Cervantes, Figueroa y el crimen de Avellaneda (Volume 1 of Clasicos Carena) 8488944209, 9788496357532, 9788488944207


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Índice......Page 4
A modo de presentación......Page 6
Advertencia......Page 8
Introducción......Page 10
PRIMERA PARTE: ESTADO DE LA CUESTIÓN Y TEORÍAS SOBRE LA IDENTIDAD DE AVELLANEDA......Page 17
Zaragoza, octubre 1614......Page 18
Los candidatos......Page 22
El impresor del Quijote de Avellaneda......Page 40
Don Quijote en la imprenta barcelonesa......Page 56
Los motivos de Avellaneda......Page 60
El léxico de Avellaneda......Page 76
¿Avellaneda, clérigo?......Page 92
Pistas hacia Avellaneda......Page 94
Jerónimo de Pasamonte......Page 96
Ginés de Pasamonte......Page 100
¿Jerónimo = Ginés?......Page 114
El otro sinónimo voluntario......Page 126
Comparación lingüística entre El Quijote de Avellaneda y Marcos de Obregón......Page 142
¿Espinel = Avellaneda?......Page 151
SEGUNDA PARTE: CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA AUTOR DEL QUIJOTE DE AVELLANEDA......Page 153
Una nota providencial......Page 154
Comparación lingüística entre el Quijote de Avellaneda y El pasajero de Figueroa......Page 158
El registro literario de Figueroa......Page 176
Figueroa opina de Cervantes y Lope......Page 188
¿Por qué a Cervantes?......Page 194
Conclusión......Page 210
Post scriptum......Page 212
TERCERA PARTE: FRAGMENTOS DE OBRAS DE CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA Y BIOGRAFÍA......Page 213
Preliminares del El pasajero......Page 218
Alivio II (fragmento)......Page 222
Cuento del Pícaro Ventero......Page 249
Novela de los Felices Amantes......Page 274
Tres capítulos del Quijote de Avellaneda......Page 314
Bio-bibliografía de Cristóbal Suárez de Figueroa......Page 348
ANEXO: Tabla de textos relacionados con la autoría del Quijote de Avellaneda......Page 383
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Cervantes, Figueroa y el crimen de Avellaneda (Volume 1 of Clasicos Carena)
 8488944209, 9788496357532, 9788488944207

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CERVANTES, FIGUEROA Y EL CRIMEN DE AVELLANEDA Enrique Suárez Figaredo

© Barcelona, 2004

EDICIONES CARENA

Clásicos Carena colección dirigida por ENRIQUE SUÁREZ FIGAREDO © Enrique Suárez Figaredo © De esta edición Ediciones Carena C/Alpens 8 local 08014 Barcelona Tel 93 431 02 83 www.edicionescarena.org [email protected] Diseño y Compaginación: Jordi Hernández y Pilar Membrives Depósito legal ISBN 978-84-96357-53-2 Las portadas que reproducimos no son facísmiles, sino recreaciones efectuadas con herramientas ofimáticas

ÍNDICE A modo de presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Advertencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

PRIMERA PARTE ESTADO DE LA CUESTIÓN Y TEORÍAS SOBRE LA IDENTIDAD DE AVELLANEDA Zaragoza, octubre 1614 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Los candidatos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 El impresor del Quijote de Avellaneda . . . . . . . . . . . . . 41 Don Quijote en la imprenta barcelonesa . . . . . . . . . . . . 57 Los motivos de Avellaneda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 El léxico de Avellaneda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 ¿Avellaneda, clérigo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93 Pistas hacia Avellaneda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 Jerónimo de Pasamonte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 Ginés de Pasamonte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101 ¿Jerónimo = Ginés? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115 El otro sinónimo voluntario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 Comparación lingüística entre El Quijote de Avellaneda y Marcos de Obregón . . . . . . . . . . . . . . . . 143 ¿Espinel = Avellaneda? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152

SEGUNDA PARTE: CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA AUTOR DEL QUIJOTE DE AVELLANEDA Una nota providencial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155 Comparación lingüística entre el Quijote de Avellaneda y El pasajero de Figueroa . . . . . . . . . . . . . 159

El registro literario de Figueroa . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177 Figueroa opina de Cervantes y Lope . . . . . . . . . . . . . . 189 ¿Por qué a Cervantes? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195 Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211 Post scriptum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213

TERCERA PARTE FRAGMENTOS DE OBRAS DE CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA Y BIOGRAFÍA Preliminares del El pasajero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219 Alivio II (fragmento) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223 Cuento del Pícaro Ventero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 250 Novela de los Felices Amantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275 Tres capítulos del Quijote de Avellaneda. . . . . . . . . . . 315 Bio-bibliografía de Cristóbal Suárez de Figueroa . . . . 349

ANEXO Tabla de textos relacionados con la autoría del Quijote de Avellaneda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 384

A MODO DE PRESENTACIÓN

C

UANDO Enrique Suárez Figaredo vino con su ensayo bajo el brazo sobre "la identidad del verdadero autor del falso Quijote" me sorprendió en muchos aspectos: su calidad de "ingeniero en electricidad" su autodidactismo cervantino y su desconexión con los círculos universitarios no ayudaban a hacerse ilusiones. Como licenciado en Literatura yo sabía que la incógnita permanecía intacta a pesar de los múltiples intentos de grandes investigadores y egregios académicos dedicados a arrebatarle el secreto durante los cuatro siglos de existencia del Quijote. No obstante hubo varios factores que me impulsaron a desviar el escrito de la fila que normalmente han de guardar las propuestas en los estantes editoriales antes de ser leídas hasta mi maletín particular: la humildad con que presentaba el hallazgo y el gran conocimiento de la vida y obras de los clásicos del Siglo de Oro. Así que aquella noche, después de la cena, me puse a hojearlo. Cuando levanté la cabeza eran las tres y media de la mañana. El ensayo era en realidad un riquísimo caleidoscopio en el que nuestros clásicos se debatían entre la admiración, rivalidad y el odio, una exhibición poderosa de sabiduría. Después vinieron sutilísimas observaciones de quien además de conocer, ama y goza de nuestros clásicos. Al final, caí rendido en lo que el propio autor me pronosticó: el síndrome de Estocolmo; acabé seducido por la personalidad insobornable de Figueroa y por las indudables virtudes literarias de su Quijote que, a partir de ahora puede ser visto desde otra perspectiva más comprensiva. El libro consta de tres partes: en la primera el autor comienza por desmenuzar y exponer rigurosamente las vicisitudes históricas de lo que Martín de Riquer ha denominado “uno de los capítulos más enigmáticos de nuestra historia literaria” que no es otro que desvelar la identidad del autor del Quijote de Avellaneda. Enrique Suárez analiza con detenimiento los argumentos aportados en favor de los principales “candidatos” en sus aspectos tanto biográ7

ficos como estilísticos y léxicos y los compara con los rasgos expresivos más singulares del Quijode de Avellaneda. En la segunda parte Enrique Suárez Figaredo desvela su candidato y casi homónimo: Cristóbal Suárez de Figueroa. Escribe sobre la “pista” que lo condujo y aduce sus argumentos, nacidos de la comparación de los textos y de la personalidad de Figueroa. Si las coincidencias estilíticas son incontestables, más lo son las evidencias deducidas de la personalidad y antipatía de Figueroa hacia Cervantes. En la tercera parte el lector puede gozar de algunos textos escritos por Figueroa, y tres capítulos del Quijote de Avellaneda. Con negrita se señalan algunas de las innumerables coincidencias léxicas y estilísticas. Memorable bajo mi punto de vista es el del Pícaro Ventero, tierno el de Los felices amantes y esclarecedor de su personalidad y de su gran preparación teórica así como de muchos aspectos de la sociedad de principios del sigo XVII, el fragmento del Alivio II de El pasajero. Una singularidad de esta obra es que se puede empezar a leer por cualquiera de las tres partes. El lector interesado en conocer toda la arquitectura argumentativa en su lógico proceso ha de empezar por la primera parte, en donde descubrirá el gran peso que durante estos cuatro últimos siglos ha tenido para la crítica el enigma de Avellaneda. Es posible también comenzar, sobre todo para quienes estén al tanto de los antecedentes, por la segunda parte, por el hilo que condujo a Suárez al ovillo de Figueroa. El lector conocerá la pista y los poderosos argumentos literarios y extraliterarios que condujeron al descubrimiento. Puede que haya lectores que prefieran sumergirse primero en la lectura de Figueroa (textos firmados como Avellaneda o como Figueroa) empezando por la tercera parte para establecer por sí mismos su propio criterio literario, antes de conocer los argumentos esgrimidos por Suárez. Todo es válido. Sea como fuere, tan importante es el esclarecimiento del enigma “Avellaneda” como la recuperación de otro clásico, escritor de raza, insobornable, cultísimo y esencial para conocer la sociedad española en uno de sus periodos más decadentes: la primera parte del siglo XVII. Un escritor muy conocido y temido en su época que ha de reincorporarse a nuestro acervo cultural. José Membrive 8

ADVERTENCIA I el lector que ha tomado este trabajo en las manos es de los bien informados en el asunto que trata, quizá ya esté pensando: ¡Ya tenemos otro listillo! ¡Otro descubridor de anagramas! ¡Otro que se cree el único que ha sabido leer las pistas que dejaron Cervantes y Avellaneda! No es nuestro caso. Vaya por delante que el enigma de Avellaneda nunca nos había interesado especialmente. Como quijotistas no hemos podido dejar de leer cosas por aquí y por allí, pero pocas. Y por lo que habíamos leído, ya dábamos por buena aquella lapidaria frase de Luis Astrana Marín: no más conjeturas; ya hay sobradas, y ninguna verdadera. Han intervenido muchos buenos en este asunto sin que ninguno haya logrado imponer su candidato, y los iluminados y falsarios se han llevado un buen varapalo; así que jamás pensamos que esta aventura nos estuviera guardada. Pero he aquí que, sin poder evitarlo, tenemos un candidato: Cristóbal Suárez de Figueroa. Son sus credenciales: léxico, antecedentes literarios y singular carácter; pero no fue aragonés ni clérigo, ni tampoco —para nosotros— escritor de segunda fila. No está muy claro en qué pudo ofenderle personalmente Cervantes en su Quijote de 1604-5: mucho más joven, recién llegado a la Corte y con parca trayectoria literaria, no parece que fuera enemigo (no en 1604) con quien hubiera de medirse Cervantes. Pero el que nadie hasta hoy haya reparado en este autor, y el hecho de que nosotros hayamos dado con él por la vía del léxico, y no partiendo de una conjetura ni resolviendo un anagrama, nos mueve a pensar que quizá hemos dado en el blanco. ¿Cómo nos metimos en este lío? Todo empezó cuando decidimos aprovechar la oferta de lanzamiento de una Historia de la Literatura por fascículos: dos por el precio de uno, cada uno con su libro. Los de la oferta trataban de Cervantes, y los libros eran la Primera y Segunda parte del Quijote, decentemente encuadernados. ¡Irresistible para un quijotista! Y al ojear los fascículos… Julio 2003

S

9

Portada de la editio princeps de la Primera parte del Quijote. Pese a lo indicado en la portada, es posible que el libro ya circulase en diciembre de 1604.

10

INTRODUCCIÓN O estará de más recordar que el Quijote de Miguel de Cervantes se publicó en 1605, según indica su portada. Es muy posible, con todo, que el libro ya circulase en diciembre de 1604, al menos en Valladolid, por entonces la capital del Reino, capitalidad que poco después recuperaría la Villa y Corte. Hay un misterio sobre cuándo vio la luz el Quijote, y es que Lope de Vega alude al don Qujote en una carta que escribió desde Toledo en agosto de 1604, y también le alude el libro de La pícara Justina, cuyo Privilegio está datado en Gumiel de Mercado, a 22 del mes de agosto de 1604, mientras que el de Cervantes se extendió en Valladolid, a veinte y seis dias del mes de setiembre de mil y seiscientos y cuatro años. No acaban aquí los misterios: en el prólogo que Cervantes dirige al lector le dice:

N

Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas; antes las juzga por discreciones y lindezas, y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, Lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres.

Y hay más: al final del libro Cervantes parece dar a entender que las aventuras de don Quijote tendrán continuación, pero cantadas de otra mano, mejor que la suya: Estos fueron los versos que se pudieron leer; los demás, por estar carcomida la letra, se entregaron a un académico para que por conjeturas los declarase. Tiénese noticia que lo ha hecho, a costa de muchas vigilias y mucho trabajo, y que tiene intención de sacallos a luz con esperanza de la tercera salida de don Quijote. 11

Forsi altro canterá con miglior plectio.

Lo escrito por Cervantes puede tener otras interpretaciones. Lo del prólogo, por ejemplo, puede interpretarse en el sentido de que Cervantes rinde las gracias al verdadero historiador arábigo Cide Hamete Benengeli. Y las palabras finales (un verso de Ariosto en Orlando furioso) quizá sólo parodian a Lope de Vega, que hizo uso del mismo verso en el prólogo de La hermosura de Angélica (1602), comentando: Dicen que fue intención del Ariosto que otros ingenios prosiguiesen su historia…; aunque imposible con mejor plectro. En cuanto a aquel Quijote anterior al oficial, quizá se tratase de copias manuscritas de una versión reducida, al estilo de las novelas luego publicadas en el tomo de las ejemplares y de tono similar a la del Licenciado Vidriera. Sea como fuere, lo cierto es que Miguel de Cervantes acabó decidiéndose a escribir esa Segunda parte del Quijote. En el prólogo de las Novelas ejemplares (1613) decía al lector: Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco Los trabajos de Persiles, libro que se atreve a competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza; y primero verás, y con brevedad, dilatadas las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho Panza.

Pero Cervantes, más inventivo que disciplinado, solía incumplir sus promesas editoriales: no publicaría esa Segunda parte hasta 1615. Y ese retraso propició —por si algo le faltaba al singularísimo pastel del Quijote— que otro le pusiese la guinda, añadiéndole un misterio mayor que todos los demás. El enigma de quién pudo ser el secreto autor del falso Quijote debió torturar a Cervantes durante una buena temporada e inquietarle hasta su fallecimiento en 1616. Y no sólo a Cervantes, que aún la cola falta por desollar. * * * El Quijote de Avellaneda (DQA) se considera una superchería bibliográfica cuyo autor se adelantó a la publicación de la Segunda parte del Quijote (DQ-II) que Cervantes estaba preparando y llegó a 12

publicar un año después. La Aprobación (censura) del libro lleva fecha de 18 de abril de 1614, y la Licencia para su impresión está fechada a 4 de julio, ambas expedidas en el Arzobispado de Tarragona. El título completo de DQA era: Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras; libro que, de dar credibilidad a su portada, fue Compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, estampado Con Licencia, en Tarragona, en casa de Felipe Roberto, año 1614, y dirigido a tan altas instancias como Al alcalde, regidores y hidalgos de la noble villa del Argamesilla, patria feliz del hidalgo caballero don Quijote de la Mancha. Y tras la Dedicatoria se lee el siguiente prólogo: Como casi es comedia toda la historia de Don Quijote de la Mancha, no puede ni debe ir sin prólogo; y así, sale al principio desta segunda parte de sus hazañas éste, menos cacareado y agresor de sus letores que el que a su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra, y más humilde que el que segundó en sus “Novelas”, más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas. No le parecerán a él lo son las razones desta historia, que se prosigue con la autoridad que él la comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron; y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola una; y hablando tanto de todos, hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos. Pero quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte, pues no podrá, por lo menos, dejar de confesar tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de caballerías, tan ordinaria en gente rústica y ociosa; si bien en los medios diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más estranjeras y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e inumerables comedias con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar. Yo sólo he tomado por medio entremesar la presente comedia con 13

las simplicidades de Sancho Panza, huyendo de ofender a nadie ni de hacer ostentación de sinónomos voluntarios, si bien supiera hacer lo segundo y mal lo primero. Sólo digo que nadie se espante de que salga de diferente autor esta segunda parte, pues no es nuevo el proseguir una historia diferentes sujetos. ¿Cuántos han hablado de los amores de Angélica y de sus sucesos? Las Arcadias, diferentes las han escrito; la Diana no es toda de una mano. Y, pues Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes, y por los años tan mal contentadizo que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos, que cuando quisiera adornar sus libros con sonetos campanudos, había de ahijarlos como él dice al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, por no hallar título quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca, con permitir tantos vayan los suyos en los principios de los libros del autor de quien murmura (¡y plegue a Dios aun deje, ahora que se ha acogido a la Iglesia y sagrado!), conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus novelas: no nos canse. Santo Tomás, en la 2, 2, q. 36, enseña que la envidia es tristeza del bien y aumento ajeno, dotrina que la tomó de san Juan Damasceno. A este vicio da por hijos san Gregorio, en el libr. 31, capít. 31, de la Exposición moral que hizo a la historia del santo Job, al odio, susurración, detracción del prójimo, gozo de sus pesares y pesar de sus buenas dichas; y bien se llama este pecado invidia “a non videndo, quia invidus non potest videre bona aliorum”; efectos todos tan infernales como su causa, tan contrarios a los de la caridad cristiana, de quien dijo san Pablo, I Corintios, 13: “Charitas patiens est, benigna est, non emulatur, non agit perperam, non inflatur, non est ambitiosa, congaudet veritati, etc”. Pero disculpan los hierros de su primera parte, en esta materia, el haberse escrito entre los de una cárcel; y así, no pudo dejar de salir tiznada dellos, ni salir menos que quejosa, mormuradora, impaciente y colérica, cual lo están los encarcelados. En algo diferencia esta parte de la primera suya, porque tengo opuesto humor también al suyo; y en materia de opiniones en cosas de historia, y tan auténtica como ésta, cada cual puede echar por donde le pareciere; y más dando para ello tan dilatado campo la cáfila de los papeles que para 14

componerla he leído, que son tantos como los que he dejado de leer. No me murmure nadie de que se permitan impresiones de semejantes libros, pues éste no enseña a ser deshonesto, sino a no ser loco; y, permitiéndose tantas Celestinas, que ya andan madre y hija por las plazas, bien se puede permitir por los campos un don Quijote y un Sancho Panza, a quienes jamás se les conoció vicio, antes bien, buenos deseos de desagraviar huérfanas y deshacer tuertos, etc.

Pero Avellaneda va mucho más allá en su mofa. En el Cap. 4 parece recoger las habladurías acerca de que Cervantes era un marido consentido: Pero es menester, Sancho, …en esta adarga que llevo… poner alguna letra o divisa que denote la pasión que lleva en el corazón el caballero que la trae en su brazo; y así, quiero que, en el primer lugar que llegáremos, un pintor me pinte en ella dos hermosísimas doncellas que estén enamoradas de mi brío y el dios Cupido encima, que me esté asestando una flecha, la cual yo reciba en el adarga, riendo dél y teniéndolas en poco a ellas, con una letra que diga al derredor de la adarga “El Caballero Desamorado”, poniendo encima esta curiosa, aunque ajena, de suerte que esté entre mí y entre Cupido y las damas: Sus flechas saca Cupido de las venas del Pirú, a los hombres dando el Cu y a las damas dando el Pido. —¿Y qué habemos de her —dijo Sancho— nosotros con esa Cu? ¿Es alguna joya de las que habemos de traer de las justas? —No —replicó don Quijote—: que aquel Cu es un plumaje de dos relevadas plumas, que suelen ponerse algunos sobre la cabeza, a veces de oro, a veces de plata y a veces de la madera que hace diáfano encerado a las linternas, llegando unos con dichas plumas hasta el signo Aries, otros al de Capricornio y otros se fortifican en el castillo de San Cervantes. 15

—Pardiez —dijo Sancho—, que, ya que yo me hubiese de poner esas plumas, me las había de poner de oro o de plata. —No te convienen a ti —dijo don Quijote— esos dijes, que tienes la mujer buena cristiana y fea. —No importa eso —dijo Sancho—; que de noche todos los gatos son pardos, y, a falta de colcha, no es mala manta.

* * * Cuando el Quijote de Avellaneda (DQA) cayó en manos de Cervantes, éste se encontraría a mitad de redacción de la Segunda parte de su Quijote (DQ-II). La primera alusión a Avellaneda aparece en el Cap. 59 (de 74). A partir de ese punto se le alude en repetidas ocasiones. Las palabras más duras se encuentran en el prólogo, donde se le acusa de que no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad. Y finaliza: esta segunda parte de don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado y, finalmente, muerto y sepultado, por que ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios. La crítica especializada está de acuerdo en que DQA tuvo un efecto benéfico: espolear a Cervantes para que acabase la redacción de DQ-II, que de otro modo podría haberse perdido para siempre. También se está de acuerdo en que Cervantes tomó ideas de DQA; en algún caso para remedar, mejorándole, a Avellaneda, en otros casos por venirle de molde. Hubo, así, una imitación mutua: Avellaneda tomó cosas del Quijote cervantino (DQ-I) para su DQA y Cervantes las tomó de DQA para su DQ-II. Este asunto da para mucho, y no cabe en estas páginas; pero los lectores que tengan fresco en la memoria el Quijote cervantino podrán comprobarlo con sus propios ojos si leen con cierto detenimiento el de Avellaneda. La opinión general de que (como Cervantes denunció) el verdadero autor del llamado falso Quijote o Quijote apócrifo se escondió tras ese opaco seudónimo, ha dado lugar al enigma aún no desvela16

do a satisfacción de la crítica especializada. Ninguna de las proposiciones ha llegado a satisfacer al conjunto de los especialistas. A tal grado de desesperación se ha llegado, que no ha faltado quien propusiera que Avellaneda fue… ¡el propio Cervantes! Que el asunto tiene su dificultad, presentando a veces aspectos contradictorios, queda bien de manifiesto en este párrafo de la Introducción de Martín de Riquer a su ed. del Quijote de Avellaneda (Espasa-Calpe, 1972): Aunque no cabe la menor duda de que este Avellaneda fue un gran admirador del Quijote —pues lo continuó e imitó con entusiasmo, celebrando muy de veras episodios y pasajes que se narran en la Primera parte—, es cierto también que profesaba un auténtico odio a Cervantes: curiosa actitud que… no deja de ser un enigma más entre los muchos que plantea la apócrifa continuación.

Permitásenos decirlo de otra forma: el Quijote de Avellaneda es una quijotada, un exceso. Así, no es fácil de analizar racionalmente. Hoy, cuatrocientos años después, cuando Cervantes y su obra acumulan cerca de doscientos setenta como objeto de culto (desde la edición de luxe de Londres, 1738, patrocinada por Lord Cateret), el estado de la cuestión puede resumirse en aquella frase de Luis Astrana citada en nuestra Advertencia.

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PRIMERA PARTE

ESTADO DE LACUESTIÓN Y TEORÍAS SOBRE LA IDENTIDAD DE AVELLANEDA

18

ZARAGOZA, OCTUBRE DE 1614 NO de los asuntos que más ha inquietado a los investigadores de Avellaneda es el desfile de disfraces que tuvo lugar en Zaragoza dentro de los festejos dedicados a la beatificación de Santa Teresa. Hemos leído dos fechas distintas: 6 y 15 de octubre, pero lo importante es que una de las comparsas que intervienen representa a los personajes principales del Quijote, y que por entonces ya podía estar en circulación DQA, considerando la fecha de su Licencia. La comparsa en cuestión la componen cuatro estudiantes: don Quijote y Sancho desfilan llevando dos diablos atados por una cadena, las cabezas encerradas en jaulas. Don Quijote desfila con aquel gentil continente tan suyo y Sancho va haciendo gracias a los espectadores. Presentados ante los jueces del concurso, don Quijote les hace entrega de unos graciosos versos en que manifiesta que, informado del singular motivo de tales festejos, ha abandonado su retiro y en el camino ha capturado aquellos diablos para ofrecerlos a la Santa. Y para que los jueces puntúen aún más lo ingenioso de la comparsa, los versos llevan un encabezamiento destinado a que no se les escape que lo que tienen ante sí es la portada de la esperada Segunda parte de las aventuras de don Quijote, en que el protagonista habría de presentarse a unas famosas justas que habían de celebrarse en Zaragoza, según adelantaba Cervantes al final de su DQ-I. Ya habrá observado el lector que la gracia reside en que, efectivamente, estamos en la capital aragonesa y que don Quijote se presenta a estas justas de disfraces. El encabezado de los versos replica graciosamente el tópico contenido de una portada de libro:

U

La verdadera y segunda parte del ingenioso don Quijote de la Mancha. Compuesta por el Licenciado Aquésteles, natural de como se dice. [la figura de la portada es la propia comparsa] Véndese en dónde y a dó. Año de 1614. 19

Las expresiones Aquésteles, como se dice, dónde y dó resultan mucho más graciosas que datos reales. Y nótese que se huye de la repetición, pues también podrían haber escrito: Compuesta por el Licenciado Tal y Tal, natural de Tal lugar. Véndese en Tal sitio, junto a Tal otro. Por otro lado, los ingeniosos estudiantes habrían tenido en cuenta aquel Forsi altro canterá con miglior plectio que puso Cervantes al final de su DQ-I. Pero ¡ay! aparece la palabra Licenciado, el nombre Aquésteles puede tratarse de un anagrama y la expresión como se dice puede interpretarse que consta (a deducir) en los versos que siguen. De modo que, atendiendo a las fechas, se ha pensado que esta comparsa alude a la continuación de Avellaneda recién publicada, que anda por ahí su nombre (o dato relevante para identificarlo) e incluso que tuvo alguna participación en la broma. Transcribimos el encabezado y los versos (en los finales hemos completado los cabos rotos). Léase embescaua = enviscaba: en sentido recto, Sancho unta las ramas los árboles con una sustancia viscosa en que, al posarse, queden atrapados los pájaros que levanta su amo.

LA VERDADERA Y SEGVNDA PARTE, del ingenioso don Quixote de la Mancha. Compuesta por el Licenciado Aquesteles, natural de como se dize, bendese en donde y a do, Año de 1614. LA Fama con tal estruendo A donde estaua llegó Que aun bestir no me dexó. Tan hecho estoy a vencer y con lo que emprendo salgo, que de armas no me balgo. Con mi esfuerço y robustez a las Fiestas de Teresa, traygo gente que le pesa. Ya no ay diablos de valor para tentar a los hombres, 20

que con tu nombre no asombres. Penan ellos de tu gloria y tus altas marauillas, que ocupan todas sus sillas. Por hazerte algun seruicio Teresa estos dos caçé y al punto los enxaulé.

Sancho Pança. NO estaua con poco gusto quando mi señor caçaua, que el corria, y yo embescaua.

Diablo primero. REniego del caçador que a ver esto me ha traydo, pues que mi pena ha crecido con otra gloria mayor.

Diablo segundo. POR Fuerça auré de llorar Teresa en esta ocasion, pues me aumentas la pasion ocupando mi lugar.

Informa de su justicia, el insigne don Quixote. SOY El fuerte don Quixo[te] mas que el brauo Paladi[no], lleuado por su roci[no] y traydo por el tro[te]. Para alcançar algun pre[mio] de adonde estaua durmien[do], he venido a lo que entien[do] y he llegado sin boe[mio]. Mas el tartesio, o hidal[go] que a las fiestas desafi[a], bien muestra su gallardi[a] 21

pues el premio ha de ser al[go]. Y pues traygo de cami[no] la caça tan eminen[te], del precio soy competen[te] o yo soy mal adeui[no]. Matusalen los caça[ua] con liga segun se di[ze], pero aqui se contradi[ze] que embescados los halla[ua]. A la joya me adelan[to] pues que llego tan lige[ro] que qual vino vengo en cue[ros] aurá quien corra otro tan[to]? Informo de mi justi[cia] a los Iuezes tan discre[tos], rebelando estos terce[tos] sin quedarme otra mali[cia].

22

LOS CANDIDATOS N la tabla de la página 25 hemos colocado los candidatos que conocemos, junto con algunos (no siempre seguros) datos biográficos. Faltan quizá media docena de candidatos. Falta, por ejemplo, el propio Cervantes (no se nos pregunte el porqué), fray Antonio de Guevara (fallecido antes de nacer Cervantes) y fray Luis de Granada (fallecido 25 años antes de publicarse DQA). Y, en fin, no resulta difícil imaginar la base de algunas de las propuestas (Quevedo, Lope, Juan Martí, los dos autores a quien se asigna La pícara Justina…); en cuanto a Castillo Solórzano, llamándose Alonso y siendo de Tordesillas… Al poderoso fray Luis de Aliaga llegó a apodársele Sancho Panza por los pasillos de Palacio, pero ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? El lector ya sabe que son conjeturas, pero quizá convenga (y sin salirnos del Quijote cervantino) poner un ejemplo de con qué facilidad se pueden fabricar. Leímos en el prólogo de DQA que Avellaneda se consideraba tan autorizado como Cervantes para continuar la historia de don Quijote:

E

que se prosigue con la autoridad que él la comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron.

