El bandolero y la frontera: Un caso significativo: Navarra, siglos XVI-XVIII 9783865279484

A partir de la figura del bandolero, estudia la violencia como campo privilegiado en el que convergen las estrechas rela

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Spanish; Castilian Pages 372 Year 2006

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ÍNDICE
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: La Iglesia. Construcción de una nueva sociedad y de un hombre nuevo
CAPÍTULO I. LA DOCTRINA DE LA IGLESIA FRENTE AL BANDOLERO
SEGUNDA PARTE: El Estado. La aplicación de las ideas: legislación e instituciones
CAPÍTULO II. UNA LEGISLACIÓN PARA LA PACIFICACIÓN DE LA SOCIEDAD
CAPÍTULO III. LA COMUNIDAD LOCAL Y SU PROTAGONISMO
CAPÍTULO IV. EL CONTROL Y LA PERSECUCIÓN
CAPÍTULO V. LOS TRIBUNALES REALES COMO INSTANCIA SUPERIOR
CAPÍTULO VI. EL CASTIGO
CAPÍTULO VII. INMUNIDAD,GRACIA,PERDÓN
TERCERA PARTE: Un reino de frontera, un reino de bandidos
CAPÍTULO VIII. EL BANDOLERISMO COMO MANIFESTACIÓN DE LA CRIMINALIDAD
CAPÍTULO IX. LOS PIRINEOS: FRONTERA O NEXO ENTRE LAS VERTIENTES
CAPÍTULO X. EL VECINO DEL ESTE: EL REINO INGOBERNABLE
CAPÍTULO XI. LA FRONTERA CASTELLANA
CAPÍTULO XII. UN BANDOLERISMO ENDÉMICO
CONCLUSIONES
FUENTES
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS
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El bandolero y la frontera: Un caso significativo: Navarra, siglos XVI-XVIII
 9783865279484

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BIBLIOTECA ÁUREA HISPÁNICA Universidad de Navarra Editorial Iberoamericana

Dirección de Ignacio Arellano, con la colaboración de Christoph Strosetzki y Marc Vitse

Biblioteca Áurea Hispánica, 38

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EL BANDOLERO Y LA FRONTERA Un caso significativo: Navarra, siglos XVI-XVIII

DANIEL SÁNCHEZ AGUIRREOLEA

Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2006

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Bibliographic information published by Die Deutsche Bibliothek Die Deutsche Bibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the Internet at .

Agradecemos a la Fundación Universitaria de Navarra su ayuda en los proyectos de investigación del GRISO a los cuales pertenece esta publicación. Agradecemos al Banco Santander Central Hispano la colaboración para la edición de este libro.

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2006 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2006 Wielandstr. 40 – D-60318 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 84-8489-203-4 (Iberoamericana) ISBN 3-86527-214-2 (Vervuert) Depósito Legal: Cubierta: Cruz Larrañeta Impreso en España por The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706

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A Martín y Mertxe

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ÍNDICE

PRÓLOGO ..................................................................................... INTRODUCCIÓN .........................................................................

PRIMERA PARTE: LA IGLESIA. CONSTRUCCIÓN DE UNA

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NUEVA SOCIEDAD

Y DE UN HOMBRE NUEVO

CAPÍTULO I. LA DOCTRINA DE LA IGLESIA FRENTE AL BANDOLERO ................................................................................. 1. La teología moral y la doctrina sobre la violencia ........................ 1.1. Evolución de la teología moral ............................................. 1.2. Homicidio, robo y violencia según la teología moral ............ 1.2.1. V mandamiento: No matarás ...................................... 1.2.2. VII mandamiento: No robarás .................................... 1.2.3. VIII mandamiento: No levantarás falsos testimonios ni mentirás ...................................................................... 1.2.4. El pecado capital de la ira .......................................... 2. Los medios doctrinales ................................................................. 2.1. La confesión ......................................................................... 2.2. La predicación ...................................................................... 2.3. Otros medios ........................................................................ 3. El bandolero como ejemplo de mal cristiano y su disciplinamiento 3.1. El asaltador «francés» y «protestante» ..................................... 3.2. El gitano heterodoxo ............................................................ 3.3. La mala vida del bandolero ................................................... 3.4. El robo sacrílego ................................................................... 4. Un proyecto de sociedad, un hombre nuevo ................................ 4.1. Una sociedad organicista ...................................................... 4.2. Un hombre nuevo ................................................................

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SEGUNDA PARTE. EL ESTADO. LA APLICACIÓN DE

LAS IDEAS

CAPÍTULO II. UNA LEGISLACIÓN PARA LA PACIFICACIÓN DE LA SOCIEDAD .........................................................................

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CAPÍTULO III. LA COMUNIDAD LOCAL Y SU PROTAGONISMO ............................................................................................ 1. La comunidad: fuerza disciplinadora ............................................. 2. Las limitaciones del sistema disciplinador local ............................. 3. El caso de Pamplona ....................................................................

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CAPÍTULO IV. EL CONTROL Y LA PERSECUCIÓN .............. 1. Medidas ordinarias para el control y persecución de grupos «peligrosos» .......................................................................................... 1.1. «El Gran Encerramiento» ...................................................... 1.2. Persecución de vagos y gitanos ............................................. 2. Medidas extraordinarias para la persecución de malhechores ........ 2.1. Cuerpos especializados en la persecución de malhechores .... 2.2. Comisionados ....................................................................... 2.3. Causa General de Ladrones de 1739 .................................... 2.4. Lucha contra los obstáculos jurisdiccionales .......................... 2.4.1. Los tratados de extradición ......................................... 2.4.2. El fuero militar ........................................................... CAPÍTULO V. LOS TRIBUNALES REALES COMO INSTANCIA SUPERIOR ............................................................................. 1. Los tribunales reales como instancia superior ............................... 2. ¿El proceso judicial como generador de indefensión? ................... 3. El rigor en los tribunales .............................................................. 3.1. La búsqueda de pruebas ........................................................ 3.2. Garantías en el ejercicio de la justicia ................................... 4. El principio de arbitrio ................................................................ 4.1. Atenuantes y agravantes ........................................................ 4.2. Finalidad del arbitrio: el restablecimiento de la paz y el orden social ..................................................................................... CAPÍTULO VI. EL CASTIGO ........................................................ 1. El proceso judicial como castigo .................................................. 2. Castigos ejemplares ....................................................................... 3. Castigos utilitarios ........................................................................

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CAPÍTULO VII. INMUNIDAD, GRACIA, PERDÓN .................. 1. La inmunidad local ....................................................................... 2. El derecho de gracia: la justicia intervenida .................................. TERCERA UN

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PARTE.

REINO DE FRONTERA, UN REINO DE BANDIDOS

CAPÍTULO VIII. EL BANDOLERISMO COMO MANIFESTACIÓN DE LA CRIMINALIDAD ................................................... 1. Definición y origen de la palabra «bandolero» ............................. 2. El bandolerismo: ¿protesta popular, lucha de bandos o brazo armado de la nación? ...................................................................... 3. Breve bibliografía ......................................................................... CAPÍTULO IX. LOS PIRINEOS: FRONTERA O NEXO ENTRE LAS VERTIENTES ................................................................. 1. La frontera difusa: los lazos entre los valles ................................... 2. Consolidación de la frontera militar y jurisdiccional: el inicio del desencuentro ................................................................................ 3. Protestantismo versus catolicismo pirenaico en la Era Confesional: el nacimiento de la frontera identitaria ......................................... 4. Emigración francesa hacia el sur: la xenofobia .............................. 5. La dialéctica nacional y la percepción de los conflictos locales pirenaicos ........................................................................................ 6. El Pirineo en la Edad Moderna: las bases para una frontera cultural-identitaria ................................................................................ CAPÍTULO X. EL VECINO DEL ESTE: EL REINO INGOBERNABLE ............................................................................................ 1. El vecino del este: el reino ingobernable ...................................... 2. La raya con Aragón, una paz inestable .......................................... 3. Bandolerismo y honor, conflictos sociales y políticos ................... 3.1. Cascante 1530-1540. Un ejemplo de lucha de bandos en el XVI 3.2. Tudela y Ablitas en 1540: la inestabilidad social, refugio para los delincuentes .................................................................... 3.3. Olite en 1570: la fuerza de los tribunales y la debilidad de los parientes .......................................................................... 3.4. Sangüesa en 1578-1590 ........................................................ CAPÍTULO XI. LA FRONTERA CASTELLANA ........................ 1. Principios del XVI: fin de los conflictos fronterizos y de bandos ... 2. El «vagamundo» ............................................................................

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CAPÍTULO XII. UN BANDOLERISMO ENDÉMICO ............... 1. Las causas del bandolerismo ......................................................... 1.1. Marginación y miseria .......................................................... 1.2. El botín como complemento de la economía campesina ..... 1.3. El bandolero famoso ............................................................. 2. Los lugares del bandolerismo ....................................................... 2.1. La frontera pirenaica ............................................................. 2.2. La frontera castellana ............................................................ 2.2.1. La frontera guipuzcoana ............................................. 2.2.2. La frontera alavesa ....................................................... 2.2.3. La frontera riojana ...................................................... 2.3. La Ribera ............................................................................. 2.4. La frontera aragonesa ............................................................ 2.5. Ferias y mercados ................................................................. 2.6. Pasos y aduanas: los guardas como salteadores ....................... 3. El bandolerismo en Navarra según la Causa General de Ladrones de 1739 ........................................................................................ 4. La Navarra del Setecientos. Toma de conciencia o incremento real del bandolerismo ..........................................................................

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CONCLUSIONES ................................................................................... FUENTES ............................................................................................ BIBLIOGRAFÍA ..................................................................................... ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS ..............................................................

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PRÓLOGO

El inicio de la Edad Moderna en Europa estuvo marcado por el hecho trascendental de las Reformas religiosas. Éstas, además de abrir la caja de Pandora de las guerras de religión, dieron lugar también a todo un proceso de cambio de los comportamientos gracias al «disciplinamiento social» que, desde las más variadas instancias, marcó a los hombres y mujeres de la época. Este proceso de cambio, conocido por la historiografía alemana como «confesionalización», tuvo también repercusiones directísimas sobre las instituciones políticas, pues contribuyó a forjar y a fortalecer el Estado Moderno. Es decir, asistimos a un proceso histórico en el que se dieron unas estrechas relaciones entre religión, Estado y sociedad. De ahí que se convierta en algo fundamental para el historiador modernista descubrir y analizar los mecanismos esenciales de esa confesionalización. Una de las líneas que puede contribuir a este análisis es, sin duda, el estudio de la violencia. La aproximación a estos temas ha sido diversa. Sociólogos, filósofos, antropólogos o historiadores, atraídos por la novedad de los planteamientos metodológicos y explicativos de determinadas teorías sociales prestaron atención a los estudios de larga duración –cualitativos, pero sobre todo cuantitativos– con el objeto de poder comprender mejor sus manifestaciones en nuestros días e incluso establecieron modelos –a mi modo de ver, esclerotizados–, del comportamiento humano a lo largo de la historia. Afortunadamente, y como escribía Octavio Paz, no estamos ante un libro que pretenda «imponer esquemas geométricos sobre realidades vivas». Enmarcado en este período, el trabajo de Daniel Sánchez Aguirreolea ha tenido por objeto el análisis de los cambios sociales en una sociedad de Antiguo Régimen a través del estudio de la violencia. Dada la complejidad y vastedad del tema, el autor, inteligentemente, ha

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tomado como referencia para su análisis el mundo del bandolero en uno de los territorios que comprendían la Monarquía Hispánica, el reino de Navarra. Esta elección no ha sido arbitraria por varios motivos. Por un lado, geográficamente, Navarra era un territorio, limítrofe con Francia, con el reino de Castilla y con el reino de Aragón, que poseía sus propias fronteras jurisdiccionales, lo que la convertía en una zona ideal para el estudio del fenómeno del bandidaje y de la criminalidad. Por otra parte, gracias a que mantuvo sus propias instituciones políticas y judiciales, Navarra ha podido conservar hasta el presente una abundantísima documentación. De ésta hay que destacar, fundamentalmente, la que se halla en la sección de procesos del Archivo General de Navarra. En ella Sánchez Aguirreolea ha obtenido testimonios de primera mano a través del análisis pormenorizado del contenido de varios centenares de pleitos, en lo que es una de sus grandes aportaciones metodológicas. Por otra parte, es indudable la importancia social del fenómeno del bandido, de la que dan muestra las numerosas referencias que sobre él existen en la literatura del Siglo de Oro. Dramas de Lope de Vega como Roque Dinarte –bandolero catalán protagonista también del capítulo LX del Quijote–, o La condesa bandolera de Tirso transmitían la imagen idealizada de un bandolero valiente y honrado. En la misma línea, los pliegos de cordel recogían en sus romances la vida de un gran número de bandidos cuyos nombres se colocaban a la altura de los grandes protagonistas de las novelas de caballería. Avisos, memoriales, noticias, cartas escritas por los contemporáneos nos dan cuenta de sus fechorías, de sus aventuras, de su muerte ante el cadalso y, sobre todo, de la atención social de la que eran objeto en su época. Por otra parte, el fenómeno del bandolerismo en la Europa moderna y en la Monarquía Hispánica ha sido, sin duda, uno de los temas que, gracias a las aportaciones clásicas de Braudel o Hobsbawm más han atraído a los historiadores de lo social. El bandolero ha sido visto como un rebelde marginado, como un luchador contra el Estado, como un defensor de los privilegios locales, como un producto de la injusticia social… Ahora bien, son pocos los que en la historiografía han optado por analizar los cambios en la percepción del delito y del delincuente durante estos tres siglos, y sobre todo, los que han abordado la criminalidad, a través de la figura del bandolero en un contexto más amplio y más complejo de trasformación, en el que la Iglesia, la Monarquía y las comunidades se repartieron los papeles.

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PRÓLOGO

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En efecto, en el mundo católico, tras Trento, la Iglesia proporcionó al Estado y a la sociedad un conjunto de principios y de ideas determinantes para el futuro. La labor de canonistas y moralistas en su análisis de las implicaciones de mandamientos como «No matarás», «No robarás» o «No cometerás falso testimonio», entre otros, y la difusión de su contenido a través de sermones dominicales, de los consejos y correcciones de los confesores a sus penitentes, tuvo, como veremos, influencia directa en el cambio. Gracias a los aportes intelectuales y morales de la Iglesia, la Monarquía logró fortalecerse. A lo largo de estos siglos, y de forma paralela a su propia evolución, el Estado mejoró sus instrumentos de persecución y sus herramientas judiciales y, al mismo tiempo que fue cambiando su imagen del delincuente, fue monopolizando progresivamente los instrumentos de la violencia. Las páginas de este volumen contienen inolvidables e impactantes testimonios del funcionamiento de los tribunales durante los siglos XVI, XVII y XVIII. El lector será testigo del rigor de la justicia, de la aplicación de una legislación cambiante, del protagonismo de sus jueces; podrá percibir el ambiente del terrible mundo carcelario, y sufrirá con las torturas en el potro o con las penas que iban desde los azotes y el destierro hasta la muerte en la horca. Mas ¿cuál fue la actitud de la población? Los pueblos, las comunidades ¿aceptaron estoicamente los cambios procedentes del poder? Sin dejar de ver el disciplinamiento social como una imposición, podremos comprobar también cómo las comunidades cobraron un protagonismo –no tenido en cuenta en la mayoría de los estudios– en el proceso de cambio, en el que no quedaba de lado el primer boceto de un diseño identitario. Pero si algo puedo y deseo destacar de esta obra y que se advierte en cada una de sus páginas, es que está llena de vida. Gracias a esto, el lector podrá recorrer las guaridas de los bandoleros, desde los desolados desérticos de paisaje lunar como las Bardenas Reales, hasta las agrestes montañas de la cordillera pirenaica, pasando por los bellos y peligrosos bosques de las sierras de Urbasa y Andía, o por el refugio que les proporcionaban hospitales, posadas y ventas. Podrá evocar a bandoleros legendarios como los aragoneses Lupercio Latrás o Juan de Larroca, pero también tendrá primera noticia de otros menos conocidos: el cruel soldado Domingo de Aranceta, el gascón Martín de Ayet, el «Canónigo de Santa Engracia», Ramuncho de Alsasua, Juan de Quinquirena o el bando de los Antillones y otros muchos, que sometieron a

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un auténtico régimen de terror a algunas comarcas del reino navarro. Pero también aparecerán «vagamundos», como Pedro de Allo, conocido como «Cinco Dientes», y gitanos nómadas como Matías Montoya que, de feria en feria, de mercado en mercado, cometían sus pequeñas o grandes fechorías, y compartían una cultura marginal de lenguaje y comportamiento. Sin olvidar tampoco a vecinos «normales», de vidas corrientes, que veían en el asalto de caminos un complemento a sus ingresos diarios como labradores o artesanos. Sentiremos cómo el autor «escucha» sus voces, hasta ahora calladas, para abundar en el análisis de las causas de su comportamiento, en la actitud de las autoridades y de la población y, sobre todo, para comprender las transformaciones a lo largo de tres siglos. En definitiva, el conjunto de temas tratados hacen del libro del doctor Sánchez Aguirreolea una excelente aportación al conocimiento del mundo de la violencia y de la criminalidad pero, sobre todo, contribuye a conocer mejor las complejas características del cambiante mundo de nuestra Modernidad. Pero hay más, aunque esto incumbe al ámbito de lo personal. No puedo terminar este prólogo sin la gustosa obligación de agradecer al autor, al doctor Sánchez Aguirreolea, a Daniel, todo lo que he aprendido junto a él con su apasionado trabajo de todos estos años, y que va más allá de lo meramente profesional.Al menos, así lo siento. Jesús M.ª Usunáriz Pamplona, diciembre, 2004

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FR AN CIA

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Álava

Pamplona Merindad de Estella

Roncesvalles Ochagavia

Pamplona

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AR AG ÓN

Guipúzcoa

Estella Los Arcos Viana

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Logroño

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A ILL ST CA

Villafranca

Fitero

Límite del reino de Navarra

Cáseda Olite Ujué Merindad Santacara de Olite Caparroso Carcastillo Marcilla

Calahorra

Límite de merindad

Sangüesa

Tafalla Larraga

Valtierra Arguedas Merindad de Corella Tudela

Francia

España

Ejea de los Caballeros

Tudela Cintruénigo Cascante litas Fustiñana Ab Ribaforada Cortes Tarazona

AR AG ÓN

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El Reino de Navarra, sus fronteras y su división administrativa.

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INTRODUCCIÓN

Etzatik dago.Yagiko balitz, zerua yoko leike; eskuak baleikaz, lapurrak atxitu; berbetan baleki, guztia esan. Zer Da?: bidea (Está tumbado. Si se levantara, tocaría el cielo; si tuviera manos, cogería ladrones; si supiera hablar, diría todo. ¿Qué es?: el camino) [Azkue, R.M., Cancionero popular…, p. 482]

A lo largo de los tres siglos cubiertos por este trabajo asistimos al nacimiento, establecimiento y desarrollo del Estado moderno con todas sus implicaciones políticas, sociales, económicas y culturales. Este proceso venía gestándose desde la Baja Edad Media gracias al fortalecimiento progresivo de la figura del «príncipe» frente a nobles y vasallos. El poder del gobernante bajomedieval se legitimaba a través de sólidas construcciones ideológicas y se plasmaba en la redacción de leyes, establecimiento de inapelables tribunales reales para todos los vasallos, recaudación de impuestos, dirección de las huestes… Efectivamente, durante los siglos finales de la Edad Media se sentaron las bases de lo que habría de ser el Estado moderno1. No obstante, hasta finales del siglo XV y principios del XVI no fue sino un esbozo de la poderosa entidad que habría de condicionar la vida y la conciencia de cada uno de los súbditos de las «repúblicas» de Europa occidental2. 1 Strayer, 1986; VVAA, 1987; Cuadrada Majo, 1989; Sarasa Sánchez, 19941995; Ladero Quesada, 1997; Genet, 1999. 2 Naef, 1947, pp. 6-7; Hintze, 1968; Maravall, 1972, t. I, p. 15; Durán, 1988; Belenguer Cebrià, 1993. Lalinde Abadía, 1996, niega que se pueda hablar de Estado

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Siguiendo paradigmas propios de la historiografía alemana que tienen su origen en la sociología de Weber y su idea de la racionalización y modernización de la sociedad, consideramos que el impulso definitivo para el establecimiento del Estado moderno en el occidente europeo vino de la mano de la «confesionalización», un fenómeno civil y religioso que se dio desde fines del siglo XV hasta mediados del XVI3. Como han puesto de manifiesto Heinz Schilling y Wolfang Reinhard, durante este período las diferentes reformas religiosas que sacudieron Europa buscaban instaurar un mundo nuevo integralmente cristiano y, para ello, contaron con el apoyo de los «príncipes». La consecución de este objetivo exigió a las autoridades civiles y religiosas incrementar su presencia en todos los ámbitos de la sociedad, adecuando las manifestaciones exteriores y los valores más íntimos de ésta a los nuevos modelos cristianos4. Para explicar la acción combinada de ambos poderes sobre la sociedad Gerhard Oestreich desarrolló el concepto de disciplinamiento social. Poder civil y religioso se relacionaron de una manera simbiótica apoyándose y legitimándose mutuamente. Las doctrinas reformadoras dotaron de sentido e identidad a los diferentes Estados nación que surgían en Europa, sosteniendo y justificando sus monarquías absolutas. De hecho, la estructura estatal se basaba, parcialmente, en los propios recursos materiales, humanos y espirituales de las Iglesias. Por otro lado, el poder religioso encontró en el civil un aliado inmejorable que le permitió llevar a la realidad gran parte de su proyecto social5. Ahora bien, no hemos de entender la confesionalización como un disciplinamiento unidireccional, una imposición por parte de las autoridades civiles y religiosas contra un pueblo que resistía en sus tradicionales costumbres y creencias. Por el contario, nosotros creemos que en este estadio de la creación del Estado moderno las comunidades locales jugaron un papel protagonista. Es más, pensamos que el éxito o el fra-

hasta la llegada del liberalismo. Una magnífica revisión historiográfica sobre el Estado moderno en el Antiguo Régimen en García Pérez, 2003. 3 Lutz, 1992, pp. 262-267; Martínez Millán, 1994-1995; García Cárcel, 1998; Reinhard, 1998, pp. 157-158; Lotz Heumann, 2001; Usunáriz Garayoa, 2002, pp. 113-118. 4 Pinto Crespo, 1988, p. 186. 5 Kierken, 1990; Hsia, 1992; Prosperi, 1994; Reinhard, 1994, pp. 10-123; Schilling, 1994, pp. 125-160 y 2002, pp. 2-36; Palomo, 1997.

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caso de muchas de las reformas impulsadas por ambos poderes se debió a la aceptación o al rechazo por parte de las comunidades. La sociedad también anhelaba la paz, el orden, una identidad clara, una esperanza de salvación, prosperidad y, en definitiva, seguridad en el sentido más amplio; y la confesionalización podía aportarle muchas de estas aspiraciones6. El proyecto social que impulsaban el poder civil y el religioso fue, en muchos aspectos, también el proyecto social de las propias comunidades, y para su instauración colaboraron poniendo al servicio del Estado sus poderosos mecanismos de disciplinamiento social.Tengamos en cuenta que en este momento histórico ninguno de los poderes anteriormente mencionados contaba con la capacidad real de imponer directamente prácticamente nada en sus amplias jurisdicciones. Su poder, por tanto, se sustentaba en la adhesión de las comunidades7. De todas formas, tampoco nos confundamos; hubo resistencias generadas por valores no compartidos, y el proceso que describimos fue lento y de éxitos muy parciales. A mediados del XVII asistimos al fin de la Era Confesional. A partir de este momento, lo veremos, se produjo un paulatino período de secularización, y la unión indisoluble entre poder civil y religioso que había caracterizado al período anterior se deshizo. El poder civil, cada vez más desarrollado, asumió, poco a poco y en exclusiva, las funciones temporales que anteriormente había desempeñado la Iglesia8. En este nuevo marco, más laico, la heterodoxia religiosa y moral dejó de suponer un peligro contra los fundamentos del Estado. Ahora los esfuerzos de las autoridades pasaron a centrarse en cuestiones más materiales: fortalecer los pilares que aseguraban el desarrollo económico y militar del Estado e imponer el respeto al sistema institucional, es decir, a la monarquía absoluta y su sistema de valores9. Como ocurrió en la etapa anterior, las comunidades locales también colaboraron en gran parte de estos objetivos. Ahora bien, el desarrollo creciente de la estructura estatal bajo el

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Delumeau, 1989, pp. 623-639. Oliver Olmo, 2000, p. 69 habla de «municipalización» para la Edad Moderna. 8 Mestre Sanchís, 2001, pp. 549, 567, García Pérez, 2003. 9 Síntesis sobre el establecimiento progresivo del Estado moderno en la Navarra del XVIII en García Pérez, 2003. A pesar de conservar sus fueros tras la Guerra de Sucesión, sufrió la presión creciente del centralismo borbónico, sobre todo en la segunda mitad del XVIII. Los inicios del centralismo borbónico en González Enciso, 2003. 7

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centralismo absolutista, sobre todo a mediados del XVIII, redujo considerablemente la autonomía de los municipios10. El objetivo principal que persigue esta investigación es el análisis profundo del marco temporal y teórico que brevemente hemos expuesto en estos primeros párrafos. Nos hemos propuesto estudiar detenidamente el desarrollo de la modernidad, contemplar los cambios, las permanencias, los diferentes ritmos o, incluso, los retrocesos que se produjeron a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, intentando desentrañar en todo momento sus múltiples causas. Ciertamente se trata de una meta ambiciosa, tanto por la extensión del período tratado como por la amplitud y relevancia del tema. No obstante, confiamos en que el enfoque y la metodología empleados nos permitirán, aunque sólo sea parcialmente, acercarnos a nuestros objetivos.Trascender, interpretar en el marco de los grandes procesos históricos los pequeños sucesos del pasado, ése es el afán que nos guía. El estudio de la criminalidad y su represión ha sido un campo muy fructífero a la hora de analizar la evolución histórica de la sociedad desde la Edad Media hasta el mundo actual11. Una de las razones es que este tema muestra claramente el proceso por el cual el Estado intentó hacerse con el monopolio de la violencia, o mejor dicho, con el monopolio de la justicia. Durante la Edad Media predominaba la solución privada de los conflictos. Las partes directamente afectadas o las comunidades locales en que estaban insertas eran las encargadas de solucionar las situaciones creadas por ofensas, agresiones o robos. Sin embargo, a medida que se fue desarrollando el Estado estas soluciones privadas o locales perdieron legitimidad frente a la actuación del monarca o la Iglesia. Los tribunales civiles y eclesiásticos aspiraron a convertirse en las únicas instancias reconocidas capaces de impartir justicia12. Esta circunstancia propició la criminalización de conductas que, aunque previamente habían sido aceptadas, ahora constituían atentados contra los proyectos sociales que se impulsaban13.

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Molas Ribalta, 1993, pp. 56-57. Estado de la cuestión en Sánchez Aguirreolea y Segura Urra, 2000. 12 Elías, 1988, pp. 344-345; Quintana Toret, 1989, p. 254;Trinidad Fernández, 1989, pp. 7-18; Rober y Lévy, 1990; Gauvard, 1992, p. 940; Tilly, 1992; Carbasse, 2000, pp. 11-26; Rousseaux, 2002, pp. 129-156. 13 Muchembled, 1987; Bazán Díaz, 1995c; Gauvard, 1999, pp. 117-140. Este fenómeno se observa claramente en la persecución de ciertos delitos-pecados, 11

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La «historia de la criminalidad», iniciada en la década de los setenta bajo el impulso del cuantitativismo y enriquecida y matizada hasta la actualidad por numerosas corrientes historiográficas que, cada vez más, han considerado el papel protagonista de las comunidades14, se ha mostrado muy útil a la hora de conocer la evolución de la sociedad de una manera global. En parte, debemos a esta temática una mejor comprensión del honor, el valor primordial en la Edad Moderna15. Gracias a los abundantes estudios con que contamos sobre violencia interpersonal, se ha logrado definir una noción clara sobre qué significaba y cómo operaba este valor, distinguiendo notables evoluciones temporales16.Así mismo, la «historia de la criminalidad» también ha permitido al investigador adentrarse en el mundo de la marginalidad y analizar sus causas dentro de contextos sociales y culturales amplios17. Como afirma Iñaki Bazán, la presencia de la criminalidad puede señalar al historiador la existencia de situaciones culturales, sociales o económicas críticas, tensiones que pueden ser el reflejo de la evolución social en el sentido más amplio18. El estudio de la delincuencia y las actitudes que genera entre las comunidades locales, los poderes civiles y religiosos, o entre sus propios autores es, por tanto, el enfoque que Chavarría, 2001, y en la represión de costumbres populares de control social como el charivari: Caro Baroja, 1980; Gauvard y Gokalp, 1982; Burke, 1991, p. 285; Crouzet Pavan, 1996, pp. 232-236; Schnidler, 1996, pp. 303-363; Niccoli, 1995; Enríquez, 1995; García Herrero, 1998, pp. 248-252; Mantecón Movellán, 2002b, pp. 150-159. 14 Los debates historiográficos que se han producido en torno a paradigmas, en parte superados, sobre el descenso de la violencia y el aumento del robo, o el uso exclusivo de métodos cuantitativos, obviando la existencia de infrajusticia, se pueden encontrar sintetizados en: Lenman y Parker, 1980, pp. 11-48; Soman, 1982, pp. 369-372; Stone, 1983, pp. 22-33; Sharpe, 1985, p. 212; Johansen y Stevnsborg, 1986, pp. 602-614; Garnot, 1989, pp. 361-379; Östernberg, 1992, pp. 67-98; Mendoza Garrido, 1993, pp. 131-159; Doris Moreno y Martínez-Beltrán, 1995, pp. 103-108; Jonson y Monkkonen, 1996; Rousseaux, 1996, pp. 14-16; Duarte, 1999, pp. 253-258; Sánchez Aguirreolea y Segura Urra, 2000, pp. 349-361; Mantecón Movellán, 1999, pp. 117-140 y 2002a. 15 Sánchez Aguirreolea y Segura Urra, 2000, pp. 553-555. 16 Caro Baroja, 1968; Maravall, 1979; Neuschel, 1989, p. 223; Muchembled, 1992, pp. 60-68; Maiza Ozcoidi, 1992, pp. 685-695; Madero, 1992; Mantecón Movellán, 1998, pp. 121-151; Spierenburg, 1998; Sánchez Aguirreolea y Segura Urra, 2000, pp. 553-555. 17 Sánchez Aguirreolea y Segura Urra, 2000, pp. 358-360. 18 Bazán Díaz, 1995a, p. 95.

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hemos escogido para conocer la sociedad de la Edad Moderna con toda su riqueza, prestando especial atención a los cambios y a las permanencias. Pero la criminalidad es un fenómeno demasiado vasto, inabarcable si queremos analizar un intervalo de tiempo tan prolongado como es la totalidad de la Edad Moderna. Por ello hemos focalizado más nuestro punto de vista y hemos escogido una manifestación de la delincuencia lo suficientemente representativa como para servir a nuestros propósitos. Ahora bien, esta reducción del campo de estudio en ningún momento la hemos tomado como una limitación para nuestro objetivo real, que es el conocimiento de la sociedad y no el estudio estricto e intrascendente de un delito concreto. Desde un primer momento nos planteamos que el bandolerismo, entendido de una manera amplia, sería ese objeto de estudio idóneo. A falta de una etiqueta mejor, siguiendo a Hobsbawm, principal referente historiográfico para el estudio de este tema, englobamos dentro de esta denominación fenómenos tan dispares como el bandidaje nobiliario, el vulgar asalto de caminos, el polémico «bandolerismo social» o el robo llevado a cabo por vagabundos19. Como veremos, este término respondió, más que a una categoría bien definida, a una moda temporal, lo cual justifica, en parte, la flexibilidad con la que hacemos uso de él20.Además, tampoco debemos olvidar que en este trabajo el bandolerismo es tan sólo hilo conductor. El bandolerismo, entendido de esta manera, es un fenómeno que permite un completo análisis de la sociedad desde muy diferentes puntos de vista, como lo viene demostrando la historiografía desde que Braudel publicara El Mediterráneo en tiempos de Felipe II o desde que Hobsbawm elaborara su teoría sobre el «bandolerismo social»21. La defensa del honor puede empujar a un noble a responder de manera desproporcionada a una ofensa y a vivir fuera de la ley, la miseria puede obligar a un jornalero pobre a robar algo de alimento y ropa de abrigo, la marginalidad exige al gitano deambular de un reino a otro con los

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Hobsbawm, 2000, pp. 49-57. Lodares, 1989. 21 Reglà, 1969; Bernaldo de Quirós, 1973; Braudel, 1976, pp. 110-140;Villari, 1979, pp. 87-96; Colás la Torre y Salas Ausens, 1982, pp. 153-411; Sales, 1984; Ortalli, 1986; Domínguez Ortiz, 1989; García Martínez, 1991; Torres Sans, 1993a y 1993b; Santos Torres, 1995; Hobsbawm, 1997, pp. 9-15 y 2001; Reguera Acedo, 2002. 20

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ministros de la justicia tras sus pasos, la búsqueda complementaria de ingresos puede ser la causa de que vecinos respetables se agrupen ocasionalmente para asaltar al mercader incauto… Honor, ambición, miseria o marginalidad, todos ellos son elementos a través de los cuales consideramos que se puede analizar la sociedad de los siglos XVI al XVIII. Aparte de la posibilidad de tratar la evolución de factores culturales de gran vigencia temporal, véanse las nociones de honor o vagancia, el bandolerismo es un tema que permite el análisis de contextos históricos concretos. La creación de una frontera política, situaciones de guerra, peste, crisis de subsistencias…; todos los fenómenos políticos y económicos coyunturales tienen una clara incidencia en el bandidaje. Geremek llegó a afirmar que «el ritmo del hambre determinaba la estructura básica del ritmo del bandolerismo»22. La doble faceta estructural-coyuntural convierte al bandidaje en un objeto de estudio extremadamente atractivo, pues permite investigar fenómenos de larga duración sin perder de vista la importancia de referentes históricos concretos23. Además de motivos personales, existen también razones históricas y metodológicas de peso que han recomendado elegir el reino de Navarra como escenario ideal para nuestra investigación. Navarra tras la incorporación a la Corona de Castilla mantuvo su status de reino, y esta circunstancia le permitió conservar en su territorio la práctica totalidad de las instituciones representativas del rey y del reino, desarrollándolas hasta límites anteriormente desconocidos. Estaba bajo el gobierno de un virrey, tenía un poderoso Consejo Real, se reunía habitualmente en Cortes y contaba con un obispo en Pamplona bajo cuya jurisdicción eclesiástica vivía gran parte del territorio. Navarra fue, por tanto, un caso excepcional dentro de la Monarquía Hispánica, ya que reunió en su capital la práctica totalidad de las instancias ordinarias de poder que afectaban a sus naturales, incluido el Consejo Real, órgano gubernativo, legislativo y auténtico tribunal supremo que en el resto de los reinos de la monarquía se localizaba junto al rey, en la Corte24. Se trataba, pues, de un territorio mínimo desde cuya capital, Pamplona, el naciente Estado moderno podía hacer sentir su presencia 22

Hobsbawm, 2001, p. 22. Usunáriz Garayoa, 2002, pp. 115-116 señala la necesidad, como ya indicara Caro Baroja, 1965, p. 20, de combinar ambas facetas en la historia antropológica. 24 Síntesis de las instituciones navarras en la Edad Moderna en Ostolaza Elizondo, 1999 y Usunáriz Garayoa, 2001, pp. 685-744. 23

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gracias a la proximidad de sus instituciones. Esta realidad nada tenía que ver, por ejemplo, con la de las contiguas Vizcaya o Guipúzcoa, que contaban con las instancias civiles superiores en Valladolid y con las religiosas en Logroño. Así mismo, Navarra jugó un importante papel geoestratégico en la Edad Moderna, hecho que también permite situar nuestra investigación en contextos amplios y precisos de la historia europea. La conquista de Navarra por parte de Castilla en 1512 conllevó, a corto plazo, la división del reino en dos partes situadas a uno y otro lado del Pirineo. La dinastía Albret continuó reinando sobre la Baja Navarra, y durante largo tiempo anheló recuperar las tierras perdidas. Al irredentismo de los Albret, futuros reyes de Francia, se sumó su conversión al protestantismo, por lo que el «Viejo Reino» pasó a convertirse en un significativo foco de atención en el marco de las guerras de religión que sacudían Francia y Europa en general25. Durante toda la Edad Moderna la frontera navarra sufrió en forma de guerras26, incursiones27, bandolerismo y prejuicios la conformación paulatina de dos Estados-nación, España y Francia, enfrentados a ambos lados del Pirineo. Reflejo de la situación institucional e histórica de que gozó Navarra durante la Edad Moderna son las extraordinarias fuentes documentales conservadas en sus archivos28.Toda la documentación generada por las más altas instituciones civiles y religiosas sitas en el reino se encuentra depositada en el Archivo General de Navarra (AGN) y en el Archivo Diocesano de Pamplona (ADP). El tesoro documental con el que cuenta Navarra permite al investigador acceder, sin apenas moverse de la capital, a los fondos de la práctica totalidad de las instituciones que, desde la conformación del reino alto medieval hasta su desaparición con la Ley Paccionada de 1841, afectaron a sus naturales. Es cierto que también existen lógicas excepciones a esta regla, pues el reino se encontraba inserto en la Corona de Castilla, en la Monarquía Hispánica y en la cristiandad Católica. Navarra estaba bajo la jurisdicción del tribunal inquisitorial de Logroño, y quien quiera investigar este tema 25

Gallastegui Uncín, 1990, pp. 144-147; Olaizola, 1993; Carnicer García, 1998; Floristán Imízcoz, 1993a, pp. 332-334 y 1999. 26 Floristán Imízcoz, 1993d, pp. 401-406. 27 Destacan los conflictos entre los valles por el control de Quinto Real: Esarte, 1983; Arvizu, 1992, pp. 217-229; Salcedo Izu, 1998. 28 Usunáriz Garayoa, 2002, pp. 117-118.

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encontrará sus fondos en el Archivo Histórico Nacional. La Cámara de Castilla, cuya documentación se encuentra depositada en el Archivo General de Simancas (AGS), era la encargada de administrar las mercedes reales, perdones, concesiones y nombramientos, que constituían uno de los métodos fundamentales de gobierno usado por la monarquía29.También en este último archivo se encuentran todos los fondos de las instituciones responsables de la política internacional (Estado) y la política militar (Consejo de Guerra, Secretaría de Guerra…), aspectos que, como ya hemos mencionado, influyeron decisivamente en la vida del reino. La situación institucional privilegiada de que disfrutó Navarra en la Edad Moderna, su indudable relevancia geoestratégica y la riqueza de sus fuentes documentales convierten a este pequeño rincón de la Monarquía Hispánica en un magnífico laboratorio donde estudiar y pensar la Edad Moderna europea. La base documental sobre la que se sustenta este trabajo la constituyen, principalmente, los procesos judiciales contra salteadores de caminos juzgados por el Consejo Real de Navarra desde 1530 hasta 1795 y depositados en el AGN. El Consejo no asumió plenamente sus funciones judiciales hasta la década de los treinta del XVI, por lo que no existen procesos anteriores a esta fecha. El límite de nuestro trabajo se sitúa en 1795, año de la Guerra Contra la Convención, momento crítico en la historia de un reino que bruscamente se adentraba en la contemporaneidad, dejando atrás la relativa estabilidad de la Edad Moderna. Para la selección de los procesos judiciales hemos utilizado la base de datos informática que actualmente está elaborando el AGN, un instrumento francamente útil, aunque con serias limitaciones. El proceso de informatización tan sólo se ha completado en los fondos procesales correspondientes al Consejo Real de Navarra, por lo que no hemos podido acceder a la documentación generada por la Corte Mayor, la instancia intermedia. No obstante, el tema que tratamos permite obviar esta circunstancia, pues el bandolerismo, al ser un delito «atroz»30, debía pasar por el Consejo Real. Por otro lado, para un campo tan amplio como el que tratamos, el nivel de descripción de las fichas de la base de datos del AGN resulta ambiguo e insuficiente. Un asalto de caminos puede ser clasificado 29 30

Usunáriz Garayoa, 2001, pp. 695-697. Susceptible de ser condenado a pena capital o mutilación.

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como robo, homicidio, bandolerismo, maltrato, ofensa, traición, desorden público o, también, asalto de caminos. La variedad y la gravedad de delitos que pueden ser cometidos en un solo robo o asalto es tal que su identificación inequívoca por medio de etiquetas resulta complicada. Así pues, somos conscientes de que los trescientos procesos que en la base de datos del AGN responden a las voces «bandolero», «bandido», «malhechor» o «asalto de caminos» no se corresponden, exactamente, con la totalidad de los casos de bandolerismo juzgados por los tribunales reales. La imposibilidad de valorar la representatividad estadística de esta fuente es la que nos ha llevado, desde un principio, a desechar un método cuantitativo para su análisis. Dados los objetivos de este trabajo y las características de la principal fuente procesal que manejamos, hemos estimado que el método más adecuado para su análisis era un procedimiento cualitativo, un análisis exhaustivo del contenido de cada uno de los procesos contra salteadores de caminos, revisando, hoja por hoja, cada una de las confesiones de los testigos, las pruebas presentadas, las declaraciones de los acusados, los argumentos de la defensa y del fiscal, los diferentes procedimientos judiciales empleados… buscando detenidamente indicios que revelen la naturaleza del delito, su contexto social e histórico, la actitud de la comunidad local y la reacción de las instituciones. Peter Burke ya ha subrayado las posibilidades que ofrece el uso de este método de investigación cuando se aplica a la documentación procesal31. Como bien señala Iñaki Bazán «la documentación judicial constituye una verdadera mina, que todavía está poco explotada, para el conocimiento de las normas y la mentalidad, para […] analizar las mentalidades de los acusados, de los jueces y de los testigos, permitiéndonos acceder a los gestos, deseos, temores, etc. de miles de personas anónimas que no han dejado ningún resto escrito»32. A pesar de las expectativas de Iñaki Bazán o Peter Burke, coincidimos con Carlos Maiza en que el estudio de esta fuente se debe realizar de una manera especialmente crítica, sobre todo en lo que se refiere al conocimiento directo de la mentalidad popular. El proceso judicial, asegura Maiza, «alza una pantalla que nos aísla de las masas anónimas», pues «no está exonerado, ni remotamente, de la tendencia a reproducir, de forma más o menos explícita los preceptos jurídicamente sanciona31 32

Burke, 1996, p. 33. Bazán Díaz, 1995a, p. 96.

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dos, siempre presentes en toda documentación emanada desde los órganos de gobierno o administrativos». El procurador, responsable de la elaboración del articulado presentado por las partes implicadas, o el escribano, que transcribe las declaraciones de los testigos, son figuras que simbolizan la omnipresencia de la cultura oficial y suponen un filtro que quiebra la comunicación directa entre historiador y clases populares33. Efectivamente, el proceso judicial es una fuente elaborada por y para la administración de justicia34, pero sus protagonistas (testigos o acusados) son «hijos de su época», personas corrientes que durante cientos y cientos de hojas exponen razonamientos y circunstancias diversas, reflejando, aunque sólo sea de forma indirecta y circunstancial, sus actitudes vitales ante ciertos problemas35.Tampoco debemos olvidarnos de que en este trabajo no únicamente estamos interesados en averiguar la realidad popular del bandolerismo; también pretendemos estudiar la actitud de la justicia, aunque ésta respondiera a una ilusión. Además de los procesos judiciales del Consejo Real y del tribunal diocesano, hemos utilizado fuentes más específicas para cada una de las parcelas que conforman esta tesis. Hemos accedido a la actitud de las instituciones civiles navarras a través de la documentación contenida en las secciones de Virreinato, Reino,Tribunales Reales y Comptos del Archivo General de Navarra. Gracias a las magníficas recopilaciones de Vázquez de Prada o Luis Javier Fortún hemos analizado con detenimiento la abundante y amplia legislación de Cortes sobre asalto de caminos, desórdenes públicos, vagabundeo, armas, etc.36 La posición del monarca o las actuaciones del ejército se han trabajado investigando los fondos de la Cámara de Castilla, Estado, Guerra Antigua, Secretaría de Guerra y otras secciones del Archivo General de Simancas. Los fondos de archivos municipales como Pamplona, Leiza, Lesaca o Sangüesa han resultado también muy útiles para descubrir las tensiones cotidianas que surgían en el seno de las comunidades locales, a menudo generadas por la existencia del bandidaje. El discurso de la Iglesia en torno al 33

Maiza Ozcoidi, 1995, pp. 109-110. Un estudio documental exahustivo sobre la documentación judicial durante los siglos XVI y XVII en Lorenzo Cadarso, 1999. 35 Harris, 1995, pp. 8-9 opta por una posición intermedia entre la valoración y una justa crítica de estas fuentes. 36 Vázquez de Prada, 1993; Actas Cortes de Navarra, 1991-1996. 34

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bandolerismo se ha analizado a partir de las numerosas obras de época sobre teología moral que se encuentran depositadas en el rico fondo antiguo de la Universidad de Navarra. Los procesos judiciales del tribunal diocesano de Pamplona, cuyos fondos se encuentran depositados en el ADP, también han servido para comprender mejor ciertas actitudes de la Iglesia ante la criminalidad, como su defensa a ultranza del derecho de asilo37. El objetivo del trabajo y las hipótesis generales que nos hemos planteado nos han llevado a dividir el trabajo en tres partes bien diferenciadas pero, a la vez, estrechamente relacionadas. De acuerdo con el paradigma de la «confesionalización», consideramos que desde el siglo XVI hasta mediados del XVII, período de tránsito decisivo hacia la construcción del Estado moderno, la doctrina de la Iglesia dotó de contenido a los intentos de reforma social que llevaron a cabo las autoridades civiles y, en parte, las propias comunidades locales. De ahí la importancia de desentrañar el pensamiento moral de la Iglesia, ver su evolución y valorar los medios con que contaba para difundirlo y asegurar su seguimiento. Éste es pues el objetivo de la primera parte de la tesis, y para alcanzarlo limitaremos nuestro campo de estudio a los aspectos que pudieran estar relacionados directa o indirectamente con el bandolerismo, entendiendo este fenómeno siempre de una manera amplia. La teología moral es la rama de la teología que estudia los actos humanos considerándolos en orden a su fin sobrenatural. Se trata de una ciencia eminentemente práctica que ayuda al hombre a guiar sus actos temporales para que se adecuen al fin al que ha sido destinado. Por ello pensamos que es en las obras de teología moral del siglo XVI y primera mitad del XVII donde encontraremos los fundamentos éticos de la sociedad confesional de la primera etapa de la Edad Moderna. Manuales de confesores y sermonarios son las obras donde de manera más extensa y sistemática se exponen y aplican los fundamentos de la teología moral. En estos libros se analizan los problemas cotidianos generados, entre otros factores, por la importancia del honor o la situación de miseria en que vivía parte de la población y se ofrecen pautas claras de comportamiento38. 37

Sánchez Aguirreolea, 2003a, pp. 571-598. Delumeau, 1992; Núñez Beltrán, 2000; Morgado García, 1996-1997, pp. 119-149 y 2000. 38

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Las obras de teología moral escogidas para esta investigación han sido las que mayor difusión alcanzaron en Navarra. Para su selección hemos recurrido al Ensayo de bibliografía navarra de Pérez Goyena, una obra en la que el autor ordena y analiza el contenido de todos los textos publicados en el reino desde la llegada de la imprenta hasta 191039. El número de ediciones que se realizó de cada uno de los manuales de confesores y sermonarios nos indica cuáles fueron los textos más difundidos y, por tanto, los que mayor influencia pudieron llegar a ejercer40. A partir de estas obras, analizaremos la doctrina religiosa en torno al homicidio, robo y violencia, en los capítulos dedicados al pecado de la ira y al quinto, séptimo y octavo mandamientos (no matar, no robar y no levantar falsos testimonios). Compararemos las interpretaciones de los diferentes autores y, fundamentalmente, estudiaremos su evolución desde mediados del XVI hasta fines del XVIII. Así mismo, trataremos de averiguar si realmente la Iglesia dispuso de medios suficientes y eficaces para difundir durante los siglos XVI al XVIII su visión moral del mundo. En este sentido, valoraremos la incidencia social del sacramento de la confesión, la predicación y otros medios doctrinales que, en teoría, suponían una vía directa de educación moral entre la Iglesia y el fiel. También observaremos la situación de personas o colectivos que, teóricamente, se apartaban de los planteamientos generales formulados por la Iglesia. Estudiaremos la aceptación o el rechazo que sufrieron por parte de la sociedad a lo largo de los tres siglos de la Edad Moderna, y trataremos de averiguar si realmente existió relación entre estos posicionamientos y la visión moral que alentaba la Iglesia. Finalmente, haremos una valoración general del significado de la reforma social que impulsó la Iglesia durante los siglos XVI al XVIII, fijándonos en la notable evolución que se produjo en el ideal de hombre cristiano. Haremos especial hincapié en aspectos morales relaciona39

Pérez Goyena, 1947-1964. Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes; Elso, Doctrina cristiana y pasto espiritual del alma… Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia; Luquian, Erudición cristiana; Rodríguez Lusitano, Segundo tomo de la Suma de casos de conciencia; Carrillo, Memorial de confesores; Barcia y Zambrana, Compendio de los cinco tomos del Despertador christiano; Corella, Práctica del confesionario, Madre de Dios, Teatro trinatario adornado de sermones para las dominicas del año, Larraga, Promptuario de la teología moral; Carabantes, Pláticas dominicales y lecciones doctinales… Echarri, Instrucción y examen de ordenados; Ascargota, Manual de confesores; Segneri, El confesor instruído. 40

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dos con el bandolerismo y su represión, como son el lugar de la pobreza en el mundo, el papel de los jueces o las funciones del gobernante. El objetivo de la segunda parte de este trabajo es averiguar el sentido y la realidad de las transformaciones sociales que promovieron las autoridades civiles durante la Edad Moderna, ver su relación con los postulados que sostuvo la Iglesia, valorar la participación o la resistencia de las comunidades locales y, en definitiva, observar los mecanismos que propiciaron el establecimiento paulatino del Estado moderno. Para ello, centraremos nuestro análisis en la actitud del Estado y la comunidad local frente a los aspectos que directa o indirectamente podían influir en el bandolerismo. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII existieron diversas instancias legislativas que dependían del rey o del reino y que se disputaban, a veces con virulencia, la preeminencia de sus disposiciones41. Examinaremos si, más allá de los conflictos meramente institucionales, existieron diferencias apreciables entre los proyectos sociales que defendían. Como ya hemos mencionado, no creemos que la comunidad local jugara un papel pasivo dentro de un hipotético proyecto de aculturación vertical. Por el contrario, pensamos que fue un agente de primer orden en el proceso de evolución social. De hecho, opinamos que, si realmente los poderes civiles y religiosos llegaron a ser capaces de establecer alguna de sus reformas a lo largo de la Edad Moderna, fue gracias a la adhesión de las comunidades locales. La posición que sostenemos choca, parcialmente, con teorías habituales dentro de la historiografía que interpretan que durante los siglos XVI al XVIII, frente a la situación medieval, los municipios se desnaturalizaron, es decir, perdieron su capacidad de actuación ante el avance progresivo del absolutismo42. Así pues, trataremos de ver si el proceso de formación del Estado fue compatible con un fortalecimiento de las comunidades locales al que Oliver Olmo ha dado en llamar «municipalización»43. Analizaremos detalladamente los poderosos medios de disciplinamiento con que contaban las comunidades locales para restablecer la 41

Huici Goñi, 1963; Arvizu, 1984, pp. 29-53;Vázquez de Prada, 1993; Actas Cortes de Navarra, 1991-1996; Ostolaza Elizondo, 1999; Usunáriz Garayoa, 2001, pp. 685-744. 42 Estados de la cuestión en Merchán González, 1988, pp. 49-72, Hijano, 1992 y Passola Tejedor, 1997. 43 Oliver Olmo, 1998a, pp. 33-45 y 2000, pp. 67-98.

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paz y el orden entre sus miembros44. Los perdones, las cencerradas, las advertencias entre deudos, la sospecha, el rumor, la mala fama, el escándalo o las actuaciones ejecutivas de los vecinos son acciones que dan una idea del enorme poder que conservaron los vecinos de las localidades durante gran parte de la Edad Moderna. Estudiaremos la repercusión que tuvo sobre estas formas de infrajusticia el establecimiento progresivo del Estado moderno. En este marco, trataremos a fondo la figura del alcalde, por considerarlo un auténtico puente entre el Estado y la comunidad local. Nosotros creemos que las comunidades locales, gracias a su relativa adhesión, supusieron la fuerza «disciplinadora» más eficaz al servicio de las autoridades centrales para combatir la heterodoxia social y, en el caso que nos ocupa, capturar a los malhechores y obtener pruebas contra ellos. No obstante, este sistema básico de orden público tuvo que sufrir serias limitaciones. A lo largo de los tres siglos estudiados apenas existieron instancias intermedias que aseguraran un control directo de las autoridades centrales sobre los alcaldes ordinarios de los pueblos. Al hilo de teorías formuladas por Dinges o Tomás Mantecón, pensamos que la justicia, en este caso local, podía ser usada para intereses particulares que, en principio, se apartaban de los objetivos para los que había sido instaurada45.Tengamos en cuenta también que los alcaldes ordinarios tan sólo contaban con los limitados recursos humanos y económicos de sus pueblos para atajar los desórdenes que se producían, y este hecho tuvo que reducir notablemente su capacidad real de actuación. A pesar de que Navarra era un reino eminentemente rural, sujeto a la actuación de los alcaldes ordinarios de pueblos y valles, contaba también con una ciudad de mediano tamaño, Pamplona46, cuyo sistema social y organizativo difería bastante del que tenía el resto del reino. Esta situación se reflejó claramente en un modelo distinto de delincuencia y en unos sistemas de seguridad peculiares. Por otro lado, Pamplona estaba perfectamente integrada dentro del territorio, por lo que jugó un destacado papel en el desarrollo social del reino como motor y como foco de difusión de la modernidad47. 44

Mantecón Movellán, 1997a y 1997b. Dinges, 2002, pp. 47-68 y Mantecón Movellán, 2002d. 46 Según Gembero Ustárroz, 1985, pp. 745-795 10.000 en los siglos XVI y XVII y 15.000 en la segunda mitad del XVIII. 47 La ciudad como difusor de cultura en Mullet, 1990, pp. 23-36. 45

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Para el estudio de todas las cuestiones relacionadas con la comunidad local acudiremos a los fondos de los archivos municipales, a las leyes de Cortes y, especialmente, a la variada documentación generada por el Consejo Real, órgano que coordinaba la actuación de los municipios. Aparte de la actuación básica que llevaban a cabo los municipios, las autoridades centrales impulsaron toda una serie de medidas ejecutivas de control social, más o menos directas, para acabar con la delincuencia y los comportamientos más heterodoxos. Estudiaremos el conjunto de iniciativas que las autoridades civiles adoptaron contra los grupos considerados peligrosos, los pobres y los «vagos». Así mismo, estudiaremos con detenimiento las medidas concretas que, superando la acción ordinaria de los alcaldes, adoptaron las autoridades centrales para asegurar la captura de los malhechores. Entre estas iniciativas se encontraba la creación de cuerpos especializados en la persecución de bandoleros, el nombramiento de comisionados que vigilaban estrechamente a los alcaldes ordinarios, el establecimiento de medidas judiciales extraordinarias o la lucha contra los numerosos obstáculos jurisdiccionales existentes entre los territorios de la Monarquía Hispánica y en el seno de la sociedad estamental. Analizaremos las razones de fondo que propiciaron la adopción de estas medidas, su eficacia y su evolución a lo largo de la Edad Moderna. Afortunadamente, para el caso de Navarra contamos con magníficos trabajos, como los de Salcedo Izu, Martínez Arce y Sesé Alegre, sobre el Consejo Real que cubren con creces los objetivos de una historia sistemática del derecho y de las instituciones judiciales48. Dejando a un lado esta perspectiva, que consideramos en gran parte cubierta, lo que nosotros pretendemos es, tan sólo, reflexionar sobre ciertos aspectos del proceso judicial que afectan directamente al tema de nuestra tesis. A través del proceso judicial el naciente Estado del siglo XVI al XVIII averiguaba «el grado de culpabilidad» del delincuente y dictaba una sentencia apropiada a las circunstancias49. Existe una corriente historiográfica bastante generalizada, deudora de la Ilustración y sostenida por eminentes historiadores del derecho como Tomás y Valiente, que ve en el aparato judicial del Antiguo Régimen única48 49

Salcedo Izu, 1964; Martínez Arce, 1994 y Sesé Alegre, 1994. Post, 1987, pp. 213-216.

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mente un instrumento tiránico de la monarquía absoluta, una instancia de control social donde los jueces dejaban de lado las leyes e imponían su capricho arbitrario al servicio del monarca50. Por el contrario, nosotros creemos que a lo largo de la Edad Moderna, en parte gracias a la confesionalización, se sentaron las bases de lo que habría de ser la justicia ilustrada51. Por ello, analizaremos en profundidad los diferentes procedimientos judiciales que desde el siglo XVI al XVIII se usaron para juzgar a los bandoleros navarros y realizaremos una valoración del arbitrio que, en la práctica, usaron los jueces del Consejo Real de Navarra. Prestaremos una especial atención a la gran variedad de formas y a los múltiples sentidos que adoptó el disciplinamiento penal en la Edad Moderna, pues creemos que puede llegar a ofrecer una imagen aproximada de la complejidad, el sentido y el desarrollo del Estado en esta época. Para ello hemos agrupado las penas sentenciadas por los tribunales reales en tres tipos claramente diferenciados: los castigos intrínsecos al proceso judicial, los ejemplares y los utilitarios. La administración de la justicia en la Edad Moderna estuvo íntimamente unida al ejercicio de la gracia. Diversas interpretaciones que tienen su origen en las ideas de la Ilustración consideran que el indulto fue, principalmente, un instrumento «arbitrario», en el sentido de tiránico, al servicio de la monarquía absoluta52. Efectivamente, el monarca demostraba su inmenso poder al alterar el procedimiento ordinario de los tribunales y, a menudo, actuaba según sus intereses. Es más, la utilización de esta figura supone un indicio claro del establecimiento paulatino del Estado moderno en torno a la figura sacralizada del rey. No obstante, siguiendo las teorías que Logette ha formulado para el ducado de Lorena en el XVIII53, consideramos que el indulto fue una figura mucho más compleja y constructiva, que adoptó infinidad de formas y objetivos a lo largo de la Edad Moderna. Otra forma de eludir el cumplimiento de las sentencias fue el derecho de inmunidad local, una figura jurídica que perduró hasta fines del 50

Tomás y Valiente, 1997, pp. 330-331; Heras Santos, 1991. Robert y Levy, 1990, pp. 47-88; Shanapper, 1991; Villalva Pérez, 1993; Marchetti, 1994; Porret, 1995; Lorenzo Cadarso, 1996, p. 161; Alloza, 1998, pp. 32-35. 52 Heras Santos, 1983, p. 135 y De Dios, 1993, pp. 277-334. 53 Logette, 1994. 51

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y que, durante la Edad Moderna, ofreció impunidad a muchos de los delincuentes que trataban de escapar de las autoridades civiles54. Pero, ¿qué incidencia real tuvo en el conjunto de la sociedad la reforma impulsada, según el momento, por las autoridades civiles, religiosas y, a menudo, también por las propias comunidades locales durante la confesionalización y la posterior secularización de los siglos XVI, XVII y XVIII? La tercera parte de esta tesis pretende ofrecer una respuesta lo más completa posible a esta cuestión a través del estudio del bandolerismo en la Navarra moderna. Navarra no es ni ha sido a lo largo de su historia un territorio homogéneo. Entre sus fronteras existen zonas claramente diferenciadas por sus distintas condiciones culturales, sociales, económicas y políticas. El bandolerismo, como ya hemos señalado, es un fenómeno extremadamente sensible a estos factores, por lo que podrá servirnos de indicador para entender, con toda su diversidad territorial, la evolución de este pequeño rincón de la Monarquía Hispánica durante la Edad Moderna. Recordemos que el reino vivió durante el siglo XV una dura guerra civil que culminó con la conquista castellana de 1512. Durante el siglo XVI, así lo ha señalado la historiografía, la violencia entre los antiguos bandos que había consumido el territorio remitió55. No obstante, creemos que la pacificación real todavía tardó en llegar y que la animosidad banderiza pervivió, no sólo en el reparto de cargos, sino también en forma de bandolerismo hasta bien avanzado el Quinientos. Durante la Edad Moderna la frontera pirenaica, el primer ámbito que hemos diferenciado, pasó de ser un mero obstáculo geográfico entre la Alta y Baja Navarra a convertirse, poco a poco y de manera inacabada, en una auténtica frontera identitaria entre dos Estadosnación: España y Francia56. El bandolerismo, muy ligado al contrabando, a la herejía57, a la emigración francesa y a los conflictos pastoriles entre los valles, fue un testigo de excepción del distanciamiento progresivo entre los habitantes de las vertientes norte y sur de la cordillera. XVIII

54

Olaechea, 1966, pp. 293-381; Morgado García, 1991;Angulo Morales, 1997, pp. 45-67, Francia Lorenzo, 2001; Sánchez Aguirreolea, 2003a, pp. 571-598. 55 Floristán Imízcoz, 1999. 56 Cavaillés, 1986 habla de una auténtica confederación pirenaica antes del adevenimiento de los Estados modernos. Sahlins, 1989, describe el mismo fenómeno para el Pirineo catalán. 57 Reglà, 1969.

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La frontera aragonesa también constituyó un área diferenciada dentro del reino, una zona que vivía volcada hacia Aragón compartiendo muchas de sus vicisitudes. Las llamadas alteraciones aragonesas del XVI58, especialmente el bandolerismo, tuvieron que afectar de alguna manera a esta región navarra. Los territorios fronterizos con Aragón vivieron, durante toda la Edad Moderna, bajo la impunidad que proporcionaba el despoblado de las Bardenas y el mantenimiento celoso de las férreas fronteras jurisdiccionales entre Navarra y Aragón59. La Ribera navarra era una comarca bastante rica que gozaba del paso de importantes vías de comunicación, por lo que fue una presa fácil y jugosa para las bandas de bandoleros. Observaremos la evolución de este fenómeno ante la presión de unas comunidades locales y unas autoridades civiles y religiosas cada vez más conscientes y mejor organizadas. El último ámbito que hemos destacado es la frontera castellana, una zona que durante la Alta Edad Media sufrió, en forma de guerras, luchas de bandos y conflictos entre los municipios limítrofes y la enemistad entre los reinos de Castilla y Navarra60. Observaremos cómo a lo largo de la Edad Moderna, al contrario de lo que ocurrió en los Pirineos, se produjo una desaparición progresiva de la frontera identitaria entre los dos territorios. Este proceso, así lo consideramos, se debió, en parte, a la integración progresiva de ambos reinos dentro de una construcción institucional e identitaria común: la Monarquía Hispánica. Estudiaremos detenidamente la forma en que se produjo este proceso apoyándonos, una vez más, en la investigación del bandolerismo. Por otro lado, al igual que ocurría en otras regiones del reino, la frontera castellana contaba con importantes vías de comunicación y con la impunidad que proporcionaban despoblados y montes. En este caso apreciaremos, a partir del estudio exhaustivo del bandolerismo, las diferencias sociales y económicas que existían entre las tierras que limitaban con Guipúzcoa o las que lo hacían con la Rioja. Analizaremos detenidamente el mundo del vagabundeo, no como objeto de represión, como haremos en otros apartados, sino como realidad cotidiana, como vivencia. La razón de localizar este tema en el 58

Colás Latorre y Salas Ausens, 1982. Orta Rubio, 1982. 60 Azcárate Aguilar-Amat, 1986a, 1986b y 1988; Orella Unzué, 1987; Diago Hernando, 1994 y Szaszdi León-Borja, 1999. 59

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ámbito de la frontera castellana es que, como veremos, la mayor parte de los vagabundos que llegaban a Navarra lo hacía desde Castilla, siguiendo largas rutas peninsulares que incluían en sus recorridos la ciudad de Pamplona y la Ribera. En estos lugares los pobres encontraban buenas oportunidades de trabajo y una sólida red hospitalaria61. Por último, estudiaremos la «Causa General de Ladrones» de 173962, una iniciativa judicial sin precedentes a través de la cual se intentó la captura de todos los malhechores que actuaban en el reino. Cientos de personas fueron apresadas y juzgadas, varias cuadrillas de bandoleros resultaron desarticuladas y, temporalmente, se vaciaron de mendigos los hospitales de muchas localidades. En ningún otro caso contamos con semejante cantidad de información. Las pormenorizadas relaciones de los testigos y las propias declaraciones de los acusados durante los miles y miles de hojas que ocupa este proceso masivo nos permiten realizar una especie de corte transversal, una foto fija del bandolerismo y de la propia sociedad navarra de mediados del XVIII que poco tiene que ver con la sociedad banderiza de principios del XVI, del inicio de la Era Confesional. * * * * * No quisiera acabar esta introducción sin expresar mi más sincero agradecimiento a todas las personas e instituciones que han hecho posible este trabajo. En primer lugar, deseo manifestar todo mi reconocimiento al profesor Jesús María Usunáriz Garayoa por su continua labor de dirección, por su entusiasmo, dedicación y amistad. Igualmente, quiero agradecer a los profesores Agustín González Enciso, Gregorio Colás Latorre, Iñaki Reguera Acedo,Tomás A. Mantecón Movellán e Ignacio Arellano, las sugerencias, los consejos y las críticas que, como miembros del tribunal, me hicieron con motivo de la defensa de la tesis doctoral. Sus aportaciones han ayudado, de manera decisiva, a conformar la presente publicación. Estoy profundamente agradecido a la Universidad de Navarra y, en particular, al Departamento de Historia, que ha puesto a mi disposi-

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Núñez de Cepeda, 1940. Sesé Alegre, 1994, p. 151.

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ción todos los medios humanos y materiales, además de un ambiente grato y de colaboración siempre tan necesarios. La recopilación de los datos que aquí se presentan ha sido posible gracias a la colaboración desinteresada de los responsables y personal del Archivo General de Navarra, Archivo General de Simancas, Archivos Municipales de Pamplona, Lesaka y Leitza y Archivo Diocesano de Pamplona. Agradezco al Gobierno de Navarra y a la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra las ayudas concedidas para la realización de la tesis doctoral y la financiación de los proyectos de investigación en los que he participado. Este libro debe también su existencia como tal al GRISO, que me ha abierto las puertas de la Biblioteca Áurea Hispánica y de los lectores potenciales. Finalmente, quiero agradecer a mi familia y a Mertxe el apoyo que siempre me han dado.

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CAPÍTULO I LA DOCTRINA DE LA IGLESIA FRENTE AL BANDOLERO

Frente a lo que García Cárcel ha dado en llamar el «cristianismo sociológico no doctrinal», predominante durante la Baja Edad Media, la revolución religiosa que tuvo lugar en el siglo XVI hizo que la Iglesia, con su estructura y religiosidad reformada, inundara de una manera jamás experimentada todos los ámbitos de la sociedad. Se pensaba que la herejía se extendía con mayor facilidad en los «lugares menos cristianizados», en aquellas «Indias» que predominaban en la mayor parte de Europa. No se puede negar que la Europa bajo medieval fuera cristiana. Sin embargo, el cristianismo no había llegado a hacer cumplir y aclarar un conjunto de dogmas y preceptos de obligado cumplimiento. Existía falta de definición dogmática, relajación en las costumbres, falta de formación religiosa e intelectual entre el clero, falta de respeto a lo que la Iglesia consideraba sagrado… Las diferentes reformas que sacudieron Europa intentaron hacer de la sociedad un todo confesional, «una unidad corporativa y gregaria de fieles, que asumen una doctrina dogmática común, un código de normas estandarizadas y una función pública del hecho religioso»1. La estrategia utilizada por las diferentes reformas fue la de incrementar su presencia en todos los ámbitos de la sociedad2. Se trataba de extender un riguroso control sobre el espacio y la sociedad, es decir, sobre las estructuras de la comunidad y sus manifestaciones exteriores, tratando incluso de acceder y transformar las mismas conciencias de los fieles para adecuarlas a un nuevo modelo de hombre cristiano.

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García Cárcel, 1998. Pinto Crespo, 1988, p. 186.

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Los intereses del poder eclesiástico y civil coincidieron: ambos pretendían un fortalecimiento y una centralización en sus respectivas esferas de poder y se aliaron utilizándose mutuamente. Crearon sutiles lazos espirituales, afectivos y judiciales con sus súbditos y fieles, haciendo sentir su presencia como algo omnipresente y efectivo. El poder civil encontró en la nueva doctrina reformadora unas bases teóricas que dotaban de un contenido al Estado nación que nacía a la modernidad, sosteniendo y justificando la nueva monarquía absoluta y toda su estructura jurisdiccional, apoyada en parte en los poderosos recursos materiales, humanos y espirituales con que contaba la Iglesia. Así mismo, la Iglesia también encontró en el poder político la fuerza necesaria para extender y hacer cumplir sus renovadas doctrinas, sus normas y su modelo de sociedad3. Sin embargo, cualquier intento de conocer esta época se quedaría cojo si no tratásemos de comprender un elemento tan fundamental como era la presencia constante de lo sobrenatural en lo cotidiano. La cultura de esta Era Confesional estaba orientada hacia la divinidad. Lo sacro inundaba hasta los gestos más mínimos de las relaciones sociales, y comprender esto nos ayudará a tener una visión más completa, más global y más cercana sobre este mundo, sobre la trascendencia de ciertas formas de trasgresión que estudiamos, como son el robo sacrílego, comportamientos antisociales caracterizados por el pecado, la herejía, o sobre gestos que interpretados fuera de contexto pudieran parecer supersticiosos y anecdóticos y, en cambio, insertos en esta mentalidad se llenan de sentido.

1. LA TEOLOGÍA MORAL Y LA DOCTRINA SOBRE LA VIOLENCIA La Iglesia intentó a través de todos los medios a su alcance reformar la sociedad. Pero, ¿en qué dirección? ¿En qué consistía esa noción que tenía la Iglesia del nuevo hombre católico? ¿Qué implicaciones tenía en la vida cotidiana, en los aspectos y los problemas que más inquietaban al hombre de la Edad Moderna? La teología moral, sujeta a una notable evolución durante los tres siglos estudiados, trató de ofrecer respuestas a cuestiones tan presentes

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Reinhard, 1994; Schilling, 1995; Hsia, 1992; Lotz-Heumann, 2001.

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como la importancia del honor, la omnipresencia de la violencia o la irrupción de nuevas realidades económicas. Ésta fue la base teórica sobre la que se sustentó la sociedad confesional y, como veremos más adelante, se hizo especialmente patente en la actuación de la justicia. Los poderes civiles, gracias al discurso confesional, se armaron de argumentos, se revistieron de legitimidad, ejerciendo su papel de garantes de la construcción ideológica que le ofrecía la Iglesia.

1.1. Evolución de la teología moral No podemos considerar los tres siglos de la Edad Moderna como una unidad monolítica en la que la Iglesia transmitió los mismos mensajes y persiguió iguales objetivos. Muy al contrario, aunque los sermones no son especialmente ricos en este tipo de disquisiciones más teológicas4, los manuales de confesores sí que reflejan, según Morgado García, la viveza de los debates que se produjeron en el seno de la teología moral, sobre todo respecto a una mayor flexibilidad o rigidez a la hora de aceptar ciertas transgresiones relativas al honor o al dinero5. El sacramento de la penitencia, por esencia el más cercano a los problemas de la vida, fue el que en mayor medida polarizó estas disputas. Con el Concilio de Trento, la teología moral se independizó de la dogmática, apareciendo manuales y sumas de casos, sobre todo durante los siglos XVI y XVII, que, de un modo práctico, pretendían ayudar en el ejercicio diario del sacramento de la confesión6. Kamen afirma que, entre 1500 y 1672, aparecieron 692 títulos sobre teología moral7. La Iglesia que salió del Concilio de Trento, deseosa de mostrar el poder del perdón frente a las doctrinas protestantes, adoptó una posición flexible y una perspectiva tranquilizadora del sacramento de la confesión8. Los primeros manuales obtuvieron un enorme éxito, sobre todo el Manual de confesores y penitentes de Martín Azpilcueta (1492-1586)9, 4 5 6 7 8 9

Núñez Beltrán, 2000, p. 31. Morgado García, 1996-1997, p. 123. Blanco, 2000, p. 123. Kamen, 1998. Delumeau, 1992, p. 40. Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes.

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alcanzando 92 ediciones para finales del siglo XVI10. El libro del «Doctor Navarro» supuso un auténtico hito en la historia de la teología moral por su claridad, su bagaje cultural, su método equilibrado y su preocupación pastoral11. Marcó un rumbo no sólo en el método, sino también en la teoría: la importancia de un arrepentimiento verdadero y, sobre todo, la adaptación a las circunstancias, circunstancias a la hora de valorar la gravedad de un pecado, circunstancias para la imposición de una penitencia adaptada a las capacidades del penitente y, finalmente, también circunstancias en la práctica de la confesión, pues en algunas de peligro real cualquier confesor era bueno. Su preocupación por el séptimo mandamiento («No robarás»), debido a la problemática que planteaba la restitución en las nuevas realidades económicas, también se trasladó al resto de obras de la época12. Obras de gran éxito durante estas dos centurias fueron también los manuales de Corella o Larraga13. Al dominico Bartolomé de Medina (1521-1580), confesor de Santa Teresa, se le ha visto como impulsor del probabilismo, sistema moral según el cual si hay una opinión probable es lícito seguirla, incluso aunque la opinión opuesta sea más probable14. La opinión probable pasaba a ser segura para la conciencia en oposición a la noción medieval de la seguridad moral objetiva. Las tesis probabilistas triunfaron durante el siglo XVI y la primera mitad del XVII, sobre todo entre los miembros de la Compañía de Jesús15. Sin embargo, el probabilismo desembocó en el laxismo. Los manuales de confesores y, sobre todo, las sumas de casos, pasaron a convertirse en enciclopedias casuísticas en donde se defendían y se reprobaban opiniones contrarias, llegando a justificar lo estrictamente prohibido por la Iglesia. Exponentes de este laxismo fueron las Resoluciones Morales del teatino Antonio de Diana o la obra de Juan Caramuel16. Frente a esta flexibilidad moral característica de mediados de la Edad Moderna tuvo lugar una ofensiva rigorista. Las obras de Arnauld 10 Arigita y Lasa, El Doctor Navarro Don Martín de Azpilcueta y sus obras. Estudio histórico y crítico; Olóriz, 1916; Dunoyer, 1957;VVAA, 1988; Morgado García, 19961997, pp. 122; Muñoz de Juana, 1998. 11 Martínez Ferrer, 1996, p. 79. 12 Martínez Ferrer, 1998, pp. 67-69 y Vázquez de Prada, 2000. 13 Morgado García, 2000, p. 113. 14 Martínez Ferrer, 1996, p. 80. 15 Delumeau, 1992, pp. 119-120. 16 Morgado García, 2000, pp. 113.

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o la reedición de las instrucciones de San Carlos Borromeo rechazaron de plano las teorías probables y exigieron un mayor rigor en la administración del sacramento de la penitencia, utilizando como arma el aplazamiento de la absolución17. Entre los manuales que manejamos, el de Echarri quizá sea el más representativo de esta corriente18. El cambio de corriente teológica supuso un giro en los contenidos y en las formas de las obras de teología moral. Frente al método expositivo, que había caracterizado a los manuales de Azpilcueta o Medina, se impuso el de preguntas y respuestas, más adecuado a los nuevos objetivos19. Durante el siglo XVI y mitad del XVII la teología moral trató temas más cotidianos, tratando de tranquilizar a los penitentes en los aspectos relacionados con la defensa del honor o de los bienes materiales, los problemas sexuales o los miedos que generaba el culto20.También intentó mostrar a cada «estado» el camino que debía seguir para salvarse, reformando los excesos propios de cada estamento. En cambio, las obras de mediados del XVII al XVIII pasaron a tratar temas más doctrinales, menos ligados a la vida cotidiana o a los deberes estamentales, por lo que los pecados contra el primer mandamiento (Amar a Dios) fueron los que mayor atención suscitaron21. La teología moral de la Edad Moderna, y sobre todo el probabilismo de la época confesional, aportó a los poderes civiles importantes conceptos que se reflejaron en la acción de sus tribunales. Como veremos en el capítulo dedicado al proceso judicial, frente a la rigidez y dureza que hacía prever la legislación, los jueces actuaron a la manera de los confesores, adaptándose a las circunstancias e imponiendo penitencias para expiar los delitos-pecado, siguiendo las nociones de agravantes/atenuantes y corregible/incorregible tan manejadas en ámbitos religiosos. La evolución que se produjo a mediados del siglo XVII hacia una menor atención a los aspectos más cotidianos y sociales anunció la laicización y el fin de la alianza entre poder civil y eclesiástico propios del XVIII; en definitiva, el fin de la Era Confesional22.

17 18 19 20 21 22

Delumeau, 1992, pp. 74-78. Morgado García, 1996-1997, p. 127. Morgado García, 1996-1997, pp. 121-122. Delumeau, 1992, p. 105. Morgado García, 1996-1997, p. 122. Schilling, 1995, pp. 667-669.

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1.2. Homicidio, robo y violencia según la teología moral ¿En qué medida afectó la teología moral al uso de la violencia, la importancia del honor y la gravedad del robo? ¿Cómo influyó en los cambios que se produjeron a lo largo de los tres siglos de la Edad Moderna?

1.2.1. V mandamiento: No matarás23 El primer punto que todos los tratados intentaron dejar claro es que matar no estaba prohibido si se hacía lícitamente. Sólo la muerte injusta, el homicidio, era reprobado.Todos los manuales de confesores justificaban matar en cuatro casos: la autoridad de Dios (los mártires que mueren por defender la fe), la autoridad de un juez legítimo, la guerra justa y la defensa de la propia vida24. En ningún caso se debía matar por odio o por venganza25. Sin embargo, los matices surgieron en lo que respecta al cuarto caso. Los manuales del siglo XVI y mediados del XVII optaron por una mayor flexibilidad.Azpilcueta justificaba matar por defender la hacienda, porque, al depender la vida de ella, se consideraba defensa propia. También le parecía lícito matar por defender la honra, pues «la honra vale más que la hacienda, y la injuria personal excede a cualquiera de la hacienda». De lo que infiere «que si el acometido no puede ir sin deshonra, no es obligado a ir, y si no se puede defender de un bofetón o de otra herida sin que lo mate, lo puede matar»26. Es más, afirmaba que, aunque «mata injustamente cuando se puede defender de otra manera», «caso del ladrón o la defensa de la castidad, cuando se podía recurrir a otras salidas», no peca, pero incurre en una irregularidad27. Éstos fueron dos de los puntos que centraron el debate de la teología moral: la licitud de matar por defender el honor y por defender la hacienda. Como se puede ver, Azpilcueta justificaba estas posturas 23

Para estudiar los precedentes tardomedievales consultar la obra de García de Vicente, 1999. 24 Ascargota, Manual de confesores, p. 220. 25 Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, p. 113. 26 Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, p. 114. 27 Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, p.115.

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siempre que no existieran otras salidas y, aún cuando existieran, sólo consideraba esta acción como irregularidad, no como pecado. En definitiva, por lo que opta el «Doctor Navarro» es por defender un concepto de honor tradicional, ligado a los valores nobiliarios, considerándolo tan importante o más que la propia vida. De opinión muy diferente es Corella, que en 1690 escribía: «no es lícito exponer una cosa de más estimación y aprecio por conservar otra de inferior graduación», refiriéndose a la superioridad de la vida sobre la fama. Es más, cristianiza el concepto de la fama, considerándola «la buena opinión que los prudentes tienen de la excelencia y prendas del prójimo». Corella basaba esta opinión no en una pretendida nobleza, que sólo suponía «ignominia, cobardía y flaqueza», sino en virtudes cristianas, puesto que «los prudentes juzgan que el hombre antes es cristiano que caballero»28. De todas maneras, a principios del siglo XVIII los manuales siguieron abogando por defender el honor, pero optando por posturas intermedias y quizá más realistas y ajustadas a los valores de la sociedad. Larraga, por ejemplo, recomienda huir, aunque «si de huir se le ha de seguir infamia grave no está obligado a huir, como un caballero o capitán [cuando] es acometido en público, pero si de huir no se ha de seguir infamia debe huir». Este autor sólo aceptaba recurrir a la muerte en caso de infamia continuada «si no puede impedirlo de otra suerte que matándole»29. Respecto al caso del robo de la hacienda, Larraga negaba el que pudiera matarse cuando excediera una moneda de oro, como afirmaban contemporáneos suyos, y defendía que sólo pudiera llegarse a estos extremos si el detrimento causado por el robo fuera muy notable30. Corella condenaba también el matar al que robaba un escudo de oro, «pues la vida de un hombre no se estima tan poco que por un escudo de oro se haya de quitar», y sólo justificaba este supuesto cuando se tratara de defensa propia, es decir, cuando «este escudo de oro fuera tan necesario a su dueño que sin él había de venir a extrema o grave necesidad»31. Más o menos los mismos argumentos utiliza Ascargota en el XVIII32. 28 29 30 31 32

Corella, Práctica del confesionario, p. 373. Larraga, Promptuario de la teología moral, p. 294. Larraga, Promptuario de la teología moral, p. 294. Corella, Práctica del confesionario, p.169. Ascargota, Manual de confesores, p. 220.

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Según Azpilcueta, el que mata o hiere «no tiene que pagar nada por la vida que quitó, aunque sí por el gasto de sus intentos de cura o el daño que sufrieron sus hijos y herederos, además de lo que se gastó en su entierro, honesto y acostumbrado»33. Esta opinión del «Doctor Navarro» es la que más o menos siguieron todos los manuales de confesores, reflejándose también en la actuación de los tribunales. En esta solución lo que vemos es la transformación de un derecho más propio de la Edad Media, en el que el grupo dañado recibe una compensación por la pérdida de uno de sus miembros, a un derecho más moderno, más individualista, en la que el agresor, el reo, sólo debe responder de sus delitos-pecados ante Dios y ante el rey como partes ofendidas34. Una atención especial merece el intento por parte de la teología moral de extender la práctica de la amonestación caritativa. Bartolomé de Medina fue quizá el autor que con mayor claridad expuso cómo se había de llevar a cabo y cuáles eran sus objetivos. El autor resaltaba la importancia de este punto al enmarcarlo dentro de los pecados contra el quinto mandamiento («No matar»), porque, en su opinión, el no amonestar al prójimo, en ciertos casos, podría considerarse un auténtico homicidio espiritual35. [En primer lugar] habemos de corregir y amonestar al próximo secretamente, entre él y nosotros, y avisarle caritativamente de su pecado, y rogarle por Cristo que se enmiende y se reconcilie con Dios. Lo segundo, si con esta amonestación secreta [y] no se quiere enmendar, habemos de amonestar de su peligroso estado delante de uno o de dos hombres, que sean hombres de bien y sepan tener secreto y conocerle de la necesidad que padece, avisándole que si con este aviso no se enmienda se dirá al prelado o juez para que ponga recaudo en su oveja, y si con esto se enmendare aquí habemos de parar, y si no se enmendare habemos de lo decir al prelado de la Iglesia, no como a juez, sino como a padre, avisándole del proceso que se ha llevado en la correctio fraterna, y el prelado entonces, con entrañas de padre, le remediará y medicará como más viere que conviene36.

33

Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, p. 119. Mantecón Movellán, 1997, pp. 17-18. 35 Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia, pp. 111-112. 36 Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia, p. 113. 34

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La corrección fraterna era una práctica que jugaba con la coacción que, en la Edad Moderna, suponía la omnipresencia del honor y la amenaza de la justicia. [Medina aduce que] verdaderamente es eficacísimo remedio el proceso de la corrección fraterna porque, viendo el cristiano que si por secreta amonestación no se enmienda lo han de decir al prelado, ciertamente se enmendará, a lo menos en lo exterior por miedo de la infamia o del castigo37.

Muy unida a este concepto de la «corrección fraterna» aparecía la noción de pecador «corregible» e «incorregible». El hecho de que una persona fuera «incorregible» eximía de este precepto38, «porque Dios no me obliga a cosa inútil y de ningún efecto»; sin embargo, cuando era «corregible», es decir, cuando «haya esperanza que se ha de enmendar mi hermano con la corrección», sí existía obligación de amonestarlo39. Igualmente, eximía el hecho de que el pecado cometido fuera público, «porque el fin de la corrección fraterna es enmendar a mi hermano con el menor detrimento que ser pudiere y sin infamia suya». Por lo tanto, si es público, tanto la amonestación como la corrección han de ser públicas40. Como se puede ver en el apartado dedicado al proceso judicial, estas mismas nociones de delincuente-pecador, corregible– incorregible o delito-pecado público, fueron las que, sobre todo durante los siglos XVI y XVII, manejaron los tribunales civiles. Otros autores como Luquiáin41, de fines del XVI o Echarri42, rigorista del XVIII, también hicieron hincapié en este punto de la corrección fraterna. En mi opinión, a través de la introducción efectiva de la figura de la corrección fraterna, ya contemplada en el Evangelio, la Iglesia trató de reglar y controlar, de alguna manera, los mecanismos infrajudiciales 37 Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia, p. 114. 38 Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, p. 245. 39 Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia, p. 114, Constituciones Synodales del Obispado de Pamplona, p. 113. 40 Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia, p. 115. 41 Luquiáin, Erudición cristiana, p. 394. 42 Echarri, Instrucción y examen de ordenados, p. 129.

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con que ya contaban las comunidades locales. Para lograr su objetivo les dio un contenido y una justificación religiosa, muy propia de esta Era Confesional, que en última instancia obligaba con carácter preceptivo a acudir a las autoridades. Como veremos más adelante, las comunidades locales tenían sus propios mecanismos de autodefensa, sus propias formas de regular los conflictos. En estas soluciones, el honor, la opinión que una persona merece entre los miembros de su colectivo, jugaba un papel esencial.Todos estos instrumentos se ponían en marcha en el momento en el que se apreciaba que se habían trasgredido las normas y los valores sobre los que se sustentaba la convivencia, en el momento en el que una conducta daba lugar a escándalo. Parece ser que en muy pocas ocasiones se acudía a las instancias civiles y eclesiásticas superiores, y la gran mayoría de los conflictos se solucionaba en el campo de la comunidad local. Lo que la Iglesia de la Era Confesional intentó introducir a través de este énfasis en la amonestación caritativa fue, en mi opinión, un protocolo de actuación, una regla a seguir, una práctica que sancionaba la forma tradicional de ejercer el control de las comunidades locales, pero les obligaba a trascender, a acudir a los tribunales eclesiásticos y civiles. La corrección fraterna respondería, pues, a un aspecto más de este intento de reforma de las costumbres, de introducción de sutiles lazos jurídicos y afectivos entre la Iglesia y sus fieles, entre el Estado y sus súbditos.

1.2.2. VII mandamiento: No robarás Como ya hemos comentado, durante los siglos XVI y XVII, sobre todo a partir de la publicación del Manual de confesores de Azpilcueta, este mandamiento fue uno de los que mayor atención mereció. Alrededor de él se construyó toda una teoría de las relaciones económicas desde el punto de vista de la moral católica. Se condenaron los pequeños fraudes, las usuras, todas las formas inmorales de ganar dinero; no sólo los robos que cometía el ladrón que aguardaba en el camino o el «ratero» que cortaba bolsas durante una procesión o una representación teatral43.

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Calvero, 1991 y Vázquez de Prada, 2000.

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Por hurto, en el presente precepto, se entiende todo aquello que se lleva, o detiene o toma, contra la voluntad expresa o tácita del señor de la cosa. También aquí se incluye la usura, simonía u otro cualquier fraude o notable perjuicio que se hace al prójimo, a la república, o se detiene contra el precepto o estatutos de cualesquiere leyes, así generales como municipales44.

Sin embargo, debido al tema que tratamos, dejaremos de lado toda esta teoría económica, para centrarnos en lo que decía la teología moral sobre lo que dio en llamar «hurto», «rapiña» y «robo sacrílego». Echarri, siguiendo a Azpilcueta45, de un modo muy sintético distinguía estos tres tipos de robo y los graduaba según la calidad de los pecados que contenían. Como defiende Echarri, hurto es quitar lo ajeno ocultamente y «rapiña es a vista de su dueño». En ambas «hay una malicia contra justicia», pero en la rapiña también se hace violencia al dueño, injuriándolo gravemente. En el caso del que hurta cosa sagrada, esta injuria es contra Dios, y por lo tanto es mucho más grave46. Éste es el punto de vista que predominó a lo largo de los tres siglos de la Edad Moderna, y también fue, como veremos en el apartado dedicado al proceso judicial, el que manejaron los tribunales. Los confesores también señalaban que lo grave no era conseguir hacerse con una cantidad importante, sino el hecho de pretenderlo. Lo mismo es el que va con intención de hurtar lo que encontrare; aunque no halle cosa que poder hurtar o si la [que] halla es materia muy parva ya pecó mortalmente por su depravada intención47.

Una vez más ésta es la base teórica en la que se movían los tribunales civiles: lo importante no era tanto el hecho de conseguir robar una gran cantidad, sino la voluntad de hacerlo. Así es como se explica que, en ocasiones, la justicia condenara a graves penas en robos de muy escasa entidad. La mayoría de los manuales de confesores sostenía que el robo era uno de los pecados más graves, pues «con el hurto todo el fundamento de la sociedad […] se deshace y pervierte»48. Carrillo llegó a afirmar 44 45 46 47 48

Carrillo, Memorial de confesores, p. 88. Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, p. 179. Echarri, Instrucción y examen de ordenados, p. 151. Echarri, Instrucción y examen de ordenados, p. 152. Carrillo, Memorial de confesores, p. 89.

