno de reflexiones sobre Cromwell muy semejantes a las que hoy se hacen sobre Stalin. Se dice que las revoluciones no tienen porvenir. Pero ahí se mezclan siempre dos cosas distintas: el futuro histórico de las revoluciones y el devenir revolucionario de la gente (1996: 267-268).
Si vamos a denunciar los horrores de la revolución bolivariana, al menos no copiemos las fórmulas del romanticismo inglés, ni repitamos las invectivas de Francois Furet. V. Guillermo lo escribía más sencillo: “Siempre tenemos que involucrarnos críticamente y empujando hacia la izquierda, hacia lo que entendemos son líneas de avance revolucionario”. VI. El problema con las revoluciones es que hay que hacerlas.
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Sentido común del más puro y simple 3 de septiembre de 2009
Hago una breve pausa en el trabajo porque llegó la hora del almuerzo y Sandra Mikele quiere comer perros calientes. Bajamos, vamos al supermercado, compramos lo que nos hace falta. Regresamos. Esperamos al ascensor. Llega. Entramos. Nos acompañan unos especímenes de esos que nos resultan familiares a todos los que vivimos en un edificio: esos grises personajes que se arrastran como fantasmas, solitarios y amargados, de mirada desafiante, ansiosos por transmitir la mala nueva. Justo porque la mayoría de la gente –despreocupada, ocupada en sus propios asuntos o simplemente feliz– no demuestra ningún interés en escucharles, aprovechan el reducido espacio del ascensor como auditorio. Hablan fuerte y claro, como quien debe alzar la voz en ausencia de micrófono. Desatenderles, ignorarles, es considerado una afrenta. Te persiguen con la mirada, te emplazan. Aunque la reacción natural es la risa, es mejor hacerse el sordo. Si uno está de buenas, incluso, puede atreverse a llevarles la contraria. Pero elementales razones humanitarias lo desaconsejan: ese gesto puede precipitar un mayor desequilibrio en la ya frágil y volátil personalidad del espécimen. Adoran, como si no vivieran más que para ello, como si ese fuese su único propósito vital, las malas noticias: se dañó el otro ascensor, escasea el café, ayer violaron a una jovencita en el otro edificio, esta mañana no trabajó el ascensorista, esta noche van a quitar la luz, cuándo irán a arreglar el otro ascensor, el escándalo de anoche no me dejó dormir, seguro mañana nos quitan el agua, hubo fraude en las elecciones, cerraron justo la emisora que yo escuchaba, éste es un Gobierno comunista, ese Chávez es un loco desgraciado, cuándo irán a arreglar el otro ascensor. Hoy nos tocó, a Sandra Mikele y a mí, escuchar la siguiente conversación: - Espécimen uno: Yo les dije a esas muchachas que no fueran a Sabana Grande, que eso estaba feo. - Espécimen dos: ¿Y se fueron igual? 384
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- Espécimen tres: No hay, no hay, no hay, no hay, no hay... - Espécimen uno: Sí, ahí las monté a empujones en una camionetica... - Espécimen dos: Ay, mi dios... - Espécimen uno: Ahora que vean cómo se regresan. - Espécimen tres: No hay, no hay, no hay luz... - Espécimen uno: Sí, parece que no hay luz en toda Venezuela. - Espécimen dos: Ay, mi dios... Hasta que llegamos a nuestro piso, nos toca bajarnos, caminamos por el pasillo y la puerta del ascensor se cierra a nuestras espaldas. Justo cuando estoy abriendo la puerta del pasillo, Sandra Mikele me pregunta: “Papá, y si no hay luz en toda Venezuela, ¿cómo es que subimos por el ascensor?”. He allí el arma mortal contra los especímenes adoradores de las malas nuevas, almas errantes de los ascensores: sentido común del más puro y simple.
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Julius Fucik: carácter, buen humor, alegría 4 de septiembre de 2009
En un par de sentadas me leí, con unos cuantos años de retraso, uno de esos clásicos que todo militante debe leerse digamos que a los 18 años: Reportaje al pie de la horca, de Julius Fucík (1982). Detenido por los nazis la noche del 24 de abril de 1942 en su natal Praga, antigua Checoslovaquia, Fucík fue ejecutado en Berlín el 8 de septiembre de 1943. Más que entrar en detalles sobre las extraordinarias circunstancias en que fue escrito y luego publicado; más que hacer la reseña sobre su destino ulterior –ensalzado por la propaganda soviética, cuestionado y olvidado en la era postsoviética–, vale la pena resaltar aquello que hace del Reportaje un texto ejemplar e imperecedero. Si tuviera que resumirlo en una sola palabra, diría que el Reportaje es un texto rebosante de carácter. Es el relato escrito por un hombre que sabe próxima e inevitable su muerte, que es sometido a torturas incesantemente, y que sin embargo es capaz de reunir arrestos para enviar un mensaje a sus camaradas de la resistencia contra la ocupación nazi:
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Carácter, buen humor y alegría, a pesar de todo. Por eso las palabras de Fucík perviven, aun cuando Checoslovaquia ya no sea una, sino dos, y aunque la Unión Soviética se haya venido abajo. Carácter es entender que nuestro socialismo será el nuestro o no será. Y esa tarea habrá que acometerla con buen humor y alegría. Falta de carácter es presumir que el viejo estalinismo aún tiene algo que enseñarnos, tanto como resulta un mal chiste ese ejercicio al que es tan proclive la intelligentsia opositora: el de comparar la revolución bolivariana con el nazismo o el totalitarismo. Ya han usufructuado el nombre de Hannah Arendt. Sólo falta que se inventen el Premio Julius Fucík al periodista heroico.
Sólo pido una cosa: los que sobrevivís a esta época no olvidéis (…) Reunid con paciencia testimonios sobre los que han caído por sí y por vosotros. Un día, el hoy pertenecerá al pasado, y se hablará de una gran época y de los héroes anónimos que han hecho historia. Quisiera que todo el mundo supiese que no ha habido héroes anónimos. Eran personas con su nombre, su rostro, sus anhelos y sus esperanzas (1982: 69).
Carácter que se expresa en el buen humor que Fucík es capaz de expresar a lo largo de su relato. Eso es, tal vez, lo que más sorprende y cautiva de la lectura del Reportaje: que no se trata de un relato lúgubre y apesadumbrado, a pesar de todo. Al contrario, es un canto a la alegría: “Amaba la vida y por su belleza marché al campo de batalla (…) Que la tristeza jamás se una a mi nombre” (1982: 29). 386
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Pensar con cabeza propia 18 de marzo de 2010
El pasado lunes 15 de marzo viajó de regreso a su natal Argentina el cumpa Guillermo Cieza, viejo intelectual y militante revolucionario. Actualmente, uno de los principales animadores del Frente Popular Darío Santillán, y a quien tuve la fortuna de conocer a expensas de una muy querida amiga en común. Diez días estuvo Guillermo por Venezuela. No más llegó a la Argentina, compartió con nosotros algunas de sus impresiones, una suerte de diagnóstico preliminar de cuanto vio y palpó por estas tierras. Un documento inestimable y un gesto que se agradece, como se agradecen las impresiones de un experimentado militante que aporta una perspectiva no mediada por los rigores del fragor cotidiano. Guillermo resume su visita a Venezuela en una frase: “una experiencia apasionante”. Y agrega: Sin lugar a duda, la experiencia de Venezuela merece ser vivenciada y constituye un acelerado curso de formación política. Los grandes temas están sobre la mesa: poder popular, socialismo, las limitaciones del Estado burgués, autonomía, comunicación popular, liderazgo, lucha política, estrategia de poder, economía alternativa.