Por otro lado, en el prólogo de DQ-I admite Cervantes no ser el creador de Don Quijote: aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote.

Añadamos a eso que en unos versos del libro La pícara Justina se habla del personaje-libro Don Quijote, tratándolo con la misma categoría que los consolidadísimos Celestina y Lazarillo: Soy la rein- de Picardí-, Más que la rud- conoci-, 23

Más famo- que doña Oli-, Que Don Quijo- y Lazari-, Que Alfarach- y CelestiSi no me conoces cue-, Yo soy dueQue todas las aguas be-.

Y puesto que Justina se publicó algo antes que DQ-I, se concluye que hubo un don Quijote anterior al que conocemos, quizá un entremés o un cuentecillo de unos cuantos pliegos. Cervantes vio las posibilidades del argumento y personaje, y, añadiendo la figura de Sancho y adicionando novelitas que sacó de algún cajón de su bufete, obtuvo su DQ-I. Eso justifica lo de padrastro. Avellaneda lo sabía, y ello explica lo de autoridad y lo de llegaron a su mano. En definitiva, el personaje don Quijote no fue invención de Cervantes. Fácil, ¿no? También se ha recurrido a los anagramas para intentar dar con la solución del enigma. La idea es que Avellaneda no resistiría la tentación de identificarse mediante algún anagrama; y lo mismo pudo hacer Cervantes, evitando citarle por su nombre. Por ejemplo: Barcelona, la ciudad visitada por don Quijote en DQ-II abandonando su intención inicial de visitar Zaragoza, es anagrama perfecto de Blanco era, o lo que es lo mismo, fue Blanco, lo que nos conduce al maligno Juan Blanco de Paz, tan odioso a los biógrafos cervantinos como el impresor Juan de la Cuesta a los editores críticos de DQ. Quizá el más claro anagrama sea el que esconde la expresión “La del aragonés recién impresa”, que en referencia a la “historia” publicada por Avellaneda se lee en boca de don Quijote en el Cap. 61 de DQ-II: “La de Argensola recién impresa” . También nos extraña que del título Le Bagatele, libro del que se habla en el Cap. DQ-II-62 nadie haya extraído “El ba[stardo] Ga[briel] Te[l]le[z]”. Más razonable es suponer que, si hubo anagrama, sería Avellaneda quien se recrease en ello, y, claro está, se ha reparado en el nombre Alisolán que asigna a su historiador. Nuestra impericia en esto de los anagramas queda de manifiesto al reconocer que de ahí sólo 24

Autores a quienes se ha relacionado con la autoría del Quijote de Avellaneda Mateo ALEMÁN

sevillano de familia de conversos, 1547-1613?

Juan BLANCO de PAZ

dominico, aragonés, confesor de Felipe III e Inquisidor Gral., 1560-1630 dominico, obispo de Tortosa y luego arzobispo de Valencia, hermano de Luis doctor, delator de Cervantes en Argel, 1537-?

Alonso del CASTILLO SOLÓRZANO

vallisoletano (Tordesillas), 1584-1648

Guillén de CASTRO

valenciano, 1569-1631

Gonzalo CÉSPEDES y MENESES

madrileño, 1585?-1638

fray Alonso FERNÁNDEZ

dominico, extremeño, historiador de Plasencia y autor de una HISTORIA DE LOS MILAGROS DEL ROSARIO, 1565?1630?

Alonso FERNÁNDEZ ZAPATA

clérigo, ejerció en AVELLANEDA (Ávila)

fray Cristobal de FONSECA

agustino, 1550?-1621

Fco. Vicente GARCÍA y TORRES

rector de Vallfogona (Tarragona) 1579-1623

fray Luis de ALIAGA fray Isidoro de ALIAGA

Alfonso LAMBERTO Alonso de LEDESMA

segoviano, amigo de Lope de VEGA, 1562-1633

Gabriel LEONARDO de ALBIÓN

hijo de Lupercio LEONARDO de ARGENSOLA, 1590?-?

Bartolomé LEONARDO de ARGENSOLA

aragonés, rector de Villahermosa, hermano de Lupercio, 1562-1631

Pedro LIÑÁN de RIAZA

toledano, 1556?-1607

Lope de VEGA CARPIO

madrileño, 1562-1635

Francisco LÓPEZ de ÚBEDA

médico, toledano, autor de LA PÍCARA JUSTINA

Juan MARTÍ

abogado?, valenciano, autor del GUZMÁN apócrifo bajo el nombre de Mateo LUJÁN de SAYAVEDRA, 1570?-1604

Antonio MIRA de AMESCUA

granadino, sacerdote, 1574?-1644

Jerónimo de PASAMONTE fray Andrés PÉREZ

aragonés, soldado, cautivo 18 años, escribió sus Memorias, 1553?-1605? dominico, leonés, supuesto autor de LA PÍCARA JUSTINA, 1561?-1628

Ginés PÉREZ de HITA

murciano, 1550?-1619

Alonso PÉREZ de MONTALBÁN

alcalaíno de familia de conversos, librero, su hijo Juan (1602-1638) fue seguidor de Lope

Francisco de QUEVEDO VILLEGAS

madrileño, 1580-1645

Juan RUIZ de ALARCÓN

mejicano, 1581?-1639

Alonso SALAS BARBADILLO

madrileño, 1581-1635

Gaspar SCHÖPPE

hispanista alemán, protegido del Duque de Lerma, 15761649

el Duque de SESSA

protector de Lope de Vega

fray Gabriel TÉLLEZ, ‘Tirso de Molina’

mercedario, madrileño, hijo bastardo del Conde de Osuna?, seguidor de Lope, 1583?-1648

Juan de VALLADARES de VALDELOMAR

presbítero de Córdoba

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obtenemos si no allá, allí asno, lío asnal (con perdón) y otras lindezas. Las más inquietantes resultan las del tipo soi Al… Lan…, Alons… i Al…, que de seguro no pasarían por alto los especialistas. Cuando los anagramas irrumpen en la resolución del enigma como prueba de identidad del candidato propuesto ¡Aquí fue Troya! Y es que hay amplísimo campo donde buscarlos: ciñéndonos a DQA y DQ-II, ambos textos suman unos 600 folios, que dan para mucho. En especial si los participantes no se atienen a unas reglas fijas. Por supuesto que el primer párrafo de DQA ha sido el más analizado: El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dice que siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él decendía, entre ciertos anales de historias halló escrita en arábigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamesilla el invicto hidalgo don Quijote de la Mancha, para ir a unas justas que se hacían en la insigne ciudad de Zaragoza, y dice desta manera…

A algunos de los que han propuesto a fray Luis de Aliaga les ha convenido tomar las tres primeras letras de Alisolán y agarenos. El lector pensará que el método es harto discutible, pero el prestigioso Menéndez Pelayo no se quedó atrás para favorecer a su candidato Alfonso Lamberto: si tomamos El sabio Alisolán, historiador no, y consideramos que Alisolán acaba en n por razones fonéticas, y que lo que ahí iría era una m, entonces podemos obtener Alonso Lamberto con sólo despreciar las 14 letras restantes. A Atanasio Rivero le bastó con El sabio… Alisolán, historiador, pues, prescindiendo de sa e histori, obtiene El ardo Albión Isola, y añadiendo ahora 14 letras: [Gabri]el [Leon]ardo Albión y [Argen]sola. Antes de tal hallazgo, Rivero tenía otro candidato confeso, pues de sólo 6 palabras El sabio... menos había obtenido Tirso Molina ossó i hiso el bano alarde; pero, prudentemente, lo descartó, por no ser Tirso aragonés. El recién citado Alfonso Lamberto figura en la Tabla de candidatos sin que aportemos dato alguno. No debería figurar ahí, pues todo es fruto de un lío que originó Juan Antonio Pellicer, quien en su Vida de Cervantes trató de unos concursos celebrados en Zara26

goza consistentes en la interpretación de dos enigmas. En un examen quizá precipitado del códice o legajo Tractatus Varii, de la librería de la condesa de Fernán Núñez, Pellicer se equivocó en la fecha, pues siendo uno de los documentos la Sentencia del certamen sobre la exposición de dos enigmas dada en la insigne Universidad de Zaragoza en 26 de marzo del año de 1613, publicó que fue por los años de 1614. Además, al no observar en las listas que el apodado Sancho Panza y Alfonso Lamberto concursaron en ambas partes del certamen, entendió que se trataba de una misma persona, y, por el apodo y porque puede presumirse residiese en Zaragoza, bien pudiera ser quien escribió aquellos versos leídos en la mascarada de octubre de 1614 durante los festejos en honor de Sta. Teresa y en cuyo encabezado se lee Licenciado Aquésteles. ¿Por qué? Porque, recordará el lector, Avellaneda se jactaba en su prólogo de la ganancia que restaría a Cervantes, y la sentencia o vejamen con que los jueces del certamen sancionan a aquel Sancho Panza da a entender que habló de ganancias en su escrito: Al blanco de la ganancia dice con poca elegancia que la ignorancia se encubre Sancho Panza, y él descubre la fuerza de su ignorancia. Y pues afirma de veras sus inventadas quimeras, en galeras tome puerto: que, tras azotes, es cierto se siguen siempre galeras.

El asunto se aclaró más tarde, descartándose, además, que el estudiante apodado Sancho Panza pudiese aludir a DQA, dadas las fechas reales del certamen. Pero entretanto Menéndez Pelayo ya había encontrado un Alfonso Lamberto y un Martín Lamberto, poetas aragoneses que, como tales, de seguro serían amigos de los hermanos Leonardo de Argensola (Bartolomé y Lupercio), cuyas relaciones con Cervantes no serían muy buenas, habida cuenta que Cer27

vantes les recriminaba su negativa a formar parte de la corte literaria que acompañó a Nápoles al conde de Lemos, nombrado Virrey. Así, en el Viaje del Parnaso (1614), Cap. III, hablan Cervantes y Mercurio: Mandome el del alígero calzado que me aprestase y fuese luego a tierra a dar a los Lupercios un recado, en que les diese cuenta de la guerra temida, y que a venir les persuadiese al duro y fiero asalto, al ¡cierra, cierra! —Señor —le respondí—, si acaso hubiese otro que la embajada les llevase, que más grato a los dos hermanos fuese que yo no soy, sé bien que negociase mejor. Dijo Mercurio: —No te entiendo, y has de ir antes que el tiempo más se pase. —Que no me han de escuchar estoy temiendo —le repliqué—; y así, el ir yo no importa, puesto que en todo obedecer pretendo. Que no sé quién me dice y quién me exhorta que tienen para mí, a lo que imagino, la voluntad, como la vista, corta. ....................................................... Pues si alguna promesa se cumpliera de aquellas muchas que al partir me hicieron, lléveme Dios si entrara en tu galera. Mucho esperé, si mucho prometieron, mas podía ser que ocupaciones nuevas les obligue a olvidar lo que dijeron. Muchos, señor, en la galera llevas que te podrán sacar el pie del lodo: parte, y escusa de hacer más pruebas. —Ninguno —dijo— me hable dese modo, que si me desembarco y los embisto, voto a Dios, que me traiga al Conde y todo. 28

Con estos dos famosos me enemisto, que, habiendo levantado a la Poesía al buen punto en que está, como se ha visto, quieren con perezosa tiranía alzarse, como dicen, a su mano con la ciencia que a ser divinos guía. ¡Por el solio de Apolo soberano juro...! y no digo más. Y, ardiendo en ira, se echó a las barbas una y otra mano

Francisco Vindel también cayó en lo mismo, y en la Nota 50 a su trabajo de 1937 (trataremos de él más adelante) se retracta de que tiempo atrás había dado por sentado (por las iniciales) que detrás de aquel estudiante Alfonso Lamberto se escondía su candidato Alonso de Ledesma, segoviano, considerado introductor del Conceptismo. Con todo, en los versos de la mascarada de Zaragoza, entre otras cosas contenidas que favorecen a su candidato, lee Aquésteles como Aqueste L[edesma] es, la cabeza enrejada de los diablos representa el escudo de Segovia (por la similitud de las rejas a los arcos de su famoso acueducto) y los dos diablos unidos por una cadena (que Vindel estira figuradamente) representan los extremos del río Duero (por aquello de cabeza de Extremadura). Para J. Serra Vilaró, partidario del catalán (tortosino) Viçens García, lo de Aquésteles le viene de molde, por el bilingüismo de su candidato: Aquest es ell o Aquest[e] es él. ¿Y quién es? Un natural de Tortosa, o Tartesia, que obtiene del apodo Tartesio que en los carteles de aquellas fiestas se aplica el mantenedor de las mismas (el que desafía al resto de participantes), y que se encuentra mucho más abajo, en los versos, siguiendo la pista del como se dice. Vindel llega a Ledesma a partir del impresor barcelonés Cormellas (a quien identifica como el verdadero impresor de DQA), el cual imprimió varias ediciones de las obras de Ledesma en los 29

años anteriores a 1614, y pudieron coincidir y aficionarse alrededor de 1585, cuando el uno se formaba en una imprenta de Alcalá de Henares y el otro estudiaba en su universidad. A partir de ahí, Vindel se dedica a encontrar, por aquí y por allá, todo aquello que reafirme esa sospecha. Y llega a la conclusión de que todo DQ-I no constituye más que una burla contra Ledesma y su literatura, desde el principio… hasta el final. Y también incluye a Góngora (y el Gongorismo), encubierto en el torpe caballo del protagonista, pues Rocinante quería expresar que antes era rocino, expresión que es anagrama perfecto de racionero. En cuanto a la frase El sabio Alisolán, también es posible obtener la comprometedora: El sabio A[lonso] L[edesma] [h]iso la n[arración]. Después de descifrar otros varios anagramas empleados por Cervantes, Vindel, tomando cosas de aquí y de allá, construye la inédita expresión el aragonés tordesillesco, la cual conduce a la reveladora: escritor Alon[so] Ledes[ma], sego[viano]. A quien lea con detenimiento ese trabajo de Vindel no se le escapará un detalle: parece tener ya su candidato antes de afrontar el celérico análisis tipográfico de DQA que ha de conducirle a Cormellas y a Ledesma. Y en algún comentario y notas finales se evidencia que Vindel lleva cierto tiempo polemizando con otros especialistas y apostando por Ledesma. En fin, el camino seguido por Francisco Vindel (en la segunda parte de su trabajo) resulta ilustrativo de cómo se han planteado algunas candidaturas a Avellaneda. El proponente encuentra algo, quizá válido, y se lanza a la búsqueda de indicios o casualidades que reafirmen su suposición. Y como algunas proposiciones pueden destruirse con tanta facilidad como se construyeron (o pueden construirse otras), la interminable encuesta llega a causar decepción y fastidio. Ahora se entenderá lo de …no más conjeturas. En 1934, antes que Vindel diese a conocer sus trabajos, Emilio Cotarelo había asignado la autoría de DQA al valenciano Guillén de Castro, quien contaría con la complicidad del impresor local Pedro Patricio Mey, de cuya imprenta ya habían salido eds. de DQ-I en cuya portada aparecía el mismo jinete que en DQA. Es sabido que Guillén de Castro escribió tres comedias inspirándose en las novelas El curioso impertinente, La fuerza de la sangre y en 30

la historia de Cardenio y Luscinda narrada en DQ-I. Este saqueo, los posibles valencianismos (mis zaragüelles, una mala gana…) que se leen en DQA y la figura del jinete de la portada adquieren tal fuerza para Cotarelo, que finaliza su estudio (13 pags. de texto) congratulándose del resultado, porque este asunto del Quijote de Avellaneda iba tomando un vuelo que amenazaba ser más largo que La gran conquista de ultramar, y, ciertamente, no es para tanto. Mosén J. Serrá Vilaró defendía en 1936 contra Cotarelo y Vindel que Tarragona fue el lugar de impresión. Reeemprendió sus investigaciones finalizada la Guerra Civil de 1936-39, y no resulta muy convincente al exponer las circunstancias en que se le ocurre el nombre del tortosino Viçens García, el rector de Vallfogona (Tarragona), poeta y todo un personaje. Tenemos la sospecha de que J. Serra Vilaró debió pensar que demostrar que DQA no sólo fue impreso en Catalunya, sino también escrito por algún residente en el Principado, daría carpetazo al asunto. Y entre los literatos de aquel tiempo debió fijarse en la singular personalidad de García. A favor de su candidato, además de la proximidad geográfica y profesional a Tarragona, expone que gustaba de usar seudónimos, que lo de Tordesillas se le ocurrió por similitud con Tortosa, lo de Avellaneda por residir en Cervera una familia de ese apellido, y Bárbara, la prostituta que aparece en DQA, era su nombre preferido (así se llamó su madre, escribió una comedia dedicada a Sta. Viçens García Bárbara y le erigió una capilla en Vallfogona). Por su relación con la poderosa familia Moncada, García habría estado en Alcalá y Madrid, donde sería aquel ocurrente y torpe poeta Mauleón que alude Cervantes en El coloquio de los perros y en DQ-II. García también estuvo en Tarragona hacia finales de 1613, y allí pudo revisar las pruebas de impresión de su DQA (en que abundan las erratas, y recuerde el lector las fechas de la Aprobación y Licencia). Finalmente, Vilaró le sitúa en Zaragoza en octubre de 1614, con motivo de las fiestas a la beatificación de Sta. Teresa, donde daría a conocer su 31

libro entre sus amistades y maquinaría la mascarada alusiva al mismo. En otro tipo de proposición, el vallisoletano Narciso Alonso Cortés plantea las cosas de forma más transparente al lector. Parte de ciertas palabras en el prólogo a las Novelas ejemplares, (1613): Quisiera… escusarme de escribir este prólogo, porque no me fue tan bien con el que puse en mi Don Quijote, que quedase con ganas de segundar con éste. De esas palabras deduce N. Alonso Cortés que las alusiones contenidas en el prólogo de DQ-I (1604-5) le trajeron problemas a Cervantes (no que me costó escribirlo), y puesto que DQA (1614) ha de ser fruto de aquella polémica, su verdadero autor se ofendió con lo que leyó de sí en aquel prólogo. Y fray Cristóbal de Fonseca es el único vivo de los explícitamente citados. Y ya que hemos traído aquí las propuestas de J. Serra Vilaró y de N. Alonso Cortés, vale la pena conocer en qué forma eluden el análisis en profundidad del léxico de Avellaneda y el de su candidato. Para J. Serrá Vilaró: Profundizando en la comparación de los textos de Avellaneda y de García es posible que se encuentren numerosas analogías de pensamiento (no de estilo, por la diversidad de idiomas) que corroborarán el título que encabeza este escrito. Por mi parte he renunciado a este trabajo porque las razones aportadas concluyen soberanamente en favor de la tesis pretendida.

Para N. Alonso Cortés: En lo que cabe comparar un libro novelesco, ligero y desenfadado, con otros de devoción y moral, no se advierte discrepancias de estilo entre el falso Quijote y estas obras del P. Fonseca. Hallo, en cambio, en un rápido examen, un pormenor que debe tenerse en cuenta. Entre las sentencias que el autor tordesillesco cita en su novela, hay por lo menos tres alegadas por Fonseca en sus obras. Son las siguientes: ‘Santo Tomás, en la 2. 2, q. 36 enseña que …’, ‘Charitas patiens est…’ y ‘Prudens sicut serpens’. Con más calma han de encontrarse más coincidencias de este género, que difícilmente pueden ser casuales. Por hoy basta, lector, con las consideraciones expuestas. Insisto en lo 32

que dije en un principio: si el supuesto Avellaneda recibió una ofensa de Cervantes, y si esta ofensa se ingirió en el prólogo a la primera parte del Quijote, Avellaneda no puede ser otro que el P. Fonseca. No creo que en favor de otros candidatos a la redacción del discutido libro se haya presentado prueba más positiva y concreta.

Una tesis parecida la de N. Alonso Cortés la formuló en 1926 el dominico Maximiliano Canal, cuyo candidato era fray Andrés Pérez, dominico leonés autor de la Vida de San Raimundo de Peñafort, Sermones de los Santos y Sermones de Cuaresma y, a quien una tradición dominica consideraba también autor de La pícaraJustina, libro en verdad inquietante. No justifica Canal el cambio de registro del dominico Andrés Pérez, pero sí rechaza la candidatura de fray Alonso Fernández, también dominico, defendida por Adolfo de Castro, Aurelio Baig Baños y J. Toribio Medina, por absurda para el... dulce y suave… autor glorioso de la Historia eclesiástica de nuestros tiempos y de los Anales de Plasencia, por cuyas páginas, como por su natural alveo, corre limpia y pura al par que sonora y majestuosa la más clásica lengua de Castilla.

Para Canal, el prólogo de DQ-I es un feroz ataque (contra-ataque, más bien) de Cervantes contra el intrincado estilo empleado por fray Andrés Pérez en la Pícara. De aquí el ofender a mí que se lee en el prólogo de DQA. La proposición de Canal no es nueva: ya antes la habían planteado Benjumea y Fors y fue combatida por Menéndez Pelayo en 1907. La inquina entre Cervantes y el dominico quedaría bien de manifiesto en el Cap. VII del Viaje del Parnaso: Haldeando venía y trasudando el autor de La pícara Justina, capellán lego del contrario bando; y, cual si fuera de una culebrina, disparó de sus manos su librazo que fue de nuestro campo la ruina: al buen Tomás Gracián mancó de un brazo, 33

a Medinilla derribó una muela y le llevó de un muslo un gran pedazo. Una despierta nuestra centinela gritó: ¡Todos abajen la cabeza, que dispara el contrario otra novela!

Para Maximiliano Canal, esa otra novela no es La pícara Justina, recién nombrada, sino el futuro Quijote de Avellaneda, cuya existencia ya conocería Cervantes. Uno de los más singulares trabajos que hemos leído es el publicado en 1940 por ‘J.B.S.P.’. Se trata de un librito de unas 100 págs, de título Avellaneda y con los siguientes apartados: 1- Avellanedas, 2-Contemporáneos de Avellaneda y 3-Alonso Fernández de Avellaneda. En las dieciocho primeras págs. se hace un resumen de las distintas propuestas realizadas hasta la fecha, y se apunta: Como es seguro encontrar al desconocido autor… repasando los literatos conocidos de la época, …comparando las obras de cada uno, su carácter y manera de ser (en lo que se adivina del de Tordesillas), puede irse descartando a la inmensa mayoría, y teniendo en cuenta las bases en que los críticos coinciden, …una vez descartadas las conjeturas divulgadas, …no llegan los Avellanedas posibles a media docena.

Luego, en las pags. 21-89 se hace una breve reseña de la vida y obras de los posibles candidatos. Hasta aquí todo va bien, y el lector intuye que acto seguido se pasará a determinar qué media docena de candidatos merecen considerarse. Pero no: bajo aquel título 3- Alonso Fernández de Avellaneda, ya se lee, así, de repente: Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo nació… En las pags. 95-101, después de ampliar sus datos biográficos, se entra en consideraciones, que resumimos: Salas Barbadillo era amigo de Cervantes, hacía 1610 frecuentaba su casa, leyó lo que Cervantes tenía escrito de DQ-II, creyó que (como con La Galatea) nunca llegaría a publicarlo y, en consecuencia, preparó su propia continuación. En 1611-2, transitoriamente desterrado a Zaragoza, trabó amistad con el militar y poeta Francisco de Segura (nac. 1569), amigo de Lope de Vega y enemigo de Cer34

vantes por no citarle en el ‘Canto de Caliope’ de La Galatea [¡15851569 = 16!]. Salas dejó en aquella casa varios originales, entre ellos La hija de Celestina y DQA. Fue Segura quien, compinchado con Cormellas, imprimió DQA (como hizo con La hija de Celestina cuya portada reproducimos aquí), añadiendo de su mano prólogo, Dedicatoria y… el primer párrafo del primer capítulo. Salas Barbadillo quedó igual de sorprendido y molesto que su amigo Cervantes cuando leyó aquellas injurias, pero no podía hacer otra cosa que callar. Y este Segura debió ser quien ideó la comparsa descrita por L. Diez de Aux en las fiestas de beatificación de Sta. Teresa celebradas en Zaragoza. ¡Ah!, se nos olvidaba lo que hizo Segura en el primer párrafo de DQA: en el nombre Alisolán, bien indicó, como se lee a la primera mirada: Alonso Salas. Las propuestas de Cotarelo y de Serrá Vilaró las rechazó (con todas las anteriores) el murciano Joaquín Espín en sus Investigaciones sobre el Quijote apócrifo (1942), libro de unas 100 págs, la mitad dedicadas a convencer al lector de que Francisco de Quevedo fue el único capaz de tal bufonada: por su osadía, su tendencia al lenguaje crudo y escatológico, su misoginia, la ausencia de paisaje en sus novelas, por ser licenciado en Teología y aficionado a la Orden de Sto. Domingo… Espín en absoluto entra en el análisis del léxico, pero de la lectura comparada de DQA con obras de Quevedo (en particular El Buscón), encuentra... analogías trascendentales, demostrativas de la exacta verdad de mi teoría. Cualquier obra en prosa que se coteje con el Quijote tordesillesco…, no daría, de seguro, ni dos leves detalles tan ajustados cual los enumerados… Tal es el caso de… el deleite por referirse a los gargajos, … privativo de Quevedo… Ésta es, a mi juicio, la más cierta confirmación de que la paternidad de ambos libros, el Quijote y El Buscón, es la misma.

Espín, además, encuentra la ofensa a Quevedo en DQ-I: él es el boquirrubio de los primeros versos de Urganda*. También resuelve lo relativo a la imprenta, pues aunque no cree serio lo publicado por * Interpretación singular, porque en casos así “el” valía por “los”. ¿Quién es el turco, el inglés, el francés, el italiano? La lectura del verso de Urganda es: algún boquirrrubio, los boquirrrubios, uno de esos boquirrubios.

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Vindel (obra que sólo conozco de nombre), hay algo que le viene de molde: la intervención del impresor barcelonés Cormellas, pues a él se habría dirigido Quevedo cuando pasó por allí camino de Sicilia a finales de 1613; pero Cormellas, abrumado de encargos, le propone que imprima el libro su amigo Felipe Roberto en Tarragona, a quien cedería los tipos, cabeceras y viñetas necesarias para su completa impresión, puesto que Tarragona…, aunque cabeza del Arzobispado, tenía escasa vida industrial y… comercio, y su puerto sólo era frecuentado por barcos de cabotaje. Quevedo accede y deja todo el negocio en manos de Cormellas. De estos acuerdos (Quevedo-Cormellas, Cormellas-Roberto), asegura Espín, se dejó constancia por escrito, e indica a futuros investigadores dónde han de buscar, pues, aun siendo eso operación ligera para el conocedor en letra antigua y práctico en el manejo de tales infolios, sus Investigaciones (ya lo dijo al principio) no incluyen viajes… a lejanos pueblos, ni consultado ratonados y polvorientos legajos. La propuesta de Espín es de aquellas que les encaja lo de ‘Si non è vero è ben trovato’, pero el autor queda tan convencido de la superioridad de su tesis sobre las precedentes, que la cierra con un soneto que el mismísimo Quevedo le dedica: Pláceme, amigo Espín, este trabajo, con tanto ingenio y sensatez escrito, aunque eso de colgarme el sambenito, en verdad, que es ya mucho desparpajo. Vuestra invención me deja cabizbajo de tan puro sutil… ¿No es inaudito que hayáis descubierto al infrascrito siguiendo las andanzas de un gargajo? Por un gargajo que, por pura chanza le administré en la jeta a Sancho Panza me armáis agora aqueste zafarrancho… No me arrepiento, porque si aún viviera, ¡oh, Dios, cuántos gargajos repartiera para azote ejemplar de tanto Sancho!

