Cuestión de clase. De la crítica de la sociología a la acción política revolucionaria [1º ed.]
 9788419160447

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JESÚS RODRÍGUEZ ROJO

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Cuestión de clase De la crítica de la sociología a la acción política revolucionaria PRÓLOGO DE AMDRÉS PIQUERAS INFANTE

1

UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

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Bellaterra Edicions hora traes al ries

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Diseño de la colección: Dani Rabaza (Munster Studio)

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Diseño original: Joaquín Monclús Mustración de la cubierta: Dani Rabaza (Múnster Studio)

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Título: Cuestión de clase. De la crítica de la sociología a la acción política revolucionaria

Corrección de Damián Queirolo O Jesús Rodríguez Rojo O Andrés Piqueras Infante, del prólogo

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O Bellaterra Edicions (Cultura21, SCCL), 2023

Bellaterra Edicions (Cultura21, SCCL) C. de la Foneria, 5-7, bajos, 08243 Manresa

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puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-19160-44-7 Déposito Legal: B 12309-2023

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Índice

Prólogo. Andrés Piqueras Infante

11

Introducción

15

Del método materialista de conocimiento como parte de la acción

19

Primera parte. A vueltas con la categoría de clase social. 27

O el porqué de la crítica de la sociología

Capítulo 1. Las clases sociales en la sociedad de productores libres de mercancías La especificidad histórica del modo de producción capitalista

29 29 30

El trabajo social y sus formas de organización

De la mercancía al capital como sujeto rector del modo de

34

producción capitalista

Las personas en el metabolismo social capitalista: las clases sociales

40

La clase capitalista: personificación de los capitales individuales

43

La clase obrera: personas «doblemente libres»

45

En busca de la determinación esencial

AS

La clase obrera ante el desarrollo de la acumulación del capital

48

Solidaridad, «conciencia de clase» y conflicto. Ese complicado «pero»

52

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Cuestión de clase

Capítulo II. Las clases sociales en la sociología Qué es y qué estudia la sociología Abstracción y continuum. La clase en la sociología weberiana Método y resultado de la sociología interpretativa Las clases en la teoría social después de Weber

57 57 64 64 70

Interludio: sobre la recepción de Marx por la sociología Del modo de producción a la «formación social». Las clases en la sociología marxista

79 80

Los albores de la sociología marxista

Las clases en la sociología marxista La aurora de la total indeterminación, el ocaso de la teoría de clases

91 95

O

Definiciones múltiples, ¿criterios inconmensurables?

A

Segunda parte. La determinación clasista acerca de los colectivos. Controversias contemporáneas

101

Capítulo III. Arriba y abajo: los extremos en el continuo social

103 103 105

La minoría opulenta y poderosa Las teorías clásicas de las élites, o de la naturalización de la jerarquía

Las modernas teorías socio-politológicas de las élites: ¿están los gobernantes unidos? Monopobhos, élites e imperialismo. Una polémica marxista

Desempleo, exclusión y precariedad

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La «funcionalidad» de la marginalidad y la exclusión Inciso: fin del trabajo y... ¿orfandad de clase? Exterioridad y subjetividad revolucionaria del marginado La cuestión del precariado

Capítulo IV. Las problemáticas de la «clase media» Acerca de la burguesía pequeña El marxismo y la alianza con la pequeña burguesía

La «clase media» asalariada Debates sobre el poder: de los intelectuales a los cuadros Salario, condición y conciencia de clase. La problemática de la aristocracia obrera

El trabajo intelectual y las clases sociales. Los debates en la era digital

Capítulo V. Las clases sociales en el contexto rural

109 111 114 116 119 120 123 127 128 131 135 138 143 148 153

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Índice

La especificidad del capital en el agro.

¿Es el terrateniente una clase soci a]?

Campesinado y desarrollo capita lista: de nuevo sobre ] alia

nzas entre clases, en este caso a cu enta de la eeforria aria

Capítulo VI. La clase social más allá de lo «económico, Preludio: sobre el dominio de la economía y los límites

a 156

0

de la lucha de clases

169

Mujer, familia y clase social La clase de los esclavos. Breve comentario general acerca

165

de la relación entre clase y raza Obreros y estudiantes... ¿Unidos y adelante? La locura de clase y las clases de locura

169 174 176

Tercera parte. Ciudadanía y acción política de clase. Para el proyecto comunista

181

Capítulo VII. Estado, derecho y ciudadanía en la sociedad de clases El Estado, forma política del capital social

183 183

La clase de los trabajadores de la administración pública Acerca de la concepción transhistórica del Estado El Estado y la lucha de clases: una relación interior al modo de producción capitalista

185 187 191

195

El derecho en el modo de producción capitalista Una mínima aproximación al debate por el contenido del derecho Estado de derecho, derecho de clase, estado de clase

(el iusmarxismo)

196

198 202

La condición de ciudadanía del Estado de ciudadanía. Capítulo VIII. Lucha de clases y condición

205 Un recorrido histórico ad en 206 El legado jacobino. Conflicto ciudadanía versus propied 206 o la Europa de preguerras E criticos La —raquítica— ciudadanía liberal y sus primeros republicano El movimiento obrero, heredero del proyecto

nía en la tendencia La exuberancia de la condición de ciudada hacia la indiferenciación relativa de la clase obrera y «pacto socialdemócrata» Centralización del capital, lucha obrera

214 2

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Cuestión de clase

De la metamorfosis de la clase obrera a la de sus organizaciones y sus luchas tras las guerras mundiales

219

El declive de la ciudadanía ante el cambio de tendencia hacia

la diferenciación de la fuerza de trabajo

223

Contenido y forma del viraje «neoliberal

224

El colapso de la identidad obrera y las nuevas formas de la

lucha de clases

228

Capítulo IX, La democracia, el «gobierno del pueblo» en disputa

233

Qué entendemos por democracia Las contiendas alrededor de la democracia representativa

233 235

La lucha obrera contra el parlamentarismo. Partidos,

consejos y autonomías en el debate italiano

236

Antinomias en la teoría liberal de la democracia representativa

242

¿Voto de clase? Mínimo comentario acerca del comportamiento electoral clasista

248

La democracia, a las puertas de la empresa

251

La temprana lucha por la democracia industrial De las condiciones laborales al control

Expansión democrática, desarrollo de las fuerzas productivas y

acción revolucionaria clasista

251 253 258

La necesaria impenitencia del análisis y del partidoclasista

263

Anexo de figuras

269

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Prólogo ANDRÉS PIQUERAS INFANTE

Si algo distingue al marxismo de otros métodos de conocimiento es su carácter práxico, es decir, su intencional proyección política. Proyección que conlleva un inseparable compromiso con la realidad que se desvela y desentraña para dotar a los sujetos sociales de las clases subalternas de la capacidad de transformarla en su favor, esto es, en el de las grandes mayorías de la población (las que viven de su trabajo, sea asalariado o

no). Ahí radica la irrenunciable condición política del marxismo. Si le

extirpamos tal componente o proyección, le convertimos en una teoría

más a competir en el mercado académico y con el de las modas sociales promovidas desde los distintos centros de poder; le desproveemos de mordiente política, de potencia transformadora, adecuándolo, pues, para

entrar en el juego de lo contingente, tan del gusto del paradigma «post»,

que con tanto ahínco busca la academización de lo político, relegando siempre la politización de la academia. Pero, claro, eso ya no es marxismo. En general, los distintos poderes y sus traducciones teórico-empíricas y técnicas de investigación están pensados tanto para dificultar la comprensión de las bases del mundo social como de los sustentos, mecanismos y causas de los poderes que nos atan. Extraen información del cuerpo social para inyectarle entropía, individuación de sus prácticas, parcelación de lo existente, fragmentación del conocimiento... El marxismo, por contra, tiene un punto de entrada al mundo que es la relación de clase, esto es, el de la explotación entre seres humanos. El cual nos 14

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Cuestión de clase

conduce indefectiblemente a las condiciones de Poder, Desigualdad y

al tiempo de Lucha que conforman de manera básica pero diferentemente en cada momento histórico nuestras sociedades, también su

propio decurso, constituyendo los elementos nodales de análisis de la

historia humana desde la erección de las sociedades desigualitarias, Es decir, el marxismo desnuda las condiciones de dominación, desvela las claves de la explotación, explica la construcción de unas u otras formas de ser personas, de pensar y ver el mundo. Desmenuza, en con-

secuencia, el «sentido común» que prevalece en cada formación social.

Pero porque para el marxismo la teoría es parte del dialéctico «movimiento real» de la sociedad, del devenir histórico-social engarzado en la agencia humana, y por tanto en las claves de Poder, Desigualdad y

TT

Lucha vinculadas a la explotación intra-especie, el rastreo de esas claves

resulta imprescindible para el análisis de sí mismo. Un «marxismo del

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marxismo», propio de una teoría crítica de la historia que busca trazar

al tiempo una historia crítica de la teoría. Posible porque su praxis le permite nutrirse de la cambiante realidad que se va construyendo, para enriquecerse a sí mismo cual permanente renovado cauce de análisis, crítica y emancipación. Pero atención, un método de conocimiento del mundo que quiere

desenterrar las raíces de las que este brota en el presente para sembrar otras antagónicas, pretendiendo con ello el análisis de la totalidad social,

entraña, inevitablemente, un amplio abanico de versiones e interpretaciones, que a su vez dan lugar a distintas tradiciones o escuelas. La dialéctica de la vida y de lo social no es compatible con el monismo interpretativo, el dogmatismo teórico, el monolitismo pragmático, invariables recetas políticas, repetición de formas lingúiísticas o «consignas» ni, en general, con elementos cognoscitivos fijos o solidificados. La

II

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VO

praxis, por el contrario, es el continuamente actualizado y contrastado

encuentro del conocimiento con la acción humana. En los resultados de esa confluencia es donde se pueden evaluar puntos de partida e interpretaciones, análisis y desarrollos teóricos. Jesús Rodríguez Rojo nos ofrece una incursión agudamente crítica por el marxismo, precisamente en algunos de sus principales puntos de

estudio sujetos a debate. Cuestiones de fondo, relaciones, procesos, pre-

TA

guntas para entender la cualidad del mundo que habitamos, así como

dónde nos situamos en él. Un libro dialéctico que nos deja quizás más preguntas que respuestas, que no cierra los capítulos con pretendidas soluciones argumentales «explícalotodo». No hace falta compartir todas 12

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Prólogo

sus propuestas (y el autor sabe que discrepamos en algunas de ellas, lo que aún habla más a su favor), para reconocerse y sentirse parte de la

categoría del método presente en las mismas en cuanto que revelador de la agencialidad humana, con sus constreñimientos y potencialidades; posibilitando precisamente a través del cuidadoso traslucimiento de unos y otras que aquélla sea más libre. Así, transversal a todo el libro se halla el siempre espinoso pero insos-

layable tema de las clases sociales, que Jesús quiere explicar para distintos ámbitos y desde amplias y fundamentadas consideraciones, incidiendo también en el propio encuadramiento en una u otra clase. Otros temas clave, como la condición del Estado o la de la ciudadanía, así como la

cuestión de la democracia y el derecho, o la de la propia Sociología, son

tratados con coherencia argumental. Sirve todo ello, además, para hurgar en el no menos complejo y debatido tema, raigal al análisis marxista, de las posibilidades transformadoras de la clase trabajadora. No se le escapa al autor correlacionar tal dimensión con el, para tantos, pantanoso análisis de la conciencia de clase. De hecho, el punto decisivo al que conduce todo su planteamiento, y que es a la vez premisa de partida (la que desarrollara nuestro cercano Juan Iñigo Carrera), es que la conformación de la clase trabajadora como sujeto revolucionario superador del capitalismo está vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas y a la consecuente centralización máxima del capital con su representación o traducción política en forma de un Estado mundial. No sé si, por ejemplo, Engels y Marx, la I Internacional y las grandes batallas proletarias de la historia que llevaron incluso a principiar procesos de transición al socialismo, podrían sentirse, por tanto, «avanzados a su época», a su momento histórico«pre-centralización máxima» (¿fueron expresiones de conciencias

de alternatividad sistémica que no se correspondían con el desarrollo de las fuerzas productivas y la centralización del capital habidas en esos

momentos?). Tampoco parece claro que el capitalismo pueda vivir sin

a su competencia interna y con una única coagulación política (Estado)

frente. Ni siquiera si podría superar su tendencia degenerativa y el consecuente caos social y ambiental que la acompaña, antes de «centralizarse»

del todo (lo que hoy por hoy parece poco probable), pero se nos presenta

aquí de nuevo este desafío teórico que no puede desconsiderarse, como quien rompe un papel en trocitos, sin entrar en una rigurosa exposición

disección de conceptos. Más bien, por eso mismo, constituye otra de

las grandes fuentes de debate que redundan en el enriquecimiento del

marxismo. Jesús, con seriedad y buen conocimiento de lo que plantea,

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Cuestión de clase

con aplomo sobre lo que quiere transmitir, tiene por delante un largo recorrido de aportación a ese enriquecimiento, para cuya contribución todos necesitamos algunas dosis de ductilidad-flexibilidad dialéctica, sobre todo según se enmaraña la complejidad sistémica en esta etapa del capital. Nuestro autor será sin duda, lo es ya, una de las figuras a tener

en cuenta en ese camino. Hay un punto, en cualquier caso, que no podemos nunca pasar por alto, y es que existen muchas lecturas posibles de Marx, pero no todas tienen la misma traducción política, y por tanto no son intercambiables

ni equivalentes. Desentrañar los parámetros del orden y del poder social en las relaciones sociales (como meta-método político) y en la propia investigación y saberes (como «meta-ciencia»), con el objetivo de con-

vertir a los individuos en protagonistas de su propia vida para que se doten de conocimiento situado, comprensión del todo en el que se

hallan, y para que al tiempo sean capaces de analizar y combatir los poderes que les atraviesan y que a la vez se concentran o convergen en el Poder del Capital... Frente a esos objetivos es que hay que medir la potencialidad y valía de cada interpretación, sus implicaciones, sus

logros. Como claramente destacó Marx, es en la práctica donde se dirime

«la verdad» de unas u otras teorías y visiones del mundo. Su capacidad

para resolver los problemas humanos y emancipar a estos de explotación y dominación es el cedazo final por el que ha de pasar cada propuesta. Dejémonos, pues, interpelar por este generoso en contenido, aportador libro.

14

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Introducción

Hablar de clases sociales, en según qué entornos políticos o académicos, es motivo de amonestación. «Las clases ya no existen» es una frase que

hemos escuchado en repetidas ocasiones. No es fruto de la casualidad,

sino de una sucesión de derrotas que han ido arrinconando a los valedores de esta noción cada vez más en una relativa marginalidad. Este libro, en semejante contexto, es doblemente herético. Primero, porque parte de la férrea y racional convicción de que las clases sociales continúan existiendo, tanto o más que nunca. Segundo, porque tiene la pretensión de explicar esas derrotas que nos llevan a pensar que las clases no existen a través de la propia categoría de clase social. Pero ese no es

un camino que pueda ser plácidamente transitado: toda la investigación que culmina con estas páginas nos ha llevado a replantearnos radicalmente los cimientos sobre los que se elevan las teorías sociológicas de las clases sociales. Para hacerlo, nuestras mejores herramientas han sido

las contribuciones que se enmarcan en la llamada crítica de la economía política, esto es, aquellas que parten de los planteamientos formulados por Marx en sus más sistemáticos y últimos trabajos. Esta pretensión, que en términos más amplios puede formularse como la de reconstruir la noción de clase con vistas a la comprensión de su acción política, que

es la nuestra, determina la estructura del libro.

En torno a la descripción -término que preferimos a «definición» de la categoría de clase social girará buena parte de este trabajo, su núcleo. De lo que se trata es de ofrecer una elaboración acerca de la clase social 15

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ALLA Y CCAA

Cuestién de dase

que nos permita recoger del modo más fiel posible la realidad que tratamos de aprehender. Solo entonces estaremos en disposición de encarar

otras diferentes y señalar sus virtudes, pero también sus defectos. Para ello, comenzaremos por desplegar de un modo escueto y conciso nuestra propuesta, la cual se sustenta, como anunciamos, en la crítica marxiana

de la economía política (capítulo 1). Tan solo una vez postulado un

desarrollo positivo, podremos afrontar un diálogo nutritivo, que queda

por completo abierto, con las alternativas existentes. La confrontación de ideas aparece aquí como único método para evaluar las virtudes, y también defectos, del propio desarrollo. En primer lugar, atenderemos

a los planteamientos de la sociología no marxista y, después, a los de la

marxista (capítulo 11). Aunque no sean en absoluto compartimentos

estancos ambas tradiciones, la sociología marxista tiene ciertos rasgos propios y comunes, además de un inmenso volumen de trabajo sobre estas cuestiones, que la hacen merecedora de un trato más específico.

Trataremos de concluir esta primera parte problematizando la idea de que existe un abismo insuperable entre unas y otras propuestas. Una vez clarificado qué son las clases, es importante aterrizar esa categoría sobre colectivos particulares. Lo haremos, de nuevo, a través

de la discusión. Pero en este caso no estará organizada de acuerdo a tradiciones o autores, sino en cuanto a temáticas. De ese modo, se profundizará en los asuntos que nos atañen eludiendo la, creemos, en ese

punto estéril discusión de la adscripción escolástica de los analistas abordados. Aprovecharemos esos asuntos para nutrir el desarrollo po-

sitivo con nuevos elementos que lo hagan más capaz de aproximarse a

realidades concretas. Se atenderá a lo que ocurre en los extremos de la estructura social: en las «capas» o «estratos» más poderosos y adinerados, y en los más empobrecidos (capítulo 111). Después, volveremos la vista hacia lo que queda entre unos y otros, la conocida «clase media» (capítulo IV). Finalmente, será el turno de diferentes realidades que han

gozado, por buenas razones, de una atención particular, como lo son las

clases en el entorno rural (capítulo V ); también aquellas normalmente no tomadas como «económicas» ni, por ende, como clasistas, como son, sin ir más lejos, la raza o el género (capítulo VI). Con ello se cerraría una segunda parte, con la que trataremos de enriquecer sustancialmente

la categoría de clase previamente acotada. Para concluir, examinaremos las determinaciones propiamente polí-

ticas de la acción clasista, especialmente aquellas que la vinculan con la

condición de ciudadanía, con la que ha tenido una relación tan compleja 16

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Introducción

como digna de atención. Ántes de hacerlo, es ineludible introducir nociones centrales en este plano, como lo son la de Estado, derecho o propiamente la de ciudadanía (capítulo VII). Tras esto, estaremos en

disposición de sintetizar, siguiendo un orden más propiamente cronoló-

gico que escolástico o temático, los momentos clave que ha atravesado la relación clase-ciudadanía principalmente en los que llamaremos «países clásicos» (capítulo VII). Para terminar, nos pararemos sobre uno de los

términos claves del pensamiento jurídico y político moderno, el de de-

mocracia, con tal de examinar su, adelantamos, íntima relación con la acción política clasista (capítulo IX). Esta tercera y última parte, comple-

menta a las anteriores, permitiéndonos ubicar muchas de las controversias

que antes se analizaron sucesiva y más minuciosamente en un movimiento de más amplio espectro y articulado. A fin de cuentas, lo importante no es solo, pongamos por caso, qué dijo Bell, sino qué estaba ocurriendo en

las esferas económicas y políticas cuando lo dijo, Flanqueando este desarrollo, cuyas partes se complementan entre sí,

se incluyen dos apartados adicionales. El primero, que se encontrará inmediatamente después de esta introducción, aspira a recoger las suficientes consideraciones metodológicas para afrontar el despliegue de la subsiguiente investigación. En el otro extremo, al final, se trata de sin-

tetizar la propuesta anteriormente formulada con vistas a lograr el ob-

jetivo siempre presente en las obras de esta guisa: potenciar la forma en que organizamos nuestra acción política. De este modo pretendemos contribuir a escapar de todo reduccionismo, tanto del que se impone desde cierta mal llamada ortodoxia, que trata de concentrar en una mal entendida «economía» el conjunto de malestares que atormentan a la población, como del sostenido por quienes se esfuerzan en atender a todo

ese rango de opresiones, pero para ello reduce efectivamente la clase a una variable, a un vector más que introducir en una amplia matriz de discriminaciones. La centralidad de la clase no reside en ningún atributo destacado de un grupo social ya cohesionado, sino en la capacidad revo-

lucionaria que porta un colectivo tan amplio como heterogéneo, y tan maltratado como potenciado por la misma dinámica capitalista.

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Del método materialista de conocimiento como

parte de la acción

A la verdad no le pertenece sólo el resultado, sino también el camino. La investigación de la verdad tiene que ser ella misma verdadera, la verdadera investigación es la verdad desplegada, cuyos miembros dispersos se reúnen en el resultado. KarL Marx”

Siempre es problemático plantear el problema del método «en abstracto», precisamente porque, como estamos a las puertas de sostener, no se puede entender por dialéctico un procedimiento de conocimiento separado de cualquier concreto material. Aun así, puede resultar ciertamente útil, para quienes se enfrenten a la lectura de estas páginas, ofrecer previamente a método cualquier desarrollo, algunas consideraciones mínimas sobre el de de conocimiento que nos ayude a situarnos, y situarlo, en el proceso Puestos investigación y análisis al cual este trabajo pretende contribuir. tomar a ello, si se tiene que elegir un punto de partida, no parece osado ancestros por tal la ob ra de Hegel. No tendría sentido remontarnos a los más del pensami ento «dialéctico» —como sería deseable para un estudio ocupa. Como tampoco lo tiene minucioso— de cara a la tarea que nos 1

Karl Marx, «Observaciones sobre las recientes instrucciones para la censura en

Torres, 1983, Prusia», pp. 25 -48 en En defensa de la libertad. Valencia: Fernando ,

p. 30.

19

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A O

. Nos profundizar en la en extremo polémica relación entre Marx y Hegel de la conformaremos con ofrecer un bosquejo a partir de ciertos pasajes Filosofía del derecho, seguramente, al menos en consonancia con la eyidencia textual que nos legó, la obra que más significativa resultó para el n germano. extemporáneo intercambio entre ambos pensadores de orige

Entre sus páginas podemos leer:

170 1

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1

06

A OE

Cuestión de clase

Considerar algo racionalmente, no significa traer la razón al objeto

desde fuera y elaborarlo con ella, sino, significa que el objeto es, por

TITS ST LOST

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1

120 1 ART

1

10401

19 1

sí mismo, racional; aquí es el espíritu en su libertad la culminación suprema de la razón autoconsciente, la que se da realidad y se crea como mundo existente; la ciencia sólo tiene la tarea de llevar a la

conciencia este trabajo propio de la razón de la cosa”.

Hegel sostiene que la razón de las cosas, su «lógica», no brota de su exterior, sino que es interior a ellas y por tanto inmediatamente exterior a la conciencia que a ellas se aproxima, sería, en el sentido más pleno del término, objetiva. La labor de la ciencia no sería en este sentido más que la aprehensión de esta racionalidad. No hay un cisma insuperable entre el conocimiento y la realidad, más bien al contrario, existiría una identidad entre pensar y existir, entre noción y realidad: «En un sentido especulativo la manera de existir de un concepto y su determinación,

constituyen una sola y misma cosa»?. El idealismo, que sin duda es notorio en la filosofía hegeliana, no se da en una vertiente subjetivista (como tal vez podrían ser calificadas otras vertientes del idealismo alemán) que sitúe el énfasis en la perspectiva desde la que se interprete la

realidad, más bien se trataría de un idealismo objetivista que concibe

las categorías como atributos propios de la existencia”. Estos desarrollos tardíos de Hegel serían recibidos no muchos años después por los más tempranos estudios de su más avezado y crítico

discípulo, Karl Marx, Sería él quien se apropiaría críticamente del pro” ceder hegeliano para, siguiendo las palabras que escribiría años después, invertirlo, poniéndolo sobre sus propios pies. Con este propósito co” menzará por constatar que, en Hegel, la esencia de la lógica «se ha hecho 2

ra



114,

4 TOOTTOSY

Georg W. E. Hegel, Filosofía del derecho. México DF: Universidad Nacional

:

de México, 1975, pp. 51-52,

A este respecto, véase Carlos Pérez Soto, Desde Hegel. México DF: Ítaca, 2008.

20

call

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Al; Sunos comentario s previos

totalmente indiferente a toda determinación re al y es, por tanto, irreal; es el pensamiento enajenado que por ello hace abs

ón de la naturaleza y del hombre real; el pensamiento abstractotracciRes », pecto de los escritos anteriormente citados, Marx espetará que «comprender no

consiste, como imagina Hegel, en recono cer las características del concepto lógico en

todas partes, sino en comprender la lógica específica del

objeto específico»*. Mientras que Hegel se esf orzaba por hallar por doquier las expresiones del concepto, como si de una categoría ontológica abstracta y omniabarcante se tratase, Marx señ ala que lo que encontramos es una racionalidad efectivamente suscep tible de ser conocida,

pero no única, que pueda registrarse en pulcros tratad os de lógica, sino

inherente y propia a cada objeto, y que los diferencia entre sí. Aquí reside, a nuestro entender, la clave para comprender la difere ncia más notable entre ambos genios alemanes: la inversión del ideali smo en

materialismo pasa por colocar la concreción como principio rector de la aprehensión de la realidad.

La concreción de los planteamientos idealistas no los debilita, aunque parezca enturbiarlos; antes bien, contribuye a colocarla sobre bases más

sólidas. Los investigadores, pues, nos hayamos cautivos en una realidad

concreta estructurada racionalmente, de la que no podemos dar cuenta

fielmente sin reflejar idealmente, por la vía del pensamiento, dicha racionalidad. Dado que los objetos tienen lógicas que les constituyen —

podríamos añadir: de manera dinámica, contradictoria=, no hay lugar

para planteamientos idealistas de cualquier tipo. Si no podemos exportar la lógica desde nuestras mentes ni extrapolar inmediatamente una lógica de un objeto específico a otro, no tenemos más opción que importar tal

lógica desde el mencionado objeto a nuestras mentes.

Ahora bien, ese proceso de «importación» no es un camino cómodo € intuitivo, tampoco pasivo. Las cosas, los objetos de los que venimos hablando, no se muestran en su totalidad, tampoco aislados entre sí, ni

de nosotros, no dejan al descubierto en un primer vistazo las leyes que

rigen en o sobre ellas. Como apreciaba Marx, «toda ciencia Pe

por

uu

Dl flua si la apariencia y la esencia de las cosas secontains ¿Cómo percibir la esencia de los fenómenos en una ciencia aplicada a

7

Karl Marx, Manuscritos: economía y filosofía. Madrid: MEN O P, Ln ». Karl Marx, «Contribution to the Critique of Hegel's P ilosop pa , P 3-129 en Collected works. Vol. 3. Lawrence 8 Wishart, po CA Habana: Ediar] Marx, El capital. Crítica de la economía política. Libro 111.

torial de Ciencias Sociales, 1973, p. 824.

odias

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Cuestión de clase

«lo social»? No tenemos más medio que la capacidad de abstraer deter-

minados hechos para trascender la realidad como se nos presenta en lo inmediato: en «el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en este terreno, es la capacidad de abstracción»*. Aquí aparece la contracara de lo concreto como objeto de conocimiento científico: si bien la realidad no puede aprehenderse, como hacía Hegel, con la abstracción por contenido, no queda más camino que el de, la abstracción para percibir lo concreto. Por tanto, lo característico de este sinuoso

camino al que llamamos ciencia es que debe avanzar en el reconoci-

miento del objeto partiendo de sus determinaciones más simples, abstractas, y moviéndose hasta las complejas, concretas. Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso. Aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no como punto de partida,

aunque sea el verdadero punto de partida, y, en consecuencia, el punto de partida también de la intuición y de la representación. [... Llas

determinaciones abstractas conducen a la reproducción de lo concreto por el camino del pensamiento. He aquí por qué Hegel cayó en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensamiento que, partiendo de sí mismo, se concentra en sí mismo, profundiza en sí mismo

y se mueve por sí mismo, mientras el método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto es para el pensamiento sólo la manera de

apropiarse de lo concreto, de reproducirlo como concreto espiritual”. En todo caso, los pasos que se den hacia lo concreto se entienden

como un proceso ordenado de adición dialéctica (no simple suma) de determinaciones que reflejen el movimiento de la realidad conforme esta

es contemplada de manera inmediata. Por tanto, no gozamos de la po-

testad de realizar las abstracciones que gustemos: antes que en la cabeza del investigador, las abstracciones se encuentran en la realidad misma. Tampoco para comenzar por donde se considere oportuno. De nuevo

es la realidad particular la que impone el camino que permite su

8 9

Marx, El capital... Libro 1. Op. cif., p. ix. Karl Marx, Elementos Jundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). Vol. 1. Madrid:

Siglo XXI, 1971, pp. 21-22,

22

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Algunos comentarios previos

reproducción ideal. Se trata de tomar la punta de un hilo (la mercancía, en el desarrollo marxiano) y tirar de él hacia donde nos lleve.

Es bien conocido que la tradición marxista quiso, movida por la pretensión por construir un «socialismo científico», desentrañar las ló-

gicas que regían tras multitud de realidades. Engels, sin ir más lejos, dedicó mucho esfuerzo a investigar diferentes periodos históricos con este ánimo, e incluso se aventuró a ofrecer explicaciones de los fenómenos «naturales» en clave dialéctica", Lenin sintetizó esta vocación investigadora tan peculiar con la archiconocida fórmula que reza que la

«esencia misma» y el «alma viva del marxismo» no es otra cosa que el

«análisis concreto de la situación concreta», No solo hay que estudiar cada objeto, sino aplicar un modo de análisis propio a cada cual, uno ue, añadiríamos, consiga recorrerlo desde sus determinaciones más simples hasta las más complejas. Pero no podemos contentarnos con ello: con aceptar que cada objeto

tiene sus leyes,y que a ellas debe enfrentarse el investigador, como si se tratase de una imposición plenamente exterior de un objeto arbitraria-

mente seleccionado. Es aquí donde entra en juego una cuestión previa que hasta ahora hemos dejado pasar desapercibida, aquella que concierne al propio acto de conocer: las determinaciones de la acción de apropiarse 10 Véase Friedrich Engels, Anti-Dúring. La Habana: Instituto Cubano del Libro, 1975; o Dialéctica de la naturaleza. Madrid: Akal, 1978.

La relación entre Marx y Engels bien merecería ser explorada con detenimiento y sin maniqueísmos. Si bien es cierto que Engels no siempre tuvo el -por otro lado, inalcanzable- rigor que algunos de sus fanáticos seguidores dan por

sentado, tampoco fue el vulgarizador que sus detractores quisieron ver en él.

Gran parte del marxismo occidental ha tenido por costumbre señalar los trabajos de Engels, sobre todo aquellos referidos a las «ciencias naturales», como el embrión del marxismo más burdo y esquemático. Desde Lukács hasta Colletti, pa-

sando por Sartre o Schmidt, han planteado, de formas sorprendentemente

similares, esta tesis. Sin embargo, no existe ninguna suerte de diferencia radical o

insalvable entre las obras de Marx y Engels (vid. Rogney Piedra, Marxismoy

dialéctica de la naturaleza. Quito: Edithor, 2019). Ni fueron, como a veces se supone, una suerte de mente colmena, ni sus propuestas eran incompatibles: a nin-

guno de los dos era ajena la pretensión de enfrentar las representaciones ideológicas que también tienen una importancia constitutiva en las disciplinas

«naturales», naturalizadas en realidad. No existe ni una unidad abstracta entre uno y otro orden de disciplinas, como postulaba el DIAMAT soviético, ni una no menos abstracta separación, como daban a entender los marxistas occidenta-

les ( véase Guido Starosta, Marx5 Capital, Method and Revolutionary Subjectivity,

hi

moles gor Haymarket, 2015, pp. 83-84 n.). | 23.MaMa adimir l. Lenin, «Kommunismus», pp.259-61 en Obras completas, Vol, 33, drid: Akal, 1978, p. 260,

23

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Cuestión de clase

del mundo como organización de la propia intervención transformadora, determinaciones históricamente dadas por los procesos que dan conti-

nuidad a la producción y reproducción de la vida humana. Es por eso

que,de entre las preguntas que motivan la investigación, la que moviliza la «crítica práctica» marxiana es aquella que se refiere a «la organización consciente de la acción transformadora radical que apunta a revolucionar las formas de la vida social»"?, Si Marx no nos legó una Lógica con mayúsculas, sino una «lógica del capital», por usar la conocida expresión leniniana”, no lo hizo porque sintiera una desmedida pasión por la

economía política —las epístolas intercambiadas con Engels apuntan de hecho a lo contrario—, sino porque, para actuar, se veía obligado a pasar

por la aprehensión ideal de su propia condición como miembro y órgano

de una sociedad dominada por el modo de producción capitalista. Cuando nos enfrentamos a El capital, lo que tenemos ante nosotros, y esto es clave, no es solo una lúcida concatenación de argumentos.

Tenemos un producto de un trabajo social anterior que puede usarse como una herramienta de enorme potencialidad a la hora de «anular y superar el estado real de las cosas». Esta reside en la capacidad de dar cuenta de las determinaciones específicas del ser social capitalista o, más certeramente, en la oportunidad que brinda a sus usuarios para reconocerse en su cualidad de individuos enajenados, que es un paso fundamental a la hora de erradicar dicha condición. En la medida en que esa obra nos sitúa en el camino de vernos como los agentes que somos en el metabolismo social vigente, nos acerca a la realización de la libertad

| |

en el sentido pleno que le otorgaba Engels, aun atribuyéndosela a Hegel: la libertad como conciencia respecto a las necesidades”*, Por eso, como

asevera Iñigo Carrera, «no se trata de leer EJ capital; mi siquiera de estudiarlo. Se trata, verdaderamente, de enfrentar por nosotros mismos a

A

las formas reales del capital para reproducirlas idealmente, con la po.

gar, producir conocimiento, no es un

12 Guido Starosta, «Mét odo dialécti co, fetichismo y emancipación en la crítica de la economía política», pp. 211-46 en Sujeto capital-Sujeto revolucionario, editado por R.

Escorcia y G. Calig 13 tas. Vladimir México DF: ftaca, UAM, 2019, p. 232, Vol. 36.1. Lenin La la «Pl; an Mlle tala dialéctica de Hegel», pp. 309-13 en Obras complequi YANA: «ditorial Política, 1963, p. 311; para una crítica pertlinuy traída expresión: Juan Iñigo Carrera, El capital: razón histórica, sujeto revolu*cio nario 14

concienci Engels, Anti-Diriny. Op. cit,

nos As ones Aires: [mago

15 Iñigo Carrera, El capital... Op. cit ., 271-72 24

; Mundi, 2013, p- 271 y ss.

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Algunos comentarios previos

a la práctica revolucionaria, es requisito previo a la práctica, ni siquiera xiana virtud de la obra mar un momento concreto de la misma. La gran las fuerzas

insistimos, práctica— es la de constatar de manera pionera —c,

o de producción que operan, a través de la clase obrera, dentro del mod . capitalista y que lo avocan a su desaparición

Marx despliega por primera vez en la historia la reproducción en el pensamiento de la necesidad que determina la razón histórica de existir del modo de producción capitalista y a la acción de la clase

obrera como la portadora de la superación revolucionaria del mismo en el desarrollo de la comunidad de los individuos libremente asociados; es decir, de los individuos capaces de regir su acción por conocer objetivamente sus propias determinaciones más allá de toda exterio-

ridad aparente (Iñigo Carrera 2007:7).!

En el desarrollo del texto podremos ver cómo se concretan estos planteamientos en consecuencia justamente al contemplar los requerimientos de la acumulación del capital, pues estamos ante la particularidad de que el que tenemos ante nosotros es el primer metabolismo social que requiere de su conocimiento para ser reproducido y, diríamos más, con ello, superado. A fin de cuentas, con «socialismo»—0 «comunismo»

no podemos referirnos más que a esa situación en la que una conciencia científica que se despliegue a través del método dialéctico haya conse-

guido expandirse sobre las propias determinaciones. Aparquemos de momento, pues la retomaremos más adelante, esta cuestión. Lo que más nos interesa retener de este apartado es que el método de conocimiento 16 Juan Iñigo Carrera, Conocer el capital hoy. Vol. 1. Buenos Aires: Imago Mundi, 2007, p. 7.

17 En Marx las palabras socialismo o comunismo son usadas indistintamente (ef. Paresh Chattopadhyay, «El mito del socialismo del siglo XXIy la permanente relevancia de Karl Marx», pp. 69-104 en De regreso a Marx. Buenos Aires: Octubre, 2015, p. 72). El contenido de esos términos, no obstante, hace referencia a tres dimensiones distintas, (1) un «movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual», (ii) un «programa de transformación» y (iji) «una sociedad nueva» (José Barata-Moura, Materialismo e subjectividade. Lisboa: Avantel, 1997, pp-

242-55). En una ocasión lo sintetizamos =sin pretensión de sistematicidad—

como un «tipo de metabolismo social diferente y posterior al capitalista que, sin embargo, está inserto como potencia en su propio movimiento y que se halla portado en determinaciones especificamente políticas» (Jesús Rodríguez Rojo, Teknokultura. 17(2):113-20, “Maquinaria, ordenadores y superación del capital»,

2020, p. 117),

25

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Cuestión de clase

al que nos conduce la reproducción ideal de la realidad está directamente

determinado por su materialidad concreta, de ahí que podamos referirnos a él como «materialista». Hay que insistir. No es, ni puede ser, llevado

al fenómeno desde la conciencia del observador, del analista, como si este se tratase de un continente inerte o anárquico. Tratar de hacerlo sería tanto como hipostasiar el concepto, en el caso de que la pretensión

continúe siendo obtener un conocimiento científico, o bien, abando-

nando tal ambición, aceptando a regañadientes o de buen grado su impotencia a la hora de reconocer (y reconocerse en) la cosa, contentarse con su mera representación.

26 _dl Escaneado con CamScanner

A

Primera parte

A vueltas con la categoría de clase social O el porqué de la crítica de la sociología

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Capítulo 1.

Las clases sociales en la sociedad de productores libres de mercancías

En este primer capítulo trataremos de asentar las coordenadas en las cuales se desarrollará el resto del documento. Esta infraestructura categorial se fraguará a partir de las categorías que ofrece el marco de la

crítica de la economía política, esto es, el conjunto de desarrollos a los que dio comienzo Marx en la última etapa de su vida como investigador, pero que en ningún caso acabaron con su fenecimiento. Tomaremos

entonces como punto de partida algo que como más abajo trataremos de demostrar— es un rara avis incluso en los enfoques marxistas: asumiremos que una elaboración sólida y consistente sobre las clases sociales tiene cabida en el corpus marxiano como parte de una de mayor envergadura, la del capital. Así, entenderemos que las relaciones de clase se articulan sobre los vínculos o lazos sociales que se establecen en y por el modo de producción capitalista, aquellos que son de carácter mercantil

y, en todo caso, impersonal. Diseccionar cómo se forman y despliegan este tipo de relaciones es prioritario antes de comenzar a analizar el fenómeno clasista y, por ello, será el objetivo del primer apartado.

La especificidad histórica del modo de producción capitalista Comencemos señalando aquello que hace del modo de producción ca-

pitalista un entorno histórico muy singular, cualitativamente diferente 29

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Cuestión de clase

de otros anteriores -y presumiblemente también posteriores—, que exige

una categorización específica, Una que nos llevará, por ejemplo, a res-

tringir el uso del término «clase» para agentes que se desenvuelven en

su seno.

El trabajo social y sus formas de organización La primera determinación de lo social se presenta inmediatamente fuera

de sí, en aquella capacidad del sujeto humano individual de llevar a cabo un gasto efectivo de su cuerpo que transforme el ambiente para adap-

tarlo a sus necesidades y así reproducirse. No obstante, apropiarse de los dones de la naturaleza con tal de sobrevivir no es un hecho específicamente humano: todo ser vivo está forzado a realizar procesos de este tipo. Lo que convierte esa actividad genérica por entero en humana es

la capacidad, que esta especie ha producido para sí, de hacer de ella una ocupación voluntaria dotada conscientemente de un sentido específico. A la práctica de este tipo la denominamos trabajo. El trabajo, por tanto,

requiere de la posibilidad de una proyección mental del resultado material de la acción antes incluso de que esta haya dado comienzo. Para que el proceso ocurra de esta suerte, o sea, para que lo ideal y material

lleguen a coincidir en la objetividad, se requiere de cierto grado de aprehensión de la legalidad inherente al entorno. Como dijera Marx, no es que el ser humano en el trabajo se limite «a hacer cambiar de

forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su

voluntad»*, Pero los hombres y mujeres no se encuentran aislados a la hora de dar con los patrones que rigen a su alrededor —o en su interior— y de

actuar sobre ellos para reproducirse satisfaciendo sus necesidades. Por el

contrario, por su carácter gregario, o simplemente social, el ser human9 se integra en grupos que tienden a enfrentar colectivamente los proble-

mas relativos a la supervivencia y expansión. Esto implica que, para que

una colectividad tenga éxito a la hora de reproducirse, debe ser capaz

de organizar la acción de sus diferentes miembros, convertidos en 9 ganos de una misma unidad. Se requiere, entonces, una mínima 18 Marx, El capital... Libro 1. Op. cit., p. 140,

30

dd

j

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1. Las clases sociales en la sociedad de productores libres

planificación de la actividad de, al menos, aquellos individuos que lleven a cabo el trabajo que provea a la comunidad de bienes: alguien debe

cuidar a la descendencia mientras otra persona busca alimentos, por

ejemplo. El incremento de la capacidad de planificación que presupone el trabajo, ahora enfrentado como trabajo social, no solo da cabida a la

diversificación de tareas, también potencia históricamente la capacidad

productiva de su actividad, el desarrollo de lo que denominamos fuerzas

productivas. Además, abre la puerta a la aparición de actividades que

devendrán figuras sociales— no directamente implicados en el trabajo

inmediato sobre (el resto de) la naturaleza, pues la coordinación de las labores se convierte en una necesidad de la comunidad humana. Para poner en movimiento el trabajo social debe existir una relación entre los diferentes miembros de la comunidad; de lo contrario, es injustificable la idea de «trabajar para otro», que es precisamente

la que dinamiza las labores de obtención de bienes. A lo largo de la historia de la humanidad, esta relación ha estado mayoritariamente

regida por vínculos de dependencia personal. La característica de estos lazos es que el objetivo del trabajo, la persona a la que se refieren los satisfactores, está nítidamente definida a priori. Así, encontramos que se trabaja para un amo, un señor o un marido; en todos los casos,

la persona que desempeña la actividad productiva conoce al individuo particular que va a disponer del producto de su jornada, con quien tiene un néxo estable, intransferible y relativamente sólido. Cuando es el vínculo social predominante, la dependencia se plasma en una relación de dominación: dado que, para que el consumo se lleve a cabo de manera satisfactoria, la producción debe estar regida por la voluntad de una persona o grupo. Pero esta no es la única forma en que la producción social ha podido

llevarse a cabo. Hay una segunda forma que se encuentra en las antípodas de la ya mencionada. La dependencia respecto a las personas puede disolverse una vez que esta es redirigida hacia las cosas, hacia los

bienes que satisfacen necesidades. Para que esto ocurra, la producción

ya no es realizada o mediada por el albedrío de voluntades concretas de personas externas, sino, en primera instancia, por la conciencia del productor ahora independiente. Entonces, ¿cómo puede darse la coordinación entre actividades, imprescindible para el éxito de la reproducción

social? Se requiere de una institución en la que las personas puedan ofrecer el producto de su trabajo a cambio del producto de trabajo ajeno.

Nos referimos, por supuesto, al mercado. Es en él donde convergen los 31

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Cuestión de clase

productores libres de vínculos de dependencia personal” y se ratifica la

utilidad del trabajo privado para la sociedad: donde el trabajo socia] materializado privadamente se confirma, en su producto, la mercancía,

como valor,

Tomémonos unas palabras para ilustrar las diferencias presentes entre las dos formas expuestas de coordinación del trabajo social a partir de un sencillo ejercicio. Pensemos en dos situaciones en las que una persona trabaja para otra. En la primera, un joven le prepara a su com-

pañera de piso una cena, un rico plato de pasta boloñesa, por ejemplo.

En el segundo, la muchacha adquiere el mismo manjar en un restaurante de comida casera, cocinada por un cocinero profesional. ¿Qué diferencia encontraríamos entre ambas situaciones? En principio, el contenido

material de la comida en sí (pasta) o la necesidad simple (hambre) no tienen por qué diferir en absoluto. En ambos casos el proceso de trabajo concreto del artífice puede haber sido idéntico, habiéndose hecho gala

de similares habilidades sobre iguales productos. La diferencia debe ser buscada en las formas sociales que recubren ambas situaciones. En el primer caso, lo que une a los dos personajes es un vínculo de marcado carácter personal: cuando cuece los macarrones o pica la carne sabe quién va a degustar su obra, puede saber incluso la cantidad de comida que preparar (si ella ha tenido una larga mañana podrá saber que debe hacer un plato más contundente, mientras que si previamente ha salido a tomar algo con sus amigas tal vez apenas pruebe nada). Por el contrario, en el segundo caso, en principio, el cocinero no puede saber previa-

mente los gustos o apetito de quienes serán sus clientes. Ni siquiera puede prever con certeza si habrá clientes. En el primer caso puede que la joven lave los platos para compensar a su compañero, o puede que simplemente lo acepte como un regalo. En el segundo no hay más

19 «El productor de mercancías le debe su conciencia y voluntad libres precisamente al hecho de producir mercancías, al hecho de no realizar su trabajo de manera inmediatamente social sino de manera privada e independiente, al hecho de pro-

ducir un objeto que tiene el atributo social de enfrentarlo como ajeno a él y do” minarlo, Por lo tanto, el productor de mercancías le debe su conciencia y voluntad a a su voluntad y conciencia enajenadas, Se encuentra libre de toda servi-

te entr eses tiene del cre sc de product. a

ceIvig ul, el individuo libre de toda subordinación personal, dista d. A como producto es ecif Pa ucto abstractamente natural, Sólo nace a la historia producto de la soda E bl la producción de mercancias y, por lo tanto, ela libertad humana» ] encta enajenada en ellas, Val es la naturaleza objetiva de +

4.10 Carrera, Conocer el capital. Vol, 1, Of. cit., p- 61-62.

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1.

; : Las clases social es en la socied ad de productores libres

compensación válida que el abono de cierta cantidad de otra mercancía

(en particular: el dinero). En la primera situación descrita encontramos una rela

ción que po-

dría ser descrita através de la idea clásica del «don», mientras que en la

segunda hay una relación mercantil”, En la primera no hay una equivalencia, y mucho menos fijada en términos cuantitativos, entre la comida a preparar y los enseres que se limpian a cambio, mientras que en

el segundo existe una razón muy concreta entre la comida que se puede consumir y lo que se debe otorgar en contraprestación de manera in-

mediata. Estos dos son caminos de los que la humanidad hasta la fecha ha dispuesto para llegar a una situación común, que en este caso es la reproducción fisiológica de una persona como un ser vivo alimentado.

Lo peculiar de la segunda situación es que la consumidora no depende de ese productor particular (aunque sí de uno en general). El día que el cocinero esté enfermo, si el restaurante da con otro adecuado, ni siquiera

tiene por qué notar cambio alguno; y qué decir a la inversa: al trabajador le es indiferente si aparece ella u otro cliente con similares apetencias, su desempeño será exactamente igual. La absoluta independencia es la contradictoria forma que ha tomado la real dependencia social entre los productores. De nuevo, Marx consigue captar la esencia de este metabolismo social que apenas estamos presentando: El carácter social de la actividad, así como la forma social del producto y la participación del individuo en la producción, se presentan aquí como algo ajeno y con carácter de cosa frente a los individuos; no como su estar recíprocamente relacionados, sino como su estar subordinados a relaciones que subsisten independientemente de ellos y nacen del choque de los individuos recíprocamente indiferentes. El intercambio general de actividades y de productos, que se ha conver-

tido en condición de vida para cada individuo particular y es su

20 «Como forma específica de intercambio, la mercancía es, en todo, lo contrario

del don; éste es una relación particular y personal, aquélla universal e impersonal; mientras la esencia del don es la prolongación en el tiempo del nexo social, la mercancía es una relación productiva evanescente; en tanto el don exige una prolongada demora en la devolución, la mercancía requiere una contraprestación a de inmediata o -en su defecto, con igual inmediatez— la documentación. CatáAires: Buenos tecnológico, capital El Levin, la obligación contraída». Pablo

logos, 1994, p. 131. 33

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Cuestión de clase

conexión recíproca, se presenta ante ellos como algo ajeno, independiente, como una cosa”.

hace que los bienes Estas son las consecuencias del proceso social que

inados al interse transformen en mercancías, objetos (o servicios) dest ulo social que posibilita la cambio con sus semejantes. Con ello, el vínc de las personas y su voluntad continuidad de las colectividades ha pasado

al producto de su trabajo. Ya la coordinación entre la producción y e] alconsumo no puede darse más que 4 posteriori, únicamente cuando cer tor y sea capaz de ofre guien reconozca como útil el trabajo del produc

po a cambio alguna cosa que resulte igualmente útil al productor. Al tiem

ge que las personas pueden producir lo que, en principio, les plazca, emer

la posibilidad de que el fruto del trabajo quede como fútil y el esfuerzo

haya sido desperdiciado: esas son las consecuencias del carácter indirecto de la conexión que se da mediante el intercambio de lo ya producido. De la mercancía al capital como sujeto rector del modo de producción capitalista Siendo los individuos, por condición general, libres a la hora de organizar

su propio proceso de trabajo a merced de su parecer, pueden dar la forma

material que guste a su esfuerzo. Por así decirlo, puede elegir cuál va a ser el objeto con que integrarse en el entramado del metabolismo social

(puede elegir si produce televisores, naranjas o cualquier otra mercancía sin, por ejemplo, trabas gremiales). A la hora de enajenar su trabajo y,

por ende, quedar enajenada su conciencia, puede decantarse por un objeto u otro, pero siempre delegando en él su propia representación social frente al mencionado metabolismo. Esto crea la situación sin precedentes

de que el objeto de trabajo, la forma alienada de la actividad humana,

domina por sobre su propio creador en tanto que es este su vínculo con

el resto de la sociedad, gracias al cual él podrá satisfacer sus propias necesidades y, con ello, reproducirse como órgano del proceso de trabajo social, Mientras la mercancía adquiere una apariencia, diría Marx, rei”

cada y mística, su productor se convierte ante el mercado en UN simple

un apéndice del objeto que porta al mercado, pues solo ella lo verifica

21

Marx, Elementos fundamentales... Vol. 1. Op. cit., p. 85.

34

_—d Escaneado con CamScanner

1.1 vasas clas clas es soci1ales en la socied 1 ad de productores libres

omo órgano de la producción social”. Pero como portador como ÓTg

de mercan _

cías, puede ejercer, insistimos, por vez primera la libertad ante otras

personas, a las que otrora debía su forma de reproducción.

Ambas cosas están ligadas entre sí: es el carácter privado del trabajo

social que «fetichiza» los objetos el que permite cercenar a las personas sus vínculos de dependencia personal. Los productores se liberan de la

dominación personal asumiendo, eso sí, una no menor subordinación respecto a los objetos que garantizan el acceso a una parte del producto social en compensación por la contribución privada al mismo. Al enajenar los productos de su trabajo, los individuos enajenan a la vez el control sobre el proceso de metabolismo social, regido ahora únicamente por la lógica del intercambio generalizado. Intercambio al que en un primer momento podemos enfrentarnos a partir de la fórmula:

Mercancía; Mercancía,

M,-M,

(1)

Emerge el mandato de la ley del valor, la tiranía de los vínculos

impersonales. La participación en el consumo social está ahora vinculada ala capacidad de hacer valer el propio trabajo a través de una mercancía que resulte de utilidad para quien tenga la capacidad de abonar por ella una cantidad de otra mercancía que compense el esfuerzo invertido en la producción de la primera. La cantidad de trabajo útil, reducido a

simple esfuerzo (trabajo abstracto), que necesita la sociedad para reproducir un satisfactor (valor de uso) concreto llega así a convertirse en la razón del intercambio mercantil*, Por supuesto, esta magnitud que representa el trabajo no se muestra inmediatamente en los intercambios específicos: existen, como diría Marx, «incongruencias cuantitativas»

expresadas en las ratios finales de intercambio, el «valor de cambio»”*, Esto es así por varias razones, entre las que destacan, por un lado, las

condiciones coyunturales (regateo, desajustes de mercado, etc.) y, por otro, los movimientos estructurales de capital en su incesante búsqueda Por el incremento de la tasa de ganancia. A los efectos del presente

22 Marx, El capital... Libro 1. Op. cit., p. 38 y ss.

na justificación detallada acerca de la imposibilidad de encontrar otro factor que ocupe el lugar del trabajo puede encontrarse en Diego Guerrero, Historia del

Pensamiento económico heterodoxo. Madrid: Trotta, 1997, pp. 63-66; La explotación,

Madrid: El viejo topo, 2006, p. 31 y ss.

24 Marx, El capital... Libro 1. Op. cit., p. 67.

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Cuestión de clase

la documento poco importan estos factores; baste con que resaltemos Operan que al trabajo, existencia de determinaciones objetivas, vinculadas en la fijación de las relaciones de cambio al margen de la voluntad de los concurrentes (para resumir este desarrollo puede consultarse la figura 1, presente en el anexo).

Pero el intercambio mercantil generalizado regido por la ley del valor

conforma el modo de no es más que la primera determinación que

producción capitalista. Es preciso que el valor, como atributo social de las mercancías, se despliegue hasta abarcar el conjunto de los productos del trabajo social privado y autónomo. Esta necesidad está portada en la forma dinero, en la que el valor de uso reposa, como una cualidad

dad puramente «formal» o «ideal», justamente sobre la singular capaci

de una mercancía de poder cambiarse por todas las demás”. La venta y la compra se separan en el tiempo: se debe emplear la propia mercancía para conseguir una cantidad de dinero que, después, podrá usarse para adquirir otra mercancía. El metabolismo social puede, provisionalmente, representarse de la forma (para la inserción del dinero en el intercambio

mercantil, véase la figura Il, en el anexo): Mercancía, - Dinero — Mercancía,

M,-D-M,

(2)

Gracias a esto, el equivalente general se yergue como receptáculo de

la riqueza o poder social abstracto, en la única mercancía cuyo valor está garantizado (aunque su magnitud de valor pueda variar muy significaA A AA

en la que se reflejan las demás, estamos en una situación adecuada para

E

asumir la forma dinero. Sin embargo, aunque el dinero como mero

dinero y el dinero como capital se identifiquen formalmente, su conte-

TULA 1

ULA 7

10M

07

10 O

Una vez comprendemos el dinero como la mercancía privilegiada

1 A

tivamente). En definitiva, respecto a las demás mercancías, el dinero es un primus inter pares.

comprender lo que es el capital. Esto se debe a que el capital parte de

nido los diferencia; mientras que estáticamente lucen iguales, el proceso en el que se insertan los distancia sensiblemente. Como dinero, el dinero busca mediar entre dos mercancías, como capital busca incrementarse

a sí mismo, En este sentido, el capital únicamente es comprensible como dinero que se acumula, o, visto de manera más amplia, como valor que

25 Ibid, p.70. 36

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1. Las clases sociales en la sociedad de productores libres

se valoriza. En esa condición, el capital puede representarse siguiendo la fórmula: Dinero inicial — Mercancía — Dinero incrementado

(3)

D-M-D' Se trata de un movimiento motivado por su propio incremento cuantitativo a través de la forma dineraria. A diferencia de las anteriores fórmulas (1 y 2), que contenían en sí mismas el comienzo y el final de

un proceso, en esta la conclusión representa un nuevo comienzo: los

términos de partida (D) son puestos como tales por el término de un proceso homólogo anterior, dando lugar a una dinámica cíclica aparentemente infinita. Tenemos entre manos una sustancia que pasa de forma en forma, transformándose itinerantemente en dinero y mercancía de

modo sucesivo para crecer más y más. Lo llamativo es que el rector de este proceso es el capital mismo: el valor se erige aquí en sujeto de un proceso en el que, bajo el cambio constante de las formas de dinero y mercancía, su magnitud varía automáticamente, desprendiéndose como plusvalía de sí mismo [...] o lo que tanto vale, valorizándose a sí mismo [...] Ha obtenido la virtud

oculta y misteriosa de engendrar valor por el hecho de ser valor”,

Este particular sujeto, en definitiva, consigue llegar a serlo gracias a la misma cualidad que dotaba de tal estatus a los seres humanos: la de poder reproducirse a sí mismo actuando sobre su entorno. El ambiente en el que se reproduce el capital es a lo que llamamos modo de producción capitalista: un conjunto de relaciones humanas, mediadas por un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas, que adquiere la forma de mercancías vinculadas entre sí a través de una

estructura de precios. Como tal, el modo de producción capitalista llega a convertirse en una totalidad, en un entramado completamente auto-

referencial, que no comprende nada fuera de sí, lo que implica que aquello carente de precio, a todos los efectos, es tratado de acuerdo a su contribución respecto a aquello que sí lo tiene y puesto a funcionar con el objetivo de generar del único combustible que precisa: el valor. El capital es el sujeto que rige y produce su modo de producción,

26 Ibid. p.117. 37

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Cuestión de clase

cumpliendo el cometido de proporcionarse tal sustento gastándose a sí

mismo (como inversión) para ello. No obstante, la manera en que el capital debe relacionarse con su entorno nos pone de relieve una cuestión impostergable: se debe dilucidar en qué lugar del modo de producción, más en concreto, en qué mercancía, se haya la «cualidad oculta y misteriosa» que permite que el valor produzca esa «plusvalía» que es a la

vez el ethos y el leitmotiv del capital. El secreto para que esto ocurra —manteniéndose presente el carácter

equivalente del cambio— reside en las peculiares propiedades de la mer-

cancía adquirida en primer lugar. Mediante la compra debe adquirirse una mercancía que pueda crear valor nuevo,y esto, ya lo sabemos, es una

cualidad específica del trabajo. Por tanto, el dinero debe emplearse en

adquirir, además de los medios que son imprescindibles para desarrollar el proceso productivo (tanto los que asistan al trabajador como aquellos sobre los que recaiga la acción), la capacidad de trabajo propia de los seres humanos, que llamaremos fuerza de trabajo. Será a través de la explotación del trabajo, de la no remuneración del conjunto del valor

producido, que se logrará la codiciada plusvalía. La cual será apropiada en el momento en que los objetos de trabajo, portadores de un valor acrecentado junto a un nuevo valor de uso, se lleven al mercado. Una vez que sean vendidas estas mercancías valorizadas, arrojarán la plusvalía que servirá para dar comienzo, con más intensidad incluso, a un nuevo

proceso de valorización. Con estos elementos ya se dispone de lo suf-

ciente para representar el capital como proceso completo de valorización.

La fórmula completa de la producción del capital puede verse ahora de manera más desarrollada: Dinero-Mercancías

*"Producción:"-Mercancía— Dinero' D-M ---P---M'-D'

(4)

Vale la pena recalcar que no estamos ante un mero proce so de pro-

ducción «de» capital como podríamos estar ante un proceso de produc-

ción de Zapatos o manzanas-, sino que estamos ante un proceso de

producción «del» capital”, dado que es él mismo, en su calidad de sujeto,

el que se produce y reproduce compulsivamente. El capital es la dinámica gracias a la cual una sociedad, recordemos, cuya especificidad reside en 27

eras

Joa >, o

»

.

hor

Leer El capital hoy (pasajes y problemas decisivos). México DF: Itaca,

38

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1. Las clases sociales en la sociedad de productores lib res

ja enajenación de la conciencia y voluntad en las Mercan cías, logra atenJer sus necesidades. Se aliment a del

trabajo pasado para dar forma al presente y, tras ello, apropiárselo para, en el fut uro, dar inicio a un nuevo proceso productivo del que co ntinuar nutriéndose”, Mediante la continua succión de trabaj o humano, el capital sigue poniendo ante sí sus 4

-

>

premisas, con lo que reproduce y amp lía no solo su propio ser, sino también la tot alidad en la que está inscrito: produce

las mercancías, sean medios para la producción o para el consumo de las diferentes figuras que la componen, y el dinero que se requiere para

adquirirlas. Al igual que el dinero fin al debe volver a invertirse para dar comienzo a un ciclo nuevo de valorización (D' vuelve a ser D), las mercancías producidas sirven para inco rporarse de una u otra manera

en esta vuelta al inicio (M' vuelve a ser M). La perm anente reinversión en fuerza de trabajo, en «capital variable» —capaz de producir valor

nuevo—, y en medios de producción, «capital constant e» —que no aporta valor nuevo-, es posible gracias a que el trabajo socia l ha sido organizado de tal modo que esos insumos pueden reponers e, pudiendo ser adquiridos en el mismo mercado en que se completa n los circuitos de

valorización. En definitiva, al igual que el ser humano genérico em-

pleaba su trabajo para reproducirse, el capital, en part icular el capital social, que es como, con Marx, denominamos al conj unto de capitales

encarados en su unidad, consigue lo mismo,y lo hace a partir del mismo fundamento: el trabajo humano (una representación del mismo puede verse en la figura TI, en el anexo). Para continuar, y lleg ando por fin al asunto que nos convoca, dirijámonos a las pers onas a cargo de realizar €sa actividad.

