Economía y trabajo. Las bases materiales de la vida en al-Andalus 9788478988396

Esta obra colectiva aborda la cuestión económica en al-Andalus como nexo de los diferentes estudios. Este tema, tradicio

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Spanish Pages 320 [297] Year 2019

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Índice
ECONOMÍA Y TRABAJO. LAS BASES MATERIALES DE LA VIDA EN AL-ANDALUS: UNA INTRODUCCIÓN
LA ORGANIZACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS RURALES EN RELACIÓN CON LA FORMACIÓN DEL CALIFATO EN AL-ANDALUS: EL CASO DEL ALENTEJO PORTUGUÉS
ALIMENTACIÓN VEGETAL Y AGRICULTURA EN LOS MÁRGENES DE AL-ANDALUS: NUEVOS DATOS ARQUEOBOTÁNICOS
USO Y CONSUMO DE ANIMALES EN EL SUR DE AL-ANDALUS: UNA PRIMERA APROXIMACIÓN A TRAVÉS DEL REGISTRO PALEOBIOLÓGICO
LA MINERÍA METÁLICA EN AL-ANDALUS
DE LA MONEDA ROMANA A LA MONEDA ANDALUSÍ. ARQUEOLOGÍA Y NUMISMÁTICA PARA UN PERIODO DE CAMBIOS
LA CERÁMICA EN AL-ANDALUS: PRODUCCIÓN Y COMERCIO
PRODUCCIÓN Y TECNOLOGÍA DEL VIDRIO EN AL-ANDALUS
LA PRODUCCIÓN TEXTIL MEDIEVAL DESDE LA PERSPECTIVA DE LA ARQUEOLOGÍA INDUSTRIAL. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN DESDE LA EXPERIENCIA MURCIANA
NOTAS ACERCA DE LAS TIENDAS DE CAMPAÑA EN LAS FUENTES ÁRABES
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Economía y trabajo. Las bases materiales de la vida en al-Andalus
 9788478988396

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Colección: Alfar Universidad, 230 Serie: Estudios Árabes Imagen de cubierta: Rueda de la Albolafia (Córdoba), a orillas del río Guadalquivir Autor de la imagen: Rafael Galán

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© Directores científicos: María Mercedes Delgado Pérez Luis-Gethsemaní Pérez-Aguilar © De los textos, sus autores © Traductores del inglés al español del capítulo 1 de la obra: Roberto Mérida Fernández y Luis-Gethsemaní Pérez-Aguilar Pol. La Chaparrilla, 19. 41016 SEVILLA www.edicionesalfar.es/[email protected] ISBN: 978-84-7898-851-8 Dep. Leg.: SE 1976-2019 Imprime: PodiPrint Impreso en España — Printed in Spain

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ÍNDICE

ECONOMÍA Y TRABAJO. LAS BASES MATERIALES DE LA VIDA EN AL-ANDALUS: UNA INTRODUCCIÓN M. M. Delgado Pérez (Universidad de Sevilla) L. -G. Pérez-Aguilar (IAM-CSIC) LA ORGANIZACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS RURALES EN RELACIÓN CON LA FORMACIÓN DEL CALIFATO EN AL-ANDALUS: EL CASO DEL ALENTEJO PORTUGUÉS J. L. Boone (University of New Mexico) ALIMENTACIÓN VEGETAL Y AGRICULTURA EN LOS MÁRGENES DE AL-ANDALUS: NUEVOS DATOS ARQUEOBOTÁNICOS J. Ros (CNRS-ISEM) S. Gilotte (CNRS-Ciham) Ph. Sénac (Université de Paris IV Sorbonne) S. Gasc (CRNS-Université d’Orléans) J. Gibert (Universitat Autònoma de Barcelona) USO Y CONSUMO DE ANIMALES EN EL SUR DE AL-ANDALUS: UNA PRIMERA APROXIMACIÓN A TRAVÉS DEL REGISTRO PALEOBIOLÓGICO E. García-Viñas (Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico) E. Bernáldez Sánchez (Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico) L.-G. Pérez-Aguilar (IAM-CSIC) LA MINERÍA METÁLICA EN AL-ANDALUS J. A. Pérez Macías (Universidad de Huelva) DE LA MONEDA ROMANA A LA MONEDA ANDALUSÍ. ARQUEOLOGÍA Y NUMISMÁTICA PARA UN PERIODO DE CAMBIOS U. López Ruiz (Universidad de Sevilla) LA CERÁMICA EN AL-ANDALUS: PRODUCCIÓN Y COMERCIO S. Gómez Martínez (Universidade de Évora y CAM-CEAACP) PRODUCCIÓN Y TECNOLOGÍA DEL VIDRIO EN AL-ANDALUS C. N. Duckworth (Newcastle University) D. J. Govantes-Edwards (Universidad de Córdoba)

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LA PRODUCCIÓN TEXTIL MEDIEVAL DESDE LA PERSPECTIVA DE LA ARQUEOLOGÍA INDUSTRIAL. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN DESDE LA EXPERIENCIA MURCIANA O. González Vergara (Universidad de Murcia) NOTAS ACERCA DE LAS TIENDAS DE CAMPAÑA EN LAS FUENTES ÁRABES J. Ramírez del Río (Universidad de Córdoba)

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ECONOMÍA Y TRABAJO. LAS BASES MATERIALES DE LA VIDA EN ALANDALUS: UNA INTRODUCCIÓN

Cualquier sociedad y cultura humana del pasado o del presente queda conformada por múltiples aspectos de diversa índole (política, socioeconómica, religiosa, etc.) que, sin la consideración de todos ellos en su conjunto, pueden llegar a desvirtuar la mirada del investigador hacia lo pretérito o hacia lo actual. En este sentido, es tan alto el grado de profundidad al que se puede llegar al adentrarnos en un tema que necesariamente hay que requerir del trabajo de especialistas de otras disciplinas y, sin duda, otros compañeros requerirán para sus investigaciones de las labores que nosotros estemos desempeñando en nuestra materia. El marco de trabajo que nos sigue ofreciendo al-Andalus continúa siendo precioso, pues nos permite trabajar codo a codo, confrontando datos, ideas e interpretaciones con colegas de distintas áreas científicas: arabistas, historiadores, arqueólogos, especialistas en numismática, biólogos, antropólogos, etc. Las aproximaciones interdisciplinares permiten saltar las estériles barreras que tradicionalmente la academia y la administración nos imponen, enriqueciendo nuestros puntos de vista y ayudándonos a adquirir una mejor mirada crítica. En esta obra colectiva que coordinamos queremos abordar, como nexo conector de los distintos capítulos, la cuestión económica. Se trata este de un tema que tradicionalmente ha sido relegado a un segundo plano, quizás a la sombra de estudios más centrados en cuestiones políticas y religiosas, pero que, sin duda, merece una atención de primer orden para comprender cómo fue al-Andalus y su devenir histórico. Un asunto tan amplio, pues la economía lo impregna todo, nos obliga, sin lugar a dudas, a aterrizar sobre cuestiones concretas. Muchos casos de estudio relacionados con aspectos variopintos del ámbito económico no han podido ser abordados, ya que toda obra científica se ve sujeta de una u otra forma a concretar fenómenos y procesos de una

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realidad mayor y que, además, resulta ser continua y dinámica. Sin embargo, las diferentes cuestiones que se abordan en este libro constituyen una muestra temática relativamente representativa que nos permite aproximarnos a la comprensión de la economía andalusí. Conviene aclarar que al hablar de economía lo hacemos en un sentido amplio, no considerando solamente las actividades productivas y comerciales, sino también las formas que tienen los colectivos de organizarse dentro de un contexto territorial y medioambiental, e incluso la arquitectura que las comunidades desarrollan para poder vivir. Los distintos autores, especialistas versados en las materias sobre las que escriben, han puesto sobre la mesa asuntos recientes y novedosos. Muchos de ellos constituyen temas poco o nada estudiados, por lo que entendemos que representan importantes contribuciones al ámbito de la investigación científica. Asimismo, hemos querido proyectarle a la obra un cariz accesible sin que ello esté reñido con la alta divulgación, para que ayude a elevar el conocimiento de cualquier tipo de lector sobre la historia de al-Andalus. En definitiva, entendemos que su lectura puede resultar de gran provecho no solo a investigadores, sino también a estudiantes universitarios y a un público culto en general. El libro queda conformado por un total de nueve capítulos. El primero de ellos ha sido elaborado por James L. Boone, de la University of New Mexico. Bajo el título La organización de los asentamientos rurales en relación con la formación del califato en al-Andalus: el caso del Alentejo portugués, se abordan diferentes cuestiones que tienen relación con las comunidades rurales de la zona suroccidental de alAndalus, concretamente aquellas que giran en torno a la ciudad de Mértola. Su autor aborda una serie de transformaciones que tuvieron lugar en esta zona entre el periodo emiral y califal, concretamente aquellas relacionadas con la distribución del poblamiento humano, los cambios advertidos en la organización de las viviendas y en la producción de tejas, así como las modificaciones que afectaron al ámbito de las producciones cerámicas locales junto a la importación de productos de lujo en el hinterland de Mértola. Las prácticas agrícolas han sido bastante investigadas por los estudiosos de al-Andalus. Por regla general, las aproximaciones que se han hecho para conocer la agricultura han girado en torno al análisis de las fuentes escritas o de los sistemas de irrigación documentados en intervenciones arqueológicas. Sin embargo, la fuente que más directamente nos informa sobre esta realidad económica y de sus cambios a lo largo del espacio y del tiempo, es decir, los propios restos ******ebook converter DEMO Watermarks*******

de las especies cultivadas, ha sido tradicionalmente desconsiderada. Bajo el título Alimentación vegetal y agricultura en los márgenes de alAndalus: nuevos datos arqueobotánicos, tenemos un segundo capítulo que aborda esta cuestión a partir de las evidencias arqueobotánicas. Este gran aporte ha resultado de la colaboración interdisciplinar de investigadores pertenecientes a varias instituciones, como Jérôme Ros — del CNRS-ISEM—, Sophie Gilotte —del CNRS-Ciham—, Philippe Sénac —de la Université de Paris IV Sorbonne—, Sébastien Gasc —del CNRS-Université d’Orléans— y Jordi Gibert —de la Universitat Autònoma de Barcelona—. Se centran especialmente en datos recolectados durante las excavaciones de los yacimientos de Albalat (Romangordo, Cáceres) y Las Sillas (Marcén, Huesca), ambos de carácter rural, alejados de entornos urbanos y de carácter fronterizo. Además de identificar una gama de taxones vegetales utilizada por tales comunidades y de definir ciertos contextos de consumo, sus autores han podido hacer una serie de inferencias relacionadas con las prácticas agrarias en sí mismas y con los espacios agrícolas explotados. Las conclusiones obtenidas distan bastante de los datos generales aportados por los textos, lo cual permite ampliar el espectro interpretativo y comenzar a visualizar un panorama más diverso y heterogéneo. De esta forma, nos muestran la enorme potencialidad de la arqueobotánica a la hora de profundizar en el estudio de la agricultura andalusí. Si la agricultura constituyó un elemento clave para poder comprender tanto el modus vivendi de la sociedad andalusí como la base sobre la cual se estructura el Estado, no podemos obviar los recursos ganaderos. En el tercer capítulo de esta obra se aborda esta cuestión, encomendándose dicha tarea a la colaboración entre dos paleobiólogos, Esteban GarcíaViñas y Eloísa Bernáldez Sánchez, del IAPH, y un arqueólogo, LuisGethsemaní Pérez-Aguilar, investigador del IAM-CSIC. En este trabajo, titulado Uso y consumo de animales en el sur de al-Andalus: una primera aproximación a través del registro paleobiológico, se analizan los distintos tipos de especies zoológicas que aparecen documentados en diferentes contextos arqueológicos de la parte meridional de al-Andalus. El registro faunístico de tales depósitos constituye una interesante y fructífera aproximación para comprender las pautas de consumo de tales grupos de animales, las actividades ganadera y cinegética del citado periodo histórico, e incluso el grado de contaminación medioambiental que produjeron ciertos sectores económicos. En el capítulo cuarto, titulado La minería metálica en al-Andalus, Juan Aurelio Pérez Macías, de la Universidad de Huelva, pone sobre la ******ebook converter DEMO Watermarks*******

mesa una interesante síntesis sobre la relevancia de distintos tipos de actividades minero-metalúrgicas: la explotación del hierro, del cobre, del plomo y de la plata, del oro, del mercurio y del zinc, entre otros. Tradicionalmente eclipsada por los estudios dedicados al periodo romano, la minería medieval había sido relegada casi que a un plano secundario. Este trabajo de Pérez Macías trata de equilibrar la balanza, asentando una importante base en su conocimiento. Su autor, gran conocedor y estudioso de las actividades minero-metalúrgicas en la denominada Faja Pirítica Ibérica, nos ilustra no solo con ejemplos procedentes de esta importante área minera, sino también de otras zonas de la geografía peninsular. Uno de los múltiples usos que tuvo el metal para la economía de alAndalus fue la acuñación de monedas. A día de hoy existe cierta tendencia historiográfica volcada hacia el análisis de periodos de transición. En el quinto capítulo, titulado De la moneda romana a la moneda andalusí. Arqueología y numismática para un periodo de cambios, Urbano López Ruiz, investigador de la Universidad de Sevilla, estudia desde su especialidad, la numismática o arqueología de la moneda, qué repercusión tuvieron en cuanto a la acuñación y emisión de numerario los intensos cambios y transformaciones ocurridos en la península ibérica entre la Antigüedad Tardía y la conformación del Estado andalusí. Por tanto, este trabajo no se centra exclusivamente en la realidad monetaria de al-Andalus, sino que retoma el sentido histórico que nos conduce a esta o, dicho de otra manera, aborda la evolución de un complejo y caótico proceso que oscila entre la crisis de la parte occidental del Imperio romano y la conformación del califato andalusí, momento en el que el sistema monetario volvió a recuperar cierta estabilidad. Parafraseando a la propia Susana Gómez Martínez, de la Universidade de Évora y del CAM-CEAACP, las producciones cerámicas tal vez no fueron los elementos más relevantes de la economía andalusí, pero constituyen el vestigio arqueológico más abundante que nos informa sobre ella. Por tanto, su estudio, titulado La cerámica en alAndalus: producción y comercio, merece especial atención. La autora, gran especialista versada en dicho tema, nos introduce en el ámbito de las dinámicas de producción, distribución y consumo de los distintos tipos cerámicos empleados por la sociedad andalusí a lo largo de su historia, así como su exportación hacia otros territorios. De este sexto capítulo resulta de gran interés no solo la formidable y actualizada

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síntesis que se hace del tema, sino también el estado de la cuestión y las futuras líneas de investigación que la autora plantea. Un producto que, pese a su importancia, también ha sido relativamente relegado al olvido, ha sido el vidrio. En el séptimo capítulo, Chloë N. Duckworth, de la Newcastle University, y David J. Govantes-Edwards, de la Universidad de Córdoba, hacen un espléndido análisis de la producción del vidrio en al-Andalus, situándolo no solo en su contexto, sino estableciendo relaciones entre las producciones medioorientales anteriores a la formación del país o los posteriores repertorios vinculados a los reinos cristianos. Dejan latente, por eso, que la península ibérica fue, también en este aspecto económico, un puente de transmisión de conocimiento desde Oriente y el norte de África hasta Europa, que se nutrió no solo de los modelos productivos, sino de las técnicas de manufactura o de las materias primas que se utilizaron. También ofrecen los autores de este capítulo un pormenorizado estudio sobre los centros de producción vidriera andalusí, lo que permite inferir la existencia de ciertas marcas que funcionaron como categorías distintivas de cara a la comercialización de los productos. Esto se ve acompañado de caracterizaciones arqueométricas de los componentes que definen a nivel químico las producciones vidrieras de estos centros. Todo ello, desde luego, dando una interpretación susceptible de ser cambiada ante nuevos descubrimientos que puedan seguir aportando luz a esta parcela tan rica e importante de la sociedad y la economía andalusí. La industria textil ha constituido a lo largo de la historia una actividad económica orientada a satisfacer una necesidad de primer orden, como es la vestimenta de uso diario, pero también encaminada a marcar distinciones entre grupos sociales. Así, encontramos una complejidad de procesos productivos y de productos de lo más variados, que colman las demandas tanto de los más humildes como de las élites. Óscar González Vergara, especialista en arqueología industrial de la Universidad de Murcia, nos ofrece en el octavo capítulo un buen estado de la cuestión partiendo de la base de las investigaciones murcianas. La arqueología industrial constituye una rama dentro de la arqueología que no solo se ha centrado en el análisis sociocultural contemporáneo, sino que también ha realizado grandes esfuerzos por reconstruir técnicas y sistematizar los procesos productivos de cualquier época. Desde esta perspectiva este investigador se ha aproximado a la industria textil andalusí y medieval cristiana, ilustrándonos a grandes rasgos sobre la diversidad de procedimientos que van desde la obtención de las materias ******ebook converter DEMO Watermarks*******

primas, ya sean de origen animal o vegetal, hasta el tintado y la confección de las prendas. La importancia de su análisis reside igualmente en la comprensión de una serie de innovaciones experimentadas dentro de este sector económico medieval que fueron relevantes a la larga para las revoluciones industriales europeas. Pero la industria textil no solo tuvo proyección hacia el ámbito de la vestimenta. Un tema que ha sido poco estudiado hasta ahora es el de la confección de las tiendas de campaña en la sociedad árabe e islámica, que en sentido estricto no deja de ser un tipo de arquitectura efímera y móvil. En el noveno y último capítulo, José Ramírez del Río, de la Universidad de Córdoba, hace una puesta en valor de este tipo de elementos habitacionales dentro del mundo árabe medieval en general y el andalusí en particular, sobre todo debido a la importancia, en determinados momentos de su historia, del sustrato poblacional bereber. Pero como bien dice su autor, las referencias estéticas y artísticas de las tiendas de los míticos pueblos nómadas que, antes del advenimiento del islam, recorrían el desierto de la península arábiga, van más allá de un sencillo modo de resguardarse y descansar ante las obligatorias paradas nocturnas de los beduinos. El componente pragmático, con el correr del tiempo, fue adquiriendo un matiz simbólico y, más allá de ser un mero útil doméstico, llegó a identificar la morada misma del mahdī almohade durante sus campañas militares con un intenso color rojo; o los mismos pabellones del Palacio de los Leones, en la Alhambra, apogeo del simbolismo y refinamiento artístico andalusí, entre cuyos elementos arquitectónicos podemos reconocer aquellos otros legendarios tan presentes y característicos de los Días de los árabes y, entre ellos, la silueta de la tienda de campaña. Este es, sin duda, un trabajo pionero que, según su autor, será ampliado en el futuro, y es por eso que creemos que es un punto de partida inmejorable para aportar cierta luz sobre el tema. Para terminar la introducción de esta monografía quisiéramos dejar constancia de nuestro agradecimiento, en primer lugar, a todos los autores que han participado en este volumen, sin los cuales esta obra no habría sido posible, incluyendo entre éstos al fotógrafo Rafael Galán por la imagen que ilustra la cubierta del libro. El tesón y la profesionalidad que han demostrado durante meses de trabajo ha llegado a buen puerto y el esfuerzo empleado, que no ha sido poco, creemos que ha merecido la pena. Igualmente, al Centro de Estudios al-Andalus y Diálogo de Civilizaciones, cuya labor de apoyo y difusión de nuestro pasado andalusí es encomiable. Gracias a todos. Del mismo modo, no ******ebook converter DEMO Watermarks*******

quisiéramos olvidar al grupo de técnicos y trabajadores de la editorial Alfar y, muy especialmente, a su director, Luis M. Oliva, pues con enorme paciencia y profesionalidad han sabido dar forma y vida a esta nuestra obra, que también es suya. En Sevilla, a 1 de octubre de 2019 MARÍA MERCEDES DELGADO PÉREZ LUIS-GETHSEMANÍ PÉREZ-AGUILAR

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LA ORGANIZACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS RURALES EN RELACIÓN CON LA FORMACIÓN DEL CALIFATO EN AL-ANDALUS: EL CASO DEL ALENTEJO PORTUGUÉS James L. Boone1 RESUMEN: Este capítulo intenta explicar cambios en la cultura material de poblaciones rurales en el Bajo Alentejo de Portugal durante los siglos IXXI d. C. con la incorporación de la región en el califato de Córdoba. El argumento se centra en los cambios de la distribución de asentamientos y en la organización espacial de las casas, así como en las transformaciones experimentadas en la producción y distribución de tejas, y en la cerámica común fabricada localmente junto a las importaciones de cerámica de mesa vidriada. PALABRAS CLAVE: califato de Córdoba, alquería, arqueología islámica, Bajo Alentejo, poblamiento rural. ABSTRACT: This chapter attempts to explain changes in the material culture of rural villages in the Lower Alentejo of Portugal during the 9th through the 11th centuries in terms of the incorporation of the region into the Córdoba Caliphate. Discussion focuses on changes in settlement distribution, household spatial organization, as well as changes in the production and distribution of rooftiles, locally made utilitarian pottery, and imported glazed serving wares. KEY WORDS: Córdoba Caliphate, alquería, Islamic Archaeology, Lower Alentejo, rural settlement.

INTRODUCCIÓN Los años que preceden a la consolidación del califato en el año 929 deben de haber acarreado cambios significativos en la organización política y económica de las ciudades, ḥuṣūn y alquerías en las tierras interiores que, con anterioridad, habían sido más o menos independientes y que el Estado central en Córdoba atrajo a su órbita. Uno de los principales mecanismos a través de los cuales se revelaron estos cambios había sido la imposición

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regularizada y la recaudación de impuestos en las provincias interiores previamente independientes. Aunque el sistema exacto a través del cual se recaudaban y transmitían los tributos hacia la capital sigue sin comprenderse en su totalidad, pudiendo haber experimentado particularidades regionales, sabemos que en muchos casos los impuestos se recaudaban a nivel local entre los poblados rurales o alquerías. Incluso es posible, como se sugiere más adelante, que las alquerías fuesen fruto de la reorganización de un populus en asentamientos que se consolidaron como atractores del poblamiento rural antes disperso, y que su orígenes puedan encontrarse en la imposición tributaria. Tales requerimientos fiscales pudieron haber estimulado, más aún, la intensificación de la producción de subsistencia de cara a satisfacer el pago de los tributos, potenciando de forma paralela el hábitat concentrado de estas poblaciones. Chalmeta estima que la magnitud de la economía de alAndalus medida en función de los ingresos del Estado se incrementó por un factor de 3,6 entre los años 822 y 947 debido al aumento de poblaciones y a la cantidad de tierra cultivada. Este autor considera que la población creció de alrededor de 7 millones a 10,2 millones de habitantes durante este periodo (Chalmeta, 1994: 750). Los ingresos que fluían hacia la capital hicieron de Córdoba una de las ciudades más grandes del mundo por aquella época. No obstante, este cambio no se dio en todos los sentidos. El nombramiento y apoyo político de delegados provinciales requería la distribución de presentes por parte del poder central en forma de tejidos, cerámica, joyas y otros atavíos. Las élites políticas de las florecientes tierras interiores, empujadas a emular los modelos de prestigio urbano, constituían pequeños núcleos de demanda que propiciaban la elaboración de artesanías suntuarias procedentes de las ciudades de al-Andalus e incluso del Mediterráneo oriental. Como resultado, estas artesanías, como cerámicas de lujo, vidrio, sedas, etc., empezaron a fluir a las provincias remotas de la península y comienzan a encontrarse en pequeños poblados o alquerías. En este capítulo expongo un breve repaso de los cambios en la distribución del poblamiento rural y de la cultura material en las alquerías en la zona circundante a Mértola, en el Bajo Alentejo de Portugal, antes y después de la consolidación del califato de Córdoba, es decir, desde el siglo VIII a mediados del XII d. C. Argumentaré cómo estos cambios están directa o indirectamente relacionados con la formación del Estado de Córdoba, aunque también propondré algunas explicaciones alternativas. Las evidencias que expongo se derivan de un proyecto de prospecciones y excavaciones arqueológicas de yacimientos rurales del entorno de

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Mértola que se ha llevado a cabo desde 1988 (Boone y Worman, 2007). La fig. 1 muestra la ubicación del área de estudio aquí analizada. El papel de Mértola como lugar central fluctuó a lo largo del periodo islámico. Localizada en el punto navegable más alto del río Guadiana y al otro lado del estrecho de Gibraltar, Mértola fue para todos los propósitos un puerto mediterráneo. En la época funcionaba como una ciudad portuaria vinculada a Beja. En otros momentos su dependencia giraba en torno a Sevilla, localizada a 80 km al este, aunque el comercio y los viajes entre ambas se llevaban a cabo casi en su totalidad por mar. Tras la caída del califato, Mértola fue, asimismo, una taifa independiente durante un breve periodo de tiempo. De otro lado, este enclave funcionó como el principal punto de contacto entre el Estado central y las alquerías emplazadas en su territorio inmediato.

Figura 1: Mapa donde se muestra la localización del área de estudio analizada en este capítulo. Elaboración propia.

En este ensayo expondré una visión general de los cinco tipos de cambios que experimentó la cultura material durante el arco cronológico indicado: 1) Cambios en la distribución de asentamientos, 2) Cambios en la organización del espacio doméstico, 3) Cambios en la producción y distribución de tejas, 4) Cambios en la producción y distribución de recipientes cerámicos locales y 5) la introducción de cerámica de lujo de importación en el seno de la política económica local de las alquerías del entorno de Mértola.

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CAMBIOS EN LA DISTRIBUCIÓN DE ASENTAMIENTOS La primera y fundamental transformación que abordaré gira en torno a la radical variación en el tamaño de los asentamientos y su distribución en el territorio. Tales procesos de cambio se dieron de una manera relativamente abrupta a mediados del siglo X, coincidiendo con la formación del califato de Córdoba. El periodo tardorromano de nuestra área de estudio se caracteriza por tener un patrón espacial relativamente uniforme de modestas villae entre los siglos I y v. Tras la desestructuración del control romano a comienzos del siglo V, se detecta en el registro arqueológico un periodo de invisibilidad de yacimientos rurales que perdura alrededor de dos siglos, aunque lugares claves como Mértola y unos pocos sitios religiosos del área continúan estando ocupados. Hacia mediados del siglo VII, pequeños poblados rurales de carácter medieval comienzan a aparecer en el área prospectada, seguidos de un periodo de crecimiento sostenido y probablemente acelerado entre los siglos IX y X (McMillan y Boone, 1999). Durante este arco cronológico, que se corresponde históricamente con la época emiral, los asentamientos individuales, a los que me refiero como poblados, parecen estar conformados por una o dos familias ocupando el entorno. La fig. 2 muestra la distribución de sitios que han sido fechados en este periodo con toda seguridad, e indica la localización de los yacimientos mencionados en el texto. El crecimiento poblacional en los siglos IX y X culmina con la reorganización general de los patrones de asentamiento en torno a poblados emplazados en altura que concentran a la población. Esto se evidencia claramente para finales del siglo X e inicios del XI. La fig. 3 muestra la distribución de asentamientos para este periodo de concentración poblacional. Dicho proceso coincide con la consolidación del califato en Córdoba, y es en este momento cuando se detectan las primeras evidencias de islamización en yacimientos rurales con complejos domésticos vertebrados en torno al típico patio islámico, cerámica vidriada de mesa y de cocina, recipientes de vidrio islámicos e inscripciones en árabe. En el periodo de concentración los poblados rurales podían llegar a disponer de entre treinta o cuarenta complejos domésticos, aunque de forma coetánea había asentamientos mucho menores que posiblemente solo consistieron de casas labriegas. Las casas en ambos periodos eran estructuras cubiertas por techumbres de tejas y paredes de mampostería alzadas en piedra seca, con uso ocasional de sillarejos o bloques de pizarra para el suelo y los pavimentos del patio.

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Figura 2 (izda.): Mapa de la zona de estudio que muestra la localización de alquerías que datan del periodo emiral, incluyendo cuatro sitios concretos que se han discutido en este capítulo. En publicaciones previas, nos referimos a estos como yacimientos del periodo «transitorio». Estos sitios arqueológicos se fechan entre los años 700 y 950/1000 según las dataciones radiocarbónicas y la presencia de formas de teja tempranas. Elaboración propia. Figura 3 (dcha.): Mapa de la zona de estudio que muestra la localización de los yacimientos del periodo califal prospectados, incluyendo sitios de gran concentración poblacional discutidos en el texto; los cuales se fechan entre los años 950/1000 y 1150 a partir de la datación de Alcaria Longa y la presencia de formas de tejas tardías. Elaboración propia.

Los asentamientos rurales más grandes, tipo alquería, que se habían conformado siguieron ocupados alrededor de 150 años. A partir de entonces, es decir, a mediados del siglo XII, se asiste a un abandono generalizado de los enclaves rurales en esta región, casi un siglo antes de la conquista cristiana de Mértola y de su área circundante, en el año 1238. Boone y Worman (2007) han expuesto evidencias geoarqueológicas de que el incremento en la densidad de la población rural y las posibles condiciones de sequía durante este periodo causaron posiblemente una degradación bastante amplia del entorno, lo que pudo haber contribuido a este episodio de abandono. La erosión del suelo, causada en apariencia por el cultivo masivo en las faldas de las colinas, originó inicialmente bolsas de suelo óptimas para la irrigación y el arado en las bases de tales elevaciones. No obstante, y como consecuencia de ello, las poblaciones siguieron creciendo. La erosión continuada de las faldas de las colinas con el tiempo propició la formación de canales surcados en la tierra, conformando un efímero sistema de escorrentía. Estos canales, en efecto, transportaban tanto agua como sedimentos hacia los principales colectores y de esta forma impactaban de manera negativa en el potencial

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agrícola de la tierra a lo largo del área de estudio, eliminando la capa superficial de los campos. Una muestra de carbón vegetal tomada de un estrato vinculado a un evento de inundación extrema (nos referimos con esto a un stoneline) ha permitido datar uno de estos canales mediante isótopos de radiocarbono hacia el año 1137, lo que sugiere que este fenómeno se hallaba bien avanzado hacia mediados del siglo XII. Este proceso erosivo coincide con el abandono de los asentamientos rurales en zona de estudio durante el siglo XII. Tras la conquista de Mértola por los portugueses en 1238, la región entera pasó a estar controlada por la Orden Militar de Santiago, que estableció su cuartel en la alcazaba de Mértola. Aunque algunos asentamientos más grandes en el área, tales como la propia Mértola o Alcaria Ruiva, siguieron estando ocupados, las poblaciones rurales de la zona parecen haberse abandonado por, al menos, varias décadas. La ocupación de la región, probablemente por repobladores del norte, parece haber comenzado hacia mediados de 1300.

LA ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO DOMÉSTICO Se ha podido detectar entre los dos periodos una variación significativa en cuanto a la forma de articular espacialmente los complejos domésticos, aun habiendo elementos significativos de continuidad en relación con ciertas características interiores y las técnicas constructivas. Durante el periodo emiral las viviendas no estaban cimentadas con demasiada profundidad, lo que a la larga acarrearía daños derivados de la roturación y erosión del suelo. Es por esto que en el registro arqueológico se detectan parcialmente los cimientos desnudos de las estructuras de estas casas, siendo la visión que tenemos de sus plantas incompleta. No obstante, hemos podido reconstruir una idea lo suficientemente fiel de cómo eran estas viviendas en términos de organización espacial. La fig. 4 nos presenta el trazado de una planta de un complejo excavado en Queimada, la más completa de cuantas disponemos.

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Figura 4: Plano de un complejo doméstico de cuatro habitaciones de Queimada, que muestra de lado a lado la disposición de las casas en el periodo emiral. Los asentamientos como Queimada eran aparentemente poblados de planta dispersa. Elaboración propia.

Los complejos domésticos de la etapa emiral se componen de edificios alargados divididos en tres o cuatro estancias separadas. Están dispuestos de tal forma que las entradas de las habitaciones suelen quedar orientadas hacia el sur-sureste. Cada habitación tiene una puerta que conecta el interior de la sala con el exterior, no existiendo ningún tipo de pasillo interno que permita comunicar las habitaciones de la casa entre sí. En cada complejo doméstico la habitación central parece ser la más grande. Esta no suele tener rasgos interiores que permitan caracterizarla en relación a las otras habitaciones, si bien es cierto que en algunos casos se utilizaron cantos rodados en el pavimentado. Una interpretación razonable sería que estas habitaciones centrales se utilizaron para guarecer animales, tales como ovicápridos o burros. Una habitación adyacente a la misma solía utilizarse como cocina, algo que se evidencia a partir de la presencia de, al menos, un hogar. Estos hogares estaban construidos a ras de suelo mediante el uso de tejas rotas y fragmentos de recipientes cerámicos, tal y como se documenta en cada uno de los tres yacimientos emirales estudiados: Queimada, Costa #2 y Raposeira (Boone, 2001). Este tipo de hogar continúa dándose en el periodo califal/taifa de Alcaria Longa, pero no se encuentra en Mértola, lo que sugiere una posible diferencia en el tipo de cocina entre los yacimientos rurales y el enclave central, más urbanizado. Las viviendas del periodo califal/taifa adoptan la forma de la ya bien conocida y clásica «casa islámica de patio» (Fentress, 1987; Gutiérrez Lloret, 2012), que consiste en un conjunto de entre dos y cuatro crujías

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dispuestas en torno a un patio, al cual cierran. La fig. 5 ilustra el trazado exterior de los cuatro complejos domésticos excavados en Alcaria Longa. Un análisis de los materiales del resto del yacimiento (mampuestos, tejas, cerámica) nos sugiere que el asentamiento podría haber tenido entre 35 y 40 casas de esta tipología. Las unidades domésticas de Alcaria Longa presentan, además, ciertas evidencias sobre la especialización económica o artesanal de sus moradores (Boone, 1993). En una de las casas se registraron datos relacionados con una labor de herrería relativamente sencilla en la que se llevaba a cabo la forja y moldeado de utensilios de hierro; también se halló en este mismo espacio la cabeza de un martillo de hierro. En otra de las viviendas se encontró una rueca y algunas pesas de telar; documentándose también evidencias de platería, al encontrarse en las cenizas de una de las hogueras fragmentos de una cadena sometida a reparaciones. En relación con los hogares, los cuatro complejos domésticos estudiados mostraban configuraciones muy diferentes, si bien presentaban continuidad formal con aquellos otros hogares pertenecientes al periodo emiral, tal y como se ha discutido más arriba, al estar también construidos a ras de suelo mediante trozos de tejas rotas y fragmentos de recipientes cerámicos.

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Figura 5: Planos de cuatro complejos de casas de tipo patio clásico excavadas en Alcaria Longa. Elaboración propia.

Hemos defendido con anterioridad (Boone, 2001) que la planta del modelo de vivienda en torno a un patio puede ser una respuesta al incremento del tamaño de las poblaciones. Las casas simples de la etapa emiral fueron adquiriendo mayor complejidad a nivel estructural con el paso del tiempo y a medida que se iban construyendo nuevas casas, de tal forma que fueron generando patios interiores destinados a diversas actividades domésticas. En los poblados más pequeños, de quizás uno o dos complejos domésticos, no habría necesidad de generar un espacio cerrado y privado para la familia. Las casas que requirieron de patios en el periodo califal/taifa necesitaban obligatoriamente disponer de un tipo de acceso diferente, accediéndose a ellas a través de un zaguán.

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¿Qué podría haber causado a mediados del siglo X el ya citado proceso de concentración poblacional? Una posibilidad es que las tasas de crecimiento acelerado puedan haber favorecido el desarrollo de poblaciones concentradas. Por ejemplo, en el periodo emiral la posesión de tierras pudo haber girado alrededor de casas individuales emplazadas en las proximidades de los campos de cultivo y de los pastos. Dado que la densidad de casas dispersas se fue incrementando en el territorio, la competencia por la tierra entre viviendas podría haber aumentado. Una solución para el conflicto habría sido aglutinar las parcelas particulares bajo la forma de tierra comunal, colectivizando en esencia las tierras en un arreglo de corte más o menos tribal. Una segunda posibilidad, que no excluye a la anterior, es que el proceso de concentración poblacional se explique a partir de la regularización de la recaudación de impuestos por el Estado central de Córdoba. Sabemos que la recaudación tributaria se llevaba a cabo con frecuencia a nivel de localidades o alquerías concretas, pero que también se calculaba sobre la base del número de cabezas de familia de cada comunidad, tal es el caso del impuesto per capita. Este sistema habría ejercido una presión económica considerable sobre los hogares de cada población. Entre otras cosas habría restringido de forma considerable la posibilidad de transferir miembros entre comunidades. También se ha dicho que semejante sistema puede haber favorecido la conversión al islam de comunidades enteras, puesto que a los musulmanes se les habría reducido el impuesto per capita. En cualquier caso, la recaudación de impuestos en el ámbito de la alquería podría haber sido un factor adicional en el proceso de concentración de asentamientos que se ha observado en el estudio que aquí nos ocupa. Hay que admitir que sería difícil probar los argumentos ya mencionados relativos al proceso de concentración poblacional si tomamos como base únicamente los datos arqueológicos. Como ya mostré, la densidad de población sí parece haberse incrementado de manera casi exponencial entre los dos periodos, de modo que una de las condiciones necesarias para explicar dicho fenómeno se da sin lugar a dudas. El ritmo al que se da el proceso de concentración también es sugerente. Se han obtenido un total de 19 dataciones radiocarbónicas a partir de datos recabados en excavaciones arqueológicas, 10 de ellas pertenecientes al periodo emiral y 9 a Alcaria Longa. Estas dataciones se presentan en la tab. 1. Hemos defendido con anterioridad (Boone, 2001) que las alquerías más tempranas, a las que nos hemos referido como poblados «transitorios», parecieran incluso remontarse a la invasión árabe

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del año 711, conformando un patrón de asentamiento nativo propio del suroeste de la península ibérica. Dataciones adicionales obtenidas en 2005 generan cierta duda respecto a esta interpretación. La única datación que se remonta al 711 es la del hogar de la habitación 3 de Queimada (la primera de la tabla), con un rango 2-sigma entre el 559 y el 770 y una datación central para el año 647. El caso concreto de esta datación podría haberse visto afectado por la denominada problemática del efecto «madera vieja»; la mayoría de los fragmentos de carbón vegetal del periodo emiral son de madera de roble perenne. Todas las otras fechas correspondientes a esta fase se asocian ya a un periodo emiral avanzado. También parece darse un hiato entre los asentamientos emirales y Alcaria Longa. Esto se ilustra en un par de gráficos en la fig. 6 que muestran la suma de probabilidades de las dataciones de cada periodo. Este punto de inflexión ocurrió a partir de mediados del siglo X, justo tras la consolidación del califato en el 929. Tal correspondencia podría ser meramente casual, pero se podría interpretar que esta permite inferir una conexión entre el proceso de concentración poblacional, la formación del Estado central y la recaudación de impuestos, como se ha planteado más arriba.

Figura 6: Compendio de gráficos de densidad probable de las dataciones radiocarbónicas de los yacimientos de los periodos emiral y califal/taifal analizados en el texto. Elaboración propia.

CAMBIOS EN LA PRODUCCIÓN DE TEJAS En principio, una de las claves para distinguir entre el periodo emiral y el califal/taifa en prospecciones arqueológicas ha sido un cambio significativo que con el paso del tiempo tuvo lugar en cuanto a la forma y decoración de tejas e ímbrices, materiales utilizados en la construcción de las techumbres de las casas rurales. Las tejas en ambos periodos tienen diseños ondulantes con impresiones lineales digitadas en la superficie del

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dorso. Hay una variación considerable en la forma de estos diseños lineales, pudiendo esto tener algún significado cronológico. La diferencia entre las tejas de ambos periodos radica en que en la época emiral las tejas son más cortas, más estrechas, menos convexas y tienen motivos con diseños digitados distintivos a lo largo de los filos o bordes laterales (véase la fig. 7). Estas características nunca las encontramos en las tejas de los yacimientos datados en el periodo califal/taifa, que suelen ser más largas, anchas, más convexas y carecen de motivos digitados laterales, aunque algunas pueden llegar a tener los filos decorados con series de «dediles» que podrían constituir una forma transitoria.

Figura 7: Estilos distintivos de tejas de los periodos emiral y califal/taifal. El cambio significativo en el estilo decorativo sucedió probablemente entre los años 850 y 950. Elaboración propia.

La excavación estratigráfica y datación radiocarbónica de un horno de tejas llamado Pego Real ha confirmado que este diseño se fecha aproximadamente entre los años 700 y el 950. Esto nos permite distinguir hasta cierto punto yacimientos del periodo islámico emiral de yacimientos de la época califal/taifa, aunque no sabemos con precisión cuándo la impresión de motivos digitados comenzó a decaer y las tejas de estilo tardío comenzaron a aparecer. Nuestra mejor estimación es que dicho punto de inflexión debió de ocurrir entre los años 850 y 950. Posteriormente probamos esta distinción tipológica excavando complejos de casas de tres de los yacimientos identificados como temporalmente

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transitorios sobre la base de los tipos de tejas, incluyendo los yacimientos de Queimada, Costa #2 y Raposeira, mostrados en el mapa de la fig. 2. Queimada, cuya fecha es ligeramente anterior (véanse los resultados de radiocarbono de la tab. 1) tenía solo tejas con impresiones digitadas, Costa #2 y Raposeira contuvieron de ambos tipos, aunque las tejas con decoraciones de impresiones digitadas resultaron ser predominantes. Las dataciones radiocarbónicas presentes en la tab. 1 mostraron, asimismo, que ninguno de estos yacimientos estuvo ocupado entre los años 950 y 1000. El modo en que las formas de las tejas y sus diseños cambian a través del tiempo parece verse influenciado por el uso cotidiano y la cambiante demanda de nuevas tejas, aspectos a su vez determinados por las dinámicas poblacionales. Las tejas pueden salvarse y reutilizarse cuando la parte perecedera de madera del techo necesita ser reemplazada, de forma que dichas tejas pueden durar varias generaciones de reformas domésticas. Si la casa queda abandonada, estas pueden quitarse y utilizarse en una nueva estructura. En una alquería donde la población es relativamente estable, y donde la proporción de abandonos y de nuevas construcciones es prácticamente parecida, las tejas pueden estar reutilizándose durante generaciones sin la necesidad de nuevas manufacturas, aunque acontecimientos como incendios domésticos pueden requerir de la producción de nuevos suministros. No obstante, si la población en la localidad crece de manera intrínseca o a través de la inmigración, la necesidad de nuevas tejas termina sobrepasando el suministro procedente de los abandonos, y es bajo tales condiciones cuando podría darse un cambio rápido o acelerado en la forma y diseño de este material constructivo, puesto que las nuevas tejas estarían siendo producidas de manera constante. También podríamos esperar que las tejas fuesen manufacturadas en lotes más grandes que serían distribuidos a lo largo de una población de consumidores mayor; la demanda incrementada podría fomentar, asimismo, la especialización en la producción de tejas, generando un mercado de las mismas. Asimismo, al decrecer la población la demanda en favor de la producción de nuevas tejas puede cesar de súbito. He aquí que el rápido cambio en la forma y decoración de las tejas en un área puede estar relacionado con el crecimiento y la expansión acelerados de la población. El hecho de que el cambio estilístico constatado para nuestra zona de estudio coincida con un incremento del número de yacimientos, con la emergencia de asentamientos más grandes y la tendencia de la población a concentrarse en torno a ellos ofrece

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solidez a este planteamiento. Desafortunadamente, la forma y la decoración de las tejas rara vez suele registrarse, describirse o cuantificarse en los informes de excavaciones, aun cuando puede proveer información cronológica de gran importancia. Las tejas y piedras de obra son a menudo los artefactos más comunes encontrados superficialmente en los yacimientos rurales. De modo que puede ser de gran relevancia para las prospecciones de asentamientos.

PRODUCCIÓN DE CERÁMICA COMÚN Presentamos aquí un resumen en el que analizamos continuidades y transformaciones en la producción y distribución de cerámica común durante el periodo islámico en nuestra área de estudio. Un cambio importante en la elaboración de la cerámica fue el paso de técnicas de producción a mano hacia técnicas que empleaban el torno. Esto parece darse entre los siglos VIII y IX (Boone y Worman, 2008, tabla 1). La cerámica a mano redujo su proporción alrededor del 30% en Queimada, del 12% en Raposeira y del 0% en Alcaria Longa. Rautman (1998) y Gutiérrez Lloret (1988; 1992) sostienen que la reducción de la cerámica hecha a torno, generalmente fabricada por especialistas a tiempo completo —aunque no siempre—, se explica en parte por el decrecimiento de la población, ya que esto reduce su demanda. Posteriormente, reflexionaremos sobre qué tipos de arcillas fueron usadas para elaborar cerámica común y si estas arcillas se utilizaron durante todo el periodo estudiado. Con esta finalidad se ha efectuado un análisis instrumental de activación de neutrones (AIAN) de cerámicas procedentes de excavaciones y prospecciones arqueológicas además de muestras de arcillas en bruto recabadas en el área de estudio. La cerámica común de nuestra zona de estudio puede dividirse en dos grupos en función de sus características físicas y de los análisis petrográficos (Boone et al., inédito). El primer grupo consta de cerámica lisa anaranjada. Este tipo representa aproximadamente el 75% de todos los fragmentos cerámicos documentados en la excavación de Alcaria Longa, tratándose de la mayor muestra que tenemos sobre este grupo cerámico —unos 7000 fragmentos—. La cerámica lisa anaranjada está constituida por dos formas básicas de recipientes: grandes jarrones para el almacenamiento de agua y otros productos, pequeñas jarritas o recipientes para beber con dos asas (estos se encuentran únicamente en el periodo califal/taifa). La pasta de la cerámica lisa anaranjada se caracteriza por tener inclusiones angulosas de 1,0 a 1,5 mm de ancho, comprendiendo

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alrededor de un 20% de la muestra en la lámina delgada. Estas inclusiones consisten en granos de cuarzo metamórfico, feldespato ortoclásico y granos ocasionales de moscovita, magnetita/ hematites y clorita. Estos elementos no plásticos constituyen los vestigios de la roca originaria a partir de la cual se formó la arcilla, y esta parece derivar de rocas metamórficas del área local: rocas de shale, grauvacas, turbiditas, pizarras y esquistos de baja calidad, referidos en su conjunto como flysch, un término genérico empleado para describir rocas sedimentarias levemente metamórficas derivadas de sedimentos de las profundidades marinas. La cerámica lisa anaranjada podría, a su vez, subdividirse en dos grupos basados en diferencias de color, textura e inclusiones visibles ante un microscopio de baja potencia. Ambos grupos son, de un lado, la que hemos denominado cerámica Anaranjada Homogénea (Main Orange Ware), que es más fina, más dura y de mayor calidad; y de otro la que llamamos cerámica de Flysch, que es más gruesa, poco cocida y de menor calidad. Experimentos de segunda cocción han mostrado que la cerámica Anaranjada Homogénea fue cocida a mayor temperatura —en torno a 850 º C— que la cerámica de Flysch — a unos 750 º C—. Posteriormente a la cocción, ambos grupos pueden distinguirse por trazas de elementos en su composición química, lo que sugiere que se elaboraron empleando arcillas de naturaleza diferente. Los análisis petrográfico y físico de las arcillas cocidas de manera experimental, y que fueron previamente recolectadas dentro del área de estudio, muestran que las arcillas empleadas para producir cerámicas de tipo Anaranjada Homogénea y de Flysch se formaron in situ de la descomposición de rocas primigenias del lugar a partir de dos formaciones geológicas adyacentes. En la fig. 8 se muestra la distribución de las formaciones del Alentejo referidas aquí y más adelante. La cerámica de Flysch está elaborada a partir de arcillas derivadas de la formación de Mértola, una formación de Flysch del Carbonífero y que ha estado sujeta a un grado muy bajo de metamorfismo, en el que no suele haber una distinción clara entre los cambios físico y químico que resultan de la diagénesis (consolidación de sedimentos en la roca) y la metamorfosis (cambios que resultan del calor y la presión). Las arcillas derivadas de la formación de Mértola se encuentran ampliamente diseminadas, pero parches claramente visibles de arcillas rojas quedaron expuestos en la superficie a partir de procesos erosivos y de arrastre sedimentario. Estos parches presentan por lo general unas dimensiones de 10 a 50 m de diámetro aproximadamente. Tales paquetes de arcilla se

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formaron in situ más que mediante deposición aluvial, cuando los estratos de roca que producen la arcilla se plegaron y quedaron expuestos ante la acción erosiva. Hasta muy recientemente estos depósitos de arcilla, localmente denominados barros encarnados, se usaron para fabricar tejas. No existe hoy día, así como en el pasado reciente, una industria alfarera en el área inmediata. No obstante, los experimentos llevados a cabo no hace mucho con muestras de arcilla cocida nos han mostrado que tales tipos de arcilla podrían haber servido para la fabricación de cerámica de Flysch durante el periodo islámico. El hecho de que la cerámica Anaranjada Homogénea tenga una mayor calidad aumenta la probabilidad de que su materia prima se originase a partir de formaciones de filita y esquisto rojo, justo al norte del área central de Mértola. Esta formación es una franja a la intemperie de rocas de Flysch del Devónico que se ha visto sujeta a mayores grados de metamorfismo que las de la formación de Mértola. Estas rocas se componen de filitas, filitas de cuarzo y esquistos rojos. Puesto que poseen bastante más feldespato y mica, producen arcillas de mayor calidad que aquellas que se dan en la formación de Mértola, antes descritas, y que existen en mayor cantidad. Un ladrillo de arcilla recolectada de una cantera justo al este de Corte de Gafo, al cocerlo, ha dado como resultado un color y una tonalidad que se corresponde con las cerámicas lisas del tipo Anaranjada Homogénea documentadas en Alcaria Longa.