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De los gargajos y de su uso privativo por parte de Quevedo habremos de volver a tratar más adelante, donde quedará de manifiesto cuán peligroso resulta aferrarse a los pormenores, a los indicios y casualidades. Justo García Soriano en la segunda parte de su extenso trabajo Los dos Don Quijotes… (1944) sostiene la teoría de que Avellaneda no pudo ser otro que el escritor Castillo Solórzano, candidato nada despreciable, pues además de llamarse Alonso, nació en Tordesillas, como Avellaneda dice de sí. Venido al mundo en 1584, era mucho más joven que Cervantes, como se presume de Avellaneda. Amigo de enigmas y de presentarse bajo seudónimos (Lesmes Díaz, Lesmes de la Pulla y otros), cabe considerar a Castillo Solórzano satélite de Lope de Vega, para quien hizo labores de secretario en varias Academias Literarias presididas por él. Nada más fácil para Lope que encargarle a su favorecido la cumplida venganza de los agravios y censuras recibidas (dentro y fuera del Quijote) de Miguel de Cervantes. A tal efecto, Alonsico el de Tordesillas escribió DQA bajo la supervisión del Fenix y viajó a Zaragoza en busca de el impresor que necesitaba; y allí averiguó que el más a propósito lo hallaría en la ciudad de Tarragona [Felipe Roberto]. En tanto que el libro se imprimía, Alonso, haciéndose pasar por estudiantón retrasado, participó en festejos y concursos literarios celebrados en la capital del Ebro, y, para promocionar el libro, lo presentó en la mascarada de octubre de 1614. Ya habrá supuesto nuestro lector que Castillo Solórzano es (¡otro más!) aquel Licenciado Aquésteles (Aqueste Les[mes es]). En cuanto al léxico, J.G. Soriano indica: En notas… hemos recogido considerable número de palabras y frases… de Avellaneda, que son también características… de Castillo y asimismo, a veces, de Lope. Sería muy pertinente insertarlas aquí como prueba decisiva… Mas por no hacer más prolijo este estudio, nos limitaremos a poner un solo ejemplo…; y comenta que el vocablo cáfila lo empleó Castillo Solórzano en el romance A un precio que le quitaron… y Lope de Vega en La Dorotea. Pero también se lee cáfila en La pícara Justina: detalle irrelevante que, con todo, pone en un severo aprieto a la tesis de J.G. Soriano pues él mismo dice (n. I-XVII-7) que de aquella tan traída 37

y llevada carta que Lope escribió en Toledo el 14 de agosto de 1604: Yo tengo salud, …doña Juana [la esposa de Lope] está para parir… Toledo está caro… Representa Morales, silba la gente… De poetas no digo ‘buen siglo es éste’; muchos están en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a Don Quijote. Dicen en esta ciudad que se viene la Corte para ella: mire vuestra merced por dónde me voy a vivir a Valladolid, porque si Dios me guarda el seso, no más Corte, coches, caballos, alguaciles, músicas, rameras, …pretendientes y… desvanecidos… No [digo] más, por no imitar a Garcilaso… cuando dijo ‘A sátira me voy mi paso a paso’. Cosa para mí más odiosa que… mis comedias a Cervantes. Si allá [Valladolid] murmuran de ellas algunos que piensan que las escribo por [ganar] opinión, desengáñeles vuestra merded, y dígales que por dinero.

era destinatario, propone J.G. Soriano... seguramente el Licenciado Francisco López de Úbeda, toledano que residía en Castilla la Vieja y que por entonces gestionaba en Valladolid el privilegio real [concedido el 22 de agosto de 1604] para imprimir su célebre novela La pícara Justina, en que también se menciona el Don Quijote de Cervantes, antes de que se publicara.

De modo que la muestra de prueba decisiva para Castillo Solórzano nos conduce a otra aún más decisiva para el enigmático López de Úbeda, otro candidato a Avellaneda. Dicho esto, digamos también que el libro de J.G. Soriano es interesantísimo, de lectura obligada para cervantistas. En la tabla de las págs 385 y ss. mostramos —de forma no tan completa como desearíamos— cuantas fuentes de información hemos conseguido conocer referentes al asunto de Avellaneda. Gran parte de esos documentos los hemos leído y considerado en nuestro estudio a partir del original o fotocopias de las páginas oportunas; en otros casos sólo podemos ratificar la información bibilográfica, por haber consultado las fichas correspondientes, aunque no hayamos accedido 38

al documento en cuestión; en otros casos nos limitamos a transcribir las referencias contenidas en los textos consultados. A simple vista se observa que la etapa de mayor actividad investigadora corresponde a la primera mitad del s. XX, particularmente alrededor del III Centenario de la publicación de DQ-I (1605) y de la muerte de Cervantes (1616). Se observará también que algunos investigadores han postulado por varios candidatos, y que aparecen algunos no reflejados en la Tabla anterior, debido a que ésta la hemos ido confeccionando en las semanas siguientes a la entrega de nuestro original al Editor. En fin, esperamos haber dado en estas líneas una idea general de cómo se ha llevado este asunto. No cabe en estas páginas hablar de todos los candidatos y de los argumentos aportados por los postulantes. Además, el seguimiento al detalle de toda la polémica generada se hace harto difícil, pues los proponentes han polemizado en artículos de prensa, conferencias, discursos radiofónicos y en revisión o ampliación de lo publicado. Después de tantas y tantas voluntariosas aportaciones, se continúa sin disponer de una base lo suficientemente sólida que permita encaminar las investigaciones en una determinada dirección. Parece haberse perdido mucho tiempo y energía en plantear proposiciones en exceso alegres, y en rechazarlas. Lo que nos lleva a la frase de Fco. Rguez. Marín: …entre todos, con paciencia y vigilias, llegaremos a saberlo. En otras palabras: más leer textos, más método, más trabajar… y menos conjeturar.

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Portada de la edición impresa de la comedia Don Quijote de la Mancha, de Guillén de Castro

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EL IMPRESOR DEL QUIJOTE DE AVELLANEDA

F

ELIPE Roberto (o Felip Robert) debió ser un empleado de la pequeña imprenta que en 1577 y en locales del palacio espiscopal de Tarragona montó Felip Mey (hijo del impresor Joan Mey, de origen flamenco y establecido en Valencia), traído por el erudito e inquieto Arzobispo Antonio Agustín, quien siendo Obispo en Lleida ya había llamado a su lado al impresor Pedro de Robles, de Alcalá de Henares. A partir de 1588 el nombre de Felipe Roberto ya aparece en las portadas de las producciones de aquella modesta imprenta, que, si bien debió trabajar básicamente para el Arzobispado (ahora ejercido por Joan Terés, Virrey de Catalunya en 1602), no dejo de producir algunos libros más comerciales: La Celestina en 1595, El Guzman de Alfarache en 1603 y, a lo que parece, el Quijote de Avellaneda en 1614. Al fallecer Felip (1618), continuó su hijo Gabriel, y al fallecimiento de éste (1640), su esposa, la viuda Roberta. Hacia 1645 se pierden las noticias de la imprenta. Aquellos quijotistas que hayan visto las portadas de las eds. de DQ impresas en Valencia por Pedro Patricio Mey habrán caído en la cuenta de que el jinete de la portada de DQA, armado de pies a cabeza, pluma en el yelmo y lanza en ristre, es (parece exactamente el mismo) el de las portadas de aquellas eds. Ciertamente, puede verse en portadas de otros varios impresores (Joan Jolis en Barcelona, Magí Canals en Tarragona…). Este jinete fue el que llevó a Cotarelo a concluir que DQA fue compuesto en la imprenta de los Mey, cuyas portadas de DQ-I y DQII reproducimos aquí, si bien hemos empleado, por su mayor nitidez el jinete de DQA. Si fue Felipe Roberto el verdadero impresor de DQA, debió adquirir el taco para imprimir el jinete más tarde de 41

Portada de la Segunda parte del Quijote impresa en Valencia, 1616.

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1588, pues ese año imprimió para el librero Lázaro Salom (aún en letra gótica) una …Historia de Esforçat cavaller Partinobles…, en cuya portada estampó la poco apropiada figura de un hombre a pie, en postura de quien espera a alguien, espada al cinto y vestimenta de paseo del s. XVI. Una curiosidad: casi siglo y medio después, cuando Joan Jolis imprimió el Partinobles (1729), sí empleó el jinete en cuestión; y también el tarraconense Magí Canals en otra edición (1788?) del bueno de Partinobles, enésimo caballero que llegó a ser Emperador de Constantinoble (así la ed. impresa por Robert). Ya antes apuntamos que Francisco Vindel publicó en 1937 La Verdad sobre el falso Quijote en cuya primera parte concluía que salió de la imprenta barcelonesa de Sebastián de Cormellas. Vindel, como buen bibliógrafo, se plantea la necesidad de conocer, antes que otra cosa, si DQA fue o no impreso por Felipe Roberto. Y como algunos de los 20 elementos tipográficos (tipos y/o tamaños de letras, letras capitales, hierros…) que empleó el impresor de DQA no aparecen en el resto de producciones de la imprenta de Felipe Roberto, concluye que DQA se estampó en otra, mejor equipada. Paralelamente, Vindel repara en el desproporcionado tamaño de letra de la segunda línea de la portada de DQA, detalle que aprecia en portadas de la imprenta barcelonesa de Sebastián de Cormellas, como en esta de 1607:

SEGVNDA

PARTE DE LOS CONCEPTOS ESPIRItuales, y Morales.

C O M P V E S T A POR A L O N S O de Ledesma, natural de Segouia. Esa práctica tan poco respetuosa con el núcleo del título del libro, no es exclusiva de la imprenta de Cormellas. Hemos visto bastantes portadas de libros impresos en distintas imprentas de Catalunya en las que se observa esa desproporción. Por ejemplo, en la portada de una ed. de la Introducción sobre el símbolo de la fe de fray Luis de 43

Granada impresa en Girona por Gaspar Garrich en 1620:

PRIMERA

PAR T E D E LA I N T R O D V C T I O N DEL SYMBOLO DE LA FE. También apreciamos ese detalle en una ed. de la Arcadia de Lope de Vega hecha en Lleida por el impresor Luis Manescal en 1612:

ARCADIA.

PR O SAS Y VERSOS DE LOPE de Vega Carpio , Secretario del Marques de Sarria. La siguiente portada la imprimió en 1589 Hubert Gotard (con cuya viuda casó Sebastián de Cormellas en 1591):

PARTE

QVARTA D E LA INTRODVCTION DEL SYMBOLO DE LA FE, (PRO

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Las desproporciones son mucho más llamativas en unas Constituciones estampadas en Barcelona por el impresor Jaume Cortey en 1564, donde lo principal del título (Constituciones) y el nombre del Rey es lo que menos se destaca: CONSTITVCIONS

FETES PER LA SACRA Catholica y Real Magestat de Don Phelip Rey de Castella y de Arago Por supuesto que Cormellas imprimió portadas normales, como la que sigue de 1603:

H I S TO R I A DE LOS VICTORIOSISSIMOS ANTIGVOS Condes de Barcelona. Vindel comienza sus investigaciones .. a principios del mes de abril de 1936…, comenzando por estudiar la tipografía de este famoso libro… Realizadas minuciosas investigaciones…, en 10 de abril me dirigí en carta abierta publicada en el diario madrileño ABC… a la Real Academia Española en súplica de que escuchasen las primicias de mis descubrimientos.

Vindel echó mano de su obra Manual gráfico descriptivo del bibliófilo hispanoamericano... en la que se encuentran más de 3000 portadas de libros españoles, en busca del impresor o impresores que hubiesen utilizado en ellas la 45

tipografía de la segunda línea del ‘Falso Quijote’, encontrando que no hay más portadas que tengan estampada esta tipografía que las que figuran en los números 10, 495, 784 y 1807 (Alemán, Castillo Solórzano, Desclot y Montañés), dando la coincidencia que… son… de Cormellas.

Entiéndase: no es que resulte excepcional el tipo y tamaño de las letras con que se compone la línea tomo del; sólo se habla de su uso en portadas. Creemos ver la misma tipografía, por el reducido número de caracteres, en la primera línea de una portada de 1578 del impresor Pedro Malo (cuya imprenta también acabó en manos de Cormellas):

I N S T I T V TIONES RHETORI CAE EX PROGYMNASMA TIS POTISSIMVM APH-

En la figura de la página siguiente mostramos las distintas combinaciones del mismo hierro impresas en DQA. Este elemento tipográfico debía ser bastante común en Catalunya y Aragón, pues aparece en libros impresos en la imprenta de los Roberto y se emplea como orla en la portada del libro Juegos de Nochebuena, impreso en Zaragoza por Pedro Félix de Robles en 1611.

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Como cabía esperar de tan gran imprenta, al examinar Vindel detenidamente sus producciones, observa el empleo de aquellos elementos tipográficos (reproducimos varias muestras) de que, a lo que parece, no disponía la provinciana de Felipe Roberto. Pero también detecta Vindel en DQA y en producciones de Cormellas la ocasional aparición de determinadas letras que presentan una singular deformación. Así que fue Cormellas quien, compinchado con Avellaneda, imprimió DQA en Barcelona. 47

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Vindel sugiere que Cormellas contó con la aquiescencia de Roberto, y aporta informaciones que permiten establecer que había buenas relaciones entre ambas familias de impresores, al punto que se prestaban material tipográfico y que Gabriel, hijo de Felipe Roberto, pudo formarse en la imprenta de Cormellas antes de hacerse cargo de la de su padre. Por otro lado, los Cormellas debían llevarse muy bien con los Mey, pues Cormellas llegó imprimir una Ortographía que en Valencia dejó escrita aquel Felipe Mey que fundó la imprenta que luego dirigió Felip Robert. 49

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En la primera quincena de mayo de 1936 Vindel había publicado en el diario de Madrid El debate un par de artículos en que avanzaba el resultado de sus investigaciones; y ya entonces su conclusión en cuanto a la imprenta fue rechazada (junto con la de Emilio Cotarelo) por mosén J. Serra Vilaró, quien inició sus investigaciones requerido de sus superiores a que saliera en defensa de las glorias de la imprenta de Tarragona, y un mes después publicó en el diario de Tarragona La Cruz su artículo El Quixot d`Avellaneda fou imprés a Tarragona donde les acusó de fals procedir, por tergiversar la información de las pesquisas realizadas por aquel Arzobispado para establecer si Francisco de Torme y de Liori, el firmante de la Licencia, era o no Vicario General en la época en que se imprimió DQA. Al parecer, se produjo cierta confusión al no distinguir debidamente entre los cargos (y funciones) de V.G. Capitular (que nunca lo fue Francisco de Torme y de Liori) y de V. G. y Oficial, que eran quienes firmaban las Licencias de impresión. A partir de la intervención de Serra Vilaró ya se hizo difícil afirmar con rotundidad la falsedad de la Aprobación y Licencia de DQA. Y como Serra Vilaró también discutió a Vindel algunas conclusiones de su estudio tipográfico, le restó cierta credibilidad. Los intentos de Vindel para que la Academia se pronunciase sobre sus investigaciones fueron en vano. Quizá por ello, años después, Luis Astrana Marín no se apoya en Vindel para dar por sentado que DQA se imprimió en Barcelona: La edición del Quijote de Avellaneda era falsa y fraudulenta, ilegal y lo que se llama puramente una superchería bibliográfica …por ser fingidas y supuestas la Aprobación de Orthoneda y la Licencia del Vicario, y, de consiguiente, falso el nombre del autor y falso el lugar de impresión. Ni aquellos eclesiásticos ni Felipe Roberto… podían autorizar con sus nombres una edición a espaldas de la Ley. Para su propósito y burlarla, el desaprensivo novelista tuvo que tratar, por sí o por tercera persona, con un impresor tan desaprensivo como él, y tirar el libro, colgándole el mochuelo al tarraconense, en el establecimiento tipográfico de otra ciudad, que fue Barcelona, según nos revela Cervantes en el capítulo LXII de su Quijote, no sin intención llevado el caballero de la 53

Mancha a aquella imprenta… Pero un momento: ¿cómo sabía Avellaneda, al fingir la Aprobación del doctor Rafael Orthoneda y fecharla a 18 de abril de 1614, que éste era ‘Dotor en Santa Theología’? He aquí lo en que nadie reparó. Porque sólo hacía un mes que había recibido el doctorado por la Universidad de Tarragona (…no más importante que la de Sigüenza o la de Osuna): exactamente el 9 de marzo. Aun fingida la Aprobación (y no digamos si fuese auténtica), todo indica, sin lugar a dudas, que por tales datas Avellaneda se movía cerca de la Universidad de Tarragona, o de personas en contacto con aquel Centro, y tendría conocimiento de Rafael Orthoneda y quizá de… Juan Orthoneda, maestro de Teología, catedrático de la misma Universidad y rector de la iglesia de Constantí, que suscribe la Aprobación de la obra del dominico fray Blas Verdú…intitulada: Comentaria, scolia, et resolutae quaestiones;super disputationem de trinitate primae partis divi thomae dedicada al cardenal Sandoval y Rojas, e impresa en 1602 por nuestro asendereado Felipe Robert. También debía de saber Avellaneda… que la imprenta de Robert o estaba… casi parada, o ya no imprimía libros, y no había de protestar su dueño contra la impostura… Ningún impresor, por tanto, ni ninguna imprenta, podían fingirse con mayores seguridades de clandestinidad. Pero… para conocer todo esto, Avellaneda, o pululaba por Tarragona o tenía trato con tarraconenses…

Astrana parece no tener en mucha consideración que las imprentas de la época no sólo se dedicaban a imprimir libros de entretenimiento. La Iglesia vio desde el principio las posibilidades que le ofrecía la nueva industria, y por algo la imprenta de los Roberto empleaba locales del Arzobispado. Por otro lado, Astrana sitúa a Avellaneda próximo o con contactos en Tarragona para justificar que conociese el reciente doctorado del Aprobador y las penurias de la imprenta seleccionada para la superchería. Pero ¿por qué él?, ¿por qué no su cómplice impresor, que bien conocería su entorno empresarial? ¿Por qué hubo de ser Avellaneda quien redactase la Aprobación y Licencia?, ¿por qué no el impresor, a quien bastaba examinar un libro recientemente autorizado en Tarragona para conocer los nombres de los firmantes? Habrá observado el lector que los trabajos de Vindel, Cotarelo y 54

Serra Vilaró, aunque divergen seriamente, sitúan la estampación de DQA en el eje Valencia - Tarragona - Barcelona, donde radican tres familias de impresores (Mey, Roberto, Cormellas) cuyas trayectorias se entrecruzan. Y hasta el propio don Quijote (lo leeremos a continuación) parece entender de las entradas y salidas de los impresores, y las correspondencias que hay de unos a otros. Hay libros de aquella época de los que se sabe que, en todo o en parte, se estamparon en una imprenta distinta de la indicada en la portada. En cuanto al producto en sí mismo, DQA está hecho con el mismo esmero que cualquier otro libro de principios del s. XVII: una linda Portada, su Tabla índice, las preceptivas Aprobación y Licencia… No es una chapuza, no le falta nada de lo exigible a un libro que vaya a comercializarse. Es más, se imprime en octavo y hace uso en la portada del mismo jinete que empleó Mey en sus eds. de DQ-I, que son las que circularían en Valencia, Aragón y Catalunya: así que DQA parece diseñado para hacer juego con DQ-I. Los perversos objetivos de Avellaneda ¿necesitaban de todo eso? Parece que no. Habría bastado imprimir en cualquier imprenta de Castilla (en Medina del Campo, por ejemplo) unos 50-100 ejemplares en mal papel y sin adornos tipográficos, trasladarlos a la capital y soltarlos por ahí. Al cabo de unos días circulando de mano en mano, no se hablaría de otra cosa en los círculos literarios: objetivo cumplido. Y aun es posible que, por permitirlo el anonimato del autor, algún librero oportunista se decidiese a copiarlo y a comercializarlo por su cuenta con toda legalidad. Ciertamente, no sería mala idea dar el nombre de un impresor lejano de la Corte para confundir, de entrada, toda investigación que pudiera iniciarse. Pero si, además de perjudicar a Cervantes calumniándole y restándole lectores de su próximo DQ-II, se pretendía la ganancia de comercializar DQA, había que dar al producto una apariencia que no levantase sospechas de ilegalidad, y eso justificaría el digno acabado y el añadido de Aprobación y Licencia fingidas. Bien, pero ¿qué necesidad tenía el redactor de las falsas Aprobación y Licencia de ser tan … preciso en el fraude como para no olvidar lo del reciente doctorado? Y ¿cuál sería el primer impresor que se enterase de su concesión? En fin, no era imposible que un escritor de entonces publicase un 55

libro bajo un seudónimo y se las arreglase para obtener la Licencia del Vicario de una ciudad como Tarragona, alejado de las batallitas entre escritores de la Corte. A la apariencia de que Felipe Roberto imprimió un libro legal destinado a comercializarse por los canales habituales sólo se opone lo que se lee en DQ-II-62 y el estudio tipográfico de Vindel. No es poco; pero quizá haya de repetirse ese estudio sin el apasionamiento con que entonces se trataban todos los asuntos relativos a Cervantes y el Quijote.

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DON QUIJOTE EN LA IMPRENTA BARCELONESA

N

I que decir tiene que uno de los episodios más comentados en relación con el enigma de Avellaneda se encuentra en DQ-II-62, apenas llegado don Quijote a Barcelona:

Los caballeros de la ciudad por complacer a don Antonio y por agasajar a don Quijote y dar lugar a que descubriese sus sandeces, ordenaron de correr sortija de allí a seis días… Diole gana a don Quijote de pasear la ciudad a la llana y a pie… Sucedió, pues, que yendo por una calle, alzó los ojos don Quijote y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: ‘Aquí se imprimen libros’, de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto emprenta alguna, y deseaba saber cómo fuese. Entró dentro…, y vio tirar…, corregir…, componer…, enmendar…, y, finalmente, toda aquella máquina que en las emprentas grandes se muestra. Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era aquello que allí se hacía; dábanle cuenta los oficiales, admirábase y pasaba adelante. Llegó… a uno, y preguntole qué era lo que hacía. El oficial le respondió: —Señor, este caballero que aquí está —y enseñole a un hombre de muy buen talle y parecer y de alguna gravedad—, ha traducido un libro toscano en nuestra lengua castellana, y estoyle yo componiendo, para darle a la estampa. —¿Qué título tiene el libro? —preguntó don Quijote. A lo que el autor respondió: —Señor, el libro en toscano se llama Le bagatele. —Y ¿qué responde ‘le bagatele’ en nuestro castellano? —‘Le bagatele’ es como si en castellano dijésemos ‘los juguetes’; y aunque este libro es en el nombre humilde, contiene y encierra en sí cosas muy buenas y sustanciales. —Yo sé algún tanto del toscano, y me precio de cantar algunas estancias del Ariosto; pero dígame vuesa merced, señor mío, y no digo esto porque quiero examinar el ingenio de vuesa merced, sino por curiosidad 57

no más: ¿ha hallado en su escritura alguna vez nombrar ‘piñata’? —Sí, muchas veces. —Y ¿cómo la traduce vuesa merced en castellano? —¿Cómo la había de traducir, sino diciendo ‘olla’? —¡Cuerpo de tal, y qué adelante está vuesa merced en el toscano idioma! Yo apostaré una buena apuesta que adonde diga en el toscano ‘piache’, dice vuesa merced en el castellano ‘place’, y adonde diga ‘più’, dice ‘más’, y el ‘su’ declara con ‘arriba’, y el ‘giù’ con ‘abajo’. —Sí declaro, por cierto, porque esas son sus propias correspondencias. —Osaré yo jurar que no es vuesa merced conocido en el mundo, enemigo siempre de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡Qué de habilidades hay perdidas por ahí, qué de ingenios arrinconados, qué de virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés; que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir, porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre y que menos provecho le trujesen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores, el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro, don Juan de Jáurigui, en su Aminta, donde felizmente ponen en duda cuál es la tradución o cuál el original. Pero dígame vuesa merced, este libro ¿imprímese por su cuenta, o tiene ya vendido el privilegio a algún librero? —Por mi cuenta lo imprimo, y pienso ganar mil ducados, por lo menos, con esta primera impresión, que ha de ser de dos mil cuerpos, y se han de despachar a seis reales cada uno, en daca las pajas. —Bien está vuesa merced en la cuenta; bien parece que no sabe las entradas y salidas de los impresores, y las correspondencias que hay de unos a otros; yo le prometo que cuando se vea cargado de dos mil cuerpos de libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y más si el libro es un poco avieso, y no nada picante. —Pues ¿qué?; ¿quiere vuesa merced que se lo dé a un librero que me dé por el privilegio tres maravedís, y aun piensa que me hace merced 58

en dármelos? Yo no imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo, que ya en él soy conocido por mis obras; provecho quiero, que sin él no vale un cuatrín la buena fama. —Dios le dé a vuesa merced buena manderecha. Y pasó adelante a otro cajón, donde vio que estaban corrigiendo un pliego de un libro que se intitulaba Luz del alma, y, en viéndole, dijo: —Estos tales libros, aunque hay muchos deste género, son los que se deben imprimir, porque son muchos los pecadores que se usan, y son menester infinitas luces para tantos desalumbrados. Pasó adelante y vio que… estaban corrigiendo otro libro, y, preguntando su título, le respondieron que se llamaba la Segunda parte del ingenioso hidalgo Don Qujote de la Mancha compuesta por un tal vecino de Tordesillas. —Ya yo tengo noticia deste libro —dijo don Quijote—, y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente; pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco; que las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdaderas tanto son mejores cuanto son más verdaderas. —Y diciendo esto, con muestras de algún despecho, se salió de la emprenta.

Particularmente después de los trabajos de Vindel, se ha pensado que este episodio lo añadió Cervantes para mostrar saber que DQA se había impreso en Barcelona. No puede descartarse que haya sido así, aunque bien podría tratarse de una excusa de Cervantes para exponer sus opiniones literarias (nótese la observación de que hay muchos deste género en relación a Luz del alma cristiana contra la ceguedad y ignorancia…, de fray Felipe de Meneses). Aquí se particulariza en las buenas y malas traducciones (las de Aminta y Pastor Fido siempre se han considerado de las mejores y sus traductores fueron alabados por Cervantes en el Viaje del Parnaso) y los abusos y corporativismo de impresores y libreros, y, de paso, se genera una situación que permite a Cervantes cargar contra Avellaneda. Quizá el episodio ya lo tenía escrito Cervantes, en recuerdo de su estancia en Barcelona en 1610, y lo único que añadió es la referencia al libro de Avellaneda. Nada se sabe del libro Le bagatele. 59

Portada del Partinobles impreso por Ioan Iolis, Barcelona 1729

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LOS MOTIVOS DE AVELLANEDA

A

PRESURÉMONOS a comentar que Avellaneda, quien quiera que fuese, podía publicar su Quijote sin incurrir en delito alguno. Y aunque los círculos literarios de entonces pudieran calificarlo como una fea acción, no lo sería tanto si atendemos al tiempo transcurrido desde la publicación de DQ-I y a que allí Cervantes dio a entender que no sería él quien relatase más aventuras de don Quijote: Forsi altro canterá con miglior plectio. Cualquier lector desapasionado de DQ-I observará los serios defectos en su andamiaje, resultantes de las dudas del autor y de la inclusión de material de relleno (las novelitas de El capitán cautivo, El curioso impertinente y La discreta Dorotea, el interminable poema de Grisóstomo seguido de la perorata de la pastora Marcela, la historia de Leandra…), y lamentará las subsiguientes largas ausencias de los protagonistas y pérdida de ritmo en el relato. Estas cosas no pasarían desapercibidas a Avellaneda, quien, pensando sacar todo el partido posible (a su entender) a un argumento y unos protagonistas que prometían mucho juego, y contando con aquella autorización del autor original, bien pudo poner manos a la obra y publicar, con su nombre, la continuación. Si utilizó un seudónimo fue por alguna, si no todas, de las razones siguientes: * No estaba seguro de la aceptación que merecería su Quijote. * El momento era inoportuno, sabiéndose que Cervantes ya preparaba su DQ-II. Un tipo valiente y seguro de sí mismo no se habría detenido ante esos inconvenientes, y aprovecharía la oportunidad de competir en singular batalla contra el autor original. Pero quizá… * Prefería el anonimato, por salirse en DQA de su registro literario, por el que quisiera ser juzgado y recordado. Y, además… * Su Quijote incluía descalificaciones e injurias hacia Cervantes. Claro está que esas cosillas podían eliminarse, pulirlas un 61

tanto… Pero ¡eso jamás! Avellaneda era todo un carácter ¿cómo podría autocensurarse quien puso a DQA el prólogo que leímos en nuestra Introducción? Volviendo a aquel prólogo, Avellaneda consideraba que las Novelas ejemplares pecaban de maliciosas y criticaba a Cervantes como persona (murmurador, sin amigos); como novelista, exigía su jubilación, y protestaba de que Cervantes en DQ-I: a) de pura envidia, había atacado a Lope de Vega b) le había ofendido personalmente c) se lucía ante los lectores haciendo alarde de sinónomos voluntarios. Si bien en ningún lugar del prólogo de DQA se lee me ofendió con un seudónimo, y todo y que lo de ostentación de sinónomos podría tener una lectura más llana, la interpretación que tradicionalmente se ha hecho de este prólogo supone que Avellaneda se vio retratado en alguno de los personajes que aparecen en DQ-I cuyo nombre tiraba al suyo. Ofendido, decidió vengarse literariamente de Cervantes; así que debió ser escritor, y entendió que Cervantes no había sido capaz de sacar todo el partido posible a los personajes principales de DQ, particularmente al de Sancho: ¡los suyos sí serían graciosos! Ya se sabe que las comparaciones son odiosas, pero leído DQA sin apasionamiento, el mayor fallo de Avellaneda radica en el personaje de don Quijote, a quien presenta como un loco charlatán de principio a fin: nada de episodios entreverados. El de Sancho, aunque zafio y procaz, bobo pero no inocente, gana protagonismo en DQA. Lo peor es que los personajes carecen de matices, no evolucionan; dicen y dicen, no dialogan: les falta el toque humano. Avellaneda conduce a don Quijote y Sancho a Zaragoza, como había pronosticado el propio Cervantes en el final de su DQ-I: el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia dellos, a lo menos por escrituras autenticas; sólo la fama ha guardado en las memorias de la Mancha que don Quijote, la tercera vez que salió de su casa, fue a Zaragoza, donde se halló en 62

unas famosas justas que en aquella ciudad se hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento.