22 «El capital no es sino la forma histórica específica en que la capacidad para organizar el trabajo de la sociedad se pone en march a como atributo PS en ll 22% ts

producto del trabajo social anterior, con el fin inmediato A producir más de para organizar el

capacidad

trabajo social como

atributo

de

proc

NN pe al de] trabajo anterior, El capital 5e encue ntra determinado así como el sujeto Concreto inmediato de la producción y el consumo sociale s, Las palaticia pros ductivas del trabajo social sólo existe n como potencias del capital, La producción social se encuentra regida por una relación social genera l produ cida en el propio Proceso de la producción material, que impone la constante expansión de esta Producción material sin más necesidad inmediata que la de producir más de sí Misma como relación social general materializada», Iñigo Carrera, £/ Op. cit. pp. 12 capita l... -13,

39 Escaneado con CamScanner

Cuestión de clase

Las personas en el metabolismo social capitalista: las clases sociales Desde el momento en que las personas delegan en las mercancías sy vínculo con el metabolismo social, pierden E cualidad de sujetos, lugar

que, no nos cansamos de repetir, toma el capital. Esto que tiene lugar en el modo de producción en su conjunto se plasma en su reproducción ideal llevada a cabo por Marx: «El sujeto de todo el proceso son en y

capital no los hombres, [...] que entran en tales O cuales relaciones: el

sujeto es el capital como relación y circunstancia social, que domina en esta sociedad, como fuerza externa, por encima de las cabezas de los hombres y se realiza por su mediación»”, Reconocido esto, no se puede

desdeñar el papel de esa tan peculiar «mediación»: que no sean los sujetos

del movimiento que les reproduce, en el que participan, no los coloca en

ningún caso en un papel pasivo o por fuera de este. Más bien al contrario, son parte fundamental del mismo desde el momento en que su trabajo es vital para la consumación del paso de D a D”. Sería ridículo tratar de comprender el modo de producción capi-

talista dejando a las personas fuera, al menos desde que reconocem os,

como hace Marx, que las «mercancías no pueden acudir ellas solas al mercado, ni intercambiarse por sí mismas»", De igual modo, ya lo

hemos visto, cl capital no puede reproducirse al margen de la actividad

humana, únicamente lo hace subordinándola a su propia forma de existencia. Estamos en el momento y lugar idóneos para preguntarnos

cómo tiene lugar esta subordinación. Por supuesto, la relación que tiene el capital con los agentes que actúan para él tiende a estar cana-

lizada por mercancías, con las que estos se relacionan a través de la pr opiedad, Esta es la institución que apuntala justamente el carácter

pr ivado e independiente de la producción, en la que cada productor dispone de soberanía sobre los medios que necesita para llevarla a cabo, H emos

ny Jamas mec dnd

sido conducidos de vuelta a la paradoja del fetichismo

realidad, las erronas a caniy , solo qa

men id

Fe existen dile como

portadores. dede ne . ores de uso, A este punto llega también Ma

29 Jindtich Zeleng La estructura lógica . 1974, a de El capital de Marx. Barcelona: Grijalbo, arx, E] capital... Libro Í, Op. cit ,, p.51,

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1. Las clases sociales en la sociedad de productores libres

cuando destaca un hecho clave —reiterando lo que ya había adelantado

en el prólogo de su obra-, a saber, que las personas sólo existen las unas para las otras como representantes de sus mercancías, o lo que es lo mismo, como poseedores de mercancías. En el transcurso de nuestra investigación hemos de ver constantemente que los papeles económicos representados por los hombres no son más que otras tantas personificaciones de las relaciones económicas en representación de las cuales se enfrentan los unos con los otros”. Surge así un término esencial, el de «personificación». Las personas ya no existen recíprocamente como personas, sino únicamente como personificaciones de las relaciones económicas, de las mercancías con

las que se integran, y «enfrentan», en la producción social.

Si regresamos sobre la fórmula de la producción del capital (4), podemos vislumbrar dos formas de insertarse en el proceso. Una de ellas es disponer del dinero con el que dar comienzo al ciclo, con el que comprar los insumos; la otra es detentar únicamente la posesión de una mercancía prácticamente inalienable en su materialidad, la capacidad de trabajar. Esta división, la que existe entre algunas personas que pue-

den dar comienzo a la acumulación comprando mercancías y las que venden su capacidad de trabajar para conseguir dinero, es la que engendra, en primer lugar, los grupos a los que llamamos clases sociales. Estas

tienen en común, al menos por ahora, la cualidad de propietarios de mercancías, pero se diferencian nítidamente por el carácter de la mercancía que llevan al mercado y la que adquieren. Una compra la fuerza de trabajo, la otra la vende; la acumulación capitalista genera las condiciones para que esto ocurra, brindando el dinero a unos y la necesidad a otros. Es el capital quien indefectiblemente genera las condiciones para la aparición, enfrentamiento y reproducción, también extinción, de las clases sociales como órganos del proceso de metabolismo social general capitalista. Detengámonos un instante. En este punto estamos en disposición de aportar una aclaración importante. Es porque es el capital quien las pone que descartamos el uso del término «clases» para referirnos a agentes sociales propios de modos de producción no capitalistas. Si

31 1bid., pp. 51-52. 41

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Cuestión de clase

nuestra apuesta es ceñir ese significante a relaciones primariamente

impersonales, características del modo de producción capitalista, se debe a la voluntad de evitar los equívocos o confusiones

que produciría em-

plear el mismo

tan dispares por su

término para referir situaciones

contenido como la del obrero industrial, la del siervo de la gleba europea

v la del esclavo de la antigua Grecia. Poco tienen que ver estos dos ú]timos casos, mediados por relaciones de dependencia personal, al del asalariado, cuya relación se establece a través de una mercancía. Aclarado esto, continuemos.

La forma de inserción en el metabolismo capitalista tiene, como toda acción social, un reflejo sobre la forma en que los individuos producen

su conciencia. La reproducción del capital puede ser vista «como un

proceso que transcurre [...] independientemente de la conciencia del hombre, pero también como un proceso entre cuyas leyes figura asimismo el modo como los hombres toman conciencia del proceso mismo y de su posición en el interior de este»*”. La elaboración ideal de la realidad no puede sino fundamentarse en algún momento, sea aparencial o esencial, de esta última*, En el caso que nos ocupa, esa «realidad» no

es otra cosa que el modo de producción capitalista. Esto lo podemos

atisbar desde el momento en que, si cada individuo «se refleja a sí mismo

como sujeto exclusivo y dominante»*, a fin de cuentas, libre, es por la forma —privada e independiente— en que se organiza el trabajo social.

En este contexto, mientras que la libre voluntad está subordinada a las

determinaciones dadas por el capital, el despliegue potencial de la con-

ciencia quedará recortado, aspirando a extenderse hasta la aprehensión

de las dinámicas que rigen su propia actividad. El problema inmediato,

dispuesto en su plenitud, no está aquí en dejar atrás la condición de individuos enajenados, sino en reconocerse en tal condición. La forma en que esta particular «toma de conciencia» tenga lugar dependerá, no obstante, de la forma en que incruste su actividad en la producción social: pa habrá,habrá al menos, tantas formas de concienciaa, como tipos de nexos pucdan establecerse con la producción social.

32 Karel Kc ik 33 Recordo sa as omo

Diolars:

tica de lo concreto. México DF: Grijalbo, 1968, p. 202. «Ne e la co nciencia de los homb res la que determin pr a la realidad; por ñ area idad social es la que de termina su conciencia ] Mara, (da » Karl Marx, 7 ica de la economía Política, Madrid: Al be rt o Corazón, 1970, os fundamentales... pS | Vol. 1, Op. » cit., y p* p. 183 R 42 Escaneado con CamScanner

1. Las clases sociales en la sociedad de productores libres

La clase capitalista: personificación de los capitales individuales El primer grupo de personas al que nos enfrentamos cuando analizamos

la dinámica de la acumulación es aquel que la pone efectivamente en movimiento. Pero más allá de eso, se trata de un colectivo que asiste y acompaña al capital en el conjunto de su movimiento. Para esta clase social el «contenido objetivo de este proceso de circulación —la valorización del valor— es su fin subjetivo»*. El capitalista es, pues, la primera

figura que deviene de la necesidad del capital social fragmentado en muchos capitales privados de ser asistido en su dinámica de valorización. La propiedad privada respecto del dinero y de los medios de producción

es la forma histórica en que tiene lugar la producción del capital, es la expresión formal de la articulación del metabolismo social, que pasa

necesariamente por poner en relación individuos recíprocamente inde-

pendientes a la hora de organizar su proceso de trabajo. Tal y como se nos aparece el problema en este momento, el capital social lo hace con la ineludible mediación de quienes los personifican en calidad de propietarios: la clase capitalista. Para reproducirse a sí misma, para satisfacer sus propias necesidades, esta clase debe cumplir con su papel y acatar los imperativos designios de su porción de capital: obtener un plus en forma monetaria respecto al dinero invertido en primer lugar. De cara a hacerse con este dinero extra debe asegurarse del cumplimiento de al menos tres funciones que, inmediatamente, recaen sobre su propia figura y conciencia como capitalista y que este debe realizar

a través de la inversión de su propio trabajo: (1) debe albergar en su conciencia el movimiento general de la circulación, desde la compra de

insumos, hasta la venta de productos, portando una «conciencia de la circulación»; (ii) tiene que organizar el proceso de producción de plusvalía para que tenga lugar de la manera más eficiente posible, «conciencia productiva»; y (iii) para lo anterior es preciso, en no pocas ocasiones, lidiar coactiva y conflictivamente con los agentes que llevan la producción a cabo, «conciencia coactiva»*, No obstante, el desempeño de estas

tareas está supeditado por completo a la consecución de la plusvalía en forma dineraria —igualmente, como veremos en pocas páginas, es la apropiación de plusvalía la que puede llevar al capital a despojarle 35

Marx, El capital... Libro 1. Op. cif., p. 116.

36 Iñigo Carrera, El capital... Op. cit.

43

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Cuestión de clase

incluso de estas funciones=. Si no la consiguiera, simplemente Perdería su condición de capitalista, esto es, el vínculo con la procucción social que le ofrece la posibilidad de apropiarse de unapare cc la. La espada de Damocles de la valorización insuficiente pende siempre sobre la

cabeza del capitalista individual en forma de competencia,

A su vez, la forma concreta que toma la concurrencia capitalista es la gradación de los diferentes capitales en función de su capacidad de alcanzar o no la valorización normal. El modo en que el capital se acrecienta, concentrándose, creando capitales grandes, que consigan hacerse con una tasa de ganancia, un retorno sobre la inversión, superior a la media, normalmente gracias a su capacidad de otorgar al trabajo

que en él se desempeña condiciones productivas más desarrolladas. Pero también capitales normales y, por supuesto, capitales pequeños, que encontrarán dificultades a la hora de consumar sus diferentes ciclos de

producción y que, de hacerlo, lo harán, mientras puedan, con tasas de

ganancia relativamente pequeñas. Del modo en que el capital social reduce el número de capitales presentes, de la centralización, emerge la apariencia de que, en realidad, estamos no ante una, sino ante dos o más

clases diferentes separadas entre sí por el volumen de capital que poseen O por su capacidad de valorizarlo. No obstante, atendiendo al vínculo

que todas estas personas establecen con el metabolismo social mercantil nos percataremos de que es idéntico, que se da a través de la propiedad privada de los medios con que dan comienzo a la producción de plus-

valía. La clase capitalista es, en definitiva, una clase diversa, que tiene como

elemento común y definitorio la posibilidad de reconocerse en el carácter

privado del trabajo a partir de la forma histórica peculiar que esta asume: la propiedad privada del capital.

tal que enfrenta a los capitalistas entre sí 2 de lo que enfrenta, por este mismo motivo,

a ESOS CON sus empl eados. Todo capital mira a sus congéneres , a Sus tasas de ganancia, con interé s y recelo: interés por saber si existen formas de mejorar su Prop io rend imiento y recelo porque aquell os también pueden interesarse POr su propio proceso productivo, Esta guerra EXprcsarse entr puede

e hr ello es e] Cspion JUrgucses de un mismo sector (ejemplos extremos de

Je industrial, el sabotaje, rentes ramas ( el burgués rura] se enfrenta etc.), pero también de difepor la renta al terrateniente, 151 COMO

44

el ¡n dustrial a] bancario por el interés). Desde el momento en

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1 .* 1 LLá> a Dx cla

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13:

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que se contempla la posibilidad de trasladar la in versió otro, ningún capital puede sentirse complet amente n de un y amo a a sal vO. La pugna competitiva es el modo en que el capital se impone su propi a normal; dad, la tasa

general de ganancia; la cual, por otro lad O, a e expre-o NO pued sarse sino a través de la diferente capacidad de y alorizació n de los capitales, que se traduce, con todo, en una vorágine de triunf os y clau-

suras de dinámicas particulares de valorización.

La clase obrera: personas «doblemente libres» A continuación, nos aproximaremos a la otra gran clase de la sociedad

capitalista, aquella que seguramente sea la más característica y trascen-

dente en ella, sobre la que recaerá la mayoría de las polémicas que

trabajaremos extensamente más adelante: la clase obrera (o trabajadora, o proletariado, términos que usaremos indistintamente pese a los matices semánticos que entre ellas pudiéramos encontrar). Pero para entender su centralidad es preciso colocar previamente las determinaciones básicas de este colectivo.

En busca de la determinación esencial

Si una forma de insertarse en el metabolismo social capitalista es a través del dinero que da comienzo a la circulación, la otra es la venta de de la propia capacidad de trabajar, la fuerza de trabajo, a cambio Una parte de ese dinero. Esa remuneración es la garantía de que, ue

vez percibido (o en disposición de la promesa de su pago), los y as

Obreras empleen su trabajo para producir plusvalía o, al menos, con ( tribuyan a la consumación de los sucesivos ciclos de acumulación, que afronte sus tareas pertinentes con devoción o vagancia pe ll

'cspecto, completamente irrelevante: lo que ponemos de man eo o Cs la esencialidad de dicha labor para que el capital —a pas Ona Capitalistas— consiga la ganancia que busca al adelantar e dinero

que el grueso del trabajo que, ya vos, vez constatado A las mercancías proviene del desgaste físico € inte ca

E NO

cinto grantes de la clase obrera, no cabe más que situarlo en e N pro” fundo núcleo del modo de producción. Estamos ante ma ES o Cuya actividad es el fundamento mismo de la producción

del capital, 45

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Cuestión de clase

y cuya importancia, sea la que fuere, deriva de la posición, interna al capital, en la que este la coloca”. Pero vayamos poco a poco. Para que la fuerza de trabajo se compre y

venda, previamente hace falta que exista: debe haber personas dispuestas

a vender su tiempo y esfuerzo. ¿Por qué podrían acceder a tal cosa? No naturalicemos ese hecho, no siempre han existido personas dispuestas a ello o con capacidad de hacerlo. La respuesta, no obstante, es bien conocida: hay seres humanos que encuentran razonable anclar el destino

de su propia reproducción al de un capital determinado porque no encuentran una vía más satisfactoria para integrarse en el metabolismo social general. De nuevo, ¿por qué no ven otro camino para ello? De cara a determinar qué tiene de particular la clase obrera, el porqué de su existencia, es menester apelar a una doble condición. Deben, sobre ella, converger por igual dos circunstancias. En primer lugar, debe estar

inserta como sabemos que lo está— en una sociedad de productores

libres de mercancías. Únicamente así podrá hacer lo que le plazca, pues

no debe lealtad a nadie por un rígido vínculo personal. No es esclava ni

tampoco sierva. Sobre la fuerza de trabajo, dice Marx que, para que

«pueda venderla como una mercancía, es necesario que disponga de ella,

es decir, que sea libre propietario de su capacidad de trabajo»*, En se-

gundo lugar, es necesario que no disponga de otro recurso, en particular, de medios de producción, con los que pueda darle la forma de mercancía

a su trabajo social; retomando nuevamente las palabras de Marx, para

«poder vender mercancías distintas de su fuerza de traba jo, el hombre necesita poseer, evidentemente, medios de producción, materias primas,

instrumentos de trabajo, etc.». Todo esto es expresado por el autor alemán de manera muy curiosa:

37 sl Non ¡ estas palabras de Eagleton: «El marxismo no se amos de citar centra cho mismo d de e encuentre una especie de virtud deslumbrante en el heel trabajo. Los cacos y banqueros también trabajan duro, pero Marx

ase

lectivos sociales Ha

trabajador medio Y la momento en que o

obre

q

NN

>

ra Porque sea supuestamente el más oprimido de los co

co”

105 grupos [...] que suelen estar más necesitados que el obrera no deja de interesar a los marxistas desde el

decisivo, el que la h; ea cuartos de baño o televisores a color en sus casas. El factor que ocupa dentro de Dr erdaderamente importante para los marxistas, es el /ugu” lona: ula, 2011 + 10, destac id capita lista», Por qué Marx tenía razón, Barc” 38 Marx, Peníns añad: £/, £áditaA l,..1 LePY ne estac: ado añadi do, Dro 1. Op, cit,, p.130,

46

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1. Las clases sociales en la sociedad de productores lib res

Para convertir el dinero en capital, el poseedor de dinero tiene pues ) que

encontrarse

en

e

l mercado, entre las mercan cías, con el obrero

)

libre; libre en un doble sentido, pues de una parte ha de pod er disponer libremente de su fuerza de trabajo como de su propia merca ncía , y, de otra parte, no ha de tener otr as mercancías que ofrecer en venta; ha de hallarse, pues, suelto, escotero y libre de tod os los objetos necesarios para realizar por cuenta propia su fuerza de trabajo”.

La clase obrera, los asalariados y asalariadas, son personas doblemente libres. Si esta denominación puede parecer irónica o incluso perversa, es porque retrata fielmente una realidad que sin duda lo es. Lograr la libertad que permite incorporarse en calidad de trabajador al mercado capitalista demanda la devastación de los vínculos de dependencia personal que en otro tiempo pudieran garantizar, al menos, la reproducción física de los individuos; si el señor feudal o el amo escla-

vista impedía a sus subordinados trabajar para otros, al menos se encargaba de facilitar su subsistencia. Estamos ante una retorcida situación

que libera a las personas a la vez que las desampara, pues las enfrenta

con un único, incierto y caprichoso «amo»: el mercado, en el que únicamente pueden introducirse metamorfoseando su trabajo abstracto en fuente de capital y su fuerza de trabajo en mercancía. Esta peculiar mercancía, como cualquier otra, se vende de manera

conflictiva: mientras los compradores (capitalistas) desean la mayor cantidad de producto, de la mejor calidad, al menor precio, los vendedores

(obreros) aspiran a vender la menor cantidad al mayor precio. Unos tratarán de extender la jornada, mientras los otros la aspirarán a contener o,

incluso, achicar. El resultado normal de este enfrentamiento, que ya puede

ser descrito como un primer momento de lucha de clases, debería ser,

como para cualquier otra mercancía, la venta de la mercancía en unas

condiciones que garanticen su reproducción, esto es, la venta de la fuerza

de trabajo por su valor. Este último estará cuantitativamente determinado por el valor de los medios de consumo que permitan a los trabajadores reproducir su propia capacidad de trabajar en condiciones adecuadas a la reproducción ampliada del capital: además poder mantenerse con vida, de ser capaces de regresar al trabajo día tras día, debe estar capacitado para generar descendencia que les supla en semejantes condiciones y

39 Ibid.,p.131. 47 Escaneado con CamScanner

Cuestión de clase

recurs os, en definitiva, el trabajo, invertido en la remunerar el tiempo y mplejo”, la capaci dad de aportar un trabajo co

propia formación, en

mulación del capital La clase obrera ante el desarrollo de la acu

La condición que vertebra la clase obrera no puede sino extenderse hasta

ucción alcanzar la inmensa mayoría de la población en el modo de prod

capitalista debido a sus propias leyes, las de la acumulación del capital. El progresivo crecimiento del tamaño y escala de los capitales, que re-

vierte en el incremento del desembolso inicial necesario de capital, priva progresivamente a miles de asalariados de la posibilidad de abandonar

esa doble- condición para constituirse como empresarios. Por contra, este mismo movimiento obliga a los capitalistas a incorporar cada vez más y más obreros en sus empresas, requiriéndolos ya para labores que

inicialmente eran su patrimonio, el de los dueños de las empresas. Con

tal de mejorar la productividad, van haciendo falta obreros que hagan ya mucho más que tareas mecánicas tales como ensamblar piezas: deben comenzar a apropiarse de tareas de gestión y control de la producción. Las tres funciones que anteriormente habíamos colocado provisional-

mente en el capitalista como personificación de la voluntad de valori-

zación del capital —en la circulación, producción y coacción— SON

fagocitadas por la plantilla asalariada*. Aparecen abogados, adminis”

tradores de todo tipo, publicistas y hasta gestores de personal; un elenco de profesiones que ocupan nuevos y viejos espacios suplantando eficazmente al dueño en la conducción de la empresa, lo que, a su vez, los enfrenta con muchos de sus propios congéneres en el curso de la ordenación del proceso de trabajo.

La clase obrera engloba actividades de toda índole, no solo las qué

antes realizaba el propietario de grandes capitales, también aquellas que

hacían figuras autónomas como los médicos o maestros; y las que no

consigue englobar, quedan paulatinamente doblegadas a las pautas de des En” moderno trabajo asalariado: «Una serie de funciones O activida vueltas otrora en una aureola y consideradas como fines en sí mismas [..-) pl conteo A ENURÍGcan directamente en trabajos asalariados Po pueda

ser su contenido y su pago; por la otra caen [.. .] bx)

40 Ibid.,132-135,

41

Iñigo Carrera, E] capital... Op, cit., p. 45,

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1. Las clases sociales en la sociedad de productores libres

las leyes que regulan el precio del trabajo asalariado»*, La tendencia n la

asalarización del conjunto de tareas que contribuyen a irrigar la producción social tiene también un importante impacto simbólico, Se aprecia, como bien señalaban Marx y Engels en el más famoso manifiesto de la

historia, cómo el modo de producción capitalista profana todo lo sagrado”, No es de extrañar, entonces, que aquellos empleos que años atrás gozaban de un indudable prestigio, de un halo que les acercaban al viejo chamán

o curandero, ante la sociedad sean cada vez más desempeñados a través de relaciones idénticas a las que rigen cualquier otro tipo de producción mercantil, desprendiéndose de todo misticismo. Tomemos la explotación agrícola para ejemplificar este movimiento, Antaño, tras la hegemonía de la producción de tipo campesina, el propietario gestionaba la empresa, compraba los insumos y contrataba a

los jornaleros para que labrasen la tierra o recogiesen sus frutos con sus

propias manos. Las cosas han cambiado bruscamente en unos años, Hoy las tierras de la producción intensiva son propiedad de grandes empresas cuyos dueños apenas las pisan. En ellas, las extremidades humanas han sido suplidas por inmensas máquinas conducidas, en muchos casos, por sistemas GPS; la contabilidad es gestionada por personal preparado en universidades que por lo general permanecen más atentos a las oscilaciones de precios que los pormenores de la producción. Además, lejos de encomendar mediante rituales a Dios la prosperidad de la cosecha, se delega la selección de cultivos en laboratorios que la optimicen en función del tipo de suelo a través de procesos incomprensibles para

profanos, cuando no se hace al revés: diseñando la semilla para que se adapte a la perfección a las condiciones de sustrato o climáticas. Gracias a todo esto, un contingente relativamente pequeño de asalariados gestionando importantes montos de capital reemplaza a todo un ejército de ellos acompañados de métodos más rudimentarios mejorándose,

multiplicando incluso, su productividad*, 42 Karl Marx, El capital. LibroI. Capítulo VI (inédito). Madrid: Siglo XXI, 2011, p. 81,

43 Karl Marx y Friedrich Engels, El manifiesto comunista. Madrid: Ayuso, 1981, p,27, 44 Un ejemplo particularmente ilustrativo del resultado de este desarrollo lo ofrece Eduardo Sartelli: «en las sociedades precapitalistas hacían falta unas 5.500 horas

de trabajo para producir 2.722 kilos de trigo. ¿Y qué? Que en Estados Unidos, hacia 1800, la cifra había bajado a 373 horas, a 108 en 1900 y a 10 en 1970, Un

obrero norteamericano debía trabajar cuatro horas para comprar un kilo de pan

en el siglo xvi y 10 minutos hacia la época en que los Beatles se estaban sepaPr por culpa de Yoko Ono [...]» (La cajita infeliz. Madrid: Akal, 2014, p. 8).

49

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Cuevtión de dase

La propensión hacia la mejora de la producción de plusvalía, que no

ación del s es más que li 1 profundización en las condicione de explot proletariado, obedece a un dictamen de gran escala: cuando el capital

social choca, lucha de clases mediante, con las barreras que impiden intensificar el trabajo o alargar la jornada indefinidamente, esto es, cuando no se puede producir «plusvalía absoluta»*, se ve obligado justamente a incrementar su productividad. Al devaluar los bienes que

conforman su valor =no ya el capital individual que ha implementado

los cambios, que logrará presumiblemente imponerse a sus rivales en la

competencias, el capital social en su conjunto mejora su rendimiento, consiguiendo extraer más plusvalor a sus obreros sin que siquiera lo

noten en el descenso de su capacidad de consumo. Es a lo que llamamos «plusvalía relativa», Con ella, cabe señalarlo, el capital consigue apro-

piarse de, y por ende, modular, las condiciones mismas de reproducción de la fuerza de trabajo. Dentro de las maneras de obtener una mayor productividad, como

son la cooperación simple o la división manufacturera del trabajo, cabe destacar la más importante, aquella capaz de revolucionar «radicalmente» el régimen productivo”. Hablamos de la incorporación de la maquinaria, con la que desaparece toda barrera física que pudiera encontrarse en el cuerpo del trabajador. La aplicación de la maquinaria redunda en un despliegue cualitativo de las capacidades de la clase obrera ya agrupada en conglomerados orgánicamente vinculados a los que llamamos obreros colectivos. Serán ellos quienes hagan acopio de todas esas labores para incrementar la productividad con las que la conciencia del capitalista no puede cargar, al requerir un importante grado de cualificación. El desarrollo de las fuerzas productivas del tra-

bajo humano reposa sobre los hombros de personas que se vinculan al metabolismo social a través de la relación salarial, de la venta de su

propia fuerza de trabajo. La maquinaria es la expresión objetiva y más potente de la plasma-

ción del desarrollo de las aptitudes productivas de la clase obrera. Su

implementación requiere de un proceso de producción de una conciencia NN di

OS la, y también de organizar el, ahora, obrero

A

1 debe acoplarse, Para cumplir con ello, la aprehensión de las

45 Marx, El capital, .. 1 ibro l, Op. cit., caps, 5-7, 46 1bid,, caps. 10-1 3, 47 Ibid, y, 348,

50

dl

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1. Las clases sociales en la sociedad de productores libres

leves que rigen la naturaleza y también la acción humana que requería

el trabajo humano genérico precisa de un espectacular perfeccionamiento. Hace falta que prolifere, como parte de unos atributos productivos desarrollados, una conciencia científica que esta se expanda por el oroceso de trabajo social y se extienda, universalizándose, entre la clase.

Xo es por casualidad que en el contexto de la alimentación de la maquinaria empezaran a implantarse los primeros sistemas de educación

industrial, destinados justamente a dotar de cierta universalidad a los miembros de la clase obrera. El colofón de este movimiento sería la producción de individuos plenamente conscientes de las determinacio-

nes que rigen sobre su propio proceso de reproducción como parte del metabolismo social. Llegar a este punto supondría haber desplegado plenamente las potencias históricas del modo de producción capitalista, pues en una organización consciente del proceso de vida no tiene

cabida la enajenación en la mercancía que se encontraba en la base misma de la existencia del capital. Movido por la necesidad de engendrar plusvalía, es el propio capital quien llegaría a hacer insostenible la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social y las relaciones capitalistas de producción. La tendencia hacia la superación del modo de producción capitalista y, por ende, de

la división clasista, está portada en el despliegue asociado a la gran industria maquinizada que impulsa el capital como sujeto revolucionario de las condiciones de producción*.

48 Véase Marx, Elementos fundamentales... Vol. 2. Op. cif., pp- 216-25; para un análisis: Starosta, Marx5 Capital. Op. cit.; Guido Starosta y Gastón Caligaris, TrabaJo, valor y capital. Bernal: Universidad de Quilmes, 2017, cap. 6. Cuando Rosdolsky se pregunta por cuáles son «las condiciones materiales

de producción que hacen posible e incluso necesario el paso a una sociedad sin

clases»; no duda en responder: «La respuesta hay que buscarla ante todo en el

análisis marxista del maquinismo. Este análisis nos ha demostrado, por un lado, cómo el desarrollo del maquinismo reduce al trabajador a un engranaje de la maquinaria, a un simple momento del proceso de trabajo; por otro lado, cómo el mismo desarrollo crea a la vez las bases para que el consumo de fuerza humana en el proceso de producción sea reducido al mínimo y para que a los trabajadores atomizados de hoy les sustituyan individuos desarrollados universalmente, para los cuales las distintas funciones sociales son modos de activi-

dad que se reemplazan los unos a los otros»

«El límite histórico de la ley del

Fontamara, valor», pp. 17-48 en Crítica de la economía política. Vol 1. Barcelona: , 1976, p- 30).

se También Lukács, al observar lo que denomina «desantropomorfización» «el él: percata de la importancia, ya subrayada por Marx, de las máquinas; en proceso de trabajo va liberándose

progresivamente

de las disposiciones, etc.,

51

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Cuestión de clase

El curso hacia el agotamiento histórico del modo de producción capitalista no se le presenta a la clase obrera como un apacible sendero. Conforme la maquinaria va erigiéndose como la protagonista del proceso productivo, se va revelando que grandes contingentes de trabajadores

quedan reducidos a apéndices de las máquinas. Pero más aún: se producen

bolsas de población que se muestran sobrantes para el capital. Cuando el desarrollo de la productividad se combina con el crecimiento en términos

de individuos de la clase obrera surgen porciones de ella incapaces de

vender su fuerza de trabajo. El capital no precisa de más obreros y su

manera de hacérselo saber es por la vía del mercado, dejando a una parte

de ellos a merced de las más duras consecuencias de su doble libertad.

Descontados los destinados a la reposición o refuerzo de los trabajadores en activo, gigantescas masas de trabajadores desempeñan funciones de manera intermitente, cuando no caen en una situación crónica de desem-

pleo que los puede llevar a la marginación y, por supuesto, a la desesperación. El contraste social acaba por ser el contraste al interior de la clase

obrera: una parte de ella es capaz de personificar el capital y de apropiarse de sus más grandes potencias, e incluso de conducirlo en la senda del éxito, mientras otra es convertida en superpoblación relativa. Una cosa es

la contraparte necesaria de la otra. No podemos olvidar que son, como acabamos de mostrar, obreros los que generan el desarrollo productivo

que deja a sus congéneres en una situación, al menos, comprometida. El desamparo de la clase obrera, como también, visto por el lado opuesto, su

esplendor, es el fruto de su propia acción, de la que puede decirse que €s, por fracciones, víctima y beneficiaria relativa.

Solidaridad, «conciencia de clase» y conflicto. Ese complicado «pero»

En varias de sus más conocidas frases, esas frecuentemente usadas como aforismos, Marx comienza por enfatizar la capacidad de agencia del ser

mano para, acto seguido, añadirle un «pero» que la determina, Con” => o restringe, Así ocurre en relación a la historia: «Los hombres en pero no la hacen a su voluntad, bajo condicione dlegi p Ai , sino bajo condiciones directamente existentes

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52

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objetivo» (Estética. 1. Vol. 1. Barcelona: Grijalbo, 1974, p- 207),

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1. Las clases sociales en la sociedad de productores libres dadas y heredadas»*". Algo muy similar escribió años antes sobre la

conciencia: «Los hombres son los productores de sus representaciones,

de sus ideas, etc., pero los hombres son reales y actuantes, tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de las fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde»”. En estas

oraciones se manifiesta, yuxtapuesta, la contradicción que más adelante y hasta nuestros días se ha traducido en la conformación entre, grosso

modo, dos tendencias diferenciadas en el marxismo. Por un lado, aquella que pone el acento en la capacidad de la humanidad de cambiar sus

condiciones de existencia, la que atiende a los «factores subjetivos»; por otro, la que destaca que son esas condiciones de existencia las que dan

lugar a aquella capacidad, la que se detiene a analizar los «factores objetivos» —la «corriente cálida» y la «corriente fría», como las llamara Bloch*-. Resolver, al menos para la sociedad capitalista, el sentido más o menos preciso de ese «pero» exige componer la unidad dialéctica, para lo que no encontramos mejor camino que avanzar sobre aquello que concierne a la relación entre solidaridad y conflicto de clases.

Entre el comprador y el vendedor de fuerza de trabajo, como ocurre entre compradores y vendedores de otras mercancías, no existen vínculos de dependencia personal, por eso se relacionan a través del intercambio. En él, cada cual personifica su mercancía, de tal modo que uno de ellos

llega a la situación de obrero en activo, mientras el otro se reafirma como capitalista. Ahora bien, esta condición de personificaciones de mercancías no les vincula únicamente entre ellos. Cada capitalista, como adelantamos, mantiene una relación de competencia con los demás capitalistas, y algo análogo le pasa al obrero individual. Sin embargo, en un contexto marcado por la sobreproducción crónica que la maquinaria genera de fuerza de trabajo, el valor de esta mercancía requiere para

realizarse que se venda no de forma independiente, sino colectiva, Es entonces cuando la competencia se presenta negada, como relación de solidaridad en el polo del trabajo y, como reacción, en el del capital. Los

obreros forman organizaciones que son inmediatamente respondidas por instituciones similares creadas por la clase capitalista. En ese punto

las clases empiezan a dibujarse como colectivos que experimentan una 49 Karl Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Madrid: Alianza, 2015, p. 39, destacado añadido. 50 Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana. Madrid: Akal, 2014, p. 21, destacado añadido, 0

51 Ernst Bloch, El principio de esperanza. Madrid: Trotta, 2004, p. 252,

53

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Cuestión de clase

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reciada. 1 eneloa! eds se ha llamado «conciencia de clase», lejos de man-

tenerse como un horizonte impoluto y constantemente distorsionado en su realidad concreta, tal y como lo trataba de dibujar buena parte del marxismo, fue moldeándose acorde a la evolución de los vínculos de solidaridad. Tan clasista es la proliferación de la solidaridad como su negación, dada a fin de cuentas por las propiedades de la fuerza de

trabajo de cara a su venta y reproducción. Si ciertos miembros de la clase trabajadora se reconocen O dejan de hacerlo en tal condición no es porque hayan surgido desde fuera mecanismos de «concienciación» o,

a la contra, de soborno, o perversos dispositivos ideológicos; todo ello =si es que se quiere describir de esa manera— forma parte del proceso a través del cual el proletariado produce sus atributos productivos, conciencia incluida, en el seno del modo de producción capitalista. Los diferentes movimientos generales del modo de producción intervienen en la conciencia clasista: lo hacían ya a la hora de verse como individuos libres y lo hace mucho más allá de ello. Ya vimos cómo la necesidad de reproducir de manera ampliada el capital a través de la plusvalía relativa

conlleva una expansión de la conciencia científica de la clase trabajadora. Su despliegue hacia la universalización podría potenciar —aunque tam-

bién, contradictoriamente, debilitar los lazos de solidaridad. Adicionalmente, podríamos situar en un lugar destacado, acercándonos a fases di ha dea dde peumucación, el modo en que las

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54

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1. Las clases sociales en la sociedad de productore s libres

Más adelante tendremos la oportunidad de profundizar en los procesos que toman parte en todo ello, así como en mucho de lo que en este momento estamos apuntando, ] 0 que nos interesa retener es la

idea de que no se puede separar abstractamente la «conciencia de clase»

del modo en que se conforma la conciencia del grueso de la población.

Si las clases son, como decimos, una realidad objetiva, la conciencia

cotidiana de los individuos que las conforman debe estar configurada por las fuerzas que sobre ellos actúan a partir de esa condición. A fin de cuentas, la conciencia no deja de ser uno de los atributos que conforman la subjetividad productiva, y como tal es producto del momento indi-

vidual del proceso de trabajo social.

Desvelar lo que hay detrás de aquel «pero» del que hablamos debería

pasar, según vemos, por avanzar concretamente sobre las determinacio-

nes en un único y amplio movimiento de carácter contradictorio destinado a reproducir la vida humana y que, claro, involucra la conciencia.

Uno en que la lucha de clases entra también como un elemento con-

sustancial al modo en que funciona el metabolismo social. Así como el

conocimiento es parte de la acción, esta última está atravesada por la forma en que nos organizamos colectiva y, a menudo, conflictivamente, como animales sociales que somos, para dotarnos de los medios que

satisfacen nuestras necesidades. Esto implica abandonar toda tentativa

unilateralista, cualquier pretensión de situar abstractamente un polo de

la relación como el «más importante» y descuidar por completo su opuesto: esperar sentados a que las transformaciones caigan del cielo es *

tan ridículo como pensar que, si no vivimos en el socialismo es porque

no nos hemos movilizado lo suficiente, o lo suficientemente bien. Las

potencias del metabolismo social no encuentran, ni pueden hacerlo, formas de realizarse que no requieran de la implicación de una praxis que involucra la conciencia humana; de la misma manera, las formas de la conciencia están dadas por un entorno constituido por las relaciones sociales de producción que conforman el modo de producción

capitalista.

posibilidad de la crisis que anuncia el dinero al separar la compra de la venta. La conocida ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia (enunciada por Marx, El capital... Libro 1. Of. cif., caps. 14-15) se manifiesta, más que como un secular desplome, debido a los factores que la contienen y contrarrestan, periódica-

mente a través de escenarios de sobreproducción generalizada de mercancías, violenta centralización, destrucción de capital ficticio, etc.

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Capítulo II. Las clases sociales en la sociología

Una vez expuestos los ejes centrales de nuestra propuesta, es menester contrastarla con aquellas que gozan de mayor difusión en el terreno de las ciencias sociales. En particular, lo que nos ocupará será una discusión con la sociología, disciplina bajo cuyo manto cayó el estudio de las clases sociales.

Qué es y qué estudia la sociología La palabra «sociología» viene al mundo, se dice, para designar una práctica enmarcada en el estudio de lo «social» pero, ¿qué significa concretamente? ¿A qué hace referencia? Aunque se busquen antecedentes en lo referente alas ciencias sociales tales como Saint-Simon o, yendo bastante más lejos,

Ibn que a la del

Jaldún o Aristóteles, lo canónico y razonable es comenzar por reseñar quien acuña el término, y buena parte del método que acompañará sociología desde sus orígenes, no es otro que August Comte, padre pensamiento positivista. No es menos protocolario señalar que otras

lúcidas mentes de su tiempo adoptaron de buena gana el vocablo, entre los que cabe destacar a Herbert Spencer, pionero en incluirlo en el título

de algunas de sus obras —7»e study of sociology, de 1873, o The principles of

sociology, de 1876—. Junto a Spencer, también podríamos consignar el nom-

bre de John Stuart Mill o el de Alexis de Tocqueville. Pero ninguno de estos señores, pese a dedicar en ocasiones largas reflexiones a la «naturaleza

57

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clase Cuestión de

ón d, ciencia social», destinan le tiempo a dia el campo de de la iología tal y como hoy la conocemos, j erenciada de las 4. la sociolog” les», pues in ¿llo tempore tal diferencia apenas hab; demá, rl diia

las esferas académico-intelectuales, daquieresta SSescisión debería buscarse, sin duda,

** Podido

Pasando por

autores que consolidaron la disciplina y que e e considerados cg, imero de

sus progenitores: Émile Durkheim y Max Weber. El pr e acota el dominio de la sociología al «orden de hechos que Presenta, caracteres muy especiales: consisten en maneras de obrar, de Pensar y

de sentir, exteriores al individuo, y que están dotadas de un Poder coactivo, por lo cual se le imponen»”. El segundo, por su parte, define 1, sociología como «una ciencia que pretende entender, interpretándola,

la acción social», entendiendo por esta «una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de Otros,

orientándose por esta en su desarrollo»*,

Estas tentativas de señalar la especificidad de la sociología, creemos,

no llegan a ser más que eso, justamente porque no logran señalar una

especificidad propia e inherente a la sociología que no sea extrapolable a

otras, o incluso al conjunto de las, ciencias sociales. Poco influye, al menos

en el nivel que nos encontramos, el enfoque general al problema. Tanto

el positivismo reificante del que hiciera gala Durkheim, como el subjetivismo interpretativo de Weber —ambos desde un común paradigma neokantiano”-, ofrecen definiciones incapaces de justificar, atendiendo

AULAS 7 T "TOA

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10

a su objeto de estudio, la separación de la sociología del conjunto de saberes acerca de la sociedad. Por la vía de los hechos, es difícil encontrar una sola forma de praxis humana que carezca de un elemento de «coac-

ción» 9 que no esté, de una u otra manera, «orientada» por la conducta e otros,

N ás allá de la arqueología conceptual, y ción, t rataremos de responder a las preguntasde cara a agilizar la exposi formuladas apelando ah forma por excelencia en que una ciencia se da a

ocer a sí misma: los manuales, En este campo pocos hay más reconocidcon os que aquel que lleva bo titulo Sociología redactado por lós célebres Macionis y Plumm A stos autores ofrecen todo un elenco de def iniciones de la sociología de

53 Émile Durk heim, Las 36-37. ax Weber, Ec reglas del método sociológico, Madrid: Akal, 1987, PPEconó” o mica, 1969, Pp nomía y sociedad. 2 vols. México DF: Fondo de Cultura . 5-6, 58

Case Gillian Rose, Hegel contra Soci ology. Londres: Verso, 2009.

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2. Las clases sociales en la sociología

diferente índole, formuladas por prestigiosos investigadores: nos hablan de la «comprensión de la sociedad de manera disciplinada» de Berger, de la «manera de pensar el mundo humano» de Bauman, del

«estudio de las instituciones sociales nacidas a partir de las transfor-

maciones industriales» de Giddens..., para optar por aseverar que la sociología «es, sobre todo, una toma de conciencia, una manera de pensar y de entender de una forma crítica los fenómenos sociales»*, Un vistazo crítico a todo este repertorio de definiciones debería llevarnos a sospechar bien de la naturaleza de su ámbito de referencia,

bien de la pertinencia misma del concepto. La mayoría de esos enun-

ciados se encuentran en un nivel de abstracción inusitado, haciendo referencia más a una presunta actitud del científico que a su campo de

estudios. Cada definición da claros indicios de lo que su formulador pretendía que la sociología fuera (más «objetiva», más «comprometida», más «crítica», etC.), pero no delimitan objeto concreto alguno. Esta actitud oscurece las reales consecuencias de practicar una ciencia social carente de un espacio acotado: no habiendo modo de escindir de lo «social» ningún fenómeno que concierna a la interacción entre seres

humanos, al seccionar la sociología del conjunto de las ciencias sociales, se arranca de raíz la posibilidad de enfrentar el cuerpo social como un todo, a la vez que se naturalizan, reificándose, campos de conocimiento

aledaños como la economía o el derecho. Esa pretensión es la que es-

conde en su seno la sociología. Esto fue lo que denunció Marcuse al poner de manifiesto que la aproximación sociológica implica que las

«relaciones “sociales” pueden ser distintas de las religiosas, políticas, económicas o físicas, aunque

nunca se presentan sin ellas»; también

Lukács: «la supuesta independencia de los problemas sociales con respecto a los económicos es, en efecto, el punto de partida metodológico de la sociología»”. En la misma dirección apunta más tarde Lanz: «El

término social es, para nosotros, equivalente a “humano” [...]. Expresiones tales como “medidas sociales”, “estructura social”, “política social”, Todo ellos etc., están poseídas de una terrible ambigiiedad conceptual». seguían, en realidad, la línea de quien fuera injustamente catalogado como el tercer padre de la sociología, nuestro ya conocido Marx, que 56 John J. Macionis y Ken Plummer, Sociología. Madrid: Pearson, 2011, pp. 4-5. 57 Herbert Marcuso, Razón y revolución. Madrid: Alianza, 1984, p. 362; Georg

Lukács, El asalto a la razón. México DF: Fondo de Cultura Económica, 1968, p.

58

471. Rigoberto Lanz, Marxismo y sociología. Barcelona: Fontamara, 1981, p. 50,

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Cuestión de clase

de que el ser humano es escribió, parafraseando a Aristóteles, aquello

j un «animal social»”. to a desdichados El contenido de estas citas debería poner en Un aprie to de conocimiento, profesores que tratan de demarcar su propio ámbi

niciones que hemos viéndose forzados a ofrecer alguna de las pobres defi los sociólogos se encuentran mencionado. Frente a economistas O juristas, de la realidad y, con ella, en nefastas condiciones para reclamar su parcela Crudamente

s universitarios. justificar la pertinencia de sus departamento se encuentra, «a diferencia lo asumía Simmel al reconocer que su ciencia situación desfavorable de tener que de otras ciencias bien fundadas, en la cho de existencia»”. Sin pocomenzar por demostrar en general su dere

por sus métodos, la sociología derse tampoco diferenciar sustancialmente ble de

e*. Lo suscepti acaba en una posición precaria para fundamentars estar formado por aquellos caer dentro de las redes de la sociología parece ciencias sonio de otras fenómenos que se resisten a encajar en el domi

s del ya troceado orgaciales más consolidadas. Se alimenta de los resto s no pudieron digerir nismo social que los grandes depredadores científico que no vínculos sociales con facilidad. Los comportamientos nacidos de identifican inmediason de carácter directamente jurídico o mercantil se

rario serían casos de tamente, si son enfocados colectivamente —de lo cont

modernas la psicología—, y si se dan en el marco de sociedades actuales y

propia—para no pisarse con la historia O la antropología—, como los más

mente «sociales» o, mejor dicho, sociológicos. Eppur si muove. Nada de esto ha sido un escollo, más bien al contrario,

para que la sociología se desarrolle cada vez más como disciplina; a través de la proliferación de diferentes «sociologías» compartimentadas en temarios, asignaturas o revistas indexadas: basta con adjetivar debidamente

el término en cuestión para dar cabida en su interior a casi cualquier tipo de proyecto de investigación. Desde las palabras de Comte hasta finales del siglo Xx, la sociología lejos de perder fuelle se ha buscado un hueco notable entre las disciplinas de conocimiento y, con mayor o menor for-

tuna, en el mercado laboral. Una parte de este crecimiento puede deberse

al honroso deseo de las y los investigadores de explicar fenómenos huér-

fanos de causalidades reveladas, pero seguramente sea de una ilusa can-

didez conformarnos con esta explicación, máxime en las fechas de las que 59 Marx, El capital... Libro 1. Op. cif., p. 282, 60 Geor Simmel, Cuestiones fundamentales de sociología. Barcelona: Gedisa, 2002, p. 25. 61 Theodor W. Adorno, Ligóes de sociología. Lisboa: Edigóes 70, 2004, p. 146.

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2. Las clases sociales en la sociología

hablamos. Tampoco creemos que la mera disputa por el reparto de poder en la academia alcance. Lo que sostenemos es que la sociología se des-

plegó, al menos inicialmente, casi como un resorte activado con el impulso de los relatos engendrados a la sazón del auge del movimiento obrero. Al analizar la infancia de la sociología nos percataremos de que esta ha tenido lugar en paralelo al crecimiento del marxismo. Este último, seguramente no en sus versiones más refinadas, se incorporó con la po-

tencia que confería la coyuntura política al debate de las ideas mostrando una incipiente capacidad de trascender los límites de la economía política (degenerada ya en «ciencia económica»). Las ciencias sociales occidentales asentadas, «burguesas», se resistieron a albergar lo «social» en sus ya osificadas materias de estudio, seguramente por temor a su desnaturalización.

Se trataba de disciplinar el estudio de la realidad social. La respuesta en la batalla ideológica de la época fue la propulsión de la sociología: nuevo,

deslumbrante y apologético contrapunto científico a las ideas de nuevo en la jerga del momento— inoculadas desde los países del Este o las células comunistas”. No es casualidad que los socialistas que se hicieran eco del auge de la sociología la percibieran como «oposición al socialismo moderno»”. Replicando al corpus marxista y, en particular, la vocación revolucionaria de la intelectualidad, la sociología fue adquiriendo popularidad al compás de las demandas del capital. Se fue haciendo necesario un conocimiento objetivo que permita a sus portadores acometer ciertas

prácticas: especialmente la producción de datos, tanto cualitativos como cuantitativos, y su interpretación aislada del proceso metabólico social, lo cual exige de facto una teoría cimentada en la abstracción”, Gracias a ellas 62 Se puede apostillar que años después emergió -sustituyendo a Saint-Simon o Comte por Maquiavelo o Pareto- la ciencia política. Con un espacio de conocia los miento más definido que la sociología, la politología jugó un papel propenso

intereses de las burguesías occidentales al afanarse en la apologética de la democraEmilio cia liberal, a la cual abastecía de gestores especializados, Véase Karl Held y

pp. 179-182. Muñoz, El estado democrático. Buenos Aires: Resultate, 1988, 63 Karl Korsch, Kar! Marx. Barcelona: Ariel, 2004, p. 23, constituido en línea recta con las necesidades de una burgue-

64 Se requería «un saber estabilizasía que pasa del romanticismo ilustrado en su periodo de ascenso a una ¡ARAS

aga ción que requiere de renovados instrumentos de teptuauaniba» ne (como clásica a sociología. Op. cit., p. 163). No se trata de criticar la sociologí RES 0, 1964), ni tampoco de que Tierno Galván, «Crítica de la sociología clásica» de Miguel, Socioconciliar el empirismo con la perspectiva crítica (como Amando ayer y hoy, es objetivo, logía o subversión, Barcelona; Plaza 82 Janes, 1974). Nuestro . la crítica radical de la sociología. Sin apellidos.

que deudor del an ¿n esa línea, nuestro desarrollo es en gran medida con su correspondiente Netto propone en relación al papel de los servicios sociales, 61

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Cuestión de cdase

se contribuye a organizar el proceso de explotación, en ningún caso a superarlo, como ambicionaba el marxismo.

Los grandes adalides de la flamante disciplina, pretendidamente

ajenos a la agenda política y realmente ajenos por supuesto al moy.

miento ocultar miento primer

socialista de la época”, renunciaron en no pocas ocasiones a la radical e insalvable oposición entre el marxismo y el conoci. de índole sociológico. Volvamos a Durkheim, fundador del departamento de sociología, quien sentenció que el «socialismo

de no es una ciencia, no es una sociología en miniatura, sino un grito

sienten más dolor y a veces de cólera, lanzado por los hombres que

hondamente el malestar colectivo»%, Más crudos serían los voceros de las teorías sistémicas: Parsons no se amedrentó a la hora de tratar al

socialismo como una religión; ni Luhmann al plantear la incompatib;lidad entre el marxismo, que sobreestima el peso de los conflictos,y su

propuesta, según la cual sería «posible» y «necesaria» la estabilización

de tales contradicciones”. El cometido de la sociología es, lo tenían

claro, no instar a la transformación social, sino contenerla.

Plantear una alternativa al enfoque de Marx, y sus derivaciones políticas, exigió enfrentar el que sería el problema inaugural de la sociología: explicar la especificidad de la sociedad moderna. En tal empresa, cuando aparece como fundamento de la misma la «división del trabajo social», lo hace colocada la complementariedad en las tareas como natural fuente

profesión, en el modo de producción capitalista (Capitalismo monopolista y servicio social. Sáo Paulo: Cortez, 1997).

65 La división trazada por Weber, en su famosa conferencia de 1919, entr

eel político

y el científico fue tomada muy seriamente en lo que respecta a los partidos con vocación transformadora. En el historial de los más aclamados sociólogos cues”

E

encontrar ejemplos de un ejercicio militante de la disciplina (Góran Therborn «La clase obrera y el nacimiento del marxismo», pp. 9-38 en Ideologíay lucha de casé Barcelona: Anagrama 1974, p. 37). En rigor, existió compromiso militante, pero uno firmemente alineado con los intereses del poder político burgués (véase e apasionada e inclemente exposición de Iñaki Gil de San Vicente, Marxismo Pe Me mile

Bilbao: Boltxe, 2012). Durkheim, El socialismo, Barcelona: Apolo, 1931,

p - 16-18:

67 pee Parsons, El sistema social. Madrid: Alianza, 1982, pp: 349-50; Ns Md

decada

e

Read, pp. 1-11 en Marxismo y democracia. Sociología:

loduero, 1975, p. 11. Nada

menos

había

que en 1897, Plejánov e, cada

0 1 Cs0s « sociólogos” que se ven completamente desconcertado: lismo

deque en sus estudios tienen que encararse con una revolución» (El materi

histórico. Madrid: Akal, 1975, p. 18).

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de| vas clases sociales en la sociología

de una solidaridad, se dirá, «orgánica», En el grueso de canoso

obstante, se invertiría la determinación de la organización de la vida, puesta COMO UN epifenómeno de lo ocurrido en la conciencia colectiva Se vio la asociación (Gesellschaf?) como producto de una «voluntad» de

una «actitud negativa» hacia los demás, que se caracterizaría como sifigo dido mecánico» sobre la organicidad de la comunidad (Gemeinschafoy.

Incluso, dando la vuelta a los planteamientos de Engels, se haría de la «concepción de la vida» o el «espíritu» que promovía el culto protestante

la fuerza motriz del capitalismo”,

La enmienda a las tesis socialistas, que como observamos se remonta a los cimientos de la estructura social, golpeó de lleno en la cuestión de

las clases. Habiendo entrado por la fuerza de la lucha obrera en las agendas de investigación, nunca cejaron los intentos por sacarlas. Autores tan

conocidos como Lipset y Bendix —cuya filiación socialista se esfumó con su juventud— reconocieron el uso de las teorías de las clases sociales como

arma arrojadiza en la pugna política”, En ese terreno la batalla tuvo lugar sin cuartel; y no es por casualidad: las clases y, concretamente, la clase obrera era el vértice sobre el que debiera pivotar la revolución socialista.

Al ser punta de lanza de un lado, se convirtió en el blanco de los ataques por el otro. Al menos desde comienzos del siglo XIX, se sucedieron las tentativas de manipular o desvirtuar todo el marco que en ellas se anclaba. Muchas de ellas, no obstante, distaban de responder a una deliberada voluntad, torpemente canalizada, por falsear u oscurecer la realidad. La reconstrucción o impugnación de la noción de clase se hizo desde los estándares de producción de conocimiento científico. 68 Émile Durkheim, La división del trabajo social. 2 vols. Barcelona: Planeta-Agostini, 1985,p. 153-54, ; 69 Ferdinand Tónnies, Comunidad y asociación. Madrid: Biblioteca nueva, Minerva, 2011, pp. 85-88, 136. 70 Friedrich Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico. Barcelona: DeBarris,¡ sf, pp. 29-37; Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Madrid:

Alianza, 2002, pp. 224-25. ¡gl Como demuestra Irving Zeitlin, los «sociólogos descollantes de fines del siglo XIX y comienzos del xx desarrollaron sus teorías recogiendo y enfrentando 5 costr fío intelectual del marxismo» (Ideología y teoría sociológica, Buenos Aires: Per rrortu, 1973, p, 361 y passim.; véase también: Lukács, El asalto... Op. cit., p.0

71 Cf. Seymour Lipset y Reinhard Bendix, «Social Status ved Social Suri: 108 British Journal of Sociology 2(3): 230-54, 1951. No era un gran hallazgo, antes que Marx, 5 aint-Simón ya había usado polítivienes podrían ser los advercamente la noción «clase industrial» para aglutinar a q sarios del antiguo régimen (véase el Catecismo político de los industriales. Barcelona: Orbis, 1985).

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Cuestión de clase

Abstracción y continuum. La clase en la sociología weberiana De entre el amplio abanico de opciones teóricas que ha brindado | sociología para comprender las sociedades contemporáneas, sería la Le

formuló Weber una de las más transitadas. Son pocos los que puedo, presumir de haber dado consistencia a toda una sólida corriente en el marco de los estudios sociales, y menos quienes aún hoy gozan de un

incontrovertible prestigio en ambos lados del espectro político; Weber

es uno de ellos. Seguramente no habrá un lugar del mundo en el que un sociólogo abandone la facultad sin haber escuchado y posiblemente

reproducido su teoría sobre el espíritu del capitalismo; ni un politólogo al que no le suenen de cerca las diferentes fuentes de dominación legítima. No obstante, por lo que aquí lo traemos a colación es por haber elaborado la teoría hegemónica sobre las clases sociales. Así es, como

podremos confirmarla forma más común de aproximarse a las clases y la «idea» de estas que usualmente se maneja—, pese al historial marxista del concepto, es de corte inequívocamente weberiano.

Método y resultado de la sociología interpretativa

Max Weber, padre de la por él denominada «sociología interpretativa»

marcó el rumbo de las ciencias sociales fundamentalmente por sus apor taciones en el terreno metodológico. En realidad, las conclusiones 4 las que arribó estaban muy marcadas por el peculiar modo en que encaraba la investigación social,



Uno de esos rasgos distintivos es el individualismo metodológico. «Para la interpretación comprensiva de la sociología», escribe, las el maciones no son otra cosa que desarrollos y entrelazamientos de al

nes específicas de personas individuales, ya que sólo estas CON

;

sujetos de la acción orientada por su sentido»”, El Estado, la farm e cualquier otra institución serían derivados secundarios de la ini” a tidad indisoluble: el individuo. Esta premisa es en realidad imP os de una disciplina económica -no olvidemos que su libro se pe e no

nomía y sociedad- en plena revolución marginalista, respecto

la A cias

escatimó en alabanzas, No pueden pasar desapercibidas las refer 72 Weber, Economía y sociedad. Op. cit., p. 12. 64

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2. Las clases sociales en la sociología

alos padres de la llamada «escuela austriaca de economía» como BóhmBawerk o Mises en su trabajo. Con ellos comparte esta aproximación, despojada, por supuesto, de cualquier consideración de carácter histó-

rico: «También una economía socialista tendría que ser comprendida por la acción de los individuos [...], o sea con igual carácter “individualista” que caracteriza la comprensión de los fenómenos de cambio con

ayuda del método de la utilidad marginal»”. Lo que está diciendo es que el método hoy característico de la economía neoclásica para comprender los precios, a saber, el de la utilidad marginal, acompañará por

siempre a la humanidad. La naturaleza humana, deducida de la apa-

riencia inmediata de individualidad del proceso de vida social, queda indisolublemente unida a la persecución de beneficios propia del agente libre en tanto que enajenado en la mercancía. Tomado el individuo abstracto como única certeza, la realidad social

se le plantea como un enigma ininteligible. Cuando Weber se enfrenta a la realidad social que lo rodea, a la «evidencia» (las comillas son suyas), se percata de que a «menudo los elementos comprensibles y los no com-

prensibles de un proceso están unidos y mezclados entre sí»*, Esta amal-

gama de inteligibilidad con su contrario lo lleva a concluir que: «Tenemos entonces que contentarnos, según el caso, con su interpretación exclusivamente intelectual»”. En definitiva, cuando los datos se muestren tercamente abstrusos, la única manera de elaborarlos es a través de la elucidación

«intelectual». Esta modestia epistemológica es el punto de partida y apoyo para sostener justamente que los hechos, más que comprendidos, han de ser interpretados. Y para hacerlo nos ofrece una herramienta conceptual

que representará un antes y un después en la forma de percibir las formas de la interacción humana: el tipo ideal. Este procedimiento es, no debe

sorprendernos, igualmente traído a la sociología desde la ciencia econó-

mica, y es a ella a la que se remite para explicarlo. Los tipos ideales serían herramientas heurísticas «extrañas a la realidad» construidas, como es el caso de la acción racional, en base a «una utopía conseguida mediante la

acentuación en la mente de determinados elementos de la realidad», Esta estrategia, también traída desde el estudio de la ciencia economía, es un precipitado más de la filosofía idealista. Lo que se trasluce 73 Ibid, p.15.