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que todavía era más grave que el homicidio, como demostraba el hecho de que los homicidas gozaran de sagrado y los ladrones no: Es tan infamado este delito y tan reprobado de todas las naciones que no ha habido ninguna que no le aborreciese, castigase, pusiese penas y procediese contra los ladrones, con tanto rigor que no gozan del privilegio de los templos, ni el acogerse a él les vale, siendo admitidos y defendidos cuando se recogen a la iglesia los homicidas, con ser un delito tan grave como se ha visto.Y así parece que se pondera más este pecado que el homicidio por ser delito tan dañoso a la república, de quien pocas veces se espera enmienda, y así se castiga con tanto rigor49.

Efectivamente, como demuestran los procesos judiciales, éste era uno de los pecados más denostados, una de las faltas peor vistas durante toda la Edad Moderna. Además, para los confesores su absolución comportaba una gran dificultad, ya que, mientras el resto de faltas «con contrición, con ayunos y limosnas se perdonan», el que robaba estaba obligado a restituir para obtener el perdón, y esto en la mayoría de los casos resultaba francamente difícil50. La división de opiniones surgió a la hora de definir aquellos casos en los que, cuando menos, robar no supusiera un pecado y tampoco existiera razón para restituir. El caso que más polémica generó fue el de la extrema necesidad. Azpilcueta interpretó la extrema necesidad desde una perspectiva bastante amplia, ya que, además del hecho de sobrevivir físicamente, también se refiere al hecho de conservar la dignidad del «estado» al que se pertenece. El que está en extrema necesidad y no tiene más de lo necesario para su vida y la de los suyos, no es obligado a restituir, si el acreedor no está en [la misma situación]. Síguese también que quien restituyendo luego todo no pudiese vivir conforme a la decencia de su estado, no es obligado a ello,

aunque recomienda ahorrar e ir devolviendo poco a poco51.

49 50 51

Carrillo, Memorial de confesores, p. 92. Carrillo, Memorial de confesores, p. 88. Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, pp. 169-170.

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A pesar de que los manuales de confesores posteriores no osaron llevar la contraria al «Doctor Navarro», sí que distinguieron entre dos tipos de necesidades: una grave y otra extrema. Sólo en esta última legitimaron el hurto. Sólo es lícito tomar lo ajeno en necesidad extrema, no en grave. Necesidad extrema se dice [de] aquélla que, si no se remedia, corre manifiesto peligro la vida. Grave es la que trae grande molestia a la naturaleza o estado.A la naturaleza, como una grave y prolija enfermedad, hambre cautiverio, etc.Al estado, como verse precisado un hombre principal a ejercer oficios mecánicos o servir a otros con indecoro suyo o pedir limosna52.

Esta justificación que hacía la teología moral del robo bajo circunstancias extremas no tuvo ningún efecto en los tribunales, aunque, como se puede ver en el punto dedicado al proceso judicial, sí se intentó usar como atenuante. En cambio, un argumento que sí pesó en la actuación de los tribunales fue el que recogió, por ejemplo, Carrillo. Según este autor, el único responsable de la pobreza era el propio pobre, ya que, «si procurase de trabajar cada uno, se evitarían estos daños», porque «ordinariamente cometen este vicio los holgazanes, perdidos y escorias de las repúblicas»53; juicios de valor en sintonía con una época, el siglo XVI, en la que el trabajo se revalorizó, se atacó la ociosidad, cambió definitivamente la imagen del mendigo, se crearon los primeros hospitales, surgió la figura del padre de huérfanos… Otra de las discusiones más recurrentes fue la de precisar una cantidad a partir de la cual fuera pecado mortal robar, es decir, cuánto era «poquedad». El fondo de esta discusión era la importancia o no de adaptarse a las circunstancias o ceñirse a unas directrices más o menos rígidas. Manuales de los siglos XVI o XVII, como los de Azpilcueta o Larraga, optaron por adaptarse a las circunstancias, frente a otros, más próximos al rigorismo del XVIII, como el de Ascargota54 o Echarri55, que ofrecieron unas cantidades muy concretas. Larraga resumía así el debate: Unos señalan cantidad absoluta […], y éstos dicen que el hurtar cuatro reales es en sí materia grave y, consiguientemente, pecado mortal, aunque se hurten al más rico del mundo. 52 53 54 55

Corella, Práctica del confesionario, p. 170. Carrillo, Memorial de confesores, p. 93. Ascargota, Manual de confesores, p. 303. Echarri, Instrucción y examen de ordenados, p. 151.

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Otros distinguen cuatro géneros de personas. Unas muy ricas, como reyes, príncipes y otros muy ricos, y respecto a éstos será pecado mortal hurtarles cantidad de diez o doce reales y menor cantidad será pecado venial. Otras personas hay medianamente ricas, y respecto de éstas será pecado mortal el hurtarles cuatro reales y menos cantidad será materia leve. Otras personas hay que viven y se sustentan de su trabajo mecánico, como sastres zapateros, etc, y en éstos será materia grave dos reales y menor cantidad será materia leve.Y últimamente, respecto de los pobres, será materia grave un real56.

Frente a estas opiniones más o menos flexibles Larraga aseguraba que no se podía determinar una cantidad porque, aunque fuera mínima, en ciertas circunstancias ésta podía resultar imprescindible. Pero se ha de advertir que muchas veces menor materia puede ser suficiente para pecado mortal, como si a un sastre le quitasen una aguja sabiendo que no tenía otra para alimentar su familia, o a un escribano una pluma sabiendo que no tenía otra y por ello perdiesen la ganancia de todo el día57.

1.2.3. VIII mandamiento: No levantarás falsos testimonios ni mentirás Las transgresiones contra este mandamiento, al igual que en los dos puntos anteriores, también afectaban al honor. En lo que respecta al quinto mandamiento y al pecado de la ira, lo que los tratadistas prohibían era responder a las injurias con venganzas y odios. En este octavo mandamiento lo que se condenaba era el mismo hecho de injuriar, de dañar la fama del prójimo. Sin embargo, en la interpretación de este mandamiento también se aprecia cierta evolución.Azpilcueta, y siguiéndole a él la mayoría de los tratadistas del XVI y mediados del XVII, lo interpretó de una manera más amplia, más literal, considerando tanto la injuria que se hace al prójimo como el mero hecho de mentir. Se veda el daño del prójimo, que se hace por dar falso testimonio judicial o dejar de dar verdadero.Y por una consecuencia se vedan todos los

56 57

Larraga, Promptuario de la teología moral, p. 313. Larraga, Promptuario de la teología moral, p. 313.

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pecados de palabras o señales en juicio o fuera de él y los prometimientos, injurias, detracción, susurración o escarnecimiento, maldición y aún blasfemia (aunque ésta más nos parece vedarse por el segundo mandamiento, como lo dijimos arriba) y revelación de secretos58.

Es aquí donde habría que enmarcar toda la base teórica en contra del falso testimonio en los procesos judiciales y su extrema gravedad. Sin embargo, poco a poco, el discurso sobre este pecado se fue reduciendo casi exclusivamente a la injuria, su gravedad y sus repercusiones.Así, Echarri defendía que: En este precepto se prohíbe el daño que se hace al prójimo en los bienes de su fama y honra quitándosela injustamente. Por fama se entiende la buena opinión en que comúnmente es tenido el prójimo por su persona, virtudes y prendas, y por honra se entiende la exterior veneración por reverencia que al próximo se le muestra59.

Como se puede ver en el apartado dedicado a la legislación, este giro, este mayor énfasis en la gravedad de la injuria en todas sus formas, coincide con un mayor esfuerzo, por parte de las autoridades civiles, por acabar efectivamente con las formas tradicionales de protesta y denuncia pública que escapaban de su control, como son cencerradas, músicas de noche, pasquines... Muchos de estos mecanismos de disciplinamiento popular eran vistos como la causa de la violencia que dominaba la sociedad, como la ocasión para los robos y las venganzas. Estas denuncias ya se habían producido anteriormente, pero fue en esta segunda parte de la Edad Moderna cuando las condenas se redoblaron.

1.2.4. El pecado capital de la ira Los manuales de confesores de los siglos XVI a XVIII construyeron alrededor de este pecado una auténtica ética sobre la importancia del honor y, especialmente, sobre la forma justa de exigir reparación a las ofensas. Este punto tuvo una importancia capital en todos los tratados de teología moral, ya que respondía a una necesidad, a una realidad

58 59

Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, p. 236. Echarri, Instrucción y examen de ordenados, p. 167.

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omnipresente, a unos valores que luchaban obstinadamente en contra de la doctrina de la Iglesia sobre la ilegitimidad de la venganza. Así, Bartolomé de Medina definía la ira como «apetito desordenado de venganza», origen de «rencillas, contumelias, clamores, indignaciones, blasfemias», «enemiga de consejo, compañera de necedad y turbación, madre de las discordias, enemistades y de otros muchos desastres»60. En todas las obras se aprecian definiciones muy parecidas. Las diferencias llegan, sin embargo, en la forma de hacerle frente. Durante el siglo XVI y primera mitad del XVII se apeló a argumentos más teológicos, como son la «oración y el ejemplo de Cristo y su paciencia»61, porque injurias mayores «recibió Cristo nuestro Redentor, que sus enemigos no sólo le afrentaron […], le quitaron la honra»62.También se añadían razones prácticas, de peso, que entroncaban con la mentalidad propia de esta Era Confesional.Así, Carrillo afirmaba que: Los hombres vengativos viven poco, que unas veces la cólera, otras los enemigos, otras la justicia les priva la vida», y así queda «su alma condenada a los infiernos» y es «tenido en la república por cruel», obteniendo «rigurosísimas penas en esta vida y en la otra». Porque es «desatino grande que quiera el vengativo perder, condenar y matar su propia alma por perder y castigar el cuerpo de su enemigo.

Frente a la ira se proponía la templanza, la mansedumbre, el no provocar al prójimo, amar al enemigo… porque eso era «lo mejor y más alto, lo más perfecto, del mayor merecimiento»63. Según los tratados, el hombre vengativo de esta época era una persona que en momentos de ira era capaz de recurrir a la violencia, provocando muerte o heridas tanto al adversario como a sí mismo. Ante esta situación, los confesores alertaban de que, de morir en el arrebato, el vengativo se condenaría al infierno, entre otras cosas, por haber muerto precipitadamente sin haber podido recibir confesión, y, de salir victorioso, la justicia se haría cargo de él.

60

Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia, p. 14. 61 Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia, p. 217. 62 Carrillo, Memorial de confesores, p. 162. 63 Luquián, Erudición cristiana, p. 346.

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Bartolomé de Medina advertía que también existían formas más refinadas de venganza, como la actitud que adoptaban los que piden justicia delante de un juez y, en realidad, lo único que deseaban era la revancha64. Aunque los argumentos de fondo no desaparecieron (el ejemplo de Cristo, la santificación por el sufrimiento, la presencia del infierno, etc.), los manuales, sobre todo del XVIII, parece que se enfrentaron a otra situación: frente a la violencia homicida que parecían mostrar las personas vengativas durante los siglos XVI o XVII, en el Setecientos los avisos iban dirigidos a reconciliar a las personas y evitar demostraciones de odio, más en el campo de la cortesía que en el de las agresiones físicas: que no se eviten, que no muden la cara o no se cambien de calle cuando ven a su enemigo… La razón es porque estas demostraciones de odio son ya parte de venganza y, por lo menos, le dan al contrario ocasión de corresponder en la enemistad y así le son escándalo». «Les habéis de preguntar si desea algún mal al enemigo. Responderá como se acostumbre que no. Entonces, porque lo exterior prueba lo interior, habéis de llegar a las señales65.

El remedio al que acudían frente a estas situaciones, muy propio del rigorismo imperante durante el Setecientos, era la negación de la absolución, con todas las consecuencias que comportaba: no poder comulgar, ante la mirada atenta de la comunidad, estar en peligro de morir sin confesión…66 Sea regla que a los que están enemistados o los que se niegan el habla o no perdonan las injurias se les debe negar también el beneficio de la absolución; pues ninguno se puede reconciliar con Dios sin que primero se reconcilie con su hermano, el prójimo67.

Igual que en épocas anteriores, se recomendaba templanza y mansedumbre y se luchó contra la creencia de que la ira eximía de respon-

64 Medina, Breve instrucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la Penitencia, p.117. 65 Segneri, El confesor instruído, p. 90. 66 Delumeau, 1992, p. 74. 67 Echarri, 1733, 136.

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sabilidad. La razón era que la mansedumbre es una virtud que se ha de trabajar hasta convertirla en hábito, hasta interiorizarla, de tal manera que se esté preparado para contenerse frente a las injurias. Así, el Padre Calatayud defiende que los coléricos «no dejan de ser en algún modo culpables, aunque por entonces no esté en su mano, pues ensayándose y previniéndose de antemano el hombre con motivos hijos de la experiencia, puede, poco a poco, ir perdiendo el miedo en semejantes ocasiones»68. 2. LOS MEDIOS DOCTRINALES La base sobre la cual se sostenía la sociedad confesional católica de la Edad Moderna era la práctica explícita y frecuente de todos los ritos propios de la Iglesia, y especialmente de los sacramentos. Todos los habitantes de la Navarra moderna, como miembros de la comunidad confesional católica, tenían que confesarse una vez al año, oír la predicación que se ofrecía en las misas dominicales y festivas, asistir a procesiones… La no participación en estas ceremonias conllevaba la sospecha, la infamia, el rechazo y la marginación. Sin embargo, no podemos ver estos actos preceptivos como meros rituales vacíos de contenido; todo lo contrario, la Iglesia los utilizó como un medio incomparable para transmitir su doctrina y promover la pretendida reforma de las costumbres. La labor pastoral se ejercía desde el púlpito en la misa mayor describiendo los horrores del fuego eterno, desde el confesionario bajo la amenaza del aplazamiento del perdón, desde las hermandades con sus rígidos códigos de conducta, así como desde todos los ámbitos de sociabilidad y aculturación que, poco a poco, se iban impregnando de un contenido eminentemente religioso doctrinal69. 2.1. La confesión A partir del IV Concilio de Letrán (1215) se impuso la obligatoriedad de la confesión anual. Posteriormente, el Concilio de Trento 68

Calatayud, Doctrinas prácticas, p. 14. Los medios de adoctrinamiento en Nalle, 1992, pp. 104-133. Mantecón Movellán, 1990, pp. 37-172 estudia el caso de las cofradías. 69

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impulsó fuertemente su práctica70, en parte como respuesta a la crítica protestante que negaba a la Iglesia la facultad de perdonar los pecados a través de este sacramento71. Pero debemos ser conscientes de que tras las disputas teológicas se encontraban las personas que practicaban la confesión, para quienes desempeñaba una función social. Delumeau destaca su función como dispensadora de alivio psicológico ante los remordimientos causados por los pecados, ante el miedo de que éstos pudieran abocar a la condenación eterna. Es cierto, pero, al mismo tiempo que generaba seguridades y liberaba conciencias, también suscitaba miedos, escrúpulos y vergüenza72. No debemos olvidar, como subraya Chavarría, que la propia confesión era un magnífico método de control de las comunidades. Existían perdones reservados a instancias superiores, pecados que sólo podían ser dilucidados por la Inquisición y cuya autodelación era promovida por los propios confesores. A través de este sacramento ministros integrados en la propia comunidad vigilaban las costumbres más desviadas de sus miembros73. No nos debe extrañar, por ello, la vergüenza que generaba enfrentarse a la confesión, sobre todo entre las mujeres y por los pecados relacionados con el sexto mandamiento. Esta humillación era tan dura que llegó a ser considerada en sí misma como una penitencia que merecía la concesión del perdón74. Estaríamos equivocados si pensáramos que todos los habitantes de la Navarra confesional se confesaban de una manera correcta, haciendo examen de conciencia, arrepintiéndose de sus pecados y proponiéndose un serio propósito de enmienda después de satisfacer una penitencia.También es cierto que una sola confesión anual tampoco era suficiente como para moldear definitivamente las conductas. De todas formas, como ya veremos más adelante, el miedo a la condenación eterna era un miedo real, un terror que afectaba a todos los miembros de la sociedad, y la única solución venía de la mano de la obtención del perdón a través de la confesión75. 70 71 72 73 74 75

Larrabe, 1977. Delumeau, 1992, p. 40. Delumeau, 1992, pp. 1-17. Chavarría, 2001, p. 733. Delumeau, 1992, pp. 22-23. Fernández Vargas, 1978, pp. 94-95.

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Sin embargo, las deficiencias en la administración correcta de este sacramento no sólo provenían del fiel. La falta de formación entre los clérigos a la hora de administrar un ministerio tan delicado y arduo hacía que, como reiteradamente señalan los manuales de confesores, se confesara rápido, sin inquirir lo suficiente sobre cada uno de los pecados, perdonando las faltas con demasiada liberalidad o, todo lo contrario, atemorizando a los fieles en vez de conminarles amablemente al arrepentimiento76. Por ello, a partir de Trento se impulsó la formación del clero en este sacramento a través de la publicación de manuales de confesores y sumas de casos, auténticos compendios de teología moral con una finalidad fundamentalmente práctica77. Igualmente se pretendió generar confianza entre los fieles remarcando la inviolabilidad del secreto y la moralidad de los ministros, reflejándose estos intentos en la extensión del confesionario, estructura que permitía mantener una mayor distancia entre el ministro y el fiel78.También se confió en especialistas que, además de estar, en principio, más capacitados, salvaguardaban el anonimato de los fieles79. La presencia del pecado, la condenación eterna y la consiguiente necesidad de perdón, fueron las claves del éxito de este sacramento, que dotó a la Iglesia de un instrumento inmejorable para reformar efectivamente la sociedad, adoctrinando, controlando e imponiendo penitencias.

2.2. La predicación Según Fernández Rodríguez, «el sermón, durante toda la Edad Moderna, fue una de las formas más directas de influir en la mentalidad popular. Su objetivo era instruir a los fieles en las verdades de la fe católica, que se veían amenazadas desde la Reforma Protestante. La Iglesia, lo consideró el instrumento más apropiado para transmitir su concepción del hombre y del mundo»80. En el ámbito católico, a partir del Concilio de Trento, se impulsó notablemente la predicación, sobre todo a partir de la imposición del 76 77 78 79 80

Delumeau, 1992, pp. 17-20. Morgado García, 1996-1997, p. 120. Blanco, 2000, p. 142. Blanco, 2000, p. 133. Fernández Rodríguez, Rosado Martín y Marín Barriguete, 1983, p. 35.

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precepto de la misa dominical y las fiestas de guardar. Sin embargo, esta práctica no sólo se circunscribió a este momento religioso; todos los actos, todas las fiestas, todos los duelos eran acompañados por el discurso apasionado de un predicador, desde la inauguración de un edificio o la entrada de un rey81 hasta la agonía de un reo condenado a morir a garrote en la Plaza de la Fruta de Pamplona82. En la mayoría de los casos una muchedumbre escuchaba atenta, porque «la concepción del sermón como espectáculo era sentida y vivida por todas las clases sociales». Existían auténticas estrellas de la predicación que acudían a todas aquellas ceremonias en las que eran requeridas. Las técnicas teatrales que utilizaban aseguraban el efecto de estos sermones, donde los gestos y el dramatismo trataban de mover la voluntad de los creyentes83. Como Morgado García afirma, «el sermón sobrepasa al libro religioso como medio de adoctrinamiento por amplificar hasta el límite los recursos de la meditación realista, utilizando elementos plásticos y efectistas, y por arrastrar al público en masa al convertirse en todo un espectáculo»84. La Reforma Católica estableció las pautas que debía seguir todo sermón. Sus objetivos fundamentales eran enseñar, deleitar y mover; mover a los hombres al camino de la virtud, conociendo las cosas divinas y asumiendo verdades de fe orientadas hacia la vida cotidiana85. Para ello se debía predicar atendiendo al público y su capacidad de comprensión86. Los predicadores debían reunir unas cualidades personales y unos conocimientos generales que les permitieran enfrentarse a esta tarea87.Todos los candidatos debían ser examinados. Sin embargo, como asegura Morgado García, esta teoría pocas veces llegó a cumplirse, y la calidad de la predicación llegó a ser realmente baja88. 81

Dávila Fernández, 1980. AMP, C. 27.2, Libro de la Cofradía de la Vera Cruz 2. 83 Orozco Díaz, 1980. 84 Morgado García, 2000, pp. 103-105. 85 Núñez Beltrán, 2000, pp. 35-38. 86 Es éste el contexto en que se enmarca el impulso del uso del vascuence en la pastoral, Goñi Gaztambide, 1987, t. 5, pp. 341-342, apareciendo en 1561 el primer libro sobre doctrina cristiana en esta lengua: Elso, Doctrina cristiana y pasto espiritual del alma. 87 Sobre la figura del predicador ordinario de Pamplona consultar Redín Flamarique, 1987, pp. 65-81 y pp. 108-109. 88 Morgado García, 2000, p. 102. 82

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A pesar de que Núñez Beltrán reivindica el sermonario del siglo XVII89, la mayoría de los autores coincide en resaltar una crisis en esta época debido a la extensión de dos corrientes: una culterana caracterizada por la exageración artificiosa y otra vulgar en la que dominaba la fábula y la leyenda. En el siglo XVIII, con la llegada de los Borbones, se introdujeron autores franceses y se volvió a la predicación clásica castellana del XVI90. Una atención especial merecen las misiones, una modalidad de la pastoral especialmente dirigida a la conversión de los fieles91. Su impacto, sobre todo, en comunidades de Castilla y Andalucía en el siglo XVII ha sido puesto de relieve por muchos autores, debido a la espectacularidad y al ambiente de éxtasis catártico que lograban crear los predicadores. Misioneros como el Padre Calatayud, José de Caravantes o Pedro de León consiguieron masivas penitencias públicas92. Atacaron todas aquellas costumbres que daban lugar a escándalos. Aunque contamos con pocos datos para Navarra, Goñi Gaztambide señala varias misiones, sobre todo para el siglo XVIII93. En la documentación encontrada también constituyen un elemento presente. En un informe remitido en 1749 al Consejo Real se anuncia que las diligencias que contra los salteadores se han adoptado en Falces «han hecho más fruto en esta villa que una misión, pues parece que con ellas han cesado los hurtos rateros que estaban como de costumbre»94.

2.3. Otros medios Cabe mencionar también otros elementos importantes en la labor de adoctrinamiento y control que desempeñó la Iglesia en la Navarra confesional. Un elemento tan importante como escasamente estudiado fueron las continuas visitas pastorales que llevaron a cabo los obispos, bien personalmente o bien bajo la responsabilidad de un «visitador». Gracias a ellas, los prelados pudieron seguir de cerca, entre otros aspec89 90 91 92 93 94

Núñez Beltrán, 2000, p. 31. Fernández Rodríguez, Rosado Martín y Marín Barriguete, 1983, pp. 36-37. Blanco, 2000, pp. 130-132. Peñafiel Ramón, 1987, pp. 1263-1266. Goñi Gaztambide, 1989, t. 7, pp. 206-210. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 52, fol. 14.

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tos, la implantación de la doctrina tridentina y su impacto en la moralización de las costumbres95. Así mismo, también hay que destacar la importancia de la educación, en manos, sobre todo, de órdenes religiosas96. En Pamplona la Compañía de Jesús abrió el colegio de la Anunciada en 1580 y obtuvo de manos del Ayuntamiento el monopolio de la enseñanza de gramática. Aquí se educaba la elite de la sociedad navarra, los futuros miembros del Consejo Real, del Regimiento, etc97. Una idea de la repercusión que llegó a tener la da el hecho de que en 1767, cuando se produjo la expulsión de la Compañía, contaba con más de 900 alumnos matriculados98.Tampoco hay que desdeñar el papel de las universidades, como la que en 1630 fundaron los dominicos en Pamplona, que sobrevivió hasta que en 1781 Carlos III la cerró junto con otros centros universitarios menores. En Pamplona las «primeras letras» estaban en manos del Regimiento, una institución civil; aunque las cartillas con las que aprendían a leer y a escribir los niños eran catecismos y oraciones99. Como se ha podido ver, durante la Edad Moderna, a partir de la implantación de la Reforma Católica, todos los ámbitos de la sociedad fueron adquiriendo un contenido religioso. El poder eclesiástico, aliado con los poderes civiles, con el beneplácito, las resistencias o las adaptaciones por parte de la población, creó todo un sistema de adoctrinamiento y control dirigido a reformar profundamente la sociedad, dotándola de una identidad católica.

3. EL BANDOLERO COMO EJEMPLO DE MAL CRISTIANO Y SU DISCIPLINAMIENTO

La confesionalización de la sociedad europea pudo establecerse gracias al disciplinamiento social que introdujeron los diferentes poderes, entendiendo por disciplinamiento la «incorporación de individuos y grupos sociales dentro de una asociación homogénea de sujetos, des95 96 97 98 99

Usunáriz Garayoa, 2002, p. 120. Morgado, 2000, pp. 108-109;Vergara Ciordia, 2001, y Sánchez Aguirreolea. Martínez Arce, 2001. Jimeno Jurío, 1975, pp. 243-245. Gárriz Yagüe, 2001, p. 83 y Laspalas Pérez, 2001.

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pojándoles de sus intereses regionales y particulares en favor de un bien común definido por el Estado»100. No sólo se trataba de que los fieles y los súbditos se atuvieran a las creencias en su fuero interno, sino que también debían demostrar su adhesión pública en todos los aspectos de la vida, incluso en los gestos más cotidianos. Cualquier signo de heterodoxia fue considerado como un gesto de disidencia social, religiosa y política. La confesionalización dotó de una identidad perfectamente definida a cada uno de los territorios de Europa, una identidad basada en la confesión, definiendo perfectamente al «otro», al hereje, al heterodoxo101. El éxito de este proyecto fue la asunción paulatina (no siempre con éxito) por parte de la sociedad del nuevo credo confesional, de la nueva identidad, participando activamente dentro de la dinámica disciplinatoria. En el ámbito de la Iglesia Católica, la práctica explícita y frecuente de los sacramentos era el medio a través del cual se demostraba la adhesión a la confesión católica y, por tanto, la lealtad a la Iglesia, a la Monarquía y a la propia sociedad. Como veremos a continuación, la sospecha de ataque, crítica o falta de cumplimiento de cualquiera de estos ritos explícitos y obligatorios supuso la marginación social, la condena religiosa y la persecución judicial por parte de todas las instancias. El sacramento de la confesión anual, la misa dominical y el respeto a los períodos de vigilia fueron los indicadores más claros de la participación por parte de un fiel en el credo católico. Ésta fue la razón por la que se desconfió del francés, sospechoso de herejía, y del gitano, de vida claramente heterodoxa, y se persiguió con más saña al salteador, que no respetaba los bienes de la Iglesia ni las costumbres de los buenos cristianos, ya que amenazaba los fundamentos de la nueva sociedad confesional.

3.1. El asaltador «francés» y «protestante» La implantación del protestantismo en la vertiente norte de los Pirineos fue clave para definir auténticas fronteras culturales entre los nacientes Estados nación de España y Francia102. Las nuevas identidades 100 101 102

Schilling, 1995, pp. 641-681 recoge esta teoría de Gerhard Oestreich. Chavarría Múgica, 2001, pp. 725-731. Usunáriz Garayoa, 2000.

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político-confesionales irrumpieron en los valles pirenaicos, erosionando los viejos sistemas de relación que unían a los habitantes de ambas vertientes en paces y comunidades de pastos. Como veremos con más detenimiento en el capítulo dedicado al bandolerismo en la frontera pirenaica, en el siglo XVI los habitantes de la Alta Navarra descubrieron al «francés». Al factor religioso se unió la masiva emigración francesa hacia el sur de los Pirineos. Efectivamente, en el Quinientos surgió una creciente xenofobia hacia este personaje que, arrastrado por la miseria y la violencia reinante en la Francia de las guerras de religión, recorría los caminos del sur de los Pirineos. Era diferente, diferente en su lengua o en su dialecto del vascuence, pobre y, sobre todo, sospechoso de herejía. Muchas veces no cumplía con los sacramentos, los preceptos y, es más, llegaba a burlarse de los aspectos más sagrados y más propios del catolicismo (la Virgen, los santos, los ayunos…). Sirva de ejemplo el caso de «Sola», asaltador de caminos natural del valle de Sola, al que en 1556 se acusaba, entre otras cosas, de ser un hereje luterano. Según los testigos no se confesaba nunca y tampoco guardaba las vigilias de carne, comiéndose las ovejas robadas en el tiempo vedado por la Iglesia. Domingo de Larráun, vecino de Izalzu, certificó esta fama, además de las burlas que hacía el acusado sobre la religión católica y sus preceptos103. Que ha oído decir por público en el lugar de Larráun que no se ha confesado en estos siete años, y que los viernes y sábados come carne como los otros días que no está prohibido104.

En la gran mayoría de los procesos estudiados, cuando los acusados tenían que responder de su buena fama, afirmaban ser quietos, pacíficos, trabajadores y cristianos temerosos de Dios. No obstante, en el caso de los que procedían del sur de Francia en el siglo XVI, a esta fórmula se le añadía el adjetivo de «católico», indicándose a continuación el riguroso cumplimiento de los sacramentos por parte del acusado. En 1576 Juan de Jafre y Juan Lorma, naturales de Francia y vecinos de Beire, acusados de robar a un quinquillero aragonés en el camino que pasaba por esta localidad, se defendieron ratificando su buena fama. 103 104

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 65969, 1556, fol. 39. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 65969, 1556, fol. 29.

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Que los dichos Juan de Jafre y Juan de Lorma ha más de ocho años que residen en el lugar de Beire y han vivido y viven con su trabajo por la buena reputación y fama y como buenos y católicos cristianos, y se han confesado y comulgado todos los años, y nunca de ellos se ha visto ni oído ni sospechado que hayan salteado ni robado a nadie105.

En 1598 Pedro Barber, alias Barcox, natural de Sola, fue acusado de graves delitos por asaltos de caminos en el valle de Roncal. Para ilustrar su mala fama los testigos alegaron su falta de respeto hacia la doctrina católica, expresando su sospecha de herejía. El dicho acusado es mal cristiano y blasfemo, y muchas veces, estando robando a los pastores y viandantes, decía blasfemias y juraba por la cabeza de Dios, diciendo otras muchas blasfemias de mal cristiano y de especie de herejía106.

A estas imputaciones el acusado respondía reafirmando su fidelidad y respeto hacia la Iglesia Católica, sus dogmas y sus preceptos107. Como veremos más adelante, este proceso de creación de una frontera real entre los habitantes de ambas vertientes de los Pirineos fue realmente lento108. La asunción de una identidad compartida por todo el Estado-nación, contrapuesta a la del vecino del otro lado de la frontera, no llegó a generalizarse hasta la llegada del mundo contemporáneo, que introdujo como medios de adoctrinamiento incomparables la enseñanza nacional obligatoria y el servicio militar, entre otros109.

3.2. El gitano heterodoxo Si bien es verdad que a los gitanos nunca se les acusó de connivencia con el protestantismo, siempre fueron sospechosos de heterodoxia, y considerados mucho más cercanos a la práctica de la magia y el paganismo que a la de la religión tal y como era entendida por la mayoría

105 106 107 108 109

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98179, 1576, fol. 31. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99809, 1598, fol. 14. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99809, 1598, fol. 39. Sahlins, 1989. Cavaillès, 1986.

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de la población. Sus ritos, fiestas y celebraciones fueron calificados de paganos, siendo ferozmente perseguidos110. A este elemento de desconfianza religiosa se le unía su modo de vida. Frente a la estabilidad y el enraizamiento en un lugar, en una casa, los gitanos oponían el valor de la inestabilidad, el vagabundeo y la trashumancia. Los gitanos representaron todos los valores contrarios al ideal de vida que guiaba a las gentes de la Europa moderna111. Como mantiene Asiáin Ansorena, «esta exclusión social acabó por mitificar al excluido, dotándole de toda una serie de características perniciosas y suscitando sociológicamente una serie de miedos o de fantasmas; el miedo al robo, al asesinato o al engaño, el miedo al contagio físico y por último el miedo a la brujería y las prácticas mágicas»112. Francamente interesante es el proceso abierto en 1590 contra varias partidas de gitanos que cruzaban Navarra camino a Francia debido a las duras persecuciones que estaban teniendo lugar en Aragón y Castilla. Su modo de vida sospechoso queda perfectamente definido en las acusaciones de malos cristianos, no católicos e infieles a los dogmas y preceptos de la Iglesia. Diego de Morales, justicia de Caparroso, contaba cómo «fue en un pajar de Juan de Nápoles, vecino de la dicha villa, que esta[ndo] en las eras de ella y entró este testigo en el dicho pajar donde los dichos gitanos estaban y vio y halló que tenían cociendo en unas ollas de tierra carne y les dijo: ¡Bellacos! ¡Malos cristianos!, ¿En este tiempo habéis de comer carne?113. Otro testigo afirmaba que «nunca les ha visto trabajar ni les conoce bienes, ni aún les ha visto entrar en las iglesias, ni oír los divinos oficios, y así también los tiene por malos cristianos114.

Ante estas acusaciones ellos alegaban ser fieles a la religión católica y afirmaban haber entrado en Navarra debido a las persecuciones que sufrían en los territorios de Castilla y Aragón. Es más, en un emotivo

110 111 112 113 114

Leblon, 2001, pp. 120-165. Caspistegui Gorasurreta, 1996, p. 160. Asiáin Ansorena, 1999, p. 127. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 53. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 66.

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alegato aseguraban estar dispuestos a renunciar a su lengua y hábito para poder vivir como los demás cristianos, sirviendo a Dios: Que se les ha encontrado «en este reino no por andar vagando, sino por huir de las persecuciones que les hacían en los reinos de Castilla y Aragón, y así se les ha hecho muy notorio agravio por la dicha sentencia, porque, aunque son gitanos, son cristianos, y que han vivido y viven y quieren vivir y morir en la santa fe católica y así en alguna parte habían de tener lugar para vivir como tienen los demás cristianos, y si alguno de ellos viviese mal que aquél pague su delito y [a] los demás les dejasen vivir en paz, aunque fuese quitándoles la lengua y hábito de los gitanos, para que ellos, sin andar en esta inquietación y desasosiego, pudiesen acabar sus días al servicio de Dios Nuestro Señor115.

3.3. La mala vida del bandolero Esta disciplina social auspiciada por la nueva realidad confesional no se ejerció sólo frente a minorías marginadas, como el gitano o «el francés».Todos los miembros de la comunidad se vieron obligados a atenerse a este nuevo patrón de conducta. Pecados como la blasfemia, el amancebamiento o la falta de respeto a los dogmas y preceptos de la Iglesia se fueron convirtiendo, poco a poco, en notas discordantes que, entre otros daños, rompían la armonía confesional de la comunidad, quebraban su sistema de valores y ponían en peligro su estabilidad116. En los procesos judiciales, siempre que se acusaba a una persona (sobre todo en delitos como el robo, el asalto de caminos o el vagabundeo), se la intentaba difamar haciendo un especial hincapié en su impiedad, su heterodoxia, su falta de fidelidad a la Iglesia y, por tanto, al rey y a la propia sociedad. Son muy numerosos los casos con los que contamos. Quizá el más ilustrativo sea el de Sancho de Elzaburu, natural de Elzaburu, persona que, en 1585, debido los pequeños robos y asaltos que realizaba, la falta de respeto hacia sus vecinos, su impiedad y, en definitiva, su modo escandaloso de vivir, provocaba la indignación de todos los habitantes de su valle. En los tribunales se resaltó su mala fama, utilizando como

115 116

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 82. Chavarría Múgica, 2001 y Usunáriz Garayoa, 2003b, pp. 317-318.

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principal indicador su falta de piedad y su nula adhesión a los dogmas y los preceptos de la Iglesia, en especial la misa dominical y la confesión; a ello se le añadieron otros pecados como el de blasfemia o amancebamiento. Ramiro de Viguria, alcalde perpetuo de los valles de Imoz y Basaburua, «dijo que a su noticia había venido que uno llamado Sancho de Elzaburu, natural del lugar de Elzaburu, con poco temor de Dios Nuestro Señor ni de la real justicia, andaba ha más de siete años sin confesarse ni oír los divinos oficios en días de fiestas y hecho vagamundo y salteando y robando a gentes en caminos reales»117. Un vecino del valle aseguraba «Que él ha oído por público decir en la valle de Basaburua y en otras partes que no se suele confesar, ni así, este testigo, en estos cuatro años poco más o menos, no le ha visto ir a oír los divinos, aunque se hallase en los pueblos al tiempo que se decían los dichos divinos oficios, y esto se trata por público»118. Otro testigo declaraba que «andaba en mala reputación y nunca, a lo menos estos siete años, que este testigo no ha visto que el dicho acusado haya estado en la iglesia oyendo los divinos oficios ni ir a rezar ni confesar ni tomar los sacramentos como mal cristiano, y en esta reputación ha estado y está en la dicha valle». El mismo testigo llegó a afirmar que sobre él pesaba una sentencia de excomunión y que había andado públicamente amancebado con una mujer casada119. Éstas eran las acusaciones de carácter religioso que, en mayor o menor medida, acompañaban a todos aquéllos que eran juzgados por mala vida, vagabundeo u otras conductas escandalosas.

3.4. El robo sacrílego Desde el principio de la Era Confesional la Iglesia intentó, por todos los medios, inspirar un halo de respeto y sacralidad sobre todos sus ámbitos. Buscó la decencia en las iglesias, luchó contra la figura del sacerdote de moral relajada y escasa educación, haciendo un especial hincapié en la creación de seminarios y en la censura de ciertas costumbres muy

117 118 119

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70252, 1585, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70252, 1585, fol. 3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70252, 1585, fols. 40-44.

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arraigadas entre el clero, como el portar armas; y también condenó, como ya hemos visto, a los fieles que no cumplían explícitamente con sus preceptos y dogmas. Esta actitud, impulsada por el Concilio de Trento, se reflejó claramente en la gran mayoría de las disposiciones adoptadas en las constituciones sinodales de cada obispado, siendo las «visitas» pastorales un arma de especial eficacia para alcanzar esta decencia en las iglesias, en los ministros y en las actitudes de los fieles120. Burke afirma que la finalidad de todo este esfuerzo por parte de la Iglesia fue el intento de «destruir todo rastro de familiaridad con lo sagrado, ya que engendraría irreverencia». Para ello, según Burke, se intentó diferenciar claramente lo sagrado de lo profano121. En mi opinión, más que diferenciar dos ámbitos preexistentes, se trataba de construir una nueva forma de entender lo sagrado. Un ámbito sagrado que debía tener su origen en la propia Iglesia, y debía trascenderla integrando todos los aspectos de la vida cotidiana, haciendo incompatible la existencia de lo profano. Este proceso es el que Burke ha dado en llamar la lucha entre la cultura popular de lo pío y la de lo impío122. La victoria paulatina de lo pío fue uno de los aspectos más importantes de lo que se ha llamado confesionalización, y se reflejó con total nitidez en la cosmovisión de esta sociedad. Como ya analizábamos al comienzo del capítulo, durante la Edad Moderna la división entre lo natural y lo sobrenatural fue realmente difusa. Lo sagrado, entendido como experiencia religiosa de asombro y temor, como sensación de estar en presencia de algo extraordinario, misterioso, santo y divino123, inundó todos los ámbitos de la vida social. Así pues, encontrábamos un Dios que se manifestaba constantemente a través de señales en la naturaleza y en la vida cotidiana de los hombres, vigilando y castigando, escuchando y premiando cada una de las acciones de sus fieles. El proyecto de la Iglesia fue crear una sociedad y un hombre integrales, confesionalmente católicos, en los que lo profano, lo impío, no tuviera lugar. Para ello buscó acabar con todos los rasgos de irreverencia, centrándose especialmente en todos los que afectaban más directamente a la fuente de lo sagrado, Dios, y su concreción en la Iglesia, sus disposiciones, sus ministros, sus bienes materiales, sus reliquias… 120 121 122 123

Usunáriz Garayoa, 2002, pp. 118-130. Burke, 1991, p. 301, Burke, 1991, pp. 316-330. Lowie, 1976, citado por Harris, 1991, p. 484.

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Sin embargo, Henry Kamen, al analizar la infinidad de sacrilegios que se producían, llega a negar el carácter pretendidamente confesional de esta sociedad. Afirma que, «a pesar del intento de la Iglesia de conservar el carácter sagrado de su personal, de sus edificios y propiedades, se mostraba incapaz de educar o de aterrorizar a la población para que respetase su postura, y continuaron produciéndose sacrilegios en diversos grados, no sólo a manos de los bandoleros, sino también entre la gente»124. Para responder a este cuestionamiento lanzado por Kamen hemos analizado más a fondo estos sacrilegios, principalmente robos a sacerdotes y a iglesias, intentando descubrir hasta qué punto podían estar reñidos con el proceso de confesionalización. Quizá, el fallo que se suele cometer al analizar estas cuestiones es considerar el proceso de evolución cultural como un sistema de aculturación unidireccional, de arriba a abajo, tratando a las comunidades locales como entes pasivos poseedores de una cultura popular carnavalesca que se va erosionando ante los ataques inexorables de una cultura de elites pía. Efectivamente, el estudio de sermones, manuales de confesores, tratados de época, leyes y otros tipos de fuente puede proyectar esta visión; sin embargo, como subraya Giovanni Levi, no estamos ante un proceso histórico necesario, los grupos y las personas juegan una estrategia propia y significativa, y son capaces de condicionar, modificar y adaptar la cultura que se ofrece desde los poderes civiles y eclesiásticos, elaborando estrategias propias según sus intereses125. Muy esclarecedor para este punto resulta la distinción que hace Willian A. Christian entre dos tipos de catolicismo: «el de la Iglesia universal, basado en los sacramentos, la liturgia y el calendario romano, y otro local, basado en lugares, imágenes y reliquias de carácter propio, en santos patronos de la localidad, en ceremonias peculiares y en un singular calendario compuesto a partir de la propia historia sagrada del pueblo»126. Durante los siglos XVI y XVII la Reforma Católica confirmó el aspecto local de la religión y se limitó a corregir lo que veía como excesos (vida de ermitaños, beatas, falsos milagros y reliquias, reducción de fiestas votivas…)127. Es cierto que también se intentaron impul124 125 126 127

Kamen, 1998, p. 195. Levi, 1990, p. 12. Christian, 1991, pp. 17-18. Christian, 1991, p. 216.

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sar santos y fiestas más universales, pero estas iniciativas sólo tuvieron éxito en la medida en que supieron adaptarse a la propia religión local, al paisaje y al imaginario colectivo de la comunidad128. La religión local era la que unía de manera más efectiva la comunidad con la divinidad, la que dotaba a las sociedades campesinas de la Edad Moderna de instrumentos para combatir la peste, las epidemias, las plagas, la sequía, el miedo y otros muchos males.Y no sólo esto; también le dotaba de identidad y sentido. La Iglesia consideraba igualmente sagrados sus ministros, sus posesiones temporales, las reliquias de santos fuertemente ligados a la comunidad, el ajuar de una iglesia parroquial comprado gracias a donaciones y esfuerzos, o las exiguas limosnas depositadas en el cepillo como ofrenda-petición a los santos o como medio de intercesión por las almas de los familiares. Sin embargo, los sacrilegios contra cada uno de estos elementos fueron interpretados de muy diferente manera según el tipo de religiosidad que se veía afectada. Mientras que el asalto a un sacerdote era visto como un robo casi corriente, perpetrado contra un miembro más o menos respetable de la comunidad, suscitando una reacción muy diferente según las simpatías y el poder de esta persona129, los robos de reliquias u objetos de culto propios de iglesias parroquiales fueron percibidos como ataques directos a Dios y a la comunidad, a su identidad, a sus bienes, a sus valores más propios y, sobre todo, a su comunicación directa y armoniosa con la divinidad. Lo importante no es el hecho de que hubiera robos sacrílegos, sino el que la comunidad reaccionara escandalizada y pusiera todos los medios posibles para recuperar los instrumentos que aseguraban una comunicación satisfactoria con Dios. Los poderes civiles también secundaron esta visión, castigando con terrible severidad estos sacrilegios. El ejemplo más claro de esta actitud fueron los robos sacrílegos de la imagen-relicario de San Miguel de Aralar. 128

Christian, 1991, pp. 210-211. En 1721 Juan José Erviti, vecino de Corella, robó gran cantidad de grano a un clérigo por medio de un agujero que practicó en su granero. Esta acción no fue contemplada en ningún momento como sacrilegio. Se trataba, eso sí, del robo a un vecino relevante, pero no de un atentado directo contra algo sagrado.AGN,Tribunales Reales, Procesos, 79469, 1721, fol. 5. Los robos a sacerdotes, como podremos ver más adelante, fueron bastante frecuentes. Pero nunca suscitaron el rechazo y el dolor que provocaban el robo de un cáliz, una lámpara y no digamos una reliquia, propios de una comunidad. 129

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En 1689 dos «vagamundos» procedentes de Amurrio (Álava) y Santillana del Mar (Cantabria) entraron por una saetera de la basílica de San Miguel y robaron la imagen. El impacto de este robo fue tremendo, y nada más conocerse los vecinos de toda la zona fueron en su persecución, encontrándolos no muy lejos, desconocedores seguramente de qué suponía ese objeto para los habitantes de la zona. Nada más conocerse la noticia de su recuperación se celebró una misa de acción de gracias en la catedral, y en cuanto llegó a Pamplona se hizo una solemne procesión encabezada por la propia figura del arcángel. Uno de los acusados fue condenado a la horca y su mano fue puesta en la ventana por la que habían entrado, y el otro permaneció diez años en un presidio de África130. Prácticamente lo mismo sucedió en el robo de 1797, cuando también nueve extranjeros, esta vez de Vascos, atraídos por las legendarias riquezas del santuario, se atrevieron a llevarse la imagen131.Toda la zona sobre la que el arcángel dispensaba su benefactora intercesión, toda la zona en la que suscitaba fuerte devoción, Álava, Guipúzcoa,Vascos y Navarra, se levantó realmente escandalizada, sintiéndose herida, y los ladrones fueron encontrados (después de muchos esfuerzos) en la parte francesa, donde las propias autoridades locales favorecieron su captura y su extradición a Pamplona. La alegría y el alivio fueron muy grandes y, una vez más, en todo el territorio se celebraron misas de acción de gracias. Los tribunales también condenaron este sacrilegio con especial dureza, ejecutando sobre sus autores la pena capital y colocando sus manos en el lugar del crimen. La repercusión de estos robos, especialmente del último, fue enorme, y aún hoy quedan relatos, canciones y anécdotas de estos hechos132. Centro también de gran devoción fue la basílica de San Gregorio Ostiense, donde la reliquia del santo dispensaba una protección reconocida sobre todos los cultivos de una amplia zona133. En 1702 unos vagabundos que se hacían pasar por peregrinos robaron varios objetos de plata, entre ellos una lámpara.Todos los medios empleados en su búsqueda fueron infructuosos, el ladrón no apareció y el malestar en la zona fue enorme134. 130

Arazuri, 1979, t. 1, p.110 y Goñi Gaztambide, 1987, t. 6, pp. 421-424. Arraiza Frauca, 1998, p. 88. 132 Idoate, 1997, t. 1, pp. 298-303 y Goñi Gaztambide, 1989, t. 8, pp. 389-391. 133 Barragán Landa, 1978; Floristán Imízcoz, 1993b, p. 363; Pascual y Hermoso de Mendoza, 1994, pp. 27-40. 134 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 32141, 1702, fols. 54-55. 131

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Estos sacrilegios atacaban la comunicación de los fieles con la divinidad, pudiendo acarrear duras desgracias, y la riqueza común de toda la comunidad contenida en sus orgullosas iglesias, además de su propia identidad como grupo. Pero esta sensación de agresión a Dios, al grupo y a su identidad se acentuaba por la propia condición del ladrón, normalmente una persona ajena a él, un vagabundo pobre, e incluso un extranjero sospechoso de pecados como la herejía, la blasfemia, el amancebamiento… tan contrarios a esta sociedad confesional. En 1574 Juan Laley, un joven de 18 años natural de Limoges (Francia), robó un cáliz y una patena de plata en una iglesia del Valle de Araquil. El robo no fue descubierto hasta que un molinero sospechó cuando el acusado le mostró unos pedazos de plata con los que pretendía comprar pan. Rápidamente fue capturado y el almirante del Valle de Araquil «le preguntó si era cristiano papista o hugonote, y dijo que era cristiano y de los papistas»135. El Consejo Real, respaldando los intereses de la ofendida comunidad y sus propios intereses de construcción de una sociedad confesional católica, condenó al joven reo a 200 azotes y diez años de galeras, una pena equiparada a la de muerte, sin tener en cuenta sus 18 años y el hecho de haber confesado espontáneamente, «mayormente siendo como sería el acusado luterano y apóstata incorregible»136. En 1571 Beltrán de Anoz, más conocido por el significativo alias de «Cáliz», fue acusado de varios robos. Los vecinos describieron un comportamiento totalmente marginal, escandaloso, duramente reprobado por su comunidad. Muchos vecinos afirmaron que había maltratado a su madre, que en venganza por los testimonios dados había robado al abad de Ilzarbe, que además había amenazado con matarlo y con quemar la casa a otras personas137, y que, aparte de robar el cáliz de la iglesia de su propio pueblo138, había planeado asaltar con otras personas de mala vida la casa del abad de Uterga139. El que un elemento como éste existiera no invalida la teoría de la confesionalización; muy al contrario, el escándalo y el rechazo que provocaba la confirma plenamente. Junto a comportamientos antisociales, como las amenazas y los robos, se encontraban otros 135 136 137 138 139

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11105, 1574, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11105, 1574, fol. 20. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 68414, 1571, fol. 28. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 68414, 1571, fol. 31. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 68414, 1571, fol. 107.

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que atacaban directamente a los valores de la identidad confesional de la comunidad: el robo de un cáliz o la falta de respeto a los sacerdotes. 4. UN PROYECTO DE SOCIEDAD, UN HOMBRE NUEVO La Iglesia, a través de la teología moral, no sólo ofreció una ética general, unas pautas de comportamiento universales aplicables a todos los hombres. En los manuales de confesores, en los sermonarios y en los textos de las misiones, como veremos a continuación, encontramos una cosmovisión, una forma de entender el mundo, la relación del hombre con la divinidad y la presencia de ésta en el quehacer diario de los hombres; también se proponía un modelo de persona renovado, un ideal de hombre cristiano con unos valores muy concretos y, por último, sobre todo en los siglos XVI y XVII, se ofrecían pautas sobre el modelo organizativo de la sociedad, los deberes, las responsabilidades y los derechos de cada «estado». 4.1. Una sociedad organicista Según Morgado García, las obras de teología moral, sobre todo en los siglos XVI y XVII, funcionan como libros de «estados», en los que aparecían claramente explicitados los distintos deberes de todos los grupos sociales, señalando cómo en cada uno de ellos se podía encontrar la Salvación»140. «La palabra estado aparece como sinónimo de función social». Esta visión organicista de la sociedad se basaba, de acuerdo con Morgado, en la tradición medieval según la cual el cuerpo social se veía «dividido en tres grupos, eclesiástico, noble y plebeyo», todos necesarios para asegurar la supervivencia del organismo141. Esta doctrina, defiende Núñez Beltrán, suponía el «marco ideológico y social que sustenta la concepción del mundo y de la existencia del Antiguo Régimen»142. Se podrían abordar muchos temas a partir de esta fuente, como las diferentes interpretaciones sobre la familia o los papeles de marido y mujer, que ofrecían moralistas o tratadistas, o la primacía de la dignidad 140 141 142

Morgado García, 1996-1997, p. 133. Morgado García, 2000, p. 126. Núñez Beltrán, 2000, p. 434.

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sacerdotal frente a la seglar143; sin embargo, nosotros vamos a centrarnos en los apartados que más afectan a los temas que estudiamos: el discurso que surgió alrededor de la pobreza y el funcionamiento ideal de los tribunales. La pobreza, en gran parte de los manuales, se presentaba como un estado idílico. Esta visión era heredera de una larga tradición medieval que veía en la pobreza el modelo de la vida de Cristo y de sus apóstoles y, por tanto, el camino más seguro para alcanzar la salvación. Además, siguiendo esta misma tradición, el pobre era visto como necesario para que los ricos pudieran ejercitarse en la limosna y, así, también poder alcanzar la salvación. Carrillo cantaba así las virtudes de esta condición: La pobreza es una quietud y sosiego de los mayores de esta vida, un camino fácil y llano para la otra, un desembarazo para servir a Dios, una desocupación para amarle y quererle. Es el ordinario camino por donde Cristo nuestro redentor y su madre, sus apóstoles y los más santos hicieron su viaje, dándonos ejemplo144.

Así mismo, Luquiáin también tiene párrafos muy significativos: La pobreza es la primera de las bienaventuranzas […]. Los pobres llevan camino de ser santos […]. El rico limosnero es muy bueno […]. Siempre que Dios hizo rico, le dio cerca algún pobre […]. Mucho más y mejor es lo que da el pobre al rico, que no lo que el rico al pobre […]. Pobre y rico van juntos como enfermedad y medicina […]. El pobre con su vista mueve mucho al rico […]. Santo significa hombre sin tierra145.

Frente a este discurso tradicional cristiano, que equipara al pobre con el santo, se presenta una dura realidad que, en palabras de Carrillo, «enseña lo contrario», porque «tiene en poco, desprecia, aborrece y no hace caso de los pobres, y juzga por bienaventurado y dichoso al rico, y por miserable y triste al pobre»146.

143 Mantecón Movellán, 1997a, pp. 47-64; Campo Guinea, 1998; Morgado García, 2000, p. 126 y Núñez Beltrán, 2000, pp. 49-52. 144 Carrillo, Memorial de confesores, p. 223. 145 Luquián, Erudición cristiana, pp. 279-294. 146 Carrillo, Memorial de confesores, p. 223.

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Como ya hemos visto con relación a la extrema necesidad, durante la Edad Moderna, debido a una revalorización del trabajo, nació la división teórica clara y radical entre pobres verdaderos y vagos. La Iglesia, al igual que el Estado, en principio aceptaba a los pobres verdaderos, es decir, a aquéllos que no podían ganarse la vida. A éstos se les daban licencias certificando su estado y el cumplimiento de los preceptos de la Iglesia; al vago, en cambio, se le perseguía. Francamente ilustrativo de esta mentalidad es uno de los sermones que Carabantes predicó sobre la pobreza y la ociosidad. San Antonio de Florencia «vio sobre el tejado de una pobre casa algunos ángeles muy contentos. Entró dentro y halló unas pobres pero devotas mujeres, las cuales se sustentaban del trabajo de sus manos. Alentolas el santo y mandó darles ración cada día.Volvió de allí a algún tiempo el santo a pasar por la misma calle y vio encima de la misma casa, en lugar de ángeles, a los demonios muy contentos, recelose de algún grave daño, informose y halló que aquellas mujeres con el socorro de su limosna habían aflojado en el trabajo y labor de manos y dado algún lugar a la ociosidad y vanas conversaciones, y con esto dieron entrada a los vicios y al demonio. Quitoles el santo la ración, volvieron a su trabajo y, con él, a su antigua virtud y devoción»147. En estos libros de «estados», los estratos superiores (el clero y el mundo de la justicia) eran los que más atención recibían, ya que, al tener mayor responsabilidad, la gravedad de sus faltas también era mayor. Se condenaba la falta de capacidad, el abuso de poder y los fraudes pequeños o grandes que se pudieran cometer148. Así, Azpilcueta, en el caso de los jueces, exigía un comportamiento justo, no sujeto a venganzas ni pasiones, respetuoso con los derechos del reo149. Discurso moral que se correspondió muy bien con iniciati147

Carabantes, Pláticas dominicales y lecciones doctrinales… t. 1, p. 66. Morgado García, 2000, pp. 131-133. 149 Que sea capaz, que no juzgue contra justicia, movido por miedo, ruego, odio o amor, que no reciba dineros, que no acepte testigos sospechosos, ni falta de probanzas, ni tormentos injustos, que admita las apelaciones, y en este punto subraya que se trata de un pecado muy cotidiano, que no se muestre justiciero o piadoso mudando la pena justa y, sobre todo, que no actúe con odio o venganza.También exige al juez respeto a la Iglesia, sobre todo en lo referido a la inmunidad eclesiástica, que no consienta delitos a sus oficiales, que deje confesarse a los reos de muerte, que permita a todos defenderse, incluso a los pobres, que visite las cárceles, que salga a perseguir malhechores, y que en las causas se ciña sólo a lo que 148

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vas que las autoridades civiles tomaron a partir del XVI: el impulso de «visitas» a las cárceles, los intentos por recortar el tiempo de permanencia de los reos en prisión, limitaciones en las torturas y todo un garantismo que, como veremos más adelante, poco a poco, se fue desarrollando, por lo menos en el texto, a partir de esta época. No obstante, como veremos, esta situación teórica distó mucho de la realidad. Al igual que Azpilcueta, son muchos los autores que condenaron los abusos de la justicia y se dedicaron en sus libros a ofrecer pautas sobre lo que no se debía hacer. Rodríguez Lusitano condena a «los jueces que ponen al reo en una cárcel oscura que no tiene suficiente respiradero y aire o dan al reo tan poco de comer que viene a morir […], y aunque no mueran pecan mortalmente […]. En lo cual miren mucho los jueces lo que hacen, y no los ciegue la cólera y deseo de vengarse como lo he visto en cierta parte, y vi también el castigo que Dios por este y otros pecados, según se entendió, envió a cierto juez que metió con el dicho rigor en la cárcel y trató cierto delincuente no convencido de su pecado»150. Entre los autores consultados, sin duda, el más beligerante en este tema fue el trinitario Madre de Dios, que sobre todo denunció el trato diferencial que recibían en los tribunales ricos y pobres. Son los ministros de estos tiempos como la campana de la parroquia, que por dineros en un misma día repican a fiesta y tocan a muerto. Si el litigante tiene dineros, repican a fiesta; justicia tiene vuestra merced, no hay quien se la quite. Pero en acabándose el dinero, por despedirle tañen a muerto, […] los mosquean151 y los dejan en un perpetuo olvido. […] Son las leyes humanas como las telas que fabrica la araña. Llega una mosca a la tela y enrédase en ella y la coge la araña, le bebe la sangre y muere en sus garras. Llega un moscardón a la misma tela, la rasga y queda libre y sin pena alguna. Porque en la tela que perece la pobre mosca se libra el moscardón. Un pobre llegará a rozarse con las leyes y perece a manos de los ministros, quebrante esas mismas un rico y un poderoso y saldrá libre, porque donde sale con libertad el rico perece el pobrecito.

importa a los procesos, sin pretender saber más, Azpilcueta, Manual de confesores y penitentes, pp. 403-408. 150 Rodríguez Lusitano, Segundo tomo de la Suma de casos de conciencia, p. 106. 151 En lenguaje de germanía «azotar».

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[…] Los malos ministros son como la rueda de la carreta. Si a la rueda untan, aunque el carro lleve gran peso, no hace ruido, y si no la untan hace mucho estruendo. Si untan con monedas las manos de un ministro, se echan aquestas grandes carretadas de pecados sin hacer ruido. Pero si no le untan ¡Oh que estruendo que causa! ¡Favor al Rey! ¡Vaya el ladrón a la cárcel!152.

También resulta interesante la interpretación que se desprende de estos tratados sobre las funciones del gobernante, ayudándonos este punto a entender el funcionamiento y la importancia de la justicia civil. Volviendo a los apasionados textos de Madre de Dios vislumbramos cómo, para él, la administración de la justicia, o más concretamente la administración del castigo, era la esencia del poder de un gobernante, su justificación, dependiendo de este aspecto casi en exclusiva el bien de la «república». Pues si un gobernador tiene tanto poder, cómo hay en los pueblos tantos desórdenes, tantos juramentos, tantos hurtos, tantos homicidios y tantos amancebamientos […]. Hay tanto polvo de culpas y desórdenes en la república, porque hay tanto sueño de omisión en los que la gobiernan y rigen. Si duerme el gobernador, si descansa, si no vela, cómo no ha de haber culpas y vicios en la república […]. ¡Oh fieles! No faltan leyes en las repúblicas de España; no faltan jueces y gobernadores; pero falta quien cele los delitos y los vea, falta quien, aunque los vea, los castigue153.

Esta visión, que equiparaba al gobernante con la figura de un juez castigador, explica el que un señor, cuando quería mostrar su jurisdicción sobre un lugar, levantara una picota. Así también se explica la espectacularidad del castigo en la Edad Moderna, porque era ahí donde se mostraba el poder del rey, justificando su poder ante los ojos de la sociedad. Esta mentalidad era heredera de la época anterior y perduró con fuerza durante todo el siglo XVI y XVII. En el XVIII, con la Ilustración, surgió el concepto de policía, mucho más amplio. El gobernante ya no sólo era alguien que castigaba y velaba por la religión, sino que también administraba, ordenaba la ciudad, organizaba los abastos y las 152 Madre de Dios, F. de la, Teatro trinitario adornado de sermones para las dominicas del año, pp. 194-197. 153 Madre de Dios, F. de la, Teatro trinitario adornado de sermones para las dominicas del año, pp. 62-69.

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traídas de aguas… Fue en esta época de segunda mitad del XVIII cuando la administración pública de la justicia dejó de tener tanta importancia y los castigos se fueron «humanizando», siendo menos cruentos y más privados.

4.2. Un hombre nuevo Hemos estudiado el discurso ideológico de la Iglesia sobre diferentes pecados, su visión de la sociedad y del contacto con la divinidad, los poderosos medios que utilizó para transmitir sus mensajes, su relativa interiorización en la Era Confesional… Pero toda esta ideología, todos estos medios, estaban dirigidos a un objetivo fundamental: «forjar un hombre nuevo, ejemplar que se edificará a sí mismo y a sus prójimos mediante un modo de vida no conflictivo y participativo en el ritual religioso»154. Delumeau subraya que la huella que dejó la confesionalización en la civilización occidental fue ciertamente indeleble: el valor del trabajo, la valoración del tiempo, la conciencia culpable que propicia un continuo y desesperado examen de conciencia dirigido a un casi imposible afán de mejora, una adaptación continua a las nuevas realidades, propiciada por un proceso cada vez más fuerte de racionalización, un valor creciente de la conciencia individual y la responsabilidad personal…155. Lo que Weber había dado en llamar «la ética protestante» es aplicable, sin lugar a dudas, a este hombre nuevo también surgido durante la Reforma Católica. Este proceso ha sido expuesto por toda la historiografía que, desde diferentes presupuestos se ha dedicado a estudiar el proceso de modernización. Desde la teoría sobre el proceso de civilización de Elias a la aculturación de Muchembled o la confesionalización de Schilling, todos han tratado de explicar la creación de este hombre moderno. Francamente, resulta difícil llegar a unas afirmaciones tan profundas, tan comprometidas, a partir de la documentación de que disponemos. Sin embargo, todo el discurso ideológico que ha sido expuesto en este capítulo, sobre todo el referente al significado y la evolución de los

154 155

Morgado García, 2000, p. 160. Delumeau, 1992, p. 148.

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pecados, todos los medios que se emplearon, desde el disciplinamiento social por parte de una comunidad que mayoritariamente toma partido por esta tendencia modernizadora, hasta los potentes medios con los que contaban los poderes civiles y eclesiásticos, todo parece indicar que, efectivamente, esa era la dirección hacia la que se dirigía el hombre de la Edad Moderna. De todas formas, una vez más, hay que señalar que los tres siglos que estudiamos no se tratan de un bloque monolítico en el que existió una misma concepción del hombre; todo lo contrario, este concepto fue variando.Ya hemos visto, cuando hablábamos de los pecados, que el discurso sobre la importancia del honor se fue volviendo cada vez más duro, condenando los viejos valores sobre los que descansaba la vieja sociedad.También evolucionó la concepción del robo, la pobreza, la ociosidad e incluso la propia visión organicista de la sociedad. Sin embargo, ¿qué discurso existía sobre el hombre propiamente dicho? Para analizar este tema volveremos a las fórmulas casi protocolarias que utilizaban las personas que eran acusadas ante los tribunales para describir su buena vida. En ellas se refleja, con total nitidez, el discurso que sobre el hombre moderno cristiano estaba impulsando la Iglesia en unión con los poderes civiles. Como ya hemos visto en el apartado dedicado al disciplinamiento social, durante el siglo XVI, en plena Era Confesional, debido al nacimiento de una conciencia católica, frente a la herejía y a la heterodoxia, todos los acusados se definían como «cristianos», y los franceses o los gitanos añadían además el adjetivo «católico». Este apelativo solía hacer referencia, especialmente, al cumplimiento y a la asunción expresa de los preceptos y los dogmas de la Iglesia. Que mi parte, hablando sin jactancia, ha sido y es buen cristiano, de buena fama, tratos y costumbres, quieto y pacífico, apartado de ruidos y cuestiones, temeroso de Dios y de buena conciencia156. Primeramente, que el dicho Joan Enrique, es hombre de bien, buen cristiano, temeroso de Dios y de su conciencia157.

A mediados del XVI nos encontramos el último proceso en el que un acusado se refería a sí mismo explícitamente como cristiano. 156 157

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 52. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101379, 1619, fol. 20.

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No ha sido salteador de caminos, ladrón facineroso y de mala vida, antes bien, buen cristiano ajustado con la razón y la ley de Dios158.

A partir de este momento se pasó a utilizar únicamente la frase «temeroso de Dios y de su conciencia», una expresión que anteriormente solía acompañar al adjetivo «cristiano». Este cambio coincide con lo que autores como Schilling o Reinhard han dado en llamar «el fin de la Era Confesional», cuando, en palabras de Delumeau la cristiandad confesional se dejó de sentir asediada, amenazada, cuando esta identidad cristiana ya se daba casi por sobreentendida. Durante toda la Edad Moderna, desde el XVI hasta el XVIII, todos los acusados se definían a sí mismos, en primer lugar, como quietos y pacíficos, es decir, sosegados y mansos, incapaces de cometer ningún delito. Frente a este apelativo, como hemos visto en apartado del disciplinamiento social, encontramos al hombre colérico, blasfemo, de mala vida, tahúr, amancebado… También la honradez se reflejaba en la omnipresente virtud del trabajo. Sin embargo, la forma de concretar ese carácter tranquilo y ajustado al ideal del hombre se realiza de formas muy distintas: – Trabajador y hombre de familia, en un proceso de 1582. Organista que vive con mucha paz y quietud con su padre, mujer y familia […] es hombre de bien y casado159.

– De buena vida y fama, como demostraba su condición de hidalgo en un caso de 1639. Buena vida, fama y opinión y costumbres […] en las villas de Lesaca e Ituren, de donde son naturales y hijosdalgo160.

– Trabajador honrado y obediente a su padre, en el caso de un mozo acusado de robos en 1660. Quieto y pacifico y lo ha pasado siempre honradamente sin hacer mal a nadie. Es en compañía de su padre, siéndole muy obediente161. 158 159 160 161

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16204, 1651, fol. 57. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 52. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 102443, 1639, fol.18. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 75873, 1660, fol. 49.

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– O incluso, en el caso de un guarda del estanco del tabaco, bien hablado, cortés y temeroso, no sólo de Dios, sino también de la justicia del rey. Es hombre honrado, quieto y pacífico, cortés y bien hablado, temeroso de Dios y de vuestra real justicia y aplicado a su ministerio de guarda del estanco del tabaco de este reino162.

162

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fol. 187.

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Sin lugar a dudas, uno de los aspectos que con mayor claridad reflejan la construcción del Estado moderno es el paulatino desarrollo de la administración de justicia. Desde fines de la Edad Media y, sobre todo, a principios de la Edad Moderna, durante el período que se ha llamado Era Confesional, esta entidad fue extendiendo y reforzando sus lazos con la sociedad creando toda una serie de vínculos que identificaban afectivamente al súbdito con ese proyecto, gracias a lo cual aseguraban su fidelidad y adhesión a los valores propuestos por medio de un control cada vez más cercano al individuo. Este control del individuo para obtener impuestos de una manera racional, reclutar personas para ir a la guerra, controlar las conductas y conformar los sentimientos es la esencia misma del Estado moderno, y se canaliza por medio de la administración. Éste ha sido uno de los aspectos más trabajados por la historiografía, prestando una especial atención al estudio de la represión de la criminalidad a través de la legislación, la administración de la justicia o la aplicación de los castigos, llegando a considerar este aparato penal represor del crimen, en el que el control se hace especialmente patente, como uno de los aspectos más característicos del propio Estado moderno1. Paradójicamente, la violencia y el crimen, según Gauvard, contribuyeron a la construcción de la sociedad y del propio Estado a la vez que amenazaron su existencia. La necesidad de defender la sociedad y el Estado frente a unas prácticas y situaciones percibidas como negativas actuó como un auténtico catalizador que aceleró y justificó la organización de toda una serie de mecanismos de control que caracterizaron al Estado2. De todas maneras, no debemos entender este proceso como algo impuesto y unidireccional; es más, como podremos ver en el desarrollo del punto, el éxito o el fracaso en diferentes aspectos provino del grado en que se satisficieron los intereses y se adaptaron a los valores y a las

1 2

Robert y Lévy, 1990, pp. 47-54.Ver también las notas 1 y 2 de la Introducción. Gauvard, 1991, Ruggiero, 1980, Perry, 1980.

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circunstancias de la propia sociedad. Debido al proceso de confesionalización que se produjo a inicios de la Edad Moderna, Iglesia y Estado convergieron, uniendo sus fuerzas para la consecución de la nueva sociedad confesional, produciéndose éxitos evidentes en aquellos aspectos en los que la sociedad también llegó a compartir sus intereses3. Según la mayoría de los autores, durante la Edad Media los conflictos se solucionaban únicamente entre las partes afectadas, contando, como mucho, con el arbitrio de la comunidad. Sin embargo, desde fines del la Edad Media estas prácticas se fueron dejando de lado ante el progresivo monopolio de la fuerza que fue obteniendo el Estado. Frente a la forma interpersonal de resolver los conflictos, más propia de la Edad Media, en la Edad Moderna el único legitimado para castigar y responder a una ofensa pasó a ser el propio Estado a través de sus leyes, sus ministros y sus tribunales4. Para que esta atribución se viera legitimada y fuera aceptada fue necesario que se viera a tribunales y ministros como representantes de una de las partes afectadas5. Es en este aspecto donde el proceso de confesionalización tuvo mayor importancia, ya que dotó al Estado de unas bases teóricas que lo justificaban y hacían aceptable su predominio. La indistinción entre delito y pecado6, propia de esta sociedad en la que lo temporal y lo eterno estaban tan íntimamente relacionados, hacía que toda infracción, todo comportamiento desviado, toda violencia ilícita, constituyera no sólo un ataque contra la persona directamente perjudicada, sino también contra todo el orden social, el rey y la mismísima divinidad, pasando a convertirse en un crimen público7. De todas formas, este proceso de monopolio de la fuerza debe ser matizado. Desde luego, sobre todo a principios del XVI, el Estado no contaba con los medios suficientes como para implantar el control directo de sus tribunales, sus leyes y sus ministros sobre todos los aspectos de la sociedad. Así que, como ya hemos visto en el capítulo anterior, se valió de los medios que le ofrecía la Iglesia (sus efectivos, sus infraestructuras y su discurso) y, al mismo tiempo también, intentó integrar y adaptar los modos tradicionales de resolver conflictos con 3 4 5 6 7

Ver notas 3, 4 y 5 de la Introducción. Gauvard, 1999 y Gonthier, 1998. Trinidad Fernández, 1989, p. 7 y Rousseaux, 1993. Tomás y Valiente, 1990a y 1990b. Villalva, 1993, pp. 174-177 y Rousseaux, 2002, p. 145.

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que contaba la sociedad. La infrajusticia no estaba reñida con la administración oficial de la justicia, siempre y cuando se atuviera a los mismos valores y persiguiera los mismos objetivos8. Sin embargo, cuando estos mecanismos de infrajusticia fueron percibidos como fuente de desórdenes o abusos, cuando escapaban del control oficial, como ocurría con los desafíos o los charivaris, fueron perseguidos con dureza9.

8 9

Castan y Castan, 1982; Garnot, 1996; Soman, 1982 y Rousseaux, 2002. Burke, 1992, pp. 284-290.

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CAPÍTULO II UNA LEGISLACIÓN PARA LA PACIFICACIÓN DE LA SOCIEDAD

Durante la Edad Moderna, en palabras de Ostolaza, hubo una «divergencia de criterios entre el rey y las Cortes sobre lo que debía entenderse por legislación aplicable en Navarra». En primer lugar se encontraba el Fuero, que no pudo convertirse en un código equiparable a la legislación real al no concederle el rey la licencia de impresión, aunque este hecho no impidió que fuera «respetado y tenido en cuenta sobre todo en cuestiones de derecho civil»1. En segundo lugar estaba la legislación de Cortes, que, especialmente a partir de 1561, aspiraba a ser la única aplicable a todo el reino, sustentada en una discutible interpretación del Fuero y cuya legitimidad fue cuestionada por el rey durante toda la Edad Moderna2. Finalmente, también existía una legislación emanada únicamente a iniciativa de las instituciones reales («visitas», Consejo Real y virrey), que siempre que trascendía el ámbito de su propia regulación generaba una enérgica oposición por parte de las Cortes y la Diputación3. Durante los primeros años del siglo XVI en Navarra reinó la confusión sobre quién y qué debía legislar. En 1561 las Cortes reunidas en Sangüesa se atribuyeron en exclusiva la facultad de suplicar (promover) leyes de carácter general, pretendiendo así limitar la facultad legislativa del rey a la de mero organizador de los tribunales4. Además, también establecieron que su legislación estaba por encima de las disposiciones del rey y sus ministros. Las Cortes pudieron ejercer durante todo el siglo 1 2 3 4

Ostolaza Elizondo, 1999, pp. 248-249. Arvizu, 1984, pp. 46-47. Para el estudio de las Cortes consultar Huici Goñi, 1963. Ostolaza Elizondo, 1999, pp. 321-323.

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XVI, XVII

y gran parte del XVIII la iniciativa legislativa que ellas mismas se habían otorgado5. La concesión del servicio, que se aprobaba después de haber sido aceptados los reparos de agravio y las disposiciones, supuso una magnífica baza que permitía a la asamblea negociar ante el rey de manera favorable, sobre todo en aquellos asuntos en los que el monarca tampoco difería de manera drástica6. Ahora bien, el rey jamás aceptó el limitado papel que le asignaban las Cortes, y siempre que necesitó actuar de forma urgente y enérgica (caso de guerra, lucha contra el contrabando, etc.) estableció leyes generales por iniciativa propia, prescindiendo, incluso, de la preceptiva sobrecarta del Consejo Real, prácticamente un trámite del que no cabía esperar especial oposición por la clara afinidad con el rey de la institución que lo administraba7. Como ya hemos avanzado, el Consejo Real, unas veces junto con el virrey por medio de provisiones reales, y otras de forma unilateral a través de autos acordados, también decidió cuestiones referentes al gobierno y administración del reino en cumplimiento de disposiciones del rey, de asuntos solicitados por las Cortes o en aplicación de sus competencias. Debido a la ausencia frecuente de los virreyes, a partir del XVII el Consejo, y sobre todo su regente, tuvo que asumir alguna de sus competencias, por lo que, al intentar adoptar medidas de carácter general, sufrió la oposición de las Cortes8. Así pues, en la Edad Moderna, hay una gran variedad de leyes, emanadas por muy diferentes instituciones. En asuntos referidos a financiación, nombramientos, competencias, etc., se entrevé la lucha entre dos tendencias políticas que se estaban enfrentando en la Europa moderna: una corriente pactista y otra absolutista. No obstante, en la mayor parte de las cuestiones, y sobre todo en las que afectan a este trabajo no se aprecian diferencias significativas entre las distintas instancias legislativas.Todas comparten una misma concepción del hombre y de la sociedad, del delito y del pecado. Ejemplo de ello es la legislación de orden público: posesión de armas o la represión de los charivaris, carnavales y demás manifestaciones populares9. 5

Usunáriz Garayoa, 2001, p. 714. Ostolaza Elizondo, 1999, pp. 206-207. 7 Usunáriz Garayoa, 2001, pp. 715-716. 8 Ostolaza Elizondo, 1999, p. 297. «Omnipresencia del Consejo Real» en todos los aspectos legislativos, gubernativos, ejecutivos y judiciales, Floristán Imízcoz, 1993e, pp. 437-438. 9 Ramos Martínez, 1987; Sesé Alegre, 1994 y Bidador, 1996. 6

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CAPÍTULO III LA COMUNIDAD LOCAL Y SU PROTAGONISMO

Son muchos los autores que han subrayado la importancia fundamental del municipio en la Edad Moderna. En palabras de Alfredo Floristán y José María Imízcoz, aquí era donde los hombres del Antiguo Régimen encontraban su «ciudadanía primaria y primera»1. Más allá del municipio la identidad o la solidaridad era mucho más difusa. El Estado moderno, para poder desarrollarse, para poder acceder directamente al individuo y a las colectividades, necesitaba controlar y adaptar a sus propósitos las instancias locales. Una parte importante de la historiografía, de acuerdo con Merchán, ha estado fuertemente influenciada por una visión mítica liberal del municipio medieval. Este punto de vista idílico considera a las «repúblicas» ciudadanas medievales como modelos de democracia, lugares donde se daba la igualdad entre vecinos, su total participación y su independencia respecto a otros poderes. El ascenso del poder regio desde el siglo XIII y, sobre todo, a partir del XIV desmontó, poco a poco, este modelo de soberanía virtual. Leyes como el Fuero Real de 1255 o el Ordenamiento de Alcalá de 1348 propiciaron, a corto y medio plazo, la oligarquización y la corrupción de los cargos, la pérdida de poder en las Cortes y el intervencionismo regio. Durante la Edad Moderna, especialmente en el XVII, siempre según esta interpretación, el municipio quedó completamente anulado, vendido a los intereses de la nobleza2. En franca oposición a parte de las teorías mencionadas, Oliver Olmo defiende la existencia de un proceso de municipalización desde fines de la Edad Media, es decir, que los municipios no sólo no perdie1 2

Floristán Imízcoz e Imízcoz Beunza, 1993, p. 31. Merchan Fernández, 1988, pp. 49-72.

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ron importancia, sino que, más bien, la ganaron. El rey, asegura este autor, tomó conciencia de la importancia de controlar y fomentar estas instituciones, pues posibilitaban un disciplinamiento social cercano y eficaz, al mismo tiempo que aliviaban la presión sobre instancias superiores. El proceso de centralización propio de la creación del Estado moderno, concluye, no estaba reñido con la delegación de atribuciones a las villas; «de esta manera, se ayudaba a conformar la percepción social de la suprema potestad del soberano»3. Durante la Edad Moderna los municipios se integraron en el Estado y participaron de manera activa en amplios aspectos del orden público. Oliver Olmo ofrece como ejemplo de esta evolución dos cuestiones: las mayores atribuciones de los alcaldes ordinarios en la represión de vagos, gitanos y ladrones, así como la participación directa de los regimientos en importantes aspectos de la justicia criminal (el sostenimiento de las cárceles reales, la casa de galera, el verdugo…). El poco desarrollado Estado del siglo XVI acudió a las instituciones preexistentes, les dotó de su legitimidad soberana y las adaptó a sus objetivos. El rey, gracias al proceso de confesionalización, logró convertir a los representantes de las comunidades locales en sus más fieles y valiosos ministros. Las localidades del reino asumieron, entre otras prerrogativas, las tareas de orden público. Al grito legitimador de «¡Ayuda al rey!» acudían todos los vecinos a perseguir a los malhechores. Se «apellidaba» al rey porque él era la fuente de soberanía, porque todos sus vasallos se veían obligados a servirle, porque los alcaldes actuaban en su nombre y no en el de la comunidad. Esta municipalización no estuvo reñida con un mayor control por parte del rey. El virrey elegía al 59% de los alcaldes ordinarios de las villas y ciudades de realengo del reino (en el caso de los lugares este porcentaje era mínimo). El Consejo Real también intervenía en la vida municipal a través de los juicios de residencia, los jueces de insaculación o la aprobación de ordenanzas4. Las mayores preocupaciones de este órgano supremo de Navarra eran la lucha contra el endeudamien3

Oliver Olmo, 2000, p. 69. Destaca la revisión de ordenanzas de la década de los cuarenta del XVI,AGN, Papeles Suelos, Leg. 3 y, más concretamente, las directrices sobre funciones y comportamiento de alcaldes y regidores de 1547,Vázquez de Prada, 1994, t. 1, pp. 69-71; Zabalza et al., 1994, pp. 147-150 y Usunáriz Garayoa, 1997 y 2001, pp. 730-732. 4

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to y el mantenimiento de la moral pública5. En el gobierno de la ciudad de Pamplona tanto el virrey como el Consejo y la Corte Real tuvieron amplias atribuciones. En Castilla la intervención del Consejo Real fue todavía más directa, gracias a las figuras de los corregidores y alcaldes mayores6. Aparte del control en los nombramientos, la revisión de las cuentas municipales o los juicios de residencia al final de cada mandato, los tribunales reales contaban con toda una serie de mecanismos que aseguraba una comunicación fluida con las instancias locales. Si observamos los fondos de los archivos municipales, llama la atención la enorme cantidad de cédulas, provisiones y órdenes que se guardan7. Las comunidades locales no estaban en absoluto aisladas de las instancias superiores del Estado; es más, se encontraban perfectamente articuladas con ellas. Además de disposiciones de carácter general, a partir de informaciones recibidas por particulares, por el fiscal o por los propios ministros, el Consejo Real también respondía a coyunturas concretas, por ejemplo, la actuación de un bandolero determinado. El pregón era la forma habitual que tenían las instancias superiores de hacer públicas sus decisiones ante los alcaldes, jurados y vecinos de las localidades. Muchas veces se leían por las calles de la localidad, aunque también se solían dar a conocer en una iglesia o ermita en la que, con motivo de una celebración o una reunión de los pueblos, valles o cendeas, se congregaba mayor número de gente. Si la población era vascoparlante, como ocurría en una parte importante del reino, después de su lectura en castellano se daba a entender en vascuence para que todos la comprendieran. En 1612, en la ermita de San Lorente de Berasáin, en el lugar de Ecay, reunidos los acaldes del Valle de Araquil, se dieron «a entender en lengua vascongada» varias disposiciones del virrey, entre ellas una sobre persecución de vagos. Poco tiempo después, uno de estos alcaldes cumplió la disposición virreinal e hizo prender y enviar a las cárceles reales de Pamplona a un vagabundo que pasaba por el pueblo8. 5

Zabalza et al., 1994, pp. 144-147. Bernardo Ares, 1996, p. 123. 7 En Navarra el Archivo Municipal de Cascante es uno de los más completos en este sentido. En él se pueden encontrar todo tipo de órdenes sobre armas, caza, contrabando, persecución de malhechores, vagos, desertores… 8 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100860, 1612, fol. 3. 6

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Además de la publicación de bandos por medio de pregoneros, las instancias superiores también podían dar a conocer sus decisiones mediante la colocación de «carteles en los parajes más frecuentados, notificando a los vecinos, dueños y arrendadores de haciendas, cortijos, huertas, caserías, mesones y ventas que estuvieren dentro de» la jurisdicción de los alcaldes. Así se procedió en 1784, cuando se hizo pública la real cédula para «la extirpación de malhechores, vagos, ladrones de caminos y contrabandistas»9. Los alcaldes ordinarios de los pueblos debían informar a las instancias superiores de todos los casos graves que ocurrieran en sus jurisdicciones, incluso aunque su conocimiento correspondiera a los primeros. La comunicación entre instancias superiores y locales no era tan fluida como deseaban el Consejo o la Corte, por lo que esta ley tuvo que ser repetida en numerosas ocasiones10. La mayor dependencia y control del municipio no obstaculizó, en absoluto, el desarrollo local11. Las instituciones municipales, en la mayor parte de los casos, funcionaban, y servían tanto a la comunidad como al rey. Como defiende Pérez García, «el pretendido conflicto entre las mal llamadas instituciones estatales e infra-estatales no se produce», «la Monarquía Hispánica en su avance hacia el absolutismo no eliminó instituciones preexistentes […], sino que se valió de ellas»12. El proceso de creación del Estado produjo una descentralización de la represión. De esta manera, el rey podía acceder directamente a los individuos, al mismo tiempo que las instancias superiores, al quedar más aliviadas, podían pasar a tareas de coordinación y control que dieran mayor coherencia a la acción de la monarquía.

1. LA COMUNIDAD: FUERZA DISCIPLINADORA Auténtica protagonista en la conformación del Estado moderno fue la comunidad local. El rey, gracias a la confesionalización, logró que las comunidades asumieran, en gran parte, como un objetivo propio la 9

AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 4, fajo 2, núm. 51. Así lo recuerda el Consejo en 1749, 1762 ó 1795. AGN,Tribunales Reales, ASC,Tít. 11, fajo 2, núm. 25. 11 Bernardo Ares, 1996, p. 147. 12 Peréz García, 1990, sintentizado por Benítez Sánchez Blanco, 1996, p.108. 10

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creación de una nueva sociedad basada en la monarquía absoluta. Sin su apoyo los alcaldes ordinarios, los párrocos y los tribunales no eran nadie. La comunidad era la fuente de información y la fuerza disciplinadora por excelencia. El gran éxito de la confesionalización fue el que la comunidad pusiera a disposición del rey y de sus ministros sus mecanismos de control. La sospecha, la advertencia, la infamia, y la autodefensa, en resumen, las formas tradicionales de justicia fueron asimiladas por la estructura estatal moderna. Ahora bien, se persiguieron las modalidades de disciplinamiento local que causaban desorden o, mejor dicho, las que escapaban del control y los objetivos de las autoridades. Éste es el caso de las cencerradas o las venganzas entre miembros de diferentes bandos. Así mismo, formas pacíficas de solucionar conflictos, pero ajenas al control del Estado, como los perdones entre particulares o las treguas entre facciones, también fueron desechadas. El Estado moderno hizo que las diferencias criminales entre las personas dejaran de implicar tan sólo a sus protagonistas directos e introdujo, también como partes afectadas, a la propia comunidad, al rey y, en última instancia, a Dios. Éste era precisamente el fundamento de la actuación de los tribunales reales. Las soluciones bilaterales apenas tenían cabida en el nuevo orden que estaba naciendo. En un pleito por el asalto y muerte de Juan de Quintana, vecino de «Isuerre del reino de Aragón», Jaime de Urniza, el acusado, presentó una escritura en la que expresaba cómo «las partes y deudos del dicho Quintana perdonaron al dicho mi parte cualquier culpa». Para justificar este perdón argüía que «si no fuera por el favor que el dicho mi parte le dio no hubiera llegado a confesión». Los tribunales desestimaron la escritura y condenaron al acusado, ya que en el delito de asalto de caminos, al verse afectado el interés público, el perdón de la víctima no era suficiente13. El desarrollo del Estado moderno fue un proceso paulatino y limitado y no supuso, ni mucho menos, el fin de las formas de disciplinamiento tradicional. Estos mecanismos gozaban de gran aceptación popular, al constituir eficaces medios para asegurar el mantenimiento del orden. El Estado, siempre que no escaparan de su control y fueran contrarios al modelo de sociedad confesional, los toleró e incluso los potenció.

13

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11408, 1579, fol. 82.

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En 1628, al grito de «¡Ladrona!», una multitud de jóvenes expulsó de Cabredo, un pueblo castellano situado en la frontera con Navarra, a Isabel López. De esta manera, la cencerrada tradicional servía tanto a los intereses de la comunidad como a los del rey y, por ello, no era perseguida14. Luego corrió la voz que a la dicha mujer la habían prendido la misma tarde en la villa de Aguilar por la dicienda y sospecha que la tenían de mala mujer. Los muchachos de este lugar la trataron de ladrona y dijeron otras razones a este tono y, por el mismo camino que ella dio en caminar, la siguieron. Que era hacia la villa de Aguilar15.

La amonestación caritativa que propugnaba la Iglesia buscaba precisamente la integración de la infrajusticia en la justicia oficial. Las advertencias entre deudos pasaban de ser una forma de disciplinamiento circunscrito tan sólo al reducido ámbito de la comunidad a convertirse en el inicio de un proceso que podía acabar en los tribunales reales o eclesiásticos. En 1660 varios vecinos de la villa de Funes acudieron a los tribunales para acabar con la «mala vida» que llevaba Domingo Pascual, «mozo soltero, atrevido, arrogante y mal hablado», persona que «ha ocasionado disgustos y pesares y que no quiere trabajar ni servir a nadie, sino andarse vagabundo». Antes de acudir a los tribunales, los vecinos habían recurrido a los mecanismos de disciplinamiento habituales, pero éstos se habían revelado inútiles. Que es mozo incorregible y que, aunque sus deudos le han reñido sus acciones y mal modo de vivir, no se ha querido corregir ni enmendar, ni [ha] habido remedio, y que se ha enfadado con ellos porque le corregían y que [es] mozo que tiene a la villa algo inquieta con sus cosas. Uno de ellos añadía que, «como deudo del acusado, un día le corrigió, además de otras veces que lo había hecho, y que se le puso a mayores, tanto, que le obligó al testigo a valerse de un palo para defenderse de él». Cuatro testigos describían cómo, «habiéndole reprendido su padre un día al acusado su mal modo de vivir […], le dio el acusado una puñalada de que estuvo herido»16. 14 15 16

Caro Baroja, 1980; Burke, 1991, p. 285 y Enríquez, 1995. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 74003, 1628, fol. 0. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 75873, 1660, fol. 36.