Y después de 36 capítulos divididos en tres partes de 12 capítulos cada una, sin dejar rastro alguno de dudas en la redacción, sin incurrir en un solo fallo de memoria, deja a don Quijote ingresado por don Alvaro Tarfe en la Casa del Nuncio (el manicomio de Toledo). Pero parece amenazar con una continuación, y no necesariamente de su pluma: Lo que toca al fin desta prisión y de su vida, y de los trabajos que hasta que llegó a él tuvo, no se sabe de cierto. Pero barruntos hay y tradiciones de viejísimos manchegos de que sanó y salió de dicha Casa de Nuncio; y, pasando por la Corte, vio a Sancho, el cual, como estaba en prosperidad, le dio algunos dineros para que se volviese a su tierra, viéndole ya al parecer asentado; y lo mismo hicieron el Archipámpano y el príncipe Perianeo para que mercase alguna cabalgadura, con fin de que se fuese con más comodidad; porque Rocinante dejolo don Álvaro en la Casa del Nuncio, en servicio de la cual acabó sus honrados días, por más que otros digan lo contrario. Pero, como tarde la locura se cura, dicen que, en saliendo de la Corte, volvió a su tema, y que, comprando otro mejor caballo, se fue la vuelta de Castilla la Vieja, en la cual le sucedieron estupendas y jamás oídas aventuras, llevando por escudero a una moza de soldada que halló junto a Torre de Lodones, vestida de hombre, la cual iba huyendo de su amo porque en su casa se hizo o la hicieron preñada, sin pensarlo ella, si bien no sin dar cumplida causa para ello; y con el temor se iba por el mundo. Llevóla el buen caballero, sin saber que fuese mujer, hasta que vino a parir en medio de un camino, en presencia suya, dejándole sumamente maravillado el parto. Y, haciendo grandísimas quimeras sobre él, la encomendó, hasta que volviese, a un mesonero de Val de Estillas y él, sin escudero, pasó por Salamanca, Ávila y Valladolid, llamándose el Caballero de los Trabajos, los cuales no faltará mejor pluma que los celebre.

Incluso en este final remeda Avellaneda el uso que dio Cervantes a los versos de Ariosto en ese mismo lugar de su DQ-I: 63

Estos fueron los versos que se pudieron leer; los demás, por estar carcomida la letra, se entregaron a un académico para que por conjeturas los declarase. Tiénese noticia que lo ha hecho, a costa de muchas vigilias y mucho trabajo, y que tiene intención de sacallos a luz con esperanza de la tercera salida de don Quijote. Forsi altro canterá con miglior plectio.

¿Qué mejor pluma sería esa que anunciaba Avellaneda? ¿Otro intruso? Creemos que se alude al propio Cervantes. Y es que Avellaneda, con toda malicia, estaría dando a entender que el libro que Cervantes preparaba y del que tan orgulloso se mostraba sería del estilo del Quijote: otro de caballerías. Bien debió molestar eso a Cervantes, quien en el prólogo de las Novelas ejemplares avanzaba: Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco Los trabajos de Persiles, libro que se atreve a competir con Heliodoro.

La misma jugarreta (Sancho y Mari = Persiles y Sigismunda) parece emplear Avellaneda al final del Cap. 35, cuando hace venir a la Corte a Mari Gutierrez, de modo que el matrimonio Panza quede al servicio del Archipámpano en tanto que don Quijote quedará ingresado en el manicomio de Toledo: Levantáronse en esto de la mesa…, dejando el Archipámpano orden al secretario de que enviasen… dos criados con aquella carta al Argamesilla, con mandato de que no viniesen sin la mujer de Sancho… Hízose así. Llegó Mari Gutiérrez a la Corte con ellos dentro de quince días, do la recibió Sancho con donosos favores, y el Archipámpano fue el señor más bien entretenido que había en la Corte…; y no sólo él, sino muchos della, con toda su casa, tuvieron alegrísimos ratos de conversación y pasatiempo muchos meses con Sancho y su Mari Gutiérrez, que no era menos simple que él. Los sucesos destos buenos y cándidos casados remito a la historia que dellos se hará andando el tiempo, pues son tales, que piden de por sí un copioso libro.

Antes de DQ-II vieron la luz el Viaje del Parnaso, que incluye 64

una carta adjunta al Parnaso fechada a 22 de julio de 1614 y cuyos documentos preliminares llevan fechas entre el 16 de septiembre y el 17 de noviembre. Luego siguieron las Comedias y Entremeses, cuyos preliminares son de entre el tres de julio y el 22 de septiembre de 1615, y cuyo prólogo ya alude a Avellaneda: …y si hallares que tienen alguna cosa buena, en topando a aquel mi maldiciente Autor, dile que se enmiende, pues yo no ofendo a nadie, y que advierta que no tienen necedades patentes y descubiertas, y que el verso es el mismo que piden las Comedias, que ha de ser de los tres estilos el ínfimo, y que el lenguaje de los Entremeses es proprio de las figuras que en ellos se introducen; y que para enmienda de todo esto le ofrezco una comedia que estoy componiendo y la intitulo El engaño a los ojos que (si no me engaño) le ha de dar contento.

Y en la Dedicatoria al Conde de Lemos: Don Quijote de la Mancha queda calzadas las espuelas en su Segunda Parte para ir a besar los pies a Vuestra Excelencia. Creo que llegará quejoso, porque en Tarragona le han… malparado; aunque lleva información hecha de que no es el contenido en aquella historia, sino otro supuesto que quiso ser él y no acertó a serlo.

De lo anterior se desprende que DQA cayó en manos de Cervantes no antes de agosto de 1614, y que no conocía la verdadera personalidad de Avellaneda. Y lo mismo puede decirse de lo que dejó escrito en DQ-II, cuyos documentos preliminares llevan fechas entre el 27 de febrero y el 21 de octubre de 1615. Del prólogo parece desprenderse que Cervantes no sabía a quién pudo ofender en DQ-I, y en cuanto a la acusación de envidiar a Lope de Vega se defiende seriamente, aunque no sin ironía: He sentido también que me llame invidioso, y que, como a ignorante, me describa qué cosa sea la invidia; que en realidad de verdad, de dos que hay yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdo65

te, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañose de todo en todo; que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa.

Y para Avellaneda: le agradezco a este señor autor el decir que mis Novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo. Paréceme que me dices que ando muy limitado y que me contengo mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha de añadir aflición al afligido, y que la que debe de tener este señor sin duda es grande, pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad. Si por ventura llegares a conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado; que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama; y para confirmación desto quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento: (siguen 2 historietas de loco y perro) Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador, que no se atreverá a soltar más la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas. Dile también que de la amenaza que me hace, que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite… (siguen unas palabras de agradecimiento al conde de Lemos y el cardenal Sandoval) Y no le digas más, ni yo quiero decirte más a ti, sino advertirte que consideres que esta segunda parte de don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado y, finalmente, muerto y sepultado, por que ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios.

En el cap. 62 de DQ-II, como vimos, don Quijote decide entrar en una imprenta barcelonesa. Se interesa por lo que allí se hace y habla con un autor que está revisando las pruebas de su obra. Luego…

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Pasó adelante y vio que asimismo estaban corrigiendo otro libro, y, preguntando su título, le respondieron que se llamaba la ‘Segunda parte del ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha’, compuesta por un tal vecino de Tordesillas. —Ya yo tengo noticia deste libro —dijo don Quijote—, y… su San Martín se le llegará, como a cada puerco.

Antes de eso, en el cap. 59, el protagonista nos revela que Avellaneda era aragonés. De nuevo con ironía: —En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión: la primera, es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez* escribe sin artículos; y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.

Cervantes insistió en lo de autor aragonés en otros lugares de DQII. En el Cap. 61, al llegar don Quijote y Sancho a Barcelona: —Bien sea venido a nuestra ciudad… el valeroso don Quijote de la Mancha, no el falso, no el ficticio, no el apócrifo, que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero… que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores. No respondió don Quijote palabra, … , el cual, volviéndose a Sancho, dijo: —Éstos bien nos han conocido; yo apostaré que han leído nuestra historia, y aun la del aragonés recién impresa.

En el Cap. 70, la doncella Altisidora sueña que los diablos juegan a la pelota utilizando libros: * tal vez: a veces.

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A uno dellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: —Mirad qué libro es ése. —Ésta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas. —Quitádmele de ahí, y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos. —¿Tan malo es? —Tan malo, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara.

Y al final del libro dice Cide Hamete a su pluma: Aquí quedarás, colgada desta espetera…, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir: ¡Tate, tate, folloncicos! De ninguno sea tocada; porque esta empresa, buen rey, para mí estaba guardada. Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar, y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma… grosera… las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio. A quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los… huesos de don Quijote, y no le quiera llevar… a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde… yace… imposibilitado de hacer… salida nueva; que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como 68

en los estraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere.

No acabamos de entender por qué Cervantes evitó lo de aragonés en esas págs. finales y en el prólogo de DQ-II, que sería lo último que escribiese. Quizá no estaba tan seguro de ello. Otro detalle: si Avellaneda se reconoció en DQ-I (en particular si se usó de un seudónimo), también otros debieron reconocerle; el asunto no habría quedado entre él y Cervantes, al contrario, habría sido la comidilla en los corrillos literarios de entonces. ¿Cómo es posible que no nos haya llegado nada de ello? En la primera ed. de DQ-I impresa por Juan de la Cuesta (y en las dos eds. pirata que se hicieron en Lisboa a principios de 1605) no se relataba el robo y posterior hallazgo del asno de Sancho. En la segunda ed. de Cuesta (que debió ponerse a la venta en la primavera de 1605) el desperfecto se resolvió insertando sendas cuñas de texto en los caps. 23 y 30. Todas las siguientes eds. de DQ-I (Valencia 1605, Bruselas 1607, Cuesta 1608…) ya siguieron el texto de la segunda de Cuesta. Y como en varios pasajes de DQA se menciona a Ginés de Pasamonte como autor del robo del asno, Avellaneda cita a Pasamonte, así que debió leer alguna de esas eds., no la primera. Pero eso poco ayuda a determinar cuándo inició la redacción de su Quijote, sólo permite establecer que lo redactó entre abril-mayo de 1605 y febrero-marzo de 1614 (la Aprobación de DQA es del 18 de abril). Eso sí: DQA parece redactado a paso tirado, con fluidez, sin incurrir en dudas ni parones. Sólo observamos fallos de memoria en alguna que otra referencia a DQ-I, como ya en el Cap. 1, cuando leemos: Después de haber sido llevado don Quijote por el cura y el barbero y la hermosa Dorotea a su lugar en una jaula, con Sancho Panza, su escudero… No parece que Avellaneda tuviese muy fresco el Quijote de Cervantes cuando redactó esas primeras líneas del suyo, así que quizá la redacción de DQA se inició en 1612-3, cuando tuvo noticia (o leyó en el prólogo de las Novelas ejemplares) que Cervantes trabajaba activamente en su DQ-II. Eso encaja con la alusión en el prólogo de DQA a La hija de la Celestina, publicada en 1612. ¿Sólo entonces se le ocurrió cómo vengar aquel ofender a mí de 69

1605? ¿Tan paciente y prudente era quien 10 años después escribió lo de Aries… Capricornio… San Cervantes? Así que quizá Cervantes no ofendió a Avellaneda (al menos, no empleando un seudónimo tan evidente para todos que le obligase a reaccionar de inmediato), y quizá aquellas palabras del Prólogo de DQA puedan interpretarse rectamente: Yo sacaré partido del personaje de Sancho Panza; pero no ofenderé a nadie (porque no soy tan malicioso como Cervantes), y evitaré el empleo abusivo de vocablos sinónimos (porque tal recurso me desagrada). Pasemos ahora a lo relativo a Lope de Vega. Avellaneda aparenta ser ferviente admirador del Fénix, pero quizá debiéramos prestar atención a las formas: …honestísima y fecundamente… con el rigor del arte que pide el mundo y con la… limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar… acogido… a sagrado… Habida cuenta de la turbulenta vida privada de Lope, ¿no será todo esto pura ironía? Quizá la misma que empleó Cervantes en su prólogo a DQII: …del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. Y nótese que (mediando ironía) aquello de el rigor del arte que pide el mundo no está muy lejos de aquel abatirse al servicio y granjerías del vulgo que Cervantes censuraba en la Dedicatoria de DQI. El propio Lope, ante las censuras que recibía por no seguir las reglas del arte, justificó sus innovaciones en su Arte nuevo de hacer comedias…, donde comenta: …y me dejo / llevar por la vulgar corriente, adonde / me llamen ignorante Italia y Francia. También eso lo admitían, aunque con matices, sus seguidores, como Tirso de Molina en sus Cigarrales de Toledo-I por boca de don Alejo: Que si él en muchas partes de sus escritos dice que el no guardar el arte antiguo lo hace por conformarse con el gusto de la plebe…, dícelo por su natural modestia, y porque no atribuya la malicia ignorante a arrogancia lo que es política perfeción. Pero nosotros… es justo que… como reformador de la Comedia Nueva, y a ella, como más hermosa y entretenida, los estimemos.

En cuanto a los sonetos campanudos con que tantos hombres de 70

título honraban los principios de los libros de Lope, ¿no era vox pópuli que muchos los componía él mismo? Hay más. Es bien sabido que Lope fue objeto de jocosas sátiras de sus enemigos a resultas del romance que comienza Ensílleme potro rucio/ del alcálde de los Vélez y de sus escándalos amorosos. No entendemos cómo los especialistas consideran favorecedores para Lope estos dos pasajes de DQA (Caps. 2 y 4) Yo le escribo más largas arengas que las que Catilina hizo al Senado de Roma, más heroicas poesías que las de Homero o Virgilio, con más ternezas que el Petrarca escribió a su querida Laura, y con más agradables episodios que Lucano ni Ariosto pudieron escribir en su tiempo, ni en el nuestro ha hecho Lope de Vega a su Filis, Celia, Lucinda, ni a las demás que tan divinamente ha celebrado. Pero es menester, Sancho, …en esta adarga que llevo (mejor que aquella de Fez que pedía el bravo moro granadino cuando a voces mandaba que le ensillasen el potro rucio del alcalde de los Vélez) poner alguna… divisa que…

¡Más ironía que alabanza hay en esos pasajes!. Veamos cómo alababa Fr. Diego de San José a Lope de Vega con ocasión de la oración y discurso que pronunció en honor de Sta. Teresa en Madrid, octubre de 1614: ...con tal gravedad y gracia en el decir, con tanta propiedad y espíritu en sus acciones, con tal dulzura y eficacia en el razonamiento, con tanta afluencia y ternura en sus afectos, que causó sumo placer y moción en el ánimo de los circunstantes… Aunque… se llenó la iglesia hasta el pórtico, hubo tanta atención y silencio, que todo se oyó perfectamente, sin perderse sílaba de cuanto recitó Lope.

Alonso de Castillo Solórzano no se quedó corto en alabanzas al narrar la apertura de una sesión (junta) en una Academia literaria presidida por Lope: … se llenó la sala de poetas, de músicos y de los mayores señores de 71

la Corte, no faltando algunas damas… de embozo… Todos ocuparon sus asientos… que les tocaban de otras juntas. Comenzó la música a prevenir el silencio; y así, a cuatro coros, cantaron primorosos tonos en bien escritas letras por los mismos académicos. Acabada la música…, el presidente de la Academia, que era Belardo, Visorrey del Parnaso, viceprotector de las Nueve Hermanas y el Fénix de la Poesía, asistiendo en el asiento principal de las tres sillas (y a su lado derecho el fiscal, y al izquierdo el secretario de aquella junta), mandó comenzar a leer versos de los asuntos que se habían repartido en la academia pasada, …ocho días antes. Tenía todos los papeles de los poetas el secretario, y el primero que dio a que se leyese fue…

Y el propio Cervantes, en DQ-I-48, hablando de Lope, todo y censurando su comercialidad: …muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio destos reinos, con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias, y, finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo, que tiene lleno el mundo de su fama.

Así que Avellaneda, en un prólogo cargado de ironía, pudo aportar falsas excusas para justificarse. Quizá ni siquiera hayamos de dar credibilidad a aquel ofender a mí. ¿Quién se cree que Avellaneda perseguía con su DQA desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de caballerías? La razón fundamental que movió a Avellaneda a escribir DQA fue creer que podía mejorar a Cervantes. El resto es accesorio y quizá (lo que es peor) falso. Lo que nos conduce a otra de las ideas que ha venido imponiéndose en las últimas décadas: Cervantes (que bien sabría a quién aludió en DQ-I) no pudo saber quién fue Avellaneda; que eso es lo que se deduce de la recta lectura de sus comentarios al respecto. ¡Conclusión terrible!, pues nada de lo que leamos de primera mano en Avellaneda y en Cervantes, por más vueltas que le demos, servirá para identificar al intruso. Llegado este punto hemos de decir que alguna vez se nos ha pasado por el pensamiento que en aquel ofender a mí faltase algo que pudieran haber extraviado los cajistas que compusieron DQA. La 72

construcción es perfectamente válida (ofenderme), pero en el manuscrito podía seguirle un sustantivo (linaje, patria, profesión…). Eventualmente puede pensarse en otra errata: que donde dice ofender a mí, y particularmente a…, dijese ofender, y muy particularmente a… Hay una docena de erratas en el prólogo de DQA, y como ésas, y aun mayores, las hay en los textos de la época, pero… ¡Demasiada casualidad! Quizá por no admitir quedarse sin pistas, parte de la crítica (los cervantistas más fervorosos) ha rechazado lo que parece una clara evidencia, y prefiere pensar que Cervantes sí supo quién fue Avellaneda, sólo que, evitando aludirle con su nombre, le condenó al anonimato. Y es que no se le habrá escapado al atento lector un aspecto interesantísimo del asunto: el tesoro enterrado por Cervantes sólo será descubierto por aquel sagaz investigador que logre entender las indicaciones del mapa. ¿Cómo renunciar a algo tan tentador? Y, así, ¿no dejaría Cervantes en el texto de DQ-II algún paquetito para Avellaneda? Creen que sí los convencidos de que Cervantes llegó a identificarle. Esto abre otra caja de Pandora, habida cuenta de la costumbre de Cervantes de aprovechar sus textos para colocar sus opiniones literarias. Por ejemplo, tenemos al primo de Basilio, el escritor humanista que acompaña a don Quijote a la cueva de Montesinos y de cuyos eruditos trabajos (algunos en preparación) se burla incluso Sancho Panza (Cap. 22). Tenemos la batalla dialéctica entre don Quijote y el eclesiástico que sirve a los duques (Caps. 31 y 32). Ahí Cervantes advertiría que Avellaneda era clérigo y que servía a alguien importante. Únase eso a que la acción transcurre en Aragón, y a que Cervantes opinaba que Avellaneda era aragonés. (Cap. 59). Tenemos el episodio de la visita a la imprenta barcelonesa (Cap. 62). Hay quien cree ver ahí la clara señal de que Cervantes sabía quién fue Avellaneda, y le avisa de ello mostrándole saber que su DQA se imprimió en Barcelona, no en Tarragona. A nosotros, y desde el primer día que lo leímos, el episodio de DQ-II que siempre nos ha intrigado es el final de la aventura de Clavileño (Cap. 41), y en concreto lo relativo a la constelación de las siete cabrillas y la frase de Sancho relativa al insuperable tamaño de los cuernos de la Luna. ¿De qué Luna habla Sancho? ¿No tenían los 73

duques de Luna una finca en Pedrola, cerca de Zaragoza? Y ahora, con Avellaneda de por medio, ¿estará ahí una réplica a aquello de Aries… Capricornio… y el castillo de San Cervantes? Y la constelación de 7 cabrillas ¿no será una constelación literaria? ¿No fueron 7 los literatos que (además de su confesor) acompañaron al conde de Lemos a Nápoles? Las apariencias indican que durante la redacción de esta primera estancia en la residencia de los duques Cervantes aún no conocía la existencia de DQA, aunque sí en la segunda, al volver de Barcelona, pues el Quijote compuesto por un aragonés, que… dice ser natural de Tordesillas aparece en el sueño de Altisidora (Cap. 70). Pero las apariencias a veces engañan, pues se lee en el Cap. 22 de DQA: Y mándeme enterrar en los Montes de Oca; y si por mi ventura fuere camino para llevarnos a ellos el Argamesilla de la Mancha, nuestro lugar, deténganos en ella siete días con sus noches, en honra y gloria de las siete cabrillas y de los siete sabios de Grecia; lo cual hecho, iremos alegres nuestro camino.

En fin, años después, en el Persiles (Cap. IV-I), se trae a colación a un tal Diego de Ratos, corcovado, zapatero de viejo en Tordesillas, lugar en Castilla la Vieja, junto a Valladolid, autor del aforismo: No desees, y serás el más rico hombre del mundo. Aquí hemos de recordar que nuestros clásicos gustaban de cuentecillos y chistes en que asignaban a oficiales de oficios humildes (especialmente boticarios, sastres y remendones) aficiones literarias que les eran impropias. Cervantes recordaría el asunto de Avellaneda y colocó en Tordesillas al zapatero autor del aforismo. Por cierto, con las palabras corcovado… Tordesillas puede componerse, como descubrió Antonio Marasso: coz de Juan de Valladares, presbítero de Córdoba, el último de nuestra Tabla de candidatos. Una reflexión final: a Cervantes no le convenía dar más publicidad al asunto, le bastaba descalificar como escritor a Avellaneda. Y tampoco a Avellaneda, por lo que había cargado la mano. Quizá eso explique que el asunto no fuese a más. No hay rastro escrito de ello (que nosotros sepamos) hasta el s. XVIII, cuando se desató una agria 74

polémica respecto a qué Quijote era mejor. En ella participó el erudito valenciano Gregorio Mayans y Siscar, primer biógrafo de Cervantes, quien dio por sentado que Avellaneda fue aragonés y, probablemente, poderoso. Y ya se sabe: quien da primero, da dos veces.

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Portada del Partinobles, impreso por Magí Canals en Tarragona, ¿1788?

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EL LÉXICO DE AVELLANEDA

Q

UE Avellaneda fuese aragonés, por venir del propio Cervantes, nunca ha sido rechazado por la Crítica, pero tampoco ha conseguido consolidarse. Cervantes pudo acertar o no en su análisis lingüístico, pero, en cuanto a resultados prácticos, hace ya tiempo que los especialistas arrojaron la toalla, como suele decirse, en el intento de localizar a Avellaneda por la vía del análisis comparativo del léxico de DQA. Aquí está una de las claves del problema: cualquier proposición, por ingeniosa y bien planteada que sea, difícilmente logrará consolidarse si no supera la prueba lexicográfica. Con todo, en la prueba de léxico habría de bastar con un aprobado alto, no un sobresaliente. Hay que considerar que Avellaneda por obligación hubo de apartarse de su registro al tratar un tema y unos personajes ajenos, y, pues éstos los exagera, la distorsión ha de ser necesariamente mayor. Algunos especialistas dan por sentado que Avellaneda cambió de industria su registro literario en DQ-II para evitar ser identificado. Mucho nos tememos que la hipótesis ha ido pasando de unos críticos a otros, y que tenga su origen en alguno que, gracias a ella, se evitó el trabajo de comparar el léxico de Avellaneda con el de su candidato (quizá por haberlo hecho y fracasado) y, así, poder presentarle con argumentaciones más subjetivas. A nosotros nos parece leer siempre el mismo Avellaneda, incluso en las novelitas centrales (Caps. 15 a 20), donde, liberado de la imitación, podría mostrar su auténtico registro como novelista. Y decimos podría porque es bien sabido que ni siquiera esas novelitas eran originales suyas ¿Qué artículos observó Cervantes que alguna que otra vez omitía Avellaneda? Ciertamente, se echa de menos las preposiciones “a” y “de” en algún que otro pasaje. Por ejemplo, hemos contabilizado 18 casos en que se omite “de”: * delante la puerta (Cap. 4). * delante la caballeriza (Nov. 1). * delante su monasterio (Nov. 2). 77

* delante la imagen (Nov. 2). * delante mis ojos (Cap. VI). * delante Su Majestad (Cap. 27). * delante personas (Cap. 33). * delante los jueces (Cap. 11). * delante todo el mundo (Cap. 12 y Cap. 31). * delante toda esta Corte (Cap. 29). * dentro una carta (Cap. 2). * dentro lo hueco (Cap. 12). * dentro las carnes (Cap. 33). * dentro la casa (Cap. 34). * debajo los soportales (Cap. 28). y también: * cerca los muros (Nov. 2). * encima la albarda (Cap. 6). Ahora bien, no falta “de” en otros 140 pasajes: “delante de mi balcón, …de un altar, …de mis ojos, …de la misma imagen, …de Su Majestad, …de los caballeros, …de toda la ciudad”, etc. Y también leemos “dentro de la ciudad, …de mi corazón”. En cuanto a “cerca”, siempre (25 ocasiones) va acompañado de la preposición “de”, excepto en el pasaje apuntado de la Nov. 2. Lo mismo puede decirse de “encima”, pues en el mismo párrafo del Cap. 6 en que leemos “encima la albarda” se lee: “quitó la maleta de encima de su jumento”. Las omisiones de la preposición “a” resultan más difíciles de localizar con medios mecánicos. Centrándonos en las novelitas centrales, hemos localizado sólo dos casos, ambos con el verbo “llamar”, lo que no es extraño en textos de la época: * Llamó… un mozo (Nov. 1). * llamando… una mandadera (Nov. 2). Lo que realmente llama la atención en DQA es la reiterada omisión de la conjunción “que”. En las novelitas la omite en unos 100 pasajes, en algunos por partida doble, o triple: “No ignoro… diréis 78

nació…”. He aquí las omisiones que hemos observado en las dos novelitas intermedias: NOV. I; CAPS. XV y XVI: * persuadirle… dejase el camino. * lo que aumenta el espanto es ver hayáis querido. * le dijo le mandase volver luego sus vestidos . * plegue a dios… no la haga. * ha permitido Dios sintáis las presentes dificultades. * veo os habéis dado por vencido. * negoció… le diesen aquel gobierno. * Lo que os suplico es miréis por vos. * y creo será de igual regocijo para mí. * despachó un correo a su marido rogándole partiese. * sepa soy muy aficionado a la nación española. * mandó… tomase uno de los candeleros. * le dijo se iría a dormir en otro aposento. * del entender dormía la dama sola. * era fuerza saliese el marido. * sabiendo estoy parida de ayer noche. * pensando… fuese su marido. * sabiendo me habíais de hallar. * pidió… le abriesen la puerta. * ni sus obligaciones permitían aumentase. * no hubo remedio consintiese lo hiciesen. * diciendo no era de su humor. * será menester me pidáis perdón. * sospecho yo será porque. * negar… ahora lo que fuera justo negarais. * Corrida estoy… de ver no lo estéis. * siento muchísimo ver hayan podido. * No ignoro… diréis nació. * aguardando le sacasen el caballo. * colegían iba tras el soldado. * viendo eran más de las diez. * ¿Cómo es posible no echases de ver. 79

