Cuerpo e imagen. Clínica de la sociedad de consumo

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El texto nos provoca a no olvidar que la evolución occidental de los últimos siglos implicó la interiorización de un control severo de las emociones, el afecto y la espontaneidad. Tal vez esto posibilitó cierto retroceso de la violencia en las relaciones personales, el fortalecimiento del pudor y la evitación de comportamientos íntimos a la mirada de los otros: la intimidad como el retiro y el secreto de los cuerpos. Pero la historia viene demostrando que el distanciamiento entre el espacio público y la gente se ha convertido en tragedia. Se padece como la imposibilidad de compartir, como el aislamiento más doloroso que impide relacionarse con otros. Esto deja a muchos en un estado de desafiliación, como lo conceptualizara Robert Castel. Se disuelven los lazos sociales y aparece la sociedad mediática desdibujando los límites entre lo público y lo privado. Relajado el control de las emociones, expuestas las intimidades del sexo, de lo escatólogico y del dolor, resurge la violencia en las relaciones, en los cuerpos, en las instituciones. Nada que ocultar. Dirá Lans, que «…la conexión con los medios electrónicos de comunicación de masas y la producción de un nuevo tipo de imágenes (que) se multiplican velozmente, despliegan una estética de la violencia que afecta a los cuerpos…» Todo el texto de Lans me ha remitido permanentemente a preguntarme cuál es la posibilidad de resistir el embate, una posibilidad tal vez u-tópica. La pienso, entonces, desde mi modo de pensar el mundo, la perspectiva de las redes sociales. Cada individuo se perfila, en virtud de las relaciones que entabla con cada otro, como una red de relaciones. Elina Dabas

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Alfonso Lans

Cuerpo e imagen Clínica de la sociedad de consumo Digitalizado por: [email protected] 10.09.16

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Título original: Cuerpo e imagen. Clínica de la sociedad de consumo Alfonso Lans, 1997 Editor digital (contacto): [email protected]

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Dedicado a Juan Raúl y Elena, mis padres.

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AGRADECIMIENTOS Quiero expresar mi gratitud a mis amigos y colegas por su apoyo y paciencia a la hora de escribir este libro, en especial a Gabriela Etcheverry, Marcello Leggiadro, Luis Gonçalvez, Gabriel Eira, Femando Berriel, Luis Leopold, Alejandro Raggio y a Gonzalo Fuentes que además lo diagramó. A Osvaldo Saidón que sostuvo mi clínica A Elina Dabas por su prologo, aliento y asesoramiento A Juan Carlos De Brasi por todo lo que me enseño A Sylvia Castro que me brindó su amistad y sostuvo mi carrera docente A Joaquín Rodríguez que me alentó y más A Gabriel Galli, con quien he compartido años de trabajo y aún insistimos A todos los compañeros docentes del Area de Psicología Social A todos los docentes y estudiantes del Servicio Social-Comunitario de Atención Psicológica de la Facultad de Psicología. A todos aquellas personas con las que he trabajado en la consulta «Psi» Mi mayor agradecimiento a Magdalena Freccero, mi compañera, que no solo lee mis escritos, sino que, además ha contribuido significativamente a ellos con su experiencia profesional y sus pertinentes opiniones. A mis hijas que son las que padecen complacientemente el trabajo escritural. A Raquel Schneider por su abnegada y casi imposible tarea de corregir mis garabateados textos.

Prólogo Al terminar de leer el libro de Alfonso Lans tuve la convicción de que iba a resultar difícil escribir este prólogo. Miles de imágenes y asociaciones me inundaron y ordenarlas en un texto suponía quitarles su sabor, su textura, su polivocidad. Luego comprendí un cierto privilegio que el autor me había concedido: expresar todas esas sensaciones e ideas que surgían (des) ordenándolos en la cotidianidad de mi escritura. Me acepté momentáneamente como la prologante, el actor que anuncia la obra, pero a sabiendas que el deleite, el placer y la 6

angustia estará en el hecho fáctico de sumergirse y dejarse inundar por ella. El todo es la nada Una reunión de profesionales de la salud en un hospital público. Se está discutiendo la forma que adoptará el ingreso a la carrera profesional. La mayoría plantea que éste deberá aceptar a todos los que trabajen en el sector. Un médico, muy preocupado, pregunta «pero los arquitectos también?». Se intercambian sonidos que intentan definir qué es un profesional de la salud. Alguien eleva la estatura de su voz y dice “todos los que aportan”. Y el médico, más agobiado aún, exclama: “Pero cuánto más homogéneos seamos, más protegidos estaremos Recordé esta vivencia y entonces comprendí una vez más que el contexto hace al texto. Irrumpió con fuerza la letra escrita: «Una imperiosa compulsión a totalizar domina la escena en el pensamiento occidental. Tal compulsión activa una operación que busca conjurar lo terrorífico que proviene de lo heterogéneo»[1] Asocio: El fin de la sociedad salarial entremezclada con las ofertas que el plástico posibilita. Todos te ofrecen créditos sin explicarte que en realidad contraes una deuda. Y después te preocupa el arquitecto, el enfermero, el ingeniero biotecnológico que se puede llevar la porción de salario que te toca. Las redes de solidaridad se imponen a las de cooperación. Ser solidario ayudando al pobre, al necesitado, al que no tiene, sentado en el living de la casa y llamando al número telefónico que me muestra la pantalla del televisor. («Hasta a veces he ido a donar sangre por un desconocido») Pero la cooperación me enfrenta con la mirada; me obliga a escuchar tu voz; hace que tenga que declarar mi patrimonio de recursos y enfrentarme con las carencias. Lo que es peor, contártelas pero sin queja, sin culpar a nadie (Y eso, cómo se hace?). El vértigo de la diferencia provoca una sensación nauseosa; como un objeto extraño alojado en las visceras te enfrenta con un aquí y ahora irreconocible; impone la incertidumbre; elimina una a una las certezas. Queremos darle lo mismo que no tuvimos. Los padres de G. preocupados por la falta de independencia de su hijo de 10 años, cuentan, en una entrevista, que para que él no dependa de los horarios familiares le compraron un televisor para su cuarto. Pero el niño, en lugar de entusiasmarse por el regalo, le pide a los padres que se acuesten en su cama para mirar la TV con él. El padre, preocupado, confiesa no saber qué hacer, ya que intentaban “darle todo lo que ellos no tuvieron” y G. no parece comprenderlo.

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Desordeno el texto de Lans y encuentro que «…nos detenemos en el modo en que los cuerpos son disciplinados y encauzados. Van transitando los territorios de la familia, la religión, el hospital, la educación…». Por suerte en la copia que me ha enviado, algunas hojas están sin numerar. Entonces elijo una y leo con interés que «…para encontrar el sentido de algo es necesario determinar, con precisión, cuál es la fuerza que se apropia de la cosa… Montar una máquina que arroje visibilidad sobre aquello que parece confuso… Focalizar aquello que pasa desapercibido por carecer de historia. Tal modo de producción nos coloca en una línea de interrogantes y formulación de problemas allí donde antes sólo aparecía lo obvio y lo natural.» Cruzo un diálogo interno a Lans con Marc Augé[2], quien dice que… La imagen no es entonces ni la vida privada ni la vida pública, sino laexistencia misma (la manera de existir a los ojos de los demás), una medida de la intensidad de ser. Si paso por la TV, si soy visto entonces estoy seguro de existir” Si miro confirmo que veo la realidad interesante como G. resiste a través del reclamo del contacto, del afecto, del «pegoteo», tan denostados por la razón cartesiana. El texto nos provoca a no olvidar que la evolución occidental de los últimos siglos implicó la interiorización de un control severo de las emociones, el afecto y la espontaneidad. Tal vez esto posibilitó cierto retroceso de la violencia en las relaciones personales, el fortalecimiento del pudor y la evitación de comportamientos íntimos a la mirada de los otros: la intimidad como el retiro y el secreto de los cuerpos. Pero la historia viene demostrando que el distanciamiento entre el espacio público y la gente se ha convertido en tragedia. Se padece como la imposibilidad de compartir, como el aislamiento más doloroso que impide relacionarse con otros. Esto deja muchos en un estado de desafiliación, como lo conceptualizara Robert Castel[3]. Se disuelven los lazos sociales y aparece la sociedad mediática desdibujando los límites entre lo público y lo privado. Relajado el control de las emociones, expuestas las intimidades del sexo, de lo escatólogico y del dolor[4], resurge la violencia en las relaciones, en los cuerpos, en las instituciones. Nada que ocultar. Dirá Lans, que “…la conexión con los medios electrónicos de comunicación de masas y la producción de un nuevo tipo de imágenes (que) se multiplican velozmente despliegan una estética de la violencia que afecta a los cuerpos…” Todo el texto de Lans me ha remitido permanentemente a preguntarme cuál es la posibilidad de resistir el embate, una posibilidad tal vez u-tópica. La pienso, entonces, desde mi modo de pensar el mundo, la perspectiva de las redes sociales. Cada individuo se perfila, en virtud de las relaciones que entabla con cada otro, como una red de relaciones. Estas redes de relaciones constituyen un factor esencial en la producción de la subjetividad y en las posibilidades de transformación social. Es a través de ellas 8

que la sociedad civil desarrolla las relaciones orgánicas que le confieren presencia y permiten su interjuego con el «estado propiamente dicho». De la menor o mayor cantidad de esas «redes de relaciones» ha de depender la debilidad o fortaleza de una sociedad civil específica. Y son estas “redes de relaciones” las que posibilitarán construir contextos de significación diferente. Como esta que creamos entre las dos orillas del Río de la Plata. Doy la bienvenida a esta publicación, porque es esencialmente provocativa, porque abre para seguir pensando, asociando, soñando, escribiendo. Elina Dabas. Buenos Aires, setiembre de 1997

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Introducción Los textos aquí reunidos, son fruto de mis trabajos de investigación en el ámbito académico de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Se han desarrollado en el Servicio Social Comunitario de Atención Psicológica y especialmente, en su área clínica, la que he tenido el privilegio de conducir. Los seminarios de profundización que dicté en los últimos tres años, en el Area de Psicología Social, me han brindado la posibilidad de sistematizar mis ideas en tomo a nuevas problemáticas que considero importantes para el desarrollo de la psicología. Mi actividad docente en la Cátedra de Psicología Social de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación, me introdujo en un universo poco trabajado por los psicólogos uruguayos, pero, a todas luces, padecido. Lo que pretendo con estos escritos es un doble movimiento: abordar algunas problemáticas que están en el seno mismo de la vida cotidiana, para precisarlas, con las herramientas que el quehacer académico nos brinda y a la vez, introducir dichas problemáticas en el propio ámbito académico. Debo confesar que tal movimiento no es ingenuo. No podemos negar que, en gran medida, el conocimiento que la psicología universitaria atesora, se apoya en paradigmas científicos y estéticos hoy desbordados, cuando no directamente interpelados. Basta mencionar que su edificio se apoya en un solo paradigma estético: el de la novela. La proliferación de la imagen y del cine como arte audiovisual dan paso al videoclip y a la realidad virtual, sin duda es hora que revisemos nuestros instrumentos, a los efectos de ampliar nuestras formas de ver y escuchar. Los niños que hoy llegan a la clínica ya nos anticipan lo que vendrá, el análisis no puede detenerse en el pasado. Las nuevas velocidades que se despliegan en la vida cotidiana, en la medida que es modulada en tiempos cada vez menos humanos, cada vez más tecnológicos, obligan a ubicarse de cara al futuro, ya que quienes nos consultan en la actualidad manifiestan un nuevo tipo de desesperación y un viejo terror, ambos vinculados al problema de la supervivencia.

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«Esperamos de la televisión consecuencias del mayor alcance para la revelación, cada vez más clamorosa, de la Verdad a las inteligencias leales. Se ha dicho al mundo que la religión estaba en decadencia, y con la ayuda de esta nueva maravilla el mundo verá el grandioso triunfo de la Eucaristía y de María» Pío XII, Encíclica del año 1957

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RECUERDOS DE UN TELEVIDENTE

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Hace algún tiempo me asaltó una idea: ¿La televisión extrae partes de nuestras vidas y nos las exhibe, o nosotros extraemos partes de nuestras vidas de la televisión? ¡Qué imágenes! ¡Qué imágenes las que componen la existencia…! ¿Cuántos universos posibles se componen en el horizonte de la existencia…?

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El imperio de los sentidos en la era de la tecnopolítica La producción de imágenes se ha liberado de los objetos mediante las nuevas tecnologías de producción digital. Estas últimas han producido una ruptura en la relación que ligaba la imagen al objeto, sin embargo, esto no se presenta de modo evidente, no es lo mismo lo que vemos en la pantalla al modo en que la imagen es producida. Los procesos de objetivación y subjetivación[5] que la cámara registra son sometidos a un proceso de montaje. Esta es la condición necesaria para la invención de una realidad que, si bien reconocemos como virtual, no por ello será menos real. Paradojalmente, a la vez que la imagen se libera del cuerpo, su presencia indica un cuerpo a los sentidos, aunque de éste solo permanezca su doble la imagen: como huella de un pasado más o menos remoto o como indicio de uno de los mundos posibles en un futuro más o menos inminente. El poder de la imagen es de tal pregnancia que en la actualidad se vuelve inconcebible otra posibilidad que no sea la coincidencia del objeto y su imagen. Dominio sobre el tiempo, ya sea congelándolo, ya sea acelerando su paso. En este sentido, los tratamientos de la velocidad de la imagen, cámara lenta, cámara rápida, los travellings en general, producen una serie de movimientos aberrantes imposibles de producir fuera de la esfera cine-videográfíca. No obstante ello, las imágenes así producidas devienen más reales y efectivas. Hoy no es posible el film de acción sin el auxilio de los efectos especiales. El cuerpo y su doble (la imagen) deben coincidir en una sociedad que se reclama bajo el imperio de la luz. En el imperio de la transparencia se tiene como centro gravitatorio a la conciencia, imagen subjetiva por excelencia de nuestra duración.[6] El Cine, la TV y el vídeo proporcionan un medio de exhibición y registro que permite mostrar al mismo tiempo que modular la realidad. Esta última característica es la que indica su compleja capacidad de transmisión. Decíamos que, mediante la producción digital de la imagen, se produce la liberación del doble. Debido a ello, la imagen se parece a una sombra sin cuerpo o a la inversa, pura transparencia sin cuerpo. Cambia de naturaleza, aunque su captura no deja de ser el intento — más o menos efectivo según la época de que se trate — de moldear las fuerzas del caos. Detrás de la proliferación de imágenes se establece una estrategia que vincula las fuerzas desde un ideal de transparencia, que no puede ser otro que el de un estado inmóvil. Su única referencia no es otra cosa que una serie de relaciones numéricas que conforman un modelo puramente ideal, virtual, es decir, matemático. Tal operación requiere establecer un modelo que oficie de 14

referencia, a los efectos de establecer las semejanzas que posibilitan los procesos de integración, dominación, incitación, control y vigilancia. Una imperiosa compulsión a totalizar domina la escena en el pensamiento occidental. Tal compulsión activa una operación que busca conjurar lo terrorífico que proviene de lo heterogéneo. Una compulsión de dichas características se efectúa mediante un proceso de totalización que se captura en la imagen que le brinda su forma[7]. Dotándole de un molde se estabiliza el flujo ideatorio, por lo que el pensamiento cristaliza en una línea de subjetivación. Será como efecto de una operación clasificatoria que se equilibren las fuerzas e impulsos vitales. Ello es posible en tanto se conforme un centro. Un mecanismo tal se consolida en el acto de corte que los saberes efectúan sobre los procesos vitales. Mecanismo de defensa que opera fijando los flujos al asociarles imágenes universales. Con ello, el proceso de producción de las formas, de las ideas, se ve enfrentado a su detención. Es la detención lo que permite fijarlo, en definitiva, asociarlo a una imagen para hacerlo visible. Reconocemos en esta operación una clara política de Estado. Dotar a todos los flujos de una imagen universal con el expreso objetivo de dominarlos. Mediante tal operación, las líneas de fuerza singulares quedan capturadas en un universal que las recubre, haciéndolas invisibles. Tal operación de reducción no es posible sin la previa conformación de un territorio que prolifera al reproducir un centro, cuya función es la de equilibrar las fuerzas; de este modo se produce un efecto de figuración que se presenta a la mirada en el mismo acto en que se conforma.[8] Al pensamiento de estado se le corresponde la noción de estructura, versión moderna de la categoría de esencia que conforma la imagen mental que niega el devenir y con él, el paso del tiempo. Obsesión del déspota por la permanencia y angustia del neurótico obsesivo: muerto-vivo sin tiempo que aspira elevarse a la categoría de divinidad. Su destino sedentario y su tiempo — el de la inmortalidad — se conjugan en la actividad que desarrolla. Esta se diagrama en relación al territorio que, a su vez, se construye en función de las tecnologías con las que él mismo ha sido conformado.