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El 1 de septiembre de 1678, a las nueve de la noche, Juan de Udave, culpable de un asalto de caminos, llegó a Goldáraz, a casa de un primo suyo que le invitó a cenar. En la cena sus parientes le reprocharon duramente su conducta diciéndole «que cómo andaba en tan malos pasos, dando motivos para que se deshonrase su linaje».Tras la cena, avergonzado, el salteador de caminos confesó a su primo que «para quitarse peligro trataba de pasar a Francia, para que ninguno de sus parientes lo viesen jamás»17. La sospecha, el rumor, la mala fama y, finalmente, la reacción ante el escándalo, mecanismos habituales de la comunidad en la conservación del orden, fueron la base sobre la que se sustentó la actuación de la justicia en la represión de las conductas desviadas. En 1553, tras varios asaltos perpetrados en caminos de Baztán y Cinco Villas, uno de los testigos nombró ante el tribunal, uno por uno, a todos los sospechosos de la zona, los hombres pública y notoriamente considerados de mala fama o que no tenían «trato ni arte de ganar». Vive uno llamado Ximo, que es pobre y que no tiene bienes, empero nunca le vio hacer mal ni tener mala fama, y que en la parroquia de Arizcun hay dos hombres […], el uno Aguerrecho y el otro llamado (espacio), que no tiene bienes ningunos.Y también hay en el lugar de Arizcun dos o tres hombres, que son los hijos del cantero, los cuales también son hombres que no tienen bienes.Y también en la valle de Bértiz [hay] otros hombres, como son un hijo de Anzaborda y otros de cuyos nombres no se acuerda y un zapatero que mora en Oronoz.Y sabe que los unos y los otros viven de trabajar poco, y que no están en buena posesión y fama, y demás de ello, los más de ellos son hombres que, con poca argucia, so color que son guardas y visitadores de los mojones de este reino y de la valle, las veces que hallan cualquier manera de ganado de la parte de Francia lo toman y lo llevan a donde quieren. En tal fama y reputación han estado y están en esta valle de Baztán18.

Estas sospechas, basadas en ligeros indicios y difundidas por medio del rumor, eran recogidas y utilizadas eficazmente por la justicia oficial. De esta manera, un proceso infrajudicial se insertaba dentro del mecanismo oficial propio del Estado moderno.

17 18

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 124645, 1679, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16011969, 1553.

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La vigilancia constante de la comunidad pesaba tanto sobre sus miembros como sobre toda persona que llegara a la localidad. En la Edad Moderna no existía «libertad de movimientos».Todo desplazamiento debía obedecer a una razón poderosa y ésta debía resistir el continuo interrogatorio de vecinos, transeúntes, ministros… La conducta, el aspecto físico o la vestimenta extraña rápidamente activaban los mecanismos de autodefensa de la comunidad. Los alcaldes ordinarios, ministros del rey ante las comunidades, tan sólo coordinaban o legitimaban la acción de los vecinos. En 1576 Juan Laley fue apresado por el almirante del valle de Araquil después de que unos vecinos vieran cómo iba por las tabernas pagando con «pedazos de plata». A esta circunstancia se unió su origen francés (sospechoso de hugonote) y su pobreza, hechos que todavía suscitaron más recelos entre los vecinos del valle19. En 1633 unos aragoneses fueron prendidos en Ablitas por razones similares. En cuanto uno de ellos intentó vender un par de cucharillas de plata, los vecinos avisaron al alcalde, que los apresó y registró. Entre los objetos encontrados, además de las cucharillas, había una copa y un salero de plata, «un eslabón, yesca y luquetes de azufres». Estos últimos elementos servían para encender fuego en descampado, y tanto los alcaldes como los vecinos interpretaban que eran propios de vagabundos o ladrones20. La conducta escandalosa de los vagabundos que pasaban por las tabernas o se alojaban en los hospitales también generaba la reacción de la comunidad. En 1585 dos vagabundos que se encontraban alojados en el hospital de Marcilla se emborracharon y riñeron. El hospitalero y los vecinos, escandalizados ante las blasfemias, la violencia y su «mal modo de vivir», avisaron al alcalde, que acudió y los apresó, acusándoles de ser vagos y salteadores de caminos21. En 1586 dos personas se dirigían por la orilla del Bidasoa hacia la villa de Sumbilla. Una de ellas era un conocido mulatero de origen francés y con él iba, según los testigos, un «hombre muy feo de rostro [que] tenía talle de hombre sospechoso». Muchos de los que se cruzaron con la pareja avisaron al mulatero «que no era cosa segura ir con él en su compañía.Y todos los más de los testigos y […] mujer del difun-

19 20 21

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11105, 1574, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 3326, 1633, fol. 23. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 39126, 1585, fol. 8.

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to dicen que entienden y creen que lo mató el dicho hombre que iba en su compañía, por ser mozo de poco seso»22. El sábado 2 de junio de 1685, cuando los vecinos de Eulate regresaban a sus casas después de haber «aderezado el camino del puerto que sube a los montes de Encía y Urbasa», se toparon con tres desconocidos. Su aspecto era sospechoso, iban «acuadrillados» a horas «extrañas» por descampados y últimamente se habían producido muchos robos y salteamientos en esta sierra.Todo esto llevó a los vecinos y al alcalde a apresarlos y registrarlos. Entre sus objetos, además de tres dagas y una pistola, se les encontró «yesca y azufre y una navaja para encender fuego», todos ellos signos «inequívocos» de su culpabilidad23. Ese día los vecinos de Eulate repararon los caminos en auzolan24 y, también en auzolan, capturaron a los malhechores. Como podemos ver, la iniciativa popular a la hora de prender y protegerse de los malhechores era fundamental. No sólo cuando había que avisar al alcalde o dar testimonio en un juicio, sino también en el mismo momento de la captura. En la sociedad de la Edad Moderna los mecanismos de autodefensa tradicionales se encontraban muy desarrollados. En ocasiones, incluso, los vecinos actuaban por cuenta propia viéndose a sí mismos también como ministros del rey, como representantes de su justicia, la justicia legítima. En 1599 dos pastores de Azpilcueta vieron cómo unos desconocidos se llevaban los ganados de un vecino de Echalar. Sospechando que los llevaban los ladrones, éste que declara le dijo al dicho su hermano que era mejor que éste bajase a la villa a dar noticia de lo que pasaba, y el dicho su hermano, el vaquero, le dijo que, con él, entretanto, se meterían en el monte y se errarían, y era mejor que los siguiesen, y con este acuerdo los siguieron y, a lo que llegaron hacía la parte de Francia, en obra de algo menos de una legua, los alcanzaron y conocieron […], y ambos dieron a huir dejando los ganados, y el hermano de este testigo tiró con una piedra y este testigo con otra y ambos le acertaron en la cabeza al dicho francés, que cayó a tierra, y el otro, llamado Beltrán, se les metió por el monte, y al francés lo cogieron y trajeron preso a la dicha villa y le entregaron a los jurados de ella25. 22 23 24 25

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11755, 1586, fol. 46. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17689, 1685, fol. 25. Trabajo comunal (vascuence). AGN,Tribunales Reales, Procesos, 13002, 1599, fol. 3.

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La campana de la parroquia era uno de los medios de comunicación más rápidos y efectivos entre los vecinos de los pueblos26. Según la cadencia y la fuerza del toque se daba a conocer la muerte de un miembro de la comunidad, la llamada a la iglesia, la alegría o el peligro. El sábado 10 de mayo de 1631, «a lo que serían las cuatro o cinco horas de la tarde, repicaron la campana de la iglesia del dicho lugar de Leala como a bando de fuego, o a otra cosa semejante, y entre otros fue este testigo al dicho lugar a ver lo que era, y hallaron en casa de Pedro Díaz de Jáuregui y Lucía Díaz, su mujer, vecinos de él, al dicho Jorge Ruiz de Zuazu con un pedazo de queso en el seno […].Y visto esto, tan mal parecía entrase en casa ajena sin licencia de sus dueños de ella, lo tomó preso […], y se lo entregó como tal preso al dicho alcalde»27. Un procedimiento también de iniciativa únicamente popular a la hora de impedir los robos era la asociación de los mulateros en caravanas. Así solían impedir los numerosos asaltos que sufrían en los pasos más peligrosos: las Bardenas, Urbasa u otros lugares. En 1716, en Barasoain, ante las noticias que habían llegado de la existencia de una cuadrilla que asaltaba en el Carrascal a todo el que pasara, los mulateros que ese día debían partir hacia Pamplona se juntaron en una única caravana. De esta manera, aunque vieron a personas sospechosas, no fueron molestados28. Aunque lo más normal era que los vecinos acudieran al alcalde y fuera éste el que coordinara y legitimara el prendimiento de los malhechores, muchas veces la tarea policíaca de investigación y averiguación de los delitos corría a cargo de los propios interesados. Cuando una persona sufría un robo y pretendía recuperar sus bienes, solía partir en busca de los ladrones, les seguía la pista, se informaba y, cuando los encontraba, sólo entonces, acudía a las autoridades para que los prendieran. En 1638 Martín Tris robó en el soto del Temblar (Buñuel) un rocín de Blas Garcés. El ladrón pasó a Aragón y fue a la villa de Ejea, «donde lo puso en venta y pidió catorce escudos por él y, dándole doce, pidiéndole fianzas y haciéndole otras preguntas, no quiso concluir la venta». Blas Garcés siguió la pista de Martín Tris y llegó a Ejea de los Caballeros, en donde le informaron de cómo el acusado había intentado ven26 27 28

Montanos Ferrín, 1999. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 3271, 1631, fol. 15. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fol. 95.

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der su rocín. Una vez obtenida esta información, volvió a Buñuel e informó a su alcalde, el cual prendió al «cuatrero»29. La compra de bienes robados conllevaba bastantes riesgos. Aunque es cierto que su precio solía ser bastante menor, en caso de que fuera descubierto su origen el comprador perdía tanto el objeto como el dinero que había pagado por él. Ésta es la razón de que en todas las transacciones sospechosas los compradores pidieran todo tipo de referencias. La labor del alcalde solía ser más activa que la de mero receptor y ejecutor de las peticiones de los vecinos. Él era el responsable de la persecución de malhechores, y para ello debía interrogar a los testigos, organizar a los vecinos, inspeccionar los lugares sospechosos y coordinarse con las localidades próximas. Un ejemplo paradigmático de esta labor es la investigación y captura de los culpables de un robo y asesinato ocurrido en las Bardenas en 1574. Unos pastores que cuidaban sus ganados en el término llamado «Rivalva, junto al mojón de las Bardenas Reales», encontraron «un hombre muerto con muchas heridas y cuchilladas por la cara». Uno de ellos dio noticia al alcalde de Caparroso, quien ordenó a su teniente que fuera, en compañía del escribano, a hacerse cargo del difunto. Allí hicieron «los autos que se suelen hacer cuando se hallan semejantes hombres muertos» y después pusieron «el dicho hombre muerto sobre un carro envuelto en una sábana, y lo traj[eron] a la dicha villa, y pusieron su cuerpo en la plaza de ella para que fuese reconocido». Muchas personas acudieron a ver el cadáver, pero nadie supo quién era. Al «día siguiente lo hicieron enterrar en la iglesia de la villa». El alcalde mandó cartas a los alcaldes ordinarios de Mélida, Carcastillo, Arguedas,Valtierra, Fustiñana, Cabanillas y Tudela. En ellas ofrecía una descripción de la persona que había sido encontrada y les pedía que efectuaran salidas «con gente a las dichas Bardenas a buscar si hallarían en ellas los que habían perpetrado la dicha muerte u otros malhechores». Así, salieron cincuenta hombres de Caparroso, un grupo de Valtierra y cuatro o cinco arcabuceros de Tudela. Gracias al interrogatorio de testigos, el alcalde de Caparroso llegó a la conclusión de que los responsables de este asalto habían sido dos guardas roncaleses, y como nadie los podía capturar ideó una artimaña.

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AGN,Tribunales Reales, Procesos, 151200, 1638, fol. 14.

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Ordenó a varios vecinos que soltaran «dos o tres […] rebaños de ganado con dos hombres de guarda cada uno de ellos a las Bardenas Reales, donde ahora no pueden pacer, y anden paciendo en ellas hasta las cuatro horas de la tarde». De esta manera, el alcalde de Caparroso esperaba poder capturar a los sospechosos cuando acudieran a desempeñar su oficio de guardas. Finalmente, el teniente de alcalde de la villa de Caparroso logró capturar a Ezquer y Portaz «junto a la muga de Peña Flor»30. La «salida», una versión local del «apellido», era el arma que habitualmente utilizaban los pueblos para capturar a los malhechores. Cuando el alcalde así lo ordenaba, por medio de un pregón, o cuando la campana de la iglesia repicaba «a fuego», todos los varones de la localidad debían acudir armados y dispuestos a seguir a sus autoridades. En caso de no acatar esta orden podían incurrir en graves penas. En Sangüesa, cuando una noche de 1582 Marcellán, un famoso bandolero aragonés, fue liberado por ocho compañeros, el alcalde «hizo diligencia en dar noticia a los vecinos tañendo las campanas de las parroquias y pregonándose por los nuncios el caso por las calles, apercibiendo a los vecinos saliesen luego en pena de la vida a la sasa de la villa para seguir los delincuentes.Y por esta orden salió mucha gente armada y con ellos el dicho alcalde, su teniente y regidores y el almirante»31. En Roncal, el famoso bandolero Juan de Irigoyen fue apresado después de que todos los vecinos del valle acudieran al toque de las campanas de sus iglesias32. Un ejemplo impresionante de la capacidad de este procedimiento de autodefensa fue la salida que hicieron los pueblos de Aragón y sur de Navarra para acabar con una partida de doscientos gitanos que capitaneaba el Conde Malla. En un principio fueron el alcalde y los vecinos de Carcastillo los que «salieron a prender a Gaspar de Malla y otros muchos gitanos que se habían recogido en el pajar de la venta de la Oliva». Sin embargo, los bohemios opusieron gran resistencia e «hirieron a tres o cuatro vecinos de la villa», a uno de ellos de muerte. A la petición de ayuda de los de Carcastillo acudieron «nuevos pueblos de este reino y del de Aragón y los siguieron hasta la sierra de 30 31 32

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98078, 1574, fols. 2-46. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fols. 34-35. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11097, 1574.

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Peña, donde se les escaparon». Un grupo de fugitivos se dirigió hacia Pitillas y otro, «pasado la puente de Caparroso, para las Bardenas Reales, donde tienen su guarida y recogimiento por ser tierra tan afuera y despoblado y por ser gente de tan mala vida». Para desalojar a los que se encontraban refugiados en las cercanías de Pitillas, los vecinos de Olite, Beire, Pitillas, San Martín de Unx y Ujué realizaron varias «salidas». Igualmente, para apresar a los que se habían escondido en las Bardenas, acudieron con gente armada a la ermita bardenera de Santa Margarita los ministros de Tudela, Cabanillas, Fustiñana, Arguedas,Valtierra, Cadreita,Villafranca, Caparroso, Mélida, Carcastillo y Sangüesa.Tudela aportó «trescientos hombres con sus arcabuces», Fustiñana «veinte arcabuceros y dieciocho hombres con sus espadas y lanzas» y Cabanillas «veintidós arcabuceros».También acudió el alcalde de Ejea de los Caballeros con «ciento y cincuenta hombres con sus pedreñales y así bien pareció el Capitán Cerzo, capitán de los pistoletes, con veinticuatro hombres llamados los pistoletes». En total, casi seiscientas personas armadas participaron en esta «salida». Pero este esfuerzo fue inútil, ya que, para entonces, toda persona susceptible de ser apresada había huido de esta tierra. En 1594 más de trescientos aezcoanos acudieron a la llamada de las campanas de sus pueblos y capturaron a una partida de «vascos» que había asaltado Villanueva de Aezcoa33. Esto ocurrió a pesar de que los que dirigían la expedición atacante «ordenaron a dos o tres soldados o compañeros de los que llevaban que fuesen a la iglesia y estorbasen que no llegase allí persona alguna para que no repicase la campana»34. A lo largo de toda la Edad Moderna todos los pueblos de Navarra, no sólo los que sufrían el bandolerismo más intenso de las Bardenas, recurrían a este procedimiento. Las «salidas» no sólo se efectuaban como respuesta a una coyuntura determinada, un robo, un asalto o el trasiego de gente extraña, sino que también se solían hacer periódicamente, como una medida preventiva. Según un documento de 1795, los pueblos navarros tenían la obligación de realizar, por lo menos, dos «salidas» anuales, una en julio, durante las ferias de San Fermín, y otra en febrero35. En Buñuel, por ejemplo, en el transcurso de una «salida» preventiva realizada el mes de 33 34 35

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12681, 1596, fol. 79. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12681, 1596, fol. 6. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 2, núm. 27.

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marzo de 1578, el alcalde y los vecinos prendieron a una persona que huía de noche por el camino que iba a Tudela36. No obstante, esta modalidad de «salida» no servía prácticamente para nada, ya que, al ser un día concreto, los «malhechores» ya sabían cuándo debían buscar refugio.

2. LAS LIMITACIONES DEL SISTEMA DICIPLINADOR LOCAL El desarrollo del Estado en la Edad Moderna, la articulación de las comunidades locales en dinámicas comunes a toda la Monarquía Hispánica, no anuló, en absoluto, la vida local. Los poderes de las comunidades (familias, bandos, personas particulares) se adaptaron a los nuevos sistemas de organización, asimilaron las nuevas ideas y utilizaron todo este bagaje para seguir defendiendo sus tradicionales cuotas de poder. La confesionalización no eliminó los intereses locales, tan sólo transformó las estrategias, los discursos, las formas de legitimación. Tal y como afirma Levi, no debemos ver los municipios como bastiones inamovibles de la cultura popular tradicional frente al poder central. Las novedades, siempre que beneficiaran a los intereses locales o encajaran en sus juegos de poder, eran bien recibidas37. Tal y como hemos mencionado, los alcaldes de la Edad Moderna se convirtieron en ministros del rey. Como representantes que eran de su autoridad, el monarca esperaba que asumieran su visión de la sociedad, que hicieran cumplir sus disposiciones, siguiendo siempre la verdadera intención que las inspiró. Sin embargo, estos ministros no dejaban nunca de ser personas insertas en su comunidad y, por tanto, sujetas a sus estrategias y creencias. El control por parte del Estado existía, ya lo hemos mencionado; no obstante, esto no impedía que los alcaldes actuaran, muchas veces, según sus intereses. Cuando tenemos en cuenta este principio sobre el uso de la justicia, las leyes y la actuación de los jueces pierden toda objetividad y pasan a convertirse en una cuestión de individuos y estrategias38. Éste era precisamente uno de los mayores fallos del sistema municipal de organización propio de la Edad Moderna. Las personas encargadas del 36 37 38

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98318, 1578, fol. 4. Levi, 1990, pp. 10-15. Dinges, 2002.

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gobierno, de la ejecución de las órdenes y de la administración municipal de justicia estaban demasiado implicadas en los juegos locales de poder39. En 1581 Miguel de Esparza, jurado de Villanueva de Yerri, acusó a varios vecinos de prestar ayuda a malhechores. Los testimonios de los testigos revelan el régimen caciquil al que este jurado sometía a la villa: agredía físicamente a sus enemigos, injuriaba a sus mujeres, les privaba de sus derechos de vecindad y les juzgaba injustamente40. No nos confundamos; estos intereses locales no sólo tenían por qué responder al mantenimiento de un régimen caciquil, también podían obedecer a la defensa de valores compartidos por todos los vecinos. La convivencia, el orden social, era un bien que la gran mayoría de los alcaldes anteponían a gran parte de las órdenes recibidas. El alcalde y varios vecinos de Baztán consiguieron que un deficiente mental se declarara culpable de gran número de los asaltos cometidos por las inmediaciones. De esta manera, la comunidad se sentía más segura, reforzaba la confianza en sus dirigentes y se libraba de un elemento que provocaba desorden41. En 1610 los alcaldes, jurados y vecinos de Echalar lograron que el Consejo juzgara por asalto de caminos a Juan de Echalar, un perturbado que ocasionaba desórdenes en el pueblo y del que toda la comunidad quería desprenderse42. La prisión de un marginado, de una persona rechazada por todos los vecinos, era tarea fácil. Sin embargo, la situación era bien diferente cuando el delincuente era un vecino que contaba con deudos, una buena relación con el propio alcalde u otras circunstancias parecidas. Un día de 1598 Domingo de Ernieta, pastor de un amigo del alcalde de Erro, mató al también pastor Juan de Larragoyen. El homicida compareció ante su amo, quien «le pagó el salario que le debía de pastor y le aconsejó se ausentase para no ser preso». El alcalde, seguramente influenciado por su amigo, no comenzó las diligencias hasta pasados quince días del homicidio43. En ocasiones, los alcaldes no podían actuar debido a que el problema era demasiado grave y sobrepasaba con mucho su capacidad de 39

Sobre mal uso de la justicia y caciquismo consultar Mantecón Movellán, 1997a, 1997b y 2002. 40 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 88026, 1581, fol. 11. 41 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11755, 1585. 42 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 72642, 1610. 43 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12051, 1598, fol. 30.

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actuación. En estos casos no sólo no perseguían al delincuente, sino que se veían obligados a negociar con él para salvaguardar la seguridad de la comunidad y la suya propia. En 1530 los alcaldes y jurados de la villa de Cascante tuvieron que ir a Bureta (Aragón) para parlamentar con Lope de Antillón. Esta persona, cabeza del bando de los Antillones, había sido condenada a muerte por el Consejo Real y estaba terminantemente prohibido que nadie la acogiera ni le prestara ayuda. No obstante, la seguridad del municipio era lo primero para estos ministros, pues en el transcurso de las guerras entre Alcaldes y Antillones habían muerto varios vecinos del pueblo que nada tenían que ver con ninguno de los dos bandos. En la entrevista que mantuvieron «hablaron ellos sobre muchas cosas y especialmente sobre las dichas muertes.Y estaban muchos de la dicha villa no osando salir a los términos de la dicha villa a trabajar por temor de ellos, rogándoles de presentes de todo el pueblo no quisiese hacer enojo ni malestar a los vecinos de Cascante, y que no tenían culpa ni enojo con ellos». A estas razones Lope de Antillón «dijo que las dichas muertes [las] habían hecho sus primos y que él no les podía faltar, y que se halló con los dichos sus primos en hacer las dichas muertes, pero que en adelante no consentiría ni haría que ninguno de ellos hiciese mal a quien culpa no tenía»44. El rey exigía a los alcaldes combatir ciertos aspectos de la cultura tradicional que iban en contra del modelo confesional. Pero los alcaldes también eran miembros de su comunidad y compartían con ella una misma cultura. Esta contradicción hacía que, en algún caso, la actitud de los alcaldes frente a ciertos delitos fuera de pasividad, cuando no de abierta aprobación. A fines del XVI existía una honda rivalidad entre los pueblos de Valtierra y Milagro. Las diferencias se manifestaban de forma especialmente violenta una vez al año, cuando los de Milagro acudían a limpiar una acequia que reclamaban para sí. En 1598 el conflicto fue demasiado lejos y el Consejo condenó a los ministros de ambas localidades por «disimular este delito, estando como alcaldes obligados a prender a los delincuentes»45. Este tipo de desavenencias existía también entre otros pueblos navarros. Por ejemplo, los mozos de la villa de Ablitas salían «en desafío con otros tantos de la villa de Cascante a matarse con sus 44 45

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1530, fol. 27. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12892, 1598, fol. 37.

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escopetas» en un campo sin que ninguna de las autoridades hiciera nada por impedirlo46. En el siglo XVIII el contrabando y la deserción se convirtieron en dos de los temas que más preocuparon al Estado. Sin embargo, estos delitos no eran considerados como tales por gran parte de la población, incluidos muchos alcaldes. La impotencia del rey en este aspecto era enorme, ya que no contaba con la verdadera implicación de las personas encargadas de perseguirlo47. Es cierto que existían cuerpos especializados en la represión de estos delitos, como los guardas del tabaco, partidas de reclutamiento, etc. No obstante, su actuación también se basaba en la colaboración de los alcaldes. En 1739 unos salteadores de caminos de Larraga «suponían, para disimular sus desórdenes, ser contrabandistas»48. El salteador de caminos era un personaje mayoritariamente rechazado, mientras que el contrabandista era una figura habitual y aceptada en los pueblos navarros. De esta manera, justificaban ante la comunidad sus riquezas y conseguían que ésta les comprase su género. Hasta que no quedó claro que eran salteadores de caminos, el alcalde no los persiguió. Entre 1734 y 1737, según el sargento Mateo Barrero, los alcaldes de Falces, Arróniz y Arellano protegieron y ocultaron a unos desertores49. El alcalde y los amos con quienes servían [tenían] puestos espías para acusarles siempre que íbamos y, con esta prevención, se ocultaban, dándoles la llave de una ermita para que nunca pudiéramos verlos. Con que esto es ser burla de la tropa50.

En este marco se sitúan las numerosas leyes que a lo largo de la Edad Moderna se dieron contra alcaldes negligentes en la prisión de desertores y vagabundos. El aspecto económico también limitaba notablemente la acción represiva de los municipios. La «salida» suponía un considerable esfuerzo, ya que ese día los vecinos arriesgaban su vida y la seguridad de sus familias, abandonaban el trabajo y se mantenían a sí mismos. El trasla-

46 47 48 49 50

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100746, 1611, fol. 1. Martínez Ruiz, 1996, p. 303. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1737 fol. 19. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 4, fajo 1, núms. 72 y 73. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 4, fajo 1, núm. 71.

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do de presos, en principio, corría a cargo del Consejo Real; la «salida», en cambio, se efectuaba a costa de los vecinos o de los «propios» del pueblo. A mediados del XVII, en el libro de gastos y penas de cámara se apuntaron las cantidades que se libraron a favor de los alcaldes y justicias que traían presos. El gasto por traer a una o dos personas variaba según la distancia recorrida, pero, normalmente, oscilaba entre cincuenta y sesenta reales. Esta cantidad tan sólo comprendía el traslado, no la captura del malhechor. El 16 de diciembre de 54 el Consejo, ante el Sr. Martínez libró a Martín González, teniente de justicia de Tafalla y consortes, sesenta reales por haber traído preso a las cárceles reales a Diego Xuasata por salteador de caminos, habiéndolo rematado el alcalde de dicha ciudad51.

En 1695 el presidente de Castilla, después del robo impune de tres iglesias y cuatro correos, denunció ante el rey la incapacidad del Consejo Real. Según él, la incompetencia de los ministros se debía a «las maliciosas dilaciones», la aminoración de penas e, incluso, a la «omisión, descuido o contemporización»52. El Consejo Real negó tan graves acusaciones y achacó los fallos a «la falta de medios en la receta de gastos de justicia, cuyos efectos se componen de las condenaciones pecuniarias». Los bienes de los presos no se podían embargar para pagar costas y penas hasta que se pronunciara la sentencia, «con que, desde el tiempo de la captura a la ejecución de la sentencia, las más veces, o se ocultan o se han consumido.Y, en lo más común, es gente fallida a quienes por pobres mantiene el fisco». Además, muchas de las condenas pecuniarias se hacían en libras, que «cada una monta siete tarjas y media y no por ducados, para que sea excesiva por la apariencia del sonido y ninguna en la realidad sea cuantiosa». Con tan exiguas fuentes de ingresos, la «receta» apenas contaba con medios y, los pocos que tenía, se gastaban en los salarios de los ministros, «cera, sermones, misas y balcones de toros y fábricas». Para poner fin a la crisis económica que sufría el Consejo, las Cortes de 1695 ordenaron a los pueblos que, en caso de que no hubiera dinero en la «receta», «se gastase de los propios de las repúblicas para 51 52

AGN,Tribunales Reales, Libro de gastos y penas de cámara, fol. 275. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al rey 5, fol. 140.

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perseguir los ladrones y conseguir el que se prendan por los alcaldes ordinarios y, no habiendo propios, por repartimiento de vecinos»53. Esta medida de finales de siglo provocó que muchos pueblos navarros consumieran sus «propios» en la persecución y traslado de malhechores, sin que luego pudieran recuperar nada. Muchos alcaldes ordinarios, velando por el interés económico de sus comunidades, abandonaron entonces la búsqueda, prisión y traslado de delincuentes, por lo que el bandolerismo, según una cédula real de 1703, se recrudeció. Para remediar este problema, el rey ordenó al Consejo que volviera a la situación anterior a la ley de 1695 y que, con los efectos de la fiscalía y con la «receta», pagara a los pueblos todo lo que fuera necesario para perseguir malhechores54. La Diputación presentó contrafuero y los problemas económicos continuaron, tanto para el Consejo como para los pueblos. Durante el siglo XVIII la «salida» cambió. En muchos casos dejó de ser una actividad multitudinaria en la que participaban todos los vecinos del pueblo y pasó a convertirse en una tarea más profesional, desempeñada por unas pocas personas que cobraban por hacer esta labor. De todas formas, esto no quiere decir que la cabalgada tradicional desapareciera. El Consejo Real ya no sólo pagaba el traslado de los presos, sino también su captura. Por ejemplo, en 1723 el alcalde de Estella le reclamó el pago de 172 reales que había gastado en prender malhechores55. Ahora bien, esta situación ideal tan sólo se producía cuando la «receta» contaba con dinero suficiente. En caso de no ser así, eran los pueblos los que tenían que pagar con sus «propios» la captura y el traslado de los malhechores. En 1746, según el fiscal,Tudela impedía «esta práctica con el pretexto de no haber maravedíes en los propios». Ante esta situación, el Consejo ordenó a la capital ribera que dedicara «los dineros que se gastan en festejos, limosnas o funciones de iglesia a este destino»56.Tudela respondió que ya había eliminado todos los gastos superfluos y que éstos le correspondían por tradición y por concesión real.Además, añadía que el cumplimiento de esta medida podía acarrear graves desórdenes57. 53 54 55 56 57

AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al rey 5, fol. 141. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al rey 6, fol. 128. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 1909026, 1723. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al virrey 34, fol. 14. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al virrey 34, fol. 16.

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A fines del XVIII el Consejo impulsó las «salidas» periódicas que efectuaban los pueblos y las quiso convertir en un auténtico sistema de rondas que garantizara la seguridad de campos y caminos. En 1795 muchos alcaldes de Navarra recibieron una notificación de los tribunales reales en la que se les ordenaba que «salieran» «en compañía de ocho hombres, cuando menos todos los domingos, a recorrer y examinar los caminos y parajes sospechosos de su jurisdicción, repitiendo esa diligencia un día entre semana para perseguir los malhechores y evitar otros excesos». El esfuerzo económico que se exigía era enorme, puesto que las personas que acudían dejaban de trabajar y no cobraban ningún jornal. Por esta razón, este mismo año el Consejo decretó que todos los que «salieran» recibieran un real y medio a costa de los «propios»58. Las «salidas» tradicionales todavía pervivieron con fuerza durante todo el siglo. En 1798 el fiscal aún las criticaba, ya que, según él, «la experiencia tiene acreditado que son una plataforma y motivo para un día de campo a costa de los propios, pues se hace gasto y rara o ninguna vez se verifica el objeto de prender los malhechores, y así, sólo deberán practicarse oportunamente, previas noticias ciertas y fundadas». Así mismo, el fiscal recomendaba seguir realizándolas, eso sí, «reuniéndose con el sigilo posible», cobrando jornal, premiando las capturas y recompensando cualquier tipo de información. Los tribunales reales accedieron punto por punto a todas las propuestas del fiscal59.

3. EL CASO DE PAMPLONA Pamplona en la Edad Moderna era una ciudad de mediano tamaño. En el siglo XVI contaba con cerca de 10.000 habitantes y tan sólo consiguió superar esta cifra a mediados del XVIII, cuando alcanzó los 15.000. Esta población únicamente suponía el 6,6% de los habitantes del reino, un peso demográfico relativamente bajo que no tenía por qué condicionar la vida social, económica y cultural de todo el territorio60. En un artículo bastante antiguo, Madariaga afirma que, tras la 58

AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 2, núm. 28. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 2. 60 En Valencia, por ejemplo, ocurría lo contrario, el peso demográfico de la capital era tal que condicionaba la vida de todo el reino, Benítez Sánchez Blanco, 1996, p. 95. 59

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incorporación de Navarra a la corona castellana, la influencia de Pamplona, muy mediatizada ya por el sistema de merindades, quedó muy reducida política y administrativamente61. Esta aseveración puede ser cierta en lo que se refiere al Regimiento, pero el hecho es que Pamplona, como ciudad, sí se convirtió en un referente cultural, político, militar y económico para todo el reino. En Pamplona tenía su sede el virrey, la máxima autoridad civil y militar que, así mismo, desempeñaba el cargo de capitán general de Guipúzcoa, por lo que, también desde aquí, dirigía los aspectos militares de la Provincia. La diócesis de Pamplona abarcaba gran parte de Navarra y Guipúzcoa y tenía como cabeza a esta misma ciudad. En el mundo de la Reforma Católica la capital navarra se convirtió, pues, en un centro religioso de primer orden, dotado de cárceles y tribunales diocesanos62, seminario, etc. En esta ciudad también se situaron las cárceles y las instancias superiores de justicia, la Corte y el Consejo Real. El Consejo, que también tenía amplias competencias ejecutivas y legislativas, fue, sin duda, el órgano de gobierno más importante del reino. Muchas otras instituciones reconocieron la capitalidad de Pamplona y situaron su sede en esta ciudad: muchas de las Cortes, la Diputación, el hospital general, la imprenta, las principales órdenes religiosas, etc.63. Pamplona en la Edad Moderna no sólo no perdió importancia, sino que pasó a convertirse en la verdadera capital de Navarra. Navarra fue un caso excepcional dentro de la Monarquía Hispánica. La conservación del status de reino le permitió reunir en su capital todas las instancias de poder, incluido el Consejo Real, que en el resto de los reinos tenía su sede en la Corte. Era un territorio pequeño con una capital fuerte que hacía sentir cercano el poder del Estado. El Consejo Real a través de sus comisionados, el obispo con sus «visitas» o el virrey con sus soldados; todos accedían fácilmente, incluso, a los confines, siempre cercanos, del reino. La situación de Navarra en nada se parecía, por ejemplo, a la de las vecinas Guipúzcoa o Vizcaya. Estos territorios tenían sus instancias civiles superiores en Valladolid y el obispo en Logroño, por lo que su control era mucho más tenue que lo que podía llegar a ser en Navarra. 61

Madariaga, 1979, p. 507. Arazuri localiza la torre del obispo y cárcel episcopal en la actual calle Curia número 29, 1979, t. 1, pp. 268-269. 63 Sánchez Aguirreolea, 2003b. 62

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Pamplona también atraía a gran número de gente. Muchas personas acudían ante los tribunales religiosos y civiles, a los mercados y ferias o a las celebraciones religiosas. La ciudad también acogía a gran cantidad de jóvenes que buscaban un trabajo temporal, los varones en las obras reales y las mujeres en el servicio doméstico. Cuando todas estas personas regresaban a sus respectivos lugares, llevaban consigo parte de esta cultura urbana en la que el disciplinamiento social controlado por el Estado era mucho más visible. La capital era recorrida por procesiones religiosas en las que participaban las más altas dignidades eclesiásticas y civiles. Los mejores predicadores hablaban en sus templos y atraían a grandes multitudes. Los castigos de la justicia se administraban en sus calles y plazas, acompañándose de un eficaz ritual que impresionaba a los habitantes del reino. El Consejo, las cárceles, el virrey, los soldados, el obispo, las órdenes religiosas, todos ellos elementos del nuevo orden, impactaban a los navarros que acudían a la ciudad. Mullet ve a las ciudades de fines de la Edad Media y de la Edad Moderna como lugares de difusión cultural. No sólo de cultura de elites, sino también de cultura popular. En las ciudades, ambas se enriquecían y se renovaban constantemente64. El Regimiento de Pamplona sí influyó directamente sobre muchos pueblos navarros gracias a la figura del «alcalde de mercado»65. En 1617 la ciudad obtuvo esta jurisdicción que, en el siglo XVIII, afectaba a 296 pueblos del reino66. Otras localidades, como Estella, Lumbier67, Urroz o Monreal, también tuvieron «alcaldes de mercado». Su jurisdicción comprendía causas civiles y criminales de labradores y ruanos no hidalgos68. Ciudades como Estella o Tudela, en lo referente a persecución de malhechores, se comportaban de manera muy parecida al resto de los pueblos navarros. Los alcaldes, bien personalmente o por medio de sus tenientes, investigaban, se coordinaban, efectuaban «salidas» y prendían a los delincuentes. En Pamplona la situación era totalmente distinta, debido a la presencia de las instancias superiores y a la actuación de sus ministros. Además, el tipo de delincuencia también era diferente. Aquí, 64

Mullet, 1990, p. 27. Una figura poco conocida a pesar de los trabajos sobre el regimiento de Pamplona de Lasaosa Villanua, 1979 y Garralda Arizcun, 1986. 66 Garralda Arizcun, 1986, pp. 156-158. 67 Rebolé del Castillo, 1988, pp. 184-187. 68 Zabalza et al, 1994, p. 160 65

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al contrario de lo que ocurría en el resto de localidades del reino, los salteadores de caminos apenas preocupaban. Los robos, las violencias y los delitos ocurrían en la propia zona urbana y solían ocultarse tras el relativo anonimato que proporcionaba la ciudad. Tal y como veremos más adelante, Pamplona era una ciudad militar. Los soldados, a las órdenes del virrey, desempeñaban una importante labor a la hora de garantizar el orden público. Eran ellos quienes vigilaban las seis puertas de la ciudad, los únicos lugares por donde se podía franquear la muralla. Este sistema proporcionaba a las autoridades un control sobre todos los riesgos que pudieran llegar del exterior (delincuencia, peste…), a la vez que generaba una barrera económica que salvaguardaba los intereses proteccionistas de la ciudad y el cobro de impuestos69.Tras el toque de queda, a las ocho de la tarde en invierno y a las nueve en verano, los seis portales se cerraban y la ronda militar recorría las calles70. Por tanto, la vigilancia nocturna y diurna de la ciudad estaba, en gran parte, a cargo de los soldados. El alguacil mayor y sus tenientes, ejecutores de las órdenes del Consejo, también tenían un importante papel en el mantenimiento del orden público. En 1561 el número de tenientes pasó de cuatro a seis71, y en 1617 todavía se pidieron «más varas de justicia porque es insuficiente debido al gran número de soldados, estudiantes y forasteros que concurren a esta ciudad»72. Los alcaldes de Corte también desempeñaban labores de orden público. Por ejemplo, en 1696 el virrey ordenó que, junto con las patrullas militares, ellos también realizaran rondas nocturnas73.Así mismo, estrechamente vinculados con el Regimiento, estaban el justicia y sus tenientes74. En la ciudad de Pamplona actuaban, por tanto, un gran número de ministros de muy variadas jurisdicciones. Este fenómeno era único de la capital, ya que en el resto de las localidades del reino tan sólo existía un alcalde ordinario que desempeñaba todas las funciones. Entre todos estos oficios destaca la figura del «padre de huérfanos», una institución de origen aragonés que se instauró en Pamplona en la

69

Bazán Díaz, 1995b, p. 127 y Benítez Sánchez Blanco, 1996, p. 96. Ordenanzas del Consejo Real,Tít. IX, XVI. Garralda Arizcun, 1986, p. 241. En Vitoria las puertas se cerraban a las mismas horas, Bazán Díaz, 1995b, p. 128. 71 Ordenanzas del Consejo Real,Tít. IX, XIII. 72 AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al rey 1, fol. 8. 73 AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 7, fajo 1. 74 Lasaosa Villanua, 1979, p. 159. 70

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segunda mitad del XVI. Su función era la de asistir a los verdaderos pobres y expulsar o apresar a los vagos75.A medida que avanzó el tiempo, su tarea asistencial fue perdiendo importancia respecto a la represiva. Así, unas ordenanzas de 1610 le asignan como principal labor la de «limpiar la ciudad y sus arrabales de gente viciosa, vagabunda y de mal ejemplo»76. En 1593 el «padre de huérfanos», «precediendo relación y queja de muchas personas a quienes hoy sábado en la plaza les han cortado bolsas con dineros, el dicho licenciado, haciendo la dicha inquisición y averiguación», prendió a tres ladronzuelos de entre 13 y 16 años y los remitió a las cárceles reales para que fueran juzgados por la Corte77. Pamplona se organizaba en cerca de veinte barrios, y al mando de cada uno de ellos había un prior con sus mayorales. Esta organización era independiente del Regimiento y tan sólo dependía del voto de los vecinos. La labor de estos priores y mayorales era la de vigilar de cerca todo delito que pudiera producir desorden en la vida del barrio. El control al que sometían a su comunidad era muy efectivo, ya que ellos mismos eran vecinos y las zonas que debían controlar era mínimas78. Los priores y mayorales de barrio suponían una institucionalización, una canalización de los principales mecanismos de infrajusticia. Ellos recibían los rumores o las quejas expresas, advertían a los vecinos, imponían pequeños castigos y, en caso de no servir nada de esto, acudían a los tribunales. En 1589 los mayorales del barrio de la Magdalena irrumpieron en una casa y apresaron a dos franceses que, borrachos, para escándalo de los vecinos, gritaban, se injuriaban y se golpeaban. Según recomendación de uno de los mayorales, «para la honra y quietud del dicho barrio y para evitar inconvenientes que podrían suceder a causa de estos dos hombres […], convendría fuesen echados del dicho barrio, y aún desterrados de este reino»79. En 1600 los mayorales de un barrio de Pamplona fueron reclamados por sus vecinos para atajar un escándalo que estaba ocurriendo en una 75

Salinas de Quijada, 1954; Santolaria Sierra, 1997, pp. 30-36 y Oslé Guerendiáin, 2000, pp. 40-44. 76 Lasaosa Villanua, 1979, pp. 265-268 77 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 39728, 1593, fol. 1. 78 Arazuri, 1979, t. 1, pp. 79-82 y t. 3, p. 106. 79 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001955, 1589, fol. 2.

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de las casas del barrio. Cuando llegaron allí, esperaban en la puerta varios vecinos que les contaron cómo, en casa de una persona con fama de alcahueta, había entrado el vicario de Galar para «beber y holgarse» con una mujer aldeana casada. Los vecinos recordaron a los mayorales cómo en ocasiones anteriores la alcahueta ya había incurrido en este mismo delito.Tanto los vecinos como los mayorales entraron en la casa, desterraron a la aldeana, reconvinieron al vicario y apresaron a la alcahueta80. A mediados del XVIII el virrey quiso potenciar todavía más el papel de los barrios, sus priores y mayorales. Era consciente de que ellos eran los ministros que estaban en mejor posición para vigilar las costumbres de los vecinos. El virrey hizo poner las ordenanzas de los barrios por escrito y les dotó de unas características comunes.A partir de entonces, de forma expresa, los priores y los mayorales tuvieron asignadas por el virrey amplias tareas de orden público: reconocer casas, señalar multas, realizar embargos, apresar y apercibir a sus vecinos, entregar al virrey una lista de casas de vecinos, rondar junto con sus mayorales durante la noche, controlar a los forasteros y la moralidad dentro de las familias, ser árbitro en los conflictos entre vecinos, ocuparse de incendios, limpieza de calles, pozos…81. Los priores de barrio y la efectividad del disciplinamiento social al que sometían a sus pequeñas circunscripciones son un ejemplo más de esta municipalización de la represión. Además, estas figuras también supusieron una integración de los mecanismos infrajudiciales de la comunidad en el mundo oficial del Estado Moderno, ya que se convirtieron en el referente de la comunidad a la hora de dirigir sus rumores, sospechas, advertencias y quejas.

80

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 71778, 1600, fol. 3. Arazuri, 1980, t. 3, p. 82 y Usunáriz Garayoa, 2003b, pp. 295-298 analizan casos similares de 1572 y 1577. 81 Garralda Arizcun, 1986, pp. 683-693.

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CAPÍTULO IV EL CONTROL Y LA PERSECUCIÓN

1. MEDIDAS ORDINARIAS PARA EL CONTROL Y PERSECUCIÓN DE GRUPOS «PELIGROSOS» Según Fernández Enguita «los vagabundos y los pobres se convirtieron en la pesadilla de los siglos XV al XIX»1. Maza Zorrilla, en su estudio sobre historia de la pobreza, también califica al pauperismo como la obsesión de los gobernantes de la Edad Moderna2. A partir del siglo XIV cobró fuerza una mentalidad que veía en los pobres la causa de la delincuencia. El fundamento sobre el que se sustentaba este razonamiento no era económico, no era la necesidad más o menos objetiva a la que podían verse abocados los pobres. El motivo era de índole moral. El pobre era tal por su pecado, por su ociosidad, y este vicio le arrastraba a la delincuencia, a la heterodoxia religiosa, a la enfermedad3. El pobre, el vagabundo, el gitano, en diferente medida, suponían un riesgo sanitario, moral y material para la comunidad. Según Gutton, en la Europa bajomedieval y moderna sí existió una relación real entre pobreza y bandidaje debido, en parte, a un deterioro generalizado de las condiciones de vida4. Braudel defiende que los pobres en el Mediterráneo llegaron a alcanzar el 22% de la población. Aunque esta cifra es bastante cuestionable (en Pamplona se calcula que supusieron entre un 3% y un 6%5), sí es cierto que a lo largo de este 1 2 3 4 5

Citado en Ruiz Rodrigo y Palacio Lis, 1995, p. 127. Maza Zorrilla, 1987, p. 77. Carasa Soto, 1987, pp. 65-66. Gutton, 1971, pp. 40-50. Oslé Guerendiáin, 2000, p. 29.

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período la población se encontró muy expuesta al pauperismo, y este hecho pudo repercutir en la criminalidad. Desde épocas muy tempranas las autoridades distinguieron entre «pobres verdaderos», aquéllos que objetivamente eran incapaces de sostenerse, y «pobres falsos», los que pudiendo trabajar no lo hacían. Un debate que, como hemos apuntado en el capítulo dedicado a la Iglesia, fue objeto de disputa entre los tratadistas. Esta diferenciación abrió el camino a dos tratamientos muy distintos según el grupo: asistencia y encerramiento o persecución y castigo6. Dos medidas complementarias, dos facetas de la actuación del poder en contra de la mendicidad y la delincuencia.

1.1. «El Gran Encerramiento» La tesis del «Gran Encerramiento» fue formulada por Foucault en su magnífica obra Historia de la Locura. El autor centró su estudio en el siglo XVII y observó una dinámica común a toda Europa, propia tanto de países protestantes como de católicos. La Francia de Luis XIII y Luis XIV o la Inglaterra de mediados del XVII recurrieron al encierro extrajudicial de los «verdaderos pobres» como una forma de solucionar el problema de la mendicidad y de activar la economía del país mediante la aplicación de éstos al trabajo obligatorio. Foucault veía este fenómeno de mediados del Seiscientos como el fruto de un nuevo orden monárquico y burgués7. Sin embargo, como él mismo apunta, el período que analiza fue tan sólo la segunda fase de un largo proceso que se estaba produciendo desde el siglo XIV, e incluso antes. Es común defender la existencia de una mentalidad cristiana tradicional, especialmente vigente en la Edad Media, que sacralizaba la mendicidad y la limosna. Pobreza y caridad eran dos virtudes cristianas, dos caminos para acceder a la Salvación. La primera era practicada por los mendigos que, mediante la limosna, ofrecían también a los ricos la oportunidad de salvarse. Esta mentalidad no buscaba solucionar el problema del pauperismo, es más, consideraba este estado como un componente fundamental de la sociedad estamental. La pobreza, más

6 7

Sobeyroux, 1982, p. 25. Foucault, 1991, t. 1, pp. 75-125.

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que un problema social, se consideraba una cuestión religiosa. El «pobre de Cristo» era la representación más evidente de la vida de Jesús en la Tierra. Su misión era poner a prueba la generosidad, la misericordia y la piedad de los hombres8. La visión negativa del pobre se desarrolló sobre todo a partir de la crisis del siglo XIV.Además, en esta época, la actitud hacia el trabajo cambió, pasó de ser considerado un castigo divino a ser valorado como una obligación. Fruto de esta revalorización del trabajo, la ociosidad pasó a convertirse en el más grave de los vicios, en la madre de todos los pecados, en la causa de todos los delitos9.Además, pobres y vagabundos fueron considerados los portadores de la enfermedad, la heterodoxia y el pecado10. Ahora bien, la caridad religiosa tradicional pervivió con gran fuerza hasta los últimos años del siglo XVIII. Se organizó en torno a hospitales, cofradías, albergues, repartos de comida en conventos y monasterios, etc. No hay más que ver la extensa relación de hospitales que Nuñez de Cepeda ofrece para el caso navarro. Prácticamente todas las localidades del reino contaban con un lugar en el que acoger a los vecinos pobres, a los enfermos y a los caminantes. En estos albergues encontraban techo e, incluso, comida y ropa11. La red asistencial en la Edad Moderna era firme y, como veremos en el estudio de casos más concretos, facilitaba el trasiego de personas y el sostenimiento de los más necesitados. Fue tal la fuerza con la que pervivió esta mentalidad cristiana tradicional que la mayoría de los autores le atribuyen, en parte, el fracaso del «Gran Encerramiento»12. A pesar de las pervivencias, lo cierto es que la visión negativa sobre la pobreza y la voluntad de controlarla fue extendiéndose poco a poco a partir del siglo XIV. La división entre «falsos» y «verdaderos pobres», totalmente asentada ya para el siglo XV, abrió el camino a una serie de medidas cada vez más rígidas. Respecto a la Edad Moderna, Santolaria distingue las diferentes motivaciones que propiciaron el encierro de pobres. En una primera

8

Jiménez Salas, 1956, pp. 7-77; Martínez Verón, 1985, p. 111; Maravall, 1986, pp. 23-27; Carasa Soto, 1987, p. 28; Maza Zorrilla, 1987, pp. 44-45; Fuente Galán, 2000, p. 13. 9 López Alonso, 1986, pp. 244-249. 10 Delumeau, 1989, p. 631. 11 Núñez de Cepeda y Ortega, 1940. 12 Santolaria Sierra, 1997, pp. 130-131.

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etapa, la que correspondería con la Era Confesional, el «Gran Encerramiento» estuvo motivado, principalmente, por un ambiente general de moralización, de renovación de la sociedad13. El trabajo, por ejemplo, no era contemplado como una actividad productiva, sino más bien como un medio para combatir la ociosidad, el pecado por antonomasia, el origen de todos los desórdenes14. A partir de mediados del XVII el mercantilismo dotó a su política de pobres de una dimensión eminentemente económica. Las instituciones de encierro, tal y como describe Foucault para la Francia y la Inglaterra del XVII, pasaron a ser contempladas como auténticos motores de la economía estatal. El poblacionismo, corriente económica vigente durante la segunda parte de la Edad Moderna, trató de movilizar, de hacer útiles, a todos los habitantes del Estado, porque en su cantidad y su cualidad residía la riqueza de las naciones15. En España esta segunda etapa del encierro se manifestó sobre todo en la segunda mitad del XVIII16. El trabajo, pues, fue la clave de todas estas políticas de pobres, con un sentido moralizante o utilitario. No obstante, también debemos tener en cuenta que «el trabajo y especialmente el aprendizaje de un oficio eran las garantías necesarias que legitimaban el lugar de un individuo en el cuerpo social, que fundamentaban la posibilidad de la creación y mantenimiento de una familia y, en definitiva, la adecuada incorporación a la vida comunitaria»17. Por lo tanto, especialmente en el caso de los menores de edad, la obligación del trabajo, aparte de una cuestión moral o económica, también era una manera de apartar a los jóvenes de la mendicidad y asegurarse su adecuada inserción en la sociedad18. Dejando a un lado el debate ideológico, no debemos olvidar que muchos de los cambios mentales y de las medidas concretas también fueron una consecuencia de la realidad que sacudió a Europa a partir del siglo XIV19. Santolaria llega a establecer una correspondencia casi perfecta entre los principales años de crisis y las fecha de publicación de los grandes tratados y de las medidas legislativas más importan-

13 14 15 16 17 18 19

Santolaria Sierra, 1997, p. 13 Foucault, 1991, p. 113. Fuente Galán, 2000, p. 16. Santolaria Sierra, 1997, p. 180. Santolaria Sierra, 1997, p. 37. Cavillac, 2003, p. 25. Geremek, 1989, pp. 87-106.

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tes20. Evidentemente, cuanto más dura era la crisis más grave era el problema de la pobreza y, ante esta situación, las autoridades reaccionaron. España no se mantuvo al margen de esta dinámica común a toda Europa, el problema era el mismo y las soluciones fueron muy similares en todas las confesiones, a pesar de la oposición de sectores del catolicismo más tradicional que veían como heréticos estos planteamientos21.

1.2. Persecución de vagos y gitanos La persecución de los «falsos pobres» y la asistencia a los «verdaderos» fueron, en palabras de López Alonso, dos caras de la misma moneda, situadas en el contexto común de la evolución de las ideas en torno a pobreza, marginación, peligrosidad y utilidad22. Las políticas dirigidas contra unos y otros fueron complementarias23. El pobre y el mendigo estaban más o menos integrados en la sociedad, en cambio el vagabundo era un marginado, percibido por todos como un personaje peligroso, como un delincuente potencial, cuando no un ladrón real24. El rechazo común hacia algunos grupos marginados terminó por mezclar a ojos de la sociedad colectivos que, en principio, eran muy distintos. De ahí la indistinción legal (y también social) entre vagabundos, vagos, gitanos o, incluso, moriscos. Todos eran tratados más o menos igual porque vivían de manera similar, en la frontera de la delincuencia25. Hasta mediados del siglo XVII, durante la Era Confesional, los argumentos que motivaron la persecución de vagabundos y gitanos fueron de índole moral y de seguridad. Eran sospechosos de robos y asaltos de caminos, así como de heterodoxia religiosa. A partir de la segunda mitad de siglo, y sobre todo en el XVIII, las razones fueron mucho más prácticas.Vagos y gitanos se convirtieron en los remeros de las galeras y los soldados de los ejércitos. 20 21 22 23 24 25

Santolaria Sierra, 1991, pp. 45-50, p. 90 y pp. 108-119. Cavillac, 1976. López Alonso, 1986, p. 337. Sobeyroux, 1982, p. 25. Maza Zorrilla, 1987, p. 14. Caspistegui Gorasurreta, 1990, p. 162;Asiáin Ansorena, 1999, p. 120.

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El concepto legal de vago se fue ampliando y desdibujando poco a poco a medida que tenía una finalidad menos moral y más utilitaria. En un principio tan sólo comprendía a los vagabundos, a las personas más desarraigadas y marginadas, a los que no tenían oficio, hacienda, ni rentas y vivían sin recursos conocidos. Posteriormente, también pasó a denominar a los jornaleros que no trabajaban con continuidad, los que frecuentaban casas de juego y lugares sospechosos o de mala reputación, los amancebados, borrachos, los que «daban mala vida a su mujer», desobedecían a sus padres, daban músicas, llevaban armas prohibidas, los falsos mendigos… Esta larga y heterogénea lista todavía aumentó más en 1745, cuando también se consideraron vagos los falsos peregrinos, los mozos que iban de romerías, los malos estudiantes, los que descuidaban a sus mujeres, los ladrones de poca entidad…26 La categoría de vago en la segunda mitad de la Edad Moderna llegó a ser tan amplia como lo exigieron las necesidades del Estado y abarcó prácticamente todos los comportamientos antisociales. La indistinción popular y legal que existía al inicio del período entre vago, gitano y ladrón o salteador de caminos, fruto de su alejamiento marginal, se fue diluyendo a medida que el concepto de vagancia afectó también a miembros más o menos integrados en la sociedad.

2. MEDIDAS EXTRAORDINARIAS PARA LA PERSECUCIÓN DE MALHECHORES 2.1. Cuerpos especializados en la persecución de malhechores En Castilla durante la Edad Moderna existieron hermandades, cuerpos especializados en la persecución de malhechores27. A un nivel general, la Santa Hermandad tuvo como una de sus principales atribuciones el mantenimiento de la seguridad en los caminos castellanos. En Navarra, durante la Baja Edad Media, las hermandades también tuvieron una gran importancia. Surgieron en el siglo XIII y, en esta época, constituyeron eficaces instrumentos de autodefensa que protegieron fronteras, valles y villas28. A principios del siglo XV estas institu26

Pérez Estévez, 1976, p. 14. Alguna de estas instituciones subsistió hasta el XVIII, Contreras Gay, 1985, pp. 424-431. 28 Mugueta, 1998, p. 425. 27

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ciones pasaron a ser controladas más directamente por el rey y coordinaron su actuación con los merinos29. Entre 1488 y 1509 hay que destacar la existencia de la Hermandad del Reino de Navarra.A diferencia de las anteriores organizaciones, no sólo estaba formada «por los miembros de un grupo social o de un territorio concreto, sino por todos los habitantes y moradores del reino»30. Constituyó una fuerza policial y judicial dedicada de forma permanente a la persecución de malhechores, aunque, con el tiempo, también se convirtió en uno de los instrumentos con que contaron los monarcas para mantener su frágil autoridad. En 1501 su fuerza militar constaba de 60 jinetes31. En 1509, por acuerdo de las Cortes, la Hermandad del Reino desapareció definitivamente. El ejemplo castellano o la experiencia hermandina medieval influyeron muy poco en la Navarra moderna. Durante esta prolongada época el reino no volvió a contar con una fuerza policial general dedicada a la persecución de malhechores. Hubo intentos serios para constituir cuerpos permanentes que, como veremos a continuación, no prosperaron, fundamentalmente por problemas económicos. Esta imposibilidad creó una situación de gran inseguridad. Además de la dudosa herencia hermandina también tenemos que tener en cuenta, en este caso sí, la pervivencia de la importante figura de los merinos. Durante la Edad Media su papel en la persecución de malhechores fue muy importante, siendo éste uno de sus principales cometidos. Su jurisdicción, la merindad, frente a los reducidos límites municipales, era bastante amplia, por lo que el problema que suponían las fronteras interiores quedaba bastante aminorado.A menudo, se hacía acompañar de una pequeña tropa, pero también contaban con la ayuda preceptiva de los alcaldes ordinarios. En el siglo XIV o en el XV la situación de bandolerismo más grave se produjo en la frontera con Castilla, llamada también «la frontera de los malhechores»32. En 1334 el merino de las montañas llegó a tener 120 infantes en los castillos de Irurita y Echarri Aranaz para defender de los malhechores la muga con Guipúzcoa33. 29 30 31 32 33

Mugueta, 1998, p. 427. Gallego Gallego, 1988, p. 449. AGN, Reino, Negocios Extravagantes, 4. Mugueta, 2000. Zabalo Zabalegui, 1973, p. 313.

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Tras la conquista de Navarra el papel del merino quedó muy reducido y, con el tiempo, llegó a convertirse únicamente en un cargo honorífico sin ninguna función real. El mismo año de 1512 la cuenca de Pamplona quedó eximida de la jurisdicción del merino de las montañas34. De todas formas, en el siglo XVI esta figura todavía mantuvo y ejercitó alguna de sus tradicionales funciones. El arancel y ordenanzas de los merinos de 1541 contemplaba como primer punto su obligación de «seguir malhechores», prenderlos y traerlos a las cárceles reales.Además, debía desarmar a los que acudían a las ferias, prender a todo delincuente independientemente de su fuero, obtener información siempre que hubiera demanda y preparar a la merindad en todo lo que fuera necesario para la guerra.También estaba bajo su cargo todo lo referente a pesos, medidas y caminos, funciones que, posteriormente, pasarían al patrimonial35. En 1570 también se encomendó a los merinos la función de alcalde ordinario en los lugares donde no lo hubiera36.Además podían nombrar hasta tres tenientes que les sirvieran de apoyo37. Para el siglo XVI contamos con algún testimonio sobre su actuación en cuestiones relativas a persecución de malhechores.Así, en 1559 el teniente de merino del valle de Erro apresó a Juan de Ororbia, acusado de haber robado y vendido un «rocín de pelo negro»38. En 1574 el teniente de merino de Tudela se dirigió a la ermita bardenera de Santa Margarita con cuatro o cinco arcabuceros para prender a Pedro Portaz y su cuñado, dos roncaleses sospechosos de homicidio y asalto de caminos39. Un proceso judicial de 1612 sobre bandolerismo en Sangüesa constituye el último testimonio encontrado sobre la labor de orden público desempeñada por los merinos o sus tenientes40. La presencia del ejército en Navarra tuvo un efecto doble y contradictorio en la criminalidad y, más concretamente, en el bandolerismo. Por un lado, los soldados llegaron a protagonizar una parte importante de los robos y asaltos que se producían en el reino. Pero, al mismo tiem-

34 35 36 37 38 39 40

Eusa, Ordenanças del Consejo Real de Navarra, lib. 1,Tít. 10, Ord. 8. Eusa, Ordenanças del Consejo Real de Navarra, lib. 1,Tít. 10, Ord. 5. Eusa, Ordenanças del Consejo Real de Navarra, lib. 1,Tít. 10, Ord. 6. Eusa, Ordenanças del Consejo Real de Navarra, lib. 1,Tít. 10, Ord. 12. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 37048, 1559, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98078, 1574, fol. 8. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100838, 1612, fol. 2.

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po, el ejército como institución desempeñó un importante papel en el mantenimiento del orden público41. En 1592, según un memorial sobre la gente de guerra que hacía falta en la plaza de Pamplona, la ciudad estaba guardada cada noche por 66 soldados: 51 en las 17 postas de la muralla, 12 para el cuerpo de guardia del palacio y las tres rondas nocturnas y tres cabos de escuadra. Para cuatro noches, «tres en cama y una en la guardia eran «menester, a razón de sesenta y seis cada noche, doscientos cincuenta y dos soldados y doce cabos de escudara». Durante el día hacían falta, por lo menos, otros 66 soldados: 22 en el cuerpo de guardia y «en seis puertas que hay en la ciudad […] cuatro o cinco soldados en cada una y en las dos que son más principales y de más consideración a diez», y tres que sacaban leña y velas para las rondas y el cuerpo de guardia. A todo esto había que añadir 6 artilleros cada cuatro noches que protegían dos posiciones. Así pues, para proteger la ciudad de Pamplona hacían falta 288 soldados. En el reino había tres compañías. Por turnos, una protegía la ciudad, otra los puertos y la otra estaba «alojada en las aldeas». La que guardaba los puertos completaba también los efectivos de la que se hacía cargo de la ciudad. Ese año de 1592 había tenido que ceder 34 soldados y un cabo de escuadra. Ésta era la situación ideal, pero en algunas ocasiones «ha habido tiempo de estar las tres compañías tan deshechas por falta de gentes y de enfermedades que todas tres no bastaban para cumplir la guardia ordinaria de la ciudad y puertos»42. En el Archivo General de Simancas se conservan las nóminas de los soldados que estaban apostados en Navarra. Estas cuentas reflejan el enorme esfuerzo militar y económico que realizó la Monarquía para defender sus intereses en un sitio tan estratégico como fue Navarra. En el trimestre segundo de 1595, por ejemplo, se pagaron a la compañía del capitán Saravia 1.807.383 reales, a la de Rosales 1.953.997 y a la de Cosgaya 1.302.905. A esto había que añadir 527.436 reales para efecti41 Sobre el ejército en Navarra en el XVI consultar Idoate, 1981 y Floristán Imízcoz, 1993d, pp. 401-402. 42 AGS, Inventario General de la Sección de Guerra y Marina, 217, fol. 16. Sobre la guarnición de Pamplona en la Edad Moderna consultar Floristán Imízcoz, 1993d, pp. 410-411.

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vos apostados permanentemente en la Ciudadela de Pamplona (artilleros, oficiales, etc.), 121.396 para 30 peones que protegían Fuenterrabía, 163.187 para «oficiales de la infantería ordinaria» y 611.326 por «sobras y bajas del dicho tercio»43. La compañía más efectiva a la hora de prevenir el bandolerismo fue la que estaba apostada en los pueblos. En 1571, por ejemplo, se alojó en Cascante, un lugar caracterizado durante todo el siglo XVI por las graves y cruentas luchas entre las familias Antillón y Alcalde. Hay que decir que la labor fundamental de esta tropa no era la persecución del bandolerismo, ya que de esta función se encargaban los alcaldes ordinarios, aunque su presencia en los pueblos sí que constituía una importante fuerza disuasoria. El ejército sólo se empleaba directamente en los casos más graves, cuando la situación escapaba totalmente al control de los alcaldes ordinarios y cuando la Corona veía peligrar sus intereses más directos, comercio y fronteras. En 1589 el virrey de Navarra, Luis de Carrillo, envió una carta al rey en la que le informaba de las medidas que había tomado para custodiar las fronteras con Aragón ante la proximidad del famoso bandolero aragonés Lupercio Latrás. El virrey había apostado en Sangüesa la compañía de Alonso Cosgaya, pero tras una situación de relativa paz había decidido retirarla, no sin antes dejar un destacamento de 50 soldados al mando de un alférez. Después de haber asistido muchos días el capitán Alonso de Cosgaya con su compañía en la villa de Sangüesa para lo que pudiera ocurrir por la parte de Aragón o intentar Lupercio Latrás y los demás bandoleros que traía consigo en daño de este reino, como entonces lo signifiqué a vuestra majestad, le ordené que diese la vuelta a esta ciudad en consideración de algunas causas por las cuales entendí que así convenía, y aunque una de ellas era cierto aviso de que aquella montaña y fronteras se hallaban más desembarazadas de bandoleros, me pareció necesario no sacar toda la dicha gente, y dejé al alférez Diego de Rosales con cincuenta soldados que al presente se hallan en la dicha villa44.

La amenaza que suponía Lupercio Latrás era tal que el propio virrey llegó a proponer el uso de métodos mucho menos ortodoxos que los

43 44

AGS, Libros registros del Consejo de Guerra 74, fol. 75. AGS, Guerra Antigua, legajo 244-233.

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meramente militares. Luis de Carrillo pretendió asesinar al famoso bandolero utilizando la traición de una persona que gozaba de su confianza, Pedro de Anglada. Pedro de Anglada se halla preso y apretado, ha insistido grandemente para que yo le oyese cierto negocio de que dio a entender resultaría servicio a vuestra majestad, y así le oí, y lo que en efecto dijo es que, como hombre de los más pláticos de aquella montaña y de quien el dicho Lupercio fiaría, en razón de su prisión y de la forma que se podría dar en su libertad, de manera que se entendiese haber sido castigado e ir descontento de este dicho reino, y por hallarse en esta razón el dicho Lupercio con poca compañía […] ofrecía de juntarse con el dicho Lupercio de Latrás y matarle a puñaladas.

A lo largo del XVII y XVIII hubo varios intentos para crear un cuerpo general que se encargara en exclusiva de la vigilancia de los caminos y la persecución de malhechores, dadas las grandes limitaciones del sistema municipal de seguridad. En 1658 el fiscal presentó ante el Consejo Real una petición en este sentido. La razón era que «de mucho tiempo a esta parte ha crecido tanto la osadía e insolencia de los hombres facinerosos en este reino que, no contentos con las muertes y robos que hacen en los poblados, lo continúan saliendo a los caminos con armas de fuego y mascarillas, salteando a los pasajeros, arrieros y comerciantes, en particular en las Bardenas Reales y parajes que confinan con ellas, atando a los que roban y matando a los que se defienden». La osadía de estos bandoleros, según el fiscal, llegaba incluso hasta «al sagrado de los correos y estafetas ordinarias». La situación «intolerable en demasía a que han llegado los facinerosos» era tal «que no hay comercio seguro entre los hombres de negocios, ni paso libre entre los viandantes, ni certidumbre en los despachos». Todos los esfuerzos que hasta entonces habían realizado tanto las justicias de los pueblos como los tribunales reales habían sido infructuosos, «continuando y aumentado los mismos daños, en particular por los hombres de mala vida que de las fronteras de otros reinos pasan a éste y con los que de él se agavillan para continuar y cometer los delitos sin temor ni respeto a Dios ni a vuestra real justicia». La escuadra que proponía el fiscal estaría formada por doce o catorce hombres elegidos por el virrey y su sostenimiento correría a cargo de «las ciudades, villas y lugares de las cinco merindades de este reino y sus moradores y vecinos», «según su población y comercio».

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El 19 de septiembre de 1658 el Consejo Real accedió a la petición del fiscal y ordenó la creación de «una escudara de soldados de a caballo, con un cabo y un teniente, que continuamente corra la campaña, así de las Bardenas Reales como de las demás partes de este nuestro reino que convenga, para que los caminos y despoblados sean y estén como deben, libres y seguros de día y de noche, de manera que el comercio esté sin embarazo entre los hombres de negocios y el paso libre para los viandantes». La escuadra, según esta provisión real, debía estar formada por un cabo, un «teniente y ocho soldados de a caballo que eligiere el ilustre nuestro virrey». Los delincuentes debían ser prendidos y enviados a las cárceles reales de Pamplona con todo lo que se les hallare, pudiendo utilizar la fuerza para rendirlos o apremiarlos. El gasto de este cuerpo permanente sería de 59 reales al día (15 para el cabo, 8 para el teniente y 4 y medio para cada soldado)45. Aunque parece que esta orden sí llegó a cumplirse, en los procesos judiciales consultados concernientes a estos años no se ha encontrado ni una sola mención a este cuerpo militar. Según los testimonios encontrados, a pesar de este tipo de iniciativas, el orden público y la persecución de malhechores en la Navarra moderna continuó siendo una función propia de los alcaldes ordinarios. El 5 de diciembre de 1763 el virrey de Navarra dio a conocer al Consejo que, «atendiendo a precaver los insultos en la parte del camino real de las Bardenas», había apostado en la villa de Caparroso «cinco caballos de la compañía de voluntarios de Aragón, con orden de que se empleasen en la seguridad y resguardo de los caminantes por aquel tránsito». Esta medida respondía a «distintos avisos de que en los caminos de la misma Bardena y su centro se experimentan repetidos insultos y robos con temor de mayores». Lo que pretendía el virrey era coordinar a esta pequeña fuerza con las «cabalgadas» habituales que solían efectuar los pueblos. Así pues, ordenó «que el Consejo destinase un día cierto en que las villas de Carcastillo, Mélida, Caparroso,Valtierra, Arguedas, Fustiñana, Cabanillas y ciudad de Tudela saliesen todas por sus respectivos territorios a circundar y reconocer la Bardena, convocándose con el mayor sigilo para conseguir la prisión de algunas cuadrillas de gente sospechosa que se ocultan en la misma». Además, a

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AGN,Tribunales Reales, Libros de Autos Acordados del Consejo Real de Navarra 41, fols. 130-132.

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los esfuerzos de los pueblos navarros y a la fuerza de la pequeña tropa de caballería se añadirían las «salidas» que también realizarían «las Cinco Villas de Aragón», por «persuadirme que por la unión de ambas jurisdicciones se consiga el objeto que se apetece, mayormente por la dificultad y extensión que contiene el expresado territorio»46. En 1795, al igual que pasó en 1658, se planteó seriamente «el establecimiento de un cuerpo fijo con que se corte y extingan los excesos y crímenes que se cometen y están experimentando»47. Esta vez se estudió la posibilidad de destinar al sostenimiento de esta pequeña tropa el dinero que normalmente gastaban los pueblos en las dos «salidas» anuales que realizaban, una por «las ferias de San Fermín de Julio» y otra en febrero, además de los importantes gastos que suponía la «conducción de un reo a las cárceles reales»48. Este cuerpo fijo pretendía ser una alternativa eficaz frente a los inútiles y costosos métodos tradicionales. Aunque la guerra contra la Convención frustró este proyecto, el camino hacia formas de seguridad más modernas y efectivas quedó abierto.

2.2. Comisionados La creación de una institución que persiguiera a los malhechores de manera general no llegó nunca a prosperar, por lo que la seguridad del reino dependió del limitado sistema de alcaldes ordinarios, totalmente ineficaz en las situaciones más difíciles. Las «cabalgadas» que realizaban no se hacían con «sigilo» y rara vez propiciaban el prendimiento de ningún malhechor; los términos municipales constituían fronteras que ningún alcalde quería ni podía traspasar; el hecho de no recuperar el dinero gastado también retraía a muchas de estas autoridades locales y, además, a menudo se producían situaciones de connivencia con el bandolero, ya que ninguno de sus vecinos, incluido el alcalde, estaba dispuesto a prenderlo.Ante estas situaciones, el Consejo Real recurrió a la concesión de comisiones a particulares. Estos comisionados eran vecinos de confianza a los que se dotaba de poderes extraordinarios en 46

AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al virrey 35, fol. 132. AGN,Tribunales Reales, Libro de Autos Acordados del Consejo Real 45, fol. 217. 48 AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 2, núm. 27. 47

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todo lo relativo a orden público. Los alcaldes ordinarios debían ponerse a su servicio y colaborar en todo lo que les ordenaran. En 1666 el Consejo Real de Navarra hizo saber que «en diferentes partes de este reino andan muchos ladrones cometiendo robos y hurtos, así en poblado como en despoblado y especialmente en la ciudad de Tafalla, así hijos de ella como de otras partes. Por ser paso más preciso y que de necesidad le transitan y frecuentan los viandantes de este reino y fuera de él y, aunque de parte de la justicia de la dicha ciudad se han hecho y hacen diligencias convenientes y necesarias para prenderlos y seguirlos, parece no ser bastantes». Debido a todo ello, para «aplicar los medios que parecen convenientes para prender y seguir los tales malhechores, acordaron y mandaron de dar comisión secreta… a Don Juan de Zavalza y Mencos, vecino de Tafalla». Este comisionado debía perseguir a los malhechores «aunque sea fuera de sus límites y prenderlos en cualquiera parte de este reino y, preso con guardas seguras, remitirlos a las cárceles reales, valiéndose para ello de las personas que le pareciere, los cuales y el alcalde y justicia de la dicha ciudad de Tafalla y de otras cualesquiera ciudades, villas y lugares de este reino le asistan y den todo el favor y ayuda que les pidiere so las penas que les impusiere»49. Durante gran parte de la Edad Moderna la concesión de comisiones por parte del Consejo Real fue un recurso aislado que respondió a situaciones muy concretas. Sin embargo, en 1748, pocos años después de la Causa General de Ladrones, pasó a utilizarse de manera sistemática. En la zona media y sur de Navarra, las regiones más castigadas por el bandolerismo, se estableció una red de comisionados, dotados de amplios poderes, coordinados entre sí y en permanente comunicación con el Consejo Real. Esta experiencia supuso, sin duda, el método más eficiente en la persecución de malhechores, aunque también generó grandes tensiones al usurpar las principales funciones de los alcaldes ordinarios. Las ciudades y villas que contaron con un comisionado fueron Tafalla, Olite, Caparroso,Arguedas,Valtierra,Tudela, Corella, Cascante, Cintruénigo, Fitero,Villafranca, Marcilla, Peralta, Funes, Miranda, Falces, Milagro, Cadreita, Pitillas y Carcastillo. Su labor consistió en acabar con «los escándalos y excesos que en desasosiego de la paz y tranquili-

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AGN,Tribunales Reales,ASC, título 11, fajo 1, núm. 4.

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dad pública han causado y causan hombres facinerosos, vagamundos y de depravada vida, así en las Bardenas Reales, como en los caminos públicos de la Ribera, con muertes, robos y todo género de insultos». Para ello, cada uno debía realizar «las salidas que tuviese por conveniente para si se pudiese lograr la prisión de alguno de estos facinerosos, escogiendo para su ejecución los mozos de su mayor confianza». Estas «salidas» se debían hacer «no con aquella publicidad que hasta aquí se han hecho, pues han servido de dar aviso y lugar a que huyan los delincuentes […], sino preparando la gente con el mayor sigilo y disponiendo las salidas a hora en que no pueda tener el menor recelo cualquiera del pueblo, para precaverse le comuniquen avisos a los que estuviesen en la campaña, o si fuesen de los mismos pueblos puedan retraerse al ver el estrépito y no hacer las salidas que quizás tendrían premeditadas». Finalmente se les facultó para «introducirse en cualquiera territorio de este reino, a cuyo alcalde o justicia igualmente deberá darle[…] con sólo la exhibición de esta (concesión) el auxilio que necesite»50. Nada más instaurar el sistema de comisionados surgieron las primeras dudas y tensiones. Los alcaldes ordinarios ya no sabían si era a ellos a quienes correspondía averiguar los delitos y prender a los delincuentes. Por ello, en muchas ocasiones, dejaron de actuar, o bien lo hicieron, pero sin contar con los comisionados51. Estos «espías» con los que contaba el Consejo Real en los pueblos también desvelaron graves situaciones de negligencia, permisividad e, incluso, complicidad, en las que incurrían los alcaldes y vecinos52. Los comisionados averiguaron robos y asesinatos, prendieron vagabundos, «valentones», contrabandistas y vigilaron la seguridad de campos y caminos. En una carta al Consejo Real uno de ellos afirmaba que las prisiones de dos salteadores, José Jimeno y José Iturbide «han hecho más fruto en esta villa que una misión, pues parece que con ellas han cesado los hurtos rateros que estaban como de costumbre»53. El comisionado de Miranda, en una carta al Consejo, informaba que, frente a las ineficaces «salidas» que hacían los alcaldes, ellos lograban prender a los delincuentes gracias a la red de espías y «atalayadores» que 50 51 52 53

AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 52, fol. 1. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 52, fol. 4. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 52, fol. 6. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm.. 52, fol. 14.

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habían establecido, a la coordinación entre los comisionados de todos los pueblos vecinos y al sigilo con que efectuaban sus expediciones54. Este sistema de comisionados duró por lo menos dos años y, aunque se mostró muy eficaz en la persecución de malhechores, el costo económico que suponía y las tensiones jurisdiccionales que generó provocaron su desmantelamiento. Así, una vez más, se volvió a los tradicionales métodos exclusivamente municipales.

2.3. Causa General de Ladrones de 1739 Según Sesé Alegre, la Causa General de Ladrones de 1739 supuso un «botón de muestra adecuado de la actividad del Consejo en lo relativo al prendamiento de malhechores»55. Sin embargo, más bien se trató de un hecho extraordinario que poco tuvo que ver con la labor habitual de esta institución navarra.Anteriormente, el problema del bandolerismo había sido combatido por medio de los alcaldes ordinarios y, en los casos más graves, recurriendo a métodos especiales, como la concesión de comisiones, el establecimiento de cuerpos policiales, etc. La Causa General de Ladrones supuso una experiencia única en toda la Edad Moderna; el Consejo Real actuó directamente con sus ministros, volcó todos sus medios en la persecución de malhechores y ejerció poderes plenos tanto en Navarra como en Castilla. La ocasión se presentó una noche de 1738 cuando Juan Francisco de Ventura, vecino de Lodosa, «con la más escrupulosa cautela», ofreció a uno de los ministros del Consejo la entrega de la mayor parte de los salteadores del reino. A cambio pedía su protección y el perdón de su cómplice, Nicolás Martínez de Perejón, alias Torquemada.Torquemada se asociaría «con sus compañeros y, dándole el aviso de que estaban congregados en sitio determinado», facilitaría su prisión, «de forma que, puesto otra vez en libertad, prosiguiese industriosamente con el mismo artificio hasta haber asegurado todas las cuadrillas de que estaba infestado el reino». El Consejo no desaprovechó la oportunidad e hizo capturar a los delincuentes tanto en Navarra como en Castilla, trayendo «diferentes reos de Cervera,Vitoria, Santo Domingo y Logroño». Isidoro Gil de 54 55

AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 52, fol. 79. Sesé Alegre, 1994, p. 151.

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Jaz se hizo cargo de esta abultada causa, «en que son reos setenta y siete sujetos que se hallan en estas cárceles reales, veintisiete que no han podido ser prendidos, contra quienes se debe proceder en rebeldía, siete que han fallecido en la cárcel durante la sumaria, diecisiete que ligeramente están indiciados de receptadores han sido sueltos bajo fianza, nueve cuyas causas por leves han sido rematadas definitivamente y treinta que por tener complicidad con los otros reos que acuadrillados infestaban el reino han sido remitidos a la Corte y a las justicias ordinarias, llegando los delincuentes y receptadores cuyas vidas se han examinado en la referida sumaria al número de ciento sesenta y seis»56. Para aligerar las causas se ordenó que tres oidores y tres secretarios tomaran las confesiones57 y además se concedió al Consejo facultad de juzgar incluso a los que se habían prendido fuera del reino58. La Causa General de Ladrones fue un completo éxito en lo que se refiere a mantenimiento de orden público, aunque supuso un esfuerzo económico «excesivo» que «consumió» todos los recursos del Consejo Real. En 1739 llegó incluso a faltar el dinero necesario para mantener a las personas capturadas, por lo que el Consejo se vio obligado a pedir prestados a la Diputación 2.000 ducados59. Esta experiencia, como tantas otras, sí funcionó, pero el costo económico que supuso hizo inviable su continuidad, confiando, una vez más, en la labor de los alcaldes ordinarios.

2.4. Lucha contra los obstáculos jurisdiccionales El bandolerismo y la criminalidad encontraron su escenario ideal en las fronteras jurisdiccionales. El celo de las autoridades civiles o religiosas por salvaguardar intactas sus prerrogativas provocó graves situaciones de vacío de poder y de impunidad. En la Edad Moderna estos obstáculos, tanto físicos como legales, fueron muy abundantes. Dentro de la Monarquía Hispánica cada uno de los reinos mantuvo vigente, con toda su fuerza, su identidad: aduanas, fronteras, moneda… Los obstáculos también existían dentro de los propios reinos. En Navarra, en 56 57 58 59

AGN,Tribunales Reales, Libros de consultas al Rey, 8, fols. 75-78. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 42. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 41. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 13, fajo 1, núm. 37.

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principio, un alcalde o un merino tan sólo podían perseguir malhechores dentro de sus reducidas circunscripciones.Así mismo, el derecho de asilo también favoreció la creación de infinidad de microfronteras que protegían eficazmente a los delincuentes. Los fueros estamentales, tanto el eclesiástico como, sobre todo, el militar, supusieron otro de los importantes obstáculos que encontró la justicia en la persecución de malhechores.

2.4.1. Los tratados de extradición El reino de Navarra lindaba con Francia, Castilla y Aragón. Tres territorios con los que mantuvo una relación jurisdiccional muy distinta. En el caso de Castilla, después de la conquista, las dificultades de extradición de delincuentes fueron mínimas. Una Real Cédula de 1520 estableció la mutua entrega siempre que el delito cometido fuera de los comprendidos en lo que luego sería la ley VIII, tít. 6º, lib. 8º de la Nueva Recopilación de Castilla, no haciendo falta más diligencia que la mera relación del delito60. En 1546 la Corte Real proveyó una requisitoria para remitir a las cárceles reales de Pamplona a dos salteadores de caminos que habían sido apresados en la villa de Hernani (Guipúzcoa)61. Las autoridades de la Provincia accedieron. Durante la Causa General de Ladrones de 1739 las remisiones de Castilla a Navarra fueron muy numerosas62. Los territorios de Vascos pertenecían a la corona francesa, por lo que, en general, las relaciones fueron más o menos estrechas según la situación internacional de paz o guerra. De todas formas, entre los valles pirenaicos también existieron relaciones legales, muchas veces, al margen de la política internacional de cada uno de los monarcas. Como veremos más adelante, estos pactos eran restos de un sistema pirenaico de relaciones anterior a la creación de los Estados-Nación. Así, por ejemplo, en 1544 le fue reconocido y prorrogado a Cinco Villas un «pacto y convenio con los franceses de la tierra de Labort» sobre intercambio de prisioneros63. 60 61 62 63

Vázquez de Prada, 1993, t. 1, p. 533. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95509, 1546, fol. 17. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739. Archivo Municipal de Lesaka, Caja 873/1.

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En 1546 se mandó una requisitoria, presentada al «valle de la tierra de Labort e juez de Ustáriz» para apresar a Martín de Arano y tomarle «confesión mediante juramento en Francia». Las autoridades francesas accedieron y, poco después, llevaron tanto el preso como su declaración64. Las relaciones entre las justicias de un lado y otro de los Pirineos fueron por lo general bastante fluidas.Así lo demuestra la estrecha colaboración de las autoridades francesas a la hora de facilitar la captura de los ladrones de Aralar a fines del XVIII o, en las mismas fechas, el traslado de diez presos de la cárcel de Bayona responsables de un importante robo cometido en Urdiáin65. Aunque pueda parecer extraño, las relaciones jurídicas más difíciles se dieron con Aragón. Esta situación acrecentó, todavía más, la gravedad del bandolerismo que azotaba la frontera este de Navarra. En el siglo XVI apenas existieron iniciativas para facilitar la extradición de delincuentes. Cuando se quería remitir a un acusado se debía mandar la totalidad del proceso judicial, siendo examinada la idoneidad de esta petición por la instancia que debía extraditar al preso66. Así se hizo en 1601 cuando Aragón pidió la remisión de Pedro Laguna, acusado de una muerte67. En 1621 una ley de Cortes ordenó la entrega recíproca entre Navarra y Aragón de la misma forma que se practicaba con Castilla. Esta ley se repitió en 1628, ya que, según las Cortes, al no haberse prorrogado, el reino se había llenado de «forajidos». Posteriormente, prácticamente todas las Cortes la renovaron (las de 1632, 1642, 1644, 1645, 1646, 1652-1654, 1662 o 1724-172668).A pesar de estas disposiciones, o precisamente como demuestra su continua repetición, las difíciles relaciones entre las justicias navarras y aragonesas continuaron. En 1638 Juan de Recis, señor del lugar de Luceni (Zaragoza), pidió la extradición de Martín Tris, acusado de una muerte. La defensa se opuso, alegando que no había «bastante probanza para la dicha remisiva» y, además, antes se debía «ejecutar la pena[…] por el delito cometido o acusado en este reino». El primer aspecto de esta alegación se basaba en el procedimiento anterior a la ley de 1621, punto que, en 64 65 66 67 68

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95509, 1546, fols. 39-48. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 2, núm. 36. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 9, fajo 1, núm. 71. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 9, fajo 1, núm. 36. Vázquez de Prada, 1993, t. 2, p. 533.

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principio, ya no estaba vigente. Igualmente, cuestionaba el funcionamiento real del sistema de extradición entre Aragón y Navarra. En lo que toca a remitir […] los delincuentes de este reino al de Aragón es haciendo la misma correspondencia de parte del dicho reino de Aragón con éste, y es notorio que los justicias y tribunales del dicho reino de Aragón no han tenido la dicha correspondencia, pues en todas la ocasiones que de este reino se han enviado al reino de Aragón letras requisitorias, así en negocios civiles como criminales, para efecto de remitir delincuentes del dicho reino de Aragón a éste y para otros efectos, los tribunales y justicias del dicho reino de Aragón han dejado de cumplir con ellas faltado a la dicha correspondencia69.

En 1643, ante las órdenes de persecución de gitanos, el Consejo Real alegó que poco o nada podía hacer, ya que encontraban refugio en la inquebrantable «Raya de Aragón». Todos los intentos que hasta entonces había llevado a cabo la justicia ordinaria para prenderlos habían sido infructuosos, ya que los aragoneses los habían considerado siempre «contra el fuero». Presionado por el rey, el virrey de Aragón ordenó a las justicias de Tarazona y Borja que colaboraran en estas persecuciones y que prendieran a los señores de vasallos que los acogían. A mediados del siglo XVIII las dificultades de extradición entre Navarra y Aragón continuaron, a pesar de la legislación de Cortes. En 1735 una Cédula Real intentó zanjar la cuestión y, una vez más, ordenó que el procedimiento empleado entre los dos territorios fuera el mismo que se usaba con Castilla70. En 1750, a raíz de la petición de extradición de Don Martín Francisco de Eugui, acusado de la muerte del alguacil ordinario de Huesca, sabemos que la cédula de 1735 nunca llegó a entrar en vigor, ya que, por fuero, «ningún natural del reino puede remitirse a Aragón»71. Ante esta situación, el Consejo Real abogó explícitamente por la recíproca remisión de reos entre Navarra y Aragón, ya que, así, ambos reinos se verían libres de «gente forajida y bulliciosa»72.

69 70 71 72

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 151200, 1638, fol. 143. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 9, fajo 1, núm. 71. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al virrey, 34, fol. 118. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al virrey, 34, fol. 122.

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2.4.2. El fuero militar Los soldados protagonizaron una parte importante de los asaltos y robos que se produjeron en Navarra. El ejército de la época estaba mayoritariamente formado por mendigos, jornaleros sin trabajo y pobres en general. Durante el siglo XVI y XVII la profesión de soldado supuso para muchas personas una ocupación temporal que paliaba una difícil situación económica y social. En el XVIII muchos de los efectivos de las tropas fueron, directamente, levas forzosas. Los retrasos en el pago de las soldadas, el poder que proporcionaban las armas, la costumbre de vivir sobre el terreno y el desarraigo dispararon la criminalidad y la peligrosidad de este grupo73. A todos estos factores se unió la existencia del fuero militar, que impedía a la justicia civil juzgar, e incluso prender, a los soldados delincuentes.Al igual que hicieron las autoridades eclesiásticas o las justicias de los reinos fronterizos, las instancias militares tampoco renunciaron a la más mínima de sus prerrogativas. Esta situación, tal y como sucedió en los otros casos, creó amplios márgenes de impunidad. Durante los siglos XVI y XVII los Austrias velaron por el mantenimiento íntegro del fuero militar. Sin embargo, en el XVIII el reformismo borbónico emprendió toda una serie de iniciativas que fueron mermando poco a poco la protección legal de los soldados ante la sociedad. Estas medidas dieciochescas hay que entenderlas en el marco centralizador y homogeneizador de la Monarquía.Todo obstáculo legal que impidiera el ejercicio de la justicia debía ser eliminado, ya fuera religioso, militar o civil. Así, se atacó la inmunidad eclesiástica, las fronteras interiores de la Corona, las prerrogativas judiciales de los virreyes o el fuero militar. A medida que avanzó el XVIII, la comisión de ciertos delitos, como el portar armas prohibidas, o determinadas situaciones, como acogerse a sagrado74, pasaron a despojar a los soldados del fuero militar. De esta manera, a fines del XVIII, la virtualidad de este privilegio quedó completamente reducida.

73 Huici Goñi, 1993. Abandono del ejército por parte de la nobleza y dificultades de reclutamiento que, paulatinamente, se satisfizo con marginados y delincuentes, Ribot García, 1983, pp. 177-191 74 AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 9, fajo 1, núm. 64, 1715.

