Didáctica Obscena

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Juan Trepiana

Didáctica obscena (fragmentos, resonancias, espejos)

Editorial Autores de Argentina

Trepiana, Juan Didáctica obscena / Juan Trepiana. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-761-310-0 1. Ensayo Psicológico. I. Título. CDD 150

Editorial Autores de Argentina www.autoresdeargentina.com Mail: [email protected] Diseño de portada: Justo Echeverría Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723 Impreso en Argentina – Printed in Argentina

No puede haber juego sin poética, la poética es el juego... Este trabajo está dedicado al Homo Tonalis.

Praeludium sine qua non “...que buscan sus piedras filosofales, rondando por sórdidos arrabales donde bajan los dioses sin ser vistos.” “Las malas compañías” Joan Manuel Serrat

Hice de todo por no prologar este libro. Me une al autor el doble lazo de una amistad de algunos años y la curiosa dualidad de haber sido su alumno en un curso de solfeo y su profesor en unos cursos de psicoanálisis que dicté durante algunos años. Su amigo, su alumno, su maestro. Enumero, ese es el orden. Valoro su amistad, por cierto, no muy florida pero existente. Por lo demás mi lectura musical conste que soy un aficionado- no ha mejorado nunca y los conocimientos del autor sobre el tema de marras de mis cursos quedará en breve a la vista. Le pedí que me eximiera de estas palabras de muchas maneras hasta el chiste, siempre Freud y el chiste -mirá -le dije muy seriamente- te escribo el prólogo, pero lo firmo con pseudónimo -. Y seriamente se lo tomó, aceptó y sentí una profunda compasión que me llevó a lo que aquí se lee. Soy un académico, no podría suscribir estas palabras sin estar en falta con toda una carrera como psicoanalista y como pedagogo de muchos años... Se mencionó mi relación con la música, eso sería lo de menos, no soy más que un eterno principiante. El temor de imaginar a un analizante o, aún más dramático, a mi analista de control, viendo mi nombre más abajo... Quiero decir: No puedo soportar la sensación de ser descubierto, pero fue imposible negarme cuando Juan Trepiana dio por positiva mi última negativa retórica. Brevemente: Siempre me pareció inquietante su lábil diletanzza por distintos marcos teóricos supuestamente justificada en un eclecticismo dinámico, término de su cosecha, inexplicable, superficial. Se sabe, todo se termina sabiendo, de sus estudios previos al psicoanálisis de Freud y Lacan. El autor ha incursionado por años en los derroteros del oscurantismo junguiano y, así entiendo, aún peores cánones pseudocientíficos. Hubiera sido imposible, ciertamente, que esos años de

juventud matizados por su actividad como músico profesional y sus bohemias persistentes, no hubieran condicionado sus estudios posteriores. Entonces llegó su impronta de sacar el psicoanálisis del dispositivo (sólo existe el análisis en el consultorio del analista), de analizar el aula desde concepciones analíticas e incluso dar cuenta de asuntos fundamentales de la existencia misma - vanidad de vanidades - en una mezcla de malas lecturas, creencias injustificables y una supuesta pureza de retorno a un lacanismo más perspicuo. ¿Qué más podría decir del autor? ¿Debió no escribir jamás nada que no fueran corcheas, fusas y armaduras de clave? ¿Seguir tocando el piano con cierta dignidad como parece hacerlo? Yo no puedo hacerme cargo de tales asertos, pero tampoco de una complicidad que, impulsada por mi amistad y no por mi adhesión prístina a un cuerpo teórico académico, comprometa mi carrera y mi salud mental. Lo que sigue, enseguida se nota, es una colección de artículos, fragmentos de textos, esquizorrelatos en algunos casos, como el autor gusta llamarlos. Yo diría que todo el material es una especie de esquizomaterial más o menos inspirado, más o menos volátil, ¡más o menos! Hágase cargo el lector que decida seguir adelante, no hay garantías. Donde el autor encuentra coincidencias, denominadores comunes sólo se observan abismos insalvables. Donde el autor encuentra, a su decir, una determinada poética, sólo parece perfilarse un misticismo excéntrico, incomprensible. Una noche me dijo: - Sabés que no me gusta mucho Mario Benedetti - yo amo a ese autor - pero escuché la letra de esa canción con música de Favero que cantó Nacha Guevara, se llama “Quiero creer que estoy volviendo” y habla sobre el exilio. Mirá lo que dice el texto: “empiezo a comprender las bienvenidas, mejor que los adioses”. Esa es el alma del eclecticismo, ¿entendés? No de los giles que se llaman eclécticos a sí mismos, te hablo de la gestalt de verdad, de ese combo inabarcable, de ese misterio que sólo puede ser nombrado por lo que no es... – Casi me pongo a llorar, la palabra “combo”, la gestalt, conceptos de teología negativa, ¡De qué habla este tipo!

En otra oportunidad trató de explicarme con gran entusiasmo la preexistencia de la tonalidad, transpolando aquel concepto lacaniano, somos extranjeros del lenguaje, a un extrañísimo somos extranjeros de la tonalidad. Claro, la cosa no terminó ahí, entonces habló del homo sentimentalis de Miguel de Unamuno y lo convirtió en Homo tonalis. Antes de entregarle estas palabras – esperando que finalmente no fueran incluidas en este libro - supe que dedicaría su trabajo a esa inexistencia fruto de su mente perturbada, según me dijo: - mi libro estará dedicado al Homo tonalis, ¡será la verdadera manera de salir de la tonalidad! – No acuerdo para nada con este concepto, es incomprensible sabiendo o no música, conociendo o no los principios básicos del psicoanálisis. Por último, creo que es un buen tipo, de todos modos, esto es improbable, digo, difícil de probar ya que soy su amigo y la amistad es asunto que irrumpe, como la transferencia (seguramente eso es lo que él diría). Es otoño, aquí estoy con su borrador y mi notebook tomando un whisky en un bar de Córdoba y Pueyrredón, una gran vidriera al anochecer de Buenos Aires, caótico, múltiple de caminantes, de historias adocenadas y unarias a la vez. ¡Esquizocaminantes!. dentro del bar hay poca gente en este momento... Tengo la fantasía de acercarme a un grupo de muchachos con pinta de estudiantes de filosofía y leerles algo de todo este compendio... Sería una locura, quedaría yo como un tipo extraño, además puedo encontrar algún ex analizante, algún profesor colega... Vuelvo a mirar el título – tal vez por última vez - esa necesidad de romper con la academia, ese metejón con la “contracultura”, meter la obscenidad en el título de un libro. Sus referencias a la etimología popular de la palabra, más adelante lo explica, “opuesto a la escena”... Puede ser un poco más que una libre asociación fuera de contexto pero la palabra está perdida, “obsceno” tiene hoy una carga despectiva que descalifica cualquier trabajo que tuviera la menor pretensión científica pero ¿Tendrá esa pretensión nuestro autor? ¿Será que la ciencia positiva le importa tanto como a mí jugar al billar a tres bandas? (Tres bandas... dijo Lacan que debiera contarse: uno, tres y, recién entonces, dos... También la doxa dice: “No hay dos sin tres”...

Hace dos horas, casi tres, que estoy peleando con este texto, ¡es demasiado! ¿Y si en algo tuviera razón este tipo? ¿Si realmente en educación hubiera que barajar y dar de nuevo? ¿Si se pudiera pensar una topología del aula, la existencia de un sujeto pedagógico que no fuera ni el profesor ni el alumno sino un juego moebiano entre ambos, evanescente, inasible? Agalma... ¿Qué tiene que ver Platón? ¿Me estaré impregnando de las ideas de este tipo? R. G. (psicoanalista, pedagogo) En Buenos Aires, casi el otoño de 2018

Intervención I obscenus – obscaenus: El gran Joan Corominas, el pontífice de las etimologías, dice: “indecente” y fecha la palabra en 1490. Sin embargo el pueblo genera sus etimologías, fecundas, tan falsas como profundas, ¡vivas! Ob scenum, opuesto a la escena. Obs caenum, desde la suciedad, algo que ofende los sentidos, aquello sin pudor. Algo voluptuoso, desbordado, acecha opuesto a la escena. Surge del descarte, logrado, fecundo. También Freud tomó los descartes, los chistes, los fallidos, los sueños. Se opuso a la escena académica, ¡Obsceno de toda obscenidad! Dice el salmo: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.” (Salmo 117) La piedra es obscena, se opone a la escena y a la etimología oficial. A la pedagogía, a la praxis didáctica, le hace falta adjetivarse obscena para sobrevivir, para salir de su inmaculada “pureza” académica.

Digresiones preliminares Una asociación gallega ha puesto en marcha para fin de este 2017 una campaña denominada “Para cada niño un juguete” Mientras tanto, las globalizadas estructuras dominantes, aseguran que, en el segundo grado del primer ciclo, cada estudiante tendrá un diagnóstico, aunque sea en grado de presunción...

Desorientación necesaria o “Variaciones sobre un juego de ajedrez” La escena se desarrolla en un salón que llamaremos aula por evitar eufemismos. En el centro del espacio una mesa alberga un tablero de ajedrez, dos sillas enfrentadas. Las piezas del juego se llaman trebejos, este dato lo conocen bien los que juegan el juego, los que leen a Borges y los que hacen de su tiempo crucigramas (los cuadrados sobre los cuales las piezas cobran vida, se llaman escaques, pero este dato es descartable para nuestra historia). La mesa enfrenta blancas y negras, silla y silla, una mujer aún joven a un lado y a un niño de seis años al otro. Tal vez ambos tengan guardapolvos blancos (aunque este dato también sea descartable para nuestra historia). Las blancas (los trebejos se dividen en blancos y negros). Son, insisto, irremediablemente dos bandos enfrentados. El primer movimiento corresponde a las blancas. La mujer joven, desde ahora denominada “la maestra” toma un peón y lo desplaza al centro del tablero con los ojos puestos sobre el niño. Inmediatamente después toma la mano derecha de éste y suavemente la lleva a levantar uno de sus trebejos, tal vez un peón oscuro esta vez y transferirlo también a la lucha del centro del tablero, el juego ha comenzado, ya no hay retorno. Las ventanas del salón, atiborradas de muñecos y juguetes, observan la escena, algo parecido a un murmullo es rápidamente acallado, la maestra

con gesto de enfermera antigua de cuadro se lleva el dedo índice a la nariz y mira los juguetes... Silencio...

Mirada Tus ojos sobre las hormigas de este renglón las vuelve palabras. Tal vez para entender el juego hasta aquí vas recorriendo los trebejos del lenguaje vueltos sentido, resonancia, significado, de este a oeste, de derecha a izquierda, del sueño a la vigilia, de la totalidad del instinto al recorte de la cultura. Vos lector, también jugaste ese juego de la escolarización, con mayor o menor éxito. A diferencia del ajedrez aquí el triunfo no es definitivo y el empate (tablas) es imposible. Se gana lo más posible, se gana en neurosis, en ley, en socialización, en ser un buen ciudadano, en tener sueños siempre renovados (investíguese sobre el burro y la zanahoria), vocaciones, faltas. Eso, “la falta”: Te ordeno que busques para nunca encontrar, te “edipizo” te albergo en la cultura, en el goce, en la neurosis y, además, lo celebro en tanto mayor es la edipización mayor celebración. Fiestas patrias, fines de curso, colaciones de grado, viajes de egresados (saturnales modernas). Si seguís mirando las hormigas en su marcha furtiva rumbo a un hormiguero inexistente encontrarás la inutilidad de estas consideraciones, el juego es como es. Trebejos y escaques, blancas y negras, un movimiento por vez, primero las blancas, una mujer joven a la que llamamos “la seño” ahora. En música se habla de “segno” refiriendo a un lugar al cual retornar, una tópica que garantiza una especie de seguridad dentro del mundo de la falta. Como hay segno, hay goce: La seño, decíamos, y un niño que empieza a ser un trebejo en mayor o menor medida de un juego súper estructural, de un sistema que juega sobre sí mismo a la adaptación, a la falta como decíamos, a la extensa caravana deseante, gozante...

Teóricos y más teóricos

El viejo Freud habló de estructuras clínicas en una tripartición interesante: Neurosis, los que juegan el juego; Psicosis, los que no consiguen inscribir las reglas de modo tal que sólo podrán jugar “un poco”, forzados, ortopedizados. El tercio maldito lo constituye la Perversión: Estos conocen las reglas con el único fin de transgredirlas, son el punto compensatorio y oscuro del sistema cuyo destino suele ser la tumba temprana, la cárcel (tumba alternativa) o... ¡el poder! Quien quiera ver perversión psicopática visite las cárceles o las cúspides de las escalas organizacionales de las instituciones más “respetables”. En este tour “buscando la psicopatía” no deje de visitarse instituciones médicas, escuelas de todos los niveles, partidos políticos y empresas exitosas, pero para buscar en los agentes, no en los neuróticos que “disfrutan” los servicios de dichos institutos. El pensamiento lacaniano más surrealista y considerado, en fin, llamó a las estructuras clínicas de Freud “lógicas de pensamiento”. La lógica neurótica sigue siendo lo más deseable para que el sistema sobreviva, la lógica psicótica lo más deseable para los investigadores y con la tercera lógica, lo dicho: nada por hacer...