* justa cosa es iguale. * no es bien aguarde que tú vengas. * que digas lo estás. * pensando podría ser socorrida. NOV. II; CAPS. XVII A XX: * le suplica… le regale. * diciendo lo hacía por. * sustentaré… se halla. * le supliqué llevase a mi hermana. * respondió agradecía mucho la merced. * entendía quedaba de suerte. * diciéndole se reportase. * me ha parecido quedaba. * darme a entender… le desvelaba. * como me dijo… había yo de ser causa. * no me ha parecido debía. * los años que mi buen deseo suplica a Dios le dé de vida. * porque acabe de conocer prosiguirá vuesa merced. * podré decir está todo mi ser. * Y advierta vuesa merced hago. * haber de otorgar amamos a quien. * Plegue a Dios no me suceda. * no hay que maravillarse hiciese esto. * comenzaron… a echar de ver… se iban empobreciendo. * suplico no se espante. * suplico me mandéis. * advertid no es cosa que. * suplico… desista. * y concertado con ella tratase con doña Luisa se viesen. * el echar de ver todos tenía tienda la forastera. * le aconsejó se entretuviese. * negociaba se le alzase el destierro. * ofreciéndole se encargaba de. * temiendo… no lo viniese a ser. * procurar se le alzase el destierro. 80

* temiendo no estuviese alguna monja. * consideraba había merecido. * queréis persuadirme es priora. * conocía se iba encolerizando. * temiendo… no le conociese. * le replicó se sirviese decirle. * y sabido dél… vivían sus padres. * fuera imposible no leyera. * que había dicho al criado había conocido. * temí… no hubiese escándalo. * es decirnos nombraba. * pensando era desmayo de hambre. * percibió llamaba de hijo al peregrino. * pidiéndoles le dejasen reposar. * bastaba hubiesen sido testigos. * contentos de ver lo quedaban los padres. * rogó a su madre… le hiciese merced. * instase con ella le diese licencia. * por su instancia permitía le hablase. * corazón le dijo había de ser tan feliz. * suplicando… se sirviese de darle. * os pido me digáis. * veo me aseguran cuantos de vos pregunto. * le rogó fuese el que debía. * rogándoles… se la diesen. * tuviesen a bien tomase tan divino estado. * los rogó dejasen sus bienes. * quiso Dios acabase sus días. Veamos otras singularidades de Avellaneda en comparación con otros textos. Hemos dispuesto de El Quijote (DQ-I y DQ-II) de Cervantes, Persiles y Segismunda (PyS) y las Novelas ejemplares (NE), Marcos de Obregón (MDO) de Vicente Espinel, La pícara Justina (PJ) de Fco. López de Úbeda, Cigarrales de Toledo (CT) de Tirso de Molina, La peregrinación sabia + El sagaz Estacio de Salas Barbadillo, (SB), El buscón (BU) de Quevedo y 81

El bachiller Trapazaba (BT) de Castillo Solórzano. * Avellaneda emplea “con todo” en 34 ocasiones en las que otros autores emplearían “con todo eso” o expresión similar. No se piense que esto es una minucia: compárese con las veces que aparece en DQ (ambas en DQ-II, Caps. 14 y 24), * Avellaneda emplea “por tanto” en 49 ocasiones. De todos aquellos textos, donde más aparece es en La pícara Justina, 12 ocasiones. * Avellaneda emplea “no poco” con valor de “mucho” en 44 ocasiones. * Avellaneda emplea “harto” con valor de “muy, mucho, bastante” en 65 ocasiones. * Avellaneda emplea “notable” en 33 ocasiones. * Avellaneda emplea “maravillar, maravillado” en 61 ocasiones. * Avellaneda escribe “si bien” en 49 ocasiones. * Avellaneda emplea “puesto” con el valor de “lugar concreto, sitio”. Lo hemos visto en 15 pasajes. * Avellaneda siente predilección por la preposición “tras”, que emplea en nada menos que 172 ocasiones. La diferencia radica en que en unos 110 casos Avellaneda usa “tras” donde otros escribían “después de” o “además de”. Parece que ha de ser práctico reflejar estas cosas en una tabla que facilite cuantificarlas y compararlas. No hemos localizado el texto electrónico de los Cigarrales de Toledo, así que digitalizamos las primeras 100 págs. de texto de nuestro ejemplar en papel, y los valores de la Tabla resultan de multiplicar por 4 los encontrados en esas págs. de muestra (el texto suma 381). Los resultados de los dos textos de Salas Barbadillo, que suman 57000 palabras, se muestran en la columna SB, y, para compararlos con DQA, que suma 139000 palabras, los hemos multiplicado por 2,5; los del texto de El buscón, que suma 43000 palabras, por 3,25; los de El bachiller Trapaza, que suma 70000 palabras, por 2. El redondeo, siempre por exceso. No hemos aplicado fórmula alguna al resto de textos.

82

DQA

MDO

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

“por tanto”

49

0

0

0

0

12

0

3

0

0

“con todo”

34

2

2

1

0

0

0

3

10

22

“no poco”

44

4

19

4

2

10

40

5

0

28

“harto”

65

18

28

7

11

20

8

5

20

14

“notable (mente)”

33

11

9

4

3

13

8

20

10

20

“maravillar”

61

0

35

8

9

1

0

0

0

2

“si bien”

49

11

13

8

4

6

24

0

0

46

SUMA

335

46

106

32

29

62

80

36

40

132

“tras”

172

25

85

32

45

69

24

18

98

12

SUMA

507

71

191

64

74

131

104

54

138

144

Si, por ser del mismo autor, unimos DQ, PyS y NE y dividimos por 4 (DQ son 2 tomos) obtenemos: DQA

MDO

DQ+PyS+NE

PJ

CT

SB

BU

BT

Sin “tras”

335

46

42

62

80

36

40

132

Con “tras”

507

71

82

131

104

54

138

144

Que se trata de tics queda perfectamente evidenciado en las primeras líneas del Cap. 6 de DQA: Caminaron la vía de Zaragoza… don Quijote y Sancho Panza…, y anduvieron seis días sin que les sucediese en ellos cosa de notable consideración; sólo que por todos los lugares que pasaban eran en estremo notados, y… daban harto que reír las simplicidades de Sancho Panza y las quimeras de don Quijote, porque … Tras éste, pasaron otros tan apacibles y más estraños cuentos en los demás lugares del camino, hasta que sucedió que…

Bien muestran las tablas que estos singularísimos tics de Avellaneda y la reiterada omisión de “que” ya podrían haberle delatado, pero es posible que el análisis lingüístico basado únicamente en el uso masivo de determinados vocablos no conduzca a resultados concluyentes. Veamos, por ejemplo, el uso de “muy” en los textos que estamos comparando: 83

“muy”

DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

255

593!!

300

235

221

82 !!

280

28

388

257

476

En cuanto al uso de la muletilla “en estremo”, el adjetivo “estremado” y el adverbio “estremadamente”: MDO

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

“en estremo” 16

DQA

2

2

9

17

5

0

0

0

0

8

“estremad”

7

2

8

4

13

14

2

0

3

10

6

SUMA

23

4

10

13

30

19

2

0

3

10

14

Según la primera de estas dos tablas, el autor de DQ-I no podría ser el autor de PyS; pero, por la segunda, el autor de las NE bien podría ser el de DQA. De modo que lo que vale es el conjunto de los tics y las construcciones realmente singulares. Así, el mayor empleo de “muy” en MDO parece deberse a un menor empleo de superlativos en expresiones como las de la tabla siguiente: DQA

MDO

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

“muy gran”

1

10

6

2

1

1

1

0

0

7

0

“muy grande” *

4

2

3

0

0

0

2

0

0

0

2

“muy grandísimo”

2

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

SUMA

7

12

9

2

2

1

3

0

0

7

2

“muy grande”

4

6

6

4

1

4

0

0

13

3

12

“muy grandes”

1

11

1

2

0

0

0

0

0

3

4

SUMA

12

29

16

8

2

5

3

0

13

13

18

“grandioso”

4

0

1

0

1

0

1

0

0

0

2

“grandísimo”

54

26

25

29

24

11

0

0

0

3

10

SUMA

70

55

42

37

27

16

4

0

13

16

30

* donde podría leerse “muy gran”.

Una singular construcción que emplea Avellaneda es “sin otro(s)” con valor de “además de”. La leemos tres veces: *…mil ducados, sin otra… cantidad de dineros que pidió prestados (Nov. 2). *os prometo… daros una saya…, sin otras cosas de consideración (Nov. 2). 84

* ¿Quién me mete a mí con pajes, que no me dejan en todo el día, sin otros demonios de caballeros, que no hacen sino molerme con Sancho acá, Sancho acullá? (Cap. 35). También es singularidad de Avellaneda construcciones del tipo “el en que” en vez de “aquel en que”. Hemos observado 15: * el en que… dice haberme visto (éxtasis, Cap. 2). * la con que él puso mano a su espada (rabia, Cap. 5). * el en que dormía el triste Sancho (aposento, Cap. 13). * el en que se entregó el fuerte (día, Cap. 14). * más adentro del en que la partera estaba (aposento, Nov. 1). * diferente lugar del en que yo querría (lugar, Nov. 1). * el en que caminaba (tiempo, Nov. 2). * la en que estaba doña Luisa (iglesia, Nov. 2). * el con que propuso de ir a Roma (fervor, Nov. 2). * el con que has querido entrar (disfraz, Nov. 2). * con el de que don Gregorio (concierto, Nov. 2). * lo con que yo, amigo, os regalaré (aquello, Cap. 25). * la en que agora me había puesto (tribulación, Cap. 27). * más de las con que ahora me hallo (armas, Cap. 27). * la de que su mujer estaba más celosa (parte del cuerpo, Cap. 27). * el en que nos acabamos de ver ahora (desaguisado, Cap. 31). * Supiéronse… los en que andaba (pasos, Cap. 31). Estas construcciones admiten alternativas: cabe darle la vuelta a la construcción, sobra el artículo (o cabe sustituirlo por pronombre) o la preposición, o puede suprimirse artículo y preposición. Por ejemplo: * aquel en que dice haberme visto (Cap. 2). * hasta el que se entregó el fuerte (Cap. 14). * diferente lugar que yo querría (Nov. 1). * con lo que yo, amigo, os regalaré (Cap. 25). * Supiéronse… en los que andaba (Cap. 31). Otra particularidad de la prosa de Avellaneda es la expresión “tras que”, que emplea 14 veces (6 en boca de Sancho): * El libro es lindo… y mucho mayor que ese Flas Sanctorum, tras 85

que tiene al principio un hombre armado. * ganaremos honra y fama…, tras que adquiriremos mil reinos. * no tiene que meterme en el caletre esos guerreamientos, pues ya vee lo mucho que me costaron…; tras que jamás me cumplió lo que… me tenía prometido. * todo se nos muestra favorable…, tras que nadie nos ha sentido al salir. * ¿Así me agradecéis… haberos comprado esa sayuela…, tras que estaba… para compraros una camisa. * le cogerá… la Hermandad, que no consiente burlas… Tras que anda escandalizando, no solamente los de su lugar, sino todos los que le ven ir desa suerte armado. * le importaba… volver a su casa y hacienda, tras que no podía llevar los trabajos de la Orden (Nov. 1). * hizo la señal acostumbrada, tras que comenzaron los maitines (Nov. 2). * primero que salgáis habéis de tener las barbas tan largas que os arrastren por el suelo…; tras que os veréis comido de ratones. * tengo de volverme en mi tierra…; tras que temo… que aquel alguacil… nos ha hecho traer a esta casa para saber quién es vuesa merced * no me han de faltar del lado mi amo, el señor don Carlos y don Álvaro…; tras que no hemos de reñir con palos ni espadas, pues con ellas nos podríamos hacer algún daño. * habíamos de llevar… dineros…; tras que, juntamente vuesa merced me había de jurar y prometer hacerme por sus tiempos rey. * no se comedirán a caerse en una necesidad si no las desatáis de una en una…; tras que no se puede un hombre con ellas rebullir. * resta saber si las tierras… están lejos; tras que, como no las sé, será menester ir a ellas. También emplea Avellaneda “meter en cólera”. * se metió don Quijote en cólera (Cap. 9). * Y advierte… en si se meten en cólera (Cap. 24). También gusta Avellaneda de expresiones del tipo “venida la mañana”, “llegado el plazo”. etc.: 86

DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

“llegada la”

3

0

0

0

0

0

0

0

0

7

0

“llegado el“

4

0

0

2

4

1

0

0

0

0

0

“venida la”

5

0

1

0

0

0

0

0

0

3

0

“venido el”

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

4

SUMA

12

0

1

2

4

1

0

0

0

10

4

Las expresiones “es cierto…” son frecuentes en DQA:

“es cierto”

DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

11

0

1

0

0

0

2

0

10

3

2

Una expresión que abunda en DQA es “de suerte... que” “de suerte... que”

DQA

MD0

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

58

30

11

2

13

2

36

20

33

20

La expresión “por ningún caso” también es del gusto de Avellaneda: DQA “por ningún caso” 4

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

0

1

0

0

1

0

0

5

0

2

Encanta a Avellaneda lo que podríamos llamar “indefiniciones numéricas”. Sólo hemos contabilizado las que se refieren a unidades (no decenas, centenas, etc.), y sólo las combinaciones indicadas: DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

“uno(a) o dos”

0

0

3

1

0

1

3

0

0

0

0

“dos o tres”

20

7

6

7

3

2

9

4

0

13

0

“tres o cuatro”

15

5

4

4

9

3

0

4

5

10

4

“cuatro o cinco”

6

5

3

2

5

2

2

0

0

3

0

“cinco o seis”

7

10

0

0

1

1

0

0

0

0

0

“seis o siete”

9

1

1

0

1

0

0

0

0

0

0

“siete o ocho”

4

0

0

1

2

1

0

0

0

0

0

“ocho o nueve”

0

0

0

0

0

0

0

0

0

3

0

SUMA

61

28

17

15

21

10

14

8

5

29

4

87

Las expresiones "no menos", "no menos… que…" las utiliza Avellaneda a las primeras de cambio, si bien no puede decirse que constituyan un tic, ni que sean privativas suyas. Y no deja de ser curioso que sólo lo haga hasta el Cap. 18 (de 36): “no menos… que…" = "tan… como…" * no menos invidiados que verdaderos (servicios). * no menos moderno que verdadero (historiador). * no menos importunos que justos (ruegos). * no menos necio que impertinente (libro). * no menos estraña que peligrosa (batalla). * no menos fabulosos que perjudiciales (libros). * no menos ligero que el viento (caballo). * no menos ligero de pies que sutil de manos (mozo). “no menos que" = "igual", "igualmente". * no menos que la dama (gustaba). “no menos que" = "nada menos que" (admirativo). * no menos que una Diana (puesto los ojos en). “no menos”

DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

10

1

15

12

20

5

2

20

15

0

8

También gusta Avellaneda de los adverbios “sumo”, “suma”, “sumamente”. No es ello, como vemos en la tabla, privativo de este autor. “sumo/a/mente”

DQA

MD0

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

10

1

3

7

5

9

1

4

13

16

Pero estas dos últimas tablas nos permiten un pequeño juego en orden a confirmar lo que proponemos: es la globalidad de los tics lo que vale, pues influye el asunto y personajes del libro y, además, un escritor evoluciona con el tiempo (véase Cervantes, por ejemplo). No destacando en ninguna, los números ya no son desfavorables para Avellaneda si sumamos ambas tablas, los de Cervantes se compensan a una media de 19 y se "descuelgan" los autores de Marcos 88

de Obregón y La pícara Justina:

“las dos tablas”

DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

20

2

18

19

25

14

3

24

23

13

24

También gusta Avellaneda del epíteto “infernal”: * efectos todos tan infernales como su causa (prólogo). * ¡infernal torzón le dé Dios por ello!. * dragón maldito, sierpe de Libia, basilisco infernal. * la infernal visión del manchego. * con una furia infernal. * en otra fragua sino en la infernal que él habita. * salir vitorioso desta infernal tentación. * maldiciendo su… ciega determinación… y a los infernales gustos. * la infernal vida que hasta entonces había tenido. * postre de tan infernales principios. * encomendado sea a las furias infernales. * un tan infernal pescozón. * cortar la cabeza a tan infernal monstruo. La expresión “a la que” con valor de “cuando” la hemos hallado 17 veces en Avellaneda.: * A la que volvió la cabeza. * a la que volvían a armar a don Quijote. * a la que le entregaron la adarga. * A la que platicaban don Álvaro con don Quijote. * a la que llegaba a la puerta del aposento. * a la que llegó delante della. * a la que descubrió y reconoció… su monasterio. * a la que llegaban a tiro de arcabuz della. * a la que comenzaron a rodear el muro. * a la que iban cruzando la calle. * a la que se entraron por la sala los tres. * a la que salían de casa. * a la que los señores salían della. * a la que estaban en estos dares y tomares. 89

* a la que alborea. * a la que acababan de cenar. * a la que ensillaban. Gusta Avellaneda de la lamentación “¡que no debiera!”: * di tres o cuatro sorbiscones, que no debiera, porque... * propuso (que no debiera) …darle… una reprehensión. * qué mal me has pagado… darte alojamiento, que no debiera. * como le vi … cortés... aficionémele, que no debiera. * seguíle, creyendo en sus razones, que no debiera; y... * me llamo Sancho Panza, que no debiera, escudero infeliz del... Esta expresión sólo la hemos visto una vez en el Persiles.

90

DQA

MDO

tengo de + infinitivo

42

12

en llegando

10

17

en entrando

4

3

en saliendo

2

9

en diciendo

2

2

en oyendo

6

5

en viendo

4

8

en sintiendo

0

1

en acabando

4

4

en comiendo

4

1

en cenando

1

3

en dando

1

0

en cogiendo

0

1

en asiendo

0

1

en soltando

0

0

en poniendo

0

0

en metiendo

0

0

en sacando

1

0

en subiendo

0

1

en bajando

0

0

en cayendo

1

0

SUMA

82

68

Son varios los especialistas que aceptan que Avellaneda era aragonés, entre otras cosas por la asiduidad con que aparecen en DQA construcciones “en+gerundio” (en vez de los más usual en castellano: “al+infinitvo”) y “tener de” (en vez de “haber de”). En la tabla anterior comparamos la asiduidad con que varias de estas construcciones se leen en DQA y en MDO del malagueño Vicente Espinel: el resultado no parece responder sino a que la extensión de DQA es un 15% mayor que la de MDO Otra singularidad de Avellaneda lo constituyen lo que Fdo. García Salinero denomina …enumeraciones prolijas, como si un afán exhibicionista de erudición fuese idea obsesiva en Avellaneda. Veamos algunas: —Yo le escribo más largas arengas que las que Catilina hizo al Senado de Roma, más heroicas poesías que las de Homero o Virgilio, con más ternezas que el Petrarca escribió a su querida Laura, y con más agradables episodios que Lucano ni Ariosto pudieron escribir en su tiempo, ni en el nuestro ha hecho Lope de Vega a su Filis, Celia, Lucinda, ni a las demás que tan divinamente ha celebrado; hecho en aventuras un Amadís, en gravedad un Cévola, en sufrimiento un Perianeo de Persia, en nobleza un Eneas, en astucia un Ulises, en constancia un Belisario y en derramar sangre humana un bravo Cid Campeador (Cap. 2). —Ve aquí vuesa merced, señor don Álvaro, uno de los mejores caballos que a duras penas se podrían hallar en todo el mundo: no hay Bucéfalo, Alfana, Seyano, Babieca ni Pegaso que se le iguale (Cap. 3). —Juro, por el orden de caballería que recebí, que… estoy por volver al lugar y desafiar a singular batalla, no solamente al cura, sino a cuantos curas, vicarios, sacristanes, canónigos, arcedianos, deanes, chantres, racioneros y beneficiados tiene toda la Iglesia Romana, Griega y Latina; y a todos cuantos barberos, médicos, cirujanos y albéiteres militan debajo de la bandera de Esculapio, Galeno, Hipócrates y Avicena (Cap. 4). —¡Oh Sancho! —dijo don Quijote—, ¿cuánta gente es la que viene? ¿Viene un escuadrón volante o viene por tercios? ¿Cuánta es la artillería, corazas y morriones que traen, y cuántas compañías de flecheros? Los soldados, ¿son viejos o bisoños? ¿Están bien pagados? ¿Hay 91

hambre o peste en el ejército? ¿Cuántos son los alemanes, tudescos, franceses, españoles, italianos y esguízaros? ¿Cómo se llaman los generales, maeses de campo, prebostes y capitanes de campaña? ¡Presto, Sancho, presto, dilo! Que importa para que, conforme a la gente, hagamos en este grande prado trincheas, fosos, contrafosos, rebellines, plataformas, bestiones, estacadas, mantas y reparos para que dentro les echemos naranjas y bombas de fuego, disparando todos a un tiempo nuestra artillería, y primero las piezas que están llenas de clavos y medias balas, porque éstas hacen grande efeto al primero ímpetu y asalto (Cap. 5). —¡Ah, señor caballero, y si supieseis quién soy...! Sin duda os movería a grandísima lástima, porque habéis de saber que en profesión soy teólogo; en órdenes, sacerdote; en filosofía, Aristóteles; en medicina, Galeno; en cánones, Ezpilcueta; en astrología, Ptolomeo; en leyes, Curcio; en retólica, Tulio; en poesía, Homero; en música, Enfión. Finalmente, en sangre, noble; en valor, único; en amores, raro; en armas, sin segundo, y en todo, el primero (Cap. 36).

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¿AVELLANEDA, CLÉRIGO? UCHOS especialistas afirman que Avellaneda sentía particular devoción por el Rosario, pero ha de notarse que la mayoría de alusiones se concentran en la segunda de las novelitas intermedias (Caps. 17 a 20), de elevado tono religioso, y en el comentario que la sigue (Cap. 21):

M

* ir a misa con su rosario en las manos (Cap. 1). * tomando su capa y rosario, se fue a oírlas (Cap. 1). * mayordomo del Rosario (Cap. 3). * a procesión del Rosario (Cap. 3). * una Madre de Dios que tiene dos varas en alto, con un gran rosario (Cap. VIII). * el retablo del Rosario (Cap. 23). * mayordomo del Rosario (Cap. 35). * con el… rosario, de quien siempre había sido devotísima (Nov. 2). * vuestro santísimo rosario (Nov. 2). * su santísimo rosario (Nov. 2). * su sanctísimo rosario (Nov. 2). * un grueso rosario al cuello (Nov. 2) . * fiestas, solemnidades y rosarios (Nov. 2). * estuvo pasando el santísimo rosario (Nov. 2). * devoción del rosario (Nov. 2). * devoción del santísimo rosario (Nov. 2). * devoción de su benditísimo rosario (Nov. 2). * celestial poder del rosario (Nov. 2). * rezo del santo rosario (Nov. 2). * alabanzas del santísimo rosario (Nov. 2). * el mismo medio que ella, del santísimo rosario (Nov. 2). * cuyo rosario nunca se le cayó de las manos (Nov. 2). * con rosario y horas en la faltriquera (Nov. 2). * A la Virgen bendita del Rosario debo (Nov. 2). * predicación de su santo rosario (Nov. 2). 93

* devoción del santo rosario (Nov. 2). * uso y devoción del rosario… trayendo visiblemente el rosario… la santa cofradía del Rosario (agrupamos estos pasajes del Cap. 21 por referirse al comentario de uno de los canónigos). De modo que sólo 7 veces se lee “rosario” fuera de la Nov. 2, y exento de los adjetivos allí empleados. Las mismas veces se lee en DQ, 14 en La pícara Justina y 10 en Marcos de Obregón. También se ha conjeturado que Avellaneda debía ser dominico, además de por lo del Rosario, por la simpatía que muestra hacia la orden de Santo Domingo, pero puede decirse lo mismo que antes: * se había entrado religioso dominicano (Nov. 1) * un sermón en un templo de padres de Santo Domingo… Tras esto, se fue a Santo Domingo… sermón que acaso oyó a un religioso dominico (agrupamos estos pasajes de la Nov. 2 por referirse al mismo hecho). No ha de descartarse la idea de un Avellaneda clérigo (muchos literatos de aquel tiempo lo eran), pero buscar únicamente entre ellos, y aun más entre dominicos, podría conducir a un callejón sin salida. Baste considerar lo que de este asunto opinó mosén Serra Vilaró: Que Avellaneda era hombre de cultura eclesiástica es cosa que aun sin dotes de crítico se puede adivinar, por la manera como trata los asuntos propios del sacerdote y del culto; mas, que fuera religioso…, no comprendo que se pueda deducir de su lectura. Algunos se apoyarán en la virtud milagrosa que atribuye al santo Rosario; por mi parte, en el cuento de Los felices amantes no sé ver otra cosa que una sátira contra aquellos propagadores de milagros que ponían la Omnipotencia al servicio de las más bajas pasiones.

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PISTAS HACIA AVELLANEDA ARA localizar a Alonso Fernández de Avellaneda evitando seguir una pista falsa no ha descartarse nada, no hay que fiarse de nada. En nuestra opinión, el candidato debe dar cumplimiento al mayor número posible de las siguientes variables: a) Avellaneda es bastante más joven que Cervantes. b) Avellaneda siente verdadera antipatía hacia Cervantes. c) Avellaneda está al corriente de noticias, batallitas y rumores injuriosos entre literatos de la Corte. d) Avellaneda tiene una sólida formación. e) Avellaneda tiene juicio crítico: no resta mérito a otras obras de Cervantes, y juzga que en DQ-I no sacó todo el partido posible a sus principales personajes. f) Avellaneda, por venganza personal, o por demostrarse algo a sí mismo, decide escribir su propio Quijote; y elige el momento en que más daño económico puede causar a Cervantes, y moral, pues los lectores podrán hacer comparaciones. g) Avellaneda se vería obligado a apartarse de su registro como escritor por no ser de su invención el tema principal ni la caracterización de los personajes (que, además, exagera para, en su opinión, mejorarlos).

P

Menos seguro nos parece lo siguiente. De los Preliminares de DQA: h) Avellaneda dispone de medios económicos para financiar la edición de su DQA, quizá aportados “a fondo perdido” por un tercero. i) Avellaneda es admirador de Lope de Vega, si ya no amigo. j) Avellaneda, en lo personal, se siente ofendido por Cervantes, que le habría aludido en DQ-I. k) Avellaneda podía ser reconocido por el empleo de algún seudónimo y, quizá, otros detalles. l) Avellaneda, sabiendo bien Cervantes a quién habría aludido en DQ-I, no tuvo reparo en descubrírsele en el prólogo de DQA. 95

De la respuesta de Cervantes: m) Cervantes, por no mostrarse demasiado ofendido ante sus lectores, fingió ignorar la personalidad de Avellaneda, de quien se limita a decir que debía ser aragonés; pero no en el prólogo, donde más procedía. n) Cervantes pudo dejar algún paquete para Avellaneda; y no para mostarle conocer su identidad, siendo obvio para ambos (según l y m). El paquete puede aparecer en cualquier lugar de DQ-II, no necesariamente en el prólogo. Es posible que Cervantes alterase la redacción y montaje, hasta el punto de dedicarle un capítulo específico. En fin, todo lo que hemos escrito hasta aquí son las inevitables reflexiones que, como quijotistas, en algún momento nos hemos hecho. Como dijimos en nuestra Advertencia, este asunto nunca nos había interesado. Ni ése ni otros: que hay en DQ y en la propia biografía de Cervantes varias cosillas de aquellas que a gritos están diciendo: Peor es meneallo. No es que diésemos el problema por irresoluble: si Avellaneda escribió más obras en prosa y de cierta extensión, tarde o temprano alguien logrará desenmascararle. Y quizá nos llevemos todos una sorpresa mayúscula. Pero, al menos para nosotros, el misterio de Avellaneda, aunque enormemente atractivo, quedaba liquidado con aquel fatalista …no más conjeturas. Pero ya dice un refran: Una piensa el bayo y otra el que lo ensilla, o en palabras de Jerónimo de Pasamonte: ¡Oh, secretos de Dios!

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JERÓNIMO DE PASAMONTE ACE unos meses apareció en los quioscos de prensa una Historia de la Literatura la típica colección por fascículos. Los dos primeros estaban dedicados a Miguel de Cervantes, y en uno de ellos leímos lo siguiente:

H

Recientemente, Martín de Riquer ha demostrado que el autor de ese Quijote apócrifo era un tal Jerónimo de Pasamonte, a quien Cervantes había caricaturizado en la primera parte de su obra con la figura de Ginés de Pasamonte.