74 Ibid. p.6,

75 Ibid,, p.7. 76 Idem.; Max Weber, La «objetividad» del conocimiento en la ciencia social y en la política social, Madrid: Alianza, 2009, pp. 141-42.

65

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Cuestión de clase

de ello es que la realidad «en sí misma» no es acce sible al conocimiento, al menos no por sus propios medios; si queremos AProXimMarnos a ella,

haría falta importar su razón desde la conciencia, en este caso a través de conceptos formulados por el investigador. La abstracción, Proceder

sobre la que se erguía la sociología, se postula ahora como su método, Como dijera Hegel, «cuando más puro sea el concepto MIS MO, más desciende y se degrada para convertirse en una vana representación»”. Esto es, puede ocurrir que la conciencia «científica», ahora en palabras de Marx, se torne en aquella a la que «el movimiento de las categorí as se le aparece como el verdadero acto de producció n»”. En términos

mucho más prosaicos y concretos, podríamos decir que la definición

precisa de una cosa en ningún caso lleva aparejada su exis tencia, ni tampoco que vaya a resultar útil para comprender cualquie r realidad; aun en el campo de la hermenéutica, puede ser que el resu ltado sea un artef acto estéril”. En efecto, podemos construir conceptos de lo más inmaculados que

carezcan de toda conexión con fenómenos reales. Cuando el investigador goza de la prerrogativa de elaborar, al mar gen de los fenómenos que

trata de comprender, sus propias nociones, corre el riesgo de perder la corr espondencia entre la exposición «científica» y la estructura del hecho. Además,

en ocasiones, el hueco que deja la distancia entr e el tipo ideal y la evidencia puede ser aprovechado sustituy endo la inocencia del simple concepto «científico» por las impl icaciones del concepto ideológico, claramente interesado. Como sintetizan a la perfección Hinkelammert y Mora, «el concepto de la situación ideal construido es siempre portador 77 Georg W. E Hegel, Fenomeno lo

a

eonómica, 2015, p.207.

; 5 gía/ del espíritu, México DF: ] Fondo de Cultura

¿Miarx, Element

s 19 Wecks Ne due fundamentales... Vol. 1. Op. cit., p. 22. ed emplea esta ración haciendo referencia

justamente al aaa . análisis de la a ablar de la competencia; «es difícil adivina Éridos 4 mercados meno, petencia perfecta puede ofrecer planteamientos re! cos de 0s precios y produ perfectamente competitivos, cuando las caracterisroo se vienen a la mente Lo teo, Un instrumento de la rivalidad. este a especie +) COn cuatro e micornios: uno puede definir tal criaturaEn como E carac. terísticas anatón ica similar al caballo con un único cuerno y elaborar > crencil. Cas con cierto detalle; pero la definición no implica kr dio de

argumentar en un enfoque neoclásico que el llos derosas penetraciones en la naturaleza de los Cd de la Encia», PP. 173-92 en La nueva economía política als Y editado asc0, 2000 tsreral ad e Jl , p.178), : por J. Arrio] a y D, Guerrero. Bilbao: Universida 66

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2. Las clases sociales en la sociología

de valores, que en este contexto aparecen como valores con fundamen-

tación última. Como se trata de una situación ideal, se trata de una si-

tuación ante la cual se hace el intento de aproximarse a ella», Cuando

los economistas se prodigan en marcar las bonanzas de una situación

ideal, «utópica» como decía Weber, en realidad están incurriendo en la falacia de pensar que el acercamiento a ese óptimo imaginario llevará a una mejor situación que la actual. Lo cierto es que cabe sospechar, a estas

alturas, que con la importación de los utensilios heurísticos de la economía neoclásica”, el padre de la sociología no haya traído también, a sabiendas o no, los vicios de esta última.

La pregunta sería: ¿qué consecuencias tiene esto para el análisis de las clases? La respuesta puede no ser tan sencilla como parece. Al ana-

lizar el estudio que Weber realiza acerca de las formas de dominación,

y en particular la tendencia de la «carismática» a devenir «tradicional»,

Adorno se percata de que el sociólogo germano violentó su propia con-

ceptualización del tipo ideal, yendo más allá del mismo y apuntando a lo que la teoría crítica llama «leyes objetivas de movimiento»*”, Por ende,

para saber cómo analizó las clases, debemos continuar aproximándonos a sus planteamientos concretos. Sin embargo, podemos adelantar que,

al menos en el plano «epistemológico», dado que el punto de partida es diametralmente opuesto al de Marx, quien renunciaba al empleo de elementos externos a la realidad para su explicación, sus recorridos serán disímiles y, lo que es más, irreconciliables*. 80 Franz Hinkelammert y Henry Mora, Coordinación social del trabajo, mercado y

reproducción de la vida humana. San José: DEI, 2001, p. 49. 81 Para mostrarlo sigamos con las alegorías de Weeks: «La magia es usualmente

utilizada para librarse de los trolls o disolver a las brujas. En la teoría económica

neoclásica los trolls o las brujas en cuestión son oficialmente el Estado, cuya eliminación da lugar a un estado de gracia específico denominado Óptimo de Pa-

reto”, conocido más coloquialmente como “competencia perfecta”. [...] Toda la maravilla de este cuento de hadas deriva de la facilidad con que se convierte de fábula en realidad: se puede lograr sencillamente por medio de los agentes que le indiquen a su gobierno que no haga nada; que detenga toda la cantidad de acciones irracionales que se ubican entre la realidad subóptima y el ideal de la libre competencia» («Falacias de la competencia». O. cif., p. 175). 82 Adorno, Ligóes de sociologia. Op. cit., p. 178. 83 Existe la elncio de nue, como dijera el filósofo G. Bueno, el método que Marx A emplea en El capital «tiene mucho que ver» con el tipo ei torno al concepto de ciencias humanas». El basilisco

o

» PP.

90- %

de fade le En realidad este mito puede rastrearse hasta el prQpia e toos ideale a E dilación o titubeo sentencia que «todas las “leyes” y evolutiva específicamente marxistas tienen [...] el carácter de tipos ideales» (La

67

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Cuestión de clase

LaA obra Web sí tiene en común con la de Marx, además de ereade dura, er sy el carácter inacabado. Sería su muj er la que se encar-

JN OE impo relsrtan lo hizo ore Marx, de publicarla póstumamente. Este te a con la hora de encarar la ms de leerl o, NO tanto Jorque el autor pudiera haber cambiado su opinión en cortos aspects,

más bien por la manera en que se puede resentir la cohesión y stes idad de los desarrollos. Por ello, sin pretender ahora recorrer "odas sus formulaciones en torno a la materia de las clases, nos limitaremos a señalar lo esencial. Entendemos por «situación de clase» elconjunto de las probabilidades típicas: (1) de provisión de bienes, (ii) de posición externa, (111) dedes-

tino personal, que derivan, dentro de un determinado orden económico, de la magnitud y naturaleza del poder de disposición (o carencia de él) sobre bienes y servicios y de las maneras de su aplicación para la obtención de rentas o ingresos.

Entendemos por «clase» todo grupo humano que se encuentra en

igual situación de clase**,

Más adelante ofrece algunos matices a esta definición que, empero, no cambian el sustancial hecho de que lo que queda de relieve es la

inscripción de la clase, como lo estaba ya en Ricardo u otros antecesores en el empleo del térm ino, en la esfera económica. Factores tales como

la formación o el patri monio serían claves a la hora de situar a un individuo en una u Otra c lase. Es destacable que, inmediatamente después del citado enunciado, tuación de clase den agrega que «no es necesario» que la clase o la si] Ugar a conductas comunes, y en esta idea se recrea abundantemente a lo largo de su obra. En efecto, para él es importante pensar la clase como Una posición que —a diferencia del estamento, que se referiría al honor aun siendo SUscep o al prestigio— se ocupa frente al mercado pero que tible de generar formas necesariamente

de acción colectiva, a

des emboca en ellas. En esas páginas arremete con fuera

cudociéntífico de los conceptos de “clase”y de “interés

“objetividado... Sera 0 cif., la p.«naturalez 168). Loa cierto es que aunque Weber, como dij a Comprendi?.ese funcional» de las abstraccio: nes, al carácter ¡ me “ $ mecano como Un simple “Convenci onalismo» ES de tal manera de la Beneració que, 4

n teórica [...] no lle y socie ad, Barcelona: . gaba a tocar la realid ad» (Ldeo/0 lo, Fontanella, 1975, 84 cber, Economía pp. 66-67) y so 68

yía

ciedad, Op. ci t., p. 242,

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2.1 «as clases sociales en la sociología

de clase”» que hace un «talentoso escritor», a cuya pluma atribuye las siguientes palabras: «el individuo puede equivocarse en lo que respecta a sus intereses, pero la “clase” es “infalible”»". Independientemente de la determinación de la identidad de ese literato o ensayista del que habla,

no cabe duda de que estos asertos son, De este modo, puede entenderse

su ideológica perseverancia en recalcar una y otra vez que una clase no es más que un soporte hipotético que puede o no expresarse en la acción social.

Es importante reparar en que el análisis clasista queda introducido

en una serie más amplia de dimensiones de lo que más adelante se llamará «estratificación». Los factores económicos serían solo uno de los varios tipos de atributos susceptibles de generar grupos sociales. Esto

marcaría el camino a muchos sociólogos, que «admitirán la existencia de las clases sociales, pero como una subdivisión parcial y regional de una estratificación más integral»”, Junto a la «situación de clase» estarían otras tantas capaces de resultar en colectivos movilizados, pero igualmente capaces de no hacerlo. La clase sería un factor individual más, como lo pudiera ser el color de pelo; como sarcásticamente dice Laurin-

Frenette: el «hecho de que sea posible colocar en una misma categoría, para su clasificación o descripción, a todos los individuos morenos (desde el castaño hasta el moreno oscuro) no los constituye por ello en un grupo real o en colectividad»*. La distancia con la propuesta materialista es ya patente e insalvable: su modestia epistemológica, que reconoce como irreales los objetos definidos, adquiere singular importancia

política a partir del momento en que define las clases. Quedan convertidas en una posibilidad, y su potencial se disuelve al quedar desmem-

brado entre los individuos que las componen.

85 Ibid., pp. 242,682,

685-86.

86 Es plausible que aquí estuviese hablando del célebre marxista G. Lukács, con quién tuvo una relación relativamente cercana en algunos momentos de su vida. Esto encajaría en el contenido de la oración, como veremos más adelante,

En ciertas ocasiones, su repulsa toma un cariz mucho más visceral, como al cargar contra el «dogma marxista» y la «escatología socialista» azuzada por la «inbelligentsia proletaroide judía» que, «dispuesta a todos los sacrificios», impulsó la «catástrofe de la revolución rusa» (1bid., pp. 410-11). , ;

87 Celia Duek y Graciela Inda, «La teoría de la estratificación social de Weber: un

análisis crítico». Revista Austral de Ciencias Sociales 11:5-24, 2006, p- 24. a 88 Nicole Laurin-Frenette, Las teorías funcionalistas de las clases sociales. Madrid: Si-

glo XXI, 1976, p. 105.

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Cuestión de clase

ial después de Weber Las clases en la teoría soc o

.

£

Y

Weber marcó el camino, pero fueron otros los que lo recorrieron, A

continuación reseñaremos algunas de las no pocas teorías explícita y

implícitamente weberianas de las clases

sociales, tratando de poner de

relieve las tendencias más generales, así como algunas desviaciones des-

tacables a través de sus más reseñables promotores.

El primer escollo que los discípulos encontraron para continuar la

obra del maestro fue la ausencia de una única y pormenorizada definición de clase. La forma en que los weberianos recibieron la complicación

fue la de homogeneizar o compaginar los diferentes factores puestos por Weber. Una de las soluciones que más acogida consiguió fue la que

brindó David Lockwood. Sería él quien, al aspirar a entender las dinámicas que atravesaban los oficinistas, tuvo que elaborar una definición

de «situación de clase» más operativa y multidimensional. Para hacerlo, reunió los tres grandes hits de la teoría weberiana: la situación de mercado, el plano estrictamente económico; la situación de trabajo, en el

que se registran relaciones de autoridad; y la situación de estatus, donde interviene la posición en el escalafón de prestigio social". Esta definición proveyó a la sociología convencional de una lustrosa combinación de

elementos con los que rellenar la idea de clase. Tanto es así que fueron los dos primeros componentes económico y de trabajo— los que tomó, por ejemplo, Goldthorpe para reelaborar las categorías profesionales

configurando las siete clases que protagonizarían uno de sus más reconocidos estudios”.

Con el tiempo surgieron otras propuestas que, con el pretexto de

actualizar el marco analítico, o incluso de conciliar a Marx y Weber, hicieron pasar por novedades ciertas variaciones respecto de ese mismo trío. Así lo harían Bell o Giddens, aludiendo respectivamente a propiedad, prepar ación técnica y actividad política, y a propiedad, cualidades a y posesión de fuerza de trabajo”.

aA

sen

acerca de qué es una clase social ha ae

os factores que la forman. No se parte 89

90 Tol

¡

de

/ sa iio, El trabajador de la clase media. Madrid: Aguilar, 1962, P. 6.

odili and Class Structure in Modern Britain Nue pr Carod 91 York: Daniel Bel y ress, Oxford, 1987, pp. 40-43, 1976, ell, El advenimiento de la sociedad post-industrial. Madrid: Alianza, o p- 414; Anth j ]

drid:Alianza,

na

pao uctura de clases en las sociedades avanzadas

70 Á

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2. Las clases sociales en la sociología

concreto real para comprender la clase, sino que esta surge de la yuxta-

posición de ejes. Más aún, ni siquiera tienen la reserva de procurar alcanzar un número finito y bien acotado de clases. Aquí se puede traer a colación una reflexión de uno de los más reconocidos marxistas ana-

líticos, quien, tras preguntarse, en un perfecto weberiano, «¿qué queremos que sean las clases sociales?» —asumiendo que las categorías se determinan alegremente por la voluntad de los investigadores-, tiene la cautela de señalar que la variable explicativa de las clases debía necesa-

riamente ser una variable discreta, de tal manera que no pudiera ser

establecida a placer la línea divisoria entre ellas”, Esta característica, incluso presentada de manera completamente exterior, podría parecer inherente al concepto de clase, y sin embargo es sistemáticamente des-

deñada por la sociología, que acaba representando las clases en modelos que reproducen la estructura social como si de un continuum se tratase*,

Este es distinguible porque las clases resultantes pueden ordenarse en una suerte de eje vertical, como si fueran estratos: habría clases altas, intermedias y bajas según la dotación de ciertos recursos.

Otro elemento que empezó siendo básico incluso para justificar el estudio de las clases era que debían explicar en algún sentido la conducta social =notemos que esa era la fuente de legitimidad tradicional para

mirar las clases—, no simplemente registrar desigualdades sociales, Tam-

bién esto quedó en segundo plano, cuando no olvidado. Las clases 1legaron a ser números que componían inmensas tablas y que daban lugar a representaciones matemático-estadísticas sin apenas relación con la

forma en que las personas actuaban, no hablemos ya siquiera de luchar. La palabra «clase» era si acaso una reminiscencia, un resabio, que quedaba como guiño a los autores clásicos cuando, en realidad, se observaba

algo mucho más parecido a la «estratificación» o «desigualdad» social. La clase se fue convirtiendo en un conjunto de factores registrables, un 92 Philippe Van Parijs, «Una revolución en la teoría de las clases». Zona abierta 59-

60:187-228, 1992, pp. 189-90. ! 23 El sociólogo polaco de inequívoca influencia marxista S. Ossowski comenta que el tratar de «impugnar la existencia de claros contornos de clase en la estructura social o impugnar las bases objetivas para la delimitación de las clases en gene-

ral» sería parte de una «tendencia a borrar el carácter de clase del sistema social en vigor». Si no hay límites entre clases, no hay clases y donde desigualdades pueden esfumarse: «el concepto de continuum

no hay clases, las de las posiciones

sociales elimina las clases sin preocuparse en lo más mínimo por la escala de las desigualdades» (Estructura de clases y conciencia social. Barcelona: Península, 1972, pp. 117-26).

71

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Cuestión de clase

cluster, a gusto del científico. Desde esas premisas se cometieron tales desmanes contra la aproximación original que surgieron, Incluso en e]

interior de la tradición weberiana, críticos: «mientras Max Weber continuó la tradición marxista al hacer de las clases y los estratos el objerg

principal de su investigación, los neoweber ianos han tendido a concebi el orden estratificacional como un conjunto altamente fragmentado y

reducible a una simple serie de agregados estadísticos»”, La barrera que se había consolidado entre la determinación «obje-

tiva», cuantitativa, y la de la acción, cualitativa, supuso una incomodidad que llevó a muchos investigadores a poner en cuestión otro de los elementos que habían sido centrales en Weber: la vinculación entre la clase y los factores económicos. Ya se había mostrado esa disociación entre

quienes, con Parsons, definían la clase en función del también weberiano

concepto de estatus”; sin embargo, la práctica fue mucho más allá. Curiosamente, autores tan dispares como Schumpeter y Polanyi, siendo

ambos economistas, coincidieron en la necesidad de liberar la clase del

suelo económico del que los clásicos de su propia disciplina le habían dotado. El primero, tratando de superar la metodología propia del tipo ideal, acaba haciéndola reposar sobre un factor propio de los vínculos

de dependencia personal como la endogamia; el segundo, para relacionar

los intereses de clase con cuestiones como el prestigio, que, llega a decir, «no son primordialmente económicos sino sociales», asumiendo el celebrado divorcio entre lo económico y lo social%, Otras contribuciones se decantaron por atender al poder y a la do-

minación, Esa fue la apuesta de Dahrendorf, que, preocupado por ex-

plicar la transformación social a través del conflicto, vinculó las clases

cia

ninio. a ese modo, al menos, evitó la isatacióniós

aspectos de la des;

siempre origen a de O consigue hacer lo

nal

Pl en un COTEnaOn en «contraste con

0 social, las relaciones de dominación

a

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o nv y no a una de rad PIOPIO, sin embargo, continuidad con la reducción de la clase ociendo al «concepto de clase», caracterizado de

mento de análisis sociológico», un «aspecto» com0 94 Frank Parkin , Orden y ] 1 col "ya ditema

Ode

E

ll

de clase, Madrid: Debate, 1971, p- 25.

Karl Polan "Peter, Imperialismo, Clases sociales, Madrid: Tecnos, 1986, P- 112; 97 7 RRalph Dahrendorf, yi, La granLas transfo : M E a ó Barcelona: Virus, 2016, p. 271. Rialp, 1979, pp, 180-84 s y su conflicto en la sociedad industrial. Mad: id: sep

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72

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2, Las clases sociales en la sociología

«fuerzas actuantes», como fenómeno real, no puede evitar imputarle un

segundo «aspecto» que las sitúa como «fenómenos de ordenación», como «creación del investigador»”, Lenski, otro defensor del factor poder a la hora de acotar las clases, se da con la dificultad —prácticamente cludida

por Dahrendorf= de acotar el número de clases, pues atributos como la religión, sexo u origen étnico darían lugar a relaciones de ese tipo; in-

capaz de solucionarla satisfactoriamente, reconoce que los «analistas no pueden sino introducir límites arbitrarios de su propia creación»”,

La norma fue, pese a lo sonado de algunas de estas propuestas, el empleo de esquemas multifactoriales que dan lugar a un abanico de clases!%, La mayoría de ellos tienen poco que aportar a la discusión sustantiva sobre la noción de clase. Pero hay una pretendida excepción

con cuya evaluación cerraremos el apartado, la del célebre sociólogo galo Pierre Bourdicu. La intención manifiesta de este autor, a saber, la de integrar «en un solo modelo el análisis de la experiencia de los agentes sociales y el análisis de las estructuras objetivas que hacen posible esa experiencia», no podría ser más prometedora'”, No es eso lo que encontramos. Su manera de superar esa dicotomía es reconociendo que «las clases no existen», pues en su lugar lo que encuentra es el «espacio social»', Tal espacio estaría conformado por lo que llama los «capitales»: el económico, relacionado

con la propiedad; el cultural, relacionado con el conocimiento; y el sim-

bólico y social, vinculados al prestigio y la integración en redes de depen-

dencia personal, Una vez sopesados estos factores, tendríamos clases

sociales, pero no serían más que «clases sobre el papel», cuya equiparación ras a las «clases reales» sería un erro y del marxismo!”, Convertir las prime trucción en las segundas pasaría necesaria mente por un proceso de cons

en la lingúística: «Jas palabras pueden c onstruir las cosas y, ensamblando

98 99

1bid.,p.201. : p. 90; para Gerhard E, Lenski, Podery Privilegio. Buenos Aires: Paidós, 1969, Op. cit, .. stas. onali Junci as teorí Las una crítica exhaustiva véase Laurin-=Frenette, que dan lugar a tres, cinco o siete 100 Curiosamente suelen tratarse de tres factores ten a nuestro esquema mais y clases: siempre números impares . que 86 adap i ase ale continuum, UN lugar' propio a la «clase que permitan otorgar, en el mencionado media», 2000, 101 Pierre Bourdieu, Poder, derecho y clases sociales, Bilbao: Desclee de Brouwer, ET

p. 80,

Anagrama, 1999, pp. 24-25; Po 102 Pierre Bourdieu, Razones prácticas, Barcelona: der, derecho... Op. cit., po 105, 103

Ibid,

p.

] 1 IM

73

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Cuestión de clase

simbolización objetivizada del grupo que designan, pueden, AUNQUE solo |sea por un tiempo, hacer existir como grupos a colectivos que ya existían aunque sólo en un estado potencial»"”. Todo esto le lleva a Pensar que, si

las clases existen, es porque «agentes históricos, empezando por los cien. tíficos sociales como Marx han tenido éxito en transformar lo que pudo

haber quedado en una “construcción analítica en una “categoría popular”,

esto es, en una de aquellas ficciones reales sociales impecablemente pro-

ducidas y reproducidas por la magia de lacreencia social»!%, Para sostener esto debe abrazar una posición epistemológica tan deliberadamente ambigua que no puede evitar una incomprensible equidistancia: «la “realidad” no se presenta a sí misma ni como completamente determinada, ni como completamente indeterminada», y tan contradictoria que necesita expresarla mediante un ingenioso juego de

palabras: «tomar como una verdad indiscutible que la verdad del mundo

social es objetivo de una lucha»%, “Todo ello se salda con la dotación de un poder «cuasimágico», capaz de «construir el dato a través del enunciado», a la esfera simbólica!”,

Aquello que la tradición sociológica hizo con la noción de clase

social, esto es, retirarle su significado sustantivo y fragmentarla en múltiples conceptos, es lo que hace Bourdieu con la idea de capital. Primero lo reduce hasta convertirlo en la simple capacidad de acopio de bienes,

para más tarde ampliarlo hasta desfigurarlo con tal de designar hechos extraordinariamente dispares de tal modo que se universaliza, mucho más allá de lo «económico», una visión que hace de las relaciones recur-

sos”. También vuelve a poner de relieve que las clases son únicamente

una construcción creada en la cabeza de los científicos que necesita de la intervención de los individuos para encarnarse en un grupo real. Su aportación a la teoría sociológica de las clases, el lugar donde podemos

encontrar cierta innovación, muy en sintonía en líneas generales con el (post)estructuralismo incubado de su época y país, es en el papel que le

otorga al «poder simbólico». Por lo demás, lo que encontramos esencial-

mente en su obra es una serie de audaces replanteamientos de nociones

104 Ibid, p. , 105 Ibid, p. 128 115, 106

Ibid. pp. 118-19

107 Ibid 10%

Juan

Y.

poa,

,

página a página, 2010

74

e acgáo social. Lisboa: Mera Aguil Se Classes, valor drián Piva, «Clase y estratificación desde una perspectiva marxista” Revista 4 CLamnflico social 17:170-220, 2017, p. 205,

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2. Las clases sociales en la sociología

presentes y asentadas en la tra dición sociológica weberian a, poniéndolas, eso sí,

en términos más atractivos para el lector contemporáneo, Con ella comparte plenamente, junto a un —más soterrado- individual ismo y la exaltación de la contingencia, «la ide a de las clases como manifestacio nes de la dis

tribución del poder en los distintos órd enes». Paradójicamente

, lo que hizo fue cambiar las palabras sin apenas crear nada nuevo, de-

mostrando más prestidigitación y locuacidad que magia al abordar la

cuestión de las clases.

Interludio: sobre la recepción de Marx por la sociología Antes de enfrentarnos a las aproximaciones propiamente marxistas sobre

las clases, dediquemos algunas palabras a entender cómo lee la sociología a Marx. No para explicar sus posiciones debido a la falta de comprensión de tal o cual párrafo, como si de un evangelio se tratase; más bien, como

veremos, por lo sintomático de las apreciaciones que hacen al respecto. La obra de Marx es peculiar por varias razones. Es cierto que fue prolífico, pero debemos reparar en que gran parte de sus más impor-

tantes obras fueron publicadas de manera póstuma. Y cuando decimos

«obras» habría que puntualizar que muchas de ellas seguramente no merezcan tal calificativo, en ciertos casos no son más que manuscritos olvidados en cajones, cartas personales enviadas a sus amigos o incluso someras anotaciones. Además, como se dice con asiduidad, escribió prácticamente durante toda su vida, lo que involucra —esto se dice, por

desgracia, con menos frecuencia— cambios de opinión de profundo ca-

lado. Por si fuera poco, tanto él como Engels trataron toda clase de temas, no siempre con las mejores fuentes y de manera meditada, dando así lugar a citas tal vez comprensibles en sus días, pero insostenibles desde todo punto de vista en la actualidad, al menos científicamente hablando. Las clases sociales están involucradas en esa vorágine. Desde que tuvo contacto directo con ellas como hecho, allá por 1844, pueden

encontrarse infinidad de lugares en que emplea ese sintagma. LocaliZamos la feliz expresión con diferentes acepciones en, por simplificar, panfletos, epístolas, notas para la prensa, glosas puntuales, ensayos 109 Graciela Inda,y Celia Duek, 2003. «El concepto de clases en Bourdieu: ¿nuevas palabras para viejas ideas?» en Escritos de sociología. Buenos Aires: Ethos, 2003, p.14,

75

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Cuestión de clase

sistemáticos. Como críticos, análisis de div -ersas coyunturas y n trabajos proximació prioriza por sobre lo demás hemos explicitado ya, nuestra a

los documentos que pueden ubicarse en los últimos, más en Concreto,

políaquellos que componen lo que llamamos «crítica de la economía

psa Pero esta no es ni la única, ni la más frecuente forma de enfrentarse al pensamiento de Karl Marx.

La práctica dominante a la hora de analizar el tema que nos Ocupa

en la obra marxiana parte de amalgamar toda clase de escritos, haciendo tabula rasa con el carácter de los textos, presuponiendo una inhumana coherencia interna y dando por hecho el abandono relativo de la temá-

tica en la mayor parte de sus últimos trabajos. Estas premisas están latentes en una parte importante de los marxistas, pero también fuera de ellos, y ese es el caso de la sociología.

No es dificil encontrar en sociólogos de referencia fragmentos en los que niegan la posibilidad de hallar un abordaje a las clases sociales que tenga su núcleo en la crítica de la economía política. Giddens, por ejemplo, resalta que «Marx no sintió la necesidad de brindar una exposición formal de los atributos de la clase» por lo que, una vez interrum-

pido el capítulo que a ellas dedicó en El capital, las «características formales del concepto de clase en Marx han de deducirse de una variedad de escritos en los que analiza las relaciones de clase en contextos específicos»"". En la misma línea se pronunció Wolpe: «dejando aparte

el análisis político, [...] Marx no abordó el problema de la estratificación

más que de un modo accidental»"!. Eso que llegó a percibir Schumpeter,

a saber, que en Marx las nociones «sociológicas» y «económicas» están recíprocamente penetradas, como la clase y la fuerza de trabajo, resulta

inasumible para los sociólogos"? La elaboración de la noción de clase social quedaba en manos de los intérpretes de Marx, y estos, abocados

too and a WE

el e

en textos menores, presuntamente más políticos,

de una serie de

diedlens vd

O stilo que busca la sociología: en cursiva y

a ;

ísticas solemnemente enumeradas. En ese plan

a sentencia de Engels según la cual «todas las 110 Giddens, La estruc tura de clases... Op. cit. , p, 26 dl Wolpe, , «Estruct uctura de clases y desigualdad social», p . 137-67 en Las 51 ales en la sociedad capitalista vanas Barcelona: Pesinsula, 1976, p-

112 Joseph Schump 994, p. 45 eter, Capitalism, Socialism €9 Democracy. Nueva York: Routledgo 76

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2. Las clases sociales en la sociología

definiciones encierran un valor científico escaso»'", El método de no-

minación marxiano evita esa práctica, lo que no implica dejar a las palabras sin explicación. Bastará la lectura de unas pocas páginas de El

capital para percatarnos de que son escasas las ocasiones en que define

conceptos según las formas predominantes en el mundo académico; y cuando lo hace se emplea de manera muy funcional, para convenir con

el lector una acepción a una expresión poco frecuente o que detenta varios significados. Podríamos decir que, por regla general, en la crítica de la economía política no se emplean apenas conceptos, sino categorías. La diferencia radica en que los primeros presuponen una «construcción ideal previa de un sistema lógico-conceptual a partir del cual la realidad objetiva es aprehendida», mientras que las segundas «tienen una exis-

tencia real, son propiedades del propio objeto que, en función de sus formas de manifestación, posibilitan [...] su aprehensión»"*. Los conceptos quedan intactos en un desarrollo teórico, las categorías como descubrimos al continuar leyendo la obra de Marx— evolucionan y cambian su forma en el tortuoso camino hacia la reproducción de lo concreto en el que se embarca el investigador. Esto turba e irrita a no pocos weberianos, que parecen precipitarse al desasosiego al no contar con el elenco de pulidas definiciones que les

provea de tranquilidad a la hora de enfrentarse a la realidad (aproximarse

a Hegel debe, para ellos, ser una de las más impías torturas intelectuales

concebibles). ¡Ojalá hubiera dejado una buena definición que nos evitara rastrear la idea en su uso concreto!, piensa Giddens; mientras, Wolpe

se contenta con pensar que son «accidentes» las sistemáticas alusiones

que hay a la dinámica clasistas en obras como El capital, los Grundrisse o las Teorías sobre la plusvalía. Cada sociólogo busca la manera de superar la traumática ausencia de líneas al final del tercer libro.

Para escapar de la «ambigiiedad» de los textos marxianos que «ha

desmoralizado siempre a sus intérpretes», Bendix y Lipset optan por reconstruir la «teoría de las clases de Marx» a través de un collage de de citas descontextualizadas y comentarios sobre las mismas!", Lejos de la ser una excepción, ese proceder llegó a ser dominante. Autores 113 Engels, Anti-Dúring. Op. cit. p. 103.

,

2

trabajo y crisis.Madrid: 114 Marcelo D. Carcanbole, Dependencia, superexplotación del

] Maia, 2017, pp. 98-99. e Le pa las clases 115 Reinhard Bendix y Seymour Lipset, «Teoría de S. Lip y R. Bendix en Clase, status y poder. Vol. 1, editado por Marx», pp. 49-61

set. Madrid: Euramérica, 1972, p. 61.

77

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Cuestión de clase

allá y se lanzaron a escribir. más on gar lle rf do en hr Da de envergadura tercer volumen de E/ capital «Las clases. El capítulo 52, no escrito, del

liografía científica de Marx»", Tal vez nuestro conocimiento de la bib procedinos juegue una mala pasada, pero es difícil encontrar casos de as que añadan mientos de esta guisa. No hay experiencias de person dolos valiéncapítulos a obras ajenas picoteando párrafos y ensamblán dose de sus propias coherencia que no propias ideas de la anonadante práctica

palabras para tratar no sabemos si de dotar de la encuentra a la obra original, o de impregnar sus autoridad que emana de los textos clásicos. Esta es criticada de manera especialmente punzante por

Tronti:

libro III El sociólogo comienza a leer El capital a partir del final del las e interrumpe la lectura cuanto se interrumpe el capítulo sobre tiempo clases. Posteriormente, de Renner a Dahrendorf, cada cierto

ahí alguno se divierte completando lo que ha quedado inconcluso: de se deriva una difamación de Marx, que debería ser perseguida como mínimo con la violencia física'”.

Con este tipo de modus operandi, la sociología deja a Marx con una

adelanteoría de las clases confusa e incluso críptica, pues reúnen, como

en tamos, incorrectamente fragmentos procedentes de textos escritos s. diferentes momentos, con diferentes propósitos, para diferentes lectore leído, No creemos que les falten elementos por comprender de lo que han simplemente han ido a buscar inapropiadamente una «teoría de las clases» en lugares que no fueron redactados con la intención de proporcio” da de dos narla. Si en lugar de buscar la palabra clase subrayada y segui

puntos se hubieran preocupado por preguntarse las implicaciones del

método que emplea la crítica de la economía política, seguramente po” drían haber hilvanado una elaboración rica y consistente, mucho más

compacta; aunque quizás menos coherente con sus proyectos, miras y concepciones previas,

rendorf;, 116 Dahrendorf, Las clases sociales... e Op, Op, cit., cit, p.p. 24

ss.

117 Mario Tronti, Obrerosy capital, Madrid; 'Alcal, 22001, p. 238.

78

u

aci

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2. Las clases sociales en la sociología

Del modo de protgeción a la «formación social». Las clases en la sociología marxista Es el turno de enfrentar el modo en que la tradición de pensamiento marxista ha enfocado el tema de las clases sociales. Si bien la locución «sociología marxista» pudiera parecer un oxímoron —una «contradicción

en términos» o un «contrasentido»'*- a la luz de lo expuesto, pues la sociología surgió en franca oposición al marxismo, la historia ha de-

mostrado que tal cosa existió, llegando incluso a ser ciertamente popular. La explicación más inmediata del fenómeno puede encontrarse en la porosidad que la disciplina (seguramente por su estructural indefinición)

demostró a la hora de acoger a los intelectuales izquierdistas occidentales en su interior. Muchos lúcidos estudiosos de las ciencias sociales encuadrados en el marxismo, algunos expulsados de los departamentos de filosofía o economía, recalaron en las facultades de sociología, en las que

se consiguió hacer un hueco a la interpretación de la obra de Marx, al precio, por norma, de hacer de él un sociólogo o protosociólogo. Dentro de estos ámbitos se produjo la tan frecuente osmosis o hibridación teórica que acontece en espacios intelectualmente heterogéneos. La sociología se embadurnó de una cierta pátina progresista que hasta hoy

perdura, mientras que el marxismo renunció a cierta retórica e incorporó las formas de la sociología. Gran parte del «marxismo occidental», del que habló Anderson, y la «sociología crítica» son, pues, dos caras de una

misma moneda!”,

118 Richard Gunn, «Against Historical Materialism: Marxism as First-Order Dis-

course», pp. 1-45 en Open Marxism. Vol. 2. Londres: Pluto Press, 1922, p. 1; Daniel Bensaid, Marx intempestivo. Buenos Aires: Herramienta, 2013, p- 160.

119 Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, México DF: Siglo

XXI, 1987.

o

«No hay duda de que algunas corrientes marxistas han sufrido importantes influencias y han incorporado conceptos propios de otras tendencias del pensamiento social; por ejemplo, de la fenomenología y del estructuralismo. Aún más importante es el hecho de que el pensamiento sociológico haya incorporado, aunque a veces con modificaciones, muchos conceptos marxistas —por ejemplo, los de clase, conflicto social o ideología- y de que algunas de las disputas sociológicas más significativas hayan girado en torno a las ideas y teorías 20 origen se halla en el pensamiento de Marx» Thomas B. Bottomore, La sociología

marxista, Madrid: Alianza, 1976, p. 87-88. 79

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Cuestión de clase

ista Los albores de la sociología marx

La sociología marxista, en el sentido que aquí le damos al término, tiene raíces notablemente más profundas de lo que pudiera parecer. Aunque los contenidos de la sociología tardaron años en calar en el canon Marxista, los métodos y formas que más tarde se popularizarían ll lasociología se atisban muy tempranamente. Engels, que fue "mucho más que- el vicario del alma de Marx tras su defunción, en una carta muy reproducida Por sus seguidores, puso sobre la mesa una manera de pensar extraordinariamente similar al tipo ideal al plantear, tras observar las dificultades taxonómicas que ofrecía un ornitorrinco al estudio de las especies, que «todos nuestros

conceptos de vida orgánica no corresponden a la realidad sino de manera aproximada». En esas mismas líneas da a entender que tampoco el feuda-

lismo se había «correspondido jamás a su concepto», Ya ahí estarían presentes, en germen, prácticas que llegarían a ser las mayoritarias dentro

de la sociología Engels. Mucho como Schmidt, Mucho más

marxista. Pero no dejemos toda la responsabilidad sobre menos por lo que escribiera en una carta a un paisano muy influido por el idealismo kantiano de su tierra. destacable es el caso de Georg Lukács. En un docu-

mento de la trascendencia de Historia y consciencia de clase, cuando el

filósofo húngaro trata de solucionar el enorme problema de qué es la conciencia clasista y cuándo se manifiesta, queda en una encrucijada de la que apenas puede salir si no es reproduciendo nuevamente estas operaciones idealistas. Allí define la conciencia de clase como la reacción racionalmente adecuada que se atrib uye de este modo a

una determinada situación típica en el proceso de producción. Esa

consciencia no es, pues, ni la suma ni la media de lo que los indivi-

duos singulares que componen la clase pien san, sienten, etc. Y sin embargo, la actuación históricamente significativa de la clase como

nada en última instancia por esa conciencia, y

por esa consciencia,

o, etc., del individuo, y solo puede reconocerse

ese párrafo incluy

e una nota soDre : d de estudiar «las rel al pie en la que llama la atención b 7 la necesida E

..

aciones del materialismo histórico

Cartas sobre

zel

y 4

.

pal o a Schmidt del 12 de marzo de 1895», pp. 416-20 en a Habana: Edciones Política, 1983, p. 419 .

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2. Las clases sociales en la sociología

con tendencias análogas de la ciencia burguesa» como serían «los tipos

ideales de Max Weber», El proceder de Lukács, para ser justos, es diferente al de Weber. Él coloca la conciencia de clase como un concepto hipostasiado por medio de las determinaciones de «última instancia» que operan «históricamente». Sin esta mediación sería absurdo suponer que una consciencia

que ningún individuo puede alcanzar de ninguna manera llegue en algún momento a ser significativa'?, En el fondo, se trata de una creencia espiritualista que rezuma un aroma inequívocamente hegeliano, que ha trocado la nación por una determinada concepción inherente a la clase.

Esta traslación de las ideas de fuerte inspiración hegeliana al marxismo ha sido criticada por varios autores, pero pocos con la dureza que empleó el mismo Lukács algunos años después, en un prólogo a su propia obra'?,

Allí expió lo que consideró sus errores de juventud achacándolos al momento histórico en el que escribía: se encontraba, nos viene a decir, embriagado por el alza de los movimientos revolucionarios, adherido a las tendencias ultraizquierdistas inclinadas al voluntarismo. Lo que nos interesa resaltar es que el texto citado pone de relieve algo que será

frecuente en gran parte de los más aclamados teóricos marxistas: los aspectos centrales de la obra de Marx, como sus desarrollos sobre la

conciencia o las tendencias de la economía capitalista, son desplazados de la realidad concreta a la abstracción histórica. Labriola llegó a separar en diferentes «órdenes de estudio» el examen

de los hechos orientado a la intervención práctica y el destinado a pro-

cesos más generales, históricos; asegurando que estos solamente se habían podido unificar por un genio como Marx y únicamente en una

ocasión, en El capital ”*. Estos planteamientos se encontraban muy

presentes en otro de los más aclamados autores italianos, Antonio Gramsci.

El hoy muy celebrado pensador sardo, al plantearse la controvertida

la conclunaturaleza de la relación entre base y superestructura, llega a

sión de que «la política es de hecho en cada caso reflejo de las tendencias

tendencias de desarrollo de la estructura, pero no está dicho que esas vayan a realizarse necesariamente». Acto seguido agrega que una «fase Vol. 1. Barcelona: Orbis, 1985, p. 95.

121 Georg Miche Lukács, Historiay concie ncia de clase. n Marx. Madrid: Siglo l Lówy, La teoría de la revolución en el jove 122 Véase

XXI, 1972, p. 13.

Op cit pp.7-37

, P. 1210 Up. Cil. 123 Cf Lukács, Historia y conciencia... pp. 100-01. 1968, a, Alianz d: Madri ía. filosof y tmó Setali la, Labrio Aa 124 81

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Cuestión de clase

estructural puede estudiarse y analizarse concretamente sólo cuando ya

ha superado todo su proceso de desarrollo, y no durante el proceso

mismo, salvo por hipótesis y declarando explícitamente que se trata de hipótesis»'”, La justa batalla intelectual contra las más toscas expresiones del mecanicismo de su época le lleva a colocar las determinaciones de

la acción política presente fuera del ámbito del conocimiento científico, El marxismo, transformado en materialismo histórico, en «filosofía de

la praxis», restringe su conocimiento a las tendencias pasadas, de él se excluyen los cambios que acontecen en los momentos actuales, que se

hacen depender en exclusiva del estado de una abstracta conciencia o voluntad política. También estas ideas obtuvieron respuesta. Sánchez

Vázquez le reprobó su «olvido del carácter científico del marxismo», pero otros fueron más allá, acusándole de combatir nada menos que la

«tesis básica del materialismo: la autosustentación material del ser», Creemos que ninguno de estos reproches es desproporcionado: se estaba levantando, con similares componentes a los de Lukács, la muralla china

entre la política y la ciencia por la que clamaba la sociología. Hay que aclarar que ninguno de los autores mencionados hasta el momento experimenta cualquier tipo de apego por la sociología como disciplina. La veían, ya lo sabemos, como una «ciencia burguesa». La posibilidad de una sociología marxista encuentra una de sus primeras acogidas en la obra de uno de los más importantes intelectuales sovié-

ticos, Nikolái Bujarin. Sería él quien dotaría a su libro Teoría del materialismo histórico del subtítulo Ensayo popular de sociología marxista. El economista moscovita es una buena muestra del sentimiento del marxismo de su época, A lo largo de las primeras páginas de su ensayo

refleja la idea de que el marxismo es la ciencia del proletariado, y que como tal era muy superior a la ciencia que emanaba de las clases reaccionarias. Los burgueses, y con ellos su ciencia, estarían demasiado ocu”

pados tratando de preservar el «viejo orden» para percibir correctamente las tendencias que lo empujaban a su superación, Bajo este supuesto,

Bujarin entiende que la disciplina que mejor se adapta al marxismo 65

la sociología. El ya célebre dominio de esta disciplina estaría compuesto por «la vida social completa en toda su plenitud» desde una perspectiva

5 £ 1 * , 3 L ptm, Antología, editado por M, Sacristán. Madrid: Siglo XX ] 126 Adolfo Sánchez Váz quez, Filosofía de la praxis, México DF: Grijalbo, 195 E 48 n.; Joño Vasco Fa gundes, A dialéctica do abstracto e do concreto em Kar , Lisboa: Grupo de E studos Marxistas, 2014, p. 20, trad. nuestra. 1

82

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2. Las clases sociales en la sociología

que, a diferencia de la historia, «afronta los problemas de orden general»;

en definitiva, la sociología sería «la más general, la más abstracta de las ciencias sociales. Á menudo se hace referencia a ella adoptando otras denominaciones, como “filosofía de la historia”, “teoría del proceso histórico”, etcétera»'”. Su manera de salir de los problemas surgidos a la hora de delimitar el coto de la sociología fue el muy popular entre marxistas «sociologismo»: situarla por encima de sus semejantes, como

la ciencia social por excelencia, la única a la altura del marxismo como

relato total'3, Esta idea recibió críticas por parte de los marxistas que ya hemos

presentado. Lukács había acusado a Bujarin de asumir un «enfoque natural -cientificista» con el que no había podido escapar de otorgar una «primacía a la técnica» en el devenir histórico'”. Por su lado, Gramsci

también le recriminó el haber confundido la sociología, «basada en el evolucionismo vulgar», con una verdadera filosofía y, más en concreto,

con la «filosofía de la praxis», que sería la propia del marxismo. Ambos compartirían la opinión de que Bujarin había prescindido de los principios de la dialéctica para sustituirlos por un mecanicismo cientificista propio de las concepciones, de nuevo, burguesas. Hay que reconocer, pese a todo, que la «sociología proletaria» de Bujarin, la cual obtuvo gran difusión hasta la caída en desgracia del propio autor en los años treinta, se mantuvo lejos de consolidar el empleo de las operaciones idealistas que desde la sociología más ortodoxa se introducían en el análisis de las clases sociales. Mucho más, por cierto, que las filosofías de sus críticos. Esta línea de demarcación, el establecer 127 Nicolai 1. Bujarin, Teoría del materialismo histórico. Madrid: Siglo XXI, 1974, p. 112-13. 128 Otro economista marxista de su tiempo, Isaak 1. Rubin, aseguró que fue Marx «quién introdujo un método sociológico en la economía política» («Ensayos

sobre la teoría marxista del valor». Pasado y presente 53: 47-356, 1974, p-75).

Aunque en este caso el significado de «sociológico» viene dado por su capacidad , de de examinar las relaciones sociales que ocultan las relaciones mercantiles

romper con la reificación dominante en la economía, es llamativo que el mismo

Rubin inspirara lecturas idealistas que, como las sociológicas, ponen la mentalidad, la fetichista en su caso, como fundamento o motor del desarrollo capitalisel capital Op. ta (véase Iñigo Carrera, El capital... Op. cit., pp. 146-63; Conocer tiene implicaciones cit., cap. 10). Esta operación, como veremos más adelante,

ia también en el análisis clasista. Teoría Bujarin, en 41-52 pp. sociales», relaciones y 129 Georg Lukács, «Tecnología del materialismo histórico. Op. cit., pp- 48-49. popular de 130 Antonio Gramsci, «Notas críticas sobre una tentativa de Ensayo

sociología», pp. 53-106 en 1bid., p. 59-60.

83

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Cuestión de clase

iendo presente su pre. ten ses cla las r ara sep de az cap sea que un factor ad propia ón a la acción, junto con el recelo hacía la continuid

disposici

rar, La de la estratificación'”, no fue todo lo perdurable que cabría espe

y la sociología «cg. osmosis que ya mencionamos entre el marxismo

o veremos, devencional» fue erosionándola paulatinamente hasta, com

que hay excepciones, jarla en poco más que un remanente estético. Aun no cabría esperar otra cosa de una tradición marcada por las riñas intestinas, poco a poco el grueso de las aproximaciones marxistas reprodujo

los rasgos hasta entonces propios de la sociología de cuño weberíano, tico, fueron Sus impulsores, a veces destacadas figuras en el panorama polí

aceptando el imperativo de implementar el formalismo reinante con ta] de «complejizar» sus análisis y embriagándose con la notoriedad que

ofrecía la creación de nuevos conceptos.

Las clases en la sociología marxista

Un hito indiscutible en este camino fue el nacimiento de la corriente fundada por Louis Althusser, pues será en sus filas donde se plasme con mayor claridad el giro hacia la sociología que venimos anunciando. En

1965 aparecieron dos obras firmadas por él que marcaron profundamente la manera en que se ha leído a Marx hasta nuestros días. Con la publicación de Para leer El capital y de La revolución teórica de Marx (Pour Marx, en el francés original), Althusser escaló hasta la cúspide de la academía

marxista mundial. Desde entonces, gran parte de las publicaciones que analizan el pensamiento marxiano le tienen a él como su interlocutor directo: llegó un momento en que era complicado integrarse en los debates sin posicionarse en las temáticas e incluso en los vocablos que surgieron a partir de su pensamiento, Términos como la «sobredeterminación» 0 la «ruptura epistemológica» pasaron rápidamente al acervo común de los

eruditos marxistas. Lo cierto es que, de entre las propuestas que trataban de instaurar una nueva lectura de Marx, la suya fue de las que más acogida PavES algo que es realmente muy meritorio, pues era un contexto de ag” tación intelectual en el que —en contraste con el actual- buena parte de la academia occidental se reivindicaba marxista en mayor o menor grado.

gia 1:

o

mo pasaba con Weber, de Althusser nos interesa más la cn

Ñ

que asentó que sus planteamientos en relación a las clases.

2

larin Y 31 Cf.E Bujarin, Teoría del materialismo histórico, Op. cit,, p. 355.

84 d

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2. Las clases sociales en la vrihegóa

entenderla hay que recordar que se formuló en franca oposición a la euforia humanista que enarbolaron autores como Sartre, Fromm o Goldmann y que cautivó a buena parte del socialismo europeo, En ese panorama sonó la firme palabra de Althusser para reivindicar el Marz

de El capital frente al de los Manuscritos. Con ese objeto, popularizó la idea de un «joven Marx» que, tras una «ruptura epistemológica» término

tomado de Bachelard con sus raíces hegelianas, se convertiría en el

«Marx adulto». El primero, humanista, formalmente revolucionario e

historicista daría paso al segundo, dedicado a la «práctica teórica» y verdaderamente revolucionario en tanto científico”, Con tal objetivo en mente se convenció de la necesidad de mantener a buen recaudo la línea divisoria entre «la ciencia de la historia (mate-

rialismo histórico) y la filosofía marxista (materialismo dialéctico)»'”,

Se dejó de un lado la disciplina que tiene por objeto los modos de producción y de otro la que aspira a aprehender la historia del conocimiento mismo. Así no se confundiría el objeto con la forma en que lo percibimos. Si Gramsci había llevado las dinámicas propias del modo de producción capitalista a la historia, Althusser las desplaza al terreno epistemológico”*, Lo que Marx habría estudiado, nos dice, sería el modo de producción capitalista «puro», en nuestras manos estaría comprenderlo en la impureza que se nos presenta en lo que él llamó «formaciones sociales», Estas últimas estarían formadas por varios modos de producción en varias instancias interactuando de un modo contradictorio entre sí. En sus palabras, esa contradicción «es ella misma afectada, en

lo más profundo de su ser, por dichas instancias, determinante pero también determinada en un solo y mismo movimiento, y determinada por los diversos niveles y las diversas instancias de la formación social que ella anima; podríamos decir: sobredeterminada en su principio»””,

132 Louis Althusser, La revolución teórica de Marx. México DF: Siglo XXI, 1967. Para una compilación del «socialismo humanista, véanse Erich Fromm, ed., Humanismo Socialista, Buenos Aires: Paidós, 19 133 Louis Althusser, Para leer El capital. México DF: Siglo XXI,

1970, p. 149.

del

134 Louis Althusser, La filosofía como arma de revolución - Aparatos ideolégicos de oa a Estado, Barcelona: Siglo XXI, Anthropos, 2014, Como señala Carlos N, Coutinho, Althusser habría caído en cierto idealismo re pelos 0 materialismo dialéctico a «la mera teoría del conocimiento, Ñ a 149). . En (El estructuralismo y la miseria de la razón. México DF: Era, 1 973, p.

135 Althusser, Para leer El capital, Op. cit., pp- 119-213, 136 Althusser, La revolución teórica... Op. cit., p. 81.

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e Cuestión de clas

oricismo, mecanjCon todo esto trató de sacudirse el sambenito de hist

cismo o determinismo económico que ya pesaba sobre los marxistas,

Son muchas las cosas ocurridas en este movimiento. Se ha colocado

en el lugar de una categoría totalmente concreta como el modo de producción, un concepto abstracto, un tipo ideal, como la formación

social. Con ese último término, extrano 2 la obra de Marx”, se divide

el mundo en dos planos, uno terrenal y otro celestial; uno dotado de

contenido empírico, pero indeterminado, la formación social, y otro determinado, pero únicamente accesible mediante las ideas, el modo de producción”. Añadiendo seguidamente la noción que tiene su origen en este caso en el psicoanálisis, pero que él dota de un contenido filo-

sófico inspirado directamente en Mao de «sobredeterminación», junto

con otros términos como «acción recíproca» o «autonomía relativa» que también popularizó, más que el determinismo económico, lo que efec-

tivamente consiguió desterrar fueron las señas de identidad de la crítica de la economía política. Detiene la trayectoria hacia lo concreto, a veces

incluso antes de comenzarla, para fascinarse por lo enmarañados que

pueden presentarse los acontecimientos sociales. Es en ese marco que sus seguidores analizaron las clases sociales.

Estos, tan preocupados como el resto de la sociología por no encontrar una definición de estas en Marx, la buscaron en la siguiente fuente de autoridad: el revolucionario ruso Vladimir Lenin. Este último diría: Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones que se encuentran con respec-

to a los medios de producción [...], por el papel que desempeñan en la ¡RAZÓN social del trabajo, y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que

137 El sintagma «for mación social» n o aparece en la obra de Marx, la expresión «¿konomische Gesellsch afisformation no ha podido ser traducido de otra forma que por (de

sarrollo)

de la formación económica de la sociedad”» (Emilio e «La categoría formació n económica y social», pp. 9-84 en La categoría formació”

económica

y 4sectal. feto de 189 +;

la . de A

México DF: Roca, 1973, p.19). Será Lenin quién, en un par” «¿Qu son los amigos del pueblo?», emplee la ca -conómic;iénes ial» e ne “ano

13% o los althusserianos

26

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2, Las clases sociales en la sociología

disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales pu ede apropiarse el trabajo de otro po r ocupar puestos di ferentes en un régimen determinado de economía social ",

Esta definición extiende siguiendo de cerca a Engels! a toda la historia una noción de clase asociándolo a la noción de explotación,

privada de su contenido histórico específico, Esta relación entre clase y

explotación avoca a multitud de problemas, De uno de ellos participó Poulantzas al vincular la explotación al trabajo productivo, de tal suerte que serían solo los asalariados productivos quienes compondrían la clase obrera; algo insostenible desde el momento en que se repara en que trabajadores «productivos» e «improductivos» se insertan de igual modo

en los dominios del capital, usualmente como miembros del obrero colectivo!*.

En cualquier caso, esta definición quedaría restringida al análisis del capitalismo «puro», que habría quedado como abstracto frente a la concreta formación social esa escisión entre «niveles de abstracción» fue recibida, en realidad, mucho más allá de la tradición althusseriana!*,

aunque encontraría en ella sus más firmes defensores. En ella habría que contemplar la aparición de otras clases que surgen de la hibridación

del modo de producción capitalista con otros modos de producción como el feudal o la «forma de producción mercantil simple». Estas 139 Vladimir 1. Lenin, «Una gran iniciativa», pp. 217-39 en Obras escogidas. Vol, 3. Moscú: Progreso, 1961, p. 228; el texto es referenciado en, por ejemplo: Eduardo Fioravanti, El concepto de modo de producción. Barcelona: Península, 1974, p- 23536; Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico. Madrid:

140 siglo XXI, 1985, p. 222-23. ;

45

gr. Engels, Anti-Diring. Op. cif., p. 342.

141 Niko. Poulantzas. «Las

e

; silla ; pp. 00-126 en Las clases sociales en América

na. México DF: Siglo XXI, 1973, p. 99; Las clases sociales en elcapitalismo mi

]

Madrid: Siglo XXI, 2005, p. 87. Esta tesis fue el pistoletazo de salida de de eS que combinaban la cuestión del trabajo productivo y la do las So de (ninguna especialmente diáfana), véase Eisaburo Koga, ARIS bes de la organización de las clases con el trabajo productivo», pos 11- C *ibución A even E

la economía política. Vol. 3. Op. cit.; Catherine Colliot-Thélene, « pe un análisis de las clases sociales», pp. 43-66 en Crítica e e 3 e 1983 , pp. a Op. cit.; Erik O, Wright, Clase, crisis y Estado. Madrid: Siglo AAI, 9-43,

142 Pues la reprodujeron autores tan diversos como

concepto de clases sociales». Anales de la Universidad

1

o «e a

1967) Henri Lefebvre (Sociología de Marx. Barcelona: ya lielmo Carchedi (On the economic identification of social cuasses.

(

«E

var

6,

la 1969) o Route Gugy Hosen

ledge, Kegan Paul, 1977).

87

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Cuestión de clase

clases, ubicadas en tierra de nadic, incapaces de desarrollar una línea política propia, tendrían que acabar por aliarse cons «clases dominan-

tes» o las «subordinadas» en la contienda política"”, La más destacable

de entre ellas sería la «pequeña burguesía», que adquiría el estatus de

clase de pleno derecho y no como una parte de la clase capitalista; pero junto a ella habría que contemplar todo un elenco de grupos que fueron denominados como estratos, fracciones o categorías!“ con los que se

trataría de abordar diferentes conflictos y comportamientos sociales. Aquellos criterios que nos podían servir para diferenciar las aproximaciones marxistas de las weberianas, a saber, el empleo de variables

discretas y la primacía de la necesidad sobre la contingencia, se habían deteriorado severamente. Se denomine o no así, la «clase intermedia»

que oscila según su conciencia ha quedado fijada y, con ella, la estratificación. Iban ganando peso las lógicas del continuum y de la contingencia. Pero aún había espacio para ir mucho más allá, como demuestra el «marxismo analítico»,

143 Fioravanti, El concepto..., Op. cit., p. 244; Harnecker, Los conceptos... Op. cit., pp-

328-39; Poulantzas, Las clases sociales... Op. cit., p. 265; Poder políticoy clases sociales en el Estado capitalista. Madrid: Siglo XXI, 1978, 144 Las ¿capas» o «estratos» de las clases, diferenciados p. 311 y ss. básicamente por su nivel retributivo. Se emplearían estos términos para analizar fenómenos, por ejemplo, asociados a la llamada «aristocracia

obrera». «fracciones» de clase, que $ distinguirían «porque reflejan diferenciaciones Laseconóm icas importantes, y pue” den incluso revestir

[...] un papel de fuerzas sociales importa nte y relativamen” te distinto de otras fracciones de la clase de que dependen». Este sería e CancEpto para hablar de la

diferencia

fracci

entre las distintas burguesías que participan las empuja a adoptar posiciones contrari según $ k as a Otras , .

Las “categorías sociales [,..] cuyo rasgo distintivo reposa sobre Su; relaciciones. ó ecÍ y sobredetermijnada con estructuras distintas a las económi n estrpeabcíajfiadcaores c 46». 1 Los del Estado e en relación directa

cani o Lon intelectua les; que tl no estar, ICONS dessentos relicione con elel capital, se incorporarían a una u otra clase a pS (Pou-

lantzas, Poder políti funcionarios

os AS «su modo de vida» o «su papel político» do

es lab 0

p: ea

altos

«Las clases». Op: cito

98-119, mesía, y los trabajadores rasos en la ens los intelectuales en la pequena -0 si anexo, para una epresentación l : Pi o pera (véase la figura ÍY, presente listinciones como la estable , ! de estos conceptos). Este esquema auspicia distin frac Necida entre «clase dominante» —la capitalista por defecto= Y* A . , , ,

ción reinant ANTE»

sentidos cono pe para referirse e

gent el aparato del Estado-, pero también da plejeu tenisin sin” , OCIÓN e de «Cat «c; egoríaa un! «18 ión emp! unipersonal»en apio” , alguna ocas

lusiva; española, Madrid: OA

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Y

“aGOES, se

.... dialéctico 7 ,, de la 50 ciedad Análisis

88

4

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2. Las clases sociales en la sociología

El marxismo analítico es hasta la fecha el más adelantado de los intentos por separar el marxismo de la crítica de la economía política!”, Y lo hace explícitamente. El remedio balsámico para los problemas que

ofrecía el análisis de Marx fue la sustitución de este por el de teorías radicalmente incompatibles con él. Esa fue la opción de Roemer, economista y politólogo americano que sin mayor empacho afirmó que el estudio de la ley del valor «es una empresa hegeliana mística» o que «la

fuerza de este dogma es el único gran cáliz que ostenta la economía marxista»*, Frente a la dialéctica, se optó por el uso y abuso de la lógica formal, también para el análisis de las clases'”. La apuesta de Roemer

en concreto consistió en reconfigurar la noción de explotación desde el

prisma neoclásico, a partir de la teoría de juegos. Con ánimo de dirimir en términos éticos si una situación es justa o injusta se dirá que una

población a está explotada por otra fB, siempre y cuando (i) exista una posibilidad, factible aunque hipotética, de que a mejore su situación; y (1i) para que esta posibilidad se realice en la práctica $ debe empeorar

su situación actual'*. Su intento de dejar atrás el grueso de la tradición marxista se salda con formalismos tan sumamente abstractos que bien

podrían aplicarse a cualquier época o lugar.