Sobre algunos de estos “grandes temas” discurre el análisis de Guillermo, pero lo que más llamó mi intención fue el brevísimo relato que antecede a su diagnóstico. Cuenta Guillermo que el día de su regreso decidió tomar un taxi hasta Maiquetía. El taxista resultó ser un policía que de joven había sido boxeador amateur. Le contó que era poeta y estudiante universitario. “Por supuesto era chavista y como todos los que conocí lo criticaba a Diosdado Cabello”. Casi llegando a Maiquetía, Guillermo quiso conocer su opinión sobre la crítica que acababa de hacerle Chávez a Henri Falcón: “Me dijo que todavía no tenía un juicio cerrado sobre ese asunto. Le faltaba conocer más qué era lo que realmente había ocurrido”. Relata Guillermo que le explicó el taxista: “Porque lo importante es pensar con cabeza propia, ¿no? Por lo menos, así dice el Comandante”. 388
Estética de la militancia
No se me ocurre una frase que resuma mejor la relación de Chávez con el grueso del pueblo chavista. Frente al razonamiento del taxista, palidecen buena parte de los análisis realizados hasta ahora sobre el liderazgo del zambo. Ni mansos corderos arrastrándose hasta el matadero encabezados por un lobo feroz, ni “¡Comandante, ordene!”. El detalle está en que el mismo Comandante que ordena lleva años exhortando al pueblo a pensar con cabeza propia. Un pueblo pensando con cabeza propia es un pueblo que ordena y un Comandante que obedece. Porque sin pueblo no hay mando. Directo para que se entienda mejor: mal haría el zambo decidiéndose a marchar a contravía de aquel exhorto. El problema con los apologistas del “¡Comandante, ordene!” es que no tienen nada que ofrecerle al pueblo chavista. Frente a ellos, reacciona con desdén y con sospecha, convencido de que debe beber de otras fuentes para terminar de hacerse un juicio sobre los hechos. De igual modo, el problema de muchos de los críticos del “¡Comandante, ordene!” es que tampoco aportan mucho, en la medida en que se limitan a dejar constancia, una y otra vez, de su derecho inalienable a disentir de la palabra del zambo. Los derechos no se conceden, se conquistan. ¿Nos sentamos a esperar que el Comandante nos conceda el derecho a disentir? No se me ocurre una expresión más patética de alienación en torno a una figura política, justo a la cual se le reclama el derecho inalienable a disentir. ¿Nos sentamos a esperar que sean otros los que ejerzan nuestro derecho a formular las críticas que consideramos necesarias, pertinentes, urgentes, impostergables? ¿No es más sencillo, simple y llano ejercer ese derecho y, por supuesto, asumir la responsabilidad que entraña su libre ejercicio? Al parecer no es tan sencillo, porque ejercerlo supone rigor, autodisciplina, carácter. Es cierto, también supone paciencia para enfrentar el vendaval de ataques provenientes de los paranoicos que ven contrarrevolucionarios, pequeñoburgueses y anarcoides por todas partes. Pero el que se dispone a entrar en la pelea no puede pretender que no va a recibir ningún golpe, sobre todo golpes bajos, como todos los que propinan los policías del pensamiento. Supone, en fin, dejar el miedo, ir un paso adelante del malestar para ser capaces de traducirlo, de interpretarlo. Si es cierto, como decía el taxista, que lo importante es pensar con cabeza propia, no es menos cierto que una cosa muy distinta es andar haciendo alarde involuntario de la propia impotencia, en nombre del derecho a pensar libremente que cierto comandante estaría conculcando. 389
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La rabia de Keny Arkana 13 de mayo de 2010
La rage (La rabia) es el nombre que lleva una pieza incluida en el álbum Entre ciment et belle étoile (Entre el cemento y la bella estrella) de la francesa (de ascendencia argentina) Keny Arkana, lanzado en 2006. No sé ustedes, pero a mí los poderosos 4:13 minutos que dura la versión en video me huele a piedra, plomo y candela, a caucho quemado y bomba lacrimógena. Me huele a sudor de chamo con capucha o sin capucha, a calle repleta de gente, a pelea, levantamiento, insurrección, a guerra popular. Me huele a la Venezuela de finales de los ochenta y comienzos de los noventa. Los vidrios que estallan durante los primeros segundos de la canción me suenan a la nube de botellas que los carajitos del Liceo Miranda de Los Teques estrellaban contra el pavimento de la Avenida Bolívar. Me huele a los cohetones que salían disparados desde la azotea de la Técnica Industrial Roque Pinto, a Liceo Fermín Toro, al Andrés Bello, a Campo Rico, a Luis Caballero Mejías. Me huele a patrulla policial prendida en candela. Me huele a peinilla y a perdigonazo a quemarropa. Me huele a guáimaro. Me duele la sangre, me arden la piel y los ojos. Me suena a las balas que te pasaban silbando por encima de la cabeza. Me huele a Tres Gracias y a Plaza Venezuela. Me huele a Guarenas, a Mérida, a Barquisimeto. Me huele, me suena, me duele y me alegra, porque aquella rabia nuestra no podía concebirse sin la alegría que nos producía apoderarnos de la calle, sentirnos dueños al menos por unas horas, saberlos débiles y temerosos, Venezuela entera pa la calle, nojoda, porque hasta cuándo me vas a seguir hablando de democracia si asesinas, allanas, torturas y das tiros de gracia. Keny Arkana transmite esa rabia alegre que huele y retumba, y por eso ya ni siquiera hace falta saber qué dice, qué canta, porque apenas suena la guitarra y suelta la pista ya todos los que vivimos, recibimos y repartimos coñazos en aquella Venezuela sabemos de qué se trata: de esa vaina intraducible que llevamos incrustada en el fondo del pecho que nos hace indóciles, insumisos, inconformes y rebeldes como el cuero seco, que cuando lo pisas por un lado, se levanta por el otro. 390
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La rabia del pueblo venezolano, rabia de la América nuestra, rabia de todos los pueblos del mundo, la misma rabia del pueblo griego y su huelga general: desde aquí te dedico esta canción, porque aunque no entiendas el idioma en que te escribo, tu rabia es mi rabia, nuestra rabia, la misma rabia. En el álbum Entre ciment et belle étoile “toda la rabia es constructiva, la lucha no es jamás un fin en sí mismo”, escribe Yacine Badday en el sitio oficial de Keny Arkana. “Rabia constructiva”, cómo te lo explico sencillo a ver si me entiendes. Hay rabias de rabias. Una cosa es la rabia del pueblo y otra muy distinta la rabia antipopular. En 2007, partidarios del ultraderechista Frente Nacional tomaron otra canción de Entre ciment..., Nettoyage au Kärcher (Limpieza con Kärcher), además de algunos fragmentos del video de La rage, y el resultado fue un panfleto audiovisual en favor de la candidatura presidencial de Le Pen. Keny Arkana les respondió inmediatamente con otra pieza, Le Front de la haine (El Frente del odio). Una cosa es la rabia constructiva y otra muy distinta el odio. Una cosa es el odio y otra muy distinta la rabia constructiva. No han querido entenderlo aún, pero eso que llamaron guarimbas no pasó de ser una mala imitación de las barricadas que construyen los pueblos cuando se deciden al combate callejero. Hablan de resistencia porque no se atreven a llamarle odio. Nos acusan de incitación al odio porque le temen a nuestra rabia, porque la han visto de cerca. Nos acusan de predicar el odio cuando nos reafirmamos en nuestra rabia y, en todo, en cada gesto, ven una amenaza, una advertencia. En el fondo, saben que la rabia de este pueblo ya ha tomado muchas veces la calle y volverá a hacerlo cuando sea necesario. Y eso no es una advertencia. Parafraseando al rabioso Mayakovski (1993), allá los más Cecedos con sus cálculos y sus traiciones, con su tristeza a cuestas, con sus miserias: nuestra rabia también es contra ustedes, y los alcanzará también a ustedes, más tarde o más temprano, pero así será. Suéltala...
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Suráfrica 2010: La imagen de la derrota 17 de junio de 2010
Como creyéndose asistidos por una mano divina, tal vez jurando por este puñado de cruces que acababan de marcar el gol del siglo, a minutos apenas del pitazo final, mientras veíamos al Diego abrazando a los suyos y celebrábamos su sonrisa victoriosa y los cuatro goles como si fueran los nuestros y todo el pueblo cantó “¡Maradó, Maradó!” y llevó alegría en el pueblo, El Universal decidió que era el momento oportuno para predicar la palabra o, dicho en lenguaje periodístico, dar el tubazo: Rechazo a Chávez en el Argentina-Corea del Sur (El Universal, 2010). Justo a las 9:08 de la mañana, cual borracho impertinente que le baja el volumen a la música cuando la fiesta está en su mejor momento, en un desesperado y patético intento por llamar la atención. En realidad, la insulsa nota no dice nada, y más parece una larga leyenda de una fotografía de baja calidad que pretende servir de testimonio del rechazo universal contra el zambo: “Hasta en Sudáfrica, hay manifestaciones contra Chávez”. Cuando es poco lo que hay que decir, hasta los signos de puntuación sobran. El exagerado acercamiento hace que la imagen parezca fuera de todo contexto, y aún cuando puede ser perfectamente cierto que haya contaminado visualmente el Soccer City de Johanesburgo, le falta toda la gente que, sin embargo, sobra en un Mundial de fútbol. Tal cual el antichavismo, al que le falta toda la gente que le sobra a una democracia. La circunstancia hace de ella una imagen lánguida, triste y vacía que, como en la canción, parece más un llanto de amargura. Lo que los megalómanos de El Universal desconocen es que Giorgio Mamani, el último futbolista combativo, se encuentra en Suráfrica para participar en el antimundial. Sus andanzas e impresiones pueden leerse, día a día, en Verboamérica, y también en Crónicas Sudafricanas. Un par de joyas del periodismo deportivo under y antisistema, un ejercicio de genio y virtuosismo narrativo como no se había visto en mucho tiempo. Luego de la victoria ante Corea del Sur, Giorgio Mamani ha celebrado el abrazo del Diego a Demichelis, según relata Verboamérica: 392
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“Ese gesto promueve la opción por los pobres”, explica Mamani a quien quiera oírlo. “Esa es la imagen de la verdadera victoria: los medios no la repiten esa toma porque saben lo que quiere decir: es metáfora antisistema”. Al finalizar el partido, el DT podría haber ido a abrazarse con Messi: el rey y su heredero. Maradona podría haber ido a colgarse de Higuaín, sugiriendo que las viejas victorias se reviven en las nuevas figuras. Pero no: Diego –con su enorme talento semiótico– fue a abrazar a Demichelis, al que erró. Y lo hace con todas sus fuerzas para fundirse durante varios segundos; muchos más que al resto. Es un dios, barbado y comprensivo, abrazando al ángel caído, al expulsado del altar del exitismo, al que falló y merece nuevas oportunidades. “Lo hace porque Diego sabe lo que es equivocarse”, sostuvo Mamani. “Fijate lo que dijo en la conferencia pospartido: salimos fuertes porque un compañero había errado... el afecto es de agradecimiento... consensuamos... no ponemos una multa... hasta le pidió perdón a Platini”, explica Mamani remarcando las condiciones como conductor de Maradona. “Eso me gusta de Diego: es un ganador que quiere e incluye a los perdedores”, insiste ante los que sólo quieren alegrarse por los goles. “Esa es la vía argentina a la victoria” (Real, 2010a).