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CAPÍTULO V LOS TRIBUNALES REALES COMO INSTANCIA SUPERIOR

1. LOS TRIBUNALES REALES COMO INSTANCIA SUPERIOR El reino de Navarra en la Edad Moderna contaba con tres instancias en las que podían ser juzgados sus naturales. La primera estaba en manos de los alcaldes de ciudades, villas o lugares, y sus decisiones podían ser recurridas a la segunda instancia, la Corte Mayor. Finalmente, había una tercera e inapelable instancia en manos del Consejo Real, a la que se podía acceder desde la Corte Mayor en grado de suplicación1. Para los asuntos que excedían la competencia de los alcaldes ordinarios, especialmente para los casos criminales, la Corte Mayor suponía la primera instancia. Este tribunal real estaba compuesto por cuatro alcaldes, uno de ellos castellano, y se dividía en dos salas2. Las Cortes de 1556 confirmaron el importante papel que en la administración de la justicia de Navarra habría de desempeñar el Consejo3. Se trataba de un auténtico tribunal supremo para los naturales del reino. Aquí se recibían, después de pasar por la Corte Mayor, los delitos que merecían las penas más graves (asaltos de caminos, robo, homicidio…)4. Gracias a las «visitas» del siglo XVI (Valdés en 1525, Fonseca en 1524,Anaya en 1539, Castillo de Villasante en 1546, Gasco en 1568 y Avedillo en 1576, además de otras dos de 1557 y 1574 cuyo 1

Zabalza-et al., 1994, p. 159. Usunáriz Garayoa, 2001, pp. 722-724. 3 Para el estudio del Consejo Real de Navarra consultar Salcedo Izu, 1964; Martínez Arce, 1994 y Sesé Alegre, 1994. 4 Usunáriz Garayoa, 2001, p. 694. 2

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contenido desconocemos) y del XVII esta institución contó con extensas ordenanzas que detallaban su funcionamiento y garantizaban su eficacia. Tenía competencias plenas en asuntos civiles y criminales, pero también en los de índole fiscal y en ciertas causas militares (con la participación del virrey) y eclesiásticas en las que alguna de las partes fuera navarra5. Los pleitos más graves se conocían por el Consejo en pleno y los más leves se trataban en una de las dos o tres salas en que estaba dividido el tribunal6. Las sentencias se pronunciaban mediante acuerdo de todos sus miembros y adquirían la forma documental de una real provisión7. Formaban parte del Consejo seis consejeros oidores, dos de ellos de origen castellano, y un regente que también solía ser castellano. Los miembros navarros pertenecían habitualmente a las familias nobles del reino (de palacio cabo de armería) y tenían en gran estima este oficio. Los castellanos, por el contrario, procedían de la nobleza de servicio y consideraban este tribunal como un peldaño más en su cursus honorum hacia chancillerías, audiencias y consejos de mayor importancia8.Todos contaban con una buena preparación jurídica, tanto en leyes como en cánones, habiendo superado, por lo menos, cuatro años de estudios universitarios, tres de pasantes con un abogado y un riguroso examen9.También trabajaban para el Consejo cuatro secretarios nombrados por el rey, encargados de anotar los procesos, tomar declaración, redactar acuerdos y notificaciones, asistir a las ejecuciones de sentencias de penas corporales, cobrar las penas, etc, un fiscal que, entre otras tareas, actuaba de oficio en los casos de muerte, mutilación, sedición…, un abogado de pobres que defendía las causas de los que no tenían recursos, varios relatores, procuradores y otros cargos como comisarios, capellán, chanciller, etc.10. Los tribunales reales navarros, y especialmente el Consejo Real, última instancia para delitos «atroces» como los de asalto de caminos, constituyeron un instrumento esencial en manos del creciente Estado moderno para la pacificación de la sociedad y el establecimiento de su autoridad. 5

Usunáriz Garayoa, 2001, p. 722. Usunáriz Garayoa, 2001, pp. 722-723. 7 Ostolaza Elizondo, 1999. 8 Usunáriz Garayoa, 2001, pp. 723-724. 9 Zabalza-et al., 1994, p. 166. 10 Usunáriz Garayoa, 2001, pp. 692-693. 6

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2. ¿EL PROCESO JUDICIAL COMO GENERADOR DE INDEFENSIÓN? Tomás y Valiente describe un panorama realmente desolador al estudiar el proceso judicial en el Antiguo Régimen. Por un lado, subraya la parcialidad de los jueces, debido al hecho de que eran ellos mismos los encargados de indagar y suministrar las pruebas de la causa que debían juzgar y de la cual habrían de beneficiarse al cobrar una parte de las penas pecuniarias impuestas. Por otro lado, continúa, la presunción de culpabilidad del reo provocaba su segura condena al basar todo el proceso en la búsqueda de las pruebas de su culpabilidad y no de las de su inocencia, agravándose por el hecho de que la mayoría de las veces los acusados desconocían el propio contenido de la acusación. El sistema de pruebas tampoco ayudaba en la defensa del reo, ya que, asegura, apenas existía distinción entre meros indicios y pruebas plenas. A todas estas cuestiones añade el principio de arbitrio judicial, que permitiría la libre imposición de penas a voluntad del juez, así como el hecho de que las sentencias no tuvieran que justificarse, permitiendo que el derecho se interpretase más como la doctrina de autores o como prácticas locales que como la aplicación de una legislación real11. Esta visión tan negativa es la que podemos encontrar en trabajos más recientes, como el de Heras Santos, sobre el sistema penal castellano bajo la época de los Austrias, en el que se ofrece una explicación pormenorizada de todos los abusos que podían cometer los ministros de la justicia durante esta época12. Efectivamente, en los procesos estudiados nos hemos encontrado con infinidad de situaciones que propiciaban indefensión y condena segura. En este sentido, sin lugar a dudas, los casos de mayor indefensión se daban entre los pobres y los extranjeros. No contaban con el apoyo de una comunidad que proporcionara testigos a su favor y, al ser desconocidos, su buena fama siempre era puesta en duda, con lo que la condena era segura.Además, tampoco contaban con nadie que les facilitara alimento para resistir en la cárcel durante todo el tiempo que durara el proceso, o dinero para pagar las costas y carcelajes que les permitieran salir libres o bien ir a cumplir el destierro. En 1573, en la «visita» que realizaban los miembros del Consejo Real a las cárceles reales, se mandó que se diera libertad bajo fianza a 11 12

Tomás y Valiente, 1997, pp. 330-331. Heras Santos, 1991.

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unos aragoneses que habían sido acusados injustamente de asalto de caminos. Sin embargo, al no tener dinero y al no poder conseguirlo por hallarse lejos de sus casas y porque nadie estaba dispuesto a concederles crédito, permanecieron mucho más tiempo en prisión13.

3. EL RIGOR EN LOS TRIBUNALES Aunque sí existían abusos, la mayoría de las veces eran denunciados por la defensa, que los utilizaba como eficaz argumento para anular pruebas, rebajar condenas o lograr la libertad del reo. El mero hecho de que la denuncia de estas irregularidades haya llegado a nosotros implica un estricto rigor por parte de los tribunales en el procedimiento judicial. Sobre todo, si tenemos en cuenta que este tipo de alegaciones muchas veces prosperaron. Como observa Caspistegui para el caso de Navarra, «en muchas ocasiones se establecía con insistencia la necesidad de cumplir con las mayores garantías la legislación, solicitando más testigos, analizando con precisión las circunstancias del hecho juzgado…»14. Es cierto, y en este punto hay que dar la razón a Tomás y Valiente, que la organización del proceso judicial en la Edad Moderna estaba más dirigida a demostrar la culpabilidad del acusado que su inocencia. Las sentencias expresamente absolutorias eran realmente raras y lo más normal fue que, en vez de ellas, las causas quedaran pendientes15. Prácticamente siempre existía una presunción de culpabilidad que obligaba, cuando menos, a una leve pena preventiva, normalmente destierro. No obstante, este hecho no impedía que, dentro de los límites del sistema, se hicieran enormes esfuerzos para garantizar la veracidad de las pruebas y la defensa de los testigos. Este rigor en el procedimiento y en la defensa, por lo menos teórica, de los derechos del reo ha dado pie a hablar de una protopenalidad para los siglos de la Edad Moderna. Frente a la tesis que Tomás y Valiente defiende sobre la escasa distinción jerárquica de las pruebas legales, Marchetti afirma que durante el 13

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 146651, 1573, fols. 17-19. Caspistegui Gorasurreta, 1996, p. 163. 15 De los 269 procesos consultados tan sólo en 4 se da una sentencia absolutoria, mientras que 64 quedan pendientes, aunque hay que tener en cuenta que el tribunal estudiado, el Consejo Real de Navarra, tan sólo recibía pleitos en apelación que ya habían recibido una sentencia condenatoria en anteriores instancias. 14

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siglo XVI sí que llegó a formalizarse el valor jerárquico de la pruebas, privilegiando las directas (notorias, de confesión y testimoniales) sobre las indirectas (presunciones, indicios, etc.).Además, ya en este principio de la Edad Moderna tomó cuerpo un debate sobre la necesidad de poner límites al sistema instaurado, permitiendo al juez, por medio del principio de arbitrio, modular la pena en función del grado de certidumbre que las pruebas permitían vislumbrar. El desmantelamiento, pues, del sistema de pruebas plenas y semiplenas, propuesto en el siglo de las luces, debía mucho a las reflexiones y a las soluciones adoptadas anteriormente por los juristas y las prácticas del derecho16.

3.1. La búsqueda de pruebas La búsqueda exhaustiva de pruebas que permitieran investigar la culpabilidad de los reos caracterizó a todos los procesos judiciales de la época. Se desarrollaron toda una serie de procedimientos que ofrecían ciertas garantías sobre la veracidad de los testimonios.A partir de «interrogatorios de los acusados, careos, ruedas de presos, interrogatorios de testigos, ratificaciones de lo dicho, reconocimientos de objetos»17, etc, se obtenían evidencias más o menos seguras que permitían condenar a un reo o, por el contrario, dejar pendiente su causa. El asalto de caminos, como una y otra vez repiten las fuentes, era un delito que difícilmente se podía probar con todas las garantías procesales, puesto que se cometía en despoblado, sin más testigos que la propia víctima, que rara vez tenía ocasión de ver la cara de su agresor. No obstante, la descripción de la ropa, el hallazgo en su poder de los objetos robados y, sobre todo, el reconocimiento por parte de la víctima o de algún testigo que hubiera visto algo sospechoso podía determinar, con cierta seguridad, la culpabilidad del reo y, por tanto, una sentencia condenatoria. En 1681, a raíz de una causa por asalto de caminos, los presos de la cárcel fueron puestos en rueda en la capilla para ser reconocidos por los testigos, identificando al autor de los robos que, además, llevaba puestos los calzones hurtados18. En 1685 el procurador de un acusado 16 17 18

Marchetti, 1994 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61257, 1739, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17485, 1681, fol. 45.

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también por asalto de caminos presentó la siguiente alegación intentando invalidar el testimonio de los testigos: Que no se debe dar crédito e impugno las deposiciones de los robados y reconocimiento de las cosas hurtadas por no haberse hecho jurídicamente en rueda con otros hombres y las cosas mezcladas con otras semejantes y por no haberse hecho así no puede perjudicar a mi parte la prueba de dichos hurtos19.

En el juicio contra Donato Sorozábal, acusado en 1716 de ser un famoso asaltador de caminos, la defensa ofreció una coartada que pareció confirmarse. Sin embargo «en un careo con el 1 y 12 testigos» lo reconocieron como uno de los autores del robo. Además, también hicieron una rueda en la que el testigo 28 lo eligió, coincidiendo con la descripción que anteriormente había hecho del reo. Iba vestido con hongarina y chapa de paño de color de café claro, calzón y chupa de los mismos, de mediana disposición, descolorido y seco de cara y pelo negro, de edad de cuarenta años poco más o menos20.

Cuando estas evidencias propiciaron la pena de muerte para Sorozábal, su procurador rechazó la validez de los testimonios, puesto que uno de los dos testigos que «lo sacaron en la rueda de presos» se había retractado después de reconocer que se había equivocado21. Estos procedimientos de identificación de los acusados continuaron utilizándose durante todo el XVIII, como demuestran los testimonios de su masiva utilización en la «Causa General de Ladrones» de 1739. Especial credibilidad tenían las confesiones realizadas por los reos antes de dirigirse al cadalso cuando, por liberar su alma de pecado, terminaban confesando sus delitos implicando a alguno de sus cómplices. Éste es el caso de Martín Blázquez, un bandolero que «al punto que le querían llevar para ejecutar en él la dicha sentencia, en descargo de su conciencia, en presencia del justicia de la dicha villa, su escribano y otras muchas personas, hizo la dicha confesión y declaración y rogó y requirió que se hiciese auto de ello, como en efecto se hizo, y asentó a su pedimiento y en su presencia y de los testigos que al pie estaban 19 20 21

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17689, 1685, fol. 15. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fol. 89. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fol. 202.

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nombrados.Y en haber hecho la dicha confesión y manifestación al punto que le llevaban a fallecer sus días, merece mucha más fe que si la hiciera en otro tiempo precedente juramento y mandamiento de juez»22. Esta última confesión permitió juzgar y condenar a uno de sus compañeros, Juanco Gárate, con quien había cometido ciertos asaltos de caminos que habían conmocionado a los valles pirenaicos de Navarra,Aragón y Francia. Cuando no se contaba con evidencias tan claras, con pruebas tan fehacientes, la acusación basaba sus argumentos en la sospecha. Sospecha fundada en el aspecto físico del acusado, su modo de hablar, los objetos que le habían sido encontrados, y así un largo etc. De todas maneras, hay que decir que, aunque es cierto que se intentaba imputar a estas personas crímenes francamente graves utilizando pruebas tan poco fiables, la mayoría de las veces no recibían más pena que la que ya estaba contemplada contra los vagabundos: el destierro. En 1619 Antonio Vázquez, Juan Enríquez y Juan de Mendiola fueron apresados en San Martín de Unx. Ratificando la sospecha que había tenido el alcalde de la localidad, el fiscal basaba su acusación en que «se les ha hallado yesca, pedreñal y otros instrumentos que suelen llevar los ladrones cosarios y famosos para encender fuego de noches»23. Las pruebas presentadas ante los tribunales iban desde la simple sospecha hasta la autoinculpación. El gran logro de la justicia moderna fue su jerarquización en un sistema que buscaba, de una manera cada vez más positiva, la realidad del delito, la aclaración de la culpabilidad o no culpabilidad del reo.

3.2. Garantías en el ejercicio de la justicia Haciéndose eco de las teorías de Kagan sobre la «sociedad pleiteadora» de principios de la Edad Moderna24, Alloza recuerda el prestigio que tenían los tribunales reales de esta época debido, entre otras cosas, a que «reconocían más garantías procesales a los reos de las que se les suponían»25. 22 23 24 25

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11098, 1574, fol. 80. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101379, 1619, fol. 11. Kagan, 1991. Alloza, 1998, pp. 32-35, también en Lorenzo Cadarso, 1996, p. 161.

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Son muchos los casos en los que la justicia quebrantaba las diferentes barreras jurisdiccionales y apresaba personas sin tener competencia para ello. El caso más normal era el de la inmunidad eclesiástica, pero en los límites con Francia, con Aragón o con Castilla, una vez traspasada la frontera, no era extraño que los ministros de la justicia se extralimitaran en sus funciones apresando allí a los malhechores, olvidando los cauces habituales que ya hemos tratado (la extradición). Estas irregularidades causaban numerosas y enérgicas protestas desde las jurisdicciones que habían sido ignoradas y violentadas y, además, daban pie a la defensa para solicitar la anulación de la causa. La acusación, consciente de que por ley no se podía juzgar a las personas que habían sido capturadas de este modo, apelaba a su origen navarro o a que alguno de los delitos cometidos habían tenido lugar en este reino. De esta manera, lograba cierta legitimidad para juzgar al reo. En 1574 un grupo de aragoneses fue juzgado por robo y asalto de caminos. La defensa alegó que el Consejo Real no podía hacerse cargo de esta causa porque los acusados «no han contraído fuero en Navarra ni han ofendido la jurisdicción de este reino»26. Efectivamente, los acusados eran vecinos de Aragón y los delitos se habían cometido en esa tierra, por lo que, dando razón a la defensa, el pleito quedó pendiente. Lo mismo ocurrió en 1593 cuando Juan Catalán, famoso bandolero aragonés, fue apresado de forma irregular en Aragón y, al no poder demostrarse que había delinquido en Navarra, pasó de ser condenado a cinco años de galeras a ser expulsado del reino con la leve pena de destierro perpetuo27. El recurso más frecuente para intentar eludir la acusación era poner en duda la fiabilidad de los testigos. De esta manera, se desmontaba lo que durante la Edad Moderna fue la prueba judicial por antonomasia. Se acusaba a los testigos de ser parte en el juicio, enemigos del acusado, amigos de la víctima, o la propia víctima. En un pleito de 1546 la defensa intentó invalidar las acusaciones demostrando que los testigos eran «criados de pan y familia del dicho Diego» y que, por lo tanto, no merecían ningún crédito28. Un significativo «OJO» al margen de la declaración del testigo principal en una causa de robo en 1629 recordaba al juez que este testigo tan sólo tenía 15 años y que su declaración no debía ser tenida en 26 27 28

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28177, 1574, fol. 25. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 71205, 1593, fol. 108. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95509, 1546, fol. 131.

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cuenta29. Así pues, por contar con un testigo principal tan poco fiable, unos vecinos de Valverde (Castilla), acusados del robo del batán de Cigudosa (Castilla), fueron condenados «por vagabundos tan solamente» a cien azotes y diez años de destierro30. Los defectos en el procedimiento tampoco eran pasados por alto en las alegaciones de la defensa, y podían constituir importantes bazas a la hora de pedir la anulación de pruebas obtenidas de forma ilícita o la reducción de las penas. Las denuncias sobre abusos, irregularidades o imposibilidad a la hora de poder cumplir los plazos para presentar las pruebas en favor de los acusados eran muy frecuentes. Muchos se quejaban de que no se les había permitido responder a las acusaciones, entre otras cosas, porque los testigos que podían aportar se hallaban en lugares muy alejados de los tribunales o porque, debido a las labores del campo o lo intransitable de los caminos, no podían abandonar sus tierras y acudir a prestar declaración en Pamplona. En 1574 Juanco Gárate, preso acusado de bandolerismo, obtuvo diez días más de plazo para recabar testigos después de exponer las enormes dificultades que había tenido para reunirlos: En 1651 Juan Goicoechea, acusado natural del valle de la Barranca, pedía que se le concediera más tiempo para poder examinar a sus testigos, ya «que no lo han podido hacer por los malos temporales del tiempo que ha habido», que no han permitido acudir a Pamplona a las personas que debían ser interrogadas31. En el caso de Pedro Zudaire, natural de Vascos, la defensa pretendió anular la sentencia de galeras que había pronunciado el Consejo Real frente a una anterior de la Corte que condenaba a azotes y destierro. Para ello alegaban un defecto de procedimiento en la actuación de la fiscalía, porque «no habiendo agravios ni adhesión del fiscal de la sentencia de la Corte no se podía ni puede amejorar en su respecto y tampoco en respecto de los dichos ponentes, que han sido incitados por el dicho fiscal viendo su descuido»32. También se ponía de manifiesto la desproporción de la pena, sobre todo cuando existía falta de pruebas. 29 30 31 32

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 74048, 1629, fols. 20-28. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 74048, 1629, fol. 55. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16204, 1651, fol. 51. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101068, 1615, fol. 56.

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En 1568 un gitano fue condenado por la Corte a diez años de galeras y doscientos azotes. En los agravios de la defensa, haciendo referencia a las acusaciones, se decía que «si por lo que disponen aquéllas se le hubiese de dar alguna, pena bastaría la del dicho destierro, pues en ningún tiempo ha cometido el dicho Pinto hurto ni delito alguno, sino que ha sido persona de buena vida, costumbres»33. Efectivamente, parecía demostrarse que no existían pruebas suficientes como para condenarle por asalto de caminos, y únicamente se le condenó a la pena ordinaria de azotes que recibían todos los gitanos que eran capturados en el reino. Los jueces, pues, estaban limitados por unas leyes que garantizaban la protección del preso ante los abusos. Para poder dictar sentencia debían ser competentes, contar con unas pruebas y unos testigos fiables, y seguir un procedimiento impecable que permitiera la defensa del acusado. 4. EL PRINCIPIO DE ARBITRIO El principio de arbitrio es, sin duda, una de las claves para comprender el funcionamiento de la justicia en el Antiguo Régimen. Frente a la visión negativa que Tomás y Valiente tenía sobre esta figura, equiparándola a una especie de capricho tiránico y voluble del rey y sus jueces, la historiografía más reciente ha apreciado rasgos de gran modernidad. El principio de arbitrio otorgaba a los jueces la capacidad de adaptarse a las circunstancias que hacían de cada caso un acontecimiento particular, merecedor también de un trato especial dirigido a reparar la paz y el orden social34. Esta actuación estaría en el extremo opuesto de la imagen que reflejan muchas de las leyes modernas, en principio, terribles, limitadas y demasiado inflexibles como para restablecer el orden. Michel Porret explica que el principio de arbitraje durante el Antiguo Régimen mitigaba o endurecía una pena en función de las circunstancias que habían caracterizado la comisión de un delito. Aclara que en absoluto se trataba de la actuación tiránica de un juez, aunque sí advierte que la justicia, frente al funcionamiento teórico de la justicia actual, se convertía en un proceso que se practicaba de hombre a 33 34

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 67832, 1568, fol. 29. Shanapper, 1991.

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hombre, con lo que el enjuiciamiento de estas circunstancias se convertían en un acto subjetivo, totalmente en manos del juez35. Resultado de este principio, la administración de la justicia, en opinión de Rober y Levy, estuvo caracterizada por la «escala rota», es decir la combinación de penas terribles con castigos «irrisorios e inútiles», dándose situaciones en las que un delito, debido a circunstancias juzgadas por el juez como atenuantes, era castigado con una pena leve y, a continuación, otro similar recibía una pena terrible, al enmarcarlo dentro de unas circunstancias especialmente graves36. Respecto al principio de arbitrio, Alloza cita las palabras de Benito Jerónimo Feijoo en las que se recordaba que arbitrio no significaba «disposición pendiente del afecto, sino pautada por la razón y el juicio». El arbitrio, afirma, «era un acto de entendimiento y no de voluntad».Teniendo en cuenta todo lo dicho hasta ahora, así como su experiencia a la hora de estudiar la actuación de los tribunales madrileños, asegura que «caer en las redes de la justicia no tenía necesariamente que comportar una desgracia»37.

4.1. Atenuantes y agravantes Fruto del ejercicio de este derecho de arbitrio, nos encontramos con toda una serie de argumentos que intentaban enmarcar el delito cometido dentro de unas circunstancias favorables o perjudiciales para el preso. Explicaban su proceder, atenuando o agravando su responsabilidad y, por tanto, variando notablemente la gravedad de las sentencias, ya que obligaban al tribunal a restablecer el orden social reintegrando el reo a la sociedad o separándolo definitivamente de ella. Como principal reflejo de esta forma de administrar justicia se impuso la división entre delincuente habitual y ocasional. En el caso del delincuente habitual, la persona de mala fama, el malhechor famoso, se consideraba que no existía ninguna esperanza de reinserción en la sociedad. La semejanza entre delito y pecado hacía que muchas veces no se acudiera a razones objetivas, explicando estos hechos como fruto de un vicio incorregible, de una inclinación enfermiza a caer en la ten35 36 37

Porret, 1995. Robert y Levy, 1990. Alloza, 1998, pp. 32-35.

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tación del crimen38. En estos casos la sentencia se convertía en un instrumento implacable y terrible que cercenaba, de muy diversas formas, este miembro podrido de la sociedad. Por el contrario, cuando se lograba demostrar que el acusado era de buena fama, que el delito cometido era algo accidental u ocasional, los tribunales actuaban con mucha menor dureza, el trasgresor era sometido a una penitencia leve que le permitía expiar su delito ante Dios y dar satisfacción a la «república», velando, al mismo tiempo, por la reintegración del reo en su comunidad. Fijémonos en el paralelismo que existía entre estos conceptos que manejaban los jueces en la aplicación de la justicia y los que defendía la teología moral, sobre todo en lo referente a la administración del sacramento de la confesión. En 1552 Pedro de Osorio, natural de Murcia, fue condenado a la pena de doscientos azotes y seis años de galeras. Según la defensa «los dichos alcaldes han excedido la pena que el derecho pone contra los que hurtan mayormente cosas de tan poca importancia, y por esto y por ser el dicho acusado menor de veinticinco años y haber pecado por mocedad y porque se espera que habrá en él enmienda se debe moderar la pena que por la dicha culpa podría merecer»39. En cambio, la acusación negaba que tuviera veinticinco años y afirmaba que, «aunque los hurtos fueran de poca cantidad y no mereciera por cada uno de ellos sino pena pecuniaria, agrávase con la costumbre que él ha tenido de hurtar y puede por ello de derecho ser condenado en pena de muerte, de lo cual resulta que la condenación en que los alcaldes de vuestra corte lo condenaron en azotes y galeras le fue favorable y misericordiosa y no agraviada». Además, añadían que no quedaba «ninguna esperanza» de que se enmendara, «pues al cabo de tanto tiempo que trae por vicio e costumbre de hurtar, y que ha sido por ello condenado y azotado muchas veces, no se ha enmendado antes, se presume que perseverará en su costumbre de hurtar hasta que lo ahorquen, lo cual se excusará con ir a servir en las galeras y es hacerle en ello beneficio y no agravio»40. Uno de los argumentos más utilizados por la defensa para atenuar la responsabilidad en un delito flagrante y lograr una sentencia más favorable era el demostrar que el acusado, persona de buena fama, había 38 39 40

Villalva Pérez, 1993, p. 177. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 9750, 1552, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 9750, 1552, fol. 4.

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actuado bajo engaño, desconociendo el talante y los objetivos delictivos de sus «malas compañías». En 1599 un vecino de Ezpeleta explicaba que el robo de ganado que un compañero y él habían cometido en unas bordas de Echalar se había debido a un engaño. El acusado aseguraba que su vecino le había contratado para que le acompañara a recoger unos novillos que había comprado en esta localidad de Cinco Villas. Confiando en la palabra de su amigo, tomó las cabezas de ganado y no se dio cuenta de que eran robadas hasta que dos vecinos del pueblo lo derribaron a pedradas41. La defensa logró demostrar a partir de numerosos testimonios la buena fama del acusado y, teniendo en cuenta que «es hombre anciano y enfermo de su persona e inhábil para poder servir al remo» y que el hurto no había sido deliberado42, consiguió que los cuatro años de galeras a que había sido condenado se convirtieran en destierro perpetuo, manteniendo, eso sí, la pena de cien azotes43. También la defensa apelaba a la necesidad extrema, el hambre, la enfermedad de un pariente, que, si tenemos en cuenta todo el discurso que sobre el robo se estaba formulando desde la teología moral de la Iglesia, podía llegar a justificar un crimen. Sin embargo, este tipo de argumentos no tenía gran éxito a la hora de atenuar la responsabilidad en un robo o un homicidio, ya que tras esta necesidad extrema, al igual que veíamos en el pensamiento de los tratadistas, al delito cometido se añadía la ociosidad y el vicio, por lo que, cuando menos, se les terminaba por aplicar penas tan duras como las contempladas para reprimir a los vagos. Pedro Fernández, vecino de Villa Mayor de Monjardín, justificaba así el robo y el intento de homicidio contra una persona que pasaba por el camino: Viéndose pobre, muerto de hambre él y su madre vieja que tiene, que no han comido casi en dos semanas pan, sino unas berzas cocidas, y viendo a su madre en tanta necesidad y sin mirar lo que hacía, como muchacho y de poco entendimiento inducido fue y salió al camino de Olejua, a donde encontró al dicho muchacho que iba a caballo junto a la basa, y allí le tiró la bolsa que llevaba con el dinero, no miró lo que había, y de más de ello, con un cuchillo que llevaba escondido en el seno, que es el propio

41 42 43

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 13002, 1599, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 13002, 1599, fol. 20. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 13002, 1599, fol. 27.

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que le ha sido mostrado, le dio un golpe con la punta de él por el carrillo y otros dos golpes en el pescuezo, y le salía mucha sangre, y le quiso echar después una piedra encima para acabarlo de matar por no ser conocido, y se le fue huyendo, y no tuvo ánimo para seguirle.

A pesar de lo «atroz» del delito, la condena fue relativamente leve: marcas en las espaldas, seis años de destierro y cuatro años de galeras. En este sentido justificaba la defensa de Martín de Urnieta, en 1546, el robo cometido en una herrería. Afirmaba que el acusado «habría sido inducido y engañado por otros y compelido por la mucha necesidad que habría tenido de mantener a su mujer e hijo. Por ser como es pobre y necesitado, se habría hallado en tomar algunos dineros en la dicha herrería, pero no sería tanta cantidad como por demanda se alega, y caso que algo hubiese tomado lo habría restituido, y no es ladrón ni persona que ha acostumbrado hurtar cosa alguna, antes ha sido y es persona de buena vida, fama y conversación, por tal tenido y reputado»44. No obstante, cuando la acusación logró demostrar que había cometido otros robos, la sentencia leve de cien azotes y seis años de destierro que habían merecido estos argumentos se transformó en cuatro años de galeras y marcas en las espaldas, que denotaban su condición de reincidente y ladrón famoso. Otro de los argumentos más utilizados por la defensa era resaltar la «poquedad» del bien robado y su desproporción con la pena propuesta. Este planteamiento coincidía también con los postulados de la teología moral; sin embargo, en la misma línea de lo que defendía la Iglesia, lo que se juzgaba no era el hecho de que se hubieran robado cinco o seis reales, sino la intención de perpetrar un robo más grave, máxime si se acompañaba de circunstancias agravantes como el hecho de entrar de noche en una casa o asaltar en un recodo aislado del camino. También la colaboración con la justicia, la confesión espontánea, era utilizada como un argumento en favor del preso. El mismo Martín de Urnieta intentaba eludir la pena de muerte recordando que «confesó su delito espontáneamente, por lo que no debiera ser castigado con tanto rigor, sino más benignamente»45. En otras ocasiones, los acusados trataban de justificar los delitos cometidos asegurando que tras ellos tan sólo existía una buena causa. En 44 45

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95509, 1546, fol. 27. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95509, 1546, fol. 129.

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el caso de la sociedad confesional del sigo XVI y mitad del XVII, la única realmente legítima era la defensa de los valores y los intereses católicos. Este tipo de situaciones se dieron en aquellas épocas en las que la confesión católica se sintió especialmente atacada, asediada, viéndose obligada a participar en guerras contra otras confesiones como la hugonote francesa o luchas contra minorías religiosas como la morisca de Aragón. Martín de Ayet en 1571 fue acusado de haber robado a un criado del obispo de Bayona y de haber matado a varias personas. Él, en cambio, presentó esta acusación como un complot organizado por los hugonotes para acabar con un católico incondicional que había luchado contra los «herejes». De muchos años a esta parte han sido y son huguenantes y herejes, que no suelen oír misa ni los otros dichos oficios, ni confesarse, ni recibir los sacramentos de la Iglesia, y públicamente profesan la secta herética, y como tales han hecho y hacen muchos actos contra la religión cristiana, y así ellos como los demás herejes de Bayona y de toda su comarca tienen mucho odio y mala voluntad a mi parte, porque se ha señalado en guerras contra ellos, tanto en servicio de su rey46.

Además, justificaba los asaltos cometidos contra los protestantes recordando que «de muchos años y tiempo a esta parte ha habido y hay edicto del rey en todo el reino de Francia para que cada uno pueda tomar y tome a su voluntad cualesquiere bienes y hacienda de luteranos y herejes y se aproveche y haga de ellos lo que quisiere sin incurrir por ello en pena ninguna, y en caso que mi parte hubiese tomado o procurado de tomar algunos bienes ajenos en Francia, lo que niego, serían de los herejes, conforme al dicho permiso y edicto real, y no de otros, ni de otra manera»47. En 1590 Juan de Argirón de Casanova, bandolero natural del Bearne, también rechazaba a los testigos de la acusación por ser «cristianos nuevos, de mala vida, encubridores de moros»48 y, de todas maneras, justificaba el hecho de haber participado activamente en acciones contra moriscos de Aragón, provocando asaltos y muertes, alegando haberlo hecho en defensa de la comunidad cristiana.

46 47 48

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 97842, 1571, fol. 42. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 97842, 1571, fol. 212. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12105, 1590, fol. 143.

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Que los moriscos andaban tan desvergonzados en compañías y cuadrillas contra los cristianos que les fue forzoso también a los cristianos andar en cuadrillas para defenderse de ellos». De esta manera, «el dicho Casanova con sus compañeros andando por las tierras de Abinón Villa Roya tuvo algunos encuentros con los moriscos por defender a los cristianos y a los vecinos de los dichos lugares que los seguían y mataban.Y en estas refriegas, si mataron los moriscos que dice mi parte en su confesión también los moriscos mataron de la parte de los cristianos muchos de ellos, porque los moriscos eran siempre más en número.Y si no fuera por el dicho mi parte y sus compañeros, hubieran muerto muchos más cristianos49.

A partir de mediados del XVII, este tipo de justificaciones desaparecieron de los procesos judiciales.

4.2. Finalidad del arbitrio: el restablecimiento de la paz y el orden social Como hemos indicado, uno de los objetivos más importantes de la justicia era el restablecimiento del equilibrio social. Para ello, tal y como se ha podido ver en los apartados anteriores, se tenían en cuenta las circunstancias en las que se había producido un delito disponiendo penas graves o leves según la fama del delincuente, la esperanza de su no reincidencia y la gravedad del delito. Las penas iban dirigidas a consolidar la vertebración de la sociedad, no a destruirla. Los castigos leves mostraban lo equivocado de ciertas conductas, acabando con el escándalo que pudieran provocar, pero, al mismo tiempo, una vez probada la buena fama del condenado, permitían su posterior reintegración. Este esfuerzo por restablecer el orden social se hacía especialmente patente en disposiciones como las que se adoptaban en los casos de jóvenes ladrones o vagabundos amancebados.Además de penas de destierro u azotes, en el caso de los adultos que hubieran cometido algún robo, también se indicaba explícitamente la obligación de abandonar el delito-pecado cometido. Los jóvenes habían de tomar un amo que les enseñara un oficio útil, y las parejas que vivían amancebadas jamás podrían volver a dormir bajo el mismo techo, acabando así con conductas escandalosas que desestabilizaban los valores fundamentales de la sociedad. 49

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12105, 1590, fol. 72.

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Éste es el caso de Pedro de Salazar, un joven adolescente huérfano hijo de un soldado de la guarnición de Pamplona, que, habiendo huido por el maltrato que sufría a manos de su amo, se vio obligado a robar en una casa de Olite en compañía de un matrimonio que se había encontrado por el camino. Los tribunales condenaron a este joven a la pena mínima, el destierro del reino, y le obligaron bajo pena de azotes a «buscar un amo y un modo de vivir»50. Juan Casanova y Catalina de Garrica, acusados de amancebamiento, hurto y vagabundo, fueron condenados a cien azotes y diez años de destierro, además de prohibírseles «dormir bajo el mismo tejado y tratarse de palabra»51. En otras ocasiones, como prácticamente todos los historiadores del derecho penal han subrayado, el principio de arbitrio de los jueces pretendía responder a una situación de generalizado desorden proveyendo penas especialmente duras que sirvieran de ejemplo a otros delincuentes. Este carácter disuasorio de la justicia en la Edad Moderna se refleja perfectamente en todo el abanico de castigos espectaculares que llegaron a desarrollarse. Este tipo de soluciones es una manifestación más de la enorme capacidad que tenían estos tribunales para adaptarse a las circunstancias, velando por el restablecimiento de la paz y el orden social. Frente al escándalo provocado por la creciente frecuencia de robos en los caminos o por delitos especialmente atroces, la justicia no dudó en emplear medidas más duras que las habituales para devolver la confianza a la sociedad e infundir miedo a los malhechores. Éste es el caso de Pedro Melendo, vagabundo natural de Tierra de Campos, que fue apresado por el regidor de Mendigorría cuando se presentó en su casa pidiendo limosna. Aunque el fiscal sólo pudo demostrar su condición de vagabundo, pidió una pena especialmente dura debido a la grave situación que, según él, atravesaba el reino. Que por leyes de este reino, cédulas y cartas acordadas, el dicho acusado, por andar vagando, ha incurrido en pena de azotes y galeras, la cual se debe mandar ejecutar en el susodicho y por ser tan frecuentado el dicho delito en este reino, por acogerse a él todos los vagamundos y ladrones que hay en los reinos circunvecinos, en los cuales y en éste se han cometido y cometen extraordinarios delitos de hurtos y salteamientos, para que se

50 51

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 13085, 1600, fol. 38. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 3159, 1629, fol. 11.

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conviene que haya ejemplo y que de todo punto se limpie este reino de gente tan perjudicial y dañosa para la república52.

Argumentos referentes al efecto beneficioso de sentencias ejemplares se encuentran también, por ejemplo, cuando en 1638 Martín Tris, vecino de Ores (Zaragoza), fue juzgado por robo de ganado en Navarra y posterior venta en Aragón. El fiscal afirmaba «que delincuentes como éstos son tan perniciosos que tienen destruidas muchas personas de los labradores por hurtarles sus ganados con los cuales cultivan la labranza, y así es bueno esté esto con el castigo ejemplar»53. En los mismos términos se expresaban el fiscal y el representante de las Cinco Villas de Navarra en 1654 cuando pedían una sentencia ejemplar contra unos ladrones de ganado que habían sido presos en Echalar. Los dichos hurtos los han cometido y cometen de noche en lo montuoso y despoblado de los términos de las dichas villas que confinan con los términos del Labort, y son tan grandes y continuos los daños que padecen los naturales de las dichas villas que se hallan muy menoscabados de ganados mayores y menores, por cuya causa presumen no tener hacienda segura ni la podrán tener ni aprovecharse de herbaje de sus términos54.

Martín de Vid, procurador del valle de Baztán, pedía también del Consejo Real una pena ejemplar debido a la situación de desorden y violencia que hacia mediados del XVII vivía la Montaña de Navarra ante la proliferación de bandas de malhechores. Que los dichos acusados son ladrones, famosos, cuatreros, hombres facinerosos y vagamundos de perniciosa vida y resolución, y que en despoblado han hecho de noche y día muchos hurtos y escalamientos de casas», por lo que pide se les condene a las más graves penas para que sirva de «remedio y ejemplo.Y si ésto no se hace y con toda celeridad no se podrá vivir en las montañas y fronteras de este reino ni habrá comercio ni seguridad en los pasajeros, porque los despoblados de las dichas montañas y los caminos y montes de ellas son peligrosas y ásperas.Y así conviene todo remedio55.

52 53 54 55

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100979, 1613, fol. 6. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 151200, 1638, fol. 15. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16286, 1654, fol. 37. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 15974, 1645, fol. 14.

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CAPÍTULO VI EL CASTIGO

Desde la Edad Media, y sobre todo en los siglos XVI y XVII, gobierno y castigo parecían ser una misma cosa. Los antiguos fueros del reino, las leyes aprobadas por las Cortes, las disposiciones del Consejo o del virrey, las ordenanzas de cada localidad, todo el complejo aparato legal de la Edad Moderna contemplaba el castigo, prácticamente, como la única manera de acabar con las conductas rechazadas. Las leyes eran relaciones de delitos a los que se les asignaba su castigo correspondiente. Las autoridades civiles, de acuerdo con estas leyes, eran las encargadas de proveer las medidas necesarias para que las sanciones se cumplieran y, de esta manera, se mantuviera el orden social. La tarea de un buen gobernante era, pues, la de perseguir a los malhechores, asignarles la pena apropiada a través de un proceso judicial y hacer cumplir el castigo, objetivo final de todo el sistema. La espectacularidad, la teatralidad, la ejemplaridad de muchos delitos sólo se puede entender cuando analizamos el significado que tenía la pena en esta concepción legal del gobierno y de la justicia. Esta noción de justicia y pena sólo se puede entender en el marco social y religioso en el que se desarrolló. Fue sobre todo durante los siglos XVI y mediados del XVII cuando el Estado apostó por la instauración de una sociedad confesional y definió claramente ciertos delitos como pecados, como agresiones al modelo social propuesto. Los castigos eran entonces la penitencia que permitía al condenado expiar esta ofensa civil y religiosa. De esta manera, todas las partes afectadas recibían «satisfacción» ante el agravio perpetrado por el criminal. La víctima veía así vengados los daños que había recibido y la sociedad (la «república»), el rey y, en última instancia, Dios, veían castigadas las conductas que habían propiciado la ruptura del sagrado orden social del que eran

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responsables. Como podremos ver más adelante, esta visión y su traducción en las penas evolucionó notablemente. El castigo también era visto como una medida de enorme poder disuasorio, una solución preventiva de extraordinaria eficacia.Trinidad Fernández defiende que la terrible firmeza que, en su opinión, caracterizó a los tribunales del Antiguo Régimen tuvo su origen en la impotencia para acabar con ciertas prácticas delictivas1. De todas maneras, como ya hemos visto cuando hablábamos del garantismo en el proceso judicial, este sistema era mucho más flexible de lo que pudieran dar a entender las leyes, los tratados o, incluso, el ritual y el significado que caracterizaba a la administración de muchas de las penas. Los diferentes tribunales, ya en el siglo XVI, se atenían a las circunstancias de los delitos, utilizando el arbitrio de los jueces para moderar o agravar los castigos. Los penas fueron cada vez menos cruentas, más «humanizadas», más adaptadas a la sensibilidad de una nueva sociedad que nacía a la modernidad. El nacimiento del Estado moderno y su urgente necesidad de mano de obra también introdujo un importante elemento de cambio que modificó decisivamente la penalidad de la Edad Moderna. Desde el siglo XVI los soberanos encontraron en los tribunales reales los recursos necesarios para sostener empresas militares y civiles más ambiciosas de lo que jamás habían sido. Las galeras del Mediterráneo, las fortalezas de África, los soldados del frente de batalla, la construcción de caminos y canales o la extracción de mineral en las minas, todos elementos vitales para la supervivencia del Estado moderno, se sostuvieron sobre las personas condenadas por los tribunales. Utilitarismo, ejemplaridad y paternalismo fueron, por tanto, los tres principios que caracterizaron a la justicia de la Edad Moderna. A pesar de sus evidentes contradicciones, convivieron durante cerca de tres siglos, combinándose de muy diferente manera según las circunstancias históricas. En épocas en que, debido a la guerra, la necesidad de galeotes llegó a ser extrema, se olvidaron, en parte, los derechos reconocidos a los acusados, subordinándose la administración de la justicia al utilitarismo exigido por el monarca. Cuando la situación de robos, asaltos y muertes llegó a ser insostenible en ciertas regiones, las penas fueron especialmente ejemplares, no guardando proporcionalidad con los deli-

1

Trinidad Fernández, 1989, p. 14.

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tos cometidos. El paternalismo, personificado en el arbitrio de los jueces o en la utilización del derecho de gracia, también fue una constante de toda la época, siempre buscando la reparación del tejido social. A las penas reconocidas como tales (paternalistas, ejemplares y utilitarias) se añadía el daño que provocaba el propio proceso judicial, en ocasiones una pena en sí misma de gran eficacia disuasoria. La cárcel, por ejemplo, llegó a afectar muy gravemente a los sectores más marginados de la sociedad, a los grupos percibidos como delincuentes. En todos los ámbitos de la justicia quedaron patentes las hondas diferencias sociales existentes, sobre todo en la administración de ciertas penas que, por su carácter público, ejemplarizador y claramente didáctico, se convirtieron en uno más de los teatros desde los que se representó el sagrado orden social. La nobleza, encarnación del honor y la fama, no podía ser denigrada, ya que esto subvertía los pilares básicos sobre los que descansaba la organización social. Los menores de edad también recibían un trato preferente por parte de los tribunales, que, considerando su menor responsabilidad y su juventud, trataban de facilitar su inserción en la sociedad. Las mujeres eran tratadas, por lo general, como menores de edad al cargo de sus padres o maridos, por lo que recibían un trato muy similar al de los niños o jóvenes. Como señala Malinowski, todo castigo, para que sea efectivo y pueda ser considerado como tal, tiene que afectar a valores especialmente apreciados por la comunidad y por el individuo2. En la Edad Moderna las penas iban dirigidas a dañar tres elementos: «la sanidad del cuerpo», la hacienda y el honor, fundamentales para la supervivencia individual y social de una persona3. El insoportable dolor provocado por doscientos azotes, la ruina ocasionada tras pagar las costas de un proceso o la infamia de verse castigado públicamente en un mundo en el que el honor era el valor sobre el que se construían las relaciones sociales, eran algunos de los métodos habituales con que contaba «la república» para expiar delitos, obtener «satisfacción» e infundir ejemplo. La representación pública de un castigo connotaba a una persona, convirtiéndola, a ojos de la sociedad, en un delincuente. La comisión de un delito no tenía porqué infamar a un individuo; sin embargo, lo

2 3

Malinowski, 1973, p. 24. Trinidad Fernández, 1989, p. 15.

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que sí le llevaba a la marginación y al rechazo era la consideración social y subjetiva de delincuente4. La amenaza constante contra estos tres valores fue el instrumento coercitivo que utilizaron las autoridades civiles para velar por el mantenimiento del orden social.

1. EL PROCESO JUDICIAL COMO CASTIGO Antes de que la sentencia fuera pronunciada por los tribunales, iniciándose así el castigo oficial, muchos de los reos sufrían duros suplicios a lo largo del proceso judicial. Las condiciones en las cárceles y los métodos judiciales como la tortura constituyeron auténticos castigos de gran poder disuasorio que recaían directamente sobre las personas consideradas ya como delincuentes. Ahora bien, también en este ámbito de la penalidad actuó, sin demasiado éxito, el garantismo que, desde el siglo XVI, impregnaba el discurso de la justicia. Se proveyeron leyes para mejorar las condiciones de los reos, se dio dinero para arreglar las cárceles y se pusieron férreos límites a la práctica de la tortura.A pesar de ello, pocas de estas medidas tuvieron éxito y, lo que en teoría debía ser un período de espera al veredicto final, se convirtió en una pena más, quizá una de las más duras. Que los hurtos que mi parte tiene confesados en el tormento son láteros y leves y ha poco menos de tres años que está preso por ellos, que es bastante castigo5.

La justicia del Antiguo Régimen oscilaba, por tanto, entre la tiranía y el paternalismo, entre el abuso arbitrario y el garantismo.

2. CASTIGOS EJEMPLARES El castigo y su amenaza es uno de los instrumentos con los que cuenta la sociedad para restablecer el equilibrio, el orden6. Un orden 4 5 6

Trinidad Fernández, 1989, p. 11. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 73869, 1625, fol. 145. Gonthier, 1998, p. 173.

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que responde a unos valores y a unas formas de organización y control determinadas, pero muy diferentes según la época. En el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, con el nacimiento del Estado moderno, la organización social, los equilibrios de poder y los mecanismos de control cambiaron de manera notable. Las comunidades y los individuos perdieron, poco a poco, la legitimidad de usar los mecanismos penales que les permitían preservar su mundo tradicional (charivaris, venganzas, injurias…). El Estado y la Iglesia, por el contrario, asumieron, poco a poco, el derecho a usar, en exclusiva, los más graves mecanismos de control. Este fenómeno se estaba produciendo en Europa desde el siglo XIV, debido al paulatino fortalecimiento de la Monarquía. Sin embargo, fue a fines del XV y principios del XVI, al inicio de la Era Confesional, cuando este monopolio de la legitimidad del uso de la violencia se hizo una realidad efectiva7. Poder civil y poder religioso confluyeron, extendiendo fuertes lazos con fieles y súbditos. La administración de la justicia es, posiblemente, uno de los aspectos en los que mejor se patentizó la simbiosis entre ambos poderes. El trasfondo religioso legitimaba el poder y la acción del Estado como garante del orden sagrado. A través del castigo y su amenaza, el poder civil y religioso criminalizó las conductas contrarias al nuevo modelo de sociedad cristiana8. Efectivamente, tal y como defienden Tomás y Valiente o Peter Burke9, la justicia y, sobre todo, su faceta más visible, el castigo, fue, en la Edad Moderna, un eficaz medio de control social. Como se puede ver en los capítulos dedicados a la Iglesia y a la comunidad local, el relativo éxito de este nuevo orden no residió únicamente en su imposición a la comunidad sino, más bien, en su aceptación parcial como modelo válido. En la Era Confesional el protagonismo y la colaboración de la propia comunidad fue fundamental. Estado e Iglesia le ofrecieron el inapreciable don de la seguridad, una tranquilidad ideológica y religiosa respaldada por inquebrantables certezas y una seguridad social que necesitaba de espectaculares rituales penales para afianzarla. El castigo no tenía una única función, era un hecho judicial polifuncional, de gran poder simbólico y real que satisfacía, de manera 7 Sobre el disciplinamiento social en la Edad Moderna ver cita 5 de la introducción. 8 Oliver Olmo, 2001, pp. 108-110. 9 Tomás y Valiente, 1978b, pp. 64-69 y Burke, 1991, pp. 281-284.

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muy diferente, las necesidades de cada uno de sus múltiples protagonistas. El Estado, al monopolizarlo, conseguía afianzar su modelo político y social. La Iglesia, gracias al concepto de delito-pecado, veía reforzados sus dogmas y su proyecto de hombre cristiano. La sociedad lograba la ansiada seguridad, completamente necesaria en tiempos tan críticos como fueron los inicios de la Edad Moderna. El condenado recibía su merecido castigo por el delito cometido, permitiéndosele, así, expiar su pecado. Por último, también se proporcionaba el ejemplo necesario para que nadie quisiera seguir los pasos del delincuente-pecador. La espectacularidad teatral que rodeó a la administración de los castigos en la Edad Moderna fue el medio a través del cual se alcanzaron los objetivos mencionados10.Tal y como afirma Edward Muir, el valor de estos rituales residía en su enorme poder evocador, en su capacidad para inducir profundos estados de ánimo. El chivo expiatorio del que hablara Girard condensaba los odios, los miedos e, incluso, la piedad del pueblo, desviando la violencia y proporcionando la apacible sensación de seguridad física y espiritual11. La sociedad, por medio de estos rituales colectivos, según Durkheim o Kertzer, se celebraba a sí misma, se sentía en armonía, experimentaba la vivencia de la solidaridad, aún cuando no existiera consenso12. El poder civil y religioso, al igual que hacía en otros rituales cívicos, presentaba en estas ejecuciones una serie de verdades esquemáticas, absolutas, sencillas e irresistibles por el atractivo emocional del rito13. Así, las autoridades alentaban una vía de acción única, una adhesión apasionada a un único e incuestionable modelo de sociedad14. La terrible ejemplaridad de la justicia del Antiguo Régimen ha sido interpretada, en ocasiones, como una muestra de su impotencia para acabar con el desorden15. Las propias fuentes remarcan una y otra vez el carácter ejemplarizador de las penas en ciertas circunstancias de especial gravedad. Sin embargo, tal y como pone de manifiesto Mendoza Garrido, los recursos empleados en estas representaciones de la justicia no se correspondían, ni mucho menos, con resultados reales en la eli10 11 12 13 14 15

Pascua Sánchez, 2002, pp. 199-200. Girard, 1992. Muir, 2001, pp. XIII-XV. Kertzer, 1988, pp. 35-76. Muir, 2001, p. 289 y Reguera, 2001, pp. 167-168. Claramunt Rodríguez, 1986-1987, p. 216.

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minación de la delincuencia16. Esta aparente desproporción sólo se puede entender si se tiene en cuenta que el carácter preventivo de la administración pública de los castigos no era más que uno de los muchos objetivos que se perseguían por medio de este ritual. Para que este rito fuera efectivo, debía contar con unos símbolos que pudieran ser interpretados con facilidad por cada uno de los protagonistas. El escenario, los gestos, los mensajes, las actitudes, todos estos elementos conformaban una eficaz liturgia al servicio del Estado, la Iglesia y la propia sociedad confesional. La justicia, gracias a elementos como las horcas o las procesiones infamantes, tomaba posesión de la ciudad, de los lugares de encuentro, de mercado, de espectáculo y de vivencia religiosa17. Según Oliver Olmo, la trascendencia de estas representaciones del Estado era limitada, pues apenas sobrepasaban el mundo urbano. Sólo ciudades como Pamplona, lugar en donde estaban ubicados los tribunales, podían asistir a los más impresionantes despliegues de la justicia y su ritual18. No obstante, esta afirmación hay que matizarla, ya que los propios alcaldes ordinarios de los municipios administraban justicia, contando con cárceles, cepos y picotas. Además, la influencia cercana de Pamplona se dejaba sentir, sin demasiados problemas, en todo el reino19. Como apunta Mendoza Garrido, la mayoría de los aspectos que se han considerado propios del Antiguo Régimen hunden sus raíces en la Edad Media. Azotes, destierro, marcas y pena capital, junto con otras penas, han sido practicadas en Europa desde siglos muy remotos20. Sin embargo, como destacan Gonthier o Muchembled, la irrupción de la justicia real propia de la monarquía absoluta supuso un endurecimiento y una ritualización de las penas nunca experimentada hasta entonces21. En la Edad Moderna, el mantenimiento de la sociedad confesional, un estadio en la creación del Estado Moderno, necesitó de mucho mayor control, mayor firmeza, mayor ejemplaridad22.

16

Mendoza Garrido, 1999, pp. 480-481. Mendoza Garrido, 1999, p. 471. 18 Oliver Olmo, 2001, pp. 111-112. 19 Sobre el papel de la ciudad en la construcción del Estado moderno consultar Mullett, 1990, pp. 23-36. 20 Mendoza Garrido, 1999, p. 471. 21 Gonthier, 1993, pp. 247-250 y Muchembled, 1992, pp. 53-75. 22 Savey-Casard, 1968, p. 39. 17

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Aunque parezca contradictorio, el proceso de endurecimiento de las penas convivió con otro de «humanización» de las mismas23. A lo largo de los tres siglos de la Edad Moderna, muy unido a ideas de piedad y caridad cristiana, se fue buscando una menor crueldad y una mayor decencia en los castigos. Estas inquietudes, reflejo del desarrollo de una nueva sensibilidad moderna, cristalizaron en el movimiento abolicionista ilustrado del XVIII. A finales del Antiguo Régimen, la horca tan sólo se reservaba para los delitos más «feos» y, al mismo tiempo, la tortura y los azotes habían dejado de contar con el apoyo y la expectación de que gozaban anteriormente24. Existía una gran variedad de castigos, ordenados jerárquicamente según su gravedad. Esta escala respondía a una gradación de valores a preservar25. En unas manifestaciones tan simbólicas como las representaciones de la justicia, la gramática de las penas debía ajustarse perfectamente a cada uno de los delitos, transmitiendo mensajes claros sobre su gravedad y sus consecuencias26. Como hemos explicado anteriormente, las penas no sólo castigaban, en mayor o en menor medida el cuerpo tal y como explicaran Rusche y Kirschheimer27, sino que también afectaban al honor y a la hacienda. A través de la administración pública de los castigos se resaltaron también, como veremos, las diferencias sociales propias del modelo estamental que se pretendía defender. Los hidalgos recibieron un trato preferencial, en virtud de su mayor honor y rango28. Una vez más, debemos resaltar la flexibilidad que caracterizó a la justicia. Frente a una legislación que sólo contemplaba terribles castigos, los jueces, a través del principio de arbitrio, aminoraron las penas buscando, como un bien fundamental a preservar, la restauración del equilibrio y la paz29. 23

Cabrera, 1994, p. 32. Tomás y Valiente, 1978b, y Pérez García y Catalá Sanz, 1998, p. 210. 25 Chiffoleau, 1984, pp. 236-237. 26 Mendoza Garrido, 1999, p. 488. 27 Rusche-Kirschheimer, 1983. 28 Los hidalgos no podían ser arrestados por deudas ni ser embargados sus bienes,Vázquez de Prada, 1994, I, pp. 151, 182, 205, 294, no podían ser arrestados por los alguaciles y se les debía dar prisión conforme a su calidad,Vázquez de Prada, 1994, t. 1, p. 500, y no podían sufrir tormento,Vázquez de Prada, 1994, t. 1, pp. 82 y 205. 29 Gyger, 1998, pp. 217-223. 24

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3. CASTIGOS UTILITARIOS A principios de la Edad Moderna asistimos al nacimiento de un nuevo modelo de penalidad basado en el castigo utilitario. Muchos aspectos de la penalidad tradicional pervivieron durante todo el período con gran fuerza, ya que su mantenimiento era fundamental para cumplir ciertos objetivos sociales preventivos y de control sobre los que se sustentaba la propia sociedad. Pero la rápida implantación de los castigos utilitarios al servicio del monarca supuso un cambio radical, que diferenció sustancialmente el modelo penal medieval del moderno. Hay quien ha visto en este cambio una iniciativa en pos de la «humanización», de la «civilización» de la sociedad. Efectivamente, podría parecer esto. Castigos especialmente sangrientos y espectaculares dieron paso a unas penas que se cumplían en lugares alejados de la comunidad, en las que se renunciaba a parte de la publicidad y en las que el único beneficiado resultaba el monarca. Esta revolución penal supone una de las muestras más claras del nacimiento del Estado moderno. Frente a modelos más tradicionales, basados en la satisfacción de las partes directamente implicadas, a fines del XV y principios del XVI el soberano pasó a monopolizar tanto la administración de los castigos como su beneficio30. La denominación de «esclavos del rey», que en muchas fuentes recibían los condenados a trabajos forzados, es muy significativa. Anteriormente era impensable que el poder estatal se apropiara de los delincuentes y los pusiera a trabajar a su servicio. Burillo Albacete habla del «hallazgo» del sufrimiento penal31. En efecto, la reforma de la justicia no fue impulsada por teóricos, no respondió a un plan premeditado. El Estado, acuciado por sus compromisos y sus ambiciones, inmerso en un proceso de expansión sin precedentes, encontró en los tribunales la mano de obra que iba a sostener sus proyectos32. La necesidad militar determinó desde el XVI al XVIII el desarrollo y el impulso de estas nuevas penas. Los galeotes que remaban en las galeras del Mediterráneo, los presidiarios que defendían y fortificaban las plazas de África, los trabajadores de los arsenales del XVIII , los soldados que combatían en Ciburu, Cataluña o contra la 30 31 32

Trinidad Fernández, 1989, pp. 7-8. Burillo Albacete, 1999, p. 21. Trinidad Fernández, 1989, pp. 19-20.

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Convención muchos de ellos eran convictos condenados a servir al Estado. La humanización de las penas, en caso de producirse, fue una consecuencia no pretendida de la introducción de este tipo de sanciones. En absoluto se buscó disminuir el sufrimiento y el castigo del condenado. Eso sí, lo que ahora se quería era explotar su trabajo, obtener un beneficio material de él. Michelle Perrot, en su prólogo al libro Histoire des galères, bagnes et prisons, caracteriza el castigo medieval como «la muerte inmediata» frente a «la muerte retardada», más propia de la Edad Moderna»33.Y es que los castigos utilitarios modernos podían llegar a ser, por lo menos, tan terribles como los medievales. Este proceso sí se puede enmarcar dentro de una evolución racionalista que se estaba produciendo en la Europa occidental, por lo menos, desde el siglo XIV. Desde esta época y, sobre todo, a partir del XVI , se descubrió el valor del trabajo, se reprobó la «vagancia» y se comenzó a buscar la utilidad material a todo, incluyendo al ámbito de la justicia. El éxito de estos nuevos castigos también se debió a su aceptación social, ya que solucionaban graves problemas originados por la aplicación exclusiva de la penalidad ejemplarizante. El sistema moderno, frente al medieval, permitía graduar mucho mejor la dureza de las sanciones. Entre la pena capital y el destierro, entre la deformidad y la «sanidad» del cuerpo, situaba toda una serie de castigos que, en función de su duración, posibilitaban una mejor adecuación a los delitos. Esta función de castigo intermedio era la que, hasta entonces, habían desempeñado las mutilaciones. Sin embargo, se había demostrado que este tipo de medidas drásticas, más que un beneficio para las comunidades, suponía una carga, ya que generaba todavía más desorden: mutilados abocados a la mendicidad, desterrados que delinquían tras las fronteras… Las penas utilitarias fueron compatibles con el deseo que sentía la comunidad de expulsar a sus miembros más peligrosos.A diferencia del destierro, durante este período de expulsión los reos eran estrechamente controlados, no suponiendo ya ningún riesgo para la sociedad. Al mismo tiempo, se les inflingía el sufrimiento que debía caracterizar a toda pena para ser considerada como tal. De esta manera, se satisfacía también la vendetta pública, se infundía el ejemplo pre33 34

Perrot, 1991, p. 7. Roldán Barbero, 1988, p. 11.

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ventivo y se castigaba al delincuente, permitiéndole así expiar su pecado-delito34. Una muestra de esta nueva mentalidad penal y de su aceptación social la encontramos en una carta que los regidores de Sevilla escribieron a la Cámara de Castilla en la temprana fecha de 30 de abril de 1501. En ella pedían que las tradicionales penas de azotes y mutilaciones de pies, manos y orejas, fueran conmutadas por galeras. De esta manera, a la vez que procuraban un gran servicio a la «Reina Católica», esperaban librar a la ciudad de malhechores35.

35

AGS, Diversos de Castilla, 42/6.

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1. LA INMUNIDAD LOCAL Como venimos subrayando a lo largo de todo el trabajo, la variedad de jurisdicciones que existía en la Edad Moderna favoreció enormemente la criminalidad. Las férreas fronteras geográficas que separaban cada uno de los reinos de la Monarquía Hispánica o los fueros de que gozaban militares y clérigos obstaculizaron enormemente la aplicación de la justicia1. Los procesos sobre inmunidad eclesiástica resueltos en los tribunales de la diócesis de Pamplona y depositados actualmente en su archivo, ilustran perfectamente el esfuerzo que realizaron las autoridades eclesiásticas por defender su prerrogativa, interpretando el derecho de asilo de una manera tan amplia que permitió defender incluso a los acusados de delitos exceptuados (como el de asalto de caminos). El fiscal exigía, bajo pena de excomunión, que el reo fuera devuelto a la iglesia de la que había sido extraído por la fuerza. Frente a estas presiones, la justicia seglar cuestionaba que el reo hubiera sido apresado en lugar sagrado y trataba de incluir el delito cometido por el reo entre los delitos exceptuados, es decir, aquellos que impedían el gozar de inmunidad. El fiscal buscaba siempre cualquier resquicio que justificara el delito cometido por el reo, tratando de convertir delitos considerados como horribles y alevosos en delitos susceptibles de gozar de la inmunidad2. En 1 Los fundamentos y la evolución del Derecho de Asilo en la España moderna en Sánchez Aguirreolea, 2003a. 2 Según Palencia «el celo por la defensa de los derechos de las iglesias llevaba a pararse en nimiedades, … que podían suponer una cierta provocación y, en conse-

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la mayoría de los casos la sentencia era favorable al reo, exigiendo su devolución al lugar sagrado del que había sido extraído o a cualquier otro que él eligiera.Todo el esfuerzo que realizaba la justicia eclesiástica en estos procesos expresa claramente cómo lo que se dilucidaba no era tanto el derecho de las personas que se acogían en las iglesias, sino más bien un privilegio, una prerrogativa, un ámbito jurisdiccional propio de la Iglesia. Nadie que, de acuerdo con la amplia interpretación de la Iglesia, tuviera derecho al acogimiento podía ser extraído de un lugar sagrado sin contar con su voluntad, aunque se recurriera al engaño, al miedo o se le obligara cortándole el suministro de comida. Así mismo, tampoco podía ser condenado a ningún tipo de pena corporal. Éste es el caso de Josefillo de Calahorra, bandido de origen riojano que a fines del XVII fue extraído mediante engaños del hospital de Cascante, recinto considerado lugar sagrado, en el que se recogía3. Cuenta cómo se dirigía a trabajar a la Rioja de labrador y, «por hallarse sin dineros, le fue preciso irse a recoger al Hospital General de Nuestra Señora de Gracia, a donde ordinariamente se recogen los pobres, y en dicho puesto fueron José Ochagavía y Gerónimo […], ministros de vuestra majestad, sólo por mala voluntad a prender a mi parte con simulación y sacarlo de lugar sagrado. Y no habiéndolo podido conseguir, se valieron de una persona que, según ha oído decir estando preso, se llama Fulano de Allo y que es maestro de armas, para que lo sacara del lugar sagrado.Y con efecto de lo susodicho, fue al dicho preso, y con cautela, convidándolo a almorzar y obligando de la vecindad lo llevó a la casa de Juan de Burgos, a donde los dichos ministros, con cautela, lo prendieron como es verdad […]. Que en lo susodicho, los dichos ministros cometieron delito, pues sacaron a mi parte de la seguridad que en la iglesia tenía, por lo cual, y haber sido con engaño la dicha prisión, debe mi parte gozar de la inmunidad eclesiástica». El reo que escapaba de la justicia, una vez alcanzado lugar sagrado, no podía ser capturado. Éste era el caso más normal, el recurso más frecuente entre los delincuentes perseguidos por la justicia. Las iglesias, los cementerios, las ermitas y otros lugares sagrados se convirtieron en las cuencia, disminuir la responsabilidad del reo apresado» y así poder gozar de inmunidad, Francia Lorenzo, 2001, p. 191. 3 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17004344, 1690, fol. 138.

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metas de todas aquellas personas que, tras haber sido descubiertos en flagrante delito o habiendo sido reconocidas por alguna de sus víctimas, corrían perseguidas por la justicia. En 1566 el fajero Pedro Induráin fue descubierto cuando intentaba forzar la cerradura de una casa de Pamplona; acto seguido corrió hasta la Catedral, donde permaneció hasta que la situación se calmó4. Iranzuaga, famoso bandolero que en 1658 extorsionaba a los habitantes del valle de la Barranca, logró escapar de la Hermandad de Araya, en Álava, al refugiarse en una iglesia de la que luego salió sin que nadie lo notara, a pesar de las guardas que se habían puesto, pudiendo así volver a la Barranca5. En 1613, en Sangüesa, el alcalde trató de prender a Juan de Eraso, acusado, entre otras cosas, de asaltar caminos y de jugar a los naipes «con ventaja» por las ventas del reino. El acusado se arrojó por la ventana y corrió a una iglesia, de donde fue extraído entre golpes y amenazas a pesar de la oposición de los clérigos6. Sin lugar a dudas, una de las preocupaciones dentro de las cárceles del Antiguo Régimen era su cercanía a lugares sagrados. Eso era precisamente lo que ocurría en Pamplona, donde las cárceles reales lindaban con el convento de San Francisco, del que sólo le separaba una calleja. La seguridad de estos recintos era francamente precaria y las fugas eran muy frecuentes. La cercanía de estos lugares permitía un acceso rápido a la libertad a todos aquéllos que lograran asomarse sólo a la calle7. En 1711 un preso acusado de asalto de caminos se escapó de la cárcel municipal de Santesteban y se refugió en la iglesia parroquial.

4

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98183, 1561. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 10711, 1568, fol. 166. 6 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 41372, 1613, fol. 9. En otro caso de 1682 Pedro Abarca y Bernard Lacasa, sospechosos de asalto de caminos, fueron interceptados en el lugar de Sorauren cuando se dirigían a Pamplona. En cuanto les echaron el alto y apellidaron al rey, echaron a correr hacia la iglesia del lugar. Bernard Lacasa calló abatido antes de que pudiera alcanzar los muros del cementerio; sin embargo, Pedro Abarca logró entrar en él. Mientras que su compañero fue condenado a diez años de galeras por los asaltos cometidos en el monte de Velate, el que había logrado alcanzar los muros de la iglesia fue restituido a ella.AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17485, 1681. 7 En 1713 cuatro personas lograron escaparse de las cárceles reales de Pamplona saltando «a los tejados de la cárcel de guerra y de ellos a uno del convento de San Francisco de esta ciudad, salvando la callejuela que media». AGN,Tribunales Reales, Procesos, 1723, 19125, fol. 126. 5

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Como consecuencia de este suceso, varios vecinos del pueblo fueron acusados de colaborar en la fuga. El reo estaba atado de pies y manos con dos hierros que imposibilitaban sus movimientos. La mayor parte del pueblo lo vio y no hizo nada para impedir que se refugiara, más bien todo lo contrario8. En 1545 una persona que permanecía presa en la cárcel de Ansó logró quebrantar su presidio y seguidamente entró en la casa del abad de la localidad, acogiéndose a sagrado. Allí permaneció a salvo durante el transcurso del proceso9. Igualmente, si a la hora de ser trasladado de un lugar a otro, los oficiales de la justicia atravesaban un lugar sagrado, el reo podía pedir amparo10. Los que pretendían gozar de inmunidad trataban de acceder a él, bastando incluso tocar los barrotes del cementerio mientras gritaban «¡Iglesia, Iglesia!», «¡Iglesia me llamo!», o se esforzaban en reclamar testigos11. En 1574 Juan de Guindano, alias Sangüesa, natural del valle de Salazar, preso por «andar hecho bandolero y ladrón público» en la zona de Baztán y la frontera con Francia, reclamó su derecho de inmunidad al pasar cerca de la iglesia del puerto de Velate, camino a las cárceles de Pamplona. Como narraba el guardia que lo traía, «le apeó en Velate o se bajó del dicho macho para beber y allí y en esto se le arremetió e hizo meneo de quererse entrar en la iglesia de Velate y este testigo luego le asió, y teniéndole asido el dicho preso echó su sombrero adentro de la dicha iglesia dando voces, no sabe qué voces daba ni sabe a qué tanta distancia de la puerta de la dicha iglesia llegó el dicho preso por se meter en la iglesia, ni sabe si era sagrado o no el lugar donde así llegó el dicho preso, ni sabe ni ha visto ni oído decir que al 8

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 1711, 32341, fol. 23-24. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 1545, 95447, fol. 37. 10 En 1734 un reo que era trasladado pasaba por la Plazuela del Convento de San Francisco de Estella, Navarra. Al darse cuenta de que podía ser sagrado, pidió acogerse, debiendo ser restituido. ADP, 1804/8. Consultar Catálogo del ADP en Sales Tirapu y Ursúa Irigoyen, 1988. 11 En 1705 un soldado mató al centinela de su cuartel en Palencia, seguidamente se dirigió a la iglesia y allí se agarró a las aldabas de las puertas gritando «Iglesia me llamo», Francia Lorenzo, 2001, 78. En otro caso, un guarda del ganado entró en el cementerio de de la iglesia de Baquerín, Palencia, y agarró los postes del pórtico mientras gritaba «Iglesia me llamo», o «séame testigos, que me sacan de la iglesia», Francia Lorenzo, 2001, p. 81. 9

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dicho preso este deposante ni nadie le sacase de la iglesia ni de parte sagrada alguna»12. En 1590 una docena de gitanos acusados de ser asaltadores de caminos fueron conducidos a las cárceles reales de Pamplona. Al pasar por Mezquíriz uno de los presos logró escapar, refugiándose en la iglesia parroquial. Los ministros de justicia lo extrajeron de forma violenta, a pesar de la resistencia que hizo el abad. El reo reclamó su derecho a gozar de la inmunidad y fue devuelto a la iglesia de la que había sido extraído. Dice que él ha sido traído a las dichas cárceles sin culpa por el alcalde ordinario de la villa de Larrasoaña, habiéndolo sacado de la iglesia parroquial de ella por fuerza, queriendo gozar de la inmunidad de la iglesia, como consta por el testimonio del escribano real que presenta. Suplica a vuestra majestad mande ver el dicho testimonio y restituir a la iglesia [de la] que ha sido sacado o a otra cualquiera para que sea favorecido y goce de la inmunidad de la iglesia, y pide justicia.

Cuando se fallaba a favor del preso, y en contra de aquél que había permitido el quebrantamiento, el juez debía proveer las medidas necesarias para que el reo fuera conducido al lugar del cual había sido extraído y, en caso de no ser posible, a cualquier otro que también gozara de inmunidad, en muchas ocasiones incluso a criterio del propio preso13. Las autoridades eclesiásticas estaban en el deber y el derecho de proteger estas prerrogativas por medio de censuras y sanciones contra los infractores, siendo la más corriente la excomunión, que inhabilitaba para el desempeño de cargos públicos14. Por otro lado, habían de velar por la seguridad y el bienestar del reo acogido entre sus muros y, en caso de que no tuviera con qué sustentarse, se debía acudir a la limosna15.

12

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98092, 1574, fol. 26. En esta línea no es extraño que los lugares elegidos por los presos fueran iglesias fronterizas, en donde en un momento propicio fuera posible huir, traspasar la frontera y eludir la justicia.Así ocurre en el caso de un mercader francés refugiado por deudas que en 1706 elige Roncesvalles, ADP 130/1, o un húngaro apresado por robo que opta por Valcarlos,ADP 1972/9, o un castellano, reo de un homicidio, que es llevado en 1646 a una iglesia de Castilla donde no le podía alcanzar la justicia navarra. 14 Francia Lorenzo, 2001, p. 232. 15 García Barberena, 1947, p. 39. 13

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A través de los procesos judiciales puede verse cómo los clérigos defendían este derecho con todas sus fuerzas, llegando al extremo de resistirse con violencia, arriesgándose a ser agredidos16. Por el contrario, cuando un religioso colaboraba con la justicia civil para sacar a un recogido de sagrado, era juzgado y sancionado, considerándose una falta muy grave17. Los lugares privilegiados eran aquéllos que habían sido erigidos con licencia eclesiástica superior. Si no cumplían esta condición, aunque fueran lugares dedicados al servicio de Dios, se les consideraba profanos. En principio, estaban excluidos los ladrones públicos, es decir, aquéllos que habían sido sorprendidos en flagrante delito, contaban con pruebas suficientes para acusarlos, habían cometido hurtos notorios o confesos, asaltado caminos o provocado incendios.Tampoco se podían acoger aquéllos que habían cometido homicidios alevosos y a traición. Los delitos contra Dios y su Iglesia o los de lesa majestad tampoco contaban con este derecho. Finalmente, tampoco podían acogerse aquéllos que no estaban dentro del seno de la Iglesia, como los judíos, los paganos o los excomulgados18. En teoría, todos estos delincuentes, entre los que se encontraban los asaltadores de caminos, podían ser extraídos del templo aunque se empleara la fuerza; sin embargo, como ya se mostrado, la justicia eclesiástica siempre interpretaba el derecho de asilo de una manera muy amplia, acogiendo a casi todos los que se refugiaban en las iglesias. Posiblemente, los mayores conflictos que se produjeron a lo largo de la Edad Moderna entre la jurisdicción civil y eclesiástica se debieron a disputas originadas por el derecho de inmunidad.Tan sólo cuestiones relacionadas con el protocolo adquirieron la gravedad de estas diferencias19. Las disputas sobre inmunidad son uno de los reflejos más claros de las tensiones que se produjeron en la Edad Moderna entre dos jurisdicciones de carácter universalista, a saber, la Iglesia y el Estado. A

16

En Sesma, en 1605, el clérigo fue vejado y violentado por el alcalde, llegando a ser desnudado, al oponerse a una extracción,ADP, 424/2. 17 En 1639, en Lerín, un clérigo fue condenado por practicar unas costumbres que no obedecía a su condición, entre ellas las de colaborar con la justicia civil en la extracción de refugiados,ADP, 442/12. 18 Goñi Gaztambide, 1989, t. 8, pp. 46-51. 19 Sánchez Aguirreolea, 2003a, pp. 586-592.

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mediados del XVII la Era Confesional tocó a su fin y, sobre todo durante el siglo XVIII, el Estado centralista dejó de combinar su poder con el de la Iglesia y pasó, poco a poco, a invadir los ámbitos en los que hasta entonces ésta había establecido un dominio casi indiscutible. La inmunidad fue uno de los símbolos más claros del desgaste progresivo de la Iglesia. Si esta figura jurídica pervivió hasta fines del XVIII fue, a mi modo de ver, por el incondicional apoyo popular que suscitó. La sociedad aceptó y defendió el derecho a refugiarse en las iglesias, y no fueron pocos los tumultos que se produjeron en toda la Península para denunciar los abusos cometidos por el poder civil20. Dentro del pulso sostenido entre la Iglesia y el Estado absolutista, el concordato de 1737 supuso un punto de inflexión que inició el camino para la conversión de este derecho en una figura casi testimonial. La última disposición que convirtió esta figura jurídica en una reliquia del pasado meramente testimonial fue el breve de Reducción de Asilos de Clemente XIV, conseguido tras una dura y larga negociación entre el Papa y el futuro Conde de Floridablanca, embajador de Carlos III. El breve Ea semper fuit del 12 de septiembre de 1772 obligó a señalar uno o dos lugares de asilo, no habiendo ninguna otra iglesia inmune. En las iglesias no señaladas se debía extraer a cualquier delincuente sin problemas, mientras que en las otras se debía proceder a su extracción cuando su delito era de los exceptuados, debiéndolo poner antes en conocimiento del vicario o del representante competente de la autoridad eclesiástica, para evitar así toda profanación. En la diócesis de Pamplona el breve de Reducción de Asilos se puso en práctica a través de un edicto del obispo Don Juan Lorenzo de Irigoyen y Dutari del 6 de Marzo de 177321, siendo comunicado ese mismo año a las diferentes parroquias de la diócesis22.

2. EL DERECHO DE GRACIA: LA JUSTICIA INTERVENIDA Durante la Edad Moderna, gracias en gran parte al proceso de confesionalización, se instauró una monarquía de derecho divino. El rey 20

Sánchez Aguirreolea, 2003a, p. 591. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít 8 continuación, fajo 3, núm. 1. 22 Archivo Municipal de Barásoain, Leg. 1 y Archivo Municipal de Los Arcos, Caja 8. 21

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hizo todo lo posible por demostrar que él y sólo él, por gracia divina, era el único origen terrenal de jurisdicción. Esta teoría venía siendo manejada desde la Edad Media por unas monarquías cada vez más poderosas, imponiéndose a otras fórmulas, como la idea de pacto con los gobernados, que limitaban ampliamente su poder. No es momento de discutir estas teorías y de ver hasta qué punto se impusieron en la Navarra de la Edad Moderna; pero, en este apartado dedicado al indulto sí nos interesan porque constituyeron la base de la legitimidad sobre la que actuaban el rey o su delegado, el virrey, cuando alteraban el curso ordinario de la justicia, mucho más atado a la legalidad23. Los historiadores del derecho nos hablan de dos modalidades de justicia en la Edad Moderna, ambas con un origen común en la figura casi divina del rey: la justicia delegada, que ejercían los tribunales ordinarios, y la justicia retenida, practicada directamente por el rey. Sobre todo para la historiografía heredera de las ideas de la Ilustración, el indulto ha sido el principal representante de esta justicia retenida, constituyendo la prueba más palpable del poder despótico del monarca absoluto24, un rey que ni siquiera tenía por qué acatar las leyes y las decisiones de los tribunales25.Villalva, siguiendo a Tomás y Valiente, afirma que la voluntad del rey se encontraba presente en todo el aparato de justicia, utilizando penas, perdones e indultos como armas de gobierno al servicio de la monarquía absoluta26. El hecho es que la figura del indulto fue mucho más compleja de lo que podría parecer a simple vista, y muchas veces respondió a intenciones y problemáticas muy diferentes27. 23

Rodríguez Flores, 1971, pp. 79-93. Heras Santos, 1983, p. 135 y De Dios, 1993, pp. 277-283 y 329-334. 25 Imbert, 1964. 26 Villalva, 1993, p. 173. 27 El capítulo que Sesé Alegre dedica a la concesión del indulto en su obra El Consejo Real de Navarra en el siglo XVIII ofrece una magnífica visión sobre su funcionamiento en Navarra, su tipología, los conflictos que propició y el número de veces y las fechas en las que se empleó, Sesé Alegre, 1994, pp. 132-150. Algún caso también referido a Navarra se recoge en Idoate, 1996, t. 2, pp. 619-621. Respecto a Castilla, es fundamental la obra de Inmaculada Rodríguez Flores, 1971. Para el estudio del derecho de gracia en Francia, consultar unas jornadas de historia del derecho celebradas en Limoges en 1999, Hoareau Dodinau, Rousseaux yTexier, 1999 o el clásico libro de Natalie Zemon Davis, 1988 sobre las cartas de perdón. Un repaso somero sobre la historia del derecho de gracia se puede encontrar en Fierro, 1999, pp. 45-83. 24

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Respecto al fenómeno del bandolerismo, Braudel observaba que a lo largo de todo el Mediterráneo las concesiones de indultos, perdones o conmutaciones de penas fueron algunas de las técnicas más usadas para acabar con las bandas de malhechores28. Prácticamente todos los historiadores posteriores han corroborado sus observaciones, explicando esta solución como una magnífica estrategia que permitía a las autoridades civiles vencer desde la impotencia. En las tierras en las que el bandolerismo constituía un fenómeno endémico, invencible con los escasos recursos de un virrey escaso de tropas y atado por fueros, la única solución digna era el perdón, normalmente a cambio del servicio en el ejército29. De esta manera, se solucionaba un grave problema camuflando la impotencia de magnanimidad30. Desde luego, en Navarra el fenómeno del bandolerismo nunca llegó a alcanzar la gravedad de zonas como Cataluña o Valencia, por lo que no es de extrañar que la concesión de indultos con este fin fuera prácticamente nula; aunque, fundamentalmente en el XVIII, sí que nos encontramos con perdones que trataron de acabar con dos prácticas, el contrabando y la deserción, directa o indirectamente relacionadas con el tema que tratamos, que, como ya hemos señalado en el capítulo dedicado a la inmunidad eclesiástica, preocupaban especialmente a las autoridades. El funcionamiento de estos perdones era prácticamente igual a los que se utilizaban contra el bandolerismo. Se establecía un plazo de seis meses, durante el cual todo el que quisiera acceder al perdón tendría que presentarse ante los capitanes generales, comandantes de provincia y gobernadores dando razón del delito cometido y notificando la vuelta, «no siendo estorbados en ningún momento». En el caso del contrabando, personas que andaban huidas eran devueltas a sus comunidades, restableciendo la paz social y acabando con su práctica delictiva al asegurar su control. En el caso de los desertores, se acababa con la difícil situación que vivían infinidad de vagabundos fugitivos, recuperando también las tropas muchos de sus efectivos. Ejemplos de esta práctica son dos reales cédulas de 1746, una para «desertores de tropas de tierra, armadas, navales y milicias regladas»31 y otra para «personas que andan huidas en otros reinos por delitos de contrabando»32. 28 29 30 31 32

Braudel, 1976, p. 130. Kamen, 1982, p. 320. Álvarez Barrientos y García Mouton, 1986, pp. 51-53. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 4, fajo 1, núm. 81. AGN,Tribunales Reales,ASC, título 12, fajo 1, núm. 28.

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Francamente interesantes son las teorías que Aline Logette defiende en su libro sobre gracia ducal y justicia criminal en la Lorena del siglo XVIII33. Para esta autora, el derecho de gracia sería la muestra más clara del poder arbitrario constructivo del soberano, una decisiva fuerza en la modernización de la práctica penal. Esta manifestación de la justicia retenida, materializada en perdones o conmutaciones, serviría para mitigar condenas demasiado duras, librando a un individuo de un castigo que le marginaría y le conduciría a la reincidencia. El derecho de gracia se convertiría pues en un instrumento que permitía recuperar el honor o conservar la vida, supliendo las carencias de una doctrina y una práctica penal ancladas en la costumbre. El propio Oliver Olmo resalta que, en el caso de Navarra, «todo indica que la concesión de indultos era tan frecuente que formaba parte de la propia función judicial». Su papel, continúa, era el de compensar una justicia extrema34. Este aspecto de la justicia retenida se convirtió en un instrumento fundamental a la hora de conseguir la paz social, el orden, la búsqueda de equilibrio dentro de las comunidades, las familias o los grupos. Siendo esto cierto, no hay que olvidar que este orden social se materializaba de una forma muy concreta: la sociedad estamental. Principalmente durante el siglo XVII, las personas beneficiadas por el virrey en la concesión de estos indultos fueron básicamente nobles, personas con el apelativo de «don», que habían sido condenadas por delitos de homicidio, desafíos, injurias… El objetivo de estas gracias, al igual que los beneficios que la nobleza obtenía en otras facetas del proceso penal, era la preservación de los valores que sustentaban la sociedad. Los nobles eran el reflejo del honor, de la preeminencia, la base de un orden social que sostenía a la propia monarquía absoluta. Se les perdonaron aquellas faltas originadas por su mentalidad nobiliaria, por su forma violenta de entender el honor. En 1668 Don Juan de Cruzat y Don Antonio de Solchaga, dos importantes miembros de la nobleza pamplonesa, fueron indultados en una causa de desafío35, propiciada, seguramente, por el rapto de una doncella36.Aparte de duelos también fueron indultadas penas por injurias, como las que litigaban Ildefonso de Eguílar y Doña Fausta Martí33 34 35 36

Logette, 1994. Oliver Olmo, 2001, p. 113. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al rey 4, fols. 89-106. García Bourrellier, 2003.

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nez de Moretín en 169437, deslices amorosos, comprendidos por gran parte de la sociedad, como el indulto que Don Juan de Ceráin recibió en 1689 en una causa en la que se le acusaba de «haber vivido ilícitamente con una mujer soltera»38. Así se acababa con penas que podían dañar gravemente no sólo el honor del noble, sino también el de todos sus deudos y, con ello, el de la propia sociedad, que veía rebajado e infamado uno de sus puntales. El indulto, según Heras Santos, también fue arma poderosa para acabar con revueltas populares, devolviendo el orden a la sociedad. En un principio se actuaba con prudencia, castigando a varios cabecillas y proveyendo un perdón general con algunos excluidos. Con el tiempo, ante el alivio general, se procedía a un indulto general, gracias al cual se lograba el respeto a las leyes y a los privilegios, además del agradecimiento del pueblo hacia el soberano39. Éste fue, por ejemplo, el modo de actuar que tuvo el virrey cuando el 7 de febrero de 1700 los vecinos de Corella quemaron la puerta de ayuntamiento40. Otras veces, las condiciones de indulto o las conmutaciones de penas respondían más a recompensas por servicios prestados, en dinero y armas, a los intereses de la Monarquía. Hay que decir que este tipo de medidas fue mucho más común durante los siglos XVI y XVII que durante el XVIII. En 1627 Pedro Íñiguez, condenado a muerte por matar a puñaladas a dos personas, se benefició de un indulto «debido a los valiosos servicios que ha prestado siempre a su majestad en las guerras de Italia y Alemania, donde siempre ha sido muy valiente, destacándose por sus arriesgadas acciones gracias a las cuales se pudieron hacer grandes avances»41. El indulto fue, por tanto, un eficaz instrumento en manos del monarca para preservar el orden social y las bases sobre las que ejercía su poder. La gracia real pacificaba las revueltas, disolvía las partidas de bandoleros, velaba por la cohesión y la pervivencia de las comunidades y restituía el honor a los nobles. Tanto el indulto de Viernes Santo como los indultos generales compartían una característica fundamental, ambos suponían manifestaciones 37 38 39 40 41

AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al virrey 38, fol. 65. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al virrey 38, fol. 38. Heras Santos, 1991, pp. 231-249. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al virrey 38, fol. 87. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al rey 1, fols. 60-62.

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espectaculares del poder de la monarquía absoluta.A través de estos actos el soberano lograba infundir en la sociedad la idea de una monarquía casi divina, todopoderosa, de incuestionable poder y misericordia infinita, capaz de perdonar, incluso, al mayor de los delincuentes-pecadores. Sin lugar a dudas, el indulto de Viernes Santo, por su carácter más religioso, fue el ritual en el que, de una manera más clara, se escenificó la equiparación entre el poder del monarca y el poder de Dios o, mejor dicho, la evidencia del origen divino del poder del rey. La proyección temporal de esta figura jurídica ha sido excepcional. En plena Edad Media ya estaba perfectamente consolidada, existiendo abundante documentación para la Castilla de los siglos XII-XIV42. Incluso hoy, todavía perdura en ciertos lugares de España, como en Málaga, donde la liberación de un preso continúa siendo uno de los principales acontecimientos de la Semana Santa43. Francamente ilustrativo del discurso cristiano sobre el que se sustentaba la monarquía absoluta, no sólo en la Era Confesional, es el solemne texto con el que se anunciaba la concesión de esta gracia. El rey se presentaba como un hombre piadoso que, conmovido por el ejemplo de Cristo, perdonaba a los pecadores y, de esta manera, ensalzaba su trono y a sus antepasados y, además, hacía una buena obra que le aseguraba su salvación en el Más Allá. El monarca, fuente de toda jurisdicción por la gracia de Dios, podía perdonar exactamente igual que perdonaba Cristo. Sea servido remitiros y perdonaros cualquier pena que por la expresada causa se os pueda imponer […] y porque en tal día como Viernes Santo de la Cruz, que fue en el que por vuestra parte se me suplicó por esta remisión, nuestro Señor Jesucristo recibió muerte y pasión por salvar al linaje humano y perdonó su muerte a los que le crucificaron y así, por servicio suyo como porque por su santa pasión se sirva de alargar mis días y ensalzar mi estado y Corona real y perdonar las almas de los señores reyes mis progenitores y la mía cuando de esta vida partiere, usando con vos de clemencia y piedad, siendo así, como en vuestra relación se contiene que la dicha muerte y herida no fue hecha con fuego ni saeta, por la presente conmuto […]44.

42 43 44

Cabrera, 1994, p. 11. Mapelli, 1997, pp. 159-169. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 12, fajo 1, núm. 51, 1778.