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Figura 8: Mapa del sur de Portugal que muestra la extensión de las tres formaciones geológicas de cuyas arcillas se fabricaron las producciones cerámicas locales documentadas en nuestra zona de estudio. Elaboración propia.

El segundo grupo principal consiste en cerámicas gruesas de un color rojizo amarronado (GRA), usadas en cacharrería de cocina tales como ollas o cazuelas tanto en el periodo emiral como en el califal/ taifa. También están hechas de cerámica GRA las cazuelas abiertas de fondo plano empleadas para freír y documentadas solo en el periodo califal/taifa de Alcaria Longa. La factura de la cerámica GRA se compone de alrededor de un 35% de fragmentos de roca de origen volcánico. El módulo de estas inclusiones tiene en torno a 1,8 mm de diámetro y se compone de un 92% a 98% de granos de cuarzo anguloso, de un 1% a 4% de granos de hornblenda y de un 1% a 5% de feldespato de plagioclasa. La magnetita, la hematites y otros granos de mineral opaco también se hallan presentes en pequeñas cantidades. La composición del mineral apunta hacia arcillas derivadas de gabros y dioritas y otras rocas volcánicas ultramáficas. El yacimiento más cercano para este tipo de arcillas está a 45 km al norte, en las proximidades de Beja, en la formación de Beja-Acebuches, de origen devónico. Estas arcillas son la principal fuente que suministra de materia prima a la tradicional industria alfarera, existente hasta nuestros días, en la ciudad de Beringel. Los fragmentos seleccionados y los ladrillos de arcilla cocida procedentes de canteras locales fueron sometidos a un análisis instrumental de activación de neutrones (AIAN) en un intento por comprobar si las muestras de arcilla en bruto podrían coincidir con los tipos de cerámica registrados en excavaciones. El análisis mostró que los grupos de cerámica Anaranjada Homogénea constan de muestras de arcilla en bruto extraída de las formaciones de esquisto rojo-filita; el grupo de Flysch con las arcillas de tipo barro encarnado extraídas de la formación de Mértola y las cerámicas GRA recuerdan a las arcillas extraídas de arcillas derivadas de diorita volcánica de la región en torno a Beja y Beringel. Una diferencia llamativa entre los periodos emiral y califal/taifa es la total ausencia de cerámica Anaranjada Homogénea en el primero. La cerámica de Flysch, de otro lado, se encuentra tanto en el periodo emiral como en el califal/taifa. La arcilla de la formación de esquisto rojo-filita —representada por el grupo de cerámica Anaranjada Homogénea— no se usó en apariencia hasta el periodo califal/taifa, representado por Alcaria Longa. Una posible interpretación de este fenómeno es que, del mismo modo que aumentó la densidad de población, la demanda de cerámica hecha a torno manufacturada fuera del

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hogar se incrementó, y los artesanos alfareros proliferaron en aquellas áreas con mayores y mejores cantidades de arcilla. Comenzamos a disponer de una panorámica general sobre las canteras de arcilla y la producción de cerámica común. Parece haber tres focos principales en la producción de cerámica durante los periodos emiral y califal/taifa: 1) La formación de Mértola, que subyace al área de estudio; 2) las formaciones de esquisto rojo-filita que yacen justo al norte y al este de Mértola; y 3) las formaciones de diorita metavolcánica que se encuentran unos 50 km al norte de Mértola, en las proximidades de Beja. Los análisis químicos llevados a cabo en este estudio apuntan a que estas fuentes de arcilla fueron los puntos de captación más plausibles para la elaboración de cerámica de Flysch, la cerámica Anaranjada Homogénea y las cerámicas GRA respectivamente. Las cerámicas de Flysch y Anaranjada Homogénea comprenden casi en su totalidad jarras de agua y jarrones de almacenamiento tanto en el periodo emiral como en el califal/taifa. Las jarritas comenzaron a fabricarse en época islámica probablemente hacia los siglos IX ó X, y están casi por entero en cerámica Anaranjada Homogénea. Las ollas, las cazuelas y los lebrillos o alguidares, tal vez utilizados para lavar y/o mezclar masa de pan, fueron casi exclusivamente hechos de cerámica GRA, y se limitaron al periodo califal/taifa. Aunque las cerámicas de Flysch y de tipo Anaranjada Homogénea son muy similares, las segundas parecen haberse producido de arcillas de calidad ligeramente mayor, derivadas de rocas arcillosas más ricas en minerales, debido a que estuvieron sujetas a mayores niveles de metamorfismo (como se ha discutido con anterioridad). También hemos constatado que las cerámicas de tipo Anaranjada Homogénea se limitan al periodo califal/taifa. Parece probable que el incremento en la densidad de población, referido más arriba, trajo consigo un aumento de la demanda de recipientes cerámicos, y puede haber estimulado la especialización de alfareros a tiempo completo en la producción de cerámica de tipo Anaranjada Homogénea. Esto podría explicar por qué las fuentes de aprovisionamiento cambiaron de forma considerable en esta época en favor de las áreas donde la arcilla era de mejor calidad y más abundante. Es posible que el aumento en el volumen de la producción hiciera más eficiente la cocción a mayores temperaturas, o que esta mereciese más la pena. En otras palabras, esto puede constituir una evidencia de un incremento paulatino en la producción de cerámica durante esta fase en la que la población experimentó un auge demográfico. En cualquier caso, es interesante apercibir al lector de que la

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producción de cerámica de tipo Anaranjada Homogénea parece haber cesado tras la conquista cristiana, y ciertamente durante los siglos XIX y XX, en los que la producción de cerámica GRA de las proximidades de Beja, la capital del distrito e históricamente un área de asentamiento urbano mucho más grande, prosigue hasta nuestros días. La cerámica de cocina elaborada con este tipo de arcilla se produjo e importó desde la distancia incluso a lo largo de todo el periodo.

IMPORTACIÓN DE CERÁMICA DE LUJO A finales del siglo IX y en el siglo X se detecta un cambio significativo en la cultura material de las alquerías con la fabricación de distintivos recipientes para servir comida vidriados y policromados: cuencos, platos, botellas, jarras y fuentes. En su conjunto, tales manufacturas parecen relacionarse con el consumo comunal de comida y la práctica de la hospitalidad, con la cocina y el servicio de comida en contextos públicos —por ejemplo, en banquetes colectivos donde el servicio de alimentos estaba llamado a ser presenciado y juzgado por otros—. Si bien todavía debe estudiarse el desarrollo cronológico de la emergencia de tales producciones en cada región, la adopción de esta panoplia de recipientes parece haberse dado a finales del siglo IX como muy pronto, y más frecuentemente entre mediados y finales del siglo X. Con la excepción de las jarritas, que discutiremos con mayor profundidad a continuación, este repertorio de recipientes casi siempre está vidriado, produciéndose en talleres urbanos de ciudades como Córdoba, Sevilla, Toledo, Valencia y Zaragoza, así como en enclaves del norte de África. Esta tipología de cerámica de mesa se compone de diversas formas distintivas, empleándose para la mayoría de ellas la terminología propuesta por Rosselló Bordoy (1978). Los ataifores se emplearon para servir guisos, así como legumbres y cereales cocidos. Las jofainas, más comúnmente llamadas tazas o escudillas, se utilizaron para disponer comida a nivel individual de alimentos líquidos, como sopas o gachas. Las redomas, especies de botellas de cuello largo de una sola asa lateral, se habrían usado para disponer líquidos tales como el aceite de oliva. Jarritas de una o dos asas parecen haberse empleado para servir bebidas calientes o frías. Un poco menos de la mitad de las jarritas documentadas en Alcaria Longa tenían restos de hollín, lo que indica que habían sido calentadas en el fuego. Aunque se conocen algunas jarritas vidriadas, en Alcaria Longa la mayoría son cerámicas lisas anaranjadas. Su producción parece haber estado mucho más localizada que la de las cerámicas

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vidriadas, como se manifiesta dada la considerable variación de su producción, morfología, tipo de pintura y motivos decorativos, lo cual la distingue de las cerámicas vidriadas urbanas. Las jarritas en la parte este de al-Andalus se pintaban con diseños en pintura roja (red slip-paint designs). Los del sur de Portugal eran pintados a menudo con diseños de color blanco (white slip-paint designs). Por último, los candiles de piquera vidriados parcialmente se empleaban, a modo de lámparas, en la iluminación. El uso del vidriado, utilizando a veces el estaño como base cubriente, puede haberse desarrollado en un principio en el sur de Iraq en la primera mitad del siglo VIII d. C., generándose a partir de la tecnología del vidriado opaco de época preislámica (Mason y Tite, 1997). En el curso del siguiente siglo su uso de acentuó en Iraq, extendiéndose hacia otras regiones como Egipto y el resto del Mediterráneo, así como a otras partes del mundo islámico y de Europa. En al-Andalus las piezas vidriadas más tempranas se constatan en sitios como Pechina (Almería) y El Zambo (Alicante) desde la segunda mitad del siglo IX, tratándose de ejemplares monocromáticos en verde claro o color melado (Gutiérrez Lloret, 1996). Estas distintivas manufacturas urbanas se impusieron sobre toda una diversa panoplia regional de producciones de cerámica común, que parecen tener sus raíces en algunos casos en el sistema productivo y en el repertorio alfarero tardoantiguo. Las formas más comunes de esta categoría son las ollas de cocina y los jarros de agua. Unas pocas nuevas formas de cerámica común se sumaron a las manufacturas alfareras en los periodos emiral y califal. Estas incluían la cazuela, usada para freír o asar carnes, freír o cocer huevos y preparar otras comidas en aceite —estas formas pueden estar indicando la reintroducción en la vida de las alquerías de un uso más intensivo del aceite de oliva—. El lebrillo o alcadafe en español, en portugués alguidar, podría haber sido usado de manera variada para lavar y hacer pan. Hoy en día, en aldeas tradicionales, se usan para ambas cosas. Me atrevería a especular que la introducción del alcadafe pudo haber señalado la difusión de una nueva y más laboriosa técnica para elaborar masa de pan. Tomadas en su conjunto, estas novedosas producciones cerámicas podrían representar no solo nuevas formas de servir alimentos, sino también de preparar y de cocinar la comida. A finales del siglo XX y comienzos del XXI la preparación y el consumo de comidas especiales se ha convertido en una actividad de enorme prestigio en el mundo occidental. Del mismo modo pudo haber ocurrido entre la élite urbana del mundo mediterráneo medieval. Servir ricos guisos o estofados en grandes

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ataifores podría haber indicado un uso más extensivo de especias exóticas importadas mediante el comercio mediterráneo. Es bien sabido que la expansión de la cultura islámica medieval trajo consigo la revitalización del comercio a larga distancia de especias (Van der Veen, 2011). Tradicionalmente, la adopción y difusión de estas nuevas cerámicas y formas en la península ibérica se ha interpretado como un signo de «islamización», o alternativamente de «arabización» (Boone, 2009). Quizás una forma más precisa de caracterizar este proceso de difusión consistiría en decir, como se ha sugerido en la introducción, que estas nuevas cerámicas de lujo reflejan el auge de una nueva élite y de una nueva política económica asociada con la consolidación del califato de Córdoba. Muchas, tal vez la mayoría, si bien no todas, de estas élites eran musulmanas. Los más poderosos sectores dentro de ellas eran también árabes. Pero la adopción de cerámicas de lujo no debe vincularse necesariamente con una identidad islámica o árabe; más bien reflejaría la pertenencia a una élite social y la participación en la nueva política económica del califato. Tabla 1: Lista de dataciones radiocarbónicas de los yacimientos de época emiral y califal. Elaboración propia.

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DER

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ALIMENTACIÓN VEGETAL Y AGRICULTURA EN LOS MÁRGENES DE AL-ANDALUS: NUEVOS DATOS ARQUEOBOTÁNICOS Jérôme Ros,1 Sophie Gilotte,2 Philippe Sénac,3 Sébastien Gasc,4 Jordi Gibert5 RESUMEN: El conocimiento que tenemos de la dieta y la agricultura islámicas en al-Andalus se basa en fuentes textuales y arqueológicas, tan complementarias como, a veces, discordantes. Sin embargo, los datos que documentan de manera directa, a través de restos biológicos, para comprender las prácticas agrarias y agropastorales en las áreas rurales seguían siendo escasos. Nuevas investigaciones arqueobotánicas llevadas a cabo en los asentamientos medievales de Albalat, en Extremadura, y Las Sillas, en Aragón, ofrecen una aproximación acerca de unas prácticas agrícolas en zonas alejadas de centros urbanos dinámicos y que no son conocidas por su gran productividad agrícola. Los estudios carpológicos realizados en estos dos yacimientos han permitido extraer restos de distintos contextos arqueológicos: domésticos, como serían hogares y hornos, almacenes, cocinas o patios, y artesanales —fraguas—. Estos, juntos con otros estudios publicados, ofrecen una primera lectura de la variedad de plantas consumidas/cultivadas —cereales, legumbres, frutas, plantas aromáticas—, y de los usos agropastorales pasados en los márgenes de al-Andalus. PALABRAS CLAVE: al-Andalus, agricultura islámica, arqueología rural, arqueobotánica. ABSTRACT: The knowledge we have of Islamic diet and agriculture in al-Andalus is mostly based on textual and archaeological sources that can be as complementary as, sometimes, contradictory. Nonetheless, data documenting directly agricultural practices, with the help of bioarcheological studies, remain scarce in rural areas. New archaeobotanical researches led on the medieval settlements of Albalat, in Extremadura, and Las Sillas, in Aragon, offer a new opportunity to document agricultural practices in these areas, located far away from dynamic urban centers and from the ones well known for their agricultural production. The studies led in both sites enabled the

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extraction of carpological remains from different types of contexts, such as domestic ones —kitchens, ovens, storage and patios— and craft ones (forge). These, together with other published studies, allow addressing the question of the past diversity of consumed/cultivated plants —cereals, vegetables, fruits, aromatic plants—, and of the type of agricultural practices that existed at the margins of al-Andalus. KEAY WORDS: Al-Andalus, Islamic agriculture, rural archaeology, archaeobotany.

INTRODUCCIÓN La agricultura en al-Andalus suele contemplarse desde dos posiciones, textual y material, pocas veces llevadas de manera conjunta o colectiva debido al alto grado de especialización que requiere cada una.6 La primera vertiente se basa lógicamente en textos árabes de diversa naturaleza, entre los cuales los tratados agronómicos ocupan un lugar sobresaliente (Ibn al-cAwwām, 1988). Estos han aportado —y siguen aportando— valiosas informaciones no solamente en el campo de la filología árabe, en cuanto a los términos agrícolas empleados, sino también en el de las tradiciones y filiaciones agronómicas, de las plantas y de sus métodos de cultivos, con ramificaciones explícitas en los ámbitos médicos, farmacéuticos y culinarios.7 Un buen testimonio de la dinámica impulsada por este campo de investigación fue la creación de la serie Ciencias de la naturaleza en al-Andalus, editada entre 1990 y 2004 por el CSIC, que acogió numerosos artículos que versan sobre la agronomía y la agricultura. También está asumido, de forma más o menos tajante, que este corpus, forzosamente muy heterogéneo en cuanto a sus datos y cronología, ofrece una aproximación a la alimentación y las estrategias agrarias andalusíes desde un ámbito concreto: el de la élite social e intelectual formada por científicos, agrónomos, médicos, etc. Para paliar un posible sesgo del estudio, ya puesto de relieve tiempo atrás por P. Guichard (1985), se hacía imprescindible considerar la base misma de la agricultura recurriendo a las herramientas arqueológicas. En este punto, hay que admitir que, sin haber defraudado todas las expectativas, queda todavía por avanzar en algunos aspectos muy concretos y portadores de grandes implicaciones socioeconómicas, como sería distinguir el «enriquecimiento de la biodiversidad del paisaje agrícola» a nivel arqueológico (García Sánchez, 2011). La búsqueda de la realidad agrícola ha pasado por la identificación de unos asentamientos rurales a través de prospecciones y de excavaciones a

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veces unida a una reflexión, no siempre exenta de un exceso de modelización, sobre los sistemas de almacenamiento, los territorios y las poblaciones campesinas. El otro gran campo de estudio privilegiado, aunque hoy en día un poco en pérdida de velocidad, ha sido el de los sistemas hidráulicos asociados a la irrigación y, por tanto, a los cultivos de regadío8 —principalmente a través de vestigios de acequias y de qanats—.9 Considerados como la base económica a partir del califato y la clave de la organización del espacio agrario con ecos directos en los textos, tendieron a monopolizar el interés. Una de las consecuencias del estudio de estas estructuras ha sido relegar la agricultura de secano a un segundo plano —se entiende que a nivel arqueológico y no de análisis textuales— (Eiroa Rodríguez, 2010). Sin embargo, esta aproximación sirvió para plantear cuestiones muy relevantes, cuando no sujetas a debate, respecto a los modelos de agricultura, aunque tendió a centrarse en aspectos técnicos y en sus implicaciones socioétnicas. Resulta especialmente llamativo que dejase de lado la causa misma que sustentó la construcción de estas redes: la especificación de cultivos irrigados tangibles, más allá de los datos proporcionados de nuevo por las fuente textuales (Trillo San José, 2004). Una explicación simple se encuentra en la falta de evidencias directamente observables, siendo inaccesibles los restos de plantas según los métodos arqueológicos más tradicionales. Acercarse al registro ambiental en general supone la puesta en marcha de unos procedimientos que todavía no han conseguido imponerse de forma sistemática, notándose algún desfase con la bioarqueología ensayada en los antiguos territorios de los reinos cristianos peninsulares (Sopelana Salcedo, 2012; Quirós Castillo, 2012; Ollich y Cubero, 1992; Cubero et al., 2008; Fernández Mier et al., 2014) o para periodos directamente anteriores a la conquista islámica de la península (Vigil-Escalera Guirado et al., 2014). A pesar de ser un problema en mayor parte metodológico, la preocupación por el conocimiento del registro ambiental es patente y ya se han realizado síntesis preliminares a nivel de zonas, como el Levante y Murcia (Azuar Ruiz, 2015; Eiroa Rodríguez, 2010) o a escala de yacimientos (Alonso, 2005). Dentro de este panorama, se ha señalado en no pocas ocasiones el gran potencial de los estudios carpológicos como vía —aunque no única—capaz de generar datos concretos, interpretables en clave histórica. Si bien se nota un tímido desarrollo de los estudios carpológicos en contextos urbanos islámicos de la península ibérica a lo largo de estos últimos años, sin llegar al nivel de sistematización10 que puede darse en otros países europeos, en cambio, siguen siendo muy limitados para los medios rurales (tab. 1).

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Gracias a identificaciones taxonómicas precisas, que pueden alcanzar a menudo el nivel de la especie, y por la conservación en distintos contextos, rurales o urbanos, de vestigios arqueobotánicos, a la vez biológicos y antrópicos, se puede conocer la gama de las plantas consumidas, cultivadas y explotadas por distintos grupos sociales. El análisis puede ir más allá todavía, siempre y cuando se supere el riesgo de obviar los contextos de origen de estos restos carpológicos. En este caso, tomar en consideración las estructuras arqueológicas de las cuales han sido extraídos ayuda a distinguir residuos de comida, cocina, transformación, almacenamiento, combustible, etc. Tabla 1: Principales estudios carpológicos publicados para la zona de al-Andalus. Elaboración propia.

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* = solo menciones

En otras palabras, autorizan a formular preguntas tan sencillas y esenciales como cuáles son las plantas, las labores y los espacios agrarios. No es baladí cuestionar el impacto y la difusión espaciotemporal que tuvieron las novedades de la agronomía árabe a través de las nuevas especies introducidas como la zahína, el arroz, la berenjena, la caña de azúcar o los cítricos. Una visión diacrónica de las posibles diferencias

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regionales que existieron entre las plantas explotadas y consumidas en los campos andalusíes (y con el afán de sobrellevar el antagonismo ciudad/campo) debería acompañarse de una atención a las características pedológicas/edafológicas11 y microgeomorfológicas de los terrenos cultivados. Estas tendrían mucho que aportar para, por ejemplo, detectar el impacto antrópico, ya sea a través del agotamiento de los suelos debido a un sobreuso agrícola (Boone y Worman, 2007) o de la preparación de los espacios cultivados (Quirós Castillo et al., 2014), pero raramente se ha intentado aplicar en contextos andalusíes. Dejando de lado estos asuntos, resulta importante asumir que esta contribución no pretende resolver todas las cuestiones planteadas por la agricultura andalusí, ni siquiera ofrecer un balance exhaustivo del estado de la investigación en este campo.12 Su aportación radica en los resultados obtenidos a través de dos estudios de caso, centrados en los asentamientos de Albalat en Extremadura y Las Sillas en Aragón (fig. 1). A pesar de estar muy distantes entre sí —aproximadamente unos 500 km en línea recta—, ambos se sitúan en lo que se puede definir como los márgenes de al-Andalus a partir del s. XI. Ubicados en unas tierras fronterizas, comparten una trayectoria bastante similar y coetánea, aunque divergen las circunstancias de sus abandonos. Las diferencias se rastrean en sus entornos geológicos, respectivamente predominados en Albalat por suelos descarbonatados con pizarras, granitos o grauwacas, y en Las Sillas por sedimentos limo-arcillosos y relieves en areniscas, pero no se aprecian tanto en sus climas, ambos del tipo mediterráneo continental.

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Figura 1: Mapa de localización de los yacimientos de Albalat (1), en Romangordo (Cáceres, Extremadura) y de Las Sillas (2), en Marcén (Huesca, Aragón). Elaboración propia.

Ambos yacimientos están bien documentados gracias a campañas de excavaciones sistemáticas. Permiten inferir prácticas agrícolas en zonas rurales que no destacan por su gran productividad agrícola, al contrario de las descritas por las fuentes escritas, las cuales, además, basaban su actividad en una agricultura especializada e intensiva y en parte destinada a la exportación (Albertini, 2013). Los estudios carpológicos llevados a cabo desde 2013 (Ruas y Ros, 2013; Ros, 2014; Ros, 2016; Ros, e. p.) han permitido extraer restos de diversos contextos arqueológicos: por una parte domésticos, como serían hogares y hornos, almacenes, cocinas o patios, y por otra, artesanales (fraguas). Estos, juntos con otros estudios publicados, ofrecen una primera lectura de los espectros de plantas consumidas y/o cultivadas y de los usos agropastorales pasados en los márgenes de al-Andalus.

LOS YACIMIENTOS Albalat (Romangordo, Extremadura)

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El yacimiento de Albalat es una fortificación de época musulmana instalada en una terraza fluvial que domina la ribera izquierda del río Tajo, delimitada hacia el este y oeste por barrancos poco profundos (figs. 2A y 2B). Conocida desde la segunda mitad del siglo X bajo el nombre de Majāḍat al-Balāṭ, o literalmente «el vado de la vía»,13 permitía controlar uno de los principales pasos del curso medio del río Tajo en el camino entre Toledo y Mérida durante la Edad Media.

Figura 2A (izda.): Vista aérea del yacimiento de Albalat durante la campaña de 2012. Figura 2B (dcha.): Estado de los vestigios de Albalat al final de la campaña de 2016. © Projet Albalat 2012 y 2016.

Las excavaciones sistemáticas realizadas desde 2009 están descubriendo un denso entramado urbano en su interior amurallado que cubre una superficie de unas 2 hectáreas, mientras que los trabajos de prospección han documentado un barrio extramuros, un hammām y un cementerio (Gilotte, 2014: 265). Si bien el estatus de esta población fortificada es algo confuso a lo largo del tiempo, pasando de ser mencionada como madīna en el siglo X a castellum et villam en las crónicas latinas del siglo XII, su función de control de un paso natural del río le otorgó cierta importancia económica y militar. Este hecho explica por qué se convirtió a finales de la época taifa en blanco de los ataques cristianos y justifica los esfuerzos ya en época almorávide por mantenerlo como baluarte en esta parte de la frontera de al-Andalus. Los vestigios de los últimos momentos de ocupación indican una destrucción rápida e intencionada tras su conquista por las milicias cristianas en 1142. La gran variedad de restos muebles aprisionados bajo los derrumbes en el área explorada permite restituir un amplio espectro de la vida cotidiana, dominada por labores domésticas, agropastorales y artesanales.

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Un obstáculo importante al estudio son las alteraciones del entorno por la construcción de los embalses que se suceden a lo largo del curso del río Tajo. En el entorno de Albalat las rocas blandas (pizarras, calcoesquistos, sedimentos terciarios) habrían permitido que el río crease un valle amplio y remansara sus aguas en un cauce ancho y poco profundo de fácil acceso que se podía vadear con facilidad. En esta misma zona el río acumuló aluviones, dando lugar a una vega que formó los terrenos agrícolas más fértiles del entorno y que fue aprovechada hasta hace pocas décadas para mantener cultivos de regadío que obtenían su agua de azudes situados en el propio río (Garrido García, 2010). Las Sillas (Marcén, Aragón) El yacimiento de Las Sillas (o Las Cías) ocupa la parte superior de una plataforma rocosa aproximadamente rectangular que tiene su punto más elevado a 420 m de altitud, dominando el valle del río Flumen (figs. 3A y 3B). Situado a unos 30 km al sureste de Huesca y cubriendo una superficie de casi una hectárea (9250 m2), esta plataforma de arenisca de 120 m de longitud y unos 40 m de anchura se encuentra protegida de forma natural por tres de sus lados por un risco rocoso de varios metros, mientras que por el este existe un foso de origen antrópico con una profundidad cercana a los 4 metros. El lugar toma así el aspecto de un espolón rocoso, voluntariamente separado del macizo del Mogache (o Mobache en la cartografía antigua), que se alza sobre él con sus 538 metros de altitud.

Figuras 3A (izda.) y 3B (dcha.): Vistas aéreas del yacimiento de Las Sillas.

El establecimiento se estructura con base en dos sectores. En el primero (sector I) se encuentra una mezquita con un patio asociado, mientras que el segundo (sector II), excavado parcialmente, corresponde

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al área residencial, donde se hallan varias casas que se organizan en torno a una red aproximadamente ortogonal de calles y callejones. Tanto las dataciones de C14 como el material cerámico y numismático, han permitido situar la fundación del asentamiento en plena época califal, hacia mediados del siglo X, y su abandono a finales del siglo XI, o como muy tarde a inicios del siglo XII, en relación, sin duda, con la conquista aragonesa (Sénac, 2009).

MATERIAL Y MÉTODOS En total, se han estudiado 44 muestras correspondientes con 44 unidades estratigráficas: 31 proceden de Albalat y 13 de Las Sillas. El muestreo se ha basado en la presencia de carbones o en la apreciación de una concentración de cenizas visibles en el momento de la excavación. Para probar el potencial carpológico de distintas estructuras, también se realizaron unos muestreos aleatorios, eligiendo varios tipos de contextos con el fin de obtener una mayor representación desde niveles de circulación, hogares domésticos, estructuras de fraguas, letrina, basurero y rellenos de silos. En ambos yacimientos, el protocolo de extracción de los restos ha consistido en una criba de los sedimentos por flotación sobre mallas de 2 mm y 250 µm (fig. 4). Este método permite recoger carbones y semillas de tamaños y formas muy diversos, los cuales, al ser representativos de los conjuntos carpológicos susceptibles de conservarse, limitan el riesgo de una visión sesgada (Gailland et al., 1985; Marinval y Ruas, 1985; Marinval, 1986; Marinval, 1999). Debido a la naturaleza de los yacimientos y para ahorrar las reservas de agua, la criba se realizó con la ayuda de máquinas de flotación de fabricación casera, que funcionan mediante una bomba eléctrica doméstica.

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Figura 4: Tratamiento de las muestras. 1. Cribado con máquina de flotación; 2. Cribado manual con agua; 3. Secado de las muestras; 4. Extracción e identificación de las semillas con una lupa estereoscópica Nikon SMZ645. © Projet Albalat.

En Albalat, una parte del cribado se ha efectuado de manera distinta. El hallazgo de un pozo negro con restos carpológicos mineralizados en varios de sus estratos de colmatación ha llevado a realizar parte de la criba bajo el agua, sin flotación, ya que los restos mineralizados suelen flotar bastante mal. En total, 228 litros de sedimento bruto han sido cribados durante las campañas. Todos los desechos derivados de estas cribas se han secado antes de proceder a su almacenamiento. La extracción y las identificaciones de las semillas arqueológicas se realizaron con la ayuda de una lupa estereoscópica Nikon SMZ645, con aumentos de x6,5 hasta x10. Al ser precisa una comparación anatómica para las observaciones e identificaciones de los vestigios carpológicos, esta fase del trabajo se realizó posteriormente en el laboratorio del UMR 5554 (ISEM, Montpellier, Francia). Se utilizó la colección de referencias de semillas frescas y arqueológicas, así como los atlas de simientes y flores, y varias publicaciones (Cappers et al., 2006; Jacomet, 2006; Lambinon et al., 1992 y Rameau et al., 2008).

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RESULTADOS: PLANTAS CONSUMIDAS/CULTIVADAS Las 44 muestras estudiadas han proporcionado un total de 5 848 carporrestos: 4 706 en Albalat y 1 142 en Las Sillas. Los carporrestos recolectados se han conservado por carbonización y mineralización. La gama vegetal incluye ocho tipos de cereales, tres de legumbres cultivadas, cuatro de plantas aromáticas, una planta oleosa, diez frutales y sesenta y una plantas silvestres de las cuales quince son identificadas al rango de especies (tab. 2, fig. 5). Los cereales La frecuencia de la cebada vestida (Hordeum vulgare) y del trigo desnudo (Triticum aestivum/turgidum) entre las muestras indica la importancia que tuvieron estos dos cereales en la economía de ambos asentamientos. A pesar de su estado muy degradado, algunos raquis de trigo han permitido detectar la presencia de trigo de tipo harinero o trigo desnudo (Triticum tipo aestivum) en Las Sillas y de trigo de tipo duro (Triticum tipo durum) en Albalat. Aunque el trigo duro está identificado en niveles protohistóricos y romanos de la península ibérica (Buxó y Piqué, 2008), según las fuentes textuales su desarrollo fue favorecido por la expansión árabe (Albertini, 2013). El trigo duro también está atestiguado en los niveles islámicos del siglo IX de Volubilis, en el Marruecos septentrional (Fuller y Stevens, 2009). Las muestras han proporcionado también restos de centeno (Secale cereale) cuya harina panificable podía utilizarse como sustituta o complemento de la de trigo y cebada vestida. De acuerdo con las fuentes escritas (Salas-Salvadó et al., 2006), el centeno era considerado como un cereal secundario de la alimentación en al-Andalus, con capacidad nutritiva menor, del mismo modo que el mijo común (Panicum miliaceum) y la moha (Setaria italica), presentes también en Albalat. Por eso, es interesante notar la importancia que tiene el centeno en este último yacimiento, llegando a ser el segundo cereal más representado, mientras que no está atestiguado en los niveles islámicos de los centros urbanos de la Marca Superior: el trigo desnudo y la cebada vestida son los principales cereales documentados en Madīnat Lārida, Turṭūsa y Balagī (Alonso et al., 2014). Este cereal tenía probablemente un papel más importante para las poblaciones campesinas. La presencia en los dos asentamientos de numerosos segmentos de raquis sugiere también que, más allá del consumo de los granos, el centeno podría haberse explotado por sus tallos, tal vez para la producción estacional de forraje.

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La avena (Avena sp.) está identificada solamente a través de sus granos, los cuales no permiten determinar si se trata de una avena cultivada (Avena sativa) o silvestre (Avena fatua, A. sterilis, A. strigosa). No obstante, su abundancia en uno de los contextos de Las Sillas, superior a la del trigo y el centeno, sugiere su situación de planta cultivada. Las legumbres Las leguminosas están ausentes en Las Sillas y no son comunes en Albalat, contando solamente con algunos restos de almortilla o almorta (Lathyrus cicera/sativus), guisante (Pisum sativum) y de una posible veza cultivada (Vicia cf. sativa). La escasez de restos de los taxones de esta categoría alimenticia es difícilmente interpretable como una verdadera especificidad de prácticas. Se puede deber tanto a una debilidad casual del muestreo, que se solucionaría incrementando el número de muestras, como a la necesidad de trabajar sobre contextos diferentes (reservas, pesebres). En otros yacimientos, para un periodo grosso modo comparable, se han documentado otras leguminosas, pero siempre en pequeñas cantidades: lentejas (Lens culinaris) en Lérida y Balaguer (Alonso et al., 2014), y habas (Vicia faba var. minuta) en el Castillo de Tirieza (Eiroa Rodríguez, 2010). Las plantas aromáticas En ambos asentamientos, fueron identificadas algunas plantas potencialmente utilizadas por su carácter aromático. En Las Sillas, la escasa cantidad de restos registrados impide interpretar su presencia como resultado de una recolección intencional. Dos taxones podrían entrar en esta categoría: la mejorana (Origanum cf. majorana), identificada por una semilla, y un posible romero (Labiateae cf. Rosmarinus), reconocido por hojas carbonizadas. El romero estaba presente en las tierras explotadas, como lo revela el estudio antracológico realizado (Ros, e. p.). En Albalat se han detectado semillas de cilantro (Coriandrum sativum) y de fenogreco (Trigonella foenuco-graecum) en un pequeño basurero vertido en la vía que discurre a lo largo de la cara interna de la muralla. De nuevo, la interpretación necesita tomarse con cautela, ya que el fenogreco también puede ser cultivado para el forraje, por lo que no se puede confirmar aquí su papel como planta aromática. Las plantas oleosas

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El lino (Linum usitatissimum) aparece únicamente en las muestras de Albalat. Lejos de ser inédita, se ha documentado en contextos urbanos de la Marca Superior, en Lérida y Tortosa, del mismo modo que la camelina (Camelina sativa) (Alonso et al., 2014). En principio, el lino podría haberse empleado por sus propiedades alimenticias bajo forma de semillas o de aceites, aunque otros indicios dejan entrever una mayor diversidad de uso. Asimismo, en Albalat el análisis de los residuos orgánicos por GC-MS de tres candiles ha permitido detectar la presencia de un marcador de aceite secante —el ácido linoleico—, amplia familia a la cual pertenece el aceite de lino (Garnier, 2016). Sin ser una prueba definitiva, abre la posibilidad de que sirviera como combustible para alumbrar. Otra vertiente, sin duda muy importante, sería la utilización textil de esta planta, como lo demuestra un trozo de tela de lino mineralizada en Albalat (Gilotte y Cáceres Gutiérrez, 2017). Junto con la lana, se sabe que el lino fue la fibra textil más popular y accesible en todo al-Andalus (Rodríguez Peinado, 2012: 270). Muy reputado y apreciado, se exportaba en forma de lienzos o de productos manufacturados hacia la cuenca mediterránea y otros puntos de Occidente (Lagardère, 1991: 160). Servía para confeccionar prendas diversas y sudarios como lo atestiguan varios hallazgos arqueológicos (Ramírez Águila y Urueña Gómez, 1998: 350; Trelis Martí, 2009: 189), pero también cuerdas, accesorios de pesca y hasta velas de barcos (Lagardère, 1991: 154, 160 y ss.). Resulta llamativa la ausencia del algodón (Gossypium sp.) y del cáñamo (Cannabis sativa) en los yacimientos tanto rurales como urbanos de al-Andalus, mientras que se encuentran en aglomeraciones del reino idrisí, respectivamente en Volubilis (Fuller y Steven, 2012) y al-Basra (Mahoney, 2004). Los frutales Dentro de los taxones de frutales documentados, solo nueve son atribuibles a un género concreto: la vid, la higuera, el granado, el almendro, los ejemplares de quercus, el olivo, el melocotonero, el ciruelo y la morera blanca/negra. La vid es la primera especie en términos cuantitativos. Su abundancia en los niveles del pozo negro de Albalat demuestra su importancia en la alimentación humana. Sin embargo, no es posible determinar solo a partir de las pepitas si se consumieron en forma de uvas frescas o uvas pasas. A pesar de la presencia de marcadores químicos atribuibles al vino tinto en varias tinajas del yacimiento (Cáceres Gutiérrez et al., 2016; Garnier, 2016), ningún elemento carpológico permite atestiguar una producción local de vino en Albalat.

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En cuanto al consumo de higos, estos pueden haberse comido frescos o secos, al igual que las uvas. Tras las uvas y los higos, las bellotas y las aceitunas son las frutas más frecuentes en los contextos estudiados. Las bellotas recolectadas, desprovistas de pericarpio, podrían sugerir que han sido previamente descascarilladas antes de su carbonización, permitiendo pensar que estaban destinadas a la alimentación humana. El paso por el fuego podría atestiguar en este caso una preparación rápida antes de su consumo (Bois, 1928). Sin dejar de lado su potencial como alimento animal —excluyendo la cabaña porcina que no está presente en el registro arqueofaunístico del yacimiento—, las fuentes escritas las describen como un alimento poco apreciado, que servía para hacer harina (El Hour, 2010; Escartín González, 2008). De hecho, las bellotas están tradicionalmente asociadas con una dieta socialmente pobre, siendo consideradas un alimento de «socorro» en tiempos de hambruna. Se ha documentado también en contextos cristianos peninsulares, por ejemplo, en el yacimiento de Zaballa (Iruña de Oca, Alava) (Sopelana Salcedo, 2012). En cuanto a los restos de aceitunas, estos solo se corresponden con elementos aislados, huesos enteros o valvas, que señalan más un consumo puntual de estas frutas por su carne que su utilización en el marco de una producción aceitera. El papel de las granadas, moras blancas/negras, almendras, ciruelas y melocotones es más difícil de determinar, ya que estas frutas solo se han identificado de manera puntual en un número limitado de estructuras. No obstante, la identificación de semillas de granadas y moras en el relleno del pozo negro de Albalat demuestra un consumo directo de estas frutas. Los restos de almendras y melocotones, encontrados bajo forma de fragmentos de huesos, se corresponden con desechos de preparación alimenticia (machacado de los huesos para extraer la almendra) o del consumo, siendo luego probablemente tirados al fuego para servir de combustible. Tabla 2: Listado y cantidades de los carporrestos de plantas cultivadas/explotadas identificadas en Albalat y Las Sillas. Elaboración propia.

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Figura 5: Carporrestos carbonizados (c) y mineralizados (m). 1 y 2. Semilla de cilantro (vista dorsal y ventral) (c); 3. Semilla de manzana/pera (m); 4. Raquis de centeno (c); 5. Hueso de almendra (c); 6. Semillas de higo (m); 7. Semillas de lino (c); 8. Semillas de mora blanca/negra (m); 9. Pipas de uva (m); 10. Semillas de granada (m); 11. Entrenudo de gramínea/cereal (c); 12 y 13. Semillas de fenogreco (c).

PRÁCTICAS Y TIERRAS AGRICOLAS El conjunto de los datos carpológicos reunidos pone de relieve a la vez prácticas agrarias y espacios explotados. Al tratarse de datos en curso de elaboración, nos limitaremos a presentar aquí algunos ejemplos de prácticas identificadas en cada uno de los yacimientos, con el fin de mostrar la diversidad de las situaciones existentes. Las Sillas Cultivo y tratamiento de los cereales En Las Sillas, dos muestras realizadas en contextos de vertederos ofrecen interesante información sobre la gestión de los cereales cultivados. Una particularidad de estas muestras es su carácter mixto o heterogéneo, estando mezclados restos de los cuatro tipos de cereales documentados —trigo, cebada, avena y centeno—. Se acompañan de

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elementos que no proceden de cereales como restos de uvas, aceitunas y malas hierbas. Estas son también mixtas en términos de tipos de restos. En efecto, si los granos de cereales constituyen respectivamente un 41% (UE 7203) y un 43% (UE 9410) de los restos definidos, también es muy abundante la paja, caracterizada por elementos de raquis, entrenudos y bases de lemas, alcanzando estos un 31% y un 14% (fig. 6). Estos elementos, muy frágiles, son generalmente los primeros en desaparecer durante la carbonización (Boardman y Jones, 1990). Por tanto, se puede considerar que sus cantidades antes de la carbonización eran más importantes y que los restos conservados no representan más que una fracción del material quemado inicialmente. Se constata entre los restos de paja una especial abundancia de los raquis de trigo desnudo y de centeno, de los elementos de tallo y de bases de raíz de cereales o gramíneas. La presencia de estas bases resulta especialmente interesante, porque sugiere que la cosecha pudo realizarse por arranque completo de la planta. Esta técnica permite una recuperación total de los distintos elementos de los cereales (raíces, tallos, espigas), que pueden usarse como forraje, litera, combustible o entrar en la composición de los tejados y de las tapias. Se observan también, en estas dos muestras, altas proporciones de semillas de malas hierbas asociadas a los cultivos (abremanos, cenizo, pimpinela escarlata, alfalfas, centinodia, gramíneas), sumando un 9% del total de los restos en la UE 7203 y hasta un 39% en la UE 9410; las gramíneas son especialmente abundantes en esta última muestra. La composición de estas muestras sugiere que unas cosechas de cereales no limpiadas o no preparadas se transportaron en bruto hasta las habitaciones y se trataron in situ, con el resultado de que los productos y los subproductos fueron reutilizados más tarde en la esfera doméstica. La escasez o ausencia de restos de paja de cebada y de avena en las muestras parece indicar que estos elementos tuvieron una función distinta de la paja de trigo desnudo y de centeno, aunque no se puede precisar más. El predominio de malas hierbas invernales y estivales en las distintas muestras sugiere que algunos taxones —tal vez el trigo, la cebada, el centeno, o incluso la avena— pudieron sembrarse en otoño y otros —¿la cebada y la avena?— en primavera, aunque la presencia de malas hierbas estivales como, por ejemplo, el cenizo, también pudo ser favorecida por la práctica del deshierbe en siembras de invierno. Asimismo, cabe señalar que las plantas silvestres del corpus dan prueba de la explotación de suelos ricos en nitratos, secos y más bien calcáreos arcillosos (Jauzein, 1995), datos compatibles con la geología del entorno de Las Sillas.

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Figura 6: Categorías vegetales encontradas en las muestras carpológicas UE 7203 y UE 9410 de Las Sillas. Elaboración propia.

Una fruticultura versátil El estudio de los restos carpológicos permite sacar a la luz el consumo de, al menos, cuatro tipos de frutales en Las Sillas: la vid, el olivo, la higuera y el ciruelo. La forma bajo la cual se utilizaron o se consumieron está sujeta a debate. Los carporrestos de vid, presentes en tres contextos, son relativamente abundantes en la UE 7203, representando un 17% de la muestra (103 restos). Sus restos están formados por pipas muy fragmentadas, pedicelos y dos bayas. La escasez de las bayas y el estado fragmentado de las pipas indican que no estamos en presencia de racimos o de frutas carbonizadas enteras, mientras que la ausencia de fragmentos de pulpa y epicarpio excluye la posibilidad de que se trate de un subproducto de prensado de la uva (hollejo) (Ros et al., 2016). Estos elementos constituirían más bien los residuos de un consumo de frutas, frescas o secas. Su mezcla con granos y paja de cereales pudo haber tenido lugar antes de la carbonización, con el fin de generar forraje para el ganado, o después de la carbonización, en el caso de que el vertedero se compusiera de varios residuos quemados. Los fragmentos de huesos de aceituna descubiertos en dos muestras pueden, por su parte, corresponder o a residuos vinculados al consumo de frutas, o bien a residuos de prensado, reutilizados como combustible. La fragmentación de los huesos, al parecer anterior a la carbonización, y la existencia en el yacimiento de una posible prensa de aceite (Sénac, 2009) apoyarían más

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bien la segunda hipótesis. Finalmente, las semillas de higo y los fragmentos de huesos de ciruela constituyen seguramente residuos de consumo lanzados al fuego, sin que sea posible determinar si los frutos se consumieron frescos o secos. Aunque delata pautas de consumo, el hallazgo de restos de frutas no implica sistemáticamente que tengan un origen local. El mejor índice de un cultivo local se basa en el descubrimiento conjunto de restos carpológicos y antracológicos de la planta en un mismo yacimiento. Sin embargo, este índice es limitado por la naturaleza de los restos, en particular, de los carbones. En efecto, algunos frutales son difícilmente identificables a nivel de subespecie o de especie, todavía más cuando están mal conservados; y más aún en los casos de algunas rosaceae, del almendro, del melocotonero, del cerezo, del peral, del manzano, etc. Existe un riesgo de subestimar la importancia de algunas de estas especies en los medios explotados. En Las Sillas, la vid, el olivar y la higuera se reconocen a la vez tanto por carbones de madera como por restos de frutas, sugiriendo la explotación local de estas especies. Por lo que se refiere al ciruelo, la identificación de las maderas al rango de especie es problemática (Schweingruber, 1990: 631); así, aunque teóricamente pueden encontrarse carbones de ciruelo entre los carbones identificados como Prunus sp., ningún elemento permite confirmar su cultivo. Ni los tipos de estos cultivos, el porte o la forma que se da a los árboles, ni los métodos de recolección pueden deducirse de los datos arqueobotánicos reunidos aquí. No obstante, se tendrá en cuenta el hecho de que la frecuencia de las maderas de frutales en los espectros antracológicos del yacimiento da prueba de un uso regular de los frutales como combustible (Ros, e. p.). Así, si la vegetación mediterránea dominada por los encinares, pinares y matorrales es la primera fuente de combustible, los residuos resultantes del mantenimiento de los frutales también parecen ocupar un lugar de primer orden entre los combustibles utilizados en la esfera doméstica. Solo el estudio de un mayor número de contextos y el análisis concienzudo de estos distintos tipos de frutales permitirán comprobar la frecuencia y las especificidades de esta práctica. Sin embargo, el tema permite plantear cuestiones sobre la gestión de los árboles frutales, de las huertas y del reparto de los recursos: ¿representan estos árboles posesiones individuales? Y en este caso, ¿los residuos de la poda eran directamente llevados por su dueño hacia su lugar de hábitat? ¿O se administraban de manera comunitaria, lo que permitía prever una gestión colectiva del recurso, a la vez frutal y combustible?

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Albalat Dentro de la gran diversidad de contextos estudiados en Albalat, nos ha parecido de especial interés presentar uno que, por su composición, permite plantear nuevas cuestiones relacionadas con el estatus y el papel de algunas plantas. Una planta de estatus ambiguo: la cizaña Durante la campaña de 2016, se detectó una concentración importante de semillas en un pequeño basurero vertido en la vía que discurre a lo largo de la cara interna de la muralla. La muestra realizada suministró 2.586 carporrestos, con una peculiar diversidad taxonómica. Se compone principalmente de granos de cizaña, acompañados por granos de cereales —trigo desnudo, cebada vestida, avena, centeno—, algunos elementos de raquis —trigo desnudo, centeno—, algunas frutas —pipas de uva, bellotas, fragmentos de huesos de almendra—, semillas de lino, guisantes, fenogreco, cilantro y malas hierbas —neguilla, gramíneas— (fig. 7). El porcentaje de la cizaña, que alcanza un 79% del total de los restos, resulta totalmente inusual. En efecto, esta planta arvense es generalmente escasa en las muestras carpológicas de cereales de la Europa occidental medieval. Esta alta proporción sugiere que quizá haya desempeñado un papel particular, por lo que era conveniente precisar la naturaleza de la muestra.

Figura 7: Composición taxonómica de la muestra UE 5458 de Albalat. Elaboración propia.