Pero Verboamérica no ha contado toda la historia. Tampoco lo ha hecho Crónicas Sudafricanas. Giorgio Mamani, el último futbolista combativo, ha encontrado tiempo para seguirle la pista a los antichavistas de la lánguida pancarta. Los ha visto salir del Soccer City apesadumbrados, sin poder disimular la vergüenza y mucho menos las lágrimas rodando por sus mejillas. “No le hinchaban a los surcoreanos, hinchaban contra Maradona”, nos cuenta. “Todo por su simpatía con Chávez. ¿Sabés que es triste? Llorar por la victoria de los otros, aunque los derrotados no sean los tuyos”, explica. “Esa es la vía antichavista a la derrota”, sentencia antes de despedirse. Si, como dice Mamani, el abrazo de Maradona a Demichelis “es la imagen de la verdadera victoria”, la triste y vacía pancarta antichavista es la imagen de la verdadera derrota.
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El brillo de Alejandra Benítez 1 de julio de 2010
No debería caber la menor duda: el pasado martes 29 de junio, para el pueblo venezolano, sólo un resultado deportivo podía equipararse en importancia con la victoria alcanzada por la selección venezolana de softbol femenino contra su similar de China, en el marco del XII Mundial de la especialidad que se juega en Caracas: la victoria de Paraguay contra Japón en el Mundial de Fútbol Suráfrica 2010. Con su victoria en la tanda de penales, que no puede catalogarse sino de categórica –cinco goles marcados contra tres de Japón–, no sólo triunfó el fútbol suramericano, sino que hizo posible un hecho inédito en la historia de los mundiales: el pase de cuatro equipos suramericanos a la fase de cuartos de final. En cuanto a las venezolanas, la victoria no sólo significó un desquite frente a la derrota encajada contra las poderosas chinas durante las Olimpíadas 2008, 7 carreras por 1. Además la alcanzaron como las grandes: con un soberbio cuadrangular de Yaicey Sojo por la izquierda –su segundo de la noche– en el cierre de la séptima entrada, con dos compañeras a bordo y dos outs en la pizarra, para dejar en el terreno a las asiáticas 5 carreras por 2. Hasta aquí los hechos. Pero los hechos, por más tercos e indubitables, siempre están sujetos a la interpretación. Es normal, se dirá. Hay que decirlo: que este par de hechos –y logros– deportivos hayan sido olímpicamente menospreciados por la prensa nacional, incluyendo la deportiva, ya es cosa normal. Es simplemente una expresión, apenas una más, del profundo menosprecio por los acontecimientos –en este caso deportivos– que hacen delirar de alegría a nuestros pueblos, como si nuestros motivos de celebración fueran siempre de segunda categoría, como si nuestros pueblos estuvieran condenados a disputarse su futuro en ligas menores, como si estuviéramos condenados al perpetuo descenso. Lo normal es que las primeras planas seas reservadas para los que nos venden como grandes y mejores, que casi nunca son los nuestros, que casi siempre provienen del Norte. En este caso, España. España ¡qué grande eres! España Mara-Villa. España ¡Fiesta brava! 394
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Un gol, un beso España. ¡Matador! España. Nuestros triunfos, lo patológico, tal vez serán reseñados en las páginas interiores. Ya lo decía Alejandra Benítez, nuestra extraordinaria y hermosísima esgrimista, de quien me declaro ferviente admirador: “Tenemos que comenzar a valorar más lo nuestro (…) Amemos nuestra tierra, gente, cultura” (Benítez, 24 de Junio de 2010). “Venezuela brilla (…) a pesar de que muchos apuestan a que se oscurezca” (Benítez, 22 de junio de 2010). Brilla Alejandra y con ella brillan los pueblos del Sur.
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Suráfrica 2010: ¿Nos van a venir a hablar de derrotas? 7 de julio de 2010
Luego del partido entre Argentina y Alemania, a duras penas logré contener el impulso de escribir algunas líneas de fraterno agradecimiento al Maradona-dios-barbudo-y-comprensivo (Real, 2010a), devenido una vez más en ángel caído, que logró convencerme, él y los suyos, de que no hace falta conocer los aspectos técnicos del juego para saber cuándo se juega un fútbol hermoso y deslumbrante. Más pudo, sin embargo, un repentino latigazo de recato, un llamado a la mesura. De pronto, no pude evitar sentirme un completo advenedizo: ¿realmente sería capaz de asimilar las hondas implicaciones de la derrota para el alma del pueblo argentino? ¿Sería capaz de entender el significado de su tristeza? Decidí guardar silencio. Un silencio solidario, podría decirse que militante, pero silencio al fin. Como no hubiera podido suceder de otra manera, las primeras señas me llegaron el mismo sábado, 3 de julio, a través de Giorgio Mamani, el último futbolista combativo. Vi al Mamani sollozante y quise estrecharle la mano y regalarle un abrazo. En cambio, me conformé con presenciar su conversación con el anciano Friman, el mismo que alguna vez cargara en brazos el Che Guevara durante su misión en Angola. “No llore, Mamani, no llore”, le dijo Friman. Y complementó sabiamente: Las derrotas, a veces, con el tiempo se convierten en victorias [agregó]. Cuando el Che y su escuadrón de cubanos perdieron, todos pensamos que sería un fracaso. Pero sus ideas siguieron y muchos africanos quisieron imitarlo, unos años después, lograríamos la emancipación. Con Maradona y su escuadra argentina pasará lo mismo: serán muchos los que sigan su visión revolucionaría del fútbol (Real, 2010b).
Al día siguiente leí a Mario Wainfeld, en Página/12, y logré comprender un poco más. Wainfeld (2010) comenzó renegando “de esos hinchas sin sangre ni capacidad de sufrimiento” que en cuestión de segundos abandonan las lágrimas y ensayan sonrisas y saltitos emocionados cuando son presas de las cámaras de televisión. 396
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La cámara recorre los rostros de los hinchas de un equipo eliminado, contritos, con llanto. De pronto, los ciudadanosmediáticos se ven reflejados en las pantallas, se recomponen, sonríen, saludan. Truecan, cual fenicios, su noble padecer por un instante de fama.
Cuánto parecido con los personajes que llenan cierta plaza de Las Mercedes o los espacios de ciertos centros comerciales del este de Caracas. No obstante, sigue Wainfeld, “los hinchas argentinos no recayeron en esa debilidad de carácter. La derrota (…) es un trance de duelo”. Me gustó su comparación entre el juego realizado por Argentina y un célebre evento boxístico: abajo en el marcador desde muy temprano, la albiceleste decidió irse al ataque, aunque esto significara relajar sus líneas defensivas, sin nada que perder, con la vergüenza suficiente como para no ceder a la tentación de administrar la derrota, como sólo juegan los grandes equipos: Al cronista le recordó la pelea de Ringo Bonavena contra Cassius Clay. Bonavena, un boxeador discreto pero valiente, le sostuvo quince rounds al enorme Mohamed Alí. En el último, el negro lo tiró; tres caídas determinaban knock out técnico. En vez de escurrirse, de abrazarlo, Bonavena seguía yendo a buscarlo (...) cayó tres veces nomás. Y quedó ídolo para siempre.
Acá le llamamos a eso morir con las botas puestas. Por todo lo hecho, por todo lo visto, por todo lo demostrado, Wainfeld concluyó: “En esta hora transida, con la sensibilidad a flor de piel, corresponde aplaudir de pie a los jugadores y a Diego, que pusieron lo mejor de sí, ganando y perdiendo con buenas artes, sin fingir, sin llorar, sin arrugar”. Así legó Wainfeld unas líneas para enseñarle al que lo desee aprender el arte de la derrota en buena lid. Pero no fue sino hasta toparme con un maravilloso texto de Jorge Giles, que tuve la fortuna de leer gracias a Carola Chávez, cuando supe que había terminado de armar el rompecabezas. Lo que hizo Giles fue describir el ambiente que rodeó el recibimiento de la selección argentina en Ezeiza, la noche del domingo 4 de julio: “No había sabor a derrota en el aire. Tampoco a un triunfalismo estéril. Había alegría y orgullo de sentirse argentino, de tenerlo al Diego, de saber que ‘volveremos’ como cantan una y mil veces las voces del pueblo”. Imposible no reconocerse en aquella atmósfera. 397
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Ya pasará. Nada es para siempre. Lo saben los humildes de toda humildad. Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos. Ese odio que se traduce hoy en la inocultable satisfacción de algunos medios del monopolio porque perdimos en Sudáfrica. En cada nota y en cada título tiraron sal sobre la herida de un pueblo, no de un Gobierno. Tamaño despropósito les costará más olvidos de los que ya vienen sufriendo. Este pueblo es agradecido con los que se juegan por él y es por eso que abrazan con sus gestos y canciones a Diego Armando Maradona y a todos sus muchachos hoy más que nunca. Porque se sienten parte de él, lloran con él, sufren con él, caen con él, ríen con él. Por eso no sorprende la multitud en Ezeiza. Es ese sentimiento popular el que no están en condiciones de medir ni detectar ni elaborar los adversarios del pueblo. Los escribas y lenguaraces del monopolio ni siquiera registran que este pueblo cuidó el fuego y el rescoldo en la peor de sus noches dictatoriales y aun así no se supo dar nunca por vencido. ¿A nosotros nos van a contar lo que es derrota? (Giles, 2010).
Todo resumido en un par de frases: “Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos”. El tipo de odio que destila el infeliz de Roberto Giusti, el martes 6 de julio: No voy a decir dónde estaba el sábado pasado, cuando el árbitro pitó el final de la humillante derrota argentina ante la escuadra teutona, pero sí que me sorprendió la tumultuosa y enconada celebración de unos espectadores habitualmente serenos, no tanto por el triunfo de los alemanes (…) sino por el feroz puntapié que dejó completamente magullado y maltrecho el insufrible ego de Maradona. Confieso que más allá del asombro compartí, parcialmente, esa maligna alegría con la cual quedaba refrendada la certeza según la cual el fútbol también está contaminado por la política (Giusti, 2010c).