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Imagen y Duración Los medios audiovisuales posibilitan la domesticación de la imagen. El videograbador nos permite almacenar las imágenes en un soporte autónomo al cerebro humano. Mediante las tecnologías de video-reproducción aquellas adquieren la posibilidad de su repetición al infinito. Estas tecnologías nos han permitido dominar uno de nuestros terrores más primitivos: el miedo a una duración que esté más allá de la nuestra. Expresa el terror de no poder perdurar más allá de un límite, el de la muerte, a la vez de reconocer y confirmar la existencia de una duración, más allá de la propia, que dominaría nuestros destinos y a la cual dirigimos nuestras imágenes almacenadas. La noción de duración es clave en la filosofía bergsoniana, nadie como Henri Bergson a la hora de enfrentar los problemas que nos plantea el tiempo en relación a la existencia: «La existencia de la que estamos más seguros y que conocemos mejor es, indiscutiblemente, la nuestra»… «Digo y con razón, que cambio, pero el cambio me parece residir en el paso de un estado al estado siguiente. De cada estado, considerado aisladamente, quiero creer que sigue siendo lo que es durante todo el tiempo que se produce. Sin embargo, un ligero esfuerzo de atención me revelaría que no hay afecto, representación ni volición que no se modifique en todo momento; si un estado de alma cesase de variar, su duración cesaría de transcurrir»[9] Desarrollamos prótesis para dominar el tiempo con el inconfesado objetivo de conquistar la permanencia. Vano intento por atrapar el flujo del espíritu, estabilizar el pensamiento y fijarlo a una memoria. Según Regis Debray, la producción de imágenes, en un origen, ha estado en referencia a las prácticas funerarias. La imagen habitaba esa fina frontera entre los vivos y los muertos, como decíamos en tiempos remotos, es decir en esa fina línea entre lo visible y lo invisible. La imagen, antes de ser ídolo, fue fantasma; el doble del cuerpo, su sombra. El trabajo de la plástica, en su insistencia por producir la forma a través de la imagen, no puede pensarse si no es en conexión con la necesidad de dominar las fuerzas del caos, de lo invisible a la mirada. Dominar la imagen es dominar el tiempo, ello aparece claro si lo referimos a la producción de la imagen y a su proliferación como políticas de Estado, tanto si pensamos en los faraones egipcios como en los cesares romanos. Una vez muertos adquirían el estatuto de divinidad y ello se realizaba a través de su imagen mortuoria. Históricamente, la producción de la imagen ha estado en directa relación a este vínculo entre lo sagrado, lo divino y el hombre. Lo divino es lo que hace que levantemos la vista, mientras que lo sagrado es lo que fuerza a bajarla. La imagen cumple una función mediadora con el más allá, en la medida en que mantiene su relación con lo divino y lo sagrado.[10] ¿De dónde nos viene lo que pensamos? Esta pareciera ser la obsesionada pregunta que occidente no termina de formular, por temor, sin duda, a su 16

respuesta. Su temor a la locura reside, justamente, en ese punto nodal en que alguien comienza a desvariar desgarrando el universo racional por la irrupción del sin sentido. Buscamos domesticar el temor a las imágenes y el poder que éstas ejercen sobre los sentidos. Temor que se trasmuta en terror cuando, en su grado más alto de poder de afección, producen aquello que conocemos como fenómenos alucinatorios. Desgarro en la comunicación, agujero negro que atrapa el flujo de pensamiento mediante la reproducción al infinito de las mismas imágenes. En algún punto, el neurótico no deja de ser aquel que asiste una y otra vez a contemplar la misma película — en la actualidad esta es su modalidad preponderante — en desmedro de aquel viejo y sufriente actor-protagonista del teatro representativo.

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La sociedad de control y las máquinas de visión Entre los delirios de los pacientes esquizo-paranoicos de cualquier hospital psiquiátrico, uno suele encontrarse con la existencia de todo tipo de máquinas de transmisión de pensamiento y su polo contrario, los delirios del robo de pensamientos y sus respectivas máquinas de penetración y extracción. Esto ya no nos es extraño, dado que, sin esfuerzo, podemos observar como dichos delirios tienden a materializarse. Basta detenerse en la proliferación de monitores que en los supermercados nos incitan a llevar ciertas mercaderías a través de la publicidad que emiten, como de las cámaras que registran los movimientos de los usuarios de un banco, de los clientes de un supermercado o de los que se trasladan en ascensores o de los trabajadores de una sección x de una empresa cualquiera. Su imagen es capturada en tiempo real, sin embargo, estas tecnologías aún refieren al dispositivo del panóptico, que requiere, para su instrumentación, de la conformación del espacio cerrado. Operan sobre la memoria a través del temor al castigo, cuyo modelo es la reclusión mediante el encarcelamiento forzado. Esta eficaz tecnología, que ha superpoblado las cárceles del mundo y con la cual aún se opera, va dejando paso a las tecnologías de control en los espacios abiertos, donde la gente actúa como si siempre estuviera siendo filmado, al grado que no se hace otra cosa que actuar para la cámara (imaginaria o real, ya poco importa) En la película «Natural Bom Killers», Oliver Stone, apoyándose en un libreto de Quentin Tarantino, recorre los intrincados mecanismos que se despliegan en las llamadas «sociedades de control». En el film, se pone de manifiesto el modo en que el bombardeo de la retina mediante rayos catódicos, posibilita que se introyecten las imágenes con las cuales se irán modulando, estéticamente, los modos territoriales de la existencia. Ya Stanley Kubric había investigado dicho campo en su mítico film basado en la novela homónima de Anthony Burguess: «La Naranja Mecánica». En dicho film, mediante la acción combinada de medios químicos y electrónicos, se reacondicionaba la conducta de un «desadaptado». ¿Recuerdan a Alex?. En la película de Stone no hay pretensión utópico-cientificista, sólo el despliegue de un proceso donde la cámara hace las veces de conductora de las acciones y reacciones de los cuerpos producidos en la sociedad mediática. El protagonista: la cámara y la caja boba con su bombardeo de rayos catódicos en las pantallas cerebrales. Stone alcanza la máxima visibilidad hasta ahora jamás lograda, del ojo idiota. Ya no es necesario otro protagonista, ni otro testigo, las acciones y reacciones de los cuerpos no tienen otro sentido que el de desplegarse para ser registrados y exhibidos ante las cámaras.

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Clínica de la Sociedad de Consumo

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El escaparate catódico En este fin de milenio y desde no hace más de cuatro décadas, vivimos bajo el imperio de la luz. La pantalla de la tv modula nuestra subjetividad, actúa, directamente, sobre el cuerpo produciendo estados de ánimo. Alucinado por los «media» se construye un cuerpo pasivizado: el del televidente. Ante ello, el cuerpo reacciona secretando su propia droga, de la que, por otra parte, siempre desea un poco más. Para el televidente ya ni siquiera es necesario alucinar y mucho menos soñar. El proceso va en una dirección inversa debido a que se efectúa mediante medios electrónicos y lumínicos: millones de puntos de luz penetrando directo al cerebro. Velocidad pura que arrastra al televidente en un proceso de desrealización, que se efectúa al introducirlo en un universo virtual. En este universo se manifiesta una actividad maquínica delirante provocada por la inyección masiva de la luz[11]. El flujo informativo adquiere la cualidad de la onda, diseminándose hasta impactar en un cuerpo que cede para acoplarse a la opinión que se le brinda. En ese mismo movimiento es que pasa a ser adoptada como propia. El propio cuerpo ya no puede ser discriminado de la pantalla y en ese proceso, el cuerpo mismo, deviene escenario. Será en él donde las imágenes, mediante un proceso de incorporación, se efectúen vía consumo. De hecho las imágenes no son «vistas», éstas activan, directamente, la retina, aunque aún dependan de una pantalla para su proyección. Los escaparates se introducen en la intimidad del hogar dejando al televidente indefenso ante los objetos que, implacablemente, lo «observan», para terminar envolviéndolo sin remedio. El cuerpo, sin atinar a otra cosa, reacciona al ser activado por las imágenes que se suceden. Imágenes que golpean con violencia la retina de unos ojos que miran sin ver. Paul Virilo afirma que una persona que habita un centro urbano del capitalismo desarrollado, como la ciudad de Nueva York, se expone, involuntariamente, a por lo menos 1500 estímulos diarios producidos por la industria de la propaganda. Como resultado de este proceso se configura un singular dispositivo de control: el ojo idiota.[12] El ojo idiota es un aparato de captura a la vez que un dispositivo de contemplación. Éste se efectúa a modo de un panóptico invertido: las imágenes se proyectan en una pantalla interior, impactan afectando al cuerpo y se realizan en él, modulándolo. Es a partir de la invención del cine que se despliega esta nueva modalidad energética: la energía cinemática. Ella resulta del movimiento de las imágenes y de su mayor o menor rapidez de llegada, produciendo percepciones oculares, de carácter óptico y óptico-electrónico y la misma adquiere una mayor intensificación desde la invención de la televisión.[13] El desarrollo de las nuevas tecnologías de la imagen coloca, en un futuro 20

próximo, la desaparición de la distancia pantalla-cuerpo. Con ello asistiremos al fenecimiento de la Conciencia, tal como la conocemos en la actualidad. En esta dirección, Virilio plantea que lo esencial aún está por llegar: «ya se está experimentando un sistema de simulación derivado del oculómetro, que se liberará, definitivamente, de la esfera-pantalla: la proyección de las imágenes de la batalla aérea se efectuará, directamente, en los globos oculares del piloto, gracias a un casco provisto de fibras ópticas…»[14] Sabemos que las tecnologías de la percepción se han convertido en un problema logístico, por lo cual, a todas luces es evidente que estas nuevas tecnologías no demorarán en ser incorporadas en campos diversos al militar. Sin ir muy lejos, el departamento de investigaciones de tecnologías para la percepción de la Disney & Co. le ha ganado la delantera a su similar de la NASA y en la actualidad es posible introducirse en tiempo real dentro del cartoon-film de Aladino, recorrer sus escenarios, volar en alfombra mágica y ser protagonista de las acciones dentro del propio film. Las mismas tecnologías son las que permiten remasterizar la película Guerra de las Galaxias. De este modo, su director puede modificar escenas enteras de la misma, al grado de poder exhibir otra película. Sin duda se viven tiempos difíciles, la tele nos ofrece chicas sensuales y muchachos apetecibles que no dan paz a los ojos, mientras desliza un nuevo desodorante en aerosol que agujerea la capa de ozono sin dolor. La proliferación de mercancías y escaparates es el lado luminoso del régimen capitalista; es la exhibición de una cara milagrosa de la riqueza, que no obstante, será regulada por la institución de la propiedad privada. Debido a la acción de los medios electrónicos de comunicación masivos hemos asistido a una proliferación de la imagen y con ello, a la pérdida de su poder de simbolización, en tanto, técnicamente es posible reproducirla al infinito. El efecto inmediato es su imposibilidad de comunicar, el vacío simbólico entonces, vendrá a ser llenado mediante la personologización. Tal es el efecto de rostridad, imagen-afección desnuda en la que el rostro oculta el cuerpo conjugado del artista (su obra), tanto como a su cara espiritual (la imagen de su pensamiento). La personologización, al contrario de lo que pudiésemos pensar, no produce una afirmación de la individualidad, sino que la descompone y disemina. El paradigma está encamado en el presentador de TV. El conductor de programas de televisión es la imagen estereotipada en su más alto grado. Lo esencial radica en su cualidad de ser un lugar vacío, Esta imagen se manifiesta en el punto donde coinciden lo efímero de su perdurabilidad con lo eterno de su presencia. En función del rating será: acelerado, congelado, elevado, devaluado, amado, olvidado y/o intercambiado. El desarrollo de las nuevas tecnologías de producción de la imagen, a partir de su digitalización, no solo ha producido una desacralización de la imagen, sino que, 21

a los efectos de introducir el elemento diferencial, se ha sacralizado a los fabricantes de imágenes. «Las obras ya no nos dicen nada sin la vida de su autor», se lamenta, en gran medida, «el foquista» Regis Debray. Hace bien, la exigencia de nuestro tiempo es de otro tenor, ya que el mercado establecerá una circulación de la obra, así como su valor de intercambio, no solo a partir de la vida del autor, sino fundada en su capacidad de habitar los medios electrónicos de comunicación de masas. Vivimos un tiempo de proliferación del superstar y de su masa de fans. Neo-dioses planetarios elevados a la categoría de modelo u objeto de culto o de deseo. Detrás de la andanada personológica se despliega una objetología, que se sostiene en la creencia arcaica de que al incorporar los objetos, incorporamos parte del poder que dichos cuerpos proyectan en nuestras pantallas. La anorexia y la bulimia no pueden pensarse aisladamente de este fenómeno producido en las sociedades de consumo, es decir, la producción mass-mediática de una imago corporal (la top model) para el consumo masivo. Será por identificación con esa imago que se produzca toda una política en referencia al cuerpo del consumo, donde el propio cuerpo es lo que se modula y a la vez, se ofrece al consumo. El cuerpo del televidente queda encerrado en el circuito del consumo. Bajo su cara luminosa (la imagen) los objetos nos seducen, bajo su cara oscura nos activan, nos hacen ingresar a un nuevo modo de servidumbre: el consumismo. Los cuerpos tristes son los que ofrecen menor resistencia a la más seductora de todas las potencias: la televisión. El cuerpo, al ser bombardeado por rayos catódicos, queda inhibido. El cuerpo del televidente queda pasivizado e inhibido de la acción, lo contrario lo enfrentaría al riesgo de quedar desconectado. Bajo tales condiciones su reacción se manifiesta bajo el régimen de la queja. El televidente, al verse movilizado e inhibido al mismo tiempo y a la postre frustrado, entra en un estado de padecimiento. Envuelto por pasiones tristes reacciona mediante la queja y con ella, el sentimiento de bronca ante la frustración de no poder tener aquello que se le ofrece, comienza a ser administrado. La queja no es neutra, por el contrario, es un arma que actúa socavando las condiciones de posibilidad de los buenos encuentros. Es efecto de un mecanismo de bloqueo, dispone los cuerpos en resonancia con el estado de inhibición que le acompaña. Como efecto secundario, la queja produce una descarga que alivia aquellos cuerpos que padecen agobiados por la impotencia. Pasivizados, no esperan más que ser, nuevamente, estimulados. La descarga, a su vez, entra en relación con regímenes afectivos propios de estas sociedades urbanas y tercermundistas: aquellos que se manifiestan en practicas sociales signadas por la falta de solidaridad. La queja es propia del hombre del resentimiento, éste ni siquiera es capaz de reaccionar. Su reacción no termina de realizarse, es sentida en lugar de ser activada. Bajo estas condiciones el sujeto queda reducido a ser un 22