Nuestra primera hipótesis apuntaba a un subproducto del tratamiento de las cosechas de cereales. Durante el tratamiento, los elementos

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indeseables, como la paja y las semillas de malas hierbas, se evacuan por cribado (Hillman, 1984). No obstante, el hecho de que la muestra no contenga suficientes elementos de paja y semillas de malas hierbas permite excluir que se corresponda con un subproducto de cereales (Hillman, 1984). Además, la diversidad en malas hierbas es poco importante —seis taxones— en relación con lo que se esperaría de un subproducto de cosecha. Por eso, nos inclinamos más bien por unos desechos vinculados con la alimentación. A los granos limpios de cizaña y de cereales, listos para consumir, se añaden las semillas de otras plantas alimenticias —lino, guisante—, y de plantas que pueden ser utilizadas por sus calidades aromáticas, como el cilantro o el fenogreco. Si la cizaña tiene una relativa mala reputación para la alimentación humana,14 existen pruebas de su utilización en la cocina. En el siglo XX, los tuaregs la dejaban madurar en los campos de cebada, la cosechaban y hacían con ella una harina que reservaban a los invitados y a los niños (Comet, 1992: 290). Las fuentes textuales andalusíes no la mencionan entre las plantas alimentarias o cultivadas, pero en Francia los textos sí se refieren a su cultivo; su harina, mezclada con la de cebada, permitía suprimir su carácter nocivo y obtener un buen pan (Comet, 1992: 259). En el caso de Albalat, la cizaña podría haber tenido también un papel en la alimentación animal. Así pues, en Francia de nuevo, la planta entera se utilizó como forraje verde y sus granos, al igual que los de los cereales, se daban a los animales de corral (Comet, 1992: 290). Del mismo modo, el fenogreco también está documentado textualmente en al-Andalus como planta forrajera (Albertini, 2013). De momento la muestra de Albalat no permite apoyar una u otra de estas hipótesis. Sea como fuere, parece que la cizaña sí desempeñó un verdadero papel en la alimentación, y probablemente en la agricultura de este lugar. Queda ahora por definir si su presencia responde a su cultivo por sí sola o si estaba asociada al cultivo de otros cereales y cosechada de manera intencional.

SÍNTESIS A pesar de una conservación a veces desigual de los restos carpológicos y de su muy baja densidad en algunos contextos, el espectro agrohortícola obtenido permite sacar a la luz una información cualitativa inédita para el periodo islámico en estas regiones. Debido al carácter preliminar de nuestro estudio, intentaremos realizar una breve síntesis de los resultados

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obtenidos, situándolos en la medida de lo posible en el panorama más general de al-Andalus. Un patrimonio agrícola heredado de la Antigüedad Con respecto a las principales especies, la diversidad agrícola detectada en Albalat y Las Sillas es la misma que la explotada en el periodo antiguo, basada en la cebada, el trigo desnudo, el olivo y la vid, lo que sugiere un peso significativo de la herencia romana en las prácticas agrícolas de estas regiones. Hasta ahora, al igual que en otros yacimientos rurales y urbanos estudiados en otras zonas periféricas o de los márgenes de al-Andalus, no se ha descubierto ninguno de los cultivos fruto de la innovación agrícola árabe mencionados por los textos, tales como los cítricos, el arroz, el algodón, la caña de azúcar, las espinacas, las berenjenas, etc. En principio, esto podría sugerir que la agricultura «arabo-musulmana» no se extendió de manera uniforme en todo el Occidente islámico durante la Edad Media, y que pudo haberse limitado a tierras pertenecientes a la aristocracia urbana y a las grandes áreas de producciones especializadas, bien descritas por las fuentes textuales. La agricultura practicada en zonas rurales y periféricas, como pueden ser algunos territorios de la actual Extremadura o de Aragón, era, al menos antes del siglo XIII, muy similar a la que se documenta en el ámbito cristiano, tanto al norte como al sur de los Pirineos (por ejemplo, Ros et al., 2016). Se caracteriza por una base principal de cuatro taxones — cebada, trigo desnudo, olivar y vid—, el uso importante del centeno, de algunos cultivos de primavera —mijo, lino— y de árboles frutales. La utilización y el papel del centeno merecerían una mayor atención, especialmente respecto al estatuto de los yacimientos. Al parecer, este cereal está ausente de los corpus carpológicos de los centros urbanos de al-Andalus, pero ocupa un lugar de primer orden al lado de la cebada vestida en los contextos rurales. Gestión de los recursos y estatuto de los habitantes Una vez descrito y comentado el espectro agro-hortícola, el objetivo de nuestro estudio era poner de relieve prácticas agropastorales y paisajes explotados. Los análisis permitieron inferir la existencia de un policultivo basado en una apreciable diversidad de cereales, leguminosas, plantas oleosas, condimentarias y frutales. Los distintos productos y subproductos resultantes de estas producciones locales —granos, paja, frutas, residuos de poda de frutales— parecen ser directamente accesibles a los habitantes

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de los yacimientos y reutilizados en la esfera doméstica. Esto sugiere que los habitantes de Albalat y Las Sillas no eran simples consumidores, subsistiendo gracias a la compra, sino productores que cultivaban, trataban y consumían los productos y subproductos de sus cosechas. La utilización de distintas partes de las plantas (granos, tallos, raíces para los cereales/gramíneas, frutas y madera para los frutales) destaca una voluntad de optimizar los recursos. Por lo que se refiere a los cereales y a las gramíneas, la práctica del arranque en Las Sillas plantea la cuestión de la gestión del ganado. En efecto, el arranque íntegro de las plantas, incluyendo el tallo, impide el aprovechamiento de las rastrojeras, que permite una fertilización directa del campo. Es necesario prever en ese caso que el pastoreo del ganado se haya desarrollado en otros espacios —matorrales—, o que el ganado se alimentaba por forraje —¿mezcla mixta cereales, gramíneas y residuos vitícolas o de prensado?—. De ser así, el abono procedente de las zonas de estabulación se utilizaría, quizás, en la fertilización de los campos. No obstante, los datos son todavía demasiado preliminares como para confirmar una u otra de estas hipótesis.

CONCLUSIONES Si bien este trabajo ha permitido establecer con precisión una lista de taxones y poner en evidencia unas prácticas alimentarias y agrarias, se ha de insistir que ello fue gracias a la instauración de un protocolo de muestreo adaptado al análisis carpológico. Solo este método hace posible encontrar una diversidad taxonómica y representativa de distintos tipos de restos —simientes, elementos de raquis, raíces— que ofrecen información complementaria, tanto sobre las especies de plantas como sobre la praxis de la agricultura. Estos primeros datos, cualitativos y cuantitativos, permiten sacar a la luz una realidad agrícola bastante distinta de la que esperábamos, aunque confirman, en cierto modo, una tendencia que empezaba a vislumbrarse en otros asentamientos. Asimismo, la lista de las plantas explotadas es similar a la que se encuentra generalmente en los yacimientos romanos y cristianos medievales de la península. Si existe una influencia arabomusulmana sobre el espectro botánico y las prácticas agrarias, esta escapa de momento a nuestro análisis. No obstante, es necesario recordar que, según las fuentes escritas, la contribución árabe se manifestó a veces a través de la introducción en al-Andalus de nuevas variedades creadas en Oriente, como es el consabido caso de la granada safarī (Albertini, 2013:

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226; García Sánchez, 2011: 63). En muchos casos, el análisis carpológico no permite distinguir las plantas debajo de la especie, a nivel de la variedad. Por tanto, si existe una evolución o mejora de las variedades agrícolas cultivadas en el mundo rural a raíz de la expansión arabobereber, no sabemos aún percibirla a través de los restos arqueobotánicos. En el futuro, el desarrollo de estudios de morfometría geométrica sobre carporrestos de frutas podrá ayudar a aproximarse de forma más precisa a esta diversidad de la que se hace eco en los textos. Este tipo de análisis, ensayado sobre pepitas de uvas arqueológicas, ha permitido demostrar en Francia la explotación de la vid silvestre en época romana junto con otras variedades de uvas cultivadas como la clairette, el merlot, la mondeuse blanca, el pinot y el petit verdot (Bouby et al., 2013). Por otra parte, los carporrestos de Albalat y Las Sillas remiten, con la ayuda de las plantas adventicias, a una agricultura de secano basada en cereales, especialmente el trigo desnudo, la cebada vestida y el centeno. La gran innovación que representaría el regadío, asociada a la adaptación de nuevas especies, está ostensiblemente ausente en ambos yacimientos. Si en Las Sillas la arqueología no ha puesto en evidencia estructuras hidráulicas, la posibilidad de su existencia en Albalat debe contemplarse seriamente, debido a la aparición de escasos fragmentos de arcaduces — alejados de lo que sería su lugar de uso primario— y, sobre todo, a la proximidad del río que, por desgracia, ya no está accesible a la investigación arqueológica. Solo el lino, como planta textil, podría necesitar agua para su cultivo y ulterior tratamiento —maceración o enriado de los tallos, aunque en este caso no precisa del regadío. La continuación de este proyecto incluirá el análisis de gabinete de varios cientos de muestras recogidas durante las campañas siguientes, junto con la ampliación del muestreo sistemático en Albalat. El análisis de la distribución espacial de los restos se pondrá en marcha para tratar de identificar posibles espacios especializados, dedicados a actividades concretas, como sería el tratamiento de los cereales y las áreas de estabulación, y contrastarlos con los resultados ya facilitados por las excavaciones. También resultará interesante observar las ocurrencias y frecuencias de taxones por edificios para averiguar si existen unas diferencias en las costumbres alimentarias y el suministro de combustible en función de la categoría doméstica, artesanal o pública de los espacios y, más allá, interpretar sus eventuales significados socioeconómicos. De hecho, estos resultados preliminares plantean la cuestión del almacenamiento de los productos vegetales. Prácticamente ausentes en Albalat con solo tres silos para una veintena de edificios parcial o

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totalmente excavados —dejando abiertas otras modalidades de reserva—, los silos aparecen dentro de las estancias en el caso de Las Sillas (Sénac, 2009). El papel de estas estructuras documentadas necesitará ser discutido: ¿funcionaron de cara al almacenamiento de cereales, frutas, forraje, conservación de algunos alimentos o bebidas afectadas por el calor, etc.? Del mismo modo, los resultados carpológicos deberán ponerse en perspectiva con los datos obtenidos del resto de los análisis bioarqueológicos —antracológicos, palinológicos y arqueozoológicos— llevados a cabo en ambos yacimientos (Ros et al., 2018). Una visión global de las plantas y animales, haciéndose especial hincapié en la ganadería y en aquellas prácticas y terrenos más valorizados, ofrecerá una imagen más cercana y sutil de los sistemas agrarios existentes, a la vez que tendrá más fuerza para constatar posibles diferencias o semejanzas entre estas dos zonas fronterizas. Finalmente, queda por ampliar la escala del estudio para entender si semejante fenómeno, caracterizado por una lista de taxones similar a la que se registra en las zonas cristianas, así como por la importancia de los cultivos de secano y la ausencia de los cultivos de regadío, se observa con tanta fuerza en otros contextos rurales de la península ibérica y de Marruecos. Todavía faltan bases arqueobiológicas para evaluar el peso que pudieron tener tanto los factores ambientales —desde luego variables de un área a otra y ampliamente discutibles si se tiene en cuenta el hecho de que pueden superarse con diversas tecnologías—, como los factores socioculturales, económicos y cronológicos en las elecciones de ciertas prácticas agrarias.

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CNRS ISEM-UMR5554, Université de Montpellier, CNRS, IRD, EPHE. CNRS Ciham-UMR5648. 3 Université de Paris IV Sorbonne. 4 IRAMAT-Centre Ernest Babelon (UMR 5060, CNRS-Université d’Orléans). 5 Universitat Autònoma de Barcelona. 6 Este trabajo no va a ser la excepción que confirme la regla. 7 Entre los muchos trabajos que existen sobre estos temas, pueden consultarse las aportaciones de Carabaza Bravo y García Sánchez, 2001; García Sánchez, 1981-1982 y 1983-1986 y Álvarez de Morales, 2002, entre otros. 8 Sobre este tema véanse los balances historiográficos, por ejemplo, en Martín Civantos, 2011; Eiroa Rodríguez, 2010 o anteriormente en Bazzana et al., 2009 y Trillo San José, 2004. 9 Es de esperar que se multipliquen las dataciones de estas estructuras con métodos arqueométricos, como se ha probado recientemente en un qanat de Aragón (Bailiff et al., 2015). 10 Y a menudo sesgados debido a unos muestreos demasiado reducidos para ser representativos. 11 Para el caso de Extremadura, véase Fernández Pozo y García Navarro, 1999. 12 Véase el artículo de L. Peña-Chocarro et al. (2017), que ofrece un panorama general de los datos carpológicos para la Edad Media peninsular. 13 Siempre y cuando se admita la acepción de «balāṭ/vía», que se ha impuesto en la historiografía española desde finales del s. XIX, pero que fue puesta en tela de juicio por Ocaña Jiménez (1945). 14 Esta especie puede ser contaminada por una seta (Endoconidium temulentum) que produce un alcaloide, la temulina. Su consumo es tóxico para el hombre y el ganado, y puede, en ciertos casos, ser fatal, ya que afecta al sistema nervioso. 2

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USO Y CONSUMO DE ANIMALES EN EL SUR DE AL-ANDALUS: UNA PRIMERA APROXIMACIÓN A TRAVÉS DEL REGISTRO PALEOBIOLÓGICO Esteban García-Viñas,1 Eloísa Bernáldez Sánchez1 y LuisGethsemaní Pérez-Aguilar2 RESUMEN: Este trabajo comprende una recopilación de los datos arqueozoológicos publicados hasta el momento de yacimientos del Medievo islámico localizados en Andalucía. Tiene como objetivo comprobar el estado de la cuestión en este campo y tratar de definir los criterios arqueozoológicos que caracterizan los contextos arqueológicos andalusíes. A pesar de la escasez de publicaciones localizadas, solo un 7,8% del total de los yacimientos catalogados en Andalucía, y de la heterogeneidad en las dataciones y en las localizaciones geográficas, se han podido analizar aspectos relacionados con el manejo de las especies por parte de las comunidades andalusíes y sus preferencias alimentarias, que resultan haber estado muy definidas por las creencias religiosas de estos grupos humanos. PALABRAS CLAVE: paleobiología, arqueozoología, Edad Media, Andalucía, islam, al-Andalus. ABSTRACT: This paper includes a compilation of the archaeozoological data about archaeological sites of the Islamic Middle Ages located in Andalusia, that has already been published this far. Its goal is to check the advances of researches in this field and attempt to define the archaeozoological criteria that characterize the Andalusi archaeological records. In spite the scarcity of publications located, only a 7,8% of the total amount of archaeological sites inspected in Andalusia, and in spite the heterogeneous nature of datings and of the geographical locations, it has been possible to analyze aspects related with management of species by Andalusi communities and its feeding preferences, which result to be highly defined by the religious beliefs of these human groups. KEY WORDS: Paleobiology, Archaeozoology, Middle Ages, Andalusia, Islam, al-Andalus.

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INTRODUCCIÓN La paleobiología es la ciencia encargada del estudio de los restos fósiles de animales y vegetales, así como de las relaciones existentes entre ellos y con el medio. Uno de estos animales es el ser humano, que a partir de la domesticación de otras especies ha experimentado un desarrollo exponencial de sus sociedades, afectando de manera drástica al ecosistema. Nuestro equipo de investigación centra su labor en el análisis de los restos faunísticos registrados en yacimientos arqueológicos de los últimos 11 000 años con un objetivo antropológico: conocer a los seres humanos a partir de su basura y analizar su evolución a través de la historia. Si bien es cierto que la paleobiología (o arqueozoología) experimentó un importante auge a finales de los años 60 en el panorama internacional (Butzer, 2007), en España no comenzaron a formarse los primeros grupos de especialistas hasta la década de los 70 (Morales, 2002) y en Andalucía hasta los 80 (Riquelme, 2013a). Actualmente, en esta Comunidad Autónoma la cantidad de estudios paleobiológicos realizados es escasa (Bernáldez y Bernáldez, 1998), no pudiéndose observar ningún desarrollo relevante de dicha disciplina durante los últimos tiempos en función de la proporción de análisis de yacimientos de la prehistoria reciente (García-Viñas et al., 2014), que es uno de los periodos históricos que mayor número de estudios arqueozoológicos presenta (Morales, 2002). Los resultados obtenidos en un estudio bibliométrico sobre el número de publicaciones de arqueozoología de yacimientos de la prehistoria reciente andaluza (García-Viñas y Bernáldez, 2013) parecen ser similares a los obtenidos para los yacimientos del Medievo islámico en el territorio andaluz. Para este último periodo histórico hemos localizado 20 publicaciones (21 yacimientos) con estudios faunísticos (tab. 1), siendo 269 el total de yacimientos catalogados (según el sistema de Información del Patrimonio Histórico Andaluz a 22 de octubre de 2015). Es decir, solo un 7,8% de los yacimientos presentan estudios paleobiológicos publicados (fig. 1), lo que supone una gran pérdida de información. A nivel peninsular también puede observarse el escaso número de estudios zooarqueológicos de yacimientos excavados de época medieval, aunque parece que el número de éstos ha crecido en las últimas décadas (GrauSologestoa y García-García, 2018). Tabla 1: Relación de estudios arqueozoológicos publicados de yacimientos del Medievo islámico en Andalucía. Elaboración propia.

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Figura 1: Proporción de estudios paleobiológicos publicados en relación con el total de yacimientos arqueológicos intervenidos en cada uno de los periodos. Como puede apreciarse, la pérdida de información paleobiológica es muy alta. El estudio bibliométrico se hizo en el año 2015. Elaboración propia.

En este trabajo hemos realizado un análisis de los datos de estas 20 publicaciones para tratar de aportar una visión integral del Medievo islámico a partir del registro arqueológico orgánico e intentar detectar, si las hubiera, tendencias o características útiles para explicar algunos aspectos de la cultura andalusí.

METODOLOGÍA En este estudio hemos recopilado datos de 21 yacimientos arqueológicos repartidos por todo el territorio andaluz y datados entre los siglos VIII y XV (tab.1). Este escaso número de yacimientos, heterogéneamente distribuidos tanto en el tiempo como en el espacio, hace que los resultados que se expongan en este trabajo deban tomarse solo como una aproximación a las cuestiones que se irán planteando. De estos 21 yacimientos, dos no han sido incluidos en el análisis faunístico por no presentar datos numéricos: la Casa de Yacfar y las viviendas de servicio en Madīnat al-Zahrāʼ (Córdoba), y La Mesa (Chiclana de la Frontera, Cádiz) (Agüera et al., 2005; Cáceres, 1999). De los restantes 19 sitios arqueológicos hemos contabilizado los datos de 22 estratos identificados como islámicos, ya que se han registrado 17 yacimientos con un solo estrato, uno con tres depósitos de distinta datación (Alcazaba de Almería) (Garrido-García, 2011) y otro con dos estratos diferentes (Patio de Banderas de Sevilla) (Bernáldez et al., 2015).

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Cuantificación de datos: NR vs. NMI En los estudios arqueozoológicos dos de las principales magnitudes de cuantificación del material son el número de restos (NR) y el número mínimo de individuos (NMI). La primera de estas magnitudes puede verse modificada por el grado de fragmentación de los elementos del depósito, pudiéndose llegar a una sobreestimación de la presencia real de unas especies sobre otras. Además, hay que tener en cuenta que no todas las especies presentan el mismo número de huesos en el esqueleto (Bernáldez, 1996), por lo que desde el inicio un suido (269 huesos) tendría una mayor representación en huesos que un caballo (199 huesos). Por estos motivos, nuestro equipo de investigación contempla NR como una magnitud de conservación más que como una magnitud de acumulación. Por otro lado, el NMI, que se calcula utilizando NR por especies y teniendo en cuenta la lateralidad, la edad, el sexo y la biometría, también presenta sus inconvenientes, ya que con él se puede infravalorar o supravalorar el número de individuos real. No obstante, Marshall y Pilgram (1993) recomiendan utilizar NMI cuando se quiere utilizar estadística inferencial, ya que NR puede inflar la significación estadística. En este caso, utilizaremos tanto NR como NMI para tratar de responder las diferentes cuestiones que se irán planteando, ya que el NMI aparece citado únicamente en 14 estratos de todas las publicaciones registradas. Potencialidad fósil Otra de las cuestiones metodológicas que se deben citar previamente al análisis de los datos recopilados es la infrarrepresentación en las tanatocenosis de especies animales cuyos adultos tengan menos de 50 kg de masa corporal (Behrensmeyer y Boaz, 1980; Bernáldez, 2002, 2009, 2011). Aunque de manera natural la capacidad de carga de un ecosistema hace que el número de animales pequeños sea superior al de animales grandes, la potencialidad fósil de estos últimos es mayor. De modo que son los ejemplares con más de 50 kg de masa corporal los mejor representados en los yacimientos. De hecho, son los únicos que pueden representar a la comunidad de la que provienen los restos. Para poder explicar esta cuestión citamos a continuación un estudio de Bernáldez (2009, 2011) en la Estación Biológica de Doñana sobre la tanatocenosis de conejos y vacas. Partiendo de una población de 14 000 individuos de conejos y 170 de vacas, el estudio de la tanatocenosis llevado a cabo en ese mismo momento registró cuatro cadáveres de conejo frente a 31 de

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vacas. Es decir, la posibilidad de localizar restos de conejo potencialmente fosilizables en la superficie de Doñana era 8 veces menor que la de vaca, aun siendo la población de estas últimas 100 veces menor que la de conejos. Además, dentro del grupo de especies con más de 50 kg de masa corporal, los más numerosos en la comunidad aparecen mejor representados en la tanatocenosis y posiblemente en la tafocenosis (Bernáldez, 2011). Por último, hay que tener en cuenta que, en los depósitos cuyo agente de formación es el humano, las costumbres tróficas están determinadas por las preferencias de consumo, las creencias religiosas y el medio en el que desarrolle su actividad. En este caso hay que prestar atención tanto a los preceptos enunciados en el Corán como a los dispuestos en los hadices. Atendiendo a ambas fuentes de información Morales et al. (2011) llevaron a cabo una categorización de los diferentes grupos animales tipificados que, salvando excepciones, son los que van a servir de referencia para este trabajo: ḥalāl (lícitos), ḥarām (ilícitos) o makrūh (desaconsejables) (tab. 2). No obstante, tal y como estos autores indican, debe señalarse que la amplia mayoría de musulmanes vienen a coincidir en las listas de alimentos ḥalāl y ḥarām; sin embargo, existen divergencias para la tercera categoría (makrūh). Estas dependen tanto de las escuelas jurídicas que interpretan los textos sagrados para regular la vida cotidiana, como de las regiones geográficas en las que nos situemos o de las que provengan los distintos grupos de musulmanes que ocupan una región en particular (Morales et al., 2011: 304-305). En razón de ello, la tercera columna de la tab. 2 debe ser considerada con cierta flexibilidad. Tabla 2: Relación de alimentos permitidos, prohibidos y desaconsejados por la religión islámica. A partir de A. Morales et al. (2011: 305).

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EL

REGISTRO FAUNÍSTICO EN LOS YACIMIENTOS ANDALUCES. IMPORTANCIA DE LA GANADERÍA El registro faunístico de los estratos datados en el Medievo islámico suma más de 20 000 restos3 y 634 individuos de, al menos, 61 especies de vertebrados. Además, hay constancia de la presencia de restos de dromedario en otros yacimientos que certifican un consumo no cotidiano de esta especie (Riquelme, 2013b).4 De todos los restos óseos cabe destacar que el porcentaje que pertenece a especies con ejemplares adultos con más de 50 kg, es decir, aquellas que presentan una mayor potencialidad fósil, es del 78% (Bernáldez, 2011). Además, el 84% de los restos óseos corresponden a animales domésticos, siendo los caprinos (ovejas y cabras) los más abundantes según NMI, con un 66% del total de animales domésticos (fig. 2), seguidos de gallinas (15%), bovinos (12%), equinos (2%), perros (2%), gatos (2%) y suidos (1%). Estas proporciones están en consonancia con las que presentan de manera general otros yacimientos coetáneos de la península ibérica, donde los caprinos suponen en valores medios entre el 80% y el 90% de los restos, los bovinos entre el 9% y el 17% y los suidos entre el 1% y el 3% (valores calculados solo con los datos de esas tres especies) (Moreno-García, 2013).

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Figura 2: Proporciones totales en NMI de especies domésticas. Con un 66% destaca el número de caprinos frente al del resto de especies, si bien es cierto que es remarcable el porcentaje obtenido para las gallinas, ya que son la segunda especie en importancia aun teniendo una potencialidad fósil muy baja en función de su masa corporal. Elaboración propia.

Es destacable el número de gallinas (Gallus domesticus) registradas en los yacimientos; en contraposición se encuentran los valores calculados para caballos, perros, gatos y cerdos, unas especies ḥarām o makrūh (tab. 2) que se tratarán individualmente más adelante.5 La proporción de gallinas registradas indicaría un elevado consumo de esta especie, como ocurre en las comunidades islámicas actuales de El Cairo (Lewicka, 2011), probablemente muy superior al de caprinos, ya que es una especie que se puede criar fácilmente y sin mucho coste. Podría servir de ejemplo un estudio etnológico (Gómez, 2005) sobre la ganadería tradicional en los años 40 llevado a cabo en el municipio de Torrelacárcel (Teruel) porque, aun siendo un periodo histórico y una cultura distinta, el tipo de ecosistema y los balances energéticos por los que el ser humano se regía para seleccionar las especies destinadas a la cría y consumo son muy parecidos (si dejamos a un lado las prohibiciones particulares del islam). Dicho análisis deja patente que las especies con un tipo de reproducción r, como conejos, palomas y gallinas, son las que se utilizaban para el sustento cotidiano de carne y huevos.6 Volviendo a nuestro tema de estudio, podríamos decir que las especies pecuarias más importantes junto a las gallinas son los caprinos y los

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bovinos, aun teniendo estos últimos menos interés para el consumo que los caprinos en época andalusí (Moreno García, 2013; García-García y Moreno García, 2018). De hecho, la importancia de estos taxones se refleja en los análisis biométricos, ya que estas especies experimentan un aumento de talla en el periodo islámico con respecto a etapas históricas anteriores, tanto en el sur de España (Bernáldez et al., 2013), como en Portugal (Davis et al., 2013). Estos resultados dejarían patente un tipo de gestión ganadera dirigida a aumentar el tamaño del ganado y que probablemente estuviera influenciada por la introducción de nuevas razas (Davis, 2008). Además, estas especies aparecen representadas en todos los yacimientos estudiados,7 sin que hayamos detectado ninguna tendencia diacrónica en la acumulación de restos o individuos (figs. 3 y 4). Sin embargo, sí parece darse una correlación negativa entre la representación de bovinos frente a caprinos en un mismo depósito (fig. 5), siendo el número de bovinos superior al de caprinos en los yacimientos localizados en las actuales provincias de Huelva y Sevilla (figs. 3 y 4). Concretamente, los yacimientos estudiados en esas provincias se localizan en zonas de vega, un ecosistema de pastos idóneo para la cría del ganado vacuno. No obstante, habría que valorar si la mayor presencia de ganado vacuno se corresponde con asentamientos agropecuarios de carácter sedentario, como ocurre en otras áreas de al-Andalus (MorenoGarcía, 2013).

Figura 3: Proporción de restos de caprinos en relación al conjunto de especies con más de 50 kg de masa corporal. Además de ser el grupo faunístico mejor representado en NMI, su importancia se refleja en el NR registrado en cada uno de los estratos analizados. Elaboración propia.

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Figura 4: Proporción de restos de bovinos en relación al conjunto de especies con más de 50 kg de masa corporal. La presencia de la misma en todos los estratos analizados, salvo en el datado entre los siglos XI y XII de la alcazaba de Almería, constata la importancia de esta especie en el periodo andalusí. Elaboración propia.

Figura 5: La proporción de restos de bovinos y caprinos presenta una correlación negativa significativa (Correlación de Pearson: r = -0.676; sig. < 0.001). Elaboración propia.

La predilección por el consumo de estas especies animales en alAndalus tiene su correspondencia con lo que ocurre en otras partes del mundo islámico medieval. En la ciudad de El Cairo (Egipto) la carne más apreciada y costosa a partir de la conquista árabe fue la de cordero, es decir, la cría de la oveja. Si bien esta no estaba exclusivamente reservada para las mesas de la élite, tampoco formaba parte de la dieta cotidiana del cairota medio (Lewicka, 2011: 183-184). El grueso de la sociedad demandaba de forma habitual carnes de ave: palomas, gorriones, codornices, perdices, etc., pero muy especialmente la de pollo o gallina,

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especie de la que además se aprovechaban sus huevos (Lewicka, 2011: 198-207). A la alta demanda de carne aviar le seguía la caprina y la bovina, animales de los que se obtenía también leche para beber o para preparar quesos, cuajadas o yogures (Lewicka, 2011: 174-176, 182-183 y 235).

REFLEJO DE LA ACTIVIDAD CINEGÉTICA. EL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DEL CERRO DE SAN JUAN En el registro paleobiológico, los ciervos y los conejos son las especies silvestres mejor representadas en la mayor parte de los yacimientos andaluces (Bernáldez, 2009), si bien es cierto que la presencia de este lagomorfo (conejo) en algunos casos podría deberse a una intrusión natural o una alteración estratigráfica posdeposicional. En general, el porcentaje de restos de especies silvestres contabilizados es del 16% del total de huesos computado. No obstante, este valor difiere en cada uno de los yacimientos estudiados, siendo siempre inferior al 30% con las excepciones de Saltés (Huelva) y del cerro de San Juan (Coria del Río, Sevilla). En el primer caso se registra un 69% de restos de especies silvestres, del cual, el 80% son peces, algo justificado por su localización costera. En el segundo caso, el cerro de San Juan, el buen estado de conservación del estrato arqueológico ha permitido documentar un 82% de restos pertenecientes a especies silvestres. Dentro de este porcentaje destacan especialmente las aves (42%), los galápagos (38%) y los peces (12%). Estos últimos grupos suelen registrarse en los yacimientos arqueológicos de manera reducida, algo esperable en función de los procesos tafonómicos, aunque este dato no tiene por qué estar relacionado con la menor importancia de estos grupos zoológicos en la alimentación humana. De hecho, en ciudades como Bagdad o El Cairo medieval los mercados estaban altamente abastecidos de diferentes tipos de pescados, siendo una de las principales fuentes de aprovisionamiento de proteínas y de grasas de origen animal para los sectores sociales más humildes. Tan relevante debió de ser el comercio de pescado que constituía una importante vía de ingresos para el Estado, gravándose tanto la actividad pesquera como la compraventa del producto (Lewicka, 2011: 209-212). En al-Andalus esta significancia debió de ser más o menos parecida, conociéndose activas industrias pesqueras en el actual litoral mediterráneo andaluz, e incluso la llegada de pescado salado a puntos del interior como Calatrava la Vieja, en Ciudad Real (García-Contreras, 2012: 146). También existieron gravámenes

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sobre las cargas de pescado, como, por ejemplo, fue el tigual, un impuesto que se cobraba en Granada en época nazarí al pescado procedente del litoral malagueño y gibraltareño (Domínguez, 2006: 104). El yacimiento arqueológico del cerro de San Juan presenta una secuencia estratigráfica que va desde la Edad del Cobre al Medievo islámico (s. XII) (Escacena e Izquierdo, 1999). De este último periodo se excavó un pozo de 2,7 m3 en el que se documentó un conjunto de 728 restos faunísticos (223 de ellos indeterminados) pertenecientes a 46 individuos de al menos 23 especies (García-Viñas et al., 2018). Además de las especies domésticas (dos Bos taurus, un Equus caballus, dos Sus scrofa/S. domesticus, cuatro Ovis aries/Capra hircus y siete Gallus domesticus), el registro de especies silvestres es muy elevado, ya que representa el 82% de los restos determinados y el 79% de los individuos (un Cervus elaphus, tres Oryctolagus cuniculus, siete galápagos leprosos (Mauremys leprosa, fig. 6), cuatro barbos (Barbus sp.), un esturión (Acipenser sturio/A. nacarii), dos corvinas (Argirosomus regius), una raya (Dasyatis pastinaca), una morena (Muraena helena), un serránido, un teleósteo, un ánsar común (Anser anser), una cigüeña blanca (Ciconia ciconia), un águila imperial (Aquila adalberti), dos ánades azulones (Anas platyrhynchos), una focha común (Fúlica atra), una cerceta común (Anas crecca) y una avutarda común (Otis tarda).

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Figura 6: Restos de galápago leproso (Mauremys leprosa) registrados en el yacimiento del cerro de San Juan de Coria del Río (Sevilla). Algunos de los restos presentan termoalteraciones que podrían indicar el consumo de dichos ejemplares. Imagen: Laboratorio de Paleobiología del IAPH.

En este depósito destaca la presencia de ejemplares con menos de 50 kg de masa corporal, ya que suman en torno al 50% de los elementos analizados. Este hecho, unido al buen estado de conservación de los tafones a nivel macroscópico, confirma lo excepcional de este hallazgo, que puede ser utilizado como referente para esta cultura en el entorno de las marismas del Guadalquivir en lo que respecta al registro faunístico. De hecho, la mayor parte de las especies silvestres son propias del ambiente estuarino en el que se localizaba el asentamiento andalusí de Coria, quedando patente el aprovechamiento de la riqueza faunística del hábitat marismeño en la subsistencia de las poblaciones humanas.

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Por último, en lo que respecta al aprovechamiento de fauna silvestre cabe destacar el escaso registro malacológico en los estratos de época islámica, limitándose a especies y acumulaciones no relacionadas con el consumo humano. Una excepción localizada en el estudio bibliométrico es el caso del yacimiento de La Almagra (Huelva) (Bernáldez y Bernáldez, 2005), en el que se describieron, entre otros depósitos, acumulaciones de moluscos que fueron consumidos. Estas estaban compuestas por 1 333 ejemplares de navajas (géneros Solen y Ensis), 133 de Ruditapes decussatus, 191 de Cerastoderma edulis y 4 105 de Theba pisana pisana. Por lo tanto, existe al menos una evidencia del aprovechamiento alimenticio de moluscos en el periodo islámico, tratándose de un grupo de animales cuyo consumo en principio es lícito para la religión islámica. La ausencia de evidencias de consumo de moluscos en el resto de yacimientos podría ser una huella identitaria de los grupos islámicos andalusíes. No obstante, la escasez de evidencias similares en nuestro análisis podría aumentar la probabilidad de que dicho registro pudiera adjudicarse a comunidades mozárabes. Esperamos disponer de un mayor número de evidencias en el futuro que nos permita verificar o descartar alguna de esta hipótesis.

HUELLAS DE IDENTIDAD REGISTRADAS EN LOS BASUREROS La llegada del islam a la península ibérica ha sido un tema de candente discusión entre los especialistas. Mientras que algunos han defendido tesis rupturistas entre las tradiciones culturales tardoantiguas y las andalusíes, otros han tratado de sostener postulados más o menos continuistas. Una tercera línea interpretativa viene a plantear que ni todo fue ruptura ni todo continuidad, habiendo elementos que experimentaron una rápida transformación y/o sustitución y otros que mutarían más lentamente. Sea como fuere, al menos en el registro paleofaunístico documentado en los distintos basureros estudiados, sí se detectan algunas particularidades en cuanto a las pautas de alimentación y consumo. Representación de caprinos y bovinos en los basureros Según un estudio de Bernáldez y Bernáldez (2003), la diferencia entre varios depósitos del Medievo islámico y de la Edad Moderna localizados en la ciudad de Sevilla no se encuentra en la representación de suidos, como cabría esperar, sino en la proporción de individuos de caprinos (y en algunos casos bovinos), que son siempre superiores en los depósitos

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datados en el periodo andalusí. Aunque las unidades empleadas en el análisis no son las mismas, esta tendencia se certifica para el caso de los caprinos en un estudio realizado con 29 muestras faunísticas de la península ibérica (Morales et al., 2011: 309), pero se invierte para el ganado vacuno, ya que es mayor la proporción de restos de esta especie en contextos cristianos, anteriores y posteriores a la etapa andalusí. De este mismo estudio se desprende que el valor medio de la proporción de suidos también es mayor en los estratos de los periodos cristianos. Por lo tanto, parece certificarse que la mayor cantidad de caprinos sí es un carácter diferenciador de los depósitos andalusíes, a pesar de que en un análisis llevado a cabo en la ciudad de Cádiz (Jiménez-Camino et al., 2010) las proporciones de NMI de caprinos y bovinos son semejantes entre yacimientos islámicos y bizantinos, si bien es cierto que los propios autores resaltan el carácter poco representativo de las muestras. Cohortes de edad del ganado sacrificado Otra de las características del registro arqueozoológico propia del Medievo islámico está relacionada con la edad de los ejemplares sacrificados, ya que los musulmanes tienen preferencia por la carne de animales jóvenes (Moreno-García, 2013; Morales et al., 2011: 309), aunque parece que esto solo estaba al alcance de las élites (García Sánchez, 1983-1986; García Sánchez, 1996). De hecho, según el tratado de medicina islámica de Ibn Ridwān son preferibles para el consumo los animales jóvenes que se alimentan de pastos adecuados y que están sanos (Lewicka, 2011). Esta tendencia ha podido ser comprobada a partir de la información de ocho yacimientos (tab. 3), en los que el número de ejemplares infantiles y juveniles supera en casi todos los casos al de adultos. No obstante, los datos son muy reducidos y sería necesario el análisis de más sitios arqueológicos para poder corroborar esta afirmación con garantías. Tabla 3: Cohortes de edad de los caprinos. Aunque los datos son escasos, parece apreciarse una preferencia por el sacrificio de animales jóvenes. Elaboración propia.

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Por tanto, y al menos para el sur de al-Andalus, las evidencias arqueozoológicas de las que disponemos nos permiten cuestionar o matizar lo planteado por especialistas de otras disciplinas, quienes han querido ver una preferencia por animales adultos, y a ser posible de machos, en lo que al consumo cárnico de caprinos se refiere (Ribagorda, 1999: 128). Restricciones en los textos religiosos y su reflejo en el registro orgánico Los estudios arqueozoológicos de periodos históricos cuentan con la posibilidad de contrastar sus resultados con lo recogido en los documentos escritos de la época sobre la vida cotidiana, la religión y pautas de consumo de carne. Para el periodo islámico contamos con el Corán, como fuente principal de la que emanan los hadices, y la Sunna, que indica pautas que el creyente musulmán debe seguir en relación al consumo de determinados animales. Siguiendo el trabajo de Morales et al. (2011: 305), los lagomorfos (conejos y liebres) documentados en los yacimientos andaluces podrían ser considerados especies makrūh (desaconsejables). No obstante, existen tradiciones dentro del islam que clasifican la carne de conejo como ḥalāl (permitida) y la de liebre como ḥarām (prohibida) o makrūh;8 mientras que otras, inspirándose tal vez en el Deuteronomio (14. 3-8), consideran ambos tipos de carne como ilícitos (vid. infra). Dentro de la muestra de sitios arqueológicos seleccionados destacan igualmente otras especies que son concebidas como ḥarām: el perro, el gato, los carnívoros silvestres, el burro, el cerdo, las rapaces y los quelonios. Cabe destacar la presencia de lagomorfos en casi todos los estratos, excepto en un nivel del Patio de Banderas (Sevilla) y en otro de la alcazaba de Almería. Por su parte, los quelonios (galápagos) se registran solo en tres sitios, destacando el material rescatado en el cerro de San

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Juan (Coria del Río, Sevilla), donde las marcas de termo-alteración podrían indicar que sirvieron como alimento (fig.6). En razón de ello, nos encontraríamos ante el incumplimiento de la prescripción religiosa, ante casos de consumo puntual por necesidad o ante desechos de la comunidad mozárabe. Mención aparte merece el caso relacionado con el consumo de caballo. Se han documentado restos de este taxón en nueve de los 22 estratos analizados. La unidad estratigráfica del cerro de la Virgen en Orce es la que mayor cantidad de huesos presenta entre las analizadas (Driesch, 1972). Pero solo en los yacimientos de Saltés en Huelva, de La Lonja en Motril y de la plaza de España de Granada se han registrado huesos con marcas de corte. Concretamente, en los dos últimos yacimientos se hallaron dos metatarsos cortados longitudinalmente. Estas huellas podrían ser indicativas del uso del caballo como alimento, aunque atendiendo a la forma del corte y al reducido número de evidencias, parece más probable que sean marcas de la utilización de dichos huesos como materia prima en la elaboración de objetos o para la extracción de láminas óseas (Moreno-García, 2013; Riquelme, 1995a). Morales et al. (2011: 305) incluyen de forma dubitativa al caballo dentro de la categoría makrūh. Sin embargo, existen diversas posturas dentro del mundo islámico respecto a este asunto (Ibn Rushd, trad. 2000: 569-570). La amplia mayoría de musulmanes considera la carne de caballo como un alimento lícito, y especialmente recomendado cuando se está enfermo.9 Sin embargo, contamos con una serie de juristas que han interpretado el consumo de caballo como algo abominable e ilícito. Tal fue el caso de Mālik Ibn Anas, fundador del mālikismo: Me relató Yahia, de Malik, que lo mejor que había escuchado acerca de los caballos, mulos y asnos es que no se comen; porque Allah sea bendito y ensalzado, dice: «Y los caballos, mulos y asnos para que los montéis y como adorno» [. . .] (Malik Ibn Anas, trad. 2009: 276).

Si tenemos en cuenta la gran influencia que en la Edad Media tuvo la escuela mālikí en al-Andalus, así como la parquedad de datos zooarqueológicos a los que nos hemos referido, resulta coherente pensar que en esta región del mundo islámico el consumo de caballo no formaba parte de la vida cotidiana de los musulmanes (fig. 2). Tal vez se considerase un producto ilícito o desaconsejable. A ello debemos sumar que la principal función de esta especie era su empleo como animal de carga y transporte, presentando una alta consideración social e incluso afectiva, empleándose por ejemplo como presente a la hora de hacer regalos (Ribagorda, 1999: 106-107 y 116-118; Delgado, 2007). Sin embargo, en otras regiones del mundo islámico como Egipto su consumo

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fue frecuente entre los mamelucos y otros sectores de la población (Lewicka, 2011: 175 y 179-180). Del resto de animales considerados ḥarām, solo los huesos de suido presentan huellas relacionadas con los procesos de preparación y consumo de la carne, por lo que la presencia de las demás especies tendría otras justificaciones. Los asnos, que aparecen en 9 estratos, serían animales de tiro y carga, mientras que perros y gatos, que se registran en 14 y 8 estratos respectivamente, acompañan a los humanos en su vida cotidiana. Asimismo, los restos de carnívoros y rapaces podrían ser, en algunos casos, deposiciones accidentales. El cerdo se cita en el Corán como inmundo, y los productos cárnicos derivados de él no deben comerse, al igual que pasa, entre otras cosas, con la carne mortecina y de todo animal sacrificado bajo la invocación de un nombre distinto al de Alá: Di: «En lo que se me ha revelado no encuentro nada que se prohíba comer, excepto carne mortecina, sangre derramada o carne de cerdo —que es una suciedad—, o aquello sobre lo que, por perversidad, se haya invocado en un nombre diferente del de Dios. Pero, quien se vea compelido por la necesidad —no por deseo ni afán de contravenir— [no peca]. . . Tu Señor es indulgente, misericordioso» (sura 6: 145) (Cortés, trad. 2009: 28).10

Esta especie es la más fuertemente rechazada por el islam. El debate existente entre los especialistas sobre la porcofobia en el mundo islámico no puede desvincularse del mismo fenómeno en el ámbito hebreo o judaico, ya que entronca con este. Tanto en la Torá como en el Tanaj, Yahveh describe a este animal en los mismos términos peyorativos a los que aludimos, prohibiendo su consumo: Nada abominable comerás. Estos son los animales que podéis comer: el buey, la oveja, la cabra, el ciervo, la gacela, el corzo, la cabra montés, el íbice, el antílope y el carnero montés. Y todo animal de pezuñas, que tiene hendidura de dos uñas, y que rumiare entre los animales, ese podéis comer. Pero estos no comeréis, entre los que rumian o entre los que tienen pezuña hendida: camello, liebre y conejo; porque rumian, mas no tienen pezuña hendida, serán inmundos; ni cerdo, porque tiene pezuña hendida, mas no rumia; os será inmundo. De la carne de estos no comeréis, ni tocaréis sus cuerpos muertos (Dt. 14. 3-8; RVR, 1960).11

La porcofobia a la que se alude se trata, por tanto, de un fenómeno sociocultural cuya razón debe explicarse. A día de hoy sigue sin haber consenso entre los diferentes tipos de especialistas, existiendo distintos enfoques interpretativos (Schmidt-Leukel, 2002). Grosso modo, las propuestas existentes pueden agruparse en torno a tres grandes bloques argumentativos, siendo los fieles de estas religiones más afines a los dos primeros.

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De un lado tenemos un modelo explicativo que podríamos definir de base taxonómica. De él son partidarios antropólogos como Douglas (1973: 77-81) o historiadores como Liverani (2004: 428). Estos autores entienden que los cerdos no encajan en los criterios clasificatorios que tenían los judíos a la hora de distinguir a las especies que podían conformar el ganado, las cuales tenían que cumplir dos condiciones: presentar pezuña hendida y ser rumiantes. Los cerdos, al participar de lo primero, pero no de lo segundo, debieron de considerarse una abominación respecto al sagrado orden del mundo, siendo impuros tanto para el sacrificio como para una alimentación profundamente ritualizada y cargada de simbolismo religioso. Esta idea del cerdo como ser abominable se percibe igualmente en el islam, reflejándose también en las distintas doctrinas del derecho. La escuela jurídica mālikí, quizás de las menos restrictivas, y que predominaba en al-Andalus, hace alusión a ello, tal y como se refleja en el siguiente hadiz: Y me relató Malik, de Yahia Ibn Sa’id, que ‘Isa Ibn Mariam encontró un cerdo en el camino, y le dijo: «Prosigue en paz», y le dijeron: «¿Le dices eso a un cerdo?» Y dijo ‘Isa: «Yo temo que mi lengua se acostumbre a pronunciar lo malo» (Malik Ibn Anas, trad. 2009: 569).

La idea general de este modelo consiste en rechazar aquellos animales cuya morfología los excluye del grupo lógico al que deberían pertenecer, pudiendo servir de ejemplo las aves que no vuelan, los peces sin escamas o los murciélagos. Sin embargo, es muy difícil contrastar históricamente la hipótesis taxonómica para explicar el origen de la porcofobia en el judaísmo y su posterior transmisión al mundo islámico. Igualmente complicada —por no decir imposible— es su verificación a través del registro arqueológico. Otra explicación es de naturaleza sanitaria. Fue propuesta ya por el médico y rabino Maimónides a finales del siglo XII. Según este, Dios había prohibido la ingesta del cerdo porque se trata de un animal sucio, que se alimenta de repugnantes sustancias y porque su carne es nociva para la salud, transmitiendo a las personas diferentes enfermedades —a día de hoy sabemos que uno de estos males es la triquinosis— (Maimónides, trad. 1947: 182). Sin embargo, el puerco no es el único animal doméstico que transmite enfermedades a los seres humanos. A modo de ejemplo, la consumición de bovinos y caprinos puede desencadenar epidemias de carbunco o ántrax, una de las enfermedades más graves históricamente conocidas. Si aplicamos el mismo criterio, también estos tipos de carnes deberían haber estado prohibidos en tales religiones para que la hipótesis sanitaria fuera realmente consistente.