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técnico mediocre, inexperto, improvisado, caprichoso, indisciplinado y desconocedor de las estrategias del juego, fue orquestada por los esposos K (…) Lo siento por los jugadores, quienes se dieron íntegros en la cancha y por los aficionados argentinos, todos burlados en su buena fe, pero lo celebro porque un Gobierno retrechero y corrupto se metió un autogol que puede cambiar la suerte de un gran país y no me refiero únicamente al de los esposos K, sino al de aquél que, apenas comenzando el mundial, felicitó al “Camarada Maradona” por su triunfo ante Nigeria (Giusti, 2010c).
Como podría decirlo el mismo Giles: por eso es que están condenados, Giusti y los suyos, a padecer infinitamente el olvido popular. Porque este pueblo es agradecido con los que se la juegan con él. Jamás se sentirá parte de la clase de hombres que encarna Giusti, no llorará por ellos, ni sufrirá por ellos, ni caerá por ellos y mucho menos reirá con ellos. Lo saben, y por eso no les queda otro recurso que la desvergüenza y el patetismo de su “maligna alegría”, que nunca ha podido llamarse mejor. Eternos adversarios del pueblo, jamás serán capaces de medir, ni detectar, ni elaborar un sentimiento popular que les es absolutamente ajeno. Pero tratemos de entender. Con Giusti y todos los suyos, sucede lo contrario de lo que enseñaba el viejo Friman a Mamani: que las victorias, a veces, con el tiempo se convierten en derrotas. A través de ellos se expresa un inocultable sentimiento de amarga derrota y el más hosco resentimiento de clase, por más que intenten disimularlos. Su actitud equivale a una singular variante de los “ciudadanos-mediáticos” de los que nos hablaba Wainfeld: frente a las cámaras –y en los diarios– dan saltitos, saludan y se mofan de la derrota ajena. Fuera de cámaras, el insoportable padecimiento de la propia derrota. ¿Nos van a venir a hablar de derrotas? Giusti, esto va contigo y con todos los tuyos: hace años que este pueblo saborea la victoria. Gracias, camarada Maradona, por existir.
Según Giusti, que Chávez expresara sus simpatías por albicelestes y canarinhos (…) llevó a buena parte de “la afición” nacional a brincar sobre una pata y también sobre las dos por los estruendosos fracasos de Dunga y el Diego. El rompimiento de la obligatoria simpatía venezolana por los equipos suramericanos tiene razones políticas de peso y ya se sabe cómo la llegada a la selección argentina de Maradona, un 398
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Contra el ombliguismo 17 de febrero de 2011
Chávez no es la cabeza de la revolución bolivariana, sino su ombligo. Al menos eso es, tal parece, para muchos, de un lado y del otro del espectro político. Eso que muchos ven para no tener que mirar hacia delante, para no rendir cuentas y librarse de toda responsabilidad, para evitar el trance de pensar con cabeza propia. Lo que muchos señalan con el dedo en un intento desesperado por desviar la atención, para dejar hacer y dejar pasar. Los hay quienes han acumulado todo su capital político repitiendo que Chávez es el responsable incluso del menor aleteo de una mariposa, de manera que cuando sobreviene alguna catástrofe natural también es culpa de Chávez. Chávez el principio y el fin, el frágil orden y el pavoroso caos. Pero esto tiene su correlato entre los partidarios: Chávez como el principio sin fin, como única garantía de orden, no importa cuál sea. De un lado, el mico-mandante. Del otro, mande, comandante, ordene. Ni sol ni agujero negro. Pero hay quienes dentro del bando llamado a empujar una revolución, truecan zambo por astro y rey, y el efecto no puede ser más pernicioso: un Chávez mito, perfecto, endiosado, infalible, lo más alejado posible de los simples mortales, agujero negro por donde se cuela toda la potencia, toda la energía, todo el combustible que debía propulsar la radicalización democrática de esta sociedad. Chávez reducido a ombligo sin fondo, sin pueblo, a despeñadero. Se dirá que el antichavismo tiene una propensión inocultable e inevitable al ombliguismo: nunca resultó tan sencillo ir contra algo. Basta que cualquier ladrón o asesino apunte al ombligo Chávez para que los que están contra Chávez absuelvan a ladrones y asesinos. Se dirá que es menos fácil reconocer a los ombliguistas entre las filas revolucionarias. No lo es tanto: basta que sean objeto de alguna crítica, por más tímida o pertinente que sea, para que los personajes, apuntándose al ombligo, conviertan aquella crítica en un ataque despiadado contra Chávez. Si los ánimos se caldean y el rumor de la protesta se convierte en estruendo, siempre será posible apelar al recurso retórico: es orden de Chávez. Del zambo 400
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líder al Chávez que, en boca de ombliguistas demagogos, termina avalando atropellos, vejámenes e injusticias. El Chávez reducido a ombligo termina siendo la excusa perfecta para no avanzar. No sólo por obra y gracia de los demagogos, sino también por omisión: la de aquellos que no desean renunciar a la comodidad que supone que sea siempre otro, y siempre el mismo, el que haga el trabajo por ellos. Si algo sale mal o avanza lento, la culpa es del ombligo. Chávez mismo, cómo no, también se distrae con su propio ombligo. Se equivoca, lo hace mal. Es responsable de errores. Cada quien puede hacer su balance. Cuánto hemos avanzado en la destrucción del viejo Estado burgués, corrupto y esclerosado, cuánto hemos avanzado en la construcción de nueva institucionalidad, cuánto hay de retórica en el discurso sobre el socialismo y cuánto de concreción, cuánto hemos avanzado en la construcción de un poder popular no tutelado ni cooptado, cuánto sí, cuánto no. Vamos a darle: interpelemos al zambo. Pero una cosa es igualmente cierta. Yo no voté por Chávez para que hiciera la revolución por mí, para que pensara por mí, para que construyera por mí. Una revolución no se hace mirándose al ombligo. No me siento responsable ni cómplice de los que lucran en nombre de la revolución. Ni de la palabrería de los discurseros, ni de la mediocridad de los mediocres. Pero es igualmente cierto que cada espacio que usurpan es un espacio que no hemos sabido defender ni reconquistar. Hay quienes confunden revolución con espectáculo y alientan la pasividad y la desmovilización. De nosotros depende, principalmente, asumir el papel de actores de reparto o el protagonismo. Romper los hilos, movilizarnos, sacudirnos la modorra. El movimiento popular no puede sentarse a esperar que el zambo construya el movimiento popular. Intelectuales, artistas, poetas, cultores, escritores: aquí afuera hay un pueblo que bulle, reclama, se estremece y convoca. Hay mucho funcionario que alienta y acompaña las luchas populares, pero muchos otros hace tiempo que renunciaron al criterio propio: alguien más, siempre el mismo, debe tomar la iniciativa, decir lo que está bien y lo que está mal. No son pocos los sujetos y las luchas que permanecen en la oscuridad durante años, como si estuvieran condenados al ostracismo, hasta que viene Chávez y se ocupa del asunto, y un buen día todos somos pobladores, campesinos, trabajadores, motorizados, buhoneros o indígenas. Basta que el zambo voltee la mirada para que todos volvamos a ser nadie, el ojo propio siempre puesto en el ombligo. 401
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Mucho se habla de la necesidad de dirección colectiva, y la demanda es absolutamente pertinente. Pero no pocas veces actuamos como si la construcción de tal dirección fuera obra de un solo hombre y no obra colectiva. Como tierra árida esperando resignadamente que alguna vez llueva socialismo. O más democracia. Se nos olvida que una revolución supone conflicto, transgresión, insumisión, rebeldía. Interpelemos al zambo, claro que sí, pero también a los ombliguistas, donde quiera que se encuentren. Dejemos de mirarnos el ombligo.
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Notas para una militancia no fascista 25 de mayo de 2011
Con motivo de conmemorarse veintisiete años y once meses de la muerte de ese gran pensador de la estrategia que fue Michel Foucault, vale la pena repasar uno de sus textos más hermosos y entrañables, su breve Prefacio o Introducción a la vida no fascista, como también se le conoce, escrito para la edición inglesa del AntiEdipo, de Deleuze-Guattari. En él, Foucault se refería al fascismo como el enemigo principal, el adversario estratégico (...) Y no solamente el fascismo histórico, el fascismo de Hitler y Mussolini –que tan bien supo movilizar y servirse del deseo de las masas–, sino también el fascismo que está en todos nosotros, que asedia nuestras mentes y nuestras conductas cotidianas, el fascismo que nos lleva a amar el poder, a desear aquello mismo que nos subyuga y nos explota (1999: 387).