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Aunque no contemos con datos sobre la repercusión social de este perdón, la elaborada puesta en escena, el momento ritual clave de la Semana Santa, así como el profundo trasfondo religioso de esta gracia, hacen pensar que tuviera una gran efectividad a la hora de reafirmar los valores sobre los que se sustentaba la monarquía absoluta. El indulto general fue una de las manifestaciones más paradigmáticas del poder absoluto del soberano.Aunque en estos casos el trasfondo religioso no quedaba tan patente como en el indulto de Viernes Santo, en obras como el auto sacramental de Calderón, El indulto general, nos encontramos con la misma metáfora básica que relaciona «el indulto a los presos con la redención del género humano a través del sacrificio de Cristo»45. Este tipo de perdones se concedió para celebrar los principales acontecimientos del Estado, en esta época muy ligados a la vida familiar de los reyes, como nacimientos de príncipes y bodas reales, además de coronaciones, victorias, paces…46. Ésta era una de las formas más solemnes y más extraordinarias de transmitir al pueblo euforia y alegría por un hecho que afectaba a toda la Monarquía, reafirmándola y consolidándola según los intereses del monarca, dotándola de una identidad común. Gracias a este tipo de celebraciones el monarca lograba hacerse presente en la vida de sus súbditos, haciéndoles partícipes de su protección, de su generosidad, de su poder, de su misericordia, de su religiosidad, de su cercanía… De todas maneras, estos indultos, al igual que el resto, fueron perdiendo poco a poco su efectividad real, ya que cada vez se exceptuaban más delitos, siendo muy pocos los realmente perdonados.

45 46

Calderón de la Barca, El indulto general, p. 16. Martínez Arce, 1999, pp. 133-136.

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TERCERA PARTE Un reino de frontera, un reino de bandidos

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El bandolerismo ha sido el hilo conductor que nos ha permitido, hasta ahora, analizar las actitudes generales de la Iglesia, el Estado y las comunidades locales ante la criminalidad durante los siglos XVI, XVII y XVIII. En esta tercera parte lo que queremos es situar esta manifestación de la delincuencia en el tiempo y en el espacio, para descubrir, así, la heterogeneidad de la Navarra moderna y analizar su evolución. Para ello, hemos distinguido tres áreas geográficas claramente diferenciadas: la frontera pirenaica, la aragonesa y la castellana.Tres regiones donde se dieron situaciones políticas, sociales y económicas totalmente distintas que tuvieron su reflejo en el bandidaje. En el Pirineo surgió, de manera progresiva, una frontera completa entre la Monarquía Hispánica y Francia, un hecho que condicionó radicalmente las relaciones entre los habitantes de las dos vertientes de la cordillera. El Aragón del siglo XVI sufrió una situación de gran inestabilidad que afectó directamente al este de Navarra, pues ambas regiones mantenían estrechos lazos de solidaridad. Por otro lado, la frontera castellana, en sentido contrario a como ocurrió en los Pirineos, también notó la consolidación de la Monarquía Hispánica, pues las fronteras desaparecieron y la animadversión que habían sentido navarros y castellanos durante la Edad Media dio paso a una mayor colaboración. Así mismo, esta última frontera estuvo caracterizada por la existencia de un vagabundeo peninsular que incluía en sus rutas el sur de Navarra. Además de los conflictos específicos de cada región, a lo largo de la Edad Moderna existió un bandolerismo común a todo el reino, muy parecido al que se ha dado en todas las sociedades tradicionales y que tenía su origen en la marginación, la miseria, el ansia de botín y el honor. Analizaremos las interpretaciones que para Europa y España han hecho autores como Braudel, Hobsbawm, Caro Baroja,Torres y otros. Igualmente, estudiaremos con detenimiento sus características, sus causas, sus lugares, sus consecuencias, así como la diferente reacción que provocaron a lo largo del tiempo.

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CAPÍTULO VIII EL BANDOLERISMO COMO MANIFESTACIÓN DE LA CRIMINALIDAD

1. DEFINICIÓN Y ORIGEN DE LA PALABRA «BANDOLERO» La etimología de las palabras que sirven para designar a los protagonistas del bandolerismo refleja, según diferentes autores, las raíces del fenómeno, su desarrollo y, sobre todo, el modo como fue percibido por sus contemporáneos. La palabra germana «ban», que significaba «pregón», dio lugar en castellano al término jurídico «banido» (en italiano «bandito»), que designaba al proscrito, a la persona que había sido expulsada o condenada mediante pregón público. Por otro lado, la palabra latina «bandum», de origen también germánico, denominó a la enseña que representaba a un grupo y, por medio de un proceso de metonimia, pasó a denominar a toda la facción1. Por tanto, ya en origen, aparecen dos nociones íntimamente ligadas a lo que luego sería el bandolerismo moderno: el carácter proscrito y, en ocasiones, el posicionamiento a favor de un grupo. La palabra «bando», conservada en el romance navarro-aragonés, pasó al catalán como «bandol» y, en el marco de las luchas banderizas que sufrió este territorio desde el siglo XIV, dio lugar al término «bandoler». El «bandoler» catalán era un faccioso que se tomaba la justicia por su mano. De modo que, en su origen, esta palabra tuvo un sentido muy lejano al de «malhechor» o simple «ladrón». Debido a la relevancia del bandolerismo en Cataluña, durante el primer tercio del siglo XVI el castellano adoptó del catalán el vocablo

1

Lodares, 1989, pp. 135-155.

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«bandolero» con el significado señalado anteriormente. Sin embargo, con la llegada del italianismo «bandido» a fines de este siglo, ambos términos se confundieron, ya que el bandolero y el bandido vivían de forma semejante2. Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española, reflejaba las dos acepciones de esta palabra: banderizo y delincuente3. El que ha salido a la montaña llevando en su compañía algunos de su bando. Éstos suelen desamparar sus casas y lugares por vengarse de sus enemigos. Los cuales siendo nobles, no matan a nadie de los que topan, aunque para sustentarse les quitan parte de lo que llevan. Otros bandoleros hay que son derechamente salteadores de caminos, y éstos no se contentan todas veces con quitar a los pasajeros lo que llevan, sino maltratarlos y matarlos.

Los vocablos «bandolero» y «bandido» fueron recogidos por los diccionarios de fines de siglo XVI y comienzos de XVII, aunque, como hemos señalado, su uso fue anterior4. En opinión de José Santos Torres, en el sentir del pueblo, el bandolero era portador de valores como el honor, la religión o la patria, mientras que el bandido era el vulgar ladrón, el señalado y perseguido por el pregón, debido a que actuaba en contra del bien común5. Álvarez Barrientos y García Moutón advierten también cierta diferencia entre ambas figuras, por lo menos en lo que se refiere a la percepción del pueblo. Así pues, para este autor, «bandido lleva en sí una carga de peligro para la sociedad, que se continúa con esa acepción de persona perversa y desenfrenada de la que no siempre participa bandolero. Este último estará fuera de la ley, pero sus acciones delictivas no irán contra el pueblo que lo admira por su defensa de unos valores populares y por lo que representa de rebelión»6. En Navarra el vocablo «bandido» apenas tuvo aceptación y se prefirieron las tradicionales voces «ladrón», «malhechor» y «salteador de caminos» (esta última daba a entender que el delincuente tenía su guarida en el bosque, en el saltus). Al margen de la visión apriorística que

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Lodares, 1989, pp. 158-160. Rey Azas, 1989, p. 201. Caro Baroja, 1969, p. 352. Santos Torres, 1995, p. 24. Álvarez Barrientos y García Mouton, 1986, p. 13.

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diferencia nítidamente al bandolero del vulgar salteador de caminos, según se puede ver por la documentación consultada, el uso de ambos términos en Navarra se debió más a una cuestión de moda que al reflejo de una realidad claramente diferenciada. La voz «bandolero» se usó sólo entre 1540 y 1600, y se utilizó de una manera amplia, denominando, a un tiempo, a banderizos, a vecinos de los pueblos que robaban en los caminos y, en menor medida, a vagabundos. Sí es cierto que esta «moda» obedece a la pervivencia de un bandolerismo que encontraba en el honor la razón de su existencia. De todas formas, la denominación más extendida en la Navarra moderna para todas las categorías de asaltantes, también en estos años del XVI, fue la de salteador de caminos.

2. EL BANDOLERISMO: ¿PROTESTA POPULAR, LUCHA DE BANDOS O BRAZO ARMADO DE LA NACIÓN? El bandolerismo en la Edad Moderna fue un fenómeno que, en mayor o menor medida, afectó a toda Europa. Braudel, en su pionera obra El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en los tiempos de Felipe II achacaba su existencia, principalmente, al desfase que a fines del siglo XVI se produjo entre población y recursos7. Esta teoría obtuvo una gran repercusión en autores de la talla de Reglà,Vilar o Elliott; no obstante,Torres Sans niega que ésa fuera la verdadera causa, porque también en los tiempos de descenso demográfico se daba bandolerismo8.Además de las causas económicas, Braudel también consideraba toda una serie de matices y factores de importancia. Él definía el bandolerismo como un amplísimo movimiento de revancha contra los estados organizados, defensores de un orden político y social que oprimía al pueblo9. Este hecho explicaría la mitificación que, según Braudel, se produjo del bandolero a los ojos del pueblo llano.Además, añade, la existencia de la frontera y de un paisaje quebrado, auténticos puntos flacos de los Estados modernos, favorecieron la existencia y el recrudecimiento de este fenómeno10. Braudel restringió el bandolerismo moderno, sobre todo, al mundo mediterráneo. Efectivamente, Alejandría, Damasco, Alepo, la campiña 7

Braudel, 1976, pp. 110-140. Torres Sans, 1988, p. 6. 9 Braudel, 1976, p. 126. 10 Braudel, 1976, p. 127. 8

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napolitana y romana,Venecia, Estambul, Belgrado, Hungría, Barcelona o Zaragoza, todos estos territorios se consumieron en una «guerra ágil, cruel y diaria»11. Junto al bandolerismo social, de protesta ante una situación de opresión, apuntaba Braudel, existía también un bandolerismo protagonizado por los señores, e incluso por los Estados (éste es el caso de los piratas)12. Efectivamente, entre amplios sectores de la nobleza y el bandolerismo existían innegables conexiones; así ocurría entre los nobles catalanes, aragoneses, valencianos, napolitanos, sicilianos o los «signori» y los «signoretti» del Estado Pontificio. Para explicar estas actitudes delictivas de la aristocracia Braudel acudía, una vez más, a factores económicos. Según él, la pequeña nobleza se trata de un estamento enfermo, arruinado y condenado a sobrevivir mediante el uso de la fuerza. Para el caso de Cataluña Reglà siguió las teorías de Braudel y explicó el bandolerismo aristocrático aludiendo a la debilidad económica y a la desesperación de la nobleza pirenaica. Sin embargo, Nuria Sales y, posteriormente,Torres Sans han matizado mucho esta presunta debilidad de la pequeña aristocracia pirenaica13.Además, estos autores han puesto de manifiesto cómo el bandolerismo catalán del XVI y XVII tan sólo era la expresión de luchas banderizas que, por intereses económicos, jurisdiccionales y honoríficos, sostenían todos los sectores de la sociedad (la grande nobleza, las ciudades…)14. Autor fundamental en la historia de este fenómeno es Eric Hobsbawm, quien distingue, principalmente, tres tipos de bandolerismo: uno basado en venganzas de sangre y luchas aristocráticas, otro de origen social, clara manifestación de protesta expresada por las clases populares de las sociedades precapitalistas, y un último tipo llevado a cabo por vagabundos, personas desarraigadas, temidas y odiadas por el mundo campesino. Al honor, al descontento y al desarraigo, según el caso, Hobsbawm suma toda una serie de factores que, sin duda, potenciaron el bandolerismo: la existencia de montañas, los problemas sociales propios de cada lugar y la debilidad del Estado15. El interés de Hobsbawm se centra fundamentalmente en el estudio del «bandolerismo social», y coincide con Braudel al afirmar que el 11 12 13 14 15

Braudel, 1976, p. 124. Braudel, 1976, pp. 132-133. Sales, 1984. Torres Sans, 1988, pp. 7-11. Hobsbawm, 1997.

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telón de fondo en el que se enmarcó su auge en la Edad Moderna fue la degradación de las condiciones de vida de los campesinos que se produjo tras el alza de precios de fines del XVI. Para Hobsbawm el bandolerismo fue mucho más que una mera revuelta de hambre. Inspirándose en el concepto de Thompson sobre la «economía moral» del campesinado tradicional, asegura que se trató de una protesta popular, un claro reflejo de los intereses del pueblo y de su malestar16. Por tanto, el bandolero, de acuerdo con la interpretación de Hobsbawm, se convirtió en un auténtico paladín de los intereses de las clases populares. Este hecho explicaría el proceso de mitificación que sufrió. Las teorías de Hobsbawm sobre el «bandolerismo social» han tenido una enorme repercusión en la historiografía. Así, Pedro Gómez García llega a afirmar que los bandoleros «constituían una especie de trasunto del Mesías, cuyo valor y rebeldía contra la injusticia idealizaba la leyenda popular, que propalaba cómo el bandido generoso roba a los ricos para dárselo a los pobres»17. Santos Torres señala que el proceso de idealización fue tan fuerte que el propio bandolero se vio obligado a comportarse de acuerdo con el papel que le exigía la sociedad18. González de Molina contextualiza las teorías de Hobsbawm dentro del movimiento de autocrítica que se abrió en la historiografía marxista tras el congreso del PCUS de 1959. De acuerdo con este autor, el análisis de Hobsbawm tuvo una intencionalidad directamente política: demostrar que «el conflicto no devenía tanto de la formación de clase como proceso de toma de conciencia, sino de la propia pertenencia de clase». El «bandolerismo social» sería, por tanto, el reflejo del enfrentamiento entre la lógica campesina y capitalista19. Anton Blok también critica las teorías de Hobsbawm, pues considera irrelevante el ponerse a discutir etiquetas (social, aristocrático, desarraigado…), ya que la realidad siempre se muestra mucho más compleja, totalmente alejada de mitos que, según él, han sido interpretados sin apenas crítica20.

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Hobsbawm, 1997, pp. 16-17. Al igual que el Mesías, el bandolero es traicionado por sus compañeros, capturado por sus enemigos y martirizado ante el pueblo que lo admira, Gómez García, 1990. 18 Santos Torres, 1995, p. 27. 19 González de Molina, 1996, pp. 115-130. 20 Blok, 1972. 17

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Dejando a un lado la polémica sobre si el bandolero era popular o antipopular, la obra de Hobsbawm aporta ideas muy útiles a la hora de analizar su modo de vida. El autor defiende que hay que entender a este personaje dentro de un marco social y económico, un ámbito en el que, por medio de intermediarios (posaderos, familiares, informantes…), vende el botín y se provee de armas y comida. Según Hobsbawm el bandolero es un hombre situado entre dos mundos; por un lado el universo campesino del que procede y, por otro, la esfera del poder a la que accede gracias al uso de la fuerza21. Otra gran aportación de Hobsbawm es ver el bandolerismo como un fenómeno mundial, endémico en sociedades o lugares en los que el Estado no es capaz de imponer su autoridad22. Éste fue el caso de las fronteras de China o Roma en la antigüedad, de gran parte de Europa y la cuenca mediterránea hasta el siglo XVIII, o de Colombia en 1945, cuando en un área de 23.000 km2 había cuarenta bandas de veinte miembros cada una23. Un estudio interesante en el que se aplica la teoría del «bandolerismo social» de Hobsbawm es el trabajo realizado por Rosario Villari sobre el Nápoles de fines del XVI. El autor muestra cómo, en el marco de una crisis económica y una reducción de salarios, esta tierra sufrió una polarización extrema entre grandes propietarios y campesinos pobres. En este marco, los bandoleros atacaron a nobles y grandes comerciantes y, así, consiguieron el apoyo unánime del campesinado, una adhesión que creció tras la represión indiscriminada que llevó a cabo el poder. A este hecho, asegura Villari, se unió una fractura en el mismo seno de la Iglesia postridentina. La Iglesia institucional romana se alejó de los sectores populares y participó en la represión, mientras que el bajo clero apoyó al pueblo. De acuerdo con Villari, el bandolerismo en Nápoles se trató, en esencia, de un «impulso revolucionario multiforme y contradictorio contra el poder, contra la autoridad y contra la cultura oficial»24. Caro Baroja describe el bandolerismo como un fenómeno mundial, propio de sociedades antiguas, unido a situaciones políticas particulares, pero con indudables constantes (la ligazón a las rutas comercia21 22 23 24

Hobsbawm, 1997, pp. 102-115. Hobsbawm, 1997, pp. 213-222. Hobsbawm, 1997, pp. 29-42. Villari, 1979, pp. 87-96.

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les o el apoyo de magnates). Así ocurrió en Italia, España, Francia o Inglaterra en períodos muy parecidos25. Para este autor, una de las principales causas del bandolerismo es la propia estructura social. «Las sociedades en que rige un sistema amplio de linajes, ajustados a dos bandos que se disputan el poder, los cargos y beneficios en un ámbito geográfico, son aquéllas en las que tiene mayor significado la idea del más valer, basado en la fuerza bruta y en el ejercicio de la violencia. Unas sociedades de este tipo procuraron anular siempre las leyes aludidas y fueron las que se encontraron los Reyes Católicos y las que dieron origen a la constitución de la Santa Hermandad». Los trabajos de Torres Sans sobre Cataluña, como ya hemos adelantado, confirman estas teorías, aunque Caro Baroja tan sólo tiene en cuenta un bandolerismo que toma el honor como causa principal. El bandolerismo también se ha intentado entender desde una óptica «nacionalista», una interpretación que, en ciertos casos, lo ha considerado como la más clara expresión de la lucha de la nación contra la opresión extranjera. El caso más conocido es el del bandolero andaluz del XIX, idealizado por una historiografía que, en su «descubrimiento del pueblo», vio en él la reencarnación del carácter nacional26. Para los casos catalán y aragonés, García Cárcel cita como valedores de esta visión nacionalista a Victor Balaguer, Soler i Terol, Soldevilla y ColásSalas27. No obstante, a mi modo de ver, García Cárcel confunde la defensa del sistema foral (y la xenofobia) con nacionalismo, un término totalmente anacrónico para la época que estudiamos. El bandolerismo tuvo un gran eco entre los escritores del Siglo de Oro, hecho que contribuyó decisivamente a conformar la imagen que tanto sus contemporáneos como los historiadores actuales han tenido de él28. El interés de los literatos se debió, en parte, a la existencia real, cotidiana y terrible de este fenómeno. Pero, además, resultaba un tema irresistible para la estética barroca29. En palabras de Rey Azas, se aviene «magníficamente a las exigencias de la poética novelesca áurea, porque sus peculiaridades históricas (de aventurero al margen de la ley y, al mismo tiempo, de noble caballero) encajan a las mil maravillas en el 25 26 27 28 29

Caro Baroja, 1969, p. 350. Caro Baroja, 1986 y Benassar, 1997. García Cárcel, 1989, p. 50. Parker, 1949. Jauralde Pou, 1989.

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tipo de trabas e impedimentos que la narrativa de la época necesitaba»30. Caro Baroja subraya la favorable acogida de que gozó esta temática entre público y autores31. En las obras sobre bandoleros existía un marcado contraste entre dos mundos: el de los labradores y el de los salteadores. El primer mundo representaba el centro armónico de la sociedad, un estado social aceptado y respetado, modelo de vida para la época. El segundo mundo, por el contrario, era el símbolo de la perturbación de ese orden ideal. La figura del bandolero, diferente a la del vulgar salteador, se convertía en un lugar tópico propio de las personas que habían sido heridas en su honor, habían sufrido injusticia y, finalmente, se habían decidido por una solución radical32. La literatura áurea tomó la figura del bandolero como un vehículo con el que poder transmitir y exaltar los valores sobre los que se sustentaba la sociedad estamental de los siglos XVI y XVII: la respetabilidad que representaba el mundo campesino tradicional; el honor, valor supremo de la época; la nobleza de sangre, encarnada por unos noblesbandoleros que, a pesar de las circunstancias, se seguían comportando como tales; la religiosidad; la justicia ineludible del rey y de Dios y las consecuencias de una conducta delictiva y equivocada33.

3. BREVE BIBLIOGRAFÍA Aparte de las tendencias que ya hemos apuntado, la historiografía sobre el bandolerismo es bastante amplia en el mundo, en Europa y, también, en España. Eric J. Hobsbawm en la edición de Bandidos de 1997 ofrece una completa bibliografía actualizada y comentada sobre este tema. Así, encontramos interesantes referencias sobre el bandolerismo en la Roma antigua, el imperio Chino, India, Indonesia, de forma muy extensa, en América latina, Norteamérica, Italia y Europa Oriental y, en menor medida, en España, Gran Bretaña, Francia, Paises Bajos y Europa Central34. Para el estudio del bandolerismo en la Europa occidental reco30 31 32 33 34

Rey Azas, 1989, p. 214. Caro Baroja, 1969, p. 35. Jauralde Pou, 1989, pp. 250-249 y Martínez Comeche, 1989b. Martínez Comeche, 1989b, pp. 251-253. Hobsbawm, 1997, pp. 213-222.

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miendo la lectura de las actas del congreso Bande armate, banditi, banditismo, celebrado en Venecia entre el 3 y el 5 de noviembre de 1985, en el que autores de la talla de Yves y Nicole Castan, James A. Sharpe, André Zysberg,Anton Blok o el mismo Hobsbawm discutieron sobre su cronología, tipología y represión35. Más reciente, y también con abundante bibliografía, es un artículo de Xavier Rousseaux sobre el bandolerismo de frontera en el noroeste francés en el XVIII36. Referido a España contamos con muy pocas obras generales de síntesis, hecho que contrasta con la abundancia de estudios para ciertas regiones como Cataluña o Andalucía. Entre estas síntesis destacan el libro de Santos Torres El bandolerismo en España37, el congreso El bandolero y su imagen en el Siglo de Oro celebrado en la Casa Velázquez38, así como interesantes informes en la revista Historia 16 de los años 1980 y 1997. Sobre este tema también existe una abundante bibliografía de segundo orden basada, sobre todo, en autores de fines del siglo XIX. Ejemplo de ello son las obras de Alvear Cabrera-Cabello Castejón o Valentí Camp39. El bandolerismo catalán ha sido estudiado en su doble vertiente popular y aristocrática por los ya mencionados Juan Reglà40, Nuria Sales41 y, sobre todo, Xavier Torres Sans42, además de infinidad de autores que, entre otros temas, han tratado su relación con la frontera pirenaica, sus tipologías, la implicación del clero, etc.43. Respecto a Valencia, los estudios de Sebastiá García Martínez han puesto manifiesto la complejidad y la variedad de este fenómeno moderno. Este autor ha llegado a distinguir hasta cinco tipos de bandolerismo en el Levante: el aristocrático, el popular, protagonizado por cristianos viejos, el morisco, las bandosidats, similar a la mafia, y las luchas entre oligarquías urbanas44. El bandolerismo aragonés lo estudiaremos con detenimiento más adelante, pues ejerció una influencia decisiva en la frontera este de Navarra. De 35

Ortalli, 1986. Rousseaux, 2000, pp. 131-173. 37 Santos Torres, 1995. 38 Martínez Comeche, 1989. 39 Alvear Cabrera y Cabello Castejón, 1999 y Valentí Camp, 2001. 40 Reglà, 1969. 41 Sales, 1984 y Sales, 1987. 42 Torres Sans, 1982, pp. 66-69, 1988, pp. 6-18, 1989, pp. 137-154, 1993, pp. 223-224. 43 Sau, 1973; Simon, 1985; Sales, 1987; Ibars, 1994; Moreno Martínez y Beltran, 1995; Hernández, 1997;Tortella Casares, 1997; Casals i Martínez, 1998, pp. 145-157. 44 García Martínez, 1977, 1991, pp. 23-24. 36

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todas formas, cabe destacar sobre este territorio los numerosos trabajos de Colás Latorre y Salas Ausens. En Andalucía Santos Torres distingue tres focos principales: la serranía de Ronda45, la región entre Osuna y Lucena y entre El Rubio y Matarredonda (en el antiguo reino de Sevilla), atravesada por importantes caminos y lugar propicio para el contrabando46, y el antiguo reino de Jaén47, con Yecla como punto neurálgico, donde, en palabras de Blázquez Miguel, en el siglo XVII surgieron grandes bandas que practicaban un auténtico terrorismo en las poblaciones48.Así mismo, hay abundantes trabajos sobre el mundo del hampa en Sevilla49 y el bandolerismo morisco (los monfíes) tras la rebelión de las Alpujarras50. En el siglo XVI en Castilla, siguiendo a Tomás y Valiente, se apagaron los ecos de la dura lucha de bandos que había caracterizado al siglo anterior, despareciendo el bandolerismo aristocrático y surgiendo con fuerza el «hijo de la miseria»51. En el primer tercio del XVII hubo momentos de alarma, aunque, de acuerdo con Lorenzo Cadarso, obedecieron a la psicosis que provocaban las graves noticias que llegaban de Cataluña52. A partir de la segunda mitad del XVII hasta el XVIII, asegura Santos Torres, Castilla pasó a sufrir numerosos asaltos de caminos, mezcla de miseria y de rivalidad nobiliaria53. Respecto a la cornisa cantábrica contamos con interesantes trabajos para Galicia54, Asturias55, Cantabria56 y Vascongadas. Sobre este último territorio destaca un artículo de Iñaki Reguera en el que analiza el modo de vida de los salteadores durante el siglo XVIII y describe una situación muy parecida a la que vamos a encontrar en Navarra57.

45

Gil Sanjuán, 1991 y Santos Torres, 1995, p. 34. Santos Torres, 1979; Domínguez Ortiz, 1989, pp. 23-26 y Bernaldo de Quirós, 1973 y 1992. 47 López Pérez, 1985. 48 Blázquez Miguel, 1988. 49 Herrera Puga, 1971 y Perry, 1980. 50 Vincent, 1974; Caro Baroja, 1976; Domínguez Ortiz-Vincent, 1979; Cordero, p. 157 y Santos Torres, 1995, pp. 82-88. 51 Tomás y Valiente, 1997. 52 Lorenzo Cadarso, 1993. 53 Heras Santos, 1991, p. 252; Santos Torres, 1995, p. 261 y Bennassar, 1982, p. 78 y 1997, pp. 23-50. 54 Durán, 1976; Costa Clavel, 1980 y López Morán, 1980, pp. 15-22. 55 Vázquez Apiriz, 1976. 56 Mantecón Movellán, 2002c, pp. 177-211. 57 Reguera Acedo, 2002. 46

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CAPÍTULO IX LOS PIRINEOS: FRONTERA O NEXO ENTRE LAS VERTIENTES

1. LA FRONTERA DIFUSA: LOS LAZOS ENTRE LOS VALLES A pesar de que el Pirineo aparezca hoy ante nuestros ojos como una de las fronteras más antiguas y consolidadas de Europa, el hecho es que esta delimitación ideológica, política y económica es mucho más reciente de lo que pueda parecer1. Frente a la demarcación política, que quedó más o menos definida entre los siglos XVI y XVII, la frontera identitaria, la conciencia de pertenecer a dos identidades nacionales distintas, fue un logro del Estado mucho más tardío2. Peter Sahlins ofrece el ejemplo de la Cerdaña, territorio catalán anexionado por Francia en 1659. La conquista política no modificó las señas de identidad de la región, y los esfuerzos franceses por asimilar culturalmente el territorio no dieron sus frutos hasta muchos años después3. En la Edad Media y en parte de la Edad Moderna lo que realmente afectaba al individuo era su vinculación a la familia y al lugar de origen. La frontera identitaria nosotros-ellos se situaba en los mismos límites del valle o incluso del municipio. Para los roncaleses, sus vecinos salacencos (altonavarros), suletinos (vascofranceses), ansotanos (aragoneses) o baretoneses (bearneses) eran prácticamente igual de extra1

Poumarede, 1999, p. 469. Peillen, 1998, estudia elementos que separaron y unieron a las vertientes del Pirineo vasco. 2 Kavanagh, 1994, estudia el caso de la frontera entre España y Portugal, un límite político más antiguo que el pirenaico pero, al igual que éste, una delimitación identitaria todavía en construcción. 3 Sahlins, 1989.

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ños, aunque con unos mantuvieran mejores relaciones que con otros. Según García Cárcel, la pertenencia a una jurisdicción más amplia, eclesiástica, señorial o real, apenas dotaba de identidad4. Ser súbdito de los Albret o de Fernando el Católico o estar bajo la jurisdicción del obispo de Bayona o del de Pamplona afectaba poco al universo más local al que estaban circunscritas las comunidades. Cavaillès afirma que durante los tres siglos del Antiguo Régimen existió en los Pirineos una federación entre los distintos pueblos y valles de ambas vertientes. En opinión de este autor, el espacio pirenaico funcionaba como un estado singular, sin capital ni gobierno ni ejército, pero con unas fronteras, un derecho público, una política y unos adversarios definidos5. Sin llegar a la romántica interpretación de Cavaillès, han sido muchos los autores que han descrito los valles pirenaicos como una confederación de repúblicas independientes entrelazadas por medio de acuerdos que sobrevivían incluso a las guerras6. Jean Sermet distingue entre facerías (acuerdos meramente económicos que regulaban el uso de los pastos) y passeries (tratados de naturaleza política, que garantizaban la paz y el comercio entre los valles, independientemente de la política que emprendieran sus soberanos)7. No obstante, parte de la historiografía prefiere las teorías más clásicas de Frairén, que considera sinónimas ambas figuras jurídicas. Este autor considera que las facerías eran acuerdos de contenido eminentemente político establecidos entre comunidades soberanas o casi soberanas que, debido al avance del Estado, quedaron reducidos, tan sólo, a las cláusulas económicas8. La frontera pirenaica a lo largo de la Edad Moderna estaba lejos de ser la raya que separaba dos Estados-nación cohesionados y enfrentados. Es más, siguiendo a Maïté Lafourcade, se trataba de una zona común, un lugar de encuentro entre los valles de ambas vertientes. La economía pastoril sobre la que se sustentaba la existencia de estas sociedades pirenaicas hacía necesaria la paz, el disfrute común, ordenado y acordado de los pastos de altura y las buenas relaciones comerciales y 4

García Cárcel, 1997, pp. 68-71. Cavaillès, 1986. 6 Gorría, 1999. 7 Sermet, 1983. 8 Frairén, 1955, p. 507. Consultar también Brunet, 2002 y Roigé, Ros y Cots, 2002, pp. 481-490. 5

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de parentesco9. Estos tratados de buena vecindad eran indispensables para la supervivencia de los valles, y se respetaban incluso en tiempo de guerra10. Un ejemplo de este tipo de pactos es el conocido Tributo de las Tres Vacas, un acuerdo que comprometía al valle de Baretous a pagar tres reses al de Roncal para, así, mantener la paz y poder gozar de ciertos puertos faceros situados en la vertiente navarra. El origen de este convenio se encuentra en una sentencia arbitral de 1375 y ha pervivido hasta nuestros días, sobreviviendo a las guerras que a lo largo de los siglos han mantenido los Estados de una y otra vertiente11. En 1545, en plena guerra, el valle aragonés de Ansó mantuvo en pleno vigor los tratados de paz con Bearne. Domingo de Aranceta, un soldado destacado en esta localidad, ignoró estos acuerdos y, con la excusa de estar en guerra, asaltó y mató a varios mercaderes bearneses que, confiados, se dirigían a Ansó. La indignación en el valle fue enorme, ya que las buenas relaciones entre los dos valles se habían puesto en serio peligro, por lo que el soldado fue apresado12. Durante gran parte de la Edad Moderna la única delimitación que tuvo sentido para los habitantes de los Pirineos fue la local, el límite acordado entre las comunidades de uno y otro lado. La frontera entendida como una raya que separaba dos identidades nacionales fue una construcción ideológica que tardó mucho tiempo en consolidarse en el universo mental de los habitantes de estas montañas13. Sin duda, esta situación se vio favorecida por el hecho de que ambas vertientes, al igual que sucedía en Cataluña, compartieran una misma lengua, costumbres, etc. Igualmente, hay que recordar que la frontera política, en estos casos, era de muy reciente creación, por lo que al Estado le resultaba muy difícil romper los lazos que secularmente habían unido uno y otro lado. Durante gran parte del siglo XVI habitantes de la Baja Navarra pudieron acceder a oficios, beneficios, vicarías y pensiones en la Alta Navarra. Una ley de Cortes de 1583 acabó con este recuerdo de la antigua unidad del reino argumentando que, al ser vasallos de otro príncipe, los habitantes de Tierra de Vascos debían ser considerados 9

Laforucade, 1998, pp. 340-344. Peralbes Díaz, 1997, p. 121. 11 Idoate, 1977, pp. 144-146 y Homobono, 1988, pp. 295-297. 12 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95447, 1545. 13 Peralbes Díaz, 1997, pp. 121-122. 10

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extranjeros14. Los límites diocesanos durante parte del XVI tampoco respondieron a las nuevas fronteras políticas. El obispo de Bayona tuvo jurisdicción sobre Irún, Fuenterrabía, Baztán y Cinco Villas hasta que en 1566 Felipe II, aduciendo el peligro protestante que se cernía sobre sus dominios, obtuvo permiso del Papa para incluir «provisionalmente» estos territorios en la diócesis de Pamplona15. Cuando estudiamos la vida de las comunidades pirenaicas, sobre todo en el XVI, sorprende la situación de absoluta permeabilidad de la cordillera. El trabajo, los negocios, la familia y las devociones se repartían sin problemas en ambas vertientes16. En 1553 Juan de Anzaborda, un conocido asaltador de caminos, fue acusado también de traición, ya que, en tiempo de guerra, había traspasado la frontera sin licencia. El acusado afirmaba que «cuando pasó no se acordaba de la guerra que había entre su majestad y el rey de Francia» y que el motivo de su viaje había sido un negocio que mantenía con unos vascos17. En 1546 Juan de Urnieta fue acusado de un importante robo en la herrería Santa Cruz de Goizueta. En su primera declaración justificó un viaje a Francia que había realizado unos días antes alegando que había ido en busca de trabajo, con intención de «trabajar en hacer cerillas» en las localidades fronterizas de Sara y Ainhoa18. En una declaración posterior confesó su delito y dio todos los detalles sobre el asalto. El robo fue planificado por Juan de Munita, vecino de Urnieta y hermano del acusado, y la partida de salteadores estaba formada por varios guipuzcoanos, un navarro y tres labortanos19. Durante el siglo XVI las bandas de salteadores pirenaicos estaban compuestas por personas pertenecientes a territorios separados, en principio, por fronteras políticas y militares, grupos que no tenían ninguna dificultad de comunicación y estaban unidos por lazos de parentesco, amistad o, simplemente, por interés común. 14

Vázquez de Prada, 1993, t. 1, p. 329. Floristán Imízcoz, 1999, pp. 24-25 ha estudiado también para mediados del XVI los vestigios de «lealtad» que sentían los navarros hacia los «legítimos» reyes que reinaban en la Baja Navarra, que tenía más de banderiza que de nacional. 15 Mansilla, 1957, p. 22; Goyhenetxe, 1985, p. 53 y Fortún Pérez de Ciriza, 1986, pp. 138-143. 16 Usunáriz Garayoa, 2000, pp. 286-291. 17 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16011969, 1553, fol. 14. 18 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95509, 1546, fol. 1. 19 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95509, 1546, fols. 2-3.

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Hacia 1570 encontramos una partida de bandoleros en la que destacaban los roncaleses Perico Sagardoy, Juan Ibáñez y Juan Gárate, el suletino Juan de Irigoyen, alias «Canónigo de Santa Engracia», y el ansotano Cerminero. Este grupo actuaba unas veces por separado y otras de manera conjunta, cuando efectuaba los robos más importantes20. Ellos fueron los autores de un famoso asalto a la venta de Velate, donde, haciéndose pasar por oficiales del rey reclamaron los «impuestos de su majestad católica». Ante la actitud extremadamente violenta que mostraron, el ventero huyó por la ventana y su familia se ocultó en un pajar, mientras los bandoleros revisaban y robaban cada rincón de la venta21. También este grupo trasfronterizo de salteadores fue el autor de otro famoso robo que tuvo lugar cerca de Navascués, en el paso de Ollate. Aquí asaltaron a los navarros que regresaban de vender ganado en la feria de Huesca. El aviso lo dio Pedro Varón, un aragonés «ladrón famoso en aquellas partidas», y el botín fue considerable, casi 200 ducados22. En este siglo XVI las partidas pirenaicas de «bandoleros» estaban formadas por «salteadores y hombres de arcabuz» procedentes de «Aragón, del val de Roncal, de este reino o del de Francia,Tierra de Vascos y Bearne»23. La permeabilidad de la frontera, sobre todo en el XVI, no sólo benefició a los bandidos. Como venimos defendiendo, las relaciones entre una vertiente y otra eran muy fluidas, siendo normal que en los problemas de orden y seguridad los valles se prestaran ayuda. Cuando existía un elemento discordante, tanto en el norte como en el sur, ambas partes del Pirineo colaboraban en su persecución. En 1524 las correrías de Martín de Urdax, un conocido bandolero, obligaron, como cuenta Florencio Idoate, a la firma de un convenio entre Baztán y Labort. Gracias a este acuerdo, ambos valles aunaron sus esfuerzos y el bandido fue capturado y ejecutado24. Pedro, alias Sola, vecino de Larrau que había sido azotado en Olorón y desterrado de Bearne, robaba ganados tanto a los de Sola como a los de Roncal y Salazar, por lo que en 1556 los habitantes de los tres valles unieron sus fuerzas y lo capturaron25. 20 21 22 23 24 25

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 1466651, 1573. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11097, 1574, fols. 15-17. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11098, 1574, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11098, 1574, fol. 10. Idoate, 1997, t. 2, pp. 552-555. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 65969, 1556.

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Igualmente, cuando los habitantes de una de las vertientes sufrían un robo, acudían con naturalidad al valle vecino en busca de justicia. Por ejemplo, en 1553 Beltrán de Elizondo, vecino de Ainhoa, se presentó ante el batzarre26 de Baztán y solicitó ante el alcalde, jurados y vecinos que le fuera devuelto todo lo que Anzaborda le había robado27.

2. CONSOLIDACIÓN DE LA FRONTERA MILITAR Y JURISDICCIONAL: EL INICIO DEL DESENCUENTRO

La existencia de una frontera identitaria definida entre los habitantes de un lado y otro de los Pirineos es discutible para gran parte de la Edad Moderna. De lo que no hay ninguna duda es de la existencia de una frontera jurisdiccional y militar entre la Monarquía Hispánica y la francesa a partir del XVI. Aunque los valles de esta región mantuvieron sus tratados de paz y comercio, la dinámica de los nacientes estadosnación pronto se hizo notar en la región. Como la frontera jurisdiccional entre ambas vertientes se volvió cada vez más rígida, la solución conjunta y acordada de los problemas se hizo cada vez más difícil. Los malhechores que delinquían en una vertiente huían a la contraria, seguros de que allí encontrarían la impunidad. Los jueces del lugar en que se había cometido el delito no podían atravesar la frontera y los ministros de la zona que servía de acogida tampoco podían hacer nada, al no tener jurisdicción para castigar delitos cometidos fuera de sus circunscripciones. En 1543 Miguel de Ursúa, señor del palacio de Ursúa en Arizcun, mató a Arnaut Vergara, miembro de un bando rival.Transcurridos unos días el noble baztanés se refugió en un palacio que poseía al otro lado de la frontera y, desde allí, continuó rigiendo la vida de Arizcun, Maya y Errazu. En este caso, como en otros, la frontera sólo funcionaba en su faceta jurisdiccional, tan sólo impedía a la justicia altonavarra capturar a un delincuente. La frontera jurisdiccional francesa también protegió a colectivos que sufrían persecución en los territorios hispánicos. Éste fue el caso de los gitanos, especialmente a fines del XVI y principios del XVII, época en que las leyes hispánicas en su contra se endurecieron y los esfuerzos 26 27

Concejo abierto (vascuence). AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16011969, 1553.

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por expulsarlos de la Monarquía se redoblaron. Mientras que al sur de los Pirineos se les perseguía, tras la frontera los gitanos todavía encontraban cierta tranquilidad. En 1597 varios testigos labortanos describían a Juan de Iturbide, gitano apresado en Sumbilla, como un «gitano y noble de gitanos» que se ganaba la vida en «Lapurde» gracias a «la limosna que los hidalgos de aquella tierra y otros le daban por danzas y bailes y otros regocijos que él danzaba»28. En 1590 una partida de gitanos procedente de Castilla fue capturada en Ibañeta cuando intentaba buscar refugio en Tierra de Vascos. Ellos alegaban haber entrado en Navarra tan sólo de paso hacia Francia, «por huir de las persecuciones que les hacían en los reinos de Castilla y Aragón»29. Ante las Cortes de 1607-1608 Cinco Villas solicitó que se «escribiese al gobernador de Bayona con el fin de que alejase a los gitanos que se habían ido reuniendo en la frontera o, en su defecto, se autorizase a las villas a juntar gente para prender a los gitanos del otro lado de la frontera, ya que robaban casas y ganados»30. En Francia su expulsión decidida no se adoptó hasta el siglo XVIII31. La muga francesa también se convirtió en la «tierra prometida» de los esclavos que huían de sus dueños. Las Cortes de 1628 ordenaron que todos los esclavos que fueran encontrados en el reino sin dueño fueran condenados a galeras, «ya que muchos esclavos huidos pasaban a Francia32, en donde gozaban de libertad para volver a sus tierras, y allí se apartaban de la religión cristiana»33. La medida fue prorrogada en todas las Cortes del XVII. Muchos de los moriscos expulsados en el XVII también tomaron el camino a Francia buscando la protección de la frontera34. En este marco de creciente impunidad jurisdiccional el robo de ganado se convirtió en una actividad cada vez más segura y provechosa. Contrabandistas, cuatreros y asaltadores de caminos pasaron a ser una constante de la muga pirenaica. Este problema era habitual en

28

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 40030, 1597. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 82. 30 Vázquez de Prada, 1993, t. 1, p. 481. 31 AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 4, fajo 2, núm. 3. 32 Azpiazu Elorza, 1997. 33 Vázquez de Prada, 1993, t. 2, p. 168. 34 Reglà, 1974, p. 96; Domínguez Ortiz y Vincent, 1979, p. 195 y Asiáin Ansorena, 1998, pp. 118-119 29

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todas las fronteras del reino, pero los valles pirenaicos no contaban con esta visión global, ellos tan sólo sentían un peligro que procedía del otro lado de las montañas35. Esta situación erosionó, sin duda, los sentimientos y los lazos ancestrales de solidaridad local pirenaica norte-sur. La creciente desconfianza y las barreras jurisdiccionales cada vez más rígidas fueron el terreno fértil que posibilitó el que las comunidades locales asumieran, poco a poco, la dialéctica de identidades nacionales que impulsaban los Estados modernos. Las enemistades y las desconfianzas locales pasaron a entenderse dentro de los discursos nacionales. Los vecinos labortanos, vascos, suletinos o bearneses dejaron de ser tales y pasaron a considerarse, simplemente, franceses. En el siglo XVI asistimos al inicio de este lento proceso de creación de una auténtica frontera también cultural-identitaria, una barrera de separación nítida entre españoles y franceses. A partir del XVII el carácter transfronterizo que había distinguido a los miembros de las partidas de salteadores, en gran parte, desaparece. Aunque muchas veces contaban con apoyo logístico al otro lado de la frontera, el grueso de sus miembros tan sólo pertenecía a una de las vertientes. Los bandoleros pasaron a ser claramente identificados como «los ladrones de Labort» o «los ladrones franceses». En 1654 Juan de Dolare, vecino de Echalar, fue acusado de prestar apoyo a Labe Stregayz y a otros famosos ladrones de Labort que solían asaltar y robar ganado a los vecinos de las Cinco Villas36. En 1680 Juan Iriarte, natural de Baigorri, vecino de Ainhoa y pastor en Errazu, fue acusado por los baztaneses de ser «caudillo y cabeza de ladrones» de su tierra, ya que, «siendo como es natural francés y de la provincia de Labort ha ocasionado daños considerables a los naturales de este reino, pasándoles sus ganados a las hierbas de Francia a fin de que fueran prendados y carneados»37. En 1768 una vecina de Zugarramurdi fue juzgada por «acoger y encubrir gente facinerosa y de mala vida, sacándoles a los confines de Francia cosas comestibles», especialmente en el caso de Martín de Echeverría, «ladrón francés» que asolaba la frontera baztanesa38.

35 36 37 38

Escalera, 1999. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16286, 1654, fol. 22. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 77329, 1680, fol. 40. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 111637, 1768, fol. 55.

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Dentro del binomio nosotros-ellos, la identificación del segundo término fue mucho más sencilla y más rápida que la del primero. Mientras que para designar al vecino del norte se empleaba el gentilicio general «francés», para caracterizar a los habitantes del sur se seguía recurriendo a una perspectiva local: «baztanés», «roncalés», «natural del reino», «aragonés»… Sin duda, la paulatina consolidación de la frontera producía un alejamiento entre las dos vertientes que posibilitaba la caracterización esquemática del extraño, el «francés». Este fenómeno era impulsado por un discurso nacional, profundamente antifrancés, que recogían los valles del sur de los Pirineos. Por el contrario, la caracterización esquemática del «nosotros» como «españoles» era mucho más lenta y dificultosa, ya que tenía que imponerse a las fuertes identidades locales que pervivieron durante toda la Edad Moderna. Aparte de la impunidad que ofrecía la frontera jurisdiccional para cometer asaltos y robos de ganado, el desencuentro entre las dos vertientes del Pirineo se vio impulsado por toda una serie de circunstancias que reforzaron los mutuos recelos y enemistades. Gracias a los pactos que ya hemos comentado, los valles lograron, a menudo, mantenerse al margen de las luchas que sostenían sus soberanos. No obstante, en ocasiones, no tuvieron más remedio que verse envueltos en muchas de las guerras de la Edad Moderna39. Durante el siglo XVI, ante la amenaza de ataques franceses, una de las compañías destacadas en Navarra estuvo apostada permanentemente en la frontera40. En el siglo XVII, en 1635, en el marco de la Guerra de los Treinta Años, las tropas españolas invadieron Labort y asaltaron las localidades de Urruña, Ciburu y San Juan de Luz. Esta acción provocó un contraataque francés al mando del Duque de la Valette, que ocupó la región del Bidasoa, quemó la villa de Vera y puso cerco a Fuenterrabía41. En 1682 las Cinco Villas solicitaron la «exención del repartimiento de dos reales para la gente de guerra». Para ello alegaban que, debido a su

39

Relación de las guerras con Francia consultar Floristán Imízcoz, 1993d, pp. 401-406. 40 Idoate, 1981. 41 Torre, 1976, p. 176. El Sitio de Fuenterrabía se convirtió en un símbolo de la unidad nacional que en esta época buscaba el conde duque de Olivares. Zudaire Huarte, 1964, p. 158; Stradling, 1983, pp. 130 y 1989, pp. 433-442; Elliott 1986, p. 298 y Usunáriz Garayoa, 2003a, pp. 22-25.

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situación fronteriza con Labort, estaban sometidos a peligros constantes de «entradas enemigas, incendios, robos…» y esta situación les obligaba a mantener en la frontera, a su costa, una guardia constante de cincuenta hombres42.A fines del siglo XVIII y principios del XIX la Guerra Contra la Convención, especialmente grave en Navarra, y, sobre todo, la de Independencia supusieron un hito definitivo en la asunción de identidades nacionales. De hecho, la tensión bélica iba más allá de las expediciones militares convencionales. Muchos vecinos de los valles aprovechaban la situación de guerra para asaltar impunemente al otro lado de la frontera, alimentando de esta forma el distanciamiento entre ambas vertientes. En la década de los treinta del siglo XVI Juanicot Rosa, vecino de Ezpeleta, pasó de ser considerado por los vecinos de Baztán un «hombre pacífico que trabajaba en su oficio» a «estar reputado por hombre de mala vida e infamado de público ladrón». El cambio en la conducta que mostraba este individuo al sur de los Pirineos tuvo lugar «en tiempo de guerra»43. La guerra proporcionó a Rosa la oportunidad de realizar asaltos y robos con una impunidad, e incluso legitimidad, que anteriormente le hubiera sido imposible. Las relaciones entre los vecinos de un lado y otro lado del Pirineo, tradicionalmente fluidas, se vieron seriamente obstaculizadas por el escenario bélico en que estaban inmersas la Monarquía Hispánica y la francesa. Las personas que querían internarse en los valles altonavarros no podían hacerlo libremente como antaño; en tiempo de guerra, por ejemplo a mediados del XVI, debían contar con una licencia expresa del virrey. En 1559 Bernart de Crucheta, natural de Vascos, necesitó la licencia virreinal para poder ir a Castillonuevo, donde guardaba unos cerdos44.También en 1559 Pedro de Arizcuren presentó como testigo en una causa de asalto de caminos a Joanes Ganbart, un pastor de Vascos que había «entrado en este reino y salido sin licencia de vuestra señoría, estando los puertos cerrados con recias penas e incurriendo en ellas». Justo cuando el testigo volvía a su tierra fue capturado por los «guardas del puerto de Burguete», aunque, poco después, el virrey ordenó que fuera liberado45. 42 43 44 45

AGN, Guerra, Leg. 5, Carp 10, II. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 36198, 1539, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 37047, 1559, fol. 4. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 37049, 1559, fol. 1.

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3. PROTESTANTISMO VERSUS CATOLICISMO PIRENAICO EN LA ERA CONFESIONAL: EL NACIMIENTO DE LA FRONTERA IDENTITARIA En el siglo XVI el asentamiento del protestantismo en la vertiente norte de los Pirineos constituyó un hecho fundamental en la definición de una auténtica frontera cultural-identitaria. Como venimos defendiendo a lo largo de todo el trabajo, la primera mitad de la Edad Moderna estuvo caracterizada por una visión integral de la religión. La confesión profesada dotaba a la comunidad de una organización social, de una escala de valores y, fundamentalmente, de una identidad. La Monarquía Hispánica logró una cohesión casi nacional gracias al catolicismo que defendía. Los antiguos vecinos de los valles norteños se convirtieron para los valles meridionales en la amenaza hereje. Ante este peligro la Monarquía Hispánica reaccionó igual que lo hacían las ciudades ante la peste: controló las puertas de su muralla pirenaica y vigiló el tránsito de personas y mercancías que pudieran contagiar a la población sana que se protegía tras la cordillera. La conciencia de la diferencia en Navarra se basó en el miedo al protestantismo, todavía más presente en este territorio debido al irredentismo de los Albret46, ahora protestantes47. La situación de guerra civil que vivía la Francia del XVI fue aprovechada por católicos y protestantes para realizar todo tipo de tropelías, no sólo con impunidad sino, sobre todo, con «legitimidad». En 1571 el bandolero Martín de Ayet fue acusado de haber robado tres caballos a un enviado del obispo de Bayona, matar a un hombre en la Guetaria labortana y cometer «en diferentes veces delitos muy feos y enormísimos en diferentes partes de Gascuña, Bearne,Vascos y otras partes»48. El senescal de las Landas lo había condenado a muerte y, por ello, había cruzado la frontera hacia la Alta Navarra, donde fue capturado49. Los testigos presentados ante el fiscal eran claramente católicos, todos pro-

46 Floristán Imízcoz, 1993a, pp. 332-334 y Herreros Lopetegui, 1996, pp. 228-231. 47 La influencia de las Guerras de Religión en la Alta y la Baja Navarra en Goyhenetxe, 1985; Gallastegui Uncín, 1990; Olaizola, 1993; Arbeloa, 1993; Carnicer García, 1998; Floristán Imízcoz, 1999, Usunáriz Garayoa, 2000 y Vázquez de Prada, 2004. 48 AGN,Tribunales, Reales, Procesos, 97842, 1571, fol. 93. 49 AGN,Tribunales, Reales, Procesos, 97842, 1571, fol. 19.

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cedían del Labort, lugar donde la reforma calvinista apenas tenía fuerza.Además, en caso de ser hugonotes, no habrían sido aceptados por el Consejo Real y habrían debido comparecer ante la Inquisición. No obstante, el acusado insistió en desacreditar a los testigos presentados por el fiscal por considerarlos «huguenantes y herejes, que no suelen oír misa ni los otros divinos oficios, ni confesarse ni recibir los sacramentos de la Iglesia, y públicamente profesan la secta herética.Y como los demás herejes de Bayona y toda su comarca tienen mucho odio y mala voluntad a mi parte, porque se ha señalado en guerras contra ellos». Además, justificaba cualquier delito en contra de los hugonotes, ya que había «edicto del rey en todo el reino de Francia para que cada uno pueda tomar y tome a su voluntad cuales quiere bienes y hacienda de luteranos y herejes y se aproveche y haga de ellos lo que quisiere sin incurrir por ello en pena ninguna»50. También en 1571, momento culmen de las Guerras de Religión, los suletinos Domingo de Galardi, Petri Aguerre y Bernart Caricart «concertaron entre ellos de que fuesen a Bearne a hurtar ganados». Efectivamente, así lo hicieron y a cuatro leguas de Santa Engracia robaron trece yeguas que trataron de vender en la villa altonavarra de Ochagavía. Aquí estas personas gozaban ya de cierta fama: uno había «sido azotado y desorejado en Francia, como ocularmente» se podía comprobar, y los otros habían robado tiempo atrás unas ovejas en Uztárroz, por lo que el alcalde de la villa los prendió. Los acusados negaron la acusación de robo de las trece yeguas y alegaron legítima defensa, pues los ganados los habían «tomado» a «luteranos» de Bearne, hugonotes que robaban «los bienes de los católicos». En definitiva, el robo y el asesinato estaban justificados al otro lado de la frontera siempre y cuando se cometieran contra los miembros de la confesión contraria. Éste fue un caldo de cultivo que favoreció el bandolerismo en todas sus formas. Felipe II vio a parte del bandolerismo pirenaico, sobre todo al catalán, como un fenómeno íntimamente relacionado con el protestantismo, una vanguardia hugonote que amenazaba sus fronteras al igual que lo hacían los piratas berberiscos a favor del turco en el Mediterráneo. No obstante, tanto en Navarra, ya los hemos visto en los ejemplos anteriores, como en Cataluña, la posición mayoritaria de los salteadores, era la de acérrimos católicos51. 50 51

AGN,Tribunales, Reales, Procesos, 97842, 1571, fol. 196. Reglà, 1969 y Gorría, 1999.

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4. EMIGRACIÓN FRANCESA HACIA EL SUR: LA XENOFOBIA La difícil situación que vivió el sur de Francia en el siglo XVI, sumido en la guerra civil y la persecución religiosa, y en gran parte de la Edad Moderna, debido a la falta de trabajo, la pobreza y el hambre, provocó una fuerte emigración hacia el otro lado de los Pirineos. La irrupción masiva de franceses pobres en busca de trabajo provocó un fuerte sentimiento xenófobo que reforzó, todavía más, la conciencia de la diferencia52. Este fenómeno, estudiado principalmente para Cataluña, se produjo en todos los territorios al sur de la cordillera53. Los valles pirenaicos mantenían tratos seculares con sus vecinos del norte y, además, no eran el destino habitual de estos emigrantes, ya que ofrecían pocas oportunidades de trabajo, por lo que es difícil que este prejuicio xenófobo se generara en la misma frontera. La emigración se dirigió más al sur, a Pamplona, al interior del reino o a la Ribera, lugares donde sí que había posibilidades de encontrar trabajo. Fue aquí donde se generó, poco a poco, el sentimiento xenófobo que ya hemos descrito en otros apartados, donde se hizo patente la diferencia con «el francés», «el gabacho»: pobre, hablante de otra lengua o dialecto de vascuence y sospechoso de herejía54. Estos prejuicios se hicieron comunes en toda Navarra y, seguramente, también terminaron afectando a la relación que mantenían los valles pirenaicos. Salas Ausens data la generalización de este sentimiento en Aragón más bien hacia el siglo XVII55. En 1671 Diego de Barcux, pastor suletino que servía en Cárcar, fue asaltado en las inmediaciones de Lerín por cuatro hombres. En cuanto pudo liberarse dio aviso y su amo organizó una persecución que dio con los salteadores en Valtierra. Cuando el alcalde de la villa quiso apresar a los sospechosos, éstos se resistieron y se pusieron a gritar: «que por un gabacho testigo falso tengamos esto […]. Mejor fuera haberlo muerto, y que no valía ochenta reales y que por matar a un gabacho que tonta es»56. 52 Cavillac destaca cómo a fines del XVI los tratadistas consideraban que la mayor parte de los vagabundos eran «franceses y gascones» herejes que acudían disfrazados de peregrinos en busca de limosnas «como si fuesen a las Indias viniendo a España», Cavillac, 2003, p. 22. 53 Colás Latorre-Salas Ausens, 1982, p. 24; Nadal y Giralt, 1960 y Almaric, 1994. 54 Balancy, 1990, pp. 45-46; Langé, 1993, pp. 134-148, Almaric, 1994, pp. 423-424. 55 Salas Ausens, 1981, p. 253. 56 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 76770, 1671, fol. 31.

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Cuando estudiamos las guerras de religión observamos lo poco reales que eran las sospechas de herejía en lo que a los vascofranceses se refiere, el colectivo más importante de inmigrantes en Navarra: en Labort el credo evangélico apenas había penetrado y en los territorios de Ultrapuertos y Sola la resistencia católica era masiva. No obstante, desde la distancia, todo francés era sospechoso, incluido el que había huido de la persecución hugonote57.

5. LA DIALÉCTICA NACIONAL Y LA PERCEPCIÓN DE LOS CONFLICTOS LOCALES PIRENAICOS

Aparte de los conflictos más internacionales que hemos descrito, los valles pirenaicos mantenían entre sí diferencias y enemistades ancestrales, circunscritas, en principio, a un ámbito exclusivamente local. Este tipo de hostilidad fue muy habitual en la Edad Moderna, ya que alrededor del municipio se organizaba la identidad y la economía de la comunidad. Unas veces los pueblos se enfrentaban por la posesión de un santuario, otras por venganza ante las afrentas recibidas y otras por el disfrute de unos pastos58. Como venimos defendiendo a lo largo de este punto, la irrupción de los discursos nacionales en la frontera pirenaica introdujo, poco a poco, la dimensión nacional en la percepción que los valles tenían de sus conflictos norte-sur. La crisis económica del XVI se cebó de forma especialmente grave en la vertiente norte de los Pirineos, donde casi un siglo de guerras civiles y religiosas habían dejado a los valles en una difícil situación. En 1596, «padeciendo extrema necesidad y muriendo de hambre toda su tierra», unos criados del señor de Apate, distinguido católico de la Baja Navarra, trajeron por los puertos de la Aézcoa «hasta dos cargas de trigo para su sustento». «Sabiendo que eran sus criados y que vuestra majestad tenía a bien que no se descaminase el dicho trigo», Martín de Echeberría, escribano, acompañado de otros vecinos de Villanueva de la Aézcoa, «los descaminó o hizo descaminar y trató mal a los dichos criados que llevaban el dicho trigo de obras y palabras, diciendo que no habían de dejar llevar para luteranos el dicho bastimento»59. 57 58 59

Olaizola, 1993. Homobono, 1988, pp. 273-276; Rivas Rivas, 1994 y Alline, 1998, pp. 367-370. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12681, 1596, fol. 130.

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La afrenta que hicieron estos aezcoanos a los bajonavarros fue enorme.Tengamos en cuenta el odio que se había generado entre los católicos de Ultrapuertos tras casi cincuenta años de guerra y resistencia contra el protestantismo de los Albret.A ellos, a la vanguardia del catolicismo, sus correligionarios del sur les habían robado el trigo en tiempo de hambre y, además, les habían tratado como a los «luteranos» que combatían. El señor de Apate, Beltrán de Santesteban, «por vengarse y satisfacerse de ellos, importunó» a Juan de Amorós, señor de Amorós, «y al dicho su hermano por muchas veces que fuesen a Villanueva y les cogiesen el dinero y plata que pudiesen para tener de ellos satisfacción y recompensa de su daño». Así pues, el señor de Amorós y el hermano del de Apate accedieron y rogaron a «algunos criados allegados, vecinos, amigos suyos que se aparejasen con sus arcabuces para hacer con ellos una jornada» contra Villanueva de la Aézcoa. Hasta treinta deudos «se juntaron en la puerta de la casa y palacio de Apate […] y, presente el dicho Beltrán de Santesteban, mayorazgo, y holgándose de ello y animándolos, cenaron en el dicho palacio, y luego caminaron hasta que fuese el alba, y para el día se emboscaron en un monte»60. En su defensa, además de justificar su acción como una «satisfacción» justa ante la injuria que habían recibido de los aezcoanos, apelaron a su condición de católicos y, por ello, prácticamente de españoles. Confesión y nación quedaban totalmente entrelazadas en los alegatos de estos nobles bajonavarros. El de Apate afirmaba que, tanto él como el de Amorós, eran «buenos y católicos cristianos y, como tales, se han adherido siempre al servicio de vuestra majestad, empleando sus personas y poniendo en peligro sus vidas contra la secta luterana y adhiriéndose siempre a la liga y a las cosas de España», al igual que siempre había hecho su padre, que «fue gobernador de la fortaleza y castillo de Dax con su jurisdicción y tierras, y en el dicho gobierno y en otros sirvió con toda fidelidad y cuidado, y fue de mucho servicio a vuestra majestad y al aumento de su imperio y tierras». Es más, «a causa de haberse mostrado el dicho mos. de Santesteban por tan adherido al servicio de vuestra majestad y de las cosas de España, le han tenido, y aun ahora le tienen los que son de la parte de Francia, por enemigo, y le han ocupado mucho y tomado su hacienda y tierra y le tienen por español»61. 60 61

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12681, 1596, fol. 5. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12681, 1596, fol. 130.

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El profesar la confesión católica y el ser de «dichas calidades y condición», había hecho, según la defensa, que, «si algunas veces se intentaba en las tierras y distritos donde mis partes viven de querer hacer algún asomo o entrada para este reino a los lugares más confines y cercanos al de ellos, siempre lo han estorbado e impedido con mucho valor, esfuerzo y ánimo, de manera que no pusiesen en ejercicio su mal designio.Y es muy cierto que si no es por el ánimo y deseo que siempre han mostrado en servir a vuestra majestad, hubieran más veces inquietado a este reino o hecho muchos robos y extracciones de los que se hacen en los lugares que están cercanos a los dichos puertos»62. «Todo el distrito y Tierra de Vascos y la Baja Navarra» suplicó al rey «por merced, en caso que en algo hubieren delinquido, se le haga merced de las personas de los dichos mos. de Santesteban y Amorós». Para ello, además de a su condición de fervientes católicos y defensores de las «cosas de España», apelaban al restablecimiento de la paz con el valle de la Aézcoa, para que en adelante se pudiera «vivir sin recelo alguno de disensiones ni enemistad»63. Este interesante conflicto entre aezcoanos y bajonavarros, en un principio de carácter local, se inscribió, pues, dentro de una dinámica mucho más general propia de la Era Confesional: el surgimiento de unas identidades nacionales totalmente unidas a la religión. Mientras que al sur de los Pirineos en el siglo XVI ser «francés» significaba ser protestante, al norte ser «español» consistía en ser católico. Hay que subrayar cómo cambió la forma de identificar al habitante del otro lado de la frontera. En un principio, para un aezcoano el suletino era únicamente suletino, al igual que para un suletino el aezcoano era sólo aezcoano; durante este periodo el aezcoano pasó a considerar al suletino como francés, no distinguiéndolo de bearneses o gascones, y el suletino pasó a considerar al aezcoano como español, sin diferenciarlo de aragoneses o castellanos. No obstante, a ambos lados de la frontera la identidad nacional propia se desarrollaba de una manera más lenta, pues en cada valle se mantenía con toda su fuerza la identidad local. Es muy significativo que en el Seiscientos los términos «España» y «español» sólo fueran utilizados por soldados y extranjeros, es decir, por personas que, desde la distancia, conceptualizaban una tierra o, mejor dicho, una causa. Para los soldados de los tercios o para los extranjeros 62 63

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12681, 1596, fol. 131. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12681, 1596, fol. 132.

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España era catolicismo, era por eso por lo que luchaban, o contra eso contra lo que combatían. Dos años después del incidente entre Villanueva de Aézcoa y los nobles bajonavarros, un hecho similar estuvo a punto de enfrentar a los valles de Salazar y Sola. Ese año, también época de hambre y necesidad para los habitantes de la vertiente norte, unos guardas de Ochagavía requisaron injustamente una carga de «trigo que llevaban los del dicho lugar de Larráun y los demás vascos». En la plaza de esta localidad suletina muchos vecinos se reunieron indignados y Petri Barber, conocido bandolero de la zona, juró con estas palabras encabezar la venganza de Sola más allá de las montañas: Juro a Dios que tengo de hacer una compañía de sesenta ladrones, y siendo yo el capitán de ellos y como tal capitán llevaré unas plumas en el sombrero, y tengo que salir por los puertos adelante y hacer muchos robos y salteamientos64.

A pesar de las amenazas, la expedición en contra de los salacencos no llegó a organizarse y las relaciones entre los dos valles volvieron a la normalidad. Lejos de estas crisis puntuales, de estas afrentas ocasionales, las rupturas continuadas de los acuerdos faceros, que ordenaban el disfrute de pastos en las zonas fronterizas, produjeron las diferencias más graves y prolongadas entre los valles de ambas vertientes del Pirineo. Durante cuatro siglos los valles altonavarros de Valcarlos, Erro y Baztán se enfrentaron al bajonavarro de Baigorri en una auténtica guerra por el control y disfrute de los pastos del territorio de Alduides. Las incursiones de una y otra parte, las colonizaciones, los asaltos, los robos, las muertes y, sobre todo, el odio dividieron a este rincón del Pirineo65. Una vez más nos encontramos con el mismo esquema, un conflicto local que se remonta a la Edad Media que, con la llegada de la Edad Moderna, pasó a ser entendido paulatinamente por sus protagonistas desde una perspectiva más nacional. En la Baja Edad Media todos estos valles pertenecían al reino de Navarra, con lo cual las aspiraciones de unos y otros se circunscribían a su política interna, tal y como ocurría en los territorios de Urbasa o las 64 65

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99809, 1598, fol. 33. Floristán Imízcoz, 1993d, p. 404.

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Bardenas. Según Fernando de Arvizu, la raíz del problema fue la extrema necesidad de pastos que padecía el valle de Baigorri. Sus hierbas eran totalmente insuficientes para sostener la considerable cabaña ganadera que requería su alta densidad de población, y por ello sus vecinos se veían obligados a utilizar pastos que, en principio, no les correspondían66. Fue en el último cuarto del siglo XVI cuando el conflicto empezó a adquirir un cariz más violento. En 1585 los vecinos de Valcarlos prendieron unas reses a los de Baigorri, y éstos, en represalia, tomaron «todos sus ganados, entrándoles en sus propios términos y dentro de este reino». El virrey informó al rey de este inoportuno incidente, que ponía en serio peligro «la paz y quietud y sosiego de estas fronteras y de todo este reino y la conservación de la dicha paz y de la buena correspondencia que ahora hay entre vuestra merced y el príncipe de Bearne»67. A partir del siglo XVII el conflicto se recrudeció. En junio de 1611 los baigorrianos mataron de un disparo al jurado de Mezquíriz.Al mes siguiente los vecinos de Val de Erro quemaron cabañas, tomaron rebaños e hicieron prisioneros, aunque, cuando regresaban, sufrieron una emboscada de los de Baigorri. En 1612 el vizconde de Echauz, señor de la localidad bajonavarra, informó al marqués de La Force de que sus vecinos no podían ir a Val de Erro, pues allí eran maltratados y hechos prisioneros, y que los de este valle venían «a insultar a los de Baigorri a las mismas puertas de casa». En 1612 una fuerza de entre 2.000 y 3.000 hombres armados de Val de Erro y Baztán recorrió los mojones y quemó varias cabañas baigorrianas que estaban en sus dominios. Al poco tiempo, veinticinco vecinos de Baigorri armados destruyeron los mojones que habían repuesto los altonavarros68. Éstos sólo fueron los conflictos más importantes entre 1611 y 1612, pero la lucha, unas veces más cruenta y otras más atenuada, se mantuvo hasta el mismo siglo XIX69. La solución al problema de Alduides no llegó hasta el tratado de 1856, en virtud del cual se establecieron dos fronteras, una económica, que otorgaba a los baigorrianos un disfrute de pastos satisfactorio, y otra política, con la que se solucionaba la cuestión de la soberanía. Esta 66 67 68 69

Arvizu, 1992, p. 211. AGS, Estado, 360/6, fol. 1. Arvizu, 1992, pp. 218-219. Esarte, 1983;Arvizu, 1992, pp. 217-229 y Salcedo Izu, 1998.

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solución según Arvizu, genial, satisfizo las necesidades y los deseos de todas las partes implicadas y acabó, de una vez por todas, con las tensiones de Quinto Real70. Aunque de menor importancia que la cuestión de los Alduides, otras facerías fronterizas también dieron lugar a conflictos locales entre las dos vertientes de los Pirineos. Así ocurrió en el caso de AézcoaCisa71,Valcarlos-Cisa72 o Roncal-Sola73. En este último el enfrentamiento adquirió bastante gravedad a partir de 1715, al no renovarse el amojonamiento que desde 1675, cada seis años, revisaban de forma acordada los dos valles. En 1733 cincuenta vecinos Uztárroz, congregados a toque de campana, persiguieron a una partida de treinta suletinos que había prendido doscientas ovejas en sus términos. Después de adentrarse en Sola los roncaleses encontraron sus ovejas mezcladas con otras del lugar, tomaron todo el rebaño y apresaron a los cuatro pastores que lo guardaban74. Ante esta acción de los roncaleses, los suletinos apenas pudieron «contener los genios exasperados», y se quisieron «tomar justa venganza»75. Los conflictos continuaron a pesar de los esfuerzos de las autoridades de ambas vertientes, el virrey de Navarra y el comandante de la provincia de Sola.

6. EL PIRINEO EN LA EDAD MODERNA: LAS BASES PARA UNA FRONTERA CULTURAL-IDENTITARIA A lo largo de todo este capítulo nos hemos esforzado en resaltar los factores de división entre una vertiente y otra, los elementos que propiciaron la creación de una auténtica frontera también cultural-identitaria entre Francia y España. Esta focalización tal vez ha podido distorsionar una realidad que hemos descrito al comienzo: lo difuso de la 70

Sermet, 1983 y Arvizu, 1997. Arvizu, 1983, p. 34 y Etxegoien, 1997. 72 Dispararon contra dos vecinos de Irisarri y Eleta que, haciéndose pasar por vecinos de San Juan de Pie de Puerto, pretendían usurpar «la comunidad de pastos» que había entre Valcarlos y Cisa. AGN,Tribunales Reales, Libro de Consultas al Rey, 7, f. 502. 73 Arvizu, 1983, p. 37. 74 AGN,Tribunales Reales, Libro de Consultas al Rey, 7, fols. 378, 432 y 435. 75 AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 22, fajo 1, núm. 9. 71

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frontera pirenaica en la Edad Moderna. Efectivamente, los valles mantuvieron durante toda la época unas fuertes relaciones comerciales, ganaderas, políticas, culturales y familiares que les dotaron de una gran cohesión. Frente a esta identidad pirenaica lucharon, muchas veces sin éxito, los nacientes estados-nación. La colaboración entre las vertientes tanto para la comisión de delitos como para la protección frente a problemas comunes, como el del bandolerismo y el robo de ganado, resultan un buen ejemplo de esta, cuando menos, buena vecindad. Por ejemplo, en 1655 el viajero holandés Francisco Van Aerssen quedó asombrado de que el reino mantuviera tratos comerciales con los franceses, como si no existiera guerra entre las dos monarquías76. En una fecha tan tardía como 1798 los ladrones de Aralar también fueron capturados gracias a la colaboración francesa, ya que el Labort y la Baja Navarra también sentían una gran devoción por el ángel robado y compartían el dolor de su pérdida77. En la Edad Moderna se pusieron las bases para la creación de una verdadera frontera que tan sólo se definió claramente en el siglo XIX, bajo el Estado liberal. Sólo en esta época el concepto de nación se perfiló claramente y fue asumido por la gran mayoría de los habitantes de España y Francia, incluidos los valles pirenaicos. El Estado liberal contó con instrumentos fundamentales, como el servicio militar, la enseñanza obligatoria, las comunicaciones…, que le dotaron de una coherencia nacional hasta entonces imposible78. Igualmente, los enfrentamientos bélicos entre ambos Estados, así como las invasiones de la Guerra Contra la Convención y la Independencia, provocaron una auténtica reacción nacional, una toma de conciencia sin precedentes79. Los nuevos discursos se impusieron, sólo entonces, a las fuertes identidades locales que a lo largo de la Edad Moderna habían constituido la referencia esencial para prácticamente todos los súbditos del rey80.

76

Iribarren, 1984. Goñi Gaztambide, 1987, t. 7, pp. 387-390. 78 Gómez Ibáñez, 1975, pp. 56-94. 79 Maestrojuan, 1998. 80 Mairal Ruiz, 1994, p. 13; Pujadas, 1999; Moncusí Ferré, 1999; Leizaola, 1999 y Douglass, 1999. 77

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CAPÍTULO X EL VECINO DEL ESTE: EL REINO INGOBERNABLE

1. EL VECINO DEL ESTE: EL REINO INGOBERNABLE El inicio de la modernidad en Navarra se vio subrayado por un hecho fundamental: la conquista castellana. La incorporación del reino a la Monarquía Hispánica a través de un método tan expeditivo permitió al rey reformar profundamente sus instituciones, instaurando un modelo de Estado que se mantuvo estable durante tres siglos. Igualmente, la conquista acabó con las expresiones más violentas y apagó, poco a poco, las rivalidades y los rencores que se habían desatado durante las guerras banderizas que pocos años antes habían consumido al reino. La Edad Moderna en Navarra, en líneas generales, se vio caracterizada, pues, por una relativa paz política y social. En Castilla, a comienzos de la Edad Moderna, una victoria militar, la aniquilación de las Comunidades, también permitió al monarca reformar las instituciones regnícolas en pos del establecimiento de un Estado moderno absoluto, alejado de toda idea de pacto1. Los reinos de la Corona de Aragón, al contrario de los situados bajo influencia castellana, no sufrieron a inicios de la Edad Moderna ninguna alteración política seria que permitiera al rey reformar sus poderosas instituciones forales. Entre todos ellos, según Belenguer, el reino más ingobernable, el más rebelde a la voluntad regia, fue Aragón2. Durante todo el siglo XVI el enfrentamiento entre el soberano y los defensores de las instituciones forales aragonesas impregnó, potenció y

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Pérez, 1989, pp. 148-161 y Maravall, 1970. Belenguer, 2001, p. 243.

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dotó de sentido a muchas de las alteraciones que sufrió este reino. En este marco hemos de entender el apoyo incondicional del rey a la ciudad de Zaragoza en el dudoso pleito contra el noble Sebastián de Hervás (1550-1558) o a favor del Privilegio de los Veinte, una institución que permitía a la ciudad administrar justicia al margen del reino3. Los ataques contra los moriscos (la obligación de convertirse al cristianismo en 1526 y su desarme en 1558), también deben ser interpretados dentro de la política regia contraria a las libertades forales. Los moriscos suponían la base del poder de los grandes nobles aragoneses, principales garantes del sistema foral, ya que constituían su fuerza militar y eran sus vasallos más rentables4. Los ataques contra los moriscos eran también agresiones contra sus señores y, por tanto, contra el propio sistema5. El conflicto de la Ribagorza, uno de los más graves que sufrió el reino, cobra sentido también cuando consideramos la política de acoso absolutista frente al sistema foral aragonés. Los vasallos del duque de Villahermosa se rebelaron en este territorio pirenaico con el apoyo más o menos explícito del monarca y sostuvieron por la fuerza sus aspiraciones, ilegítimas según el derecho tradicional6. Todos estos problemas hicieron que los fueros, «transgredidos impunemente»7, perdieran vigencia y que el orden establecido se degradara fatalmente8. El conflicto de Antonio Pérez, los motines de Zaragoza, la ocupación del reino por un ejército castellano, la ejecución del justicia, la represión inquisitorial y, finalmente, las Cortes de Tarazona dieron paso en 1591-1592 a una nueva etapa en la que la autoridad del monarca se impuso sólidamente en el reino9, igual que había ocurrido a principios de siglo en Navarra o Castilla. No obstante, las alteraciones aragonesas del XVI consistieron en algo más que una lucha política. Las diferencias entre pactismo y absolutismo tan sólo fueron el telón de fondo de alguno de los conflictos que ya 3

Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, p. 77. Colás Latorre y Salas Ausens, 1977, pp. 130-131. 5 Carrasco Urgoiti, 1969, p. 8. La oposición de los «señores de vasallos» en Monter, 1992, pp. 108-109 y la persecución de moriscos por la Inquisición en Monter, 1992, pp. 233-272. 6 Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 129-152. 7 Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, p. 135. 8 Colás Latorre y Salas Ausens, 1977, p. 153. 9 Colás Latorre y Salas Ausens, 1977, pp. 154-155 y 1982, p. 632; Monter, 1992, pp. 117-129 y Belenguer, 2001, p. 251. 4

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hemos mencionado. Durante todo el Quinientos el reino sufrió un permanente estado de inseguridad debido a las constantes disputas entre concejos y señores, las cruentas luchas de bandos y el creciente bandolerismo.Todos estos fenómenos respondían a complejas razones de tipo social, económico, jurídico y político, y se vieron agravadas por el desencuentro entre el rey y el reino. En palabras de Colás Latorre y Salas Ausens, esta centuria fue la última de la Edad Media aragonesa, una etapa en la que la estructura política del reino se mostró anacrónica, incapaz instaurar el orden y la autoridad propia de un Estado moderno10.

2. LA RAYA CON ARAGÓN, UNA PAZ INESTABLE Ya hemos mencionado que Navarra vivió tras la conquista una situación de relativa estabilidad. Sin embargo, cuando investigamos la documentación descubrimos que esta aseveración general debe ser seriamente matizada. No debemos olvidar que en esta época todavía pervivía con fuerza el recuerdo de la larga guerra civil que había sufrido el reino. La organización en bandos y los agravios cometidos en el pasado todavía constituían motivos de peso para dividir a la sociedad11. Además, como veremos a continuación, la zona fronteriza con Aragón se hizo eco de la crisis que sufría este reino y, en ocasiones, participó activamente en las disputas y en la criminalidad que lo consumían, como si fuera una parte más de sus tierras. La situación social de Aragón y una parte de Navarra era muy semejante. Ambos territorios, como veremos más adelante, constituían un ámbito común fuertemente cohesionado de relaciones económicas y sociales. Las redes de parentesco y vasallaje y los intereses comerciales, agrícolas y ganaderos, al igual que ocurría en otras fronteras del reino, unían a los aragoneses y a los navarros que habitaban a ambos lados de la raya. De todas formas, a pesar de que el punto de partida

10

Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, p. 84. Habrá que esperar a 1628 para que las Cortes ordenen el fin de toda distinción legal entre agramonteses y beaumoteses. Esta disposición prueba la pervivencia, hasta bien entrada la Edad Moderna, de las divisiones heredadas de las luchas de bandos medievales,Vázquez de Prada, 1993, t. 2, p. 32. Como apunta Usunáriz, 1999, en muchos casos los agravios no habían sido olvidados, así consta en los procesos inciados por pueblos de señorío contra sus señores a los largo del XVI y XVII. 11

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social y económico fue similar, la diferente consolidación del Estado en uno y otro territorio hizo que cada reino evolucionara de manera diferente. Mientras que en Navarra, tras la conquista, las instituciones del reino tuvieron mayor capacidad para hacer frente a las alteraciones sociales y lograron importantes avances en la pacificación y la reforma de la sociedad, en Aragón el Estado fue incapaz de establecer el orden, y la situación se degradó rápidamente. Como explican Colás Latorre y Salas Ausens, durante el siglo XVI se produjo un aumento considerable de la población. Este hecho obligó a muchas poblaciones a colonizar nuevas tierras con las que sostener a su creciente número de vecinos. En la región del Ebro fue posible roturar las tierras comunales, por lo que la necesidad de sus pobladores no fue acuciante. En cambio, en los valles pirenaicos el avance de las tierras de cultivo fue impracticable, al chocar frontalmente con su economía pastoril. Así entendemos, ya lo hemos visto, los intentos desesperados de Baigorri por hacerse con el control de los Alduides. La falta de recursos en las regiones pirenaicas empujó a muchos de sus vecinos a emigrar, cuando menos de forma estacional, hacia la llanura, donde las oportunidades de trabajo eran mucho mayores. No obstante, durante los años de malas cosechas, en las épocas de crisis, las tierras del llano eran incapaces de ofrecer trabajo a sus vecinos del norte, y muchos de estos emigrantes se veían abocados a la delincuencia como único modo de sobrevivir12. Así se explica, tanto en Navarra como en Aragón, el papel protagonista que tuvieron en el bandolerismo de la década de los setenta las personas procedentes de los valles pireniacos (Tierra de Vascos, Bearne, Roncal,Ansó, Hecho y, más hacia el este,Valle de Tena, la Litera o la Ribagorza). La economía, y más concretamente el control de nuevas tierras, en este marco de crecimiento demográfico, fue el móvil de muchas de las luchas que sostuvieron localidades navarras y aragonesas. Por ejemplo, éste fue el motivo de la disputa entre Tarazona y Tudela hacia 1500 o entre Sangüesa y Antón de Albarado un año después13. No obstante, en este mundo moderno, «iniciado el enfrentamiento, las cuestiones de honor adquirían un gran peso». Nobles y concejos «no podían quedar en evidencia ante los restantes miembros del estamento, la opinión del reino y la consideración de sus vasallos» o vecinos. La victoria en estas disputas de 12 13

Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 201-202. Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, p. 90.

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honor era una necesidad social, por lo que, «tras el primer encuentro, no era extraño que pronto se olvidara el motivo inicial y real del litigio»14. Efectivamente, además de motivos políticos (pactismo/absolutismo) y económicos (la lucha por nuevas tierras y el robo para subsistir) el honor también fue un elemento fundamental que podía provocar, o por lo menos impulsar, muchos de los conflictos. Las disputas no sólo se producían entre concejos y señores de distintas comunidades, sino también dentro de las propias localidades, dividiendo a sus vecinos. Los bandos locales solían estar encabezados por las familias preeminentes de la comunidad. Muchas de sus acciones, legítimas a ojos de sus partidarios pero ilegales según las leyes del creciente Estado moderno, les podían arrastrar a llevar una vida al margen de ley.Así mismo, también solían recurrir al uso de «gentes de mala vida» para realizar las acciones más violentas15.

3. BANDOLERISMO Y HONOR, CONFLICTOS SOCIALES Y POLÍTICOS 3.1. Cascante 1530-1540. Un ejemplo de lucha de bandos en el XVI En 1533, por medio de una cédula real, el rey ordenó al virrey y al Consejo Real que dispusieran todo lo que les «pareciere que conviene y de justicia hubiere lugar, para que las» diferencias entre los Antillones y los vecinos de Cascante cesaran «y entre las partes» hubiera «paz y amistad». Para ello, a sugerencia del virrey, ordenó «que no consintiesen estuviesen en ese reino las personas que de los susodichos no quisiesen hacer la paz»16. Gracias a un pleito de 1539 podemos conocer de cerca en qué consistían estas diferencias y valorar su gravedad. Según Sancho Alcalde, cabeza de uno de los bandos de la villa, los Antillones habían matado a siete personas, por lo que, para evitar la sentencia de muerte, alguno de sus miembros se había visto obligado a huir «banido» a Aragón17. Sancho Gómez, notario de Cascante, contaba cómo, hacía once o doce años, «Lope de Antillón, alcaide de Bureta, y Rodrigo de Anti14 15 16 17

Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, p. 91. Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 86-89. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 26, fajo 1, núm. 12. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fol. 1.

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llón, su primo, con una ballesta, camino de entre Ribaforada y Ablitas, y un día víspera de los reyes, mataron a Pedro Escudero, vecino de Novillas o de Mallén.Y que después, dende a un año, poco más o menos, oyó así mismo decir» que «los Antillones habían muerto en el monte de Cascante […] a Diego Malón y Martín de Malón, hermanos, y a Juan de Malón, yerno de Pedro Serrano, vecinos de Cascante». Así mismo, también oyó decir que «los dichos Antillones habían muerto a uno llamado Sancho Martínez, vecino de la dicha villa». Cuando fue preguntado sobre las razones de estas muertes afirmó «que al dicho Pedro e Sancho los mataron por ciertas palabras de enojo que hubo con Fadrique de Antillón en Novillas, y que las otras muertes ha oído decir que las han hecho por diferencias y enojos que había entre los dichos Alcaldes y los dichos Antillones»18. A pesar de las sentencias y las provisiones del Consejo Real los Antillones perseguidos eran acogidos por sus deudos, especialmente por Floristán de Antillón y un tal Cervantes, al que la acusación achacaba haber sido «comunero que, al tiempo de la dicha comunidad en Toledo, fue alguacil mayor por García de Padilla y por María de Pacheco, su mujer, y llevando la dicha vara sacó de la madre iglesia de Toledo y tomó hasta cuatrocientos o quinientos marcos de plata de la dicha madre iglesia, y es uno de los exceptuados en los perdones»19, «y que por ello estaba retraído en este reino de Navarra en casa de su hijo Alonso de Cervantes»20. Entre los más beligerantes de los Antillones destacaba un tal Sesé, casado con una hermana de Lope, el cabeza de la familia. Este aragonés se dedicaba a perseguir a caballo, armado con una lanza, a los Alcaldes que se atrevían a salir de sus casas. En una ocasión, «concertado con Floristán de Antillón», buscó a Miguel de Aybar, arremetió contra él a caballo «y le dio cuatro o cinco golpes y lo derribó en tierra por muerto». Unos días después, se paseó por la villa de Cascante «encima [de] un caballo, dando voces y diciendo: ¿Dónde están estos traidores?, llamando por Sancho Alcalde y sus parientes». Dos años antes este «bandolero» salió de la «casa del dicho Cervantes a caballo con su lanza y encontró» a Miguel López en la puerta de la casa de un amigo «y le dijo: don traidor aquí estáis, y arremetió contra él con su lanza y caba18 19 20

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fols. 7-8. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fol. 17.

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llo». Dos meses antes del proceso «Sesé fue a una heredad donde estaba Per Alcalde, sobrino del dicho Sancho Alcalde»21, y se dirigió a él llamándole Francisco Ruiz, «y el dicho Per Alcalde le respondió: no soy Francisco Ruiz, sino Per Alcalde y no puedes engañarme, y si algo me queréis apeaos del caballo y vernos hemos con Dios, y en esto el dicho Sesé le dijo: ¡Oh, hijo de puta, villano!, y el dicho Per Alcalde le dijo que mentía y era tan buen hidalgo como él, y con tanto se fue el dicho Sesé murmurando para sí»22. La red de apoyo con la que contaban los Antillones en Navarra no sólo se circunscribía a Cascante.También Tudela tenían deudos dispuestos a prestarles ayuda. Por ejemplo, Sancho de Antillón, vecino de esta ciudad, receptó «en su casa y fuera de ella, en muchas partes de este reino, a los dichos Antillones encartados y acotados», e, incluso, llegó a participar directamente en las acciones de su bando, como la muerte de Pedro de Espíroz, vecino de Ablitas muerto en los términos de esta localidad23. Los desafíos, las emboscadas, las demostraciones de fuerza y todo tipo de actos violentos cometidos por los Antillones contra los Alcaldes se sucedieron a lo largo de los años. Según los testigos, Floristán de Antillón andaba «dentro de la dicha villa en todo tiempo, de día y de noche, con una escopeta de fuego de pedernal de dos o tres tiros amenazando y diciendo que ha de matar a Sancho Alcalde y a sus deudos y parientes, llamándoles traidores». Tres años antes el propio Floristán «vino con otros muchos de Aragón en hábito de segador a Novallas, pensando encontrar con el dicho Sancho Alcalde o con alguno de sus parientes, y estuvieron tres días escondidos en un pajar, y después que vieron que no podían hacer lo que querían, el dicho Floristán, con siete u ocho de ellos, vino a la noche a la puerta de la casa del dicho Sancho Alcalde con intención de acometer la puerta y derribarla y entrar en la dicha casa para matar al dicho Sancho, y si no fuera por un perro que había dentro, en casa, porque ladró, lo hubieran hecho, y así, visto que no podían hacer nada, anduvieron toda la noche por la villa por ver si podían hallar a alguno de los dichos Alcaldes, y de día se recogieron a casa del dicho Floristán y Cervantes»24. 21 22 23 24

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fol. 26. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fols. 2-3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fols. 2-3.

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La situación que padecían los vecinos de la localidad ribera se volvió tan dura que Martín de Cunchillos, alcalde ordinario de la villa, acompañado de otros representantes, se vio obligado a acudir a «Bureta, que es en el reino de Aragón», a parlamentar con Lope de Antillón, alcalde de esta localidad y cabeza de este bando. El pariente mayor se comprometió a que, a partir de ese momento, ninguno de sus deudos dañaría a quien no tuviere culpa, aunque también advirtió a la delegación cascantina que esta promesa no le impediría velar por los intereses de su familia, a la que no podía faltar25. Un año después de este proceso tuvo lugar otra causa que nos permite descubrir la complejidad de la lucha de bandos que inquietaba a esta zona de Navarra y Aragón. A mediados de 1538 «en la ciudad de Tarazona Pedro de Arnedo y Matute e Domingo de Elías y Pedro de Elías y otros sus cómplices fueron en matar y mataron al dicho Martín de Cunchillos, los cuales fueron por ello condenados a muerte y se ausentaron»26. El homicidio del antiguo alcalde ordinario de Cascante se produjo, según relataron los testigos, porque «Miguel de Lamata, bandolero, tiene bando abierto con los Cunchillos de Tarazona»27. Un año después de la muerte de Martín de Cunchillos los fugitivos entraron en la villa navarra y, como los vecinos estaban sobre aviso, lograron apresarlos y recluirlos en la iglesia. Dieciséis guardas al mando de Sancho Alcalde vigilaron la improvisada prisión, pero entre las diez y once de la noche llegó «Miguel de Lamata, bandolero, vecino de Tarazona, y con él otros muchos extranjeros de este reino, algunos de ellos, e otros vecinos de la dicha villa de Cascante y de otras partes, a pie y a caballo, armados todos de muchas y diversas armas, y sacaron de la dicha iglesia por fuerza de armas los dichos Pedro de Arnedo y Matute y Domingo y Pedro de Elías, y se los llevaron al reino de Aragón»28. Uno de los cascantinos que defendió la iglesia aseguraba que eran cincuenta o sesenta «extranjeros de Tarazona, armados con arcabuces, lanzas, escopetas, y que combatieron con gran alboroto gritando: ¡Mueran, mueran, mueran!». En opinión de la mayor parte de los testigos, los atacantes contaron con la ayuda de Sancho Alcalde29. 25 26 27 28 29

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26910, 1539, fol. 27. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fol. 33. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fol. 62. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fol. 33. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fols. 13-15.