Variaciones sobre la inutilidad o la lógica dominante Una de las modalidades formales de la música neoclásica ha sido el tema con variaciones. Se plantea un tema y luego se lo vuelve a plantear tanto como haga falta, pero con distintas variaciones de todo tipo. Al punto que el tema se va transformando tanto, en algunos casos, que se vuelve irreconocible o deviene en otro tema con anuencia o sin ella del autor de la obra. Este texto tal vez sea un tema variado, sobre la inutilidad, sobre el forzamiento a la edipización, sobre los compartimentos estancos a los que la cultura ciñe sus procesos de aprendizaje. Adocenamientos implacables alrededor de la falta, en torno a un juego cuyas leyes instituidas por la “cultura” no pueden transgredirse, no pueden no aceptarse sin pagar el alto precio de no pertenecer a la lógica dominante. Nada cambiará, nada puede ser cambiado, de hecho, avanzan las huestes del “cerebrismo”. Esta moda psiquiátrica de encontrar un diagnóstico

adecuado a cada quién. La subjetividad se diluye en siglas ADD, TGD. por ejemplo, o nombres alemanes que recuerdan poetas o jerarcas, Asperger, Alzheimer... Obvio resulta decir que para cada sigla o alemán mencionado la industria farmacéutica reserva una esperanza química que pagarán las obras sociales, los sistemas de salud privada o nadie, sólo para que se cumplan las Escrituras, para que se garantice la lógica de la neurosis a rajatabla. Por supuesto la dilución de las subjetividades será reglada por un protocolo con pretensión de infalibilidad, antiguamente esta característica era patrimonio del patriarca de Roma solamente, el Papa era infalible cuando hablaba ex cathedra (¡qué universitario este significante!). Esta institución papal dictaba los dogmas, las absoluciones y las condenas, por ejemplo. Sin meternos con el remanido tema de las hogueras de antaño podemos situarnos en las modernas: Los protocolos DSM o CIE dictan hoy, también ex cathedra manteniendo la anomia de un “manual” de la inefabilidad, cuál es el diagnóstico apropiado para cada integrante de la comunidad global. Resulta un ejercicio interesante “buscarse” en estos libros oficiales, como en un árbol genealógico o el listado del club de barrio. Seguramente correspondemos a algún trastorno, a algún disturbio codificado. Los DSM o los CIE se renuevan en breves lapsos, la diferencia, los sueños, las subjetividades en fin, se resisten a la hoguera y a la domesticación con obstinación. En culturas muy peligrosas para el discurso dominante, un niño “diferente” tal vez esté siendo señalado por los dioses para guiar al común del pueblo, será entonces educado para ser chamán, curador, consejero, profeta... Los partidarios de estos protocolos del discurso oficial se rasgarán las vestiduras, seguramente, con las lógicas de pensamiento o las estructuras clínicas del psicoanálisis, los tipos psicológicos de Carl G. Jung o cualquier otro sistema abierto que, sin perder cientificidad, ponga en juego lo unario de cada sujeto.

La vuelta a Lacan Le cedo la palabra a Jacques Lacan ante un auditorio, mayoritariamente, de médicos en 1966: “El lugar del psicoanálisis en la medicina es extraterritorial

debido tanto a los médicos como a los psicoanalistas. La cuestión del goce del cuerpo es contigua a las dos disciplinas. Al olvidarlo, la medicina misma desaparecerá finalmente en las tecnociencias, si ella no se esclarece por el psicoanálisis. A la inversa si los psicoanalistas no se preocupan por este campo de lo Real, ¿qué serán entonces sino psicoterapeutas miedosos?” (“Intervenciones y textos” Editorial Manantial, Buenos Aires) Psicoterapeutas miedosos, protocolares. Maestros miedosos, indefensos en instituciones miedosas. Padres desorientados y miedosos... Lo que sigue son variaciones sobre estos y otros temas que hacen a la educación, al forzamiento a lo igual, a la primacía de la “edipización” en los procesos de enseñanza. Variaciones sobre el dolor y la anestesia social, sobre las alucinaciones y los mitos, sobre los sueños y su mística libertaria e ingobernable por el sistema. Variaciones en torno a la lógica dominante, la edipización a cualquier costo.

Reparaciones y reparos Tal vez educadores encontrarán en el hormiguero, de este a oeste, de izquierda a derecha, un viraje fatal al psicoanálisis o la psicología analítica con su mirada fecunda sobre los mitos. Tal vez los religiosos del dispositivo psicoanalítico encontrarán herético el camino de estas hormigas. Cualquier “ismo”, su aspecto gregario desechará estas palabras, para mi gusto, bendiciéndolas. ¡Lo celebro! También celebran su grey los religiosos de cualquier filiación pedagógica, los psicoanalistas de cualquier escolástica, los artistas hipnotizados por cualquier moda estética, los jugadores de ajedrez fanáticos de Capablanca, por ejemplo... Yo celebro lo imposible ¡la libertad! ¡Nada más inútil, nada más imprescindible!

Alguien, también es posible, encuentre que hay un atraso centenario en los procesos educativos que siguen pensando el aula de modo “newtoniano” después de la “cuántica”, desprovistos de estructuralismo, surrealismo, lingüisteria lacaniana o topología. Aún cuando estos conceptos atrasan ya casi la mitad de ese siglo y hasta Deleuze y sus seguidores más enfáticos nos preceden. El aula sigue igual, los diseños curriculares de las distintas instancias de la enseñanza “obligatoria” son parche sobre parche... ¡baten el parche! Alimentan las huestes de un capitalismo segregante que encuentra en las fisuras y suturas de un sistema atrasado su manera de meter negocio, libre mercado y otros virus conocidos o por conocer. Privilegian la “causalidad”, un asalariado pobre tiene a su cargo “causar” un buen ciudadano, una pieza apta para el juego. Los vínculos no importan, las topologías están ausentes... La sincronicidad no ha sido descubierta por los estudiantes de las “ciencias” de la educación. ¿Cuándo empezará a hablase de “arte” de la educación? ¿Cuándo de “poética”?

Bancarizaciones, claroscuro, sube y baja Desprovisto de aproximaciones perifrásticas vuelve el gran Paulo Freire “enseñando a enseñar” “desenseñando” a partir de la pregunta, señalando como un buen analista que hacemos las preguntas sabiendo las respuestas, poniendo de relieve la necesidad de una “pedagogía de la pregunta”. Pero, se volverá sobre esto, los “enseñantes” declaman a Freire, pero enseñan como Comenio (¡reciba todo el respeto histórico que le corresponda, amén!) Las siguientes variaciones consideran que sólo el vínculo es capaz de enseñar, que los datos están en el teléfono celular y que no hace falta un maestro para invertir datos, que el aula muestra un campo manifiesto, los estudiantes, y una circulación fantasmática, afectiva que suele pasar desapercibida al sistema edipizante, que hay una topología moebiana capaz de dar cuenta de la existencia de un sujeto pedagógico evanescente,

inasible, que es hora de barajar y dar de nuevo y dejar de emparchar planes y diseños curriculares... Pero, volviendo al tema: hablábamos de ajedrez no de barajas, este es otro juego...

Intervención II Enseñar es poner en signo. Los signos son como las clasificaciones de los entomólogos, como las vitrinas del coleccionista de mariposas. Sin embargo, este último, tal vez, no sospecha que una de ellas está viva y se liberará del alfiler que pretende sujetarla a la muerte. Esa mariposa ¡es el sujeto pedagógico!

Intervención III La palabra “alumno” deviene de “alim” raíz relacionada con alimento. La etimología popular se equivoca de modo fecundo y alimenticio diciendo que “alumno” deviene de “sin luz”. En cualquiera de los dos casos, la palabreja es un fracaso de la educación que atrasa, como se dijo, al menos cien años.

“Nonólogo” (apotegmas insurgentes para docentes de cualquier área) El pedagogo que se precie, más tarde o más temprano, escribirá un decálogo para la posteridad. Desde el compositor y maestro canadiense Murray Schafer hasta el gran Paulo Freire, sólo por citar dos ejemplos del siglo pasado y sin referirnos al decálogo de los decálogos, la esmerada barba judeo-cristiana de Moisés y su decálogo en tablas (¿empate?). Solamente por no preciarnos (¡capitalismo salvaje!) – y sin rayar el delirio místico más de lo que la neurosis permita – jamás compondremos un decálogo, pero, a los fines prácticos de “transar” con el deseo, nos quedaremos con el austero intento de un “nonólogo” (nono, nueve; logos, ya se sabe...). Queda por aclarar que el neologismo ha sido patrimonio de los genios, de algunos poetas y, certeramente, de los locos. Tal vez exista esta palabra en las profundidades del idioma, nunca falta algún antecesor que nos plasmó las ideaciones, las inspiraciones, los sueños ganándonos de mano... Sólo nos queda el plagio sincrónico, tomado del inconsciente colectivo junguiano, el plagio flagrante o la versión del plagio recorta y pega, seguramente poco florida, occidental, judeo-cristiana y recortada al vértigo de nuestro mundo posmoderno, posverosimil, posaburrido. Nonólogo, sin más, significa –o pretende significar- lo mismo que decálogo, pero con nueve... ¿Es claro? Ya se verá en alguna de las máximas preceptuales la importancia del diccionario etimológico para la supervivencia del humano inquieto y consideramos aquí que el lector que tenga este material en sus manos se interesa por la palabra y no dejará pasar ni a los autores mencionados ni a los textos que se mencionen. De todos modos nuestro neologismo no fue encontrado. Para otro tipo de lectores, aquellos que sin demasiadas razones sostienen estas palabras y ya se les van haciendo insoportables les dejamos la

ventaja de saber que no hace falta leer más que el siguiente nonólogo para saber de qué va la cosa; es más, aún él podría descartarse. Todos, alguna vez, citamos algún texto habiendo leído sólo el prólogo del mismo (¡Kyrie Eleison!) Entonces, preceptuaremos a continuación: 1. Enseñar es imposible (ya lo dijo Freud) pero si el milagro sucede, si la excepción confirma la regla, sólo será en virtud de un vínculo humano, de una muy extraña y hechizada manera del amor que llamaremos “Transferencia” (robando de dónde hay que robar, el psicoanálisis es una fuente inagotable). Vale decir: “Lo que enseña es un vínculo, lo demás es puro cuento”. 2. Las planificaciones, los diseños curriculares, las estrategias didácticas predigeridas y todos esos artefactos maliciosos del ens paedagogicus son mapas, partituras, representaciones de futuros posibles que serán destituidos muy rápidamente en el territorio áulico, del mismo modo que los intérpretes harán de una partitura, cada vez, una música distinta. 3. La extraña relación que se menciona en el primer punto es una forma del amor que supone un saber en el maestro. Como todo amor humano está compuesto de una gran falsedad, pero suele ser muy operativo, en el consultorio del analista y en el dispositivo áulico. Léase: Se ha dicho que lo que supuestamente enseña es un vínculo, agregamos: Ese vínculo es una forma falsa y, eventualmente, maravillosa del amor. 4. En primer año de medicina se enseña anatomía con cadáveres, esta curiosidad podrá ser sustanciada por idóneos en el campo de los galenos, pero, ¿Por qué se extiende a todas las áreas de la enseñanza aún sabiendo que tanto el médico como el profesor de matemática, alguna vez, deberá trabajar en la construcción de un sujeto pedagógico? Más claro: ¡Con seres

vivos cuya subjetividad, fecundamente unaria e irreductible, es obviamente más que suma de partes! 5. Dos cosas son necesarias para sobrevivir en una isla desierta o en un proceso de aprendizaje: El Tao Te King de Lao Tse y un buen diccionario etimológico. Incluso estos textos se encontrarán en el teléfono celular, pero se recomienda aquí la versión papel en tanto, si la clase es en la isla, puede no haber conexión inalámbrica. 6. Si quiere ser docente lea de Hermann Hesse “El juego de los abalorios” ... Sí, claro, después Piaget y Vygotski y Comenio y blablablá. Después de la lectura de los abalorios es posible que tenga el antídoto contra la enfermedad diseccionante, contra la absurda vocación de rompecabezas del occidente euroculto. 7. No hay profesor y alumno, esta díada es falsa y, en general, perversa. Hay un sujeto pedagógico a partir de la construcción que dos seres gozantes protagonizan. Véase en detalle la topología de la banda de Moebius: un sólo lado, un sólo borde y un sólo momento que refiere a la excepción que se menciona en el primer punto. Para estimular más el estudio de la topología moebiana diremos: si uno genera una perforación en la la banda, entra por un lado y ¡sale por el mismo! 8. La cadena significante que refiere a “Evaluación” es una sutileza del capitalismo, una veleidad burguesa, otro recurso evolucionista y competitivo con más o menos eufemismos. Aún las teorías más modernas sobre los “instrumentos” para evaluar (o la famosa clasificación puesta en cronología: diagnóstico, proceso, cierre) encubren una estrategia deportiva, una competición inútil que, a la borgeana, llevará el viento, tapará el barro. 9. El juego no es un recurso didáctico, es “lo didáctico” mismo. Sólo hay juego, lo demás sucede por añadidura. Por lo tanto, enseñe de modo negativo, a partir de construir sobre lo que no puede saberse y jugando. Es

posible que ni la vida ni la enseñanza sean asuntos ni disociados ¡ni demasiado serios!

Intervención IV ¿Cuándo empieza una clase? ¿Cuándo termina? Siempre es un aula, siempre un laberinto de espejos. Cada molino encierra un gigante en fuga de lo simbólico a lo imposible. ¡En educación, los encuadres institucionales prescriptos son una veleidad burguesa!

Un gato castrado o la irrupción de lo real “El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada. Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido.” Jacques Lacan, Seminario I

Todo el universo “psi” simpatiza o ha simpatizado alguna vez con el Zen. Algunos desde la clandestinidad y otros, más jugados, a plena luz del día visitan dojos para experimentar la meditación sentada, el Zazen, su vacuidad, su moebiana brisa respiratoria, su pretensión de conseguir el “no chamuyo” interior. El siguiente relato es un hecho real acontecido a uno de estos viajeros y contado en primera persona. Antes de seguir, por favor, repítase por tres veces la palabra “borromeo” lentamente, como un mantra, entrecerrando los ojos. Una casa con un ambiente dispuesto para el dojo, el lugar de la meditación con un altar discreto. Un buda pequeño, sahumerio permanente, campanas, un tambor pequeño tipo taiko. Paredes blancas, zafus (esos almohadones propios de la meditación) luz tenue. Antes de entrar al ambiente se dejan los zapatos en un mueble zapatero de madera rústica. Rituales de saludo al lugar, al buda, al lugar de la práctica, al zafu. Se medita de cara a la pared, no debiera haber distracción externa, suficiente con el tráfago intenso, brutal de los pensamientos que lo sacan a uno de la posición de loto, o medio loto, lo elevan a las alturas de la ilusión, del parloteo interminable... Somos discurso, chamuyo por decirlo tangueramente, permanente chamuyo mental. Al templete se accede cruzando un patio, es una casa vieja. Llegar allí fue el fin de un recorrido de años por toda la oferta meditativa de una ciudad llena de cursos, ashram, lugares de práctica para las más variadas actividades contemplativas. Los coordinadores, a veces maestros, otras “sabiondos y suicidas” como dice Discépolo, igualito al psicoanálisis. Distinguir en qué lugar del arco se posiciona cada escuela es un trabajo muy interesante, a veces peligroso. ¿Discépolo... discípulo?