145 Años atrás un hoy olvidado Tugan-Baranowsky trató de conciliar la propuesta de Marx con la de quien fue uno de sus más célebres críticos, Bóhm-Bawerk, el

padre de la escuela austriaca de economía, la misma que inspiró a Weber. Sobre él diría Bujarin: «No acaba de decidirse a pasarse completamente al campo de los enemigos del proletariado y de sus teorías; prefiere solamente —dice— “librar al marxismo de sus elementos no científicos”. Es precisamente por este lado como mejor engaña a la gente, es éste el aspecto más nefasto de su actividad teórica. No busca simplemente “negar” la teoría del valor-trabajo, procura ponerla de acuerdo con la teoría de Bóhm-Bawerk, clásico defensor de las apetencias burguesas» (Economía política del rentista. Barcelona: Laia, 1974, p. 25 7). 146 John E. Roemer, Valor, explotación y clase. México DF: Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 8 147 El español Andrés de Francisco, siguiendo esta estela, llegó a plantear las premisas de la «teoría de las clases» en función de premisas expresadas a priori y con notación propia de la teoría de conjuntos (ef. «¿Qué hay de teórico en la “teoría marxista de las clases?» Zona abierta 59-60:157-86, 1992, p. 160). 148 John E. Roemer, Teoría general de la explotación y de las clases. Madrid: Siglo XXI,

1989, p. 213.

Hacer de la ética el núcleo del marxismo fue tiempo atrás la apuesta estrella de Maximilien Rubel, autor que, producto del mismo movimiento, convirtió a Marx en un sociólogo de tomo y lomo. Ambas propuestas, sin embargo, pase ene rían por más que razonables al tener presente que ese proceso desembocó anarquismo. del teórico encumbramiento del pensador alemán como 89 Escaneado con CamScanner

Cuestión de clase

La propuesta analítica todavía hoy goza de cierto prestigio, Aunque

desde luego no por la contribución de Roemer. Sería otro miembro de] grupo de septiembre, Erik Olin Wright quien supo formularla de un

modo atractivo también para los marxistas entre otras cosas guardándose

de frases tan provocadoras como las de Roemer. El grueso de su obra relacionada a las clases gira en torno a la noción de «posiciones contra-

dictorias». Aunque ya Poulantzas hablaba de «lugares contradictorios»,

la caracterización de Wright es mucho más aguda: retomando la idea de

los niveles de abstracción y la necesidad de desplazarse a la «formación

social», propone coaligar la explotación con la dominación para identi-

ficar lugares a medio camino entre las diferentes clases. En este punto

propone un esquema de tres clases (incluyendo, por la vía de la «producción simple de mercancías» a la pequeña burguesía) a las que habría que sumar al menos otras tres posiciones contradictorias entre cada una de ellas (véase la figura V, en el anexo). Algunos años después revisó su propia

teoría, sustituyendo la dominación por un modelo de «explotaciones múltiples» inspirado en Roemer. Para este punto ya habría hasta doce posiciones clasistas diferentes en función de en qué medida detentaran,

además de propiedad, «bienes de cualificación» o de «organización», Ya en su última etapa, tras reconocer que ninguna de sus apuestas había conseguido deshacerse de «un cierto nivel de incoherencia conceptual»,

dejó de lado la temática de las clases para centrarse paradójicamente sin

ellas en pensar la práctica anticapitalista! El principal problema de Wright, y con él de buena parte de la socio-

logía marxista, es que aborda los cambios en la sociedad, cambios que en

efecto estaban teniendo lugar, en lugar de desarrollando las categorías,

complementándolas, añadiéndoles remiendos o sustituyéndolas por otras.

La «relación entre la teoría general y la nueva construcción conceptual

que se plantea, desde el mismo comienzo de la investigación, como una

relación completamente exterior»'”, En congruencia con el resto de la teoría sociológica, convierte la discusión sobre las clases en una discusión 149 Nikos Poulantzas, Clases soci al Pe , >

1

ali) anzas por el poder. Madrid: Zero, 1973, p- 4%:? o Wright, Clases. Madrid:es y Sig lo xd, 199%, 34 y SS. E A eight eneflexionando, Una vez más, sobre el concepto de estructura de »,

abre

“0U:1/drid: Akal, 2014; también: 126, 1992, p.77; Construyendo utopías real».es. Net Na o Burawoy, «Historia de dos marxismos 121:77-111 , Dn

Left Revier ran a caligaris, «Un balance crítico de la teoría marxista y neomarxista de las

152 G ames

poráneo, e ditad? pp. 71-87 en Desigualdad y movilidad social en el mundo contem-

»

“£itado por E. Chávez, Buenos Aires: Imago Mundi, 2013, p- 80.

90

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2. Las clases sociales en la sociología conceptual, en la que variable co s ntinuas como la autorida d ola dotación de ciertos «recursos»

han adquirido un papel central. Est O €s justamente lo que le reprocharon algunos m arxistas: asum ir la perspe ctiva en cuestión «implica aceptar una concepción de la estruc tura de clas es muy similar a la que la ciencia social burguesa, una que re duce la sociedad a un cúmulo de grupos sola

pados»'*. Y no solo marxistas: ese pa recer fue adelantado

ya por un weberiano confeso como Parkin, que formuló una célebre crí tica

a Wright y a los ncomarxistas en la que les ac usaba de, conscientemente

o no, inscribirse en un marco teórico mucho más pr opio de la tradición

weberiana, de la que él mismo participab a, que de Marx'*, Aunque hay

que reconocer que la respuesta de Wright fue contun dente'”, es de rigor puntualizar que las distancias que marca tienen que ver más con los deméritos de las alternativas weberianas existentes en particular, su desprecio

del conflicto y su relativa debilidad teórica que con las virtudes del planteamiento original de Marx. En el fondo, Parkin no se equivocaba.

La aurora de la total indeterminación, el ocaso de la teoría de clases Para los años 80 se había hecho patente que el interés por las clases sociales ya no pasaba por sus mejores momentos. Las transformaciones

en la conflictividad social se hacían cada vez más palmarias: los llamados «nuevos movimientos sociales» no respondían ni por asomo a las ar-

quetípicas luchas del movimiento obrero. También se agudizó un ya presente desgaste del reconocimiento de los agentes sociales en su condición clasista. Esas dinámicas se reflejaron en una academia, que no dudó en proclamar, por enésima vez, pero esta vez con redoblada fuerza, el fin de las políticas de clases. Obviamente, la noticia no provocó más

que júbilo entre las filas conservadoras, que ya la venían promoviendo desde hacía tiempo. Más duro fue para los reductos marxistas, que llevaban ya años acosados por políticas de tipo macartistas, ver cómo pa-

recía irse descomponiendo uno de sus principales objetos de investigación y de esperanza. Para cuando se quisieron dar cuenta, su apuesta por un,

153 Alex Callinicos, «Appendix:

Erik Olin Wright's Classes», PP. poo

hanging aworking class. Londres: Bookmarks, 1987, p: 9, 1984 0. 44 :

154 Frank Parkin, Marxismo y teoría de clases. Madrid: Espasa,

po

en 20

%.

155 Véase Wright, «Reflexionando...». Of. cit., pp. 82-85. 91

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Cuestión de clase

como dijera Guerrero!*, siempre excesivo eclecticismo que raya en el sincretismo y la convergencia con sus rivales, así como sus dejes «reduccionistas» que le impedían ver determinaciones clasistas en las Protestas de entonces, les habían conducido a un callejón sin salida, Y, por supuesto, la debacle de la Unión Soviética no hizo sino empeorar las

cosas!”, ! , Ante aquel panorama, las agendas de pensamiento viraron rápidamente hacia caladeros más atractivos. La sociología se volvió sin grandes

dificultades hacia las nuevas temáticas en boga, y saltando de una a Otra

se mantiene hasta la fecha. Algo más complejo fue soltar lastre entre los marxistas. Se vivía, y se sigue viviendo, en una época de incertidum-

bre. La ilusión de ver un ejército de obreros uniformados y homo géneos

marchando hacia la toma del poder político se hacía añicos. Con miedo a ser enterrados bajo los cascotes del «socialismo real», la intelectualidad

comprometida se volvió rabiosa contra una ortodoxi a que parecía ha-

berles querido vender una quimera. Se abrían paso nuevas y más refi-

nadas interpretaciones de Marx, en las cuales una de las principales víctimas colaterales fue la clase trabajadora. Hubo quienes se mantuvieron fieles al estigmat izado rótulo del marxism

o. En un ambiente que invitaba a] pesimismo, se rearmó, siguiendo aquel desafortunad

o aforismo gramsciano, en base al optimismo de la voluntad. El marxismo más «cálido» ganó peso con el nuevo desplazamiento de los ejes de interés de las leyes rectoras del capitalismo a los

problemas de la conciencia enaj enada, del fetichismo de la mercancía.

156 Guerrero, Historia del pensamiento... Op. cit. p. 23. 157 el En sus inicios laa acad emia soviética s € mostró reacia a la nueva disciplina sociobategica.de Cab las e « señalar que prestigio : sos sociólogos, activos participantes en el deClases, como Sorokin (fundador del departamento de sociología de viteh (cuya ol cl

de los más radicales idealismos A a do a serlo solo en el exi; Con a emutació se hizo con un es de Marx en unareci 10, po el tiempo esan cerra vosió zón desap ó logo) y la e do08 ía: alternativa rea] Salvo o N ninguno de los momentos se llegó a constsocio ituir Ea que reproducir cierta orto o que aquí nos interes; aro Xia miope, dees de sus manuales, no hizo mucho ado

capitalismo no pel

la que abrevó una doctrina que, el ee per fcctamente asimilable a la sociología marxista: *

undamentales de l: e En forma

sociedad capitalista e

“pura” en ningún país. Por eso, ademdo”, ás depur burguesa —los capitalist as y el proletaria

1224 pequeña bur mt oo vshí Yatoy, Funda

fundamen

tales, por ejemplo, cen; , di golea todo, el camp esinado» (Aleksandere 1972, p, 149). Eso cuando. e contre opir mo

y

eso,

dialéc e histérico, Moscú: generales en Congresos del PC de enían de usar tico declaraciones de los secreretarios

; 2

Y COMO argumentos de autoridad.

dl Escaneado con CamScanner

2. Las clases sociales en la sociología

En ese cambio de tornas la clase fue la principal baja, El au tonomismo, anunciando a bombo y platillo el adveni miento de un escenari o marcado por lo «inmaterial» y lo «cognitivo» no encontró mejor sustituto para el

proletariado que la «multitud» definida en términos de «innumerable multiplicidad de poderes y conocimientos sociales, es la red de significados de la actividad cotidiana»!%, El «marxismo abierto», por su parte, optó por diluir la categoría: «en una sociedad fundada en el antagonismo de clase, este antagonismo nos impregna totalmen te, todos somos

autocontradictorios»'”, La «crítica del valor» (o Wertkritik), otra de las promesas llamadas a la renovación del pensamiento marxista , se apresuró a descartar el potencial revolucionario del conflicto entre capital y trabajo precisamente apelando a una de las determinaciones que le otor gan su centralidad: ser «interior del capitalismo»%, Basten esas pincelad as

para hacernos una idea acerca de un clima en el que reputados marxista s se decantaron por buscar vaporosas alternativas, individualizar el pro-

blema o simplemente esquivarlo.

Siendo eso lo que se propagó entre los seguidores de Marx, puede uno imaginarse lo que quedó entre quienes renegaron de su legado. El ejemplo más llamativo, también el más traído, es el de Ernesto Laclau,

principal exponente del «postmarxismo». No nos detendremos dema-

siado en su propuesta, pues en realidad su originalidad reside, muy en

la línea del postestructuralismo del que se nutre, más en su terminología

que en su contenido. Thompson, desde la historiografía marxista, había

sugerido antes que él la primacía de la «conciencia de clase» brotada de la experiencia sobre la «clase»'%, Su sello distintivo, tal vez, ha de buscarse

en la capacidad de expresarlo a través de una prosa más críptica, estrechamente influida por Lacan: «Es sólo a partir del enfoque lacaniano

que nos enfrentamos a una verdadera innovación: la identidad y unidad del objeto resultado de la propia operación de nominación»; «el nombre»,

158 Antonio Negri, «Interpretación de la situación de clase hoy: aspectos metodológicos», pp. 99-138 en Una vez más comunismo. Buenos Aires: Tinta limón, 2015, p.112,

159 John Holloway, Contra y más allá del capital. Buenos Aires: Herramienta, 2006,

p- 14, El marxismo abierto llega por este camino a un esquema y continuum

muy similar al de la sociología convencional, véase la figura. Danmir VI, en el anexo, salahas: de calabaza, Pepitas Logroño: 160 Anselmo Jappe, Las aventuras de la mercancía. 161 ant. Edward P, Thompson, La formación de una clase dominante j¡ y otros textos. textos. N.l.: IN, Lu:

Libros del Marrón, 2015, p. 94,

93

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Cuestión de clase

nos dice, «es la base de la unidad del objeto»'”, El lenguaje, que como trabajo forma parte del proceso de producción social, queda sin embargo entronizado como demiurgo de lo real. Desde esas coordenadas, Plantea la necesidad de «contaminar» el concepto de «clase obrera» con Nuevos

significados para que de un GOncepto» pase a der un «nombre», un «significante vacío», lo que y aquí viene su contribución implicaría tras. cender la sectorialidad para devenir «pueblo»'", Muchas alforjas para,

al final del camino, desempolvar el populismo interclasista de siempre,

También en la órbita del pensamiento francés, pero más inspirados en Foucault que en Lacan, podemos encontrar todo un elenco de autores dispuestos a dar una explicación a la descomposición de la identidad de

clase. Todos ellos convergen en anunciar la aparición de un nuevo tipo

de subjetividad aparejado al «neoliberalismo», concebido este más que como una doctrina económica, como una «racionalidad»!“. En ella, el

capital empaparía la sociedad en su conjunto, y «cuando todo es capital, la fuerza laboral desaparece como categoría, de igual modo que desa-

parece su forma colectiva, la clase, y, al desaparecer, se lleva consigo la

base analítica para la enajenación, la explotación y la asociación de trabajadores»!*, Al sumirse el sujeto en esta racionalidad fundamentada en las directrices del mercado y la competitividad habría «llegado el momento de sustituir el contrato salarial por una relación contractual entre “empresas de sí”»"%, Descartada por razones a estas alturas obvias la clase, del agente capaz de vehiculizar el cambio social lo que tienen que decirnos es que los «sujetos y principios ya no se pueden suponer» O que «siempre están por construir»!”, Una vez que se da por concluida

la individuación del cuerpo social, para pensar la transformación solo

nos dejan, en este caso, incertidumbre y contingencia, tornándose esta última ya en accidentalidad. 162 Ernesto Laclau, La razón Populista, Méxi co DF: 2005, pp. 135, 226. Para profundizar en su rela Fondo de Cultura Económica, ción con Thompson, véase Miguel

A. Caínzos, «Clase, acción y estructu ra: posmarxismo». Zona abierta 50: 1-69 , 1989, 163 Laclau. La razón Populista. O.

de

E. P. Thompson

al

cit., p. 164 Wendy Brown, E/ Pueblo sin atributo228, s. Barcelona: Malp 2016, pp-24-25; rail y Pierre Dardot, La nueva razón del mundoaso, . Barcelona: Gedisa, , p-

.

165 Brown, El pueblo... Op. cit., p. 47,

166 Laval y Dardot, La nueva razón... Op. cit., p. 340, o EróN El pueblo... Op. cit., p. 150; Laval y Dardot, La nueva razón... Op. Cit»

94 á Escaneado con CamScanner

2.1 As clases sociales en la ib a Es suficiente con out

breves síntesis -=que no pretenden más que

contribuir a trazar un diagnóstico muy general- para percatarnos de

que se estaba imponiendo también, incluso especialmente, un pd

relato en lo referente a las clases. Estas últimas consideraciones acerca

de la posibilidad de la transformación en el neoliberalismo son significativas. En los círculos intelectuales críticos se aborrecieron las nociones

de verdad, ciencia o progreso, que fueron de buena gana monopolizados por el conservadurismo. En su lugar se recibieron neologismos inscritos en un intrincado universo en el que las causalidades se diluyen y donde

la pretensión de conocimiento objetivo es tildada de totalitaría'”, El destape del rigor mortis de un marxismo dotado de proyecto, por rudimentario que fuese, emancipador y de clase hizo que fuera desbancado por una sofisticada apología de la impotencia y un emborronamiento de los agentes sociales. Los adalides de lo «post» fueron los comisio-

nistas de un mal negocio que, como tendremos la oportunidad de

comprobar, estaba siendo auspiciado por un movimiento general del modo de producción capitalista. Siendo precisos, ní siquiera cuando se prodigaban en recalcar lo autónomo o central de la conciencia dejaron de reflejar las tendencias que vertebran la materialidad de la reproducción de la vida a través del trabajo.

Definiciones múltiples, ¿criterios inconmensurables? Una vez concluidos los grandes debates que tuvieron lugar a lolargo del

siglo pasado sobre las clases sociales, el sociólogo Charles Tilly trató de ordenar los diferentes fenómenos llamados «clase social», creando algo

así como una cartografía del concepto. Para ello propuso un conjunto de

cinco caminos por los que las definiciones habítuaban a discurrir (1) como

posición individual o colectiva asumida a partir de prestigio, riqueza O

poder; (11) como relación con el mercado que implica diferencias signifi-

cativas en cuanto a calidad de vida; (iíi) como situación dada por una modernista. En 168 No, es este el lugar de profundizar en las bases de la apuesta postmodern los ce oo de Piqueras, en Eríice recientes trabajjos de ores como ) o ese sentid vas a la crític! a de aut tinente: ' sustantí iones aportac realizar de Ta que, adernás da . l

Negri, Holloway o Lalleo, e condensa buena parte de A pra nie PiqueFrancisco Erice, En defensa de la razón. Madrid: Siglo An w Barcelona: El viejo

123, De la decadencia de la política en el capitalismo terminal, topo,

2022,

95

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Cuestión de clase

conciencia compartida en base a una cultura común que lleva a sus miem-

bros a ubicarse en una jerarquía; (iv) como localización colectiva en el sistema de producción; y (v) como una ilusión o descripción errónea de las desigualdades'”. El esfuerzo es notorio y estimable, ¡a saber cuántas diferentes definiciones habrá llegado a estudiar para formular esta taxonomía!, pero con todo dista de cubrir toda la realidad. La imaginación de la que se jactan los sociólogos rebasa estos cinco compartimentos, como rebasaría casi cualquier número que se crearan'”. Cada científico socia] interesado en la materia y con disposición a publicar buscaba el modo de aportarle al menos un matiz al concepto. Y junto al incentivo académico

o heurístico habría que contemplar la inequívoca significación política que acompañó a la a priori vaga noción de clase —pues no es más que el

producto de una «clasificación» desde sus orígenes, lo que la convertía

en un jugoso botín en la contienda pública. Ossowsky, otro sociólogo erudito en la materia, tras haber recorrido fugazmente las posturas más insignes que se confrontaban en la reyerta teórica de las clases, se cuestiona precisamente cómo podemos hacer para decantarnos por uno u otro bando, y concluye: Puesto que los criterios no son conmensurables, la decisión definitiva sobre lo que es o lo que no es una clase social no puede obtenerse sino elaborando valoraciones intuitivas de la importancia de los diversos criterios (como es propio de las concepciones de los sociólogos norteamericanos) o considerando las consecuencias prácticas y las

necesidades para la acción (como en el caso de la teoría marxista)”.

169 Charles T illy, «Social Class», pp. 3-17 en Encyc lopedia of european social history. 7 Vol. 3, editado por P. Stearns, Nueva York: Charles Scribner's Sons, 2001, p- 9. O Permítasenos un ejemplo que, pese a su escaso recorrido, ilustra hasta qué punto se deformó la noción de

clase: Edward Banfield, un politólogo norteamericano

conservador, vío «prometedor» tomar como principio para diferenciar las clases

la “orientación psicológica hacía el futuro» (The Unheavenly City Revisited. Bos" ton: Little, Brown 82 Company, 1974, p- 53 y ss.). Las «clases altas» estarán compuestas por quienes se organizan a más largo plazo; las «medias», cómo nO, alpo MA se organ

dos

Pelos

izan a medio plazo; y las «bajas» por individuos que

nde E ” Ce sus presentes, Este factor sería dominante pi E riquezas y poder en la sociedad. Los ricos a la hora de ee

ii

a pue

en los próximos

lo serían por P -

años, tal vez décadas. Mirando € e

que los pobres no «viven al día» por $€ decirlo, sinario, q guepor eldecir,contr pobres sino nO que, son s porque viven al día. tanislaw Ossowsky, «Sobre el concepto pobre de cl tructura de clases, Caracas: Tiempopo nue , epto nuevo 1970, p. 91, de clase», pp. 75-98 en La es 96

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2. Las e] ases sociales en la sociología

En un hecho hay que darle la razón: a la palabra «clase», como ot Pe santas palabras de cierta relevancia política, no se le puede reconocer ningún significado intrínseco e indiscutible; no hay argumentos filoló-

gicos, etimológicos ni de ningún otro tipo que nos sirvan para decir que

tiene que ver con un hecho más que con otro, Incluso reconociendo esto, no nos podemos detener ahí, Aunque no haya ningún criterio definitorio, seguramente habrá alguno mejor que las «valoraciones in-

mitivas» de Ossowsky o, por ejemplo, las convicciones éticas del marxismo analítico. Otra opción, claro, sería la de regodearnos, como

acostumbra a hacer el postestructuralismo, en la plena indeterminación: poner la clase como un «acertijo complicado» que no es susceptible de «expresarse en términos objetivos»; cuyos límites, dicen, «no están de-

finidos y se convierten en objeto de disputas»!”, La clave, de acuerdo con lo aquí propuesto, estaría en la forma en que se toma la noción de clase social: si se afronta como un concepto a definir, o como una categoría envuelta en un desarrollo. La cuestión en liza es si la operación a la que se asiste refleja el movimiento del metabolismo social, o si se detiene en una apariencia, representando —a veces

con gran nivel de detalle— algunas de sus facetas. Nuestra propuesta ha tratado de escapar del formalismo sociológico a la vez que de la indeterminación propia del postmodernismo. Las características que vertebran la clase, que en efecto son objetivas, no pueden, sin embargo, incorporarse a priori, abstractamente, como un ejercicio de definición, sino que deben brotar de un desarrollo concreto, en el que se inscriban orgánicamente, tal y como tratamos de hacer en

el primer capítulo. Si se quiere que un nombre adquiera un contenido,

no hay mejor manera que inscribirlo en una historia. Para nosotros, E

así se quiere ver, la clase es un sustantivo que cobra sentido solo e acumulación del capital. Es una categoría que comparece al llamado -

una forma históricamente muy especial de organizar el trabajo soci E

Por eso no es un «concepto». En sus comentarios al Tratado de ce d de Wagner, cuando este le achacaba el comenzar pol el Sarcegio

valor, Marx se revolvía con rotundidad: «Ante todo, yo Al dal debo “conceptos”, ni por lo tanto del “concepto de valor”, y por ma

e de la

en modo alguno “dividir” este concepto. De donde yo pe on forma social más simple en que se presenta el producto e

a y diversidad. Pamplona Clase ann, Neum o Mari y adra Mezz o Sandr 172

a: Katakrak,

97

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Cuestron

de

dase

s , MALE Madri pe la sociedad actual, y esta forma es la “mercancia”, En este mismo sentido habría dicho que la clase social es «una palabra huera si desco.

nozco los elementos sobre los cuales reposan, p. ej., el trabajo analariado,

el capital, etc", Wright, con quien hemos expresado desacuerdos sin reparos, en un momento escribió: «si “las clases” son la respuesta, ¿cuál es la preguntado"? Esa cuestión sintetiza lo que tratamos de transmitir; las clases deben surgir de un problema previo y general, el de la repro»

ducción de la sociedad, no ser designadas ellas mismas como el problema original, Es justamente en el camino que arranca con categorías como la mercancía, el capital o el trabajo asalariado que surge la categoría de clase que nos resulta atractiva, Como un eslabón fundamental a la hora de explicar el funcionamiento del modo de producción que guía la forma en la que, como sociedad, nos reproducimos. Por eso hay que descartar la opción de convertirla en receptáculo inmediato, como concepto, de la desigualdad social.

No se malentienda lo que decimos, por supuesto que fenómenos vinculados a la autoridad o al estatus enlazan con la categoría de clase social. De hecho, como veremos más abajo, esta última resulta decisiva para analizarlos. Pero para aprehenderlos profundamente, sostenemos, es imprescindible comenzar por el modo en que se organiza nuestra sociedad para satisfacer sus necesidades y atender a cómo se insertan en él los diferentes individuos. Una mirada atrás ha demostrado que, antes que eso, el grueso de marxistas y weberianos se ha decantado por

mirar la superficie de la estructura social preguntándose por los factores que marcan «las probabilidades de vida típica para diferentes grupos de

individuos»"”, Al final, tanto se quiso afinar el concepto, siempre con tal de mostrar tal o cual variación en los datos, que se iba atiborrando de

acepciones y matices, No existe noción alguna que aisladamente valga de panacea, que lo abarque y explique todo, Cuando algo trata de reco”

gerlo todo, suele pasar que no sirve de casi nada. Y si la forma en que 173 Karl Marx, «Glosas marginales al “Tratado de economía política” de Adolp

Wagner», pp. 169-84 en Estudios sobre El capital, Madrid: Siglo XX1, 1973, p- ye

174 Marx, Elementos fundamentales... Vol. 1, Op. cit., p.21,

175 Erik O, Wright, Modelos de análisis de clases. Valencia: Tirant lo Blanch, 2015, p-

249. «Si lo que queremos es avanzar en el conocimiento no simplemente de Un

problema empírico particular, sino a partir de ese problema, entonces es impres”

cindible que los conceptos utilizados en el análisis estén lo más integrados Po

ble en un marco conceptual general» (Wright, «Reflexlonando, ..». Op. cito

176 Piva, «Clase y estratificación..» Op. cit., p.210,

p-P2”

98

_—l Escaneado con CamScanner

2. Las clases sociales en la sociología

la contiene todo es a trav

és de diferentes acepcion

es, lo que hace es sumirnos en una enorme confusión de la solo con mucha dif icultad

weguiremos Zafarnos, pues no val e con exp itar la definición qu ( OSOS plea, es preciso profun 4 e se dizar en las premislic $ as que cada una emplea, es de ellas yra entrañña.a, Esa Esa eses la razón por la que si, como algunos dicen, la noción de lase murió teóricamente, lo hizo de exito, ni AS iró hasta romperse"”, 177 se estiró

NAO

177 La confusión puede ilustrarse a la luz de un afamado paper. Ene eno tes del colaps O generalizado de las teorías de clases, Robert Nisbet ini Necesitó un a rtículo de no más de unas pocas carillas, nada de a Sea mt Ora, para sentenciar la «caída» del «Concepto de clase dEl ps epa Fall

of Social Class». The Pacific Sociological Review 2(1):11-17, ¡pel Aoi Nuestra), El documento es aún hoy muy referenciado, Na pi a il pu e to de su juicio: prácticamente inauguró un obituario en el que e

guientes décadas, se trató de introducir sin cesar el

embargo, al Preguntarnos qué entiende el autor por «c ieqe

Eo Mevamos una singular sorpresa: al enmarcarlas en «e ss

AP

ni le ote

oa

vas de Poder y de estatus», ¡no cabe duda de que estaba habla Pectiva weberjana! Baste ese ejemplo para constatar la engorro j : sa encrucijada de A Pretendemos sortear.

99

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ui

Segunda parte

La determinación clasista acerca de los colectivos

Controversias contemporáneas

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Capitulo III. ¿

y

los extremos en el continuo social

En este capítulo y en el próximo vamos a adoptar la lógica a la que hasta ahora nos hemos opuesto fervientemente, la del continuum. Lo que nos hace decantarnos por asumir un eje de esas características es su capaci-

dad para recoger la tematización que se ha ofrecido por parte de gran parte de la ciencia política y de la sociología. En estas páginas nos

adentraremos en la seductora lógica de la estratificación para abordar los grupos (homogéneos o heterogéneos) que ocupan las posiciones más distantes entre sí. En una punta vemos a los acaudalados empresarios y líderes políticos, en la otra a los que la fina prosa de Galeano bautizara

como los «nadie». El contraste es de lo más sugerente, por ello los ana-

lizaremos ligados. Para hacerlo, comenzaremos apuntando las que, con-

sideramos, son las bases materialistas para su análisis; después —en las

subsecciones—, abordaremos críticamente algunas de las principales

apuestas teóricas sobre las temáticas. Tal será la estructura que nos acompañará a lo largo de esta sección.

La minoría opulenta y poderosa La dinámica de acumulación capitalista da lugar a una creciente centrali-

vos zación del capital, algo que se viene plasmando en la aparición de colecti extraordinariamente ricos. El capital de mayor tamaño, gracias a la aplicar ción de métodos productivos relativamente avanzados, consigue produci 103

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Cuestión de clase

una plusvalía extraordinaria, parte de lacual podrá sumar a sus ALQuierte

inversiones, mejorando aún más su productividad y prolongando la dista; que le separa de competidores inferiores. Se produce aquello que Mertgy,

denominó como efecto Mateo en honor a las palabras del evangelista, 2 cualquiera que tienc, $ le dará más, y tendrá

en abundancia; pero a ayal-

quiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará»

-

Mateo 15:2—, Esto se

traduce en el despegue de las más abultadas tasas de ganancia y en el estancamiento o caída de las menores. Habría mucho, muchísimo, que precisar en torno a esto, pero para nuestros intereses tomaremos simplemente corno

dado el hecho de que se forma una cúpula capitalista que se concentra en ciertas regiones. Junto a ese grupo se ha venido a contemplar a quienes también gozan de gran poder e influencia, mediado en ese caso no por los capitales que representan (aunque en ocasiones también), sino por las ins-

tancias políticas que gobiernan. Juntos formarían la «élite»: principal beneficiaria y, se dirá, dirigente de la sociedad. Habría que destacar que, con la expansión del obrero colectivo, los individuos con la capacidad de representar al capital “también al Estado- dejan de ser exclusivamente grandes propietarios. Los órganos del obrero colectivo que se hacen cargo de la gestión de los capitales se integran cada vez más en los escalafones superiores de la «pirámide

social». Estos trabajadores son remunerados muy generosamente, asumiendo en su salario lo que Marx denominó como «gastos de representación del capital»'”, Dotar a sus empleados de cierto tren de vida acaba convirtiéndose en una exigencia del capital individual: managers que lo gestionen, abogados que lo codifiquen... Figuras asalariadas que deben dotarse de ciertos atributos en absoluto baratos de adquirir. Interiorizar

las reglas del decoro, lucir etiqueta o frecuentar ostentosos restaurantes

y exclusivos clubes deportivos acaba siendo necesario, por ejemplo, para

codearse con quienes después se cerrarán acuerdos comerciales. La clase trabajadora consigue usurpar al capitalista incluso su función como

consumidora de valores de uso suntuarios””.

178 Dr El capital... Libro 1. Op. cit,, p, 539; véase, Luisa Iñigo, «La determinación p salario individual», pp.53-71 en Relaciones económicas y políticas, editado sed

7. Caligaris y A, Fitzsimons. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 2012;

aríana Hirsch, «Determinación y tendencia del valor de la fuerza de trabaJO On crítica de la economía política», Red Sociales, Revista del Departamento de

ao

Saciales 7(6):32-49, 2020.

due PUE en que una parte de estos trabajadores recibiría n una por” 00 | U «sa ario», en realidad, como renta del capital —por ejemplo e n accio” »10 que les insertaría por razones obvias en la clase capitalista: Cabría

104

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3, Arriba y abajo: los extremos en el continuo social

Estas figuras gozan de una capacidad de influencia enorme sobre la acción cotidiana del Estado mediante diferentes vías de acceso, como

la presión que ejercen a través de sus inversiones, De eso no cabe la menor

duda. No podemos olvidar, sin embargo, que la voluntad misma de estos individuos, por no hablar de su poder, está determinada por el capital al que deben su posición. Si el capital individual =y lo mismo podría decirse del Estado, como forma política del capital social, sobre el que profun-

dizaremos más adelante— les sirve para satisfacer ambiciones personales es porque todas sus dotes están plegadas a sus necesidades de valorización. La simbiosis entre ambos intereses está dominada por la relación

social en sí misma y no por el albedrío del agente que, en un momento

dado y por un tiempo determinado, la personifica. Es por eso que existe

una continuidad de ambiciones incluso con la rotación que en estas

instancias tiene lugar; y cuando esa continuidad se rompe, acostumbra a estar motivado por una modificación en las necesidades del capital. Esto es característico, como venimos señalando, del régimen de producción capitalista, en el que las «altas esferas», la jef set internacional, tienden a ser relativamente abiertas y porosas vistas, claro está, en comparación

con sociedades pretéritas en que se trataban de grupos casi totalmente

herméticos, conectados de cerca por vínculos de dependencia personal.

Las teorías clásicas de las élites, o de la naturalización de la Jerarquía

No es precisamente una novedad histórica que exista un cierto grado de concentración de riqueza y poder en pocas manos. Sin embargo, su análisis sistemático suele retrotraerse hacia la obra de dos autores con

mucho en común. Eran italianos, políticamente conservadores y, además, coetáneos en la segunda mitad del siglo XIX. Hablamos de Vilfredo Pareto y de Gaetano Mosca. Ambos, dicho sea de paso, precursores directos, por no decir progenitores, de la moderna ciencia política, Ellos, además de inaugurar los estudios sobre los grupos gobernantes y pudientes, popularizaron el término de «élite» en el sentido analítico que

aún hoy conserva en la literatura especializada. Detengámonos por ello destacar, a este respecto, el curioso fenómeno descrito por Milanovic como «homoploutía»: la constatación de que cada vez son más los ricos que perciben le vez rentas del capital y del trabajo elevadas (Capitalismo, nada más, Madrid: Paurus, 2020, p. 48).

105

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Cuestión de clase

a investigar cómo formulan estos autores sus teorías. Lo primero que

sobre ellas se puede decir es que deben ser tomadas como una respuesta frontal a las teorías socialistas o filosocialistas de las clases sociales por cosas como

esta:

La heterogeneidad de la sociedad y la circulación entre las diversas partes se podrían estudiar separadamente, pero como en realidad están unidos los fenómenos correspondientes, será útil estudiarlos jun-

tos para evitar repeticiones. Guste o no a ciertos teóricos, es un hecho que la sociedad humana no es homogénea, que los hombres son dis-

tintos física, moral e intelectualmente; pretendemos estudiar los fenómenos sociales reales y, por lo tanto, tenemos que tener en cuenta este hecho. Y también tenemos que tener en cuenta ese otro hecho de

que las clases sociales no están enteramente separadas, ni siquiera en los países donde existen castas, y que en las naciones civilizadas modernas se produce una intensa circulación entre las diversas clases!*,

La naturalización de la desigualdad a través de su vinculación a causas fisiológicas se complementa a la perfección con su inmediato reconocimiento de la conexión entre estas y las muchas clases suscep”

tibles de existir. Estos grupos no solo se deberían a circunstancias €sculpidas en nuestro ser'*!, sino que además cambian y se entrecruzan

constantemente. Es el reverso perfecto de las teorías revolucionarias: aceptadas las premisas aquí presentes se llega fácilmente a la conclusión de que la dominación no es tan rotunda como trataban de defender los marxistas y, más importante aún, que una sociedad igualitaria y sin clases

es un imposible'*. Pero prosigamos, pues una vez que sabemos que las

180 Vilfredo Pareto, Forma y equilibrio sociales. Madrid: Biblioteca Nueva, Minerva

2011, pp. 109-10.

181 La inmediata constatación de la diversidad humana de la que parte Paret o sería usada, años más tarde, por algunos eruditos expertos en estratificación, como

«Supuesto» para calificar de «funcionales» las desigualdades en estatus, de bido 4

su capacidad de «premiar» a los individuos con habilidades o talentos espect om Kingsley Davis y Wilbert Moore, «Algunos principios de estratificación», PP

155-85 en Clase, status y poder. Vol. 1. Op. cit., pp. 155-57). Un escalofriante empio de hasta dónde llegan las implicaciones políticas de la sociología fun

182

cionalista, rad homas B, Bottomore, Minorías selectas y sociedad. Madrid: Gredos, 1965,

106

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3. Arrib a y abajo: los extremos en el continuo social

desigualdades están ahí, nos queda saber cómo formula Pareto su «definición teórica» de aquello que llama «clase selecta».

Para hacerlo nos propone un ejercicio de tosca representación cuan-

titativa. Atribuye valores entre el uno y el diez según la «capacidad» de los individuos en diferentes ámbitos: a los más pudientes, en la rama

económica, junto a los más influyentes, en la política, les otorgaría una nota alta, y serían ellos los que formarían la clase selecta. Llegado este punto establece un par de taxonomías. Ya que sabemos que los que destacan forman o, mejor dicho, con ellos formamos, la «clase selecta», los que no llegan a ello quedan aglomerados en el estrato inferior, aque-

llo a lo que, sin un alarde de imaginación, llama la «clase no selecta».

Además, los selectos —los que él ha seleccionado— quedan separados en dos grandes grupos, aquellos que se insertan en el gobierno y aquellos

que no: la «clase selecta de gobierno» y la «clase selecta no de gobierno». Esta última diferenciación, que en pocas páginas queda reducida a «clase

superior» e «inferior», será la que acabe prevaleciendo'*, El cisma entre las clases se acaba perfilando entre la aristocracia que detenta cierto poder político y el resto de la sociedad; de un lado está el gobierno,

presidente y sus secuaces, y de otro la inmensa mayoría de la sociedad. Esta será la premisa que hace coincidir las tesis de Pareto con las de Mosca, quien tiene planteamiento idénticamente naturalizador: Entre las tendencias y hechos constantes que se encuentran en todos los organismos políticos, uno es tan obvio que es obvio a toda manifestación: en todas las sociedades, comenzando desde aquellas mediocremente desarrolladas y que apenas han arribado a lo primordial de la civilización, terminando por las más numerosas y más cultas, existen dos clases de personas, una la de los gobernantes y otra la de los gobernados. La primera, que siempre es la menos numerosa, realiza todas las funciones políticas, monopoliza el poder y goza de las

ventajas que ello trae consigo; mientras que la segunda, más numerosa, es dirigida y regulada por la primera, de un modo más o menos legal, ya más o menos arbitrario y violento, y ella la provee, al menos aparentemente, de medios materiales de subsistencia y de aquellos que para la vitalidad del organismo político son necesarios'**, 183 Pareto,

Forma... Op. cit. pp. 111-17.

184 Gaetano Mosca,

hs

101, 1980, p. 87-89.

ae

política».

e

ee

AIR

»

Revista de administración pública 42: 87-

107

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Cuestión de clase

La historia se esfuma de una vez por todas ante la omni

de lo que él llama la «clase política». El gobierno de la min

la mayoría se presenta ante Mosca como un «hecho const

Presencia Oría

Sobre

ante Y na-

tural» conclusión idéntica a la que llegaría Michels, otro científico social, como mínimo conservador, al enunciar su famosa «ley sociológica» según la cual la centralización del poder está «más allá del bien y del mal»*-, Desde esa premisa no puede hacer más que registrar los factores, tales como su composición, la disposición de una fuerza militar, la herencia o influencia espiritual, que sustentan la permanencia de la oligarquía en el poder y analizar su impacto en la estabilidad del sistema político. Así llega a constataciones como que, mientras en el antiguo

Egipto la religión tenía un papel nuclear para determinar el gobierno, en la Europa presente son los conocimientos científicos y su aplicación lo que garantiza la gobernabilidad'*, No cabe duda de que es un campo de investigación interesante el que inauguran, pero no se trata de uno

que se atenga a las determinaciones presentes en la sociedad capitalista. Su perspectiva es la cara B de burguesa— del materialismo histórico

vulgar: ambos comparten el colocar en una posición medular un fenómeno social desde el que se explican los cambios acaecidos en el devenir de la humanidad; ambos trazan una continuidad entre los señores feudales y la alta burguesía; ambos comparten, en definitiva, un apriorismo muy similar, pues para llegar de una posición a otra no hay más que cambiar la «dialéctica de clases» por la «circulación de las élites».

185 Robert Michels, Los partidos Políticos. Buenos Aires: Amorrortu, 2001, p. 9. Tampoc

o los liberales se quedaron atrá s en lo que a naturalizaciones e entre ellos, la palma segura se refiere. mente se la lleve Hayek. En de Camino de servidumbre (Madrid: Alianz un o del a, 2013, pp. 218-19), libr explica queca $02 los men

os capaces, a la vez

llegar al poder. Lo hace alu que más mezquinos, quienes consiguen unirse pañ diendo, primero, a que es «probablemente cierto» * Convergencia en escalas de qu ores se dé entre los individuo tesy educados; acto seguido, val s men os inte lige ”” apela a una «casi una ley de la nat ura individuos les es más fácil con lez a»: 4 y fluir en el «odio a un enemig o» o en la «envidio o que vive mejor» que en «una economista tenga que recurrirtarea positiva». Es descorazonador que un le , para respaldar su cruzad mas, 4 argumentos dignos de a ant ies tat ist a, de len novelilla de autoayuda com me san igual» o «el odi o «solo los tontos Pl o une más que el amo r», Mosca, «La clase Políti ca», Op, cit. p. 94, 108

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3, Arriba y abajo:

los extremos en el continuo social

Las modernas teorías socio-politológicas de las élites: ¿están los gobernantes unidos?

El enfoque clásico gozó de mucha fama y difusión aún en vida de $us progenitores, Se creó toda una tradición que pronto tomaría cuerpo en la corriente cuyo cauce había sido marcado especialmente por la pro-

puesta algo más rica— de Mosca, El objeto de estudio se desvinculó progresivamente de aquella noción paretiana de la minoría selecta en

un sentido amplio y multidimensional, y se fue acercando a aquella otra noción de la clase política vinculada al ejercicio del poder, Así, por ejemplo, Lasswell definía la élite política como aquel grupo compuesto

por quienes «ejercen el poder en un organismo político», reproduciendo fielmente la nomenclatura de su maestro'”, Poco a poco se va considerando que no es «posible o útil agrupar en una entidad a todos los que han tenido éxito», acotándose la cuestión a la «élites», «clase política» y

«gobernante»'*, Eso marcaría el rumbo y marco de las discusiones que

tuvieron lugar, especialmente, en el contexto occidental sobre todo a

partir de los años cincuenta. Fue a partir de entonces cuando tuvo lugar una de esas discusiones de resonancia que acaparan un gran interés a

su alrededor debido a las consecuencias que acarrean. Wright Mills se esmeró en caracterizar a los gobernantes, en concreto, los Estados Unidos, como un grupo compuesto por figuras que obedecían a «tendencias estructurales» que operaban en aquel momento:

a los políticos profesionales se les unirían, tras un vertiginoso ascenso, los altos mandos de las corporaciones económicas y militares!%, Estos

tres grupos formarían en su constante interacción una reducida élite

que, aunque en ningún caso puede entenderse —aquí salen arelucir sus inequívocas influencias marxistas— como una clase social, será visto como un colectivo relativamente integrado. Pese a que existe una tensión en la élite poderosa, la afinidad entre estos grupos que la componen sería ciertamente mayor. Quienes llegan a la cúspide del sistema político

estadounidense provienen, es bien sabido, de un muy limitado número de universidades, viven en regiones determinadas, practican unos de-

portes en particular, etc. Hay un microcosmos, se podría decir, del que 187 Cit. en Bottomore, Minorfas... Op. cit., p. 17,

188 Raymond Aron, «Clase social, clase política y clase gobernante», pp. 11-32 en, Clase, stat , Vol. 2. Op. cit., p. 18. a » a sd 189 Charles With Mill. La ei del adan México DF: Fondo de Cultura Econó

mica, 1987, p. 259,

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Cuestión de clase

salen, con escasas excepciones, los integrantes de los grandes bufetes, la

alta jerarquía militar, los CEOs de las grandes empresas y, por supuesto, quienes pueden optar a ocupar el despacho oval. El «sueño americano» sería más una leyenda que un fenómeno verificable. Esta procedencia compartida, en conjunción con las presiones estructurales, daría consis-

tencia y homogeneidad a la élite de poder. El conjunto de los miembros de esta cúpula dirigente, sostenían Mills y sus seguidores'”, se encontraba firmemente entroncado a intereses comunes, lo que los llevaría a

coaligarse en pos de alcanzarlos. Muchos científicos sociales de diferentes disciplinas se mostraron escépticos ante la tesis de que la élite estuviera efectivamente integrada. Schumpeter, por ejemplo, ya había apostado por entender la competencia por hacerse con las esferas de dominio público en contextos democráticos en sintonía con las dinámicas de concurrencia económica: algo que descarta por completo la posibilidad de existencia de una élite blindada en el po-

der'”. Más popular en la época fue la —entonces- moderna postura de Dahl, que apostó por una visión pluralista, que diluía el poder entre diversos grupos capaces de influir decisivamente respecto a ciertos temas (issues) a diferentes escalas de gobierno'”, Más que oligarquía o democracia, resolvió

hablar de «poliarquía», el vocablo por el que hoy le recordamos. Riesman,

radicalizando esta perspectiva, colocó el foco en la constante y casi permanente impotencia de cualquier gobernante para doblegar a ciertos lobbies que, en la práctica, dispondrían de la capacidad de ejercer el veto sobre

decisiones que les resulten perjudiciales'*. También en este grupo se encuadraría Raymond Aron, en cuya exposición trata de ofrecer una profilaxis ante la mitificación que rodea el concepto de élite: «el rasgo caracterís” tico de la oligarquía dentro de las sociedades occidentales [...] es la

ausencia de una voluntad común [...]. La mitología de las élites de poder oculto tiene éxito porque expresa la impotencia sentida por la mayoría y

designa a los responsables, a los que “verdaderamente” tienen poder»'”. 190 Mills despertó el interés de la sociología por las élites, campo en el que, en »

época, destacaron sociólogos como John Porter o Floyd Hunter. Hoy encontra”

mos sobresaliendo el trabajo de David Rothkopf sobre la «superclase», Un MUY reducido grupo de millonarios que gozan de gran capacidad de influencia al que

él mismo conoce de cerca como presidente de una reconocida consultora (S%-

perclass, Farrar, Strauss and Giroux: Nueva York, 2008).

191 Schumpeter, Capitalism... Op. cit., p. 271. pa cad Dahl, Who Governs? New Haven: Yale University Press, 1961. Riesman, Lonely Crowd. Forge Village: Yale University Press, 1967. 194 Aroobert n, «Clase social...» Op. cit., p. 29. 110 dl Escaneado con CamScanner

3. Arriba y abajo: los extremos en el continuo social

Parecería que ambas perspectivas, la «monolítica» y 1 a «pluralista»,

se encuentran en las antípodas, y efectivamente así es en cierto sentido, pero en realidad tienen mucho en común. Ambos adversarios comparten un mismo marco axiomático, aunque lo apliquen mediante diversas metodologías y obtengan resultados distintos y contrapuestos. Una vez asumido que el poder es una suerte de recurso que se detenta de forma

individual, la polémica se circunscribe al hecho de si se encuentra monopolizado por unos pocos o si, por el contrario, son muchas personas,

incluso todas, las que tienen acceso a él'%, Las dos hipótesis tenderían a dejar en un segundo plano, cuando no a suprimir, las determinaciones históricas, propias de las sociedades dominadas por el modo de producción capitalista, del conflicto político. La unidad reinante entre los momentos más oligárquicos y aquellos más participativos tan solo puede

ser identificada a colación del proceso de valorización. Sobre la presión

de los líderes o de las fortunas acumuladas y por encima de la inequívoca capacidad de influencia de ciertos grupos rigen dinámicas impersonales que responden a leyes generales que escapan del control de cualquier

club de magnates. Su pugna o cohesión, su porosidad o cerrazón, su

univocidad o dispersión no son más que el modo en que se expresan

esas leyes'%, Sería de ellas de las que brotaría el poder e influencia que estos personajes manejan. Aunque

ceptible de ser discutido, veamos.

esto también, por supuesto, es sus-

Monopolios, élites e imperialismo. Una polémica marxista

Avalados por Lenin y otras personificaciones destacadas de las revoluciones triunfantes, emergieron varias teorías de diferente índole pero que se reunían en torno a una serie de lugares comunes, las «teorías del

imperialismo», Era necesario revisar aquellos postulados de Marx que,

con el desarrollo económico de principios del siglo XIX, habían quedado

desfasados, se dijo y repitió hasta la saciedad. En pos de afrontar esta q MM

pete Laurin-Frenctte, Y

Las teorías funcionalistas... Op. cit., pp. 309-10,

«mtre las monarquías del golfo, cuya élite en efecto está completamente cerrada

En torno a un pequeño grupo de personas con poder sobre las rentas procedentcs principalmente de los hidrocarburos, y las democracias occidentales, en las

que hay cierta rotación pmenciid en un tejido productivo más diverso, median 45 diferencias propias de dos modos igualmente capitalistas de participar de la acumulación mundial.

111

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Cuestión de clase

to mó como punto tarea de renovación se lización del capital. desarrollo de la centra

de partida el exponencial La imbricación de la gran

«capital finanindustria con el capital bancario habría engendrado un lística, dando al traste ciero» que operaría siguiendo una lógica monopo rme se asencon la concurrencia capitalista de momentos previos. Confo taron conceptos como «capital monopolista» en el glosario marxista,

ía iban quedando atrás las líneas maestras de la crítica de la econom como sopolítica. Los fondos de inversión y la bolsa dejaron de verse

parasitarios porte e impulso a la «producción real» y se presentaron como chupópteros de la misma. Se dio por superchería las tendencias a la

la homogeneización (y a la caída) de las tasas de ganancia, pues toda

economía circulaba según el arbitrio de un pequeño grupo de mastodónticas empresas y no según las directrices de las impersonales leyes de acumulación. Lo que se presentaba como una renovación O adaptación

a los tiempos que corrían, resultó ser un torpedo dirigido a la línea de

Sotación del análisis marxiano: si, por ejemplo, hubiera voluntades personales moviendo los hilos tras las fluctuaciones de precios, no cabría

más que descartar la archiconocida ley del valor.

Todo esto afectó de lleno a la forma en la que se atendía a las clases sociales y su acción. En lo que aquí nos incumbe —volveremos sobre esto

al tratar el pequeño capital y la «aristocracia obrera», parece evidente que de la burguesía se escindiría una parte numéricamente pequeña, pero de gran peso, capaz de controlar el mercado, en ocasiones directa-

mente a través de la fijación de precios'”. Este grupo estaría no solo

separado, sino también enfrentado a muchos de sus congéneres, cuyos intereses se alinearían contra la injusta competencia que les hacen las

corporaciones. El centro capitalista, se dice desde algunas versiones más Li

solo de estas aproximaciones, contaría con los monopolios no

financieros, también tecnológicos, de recursos naturales, de medios de comunicación y de armas de destrucción masiva'*, Nos encontramos

con el marco idóneo para la aplicación del esquema estructuralista: si-

erro

PA

en el contexto

del «tercer mundo», la burguesía

ciones «nacionales» de la burguesía, que luchan

por mantenerse en la pugna con las dominantes fracciones «entregadas” 197 Paul M. Sweez , México DF: Fondo de Cultura Econémics 1929 pr] del desarrollo capitalista.

198 Samir

Amin, El capizal: 1999, pp. 17-19, in, El capitalismo en la era de la globalización. Barcelona: Paidós,

112 A Escaneado con CamScanner

3. Arriba y ab ajo: los extrem os en el continuo social

a los intereses de las empresas transnacionales!” - Según el enfoque, a esta fracción de la clase capitalista cuyos beneficios est án atados —

subordinados= a los de estos presuntos monopolios se la ha llamado también «burguesía compradora» o «lumpenburguesía»"", De estas líneas maestras se nutría la corriente que conforman

las te

orías, marxistas

o no, de la dependencia. Fernandes, el gran teórico de la s clases sociales en el marco del capitalismo dependiente, describió con gra n nivel de detalle el modo en que, según lo ve, el «ord en social» está «man ipulado»

por las «clases sociales privilegiadas» de acue rdo a sus propios intereses, siempre adaptándose a las «formas medios y fines de la dominación externa» y a las exigencias de las «demás clas es»?!,

No se puede negar que algo de verdad exis te en estos postulados, como

también la había en las mencionadas teorías de las élites, a saber, que el capital más concentrado, principalmen te en los países clásicos, asume

un gran poder de decisión y capacidad de infl uencia. El peligro de estas perspectivas reside en lo que se refiere a la capa

gran cidad

atribuida al capital grande, a veces tambié n mediano, haciéndolo pasar por

monopolio, de hacer prevalecer su voluntad sobr e las leyes del mercado. En

ese punto la clase capitalista se vería incapaz de tejer lazos de solidaridad, al menos sin pasar por el ardid, que la invo lucren con ca-

rácter general. Las respuestas que consideramos más interesa ntes al respecto provinieron justamente de las trincheras marxista s, dentro de las cuales surgió un nutrido y diverso grupo de autores dispuestos a mostrar la radical inco

mpatibilidad de las teorías del imperialismo y de la depen-

dencia no ya con el análisis clasista de la crítica marxiana de la economía Política, sino con la realidad de la acumul ación del capital? No ha 199 Poulantzas, «Las clases». Op. cit., p. 11. Ernest

Mandel, Introducción al marxismo. Madr id:

Akal, 1977, p. 82; André G. Frank, Lumpenburguesía: lumpendesarrollo, Barcelona; Laia, 1979, 201 Florestan Fernandes, «Problemas de concept ualización de las clases sociales en Mérica Latina», Pp. 191-276 en Las clases sociales en América Latina. Op. cit., p. 51

202 Críticas en este sentido

pueden encontrarse desde muy diversas posiciones, véase: Rolando A starita, Monopoli o, imperialismo e intercambio desigual. Madrid: Maia, 20 09: Gue

rrero, Historia del pensamiento... Op. cit.,

«Un comentario sobre Una teoría del imperialismo», pp. 107-22; David Harvey, pp. 245-263 Teorías del »eberíalismo y la dependencia, editado por N, Kohan. Buenos Aires:en Cienflor es, 2022; M ichael | Icinrich, 4n Introduction to the Three Volumes of Karl Marxs Capital. Delhi; Aakar books, 2013, pp. 213-18; Iñigo Carrera, El gra lo cif., pp. 161-77, Maxi Nieto,

Cómo Junciona la economía capitalista,

Madrid; Escolar y

113

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Cuestión de clase

icar tenido lugar ningún cambio que pueda justif

el rechazo de las leyes

ólico de la ecotendenciales en pro de una teoría del dominio monop nacionales nomía. Ni los grandes capitales, ni siquiera las expresiones

de «centrales» se sitúan hoy al margen de la competencia o por encima las dinámicas generales. Al contrario, se encuentran sumidos en la pugna competitiva, de ahí su imperiosa necesidad de situarse en la vanguardia técnica. Lo que denota la «actitud imperialista» de unos es por norma la ambición por crear condiciones —selváticas en ocasiones— que favo-

rezcan el despliegue de sus potencias sobre las de sus rivales más débiles;

de la misma manera, como ratificaremos en muy pocas páginas, tras el «compromiso nacional» de los capitales ineficientes lo que se encuentra es su voluntad de ser atendidos políticamente, por el Estado, con tal de sobrevivir en el mercado. No hay un abismo insuperable entre capitalistas, sino una pugna en la que los sitúa su común posición en el modo de producción capitalista.

Desempleo, exclusión y precariedad El desarrollo de las fuerzas productivas que lleva consigo el del propio modo de producción capitalista genera, dentro de la clase obrera, diferenciaciones susceptibles de ser analizadas, y que merecen una especial

atención. En este momento, de acuerdo a la estructura que hemos planteado, vamos a prestar atención al conjunto de personas que quedan en

aquello a lo que Marx denominó «sobrepoblación relativa», «población obrera sobrante» o «ejército industrial de reserva» alternativamente?”. Nos

referimos a toda la masa de seres humanos de los que el capital social puede prescindir para valorizarse, gran parte de la cual se encuentran

forzosamente excluidos de la producción capitalista. Con la implemen”

tación de la técnica más aún con el de la tecnología— cada vez son meno*

los trabajadores necesarios para poner en marcha la producción de uná po

cp pt

Anwar Shaikh, Capitalsm. Nueva York: Oxford Universi

e 7; Jorge Ver aza, Para una crítica de las teorías del imperialis.o México D Pato 87. Para críticas específicas del concepto de capital dueno as. id

ni «Ca iral

coi pit

Ao

estas teorías, véase: Reinaldo Carcanholo y Paulo Nal

especulativo parasitario versus capital financiero», pp. 151-160, 0 2 1omía... Op. cit.; Carcanholo, Dependencia... Op. cit., pp: 31-34; Costas

Lapavitsas, capitaltal finfina nas» ElLal capi ancneiiarizado. Madrid: Mais 03 Marx, El capital... Lib ro l, Op. Cie. 0D a. A r 114

)

-77,

Í

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3. Arriba y abajo: los ex tremos en el continuo soc ial

cantidad dada de valores de uso gracias al incremento de la productividad del trabajo. Aparece así, como consecuencia normal de la acum ulación, una bolsa nacida del diferencial entre el crecimiento de la población obrera

y el, menor, crecimiento de la demanda de capital variab le. Es un cúmu lo

de seres humanos que se ven incapaces de colocar a ningún capitalista

individual su propia mano de obra. Esta situación puede alternarse con periodos de actividad remunerada o puede ser estructural; y de ser este

segundo el caso, puede deberse a que aguardan su momento para entrar

a la producción o a que, simplemente, han quedado rezagados respecto a

las exigencias del capital. La tendencia hacia la proletarización no se

muestra indefectiblemente como un crecimiento de la asalarización?W. Desde esa condición, sin embargo, se juega un papel central para la producción capitalista: siendo un «producto necesario de la acumulación o del incremento de la riqueza dentro del régimen capitalista, esta superpoblación se convierte a su vez en una palanca de la acumulación capitalista, más aún, en una de las condiciones de la vida del régimen capitalista de producción»?”, Hablamos de una hueste de personas dispuestas a insertarse en un metabolismo social que no requiere de su intervención en condiciones normales, pero que se nutre de su intervención para presionar

a la baja los salarios, los cuales llega a abonar sin preocuparse por su nor-

mal reproducción. Se forma un contingente de trabajadores que, por la competencia, pueden ser exprimidos incluso hasta su extenuación, «superexplotados» (término acuñado por Marini para ilustrar una situación propia de Latinoamérica, pero que usaremos simplemente para designar

la venta de la fuerza de trabajo por debajo de suvalor”). La categoría de población sobrante es extraordinariamente

pia en

ella conviven sectores muy dispares: algunos casi incapaces de trabajar, pero otros con importantes cualificaciones; muchos sin empleo, otros ll puestos inseguros, Todos ellos, no obstante, comparten la pretensión su erza integrarse satisfactoriamente en el metabolismo social, de Dr

de trabajo por su valor. Esto llevará a quienes se encuentran de

Ei

0 menos permanente en esta situación a recurrir a po

%

a , da

vivencia de todo tipo: comenzar un pequeño «negocio» que en la d do e

de casos difícilmente prosperará (pasando entonces por «emprende

¡ 204 Véase Andrés Piqueras, La opción reformista: entre el despotismo y la revolución. 8 prcelona: Anthropos, 2014, p. 146. 2 5 Marx, El capital... Lábro 1. Op. Cit, p.34d. PE: Era 1991.