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El modelo explicativo que aquí sostenemos es de corte ecológico. Este fue inicialmente propuesto por el antropólogo norteamericano Harris (2011a: 52-57; 2011b: 572). Desde dicho enfoque se justifica esta prohibición por las características etológicas propias de los suidos. Estos animales son omnívoros voraces, una condición que los convierte en competidores de los humanos por los recursos (Bernáldez, 2016). Además, requieren vivir en zonas relativamente húmedas y sombrías para regular su temperatura ya que, al tratarse de animales carentes de glándulas sudoríparas, necesitan constantemente fuentes de agua, las cuales pueden contaminar, o tierra encharcada para refrescarse. Por tanto, el tipo de hábitat que suelen ocupar los suidos se encuentra limitado a zonas muy concretas del Próximo Oriente Asiático, donde por lo general predomina un ambiente caluroso y árido, tanto en los lugares ocupados por los israelitas como por los árabes. A todo esto hay que añadirle el hecho de que la ganadería del cerdo es más costosa que la de otras especies, pues no es recurrente su empleo para la obtención de leche y productos lácteos, siendo igualmente complicado mover a las piaras a larga distancia por el territorio. Tampoco pueden emplearse como animales de carga o tracción. Por todas estas razones, la cría de cerdo suponía una inversión energética mayor que la energía que se obtenía a partir del consumo de su carne. Para evitar la tentación de su consumo se terminó prohibiendo, convirtiéndose en un tabú religioso que, además, dotaba a la comunidad de un rasgo de cohesión identitaria frente a otros grupos, hecho que tiene importantes ventajas evolutivas. Por ello algunos antropólogos, historiadores y arqueólogos han planteado que la porcofobia terminó convirtiéndose en un marcador étnico (cf. Harris, 2011a: 58; Harris, 2011b: 572; Liverani, 2004: 66; Finkelstein y Silbernman, 2003: 122-123), razón por la cual podría explicarse su perduración en la historia del pueblo judío y su extensión a lo largo y ancho del mundo islámico en la Edad Media. Los musulmanes fueron definiendo su identidad cultural en oposición a otros grupos que no asumían la predicación del profeta Muḥammad y el estilo de vida que este había recomendado a sus seguidores. Conforme el imperio islámico fue expandiéndose, entró en contacto con realidades socioculturales muy diferentes. Al-Andalus fue una tierra en la que la cría de cerdos era ecológicamente posible, pero el rechazo de su consumo por parte de los que profesaban el islam no dejaba de ser una forma más de marcar su identidad frente a los cristianos del norte y los mozárabes.12 Volviendo al análisis del registro paleobiológico, en 10 de los estratos analizados se detectan evidencias relativas al consumo de carne de suidos.

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Esto mismo sucede en otros yacimientos andalusíes de la península ibérica (Morales et al., 2011: 308; Moreno-García, 2013). Ello podría ser el resultado de un incumplimiento del dogma islámico, pero también podría justificarse en razón de otras posibilidades alternativas. En cuanto a la violación de los preceptos coránicos, algunos trabajos antiguos citaban ciertos ámbitos actuales del mundo islámico para ejemplificar la ruptura del tabú referente al consumo de carne de cerdo. Tal sería el caso del Kordofan, en el centro-sur de Sudán, donde se criaban cerdos por razones alimenticias (Ortiz, 1964-65: 25). Sin embargo, lejos de ser un incumplimiento de una norma islámica, este hecho constituía la mantención de una costumbre preislámica existente entre las tribus nuba de la zona. La etnografía del siglo XX ha permitido fasear la tasa de cambio respecto a esta costumbre alimenticia dentro del proceso de islamización. Concretamente, en la tribu de los miri, la porcofobia y la porcofilia coexistieron entre 1930 y 1972, año en el que murió el último de sus criadores de cerdos, siendo su piara sacrificada por el resto de la comunidad. A día de hoy los miri rehúsan consumir carne de cerdo, considerándose esto un digno mérito moral en la vida del buen musulmán (cf. Baumann, 1985: 160-164). En nuestra opinión, es posible que una parte de los restos de suidos documentados se deba a un incumplimiento de la norma, incluso es posible que en contextos paleoandalusíes (cerro de la Virgen) puedan estar asociados a un lento y complejo proceso de islamización de la población residente, como nos ilustra el paralelo etnográfico arriba citado. Sin embargo, esto no menoscaba ni resta importancia a explicaciones alternativas altamente probables, como a continuación detallaremos. La primera de ellas estaría relacionada con la población mozárabe, cuyos miembros, al ser cristianos, no tenían por qué cumplir la norma en determinadas circunstancias (Hernández, 2013: 246-247 y 265), ni siquiera cuando eran esclavos: «El musulmán no debe impedir que su esclavo cristiano beba vino, coma cerdo, que lo venda o que lo compre, ni que vaya a la iglesia» (Saḥnūn, 1905: 51).13 Como ya se ha dicho, la escuela jurídica predominante en al-Andalus fue la mālikí. Una de las versiones transmitidas del mālikismo fue la del medinés Ibn al-Mājišūn, cuyo conocimiento es posible gracias al polígrafo cordobés Ibn Ḥabīb, entre otros (García Sanjuán, 2013: 151).14 Este jurista diferencia en sus fetuas distintos tipos de territorios a partir del modus operandi por el que fueron sometidos y la naturaleza religiosa de sus ocupantes. En las zonas sometidas a través de pactos de capitulación y que pasaron a estar pobladas por musulmanes, los ḏimmíes

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—cristianos y judíos— no podían erigir nuevos edificios de culto, ni siquiera hacer reparaciones en los existentes, salvo especificación contraria en lo pactado. En cambio, en los espacios poblados exclusivamente por ḏimmíes se podía permitir la existencia tanto de nuevos edificios de culto como del tráfico de cerdos y vino (García Sanjuán, 2013: 151). Otra tradición jurídica más flexible a este respecto —e influyente en la escuela mālikí— es, por ejemplo, la fundamentada en Ibn cAbbās, de cuya exégesis se deriva que el vino y el cerdo estaban solo prohibidos en los barrios musulmanes (García Sanjuán, 2013: 143-144). Independientemente de qué interpretación jurídica tuviera más o menos pulso, al menos sabemos que en al-Andalus existía la casuística legal para que las comunidades mozárabes pudieran alimentarse de carne de puerco y vino. Si bien esta circunstancia podía restringirse a ciertas zonas de las ciudades o a tipos de asentamientos concretos, es de esperar que los desperdicios alimenticios de los mozárabes se mezclaran con los de los musulmanes en los muladares. De este modo, si los depósitos analizados contuvieran la basura de estos grupos de población, se podría justificar el consumo de cerdo sin atender a las restricciones religiosas de los textos sagrados. La segunda posibilidad se deriva del propio Corán, pues en diferentes aleyas se explicita que el musulmán puede consumir alimentos ilícitos en caso de una necesitad extrema.15 No obstante, es difícil pensar que la elevada proporción de restos de cerdo en ciertos depósitos de lugares y momentos distintos pueda justificarse de este modo (cerro de la Virgen, cerro de San Juan, La Almagra, La Moraleja o el cerro del Real).16 Más factible sería esta idea para lugares donde el porcentaje de restos de puerco resulta casi residual, pudiendo responder su consumo a episodios concretos donde urgía tal necesidad. Sabemos, por ejemplo, que el avance o la proximidad de las tropas cristianas hizo que determinados poblados rurales andalusíes se fortificaran e incluso erigieran torres (Martínez, 2003: 80-82). Esta situación se acentúa todavía más en relación con el sistema defensivo de la frontera, compuesto de atalayas y distintos tipos de complejos fortificados. Tal vez en estos contextos, donde la belicosidad resulta un hecho patente, ciertas comunidades rurales y urbanas se vieran forzadas u obligadas a consumir carne de cerdo en momentos puntuales. Tal pudo ser el caso de La Moraleda, La Lonja o Santa Isabel La Real. Por último, la tercera vía que contemplamos se deriva de considerar la dificultad taxonómica en la determinación arqueozoológica de cerdos y jabalíes. Sabemos, por ejemplo, que tanto la realeza como la nobleza

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andalusí practicaban la caza mayor de animales como el jabalí. Al tratarse de una actividad en cierto modo elitista, la presencia en contextos arqueológicos de huesos de suidos que respondiesen a esta razón no debería de ser excesivamente alta. Empero, esta afirmación tiene de momento un mero carácter hipotético y debe ser tomada con cautela, no siendo descartable el resto de posibilidades que hemos venido comentando. Esto es así no porque dudemos sobre la cacería de este animal, sino sobre su posterior consumo. En teoría, la carne de jabalí debió de tener la misma consideración que la de cerdo por las razones taxonómicas que se detallan en el Corán (vid. supra). Si bien la aristocracia cazaba jabalíes, ello no implicaba que forzosamente estos debieran consumirse. Pudo tratarse tan solo de una actividad cinegética propia de su estatus social. Perfectamente, las piezas podían ser abandonadas tras darles muerte, con lo que el aristócrata no solo reafirmaba su papel como cazador, sino también como hacedor de bien por librar al mundo de un animal peligroso y de tan negativa connotación en el islam. Esta noción aristocrática de la caza la vemos bien reflejada en las pinturas de una de las bóvedas laterales de la sala de los Reyes de la Alhambra de Granada, en la que unos caballeros cristianos y musulmanes tratan de llevar a cabo hazañas heroicas para enamorar a una dama. Entre estas acciones destaca una escena en la que el caballero musulmán ensarta con su lanza a la bestia (fig. 7) (Molina, 1967: 38).17

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Figura 7: Noble musulmán lanceando a un jabalí. Sala de los Reyes de la Alhambra (Granada). Imagen: Pérez Higuera (1994: 109).

Pero, como punto a favor, la hipótesis de la caza y consumo de jabalí cuenta con un estudio etnoarqueológico que se ha efectuado entre comunidades agropastoriles del Rif (Marruecos) (Moreno-García, 2004). Entre estos grupos solo las familias más ricas y religiosas declaran emplear la carne de jabalí para la alimentación de sus perros; las restantes familias, en cambio, afirman todo lo contrario, pues entienden que la prohibición de comer carne de cerdo no es extensible a la de jabalí siempre y cuando se atrape con trampas y sacrifique como es costumbre en el islam: guardando la orientación hacia La Meca, se degüella al animal en nombre de Dios hasta que este muere desangrado.18 A diferencia de las familias ricas, estas otras dejan solo los huesos a los perros (Moreno-García, 2004: 329-331). ¿Es posible que esta relajación

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de la norma ocurriese en al-Andalus entre las comunidades o familias más humildes? ¿Y entre aquellos grupos poblacionales de raigambre bereber? Creemos que estas posibilidades no son descabelladas y que solo investigaciones futuras podrían ayudar a despejar las dudas. Sin embargo, esto implicaría un consumo sociológicamente más extendido de esta especie, con lo que el porcentaje de huesos en el registro debería ser más alto y tales asentamientos tendrían que haber estado relativamente próximos a los ecosistemas que ocupa este suidos salvaje. Recientemente hemos podido constatar el consumo de suido en el asentamiento andalusí de la Cueva de la Dehesilla (Jerez de la Frontera), emplazado en la Sierra de Cádiz en un entorno de dehesa (García Rivero et al. 2018; Taylor et al. 2018). No obstante, aún debemos determinar en términos biométricos si tales restos pertenecen a jabalíes o más bien a cerdos. Confrontando todas estas variables y casuísticas, creemos haber puesto sobre la mesa dos asuntos de interés: la presencia de suidos en el registro arqueológico del Medievo islámico no tiene por qué indicar única y exclusivamente el incumplimiento de los preceptos religiosos por parte de los fieles, sino que podría tener justificaciones diferentes. De otro lado, y pese a la parquedad de datos con los que contamos, el análisis diacrónico de los suidos en los contextos arqueológicos analizados permite destacar, en términos generales, su bajo consumo en al-Andalus (fig. 8). Esta conclusión viene a coincidir con la aproximación indirecta que podemos hacer al asunto a través de textos como el tratado de ḥisba de Ibn cAbdūn (trad. 1992). En esta obra jurídica de época almorávide su autor expresa diferentes inquietudes relacionadas con el mal funcionamiento de la ciudad de Sevilla. Si bien el consumo de vino o asuntos relacionados con este ilícito producto aparecen reflejados en cinco ocasiones distintas a lo largo del compendio, en ningún momento se hace mención a problemáticas relacionadas con la carne de cerdo, por lo que se intuye que su consumo debió de ser tan insignificante que no constituyó una preocupación de primer orden. Lo mismo podría sostenerse para otras regiones del mundo islámico medieval. En el caso de El Cairo, el consumo de carne de puerco descendió notablemente tras la conquista árabe de Egipto. Sin embargo, no se trató de una imposición a rajatabla, sino de un proceso progresivo, pues todavía a la altura del siglo X ciertas fuentes informan sobre la existencia de piaras en el país del Nilo (Lewicka, 2011: 176-178).

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Figura 8: Proporción de restos de suidos en relación al conjunto de especies con más de 50 kg de masa corporal. Elaboración propia.

LA SALUBRIDAD A PARTIR DE LA ARQUEOZOOLOGÍA: EL EJEMPLO DE LA ZONA DE LA ALFARERÍA DE MÁLAGA (CALLE DOS ACERAS, Nº 42-48) En apartados anteriores ha quedado patente el papel que tiene la arqueozoología para ayudarnos a comprender tanto cuestiones culturales generales como la complejidad que presentan las sociedades humanas en lo referente al manejo de otras especies animales. Pero, además de aspectos de índole socioeconómica e incluso ideológica, el estudio de la fauna permite aproximarnos a una serie de variables relacionadas con las condiciones ambientales de los ecosistemas en los que las comunidades humanas desarrollaron su vida cotidiana. Suele ser común realizar análisis arqueométricos en huesos de humanos con el objetivo de detectar elementos relacionados con actividades potencialmente contaminantes, como la minería o la metalurgia (Martínez-García et al., 2005; Grattan et al., 2002). Sin embargo, hasta la fecha no ha sido común hacer este tipo de estudios con huesos de otras especies de animales. Afortunadamente, para el Medievo islámico del suroeste de la península ibérica se cuenta con el análisis aqueométrico de los restos de un asno (Equus asinus) localizado en el yacimiento de época nazarí de la calle Dos Aceras, número 42-48, de Málaga (López, 2010). Este contexto arqueológico se emplazaba en el arrabal de la Fontanella. Los referidos huesos se hallaron dentro de un horno alfarero junto con evidencias óseas

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de otras especies. Tales restos se corresponden con el esqueleto de un ejemplar completo sin huellas que indiquen su aprovechamiento cárnico. Probablemente fue abandonado allí tras su muerte. De este animal, que podría ser una hembra de entre 15 y 20 años y que probablemente sufría osteoporosis (Bernáldez y Gamero, 2010), se tomaron muestras de una tibia y un fémur para su análisis mediante la técnica PIXE (Emisión de Rayos X Inducida por Partículas) (García-Viñas et al., 2016). Los resultados obtenidos no reflejaron un episodio de bioacumulación de metales pesados, lo que indicaba que el animal no debió de vivir en la zona de producción alfarera, puesto que en el estudio del suelo se detectaron concentraciones de diversos metales (Ti, Cr, Mn, Fe, Cu, Zn, Sr), sobre todo de plomo (Pb). Este último elemento, junto al silicio (Si), se encuentra en todos los tipos de vidriados cerámicos, aumentando la cantidad de cobre (Cu) en los verdes, de estaño (Sn) en los blancos y de manganeso (Mn) en los negros (González et al., 1992). Con ello queda patente el nivel de polución presente en áreas productivas concretas de las ciudades islámicas, tal y como fue este complejo alfarero del entorno periurbano de Mālaqa. De ahí que este tipo de actividades artesanales se desarrollaran en zonas extraurbanas no solo durante el Medievo, sino también en las épocas antigua y moderna. Podríamos considerar la contaminación de las ciudades preindustriales como un gradiente distribuido de forma dispar, existiendo zonas más afectadas y otras de baja o nula polución. Además, las fuentes históricas y arqueológicas nos muestran la complejidad de los paisajes periurbanos, en los que coexistían no solo áreas industriales y arrabales, sino también cementerios y espacios agrícolas. El asno estudiado pudo usarse en distintos tipos de actividades, como, por ejemplo, el transporte, las tareas agrícolas o como animal de tiro en molinos de sangre. De lo que no hay duda es de que el entorno de trabajo en el que este animal se usaba no presentaba la misma tasa de contaminación que la del alfar. Sería necesario seguir investigando para conocer el verdadero impacto que estos vertidos contaminantes tuvieron en los humanos y en la comunidad faunística que cohabitaba con ellos.

ENSAYO DE SÍNTESIS El estado de la cuestión —en lo que a estudios arqueozoológicos de yacimientos andalusíes localizados en la actual Comunidad Autónoma de Andalucía— revela un panorama desalentador en lo que respecta a la cantidad de información disponible. Solo el 7,8% del total de sitios

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catalogados presentan estudios paleobiológicos publicados. Aun así, y teniendo en cuenta la heterogeneidad de los datos a nivel cronológico y geográfico, se han podido describir pautas características de la relación humano-fauna durante el periodo andalusí. En lo que respecta a la actividad pecuaria, queda patente la importancia del ganado caprino frente a los otros ungulados domésticos. Llama la atención la elevada proporción de gallinas halladas en los depósitos, sobre todo porque al ser aves de pequeño tamaño la potencialidad fósil de sus huesos es baja en cuanto a conservación; por tanto, su presencia real en la vida cotidiana de al-Andalus debió de ser aún mucho mayor. De ello se deduce que ambas especies —ovejas y gallinas— fueron muy apreciadas por la sociedad andalusí. Además, se ha podido constatar, a partir del análisis de los cohortes de edad de los caprinos, la preferencia que se tenía por los ejemplares juveniles en cuanto al consumo cárnico. Probablemente, esto se trate de una característica que podría diferenciar estos depósitos de aquellos formados en momentos anteriores y posteriores. En este sentido, cabría señalar que en los yacimientos analizados hay una casi total ausencia de evidencias sobre el consumo de moluscos. Este otro rasgo podría acabar conformándose como otro bioindicador de la cultura islámica andalusí, pasando algo semejante con el consumo de carne de caballo. Un bioindicador lógico de la cultura islámica, como sería la ausencia de restos de suidos en los depósitos, no parece cumplirse en todos los basureros analizados. Entendemos que el consumo de carne de suidos podría quedar justificado por alguna o varias de las razones que ya hemos ido argumentando, como la presencia de población mozárabe o cierta relajación de las normas culinarias entre pobladores de origen norteafricano —tal y como permiten apuntar recientes estudios etnoarqueológicos—, quienes acostumbran no a comer cerdo, pero sí carne de jabalí procedente de actividades cinegéticas. Otra posibilidad es que su caza se vinculara, en algunos casos, con las prácticas cinegéticas de la élite, no orientándose tanto al consumo como con una cuestión de carácter simbólico, ideológico e incluso de estatus social. De hecho, sabemos que en la actual Marruecos, cuando una familia rica procede a la caza de un jabalí, lo utiliza para dar de comer a los perros, algo que contrasta radicalmente con el uso alimentario del que participan los grupos más humildes de la sociedad. Finalmente, creemos haber dejado patente en este trabajo la importancia que tiene la paleobiología en la investigación arqueológica, no solo para comprender asuntos de índole socioeconómica e ideológica,

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sino incluso porque nos ofrece una serie de proxies que permiten aproximarnos a cómo fueron las relaciones humanas con el medio. Respecto a esto último, en la actualidad se están desarrollando nuevas líneas de investigación genéticas y físico-químicas encaminadas a aportar información más allá de la visible a nivel macroscópico.

AGRADECIMIENTOS Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de Excelencia «Nuevo enfoque técnico-metodológico para la conservación y conocimiento del patrimonio arqueológico orgánico: Paleobiología, ADN antiguo y análisis físico-químicos», financiado por la Junta de Andalucía. Aprovechamos igualmente la ocasión para dar las gracias tanto a Hajar El Bouaichi como a nuestro informante marroquí anónimo por habernos proporcionado información de carácter etnográfico sobre las comunidades a las que pertenecen. Asimismo, queremos agradecer al equipo del Laboratorio de Arqueociências (Direção Geral do Património Cultural, Lisboa, Portugal) su ayuda en la determinación de los peces y aves hallados en el yacimiento del Cerro de San Juan (Coria del Río, Sevilla).

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Laboratorio de Paleontología y Paleobiología. Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. Contratado Juan de la Cierva-Formación. Instituto de Arqueología de Mérida (CSIC-Junta de Extremadura). 2

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Se habla de más de 20 000 restos porque no se cuenta con los datos numéricos de restos indeterminados de todos los yacimientos. 4 En cambio, se sabe que el consumo de carne de camello árabe o dromedario fue valorado en ciertas ciudades del Mediterráneo oriental, como El Cairo medieval. Dependiendo del tratadista y del momento histórico, aquella era equiparada con la carne de oveja, búfalo, cabra, caballo, burro e incluso con la de cordero (Lewicka, 2011: 174-175 y 179-180). A día de hoy los saharauis creen que la leche, la carne y la grasa de camello presenta propiedades medicinales contra la hepatitis, la diabetes, distintos trastornos digestivos, catarros y dolor de oídos, siendo también su grasa empleada en la elaboración de ungüentos para la cicatrización de heridas (cf. Barrera et al., 2007: 21, 41 y 49). 5 El caso concreto del caballo presenta cierta problemática, como posteriormente se verá, pues si bien algunos musulmanes lo consideran un alimento lícito, otros lo incluyen dentro de la categoría de ilícitos. 6 Las especies de seres vivos que presentan un tipo de reproducción r se caracterizan por su alta tasa de replicación, por la escasa cantidad de energía invertida en la mantención de la descendencia y la baja tasa de supervivencia de esta. Sobre este tema véase Livi-Bacci, 2009: 1314. 7 Con la excepción de ganado vacuno en el yacimiento de la alcazaba de Almería. 8 Así nos informan dos individuos de origen marroquí respecto a este asunto. Uno de ellos, anónimo, pertenece a la ciudad de Uchda, en el noreste de Marruecos, en la frontera con Argelia, mientras que Hajar El Bouaichi es originaria de Settat, al noroeste del país. 9 Debemos nuevamente este dato a nuestros informantes marroquíes de las ciudades de Uchda y Settat. 10 La nota entre corchetes es nuestra, y se ha efectuado por razones aclaratorias sobre la base de lo expresado en la sura 2: 173. Otras aleyas en las que aparecen referencias al consumo de puerco son: 2: 173, 5: 3 y 16: 115. 11 Otros pasajes donde la figura del cerdo presenta una connotación negativa pueden encontrarse en Lv. 11. 4-8, Is. 65. 1-4, Is. 66. 1-4 e Is. 66. 16-17. 12 El proceso de conformación identitaria tiene igualmente su reflejo en otras conductas con proyección religiosa, tal y como ocurre en el ámbito de las creencias y rituales funerarios islámicos. Para ello véase Pérez-Aguilar, 2015. 13 Tomado de Hernández, 2013: 249. 14 Su obra al-Wāḍiḥa, fechada aproximadamente a mediados del siglo IX d. C., constituye la fuente más antigua que a día de hoy disponemos para evaluar la influencia del mālikismo de Ibn al-Mājišūn en la península ibérica. Véase: García Sanjuán, 2013: 149-150. 15 Véanse las siguientes aleyas del Corán: 2: 173; 5: 3; 6: 145 y 16: 115. 16 Se ha tomado la decisión metodológica de englobar dentro de esta categoría aquellos lugares donde la presencia de cerdo equivale o supera el 5% de los restos arqueozoológicos. Por tanto, por debajo de este porcentaje el consumo de cerdo se sobreentiende puntual y episódico. Esta decisión se fundamenta en el hecho de que, precisamente por tratarse de un tipo de alimento que está prohibido, un 5% podría representar una tasa de consumo relevante que debe explicarse en función de otras razones, como por ejemplo la presencia de una comunidad mozárabe o el incumplimiento constante de la prohibición. 17 Estas pinturas se hicieron bajo el mandato de Muhammad V, vasallo de Pedro I de Castilla. En ellas se refleja tanto el estilo gótico del momento como la influencia de la mentalidad nobiliar cristiana sobre la aristocracia nazarita. Véase: Vallejo, 2014: 39-40. 18 De diversos hadices se desprende que en principio el musulmán debe negarse a consumir carne de caza. Solo le es lícito comerla cuando el animal ha sido alcanzado con una flecha, lanza o algún tipo de trampa o estrategia de acorralamiento, de tal forma que se le atrape sin causársele la muerte para luego ser sacrificado mediante degollación en nombre de Alá. Solo ante una situación se permite la ingesta de un animal muerto durante la cacería: cuando ha sido matado con perros adiestrados o aves rapaces. Cf. Malik Ibn Anas, trad. 2009: 274-275.

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LA MINERÍA METÁLICA EN AL-ANDALUS Juan Aurelio Pérez Macías1

RESUMEN: En este trabajo se estudia la minería metálica en al-Andalus a partir de la recopilación de las fuentes documentales árabes y los testimonios arqueológicos. Destacamos la importancia que adquirió la producción de hierros acerados para la industria de armamentos, en la construcción naval y en el trabajo agrícola, y se señala el escaso relieve que tuvieron las producciones de cobre y plata. También sobresalieron la minería de mercurio, las aleaciones y los productos químicos que podían obtenerse a través de diversos procesos de destilación de las sustancias metálicas. PALABRAS CLAVE: minería, al-Andalus, hierro, plata, cobre, oro, zinc, alquimia. ABSTRACT: In this paper we study the metal mining in al-Andalus from the collection of Arab documentary sources and archaeological evidence. We noted the importance acquired by the steely iron production for the arms industry, in shipbuilding and in agriculture, and the limited visibility that had the copper and silver productions. They also excelled the mining of mercury, alloys, and chemicals products that could be obtained by various processes of distillation from metallic substances. KEY WORDS: Mining, al-Andalus, iron, silver, copper, gold, zinc, alchemy.

CONSERACIONES PREVIAS A mediados del siglo XIX la revolución industrial desencadenó una gran necesidad de materias primas, y la industria química y la incipiente electrificación favorecieron una incesante demanda de azufre, cobre y otros metales. Sobre los distritos mineros hispanos hubo una demanda constante de concesiones, en su mayor parte por consorcios europeos que disponían del capital necesario para llevar a buen término unas empresas de riesgo basadas en la exploración y en la explotación minera. No era la primera vez que las minas de la península ibérica se convertían en la meta

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de empresas que estaban dispuestas a esos riesgos. Así había ocurrido en otros momentos, en especial en época romana, cuando se produjo tal avalancha de itálicos a las cuencas mineras que su reflejo está perfectamente atestiguado en las fuentes documentales y arqueológicas (Domergue, 1990: 127). A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX la minería se consolidó por la creciente demanda de esas materias primas, se depuraron las técnicas mineras y metalúrgicas, y la explotación alcanzó grandes proporciones gracias al maquinismo impulsado por el vapor. En estos años los hallazgos arqueológicos fueron numerosos, tanto los de fines de la Edad del Bronce como los de época romana. En los alrededores de las minas quedaban los restos de esas explotaciones antiguas, escoriales, necrópolis y poblados mineros. En primera instancia fueron los geólogos e ingenieros de minas los que salvaron parte de ese rico patrimonio, algunos de ellos tan singulares y espectaculares como la noria romana de desagüe encontrada en la Masa de los Planes (Riotinto, Huelva), hoy expuesta en el Museo de Huelva. Estos técnicos de las minas, hombres de ciencia al fin y al cabo, también tuvieron aptitudes para comenzar a componer la historia de la minería, y hoy día muchos de ellos son nuestra única fuente de información sobre la explotación antigua de las minas. Fueron ellos los que en primer lugar resaltaron la total falta de restos «árabes» en las minas. De este modo, se fue creando la opinión de que las minas habían estado abandonadas en la Edad Media. Como ejemplo de todo ello valgan algunos comentarios de R. Rúa Figueroa en su historia de las minas de Riotinto: escasas son también las noticias que hasta nosotros han llegado sobre la explotación de las minas por los árabes, y a pesar de que algunos historiadores aseguran ha sido activa en nuestra provincia, el conocimiento de aquella azarosa época [. . .] nos impide admitir esa actividad inherente tan solo a la posesión pacífica del territorio (Rúa Figueroa, 1859: 64).

Este párrafo hace hincapié en que el constante estado de guerra habría impedido la minería, una actividad que requería la continuidad de los trabajos y una capacidad de gestión y organización que no encontró en los siglos medievales. Sin embargo, reconocía que «en las cercanías de Riotinto se han encontrado algunas monedas árabes, pero en las minas faltan las señales características de sus trabajos, a no ser que se hayan utilizado los hechos por los romanos, sin emprender ninguno nuevo, lo que no es inverosímil. . .» (Rúa Figueroa, 1859: 65, nota 6). Este asunto de la tecnología minera es de sumo interés, pues desde esta época se ha asignado a la ingeniería romana todo un conjunto de labores cuya tipología no cambió hasta que se introdujo la pólvora en el trazado de

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galerías y cámaras de interior. La tipología no es, por tanto, muy útil para clasificar las labores mineras antiguas, ya que sin materiales arqueológicos asociados pueden corresponder a épocas romana o medieval-moderna. En un artículo en el que planteaba las cuestiones pendientes de la arqueología andalusí, P. Cressier se refería a la minería desde dos puntos de vista: su relación con el poblamiento y su dependencia de la transformación, es decir, de la producción metalúrgica (Cressier, 2005: 15-28). En esos dos aspectos se incluirían también otros apartados, como la organización de la extracción, el problema de la propiedad de las minas, el papel que desempeña el Estado en esta actividad, el estatuto de la mano de obra, etc. Si estuviéramos tratando de minería romana, podríamos iniciar el camino de plantear hipótesis y contrastarlas, pues los restos de minería romana son tan abundantes que con el concurso de las fuentes documentales se puede hilvanar un discurso coherente. Pero en el caso de la minería andalusí, pienso que todas estas cuestiones deben quedar para un siguiente paso en la investigación, ya que las referencias arqueológicas son muy escasas y aún queda un arduo trabajo de prospección, excavación y análisis arqueométrico. Convengo con P. Cressier que el objetivo último de esta investigación será resolver esas cuestiones, pero por ahora debemos centrarnos en ir descubriendo esa minería de época andalusí. Esta visión puede ser un poco derrotista, pero a medida que ha ido avanzando nuestro conocimiento sobre la arqueología de al-Andalus, se ha intentado profundizar también en otros aspectos que no fueran la tipología cerámica, como las técnicas constructivas, sistema de poblamiento, etc., y la minería también se ha convertido en una preocupación. Buena prueba de ello fue el simposio organizado por la Casa de Velázquez y la Universidad Autónoma de Madrid, con el propio P. Cressier, A. Canto y S. Martínez como coordinadores, en el que se dieron a conocer ya unos primeros yacimientos que estuvieron involucrados en la transformación del mineral en metal, ciertamente pocos, pero se dieron los primeros pasos (Cressier, Canto y Martínez, 2000). Llama poderosamente la atención que esos primeros datos de minería no procedieran de las grandes cuencas mineras, como la del Alto Guadalquivir (Linares-La Carolina) o el distrito del sureste (Cartagena-La Unión-Mazarrón), que tanto valor tuvieron en la minería romana, e incluso que los datos del suroeste (Faja Pirítica Ibérica) fueran decepcionantes. ¿Cómo interpretar entonces este panorama? ¿Tenían razón los ingenieros de minas cuando pensaban que no había existido

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minería extractiva en época andalusí? Pienso que eso no es así, que la actividad minera continuó a lo largo de toda la Edad Media, pero esas cuestiones que ha planteado P. Cressier pueden ayudarnos en gran medida a variar nuestra perspectiva, para entender en qué términos se desarrolló la minería en al-Andalus, pues estoy convencido de que nunca llegaremos a entenderla si pretendemos hacerlo siguiendo el guión de la minería de época romana. Esta sería, a mi modo de ver, la premisa sobre la que deber comenzar nuestro trabajo de búsqueda, comprender que la minería romana, que se desarrolló en unas coordenadas históricas completamente diferentes, un Estado imperialista que pretendía el óptimo económico en la explotación de todos los recursos de las zonas conquistadas, y llevada a cabo por sociedades de capital privado y mano obra preferentemente servil, no pudo ser la misma que la que puso en práctica la sociedad andalusí. En ese simposio C. Domergue consideró que el poco avance de la arqueología minera en época andalusí y bajomedieval cristiana se debe en general a que muchos acercamientos se han realizado desde la óptica de la arqueología del paisaje y del patrón de poblamiento (Domergue, 2008). No se han centrado los estudios sobre las minas en las que se ha constatado explotación medieval, y carecemos, por tanto, de datos arqueométricos. Una observación muy acertada de quien conoce como nadie la geografía minera peninsular, pues si queremos avanzar debemos incidir más en estos aspectos de arqueología de campo. No hace falta referirse a los restos romanos de las minas para poder comprender la distancia que separa a la minería y la producción metálica de este momento y la de época andalusí o bajomedieval cristiana. La distancia es grande y sirve para que podamos definir una primera característica de la minería de al-Andalus: no era una actividad planificada de forma industrial. De ahí que no existan grandes escoriales que trasmitan ese trabajo planificado de arranque y tratamiento metalúrgico que deja normalmente ese tipo de residuos, como sucedió en época romana. Pero esto no significa que no hubiera minería, ya que los registros andalusíes en las minas demuestran todo lo contrario. ¿Significa esto que en las minas y en sus alrededores no hay verdaderos escoriales? No exactamente; lo que existe es una imposibilidad de determinar si algunos son de época andalusí. El peso de la tradición ha influido mucho para que podamos considerar siquiera que algunos escoriales formados por la acumulación de lupias de sangrado, completas o fracturadas, sean medievales. Identificamos erróneamente esa tecnología como romana, cuando entre una época y otra no existen

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diferencias tecnológicas apreciables. Ya que existen en las zonas mineras muchos escoriales que no contienen materiales arqueológicos, podrían corresponder a época islámica. La continuidad de las técnicas de reducción y de los mismos tipos de hornos se ha constatado ya en los pequeños escoriales que aparecen en algunos yacimientos islámicos relacionados con la producción metálica. Luego, si no hay desconocimiento de las técnicas mineralúrgicas y metalúrgicas, ¿por qué la minería de al-Andalus no alcanzó las cotas de producción de época romana? Para poder explicarlo es necesario tener presente que en las etapas históricas los minerales beneficiados ya no eran los carbonatos superficiales, intensamente explotados en la prehistoria reciente y en la protohistoria, sino los sulfuros secundarios o minerales que se encontraban bajo las monteras ferruginosas que forman los afloramientos de los yacimientos minerales. Este tipo de minería no requiere solo de una ingeniería adecuada de pozo y galería capaz de llegar a esas mineralizaciones desde la vertical o los costados de los yacimientos, era necesaria una organización y un capital que permitiera obras de gran envergadura, que minaran los yacimientos en todas las direcciones, y que si la empresa tenía éxito, construyera talleres metalúrgicos donde se llevaran a cabo la selección del mineral (estriado), la tostación y la reducción. En época romana esto fue posible porque las sociedades mineras y los arrendatarios después se sometieron a unas reglas que mantuvieron saneadas las instalaciones (galerías, entibaciones y desagües), sin lo cual una mina no podía ser rentable. El erario o el fisco se encargaban de que una vez trazadas las labores generales (socavones de entrada, respiraderos, etc.) no se arruinaran, para favorecer que se interesaran en la mina nuevos arrendatarios. Por eso en momentos de recesión económica, como sucedió a lo largo del siglo III d. C., las minas se despoblaron y no se encuentran huellas de minería, pues ni el Estado ni la hacienda imperial posibilitaron su continuidad. La crisis no llegó por falta de minerales, y con las reformas de Constantino y el reforzamiento del poder imperial la minería volvería a ser una actividad rentable, hasta el punto de que ha dejado testimonios arqueológicos. Pero después del periodo de las invasiones germánicas las condiciones no favorecieron su continuidad como actividad industrial y el registro arqueológico volvió a enmudecer. No fue por falta de tecnología, sino por la falta de inversiones y de promoción estatal. P. Cressier explica muy bien esta cuestión al señalar que las características del Estado «oriental» en Occidente tiene mucho que ver con esa «amnesia minera en alAndalus» (Cressier, 2005: 16). La falta de un Estado centralizado en

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buena parte de la historia de al-Andalus es la responsable de esa minería, y de ese modo los testimonios mineros se incrementan en época omeya y en época almohade, cuando el Estado logró cierta estabilidad administrativa. Pero esto no quiere decir que solo en esos momentos se practicara la minería. Existe un trabajo minero silencioso que no deja tantos residuos y que a veces es difícil de detectar. Los ingenieros distinguen dos tipos de minería: una que buscaba los minerales para extraerlos de manera racional, y otro tipo de minería de más baja intensidad, que se aprovecha de las labores anteriores para ir minando en ellas lo que quedaba de aprovechable en zonas de reserva. Estas zonas de reserva se encontraban en aquellos sitios donde era imprescindible dejar pilares o columnas de mineral que sirvieran de medidas de seguridad para que las labores en forma de cuevas artificiales (anchurones) no se derrumbaran. Estos pilares constituían una mena de fácil aprovechamiento, no precisaba de costosas exploraciones y generalmente se encontraban en zonas de muy buenas leyes. Este método de minería se conoce como «minería de hurto», va directamente a aquellas zonas de minerales de alta ley de manera sencilla y rápida, aun a costa de arruinar las infraestructuras de mantenimiento. No era un trabajo organizado y no existía tampoco una excesiva preocupación por medidas de mantenimiento que implementaran la seguridad interior del sistema de huecos. Era un tipo de minería que no requería de grandes esfuerzos ni grandes capitales, y por otro lado sus rendimientos eran muy altos. Es muy probable que mucha de la minería andalusí en los grandes filones o masas explotadas anteriormente en época romana sea de este tipo, pero el problema al que nos enfrentamos es que a veces es muy complicado detectarla, e incluso cuando existen indicios no contamos con la certeza de que obedezca a este tipo de trabajo minero. Por último, hay que ponderar igualmente que la mayor parte del mineral no se procesaba en los lugares de extracción. Esta puede ser una de las razones de que en las grandes minas no aparezcan escoriales o escombreras de esta época, pues en muchos casos el lugar de extracción y reducción no coinciden. El mineral se trasladaba al hábitat, a veces a gran distancia, donde se tostaba y se reducía. Esta es la razón por la que a veces encontramos escorias en lugares donde no hay minas, a los que llegaba el mineral en bruto para su tratamiento. Esto ya fue detectado por A. Carbonell (1929), quien reconoció escoriales que aparecen en la zona de la campiña cordobesa, lo que le llevó a considerar que los minerales tuvieron que ser transportados desde la zona minera de la sierra; solo en

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un caso anota un escorial a pie de mina, el de los Marjadales de Argote (mina Ingertal) en Almodóvar del Río, donde aparecieron también algunas copelas y cerámica. Estas son algunas de las cuestiones por las que la minería andalusí no cuenta con suficientes argumentos arqueometalúrgicos, porque no cabe duda de que existieron trabajo minero y continuidad en las técnicas metalúrgicas. Las fuentes documentales y los ejemplos que vamos a comentar a continuación son bastante esclarecedores.

LA MINERÍA ANDALUSÍ EN LAS FUENTES ÁRABES Y LA ARQUEOLOGÍA Desde luego, el panorama tan desolador que nos dejaron los ingenieros de minas contrasta con las citas de las fuentes documentales, en las que se alude a la minería y aún a los lugares de extracción. El primer trabajo serio sobre la minería de al-Andalus fue el de A. Carbonell y Trillo Figueroa (1929), y en él se recogían ya citas de los documentos que informaban sobre la minería andalusí; pero la primera compilación de las referencias a la explotación primera fue realizada por J. Vallvé Bermejo (1980), repetidas por otros autores posteriormente. Remitimos al trabajo de J. Vallvé sobre la relación de autores de cada una de las indicaciones mineras, mientras nosotros intentamos aunar esos datos con los procedentes de los recientes estudios arqueológicos. Antes, merece la pena que hagamos un breve comentario sobre la aportación de las fuentes documentales. Las fuentes nos asombran a veces con cifras de producción metálica que hoy nos parecen exageradas, pero son un buen reflejo de lo desarrollado que debía de estar el trabajo de extracción y transformación de los minerales. Desde época emiral se hacen eco, por ejemplo, de la riqueza en minerales de la cora de Ilbīra. En esas fechas, cAbd al-Raḥmān I obligaba a los patricios, monjes y habitantes de Ilbīra al pago quinquenal de 10 000 onzas de oro (276 kg), 10 000 libras de plata, 10 000 armaduras, 1 000 cascos de hierro, y 1 000 lanzas, lo que se ha interpretado como la fiscalización de la minería por el poder emiral. Es una cifra desorbitada en metales preciosos y demuestra la existencia de una producción metálica constante y un abastecimiento regularizado de metal. Esta zona minera siguió rindiendo buenos ingresos en época omeya; en tiempos de al-Ḥakam I y cAbd al-Raḥmān II la recaudación de esta zona alcanzaría la cifra de 42 000 dinares.

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Desde las primeras descripciones de al-Rāzī se recogen citas en las fuentes árabes sobre la riqueza minera, y todos los autores posteriores mencionan la riqueza en minas de oro, plata, plomo, cobre y hierro. Quienes estamos acostumbrados a leer informes de petición de concesiones sabemos que eso no significa que existieran yacimientos con posibilidades para explotar esos minerales, sino solo de mineralizaciones susceptibles de explotarse. No hay que sobrevalorar la veracidad de las fuentes documentales, pues podemos encontrarnos con que se citan minas de plata donde solo hay yacimientos de hierro. La geología debe servir siempre de guía para solventar estas dudas. Una primera aproximación a la minería de al-Andalus podemos realizarla a través de la toponimia. Con las minas se relaciona el topónimo Almadén, que procede de al-macdin, que se interpreta como mina o mineral, aunque otros autores lo relacionan directamente con el término latino metallum, una mina que puede ser metálica o no, y por tanto entrarían en esta acepción las minas metálicas, las canteras, las salinas, etc. Es un topónimo ampliamente representado en la península ibérica en la forma de Almadén o Almadenes en tierras castellanoleonesas o como Almada en Portugal (Terés, 1976). Con el sentido de cantera podría relacionarse el topónimo de Almadén de la Plata (Sevilla), pues en la zona no hay minas de relevancia y si canteras de mármol explotadas desde época romana. Como mina metálica se encuentra en los Almadenes (Otero de los Herreros, Segovia) y Almadén (Ciudad Real). Además, otra serie de topónimos son indicativos de extracciones mineras en época andalusí, como los relacionados con Almagre (óxido de hierro, Sierra Almagrera), Almazarrón (alumbre, Mazarrón), azogue (mercurio, Valdeazogues), aljez, (yeso, Algezares), Algares (cuevas, Los Algares), etc. Sin embargo, hasta en este punto hay que ser cauteloso, pues el léxico minero perduró en época bajomedieval cristiana, y es muy posible que algunos de ellos correspondan a este periodo. Por tanto, también hemos de entender ese topónimo en el sentido de minería no metálica. La minería de las rocas dio lugar a canteras de mármol, como las de Almadén de la Plata en Sevilla, las de Montemayor en Málaga, las de Macael en Almería y los mármoles de los Almadenes de Murcia. La sillería fue una de las técnicas constructivas preferidas de época omeya, y aunque se reaprovecharon muchos sillares romanos, también se labraron canteras en esta época, como se deja ver en las construcciones de Madīnat al-Zahrāʼ. De igual modo, serían abundantes las canteras de cal y yeso, aunque en muchas ocasiones la cal se obtendría de los edificios romanos reutilizados. Entre esta minería también fueron

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famosos los yacimientos de ṭafl en Magán (Toledo), que mezclado con harina fermentaba, cuya producción se exportaba a varios países, como Egipto, Siria, norte de África y Turkestán, y la sal gema, que se extraía en la zona de Zaragoza y Granada. Centrando nuestro enfoque solo en la minería metálica, conviene anotar en primer lugar que el trabajo minero queda fielmente reflejado en el uso de metal. En la industria metalúrgica sobresale el trabajo de oro y plata que manifiestan, por ejemplo, las monedas de la época. El oro lo podemos encontrar también en el dorado de los muebles y en forma de hilo dorado para los bordados. La orfebrería de plata se empleaba en las mezquitas, como las famosas lámparas de plata de las mezquitas de Córdoba y Málaga, y en el mobiliario, como el trono de madera revestido de plata de al-Ḥakam II en Madīna al-Zahrāʼ. La metalistería de bronce es un buen espejo del nivel de las extracciones mineras, y está representada en todos los aspectos de la vida diaria. En las mezquitas en forma de lámparas, como las 280 que iluminaban la mezquita mayor de Córdoba, casi todas de bronce; la lámpara mayor tenía un total de 1020 luces y unas dimensiones en circunferencia de cincuenta palmos. Sobresale también la puerta del Perdón de la gran mezquita almohade sevillana, con batientes de cedro forrados con chapas de bronce repujadas con motivos geométricos y vegetales, y dos grandes aldabones de bronce. Entre los objetos de uso cotidiano destacan las producciones de candelabros, candiles, aguamaniles y estatuillas, que suelen describirse como de cobre amarillo (al-nuḥās al aṣfar), o el cobre aguado (al-nuḥās al-mumawwah), denominaciones que Vallvé relaciona con el bronce (Vallvé, 1980: 216). El bronce era tan estimado que Ibn cAbdūn comentaba que era muy útil para la fabricación de los instrumentos de cocina, pues en el bronce no se formaba el cardenillo. El hierro era también un metal necesario, tanto para el armamento como para el utillaje agrícola. Toda esta industria metálica exigía buenos niveles de extracción. Minas de hierro Las minas más abundantes eran las de hierro (ḥadīd). La importancia de este metal en época andalusí debe relacionarse con la producción de hierros acerados, y con las necesidades de hierro que desde la agricultura y los ejércitos se demandaban. En muchas ciudades y alquerías las herrerías para el tratamiento de forja se hicieron corrientes. Las fuentes mencionan la elaboración de hierro de calidad, el acero indio (al-hindī). Se trataba de someter el hierro dulce a las brasas de

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carbón en la forja, para incorporarle carbono que le diera calidad de hierro duro, y enfriarlo repetidas veces para dotarlo de temple. Con este tipo de hierro acerado se realizaban incluso las armaduras, como las que según Ibn al-Jaṭīb empleó Almanzor en la campaña de Barcelona del año 985. En época de Almanzor las fábricas de armas estaban situadas en Sevilla, Córdoba y Madīnat al-Zahrāʼ, de la que en comentario de Ibn cIdārī salían anualmente 13 000 escudos, 12 000 arcos y unas 20 000 flechas. El hierro era también muy utilizado en forma de panchas para forrar las puertas, evitando de este modo que fueran incendiadas por el enemigo. Así las reforzó Ibn Bakr de Faro en la época de rebeldía contra el emir cAbd Allāh. Igualmente, era famoso el hierro estañado, con el cual se elaboraron algunas de las puertas que protegían a Madīnat al-Zahrāʼ. El comercio del hierro fue tan importante en la Córdoba califal que había un mercado del hierro (sūq al-ḥaddadīn), mencionado en los dictámenes de Ibn al-Hay (Tahiri, 2003: 58). Se citan en orden de importancia las minas del distrito del hierro en la Sierra Norte de Sevilla (Firrīš), que se identifican generalmente con las mineralizaciones de Constantina y San Nicolás del Puerto (Cerro del Hierro). A pesar de estas consideraciones, somos partidarios de situar esas minas de hierro en las mineralizaciones de El Pedroso (Sierra de la Lima y Navalázaro), unas mineralizaciones de tipo skarn, con minerales de altas cualidades siderúrgicas (magnetitas y oligistos), que ya desde época romana era el lugar de extracción de los minerales de hierro de la ciudad de Munigua (Castillo de Mulva, Villanueva del Río y Minas). Hay constancia de producción industrial de hierro en la propia Munigua, que sigue ocupada en estos momentos, en los castillos de Montorcaz y Montegil (fig. 1), y en las fundiciones de Venero del Pilar (fig. 2) y Fuenlabrada, en las cuales se han encontrado tesorillos de dírhams almohades (Pérez et al., 2010). Con estas minas de la Sierra Norte de Sevilla hay que relacionar también una noticia de al-Zuhrī, quién comentaba que en Sevilla existía una importante fábrica de hierro acerado y el hierro procedía de una mina situada a tres millas.

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Figura 1: Escoria de sangrado del castillo almohade de Montegil (Villanueva del Río y Minas, Sevilla) y su espectro microscópico. Imágenes: J.A. Pérez Macías.

Figura 2: Mata de hierro dulce del escorial almohade de Venero del Pilar en Manchallana (Villanueva del Río y Minas, Sevilla). Imagen: J.A. Pérez Macías.