Identificaba también entre los adversarios a “los ascetas políticos, los militantes taciturnos (...) Los burócratas de la revolución y los funcionarios civiles de la verdad” (1999: 386). De allí que combatir al fascismo –tal y como lo definía, a grandes rasgos, Foucault– pasaría, entre otras cosas, por no pensar “que hay que estar triste para ser militante, incluso si lo que se combate es abominable” (1999: 388). Practicar una militancia no fascista implicaría, sobre todo, no olvidar el principio esencial: “No os enamoréis del poder” (1999: 388). Lo que he denominado “oficialismo” –una noción aún esquiva, difusa y que pertenece, sin duda, al lenguaje de nuestros adversarios– guarda estrecha relación con este enamorarse del poder que muchas veces se confunde de manera deliberada con la defensa de la revolución bolivariana. Dicho de otra manera, en nombre de esa “defensa”, hay mucho burócrata y funcionario haciendo vulgar apología de la obediencia ciega, de la disciplina mal entendida, del sometimiento, del chantaje, de la soberbia, de la arrogancia. Para mucho burócrata y funcionario, todos los que militamos en la revolución bolivariana debemos entender que el fin justifica los medios: tenemos que aprender, bofetadas mediante si es preciso, a “desear 402
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aquello mismo que nos subyuga y nos explota”, mientras decimos pelear contra la dominación y la explotación. Es completamente falso que todo funcionario –incluso, que cualquier burócrata– integre las filas del oficialismo. Este simplismo interesado es más bien característico del antichavismo. Eso es lo que desean que pensemos –antichavistas y oficialistas– para que nos decidamos a tirar la toalla. Nos quieren tristes, porque así vencernos es tarea sencilla. Lo cierto es que a lo interno del Gobierno se libra una lucha a brazo partido entre revolucionarios y oficialistas: unos, tendiendo puentes, estableciendo alianzas con el pueblo en lucha, trabajando sin descanso; otros, bloqueando todas las salidas para que la revolución se estanque. Nuestra tarea, como militantes no fascistas, no es lamentarnos por la fuerza ocasional del oficialismo, refugiarnos en el discurso autocompasivo –tan perfectamente funcional a nuestros adversarios–, sino reunir cada vez más fuerzas, establecer alianzas entre revolucionarios, con la frente en alto, alegres, siempre alegres, hasta lograr que nuestros adversarios tengan pesadillas con nosotros.
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Qué diría Harry Potter... 25 de agosto de 2011
Naturalmente, una pequeña porción de la población caraqueña negará a rabiar la verdad perfectamente verificable de que en los vagones del Metro londinense –su equivalente, eso que llaman el Underground– puede leerse una inscripción que advierte a los usuarios sobre la eventualidad de algunos trabajos para mejorar el servicio que pueden afectar sus respectivas jornadas, particularmente durante los fines de semana, por lo que recomiendan hacer el esfuerzo de informarse oportunamente. No pude evitar reírme cuando leí el aviso. Me imaginé al antichavista promedio sufriendo un traspiés por obra y gracia de alguno de estos trabajos, modificando su agenda intempestivamente, rehaciendo su ruta, padeciendo los rigores de su desencuentro con las paradas obligadas, añorando saber llegar hasta Piccadilly Circus o King’s Cross St. Pancras –la obligada peregrinación a la estación de tren que conduce a Hogwarts, la escuela de Potter y compañía– por una vía distinta de la habitual, y nunca, pero nunca, nunca jamás puteando al fulano Underground como sin embargo lo hace puntualmente, con puntualidad inglesa, cada vez que el Metro de Caracas lo deja varado. Desde entonces, aunque sólo por momentos, le meto cabeza al asunto intentando comprender, y mientras tanto me conformo con la hipótesis de que un comportamiento tal está un paso adelante de esa falla de origen de las élites latinoamericanas que es el discurso autodenigratorio. Es imposible que este lo explique todo. Tiene que haber más. Es cierto que es muy básico, predecible, patético hasta la vergüenza ajena: es verdad que para el antichavista promedio es inconcebible comparar el Metro con el Underground, de la misma forma que Londres sólo puede compararse con la capital de algún país civilizado. Pero, ¿qué es lo que hace que cualquier falla de algún servicio prestado por el Estado venezolano sea traducida como una demostración de nuestro “salvajismo”, llámesele Chávez o de cualquier otra forma? A mi juicio, y esto es algo que vale para toda la estrategia de desgaste opositora, hay mucho de política fácil, tanto como de 405
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inmadurez política. Fácil, en el sentido de que para ejercer el acto de oponerse, para intervenir, digamos, en el espacio público, no hay que hacer el menor esfuerzo. Inmadurez en tanto que más que la protesta, lo del antichavista promedio es la rabieta. Si se va la luz, si el vagón se retrasa o no funciona el aire acondicionado, la culpa la tiene siempre el salvaje. En Venezuela, el individualismo posesivo, ese concepto tan caro a la cultura política que nos legara el neoliberalismo, cobra la forma de un individuo malcriado, cómodo y simplón que, a bordo de un vagón londinense sin aire acondicionado, maldice a Chávez-elmonarca, mientras sueña con arrodillarse ante la reina. Qué diría Harry Potter…
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Por una cerveza popular 31 de agosto de 2011
No se apuren a descartar la demanda por considerarla una excentricidad típica de la clase media progre con pretensiones cosmopolitas: hoy más que nunca estoy convencido de la justeza de nuestra lucha por el derecho a una cerveza popular. Una exigencia, más bien un clamor, como se verá, con profundas implicaciones políticas. Me ha terminado de convencer mi hermano, César Augusto, buena compañía en un intenso viaje que nos ha llevado por cinco ciudades europeas en poco menos de dos semanas, y pasajero, al mismo tiempo, de su vuelo personal: uno que lo llevará a ingerir la mayor cantidad y variedad de cervezas que le sea posible, siempre según las condiciones que imponen el tiempo y, en especial, el dinero disponibles –poco en ambos casos–. Habiéndolo acompañado en su cruzada personalísima sin que mediara otro motivo que el estrictamente humanitario, puedo decir que, a estas alturas, he tenido la oportunidad de saborear casi una veintena de cervezas. No es alarde: se ha tratado casi siempre de un sorbo aquí y allá; lo suficiente como para concluir que hay vida más allá de la Polar. No sólo vida, sino una infinitamente más sabrosa. Sin ceder un ápice a la tentación patriotera de defender el terruño, lo propio, eso que tenemos por la cerveza que representaría la identidad nacional, no sólo nos hemos rendido a la evidencia de la superioridad de buena parte de las marcas que hemos probado; además, le hemos visto todas las costuras al resultado del hábil y sostenido trabajo que desde hace décadas realiza la Polar para establecer una relación entre sus productos y la identidad nacional. Así, cualquier “ataque” contra alguno de estos sería visto como un ataque despiadado a la nación que este grupo económico habría contribuido a forjar. Mientras se enriquece, claro está. Porque qué tiene de malo ganarse un dinerito y tumbar un Gobierno por aquí y otro por allá. En una sola línea: hay quienes pretenden que la defensa de la Polar equivale a defender a la Patria. No se trata, por cierto, de que la competencia, esa gran farsa, sea mejor que la marca del oso. Si lo que quieren es competencia –vamos con propuestas concretas– abramos pues el mercado, 407
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¡bendito seas, neoliberalismo!, a todas las marcas del mundo, y veamos si es cierto lo de la mano invisible. Mucho mejor: creemos fábricas de cerveza en manos del pueblo organizado y garanticemos el pleno ejercicio del derecho a una cerveza popular. Acabemos con esa dictadura de la levadura que adormece nuestros paladares, que atrofia nuestro sentido del gusto. Multipliquemos los sabores. Superemos a los mejores. Experimentemos. Luego hagamos una gran fiesta para celebrarlo. Salud.
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Hay días en que provoca mandarlo todo al carajo 26 de septiembre de 2011
Hay días en que provoca mandarlo todo al carajo, tirarles un portazo y mandarlos bien lejos; hay días en que ni siquiera tu voz que canta me consuela, ni tu sonrisa insuperable ni tu peinado nuevo; son días para estar solo, o en los que, acompañado, uno se siente más solo que la una; días en los que dos no son compañía, días que para qué decirlo. Hay días en que la piel está cubierta de espinas y la lengua corta; días de respiración caliente, de piernas cansadas, de brazos pesados y pinchazos en la espalda. Hay días en que resulta intolerable tolerar lo intolerable: la mediocridad, la pereza, la trampa, la traición. Hay días en que uno estalla y se come las hojas de los libros como castigo por no saber contar historias. Hay días en que el universo es finito, y la luz viaja a la velocidad del viento y las horas se detienen y la vida pesa. Casi. Hay días en que mejor es no acordarse de las falsas promesas, de las promesas siempre rotas. Hay días en que los peores seres llevan ventaja, y se mofan y se carcajean. Hay días en que provoca abandonar y ser abandonado. Hay días en que no te acuerdas y no soy nadie. Hay días en que fuimos más y somos menos. Hay días en que todo lo que escribo sabe a cartón, a material huero. Uno los ve venir y qué difícil es evitarlos. Pero esos días pasan, y entonces nos volvemos a juntar los revueltos y nos revolcamos y nos amamos en un arrebato ligero de ropas y de ideas y en eso consiste nuestra venganza: en tolerar a los intolerables, sólo para que sepan que, aun cuando tengan sus días, este tiempo es de nosotros.
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La Caracas “normal” y “auténtica” 28 de septiembre de 2011
Una tarde de septiembre, en Berlín, poco después de pasar frente a la Universidad Humboldt y la Isla de los Museos, ya en la Avenida Kart Liebknecht y muy cerca de Alexander Platz, a bordo de un 200 –si la memoria no me falla–, soy testigo involuntario del diálogo que se desarrolla en el asiento trasero, y que sostienen una mujer de mediana edad, con acento mexicano, y algún hombre que no logro descifrar si es alemán, y en todo caso poco importa. Dice la mujer, en ese tono entre cuasi-elegíaco y cursi de quien está a punto de soltar una zoquetada, que a ella le encanta esa parte de Berlín porque es “normal”, mira-no-sé-cómo-te-explico, “auténtica”, mientras que la “comunista” es “fea”; y nadie me quita que debe haber acompañado su confesión de desprecio con un ademán que indicara lejanía. Brevísima anécdota que por supuesto no sería digna de ser contada si no fuera por la proverbial desorientación de la mujer: esa Berlín a la que se refería como “normal” y “auténtica” era la Berlín “comunista” y “fea”. No se trata, por favor –la experiencia enseña que es mejor hacer la aclaratoria ahora, para luego no perder valioso tiempo en discusiones estériles y maniqueas–, de dilucidar qué lado era más “bello” durante los tiempos del Muro. Más que del espacio geográfico, por el que transitamos y en el que habitamos, de sus signos y coordenadas, de la ciudad, sus hitos, monumentos y cicatrices, se trata de las geografías interiores, de las que nos habitan. De esas que nos hacen vivir o padecer, experimentar la ciudad de una forma u otra. Según la geografía interior que habita en la mujer de la anécdota, hay una Berlín “bella”, que encarna el progreso y la civilización, y otra que, para decirlo con Arturo Jauretche –o con el sifrinaje que retratara tan fielmente–, es una ciudad de mierda, allá lejos, donde la vista no alcanza. La tragedia permanente de las élites latinoamericanas –y de muchos que aspiran a tal condición– es que “este país de mierda” es lo que toca padecer todos los días. De allí, entre muchos otros, los 410
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fenómenos del respectivo peregrinar a Miami o el celoso encierro en las urbanizaciones. De allí también su desencanto, su pesimismo, su característica mala vibra. Ahora imagínese al país gobernado por un tipo como Chávez, y a muchos chavistas, por todos lados, socavando los pilares del progreso: no es para menos tanta iracundia. Cosa curiosa, en cierto chavismo es posible identificar signos de colonización de su geografía interior, y lo vemos repitiendo el mismo discurso autodenigratorio. ¿Desea saber si usted forma parte de él? Responda a las preguntas: ¿cuál es la Caracas “normal” y “auténtica”, y cuál es la Caracas “fea”?