Era, 206 Ruy M, Marini, Dialéctica dela dependencia. México DI":

115

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Cuestión de clase : scr ve bservadore darse, sobreo ,0 todo en algunas repara torpes o mezquinos o! Itura o s); ganadería . prácticamente de subsis: aneta, a giones la agr del plan a lós filas de los sectores : capitalista s. másq riesgosos e arse en pos fo como las mae

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m «la miseria da pr de ser explotado por capitalistas no es nada comp 208 de no ser explotado en absoluto» » .

La «funcionalidad» de la marginalidad y la exclusión

2 ' ón pava

De entre los que conforman esta más debate ha suscitado

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den

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do adan nombrado como cum penproletariado». a concreto, el centro del problema se encontraba asocia Jl Sudan disponen ya de la posibilidad de vender su fuerza e Di bear Me englobarse en la misma categoría que quienes aún

anhelo o quienes lo hacen con éxito. Trotsky fue un Ñ el de diagnosticar este problema conceptual: «El actual ejérci .

a

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a

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pados ya no puede ser considerado como un IO “ejército de re serva ”,»P pues su masa fundamental no puede tener ya esperanza alguna de volver a

ocuparse; por el contrario, está des tinad a a ser engrosada por la ueno constante de desocupados adi cionales »2%, Muchos años después de la muerte del dirigente rev olucionario, este tipo de argumentos fueron 207 La «criminalidad moderna (o mejo r dicho criminalidad _criimmiinalizada” o “tratada”) [...] noes u nalica na cr criminalidad espec ífi iminalidad genérica o ahistórica o natura a do'o. una n ca, históricamente determin pro” cesos genéticos, p ada y contraseña ae lisus dad y la or las modernas ca usas estructurales Pauperización de ti de po mo Maritimo y de rn o» Lu igi Ferrajoli y Danilo la cu aestión criminal ”, Pp. 83-1 Zolo, lí % maduro. 34 en Democracia autorita 3arcelona: El viejo ria y capitalis | topo 2001, p. 99, 208 Joan Robinson, Ec on Ph il os ophy, Londres: Peng trad. Nuestra, uin books, 1974, p. 46, 209 León Trot sky, El Pensam iento viv 0 de ] ada, 2004, p-3' S. Según la traducci Marx, Buenos Aires: ón del texto qu Losada, Encuentra € se consulte, el epígrafe Esta cita puede hablar de en el que a subclase» unan eva COMpuesta po r los desocu pados.

«nueva clase» o de una «nueví

116

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3. Arriba y ab ajo: los extremos en el continuo social

retomados en varios lugares del mundo. En 1 “Atin0aMéric a, reapareció en el contexto de la discusión en torno al de sarrollo y la marginalidad .

Quijano planteó la noción de «mano de obra marginal » para designar

una población que, al estar excluida del «nivel hegemónico de actividad

económica», no podría ser englobada simplemente en el ejército de reserva del que habla Marx”", Bastante similar sería el planteamiento de

Nun, quien empleó el concepto de «masa marginal », compuesta por la

«parte afuncional o disfuncional de la superpoblación relativa» , QUE estaría fuera del «sector productivo hegemónico»!

Más allá de las características propias de las contribuciones latino a-

mericanas, un vistazo al panorama internacional dejaba en evidencia la

necesidad de trascender las fronteras regionales. Al mismo tiempo que allí se hablaba de marginalidad, en Francia se comenzaba a teoriz ar la

exclusion y en Estados Unidos se acuñaba la idea de underclass, la cual

se extendió con cierta rapidez, al ser capaz, para autores del carisma de

Bauman, de captar quién está «por debajo de las clases, fuera de toda

jerarquía, sin oportunidad ni siquiera necesidad de ser readmitida en la

sociedad organizada»””, Sin una conexión teórica evidente ni influencias

comunes, y desde puntos geográficos muy dispares, Nun en Argentina, Lenoir en Francia y buena parte de la sociología norteamericana acabaron llegando a la conclusión de que resultaba imprescindible enfrentarse al desafío analítico planteado por el crecimiento de la pobreza. Resultaba entonces evidente que el fenómeno que se miraba era más amplio de lo que podía pensarse en un principio. Se vivía una única transformación de gran escala.

No nos interesa en este momento profundizar más que en el conte-

nido general del problema.Tan solo quisiéramos incidir en la importancia

de entender el desempleo estructural como un producto necesario de la

acumulación capitalista que interviene activamente en la misma. Pensemos en el ejemplo de Nun, uno de los más controvertidos. Este, para Engranar su concepto de masa marginal con el de superpoblación relativa, se ve obligado a establecer una diferencia entre este último y el de «ejér-

cito de reserva». El inconveniente de este movimiento radica, y ahí se 210 Aníbal Quijano, «Polo marginal y mano de obra marginal», pp. 125-70 en Cuestionesy horizontes. Buenos Aires: CLACSO, 2014, pp. 160161. 211 José Nun, «La teoría de masa marginal», pp. 35-140 en Marginalidady exclusión social. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 87, 212 Zygmunt

p. 103,

Bauman, Trabajo, consumismoy nuevos pobre s. Barcelona: Gedisa, 2000,

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Cuestión de clase

fijaron los críticos, en que incorpora una perspectiva funcionalista que casa mal con el análisis de la acumulación capitalista de Marx", Este

desentendimiento «teórico» tiene consecuencias «prácticas» al desestimar

las funciones que en efecto cumple esta población, sobre todo presio-

nando los salarios de ciertos trabajadores en situaciones precarias", [p.

merso en la peregrina tarea de demostrar que «El capital [...] no es un libro sobre política, ni siquiera un libro sobre el trabajo [... sino] un libro sobre el desempleo», Fredric Jameson da con la clave del problema: «los desempleados —o los indigentes, o los pobres— están, por así decir, em-

pleados por el capital para estar desempleados; cumplen con una función económica por medio de su propio no-funcionamiento»””, Desde las bolsas de pobreza salen también labores que se integran en el metabolismo social, aquellas que van desde la limpieza de lunas en semáforos hasta el abastecimiento de valores de uso baratos al resto de la clase en los mercados de estraperlo. La criminalidad, como adelantamos, es otra forma de participar en el modo de producción —excluirla de este, tomarla como un objeto exterior, no puede más que edulcorarlo-. Quien entra en el mundo de los estupefacientes, por ejemplo, para al-

canzar o mantener cierto tipo de jornada”* y acaba en una situación de

drogadicción que le lleva primero a dedicarse al trapicheo y después a la indigencia, lo que ha hecho es pasar por varios papeles que responden por igual a las demandas del capital. Ni siquiera cuando su organismo deja de dar abasto para desempeñar el grueso de las tareas se vuelven por lo general inútiles. Una vez masticada, el capital regurgita la fuerza de trabajo para seguir utilizándola. Eso no implica que siempre toda pobla-

ción tenga una «función». En situaciones de sobreproducción aparece 2 gran escala el reclamo de aniquilar masivamente población obrera mediante el conflicto bélico, pero también a través del hambre o de conse-

cuencias derivadas de las penosas condiciones en que viven cantidades enormes de personas que sí son un lastre para la valorización. 213 Fernando H. Cardoso, «La crítica de Cardoso», pp. 141-84 en Marginalidad y exclusión social. Op. cit. 214 Jaime Osorio, Estado, biopoder y capital. Barcelona: Universidad Autónoma de

México, Anthropos, Siglo XXI, 2012, p. 116.

215 Fredric Jameson, Representing capital. Madrid: Lengua de trapo, 201 1,p. 117.

216 «Buena parte de la población drogadicta, por ejemplo, resulta inutilizable para €

capitalismo, pero antes de llegar a ese punto todavía los utiliza, los sobreexplota.

Por ejemplo, aquellos que se drogan con anfetaminas pueden trabajar más tiem” po o con mayor intensidad antes de que su organismo colapse y se vuelva inuti lizable» Veraza, Leer El capital... Op. cif., p. 185.

118

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3. Arriba y abajo: los Ar emos en el continuo soc ial

Inciso: fin del trabajo y...

¿Orfandad de clase?

Uno de los autores que ya conocemos, el soció]

0go —y caballero de la

Orden del Imperio Británico— Ralph Dahrendorf, fue de los que con

más ahínco reflexionó sobre el colectivo de los desempleados, En uno de sus artículos constata que el «concepto de underclass no es del todo correcto, ya que no se trata verdaderamente de una clase»: .

ek

¿ pero no lo

hace en un sentido próximo al que lo hemos expuesto unas líneas atrás: para él no llega a conformar una clase porque no consigue establecer

vínculos de solidaridad que hagan de su situación una propiamente política. Los parados, en su mayoría, permanecen convencidos de que

su situación se debe a su sino personal y no a una estructura frente a la

cual organizarse. Este fenómeno dejaría a los desempleados en un limbo,

pues quedarían excluidos de la clase obrera sin recalar en ninguna otra. Según el autor nos da a entender, lo que el progresivo aumento del «subproletariado» muestra es que la «sociedad centrada en el trabajo está caduca, pero no sabemos cómo enterrarla»””, Tal vez podría entenderse su propuesta ajustando el manido aforismo gramsciano: cuando el trabajo ha dejado de ejercer su papel predominante pero no tiene

sustituto solvente, surge la monstruosidad de encontrar miles de per-

sonas sobrantes. Pero, ¿ha muerto el trabajo? Sabemos que para algunos sí: Rifkin, Gorz, Offe y tutti quanti en su línea alcanzaron cierto renombre al decretar el fin de la era del trabajo y del proletariado””. En realidad la mayoría de quienes se reúnen en torno a esta antaño polémica tesis no hacen sino escamotear el fundamento de lo que tienen ante sí mismos: sí el paro es una circunstancia trágica y sí las condiciones de explotación usualmente

no mejoran la calidad de vida dada su degradación, es precisamente porque la «sociedad del trabajo» mantiene toda su vigencia. Su falacia podría

resumirse de la siguiente manera: «Como no conseguimos dignificar el

trabajo vamos a imaginarnos que, en realidad, el trabajo ha dejado de Cástir como categoría central en las sociedades modernas en favor de una

217 Ralph Dahrendorf, «El nuevo subproletariado», pp. 127-35 en Trabajadores pre-

tarios, Madríd: HOAC, 2003, p . 130-35. 21% Jererny Riflán, El fín del trabajo. Barcelona: Círculo de Jontoces, ql fc Gorz, Adiós al

proletariado (más alld del socialismo). pon

. 1985

2001; Claus Offe, Disorganised Capitalism. Cambridge: | olity Press,

120).

por

119

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Cuestión de clase

sociedad del ocio y el tiempo libre»””. Se trataría, en muchos CASOS,y de alguna manera, de un autoengaño. Uno que, según han argumentado

puntillosamente sus críticos, se fundamenta en la confusión entre las

formas de organizar el hecho laboral con su contenido, el trabajo: aUNQue

las primeras hayan podido cambiar significativamente en grandes sectores, el segundo se mantiene intacto”, A tenor de estos hechos, la hipótesis de Dahrendorf no tiene razón

de ser. Se corrobore o no la ausencia de vínculos de solidaridad (no podemos pasar por alto experiencias como la de los piqueteros argentinos, quienes, por cierto, no tuvieron problema en reivindica rse como

trabajadores), lo cierto es que la dinámica concerniente a] merca do la-

boral no permite entonar la fanfarria que anuncie la disolución de la clase trabajadora en particular o de las clases sociales en general, tal y como hicieron pensar los apóstoles del fin del trabajo. El sistema que tiene al trabajo en su núcleo más profundo se mantiene firme, con ello queda invalidada la justificación que escindía a los desempleados del conjunto de quienes venden, con o sin éxito, su fuerza de trabajo. Exterioridad y subjetividad revolucionaria del marginad o

En El manifiesto comunista se enuncia un controvertido juicio sobre el

entonces llamado Lumpenproletariat. Dice así: «El proletariado andra-

joso, esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la sociedad, se

verá arrastrado en parte al movimiento de la revolución proletaria, sl bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios»”, Estas líneas,

que vieron la luz en 1848, no gozaron de gran popularidad por la carga estigmatizadora que ciertamente puede llevar consigo??. Pero ello no

219 Armando Fernández Steink o, Clase, trabajoy ciudadanía. Madrid: Biblioteca nueva, 2004, p. 22. 220 Véase Ricardo Antunes, ¿Adiós al trabajo? N.1.: Piedra azul, 1997; Luis E- il

$0, Trabajo y ciudadant a. Trotta y Fundación 1% de mayo: Madrid, 1999; de la Garza, « ¿Fin del a. trabajo o trabajo sin fin?», pp. 13-39 en El trabajo de A turo, Madrid: Complutense, 1999, 221 Marx y Engels, El manifiesto... Op. cit., p. 222 Los activistas libertarios, sin 34, ir más lejos, se apresuraron a otorgar a est as perso” Nas, por su condición de

desposeídos, el reconcomiendo como la flor y nata deles-la lucha por la transformación social. El padre del anarquismo, Bakunin, marcó del «desprecio profundo» $ este que sentían, según él, Marx y Engels por e

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3. Arriba y abajo: los extrem os en el continuo social

puede llevarnos al extremo Opuesto, a saber, que la población más de-

pauperada sea considerada, por ello, la más activa en el conflicto social.

Aunque esas capas no se mantuvieron al margen, rara vez asumi eron en la contienda un papel protagónico. Las razones parecen simples: para militar, para organizarse y preparar actividades combativas es preciso

tener tiempo libre —lo que implica algo de dinero-, voluntad transformadora y al menos una cierta noción del valor del conflicto colectivo.

En un colectivo marcado por pobreza, la atomización y la discriminación

difícilmente pueden converger estas circunstancias. Pese a ello, no han cejado los intentos por escudriñar su forma de existencia social en busca de algo que lo invista de un carácter revolucionario. La estrategia que aquí nos interesa para encontrar el germen de la revolución en la pobreza, en la marginación, es tomarla como algo re-

lativamente exterior al capital. Un paso en ese sentido podría ser el que da Sibertin-Blanc al tomar esta población como «un tercer término

incluido (y oculto)» relacionado con el binomio capital-trabajo a través de una «exclusión inclusiva»?*, Desde esa posición, afirma, deben vol-

verse contra el Estado impulsando la anhelada transformación social.

Este tipo de locuciones son indicativas de una pulsión hacia la defensa de la exterioridad que, consideramos, halla su punto culminante en la obra de Enrique Dussel.

En su profusa obra, el filósofo contemporáneo se cuestiona ampliamente cómo puede tener lugar la liberación respecto al capital y, para hacerlo, toma como un punto de apoyo central una lectura insólita de

los borradores de la crítica de la economía política. Prueba de ello es que se afana por desvincular el momento revolucionario del par dialéc-

tica-totalidad, tan característico de la tradición marxista, para reemplazarlo por otro dúo diferente: analéctica-exterioridad. La rebeldía no

emana desde el seno del «sistema», sino desde sus afueras. En esa posición estaría el trabajador tanto por su condición de pobre como por su condición de creador de valor; el «trabajo vivo» sería ese exterior oprimido por el capital que, sin embargo, lo engendra,

«El trabajador

libre”[...], es la exterioridad respecto al capital (al capitalista) cuando

»

[...] es donde está cristalizada colectivo, y dictó que «en él, y en él solamente, » (Estatismo y toda la inteligencia y toda la fuerza de la futura revolución social anarquía, Buenos Aires: Utopía libertaria, 2004, p. 12).

ítica de estado, 23 Guillaume Sibertin-Blanc, «Ley de población del capit al, biopol l. Madrid: capita heteronomía política de clase», pp. 65-84 en Marx, Rele er El

Akal, 2012, p. 73,

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Cuestión de clase

todavía no ha vendido su capacidad de trabajo. Pero es igualmente exterioridad, “plena nada”, el pobre (pauper decía Marx) desocupado por

el capital y expulsado del “mundo” como lumpen»”, Ahora bien, no

todos los trabajadores quedan por igual fuera del capital ni, por tanto,

capacitados para llevar a cabo la deseada transformación (la influencia nacionalista debe hacerse notar): «Las clases oprimidas o populares de las naciones dependientes son las que guardan en su cultura propia [...] la máxima exterioridad del sistema actual mundial; ellas pueden pre-

sentar una alternativa real y nueva a la humanidad futura, dada su alteridad histórica»,

El principal punto de confrontación con la crítica de la economía política de esta teoría —que se reconoce como «economía política» se encuentra en que todo aquello que él ve como exterior es, para Marx, parte del capital. «El capital es precisamente una demostración, contra

lo que Dussel cree ver en este libro, de que el camino correcto tanto en términos teóricos como políticos es la captación de la totalidad del

capitalismo como totalidad que incluye aquello que la produce», De hecho, en los Grundrisse, obra que se vanagloria de haber trabajado en grado sumo (mérito que no discutimos), Marx afirma textualmente que

el trabajo como «la fuerza productiva que mantiene y reproduce el capital [...] se transforma [...] en una fuerza perteneciente al propio capital»””, Si las determinaciones de la acción revolucionaria caen del lado del trabajo es porque este se encuentra subsumido en el capital”, y no porque se halle en una oposición abstracta al mismo. No existe,

como se pretende, una praxis luminosa que sea exterior de la que pueda provenir la liberación de la humanidad del yugo del capital. Para bien o para mal, la superación del capital, al menos desde que este abarca el metabolismo social en su totalidad, no puede venir de otra parte que

del capital mismo, Tanto la pobreza y la marginalidad como el trabajo

vivo son momentos fundamentales, a la vez premisas y resultados, de la acumulación capitalista,

224

y Í =p 220 re

e

, s 4 ye . ilosofía de la liberación, México DF: Fondo de Cultura Econó

de

225 Ibid,, p.122,

226 Veraza, Later El capital... Op. cit., p. 204,

a Marx, Elementos fundamentales... Vol. 1, Op. cit, p.215, Marx, El capital...

Capítulo VI (inédito), Op. cit., p.72 y ss,

122

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3. Arriba y abajo: los Extr emos en el continuo social La cuestión del precariado En el año 2011, pasados ya los momentos de ma yor esplen dor del debate sobre las clases, Guy Standing, un hasta en tonces poco conocido investigador británico, pub

licó un libro en el que anunciaba la lleg ada a escena de un grupo destinado a hacer grandes cosas. Recogió el té rmino «pr e-

cariado» —que antes de él habían usado invest igadores co mo Castel o

Paugam-—, un ingenioso juego de palabras al combinar las palabras precario y proletariado, y lo dotó de un significado más o menos preciso, El vocablo que popularizó lo llevó a la fama. Aunque muchos teóricos consolidados de las clases se mostraron escépticos ante la incor poración

de nuevos conceptos, otros abrazaron la idea con efusividad. Todos, en definitiva, hablaban de él.Tal vez no era para menos. La idea central de Standing era tan atrevida como sugerente: había una nueva clase social, una que realmente podía cambiar el mundo, que se caracterizaba por encontrarse al borde del desempleo y por ser incapaz de comandar su proceso de trabajo. No se trataba de los marginados, ni siquiera de los desempleados en general, pero tampoco “mucho menos- de la clase obrera en sentido amplio; su interés residía precisamente en encontrarse en una posición intermedia entre una cosa y la otra. Veámoslo detenidamente, el concepto lo merece.

Para nuestro autor, lo que hizo surgir el precariado tuvo lugar en la

época en la que más se anunciaron los cambios de este tipo: la década de 1980. Ya sabemos: globalización, neoliberalismo, flexibilización... Todo eso confluía para producir una nueva estructura de clases. Esa transformación se constataría a partir de su personal variación de la terna weberiana que compone la definición de clase: «La “clase” puede definirse como un grupo determinado principalmente por específicas

“relaciones de producción”, específicas “relaciones de distribución” (fuen-

tes de ingreso) y específicas “relaciones con el Estado”»””, Así, ponde-

rando esos factores llega a la conclusión de que la sociedad actual consta

de un total de siete clases: élite, «salariado», profitécnicos, proletariado,

Precariado, desempleados y lumpen-precariado. Para describir adecuadamente al precariado, Standing toma nada Menos que diez características comunes. Mencionémoslas de manera

sucinta: (1) se encuentra inseguro en su puesto de trabajo, teniendo siem-

Pre presente la amenaza del desempleo; (ii) carece de toda fuente de 229 Guy Standing, Precariado, Madrid: Capitán Swing, 2014, p. 24,

123

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Cuestión de clase

ingresos diferente al salario; (iii) está falto de los derechos sociales de los

que sí goza la clase obrera tradicional; (iv) tampoco tiene una «identidad

o narrativa ocupacional que dar a su vida»; (v) debe realizar con frecuencia trabajo por el que no se le remunera; (vi) se va alejando psicológicamente del mundo laboral; (vii) tiene pocas posibilidades de abandonar la situación en la que se encuentra; (viii) se encuentra sobrecualificado; (ix) se encuentra sometido a constantes riesgos e incertidumbres; y (x), el más

importante, todo lo anterior se combina en un «tsunami de adversidad».

Otra forma de verla, de manera algo más resumida, nos la ofrece a través de una matriz, en la que se formarían las clases según tengan más o menos derechos civiles, políticos, culturales, sociales y económicos”,

En ella el precariado ocuparía el penúltimo lugar (justo sobre el «Jumpen-precariado») tendiendo todos sus derechos en un nivel «dudoso» o «bajo ataque» salvo los de corte económico, que estarían directamente”, En definitiva, en esta clase convergerían no solo quienes se desprendieran de la estabilidad ocupacional de la clase obrera y quienes estuvieran ya enmarcados en comunidades marginalizadas, también todo un contingente de jóvenes bien preparados cuyas expectativas laborales se vieron truncadas por una sobrecogedora realidad. Sería —siempre según este autor— una olla a presión, una clase «peligrosa», saturada de des-

contento y, por ello, llamada a protagonizar conflictos. No se puede poner en duda que el colectivo tenga cierta entidad. La generación de quien escribe estas palabras está plagada de personas a las que esas características combinadas les vienen como un guante. Además,

resulta evidente que muchas protestas recientes —el 15M español, el YoSoy132 mexicano, el Occupy norteamericano, otros movimientos en la

UE, buena parte del germen de las «primaveras árabes». ..— han sido

protagonizadas por jóvenes precarios, algo que salta a la vista al pregun-

tarnos por los medios digitales que vehiculizan el hartazgo colectivo. Lo que resulta discutible es hasta qué punto el precariado, si queremos

adoptar el término, existe como una clase social. Es cierto que el concepto en sí mismo puede resultar algo tramposo. No está claro a quién incluye más allá del joven en situación de precariedad, pues ni en los migrantes ni en el obrero degradado arquetípico colectivos ambos incluidos explícitamente— confluyen con nitidez las

características. Por otro lado, antes de la fatídica década de los ochenta,

230 Ibid., pp. 27-39, 231 Ibid, p. 31, 124

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3. Arriba y abajo: los extremos en el continuo social

incluso un siglo antes, existían, aunque en menor medida, personas

«precarias» en un sentido similar al ofrecido por Standing, lo que difu-

mina la noción. Pero dejando estas objeciones (creemos) menores de

lado, nos queda el problema de si puede o no ser considerado propiamente una clase social. Al margen de sus partidarios incondicionales,

algunos han adoptado el término alterando significativamente su contenido para evitar el malsonante vocablo underclass?. Los marxistas, como no podía ser de otra manera, se han mostrado críticos y, de aceptar la palabra, la han incluido sin dilación en el interior de la clase obrera2%. Nuestro camino discurre por donde estos últimos: atendiendo a lo que

hemos caracterizado como clase, no se puede más que incluir a estas personas entre quienes venden su fuerza de trabajo. Más allá de sus

virtudes analíticas, el «peligro» real de esta noción está, como sugiere

Breman, en que contribuye a afianzar las distinciones en el seno de la clase obrera, la cual ya experimenta un movimiento hacia su diferenciación, más que a avanzar en sus elementos comunes?*,

232 Mike Savage, Social Class in the 21st Century. Londres; Pelican Books, 2015, pp.

351-58,

233 En relación al debate marxista véase Ruy Braga, 4 políticaica doE P >precariado, O LeS Paulo: Boitempo, 2012; Erik O. Wright, «Is the Precariat a El sálisis p ntde idas bour Journal 7 2): 123-35, 2016; Jaime Aja y Eduardo Cuader clase marxista en la era de la precariedad y la flexibilidad». nes laborales 30(1): 145-65, 2018.

+84:

130-38, 2013.

4 Jan Breman, «A Bogus Concept?» New Left Revier 84110002

125

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Capítulo IV.

Las problemáticas de la «clase media»

Es ya un lugar común que, en el transcurso de las sociedades capitalistas, no se aprecia ningún tipo de tendencia hacia la formación de dos conjuntos homogéneos que avanzan inexorablemente hacia su confrontación final. La proletarización que en efecto tiene lugar, no ha hecho de

la clase obrera una única categoría indiferenciada, como tampoco las dinámicas de concentración y centralización han erradicado a la pequeña burguesía. No ha habido ni hay una fractura omnímoda entre trabajadores pauperizados y burguesía enriquecida. Nada de esto es nuevo: mucho antes de que la sociología descubriera lo sencillo que era des-

acreditar al marxismo por sus presuntos errores de diagnóstico en relación a la bipolarización, los socialistas discutieron extensamente el tema en cuestión. Bernstein ya había puesto de relieve que, en el mo-

mento en que vivía, las clases medias no habían hecho más que crecer, que el “Capital haya y advertía que, si «las clases trabajadoras esperan

largo tiempo»”, arrojado del mundo a las clases medias, pueden esperar una parte Ya era hora, nos dice, de revisar la tesis marxista según la cual

elproletariado. creciente de la población estaría destinada a recalar en —y tras muchas réplicas y Años después del argumento de Bernstein

con fuerza por muchos contra réplicas— este sigue siendo retomado

errado de las «previsiones» que hasta hoy se jactan de demostrar lo es, 2011, p. 30. 235 Eduard Bernstein, El socialismo evolucionista. Granada: Comar 127

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Cuestión de clase

' r de aquellasas q que refieren a la «evolución de la , particula en marxistas, ,

clases sociales»””. :

Y

Aquí nos surge la tentación de enrocarnos en la defensa de Marx,

.

Precio

eclo as : a sus

237 Kar] Marx, ¡ibid 2 f

sruidoree a . ] A seguidores en la sociedad industrial avanzada”

en Marx, Barcelona: Anagrama, 1972, p. 70).

nómica, 1980, p.527, la plusvalía. Vol. 2. México DF; Fondo de Cultura Eco” ombrarse o

Ani

“] ase medi e a no solo es unificarse ¡én con otros (justo) n redio Y reclamar una ubicación como clase: es tanibi ¡li

en el mapa

lel orden de lo simbólico de la hair de la3 s rela con profundas consecuenció cij ones entr ases. Aunque e e] no sea consciente al Investigad de ello, lo or

«

>

Jue coloca en esos sitios las categorías sociales Ignar como "el; t 08, 1505) y realidades, 0 e media » Ezequiel "¿MUEVA sociedad 247:38-49, Adumovsky, «Clase mn 2013, p. 48,

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4. Las problemáticas de la «clase media»

valorización; en este caso hablamos de los que «pese a ser los perdedores en la batalla competitiva por la tasa general de ganancia, logran extender su vida útil a través de la valorización sistemática a una tasa de ganancia que se encuentra por debajo de la general»?. Si bien el despliegue normal de lucha por la producción de plusvalía debería acabar tendencialmente con estos capitales, no son pocos los que consiguen prolongar su situación a lo largo del tiempo; ni, previsiblemente, dejarán de serlos mientras exista la posibilidad de crear nuevos negocios. Podrán sostenerse, en principio, hasta que no lleguen siquiera a poder cubrir los gastos reproduciendo la vida del propietario. El constante quiebre de empresas que comienzan quedándose rezagadas y, dada su falta de ca-

pacidad de inversión, llegan a una condición cada vez más ruinosa, es la forma corriente en que se valoriza el capital. La dinámica general se manifiesta particularmente a través de la opulencia de algunos y de la podredumbre de otros menos afortunados, siendo sus personificaciones

parte de los damnificados, al verse precipitados a la condición de vendedores de fuerza de trabajo. Esa agonía crónica en la que viven puede verse contenida en mo-

mentos de normalidad, pero sale a relucir con fuerza en los periodos de crisis, cuando el capital ajusta cuentas con sus apoderados. Es entonces cuando la concentración capitalista toma la forma de una violenta cen-

tralización. Pero incluso fuera de esos momentos, a excepción de aquellos lapsos en los que afluye suficiente capital para suplir los problemas

de rentabilidad que los aquejan, se encuentran en un jaque permanente por la presión que ejerce la competencia. Es por esto que, si desean permanecer en el juego, deberán encontrar formas de compensar sus carencias. Una estrategia para ello es la men-

cionada «superexplotación», esto es, la compraventa de la fuerza de trabajo en términos que no garantizan su correcta reproducción, apro-

vechando las circunstancias que ofrece la presencia del ejército industrial de reserva. Tanto la intensificación del trabajo como la prolongación de la jornada o la contracción del salario por debajo del valor ofrecerían al

pequeño capital un camino para aplacar las pérdidas que sufrirían al confrontar con sus hermanos

mayores.

Este hecho

es posible

también

gracias a las condiciones que dificultan la organización de la Plantilla, como es el hecho de que se traten usualmente de grupos relativamente

reducidos, que se encuentren relacionados a través de vínculos personales 239 Starosta y Caligaris, Trabajo, valor y capital. Op. cit., p. 259. 129

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Cuestión de clase

con el empleador —un «negocio familiar»— o incluso el empleo de po-

blación sobrante migrante, por ejemplo-. Una segunda estrategia se encuentra latente en la posibilidad de recibir ayudas de las instancias ES de políticas de la acumulación. Las políticas de NA

que se ejercen con trabas, tanto a nivel internacional a través de los aranceles como nacional mediante, por ejemplo, la concesión de licencias, apuntan en este sentido. Lo mismo ocurre, de forma si cabe más

directa, con el uso de ayudas, subvenciones o exenciones, que contribuven a elevar su nivel de rentabilidad”, “Todos estos elementos, si bien no hacen de la pequeña burguesía una clase social propiamente dicha, sí le otorgan una entidad propia,

bien diferenciada de otros sectores de la clase capitalista. Un elemento

distintivo de esta fracción, o de al menos una buena parte de ella, es que

en muchas ocasiones se ve obligada a cumplir no uno, sino dos papeles

dentro de la producción. Además de personificar al capital a través de la propiedad, debe hacer las veces de trabajador —productivo, añadiría-

mos-, cargando sobre sí el a veces descomunal peso de la reproducción de su capital?*, Esto introduce dentro de su propio ser social individual la dimensión económica del conflicto de clases, llevándole frecuentemente a experimentar una contradicción en su propia conciencia, al

tener que exigirse a sí mismo los pesares que no traslada a los obreros. En lo que respecta al resto de su clase, la burguesía pequeña entra en

una colisión de intereses que responde a lo antedicho: indispuestos a dejarse fagocitar por sus competidores, harán lo posible por aferrarse a Su

condición de capital asegurándose, o tratando de hacerlo, la presencia de algún «mecanismo compensatorio» como los descritos. Frente a la clase trabajadora se ven en la obligación de, aun teniendo frecuentemente que

tratar con los empleados, aplicar condiciones laborales severas por mor de salvar la empresa. Al aspirar a hacerlo respetando la legalidad, se encontrarán también enfrentados a ciertas contiendas obreras como,

240 Véase Juan Kornblihtt, «Pro fi la cultura del trabajo, edi tado rofetas de la autoexplotación»,ires:pp. 187 er o. Edici-201 enryr, ry!, 2007, Aires: Ediciones Pp por E. Sartell;1li. Buenos pp. 197-98, 241

Marx re tro»

“e posibilidad en varias oca siones, respecto al «pequeño maes s e det

producción prec _Precapitalista y también respecto al campesino mismo su NS $e «paga a sí mismo un salario como obrero, se reivindica 4 * teniente»; e incluso como capitalista y se abona a sí mismo la renta como mn

quien, asegura

de 0

male pata del



tal...

. Libro

11. Op.

oe

«en sí la desgracia del trabajador asalariado con a

10 pitalista» (£(27 cit.,yCapitalista»

¡ ¡ ; p. 264; ¿ElEl capo cap 1, Op. cit., Libro capital...

879; Elementos fundamentales... Vol. 3. Op. cif.

P- 100).

130

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4. Las problemáticas de la «clase media» por ejemplo, la subida de los salarios mínimos, medida que sus compe-

tidores de mayor tamaño podrían aceptar de buen grado con tal de erradicarles. Confrontarán con estos últimos por el favor del Estado pues, por ejemplo, tan «flexible» querrán que sea la legislación laboral

como «rígida» aquella que opere sobre larmente, el exterior, aquel capaz de productivos obtienen gran parte de sus tos de solidaridad con el resto de su

el resto del comercio y, particudesbancarles y del que los más pingiies ganancias. Sus momenclase y con la clase trabajadora

vendrán dados también según se den estas circunstancias: podrán cerrar

filas con sus propios asalariados en caso de que peligre la continuidad de la empresa (hecho que perjudicaría a ambos), y con el resto de su clase cuando se producen los embates del trabajo?”,

Ni que decir tiene, apostillemos, que debemos excluir de esta categoría tanto a la población sobrante, latente o consolidada, que dispone

de algún tipo de «medio de producción» con el que, lejos de acumular capital, subsiste; como a los obreros que son introducidos de contra-

bando en la condición de «autónomos» con tal de exculpar al capital de

la cobertura de sus derechos laborales. Estos casos deben ser tenidos

muy en cuenta a la hora de realizar mediciones pues, por su relevancia,

son perfectamente capaces de distorsionarlas severamente. El marxismo y la alianza con la pequeña burguesía Al presentar las diferentes posiciones dentro de la tradición marxista, señalamos que uno de los grandes retos que optaron por afrontar con cierta exterioridad fue la caracterización de la pequeña burguesía. Está muy extendida la idea de que esta categoría representa a una clase social stricto sensu. Los propietarios, con pocos trabajadores

o ninguno, así como

los que presentaban peor batalla en la concurrencia, fueron tenidos en cuenta de esta manera a través de diferentes procedimientos intelectuales que ya introdujimos, pero que resulta conveniente recordar en este punto, 242 Al examinar la formación de la tasa general de ganancia, Marx plantea que el capital social se comporta como una «empresa colectiva», que otorga, explotando conjuntamente a la clase obrera, iguales dividendos a sus privados participantes en función del capital invertido (£/ capital... Libro 11 Op. cit., cap. 9). Estos capitalistas, incapaces de conseguir su parte, se ven dificultados, aunque en ningún caso impedidos, para entablar los lazos de solidaridad que de ellos,

como miembros de una misma clase, cabría esperar. 131

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Cuestión de clase

Ya vimos que muchos marxistas aceptaron 2 la pequeña burguesía

como una clase social heredera de vestigios de modos de producción precapitalistas. Quedando el modo de producción como Una construe: ción abstracta que, en lo concreto, actuaría junto 2 Otros semejantes, todos ellos bajo la égida de uno en particular, que sería el que tomase el rol dominante en la combinatoria llamada «formación social». En esas coordenadas, como señalamos, fueron muchos los filósofos o sociólogos (recordemos los escritos de autores tan reconocidos como Lukács, Harnecker, Poulantzas y hasta Wright) que vieron en la pequeña burguesía —también, como veremos, en el campesinado—, bien una suerte

de híbrido entre el capital y las reminiscencias feudales o semifeudales,

bien una práctica a la que llamaron «producción mercantil simple»”, En el primer caso, se hace pasar la importancia de los lazos de dependencia personal, que a la postre son procesos necesarios para la reproducción del capital social, por resquicios de formas pretéritas de organizar la economía. En el segundo, el hecho diferencial es no poder portar el desarrollo de las fuerzas productivas, cuestión que deja al descubierto una unilateralidad que a continuación veremos repetida con el complemento ideal de esta concepción: el enfoque capitalista, para el cual parece que tan solo es capitalista aquel que triunfa. En ambos casos, curiosamente, estos otros modos de producción desaparecerían en cuanto la empresa lograra aquello para lo que fue concebida: obtener beneficios. En el capítulo anterior hablamos de otra vía para dividir a la clase capitalista en dos, nos referimos a la cuestión del monopolio —otra po-

dría ser la artificial escisión entre el buen capitalista productivo y el parasitario financiero que escamotea su real interdependencia=. Desde el marco cognitivo de las teorías del imperialismo, se asume que algunos

capitalistas obtienen sus ganancias no a través, sino por fuera, del proceso competitivo. Los demás, excluidos

de esa prerrogativa, no

243 Hay que recordar que esa expresión es externa a la obra marxiana. Aunque en la crítica de la economía política se menciona una «circulación mercantil simple» ,

en ningún caso aparece algo así como una «producción mercantil simple ». Este último sintagma lo puso sobre la mesa Engels, con lo que fue rápidamente po”

pularizado por todo el marxismo tradicional, desde Hilferding o Lenin a Meek 0 Mandel, Este concepto venía a respaldar una más que problemáti ca lectura en

clave historicista de £/ capital, particularmente de su primera sección. Véanse Christopher Arthur, Zhe New Dialectic and Marx: Capital. Delhi: Aakar books, pa Heinri Michael 2013, p. 19; Mayo,201

oil,

Crítica de la economía política. Madrid: Escolar y

132

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4. Las problemáticas de la «clase media»

encontrarían razones para experimentar solidaridad alguna con esta minoría privilegiada. La pequeña burguesía ya no sería un resto de modos de producción arcaicos, sino de las primeras etapas concurren-

ciales del modo de producción capitalista. Visto de esta manera, es evidente la forma en la que se han de formular las famosas alianzas de

clases: de una se convierte a la burguesía nacional en el aliado por excelencia de la clase obrera, haciéndose pasar la lucha contra el «impe-

rialismo» por la superación del modo de producción capitalista. Con el siguiente nivel de franqueza lo expresaba Mao:

son nuestros enemigos todos aquellos que están confabulados con el imperialismo: los caudillos militares, los burócratas, la burguesía compradora, la clase de los grandes terratenientes y el sector reaccionario de la intelectualidad subordinado a todos ellos. [...] Nuestros

amigos más cercanos son todo el semiproletariado y toda la pequeña burguesía. En cuanto a la vacilante burguesía media, su ala derecha puede ser nuestro enemigo, y su ala izquierda, nuestro amigo

A

Las teorías del imperialismo sirvieron, a nuestro entender, como

caballo de Troya para introducir tempranamente las pautas del análisis sociológico y, de paso, de la política populista, nacionalista, en el fondo pequeñoburguesa, en la tradición marxista. Surge una línea de demarcación adicional a las que Marx considera fundamentalmente la de clase— que tiene que ver con la posición respecto al monopolio. Sobre la antigua clase burguesa se erige una «gran burguesía» transnacional e

imperialista, como gran némesis de la clase obrera y del socialismo, aquella que controla los Estados y sus políticas, que provoca las guerras,

que hegemoniza la toma de decisiones convirtiendo en una farsa la democracia parlamentaria, etcétera. Como argumentamos, y como argumenta Nieto, que «las grandes empresas obtengan por lo general unos beneficios superiores a los de las pequeñas obedece principalmente al

mayor desarrollo técnico de las primeras y no tanto a que controlen” el mercado con prácticas oligopólicas o gracias a favor del Estado (que

Por supuesto también suelen existir [...])»?*. El mercado y, en él, la

guerra de precios es el dispositivo fundamental a través del cual unas

la empresas prevalecen sobre otras. Esquivar este hecho podría acarrear 244 Mao Tse-Tung, Escritos sociológicos y culturales. Barcelona: Laia, 1977, p. 19. Nieto, Cómo funciona... Op. cit., p. 207. 133

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Cuestión de clase

instauración de una representación ideológica que termine por negar la unidad al interior del metabolismo social*”, Que unos despunten sobre

la tasa de ganancia general y que otros queden rezagados es la forma en que esta misma tasa se determina; es un único movimiento en que se

involucran por igual todos los capitales, vencedores y vencidos, Es el

participar en ese juego, no el ganar o perder, a través de la propiedad lo

que hace de un individuo miembro de la clase capitalista,

Estas tentativas, creemos, no fueron simples malentendidos, Su pre-

tensión era la de establecer alianzas de clases: solo separando a este estrato o fracción del resto de la burguesía, disfrazándolo de un colectivo sin proyecto propio, que podría caer de uno u otro lado en la lucha de

clases, podía justificarse la aspiración de hacer de ellos una suerte de escuderos fieles del proletariado. Sumidos en esa narrativa, muchas or-

ganizaciones se han planteado toda clase de estrategias destinadas a agasajar a la pequeña burguesía para sumarla a sus filas, Esta lógica tenía sentido, y lo mantiene, a tenor de la apariencia que surge de las condiciones de vida de gran parte de la pequeña burguesía, condiciones que son O pueden ser muy similares a las de ciertos estratos de la clase obrera. No obstante, parece evidente que no solo puede existir en efecto un

proyecto político propio y muy marcado de la pequeña burguesía, vinculado justamente a sus determinaciones como capitales decadentes, sino

que este se diferencia sustancialmente del que representa a la clase obrera”. Tan solo cuando la lógica del continuum se da por sentada, cuando la crítica de la economía política se reduce a un conjunto de abstracciones más o menos arbitrarias, puede asumirse sin mayor 246 Cuando se le pregunte al tendero local sobre su relación con el gran capital, clamará contra los supermercados que les desbancan en la competencia, pero

nunca contra las empresas que les proveen a ellos mismos de mercancías que vender; compañías que suelen, por otro lado, ser las mismas que suministran 4

las grandes superficies. Igualmente, ninguna asociación o cámara de comercio con cierta mollera arremeterá contra los capitales más desarrollados que abaste-

cen a sus empleados de bienes de subsistencia baratos, merced a lo cual pueden

pagarles salarios más contenidos. 247 Un André Gorz anterior al del famoso Adiós a/ proletariado lo explicaba con las siguientes palabras: «Artesanos, pequeños comerciantes, pequeños agricultores pueden vivir en una miseria tan grande y hasta peor que los obreros asalariados;

y sin embargo, a diferencia de éstos, por el solo hecho de tener la propiedad de E e a cc o de sus medios de subsistencia, su mal alo

aora

gencia

conducta del ser material al que se identifican. Ese ser mate”

artesanal, tienda, parcela cultivada) es una cosa de ellos, su propiedad, esa propiedad es ellos mismos e » (Histori boa dn o DF: Fondo de Cultura Económica, 1964,

Y CN

134

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4. Las problemáticas de la «clase media»

problema que son las condiciones de consumo, y

no el modo en que se participa de la producción soci al, lo que determina la posición en la

lucha de clases.

La «clase media» asalariada La economía de posguerra,y más acuciantemente su crisis, hizo evidente en todo el mundo que quienes viven de su salario, además de ser un

grupo más y más grande (y, de alguna forma, precisamente por ello),

forman un colectivo extraordinariamente diverso. Resultó una quimera tomar la imagen típica del obrero manchesteriano de la revolución industrial para pensar el despliegue de la clase al calor de la acumulación capitalista. Tampoco era una novedad. Hay que recordar que, al contrario de esa tradición sociológica de larga data que relaciona al proletariado

con la condición de pobreza, «no ha habido nunca un modo de vida obrero propiamente dicho, sino que han existido siempre varios modos de vida obreros»*, Reconocido esto, cabría preguntarse cuál es el movimiento que hay detrás de los cambios que han hecho y siguen haciendo que la clase obrera sea un colectivo sumamente diferenciado. En el primer capítulo ya miramos las tendencias más generales, aquellas que perfilan al proletariado, y fue entonces cuando incidimos en que la clase

obrera se hace cargo de diferentes demandas del capital, que llegan hasta la capacidad de personificar al capital supliendo en sus muchas funciones

al propietario. En este momento nos atañe concretar algo más ese as-

pecto, acercándonos a colectivos particulares y explicando algunos de sus rasgos distintivos.

La clave de las transformaciones, en este caso, viene dada por la necesidad del capital de depositar en los atributos del obrero colectivo ciertas cualidades productivas que hagan de él un agente útil a la hora

de perfeccionar el proceso de producción de plusvalía, Él deberá hacerse cargo de las tareas que antaño ocupaban al capitalista, elevándolas a niveles nunca antes vistos. La conciencia científica del

trabajador es la que cargará sobre sí la responsabilidad de diseñar y

Organizar la producción: como ya adelantamos, poco a poco, conforme se hace evidente la necesidad de implementar nuevas técnicas, se pone

248 Serge Mallet, El socialismo y la sociedad industrial. México DF: Siglo XXI, 1968, p.34,

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Cuestión de clase

o, Son en evidencia el desbordamiento de las capacidades del propietari

obreros quienes desarrollan, implementan y van readaptando los planes, «tecnoestruca través de toda una serie de aparatos como las llamadas turas», el «staff de apoyo», la «línea media» e incluso ganando una presencia determinante en el «ápice estratégico» (siguiendo la ya clásica

denominación de Mintzberg?*). Terminan por ser obreros quienes se encargan de representar a los capitales individuales. Esto último lo hacen de cara a la plantilla, responsabilizándose de la compra y disciplina de

la fuerza de trabajo: es el caso del capataz o de muchos técnicos, esos a los que Gorz denominó «agentes dominados de la dominación capitalista»”. Sin dejar de estar sometidos al capital, personifican los

imperativos de la relación social a través de la capacidad de mando. Todas estas figuras, precisamente para cumplir con el desempeño de

sus funciones como obreros y, por ende, para continuar vendiendo su fuerza de trabajo, deben identificarse con un género cualitativamente distinto al de muchos de sus compañeros y compañeras. Es aquí donde encontramos la razón de que, como dijera Eagleton, «el capitalismo avanzado engendre imágenes engañosas de una supuesta ausencia de clases»*, De nuevo, pensemos en quien gestiona los «recursos humanos»,

que contrata y despide, en quien fija las cuantías de los salarios o en quien representa o supervisa los movimientos del capital: para poder llevar a cabo sus funciones eficientemente, deben carecer de lazos de solidaridad fuertes con el resto de los trabajadores e, incluso, sentirse próximo al propietario de la empresa; igualmente, quienes le venden su fuerza de

trabajo deben aniquilar cualquier relación de solidaridad para poder llevar a cabo las contiendas que les permitan arrancarles el valor de su fuerza de trabajo. La lucha de clases es aquí interna a la clase obrera”. En

circunstancias como esta se requiere de una diferenciación que tiene lugar también,y especialmente, en el ámbito del consumo, el cual «se encuenti cualitativa y cuantitativamente determinado en consecuencia». 249 ar se 2

Mintzberg, Diseño de organizaciones eficientes. Buenos Aires: El Ateneo,

Cit. en Benjamin Coriat, Ciencia, técnicay capital. Madrid: H. Blume, 1976,p.6%

51 Easgleton, Por qué Marx... Op. cit., p. 158. . 52

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pel , A entre «luchaha de clases» y «luchas de clase» (De la decadencia... Op. = p.>.

n.). q E

n este S punto, en realidad , sería más precisa esa segunda noción. j zo Carrera, El capital., - Op. cit,, p. 58, «| DJesde el punto de visti e 4 clase ot

orera, aún fuera del proceso directo de trabajo, es atributo del capittto

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4. Las problemáticas de la «cla se media»

En lo cuantitativo, el valor de la fuerza de tra bajo está determinado, más allá del mínimo fisiológico, por elementos t ales como la formación y la experiencia”. Ásí, un obrero que hay 12 requerido de años para

producir su conciencia, a través de la apropiaci ón de una importante

cantidad de valores de uso de diferente índ ole, recibirá un salario notablemente mayor que aquel que para el dese mpeño de sus funciones

tan solo precise de unos pocos días. Pero a estas primer as determinaciones habría que sumar otras tantas que nacen direct amente de la reproducción de la fuerza de trabajo en consonancia con los requerimientos

del capital. La evolución histórica del modo de produc ción capitalista nos ha mostrado cómo algunos obreros quedan cau tivos, en barrios

periféricos, de una dieta marcada por la comida rápida y un estado físico y psíquico descuidado, sí, pero otros, residentes en el centro urbano, requieren de servicios que van del coaching al entren amiento personal pasando por la dietética o, por supuesto, la psicología.E sum a, podemos n decir que el salario, más allá de sus expresiones más simples, est á determinado, de acuerdo a su condición de enlace entre la produc ción y el consumo sociales, por la necesidad del capital de producir una fuerza de trabajo que responda a las exigencias del proceso de valori zación — marcado, se podría añadir, por la producción de plusvalía rela tiva, Pero, como podemos atisbar, no es solo importante cuánto dinero se

gana, sino en qué se emplea. No es cuestión solo de que puedan per mitirse

hacer uso de, por ejemplo, los servicios mentados, también deben desear lo.

En ese sentido, la producción de la conciencia debe estar condicion ada por una serie de procesos, comúnmente denominados como socializació n. El gusto, como demostró Bourdieu en La distinción, puede ser visto con rigor como una variable dependiente”. Su estudio muestra, a nuestr o

juicio, cómo unos y otros obreros no pueden consumir la misma música , o

rrás nú menos que los instrumentos inanimados. Hasta su consumo individual €s [...] un mero factor en el proceso de reproducción del capital» Marx, El capi-

tal... Libro L Op. cit., p. 519.

254 Mario del Rosal, «La teoría del salario en Marx», pp. 31-72 en Otra teoría económica es posible, Madrid: Editorial Popular, 2010, pp. 44-46. e

255 Véase Iñigo, «La determinación...>». Op. cit., Starosta y Caligaris, Trabajo, valor Y capital. Op. cít., cap. 4; Guido Starosta y Alejandro Fitzsim ons, «Rethinkin the Determination of the Value of Labor Power». Review of Radical Political Economics 50(1):99-115, 2018; Hirsch, «Determinación y tendenci a...». Op. cit, 256 Pierre Bourdicu, La distinción. Madrid: Taurus, 1979. Para llegar a este uso de la obra de Bourdicu, así como de otros tantos aspectos de este tema, agradecemos

la ayuda brindada, en cada conversación, por Gastón Caligaris y Guido Starosta.

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Cuestión de clase

disfrutar con la misma comida o deleitarse con el mismo típo de película, En todos esos momentos, ciertas fracciones de la clase, aquellas a las que corresponde una subjetividad productiva expandida, engendran un tipo de conciencia que se piensa superior O, al menos, sustancialmente diferente a la de sus semejantes con la subjetividad productiva degradada. Permítasenos ilustrarlo así: mientras unos entran en la sala donde se proyecta la última de Marvel, otros asistirán al estreno del cineasta surcoreano de

moda en versión original subtitulada. Ese es el sentido productivo de la

amplísima gama de productos, algunos más mundanos y masivos, otros

recubiertos con una voluptuosa capa de exclusividad, que permiten a estos

individuos verse y ser vistos como parte de universos diferentes. Este hecho da la última puntilla a la posibilidad del establecimiento

de vínculos de solidaridad, generando la apariencia de que las clases, y en particular la clase obrera, han dejado de jugar un papel fundamental cuando vemos que en rigor es todo lo contrario.

Debates sobre el poder: de los intelectuales a los cuadros

El origen de la discusión en relación a las figuras intermedias asalariadas puede encontrarse, en el interior de la tradición socialista, en torno a los debates sobre los así llamados «intelectuales». Ubicados en momentos en que el obrero colectivo estaba infinitamente más limitado que en la actualidad, los herederos de Marx se preocuparon por esos personajes, en primer lugar, definiéndolos, en este caso por la pluma de Adler, como «aquellos trabajadores que para poder ejercer su profesión han tenido

que adquirir una formación escolar superior a la que se obtiene en las

escuelas de enseñanza básica y media»”, Kautsky, quien también pen”

saba sobre la cuestión en aquellos momentos, planteó directamente que

«el mayor obstáculo que separa a los intelectuales del proletariado es que los primeros forman parte de una clase privilegiada: su privilegio es la educación», En el fondo, discrepancias a parte, el intelectual era

visto por la Segunda Internacional como una figura pequeñoburgues, relativamente pasiva, que se decantaría por uno u otro bando en uná lucha de clases según elementos tales como su grado de precarización, 257 Max Adler, yl el] socialis ¡ f mo y los s intelect uales»

7.

sn

E

¡alilismoy los1

citan DF: Sinlo XXI 1974. p.12) les, México 258 58 intelectua Karl Kautsky, La doctrina socialista. Barcelona: Fontamara, 1981, p. 193.

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4. Las problemáticas de la «clase media»

su impregnación ideológica y la capacidad del socialismo de brindar

una ciencia que trascienda los límites de la burguesa,

Lenin o Trotsky discreparon con la visión de Kautsky al colocar al

intelectual como vértice de la producción de teoría revolucionaria, aunque conservaron intacta la noción —insistimos, muy coherente en la época- del

erudito como una suerte de comparsa de la burguesía, naturalmente inclinado a cerrar filas con ella: el reto seguía siendo acercarlos al bando proletario”, Nótese la paradoja: la (falta de) vocación revolucionaria de

la intelectualidad era discutida por líderes políticos que eran a su vez intelectuales, muchos con estudios superiores consumados. El responsable de llevar el debate a otro universo conceptual novedoso fue el italiano Antonio Gramsci. Aunque también él se da a la distribución de los intelectuales en «escalones» más o menos altos según

las tareas que desempeñen, su interés tiene que ver con las funciones que

estos cumplen en relación al dominio y asentamiento de la «hegemonía» del «grupo dirigente». Más allá de si los intelectuales eran burgueses u obreros, lo que le interesó fue su capacidad de extensión ideológica, sea

de uno u otro lado. El «intelectual orgánico», que bien podría pertenecer

al movimiento obrero, reemplazó al «tradicional», tendente a las clases decadentes, en sus escritos, En un sentido estricto, la cuestión de los

intelectuales fue la forma que asumió la cuestión de las relaciones de poder. El obrero colectivo se iba ensanchando, y forecían todo tipo de actores cuya función productiva estribaba en su capacidad de operar

sobre la conciencia ajena o, al menos, sobre la acción del resto de las diferentes clases, especialmente la suya propia. Asimismo, eran tiempos en que las ciencias se iban consolidando en todos los ámbitos. No es casualidad que fuese esa la época en que Weber otorgase, al mirar el problema del poder, el protagonismo de la racionalidad como fuente de

legitimidad. Ahí se fraguó el marco del conjunto del debate posterior, que eclosionó con fuerza redoblada con el crecimiento de la importancia de los cuadros y gerentes.

La intelectualidad emergió en algunas ocasiones definida como si se tratase de un grupo mayoritariamente al servicio del poder establecido, como la describió Chomsky?*. No obstante, se hizo cada vez más popular 259 Vladimir I. Lenin, «¿Qué hacer?», pp. 117-278 en Obras escogidas. Vol. 1. Op. cit.;

León Trotsky, Literatura y revolución. Buenos Aires: Ediciones ryr, 2014,

260

Gramsci,

Antología. Op. cit., pp. 392-95. 261 Noam Chomsky, American Power and the Nerw Mandarins. ¡ Harmondsworth:

Penguin books, 1969. 139

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Cuestión de clase

eva clase» que no

la idea de que los intelectuales Ec estaba dispuesta a compartir la posición ' e E Siguiendo un planteamiento

similar a

que

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A Viejas clases,

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élite que gobernaba la Unión Soviética, y siempre RAEE

un nutrido grupo de profesores proclamaron que en

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ccidente esa clase,

bien ya detentaba la posición dominante, bien estaba camino de hacerlo*, Burnham, quien podemos situar como uno de los pioneros en este tipo de análisis, preconizaba, teniendo delante la entonces nítida

tendencia del capital hacia su centralización, que los «directores ejercerán su control sobre los medios de producción y disfrutarán de preferencias en la distribución de sus productos, aunque no directamente, [...] sino indirectamente, por intermedio de su control del Estado»*.

Por primera vez, curiosamente, la propiedad privada se veía bajo asedio en los Estados Unidos, pero en esta ocasión no por la insurrección violenta y repentina de las masas, sino por el discreto y taimado avance de los directivos?*,

La sociología marxista no quedó al margen del impacto de estos debates. El poder, la autoridad o la dominación, que parecían patrimonio indiscutible del enfoque weberiano, como ya vimos, fueron ganando

influencia en sus análisis de clases. Es cierto que se alejaron de sus adversarios al rechazar el empleo del término «intelectualidad» para referirse a estos sujetos, pues era claro que no había una relación directa o inmediata entre la capacidad de mando y formación superior”, Sin embargo, en su mayoría, lejos de llevarlos a reconocer esto como un

262 Milovan Djilas, La nueva clase. Barcelon a: EDHASA, 1957; John Galbraith, El nuevo estado industrial. Barcelona: Ariel, 1967; Alai industrial. Barcelona: Ariel, 1971; George Konrád n Touraine, La sociedad poste Ivan Szelenyi, Los intelectuale

s y el poder. Barcelona: Península, 1981; Alvin W. Gouldner, El futuro de los intelectuales y el ascenso de la nueva clase. Madrid: Alianza, 1980, 263 James Burnham, La revolución de los directores . Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1967, p, 99, 264 «Aunque sus ref erentes los :

0s Investigadores importancia histó lista. 1 sorca

teóricos y políticos fueran muy distintos de los de Marx, O e esas transformaciones captaron rápidamente 2 de esta evolución en las relaciones de producción cap!

0 que estaba en juego era la propiedad de los medios de producción.

provietos

inanciero

d de organizadores suponía una amenaza para eldominio del

ncolibe

NS, Gérard Duménil y Dominique Levy, « ee

crisis mundia] editado "mo: un análisis de clase», pp. 67-92 en Macroeconomía)

265 En este sentido

lra y cuestiones

140-141,

a o «

Guerrero, Madrid: dotéa, 2000, p. 7. OS Fehér, Agnes Heller y Gyorgy Mirko México DF: Fondo de Cultura Económica, 1986,

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140 Y

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4. Las problemáticas de la «clase media»

verdadero salto cualitativo en los atributos de la clase obrera, se sumaron

a entenderlo como la aparición de una nueva clase, capa o fracción. Algunos se refirieron a ella como «nueva pequeña burguesía» (Cerase o Poulantzas), otros como «trabajadores de cuello blanco» (Wright

Mills), también, ya lo vimos, como «posiciones contradictorias» (Wright), como «clase profesional-directiva» (los Ehrenreich) o «trabajadores científicos y técnicos» (Lacalle), otros más simplemente como «nueva clase media» (Braverman o Carchedi) o «clases medias asalariadas» (Fay), otros, con cautela, como «profesionales» (Martín serrano)”,

Los enfoques que subyacen a estos y otros conceptos, pese a los nada desdeñables matices en que divergen, parten de encontrar el elemento

distintivo en la capacidad de personificar al capital dentro del obrero colectivo, de situarse jerárquicamente sobre el resto de los y las trabajadoras, lo que haría de ese grupo algo cualitativamente diferente a la clase a la que pertenecía. En los administrativos o gerentes, como en ocasiones

también en los capataces o burócratas, confluirían elementos propios del trabajo con otros, entienden, indisolublemente ligados al capitalista. Con los segundos se refieren a la autoridad o a la capacidad de mando, mientras al hecho En lo consistía

que con los primeros hacen referencia, por encima de lo demás, de percibir un salario. que se refiere a los altos directivos, la postura más frecuente en considerarles no ya como un colectivo intermedio o mixto,

sino en tomarles directamente como parte de la clase capitalista. Evi-

tando las tentaciones sociológicas, se asegura que «la tecnocracia no debe ser considerada como una capa social independiente y, a fortiori, como una clase social distinta de los capitalistas. La gestión de empresas se inscribe necesariamente en la lógica impuesta por las relaciones de

producción capitalistas. Lo que se llama “la tecnocracia” no tiene un

266 Franco P. Cerase, y Fiammetta M. Calvosa. La nueva pequeña burguesía. México DF: Nueva Imagen, 1980; Poulantzás, Las clases sociales... Op. cit.; Charles

Wright Mills, «La clase media en las ciudades medianas», pp. 203-38 en Clase, status y poder, Vol. 2. Op. cit.; Wright, Clase, crisis y Estado. Op. cit.; Barbara y John

Ehrenreich, «The Professional-Managerial Class», pp. 5-45 en Between Capital

and Labour, Boston: South End Press, 1979; Daniel Lacalle, Técnicos, científicos y

clases sociales. Madrid: Guadarrama, 1976; Harry Braverman, Labor and Monop-

oly Capital. Nueva York: Monthly Review Press, 1974; Carchedi, On the econom-

ic... Op. cit; Victor Fay, «Las clases medias asalariadas», pp. 97-110 en Leyendo El capital. Madrid: Fundamentos, 1972; Manuel Martín Serrano, Los profesionales en la sociedad capitalista. Madrid: Taurus, 1982.