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La liberación de estos bandoleros sirvió a los Cunchillos para probar definitivamente ante los tribunales el evidente apoyo que los Alcaldes siempre habían prestado al «bandolero» Miguel de Lamata, a pesar de que el Consejo Real había ordenado que nadie receptara ni «fuese a Aragón a favorecer al dicho Miguel de Lamata ni a Miguel Bandolero» ni a «ningún otro bandolero de Aragón, ni les diese a comer, ni paja ni cebada para sus bestias so grandes penas»30. Los Alcaldes y Lamata pertenecían a un mismo bando. Estas sólidas alianzas entre familias se simbolizaban y se hacían efectivas mediante lazos matrimoniales entre sus principales miembros31. En este caso, siguiendo la tradición medieval, Sancho Alcalde, máximo representante de los Alcaldes, estaba casado con una hermana de Miguel de Lamata, el pariente mayor. Un testigo relataba cómo «Sancho Alcalde había estado en Tarazona con otras personas, sus cómplices, a favorecer al dicho Miguel de Lamata en ciertos bandos que tenía con ciertas personas»32. Uno de los integrantes de esta expedición contaba cómo «puede haber dos años y medio, poco más o menos, que este testigo y el dicho Sancho Alcalde fueron a Tarazona, encima sus caballos, con sendas lanzas en las manos, porque oyeron decir que habían muerto a Juan de Lamata, hermano del dicho Miguel de Lamata»33. Una vez llegaron a la ciudad aragonesa, se juntaron con otros «once hombres con sus arcabuces y escopetas, las mechas encendidas y ballestas armadas […], y el dicho Miguel de Lamata les dijo que él estaba determinado a dar fuego y quemar la casa de Martín de la Aldea con los que estaban dentro de ella, porque estaba también dentro de ella Juan Cunchillos, y que para esto, pues eran sus amigos, se habrían de hallar con él». En contra de las intenciones de Lamata, varios de los que habían acompañado a Sancho Alcalde le dijeron que «ellos no habían venido a la dicha ciudad a hacer mal ni daño a nadie, sino a acompañarle porque viniese seguro […], y que ellos no se hallarían en una cosa tan mal hecha y tan desaforada y, así, este testigo y sus compañeros se despidieron de todos ellos y se vinieron por el camino de Ablitas». 30

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fol. 33. Burgos Esteban, 1994; Campo Guinea, 1998; Moreno-Zabalza, 1999 y García Bourrellier, 2003. 32 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fol. 56. 33 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fol. 48. 31

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El apoyo que prestaban los Alcaldes a Lamata era evidente para todos los cascantinos, ya que las veces que este último había ido a la localidad con sus partidarios se había alojado en casa de Sancho Alcalde34. Esta situación no sólo se daba en Cascante, sino también en otros pueblos riberos, como Monteagudo, donde había «muchos vecinos que pública o secretamente recogen en sus casas los matadores y bandoleros y les dan ayuda y consejo para mal hacer»35. Las luchas que sostenían estas familias (Antillones,Alcaldes, Cunchillos o Lamata) creaban un clima de tensión que afectaba a las localidades de ambos lados de la frontera e involucraba a una parte importante del tejido social, arrastrado por los inquebrantables lazos de parentesco y fidelidad. La violencia que ejercían los bandos solía situarse al margen de la ley, utilizando el asesinato, el asalto, la extorsión y el robo como un medio eficaz de sembrar el terror entre los contrarios. Estas espirales de venganzas y odios eran el fruto de una organización social y unos valores destinados a desaparecer en Navarra a medida que avanzara la Edad Moderna.

3.2. Tudela y Ablitas en 1540: la inestabilidad social, refugio para los delincuentes Al abrigo de estas luchas de bandos surgían «valentones», «bandoleros», personas que aprovechaban la situación de inseguridad generalizada para delinquir impunemente. Los medios de represión modernos se basaban, fundamentalmente, en la comunidad local, y su eficacia dependía de su unidad interna y de su voluntad por restablecer el orden. Cuando la comunidad se hallaba dividida era incapaz de hacer frente a estas personas, entre otras razones, porque eran utilizadas por los bandos como fuerza armada o porque, simplemente, recibían el apoyo de parte de la población. En 1542 los jurados de Ablitas Pedro Clavero, Juan Muñoz y Juan de la Santa fueron juzgados por favorecer, acoger y receptar, en contra de una provisión real emitida por el Consejo, a Guillén de Santesteban, Marquina, Pedro Rada y Jaime, famosos «bandoleros y delincuentes y personas de mal vivir»36. 34 35 36

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fol. 62. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 27019, 1540, fol. 11. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64243, 1542, fol. 12.

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Los hechos fueron corroborados por Juan Cunchillos, miembro destacado del bando de los Cunchillos. Este cascantino vio cómo «Guillén de Santesteban, en un día del mes de marzo de este presente año de quinientos cuarenta y dos, anduvo públicamente37» «paseando por la plaza de Ablitas y tirando con su arcabuz a un blanco»38, «viéndolo y sabiéndolo los dichos acusados»39.Aunque Juan Cunchillos les dijo a los jurados de la villa: «Mira que sois mis amigos, echad a Santesteban de este pueblo y no lo consintáis aquí porque os podría costar caro»40, ellos lo ignoraron y trataron en todo momento de evitar un encuentro directo con los bandoleros que les obligara a actuar. Incluso, cuando llegó la noche, Santesteban y Jaime fueron invitados a cenar por el propio alcalde de Ablitas, Martín Angulo, y a la mañana siguiente fueron hacia Tarazona armados «con su espada, y puñal y su arcabuz en el hombro»41. Un año antes Sebastián Berrozpe, vecino de Tudela, fue juzgado y condenado por prestar ayuda, recoger y ser «el capitán» de Guillén de Santesteban, Marquina, Pedro Rada y Jaime, además de León de Gómez, Alonso González, Baquedano, Juan Navarro o Monzín, todos ellos «personas de mal vivir y rufianes y bandoleros que buscan cuestiones y alborotos en Tudela con sus arcabuces en los hombros y mechas encendidas en cuerpo»42, «tenidos e conocidos y reputados en la ciudad de Tudela por personas escandalosas»43. Además, alguno de estos bandoleros, como León de Gómez, Marquina o Monzín, habían sido «echados de Aragón por delitos que» habían cometido44.

3.3. Olite en 1570: la fuerza de los tribunales y la debilidad de los parientes En 1571 la influyente familia Zuría, encabezada por Rafael, escenificó su rechazo hacia Don Pedro de Ezpeleta, cabeza del bando rival y, por entonces, alcalde de Olite. Miembros de los Zurías salieron a la 37 38 39 40 41 42 43 44

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64243, 1542, fol. 12. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64243, 1542, Segundo proceso, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64243, 1542, fol. 12. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64243, 1542, Segundo proceso, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64243, 1542, Segundo proceso, fols. 2-3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64061, 1541, fol. 9. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64061, 1541, fol. 19. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 64061, 1541, fol. 25.

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puerta de la localidad acompañados de vecinos afines y le impidieron la entrada. Esta acción supuso una grave injuria no sólo contra Ezpeleta, sino contra toda la «república», por ser éste el alcalde de la villa. Rafael Zuría «hizo juntar concejo y, con los que le parecía a él estaban en su favor, salió a hacer lo sobre dicho y perturbarle la entrada y, allende de todo ello, siendo como era caballero y persona pública, en gran ignominia y desacato de la justicia, le trató de muchas palabras injuriosas y de vos, por lo cual […] fue causa de que hubo mucho alboroto, revuelta y escándalo.

Rafael Zuría, responsable de las injurias, fue apresado y puesto a disposición de los tribunales reales. Ante este hecho, sus familiares hicieron juntar a «parientes suyos, que eran naturales de Sos y otros de Ejea y otros de Tauste, los cuales vinieron como tales parientes […] a hablar al virrey y a los del Consejo para que le guardasen […] su justicia y para si podían dar algún medio si las dichas diferencias de entre ellos se atajasen»45, «porque quedarían muy obligados de servir a su señoría y mercedes todo lo que en este caso se les hiciese»46. Por su parte, según los Zurías, «Don Pedro de Ezpeleta también había hecho junta de sus parientes»47. Avanzado el XVI observamos cómo las familias nobles navarras todavía conservaban una concepción medieval de los tribunales y de la sociedad que nada tenía que ver con el proyecto de sociedad que pretendían las autoridades civiles y religiosas. Frente a unas leyes y a unas actuaciones cada vez más objetivas y concretas, los bandos todavía pretendían influenciar por medio de «juntas de parientes», de demostraciones de fuerza y poder. Este tipo de expresiones, además, eran contraproducentes para sus intereses, puesto que el establecimiento del Estado moderno exigía la pacificación de la sociedad y la eliminación de estos comportamientos nobiliarios. Los parientes aragoneses fueron recibidos con prodigalidad por los Zurías de Olite. Antes de entrar en la villa les enviaron «dos cestas de fruta y un cuero de vino y una docena de panecillos con una acemilla», y desde el día anterior apercibieron «camas en casas de hidalgos del pueblo, y a los carniceros una ternera y carneros, publicando a todos cómo los dichos sus primos hermanos venían»48. 45 46 47 48

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 64. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 53. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 64. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 64.

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La defensa mantenía que los aragoneses entraron pacíficamente, con las mechas de los arcabuces apagadas, y fueron a casa de Catalina de Rada, madre de Rafael Zuría, «sin desviarse por calle alguna, sin disparar el arcabuz, ni hacer ruido ninguno o decir palabra de que nadie pudiera tomar enojo»49 «y, después de haberse apeado, principiaron en la dicha calle a pelotear con palas y pelotas gruesas»50. Su ánimo pacífico, aseguraba la defensa, fue tal que, aunque pasearon por las calles de la villa, en ningún momento pasaron «por delante la casa de Don Pedro de Ezpeleta»51. De acuerdo con Ezpeleta, la razón de haberse traído a toda esta gente era mucho menos pacífica de lo que aseguraban, ya que, afirmaba, lo único que pretendían era vengarse de él y de «sus adheridos y amigos», como lo hicieron «otra vez había siete u ocho años, más o menos, con un vecino de la dicha villa […], porque por ciertas diferencias que con él» tuvieron trajeron «ciertos bandoleros […] de Aragón para efecto de hacerles dar una cuchillada» o matarle. Los aragoneses, atestiguaba la acusación, eran «quince o dieciséis hombres de a caballo y otros tantos de pie, todos con dobladas armas, es a saber, con arcabuces, pistoletes, dagas y espadas y otras diferencias de armas». Iban acompañados de Fermín Zuría y «entraron en la villa de Olite puestos en ordenanza de dos en dos, primero los de a pie y después los de caballo». Los caballos que traían eran ligeros, porque «venían con intención de matar al dicho Don Pedro de Ezpeleta y huir en sus caballos, porque los dichos hombres venían en partido y traje de bandoleros.Y, así, en ordenanza, dieron una pavoneada por la dicha villa, de que los vecinos de ella se alborotaron y se pusieron en armas y fueron a dar aviso al dicho Don Pedro de Ezpeleta», quien «llamó a ciertos vecinos amigos suyos para que le guardasen»52. En cuanto el virrey y el Consejo Real, que se encontraban por aquel entonces en la villa de Tafalla, tuvieron noticia de lo que sucedía en Olite, mandaron al alcalde Martínez «a evitar vías de hecho» y a apresar a los recién llegados53.Así pues, Lope de Viota, señor de Larués, Joan de Mur, Antón Ferrón, Ximeno Frontín, Pedro de Ayerbe, Juan 49 50 51 52 53

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 51. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 55. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 51. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 63. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 69.

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Pérez de San Juan, Juan de Artieda, Miguel de Fuertes, Florián Español,Tomás de Ayuesa, Martín Español y Rodrigo de Artieda, «vecinos de Tauste, Ejea y Sos, del reino de Aragón», fueron detenidos y encerrados en dos casas de Tafalla con todos los criados y lacayos que les acompañaban54.Ante la acusación de ir acuadrillados con armas prohibidas, ellos alegaron «que ninguna ley se atraviesa en este reino para que los caballeros y gente noble no puedan llevar sus criados con arcabuces yendo de camino, y por no haber la dicha ley es cosa muy ordinaria en este reino llevarlos, y mucho más en Aragón»55. Es más, añadían, entre los «caballeros y gentiles hombres» navarros que acostumbran a ir de esta manera estaban «el señor de Guenduláin» o el propio Don Pedro de Ezpeleta56. Ciertamente, el tiempo de los bandos estaba tocando a su fin. Como demuestra el conflicto entre Zurías y Ezpeletas, avanzado el siglo XVI de poco valía el número de parientes que una facción lograra congregar. En este mundo moderno que veía la luz la única parte legítima a la hora de dirimir los conflictos pasó a ser el Estado, personificado en sus órganos judiciales. Las instituciones del reino, y especialmente los tribunales, se impusieron a las presiones banderizas, que en otro tiempo habían prevalecido, y lograron hacer respetar su proyecto de sociedad, una república pacificada y controlada.

3.4. Sangüesa en 1578-1590 A fines del XVI la zona de Sangüesa vivió una dura situación de bandolerismo perfectamente integrada en el contexto que sufría el reino de Aragón. Como ya hemos adelantado, esta zona fronteriza de Navarra vivía de cara al reino vecino, compartiendo lazos y conflictos. Según Colás Latorre y Salas Ausens las contiguas Cinco Villas aragonesas disfrutaron de una relativa paz, conclusión a la que seguramente llegan tras comparar sus apagados conflictos con el encarnizado bandolerismo de los valles pirenaicos57. No obstante, cuando investigamos los procesos judiciales navarros correspondientes a esta zona aparece 54 55 56 57

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 88. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 99. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 28016, 1572, fol. 143. Colás Latorre y Salas Ausens, 1977, p. 151.

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ante nuestros ojos una situación grave de bandolerismo que se puede enmarcar perfectamente dentro del período que estos autores han dado en llamar «la nueva explosión de violencia» de los años 1578-158858. En 1578 Juan de Lobera, «Miguel del Sen, Blasco Miguel y Esteban de Igal y un otro cuyo nombre no se sabe» estaban «en la plaza de San Salvador (Sangüesa) jugando a las birlas59», «y les dijo el Jaime de Luna: Ya tenemos el hombre aquí, y, así, todos de acuerdo, salieron delante del dicho Marco Maiz y le aguardaron en la Sierra de Cáseda debajo de unas matas de sabina y, al tiempo que llegó el dicho Marco Maiz, le tomaron en medio y con una media espada sin punta […] le mataron todos los seis»60.Todos ellos eran considerados por la acusación, «hombres de mala vida y salteadores de caminos y matadores de hombres, azotados en la villa de Sos por ladrones y desterrados de su reino»61. Estos aragoneses eran labradores, personas de baja extracción social, que se refugiaban en Navarra por «robos y salteamientos» que habían cometido en Aragón. Estas circunstancias, como demuestra el asesinato del roncalés Marco Maiz, no impedían que ellos también se movieran dentro de los parámetros de venganza que marcaba la concepción tradicional del honor, muy lejos del simple salteamiento por subsistencia62. En 1588 Juan de Mendigacha y Pedro de Aybar, naturales de Sangüesa fueron juzgados por apoyar a Juan de Larroca, famoso bandolero de Undués (Aragón). De acuerdo con los testigos, «Pedro de Aybar acompañó al dicho Joan de Larroca y a otro bandolero, su compañero, y se fue con ellos desde el lugar de Undués a la villa de Sangüesa, llevando todos tres sus pedreñales.Y entraron en la dicha villa media hora después de anochecido y, llegados a la puerta de la iglesia de San Salvador, dejando a los dichos bandoleros en ella, el dicho Pedro de Aybar fue a llamar al dicho Juan de Mendigacha, y habiéndole dicho que el dicho Juan de Larroca y sus compañeros estaban allí, bajó luego y fue a verlos, y hablaron todos, y después fueron a casa del dicho Mendigacha, donde cenaron juntos, y después de cenar anduvieron paseándose

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Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 170-178 Birlas: Juego que consiste en poner derechos sobre el suelo cierto número de bolos y derribar cada jugador los que pueda, arrojándoles sucesivamente las bolas que correspondan por jugada [DRA]. 60 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 69547, 1578, fol. 45. 61 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 69547, 1578, fol. 43. 62 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11320, 1578, fols. 14 y 21. 59

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por la villa tañendo una guitarra y disparando sus pedreñales»63. Los acusados excusaron la familiaridad que mantenían con el conocido bandolero alegando que no les convenía «indignar a los que se retiran en el dicho término del Real», pues era allí donde tenían casi todas sus tierras. Además, Mendigacha tenía una «hermana casada en el dicho lugar de Undués», donde vivía «Juan de Larrocha con su mujer y familia […], y por vivir todos en un pueblo no podían dejar de comunicarse los unos con los otros»64. Lo que la acusación presentaba simplemente como el apoyo a un bandolero, a la luz del testimonio de testigos y acusados se reveló como una estrategia obligatoria de supervivencia, la adaptación a una situación en la que poco o nada se esperaba de la justicia ordinaria y cada individuo se veía obligado a convivir con ciertos elementos de la comunidad que utilizaban la fuerza, la extorsión y el terror para asegurar su supremacía. En 1582, gracias a un proceso judicial abierto por la fuga de Juan de Marcellán, conocido bandolero aragonés, quedó al descubierto ante el Consejo Real el alcance del bandolerismo que sufría la zona de Sangüesa, un fenómeno que debía mucho a la influencia aragonesa. En el transcurso del proceso un vecino de Sangüesa relató ante el tribunal cómo, cuando iba a una viña que tenía «en el término del Mas, junto a la muga de Aragón, topó con dos en hábito de bandoleros, que llevaban sus pedreñales y capas blancas, y el uno de ellos unas plumas coloradas y sendas alfarjas y cintones», y, «según ha oído decir a muchos aragoneses circunvecinos de esta villa, que los bandoleros les fatigan mucho». Las amenazas, los desafíos, los asaltos y las muertes que cometían estas personas afectaban también a los vecinos de localidades navarras fronterizas, entre otras razones, porque muchos de los integrantes de estas bandas eran navarros. En Sangüesa era público y notorio que Juan de Eraso, bandolero natural de esta villa, había amenazado de muerte a Miguel y a Lope Lerga, padre e hijo, a Gabriel Ros y a una mujer llamada Catalina65. Lope de Lerga confirmó ante el tribunal cómo Juan de Eraso le «había enviado amenazas que lo había de quemar y matar, porque en el 63 64 65

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001759, 1588, fol. 33. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001759, 1588, fol. 31. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 25.

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tiempo de la veda del trigo que no se sacase del reino avisó a los guardas de esta villa que el dicho Eraso sacaba trigo fuera del reino». Pasado un tiempo Juan de Eraso «le envió ha llamar» para «hacer paces con él», por lo que se reunieron «en el dicho lugar del Real» e «hicieron paces»66.Así mismo, añade, Gabriel Ros también había sido amenazado de muerte por Eraso debido a un malentendido, porque no le había enviado unas prendas que le había encargado. Juan Pérez de Menesés Vallestero, vecino de Sangüesa, negaba haber ido «corriendo ni de otra manera hacia el Real […] por temor de los bandoleros, porque» estaban «enojados contra» él y también le habían desafiado por un malentendido que se había producido sobre la posesión de un pedreñal67. Junto a Eraso iban también «en hábito de bandoleros», «con sus pedreñales y alfarjas y sus plumas en las gorras», otros vecinos de Sangüesa, como Lizarraga o Miguel de Aldaz Bastero68, y sus familiares les proporcionaban información, les prestaban apoyo y les llevaban «pan, vino y rábanos» al término del Real69. Entre los bandoleros no navarros que integraban las partidas de esta zona fronteriza destacaba Pedro Domeño, una persona que, al contrario que el resto de sus compañeros, contaba con la simpatía, la comprensión y el apoyo manifiesto de todos los testigos consultados. De acuerdo con las declaraciones, se trataba de una buena persona que, por un delito de deudas, se había visto obligada a vivir al margen de la ley. No obstante, a pesar de su modo de vida proscrito, siempre había intentado moderar a sus camaradas, interviniendo eficazmente en la protección del pueblo. Entre los gestos mejor valorados de este bandido generoso, quizá el único que hemos encontrado en toda la investigación, estaba su intervención a favor de los vecinos de Tiermas y Ruesta contra el ataque que Rodrigo, el Portero de Jaca, había planeado, acción que, según sus vecinos, habría provocado «muchos escándalos y muertes»70. La captura y liberación de Marcellán en ese año de 1582 dejó al descubierto muchas de las relaciones y apoyos con los que contaban los bandoleros aragoneses y navarros en la zona de Sangüesa. En un primer 66 67 68 69 70

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 25. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 37. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 26. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 25. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 28.

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momento la familia de Marcellán, que tenía cierta fuerza en Uncastillo, se valió de Pedro de Aibar y Juan Baztán, vecinos de Aibar y Sangüesa respectivamente, porque «eran sus deudos, para que entrasen fiadores por él»71. El preso recibió muchas visitas, a lo largo de las cuales vecinos relevantes de la villa le informaron puntualmente del transcurso de las gestiones que llevaban a cabo para obtener su libertad. Cuando se demostró que la vía legal era imposible, en el transcurso de una de las visitas Juan de Felipe, sospechoso también de ser bandolero, le dijo: «¡Pues por la cabeza de Dios que si pues no te quieren sacar de la cárcel con fianzas podrá ser que salgas sin fianzas!»72. Esa misma noche una partida de ocho bandoleros, entre los que se encontraban «Pedro Caballos, Juan de Larroca y consortes, que hirieron y maltrataron a Domingo de Aranaz, teniente de almirante de la villa de Sangüesa, en compañía» del propio Juan de Felipe, Juan de Eraso y Pedro Domeño73, «con sus capas blancas y sus capillos puestos, que por debajo de ellos se echaba de ver que llevaban pedreñales», entraron en la ciudad por «el portal que llaman de San Babil» y liberaron al preso por la fuerza74. Estos bandoleros no eran en absoluto marginados sociales. Sus acciones los situaban al margen de la ley, es cierto, pero esta circunstancia no les impedía mantener una gran influencia en la vida de la comunidad, debido a la debilidad y al desinterés que demostraba el Estado en este momento y en este lugar. Además de conservar la fidelidad de deudos y parientes, el uso de la fuerza, las amenazas, los desafíos, las paces y el terror los convertían en elementos de referencia ineludibles. La cercanía de la frontera suponía también un elemento fundamental que protegía y potenciaba el modo de vida de estas personas. La raya permitía a muchos bandoleros conservar un modo de vida más o menos honrado, por lo menos, en uno de los reinos. Caballos, por ejemplo, era en Uncastillo un vecino respetable, «hombre de bien y casado, quieto y pacífico». Así mismo, Marcellán también era considerado en Aragón un hombre de bien, «cubero y soldado de la infantería de este reino». Si bien la frontera obstaculizaba seriamente la acción de la justicia, no ocurría lo mismo a la hora de establecer relaciones y afianzar los 71 72 73 74

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 37. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 39. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 48. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16005311, 1582, fol. 34.

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lazos entre los bandoleros de uno y otro lado. Por ejemplo, el grupo examinado estaba formado por vecinos de Sangüesa y de las Cinco Villas aragonesas y su radio de acción se situaba indistintamente en Navarra o Aragón. En 1584, dos años después del proceso anterior, la fuga de Marcellán y la influencia de los bandoleros sobre la villa de Sangüesa todavía seguían vivas y eran utilizadas en las luchas de poder que sostenían las oligarquías municipales. Ese año Pedro de Úriz, teniente de almirante, fue acusado de crímenes sexuales (estar amancebado y forzar a las criadas), de descuidar a su mujer e hijos, de ejercer oficios manuales (curtidos) y, sobre todo, de haber sido sobornado por bandoleros aragoneses para facilitar la huida de Marcellán. Por medio de estas acusaciones una familia rival intentó echarlo del cargo y sustituirlo por uno de sus miembros. Pedro de Úriz negó los cargos y afirmó que «tiene entendido que nunca se vio ni entendió al tiempo que ningún bandolero de Aragón ni de otra parte anduviese en lo de Sangüesa cometiendo ningún delito», hecho evidentemente falso, tal y como demuestra la documentación consultada75. En 1586 Jerónimo del Pueyo, «natural de reino de Aragón y del lugar de Uncastillo, persona de mala vida, costumbres y fama, bandolero», «cerca de la basílica de San Babil estuvo aguardando con su pedernal armado y echado el gato para dispararlo y matar a Martín Arias, soldado de la compañía de Campuzano que había salido con su mujer y una hermana hacia aquella parte». La emboscada se frustró gracias a que fue descubierto a tiempo por Domingo Díez, «soldado de la misma compañía». Jerónimo del Pueyo pretendía, así, vengarse de ciertos agravios que le había hecho Martín Arias. Un tiempo después ambas personas se reunieron e hicieron las paces, prometiéndose el uno al otro acabar con todas las hostilidades. Jerónimo del Pueyo había intervenido en otras acciones junto con otros bandoleros. Así, en 1585, «en compañía de Felipe de Pomay y Fernando Lopera y de otros cuarenta y más bandoleros, todos ellos con sus pedernales, en los términos de Uncastillo pretendieron y quisieron matar a seis compañeros que iban hacia Malpica y mataron al uno de ellos, que se llamaba Miguel de Manta». «También, otra vez el dicho Jerónimo del Pueyo, en compañía de Miguel de Casales y Juan de

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AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11592, 1584, fol. 8.

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Barros y otras personas de mala vida y bandoleros públicos, en los términos de Uncastillo mataron a Domingo Astó a pedreñalazos y alfarjazos, y en otra ocasión a Miguel Galbán, vecino de Luesia y Pedro de Morari, vecino de Uncastillo»76. A fines de la década de los ochenta del XVI el ejército intervino por fin en esta región fronteriza de Navarra para acabar con el grave bandolerismo que sufría. Así lo demuestra la presencia en Sangüesa de Martín Arias o Domingo Díez, soldados citados en el pleito anterior. La pasividad que hasta entonces había demostrado el ejército, y por tanto el virrey, se debió, seguramente, a que el problema era considerado un asunto local, de importancia menor, que debía solucionarse utilizando los métodos ordinarios. No obstante, la llegada por estas fechas de Lupercio Latrás, uno de los bandoleros nobles más famosos de Aragón, hizo que las autoridades civiles y militares reaccionaran ante lo que se estaba convirtiendo en una seria amenaza para la seguridad y la estabilidad del reino. Colás Latorre y Salas Ausens tratan de manera exhaustiva la vida y el significado de Lupercio Latrás, uno de los personajes más fascinantes de la historia aragonesa. Este noble montañés se situó al margen de la ley para eludir una sentencia de muerte que consideraba injusta. Se convirtió en bandolero, sirvió de espía a Felipe II en Francia, fue a Sicilia con los tercios, recibió el perdón del Papa, participó activamente en la guerra contra los moriscos, en el conflicto de la Ribagorza y en las reivindicaciones forales frente al rey, y fue perseguido por los oficiales reales hasta que fue traicionado por sus propios compañeros77. En resumidas cuentas, el prototipo de bandolero noble que tan bien describe Hobsbawm78. Acosado y perseguido Lupercio Latrás, acompañado de Miguel Juan Barber, llegó a Sangüesa con un grupo de unos 160 hombres. «La estancia de la cuadrilla en la localidad navarra fue totalmente pacífica. Recientes los robos y rescates de Cataluña, disponían de medios económicos y ello les permitió presentarse en son de paz ante los de Sangüesa, abonando cualquier gasto que hacían. Durante su corta permanencia en la villa navarra se comportaron con entera naturalidad, si bien es cierto que en 76

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 120072, 1586, fol. 20. Melón y Ruiz de Gordejuela, 1927; Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 228-269; Monter, 1992, p. 117;Ara Otín, 2003. 78 Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, p. 227. 77

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ningún momento descuidaron sus personas, rodeándose de un permanente servicio de vigilancia, protección e información. Los bandoleros estaban organizados como si de una milicia se tratara, con sus oficiales, aprovisionadores, aposentadores, contraseñas, etc. Las autoridades de Sangüesa, a pesar del cortés recibimiento dispensado a la cuadrilla, avisaron en secreto a Pamplona de su presencia en la villa. Desde la capital navarra fueron enviadas con celeridad tropas de pie y a caballo, pero, cuando llegaron a Sangüesa, ya los bandoleros habían abandonado el lugar cruzando la frontera». De Sangüesa pasaron a Sos, Uncastillo y Sádaba, donde reclutaron gente para hacer la guerra contra los moriscos79. La amenaza que para Navarra suponía Lupercio Latrás, en función de todos los datos de que disponía el virrey, respondía a razones de peso; así se explica su rápida reacción. En un memorial que la máxima autoridad del reino hizo llegar al rey ofreció datos fehacientes sobre lo que él consideraba que era un complot, urdido con el príncipe de Bearne, para conquistar el reino80. Lupercio Latrás, aseguraba el virrey, había llegado a enviar a Pedro de Anglada, un deudo suyo, para que inspeccionara los lienzos de muralla de la recién construida Ciudadela de Pamplona. Pasando por Javier, lugar del señor de Latrás, se topó el dicho Anglada con Lupercio Latrás en el dicho lugar y, como amigos, entendiendo Lupercio que iba a Navarra, le rogó que le hiciese placer de llegarse a Pamplona y preguntase por un soldado que estaba en la Ciudadela, de cuyo nombre no se acuerda éste que refiere, y le dijese de su parte que le enviase la medida de la altura de cierto lienzo de la dicha Ciudadela81.

Tras inspeccionar los muros y las municiones con las que contaba la única defensa eficaz de reino, en compañía del soldado que le había servido de guía, Anglada se dirigió a Sangüesa para informar al bandolero aragonés. Partieron para la villa de Sangüesa, donde llegaron puesto el sol, y hallaron en ella a Lupercio Latrás, que los envió a llamar a su posada, que 79

Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 260-261. Monter, 1992, p. 112 indica que, desde 1570, la Inquisición sospechaba de una acción conjunta entre los moriscos de Aragón y los Hugonotes de Bearne para conquistar la Alta Navarra. 81 AGS, Guerra Antigua, 244-234, fol. 1. 80

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estaba alojado o cenaba en casa de Juan de Cáseda, y éste que declara y su compañero en casa de Juana de Don Guillén, y fueron con el dicho Lupercio y otros que tenía en su compañía todos juntos al mesón del portal de Jaca, que está fuera de la villa, enfrente del monasterio de San Francisco82.

En 1589, después de la intervención del ejército, la zona de Sangüesa se hallaba, en palabras del virrey, «más desembarazada» de bandoleros, aunque, para asegurar su reciente pacificación, se estableció en la villa una guarnición permanente de cincuenta hombres83. Navarra también sufrió las repercusiones de otro conflicto que afectaba en estos momentos a Aragón: la guerra entre montañeses y moriscos de los años 1586-1587 y la posterior aparición de «los moros de la venganza», un bandolerismo morisco que pretendía vengarse de los cristianos viejos. Gran parte de los autores coincide al afirmar que durante el XVI en Aragón, al contrario de lo que ocurrió en otros lugares de la Monarquía Hispánica, existió un clima generalizado de pacífica convivencia entre las comunidades de cristianos nuevos y viejos84. Otros autores como Belenguer señalan que a lo largo del XVI sí existió cierto resquemor hacia los cristianos nuevos, que eran los que contaban con el favor de los señores. Efectivamente, la posición favorable de los nobles hacia sus vasallos moriscos fue inquebrantable, ya que ellos eran la base de su poder. Todos los ataques contra los moriscos fueron interpretados como ataques contra la alta nobleza aragonesa, contra los privilegios y fueros que defendían y contra el propio reino85. De todas formas, el clima de relativa convivencia existente entre las dos comunidades se rompió en 1586, cuando la muerte de un montañés a manos de un salteador morisco empujó a ambas comunidades a una espiral imparable de muertes y venganzas. Ni siquiera la intervención drástica de las autoridades del reino y de la ciudad de Zaragoza consiguió frenar la guerra abierta que se cernió sobre el valle del Ebro aragonés. Los montañeses se organizaron en torno a Antonio Martón y lograron congregar a gran número de voluntarios. Los moriscos de Codo,

82

AGS, Guerra Antigua, 244-234, fol. 5. AGS, Guerra Antigua, 244-233. 84 Carrasco Urgoiti, 1969, p. 8; Lacarra de Miguel, 1972, pp. 174-175; Colás Latorre, 1993 y 1995. 85 Colás Latorre y Salas Ausens, 1977, pp. 128-131. 83

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por su parte, acogieron a bandoleros moriscos para que les defendieran, entre ellos Agustín el Falcero, Miguel de Buesa, Pedro Ferruelo, Roger de Azón y Joanet de Mequinenza86.Tras la destrucción de Codo a manos de los montañeses y la incorporación a la lucha de Lupercio Latrás, las expediciones de castigo de los montañeses se extendieron a otras localidades moriscas. El ataque decisivo, el más cruento, el que más satisfizo la sed de venganza de los montañeses fue el asalto a Pina, donde sus más de trescientos vecinos moriscos fueron masacrados por las fuerzas atacantes y por las propias tropas del reino que les debían defender87. Las masacres impunes cometidas por los montañeses provocaron que los moriscos también se organizaran en bandas de bandoleros, los «moros de la venganza». Entre sus cabecillas destacaron el Focero y el Cachuelo y su objetivo era resarcirse del daño ocasionado por los cristianos viejos. Sin embargo, las fuerzas del reino y de la ciudad de Zaragoza acabaron con todos ellos88. En Navarra había muy pocos moriscos89, por lo que este conflicto no afectó directamente a los habitantes del reino. No obstante, Navarra, gracias a sus fronteras, sí desempeñó un papel relativamente importante, ya que, una vez más, ofreció refugio seguro a muchos de los montañeses que habían participado en las masacres de moriscos y huían de la acción de la justicia aragonesa. En 1591 Juan Argirón de Casanova, bearnés, y Salvador de Iturbide, baztanés que le acompañaba en el momento de la captura, fueron acusados por el fiscal y por el conde de Aranda de ser bandoleros, ladrones y salteadores de caminos que «han andado en compañía de Latrás, bandolero y ladrón famoso, y se hallaron con él en hacer setecientas y más muertes, juntamente con otros bandoleros en la villa de Pina y en el lugar de Codo del reino de Aragón y en otros lugares»90. Además de haber participado activamente en las acciones de Codo y Pina, a Argirón de Casanova también se le acusó de haber «andado hecho cabeza de una gavilla de montañeses y gascones por los lugares de Beratón, Aniñón y Calcena, siguiendo y matando a los moriscos y 86 87 88 89 90

Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 597-607. Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 608-609 Colás latorre y Salas Ausens, 1982, p. 610. Floristán Imízcoz, 1993c, p. 378 y Murillo, 2002. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12105, 1590, fol. 56.

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nuevos convertidos, y particularmente a uno llamado Cachuelo […], conducido por dinero por los del lugar de Aniñón, donde así mismo el dicho Casanova con su gavilla hicieron muchas muertes, robos y salteamientos en caminos públicos»; es decir, que se le acusaba de haber participado en la persecución de los «moros de la venganza», una acción, en principio oficial, llevada a cabo por las autoridades del reino, a cuyo amparo, como veremos, soldados como Argirón cometieron robos y asesinatos impunes. Igualmente, para que la acusación prosperara en Navarra, se le imputó haber cometido un robo en «la ermita de Santa Margarita, que está en las Bardenas Reales de este reino […], en compañía de Lupercio Latrás y de otros bandoleros»91. El acusado alegó haber «servido mucho tiempo de soldado del justicia de Aragón en la bandera de don Carlos de Soto y» haber «sido siempre en perseguir y destruir a los bandoleros». No negó las acciones cometidas contra los moriscos, aunque las consideró actos «en justa y necesaria defensa de sus vidas», pues, aseguraba, «habrá un año de tiempo, poco más o menos, que los moriscos del reino de Aragón comenzaron a matar a todos los cristianos viejos que topaban» y, por ello, «les fue forzoso también a los cristianos andar en cuadrillas para defenderse»92. Por su parte, el conde de Aranda les acusó de haber salteado y matado a once arrieros moriscos vasallos suyos cuando iban por el camino real desde Mesones hacia Fuen de Jalón «con sus machos cargados con ciertos cordobanes, azafrán y otras mercadurías». Les pusieron todos los pedreñales en los vestidos y cuerpos que llevaban y, disparando los dichos pedreñales, los mataron y juntamente, como se les encendieron los vestidos por estar los caños de los dichos pedreñales apegados a los vestidos, los quemaron y mataron […].Y demás de haber muerto a los dichos difuntos los hurtaron […], y a todos ellos les quitaron los vestidos que quedaron sin abrasarse, y así fueron hallados desnudos, medio abrasados y del todo muertos […], y de ello se han jactado en muchas y diversas partes en tierra de Fuen de Jalón y Calcena93.

En 1593 Juan de Suelves, que «por otro nombre se llamaba y nombraba Juan Catalán, zapatero que vivía en un lugar llamado Villaroya, de

91 92 93

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12105, 1590, fol. 56. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12105, 1590, fol. 72. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12105, 1590, fol. 104.

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la comunidad de Calatayud», fue juzgado por los tribunales navarros por ir en «camarada con los dichos ladrones y bandoleros» y por haber degollado, junto a Barbaris y Casanova, a unos moriscos en Sestrica. Además de estos delitos, descritos con todo detalle por la acusación94, el fiscal recordó el pleito que «puede haber cuatro años» hubo contra Juan Argirón de Casanova «famoso ladrón y bandolero», de quien «el dicho acusado era su cómplice en el tiempo que anduvo en el reino de Aragón». Por aquel entonces, cuando la justicia intentó prenderlo gracias al testimonio de Argirón, «hizo fuga de esta ciudad y reino y se ausentó al reino de Castilla».Al tiempo volvió a Navarra y se asentó en Tudela, en una casa en la que organizaba toda clase de negocios turbios: recogía «a hombres y mujeres de mal vivir, encubriéndolos en su casa y teniendo también tablajería pública de juego, acogiendo jugadores y sonsacando a mozas que sirven para que de casa de sus amos hurten pan, vino y aceite y otras cosas y se les den»95. Además de ser acusado de bandolero y rufián, también se le imputó un delito de traición debido a unas injurias que había proferido contra el rey. A través de este proceso podemos ver como Navarra, una vez más, se hizo eco de la historia de Aragón, del último de sus grandes conflictos: el apoyo de Aragón a Antonio Pérez, la revuelta y la represión real96. [Argirón había] delinquido gravísimamente en haber blasfemado, poniendo su ruin lengua en contra la persona real del rey, nuestro señor, diciendo […] palabras atrevidas y muy escandalosas y con demostraciones de tener contento en que gente infiel y enemiga y perseguidora de la Santa Iglesia romana y del rey, nuestro señor, que la defiende y nos mantiene y administra justicia, pongan en trabajo a la cristiandad, pareciéndole que por esas vías y quejas, que a su majestad han de dar por tantas partes, han de venir los aragoneses a tomar venganza por las justicias y castigos que en el dicho reino se han hecho97.

Las tierras navarras que hacían frontera con Aragón se hicieron eco de prácticamente todas las vicisitudes que vivió el reino vecino. Unas veces, como en el caso del bandolerismo, participaron activamente, 94 95 96 97

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 71205, 1593, fols. 27-30. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 71205, 1593, fol. 10. Colás Latorre y Salas Ausens, 1981. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 71205, 1593, fol. 11.

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como si fueran una parte más de su territorio; otras, como ocurrió durante la guerra entre montañeses y moriscos, se comportaron de una manera más pasiva, ofreciendo refugio a los perseguidos. Los años 1591 y 1592 fueron decisivos para la historia de Aragón y, consecuentemente, también para la de los territorios navarros que vivían de cara a él. La intervención castellana (ocupación por parte del ejército, ejecución del justicia y represión inquisitorial), supuso el sometimiento de Aragón a la autoridad del rey, consagrado en las cortes de Tarazona de 1592.A partir de esta fecha, la causa fuerista quedó desmantelada y las alteraciones que habían sacudido el reino (bandolerismo, revueltas, luchas entre concejos y señores, pactismo/absolutismo), propiciadas, en parte, por el obsoleto sistema foral y las tensiones entre el rey y el reino, finalizaron. El bandolerismo, una vez más, se nos muestra como un indicador magnífico que nos permite apreciar la profundidad de los cambios producidos en la sociedad. Con anterioridad a 1591, como se ha visto en este punto, muchos de los bandoleros actuaban, sobre todo, por honor: sometían a amplias zonas a sus desafíos y venganzas, participaban activamente en los juegos políticos de índole local y recibían el apoyo y el respeto de parientes y deudos. Después de esta fecha, tanto en Aragón como en la región fronteriza de Navarra este bandolerismo nobiliario, o pseudonobiliario, desapareció, y tan sólo permaneció un bandolerismo cuyo móvil principal era el robo98.

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Colás Latorre y Salas Ausens, 1977, p. 152.

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CAPÍTULO XI LA FRONTERA CASTELLANA

1. PRINCIPIOS DEL XVI: FIN DE LOS CONFLICTOS FRONTERIZOS Y DE BANDOS Desde inicios del siglo XIII, como sostiene Ramírez Vaquero, Navarra sufrió un proceso de banderización, reflejo de la crisis medieval y fruto de un sistema basado en las alianzas de parentesco y los compromisos vasalláticos1. La aristocracia navarra y, con ella, gran parte de la sociedad se vieron arrastradas a un permanente estado de guerra civil. Los años en los que esta lucha alcanzó mayor intensidad fueron los comprendidos entre 1460 y 1470 y, como subraya Monteano, existió una correspondencia directa entre los conflictos banderizos, las disputas fronterizas y el bandolerismo2. Del mismo modo, Larrañaga observa cómo muchas de las bandas de salteadores bajomedievales eran de origen eminentemente aristocrático3. Durante esta época el bandolerismo de frontera que tenía su base en las montañas de Urbasa y Andía llegó a ser tan importante que esta zona fue conocida como «la frontera de los malhechores»4.Al igual que ocurría en las Bardenas, este territorio reunía todas las condiciones estratégicas que proporcionaban impunidad a los salteadores: despoblación, paisaje quebrado, vías de comunicación (la Barranca) y frontera jurisdiccional. Igualmente, a fines de la Edad Media, la relación entre Navarra y Castilla fue muy tensa, por lo que, al igual que ocurrirá después en la muga pirenaica, la animadversión y ciertas acciones entre los 1 2 3 4

Ramírez Vaquero, 1990 y 1996, p. 116 y Díaz de Durana, 1995, p. 27. Monteano, 1999, pp. 224-227. Larrañaga Zulueta, 1995, pp. 160-163. Mugueta, 2000.

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transfronterizos fueron potenciadas o, cuando menos, aceptadas por las autoridades de ambos reinos5. Zabalo Zabalegui describe cómo era habitual que los habitantes de cada reino se adentraran en el otro para robar ganado, regresando después a la seguridad de sus localidades6. En 1419 los habitantes del valle de Lana afirmaban que malhechores procedentes de Castilla les saqueaban todos su bienes y ganados. Igualmente, en 1427 los pueblos de la Améscoa se quejaban de que constantemente debían acudir en «apellido» para perseguir a los ladrones castellanos que les robaban su ganado. Para hacer frente a esta situación, ya lo hemos visto, los pueblos coordinaron sus acciones a través de hermandades y el rey potenció la figura del merino7. La conquista de Navarra no acalló inmediatamente los conflictos fronterizos entre los valles navarros y castellanos. Así, en 1529 los vecinos del valle de Améscoa capturaron a Joan Sanz, un guarda alavés que, «acompañado de ciertos cómplices armados de ballestas, lanzas y otras armas ofensivas, desde la dicha villa de Contrasta (Álava), vino y se pasó a la sierra de Lóquiz, que está en el val de Améscoa, y dentro de los límites y mojones de este vuestro reino […] el dicho acusado hurtó e robó un rebaño de ganado ovejuno»8. Como vemos en este pleito, un siglo después de su primera denuncia el valle de la Améscoa todavía mantenía una situación conflictiva con sus vecinos castellanos, ahora súbditos de un mismo rey. En 1566 una expedición de treinta navarros se adentró en los términos de Alfaro y capturó a Bernardo de Carcasona, guarda de la villa castellana que abusaba de todos los navarros que intentaban franquear la frontera9. Como nos recuerda Miranda, en 1567, una fecha relativamente tardía, los castellanos destruyeron cerca de 450 hectáreas de viñedo y arbolado en las tierras navarras de Viana10. Durante los primeros años del siglo XVI todavía continuaron los conflictos ancestrales entre las localidades fronterizas de Navarra y Castilla. Sin embargo, a medida que avanzó la Edad Moderna las relaciones entre ambos territorios mejoraron notablemente. A partir de la con-

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Azcárate Aguilar-Amat, 1986a, 1986b y 1988; Orella Unzué, 1987; Diago Hernando, 1994 y Szaszdi León-Borja, 1999. 6 Zabalo Zabalegui, 1973, pp. 312-315. 7 Campión, 1923-1934, p. 374. 8 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 35815, 1529, fol. 20. 9 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 67452, 1566, fols. 1-2. 10 Miranda García, 1996, p. 72.

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quista los municipios navarros y castellanos pasaron a estar englobados dentro de un mismo ámbito político-confesional: la Monarquía Hispánica, y esta nueva realidad supuso un ineludible punto de encuentro. La relación institucional entre ambos territorios durante la Edad Moderna no pudo ser mejor; así lo demuestra la fluidez en la extradición de delincuentes. Navarra y Castilla estaban bajo un mismo soberano y compartían también unos mismos gobernantes próximos; el virrey de Navarra, por ejemplo, era también capitán general de Guipúzcoa. Evidentemente, en este nuevo marco institucional, frente a la etapa anterior, las agresiones entre fronterizos dejaron de ser alentadas o permitidas y pasaron a ser castigadas como cualquier otro delito. Además de algunas instituciones, Navarra y Castilla compartían, fundamentalmente, una nueva identidad confesional, una personalidad común que, poco a poco, apagó la animadversión secular que les había dividido, especialmente en sus regiones fronterizas. A partir de mediados del XVI los conflictos en la muga castellano-navarra fueron francamente extraños. Es más, los lazos económicos, sociales y culturales entre los dos territorios se incrementaron notablemente. Navarra, por ejemplo, tras las tradicionales relaciones conflictivas con Guipúzcoa, acabó acogiendo un importante contingente de inmigrantes de este territorio, que llegaba para trabajar en el sector de la construcción. Como ha puesto de relieve Azanza, los canteros, albañiles y arquitectos del Renacimiento y Barroco navarro fueron, principalmente, de la Provincia11. La frontera occidental de navarra vivió, por tanto, el proceso contrario al que se estaba produciendo en los Pirineos. Durante la Edad Media el Pirineo fue un nexo de unión entre vertientes, hasta que el establecimiento de dos entidades político-confesionales a uno y otro lado de las montañas propició el surgimiento de una verdadera frontera, una división clara nosotros-ellos. Por el contrario, Castilla y Navarra, gracias a la inclusión dentro de un mismo marco político-confesional, superaron una situación inicial de desencuentro político y social y derribaron, poco a poco, sus fronteras, tanto institucionales como mentales. A principios del XVI en esta parte de Navarra todavía se dieron episodios de un bandolerismo pseudonobiliario que encontraba en el honor, y más concretamente en la venganza, la razón de su existencia.

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Azanza López, 1998, pp. 34-35.

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Dos pleitos de 1530 describen perfectamente cómo, poco después de la conquista, todavía existía cierta tensión banderiza al oeste de Tierra Estella y cerca de la frontera con Castilla, situación que, como ya hemos visto, fue común también a otros lugares de Navarra (Baztán, Cascante, Olite…). Juan de Azcona, vecino de Estella, fue acusado de intentar asaltar, con otros diez o doce compañeros, a una persona que había de pasar por el camino real entre Los Arcos y Sansol. El mes de noviembre último pasado de este año de veintinueve el dicho Juan de Azcona, en la ciudad de Estella […] llegó y juntó ocho o diez hombres de mal vivir y acostumbrados y veceros de hacer y cometer delitos, y después de anochecido […], desde la dicha ciudad, juntándose con sus compañeros, armados de escopetas, ballestas, lanzas e otras armas ofensivas y defensivas, caminaron la noche hasta la villa de Los Arcos, y entre la villa y el lugar de Sansol, sobre el camino real, se juntaron con dos hombres de caballo, armados, y se estuvieron dos días sobre el camino real, emboscados, puestos en celada, aguardando a [espacio], por lo herir y matar, el cual había de pasar por el dicho camino, desde el lugar de [espacio] para el lugar de [espacio], y como el dicho [espacio] no pasó los dichos días que le aguardaron el dicho acusado y sus cómplices, dejaron de […] cumplir su mala voluntad12.

A primera vista, esta celada podría parecer un intento de robo similar a otros tantos de los siglos XVI-XVIII. No obstante, gracias a otro pleito de ese mismo año, hemos podido desentrañar el contexto de violencia banderiza que realmente sufría esta zona de Navarra a principios del XVI. Un día de 1530 «seis hombres con ballestas armadas y espadas desenvainadas y lanzas, entre los cuales venía Juan de Ayensa y Miguel de Vergara», vecinos de Allo y «hombres de armas de la compañía de Juan de Silva», salieron de un «pajar que está junto de Sansol» y, en medio del camino, mataron a Juan Cornejo, habitante de esta villa. Inmediatamente la voz de alarma fue dada y todos los vecinos de Sansol acudieron armados al repique de la campana. Los asaltantes se refugiaron en la iglesia de Torres del Río y, cuando el alcalde intentó entrar en el templo para prenderlos, «los clérigos de la dicha iglesia le defendieron

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AGN,Tribunales Reales, Procesos, 60, 1530.

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que no entrase en la dicha iglesia porque no los podía prender en sagrado, y le cerraron las puertas de ella y no lo dejaron entrar». Entonces, el alcalde de Sansol cercó la iglesia «toda aquella noche con su gente y con otra que el alcalde de Los Arcos le dejó en su favor»13. Mientras esto ocurría en Torres del Río, en las villas de Arróniz, Dicastillo y Allo los familiares de Miguel de Vergara convocaron uno por uno a sus deudos para que, armados, levantaran el cerco. Pedro Valenciano, uno de los que acudió, relató ante el tribunal de manera muy ilustrativa cómo Juan de Remírez, hermano de Miguel de Vergara, le recordó sus lazos de fidelidad, obligándole, prácticamente, a tomar parte en la expedición. Estando éste que depone echado en su cama, llegó Don Juan Remíriz, hermano de Miguel de Vergara, vecino de Allo, le llamó a la puerta de la casa de éste que depone. Éste que depone se levantó de la cama por ver quién era el que llamaba, y vio que era el dicho Don Juan Remíriz. Éste que depone le dijo: ¿Qué queréis Don Juan Remíriz? Y el dicho Juan Remíriz dijo a éste que depone: Pedro Valenciano, por amor de mí que toméis vuestras armas e vengáis conmigo hasta unas dos leguas de aquí, que tienen cercado a mi hermano, Miguel de Vergara, en una iglesia.Y este testigo respondió al dicho Don Juan: ¿Para qué me queréis a mí, que estoy cojo y no tengo armas? Y el dicho Don Juan le respondió a éste que depone: Como quiera que vengáis basta.Y, así, éste que depone se vistió y tomó una lanza corta que tenía, [y] le acompañó al dicho Don Juan14.

Poco después, en Torres del Río, «a hora de misas, vinieron obra de cuarenta hombres con mano armada, y llegaron a la dicha iglesia y se salieron los dichos matadores de la iglesia y se los llevaron»15.Tras la rápida liberación, Remírez,Vergara y sus deudos se dirigieron a Mendavia, donde el escribano de la localidad los acogió en su casa y les dio de comer y beber. La chispa que provocó esta explosión de violencia fue que Cornejo «había mesado de los cabellos y dado de coces al dicho Juan de Ayensa, y porque había dicho ciertas palabras de Don Juan de Villar»16. Ambos hechos, conocidos por todos, supusieron afrentas inadmisibles según el 13 14 15 16

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26900, 1530, fols. 2-3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26900, 1530, fol. 35. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26900, 1530, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 26900, 1530, fol. 35.

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código de honor imperante, ofensas que clamaban venganza. En este caso, la calidad de las personas implicadas arrastró en la vendetta a todo el bando y, con él, a toda la comarca. El bandolerismo que tenía su origen en el honor, como veremos a continuación, todavía continuó durante siglo XVI, pero, a medida que avanzó la modernidad, los bandos, los linajes y las redes vasalláticas de todo tipo fueron debilitándose y las vendettas pasaron a afectar más a los individuos que a las familias. Como se refleja en la documentación consultada, a partir de mediados del XVI, en esta región de Navarra, rara vez veremos juntas de deudos y parientes armados, expresiones propias de las luchas de bandos bajomedievales. La nueva sociedad confesional, pues, se abría camino en este rincón de la Monarquía Hispánica.

2. EL «VAGAMUNDO» En todo el reino había pobres. En cada valle y en cada pueblo había personas de mala fama, sin bienes, sin trabajo y sospechosas de pequeños robos de ganado, hurtos en las casas y algún que otro asalto. Algunos eran pequeños delincuentes locales bien conocidos por sus vecinos y, a su manera, integrados en la comunidad. Sin embargo, este pobre local, común a todo el reino, dista mucho del vagabundo, también pobre pero, a diferencia del anterior, desarraigado y de gran movilidad geográfica. Los «vagamundos» eran mendigos cuando no tenían trabajo, jornaleros cuando las tareas del campo lo permitían, cesteros y esquiladores de vez en cuando, ocasionalmente soldados y siempre viajeros. Andaban por los caminos en busca de un lugar donde se les ofreciera caridad o trabajo. Habitaban temporalmente en los hospitales, en los descampados y, cuando el dinero lo permitía, en las ventas. Unas veces iban solos, otras acompañados de personas en su misma situación, compañeros ocasionales de viaje. A veces, gracias al anonimato que producía la condición de foráneo, protagonizaban, sin apenas planificación, pequeños robos de supervivencia (comida, alguna moneda y, sobre todo, ropa). Las camisas, la ropa de cama y las telas en general constituían uno de los más preciados botines en este mundo moderno17. Con

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Molas et al. 1993, pp. 80-82.

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su venta en hospitales y posadas obtenían importantes cantidades de dinero. La razón de que situemos a los vagabundos en esta frontera es su origen y ámbito de actuación. Ciertamente, entre ellos había franceses, navarros y aragoneses; sin embargo, la gran mayoría era de origen castellano, personas que viajaban por toda la Península y se introducían temporalmente en la Ribera de Navarra, donde encontraban una sólida red hospitalaria y mayores posibilidades de trabajo. Entre ellos había murcianos, burgaleses, palentinos, vallisoletanos, madrileños, toledanos, alaveses, vizcaínos, cántabros, etc.; gentes que venían de muy lejos y, al poco, volvían a partir. Llama la atención la escasez de casos de vagabundos en la zona norte de Navarra. En caso de encontrarnos con alguno, procedían de las cercanas Tierra de Vascos, Guipúzcoa o Vizcaya18. Como ya hemos comentado al referirnos al Roncal, estas tierras del norte eran mucho más pobres y, más que acoger, generaban emigración. Así mismo, la infraestructura hospitalaria de esta región era mínima y los viajeros pobres sólo encontraban refugio en herrerías, ermitas o cabañas abandonadas19. Además, puede ser también que la barrera lingüística que suponía el vascuence retrajera a muchos de los vagabundos que intentaban internarse en esta región.Aparte de las evidentes dificultades que tenían para comunicarse, el desconocimiento de la lengua hacía que los vagabundos fueran rápidamente identificados como extraños, sufriendo de manera más intensa la estrecha vigilancia de la comunidad. En 1601 Juan López de Villaverde, «natural de la villa de Portugalete de la Encartación de Vizcaya», acusado del robo a un francés que se dirigía a Roncesvalles, declaró ante el tribunal que «no ha ido ni pasado jamás éste que declara de esta ciudad de Pamplona más adelante, ni ha entrado en ningún lugar vascongado de la Montaña, ni ha tenido imaginación de ir allá por no entender lengua vascongada ni ser buena la tierra para su oficio»20. 18 En 1619 dos personas naturales de Guernica y otra de Vascos fueron capturados en el hospital de Lacunza por un robo, AGN,Tribunales Reales, Procesos, 14456. 19 En 1546 personas naturales de Guipúzcoa y Vascos se refugiaban en herrerías y cabañas con la excusa de ser carboneros. De todas formas, tampoco eran vagabundos, ya que después de varios robos intentaron volver a las localidades en las que residían,AGN,Tribunales Reales, Procesos, 95505. 20 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100012, 1601, fol. 41.

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En teoría, la razón de la gran movilidad de este colectivo era la búsqueda de trabajo, aunque, como sospechaban las autoridades, a menudo se trataba más bien de una excusa para justificar sus viajes y la limosna que recibían. El oficio más repetido entre los vagabundos era el de soldado. Los compromisos bélicos de la Monarquía Hispánica (Italia, Flandes…), la defensa de sus vastas fronteras (las tres compañías situadas en Navarra) y las técnicas de guerra modernas hicieron que, tal y como hemos recalcado, la necesidad de efectivos fuera acuciante.A medida que avanzó la Edad Moderna, el Estado recurrió cada vez más al empleo, voluntario o involuntario, de los elementos más marginados de la sociedad (vagos y gitanos). El ejército, por tanto, ofrecía trabajo remunerado a todo el que lo quisiera, aunque muchas veces las pagas tardaban en llegar y los soldados podían llegar a pasar «grandísima necesidad»21. En 1601 fue capturado en Cáseda un grupo de vagabundos, entre ellos dos soldados que viajaban con sus mujeres de pueblo en pueblo pidiendo limosna. Una de las mujeres explicó así cómo compaginaban ella y su marido la vida de soldado y mendigo: Esta confesante y su marido se desembarcaron en Cádiz, viniendo de servir al rey de la flota no se acuerda cuanto tiempo ha. Después acá han venido por Castilla, solos marido y mujer, pidiendo limosna de pueblo en pueblo, recogiéndose por los hospitales.Y puede haber quince días que se juntaron, no se acuerda en qué pueblo, con el soldado y su mujer, que también están presos, y se acuerda que también anduvo soldado en la misma jornada con su mujer, y se desembarcaron con ellos en Cádiz22.

La mujer del otro soldado aseguró que su marido había ingresado en el ejército al no poder ejercer su «oficio de barbero […] por no estar examinado». A continuación narraba el recorrido que siguieron desde que su marido dejó la tropa. Han vivido en Valencia, de donde salieron hace dos meses hacia Sevilla. De pueblo en pueblo han venido, pidiendo limosna, para sustentarse recogiéndose en los hospitales como pobres […]. Que en el lugar del Pozuelo se juntaron, puede haber siete y ocho días, con uno llamado Luna

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Huici Goñi, 1993, p. 98. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100038, 1601, fol. 3.

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y con su mujer, porque, según dijeron, se conocían los dos de la soldadesca.Y todos cuatro han venido pidiendo limosna […]. Llegaron a Borja y durmieron fuera en un pajar, y […] se juntó con ellos un muchacho gascón o francés.Y el sábado […] durmieron junto a Malón en una tejería y, estando en el dicho soto, los prendieron23.

Martín de Villava, joven de 28 años natural de Leache y apresado en Gallipienzo, cuenta cómo en 1583, «estando en Valladolid haciendo gente Don Diego de Ayala, capitán de infantería, por su majestad, […], asentó bajo su bandera.Y andando por los alojamientos llegaron con la bandera a Talamaza, y que ahí, como él estaba enfermo, se lo dejó la compañía.Y después que estuvo en convalecencia fue en seguimiento de su bandera.Y que no los pudo alcanzar.Y que, así, llegó al reino de Valencia […].Y que ahí asentó en otra compañía, siendo capitán don García Bravo de Acuña, donde estuvo cuatro meses en su compañía como soldado». Debido a su enfermedad tuvo que abandonar una vez más la tropa, y fue entonces cuando decidió volver a Navarra24. La primera localidad del reino que visitó fue Sangüesa, donde durmió en un mesón que había en las afueras, después se dirigió a Cáseda, allí se acogió en el hospital de la villa y, finalmente, fue a Gallipienzo25, donde entró para, «por amor de Dios»26, «pedir limosna por la necesidad que tenía para pasar su camino» y fue capturado27. En 1584 toda la zona de la Vizcaya,Val de Aibar y Monreal se encontraba bajo alerta, ya que una partida de salteadores, formada entre otros por «Tomás Habarso y otro llamado García de Vizcay», asaltaba los montes de la Vizcaya,Val de Aibar y Monreal28. Por esta razón apresaron a Martín de Villava, soldado, vagabundo, individuo extraño y, por ello, sospechoso de ser «bandolero y» andar «en compañía de bandoleros»29. Domingo Navarro, que «dice se llama Juan Pérez», natural de Cataluña, fue acusado en 1610 de un robo en Puente la Reina30. Él alegó ser inocente, «pobre soldado […] que ha siete años que sirve a vuestra 23 24 25 26 27 28 29 30

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100038, 1601, fol. 9. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001494, 1584, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001494, 1584, fol. 4. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001494, 1584, fol. 14. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001494, 1584, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001494, 1584, fol. 7. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001494, 1584, fol. 5. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 72642, 1610, fol. 7.

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majestad en Flandes, y está estropeado en una mano, que no se puede valer de ella». Desde que se hizo esta herida en la «batalla de Rimberque», aseguraba, no le quedó más remedio que andar por los caminos pidiendo limosna y «reconociendo y visitando algunos amigos que tiene en España»31. Además de asentarse en el ejército, muchos vagabundos buscaban su sustento trabajando como temporeros en la recogida de la uva, esquilando ovejas, desempeñando oficios artesanales (cesteros, tejedores…) o vendiendo quincallería, alfileres, etc.Toda una gran variedad de actividades temporales que les obligaban a desplazarse de un lugar a otro y que, al no cubrir todas sus necesidades, les obligaban a recurrir a la caridad (limosna y hospitales) o al robo. En 1584 siete hombres y una mujer «recogidos» en el hospital de Arre fueron acusados de andar «hechos cuadrilla por todo este reino de Navarra […] so color que son pobres y trabajan cuando pueden en hacer ruecas y otras cosas, vagando, siendo sanos de sus personas y robustos para poder trabajar», acogiéndose en hospitales y robando en los caminos. En concreto, el fiscal les achacaba el asalto a unos clérigos que se dirigían «de Villava para Arre, Gorraiz y Huarte»32. Ante esta acusación, los inculpados afirmaron ser honrados y trabajadores, que si alguno pedía limosna era por estar enfermo, pero que el resto trabajaba la lana, hacía cestas o era marchante (vendía agujas de hierro). Además, aseguraron, jamás habían robado a nadie33. Después del robo de seis camisas y dos sábanas en una casa de Caparroso en 1588, el alcalde de la villa buscó «hombres foranos» en los «mesones y hospital, panadería y taberna». A raíz de estas diligencias fueron capturados Andrés de Rifa, tejedor de lienzos natural de Arnedo, y Pedro Martínez, labrador de Barbarin. Ambos sospechosos tuvieron que justificar ante el alcalde su modo de vida vagabundo, es decir, la razón de su llegada a Caparroso y porqué pedían limosna y se alojaban en hospitales. Andrés de Rifa expuso que, «puede haber un mes», tuvo que partir de Arnedo para «buscar qué trabajar en su oficio.Y estuvo trabajando en la dicha villa de Alfaro en casa del hijo de Pedro el Cortado por tiempo de dos semanas, y de allí llegó en esta villa de Arguedas dos días 31 32 33

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 72642, 1610, fol. 31. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001451, 1584, fol. 7. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16001451, 1584, fol. 14.

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antes de Nuestra Señora de marzo última pasada. En la cual, por no hallar qué trabajar ni hurtar, y por no tener con qué sustentarse, pidió limosna, como ocularmente le vio pedir el dicho señor alcalde, y durmió en el hospital de ella»34. Por su parte, Pedro Martínez aseguró «que no tiene oficio. Que en los veranos se sustenta andando con los mercaderes de lana ayudándoles, también recoge olivas» y sarmienta, «y que cuando no encuentra qué hacer suele pedir limosna a la buena gente, sin hacer daño a nadie». Cuando el alcalde le preguntó sobre un compañero suyo llamado Domingo Ayala, Pedro Martínez contestó que lo conoció «andando por tierra de Logroño […] y desde entonces andan juntos» y que «no es cierto que hurte»35. Pedro de Allo, conocido como «Cinco Dientes», natural de Falces, declaró en 1601 que «de mucho tiempo a esta parte anda de pueblo en pueblo alquilándose algunas veces a trabajar de labranza y otras veces haciendo cestas, recogiéndose en tiempos de inviernos, algunas veces, cuando tiene dineros, en los mesones, y otras veces en los hospitales, y de verano en los campos.Y de esta manera se juntan y suelen juntarse con otros hombres y mujeres que andan pidiendo limosna por los pueblos y hospitales»36. En 1613 Pedro Melendo, cestero natural de Tierra de Campos, fue apresado por uno de los regidores de Mendigorría cuando se presentó pidiendo limosna a la puerta de su casa. La razón de prenderlo fue que «le consideró hombre mozo y sin llagas [y] sospechó de ser vagabundo»37. Dos de los aragoneses presos en Velate en 1681 aseguraron ser «honrados estudiantes de profesión que cursan los inviernos en Huesca y Zaragoza […], y que suelen salir a pedir limosna los veranos y comprar un poco de tabaco para irlo a vender y sacar cuatro reales y sustentarse los inviernos en los estudios»38. A menudo las personas que iban por los pueblos pidiendo limosna y alojándose en los hospitales, para continuar viviendo de la caridad, alegaban sufrir todo tipo de problemas físicos que les impedía trabajar. Así, nos encontramos con mutilados, ciegos, enfermos del corazón y 34 35 36 37 38

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12006, 1588, fol. 10. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12006, 1588, fol. 9. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100038, 1601, fol. 9. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100979, 1612, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17485, 1681, fol. 130.

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un largo etcétera, entre los que había gran cantidad de embaucadores. En 1612 Pedro Lasquea y Vicente Montero fueron acusados de hacerse pasar por mutilados para poder recibir limosna. Los dichos acusados, estando buenos y sanos de sus miembros y pudiendo trabajar, no lo hacen, y andan vagando haciéndose cojos y mancos y que tienen enfermedades de mal de corazón, y con todas estas invenciones hurtan la limosna que se debe de dar a los que verdaderamente son pobres […]. Que los susodichos, además de andar vagando, han cometido otros delitos, como fue una camisa […] en el lugar de Elcano, y una gallina blanca en el lugar de Huarte39.

Como venimos viendo, las ventas y, especialmente, los hospitales constituyeron en la Edad Moderna los principales refugios de pobres y vagabundos. Como apuntara Núñez de Cepeda en su libro La beneficencia en Navarra a través de los siglos, en los procesos judiciales se ha puesto de manifiesto la solidez de la red hospitalaria navarra, sobre todo en la Ribera y la Zona Media. Gracias a la vigencia del concepto tradicional de caridad cristiana (supra), tarde o temprano, prácticamente todas las localidades del reino contaron con un hospital, un lugar en el que, además de acoger a los pobres locales, encontraban refugio temporal los viajeros necesitados. Los patronos de estas instituciones solían ser el párroco de la localidad, los miembros del Regimiento o una cofradía, unas veces por separado y otras compartiendo responsabilidades. Conforme avanzó la Edad Moderna las autoridades civiles adoptaron progresivamente un papel protagonista en el control de la pobreza, interviniendo cada vez más en la gestión de los hospitales, en detrimento de las instancias religiosas. Los hospitales más importantes ofrecían cama, a veces comida, y solían estar regentados por un hospitalero. Los más pequeños, en cambio, apenas disponían de un techo y su control, como el de Dicastillo, dependía de un mayordomo40. Los recursos con que contaban, y en consecuencia los servicios que podían ofrecer, eran muy dispares, algunos recibían importantes rentas y diezmos y otros tan sólo una limosna anual. 39 40

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100838, 1612, fol. 14. Núñez de Cepeda, 1940, p. 89.

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En Aibar, en el XVII, «todos los del pueblo debían pagarle un diezmo de los frutos»41. El hospital de la basílica de Arre, uno de los más importantes del reino, situado poco antes de llegar a Pamplona desde la Montaña, recibía «pan para todo el año, por persona media libra, para todos los romeros que en las noches llegan a dicho hospital»42. El de la basílica de Nuestra Señora del Perdón, situado en otro importante lugar de paso, también contaba con abundantes recursos, al recibir cierta cantidad del trigo recogido por todos los pueblos de la zona43. En Caparroso, en 1708 un sacerdote salía un día por semana a pedir limosna para el hospital, logrando una media de veinticuatro maravedíes por pobre44. El hospital de Cárcar estaba a cargo de un matrimonio de hospitaleros que residía en él y se ocupaba del cuidado de la ropa, la limpieza del local y el control de los hospedados. Los refugiados sólo podían ser enfermos pobres, aunque los foráneos sanos también tenían derecho a permanecer una noche. Además de estas labores, el hospital de Cárcar, como otros muchos en Navarra, actuaba de arca de misericordia, «prestaba trigo a los labradores necesitados para que sembraran sus tierras, con la obligación […] de devolver el trigo recibido con un almud de creces por cada robo […] la víspera del día de la Asunción de la Santísima Virgen».Así mismo, celebraba una misa anual por los difuntos en el hospital y servía de local para reuniones del Regimiento y otro tipo de actividades vecinales45. A pesar de la idea que nos pueda trasmitir la documentación institucional, estos establecimientos de acogida estuvieron muy lejos de ser los lugares de caridad ordenada y controlada que pretendían las instituciones civiles y religiosas. Los hospitales, así se puede ver en los procesos judiciales, no eran lugares extraños a la mentalidad del mendigo. Es más, se trataba de instituciones perfectamente integradas en su mundo, hogares temporales en donde pobres y vagabundos desarrollaban con total normalidad su modo de vida, muy alejado de los modelos confesionales y morales impulsados por la Iglesia, el Estado y la propia sociedad. Para empezar, según las leyes, la práctica totalidad de los recogidos en los hospitales (jornaleros, soldados, canteros y artesanos de todo tipo), al estar sanos y no trabajar, tenían vedado el uso de la caridad, por 41 42 43 44 45

Núñez de Cepeda, 1940, p. 54. Núñez de Cepeda, 1940, p. 64. Núñez de Cepeda, 1940, pp. 69-72. Núñez de Cepeda, 1940, pp. 75-77. Núñez de Cepeda, 1940, p. 78.

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lo que, en caso de recurrir a ella, como hacían, debían ser perseguidos y castigados. En 1585 el sustituto del fiscal de la villa de Tafalla afirmaba que, por las leyes del reino, «está prohibido que no se consienta en él los vagamundos que, en achaque de pobres, se sustentan con el sudor y trabajo ajeno y andan por los hospitales»46. Por otra parte, el comportamiento en los hospitales de estos «vagamundos» distaba mucho de la actitud piadosa y resignada que, en teoría, debía caracterizar al buen pobre. Los recogidos jugaban a cartas, portaban armas, reñían, juraban, yacían con mancebas y robaban, todo sin apenas control. En 1586 Francisco de Campos, carpintero de Tudela que buscaba aprendices, describió así la pésima impresión que le había producido su visita al hospital de Mallén. Habló con muchos pobres, los nombres de los cuales no sabe, más que había entre ellos muchos bellacos, porque estaban jugando a los naipes y tenían espadas y puñales47.

Francisco Guzmán, zapatero natural de Cogolludo (Castilla) y Pedro de Arana, jornalero de Miranda, fueron acusados en 1584 de andar «públicamente amancebados con dos mujeres so color que están casados, no lo estando», de recogerse «en los hospitales ocupando el lugar de los pobres de solemnidad» y de robar «una mula y un manto en la villa de Miranda»48, lo cual, de acuerdo con el fiscal, demostraría su conexión con la «cuadrilla de más cuarenta […] ladrones y bandoleros» que capitaneaba Amador de Gorraiz49. Los acusados alegaron que tan sólo iban «por los hospitales por no hallar qué trabajar» y que sólo conocían a una de las mujeres, la esposa de Arana50. En 1585 Juan Silvestre, natural de Tierra de Medina del Campo, fue acusado de pedir limosna sin necesidad, «quitándosela a los pobres», de blasfemar «de Dios nuestro señor y de su bendita madre con muchos

46 47 48 49 50 51

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 39126, 1585, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70296, 1586, fol. 79. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98695, 1584, fol. 11. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98695, 1584, fol. 25. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98695, 1584, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 39126, 1585, fol. 1.

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juramentos», y de herir a otro vagabundo natural de Marcilla51. De acuerdo con el testimonio de una testigo: El dicho preso salió a pedir limosna por el pueblo, y cuando volvió vino borracho y se echó detrás de la puerta del hospital a dormir y no fue a comer a la comida que dan los cofrades de Santa Catalina a todos lo pobres que van a ella, y el dicho herido fue a la dicha comida y cuando volvió halló al dicho preso que estaba durmiendo y lo despertó diciéndole: ¡Levántate borracho! Y luego se levantó y con un cuchillo que tenía vio esta deposante que le dio una herida en la pierna sobre la rodilla y en hiriéndole se salió del hospital y el dicho herido salió detrás de él, y por mandado del dicho señor alcalde lo curó el barbero.Y a la tercera vez que lo fue a curar no lo halló.Y dicen que se ha ido a Olite de miedo que lo prendan52.

A menudo los delincuentes encontraban en las ventas y hospitales el apoyo que necesitaban para realizar todo tipo de robos. En estos lugares se reunían, planificaban sus acciones, repartían el botín y se deshacían de él vendiéndoselo a bajo precio a venteros y hospitaleros. Andrés de Rifa cuenta en un proceso de 1584 cómo los venteros de Olmar, en el término de Marcilla, acogían a los malhechores, asistían a los repartos de botín, compraban la ropa a bajo precio e incitaban a realizar más robos. De acuerdo con su declaración, después de haber robado varias casas en Olite, Caparroso y Arguedas, dos ladrones vagabundos y el acusado llegaron a la venta del Olmar, donde les aguardaban sus mujeres. «Cuando llegaron en la dicha venta los venteros los conocieron […], porque ella y su dicha hija con muchas caricias y mostrando contento de su venida los recogió y les aderezó con toda prisa de cenar». Después de cenar «partieron por mitad y echaron a suertes con sendos palillos pequeños para saber cuál parte había de ser suya, y cada uno se tomaba la que le tocaba y le daba a su mujer […]». A todo esto, los venteros estaban presentes, y «no les dijeron cosa ninguna, aunque ellos les dijeron que eran hurtadas», «y que les dieron ciertas camisas viejas y unos paños de mesa, y que además de esto les vendieron dos» ropas de cama «por cuatro reales.Y por ser la dicha ventera conocida se los vendieron en ellos, porque si fuera otra persona no se los vendieran en tan poca cantidad, porque, según ellos […], valían cuatro escudos.Y aunque éste que declara le dijo a la dicha ven52

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 39126, 1585, fol. 8.

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tera que todos aquellos paños los habían hurtado en Caparroso, y que diese noticia a la justicia junto con él para que los prendiesen, porque a él no le viniese daño, le respondió la dicha ventera que [no] tuviese temor, que no le venía ningún daño»53. Es más, cuando el testigo y uno de los ladrones con su mujer se marchaban hacia la Virgen del Yugo, «el dicho ventero les dijo y rogó a entrambos a dos juntos que si iban hacia el reino de Aragón y podían traerle hurtada alguna yegua y rocín que él se las compraría, y ellos le respondieron que si podían ellos la traerían». Cuando la pareja y el testigo llegaron a la venta de Nuestra Señora del Yugo, siguiendo su costumbre, preguntaron en secreto a la ventera si estaba dispuesta a comprarles algunos «ajuares de casa» Aunque respondió que sí, «la mujer contó el ofrecimiento a su marido», y «éste volvió a sospechar y decidió dar noticia al alcalde». En 1586, la cuadrilla de Sebastián de Gomarón, alias «El Conde», como era habitual después de los robos cometidos, se dirigía a una venta de Mallén, donde una persona llamada Zapatero les compraba todo el botín y les encargaba algún robo en especial54. En 1628 una venta de Pamplona servía de sede para unos rateros que se dedicaban a robar las faltriqueras a los «aldeanos» que venían a las tiendas y pescaderías de la capital. Después de la jornada los cinco ladrones volvían a la venta, comían alguna sardina robada y, en dos camas que compartían, esperaban al día siguiente55. La venta, recordemos el caso de Juan de Ita en 1612, también era el lugar en el que el ladrón podía observar al viajero, trabar conversación con él, informarse sobre su mercancía y destino y preparar, así, el próximo asalto56. Como se ha podido comprobar, vagancia, robo y amancebamientoprostitución eran los tres delitos que con mayor frecuencia se achacaba a los vagabundos. En el capítulo dedicado a la comunidad local ya hemos podido apreciar cómo Pamplona era una localidad distinta a cualquier otra del reino.A lo largo de la Edad Moderna hizo valer su carácter de capital y se convirtió en el más importante centro de atracción institucional, social y económica de Navarra.Tras sus murallas en los siglos XVI y XVII 53 54 55 56

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12006, 1588, fol. 11. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70296, 1586, fol. 76. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 3118, 1628. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100818, 1612, fols. 2-3.

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vivió una población de en torno a los diez mil habitantes, llegando a los quince mil en el siglo XVIII57. El anonimato que proporcionaba la ciudad, la afluencia constante de gentes foráneas que acudían por negocios o para ser atendidos por las instituciones, la presencia de un elevado contingente de soldados, a menudo mal pagados, la confusión en los numerosos comercios y mesones o la oportunidad que proporcionaban las multitudinarias celebraciones civiles y religiosas (comedias, toros, procesiones, misas, ejecuciones…) supusieron importantes factores que favorecieron un tipo de delincuencia diferente a la que se producía en el resto de Navarra. Frente a los asaltos de caminos o al robo de ropa tendida, en la ciudad el delito más corriente entre los vagabundos, sobre todo «en tiempo de ferias», fue el de «cortar bolsas». En 1580 Luis José de Aguilar, sastre valenciano de treinta años que llegó a la ciudad «por ver la feria», robó con otro joven de capa negra a «un francés una bolsa con ocho ducados cuando estaba en una tienda, y luego le hizo señas al de la capa negra para que se fueran y se fue huyendo por la calleja […], y porque el dueño de la bolsa le perseguía dejó la bolsa»58. En 1582 Andrés Asnar, murciano que se alojaba en el Hospital General, la institución hospitalaria más importante del reino, fue juzgado, de acuerdo con la defensa, «sólo porque tocó el codo» a otra persona59. En 1593 el Padre de Huérfanos se hizo cargo de tres jóvenes de entre trece y dieciséis años a los que se acusaba de haber «cortado bolsas en la calle de las Turnerías». Entre los bienes que les fueron encontrados había «una bolsa parda de lana con doce reales de plata y treinta y ocho tarjas y siete cuartillos […], con medio cuchillo cortante de cuatro dedos […], y la dicha bolsa parece cortada por dos partes de los cordones», así como nueve dineros ingleses, «sendos pares de zapatos de baqueta», «una camisa de lienzo nueva de mujer» y «un rosario de vidrio y azabache nuevo»60. En 1610 Juan Andrés de Burgos, vecino de Burgos, cortaba bolsas en prácticamente todas las celebraciones importantes de la ciudad. «Un día, estando en la iglesia parroquial del Señor San Cernín, en misa y sermón, en el ínterin que se dijo aquél, Juan Andrés, preso, sacó de la 57 58 59 60

Gembero Ustárroz, 1985. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11438, 1580. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 56313, 1582. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 39728, 1593, fols. 1-3.

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faldriquera, a uno llamado Pedro de Turrillas, vecino de esta ciudad, estando arrimado a él entre mucha gente, real y medio de plata». «Al cabo de algunos días, en la plaza o Chapitel de esta ciudad, que estaba arrimado a una cesta de cerezas en compañía de un soldado», un hombre gritó: «¡Guárdense esas bolsas!, y el dicho Andrés y su dicho compañero, de temor de ser conocidos, se fueron hacia el cuerpo de guardia».También robó a un sacerdote en el transcurso de una ejecución, «a un vasco […] junto a la casa del oidor Rada, y en una procesión en la calle Mayor, donde «el dicho Juan Andrés iba por ella inquietando a unos y a otros, dándoles de empellones y arrimándose a muchas personas, las cuales se quejaban que les habían faltado las bolsas». Igualmente «sacó las bolsas […] habiendo venido la cruz del Señor San Miguel de Excelsis a la iglesia parroquial del señor San Llorente de esta ciudad, estando mucha gente adorando», al igual que hizo en la «procesión del Señor San Fermín»61. En 1619 Pedro López, zapatero natural de Talavera de la Reina, y Francisco León, «toreador» de Tudela, ambos menores de dieciocho años, llegaron a Pamplona «el día de San Cristóbal último pasado a las ferias». Estando en «la botica de un francés llamado Pesenaret, que está frente de Santa Cecilia», intentaron robar a los que allí había. Pero una mujer los vio y les dijo: ¡Qué es esto, es a uso de Madrid!, a lo que uno de ellos respondió: ¡No señora! ¡Qué no hago nada! También intentaron robar «en las carnicerías de la plaza donde se corrieron los toros»62 y en la plaza del Chapitel63. Finalmente, en la «casa de las comedias hurtaron el dicho día a Pedro de Grez, escribano real, una bolsa de setenta y cinco reales», por lo cual fueron descubiertos y apresados. El fiscal se quejaba de que Pamplona, sobre todo en tiempo de ferias, recibía todo tipo de «ladrones y personas ociosas que andaban vagando sin querer trabajar de feria, cometiendo muchos delitos y hurtos»64. Llama la atención la expresión con la que la mujer advierte al joven ladrón, en la que identifica delincuencia con Madrid, una imagen presente en toda la literatura del Siglo de Oro y, como se puede ver aquí, también en la sociedad65. 61 62 63 64 65

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 13849, 1610, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101346, 1619, fol. 19. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101346, 1619, fol. 40. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101346, 1619, fol. 23. Martínez Comeche, 1989.

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Entre los oficios de la ciudad, como se puede ver por un proceso de 1566, los fajeros eran de los que peor fama tenían. En esta causa, el fajero Pedro de Induráin, acusado de multitud de robos, fue interrogado sobre las actividades delictivas de sus compañeros de oficio. El acusado afirmó no saber «cosa alguna de esto», excepto que «Miguelto de Burunda, fajero, cuando siente a alguno que tiene algunos reales, procura de convidarlo a jugar y concierta con otro fajero para que le ganen al tercero que tiene dineros.Y, así, le ha visto algunas veces ganar algunos reales. Pero no sabe este testigo si arma los naipes o si se entiende por ceños y señales con el compañero que toma, o la orden que tiene. Pero, las más veces que le ha visto jugar le ha visto que ha ganado»66. Al igual que sucedía en otras ciudades europeas, el barrio extramuros, la Magdalena, fue, sin lugar a dudas, uno de los lugares más conflictivos de la capital navarra. Aquí permanecían todos los que no habían podido acceder a la ciudad, bien porque habían llegado después del cierre de las puertas, bien porque los soldados que las vigilaban les habían impedido el paso. La vigilancia aquí era mucho menor que la que se ejercía tras la muralla. Había priores y mayordomos de barrio, ya lo hemos visto, pero la ronda militar, principal garante del orden nocturno en Pamplona, no llegaba a esta zona. El menor control, unido a la continua afluencia de viajeros que llegaban a las noches para poder entrar al día siguiente en la ciudad, hizo que en este barrio proliferaran las ventas y mesones, donde, de acuerdo con los tribunales, se permitían juegos prohibidos, se encubrían amancebamientos67, se amparaba a maleantes y se producían desórdenes. En 1596 Sancho de Montalvo, platero vecino de Pamplona, vino desde Puente la Reina con una «bolsa de ansón» en la que llevaba una fuente de plata «de peso de más de cuarenta y un ducados.Y por ser ya cortas las tardes no llegó a tiempo que pudiese entrar por la puerta de Lorenzo, que ya había cerrado.Y, así, hubo de correr y pasarse a la puerta del abrevadero, que suele cerrarse más tarde». Por el camino tuvo mala suerte, ya que cayó de la cabalgadura y se mojó cuando el caballo, sediento, «se metió a mucha furia en el río», «y con todo eso, levantado lo más presto que pudo, fue a la puerta del abrevador.Y poquito antes que llegase le cerraron la dicha puerta.Y al mismo tiempo salían de ella dos hom66 67

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98183, 1566, fol. 18. Sobre prostitución en Pamplona consultar Arazuri, 1979, t. 1, pp. 14-15.

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bres.Y como vieron afligido al suplicante de no haber entrado en la dicha ciudad y de estar así, mojado, dijo el uno de los hombres […] que el otro tomase de la rienda el macho y que el dicho hombre lo aguzaría para caminar, y que fuesen a las casas de la Magdalena, donde el suplicante pasaría la noche.Y habiéndolo hecho así […], antes de doce pasos, el dicho hombre cuyo nombre no sabe reconoció la dicha bolsa de ansón, so color que quería sacar de ella la agua que en la dicha bolsa se había metido, y tomó la dicha fuente de plata.Y luego […] dio a correr con la dicha fuente a mucha furia, sin despedirse ni decir palabras»68. El sospechoso, Juan Íñiguez, natural de Obanos, conocido también por Jacagorri («chaqueta roja»), Cuatro Mangas o Galerón (los galeotes llevaban chaquetas rojas)69, fue inmediatamente al mesón de Miguel de Larrasoaña, en la Magdalena, y allí se jugó, a toda prisa, la fuente de plata que había robado. Como atestiguaban los parroquianos, «durante todo el rato que duró el juego no quiso sentarse.Antes estuvo a pie tan inquieto y alborotado, muy sudando y asomándose cada paso a la ventana», que «uno de sus compañeros, llamado Joanes de Osacáin», le dijo: «¡Tú que tan inquieto andas, habrás hecho alguna de tus buenas horas!». «A lo cual respondió el dicho delincuente: ¿No has oído las voces que han dado al ladrón?, ¡No lo tienen cogido en las manos!». Antes de que acabaran la partida, llegaron al mesón el platero y un mayoral y, sin que éstos se dieran cuenta, Osacáin y Larrasoaña «dieron escape» a Jacagorri. Los recién llegados interrogaron al ventero y a su amigo, y ambos «ofrecieron al suplicante que, si les daba dineros para gastar, ellos buscarían al delincuente dentro de tres días, y se lo entregarían al suplicante, y que descanse, que no se perdería su plata». Evidentemente, ninguno de los dos tenía la menor intención de encontrar a Jacagorri, pues eran amigos suyos. Sólo se trataba de una estafa. Es más, pasados unos días todavía reclamaron más dinero al platero para continuar con su inexistente búsqueda70. Muchos de estos vagabundos desarraigados compartían una misma cultura marginal, con sus propios valores, códigos de conducta y creencias, que se expresaba y reafirmaba a través de un lenguaje propio: la jerigonza o lenguaje de germanía71. Esta dimensión social del castella68 69 70 71

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12640, 1596, fol. 84. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12640, 1596, fol. 231. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 12640, 1596, fol. 84. Burke, 1996, pp. 17-20.

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no ha sido ampliamente estudiada gracias a un amplio repertorio de obras literarias y vocabularios de época, entre otros, el vocabulario de germanía de Juan Hidalgo72, la literatura de cordel73, las poesías germanescas74, la Relación de la cárcel de Sevilla de Cristóbal de Chaves, obras de Cervantes como Rinconete y Cortadillo, las poesías de Quevedo o la literatura pícara de Mateo Alemán. En la actualidad, contamos con completos diccionarios75, así como con estudios que, trascendiendo su estudio formal, han tratado de analizar su significación social76. Entre los procesos consultados nos hemos encontrado con esta realidad cultural, muy presente entre los vagabundos que frecuentaban los hospitales de la Ribera, Zona Media y Pamplona. Estas personas, muchas de ellas de origen castellano, efectuaban amplios recorridos por todos los reinos peninsulares y compartían un mismo modo de vida. Por esta razón no debe extrañarnos que, estuvieran en Madrid, Sevilla o Pamplona, compartieran una misma cultura marginal, expresada y representada a través de un lenguaje jergal común. Pedro de Allo, también llamado Cinco Dientes, capturado en 1601 junto a otras personas en un soto próximo al monasterio de Tulebras, fue interrogado sobre el significado en jerigonza de varias palabras que, parece ser, habían dicho dos de sus compañeros, los soldados Luna y Morales. Si sabe hablar jerigonza y si la entiende, y si a los dichos Luna, soldado, y su mujer y a Morales les ha oído hablar antes de ser presos y después.Y si a los dichos Luna y Morales les oyó decir que habían de venir a Tudela a ganar cierto jornal el lunes o martes siguiente y que, con dicha daga, habían de hacer la faena.Y en jerigonza qué se entiende por jornal y faena entre gente que entiende jerigonza y de semejante condición y tratos77.