El maestro me recibió muy amablemente, un tipo joven con ropas de monje. Mientras esperaba en aquel patio apareció un gato enorme, los gatos castrados son enormes, pensé. La castración, ese asunto que nos posiciona en una lógica de pensamiento, en una estructura clínica diría Sigmund. Ya no seremos locos, algo es algo, ya no saldremos de la duda nunca más. Se sabe, la certeza no es nuestro patrimonio, o estaré loco, vegetariano, meditador... Blanco y negro, pelo largo, transferencia inmediata, nos miramos y unos segundos después no sé qué extraño imperio me invistió con la función de acariciarlo mientras él producía un sonido agudo, una especie de mantra, tal vez al buda Amida o a Pichon Rivière. ¡Qué sé yo! Cruzamos el patio para sacarnos los zapatos, el maestro me felicita por mi postura, pared blanca, silencio, sahumerio, respiración, dejar pasar, volver a la respiración, me cuelgo y me descuelgo de pensamientos, Narciso se contempla mientras la ninfa Eco lo ama en silencio, ¡no hay relación sexual! Lo dijo Lacan, bueno, quiso decir en realidad... vuelvo, puedo volver después de años de práctica, me siento bien, me recorro, vuelve el gato, la calle, la vida de hace un rato, un mes, una década, vuelvo. Silencio. Vuelvo. Silencio. Me enamora mi propiocepción. Me recorro. Soy luz o algo así. Aquí volveré, éste es mi lugar, mi maestro interno, ¿habré atravesado el fantasma finalmente? La dirección de la cura es asintótica, lo dijeron en una clase, silabeando a-sin-tó-ti-ca, sutil el airecito que entra y sale de la nariz, bla, bla, bla... Un golpe brutal de tambor indica el fin del tiempo de la sentada, no me asusta, es extraño, naturalmente vuelvo a abrir plenamente los ojos, me estiro. Luego se lee un sutra en japonés. Parece que leyeran del seminario XI, la excomunión. No se entiende mucho, pero... la energía de las palabras... ¡Igual que Blanchot! (Blanchot es una gloria, no es un sarcasmo, asocié, simplemente...) Finalmente se contestan algunas preguntas de esas que uno formula con la respuesta ya sabida. Me siento bien, digo, me encuentro en una especie de estado beatífico. Pude volver a la respiración, hubo momentos plenos de silencio interno, mínimos lapsos: ¿Estaré

iluminado finalmente? Treinta minutos de meditación sentado frente a una pared blanca, el cuerpo toma un tono, literalmente la palabra tono, como una música muscular que debiera escucharse todo el tiempo... Mientras cruzamos el patio de vuelta se habla de horarios de práctica, de un rato de charla posterior a la meditación. Hace un poco de frío, vuelvo a ponerme una campera, la habitual, siempre la uso, la ropa no es problema para un buda, algo dentro de mí sonríe. De pronto estoy solo esperando para pasar a otro ambiente donde se charla informalmente sobre la práctica, me invitaron, no puedo no quedarme... El gato se acerca, ¡es un gatosaurio! Me río del neologismo. Unos segundos después me ataca, salta sobre mi brazo derecho, me clava las uñas en la campera, su mantra anterior es ahora como un sonido de guerra, trato de desprenderme de sus patas, pero es peor, además no puedo ser violento, ¡soy un iluminado! Me ataca peor, me muerde y atraviesa la campera, tengo sangre en la mano. Lo revoleo y vuelve, finalmente una patada mal dada lo intimida y queda a una distancia prudencial, reaparece el maestro: - ¿Qué pasó? - Nada, nos llevábamos increíblemente bien de entrada y ahora me atacó (pienso en la pavada que acabo de decir, estoy lleno de bronca con ese gato maldito). - Una vez pasó, es medio salvaje. No sabemos qué hacer con él...- Me invita a pasar al baño, me da alcohol, se despliega una especie de charla sobre mi herida que no escucho del todo... lavate primero con jabón... sangre en la mano... ¡Qué gato del infierno! Me quedé a la reunión con algunas curitas, olor a alcohol y jabón, la campera rota, la mente en ese ser que destrozó mi mejor experiencia mística de los últimos años. Pienso en Lacan, irrupción de lo real. ¡Basta con Lacan! Pienso en vengarme. Pienso en no volver nunca más. ¿Para qué carajo tienen ese gato? ¿Cómo sigue viniendo gente a este lugar? ¿Para qué vine? ¿De qué estarán hablando?

No me cuesta la diplomacia a pesar de todo, me despido un rato después previa mirada a un gato lejos, cerca del dojo al final del jardín. Ni me mira, quisiera darle una patada en el traste, lo juro. -Nos vemos el viernes maestro. Gracias-Dale. Venite un rato antes si podés y ... perdón por lo del gato, es extrañísimo...- No es nada...- Junto las palmas para saludar al maestro, veo las curitas, la campera rota, la huella de lo real, la bronca o algo así me hace temblar el cuerpo. Tres días después había decidido no volver nunca más, escribir al lugar para decir que no era nada amigable el gato que tenían, que estaba enfurecido, que... Unos días más pasaron y el gato cobró dimensión simbólica, empecé a preguntarme quién era el maestro realmente. Cuál la meditación. Empecé a querer recordarlo, pelo largo, blanco y negro, no había otro color, creo que las gatas solamente pueden tener tres colores. Este era un gato, blanco y negro, un gatosaurio (¿castrado?) recuerdo ojos verdes como muy claros, vegetales, capaces de mimetizarse con algunas hojas del jardín, no sé, lo construyo, lo reconstruyo. Jamás volví, la segunda vez me hubiera atacado un gato o, lo que es mucho peor, no hubiera pasado nada. No sé si aún vivirá ese hijo de... ¿Cuánto vive un gato? Junto las palmas como se saluda a un maestro y puedo sentarme a meditar compasivo, agradecido. Era enorme porque estaba castrado, seguro estaba castrado. Vuelve Lacan, el gato barrado... Pienso en una frase Zen: “si encuentras un buda al costado del camino, ¡matalo!” Algo por dentro sonríe y yo prefiero por dentro saludarlo, entrecerrando los ojos, juntando las palmas.

Breve relato clínico de un amor mitológico “...guardan ecos del eco de tu voz” “Ninguna” Homero Manzi

Se sabe que finalmente quedó su voz: -Adiós, joven amado inútilmente!- Su cuerpo consumido por el amor ya no estaba, sólo su voz, miles de años después repitiendo voceríos de niños, nombres de amantes, ruidos del devenir entre valles y montañas, en ambientes vacíos, en los viejos templos. Era la ninfa Eco, sigue siéndolo. Eco, la palabra preexiste -en el principio era el verbo- como el significante que espera poblando la cuna del futuro nacimiento. Nacerá un niño, una niña, su nombre será... Eco había aburrido tanto a Hera, esposa de Zeus, con su charlatanería que servía, además, de distracción para que sucedieran las infidelidades repetidas del dios del fuego por los arrabales olímpicos. Por esto fue condenada a repetir, a que no pudiera salir de su boca ninguna palabra que no escuchara. Eco, que se había amado en su voz, era sólo un eco, para que se cumpliera el destino del significante, su nombre, la naturaleza del mito. Entonces la ninfa charlatana, como en un juego infantil, pasó a repetir todo lo que escuchaba y así vivió el juego hasta desaparecer, cumplió el mandato de jugar hasta el fin, sin retorno hasta que “sólo quedó su voz” como dice Ovidio. Ahí la naturaleza del goce, ese concepto esquivo y tanático del psicoanálisis, no la felicidad del juego sino el horror de no poder salir de él. Némesis, inconsciente y superyoica, condena a gozar. Aún así, la historia no sería lo suficientemente trágica como para formar parte de todas las narraciones mitológicas hasta hoy. Sin embargo un detalle, un segundo significante selló el sino de Eco: Narciso. La puntada retrospectiva de Lacan estaba dada, comenzaba el grafo, la encarnadura de la historia, la evanescencia del sujeto del inconsciente... Eco se enamoró de Narciso, mejor se diría que se amo en él mientras él se amaba en su espejo.

Tal vez un Lacan convertido en Tiresias diría que pretendieron darse lo que no tenían, sin serlo... Robert Graves transcribe este diálogo de “Metamorfosis” de Ovidio entre Eco y Narciso enrollando la demanda bucle tras bucle, hasta encontrar el fantasma de un deseo indesgastable que, también se sabe, tiene su objeto perdido para siempre. Necesariamente comienza Narciso, cedo el relato: - ¿Está alguien por aquí? - ¡Aquí! - repitió Eco, lo que sorprendió a Narciso, pues nadie estaba a la vista. - ¡Ven! - ¡Ven! - ¿Por qué me eludes? - ¿Por qué me eludes? - ¡Unámonos aquí! -¡ Unámonos aquí! - Repitió Eco y corrió alegremente del lugar donde estaba oculta a abrazar a Narciso. Pero él sacudió la cabeza rudamente y se apartó: - ¡Moriré antes de que puedas yacer conmigo!- grito - Yacer conmigo - suplicó Eco Volviendo al comienzo, se hace imprescindible una aclaración: Finalmente quedó la voz de Eco repitiendo: -¡Adiós, joven amado inútilmente!- Son las palabras finales de Narciso al morir, amándose en su reflejo, penetrado por su propia daga. Eco repite, contempla y repite. El amor los ha mixturado en una misma cadena significante, hablados por la Otredad. Pulsión invocante la voz de la ninfa, escópica pulsión la mirada de Narciso. Pero Némesis compensa las desmesuras, venganza, mandato, justicia... según el relato. La sangre derramada por Narciso fecunda la tierra para parir una flor con el nombre del joven amado inútilmente y en 1909 fecunda una charla del creador del psicoanálisis que generará en 1914 uno de sus textos más

disruptivos, “Introducción del Narcisismo”. Tal vez apresurado por la separación con Jung, según Ernst Jones, el mismo Freud no quedó muy conforme con este trabajo. Le escribió a Abraham que el narcisismo había sido “un parto difícil”. Liríope, la mamá de Narciso, una ninfa azul, fue violada por un dios fluvial. No se sabe nada del parto de este niño. El viejo Tiresias, como un helénico Lacan, había dicho: “vivirá muchos años mientras no se conozca a sí mismo”. Quizá, sea la única vez que se contradice el “conócete a ti mismo”. Paradoja fatal del narcisismo que se filtra por las grietas del discurso mitológico. Jung había publicado en 1912 “Transformaciones y símbolos de la libido”, la ruptura con Freud es un hecho, jamás volverán a encontrarse. El libro se vuelve a editar cuarenta años después como “Símbolos de transformación”, la libido estará ausente en el nuevo título y en el texto revisado. Volvamos al mito si es que alguna vez nos corrimos de allí: La ninfa azul, Lacan y Tiresias, sus puntadas de anticipación lógica y resignificación retroactiva, el parto de Narciso, la paradoja mientras no se conozca a sí mismo y el otro parto que Freud le menciona a Abraham. Cuenta el saber popular como si fuera un tango constelado de Homero Manzi que Némesis lleva, desde la inmensidad de su tiempo en bucle, una flor de narciso en la corona.

Intervención V El ilustre profesor dijo, beneméritamente: Se trataba de un psicótica que escribía versos... -Poeta- contestó el “sin luz, inalimentado” e insistió: -poeta, no psicóticaDefinitivamente la palabra mata a la cosa hasta hacerla renacer... La palabra transmigra, reencarna. La palabra; sí. El profesor “de marras” creía poder distinguir el arte de la “imaginería del alienado”

Sísifo y la invención del goce “y, a pesar de lo aprendido si me dan lo que he perdido vuelve a hundirme la confianza...” “Suerte loca” (tango) Aieta y García Jiménez

Sísifo es un vivillo, diríamos, un atorrante. Algunos personajes de esta calaña circulan aún por una avenida Corrientes trasnochada en Buenos Aires. Fantasmales y sobrantes, perfecta la piel de no haber nunca tomado contacto con el sol, o casi nunca, van, son, se dirigen a ningún lado y a todos. Tienen muchísimos años, pero aún espectrales, paradojalmente ¡están vivos! También ellos, prexistidos por el lenguaje, cuando van a despedirse casi al alba, se toman “la penúltima” copa. La que sigue a la penúltima ¡ni se nombra! ¿Se entiende? En otra Buenos Aires olímpica nació Sísifo, siempre que pensemos desde la comodidad de un tiempo lineal. De lo contrario es posible que nazca ahora o en cualquier paso de milonga de un tiempo en bucle, tanguero y lacaniano. Con la vampírica moebiana de los mitos, este personaje nos “inmixiona” nos hace “éxtimos”. (Esto dice el autor para pasar por “intelectual” siendo también un atorrante...) De Sísifo se dicen cosas peores, un pasado en el hampa, un frondoso prontuario sería el lugar común de la prensa policial. Resumiendo: Sísifo es un atorrante y ha decidido no morir. Sin embargo, después de la penúltima, llegada su hora, deja instrucciones claras a su mujer, se lo susurra al oído mientras bailan el penúltimo tango. Es imprescindible que su cuerpo quede insepulto. –Mérope, no me preguntés más- le besuquea Sísifo sobre el hombro derecho. Mérope, según fuentes no confirmadas es una de la Pléyades, ¡flor de estrella! Están bailando el adagio, léase parte lenta y en general apasionada, del tango “Danzarín” de Julián Plaza. Ella que lo adora no cuestiona semejante asunto y un rato después, a la madrugada como dice Horacio Ferrer, que es el momento en que mueren los que saben morir, se las tomó Sísifo por la laguna Estigia en un suave balanceo de remos hacia el Hades. Parece, algunos cuentan, que el can Cerbero, le guiñó un ojo de cada una de sus