En la zona de Ilbīra se encontraba otro importante distrito minero de hierro. El lado septentrional de Sierra Nevada y el Marquesado del Zenete es una zona rica en minas de cobre, plomo, plata y hierro. Las minas se enmarcan dentro del complejo geológico nevado-filabride, formado por materiales paleozoicos y por materiales triásicos. Las mineralizaciones que se encuentran en los materiales paleozoicos rellenan fracturas con sulfuros de hierro, cobre, plomo, antimonio, plata, etc., y en las formaciones carbonatadas triásicas abundan las mineralizaciones estratiformes. En las formaciones filonianas se encuentras yacimientos de hierro, como los de Ferrerías, y los de cobre y plata, entre ellos Jerez y Lanteira. En época andalusí se ha registrado en estas minas una importante actividad metalúrgica relacionada con la siderurgia (Martín, 2005a;

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Bertrand y Sánchez, 2008; Martín, 2010). El mineral se presenta en formaciones filonianas de siderita con afloramientos de hematites y limonita. Existían precedentes de producción de hierro desde época ibérica, pero con la invasión musulmana muchas de las minas de la zona de Guadix se abandonaron y solo se mantuvieron pequeños talleres de forja, como los de la Peñuela. A medida que avanzó la época emiral se reactivó la producción de hierro en pequeños talleres en los piedemontes de Sierra Nevada, en los cuales se llevaba a cabo todo el proceso de transformación del mineral, mientras la forja se realizaba en las ciudades. La continuación de la producción entre el periodo visigodo y la época emiral sería, pues, un indicio de que los herreros son de origen indígena, como corroboran otros datos arqueológicos, como las necrópolis. Es un dato a tener en cuenta por cuanto en otros lugares de al-Andalus, como en la ciudad de Saltés, el herrero es un oficio no muy bien visto que emplea principalmente a población indígena. J. M. Martín Civantos considera que estas minas estaban fuera del control estatal (Martín, 2010: 47), pero el tamaño de las fundiciones excede lo que serían las necesidades locales, y una parte se destinaría a la comercialización. Estos establecimientos metalúrgicos perduraron en tiempos del califato y las primeras taifas, pero desaparecen totalmente en época almorávide. A los yacimientos de tipo estratiforme corresponde la mina de Alquife (Granada), que llegó a convertirse en el principal centro productor de hierro de la zona. El topónimo Alquife se relaciona con al-kafh, que significa cueva. Faltan testimonios metalúrgicos de envergadura, pero la actividad de reducción queda atestiguada en las escorias reutilizadas en el aparejo del castillo de Alquife, cuyos materiales más antiguos se adscriben al siglo X y se hacen abundantes en el siglo XI, momento que se considera como el comienzo de la explotación sistemática del mineral de hierro. Las fuentes nos detallan que el mineral de hierro de Alquife se llevaba en gran parte a la ciudad de Guadix, que destacaba por sus industrias de hierro (Martín, 2001). Otro distrito minero era el de los Montes de Toledo. Sobre la minería de este sector nos informan las excavaciones en la ciudad de Vascos, que han exhumado una serie de herramientas mineras, picos y punterolas de hierro, propias de los trabajos mineros, otras relacionadas con la forja, como cortafríos y cinceles, y no falta la reutilización de los martillos de piedra de la Edad del Bronce, recogidos probablemente en las antiguas escombreras de las minas (Izquierdo, 2008). La abundancia de escorias de hierro confirma que el tratamiento del mineral se llevaba a cabo en la ciudad y no en las minas.

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Una importante actividad minera relacionada con la producción de hierro se ha detectado también en la Sierra Menera (Ortega y Ortega, 2008), en las estribaciones meridionales del Sistema Ibérico (Teruel). Las mineralizaciones corresponden al Ordovícico Superior y tienen abundancia de minerales de hierro en forma de goethita y limonita con buenos contenidos de hierro (45%-53% Fe). Dentro de las minas con actividad en época andalusí destacan las de Ojos Viejos (Galerías Viejas) y la mina de la Virgen Vieja, en las que se han recuperado materiales islámicos en las escombreras de estériles y en los escoriales. Es decir, en este caso el procesamiento del mineral se llevaba a cabo a pie de mina, pero también se han documentado escoriales en algunas alquerías y torres del entorno y, en especial, en los lugares sin poblamiento, lo que puede ser interpretado como una posible producción de contrabando. El modelo remite a un tipo de economía mixta en la que alternan las labores agrícolas y ganaderas con las mineras, de convivencia de campesinos y herreros. Las fuentes mencionan también herrerías industriales en la zona de Huesca. Otras importantes herrerías estuvieron relacionadas con la industria naval, y estaría bien representada en todas las atarazanas andalusíes, entre ellas las de Alcacer do Sal, Silves, Sevilla, Algeciras, Málaga, Almería, Alicante, Denia y Tortosa. Con esta industria pueden relacionarse la producción de hierro que las fuentes árabes citan en Málaga. Las minas de hierro de la zona malagueña dieron lugar a una próspera industria de hierro, que alcanzaron cierto renombre en el siglo XIX. Entre ellas sobresalen las mineralizaciones de magnetitas de la zona de Marbella, a los pies de la Peña Blanca, entre las que tenía buenas reservas la mina Peñoncillo. Esta mina se explotó para la producción de hierro local, como se denota en los yacimientos cercanos, como el cerro Torrón, pero también se exportaría a otros lugares próximos de la zona malagueña y del estrecho de Gibraltar. A la explotación de estas minas malagueñas de magnetitas hay que asociar las herrerías excavadas en Algeciras, en una zona próxima a donde se encontraban las atarazanas construidas por cAbd al-Raḥmān III (Jiménez-Camino et al., 2010). Los materiales metalúrgicos se corresponden con escorias de sangrado de hierro, escorias de forja y mineral (magnetita). Otro tanto podría añadirse a propósito de las atarazanas de Denia y de sus minas de hierro (Navarro, 1998). El asentamiento donde ha podido documentarse la producción de hierro con relación a la construcción de barcos es la ciudad de Saltés

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(Huelva), sobre la que tanto las fuentes escritas como las investigaciones arqueológicas verifican su producción de hierro (Trauth, 1996; Bazzana y Trauth, 1997; Bazzana y Trauth, 2008). Esta industria del hierro estaba en manos de cristianos y se destinaba con toda probabilidad a la construcción naval que nos comentan las fuentes. La gran aportación de la investigación en este asentamiento es el estudio geológico y el arqueométrico, que nos permiten plantear que el abastecimiento de metal se produjo desde distintos yacimientos, desde las costras ferruginosas de la campiña, unos minerales de hierro de baja calidad, y de otros puntos más alejados, desde los crestones de óxidos de hierro de las masas de la Faja Pirítica (Tharsis). Los documentos arqueometalúrgicos del suroeste ibérico nos permiten completar el cuadro de producción de hierro en otros ambientes, en los agrícolas de la campiña y en las tierras de Sierra Morena, donde la explotación de distintos tipos de mineralizaciones favoreció el nacimiento de pequeños centros de producción industrial de hierro. En la campiña esos mantos ferruginosos explotados para la fabricación de hierro en Saltés favorecieron, asimismo, la aparición de asentamientos dedicados a la producción siderúrgica, como Cabezo de la Mina en la cercana Lucerna del Puerto (Pérez, 2002a), cuyos hierros tendrían fácil salida en el denso poblamiento de alquerías de las tierras de campiña de la cora de Niebla. Otro de estos centros siderúrgicos se encontraba en el asentamiento islámico de Awrūš, el Llano de la Torre (Aroche, Huelva), que cuenta con manchas de escorias que denotan producción industrial. En este caso se aprovecharon minerales de hierro de calidad (magnetitas), de pequeños yacimientos tipo skarns de los alrededores (Malbán), lo que permitía mejores aprovechamientos de la mena. Los tipos de hornos de sangrado son idénticos a los de época romana (fig. 3), no muestran ningún tipo de variación tecnológica (Pérez, 2008). Otro tanto podríamos anotar sobre los escoriales islámicos del castillo de Aracena (Huelva) (Blanco y Rothenberg, 1980: 156) y los del castillo de la Sierra de Santa María/SantaMarta (Santa Olalla del Cala, Huelva) (Pérez et al., 2005).

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Figura 3: Infraestructura de un horno siderúrgico califal del Llano de la Torre (Aroche, Huelva). Imagen: J.A. Pérez Macías.

Por último, el abastecimiento de hierro, y en menor medida de otros metales, pudo solucionarse a nivel local explotando pequeños yacimientos de hierro de los alrededores, sin que la producción alcanzara cotas industriales. Sobre este modelo nos informa la investigación realizada en el Castelo Vellho de Alcoutim (Catarino, 2008). Las minas del entorno, con pequeños yacimientos filonianos de sulfuros de hierrocobre, estaban lejos de las proporciones de las grandes masas polimetálicas de la Faja Pirítica, pero permitieron el desarrollo de esta actividad. En el poblado fortificado de Castelo Velho hay constancia de la explotación de esas minas por los hornos de cuba y las escorias encontradas en las excavaciones (Catarino, 2012). Las escorias tienen valores de cobre inferiores al 0,5% Cu y muy altos en hierro (Morgado, 2012), lo que nos permite asociarlas a la metalurgia del hierro, aunque no puede descartarse cierta producción de cobre a partir del tratamientos de minerales de cobre, presentes en la mineralización según los análisis de las escorias. Minas de cobre El cobre (nuḥās) se beneficiaba en las minas de Granada, Almería y los Montes de Toledo. Existe la idea de que también se producía en las minas de Riotinto, pero los textos solo mencionan la existencia de fuentes de aceche y alumbre.

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El hallazgo de varios moldes de orfebrería en la ciudad de Vascos nos informa, asimismo, que la propia ciudad desarrolló una industria artesana alrededor de esta explotación minera. Izquierdo Benito considera que la ciudad de Vascos estaba especializada en la metalurgia del hierro (Izquierdo, 2008), pero sin un estudio analítico de muestras de escorias resulta imposible conocer si estuvo implicada además en la producción de cobre, tal como puede desprenderse de estos moldes. Parece poco creíble que los grandes yacimientos de la Faja Pirítica Ibérica, como Riotinto, Tharsis o Aljustrel entre otros muchos, con sus enormes reservas en minerales de cobre, no fueran minados a la búsqueda de estos minerales. Pero lo cierto es que no contamos hasta el momento con el más leve indicio metalúrgico de que así fuera (Blanco y Rothenberg, 1980). La aparición de candiles islámicos en algunas de las galerías antiguas de Riotinto nos informa, sin embargo, de que las labores de interior fueron visitadas. Y como nos aclaran las fuentes del aprovechamiento de dos productos, el aceche (caparrosa, sulfato de hierro) y el alumbre (sulfato doble de hierro y potasio o sodio), no puede desdeñarse que dentro de esas galerías también se produjera la recogida de otros productos valiosos, como el sulfato de cobre (vitriolo azul, calcantita), que va formándose naturalmente en el techo de las labores a lo largo de los años como si fueran estalactitas, precipitado lentamente por las aguas de infiltración cargadas de sales de cobre. Son una magnífica mena de cobre y se reducen directamente, sin formar escorias, por lo que es posible que fuera una forma de producir cierta cantidad de cobre (Hunt, 1988). Es la única forma de explicar la presencia de esos candiles en las galerías (Aguilera e Iglesias, 1996; Bernáldez et al., 1996), la construcción del asentamiento islámico de Castillo Viejo de Salomón (Pérez, 1999) y el hallazgo de un tesorillo de dírhams almohades en Cerro Salomón (fig. 4). Por ahora no existe otra forma de explicar la contradicción de que no aparezcan escoriales de cobre de esta época en Riotinto. En otra mina importante, la de Aljustrel, la principal masa explotada en época antigua fue la de Algares (cuevas), un topónimo que, como hemos referido, debe relacionarse con los minados antiguos que todavía hoy pueden visitarse. La única forma de resolver estos problemas es incrementar los estudios analíticos de escorias y la investigación arqueometalúrgica.

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Figura 4: Monedas de un tesorillo encontrado en Cerro Salomón (Minas de Riotinto, Huelva). Imagen: J.A. Pérez Macías.

Como ha quedado indicado, las escorias de la ciudad de Saltés tienen los contenidos de las escorias siderúrgicas, pero las instalaciones de tostación detectadas deben de estar relacionadas con el tratamiento de minerales de cobre (Trauth, 2005). La situación tan alejada de las mineralizaciones de procedencia de estos minerales de cobre quizás se ocasione por el proceso metalúrgico. En este proceso se realizaría la calcinación de un mineral primario o secundario en forma de sulfuro de cobre-hierro, la disolución en agua de mar del concentrado resultante del estrío del mineral tostado, la formación de cloruros de cobre al contacto del mineral con la sal y la evaporación del agua, que permitiría obtener sales de cobre con un enriquecimiento superior al 50% Cu. Minas de plomo/plata Las fuentes recogen la existencia de minas de plomo (raṣāṣ) y plata (fiḍḍa) en Hornachuelos (Córdoba) y en diversos lugares de Sevilla, Almería, Murcia (cora de Tudmīr), Granada (el distrito de Ilbīra) y en la cora de Beja, donde se encontraba la mina de Tūṭālica(Totalica). Minas de galena eran también las de Baza (Jabalcol, Ŷabal al-Kuḥl) y las de Tortosa (Bellmunt de Ciurana). No es de extrañar que los grandes distritos mineros romanos de plata no se nombren en las fuentes relacionadas con las explotaciones argentíferas (Riotinto, Cartagena, Linares, etc.). La minería de la plata desapareció en ellos con la crisis del siglo II d. C., y cuando las minas recobraron cierta actividad industrial a lo largo del siglo IV d. C. lo fue solo con la explotación de los minerales de cobre. La desaparición no se produjo, por tanto, debido a la invasión musulmana o a la pérdida de conocimiento tecnológico.

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La plata se explotó sobre todo en la zona de Córdoba, donde se beneficiaron yacimientos de sulfuros de plomo (galena) ricos en minerales de plata, plata nativa, argentita, querargirita, pirargirita e incluso cobres grises ricos en plata. P. Grañeda ha sistematizado los hallazgos arqueológicos de materiales islámicos en estas minas (Grañeda, 2008), entre las que se encuentran las de Minas Viejas (San Eufemia), Las Torcas (Torrecampo), El Triunfo (Villanueva del Duque), El Tesoro (Espiel), Mirabuenos (Villaviciosa de Córdoba), y La Plata-Grupo Casiano (Posadas). En algunas de estas minas se han encontrado arcaduces, como los ejemplares de las minas El Triunfo, las Torcas y Mirabuenos, lo que supone que se utilizaron sistemas de desagüe muy parecidos a los romanos. También se han encontrado candiles en las Torcas, Mirabuenos y El Tesoro, imprescindibles para la iluminación en el interior, y redomas en Mirabuenos y La Plata. Según estos materiales, la mayor parte de esta minería argentífera se centró en época omeya, y se ha estimado que el abandono de las explotaciones se produjo por el agotamiento de las mineralizaciones. Los trabajos continuarían de manera latente hasta el siglo XII, cuando cesaría toda la actividad debido a los problemas militares causados por las incursiones cristianas en Sierra Morena. Las labores que se han detectado en estas minas son rafas o pozos de poca profundidad, pero en algunas ocasiones se pueden alcanzar los 40 m de anchura y los 147 m de longitud, y más raramente rafas de unos 400 m de longitud. También se han reconocido largas galerías de reconocimiento que recorrían las estructuras filonianas para explorar las concentraciones de mineral argentífero, como las conocidas de Minas Viejas, algunas de hasta 4 km de longitud. El problema estriba en que no contamos con ninguna certeza de que estas labores sean andalusíes, pues la zona también fue intensamente explotada en época romana y en el siglo XIX. Así, parece del todo imposible que con la ingeniería minera medieval se pudieran alcanzar los 150 y 217 m de profundidad que se han establecido para algunas de estas labores en la mina de La Plata. La riqueza de estas minas era alta y podía alcanzar los 3 kg a la tonelada de mineral. Los mayores enriquecimientos se presentaron en la mina Mirabuenos, unos 10 kg/Tn. En la mina de La Plata la ley rondaba los 7 kg/Tn. Al proceso de reducción seguiría uno de copelación, un método ya conocido desde época prerromana. El resultado final serían lingotes de plata como los aparecidos en Hornachuelos. Son de gran pureza y se ajustan a una metrología definida por dos patrones, uno de tradición abasí y otra romano-bizantina. La adecuación de los lingotes a

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unos pesos establecidos se ha relacionado con la fiscalidad y el control estatal de la producción (Grañeda, 1998; Grañeda, 1999). También eran famosas las minas de la región murciana. Toda la región murciana forma el distrito minero del sureste (Cartagena-La UniónMazarrón), intensamente explotado en época romana, pero faltan huellas de este laboreo en las principales minas. Solo el topónimo de Mazarrón tiene relación con la minería. Los autores árabes apuntan que el señor de Murcia, Daysam ibn Isḥāq, explotaba unas minas que le reportaban diariamente treinta libras de plata, que servían para acuñar monedas con su propio nombre. Como subproducto de la galena se obtenía plomo, que se sacaba de las minas mediante 9000 cargas de caballería. A pesar de la falta de materiales arqueológicos, este dato avala por sí solo la explotación de los minerales de plata de este distrito en época andalusí. Las minas de la región de Almería y Pechina pueden situarse en los sectores mineros de esta zona, entre los que destacan los de la Sierra de Gádor y la Sierra Almagrera, seguidos de los de la Sierra Alhamilla y Sierra Cabrera. Hay testimonios de explotación prerromana y romana en esas minas, pero por el momento carecemos de testimonios andalusíes. Las minas de Totalica se sitúan en término de Moura (Portugal), donde ha perdurado ese nombre en el topónimo de la Rivera de Toutalga (Torres, 1992). Los yacimientos de ese sector son de sulfuros complejos, con preponderancia de plomo y zinc, pero en algunas minas también existen concentraciones de plata, como sucede entre otras en las de Preguiça y Vila Ruiva en Sobral de Adiça, un topónimo bajomedieval portugués relacionado con mina. Para S. Macías las minas de Totalica se encontrarían en Santo Alexio da Restauração (Macías, 2005: 159). No debe sorprender, por tanto, que en la vecina Mértola aparezcan elementos metalúrgicos relacionados con la orfebrería de la plata, como el crisol de la alcazaba (Silva, 1992: 35-37).

Figura 5: Escoria de sílice libre y moneda de la Cerca Alta (cerro de Andévalo, Huelva). Imágenes: J.A. Pérez Macías.

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Un yacimiento enigmático es el de la Cerca Alta (cerro de Andévalo, Huelva), completamente arrasado al ser utilizado como cerca para la cría de cerdos. La cerámica y la numismática corresponde a los siglos IX y X d. C., y son muy abundantes las escorias de plomo-plata de sílice libre y las escorias de hierro (fig. 5). No existen otros materiales que los medievales para asignar cronología a esas escorias de plata, similares a las protohistóricas, pero dado que son hallazgos de superficie preferimos no pronunciarnos definitivamente hasta que se puedan realizar excavaciones en este sitio (Pérez, 2002b ). Minas de oro Un rápido repaso a las noticias recogidas por J. Vallvé puede ser ilustrativo. Según las fuentes árabes el oro (d ahab) se obtenía de las arenas de los ríos Segre, Tajo y Darro. Fueron famosas las arenas del Segre por su abundancia de pepitas de oro, y al Tajo acudían los mineros en época de lluvias a la zona de Almada, un nombre de origen árabe emparentado con el término mina. Este topónimo se encuentra también en otros lugares del sur de Portugal, como Almada de Ouro, una pequeña localidad del bajo Guadiana en el concelho de Castro Marim, que probablemente tenga que ver con la extracción de oro en las arenas del Guadiana, aunque ninguna fuente de la época lo recoge. Un tipo de minería como la señalada, de bateo de las arenas de los ríos, que seguía la técnica de la minería aurífera de épocas prerromana y romana, no deja residuos metalúrgicos, y hay que afrontarlo mediante la arqueología del paisaje y el patrón de poblamiento. Las extracciones de oro en algunas de esas zonas está ya recogida en las fuentes latinas, por lo que es probable que continuara en época medieval, aunque su producción no sería alta, ya que en época romana la explotación se concentró en el noroeste peninsular, cuyo sector quedó pronto fuera de los límites de alAndalus para que pudiera desarrollarse un tipo de minería que requería de grandes obras hidráulicas. Este tipo de obras romanas se encuentran también en la zona granadina, pero no parece que el oro de estos depósitos secundarios de la cora de Ilbīra se explotara mediante el empleo de canalizaciones de agua, que solo se destinaron a la agricultura o al abastecimiento de Granada (García, 2014). Estas mismas fuentes nos señalan las técnicas de afino del oro, para lo que se utilizaba un crisol refractario fabricado de yeso y huesos, y se mezclaba el oro con bórax, plomo y jabón para disolver los óxidos metálicos. La producción debía de ser insuficiente, pues se importaba oro

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del África subsahariana y ello dio lugar a la intervención omeya en el norte de África. Minería del mercurio La minería más importante de al-Andalus fue la del cinabrio para la producción de mercurio (ziʼbaq), cuya principal mina se situaba en Almadén (Ciudad Real), un topónimo que, como ya se ha indicado, está relacionado con mina. La mejor descripción de esta mina es de al-Idrisī, quien menciona la producción de mercurio de Almadén y Obejo, que se exportaba a todos los países. Es famoso el relato de Ibn Ḥayyān de que cAbd al-Raḥmān III mandó instalar en la sala principal del palacio de Madīnat al-Zahrāʼ un estanque de mercurio, que producía reflejos con el sol o con otros materiales de la estancia, mármol, marfiles y ébano. Las fuentes refieren que la mina de mercurio y minio de Almadén (Ciudad Real) empleaba a 1 000 obreros en la extracción del cinabrio, en las labores de recogida de leña y en la tostación y sublimación del mercurio, y que las labores alcanzaban las 250 brazas de profundidad. Esta sublimación se realizaba en vasos especiales denominados aludeles, y esta técnica no dejaba de sorprender a A. Carbonell, un geólogo con amplia experiencia en la prospección minera, ya que es similar a la empleada en época moderna (Carbonell y Trillo, 1929). Incluso el nombre de los vasos utilizados para sublimar, los aludeles, son de etimología árabe, como el propio topónimo de Almadén. También hay referencias a la recogida de mercurio en el castillo de Obal (Obejo), que se encontraba en el camino a las minas de Almadén, pero en esa zona no existen minas de mercurio. Es probable, por tanto, que las minas de Almadén estuvieran en el distrito de Córdoba, y existiera un camino directo a esa zona minera. J. Vallvé Bermejo identifica esta mina con la villa de Obejo en Fuenteobejuna, con la misma Fuenteobejuna y con el cerro de Obejo en Hornachuelos, donde se han detectado minas de azogue (Vallvé, 1980, nota 16). Sin embargo, compartimos la autorizada línea de opinión de A. Carbonell, quien defiende que las distancias que marca a Córdoba deben de ser un error y se trata con seguridad de los colosales yacimientos de cinabrio de Almadén (Ciudad Real), las únicas minas que responden a las características geológicas del yacimiento descrito en el texto. Otros lugares de minería del mercurio se han situado en Paterna, cerca de Salobreña (Granada). Minas de zinc

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Debían de ser muy famosas las minas de azófar (surf), el cobre amarillo, pero es una aleación de cobre y zinc ya conocida en época romana y utilizada en la amonedación. Las minas más renombradas eran las de Almadén, cerca de Riopar (Albacete), donde se ha mantenido esta industria de latón. Según los testimonios de al-Qazwīnī y al-Zuhrī, minas de azófar existían en los montes de Córdoba y en la cora de Ilbīra, donde las fuentes mencionan la explotación de óxido de zinc (atutía, al-tūtiyā). Esta mina de zinc se ha identificado con la mina de cerro del Toro (Salobreña), una mineralización rica en blenda/esfalerita en una formación de dolomías (Martín, 2005b ). Las labores de explotación antigua quedaron al descubierto con la explotación moderna en las zonas más superficiales, en forma de galerías de planta irregular y pequeñas cámaras de explotación. Algunos materiales cerámicos avalan la ocupación de la mina en época omeya, entre ellos algunas marmitas y un anafe. J. M. Martín Civantos piensa que esta mina es un ejemplo de la reactivación de la minería en época omeya. El zinc se empleó para la aleación con cobre (latón, lātūn), conocida desde época romana (oricalco). La forma de conseguirla era dificultosa debido a la baja temperatura de fusión del zinc (450º), lo que impedía su reducción con carbón, pues se volatilizaba en forma de vapores. Para evitarlo se mezclaba en un crisol el mineral de zinc, la calamina (hidrosilicato de zinc) o blenda (sulfuro de zinc) con cobre metálico y, durante la operación, el vapor de zinc era absorbido por el cobre al alcanzar los 950º. Esta técnica era ya conocida en época romana, en la que se comercializaron incluso lingotes de oricalco, y continuó así hasta que en el siglo XVIII se logró la reducción del zinc en forma metálica. Minería de jugos y salitres Las fuentes se hacen eco de los avances de esta época en el uso de toda una serie de sustancias químicas que procedían del tratamiento de los minerales, en especial en lo que a los conocimientos químicos se refiere. Hay que citar la obra de Djaber al-Kufi, el autor egipcio de fines del siglo VIII, el maestro de los alquimistas árabes. Su principal obra, inspirada en la escuela griega de Alejandría, pasó a Europa gracias al puente de alAndalus (Summa perfectionis magisterii in sua natura). Realizó la primera descripción científica de los metales, y de las operaciones para sacar rendimiento a sus propiedades y componentes (volatilización, destilación, calcinación, solución, cristalización y copelación). Asimismo, nos describió los hornos para el tratamiento de la copelación del oro y la

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plata por medio de plomo, y toda una serie de sustancias químicas de procedencia mineral, como cloruro de mercurio, óxido de mercurio, ácido sulfúrico, ácido nítrico, alcohol, agua fuerte, aceite de vitriolo, nitrato de plata, etc., es decir, la obtención de los principios destiladores que regían la ciencia de la alquimia, cuyas investigaciones químicas fueron los pilares de la ciencia moderna (Barthelot, 1885: 207 y ss.). Por ello, además de la minería metálica, existen también noticias sobre el aprovechamiento de algunos subproductos que se podían obtener fácilmente en las zonas mineras. A modo de ejemplo es recurrente la descripción de las tres fuentes de Niebla, lo que se ha interpretado como los tres tributarios que forman el río Tinto, una de agua dulce (Rivera de Jarama), y otras de alumbre (šabūb) y caparrosa/ aceche (zāŷ), los dos nacimientos del río Tinto en la zona minera, el de la zona de Filón Norte (Cueva del Lago) en la mina de Riotinto y el de la mina de Peña de Hierro. Esta zona minera debía de pertenecer en época califal al distrito de Niebla. Su descripción como de fuentes debe relacionarse con antiguas galerías de desagüe romanas, todas las cuales se mantenían francas todavía en el siglo XIX, cuando Rúa Figueroa las recoge en su obra sobre Riotinto (Rúa, 1859). La caparrosa era empleada como colorante y su extracción se realizaría en las antiguas galerías romanas y en la orilla del río Tinto, donde solía recuperarse en verano. Todavía en época bajomedieval, cuando la zona de Riotinto pertenecía al arzobispado de Sevilla, se pagaba el diezmo en caparrosa. El alumbre se utilizaba en las tintorerías, para fijar los colores de los tejidos y como mordiente. Estos dos productos tenían también aplicaciones medicinales como materias astrigentes. En las minas del sureste también se recogían otros productos similares, como el alumbre (almazarrón), que se utilizaba como mordiente y colorante. En los distritos mineros de este sector se extraía en Mazarrón de Lorca y en las minas de Mazarrón, donde la minería romana había dejado suficientes labores en las que recogerlo. También se cita la recogida de estos productos en las minas de los montes de Córdoba. El azufre se podía conseguir en todas las minas de sulfuros, las más abundantes. Recibía el nombre de alcrebite. Las fuentes citan su explotación en Sierra Morena, en Baza (Benamaurel). Uno de los centros más importantes era el de Hellín (Albacete) y, según al-Qazwīnī y alZuhrī, se exportaba a muchos países, entre ellos a Yemen y Siria. También fueron objeto de explotación algunos minerales que servían para la coloración del vidriado en la cerámica. Se citan así la explotación de óxidos de cobalto en la zona granadina para conseguir el color azul,

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pero también se extraían óxidos de cobre y carbonato de cobre (zinŷār) para el color verde, óxidos de antimonio para el amarillo, y óxidos o peróxidos de manganeso para el negro o morado. Las decoraciones pintadas incorporaban también el color blanco del óxido de estaño y el rojo del óxido de hierro.

TÉCNICAS MINERAS Y MODOS DE PRODUCCIÓN La aportación más interesante del trabajo de A. Carbonell fue la presentación por primera vez de una serie de materiales arqueológicos islámicos procedentes de minas (Carbonell y Trillo, 1929), que confirmaban las noticias recogidas en las fuentes y abrían un nuevo y esperanzador panorama para ir descubriendo la minería de este momento. Comparó la técnica minera con la empleada en las labores subterráneas para la captación de agua, que seguían la ingeniería de los acueductos y desagües romanos de las minas, con sus galerías y pozos de orientación/ventilación. Entre estas galerías subterráneas cita la Fuente Real de Almodóvar del Río, un modelo del que se conocen otros ejemplos, como el sistema de captación de agua del acueducto almohade de los Caños de Carmona en la zona de Alcalá de Guadaira, verdaderas minas de agua que, en efecto, siguen fielmente los principios de la ingeniería minera romana. De igual modo, la técnica de las pequeñas galerías romanas de exploración se encuentra presente en algunas estructuras de almacenamiento subterráneas, con sus pequeños nichos para colocar las lámparas como sucede en las romanas (Pérez, 2008). Todas las labores de las minas de Córdoba descritas por A. Carbonell donde se han encontrado materiales islámicos siguen la tipología romana, galerías de pequeñas dimensiones de «un esmerado trabajo», entibaciones de pino, etc. Los cangilones de la mina de Mirabuenos le llevan a plantear el uso de norias para el desagüe de las labores. El problema de las descripciones de A. Carbonell es que no llegan a diferenciar en esas minas las labores romanas y las medievales islámicas, o si son labores romanas reutilizadas en época medieval, por lo que muchas de sus apreciaciones son algo dudosas, como la comparación de esas entibaciones con las localizadas en la mina de Monte Romero (Almonaster la Real, Huelva), asegurando por ello que ambas son árabes, cuando sabemos que Monte Romero no fue explotada en época medieval. A pesar de estos problemas, su trabajo vino a demostrar, por primera vez, la existencia de minas explotadas en época califal, pero desgraciadamente

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muchos de sus ejemplos no han sido estudiados con el detalle que requieren, con trabajos de prospección y documentación arqueológica. Esta técnica de pozo y galería siguió, pues, en época medieval, hasta el punto que sería un error catalogar una labor como romana si no encontramos elementos arqueológicos asociados a ella. Son labores perfectamente talladas, y las huellas de herramientas en las labores remiten también al empleo de un mismo tipo de útiles: picos, cuñas y mazas (Grañeda, 2000). Cuando las mineralizaciones que se buscaban eran superficiales, las rafas y las trincheras eran las labores favoritas, como en época romana. Los tipos de hornos de sangrado y de cuba, y los métodos de copelación eran también una herencia metalúrgica de época romana, apenas modificada. Lo poco que ha llegado a nosotros sobre la reglamentación del trabajo minero en al-Andalus procede de fetuas y contratos de arrendamiento. A. Echevarría defiende que a partir de estos materiales puede obtenerse información de otros aspectos de la minería, de la tecnología de las explotaciones y de las formas de trabajo, la propiedad de las minas y la mano de obra empleada (Echevarría, 2010). Subraya que a diferencia de los preceptos mineros romanos, en los que las minas forman parte del suelo público, en las fuentes islámicas el uso del suelo es libre. Las minas son consideradas tesoros ocultos que pertenecen a quien los encuentre. En un primer momento, el interés por las minas se manifestó en impuestos en forma de metal o mineral que pagarían las poblaciones indígenas, y esto significa que las minas quedarían en manos de los dimmíes, que pagarían por ellas una renta o un impuesto en metal. Esta situación habría cambiado en época califal cuando, debido al proceso de centralización estatal, las minas serían fiscalizadas por el Estado (Echevarría, 2010). J. M. Ortega trae a colación un texto de alKardabūs según el cual cAbd al-Raḥmān III cargó a las minas lo que costaba la construcción de la ciudad palatina de Madīnat al-Zahrāʼ (Ortega y Ortega, 2008). Sin embargo, en opinión de P. Grañeda, el Estado omeya solo se preocupaba por el cobro de impuestos de una minería practicada a pequeña escala (Grañeda, 2008). De estos datos se colige que las minas estaban sujetas a tributación, pero esta debería de haber sido muy variable de unos metales a otros: de los metales amonedables (oro, plata y cobre), y de las herrerías, cuya proliferación en al-Andalus refleja la calidad siderúrgica alcanzada en este momento. Pero también pueden ser formas de arrendamiento o aparcería a cambio de una parte de la producción, una fórmula que concuerda con la de época romana (diminia pars) y con la bajomedieval cristiana posterior (el quinto

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real). Esta situación parece estar refrendada por algunas citas de las fuentes, como las que realiza Ibn Ḥazm sobre las explotaciones de oro en el Segre, «la parte de ese oro que queda en manos de los que lo extraen. . .». Este panorama no debió de cambiar mucho con la llegada de los imperios norteafricanos. En época almohade, en el norte de África las minas eran propiedad estatal y eran concedidas a individuos que se encargaban de todos los trabajos de extracción, aunque algunas de ellas eran explotadas directamente por el Estado (Echevarría, 2005: 345-350). Las minas serían, por tanto, explotaciones particulares sometidas a tributación, pero la concesión corresponde al califa, y en relación con esto se encuentran las fetuas de Ibn Rušd sobre la condición de las minas de plata, que son concedidas por el califa. De todos modos, debía de existir un cierto control estatal de las explotaciones a ejemplo de otras explotaciones, como las salinas, en las que se podía quitar la posesión en caso de abandono o mal mantenimiento de las instalaciones, una labor fundamental para la continuidad de la actividad. Según Ibn al-Jaṭīb, las salinas se arrendaban mediante contrato, en el que se incluía una cláusula por la cual se exoneraba de pagos en caso de malos rendimientos (Echevarría, 2010: 10). En época nazarí algunos dictámenes jurídicos del siglo XIV nos informan que las minas se otorgaban por concesión y no podían ser heredadas, sino que a la muerte del concesionario debería ser entregada a otra persona (Martín, 2001). Se ha defendido también la posibilidad de que en las minas se emplearan grandes masas de esclavos o cautivos, pero ninguna fuente lo menciona explícitamente. Puede que se diera en algún caso, como pudo suceder en las minas de mercurio de Almadén, en las que las fuentes mencionan el empleo de mano de obra en grandes proporciones, pero en general las explotaciones debieron de ser pequeñas. A propósito de Almadén, al-Idrisī diferencia a los mineros, los que bajan a los pozos y extraen el mineral, de los que trabajan en los hornos y de los que se encargan del abastecimiento de leña y otros pertrechos necesarios en la mina. La mano de obra debería estar especializada en las distintas tareas a las que obliga la producción metálica, extracción, mineralurgia y metalurgia. Sí es posible plantear que en la minería del hierro estuvieran representadas las capas marginales de la población, como parece desprenderse del trabajo siderúrgico en la ciudad de Saltés, del que se ocupaban principalmente cristianos.

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Universidad de Huelva.

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DE LA MONEDA ROMANA A LA MONEDA ANDALUSÍ. ARQUEOLOGÍA Y NUMISMÁTICA PARA UN PERIODO DE CAMBIOS Urbano López Ruiz1 RESUMEN: Nuestra contribución intenta reflejar, en el campo numismático, las profundas transformaciones de los ámbitos políticos, sociales, económicos y religiosos que sacudieron a la población hispana en el contexto de la decadencia del Imperio romano al establecimiento del emirato independiente andalusí, es decir, entre los siglos IV y IX d. C. Estas transformaciones afectaron en distintas facetas a las monedas que se acuñaron o circularon en la península ibérica, en cuanto a la emisión, tipología, metrología, función y mensaje político que querían transmitir por parte de las autoridades emisoras, por lo que las usaremos como indicadores, tanto por sí mismas, como por su hallazgo en contextos arqueológicos, para acercarnos al uso que tuvieron en este periodo, más allá del puramente monetario y económico. PALABRAS CLAVE: Antigüedad Tardía, moneda tardorromana, moneda bizantina, moneda visigoda, moneda andalusí, tesorillo. ABSTRACT: Our contribution to this book tries to reflect, in the numismatic field, the deep transformations of the political, social, economic and religious fields that affected the Hispanic population among the decadence of the Roman Empire and the setting up of the independent Andalusi Emirate, that is, among 4th and 9th A. D. centuries. These transformations affected the coins used in the Iberian Peninsula in different aspects, related to their minting, typology, metrology, function and political message that was intended to be transmitted from different coining authorities. Thus, we will use coins to approach to the usage that they had in this period beyond the merely monetary and economic; we find necessary, for this purpose, to judge not just coins themselves, but archaeological contexts which these were found in. KEY WORDS: Late Antiquity, Late Roman coin, Byzantine coin, Wisigothic coin, Andalusi coin, small hoard.

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ESTO SÍ QUE ES UNA TRANSICIÓN. . . EL PASO DE LA EDAD ANTIGUA A LA EDAD MEDIA El ámbito cronológico en el que nos vamos a centrar en este estudio, los inicios de la Edad Media, se presenta como una etapa histórica «oscura»,2 una visión negativa implantada por la historiografía tradicional, y que persiste hoy día en el imaginario popular, interpretando la época medieval como un periodo bisagra, un lapso de tiempo perdido entre la Edad Clásica y el Renacimiento. Por razones de espacio, no nos detendremos en las causas que motivaron la concepción tan tenebrosa de este periodo, ni en los detalles de un contexto histórico complejo, en el que se entremezclan múltiples factores, ya que la literatura sobre estos aspectos es tan antigua como abundante y accesible a cualquier interesado en el tema, por lo que a ella remitimos. Este periodo inicial de transición a la Edad Media tiene gran predicamento en los últimos años por parte de la investigación histórica y arqueológica. Se trata de la denominada Antigüedad Tardía o Tardoantigüedad, un periodo difícil de delimitar cronológicamente, ya que varía según los autores a los que se les pregunte, pero podríamos situarlo, en el caso de la península ibérica, entre los siglos V y VIII, es decir, entre las invasiones bárbaras y la caída del sistema imperial romano, y la conquista musulmana.3 Desde el punto de vista de la historiografía tradicional correspondería, en lo cronológico, a la Alta Edad Media, y en lo socio-político, comprendería la crisis y colapso del Imperio romano de Occidente, con las invasiones y asentamiento de pueblos germánicos en Hispania; el establecimiento del reino visigodo de Toledo; el episodio de la presencia bizantina en el sureste peninsular; y por último, la creación del emirato andalusí por los musulmanes llegados del norte de África. Como es lógico, estos acontecimientos provocaron una serie de cambios y transformaciones que dejaron una huella indeleble en la historia peninsular pero, también, en el campo de la numismática: en las monedas, su circulación y la función que tuvieron, con independencia del sistema monetario. En este análisis no queremos utilizar la moneda en el sentido estricto de la pieza numismática como objeto de estudio individual, sino formando parte de un todo constituido por el registro de una intervención arqueológica. Independientemente del hallazgo casual o del conjunto monetal que supone un tesorillo, aquí nos interesa más la relación interdisciplinar que se establece en el hecho de que una moneda aparezca

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en un contexto arqueológico bien definido y documentado con una metodología científica. En este sentido, en arqueología, una moneda de oro y otra de bronce tienen el mismo valor, ya que sin el contexto arqueológico del que proceden, ambas piezas no tendrían más valor que el que representan por sí mismas para la investigación numismática, pero no nos servirían para interpretar las causas de su presencia, función y amortización. Afortunadamente, los estudios numismáticos han dejado de ser listados de las monedas halladas en una intervención arqueológica, meros catálogos de piezas sin más relación con su procedencia que la mención a la sigla de registro, convirtiéndose hoy en día en análisis científicos que unifican los datos extraídos de la completa catalogación de la moneda con su contexto arqueológico, en comparación con la cronología que aportan los restantes materiales con los que comparte estratigrafía.4

EL CAOS DEL SISTEMA MONETARIO TARDORROMANO No creemos que sea este el lugar para tratar un tema tan complejo y discutido como fue la denominada crisis del Bajo Imperio romano, una crisis que va más allá del aspecto económico, y que habría que confirmar en algunos aspectos y rebatir en otros, tal y como está haciendo la historiografía actual, apoyándose para ello en la realidad que muestra la arqueología.5 Dicho esto, en el ámbito numismático6 los inicios del siglo IV se abren con las consecuencias de la reforma de la moneda por el emperador Diocleciano (284-305 d. C.) a fines de la centuria anterior, y que supuso un refortalecimiento momentáneo del sistema monetario romano, con un aureus fuerte, de 5,45 gramos, con múltiplos y submúltiplos; en la plata, nace el argenteus, con un peso aproximado de 3,2 gramos, más propio del denario de la época de Nerón que de fines del siglo III (fig. 1); mientras en el caso del bronce, se acuñan los denominados folles o nummi, piezas de gran tamaño —10 g de peso medio— en este metal para lo habitual del momento, que cuentan con una aleación de plata (fig. 2), y sus correspondientes divisores.

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Figura 1: Argenteus de Maximiano. Heraclea. RIC VI, 7. Col. Particular. Imagen: U. López.

Figura 2: Follis de Diocleciano. Lugdunum. RIC VI, 177a. Col. Particular. Imagen: U. López.

Esta reforma fue solo una ilusión, y la grave situación económica provocó nuevas disposiciones y edictos que, en tiempos de Constantino I, supusieron una completa reforma del sistema monetario. En el año 310, el solidus aureus nació con la buena intención de sustituir con cierta dignidad al áureo. Con un peso de 4,54 gramos, contaba con divisores como el semissis (1/2 sólido) y el 1 1/2 scripulum (3/8 de sólido). A pesar de la devaluación que sufrió con el paso de los años, el sólido se consolidó como la moneda de oro más fuerte del Mediterráneo, al ser adoptada más tarde por el Imperio bizantino (fig. 3). A fines del siglo IV apareció un nuevo valor en sustitución del 1 1/2 scripulum: el tremissis o triente (1/3 de sólido), de gran repercusión en el futuro, como veremos más adelante. Las emisiones en plata, que se paralizaron hasta bien entrado el siglo IV, están representadas por el miliarense (1/18 de sólido), la siliqua (1/24 de sólido) (fig. 4) y un cada vez más devaluado argenteus. El volumen de estas acuñaciones descendió bruscamente, porque los usuarios preferían el oro para depositar en él su confianza para pagos y transacciones comerciales a gran o mediana escala pero, también, porque se convirtieron estas monedas en objeto de atesoramiento.

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Figura 3: Solidus de Honorio. Constantinopolis. Col. Particular. Imagen: U. López.

Figura 4: Siliqua de Valente. Antioquia. RIC IX, 34b. Col. Particular. Imagen: U. López.

Por el contrario, las monedas de bronce incrementaron su número de forma exponencial, aunque muy devaluadas, consecuencia del fuerte proceso inflacionista, que no hizo sino aumentar con el paso de los años de la cuarta centuria. Salvo excepciones temporales, como el denominado centenionalis de Constancio II (337-361) y Constante (337-350), o la maiorina de Juliano II (360-363), piezas de gran módulo y que no son sino meros espejismos que respondían más a una voluntad ideológica de transmitir cierta «tranquilidad» al mercado sobre la situación económica real, el bronce devino en pequeñas piezas que en la actualidad se denominan genéricamente «pequeños bronces», por desconocer el nombre exacto del valor que se le otorgó en su momento de emisión, y los identificamos según su módulo aproximado, desde la más grande a la más pequeña: AE 1 (doble centenionalis o maiorina), AE 2 (centenionalis), AE 3 (1/2 centenionalis) y AE 4 (1/4 centenionalis) (fig. 5).

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Figura 5: Diversos valores y tipos de AEs. 1º y 2º tercios del s. IV. Col. Particular. Imagen: U. López.

En el año 364 se inicia un nuevo periodo en las emisiones de monedas de bronce, que perdura hasta fines de siglo, y en el que destacan sobremanera los valores de AE 2 y AE 3 por el importante volumen de monedas que pusieron en circulación emperadores como Valentiniano I (364-375), Valente (364-378), Graciano (367-383), Valentiniano II (375392), Teodosio I (379-395), Arcadio (383-408) y Honorio (393-423), o el usurpador Magno Máximo (383-388). El epílogo de este periodo de cierta recuperación en las emisiones de bronce tuvo lugar con el paso al siglo V, momento a partir del cual solo se emitieron regularmente, aunque en escaso volumen, piezas de AE 4, iniciándose la desmonetización del decargyrus nummus, los antiguos AE 2.7 Este sistema, con pequeñas reformas, se mantendría vigente hasta la caída de Roma en 476. Destacar también la existencia de numerosas imitaciones locales o «bárbaras» de estos pequeños bronces, emitidas en las provincias a partir del siglo III, y que eran aceptadas/consentidas por la autoridad estatal, ya que no se tratarían de falsificaciones, sino que buscaban aprovisionar de moneda pequeña aquellos lugares a los que las emisiones oficiales no llegaban, o no lo hacían con la regularidad y en la cantidad deseada. Se trata de emisiones generalmente muy toscas, con una metrología reducida en comparación con los tipos oficiales, y en las que suele resultar

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imposible o muy difícil determinar emisor, tipo, ceca, etc., ya que se utilizan tipos y leyendas inventados o mal interpretados8 (fig. 6).

Figura 6: Arriba, valores y tipos habituales de AEs del último tercio del s. IV. Abajo, AE 2 oficial (izda.) e imitación (dcha.). Col. Particular. Imagen: U. López.