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Caracas, te amo 5 de octubre de 2011
“Alerta, alerta, el mono que camina (…) ya tú sabes, guarden todos sus celulares, sus Black Berry, cuidao en la Bolívar, cuidao en la Miranda, cuidao en la autopista, suban los vidrios del carro”. Palabras más que menos, entre carcajadas –me los imagino dándose palmadas en la espalda, como niñitos malos de escuela, como adolescentes acomplejados y malcriados que sólo salieron de las cuatro paredes de su urbanización para ir al centro comercial, la playa de moda o Miami–, así cerraban su programa de radio un par de locutores de la 92.9 FM, una tarde de miércoles, hace un par de semanas. Si la idiotez –disfrazada de “humor negro”– de este par de individuos tiene límites o no, es algo que no viene al caso. Si algún valor tienen sus palabras es que nos ilustran la manera como parte de la población experimenta la ciudad de Caracas. Aquella declaración, entre racista y facha, no es una simple “opinión”: es el retrato –o una pincelada, si se quiere– de una cierta geografía interior que los habita, que los predispone a odiarla y padecerla en lugar de amarla. Hostil, caótica, brutal, sórdida… violenta. ¿Quién duda que Caracas sea eso y más? Amigos entrañables han dejado atrás Caracas huyendo de algún recuerdo insoportable. Cuántos sueños triturados, cuántas voluntades doblegadas. ¿Quién no ha sido asaltado por esa insuperable sensación de alivio, de aliento recobrado, cuando agarra carretera Venezuela adentro para reconfortarse con la infinita belleza de su gente? Sin embargo, y en lo que a mí respecta, no puedo conformarme con esa manera de narrar la ciudad que, más que retratar la violencia, la recrea, porque como la “carne” –de allí que la “urbe” se vista de bikini–, la violencia vende. La violencia es un bien simbólico que no sólo produce dividendos económicos, sino también políticos: recrearla es una manera de perpetuarla. Ceder al chantaje de quienes recrean la violencia no hace más que asegurarles su lugar en el mundo a los que hablan de “monos” para referirse a seres humanos. Equivale a autoexcluirnos. 412
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Bien vale la pena narrar la otra historia de Caracas, comenzando por la de esa “gente del barrio” que “sí quiere vivir”, como dice la canción de Área 23. Esa Caracas con su tumbao, sus ritmos, sus gestos, que está harta de la violencia, pero sobre todo de aquella violencia que nace del desprecio. Una Caracas que todos los días se empecina, remonta la cuesta, supera adversidades, porque desea vivir mejor. Una Caracas que cuando se va a la calle a pelear es una fiesta. Una Caracas que ama apasionadamente, con alegría, con furor, como las amantes que lo entregan todo, porque se juegan la vida en el acto de amar. Por eso, Caracas, te amo.
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Contra las “polémicas” (y en favor de la unidad) 14 de marzo de 2012
Por fortuna, ciertas “polémicas” que “estremecen” recientemente al chavismo están infinitamente lejos de expresar lo que podría denominarse el estado de ánimo actual del campo popular y revolucionario. De hecho, podría decirse de ellas todo lo contrario: que constituyen lo más parecido al anticlímax, uno que llega al extremo de la parodia. Lo que parodian es la “crítica”, la “irreverencia”, y es por eso que el fulano “estremecimiento” apenas es capaz de simular el que produciría una minúscula piedra en un vaso de agua. No me referiré a ninguna de ellas con detalle, ni falta que hace. Muchas manos ponen el caldo morado. Casi siempre, en medio del griterío, lo mejor es hacerse a un lado y guardar silencio. Pero a veces no basta con el silencio, y hay que decir como Bartleby, el escribiente: “Preferiría no hacerlo”. Algunos parecen haber olvidado que las pantallas de televisión, las páginas de los periódicos, los programas de radio son, además de una responsabilidad, una oportunidad, no un privilegio. Que esos espacios no son para la política boba y mentecata que tanto hastío produce, mucho menos para dirimir rencillas personales que a nadie, léase bien, a nadie le interesan, salvo a un pequeñísimo grupo de chismosos. En lugar de pontificar y de “enseñarnos” lo obvio, en lugar de hablar y hablar de “disciplina”, practíquenla y agarren calle. Prediquen con el ejemplo si es que se creen con la autoridad suficiente como para convertirse en predicadores, vénganse con nosotros que no estamos perdiendo el tiempo y, por supuesto que sí, lo que estamos es encampañaos. Sacúdanse el polvo, las telarañas, hagan un poco de calistenia y agarren calle. Unidad, unidad, unidad. Es cierto que unidos seremos invencibles. Pero comiencen por no separarse del pueblo. Dejen de simular que lo de ustedes es un histórico juego de ajedrez, que están transados en una partida Kárpov-Kaspárov, o más bien Spassky contra Fischer. Qué táctica ni qué táctica, si ustedes son la clausura de la 414
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razón estratégica. Agarren una bola criolla e intenten arrimar una pal mingo. Vengan y vean cómo estamos construyendo el Gran Polo Patriótico desde abajo, sin escándalos, sin grandes aspavientos, sin alardes. ¿Ustedes recuerdan aquella línea del comandante: hagamos política revolucionaria más allá de los partidos? Pues en esa andamos. Mientras tanto, el antichavismo –esto es, los que militan en la “unidad democrática”–, intentando desesperadamente parecerse a nosotros. Así va la política nacional, por si no se han dado cuenta. Siendo así las cosas, mal pueden pretender dictarnos lecciones de nada para que dejemos de actuar como nosotros. Mal haríamos si comenzamos a actuar como ustedes.
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De magos, recetas y listas 4 de julio de 2012
Seguramente Sandra Mikele se reirá, pero no puedo evitar sentirme un poco viejo al confesar que me produce coraje el desparpajo total con el que tanto imberbe actúa como si todas las preguntas sobraran porque ya están dadas todas las respuestas. He de aclarar que no se trata de un asunto generacional, aunque mi hija insista en que es inútil cualquier intento por disimular mis canas y mis achaques: me refiero a la clase de inmadurez política que no distingue edades ni jerarquías, con todo y que ella sea más frecuente entre quienes jamás tuvieron que comerse las verdes. El punto es que en algún momento tendremos que tomarnos en serio el esquivo tema de los estilos de militancia, que es lo mismo que decir nuestras prácticas corrientes, nuestra manera de entender la política, nada más y nada menos. Mientras tanto, de manera simultánea al intento por reducir la “autocrítica” a puro convencionalismo, actúa a sus anchas un tipo de militante que hace tiempo dejó de ser impetuoso, cual veinteañero que desea devorarse el mundo, para convertirse en soberbio, lo que nos indica una cierta tendencia a la decrepitud que deberíamos interpretar como una advertencia. La figura del militante abnegado que lo sacrifica todo para guiar, día tras día, a las masas ignorantes; la pobreza de análisis de los opinólogos –es decir, los expertos en nada–; la competencia entre ególatras; la virulencia de algunas diatribas entre “camaradas”, son sólo algunos signos de estos tiempos, tan distantes de aquellos días en que no existían las redes sociales, ni clubs de fans de programas televisivos, porque estábamos ocupados en las calles, participando y protagonizando. Sí, aquellos días en que todos, o casi todos, éramos iguales en nuestra ignorancia sobre los modos de hacer una revolución, porque entendíamos perfectamente que no había recetas ni fórmulas mágicas. Pero vaya, con qué facilidad se tropieza uno, de un tiempo a esta parte, con los magos más inverosímiles, gente obsesionada con recetas y listas. Siguen siendo, por fortuna, minoría, pero una que 416
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ha desarrollado cierta habilidad para hacer ruido, porque al fin y al cabo se trata de destacar, no importa cómo. Algunos dirán que escribo con nostalgia por los viejos buenos años, que se trata de adaptarse a las nuevas circunstancias. Pero algo así sólo puede ser dicho por quienes se sienten derrotados, y no es mi caso. Sandra Mikele dirá que mi problema es que estoy padeciendo eso que llaman crisis de la mediana edad. Es posible. En todo caso, procuro no dar nada por sobreentendido. Sigo haciéndome preguntas, como la mayoría de quienes apoyan esta revolución, y apostándole a las respuestas colectivas. Es eso o morir prematuramente.