terminal de registro donde se vienen a inscribir toda clase de efectos. Padece de aquello que no puede rechazar, los hombres y las cosas se le aproximan más de lo necesario, de modo que cualquier acontecimiento deja huellas y las huellas que lo invaden, lo fijan. El recuerdo adquiere un peso, una gravidez tal, que lo inmoviliza y con ello se constituye una memoria odiosa en sí misma. Mediante la queja, el resentido echa la culpa sobre el objeto con el fin de compensar su propia impotencia. No le queda otra cosa que padecer y lo que desea se vuelve su sufrimiento al grado que ya no puede desear sin padecer. El neo-capitalismo produce una modulación de los flujos que recorren el campo social-histórico mediante el escaparate catódico para dar forma al cuerpo del consumo. Desde el comienzo el deseo está en el proceso de producción, él mismo no es otra cosa que la energía que activa al aparato motor. El deseo es constituyente de la «infraestructura»[15] del cuerpo del consumidor y corre en el mismo sentido que el flujo de dinero necesario para adquirir lo que se desea. Marx enseñaba que la mercancía es, ante todo, un cuerpo que, por sus propiedades, satisface necesidades humanas de cualquier índole «…que tales necesidades tengan por origen el estómago o la fantasía en nada cambia las cosas y el deseo implica la necesidad: es el apetito del espíritu, tan natural como es el hambre para el cuerpo, y de ahí es que extraen su valor la mayoría de las cosas.»[16] La producción y la antiproducción coexisten en el ciclo infinito del consumo y el cuerpo del consumo no difiere del cuerpo productivo, es el propio cuerpo de la producción con sus regímenes de afección y sus respectivas superficies de registro, producción y consumo.

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La Deuda y Lo Inconsumible El campo social-histórico es catectizado por los flujos que lo recorren, pero los flujos decodificados son, inmediatamente, traducidos por la axiomática capitalista, en cantidades abstractas. El capitalismo actual forma un cuerpo lleno sobrecodificado, en el que no cesan de traducirse todos los signos bajo la medida abstracta de la moneda, que, de a poco, pierde toda otra referencia que no sea ella misma, al grado de trasmudarse en onda corpuscular. Pura luz que se ha terminado de realizar con la invención del dinero electrónico. Rayos lumínicos proyectados por el cuerpo lleno de un socius que ha sido signado por la abundancia de la producción, aunque el medio en que aquella se vuelque sea un medio marcado por la carencia de los medios de apropiación. El capitalismo ha mutado y su límite ya no se encuentra del lado de la producción, más bien se podría decir que, en este plano, la revolución científicotecno-informática lo ha dotado de una capacidad ilimitada en medios y recursos. Actualmente, se hace necesario buscar su límite del lado de la distribución, ya que, es bajo esta última de sus tres caras, que no deja de fallar. Sin embargo, es gracias a dicha falla que el sistema funciona mejor que nunca, al globalizarse. La producción del cuerpo del consumidor y la producción de las subjetividades que se le corresponden, son su industria de punta. La operación compleja que se efectúa, no sólo produce al consumidor, sino que, mediante la misma operación, se captura los diversos modos subjetivos, pues con ella engancha los bloques de subjetivación producidos a su cadena axiomática. Para ello ha desarrollado un nuevo modo de captura que consiste en un mecanismo simple de acción retardada: —“Todo está a tu vista, está ahí para ti. Llevátelo ya, es tuyo. Es lo que siempre has querido. Solo necesitás la guita” —¿…? —«Que no tenes, bueno, no importa firmá y llevátelo» Todo el que ha sido enganchado a un círculo de consumo, adquiere un ritmo que lo caracteriza: es el del vértigo contenido, como el que se insinúa en la marcha servil de un junkie[17] que se acelera cuando va por más de lo suyo. Enganchado en la rueda se corre, inevitablemente, tras el rastro del dinero. Una vez enchufado a la tarjeta de crédito, no cabe otra que esperar su vencimiento, pagar y soltar, nuevamente, a la bestia renovada. El «mono» demanda ser alimentado.[18] Actualmente, quedar fuera del circuito de consumo es, virtualmente, 24

imposible, en todo caso la desocupación y la miseria son sus límites relativos. La sociedad del consumo tiene la característica de integrarlo todo, se autogenera y prolifera al producir límites móviles cuya función es la de integrar, incluso, aquello que se le opone[19]. Efectos de una axiomática que sobrecodifica todos los flujos al traducirlos en cantidades abstractas bajo el imperio de la mercancía. Lo inconsumible ocupa el centro y opera como motor inmóvil: es el capital financiero bajo la forma de la deuda. Sí, la deuda, la que se contrae cuando alguien adquiere una mercancía utilizando la modalidad del crédito bajo cualquiera de sus formas. La deuda, eternamente renovada, se apodera de la vida. La atrae hacia sí al grado de confundirse con ella, para dar como resultante un autómata, expresión de la antiproducción que maquina con un cuerpo que no termina de descomponerse en su repetición. Reterritorialización de un cuerpo sin órganos que no cesa de regenerarse como soporte de pasiones tristes. Estas últimas son la expresión de la pasividad del cuerpo productor enganchado a una máquina social. Es decir, la máquina capitalista se compone con él en un todo que crece al ir integrándolo al tiempo que lo produce como pieza de máquina. Será en la simultaneidad del propio proceso de producción que se construya un Cuerpo del Trabajo como máquina abstracta que autoproduce sus piezas. Piezas de máquinas que serán activadas, al mismo tiempo que consumidas. Se sella, de esta forma, su destino, que, por otra parte, no puede ser otro que el del esclavo. El sujeto se nos presenta en su desnuda realidad, simulacro que se manifiesta bajo la forma del Yo. Imagen moderna de la mala conciencia y del resentimiento que se nos revela sobrecodifícada por la axiomática psicoanalítica. El Yo se constituye como instancia administradora de las fuerzas activas que pugnan por su afirmación. Efecto de superficie, es decir, síntoma, en tanto se constituye como pantalla de registro de las acciones y reacciones que se componen en un cuerpo. A las fuerzas activas se le oponen fuerzas reactivas y será de aquellas que estas últimas extraigan su posibilidad de reacción. El Yo, lo decimos una vez más, es el síntoma que recubre nuestra mala conciencia. El Yo del consumidor no es otra cosa que la imagen necesaria para sostener la relación entre un deudor y un acreedor, relación que se sostiene en un irrefrenable impulso de obedecer. El Yo no desea más que aquello que lo hace desear, efímero instante en que adviene su más-cara ilusión: la de ser igual a la imagen que los objetos le refractan. Fortalecer el Yo es una estrategia de captura esencial en un medio donde todo se desvitaliza, donde todo se desrealiza: Yo quiero. Yo puedo. Yo decido. Yo compro. Yo deseo… —«¿Donde hay que firmar?» Asistimos a la más cruel de las retiradas, la retirada del sujeto desvaneciéndose entre los objetos. Un Narcisismo sin Narciso, en donde, por fin, la imagen alcanza su desacralización en la más pura simulación. Empeñados, 25

como Narciso, en metemos en el abismo, no nos queda otra que caer en él.

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Drácula y la Mala Conciencia Una y otra vez, aquí y allá se escucha: “No, Yo ya no doy más sangre” e inmediatamente se agrega: «gratis». Los vampiros, en tiempos no muy remotos, abandonaron la caza como práctica cotidiana, en beneficio de un modo masivo de extracción. Comenzaron a extraer la sangre bajo la forma de la plusvalía, a través del régimen del salario. Esta práctica aún es común en vastos territorios del mundo capitalista integrado, aunque, en la actualidad, las diferencias en las escalas de salario recrean diversos círculos. En estos últimos se actualizan las viejas castas del Estado oriental, en función de la capacidad de consumo que las discrimina. El vampirismo actual ha proliferado como un cáncer en metástasis recubriendo el socius, de modo que, si bien aún se conservan las viejas imágenes del capitalismo (las del capitalista y el obrero) estas últimas no son más que simulacros, reterritorializaciones de los flujos decodificados del capital y de los flujos abstractos de la fuerza de trabajo. Estas no son más que imágenes subjetivas que recubren el vampirismo que se ha generalizado y reterritorializado en el cuerpo del consumo. La capacidad de marras produce una nueva modalidad de estratificación que se inscribe sobre el cuerpo del consumidor. Las marcas de las mercaderías que se adquieren son incorporadas, se acoplan al cuerpo, de este modo se adquiere una grifa que abre ciertas puertas, a la vez que cierra otras. Las grifas que los cuerpos portan, aseguran la circulación por espacios cada vez más abiertos, a la vez que niegan el acceso a otros. Pero no nos confundamos, un estrato no proporciona una identidad y la grifa sólo actúa como una llave de paso. Ingresar a un estrato depende de la capacidad de consumo y de la capacidad de adquisición (la cultura, por sobretodo, es el objeto de consumo por excelencia en las economías del mercado informatizado). De hecho lo que realmente importa en un mundo cada vez más espectacularizado y estetizado, es lograr la mayor capacidad de circulación posible. El zapping parecería ser el modelo que recorre los hogares y se prolonga en los shoppings o en Gorlero, donde hay que estar, más que nada, para ver y ser visto. Máxima aceleración en la mínima duración. En un pasado reciente, el enunciado «dar sangre» nos recordaba a los cuerpos acoplados a una máquina abstracta que funcionaba enganchada a otro motor inmóvil: «la causa». Estas máquinas, en el Estado moderno, toman la forma del «Partido» y es por «la causa» que portan, que la gente, a través de la historia, ha matado o se ha hecho matar por él. El partido moderno ordena la realidad historizándola al sobrecodificar el acontecimiento y acotando los sentidos, es que construye un dogma. Consecuente con ello se crea una hermenéutica del campo social, cristalizando en teorías globales que totalizan un 27

campo social-histórico. Los esfuerzos partidarios se apoyan en saberes totalizantes y hegemónicos y se efectúan con un cometido preciso: la producción de un modelo moral con su respectivo sistema de valores. Los modelos producidos en estos aparatos de captura proliferan, constituyéndose en centros trascendentes que reproducen la lógica del Estado. Estos son incorporados y la imagen que le corresponde es la imagen del Yo. La causa es incorporada en tanto Ideal del Yo, ideal que se apoya en la memoria que se actualiza en ella. El proceso de subjetivación y captura, que posibilita tal enganche, es modulado en el pasaje del sujeto por diversos círculos que, de una u otra forma, reproducen la imagen del Estado, unlversalizándolo. Los cuerpos quedan sujetos a un centro trascendente que les brinda una identidad. Se delimita un círculo imaginario que los reproduce, haciendo proliferar, nuevamente, los espacios cerrados. En los círculos como los de la familia, la escuela u otros, se van desplegando diversas técnicas de disciplinamiento por las que se construyen bloques de subjetivación. Estos capturan los flujos que recorren un social histórico al plegarlos sobre un cuerpo que, de este modo, adviene persona: imagen social de la conciencia. Los partidos son la parte a la vez que espejo del Estado, en tanto aspiran ser su reflejo más acabado, con el objetivo explícito de recubrirlo, abarcarlo en su totalidad para conservar su imagen o modificarla. Tal condición se deduce de la imposibilidad que un partido exista sin un Estado que le brinde su medio. El sistema representativo de gobierno está construido a partir de ellos y el capitalismo no cesa de servirse de ellos, de proliferar con ellos, en tanto dispositivos de control y vigilancia que operan en la superficie opaca del cuerpo social. «Dar sangre para la causa»: frase hecha si las hay. Hecha para la peor de las derrotas. Desde la última confrontación hacia atrás, una y otra vez acontece lo mismo, el bando derrotado se queja, se lamenta y no deja de repetir: «ya no doy más sangre». Una y otra vez la sentencia se olvida, ya que no está en la voluntad de nadie el darla o no. El Estado moderno está compuesto por distintas caras y su modo más característico es la bipolaridad aunque necesite de todas sus partes, incluso aquellas que más repele, puesto que es de ellas de quien mejor se alimenta. En la década del 80, los Estados Neo-democráticos latinoamericanos modificaron sus tecnologías de vigilancia y control, a la vez que delimitaron nuevos círculos de tolerancia, en los que algunos ilegalismos se empiezan a manifestar con relativa libertad. Esto no sorprende a nadie ya que poco pueden hacer para controlarlos. Estas fuerzas, las más de las veces entrelazadas, se vuelven incontrolables desde el momento que se componen siguiendo lógicas que provienen de estratos mucho más poderosos que los sedentarios Estados modernos. Estos últimos terminan acoplándoseles, se incluyen en su movimiento, 28

alimentándose de ellos. Es decir, de los carteles de la droga, del complejo militarinformático-industrial y de la actividad del capital financiero. Bajo estas circunstancias, sus políticas se diagraman en centros extraterritoriales[20] que transforman a los Estados democráticos tercermundistas y neocoloniales en aparatos de vaciamiento, siendo la corrupción, su efecto más visible. Estas lacras no son disfunciones, sino que son inmanentes al actual sistema capitalista mundial e integrado. El caso de la droga es un analizador privilegiado, a la vez que un claro ejemplo de como el Estado produce uno de los modos de lavado y reciclado de dinero más ingenioso que jamás alguien pudiese imaginar. Opera extrayendo una parte del flujo de plusvalía. Y ello no solo a través del sistema financiero y del secreto bancario que permiten re-inyectar grandes cantidades de divisas provenientes del narcotráfico en las economías del tercer mundo, también lo hace a través de las acciones encubiertas que los servicios secretos y de inteligencia llevan adelante y que la propia prensa filtra, naturalizándolas al convertirlas en noticias. En su cara legal, basta ver como se operó una reconversión de los aparatos represivos que pasaron de la guerra antisubversiva a la guerra contra la droga y el narcotráfico. En su cara oscura regulan y participan del tráfico de aquello que, se supone, combaten. Estas condiciones nos obligan a formular algunas interrogantes: ¿Cómo puede operar y proliferar el tráfico de drogas, siendo, como es, una práctica severamente castigada? ¿O el caso es que ciertas prácticas ilegales en ciertos círculos de poder son toleradas a cambio de una jugosa participación en el negocio? ¿Si el consumo de mercancías ilegales como la marihuana, el hachís, la cocaína u otras fuese legalizado, cuántos dealers y barones de la droga se verían afectados? ¿Y si los jueces y la opinión pública (es decir la opinión que los medios hacen circular) no condenaran el consumo de estas sustancias denominadas drogas — con el correspondiente beneficio de los laboratorios multinacionales — cuántos tecnócratas, producidos por las instituciones de la salud, la pedagogía, la justicia y tantas otras, quedarían sin trabajo? De seguro la participación de trabajadores de la salud mental en tareas de Estado se vería reducida a una mínima expresión o, al menos, deberían cambiar de rubro. Por otra parte, debido a lo pauperizados que estos estamentos técnicos ya se encuentran, son incapaces de frenarse ante el impulso de participar en las decadentes cruzadas modernas. A través de ellas se asegura una participación, con el consiguiente consumo de parte del flujo de plusvalía. A diferencia de los aparatos represivos tradicionales, coexisten en ellos la piedad y la misericordia, pasiones propias de los herederos de los sufrientes cuerpos cristianizados. Legítimos representantes de la más rancia mala conciencia.