¡Vaya sorpresa! Estabamos al corriente de que desde mediados del siglo XX varios especialistas habían sugerido que cuando Cervantes dio nombre a aquel galeote del Cap. I-22 bien pudo venirle a las mientes el de Jerónimo de Pasamonte, un soldado aragonés que antes de sus 18 años de cautiverio (1574-92) había seguido una trayectoria militar paralela a la de Cervantes (Lepanto, Navarino, Túnez) y que había dejado escritas unas memorias que abarcaban hasta 1603; pero ni las habíamos leído ni sabíamos que se hubiese demostrado fuese el autor de DQA. A decir verdad, siempre habíamos pensado que aquella alusión no pasaba de ser un detalle de Cervantes hacia un viejo camarada, que podría presumir ante sus amistades mostrando el libro y diciendo: Éste Ginés soy yo; que el autor y yo fuimos camaradas. En cuanto a personajes reflejados en DQ-I, con o sin seudónimos, alguno más hay, incluso sin salir del Cap. I-22: ¿Quién hay detrás de aquel otro galeote de veinte y cuatro años… natural de Piedrahita? ¿Quién detrás del condenado por burlador y que iba en hábito de estudiante, …muy grande hablador y muy gentil latino? Y antes de aquí, en el Cap. I-19, ¿quién es aquel Alonso López… de Alcobendas que cojea y confiesa que …aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller?

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Por otro lado, ya antes expresamos nuestra reticencia en cuanto a sólo leer sinónomos voluntarios como “seudónimos”. Aun admitiéndolo, no tiene por qué aplicarse a Avellaneda. Puede que éste sólo protestase de que Cervantes los empleara con otros. Volveremos a los sinónomos voluntarios más adelante. Pero que Avellaneda resultase ser un oscuro soldado constituiría la sorpresa mayúscula que predecíamos. Además, sería aragonés, de acuerdo con el soplo de Cervantes. Picados por la curiosidad, acabamos localizando un librito titulado Cervantes Pasamonte y Avelleneda efectivamente escrito por Martín de Riquer (Edit. Sirmio, Barcelona, 1988). Casi al mismo tiempo logramos hacernos con la ahora imprescindible Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, contenida en el tomo Autobiografías de soldados publicado por la Biblioteca de Autores Españoles (BAE) en 1956. Por esta singular vía, sin ninguna idea preconcebida, sin comerlo ni beberlo, como suele decirse, entramos en aquel asunto que evidenciaba ser tan resbaladizo y del que habíamos decidido despreocuparnos. ¡Maldita curiosidad! * * * Resumiremos muy brevemente el contenido de las memorias de Jerónimo de Pasamonte (1553-16??): Arrancan con recuerdos de accidentes y enfermedades sufridos en su infancia que le llevan varias veces a las puertas de la muerte (una constante en sus memorias es presentarse como alguien que vive de milagro). Sus problemas de visión le hacen abandonar la idea de cursar estudios religiosos. En muy pocos capítulos y muy superficialmente narra su etapa como soldado (se alistó con 18 años), participando en las acciones de Lepanto, Navarino y Túnez, donde quedó de guarnición para caer en manos de los turcos al año siguiente. Más detalladamente relata episodios de su largo cautiverio de 18 años (1574-1592) y de su vida en Italia, donde se había establecido. Las memorias alcanzan hasta diciembre de año 1603, sin que se tenga de él otra noticia más allá de la fecha (26 de enero de 1605) en que desde Capua, con casi 52 años, firma la dedicatoria de su manus98

crito. Las mejores páginas son las que dedicó a su etapa de cautiverio, donde se nos presenta arrojado e inquieto, planificador de fugas, temido y respetado por sus amos, líder de sus compañeros, entre los que no faltan tibios y traidores que anulan sus planes. Esta parte es la que habría de servirle en su propósito, ya rescatado, de buscar colocación fuera de la milicia. A tal efecto anduvo por España en el periodo 1593-95 y visitó Madrid en un par de ocasiones con sus memorias de cautivo bajo el brazo. Se trasluce del texto que las personas a quien se dirigió no le prestaron atención, le entretuvieron inútilmente y, finalmente, acabaron quitándoselo de encima, como suele decirse. De vuelta a Italia y a la milicia, Pasamonte logró obtener una plaza de residente en Nápoles, donde se casó en 1599. Los últimos capítulos están dedicados a describir las infinitas penalidades que padece por la persecución de que es (o cree ser) objeto por las malas artes de sus suegros. En esa época se muestra como un neurótico refugiado en encendido fervor religioso, al punto de dirigir el manuscrito de sus memorias a autoridades eclesiásticas para que alguien pusiese remedio a los tantos daños que hay entre católicos (brujería, prostitución, envenenamientos…) que Pasamonte denunciaba por ser la ruina de toda la cristiandad. Y apuntaba, tocando en arbitrista, la solución: que la iglesia amenazase con la excomunión a los que tengan y oigan a malos ángeles… ¡Oh doctores sagrados!, poned el remedio en nuestros católicos, que veo el mundo perdido… y no quiero decir la causa, porque todos los religiosos no son santos. Pasamonte no tuvo intención de publicar sus memorias. Un bachiller se encargó de pasar a limpio el manuscrito, y cuando lo llevó a encuadernar llegó noticia de ello a la Inquisición, que lo incautó y retuvo varios meses. Hoy se encuentra, sin título, en la Bbtca. Ncal. de Nápoles y ha sido editado al menos dos veces bajo el título de Vida y trabajos de… No hay constancia de que Cervantes y Pasamonte llegaran a tratarse, pero es posible que así fuese entre 1571 y 1573, particularmente en las acciones de Navarino (1572) y Túnez (1573), donde Pasamonte quedó de guarnición. En la batalla de Lepanto, además de embarcar en distinto lugar, participaron en distintas formaciones de galeras, resultando indemne Pasamonte, pero no así Cervantes, 99

que hubo de convalecer de serias heridas. Ha de descartarse que se encontrasen durante sus respectivos cautiverios (Cervantes en Argel entre 1575-1580). Luego, no es imposible que entre 1593 y 1595 se encontrasen en Madrid en ocasión de alguna de las visitas que hicieron.

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GINÉS DE PASAMONTE STE personaje aparece en DQ-I y DQ-II. Pasamos a reflejar los pasajes en que interviene, incluyendo los relativos al robo y hallazgo del asno de Sancho Panza que, como es bien sabido, se incluyeron en la segunda ed. de DQ-I dentro de los Caps. 23 y 30.

E

Cap. I-22 Tras todos éstos venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande, que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guarda amigo o pie de amigo, de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondiole la guarda: porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos; y que era tan atrevido y tan grande bellaco, que aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir. —¿Qué delitos puede tener —dijo don Quijote—, si no han merecido más pena que echalle a las galeras? —Va por diez años —replicó la guarda—, que es como muerte cevil. No se quiera saber más sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla. —Señor comisario —dijo entonces el galeote—, váyase poco a poco, y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres; Ginés me llamo, y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé dice; y cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco. —Hable con menos tono —replicó el comisario—, señor ladrón de 101

más de la marca, si no quiere que le haga callar, mal que le pese. —Bien parece —respondió el galeote—, que va el hombre como Dios es servido; pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no. —Pues ¿no te llaman ansí, embustero? —dijo la guarda. —Sí llaman —respondió Ginés—; mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida esta escrita por estos pulgares. —Dice verdad —dijo el comisario—; que el mesmo ha escrito su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales. —Y le pienso quitar —dijo Ginés—, si quedara en docientos ducados. —¿Tan bueno es? —dijo don Quijote. —Es tan bueno —respondió Ginés—, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas, que no pueden haber mentiras que se le igualen. —Y ¿cómo se intitula el libro? —preguntó don Quijote. —La vida de Ginés de Pasamonte —respondió el mismo. —Y ¿está acabado? —preguntó don Quijote. —¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras. —Luego ¿otra vez habéis estado en ellas? —dijo don Quijote. —Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho —respondió Ginés—; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro; que me quedan muchas cosas que decir, y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro. —Hábil pareces —dijo don Quijote. —Y desdichado —respondió Ginés—, porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio. —Persiguen a los bellacos —dijo el comisario. 102

—Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—, que se vaya poco a poco; que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde su Majestad manda. Si no, ¡por vida de…, basta!; que podría ser que saliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta; y todo el mundo calle, y viva bien, y hable mejor, y caminemos, que ya es mucho regodeo éste. Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte, en respuesta de sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua…

Luego de esto don Quijote exige a los guardas que liberen a los galeotes. El comisario se mofa de don Quijote, el cual le propina una lanzada y da con él en el suelo. Se organiza una trifulca que los galeotes aprovechan para desatarse. …Ayudó Sancho, por su parte, a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero que saltó en la campaña, libre y desembarazado; y arremetiendo al comisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual, apuntando al uno y señalando al otro, sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.

Liberados los galeotes, don Quijote les pide que se encaminen al Toboso y cuenten a Dulcinea la hazaña que ha protagonizado. Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo: —Lo que vuestra merced … puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, y ésta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo, a tomar nuestra cadena, y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no 103

son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo. —Pues, ¡voto a tal —dijo don Quijote, ya puesto en cólera—, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas! Pasamonte, que no era nada bien sufrido, …viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros; y… comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que…dieron con él en el suelo… Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar, si las grebas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán, y dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparse de la hermandad que temían, que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso.

Cap.I-23 (de la segunda ed.) Aquella noche llegaron a la mitad de las entrañas de Sierra Morena, adonde le pareció a Sancho pasar aquella noche, …y así, hicieron noche entre dos peñas y entre muchos alcornoques. Pero la suerte fatal… ordenó que Ginés de Pasamonte, el famoso embustero y ladrón, que de la cadena, por virtud y locura de don Quijote, había escapado, llevado del miedo de la Santa Hermandad, de quien con justa razón temía, acordó de esconderse en aquellas montañas, y llevóle su suerte y su miedo a la misma parte donde había llevado a don Quijote y a Sancho Panza, a hora y tiempo que los pudo conocer y a punto que los dejó dormir; y como siempre los malos son desagradecidos, y la necesidad sea ocasión de acudir a lo que no se debe, y el remedio presente venza a lo por venir, Ginés, que no era ni agradecido ni bien intincionado, acordó de hurtar el asno a Sancho Panza, no curándose de Rocinante, por ser prenda tan mala para empeñada como para vendida. Dormía Sancho; hurtóle su jumento y antes que amaneciese se halló bien lejos de poder ser hallado.

Cap.I-30 (de la segunda ed.) Mientras esto pasaba, vieron venir por el camino donde ellos iban a un hombre caballero sobre un jumento, y cuando llegó cerca les parecía que era gitano; pero Sancho Panza… apenas hubo visto al hombre 104

cuando conoció que era Ginés de Pasamonte; y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno, como era la verdad, pues era el rucio sobre que Pasamonte venía; el cual, por no ser conocido, y por vender el asno, se había puesto en traje de gitano, cuya lengua, y otras muchas, sabía hablar como si fueran naturales suyas. Viole Sancho y conocióle; y apenas le hubo visto y conocido, cuando a grandes voces le dijo: —¡Ah, ladrón Ginesillo! ¡Deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo! ¡Huye, puto; auséntate ladrón, y desampara lo que no es tuyo! No fueran menester tantas palabras ni baldones, porque a la primera saltó Ginés, y tomando un trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos.

Cap. II-4 —A lo que el señor Sansón dijo que se deseaba saber quién, o cómo, o cuándo se me hurtó el jumento, respondiendo digo: que la noche misma que huyendo de la Santa Hermandad nos entramos en Sierra Morena, después de la aventura sin ventura de los galeotes, y de la del difunto que llevaban a Segovia, mi señor y yo nos metimos entre una espesura adonde mi señor, arrimado a su lanza, y yo sobre mi rucio, molidos y cansados de las pasadas refriegas, nos pusimos a dormir como si fuera sobre cuatro colchones de pluma; especialmente yo dormí con tan pesado sueño, que quienquiera que fue tuvo lugar de llegar y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a los cuatro lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo sobre ella y me sacó debajo de mí al rucio, sin que yo lo sintiese. —Amaneció —prosiguió Sancho—; y apenas me hube estremecido, cuando, faltando las estacas, di conmigo en el suelo una gran caída, miré por el jumento y no le vi, acudiéronme lágrimas a los ojos y hice una lamentación, que si no la puso el autor de nuestra historia, puede hacer cuenta que no puso cosa buena. Al cabo de no sé cuántos días, viniendo con la señora princesa Micomicona, conocí mi asno, y que venía sobre él en habito de gitano aquel Ginés de Pasamonte, aquel embustero y grandísimo maleador que quitamos mi señor y yo de la cadena.

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Cap. II-25 Y… en esto entró por la puerta de la venta un hombre todo vestido de camuza, medias, greguescos y jubón, y con voz levantada dijo: —Señor huésped, ¿hay posada? Que viene aquí el mono adivino y el retablo de la libertad de Melisendra. —¡Cuerpo de tal! —dijo el ventero—. ¿Que aquí está el señor mase Pedro? Buena noche se nos apareja. Olvidábaseme de decir como el tal mase Pedro traía cubierto el ojo izquierdo y casi medio carrillo con un parche de tafetán verde, señal que todo aquel lado debía de estar enfermo; y el ventero prosiguió diciendo: —Sea bien venido vuesa merced, señor mase Pedro; ¿adónde está el mono y el retablo, que no los veo? —Ya llegan cerca —respondió el todo camuza—, sino que yo me he adelantado a saber si hay posada. —Al mismo duque de Alba se la quitara para dársela al señor mase Pedro —respondió el ventero—; llegue el mono y el retablo, que gente hay esta noche en la venta que pagará el verle y las habilidades del mono. —Sea en buenora —respondió el del parche—, que yo moderaré el precio, y con sola la costa me daré por bien pagado; y yo vuelvo a hacer que camine la carreta, donde viene el mono y el retablo. Y luego se volvió a salir de la venta. Preguntó luego don Quijote al ventero qué mase Pedro era aquél, y qué retablo y qué mono traía. A lo que respondió el ventero: —Este es un famoso titerero que ha muchos días que anda por esta Mancha de Aragón…, se cree que … está riquísimo; y es hombre galante, como dicen en Italia, y bon compaño, y dase la mejor vida del mundo; habla más que seis y bebe más que doce, todo a costa de su lengua y de su mono y de su retablo. En esto, volvió maese Pedro, y… apenas le vio don Quijote, cuando le preguntó: —Dígame vuesa merced, señor adivino, ¿qué peje pillamo?, ¿qué ha de ser de nosotros?; y vea aquí mis dos reales.... Y, dando con la mano derecha dos golpes sobre el hombro izquierdo, en un brinco se le puso el mono en él, y, llegando la boca al oído, daba 106

diente con diente muy a priesa; y, habiendo hecho este ademán por espacio de un credo, de otro brinco se puso en el suelo; y al punto con grandísima priesa se fue maese Pedro a poner de rodillas ante don Quijote, y abrazándole las piernas dijo: —Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos colunas de Hércules, ¡oh resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería, oh no jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, ánimo de los desmayados, arrimo de los que van a caer, brazo de los caídos, báculo y consuelo de todos los desdichados!... —Mira, Sancho, yo he considerado bien la estraña habilidad deste mono, y hallo por mi cuenta que sin duda este maese Pedro, su amo, debe de tener hecho pacto, tácito o espreso, con el demonio. —Si el patio es espeso y del demonio —dijo Sancho—, sin duda debe de ser muy sucio patio; pero ¿de qué provecho le es al tal maese Pedro tener esos patios? —No me entiendes, Sancho; no quiero decir sino que debe de tener hecho algún concierto con el demonio, de que infunda esa habilidad en el mono, con que gane de comer, y después que esté rico le dará su alma, que es lo que este universal enemigo pretende; y háceme creer esto el ver que el mono no responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede estender a más, que las por venir no las sabe, si no es por conjeturas, y no todas veces; que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente; y siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del diablo, y estoy maravillado como no le han acusado al Santo Oficio… Estando en esto, llegó maese Pedro a buscar a don Quijote y decirle que ya estaba en orden el retablo, que su merced viniese a verle porque lo merecía; don Quijote le comunicó su pensamiento y le rogó preguntase luego a su mono le dijese si ciertas cosas que había pasado en la cueva de Montesinos habían sido soñadas o verdaderas, porque a él le parecía que tenían de todo. A lo que maese Pedro, sin responder palabra, volvió a traer el mono, y puesto delante de don Quijote y de Sancho, dijo: —Mirad, señor mono, que este caballero quiere saber si ciertas cosas que le pasaron en una cueva llamada de Montesinos, si fueron falsas, o verdaderas. 107

Y, haciéndole la acostumbrada señal, el mono se le subió en el hombro izquierdo, y hablándole al parecer en el oído, dijo luego maese Pedro: —El mono dice que parte de las cosas que vuesa merced vio o pasó en la dicha cueva son falsas, y parte verisímiles, y que esto es lo que sabe, y no otra cosa, en cuanto a esta pregunta; y que si vuesa merced quisiere saber más, que el viernes venidero responderá a todo lo que se le preguntare; que por ahora se le ha acabado la virtud, que no le vendrá hasta el viernes, como dicho tiene. —¿No lo decía yo —dijo Sancho— que no se me podía asentar que todo lo que vuesa merced, señor mío, ha dicho de los acontecimientos de la cueva era verdad, ni aun la mitad? —Los sucesos lo dirán, Sancho —respondió don Quijote—; que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra; y por ahora baste esto, y vámonos a ver el retablo del buen maese Pedro, que para mí tengo que debe de tener alguna novedad.

Cap. II-26 —Eso no —dijo a esta sazón don Quijote—; en esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate. Lo cual oído por maese Pedro, cesó el tocar, y dijo: —No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí casi de ordinario mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y con todo eso, corren felicísimamente su carrera y se escuchan, no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho, y deja decir; que como yo llene mi talego, siquiera represente más impropiedades que tiene átomos el sol. —Así es la verdad —replicó don Quijote. Y el muchacho dijo: —Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de la ciudad en siguimiento de los dos católicos amantes, cuántas trompetas que suenan, 108

cuántas dulzainas que tocan y cuántos atabales y atambores que retumban; témome que los han de alcanzar y los han de volver atados a la cola de su mismo caballo, que sería un horrendo espetáculo. Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, pareciole ser bien dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie, en voz alta dijo: —No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla, no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla! Y diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo: —Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta; ¡mire, pecador de mí, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda! Mas no por esto dejaba de menudear don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como llovidos… Hecho, pues, el general destrozo del retablo, sosegóse un poco don Quijote y dijo: —Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen ni quieren creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes; miren si no me hallara yo aquí presente qué fuera del buen don Gaiferos y de la hermosa Melisendra; a buen seguro que esta fuera ya la hora que los hubieran alcanzado estos canes y les hubieran hecho algún desaguisado. En resolución, ¡viva la andante caballería sobre cuantas cosas hoy viven en la tierra! —Viva en hora buena —dijo a esta sazón con voz enfermiza maese Pedro—, y muera yo, pues soy tan desdichado que puedo decir con el rey don Rodrigo: Ayer fui señor de España, y hoy no tengo una almena 109

que pueda decir que es mía No ha media hora, ni aun un mediano momento, que me vi señor de reyes y de emperadores, llenas mis caballerizas y mis cofres y sacos de infinitos caballos y de innumerables galas, y agora me veo desolado y abatido, pobre y mendigo, y, sobre todo, sin mi mono, que a fe que primero que le vuelva a mi poder me han de sudar los dientes, y todo por la furia mal considerada deste señor caballero, de quien se dice que ampara pupilos y endereza tuertos, y hace otras obras caritativas, y en mí sólo ha venido a faltar su intención generosa; que sean benditos y alabados los cielos allá donde tienen más levantados sus asientos. En fin, el Caballero de la Triste Figura había de ser aquel que había de desfigurar las mías. Enternecióse Sancho Panza con las razones de maese Pedro, y díjole: —No llores, maese Pedro, ni te lamentes, que me quiebras el corazón; porque te hago saber que es mi señor don Quijote tan católico y escrupuloso cristiano, que si él cae en la cuenta de que te ha hecho algún agravio, te lo sabrá y te lo querrá pagar y satisfacer con muchas ventajas. —Con que me pagase el señor don Quijote alguna parte de las hechuras que me ha deshecho, quedaría contento, y su merced aseguraría su conciencia, porque no se puede salvar quien tiene lo ajeno contra la voluntad de su dueño y no lo restituye. —Así es —dijo don Quijote—; pero hasta ahora yo no sé que tenga nada vuestro, maese Pedro. —¿Cómo no? —respondió maese Pedro—. Y estas reliquias que están por este duro y estéril suelo, ¿quién las esparció y aniquiló sino la fuerza invencible dese poderoso brazo? Y ¿cúyos eran sus cuerpos sino míos? Y ¿con quién me sustentaba yo sino con ellos? —Ahora acabo de creer —dijo a este punto don Quijote— lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra; don Gaiferos, don Gaiferos; Marsilio, Marsilio, y Carlo Magno, Carlo Magno. Por eso se me alteró la cólera, y por cumplir con mi profesión de caballero andante quise dar ayuda y 110

favor a los que huían, y con este buen propósito hice lo que habéis visto; si me ha salido al revés no es culpa mía, sino de los malos que me persiguen; y con todo esto, deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas; vea maese Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me ofrezco a pagárselo luego en buena y corriente moneda castellana. Inclinósele maese Pedro, diciéndole: —No esperaba yo menos de la inaudita cristiandad del valeroso don Quijote de la Mancha, verdadero socorredor y amparo de todos los necesitados y menesterosos vagamundos; y aquí el señor ventero y el gran Sancho serán medianeros y apreciadores entre vuesa merced y mí de lo que valen o podían valer las ya deshechas figuras... Desta manera fue poniendo precio a otras muchas destrozadas figuras, que después los moderaron los dos jueces árbitros, con satisfación de las partes, que llegaron a cuarenta reales y tres cuartillos, y además desto, que luego lo desembolsó Sancho, pidió maese Pedro dos reales por el trabajo de tomar el mono. —Dáselos, Sancho —dijo don Quijote—, no para tomar el mono, sino la mona, y docientos diera yo ahora en albricias a quien me dijera con certidumbre que la señora doña Melisendra y el señor don Gaiferos estaban ya en Francia y entre los suyos. —Ninguno nos lo podrá decir mejor que mi mono —dijo maese Pedro—, pero no habrá diablo que ahora le tome; aunque imagino que el cariño y la hambre le han de forzar a que me busque esta noche, y amanecerá Dios, y verémonos. En resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compañía a costa de don Quijote, que era liberal en todo estremo... Maese Pedro no quiso volver a entrar en más dimes ni diretes con don Quijote, a quien él conocía muy bien, y así, madrugó antes que el Sol, y cogiendo las reliquias de su retablo y a su mono, se fue también a buscar sus aventuras.

Cap. II-27 Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: Juro como católico cristiano…; a lo que su traductor 111

dice que el jurar Cide Hamete como católico cristiano, siendo él moro, como sin duda lo era, no quiso decir otra cosa sino que así como el católico cristiano, cuando jura, jura o debe jurar verdad y decirla en lo que dijere, así él la decía, como si jurara como cristiano católico en lo que quería escribir de don Quijote, especialmente en decir quién era maese Pedro y quién el mono adivino que traía admirados todos aquellos pueblos con sus adivinanzas. Dice, pues, que bien se acordará el que hubiere leído la primera parte desta historia, de aquel Ginés de Pasamonte a quien, entre otros galeotes, dio libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de aquella gente maligna y mal acostumbrada. Este Ginés de Pasamonte, a quien don Quijote llamaba Ginesillo de Parapilla, fue el que hurtó a Sancho Panza el rucio, que por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta. Pero, en resolución, Ginés le hurtó estando sobre él durmiendo Sancho Panza, usando de la traza y modo que usó Brunelo cuando, estando Sacripante sobre Albraca, le sacó el caballo de entre las piernas; y después le cobró Sancho, como se ha contado. Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen contándolos, determinó pasarse al reino de Aragón y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero; que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por estremo. Sucedió, pues, que de unos cristianos ya libres que venían de Berbería compró aquel mono, a quien enseñó que en haciéndole cierta señal, se le subiese en el hombro y le murmurase, o lo pareciese, al oído. Hecho esto, antes que entrase en el lugar donde entraba con su retablo y mono, se informaba en el lugar más cercano, o de quien el mejor podía, qué cosas particulares hubiesen sucedido en el tal lugar y a qué personas, y llevándolas bien en la memoria, lo primero que hacia era mostrar su retablo, el cual unas veces era de una historia y otras de otra, pero todas alegres y regocijadas y conocidas. Acabada la muestra proponía las habilidades de su mono, diciendo al pueblo que adivinaba todo lo pasa112

do y lo presente, pero que en lo de por venir no se daba maña; por la respuesta de cada pregunta pedía dos reales, y de algunas hacia barato, según tomaba el pulso a los preguntantes; y como tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por no pagarle, él hacia la seña al mono y luego decía que le había dicho tal y tal cosa, que venía de molde con lo sucedido; con esto cobraba crédito inefable y andábanse todos tras él; otras veces, como era tan discreto, respondía de manera que las respuestas venían bien con las preguntas, y como nadie le apuraba ni apretaba a que dijese cómo adevinaba su mono, a todos hacía monas y llenaba sus esqueros. Así como entró en la venta conoció a don Quijote y a Sancho, por cuyo conocimiento le fue fácil poner en admiración a don Quijote y a Sancho Panza y a todos los que en ella estaban; pero hubiérale de costar caro si don Quijote bajara un poco más la mano cuando cortó la cabeza al rey Marsilio y destruyó toda su caballería, como queda dicho en el antecedente capítulo. Esto es lo que hay que decir de maese Pedro y de su mono.

113

Portada de la editio princeps de La hija de Celestina Zaragoza, por la viuda de Lucas Sánchez, 1612

114

¿JERÓNIMO = GINÉS? N su librito Martín de Riquer propone y argumenta que Jerónimo de Pasamonte bien pudo ser Avellaneda, pero, prudente, no esconde los puntos débiles de su proposición. Ya en el inicio (pág. 7) manifiesta que en su día (1969) la formuló...

E

como una arriesgada hipótesis que estoy dispuesto a retirar a la primera objeción seria a fin de no quedar inscrito en la larga lista de fantasiosos que llena uno de los capítulos más enigmáticos de nuestra historia literaria

En 1987, al constatar que aquella proposición gozaba de cierta favorable acogida, o cuando menos no había sido visceralmente rechazada, Riquer, responsable, dio en pensar (pág. 8) que … tal vez mi hipótesis no era del todo descabellada y en cierto modo tengo el deber de razonarla con atención, lo que hoy hago a lo largo del presente libro.

Y finaliza (pág. 164) diciendo que si… se demostrara apodícticamente que el Quijote apócrifo fue escrito por otra persona, por lo menos con el presente libro quedaría reforzada la relación personal entre Cervantes y Gerónimo de Passamonte y quedaría plenamente confirmado que éste aparece envilecido, con el nombre de Ginés de Passamonte, en la primera parte del Quijote. Pero entonces, uno se pregunta: ¿a quién ofendió Cervantes con sinónimos voluntarios?