A pesar de entender y hablar algo de jerigonza, el preso declaró no poder distinguir las palabras por las que le preguntaba el fiscal.

72

Hidalgo, Romances de germanía de varios autores con su vocabulario. Caro Baroja, 1969. 74 Hill, 1945. 75 Salillas, 1896;Alonso Hernández, 1976 y Chamorro, 2002. 76 Besses, 1905; Deleito Piñuela, 1948; Caro Baroja, 1991; Ourvantzoff, 1976; Alonso Hernández, 1979; Pabanó, 1980 y Lara Garrido, 1987. 77 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100038, 1601, fol. 26. 73

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Dijo que es verdad que este confesante entiende un poco jerigonza y la suele hablar, pero que no se les ha oído hablar a ninguno de los susodichos, ni entiende qué quiere decir jornal ni faena en jerigonza, ni tales vocablos jamás les ha oído tratar a los susodichos, y que hurtar en jerigonza se dice bretar y no sabe cómo se dice en jerigonza matar ni herir.

En 1689, en Cascante, muchos testigos cuentan como José Bailos, alias Josefillo de Calahorra, acusado de ser el jefe de una de las cuadrillas de bandoleros que asolaban las fronteras meridionales de Navarra, solía jactarse de sus hazañas empleando vocablos del lenguaje de germanía cuyo significado les resultaba evidente. Así, un testigo declaraba cómo Josefillo «le dijo que él y otros compañeros habían trabajado mucho, dando a entender a hurtar, y que tenían un cuatro cargado de dinero, dando a entender un caballo»78. Otro testigo añadía que «el dicho Bailos se jactaba diciendo había escalado dichas cárceles y que él y otros compañeros tenían un cuatro cargado de cucharas, dando a entender en su lengua o jerigonza tenían un rocín cargado de reales de a ocho, y que tenía cuadrillas de ladrones en diferentes partes»79. Una parte de estos términos refleja la inversión de valores que se daba y se potenciaba en la cultura picaresca. El término «jornal», en su uso ortodoxo, significa el estipendio de un día de trabajo80; en el contexto delictivo se trataría, siguiendo a Chamorro, de un trabajo como valentón a sueldo (matón)81. Por su parte, el vocablo «faena» iría en la misma dirección82, subrayando la asimilación entre el trabajo honrado del jornalero y el delictivo del ladrón, matón, estafador…, una metáfora que, con diferentes palabras (faena o trabajo), pervive durante todo el XVII. Así mismo, en estos procesos también aparecen palabras del lenguaje de germanía cuyo uso, o por lo menos conocimiento, se había extendido a ámbitos más comunes de la lengua castellana. Así, «bretar» o «cuatro» son traducidos correctamente por los testigos como «robar»83 y «caballo»84, respectivamente. Igualmente, también nos 78 79 80 81 82 83 84

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17004344, 1690, fol. 8. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17004344, 1690, fol. 9. Chamorro, 2002, p. 516. Alonso Hernández, 1976, p. 459. Alonso Hernández, 1976, p. 351. Chamorro, 2002, p.132 y p.172. Chamorro, 2002, p. 289.

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encontramos con toda una serie de términos originales, no registrados todavía en ninguno de los diccionarios. Este es el caso de «cucharas», interpretado, gracias al contexto, como real de a ocho, el objeto de uno de los robos que había cometido Josefillo de Calahorra. A grandes rasgos, existen dos corrientes historiográficas que tratan de explicar el origen y significado del lenguaje de germanía. La más tradicional incide en su carácter voluntariosamente críptico, considerándolo poco más que un idioma en clave para delinquir. Las teorías más modernas, por el contrario, lo ven como un reflejo claro de una identidad cultural determinada. La primera corriente responde a una interpretación extendida ya durante la Edad Moderna, cuando desde el mundo de la literatura, por ejemplo, se recurría a describir el lenguaje de germanía como uno de los instrumentos delictivos característicos de las cofradías secretas de delincuentes85. Sin ir más lejos, la banda de Josefillo de Calahorra era descrita por los cascantinos como si del «monipodio» sevillano se tratara, una organización criminal con una jerarquía clara y con un leguaje secreto. Los cuatro ladrones que salieron con el dicho Bailos le daban al susodicho titulo de capitán, y siempre que lo llamaban le dicen: ¡Señor capitán!, y todos solían hablar en jerga o jerigonza con palabras que ellos solos las entendían86.

Alfredo Nicéforo87 o Rafael Salillas defendían a principios del XX que el argot surgía con premeditación, con un propósito claro de permanecer en la sombra. Chamorro considera que la jerigonza surgió alrededor de un gremio criminal de Sevilla, una asociación secreta que lo utilizaba para mantener ocultas sus actividades. De acuerdo con esta autora, su extensión se produjo a través de la literatura de cordel y de la literatura picaresca88. Para contrarrestar esta progresiva inteligibilidad, Alonso Hernández sostiene que los elementos marginales se vieron obligados a una continua renovación de los vocablos germanescos89.

85 86 87 88 89

Martín Rojo, 1988, p. 234. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17004344, 1690, fol. 10. Nicéforo, 1912. Chamorro, 2002, p. 23. Alonso Hernández, 1976, p. XIV.

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La corriente historiográfica más moderna entiende que la homogeneización del lenguaje se debe, más que a una voluntad críptica, a «la interrelación de sus hablantes y la común orientación del significado, o lo que es lo mismo, su identidad cultural»90. Luisa Martín Rojo, en un magnífico trabajo sobre la jerga de los presos en las cárceles actuales, estudia cómo las voces difundidas fuera de los límites de la jerga se mantienen en ella vigentes. Este hecho negaría, en parte, las teorías que defienden el carácter críptico como esencia de la jerga. Es cierto, admite la autora, que la jerga no favorece la intercomprensión con los ajenos a su esfera social. Sin embargo, asegura, este fenómeno se debe, más que a una premeditada estrategia de ocultamiento, a la expresión lingüística de la distancia cultural. La jerigonza señalaba a sus hablantes aquellas personas con quienes compartía una misma posición social. Del mismo modo, su desconocimiento marcaba a los extraños91. En la misma línea, Peter Burke afirma que la existencia de lenguajes jergales «debe explicarse no sólo de una manera utilitaria, es decir, como la creación de términos técnicos con precisos fines prácticos, sino también de una manera simbólica, como la expresión de la conciencia creciente de un grupo y del sentido creciente de la distancia que lo separa del resto de la sociedad». Es más, añade, «la jerga de los mendigos y ladrones profesionales es un caso extremo de la creación de una frontera simbólica que separa a un determinado grupo del resto de la sociedad», reflejando y potenciando «la organización y los valores de una contracultura»92. La interrelación entre ciertos grupos vinculados a un mismo marco marginal generó una particular visión del mundo que encontró su medio óptimo de expresión en el lenguaje de germanía. Un lenguaje que, en palabras de Martín Rojo, «refleja su vida cotidiana y la consideración que le merece aquélla que es propia del resto de la sociedad gracias a su redistribución de las categorías humanas y morales que permiten que lo positivo se convierta en negativo y viceversa». «Esta visión subjetiva supone un clima interno permisivo para el desarrollo de una actividad, que crea además la seguridad de que existe un grupo de iguales que la comparte»93. La jerga no sería empleada ante el ajeno 90 91 92 93

Martín Rojo, 1988, p. 236. Martín Rojo, 1988, p. 238. Burke, 1996, p. 37. Martín Rojo, 1988, p. 224.

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para no ser entendido, sino con los iguales para ser entendido al máximo y compartir todos los matices culturales que se esconden en cada una de las palabras. La sociedad tenía miedo de estos desarraigados y, a menudo, se dejaba arrastrar por el temor y la imaginación exagerando su modo de vida, viendo organizaciones secretas de maleantes, semejantes a las que se describían en las obras de teatro, donde, en realidad, sólo había pobres «vagamundos». En 1628 Isabel López, acusada de vagabunda y de ayudar a ladrones llevándoles provisiones, fue apresada en Aguilar de Codés. El alguacil que trasladó a la presa desde esta localidad hasta las cárceles reales de Pamplona relató ante el tribunal el aterrador viaje que había hecho. Según él, la mujer era una peligrosa bandolera, capitana de muchos bandidos, y por esta razón le había intentado sobornar, le había amenazado de muerte y su partida le había vigilado y seguido durante todo el viaje, esperando una ocasión propicia para liberarla, comunicándose continuamente por señas, vascuence y otros lenguajes secretos. El tribunal, dejando a un lado lo que debió considerar casi superstición, no dio ninguna credibilidad a estos testimonios y tan sólo aplicó la ley reservada a los vagabundos. La ha traído a las cárceles reales de ella, y en el camino se ha jactado que tenía personas que saliesen a liberarla.Y que si el dicho alguacil no trajera más de una o dos guardas que bien se la quitaran, y aun los despacharan, dando a entender que los mataran.Y que en Logroño dejaba más de cien ducados, y que si el dicho alguacil quisiera dejarla en la dicha ciudad le diera hasta quinientos reales, jactándose así bien de que ha de beber de la sangre de algunas personas que han tratado de su prisión […].Y que en el camino les han salido algunas espías al dicho alguacil y sus guardas, y ella se entendía con las dichas espías, así, por señas cuando se hacían encontradizos en el camino, como hablando vascuence, que no lo entendían el dicho alguacil ni las guardas, procediendo en todo como mujer bandolera y camarada de ladrones94.

Este colectivo compartía con el resto de la sociedad una cosmovisión similar, eso sí, adaptada a su heterodoxo modo de vida.Tal y como hemos explicado en la introducción al capítulo dedicado a la doctrina

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AGN,Tribunales Reales, Procesos, 74003, 1628, fol. 1.

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de la Iglesia, en la Edad Moderna, y sobre todo en la Era Confesional, lo sagrado y lo profano formaban una unidad perfectamente integrada, de tal manera que los temporal y lo eterno se entremezclaban sin apenas posibilidad de distinción. La divinidad era entendida por el conjunto de la sociedad en su relación con el hombre, por lo que la religiosidad que se practicaba tenía un fin eminentemente utilitario95. Las comunidades campesinas elegían como patrones a los santos más eficaces en la lucha contra el pedrisco, la sequía o las plagas, los marineros se protegían tras advocaciones que impedían las tempestades y aseguraban una buena presa, y los ladrones rezaban para que la justicia no diera con ellos. En 1624 Pedro Ferrer, tejedor y soldado natural de Zaragoza, y Roque Alavés, persona tullida natural de Montalbán (Aragón) que vivía de pedir limosna, acusados de vagabundeo y de varios asaltos en las cercanías de Marcilla, llevaban consigo, entre otros objetos sospechosos, unas oraciones y una «imagen de nuestra señora y unas medallas de cosarios […], ladrones y bajomundos». La oración, que se puede leer en el documento perfectamente conservado, protegía a su portador de todo tipo de muerte súbita y violenta, especialmente la derivada de la aplicación de la justicia, una protección inestimable para un ladrón, siempre expuesto a este tipo de peligros96. Esta oración fue hallada en el sepulcro sacro de nuestro Señor, y cualquier persona que la trajere consigo no morirá muerte súpita, ni habrá miedo de justicia, ni será condenado a muerte, y será libre de fuego y agua, y […] será libre de gota […] y de mal de corazón. Si alguna mujer estuviere de parto, póngansela sobre la cabeza y luego parirá sin peligro, y el que la trajere consigo tenga por cierto que cuarenta días antes que morirá verá nuestra Señora97.

Para demostrar su efectividad, el documento describe varios casos en los que funcionó perfectamente. En el primero cuenta cómo a un hombre que iba hacia Barcelona «le salieron unos ladrones y le quitaron la cabeza, y al cabo de tres días pasó por allí un hombre y la cabeza del hombre muerto le dijo que se quería confesar de sus pecados, y el

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Núñez Beltrán, 2000, p. 34. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101746, 1624, fol. 7. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101746, 1624, fol. 7.

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hombre, muy espantado, se fue a Barcelona y le trajo a un confesor y, acabado de confesar sus pecados, dio el alma a Dios, y le hallaron esta oración en el pecho muy bien guardada, y por virtud de ella, confesó sus pecados y le llevaron a Barcelona y le enterraron muy solemnemente». En otra ocasión, en el tribunal de la Inquisición de Córdoba se la hallaron a un preso al que «pusieron en la rueda del pisón, y anduvo siete vueltas alrededor y no le pudo hacer mal hasta que le quitaron la dicha oración». Ante este hecho los miembros del tribunal hicieron varias pruebas y comprobaron que, efectivamente, quien la llevaba estaba libre de todo mal y dolor.Así pues, certificaron su autenticidad: Pruebo yo,Alonso Rodríguez, notario de la Santa Inquisición de Córdoba […], para probación dieron a un perro siete puñaladas y le pusieron al cuello siete ladrillos y le echaron en el río, y estuvo en él un día, hasta que se la quitaron dicha oración98.

La oración en cuestión es bastante normal, está compuesta por tres párrafos en los que se expresa gran devoción por Jesucristo y María. Los relatos probatorios le daban una gran credibilidad, pues le otorgaban el reconocido prestigio de la Inquisición y ambientaban parte de los hechos en Barcelona, lugar en el que, como era bien sabido, existía un virulento bandolerismo. El vagabundo, el ladrón desarraigado, por tanto, actuaba exactamente igual que el labrador, el artesano o el marinero: recurría a la divinidad para proteger su heterodoxo modo de vida.

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AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101746, 1624, fol. 8.

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CAPÍTULO XII UN BANDOLERISMO ENDÉMICO

En los capítulos anteriores hemos podido ver cómo en las diferentes fronteras del reino (francesa, aragonesa y castellana) se daban situaciones políticas, sociales y económicas específicas, que tenían su reflejo en manifestaciones peculiares de la criminalidad y, más concretamente, del bandolerismo. Pero, a pesar de las diferencias regionales de Navarra, al igual que ha sucedido en todas las sociedades tradicionales, existía también un bandolerismo endémico, un asalto de caminos que era posible por la falta de control por parte del Estado y la impotencia de las comunidades locales. Las causas de este bandolerismo común a todo el reino fueron muy diversas. La marginación y la persecución que sufrieron colectivos como el de los gitanos, especialmente grave a fines del XVI, condujeron a los miembros de esta raza a protagonizar, en ciertos momentos, el bandolerismo navarro. Igualmente, la pobreza, en algunos casos extrema, empujó a muchas personas a realizar pequeños robos de supervivencia, sin apenas preparación. Así mismo, existió un bandolerismo practicado por los vecinos de los pueblos que tenía como fin principal la obtención de un complemento para su economía campesina. En estos casos los salteadores aparentaban llevar una vida honrada en sus localidades (labradores, artesanos, vecinos, maridos y padres de familia…), pero, en cuanto surgía una buena oportunidad, se apostaban en los caminos. En el momento en el que eran descubiertos se veían obligados a huir, y era entonces cuando hacían de su ocupación ocasional su modo de vida. Estos bandoleros contaban, a menudo, con el apoyo de parientes, venteros que vendían su botín, confidentes que les informaban del paso de mercancías… A pesar de que tras ser descubiertos llevaran una vida proscrita, muchos de ellos seguían insertos en sus

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comunidades. Es más, en algunos casos, gracias al uso de la fuerza y el miedo llegaban a intervenir decisivamente en ellas. Las razones que ofrecemos sobre el bandolerismo no se deben entender como la base para una tipología rígida, pues la realidad de cada bandolero es mucho más compleja y no permite una delimitación clara. Entendámoslas, pues, como unas razones generales que, según el momento, podían llegar a afectar a un mismo salteador de caminos1. Las fronteras, los paisajes quebrados y el trasiego de viajeros que recorrían los principales caminos potenciaron enormemente el bandolerismo (al norte del reino los Pirineos, la frontera francesa y los caminos hacia Francia; al este la frontera aragonesa, el desolado de las Bardenas y el camino de la Ribera; y al oeste las fronteras con Guipúzcoa, Álava y La Rioja, sus diferentes caminos y los montes de Urbasa y Andía). A pesar de que sobre el siglo XVIII apenas contamos con documentación procesal, la Causa General de Ladrones de 1739, en la que se capturó y juzgó a varias partidas de bandoleros y se desarticuló, como nunca había ocurrido hasta entonces, toda su red de apoyo, nos ofrece una imagen bastante aproximada de cómo era el bandolerismo durante esta época. Finalmente, estudiaremos el cambio de actitud que se produjo entre las autoridades civiles ante el problema del bandolerismo que desde mediados del XVII y, principalmente, durante el XVIII ponía en riesgo el desarrollo económico y social que estaba impulsando el Estado.

1. LAS CAUSAS DEL BANDOLERISMO 1.1. Marginación y miseria Prácticamente la única persona que ha estudiado el fenómeno del bandolerismo en Navarra, y especialmente en la Ribera, ha sido Florencio Idoate2. El resto de los autores, cuando ha tratado este problema, ha acudido a los trabajos del antiguo director del Archivo General 1 Mantecón Movellán, 2002c, p. 187 resalta la falta de homogeneidad dentro de cada tipo de bandidos, por lo que opta por ofrecer «un elenco suficientemente complejo de opciones de bandidaje». 2 Idoate, 1997, t. 1, pp. 152-161, t. 2, pp. 220-227 y t. 3, pp. 709-717.

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de Navarra3. En líneas generales, Idoate atribuye a los gitanos el bandolerismo ribero del XVI, mientras que en el XVII y XVIII, según él, quedaron relegados ante el resurgimiento de un bandolerismo popular. Esta teoría se basa en la asunción literal de los discursos de la época sobre la minoría gitana. Como se puede ver en el apartado dedicado al «Gran Encerramiento», los gitanos sufrieron una dura persecución. Durante la Era Confesional se les consideró heterodoxos en la religión, proclives al engaño, al hurto y al asesinato. A partir de mediados del XVII y durante el XVIII el utilitarismo que se fue abriendo paso entre las autoridades civiles hizo que se les considerara inútiles, una carga para la sociedad, por lo que todas las medidas que se adoptaron procuraron ponerlos a trabajar al servicio del rey y de la «república»4. Es cierto que hubo un bandolerismo gitano, especialmente grave en ciertos momentos. De todas formas, mucho más importante que éste, fue el que generaba la situación social, política y económica de la zona. En 1590 un gitano, el conde Malla, andaba con más de cien hombres armados, a modo de bandolero, plantando batalla y sometiendo a los pueblos comarcanos5. Este hecho excepcionalmente grave hizo que toda la zona se movilizara en su contra. En primer lugar los de Carcastillo, que sufrieron una derrota cerca de la venta de la Oliva, y seguidamente otros pueblos de Navarra y Aragón, que lograron seguirlos hasta la Sierra de Peña6. Como hemos visto, más de quinientas personas armadas, procedentes de Tudela,Tarazona y otros pueblos de la región, 3 «En el siglo XVI persiste el fenómeno del bandolerismo fronterizo, si bien ahora es protagonizado fundamentalmente por los gitanos. Se trata de un pueblo nómada que, como hemos visto ya, hizo su aparición en Navarra en los últimos años del siglo anterior y que se asentó preferentemente en las fronteras de Castilla, Aragón y Francia, de forma especial en los bosques de las Bardenas», Monteano, 1999, p. 228. Aunque también hay autores, como Orta Rubio, 1982, p. 740, que matizan algo esta afirmación: «El problema en Navarra parecen ser los gitanos, aunque hemos de tener en cuenta que confundidos con ellos irían bastantes vagabundos, gente muchas veces normal, a quien la miseria había empujado a este género de vida. Provenía la mayor parte del campo», Orta Rubio, 1982, p.740. Lasaosa Villanua, 1979, p. 71, al igual que Videgáin Agós, 1979, p. 9, también nos remite a Idoate al hablar de bandolerismo. 4 Gordo Astráin, 1993; Sánchez Ortega, 1994; Gómez Vozmediano, 1995; Caspistegui Gorasurreta, 1998, pp. 160-162; Asiáin Ansorena, 1999 y Leblon, 2001. 5 Idoate, 1997, t. 1, pp. 152-156 y AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 23. 6 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 48.

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se reunieron en la ermita bardenera de Santa Margarita para hacer una batida, pero no encontraron a ningún gitano7. Desde la cárcel, varios gitanos que fueron capturados cuando trataban de huir a Francia apelaron al conde de Lerín y lograron una audiencia con el virrey, que pretendió que le revelaran el número de gitanos del reino y el lugar en el que se ocultaban8.Así mismo, mandaron una carta al conde Malla, jefe de los gitanos, para que desde Imas, un lugar de la frontera castellana, enviara veinticinco arcabuceros para liberarlos9. A fines del XVI las leyes contra gitanos de los reinos de la Monarquía Hispánica se endurecieron considerablemente. Este hecho no fue, a mi modo de ver, la consecuencia de un bandolerismo gitano creciente, sino, más bien, todo lo contrario. La pena de galeras directa, los azotes y el control sobre las autoridades municipales para que hicieran cumplir estas disposiciones empujaron a muchos gitanos a llevar una existencia proscrita. La persecución y la miseria explican, así, el bandolerismo gitano de fines del XVI. En 1648 encontramos otro caso grave de bandolerismo protagonizado por gitanos. La partida de Matías Montoya andaba «por los caminos de este reino y fuera de él haciendo muchos robos y hurtos», y era «tanto el exceso» que tenían amedrentados a los «vecinos de la ciudad de Tudela, villas de Cintruénigo, Fitero y otras y lugares de su comarca» de que «los dichos Matías Montoya y sus compañeros gitanos los maten y roben». Componían esta partida «Luis de Bustamante, Sebastián de Montoya, Diego Montoya, Juan Chapado, Juan del Rey, Juan Martínez Andaluz, Miguel de Bustamante, Andrés de Montoya, Juan de Uno, Gaspar de Bustamante, Joseph de Ecay, Francisco Martínez» y otros muchos10. Su dominio sobre la zona era total: «escalaban» todo tipo de casas pudientes, tanto en Navarra como en Castilla o Aragón, asaltaban a los arrieros que iban hacia la ciudad de Zaragoza, robaban ganado y secuestraban a los vecinos de las localidades riberas11. La pasividad de las autoridades regnícolas y la impotencia de la justicia local eran tales 7 8 9 10 11

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 44. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 39. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70731, 1590, fol. 33. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 102813, 1648, fol. 38. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 102813, 1648, fol. 39.

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que los habitantes de la región no tuvieron más remedio que avenirse con ellos para salvaguardar vida y hacienda. Así, la partida de Montoya logró establecer una amplia red de información y apoyo en la comarca. Por ejemplo, «un corredor de toros, llamado Carretero», salía «a darles aviso de todo lo que» pasaba, el mercader Martín Díez de Ulzurrun les compraba todo lo robado y otras muchas personas les proporcionaban comida y alojamiento12. A cambio de estos servicios, los bandoleros les prestaban su ayuda: Don Bernardo Casado, vecino de Cintruénigo que «se trata y comunica mucho» con ellos, sacándoles «a comer a unos olivares», se jactó muchas veces ante sus vecinos en tono amenazante «que si se ofrecía traer a la villa cincuenta gitanos los trajera». Las personas principales eran las que mayores muestras de amistad debían mostrar hacia estos gitanos, al ser ellas las víctimas de sus robos. Rafael Jiménez y Carlos Francés, vecinos de Cintruénigo, personas principales, honorables y muy hacendadas, no tuvieron más remedio que recurrir a la «cortesía para tener seguras sus personas, ganados y hacienda, como lo han hecho y procurado de la misma manera otras muchas personas principales de diferentes lugares de este reino» y, especialmente, de la Ribera, donde había «bastante y justo miedo para que sus naturales procurasen por medios corteses, como los referidos, asegurar sus personas y haciendas», pues, según sus palabras, «por ser tantos y tan prevenidos y armados y en sus caballos» la justicia no había podido poner remedio13. Durante toda la Edad Moderna los gitanos fueron acusados de pequeños robos, en general muy leves. Estas acusaciones se debieron, en gran parte, a la permanente sospecha que se cernió sobre ellos debido a su modo de vida itinerante, a sus oficios sospechosos (venta de quinquillería o comercio de ganado) o a su heterodoxia social y religiosa. A medida que avanzó la Edad Moderna, las medidas contra los gitanos fueron perdiendo sentido de ortodoxia confesional y pasaron a entroncarse en los nuevos parámetros de utilidad social. Así pues, la teoría que propugnara Idoate sobre el papel protagonista de los gitanos en el bandolerismo del XVI debe ser seriamente matizada. En esta línea, Orta Rubio asegura que «varios procesos celebrados en Navarra entre 1550-1570 nos revelan que los pretendidos gitanos y bandidos son en general labradores y tratantes de ganados a 12 13

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 102813, 1648, fol. 40. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 102813, 1648, fol. 279.

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quienes la miseria silenciosa y unas condiciones de vida infrahumanas empujaban a una vida que en modo alguno deseaban. Ellos mismos en sus declaraciones justifican su vagabundez por ser años de sequía»14. Como pone de manifiesto Delumeau, la sequía, la miseria, el hambre y la enfermedad amenazaron constantemente al hombre moderno15. En los momentos de crisis, cuando los sectores más expuestos de la población sufrían necesidad extrema, la mendicidad y el robo se convirtieron en una de sus únicas salidas.Así ocurrió en la década de los setenta del XVI, cuando, debido a las malas cosechas y a la falta de trabajo, el vagabundeo y la criminalidad aumentaron notablemente y, frente a esta situación, las autoridades civiles incrementaron sus medidas represivas. Por ejemplo, en 1578 Juan Franco y Jaime y Pascual Ramón, vecinos de Calatayud, fueron apresados por vagabundeo y asalto de caminos. Según la defensa, los acusados habían «venido a buscar en qué trabajar en su oficio de labradores, como en el reino de Aragón es notorio que este año no se halla qué hacer casi en el dicho oficio por la grande carestía del pan y como está muy seca toda aquella tierra». Por ello vinieron a Pamplona, «a la fama de las obras reales, creyendo que hallarían en qué trabajar, y como no hallaron», tuvieron que «volverse a su tierra»16. Por lo general, los robos cometidos por vagabundos, mendigos o jornaleros sin trabajo que sufrían necesidad extrema tuvieron una importancia real mínima. Solían actuar de forma individual, sin apenas organizarse, y el objetivo de sus robos tan sólo era la supervivencia: conseguir algo de comida, dinero o ropa. En 1599 Pedro Fernández, vecino de Villa Mayor de Monjardín, «viéndose pobre, muerto de hambre él y su madre vieja que tiene, que no han comido casi en dos semanas pan, sino unas berzas cocidas, y viendo a su madre en tanta necesidad y sin mirar lo que hacía, como muchacho y de poco entendimiento» asaltó, robó, e intento matar, «por no ser reconocido», a una persona que pasaba con su caballo por el camino hacia Olejua17. En 1615 Pedro Zudaire, vecino de Zudaire, robó en el monte de Velate a un mercader de Vascos residente en Sangüesa. El acusado reco14 15 16 17

Orta Rubio, 1982, p. 741. Delumeau, 1989, pp. 252-260. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98308, 1578, fol. 8. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 71659, 1599, fol. 6.

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noció el robo, aunque lo justificó alegando que lo había hecho «constreñido de su necesidad y sin ánimo premeditado con la ocasión que se le ofreció […] y viniendo fatigado de no hallar qué ganar ni trabajar en su oficio, y haber venido de Aragón por el hambre que corría y corre por allá a buscar qué trabajar»18. En 1721 el albañil Pedro Zabalza, alias Palacios, declaraba que «el motivo de haberse ausentado de esta ciudad (Pamplona) fue por ser invierno y no haber en esta ciudad qué trabajar en su oficio»19. Por su parte, el cantero Erviti, compañero del anterior, describió ante el tribunal cómo había ido por todas las ermitas e iglesias de Navarra preguntando a otros canteros si lo querían emplear20. Como ninguno de los dos podía conseguir trabajo, se asociaron con un tercero y se fueron a las Bardenas a robar a los que pasaban por el camino real21. La represión contra este grupo más o menos marginal fue pareja a la de los gitanos o los vagabundos. En el siglo XVI las medidas en su contra velaron por el mantenimiento de la ortodoxia religiosa, moral y social. A medida que avanzó la Edad Moderna, el sentido de la represión se fue secularizando, buscando, cada vez más, la utilidad social. Frente a este tipo de bandolerismo toda la sociedad se unía, lo hemos visto en el capítulo dedicado a la comunidad local. Ni las autoridades civiles, ni las religiosas, ni la propia sociedad estaban dispuestas a soportar a este grupo marginado, por lo que todos los agentes sociales participaban activamente en su represión. Si bien es cierto que el bandolerismo provocado por la miseria extrema no fue relevante, hubo ciertos colectivos que, debido a su mayor cohesión, lograron crear graves situaciones de inestabilidad. Este es el caso del bandolerismo roncalés de la década de los setenta del XVI, un bandidaje que coincide con el modelo propuesto por Colás Latorre y Salas Ausens para los valles pirenaicos aragoneses. Los valles pirenaicos vivían bajo una ajustada economía pastoril y un rígido sistema de transmisión de bienes que obligaban a muchos jóvenes a emigrar. La Zona Media y, sobre todo, la Ribera fueron las zonas que mejores perspectivas ofrecieron a estos recién llegados.Aquí, tanto vascos como roncaleses se convirtieron en los pastores de muchos 18 19 20 21

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101068, 1615, fol. 29. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 79469, 1721, fol. 52. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 79469, 1721, fol. 57. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 79469, 1721, fol. 26.

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de los pueblos. No obstante, en épocas de penuria, como ocurrió en el último cuarto del siglo XVI, el llano se vio incapaz de ofrecer trabajo a estos recién llegados, por lo que muchos recurrieron al robo como único medio de subsistencia. A diferencia con otros grupos que también sufrían esta situación, los bandoleros roncaleses tenían una gran cohesión, fruto de un oficio y un origen comunes. Entre los salteadores roncaleses destacaron Pedro Eder, Juan de Burgui, Juan Ibáñez, Andrés Ezquer, Pedro Portaz, Perico Sagardoy, Juanco Gárate o Juan Xamar.Todos ellos eran pastores, un oficio que les permitía justificar sus idas y venidas a lo largo de todo el reino (cambio de amo, seguimiento de las rutas trashumantes, etc.) y les proporcionaba una posición privilegiada para efectuar asaltos (podían apostarse en puertos y caminos sin despertar demasiadas sospechas). Además, estaban unidos por fuertes lazos de solidaridad, pues gozaban de una misma identidad roncalesa, se habían criado juntos y, debido a su oficio, habían coincidido a menudo. Estos factores convirtieron al roncalés en uno de los colectivos más representados entre las bandas de salteadores que actuaron en el último cuarto del siglo XVI al este de Navarra desde el Pirineo hasta la Ribera22.

1.2. El botín como complemento de la economía campesina Mucho más importante que el hurto ocasional cometido por gitanos, vagabundos y jornaleros hambrientos fue el bandolerismo organizado que tenía en el botín la razón principal de su existencia. Las personas que perpetraban este tipo de asaltos no robaban por un pedazo de pan o una camisa; ellas contaban con informadores que les avisaban sobre el paso de un importante mercader, una caravana de arrieros o un envío de dinero, y se organizaban en partidas compuestas por vecinos de un mismo pueblo o de pueblos comarcanos. Una vez perpetrado el robo y repartido el botín volvían a sus casas, donde llevaban una vida aparentemente honrada. Mientras sus actividades permanecían ocultas nada tenían que temer; por ello, para ocultar su identidad, se tiznaban la cara, se la tapaban con telas, se cambiaban de ropa, ataban a sus víctimas y, a veces, las mataban. 22

Sobre bandolerismo roncalés consultar los siguientes procesos: AGN,Tribunales Reales, Procesos, 146651, 1573,; 98026, 1574; 98078, 1574 y 11098, 1574.

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A menudo la comunidad sospechaba de estas personas, pues la riqueza rápida era difícilmente explicable ante la atenta mirada de los vecinos. Entonces, el rumor, las amonestaciones y los reproches públicos se hacían habituales. No obstante, la comunidad sólo pasaba a actuar enérgicamente, a través de su alcalde ordinario, cuando veía sus intereses directamente amenazados o existía una denuncia clara por parte de una de las víctimas. En estos casos, los ladrones ocasionales se veían obligados a abandonar casa, familia y trabajo, y era entonces cuando se transformaban en bandoleros profesionales que debían vivir al día de sus robos, contando con el apoyo de alguno de sus antiguos vecinos23. En 1585 Hernando de Vigarra, vecino de Tudela, fue acusado de haber «hecho y encubierto muchos y muy calificados delitos y hurtos de ladrón famoso […] mañosamente, por ser, como es, persona doméstica y familiar de esta república, viviendo en ella con […] flor de trabajador y labrador, para, de esta manera, estar más encubierto, y que la justicia y vecinos estuviesen más confiados»24. Muy ilustrativo es el relato que en 1658 hace Tomás Tejedor, alpargatero de Mallén de 22 años, sobre un asalto que perpetró en las Bardenas junto con varios compañeros de localidades navarras y aragonesas. El objetivo de esta asociación fue asestar un golpe concreto, el robo a un mercader que, según tenían noticia, transportaba 2.000 ducados. Por lo demás, la vida de estas personas era normal. Esta acción tan sólo respondía a una actividad ocasional, una buena oportunidad para complementar los exiguos ingresos que les proporcionaban sus trabajos honrados.Tras este golpe, la partida se disolvería y todos volverían, sin problemas, a sus ocupaciones habituales. La frontera, así lo esperaban, les proporcionaría una protección segura. [Tomás Tejedor, en compañía de Pedro Ortiz, vecino de Novillas y natural de Borja, fue a] la villa de Cortes, donde estaban aguardándolos Felipe Barrena, vecino de Novillas y Miguel de Bitas, natural de Fustiñana y vecino de Ejea de los Caballeros, y un vaquero que no le sabe el nombre, pero sabe que es francés y vecino de la villa de Cortes […] y ha oído decir le llaman Fulano Malo». «Partieron todos en camarada y fueron a la ciudad de Tudela, y pasaron por ella sin detenerse. A media noche [llega-

23 24

Colás Latorre y Salas Ausens, 1982, pp. 180-190. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11744, 1585, fol. 11.

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ron] a la venta de Nuestra Señora del Yugo, y en la puerta hicieron oración, y después de haberla hecho le preguntó el dicho Pedro Ortiz a éste que declara que si conocía al dicho Pedro Galbi, arriero, y le respondió que le conocía muy bien, porque era de junto a su tierra, de la villa de Andorra.Y los dichos Pedro Ortiz y Miguel de Vitas le dijeron:Tomás, nosotros tenemos aviso, por una carta que hemos tenido de tierra de Alcañiz, de un amigo, que este arriero, Pedro de Galbi, trae dos mil escudos, sin declarar si era en dinero o mercancía, nosotros tenemos ánimo de quitárselos, y, así, no hay sino aguardarlo por donde ha de venir.Y este testigo les respondió que ya que estaba allí y ellos eran cuatro que qué podía él sólo deliberar, y los siguió hasta el punto donde lo encontraron al dicho arriero, que dice éste que depone que sería a una legua de la casa de Nuestra Señora del Yugo.Y aguardando en este puesto por espacio de dos horas, dice éste que depone que entre ocho y nueve de la mañana a su parecer, será cuando pasó la recua del dicho Pedro Galbi, y, viéndolos éste que depone y los dichos sus compañeros, salieron del pinar en que estaban emboscados con capaigos calados y su boca de fuego cada uno, y cogiéndolos en el camino los hicieron entrar en la espesa, y, a trecho de una era de tierra, los ataron las manos atrás y por debajo las piernas al dicho Pedro Galbi y otros tres hombres aragoneses que con él iban, y, dejándolos en esta forma, fueron a reconocer las cargas y ver si había dinero25.

A todo esto, llegaron siete nuevos arrieros a los que también asaltaron, ataron y robaron. Después de recoger todo lo que podían llevar, «se fueron hacia la casa de la Virgen del Yugo y, a mitad de camino, partieron el dicho dinero y demás mercadería que habían tomado». Mientras tanto, sus víctimas se lograron zafar con facilidad y, rápidamente, dieron aviso al alcalde de Valtierra, quien organizó una expedición de vecinos armados que dio alcance a los salteadores y capturó a Tomás Tejedor26.

1.3. El bandolero famoso Especialmente durante la Alta Edad Moderna, debido al menor control que ejercía el Estado sobre los territorios más apartados del reino, los vecinos-bandoleros llegaban a adquirir demasiada fuerza y, 25 26

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 31294, 1658, fols. 2-3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 31294, 1658, fol. 1.

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mediante el uso de la violencia, el robo y la coacción, lograban imponerse a los demás miembros de su comunidad. En estos casos el honor, además del botín, continuaba siendo una razón importante para muchas de sus acciones. Este hecho es claro en el caso de Ramuncho, un vecino de Alsasua que en 1566 «mató a un hermano carnal suyo de una puñalada y, después que hizo la dicha muerte, según pública voz y fama, [anduvo] salteando por los montes y caminos». A pesar de que la justicia lo perseguía, fue admitido como «hombre de armas» y, así, se juntó con Miguel de Iranzuaga, Gonzalo de Urdiáin, Peric de Bacaicua,Andrés de San Román, Maizón de Iturmendi, Estíbariz de Olazagutía y Juan Pérez de Bacaicua, quienes, «so color que eran soldados y se habían entrado bajo de bandera en la compañía de Juan Ladrón de Cegama, andaban con sus arcabuces y armas por los lugares de la valle de Burunda»27. La partida de Ramuncho iba, según los numerosos testigos, por los «valles de Burunda y Aranaz, así de día como de noches, armados con arcabuces y otras armas, como personas de mala vida, costumbres y fama de ladrones y salteadores de caminos, salteando y robando a los viandantes y haciendo otros semejantes males e insultos».Además, también tomaban ganados, «capones, gallinas y ansarones», y se los comían delante de sus dueños sin que éstos «osaran decir cosa ninguna ni defenderles que no los llevasen, por miedo de los dichos acusados, porque a todos en el pueblo (Alsasua) los han tenido y tienen espantados diciendo que los habían de matar si hablasen o dijesen nada por ello»28. Ramuncho y sus soldados-bandoleros controlaron, de hecho, la vida en la Burunda. Quienquiera que osara hacerles frente era inmediatamente desafiado, perseguido o humillado. «En el lugar de Alsasua le desafió Ramuncho a Miguel de Ochoa […] en presencia del alcalde y de este testigo y otros muchos, diciéndole que mirase por dónde andaba, que él le aguardará en los pasos.Y el dicho Miguel de Ochoa le respondió que él mirase por dónde andaba, porque andaba de mala suerte, acompañado de bellacos». Por esta razón, a partir de entonces, Ramuncho y sus compañeros le aguardaban «en las cantonadas de las casas […], con sus arcabuces cargados a manera de desafío y menosprecio», apostados para matarlo29.A la mujer 27 28 29

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 10711, 1568, fol. 57. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 10711, 1568, fol. 50. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 10711, 1568, fol. 7.

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de San Juan de Mendía, vecino de Alsasua con el que también estaban enemistados, le decían «que había menester tres varas de tocado para atar la llaga» que le habían de hacer a su marido. A García Goycoa, el día de San Miguel, Ramuncho y un compañero suyo llamado Martincho, «en una noche, le dieron muchas pedradas a su casa y botes de lanza y le llamaron saliese si barbas tenía […] y se jactaron que darían fuego a la casa». Un tiempo después Martincho pidió perdón y, según aseguraba Goycoa ante el tribunal, «por miedo que le matase o le quemase la casa, le perdonó y se hicieron amigos»30. Igualmente, Ramuncho y sus compañeros habían desafiado a maese Felipe de Arbizu, cirujano de Alsasua, porque éste impidió que los bandoleros robaran y maltrataran a un hijo de García y Andía. Cuando Felipe de Arbizu vio, en el camino que de Alsasua iba hacia Urdiáin, cómo agredían al joven, intervino enérgicamente esgrimiendo su arcabuz. Entonces Ramuncho lo injurió, tratándolo de «traidor», y le dijo, «con ciertos meneos de la mano, que tomase placer, que los trabajos le pagaría en algún camino o encuentro, dando a entender que si lo tomase lo mataría»31. Igualmente terribles fueron los bandoleros Juan de Quinquirena, García de Celay y Juan de Organvide, que, en los años cuarenta del XVII, sometieron a sus vecinos de Urdax y Baztán a un auténtico régimen de fuerza. Robaban públicamente y sin oposición gran cantidad de ganado en las cabañas del valle y lo pasaban a Labort, donde lo vendían en la concurrida feria de Sempere. Gastaban «largamente, comiendo y bebiendo en tabernas» y para todos era cierto que de lo que se «han sustentado y sustentan es de los hurtos y robos que de ordinario han cometido, de que ha habido conocido escándalo en la granja de Urdax, donde los susodichos han residido y en los lugares del contorno de ella». La única persona que se atrevió a plantar cara a estos vecinos-bandoleros fue el abad del monasterio de Urdax y, por ello, intentaron matarlo, «porque muerto el dicho abad, sin su temor ni de los demás religiosos del dicho convento, podrían andar libres por la plaza de Urdax». Los salteadores intentaron envenenarlo y, al no conseguirlo, pasaron a métodos más expeditivos: le buscaron en su propia celda y le tendieron emboscadas. Hicieron todo por apagar esta única voz que se atrevía a oponerse a su modo de vida32. Finalmente, después de años de 30 31 32

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 10711, 1568, fol. 156. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 10711, 1568, fol. 159. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 15974, 1644, fols. 1-4.

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robos y asaltos públicos, fueron capturados y en el juicio, como solía ocurrir en estos casos, compareció como testigo un gran número de vecinos de Baztán y Urdax que, hasta entonces, nunca se habían atrevido a levantar la voz33.

2. LOS LUGARES DEL BANDOLERISMO 2.1. La frontera pirenaica Cruzar los puertos, tanto en los Pirineos como en cualquier otro lugar despoblado, era peligroso. En 1688 el escritor Daniel Defoe narró, de un modo bastante literario, la odisea que sufrió Robinson Crusoe para atravesar las montañas navarras. Según diversos autores este relato cuenta, más bien, la propia experiencia del escritor en un viaje que realizó a lo largo de toda Europa. Cuando Crusoe llegó a Pamplona, se vio detenido por las nevadas y tuvo que permanecer cerca de veinte días en la capital. Como el tiempo no parecía mejorar, recurrió a un guía para que le ayudara a cruzar los montes hacia Francia. Antes de emprender el viaje el guía recomendó al protagonista y a sus acompañantes que fueran armados, pues encontrarían lobos y osos. A estos consejos los viajeros respondieron que iban «bien dispuestos y preparados para recibir aquella clase de enemigos, pero que era preciso que él [les] preservase de otra especie de lobos que iban en dos pies, que aseguraban que eran mucho más temibles, sobre todo en las cimas de las montañas que miran hacia Francia». El guía les tranquilizó, y «afirmó que ningún peligro de aquel género había de temer en los caminos por donde» les conduciría34. Evidentemente, las rutas comerciales importantes que atravesaban zonas despobladas eran las que sufrían mayor riesgo de asaltos. Ciertos caminos de los Pirineos, rutas habituales entre Francia y España, se vieron sometidas, pues, a las celadas que tendían los salteadores en sus tramos más solitarios. Uno de estos pasos aislado y frecuentado, tanto por viajeros como por ladrones, fue el trecho de camino real que unía las localidades de Urdax (Navarra) y Sara (Labort). Por ejemplo, en 1553 un trompeta del virrey fue asaltado aquí cuando se dirigía a Bayona 33 34

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 15974, 1644. Iribarren, 1998, pp. 84-87.

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para entregar un correo35. En 1632 unos salteadores de Cinco Villas presionaron a un carbonero de la zona para «enseñarles el camino para la dicha Sierra de Urdax, donde pasaban muchos caminantes»36. Del siglo XVIII no contamos con información sobre esta vía baztanesa, seguramente por la potenciación de otros caminos hacia Francia37. En 1632 un grupo de cuatro o cinco personas, conocidas por todos y contra las que nadie se atrevía a levantar la voz, impedían con sus salteamientos los viajes entre Francia y España, aprovechándose de la impunidad que proporcionaba la frontera. [Eran] ladrones famosos y bandoleros cosarios y que como tales, haciéndose caudillos de otros ladrones y gente de mala vida, han andado en camarada por montes y despoblados, así de noches como de día, y en este reino como en el de Francia, haciendo muchos hurtos y salteamientos a viandantes.Y ha sido con tanta continuación exceso que no se atrevían a andar por los caminos los viandantes por el conocido riesgo que se ponían de sus vidas y haciendas, porque los dichos acusados se juntaban de camarada muchos y tan prevenidos que aunque fueran a tres, cuatro y más los pasajeros, los emprendían, robaban y salteaban, quitándoles cuanto llevaban, haciendo los dicho hurtos lo más cercano a la muga de este reino con el de Francia, para mejor poder pasarse de un reino a otro como ladrones y salteadores astutos y corsarios38.

Dentro de la ruta que comunicaba Pamplona con el valle de Baztán y Bidasoa cabe destacar el puerto de Velate como lugar especialmente propicio para los asaltos. Esta zona, despoblada y montañosa, de obligado paso para todo el que quería dirigirse a al norte de Navarra, ofrecía al salteador la oportunidad de obtener, sin apenas riesgo, un buen botín. En 1681 una partida de salteadores robaba en los montes de Velate y Mendichipi «a diferentes pasajeros, teniendo amedrentados a todos. De calidad que nadie se atrevía a cruzarlos»39. Como expuso una víctima de estos asaltos, «yendo por el monte de Velate les salieron en la endrecera de Loizate cinco ladrones que les robaron a ellos dos, y a un mercader aragonés, y a otros dos hombres de Baztán, y […] a todos los 35 36 37 38 39

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 16011969, 1553, fol. 3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 74354, 1632, fol. 10. González Enciso et al., 1993, p. 150. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 74354, 1632, fol. 19. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17485, 1681, fol. 43.

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maniataron y les quitaron todo lo que llevaban»: la mercancía, el dinero y la ropa que vestían40. Pedro de Abarea, natural de Biescas, y Bernardo Lacasa, originario de Panticosa, acusados de haber cometido estos asaltos, ofrecieron al tribunal la inverosímil excusa de haber sido obligados por una numerosa partida de salteadores a ejercer el robo. Según ellos, cuando se dirigían hacia Bayona, en los «montes de Velate, más arriba de Alcoz, encontraron once ladrones que les robaron y les tuvieron maniatados, quitando todo lo que llevaba[n] […]. Habiéndolos tenido maniatados toda aquella noche, les dijeron quedasen con ellos a hurtar lo que podían, y que de no hacerlo los habían de matar. Conque, habiéndose ambos reducido a esto, quedaron todos de compañía y entre todos robaron aquel mismo día en el mismo paraje a ocho o nueve hombres pasajeros»41.

2.2. La frontera castellana 2.2.1. La frontera guipuzcoana La importante ruta hacia Guipúzcoa (Pamplona, Artica, Berriozar, Aizoáin, Berrioplano, Elcarte, Oteiza, Sarasa, Erice, Sarasate, Gulina, Irurzun, Latasa, Urriza, Arruiz, Lecumberri, Azpíroz, Gorriti, Leiza y Areso42) sufrió graves riesgos, ya que pasaba muy cerca de las sierras de Aralar, Urbasa y Andía, zonas fronterizas, montañosas y despobladas, que ofrecían a los salteadores una gran impunidad.Además, a esta rutas principales se añadían multitud de caminos menores de cierta importancia: el puerto de Echegárate, el corredor del Araquil, el paso por Urbasa hacia Tierra Estella… En el camino de Guipúzcoa, el paso por Azpíroz fue, de acuerdo con los testimonios recogidos, uno de los lugares más propicios para los asaltos. En 1612 Jacue Gorriti, natural de la villa de Leiza, «viniendo desde la provincia de Guipúzcoa a este reino de Navarra, entre los lugares de Azpíroz y Lecumberri, en el monte», fue asaltado por Agustín Jimeno, 40 41 42

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17485, 1681, fol. 44. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 17485, 1681, fol. 84. Gonzáles Enciso et al., 1993, p. 143.

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un aragonés que llevaba varios días robando en esa zona. El salteador le trató de «bellaco y, poniéndole un «pedreñal en el pecho, le asió de la mano derecha [y] le dijo dejase la bolsa». Después, al encontrar poco dinero, interrogó y registró exhaustivamente a su víctima43. En 1684 José de Irurzun, natural de Azcárate, y Juan de Ibarra, vizcaíno, ambos soldados, «robaron en el camino que va a esta ciudad (Pamplona) de San Sebastián, y entre los lugares de Azpíroz y Gorriti, a Martina de Arteaga, viuda». Ese día por la tarde, en el mismo sitio, asaltaron a Francisco Martija, labrador de Gorriti, y a «Pedro de Andueza y Pedro de Martinena, vecinos de la villa de Huarte Araquil»44. A partir de la década de los setenta del XVI y a mediados del XVII, épocas de crisis, encontramos un mayor número de casos de bandolerismo, destacando, especialmente, una amplia zona cercana a las montañas de Aralar, Urbasa y Andía que comprendía las cendeas de Iza, Olza y los valles de Ollo,Araquil, Burunda y Larráun. Entre 1569 y 1571 Beltrán de Anoz, «hombre de mala vida y salteador de los caminantes», hijo del herrero de Goñi y vecino de Ibero, tuvo «espantados y atemorizados» a «toda la cendea de Olza y otros valles y lugares de este reino», sin que nadie osara «salir de noche ni de día por temor del acusado y sus consortes». Además de los asaltos que habitualmente cometía, había amenazado a muchos de sus vecinos con que los había de «matar y quemar con sus casas y robarles la hacienda»45. En Ibero, por ejemplo, cuando se enteró que los jurados planeaban prenderle, «de enojo de ello, mató un carnero al pastor del abad de Ilzarbe, que residía en Ibero», y después juró que lo había de matar y quemarle la casa, ya que consideraba que él había sido quien había propuesto su captura46. Junto a Beltrán de Anoz también salteaban otras personas del valle de Ollo y cendea de Olza, como «García Saldis, natural de Ilzarbe y el otro llamado el hijo de Pedro el Soldado, natural de Asiáin». En ocasiones, los miembros de esta cuadrilla también se asociaban con salteadores de valles más norteños, como Juan de Urra, García de Arteta y Miguel de Latasa47, vecinos de Irurzun, Erroz (Araquil) y Latasa (Imoz) 43 44 45 46 47

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100860, 1612, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 4508, 1684, fols. 1 y 20. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 68414, 1571, fol. 26. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 68414, 1571, fol. 28. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 68414, 1571, fol. 28.

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que actuaban en la zona de «Larráun,Valdollo y otras partes de este reino»48. Latasa, capturado un año después, fue acusado de multitud de asaltos, robos de ganado y amenazas, como en el caso del «licenciado Labayen, abad de Iranzu», de quien decía «que si le encontraba o hallaba fuera del monasterio lo mataría con una lanza que llevaba»49, porque cuando el salteador le quiso comprar vino el abad desconfió de él y exigió que le mostrara el dinero50. En 1576, en el transcurso de un proceso por asalto de caminos contra tres vecinos de Azanza (valle de Goñi), el fiscal pidió al tribunal que condenara a muerte a los acusados, puesto que, según él, era «notorio» que, en el reino, el número de delincuentes se había multiplicado de manera alarmante, no pudiéndose andar con seguridad por sus caminos y pasos51. Los tres acusados, Juanes de Sarasa, Sancho de Aizpún, pelaire, y Pedro de Goñi, herrero, habían robado gran cantidad de ganado en toda la zona de Goñi, Ollo, Olza e Iza, escalado casas y asaltado en los caminos principales, llegando a matar a Juan Zuri de Ciriza, en el puerto de «Caginbe»52. Por un pleito de 1611 sabemos de la existencia de los hermanos Chinchurreta, que asolaban la región de Urbasa y Andía realizando asaltos, asesinatos, robos de ganado y «escalamientos» de casas; todo, siguiendo las fuentes, con el apoyo de los numerosos cómplices que tenían en la Burunda y Guipúzcoa53. Según se puede ver en varios de los procesos consultados, la situación de bandolerismo que se produjo en esta región a mediados del XVII fue francamente grave. En 1651 fueron capturados Juan de Arandigoien, conocido bandolero que prácticamente dominaba la región, y Juan de Goicoechea, bandidos que, aprovechándose de su oficio de guarda, salteaban a los arrieros que intentaban cruzar la frontera con Castilla. De acuerdo con el testimonio de los testigos, «Arandigoien, en compañía del dicho Domingo Martínez y Sacaría, han estado en la dicha sierra de Andía y Urbasa en camarada con otros ladrones de día y 48 49 50 51 52 53

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 97881, 1572, fols. 28 y 33. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 97881, 1572, fol. 11. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 97881, 1572, fol. 15. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98194, 1576, fol. 61. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 98194, 1576, fol. 11. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 72701, 1611, fol. 29.

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de noche, y han salteado a muchos pasajeros, así de los de Burunda como otros de este reino y fuera de él, quitándoles lo que llevaban, amedrentándolos que los habían de matar con las pistolas y otras armas de fuego que llevaban cargadas y les ponían para tirarles.Y han tenido amedrentada toda aquella tierra para que nadie procediese contra ellos, y, con ser facinerosos, lo[s] han encubierto particulares»54. Efectivamente, la fuerza que ejercía y el miedo que infundía la partida de Arandigoien era tal que «la gente» estaba «muy amedrentada […], de modo que no se atrevían a hacer ni decir cosa ninguna contra ellos»55.Al abad de Zuazu, por ejemplo, le robaron la ropa, «de manera que tuvo necesidad de vestirse de prestado para efecto de salirse de su casa hasta la iglesia», y esto, según los testigos, le provocó un enorme ridículo, una injuria irreparable. Cuando le preguntaron a Arandigoien sobre la autoría de este hecho respondió «que no lo dudasen, y que ellos lo habían hecho, y que el motivo fue porque el abad de Zuazu les había amenazado que les había de hacer prender y enviar a las cárceles reales de Pamplona»56. La acción que acabó por provocar la movilización de todo el valle en contra de Arandigoien y su cuadrilla fue un asalto «atroz» a una casa de Arbizu, donde, después de robar más de mil ducados, a un joven «que estaba en la cama le dieron de puñaladas y lo dejaron muerto»57. Los vecinos del valle, conmocionados por este crimen, persiguieron a la partida de Arandigoien hasta la frontera y, gracias a la colaboración guipuzcoana, lograron capturarla. En 1673 Juan Iribarren, alias Sumbil, Seroreseme58 y Arandico andaban por el valle de Larráun «a sus veredas, sin tener residencia fija […], con armas de fuego […], y que se presume salían a robar» y hurtaban «carneros borregos y otro género de ganados, y que en toda esta valle de Larráun» estaban «en reputación y fama de ladrones, salteadores de caminos». Entre otros muchos robos, fueron acusados del asalto a «un correo llamado Chaparret […], artillero en Pamplona»59, un robo hecho, «en hábito de ermitaño», en el camino de Echarri (Larráun), el 54 55 56 57 58 59

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 75328, 1651, fol. 89. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 75328, 1651, fol. 10. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 75328, 1651, fol. 7. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 75328, 1651, fol. 88. «Hijo de beata» en vascuence. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 76875, 1673, fol. 3.

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intento de asalto en Ituren a dos mercaderes franceses a quienes «guiaba» un cómplice de Oroquieta y el robo a dos arrieros en el término de Arruiz»60. Gracias al miedo que Sumbil, Seroreseme y Arnadico infundían entre sus vecinos, conseguían que éstos les prestaran apoyo y les proporcionaran todo tipo «bastimentos». Uno de los testigos, por ejemplo, refirió al tribunal cómo Sumbil, una noche que llegó a la puerta de su casa, le obligó a darle comida. Estando en la cama el testigo, se levantó para ver quién era, y habiendo voceado quién andaba, le dijo que el dicho Sumbil, qué novedad había, y le respondió el testigo qué había de haber, sino malas, y le replicó que las nuevas que le daba le daba mal de muelas, y también le dijo el dicho Sumbil que si tenía pan y vino, y le respondió que no, sino pan y medio, y le replicó el dicho Sumbil que pues le diera el pan que tenía, y que de miedo le echó de la ventana61.

Para impedir ser denunciados y capturados, los miembros de esta cuadrilla amenazaron «de muerte a diferentes personas de esta valle, en particular al dicho alcalde y a los testigos»62. Frente a estas acusaciones, Sumbil declaró que los responsables de los asaltos fueron dos catalanes que «le dijeron que si no le llevaban a parajes por donde pasaba gente lo matarían»63.

2.2.2. La frontera alavesa Al sur de Urbasa, en las Améscoas, Allín y Valle de Yerri encontramos hechos muy parecidos a los que se observan más al norte: pobres locales que robaban para sobrevivir, labradores tentados por un buen botín, amenazas para no ser denunciados… En 1631, por ejemplo, cuatro vecinos de la Améscoa Baja y uno del cercano valle de Allín, («Pedro García de Vaquedano, hijo de Juan García de Vaquedano, y Gonzalo López de Vaquedano, vecinos de Vaquedano […] y Milián Díaz de San Martín, vecino de Baríndano, Miguel 60 61 62 63

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 76875, 1673, fol. 17. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 76875, 1673, fol. 17. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 76875, 1673, fol. 3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 76875, 1673, fol. 44.

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Díaz de San Martín, vecino de Artaza» y Miguel de Echeverría, habitante de Larrión), «los cinco de conformidad, acordaron el día de Santa Águeda […] de salir a Sierra de Larraiza o Legarobi, por donde pasan de esta dicha valle para Pamplona, al encuentro del dicho vicario de Artaza, de quien tuvieron noticia que este dicho día de Santa Águeda pasaría de la dicha Sierra para Pamplona con cien ducados». Como planearon, le asaltaron, «cubiertas las caras y el dicho Pedro García muy calado y metida la cabeza por la parte de la cara en un sombrero, todos mudados los vestidos […], y le quitaron veintisiete o treinta ducados»64. Miguel de Echeverría, uno de los asaltantes, tenía ya muy mala fama antes de este robo, pues se sabía que había robado bastante ganado en Urbasa y se sospechaba que había hecho algún asalto65. El resto de los acusados eran, en principio, vecinos «honrados», tentados por lo que, en principio, parecía una buena oportunidad de obtener dinero. Antes de dar con los culpables, la justicia apresó a otras personas que, como Echeverría, tenían mala fama en el valle: Pedro de Andueza o Zabal, «que siempre anda hecho un holgazán y de leve y mala opinión por todos los vecinos de esta valle», Diego Ochoa, «notable holgazán» y Jorge Ruiz, un joven ladronzuelo.

2.2.3. La frontera riojana Al igual que gran parte de Navarra, la región fronteriza con La Rioja también sufrió la existencia del bandolerismo. Tengamos en cuenta que esta zona, además de la influencia de la frontera castellana, también notaba la cercanía de la raya de Aragón, la despoblación de las Bardenas y el paso del camino real de la Ribera. Esta región reunía, por tanto, tres de los elementos que favorecían el asalto de caminos: frontera, despoblación y vías importantes de comunicación. En 1669, a una legua de Marcilla, en el camino real, varios vecinos de Corella y Aldeanueva (La Rioja) asaltaron, «cubiertas las caras con capas y gorros y con unos lienzos agujereados a modo de mascarillas», a una caravana en la que iban «Diego Pascual, Juan Martínez y Pedro Martínez, arrieros», Juan Martínez Fernández y unos portugueses que llevaban gran cantidad de dinero y ropas y un carro que transportaba al 64 65

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 32171, 1631, fol. 13. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 32171, 1631, fols. 2-4.

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«justicia de la villa de Cintruénigo con un preso que traía a estas cárceles reales y dos guardas». Para la descripción de este caso me remito a un detallado e interesante artículo que Florencio Idoate le dedicó en su obra Rincones de la historia de Navarra66. Cabe destacar el gesto de compañerismo que tuvieron los salteadores hacia el preso que trasladaba el justicia de Cintruénigo, una expresión de solidaridad entre personas que podían llegar a sufrir el castigo de la justicia. Un testigo relataba que, cuando lo vieron, «le preguntaron por qué lo llevaban y que si le iba algo, y que respondió: no menos que la vida, y que los ladrones le dijeron que a buen puerto había llegado y […] le quitaron las prisiones y le dejaron suelto»67. En 1700 Francisco de Torres y Juan de Arizala, vecinos de Villafranca aparentemente honrados, personas «que lo pasan con bastantes conveniencias y como los demás labradores de dicha villa», asaltaron, robaron y casi mataron, «en los términos de dicha villa de Caparroso, junto al puente de ella»68, a un arriero y a un correo ordinario de Caparroso69. Los acusados, como quedó de manifiesto en el transcurso del proceso, disponían a ambos lados de la frontera de una extensa red de informadores y cómplices que les avisaban y ayudaban a la hora de asaltar a los mercaderes que pasaban por la villa hacia Castilla. Uno de los testigos describió ante el tribunal cómo los salteadores lo intentaron reclutar para que también él participara en los jugosos robos: [Un azafranero vecino de Tudela y cómplice de Arizala y Torres] le dijo que si quería el dicho testigo salir al camino de la ciudad de Alfaro a esperar a dos franceses que habían de pasar al reino de Castilla, que los matarían y quitarían lo que llevaban, porque tenía otro compañero vecino de la dicha villa que les asistiría a ejecutar lo referido.Y le respondió estaba bien, y que podría adelantarse seis u ocho leguas de camino y avisarle cuando los viese a dónde iban, que iría a asistirles a lo que le pedía y que, habiendo quedado en esto, que llegaron los dichos dos franceses de la villa de Falces, y que el dicho testigo, luego que tuvo noticia estaban en ella, fue a ellos y les preguntó a quién habían dicho estaban para ir a la ciudad de Alfaro, porque les tenían armada dicha traición, y dichos franceses le dijeron que sólo les explicaron el ánimo de su viaje a dicho azafranero y Fran66 67 68 69

Florencio Idoate, 1997, t. 1, pp. 288-294. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 31447, 1669, fol. 126. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 107792, 1700, fol. 42. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 107792, 1700, fol. 22.

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cisco de Torres, con quienes estuvieron juntos en la dicha villa de Falces.Y con la prevención de dicho testigo tomaron otra vereda70.

2.3. La Ribera Sin lugar a dudas, una de las rutas más importantes de Navarra fue el camino de la Ribera, que en la Edad Moderna se dirigía desde Pamplona hasta Valtierra (pasando por Noáin, Tiebas, Venta de Campanas, Unzué, Olóriz, Barasoain, Garínoain, Pueyo,Tafalla y Caparroso), donde se dividía en dos ramales, uno que se dirigía hacia Castilla por la barca de Castejón y Cintruénigo, y otro que iba a Aragón por Arguedas,Tudela y Cortes71. En torno a Valtierra, Castejón y Tudela se formó, por tanto, uno de los nudos de comunicaciones más relevantes del reino. Sin embargo, sobre esta zona tan rica en tráfico de personas, mercancías y correo se cernía el desolado de las Bardenas, un lugar completamente despoblado, cercano a las fronteras de Castilla y Aragón y con una orografía quebrada72, es decir, un territorio que ofrecía una total impunidad a los bandoleros. El hecho de que un camino tan importante tuviera que atravesar una zona de estas características disparó el bandolerismo. Como asegura el Padre Moret, la Bardena, «tierra quebrada y de mucho boscaje y como despoblada, por reservada para pastos de ganados», era un lugar «muy a propósito para saltos y robos»73. Por su parte, Antonio Brunel, un noble del Delfinado que en 1655 escribió un libro sobre sus viajes por Europa, confirmó la fama que entre sus contemporáneos tenía Tudela como refugio de bandoleros, un hecho que atribuía a la impunidad que proporcionaban las cercanas fronteras de Aragón y Castilla. Tudela es una ciudad muy bonita, pero que por hallarse en los confines de Aragón, Castilla, y Vizcaya es el refugio de muchos malhechores y bandoleros que han abandonado su patria para huir del castigo de sus crí-

70

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 107792, 1700, fol. 41. González Enciso, 1993, pp. 135-136. 72 Sobre la geografía de las Bardenas y su relación con el bandolerismo consultar: Salinas de Quijada, 1968, p. 14; Elósegui Aldasoro y Ursúa Sesma, 1990, p. 14 y Floristán Samanes, 1997, pp. 22-24. 73 Moret, 1997, p. 329. 71

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menes. En fin, es una verdadera guarida de ladrones, según se nos ha dicho74.

En 1588 Martín de la Aldea y Miguel Hernández Salvador, vecinos de Tarazona, «hacían oficio de salteadores de caminos en el reino de Castilla, en el camino que llaman la Nava de Valverde, camino muy usado de este reino y del de Castilla»75, y robaban «a muchos hombres que tienen la costumbre de venir por vino a esta dicha villa y a la ciudad de Tudela y la demás Merindad […], atándolos y quitándoles los dineros y mercaderías […], de lo cual, los lugares circunvecinos están escandalizados y atemorizados y cesa el trato y comercio, en gran daño y escándalo de los dichos reinos y de la dicha ciudad de Tarazona». Los bandoleros asaltaban «tiznados las caras […], enmascarados y vendados, cubiertos los rostros, con sus pistoletes y espadas», y desnudaban a sus víctimas, las ataban y las amenazaban hasta que les revelaban el paradero del dinero que, supuestamente, transportaban76. Según la acusación, contaban con muchos «valedores», por lo que ninguna cárcel resultaba segura77. Así lo demostraba el hecho de que unos años antes, en la cárcel de Tarazona, hubieran sido suplantados por dos sacristanes que, en principio, habían acudido a suministrarles alivio espiritual78. En mayo de 1590 Domingo Vallejo, alias El Capitán, Jaime Simón, el catalán Juan de Salba, también llamado «Limpia Dientes», el tudelano Miguel de Roca Mora y Pedro Mozo, vecino de Villafranca, «tomaron un puesto, que es la torre que dice en Mari Joan, que está a la vista del camino de las Limas, camino real para Tudela y Pamplona y otras partes, por donde de ordinario pasan mucha gente, mercaderes, trajineros y otras personas, y en la endrecera de la dicha torre hay muchos barrancos secretos que fácilmente se pueden descubrir y esconderse los delincuentes, donde estuvieron escondidos […].Y, como tuvieron noticia que unos moriscos habían pasado para esta ciudad con cordobanes y otras mercaderías y llevarían de vuelta muchos dineros, enviaron por espía a uno llamado Diego Pablo a la villa de Valtierra, para que los avisase cuando los dichos moriscos pasarían a la dicha endrece74 75 76 77 78

Iribarren, 1998, p. 69. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70462, 1588, fol. 3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70462, 1588, fol. 26. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70462, 1588, fol. 9. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 70462, 1588, fol. 3.

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ra»79. En cuanto vieron a los moriscos Domingo Vallejo se puso «una máscara de paño negro con sus ojeras abiertas por no ser reconocido». Una vez embozados con sus máscaras y tiznes, el grupo de bandoleros los asaltó y, como huyeron al galope, les dispararon con sus arcabuces80. En su huida, los moriscos abandonaron los «machos y talegos que llevaban en ellos, donde [los bandoleros] entendieron llevaban el dinero.Y dieron a huir con los dichos machos […].Y, como entendieron que gentes los seguían, y por los barrancos no podían los machos caminar tanto como ellos querían, los dejaron y dieron a huir […] por no ser presos»81. Igualmente, la partida de Domingo Vallejo fue acusada de un terrible asalto que, no hacía mucho, había tenido lugar también en la Bardena: el robo a dos cordoneros, uno de Sangüesa y otro de Tierra de Vascos, a quienes, supuestamente, Domingo Vallejo torturó hasta la muerte para le revelaran el lugar donde guardaban el dinero. Los ataron, y teniéndolos así atados, quitaron su miembro viril a uno de ellos, y mucha parte de carne de las piernas, y le descabezaron, y al otro le degollaron.Y, con muchos tormentos y martirios que les hicieron, los acabaron de matar y les quitaron y robaron el dinero que llevaban, que era más de quinientos reales82. […] [Según un testigo,] no hay persona ninguna que sospeche que otro haya cometido los dichos delitos, sino ellos, porque […] en las dichas Bardenas no hay ahora, ni lo había al tiempo, bandoleros ni otra gente que haga oficio de bandoleros y salteadores de caminos, sino sólo los dichos acusados y dicho Pedro Vallejo (hermano de Domingo Vallejo)83.

Sobre Domingo Vallejo pesaba una orden de captura proveída por el alcalde de Corte Ozcáriz que llevó a cabo Don Juan de Luna, capitán de infantería alojado con su compañía en Corella. En la Tudela de 1622 la conducta extremadamente violenta de Pedro Martínez, «por mal nombre el Gasconcillo», motivada por una concepción agresiva del honor, le obligó a abandonar su condición de vecino honrado, a huir y a convertirse en bandolero profesional. 79 80 81 82 83

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99398, 1592, fol. 65 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99398, 1592, fol. 55. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99398, 1592, fol. 65. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99398, 1592, fol. 66. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99398, 1592, fol. 66.

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El 20 de enero de 1622, cuando Pedro Martínez tomaba ilícitamente agua de una acequia, un teniente de alcalde de la ciudad fue a detenerlo. Entonces, el Gasconcillo se ofendió, «sacó de la cinta un pedreñal corto de hasta un palmo» y disparó al ministro de la justicia. Poco después, se dirigió a Tudela, en donde también disparó e hirió a la persona que consideraba responsable de la denuncia. Seguidamente, consciente de que le intentarían apresar, «corriendo, se metió en Santa María, y después se ha entendido que fue a San Francisco», de donde huyó hacia Aragón84.A partir de entonces Pedro Martínez se convirtió en un «valentón», un asesino a sueldo.Así, un canónigo de Tarazona llamado Montañana le pagó treinta escudos para que matara a un médico navarro, el doctor Barberena. En Tarazona lo apresaron, pero, justo cuando iban a ahorcarlo, «por intercesión, según se dice, de una persona poderosa fue librado»85. En 1627, en compañía de otras personas asaltaron «a un carretero de la dicha villa de Cariñena, al cual le robaron lo que llevaba, y lo desnudaron y, metiéndolo en una talega vivo, atándole de la cabeza, le dieron de puñaladas y lo mataron, dejándolo por esta forma en el camino»86.También la Inquisición perseguía a este bandolero, ya que, según se comentaba, había bebido dos escudillas de sangre de su mujer87. Muchos de los crímenes que los testigos achacaban al Gasconcillo obedecían, seguramente, más que a la realidad, a la leyenda que se había creado en torno a un bandolero especialmente temido.

2.4. La frontera aragonesa El este de Navarra, como el resto del reino, sufrió un bandolerismo caracterizado por la cercanía de la frontera, la existencia de rutas de comunicación menores y la participación de los vecinos. En 1574 Jaime de Urniza y Cristóbal de Arteaga, «con otros sus cómplices asaltaron a un comisario bulero de la Santa Cruzada que venía del dicho reino de Aragón a éste, y le salieron al camino y le die84

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 89913, 1628, fol. 1. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 89913, 1628, fol. 6. En el folio 119 se dice que esta persona principal tal vez pudo ser el conde de Sastago. 86 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 89913, 1628, fol. 9. 87 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 89913, 1628, fol. 120. 85

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ron muchas heridas y le mataron y le robaron y le tomaron más de dos mil ducados que traía en cuatro talegones y lo demás que le hallaron». Ante una acción tan grave, las autoridades, tanto civiles como religiosas, se movilizaron, y enviaron tras ellos a un sargento de la compañía del capitán Campuzano y a dos familiares del Santo Oficio. Sin embargo, Urniza y Arteaga lograron huir «a San Sebastián y a Fuenterrabía, y pasaron a Bayona y a otras partes del reino de Francia»88. Juan de Ita, alias «el Gato», juzgado en 1612, labrador de Sangüesa, también llevaba una doble vida.Aparentemente era un vecino honrado de la comunidad. Pero, en cuanto se presentaba la ocasión, en compañía de varios vecinos y amigos, asaltaba a los comerciantes que pasaban cerca de Sangüesa. En las ventas de la localidad los miembros de esta banda espiaban a sus posibles víctimas: trababan con ellas conversación, les invitaban si era necesario y, así, obtenían información sobre las mercancías que llevaban y la ruta que iban a tomar. Después, en medio del camino, embozados y vestidos con capas blancas y gorros, a la manera de aragoneses, asaltaban a los mercaderes89. En 1655 también unos vecinos de Falces, Marcilla, Peralta y Milagro, entre ellos Diego de Iglesia y Diego Martínez, se dedicaban a asaltar impunemente a los mercaderes que pasaban cerca de sus localidades90. Lo mismo hacían en 1656 Miguel de Mendióroz y Juan de Andorza, vecinos de Sangüesa, en principio labradores honrados, que también asaltaban a las personas foráneas que pasaban por el camino real91.

2.5. Ferias y mercados Las ferias y las romerías congregaban en una fecha muy concreta a gran número de gente con dinero y mercancías y supusieron también una ocasión propicia para los ladrones y salteadores que se apostaban en los puertos de paso. La feria de Roncesvalles, por ejemplo, fue una de las más importantes de la época y reunió a gentes tanto de la Alta como de la Baja Nava88 89 90 91

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11408, 1579, fol. 8. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100818, 1612, fols. 2-3. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 59232, 1655, fol. 0. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 76657, 1656, fol. 17.

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rra92. En 1601 Guillén de Dos, oficial zapador francés, partió de la ciudad de Pamplona «con fin de pasar a Roncesvalles a la feria que había allá en este tiempo». Cerca de Zabaldica, «debajo la sombra de un nogal, paró a beber y, estando bebiendo, se le allegaron dos hombres que decían eran guardas del rey en el puerto, y después que se saludaron le preguntaron a dónde iba, y el declarante les dijo que iba a Roncesvalles, y los dichos hombres dijeron que también iban para allá». Pero los guardas que cuidaban a este romero no eran tales y, después de ganarse su confianza, cuando ascendían el puerto de Linzoáin camino a Roncesvalles, le asaltaron93. Uno de los acusados, soldado guipuzcoano asentado en Pamplona, negó haber cometido el asalto y justificó su estancia en la colegiata alegando que también él era un romero que había partido «de esta ciudad para ir a Roncesvalles a las cofradías que a la sazón allá había»94. En 1632 Martín de Ayerra le propuso a Juan de Biguera, ambos vecinos de Pamplona, «si quería ir con él a Nuestra Señora de Roncesvalles, que ya sabía la gente que suele acudir aquel día a la iglesia y que allí hurtarían algunas bolsas y que con aquello remediarían sus necesidades, y porque el dicho Biguera le dijo que no podía irse fue el dicho acusado solo y cometió muchos y calificados hurtos». En 1624 Pedro Ferrer y Roque Alavés, dos vagabundos aragoneses de 32 y 50 años respectivamente, fueron acusados de perpetrar un robo a Juan de Zuazo, de Artariáin (Valdorba), cuando iba de Olite para la feria de Marcilla por el barranco del Coscojar95. Según los testigos, contaban con la ayuda de varios vecinos de Falces96. En 1713, «durante la feria de la ciudad de Tafalla, en cuyo tiempo, para la seguridad de los viandantes, tiene vuestra Corte expedidas órdenes a los alcaldes para que […] limpien la tierra de gente sospechosa», veinte bandoleros procedentes de Aragón asaltaron en la venta de San Miguel de Olite a más de ochenta personas, obteniendo un botín enorme con el que regresaron a Aragón97. 92 En 1705 el Vizconde de Echauz, debido al conflicto de Alduides, ordenó que ningún vecino de Baigorri concurriera a la feria de Roncesvalles. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 22, núm. 6. 93 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100012, 1601, fols. 1-4. 94 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 100012, 1601, fol. 38. 95 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101746, 1624, fol. 24. 96 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 101746, 1624, fol. 21. 97 AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19117, 1713, fol. 1.

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2.6. Pasos y aduanas: los guardas como salteadores Durante la Edad Moderna fue habitual que los salteadores se hicieran pasar por los guardas que cuidaban las fronteras. Este artificio les permitía detener a los arrieros que cruzaban los puertos, inspeccionar sus mercancías y cobrarles un «impuesto». En 1586 Guillermo Pérez, natural de Irañeta, fue acusado de sacar trigo del reino y de robar «en hábito de bandolero»98, «con un arcabuz y un compañero que tenía con un bastón», a un vecino de Amézqueta «diciendo que era guarda no lo siendo»99. En 1599 Bernardino Soroa fue juzgado por «haber salteado y robado a muchos mulateros en los puertos de entre Burunda y Guipúzcoa y Val de Baztán y Vascos, fingiéndose, para hacer mejor los dichos hurtos, fiscal y guarda del rey nuestro señor y dichos puertos, sin tener título para ello»100. En 1597, cerca de Lecumberri, «pasando por el camino real unos moriscos de tierra de Aragón con mercaderías, les salió al camino y en el dicho nombre [del rey] les quiso desvalijar y reconocer las dichas mercaderías»101. Estos salteadores, efectivamente, eran los guardas que aseguraban ser, personas que aprovechaban su posición de fuerza para, en nombre del rey, desvalijar a los comerciantes, mulateros, labradores y viajeros de todo tipo que atravesaban las fronteras.A veces, cuando sabían del paso de un importante convoy, estos guardas se ocultaban tras un gorro, una máscara o tiznándose la cara y asaltaban a quien se suponía debían proteger. El 13 de febrero de 1716, a dos arrieros que iban desde Tafalla a Pamplona, en el paso del Carrascal, «que llaman de Muru», «salieron al camino real cinco o seis hombres, dos de ellos montados en sus caballos muy pequeños». «Uno de los salteadores les preguntó qué capas llevaban, y que las habían de reconocer [por] si llevaban tabaco.Y que inmediatamente empezaron a reconocer las capas y [a] maltratarlos, pegándoles de palos». «Luego los llevaron dentro de dicho carrascal, maltratándolos y pegándoles muchos golpes.Y que los ataron de pies y manos y, estando así, los volvieron a pegar y maltratar». Prácticamente lo mismo hicieron con todos los que pasaron esa mañana por ese tramo del camino de la Ribera. Una de las víctimas, un arriero que iba con 98 99 100 101

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11734, 1586, fol. 35. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 11734, 1586, fol. 11. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99867, 1599, fol. 14. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 99867, 1599, fol. 80.

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nueve machos cargados de azúcar, contó cómo el del caballo royo se le presentó en medio del camino y le preguntó «qué cargas llevaba, y le respondió que eran de azúcar, y le volvió a decir que si llevaba tabaco le había de quitar la vida, […] y le hizo apearse de las caballerías en que iba montado». En cuanto el arriero bajó del caballo, aparecieron los otros cuatro salteadores y, entre todos, le ataron, golpearon y robaron102. El día anterior los sospechosos (Joseph Antonio de Baraona, Joseph de Umarán, Donato Sorozábal, alias Antonio, guardas del tabaco,Antonio de Lomas y un tal Joseph), todos «vascongados», fueron vistos por numerosos testigos en un mesón de Tafalla, supuestamente preparando el asalto103. Un día después del robo, ante el aviso que dieron «unos franceses muy asustados, que decían que en el Carrascal de Barasoain [había] miqueletes o ladrones», todos los que habían de partir hacia Pamplona se unieron en caravana. Uno de los sospechosos, Joseph de Umarán, con la excusa de ser guarda del tabaco, acompañó al convoy, vigilando de cerca todos sus movimientos y, cuando cruzaron el Carrascal, avisó a sus compañeros con un disparo para que no atacaran, ya que los arrieros eran demasiados y estaban bien armados104. Finalmente, pocos días después, la justicia consiguió prender a estos guardas-salteadores en la venta del Perdón105, paso también importante en uno de los caminos que se dirigían a Puente la Reina y Logroño106. Según se supo, Sorozábal, uno de los acusados, había sido condenado unos años antes por unos robos y asaltos cometidos en los valles de Ollo y Goñi107. * * * * * Videgáin nos recuerda cómo la toponimia ha registrado el paso de los bandidos, sus acciones más memorables o, simplemente, leyendas ligadas al mundo del ladrón, siempre presente en la cultura tradicional. Así, todavía hoy en Navarra conservamos topónimos como El Portillo 102 103 104 105 106 107

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fols. 86-90. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fol. 89. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fols. 94-95. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fol. 186. Gonzáles Enciso et al. 1993, pp. 152-154. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 19249, 1716, fols. 15-18.

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de los Degollados, Piedra de los Ladrones, Cuevabandidos,Venta de la Sangre o Barranco de los Ladrones. Mikel Belasko también señala la existencia de un camino llamado Lapurbide («camino de los ladrones») que cruzaba la frontera navarro-guipuzcoana sin pasar por los puestos de guardia108. Peña Santiago, cuando describe el camino que atraviesa Urbasa desde Baquedano hasta Urdiáin, habla de la existencia de la Cruz del Valenciano, una señal que, se cuenta, recuerda el lugar en el que un tal Goicoechea, arriero de la Burunda, perdió la vida a manos de unos ladrones. Otra de las versiones, muy similar a la anterior, afirma que quien halló la muerte en el asalto fue un valenciano109. Posiblemente, lo único que pretenden ambas es ofrecer una explicación a la existencia de una misteriosa cruz en medio del camino.Todos estos términos, ligados al camino, al bosque, al barranco, a la venta, a la ermita, a la frontera, en resumen, a los lugares más propicios para los asaltos, ilustran perfectamente la presencia del bandido tanto en la realidad como, sobre todo, en la conciencia colectiva110.

3. EL BANDOLERISMO EN NAVARRA SEGÚN LA CAUSA GENERAL DE LADRONES DE 1739 Como ya se ha mostrado en el capítulo dedicado a las medidas concretas para la persecución de malhechores, en 1739 se llevó a cabo la Causa General de Ladrones, una vasta operación en la que se capturó y juzgó a ciento setenta y seis personas111. Durante los dos años que duró este masivo proceso se logró desarticular una amplia red de salteadores que, desde hacía tiempo, impedía el trasiego de personas y mercancías y aterrorizaba a los vecinos más ricos de los pueblos de la Ribera y Zona Media.A pesar del éxito, esta iniciativa sin precedentes dejó maltrecha la débil economía del Consejo Real, por lo que, en lo sucesivo, se volvieron a aplicar los medios tradicionales, mucho menos eficaces. Sobre el siglo XVIII apenas contamos con procesos judiciales, pero, gracias a esta causa, podemos llegar a hacernos una idea aproximada de cómo era el asalto de caminos en esta época. La Causa General de 108 109 110 111

Belasko, 2000, p. 70. Peña Santiago, 1986, p. 127. Videgáin Agós, 1984, p. 26. AGN,Tribunales Reales, Libros de Consultas al Rey, 8, fols. 75-78.

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Ladrones supone un botón de muestra perfecto: se atrapa a los salteadores más importantes, a sus colaboradores, a los informadores, a los que venden el botín y a todos lo que habían tenido algún tipo de relación con ellos. A lo largo de cientos de hojas se expone de manera exhaustiva, como en ningún otro caso, el funcionamiento de este mundo delictivo. A pesar de la importancia de la iniciativa, cuando analizamos cada uno de los casos que componen esta causa descubrimos que, en realidad, se trató de una acción bastante limitada, puesto que sólo se desarticularon tres cuadrillas: una que principalmente actuaba en Tierra Estella, otra que lo hacía en la Ribera y La Rioja y otra que prácticamente sólo desarrollaba sus acciones tras la frontera navarra en Castilla. Ahora bien, también se desmontó una amplia red de apoyos que giraba en torno a Felipe Blanco, un bandolero que servía de nexo de unión entre los diferentes grupos. La primera partida estaba formada por Domingo Gumiel, famoso salteador de caminos, Joaquín Iriarte, alias el Ragués, Benito Sobrino e Íñigo Montoya, alias el Culeco, estos tres últimos vecinos de Allo, de quienes sus vecinos «tenían entendido hacían algunas correrías». La vida de los miembros de esta cuadrilla trascurría entre el robo y contrabando, sin que ello les impidiera vivir más o menos insertos en sus comunidades. En cierta ocasión, en casa de un vecino, el Ragués «propuso cierto robo, y que Gumiel dijo no podía acompañarlos porque el Culeco y otro vecino de Allo habían de esperar aquella noche en Ayegui en casa de unas provincianas, madre e hija, a un hombre que en la misma noche esperaban en la misma casa con dos cargas de contrabando, que les habían dado el santo las mismas provincianas»112. En el segundo grupo, mucho más peligroso, destacaban Juan Llorente Calderón, alias Juan Capitán, Miguel Zapatero, alias Madecilla, José Jiménez, alias Trueque, Martín de Aedo y Juan Antonio Lacosta. Las acciones de este grupo iban más allá de los pequeños robos y el contrabando que practicaban sus colegas de Tierra Estella. Esta cuadrilla de riojanos asaltaba los más importantes caminos de La Rioja y Navarra, se apostaba en los pasos más expuestos y desvalijaba, principalmente, a arrieros y mercaderes. Juan Llorente Calderón, «asociado con Joseph Jiménez, alias Trueque, robó y ató a veinte personas en una cerrada que llaman del India112

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61231, 1738, fol. 1.

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no de Ygea, introduciéndolos en el barranco del rincón de Olivedo». Un mes después, esta vez con Miguel Zapatero, alias Madecilla, robó «en el término de la Canejada a dos vecinos de Ágreda» y, pasado un año, en el mismo lugar, «salió el acusado con otros cuatro o cinco compañeros, tres de ellos montados y los demás a pie, fingiéndose guardas», a cinco, apartándolos a un barranco, atándolos e interrogándolos hasta conseguir su dinero113. Martín de Aedo, compañero de Calderón en el último robo de la Canejada, también solía asociarse con Juan Antonio Lacosta, vecino de Larraga que se hacía pasar por contrabandista para disimular sus inexplicables riquezas. En cierta ocasión Aedo y Lacosta, acompañados de otros tres salteadores, emprendieron una larga razia en la que saquearon los más importantes caminos de la Ribera. En primer lugar se dirigieron hacia Valtierra, y en un lugar apartado del camino real, «al lado de un repecho y una acequia, por donde para el agua de Villafranca», asaltaron «a dos franceses y un marchante de Tafalla […] y, retirándolos a un corral […] y cubriéndoles las caras, quisieron dar tormento a uno de dichos franceses con el gatillo de la escopeta después que los ataron, para [que] descubriese el dinero, amenazándoles que los matarían si se movían». Después del robo la partida continuó su camino «hacia dichas Bardenas, y […] llegaron entre la una y dos de la tarde del mismo día a la venta de Nuestra Señora del Yugo, donde estuvieron comiendo muy sobresaltados, habiendo arrimado las armas junto a la mesa, estando rebozados por las capas, sin descubrir las caras». Posteriormente, «partieron de la venta de Nuestra Señora del Yugo al raso de las Limas, a donde habiendo llegado la tarde del mismo día, al ponerse el sol, a diferentes pasajeros los fueron retirando del camino real, atando, robando [y] maltratando, y en especial a dos quinquilleros que con sus cajones caminaban desde Tudela adelante […].Y también ataron en el mismo lance a dos franceses que conducían huevos y a dos carreteros que al parecer eran de Olite». Las víctimas de estos robos proporcionaron a la justicia las pistas suficientes como para reconocer a Lacosta y Aedo, por lo que los salteadores se vieron obligados a pasar «al reino de Francia, en donde, y en el mesón del lugar de Azcáin, se juntaron con Juan Llorente Calderón, Miguel Zapatero, alias Madecilla y un hombre llamado Diego»114. 113 114

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fol. 2. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fols. 18-20.

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El bandolero más mencionado en la documentación, con quien todas las cuadrillas mantenían una buena relación, era un tal Felipe Blanco, salteador de caminos que contaba con una vasta red de informadores, encubridores y colaboradores que abarcaba toda la Ribera y Zona Media de Navarra. En Larraga encubrían a Felipe Blanco, Sebastián García Morales, alias Royo, y José de la Villa, quienes para disimular sus actividades se hacían pasar por contrabandistas, una actividad aceptada115. En Arróniz lo receptaba Martín de Urbiola116, y en Lumbier Pedro Izquierdo le avisaba «cuando veía algún mercader de su posición concurriendo a los mercados y ferias», además de deshacerse del botín, vendiéndolo y dándole el dinero117. El matrimonio de Aibar José y Pascuala de Iriarte proponía a Blanco los «medios para ir a robar a diferentes parajes […], haciéndose encubridores y receptadores de personas de mala vida sin dar cuenta a vuestra real justicia para evitar insultos y salteamientos que fraguaban»118. En Sangüesa Manuela de Inza «se empleaba en el ejercicio de marchante y tenía tienda muy surtida de géneros porque, entendiéndose con diversos ladrones […] que con pretexto de marchantes se dedicaban continuamente a hurtar, los acogía en su casa y se constituía a vender los mismos géneros que robaban y le entregaban.Y muchas veces los compraba ella misma a precios sumamente ínfimos». Entre los ladrones con quien «tuvo secretas conferencias» estaba Felipe Blanco, a quien persuadió para «la ejecución de diversos hurtos que le proponía fáciles»119. Además de contar con la ayuda de personas más o menos arraigadas en diferentes pueblos de la geografía navarra, Felipe Blanco también gozaba del apoyo de algunos vagabundos que viajaban de hospital en hospital. Ellos constituían su principal fuente de información. Llama la atención, por tanto, el hecho de que este mundo desarraigado de vagabundo mantuviera una relación fluida con los miembros de las comunidades que se dedicaban al robo y al contrabando. Lo que en otros procesos menos exhaustivos se mostraba como una diferenciación total entre vagabundos y vecinos, en la Causa General de Ladrones aparece 115 116 117 118 119

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61231, 1738, fol. 11. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fol. 43. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61244, 1739, fol. 16. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fol. 37. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61351, 1740, fol. 19.