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Los anillos de la serpiente: Impunidad y Democracia Escondiendo la cabeza no se vive libremente y la política del avestruz no conduce a otro lugar que a un inmundo agujero. A sus espaldas, la visión que exhibe a la mirada del espectador no es ofensiva, más bien, se muestra reveladora. El Estado institucionaliza la guerra y el régimen representativo la congela, produciendo un estado de metaestabilidad. Es como un cáncer contenido que enfrenta sus máquinas partidarias para alimentarse de ellas; los mecanismos que despliega son la negociación y la producción del consenso. El efecto de funcionamiento de tal maquinaria es la exclusión, tanto de los individuos como de las masas, del poder de decisión política. Sobre el final de los 80, en el continente latinoamericano —y en el Uruguay en particularse reinstala la línea que divide a gobernantes y gobernados y que, a principios de la década había sido, a todas luces, desbordada por la movilización de masas en toda la extensión del cuerpo social, condición sine qua non para la recuperación del modo representativo-democrático de gobierno. En Uruguay, la institución del voto es universal y obligatoria, reforzando con ello la imagen que «el Estado somos todos», negando la posibilidad de la abstención como modo de resistencia al propio Estado. En «nuestro» Estado nacional y representativo algo se perdió para siempre el día que el deseo de no saber y de no ver, deseo de ser avestruz, consagró la ley de impunidad. Sabemos que la sociedad mediática produce «la» opinión del mismo modo que se producen fideos, televisores, minicomponentes, máquinas informáticas o esquizofrénicos. Es mediante la invención de una opinión que toma el estatuto de pública por ser proyectada a través de los «media», que se construyen las condiciones para producir el consenso. El consenso opera como una tapa, es decir, un lapidario mecanismo de forclusión que recorre el socius impidiendo ver y nombrar el horror. Dar vuelta la página es lo que reclaman la mayoría de los profesionales de la política, pero de ese modo, las heridas abiertas, lejos de ser cerradas, se encapsulan y lo reprimido retoma por todos los poros del cuerpo reventado. El pus no cesa de ascender incluyéndose, a modo de noticia, por los propios «media». Más que palabras son susurros y gritos anclados en síntomas y «complejos» que proliferan y que poco tienen que ver con la imagen reprimente del papá-mamá de un complejo edípico jamás entramado en el cuerpo ausente del desaparecido, ni en los «nombres del padre» pronunciados bajo el régimen de la ausencia de la ley. Quienes se adjudicaron la representación del «pueblo» han perdido su referencia y con ella una clara manifestación que el sistema de la representatividad está herido de muerte, también en Uruguay. Caído el sistema de la representación, las acciones de los burócratas 30

comienzan a depender, por una parte, de los índices de crecimiento o decrecimiento de simpatizantes registrados por las encuestas de opinión y de intención de voto, así como de la proyección que los «media» realicen de la imagen del político-candidato en cuestión o del equipo que lo sostiene. Vemos como la figura del político se acerca a la del presentador de TV y como su prestigio y poder comienzan a depender de su capacidad de habitar los medios. Con ello pasa a someterse a la lógica del mercado y a las variaciones del rating. De hecho, el que mejor ha percibido la nueva realidad en el panorama latinoamericano ha sido el menemismo, que ha sabido colocar en puestos clave a estrellas del show-business que le aseguran el favor de las cámaras y con ellas, la atención y el amor de los votantes. La acción política queda capturada por la autoreproducción cíclica de la organización burocrática del Estado en un medio estriado por los «media». En estas condiciones, pierde todo sentido la idea de participación. Si ya era una realidad que el aparato partidario se autonomizaba de sus votantes en la propia operación en que se constituía como partido, en la nueva realidad que los medios producen, éstos quedan mediatizados como lejana referencia. El día en que el presidente Reagan dirigió un efusivo saludo y ensayó un encendido discurso al arribar a un aeropuerto militar en el que solo lo esperaban sus más íntimos asesores y unos pocos periodistas de las principales cadenas televisivas, quizá, en algún momento, sea señalado como el acontecimiento que inaugura una nueva época. El sentido de sus gestos y palabras iba dirigido, no a aquellos que lo esperaban, sino a las cámaras, el presidente-actor emergía en una nueva realidad y bajo su sobaco traía los proyectos de «guerra de las galaxias». Desde entonces, nada esencial se juega entre los contendientes. Ya no hay juego, solo negociación. Ya no hay representación, solo seducción. Los aparatos de partido capturados por los medios electrónicos y librados a su propia capacidad de seducción, únicamente difieren en su capacidad de maquillaje. No se aspira a crecer, solamente se autoreproduce. Se reproducen por clonación haciendo proliferar su imagen. Operan capturando los flujos y fuerzas que componen el campo social-histórico en la interioridad de un vacío absoluto, pura cáscara que revela su naturaleza de recipiente. Podemos reconocer la imagen del Estado en cada comisión barrial, en los grandes y pequeños clubes recreativos, en cada comisión de fomento, en cada centro cultural, en cada asociación científica, en cada sindicato, en definitiva, un aparato de captura que actúa por proliferación. Las masas no desconocen tal situación, por ello no extraña su retiro generalizado de los escenarios partidarios. Dadas las condiciones que más arriba señalábamos, sería necesario pensar los efectos de una «guerra» definitivamente perdida, que en nuestro país culmina con la ley de Pretensión Punitiva del Estado. Además de señalar las conexiones complejas que se actualizan en el temor de verse envuelto en cualquier proyecto colectivo. El 31

fantasma del Vampiro también se alimenta de los bien intencionados y el miedo a «donar sangre» es, simplemente, eso: MIEDO. La ley de Impunidad, instalada en nuestro país desde el año 1987, niega toda posibilidad de conocer la verdad, es decir, «quien» fue responsable de la tortura y de la persecución sistemática y quien no. Con ello se refuerza la falsa idea de que todos fuimos responsables del horror que se instaló con la dictadura cívicomilitar, confundiendo torturadores con torturados. Cuando la bronca no puede dirigirse hacia su objeto, se produce una inversión: reflujo de miedo e intensificación de una memoria que señala a todos y a cada uno como culpable. Imagen de la mala conciencia promovida por el Estado y celebrada por la ley de Impunidad que oculta la despiadada verdad: fuimos víctimas. Víctimas del más atroz de los crímenes, el de Terrorismo de Estado. La «donación de sangre» fue invocada una y otra vez, allá por el final de los años 80, al grado de ser expuesta como fundamento y medida del peso de las razones de cada partido. Esta práctica fue desarrollada extensamente, tanto por los aparatos represivo-militares, como por los aparatos de partido de la izquierda. La sangre vertida produce un intenso dolor en el cuerpo colectivo. El dolor lo fija a un estado de ánimo característico: el del resentimiento, propio de la atmósfera hipnótica en que se despliega. El Partido difunde la ancestral creencia del pueblo elegido y la misma se sostiene en los muertos que inscribe y registra. Hay ciertas credenciales difíciles de adquirir. Estas creencias justifican mecanismos de segregación y control que son propios de una máquina despótica bifronte, que engancha la masa de seguidores y simpatizantes al cuerpo lleno del Gran Paranoico: es la modalidad en que el Estado prolifera. Aquí y allá reproduce centros que le dan sentido a un cuerpo particularizado bajo el modo de la Institución. El terror que se ha apropiado de los cuerpos, inhibiéndolos, fue producido por tecnologías precisas que se desplegaron en la década del’70. Fue la represión indiscriminada ejercida sobre la superficie lisa del corpus social, fue la muerte en campos de concentración, el aislamiento como técnica de gobierno, la tortura y la amenaza de aniquilamiento como prácticas sistemáticas. Sentencias pendientes que una y otra vez se actualizan en la presencia fantasmática del desaparecido que no cesa de hacerse presente. El cuerpo pasivizado es un cuerpo primero aterrorizado y luego desvitalizado, inyectado de resentimiento a través de la descomposición sistemática de sus vínculos y de los cuerpos con los que hace máquina como estrategia de Estado. El Estado de Terror operó produciendo un ataque directo al cuerpo; el torturador escribe sobre la superficie del cuerpo su sentencia, al tiempo que castiga y el dolor que produce es una plusvalía que extrae el ojo en la medida que el cuerpo 32

deviene escenario y campo de batalla. El ojo capta el efecto de la palabra sobre el cuerpo y la devuelve a su medio como signos grabados en el cuerpo por medio del dolor, signos marcados en la propia carne ante el ojo del déspota que goza con el dolor que produce. Mediante la tortura se inscribe en el cuerpo un código, se lo marca. El código prolifera más allá de los muros de los recintos de reclusión, es una grafía que se inscribe en toda la extensión del socius. Toda la crueldad de la represión masiva del régimen cívicomilitar y de la estupidez manifiesta que se arrastra hasta nuestros días en el aparato de la educación, como el de los procedimientos atroces de la tortura, no tenían otro fin que el de dotar de una nueva memoria al hombre con el cometido de enderezarlo. Disciplinar requiere marcar la carne y moldear el espíritu para formarlo en la relación acreedor-deudor. La política represiva desplegada por el régimen bajo la dictadura —autodenominada, con precisión, proceso cívico-militar—no puede verse separada de su política económica. Es una política económica. De hecho, es en ese período que se contrae la deuda externa que engancha a cada contribuyente al accionar del capital financiero vía Estado. Mediante este mecanismo se recrean lazos de vasallaje entre Estados y megamáquinas financieras como el FMI o el BANCO MUNDIAL. El Estado actual también fue obra de la recordada operación que llevó a la quiebra de «la tablita», nombre con el que se conoció un mecanismo de regulación de la conversión monetaria. Esta operación posibilitó la implosión del aparato productivo y el endeudamiento interno de vastísimas capas de la población. Endeudamiento que deviene endémico al naturalizarse. Formar la relación acredor-deudor implicó dotar al hombre de una memoria tendida hacia el futuro. Como plantean Deleuze y Guattari en el «Anti-Edipo», en la tortura se efectúa una siniestra ecuación que equipara daño = dolor. En este caso límite se manifiesta con claridad que la misma deuda nada tiene que ver con el intercambio. El ojo extrae del dolor que la mano produce, al grabar su grafía sobre el cuerpo del torturado, un plus de goce. El torturador extrae del cuerpo del subversivo una plusvalía de código, una compensación que reinventa la relación rota con la máquina despótica que el revolucionario desconoce. Mediante la tortura, la marca de la disciplina que no había penetrado lo suficiente en su cuerpo es, nuevamente, horadada. «Estar en la máquina» era una expresión que circulaba tanto entre torturadores como presos políticos y que equivalía a ser torturado. La máquina, como en este caso, nunca es metafórica. En medio de la tortura se manifiesta la recomposición de la megamáquina de Estado, pirámide funcional que tiene a un déspota impersonal en la cima, motor inmóvil del aparato burocrático que se instituye como superficie lateral de registro y órgano de transmisión. Restitución del orden perdido. Ahora todos sentimos, sabemos, que estamos en la máquina. 33

Dictadura, Chivo Expiatorio y Democracia La Doctrina de la Seguridad Nacional fue el último intento por mantener la frontera, a los efectos de preservar una interioridad en la que ya nadie creía, ni deseaba mantener. En los años 70, a falta de maléficos ejércitos invasores provenientes de Estados enemigos, se crea la figura de la subversión, representante, desde la perspectiva del aparato de Estado, de un enemigo foráneo —personificado real e imaginariamente en el oso ruso— que se introducía subrepticiamente a través de la manipulación ideológica. De este modo se convertía a cada ciudadano en sospechoso. El enemigo, así constituido, no presentaba marcas visibles, de modo que la guerra pasaba a ser fratricida. No había extranjero invasor, ni diferencias externas entre los contendientes. La diferencia no estaba más allá de la fe que profesaban. De ahí la obsesión del régimen militar por establecer marcas claras (pelo corto por sobre el cuello de la camisa, uniformes, certificados de buena conducta, etc.). Desde su perspectiva, todo el socius quedó capturado en una economía de guerra, en un vano esfuerzo por exterminar el enemigo, que pasó a ser interno. Tal esfuerzo implicaba, de hecho, la autoexterminación, estrategia de varias dictaduras latinoamericanas, en especial la Argentina con sus 30.000 detenidos-desaparecidos y que detuvo en coordinación con los servicios uruguayos, a muchos compatriotas, de los que aún no sabemos donde fueron enterrados sus cuerpos. Sabemos que muchos de aquellos «Chupados» en la Argentina, fueron arrojados al mar. Aún tengo grabadas, en mis pupilas tele-adolescentes, los cuerpos que se hallaron en las costas uruguayas traídos por las corrientes marítimas. El mar deviene Inconciente planetario, cuando en su fluir, arroja a la superficie lo brutalmente reprimido. En las condiciones de la bien llamada guerra sucia, se implemento una economía de guerra que se sostenía en una lógica de la confrontación, lógica paranoica que ordenaba y distribuía mayorías, masas y grupos sobre el cuerpo lleno del socius. El aparato militar, literalmente, se tragó al Estado, militarizándolo. En la actualidad, la figura del subversivo se ha desplazado y es por su desplazamiento que el chivo expiatorio se vuelve molecular e invisible. Los enemigos de los Estados nacionales pasan a ser: el terrorismo, la droga y el SIDA y detrás de ellos se vuelcan millonarios recursos sosteniendo la acción preventivo-represiva de la parafernalia médico-policíaca. El futuro es ahora: En el episodio del Filtro se desplegaron las nuevas modalidades de control y represión en su forma más descarnada. Por la Tv pudimos observar, hace apenas unos años (en el ‘94) cómo se configuraba ante la pantalla, un desmesurado despliegue policial que envolvía a la masa para, simultáneamente, abrir fuego sobre ella. En esta oportunidad, la fuerza policial percibía a la masa de manifestantes como un cuerpo diverso al que, habitualmente, se pone en movimiento por la principal avenida céntrica. 34

La mirada que la fuerza policial ponía de manifiesto constituía al cuerpo de la masa en cuerpo terrorista, de ahí que fuese acribillado, dando como resultado dos jóvenes muertos y decenas de heridos. El ojo idiota evidenciaba, a la vez que ocultaba ante el televidente, un nuevo modo de administrar el poder. La voz nerviosa del periodista ponía de manifiesto una atmósfera dramática, mientras la cámara permanecía abierta y transmitiendo en directo registraba, en medio de caídas y tiradas a tierra del camarógrafo, la violenta represión por parte de la policía y la reacción violenta de muchos de los manifestantes. El clima de represión era substancialmente diferente a los hasta ahora conocidos por los movimientos de masas en el Uruguay. Por otra parte, policías y manifestantes no eran los únicos actores en el escenario donde las acciones se desplegaban, las sirenas de las ambulancias y las corridas de los hombres de blanco completaban un cuadro que iluminaba con cegadora claridad un desplazamiento en el modo de administrar el poder, así como sus novedades tecnológicas e ideológicas: el movimiento es evidente, se va de la doctrina de seguridad nacional a la doctrina de la seguridad ciudadana. El clima de guerra es capturado para ser proyectado sobre el cuerpo del televidente que deviene escenario. Las imágenes proyectadas sobre el televidente espectacularizan la confrontación, de este modo, a la vez que lo afectan, lo excluyen definitivamente del terreno en donde la acción se despliega. Paradójicamente, el televidente es violentamente arrojado al interior del escenario en la imagen. La incapacidad para que el televidente se discrimine queda sellada desde el momento en que la imagen-acción se desdibuja para dar paso a una imagen-afección subjetiva. Esta se constituye desde que la cámara se trasmuta en los propios ojos de aquel que ahora es un perplejo y aterrorizado televidente. Queda oculto el papel que el dispositivo de contemplación cumple, así como las redes de solidaridad existentes entre los cuerpos policial y médico con los mass-media en la organización del nuevo escenario en el que las luchas se ven encerradas, así como la constitución de las nuevas reglas de juego evidenciadas en la doctrina de seguridad ciudadana.