tres cabezas y lo dejó pasar sin más. Luego “tocó el pianito” seguramente, se nos ocurre que para entrar a aquel sitio había que dejar las huellas digitales como en alguna comisaría porteña de mala muerte. Todo bien: ¡entra uno! - grito un sargento regordete del inframundo. Sin embargo, se supo, alguien batió, que su cuerpo había quedado sin sepultar. Sísifo empezó a los gritos a culpar a su compañera, no era posible permanecer allí si su cuerpo no descansaba bajo la tierra. Tanto escándalo armó que el mismo Hades le concedió volver. Semejante asunto a Orfeo le hubiera costado tocar la lira durante horas, tango tras tango, otro día lo hablamos, pero a este vivillo... Sísifo volvió a fuerza de silbido nomás y el perro tricéfalo le guiñó los otros tres ojos... El trámite era claro, volvía, le gritaba un poco a Mérope por no haberlo enterrado, se realizaba el asunto y de vuelta a la ultratumba, pero Sísifo era un tramposo, siempre lo había sido, y empezó a esconderse todo lo que pudo con la idea de vivir para siempre. Los dioses que todo lo ven (cualquier parecido con alguna “A” mayúscula encarnada y luego caída, es pura coincidencia) lo condenaron a subir una piedra por una ladera durante toda la eternidad. Al llegar a la cima, indefectiblemente la piedra cae, digo, cae en presente, sigue cayendo “éternel”. ¿Cómo era el neologismo de Lacan con “éternel”? Y Sísifo sube la piedra, enorme, pesada y cae y vuelve... Hasta el gran Camus lo cuenta con maestría y Sísifo sale en todas las tapas de los diarios cada vez que alguien se acuerda de él. Tramposo y genial ¡Sigue vivo! Lo condenaron a su deseo, algo así. Sí, no quiero dejar afuera que a eso el viejo Freud, el Zeus del asunto, le hubiera llamado “beneficio secundario” pero creo, humildemente, con todo respeto, que fue Lacan quien nos trampeó a todos, incluso a los dioses, con esto del “goce”. También humildemente y con todo respeto (así hablan los fantasmas porteños que mencionábamos) creo que la montaña no es otra cosa que una banda de Moebius, a la lacaniana. Me explico: Lacan, otro vivillo, le trampeó también la banda a su creador del que sólo queda el nombre. (Sin embargo, ¿sólo el objeto ´a` le pertenece a Lacan?) Ok, saquemos lo de “otro vivillo” (mejor no tener problemas con los religiosos del psicoanálisis).

Según consigna algún augur de los suburbios, Sísifo, éxtimo con su piedra “éternel”, va recorriendo un sólo lado sin caerse por un sólo borde y el tango empieza nuevamente. Siempre es el penúltimo tango, la penúltima copa, el penúltimo amor, el sueño penúltimo condensando todos los sueños para volver a “dar baraja de metonimia” y seguir de penúltima en penúltima. ¿Quién prefiere el asunto de la piedra a morir? Nadie, seguramente. (léase la oración anterior, esta vez con ironía) Los buenos neuróticos, solidarios con la ex-sistencia de los analistas, prefieren la piedra, la clandestinidad de sus discursos, su milonga quejosa ¡pero viva! ¡Viva la tristeza! dijo Pichon Riviere poco antes de la penúltima. De todos modos, si alguien está libre del goce, ¡que tire la primera piedra!

Laberinto de espejos Entre los seis y los dieciocho meses de vida de un niño sucede el jubiloso ajetreo. El infans se encuentra con su imagen especular... Si resulta interesante investigar esta construcción debiera remitirse a la obra de Jacques Lacan, el asunto pasó al repertorio psicoanalítico lacanés, sin más, como el “Estadio del espejo”. Si como dijo el vernáculo Enrique Pichón Riviere “Cada encuentro es un reencuentro” y agregamos aquí que lo único encontrable es aquello que ya tenemos, ante cada situación, ante cada nueva relación objetal, estamos en un estadio especular. ¡Cada encuentro es un espejo!

Memorias de un parque de diversiones El aula recuerda un viejo juego de parque de diversiones, el “Laberinto de los espejos”. Uno entraba a un dédalo espejado a perderse en multiplicidades de sí mismo y algunas opciones de camino que lo iban enredando más y más en una trama, vidrio y plata, que lo multiplicaba ad infinitum. Yoes y más yoes buscando una salida o, mejor dicho, buscando una “no salida” que perpetúe el juego (algo así sería el goce, también término lacanés del que hablaremos en otro momento). Cierto es que la

cuarta o quinta vez que se iniciaba el recorrido uno comenzaba a conocer muy bien el camino que lo sacaría pronto de los ecos visuales eternos, de la pesadilla supuesta del reencuentro. Así las imágenes espejadas y proporcionalmente disminuidas, cada vez a un punto más diminuto, hasta que la óptica se encontraba con la angustia. También parece un sueño recurrente en el repertorio colectivo de los onirofílicos esta idea: Espejo reflejado en espejo, logrando una eternidad de imágenes cada vez más pequeñas, menos sonoras, ecos como se dijo, finalmente susurros chiquititos, puntos donde la luz no resulta eficaz. El aula es un juego de espejos y también un mundo onírico, como aquel juego de los viejos parques de diversiones. El no reconocimiento frente al espejo refiere a una de las ideas más populares sobre la esquizofrenia. Sin embargo y una vez más: O la psicosis le roba a la neurosis o viceversa, pero el común de los mortales pasa alguna vez por el “no reconocimiento”, al menos, en algún espejo. Tanto un esquizofrénico como un laburante que se enfrenta a la triste rutina de la afeitada matinal.

Sobre las prescripciones curriculares Los planes didácticos, los diseños curriculares los hizo un señor malo, una hechicera loca, si se quiere más mítico, que entró al laberinto de espejos y los pintó uno a uno con un color sólido de fondo y, sobre este, un cartel: “gire a su izquierda”, “gire a la salida de la derecha”, “retroceda al estadio anterior” y mandatos similares, digamos, para no perderse, nuevamente para que se cumplan las Escrituras. Tal vez, todo lo contrario a lo necesario: ¡perderse! En el viejo Italpark de Buenos Aires había uno de estos laberintos de espejos, al cual -ya experimentados- volvíamos una y otra vez a recorrer sabiendo la salida de memoria. La diversión, podríamos decir la gracia, era entrar de a muchos para gritarse de un compartimento espejado a otro,

jugar a “no saber por dónde”, revivir, tal vez “a la lacaniana” aquel fundante “jubiloso ajetreo” presubjetivo. El hechizo - la escuela - nos fue llenando el laberinto de señaléticas inequívocas. De hecho, vivimos en la era del GPS, lo soñado hecho realidad, ya no volveremos a perdernos, jamás. ¿Qué misterioso racionalismo diseccionante nos habrá generado esta paranoia transgeneracional, el miedo a perderse? Imagino un GPS en las épocas del Italpark para recorrer el laberinto de espejos... Seguramente, niños no domesticados del todo al fin, para enloquecerlo y escuchar la hispánica voz: “recalculando”.

Escolaridad y edipización forzada La escolaridad, tal como la estamos viendo, es un sistema de adocenamiento especular. El sistema nos enseña donde reflejarnos, donde no; como hacernos los perdidos, como “recalcular” para encontrarnos. Nos enseña “Cómo reflejarnos” según franjas etáreas, nos especializa en distintos tipos de reflejos, obviamente, señalando cómo descartar otros, aquellos que serían “tiempo perdido” (recomendamos repasar a Marcel Proust, antes o después de seguir). La sorpresa, lo ominoso o jubiloso de perderse en el laberinto se ha diluido. Hemos inventado “La sorpresa virtual” con nuestros geolocalizadores escolares, con nuestros “edipizadores” curriculares. Existe una suerte de pseudo topología escolar, embrionaria y racionalista, ahora debes estar “aquí” o en este otro lugar... Tal vez sea hora de entender que la topología le lleva al menos un siglo de ventaja a su boceto áulico de mapas trazados a mano alzada.

Entre Parsifal y Edipo De pronto un niño encuentra un pequeño objeto entre los espejos y antes de ser detectado por el big brother (por no recurrir al Panóptico de las instituciones escolares) lo mira deslumbrado, pero lo abandona escondiéndolo en un hueco del piso irregular. Sigue... Será un anillo, un

aro, la materialización de un hechizo, no se sabe... Sólo queda un fulgor evanescente, un brillo, una manera de ocupar todo el campo visual... El niño es Parsifal preguntándose ¿A quién sirve el Santo Grial? Se hubiera convertido en héroe, pero lo escondió, no sabía... Le llevará la vida entera volver a buscar ese único objeto que no lo espejaba y que ahora se siente perdido para siempre. Tres posibilidades: Buscarlo, volver y volver hasta encontrarlo. Olvidarlo para siempre o creer que se ha encontrado y multiplicarse ad infinitum ¡volverse una estrella de la tele! El objeto es en realidad el único espejo, pero tan intenso que no se reconoce como tal... Tan otro, tan diferente... Sólo para no conciliar tan fácilmente los posicionamientos teóricos que nos fundan el eclecticismo, aclararemos como si fuéramos la bruja del juego o el señor malo: Para Lacan el objeto está perdido, véase objet petit ´a´. Esto que él llama su único aporte al psicoanálisis, en un exceso de falsa modestia propio de su surrealismo admirable. Para Parsifal, casi diría para Carl Jung, aunque con la sola mención del genio suizo nos ganáramos alguna enemistad, la crisis de la mitad de la vida será encontrar esa joya, símbolo del “self”, —“sí mismo” para los íntimos— y, como dijimos, puede encontrarse e integrarse, abandonar la búsqueda en una negación que demandará más energía que la opción anterior y también podrá ser devorado por el símbolo, entonces “ser el objeto” como un dios de barrio... o como gerente engreído de una empresa exitosa.

Planes, planes y más planes educativos Indicios prematuros, jubilosos ajetreos, laberintos de espejos, juego de opciones con respuesta prescripta por diseños curriculares, por planificaciones, que los mismos maestros que verían algo de verdad en estas palabras, confecionarían. ¿Confeccionarían? Dalmiro Sáenz en su “Carta abierta a mi futura ex mujer” hablaba de aquellos que estudiaban “Corte y confección” para poder poner su propia

academia de corte y confección... Alguno son maestros para no buscar el Grial, otros lo encontraron y acompañan, son los menos, y algunos pretenden como el psicopompo de los mitos griegos, ayudar a que otros encuentren sin que se note demasiado, como un buen compañero, como un animal de poder en la jerga chamánica (Aquí se puede repasar a Carlos Castaneda, por ejemplo). ¿Qué tiene que ver un maestro con un chamán? En nuestro sistema euroculto y transplantado, lamentablemente nada. Un día, otra bruja inventará un GPS para perderse, para estimular la búsqueda de sí mismo y el viejo Edipo (¡Gracias a Deleuze!) tendrá que ir a buscar laburo.

Hefesto, Ravel y los antidepresivos (esquizorrelato) “con un poema y un trombón a desvelarte el corazón...” “Balada para un loco” Piazzolla y Ferrer

Prescripciones preliminares: Espérese el próximo plenilunio. Escúchese el primer movimiento del concierto de Maurice Ravel en re mayor para piano, sólo mano izquierda y orquesta. Al mismo tiempo, si es posible de modo crepuscular, siga adelante...

Motivo de la consulta: Paciente masculino, rengo, muy rengo. Dice ser un dios herrero, es referido del Olimpo por presentar heteroagresividad, dislalia y bla, bla, bla... El contrafagot en el comienzo del concierto de Ravel en re mayor para piano (sólo con la mano izquierda) y orquesta es la naturaleza misma de lo alucinatorio. El sujeto de Pascal Quinard, autor de “El odio a la música” un libro vencedor de una guerra tardía, debió haber mencionado este momento de invalorable restitución psicótica de la historia musical. Ravel comienza el concierto de modo psiquiátrico, o tal vez, antipsiquiátrico. El viejo Hefesto ha ido al psiquiatra para que le retire el antidepresivo, justamente necesita estar más deprimido, eso refiere. Se necesita a sí mismo, digamos, más “sujeto” (sub ejectum, arrojado por debajo) El sujeto - sujetado de Pichon Riviere, esta paradoja nacional y popular. Ravel escribió una esquizo-obra, un zoo sonoro y arquetípico, escandido y esquizo. El comienzo, en todo caso, está forcluido de toda forclusión, a pesar del contrafagot y del pianista manco. Cabe recordar aquí que Ravel le

escribió esta obra a un pianista que había perdido la mano derecha en la guerra, Paul Wittgenstein. Hefesto es el dios herrero, no diré que es cojo aunque lo es. Bueno, lo digo. Resulta que el padre lo revoleó cuando nació (en algunas versiones fue la madre), el golpe lo dejo rengo para siempre. Modalidades de los dioses griegos con la metáfora del nombre del padre, pero la ley estaba inscripta, si es que los olímpicos están castrados, ¡andá a saber! De todos modos, como es sabido, la limitación puede ser un final o un punto de partida. Hefesto, genial y cornudo, aunque su mujer, la más bella del Olimpo, Afrodita, no es demasiado fiel. El cojo está barrado, se inscribió lo que forcluyó Ravel al comenzar su enunciado, el enunciado musical de su concierto para pianista manco y orquesta. El cuento dice que Hefesto, herrero idóneo, teje una red de oro para enredar a Afrodita con su amante en la cama. Ares, demasiado aburrido para perverso, como la mayoría de los milicos, ¡no merece ser dios! (como le dijo Almafuerte al dios judeocristiano). Guerra tiene que haber según el viejo Heráclito. De hecho parece que la guerra es la madre de todas las cosas, según él. Quinard goza, barrado y loco, con una guerra que ya estaba ganada antes del siglo de Pericles. ¿Por qué no le llamó Quinard a su libro inmenso “El odio al sonido”? ¿Por qué le llamó “El odio a la música”? No es políticamente correcto hablar mal de “la música”. Del psicoanálisis todo el mundo está habilitado a hablar mal, pero es como si nadie lo hiciera. Los psicoanalistas, los que lo conocen o dicen conocerlo, los que lo “profesan” ¡son los peores de todos! ¿Quién hablaría mal de Maurice Ravel? Alguien que con la muerte en su nombre, Maurice, escucha en su interior su obra última, tal vez la mejor y no puede escribirla ¡pobre Ravel! La música encerrada en la mente al final, pero hablábamos de principio: Premonitorio contrafagot alucinado.