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Por lealtad hacia los desconocidos 1 de agosto de 2012
Estar en campaña no tendría que significar hacer una pausa en el trabajo militante para dedicarse a lo “electoral”, y asumir la tarea con una cierta resignación, derivada del hecho de que, después de todo, somos demasiado humanos y estamos movidos por las pasiones más bajas, por lo que no quedaría otra alternativa que prometer, embaucar y ensuciarse las manos, como siempre se ha hecho. Al contrario, estar encampañado es una oportunidad como pocas para revisar nuestra noción de militancia y evaluar hasta qué punto ella se corresponde con esa política “otra” que, convenzámonos de una vez, es urgente inventar y desplegar. Entender, por ejemplo, que no tiene sentido alguno pretender que algo como la construcción del “hombre nuevo” –por citar una consigna muy socorrida– es una tarea que se acometerá con hombres y mujeres nuevos, y no con nosotros, los “viejos”, es decir, con seres humanos de carne y hueso con una voluntad enorme para luchar y cambiar, pero que cargamos con los valores de la vieja sociedad. En un hermoso texto de 1997, en el que indagaba sobre las Razones y pasiones militantes, Daniel Bensaïd defendía la idea de que la militancia, eso que pudiera llamarse el “compromiso militante”, tiene que ver tanto con la “adhesión a grandes ideas, como a esas fidelidades moleculares, esas mínimas relaciones de memoria y acción” asociadas a lo que algún militante polaco enunciaba como “lealtad hacia los desconocidos” (Bensaïd, 2011). Militamos en la revolución bolivariana “por lealtad hacia los desconocidos”. Escribía Bensaïd:
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truenos. Se llega a ser revolucionario por lógica del corazón y de la razón. [Militamos porque] este mundo es inaceptable. Por tanto, hay que intentar cambiarlo, sin ninguna garantía de conseguirlo. Esto es lo primero (Bensaïd, 2011).
Militamos porque no nos da la gana de renunciar a lo que hemos conquistado durante todos estos años. Se puede renunciar a esta “lógica del corazón y de la razón” por tres razones: “por mala fe, por resignación o por cinismo”. Es fácil hacerlo en tiempos de campaña y repetir las prácticas de la vieja política y actuar como si todo se tratara de cuotas de poder y de cargos y de privilegios. Pero siempre podemos reafirmar nuestra “lealtad hacia los desconocidos” que luchan por cambiar el mundo.
Militar compromete un sentido de la responsabilidad hacia los desconocidos, sin eclipses ni intermitencias. Ahí estamos. No en el simple compromiso (…) En realidad, de eso se trata. No de casarse con tal causa o tal partido, sino de vivir una relación con el mundo sin reconciliación posible. El compromiso no es un despertar matinal después de una noche de rayos y 418
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Muéstrale a ese hombre que llamas Tío Tom por qué está equivocado
Para eso es que son los hermanos 18 de septiembre de 2012
Muéstrale a esa mujer que llamas hermana que eres un hombre negro sincero Todo lo que necesitamos es verte cerrar la boca y ser un negro Ayuda a esa mujer
Quizá no todos los que han visto La revolución no será transmitida (The Revolution Will Not Be Televised), de Kim Bartley y Donnacha Ó Briain, estén al tanto de que el título del documental se inspira en una pieza del músico, escritor y poeta negro estadounidense Gil Scott-Heron (1949-2011), de quien se dice es uno de los precursores del hip hop. En efecto, The Revolution Will Not Be Televised es la pista inicial del primero de los discos de Scott-Heron, de 1970, una joya llamada Small Talk at 125th and Lenox. Pero es de la tercera pista, Hermano (Brother), de la que quería contarles. En la breve intro de Brother, Scott-Heron explica que el poema cantado se inspira en la actitud de algunos negros revolucionarios en Harlem a finales de los 60, que se paraban en las esquinas a predicar la buena nueva sobre la revolución que se avecinaba, y para lo cual había que estar preparados. Nos ocupamos demasiado de los aspectos externos, hermano
Ayuda a ese hombre Para eso es que son los hermanos, hermano.
Está claro: no basta con haber visto La revolución no será transmitida y sabérsela de memoria. Lo decisivo es aprender de lo vivido y estar prevenidos contra quienes tanto se ocupan de lo superficial: siempre las mismas consignas, el uniforme, las mismas lecturas manualescas. Jefecillos que hablan del pueblo ignorante o la burocracia, según sea el caso. Hacerles saber que los estamos observando, que se comportan como rémoras. Recordarles lo que eran antes de Chávez. Explicarles que de nada vale llamarse “revolucionarios” si siguen actuando como politiqueros. Exigirles que cierren la boca, que se hagan a un lado, si es que ya no tienen nada que ofrecer. Para eso también son los hermanos. Bróder.
siempre afros, apretones de manos y dashikis (...) siempre el hombre lee a Mao o Fanon (...) parados sobre una caja en la esquina, hablando de liquidar al hombre blanco (...) llamándole a este hombre Tío Tom y diciéndole a esta mujer que se deje el afro pero no le hablarías si ella luciera como el demonio, ¿o sí lo harías, hermano? Algunos de nosotros hemos estado observando tus actos muy de cerca y hasta ahora nos parecen un tanto flojos (...) Fue demasiado fácil para ti olvidarte de que eras un “negro” antes de Malcolm Paseabas a tu novia blanca por el barrio todos los viernes por la noche (...) Necesitas organizar tus bancos de memoria, hermano 420
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Preservar el legado
25 de septiembre de 2012 El extravío: tal es el riesgo que corremos si olvidamos las raíces que alimentan la revolución bolivariana: Bolívar, Zamora, Robinson. No se trata de resguardar celosamente la “verdad” que nos fuera revelada, una “verdad” definitiva e inmarcesible, sino de recordar que la verdad siempre resulta de la lucha. Tampoco se trata de reclamar una vuelta al “origen”, algo así como el rescate de una identidad heroica que terminamos traicionando. Al contrario, la clave está en recordar que esto que somos es el resultado de una invención desprejuiciada. Nuestra fatalidad consistiría en olvidar que somos el producto de la lucha y de la invención. Si Bolívar, Zamora y Robinson dejan de luchar en nosotros, si no podemos más que convertirlos en una mala copia, estamos perdidos. En sus Consejos de amigo, dados al Colegio de Latacunga, Samuel Robinson distinguía tres tipos de maestros: “Unos que se proponen ostentar sabiduría, no enseñar. Otros, que quieren enseñar tanto que confunden al discípulo. Y otros, que se ponen al alcance de todos, consultando las capacidades” (1990: 260). La distinción cabe para el caso de los líderes políticos, y aun para los militantes en general: la revolución bolivariana no necesita “sabios”, ni políticos que quieren enseñar de todo, porque saben de todo, a quienes no saben nada. Siguiendo a Robinson, “obedecer ciegamente” (1990: 271) no puede ser el principio que gobierne. Ponerse al alcance de todos. Eliminar las distancias. La trampa de los “sabios” es que presuponen la distancia, como si el pueblo tuviera que obedecerlos para reducir su ignorancia, para ser un poco como los “sabios”. Robinson planteaba que enseñar es, ante todo, enseñar a preguntar, para que “se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos” (Rodríguez, 1990: 271). Cuando el sábado 22 de septiembre, en Valera, Chávez exhortó a la juventud a que asumiera posiciones “en la conducción del proceso político revolucionario” para luchar contra “el burocratismo, la 422
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corrupción, la ineficiencia”, estaba justamente reduciendo a cero la distancia que se procuran los “sabios” y se reservan los tiranos. Aún más, cuando Chávez reivindica la “audacia revolucionaria” y “esa actitud permanentemente irreverente de la juventud, crítica y autocrítica”, no sólo está reconociendo capacidades, sino que todo su discurso es un alegato contra la obediencia ciega y en favor del criterio propio. De esas raíces venimos y nos alimentamos. Por ellas somos. Queda de nosotros preservar el legado.