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La política de la sospecha Se dice que vivimos tiempos violentos, como si la violencia no fuese un componente «natural» en la vida de los hombres. Como si la época hubiera adquirido una nueva «enfermedad social» desconocida en otros tiempos. La violencia que padecemos, si es diferente, lo es por su conexión con los medios electrónicos de comunicación de masas y por la producción de un nuevo tipo de imágenes. Estas últimas se multiplican velozmente y despliegan una estética de la violencia que afecta los cuerpos de un modo más eficaz y aséptico que la propia violencia que ellas muestran. Se produce una puesta en escena que define una imagen de la violencia, una imagen-afección en que la propia acción, en la que la violencia se definiría como tal, está ausente. Pero que la acción violenta esté ausente no quiere decir que no pueda producirse e irrumpir como irrumpe el rayo… (¿catódico?) La figura del subversivo fue una referencia privilegiada por las políticas represivas y preventivas del Estado militar — policial que dominó la escena de los años 70-80. Aparecía en la pantalla entre estridentes marchas militares, componiendo un clima grave y terrorífico, se exhibía a los subversivos uno a uno y en grupo, para ser presentados al escarnio público. El operativo buscaba, además de alertar a la población sobre la verdadera identidad del sospechoso, alentarla a colaborar en su captura. La doctrina de la seguridad nacional requería se señalase, con precisión, el cuerpo del enemigo. Paradojalmente, la exterioridad será señalada a partir de una extraña seña: la noción de ideología. Esta noción articulaba, de uno u otro modo, tanto las acciones de los partidos de izquierda como de derecha. Ocupando un centro ideológico se creaba un cuerpo y se le daba consistencia. El mundo quedaba claramente dividido en dos, siguiendo el modelo bipolar generado en la posguerra. Buenos y malos, rojos y fachos, revolucionarios y reaccionarios, para todos y cada uno, su identidad. ¿De qué lado de la raya te ubicás? era la pregunta obligada. De ahí que la noción de pertenencia indicaba una exigencia permanente a los efectos de evaluar, en un encuentro cualquiera, incluso los cotidianos, si estábamos frente a un amigo o a un enemigo. Esta lógica se repetía al infinito, generando la constitución de círculos concéntricos cada vez más estrechos que reproducían las fronteras, señalando un adentro y un afuera. Más allá de los modos de vestir, o de otro tipo de señas estéticas, ninguna otra referencia que no fuese la afiliación ideológica. La adhesión ideológica prefiguraba las acciones posibles en un proceso que, de algún modo, ya estaba diagramado. Cuando el enemigo no presenta señas visibles, la heterogeneidad nos coloca de golpe ante el horror. Bajo estas condiciones, la confrontación deviene 36

fratricida. La proliferación de la escarapela y la bandera se vuelve una política necesaria a los efectos de indicar las señas que permiten incorporar al «semejante», al mismo tiempo que expulsar al diferente. Configurar un imaginario tal y producir una visibilidad precisa con tan escasas marcas, llevó a que se viesen privilegiadas las acciones de «inteligencia» destinadas a señalar e identificar los cuerpos extraños «portadores» de ideologías foráneas. Tanto la acción sistemática y masiva de la tortura, que buscaba quebrar al revolucionario convirtiéndolo en delator, como la práctica del entrismo llevada adelante por los «tiras», produce una estética de la sospecha. Si el enemigo no presenta marcas visibles lleva a la necesidad vital de generar modos claros de identificación. De este modo se diagraman los encuentros que quedarán, indefectiblemente, signados por la sospecha. Actualmente, la figura del subversivo se ha trasmudado y diseminado en personajes particularmente terribles ya que sus marcas son invisibles a la mirada: el terrorismo, el sida y la droga. La figura del sospechoso producida en los años del Terror ha perdido, definitivamente, sus marcas y ya no es posible identificarlo. De esta situación es que el Estado policíaco extrae su mayor potencial de control en desmedro de su polo represivo. Llama la atención tanto la similitud y analogía como las diferencias de los modelos de identificación del subversivo y de estas nuevas figuras: el adicto y el sidoso. Se conforma un sistema de identificación y captura que se establece en las campañas dirigidas desde los ministerios de Salud Pública y Educación. Estas serán fundamentalmente vehiculizadas a través de los operadores sanitarios y operadores del aparato de la educación, con el fin de identificar al drogadicto, así la figura del adicto recibe la carga del subversivo. Indudablemente será sobre los jóvenes que las baterías se carguen. Como plantea Rodríguez Nebot, el impacto del SIDA establece una nueva ecuación sexo = muerte. «Ya no hay sexo seguro y se nos cae a pedazos la ilusión de la salud infinita. Esto llena de incertidumbre y desconcierto a la sociedad y afecta sus formas de vinculación sexual. ¿Tendrá o no tendrá? ¿Te has cuidado o no? ¿Te hiciste el exámen?. El sexida amenaza todas las parejas, todos los vínculos, afectando todas las relaciones intersubjetivas» La medicina se nos revela en su contracara impotente cuando el SIDA se convierte en su agujero negro. Sin embargo, la institución médica no pierde poder, al contrario, es convocado en la lucha contra la peste, como antaño. En un primer movimiento, como no puede neutralizarlo actuando directamente sobre él, tratará de anticipársele, para ello se mueve como el político y fundamentalmente, como el moralista, alimenta el terror de las masas para que su política de contención tenga efecto. Las primeras políticas preventivas desplegadas tendieron a establecer grupos de riesgo. Como efecto se generaron reacciones de segregación y persecución incontrolables. Se depositaba en homosexuales y prostitutas el mal, se lo dotaba de un cuerpo portador para 37

controlarlo mejor, se lo controlaba mágica e imaginariamente, pero con ello se negaba la posibilidad de que la peste atacara nuevos territorios y con ello se confundía un mapa, por demás estrecho, con los territorios por los que el SIDA se movería. El SIDA se homologó al castigo del cielo que caía, una vez más, sobre los «pecadores» más repugnantes para las morales judeocristianas, aquellos que afirmaban su diferencia en el terreno de la sexualidad y el placer. La moral tecnomédica señalaba a los grupos elegidos: Drogos, Gays y Putas. El siguiente movimiento se delinea en el acto que desarticula el aparato de captura que se había constituido, tratando de neutralizar las prácticas de segregación y chivato que tendían a generalizarse, ya que, de todos modos, la curva de heterosexuales comenzaba a crecer volviendo obsoleta la medida de control, mostrándola en su verdadera naturaleza. Por otra parte, solo una idea ingenua (moralista-puritana) podía concebir que los intercambios sexuales no conectan los «grupos» en cuestión: adictos, prostitutas, homosexuales y heterosexuales. Para desarticular los efectos indeseables se corrió el centro, se pasa a focalizar no ya en la identidad del posible transmisor, es decir, el sospechoso, sino para identificar y señalar las conductas sospechosas e incitar las conductas responsables. «Todos podemos contraer el SIDA» y por lo tanto, todos estamos bajo sospecha, ya que contraer el SIDA equivale a estar muerto. Muertos-vivos, Zombis vengadores que alimentan el terror colectivo y el negocio holliwoodense. Diversas fuerzas se alían con el poder médico en una cruzada moralista hasta que llega en nuestro auxilio el concepto de sexo seguro y de la mano: el condón. El sexo seguro, profiláctico, aparece como el mediador en tanto la responsabilidad de las acciones, en este plano, se imbrincan en relación a la vida y la muerte. La seguridad comienza a adquirir un peso como valor social que arrastra tras de sí toda clase de flujos: sexuales, informáticos, políticos, raciales, nacionales, monetarios, de capital, de mercancías y etc., etc. Te venden seguridad cuando te protegen y se vende seguridad cuando se mantiene un pueblo aterrorizado. Al estallar la línea imaginaria que dividía el mundo en dos, la «doctrina de la seguridad nacional» se ha vuelto obsoleta. Las nuevas estrategias del capital financiero, en referencia a la producción de mercados regionales, no contemplan las fronteras territoriales de Estados decadentes. Estados que se repliegan, transfiriendo al sector privado sus aparatos productivos y privatizando servicios y empresas que fueron estratégicos para el desarrollo de sus economías. A tales efectos, lo que se requiere son grandes nichos de consumo, por lo que las grandes ciudades se ven privilegiadas. Hacia ellas fluyen, entre otros, los grandes capitales, el narcotráfico y las masas de desposeídos, tras una oportunidad. La ciudad es donde la máquina de explotación se reterritorializa y en ella las viejas 38

figuras del capitalista y del obrero se revelan como simulacros, meras piezas de la máquina y ni siquiera las más importantes. Serán otros vectores los que regulen los ritmos y tiempos de su movimiento vital. La ciudad se presenta como superficie de inscripción y registro a la vez que superficie de circulación y aceleración de todos los flujos. El cambio ha sido tan abrupto y tan vertiginoso que ha adquirido la máxima velocidad en el menor trayecto, el cambio se ha vuelto ondulatorio, pura luz. Solo el cambio ha sobrevivido a si mismo. «Ya nada es igual», se queja todo el mundo, en la medida que vivimos en el imperio de lo efímero: tiempo muerto del consumo. Bajo estas condiciones, los nuevos mecanismos electrónicos de dominación operantes en los nuevos regímenes democráticos, son aquellos que mejor efectúan una devastación del pensamiento, por ello, es necesario comprender que se ha constituido un nuevo campo de batalla: el cuerpo del televidente.

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CLÍNICA Y ROSTRIDAD

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Kafka: los modos de expresión y los procesos de subjetivación “…Oskar M., un estudiante de cierta edad —al mirarlo de cerca lo espantaban a uno sus ojos— se detuvo una tarde de invierno en medio de la nieve, en una plaza vacía, con sus ropas de invierno, el gabán encima, una bufanda en torno al cuello y una gorra de piel en la cabeza. Parpadeó al reflexionar. Se había abandonado hasta tal punto a sus pensamientos, que de improviso se quitó la gorra y se acarició la cara con su rizada piel. Finalmente pareció llegar a una conclusión y con un giro de bailarín se volvió para regresar a casa. Al abrir la puerta de la sala de estar de su casa paterna, vio a su padre: un hombre pulcramente afeitado con un pesado rostro carnoso, dirigido hacia la puerta; estaba sentado ante una mesa vacía. «A/fin», dijo éste, apenas Oskar había puesto un pie en la habitación, «quédate, te lo ruego, junto a la puerta. Porque estoy tan furioso contigo que no respondo de mí». “Pero, padre”, dijo Oskar y sólo al hablar notó que se había cansado corriendo. «Silencio», gritó el padre y se levantó cubriendo una ventana. «Silencio, te ordeno, y no me vengas con tus “peros”, ¿entiendes?». Entonces agarró la mesa con ambas manos y la acercó un paso a Oskar. «No soporto ya por más tiempo tu vida de crápula. Soy un anciano. Pensaba que en ti tendría un consuelo para mi vejez, pero me resultas peor que todas mis enfermedades. ¡Vaya un hijo que con su pereza, su prodigalidad, su maldad y (por qué no decirlo francamente) su estupidez, está llevando a la tumba a su propio padre Aquí el padre enmudeció, pero movía el rostro como si aún continuase hablando.»[21] Como si su rostro continuase hablando, aquí Kafka nos relata un encuentro entre Padre e hijo pero, fundamentalmente, lo que hace es mostrarnos cómo se despliega una cadena significante. Nos muestra cómo se organiza un régimen de signos. ¿A qué llamamos un régimen de signos? A varias cosas pero, fundamentalmente, al proceso de formalización de la expresión y en especial a aquel que se produce en referencia a una expresión específica. En definitiva, estamos hablando de una semiótica en la que siempre se despliega una forma del contenido y que será inseparable de su forma de expresión. En gran medida se ha pensado, durante mucho tiempo, desde el plano de la lingüística, confundiendo el plano semiótico con el lingüístico. Debido a ello, todo régimen de signos ha sido, de una o de otra forma, capturado en la noción de significante. Pero en este hermoso cuento Kafka nos muestra que el régimen significante se despliega solo si está vinculado a alguna forma de contenido. O sea, el contenido es inseparable a la vez que independiente, de la forma de expresión. Ambas formas permiten el 41

agenciamiento y éstas no son, necesariamente, lingüísticas, es más, no son lingüísticas, aunque estén vinculadas a dicho plano. De hecho el significante es un signo que se ha desterritorializado. ¿Esto qué significa? Que el significante ya no remite a un estado de cosas, no remite a un contenido, en particular a aquello que llamamos el significado. El significante no remite más que a otro significante, es el signo que sólo remite a un signo. Para producir sentido necesita generar un centro y producir un círculo, de modo que, para desplegarse, requiere de dicha forma de organización. Para que adquiera consistencia es necesario que intervenga un modo peculiar de formalización en el que se desarrollaran dos mecanismos, el de la significancia y el de la interpretación. Sin embargo, la interpretación no es posible bajo ningún régimen, ni modo, a riesgo de ya no significar nada si no se apoya en un medio expresivo. Desde esta perspectiva, la imagen es imagen-afección, en tanto el rostro deja de ser parte del cuerpo, se abstrae de él, al grado de depender de una máquina no necesariamente humana. La construcción del rostro, entonces, requiere de una máquina social abstracta que llamamos rostridad. La rostridad es lo que produce rostro y ella es la reterritorialización de ese signo que no remite más que a otro signo. Como un animal, como un muerto, saltando de un círculo a otro. De hecho, el significante va más allá del enunciado, sobrevive al enunciado. El nombre sobrevive al objeto y a las personas. De este modo lo que se genera es un aparato de captura que opera a través de la rostridad. Esta, necesariamente, es producida desde la figura del déspota, será él quien produzca rostro. El déspota no se esconde, más bien lo contrario. Recordemos esas viejas imágenes de Hitler en el cine desarrollando inflamados discursos que terminaban hipnotizando a las masas, aquello que el gran Chaplin escenificaba en su parodia del führer. En ellas podemos visualizar cómo la imagen-afección es esa pantalla en la cual todos los sentidos, todos los significados, todos los significantes van a engancharse. En esa pantalla, en sus agujeros negros, es que se va produciendo rostro. Al decir de Deleuze y Guattari, el ojo y la boca dejan de ser cavidades de un cuerpo para trasmudarse en agujeros negros. Es en ellos donde la expresión, donde la subjetivación y nuestra conciencia, anidan. El proceso de rostrificación es aquello que hace que un padre diga: ¡Mírame a la cara cuando te hablo! Ello es lo que permite que se confundan, en una misma imagen, el rostro del padre y el del milico cuando nos gritan en la cara. El proceso de rostrificación es lo que permite que, necesariamente, tengamos un presidente.