Ginés de Pasamonte es lindo nombre para un delincuente, y que entre los condenados a galeras se encuentre uno que esté escribiendo su biografía entra dentro de lo que cabe esperar en un capítulo en que Cervantes se acerca al género de la picaresca. Que el maese 115

Pedro del Cap. II-25 se cubra una parte de la cara no necesariamente ha de ser por ocultar un ojo enfermo; resulta casi exigencia del guión: no ha de ser reconocido por don Quijote y Sancho. Tampoco ha de extrañar que un buen pícaro tenga conocimientos de otras lenguas, pues solían deambular por varios países. Pero ahora que sabemos por boca del propio Jerónimo de Pasamonte que padecía una severa miopía desde niño, coincidimos con Riquer en pensar que tras aquel galeote estrábico (suelen serlo algo los muy miopes) del Cap. I-22 no hay otro que el oscuro soldado aragonés. Ese detalle, de no corresponder al sujeto aludido, sólo vendría a cuento si Cervantes le sacase algún partido, por ejemplo al relatar la escena en que Pasamonte ahuyenta a los guardianes. ¿Acaso no sería graciosa la imagen de un estrábico apuntando con una escopeta? Lo de que Ginés era de buen parecer podría ser pura ironía cervantina. No sabemos cómo era físicamente Pasamonte, excepto que era grande de cuerpo, según dice él mismo; pero sí sabemos que había recibido muchas heridas (en el cuello, en la mano derecha… ) y muchos palos a lo largo de su cautiverio; un revés le arrancó varios dientes y le hizo un corte en el labio, y algo debió quedar de aquellas viruelas que sufrió de niño, que estaba una llaga de la cabeza a los pies. En cuanto a la edad de treinta años de Ginés, es inapropiada para alguien nacido en 1553 y, por lo tanto, de edad similar a la del propio Cervantes; pero éste pudo decidir alterarla para acomodarla a un delincuente de más de la marca. Incluso apoyamos la tesis de Riquer en lo relativo a que Ginés = Jerónimo por lo que sucede en el Cap. II-24. Guiados don Quijote y Sancho por el primo de Basilio, se prepara la visita a una ermita donde hace su habitación un ermitaño que dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano. Pero no se produce el encuentro con el ermitaño, y todo queda reducido a un fácil chiste de Sancho sobre el agua y el vino. Los viajeros se encaminan a la venta, donde aparecerá en escena el titiritero maese Pedro, que resulta ser… Ginés. Ahora que sabemos que Jerónimo siempre quiso dedicarse a la religión, puede conjeturarse que Cervantes cambió el personaje en que hacía reaparecer a Pasamonte en DQ-II. ¿Qué movería a Cervantes a acordarse de Jerónimo de Pasamon116

te en DQ-I? ¿Una antiquísima rencilla entre jóvenes soldados? ¿El irreflenable deseo de revelar que las hazañas que Pasamonte se asignaba eran falsas? ¿Quién le conocía? ¿Qué se ganaba con ese desmentido? ¿No será un simple detalle hacia un viejo camarada, como nosotros pensamos? No estamos tan seguros como lo está Riquer de con qué intención le alude Cervantes. En cuanto a las formas empleadas, Riquer interpreta que no hay en ellas nada de gracioso: se insulta gravemente a Pasamonte. Sin embargo, no puede dejar de observarse que el comportamiento de Pasamonte, tanto en ese capítulo como en sus otras apariciones en DQ, es impecable: no hace daño a nadie; se limita, orgulloso, a defenderse de los comentarios del comisario; aprovecha la oportunidad de escapar y, luego, en DQ-II, se ganará la vida como titiritero. En cualquier caso, la única opinión que importa es la que pudo formarse Pasamonte, si es que llegó a leer el Cap. 22 de DQ-I y reconocerse en él. Y aquí no oculta Riquer que uno de los puntos débiles de su proposición es que nada se sabe de Jerónimo de Pasamonte más allá de enero de 1605, cuando con casi 52 años, acosado por enfermedades, perdida la visión de un ojo (el mejor), neurótico y encendido en fervor religioso residía en Capua. No sería éste un inconveniente gravísimo si quedase salvado por el análisis lingüístico; pero no es así: aquellos significativos tics de Avellaneda no están en el texto de Pasamonte, ni los de Pasamonte (que los hay) se encuentran en DQA. En el mejor de los casos, la comparación de los textos de DQA y de la vida del aragonés Pasamonte le sirve a Riquer para afianzarse en la idea de que también Avellaneda lo era. Veamos los tics de Pasamonte ausentes en DQA: * Emplea con frecuencia la expresión “A este tiempo”. * Emplea con frecuencia la expresión “(y) de verdad”. * Emplea “tanto” con valor de “en tanto”, “mientras”. * Emplea “o por ahí” con valor de “cerca”, “casi”. Ni una sola vez emplea “tras” con valor de “después” como hace Avellaneda. Siempre lo emplea como “detrás”: * Arremetió tras mí (Cap. 9). 117

* salir las galeotas … tras nosotros (Cap. 20). * no pasó media hora que salió tras nosotros (Cap. 20). * luego salí tras él (Cap. 23). * quise tomar la puerta para ir tras él (Cap. 23). * él delante y yo tras sus pisadas (Cap. 34). * comenzaron a dar vueltas … unos tras otros (Cap. 47). * no salir más de Nápoles ni ir tras ladrones (Cap. 51). * perversos sabios han tirado cuasi el mundo tras sí (Cap. 53). No se lee en Pasamonte (ni una sola vez) aquel coloquial “a la que” con valor de “cuando”, que emplea Avellaneda en diecisiete ocasiones. Tampoco la coloquial construcción “echar de ver”, que Avellaneda emplea en 31 ocasiones. Las memorias de Pasamonte no son tan breves que impidan encontrar similitudes con otros textos, y así sucede con DQA. Apunta Riquer que la expresión “ya yo” aparece cinco veces en Pasamonte y seis en DQA. Así es, pero no creemos que ello constituya una singularidad: nosotros la hemos localizado dieciséis veces en DQ, quince en La píca Justina, tres en las Novelas ejemplares, dos en el Persiles, cuatro en Marcos de Obregón, una en el prefacio a los Cigarrales y una en los dos textos de Salas Barbadillo. No se le escapa a Riquer que en ambos textos se lee varias veces “propio/proprio” con el valor de “mismo”. Nosotros ya habíamos observado y retenido esa singularidad en DQA, y cuando leímos las memorias de Pasamonte nos inquietó verla a las primeras de cambio: Me torné a arrodillar y confirmar lo propio (lo de hacerse fraile). Todo y que este uso de “propio” se encuentra en otros autores, sí creemos que es un resultado significativo del análisis. Luego de esto, Riquer pasa al asunto de los aragonesismos contenidos en DQA, apoyándose en el texto de Pasamonte. En lo relativo a la construcción “en + gerundio” que ya hemos comentado antes, Riquer lo considera rasgo típico del aragonés, pero, prudentemente, se limita a decir que la asiduidad con que aparece en … el Quijote apócrifo puede corroborar que el autor… era aragonés. En cuanto a “henchir” e “hinchir” por “llenar” tampoco parece cuestión concluyente: 118

En DQA: * hinchirse… de gente. * henchir la panza. * hinche un gran planto. * henchían las medidas. * hinchido de gargajos. * hinchendo la casa. * hinchir… almohadas. * hinchido el ojo. * hinchendo un serón. En MDO: * escarabajo hinchado. * henchí un paño de manos. * hinchen de doctrina. * no cabía en mí de hinchado. * hinche de doctrina. * se hinchó el aposento de… humo. * hinchó el vientre. * hinchó su zaque. * vaciar lo que habían hinchido. * se hincheron tres moyos (una medida de capacidad). * hinche de ponzoña. * pude hinchallo. * hinchandola. * hinchendo las panzas. * hinchendo… cueros. Expresiones que Pasamonte emplea abundantemente son “a la mañana”, “a la tarde”, “a la noche”. Hemos contabilizado 29 casos, que podemos comparar con otros textos: DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

“a la mañana”

4

9

2

0

2

1

0

0

0

23

10

“a la tarde“

0

3

0

0

1

0

0

0

3

13

2

“a la noche”

3

7

2

2

2

0

2

0

10

20

0

SUMA

7

19

4

2

5

1

2

0

13

56

12

119

Encontramos en Pasamonte cuatro pasajes que contienen “venida” con valor de “al llegar”, expresión que vimos era del gusto de Avellaneda: * venida la noche * venida la Primavera * venida la Cuaresma * venida la fragata Pasamonte conjuga 12 veces “tener por cierto” y escribe 10 veces “y cierto” con valor de “y ciertamente”. Compárese con los otros textos: DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

“tener por cierto”

2

2

9

9

5

5

4

12

3

3

0

“y cierto“

0

1

0

0

0

0

3

0

3

0

2

A falta de otras cosas más concluyentes, por abundantes, no queda otro remedio que prestar atención a los detalles. Riquer ve una sospechosa similitud en dos pasajes que aluden a la madrileña fuente del Caño Dorado. En las memorias de Pasamonte (Cap. 40): Un domingo a la tarde, estando en el prado de San Jerónimo recostado sobre unas hierbas junto a la fuente del Caño Dorado que llaman, y de verdad que en aquella iglesia y monasterio aquel domingo me había confesado y comulgado, digo que estando acostado y cantando unos versos del Ariosto…

En DQA (Cap. 29): Viendo don Quijote el calor que hacía…se determinó apear en el prado de San Jerónimo a…gozar de la frescura de sus álamos junto al Caño Dorado que llaman, do estuvieron todos hasta más de las seis.

No nos parece significativo que en ambos textos se aluda al madrileñísimo prado de San Jerónimo. Los autores de la época solían citar estos lugares, como Suárez de Figueroa en El pasajero (Alivio VII): Entré por la anchísima de Alcalá con algún dinerillo, que se despachó presto en comer y probar la mano en las mesillas que están sobre el 120

paseo del Prado, a vista de San Jerónimo: ¡En Madrid y sin dinero: mirad dónde y sin quién!

En cuanto a la muletilla “que llaman”, Cervantes la emplea nada menos que en 34 ocasiones en DQ y Avellaneda lo hace en otros pasajes: * malvasía, que llaman en esta tierra * la venta que llaman del Ahorcado * los bienes que llaman de Fortuna * la calle que llaman de los Bodegones * la puerta que llaman de Madrid * los caños que llaman de Alcalá. * la puerta que llaman del Cambrón. * esta casa es la… que llaman del Nuncio. También apunta Riquer que Avellaneda y Pasamonte emplean el sustantivo “puesto” con el valor de “sitio, lugar”, y que eso es un claro aragonesismo. Pero en Pasamonte el sustantivo sólo aparece en un pasaje (Cap. 17), y parece referirse a la posición de defensa en que él estaba “apostado”: * los enemigos… entraron por aquel puesto y ganaron la fuerza. Añadamos que ese uso de “puesto” lo hemos leído varias veces en el Prefacio de Los Cigarrales de Toledo, del madrileño Tirso de Molina: * en semejantes puestos (ventas). * asaltándole en aquel puesto (cigarral, finca). * en tales días y puesto (la Vega de Toledo). * volviendo… al mismo puesto (pie del balcón). En los textos de Salas Barbadillo: * Queréis que mude puesto. * Ya estamos en el puesto. * volvamos a nuestro primer puesto. * Retírate… mientras… reconozco el puesto. * este puesto era… a propósito. En El buscón * Poníase… boca arriba en su puesto. En El bachiller Trapaza: 121

* halláronle en el puesto. * en el señalado puesto. * púsose en puesto. * en puesto donde pudo dejarse ver. En Pasamonte se lee dos veces “el señal de la cruz”, en masculino. Ciertamente, también se lee en DQA, pero sólo en un caso, y en el mismo párrafo se lee la señal acostumbrada, así que quizá se deba al adjetivo empleado: * se fueron a sus celdas al postrer señal de la priora. Riquer ve una singular coincidencia en que el vocablo “trabajos” con el valor de “penalidades” aparezca en el previsible título (el manuscrito carece de él) de las memorias de Pasamonte, en el título El caballero de los trabajos que Avellaneda habría previsto para una posible continuación de su Quijote y en el prólogo de las Novelas ejemplares (Tasa de agosto de 1613) donde Cervantes anunciaba la próxima publicación de Los trabajos de Persiles. Ciertamente, pues la Aprobación de DQA es de abril de 1614, Avellaneda pudo caer en la cuenta de que podía inquietar a Cervantes amenazándole con utilizar el mismo vocablo que éste emplearía en el futuro Persiles, del que tan orgulloso estaba. No creemos que esto delate especialmente a Pasamonte. Que Pasamonte sea devoto del rezo del Rosario tampoco le significa. Lo que sí resulta sorprendente es el hecho de que él y Avellaneda estén al corriente de la existencia de una cofradía del Rosario en Calatayud. Tanto, que uno de los canónigos de DQA-21 precisa que tiene ciento y cincuenta cofrades; y en cuanto a Pasamonte (Cap. 54): Siendo de edad de 13 años… en Calatayud… me escribí cofrade de la Madre de Dios del Rosario bendito. Riquer apunta que en sólo estos dos textos se alude a esa cofradía, desconocida para conocedores de la vida de Calatayud por mí consultados. Sin abandonar la cuestión religiosa, muchos especialistas han observado que ambas novelitas de DQA exponen el previsible mal fin (Nov. 1) o la vida depravada (Nov. 2) a que se condenan aquellos 122

que abandonan el voto religioso que una vez hicieron. En la primera de esas novelitas, narrada por el soldado Bracamonte, el mal fin de Japelín y su familia no puede en modo alguno ligarse con el abandono de los votos. Es la lascivia del huésped, la inocencia de la esposa (que cree yacer con Japelín) y el deseo de venganza del esposo lo que provoca el terrible desenlace. Claro está que, con otra perspectiva, todo puede interpretarse como un castigo (cruel venganza más bien) que Dios aplica a Japelín en los momentos más dichosos de su vida (tres años de feliz matrimonio, vida acomodada, hijo varón recién nacido…); y tal es el punto de vista de uno de los canónigos que ha escuchado el relato. En la siguiente novelita, el galán Gregorio seduce a Luisa, priora de un convento. Se fugan de la ciudad y viven una vida disoluta que, finalmente, conduce a Luisa a prostituirse. Se separan y, cada uno por su lado, llegan a arrepentirse y regresan a su ciudad, donde Luisa se encuentra con la sorpresa de que la Virgen la ha reemplazado durante su ausencia, y así reemprende su vida religiosa. Gregorio también ingresa en religión, llegando a ser abad de su convento, y, apreciados de todos, fallecen el mismo día y hora. Aquí Riquer recuerda que Pasamonte, antes de ser soldado: un día, oyendo misa en Nuestra Señora del Pilar, me voté en su capilla que, aunque a mi hermano pesase y a todo mi linaje, me había de poner fraile en… Veruela (Cap. 10),

y más adelante: estando en Barcelona… me puse a pensar y dije: ¡Válame Dios! Yo soy corto de vista. ¿Cómo tengo de estudiar no teniendo renta?… Y así me…

asenté soldado en una compañía que allí se hacía (Cap. 11).

Y en el Cap. 35: Un viernes, teniendo yo por devoción no comer sino pan y agua, me preguntó el doctor si aquello era voto. Yo respondí que no, sino devoción, porque un voto que hice no lo cumplí, y que no hacía más votos.

De modo que si Pasamonte fuese Avellaneda no tendría nada de extraño que, pesaroso por haber incumplido el suyo, tratase el 123

incumplimiento del voto religioso en aquellas novelitas en las que podía apartarse de la imitación. Otro detalle al que se ha dado importancia es que en las memorias de Pasamonte y en DQA se alude a Fray Luis de Granada. En las memorias de Pasamonte (Cap. 46): La morisca era una vieja muy burlera, y yo, burlando con ella, le dije:

—Jerónima, ¿cuánto ha que no te has confesado? Ella me dijo: —¿Y tú? Yo respondí: —Poco ha que me confesé. Y replicó: —¿Quién te confiesa? Yo dije, por sacalla al plática: —Yo confieso lo que me acuerdo y lo que el confesor me pregunta. Ella saltó y dijo a las otras: —¿No te dije yo que no has de confesar sino lo que el confesor te pregunta? Yo, entonces, me enojé y les dije las seis reglas que Fray Luis de Granada pone, y que, callando un pecado por temor o malicia, la confesión no es válida.

En DQA (Cap. 1): …pasados algunos días de su encerramiento, empezó… a rogar a Madalena, su sobrina, que le buscase algún buen libro en que poder entretener aquellos setecientos años que él pensaba estar en aquel duro encantamiento. La cual, por consejo del cura Pedro Pérez y de maese Nicolás, barbero, le dio un Flos Sactorum de Villegas y los Evangelios y Epístolas de todo el año en vulgar, y la Guía de Pecadores de fray Luis de Granada; con la cual lición… fue reducido dentro de seis meses a su antiguo juicio y suelto de la prisión en que estaba.

Ciertamente, ambos pasajes aluden a la misma obra, pero las de Fray Luis de Granada eran de referencia en cuanto a práctica cristiana y solían aparecer en los textos de la época. Como en MDO (Descanso III-17): —No es mi nombre —dijo— de los conocidos por el mundo, sino a la manera de mi persona, llámome Pedro Jiménez Espinel. Diome un aldabada en el corazón, pero sosegueme, prosiguiendo en la conversación 124

para entretener el camino hasta llegar al lugar; y preguntele: —Y con esa vida tan segura ¿tenéis algunas pesadumbres que os inquieten? — Par Dios, señor —respondió—, si no es cuando no hallo la hacienda bien hecha, o la comida por aderezar, no tengo pesadumbre; y ésa, con leer el Memorial de la vida cristiana de fray Luis de Granada, se me quita como por la mano. —¡Cuántos filósofos —dije yo— han procurado esa sencillez y no la poseyeron con cuantas observaciones han tenido en los preceptos de la filosofía moral y natural!

Para Riquer, el que Pasamonte aparezca en varios pasajes de DQA sin que se empleen términos insultantes sería prueba de la autoría de su candidato. En particular, Riquer se detiene en el término buena boya, aplicable al remero profesional, no al condenado al remo por sus delitos. Ya hemos apuntado en algún otro lugar que parece que los críticos no han detectado las ironías de Avellaneda. De lo de buena boya volveremos a tratar más adelante, junto con lo de los gargajos. Comenta Riquer que por más que Pasamonte fuese Avellaneda, como propone, el examen lingüístico de los textos de las memorias y de DQA nunca sería seguro, debido a la intervención de terceros que habrían retocado los textos por aquí y por allí: en las memorias, el bachiller copista, y en DQA, el imprescindible copista (por la previsible mala caligrafía del autor) y, luego, los cajistas catalanes que compusieron el libro. En cuanto a los cajistas, podemos afirmar (por haberlas compulsado enteramente) que los valencianos que compusieron las ediciones de DQ que se hicieron en la imprenta de Mey y los barceloneses que compusieron DQ en 1617 (copiando las espléndidas eds. valencianas) en absoluto intervinieron en el texto en la medida apuntada por Riquer. Ahora bien, aquellos cajistas copiaron un libro, no un manuscrito, donde se tomarían más libertades. En estos asuntos conviene plegarse a la abrumadora experiencia de Riquer, y, ciertamente, explicaría el ocasional extravío de la preposición “de” a continuación de adverbios, como es usual en catalán. Pero fuera de algún que otro paralelismo singular, de la total lectura de ambos textos cuesta admitir que DQA pudiera haber sido escrito por aquel Pasamonte de los últimos capítulos de sus memo125

rias. Y no sólo por el estilo, los vastos conocimientos evidenciados y el abandono de unos tics en beneficio de otros, también por la arquitectura, casí matemática, con que se construyó DQA: tres partes de doce capítulos cada una, la precisa colocación de las novelitas auxiliares (casi en el centro del tomo, bien ligadas entre sí y sumando seis capítulos, que es la mitad exacta de una parte…). Todo esto se nos antoja lejos de las posibilidades de Jerónimo de Pasamonte. ¡Demasiado perfecto! Por no hablar de que sus rezos poco tiempo le dejarían para ocuparse de las cosas mundanas. Tampoco encaja mucho que Pasamonte se dignase leer las Novelas ejemplares de su enemigo (la Tasa es de agosto de 1613 y DQA lleva Aprobación de abril de 1614), y aun menos que las calificase de no poco ingeniosas. He ahí el juicio de un literato que conoce toda la obra cervantina, de la que sólo aprueba la pastoril Galatea. Pero el candidato presentado por Riquer es aragonés, como apuntó Cervantes, se le alude con un claro “sinónomo voluntario” y (si leyó DQ-I, se reconoció y se ofendió) tuvo un móvil para cometer lo que a veces se ha llamado el crimen de Avellaneda. Lo que no se ha podido demostrar es que Pasamonte tuviese la oportunidad. Tampoco se le ha encontrado en el registro el arma. Así las cosas, al menos para nosotros, Pasamonte no pasa de ser sospechoso; y ello nos devuelve a las palabras con que Riquer acaba su libro: Pero entonces, uno se pregunta: ¿a quién ofendió Cervantes con sinónimos voluntarios? Y es aquí donde nosotros entramos de hoz y de coz en el asunto. Porque tiempo atrás habíamos localizado otro seudónimo, aunque en un principio no lo asociamos con el enigma de Avellaneda, del que bien poco sabíamos. Luego sí, pero lo descartamos. Y ahora…

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EL OTRO SINÓNIMO VOLUNTARIO ACE unos años, releyendo la primera parte del Quijote, y en concreto el Cap. 51 (el penúltimo), nos dijimos: ‘Esto no es de aquí’. No: la súbita aparición de un cabrero para contar que una hermosa moza de su pueblo fue burlada por un soldado no nos parece lo más apropiado en esos momentos en que al lector se le va agotando el libro que tiene en las manos. Tenemos la sensación de que la idea original de Cervantes sí incluía aquel alto en el camino en que sucede la aventura de los disciplinantes (que recupera al don Quijote de los primeros capítulos) a resultas de la cual, muy quebrantado física y moralmente, regresaría a su aldea condenado al olvido, si no a morir cristianamente; pero, como no es ésa la única fisura que puede observarse en la arquitectura de DQ-I, pensamos que Cervantes, gustoso de la historia de Leandra y decidido a incluirla en DQ-I, la habría metido allí con calzador, como suele decirse. Meses más tarde, volviendo a pasar la vista por ese Cap. 51, caímos en la cuenta de que el currículum y habilidades del burlador de Leandra, el soldado Vicente de la Rosa, tenía evidente paralelismo con Vicente Espinel, natural de Ronda, de edad similar a la de Cervantes, consumado poeta y guitarrista, que de joven llevó una vida disipada y cuya etapa militar encierra algunas incógnitas. Veamos el currículum del soldado Vicente de la Rosa*:

H

…no había tierra en todo el orbe que no hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado; había muerto más moros que tiene Marruecos y Túnez, y entrado en más singulares desafíos, según él decía, que Gante y Luna, Diego García de Paredes y otros mil que nombraba, y de todos había salido con vitoria, sin que le hubiesen derramado una sola gota de sangre; por otra parte, mostraba señales de heridas que, aunque no se divisaban, nos hacía entender que eran arcabuzazos dados en diferentes rencuentros y faciones. Finalmente, * En las 2 primeras eds. de Juan de la Cuesta se le apellida “de la Roca” 1 vez; la tercera ed. adoptó “Roca” en todas las apariciones, y las eds. de Valencia y Bruselas editaron “Rosa”.

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con una no vista arrogancia llamaba de vos a sus iguales y a los mismos que le conocían, y decía que su padre era su brazo, su linaje sus obras, y que, debajo de ser soldado, al mismo Rey no debía nada. Añadiósele a estas arrogancias ser un poco músico y tocar una guitarra a lo rasgado, de manera, que decían algunos que la hacía hablar; pero no pararon aquí sus gracias, que también la tenía de poeta, y así, de cada niñería que pasaba en el pueblo componía un romance de legua y media de escritura. Este soldado, pues, que aquí he pintado, este Vicente de la Rosa, este bravo, este galán, este músico, este poeta, fue visto y mirado muchas veces de Leandra desde una ventana de su casa que tenía la vista a la plaza; enamorola el oropel de sus vistosos trajes; encantáronla sus romances, que de cada uno que componía daba veinte traslados; llegaron a sus oídos las hazañas que él de sí mismo había referido, y, finalmente, que así el diablo lo debía de tener ordenado, ella se vino a enamorar dél, antes que en él naciese presunción de solicitalla…

¿Qué nos llevó a esa extravagante deducción? Sencillamente, que se nos vino a las mientes lo que de Vicente Espinel dice Federico Carlos Sainz de Robles en el prólogo a la edición del Marcos de Obregón del Círculo de Amigos de la Historia (1975): Rondeño y flamenco. Por su naturaleza y por su gracia, respectivamente. A la Universidad de Salamanca llegó en compañía de un arriero, y se graduó en Artes, y dio lecciones de canto “antes dadas que pagadas”. Regresó a su tierra, según él mismo confiesa, caminando “a la apostólica”. Cuando ciertos tíos suyos fundaron una capellanía, Espinel, “mancebo virtuoso”, fue su primer capellán. Y siempre flamenco-jaque de la vida y siempre rondeño —toreador de la mala fortuna bien encornada— frecuentó las tertulias literarias de Góngora y de los Argensola; multiplicó en Sevilla “ciertos desórdenes” impropios de su condición clerical; embarcó para Italia, le apresaron los corsarios argelinos y le liberaron los navegantes genoveses; se incorporó al ejército de Alejandro Farnesio, en Milán; regresó a Ronda, y como acto de contrición que le facilitase las órdenes sacerdotales, escribió la Canción a su patria y una epístola enderezada a su amigo 128

el obispo Pacheco, en la que condenaba sus propias aventuras; fue sacerdote en Málaga, bachiller en Arte en Granada, capellán del Hospital Real de Ronda, virtuoso de la quinta cuerda de la guitarra en Madrid, autor de villancicos y maestro de música, cofrade de los esclavos del Santísimo Sacramento… Murió en Madrid. Le enterraron en la bóveda de la parroquia de San Andrés. Y ha resucitado, inmortal, en el Olimpo español. Lo antecedente es una síntesis, esquemática, de su biografía. Pero tratándose de tan importante escritor, vale la pena ampliarla… Su padre, Francisco Gómez, procedía de las Asturias de Santillana. Su madre, Juana Martín, de familia de conquistadores. Y el Espinel que tomó para inmediato escudero de su nombre de pila, le venía de terceras o cuartas partes familiares. En Ronda enseñó Gramática y Música a Espinel el bachiller y noble compositor don Juan Cansino. En 1572, unos tíos suyos le concedieron una capellanía que habían fundado, por consejo del trinitario fray Rodrigo de Arce. Con el favor de este mismo religioso pudo Espinel volver a Salamanca, donde, merced a la gracia de sus cuentos y al encanto de su música, se hizo amigo de personajes tan importantes como Luis de Vargas, los Argensola, Gálvez de Montalvo, Liñán de Riaza, Marco Antonio de la Vega, y abriéndosele las puertas de los palacios del marqués de Tarifa, de los Alba, de los Girón. Aun frecuentó más la casa de la noble señora doña Agustina de Torres, con quien se reunían músicos tan afamados como Matute, Lara, Julio Castilla. Vivió Espinel algún tiempo en Zaragoza, con los Argensola. En Valladolid, de 1574 a 1577, fue escudero del conde de Lemos, don Pedro de Castro. Tuvo intención de acompañar a éste cuando el de Lemos siguió al rey don Sebastián en la infausta expedición africana, pero se quedó en Sevilla, entregándose de nuevo a la vida disipada en lupanares y figones, y sacando provecho de su gracia extraordinaria y de su encantadora música de gran vihuelista, y aun presumiendo de valentón y de jaque. El marqués de Algaba, que le protegió con afecto, hubo de dejarle por imposible. Entonces Espinel, huyendo de la justicia, hubo de acogerse a sagrado. Con el favor del marqués de Denia pasó a Italia, sirviendo al duque de Medina-Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán, nombrado para gobernar Milán. Desembarcó (1573) en Génova. Poco después marchó a 129

Flandes, yendo a meterse en el ejército de Alejandro Farnesio, cuando se aprestaba al asalto de Maestrich. Allí encontró a don Hernando de Toledo, a quien dedicó una bella égloga que canta sus amores con doña Antonia de Calatayud en Salamanca y en Sevilla. Volvió a Milán con don Octavio Gonzaga. Y durante tres años recorrió toda la Lombardía, ya como soldado, ya como músico de la casa de don Antonio de Londoño. Cansado de la milicia y del vagabundeo, regresó a España. Ya habían muerto sus padres, por lo que regresó a Málaga, de donde era obispo su amigo don Francisco Pacheco de Córdoba. Por entonces escribió, según ya indicamos, su Canción a la patria y la epístola al prelado malagueño, poesías de arrepentimiento con las que parece ser ganó su derecho a ordenarse sacerdote. Completó en Ronda sus estudios de Moral, y cantó misa en Málaga, logrando un benéfico rondeño. En 1589 se graduó bachiller en Artes en Granada. En 1591 puso un sustituto en la capellanía del Hospital Real de Santa Bárbara, en Ronda, y se largó a Madrid. Este mismo año publicó sus Rimas, libro que había tenido la censura (1587) de Alonso de Ercilla, quien declaró “que las había hallado de las mejores de España”. En 1596 le privaron de su beneficio eclesiástico debido a la liviandad de sus costumbres en la Corte. En 1599 se graduó bachiller en Artes por la Universidad de Alcalá y tomó posesión de la plaza de capellán en la Capilla del Obispo de Plasencia, en Madrid, que don Fadrique Vargas Manrique le tenía reservada, con 30 000 maravedises anuales de emolumentos y 12 000 más como maestro de música. Este segundo cargo lo desempeñó hasta su muerte. Perteneció Espinel a la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento y a la Academia Poética que protegía don Félix Arias Girón. Acudió a un certamen literario organizado (1622) con motivo de la canonización de San Isidro. Durante los últimos años de su vida recibió Espinel las alabanzas de los mejores ingenios de la época, que se enorgullecían de llamarse discípulos suyos. Cervantes le alabó con entusiasmo varias veces, una de ellas en el “Canto a Calipso” (sic) del Viaje del Parnaso (1614). Lope de Vega —en su Laurel de Apolo— le califica de “único poeta latino y castellano de estos tiempos”; y en su dedicatoria de El caballero de Illescas, dice a Espinel que el bello arte “no olvidará jamás en los instrumentos el arte y la dulzura de vuesa merced”; y en la dedicatoria a Marta de Nevares de La viuda valenciana al ponderar la voz y la des130

treza musical de su amante, dice que, oyéndola, “el padre de la música, Vicente Espinel, se suspendería atónito”. Gran músico, poeta y prosista fue Espinel. Dos inventos notables llevan su nombre: en música, la quinta cuerda de la guitarra, que transformó este instrumento, tomando el nombre de “guitarra española”. En poesía, la décima llamada “espinela”, combinación métrica sencilla y musical… Vicente Espinel escribió muy bellas poesías para el Cancionero (1586) de López Maldonado; para el Guzman de Alfarache (1599) de Mateo Alemán; para El peregrino indiano (1599) de Saavedra Guzmán; para el Modo de pelear a la jineta (1605), de Simón de Villalobos; para la Historia de Nuevo México, del capitán Gaspar de Villagrá; para El español Gerardo (1616), de Céspedes y Meneses, para la Muerte de Dios por la vida del hombre (1619), de fray Hernando Camargo; para el Secretario de señores (1622), de Pérez del Barrio. Y muchas para la antología Flores de poetas ilustres de España. Espinel fue solicitadísimo —por su comprensión, su liberalidad, su juicio sutil y su maestría literaria— para la censura de libros. Censuró más de ochenta. Sólo a Lope, las partes Sexta (1615), Séptima (1617), Duodécima y Décimoquinta (1620) a Décimonona. Pero su máxima gloria literaria la debe Espinel a su libro novelesco Vida del escudero Marcos de Obregón (Madrid, 1618), del género picaresco…

¡Cuántos nombres comunes a la vida y obra de Cervantes! Parece oportuno traer aquí las alabanzas cruzadas que conocemos. En La Galatea de Cervantes (Libro IV, Canto de Calíope): Del famoso Espinel cosas diría que exceden al humano entendimiento de aquellas sciencias que en su pecho cría el divino de Febo sacro aliento. Mas, pues no puede de la lengua mía decir lo menos de lo más que siento, ni diga más, sino que al cielo aspira ora tome la pluma, ora la lira.