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El chavismo salvaje: miradas desde el sur de nuestra América Marzo de 2017
Un gran escritor argentino sostuvo alguna vez que luego de leer un buen libro, algo cambia en nosotros para siempre. Esto es probablemente parte de lo que está experimentando quien tiene en sus manos El chavismo salvaje, y llegó hasta este epílogo. Luego de tamaña lectura, muchas veces se nos impone un detenimiento, una pausa en la cual van decantando las reflexiones, las palabras y las imágenes que nos dejó el transcurrir de las páginas. Pero para quienes intentamos construir en forma cotidiana experiencias desde los movimientos populares, y tenemos en la Venezuela bolivariana a un proceso de referencia política, el cambio que nos ofrece este libro es de una magnitud aún mayor. Fue precisamente quien prologa este libro, Guillermo Cieza, quien años atrás alentaba a un grupo de jóvenes militantes a “escribir nuestra propia historia política”. Cieza fundamentaba esta invitación en el hecho de que, si nosotros/as no lo hacíamos, vendría alguien desde afuera a pretender hacerlo. Varios años más tarde, Reinaldo Iturriza expresa con este libro aquel objetivo tan importante: escribir, sistematizar y registrar las experiencias políticas colectivas de las que somos protagonistas. Dicha apuesta es la arcilla fundamental con la cual el autor realiza un balance sólido, crítico y consistente sobre esa compleja experiencia política caribeña denominada “chavismo”, o “revolución bolivariana”. La arcilla con la que Iturriza construye este libro es entonces la de la reflexión a partir de la práctica, fórmula alquímica que sintetiza la esencia del materialismo histórico: es decir, la reproducción mental de un proceso real en el cual se interviene con perfil transformador. Esto nos permite conocer la experiencia venezolana, más allá de los titulares periodísticos críticos que lanzan los grandes 437
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El Chavismo Salvaje
consorcios mediáticos internacionales, así también como de las miradas románticas, más propias de un “hiperchavismo”, que el autor cuestiona. Por el contrario, la del autor es una mirada seria, honesta y comprometida. Con ello, el libro logra poner en debate un conjunto de ideas, procesos y nudos políticos propios de la experiencia chavista, analizados desde la lucidez y la formación de uno de los cuadros más destacados del proceso bolivariano. Es por ello verdaderamente motivo de celebración y entusiasmo contar con un aporte reflexivo como este, que no deja afuera los principales ejes problemáticos de la experiencia política que volvió a colocar en el centro de la escena internacional al concepto de “socialismo”, vilipendiado tras el parteaguas de 1989. Transitar con Iturriza estas palabras, entonces, ayuda a comprender que ese zambo que conquistó a las mayorías desposeídas de Venezuela, si bien fue único en su personalidad desafiante, también representó la punta de un iceberg constituido por militantes, organizaciones de base, sindicatos combativos, y una enorme mayoría social que se movilizó en torno a él, y a sus conquistas. Pero estas páginas, además de clarificarnos lo acontecido en Venezuela, son una herramienta fundamental para pensar los desafíos de la Argentina reciente. Claro que Argentina y Venezuela representan dos escenarios distintos, y que se trata de naciones con tradiciones diversas y desarrollos diferenciales en cuanto a las estructuras de sus élites, de sus clases dirigenciales, y respecto de la conformación de su clase trabajadora. No obstante, son numerosos los nudos políticos centrales que Iturriza identifica en la lucha de clases en Venezuela, que pueden a la vez encontrar su homólogo en nuestras latitudes. Cuando el autor analiza las contradicciones sociales en Venezuela, y sostiene que: “puesto a elegir entre quienes parten del esquema civilización/barbarie para pensar la política y los mismos bárbaros, elegiré siempre a estos últimos”, elige una narrativa que claramente se asemeja a los contornos que asumieron las disputas entre sectores dominantes y mayorías populares en nuestras tierras del sur de América. El férreo rol opositor de los grandes medios de comunicación en Venezuela denunciado por el autor, que han operado insistentemente en función de horadar la legitimidad del chavismo sin ahorrar para ello en montajes y difamaciones, también muestra una sorprendente semejanza con las respuestas que se han observado en nuestro país ante cualquier iniciativa popular que confrontó con los intereses del establishment mediático. Es principalmente desde los medios de comunicación opositores, como desde los partidos 438
políticos amparados por los sectores concentrados de la economía venezolana, desde donde se ha intentado desprestigiar al proceso bolivariano aludiendo a la vieja idea de la “polarización”. Y nuevamente, al respecto la mirada del autor es novedosa: escapa a los lugares comunes que critican la polarización y, por el contrario, proclama: “contra las voces que claman por la ‘despolarización’ de la sociedad venezolana, (…) la necesidad de repolarizarla, recuperando y afinando los mecanismos de interpelación mutua entre Chávez y la base social del chavismo”. Como se ve, lejos de abogar por un descenso en la polarización, el autor propone repolarizar, es decir agudizar las contradicciones como sinónimo de un proceso de avance en el escenario de asedio entre los sectores populares y los sectores acomodados. Esta perspectiva contribuye también a pensar nuestros propios desafíos como sociedad, y a develar que, tras el supuesto anhelo reciente de los sectores dominantes por “unir a los argentinos”, se esconde la idea revanchista de recuperar el espacio perdido durante los últimos años. Para Iturriza, Repolarizar no significa estimular los odios. Significa comprender que es necesario construir un muro de contención contra la “polarización salvaje” que sobrevendría si la oposición retomara el control de los poderes del Estado; esto es, cuando las fuerzas entonces victoriosas ya no necesiten recurrir al discurso del “diálogo”.
Esta última reflexión pinta el cuadro completo de la hipocresía de los sectores conservadores y de la derecha que, estando en la oposición apelan al diálogo, pero una vez siendo oficialistas priorizan la represión y la estigmatización; parecería éste último, un párrafo escrito de manera providencial para observar hoy el caso argentino. El camino de la crítica Pero no es solamente la capacidad de develar los mecanismos de la oposición desestabilizadora lo que nos permite este libro. También contiene un análisis profundo de las propias limitaciones internas que enfrentó la experiencia bolivariana. La crítica a los hiperoficialistas, incapaces de recibir un cuestionamiento interno, es un elemento central que ayuda a pensar también la cotidianidad de la construcción de poder popular en Argentina, así también como los debates que sobrevendrían en un hipotético escenario de un gobierno protagonizado por nuestras organizaciones políticas. 439
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En ese debate, Iturriza critica la acusación simplista de “hacerle el juego a la derecha”, hacia todo aquel agrupamiento que expone limitaciones internas al interior del bloque popular, así como posibles errores en su conducción política. Es por ello que el autor, militante chavista, no se priva inclusive de criticar al propio Chávez, por ejemplo en relación al poco espacio para la crítica en las organizaciones propias: me cuesta entender y asimilar la decisión del presidente Chávez de crear un Comité Disciplinario transitorio para un partido como el PSUV, que está en pleno proceso de conformación, un partido que no tiene estatutos, ni siquiera militantes (sino aspirantes).
Es en estos casos donde la dimensión del aporte de este libro cobra un valor por demás destacado. Iturriza muestra cómo puede hacerse una crítica sana, sincera y constructiva, sin dejar por ello de ser parte de un proyecto en el cual se milita en forma integral, y por el cual se deja la vida. Y esto no responde únicamente a una postura intuitiva o emotiva del autor, sino a un planteo político con sólidos fundamentos teóricos, que lo llevan a recuperar a plumas destacadas de la tradición de izquierda como la de Rosa Luxemburgo o la de Michel Foucault. Es desde dicho armazón conceptual, y desde la vocación de aportar en la construcción de poder popular desde dentro del proyecto bolivariano, que Iturriza defiende una perspectiva estratégica de la crítica. Con ello, crítica y auto-crítica se convierten en métodos políticos para mejorar las intervenciones colectivas: sospecho que la crítica es en sí misma “estratégica”, porque no hay forma de construir nada parecido a una sociedad democrática y revolucionaria si las fuerzas sociales que en ella hacen vida están incapacitadas o imposibilitadas de criticar aquello que nos impide avanzar en la construcción de esa misma sociedad.
Por otra parte, el armazón teórico que reviste a las palabras del autor, también provee elementos sumamente significativos para pensar uno de los principales desafíos de la izquierda popular, alternativa o independiente en nuestro país: la construcción de un partido desde el movimiento popular, y su vínculo con éste último. En dicho debate, el autor se posiciona de manera contundente contra lo que denomina el “partido/maquinaria”, al cual considera: “fuente permanente de malestar, desmoviliza, desmoraliza y es una de las fuentes de las que bebe el hastío por la política que ya expresa 440
Epílogo
parte del chavismo popular”. Por el contrario, defiende la idea de un “partido/movimiento”, que deje: “de considerar a los movimientos sociales –las múltiples formas de organización popular que trascienden al partido– ‘como simples correas de transmisión’”. Esta tensión reenvía también a un debate que fue central en el ciclo de ascenso de la lucha de masas en Argentina, hacia finales del siglo XX, en el cual los viejos partidos de la izquierda tradicional no supieron –o no quisieron– establecer un vínculo armónico con las organizaciones sociales que crecían exponencialmente al calor del sector desocupado: aquel tendal de excluidos/as que el neoliberalismo había sembrado. En esa tensión, no es un dato menor que sea precisamente un funcionario de Estado, de un gobierno que lleva más de quince años en el poder, quien plantee la necesidad de recuperar la lógica del partido/movimiento, y se presente como un férreo opositor a las dinámicas burocráticas. Es que, en definitiva, es la propia crítica al Estado burgués, pero desde una experiencia siu géneris que se atrevió a modificar ese mismo aparato estatal desde dentro, lo que expresa el testimonio de Iturriza: “no nos corresponde la defensa acrítica del Estado burgués anquilosado, corrompido e ineficiente, sino echar las bases de una nueva institucionalidad democrática. Y eso sólo es posible con participación popular”. Este desafío en torno a las transformaciones de la sociedad, del Estado y de la construcción de poder popular, es el que amplía enormemente el registro político para todos y todas quienes pretendemos mejorar nuestra formación y nuestras construcciones políticas. Como se observa, estas páginas nos muestran que son numerosas las semejanzas entre los desafíos que enfrenta el chavismo popular, y los que enfrentamos los movimientos populares de Argentina. Esto tal vez sirva para deconstruir, una vez más, aquel mito fundador de las clases dominantes liberales de nuestro país, que sugiere que los argentinos descendemos de los barcos. Dicho mito, que empalma con la pretendida idea de que Argentina es la “Francia” de América, calaron de manera muy honda en el imaginario social de nuestro país, dificultando nuestro proceso de identificación con el resto de los países de América Latina. Por el contrario, y sin negar la obvia y decisiva influencia que tuvieron las migraciones de otros continentes en la conformación de nuestra sociedad, observar la experiencia venezolana de la mano de Iturriza fortalece nuestra inscripción latinoamericanista, y nos confirma que son equivalentes los desafíos que nos tocan a los pueblos de América, cuando de enfrentar a las clases dominantes se trata. 441
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Es por todo esto, que las páginas de este libro nos ayudan a repensarnos a nosotros mismos, al mismo tiempo que a entender las complejas tramas que constituyen a la experiencia chavista. Para terminar, vale recordar que hacia finales de 1920, el destacado teórico y militante peruano José Carlos Mariátegui solicitó: “si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de meter toda mi sangre en mis ideas”. Las páginas de este libro nos reafirman que aquel anhelo de Mariátegui sigue vivo en los pasos de Iturriza, y de quienes construyen día a día el chavismo popular. Francisco Longa
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