141

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Cuestión de clase

proyecto autónomo»?””, Desde esta lógica, constatando que estas personas, en sus quehaceres, personifican al capital, se les llega a concebir como «la parte de la clase capitalista [...] más representativa desde el

punto de vista de las relaciones de producción típicas del capitalismo monopolista»”*, La vinculación entre la condición capitalista y la capacidad de ejercer autoridad alcanzó su culmen en el variopinto grupo de

teorías sobre el «capitalismo de Estado», las cuales, aplicadas a la URSS, llegaron a concluir que la burocracia imperante no solo no pertenecía a la clase trabajadora, sino que era en realidad una expresión sui generis

de la burguesía?”. Se olvida que la clase capitalista no lo es solo por personificar al capital, lo es porque lo personifica de una forma históricamente determinada: a través de la propiedad sobre los medios de producción. Dejando de lado este detalle, la posibilidad de que la clase

obrera organice la producción capitalista sin mediaciones adicionales a la del propio capital se convierte en un contrasentido. De entre las aportaciones no marxistas para comprender y designar a los trabajadores que operan sobre la organización del proceso de trabajo destaca la que habla de la «clase de servicio». Curiosamente, el concepto se acuña inicialmente en la tradición marxista. Fue el austromarxista K. Renner quien formuló la idea de clase de servicios para incluir en su interior tanto servidores públicos, como ciertas figuras

privadas —agentes comerciales, gestores, etc.2”, El concepto tuvo poco recorrido en su época y tradición. Unicamente a partir de su rescate por Dahrendorf se empezó a conocer esta expresión”, aunque, por supuesto, no fue hasta que lo tomó John Goldthorpe que se popularizó. Lo que al sociólogo weberiano le interesa de este concepto es que permite ver «una diferencia [....] básica entre la “relación de servicio”y la 267 Hugues Lagrange, «Técnicos y tecnócratas», pp. 199-215 en Crítica de la econo-

mía política. Vol, 3. Op. cit., p, 209,

268 Carchedi, On the economic... Op. cif., p. 85, trad. nuestra.

269 Cf. Charles Bettelheim, «Dictadura del proletariado, clases sociales e ideología proletaria», pp. 89-124, en Algunos problemas actuales del socialismo. Madrid: Siglo XXI, 1973, p. 120; Paresh Chattopadhyay, «Sobre la economía política del

periodo de transición», Monthly Review 1(3-4):8-25, 1977, p. 17; Tony Cliff,

Capitalismo de Estado en la URSS, N. L.: Marx21, 2020, p. 143; a semejantes

conclusiones, aun sin suscribir la noción de capitalismo de Estado llega Corne”

se

lius Castoriadis, «Concepciones y programa de “socialisme ou barbaric”», PP*

Dn

pa

0f Put editado por X. Pedrol, Madrid: Catarata, 2005, p. 41.

arl o Renner, pr Dl«Theal Service Class», , Pp. p, 249-52 249en Austro-Marxi sm. . Lon ism. Londres: 271

Dahrendorf, Las clases sociales... Op. cit., pp. 130-35,

142

|

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4. Las problemáticas de la «clase media»

or y el obrero asalariado que existente entre el empleador reside, podríamos decir, en su respectiva calidad moral: a saber, que la primera relación, a diferencia de la segunda, envuelve necesariamente una buena dosis de confianza»?”, Esta confianza le brotaría a] capitalista por dos razones fundamentales: tener que delegar su autoridad o buscar un conocimien to experto. En ambos casos, a causa de la relativa potestad y discreciona-

lidad de la que gozan estos trabajadores, se crearía un compromiso con la organización. Este vínculo se establecería a través de ciertas «recompensas prospectivas implícitas en la relación de servicio y que toman la

forma de seguridad en el estatus y de rutas reconocidas de promoción»;

serían estas las que separarían a la «clase de servicio» de los «trabajadores

de a pie»”, El autor está describiendo de forma, en realidad, certera

algunos de los dispositivos, los más inmediatos, que apuntan a la crea-

ción de órganos del obrero colectivo particularmente diferenciados; unos cuya relación de solidaridad con el capital debe ser mucho más firme que la establecida con el resto de individuos que componen los demás

órganos. Tal ligazón con la empresa —pública o privada llega en ocasiones

a tomar la forma de un vínculo de dependencia personal, de lealtad con

las estancias superiores. Sin embargo, como hemos repetido ya, todas estas

determinaciones saltan sobre la que sume a estos empleados dentro de la clase obrera,

Salario, condición y conciencia de clase.

La problemática de la aristocracia obrera

Además de la cuestión del poder, la cuantía y fuente del salario ha sido

el otro gran factor que ha llevado a muchos investigadores a considerar replantearse la filiación de clase del amplio segmento que forman los técnicos y cuadros, así como de otros grupos mejor remunerados que el

obrero de planta. En este caso, si queremos hacer algo de arqueología

conceptual, tenemos que remitirnos al surgimiento y extensión de la Expresión «aristocracia obrera». La noción nació y llegó a gozar de cierta popularidad entre las diversas cohortes de socialistas que discutieron en el siglo XIX. Así, 272 John Goldthorpe, «Sobre la clase de servicio, su formación y su futuro». Zona

abierta 59-60:229-63, 1992, p. 237. 1bid., p. 242,

A.

El

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Cuestión de clase

por ejemplo, Engels empleaba la noción para referirse a los trabajadores que, gracias a las conquistas logradas, descansaban tranquilos, satisfechos con el régimen en que se encontraban. Ya aquí se plantea uno de los que, veremos, llegará a ser de los puntos más flacos del concepto: se vincula una posición política reaccionaria o, al menos, pasiva con un cierto nivel de vida más o menos elevado. Sin embargo, un rasgo diferencial respecto a quienes retomarían el significante es que aquí es usado para referirse a una situación particular y, hasta

cierto punto, coyuntural. Serían, según Engels, «obreros organizados

en los de las mento tancia

grandes sindicatos» en los que ni «la competencia del trabajo mujeres y de los niños ni las máquinas han estado hasta el moen condiciones de quebrar su fuerza organizada», esa circunsles haría mejorar su nivel de vida, sintiéndose «muy contentos

con sus patronos»?”, Estas características, casi por definición, pasajeras, llamadas a desaparecer con la implantación de la gran industria, que

les concedían cierto privilegio relativo, fueron sustituidas por otras

notablemente más estructurales, pero que, al menos teóricamente, continuarían afectando negativamente a la combatividad de la clase trabajadora.

En su estudio sobre el imperialismo, Lenin hacía alusión a una «gigantesca superganancia» obtenida a través del saqueo que permitía «co-

rromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalistas de los países “adelantados” los corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas, abiertas y ocultas»; de esta manera se formaría una

capa de obreros aburguesados o de «aristocracia obrera», enteramente pequeñoburgueses por su género de vida, por sus emolume ntos y por toda su concepción del mundo, es el principal apoyo de la 11 Interna-

cional, y, hoy día, el principal apoyo social (no militar) de la burguesía. Porque

son verdaderos agentes de la burguesía en el seno del

movimiento obrero, lugartenientes obreros de la clase de los capita-

listas [...], verdaderos vehículos del reformismo y del chovinismo””.

274 En Karl pp: o

"riedri

ia, 197 y Friedrich Engels, El sindicalismo, Vol. 1. Barcelona: Laia, 1976»

275 Vladimir 1. Le nin, «El im perialismo: fase superior del capitalismo», pp- 689-798 en Obras escogidas, Vol. 1. Op. cil, p. 699.

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4.Las problemáticas de la «clase media»

El sentido político de estos desarrollos era evidente: explicar la deriva

del movimiento obrero hacia posiciones menos revolucionarias y, con

ello, justificar las posiciones políticas de lo que más tarde sería la 11 Internacional. En esa lógica, ni Lenin ni otros dirigentes revolucionarios que se valieron del término —como el propio Zinoviev- se preocuparon

especialmente de describir los medios que toman parte en la corrupción de los que se habla. Esta necesidad únicamente se presentó algunos años después, precisamente con el desarrollo y perfeccionamiento, en occidente, de las

teorías del capitalismo monopolístico. Paul M. Sweezy, fiero defensor

y adalid de las teorías del monopolio, adelantó muchas de las características de lo que él mismo llamó la «nueva clase media», cuya proliferación vinculó a la «elevación de los estándares de vida, la centralización

del capital y el crecimiento del monopolio»”*, Este segmento o, más bien, su cúspide, presuntamente agraciado por las nuevas condiciones imperialistas de producción, formaría la aristocracia obrera, como ar-

gumentan Elbaum y Seltzer, reafirmando punto por punto el planteamiento leninista””. La burguesía, sea a través de la acción del Estado, sea mediante el alza de los salarios de sus obreros de confianza, conse-

guiría fidelizar grupos más o menos grandes, aunque inequívocamente determinantes en el devenir del conflicto clasista.

Un problema severo de este tipo de exposición tiene que ver con el hecho de que «la ausencia de competencia [...] no puede explicar las diferencias salariales»??. Pese a la acogida que tuvieron sus postulados,

quedaba aún en vilo la cuestión de respaldar el surgimiento de este grupo con argumentos deducibles de la ley del valor, la cual opera básicamente

a través de la competencia. Este contratiempo, la incapacidad de poner

en relación la ley del valor y las diferencias salariales que justifiquen la

creación de clases medias aburguesadas, vino a solventarse de la mano del pensador greco francés Arghiri Emmanuel. El abrió toda una intensa

polémica con la introducción de la teoría del «intercambio desigual» ?. de la El núcleo del argumento residiría en que, dada la incapacidad

mercancía fuerza de trabajo para desplazarse con libertad a través de las

276 Sweezy, Teoría del desarrollo... Op. cit., Pp- 343-44. , Books, 2004. Resistance Aristocracy. Labour The Seltzer, Robert y 277 Max Elbaum 278 Charles Post, «Explorando la conciencia de la clase trabajadora: dd la ' ,Pteoría de la aristocracia obrera». Razóny revolución (26):65-106,

vas edi279 Cf. Arghiri Emmanuel es al., Um proletariado explorador? Lisboa: Iniciati toriais, 1971.

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Cuestión de clase

fronteras nacionales, su precio no se podría igualar. Á partir de ahí sostiene que una parte de la plusvalía producida por los obreros de los países «periféricos» iría a parar, transferida, al salario de obreros del «centro». Al percibir salarios mayores, la solidaridad clasista se vería quebrada de manera prácticamente definitiva.

La propuesta de Emmanuel presenta incongruencias, entre las que destaca que la idea de «transferencia de valor», sobre la que reposa su tesis, es cuestionable en sus fundamentos”, En pocas palabras: la clase obrera es en su conjunto explotada por el capital —y solo por la clase capitalista como agente delegado de este—, no por otras fracciones de sí misma. Pero además, al menos en nuestros días, es políticamente inoperante: incluso suponiendo que los obreros del centro recibiesen efectivamente esa plusvalía, no hay razones para suponer que ellos mismos

vayan a reconocer en la explotación de sus congéneres de otras naciones el origen de su bienestar relativo (del mismo modo que el obrero improductivo no ve hoy en la apropiación del esfuerzo del productivo la fuente última de su remuneración).

280 Frente a la tesis de la «transferencia de valor» se ha opuesto usualmente la que

podemos llamar la tesis de la «validación». En la formación del valor no existe

una transferencia de «valores individuales», pues estos valores en sí mismos no existen. Todo el valor es social. El tiempo que se tarde en producir una mercancía

particular es indiferente desde el punto de vista social; pensarlo como un tiempo-

valor individual sería, a nuestro entender, en todo caso la estrategia intelectual y

abstracta para explicar la formación del valor en su dimensión cuantitativa (tiem-

po de trabajo socialmente necesario). Un productor ataviado con un equipo rela-

tivamente bueno, que tarde 2 horas en producir una mercancía cuyo valor es de 10 horas, no

ha producido 2 de valor y ha «recibido una transfer de 8 de sus competidores menos productivos. Simplemente ha producido encia» un valor extra,

tardando 2 horas en producir 10, aquello que «valida» la sociedad a través del mercado (Astarita, Monopolio... Op. cit., p. 120),

Algo similar tendría lugar en la formac ión del precio de producción. El valor, tal y como se expone en el capítulo 1 de Ele apital conlleva la equiparación del trabajo privado total de la socied ad como trabajo abstracto, sin embargo, no €s hasta que se introduce el precio de producción que esto tiene lugar. Aunque, de nuevo, Marx pueda darlo a ente nder, es solo abstractamente que puede verse un valor operando al margen de la de producción. N competencia intersectorial que da lugar al precio producción.

a

No hay transferencias de valor entre sectores; de nuevo, lo que

is qe en el mismo tiempo, producen más valor que otros bajo la precio de producción —a esta conclusión llegan, desde bases filosóficas| muy dispares, Felipe Martínez Mareos (La filoso : : á 0% a de El capital. Madrid: Abada, in Mar M¿PR. Robles Báez Cl of is and Value-Form x's 100-01) Capital: yA Mario Reconstru ctitio onn», pp. 292-31 en Mar e e 7 x; Capital and Hegel Logic, editado por F. Moseley y T. Smith. Chi cago: Haymarker, 2014, p.313)146

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4. Las problemáticas de la «clase media»

De forma más general, esto último podría hacerse extensiv o al grueso de propuestas relacionadas con la «aristocraci a obrera».

En todas sus

versiones, el «concepto de aristocracia obrera y la problem ática que condensa presentan el inconveniente de vincular las actitu des de la clase obrera, su grado de combatividad y de conciencia a su n ivel de vida»”,

Por sí solos, «los diferenciales de salario no pueden explic ar la conciencia y la acción de clase» «La relación que existe entre emolumento y práctica revolucionaria es, cuando menos, espuria. Desde luego que hay un vínculo entre la capacidad de organizarse políticamente y la renta: más aún, ya 282

.,

.

.

advertimos que son aquellos grupos sociales con cierta conciencia y tiempo libre los que acuden a las urnas, nutren los partidos y se involucran en movimientos sociales. En todo caso, hay evidencia de que no son los

colectivos peor remunerados o que realizan trabajos manuales menos

cualificados los que suelen sostener las posiciones más radicales”, El diferencial salarial que involucraría la no pertenencia de un colectivo a la clase trabajadora también ha sido explicado en términos de «valor de cambio del diploma» que posean, como hace Aglietta; por la necesidad del capital de colocar el excedente que produce en unas «terceras personas» o, directamente, en una «clase no productiva», como lo disponen, respectivamente, Grossmann y Nicolaus; o a través de los vínculos de «dependencia personal» establecidos entre empleador y empleado, es el caso de Martín Serrano”*, No ahondaremos en la crítica a estas posturas. Bastará con decir que son contemplados como exteriores elementos que, como señalamos, son determinaciones inmanentes del valor de la fuerza de trabajo. Lo realmente importante, para terminar,

es recalar en la idea, ampliamente aceptada, de que lo que aparece formalmente como salario no es más que una máscara de carácter jurídico

281 Henry Weber, Marxismoy conciencia de clase. Barcelona: Madragora, 1975, p. 165. 282 Post, «Explotando la conciencia...». Op. cif., Pp- 104-05. 283 Resulta de interés ver cómo esto, hoy generalizadamente aceptado, era tomado a la inversa por importantes exponentes del marxismo. Álvaro Cunhal, destacado dirigente comunista luso, por ejemplo, sostenía que la «regla de oro» para preservar una línea política justa era mantener en la dirección una mayor cantidad de «obreros» que de «cuadros intelectuales» (O partido com paredes de vidro. Lisboa: Avante!, 2002, pp. 62-65). o e : e 284 Michel Aglietta, Regulación y crisis del capitalismo. México DE: Siglo XXI, 1976,

pp. 153-54; Henryk Grossmann, La ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista. México DF: Siglo XXI, 1979, pp. 231-34; Nicolaus, Proletariadoy clase media... Op. cit., p. 89; Martín Serrano, Los profesionales... Op. cit, Pp. 74-74,

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Cuestión de clase

que encubre un contenido clasista distinto al de la clase obrera, Si bien

esto es una posibilidad real pensemos en quienes reciben una gran parte del «salario» a través de la percepción de participaciones acciona-

riales en la empresa=, hay que constatar que, para el grueso de los casos, su inmensa mayoría, sería un Craso error el «vaciar al salario de su con$ dición de relación de producción

ni ca» específi an

286

j

El trabajo intelectual y las clases sociales. Los debates en la era digital

Siempre ha sido problemática la distinción entre trabajo manual e

intelectual. En E? capital, cuando se describe el trabajo abstracto, se

dice que el «trabajo del sastre y el del tejedor, aun representando ac-

tividades productivas cualitativamente distintas, tienen en común el

ser un gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de nervios, de brazo, etc., por tanto, en este sentido, ambos son trabajo humano»””, Lo

común a todo trabajo humano es requerir un cierto desgaste físico que involucra no solo a los músculos, sino también a las neuronas. En este

sentido, es absurdo plantear una fractura, al menos desde una perspectiva fisiológica, entre el llamado trabajo intelectual y el trabajo manual, como

corroboraron los clásicos del marxismo: todo trabajo intelectual requiere de algún tipo de disposición muscular, de igual modo que por manual

que sea el trabajo exige un uso de la capacidad cerebral*, Pero por desacertada que sea la nomenclatura, esta sigue siendo empleada por los analistas sociales al ser capaz de captar determinaciones importantes, referidas justamente a la real diferencia que existe entre quienes llevan

a cabo un trabajo que reclama de su subjetividad a la hora de organizarse y quienes realizan tareas mecánicas.

El modo de producción capitalista, a través de la subsunción de las

diferentes labores bajo la producción de mercancías, logró atenuar la 285 Véase, por ejemplo: Aglictta, Regu lación... Op. clases», Of. cit., p. 99; Stephen Resnick y Rich cit., p. 152; Poulantzas, an ard Wolft, Knowledge and Class Chicago: University of Chicag

o Press, 1987, p. 175; Eugenio del Río, La clase

2 e sa

obrera en Marx, Madrid: Revoluci ón, 1986, p. 15; Ruy Fausto, Marx: lógica! politica, Vol, 2. So Paulo: Bras iliense, 1987, p. 233, Iñigo Carrera, E Of. cit., p, 43, quan, El capital... abro l, Op. cit., pp. 11-12, »ramsci, Antología, Op. cit., pp. 391-92; Karl Kautsky, «La inte : ligencia ) racie y E -9- Ñ tal

60. democracia», pp. 255-82 en El socialismo y los intelectuales. Op. ct, PP- 25

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4. Las problemáticas de la «clase media»

lacra que pesaba sobre la idea de trabajar, unificando en una sola ca-

tegoría las tareas «espirituales» y mecánicas. Pero que se integren en una sola noción no implica que se confundan ambos tipos de trabajo,

Como atestiguamos en el desarrollo de la clase obrera, una parte de ella avanza hacia la organización consciente del trabajo social, mientras

otra es relegada a tareas más repetitivas; los técnicos, entre ellos sociólogos, diseñan los procesos productivos, mientras otros trabajadores, los de planta, se limitan a insertarse en ellos. La producción de plus-

valor va alumbrando un tipo planificación de la actividad productiva que concierne únicamente a ciertos órganos del obrero colectivo, Ese

es el contenido de la diferenciación de la fuerza de trabajo en varios bloques desigualmente cualificados. Desde ahí podemos apreciar lo incorrecto de ciertos planteamientos muy presentes y discutidos en la tradición marxista. En la década de los setenta, Harry Braverman, un destacado activista vinculado a la Monthly Review, publicó una obra acerca de la «degrada-

ción del trabajo en el siglo Xx», en la que propuso la siguiente tesis: con

el desarrollo del capitalismo, una parte cada vez mayor del trabajo se va convirtiendo progresivamente en una actividad automática, repetitiva, por supuesto, poco gratificante y, sobre todo, alejada del control del propio proceso de trabajo individual*”, Tanto fue así que convirtió esta falta

relativa de implicación intelectual en el propio trabajo en un elemento propio y diferencial de la clase obrera —a la que se le ha recortado aquellos individuos con capacidad de decisión, Esta propuesta, surgida de la observación del taller taylorista y del sometimiento a la temporalidad capitalista que este imponía, fue el detonante de un intenso debate acerca de esa «descualificación» (deskilling) del trabajo en la empresa. La tendencia hoy mayoritaria es a considerar esa sugerente hipótesis

más bien como incorrecta: un vistazo empírico a la evolución del tipo 289 Braverman, Labor... Op. cit. iñoté 290 También en esa asa teórico trotskista Ernest Mandel dada

¡nd

LS A e en ] de «trabajo productivo» a aquel volcado sobre «objetos materl cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx. DIOS ; ato en una

1985, p. 124). Ambos desarrollos apunta

si se los

n, pana Eon con aquemisma dirección, a saber, se identificaba la actividad de la c ES O e racciócó al llo que se hace con las manos sobre entidades tangibles, arar | ve cuando se Postoperaismo. Nadie mejor que el propio Murz pa ps lstencia puramente habla de materialización del trabajo nos referimos 4 ll corpórea» (Teorías corp social de la mercancía, que nada tiene que ver con su realidad de la plusvalía. Vol. 1. Op. cit., p. 155). 149

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Cuestión de clase

de actividades que se desempeñan bajo el amparo del capital no muestra

una tendencia clara, ni mucho menos, A la supresión de los trabajos

«intelectuales», los cuales proliferan en multitud de sectores?”, Paradójicamente, este planteamiento «manualista» acerca de la clase

obrera que inauguró Braverman fue tomado casi al pie de la letra por

los marxistas más alejados del canon que estipulaba la ortodoxia. El

postoperaismo, altamente influenciado por la intelectualidad francesa de

la época, abrazó la idea de la centralidad de la producción manual y material, eso sí, para afirmarla como caduca ante la llegada de un nuevo tipo de relaciones sociales propias de la era digital. Todo un elenco de autores aceptó, en definitiva, unas premisas para, acto seguido, desechar-

las como desfasadas. El capitalismo de las fábricas masificadas y el

trabajo embadurnado en hollín habrían dejado paso a sus herederos

cognitivos o informacionales. Frente a la =supuesta— nitidez con que se

vinculaba el trabajo material y productivo a la clase obrera, todo se volvería inconmensurable e «impreciso» con la entrada en escena de la tecnología computacional. Este viraje traería consigo, cómo no, una

redefinición del sujeto transformador de la realidad social: nace la figura de la «multitud», inspirada por Spinoza, y asociada a la nueva cooperación nacida de las tecnologías de la comunicación, o la de «cognitariado», como «el proletariado del trabajo cognitivo»?”, Pero no fue el postoperaismo el único que se preocupó por la transformación de las clases con la «cuarta revolución industrial». Surgieron, también en los últimos años del siglo XX y comienzos del XXI, todo tipo

de autores pertrechados de nuevos conceptos. Buscando designar los trabajadores precarios de las empresas tecnológicas, en una época En que la teoría de las clases sociales estaba en caída libre se habló de «proletariado virtual» (Dyer-Witheford) o, más rimbombante, de «neo-

proletariado postindustrial» (Gorz); atendiendo a las últimas tendencias también se han empleado términos como «infoproletariado» (Antunes

y Graga) o «cybertariado» (Huws); en el extremo opuesto, para nombra" a los trabajadores que, lejos de estar precarizados, jugarían un papel 291 1 15, Vé : Asado Antunes, Os sentidos do trabalho. Sio Paulo: Boitempo, 2000, pp292

priZrÍ,

«

¡per» pretació. n...

Op. cit., pp. 101-13; Yann Moulier Boutang, «Riqu””

-28 entesCopyÑ cognitivo», pp. :107Traf tala cos ibertad y renta en el capitalismo cole ican ctiva. Madrid sueños 20

ledad intelectual y creación

cantes de medios, sg

La fábrica de la infelicidad. Madrid: Tra

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4. Las problemáticas de la «clase media»

dominante en la extracción, no ya de plusvalía, sino de «plusinformación»?” a través de modelos informáticos, se acuña el término de «clase vecto-

rialista» (vectorialist class) (Wark); entre ambas Opciones se encontraría la «clase virtual» (Kroker y Weinstein), pensada para designar a capita-

listas visionarios de las nuevas tecnologías, o la «clase creativa» (Florida)

para referirse a aquellos agentes cuya función económica consistía en la

)

creación de nuevas ideas o contenidos”*, Todas ellas expresiones que aluden, predominantemente, a diversas localizaciones dentro del obrero

colectivo altamente diferenciado.

Es palpable que ha tenido lugar un avance significativo del trabajo

intelectual dentro de la clase obrera, lo que contribuye a profundizar en

su diferenciación. Muchos de los autores mencionados recogen esa transformación con gran nivel de detalle. Pero, de nuevo, esas transfor-

maciones no justifican la aparición de una o varias clases: la robotización o la efervescencia de las plataformas digitales producen un cambio de idéntico pelaje al que en su momento produjo la mecanización en mul-

titud de sectores; las modernas tecnologías de la información llevan más

lejos las tendencias ya presentes desde los albores del capitalismo, rea-

lizando las potencias en ese momento perceptibles. Siendo estas con-

tribuciones ricas en matices y aportes, lo que no es sino el fruto de un estudio en ocasiones muy detenido del impacto social de los dispositivos de gestión de información, frecuentemente corren el riesgo —no siempre

293 Son varias las tentativas de adaptar la noción de plusva lía a la «economía de la información». Con tal propósito se ha acuñado la noción de «plusv alía 2.0» o

«plusvalía digital». A nuestro juicio, aunque sea discutible la pertin encia del uso de la categoría marxiana (siéndolo sin duda en mayor medida que el «plus goce» lacaniano), hay que reconocer que estas nociones aspiran a dan cuenta de de algunos elementos propios del capitalismo contemporá neo, en el que la gestión

de información a gran escala se ha convertido en una importante fuente de ingresos. Véase: Marcos Dantas, «Trabalho material sígnic o e mais-valia 2.0 nas condigóes do capital-informagio», pp. 58-112 en Capitalismo cognitivoy economía social del conocimiento, editado por F. Sierra Caball Quito: Ciespal, 2016; Fernando Martínez Cabezudo, «La acumulación del ero. capital: una aproximación a la plusvalía digital», pp. 275-316 en Democratizar la producción, editado por R, Rodríguez Prieto, Sevilla: Atrapasueños, 2022.

294 Nick Dyer-Witheford, Cyber-Marx. Urbana: University of Illinois Press, 1999; André

Gorz,

Farewell to £he Working Class. Londres: Pluto Press, 1980; Antunes y Ruy Braga, (eds.), Infoproletários: degradagáo real do trabal Ricardo ho virtual, Sáo Paulo: Boitempo, 2009; Ursula Huws, Labour in the Global

Digital Economy. Nueva York: Monthly Review Press, 2014; McKenzie Wark, Capital is Dead.

Londres: Verso, 2019; Arthur Kroker y Michael Weinstein, Data Trash. Nueva York: St. Martins Press, 1994; Richard Florida, The Rise of the Creative Class. Nueva York: Basic Books, 2002.

151

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Cuestión de clase

consumado- de, perdiendo de vista el funcionamiento global del capital, excluir del proletariado a aquellos individuos con mayor cualificación,

Tanto el joven precario de una starfup como el ingeniero de sistemas

adinerado, arquetipos de algunos de estos complejos conceptos, son personificaciones de la proliferación de la conciencia científica dentro

de la clase obrera. Ese descuido podría acarrear consecuencias nefastas, como las deri-

vadas de cualquier intento de trocear artificialmente a la clase trabajadora. El unilateralismo que puede resultar de ver el despliegue de la

conciencia científica como algo externo a la clase obrera borraría su

potencial revolucionario. Porque nos puede conducir a buscar, como buscaron muchos leninistas, un agente exterior, una vanguardia, capaz de hacer lo que la clase no puede por sí misma, en primer lugar, y, en segundo, porque suprime su capacidad para superar el modo de producción capitalista. Esta última requiere, como ya señalaba Marx, la desaparición de la «oposición entre trabajo intelectual y trabajo manual»”, Sin embargo, la única forma en que esta confrontación puede llegar a suprimirse no pasa por una abstracta fusión entre ambos, sino por erradicación del segundo. De esa suerte, como se observó somera-

mente en el desarrollo general que ofrecimos en el primer capítulo en relación a la implementación de la maquinaria, se realizan las potencias del modo de producción capitalista. El cisma entre ambas formas de actividad se va ensanchando de una forma tal que «el capital tiende a abolir el peso cualitativo y cuantitativo del trabajo manual en el proceso de reproducción de la vida social»?", Este movimiento, no obstante,

resulta imperceptible si se amputa, por el camino de la abstracción que presupone la formulación de los conceptos, a la clase obrera la posibiidad de asir las tareas científico-técnicas.

295 Karl Marx, , Cri;Crít

]

Starosta y Caligari del programa de Gotha, Madrid: Ricardo Aguilera, 1971, po?

152

4.

5, Trabajo, valor y capital. Op. cit., p. 203.

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Capítulo V.

|

Las clases sociales en el contexto rural]

Es importante dedicar algunas páginas a analizar lo que ocurre con las

clases sociales en el contexto de la producción agrícola. Hasta ahora hemos profundizado en determinaciones generales que incumben por igual al grueso de sectores, es el momento de aportar algunas adicionales que nos permitan comprender por qué cuando el trabajo y la propiedad se ejercen sobre la tierra aparecen anomalías que, para la literatura es-

pecializada, habría dado lugar a dos clases que habíamos ignorado: los terratenientes y los campesinos. En este capítulo trataremos de dar las coordenadas clave desde las que podemos aproximarnos a estos colectivos. Pero antes es conveniente que dediquemos unas líneas a pensar qué tiene de especial la producción que da lugar, por ejemplo, a horta-

lizas respecto a la que genera, pongamos, sartenes.

La especificidad del capital en el agro. ¿Es el terrateniente una clase socia ? Cuando comparamos una huerta con un taller, atendiendo a las relaciones sociales que subyacen, vemos que apenas hay contraste. Por lo general vemos dos espacios en los que cierta cantidad de personas, contratadas

por otras, dedican tiempo a la elaboración de un producto que, al ven-

derse en el mercado, debe arrojar una cierta cantidad de dinero con el

que se le pagará a los trabajadores y del que el propietario extraerá los 153

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Cuertión de clase

vamente las condiciones en que medios para sobrevivir y mejor ar progresi te, D-M-D; produce para ser competitivo. Ya lo dijimos, abreviadamen as que triunfen, dinero que engendra más dinero, capital. Habrá huert

con que consigan más o mejores productos, lo que les permitirá hacerse

habrá otras que más tierras y mejores medios para trabajarlas, así como

agro hay se arruinen, Nada, por ahora, que nos invite a pensar que en el

relaciones sociales de producción sustancialmente desemejantes a las que

idades sc dan en cualquier otra industria.Y sin embargo, existen particular

que hacen del capitalismo rural o, mejor dicho, agrario un ámbito de estudio especial, con algunas características propías. Efectivamente hay especificidades en la producción agrícola. La más importante y la que aquí nos interesa es la renta de la tierra. Su explicación es muy simple aunque un desarrollo pormenorizado no lo sea en absoluto=: lo que tiene la tierra, y que la distingue de otros sectores «industriales», radica en su condición de, por así decir, don natural. El

suelo no es producto del trabajo humano ni reproducible en la práctica por medio del trabajo, lo que llevó a Marx a considerar que carecía de valor. Para ilustrarlo tomemos el ejemplo de un yacimiento petrolífero””. Si un productor posee una porción de terreno en cuyo subsuelo se encuentra almacenada una gran bolsa de hidrocarburos, ningún otro productor podrá, para competir con él, fabricar su propio yacimiento. Lo mismo le ocurriría al que detenta títulos sobre una mina, o sobre una

porción de tierra fértil; al menos por ahora, son factores de la producción de valores de uso que ofrece la naturaleza y que no pueden multiplicarse eficientemente aplicando cualquier cantidad de trabajo. Esto lo que conlleva es que los propietarios en cuestión dispongan de una ventaja importante, inexistente en otros sectores de la economía. Esa ventaja se traduce, como casi toda en este contexto, en dinero, al que llamamos renta,y del que se apropia, a través del arrendamiento, un grupo del que

pr

poco habíamos hablado aún: los terratenientes. produce manzanas en una tierra el trabajo de sus arar

ás fértil que Epa

se Hd

e

co

pin

ds e A etidores,

mayor, pero ese margen, aun A Fer AO Da s de capitalista, podrá ser Apropiado Í: e o an mano por el terrateniente como lo que 297 Marx, El capital... Libro 1, Op. cit., p, 8.

154

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5. Las clases sociales en el cont exto rural

llamamos «renta diferencial», Esa capacidad de la tierra de hacer más

productivo el trabajo aplicado sobre ella “hemos hablado de fertilidad,

pero hay otros factores, como la localización o el capital sobre ella invertido, que también interficren=, hace brotar para el propietario de la tierra el poder de hacerse con una parte importante del resultado del proceso productivo,

Este primer tipo de renta no nos dice, en realidad, mucho acerca de la clase terrateniente como tal. Según vemos, cada uno se apropiará de una renta mayor o menor dependiendo de las virtudes relativas de su propiedad. En ese caso, aquel que tuviera una tierra relativamente buena

podría apropiarse de todo el remanente que la separe de aquella de peor calidad que esté en uso; pero, ¿de qué se apropiaría el propietario de esta

última tierra en uso, de aquella que tenga la fertilidad más baja? Esos terratenientes tendrían que poner su tierra a disposición del capital sin obtener absolutamente nada. Obviamente ese caso sería un absurdo: hasta el último propietario obtiene dinero en concepto de arrenda-

miento. Lo que podríamos preguntarnos es de dónde sale ese valor que consiguen los terratenientes menos agraciados y, junto con ellos, todos los demás, pues se trata de un monto al que todos tienen acceso por el mero hecho de tener tierras que estén en uso. La respuesta a esta in-

cógnita es abordada a partir de lo que llamamos «renta absoluta», la que no depende de la calidad de la tierra?”. Pese a que habría que diferenciar la renta absoluta propiamente dicha —que provendría de la composición orgánica relativamente baja de estas ramas de la producción— de la renta de simple monopolio —que surge por el mero hecho de poseer un ele-

mento efectivamente monopolizable—, aquí no nos detendremos en ese nivel de detalle*%, Lo que nos interesa es que todos los terratenientes

obtienen por igual un cierto monto de dinero, lo que les agrupa justamente en su condición de terratenientes.

Los terratenientes lo mismo diríamos de otros rentistas— que, como

vemos, son parte de la fauna autóctona del modo de producción capi-

talista, se encuentran, en virtud de esa potestad de gozar de un monopolio colectivo, enfrentados

a la burguesía. Pese a ello, considerarlos una

clase social aparte sería dejar de lado un hecho fundamental: tanto

298 Marx, El capital... Libro 1. Op. cit., p.651 y $S299 Ibid., p.757 y ss.

ires: Imago Imago 300 Véase Juan Iñigo Carrera, La renta de la tierra. Buenos Aires:

Mundi, Mundi

2017,

155

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Cuestión de clase

burgueses como terratenientes, en tanto que capitalistas, comparten la

cualidad de propietarios privados de medios de producción. Es ella la que les permite sin distinción a priori apropiarse de la sustancia común de la renta y la ganancia, la plusvalía. Ambos participan, por ende, de la explotación de la clase trabajadora?” Solo esa fetichizada «fórmula trjnitaria», compuesta por la tierra, el trabajo y el capital”, que formaba parte destacada del credo de la economía política clásica, podría inca-

pacitarnos para percatarnos precisamente de este hecho. Esta última se vio cegada por la aparente traba que la propiedad parcelaria suponía al avance de la acumulación capitalista, lo que generaba la extendida ima-

gen de que en la agricultura se conservaban rasgos propios de modos de producción precapitalistas. Imagen, hay que añadir, extraordinariamente conveniente para enormes sectores de la burguesía, no solo arrendataria, que buscan —especialmente en ciertas latitudes, entre las que destaca América Latina, donde no por azar se dispararon los debates en torno a la reforma agraria que veremos a continuación— apropiarse

de porciones de la renta agraria.

Campesinado y desarrollo capitalista: de nuevo sobre las alianzas entre clases, en este caso a cuenta de la reforma agraria En efecto, está muy extendida la idea de que el mundo rural mantiene

elementos anteriores al modo de producción capitalista. Con ello se genera un marco que trascendió con mucho la economía política ricardiana. Esa llamada «acumulación primitiva» que habría alumbrado en

Inglaterra el modo de producción capitalista no habría comparecido 0 cumplido, o no del todo, su cometido de generar una agricultura capitalista. En la tradición marxista, a la que hemos atendido ya en muchas

ocasiones, esto puede verse atendiendo al hecho de que ya Kautsky anunciaba el comienzo del fin de la transición hacia el modo de producción

301 «El terrateniente capitalista no tiene sobre su tierra más derechos que cualquier otro burgués sobre su mercancía [...]. No tiene ningún derecho sobre persona alguna. Se apropia de una porción menor de la plusvalía, cuya explotación directa corresponde al burgués. Sus derechos sobre su mercancía se subordinan al

mercado» Eduardo Sartelli ef al., Patrones en la ruta. Buenos Aires: Ediciones ryr, 2008, p. 25, 302 Descrita por Marx, El capital... Libro MI. Of. cif., p, 821 y ss. 156

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5. Las clases soci ales en el contexto rural

capitalista en la agricultura y, sin embargo, casi cien años después autores como Servolin o Galeski seguían recalcando la supervivencia plo-taciones regidas por lo que se llamaron «pequeña producción de explo mercantil»

o «modo de explotación campesino»*”, Lo mismo pasaría con la persis-

tencia de grandes latifundistas: lejos de desaparecer, se mantuvie ron e incluso crecieron, Se trataba de un escenario que bien observado apunta

hacia un desarrollo inequívocamente capitalista, pero que es propicio a

la apariencia de que el modo de producción capitalista se hibrida o convive con modos de producción anteriores que -siguiendo el esquema althusseriano— se pliegan a sus dinámicas.

Se abrió paso y consolidó la ilusión que colocaba a la economía

agrícola en una permanente transición entre un modo de producción

precapitalista y el capitalista, la misma ilusión que situaba a regiones enteras en unas eternas «vías al desarrollo». Bien pasado el ecuador del siglo XX profesores como Stavenhagen sostenían la coexistencia entre «estructuras económicas precapitalistas y capitalistas», otros como Wolf mantuvo la persistencia del «dominio patrimonial» en los «intersticios»

del orden capitalista, pero algunos como Rey fueron más allá hablando de la propiedad territorial como una «ficción jurídica» tras la que se ocultan relaciones de producción «ajenas al modo de producción capitalista» aludiendo a aquellas de raigambre directamente feudal”, Siguiendo la estela de este último, Gutelman ratificaría que la propiedad

de la tierra «es, simultáneamente, una relación de producción precapitalista y una relación de distribución capitalista»**, Esta concepción no

está exenta de implicaciones políticas. El mismo Gutelman destaca la importancia de impulsar una reforma

agraria, no ya como una medida que aspire a trascender el capitalismo, sino simplemente a consolidarlo acabando con las resistencias de modos 303 Karl Kautsky, La cuestión agraria, París: Ruedo Ibérico, 1970; Claude poli «La absorción de la agricultura en el modo de producción A A

:M a

98 en La evolución del campesinado, editado por M. Erxezarreta, 2

do

E de Agricultura, 1979, p. 163; Boguslaw Galeski, Sociología del campesinado, arcelona: Península, 1977. ! o Mávle > 304 Rodolfo Stavenhagen, Las clases sociales en las sociedades aerea pri Siglo XXI, 1970, p. 86; Eric R. Wolf, Los campesinos, Barce ona: La e

IS; Pierre P Rey, Las alianzas de clases. Madrid: Siglo XXI, Ad

A he P

: 1 í Pan

de la cuestión de las mercancías «Ncticias», véase el clásico: Polanyi,

La y

05 Mi pormación. Op. cit., p. 147,

305

Michel Gutelman, Estructuras y reformas agri irias. Barcelona: Fontamara, 1981,

p.116,

157

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Cuestión de clase

de producción anteriores. Esta medida, reconoce, tiene aromo Analidad económica crear las condiciones para un mejor desarro o capitalista de la agricultura y demás sectores de la economía»””. De cara a su consecución, sería razonable esperar que obreros y campesinos contaran con el apoyo natural de la burguesía, pues, a fin de cuentas, «el capitalismo

—en general- estará a favor de cualquier medida que permita la movilización y la libre circulación de capitales en la agricultura, de cualquier

medida que permita hacer —de hecho, si no de derecho— abstracción de la existencia de la propiedad de la tierra como eje de la relación de producción»”, Este tipo de razonamiento, como el contenido mismo de la reforma agraria, encontró múltiples y razonables detractores. Marini respondió

directamente a los textos de Gutelman incidiendo en el hecho de que «la gran propiedad de la tierra no solo puede coexistir con el capitalismo, sino que —aún más— es la forma natural de la propiedad privada del suelo en la sociedad capitalista». Yendo más allá, podría decirse que una reforma agraria en el sentido en que la pregona Gutelman, esto es, como la reversión de la concentración de la tierra en favor de la pequeña

propiedad, supondría un retroceso incluso en términos capitalistas. Apuntaría hacia la «consolidación de la pequeña y mediana propiedad capitalista que no puede ser otra cosa que enemiga de cualquier revo-

lución socialista», Según se replica, Gutelman, y otros siguiéndole,

habría cometido un error analítico y político, también en su caracterización del campesinado: el «campesino es un personaje que carece de capacidad de acumulación p orque no produce en relacio nes capitalistas. Lo que suele suceder es qu e se comete con él lo que podríamos llamar una transposición indebida » que oculta, tras el “campe sino”, a la pequeña burguesía», A resultas de la división de la propiedad, lo que ocurriría sería la multiplicación de potenciales capitalistas, productores en pequeña escala con escasa ca pacidad de inserción en el mercado. A. la luz de este debate las controversias con las , bien podría merecer la pena regresar sobre que topábamos al mirar al pequeño capital. 306 ÑMichel Gutelman ,

Ea cerca

pd

«Reforma agraria y desarroll o del cap Buenos Aires: Edicio italismo», p. 93-108 en

de la transición al soc ialismo.

Ruelman,

nes periferia, 1974, p. %-

Estructuras... Op. cit .,p. 117,

yl M. Marini, «La

reforma agraria en Améric 129 e 4 transición al a Latina», pp. 109-17 socialismo, Op. cit., p. en Acerca 117 . artelli ez 2,

310 Ide,

Patrones en la ruta. Op.

cit.

ps

v.26

158

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5. Las clases sociales en el cont exto rural

Con tal de evitar la reiteración de ideas, nos contentaremos con poner sobre la mesa el hecho, correctamente señalado por Etxezarreta, de que

«las pequeñas explotaciones que sobrevivirán no lo harán por pertenecer al pequeño modo de producción mercantil [ni, añadiríamos, al feudal

u otro similar] y estar dispuestas a prescindir de la rentabilidad del capital, sino que son explotaciones capitalistas que sobreviven precisamente

porque

han

conseguido

ser rentables

bajo

tal modo

de

producción»*". Más recientemente, y también de forma más precisa e incisiva, Iñigo Carrera arremete contra «la concepción que niega que los modos de producción sean modos generales de organizarse la unidad

de la producción social, y por lo tanto, de la vida social, en que toman forma concreta cada una de las grandes modalidades históricas del desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social»*?, Tan solo desde esa concepción puede parecer que el campesinado es otro de esos ves-

tigios de modos de producción anteriores, haciendo pasar un intercambio mercantil por un tributo de carácter feudal. Siguiendo ese camino no puede más que distorsionarse la estructura clasista, amalgamando en el «campesinado» pequeños capitales rurales con sectores de la población obrera sobrante que dedican parte o toda su capacidad de trabajo a subsistir haciendo uso de una normalmente exigua porción de tierra.

pp. 11-98 en La 311 Miren Etxezarreta, «La evolución de la agricultura campesina», evolución. .., Op. cit., p.7 7. Op. cit., pp: 168 6 312 Iñigo Carrera, La renta... -69.

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Capítulo VI. La clase social más allá de lo «económico»

Alrededor de las clases sociales, especialmente en tiempos en que estas

tenían un peso relevante en la actualidad política y académica, se ins-

tituyeron una serie de controversias que afectaban a otros sujetos sociales que empezaban a cobrar importancia. Al eclosionar en Europa los «nuevos movimientos sociales», figuras tan dispares como la de la mujer, el negro o el estudiante, que en realidad llevaban tiempo presentes en la literatura política, demostraron por la vía de la acción política merecer una atención mucho mayor de la que se había prestado hasta la fecha. Estas «nuevas identidades», tomaron un papel ciertamente relevante frente a la del obrero convencional, seguramente por

ello fueron recibidas —y aún lo son— por algunos marxistas con desprecio, aquel que subyace tras expresiones como «contradicciones secundarias» o, algo más cohibido, problemas «complementarios». Se ponía sobre la mesa la dificultad de aplicar un análisis de clases sobre sujetos cuya especificidad se encontraba fuera del proceso de la compraventa

directa de la fuerza de trabajo. Ofrecer algunas indicaciones para su-

perar esa dificultad, evitando el fracaso al que nos abocaría una noción restringida en igual medida que arrogante de clase, es el objeto de este capítulo.

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Cuestión de clase

Preludio: sobre el dominio de la economía y los límites de la lucha de clases Hasta el momento hemos recalcado la necesidad de ubicar, frente a algunas tentativas sociológicas, el ámbito económico como aquel en el

que se constituyen las clases sociales. Es al participar de la reproducción del capital que los sujetos humanos se tornan agentes clasistas. No nos

vamos a desdecir a estas alturas de este punto, pero sí debemos aclarar

algún detalle. El más importante, y sobre el que volveremos en las siguientes páginas, es que las relaciones mercantiles en general, y la com-

praventa de la fuerza de trabajo en particular, no son el único modo de tomar parte en la acumulación capitalista. En definitiva, no estamos analizando más que aquello a lo que Engels se refirió como el «factor decisivo en la historia»: la «producción y reproducción de la vida inmediata»*". Analizar la posición de clase en función de atributos como

el género, la raza, la condición de estudiante o la de loco resulta estéril

sin atender al papel de la familia, la esclavitud, los sistemas de educación o psiquiátricos en ese amplio proceso. Instituciones históricamente determinadas que, no se puede negar, han desempeñado un papel crucial

para el devenir del modo de producción capitalista. En función de ese papel podremos desentrañar las determinaciones de los individuos que enmarcan su subjetividad en ellas.

Este es un asunto delicado. Al marxismo se le ha acusado reiterada-

mente, y no siempre injustificadamente, de denostar el papel de luchas como el antirracismo o

el feminismo, a veces considerándolas directa-

mente «contradicciones secundarias», otras «reduciéndolas» hasta di-

solverlas en la Clase en mayúscula. El sociólogo marx ista R. Miliband

escribía:

Es claro que puede afirmarse que existen prejuici os, odios y exclusión

incluso cuando no existe ninguna caus a «económica» plausible [...]. Pero tamp

oco en este caso parece «reduccionismo» inju stificado afirMar que estas son expresiones patológicas de los profundos «rencores de clase», de las múltiples alienacio nes y deformaciones psicológicas

313 FaFriedrich Pobl Ena els, El N AD origen O d

e1

la Propiedad privada y el Estado. Barce , ;

.

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6. La clase social más allá de lo «económi co»

producidas por las sociedades de clases, con todas las crueldades, bru-

talidades, represiones y traumas que engendran***, Se aspira a reducir —en su opinión justificadamente— cualquier opresión, sin necesidad de mediación alguna, a los males de las «sociedades

de clases»; lo que implica presuponer la condensación de las contradic-

ciones en una noción de clase de por sí reducida a lo «económico». No es un ejemplo precisamente menor, recordemos que, además de un muy

influyente académico en lo que a las clases y al Estado se refiere, fue

progenitor de dos de los más destacados dirigentes laboristas de su época.

Este tipo de prejuicios, normalmente expresados más vulgarmente

en los entornos políticos alejados de la academia, acarrearon toda una inabarcable serie de malestares y tensiones que nos acompañan hasta nuestros días. Una de las más sonadas de las últimas décadas fue la discusión entre Fraser y Butler acerca de la pertinencia de la distinción

entre injusticias de redistribución y de reconocimiento. La propuesta de Fraser parte de un marco reconocidamente weberiano planteando tipos ideales. En un lado estaría la injusticia redistributiva, cuyo epítome sería la «concepción marxista de clase explotada, entendida de un modo teórico y ortodoxo»; en el otro extremo de su «espectro conceptual» estaría el reconocimiento, que encontraría su

ejemplo arquetípico en las luchas de las comunidades homosexuales**,

Otras opresiones, con sus sujetos y luchas asociadas, las cuales desbordarían estos cajones que ha construido, participando de ambos, como la de género o racial, son calificadas de «bivalentes».

social hoy. Madrid: 314 Ralph Miliband, «Análisis de clases», pp. 418-44 en La teoría Alianza, 2009, p. 442. 23-66 en 315 Nancy Fraser, «¿De la redistribución al reconocimiento?», pp. 2016, pp. , sueños de antes Trafic d: gaeconocimientó o redistribución? Madri

5-37, smo su Como toda buena elaboración weberiana, parte de atribuir al marxi remente erada delib está lado, proceder típico ideal. Marxismo al que, por otro hay eso En son. Thomp duciendo a una vulgata, de la que tan solo salva a É. P. un reconocible patrón: también Bourdieu o Mezzadra hacen lo mismo, descali-

ficar por burdo al marxismo rescatando explícitamente al historiador británico (Bourdieu, Poder... Op. cit., p. 114; Sandro Mezzadra, La cocina de Marx, Buenos

mínima atenAires: Tinta limón, 2014, p. 102). Ninguno, sin embargo, presta la

ción a las respuestas marxistas a Thompson, como la de su compatriota Ánder 2012), son en Teorfa, política e historia (Madrid: Siglo XXI,

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Cuestión de clase

En su muy dura crítica, Butler acusa a Su interlocutora de asumir,

velada y suavizada, la distinción propia de un marxismo arcaico, entre

lo material y lo «meramente cultural». Retomando los argumentos que G. Rubin había esgrimido años antes en los debates feministas, afirma que «la regulación de la sexualidad estuvo sistemáticamente vinculada

al modo de producción apto para el funcionamiento de la economía política»**. La estigmatización de la homosexualidad o la dominación

sobre las mujeres, sostiene, no puede ser vista en ningún caso como

extraeconómica, nace del núcleo mismo del sistema económico, no de

la falta de reconocimiento. El núcleo de la controversia pone de relieve varias cosas. La primera es el común uso de un marxismo tan miope como anónimo como saco

de boxeo para, tras vapulearlo, formular sus contribuciones. Pero también sale a relucir que, contra lo que pudiera parecer, el marco postestructuralista se revela bastante más capaz que el formalismo sociológico de dar cuenta de la unidad del metabolismo social —algo que ha dado pie a ciertas autoras para formular una «unión queer entre marxismo y feminismo» o, directamente, un «marxismo queer»"-, Efectivamente,

independientemente de los casos específicos que vertebran la discusión, algunos de los cuales serán sucintamente revisados a continuación, re-

sulta imperioso evitar la siempre abstracta vivisección del organismo social capitalista. Solo así puede identificarse el carácter clasista de pugnas que, al menos aparentemente, no apelan directamente a las clases

sociales. Sin atender al movimiento general del modo de producción

capitalista, que esconde la potencialidad de realizar el socialismo, sería imposible identificar el carácter clasista, ni mucho menos revolucionario,

del combate que hoy libran los movimientos feministas o antirracistas por suprimir las desigualdades que realmente impiden la universalización de los atributos productivos. No importa que algunos (pocos) de

sus activistas no formen parte de la clase obrera, su lucha es la de la clase trabajadora.

316 Judith

Butler, «El

marxismo

y lo meramente

¿Reconocimiento o redistribución? Op. cit., p. 79.

cultural»,

pp- 67-88 el

, Butler a quien salva explícitamente de una tosquedad que presupone gn ralizada en la tradición marxista es a Althusser y a los estudios culturales Williams o Hall.

317 Cinzia Arruza, Las sin parte. Barcelon a: Sylone, 2015; Holly Lewis, La pol ? de todes. Barcelona: Bell aterra, 2020,

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6. La clase social más allá de lo «económico»

Mujer, familia y clase social El trabajo que se realiza en el hogar, esto es, el trabajo «reproductivo» o, mejor dicho, «de cuidados», es parte integrante del metabolismo social", Como se desprende de lo que hemos explicado hasta el momento,

de la vocación de totalidad del modo de producción capitalista, el trabajo no remunerado que se efectúa normalmente en el seno de la familia no puede ser visto más que como una manera de integrarse en él. Por ello,

nos vemos constreñidos a reconocer al agente que lo realiza como perteneciente a una clase social. Asumimos que las mujeres —al igual que los hombres—, al menos en su condición de trabajadoras, tanto en el interior de una empresa, como también en el ámbito doméstico, están dentro de la estructura clasista.

El reto está en determinar a qué clase pertenecen. Para abordar este punto, la clave está, recordemos, en atender al modo en que participa

del trabajo social total. Lo que encontramos es que tal cosa acontece generalmente mediante el esfuerzo invertido en la reproducción de personas que, a través de mercancías, fuerza de trabajo o dinero, contribuyen

a la valoración del capital. Donde queremos llegar es, sobre todo, a que la actividad de cuidar constituye en sí misma una forma de inserción en el metabolismo social. Al colaborar en este proceso, se toma parte, con la mediación de lazos de dependencia personal, en las determina-

ciones de clase propias del nexo social en cuya producción asiste: si se inserta en el proceso de reproducción de la mercancía fuerza de trabajo (en cuyo valor se incorpora el gasto de su manutención) podrá ser considerada clase obrera; mientras que si por el contrario reproduce directamente la figura del capitalista, se integrará en tal clase social,

Esta es la forma concreta en que se puede extender la posición de clase A la pareja, pero también al padre, a la madre, hijo, etc., en definitiva, a

cualquier persona que coadyuve, guiada por una relación personal estable, en la conservación y desarrollo de una forma de intervenir en el modo de producción?”, 318 En este punto recogemos algunos de los argumentos presentes en Jesús Rodríguez Rojo, Las tareas pendientes de la clase trabajadora (Barcelona: El viejo topo,

2021, cap. 2), texto al que nos remitimos para un despliegue algo más profundo

2 19 ect «Podría radio darse el caso de que una persona participase a la vez: en dos 1 los vínculos ví c S de fuerza comprando o sociales distintos, en uno de un modo directo, vendiendo

sobre otra persona, trabajo, y en otro por la vía del trabajo de cuidados invertido

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Cuestión de clase

aquí defendida En este punto es importante notar que la posición

el movimiento se inserta en algunas discusiones de ya muy larga data en archiglosado feminista. Muy especialmente podemos retrotracrnos al

o”, debate acerca del «matrimonio infeliz» entre marxismo y feminism Hartmann, la autora que dio comienzo al intercambio de ideas, lo hacía stión reaccionando frente a un marxismo que se resistía a tomar la «cue de la mujer» si no era como subsumida —incorporada, pero también

subordinada=a

la clase. Frente a ello, propuso separar materialistamente

ambos «sistemas» (patriarcado y capitalismo) con sus correspondientes

sujetos (mujer y clase obrera) y luchas (feminismo y marásmo). Esta

separación será la que poco después afianzaría, depurándola, el feminismo materialista, al plantear (en una lógica que puede sonarnos de la

sociología marxista) las relaciones productivas que tienen lugar en el

hogar como propiamente un «modo de producción doméstico»**, Pero también halló importantes detractoras, inicialmente en Young, pero poco después en la que hoy se conoce como la «teoría de la reproducción social», cuya contribución recompone la unidad perdida sin relegar a ningún estatuto secundario la lucha por los derechos de la mujer”. Un miembro de la clase capitalista que conviviese con otro de la clase obrera. ¿A qué clase se pertenecería entonces? En ese caso lo que nos encontramos inmediatamente es que cada una de esas personas participa de las determinaciones de dos clases sociales diferentes. Esto podría llevarnos a pensar que pertenece a dos

clases a la vez, (cosa que en principio no entraña ninguna dificultad, un individuo puede encontrarse en dos clases sociales siempre y cuando juegue dos papeles distintos en el metabolismo social). No obstante, en este caso, como en otros, de la comparecencia de dos sendas para integrarse en el metabolismo social no se deriva necesariamente esta conclusión. Para ver si una prevalece y cuál sería preciso examinar el lugar concreto que se ocupa en el conjunto del movimiento del capital. No nos aventuraremos, al menos por ahora, a proponer una fórmula de carácter general». Esto escribimos en 1b:d. (p. 68), y nos tememos que no estamos en una mejor situación en la actualidad.

320 Este puede encontrarse recogido en Lydia Sargent, ed., Women ES Revolution. Montreal: Black Rose Books, 1981.

321 Véase, por ejemplo, Christine Delphy y Diana Leonard. Familiar Explotation. Massachusetts: Polity Press, 1992.

322 1ris Young, «Beyond the Unhappy Marriage», pp. 43-70 en Women ES Revolution, e cil. Lise Vogel, Marxism and the Oppresion of Women. Boston: Brill, 2013; ithi Bhattacharya, ed., Social Reproduction Theory:

Remapping Class, Recenter” ing Oppression, Londres: Pluto Press, 2018. en pio que persigue la reunión de los elementos que conforman la md

¿pita ll es

deudora del operaismo italiano. Impulsa

da por la muy as oa il erici, esta propuesta efectivamente afirma comprender con dry: problema pero, en la práctica, recompone, no solo «teóricamente», en la práctica política, la barrera entre la producción mercantil y 2

166

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6. La clase social más allá de lo «eco nómico»

Acompañando nuestro interés por des plegar unitaria mente las determinaciones más generales, debemos de

stacar que, al imputársele esas

tareas de cuidados, el agente en cuestión q ueda condicionado en el resto

de formas que pueda tener para incorpo rarse a la vida social . Esto se

manifiesta en aquello que la literatura 11 ama segregación «ver tical» y «horizontal». La fuerza de trabajo femen ina acaba recl uida en puestos caracterizados por la temporalidad, tambi én atada a los escalafo nes más

bajos de las cadenas de mandos, frecuentemente por la dificultad añadida

de las responsabilidades hogareñas y familiares. La separaci ón se plasma también a la hora de la producción de una conciencia —y corp oralidad—

diferenciada, atribuyéndoseles a las mujeres a una hipotética pred isposición para hacerse cargo de labores conectadas con las actividade s que

históricamente son su patrimonio, como la atención al público, la educación de la infancia, los cuidados médicos, la limpieza, etc. Se conforma una imagen especular de la mujer respecto del hombre, imagen que naturaliza en función del sexo, tanto para obreros como para burgueses, con tal de dividir las funciones que deben ser atendidas para dar conti-

nuidad a la producción de plusvalía. Desde la más temprana cuna, la familia capitalista, a diferencia de

las históricamente previas, capacita a los futuros seres humanos libres

para el despliegue de una subjetividad productiva específica??, Esta familia se alza sobre el amor, igualmente, capitalista, afirmado como atri-

buto del sujeto libro sobre la dependencia personal que antaño ejercieran,

justamente, las familias o clanes arcaicos**, A diferencia de estas, aquella que ve la luz con la sociedad moderna se funda sobre un territorio más

inestable y movedizo, uno que la hace tambalearse y la fuerza a transformarse. Es así como lo contemplan Marx o Engels, cuando constatan

ya en su época que las relaciones familiares se perturbarían con la incorporación de la mujer a la producción industrial, La llegada de una

«forma superior de familia», alcanzaba a ver el primero, HUBnitras el segundo daba por «desprovistos de toda base material los últimos restos

reproducción de la fuerza de trabajo (El patriarcado del pes ir cantes de sueños, 2018; véase, para la crítica: Paula Vare .. a a

social en disputa: un debate entre autonomistas y marxistas»

Archt

de: blo

ría del movimiento obrero y la izquierda, 16: 71-92, 2018). "Tamara Seiffer y Nat323 En este sentido resultó inspiradora una conversación con a ¿Ulpal sumi Shokida, que está disponible, en formato ers este enlace:

youtu,be/WOpIEHsbMtU>, consultado a 15/02/2022. 924 Véase Eva lllouz,

1 fin del amor, Madrid: Katz, 2020, pp.15-19. 167

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Suestión de clase

La falta de conde la supremací a del hombre en el hogar proletario»”, a sino como la magnificación tención de sendos pasajes no debe ser vist

s sobre esto más adelante, de algo que vieron solo en ciernes. Volveremo

la lucha feminista. Lo que al examinar algunas determinaciones de , mucho antes de que parece evidente es que la «abolición de la familia»

itución los comunistas la reivindiquemos como negación de una inst tal. Prueba burguesa, anclada a la propiedad, la llevó a cabo el propio capi entornos de ello es la actualmente incontestable diversificación de los familiares, como

también la aparición de formas

de relación no

monógamas””,

Pero es necesario ir más allá: lo que hoy entendemos por ser hombre ista o ser mujer es, por todo ello, una característica propiamente capital que genera una diferenciación dentro de cualquiera de las clases. Esto no implica, al menos no inmediatamente, que sea transversal, pues sobre ella inciden otras determinaciones que harán bien diferente la vida de unas y de otras. Unas mujeres sufrirán el «suelo pegajoso», otras el «techo de cristal»; ambas podrían pasar miedo al caminar por ciertos entornos, pero unas lo tendrán que hacer a diario y las otras muy ocasionalmente o nunca; etcétera. Sin embargo, lo que ahora deseamos enfatizar es como

la construcción del género va en línea con las demandas de la acumulación capitalista y como aquella cambia en función de estas: piénsese en la normalización del divorcio, del trabajo fuera del hogar o incluso del aborto, hechos todos ellos que fueron estigmatizados y perseguidos

pero que, de un tiempo a esta parte, y no sin la mediación del conflicto clasista, van normalizándose en multitud de espacios nacionales. Este

325 Marx, El capital... Libro 1. Op. cit., p. 440; Engels, El origen de la familia... Op. cit., p. 103. 326 Cabría la discusión de si estos modelos relacionales se inscriben de lleno en el proceso de negación del modo de producción capitalista (potenciando la expansión de la subjetividad productiva a la vez que contribuyen a desdibujar la no” ción latente de propiedad que acostumbra a latir tras el emparejamiento libre), O si por el contrario responde a las dinámicas del momento neoliberal (caracterizado por la individuación y el quebranto de las certezas propias de periodos anteriores). Nos inclinamos a pensar que esta disyuntiva, recurrente entre quie-

nes se debaten entre una y otra posición personal y/o política, no es más que aparente: en realidad no existe contradicción alguna. No, al menos, si nos desprendemos de la ridícula idea de que ciertos movimientos históricos son por entero buenos o malos. No debemos contentarnos con calificativos como «bue-

nos» o «malos», ni siquiera con reconocer que hay cosas con un «lado bueno» Y un «lado malo» (vid. Karl Marx, Miseria de la filosofía. Madrid: Aguilar, 1973, p-

163). Hay que penetrar en la complejidad delo deniento

en su plenitud.