Hefesto expone ante los dioses el espectáculo de su captura. Debajo de la red de oro y sobre la cama Afrodita, su mujer, y Ares, el “pata de lana”. La red de lo imaginario, de oro, de cornudo. Hefesto sabe contar, uno, tres, dos… en ese orden ¿orden simbólico? Hefesto no toca el contrafagot de Ravel pero cuenta como Lacan… Los músicos debieran contar como Lacan enseñó: uno, tres, dos. Ya se sabe que “no hay dos sin tres”. Este apotegma de boliche es el encuentro sublime de la ciencia conjetural con la doxa más salvaje. Por todo esto al psiquiatra se le vuelve perentorio cambiarle los antidepresivos por antipsicóticos en muy baja dosis. El médico laboral del Olimpo dice: ya habla, ¡ya está castrado! A partir de mañana el capitalismo le permitirá volver a la fragua.

Intervención VI Si hasta los dioses son hijos del lenguaje ¿Dónde está el saber del maestro?

Intervención VII Al doctor Frankenstein le jodieron la vida los protocolos DSM... Dicen que murió esperando la última versión para ver cómo encajar al “nene” en algún diagnóstico.

El amor en el aula “Y apliqué mi corazón a conocer la sabiduría y a conocer la locura y la insensatez; me di cuenta de que esto también es correr tras el viento. Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien añade ciencia, añade dolor”. Eclesiastés 1:17

Una clase, un libro o un amor deben poder construirse cada vez de un modo distinto, con cada lectura, con cada mirada, con cada roce significante. Como los textos o los “amorodio” laberínticos, resonantes así son esas clases que se planificaron y salieron “disparadas” para cualquier lado gracias a la valoración de los emergentes, a la “cuántica” de la vida de los grupos, a la valentía de un docente formado para “no saber”. Disparadas al disparate, a la evanescencia inaprehensible, a su fatalidad gozante. No hay aula sin bohemia, sin clandestinidad, sin descentramiento, sin renuncia narcisística, sin poética. ¡Una clase sin poética es casi imposible! En ese “casi” podríamos suponer de modo provisional, la evanescencia de un sujeto pedagógico. Aún así el enlace, el amor transferencial en el aula, resulta falso pero imprescindible. Los grupos se leen, se dejan leer como textos o se resisten a la apertura como obsesivos capaces de aburrirnos. . Tal cual tramamos (volvemos trama y drama) nuestra propia historia, así hace el “enseñador” aunque la etimología occidental y judeocristiana lo ha pretendido sujeto capaz de “poner en signo” ¡vanidad de vanidades! Desde la función entramos al aula, al sueño, con futuros posibles. Elegimos —creemos elegir— ideas, discursos. Pareciera que el valor acústico, musical, la manera que tiene de “sonar” lo diacrónico, nos elije a nosotros. Somos “hablados” por esa elección del Otro.

Así debiera ser un encuentro didáctico: polo técnico y ... polo afectivo resonante. Así, confieso, me gustaría que fuera el relato de mi manojo de experiencias, mis años de desaciertos y placeres como docente. Saberes (sabidos o no, se hablará de éso en algún momento, palabra de honor), juegos, errores y aciertos, respiraciones, roces significantes (¡insisto!). Lo que “enseña” es un vínculo, una relación, la manera en que hacemos existir por única vez una comunicación con cada grupo, con cada estudiante. Lo demás está en el teléfono celular: el dato. Ese enlace, falso y maravilloso, es indispensable para construir saber. Es el vínculo que sin demasiado respeto llamamos “transferencia” (es importante que un texto prometa cosas, hay gente que aún lee textos y se motoriza con las promesas). Lo que queda pendiente, aquello de “sin demasiado respeto” refiere al psicoanálisis, esa víctima del “bullying” de intelectuales y burros doctorales, que “patean” por no poder entender. Algunos peor: “desisten de la maravilla de no entender”, del goce de resonar. Cuando entramos al aula, como docentes o como estudiantes, soñamos. Entramos en un sueño para consensuar un fantasma, nos ponemos de acuerdo para no despertar. Para el psicoanálisis el objeto está perdido para siempre y, a pesar de esa certeza teórica, no pararemos de buscarlo. En esta paradoja, en esta confianza en semejante vacío se puede sustentar todo intento pedagógico, toda didáctica, todo arte. La función docente es una investidura, un tercero estructurante entre campo y persona. Función y campo son conativos y, prescríbase: un encuentro poético o nada. Poética, polisemia, indeterminancia, pistas para encontrar lo que está perdido para siempre.

¡Nada más inconveniente que un especialista! Enseñar es cuestión de incertidumbres, ¡de clandestinidades! La función docente es generar deseo. Posicionarse de modo histérico frente al grupo o el estudiante, como un analista frente a su analizante, como una soprano cursilona de ópera frente a su tenor obsesivo y luego no satisfacer, correrse. Entonces el fin, la finalidad, está empezando a devenir. Esta es la ética del docente: contener, permitir, instalar un encuadre/ley, seducir y desviar ese impulso hacia la “construcción amorosa de saber”. Me llevo esta expresión de Carlos Byington, del título de su libro fundamental. ¡Transmitir datos es el origen de toda patología pedagógica! Las enfermedades del aula son entre otras la bajada dogmática, el preconcepto, básicamente proceder a la satisfacción del deseo, pervertir el encuadre, el exhibicionismo ilustrado de algunos didactas, el terror a no saber. Debiera consensuarse un DSM de patologías del aula, pero nunca nos pondríamos de acuerdo, ¡igual que los psiquiatras! Si al final de una clase, sueño colectivo, docente y estudiante despiertan llenos de dudas, ¡es por ahí! Si al final de un texto sucede lo mismo, ¡es por ahí, va bien! Si alguien sale de un aula o de un texto lleno de datos, ¡qué los arroje lejos, lo más lejos posible! Volverá a encontrarlos seguramente, cuando sea necesario, en el teléfono celular. Por último, o por principio: Si alguien se siente satisfecho con este tráfago de palabras, el autor estará éticamente equivocado.

El viejo Helios (un cuentito griego sobre función paterna) “Dónde vas carrerito del este castigando tu yunta de ruanos, y mostrando en la chata celeste las dos iniciales pintadas a mano.” Mano blanca (tango) Homero Manzi

Pudo ser tema de un relato de principio de siglo XX en Buenos Aires. Un tango, digamos sin tanto rebusque intelectual, pero los griegos son los griegos, nos fundaron, nos inscribieron una ley. De algún modo también nos condenaron a que sus mitos vivan a través de nosotros, fatalmente. Somos sin más, en cualquier arrabal del universo, seres guionados, complejos chamuyos de un Otro mitológico, iniciados al amor y, en el mejor de los casos, a la ley. El viejo manejaba puntualmente el carro, todos los días, sin descanso, sin feriados, sin domingos. Diríamos, de sol a sol... Más aún, el viejo Helios era el sol mismo. Recorría la eclíptica de oriente a occidente con su carro luminoso, fileteado de modo tan olímpico que su brillo impedía mirarlo de frente. En algún boliche de los suburbios del tiempo, La Rochefoucauld dirá que ni el sol ni la muerte pueden ser mirados de frente. El hijo de Don Helios, un solcito muy malcriado, o técnicamente hablando no criado para nada, llamado Factonte, quería manejar el carro y no cesaba de requerirle al padre que le dejara hacerlo -—l menos podrás descansar un poco, papá— argumentaba. Pero papá se negaba con miles de razonamientos: que los caballos son difíciles de dominar, que se requiere tal exactitud en la regularidad, que la experiencia, que hay que tener mucho cuidado, mejor más adelante, sí pero no, andá pero no vayas y bla, bla, bla. Entonces repetidamente el hijo rompía ventanas a pedradas, arrancaba flores del jardín, se “brotaba” como dirán en otro café porteño algunos trasnochados de malas lecturas.

El asunto es que respondiendo a cada esquive paterno de instalar una ley clara se correspondía un berrinche olímpico de Factonte, dedicado a su también olímpico padre que se negaba a cumplir su función de corte. Tal vez el presagio del parricidio futuro, el tiempo pasa, nadie lo sabe mejor que el viejo auriga, su carro luminoso lo dice, lo percuten los cascos de sus caballos como una milonga en el cielo sobre duras nubes oscuras. Los parricidios olímpicos eran moneda corriente: ¡Urano, ahí sí que hubo castración! Cronos... en fin. Las categorías de la ley son inexorables, prohibir, obligar y castigar aunque también premiar y habilitar. Sin embargo, pobre viejo, la inscripción de la ley convalidaría su paternidad y ésta convalidaría el destino: pasar, soltar, morir. Helios elegía ignorar los escándalos, en silencio. Tanto era su trabajo que le justificaba no establecer límites, no inscribir finalmente el significante que sujetara al muchacho de modo tal que, llegado el tiempo oportuno, pudiera sujetar y mantener en orden el galope celeste. Un barco traía todas las noches carro y caballos de vuelta al levante, justo a tiempo, para empezar la nueva jornada. El mismo Helios duerme a bordo. Una noche de tormenta son las riendas de sus sueños las que lo sujetan a él. Sujeto, cuanto más sujetado más sujeto, así funcionan las riendas del tiempo su pesadilla es peor que la muerte. (Contra lo que parece obvio la muerte no sujeta, desata) El barco se inclina demasiado a babor, a la izquierda está Némesis que lo observa desde la imaginería onírica, silente, estólida, implacable. El viejo despierta angustiado... Seguramente se avergüenza de la mirada de la diosa de la justicia y la venganza, hará falta gran cantidad de recorridos eclípticos para que otro psicopompo, el viejo Sigmund, observe que los sueños pertenecen al sujeto y no son la posesión de dioses o demonios oníricos que, en vez de reponsabilidad subjetiva, sólo consiguen generar vergüenza. Una mañana aciaga el viejo harto de la pesadilla de tanta demanda simplemente cedió dejando hacer a su hijo, llenándolo de temores y

recomendaciones inútiles para el viaje. El niño salió poseído de una hibris inmensa que ninguna ley limitaba, alardeando delante de sus hermanas y dispuesto a hacer el trabajo como le diera la gana. Se detuvo demasiado en lugares provocando tal calor que generaba incendios terribles y pasó por otros a tal velocidad que las cosas se congelaban. El mundo se volvió un caos sin un sol regular, previsible, limitante: Incendios, glaciaciones, desastres de todo tipo y un adolescente que había perdido el control o, en realidad, nunca lo había tenido. Zeus, que todo lo ve y muy poco soporta, no dudó en fulminarlo con un rayo y en convertir a las hermanas del auriga inexperto en simples álamos para que no lo molestaran más con sus llantos. Helios volvió puntualmente al carro, sin duelos, sin quejas. Así de sol a sol, bueno, de él a él diríamos, volvió a cumplir con su previsibilidad celeste. Buena forma para evitar el parricidio: Satisfacer siempre la demanda a cualquier costo. En fin, cosas de dioses griegos, cuentitos que se repiten en cualquier arrabal del universo.

Intervención VIII En el “Libro del Tabú” Alan Watts para explicar la inexistencia de la muerte dice que un pájaro, tal vez, sea la forma que tiene un huevo de convertirse en otro huevo... Lacan enseñó, quizá pretendió hacerlo, que un sujeto es lo que un significante representa para otro significante. A la hora de pretender el imposible de enseñar, debieran considerarse algunos eclecticismos, algunas condensaciones significantes, algunas resonancias como instancia

Intervención IX Se arman planificaciones, juegos, actividades, artefactos en fin para poder escapar del miedo. Los maestros son un discurso, una huella acústica, en algunos casos, imborrable, memorable; ¡sólo que no lo saben!

Intervención X La escuela es la compartimentación de la vida: Aquí el arte, allí la ciencia. Ahora el cuerpo, después el espíritu (o nunca). La escolarización trata a sus niños como los futuros médicos a sus cadáveres en las clases de anatomía. Lo único que parece articularse en educación es la escápula y el húmero del estudiante que aprende a levantar la mano para que le permitan ir al baño.

Casandra en el aula Profesor/profeta, aquel que al pretender el absurdo de “poner en signo” (enseñar) infiere el futuro. Es más fácil la bola de cristal, las barajas del cartomante que el dogma del “enseñante” que parece saber lo que va a suceder. En un pasado irreal una profesora encumbrada le dice a su alumno de música: vos no vas poder ser músico, ¡tenés muchos problemas con la lectura! Después le explica un ramillete de sinsabores que pretenden compensar la sentencia... El oráculo está en marcha, es implacable. La palabra “musicalidad” maravilloso comodín de los enseñantes futuristas (profesor/profeta) sustancia el monólogo. El estudiante, un pibe aún, ya no puede escuchar más, sólo queda la sombra acústica de un ¡No! a su anhelo, el deseo es otra cosa. Cada campo disciplinar tiene su comodín, cada estudiante, seguramente, recibió alguna vez una profecía. Con la música a mano, me es más fácil ejemplificar: El profesor/profeta es escuchado, sus profecías se cumplen, su veneno se inocula como la maldición de Apolo contra Casandra. A saber: Cierto relato interminable lleva las palabras contra el cuerpo. Cada palabra es un punto de la trama contra un punto de la piel. Punctum contra punctum, contrapunto a la barroca, a la pre-barroca, obscenamente. Escena contra la escena, saliendo de aquello que se desecha por demasiado sutil, por demasiado “afuera” del sentido común. La perversión es otra oposición, per-versus (¿pre-versus?). Oposición vacía, no hay punto que rasgue sentidos de lo inefable, no hay, simplemente. Oposición a las versiones oficiales de una vacuidad sórdida, una vacuidad incompleta... ¡Eso, incompleta! La vacuidad completa sería la psicosis o el paroxismo de la iluminación de los santos.