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Clínica y subjetivación en los pliegues del socialhistórico La rostridad se disemina y más que tender a un centro único prolifera, estableciendo múltiples centros, que establecen círculos diversos. Se instala en los círculos de la familia, la escuela, la fábrica, el hospital, la cárcel y el cuartel. Se instala en los múltiples pliegues del social-histórico, los ejemplos abundan, detengámonos en un caso clínico paradigmático: Trabajando en una escuela pública y a pedido de la dirección, conversamos con las maestras. Ellas nos consultan en primera instancia por una serie de «casos» urgentes, uno de ellos es el siguiente: La maestra nos consulta por un chico que presentó, en varias ocasiones, un fuerte dolor en el pecho. El médico tratante piensa en un soplo. Angustia, acota la maestra, en el momento en que nos entrega el breve informe escrito que le solicitamos: «Era un niño de nivel medio de rendimiento en la escuela, muy interesado, lector, que casi nunca planteaba problemas de comportamiento y de relación con sus compañeros. El año pasado fue así. Este año es un niño con muchas inasistencias, desatento, conversador, violento en varias oportunidades. Cuando se le pregunta que está pasando, a veces se descuelga en un llanto y otras miente para disfrazar la situación» Ahondando, el niño manifiesta sentir miedo de estar en su casa cuando está su padre, casi no duerme, debido al terror. Según la maestra: “Parece ser que su padre ha perdido el equilibrio mental a causa de enfermedades cerebrales y se ha vuelto agresor con su familia y más aún con su esposa. El hecho más alarmante que ha vivido es una noche en que su padre se desequilibró y comenzó a disparar su arma, al punto que su familia lo encerró en una habitación y ellos hicieron lo mismo en otra hasta que lo llevó lapolicía. Estuvo internado en el Hospital Militar. Según los compañeros el episodio se repitió.” En la primera entrevista con la madre registro lo siguiente: «…andaba a los tiros adentro de la casa y gritaba: “No me pueden hacer nada» «El psiquiatra le dijo que no le pueden hacer nada» «Usan la ley como les conviene y los derechos de los niños ¿no valen?» Los sucesos relatados coinciden en el tiempo con el resurgimiento del reclamo popular que han dado lugar a manifestaciones callejeras pacíficas y con el inicio de gestiones ante la justicia a los efectos de esclarecer el destino de los detenidos-desaparecidos durante la dictadura militar. Es de notar una fuerte presencia de la iglesia, mediando e incitando a los militares, luego de más de diez años de reinstalada la democracia, a reconsiderar el tema para encontrar una solución. 43

Los que reclamamos justicia, coincidimos con la madre de este niño: Reclamamos que se aplique la ley y se respeten los derechos de los niños que se saben vivos y han sido secuestrados por sus captores adoptándolos como propios. Hay una linea problemática forcluida por el Estado en el plano socialhistórico que se repliega en sus instituciones, léase, familia, escuela, hospital, cuartel, etc.. La forclusion se sostiene en la impunidad lograda a partir de la caducidad de la pretensión punitiva del Estado. El secreto implosiona afectando a los cuerpos que se mueven en sus diversos círculos. Sin embargo, Ello palpita en sus pliegues, de allí que esta madre sea hablada, al desplegar su problemática, ella manifiesta, explícitamente, un pliegue del social-histórico. El delirio del soldado, del Papá de este niño, es un delirio social e histórico, no podía ser de otro modo, todo delirio es social e histórico a la vez que político. La situación se mantiene en función de una red de complicidad que ya no se sostiene. En caso de proseguir así veremos ante nuestros ojos aumentar las implosiones en una línea de repliegue, manifestándose a través de múltiples síntomas que señalan al cuerpo infectado. Sabemos que el miedo y la desesperanza son contagiosos y sabemos que una línea que va en un sentido puede variar su dirección, de la implosión a la expansión, mucho más peligrosa, ya que el fascismo se ha trasmutado en microfascismo.

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Aparatos de Captura, imagen-afección e interpretación De algún modo siempre es posible que se desarrolle una política a través de una semiótica del significante, en la que se despliega, aunque más no sea en última instancia, una política de Estado. Ello, sin embargo, no es posible si no hay un rostro donde re-territorializar esos signos, que, en definitiva, no tienen más sentido que producir un centro para hacer proliferar otro círculo y otro. En ello se resume toda función de Estado. Es ahí donde nuestra conciencia queda capturada. De hecho, el déspota necesita, requiere, de otra figura: ora se trata de la figura del sacerdote, ora la del legislador. Serán ellos los que van a interpretar ¿por qué cambió su cara? ¿qué hemos hecho para que cambie su cara? ¿por qué mira así? ¿habremos hecho algo? El sacerdote es el que le da sentido al gesto que se despliega ante el que contempla su rostro. El sacerdote se ubica entre la mirada del déspota que nos habla o que nos mira y nosotros. Va a ser el sacerdote el que interprete por qué nos mira así, por qué nos dice eso. El rostro se construye sobre una pared blanca y es en esa pared blanca donde se van a enganchar todas las significaciones. Cualquier enunciado va a estar directamente vinculado a un modo expresivo dado por el rostro. No es posible calibrar la totalidad del sentido de algo que se está diciendo si no hay un efecto de rostridad que construya una materia expresiva con el objeto de diagramar un cuerpo. Afirmábamos, más arriba, que la imagen-afección es el rostro, es lo mismo que decir que es en el primer plano del cine o de la televisión donde actualmente se produce rostro. Esto es algo que ya estaba trabajando en la escultura, en la pintura y el retrato. El efecto de rostridad está dado inclusive en objetos no humanos, Hay un guión de Antonin Artaud llamado «los 18 segundos» en el que un primer plano del reloj es cardinal para dotar de sentido al acontecimiento. El reloj se vuelve protagonista de la película en la que transcurren toda una serie de imágenes que tendrán la cualidad de ser subjetivas. El film dura unas dos horas, aproximadamente, mientras que la acción no lleva más que 18 segundos: “En una calle, por la noche, al borde de una acera, bajo un farol de gas, un hombre vestido de negro, fija la mirada, inquieto el bastón; un reloj pende de su mano izquierda. La aguja marca los segundos. Primer plano del reloj marcando los segundos. Los segundos pasan con una infinita lentitud sobre la pantalla. En el segundo decimoctavo, el drama habrá terminado. El tiempo que va a transcurrir sobre la pantalla es el tiempo interior del hombre que piensa… La acción terminará cuando el hombre apoyando su arma sobre su sien accione el gatillo…”[22] 45

Las manecillas que se mueven ¿qué nos dan? nos dan un micro-movimiento y ese micro-movimiento, en la perspectiva del primer plano de una cámara, constituye una imagen-afección. Registra una afección y la expresa. El rostro contiene esos modos expresivos que son sus atributos: nos da la tristeza, la alegría, el miedo, el terror. La mirada que se expresa en la risa se presenta en su cualidad de descarga y envuelve al otro, a tal punto, que muchos reaccionan riendo sin lograr contener la voz, ya que la voz también es un efecto de rostridad. Este efecto de rostridad no hay que ubicarlo solo en la expresión audiovisual, también en el ordenamiento de la escritura está presente, por ejemplo en el régimen escritural burocrático siempre se manifiesta algo del orden de lo oral. Porque es en el plano oral donde el rostro conjuga una orden: ¡te dije que me miraras! Es una orden, una orden que organiza. No es un problema de valor: bueno o malo, sino que con ello se organiza una materia y se le da forma de expresión. Uno de los ejercicios que hemos realizado en trabajos de laboratorio, ha sido el de reconstruir el efecto de la mirada al colocar a los sujetos de la experiencia ora en lugar del déspota o del padre, del superior, de la jerarquía y ora desde abajo, es decir en el lugar del ciudadano, del niño, del obrero, del pobre que soportan dicha mirada. En esa mirada se juega todo un régimen de afección conectado con la función de Estado, con el que se regula una política de las distancias. Una mirada, también, es un gesto que territorializa; produce un territorio y regula los sentidos. De ahí que el psicoanalista sepa que ya no tiene que hablar y busca rechazar la mirada, de ahí el uso bastante generalizado del diván. Pero lo que se logra con ello es un exceso de interpretación. Se entra en un régimen de interpretación que, podríamos decir, se dispara por sí mismo, es un efecto del dispositivo que deja al analizante en posición de sometimiento. Ello se expresa en ese mecanismo que descubriera Freud y que llamó transferencia, posible por un efecto de sobrecodificación que se sostiene sobre los dos grandes males de nuestra época. Estos tal como los define Deleuze son: la significancia — el exceso de significación— y la interpretosis.

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Rostridad: polo paranoico y líneas de fuga — Buen día —buen día —¿Qué mierda me habrá querido decir? Y si alzó las cejas sin decir nada, ni hablemos… Es posible producir un mapa del rostro y observar como se forman las líneas de rostridad. Ellas están jugadas en la máscara que, necesariamente, producen. El déspota lo que hace es producir una máscara y una máscara no es lo contrario a un rostro, al contrario, es el rostro. Es más, el déspota tiene que producir un rostro, fíjense en el signo de la época, o sino ¿por qué es que hay tanto asesor de imagen?. El que lo sabe bien es Edipo. Edipo lo tiene muy claro. Edipo, para poder gobernar, para poder aplicar la pena con que prometió purgar el crimen de Layo — su principal acto de gobierno — se debe arrancar los ojos. Hay un problema de Estado y Edipo lo resuelve al deshacer el rostro del déspota. No podía hacer otra cosa que arrancarse los ojos. En ese acto, a la vez que deshace el rostro, se dispara en una línea de fuga hacia el desierto. Edipo conjuga una política binaria al cargar sobre sí al déspota y al chivo expiatorio, pero ello solo es posible en referencia al acontecimiento, es efecto de un nuevo modo de producción de verdad, tal como lo plantea Foucault en su libro: «La verdad y las formas jurídicas»[23] El chivo es lo contrario al déspota y lo contrario de la figura que produce rostridad es el torturado. El torturado, de una o de otra manera, es aquél que ha perdido el rostro. El torturador siempre tiene miedo a encarar al torturado, es un régimen de afección muy particular, el de la deuda infinita, donde el paranoico, el déspota, es, a la vez, deudor y acreedor de por vida, de tal modo que nada se termina, nada acaba ni hay origen posible. Es casi la figura perfecta del eterno retomo, de aquello que se repite eternamente. —A ver esa carita… se parece a la mamá, se parece al papa, no ¿a quién se parece? ¿Por qué el rostro cumple esta función? Porque el rostro ha resignado la capacidad de movimiento, mientras que el cuerpo la mantiene; todo lo que en el cuerpo se juega a través de la acción, en el rostro se da a partir de la expresión. El que expresa es el rostro que captura y recubre al cuerpo tras de sí. Por eso, para que el cuerpo se exprese o se mueva desde otra perspectiva, es necesario deshacer el rostro. Para que aparezca el devenir animal es necesario destruir el rostro. De algún modo, es necesario señalar como los pueblos necesitan producir una figura distinta, radicalmente opuesta al déspota: la del chivo expiatorio. “… Hoy me levanté y cuando fui a cobrar, la portera me dijo que tenía para pagar “eso”, cruzó los dedos; yo vi que cruzó los dedos. Cuando venía entrando a 47

la oficina pisé un pedazo de mierda y me cagué todo. Cuando entró mi jefe no me saludó. Me quieren joder, estoy seguro que me quieren joder. Pero no van a poder joderme Es el discurso del paranoico. Va generando un sentido a partir de una serie de acontecimientos a los que subsume bajo una línea de sentido que va de significante en significante donde, como veíamos, un signo remite a otro signo. Todo va siendo interpretado en función de un registro paranoico.[24] El loco es quien mejor se presta para cargar sobre sí la ancestral figura del chivo expiatorio, son ellos los que expurgan la culpa por todos nosotros en forma permanente y será la psiquiatría la encargada de señalarlos, controlarlos y en última instancia, encerrarlos. La psiquiatría (ciencia de Estado por excelencia) ha determinado, en términos generales, dos clases de delirios y una línea diferencial: los de aquellos que están locos pero no lo parecen y los de aquellos que parecen locos pero no lo están. Por ejemplo, se determina que Schreber no está loco, que de loco no tiene nada, en el sentido de que Schreber sabe administrar su fortuna, sabe lo que quiere y no pierde la noción de los círculos en que se mueve, Schreber, en definitiva, no pierde su posición de estadista, al grado de que se le devuelve su posición de juez. Y sin embargo, está loco. La organización de la locura tiene que ver con esto, con el reivindicad vo por un lado y el sentido en que se dispara toda la organización paranoica, pero en la que no se pierde la brillantez intelectual. Y por otro, aquél que se expresaba en ciertas monomanías, donde se daba una explosión, una liberación en una línea de abolición donde se volvía todo complaciente, al grado de que, por ejemplo se incendiaba todo. Cuando la psiquiatría empieza a conformarse, en tanto disciplina, arranca instalando un orden que se funda a partir de la distinción de aquellos locos: a) que están locos y no lo parecen: irrumpen como un rayo y, arrastrados en su locura prenden fuego a una casa, en una línea pasional b) que parecen locos, sin por ello crear desordenes peligrosos más que para ellos mismos. Desde el comienzo el psiquiatra ha sido acusado de algo extraño: o de que encerraban a locos que no lo estaban o de que no encerraban a locos que, si bien no parecían, lo estaban. Entender esta problemática es señalar que en ello siempre ha habido una política de Estado, nunca un problema de ocurrencia. Para determinar esta distinción, en primera instancia hay una asignación de rostro. Porque el rostro oficia de pantalla, en el sentido de que ha perdido su capacidad de movimiento. Le queda el micromovimiento, en tanto los órganos que se van a depositar en un rostro son aquellos que reciben, recepcionan, son terminales nerviosas de recepción. Los ojos, el oído, la boca. Sus micromovimientos son los que van a permitir su capacidad de expresión. Ella se constituye al prescindir de todo movimiento, en realidad es necesario para que el 48