168

..> Escaneado con CamScanner

6.1 /4 clase social más allá de lo «ec onómico»

razonamiento nos lleva directamente a concluir, en sintonía con buena parte de las teorías feministas, que las nociones mismas de hombre y de

mujer carecerían de sentido en una sociedad que hubiera erradicado la necesidad de diferenciar a los productores en función de su sexo. Lo

mismo, creemos, se podría sostener en relación a la partición en base al

origen étnico, la cual, nos disponemos a argumentar, también encuentra su principal asidero en las relaciones sociales capitalistas.

La clase de los esclavos. Breve comentario general acerca de la relación entre clase y raza

Marx gustaba de decir —pues lo escribió por vez primera en Trabajo

asalariado y capital (1849) y lo recuperó en El capital (1867)- que un «negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se convierte en

esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se convierte en capital», Tanto la esclavitud como el capital son relaciones cuyo contenido está dado, no por la materialidad natural, sino por el entramado de vínculos en que se inscribe. Aquí prestaremos atención al problema de la esclavitud,

pero no, una vez más, como fenómeno general, sino únicamente en su

expresión genuinamente capitalista. Tampoco nos detendremos a analizar las vicisitudes históricas que hicieron del trabajo esclavo o de su tráfico un importante motor de propulsión, a lo largo del siglo XVIII,

para el desarrollo capitalista del siglo XIX, el cual pudo ya desembarazarse

de semejante lacra en buena parte del mundo**. Más que eso, nos detendremos tan solo en algunas consideraciones más bien generales en torno al fondo y función del trabajo esclavo y, más ampliamente, racia-

lizado, en el modo de producción capitalista. En consonancia con el modo en que hemos analizado fenómenos tan dispares como la renta de la tierra o el trabajo de cuidados, no po-

demos más que reconocer el uso de la mano de obra esclava como un fenómeno propio del modo de producción capitalista. A diferencia del esclavo del modo de producción esclavista, cuya relación con el amo

327 Karl Marx, Trabajo asalariadoy capital. Barcelona: DeBarris, s.f., p. 49; El capi328 tal... a Libro 1. Op.»: ci£., Ñ ES A 702, n. e p. Williams, ; : Traficantes Capitalismo y esclavitud. Madrid: de sueños, 2011.

169

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Cuestión de clase

venía dada en su contenido por un vínculo inequívocamente personal,

el esclavo capitalista es antes que nada parte de la población obrera sobrante. Se esclavizan colectivos desprovistos de cualquier garantía, que puedan ser aniquilados y suplidos sin perjuicio para el capital social, que no se encuentran cubiertos siquiera por las garantías que pueda

ofrecer la condición de ciudadanía. Las unidades productivas que cuentan con este tipo de mano de obra alcanzan el idilio capitalista de contar con la constante entrada de una fuerza de trabajo de cuya reproducción pueden despreocuparse (casi) por completo y a la que pueden explotar

de un modo intensivo; los ejemplos de este fenómeno van desde los campos de cultivo o los yacimientos mineros en ciertas regiones de

África hasta los prostíbulos que pueden encontrarse en el «primer mundo» nutridos gracias a la trata de personas. El fin último del trabajo

esclavo moderno, en todos estos casos, es la valorización del capital, lo

que la convierte en un fenómeno muy distinto a su homónimo arcaico también aquí se debe evitar el riesgo de encontrar rastros del modo de producción esclavista, de nuevo, so pena de edulcorar el modo de producción capitalista «puro», presuntamente caracterizado por la asalari-

zación de la mano de obra-. La esclavitud histórica y, más ampliamente los procesos de colonización, para lograr cumplir con su capitalista cometido tuvieron no solo que subyugar físicamente a la población dominada, también se dispusieron dispositivos que incidieran en la producci ón de un cierto tipo de concienc

ia diferenciada, El negro africano que sop ortaba la dominación colonial era empujado a pensar, y a pens arse, de un modo subordinado. Es por eso que Fanon acaba e | que sabía que sería su último ensayo clamando por un «pensamien to nuevo» que contribuyera a «crear un hombre nuevo»”2, No vivía nada muy distinto el negro americano que sufría la discriminació

negro, Carmichael escribió: «Recuerdo que cuando niño solía ir los sábados a ver las películas de Tarzán. El Tarzán blanco derrotaba a los NEgros nativos. Yo me se ntab a y grita

ba “Mátalos”; y en verdad yo estaba diciendo “Mátame!” [.. .] Hoy deseo que el jefe de la tribu le dé una

329 Franz F; mica, 2001

: a. Méx ASS condenados de la tierr ico DF: Fondo de Cultura Econó ,

170

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6. La clase social más all de lo «cconómico»

paliza a Tarzán y lo mande de regreso a Europa»

. Valga este ilustrativo ejemplo para mostrar solo la punta de un iceber g que sigue flotando en nuestra sociedad. El combate específico contra el modo de conciencia especificamente Mw

.

.

subordinada en ocasiones se ha traducido en una impugnación general

de todo «universalismo». Frente a los proyectos político s modernos,

tachados de eurocéntricos, frecuentemente se ha mistificado la ima gen

de la cultura colonizada. Es el caso de una parte de la teoría postcolonial,

la cual ha caído, al menos en el plano estratégico, en la tentación esen-

cialista encontrando resistencias psicológicas presuntamente inherentes a la individuación capitalista en los pueblos no occidentales (especialmente en la cultura tradicional india). Estas teorías, una vez más car-

gando sus plumas contra el marxismo, acaban por renunciar a la posibilidad de un proyecto político global, que dé una respuesta unitaria al capital, bajo cuyo dominio nos encontramos, ahora sí, «universalmente» sometidos”. Pues es que, si ya durante el periodo más abierta

y generalmente esclavista nos encontrábamos un fenómeno capitalista, la cosa no cambió con su relativo declive.

Después de la abolición de ¡ure de la esclavitud en la práctica totalidad de los países, e incluso cuando esta desapareciese de facto en

muchas regiones, el origen étnico sigue llevando aparejadas especificidades importantes a la hora de insertarse en el metabolismo social. Continúa siendo un factor importante, el cual responde a un grado diferente del mismo fenómeno: la raza sigue siendo utilizada como marca para la provisión de un tipo determinado de mano de obra. Cox lo describe muy tempranamente: La explotación capitalista de los trabajadores de color, debe observarse,

los relega a empleos y tratos humanamente degradantes. Para justificar este trato los explotadores deben argumentar que los trabajadores son innatamente degradados y degenerados, en consecuencia naturalmente merecen su condición. Puede mencionarse de paso que la concepción de degradación de la clase dominante tenderá a ser la de todas las 339

Stokely Carmichael, «El poder negro», pp. 155-172 en Textos sobre el poder negro. Madrid: ] lalcón, 1968, p. 162.

a

331 Véase, en este sentido, Vivek Chibber, La teoría poscolonialy el espectro del capital, Madrid: Akal, 2013; María Luisa Femenías, «El feminismo postcolonial y sus límites», pp. 215-264; editado por C. Amorós y A. de Miguel, Teoría feminista.

de la ilustración a la globalización. Vol. 3, Madrid: Minerva, 2010, 171

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Cuestión de clase

personas de la sociedad, incluso la del propio explotado; y el trabajo

realizado por personas degradadas tenderá a degradar a las personas superiores que intenten realizarlo?”

Balibar, describiendo lo que llama el «racismo de clase», traslada esta

misma idea de manera tal vez más precisa:

Esto es lo que propone el racismo de clase, tanto por lo que se refiere a la clase dominante como a las clases populares: marcar con signos

genéricos poblaciones destinadas colectivamente a la explotación capitalista, o que deban permanecer en reserva para ella a partir del momento en que el proceso económico los arranca del control directo del sistema (o que, sencillamente, el paro masivo hace inoperantes [... otros] controles). Para mantener «en su sitio» generación tras ge-

neración a aquellos que carecen de un lugar fijo tienen que tener por lo menos, una genealogía. Hay que unificar en el inconsciente colectivo los imperativos contradictorios del nomadismo y de la herencia social, la domesticación de las generaciones y la descalificación de las resistencias?”,

El estigma que acompaña a la población negra lleva consigo el que-

branto de relaciones de solidaridad generales de la clase trabajadora y la incorporación de una parte de ella al capital en unas condiciones altamente precarias. Se convierte a un colectivo étnico en el receptáculo naturalizado de una serie de juicios que se retroalimentan con la aten-

ción a algunos de los más oscuros designios del capital. El «negro», como también el «gitano» o el «judío», es una construcción que responde a unas condiciones sociales de existencia y, más que eso, a unos reclamos

históricos específicos de la acumulación. Era eso lo que también Mariátegui consiguió atisbar cuando afirmó, desde Perú, que el «problema

del indio» no era una cuestión moral, de educación, si siquiera racial, sino económica**, Como mucho más recientemente afirma Sartelli, un negro no es esclavo por ser negro, sino que es negro por ser esclavo: si 332 Oliver Cox, Caste, Class, €S Race, Nueva York: Monthly Review Press, 1959, p334, trad. nuestra,

333 Étienne

Balibar, «El racismo de clase», pp. 313-34 en Raza, nacióny clase. Ma-

drid: Iepala, 1991, p. 326.

334cn

Mariátegui, Antología, Madrid: Ediciones de cultura hispánica, 1988, PP:

172

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6. La clase social más allá de lo «económico,

el tono de piel se torna un factor deci sivo ( y NO así, por ejempl o, el color de ojos o cabello) es por las relaciones sociales en que se insc

ribe

: cantes de la aparición de la esclavitud e apitalista, el co lor de piel no era moti vo de desprecio o consideració ne gativa»”, La población n

obrera sobrante, entonces, puede llegar a ser reco nocida a simple vista por sus atributo fi siológicos y hereditarios. La discri mi

s

nación racial se asienta sobre determinacione clasistas, brin s dando al capital el medio para la satisfacción de algunos impe rativos de la producción de plusvalía absoluta. Y, como le ocur ría a la discriminación sexual, cabría

esperar que encontrase sepultura con la superación del modo de producción capitalista.

Antes de dar conclusión a este punto, conviene incidir en que el

paralelismo que trazamos entre discriminaciones que brot an de la raza y que lo hacen del género no debe llevarnos a pensar que se tratan de sistemas en realidad paralelos, independientes. Todo lo contrario. Gra-

cias al ya clásico libro de Davis, muchos nos informam os acerca del

papel central que la esclavitud había jugado en la producción de la feminidad negra**; gracias también al ingente trabajo de la divulgación feminista nos hemos percatado de que existen «cadenas globales de cuidados», que unas mujeres pueden liberarse del trabajo en el hogar al delegarlo en mujeres migrantes; y así podríamos seguir. La clave, de nuevo, está en evitar caer en la tentación de ver el problema como una

serie de esferas o vectores que se suman o combinan, ni siqu iera se

articulan, Es así como lo hace la noción, hoy muy traída, de «intersec-

cionalidad», la cual ha sido acertadamente criticada como una «am-

pliación de la teoría de los sistemas duales» como el aplicado por Hartmann o, a su modo, Fraser”, No aspiramos a situar cada persona cn una matriz de opresiones —con la individuación que eso puede aca-

"réar=, sino a contemplar esas opresiones como partes integradas en Un todo. La raza, como el género, ambos en la sociedad clasista, cons-

tituye un elemento inseparable del resto en un proceso de producción de mercancías que produce a su vez subjetividades que se presentan

como naturalmente degradadas.

335

Sartell;

1

..

e

.

,

y 24 cajita infeliz. Op. cit., p.574. ] 3 6 Angela Davis, Mus baca) clase. Madrid: Akal, 2005, cap. 1 Bevond Inter37 £wis, La política de todes, Of. cit., p. 300; también Lise Vogel, «Be) sectionality», Science ES Society 82(2):275-28 7, 2018,

173

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Cuestión de clase

Obreros y estudiantes... ¿Unidos y adelante? Pensar la posición de clase de los estudiantes debe partir de enfrentarse,

como lo era en casos anteriores, a su forma de inserción en el metabolismo social. ¿Qué es lo característico de este colectivo?, debemos pre-

guntarnos. Y la respuesta pasa por avanzar sobre lo que implica estudiar.

Estudiar es un tipo de trabajo destinado a la producción de la propia fuerza de trabajo de una manera muy particular: apropiándose de conocimientos y conductas que el día de mañana permitirán contribuir a

la valorización del capital**. En ese sentido, todo estudiante, en tanto

estudiante y, por ende, trabajador, podría ser considerado miembro de

pleno derecho de la clase trabajadora. Cabe la posibilidad de que tras sus estudios emplee su trabajo no para valorizar un capital ajeno, sino el suyo propio. Esta posibilidad no cambia, sin embargo, las cosas: los estudiantes, en su abrumadora mayoría, como dictan las tendencias generales ya analizadas, lo que están generando es una capacidad de trabajo que será encauzada a través de la puesta a disposición, en el mercado, de un tercero (esto no implica que aquellos situados en una

familia burguesa no puedan participar, como lo hacían las amas de casa, de tales determinaciones).

La controversia más frecuente deriva, por su actividad política, del

estudiante universitario. Sobre ese colectivo han corrido ya ríos de tinta, llegando a adoptarse posiciones muy diversas acerca de su posición de 338 «Estudiar implica un gasto de fuerza de trabajo, pero uno que no tiene por objeto inmediato la producción de valores de uso para otros, sino la producción de la propia fuerza de trabajo del individuo. En consecuencia, sus determinaciones

caen dentro del terreno del consumo individual en que los obreros se producen

y reproducen a sí mismos. Y como es siempre propio de este terreno, el consumo individual de los obreros es al mismo tiempo el proceso de producción de su

mercancía, la fuerza de trabajo. Por lo cual, los estudiantes se enfrentan a la

contradicción propia de todos los productores de mercancías: el producto de su

trabajo es un no valor de uso para sí, y debe ser un valor de uso para su potencial comprador. Y en el caso de la fuerza de trabajo, su comprador es el capital (ya

sea un capital individual, o el representante político del capital total de la socie” pla esto es, el estado), [...] De modo que los estudiantes se enfrentan siempre 4 oi e que, así como al avanzar en el conocimiento de sus determi-

esarrollan su libertad como personas humanas, el producto de este proceso los enfrenta a ellos mismos como una potencia social que material les es ajen Le que se encuentran sometidos, esto es, como capital». Juan Iñigo Carrera,

a Jornadasde Ponsamiemo Cotos paa eminario qu, presentación Internac! atinoamericano-S nal REDEM-SEP LA, Universidad Nacional de Río Cuarto, 2013, p. 3.

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6. La clase social más allá de lo «e conómico»

clase y de la naturaleza de su lucha, Inicialme

pasado, eran vistos como protointelecutales, c

¡ respecto a la clase trabajadora. Intelectuales con estudios universita rio: como Kautsky recelaron de la vocación política de los jóvenes de su época. Con el tiempo, el colectivo creció albergando cada vez más individuos de extracciones humildes y fue despuntando en lo que a su actividad política se refiere, con ello el debate se recrudeció. El hito fundamental fueron las protestas de mayo de 1968. Ante ellas, hubo quien, como Mar

cuse, depositó grandes esperanzas en ellos, situándolos, junto a las luchas «tercermundistas», en una posición de vanguardia ante el atolondramiento de los asalariados occidentales ?*”: ; pero también quien los despreció por el distanciamiento de sus consignas resp ecto de la producción, uno que, para ciertos intelectuales francese s, les conduciría,

como a algunas capas intelectuales, a un «reformismo utópico», Sus demandas, cierto es, eran ejemplos claros de lo que Boltanski y Chia-

pello llamaron la «crítica artística», más preocupada por la enajenación y el universo de la cultura que por la explotación asalariada?*!.

El movimiento de estudiantes se ha caracterizado, además de por la juventud, por lo efímero y pasajero de la etapa vital que vincula entre sí a sus miembros, también por la capacidad de organización que brinda su aglomeración en las instituciones educativas. Hechos que seguramente han condicionado fuertemente rasgos típicos como el adanismo o su repliegue sobre sí con tal de tratar de conservarse. Estos y otros rasgos deben ser vistos como especificidades debido a su peculiar posi-

ción de clase*”, Confluían una serie de factores que hacían de los ciclos de lucha estudiantiles una muy particular forma de lucha de clases,

diferente y en ocasiones insolidaria respecto a la lucha de sus mayores,

pero lucha de clases al fin y al cabo (no pasemos por alto la relación 339 Y, ej, Herbert Marcuse, El final de la utopía. Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, p.23, o ]

340 Vease Lagrange, «Técnicos y tecnócratas». Of. cif., p. en Aintolue Casaca LO La evolución de las ideas entre los intelectuales asalaria race La proletarización del trabajo intelectual. Madrid: Alberto 122-249,

, pp.

Corazón,

o

Ae

341 Luc Boltanski y Eve Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo. Madrid: Akal, 2002,

342 Algunos de ellos fueron apresuradamente estudiados por los comunistas en el paa : ' Barcelona:a: o le; ar 3, PR pp.368-374; 68, f., Eric]. HMobsbawn, : Revolucionarios. en hp

aa 010. Rossana Rossanda, «Jos estudiantes como sujoto po Sur, Ocean losofíay revolución en los años sesenta. México DF;

, 175

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(

.. z estr9n

, 1-94

.., cdast

también di

ones acrónica entre el movimiento estudiantil y las organizacique a

en lo vasos A políticas obreras, entre las que hubo reivindicareclutamiento de militantes y cuadros se trataba). Tras las

las transforciones de los estudiantes estaba presente una pugna contra

de maciones que acaecían en la universidad, esto es, en su centro ejemplo, la apertura producción de fuerza de trabajo**. Al demandar, por

la educación de los departamentos, al señalar la mercantilización de

ón superior o al exigir más O mejores becas se estaban poniendo en cuesti En las condiciones en que ellos producían su subjetividad productiva. definitiva, como escuchamos decir una vez al profesor Juan Kornbliht, la consigna «¡obreros y estudiantes, unidos y adelante!» en rigor debería sustituirse por «¡obreros que venden su fuerza de trabajo y aquellos que

la producen, unidos y adelante!». Claro que no resulta tan rítmica ni seductora.

La locura de clase y las clases de locura La locura, aunque la ciencia psiquiátrica nos haya querido convencer en ocasiones de lo contrario, es una condición humana histórica**. En tanto la conciencia «normal» está determinada por los procesos de pro-

ducción social en los que participa su portador, no puede esperarse cosa distinta de la conciencia «anormal». La conciencia entendida clínicamente como enajenada no deja de ser una expresión singular de la conciencia enajenada en la mercancía. Entre el ingenioso hidalgo manchego que concibió Cervantes y el paciente interno de la moderna institución para enfermos mentales media una distancia insalvable: tanto los cánones de normalidad como las formas de lidiar con sus trasgresores

le son propios a cada modo de producción. No es ya que la demencia

sea un «constructo social» entendido de manera subjetivista, atendiendo

0 pit Ia

A sociedad percibe socialmente una conducta alocada, a alocada misma es toda ella un producto histórico: j . producción de la locura, su percepción y su tratamiento SON

343 $

pad Ernest M.

*

]

interés Manuel Sacristán, «La universidad y la división del trabajo» de Intervenciones políticas. Vol. 3. Barcelona: Icaria, 1985; también

344 Buena ro cr El capitalismo tardío. México DEF: Era, 1979, p. 259. pollo aquí sintetizado se corresponde con elpresento o Jesús ñ de Pensar desde abajo, rn

la sociedad

de productores

enajent

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6. La clase social más all4 de lo «económico»

momentos inseparables entre sí y -ya se habrá habitado el o la lectora

a este tipo de asertos— del modo en que se rige el metabolismo social

de la sociedad de clases. Por ese motivo resultaría iluso tratar de buscar

en esquizofrénicos o en algún tipo de «proletariado libidinal» (como se

buscó en las capas más degradadas del proletariado) exteriores, «líneas

de fuga», respecto de la racionalidad capitalista**,

En los trastornos mentales se observa, de hecho, la pluralidad de subjetividades obreras. Es bien sabido que los diagnósticos y terapias

varían por barrios. Goftman, en uno de los primeros y más interesantes

estudios acerca de los internos en hospitales mentales, acierta a ver que el psicótico es tolerado por su entorno de residir en una casa, pero resulta

más difícil de aguantar (y por ende más propenso a la internación)

cuando se convive en un departamento”, De igual modo, el género o la raza, como determinaciones clasistas, son fundamentales. No tenemos

más que evocar el papel represivo que jugó la histeria y otros «desórdenes» para la liberación de la mujer. Tampoco habría que pasar por alto estudios, también claves, como los de Fanon, quien, como psiquiatra, acertó al situar los trastornos de los colonizados y colonizadores como

productos del proceso de descolonización*” (el cual no dejaba de responder al movimiento mundial de la acumulación capitalista). Incluso en nuestros días es todo un fértil campo de producción científica las dolencias psicológicas provocadas por las dinámicas de interacción y,

especialmente, evaluación propias de la vida estudiantil. No buscamos igualar todos estos fenómenos, tan solo queremos poner de relieve lo ya apuntado: la enfermedad mental moderna se afirma y niega a resultas del proceso de producción social y, específicamente, de clase que domina el capital. Podríamos extender el argumento afirmando que, en realidad, toda enfermedad (mente y cuerpo convergen como atributo productivo) es un producto histórico. La sonada controversia en relación a lo escurri-

dizo de la noción de salud bien podría avalarlo. Sin embargo, debemos plantear algunas salvedades, especialmente para con el concepto de «salud mental».

345 Véase Slavoj Zizek, Viviendo en el final de los tiempos. Madrid: Akal, 2012, p. 317; y, sobre todo: Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Valencia: Pretextos, 2004, passim. 346 Erving Goffman, Internados. Buenos Aires: Amorrortu, 2012, p.142.

anon, Los condenados... Op. cif., cap. 5.

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Cuestión de clase

La trasposición de la nomenclatura médica al campo de la conciencia ha sido una exitosa estrategia de ciencias, en realidad «sociales», como la psicología o la psiquiatría, para acogerse a la naturalización que Ja

impregna. La autoridad que acompañaba a esta jerga resultó fundamen» tal para atender las cambiantes necesidades del capital, Este hecho se puso de manifiesto especialmente entre los años 60 y 80 del siglo pasado, periodo en que desde diferentes ángulos se denunció el uso de la ciencia

como pretexto para todo tipo de encierros. La psiquiatría, la ciencia de la locura, dejaba traslucir la locura de la ciencia. Gracias a la «esquizofrenia», cajón de sastre para englobar aquellos comportamientos más

extravagantes, se consiguió apartar a grupos de población sobrante que no eran susceptibles de transitar la senda judicial**, Asilos y cárceles, inyecciones letales y farmacológicas, sillas eléctricas y de electrochoques... No resultaba difícil encontrar una continuidad entre ambas

formas de reclusión de personas incapaces de encontrar un modo de incorporarse satisfactoriamente en la sociedad y que resultaban poten-

cialmente disruptivas. El delirio y la delincuencia no dejan de ser, frecuentemente, salidas hábiles para sobrellevar unas condiciones ciertamente desfavorables. Pero no es necesario ir tan «lejos» para percatarse de las ventajas que para la acumulación del capital representa el entramado de ramificaciones que forma el «psistema», Según el entorno de clase que frecuentemos hoy encontraremos unas

u otras formas de expresión de la creciente psicologización. Más que la neutralización fisiológica o la destrucción psíquica, a la que solo llegarán

algunos casos relativamente excepcionales, la prioridad del capital será

la manutención de la adecuada condición de (potencial) productor de

348 «No tener una fusión activa o pasiva en la producción o rechazar (por propia elección o por necesidad) la funció de consu midor deta ideología científica más apropniadatirsetiempo en algo que debe -a ,través sea, alconver mismo una

confirmación de la norma y de sus [...]l (en blema real que eviden El inada cia el punto paráme débil tros, del capita como a pro” tantoptado que rechaz $U$

valores o expresa su parcial inoperancia) debe convertirse en el problema de

de todo pro” de las características ideológicas reales el sentid lema tado, científenico”, piadap que oreclam a técnicas e ideologías adecuadas para resolver o» Franco y Franca Basaglia, «La enfermedad ¿l eulacrla 0 ideología de la y eu doble», PP- 08-69 ? Barcelona: Anagr _ re psiquiatras —Laing-locura ppa ogos -Goffman-=ama, io ; desde1972, el rc sien ueault- al existencialisociól smo -Cooper=; desde Estados Unidos .al. Una a astel=, surgieron voces condenatorias paño 4 general al respecto puede encontrarse del orden manlcon all en Franco Basaglia e£ 4% 4 locura. Mérida: Irrecuperables, 2021.

178

dl

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6. La clase social más allá de lo «c conómico»

usvalía. Vivimos el boom de la psicop atología, en el que la noción

d

enfermedad y locura se diluyen, fundiéndose con la normalidad, Cada

malestar deviene trastorno, y para cada trastorno hay un tratamien to, Tenemos un inmenso abanico de Opciones con las que remienda, sin enmendar, los estragos que ocasiona. Si no encuentras cómo sobrevivir debes reenfocar tu vida; si tu jefe te persigue, acude a un profesional: si no consigues concentrarte o no puedes descansar, hay una pastilla para 1", Existen soluciones ajustadas casi a la perfección para cada estrato de cada clase, todo del modo más reaccionario posible, a saber, individualizando los problemas al tiempo que se alimentan negocios, cada

cual más millonario que el anterior: pocas librerías esquivan la epidemia

de la autoayuda; apenas hay barrios sin un psicólogo disponible, y los

podemos encontrar de todo talle, del psicoanalista al cognitivo-conductual; y, si fuera conveniente, se recurrirá al psiquiatra, quien nos ofrecerá

el complemento farmacológico ideal para el desempeño de nuestra actividad... De este modo se van materializando ante los ojos, y para las delicias, de los psicólogos lo que son bromas comunes en su gremio: «un

usted sabe de alguna persona cuerda, tráigamelo para que lo trate».

A

ds

paciente sano es aquel no lo suficientemente bien examinado» o «si

psi en A 349 Para un elocuente análisis acerca del papel de las disciplinas sus (más que discutibles) fundamentos, véase: Nestor A. eo

e a

ae

logía: ideología y ciencia, México DF: Siglo XXI, 1976; José L. Redrla de (ed | » j Sn pr lvaro (eds.), Antpsychologicum. Barcelona: Virus, 2006; Roberto , og a es Raco ermo Guill Contr apsicología. Madrid: Dado, 2016;

"eza mental y desorden neoliberal. Mérida: Irrecuperables, 2022.

179

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Tercera parte Ciudadanía y acción política de clase Para el proyecto comunista

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Capítulo VII.

Estado, derecho y ciudadanía

en la sociedad de clases

Será el propósito del presente capítulo introducir las determinaciones

de carácter político, aquellas referidas a la organización de la vida pública a través, fundamentalmente, del Estado. Hasta este momento, aunque

no es una cuestión que haya pasado desapercibida, pues para abordar algunas problemáticas resulta imprescindible tener presente esta institución, no hemos tenido la oportunidad de tratar el problema de forma sistemática. Es más, se vuelve imperativo hacerlo si aspiramos a dar cuenta de la vinculación entre clase y ciudadanía: a fin de cuentas, esta

última es una relación que se establece en y frente al Estado moderno.

No tenemos más remedio que pasar por la pregunta de qué es el Estado, qué lo define y caracteriza.

El Estado, forma política del capital social Nuestra apuesta es describir el Estado moderno como la «forma política

del capital social». Esta locución de origen marxiano, «forma política»? de origen marxiano nos sirve para verlo como la expresión genuinamente política, que involucra al conjunto del metabolismo social de modo coactivo, no de un capital particular u otro, ni siquiera de toda la clase capitalista, sino del capital como sujeto rector del metabolismo 350 Marx, El capital... Libro II. Op. cit., p. 799. 183

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Cuestión de clase

social en su totalidad. El capital social, hoy expresado como la reunión

de intereses de los capitales privados, debe mostrarse independiente-

mente de ellos con el fin último de dar continuidad al proceso de pro-

ducción de plusvalía. Para ello, toma cuerpo en una entidad aparentemente situada por encima de cada dinámica de valorización aislada, pudiendo

intervenir sobre ellas en pos de potenciar, limitar o mantener la relación social general en un territorio determinado. De ahí surge la necesidad de su mistificación, aquella que notamos al escribir su nombre con ma-

yúscula. Cuando actúa sobre un mercado, sea para ratificar la competencia o para cercenarla, lo que está en juego no es sino la necesidad del capital que, ora precisará liberalizar sectores, ora restringir la capacidad de acción

de los capitales privados que en él operan o pueden operar. También los servicios públicos se insertarían en esta racionalidad, la de responder a

las exigencias de la producción y consumo de mercancías. Así encarado el problema, nuestra propuesta encuentra grandes similitudes con los planteamientos generales de algunas contribuciones presentes en el llamado «debate de la derivación». Autores como Altvater o Miller y Neusúf captaron, allá por los años 70, las palpables transformaciones del Estado respecto a la institución que Marx, Engels o Lenin habían conocido. Serían quienes se percataron de que no tenía sentido ver la esfera política como algo ajeno a la acumulación, al menos una vez constatado el hecho de que esta última requiere de su intervención para consumarse. Desde la creación (en el proceso de «acumulación originaria») y reproducción de la fuerza de trabajo hasta la mismísima puesta en circulación del equivalente general, por hablar solo de las que serán las dos mercancías más significativas, dependen directamente de la acción del aparato estatal. Constatar estos hechos y ponerlos en una relación de

interioridad con el corpus de la crítica de la economía política constituye, a nuestro juicio, la gran contribución de debate derivacionista?*,

Existen, no obstante, elementos a criticar de esta concepción, que se presentan con mayor o menor centralidad o recurrencia según el autor al que hagamos referencia. Es bien cierto que, metodológicamente, ten” dieron a colocar en una posición preeminente los conceptos, algo que

denotaba una ruptura con el método dialéctico marxiano'”, También

lo es que el grueso de los autores que participaron en este debate 3

ue . encontrarse . una .. * . 51 Puede amplia, selección de textos de esta discusión en Joachi in

y capital, Buenos Aires: Herramenta, Dado, 2020. (eds.), Estado et al. Carrera, 35 Véasee Iñigo 352 El capital... Op, cit., p. 100 n. 184

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7. Estado, derecho y ciudadanía en la sociedad de clases

extrajeron la siguiente conclusión política: «si e] Estado es un compo-

nente integral del modo de producción capitalis ta, ento nces todos los intentos de abolir el sistema con su ayuda fallará n, lo que implica también que todas las intenciones de revolucionar la socied ad capitali mediante una “conquista” del Estado están destinadas a] fracaso» sta %, De que el Estado forme parte del capital se deduce, a nuestro Juicio injus-

tificadamente, que no puede ser objeto de la acción política revolucio-

naria”*, Ninguno de estos problemas, sin embargo, debe llevarnos a

descartar de plano sus planteamientos. La cuestión es percibir el Estado

moderno como un órgano vital, consustancial e inmanent al e modo de

producción capitalista, aquel destinado a mantener las condiciones ne-

cesarias para que el valor continúe dando lugar a nuevo valor y este

último haga lo propio; propósito que puede llevarle a hacerse respon-

sable inmediato de una parte, y hasta del conjunto, de tal producción. Esta caracterización, aparentemente abstracta, supone un salto cualitativo respecto a las alternativas marxistas y no marxistas.

La clase de los trabajadores de la administración pública

Para cumplir con el cometido recién apuntado, el Estado requiere, en primer lugar, aparecer como algo exterior y contrapuesto, a la vez que superior, al mercado, de tal modo que pueda intervenirlo haciendo uso de una cierta capacidad de sanción. Pero también necesita, para funcionar, apropiarse de una parte del valor que extrae o produce, entre otras cosas, pero sobre todo para mantener la mano de obra que trabaja para

él. Como le pasaba al capital en el resto de sus expresiones, precisa de

la mediación de personas haciendo uso de su capacidad de trabajar, Personas que actúan con tal de recibir una asignación en la forma his-

tóricamente específica de salario. Entre la administración pública y sus

empleados se establece una relación idéntica a la de cualquier otro

asalariado con su empresa: se cumple con una serie de tareas con vistas

a recibir un estipendio. A fin de cuentas, sus empleados venden su fuerza de trabajo, pero no a un capital particular para que se valorice, 353 Joachin Hirsch, «Retrospectiva sobre el debate», pp- 21-28 en Estadoy capital. 354

Op. cil,, p.

23.

4

Lo mismo se dijo de la clase trabajadora desde la intelectualidad a

.

ta

ger-

E

mana: recordemos que, para la Wertkritik (crítica del valor), poco po 0al 4 ital. se de un conflicto, como el de clases, por ser este un momento intern

Pp

185

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Cuestión de clase

sino a la forma política del conjunto del capital social para dar conti-

nuidad e impulsar el proceso general de producción de valor. La institución a cargo de la explotación del conjunto de la clase obrera se hace responsable directa de la reproducción y organización inmediata de, al

menos, una parte de ella. Este punto ha pasado desapercibido o se le ha presentado deformado a una buena parte de las teorías de las clases sociales. Tan solo en el devenir de la obra de Wright se presentan al menos dos maneras de privar al trabajador público de la condición de clase obrera: estratificando a los empleados del Estado en función de su poder, primero, y vinculán-

dolos a una suerte de modo de producción diferenciado, después. Se vacilaba entre repartir los empleados públicos entre las clases preexistentes (burguesía, clase obrera y «posiciones contradictorias») o hacer de ellos una clase social diferente estratificada en su interior (que sería la opción por la que se optaría para las sociedades de tipo soviético)",

Las dificultades se multiplican cuando se mira específicamente a los no pocos órganos destinados a tareas coactivas o de «dominación»: policía, ejército, judicatura, mandos intermedios o altos, etcétera, pero

también buena parte de quienes componen los «aparatos ideológicos»

a los que se refiriera Althusser: maestros, periodistas, etcétera%, A mu-

chos intelectuales que compaginaban su pensamiento con la militancia activa se les hacía difícil tomar como congéneres al represor y al reprimido, al antidisturbios y al organizador del piquete, al fiscal y al reo o al carcelero y al preso (tampoco al estudiante y al profesor o al loco y al psiquiatra). Si tenían inconvenientes a la hora de incluirse a sí mismos como intelectuales en la clase trabajadora, ¿cómo no iban a tenerlos para

incluir a quienes se dedicaban profesionalmente a, pongamos por caso,

golpear manifestantes, abrir fuego contra insurgentes o incluso torturar

detenidos? En realidad se trata del mismo problema que encontrábamos

al mirar a los responsables de «recursos humanos», el capataz, vigilante

u otros Órganos coactivos del obrero colectivo de la empresa privada. El

A

de que en su nómina vaya el tener que contener el precio de la

bas

de trabajadores —condición

ol nr que pre gn

que ]

Ea pa os mc

sal

. Si

en agentes progresistas entiéndase m UD Diez > ndase como se entienda eso—. Son 355 Wright, Clase, crisis y Est ado 356 Althusser, La f iosofía

Op. cit., pp. 88-90; Clases. Op. cit.,

++ Op. cif., pp. 106-08,

pp

p. 95, 229-232:

186

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Ñ 7.«EE stado, derech o y ciud adanía en la sociedad de clases

miembros de la clase obrera, provenientes por lo general de sectores de la misma, y cuya diferentes conciencia, mo

ralidad incluida, está producida de tal modo que les imposibilit * CXperimentar rela ciones de solidaridad con otros miembros de la mi sma, Acerca de la concepción transhistóri ca del Estado

Se habrá notado que, como hicimos con la s clases, restringimos el uso del término Estado para la institución qu e, mutatis mutandis, hoy conocemos. Esta dista de ser la única opción disponible, ni siquiera la más

concurrida: lo usual es comprender el Estado com o una institución que tiene un origen remoto y, con sucesivas variaciones de mayo r o menor

calado, ha acompañado a la humanidad hasta nuestros días. Esa vocación transhistórica está presente al menos desde las aproximaciones contractualistas. Para los pensadores clásicos de esta problemática, el Estado surgía como consecuencia del despliegue y cont radicción

de fuerzas inherentes, naturales, al ser humano. Dos ejemplos de esta concepción —que aquí analizaremos de un modo conscientemente su-

perficial- son, desde posiciones usualmente planteadas, y no sin parte

de razón, como opuestas, Hobbes y Rousseau. Ambos por igual, sin

embargo, se remiten a la naturaleza humana para explicar la aparición y pervivencia del Estado. Para el primero, la inclinación a la parcialidad, orgullo o venganza del ser humano nos llevaría a delegar nuestro derecho a gobernarnos a un «hombre o asamblea de hombres», a condición de que los semejantes hagan lo propio; esá sería la forma en que se mantendrían a raya tales defectos inherentes ala especie humana”, El segundo colocaría la libertad como un atributo inherente al ser humano para, acto seguido, sugerir que su salvaguarda requiere encontrar an forma de asociación que defienda y proteja de toda la pera corn a

persona y los bienes de cada asociado, y por lacual, unién

nie

* todos, no obedezca, sin embargo, má _ y ón cana como . antes»; ese prob lema encontraría su solució 358 que diera sustrato a la voluntad general”.

o social

cásti de un Estado eclesiástico y 357 Thomas Hobbes, Leviatán, o la materia, forma y poder

civil. Madrid: Alianza, 1999, p. 156 . Del contrato social: Discursos.

38 Jean J. Rousseau,

id: Alianza Alianza, 1985, Pp p . 22-23. Madrid:

187 Escaneado con CamScanner

Cuestión de clase

Basten estas gruesas pinceladas para situarnos en el marco ¡ ntelectya] de la Ilustración temprana, en el que se movieron los aut Ores de la

modernidad. Este marco más allá de la voluntad de sus próc de cuentas, investiría de una pátina de misticismo al Estado: este reposaría nada menos que sobre la esencia del ser humano, Por ello, desde

las coordenadas anarquistas y socialistas se trató de polemizar directamente con él. Bakunin arremete con dureza contra los «metafísicos, que llegan a la conclusión de que

el hombre solo puede unirse a la sociedad a costa de su propia libertad, de su independencia natural, y sacrificando primero sus interes es personales y locales. Tal renuncia y auto-sacrificio son, por ello, tanto

más imperativos cuantos más miembros tenga la socied ad y más compleja sea su organización. En este sentido, el Estad o es una expresión

de todos los sacrificios individuales. Dado este origen abstracto al mismo tiempo que violento, el Estado ha de restringir cada vez más en nombre de una falacia llamada «bien del pueblo», que en realidad representa exclusivamente el interés de las clases dominantes. Por lo tanto, el Estado aparece como una inevitable negac ión y aniquilación de toda libertad, de todos los intereses individuales y colectivos,

Los socialistas, a través de la pluma de Enge ls, también desafiaron —en su caso frente a las deificaciones heg elianas— este tipo de construcciones

ideales: «el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la socied ad; tampoco es “la realidad de la ide a moral”, ni la imagen y realidad de la razón”»; sería más bien un producto de la socieda d cuando llega a un grado de desarrollo d

eterminado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado En una irremediable contradicción consigo misma y está

dividida

Por antagonismos

irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con inteEconómicos en Pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a"e5es la soOc ciiedad en» una lu cha estéril,¡ se hace necesario1 un pode ”APATen ENtemente por r sit ado enci; ma de la socied ad y llamado a amortiguar el 0que, a Ma 1

359

188

M;

.

£

ntenerlo en los límites del «orden», Y ese poder, nacido

Jal Bakunin, Escritos de filo sofía política. Vol. 2. Madrid: Alianza, 1978, P* j

il

:

.

.

5.

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7. Estado, derecho y ciud adanía en la sociedad de e] ases

de la sociedad, pero que se pone por encima de ell boreal de divorcia se y a ella más y más, es el Estado*,

Más que el crecimiento demográfico o la complejidad —COmMO creyó Rousseau'—, para el materialismo histórico sería la div isión clasista la que daría pie al surgimiento del Estado, que sería el ins trumento de la clase dominante para preservar su dominio?*?. D entro de esta visión se destaca la importancia de los cue rpos represivos, «destacamentos especiales de fuerzas armadas, cárceles, etc.» escribier a Lenin**; que se constituyen, junto al carácter territorial, como el hilo conductor del concepto de Estado a lo largo de la historia. Si algo tenían en común el Estado de la antigúedad y los modernos era que servían para que un

grupo específico, una clase social, conservara el poder ejerciendo la coacción sobre otros grupos que trataran de alzarse. En este sentido, de la misma manera que, según £/ manifiesto, hoy «el poder público viene a 360 Engels, El origen de la familia... Op. cit., p. 242.

361 Rousseau, Del contrato... Op. cit., p. 250.

362 Creemos que hay razones para remitir esta vocación transhistoricista más a la

obra de Engels que a la de Marx, aunque seguramente haya destellos en ambos sentidos en sendos trabajos. Es significativo que en el prólogo a El dieciocho Brumario podamos leer cómo Engels atribuía a su compañero el haber descu-

bierto «la gran ley motriz de la historia [...] de acuerdo con la cual todas las

luchas históricas, ocurran en el terreno político, religioso, filosófico o también ideológico, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de luchas de clases sociales, y que la existencia y, por tanto, también, las colisiones de estas clases están a su vez condicionadas por el grado de desarrollo de su situa-

ción económica, por el modo de su producción y de su cambio, ell por ésta» (en Marx, El dieciocho... Op. cit. p. 217). Paradójicamente, en el prólogo a la misma obra que escribió el mismo Marx, lo que se enfatiza es la «definitiva diferencia entre las condiciones materiales, económicas, de la lucha de clases

antigua y moderna» (1b:id., p. 214). En los trabajos de Marx no hay q ale do al descubrimiento de leyes de carácter transhistórico a través de las cu Puedan realizarse afirmaciones tan categóricas como las de Engels, y no a: que se deba a su, por otro lado, escasa, humildad. De hecho, en 0 de A

dada, no por casualidad, en la mayoría de los compendios realiza lación dos xismo canónico— llega a afirmar que la única forma de luego, [...] fenómenos es estudiando sus «formas de evolución y comp Í dea A lasbeorlE Pero nunca se llegará a ello mediante el pasaporte universa nes histó(Karl uco-filosófica general cuya suprema virtud consiste fi silos de 1877». MarÁarx, «Carta al director de Otiechéstvennie Zapiski, e /001877 htm», consulÉ Xist.org; dre

En

Bordig. a, «Para la constitución de los consejos obreros en Ital ia», pp. 98Debates sobre los consejos de fáb

rica, Barcelona: Anagrama, 197 5, pp- 99, 108.

la Rusia soviética, no puede decirse qué («Prólogo», en Debates sobre los consejos..- 02 vez l pudiera decirse Ppque 11-54 Gramsci abanderaba un primer espiritu

fuera más «len inista»

cil., p. 44),

Ta

revolucionar 10, teóricamente leniniano, ceñido a la letra de El Estadoy la revolú-

ción; pero q ue Bordiga era más congruente con la experiencia postrevolucion?” or la que apostaba por una mayor institucionalización.

Fa, razón p

238

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9. La democracia, el «gobierno del pueblos en disputa

cizquierdista» por Lenin en 1920 por sus posturas abstencionistas en el seno de Partido Socialista”,

Aquel debate tocó su fin apenas dos años d espués de su comienzo, tan pronto como concluyó el biennio rosso, y poc O antes de que los rivales

confluyeran en la formación del Partido Com unista de Italia, del que

Bordiga sería secretario general y L'Ordine Nu ovo su Ór gano de propaganda, bajo la dirección de Gramsci. La lín ea y progra ma de la 111 Internacional (que ya había estado enfrent ada al sardo por boca de Niccolini) prevaleció hasta su ilegalizació n en 1925 por el régimen fascista.

El debate tuvo un fuerte rebrote en Italia años despu és. Para enton-

ces, estamos ya en 1970, acontecimientos tales como la influyente revolución cultural, las revueltas del 68 o la respuesta soviética en Praga se

vivían muy intensamente en un clima intelectual agitado. Todo ello tuvo consecuencias para un Partido Comunista Italiano que, a punto de ser capitaneado por Berlinguer, estaba —junto al grueso de sus homólogo s europeos— dispuesto a navegar tranquilo y confiado por un cauce electoral que parecía favorable. Un grupo de destacados militantes críticos del partido publicaron un mensual, llamado 77 Manifesto, donde se acusaba a la organización de haberse volcado en una línea parlamentarista.

La respuesta de la dirección ante las reticencias del grupo a retractarse fue su fulgurante destitución. En el rifirrafe de críticas y anticríticas, incluso Ingrao, representante de la entonces poderosa ala izquierda salió a descalificar a este grupo de díscolos por sus posiciones, nuevamente,

«izquierdistas». En la réplica lanzada por uno de los impulsores de la

publicación pueden hallarse trazos de un nuevo consejismo, deudor de las tesis de L'Ordine Nuovo, pero más radical si cabe: los soviet eran fundamentalmente unos organismos políticos para la

lucha por el poder estatal en un momento de crisis aguda de la sociedad [...]. Los consejos, en cambio, tal como los necesita actualmente

la revolución

en Occidente,

deben

presentarse

desde el

principio como instrumentos de crecimiento de un contrapoder social, órganos de elaboración de contenidos y soluciones alternativas,

instrumentos de formación de nuevas capacidades de gestión y, por

consiguiente, de hegemonía real de la clase obrera. Pero también 469 Vladimir l. Lenin, «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo», PP. 349-434 en Obras escogidas. Vol. 3. Op. cit,, p. 429,

239

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Cuestión de clase

vo contrario— a los aparecen sensiblemente diferentes =y por el moti

atribuía preconsejos obreros de L'Ordine Nuovo. En efecto, Gramsci ancisamente a los consejos obreros la función de crecer y afirmar, en tagonismo con el Estado existente, la hegemonía social de la clase obrera obrera. Pero basaba esta hipótesis en el hecho de que la clase como clase «productiva» se contraponía a la clase de los capitalistas,

reducida ya a una función parasitaria y socialmente superflua [...]. En

apila actualidad, los consejos, como órganos de un movimiento antic

talista de masas, deben al contrario partir precisamente de la crítica y de la contestación de la «conciencia de productores», no expresar «la fábrica y la actual división social del trabajo», sino la crítica de la clase a la fábrica y a la actual división social del trabajo*”.

Estos consejos actuarían como «órganos de un nuevo estado en formación», de modo que «más que formas integrativas de la democracia

representativa» serían «una forma superior y antagónica de constitución política»*, Además, esos mismos actuarían como «instituciones autónomas y políticamente unitarias de la clase obrera» que, situadas entre

las masas y el partido, evitarían que este último se tornase autoritario y burocrático”, Estas proclamas, aunque, al contrario que las de sus antecesores, no

acompañaban masivas ocupaciones de lugares de trabajo, sí que se nutrían de un descontento que ya había tenido la oportunidad de mostrarse

por estudiantes y algunos grupos de obreros fabriles. Recordemos que al «mayo francés» le siguió, tan solo un año más tarde, el «otoño italiano».

Nada de eso sacó a sus impulsores de una posición realmente minoritaria tanto en el terreno de la participación política a gran escala como de la discusión pública. Aunque nunca se llegó a constituir una organización marxista comparable al PCI mientras este se mantuvo en pie, otros

grupos sí consiguieron cierta relevancia en el debate público.

Aunque fueron varios y diversos los grupos que surgieron en los años

siguientes, entre ellos, por su relevancia, cabe destacar el autonomista,

cuyos postulados recogen buena parte del proyecto antiparlamentario e incluso antiestatista de la crítica por izquierda al PCI. Sin embargo,

470 Lucio Magri, «Parlamento o consejos (respuesta a Ingrao)», pp. 5-41 en Vía parlamentaria o vía consejista. Barcelona: Anarr:

471 Ibid., pp. 36, 38. 472

gjista,

Barcelona: Anagrama, 1977, pp. 33-34, .

e

í M; Luci na) Ara é ,50.103. de la teoría marxista del partido revolucionario. Madrid: ,

240

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)

). La democracia,' el «gobie; rno del pueblo» en disputa

así como puede decirse que L'Ordine Nuovo llevaba la impronta de un momento de auge de la lucha obrera e // Manifesto recogía el último

malestar por el pacto socialdemócrata, la autonomía irrumpe reflejando ¿su particular mancra, las transformaciones propias del «giro neoliberal que inciden sobre la estructuración y conciencia de la clase obrera.

,

»

«Pasados los años 70, la figura del trabajador industrial empieza a

desmoronarse y a confundirse con las innumerables figuras del trabajo

precario y del trabajo cognitivo», afirma Berardi. En ese contexto, el ¿utonomismo recoge las enseñanzas del operaismo, que a su juicio había descubierto que «hay una autonomía de la subjetividad social que no depende de manera determinista de la evolución de la producción, sino que evoluciona según procesos internos, autónomos en un sentido

pleno»”. Junto a este legado, toma el testigo del pensamiento francés

de los años 60 y 70, que inaugura el grupo Socialisme ou Barbarie —cuyo programa comenzaba proclamando, 4 la Gramsci, «Todo el poder

pertenece a los consejos de los trabajadores»"*- y abarca hasta el postestructuralismo. Tales influencias son las que empujan a una progresiva sustitución del proletariado clásico por conceptos como la multitud o

el cognitariado, ambos comentados anteriormente; y de la confrontación por la toma del poder del Estado por la potenciación de una multipli-

cidad de espacios relativamente independientes que encajaban mal que bien con las nociones foucaultianas o deleuzianas, entonces en boga, de resistencias micro o reticulares, ramificaciones rizomáticas, estructuras esquizoides, nómadas, etc. Lejos quedaba la idea del partido como por-

tador de los intereses clasistas. Toda una compleja envoltura embelesadora sostenida por un revival de la estrategia que varias generaciones

antes habían empleado de diferentes modos los socialistas clásicos y utópicos, también algunos anarquistas, para construir algo presunta-

mente mejor que la entonces incipiente —hoy debilitada condición de ciudadanía del Estado democrático, eso sí, por fuera del Estado democrático,

Los elementos que hemos destacado de esta discusión nos dejan

entrever que el problema del marxismo con la democracia es, en realidad, Un problema con los procedimientos de representación y no con la

13 En Sandro Mezzadra, Christian Marazzi y Franco Berardi, «Balance Pa el POst-operaismo en Italia», pp. 293-304 en El impasse de lo político. Barcelona: 474 Espai en blanc, Bellaterra, 2011, p. 301.

astoriadis «Concepciones y programa...» Op. cif., p. 46. 241

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Cuestión de clase

democracia en sí. Los autores mencionados, desde Gramsci a Berard;, pueden ser considerados defensores de la «democracia-fin», aunque sería

discutible que todos ellos fueran propicios a apostar por la «democraciamedio»*”. La ambición de crear un nuevo tipo de sociedad ataviado con un nuevo tipo de democracia se mantuvo siempre presente, inde-

pendientemente de si considerasen o no factible —dependiendo del

contexto— alcanzar y consolidarse en el poder por los medios establecidos legalmente. Nos abstendremos de problematizar abstractamente

esta cuestión, como también de discutir sobre si los consejos fabriles y órganos afines son más o menos «democráticos» que las elecciones a las cámaras de representación, también sobre si sería o no «factible» un

gobierno por completo regido por esta clase de órganos. Nos contentaremos con señalar que las fuerzas políticas que se reivindican portadoras de los intereses de la clase obrera, o de las masas, encuentran

poderosas razones para desafiar la democracia específicamente representativa: toda institución podía considerarse siempre insuficiente, también por supuesto viciada, a la hora de canalizar los designios e

intereses populares, más aún cuando su fundamento es la delegación de la potestad pública.

Antinomias en la teoría liberal de la democracia representa tiva

Que las organizaciones o tendencias más escoradas a la izquierda dentro del espectro comunista no se sintieran satisfechas puede parecer obvio. Lo que no lo es tanto es que los más preclaros portavoces de la teoría convencional de la representación democrática se enfren ten a ella como, de algún modo, un mal menor. Como muestra de ello y guía usaremos

un artículo, titulado simplemente «Democracia», de Giovanni Sartori, que, como se adelantó, es uno de los apóstoles de la ciencia política en

general y de la teoría de la democracia en partic ular. Al comienzo de ese texto se propone diseccionar la democracia en tres «aspectos». El primero (1) es el que se refiere a su «legitimidad», aquella que se obtiene cuando el poder mana de un «consentimiento “verificado” (no presunto) de los ciudad

anos»*, Este Primer punto, que pudiera parecer de sentido

475 Terminología

a.

de

ás

teni

.

. ogía del también italiano Cerroni, Problemas de la transición... Op. cil,

476 Sartori, «Democra cia», Op, cit., p. 118, 242

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9. La democracia, el «g obierno del pueblo» en disputa

común, debiera ser revisado y cuestionado desde la diferencia, tan co-

rectamente situada en el centro del debate por el pensamiento feminista en nues

tros días, entre consentimiento y deseo, La democrati zación, sostenemos, podría explicarse en estos términos: el paso de regímenes consentidos a sistemas deseados. Solo así conse guirían algo más que en legitimidad formal, una volición ciudadana co nsciente. Sin embargo, por simbólico que pueda ser este punto, los dos siguientes nos demandarán de una atención mucho mayor. Descrita la idea de democracia en estos términos de consentimiento, nos dice, pareciera que «titularidad y ejercicio del poder pueden estar juntos. En tal caso la democracia es de verdad autogobierno», Esta

posibilidad es, acto seguido, rechazada de plano: «Inútil ilusionarse: la

democracia “en grande” es sólo una democracia representativa». ¿Qué

media entre una frase y la otra? Lo que hay es el principio más básico del

liberalismo tal y como lo enuncia Stuart Mill —y lo reproduce Sartori-: frases como el «poder sobre sí mismo» y el «poder de los pueblos mismos» no expresaban la verdadera situación de las cosas; el pueblo que ejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el cual es ejercido; y el «gobierno de sí mismo» de que se habla, no es el gobier-

no de cada uno por sí, sino el gobierno de cada uno por los demás. Además la voluntad del pueblo significa, prácticamente, la voluntad

de la porción más numerosa o más activa del pueblo; de la mayoría o de aquellos que logran hacerse aceptar como tal; el pueblo, por consiguiente, puede desear oprimir a una parte del mismo, y las precaucio-

nes son tan útiles contra esto como contra cualquier otro abuso del poder. Por consiguiente, la limitación del poder de gobierno sobre los

individuos no pierde nada de su importancia aun cuando los titulares

del poder sean regularmente responsables hacia la comunidad, es decir, hacia el partido más fuerte de la comunidad”,

: este es el La democracia representativa, para el pensador liberal ls nl pares

““gundo (ii) aspecto que destaca Sartori, es un medio "e 0

era

ciera, Principalmente para expresar una voluntad popular.

Ja Sun «Condos o Repeat

477 Idem,

;

6 en Collected Works. Vol. 19. Toronto: University 0!

e

t»,

pp. 371-

29

:59, trad. nuestra.

243

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Cuestión de «dase

de ello estaría diseñada para contenerla en su capacidad de arroyar a las

minorías. Así, el propio Mill concluye que en toda esonstitución demo.

erática» debe haber un «núcleo de resistencia a la democracia»*”,

Tocqueville demostró una beligerancia bastante mayor al arremeter

contra aquello que calificó como la «enfermedad democrática de la envidia», la cual cargaba contra el derecho a la propiedad: «a él sólo le

toca sostener a diario el choque directo e incesante de las opiniones

democráticas», Esa colisión, entre democracia y propiedad, presagió

a mediados del siglo XIX, iría cobrando importancia. Á tenor de los hechos, desde luego, no se equivocó. Como vemos, no hay más que remitirse al canon de las teorías con-

vencionales para percatarse de que la democracia directa o participativa no goza de buena prensa. En el fondo, seguían bebiendo de la relación que existía entre la democracia, el gobierno popular, y la opresión sobre

las minorías, especialmente las pudientes. El terror jacobino fue el paradigma de tal tipo de dominación hasta que el terror bolchevique vino a tomarle el relevo. El fantasma de la brutalidad revolucionaria, real o

supuesta, fue suficiente para despejar dudas sobre los riesgos de permitir que las masas tomen en sus manos la gestión del órgano destinado a ejercer la violencia legítima. Pero su rechazo a la democratización va

más allá de eso. Tras analizar varios autores destacados, Colletti demues-

tra que, para el liberalismo, la democracia es indeseable al generar «una

sociedad homogénea, una sociedad en la que existen intereses comunes,

donde tienen todos los mismos derechos, las mismas libertades, los

mismos modos de reivindicarlas». Esta situación traería consigo, con-

tinúa, un estancamiento de la libertad, ya que la «libertad liberal [...]

presupone en cambio variedad y desigualdad de situaciones, diferencias, contrastes de intereses», Y concluye: ninguna «libertad para el burgués

sin libertad de empresa, sin concurrencia»! En resumidas cuentas: la

democracia liberal representativa tendría la dosis justa de participación

para, tutelada a través de un entramado legal sólido, evitar regímenes

autocráticos y ala vez poner a buen recaudo las libertades individuales,

de duro ducho

ir lugar preeminente la libertad de mercado,

peligrarían. La principal baja de toda este «aspecto» 479 Ibid,, p.515, 480 Cit. en Doménech£/ , eclipse... Op. cit., p. 109, 481 Lucio ColPlet Meti, ti, «E«Estado de de recho y soberaní; ar» democracia socialista. Barcelona : Anagrama, 1970 yo 29/ ap

244

A

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2. La democracia, el «gobierno del pu cblo» en disputa

democracia es la participación, con lo que se resiente la condición dela de ciudadanía: [No se] señala el poder propio del pueblo como sobera No sino que, en el mejor de los casos, apunta a la protección de derech Os individuales esta concepción contra la injerencia del poder de otros. De tal modo,

de democracia focaliza meramente en el poder polític o, abstrayéndolo

de las relaciones sociales, al tiempo que apela a un ti po de ciudadanía pasiva en la cual el ciudadano es efectivam ente despolitizado'*2,

Conviene señalar, antes de pasar al siguiente punto, que si, para estos autores, la democracia podía poner en riesgo la circulación del capital,

la democracia representativa, al contrario, la favorece. Al menos eso

plantea Sartori al asegurar que «la dupla democracia-mercado es opti-

mizante». Tras apoyarse en Hayek y su refinada teoría del cálculo eco-

nómico para explicar la incapacidad del Estado para generar riqueza, aprovecha para decir que el mercado habilita la capacidad distributiva que pueda tener la democracia: «cuanto más una democracia cuenta con bienestar y está dirigido a distribuirlo, [...] más necesita una economía en crecimiento, es decir una torta creciente que permita reparticiones más amplias», Lo mismo podría decirse a la inversa, si el mercado

potencia la democracia representativa, esta misma potencia el mercado,

pues sin ella —y aquí se alude a que Trotsky decía, aunque no nos indica dónde, que «en el comunismo quien no obedece no come» la concentración del poder podría oprimir al individuo sin que este disponga de

herramientas para revolverse. Bobbio sintetiza este argumento de forma más contundente proponiendo a occidente la siguiente disyuntiva: «o capitalismo con democracia, o socialismo sin democracia»*%!, 482 Ellen M. Wood, «Estado, democracia y globalización», Pp- 395 :407 en La Fi marxista hoy, editado por A. Borón, J. Amadeo, y S. González. Buenos

483 Sa rtor1,

a 397,

«Democracia».