Casandra podría ser parte del relato interminable, su profecía inútil... Alto precio de traicionar a un dios, Apolo en este caso, pero pudo haber sido otro, son bastante igualitos todos. Los dioses son “binarios”, eso los hace tremendamente aburridos, la falta de matices. La neurosis más que por la falta en sí, está determinada por los matices de la falta. Apolo le dijo: O te acostás conmigo o nadie creerá tus profecías... Casandra sabe mejor que Lacan que no existe la relación sexual y se niega a lo que no existe. La maldición se pone en marcha. Apolo en un momento “edipizado” no le retira el regalo, ella seguirá siendo profeta, pero nadie la “escuchará”. Así Casandra, analizante sin analista, estudiante sin profesor, profeta de sí misma... Se habla de una violación después del desastre de Troya, a rasgos generales el caballo famoso es parte de la consciencia colectiva, conózcase o no el texto de “Las troyanas”. Lo cierto es que el principio del fin, aunque los mitos no terminan jamás, lo propicia Agamenón cuando elige a Casandra como concubina (Casandra es la belleza misma ¿qué más bello que la bruja?) y la esposa de este, Clitemnestra, los matará a los dos... Casandra lo sabe mejor que Eurípides ¡y que Lacan! Morirá asesinada por Clitemnestra, esposa de Agamenón, junto a él y esto será la venganza por Troya, su íntima venganza, su profecía escuchada ¡al fin! por ella misma, el goce en su punto culminante... El goce le dice: gozarás hasta morir, Troya será vengada en tu neurosis de profecía, en tu delirio danzante, en tu canción de tálamo y de tumba a la vez. Entonces Casandra canta, desde el vacío, y baila... El lugar de la profecía goza de sí mismo y danza, se arrulla en un delirio de completitud... Casandra cruza la frontera, arrastra el aire como un vestido de novia, como una mortaja... Los profesores que se resisten a los reclamos de Apolo, de lo “apolíneo” en general, suelen no ser escuchados en sus profecías para bien de sus

alumnos. Claro, también hay profesores dionisíacos, sobre todo después de Nietzsche hubo una moda de falsos dionisíacos, pero eso forma parte de la misma naturaliza de Dionisio... La psicosis es un estar en la “locura” sin ida ni vuelta, el arte es poder ir y, en el mejor de los casos, poder volver. Más sutil, más llena de protocolos, el aula lleva la misma lógica, pero en estado de vigilia. Entrar al aula es entrar al sueño, a un laberinto de espejos que enseñan lo imposible, lo inefable. El aula es como soñar, como mirarse, según Didier Anzieu, en un espejo facetado... Suerte que los profesores no lo saben. Esto es un regalo de los dioses, si no fuera así, las paredes estarían llenas de espejitos de colores y los pupitres de almohadas. La “rareza” del aula radica en la persistencia de su literalidad a cualquier costo. Mientras tanto, como se dijo, Casandra canta y baila profecías que no serán escuchadas jamás.

Freud, ¿un retorno a Lacan? (un texto para psicoanalistas no religiosos) “Puede llamarse contemporáneo solamente al que no se deja cegar por las luces del siglo y es capaz de distinguir en éstas la parte de la sombra, su íntima oscuridad.” Giorgio Agamben

Pequeño preludio A partir de las renovadas instancias de la confrontación que provoca el retorno a Freud se consideró pensar en la introducción de “lo contemporáneo” como concepto filosófico a modo de tercero estructurante. De igual modo la idea apoyada por la topología, particularmente la banda de Moebius, para tratar de abordar que cada uno de los autores, Freud y Lacan, encuentran su extimidad en el otro recíprocamente, un sólo lado, un sólo borde. Se encuentran y desencuentran en inmixión de otredad. Se recurrió a textos de Agamben, Platón, Benjamin, Pichon Riviere y otros, sin ningún rigor de pretensión científica. Se buscó pertinencia en encontrar para cada cita su contemporaneidad. Se mencionó la religiosidad, entendida como fundamentalismo, con que algunos psicoanalistas profesan algunos conceptos convirtiéndolos en apotegma, en inercia excluyente. Debe considerarse que en este trabajo se ha tomado partido, seguramente, por una posición, ¿cómo no hacerlo? de hecho el subtítulo, su matiz irónico, invitará al lector, o logrará hacerlo desistir. Hablando de tomar partido: Se consideró al psicoanálisis en “sentido amplio”, vale decir, en el dispositivo analítico como lugar original de pertenencia pero también en cualquier recorte de la cultura, como marco teórico de “desmontaje”. Se esperó propiciar, preguntar, problematizar, negar lo negado, poner en dialéctica. Se situó esta construcción sobre el supuesto siguiente: Nada más aburrido que las respuestas, nada menos contemporáneo.

Algunas consideraciones sobre lo contemporáneo “Lo contemporáneo es lo intempestivo” dice Roland Barthes en un curso del Collège de France. Así lo cita Giorgio Agamben en el capítulo “Qué es lo contemporáneo” de su libro “Desnudez”. Y así también Nietzsche en 1874 desde sus “Consideraciones intempestivas”. Citas de citas de citas; autores y más autores que se condensan como en un sueño. Metáfora que intenta acceder a la contemporaneidad lateralmente, rizomáticamente... Arrastramos de la mansedumbre capitalista que nos educó atravesándonos una tendencia a considerar la contemporaneidad, la nuestra, como un simple estar, una pertenencia dada a un recorte de la historia que durará tanto como nuestra recurrencia respiratoria. Pareciera que seremos contemporáneos, fantasmáticamente, desde el yo ideal hasta el ideal del yo, desde la escena primaria hasta el retorno protofantástico. ¡La contemporaneidad se piensa como una castración! Homeostática, quieta, una mirada resignada de un tiempo que en tanto “prescripto” es destino modelador, resignación pontificada por un Otro. Hijos de nuestro tiempo, la actualidad, nuestra época, moda, estilo, gustos, consumos, inmigrantes digitales, nativos digitales, la generación tal o cual: Mandatos, el tiempo viviendo a través de nosotros. Lo que se corra de la prescripción será anacrónico, excéntrico, al menos anticuado. Volviendo a Barthes: resignificando el concepto de contemporaneidad aparece “lo intempestivo”. De Nietzsche a Barthes por lo menos, a esas clases de Collège de France que cita Agamben, la contemporaneidad es irrupción, morfogénesis, ruptura. Pasando en limpio: Si lo que consideramos habitualmente como contemporaneidad es los que psicosocialmente llamaríamos “adaptación pasiva” a un tiempo que nos es dado, también psicosocialmente diremos que la contemporaneidad es entonces un “estar enfermo” de nuestro tiempo. Debieran diferenciarse aquí muy claramente los significantes. No hablamos de enfermedades de nuestro tiempo (sida, depresión, trastornos alimentarios), hablamos de nuestro tiempo como enfermedad, de la

contemporaneidad como síntoma, como una formación que nos suaviza el sometimiento al Amo y nos encandila con sus brillos. Sin embargo, para que exista lo intempestivo, el “contemporáneo”, desde la óptica de Agamben, debiera ver las oscuridades de su tiempo. Le cedo la palabra: “Contemporáneo es, justamente, aquel que sabe ver esa oscuridad, aquel que está en condiciones de escribir humedeciendo la pluma en la tiniebla del presente.” No se pretende aquí economizar citas ni autores, también este texto pretende condensar, metaforizar y sueña, en tanto anhelo, con irrumpir: Pichon Riviere “homologó” enfermedad con estereotipia y esto es “adaptación pasiva” esencialmente. Algo así como el “siga la flecha” de una época. La contemporaneidad, entendida como enfermedad, tiene su señalética en sus templos bancarios, en sus modelos económicos, en sus instituciones hospitalarias, en sus sistemas educativos. Todas esas señales podrían resumirse a “no pasar esta línea”. Detrás de esa línea no hay garantías, el mundo plano sostenido por cuatro tortugas, la tierra en el centro del universo, el inconsciente del que habla ese médico austríaco es un disparate (más de un siglo después algún adalid local de lo pseudocontemporáneo, paradojalmente, habla de “pseudociencias”). ¿Estamos adaptados pasivamente a lo que creemos ser nuestra contemporaneidad? ¿Estamos enfermos de nuestro tiempo?

El lenguaje como primera irrupción contemporánea Con-tempo-ráneo es muy fácil de desmontar, “ir con el tiempo” por sintetizar etimológicamente: Casi la indicación para un músico de orquesta, para un bailarín de coro. ¿Debe un pensador, un artista, un psicoanalista, ir con el tiempo? Empecemos por lo más evanescente, un psicoanalista: Allí donde sucede una caída de discurso, en el dispositivo analítico, tal vez, podríamos considerar que falla la contemporaneidad. ¡Lo contemporáneo sería

entonces la represión! Sin embargo, podríamos pensar con Agamben, ese momento de subjetividad como lo “verdaderamente” contemporáneo. Una caída de discurso, un fallido, un lapsus es la “irrupción” ¡allí la verdadera contemporaneidad! ¡allí lo intempestivo! ¡“Ça parle” es entonces lo contemporáneo! Una irrupción que nace para desaparecer inmediatamente, evanescente, agalmática, pero sin embargo definitivamente fundante. Podríamos considerar, a partir de aquí, que lo contemporáneo es lo que irrumpe, lo que funda. El sujeto que moja la pluma en la oscuridad de su tiempo y aquel no encandilado. Si siempre hubiéramos “ido con el tiempo”, estaríamos haciendo pinturas rupestres. Lo contemporáneo es inexorable, algo rompe intempestivamente, nace, aparece. Así, a contratiempo, contraetimológicamente irrumpió el lenguaje, la contemporaneidad primera. Hasta el Evangelio de San Juan empieza con este aserto: “En el principio era el verbo”. Ciertamente en el principio de la cultura irrumpió el verbo, mejor dicho: por irrupción del verbo fue el principio de la cultura. Verbo y cultura son conativos. ¡La preexistencia del lenguaje es el primer contemporáneo! “Cogito ergo sum” pero antes está el lenguaje, imposible pensar sin él, porque en el principio era el verbo, porque el lenguaje preexiste al “cogito” de Descartes. Dice en el Seminario XX de modo incontestable: “no hay ninguna realidad prediscursiva. Cada realidad se funda y se define con un discurso” De todos modos: ¿qué fue lo “contemporáneo” del “Retorno a Freud”?

La vuelta a Freud o la puesta en contemporaneidad Siguiendo la línea de lo que estamos considerando como contemporaneidad, tal vez, Sigmund Freud fuera una figura paradigmática en la historia de la “cultura”. El mismo en su texto de 1916, “Una dificultad

del psicoanálisis” habla de las tres heridas narciscísticas a la humanidad: Copérnico con el heliocentrismo, Darwin con la evolución y... ¡el mismo Freud con el inconsciente! Además de ser contemporáneo, tenía que mostrarlo al mundo. Insistimos: Freud mojó la pluma en la oscuridad de su época, en los prejuicios biologistas de Charcot y Breuer, en los prejuicios anti sexualistas de una época, en las post revoluciones de sus discípulos más cercanos. Pero lo contemporáneo es imparable, funda, irrumpe, no hubo vuelta atrás. Nos parece interesante pensar que todo “retorno a ...” podría ser una puesta “en contemporaneidad”. Las discusiones que suscitó el “retorno a Freud” de Lacan, las que sigue suscitando, ¿podrían, al menos como hipótesis de trabajo, considerarse una puesta en cotidianeidad? Un dato de color para los detractores de Freud y para sus seguidores. En “Las resistencias contra el psicoanálisis” hay una puesta en contemporaneidad dedicada a Arthur Schopenhauer. Freud accedió a este autor de principios del siglo XIX después de haber establecido las ideas centrales del psicoanálisis, sobre todo en lo referido a la sexualidad. Sin embargo, le concede, con gran elegancia, “contemporaneidad” al viejo filósofo: “Estas aseveraciones no eran enteramente nuevas. El filósofo Schopenhauer había destacado la incomparable significatividad de la vida sexual con palabras de acento inolvidable; y, además, lo que el psicoanálisis llamaba sexualidad en modo alguno coincidía con el esfuerzo hacia la unión de los sexos o la producción de sensaciones placenteras en los genitales, sino, mucho más, con el Eros de “El banquete” de Platón, el Eros que todo lo abraza y todo lo conserva.” S. Freud “Las resistencias contra el psicoanálisis” (1924/25) Para presentar formalmente a Lacan en este texto elegimos una “puesta en contemporaneidad” del francés dedicada a Platón aún más desafiante:

“En otros términos, ¡Platón era, para todo decir, lacaniano! Naturalmente, él no podía saberlo.” J. Lacan, Seminario XIX Si Lacan dedicó parte de su tan mentado narcisismo y de su seducción expositiva a la irrupción intempestiva de Platón y otros tantos filósofos que entretejen su discurso es cierto que su puesta en contemporaneidad fundante, la que da sentido a toda su enseñanza, a toda su investigación es con Freud. Tanta tinta ha gastado la ortodoxia lacánica en leer el “retorno” al “pie de la letra”, religiosamente como los defensores de la originalidad del pensamiento lacaniano diferenciado de Freud. Aquel que pretenda ser crítico, por no decir contemporáneo, y no se deje seducir por las adhesiones ad hominem, por las adaptaciones pasivas dogmáticas, podrá ver, tal vez vislumbrar, cuál es el retorno y cuál la separación entre Freud y Lacan. Si pensamos siguiendo a Lacan ya no una temporalidad lineal, a la freudiana, sino un tiempo en bucle, una idea de lazo, un -après coupapoyado en una concepción del tiempo post cuántica podríamos, irreverentes y heréticos, pensar desde Freud en un “Retorno a Lacan”. Entonces, una vez más, un par dialéctico nos pondrá en contemporaneidad a dos de los pensadores más fundantes de la historia. Sólo por poner un ejemplo de juego dialéctico: suponiendo un lector actual que tiene ante sí el “nachtraglich” freudiano y el “après coup” de Lacan. Podríamos pensar una topología moebiana que ligara los dos conceptos con un sólo borde y un sólo lado. En ese caso forzado e hipotético: ¿Lacan retorna a Freud? ¿Freud retorna a Lacan? Un significante para otro significante, un lado, un borde. ¡Un concepto contemporáneo!