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más matizado. A ambos grupos les unían actividades delictivas similares, una situación económica no muy boyante y parecidas perspectivas de futuro: persecución, desarraigo y castigo, por lo que no nos puede extrañar que colaboraran. Blas de Aguaio y Juan Pérez, cesteros naturales de Borgia y Calahorra respectivamente, iban por encargo de Felipe Blanco «a acechar la casa […] de un hombre de muchas conveniencias que vive cercano de la ciudad de Sangüesa […], y lo mismo solicitó con otros dos marchantes que había en el hospital de la misma ciudad a fin de que concurriesen a dicho robo»120. José Gras, alias el Catalán y Pedro Saurin121, amigos de Felipe Blanco, iban de hospital en hospital «por pretexto de oficio de quinquilleros», y por los pueblos que pasaban hacían pequeños robos de ganado (tres corderos en Bargota), ropa (unas telas tendidas en Viana) y «escalamientos de casas» (intento de robo al indiano de Los Arcos)122. Narciso Recio, peluquero murciano que vino a Navarra por haber «muchos pueblos crecidos» donde «emplearse en el ejercicio de su oficio», iba de feria en feria, según el fiscal, informando a Felipe Blanco en todo momento de lo que veía, como hizo en Tafalla, Larraga y Los Arcos123. Juan José López Ganuza, natural de Dicastillo, y Juan Isidro Caro, natural de Bonilla (Castilla), antiguos soldados, «se han empleado […] vagando por los lugares de este reino con quinquillerías, así en ferias como mercados, encargando la venta a sus mujeres y empleándose en efectuar insultos y robos, teniendo mucha amistad con Felipe Blanco», ayudándole en todo, «en correspondencia de que dicho Felipe Blanco había sido motivo para aumentar sus caudales, porque les llevaba cosas robadas de telas y otros géneros»124. La tercera cuadrilla capturada, la que, principalmente, actuaba tras la frontera navarra, estaba compuesta, entre otros, por Francisco de Oyos, naturales de Aguilar de Campos (Castilla), Andrés Camino y Manuel Calleja, de Torquemada, y un tal Rueda, amigo de Felipe Blanco. El fiscal acusó a los miembros de este grupo de numerosos e importantes robos cometidos en Palencia, Casa la Reina, La Bastida o La Guar120 121 122 123 124

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fol. 63. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61231, 1738, fols. 18-21. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fol. 22. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61248, 1739, fol. 4. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fol. 55.

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dia125. Habitualmente se apostaban en lugares de paso obligado para las personas que se dirigían a las ferias más importantes.Así, en 1737 «fueron al santuario de Nuestra Señora de Luquin con el fin de robar y pensando tener ocasión con que, a su parecer, ofrecía el mucho concurso de gentes que asistirían aquel día». Poco después fueron «al puerto de La Población y dejaron de sorprender algunos pasajeros por ir unidos en tropa, pero a un arriero que pasó solo con dos ganados le quitaron» todo lo que llevaba. El día de San Andrés de ese mismo año «resolvieron el modo de robar a un indiano de Los Arcos y a los mercaderes de Logroño al tiempo de pasar a la feria de Tafalla, [y] los que así se confederaron para este fin eran hasta diecinueve compañeros»126. Vecinos de los pueblos, bandoleros perseguidos, vagabundos desarraigados, el mundo de los hospitales y las ventas, los caminos reales, las ferias, el contrabando… todos los elementos que aparecen descritos en la Causa General de Ladrones de 1739 son los que desde el siglo XVI caracterizaban al mundo del bandolero y el asalto de caminos.

4. LA NAVARRA DEL SETECIENTOS. TOMA DE CONCIENCIA O INCREMENTO REAL DEL BANDOLERISMO Durante el siglo XVI y parte del XVII el bandolerismo era visto por las instituciones del reino como un problema principalmente local, un asunto que se debía solventar recurriendo a los medios ordinarios: la acción de las autoridades municipales y de los tribunales reales. No obstante, conforme avanzó la Edad Moderna, las acciones de los salteadores fueron percibidas, cada vez más, como una agresión directa contra los intereses del Estado. Los caminos eran las arterias que sostenían económicamente el crecimiento del Estado moderno, y los asaltos continuados hacían peligrar seriamente estos progresos.A partir de mediados del XVII se vislumbró la gravedad del problema y quedó claro que la acción casi exclusiva de los municipios era insuficiente. Fue entonces cuando las instituciones del reino intentaron tomar medidas concretas para atajar el problema. Recordemos, entre otras iniciativas que ya hemos analizado, los intentos de 1658 y 1795 de crear una escuadra permanente que vigilara los caminos, especialmente los de las Bardenas. 125 126

AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fols. 31-34. AGN,Tribunales Reales, Procesos, 61254, 1739, fol. 35.

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Además de proteger el comercio, base de la economía, las autoridades civiles hicieron todo lo posible por asegurar el correo. El robo de despachos incomunicaba a los más importantes representantes de la administración y ponía en entredicho la credibilidad del Estado, por lo que fue considerado un desafío, una injuria intolerable dirigida contra el mismísimo rey. En palabras de un arbitrista anónimo de principios del XVIII, los castigos contra este delito debían ser enormes, «pues no puede ser del servicio de Dios y de vuestra majestad que los ladrones cojan a los correos volantes y propios, que abran las valijas y cartas y que roben y sepan éstos las órdenes que envía vuestra majestad y las dilaten»127. Entre la documentación consultada apenas contamos con procesos judiciales de fines del XVII y del XVIII, cuestión que atribuimos más a una laguna documental que a la inexistencia de este fenómeno. Por ejemplo, si acudimos a otro tipo de fuentes (memoriales, reales cédulas, provisiones del Consejo Real, cartas del virrey, etc.) observamos que, al contrario de lo que podría indicar la ausencia de procesos judiciales, la preocupación de las instituciones navarras en torno al bandolerismo creció considerablemente durante esta época. Las noticias sobre bandolerismo se tornaron cada vez más alarmistas y se adoptaron medidas eficaces y pragmáticas, aunque la falta de recursos económicos dio al traste con muchas de ellas. Al no disponer de datos estadísticos fiables no podemos saber si este interés y esta decisión creciente se debió a un aumento real de la delincuencia o, más bien, a una mayor sensibilización de un Estado moderno que veía peligrar los fundamentos de su poder. De todas formas, lo más probable es que pudiera deberse a las dos razones. En 1692 una real cédula ordenó «limpiar este reino de delincuentes» y despachar lo más brevemente sus causas, ante los «repetidos delitos y atrocidades, muertes y robos de los correos ordinarios y de otras personas sin haberse averiguado y castigado los delincuentes»128. Un año después una real orden prohibió «que los correos fuesen trajineros para evitar que los desvalijasen por codicia» y ordenó a éstos que salieran de Pamplona «con tiempo suficiente para que lleguen de día a Barasoain, lo cual les asegurará también del riesgo»129.También en 1693 127 128 129

AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 24. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 21. AGN, Reino,Tablas y Aduanas, leg. 3, carp. 1.

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una real cédula animó a las autoridades del reino a que continuaran «con la vigilancia que hasta aquí en la persecución de delincuentes y despacho de sus causas», de la misma manera que se había ordenado el año anterior130. En este contexto de alarma se enmarca la carta de 1693 en la que el presidente de Castilla y el obispo de Zaragoza responsabilizó al Consejo Real por la pasividad que supuestamente demostraba, del robo de tres iglesias y cuatro correos. El Consejo negó que se hubieran producido tantos robos, aunque sí reconoció su impotencia para afrontar el problema. Las razones que ofrecía para justificar su relativa ineficacia eran la falta de recursos económicos y la mayor frecuencia de los hurtos «en este reino, nacida de la oportunidad para su más libre ejecución por lo montuoso del país y confines de Francia, la Provincia, Castilla y Aragón, donde [los bandoleros] se refugian con facilidad»131. En un memorial de 1705 se describió al rey con detalle la trágica situación por la que atravesaba el reino. Este informe, en el que también se proponían medidas para atajar el problema, fue considerado seriamente por la Corte para la elaboración de una real cédula dirigida al virrey y a los miembros del Consejo Real. Según el autor, tan sólo en enero de ese año, se habían producido cuatro robos consecutivos al correo Madrid-Tudela, «y el correo de Zaragoza a Tudela lo han robado dos veces este mes pasado, y al de Logroño lo mismo, sin que se pueda navegar por los caminos ni haber comercio que no roben a los pasajeros quitándoles sus vidas y haciendas». Además de los robos a correos, en diciembre catorce bandoleros «asaltaron de noche la casa de un caballero samaniego en el lugar de Arón, y le robaron más de tres mil ducados de oro, joyas y alhajas, y éstos, u otros camaradas suyos, el mismo mes robaron» los objetos sagrados de las iglesias de Viana, San Pedro de Estella,Villafranca y San Andrés de Pamplona. También, en noviembre «robaron de noche a Doña Jacinta Alonso y la degollaron en la ciudad de Alfaro, y antes, en la misma ciudad, de noche, degollaron también en su cama a Doña María de Frías, y antes habían robado el convento de monjas franciscanas de la Concepción de la ciudad de Tarazona». Así mismo, a «ocho sacerdotes que con un racionero de la iglesia metrópoli de Zaragoza, que salieron todos con Cristos en las manos pregonando penitencia y 130 131

AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 23. AGN,Tribunales Reales, Libro de consultas al rey 5, fol. 141.

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haciendo sermones en las ciudades y villas, al volver a Zaragoza les robaron y maltrataron»132. En las cárceles de Tudela estaban presos, según él, «más de treinta ladrones», entre ellos Marcos Espejo, conocido ladrón que contaba «con personas que en Tudela vendían lo que dicho Marcos Espejo y sus camaradas hurtaban en Aragón y en Castilla»133. Para ilustrar la crueldad de estos salteadores el arbitrista relataba con detalle alguno de sus delitos. Estos hombres son tan inhumanos, sin temor de Dios ni de la justicia, que al pie de la horca en la villa de Ágreda dijo un bandolero que, porque un pastor no le dio lo que pedía, lo ató a un árbol y lo tuvo hasta que murió por curiosidad y por saber cuánto tiempo vivía sin alimento, y le preguntaba qué le afligía más, y él dijo que la sed, y murió a los siete días, sin herida ni maltratamiento y sin confesión.Y otro asesino, llamado Luquillan, dijo al pie de la horca que había muerto veintidós hombres, y entre ellos clérigos y frailes, por dinero, y que un sacerdote le había dado cien escudos porque matase a un caballero, y que, arrepentido, el sacerdote volvió con lágrimas a pedirle no lo matase, que quedaba irregular y perdía su ánima, y el tal asesino le dijo los mataría a entrambos, porque ya había hecho dictamen de matar al que le había mandado, y puesto de rodillas el sacerdote le dio otros cien escudos porque no lo matase, pero respondió el asesino le avisase al caballero no saliese en quince días de casa, hasta que se le pasase la cólera, porque si salía lo mataría. Fue avisado el caballero por su confesor, y el día en que se cumplían los quince, pasando el caballero en cuerpo a la casa de enfrente a socorrer un trabajo que había sucedido, le tiró un carabinazo y le hizo pedazos el corazón, quedando muerto sin confesión134.

Aunque estos relatos, más que una descripción verídica, parecen el argumento de una obra de teatro, no debemos desdeñarlos, pues ésta fue la información que recibió el rey y sobre la cual actuaron el virrey y Consejo Real. Además, responde bien al contexto de fines del XVII y principios del XVIII de creciente alarma ante los peligros morales, sociales y económicos del bandolerismo. Según el autor, en consonancia con lo que pensaban sus contemporáneos, el bandolerismo respondía a razones geográficas: despoblación, 132 133 134

AGN,Tribunales, Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 24, fols. 1-4. AGN,Tribunales, Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 24, fols. 1-4. AGN,Tribunales, Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 24, fol. 5.

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la presencia de la frontera y paisaje montuoso y una supuesta flexibilidad por parte de la justicia. El daño de esta causa consiste en que desde la Ribera del Ebro, por el monte que llaman Monte Cierzo, a lo largo, hay más de veinte leguas sin población ninguna, y cuatro por lo ancho hasta Moncayo, y desde el río Ebro, por la Bardena del Rey, hay más de treinta leguas hasta los Pirineos sin lugar ni población, y ocho o seis por lo ancho; y los dichos montes son rayas y fronteras de Aragón, Francia y Castilla.Y todos cuantos roban en estos reinos se recogen en estos montes y hacen por fuerza a los pastores les alimenten y les saquen de los poblados los alimentos […]. También es la principal causa de este daño el que los abogados y asesores de los alcaldes dilatan las causas de los ladrones un año u dos, y en este tiempo buscan medio para librarse o quebrantan las cárceles, como lo han hecho en este mes de diciembre pasado quebrantando la cárcel de la ciudad de Soria, que es cadena a donde se llevan para galeras, y también han quebrantado dicho mes la cárcel de Logroño y la cárcel de Calahorra y la cárcel de Calatayud, y todos los ladrones que se han escapado están robando en dichos montes135.

Muchos de estos ladrones, prosigue, viven asentados en los pueblos gracias al producto de sus robos, «y de allí salen a hurtar y inducen y aconsejan a muchos hijos de padres honrados a que hurten y los acompañen». Que por esta razón, para que no se les reconozca, «estos delincuentes y ladrones que matan a traición roban con mascarillas de noche y a horas cautas»136. La situación que se describe, aunque bastante novelada en algún punto, así como el análisis que el arbitrista hace en este memorial pudieron acercarse bastante a la realidad de principios del XVIII. Efectivamente, la despoblación y la ineficacia de la justicia potenciaron el bandolerismo, un asalto de caminos perpetrado, como bien dice el arbitrista, no por vagabundos, sino por personas aparentemente honradas que asaltaban en compañía de sus vecinos en cuanto se presentaba una buena oportunidad para complementar sus ingresos, normalmente exiguos. Recordemos también que durante estos años se vivió una época turbulenta, la Guerra de Sucesión (1700-1714), que, seguramente, generalizó la pobreza y disparó la inseguridad. 135 136

AGN,Tribunales, Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 24, fol. 7. AGN,Tribunales, Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 24, fol. 8.

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Según estudia Orta Rubio a través de libros parroquiales, los momentos en los que mayor número de muertes violentas se produjo en la Ribera navarra fueron los períodos 1635-1660 y 1680-1715. Esta situación obedeció, sin duda, al clima de inseguridad que provocaron la Guerra de Cataluña (1640-1652) y la Guerra de Sucesión. La Ribera, afirma el autor, vivió guerra, falta de trabajo y miseria, por lo que a los delincuentes habituales se sumaron los jornaleros sin trabajo y los licenciados, desertores y soldados del ejército137. Observemos cómo la primera medida seria en contra del salteamiento de caminos, el intento de crear una escuadra permanente más allá de la tradicional labor de los municipios, fue en 1658, durante la primera época de crisis que señala Orta Rubio. Igualmente, la alarma generalizada que prendió entre las instituciones del reino tuvo lugar hacia finales del XVII y principios del XVIII, durante la segunda etapa que indica el autor. La concienciación clara de las autoridades a principios del siglo XVIII hizo que desde las instituciones navarras se emprendieran toda una serie de medidas concretas para acabar con la situación. Recordemos la Causa General de Ladrones de 1739, el establecimiento de una red de comisionados en la mayor parte de los pueblos de la Ribera en 1748 o la creación de un cuerpo fijo para la protección de los caminos en 1795, entre otras iniciativas. La red de comisionados de 1748, por ejemplo, fue la respuesta institucional a un bandolerismo estructural propio de esta Ribera navarra tan vinculada a Aragón. Las medidas adoptadas, como se expone en el capítulo dedicado a la acción directa, pusieron de manifiesto la ineficacia, en algunos casos, de unos métodos tradicionales que dependían casi en exclusiva del poder y la colaboración municipal. Los comisionados de 1748, por ejemplo, dejaron al descubierto la pasividad de muchos alcaldes ante los delitos que cometían algunos de sus vecinos, los numerosos apoyos con los que contaban los salteadores, el obstáculo que suponía la vigencia del asilo a sagrado y, en general, la gravedad de una situación que consumía esta región138.

137 138

Orta Rubio, 1982, p. 744. AGN,Tribunales Reales,ASC,Tít. 11, fajo 1, núm. 52.

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San Migelen bertsoa noa kantatzera/ aditu nahi dueni inor baldin bada./ Berri txarrak dabiltze munduan barrena/ notizioso gehienak izanen al dira/ Aingerua lapurrek eramana dela. Hiru ehun bat gizon gehigoak gainetik/ billa atera dira Larragun bailletik/ borondate onian. Guziok gogotik./ Hor ibili gerade mendi hoietatik,/ San Miguel Aingerua, zure ondoretik Voy a cantar los versos de San Miguel / por si hay alguien que los quiera oír. / Andan malas noticias por el mundo / la mayor parte de los noticiosos acaso serán / que los ladrones se han llevado al Ángel. Más de trescientos hombres / salieron en su busca desde el Valle de Larráun / con buena voluntad.Todos con ganas. / Allí hemos andado por esos montes/ detrás de ti, Arcángel San Miguel. San Migelen Bertsoak (fragmento de los versos que narran el robo de San Miguel de Aralar y la captura de los ladrones en 1797)1.

A lo largo de la Era Confesional (siglo XVI y primera mitad del XVII) la Iglesia cobró un papel protagonista en la reforma social. Su discurso era extremadamente realista y cubría todos los ámbitos de la sociedad, pues era a ella a quien correspondía la elaboración y difusión de unas ideas claras que permitieran a súbditos y gobernantes vivir de la manera adecuada. No obstante, desde mediados del XVII un poder civil en auge fue desplazando a la Iglesia de su labor temporal. El discurso de 1

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ésta dejó de ser la base que fundamentaba la acción del Estado y la identidad de la sociedad, por lo que abandonó la formulación de una ética cotidiana y se centró en cuestiones más dogmáticas. La teología moral refleja claramente esta evolución. En la Era Confesional los textos de esta disciplina (manuales de confesores y sermonarios) se caracterizaron por su realismo. En todo momento intentaban aportar soluciones cristianas ante los problemas cotidianos a los que se enfrentaba el hombre moderno. Prueba de ello es su postura ante el honor. Los autores de esta época aceptaron la vital importancia que este valor tenía para sus contemporáneos. El honor era más valioso que la propia vida y, por ello, justificaban matar por él, pero únicamente cuando no existía otra forma legítima de defenderlo. A partir de mediados del XVII los autores dejaron de lado la casuística, la ética diaria y realista que había caracterizado a las obras morales alto modernas. Ahora, más interesados por los aspectos dogmáticos de la religión, ya no entendían situaciones que anteriormente habían tenido que aceptar para poder reformar la sociedad. El hombre, aseguraban, era antes cristiano que caballero, y por ello era preferible huir y quedar deshonrado que permanecer, cometer un homicidio y ofender a Dios. Pero el hecho era que en los pueblos y ciudades de Europa persistían las disputas por honor, y el nuevo discurso de la Iglesia ya no se correspondía con esta realidad social. A inicios de la Era Confesional, un nuevo clero formado en los seminarios de la reforma católica y estrechamente controlado por los obispos comenzó a llegar, paulatinamente, a todos los rincones de la cristiandad católica, y en nuestro caso de Navarra. La Iglesia contaba con poderosos medios de socialización y disciplinamiento, y claro ejemplo de ello fue la práctica anual del sacramento de la confesión o la asistencia preceptiva a la misa dominical, donde se escuchaba el sermón.También estaba presente en la educación, a través de las misiones, en las cofradías y en otros muchos ámbitos de aculturación. Durante el siglo XVI y primera mitad del XVII la Iglesia, siguiendo su arraigada tradición sincretista, intentó construir su proyecto confesional sobre las estructuras que poseía la sociedad. En este sentido, el caso de la reforma de las cofradías ha sido bastante estudiado. Otro ejemplo claro fue el intento de cristianización y control de la infrajusticia. El apercibimiento era una práctica de infrajusticia habitual entre los vecinos de los pueblos, pero no tenía un sentido cristiano y pocas veces trascendía el ámbito de la propia comunidad. La Iglesia confesional

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fomentó esta práctica, la dotó de un sentido religioso, la convirtió en un precepto y trató de insertarla dentro del sistema jurídico del Estado moderno. El individuo que vivía de manera deshonesta debía ser objeto de la amonestación caritativa de sus vecinos, como había ocurrido hasta entonces, pero ahora, en caso de que no se atuviera a razones, debía ser puesto a disposición de un tribunal.Así, la infrajusticia pasaba a ser la primera fase del proceso judicial del Estado moderno. El cumplimiento de los preceptos y la asunción de los valores católicos por parte de los individuos estaban asegurados, pues su quebrantamiento conllevaba el rechazo frontal de la sociedad, que, de manera generalizada, había cerrado filas en torno a la nueva identidad confesional. Durante gran parte de la Edad Moderna apenas existió distinción entre lo natural y lo sobrenatural. En el marco de esta concepción del mundo, la confesionalización dotó a las comunidades locales de la seguridad que tan desesperadamente necesitaban.Ahora, disfrutaban de una identidad definida, plasmada en un comportamiento y unas actitudes, y poseían la certeza de que era la correcta para su bienestar temporal y espiritual. Ésta fue, sin duda, una de las razones que propiciaron la adhesión de las comunidades a gran parte del proyecto confesional impulsado por la Iglesia y defendido por el Estado. El comportamiento heterodoxo de miembros de la comunidad podía acarrear la desgracia a todos los vecinos, de ahí el fuerte disciplinamiento que éstos practicaron para erradicar este tipo de conductas. Ahora bien, no todos los aspectos del proyecto confesional fueron asumidos de igual manera y en la misma medida. El éxito estuvo garantizado en las cuestiones donde la comunidad percibía un peligro real. Los robos sacrílegos, véase el caso de San Miguel de Aralar, provocaron enormes escándalos y movilizaciones masivas de los vecinos de pueblos y valles del reino. Estos robos eran considerados una ofensa a Dios, y despojaban a las comunidades de sus instrumentos de comunicación con la divinidad, dejándola expuesta al carecer del auxilio de sus santos y al ser objeto de represalias divinas. No obstante, en otras cuestiones la respuesta de la comunidad no era tan rotunda. Recordemos el caso de la consideración de los clérigos. Pese a los intentos de la Iglesia por sacralizar el orden sacerdotal, el robo o la ofensa a los eclesiásticos no generaron más escándalo que los que se cometían contra otros miembros de la sociedad. En este caso la comunidad local veía en su vicario, más que un instrumento sagrado de mediación con la divinidad, un vecino normal con el que pleitear, reñir o disfrutar.

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La confesionalización introdujo en el seno de la sociedad navarra un miedo y una reacción activa contra todo lo heterodoxo, porque se percibía como un grave peligro y un ataque directo contra la propia comunidad. Las gentes de ultrapuertos pasaron a ser sospechosas de herejía y los altonavarros les exigieron la demostración explícita de su catolicidad; los gitanos, de dudosa conducta, sufrieron una persecución cada vez mayor en las localidades del reino; y las personas que vivían de manera desordenada fueron objeto de amonestación y delación por parte de sus vecinos. Durante la Era Confesional todos los acusados que declaraban ante los jueces afirmaban llevar una vida ejemplar y, para demostrarlo, se definían a sí mismos como buenos cristianos (en el caso de los franceses, buenos católicos), personas que cumplían rigurosamente todos los preceptos de la Iglesia. A partir de mediados del XVII, cuando la confesionalización tocó a su fin, los acusados ya no recurrían a esta fórmula, y se declaraban, únicamente, «temerosos de Dios» y «pacíficos». La Iglesia desde el siglo XVI hasta mediados del XVII no sólo proporcionó a los poderes civiles unos medios materiales, sino que, también, les dotó de un sentido. La base teórica que permitió al Estado actuar y desarrollarse de una manera legítima se fundamentó en concepciones propias de la Iglesia. Así, la noción de delito-pecado, apuntada por Tomás y Valiente, constituyó uno de los elementos más significativos para la construcción del Estado moderno. En la Era Confesional el delito ya no era una injuria que afectaba únicamente a las partes directamente implicadas.Ahora, al constituir también un pecado, perturbaba el sagrado orden social y dañaba a Dios, al rey y al conjunto de la comunidad. El monarca, defensor de la paz y la fe, encontraba en él los argumentos para intervenir directamente en las relaciones sociales de sus súbditos. El modelo de sociedad y de hombre que impulsaban Iglesia y Estado eran muy similares. El lugar de la pobreza en el mundo, la gravedad del robo, el papel de los jueces, la función del gobernante, la pacificación de las conductas, la participación activa de los individuos en una sociedad ordenada por ambos poderes… todas estas cuestiones eran comunes. La confesionalización propició una modernización y una racionalización de la sociedad en su conjunto como no se había conocido hasta entonces. Este hecho es claro en la administración de justicia. Sin lugar a dudas, muchas de las innovaciones que los ilustrados se atribuyeron en exclusiva tuvieron su origen en este mundo presuntamente fanático y tiránico.

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El garantismo de que hizo gala la justicia alto moderna se basó en las directrices de la Iglesia y fue una corriente genuinamente confesional. En el proceso judicial se emplearon fórmulas y procedimientos cada vez más rigurosos para averiguar la verdad sobre cada delito. Los jueces se percataron de que no todas las pruebas tenían la misma credibilidad y, por ello, concedieron distinto rango a la confesión del acusado, la declaración de un testigo directo o el testimonio de un informador indirecto, y practicaron careos entre los acusados, ruedas de presos y otros procedimientos. El garantismo confesional se esforzó para que los acusados tuvieran asegurado su derecho a defenderse ante los tribunales. La labor de magistrados y confesores en este mundo confesional fue muy similar, tanto en la forma como en el fondo, aunque tuvo lugar en ámbitos diferentes. Ambos castigaban los delitos-pecados para permitir al acusado la expiación de su culpa y ofrecer una «satisfacción» a Dios, al rey y a la comunidad. Ahora bien, sus decisiones debían buscar, en todo momento, la restauración del equilibrio social. La Iglesia animó a los jueces a que, más allá del rigor que imponían las leyes, hicieran uso de un arbitrio constructivo similar al que se requería a los confesores. La justicia en la Edad Moderna no llevaba venda en los ojos, al contrario, examinaba detenidamente las circunstancias de cada delito y cada delincuente, las valoraba gracias al arbitrio razonable del juez y pronunciaba un castigo adecuado a cada caso. El grado de responsabilidad del acusado determinaba claramente los agravantes y los atenuantes de cada delito. Igualmente, se tenía en cuenta la condición de «habitual» (vecero) u «ocasional» del imputado. Así, cuando la responsabilidad del acusado era mínima y nunca hasta entonces había participado en un delito, jueces (y confesores) imponían castigos-penitencias leves que permitían la reinserción del delincuente en la sociedad a corto o medio plazo. De esta manera restauraban el equilibrio social, es decir, imponían un castigo, siempre necesario, pero con una finalidad correctora y paternal, sin deshacer una familia o una comunidad local que necesitaba al acusado. No obstante, cuando las circunstancias del delito eran graves y su autor era reincidente, jueces (y confesores) consideraban imposible que se produjera la reinserción del acusado, por lo que, en consonancia con los deseos de la propia comunidad local, optaban por castigos-penitencias drásticos, que separaran al individuo de la sociedad, infundían miedo entre los que quisieran seguir sus pasos y devolvían la confianza a la comunidad. Es así como se explica la «escala rota» de la justicia moderna: a mismos delitos diferentes sentencias, una

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forma de administrar castigos que, lejos de obedecer al capricho tiránico de los jueces, como han supuesto autores influidos por la interpretación ilustrada del Antiguo Régimen, supuso una considerable modernización de la justicia. El arbitrio de los jueces superaba, en la práctica, la limitación y la rigidez de unas leyes modernas que apenas consideraban las circunstancias y suponían un obstáculo para la pacificación de la sociedad. El garantismo confesional, gracias al rigor en el proceso judicial y al uso racional del arbitrio, sentó las bases de la justicia contemporánea. Ahora bien, este hecho no significa que la justicia altomoderna dejara de impulsar un modelo de sociedad y de hombre muy alejado del actual. Como ya hemos mencionado, se persiguió con severidad toda forma de heterodoxia que hiciera peligrar el proyecto confesional. También se trató con manifiesta deferencia a los miembros de los estamentos privilegiados, pues, de lo contrario, su escarnio hubiera puesto en tela de juicio la legitimidad de la sociedad estamental y, en última instancia, la misma necesidad de la monarquía absoluta. Ahora bien, el garantismo altomoderno logró muy pocas mejoras en ciertos aspectos de la administración de justicia. Sin duda, la grave situación que sufrían los presos en las cárceles civiles fue el mayor fracaso de esta corriente reformadora. El derecho de gracia era una parte indisoluble de la administración de justicia en la Edad Moderna. Se trataba de una figura jurídica de gran complejidad, pues obedecía a diferentes objetivos en función de quién y cómo hiciera uso de ella. Lejos de interpretaciones cercanas a las teorías de la Ilustración, al igual que hemos referido para la justicia ordinaria, muchos de los perdones concedidos por el rey y el virrey se basaron en la práctica de un arbitrio constructivo. Esto supuso una modernización de la justicia, pues adaptaba a las circunstancias de cada caso condenas excesivas que suponían un obstáculo para la paz social. A los nobles se les restituía su honor, a las mujeres se les devolvía sus maridos… Así mismo, resultaba un eficaz instrumento de pacificación cuando las autoridades civiles se veían incapaces de solucionar un problema por métodos más expeditivos. De esta manera se desarticularon partidas de bandoleros o grupos de contrabandistas. La concesión de indultos era también una de las muestras más claras del poder ilimitado del monarca, capaz de alterar, con sólo su voluntad, los dictados de los tribunales ordinarios. A lo largo de toda la Edad Moderna los reyes hicieron uso del derecho de gracia para mostrar al

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pueblo su protección, generosidad, misericordia, religiosidad y cercanía (caso del indulto de Viernes Santo). De esta forma se hacían presentes en la vida del reino y lograban que la población se identificara con los acontecimientos de la Monarquía (nacimientos, bodas, muertes, coronaciones, victorias, paces…), construyendo, poco a poco una identidad común, la conciencia de pertenecer a un proto Estado-nación. Lejos de la realidad garantista que hemos descrito, mucho más rica, flexible y avanzada, durante la Edad Moderna coexistió una concepción del gobierno bastante generalizada, sobre todo en la Era Confesional, que entendía la justicia, únicamente, como aplicación de castigos. La confesionalización produjo una mayor ritualización de las penas, lo cual permitió a las autoridades civiles y religiosas divulgar mensajes inequívocos y convincentes sobre el nuevo modelo de sociedad. Al mismo tiempo, las comunidades aceptaban y participaban en estos castigos, porque restauraban el orden y ofrecían seguridad en el sentido más amplio (erradicación de delincuentes, reafirmación de los valores sociales confesionales…). Todo castigo, para que fuera percibido como tal, podía dañar, de menor a mayor importancia, la hacienda, el cuerpo, el honor y, en los casos más graves, el futuro en el Más Allá. Estos cuatro elementos eran los bienes más apreciados por el hombre moderno, pues eran la base misma su existencia como individuo, como miembro de una comunidad y como hijo de Dios. Más allá de la legitimación moral y ritual practicada por las autoridades civiles y religiosas, el hecho es que a lo largo de la Edad Moderna el Estado se desarrolló de manera sólida. Esto fue posible gracias a la adhesión de las comunidades locales, que adoptaron como propio el proyecto confesional y utilizaron sus poderosos instrumentos de disciplinamiento para defenderlo. Frente a los que piensan que el desarrollo del Estado moderno significó la desnaturalización del municipio, nosotros mantenemos que, fundamentalmente durante los siglos XVI y XVII, ese proceso general fue compatible con una municipalización. La administración de los Austrias no era centralista. Por el contrario, prefería adaptar, fomentar y vigilar las instituciones existentes, pues podían resultar extremadamente eficaces y próximas a los súbditos. El alcalde ordinario, por ejemplo, pasó de ser el representante de su comunidad a convertirse en el ministro del rey ante ella. La integración de esta institución dentro del sistema estatal moderno conllevó el que fuera sometida a un mayor control por parte de instituciones centrales, como el

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Consejo Real, pero, al mismo tiempo, también propició su desarrollo en cuestiones para las que estaba bien capacitada: control de las costumbres y represión de la delincuencia. El Estado, personificado en la figura del rey, se convirtió en la fuente de toda legitimidad a la hora de llevar a cabo cualquier acto de justicia. Así lo expresaban los vecinos cuando, al grito de ¡Ayuda al rey! acompañaban a sus alcaldes en la persecución de malhechores. La «salida», una expedición periódica o puntual de vecinos armados, a cuya cabeza iba el alcalde o sus tenientes, fue la institución que durante tres siglos veló por la seguridad en los caminos del reino de Navarra. Sin embargo, a pesar de su prolongada vigencia, estuvo sometida a notables limitaciones. La captura de un delincuente podía resultar una carga económica y humana demasiado pesada para una localidad.Todos los vecinos varones de un pueblo debían acudir a la llamada de su alcalde. Además de arriesgar su vida, debían abandonar sus labores habituales y hacerse cargo de su sustento, lo cual les generaba considerables pérdidas económicas. En caso de que el malhechor fuera capturado, el alcalde debía recabar información sobre sus delitos y mantener al reo en la cárcel, todo a costa de los «propios» del pueblo. Una vez acabadas estas diligencias, el delincuente debía ser escoltado por el alcalde y varios vecinos a las cárceles reales de Pamplona para que pudiera comparecer ante los tribunales reales. Este último paso era el más costoso y, cuando el Consejo Real no disponía de dinero, eran los pueblos quienes, una vez más, debían hacerse cargo de él. Sin lugar a dudas, el enorme coste económico que para los pueblos navarros suponía la captura de malhechores provocó el que sólo se les persiguiera cuando la comunidad se sentía realmente amenazada. El Consejo Real denunció constantemente esta situación, y reclamó al rey y al reino más fondos para animar a los pueblos a perseguir a los delincuentes.A partir del XVIII la «salida» se fue profesionalizando, y las instituciones se preocuparon cada vez más de resarcir económicamente a los pueblos que las llevaban a cabo, volviéndose esta institución mucho más eficaz. Además de los problemas económicos, una de las principales limitaciones de este sistema estatal municipalizado fue la propia figura del alcalde, una persona que, como ministro del rey y miembro de su comunidad, debía conciliar dos fidelidades, a menudo, incompatibles. Cuando las autoridades centrales eran incapaces de ejercer cierto control sobre los alcaldes de los pueblos éstos actuaban por su cuenta y

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seguían los deseos de la comunidad, los de su familia o los suyos propios, ignorando otras directrices. Ahora bien, Navarra era un reino pequeño, fácilmente abarcable desde su capital. En la ciudad de Pamplona tenían su sede prácticamente todas las instituciones civiles y religiosas que afectaban a los naturales y, frente a otras regiones de la Monarquía Hispánica, gozaron de una posición privilegiada a la hora de proyectarse eficazmente sobre todo el territorio. Cabe destacar la enorme influencia que tuvo el Consejo Real, encargado de controlar la gestión de los alcaldes y favorecer la seguridad en los caminos. La influencia de Pamplona como difusor de cultura (tanto de «elites» como «popular»), como potente catalizador en la construcción del Estado moderno en Navarra, fue fundamental. Durante el siglo XVI y gran parte del XVII las autoridades civiles centrales se desentendieron del bandolerismo endémico que sufría el territorio, pues entendían este problema como una cuestión leve de la que debían ocuparse los pueblos. De hecho, durante la primera mitad del XVI se anuló la figura del merino, una institución que en la Baja Edad Media había sido fundamental en el mantenimiento del orden público. A lo largo de la Edad Moderna no existió ninguna institución que coordinara la acción de los alcaldes ordinarios; éstos se ocupaban, únicamente, de asegurar la paz dentro de sus reducidas fronteras municipales. El Estado tan sólo actuaban directamente y con contundencia en aquellos casos que percibía como peligrosos, fundamentalmente problemas con repercusiones internacionales, religiosas o profundamente desestabilizadoras: contrabando de caballos con Francia, entrada de bandoleros protestantes, revueltas en los pueblos… Entonces sí se mandaba al ejército. El mantenimiento de la ortodoxia moral y religiosa que había caracterizado al Estado confesional durante siglo y medio dio paso, en un proceso progresivo de secularización, al interés prioritario por conseguir el desarrollo económico del país.A raíz de este cambio, las autoridades civiles centrales tomaron conciencia de la importancia de mantener la seguridad en los caminos, pues de ella dependía la fluidez del comercio y, en definitiva, la prosperidad del Estado. Desde fines del XVII se tomaron medidas concretas para acabar con el bandolerismo, pero la falta de recursos impidió que alcanzaran éxito. En dos ocasiones se intentó crear un cuerpo armado que vigilara constantemente los caminos, pero tuvieron que disolverse por su elevado coste. Una medida

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más efectiva, aunque económicamente insostenible, fue la de supervisar de cerca y coordinar a los alcaldes ordinarios de los pueblos por medio de una densa red de comisionados nombrados por el Consejo Real que tenían su sede en las localidades de la Ribera, la región donde mayor daño económico causaban los salteadores de caminos. Así mismo, se lucho contra los obstáculos jurisdiccionales que permitían a los malhechores actuar con impunidad. Se fomentaron los tratados de extradición, especialmente problemáticos entre Aragón y Navarra, pues ambos reinos velaban celosamente por el respeto a su realidad jurisdiccional. Igualmente, sobre todo durante la época de los Borbones, se acabó con muchos de los privilegios jurídicos de que gozaban eclesiásticos y soldados. El Estado borbónico centralista anuló drásticamente el derecho de gracia y el derecho de asilo, pues dejaba sin castigo a los malhechores. La política contra pobres y vagos también muestra claramente los cambios que se produjeron a lo largo de la Edad Moderna. Durante todo el período existió una mentalidad cristiana tradicional de origen medieval que santificaba la pobreza y la caridad y abogaba por su ejercicio libre. Fruto de esta concepción nació una sólida red hospitalaria existente, destacando la de la Ribera de Navarra, donde jornaleros, temporeros, artesanos y personas sin trabajo encontraban un refugio seguro gracias a la generosidad de los pueblos. No obstante, desde el siglo XIV, y fundamentalmente a partir del XVI, al ritmo que marcaban las malas cosechas, la falta de trabajo y el hambre, las autoridades civiles comenzaron a adoptar medidas para controlar a los pobres. El concepto básico sobre el que pivotó toda esta política fue la distinción entre verdaderos y falsos pobres, una noción basada en la revalorización del trabajo. Los verdaderos pobres eran los que sufrían algún problema físico que les impedía trabajar. Estas personas tenían derecho a pedir limosna siempre y cuando llevaran una vida cristiana ejemplar. Los falsos pobres, en cambio, eran las personas sanas que vivían de la limosna. Desde fechas muy tempranas se persiguió a estos individuos.A partir del siglo XVI comenzó el fenómeno que Foucault dio en llamar el «Gran Encerramiento»: el control estrecho y la reclusión de pobres y vagabundos. Durante la alta Edad Moderna pobres y vagos fueron vistos con desconfianza por su supuesta heterodoxia, y a menudo se les obligó a trabajar como un medio eficaz para combatir la ociosidad, madre de todos los vicios. La secularización de mediados del XVII tuvo un efecto directo en la concepción de la pobreza y en las medidas para su control. A partir de

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esta época pobres y vagabundos fueron perseguidos, ya no por su heterodoxia, sino por su inutilidad para el Estado. Las autoridades civiles quisieron poner a trabajar a todos los súbditos de la Monarquía, por lo que la existencia de estos grupos marginales fue considerada una rémora para el desarrollo económico del país. La denominación de vago se hizo cada vez más amplia, pues en la alta Edad Moderna apenas comprendía a los gitanos y a los vagabundos y, ahora, se consideraba como tal a cualquiera que no tuviera trabajo o viviera sin aportar nada útil. Resulta impresionante ver cómo los diferentes intereses del Estado durante todo el período tuvieron un reflejo perfecto en las condenas impuestas por los tribunales civiles. A pesar del garantismo del XVI y XVII o la práctica jurídica más positiva del XVIII, en los momentos en que el rey sintió mayor necesidad de mano de obra, no dudó en forzar las decisiones de los jueces para que éstos condenaran en función de sus intereses. La capacidad de imponer castigos utilitarios es una de las muestras más claras del establecimiento y el fortalecimiento del Estado moderno a lo largo de los tres siglos analizados. Con anterioridad al XVI el delincuente debía «satisfacer» a su víctima o a su familia, pero a partir de este momento quien debía ser compensado era el rey y, por ello, éste se sentía legitimado para apropiarse temporalmente del reo. Además, este tipo de castigos contó con la aprobación generalizada de la sociedad, pues sustituía, en parte, las ineficaces mutilaciones y destierros, característicos de la Edad Media, por una expulsión tutelada y un sufrimiento físico seguro, necesario para que la sociedad se sintiera resarcida. A mediados del siglo XVII se inició un período de secularización que rompió, parcialmente, con los postulados confesionales de la etapa anterior. Pero la etapa que daba comienzo no respondió, ni mucho menos, a un desarrollo lineal del «proceso de civilización». A mediados del XVIII, como se ha dejado entrever para el caso del tratamiento de la pobreza o la vigilancia sobre las comunidades locales, tuvo lugar un punto de inflexión en el discurrir histórico. A partir de entonces las autoridades civiles, asumiendo un protagonismo casi exclusivo, empezaron a comprender la sociedad en su conjunto, preocupándose por atender sus necesidades económicas, higiénicas, educativas y morales, entendiendo que este desarrollo global traería prosperidad al país. Esta concepción integral del buen gobierno se plasmó, a escala local, en la noción de «policía». Las ciudades debían ser habitables, limpias, ordenadas, seguras, bien abastecidas de agua y alimento… y todas estas accio-

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nes se emprendían de manera coordinada, contando con el consejo de profesionales. Si bien es cierto que para la Edad Moderna todavía no es posible hablar de Estado-nación, el hecho es que a lo largo de los tres siglos se fueron sentando, poco a poco, las bases para su creación. Este proceso inacabado fue especialmente notorio en las fronteras que separaban las monarquías confesionales, pues era ahí donde la dicotomía nosotros-ellos se fue haciendo cada vez más clara y efectiva, venciendo, paulatinamente, las poderosas identidades locales. A principios del siglo XVI los valles pirenaicos de ambas vertientes se encontraban unidos por estrechos lazos de solidaridad económica, política y cultural. Esta situación de paz era imprescindible para el desarrollo de su economía pastoril, pues ésta les obligaba a alcanzar acuerdos para poder compartir pastos y aguas. En el caso del pirineo navarro las diferencias entre los valles eran todavía menores que en otros lugares de la cordillera, pues la Alta y la Baja Navarra habían pertenecido a un mismo reino (compartían una misma nobleza, lazos familiares, cargos, etc.) y participaban de una lengua y una cultura común. A mediados del XVI la frontera pirenaica era inexistente. Los vecinos de los valles mantenían sin problemas sus ancestrales lazos de solidaridad, ignorando la identidad diferenciadora que pretendían establecer sus soberanos. La permeabilidad era tal que los salteadores pirenaicos se asociaban sin problemas, y la justicia de los valles respondía de manera conjunta contra ellos, independientemente de dónde hubieran cometido el delito. Pero esta situación de encuentro humano e institucional comenzó a quebrarse a partir del establecimiento de una férrea frontera militar y jurisdiccional entre la Monarquía Hispánica y la Francesa. Esta nueva realidad obstaculizó considerablemente las relaciones entre los habitantes de ambos lados del Pirineo y, además, produjo un aumento y un cambio en la delincuencia. Las partidas de salteadores perdieron, poco a poco, el carácter interfronterizo y se fueron convirtiendo, cada vez más, en razias contra los habitantes de la vertiente contraria. La extensión del calvinismo por el sur de Francia y su adopción por los Albret, reyes de la Baja Navarra, fue uno de los elementos que, de manera más efectiva, indujo a los habitantes de la Alta Navarra a tomar conciencia de su diferencia respecto a sus antiguos paisanos. Este miedo al protestantismo ayudó a los habitantes de la Navarra peninsular a identificarse con el proyecto confesional católico, es decir, con la Monarquía Hispánica, y a romper, parcialmente, con sus antiguos lazos

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de solidaridad. Hay que señalar que la realidad de Tierra de Vascos distaba mucho de los prejuicios que sentían los altonavarros, pues este territorio fue durante todo el XVI un auténtico bastión del catolicismo donde, incluso, gran parte de la población, al ser católica, se identificaba con la Monarquía Hispánica. El rosario de guerras que se vivió entre la Monarquía española y Francia durante toda la Edad Moderna, especialmente la Guerra de los Treinta Años y la Guerra Contra la Convención, acrecentó todavía más la brecha que había comenzando a abrirse entre las dos vertientes de los Pirineos. Al malestar provocado por estos conflictos se unió el surgimiento de un fuerte sentimiento de xenofobia que apareció como reacción ante la masiva emigración de campesinos pobres procedentes del sur de Francia (en el caso de Navarra de Tierra de Vascos). Estos miedos y prejuicios ayudaron a perfilar, por contraposición, la identidad de los Estados-nación que en esta época comenzaban a definirse. El nacimiento paulatino de una frontera identitaria proto-nacional entre los vecinos de los valles pirenaicos se reflejó en la diferente percepción que, a lo largo del tiempo, tuvieron de sus conflictos. A fines de la Edad Media y principios de la Edad Moderna los habitantes de los valles veían sus disputas como acontecimientos locales en los que se jugaban su futuro económico y su orgullo como municipio. Más adelante, el discurso de la dialéctica nacional se fue introduciendo en sus luchas. Para los habitantes de los valles del sur sus vecinos del norte dejaron de ser baigorrianos, suletinos o barentoneses y pasaron a convertirse en franceses, una etiqueta simplificadora que no comprendía las diferencias de lengua o cultura existentes ellos y minusvaloraba los estrechos lazos que hasta entonces les habían unido. Mientras que la distinción del «otro» se hacía cada vez más clara, la definición del «nosotros», como miembros de un mismo Estado-nación, era mucho más lenta, pues durante toda la Edad Moderna la referencia local mantuvo gran parte de su fuerza. Al contrario de lo que sucedió en las fronteras exteriores, el establecimiento de la Monarquía Hispánica produjo la desaparición de los límites identitarios que anteriormente habían dividido a cada uno de sus reinos. A finales de la Edad Media las relaciones entre Castilla y Navarra fueron muy conflictivas, una situación que se vivió de manera especialmente grave en los municipios fronterizos de ambos reinos. Las incursiones impunes tras la muga para robar ganado eran habituales, por lo que el recelo mutuo se convirtió en un sentimiento generalizado. Pero en el siglo XVI estos reinos se integraron dentro de la Monarquía Hispánica,

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pasando a compartir numerosas instituciones y, lo que más nos interesa, una misma identidad confesional. El nuevo marco institucional e identitario acabó con parte de los prejuicios y los abusos que habían separado a ambos territorios durante la etapa anterior. Hasta avanzado el siglo XVI Navarra sufrió episodios violentos de lucha de bandos. En Baztán,Tierra Estella, Cascante, Olite o Sangüesa, en muchos lugares de la geografía navarra, se produjeron enfrentamientos cruentos entre las familias preeminentes. No hemos podido establecer relaciones entre estos partidos locales y los que, poco antes, habían consumido al reino en una trágica guerra civil (agramonteses y beaumonteses). Ahora bien, su funcionamiento, típicamente medieval, era muy similar al que tuvieron éstos. Los individuos y las familias de una comarca amplia se organizaban en bandos, redes de parentesco y fidelidad, encabezadas por un pariente mayor, que lograban movilizar a gran parte de la sociedad. Los enfrentamientos entre bandos podían originarse por cuestiones económicas o conflictos aislados, pero pronto adquirían una dimensión honorífica que enconaba los odios, arrastraba al conjunto de la sociedad y producía una espiral de violencia difícil de atajar. La influencia de estas organizaciones sociales se extendía más allá de las fronteras del reino, obligando, según el caso, a personas y familias de Aragón, Ultrapuertos o Castilla. La implantación progresiva del Estado moderno tuvo un efecto directo sobre este tipo de organización social. El monarca exigió, y logró imponer paulatinamente, el respeto a sus decisiones, a sus ministros y a sus tribunales, acabando con el poder casi exclusivo de que, en sus comarcas, habían gozado estas familias. Los tribunales reales juzgaron a los banderizos que cometían delitos, desterraron a los que alteraban el orden, impusieron castigos ejemplares e ignoraron, en todo momento, las presiones que éstos ejercieron. El objetivo del Estado fue pacificar y controlar la sociedad, por lo que este tipo de organización social, genuinamente nobiliaria, supuso un obstáculo a batir. A pesar de las dificultades, se puede decir que para el siglo XVII el Estado había logrado este objetivo, pues el bandolerismo banderizo prácticamente había desaparecido. El bandolerismo, en todas sus formas, fue un fenómeno común a toda la Europa moderna. Ahora bien, hubo momentos y lugares en los que adquirió especial gravedad y amenazó con desestabilizar seriamente la sociedad. Precisamente, durante el siglo XVI en el vecino reino de Aragón se dio esta situación por diversas causas políticas, económicas y sociales. Esta crisis afectó directamente al territorio navarro con el que

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Aragón hacía frontera, pues tradicionalmente los municipios de ambos lados de la Raya habían estado unidos por estrechos lazos. Reflejo de esta circunstancia fue el bandolerismo navarro-aragonés del último cuarto del siglo XVI, que tuvo en Sangüesa uno de sus epicentros. A pesar de que la historiografía navarra haya culpado a los gitanos del bandolerismo moderno y, más concretamente, del que tuvo lugar en el siglo XVI, el protagonismo de este grupo social en el salteamiento de caminos es más que cuestionable. A lo largo de todo el período las autoridades civiles acusaron a los gitanos de robos de ganado, asaltos, engaños y extorsiones, pero la realidad fue que tras estas imputaciones se encontraba el rechazo a lo heterodoxo, en la Era Confesional, o la lucha contra los grupos considerados inútiles a partir de la segunda mitad del XVII. A fines del XVI la legislación contra los gitanos en la Monarquía Hispánica se endureció de manera extraordinaria y las autoridades civiles desataron una persecución implacable que obligó a los miembros de esta raza a echarse a los caminos, huir de un reino a otro y vivir al día. Durante estos años sí se produjo un importante bandolerismo gitano nacido de la desesperación y la necesidad, pero esta situación no se prolongó mucho tiempo y, más mal que bien, los gitanos pudieron continuar el resto de la Edad Moderna con su modo de vida, sin tener que recurrir sistemáticamente al asalto de caminos. A lo largo de la Edad Moderna la pobre economía pastoril y los limitados sistemas de herencia de los valles pirenaicos obligaron a emigrar a una porción importante de la población. La ribera del Ebro fue, durante estos siglos, una zona rica capaz de absorber y ofrecer trabajo a los emigrantes que llegaban del norte de Navarra y del sur de Francia. No obstante, durante el último cuarto del siglo XVI la grave crisis económica en la que se sumió Europa impidió que esta región pudiera asimilar a todas las personas que llegaban y la situación de miseria empujó a muchas de ellas a la delincuencia. Un ejemplo claro de este proceso fue el caso del bandolerismo roncalés de los años setenta en adelante. A la dura situación de miseria que vivían los emigrantes roncaleses se unió su fuerte cohesión interna, que les permitió organizarse de manera eficaz para efectuar asaltos. La miseria extrema podía provocar hurtos de productos básicos, como ropa o comida, y alguna moneda, pero sin apenas planificación, de manera casi individual, con el único objetivo de obtener algo con lo que poder sustentarse.

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Aparte de los campesinos o jornaleros pobres más o menos arraigados en sus comunidades locales, existió a lo largo de la Edad Moderna todo un mundo marginal que vivía de la limosna y de algún trabajo ocasional, habitaba en ventas y hospitales y deambulaba a lo largo y ancho de la Península. Muchos temporeros, soldados, estudiantes, quinquilleros, esquiladores, cesteros o lisiados profesionales, fundamentalmente de origen castellano, formaban parte de este grupo, un colectivo ajeno al mundo campesino por su falta de arraigo y sus contra-valores. La cultura de los vagabundos, descrita con profusión por los literatos del Siglo de Oro, tuvo su expresión más clara en el lenguaje de germanía, una poderosa seña de identidad. Las rutas que seguían los vagabundos recorrían toda la Península e incluían a la Ribera de Navarra y a la ciudad de Pamplona, pues eran las zonas más ricas del reino y las que contaban con más y mejores hospitales. La delincuencia practicada por este grupo era esencialmente marginal («cortar bolsas», jugar con «ventaja», prostitución…) y tenía lugar en las ferias y fiestas de los pueblos o en ciertos barrios de las ciudades. La modalidad de bandolerismo que mayor relevancia tuvo durante toda la Edad Moderna, en número y gravedad de asaltos, fue la protagonizada por vecinos de los pueblos como un medio de obtener recursos complementarios a los que proporcionaba el modo de vida campesino. Quienes tomaban parte en estos asaltos eran delincuentes ocasionales, individuos que abandonaban temporalmente la seguridad de sus pueblos para robar, perfectamente organizados, a los mercaderes que transitaban por los caminos reales, a los que ganaderos que se dirigían a las ferias o a los peregrinos que iban a santuarios. Estos bandoleros contaban con buenas redes de información que les avisaban cuándo podía presentárseles una buena oportunidad. Si así ocurría, ante la ignorancia, la indiferencia, la sospecha, o el reproche silencioso del resto de la comunidad, quienes habían decidido tomar parte en la incursión abandonaban sus localidades y efectuaban el asalto. Posteriormente, repartían el botín según la forma convenida, disolvían la partida y cada uno volvía a su localidad para continuar, con un poco más de dinero, su vida habitual. Para estos salteadores ocasionales era fundamental que nadie descubriera su identidad, pues, de ocurrir así, podían verse obligados a abandonar sus pueblos, huir de la justicia y convertirse en proscritos. Por ello, ocultaban sus rostros tras una máscara, se tiznaban la cara, impedían que sus víctimas los observaran de frente y, en caso de que aun así los reconocieran, hacían todo lo posible por acallarlas. Habitualmente salteaban en los caminos reales, especialmente

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en los tramos que atravesaban lugares despoblados y de geografía quebrada, pues era ahí donde gozaban de mayor impunidad y podían obtener mejores botines. El camino de la Ribera a su paso por El Carrascal y, especialmente, el nudo de comunicaciones que existía en torno a Valtierra, bajo la amenaza permanente del desolado de las Bardenas, fue el lugar navarro donde más se hizo notar la acción de los bandoleros. Otros caminos reales, como el de Francia a su paso por Urdax o Roncesvalles y el de Guipúzcoa en la zona de Azpíroz, también sufrieron la presencia de salteadores. Así mismo, la red secundaria de comunicaciones, que unía los valles entre sí y atravesaba las fronteras del reino, también padeció gran número de asaltos. Los Pirineos, los montes de Urbasa y Andía, la sierra de Lóquiz, la sierra del Perdón, los puertos de Erro o Velate y, por supuesto, las Bardenas ofrecieron una cobertura segura a los salteadores que actuaron en Navarra durante toda la Edad Moderna. Otro factor que facilitó enormemente la acción de los bandoleros fue la presencia de una frontera jurisdiccional, como la que Navarra mantuvo durante todo el período con Aragón y Francia y, en menor medida, con Castilla. La existencia de estos límites impedía a los ministros de la justicia afectada perseguir a los salteadores más allá de sus fronteras e, igualmente, negaba toda legitimidad a los tribunales que pretendieran juzgar delitos perpetrados fuera de su jurisdicción. La consecuencia de este hecho fue que navarros, aragoneses, castellanos y franceses pudieron saltear más allá de sus fronteras, prácticamente con total impunidad, pues una vez volvían a sus reinos nada podía ocurrirles. En ocasiones, los bandoleros llegaban a organizarse de manera que, por medio del uso de la fuerza y el miedo, lograban dominar amplias comarcas del reino. Cuando esta situación se daba ningún vecino se atrevía a plantarles cara. Pero, en el momento en que cometían un delito especialmente atroz, la comunidad se soliviantaba, unía sus fuerzas y los capturaba o los echaba. Este tipo de situaciones fue mucho más común en los siglos XVI y XVII que en el XVIII, pues entonces el Estado disponía de menor capacidad para controlar lo que sucedía en los confines del reino. A partir de la segunda mitad del XVII, debido a la importancia capital que fue adquiriendo el comercio para el desarrollo del Estado, las autoridades civiles reaccionaron cada vez con mayor contundencia. Es posible que esta toma de conciencia por parte de las autoridades civiles obedeciera también a un aumento real de los asaltos, pues el mayor trasiego de mercancías por los caminos del reino ofreció, sin duda, más y mejores posibilidades a los bandoleros.

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En el Setecientos el bandolerismo y el contrabando fueron complementarios. Ambas actividades necesitaban de una misma infraestructura: unos colaboradores, una red de información y unos intermediarios que se deshicieran de la mercancía (habitualmente venteros y hospitaleros). Además, como el ejercicio del contrabando no estaba mal visto por la comunidad, podía servir para justificar ante los vecinos la adquisición de riquezas por medios ilícitos y claramente rechazados, como el asalto de caminos.A medida que avanzó la Edad Moderna, el bandolerismo y el contrabando se fueron profesionalizando, pues resultaban unas actividades cada vez más jugosas, pero también más peligrosos debido al acoso creciente del Estado. * * * * * El estudio de la criminalidad en la España moderna a través del ejemplo navarro ha sido el hilo conductor de esta investigación. No obstante, la imagen que aquí presentamos precisa todavía de más estudios que, desde diferentes puntos de vista, confluyan en el análisis y la comprensión de un período complejo, en el que las actitudes, los comportamientos y las formas de pensar se transformaron, a veces de manera imperceptible, a veces de manera drástica, para dibujar los contornos del hombre moderno. Por tanto, desde el ámbito de la violencia, además del estudio del bandolerismo, se hace inevitable abordar la desconocida cuestión de la violencia interpersonal y revisar muchos de los presupuestos que han caracterizado los trabajos sobre la violencia colectiva. Por ejemplo, el estudio de las tensiones domésticas puede ayudarnos a comprender la diferente consideración de la familia y el matrimonio a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII; la investigación de los problemas entre los vecinos, las cencerradas, las riñas en el mercado o las peleas en las tabernas, muchas veces provocadas por afrentas de un insulto o una injuria, nos acerca a la complejidad de la vida en comunidad, el ámbito de sociabilidad básico; el examen de los motines o las revueltas protagonizadas por los pueblos para defender su honor o su supervivencia material frente a las transgresiones internas o las agresiones externas nos aproximan a los intereses colectivos de estas sociedades…. La criminalidad, en definitiva, es una de las vías que nos ayuda a describir, explicar e interpretar, una época de cambios tan capitales como apasionantes. Esta línea de investigación nos ha permitido y permitirá abordar un tema

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fundamental: la repercusión del desarrollo del Estado moderno en las comunidades locales y en las vidas de los individuos desde la fase denominada confesionalización hasta la crisis del Antiguo Régimen. Este enfoque debe hacernos replantear el papel pasivo que habitualmente se ha atribuido a éstos y descubrir su protagonismo, más o menos activo, más o menos consciente, en su definitiva configuración.

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FUENTES

1. ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS [AGS] Patronato Real, capitulaciones con Aragón y Navarra, legajos 12 y 13. Estado–Navarra, Legajos 344-366. Libros generales Corona de Aragón, Navarra y Guipúzcoa 105, 170. Libros Secretaría de Tierra 246. Cámara de Castilla, memoriales y expedientes, legajos 120-261; perdones de Viernes Santo, legajos 2556-2709; visitas, legajos 2710, 2711 y 2712; diversos de Castilla, legajos 42 y 43; libros de cédulas, legajos 247-253. Guerra Antigua, memoriales, legajos 217 y 244; libros registros del Consejo de Guerra 27, 29, 32, 34, 34-2, 40, 42, 51, 53, 56, 58, 64, 70, 74, 77, 81, 82, 85 y 87. Secretaría de Guerra, legajos 4243, 4244, 4696, 4697, 4701, 4744, 4783, 4846, 4930, 4958, 4969, 4988, 5650, Suplemento 135, y 490-495. Contadurías Generales, Contaduría de la Razón, legajos 3019-3024. 30583062. Secretaría y Superintendencia de Hacienda, legajos 977, 978, 979, 1060 y 1061.

2. ARCHIVO GENERAL DE NAVARRA [AGN] 2.1. Sección Reino Límites del reino, amojonamientos y diferencias sobre términos con los países limítrofes, leg. 1, 2, y 3 Legislación general y contrafueros, leg. 1 a 22 Guerra, leg. 1 a 9 Tablas, aduanas, comercio, contrabando y su juzgado, leg. 1 a 6 Beneficencia, leg. 1 a 4

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Casa de galera, cárceles, archivos, salas de los tribunales y habitación del regente, leg. 1 a 4 Negocios eclesiásticos, leg. 1 a 6 Negocios extravagantes, leg. 1.

2.2. Sección Tribunales Reales Series de Procesos del Real Consejo, 60, 109, 2376, 3118, 3157, 3271, 3326, 4508, 4793, 06454, 9096, 9288, 9383, 9750, 10711, 11043, 11097, 11098, 11105, 11320, 11408, 11437, 11438, 11592, 11592, 11734, 11744, 11755, 12006, 12051, 12105, 12202, 12219, 12237, 12241, 12640, 12658, 12681, 12892, 13002, 13084, 13123, 13849, 13867, 14456, 14772, 15105, 15974, 16204, 16258, 16286, 16312, 16372, 17485, 17683, 17689, 19117, 19125, 19249, 20394, 26900, 26910, 27019, 28016, 28177, 28346, 31294, 31447, 32141, 32341, 035708, 35753, 35815, 36198, 37047, 37048, 37049, 38426, 39126, 39728, 39819, 40030, 40034, 40107, 40298, 40298, 40299, 41372, 56313, 57159, 57206, 58426, 59219, 59232, 61223, 61231, 61240, 61244, 61247, 61248, 61254, 61254, 61257, 61259, 61272, 61309, 61351, 61358, 61423, 61626, 64061, 64243, 64374, 65969, 66902, 67452, 67832, 68414, 68439, 68511, 69547, 69990, 70252, 70257, 70296, 70462, 70731, 71117, 71120, 71205, 71659, 71778, 72642, 72698, 72701, 73814, 73869, 73922, 73964, 74003, 74048, 74354, 74995, 75328, 75332, 075606, 75657, 75873, 76770, 76875, 77329, 77329, 77530, 79469, 79771, 81249, 85888, 86476, 86532, 86860, 87698, 88026, 89913, 89946, 93379, 093590, 93839, 95447, 95509, 95896, 96606, 097469, 97581, 97689, 97842, 97842, 97881, 98026, 98026, 98078, 98092, 98146, 98179, 98183, 98183, 98194, 98308, 98308, 98318, 98415, 98482, 98525, 98667, 98695, 98924, 99398, 99809, 99867, 100012, 100038, 100526, 100550, 100746, 100818, 100837, 100838, 100860, 100860, 100979, 101068, 101181, 101346, 101379, 101745, 101746, 101747, 102122, 102443, 102813, 102967, 105983, 107792, 109026, 110815, 111637, 114087, 115943, 118108, 119033, 120072, 120176, 124645, 144750, 146572, 146651, 148076, 148216, 149417, 150140, 151200, 151898, 152310, 155830, 166227, 16001451, 16001494, 16001759, 16001955, 16004136, 16005022, 16005311, 16011969, 17004344, 17014203. Archivo Secreto del Consejo, título 4, fajos 1,2 y 3; título 6, fajos 1, 2 y3; título 7, fajos 1 a 4; título 8, fajos 1, 2 y 3; título 8 continuación, fajos 1, 2 y 3; título 9, fajos 1 y 2; título 11, fajos 1 y2; título 12, fajo 1; título 13, fajo 1; título 22, fajo 1; título 26, fajos 1, 2 y 3; título 29, fajos 1 y 2. Libros de Administración de los Tribunales Reales, Consultas al Rey, 1 a 22 y 29 a 31; Consultas al Virrey, 32 a 36 y 38; Autos Acordados del Consejo Real de Navarra, 41 a 45 y 47; Acuerdos de la Corte Mayor, 120 a 128;

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Votos del Real Consejo y de la Corte Mayor, 149 a 167; Libro de Gastos y Penas de Cámara, 199.

2.3. Sección Comptos Libros de mercedes reales, 2, 5, 7, 11 y 21. Papeles sueltos, 1º serie, legajos 2, 3, 6, 12, 13, 79, 80, 164, 178.

2.4. Sección Virreinato y Capitanía General de Navarra Cajas 1 a 20.

2.5. Sección Archivos municipales: Inventarios de Archivos de Ayuntamientos 2º Serie Municipios y concejos: Abaigar, Abaurrea Alta, Ablitas, Adiós, Aguilar de Codés, Aibar, Allo, Andosilla, Ansoáin, Añorbe, Aoiz, Arano, Arantza, Arbizu, Areso, Arguedas, Aria, Aribe, Arizala, Armañanzas, Arróniz, Atarrabia – Villava, Azagra, Bargota, Basaburua, Baztan, Beintza – Labaien, Bera, Beruete, Concejo de Basaburua Mayor, Biurrun – Olcoz, Buñuel, Burgui, Burlada, Cabanillas, Cabredo, Caparroso, Cascante, Cendea de Galar, Concejo de Ancín, Concejos del Valle de Arakil, Corella, Desojo, Donamaría, Echarri, El Busto, Elgorriaga, Enériz, Eratsun, Estella, Esteribar, Etxalar, Etxauri, Ezcároz, Ezkabarte, Ezkurra, Falces, Fitero, Garde, Garralda, Goizueta, Huarte, Ibargoiti, Imotz, Irañeta, Irurzun, Isaba, Ituren, Jaurrieta, Javier, Junta General del Valle de Aezkoa, Junta General del Valle de Roncal, Larraga, Larraona, Latasa (Concejo del Valle de Imotz), Lazagurría, Leache, Legarda, Legaria, Leitza, Lesaka, Liédena, Lodosa, Los Arcos, Luquin, Marañón, Marcilla, Meano – La Población. , Mélida, Mendavia, Miranda de Arga, Monreal, Monteagudo, Muez, Murchante, Murillo El Cuende, Murillo El Fruto, Muruzábal, Oco, Olazagutía, Olite, Oronzo, Oroz Betelu, Oskotz (Concejo del Valle de Imotz), Oteiza, Peralta, Piedramillera, Puente la Reina, Ribaforada, Rocal, Roncesvalles, Saldías, Salinas de Oro, San Adrián, San Martín de Unx, Sangüesa, Sansol, Sesma,Tafalla,Tirapu,Torres del Río, Úcar, Uharte Arakil, Unciti, Unzué, Urdax, Urrotz, Uterga,Valle de Allín, Valle de Arce,Valle de Erro,Valle de Odieta,Viana,Vidángoz,Villanueva de Aezkoa,Villatuerta,Yesa.

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Parroquias: Parroquia de Arróniz, Parroquia de Cintruénigo, Parroquia de San Juan de Estella, Parroquia de San Juan Evangelista de Peralta, Parroquia de San Lorenzo de Pamplona, Parroquia de San Miguel de Estella, Parroquia de San Nicolás de Pamplona, Parroquia de San Pedro de Estella, Parroquia de San Pedro de Olite, Parroquia de San Pedro y Santa María de Tafalla.

2. 6. Sección de Cartografía 3. ARCHIVO DIOCESANO DE PAMPLONA [ADP] Audiencia episcopal: 484/6, 37/25, 70/25, 72/15, 81/1, 122/16, 83/10, 124/1, 128/1, 134/13, 148/12, 106/12, 166/17, 224/12, 224/3, 224/5, 225/25, 421/2, 111/1, 175/15, 184/2, 192/21, 250/13, 173/7, 198/15, 424/2, 208/19, 208/2, 208/4, 423/41, 211/7, 215/10, 217/7, 431/29, 515/10, 476/6, 450/19, 482/6, 270/28, 312/8, 280/9, 646/26, 292/14, 687/22, 509/20, 701/24, 705/24, 530/1, 720/23, 537/25, 726/7, 344/5, 323/26, 752/11, 356/15, 579/13, 359/43, 359/44, 752/1, 558/32, 442/12, 752/13, 761/1, 759/21, 759/22, 376/10, 565/26, 762/19, 3237/4, 772/17, 389/14, 391/24, 400/3, 405//17, 405/16, 3248/16, 590/9, 597/8, 598/13, 798/5, 600/14, 601/18, 609/18, 1048/10, 627/4, 837/19, 1055/24, 1240/8, 1340/7/(1240?), 1069/21, 860/17, 889/18, 970/7, 1257/12, 874/2, 891/10, 888/28, 891/15, 1271/20, 889/18, 1113/23, 898/22, 1107/12, 1277/10, 909/19, 114/26, 1293/8, 1294/9, 1297/14, 922/24, 1131/3, 3245/14, 988/28, 943/9, 1330/5, 1319/1, 1341/3, 1335/4, 974/28, 1337/14, 1176/7, 978/18, 988/17, 1350/9, 1186/17, 1355/15, 1194/9, 1358/19, 1202/15, 1010/4, 1210/12, 1138/6, 1380/1, 1383/19, 1218/2, 1459/14, 1393/14, 1463/13, 1468/4, 1717/24, 1406/11, 1729/3, 1484/5, 1484/17, 1484/21, 1591/14, 1422/17, 1428/5, 1769/24, 1500/6, 1764/4, 1506/27, 1820/26, 1513/11, 1776/1, 1776/6, 1823/19, 1527/4, 1528/2, 1789/9, 1791/22, 1545/10, 1800/19, 1804/8, 1804/9, 1809/14, 1859/12, 3231/16, 1550/11, 1559/13, 1615/3, 2084/3, 2084/5, 1864/12, 1583/2, 1585/23, 1877/7, 1877/9, 2099/19, 2101/5, 2140/13, 2113/1, 2114/10, 1907/31, 2120/3, 2126/1, 1899/5, 1899/12, 1899/13, 1624/16, 2129/20, 1618/20, 1925/4, 1941/5, 2140/8, 2140/11, 1639/27, 1644/21, 2150/15, 2152/20, 1647/23, 1961/12, 2156/14, 1562/4, 1653/6, 1962/2, 1965/2, 1673/1, 1673/18, 3248/10, 1998/2, 2211/3, 2024/13, 1972/3, 1972/9, 1972/18, 2015/12, 2213/13, 2217/8, 2260/3, 2260/22, 2033/11, 2231/16, 2041/5, 2041/23, 2273/20, 2047/6, 2047/7, 2306/4, 2466/3, 2367/23.

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6. ARCHIVO MUNICIPAL DE LESAKA [A.M. DE LESAKA] Libros 2 y 3: audiencias. Libros 14 y 15: libros de acuerdos. Caja 1, 2 y 3: documentos judiciales. Caja 26: ordenanzas. Cajas 27 y 28: reales cédulas y circulares. Caja 533: sanidad. Caja 873: guerra. Caja 894: beneficencia.

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Ablitas, 100, 108, 224, 225, 227, 228 Aézcoa, 105, 212-217 África, 73, 160, 167 Ágreda, 304, 310 Aguilar de Campos (Valladololid), 269 Aguilar de Codés, 98, 269 Aibar, 236, 253, 257, 305 Ainhoa (Francia), 202, 204, 206. Aizoáin, 287 Álava, 73, 246, 251, 274. 291 Albarado, Antón de, 222 Albret (dinastía), 24, 209, 213, 324 Alcalde (familia), 108, 128, 223-228 Alcañiz (Teruel) Alcoz, 287 Aldeanueva (La Rioja) Alduides, 215, 216, 222 Alejandría (Egipto), 191 Alemania, 181 Alepo (Siria), 191 Alfaro (La Rioja), 246, 254, 293, 309 Allín (Valle), 291 Allo, 248, 249, 303 Alpujarras (Granada), 198 Alsasua, 283, 284 América Latina, 196 Améscoas (Valle), 246, 291

Amézqueta (Guipúzcoa), 300 Amorós (señor), 213, 214 Amurrio (Álava), 73 Andalucía, 62, 195, 197, 198 Andía (Monte), 245, 274, 287-289, 329 Andorra, 282 Aniñón (Zaragoza), 156, 241, 242 Ansó (Huesca), 174, 201, 303, 222 Antillón (familia), 108, 223-226, 228 Apate (señor) 212, 213 Aragón (reino), 35, 65, 67, 68, 100, 102, 104, 105, 115, 128, 130, 136-138, 144, 147, 148, 155, 158, 187, 192, 195, 197, 203, 205, 211, 219-244, 251, 255, 260, 274-276, 278, 279, 281, 282, 286, 288, 292, 294, 297-300, 309-312, 322, 326, 327, 329 Aralar (monte), 218, 287, 288 Aranaz, 283 Aranaz, Domingo de (teniente almirante de Sangüesa), 236 Aranda (conde), 241, 242 Araquil (valle), 74, 95, 100, 287, 288 Araya (Álava), 173 Arbizu, 290

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Arellano, 109 Areso, 287 Arguedas, 103, 105, 130, 132, 254, 259, 294 Arizcun, 99, 204 Arnedo, 254 Arre, 254, 257 Arróniz, 109, 249, 305 Arruiz, 287, 291 Artariáin, 299 Artaza, 292 Artica, 287 Ascargota, Juan de, 47, 53 Asiáin, 288 Asturias, 198 Austria (dinastía), 139, 143, 319 Ayegui, 303 Azanza, 289 Azcáin (Francia), 304 Azcárate, 288 Azpilcueta, 101 Azpilcueta, Martín, 43-48, 50-54, 77, 78 Azpíroz, 287, 288, 329

Bayona (obispo), 155 Baztán (valle), 99, 107, 158, 174, 202-204, 206, 208, 215, 216, 241, 248, 284-286, 300, 326 Bearne, 155, 201, 203, 206, 209, 210, 216, 222, 239, 241 Beire, 65, 66, 105 Belgrado (Serbia), 192 Beratón (Soria), 241 Berrioplano, 287 Berriozar, 287 Bértiz (valle), 99 Bidasoa (río), 100, 286 Biescas (Huesca), 287 Bonilla (Cuenca), 306 Borbón (dinastía), 62, 139, 322 Borja (Zaragoza), 138, 253, 281, 306 Brunel, Antonio, 294 Buñuel, 102, 103, 105 Bureta (Zaragoza), 108, 223, 226 Burgos, 251, 261 Burguete, 208 Burunda (valle), ver Barranca (valle)

Baigorri (Francia), 206, 215, 216, 222 Baja Navarra (Francia), ver Ultrapuertos Baquedano, 291, 302 Baquerín (Palencia), 174 Barasoain, 102, 294, 308 Barbarin, 254 Barcelona, 192, 270, 271 Bardenas Reales, 35, 102-105, 129, 130, 133, 216, 242, 245, 274, 275, 279, 281, 292, 294-296, 304, 307, 311, 329 Baretous (Francia), 201 Bargota, 306 Baríndano, 291 Barranca (valle), 149, 173, 245, 283, 288-290, 300, 302

Cabanillas, 103, 105, 130 Cabredo, 98 Cádiz, 252 Cadreita, 105, 132 Calahorra, 306, 311 Calatayud (Zaragoza), 243, 278, 311 Calatayud, Pedro de, 58, 62 Calcena (Zaragoza), 241, 242 Calderón de la Barca, Pedro, 183 Campanas (venta), 294 Campuzano (capitán), 298 Cantabria, 198, 251 Caparroso, 67, 103-105, 130, 132, 254, 257, 260, 293, 294 Caramuel, Juan, 44 Caravantes, José de, 62, 77 Cárcar, 211, 257

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Carcastillo, 103-105, 130, 132, 275 Cariñena, 297 Carlos III (rey de España), 63, 177 Carrascal (puerto), 102, 300, 301, 329 Carrillo, Luis de (virrey de Navarra), 128, 129 Carrillo, Martín, 51, 53, 56, 76 Casalareina (La Rioja), 306 Cascante, 108, 128, 132, 172, 223229, 248, 266, 267, 326 Cáseda, 233, 252, 253, 294 Castejón, 294 Castilla (reino), 24, 35, 62, 67, 68, 95, 110, 113, 124, 125, 134, 136-138, 141-143, 148, 169, 175, 182, 187, 198, 205, 219, 220, 243-248, 251, 265, 275, 276, 287, 289, 292-295, 303, 309-311, 325, 326, 328, 329 Castillonuevo, 208 Cataluña, 167, 179, 189, 192, 195, 197-199, 201, 210, 211, 238, 253, 291, 295 Cerdaña (Francia), 199 Cervera (La Rioja), 134 Cerzo (capitán), 105 China, 194, 196 Ciburu (Francia), 167, 207 Cierzo (monte), 311 Cigudosa (Soria), 149 Cinco Villas (Aragón), 131, 232, 237 Cinco Villas (Navarra), 99, 136, 158, 202, 205,-207, 286 Cintruénigo, 132, 276, 277, 293294 Cisa (Francia), 217 Clemente XIV (papa), 177 Codo (Zaragoza), 240, 241 Cogolludo (Guadalajara), 258 Colombia, 194

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Contrasta (Álava), 246 Córdoba, 271 Corella, 132, 181, 292, 296 Corella, Jaime de, 44, 47 Cortes, 281, 294 Coscojar (barranco), 299 Cosgaya, Alonso (capitán), 127, 128 Crusoe, Robinson, 285 Cruzat, Juan de, 180 Cunchillos (familia), 226-229 Damasco (Siria), 191 Dax (Francia), 213 Defoe, Daniel, 285 Diana, Antonio de, 44 Dicastillo, 249, 256, 306 Ebro (río), 240, 311 Ecay, 95 Echalar, 101, 107, 153, 158, 206, 290 Echarri Aranaz, 125 Echarri, 190 Echarri, Francisco de, 45, 49, 51, 53, 55 Echauz (vizconde), 216, 299 Echegárate (puerto), 287 Ejea de los Caballeros, 102, 105, 230, 232, 281 El Rubio, 198 Elcano, 256 Eleta (Francia), 217 Elzaburu, 68, 69 Encía (monte), 101 Erice, 287 Errazu, 204, 206 Erro (puerto), 329 Erro (valle), 126, 215, 216 Erro, 107 Erroz, 288 Estados Pontificios, 192 Estambul (Turquía), 192

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Estella, 11, 114, 174, 248, 309 Eulate, 101 Ezpeleta (familia), 229-232 Ezpeleta (Francia), 153, 208 Falces, 62, 109, 132, 255, 293, 294, 298, 299 Feijoo, Benito Jerónimo, 151 Felipe II (rey de España), 202, 210, 238 Fitero, 132, 276 Flandes, 252, 254 Floridablanca (conde), 177 Francia, 24, 34, 62, 64, 65, 67, 81, 99-101, 116, 120, 122, 136, 137, 147, 148, 155, 174, 175, 178, 187, 195-197, 199, 202-218, 238, 251, 261, 262, 274-276, 281, 285, 286, 291, 293, 298, 299, 301, 304, 309, 311, 316, 321, 324, 325, 327, 329 Fuen de Jalón (Zaragoza), 242 Fuenterrabía, 128, 202, 207, 298 Funes, 98, 132 Fustiñana, 103, 105, 130, 281 Galar, 117 Galicia, 198 Gallipienzo, 253 Garínoain, 294 Gascuña (Francia), 209, 241, 253 Goizueta, 202 Goldáraz, 99 Goñi (valle), 301 Goñi, 289 Gorraiz, 254 Gorriti, 287, 288 Gracia, Nuestra Señora de (hospital), 172 Gran Bretaña, 196 Guenduláin, (señor), 232 Guernica (Vizcaya), 251

Guetaria (Francia), 209 Guipúzcoa, 24, 35, 73, 113, 125, 136, 202, 247, 251, 1274, 287, 289, 290, 299, 300, 302, 309, 329 Gulina, 287 Hecho (Huesca), 222 Hernani (Guipúzcoa), 136 Hervás, Sebastián de, 220 Holanda, 218 Huarte Araquil, 288 Huarte, 254, 256 Huesca, 203, 255 Hungría, 192 Ibañeta, 295 Ibero, 288 Ilzarbe, 74, 288 Imoz (valle), 69 India, 196 Indonesia, 196 Inglaterra, 120, 122, 195 Iranzu (monasterio), 289 Irañeta, 300 Irigoyen y Dutari, Juan Lorenzo de (obispo de Pamplona), 177 Irisarri (Francia), 217 Irún, 202 Irurita, 125 Irurzun, 287, 288 Isuerre (Zaragoza), 97 Italia, 181, 195, 196, 252 Ituren, 82, 291 Iza (cendea), 288, 289 Izalzu, 65 Jaén, 198 Javier, 239 La Force (marqués), 216 La Mata (familia), 226-228

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La Rioja, 35, 172, 274, 292, 303 Labastida (Álava), 306 Labort (Francia), 136, 137, 158, 202, 203, 205-208, 210, 212, 218, 284 Lacunza, 251 Laguardia (Álava), 306 Lana (valle), 246 Landas (senescal), 209 Lapoblación, 307 Larraga, 109, 304,-306 Larraga, Francisco, 44, 47, 53, 54 Larrasoaña, 175 Larráun (Francia), 65, 203, 215 Larráun (valle), 288-290.313 Larrión, 92 Latasa (Imoz), 287, 288 Latrás, Lupercio, 128, 129, 238-242 Leache, 253 Lecumberri, 287, 300 Leiza, 287 Leon, Pedro de, 62 Lerín (conde), 276 Lerín, 176, 211 Lesaca, 82 Levante, 197 Limoges, 74 Linzoáin (puerto), 299 Litera (Huesca), 222 Lodosa, 134 Logroño, 24, 113, 134, 255, 269, 301, 307, 309, 311 Lóquiz (sierra), 246, 329 Lorena (Francia), 33, 180 Los Arcos, 248, 249, 306, 307 Lucena (Córdoba), 198 Luesia (Zaragoza), 238 Lumbier, 114, 305 Luna, Juan de (capitán), 296 Luquián, José, 49, 76 Luquin, Nuestra Señora de (ermita), 307

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Madre de Dios, Francisco de la, 78, 79 Madrid, 151, 251, 262, 265, 309 Málaga, 182 Mallén (Zaragoza), 224, 258, 260, 281 Malpica (Zaragoza), 237 Marcilla, 100, 132, 259, 270, 292, 298, 299 Matarredonda (Sevilla), 198 Maya, 204 Medina del Campo (Valladolid), 258 Medina, Bartolomé de, 44, 45, 48, 49, 56, 57 Mediterráneo (mar), 119, 160, 167, 179, 191, 194 Mélida, 103, 105, 130 Mendavia, 249 Mendichipi (monte), 286 Mendigorría, 157, 255 Mesones de Isuela (Zaragoza), 242 Mezquíriz, 175, 216 Milagro, 108, 132, 298 Miranda, 132, 133, 258 Monreal, 114, 253 Montalbán (Teruel), 270 Montaña (merindad), 158, 251, 257 Monteagudo, 228 Moret y Mendi, José, 294 Murcia, 152, 251, 261, 306 Nápoles, 192, 194 Navascués, 203 Noáin, 294 Norteamérica, 196 Novallas (Zaragoza), 225 Novillas (Zaragoza), 224, 281 Obanos, 264 Ochagavía, 210, 215 Olejua, 153, 278

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Olite, 105, 132, 157, 229-231, 248, 259, 299, 304, 326 Oliva, La (monasterio), 104, 275 Ollo (valle), 288, 289, 301 Olóriz, 294 Olorón (Francia), 203 Olza (cendea), 288, 289 Ores (Zaragoza), 158 Oronoz, 99 Osuna (Sevilla), 198 Oteiza, 287 Ozcáriz (alcalde de Corte), 296 Países Bajos, 196 Palencia, 174, 251, 306 Pamplona, 23, 31, 36, 61, 63, 73, 95, 102, 112,-119, 126-128, 130, 136, 149, 157, 165, 171, 173,-175, 177, 180, 202, 211, 239, 251, 257, 260-265, 269, 278, 279, 285-288, 290, 292, 294, 295, 299-301, 308, 309, 320, 321, 328 Peña (sierra), 105, 275 Peña Flor, 104 Peralta, 132, 298 Perdón, El (sierra), 329 Perdón, El (venta), 301 Perdón, Nuestra Señora del (ermita), 257 Pérez, Antonio, 220, 243 Pina de Ebro, 241 Pirineos (montes), 24, 34, 35, 6466, 136, 137, 147, 187, 192, 197, 199-215, 217, 218, 222, 232, 245, 247, 274, 279, 280, 285, 311, 324, 325, 327, 329 Pitillas, 105, 132 Portugal, 199, 292 Portugalete (Vizcaya), 251 Puente la Reina, 253, 263, 301 Pueyo, 294

Quinto Real, 217 Recis, Juan de (señor de Luceni), 137 Reyes Católicos, 169, 195 Ribaforada, 224, 220, 222, 238 Ribera, La, 35, 36, 133, 211, 251, 256, 265, 274-277, 279, 280, 292, 294, 300, 302-305, 311, 312, 322, 327-329 Rivalva (término), 103 Rodríguez Lusitano, Manuel, 78 Roma, 192, 194, 196 Roncal (valle), 66, 104, 126, 201, 203, 217, 222, 233, 279, 280, 327 Roncesvalles, 175, 251, 298, 299, 329 Ronda (sierra), 198 Rosales (capitán), 127 Rosales, Diego de (alférez), 128 Ruesta (Zaragoza), 235 Sádaba (Zaragoza), 239 Salazar (valle), 174, 203, 215 San Antonio de Florencia, 77 San Carlos Borromeo, 45 San Francisco (convento), 297 San Gregorio Ostiense (basílica), 73 San Juan de Luz (Francia), 207 San Juan de Pie de Puerto (Francia), 217 San Lorente de Berasáin (ermita), 95 San Martín de Unx, 105, 147 San Miguel de Aralar (santuario), 72, 137, 313, 315 San Sebastián (Guipúzcoa), 288, 298 Sangüesa, 91, 104, 105, 126, 128, 173, 222, 232,-240, 253, 278, 296, 298, 305, 306, 326, 327 Sansol, 248 Santa Engracia (Francia), 210

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Santa Margarita (ermita), 105, 126, 242, 276 Santa María de Pamplona (catedral), 297 Santa Teresa de Jesús, 44 Santesteban, 173 Santillana del Mar (Cantabria), 73 Santo Domingo de Pamplona (iglesia), 134 Sara (Francia), 202, 285 Sarasa, 287 Sarasate, 287 Saravia (capitán), 127 Sastago (conde), 297 Sempere (Francia), 284 Sesma, 176 Sestrica (Zaragoza), 243 Sevilla, 169, 198, 252, 265, 267 Sicilia, 192, 238 Sola (Francia), 65, 66, 203, 206, 210-212, 215, 217, Solchaga, Antonio de, 180 Sorauren, 173 Soria, 311 Sos del Rey Católico (Zaragoza), 230, 232, 233, 239 Sumbilla, 100, 205 Tafalla, 110, 132, 231, 232, 258, 294, 299-301, 304, 306, 307 Talavera de la Reina (Toledo), 262 Tarazona (Zaragoza), 138, 222, 227, 229, 244, 275, 295, 297, 309 Tauste, 230, 232 Tena (Huesca), 222 Tiebas, 294 Tiermas (Zaragoza), 235 Tierra de Campos (Valladolid), 157, 255 Tierra de Vascos (Francia), ver Ultrapuertos Torres del Río, 248, 249

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Tudela, 103, 105, 106, 111, 114, 126, 130, 132, 222, 225, 228, 243, 258, 262, 265, 275, 276, 281, 293-297, 304, 309, 310 Tulebras (monasterio), 265 Ujué, 105 Ultrapuertos, 24, 34, 73, 105, 136, 149, 201, 203, 205-209, 212216, 218, 222, 226, 251, 262, 278, 279, 296, 298, 300, 324, 325 Uncastillo (Zaragoza), 236-239 Undués (Zaragoza), 233, 234 Unzué, 294 Urbasa, 101, 102, 215, 245, 274, 287-289, 291, 292, 302, 329 Urdax, 276, 284, 285, 329 Urdiáin, 137, 284, 302 Úriz, Pedro de (teniente almirante de Sangüesa), 237 Urnieta (Guipúzcoa), 202 Urriza, 287 Urroz, 114 Urruña (Francia), 207 Ursúa (familia), 204 Ustáriz (Francia), 137 Uterga, 74 Uztárroz, 210, 217 Valcarlos, 175, 215-217 Valencia, 179, 192, 197, 252, 253, 261, 302 Valette (duque), 207 Valladolid, 24, 113, 251, 253 Valtierra, 103, 105, 108, 130, 132, 211, 282, 294, 295, 304, 329 Valverde (La Rioja), 149 Vascongadas, 198 Vascos (Francia), ver Ultrapuertos Velate (puerto), 173, 174, 203, 255, 278, 287, 329

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EL BANDOLERO Y LA FRONTERA

Venecia (Italia), 192 Vera de Bidasoa, 207 Viana, 246, 306, 309 Villa Mayor de Monjardín, 153, 278 Villa Roya de la Sierra (Zaragoza), 242 Villafranca, 105, 132, 293, 295, 304, 309 Villahermosa (duque), 220 Villanueva de Aezcoa, 105, 212, 213 Villanueva de Yerri, 107 Villaroya de la Sierra (Zaragoza), 156 Villava, 254 Viota, Lope de (señor de Larués), 231 Vitoria, 134

Vizcaya, 24, 113, 251, 253, 288, 294 Yecla (Murcia), 198 Yerri (valle), 291 Yugo, Nuestra Señora del (ermita), 260, 282, 304 Zabaldica, 299 Zaragoza, 192, 220, 240, 241, 255, 270, 276, 309, 310 Zavalza y Mencos, Juan de, 132 Zona Media (Navarra), 256, 265, 270, 276, 309, 310 Zuazu, 290 Zudaire, 278 Zugarramurdi, 206 Zuría (familia), 229-232