significante venga a instalarse en él y se posibilite la relación del significante con una materia expresiva. Lo que quiero transmitir, concretamente, es que el rostro en sí, los rostros concretos, no es de lo que hemos estado hablando, estamos hablando de la máquina de rostridad que nos unifica a través de la significancia y de la interpretación. Ella es quien nos adjudica un rostro, nos produce un rostro. Por eso decía que el déspota tiene que producirse un rostro para poder ejercer su función. No estamos hablando de la cabeza, ni de la cara, estamos hablando del rostro, de esa pantalla de recepción y de expresión que constituye a la imagenafección pura. La que nos da el terror: no me muevo, no corro, me expreso. La que nos da la risa o el llanto que en nuestra cultura remiten a la alegría y la tristeza. Ello es así al grado que Deleuze y Guattari asignan al encuentro de la pared blanca y los agujeros negros, la función de rostridad. Son ellos los que van a construir un rostro sobre la pantalla de recepción. Son los que constituyen, precisamente, los procesos de subjetivación: nuestra conciencia, nuestras emociones, nuestros secretos. De modo que las cavidades no son ya cavidades sino que son agujeros negros. Es decir que capturan el sentido y lo expresan. El rostro es aquella pantalla donde se lanza el significante y rebota. Deshacer un rostro, entonces, es entrar en un devenir; ya no es producir otro significante, porque la función del significante ¿cuál es?: producir un semio. ¿Cómo se produce ese semio? El modelo más claro fuera de la lingüística, diría que es la psicología con su línea de tecnificación. La producción de un centro técnico que genera un círculo y que prolifera volviendo sobre sí, diagramando espacio tras espacio, de modo que produce un estriamiento del mismo. No quiero decir que la psicología sea eso, es así cuando se produce una alianza con las políticas de control y vigilancia. Para ello no es necesario que dicha alianza sea explícita o consiente, al contrario, opera con mayor efectividad cuando no lo es, como pasa con cualquier diagrama tecnológico que queda saltando solo y pasa a ser capturado por los aparatos de Estado. Eso no quiere decir que las técnicas no sirvan, todo lo contrario, si pensamos en lo que veníamos trabajando, en un plano totalmente diverso al de la función de Estado. La política de la interpretación en referencia al significante, a la producción de sentido desde un centro de poder, es, justamente, la de dotar de sentido a todo lo que acontece desde el centro, de ese modo es que se construye un aparato de captura. Todo lo que pasa en un campo de fuerzas es capturado para darle sentido desde una máquina abstracta de interpretación. —Ah! lo que está haciendo Ud. en realidad (¿?) expresa otra cosa… Entonces siempre hay otro significante que me va a dar el sentido de aquél; y así se va construyendo una cadena. De este modo, el significante opera evitando la entropía, establece un centro y ordena un círculo. Un significante lo único que 49

produce es otro significante o sea, otro centro que prolifera cada vez que produce un círculo, estriando una realidad en la que lo heterogéneo es rechazado. Su función es la de homogeneizar una realidad donde todo sea igual a sí mismo. No importa que los significantes sean papá, mamá, abuelo, tío, caca, papa… no importa. El hecho es que siempre hay un centro que genera un círculo que le da sentido al acontecimiento. Captura, es el agujero negro en donde el significado se pierde. El signo se desterritorializa, es decir, cobra sentido en tomo a otro significante, nunca a un estado de cosas, a un objeto, a una onda, o a un impulso vital. Siempre se está en referencia a otro significante. En realidad, el signo que marca aquello que acontece, se desterritorializa, pierde conexión con la tierra, con el cuerpo, con la naturaleza, con los procesos vitales. Los flujos son organizados en un régimen despótico y burocrático; se crea la ilusión de que desde un lugar central se le da sentido a todo lo que pasa. Edipo Rey es el modelo que viene a ocupar el centro que habitaba la esfinge. Edipo descifra el acertijo que la esfinge de Tebas le opone a su paso y produce el siguiente electo: "yo sé el sentido, por lo tanto ocupo el lugar de la esfinge y produzco la figura del déspota”. Aquello que deviene símbolo pierde toda conexión salvo con otro símbolo, de ahí que queda total y absolutamente desterritorializado. Por eso el rostro captura el cuerpo, lo diagrama; por eso pensamos que alguien es el rostro que nos mira y que queda fijado a nuestro recuerdo, a nuestra memoria. Siempre hay un devenir otro, que es lo que en definitiva se está evitando, tratando que no acontezca. A qué teme el paranoico? A la irrupción de lo otro, del niño, del loco, del revolucionario, del artista. En este sentido, el rostro sería aquello donde el significante se reterritorial iza, pero a partir de su diagramación cuasi-simbólica. Aquello que adquiere una forma de expresión prediagramada es un modo de la organización social, es organización social. La rostridad es una máquina abstracta que diagrama a cada uno de nosotros. A partir de lo que veníamos planteando queda claro que el dios déspota se mueve en torno al público y el público se construye a partir de este dios déspota que jamás oculta el rostro, justamente, construye lo público a partir del rostro. Lo que produce rostridad es la posición paranoica del déspota. Entonces, ¿qué es lo contrario al déspota? El chivo expiatorio, que carga sobre sí todo lo malo y genera una línea de fuga hacia el desierto. Lo propio del déspota es el tercer ojo, el adivino que juega a través de su otra figura que es el sacerdote y el sacerdote psicoanalítico no escapa a esta lógica. Este esquema binario muestra como la función de Estado requiere de ambas partes: del déspota y su contrario, el chivo expiatorio, es decir, de un lado el polo paranoico y en el otro extremo, el esquizo. Cuando el pueblo carga al chivo expiatorio con lo malo y lo culpa, lo envía en una línea de fuga, que, a su vez, lo libera. Porque el chivo expiatorio al ser 50

chivado, libera al resto de la culpa. Sobre esta operación se funda la civilización occidental, es decir, judeocristiana. En suma, solo hay un tipo de rostro, el rostro del déspota. No importa si el déspota es el padre, el milico, el doctor, el presidente, el rey, dios, o su hijo. Esto no es nuevo. Tomen un libro de catecismo y lo podrán comprobar.

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ESTÉTICA Y CLÍNICA DE LA TRANS-FORMACIÓN[25]

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Trazo 1: de las fuerzas Dar cuenta del tejido de una historia en que la grupalidad maquina implica pensarla, actualizarla, en el sentido aristotélico de desplegar su potencia. Es una historia que se construye con las fuerzas que se manifiestan en un campo que les es propio, configuraciones que se producen cuando las seguimos en su movimiento o cuando, en su detención, nos indican un pliegue. Lo vital es interrogarnos por sus sentidos. Desde que Nietzsche colocó en el horizonte su proyecto genealógico, no podemos obviar que para encontrar el sentido de algo es necesario determinar, con precisión, cual es la fuerza que se apropia de la cosa. Para ello, una de las líneas posibles es efectuar un trazo, tentar una aproximación estética que posibilite percibir la singularidad de los sucesos, para distinguirlos allí donde menos se los espera. Montar una máquina que arroje visibilidad sobre aquello que aparece confuso, pero efectuarla en el lapso de dos instantes cualesquiera. Focalizar aquello que pasa desapercibido por carecer de HISTORIA. Tal modo de aproximación nos coloca en una línea de producción de interrogantes y formulación de problemas allí donde antes solo aparecía lo obvio o lo natural. El laboratorio fue pensado para ser realizado entre docentes y estudiantes, para ello, delimitamos coordenadas espacio-temporales para su despliegue y una problemática específica. Históricamente, la noción de LABORATORIO remite a un local donde se llevan a cabo experimentos y operaciones químicas. Deriva del concepto de LABORAR que significa: labrar, trabajar, gestionar. Estos sentidos se enlazan con los encuentros producidos en la experiencia y con las historias singulares que brindaron los hilos con los cuales cada figura se compuso. Insumos para el labrado de conceptos y problemas que reenvían a la experiencia para descubrir nuevos sentidos y producir nuevos valores. Se abre con ello la posibilidad de precisar las valoraciones de la experiencia a la luz del movimiento que cada uno efectuó. Se produjo un espacio de trabajo psicológico en la medida que efectuamos un movimiento formativo. Si fuera necesario caracterizar el proceso, sería de rigor señalarlo en su cualidad de genealógico. El acento se ubicó en la crítica de los valores y en como éstos se componen en referencia a la vida cotidiana. La acción genealógica se efectúa en relación a un campo experiencial y a las «químicas» y deseos que se producen en su inmanencia. Actúa trasvasando el «deber ser» o una determinada moral abstracta, así ésta tome forma científica o técnica. La labor así entendida, necesariamente nos coloca en un movimiento de efectuación de la crítica, en tanto acción afirmativa. Al desplegar una ética concreta, se abre la posibilidad de construir una clínica que toma como referencia una teoría de los afectos y de los cuerpos. En definitiva, se trata de producir una genealogía del proceso de producción de la subjetividad a través de 53

su registro en los propios cuerpos. Si hablamos de genealogía, lo hacemos en la precisa medida en que ubicamos el punto de articulación del cuerpo y la historia y lo intensificamos. Ello se viabiliza al mostrar el cuerpo impregnado de historia, producido en la historia.

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Trazo 2: de los procesos Proponemos a los participantes trabajar los materiales producidos por niños en «edad preescolar». La acción se desarrolló en un Jardín de infantes, en el que se proyectó la película «¿De dónde venimos?» Explicitamos la modalidad de trabajo indicando a los estudiantes que la experiencia se desarrollaría en tres reuniones que exigían puntualidad, asistencia obligatoria y el trabajo con los materiales, utilizando para ello algunas técnicas dramáticas. Pensamos cada reunión en una duración diferente, en consonancia con el modo de aproximación a las intensidades que se producen en el proceso de trabajo y que crean, en su movimiento, «tiempos diversos». Para ello es necesario no desconocer que el trabajo se despliega y efectúa en una tarea y que, por lo tanto, se genera una dimensión temporal inmanente al propio proceso. La primera reunión se resuelve en un tiempo relativamente breve, pues se trataba de consignar el trabajo del laboratorio, leer un informe sobre la jornada realizada en el Jardín de infantes y preparar la siguiente reunión. Se consignó a cada estudiante que durante la semana, rememorara aquellas anécdotas que se conectaban con el informe. En otro plano, señalábamos que, para desplegar el trabajo, era requisito una ocupación precisa en las historias inscriptas en cada uno, de modo que las mismas entraran en resonancia con el informe leído. Este movimiento constituía a las imágenes rememoradas, en materiales de trabajo. El trabajo de laboratorio se efectuaba en ese espacio intensivo que configura un «entremedio». Precisarlo, valorarlo, he ahí el sentido de su operación. Estratégicamente, el trabajo fue ofrecido para su apropiación ya que, explícitamente, el mismo no quedó reducido a la instancia de la reunión, del espacio cerrado y extenso del salón, ni de las coordenadas estrechas del imperativo: aquí-ahora-conmigo. En este trabajo se propicia un espacio intensivo que le sirve de soporte, donde los procesos de apropiación del mismo generan un lugar para cada uno. En la segunda reunión se desarrolló el trabajo de dramatización, por lo que tuvo una duración diferente, no sólo por la medida extensa del tiempo cronológico sino por la intensidad de lo trabajado. A los efectos de sostener el trabajo de laboratorio diseñamos un encuadre móvil, con la intención explícita de que fuera una herramienta para desplegar las potencias inmanentes al proceso de trabajo. El mismo era importante, sobre 55

todo, para sostener lo que cada uno ponía en juego y requería para su construcción, dejar venir el campo. Concebimos el encuadre de modo que permitiese focalizar la mirada desde un punto de vista que devenía móvil. «…el cuadro está relacionado con un ángulo de encuadre. Porque el conjunto cerrado es él mismo un sistema óptico que remite a un punto de vista sobre el conjunto de las partes»[26] Nos propusimos encuadrar pero no totalizar, delimitar pero no encerrar, de este modo es que el encuadre deviene soporte para el proceso de trabajo y permite focalizar la mirada en un punto, producir una profundidad de campo y una diversidad de planos. Fija un plano en la medida que configura un cuadro, no obstante, no desconoce que «el plano es la imagen-movimiento. En cuanto relaciona el movimiento con un todo que cambia, es el corte móvil de una duración.»[27] Operamos arrojando una visibilidad en relación a un punto de vista, en sí mismo, variable. El punto se configura como efecto del encuentro de dos fuerzas de diferente valencia, expresión de la acción y reacción de los cuerpos en referencia a relaciones de poder concretas. Allí donde se produce un pliegue hallamos, sin duda, un punto de encuentro de fuerzas diversas. Al seguir el flujo de las líneas que componen un pliegue, se determina un movimiento del propio punto de vista y al proseguir su movimiento, se arrastra al foco fuera del cuadro, para producir en su movimiento un nuevo cuadro, un nuevo punto de vista. Es un pensamiento que se produce en la acción, pensamiento-acción sostenido en una pragmática. En esta línea de acción es preciso señalar que, cuando se concibe al campo como espacio liso, se interpelan los dispositivos teórico-técnicos construidos a partir de puntos de vista sedentarios, así como otro tipo de estriamientos del mismo. El desafío está dado por la voluntad de producir un corrimiento de las fronteras establecidas por la acción técnico-disciplinaria, que, como ya mostramos en otro lugar, no permite «ver» más allá ni más acá que lo que ella misma produce en los marcos de su horizonte.[28] Intentamos corremos del diagrama de «rostridad» para no capturar, en la interpretación técnica, los múltiples sentidos desplegados. Nos situamos en el lugar de la interrogación produciendo el punto de incertidumbre, a la espera del encuentro con el campo, después incluimos los conceptos que convienen, para determinar los sentidos de la experiencia en su inmanencia. Al pensar el grupo como máquina de producción de sentidos, se posibilita el agenciamiento y la apropiación deseante de determinadas nociones para que puedan ser trabajadas en referencia a multiplicidades concretas. Pensamos, además, el uso de diversas técnicas que permitieran instrumentar un desbloqueo y sostener el despliegue de los discursos y las acciones en referencia a cuerpos disciplinados. El proceso de aprendizaje se enriquece al generarse la perspectiva 56

de eliminar el supuesto del grupo cerrado como totalidad estructural, pues, de este modo, se perciben las líneas y flujos que componen las multiplicidades concretas. Una vez que producimos un corrimiento de la concepción de grupo como sistema cerrado, expresión de la mera reunión de personas, se borra la frontera adentro-afuera, efecto de cristalización de un imaginario plano abstracto que configura un universo cerrado. La complejidad de los procesos que se configuran en el campo no se ven aplastados en operación de reducción alguna, posibilitándose abrir visibilidad sobre los efectos de turbulencia. La idea de caos, entonces, lejos de aparecer como un obstáculo, indica la necesidad de desplazar el punto de vista, de iniciar la búsqueda de los conceptos que convengan para determinar aquellos órdenes que aún no podemos discernir, en la medida en que los acontecimientos insisten en desbordar la asignación lineal de causa alguna. Desde esta perspectiva, trabajamos las transferencias no como repetición de lo mismo en el aqui-ahora-conmigo, sino en su actualización en el allí y entonces de las acciones y las pasiones, como acto creativo y productor de nuevos sentidos. Indican la variación continua de las fuerzas y sus relaciones, es decir, como lo que son: configuraciones de las mallas del poder. En la primera reunión se lee un informe sobre el trabajo hecho en el Jardín y se consigna la tarea para la próxima reunión. Los estudiantes preguntan acerca del por qué de la jornada y se intercambia sobre las posibilidades que ofrece el material. La consigna opera, básicamente, para que puedan poner en escena como les afectó el texto, frente al tema. Para ello les solicitamos que se pongan, en cierta forma, en el lugar-niño. La consigna opera una transformación incorporal que se atribuye a los cuerpos, que abre la dimensión del devenir niño. La técnica, en este caso, no es un parapeto, sino un instrumento. No sirve para pensar desde ella, lo que nos importa es la conexión que promueve con la historia-niño y con los diferentes regímenes de afección que se producen en la inmanencia de lo acontecido. Cuerpo soporte de afectos: «afecciones del cuerpo con las que se aumenta o disminuye, se favorece o se limita, la potencia de actuar del mismo y a la vez, las ideas de estas afecciones.»[29] A partir de ahí no se origina una historia del grupo sino múltiples historias que se entrecruzan.