Op. cit.,

p.

146-7146-7.

4 Norberto Bobbio, ¿Qué socialismo? Barcelona: Plaza % Janés, pl

p. q

Esta ídea de que democracia (representativa) y mercado se potral pl tuamente no se circunscribe a las teorías convencionales, Des di ispares pero igualmente «críticas» como las de la «crítica

EER

e

Aires:

mu

dl EN del

ile más ade-

se apunta en ese sentido. Jappe dirá «la democracia es sele óulest a los

Cuada a la sociedad capitalista [... DJonde aún es SALINA lavía as halla en An sr 1800, ombres la sumisión al capital sirviéndose del palo, el capita se Una forma imperfecta» (Las aventuras... Op. cil., po 114). peo!

Plantea que la «democracia liberal burguesa es la [...]

for

de Estado

245

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Cuestión de clase

La democracia supondría un gran peligro para la libertad, especialmente para la libertad del mercado; asu vez, el socialismo

haría peligrar

la democracia misma. En esta circularidad reside el ardid de la «dupla optimizante».

En ella, la realidad no es bienvenida: consiguen mante-

nerse impasibles ante los hechos. En su cabeza no parece quedar ni rastro de las experiencias dictatoriales que demandó la implantación de] neoliberalismo en buena parte del mundo. Es normal, pues en el fondo todo su artificio está en el juego de conceptos. El primero, el de «mer-

cado», un mercado que como señaló Duverger —otro paladín de la ciencia política que poco o nada tiene de marxista— responde a unas características de descentralización que quedaban ya lejanas'*, Se presupone un tipo de mercado que, o nunca existió, o dejó de hacerlo con

la centralización del capital. El segundo concepto es el de la propia democracia. En eso se ha convertido la democracia, en un concepto. Para entender este punto de vital importancia, habría que partir de que, si bien para la teoría convencional de la democracia representativa esta es la única virtuosa y factible, no es menos cierto que la consideran

una institución imperfecta y compleja, tanto de lograr como de mantener. Por ello, la democracia para Sartori tiene ligado a sí un (iii) tercer aspecto: el «ideal», referido a un «deber ser». Mientras otros regímenes preponderarían de un modo más espontáneo, el democrático exige de la ciudadanía

un cierto tipo de pensamiento o aspiraciones que, como se reconoce, nunca formalmente adecuada en las sociedades en las que no solo predo mina el capitalismo organizado de manera racional, sino también la acumu lación orientada a

la obtención de beneficio y mediada por el merca do» (El No hay duda de que existen argumentos sugerentesEstado. Op. cit., p. 281). en ese sentido. Para empezar, la propia dinám ica electoral se plantea en términos que

pueden recordarnos al mercado: ciudadanos-consumidores con su dinero-voto optando por

un producto-partido (Antonio García, Dialéctica de la democracia. Buenos Aires: El Atenco, 1975, pp. 64-63; el argumento también se usa invertido para tildar de democrático el mercado, como denuncia Diego Guerrero, «Las crisis econóPe y incompatibilidad entre capitalismo y democracia», pp. 171-98 en Qué editado por D. Guerrero y M. Nieto. Barcelona: El marxis viei a ela econom ta, tes pol eS)ía No cesan no podemos dejar de apostillar el hecho de que Ala

; N tan peligrosos por cuanto pueden degen erar en elec acabamos por convencer de que los países poco o on, en el fondo, menos capitalistas. A esas alturas, la crítica nada demo de la en demo” cracia b : : A su din e AU involuntariamente al modo de producción capitalista. Sos

Ica responden tanto ] as mo narquías; absolutas como las d emocracacias _ Más avanzadas. 485 Maurice Duy

1976, p. 36.

er

Be

Carta abierta a los socialistas. Barcelona: Martínez Roca,

246

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9. La d emocracia¡, el «gobierno del pueblo» en disputa

se lograrán en Su plenitud. Para que la democracia exista, ese ideal inal-

canzable debe ser creído y defendido, es por eso que «las democracias son dificiles»**. Ya una de las vacas sagradas de la sociología alemana Karl

Mannheim, había planteado, en plena Segunda Guerra Mundial la ne-

cesidad de una «democracia militante» sustentada en un «nuevo ideal de planificación para la libertad» que evitara la vía dictatorial por la que, según su criterio, habrían optado por igual Italia, Alemania y Rusia'”, Con todo, sería Bobbio quien más subirá la puja afirmando que, «si el

socialismo es difícil [...], la democracia es aún más dificil»*s, Su razonamiento obedece a una metodología que nos es familiar —aunque tal vez en la lejanía, pues nos referimos a ella hace ya no pocos capítulos—. «Democracia», la más deseable de su género, es un «tipo

ideal», una perfecta utopía donde convive la igualdad con el íntegro

respeto a todas las libertades. Esta inmaculada y deslumbrante situación hipotética que resulta manifiestamente inalcanzable oculta una sutil

defensa de lo dado. Es a lo que Hinkelammert y Mora llamaban una falacia de «aproximación asintótica», cargada de valores, los cuales sí

tienen una influencia completa y deliberadamente práctica de justificación, en este caso, de la democracia burguesa*. No es difícil constatarlo, al cierre del punto al que nos estamos refiriendo Sartori sentencia: «La democracia alternativa del Este era un ideal sin realidad. La única de-

mocracia que existe y que merece este nombre es la democracia liberal»*, Con esta estrategia «idealista», quienes en fondo o forma justifican este modo de organizar la esfera política también se guardan en la recámara la posibilidad del reconocimiento abierto de sus fallos, el cual en muchas

ocasiones no es en absoluto disimulado o timorato. No debe sorprender leer a Schumpeter liberarse de la presión etimológica de la palabra en cuestión: «no significa ni puede significar que

el pueblo gobierna efectivamente, en ninguno de los sentidos evidentes de las expresiones “pueblo” o “gobernar”»*. Más aún: si se busca una

cruda descripción de la representación, una que argumente que tras la

«De racia»: , 486 Sartori, , “Democ

Op. cif.,: p. 19 1),

>

México DF: Fondo de Cultura 487 Karl Mannheim, Diagnértico de nuestro tiempo, Económica,

, 1961 , Pp- 15-18 t : 488 Bobbio, ¿Qué socialismo?, Op cit., p. 4 Coordinación social... Op. cit. a, Mor y t er n mm la ke in g pe artori, «Democracia», Of. cit., p. 119. Orbis, 1983, : ona cel socialismo y democracia. Bar ah ilu lia Ces r, ete ump eph Sch ?1 Jos p.377,

247

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Cuestión de clase

apariencia de participación lo que se esconde es el gobierno de una minoría de elegidos jurídicamente independientes de los electores, más

que a las octavillas de grupos anarquistas radicales, puede remitirse uno a los tratados de derecho positivo. Nadie como Kelsen, al que desde

luego no se le puede imputar la etiqueta de antisistema, supo exponer

lo que caracterizó como «ficción de la representación»*”,

Nos llevaríamos a equívoco si pensásemos que estas críticas persi-

guen en modo alguno la construcción de un orden social más democrático, más participativo. Nada más lejos de la realidad. Su falta de

complacencia con la democracia obedece por una parte a una actitud pretendida y fríamente realista; y por otra a la anunciada convicción según la cual la democracia representativa es un mal menor y a la vez

el mejor de los escenarios políticos posibles. La idea de una democracia

cotidiana que trascienda la lejana representación e irrigue amplias par-

celas del mundo social dando cabida en ellas al conjunto de la población fue primero triturada en base a duras acusaciones, siendo sus partidarios

caricaturizados como soñadores o ilusos; pero más tarde recuperada en una versión descafeinada para ser usada como horizonte, paradójica-

mente, ideal necesario para el sostenimiento, con todos sus errores, del

sistema representativo liberal. Este último puede ser, y de hecho es, hasta para sus más fervientes teóricos y partidarios, insuficiente e incluso ficticio, pero siempre será preferible a las dictaduras o supuestas demo-

cracias participativas que puedan acometer atentados contra los ciudadanos y su propiedad. El abismo que separa la realidad del ideal al que aspiran resulta ser, a fin de cuentas, la garantía del respeto hacia las instituciones burguesas.

¿Voto de clase? Mínimo comentario acerca del comportamiento electoral clasista La tentativa de establecer una relación entre (conciencia de) clase y

comportamiento electoral es ya larga. Muchos años han pasado desde

que Engels se refiriera al sufragio como un «índice de madurez» de la clase obrera'”, Sin embargo, no fue hasta la irrupción de la sociología 492 Hans Kelsen, Teoria geral do direito e do Estado. Sio Paulo: Martins Fontes, 2000, pp. 413-18,

493 Engels, El origen de la familia.... Op. cit., p, 247, 248

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(

4

ño

senos

.

). La democracia, el «gobierno de] pueblo» en, disputa

política y la politología que se le prestó verdadera atención, al menos empíricamente, a la cuestión. Durante bastante tiempo, al menos desde

la década de los 50 hasta entrados los 90, muchos de los diálo 108 acer , del comportamiento clasista giraron alrededor de] eje electoral. La cer. tidumbre que ofrecían estos procedimientos, sumada a la que sacaban a la luz las grandes encuestas, conformaban un materia] susceptible de

examen estadístico que los científicos sociales no estaban dispuestos a

desperdiciar. Pero si era prácticamente imperativo referirse al ámbito electoral para hablar de clases, tampoco era fácil, al menos durante los años de mayor efervescencia de las políticas socialdemócratas, hablar de elecciones o plebiscitos sin referirse al factor clase. Se acuñó el tér-

mino «lucha de clases democrática», el cual se popularizó rápidamente

para recopilar las posibilidades que ofrecían los procesos democráticos

ala confrontación entre clases. Fue hacia finales del siglo Xx, con la caída

en desgracia de la identidad clasista que ya hemos abordado in extenso, cuando los modelos clasistas para explicar el voto entraron en crisis%%, Alleer los datos, que apuntaban hacia el fortalecimiento de los «partidos atrapalotodo» (catch-all parties), se ponían de manifiesto los déficits que

las teorías sociológicas de las clases sociales arrastraron durante décadas.

La tradición marxista y sus marcos de análisis perdían adeptos a la vez que sus competidoras más directas los iban ganando. Las clases sociales pasaban de moda con el giro conservador que no dejó fuera de su influencia los departamentos universitarios. Pero a esto se sumaba,

es difícil negarlo, una evidencia cada vez más inaprensible desde los modelos clasistas. Quienes trataron de sostenerlos se vieron obligados a ir deformándolos paulatinamente, incorporando cada vez más clases y factores que iban transformándolos tan radicalmente que la clase, en

su sentido «tradicional», resultaba irreconocible. También aquí fueron los weberianos quienes más incisivamente se percataron de lo deficiente de la estrategia empleada por quienes, para aferrarse a un paradigma,

cstiran y deforman sus conceptos clave. Aunque salvan el paradigma, estos ajustes sitúan a los analistas de las

clases ante los cueros de desagradables dilemas. Para empezar, hay un

494 Lipset, El hombre

político. Op. (ed

Véase, Geoffrey Evan University Press, 1996.

cit o), The End of Class Politics? Nueva York:

Oxford

249

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Cuestión de clase

dos en dilema de identidad. Cuanto más éxito tienen los ajustes opera

los el paradigma de las clases, tanto menos distinguibles son los «mode

, de clase» y los esquemas analíticos de clase, así aj ustados de sus princi-

adpales competidores, especialmente los modelos neoweberianos, de quisición de status y de capital humano. El paradigma de las clases

, puede retener su credibilidad sólo al precio de sacrificar su identidad*”*

Esta dolorosa constatación golpeaba en el mismo nervio en que Parkin había tocado a Wright años antes. Había mucho de cierto en que el progresivo perfeccionamiento de la teoría neomarxista de las clases era a la vez su aproximación a las coordenadas weberianas. Á más trataban de explicar a partir de la clase, con tal de convertirla en el factor balsámico que querían hacer de ella, más se veían obligados a abrir sus esquemas a variables continuas que iban del prestigio al salario. Por supuesto que la clase es fundamental para comprender el voto, también hoy. Pero desde luego no a partir de un modelo que vincule cada clase a su propia opción política, y esta a unas siglas específicas. Como venimos sosteniendo, no es que hayan aparecido nuevas clases intermedias —superiores o inferiores— cuya subjetividad esté condicionada

por una posición única en la estructura social. Las transformaciones han ocurrido en el interior de las clases preexistentes, particularmente dentro de la clase obrera. Es ella la que viene experimentando acusadas meta-

morfosis en su subjetividad a causa de la profunda diferenciación que ha sufrido a través de la misma dinámica que la ha llevado a convertirse en el colectivo más grande de la sociedad capitalista con amplia diferencia. Ya lo dijimos: la falta de «conciencia de clase» es en sí misma una conciencia de clase, que se «adquiere» (produce) a razón del modo en que cada individuo participa del metabolismo social capitalista, Las variables anteriormente aludidas capacidad de mando, estatus, género,

ingresos, nivel educativo, etc.-, las cuales sin ningún género de duda

inciden en el modo en que las personas deciden su voto o si acudir o no a las urnas, son producto de eso último y como tales pueden y deben ser consideradas como determinaciones propias de la clase social, aunque

no se puedan expresar en modo alguno por igual en todos los miembros de una misma clase,

496 Jan Pakulskpp i, e«El pin paradig 56, 1999, gama de de las clases y la polític' a», Zona abierta 86/87: 13-

250

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9. La demonoc crrac aciia, el «gobierno del pueblo» en disputa

La democracia, a las puertas de la empresa Se cuenta que en aquel mayo francés aparecieron, en los muros de g randes fábricas, pintadas en las que podía leerse «Aquí acaba la dem j no sabemos siconscientemente, El artífice de aquella intervención,

participaba de una polémica de larga data que para entonces habíahecho

correr ya mucha tinta: ¿puede el trabajo organizarse de un modo democrático? En este apartado abordaremos esa controversia a la luz de

las transformaciones que sufrió, a lo largo del siglo xx, el obrero colectivo y su incidencia sobre la capacidad de este para apropiarse del proceso

de trabajo del que forma parte. Más que una revisión sistemática, aspiramos a poner de manifiesto las tendencias, con sus principales escollos, que se han venido sucediendo.

La temprana lucha por la democracia industrial

La primera gran obra que aborda la cuestión de un modo sistemático y prolijo fue la ya clásica La democracia industrial, de Sidney y Beatrice Webb. El texto, publicado originalmente en 1879, analiza cómo actúan los sindicatos en relación a los empresarios y al Estado. Esta obra constituye el punto álgido de su largo estudio sobre los trade unions en Reino Unido, tema sobre el que ya habían publicado varios textos anterior-

mente. En ella argumentan que cuando «los trabajadores se reúnen para discutir sus problemas —aún más, cuando forman asociaciones de ex-

tensión nacional, establecen un presupuesto independiente, eligen coComo mités representativos permanentes y proceden a negociar y actuar

cuerpos corporativos— están formando, dentro del Estado, su propia para democracia espontánea»””. En la organización de los trabajadores

frente a la autoridad confemejorar sus propias condiciones de trabajo un vector para rida al empresario por la propiedad privada encuentran la expansión de la democracia: z taEdo Es ie nte poder»r er en el mo y su crecie is al ic nd si l de ia j nc te La persis mocracia ten cepción de la de ,

indica, para empezs ezar, que el: la propiaia con

A las relaciones € conómicas tanto como idilio uir incl drá que ampliarse para

teca nueva, industrial. Madrid: ; Bibliotec ia crac demo La b, Web di Sidney y Beatrice )

2004, p. 599,

251

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Cuestión de clase

líticas. [...] Incluso actualmente, después de un siglo de revolupo Pm

asa de «liberales» de las clases media y alta de todo el O BAdINEr inconsistencia entre democracia

sta ca-

italista sin restricciones, que la que Washington o Je erson vieron 0 de y ocracia y esclavitud. La «oscura e inarticulada» multitud de erabajadores manuales asalariados han pare su pino leo a principio, desde un punto de vista diferente. ara e o Pp pia controlado esgrimido por los propictácios de los N ios , A ción, capaces de extraer del trabajacor manual to y posibili po :

.to.

subsistencia a menos que acepte sus 'xipos,

.

signi

pen una

pér

y

de libertad mucho más genuina, y una sensación de sujeción pue O más nítida, que la jurisdicción oficial del magistrado, 9 el en im-

palpable gobierno del rey. Los capitanes de la industria, como pue yes de antaño, son honestamente incapaces de entender por qué su poder personal debería sufrir interferencias [...] Contra esa autocra-

cia en la industria, los trabajadores manuales han hecho valer su pro498 ; testa cada vez más4 este siglo%,

Este matrimonio británico supo registrar con gran maestría el papel del movimiento obrero de su época en la expansión de la democ racia

sobre la propiedad. Y aunque en ningún caso se les podría

encasillar

como socialistas radicales —y no lo eran, en las mismas páginas se reconoce tanto a los empresarios como a los consumidores independientes

un papel legítimo en la sociedad-, plantearon la necesidad de Pon

en detrimento de otras actitudes heredadas de los gremios, la capacida del sindicalismo para expandir también la condi ción de ciudadanía. da

tesis era que los sindicatos debían adoptar la «doct rina del salario vital», en honor a la reivindicación de un salario mínimo digno para el conjunto de la población trabajadora, pero va ciertamente más allá. Entr .”,

.

.

A

2

e

sus

logros mencionan:

vemos que se presta una renova da at ención hacia las aplicaciones ñ condiciones de salubridad ¡ o. ara la movimientos generales par seguridad, y reducción de jornadas, intentos por parte de los oficios ; ializados especializa de organizar a los tr aba ' Andi jadores no especializados y a las] muj leres tra” eres t0 bajadoras, | a denuncia ] ] ariables de las esca] el abandono del aprend i, je a favor de la educació.», n univ UPS: ersal,y

/ la

498 Ibid, pp. 62021, 252

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9

]

A

de

D

í

,el

«gobierne

del

pueblo

en

insistencia en un salario «mínimo moral» por debajo del cual

trabajador debería ser empleado”,

disput

ni;

E

Muchas de esas demandas fueron cubiertas poco a poco, luct jucha, a través de la intervención del Estado en la vidaeconómica Gran

parte de lo que describían era lo que no mucho después empezaría a cristalizarse en torno a los modernos sistemas de relaciones laborales Del laissez-faire reinante se transitó, de nuevo, no sin la mediación del conflicto clasista, a lo que se llamó «corporativismo», en que el

pel de

los sindicatos estaba regulado y amparado por el Estado, No se regaló nada, la lucha abarcó de sabotajes a insurrecciones o tomas de fábricas. Como se suele decir, el derecho a la huelga se conquistó ejerciéndolo, De ahí nacieron las estructuras de negociación colectiva, instituciones

que dieron a los obreros la capacidad de negociar sus propias condiciones de trabajo gozando de ciertas garantías frente a los empleadores.

De las condiciones laborales al control

La consecución de un derecho laboral escindido del mercantil supuso uno de los grandes desafíos de los trabajadores asalariados, pero también su justificación constituía un reto para los juristas: recuérdese que la fuerza de trabajo es una mercancía que, para su vital reproducción, requiere que sea vendida colectivamente. Algo que en casi cualquier otra mercancía podría constituir un ilícito, sancionado por violar la compe-

tencia, en este caso alcanza a ser imperativo. El pluralismo jurídico sería quien con más decisión asumiría el lance: «El propósito fundamental del

Derecho del Trabajo siempre ha sido [.. .] constituir un contrapeso que nte inequilibre la desigualdad de poder negociador que es necesariame

la herente a la relación de trabajo»"”. La excepcionalidad respondería a

empleado y empleanecesidad de compensar la asimetría existente entre estructural-

cuando se da como dor (habría que agregar, especialmente situación de sobreproducción de la fuerza

mente tiende a ocurrir— una

o de trabajo que impediría la realización de su valor).

el dé

nivelación exige que, de algún modo, la democracia cruce el Um Les la empresa. Ahora bien, cabría preguntarse, ¿qué democracia es 12 Q ' p 2009, ,p.52. Comares, Otto Kahn-Freund, Trabajo y derecho. Granada:

253

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Cuestién de clase

entra? La respuesta no puede ser en realidad más obvia: la que estaba fuera, la democracia representativa. Se busca el respaldo a la democracia industrial en su analogía con la imperante en la esfera política: «En ambas esferas [...] democracia

significa que los que obedecen las normas tienen un derecho (y un deber moral) de elegir a quienes les representen en la elaboración de las mismas»"!, La «nueva democracia industrial», cuya aspiración era reducir

o, al menos, encauzar la conflictividad, de la época de postguerras es descrita en términos tanto de «consentimiento» como de «grupos de presión»Y, a imagen y semejanza de su homóloga parlamentaria, desempeñando los trabajadores el rol de ciudadanos y los sindicatos de partidos.

Esta analogía tiene un gran punto débil. De ser la empresa un Estado y el comité su parlamento, este debería ser soberano para tomar cualquier tipo de decisión, pero en la práctica, como se reconoce amplia-

mente, «la democracia industrial se limita, en su mayoría, a proteger los derechos e intereses»"", a determinar la cuantía del salario y las circuns-

tancias laborales. La dirección de la empresa y sus órganos de negociación con los trabajadores están, en la abrumadora mayoría de casos,

nítidamente separados. La participación de los asalariados, en tanto que colectivo, se toparía con el infranqueable muro de la capacidad de mando de los patrones, El obrero de planta de la naviera podría aspirar a prolongar sus pausas, pero no a decidir, como hubieran deseado Gramsci y los demás partidarios de los consejos, sobre cómo o en qué mercancía colocar las tuercas que sin cesar aprieta a lo largo de la jornada. Ese sería el escenario que aguardaría a los obreros tras la firma del contrato... Al menos en términos muy generales o en un periodo concreto. Hay procesos que ponen seriamente en cuestión la hipótesis del desprecio sistemático hacia la conciencia del trabajador por parte de la estructura empresarial, El taller fordista suele usarse como arquetipo de la fábrica-dictadura.

Dentro de la cadena de montaje se aplicaron las recetas de Taylor*, Al

501 Ibid, p. 59. 502 Hugmerlin

ao

! a democracia industrial. Barcelona: Editorial Hispano

503 Ibid., p. 159,

504 an E que pee

Pm

A

JOr.

a las experiencias de los países del «segundo mundo», donde pre-

e sos

un gobierno de los trabajadores, el panorama no era

Dejando de lado la anómala experiencia yugoslava, donde entida des

254

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9. La democracia, el «gobierno del pueblo» en disputa

trabajador se le planificaron los movimientos, reduciéndole a un simple apéndice de una maquinaria que, de desarrollarse, perfectamente podría

sustituirle en Sus funciones. De las manos de los empleados en la base no cabía esperar más, tampoco

menos, que la mecánica repetición de

movimientos que habían sido diseñados desde las altas esferas. Fue precisamente Gramsci, al que debemos el uso del término «fordismo»,

quien describió esta situación más gráficamente, como la tentativa de

los industriales por convertir a los obreros en «gorilas amaestrados»%, El despotismo alcanzó a ser él mismo el que salía de la empresa para dirigirse a las viviendas o barracones de la plantilla, Es de sobra conocida la existencia del «departamento de sociología», cuya labor consistía en investigar que los trabajadores no participasen en su vida privada de

determinados vicios, como el alcoholismo o la promiscuidad, que pudieran ir en detrimento de su capacidad productiva. Se impuso con palo

=sanciones que llegaban al despido— y zanahoria —incentivos— todo un modus vivendi tan conservador como presumiblemente rentable. Aunque pronto se extendió la sospecha de si esto último era del todo cierto.

Esta autocracia no fue solo replicada por la espontánea resistencia de los obreros. El conocido experimento de Hawthorne, que llevó a la fama a Mayo y su teoría de las «relaciones humanas», apuntaba a que clima laboral, los grupos informales y el sentimiento de atención y comprensión por las jerarquías influían directamente en la productividad del trabajo%%, Eso desbrozaba el camino a una nueva gestión de personal, semejantes a las cooperativas cobraron mucha relevancia, en el entorno soviético los obreros nunca tuvieron poder en la gestión de su proceso laboral. El mismo Lenin que unos años antes había criticado el taylorismo como forma de explotación inherentemente capitalista (en «El sistema Taylor: esclavización del hombre por la má-

se vio obligado a quina», de 1913), inmediatamente tras la victoria revolucionaria inmediatas tareas «Las matizar sus palabras e implantarlo en la Rusia Soviética (en sistemas de incentivos del poder soviético», de 1918). Tras ello, se sucedieron diversos para los trabajadores smo— estajanovi —predominantemente extraeconómicos, como el ón directa y real. que, sin embargo, nunca los acercaron realmente a una participaci , Gramsci, Antología. Op. cit., p. 481. ogía, no duda en artre, en absoluto ajeno a los problemas inherentes a la sociol roti olas esanie la de s grupo reconocer los hallazgos del trabajo sobre los oco te leninista, adopta samen preci tadounidense, Tanto es así que, sin ser tamp (véase una nota anteuna actitud que nos recuerda a la del revolucionario ruso

ento de esta disciplina es un «arma eficaz -y rior) al asegurar que si el conodecimi alguna manera es verdadero; y si está “en > je a probado que lo es—, es que

e los capitalistas”, es una razón de más para arrancársela y volverla contra eN MaVol. 3, («Crítica de la razón dialéctica», pp. 911-1478 en Obras completas.

drid: Aguilar, 1982, p. 971).

255

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Cuestión de clase

para la cual el trabajo seguía siendo un recurso, claro, Po

uno rec coía

ser tratado de un modo específico, más científico, que

diera cabida

rendimiento,

,

a la

participación del trabajador, si es que se buscaba mejorar su Estas transformaciones impulsaron todo tipo de reacciones por parte de una sociología marxista, volcada en el análisis del control en la pro-

ducción”. En un extremo, Maglin las despreció achacando la división y jerarquización del trabajo directamente a una estrategia consciente por

parte de los patrones para justificar su propia existencia; Braverman, aunque las contempló, no vio en ellas más que un despliegue del taylo-

rismo, incapaz de revertir la tendencia hacia la descualificación que pri-

vaba al obrero de la implicación subjetiva en su proceso de trabajo; en respuesta a este, Burawoy hizo notar que, aunque el margen de decisión no se incrementase sustancialmente, incluso se redujese, dentro de sus límites se permitió una cierta participación que propició un mayor con-

sentimiento por parte de la plantilla; Hyman, por su parte, resaltó los conflictos por desplazar en su favor la «frontera de control» en el seno de las empresas; esa pugna por la democratización, precisó Edwards, se daba como respuesta a la «tiranía implícita» del «control burocrático», aquel que se veía obligado a implantar desde las direcciones ante la propia lucha obrera; para ir completando el panorama, Pignon y Querzola —tras

analizar el llamado «plan Scanlon», aplicado en los Estados Unidos para incentivar

la involucración de los trabajadores en la toma de decisiones— arguyeron que «las formas despóticas de subordinación del trabajo al capital en el proceso de producción, constituyen ahora obstáculos al libre desa

rrollo económico e ideológico del capitalismo»*,

507 El fenómeno no pasó desapercibido a la sociología «burguesa», sin embargo, esta pe mantuv

o lejos de la capacidad analítica de su hermana marxista. Para justificar este Juicio nos remitimos a las cuatro razones que exponen Paul Edwards y

Hugh Scullion: (i) supo trascender con perspectiva histórica los aparentes «imBrtivos tecnológicos» para problematiza co

n; (is) examinó

los conflictos

r las relaciones de control en la pro-

que son indisociables de la relación asalariada; (111) el corpus analítico marxista permitía localizar el concep to de

efectivo; (v) del rendimiento» en la conversión de fuerza de trabajo en trabajo de los do donales pci

s

Ministerio de “ral

por último, atisbar la racionalidad en el comportamiento do estos practican formas de resistencia poco o,

O Y

(La organi

zación social del conflicto laboral. Madrid: 508 Stephe n Maglin poo o egurid ad Social, 1987, pp. 20-24). en Crítica de la di ag!n, «¿Para qué sirven los patron os?», pp. 45-96 Visióp n del trabaj

o, editado por A G , “D4Jo, Labor,.. Op. cit; ; Michelé Burawoy, « EGorz. Barcelona: Lai: Braverman, LAO, l consentimiento en la1977, producción. Madrid:

¿a

256

Escaneado con CamScanner

9. La democracia, el «gobierno del pu eblo» en disputa

Podría decirse que, cada uno a su modo, muchos de ellos estaban dando cuenta

de dinámicas que experimenta ban difere ntes fragmentos

de la clase obrera. Si acaso podrían descartars e las vision es que atribuían

demasiada premeditación y se quedaban en cierta unilateralidad co mo son el caso de Braverman o Maglin: aunqu e fueran muchos y amplios

los sectores del proletariado que quedaron rezagados, la clase obrera accedió a espacios de poder sin por ello transmutarse en patrones. De

hecho, con la pronta implantación en multitud de ramos industriales del toyotismo se presenció cómo la estructura de mando se mostraba

porosa a la participación del obrero expresada a través de su participa-

ción en los «círculos de control de calidad»%,

Se antoja difícil esbozar una conclusión en términos generales. La

diversificación de la fuerza de trabajo contribuyó a que ciertos cuerpos

implicados en la toma de decisión se asalarizasen para profesionalizarse,

pero eso no se plasmó en una profundización de la «democracia industrial». Los atributos productivos de grandes contingentes industriales

(también en el «sector primario» o «terciario») siguen hoy siendo descuidados y desestimados por el capital, pues en ellos tan solo busca únicamente brazos y piernas que puedan ser usados, tirados y reemplazados. El explosivo crecimiento de la población obrera sobrante blinda los modelos basados en esa trituración de mano de obra más que en el desarrollo

de las fuerzas productivas. Ha sido solo en sectores tecnológicamente muy desarrollados, como es el caso de la industria química, donde Algunos

autores han podido vislumbrar un «posible fin de ladivisión del trabajos, allí la «inteligencia necesaria para la producción» ha pida no e 5 ciones expertas», sino en la «propia producción», cuyo saber ll ab a

how) se ha convertido en un «componente irrenunciable del de fuerza productiva»*%, No parece que sea esta la pauta general,

]

he

menos si atendemos al obrero colectivo en términos globales. En cualquie Caso, no encontramos evidencia contundente que nos permita asegurar ,

Relaciones

Ministerio de Trabajo y Seguridad al, 1986; industriales. Madrid: Blume, 1981; RicSoci ena hard Eslora E Op. coc cit.; ido Dom! inique lugar de trabajo», pp. 141-55 en El mercado de tra a rodu cción», pp. 109Pignon y Jean Querzola, «Dictadura y democracia en P Of Jime 59 en Crítica de la división del trab e The Declin e o e ajo. Op de duction509 Véase Fergus Mur ray ,

«The Decentralizatios Mass-Collective Worker?», Capital ES Class, 14

ad

, 1983; Benjamin Coriat

,

cda esp ' s, Os sentidos... O: Pensar al revés. Madrid: Siglo XXI, 1992; paa isión del trabajo. Madrid: MiHorst Kern y Michel

Schumann, El fin oi nisterio de Trabajo y Seg uridad Social, 1988, p.

368

30.

257 Escaneado con CamScanner

Cuestión de clase

mos inmersos. Aunque cómo podrá cerrarse el movimiento en que hoy esta

posible... eso no tiene por qué privaros de plantear un desenlace

Expansión democrática, desarrollo de las fuerzas productivas y acción revolucionaria clasista Llegados a este punto, permítasenos una tentativa de proyectar el que

hasta el momento hemos descrito como el proyecto político por antonomasia de la clase trabajadora: una expansión de la condición de ciudadanía que implique la expansión de la democracia. Tales pretensiones, sostendremos, se alinean con aquellas que apuntan a la superación del capital. Lo que trataremos de hacer es, recogiendo las tendencias ya

explicadas, desarrollar de qué manera el despliegue de esas potencias, ya hoy presentes en el modo de producción capitalista, pueden aproximarlo a sus confines históricos. Por todo ello, podemos describir nuestro objeto de estudio ahora como la acción política propiamente revolucionaria de la clase trabajadora. De acuerdo con lo que explicamos casi al comienzo de este texto,

dejar atrás al capital exigiría, como demandaba el incremento de la productividad para la generación de plusvalía relativa, de un amplio

desarrollo de la conciencia del productor que le permita reconocerse plenamente en el producto de su trabajo social y, por ende, no tener que enajenar en él su nexo con la sociedad. Más precisamente: la conciencia científica debe desarrollarse y extenderse entre el conjunto de los productores hasta hacer de ellos sujetos plenamente libres, en el engelsiano sentido de conscientes. Un prerrequisito para que ese movimiento se realice es que el capital social total se encuentre recogido bajo una única entidad, esto es, que se encuentre absolutamente centralizado. De lo contrario, existirán barreras insuperables que actuarían como diques de contención. Entre esas barreras cabe destacar dos. Una está dada por la fragmentación del capital social mediante la propiedad privada sobre los medios de producción, la cual establece el horizonte de la

conciencia en la fracción del trabajo social que este abarque. La otra es el carácter nacional del Estado, que la encapsula en sus fronteras y, por

aj PS

a

deb pa

cualquier posibilidad de apropiación respecto a un pro-

sd

Ivo que, por su contenido, es de carácter mundial. Esta conjunto de procesos productivos,

258 Escaneado con CamScanner

(

2. La democracia, el «Kobierno del pueblos en disputa Cc

»

*

deviniendo el comprador único de la fuerz a de trabajo y organi zador

general del obrero colectivo%!,

De todo ello se deduce que las aspiraciones de la clase trabajadora

en tanto agente revolucionario deben ir orientadas, mucho antes que a su extinción, a la extensión de la condición obrera al conjunto de la población global. Habiéndose sacudido mediante el conflicto una clase

capitalista superflua a la hora de dar continuidad al proceso de trabajo social, se hace converger completamente

esta condición con la de

ciudadanía; la cual es en ese momento susceptible de un desarrollo

cualitativo sin precedentes. En él nos vamos a detener,

El ensanchamiento de la esfera política sobre la propiedad privada y más allá de los espacios nacionales trae consigo una dilataci ón de la soberanía, así es como se reafirma y fortalece una ciudadanía desarrolada. Lo que está restringido por títulos o fronteras pasa a ser, con su socialización, objeto potencial de la acción colectiva, se torna una cosa pública (res pablica). La ciudadanía se inviste de un gran dinamismo

constituyéndose incluso, como plantea Rodríguez Prieto, «simple magníficamente, en un instrumento o técnica de ejercicio de la de-

mocracia, tan sólo eso, y tanto, sin embargo»*?, La realización de esa

potencia es el cometido de la profundización en la praxis democrá tica en el seno del Estado. Pero, una vez más, cabría preguntarse, ¿de qué

democracia? Preliminarmente es imperativo reconocer como erróneo el intent o recurrente, por parte de algunas fracciones del movimiento obrero, de

desestimar con demasiada presteza la importancia de los procesos electorales o de los propios Estados. Las tentativas de construir al margen

de la política, del poder y, en definitiva, del Estado, alternativas como

las que se perfilaban, por ejemplo, en el debate italiano no han dado

tutos destacables. Al menos ninguno que apunte a poder abarcar la organización del conjunto del trabajo social. Incluso estando en franca retirada, no encontramos indicios de que los Estados puedan ser suplidos Por alguna otra suerte de institucionalidad más «de base». Por otro lado, el devenir histórico también ha demostrado que la democ racia repre-

“entativa es ciertamente más resistente de lo que cabría esperar inclu so as Crisis de las democracias

latinoamericanas, que importantes

511 Para un despliegue, véase Iñigo Carrera, El capital... Op. cit.; Rodríguez Rojo, 5 as tareas pendientes... Op. cif, odríguez Prieto, Ciudadanos soberanos. Op. cit., p. 176.

259

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Cuestión de clase

investigadores estimaron terminales", acabaron por resolverse con la

continuidad de las mismas=, Hoy, el Estado capitalista, en su expresión

democrático-representativa, Cs la forma política que, en gran parte del mundo, hace a la unidad del metabolismo social y, por tanto, debe gozar

de una importancia nuclear a la hora de contemplar el modo de incidir

sobre este. El camino no podría pasar ni por el desprecio o la confrontación con las formas dominantes de acción democrática, como tampoco

por la complacencia con ellas; se trataría de ahondar en ellas hasta negarlas, de llevarlas más allá de sus límites, de desbordarlas. Como

afirma Sánchez Vázquez sintetizando las ideas de Marx: «la democracia tiene que ser enriquecida y ampliada superando sus límites de clase», Las luchas por el control de la producción son susceptibles de salir de las fábricas e integrarse en un reclamo capaz de vehicular multitud de demandas populares: las protestas contra las privatizaciones o por la positivación del derecho a la vivienda portan, en un caso defensivamente y en el otro a la ofensiva, fragmentariamente la proyección de la democracia sobre la libertad de empresa. Desplegando el espacio de la deliberación pública, la capacidad de decisión del ciudadano se incrementa exponencialmente**, La democratización explora nuevos horizontes. Lo que se sugiere es, digámoslo sin ambages, que la planificación democrática de la economía supondría un desarrollo congruente del proyecto republicano, el que defendieron los jacobinos y más tarde fue

heredado mutatis mutandis por el movimiento obrero europeo. Su consecución, no obstante, todavía reclama un esfuerzo importante en el campo del desarrollo científico. Está por comprobar cuál sería el modo idóneo para permitir e incentivar una participación tan masiva como la

requerida para democratizar la economía, o incluso si disponemos de 513 Cf García, Dialéctica... Op. cit.; Theotónio dos Santos, Socialismo o fascismo. México DF: Edicol, 1978. 514 Sánchez Vázquez, El valor del socialismo, Op. cit., p. 146.

,

515 No se trataría tanto de llevar la democracia a diferentes ámbitos de la vida social política, económica, cultural...—, de instituir diferentes democracias (tal, crec”

mos, es la propuesta de Mario Bunge, «¿Existió el socialismo alguna vez, y UE

porvenir?», pp. 9-32 en ¿Tiene porvenir el socialismo?, editado por M. Bunge Y”

Gabetta. Barcelona: Gedisa, 2015), como de ir incorporándolos a una demo cia expandida. Una que se plasme progresivamente en una unidad política $ ”

bal. La cual bien podría encontrar su armazón en una institución que hoy enlaz |

, Rojo multitud de exigencias populares: los derechos humanos (véase Rodríguez Ba «Derechos Humanos...». Op. cit.).

260 Escaneado con CamScanner

).

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para llevar efectiva y eficiente la población los dilemas que semejantes tomas n de de cision ia do olues inv

los mecanismos necesarios

eran”*. Una respuesta posible, y no es descabeel ado pensarlo, pasaría por

incorporar en los procedimientos de pl anificación participativos las y 1 nuev: tec las nol cen ogí ofre as ya de la información. Pero ventajas que casi tan sugerente es esta expectativa como pod erosas son las dudas que genera: por capacidad . .

catalizadora que6 tengan estos artilugios, “y no hayE

tampoco evidencia de que, por sí mismos, puedan superar todos los problemas de la democracia existente o afrontar los retos de la venidera

A la apertura a estas ideas haría bien en agregársele un razonable escepticismo ante conceptos tan en boga como «ciudadanía digital» o «e-democracy», uno que nos ayude a seguir pensando estas y Otras cuestiones”.

Todavía muchas tareas que encarar. Incluso si los ciudadanos con-

taran con los instrumentos efectivos para disponer sobre la producción social, algo que ya supondría una completa reversión de la actual tendencia neoliberal y de su contracara nacionalista, mientras estos carezcan de unos atributos productivos lo suficientemente desarrollados, la democracia tendría margen de desarrollo. En efecto, no solo es preciso que exista la posibilidad técnica y la voluntad, la democracia exige, y en restas dimensiones mucho más, una formación (e información) extrao dinariamente amplia de la ciudadanía**. Arriola e sintéticamente expuestas en Joaquín vers den pue as uest prop nas Algu 516 Ls a: El viejo topo, 2006. (ed.), Derecho a decidir. Barcelonlas ismo» en a tich erfe «cib el iones sobre 517 En este sentido pueden leerse Swing, 2019) o la pS pe pe Rendueles (Sociofobia. Madrid: Capitán Rodríguez Prieto (Retos jurídic a del ágora sobre el foro de internet de

z as . olíticos de internet. Madrid: Dykinson, 2017). ao gar cedtica que la participación política demode ñ apra * Nuestra impresión esmed la de ad, alid ida de la presenci riendo al menos en gran ismo, ( mn pro ple rdado por el marx Esto nos remite al problema, tan abo

y, en particular, de la $ se pm dadoz de ne. brintambién la destrucción- del entorno “apa ominó Henri Lefebyes,. e s A aritl e La «forma urbana» (como laía den y ¿a podr ser la única configuraci Madrid: Alianza, 1976)

precisa para la expans dar la combinación de atributos

te entre co” relaacción que € xis au ella en a ic át ferencia 8 No es novedosa la constatación de la sent ido re os remitimos a la te ) nocimiento y democracia. Ya Platón izo peen algún sus diálogos, Para una elocuente exposición . 15. Madri : como sorteo del a defens z obra de José Luis Moreno Pestaña (Retorno 4 silocua

junto a ella, de la conciencia científica.

de ro e: Siglo XXI, 2019)

en quien se encontrará, de paso, una no meno? iS procedimiento de selección democrático.

261

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Cuestión de clase

un vasto desarrollo de la La participación de la que se habla exige

icular de individuos, sino de conciencia científica, no de un grupo parti ora. Nos referimos, hagámoslo notar, a un

toda la población trabajad que con toda desarrollo de las fuerzas productivas sin precedente, uno al s probabilidad el capital no esté abierto sin conflicto, La lucha de clase ha demostrado ser el incentivo necesario para estimular el despliegue técnico o tecnológico: lo es defensivamente al repeler otras estrategias de las que dispone el capital para ser competitivo, y lo es ofensivamente al reclamar mejoras como podría ser la reducción de la jornada laboral, Estrategias como esas fuerzan al capital a producir y extender un conocimiento científico, más aún, dialéctico, que permita potenciar el trabajo social. Exigir nada menos que comprender todo aquello sobre lo que se puede y quiere decidir, todo aquello que se encuentra en su ya muy amplio radio de soberanía, podría conseguir arrinconar al modo de producción capitalista como pocas otras demandas. La implantación de sistemas que contribuyan a dotar de mayor universalidad masivamente a los productores, los cuales en sus formas históricas hasta la fecha han sido

el resultado de la acción política de la clase trabajadora, es un medio para la edificación del modo de producción socialista, en el que los individuos puedan asociarse de un modo realmente libre, esto es, plenamente consciente. Investigar, aprender, educar, debatir, criticar, etcé-

tera, nada de esto queda por fuera de la acción revolucionaria de la clase obrera.

262

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Pc RR

necesaria impenitencia del aná llsda A del partido- clasista

Hoy no resulta sencillo, según en qué ámbitos o espacios políticos, sostener la pertinencia de la noción de clase. Ya apuntamos que las más altas y reconocidas instancias intelectuales se mantuvieron firmes durante años en su apuesta por desbancar la clase social como un factor

central en el análisis de la vida social. Se transitó del intento (en algunos casos deliberado, en otros no) de desvirtuar el concepto a la pretensión de erradicarlo; deseo que solo se consumó y, por suerte, no del todo,

cuando fue propiciado por el terremoto ideológico neoliberal. Aunque ya hemos tenido la oportunidad para demostrar que no todos supieron resistir el seísmo, y que no fueron pocos los que se cimbrearon gustosos

a su ritmo, hubo y sigue habiendo espacio para un análisis de clases. La alternativa no debe ser sucumbir al deseo de cobijarse en ajados relatos

simples y confortables que desprecien todo lo que pueda ser tachado de «identitario» en pos de recuperar un luminoso pasado que en realidad nunca existió, Si la clase merece nuestra atención es, por encima de que la sospechoso de «postmoderno» decía 519 Góran Therborn —poco én Ba tambi es clase entre clase e identidad es errónea. La política de ar política de la identidad y las “políticas identitarias de EA Err

as

icas contra la negación, '2 les pi raza, etcétera, son, sobre todo,quepolít es en lo que consiste MS

,

desigualdad y la explotación,

129: 7-32, 2 de p: ee tanteo sigualdad y democracia». New Lef? Review se desliga la «c qe ya cada fue Tal vez haya que ir algo más allá. Una vez d cuya expresión ció solidarida € clase» de aquella forma particular de que encontramos con masas, nos ron los partidos y sindicatos de

263

) Escaneado con CamScanner

Cuestión de clase

todo, porque es una categoría central para entender el metabolismo social en el que nos desenvolvemos. Por eso, conocer las clases sociales es en realidad conocernos a nosotros mismos, y afrontar su acción po-

lítica no es otra cosa que afrontar la nuestra. Tal y como hemos venido elaborando la categoría, esta debería mostrar cómo se plasma sobre los individuos y el modo en que producen su conciencia el metabolismo social visto en su totalidad. Con ella damos cuenta de la manera en que se participa de este último y, por ende, del modo en que nos relacionamos con nuestros congéneres. Para llegar a ella, hemos seguido de cerca a Engels, partiendo de ese decisivo factor

que es la «producción y reproducción de la vida inmediata». Arrancar desde algo tan aparentemente simple es lo que, creemos, puede dar la consistencia que la noción de clase requiere para no devenir un significante hueco, disponible para ser rellenado con lo que al investigador arbitrariamente le plazca. La «determinación esencial», estrictamente

clasista, se ubicaría en torno a la manera en que alguien participa del trabajo social: sea a través de la venta de la fuerza de trabajo o de la adquisición de capital. Son esas las dos opciones de las que puede disponer, en las sociedades donde el capital, como «potencia económica,

[...] lo domina todo», el productor libre de vínculos de dependencia personal para conseguir, insistimos, «producir y reproducir su vida». Esta constatación no es sino la línea de salida de una investigación materialista y dialéctica acerca de las clases sociales.

Claro está que a nuestro alrededor hay multitud de formas de vender la fuerza de trabajo o de gestionar una empresa, también de quedar

aparentemente por fuera de ese proceso, y cada una puede llevar a resultados muy dispares entre sí en lo que a forma de conciencia o praxis se refiere. Es por ello que no basta con quedarse en ese punto: hay que desplazarse hacia el modo en que se plasma la acumulación en las di-

ferentes fracciones, segmentos o como se quiera llamar a los grupos creados dentro de las dos clases que hemos encontrado. No nos prodi-

garemos reiterando las determinaciones de las aptitudes productivas diferenciales tanto en la clase capitalista como en la obrera. Tan solo es

pueden ser extraordinariamente útiles para relacionar y articular los muchos conatos

de transformación social que, brotando del interior del modo de producción capita-

lista, apuntan en una dirección progresista, hacia su erradicación.

520 Marx, Elementos fundamentales... Vol. 1. Op. cit,, p. 28. 264

Escaneado con CamScanner

La

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3

S cia saria ia impeniten del análisis -y del partido des ecesar

asista

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o d menester incidir en el carácter intrínsec € estas al desarrollo de la ¿cumulación capitalista. Una de las grandes virtudes del análisis de clase aquí defendid que no descompone ni secciona la unidad del modo de producción reconocie ndo como propio e inherente a este el contenido del me

chismo o del racismo, opresiones que constituyen en sí las nociones mismas de género y raza. El combate contra ellas no es u na lucha ajena

y desconectada a la de clase, sino parte consustancial de ella; una, nos

atreveriamos a aseverar, cargada de potencialidades rev olucionarias.

Independientemente de que algunas de las consignas de estos movi-

mientos no sean abiertamente «anticapitalistas» —otras sí lo son-, sus

pretensiones se alinean con la supresión de las desigualdades que efectivamente fragmentan jerárquicamente las condiciones de venta de la fuerza de trabajo.

El más práctico resultado de nuestra investigación es, o aspiramos

que sea, la identificación de un cuerpo social amplio capaz de poner en marcha formas de participación política. La cohesión de un movimiento genuinamente obrero que no sea calco ni copia de expresiones pretéritas, al no estar dada inmediatamente, se forjaría sobre un diálogo sustentado en la razón, recogiendo las vetas ilustradas que desde sus albores acom-

pañan a la lucha de las y los trabajadores. El grandioso desafío que nos queda por delante, aquel que llevamos ya años arrastrando implícita o explícitamente desde los albores de la modernidad, pero que ni siquiera

en nuestros días se ha mostrado en su plenitud, es el de tejer lazos dentro de la amalgama de situaciones que compone una gigantesca y poderosa

clase obrera. Entre técnicos y parados crónicos, entre mujeres y varones, entre personas blancas y negras, entre nacionales y extranjeros, etc. Con-

figurar esa convergencia inclusiva e internacionalista, a la vez que se organiza colectivamente la acción y se promueve el despliegue de la conciencia productiva, son cometidos que, consideramos, siguen reca-

yendo en las manos de una estructura a la que no podemos denominar , sino como partido. Para hora frente a un armazón burgués cada vez más po

E

parece poco menos que iluso confiar en experiencias A

rilidad

Se vuelve imperativo dotarse de una organización pao Pe

€ internacional, capaz de conciliar la unidad en la acción y ellos Áicas pida sta es las con una participación democrática que evite Ño se trata de implicaciones puntuales como las da en las las bases deben tomar parte activa y decisiva

discusi

le ñ

:

.

265

Escaneado con CamScanner

Cuestión de clase

en que Todavía no podemos describir pormenorizadamente la corn

sus siglas (si las esta organización se concretará, menos aún vaticinar

es 4 ofrecer tuvieses). A lo que nos podemos aventurar, y nO €s POCO, oración prograalgunos puntos clave para la discusión de cara una elab so mática que enarbole los intereses de la clase trabajadora. No es preci s, en gran més inventar la pólvora, ni tampoco acuñar nuevos concepto

tan recudida basta con recoger lo que ya está presente en categorías a, rentes y cargadas de significado como lo son ya las de soberaní democracia o solidaridad. Quebrantada la coraza burguesa que hace de nto la primera un pilar del nacionalismo, de la segunda un compleme

ideal para la compraventa generalizada de mercancías y de la tercera un recurso de desahogo moral, se pueden alzar como poderosas armas en manos de la clase trabajadora. En ese sentido, ya lo apuntamos, seguramente la mejor forma de denominar la aspiración política relativamente inmediata de una política obrera, más que la «dictadura del proletariado», es la «república democrática desarrollada»: un Estado en que toda la producción social esté directamente comandada, ley mediante, por la ciudadanía, que pueda allanar el camino al socialismo”.

Desde el momento en que se entiende la propiedad privada —lo mismo se diría de la fragmentación nacional— como una barrera a la expansión

de la participación en las decisiones que a todos nos incumben, el horizonte de la lucha obrera y republicana son una y la misma cosa. Somos conscientes de que no son estas, como otras de las desarrolladas más arriba, ideas que gocen de gran popularidad. Poco se puede esperar de los sectores intelectuales abiertamente conservadores, pero no siempre es más halagiieño el panorama que dibujan quienes están

presuntamente al otro lado del espectro. Entre comunistas y anarquistas persiste el recelo respecto a todo lo que, aunque sea de lejos, suene a «instituciones burguesas». En su mayoría están más preocupados —y enfrentados— por el modo en que imaginan”? una hipotética sociedad postcapitalista que por la comprensión de las determinaciones de la

521 Rodríguez Rojo, Las tareas pendientes... Op. cit., cap. 3 522 Resulta sintomático que autores de la influencia de Fisher o el propio Zizek -y

junto a ellos otros muchos, muchísimos= hayan situado el problema en el ámbito de la imaginación

(véase especialmente Mark Fisher, Realismo capitalista.

Buenos Aires: Caja negra, 2016). El problema estribaría en la presunt ción al sujeto de la capacidad de imaginar más allá del capital, esto es,a la amputa constatación de los confines de la conciencia libre en tanto que enajenada en el capital, y no en el modo en que esta se desenvuelve dentro de esos márgenes. 266

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La necesaria impenitencia del análisis y del partid o- clasista

¿cumulación del capital. En tal empresa persisten y se extienden, con

mayor o menor nivel de encriptación, dejes propios de la reacción ro-

mántica al capitalismo y, por el otro lado, de sus adversarios (neo)libe-

rales. Restaurar los lazos de dependencia personal perdidos, proclamar un abstracto rechazo a las instituciones, mostrar una fe ciega en la

tecnología o, por el contrario, en su colapso son caminos cada vez más transitados. Habría, entretanto, que hablar de todo un aluvión de ini-

ciativas tan difíciles de agrupar que usualmente nos referimos a ellas a través de los nombres de sus progenitores: benjaminianos, habermasianos, zizekianos, negristas, deleuzianos, derridianos... En este cruce de caminos es tan importante saber trazar alianzas tácticas o estratégicas como mantener nítidas las líneas de demarcación que nos separan. Concluyendo, es pertinente volver a la pregunta de siempre, la que no

nos abandona: ¿qué hacer? La respuesta no puede sino ser provisional. A estas alturas, nuestra respuesta sería: continuar avanzando críticamente

sobre el reconocimiento de la realidad social capitalista con vistas a potenciar nuestra acción revolucionaria. Dar pasos para confeccionar órganos que lleven a lo concreto los análisis e implementen sus conclusiones, que puedan estimular relaciones de solidaridad que abarquen todas las dimen-

siones de una clase obrera en general dispersa y desorganizada, pero también más grande y capaz que nunca para afrontar sus tareas. Para ello, el miedo a las discusiones, la conversión de las consignas en mantras, la fe

religiosa en los programas o la confianza ciega en la labor de la mercadotecnia política son contraproducentes. Por útiles que sean para nuestro

proyecto valores (dispuestos por el capital) como la disciplina o una comunicación profesionalizada, y lo son, ni la cerrazón, ni el dogmatismo, ni siquiera una concatenación de seductores eslóganes traen consigo una

acción revolucionaria que pueda aspirar seriamente a superar el modo de

producción capitalista. Esto último tiene que ver, antes bien, con nuestra capacidad para apropiarnos y aprehender todas las funciones que se encuentran en nuestra cotidianidad mediatizadas por el capital, comenzando

Por el funcionamiento del propio capital. Tal reto apela a una acción Política consciente y meditada, que emane de la investigación acerca de nuestras condiciones materiales de existencia, acerca, en definitiva, de n

Uestra posición clasista. .

.,

.

267

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o Ti

anexo de figuras

Figura I: esquema del intercambio mercantil TS

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Tay )-==----- > (MGV y) => (ue ye- (Mov)

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TS: Trabajo social

Vu: Valor de uso

Tc: Trabajo concreto Tp: Trabajo invertido de manera privada

V: Valor Ve: Valor de cambio

Ta: Trabajo abstracto

MgV: Magnitud de valor

M: Mercancía

-- »: Determinación

O : Perceptible en el intercambio —=>: Forma histórica

»: Sustancia goin — >: Forma aparencta

Rojo, La revolución en El capital. z ue íg dr Ro de do ta ap ad : Fuente Madrid: Garaje, 2019, p- 25

269

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clase Cuestión de

ema d Figura Il: esqu

Jar)

un

e > (MgvV

el intercambio mercantil (dinero incluido)

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CO) Áya

D: Dinero

+----- [Ta )

Pr: Precio

Fuente: elaboración propia

Figura II: circulación capitalista

FT (D —)

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D: Dinero

M: Mercancía

FT: Fuerza de trabajo MP: Medios de prod ucción Kv: Capital variable — Flujo de dinero

.

MP

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Kc

'

P: Producción

M”: Mercancía valorizada MC: Medios de consumo D”: Dinero valorizado Kc: Capital constante

Te

Fuente: ad

270

Aptado de Jesús Rodríguez

Rojo, La revolución... Op. cit.» P- 25

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Anexo de figuras

Figura IV: modelos propuestos por Poulantz as

Modelo de estratos

Modelo de fracciones

Modelo de categorías

Aristocracia obrera

Clase obrera

SI2NURUIy

enruo)

Lumenproletariado

pusnpuj

Burol Icracia

Obreros intermedios

Burguesía

Clase

Burguesía

obrera

Fuente: elaboración propia

Figura V: mapa de clases en Wright Modo de producción capitalista

Producción simple de mercancías

Burguesía

A Lo ' '

emos a

1 1

;

y medios. Tecnócratas

1

¡ e

P

atronos

. ——

e

Pequeña

;

'

Bajos directivos,

Capataces y supervisores

burguesía

: |! J 1 4 )

Trabajadores semiautónomos

Proletariado

Fuente: tomado y adaptado de Wright, Clase, crisis y Estado. Op. cit., p. 79,

me

con detalles de Clases. Op. cif., p- 55

ES

271 ) Escaneado con CamScanner

Cuestión de clase

oleqe1]

ende)

oleqe1|

CoN

oleqe1]

E pude)

abierto Figura VI: la visión de la clase del marxismo

Fuente: adaptado de Gunn «Notas sobre la clase», pp. 17-32 en Clase=lucha, editado por J. Holloway. Buenos Aires: Herramienta, Universidad Autónoma de Puebla, 2004, p. 21

272 Escaneado con CamScanner

Tras su violenta expulsión de los planes de estudio, las clases sociales están pugnando,

cada

vez con

de

Lio

por recuperar el lugar que le corresponde en a CRA pública. Se están convirtiendo en un tema de o nigad a reflexión tanto para militantes políticos como para científicos sociales. Este libro tiene por objetivo preparar el te-

rreno para este regreso al debate público. Para ello, recoge las más importantes contribuciones abordando

tanto sus

presupuestos como sus implicaciones políticas; desde las diferentes tradiciones de pensamiento que han enfrentado el problema hasta los muy diversos asuntos que han tenido protagonismo en relación a las clases. Pero la cartografía y recorrido que se traza no se hace de un modo únicamente descriptivo, sino crítico. El texto aspira a ofrecer un enfoque materialista, fuertemente inspirado en la obra tardía de Marx, que permita superar las compl icaciones que han ido manifestándose a lo largo de la historia de la noción de clase. De otro modo sería difícil , si es que no imposible, pensar a futuro las clases como actores.

El libro cuenta con tres partes. Una prime ra destinada a esclarecer la noción de clase social, en la que se discute con diferentes aproximaciones de corte sociológico sobre qué es una clase y qué método aplicar para su identificación. Una segunda dedicada a abordar diferentes polémicas en relación a las clases, del «precariado» a la «élite gobernan-

te» pasando por las «clases medias». Por último, la tercera parte abo

rda las dimensiones más pol íticas del problema, aquellas que históricamente invol Uucran la condición de ciudadanía.

Bellaterra dicions

Serie General Universitaria

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ISBN 978-84-19160-44-7

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