Consideraciones para freudianos o lacanianos religiosos Vuelve Schopenhauer, su texto (¿menor?) Palerga y Paralipómena, el diálogo pertenece al principio del capítulo “Sobre la religión”: Demófeles. Dicho sea, entre nosotros, querido y viejo amigo: no me gusta que en ocasiones hagas patente tu capacidad filosófica con sarcasmos y hasta

burlas manifiestas hacia la religión. Las creencias de cada cual son sagradas para él y deberían serlo también para ti. Filatetes. Nego consequentiam! No veo por qué yo debería respetar la mentira y el engaño a causa de la ingenuidad de otro. Siempre respeto la verdad; pero precisamente por eso, no respeto lo que se opone a ella. Se ha dicho que el viejo filósofo era un tipo malhumorado, categórico, dilemático, incisivo al leer en la oscuridad de su tiempo. Un tiempo con pocos grises, se adhiere a ortodoxias, la física es Newton; al pan, pan... Las cosas, doscientos años después no han cambiado demasiado. Pareciera haber dos tipos de lacanianos: Los que creen haber entendido a Lacan y aquellos a los que, íntimamente, les gustaría entenderlo. Como en el diálogo de Schopenhauer, estos asuntos suelen permanecer irresueltos... ¿Podríamos imaginar un Lacan encontrando su punto éxtimo en Freud y al mismo Freud encontrando su punto éxtimo en Lacan hoy? ¿Podríamos incluirlos en un sube y baja moebiano, inmixionarlos de otredad aún a riesgo de ser, nosotros, condenados a la hoguera de los inquisidores psicoanalíticos? Sí, inquisición: ¡Nada menos contemporáneo que un especialista! En la medida que este trabajo no tiene, afortunadamente, pretensión científica alguna, refiero una anécdota personal: Un amigo psicoanalista y músico argentino muy prestigioso, me dijo en una charla de café: “amo a Lacan, no me alcanzará la vida para estudiarlo, pero si me preguntan si soy lacaniano ¡digo que no!

Lo intempestivo en la escucha, en la mirada En la escucha de grupos operativos, entiendo que en la escucha analítica “de diván” y, si la ortodoxia lo permite, en todo evento cultural que pudiera mirarse psicoanalíticamente, lo intempestivo manda. El “Ça parle” como decíamos, el Otro que habla “a través de” y deviene en subjetividad, como fantasmática grupal observable, como lapsus en un analizante, como color sobre la tela, como melodía subyacente en una obra musical.

La barra represiva de la primera tópica, el can cerbero del Hades que llamamos inconsciente, permite el paso de lo contemporáneo, su irrupción. Desde la perspectiva mitológica, por buscar un ejemplo entre muchos, Orfeo ha descendido a los infiernos a buscar a Eurídice. La única condición puesta por Hades es que no se de vuelta, simplemente ascienda y su amada lo seguirá. Orfeo no resiste, duda, no confía y mira hacia atrás, Eurídice se ha perdido para siempre. Para ser contemporáneo hace falta irrumpir sin reflexión, intempestivamente.

Lo contemporáneo como destino Lo que irrumpe no puede repetirse. La contemporaneidad no puede volver a pasar, de hecho, aparece intempestivamente y arrastra multitud de individuos, los seguidores, los adherentes a los “ismos”. Pero ya es sólo un discurso, se articulará con subjetividades, perdurará inercialmente, ¡fundará la verdadera escuela! Ya no será contemporáneo. La contemporaneidad se burocratiza casi de inmediato, aparece esa suerte de religión de los que repiten palabras de Otro. Agamben termina su capítulo con una cita de W. Benjamin: “el índice histórico contenido en las imágenes del pasado muestra que estas alcanzarán la legibilidad sólo en un determinado momento de historia”. Si pensamos, irreverentes nuevamente, a Benjamin como psicoanalista y parafraseamos: Las imágenes (eso que hablará) alcanzarán “legibilidad” en un determinado momento del análisis, o de la tarea del grupo operativo en el caso de la psicología social. Las imágenes, devenidas en subjetividad, tendrán su momento simbólico, su contemporaneidad, hasta la próxima vez.

Sobre la falacia del título de este capítulo Entendemos que no hay retorno posible, ni de Lacan a Freud ni de Freud a Lacan. Hay una relación topológica moebiana que permite una contemporaneidad, un sesgo unario que podríamos llamar psicoanálisis.

Luego, ya se ha insistido en esto, la contemporaneidad genera burocratización y deviene en inercia hasta la próxima contemporaneidad. Al igual que en la banda de Moebius, el agalma (recordemos el Platón lacaniano), permanece excéntrico a los integrantes de una red vincular. Huye por un sólo lado, por un sólo borde, atrayendo, generando deseo.

Intervención XI La caja de cristal encierra una llave de oro. Sólo esa llave puede abrir la caja… Es imposible abrir esa caja que encierra su propia libertad. Esa piba está soñando, se diluye en su fantasma, se ensimisma, es ella y a la vez llave y caja y… La profesora intenta denodadamente explicar la extensión de no sé qué río y va asesinando la cosa a fuerza de bla, blá. La caja de cristal, romperla tal vez (romperla la mantendría intacta para siempre) o un pequeño diamante para generar un orificio tan pequeño como la llave, como un ritual de pasaje; un cambio sin retorno. La piba suspira: -tener la llave-. Seguramente la maestra insiste sobre el asunto del río Amazonas… El río es más extenso (res extensa dijo el que nos complicó todo, res cogitans) y ahora es mar y tsunami y la caja podría romperse sin la habilidad de quién maneje el diamante, el vidriero no existe, simplemente no existe. La maestra imagina sobre un pizarrón, dibuja su propio río que, a su vez, claro está, es el río de otro y de otro y del famoso Otro mayusculado, incontestable. La maestra imagina y habla, la piba finalmente navega sobre las olas que no alcanzarán orilla alguna, jamás… Un tiempo después, al timón de su pizarra, la piba devenida en maestra hará que otros vayan olvidando su caja de cristal y la inefable y perdida llave de oro. Un domingo por la tarde, a la hora del esplín y ya cerca de la jubilación, se preguntará porqué quiso ser docente. Su gato, finalmente neurótico también, repetirá por dentro: la extensión del Amazonas es de seis mil novecientos noventa y dos kilómetros y volverá, los gatos pueden si se les da la gana, a dormir sin soñar.

Hacia una pedagogía de la evanescencia “El maestro debe planificar su propia extinción” Murray Schafer

Volver a la sutil evanescencia del “sujeto del aprendizaje”, volver sin haberse ido nunca. ¿Aprender es saberse hablado? ¿Sentirse hablado? Debajo de ese grupo hay una red familiar latente, una fratria. Aún así el maestro sigue su plan. Dar una clase a partir de una planificación es como hacer el amor con una brújula y un cronómetro. Sin embargo las clases se planifican. Los docentes llevan planes en los bolsillos, actividades, respuestas a preguntas que seguramente no serán, conejos y palomas ilusorias dentro de una galera inútil. Para dar una clase y para hacer el amor se impone permitir que surja un tercero, mixtura, inmixión de dos “función y campo”, profesor y alumno. Hace falta una terceridad subjetivante. Lo demás es pretender saber más sobre las estrellas, por ejemplo, de lo que debiera saberse. Sólo un sabandija, no un maestro, se pone a “enseñar” (¿poner en signo?) lo que sabe. ¿A quién puede importarle un bledo lo que sabe el maestro? ¿Quién es el Otro que sabe? ¿Existirá algo peor que un especialista? La “seño” entró al aula y recibió un unísono de miradas de ritmo pulsante, un coro expectante de niños. El ojo que miraba fue visto, como en el poema de Machado: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve.” Propongo una definición provisional de grupo: “Un grupo es la mirada de unos niños, aunque esos niños tengan cien años.” Por detrás de esa mirada, el oficio del “enseñaje”, la construcción de subjetividad en la especificidad que sea. Desde lejos volvió, siempre

retorna, el neologismo rescatado por el viejo Pichon Riviere: “enseñaje”. Una propuesta para temerarios, una hipótesis: Un buen maestro con un total desconocimiento de la ciencia astronómica podría dar una clase de astronomía de excelencia (como le gusta decir al capitalismo) insisto, sin tener ningún conocimiento de planetas, estrellas y todos esos asuntos. Porque esos datos están en el teléfono celular, en la red, en los sumideros digitales de la erudición ¡en cualquier lado! Y, obviamente, porque es un buen maestro. De todos modos: ¿Qué es “un buen maestro”? Hemos introyectado el “recorta y pega”, ya no podría ser una “tarea para el hogar”, más aún parece haberse convertido en un destino para el discurso, la clase, los sueños, el amor y la propiedad intelectual... Los datos sobran tanto como los emisores… ¿Quién recibirá? La “seño”, decíamos, o el “profe” entra al aula. Cree que puede atrapar lo real con la red de lo simbólico, cree, es posible que crea, que puede transmitir una parte de lo inefable. Por más que lo crea es imposible... Sin embargo, insisto, tal vez lo cree... ¿Creerá que lo tiene y por eso puede transmitirlo? Tal vez será cuestión de fe... Como todo “porvenir de una ilusión” destinado al “malestar...” pero es posible, al menos, que crea que puede enseñar a usar la red... Diremos: a pescar algo (¿se dice así?) con la red. Se declama la construcción de saber pero se intenta denodadamente transmitir, adaptar, instruir, corregir, estereotipar, adaptar pasivamente. ¿Se podrá pescar algo? ¿Se podrá Inscribir algo sobre lo inscripto, resignificar, construir sobre la negación de la negación una nueva tesis, fecunda, anhelante, preñada de capacidad de asombro como la mirada de los niños? A partir de resignificar la asimetría podría plantearse una “educación moebiana”. Una cinta de Moebius, ya sabemos: un sólo lado y un sólo borde. La inmixión docente/alumno con un sólo borde y un sólo lado. Un

nuevo dispositivo, pedagógico: También Pichon Riviere homologó salud y aprendizaje. Alguien en vez de reflexionar se rasga las vestiduras forcluyendo la palabra alumno, la palabra docente, aún peor, forcluyendo la asimetría y por lo tanto la ley. Se pretende matar palabras cuando no se sabe qué hacer con ellas. Es posible que alguien piense que lo merecen, ellas matan “la cosa”. Pero las palabras no mueren tan fácil, se sumergen en la resignificación, en la cadena significante, se escanden, se anagraman, producen, emergen evanesciendo un “sujeto del aprendizaje”, protagonista de un saber síntesis, negación de la negación, tesis para la próxima instancia devoradora del devenir.

Intervención XII Función, campo y persona. Al igual que en dispositivo analítico, en el aula, hay función en el docente, campo en el estudiante y persona escondida tras la investidura de la función: El estudiante le pregunta a la persona y es la función la que contesta. -Seño, ¿para qué existe la “h”?-. La función contesta una sarta de indecencias ortográficas, la persona sonríe por dentro. La seño, celosamente, esconde una niña.

Intervención XIII La cinta de Moebius tiene la posibilidad de hacernos “topologizar” un aula, su circulación pedagógica. Podríamos, entonces, acceder de modo evanescente a su fantasma, a su “enseñaje”. Un sólo borde, un sólo lado. No es que las viejas curiosidades topológicas estén tan vigentes, ¡es que la educación atrasa más de cien años!

Intervención XIV Dijo Sancho: Que no eran sino molinos de viento... La edipización instala que el sueño, el sujeto pedagógico y el arte son los moradores más perspicuos del mundo del disparate. El mundo del disparate es necesario, diremos imprescindible, para sostener una especie de edipización (¿Deleuze?) urbi et orbi. Estas generalidades parecen ser el resultado del apareamiento brutal de un dios de boliche con la palabra (la palabra, un holy ghost). El aula es un bastión, tal vez el último, de la revolución. A pesar de todo, el aula debiera perseverar en el disparate, dejar ser, penetrar el absurdo y volver, soñar, descentrar, tornarse obra, arte, laberinto de espejos. Entonces sólo quedaría pensar la asimetría que, moebianamente, dejará que irrumpa el sujeto pedagógico. El sujeto pedagógico es gigante y molino de viento a la vez.

Pedagogía apofática Apofática significa negativa. Este término, con esto voy seguramente a reducir la cantidad de lectores, está tomado sobre todo de una corriente primeramente posplatónica que tomó encarnadura en alguna teología medieval. El caso más emblemático es posible que haya sido el famoso Pseudo Dionisio (siglo V). Sin embargo recomendaré un anónimo muy posterior de un místico inglés del siglo XIV. Este texto no está exento de haber caído en la propia trampa del saber positivo, sobre todo con relación a los mandatos morales y prácticas cerradas de la época. Aún así, pudiendo filtrar asuntos eclesiales incipientes o duros apotegmas morales a modo de preceptos, es una joya que sirve para sustanciar lo que aquí se expone. Me refiero al texto “La nube del no saber”. Ya el título, y tal vez en mayor medida que el texto, pongan de manifiesto una actitud perdida para nuestra época que trata desesperadamente a veces de recuperar: la contemplación, el vacío, el silencio, la profunda necesidad de un punto de intuición plena contra tanto derrotero racional, positivista... Solamente el título de un párrafo del texto mencionado, tomado casi al azar, permitiría resonancias interesantes: “De la simplicidad de la contemplación: que no se ha de adquirir por el conocimiento o la imaginación” Sin ir tan lejos ni recurrir a teólogos manifiestos, Jacques Lacan, esto para reconciliar estas palabras con algún psicoanalista desprevenido en su ortodoxia, tiene un maravilloso opúsculo “El triunfo de la religión” donde se perfila que ante el horror de lo que él llama “Lo Real” se volverá a la religión. Parece más importante la posible desvinculación de ese texto con el concepto freudiano religión, vista esta como epifenómeno de la neurosis obsesiva. Anticipando lo que se dirá a continuación, podríamos pensar el positivismo de Freud y la apofática, muy poco estudiada, del surrealismo lacaniano (casi una teología, ¡disculpen!). Resumiendo: Estos temas sólo se sugieren a estudiosos a modo de referencia.