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Trazo 3: de los cuerpos Comenzamos por un caldeamiento, donde la propuesta es recorrer el espacio, reconocerse y reconocer la presencia de los otros. Poco a poco el espacio se transforma en lugar, en tanto el lugar se construye. Ellos construyen y en definitiva, ejercen un poder desde un lugar. Tres integrantes aparecen más dispuestos, se levantan y comienzan a moverse lentamente y en silencio, con la vista baja, sin mirarse entre sí. Mientras, verbalizan: " Cuesta mucho poner el cuerpo, mostrarse. " Se sientan en el piso, formando un círculo, imaginando lo que harían los niños del jardín. Se produce un silencio intenso, cada uno parece replegarse, para ocuparse de sí: "Me afecta el diálogo de los chiquilines." " Me impresionó lo del tiburón. "Tiburón como figura de algo que da miedo, sobredimensionado." "Cosas oscuras." "Mi mamá va a tener un bebé. Se lo comió." "Los escupen, si se los comen salen por el ombligo; las nenas siempre hablan de esas cosas porque tienen que saber eso." "Nació su nena y estaba sucia." "El esposo le pasó un liquidito." "En la escuela no te dicen esas cosas." "A mi me lo dijo una hermana." "¿No podía preguntar?" Los percibimos muy estáticos, teatralizan la situación, actúan «como si» fueran niños y organizan la escena en referencia a un libreto escrito por los «saberes psi». Seguidamente, se produce un silencio prolongado, en el se visualiza un pliegue; un cambio de plano oficia de corte móvil y se extrae un nuevo flujo: " Me voy a jugar, ya me aburrí. " Este enunciado indica una transformación incorporal que afecta los cuerpos, conjuga materias no formadas en un devenir que los arrastra, en un devenir-otro. Todo devenir, en definitiva, es un devenir-loco que abre a una dimensión desconocida, ello provoca un temor profundo. Al devenir-niño se le opone, nuevamente, el cuerpo disciplinado del estudiante universitario que se expresa en 58

una resistencia a jugar, es un corte que indica el encuentro de fuerzas de signo contrario. Vuelven a «sus» sillas y se genera un clima distinto, percibimos la densidad, cada uno parece replegarse sobre sí, algo del orden de la tensión comienza a instalarse para, seguidamente, aflojarse. Comienzan a dialogar entre sí. Un estudiante habla de fotos que recuerda de su niñez. Al proponer trabajar esas fotos, las mismas devienen fotogramas que se actualizan. La imagen fotográfica difiere, substancialmente, de la cinematográfica: «La fotografía es una especie de moldeado. El molde organiza las fuerzas internas de la cosa de tal manera que, en un instante determinado, alcanzan un estado de equilibrio (corte inmóvil) mientras que la modulación no se detiene por haberse alcanzado el equilibrio y no cesa de modificar el molde, de constituir un molde variable, continuo, temporal.»[30] Surge la expectativa por «ver» las fotos: «Arman» una escena en referencia a la foto de uno de los integrantes con la monja que era su maestra. " La Hermana T. y yo estirado de puntas de pie haciendo alarde de mi altura, de mi excelencia como alumno (a-lumno) excelente. " La imagen es imagen-movimiento al actualizarse, el propio plano es un corte móvil que no deja de producir una perspectiva temporal o una duración. «El plano no es otra cosa que el movimiento, considerado en su doble aspecto: traslación de las partes de un conjunto que se extiende en el espacio, cambio de un todo que se transforma en la duración.»[31] "La monja encarnaba la represión institucionalizada de la infancia quien llegó un día a expresarnos que no se debía jugar al fútbol o correr mucho en el recreo porque si no, cuando creciéramos, íbamos a tener cáncer en las piernas''. Sigue una escena en un sanatorio, de una hija con su madre: " Tenía 11 años y me iban a operar de apendicitis. Estamos a oscuras. " "En ese momento tuve ganas de preguntarle por donde salen los bebés y no me animé." "¿Por dónde salen los bebés? ¿Por la cola?" "Por la vagina." «¿Y qué es la vagina?» "Es un músculo que se abre y se cierra." Vuelven a sus sillas y comienzan a dialogar sobre lo ocurrido, las escenas 59

trascienden las historias de cada uno para apropiarse de la pregunta que vertebra al laboratorio «¿De dónde venimos?». A continuación empiezan a hablar de los efectos que provocó el laboratorio en cada uno. Y surge otra escena, no representada. " Llegaba del colegio al mediodía. Todos estaban reunidos sentados a la mesa. Descargué mi portafolios sobre un sillón del living y fui hacia la cocina. Mi lugar era el extremo de la mesa opuesto al de mi padre. Mi madre sentada a su derecha, mis dos hermanos (uno a la derecha y otro a la izquierda) en silencio. De pronto me surge una pregunta que me venía martillando: "¿Qué es la concha? ". El silencio se agudizó y las miradas hacia abajo de todos los presentes. Mi madre (rompiendo el hielo) responde: «la caparazón de la tortuga». "Concha, caparazón, poder, represión. Rollo del Edipo." "No podíamos dramatizar. Me sentí disciplinada. Se relaciona con la sexualidad bloqueada." "Pensar en el triángulo es algo común en esta Institución Psicología. Nosotros estamos trabajando sobre la mirada y todo lo que institucionalmente viene dado, las diferentes posibles miradas." "Más allá del Edipo, qué?" "Represión, intelectualización, disciplina, espacio estriado." "Lo experiencial. Poder resonar." "Nos movió cosas a las dos. Multiplicarse." "Entrar en otra dimensión." La pregunta ¿de dónde venimos? desborda el dispositivo de sexualidad, el trabajo de laboratorio produce nuevas visibilidades al mostrar, en forma precisa, el registro de la acción disciplinaria y tecno-disciplinaria en los cuerpos. A medida que el trabajo se desarrolla nos detenemos en el modo en que los cuerpos son disciplinados y encauzados. Van transitando por los territorios de la familia, la religión, el hospital y la educación. Instituciones que, en definitiva, configuran espacios de encierro, donde se ejerce la represión. Sin embargo, sabemos que la represión no basta para explicar los modos en que la subjetividad se construye. Ella, en todo caso, es secundaria a los mecanismos operatorios que incitan y posibilitan. Las relaciones de poder penetran en el espesor de los cuerpos, diagramándolos. Como efecto secundario, la sexualidad cristaliza en un origen mítico y en un universo novelado. Imágenes que se reeditan en un ritual que asegura la novela sea re-escrita en cada cuerpo, al diagramarlo. Se fija un sentido que antecede al acontecimiento y bajo la égida del significante se asegura que, cada uno, cuente con todas las imágenes organizadas, para responder la pregunta: ¿De dónde venimos? A partir del trabajo de laboratorio se despliega un nuevo poder, el de la producción de nuevos sentidos. En él se produce un desdisciplinamiento de los cuerpos, a través de las acciones 60

concretas, en la que cada uno se afirma en el encuentro con el otro. En la tercera reunión se produce una nueva dimensión temporal que permite una elaboración conceptual del trabajo, señalando y formulando nuevas problemáticas. " Yo pinto. Pensé en el poder, la represión y la obscenidad. " "Pinté una monja y un plato volador. Una monja llena de colores flúo, no como la otra." "En esa pintura hubo una deconstrucción. De monja represora a monja liberadora." "El curso: dificultad de entender un lenguaje, que da para buscar e investigar cosas." "Entramos en nociones que nos mueven el piso." "Todo es adquirido y estriado." "Cuando aparece grupo: multiplicidad, ya no es el grupo empírico o el individuo sino el sujeto plegado sobre sí mismo, con todo lo que hace a su historia…" "Otra dificultad en abordar otra dimensión, salir de lo empírico. Acá no somos grupo, el tiempo no es cronológico, el lugar no preexiste. No hablamos de grupo sino de grupalidad…" "Idea de multiplicidad la pude vivenciar." " Intensidades que se vivían más allá del tiempo cronológico. "" Acá no había un grupo formado…" "No delimitado adentro y afuera." "Fue muy fuerte y hay cosas que nos pasan y no tenemos ni idea. Yo elegí la escena de la madre y la hija, cuando hacía un mes y medio que ella había sido madre. Yo la coloqué en una situación de sanatorio." "Yo tenía ganas de multiplicar la escena de mi familia y no se dio." "Pertenencia es una ilusión. Se da, de pronto sí y de pronto no." "El Esquema Conceptual Referencial Operativo sirve como un aparato y no es algo tan determinado en lo grupal." "A mí, la escena del sanatorio me movilizó tremendamente; en esta institución poner el cuerpo es difícil. Hay que poner el cuerpo en el piso, en la Facultad, fue fuerte…" "Somos bastante fóbicos del contacto." "Poner el cuerpo en el piso hace a otra historia." "Fue la escena más fuerte, el postre… lo comentábamos, fue muy fuerte." "Valió la pena. Y se ve la deconstrucción." "Hay varias escenas correctoras. Siempre había pensado que mi madre no me contestaba. Me di cuenta de que mi lugar siempre había sido de observadora, en realidad yo no preguntaba." "En la primera escena había mucha represión. Costó por el círculo en sí." 61

"Teníamos mucho control." "La monja: yo fui a un colegio de monjas, era abanderado y no podía jugar." "La interpretación cae sobre lo íntimo. Acá lo que se plantea es no trabajar con lo íntimo sino con lo personal socializado." Estos enunciados producidos en el trabajo y que nosotros escogimos, dan cuenta de las velocidades y las intensidades con las que se trabajan las problemáticas cuando se las asocia a los cuerpos y sus afectos. Para concluir, decimos con Spinosa: «No sabemos lo que puede un cuerpo»; y agregamos: hasta que despliega su potencia.

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EPÍLOGO

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La clínica psicológica y el devenir social-histórico Desde una perspectiva empírica educadores, psicólogos, médicos y otros agentes que participan en la tarea de socialización de los niños junto a la familia, coinciden en que esta última está afectada por un proceso de transformación. [32] Las transformaciones que afectan a la institución familiar deben pensarse en relación al complejo proceso desplegado en un campo macrosocial y global. Entre las transformaciones más o menos consolidadas podemos anotar las siguientes: instalación definitiva de la mujer en el mercado laboral, acelerada incorporación a la vida cotidiana de las velocidades que las revoluciones técnica e informática nos imprimen, fuerte tendencia a la escolarización temprana, ley del divorcio, técnicas anticonceptivas, etc. Todo ello se ve envuelto en complejos cambios subjetivos que implican transformaciones en los valores morales y sociales, transformaciones en la macroeconomía y sus regímenes de producción, distribución y consumo. En un plano general, podemos señalar la consolidación, en un mundo unipolar, de un capitalismo mundial integrado[33] que orienta tendencias globales, regionales y locales en la organización social, económica y educativa en las condiciones de las nuevas sociedades de consumo, con una marcada tendencia a producir una homogeneización subjetiva. Ello es posible a partir de la producción cultural central y hegemónica difundida por los medios electrónicos de comunicación masiva. Por otra parte, la brecha de las desigualdades sociales y económicas aumenta, haciendo fallar, cada vez más claramente, el régimen de distribución de la riqueza, arrojando de ese modo, en un bolsón de extrema pobreza, a grandes capas de la población. Con ello se generan repetidas y generalizadas situaciones de exclusión del régimen de consumo de bienes y servicios. Las transformaciones que describíamos en forma apretada y somera, son acompañadas por profundas transformaciones subjetivas (modos de vivir, pensar, sentir y fundamentalmente, actuar, en la vida cotidiana) implicando modalidades novedosas de organización y enunciación colectiva, como en las conductas de los individuos, que, a nivel social, se expresan en forma de resistencia o sumisión a las políticas centrales. Podemos afirmar que los procesos que señalamos desgarran las redes sociales que conocemos y que en un pasado cercano bastaban como soporte para el despliegue de la vida, es decir, que estas redes permitían sostener el desarrollo de los individuos a partir de su pertenencia a un grupo familiar, una comunidad, un barrio o un pueblo. Los procesos de globalización y regionalización económica afirmada en la acción de los medios masivos de comunicación desencadenan complejos procesos que resienten y a veces, literalmente aniquilan las organizaciones tradicionales y locales de la vida 64

colectiva.[34] En el contexto de las transformaciones señaladas en un plano macrosocial, se producen una serie de efectos en un plano microsocial donde los sujetos y entre ellos, en particular, los niños y adolescentes, se ven afectados en la medida en que fallan los soportes sociales que posibilitan su desarrollo vital ante las nuevas condiciones existenciales, tanto sociales como económicas, incluyendo, en este último, su expresión libidinal. La falla en los soportes se expresa en la sociedad civil, en especial, en las organizaciones familiares, a partir de los complejos procesos de disipación y dispersión a los que se ve enfrentada. Debido a que la organización familiar no puede sostener el proceso de socialización del niño, la misma se resiente en un proceso que, entre otras derivaciones, se manifiesta mediante síntomas que emergen y se detectan en el sistema de educación formal, en particular a nivel de la escuela primaria y la educación secundaria, presentándose una fuerte tendencia a ser derivadas hacia los aparatos sanitarios clásicos. Con ello se cierra un circuito. Estas problemáticas que se expresan, en particular, como problemas de conducta y aprendizaje a nivel del alumnado, desbordan a los actores institucionales. La propia institución educativa se ve desbordada por estas problemáticas por lo que, en general, demandan respuestas de otros agentes, en especial, del sector salud mental. El Estado responde ante dichos encargos construyendo un diagrama de derivación y atención técnica que se dispara a partir de la oferta que produce el sector salud, articulando múltiples demandas bajo su égida. Es un intento por paliar los desgarros de las redes sociales y comunitarias y sus dificultades para sostener a los sujetos. Dichas políticas capturan las problemáticas en diagramas técnicos que operan por normalización y con ello refuerzan la idea de la existencia de niños-problema. En resumen, el Estado responde creando aparatos pedagógicos especiales o de salud mental que refuerzan los síntomas y estereotipan las conductas. Bajo estas condiciones el problema de la clínica es el problema de conjugar un pensamiento-acción. Desde esta perspectiva, el pensamiento es cuerpo conjugado y el cuerpo se conjuga en el espacio social, pues en él es donde pueden desplegarse las líneas complejas, que, en el peor de los casos cristalizarán y las padeceremos sin conocerlas y en el mejor, serán formuladas como problema, socializándose. Solo una labor conectiva es capaz de curar y las condiciones de existencia solamente pueden ser analizadas y transformadas en la acción y la acción se despliega siempre en referencia a un social-histórico. De ahí que en el horizonte de la psicología y en particular, de una clínica psicológica que no pretenda ser adoctrinamiento o tecnología de adaptación o peor aún, ortopedia de la angustia social, se vislumbra una pragmática que despliegue una ética concreta, es decir, una práctica y una teoría de los afectos y de los cuerpos, en referencia a la producción subjetiva en un momento histórico concreto. En la 65

actualidad, la posibilidad de una clínica psicológica insiste en la producción de espacios donde la velocidad sea material de trabajo. Se interviene desde esta perspectiva, a los efectos de producir un enlentecimiento que posibilite el análisis de las condiciones de existencia. En estos espacios, de lo que se trata es de construir territorios existenciales que sostengan a aquellos que desean producir sentidos para su vida y para ello es necesario quebrar el aislamiento.

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ALFONSO LANS es docente e investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Esquizoanalista y coordinador del Centro Félix Guattari. Esta Institución se dedica a la producción y difusión del esquizoanálisis en los Campos de la Salud Mental y los Derechos Humanos, desplegando una Ecología Social.

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Notas

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[1]

El subrayado es propio