Por último, hay que destacar el nuevo uso que se le dio a los tipos y leyendas de estas monedas, que fomentan dignificar la figura del emperador y del pueblo romano como reflejo del mundo civilizado, o intentan reflejar un bienestar social o una seguridad militar del todo irreal en un Imperio que era víctima de incursiones bárbaras continuas. Más tarde, a estos tipos se les unirían otros en los que se introducen elementos cristianos, muestra del apoyo de los emperadores a la Iglesia, y a un intento de buscar la protección del cielo ante lo que se avecinaba. . .9 El sistema monetario tardorromano en la península ibérica: la huella arqueológica Hemos comprobado que el sistema monetario tardorromano fue caótico, y no solo por el atesoramiento de oro (Depeyrot, 1983), que suponía su desaparición del circulante, o la escasez de moneda de plata de calidad que lo supliera. La ingente cantidad de bronce que encontramos en los

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hallazgos arqueológicos en contextos de fines del siglo IV e inicios del V, 10 nos muestra un panorama que podría parecernos, a ojos actuales, desolador: si en una intervención arqueológica halláramos la caja del día de un pequeño artesano hispano, encontraríamos milagrosamente alguna moneda de plata, pero el predominio monetario casi absoluto sería del bronce acuñado durante el siglo IV, con un menor volumen de emisiones del primer tercio de dicha centuria, acuñados por ejemplo, bajo los reinados de Constantino I el Grande (307-337) o Crispo (317-326). Las masivas acuñaciones del siglo IV se pueden dividir en dos grandes grupos: uno de mediados de siglo, en el que predominan los pequeños valores, AE 3 y AE 4 de emperadores como Constantino II (337-340), Constante, Magnencio (350-353), Constancio II y Juliano II; o de los césares Decencio (351-353) y Constancio Galo (351-354); el segundo grupo de emisiones corresponden a los abundantes valores AE 2 y AE 3, acuñados en el último tercio del siglo IV por emperadores como Graciano, Valentiniano II, Teodosio I, Arcadio, Honorio. . . En esa caja encontraríamos también algunos elementos «extraños», válidos en un sistema monetario en semidescomposición, en el que lo importante era el metal y su peso, más que su calidad estética. Hablamos de alguna pequeña emisión hispana de época republicana, o de algún mediano o pequeño bronce altoimperial, de la propia Roma o provincial, con tipos y leyendas prácticamente desaparecidos por el desgaste de siglos de uso.11 En una proporción muy superior, encontraríamos antoninianos del siglo III, bastante desgastados, entre los que habría que destacar un gran número de las conocidas imitaciones de consecratio de Claudio II el Gótico, acuñadas en el último cuarto de esa centuria, posiblemente en talleres hispanos, dada la ingente cantidad de estos ejemplares localizados en la península.12 Ahora nos vamos a centrar en los depósitos fechados a fines del siglo IV y a lo largo del V y VI. El análisis de estos conjuntos confirma lo mencionado más arriba: a falta de piezas de oro y plata se acepta todo el circulante de bronce posible, sea de la época que sea, siempre y cuando cumpla con la metrología de la moneda oficial y, por tanto, se atesoran las monedas que circulaban con mayor regularidad y abundancia, y preferentemente, las de mayor módulo y peso, como los denominados centenionalis, AE 2 de la segunda mitad del siglo IV, junto a «intrusiones» de otros pequeños bronces (AE 3 y 4) de esa misma cronología, otras emisiones de inicios del siglo IV, e incluso antoninianos de fines del siglo III. En lo que respecta a las razones que motivan la formación de estos tesorillos, además de bolsas de particulares o cajas de comerciantes,

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podrían deberse a ahorros que fueron escondidos por sus propietarios en momentos de crisis o pánico, como los que representaron las «invasiones bárbaras», para evitar su desaparición o robo, y quedaron fosilizados en el espacio-tiempo hasta su descubrimiento y estudio en la actualidad.13 Citamos a continuación dos ejemplos de conjuntos monetales de AE 2, quizás ahorros personales, que debieron de ser escondidos en dos momentos de la Antigüedad Tardía para preservarlos de graves episodios de inestabilidad en la península. El primero lo representa el hallado en Los Villares, en el término municipal de Andújar (Jaén), y que se conserva en el Fondo Arqueológico Ricardo Marsal Monzón. Está formado por 51 AE2, de emperadores como Graciano, Valentiniano II, Teodosio I, Magno Máximo, Arcadio y Honorio, y un centenionalis de Constante (tab. 1). Todos los ejemplares fueron acuñados en la segunda mitad del siglo IV y, dado su buen estado de conservación, es posible que fuera escondido a inicios del siglo V, quizás en el marco de la invasión vándala de la Baetica. Lamentablemente, y como sucede con otros muchos tesorillos, este que aquí citamos fue hallado fruto del expolio de yacimientos andaluces, por lo que carecemos del contexto arqueológico que nos podría haber aportado más datos sobre las circunstancias del ocultamiento (López Ruiz, 2016). Por otra parte, contamos con un depósito cerrado hallado en contexto arqueológico, concretamente en el yacimiento de El Saucedo, un complejo agropecuario de grandes dimensiones en Talavera la Nueva (Toledo), que fue destruido por un incendio a inicios del siglo VIII, quizás durante la invasión musulmana. Durante la excavación realizada en este enclave se detectaron los restos del derrumbe del tejado de una edificación, que se fecha en el momento de arrasamiento del complejo agropecuario por el incendio antes mencionado. Entre los restos de dicho derrumbe se hallaron 97 monedas fechadas entre los años 270 y 395, contando con un antoniniano de consecratio de Claudio II, un antoniniano posreforma de Diocleciano, 5 bronces de la familia de Constantino I y 88 monedas que corresponden al periodo iniciado en 364 que, salvo una pieza (una siliqua de Valentiniano I), todas ellas corresponden a AE 2 de Graciano, Valentiniano II, Teodosio I, Magno Máximo, Arcadio y Honorio (Cabello Briones, 2009).

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Tabla 1: Tabla descriptiva de tipos del conjunto de Los Villares (Andújar, Jaén). Elaboración propia.

Dicho esto, hay que tener en cuenta una cuestión importante para determinar el abastecimiento y circulación de moneda en periodos cronológicos concretos: muchos autores han caído en el error de asociar un mayor volumen de moneda de determinada época hallada en un yacimiento o región concreta, con su desarrollo socioeconómico, sin tener en cuenta que ese volumen de monedas puede responder no a un hipotético momento de esplendor en el lugar, sino a otras razones más prosaicas, como por ejemplo la fuerte inflación que sacudió al Imperio en el siglo IV que, como hemos indicado, requirió la necesidad de acuñar (e imitar) ingentes cantidades de moneda de bronce. Por tanto, que aparezca un mayor volumen de monedas del siglo IV que del II en un yacimiento, no implica necesariamente el auge de ese enclave en la cuarta centuria, sino la existencia de un mayor porcentaje de moneda en el mercado que, como veremos más adelante, ni siquiera tiene por qué responder a su uso durante el siglo IV.14

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VAYAN

PASANDO, AL FONDO HAY SITIO… AMONEDACIONES BÁRBARAS EN LA PENÍNSULA IBéRICA (SS. V Y VI)

En el año 409, suevos, vándalos y alanos atravesaron los Pirineos e invadieron la península ibérica. Estos pueblos germanos se repartieron el territorio de Hispania, ya fuera para su asentamiento estable, como ocurrió con los suevos, o bien para dedicarse al pillaje y el saqueo en su tránsito por el territorio hispano, dejando en un segundo plano el asentamiento, como ocurrió con vándalos y alanos. No se conoce ninguna emisión monetaria precisa del pueblo alano, y los vándalos tampoco acuñaron en la península. Estos últimos solo comenzaron a emitir moneda, en plata y bronce, y en pequeña cantidad, tras su asentamiento en el norte de África. Estas emisiones imitan las características de las monedas acuñadas por Roma y Bizancio, y llegan a la península ibérica, especialmente a la costa mediterránea, fruto del intercambio comercial con el norte del continente africano, en principio, hasta el cese de estas acuñaciones vándalas por la conquista bizantina en 533-534 (fig. 7). En el caso de los suevos la situación fue distinta. Ellos decidieron asentarse en territorio peninsular, en la provincia de Gallaecia, y posteriormente en la Lusitania, creando un auténtico reino que, sin embargo, siempre estuvo en conflicto: primero con los otros pueblos germánicos que invadieron la península y, más tarde, con los visigodos, hasta que estos, en la figura del rey Leovigildo, acabaron con el reino suevo en 585-586. En el ámbito monetario hicieron exactamente igual que otros pueblos bárbaros e imitaron las emisiones romanas de Honorio (393-423) y Valentiniano III (425-455), a cuyos nombres acuñaron sólidos y trientes de oro, y escasas silicuas de plata, que se caracterizan por la corrupción de tipos y leyendas, elaborados con arte muy tosco. Posteriormente, fueron los trientes visigodos, que veremos a continuación, las emisiones imitadas por los suevos, hasta el cese de sus acuñaciones (Cebreiro Ares, 2012). Como las monedas que pusieron en circulación fueron muy reducidas, se sobreentiende que aprovecharían el circulante tardorromano en su territorio, especialmente en lo que al bronce se refiere, en las transacciones comerciales, independientemente del uso del trueque, que debió de estar muy extendido en la zona (fig. 8).

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Figura 7: Imitaciones vándalas de AE4 del emperador romano Valentiniano III. Imagen: .

Figura 8: Solidus suevo a nombre del emperador Honorio. Museo de Berlín. Imagen: .

Y VINIERON LOS GODOS. . . EL SISTEMA MONETARIO VISIGODO La economía visigoda fue eminentemente agrícola, con un mundo rural heredero del Bajo Imperio romano, con la propiedad de la tierra en manos de la monarquía, la nobleza visigoda e hispanorromana, y el clero, frente a una masa de campesinos empobrecidos, que nos dejan un paisaje rural decadente y sometido a los vaivenes de epidemias, hambrunas y malas cosechas. También se observa un éxodo del campo a la ciudad, que se tradujo en núcleos urbanos con cierta hegemonía económica, favorecidos por el establecimiento en ellos de la administración del Estado visigodo o de sedes episcopales, el desarrollo de la pequeña artesanía y del comercio con el Mediterráneo. No obstante, la inestabilidad política interna del reino visigodo, la denominada por Gregorio de Tours como «enfermedad gótica», unida a la herencia de destrucción y crisis recibida, y el interés expansivo del islam, no permitieron en ningún momento el desarrollo económico pleno de la península.

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El reino visigodo creó un sistema monetario monometálico,15 basado en el patrón del sólido áureo de Constantino el Grande, aunque adoptaron como valor de unidad monetaria el tercio de sólido, en la figura del tremis o triente, que imita claramente los sólidos del Imperio de Occidente, primero, a nombre de Valentiniano III (como también hicieron los suevos), acuñados por monarcas como Teodorico I (418-451) y Teodorico II (453466). Posteriormente imitaron los sólidos del Imperio bizantino a nombre, entre otros, de Anastasio I (491-518), y que fueron emitidos probablemente, por Alarico II (484-507), formando una primera serie de monedas denominada «pseudoimperial». Las emisiones genuinamente visigodas las implantó el unificador del reino visigodo de Hispania, Leovigildo (568-586), cuando en 568 decide emitir moneda a su nombre, con su busto coronado, y crear un tipo único para todo el reino (Pliego Vázquez, 2009: 72 y ss.). Se trata de monedas frágiles, de cospeles finos que apenas llegan a 20 mm de diámetro, y un peso medio teórico de 1,516 gramos, aunque las oscilaciones entre pesos máximos y mínimos son importantes. Los tipos monetales empleados se caracterizan por una calidad artística pobre y tosca, con poco relieve y en el que predomina la simpleza y esquematismo de las figuras (fig. 9). Aunque encontramos variantes según el ámbito provincial y la ceca, como norma general en los anversos encontramos los bustos, muy estilizados, de los monarcas, en solitario de perfil hacia la derecha, o bien, en el caso de correinantes, afrontados. Los tocados y las vestimentas que llevan los monarcas son de clara influencia romano-bizantinas. En los reversos, un primer tipo imita las emisiones tardorromanas de la Victoria avanzando hacia un lado y portando una corona de laurel. Este tipo sería sustituido, en tiempos de Leovigildo, por otro de origen bizantino, como es la cruz sobre unas gradas, que se identifica con la cruz del Calvario y, posteriormente, este mismo rey introduce el «tipo nacional», con su busto de frente en anverso y reverso. Las leyendas, que recogen el nombre del monarca, su título, la ceca y algún que otro elemento, utilizan la grafía latina cursiva romana. Entre las cecas, muy abundantes —superan los 80 talleres, la mayoría en Lusitania y Gallaecia—, las más activas fueron Emerita, Ispali y Toleto (fig. 10).

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Figura 9: A la izda., tremis de Leovigildo a nombre de Justiniano I. Pliego, 2009, 1(b), vte. Imagen: Sub. Cayón, Marz. 2015. A la dcha., tremis de Sisebuto, de Ispalis. Pliego, 2009, 275(d). Col. Particular. Imagen: U. López.

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Figura 10: Cecas del reino visigodo de Toledo. A partir de Pliego (2009: 54). Elaboración propia.

El sistema monetario visigodo, dada la ausencia de acuñaciones en plata y, en principio, también en bronce, tuvo un carácter eminentemente político-ideológico, y la emisión de moneda quedó reservada como una dignidad más del monarca frente a la nobleza, siempre atenta a cualquier debilidad para tomar el poder. El uso de esta moneda de alto valor, como es lógico, se destinaría al pago de grandes cantidades, como el mantenimiento del ejército o los intercambios comerciales más importantes. La continua inestabilidad política del reino tuvo su expresión

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en una moneda poco fuerte, que nunca llegó a consolidarse ni siquiera entre la población que, muy probablemente, utilizaría aún emisiones áureas tardorromanas y, en especial, los sólidos bizantinos que llegaban a la península fruto de los intercambios comerciales con el Imperio romano de Oriente.16 Este sistema monetario tan frágil y sometido a la política tuvo su mayor decaimiento en paralelo al propio reino visigodo. Los últimos años del Regnum Gothorum, en especial desde el reinado de Egica (687-695), nos muestran unas emisiones de calidad ínfima, de monedas devaluadas en su metrología y en su ley, ya que los trientes prácticamente dejaron de contener oro y eran emisiones casi en su totalidad argénteas. Todo esto desembocó en la drástica reducción del circulante visigodo, ante su poca fiabilidad, y el atesoramiento de las piezas más antiguas y de mejor calidad (Pliego Vázquez, 2011; Pliego Vázquez, 2015). Los tesorillos de tremissis visigodos suelen tener unas características similares.17 La más común es que el número de piezas que los componen no suele ser muy elevado, con un tope máximo en el centenar de monedas, aunque lo habitual suele ser un número inferior a las 50, lo cual se explica en el relativamente escaso volumen de emisiones que los visigodos pusieron en circulación. Esta circunstancia también explica el hecho de que las monedas correspondan a diversos monarcas, por la imposibilidad de reunir una gran cantidad de monedas de un mismo reinado. Igualmente, pueden aparecer piezas importadas, correspondientes a otros sistemas político-monetarios, de mejor y más reconocido prestigio que el visigodo, como los sólidos tardorromanos y bizantinos, aunque pueden darse casos de piezas de similar o menor prestigio que el triente: tremissis merovingios y sólidos ostrogodos y suevos.18 Por lo general, se trata de ocultaciones que responderían a los ahorros de un particular que intenta salvarlos de un momento de inestabilidad, tan frecuentes durante el reinado visigodo, aunque también puede tener su origen, en el caso de aquellos tesorillos con una fecha más tardía, en su ocultación por la conquista musulmana. Dos ejemplos de ocultamientos por periodos de graves crisis lo tenemos, en primer lugar, en un tesoro de reciente aparición (2006), y en un contexto arqueológico específico, como es la destrucción de una vivienda visigoda en el yacimiento de la Vega Baja de Toledo. Estaba formado por 30 trientes de monarcas como Sisebuto (612-621), Suinthila (621-631), Sisenando (631-636) y Chintila (636-639) y, aunque este último reinado marcaría su posible fecha de ocultamiento, es posible que este se produjera en un periodo de gran convulsión como fue el reinado

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de Chindasvinto (642-649).19 El otro ejemplo lo constituye el tesorillo del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete), hallado en el año 2000. En este enclave, antigua ciudad de Eio, en los niveles de destrucción, abandono y amortización del centro episcopal, aparecieron cuatro tremissis de Witiza (702-710), por lo que su amortización debió de tener lugar en los momentos de agitación que antecedieron la llegada de las tropas musulmanas, en los primeros años del siglo VIII (Doménech Belda, 2014; Doménech Belda y Gutiérrez Lloret, 2005: 1 570-1 571; Doménech Belda y Gutiérrez Lloret, 2006: 350). LOS OTROS… LA PRESENCIA BIZANTINA EN HISPANIA Y SUS MONEDAS Un conflicto entre nobles visigodos fue el causante del «episodio» bizantino en la península ibérica. El aspirante al trono, Atanagildo, solicitó ayuda a Oriente, lo que incitó las ansias expansionistas de Justiniano I (527-565), el emperador de Bizancio, por recuperar el Imperio romano de Occidente. Partiendo del ya conquistado norte de África, entre 552 y 554 las tropas bizantinas avanzaron por el sur y sudeste del territorio peninsular, siendo frenados tras la llegada al trono de Atanagildo (555). Pero la continua debilidad del reino visigodo posibilitó que la presencia bizantina en la península se prolongara más de 70 años, hasta que en 624, el rey visigodo Suintila expulsó a los últimos bizantinos de territorio hispano. Bizancio estableció en la península una provincia denominada Spania, con capital en Carthago Spartaria, la antigua Carthago Nova romana (actual Cartagena, Murcia). Pero el hecho más destacado de la presencia bizantina en territorio peninsular fue que supuso el intercambio no solo de productos con Oriente, sino la introducción en Hispania de múltiples aspectos socio-políticos, culturales o jurídicos que eran muy apreciados por la población autóctona hispanorromana, heredera del imperio de Occidente.20 Las emisiones bizantinas en Spania fueron muy reducidas: tremisses de oro acuñados a nombre de emperadores bizantinos como Justiniano (527-565), Justino II (565-578), Mauricio (582-602), Focas (602-610) y Heraclio (610-641), en la capital de la provincia y quizás en alguna otra ceca, como Málaga, aunque serían más frecuentes en el circulante las emisiones norteafricanas y orientales, fruto de los continuos intercambios comerciales entre las distintas zonas de influencia bizantina.21 Más complicada resulta la amonedación en bronce: algunos hallazgos indican la presencia de folles, sus divisores y sobre todo, pequeños nummi bizantinos acuñados en Carthago (Lechuga Galindo, 2000; Lechuga

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Galindo y Méndez, 1986), que tienen como tipos una delta y una cruz. No obstante, no existe certeza absoluta de que estas emisiones, al igual que otros pequeños bronces asignados al reino visigodo, pudieran salir de otros talleres bizantinos. La circulación de estas monedas de bronce (vid. infra), fue más limitada que el oro, y su área de dispersión se circunscribe al sudeste peninsular y las islas Baleares (fig. 11).

Figura 11: Emisiones bizantinas. Arriba, a la izda., solidus de Anastasio I, Constantinopolis. Imagen: RAH. A la dcha., follis de Anastasio I, Constantinopolis. Imagen: . Abajo, a la izda., triente de Focas, Carthago Spartaria. Imagen: RAH. A la dcha., PB atribuido también a la ceca de Carthago Spartaria. Imagen: .

HALLAZGOS

NUMISMÁTICOS Y ARQUEOLOGÍA. UNA COLABORACIÓN NECESARIA PARA LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Hemos observado hasta ahora cómo el sistema monetario peninsular durante los siglos IV y VII fue caótico en cuanto a la emisión de monedas por los distintos poderes políticos que pasaron por Hispania. Pero aún más caótica, a nuestros ojos actuales, era la circulación de esas monedas de tan distinta procedencia y en tan amplio margen cronológico. No obstante, no parece que esta heterogeneidad monetaria afectara a los mercados de la época, ya que en los tesorillos y otros hallazgos numismáticos peninsulares, con o sin contexto arqueológico, es habitual encontrar conjuntos monetarios heterogéneos en cuanto a su composición, con la presencia de monedas tardorromanas, vándalas, suevas, visigodas, bizantinas y de otros puntos emisores del Mediterráneo. Por esta razón, resultan esenciales los datos que proporcionan los contextos arqueológicos en los estudios de circulación monetaria de esta época para

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la península ibérica, por la disfunción existente entre la fecha de emisión de las monedas, su cronología de uso en el mercado y del momento de amortización.22 En muchos de esos conjuntos de monedas tardías encontramos unas pequeñas piezas de difícil adscripción cronocultural que se denominan habitualmente como «bronces visigodos». Hemos indicado más arriba que el sistema monetario visigodo fue monometálico, centrado en el patrón oro; sin embargo, algunos investigadores, empezando por M. Crusafont, defienden que durante la existencia del Regnum Gothorum se emitieron en suelo peninsular algunas monedas en bronce de reducido módulo y que, según este autor, fueron acuñadas en el siglo VII en cecas de prestigio como Córdoba, Emerita, Ispali o Toleto, en referencia a monogramas que presentaban en los reversos (Crusafont, 1994) (fig. 12). Nuevos hallazgos, sin embargo, han llevado a otros investigadores a rebatir frontalmente esta hipótesis, alegando, por ejemplo, lo limitado del hallazgo de estas piezas al valle del Guadalquivir y costa levantina, y sobre todo, al hecho de que aparezcan normalmente solo con monedas bizantinas y vándalas, por lo que relacionan el ámbito de emisión de estas monedas en la zona peninsular bajo poder bizantino. Igualmente, otra razón para justificar esta identificación se encuentra en la similar metrología de estos bronces con el nummus bizantino del siglo VI.23 Otros autores aceptan la teoría de Crusafont con matizaciones, en especial en lo concerniente a las cecas y a su cronología, que retrasan al siglo VI (Fernández Flores et al., 2013). Otra teoría, a la que nos acogemos, independientemente de las cecas, acepta esa cronología de la sexta centuria y propone que estas emisiones podrían estar al margen de las emisiones estatales, respondiendo a acuñaciones de autoridades locales en ámbitos urbanos o episcopales del valle del Guadalquivir, que necesitaran de pequeño numerario para realizar pequeños pagos, quizás por una incipiente escasez de moneda de bronce tardorromana. En esta zona, donde la economía monetaria estaba plenamente asentada, quizás adoptaron el sistema metrológico del nummus bizantino, dada su cercanía al territorio controlado por Bizancio, para facilitar las transacciones con comerciantes bizantinos, lo cual explicaría la presencia de estas pequeñas monedas en toda la costa mediterránea y en las Baleares, asociadas a monedas tardorromanas, vándalas y bizantinas.24

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Figura 12: Ejemplos de «bronces visigodos» o emisiones hispanas tardoantiguas: a la izda., emisión de Emerita, y a la dcha., de Ispalis, según Crusafont (1994). Imagen: .

Por desgracia, estas monedas suelen aparecer fruto de hallazgos casuales25 y son escasas sus localizaciones en contextos arqueológicos bien definidos, aunque en contraste a su escaso número, sí presentan unos estudios numismáticos exhaustivos. En este sentido, debemos destacar los trabajos realizados por T. Marot en diversos puntos del E-NE peninsular y en las Baleares (Marot i Salsas, 1996, 1997, 1999, 2000-2001, y Marot i Salsas y Llorens Forcada, 1996); de M. Lechuga en la región de Murcia (1985, 1995, 2000; y Lechuga Galindo y Méndez, 1986) y en el caso del sur peninsular, en las provincias de Sevilla (Fernández Flores, 2003; Fernández Flores et al., 2013: 277-284), Cádiz26 y Málaga27. En todos estos estudios se constata, con base en el registro arqueológico documentado, la convivencia en el circulante de bronce de los siglos V al VII, de un porcentaje mayoritario de monedas tardorromanas, muy desgastadas y, en algunos casos, retocadas para adaptarlas a la metrología de los otros bronces que circulan con ellas: monedas vándalas, bizantinas (orientales y norteafricanas) e hispanas tardoantiguas,28 además de otras emisiones menores, merovingias u ostrogodas. Con respecto a la provincia de Sevilla, que nos atañe especialmente, queremos proporcionar algunos datos inéditos. Sin contexto arqueológico, pero con procedencia segura en dos yacimientos localizados entre los términos municipales de Olivares y Albaida del Aljarafe (Sevilla), localizamos dos monedas de bronce que corresponden al grupo A, tipo 2, de la clasificación de Crusafont (Crusafont, 1994: 113-117). Las dos piezas, que serían acuñadas, según este mismo autor, en la ceca de Ispali, tienen un peso de 0,3 y 0,23 gramos. Contamos con otra pieza, procedente también de esa misma zona del Aljarafe sevillano, que, pese a ser frustra, su metrología (0,48 gramos) nos lleva a adscribirla a este tipo de emisiones hispanas tardoantiguas. Otros dos ejemplos, proceden de una intervención arqueológica, realizada en el yacimiento denominado Riopudio, en el término municipal

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de Coria del Río (Sevilla) entre los años 2011 y 2013. En esta excavación se recuperaron numerosos bronces tardorromanos, AE 3 y AE 4 mayoritariamente, de la segunda mitad del siglo IV, junto con algunos nummi ilegibles que podrían corresponder a piezas romanas del V, o bien, emisiones vándalas, bizantinas o más probablemente, a monedas hispanas tardoantiguas, de las cuales, contamos con dos claros ejemplares, aunque muy deteriorados, del grupo C de Crusafont, tipos 30 y 31/32, con un peso de 0,61 y 0,52 gramos, respectivamente. Ambas se localizaron en niveles tardorromanos: la primera, en un término post quem del siglo V, y la segunda, entre los siglos IV y V, aunque en este último caso quizás la moneda puede ser una intrusión procedente de niveles superiores, y por tanto, más cercanos a su hipotética fecha de emisión, en el siglo VI (Crusafont, 1994: 143-145; López Ruiz, 2013).29

LA MONEDA ANDALUSÍ: PROBLEMÁTICA DE SU ESTUDIO La conquista musulmana de la península ibérica sigue generando a día de hoy abundante bibliografía, lo cual demuestra las lagunas de conocimiento que tenemos en muchos aspectos de este proceso histórico, que fue más allá de una conquista militar y la implantación, más o menos pacífica, de una nueva situación política, administrativa, social, económica y religiosa.30 Desde un punto de vista cronológico y atendiendo a los periodos históricos en los que nos vamos a centrar en este estudio, hablamos de un emirato dependiente o periodo de los gobernadores omeyas, entre el 711 y el 756, en el que el poder proviene del califato omeya de Damasco, y son los gobernadores de Ifrīqīya la máxima autoridad en terreno andalusí; y el emirato independiente, entre los años 756 y 929, que tiene su origen en la llegada al poder en alAndalus de cAbd al-Raḥmān I, último representante vivo de los omeyas, que se independizó de Oriente y ubicó la capital del nuevo emirato andalusí en Córdoba. Como hemos indicado al principio de este trabajo, la Edad Media fue una época denostada por la historiografía tradicional, algo que en España, y en alusión a al-Andalus, aún lo fue más. Así, no debe extrañarnos que la moneda andalusí no fuera objeto de atención por parte de los primeros eruditos que comenzaron a formar colecciones de objetos artísticos de otras épocas. A su pertenencia a un pueblo que conquistó la península e impuso la fe islámica, había que sumar la incomprensión de las leyendas de dichas monedas, en lengua árabe, imposibilitando la identificación de su emisor; por otra parte, desde un punto de vista estético, las acuñaciones

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andalusíes, que se caracterizan por sus tipos casi exclusivamente epigráficos, carecían del atractivo de las emisiones clásicas. Por todo ello, el fin de las emisiones de oro y plata andalusíes halladas en tesorillos, en muchas ocasiones, sería el crisol para fundirlas y realizar nuevas acuñaciones o joyas, mientras las emisiones de bronce simplemente se despreciaban. Sin embargo, a partir de fines del siglo XIX, algunos investigadores apreciaron estas emisiones andalusíes en su justa medida, no solo como parte de la historia numismática de nuestro país, fueran más o menos bellas estéticamente, sino como elementos que podían ayudar a conocer de cerca la historia de al-Andalus, independientemente de las fuentes escritas o el arte musulmán, que los viajeros europeos habían fomentado en descubrir y difundir. Poco a poco surgieron auténticos arabistas españoles que conocían la lengua y, gracias a esta herramienta, pudieron identificar y clasificar las monedas andalusíes, iniciándose una auténtica numismática arábigo-española.31 En los últimos años, nuevos investigadores se han dedicado casi en exclusividad a estudiar las emisiones andalusíes, analizando tipos de emisiones, periodos históricos concretos, su hallazgo en intervenciones arqueológicas, etc. Como suele ser habitual, las emisiones en oro y plata son las mejor estudiadas, en especial las que corresponden a periodos históricos más estables y que proporcionan mayor volumen de piezas, caso del califato o la dominación almohade, mientras las monedas en bronce, o aquellas correspondientes a las taifas o a momentos de inestabilidad, cuentan con más lagunas en la investigación, siendo hoy por hoy, un campo de estudio muy interesante para la numismática española.32

EL SISTEMA MONETARIO ANDALUSÍ DEL EMIRATO DEPENDIENTE E INDEPENDIENTE El sistema monetario implantado tras la conquista musulmana de la península rompió con la tradición numismática visigoda, al considerar al tremis godo una moneda desacreditada, y siguió las pautas del sistema marcado por el califato omeya de Oriente en el norte de África que, a su vez, fue influido por el sistema monetario bizantino: se basa en los tres metales característicos, el oro, la plata y el bronce, en la figura del dinar, el dírham y el felús, respectivamente, siendo el oro heredero de los sólidos y tremises, y el bronce, del follis bizantino (García Sanjuán, 2013: 153-159; Doménech Belda, 2003: 101 y ss.; Bates, 1992). Aunque con escasas excepciones, las monedas andalusíes carecen de tipos figurativos,

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obedeciendo las prescripciones del Corán y solo se representan tipos epigráficos en ambas caras, versículos del libro sagrado, la šahada o profesión de fe musulmana, el nombre de la ceca y como innovación en la amonedación de Europa occidental, la fecha, ajustada a la Hégira del profeta Muḥammad, en 622, lo cual nos sirve para identificar el nombre del emir bajo cuyo mandato se realizó la acuñación. Con respecto a las cecas, la primera de la que tenemos noticia en territorio peninsular se denominaba, de forma genérica, al-Andalus, y su localización precisa fue el entorno de la mezquita de Córdoba, aunque es posible que otros enclaves pudieran acuñar moneda bajo esa misma denominación.33 Como en épocas anteriores, la moneda sirvió no solo como medio de pago o de acumulación de riquezas, también tuvo implicaciones de otras índoles que superaban lo meramente económico, ya que servía como medio de propaganda política del poder emisor, especialmente importante tras la separación del emirato con respecto al califato de Oriente en el siglo X. Por otra parte, al incluir versículos del Corán, la moneda constituía también un perfecto sistema de difusión del islam entre una población recientemente convertida, como sistema educativo, ideológico y religioso con el que adoctrinar a los fieles. Por último, este tipo de inscripciones religiosas representaba también una presión ideológica-religiosa para los infieles residentes en al-Andalus, que debían pagar el tributo, en moneda, por no haberse convertido aún al islam. Durante los primeros momentos de la conquista musulmana de Hispania, el numerario circulante fue el ya emitido en Oriente o en el norte de África, traído a la península por las tropas árabes y bereberes, así como el circulante local, las emisiones en oro visigodas, y las que existieran desde época tardorromana en el sistema monetario hispano, que tenderían a ser retiradas por las autoridades musulmanas. Pero la necesidad acuciante de un mayor número de monedas para suministrar a los mercados locales, los pagos fiscales o los gastos habituales de la conquista y establecimiento de la nueva administración andalusí, llevó a los gobernadores de Ifrīqīya y al-Andalus a iniciar emisiones de moneda en la propia península ibérica, monedas que por su calidad y con el tiempo, acabarían por convertirse en referencias y objeto de imitación de patrones monetarios de otros países del ámbito mediterráneo. La emisión en oro, denominada dinar, toma como modelo el sólido áureo bizantino emitido en Cartago, aunque en el caso de estas monedas de la conquista, usan cospeles globulares, con gran heterogeneidad en cuanto a su metrología y calidad de acuñación, emitiendo también

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divisores, medios y tercios de dinar. Los primeros dinares acuñados en o para al-Andalus, por el gobernador de Ifrīqiya, Mūsà b. Nuṣayr, hacia el año 712-714 (93-95 H.), se denominan «dinares latinos» o «dinares de indicción», que con un peso de entre 3 y 4,7 g, y un módulo aproximado de 12-14 mm, usaban la escritura latina, por ejemplo para el nombre de la ceca, SPN de SPaNia, pero otros de sus elementos responden a la tipología numismática árabe, como son: en el anverso, la profesión de fe musulmana y una estrella, y en el reverso, además de la ceca, el año de la Hégira y la fecha de la era de la indicción de la moneda, la fechación típica del Imperio bizantino.34 En 716-717 (98 H.), el dinar pasa a tener inscripciones bilingües, en latín y árabe o escritura cúfica, siguen siendo anónimas, pero el nombre de la ceca ya es árabe, adoptándose la denominación al-Andalus. Cuentan con un peso de entre 4 y 4,5 g, y el módulo es algo mayor (13-15 mm). Esta transición hacia la islamización del territorio, de preponderancia de la identidad islámica frente a la visigoda e hispanorromana, queda culminada en el año 720, cuando el dinar ya solo cuenta en sus tipos con escritura cúfica, tiene un peso aproximado de 4,25 gramos y un módulo medio de 19 mm, adoptando la reforma monetaria que ya implantó el califa cAbd al-Malik en Oriente entre 696 y 698 (77-78 H.). No se emitieron dinares durante el emirato independiente, como muestra de respeto al califa de Oriente (fig. 13).

Figura 13: Dinares anónimos. Arriba: a la izda., dinar de indicción de la conquista. Imagen: Sub. Áureo, Oct. 2014. A la dcha., dinar bilingüe de la conquista. Imagen: Sub. Áureo, May. 2012. Abajo, dinar del emirato dependiente (104 H.). Al-Andalus. Imagen: Museo Arqueológico Nacional.

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La plata está representada por el dírham, que imita la dracma sasánida persa. En el caso de al-Andalus, las primeras emisiones acuñadas en la península ibérica corresponden al año 720 (102 H.), y siguen el patrón metrológico marcado por el califato omeya de Oriente, con un peso aproximado de 2,8 gramos y un módulo medio de 27 mm. De gran pureza en plata, solo se pueden distinguir de las emisiones orientales por la presencia del nombre de la ceca, que sigue siendo únicamente el de alAndalus. En cuanto a su técnica de acuñación, presentan una gran calidad y mantienen sus tipos constantes durante toda la etapa emiral (Frochoso Sánchez, 2009) (fig. 14). Cuando cAbd al-Raḥmān III instaura el califato de Córdoba, emitió un gran volumen de plata, pero únicamente bajo el valor del dírham, sin divisores. Esta circunstancia motivó que para ciertos pagos en los que el dírham era un valor demasiado alto, pero el felús era muy bajo, se inició la costumbre de trocear los dírhams en tantas partes como fuera necesario para realizar los pagos requeridos, lo cual llevó en poco tiempo a la desaparición del bronce amonedado.

Figura 14: Dírham anónimo del emirato dependiente (111 H.). Al-Andalus. Col. Tonegawa. Imagen: .

Las emisiones en bronce, en este periodo, corresponden al felús, la castellanización del término fals, que procede del griego follis (Φολλις), el valor de bronce de la etapa tardorromana y del Imperio bizantino. Los árabes adoptaron este valor de forma genérica para designar a toda moneda de bronce, ya que solo emiten un único valor que sirve de patrón en este metal, es decir, no cuenta con múltiplos ni divisores. En el caso andalusí, las autoridades locales gozaron de cierta libertad a la hora de acuñar estas emisiones en bronce, lo cual explica no tanto la diversidad de los tipos —mayoritariamente epigráficos—, como sí de su metrología, encontrando disparidad de módulos y pesos en las piezas. De esta manera, no es extraño encontrar feluses de gran grosor, pero escaso diámetro, y viceversa, o que cuentan con una diferencia de 2 o 3 gramos a pesar de

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tratarse de una misma serie de emisiones.35 Esto se debe a que el felús era una moneda fiduciaria, cuyo valor correspondía a la pieza en sí, en su número —para ser contadas— y no a su peso en metal. Por esta razón, era una moneda limitada a un uso local/regional, destinada a las pequeñas y cotidianas transacciones comerciales.36 Se acuñaron con profusión durante los dos primeros siglos de historia de al-Andalus, presentando características propias y definidas: las emisiones de la conquista y primer emirato, más abundantes, suelen tener los cospeles gruesos, pesados e irregulares y un arte tosco en los tipos/ leyendas, mientras que las emisiones del emirato independiente tienen buen arte y un cospel de mayor diámetro, más delgado y regular (fig. 15).

Figura 15: Feluses anónimos del emirato dependiente: a la izda., Fr. II-a (reacuñado sobre XVII-c); centro, Fr. II-e. A la dcha., felús del emirato independiente (atribuido a cAbd al-Raḥmān II). Col. Particular. Imagen: U. López.

LOS HALLAZGOS DE MONEDA ANDALUSÍ DE ÉPOCA EMIRAL Los tesorillos de moneda de oro y plata andalusí del periodo emiral no son muy frecuentes. A pesar de que la calidad y buena ley de estas monedas incitaba a su acumulación, la escasa cantidad de dinares emitidos hace excepcional el hallazgo de conjuntos de monedas de este valor, mientras que los atesoramientos de plata suelen ser monometálicos, compuestos en exclusiva por dírhams omeyas, ya sean andalusíes o de Oriente. Desgraciadamente, y como suele ser habitual, estos conjuntos suelen responder a hallazgos casuales, sin estratigrafía que nos ayude a comprender las causas de su ocultación. Un ejemplo en la provincia de Sevilla, y concretamente en la localidad de Puebla de Cazalla, lo forma un interesante conjunto, hallado en los años 50 del pasado siglo, y que estaba compuesto por 266 dírhams y 636 fragmentos, mayoritariamente correspondientes al emirato andalusí, junto a algunas piezas orientales y varias monedas carolingias —emisiones de Luis el Piadoso (814-840)—,

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fechándose el conjunto, a partir del año 891 (278 H.) (Ibrahim y Canto García, 1991).37 En el caso del bronce, la formación de tesorillos es muy rara, habida cuenta del carácter fiduciario de esta moneda de bajo valor. Los escasos conjuntos hallados corresponderían a «cajas» de comercios, o «monederos» de comerciantes y clientes en sus transacciones diarias. Son, sin embargo, los hallazgos esporádicos de feluses, los que con más asiduidad encontramos en los niveles arqueológicos islámicos emirales.38 No obstante, estos hallazgos pueden en ocasiones no deberse a pérdidas o amortizaciones en los momentos de uso, en época emiral, sino a la etapa posterior, bajo el califato, en la que el felús desaparece de la circulación y, como tal, deja de ser aceptado y de tener ningún valor más allá del que le proporciona su escaso metal de elaboración, por lo que es probable que muchos de estos hallazgos respondan al hecho de desprenderse voluntariamente de estas monedas por parte de sus propietarios. Sobre la aparición de feluses en contextos de uso emirales, y formando parte del circulante del momento, debemos mencionar los hallazgos del arrabal de Šaqunda (Córdoba). La intervención arqueológica realizada en este enclave, cuyo estudio no ha sido publicado en su totalidad, ha permitido documentar al menos 135 feluses de diferentes tipos acuñados en el emirato, teniendo en cuenta que este arrabal fue destruido de forma violenta en una fecha concreta, el año 818 (203 H.), siendo abandonado el espacio que ocupaba hasta siglos después. Esta circunstancia convierte este enclave en un escenario excepcional para conocer el circulante de la época, y demostrando el momento de mayor apogeo del felús, algo que se constata en el hecho de que apenas se ha hallado plata fragmentada.39 Un dato muy interesante de hallazgos de bronce en contextos arqueológicos es la aparición de monedas tardorromanas, especialmente de los siglos III y IV, en niveles de uso de época emiral, apareciendo en unión de feluses de esta época, por lo que podría confirmarse su uso como auténticas monedas circulantes, al contar con cospeles y pesos parecidos, en especial los AE 2 y AE 3 del siglo IV. Un magnífico ejemplo lo encontramos, de nuevo, en el arrabal de Šaqunda (Córdoba), donde aparecieron dos bronces de la Antigüedad: un AE tardorromano, y lo más sorprendente, una pequeña pieza hispano-cartaginesa (siglo III a. C.) (Casal García et al., 2009: 853).40 Otro ejemplo lo tenemos en el El Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete), un enclave abandonado en la segunda mitad del siglo IX, y en el que el numerario en bronce de fines del siglo III —antoninianos, oficiales o imitaciones— y del IV, es superior a

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los escasos diez feluses andalusíes, en contextos de los siglos VIII-IX (Doménech Belda y Gutiérrez Lloret, 2005: 1570-1572; Doménech Belda y Gutiérrez Lloret, 2006: 347 y ss.). Debemos recordar que el bronce andalusí es una moneda de cuenta, y si estas piezas romanas, ya muy desgastadas y de tipos «infieles» irreconocibles, reunían las características metrológicas del felús, ¿por qué no usarlas?41 CONCLUSIONES: CINCO SIGLOS DE «CAOS» EN EL SISTEMA MONETARIO PENINSULAR

A la vista de estos siglos de la Antigüedad Tardía, de continuos cambios en los sistemas monetarios, podemos extraer una serie de puntos que definen claramente la situación de caos que se estableció desde el inicio de la crisis económica del Bajo Imperio romano y la recuperación que comienza con la estabilidad política que supone el califato andalusí. En primer lugar, destacar el lógico predominio del oro sobre la plata en la elección del patrón sobre el que basar el sistema monetario. No cabe duda de que en casos de pánico, todos elegimos salvaguardar los objetos de más valor, y el oro, amonedado o no, tanto en la Antigüedad como hoy día, era una garantía de riqueza para su propietario, porque cualquiera lo acepta de buen grado al peso y por su ley, independientemente del Estado que lo acuñara. En esta elección del oro como patrón monetario, y como consecuencia de ello, se encuentra la circunstancia de que la moneda en metal áureo, y en menor medida, en plata y bronce, se constituye como medio de propaganda político-ideológica-religiosa de primer orden ante la ausencia de otros medios de difusión. De esta manera, y en especial, en el caso del oro, la facultad de acuñar suele quedar en manos de la máxima autoridad de un Estado o gobierno, y no solo por el valor intrínseco del metal, sino porque este tipo de moneda es un documento oficial, y legitima al poder que lo acuña. A pesar de hablar de un sistema monetario en crisis entre los siglos IV y el IX por sus continuos cambios, debemos tener en cuenta que siempre se mantuvo activo y plenamente asentado en la economía del sur y Levante peninsular. Pese a las crisis políticas, sociales y económicas que acuciaron a Hispania durante la Antigüedad Tardía, parece evidente que la necesidad de moneda fue constante, especialmente en los ámbitos urbanos, ya que en ningún momento se dejó de emitir, conservar el circulante o buscar un aprovisionamiento para realizar los pagos del Estado o mantener los intercambios comerciales, a cualquier tipo de escala. No obstante, la progresiva caída en el volumen de numerario de bajo valor hasta época islámica, unido a la inestabilidad social, política y

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económica de la época, provocaría un decaimiento importante del uso de la moneda, especialmente en los ámbitos rurales y en los mercados locales del centro y norte de la península ibérica, hasta volver a una economía casi premonetaria, en la que el uso de objetos de valor como elemento de riqueza y medio de pago, o el trueque, acabarían ganando terreno al empleo de una moneda de bronce que no era respaldada (ni casi emitida) por ningún poder o autoridad estable. Suevos, vándalos, visigodos y musulmanes no tuvieron ningún complejo en imitar patrones, valores y tipos monetarios de éxito en la época, como eran los del Imperio romano de Occidente primero, y cuando este desapareció, los del Imperio de Oriente. Este hecho no buscaba la «falsificación», sino una parcela de difusión en el sistema monetario global del Mediterráneo, capitaneado por el sólido bizantino, pero imprimiendo una seña de identidad propia y característica. A pesar de estos intentos de adaptación a sistemas monetarios previos y universalmente aceptados, que implicaba que todo líder que quisiera ser reconocido se viera en la obligación de emitir nuevas monedas a su nombre, sí es cierto que se aceptaban las antiguas piezas, siempre y cuando estas fueran de calidad por su valor intrínseco, caso de los sólidos tardorromanos. En el caso del bronce, las causas de su mantenimiento en circulación son más prosaicas: el desinterés por acuñar monedas de bajo valor que no dignifican en nada a la autoridad por estar destinadas a pequeñas transacciones y por otra parte a la ingente cantidad que desde el siglo IV se podía encontrar de forma natural en los mercados hispanos. Esta circunstancia, como demuestran los hallazgos numismáticos en intervenciones arqueológicas, deja en evidencia cómo las carencias de unos sistemas monetarios que respondían a poderes poco estables, se suplían con amonedaciones previas, como si se tratase de «monedas de necesidad», lo cual confirma la perduración entre el circulante de monedas del siglo IV en contextos del VII. No obstante, la conquista musulmana de la península ibérica supuso un cambio en esta situación. La profunda transformación que supuso la implantación de al-Andalus, en el campo numismático, se refleja en la introducción de un nuevo sistema monetario trimetálico y en el rechazo, retirada y fundición de las antiguas monedas en circulación, sustituyéndolas por la propia, no solo para homogeneizar el circulante del mercado, sino para fijar el «plan ideológico» de la nueva identidad árabe que representan las monedas andalusíes, tanto por su mensaje epigráfico en los tipos, como por su propia presencia frente a «elementos infieles».

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Por último, destacar nuevamente la importancia que para el conocimiento de la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media suponen los trabajos arqueológicos en el marco de esta época oscura en paralelo a las fuentes escritas: el estudio de la cultura material recuperada en las diferentes intervenciones y, en particular, de los hallazgos numismáticos, nos puede proporcionar una información precisa no solo sobre el papel de la moneda en los distintos sistemas monetarios de los pobladores de la península en estos años convulsos, sino que puede aproximarnos a la intensidad de esa presencia, de esa huella arqueológica a través de sus restos. Como suele ser habitual, solo la continuación y profundización de las intervenciones arqueológicas y la colaboración interdisciplinar entre arqueólogos, numismáticos y especialistas en otros materiales podrá en un futuro resolver el puzle histórico de la ocupación antrópica de la península ibérica durante la Tardoantigüedad y el Alto Medievo.