La pedagogía se transita, formal o informalmente, desde un posicionamiento positivo. Se aprende “lo que es” diseccionado en escuelas, mejor dicho, contraponiendo escuelas, sumando, oponiendo, fragmentando, apilando sentido y sentido y cada vez más sentido. Palabras y más palabras, ya sabemos y vivimos en mayor o menor medida la silenciofobia de nuestra cultura y su profunda encarnadura en la ciencia positiva. Lo apofático, contrario sensu, se apoya en aquello que no es, o que no puede ser dicho. Propongo transpolar este concepto antiguo de intuitiva fecundidad a nuestro saber positivo modernoso (a diferencia de apofático aquí se hablaría de catafático, positivo). Digo, propongo, porque no desarrollaré este concepto hasta “positivarlo”. Esa es la trampa que nos ocupa, un supuesto saber catafático, positivo y del que es muy difícil escapar. Los accesos negativos, apofáticos a cualquier saber (¡Si es que hay más de Uno!) implican silencio, meditación, contemplación, observación ociosa. Un paradigma del que estamos más lejos que de la nube del mencionado autor anónimo... Si miramos nuestro historial académico, comenzado en el brutal “destete” del principio traumático de la escolaridad a los seis años o mucho antes, lo que queda es una colección más o menos florida de momentos memorables. Tal vez, volviendo a un cierto mirar positivo podríamos decir que la historia de nuestro aprendizaje es una colección más o menos saludable de momentos memorables (dignos de memoria). Llevando el argumento al extremo: Es posible que esas huellas en la memoria que nos subjetivizan, provengan de pequeñas experiencias verdaderamente extáticas de las cuales las palabras se han perdido y perdura la música, ¡siempre la música! Una pequeña digresión: Marius Schneider, un musicólogo de mediados del siglo XX intenta situar el origen de música en la separación de las “entonaciones” de las palabras. A modo de ejemplo: Basta escuchar el

chino hablado actualmente para entender lo que es un lenguaje tonal, se habla cantando, de hecho, la misma sílaba (el idioma es absolutamente monosilábico) tiene distinto significado de acuerdo al “tono” que el hablante le imprima. Como si los idiomas primitivos, naturalmente entonados, de pronto escindieran música y letra en caminos divergentes. Por un lado, quedará la música, ya como asunto cultural instituido, y por otro las lenguas modernas, menos cantadas, más monocordes. Siguiendo a los apofáticos y al ejemplo de Schneider: Aquello que aprendimos, no el montón promiscuo de datos inútiles que debimos soportar, es la música de una letra perdida que sigue dando sentido como una sombra, como un eco fantasmático y, es más, se vuelve más fecunda en el transcurso del tiempo lógico. No se podría terminar mejor estas palabras que con un ejemplo de uno de los poetas más grandes del tango argentino, Homero Expósito. Su poema “Chau, no va más”: “... seré en tu vida lo mejor de la neblina del ayer cuando me llegues a olvidar, como es mejor el verso aquel que no podemos recordar” Tal vez sea muy difícil encontrar metáfora más idónea, para describir de modo apofático un proceso de aprendizaje. Sólo queda el silencio, meditar y el placer inefable de la observación ociosa, la escucha de una sombra musical que susurra en el silencio de cualquier enseñanza fructífera.

Intervención XV Las huestes del “cerebrismo” avanzan sobre el aula. Neuro – inmuno – psico – anátomo – fisio – ¿Cuánto neologismo es necesario para taponar la falta, para enjaular al sujeto? Aula, jaula. ¡También el doctor Frankenstein es un biologista huyendo de la subjetividad!

Intervención XVI Pierce pensó el signo en tres instancias: representamen, objeto e interpretación. No pudo atrapar los colores en el aire sin comprometerse, no quiso. Saussure puso cromatismos alados por debajo y por encima sonó: mariposa, buterfly, papillon... Lacan subvirtió todo porque odiaba los alfileres; las mariposas en sus alfileres. Entonces, no hay disputa en esto, sobre la hiancia volaban significantes, libres de paréntesis y flechitas de biunivocidad. El sinsentido fue finalmente el acceso a lo más profundo de lo humano, en otras palabras: Hablamos, ¡estamos castrados! Es imprescindible aprender siempre, por eso nunca aprendemos nada... El mismo Freud consideró “educar” como uno de los tres imposibles.

Intervención XVII Clase de música: ¿Es un oboe o un corno inglés? Suena una grabación. De pronto disparos, gritos, caos entrando por la ventana. El aula poblada de miedo, desbande… Los alumnos corren hacia la puerta. Sirenas que se acercan, silencios breves, hiancias acústicas que permiten escuchar un aerófono irreconocible… Vuelven los gritos, la ventana, su encuadre insuficiente, invoca un desorden que sólo puede imaginarse, no se ve nada desde el aula. Un minuto después ya no hay alumnos, sólo un profesor, actor sin público en medio de su pirueta cumpliendo con lo planificado, explicando las virtudes de los instrumentos de la orquesta académica.

Entre el vacío y el “horror vacui” “Ay, bandoneón, entre un pañal y un funeral saqué tu son. Fanáticos de amor amamos, y al final un síncope de tangos nos retuerce en su espiral.” “Mi loco Bandoneón” (fragmento) Piazzolla y Ferrer (1981)

Desde Schopenhauer hasta la fecha la introducción del pensamiento oriental (por llamar de algún modo a ese “movimiento anímico” mezcla de corazón y ratio, homologable al pensamiento occidental pero menos condescendiente con la lógica aristotélica) ha ido dando lugar a la idea de “vacuidad”. El vacío, paradojalmente, se ganó o siempre tuvo su espacio y su protagonismo en la pintura monocrómica del oriente extremo, en la filosofía de Nagarjuna (S. III) e innumerables pensadores, en la poesía “Haiku” y, tal vez, en toda aquella zona de la cultura que en occidente seríamos proclives a llamar “minimalista”. El vacío no sólo se resiste a desaparecer en el papel de arroz del maestro calígrafo, sino que se convierte en sustento y, eventualmente, en tema central. La figura se ha vuelto fondo o es posible que su dilusión haga tambalear la idea de “figura fondo” como par dialéctico en estos ámbitos permisivos con la vacuidad. ¡Los occidentales, en general, ni como fondo han querido tolerar al vacío! Al menos hasta la irrupción cultural del Este. Tal vez la obra de John Cage 4´33 (teatro musical, 4 minutos y 33 segundos de silencio) en arte y la entrada del Zen con todas sus connotaciones, sean un punto culminante de la jerarquización de la vacuidad tolerada por el Siglo XX.

Cabe preguntarse por el opuesto al vacío, justamente el “horror vacui” (miedo al vacío) compartido desde el Rococó a la época victoriana, desde algunas manifestaciones del arte de la antigüedad hasta cualquier programación televisiva contemporánea. El mandato es llenar, que no quede un segundo sin información, un centímetro cuadrado sin dibujo, como los viejos embaldosados de los patios antiguos. ¡Compulsión a llenar! ¿Es el vacío la tolerancia a “la falta”? Mejor formulado: ¿Implica una cultura dispuesta a tolerar la falta, ese inexorable motor de la historia, dar lugar al vacío en sus manifestaciones de toda índole? Considerando que la “lógica de pensamiento” de un neurótico se fundamenta necesariamente, según el psicoanálisis, en una inscripción de la ley que no dista de ser una aceptación de la falta: ¿Es el monto de “horror vacui” de una cultura directamente proporcional a su intolerancia a la falta? ¿Sería posible pensar que sociedades supuestamente desarrolladas y de un capitalismo incuestionado no toleraran la angustia, mejor decir las dos angustias: la de haber perdido para siempre aquel paraíso original (objeto perdido) y la certeza de pérdida futura, imposible de representación, que traerá morir? ¿Será que el consumo desmedido funciona casi como una formación de compromiso emparentada a la procastinación de la decisión de aceptar o no aceptar el vacío? En definitiva de aceptar o no la ley. Si lo llevamos más a las dinámicas sociales modernas: ¿Será que los terribles pasajes al acto del terrorismo en cualquiera de sus formas o identidad de origen no son más ni menos que exceso de procastinación social generando irrupciones, erupciones, de transgresión, liberación de una tensión insostenible? Volviendo a la cotidianeidad del sujeto barrado del psicoanálisis, a su falta, dos vacíos limitan su devenir actual durante toda su génesis, las dos pérdidas le demarcan su tiempo, el objeto perdido para siempre y el final inexorable. Mientras tanto están los sueños (incluso los diurnos), la sensación de estar “en construcción” que propone el ideal del yo freudiano y las múltiples ideaciones de un “más allá”.

Mientras tanto, en el “dasein” pulsa la demanda de amor repetida hasta el extremo de constelar la verdadera naturaleza del deseo como planteara en la topología del “toro” Lacan. Cierra un poeta, con una síntesis que parece mucho más cercana a la inscripción imposible, como suele suceder con los poetas. Extraigo parte del texto del epígrafe: “… saqué tu son. Fanáticos de amor amamos, y al final…” ¿Sabrán los poetas antes que Lacan, que toda demanda es demanda de amor desde aquel misterioso “plus” de la perdida “primera vez” hasta la no representación del final?

Intervención XVIII Algunos enseñantes, simplemente gozan el parentesco etimológico entre profesor y profeta. Toman el atril como pastores, no son pastores. Miran como políticos en campaña, sus estudiantes se vuelven votantes a su mirada. Revolean sus libros con furor homilético. Pontifican, en fin, como el Papa ex cathedra. Hubo un problema en “el corte” -dijo el viejo jugador de truco- hay que barajar y dar de nuevo. La educación, tal vez, haya perdido de vista sus barajas.

Intervención XIX De pronto el aula es un signo. Un polo técnico superior, Significante y un polo fantasmático, afectivo, debajo de la barra. Un aula está llena de fantasmas buscando llegar a un acuerdo, sólo el sujeto pedagógico escucha, también tiene una tercera oreja, como en el consultorio del analista. Sólo los lugares fantasmáticos son capaces de creación a partir del reino del disparate. el aula, los sueños, el arte. El reino del disparate son fisuras, transas diríamos, entre el que habla y el cancerbero que vigila la castración (nunca del todo...) Es posible que siempre haya al menos una mariposa devorando al coleccionista, clavándole un alfiler en medio de la academia.

Intervención XX El maestro ilustre, el de hablar benemérito, dijo: -No se entiende nada. Tenés que saber qué decir y a quién se lo decís-. El alumno respetuosamente se retiró del juego. Por dentro le escupió la cara, lo abofeteó y lo insultó hasta hartarse. Por dentro ¡la mariposa estaba viva! Dijo Miguel de Unamuno hablando de su homo sentimentalis: “tal vez, también por dentro, el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado”.

Intervención XXI Como sombras chinescas la infancia toda en la pared. Las manos de la madre conejos y pájaros y serpientes reflejadas. Sombras de lo “no decible”, me explico: diverso de lo no dicho de la neurosis. Ya habrá tiempo... Mañana un niño comienza su escolarización primaria.

Sobre el autor Juan Trepiana, nacido en Buenos Aires, es músico, docente y psicólogo social con formación permanente en el psicoanálisis de Freud y Lacan. Ha incursionado también en estudios orientales referidos al taoísmo y el budismo Zen, así como la psicología analítica junguiana. La impronta de autores como Giles Deleuze, Didier Anzieu, Foucault, Agamben, así como cierta concepción fragmentaria al estilo de Barthes o Blanchot se hacen presentes también en su escritura. En el área artística ha trabajado con distintos intérpretes y participado de producciones discográficas como solista y director musical con artistas destacados del medio, siendo digno de mención "Flor de tangos y poemas" con el Maestro Horacio Ferrer, con quien se presentó a nivel nacional e internacional durante más de una década. Compuso música original y participó en la dirección musical de obras de teatro, danza y cortos cinematográficos. Fue profesor de "Sensibilización musical", "Música y movimiento" y "Recursos sonoros" del Profesorado Nacional de Expresión Corporal del Instituto Superior del Profesorado de Danza "María Ruanova". Profesor de "Producción y análisis musical I y II" y "Didáctica de la música I" del Profesorado de Educación Musical de la Escuela de Arte "Leopoldo Marechal". Por iniciativa del Maestro Horacio Ferrer, en el año 2003 participó del diseño pedagógico-curricular y puesta en marcha del "Conservatorio de estilos Argentino Galván" dependiente de la "Academia Nacional del Tango" siendo coordinador del mismo. En área psicosocial trabajó como coordinador de grupos en la formación de psicólogos sociales de la “Escuela psicoanalítica de psicología social” (EPPS)

Actualmente a cargo de las cátedras de "Piano tango", "Práctica de conjunto de tango”,” Espacio de la práctica docente" y "Didáctica de la música" en la Escuela de Arte "Leopoldo Marechal” Es profesor en la Escuela de iniciación autoral "Sebastián Piana" (SADAIC) de "Lectura y escritura musical" Coordina grupos de estudio sobre pedagogía, psicología social y psicoanálisis para docentes de distintas especialidades. [email protected]

Índice Praeludium sine qua non Intervención I Digresiones preliminares Desorientación necesaria o “Variaciones sobre un juego de ajedrez” Mirada Teóricos y más teóricos Variaciones sobre la inutilidad o la lógica dominante La vuelta a Lacan Reparaciones y reparos Bancarizaciones, claroscuro, sube y baja

Intervención II Intervención III “Nonólogo” (apotegmas insurgentes para docentes de cualquier área) Intervención IV Un gato castrado o la irrupción de lo real Breve relato clínico de un amor mitológico Intervención V Sísifo y la invención del goce Laberinto de espejos Memorias de un parque de diversiones Sobre las prescripciones curriculares Escolaridad y edipización forzada Entre Parsifal y Edipo Planes, planes y más planes educativos

Hefesto, Ravel y los antidepresivos (esquizorrelato) Prescripciones preliminares: Motivo de la consulta:

Intervención VI

Intervención VII El amor en el aula El viejo Helios (un cuentito griego sobre función paterna) Intervención VIII Intervención IX Intervención X Casandra en el aula Freud, ¿un retorno a Lacan? (un texto para psicoanalistas no religiosos) Pequeño preludio Algunas consideraciones sobre lo contemporáneo El lenguaje como primera irrupción contemporánea La vuelta a Freud o la puesta en contemporaneidad Consideraciones para freudianos o lacanianos religiosos Lo intempestivo en la escucha, en la mirada Lo contemporáneo como destino Sobre la falacia del título de este capítulo

Intervención XI Hacia una pedagogía de la evanescencia Intervención XII Intervención XIII Intervención XIV Pedagogía apofática Intervención XV Intervención XVI Intervención XVII Entre el vacío y el “horror vacui” Intervención XVIII

Intervención XIX Intervención XX Intervención XXI Sobre el autor