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Arqueólogo profesional y especialista en Numismática. Doctorando por la Universidad de Sevilla y miembro del Grupo de Investigación «De la Turdetania a la Bética (HUM-152)». 2 La denominación como Dark Ages por parte de la historiografía anglosajona, da buena cuenta de este concepto sombrío de la Alta Edad Media. 3 Aunque el término Tardoantigüedad se utiliza desde hace años en la historiografía científica, lo cierto es que en los últimos años han visto la luz infinidad de estudios sobre esta etapa. Véanse, por ejemplo: Escribano, 2009; García Moreno, 2001; Hernández de la Fuente, 2011; Wickham, 2008. 4 Sobre la importancia de vincular las monedas halladas en una intervención con su contexto arqueológico de procedencia, para época antigua y medieval, respectivamente, véase Chaves Tristán, 2009; Doménech Belda, 2009. 5 Para este controvertido tema, en revisión en los últimos años, véase De Blois, 2002; Depeyrot, 1996. 6 Queremos advertir que en estas líneas tomamos como objeto de atención prioritaria la moneda como elemento físico, contable y tangible, no en el concepto abstracto y genérico inserto en otros marcos como la fiscalidad o la economía global, aspectos que sobrepasarían los límites de este análisis. Sobre las características generales de la amonedación tardorromana, véase Bruun, 1966; Carson et al., 1978; Harl, 1996, 158 y ss.; Kent, 1981; Pearce, 1951; Sutherland, 1967. 7 En el año 395 cesan temporalmente las emisiones de bronce de las cecas del Imperio romano de Occidente, por lo que el suministro de moneda a la península ibérica se vio muy reducido. Sobre este proceso, véase Depeyrot, 1992. Durante el siglo V se llegó a acuñar en la península, aunque de forma residual, en la actual Barcelona (Cepeda Ocampo, 2000a). 8 Son cada vez más abundantes las obras que abarcan de forma específica estas imitaciones: Depeyrot, 1982; Hill, 1950; Marot i Salsas, 1994. Una visión general de estas monedas la encontramos en [Consultada a 22/05/2016]. 9 Es numerosa la bibliografía en la que se analiza el papel de la moneda en la propaganda política, ideológica y religiosa del siglo IV, y de cómo sirve a los poderes fácticos del momento como medio de difusión. Entre otras obras, véase López Sánchez, 2000; Royo Martínez, 2008; San Vicente, 2002. 10 Sobre la circulación y hallazgos de monedas específicas para los siglos IV-V en territorio peninsular, véase Bost et al., 1987; Lledó Cardona, 2007; Mora Serrano, 2005; Pereira et al., 1974; Ripollès Alegre, 2002; San Vicente, 1999. 11 Para el primer grupo, son frecuentes en estos hallazgos las pequeñas monedas, oficiales o imitaciones, de las cecas de Cástulo y Obulco, mientras que para el segundo, hablamos mayoritariamente de ases, semises y cuadrantes de cecas provinciales hispanas, de las abundantes imitaciones de ases de Claudio I (41-54), y de forma ocasional, medianos y pequeños bronces de los siglos I a. C. a II d. C., acordes a la metrología de la amonedación del siglo IV-V. Con respecto a las imitaciones de Claudio, véase Blázquez Cerrato, 2002: 281-284. 12 Nos referimos a las imitaciones de los antoninianos RIC V, 1, 261-262 y RIC V, 1, 266, con altar encendido o águila en los reversos, respectivamente. Independientes a estas, también podemos encontrar algunas imitaciones de antoninianos emitidos por los usurpadores del Imperio galo, Victorino (268-270) y Tétrico I (270-273). Sobre la perduración en el mercado de los antoninianos durante el siglo IV, véase San Vicente, 2009. 13 Debemos tener en cuenta que el hecho de que aparezcan ocultaciones de monedas, cualquiera que fuera el metal, se debe a que el propietario nunca volvió para recuperarlas, por lo que el número de tesorillos que fueron originalmente ocultados, debió de ser muy superior, aunque por fortuna para sus propietarios, ellos sí pudieron volver por sus riquezas. Sobre los conjuntos o tesoros de AE 2, véase Callu, 1978; Cepeda Ocampo, 2000b. 14 Un claro ejemplo de lo expuesto, en Doménech Belda, 2009: 742-743. 15 La moneda visigoda cuenta con abundante bibliografía específica, pese a no haber sido una serie muy apreciada por la investigación numismática tradicional. Salvo por los estudios clásicos

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de Heiss y Miles, la mayoría de las obras dedicadas a la amonedación visigoda hispana son de reciente aparición: Canto García et al., 2002; López Sánchez, 2009; Vico Monteoliva et al., 2006. Hoy día, estas obras se han visto superadas por el gran estudio realizado por Pliego Vázquez (2009). 16 Sobre la circulación monetaria de la moneda áurea visigoda, véase Castro Priego, 2011. 17 Una visión de conjunto y actualizada, en Pliego Vázquez, 2009: 231-259. 18 Sobre este último aporte de monedas externas al reino visigodo, destacar el tesoro de Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara) hallado en 1945 en las excavaciones de la basílica de esta ciudad visigoda, y que estaba formado por 83 trientes visigodos (78 hispanos y 5 galos), 6 trientes merovingios y 1 suevo, que ofrecían una fecha de ocultamiento a fines del siglo VI. Véase: Cabré Angulo, 1946. 19 Sobre este y otros conjuntos y hallazgos aislados de monedas visigodas en este enclave, véase García Lerga, 2012: 28-30; García Lerga et al., 2007; De Juan Ares et al., 2009. 20 Las numerosas intervenciones arqueológicas urbanas realizadas en los últimos años han permitido aumentar el conocimiento sobre la presencia bizantina en la península ibérica, viendo la luz algunas obras que pueden acercarnos a su problemática: Pérez Martín y Bádenas de la Peña, 2004; Ramallo Asensio y Vizcaíno Sánchez, 2002; Vizcaíno Sánchez, 2009. 21 Sobre la amonedación bizantina en la península ibérica, son escasos los estudios realizados hasta el momento, sin duda por el reducido número de emisiones puestas en circulación y los hallazgos documentados. No obstante, algunas obras para aproximarnos a este tema son: Canto García y Rodríguez Casanova, 2006; Grierson, 1999; Guadán Lascaris, 1984; Vizcaíno Sánchez, 2009: 687-726. 22 Al respecto de esta problemática, véase Doménech Belda, 2003: 91-99; Marot i Salsas, 1997; Marot i Salsas, 2000-2001; Ripollès Alegre, 2002: 213-214; Vizcaíno Sánchez, 2009: 698 y ss. 23 Las posturas en contra de la teoría de Crusafont y a favor de una adscripción bizantina de estas piezas, en Doménech Belda, 2009: 738-740; Marot i Salsas, 1997: 175-177; Metcalf, 1999: 201204; Vico Monteoliva et al., 2006. 24 Otra teoría sugerente, propuesta por F. Retamero, relaciona el hallazgo de estas emisiones de bronce en establecimientos religiosos costeros, asociando la expansión del cristianismo monacal con redes de intercambio comercial. Véase Retamero, 2005: 4. 25 Caso de los numerosos hallazgos que recoge en su obra Crusafont, 1994: 16 y ss., o las 125 piezas de este tipo localizadas en varios yacimientos de las afueras de la capital malagueña. Para esto último véase Gozalbes Cravioto, 2005. 26 Sobre los hallazgos numismáticos de esta época en la provincia gaditana, y en especial, de la zona del estrecho de Gibraltar, véase Del Castillo Navarro, 1991; Del Castillo Navarro, 1999. 27 En Málaga, que como dijimos supra pudo ser una ceca bizantina en la península, B. Mora Serrano ha analizado numerosos hallazgos numismáticos de esta etapa histórica procedentes de intervenciones arqueológicas: Mora Serrano, 2005: 242 y ss.; Mora Serrano, 2012. 28 Denominación utilizada por B. Mora Serrano para designar a los «bronces visigodos», a los que atribuye un posible origen en la ceca bizantina de Malaca, y que creemos acertada por su terminología aséptica, a la espera de nuevos hallazgos que permitan su más precisa adscripción cronocultural. Para ello, véase Mora Serrano y Martínez Ruiz, 2008: 198, 200-201 y 203. 29 Sobre la intervención arqueológica, véase Garrido González y Escudero Carrillo, 2013. 30 Es ingente la bibliografía publicada sobre la conquista y desarrollo de al-Andalus. No obstante, queremos hacer mención a algunas obras revisionistas sobre las teorías más polémicas acerca de la implantación de los musulmanes en la península. Por ejemplo, Manzano Moreno, 2006; García Sanjuán, 2013; Salvatierra Cuenca y Canto García, 2008. 31 Entre estos numismáticos arabistas cabe destacar al pionero, Antonio Delgado y Hernández y su trabajo de mediados del siglo XIX. Su estudio permaneció inédito desgraciadamente hasta hace muy pocos años. Véase Delgado y Hernández, 2001. Otros pioneros fueron: Codera y Zaidín, 1879; Vives y Escudero, 1893.

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Para profundizar en el sistema monetario andalusí en general, y del periodo omeya en particular, véase Canto García e Ibrahim, 2004; A. Canto García et al., 2000; Martín Escudero, 2005: 33-44; Medina Gómez, 1992; Miles, 1950. 33 En este sentido, y especialmente aplicable a los primeros años de la conquista, es posible hablar de una ceca móvil que acompañara a las tropas en su avance por la península ibérica. Véase Canto García, 2011: 136; Martín Escudero, 2005: 42-44. 34 Sobre esta serie de monedas de la conquista y de los primeros tiempos del emirato, véase Balaguer Prunes, 1976; Canto García, 2011: 135-146; Doménech Belda, 2010; García Sanjuán, 2013: 159-168. 35 El felús se ha abierto un hueco en la investigación numismática andalusí de los últimos años, con estudios como: Fontenla Ballesta, 2002; Frochoso Sánchez, 2001; Rodríguez Pérez, 2005. 36 Sobre el papel del felús en los mercados urbanos y rurales en los primeros momentos del establecimiento de al-Andalus, véase Retamero, 2011. 37 Otros ejemplos podrían ser los tesoros de Baena y del Campo de la Verdad (Córdoba). Para el primero de ellos véase Martín Escudero, 2005; para el segundo, consúltese Vega Martín y Peña Martín, 2006. 38 Hallazgos de conjuntos de feluses los tenemos en la mezquita de Córdoba y en el yacimiento jienense de Marroquíes Bajos. Para el primer caso, consúltese Frochoso Sánchez, 2005; mientras que para el segundo, véase Campos López, 2001. 39 Al respecto, y en el marco de una intervención arqueológica realizada en este sitio, véase Casal García et al., 2009. También muy interesantes son los hallazgos de dírhams y feluses del emirato dependiente en niveles emirales (la cerámica analizada no permite establecer una diferenciación más específica) hasta el siglo IX en el yacimiento de Vega Baja (Toledo). Al respecto, véase García Lerga, 2012: 30-39. 40 También procedente de este enclave arqueológico tenemos otro conjunto de feluses hallados en niveles arqueológicos emirales, compartiendo registro con dos bronces tardorromanos del siglo IV: Rodríguez Pérez et al., 2011: 790. 41 Al respecto, F. Retamero defiende que estas monedas pudieron utilizarse, más que en un contexto de circulante, como metal al peso en determinadas transacciones comerciales (Retamero, 2011: 172). En todos los casos, serían piezas introducidas por los usuarios, nunca por la administración estatal.

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LA CERÁMICA EN AL-ANDALUS: PRODUCCIÓN Y COMERCIO Susana Gómez Martínez1 RESUMEN: La cerámica no fue uno de los factores más importantes de la economía de al-Andalus, pero es el vestigio más abundante que nos ha llegado de esta época; el único para algunos periodos y en determinadas zonas. Por este motivo, es un indicador indispensable para conocer las dinámicas de producción, distribución, comercio y consumo de manufacturas. En al-Andalus la evolución de los productos de la alfarería fue muy grande en todos los aspectos: técnico, formal, ornamental, iconográfico, etc., y nos permite definir diferentes procesos productivos que se suceden o conviven, la evolución e innovación tecnológica de los centros artesanales y su localización en los principales núcleos urbanos, las dinámicas de distribución y las redes de intercambios comerciales en un territorio que no se limita al ámbito territorial andalusí. PALABRAS CLAVE: cerámica, alfares, producción, distribución, consumo. ABSTRACT: Pottery was not the most important element of the economy of al-Andalus, but it is the most abundant trace that has come from this time; the only for certain periods and in certain regions. For this reason, it is indispensable to know the dynamics of production, distribution, trade and consumption of manufactured goods. In alAndalus, the evolution of ceramics was very great in all aspects: technical, formal, ornamental, iconographic, etc. It allows us to define the different production processes that succeed or coexist, the evolution and technological innovation of the craft centers, its location in the main urban centers, and the dynamics and distribution networks trade inside and outside al-Andalus. KEY WORDS: Ceramics, pottery workshops, production, distribution, consumption.

REFLEXIONES SOBRE UN ESTADO DE LA CUESTIÓN Hasta hace unos diez años era un lugar común encabezar un trabajo sobre arqueología medieval en la península ibérica, incluida la arqueología andalusí, lamentando la juventud de esta especialidad y la escasez de

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datos disponibles y su carácter discontinuo, tanto desde el punto de vista cronológico como desde el punto de vista geográfico. En la actualidad no se puede continuar manteniendo este discurso ya que la proliferación de excavaciones arqueológicas, sobre todo de carácter preventivo, ha sacado a la luz un volumen importante de información, aunque es cierto que mucha de ella se mantiene inédita o insuficientemente divulgada y persisten lagunas significativas sobre periodos y aspectos específicos. La producción, distribución y consumo de la cerámica andalusí no es una excepción. Así, si bien hace unos 20 años se podía hablar de casos puntuales sobre los que extrapolar, ahora el problema es gestionar un volumen considerable de datos, lo que supone un esfuerzo de síntesis que supera las posibilidades de un investigador aislado. Se han realizado algunos balances parciales, geográficamente delimitados muchas veces por conceptos geográfico-administrativos actuales,2 pero la extrapolación de estas conclusiones para ámbitos más extensos, además de inadecuada y propiciadora de errores de bulto importantes, ocultaría la cuestión fundamental de definir las dinámicas interregionales y los cambios que se operaron en su evolución. La consecución de estudios de síntesis pasaría, necesariamente, por proyectos de investigación multidisciplinares desarrollados por grupos de investigadores de varias áreas científicas. Pero, salvo raras excepciones, cada vez son menos los que se dedican a este tema, porque la cerámica no está de «moda» y da mucho trabajo; mientras que otros materiales se cuentan por unidades, la cerámica se cuenta por contenedores. Dicho esto, es obvio que el trabajo que presentamos aquí dista mucho de ser una síntesis completa —ni habría espacio para tal—, sino un conjunto de reflexiones sobre la producción, distribución, comercialización y consumo de la cerámica andalusí. Para organizar la información, hemos utilizado la división cronológica habitual que distingue entre los periodos emiral, califal, taifa, almorávide, almohade y nazarí, aunque somos conscientes de lo artificial de estas divisiones basadas en la evolución política y no en la cultura material, y del continuo temporal de muchos procesos de evolución lenta e implantación geográficamente diferenciada que, en muchos casos, no estamos en condiciones de datar con precisión. Los primeros estudios sobre este tema se remontan al siglo XIX y se encuadran, como era propio de su tiempo, en una perspectiva cercana a la historia del arte y en la dinámica de los Gabinetes de Antigüedades de la época. Sin embargo, no carecen de algunas preocupaciones sobre técnicas de producción y ámbitos de distribución (Gómez Moreno, 1888 y 1924;

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Gestoso y Pérez, 1903). La investigación sistemática y con metodología arqueológica «moderna» sobre la cerámica andalusí comienza en los años 70 del siglo XX, destacándose las figuras indiscutibles de Guillermo Rosselló-Bordoy (1978) y Juan Zozaya (1980). La evolución exponencial de estos estudios en el último cuarto del siglo XX abre paso a abordajes más complejos, que superan el ámbito de la sistematización de colecciones específicas con objetivos meramente cronotipológicos. Desde muy temprano, se preocupan por aspectos técnicos, estudiados tanto a partir de la observación directa y de la experiencia de la alfarería tradicional (Aguado Villalba, 1983), como de los análisis arqueométricos.3 En las últimas décadas el volumen de publicaciones sobre el tema ha disminuido, sobre todo en lo que se refiere a la descripción de colecciones pero, a cambio, los estudios que se presentan cuentan con una contextualización cronológica y una interpretación histórica más desarrollada, centrándose frecuentemente en aspectos relacionados con la producción, la distribución y el comercio, y el uso de los objetos. Las noticias sobre contextos de producción cerámica tuvieron un inicio temprano (Mélida y Fita, 1912), pero también es partir de los años 80 del siglo XX cuando empiezan a surgir estudios que superan el ámbito de la mera noticia (Aguado Villalba, 1983; Martínez Lillo, 1986). Dos encuentros científicos representan un salto cualitativo y cuantitativo en este punto: el coloquio Fours de potiers et «testares» médiévaux em Méditerranée Occidentale, realizado en la Casa de Velázquez en 1987 y publicado en 1990, y el congreso Tecnología de la cocción cerámica desde la Antigüedad a nuestros días, realizado en Agost en 1990 y publicado en 1992. Recientemente, en este aspecto de las estructuras de producción y de los alfares, destaca la síntesis sobre los hornos cerámicos en al-Andalus de Jaume Coll y Alberto García Porras (2010). Durante la última década del siglo XX, la comprensión de los procesos de producción gana nuevas perspectivas con la introducción de los análisis etnográficos, ámbito en el que se destacan las Jornadas de Cerâmica Medieval e Pós-Medieval de Tondela. Este tipo de aproximaciones etnoarqueológicas, no siempre realizadas con el rigor necesario, tiene un ejemplo excepcional en la tesis doctoral de Miguel Alba Calzado (2015). Ya en el siglo XXI, el tema de la producción cerámica adquiere un nuevo aliento a partir de presupuestos epistemológicos marxistas que colocan en un lugar central la arqueología de la producción, a través de la cual tratan de explicar los mecanismos sociales y económicos en el

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interior de cualquier ciclo productivo, así como las consecuencias sociales y ambientales de la producción (García Porras, 2013). No obstante, los aspectos sociales son los que menos se han desarrollado, seguramente por la carencia de estudios de fuentes escritas orientados para el tema de la cerámica.4

LA PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN DE CERÁMICA EN ÉPOCA EMIRAL La producción cerámica en época emiral ha sido objeto de importantes avances en las últimas décadas gracias a los esfuerzos de síntesis promovidos tanto a través de monografías que reúnen contribuciones de diversos autores (Malpica, 1993; Caballero et al., 2003), como de esfuerzos individuales (Alba Calzado y Gutiérrez Lloret, 2008). No obstante, en bastantes regiones la información con que contamos es parca e imprecisa desde el punto de vista cronológico. El motivo principal recae en la simplicidad técnica, formal y ornamental de las cerámicas de este periodo, fruto de las técnicas de fabricación con que fueron ejecutadas, que dificulta una seriación cronotipológica fina. Únicamente la secuencia estratigráfica permite datar los contextos, sobre todo en los momentos más tempranos del siglo VIII. En consecuencia, la ausencia de una estratigrafía bien conservada dificulta enormemente la identificación de esta cerámica. Aunque el proceso de desarticulación de las redes de producción y distribución romanas afectó de forma desigual a medios urbanos y rurales, y a unas regiones u otras de la península ibérica, no hay duda de que el panorama general es completamente diferente a la situación existente en el fin del Imperio, en la que dominaba un repertorio cerámico diversificado y estandarizado. Desde el siglo VII se verifica un corte generalizado de las transacciones de manufacturas en el Mediterráneo occidental bien ejemplarizado en la disminución, desde mediados del siglo VI pero sobre todo desde inicios del VII, del comercio de cerámica procedente de los mercados anteriormente dominantes de Túnez y del Mediterráneo oriental: cerámica foceana, terra sigillata clara tardía, cerámica común africana (Bonifay, 2004). Las producciones estandarizadas tardorromanas se ven sustituidas por producciones regionales y locales, con una menor variedad de objetos que asumen usos plurifuncionales y que utilizan tecnologías de producción más sencillas. Este proceso es fruto directo de los cambios socioeconómicos estructurales que se producen a lo largo de la

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Antigüedad Tardía, en virtud de los cuales la ruralización de la economía y la sociedad retira a los mercados urbanos una parte muy importante de su clientela. En consecuencia, deja de ser rentable la inversión en estructuras de producción dispendiosas y en el aprendizaje de oficios técnicamente cualificados. En contrapartida, las necesidades de abastecimiento se cubren, en buena medida, mediante producciones locales de carácter doméstico, con tecnología rudimentaria. Se trata de objetos de fabricación tosca, con pastas mal decantadas, pero adecuadas a las funciones de exposición al fuego a las que se destinaban, y modelado manual o con torneta (Acién Almansa, 1986; Gutiérrez Lloret, 1988). Este tipo de manufacturas son muy poco exigentes en lo que a estructuras y utensilios artesanales se refiere, motivo por el cual estos no se detectan en el registro arqueológico. El único horno que se ha atribuido a este tipo de producción es un horno de ladera ya del siglo X encontrado en Castellar de Meca (Ayora) (Coll Conesa y García Porras, 2010: 30). Las características técnicas de los propios objetos y la comparación etnográfica es lo que ha llevado a concluir que estas producciones toscas se realizarían dentro del ámbito doméstico, para el autoconsumo, probablemente por mujeres (Gutiérrez Lloret, 1988: 138; Coll Conesa, 2013) que compaginarían esta actividad con todo un conjunto de labores agrícolas y del hogar y con otras actividades artesanales como, por ejemplo, las textiles. Algunos autores ven el recurso a tecnologías rudimentarias para el autoconsumo como una regresión cultural, un juicio de valor que no compartimos. Por un lado, algunas de estas técnicas responden a criterios de fuerte adaptación a los recursos locales. A título comparativo, el uso de la torneta en Pereruela (Zamora) todavía a finales del siglo XX se relacionaba con las características de los barros locales, extremadamente abrasivos, y no con el desconocimiento de instrumentos más sofisticados o la imposibilidad de adquirirlos. Por otro lado, la sociedad que consume este tipo de productos persigue satisfacer sus necesidades «básicas», siendo que lo básico para un grupo social puede ser un lujo para otro en un contexto socio-económico diferente, pero también responde a una estrategia de gestión de los recursos y de los excedentes disponibles, en la que se sopesarían también criterios no económicos o técnicos, pero sí sociales como la propia estructura y gestión del grupo familiar y de la ocupación de su tiempo. No obstante, la producción más cualificada, que usa torneados rápidos más apurados, no desaparece. Incluso en medios rurales muy alejados de los centros urbanos abastecedores, se presenta un volumen razonable de este tipo de manufacturas. Así, por ejemplo, en las pequeñas granjas

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detectadas en el tramo medio del valle del Guadiana, cerca de Reguengos de Monsaraz (Portugal), encontramos porcentajes de cerámica a torno rápido entre el 45% en Cabeçana 4 y el 37% en Espinhaço 7 (Marques et al., 2014).5 La tendencia al autoabastecimiento y la parquedad de los intercambios dan lugar a una tipología de objetos muy reducida, pero poco estandarizada, que puede adquirir una variabilidad formal muy fuerte de una región a otra. En otras palabras, entre los siglos VI y IX, se asiste a una notable diversificación regional de la loza de cocina, ajena a la estandarización de época romana (Alba Calzado y Gutiérrez Lloret, 2008: 586). No obstante, algunos tipos con formas y técnicas de origen tardorromano se encuentran con semejanzas importantes a ambos lados del Estrecho de Gibraltar (fig. 1). A título de ejemplo, para el sudeste peninsular, podríamos mencionar las producciones de ollas de base plana, cuerpo cilíndrico y borde envasado, fabricadas con modelado manual o con torneta y una evolución morfológica muy lenta, que arranca de contextos tardoantiguos y visigodos para alcanzar los contextos poscalifales. Las encontramos en las zona de Murcia/Alicante con fechas entre los siglos VI y XI; en Almería; en la zona costera de Granada y en Málaga. Pero también se halla esta forma del otro lado del Estrecho en Ceuta, en Nakur (Alba Calzado y Gutiérrez Lloret, 2008: 585) o en alBasra (Benco, 1987). La circulación de este tipo de ollas en los mares del Estrecho está atestiguada por su hallazgo en contexto subacuático en Sancti-Petri, Cádiz (Cavilla, 2014).

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Figura 1: Dispersión de la marmita de cuerpo cilíndrico y borde envasado de modelado manual. Elaboración propia a partir de imagen de Google (2015).

En contrapartida, en el occidente de la península ibérica no se constata este tipo de olla. La forma más frecuente en el sudoeste en época emiral es la olla de perfil en S, que domina casi en solitario durante los siglos VI al VIII en los medios rurales, a la que se unen las formas de cuello estriado que se constatan sobre todo entre los siglo IX y XI (Gómez Martínez et al., 2015: 36). Parece, por lo tanto, que en la Alta Edad Media existe una fuerte relación entre el sudeste peninsular y los territorios inmediatamente al sur, en el norte de África; una región con una tradición cerámica común, con raíces en la Antigüedad Tardía, fuera de la cual quedaría la costa atlántica. En el siglo IX, los talleres urbanos retoman su dinamismo incorporando nuevas formas e innovaciones tecnológicas, si bien este proceso no ocurre de forma sincrónica en todos los territorios de alAndalus y las redes de distribución en el medio rural tardarán bastante en reestablecerse. Las producciones toscas no desaparecen, de hecho van a convivir con las de torneados rápidos y cuidados hasta bien entrado el siglo XI, y algunas formas específicas incluso van a superar esta cronología adentrándose en época almohade en el sudoeste de alAndalus.6 Alba y Gutiérrez (2008: 586) justifican esta aparente contradicción con una nueva coyuntura económica impulsada por el Estado emiral que reactiva una economía de mercado en centros urbanos de «primer rango», mientras que en lugares más apartados sigue existiendo esa producción autosuficiente o de artesanos eventuales. El renacimiento de los talleres urbanos va a implicar una diversificación paulatina del repertorio formal que, en ciudades importantes como Mérida y Córdoba, significa un peso mayoritario de estas producciones frente a las de carácter «doméstico». En realidad, los hallazgos más antiguos de alfares andalusíes datan de esta época y se localizan en Pechina y Málaga (Castillo Galdeano y Martínez Madrid, 1993; Mayorga Mayorga, 1993). Parece que es en el siglo IX cuando las técnicas ornamentales se diversifican y, a las aplicaciones plásticas — cordones digitados—, los motivos impresos —círculos, punteados, digitaciones, etc.— e incisos —con motivos aspados, rectos u ondulantes — herederos de las producciones de la Antigüedad Tardía, se une el vidriado y los temas ejecutados con pintura, frecuentemente sobre engobe, aunque cabe la posibilidad de que en algunas regiones esta técnica se mantuviese desde época tardorromana.

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El surgimiento del vidriado plantea problemas más complejos. No hay duda de que el vidriado medieval no es heredero directo de los vidriados romanos de época imperial. Sin embargo, en época muy temprana (siglos VII y VIII) la estratigrafía de ciudades como Mérida, el Tolmo de Minateda, Valencia y Barcelona revela cerámicas de cocina, tanto abiertas como cerradas, revestidas de vidriados espesos e irregulares, frecuentemente craquelados (Alba Calzado y Gutiérrez Lloret, 2008). Se han sugerido dos hipótesis de explicación: la primera las considera productos accidentales derivados de la artesanía del vidrio, mientras que la segunda les atribuye «un carácter claramente intencional, de naturaleza utilitaria, en el que el vidriado se aplicaría como tratamiento superficial destinado a lograr su impermeabilización» (Alba Calzado y Gutiérrez Lloret, 2008: 586). La introducción durante la segunda mitad del siglo IX de técnicas orientales de producción de vidriado plumbífero levanta menos dudas, aunque la evolución de la técnica en el Oriente Próximo ha sido objeto de revisión recientemente. En los territorios de Siria, Iraq y Egipto, desde el siglo VIII, asistimos a una gran diversidad de combinaciones técnicas y cromáticas como las yellow-glazed wares (YGF) y las cerámicas vidriadas coptas (CGW de la terminología inglesa) a las que se unen en el siglo IX, en el llamado «horizonte Samarra», las vidriadas jaspeadas (splash-ware en la terminología inglesa), las cubiertas estanníferas, los vidriados polícromos y la loza dorada o de reflejo metálico. Esta diversidad técnica deriva tanto de la evolución de los vidriados mesopotámicos que remontan al II milenio a. C., como de la evolución de tradiciones protobizantinas, y de la introducción de influencias orientales de la China Tang (Salinas, 2013; Watson, 2014). Su transmisión para Occidente parece pasar por la Ifrīqīya aglabí (Acién Almansa, 1993), aunque las formas de la cerámica emiral vidriada de al-Andalus tienen antecedentes que podrían indicar una posible transferencia directa desde el Oriente Próximo.

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Figura 2: Dispersión de hallazgos de cerámica vidriada emiral. (1) Pechina (2) Bezmiliana (3) Málaga (4) Bobastro (El Chorro, Málaga) (5) Galera/Tutugi (Granada) (6) Vega de Granada (7) Medina Elvira (8) Iznájar (9) El Castellón (10) Córdoba (11) Mértola (12) Castelho Velho de Reliquias (13) Alcoutim (14) Silves (15) Lisboa (16) Lorca (17) Cartagena (18) Murcia (19) El Zambo (Novelda) (20) Ibiza (21) Valencia (22) El Tolmo de Minateda (Albacete) (23) Campiña de Jáen (24) Oreto (Ciudad Real) (25) Calatrava la Vieja (Ciudad Real) (26) Melque (Toledo) (27) Calatalifa (Villaviciosa de Odón, Madrid) (28) Alcalá la Vieja (Alcalá de Henares, Madrid) (29) Gormaz (Soria) (30) Tudela (Navarra). Elaboración propia a partir de datos de Salinas y Zozaya (2015).

Todo indica que los primeros vidriados de este tipo, de gran calidad, se fabrican en el enclave almeriense yemení de Pechina y, posteriormente, aunque también desde épocas tempranas, en Málaga y Córdoba (Salinas, 2013). Se trata mayoritariamente de vajilla de mesa y objetos de iluminación vidriados en verde, melado, morado y marrón, frecuentemente aplicado sobre relieves incisos y a molde de reticulados, metopas que alternan con motivos aspados y, en algunos casos, combinando un segundo color que se aplica de forma irregular en una especie de jaspeado y que podría anteceder a las primeras producciones peninsulares de verde y morado. La dispersión de hallazgos revela la reactivación de redes de intercambio de cerámica que llevan estos productos a regiones distantes, aunque tímidamente, como Tudela, Gormáz o Lisboa (Salinas y Zozaya, 2015) (fig. 2). Ya a finales del siglo IX o inicios del siglo X se producen en Córdoba los primeros vidriados polícromos con fondo blanco sobre el que se

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aplican trazos y goterones de cobre y manganeso (Salinas, 2013: 72 y ss.). Esta será la técnica dominante en la cerámica califal, considerada de forma casi unánime como un vehículo de transmisión del mensaje de los omeyas.

PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN DE CERÁMICA EN ÉPOCA CALIFAL Y TAIFA La cerámica de época califal y taifa —el registro arqueológico no es capaz en muchos casos de distinguir con precisión la frontera de estos dos periodos— es, junto con la nazarí, la que más temprano ha merecido la atención de arqueólogos e historiadores del arte que, desde el siglo XIX, se ocuparon de ella por su alto valor estético, especialmente de las producciones de verde y morado. El volumen de estudios que desde entonces se ha venido publicando sobre este tema es enorme, pero no se ha acometido aún la titánica tarea de realizar una síntesis que abarque todo el territorio de al-Andalus determinando los elementos comunes y las especificidades de las diferentes producciones regionales, definiendo los circuitos y ámbitos territoriales de distribución, y rastreando las variaciones de consumo y uso por diferentes grupos sociales.7 Estudios de todos estos aspectos se han acometido a escala local y regional con mayor o menor intensidad, en buena parte en función de la mayor o menor riqueza de hallazgos pero, sobre todo, en virtud de la existencia de investigadores o de centros de estudio dedicados al tema. La reactivación de los talleres de producción urbanos, que se constata ya a finales del periodo emiral, la consolidación de los mecanismos de distribución regionales, y la dinamización de las rutas de intercambio basadas en la ya consolidada red de ciudades, produjeron en época califal un panorama cerámico con entidad propia, tanto en los aspectos formales como en los técnicos y ornamentales. Esta alfarería, que utiliza mayoritariamente una artesanía especializada de alta cualificación técnica, todavía convive durante el siglo X y XI con las manufacturas toscas de la producción local/doméstica, especialmente en los medios rurales con más dificultades en integrarse en las dinámicas de los mercados urbanos. Pero también se detectan este tipo de producciones en las ciudades, lo que llevaría a otro tipo de explicaciones no relacionadas con el acceso a productos especializados, sino con aspectos relativos a tradiciones culturales, difíciles de especificar, pero que podrían tener relación con la función y las tareas de la mujer en el seno de la familia, con los hábitos culinarios o con grupos sociales determinados.8

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Las técnicas de fabricación predominantes en este periodo reflejan una especialización artesanal que domina el uso del torno rápido y las cocciones en hornos de convección complejos en los que se controla de forma bastante precisa la atmósfera reductora u oxidante del horno, tanto durante la cocción como durante el proceso de enfriamiento, en función de los resultados esperados y las características de los barros utilizados. Son mucho más frecuentes los acabados cuidados con recurso a engobes y, con menor incidencia, a vidriados. Se conoce una cantidad bastante significativa de talleres de esta época con un destaque muy especial para los complejos alfareros encontrados en la capital califal, Córdoba.9 El horno de parrilla de herencia clásica se documenta, por ejemplo, en Córdoba, en Bezmiliana (s. X-XI), Murcia (s. X-XI), Palma de Mallorca (s. XI) y Toledo (s. XI). Surge en esta época un nuevo tipo de horno de tradición oriental, el horno de barras, que se ha asociado a la producción de loza estannífera, aunque también se usó para cerámica bizcochada. Este tipo de hornos se documenta desde el siglo IX en los territorios abasíes de Samarcanda y Siraf y llega a al-Andalus en el siglo X. Se conocen estructuras de este tipo, a título de ejemplo, en la Córdoba califal, Lorca (s. X), Zaragoza (s. X-XI), Huesca (finales del s. X o inicios del XI), Toledo (s. XI) y Denia (s. XI). Vemos, por lo tanto, que a lo largo de los siglos X y XI la industria artesanal de la cerámica se extiende prácticamente por todas las regiones de al-Andalus con una intensa transferencia de tecnologías, que incluyen las estructuras para su producción. En algunas regiones, como la zona alicantina (Azuar Ruiz, 2013: 36 y ss.), se ha podido determinar que estos alfares de época califal-taifa, concentrados en las medinas y con una producción especializada, se destinan a abastecer la demanda de su mercado urbano y el de su territorio. No obstante, la alfarería especializada no se restringe a las ciudades, sino que llega, aunque con menor intensidad, a localidades de pequeñas dimensiones como es el caso del Cerro da Vila, un pequeño enclave portuario del Algarve portugués (Matos, 1985). Por lo que se refiere a las formas, el repertorio es mucho más diversificado tanto en el tipo de objetos como en las variantes dentro de ellos: encontramos tinajas, varios tipos de orzas y cántaros para la vajilla de almacenamiento y transporte de alimentos y líquidos; ataifores y jofainas, redomas, jarras y jarritas, jarros y jarritos, y botellas o limetas para la vajilla de mesa; la loza de cocina incluye marmitas y sus respectivas tapaderas, cazuelas, anafes y alcadafes; para la iluminación, al candil de piquera se une puntualmente en Madīnat al-Zahrā’ la lamparilla

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cónica; también encontramos utensilios de uso no culinario como los arcaduces, los atanores, o los tambores, y los relacionados con actividades artesanales como los diversos utensilios de alfarero. Observamos la estandarización de algunas de estas formas, como por ejemplo la jarrita globular de cuello ancho y alto, o los distintos tipos de ataifores y cuencos, lo que no excluye la existencia de repertorios regionales y locales cuyos ámbitos territoriales de distribución se han definido de forma más o menos aproximada en algunas zonas como Andalucía oriental (Acién Almansa et al., 1995) y occidental (Lafuente, 1994), la Marca Media (Retuerce, 1998) o el extremo occidental de al-Andalus (Gómez Martínez et al., 2015). La vajilla de mesa es la que nos ofrece una seriación más precisa gracias a esa estandarización que permite documentar las mismas formas en prácticamente todos los territorios de al-Andalus, sobre todo en el caso de las cerámicas vidriadas. Por ejemplo, en el caso de los ataifores, la ausencia o presencia de anillo de solero y la forma de este son indicadores cronológicos bastante útiles para distinguir las piezas del siglo X de las del siglo XI. Por lo que se refiere a la ornamentación, se difunde por todo alAndalus un conjunto de técnicas que podemos considerar comunes, y variantes específicas de ellas que dominan zonalmente (Retuerce y Zozaya, 1986: 125). Entre las técnicas que no utilizan composiciones cromáticas, encontramos aplicaciones plásticas sobre todo en las grandes vasijas de almacenamiento, motivos incisos —sencillos o a peine— sobre todo aplicados a los cántaros de transporte de agua y a algunas formas de cocina, y un tipo bastante raro de jarritas a molde que Retuerce designó como escarlatas (Retuerce, 1998: t. 1, 404-405). Se extiende extraordinariamente el uso de la pintura en rojo, negro o blanco, con trazos gruesos o finos, que se aplica sobre todo a la vajilla de mesa, y a la loza de cocina de forma más comedida. En estas cerámicas pintadas es fácil reconocer ámbitos territoriales de difusión de grupos homogéneos que no necesariamente corresponden a un único taller. Es el caso, a título de ejemplo, de la difusión de la pintura blanca de trazos finos en el suroeste peninsular (Gómez Martínez, 2014a). En el periodo califal se inicia la difusión generalizada del vidriado, todavía solo en las ciudades de mayor magnitud o con relaciones privilegiadas de intercambio con los centros de poder cordobeses. En el siglo XI se extiende a localidades de «segundo» y «tercer» rango, aunque hay territorios rurales y marginales a los que no llegan este tipo de productos como, por ejemplo, los territorios de la Marca Inferior de al-

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Andalus al norte del Tajo (Gómez Martínez et al., 2015). Están muy generalizadas por todo al-Andalus las cubiertas monocromas meladas y blancas, y las bícromas entre las que domina claramente la de trazos negros sobre fondo melado. Las combinaciones de negro sobre fondo verde, verde sobre fondo melado y verde sobre fondo blanco son bastante más raras (Retuerce y Zozaya, 1986: 126). Veíamos en el epígrafe anterior que, ya a finales del siglo IX e inicios del siglo X, surgen las primeras combinaciones polícromas sobre fondo blanco en Córdoba. Pero la difusión de la técnica del verde y morado por todo al-Andalus se produce en la segunda mitad del siglo X. Su importancia como instrumento de propaganda ideológica fue puesta de relieve por Miquel Barceló, quien relaciona la legitimación del poder califal con el uso del lema al-Mulk y con la combinación cromática —un fondo blanco, el color de los omeyas, y motivos en verde, el color del islam, enmarcados en trazos negros de manganeso (Barceló, 1993). Aunque se ha relacionado estrechamente con Madīnat al-Zahrā’, de donde se conoce la colección más rica en formas e iconografía, en el siglo X se produce ya en varias ciudades de al-Andalus (Retuerce y Zozaya, 1986: 94 y ss.; Bazzana et al., 1987). Pero es en el siglo XI, durante el periodo de las taifas, cuando alcanza su mayor difusión, diversificándose los centros productores, las combinaciones técnicas y cromáticas, y los temas ornamentales. El verde y morado agrupa otras variantes polícromas; además de la combinación de fondo blanco con motivos en verde y morado, encontramos el fondo melado con los motivos en verde y morado, y el fondo blanco con motivos en verde, morado y amarillo melado (Gómez Martínez, 2014a: 220-223). Una variante muy rara es la combinación cromática de fondo negro/morado de manganeso con motivos en blanco y verde (fig. 3) que aparece únicamente en Évora (Santos, 2016).

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Figura 3: Ataifor vidriado con fondo negro/morado de manganeso con motivos en blanco y verde. Évora, primera mitad siglo XI. Imagen: José Santos.

A pesar de que estos materiales tienen un ámbito de distribución muy amplio, que incluye el norte de África, podemos notar que su presencia va a ser desigual entre unas regiones y otras de al-Andalus. El verde y morado califal aparece en cantidades significativas en el sur, tanto en ciudades de primera magnitud, cabezas de cora, como en yacimientos de menores dimensiones, ḥuṣūn y alquerías. Más al norte, su presencia es más escasa, aunque también se detecta en yacimientos de diversas categorías: proporcionalmente son pocos los ejemplares con esta cronología en ciudades importantes y con abundantes excavaciones arqueológicas al norte del Tajo, como, por ejemplo, Lisboa o Santarém (Gómez Martínez et al., 2015: 21 y ss.). En regiones como el Garb alAndalus, cabe pensar, incluso, que se trata de una presencia más relacionada con una vajilla de prestigio distribuida mediante mecanismos «institucionales» y no tanto como el fruto de redes de comercio que responden a las necesidades de un mercado dinámico. En época taifa, sin embargo, su difusión se generaliza de forma más expresiva. A finales del califato surge una nueva técnica ornamental, la cuerda seca parcial. Los reinos de taifa van a desarrollar bastante estas cerámicas e incorporan la cuerda seca total, que también tendrá una gran difusión a lo largo del siglo XI pero, sobre todo, durante el siglo XII.10 Todavía no han sido suficientemente estudiados sus antecedentes en el Oriente Próximo. Entre el siglo VIII y X, los alfareros orientales experimentaron diversas técnicas que combinan, en bicromía o policromía, el vidriado total o parcial con trazos de pintura negra no vitrificada. La transferencia de la técnica desde Mesopotamia a al-

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Andalus pudo realizarse a través de Siria y Túnez, al hilo del auge de los intercambios entre Oriente y el califato omeya de al-Andalus (Déléry, 2006 : t. 4, 671-769). A pesar de estos antecedentes, la cuerda seca de alAndalus presenta temas y estilos ornamentales ajenos a las producciones orientales, mucho más cercanos al repertorio y a la estética del verde y morado andalusí, lo que nos permite afirmar que esta técnica sería una innovación o reinvención a partir de las cerámicas polícromas peninsulares. Durante algún tiempo se pensó que la cuerda seca parcial era una degradación de la cuerda seca total (fig. 4). En un momento de crisis económica e institucional en el transcurso del siglo XI, la cuerda seca parcial sería el resultado de un esfuerzo para economizar materiales. No obstante, la estratigrafía de los diferentes yacimientos de al-Andalus indica que las dos técnicas surgieron en simultáneo o, incluso, que la cuerda seca parcial es anterior a la total, pues la segunda no se constata hasta el siglo XI. A finales del siglo X, se produce cuerda seca parcial, con toda seguridad, en los alfares de Pechina, Almería y Murcia, que también producían verde y morado, aunque existen indicios de su producción en Sevilla, Zaragoza, Lérida, Toledo, Córdoba, Valencia y Málaga. En época taifa el número de talleres que producen cuerda seca tanto parcial como total aumenta significativamente. Está confirmada su presencia en los talleres de Toledo, Badajoz, Zaragoza y Murcia, y es muy probable en Tortosa, Málaga, Niebla, Balaguer, Valencia, Sevilla y Lérida. La compleja y dinámica evolución de esta cerámica ha sido detalladamente estudiada por Claire Déléry, determinando ámbitos de dispersión y distribución para estos talleres (Déléry, 2006: t. 4, cap. 2). Algunas especificidades merecen especial destaque, y entre ellas, la presencia más frecuente de formas abiertas de cuerda seca parcial en la Marca Media, donde también resalta la combinación cromática de la cuerda seca total que utiliza frecuentemente el melado como fondo de la composición.

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Figura 4: Taza en cuerda seca parcial con motivo epigráfico. Mértola, siglo XI. Imagen: S. Gómez Martínez.

En época califal surgen los primeros ejemplares de loza dorada en las excavaciones de Madīnat al-Zahrā’, que serían importaciones abasíes directamente relacionadas con la corte califal. Esta cerámica debe ser considerada de lujo por su alto coste, derivado de la dificultad técnica en obtener el efecto de reflejo metálico que la caracteriza. La loza dorada se obtiene con la aplicación, sobre la pieza ya cocida y esmaltada, de una solución compleja de elementos químicos que se somete a una última cocción en atmósfera reductora y con mucho humo. Tras esta operación, la pieza presenta una «costra» oscura que es preciso restregar hasta aparecer el reflejo metálico. Los ejemplares del siglo X y una buena parte de los del siglo XI encontrados, por ejemplo, en Medinaceli, Madīnat al-Zahrā’ y Bobastro, parecen ser todos ellos de origen abasí o fatimí. Más difícil es determinar si provenían de rutas de comercio estables que podríamos calificar de importaciones, o se trataba de casos puntuales fruto de intercambios no comerciales, de regalos o del intercambio de objetos de prestigio. Se ha especulado mucho acerca del inicio de la producción andalusí de loza dorada.11 Una posible referencia a este tipo de cerámica se encuentra en el formulario notarial de Ibn Mugīṯ (s. XI) pero su parquedad levanta muchas dudas. Las evidencias arqueológicas sí que permiten asegurar la existencia de una producción sevillana en el siglo XI promovida por la dinastía abadí (Heidenreich, 2007: 258) con clara intención propagandística. Su difusión no es demasiado profusa, pero la localización de dos fragmentos de este tipo de cerámica en la Coímbra ya

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cristiana, lleva a suponer que se utilizaría como objeto de prestigio a partir de la corte sevillana (Catarino et al., 2009). Esta y otras producciones específicas del siglo XI han llevado a sostener hipótesis sobre la existencia de producciones de cerámica propia de un territorio definido por las fronteras políticas de un determinado reino de taifa, incluso que hubo un incentivo para producir cerámica, o hasta un tipo específico de cerámica, por este poder político (Gómez Martínez, 2014b). Ello permitiría concluir que existía una estrategia económica del poder en lo que se refiere al abastecimiento de cerámica en particular y de bienes de consumo en general. Pero también podría existir una intención de utilizar estos objetos para transmitir mensajes ideológicos o políticos utilizando los símbolos de los motivos ornamentales aplicados a los objetos.

DISTRIBUCIÓN, COMERCIO, CONSUMO Y USO DE LA CERÁMICA EN ÉPOCA ALMORÁVIDE Y ALMOHADE A partir del final del siglo XI, pero sobre todo a lo largo del siglo XII, surgen paulatinamente cambios significativos en la cerámica de alAndalus. Estas transformaciones, que no son iguales y sincrónicas en todos los territorios, a veces son difíciles de datar con exactitud a partir del registro arqueológico. Por este motivo, y al igual que ocurría con los periodos califal y taifa, es difícil separar la cerámica de las épocas almorávide y almohade. Sin embargo, son notorias las mudanzas en los ámbitos formal, técnico e iconográfico, incluso cuando algunos aspectos sean la evolución de fenómenos ya existentes en el periodo anterior. Seguramente, la comunicación entre al-Andalus y el Magreb, mucho más estrecha en esta época, habrá influenciado algunos de estos cambios, pero en el estado actual de nuestras investigaciones no es posible definir con exactitud cuáles. Se puede afirmar que, ya a finales del siglo XI e inicios del siglo XII, la producción artesanal especializada ha suplantado totalmente a las tecnologías más toscas que se destinaban al autoconsumo. Las producciones manuales que todavía subsisten puntualmente deben considerarse fenómenos particulares relacionados con tradiciones locales. La red de alfares cubre prácticamente todo el territorio andalusí, produciendo todo tipo de manufacturas, aunque algunas ciudades se especializan en objetos destinados a un mercado más amplio que supera incluso el espacio de al-Andalus.

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El número de centros productores constatados arqueológicamente aumenta significativamente: conocemos alfares de finales del XI o inicios del XII por ejemplo, en Córdoba (Salinas, 2012), Balaguer, Lérida o Lisboa. En época almohade la red se amplía; ejemplos de talleres alfareros de esta época se pueden encontrar en Sevilla, Mértola, Córdoba o Priego de Córdoba (Coll Conesa y García Porras, 2010: 30 y ss.). Un ejemplo a escala regional de esta proliferación de alfares, que no solo van a localizarse en las ciudades, lo encontramos en la zona alicantina que documenta instalaciones artesanales en Denia, Jijona, Novelda, Elda, Alicante y Elche, lo que lleva a Rafael Azuar a identificar un proceso de atomización, frente a la concentración de la producción de épocas anteriores. Atomización que viene acompañada de una «homogenización» o «estandarización» de los productos a la vez que se confirma la «especialización» y «diversificación» productiva entre lo que hoy llamaríamos las alfarerías de loza y de agua, las «cantarerías» y las «tejerías» de productos para la construcción (Azuar Ruiz, 2013: 43).

Junto a estas dinámicas regionales, existen centros alfareros altamente especializados en manufacturas de alto valor ornamental que producen en grandes cantidades para el mercado exterior, contrariando la tendencia en época omeya de una pulverización de las producciones de lujo como el verde y morado. Parece ser este el caso de ciudades como Almería, que contaron con condiciones excepcionales para la producción y, sobre todo, para la distribución de manufacturas. Es ampliamente conocida la importancia comercial que Almería detentaba en el siglo XII. Los textos conservados de esa época, sobre todo los de la Geniza del Cairo (Constable, 1997), reflejan la importancia de las diversas mercancías que se intercambiaban en esta ciudad. La presencia de hornos de cerámica en los que se producía cuerda seca, loza dorada y cerámica esgrafiada permite esbozar un panorama en el que la cerámica tendría dinámicas semejantes a las descritas por las fuentes para otras manufacturas. Algo parecido ocurre en otras ciudades como Málaga, Sevilla o Calatrava la Vieja que, no siendo un puerto como las anteriores, se ve beneficiada por su posición en una importante encrucijada de caminos. Esta amplia circulación de manufacturas debe de ser el origen del doble fenómeno que detectamos, a partir del siglo XII, de una progresiva estandarización de las formas y de una gran diversificación el repertorio de objetos que cada vez se adecuan mejor a las funciones para las que fueron creados. Esta especialización funcional alimenta las necesidades de una sociedad cada vez más exigente y un mercado bien estructurado

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que adecua sus fuentes de abastecimiento a las capacidades adquisitivas de sus clientes. En el aspecto puramente formal, desde inicios del siglo XII, se diversifican las orzas y tarros para almacenar alimentos que empiezan a revestirse de vedrío, los cántaros aumentan de tamaño, se incrementa el uso de cazuelas de formas diversas, se generaliza el uso de fogones portátiles, los anafes. Los ataifores van estrechando sus pies anulares que se inclinan diagonalmente y/o adquieren mayor altura, al tiempo que los tipos con leves inflexiones en el cuerpo van transformando estas en carenas cada vez más acusadas. Es durante este siglo cuando aparecen los últimos ejemplares del candil de piquera que se presenta fuertemente facetada. En la segunda mitad del siglo XII, con el dominio almohade, algunas de esas tendencias se intensifican y otras nuevas se instalan con fuerza y rápidamente, agudizándose el doble fenómeno de estandarización de las formas que son idénticas en territorios distantes de al-Andalus, y su diversificación, multiplicándose enormemente los objetos destinados a funciones específicas y concretas. Así, encontramos objetos muy especializados como el tintero o el fanal, con formas idénticas en extremos opuestos de los territorios de al-Andalus. Se imponen las tinajas estampilladas con formas y motivos ornamentales semejantes en todos los puntos del territorio almohade. Aparecen por doquier las cantimploras para transportar el agua de consumo diario en desplazamientos al campo. Por lo que se refiere a la vajilla de cocina, existe un abanico amplio de marmitas y cazuelas con formas de gran expresión geográfica que, por ejemplo, en la mitad occidental de al-Andalus dominan, indiscutiblemente, la marmita globular de cuello bajo y la cazuela de costillas. Junto a las formas estandarizadas, aparecen tipos exclusivamente locales ceñidos aproximadamente al espacio de una ciudad y de su alfoz. Los ataifores ven agudizada la tendencia a estrechar los anillos de solero, mientras las formas carenadas marcan con mayor fuerza el quiebro de la pared, y las hemisféricas elevan sus paredes verticalmente. El cambio formal más radical tiene lugar en los candiles, que pasan de piezas cerradas a abiertas. Desaparece casi el candil de piquera, salvo en el peculiar tipo de candiles de disco impreso, y es sustituido por el candil de depósito abierto, con o sin vástago central o pie alto. Surgen nuevas formas de iluminación como el fanal, usado como linterna para actividades nocturnas al aire libre. Las técnicas de fabricación también evolucionan adaptando mejor sus características a las funciones para las que eran destinadas: aumenta

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fuertemente la presencia de pastas claras bien decantadas y cocidas, sobre todo en las formas relacionadas con el agua (cántaros, jarras y jarritas), mientras que en la loza de cocina los barros incorporan elementos refractarios. Es en este momento cuando se generaliza el uso del vidriado en las formas de ir al fuego. En lo que a las técnicas ornamentales se refiere, encontramos un progresivo detrimento de la policromía a favor de las técnicas de relieve, al tiempo que mudan los estilos ornamentales y los mensajes iconográficos. A finales del siglo XI e inicios del siglo XII, mientras que el verde y morado de tradición omeya desaparece, se difunde una serie nueva de cerámicas de verde y morado con una enorme homogeneidad desde el punto de vista formal y técnico, y un estilo ornamental «geometrizante» (fig. 5) marcadamente diferente del omeya y de influencia norteafricana.12 Esta serie se encuentra en los principales puertos del Mediterráneo occidental (fig. 6): Silves, Lisboa, Santarém, Ceuta, Cartagena, Denia, Palma de Mallorca, Pisa. La penetración de estos productos en regiones del interior debió de ser bastante limitada; de hecho, no se han identificado hasta ahora. A pesar de la incerteza en torno al lugar exacto de fabricación —los análisis de pastas han excluido su producción en el norte de África—, no hay duda de que, por un lado, esta serie marca una ruptura estilística con el verde y morado omeya y, por otro lado, de que estos puertos marcan las etapas de una ruta de cabotaje que recala igualmente en ciudades de primera magnitud, como Palma o Denia, y en otras de segunda categoría, como Mértola o Cartagena.

Figura 5: Ataifor en verde y morado de estilo «geometrizante». Mértola, inicios del siglo XII. Imagen: Archivo del Campo Arqueológico de Mértola.

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Figura 6: Mapa de dispersión del verde y morado de estilo «geometrizante» y de la cuerda seca total. Primera mitad del siglo XII. Elaboración propia a partir de Google (2015) y fotografías del archivo del Campo Arqueológico de Mértola.

Otro ejemplo muy significativo de esta realidad del siglo XII es la serie de cerámicas en cuerda seca que alcanzan ahora su mayor esplendor y difusión, al tiempo que se diversifican adoptando múltiples variantes:13 cuerda seca parcial con uno, dos o tres tonos de vidriado, cuerda seca parcial combinada con motivos en relieve realizados con molde, cuerda seca parcial combinada con esgrafiado y cuerda seca total combinada con motivos estampillados bajo la cubierta. Se conocen varios centros productores de este tipo de cerámica que, en algunos casos, se especializan buscando abastecer un mercado que, como veíamos en el caso de Almería, supera la esfera del Mediterráneo occidental. Un caso paradigmático de la difusión de estas manufacturas es el ataifor con motivo floral creado a partir de una composición geométrica radial (fig. 7), que se encuentra con bastante abundancia en diversos puertos del Mediterráneo occidental y en bastantes ciudades del interior. Un estudio detallado se puede encontrar en la tesis doctoral de Déléry (Déléry, 2006: t. 4, 253 y ss.), quien concluye que este motivo surge en tres tipos formales y con cuatro estilos ornamentales directamente relacionados con ellos, permitiendo afirmar que varios centros producirían esta variante simultáneamente, entre los cuales estarían Granada y Almería. Pero, junto a estos casos de éxito en la comercialización de manufacturas, encontramos también otros centros productores que ensayan soluciones semejantes, pero que no llegan a imponerse ni siquiera en su mercado regional. Es el caso de las

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producciones de cuerda seca total documentadas en Lisboa y Santarém, que no llegan a sustituir las importaciones del sudeste peninsular (Fernandes et al., 2015).

Figura 7: Ataifor en cuerda seca total con motivo floral creado a partir de una composición geométrica radial. Mértola, primera mitad del siglo XII. Imagen: Archivo del Campo Arqueológico de Mértola.

Otro tipo de manufacturas de gran pericia técnica, propias de los territorios orientales de al-Andalus, es la cerámica esgrafiada —motivos ejecutados en reserva sobre amplias manchas de pintura negra—, que también se produce en centros especializados para su comercialización, que llega incluso a territorios cristianos del norte (Fernández et al., 1989), pero que se documenta sobre todo en localidades costeras debido a su fragilidad, que hace a estas cerámicas inadecuadas para los recorridos terrestres a lomos de mula. Como referíamos anteriormente, el origen de la loza dorada en alAndalus está rodeado de algún debate.14 Desconocemos si las producciones sevillanas del siglo XI tuvieron continuidad con posterioridad. Al-Idrīsī refiere que este tipo de cerámica se producía en Calatayud en el siglo XII, siendo incluso exportada para lejos, aunque algunos investigadores lo dudan y, hasta hoy, no hay ninguna prueba arqueológica que lo confirme. Menos dudas despierta su mención en textos de mediados del siglo XIII: Ibn Sacīd al-Magrībī (1213-1286) dice que se fabricaba mudahhab (loza dorada) en Murcia, Málaga y Almería. Gómez Moreno (Gómez Moreno, 1940) identificaba su producción en Málaga ya en el siglo XII. Análisis de laboratorio han confirmado la producción en Murcia de loza dorada en la misma época. Otros análisis han confirmado centros de producción en época almohade en Jerez de la

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Frontera, Calatrava la Vieja y con menos seguridad Mértola (Gómez Martínez, 2014a: 246-249) (fig. 8). Hallazgos de moldes de la variante de loza dorada sobre relieve permiten afirmar su producción en Almería (Flores Escobosa, 2011). En cualquier caso, una vez más, vemos centros especializados y orientados para la exportación de manufacturas de lujo. En época almohade la tendencia de sustitución de la policromía por soluciones monocromas y técnicas de relieve se agudiza fuertemente. No obstante, en la segunda mitad del siglo XII encontramos una nueva serie de verde y morado renovada formal y estilísticamente, con un centro productor confirmado en Calatrava La Vieja (Retuerce et al., 2009), pero con una difusión más reducida, a juzgar por los escasos hallazgos documentados, si bien esta apreciación puede estar desvirtuada por el desconocimiento de esta variante por parte de muchos arqueólogos. La cuerda seca total no desaparece, aunque se aplica sobre formas funcionales diferentes, de grandes dimensiones, como los bocales de pozo y las pilas de abluciones. En contrapartida, aumenta el uso de técnicas de relieve: el molde, el estampillado, la incisión y el calado. La profusión de colores vivos y contrastados se abandona a favor de la monocromía con un aumento muy significativo del uso del verde, aunque no se abandonan las combinaciones bícromas del negro sobre melado y, en menor cantidad, sobre blanco, a las que ahora se incorpora el reflejo metálico. Verificamos que la austeridad en el cromatismo no se corresponde con una austeridad semejante en la iconografía o en las composiciones ornamentales. Observamos una enorme profusión de motivos en muchos casos abigarrados, especialmente en las formas cerradas (fig. 9), mientras que en las formas abiertas esta complejidad no es tan acusada, a excepción de las piezas con reflejo metálico y algunos vidriados en negro sobre melado.

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Figura 8 (izda.): Jarra ornamentada con reflejo metálico sobre motivos a molde. Mértola, segunda mitad del siglo XII. Imagen: S. Gómez Martínez. Figura 9 (dcha.): Tinaja con motivos estampillados bajo cubierta verde. Mértola, primera mitad del siglo XIII. Imagen: Archivo del Campo Arqueológico de Mértola.

Esta renovación de las técnicas ornamentales y de la iconografía se ha asociado en algunos casos a la legitimación de los nuevos poderes que se establecen en al-Andalus a partir del siglo XII. Así, Manuel Acién asoció la preeminencia del esgrafiado sobre pintura negra en los territorios controlados por Ibn Hūd con la legitimización de su poder a través del califato abasí, y determinados motivos iconográficos de la cuerda seca total con la propaganda oficial almohade (Acién Almansa, 1996: 184 y 186).

LA CERÁMICA NAZARÍ La cerámica nazarí, eclipsada por el brillo de sus obras maestras, ha tardado más que las cerámicas de otros periodos en independizarse de los paradigmas de la historia del arte. En compensación, los estudios de las dos últimas décadas han cambiado notablemente este panorama. Al contrario de lo que ocurría en periodos anteriores, son las fuentes escritas las que nos facilitan más información sobre las estructuras de producción cerámica del reino nazarí, sobre todo de la loza dorada, y azul y dorada. Los principales centros productores son Málaga, Almería y la propia Granada, aunque también existen alfarerías en localidades de

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menor dimensión distribuidas por el territorio que permiten un fluido abastecimiento de estos productos a los enclaves más apartados de la geografía del reino. Se conoce la existencia de un barrio alfarero en el sur de la ciudad de Granada, el arrabal de al-Fajjārīn, que ya existiría con anterioridad, y un complejo industrial en la propia Alhambra con una producción propia en el entorno palaciego (García Porras, 2006: 90). A la luz de sus resultados, esta es una alfarería sofisticada, de gran calidad técnica y estética, el culmen de un proceso de experimentación y especialización que tiene sus raíces en los periodos anteriores. Desde el punto de vista tecnológico se intensifica el proceso de optimización de las características técnicas de los objetos en función del uso a que se destinaban, dando lugar, en palabras de Alberto García Porras, a «piezas bellas, proporcionadas, funcionales y duraderas» (García Porras, 2006: 91). El ajuar doméstico presenta un repertorio variado, aunque con alguna diferenciación entre el de los medios urbanos y el más reducido de los ámbitos rurales. Las tinajas son más esbeltas que las almohades, semejantes, salvando las distancias, a las obras maestras de aparato decoradas en reflejo metálico, los muy conocidos jarrones de la Alhambra. Las jarras siguen los modelos almohades, al igual que la loza de cocina, aunque esta va a evolucionar en época nazarí plena dando lugar, en las cazuelas, a un resalte en la unión entre base y cuerpo e incrementando el número de «asas» en la «cazuela de costillas», e incorporando nuevas formas de olla. También es nueva una forma con orificios en la base designada como cuscusera o alcuzcuceros para cocer al vapor la sémola de trigo. El vedrío en las lozas de cocina es ahora más generalizado, aunque algunas formas se destinan a usos específicos, eventualmente para hornear, y las cuscuseras no lo usan. Los anafes también tornan sus perfiles externos continuados. En las formas de mesa, ataifores y jofainas evolucionan a partir de los modelos almohades. Las jarritas y jarros son las formas con mayor diversidad formal. Al igual que las tinajas, tienden a hacerse más esbeltas que sus prototipos almohades. Hacia el siglo XIV se introducen influencias del ámbito cristiano en el repertorio formal, eventualmente motivadas por la adaptación de los centros productores al mercado externo que absorbía una buena parte de la producción.15 El ajuar doméstico incluía también los candiles, ya siempre de cazoleta abierta y con un pie alto con tendencia a aumentar, y otras piezas menos frecuentes como tambores, bacines, copas, embudos, cantimploras, etc.

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Las técnicas ornamentales, aplicadas sobre todo a la vajilla de mesa, siguen la diversidad ya existente en época tardo-almohade: motivos incisos; pintura con almagra o manganeso, que puede aparecer con o sin esgrafiado (que tiende a ser más descuidado en época tardía); estampillado; vidriados monocromos, mayoritariamente verdes y ocasionalmente con estampillas y/o incisiones bajo la cubierta; una combinación nueva de fondo verde y motivos negros, presente también en la cerámica meriní contemporánea (Ruiz García, 2006); cuerda seca tanto parcial como total; cubiertas estanníferas combinadas con negro — manganeso—, azul —cobalto—, un nuevo tipo de verde y morado, morado y azul, etc. Pero las más destacadas son, sin lugar a duda, las apreciadísimas vajillas de loza dorada, combinadas o no con azul de cobalto (Flores Escobosa, 2006). Precisamente, es la cerámica nazarí la que introduce en el repertorio ornamental de al-Andalus el azul de cobalto, aunque se duda de si fue traído directamente por alfareros orientales huidos de la invasión mongol hacia 1260, o si la transferencia se produjo gradualmente desde Persia a través de Ifrīqīya. La loza azul y dorada se produce en el reino nazarí, desde el siglo XIV o tal vez la segunda mitad del XIII (Flores Escobosa, 2006: 72-73), en Granada, Almería y Málaga, pero va a ser esta última la que le dé el nombre por el que será conocida en ámbito cristiano, «obra de Maliqa», designación que dejará en el portugués el término malga, de uso muy corriente en el lenguaje actual. En la cerámica nazarí se intensifica fuertemente la tendencia, que ya se apreciaba desde época almorávide y almohade, de la especialización de algunos centros productores en objetos de gran valor ornamental y estético para el comercio externo. Las importaciones, vía marítima, alcanzan regiones muy distantes del norte de Europa. En palabras de Alberto García Porras: su éxito comercial en ciertas áreas mercantiles del espacio europeo del momento fue notable, tal y como queda testimoniado por su presencia en ámbitos de consumo diferentes, desde el ajuar doméstico de familias acaudaladas hasta la decoración arquitectónica de fachadas de edificios públicos, eclesiásticos y laicos (García Porras, 2007: 828).

La adaptación de los centros productores nazaríes a las exigencias de la clientela cristiana tiene uno de sus más famosos ejemplos en el gran ataifor en el que se representa un barco con el escudo portugués del Victoria and Albert Museum. No podemos dejar de mencionar otro de los exponentes más destacados de la cerámica nazarí, las piezas destinadas al revestimiento parietal —aliceres para alicatados y azulejos—. Aunque la aplicación de

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cerámica vidriada a paredes tiene su origen en el periodo almohade (Zozaya, 1997; Retuerce y Melero, 2015), estas técnicas tienen un desarrollo exponencial en el reino nazarí con sus más elevados ejemplos en la Alhambra (fig. 10).

Figura 10: Panel de revestimiento parietal del Cuarto Real de Santo Domingo, Granada. Combinación de alicatado y azulejo de reflejo metálico. Imágenes: S. Gómez Martínez.

EL PAPEL DE LA CERÁMICA EN LA ECONOMÍA Y EN LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS: PERSPECTIVAS PARA FUTUROS TRABAJOS Como estas líneas han dejado patente, el conocimiento de la cerámica como instrumento de reconstitución de la historia económica y social de al-Andalus todavía tiene un largo camino por recorrer. Concluimos apuntando algunos aspectos que nos parecen merecedores de atención futura. No se ha explotado suficientemente la información proveniente de las fuentes escritas que podrán ayudar a entender aspectos difícilmente comprensibles solo con el registro arqueológico, entre ellos, el papel de los alfareros en el seno de la sociedad andalusí, su posición en la jerarquía, su posible estratificación social, su organización en corporaciones y los mecanismos de aprendizaje, el papel que habrá tenido en cada momento el trabajo de las mujeres, las formas de distribución de la cerámica y de su comercialización, el papel que puedan haber tenido en ella los arrieros, etc. El estudio de la producción todavía requiere de la excavación sistemática de alfares, prestando atención no solo a las estructuras de combustión —las más visibles en el registro arqueológico—, sino también a las marcas que puedan haber dejado otras fases del proceso

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productivo. El avance en el registro de estas marcas tendrá una notable ayuda en la documentación etnoarqueológica, como recientemente ha demostrado Miguel Alba (Alba Calzado, 2015). El origen y distribución de las manufacturas se verá muy beneficiado con la intensificación de los estudios arqueométricos, sobre todo si se intensifica el diálogo entre los ceramólogos y los analistas. Una cuestión mucho más compleja es atisbar el peso real de la cerámica y su producción entre las diversas actividades artesanales y, en última instancia, en la economía. ¿Cómo podemos cuantificar ese peso, aunque sea de forma aproximada, cuando los términos de comparación con otro tipo de actividades no tienen la misma escala ni en cantidad ni en calidad? El avance en estas cuestiones y otras muchas deberá pasar por el cruce de la información de diversos tipos de fuentes y disciplinas científicas en estudios a cargo de grupos de investigadores y no fruto de esfuerzos individuales.

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Profesora de la Universidade de Évora e Investigadora del Campo Arqueológico de Mértola (CAM)-Centro de Estudos em Arqueologia Artes e Ciências do Património (CEAACP). 2 A título de ejemplo para Alicante, Azuar Ruiz, 2013; o para el Garb al-Andalus, Gómez Martínez et al., 2015. 3 Entre los primeros análisis arqueométricos aplicados a la cerámica andalusí encontramos Martín et al., 1987-1988; Escudero Aranda, 1988-1990. 4 Entre los raros estudios sobre este tema destaca, por ejemplo, el trabajo de Fili, 2004. 5 Un único caso, Monte Roncão 13, presenta un porcentaje anormalmente bajo del 8%, pero que puede ser justificado por la escasez de la muestra en estudio de únicamente 33 individuos. 6 Un ejemplo son las cazuelas de base plana y cuerpo cilíndrico que Helena Catarino encuentra en Salir, en el Algarve portugués (Catarino, 1997-1998). 7 Un temprano y meritorio esfuerzo de síntesis en Retuerce y Zozaya, 1986. 8 En Acién 1993: 170 y ss., ya se exponían las dificultades en asociar cerámica y grupos socioétnicos. 9 Una síntesis en Coll Conesa y García Porras, 2010: 26 y ss. 10 Un estudio detallado sobre esta técnica ornamental en la tesis doctoral de Déléry, 2006. 11 Un resumen en Gómez Martínez, 2014a: 247-249. 12 Una síntesis en Gómez Martínez, 2014a: 230. 13 Una síntesis completa en Déléry, 2006: t. 4, cap. 6. 14 Un resumen en Gómez Martínez, 2014a: 246-249. 15 Ya apuntado por García Porras, 2006: 96 y por Melero García, 2015.

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PRODUCCIÓN Y TECNOLOGÍA VIDRIO EN AL-ANDALUS

DEL

Chloë N. Duckworth1 y David J. Govantes-Edwards2 RESUMEN: Este capítulo repasa el estado actual de nuestros conocimientos sobre la fabricación de vidrio en al-Andalus, dentro de un contexto más amplio como es el mundo islámico. El capítulo presenta y evalúa las evidencias de producción y manufactura, así como el consumo e intercambio no solo de vidrio terminado, sino también de las materias primas empleadas en su producción. Mostramos que al-Andalus poseía una dinámica industria del vidrio que habría de ejercer una considerable influencia en la industria del vidrio cristiano bajomedieval y posmedieval, pero que puede también relacionarse con otras tradiciones industriales anteriores, en Siria, Egipto, el Magreb y el norte de Europa. PALABRAS CLAVE: producción de vidrio, vidrio islámico, hornos, recetas técnicas, intercambio de vidrio. ABSTRACT: Our current knowledge about glass production in alAndalus is examined and contextualised with the more abundant remains from elsewhere in the Islamic world. Evidence for glass making and working is presented and considered, and the trade and consumption of glass itself, and its raw ingredients, are discussed. It is shown that the Andalusi glass industry was a dynamic one, which had a strong influence on later glass production in the Iberian Peninsula, but which was also linked to developments farther afield, from Syria and Egypt to the Maghreb and northern Europe. KEYWORDS: Glass production, Islamic glass, furnaces, glassmaking recipes, glass trade.

HISTORIA Y TECNOLOGÍA DE LA PRODUCCIÓN DE VIDRIO Las primeras producciones islámicas de vidrio, que tuvieron lugar en la región sirio-palestina y en Egipto, presentaban un considerable grado de continuidad con las tradiciones bizantina y sasánida, que a su vez hundían sus raíces en la tecnología romana. Para poder evaluar el papel de al-Andalus en la historia de la producción, consumo e intercambio de ******ebook converter DEMO Watermarks*******

vidrio es necesario hacer una introducción general sobre la historia de la producción del mismo, así como establecer las posibles funciones que este material pudo desempeñar en el mundo islámico. Precursores del vidrio islámico Las primeras evidencias continuadas de producción de vidrio se remontan a mediados del II milenio a. C., aunque existen ciertos indicios aislados de la producción de cuentas en fechas más antiguas (Grose, 1989: 45). La producción de vidrios para recipientes parece haberse iniciado en el norte de Mesopotamia, pero los centros de producción mejor conservados se sitúan en Egipto, que, según diversos especialistas, adoptaría las pirotecnologías necesarias para la producción de vidrio con la captura de artesanos extranjeros en el transcurso de campañas militares (Shortland, 2001: 219). Es posible que los artesanos vidrieros aprendieran a modificar las propiedades del material, permitiendo su trabajo en caliente, ya en el siglo XVI a. C. (Nicholson, 2007: 3). Esto dio pie a la fabricación de recipientes decorados con hilos de vivos colores aplicados sobre un núcleo cuando el vidrio estaba aún viscoso y podía ser manipulado con facilidad. El vidrio también puede ser tallado como si se tratase de piedra o formado en moldes. A finales de la Edad del Bronce el uso del vidrio se había extendido a Asia occidental, Egipto y la Grecia micénica, siendo comercializado al por mayor, tal y como atestigua el descubrimiento de 175 lingotes de vidrio de distintos colores en el pecio de Uluburun, Turquia (Pulak, 1998: 202). Estos primeros vidrios estaban formados por una combinación de guijarros de cuarzo triturados, que son una fuente relativamente pura de sílice (SiO2), las cenizas de plantas halófitas, que aportan un alcalí metálico, especialmente en forma de sosa (Na2O) y potasa (K2O), y metales alcalinos como la cal (CaO) y la magnesia (MgO). El silicio es el principal elemento estructural, mientras que los alcalís procedentes de las cenizas vegetales flexibilizan los fuertes lazos moleculares que unen el silicio y el oxígeno presentes en el cuarzo, facilitando así la fusión del vidrio a unas temperaturas altas, pero factibles, por encima de los 1000 °C.3 La cal, también aportada por las cenizas vegetales, es otro elemento importante, ya que estabiliza el vidrio impidiendo su disolución en agua. La aplicación de métodos de análisis químico cuantitativo sobre muestras de vidrio procedente de contextos arqueológicos permite la identificación de los elementos presentes en la muestra: así, aquellas

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muestras que tengan un alto contenido en sosa, y también en potasio y magnesia (>c.1,5%), indican el uso de cenizas vegetales como fundente. Parece que la producción de vidrio experimentó cambios significativos a principios del I milenio a. C. y en el siglo VIII a. C. ya es posible encontrar vidrios producidos mediante el uso de álcalis de origen mineral, no vegetal. Los álcalis minerales mejor conocidos son los procedentes de Wadi Natrun, Egipto, y suelen ser mucho más puros que los procedentes de cenizas vegetales, con lo que no suelen estar contaminados con cantidades significativas de potasa, cal y magnesia. Es posible que el uso de álcalis minerales se iniciase en el II milenio a. C., pero que el bajo contenido en cal hiciese que estos vidrios fuesen solubles en agua, lo que ha impedido su conservación en el registro arqueológico. Parece que la mayor parte de los vidrieros mediterráneos resolvieron esta ausencia de cal en los álcalis con el uso de fuentes de silicio ricas en cal, como, por ejemplo, las arenas de playa, que portan fragmentos de conchas de moluscos. Además de la cal, la arena aporta otras impurezas, que pueden tener indeseables efectos en el color y las propiedades del vidrio, como veremos más adelante, dificultando el trabajo de los artesanos. Por eso, la producción de vidrio solía situarse en el entorno de fuentes especialmente puras de arena, que es la principal materia prima en la producción primaria de vidrio, mientras que los álcalis minerales eran transportados, a veces, a través de grandes distancias. Así, en el Mediterráneo y Asia occidental podemos apreciar un progresivo abandono de los vidrios producidos con cuarzo triturado y cenizas vegetales, y su sustitución por vidrios producidos con una combinación de arenas litorales y álcalis minerales. Ambas tradiciones, sin embargo, presentan excepciones, esto es, vidrios que no encajan plenamente con ninguna de las dos principales tradiciones tecnológicas, como demuestran los análisis químicos. Igualmente importante, dado el papel del vidrio como elemento decorativo capaz de imitar piedras preciosas, era el uso de colorantes. Los vidrios más antiguos estaban coloreados de forma intensa y eran, en su mayor parte, opacos. El algún momento, en el transcurso del I milenio a. C. los gustos parecen haber cambiado, situando el vidrio transparente en primer plano, probablemente por asociación con el valioso cristal de roca. Las materias primas empleadas en la producción de vidrio contienen impurezas, como el hierro, que alteran el color de los vidrios resultantes. En teoría, es posible producir vidrios transparentes mediante el uso de materias primas de excepcional pureza, como el cuarzo y los ******ebook converter DEMO Watermarks*******

álcalis minerales, pero esto también puede tener efectos indeseables, como la ausencia de cal, que como sabemos hace que el vidrio pierda estabilidad. Una alternativa mucho más simple, siempre que el artesano tenga acceso a los elementos necesarios, es el uso de decolorantes, que contrarrestan los efectos que las impurezas contenidas en las materias primas puedan tener en el color: en la Antigüedad se usaron de forma abundante el antimonio y el manganeso, que posiblemente eran añadidos en forma de mineral, especialmente estibina (Sb2S3) para el antimonio y pirolusita (MnO2) para el manganeso. Esta fascinación por el vidrio incoloro no detuvo la manufactura y uso de vidrios coloreados, que siguieron siendo producidos en abundancia. También se produjeron cambios en las técnicas de moldeado de objetos de vidrio. La producción de objetos a partir de un núcleo, especialmente ungüentarios y perfumarios, se mantuvo durante el I milenio a. C. Al mismo tiempo, existen claras evidencias de los primeros intentos de producir objetos de vidrio en masa, en paralelo con la tradicional industrial de objetos de lujo. Los vidrieros helenísticos desarrollaron la técnica de la fundición en molde, y aceleraron considerablemente la producción mediante la invención de una técnica conocida como «desplomado», en la que un disco de vidrio es colocado sobre un molde de cerámica o piedra y calentado para que, al fundirse, se adaptase a la forma del molde. Este proceso llevaba menos tiempo que el fundido en molde, ya que solo era necesario pulir el interior de la pieza; el exterior, al haberse enfriado en contacto con el aire, no precisaba de tratamientos adicionales (Tatton-Brown y Andrews, 1991: 52-53). Durante el siglo I a. C. los vidrieros empezaron a experimentar con el soplado de vidrio fundido a través de tubos, técnica que apenas tardó un siglo en generalizarse. El desarrollo del soplado permitió la producción de vidrio en cantidades sin precedentes hasta la fecha; ahora era posible producir recipientes de vidrio en cadena, sin que fuese necesario trabajar los objetos en frío. Tareas como el pulido alargaban enormemente el proceso de producción. El soplado en molde, en el que el vidrio era soplado rápidamente en el interior de un molde de dos piezas, que era retirado inmediatamente después, también tuvo como resultado cierta estandarización de las piezas. La popularidad del vidrio se debía en gran medida a sus propiedades: al contrario que los metales, no afecta al sabor de las bebidas,4 y al contrario que los recipientes cerámicos, permiten al comprador ver los contenidos del recipiente que está comprando. La enorme variedad de tipologías y estilos de objetos de vidrios de época

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romana son claro testimonio de la fascinación que despertaba este material. Parece que durante este periodo la producción primaria de vidrio se concentraba en un número relativamente pequeño de áreas de producción situadas en la región sirio-palestina y Egipto, donde, como sabemos, existía una larga tradición de producción de vidrio. Las diferencias en la composición de distintas fuentes de arena nos ayudan a distinguir los distintos tipos de vidrio, aunque el reciclaje puede contribuir a oscurecer el panorama. Una vez fundido, el vidrio «en bruto» sería transportado a otros puntos para su moldeado o soplado. También existía un comercio a larga distancia de piezas de lujo, pero las piezas más baratas serían fabricadas a nivel local, evitando los costos asociados al transporte de productos frágiles a través de largas distancias. El consumidor romano medio, por tanto, adquiriría productos fabricados en dos fases desarrolladas en lugares distintos. Para los siglos IV y V se detecta un nuevo cambio en las tipologías formales de objetos de vidrio. En el Mediterráneo las formas predominantes son copas y vasos y teselas de mosaico, además de láminas de vidrio plano para ventanas.5 Se seguirían fabricando joyas de vidrio en imitación de materiales más costosos, como el azabache. Estas tipologías se mantuvieron en uso durante el Imperio bizantino, y terminaron por ser heredadas por el califato omeya entre finales del siglo VII y mediados del VIII. El epicentro territorial del califato, recordemos, se encontraba en las mismas áreas de Asia occidental y Egipto que habían sido el foco tradicional de la tecnología del vidrio durante milenios. La otra tradición vidriera heredada por el primer califato fue la del Imperio sasánida. Al contrario que el vidrio romano y bizantino, el vidrio sasánida obtenía sus álcalis de las cenizas vegetales, pero experimentó cierta influencia formal y técnica del vidrio romano, siendo también vidrio soplado (Simpson, 2014). Las recetas de producción y las técnicas decorativas que caracterizaron al vidrio sasánida ejercieron un notable ascendiente sobre el vidrio islámico, especialmente en lo que se refiere a la aplicación de decoración tallada o incisa en recipientes de vidrio soplado, que es una de las características más destacadas tanto del vidrio sasánida como del islámico. El desarrollo del vidrio islámico

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Tras el ascenso del islam, la producción de vidrio se mantuvo inalterada en lo fundamental durante al menos un siglo y medio; en ese periodo, solo pueden detectarse transformaciones estilísticas de poca importancia, en productos de uso cotidiano. Se piensa que las innovaciones tecnológicas que se produjeron con posterioridad están íntimamente ligadas al patronato de las élites (Carboni, 2001: 3-4). Por tanto, es probable que la identidad de los primeros vidrieros islámicos sufriese pocos cambios, mientras las técnicas eran fielmente trasladadas de una generación a otra. Grandes cambios, sin embargo, aguardaban a la vuelta de la esquina, y la creciente movilidad facilitada, a veces impuesta, por el primer califato parece haber ejercido una notable influencia en las recetas empleadas para la fabricación primaria de vidrio. Durante la Alta Edad Media, tanto en tierras islámicas como cristianas, el vidrio siguió usándose para los mismos fines que en la Antigüedad Tardía, especialmente elementos arquitectónicos y de iluminación, así como el consumo de bebidas y el adorno personal. Las piezas fabricadas en tierras controladas por el islam, sin embargo, presentaban peculiaridades estilísticas que reflejaban el entorno en el que dichas piezas eran manufacturadas. Los vidrios incisos se encuentran entre los primeros tipos islámicos, siendo producidos en diversas regiones, incluyendo Egipto (Brill, 2001: 30). Las piezas de vidrio tallado y en relieve son también comunes en tierras islámicas. Quizás el ejemplo más emblemático, aunque sea deudor de las técnicas de cerámica vidriada, de innovación islámica en la decoración de objetos de vidrio sea el uso de brillos metálicos. Esta técnica suponía el tratamiento de la superficie del vidrio con plata y cobre y su posterior cocción, en una compleja operación que tenía como resultado una decoración iridiscente y de tonos metálicos. Esta técnica comenzó a aplicarse ya en el siglo VIII.6 El uso de esta técnica en objetos de vidrio, cerámicas de lujo y elementos arquitectónicos (Komaroff, 2004: 39) es un claro ejemplo de la, a veces estrecha, relación entre diferentes tradiciones tecnológicas en el mundo islámico. Una técnica relacionada es la de la aplicación de esmaltes al vidrio, que se desarrolló en el Egipto y la Siria mameluca en el siglo XIII, y que también se hizo altamente popular entre los vidrieros cristianos, quizás como consecuencia directa del contacto con vidrieros afincados en el mundo islámico (Hess, 2004: 5-6). En este caso, se aplicaban moleduras de vidrio o de minerales colorantes sobre la pieza de vidrio a decorar, que era posteriormente introducida en el horno para fijar los esmaltes. Estos procesos decorativos pueden aparecer en combinación; otra técnica frecuente es la ******ebook converter DEMO Watermarks*******

aplicación de oro sobre el esmalte. Los ejemplos más espectaculares del uso de la técnica son las lámparas de mezquita que hoy en día enriquecen numerosas colecciones museísticas, y que en el Egipto y la Siria mamelucos se producían en cantidades industriales. Ejemplos más modestos de las producciones islámicas de vidrio incluyen recipientes para servir, consumir y almacenar bebidas, ungüentarios, vidrios de ventana y objetos de vidrio usados en procesos químicos, como alambiques.7 La decoración, cuando existía, consistía en incisiones o talla, costillas, pellizcos, sellos o hilos adosados. También es común encontrar piezas de vidrio engastadas en obras de joyería, cuyo origen se encuentra en las tradiciones preislámicas. Los vidrieros islámicos también producían cuentas, que en ocasiones eran transportadas a través de grandes distancias. Los nazares (amuletos con forma de ojo) son un ejemplo clásico de continuidad de tradiciones anteriores; este tipo de amuleto lleva siendo portado en sus varios diseños en el Mediterráneo desde hace más de tres milenios.8 Las pulseras de vidrio, frecuentemente lucidas por mujeres y niños, fueron cada vez más populares con el paso del tiempo, especialmente en territorios islámicos, y es aún posible encontrar áreas en las que se producen en grandes cantidades con técnicas tradicionales (Chaudhuri, 1983: 216-217; Duckworth et al., e. p.). Las novedades introducidas con la consolidación de la tradición islámica van más allá del apartado decorativo. En el siglo VIII, el tradicional uso de álcalis minerales como fundente estaba llegando a su fin, siendo reemplazado en el Mediterráneo por una vuelta a las cenizas procedentes de plantas halófitas. Este cambio puede deberse a muchas causas, pero una de las más plausibles es que el acceso a la sosa mineral se viese dificultado por circunstancias geopolíticas y económicas (Shortland et al., 2006). Los análisis composicionales desarrollados sobre vidrios procedentes de Raqqa, Siria, parecen indicar que, entre los siglos VIII y XI, los vidrieros de la ciudad se dedicaron a la experimentación con distintas fórmulas de vidrio (Henderson et al., 2004), lo que posiblemente sea reflejo tanto del desarrollo de nuevas técnicas como del intercambio de conocimientos entre artesanos de distintas regiones.

EL VIDRIO EN AL-ANDALUS Por un lado, es posible argumentar que la presencia unificadora del islam bajo el primer califato facilitó el comercio a larga distancia en el ******ebook converter DEMO Watermarks*******

Mediterráneo; al-Andalus estaba tan influida por Siria como por las tierras cristianas al norte, a pesar de los retrasos que la distancia geográfica imponía sobre las comunicaciones. Por el otro, el mundo islámico era tremendamente dinámico, y estaba dividido en importantes tradiciones regionales. Uno de los objetivos prioritarios de la investigación que estamos llevando a cabo es tratar de determinar cuáles eran los modos de interacción entre los artesanos andalusíes y aquellos situados allende las fronteras de al-Andalus. Nuestra hipótesis de partida es que, aunque es posible que existiese producción primaria de vidrio en la Hispania romana, esto se interrumpiría durante el periodo visigodo (también en las zonas conquistadas por el Imperio bizantino), aunque con seguridad existieron abundantes talleres vidrieros que moldeaban el vidrio producto del reciclaje o importado en bruto del exterior.9 Es importante tratar de fechar el momento en el que se introduce la producción primaria tras la conquista islámica. Los siguientes párrafos presentan varias ideas que esperamos que aclaren algo la cuestión, no solo en lo que se refiere a la producción de vidrio, sino también a su circulación, consumo y valor social. Hornos y zonas de producción Es posible dividir las zonas de producción de vidrio en dos categorías generales: lugares de producción primaria, donde se obtiene el vidrio a partir de sus materias primas, y lugares de producción secundaria, donde se moldea este vidrio en bruto. En algunos casos es posible que ambas actividades tengan lugar en el mismo lugar, y también encontramos talleres dedicados al reciclaje de vidrio y otros en los que ciertas técnicas afines, como la producción de vidrio y de cerámicas vidriadas, tenían lugar de forma próxima. Entre los indicios que pueden apuntar a la presencia de un taller de vidrio se incluyen goterones de vidrio desprendidos durante el proceso productivo; bloques de vidrio en bruto o fragmentos de objetos rotos, destinados al reciclaje; una masa carbonizada formada por las materias primas y conocida como frita, que puede servir bien como colorante o como una fase intermedia en el proceso de producción; adherencias de vidrio sobre crisoles o restos de hornos; o los hornos en sí mismos, que pueden ser de carácter permanente o semipermanente. Es muy poco frecuente hallar alguna de las herramientas empleadas por los vidrieros, como pinzas y tubos. Tampoco es demasiado habitual encontrar dos o ******ebook converter DEMO Watermarks*******

más de los indicios listados más arriba conjuntamente, con lo que, a veces, no es sencillo determinar si un determinado lugar ha servido como taller de producción de vidrio. Tradicionalmente, los hornos medievales de vidrio se han venido dividiendo entre tipos «septentrionales», en los que se utilizarían cenizas de leña, al norte de los Alpes, y tipos «meridionales», caracterizados por usar cenizas de plantas halófitas típicas de las riberas del Mediterráneo (Charleston, 1978). Ahora sabemos que la realidad es mucho más compleja, pero estos modelos «ideales» de horno resultan útiles a la hora de evaluar restos arqueológicos. Los hornos «meridionales» están caracterizados por una planta circular, una cámara de combustión semisoterrada, una cámara intermedia en la que el vidrio es calentado en crisoles y a la que puede accederse por unas poternas abiertas en los laterales del horno, y una cámara superior que sirve como cámara de enfriamiento, donde se situaban los objetos terminados para su enfriado progresivo, lo que evita que se generen tensiones en su estructura molecular. La fig. 1 muestra un grabado del siglo XVI en el que se representa un horno de este tipo. El tipo «septentrional», de acuerdo con la obra de Theophilus Presbyter, consta en principio de los mismos elementos: cámara de combustión, bancos para colocar los crisoles, y una cámara de enfriado, pero dispuestas de forma horizontal, en lugar de vertical, situándose la cámara de enfriado junto, y no sobre, la cámara de combustión y los bancos.10 Además, restos arqueológicos fechados en la Antigüedad Tardía han permitido conocer un sistema de producción primaria de vidrio a gran escala, mediante la construcción de grandes hornostanques, dieciséis de los cuales fueron hallados en Hadera, Israel. Estos «tanques» tenían más de 5 m de longitud, y podían llegar a producir entre 8 y 10 toneladas de vidrio en cada tanda de fundición (GorinRosen, 1993). Es importante no olvidar que los hornos de vidrio no tienen por qué ser estructuras permanentes: la fundición repetida de materiales a temperaturas que exceden los 1 000 °C acaba por deteriorar las estructuras de los hornos, que han de ser reconstruidos periódicamente, bien sobre los cimientos del horno anterior, o en otra ubicación cercana.

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Figura 1: Grabado que representa un horno de vidrio de tres niveles en G. Agricola, De Re Metallica, Translated from the first Latin edition of 1556 by H. C. Hoover and L. H. Hoover, 1950, New York, Dover Publications. Imagen en open access disponible en Project Gutenberg, .

Conocemos bastantes lugares en al-Andalus donde es posible que se practicase el trabajo del vidrio. La mayor parte de estos posibles talleres han sido hallados en el curso de excavaciones comerciales. La evidencia está, por tanto, sometida a los habituales avatares de la arqueología de urgencia, pero aun así es posible plantear diversas ideas firmes, sobre todo porque el registro arqueológico y las fuentes escritas parecen apuntar en la misma dirección.11 La distribución de los hornos de vidrio identificados hasta la fecha aparece ilustrada en la fig. 2. Existen evidencias del trabajo del vidrio desde inicios del periodo islámico. Uno de los hornos más antiguos de los conocidos, si no el más antiguo, fue excavado en Cercadilla (Córdoba), un palacio tardoantiguo abandonado y parcialmente reocupado en el siglo VI. El pequeño horno y otros restos industriales igualmente modestos fueron encontrados en asociación con un repertorio cerámico mixto que apunta a una fecha cercana a la invasión islámica, a principios del siglo VIII.12 Resulta interesante que la aglomeración urbana en la que se encuentran los restos surgiese en torno a una iglesia (basílica de San Acisclo), por lo que es posible que en estos inicios de la ocupación islámica la zona fuese habitada fundamentalmente por cristianos (Hidalgo et al., 1999: 104). También en Córdoba (c/ Gitanos) fue hallado un posible horno de vidrio fechado en la segunda mitad del siglo VIII.13 Este horno se situaba en el reciente arrabal de Saqunda, por lo que cabe presumir que su contexto cultural difería mucho del hallado en Cercadilla. De fecha algo más tardía es un horno excavado en Pechina (Almería). De acuerdo con las fuentes escritas que se refieren a la fundación de la colonia marítima de Bayyana y al repertorio cerámico hallado en asociación con el horno, su cronología debe situarse en la segunda mitad del siglo IX (Castillo et al., 1987). El contexto social y económico de este horno es muy distinto al de los hornos cordobeses: un asentamiento costero fundado por «marineros» yemeníes y árabes a finales del siglo IX, que gozaba de cierta autonomía con respecto a los emires de Córdoba, y más orientado hacia el Mediterráneo que hacia el interior (Guichard, 1979: 193; Acién et al., 1990: 147-148). También se han hallado indicios indirectos de evidencias del trabajo de vidrio en Algeciras (Cádiz), también en un contexto fechado a finales del siglo IX (Fernández et al., 2010: 76-77).

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Será interesante explorar en el futuro el papel desempeñado en la transferencia de tecnologías de trabajo con el vidrio por el contacto entre las costas ibéricas mediterráneas y el norte de África: Algeciras está en pleno estrecho de Gibraltar, y Pechina, de acuerdo con Pierre Guichard, poseía unos lazos muy estrechos con el Magreb (Guichard, 1979: 193).

Figura 2: Comparación de dimensiones y plantas de varios hornos andalusíes que han sido interpretados como posibles hornos de vidrio. Los hornos están a escala, y su orientación no refleja la original. De izquierda a derecha, y de arriba abajo: Puxmarina, Horno 2; c/Sagasta; Puxmarina, horno 3; Puxmarina, horno 1, que ha sido tentativamente interpretado como de producción primaria en base a sus paralelos formales con el localizado en plaza de Belluga; Puxmarina, horno 5, que es sustancialmente distinto al resto de los hornos hallados en este taller, y que ha sido interpretado tentativamente como cámara de templado o, simplemente, para la fabricación de los crisoles empleados en los otros hornos; Pechina; plaza de Belluga, que fue hallado con una losa de vidrio en bruto en el interior, lo que parece indicar su uso en la producción primaria; Puxmarina, horno 4; Puxmarina, horno 1, cuarta fase. Todos ellos están datados en el siglo XII, con excepción del de Pechina, que ha sido fechado en la segunda mitad del siglo IX. Para los dibujos originales y otros detalles ver: P. Jiménez et al. (1998); F. Castillo et al. (1987).

En lo que se refiere a los siglos centrales de la historia de al-Andalus, entre la fundación del califato omeya en Córdoba (929) y el colapso de la dinastía almohade en España (mediados del siglo XIII), excavaciones en Córdoba han descubierto dos posibles talleres vidrieros más. Uno fue localizado en la zona de Polígono Poniente, junto a otras instalaciones industriales (incluyendo hornos de metal), siendo fechado en la segunda mitad del siglo X (Bermúdez, Informe inédito: 49). El otro fue hallado en ******ebook converter DEMO Watermarks*******

la avenida del Corregidor, y aunque el informe no ofrece detalles sobre sus características, parece haberse hallado en una zona fundamentalmente industrial, activa desde el siglo X (Vargas y Gutiérrez, 2006: 287-290). Estos dos hornos fueron hallados extramuros, en zonas suburbanas surgidas en torno a las puertas de la ciudad en época emiral y que rodearía la capital de un nutrido cinturón habitacional e industrial en el siglo X (Murillo et al., 1999; Ruiz et al., 2001: 145-147). El horno hallado en c/ Matahacas (Sevilla) no ha podido fecharse con tanta precisión, habiéndose encontrado en un contexto fechado entre el siglo X y el siglo XII (Huarte y Tabales, 2001: 455-457). Este periodo también vio el surgimiento de distintos talleres de vidrio en yacimientos costeros. El ejemplo más espectacular se encuentra en la ciudad de Murcia, donde han sido excavados dos talleres fechados en el siglo XII. Uno de ellos, en el Casón de Puxmarina, se mantuvo activo durante largo tiempo, y llegó a tener hasta cinco hornos en funcionamiento de forma simultánea. Estos hornos presentan diferencias estructurales y funcionales significativas, lo que indica que eran empleados para procesos distintos, incluyendo el soplado del vidrio y, posiblemente, la producción de espejos, de los que se encontraron varios fragmentos. Cerca, en la plaza de Belluga, fue encontrado un solo horno, que se encontraba en un espléndido estado de conservación.14 Parece haberse empleado en la producción primaria de vidrio, ya que en su interior fue hallada una gran losa de vidrio. Uno de los hornos de Puxmarina también ha sido tentativamente interpretado como de producción primaria por su parecido estructural con el ejemplo de Belluga (Jiménez et al., 1998: 436-56). En Málaga conocemos dos hornos fechados en el siglo XI y el periodo almohade, respectivamente. El primero, localizado en UE-14, se conserva en la forma de dos pozos conectados, mientras que el segundo, en c/ cerrojo, posee una estructura más sustancial (Expósito, 2010: 33663367; Alba, 2010: 681). Murcia y Málaga, junto con Almería, aparecen citadas en los pocos textos que hacen mención a la producción de vidrio en al-Andalus. De acuerdo con al-Maqqarī, un historiador del siglo XVII que cita a Ibn Sacīd (siglo XIII), estas ciudades, especialmente Murcia (que también aparece mencionada en conexión con otros productos), eran célebres por sus producciones de vidrio y cerámica (Al-Maqqarī, trad. 1840: 93). Otras referencias son menos directas, como, por ejemplo, la anecdótica mención a un horno de vidrio en un poema compuesto conjuntamente por Ibn Ḥamdīs y al-Muctamid (Jiménez, 2006: 52),15 y

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las instrucciones incluidas en dos tratados de ḥisba: el de Ibn cAbdūn, en el siglo XII, que prohibía a los sopladores de vidrio en Sevilla producir un tipo específico de copa que se empleaba para el consumo de vino (Ibn cAbdūn, trad. 1981: 136-137); y el más técnico de al-Saqatī, escrito a principios del siglo XIII y que exige a los sopladores no sacar las piezas terminadas del horno sin previamente dejarlas enfriar lentamente durante un día y una noche (Chalmeta, 1968: 410). En el interior de la península, este periodo más tardío solo ha deparado el hallazgo de un horno de vidrio en Jaén. Este horno, encontrado en asociación con grandes cantidades de restos de producción, estaba adosado al exterior de la muralla urbana, y se ha datado en el periodo almohade, aunque siguió operando tras la conquista cristiana de la ciudad en 1246 (Crespo, 2010: 2650-2651). Recetas, materias primas y su circulación La aplicación de técnicas de análisis químico de muestras de vidrios procedentes de contextos arqueológicos nos permite reconocer las materias primas empleadas en su producción. Hasta la fecha, solo se han llevado a cabo análisis químicos sobre materiales procedentes de varios contextos domésticos en Córdoba (26 muestras, siglos IX-XII), uno de los talleres de Murcia (23 muestras, siglo XII), y una combinación de contextos domésticos y productivos en Málaga (20 muestras, siglos XXIV).16 Hay más análisis en marcha, y se espera que pronto conozcamos nuevos resultados que amplíen significativamente lo que sabemos sobre la producción, circulación y consumo de vidrio.17 De momento, debemos basar nuestra interpretación en el pequeño número de resultados a nuestra disposición, con lo que debe ser entendida como meramente preliminar. La interpretación también hace uso de fuentes textuales cuando estas contribuyen a aclarar las cuestiones que se dirimen. Como veíamos más arriba, uno de los indicadores más fiables de las materias primas empleadas en la producción de vidrio es la distinción entre vidrios producidos con cenizas vegetales y aquellos producidos con álcalis de origen mineral. Los primeros están caracterizados por un contenido mayor en potasa (K2O) y magnesia (MgO), por lo general por encima del 1,5%, y se los conoce como «vidrios HMG»18 (High Magnesia Glass), mientras que los vidrios producidos con álcalis de origen mineral, con