A su vez, Vicente Espinel en la Casa de la Memoria, (Rimas, fol. 131

44) le había rendido análogo tributo: No pudo el hado inexorable avaro, por más que usó de condición proterva, arrojándote al mar sin propio amparo entre la mora desleal caterva, hacer, Cervantes, que tu ingenio raro, del furor inspirado de Minerva, dejase de subir a la alta cumbre dando altas muestras de divina lumbre.

En el Cap. 2º del Viaje al Parnaso dice Cervantes a Apolo: Éste, aunque tiene parte de Zoilo*, es el grande Espinel, que en la guitarra tiene la prima, y en el raro estilo.

En la Carta adjunta al Parnaso y fechada a 22 de Julio de 1614 que Apolo remite a Cervantes por medio de Pancracio Roncesvalles, le ecomienda: Al famoso Vincente Espinel dará vuesa merced mis encomiendas, como a uno de los más antiguos y verdaderos amigos que yo tengo.

También leímos algo inquietante en el extenso prólogo de Juan Pérez de Guzmán a la edición de Marcos de Obregón de la Biblioteca Artes y Letras (Barcelona, 1881): Pellicer, en la Vida de Cervantes, ha querido encontrar el origen del Marcos de Obregón en un movimiento de emulación del anciano maestro hacia el genio divino del autor inmortal del Quijote . Preciso es confesar que el diligente biógrafo no ha dado pruebas bastantes de lo que aseveraba, sino meras conjeturas que bien pudieran estrellarse * El lector ya sabe que Zoilo se distinguió por sus injustas censuras a Homero.

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en la noción que tenemos de la amistad y el respeto recíproco que en vida uno y otro se profesaban. Por otra parte, en las realidades de la vida, los dos simultáneamente confluían a la protección misericordiosa del cardenal arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas, de quien Salas Barbadillo en la dedicatoria de La Estafeta del Dios Momo descubrió recibían uno y otro pensión continua “para que pasasen su vejez con menos incomodidad”. ¿Es presumible siquiera que Espinel pretendiera aquel favor por el camino de una envidiosa rivalidad, como Pellicer deja entrever en la alusión a los escuderos pedigüeños y habladores de que en la dedicatoria al prelado hablaba cuando decía: “No será Marcos de Obregón el primero escudero hablador que ha visto Vuestra Señoría Ilustrísima, ni el primero que con humildad se ha postrado a besar el pie de quien tan bien sabe dar la mano para levantar caídos”? Por Zoilo que Espinel fuese y en que Cervantes lo estimara, lícito es creer que Pellicer necesitó una gran fuerza de sutil suspicacia para notar la malicia en las palabras apuntadas, y mucho más para sorprender una alusión del escudero Marcos de Obregón al escudero Sancho Panza. ¡Eran muy distintos escuderos! Además, cuando Espinel ponía su dedicatoria a los pies del cardenal Sandoval, hacía tiempo que acerca de lo de Zoilo inválido, Lope de Vega ya había escrito al Duque de Sesa, su Mecenas: “Merece Espinel que Vuestra Excelencia le honre por hombre ingenioso en el verso latino y castellano, fuera de haber sido único en la música; que su condición ya no será áspera, pues la que más lo ha sido en el mundo, se templa con los años o se disminuye con la flaqueza”.

Hasta aquí lo poco que sabíamos de Vicente Espinel y de su relación con Cervantes. No le dimos más importancia a este asunto hasta que, otro día, como una ráfaga, nos vino a la imaginación que aquel Canto a la Patria que compuso Vicente Espinel bien podría ser aquel romance de legua y media de escritura que, con ironía, dice el cabrero Eugenio que componía Vicente de la Rosa de cada niñería que pasaba en el pueblo (el vocablo “patria” tenía entonces un valor más localista que hoy). ¡Ahora estaba todo claro! Cervantes no había querido cerrar su 133

DQ-I sin tener un detalle con su antiguo y verdadero amigo. Nos satisfizo haber encontrado justificación a aquella primera inquietud, casi intuitiva; y no menos nos satisfizo el que nunca hubiéramos leído que nadie asociase a estos dos Vicentes: ¡que buena Nota sería ésa para la edición comentada de DQ que estabamos preparando! Eso que el lector ya estará pensando ni se nos pasó por la imaginación. Entre otras razones porque por entonces no habíamos leído el Quijote de Avellaneda y su prólogo completo. Pasó el tiempo, continuamos el lento trabajo de nuestras Notas, que nos obligaba a leer otros textos de la época. Pensamos que algo podríamos sacar de DQA, cayó en nuestras manos un ejemplar de la ed. de Fdo. García Salinero, leímos su Introducción, y reparando en aquel ofender a mí, inevitablemente empezamos a pensar qué personaje de DQ-I era el más vil, quién era el malo de la película. Concluímos que el mayor bellaco de cuantos allí aparecen, el que comete la peor acción sin que Cervantes le dé oportunidad de redimirla, ése era, sin duda, aquel chulesco soldado del Cap. 51; y entonces nos llegó otra ráfaga que dejó perfectamente encajado aquello en que años atrás habíamos intuído algo raro: Vicente de la Rosa es un clarísimo “sinónomo voluntario” de Vicente Espinel. Y Vicente Espinel fue sacerdote, y había vivido en Zaragoza, y… Pero nos dijimos: “No. No es posible que Espinel fuese Avellaneda: él y Cervantes eran amigos”. Ya teníamos bastante con nuestra nota. Otro día, cuando releíamos el libro Marcos de Obregón, nos sorprendió el final del Descanso II-I. El autor trata (otra vez más) de los que hablan demasiado, de los que son dispersos en el discurso, de los que tienen la mala costumbre de interrumpir al que está hablando, de los que intervienen para contradecir al que habla…Y de repente: aun en los libros que se imprimen no rehuye la infame y mal nacida envidia de usar de libertades muy conocidas. Los libros que se han de dar a la estampa han de llevar doctrina y gusto que enseñen y deleiten, y los que no tienen talento… no se deslicen a echar pullas con ofensa de los hombres de opinión. O no escriban; que no ha de ser todo danzas de espadas, que después de hechas no queda fruto ni memoria de cosa que se pegue al alma. Han de llevar los libros que se dan a la estampa mucha pureza y castidad de lenguaje: pureza en la elección de las palabras y 134

honestidad de conceptos, y castidad en no mezclar bastardías que salen de la materia, como maledicencias o desestimación de lo que otros hacen, especialmente cuando son contra quien sabe decir, y sabe qué decir; y tan mal dichas, que van señalando con el dedo, con que descubren su ignorancia y desacreditan sus escritos y manifiestan su envidia y declaran su malicia. Tornando a la materia del hablar, digo que…

¡Qué arrebato! Nos dijimos que ahí Espinel, como gran amigo de Cervantes, atacaría a Avellaneda. Ahora no lo tenemos tan claro (echar pullas, ofensa, contra quien sabe decir, señalando con el dedo, envidia), y reflexionando sobre ello, hemos caído en la cuenta de que entre aquellas libertades no se censura la de esconderse tras seudónimos. Cervantes sí cargó las tintas sobre aquel que no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad. Ahora nos preguntamos: ¿Cuándo escribiría Espinel ese Descanso? ¿A quién defendía y a quién atacaba? Pero hay más. Cuando decidimos buscar en Internet el texto electrónico de Marcos de Obregón, encontramos uno en que no falta el “Prólogo al Lector” cuyo contenido desconocíamos, pues, increíblemente, lo omitió la ed. del Círculo de Amigos de la Historia. Comienza así: Muchos días, y algunos meses y años, estuve dudoso si echaría en el corro a este pobre Escudero…; que la confianza y la desconfianza me hacían una muy trabada e interior guerra. La confianza, llena de errores; la desconfianza, encogida de terrores; aquélla muy presumptuosa, y estotra muy abatida; aquélla desvaneciendo el celebro, y ésta desjarretando las fuerzas… Comuniquélas con el Licenciado Tribaldos de Toledo, muy gran poeta latino y español, docto en la lengua griega y latina, y, en las ordinarias, hombre de consumada verdad; y con el maestro fray Hortensio Félix Paravesín, doctísimo en letras divinas y humanas, muy gran poeta y orador; y alguna parte dello con el Padre Juan Luis de la Cerda, cuyas letras, virtud y verdad están muy conocidas y loadas; y con el divino ingenio de Lope de Vega; que como él se rindió a sujetar sus versos a mi corrección en su mocedad, yo, en 135

mi vejez, me rendí a pasar por su censura y parecer; con Domingo Ortiz, secretario del Supremo Consejo de Aragón, hombre de excelente ingenio y notable juicio; con Pedro Mantuano, mozo de mucha virtud, y versado en mucha lección de autores graves que me pusieron más ánimo que yo tenía… El intento mío fue ver si acertaría a escribir en prosa algo que aprovechase a mi república, deleitando y enseñando, siguiendo aquel consejo de mi maestro Horacio; porque han salido algunos libros de hombres doctísimos en letras y en opinión, que le abrazan tanto con sola la doctrina, que no dejan lugar donde pueda el ingenio alentarse y recebir gusto; y otros, tan enfrascados en parecerles que deleitan con burlas y cuentos entremesiles, que, después de haberlos leído, revuelto, aechado y aún cernido, son tan fútiles y vanos que no dejan cosa de sustancia ni provecho para el lector, ni de fama y opinión para sus autores. El padre maestro Fonseca escribió divinamente Del amor de Dios, y con ser materia tan alta, tiene muchas cosas donde puede el ingenio espaciarse y vagarse con deleite y gusto; que ni siempre se ha de ir con el rigor de la doctrina, ni siempre se ha de caminar con la flojedad del entretenimiento: lugar tiene la moralidad para el deleite, y espacio el deleite para la doctrina; que la virtud (mirada cerca) tiene grandes gustos para quien la quiere, y el deleite y entretenimiento dan mucha ocasión para considerar el fin de las cosas.

El lector recordará del prólogo de DQ-I que Cervantes ironizaba respecto al agustino Cristóbal de Fonseca y su libro Del amor de Dios. ¿Por qué sale Espinel en su defensa 13 años después? ¿Quién anda detrás de los enfrascados en parecerles que deleitan con burlas y cuentos entremesiles? Y también recordará el lector ciertas palabras de don Quijote en el Cap. II-32: Todo esto he dicho para que nadie repare en lo que Sancho dijo del cernido ni del ahecho de Dulcinea; que pues a mí me la mudaron, no es maravilla que a él se la cambiasen. ¿Qué podemos decir nosotros de Espinel y de Lope de Vega? No tenemos más información de la que obtuvimos de las Introducciones a aquellas ediciones de Marcos de Obregón. En la firmada por Juan Pérez de Guzmán leemos lo siguiente: 136

Casi a fines del siglo último (el s. XVIII) la vida de Espinel era absolutamente desconocida hasta por sus más entusiastas admiradores. No se tenía ningún dato seguro sobre el lugar ni la fecha de su nacimiento. Se ignoraba dónde, en qué año, de qué edad, en cuál grado de la fortuna había muerto; todo el resto de su vida se ocultaba en el misterio. Una frase de Lope de Vega en el Laurel de Apolo le hizo concebir nonagenario y pobre. …en su segunda expedición a Salamanca. Aunque el poeta declara que esta vez pasó tres o cuatro años (sólo fueron dos) en esta ciudad, y de que se le dio una plaza en los verdes de San Pelayo, hallándose de escolares en este colegio el que luego fue obispo de Valladolid, don Juan Vigil de Quiñones, y el consejero de la Inquisición, don Juan de Llanos y Valdés, la circunstancia de no aparecer más el nombre del poeta ni en las matrículas de la Universidad ni en los registros de San Pelayo, hace sospechar sobre la condición de la plaza que en este colegio se le dio, de seguro más humilde que la posesión de una beca. Sin embargo, si hemos de creer a Lope de Vega en el Papel sobre la nueva poesía , de esta época datan las relaciones de amistad y compañerismo que Espinel mantuvo toda su vida con el marqués de Tarifa. primogénito del duque de Alcalá de los Gazules, con otros títulos y grandes, como los Alba y los Girones, con Pedro de Padilla, caballero del hábito de Santiago, con Luis Gálvez de Montalvo, que lo era de la orden de San Juan de Jerusalén, con don Luis de Vargas Manrique, con los Argensolas, con Pedro Liñán de Riaza, con Pedro Lainez, con Marco Antonio de la Vega, con el doctor Garay y últimamente con el joven don Luis de Góngora y Argote, recién llegado de Córdoba. De éstos, los que no presumían de caballeros, teníanse por hidalgos de renta y caudal, aunque estudiantes y poetas todos. ¿Fue que con ellos solamente lo introdujo su superioridad en la poesía, o su habilidad, que Lope llamó repetidas veces “única”, en la música y el canto? Estas facultades le abrieron la casa de doña Agustina de Torres, en la cual, según López Maldonado, en la Elegía de su muerte, se reunían los más famosos músicos de la ciudad, el gran Matute, el celebrado Lara, el divino Julio Castilla y otros. La facultad y los conocimientos musicales de Espinel, y su invención 137

de la quinta cuerda de la guitarra española, más bien han sido considerados hasta aquí, como adorno de su persona y perfección de su ingenio que como progresos positivos en una profesión que a él le valió en vida tanta dignidad como el sacerdocio. El papel que en el arte divino ha representado siempre la guitarra no ha sido por otra parte, el más adecuado para conceder importancia a los adelantos reflejados sobre este instrumento. Sin embargo en el acto I, escena 8ª de La Dorotea hace Lope de Vega decir a Gerarda: “A peso de oro habíades vos de comprar un hombrón de hecho y de pelo en pecho, que la desapasionase de estos sonetos y de estas nuevas décimas o espinelas que se usan; perdóneselo Dios a Vicente Epinel, que nos trujo esta novedad y las cinco cuerdas de la guitarra con que ya se van olvidando los instrumentos nobles”. El mismo Lope de Vega, apenas nombra una sola vez a Espinel en alguna de sus obras, y lo nombra en muchas, sin celebrar al músico tanto como al poeta. En su dedicatoria de El caballero de Illescas dice a Espinel que el bello arte “no olvidará jamás, en los instrumentos el arte y dulzura de vuesa merced”. En la dedicatoria de La viuda valenciana, a doña Marta de Nevares, haciendo encomios de las bellas prendas que adornaban a esta señora, dijo Lope de Vega también: “si toma en las manos un instrumento, a su divina voz e incomparable destreza el padre de la música, Vicente Espinel, se suspendiera atónito”.

Cervantes le llamaba “amigo”; Lope de Vega “maestro”. Cuando al estilo de Italia se importaron a España las Academias Poéticas bajo la proteccion de los Príncipes y Grandes, la de Madrid y su protector don Félix Arias Girón, de la casa condal de Puñonrostro, según Lope de Vega en su Laurel del Apolo, laurearon con grande aplauso de señores e ingenios a Vicente Espinel, “único poeta latino y castellano de estos tiempos”. Fundóse en 1608 bajo la protección del duque de Lerma, el poderoso favorito de Felipe III, la Esclavonia del Santísimo Sacramento, que no era sino una gran comunidad de Grandes y gentes de letras, parecida a lo que ahora es un partido político, y en la que Lerma se apoyaba para sostenerse en el poder, y a ella fue la autoridad 138

de nombre de Vicente Espinel, entre los de la flor de la aristocracia de la sangre y de las letras por aquel tiempo. Se canonizó San Isidro, patrón de Madrid, cuyo suceso fue un gran acto de la política de aquel tiempo, y a sus justas y certámenes llevó Espinel el óbolo de sus versos, no por la codicia del premio, sino por tributo de altos respetos. Lo mismo se solicitaban sus censuras y aprobaciones. El primero en reclamarlas era el mismo Lope de Vega. En 1615 apareció la Sexta parte de sus Comedias, y Espinel en su aprobación un año antes, decía solamente que aquel libro era muy digno de imprimirse, para que todos gozaran de sus excelentísimos versos y conceptos. Vino en 1617 la parte Séptima, y aquí fue ya más expresivo. contestando puntualmente a los tres extremos que la censura debía abrazar. “Cuanto a lo primero, decía, no hallo mal sonante ni cosa que ofenda a la religión y buenas costumbres. Cuanto a lo segundo, tienen lenguaje muy cortesano puro y honesto: las personas guardan la propiedad del arte; de manera que ni el señor se humilla al modo inferior del criado, ni la matrona a la condición de la sierva, y todo con pensamientos y conceptos ajustados a la materia de que se trata. Cuanto a lo tercero, si pueden imprimirse, digo, que si hay permisión y es lícito representarse con los adornos, palabras y talle de una mujer hermosa y de un galán bien puesto y mejor hablado; ¿por qué no lo será que cada uno en su rincón pueda leerlas, donde sólo el pensamiento es el juez, sin los movimientos y acciones que alegran a los oyentes? ¿Dónde es más poderosa la vista que el oído? Signia irritant animos demissa per aures: quam quae sunt oculis subjecta fidelibus”.

[Esto recordará al lector lo dicho por el cura en el Cap. DQ-I-48: En materia ha tocado vuestra merced, señor canónigo, que ha despertado en mí un antiguo rancor que tengo con las comedias que agora se usan, tal, que iguala al que tengo con los libros de caballerías; porque habiendo de ser la comedia, según le parece a Tulio, espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres y imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplos de necedades e imágenes de lascivia. Porque, ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera cena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho hombre barbado? Y ¿qué 139

mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo rectórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona?]

Sigamos: Otra vez en 1617 volvió el Consejo Real a encomendarle el exámen de la Docena parte de las Comedias de Lope, y otra vez él las elogiaba, en lugar de censurarlas, y escribía: “…y porque en esta obra campea la elocuencia española y el vuelo grande de la retórica y poesía de su insigne autor, la cual va acompañada con mucha erudición de lectura y varia, es bien que se imprima, para que los venideros escritores tengan qué imitar y los presentes qué aprender. Para poner cima a la opinión que Espinel tenía de Lope, hay que leer todavía la censura del primero a la Décima quinta parte de las Comedias del segundo, en 1620. He aquí las palabras de Espinel: “Deleita y suspende, dice con la elegancia, suavidad y pureza del verso; enseña y regala con la abundancia de sentencias morales, edifica con la honestidad y admira con la multitud nunca vista. Es mi parecer, y de toda la república, que será bien recibido que se imprima esto y cuanto de sus manos saliere”. De 1620 a 1622 todavía Espinel tuvo del Consejo la comisión de examinar cuatro partes más de estas Comedias, desde la Décima sexta a la Décima nona inclusive... Otras obras de diversa índole, antes y aun después, hasta 1621, vinieron con este objeto a sus manos; mas por no parecer cansado, solamente citaré la Patrona de Madrid restituida , poema de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, impreso en la misma Historia de la Nueva Méjico del capitán Gaspar de Villagrá, en 1610; la Filomena , de Lope de Vega, de 1621… Todo el siglo XVII permaneció Espinel en el más profundo olvido, sobre todo desde que, con la muerte de Lope de Vega Carpio y de don Francisco Gomez de Quevedo, desaparecieron también sus dos últimos amigos. Desde el primer tercio del siglo XVIII volvió a estar otra vez Espinel en moda…

140

Portada de la editio princeps de la Vida del escudero Marcos de Obregón, impresa en Madrid por Juan de la Cuesta, 1618

141

En una biografía de Lope de Vega leímos lo siguiente: El que sería conocido como “Fénix de los ingenios españoles” comenzó estudiando en la escuela de Madrid que regentaba Vicente Espinel, a quien siempre trata con veneración y respeto en sus escritos. Continuó su formación en el estudio de la Compañía de Jesús, que más tarde se convertiría en Colegio Imperial. Posteriormente, parece que cursó cuatro años (1577-1581) en Alcalá de Henares, aunque sin alcanzar ningún título.

¿Es oro todo lo que reluce? Quizás no; pero quede para los historiadores literarios el análisis crítico de las relaciones entre Cervantes y Espinel, y entre éste y Lope. Nosotros nos vemos en la misma estacada en que se encontró Martín de Riquer en 1987: tenemos otro nada despreciable sinónomo voluntario, y conviene analizar la posibilidad de que Vicente Espinel fuese realmente aquel Avellaneda. Intentaremos encontrar paralelismos entre los textos de DQA y de MDO, que disponemos en versión electrónica. Pero en aquellas tablas en que reflejamos los tics de Avellaneda ya vimos la manifiesta desproporción con MDO y con los otros textos. ¡Dios nos ampare!

142

COMPARACIÓN LINGÜÍSTICA ENTRE EL QUIJOTE DE AVELLANEDA Y MARCOS DE OBREGÓN O primero que hemos de observar es que se trata de dos textos de distinta extensión. En números redondos, y considerando únicamente el contenido del prólogo y de los capítulos: DQA: 139000 palabras y MDO: 121000 palabras Así que la extensión de DQA es un 15% mayor que la de MDO. Esto ha de tener alguna influencia. Veamos que sucede con algunos monosílabos:

L

DQA

MD0

de

6868

5680

que

6578

6385

y

6033

5534

la

3848

3642

a

3778 !! 2895

en

3165

2666

el

2604

2678

con

2212

1881

por

1678

1510

no

1649

1910

le

1433

736 !!

les

220

186

para

762

867 !!

si

659

545

pero

356

320

tras

172 !!

25

sino

152

230 !!

después

129

101

En general, los resultados se corresponden a la distinta extensión de los textos. Ya hemos observado que Avellaneda gusta del empleo de “tras” y de omitir la conjunción “que”. Podría existir en DQA un mayor uso de “a” en vez de “para”. 143

En el uso de “le” se observa una gran diferencia, que parece deberse a que en MDO, además de estar narrado en primera persona, hay mayor uso del pronombre enclítico: DQA

MD0

le dijo + le dije

173

95

díjole + díjele

9

35

Ni en DQA(*), ni en MDO se lee “puesto que”. En ambos textos se emplea masivamente “aunque” y alguna otra fórmula. Con todo, quizá no haya de dársele demasiada importancia, pues también sucede en El buscón, El bachiller Trapaza, La pícara Justina y en los dos textos de Salas Barbadillo:

“puesto que”

DQA

MD0

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

0

0

123

74

57

0

68

0

0

0

Ya comentamos que es una característica de Avellaneda usar “propio” con el valor de “mismo”. Pero cuando dijimos que “Todo y que… se encuentra en otros autores, sí creemos que es un resultado significativo del análisis” no detallamos que donde lo habíamos visto y nos había llamado la atención era en Marcos de Obregón. * estos todo lo conocen, si no es a sí propios. * desdecir de sí propia. * ha de comenzar de sí propia. * si yo propio no me hallara el pulso. * ni aun ellos propios se conocen a sí mismos. * dejamiento de sí propio, desesperación de cobrar lo perdido. * la obligación natural que tengo a mí propio. * si los pobres no se alientan y animan a si propios. * siendo homicida de sí propia. * capaces de conocernos a nosotros propios. * a sí propio se ha de temer. * calle por sí propio. * El único caso está en el Soneto “de Pero Fernández”, que es bien sabido que remeda el “de Solisdán a don Quijote” de los preliminares de DQ-I.

144

* huirían de sí propios. * aunque ella propia tuviese su libre albedrío. * decille bien de sí propio. * me tomaba cuenta a mí propio. * conocimiento de sí propio. * decir mal de sí propio. * otra a él propio. * contradición en mí propio; y media docena de casos más. Coinciden MDO y DQA en abundar expresiones del tipo “echar de ver” (que no se lee ni una sola vez en las memorias de Pasamonte):

“echar de ver”

DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

31

38

31

23

17

7

34

12

0

52

34

Algo parecido puede decirse de la expresión “dentro de” con valor de “al cabo”:

“dentro de”

DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

18

11

2

2

6

15

5

4

5

7

16

Esta expresión se lee una vez en Pasamonte: * Diose tan buena maña el buen fraile, que dentro de cuarenta y cinco días tuvo la espada aderezada (Cap. 23). Lamentablemente, nos hemos encontrado en MDO la abundancia de otros tics de Avellaneda en DQA. Lo de la preposición “tras” no nos extraña: un tan llamativo abuso bien puede el autor observarlo y corregirlo. En MDO sólo hemos localizado dos pasajes con aquel uso de “tras”; en un caso vale por “después” y en otro por “además de”: * el agua que tras él se siguió duró… hasta el día siguiente (Descanso I-8). * andar…, tras lo que habíamos caminado… antes, cinco o seis leguas (Descanso I-10). Este caso equivale a la expresión “tras que”, que ya indicamos que Avellaneda emplea catorce veces. 145

Nos inquieta más que el práctico “con todo” (en vez de “con todo eso”), tan frecuente en DQA, sólo aparezca tres veces en MDO: * Con todo, se llegó este buen hombre (Descanso I-22). * Con todo, no me hallé muy bien (Descanso I-23). * con todo, la creí (Descanso II-3). En cambio, leemos “con todo eso” en 14 ocasiones. Una expresión que aparece en DQA y en MDO es “ir derecho a”. Hemos contado expresiones de ese tipo en varios textos:

“ir derecho a”

DQA

MD0

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

5

5

1

1

0

2

0

3

3

4

En DQA: * picando derecho hacia la cabaña. * arremetió… muy derecho hacia la pared. * fue derecho a la celda. * fue derecho… a la posada. En MDO: * se fue hacia una espesura derecho. * fuime derecho a su casa. * fuime derecho al aposento. * Él fue a… y yo derecho al barco. * fuese derecho a su casa. Hemos detectado en DQA y MDO una notoria tendencia a emplear “cierto” con sentido indeterminado (cierta casa, ciertos salteadores…). Descontando las expresiones “por cierto”:

“cierto”

DQA

MD0

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

71

91

103

36

49

76

8

25

7

32

También esto lo hemos visto en Pasamonte unas 12 veces. En DQA y MDO hemos encontrado varias veces la muletilla “todo lo demás”: 146

DQA

MD0

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

“todo lo demás”

3

3

3

1

0

0

0

0

3

2

“y todo lo demás”

5

3

0

0

0

1

0

0

0

6

SUMA

8

6

3

1

0

1

0

0

3

8

No es muy frecuente encontrar “represa(r)” en los textos de la época:

“represa(r)”

DQA

MD0

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

2

1

0

1

0

0

0

0

0

0

En el otro sentido, las expresiones “fuera de (que)”, con valor de “aparte de”, muy frecuentes en MDO, asumen una frecuencia normal en DQA: DQA

MD0

DQ1

DQ2

NE

PyS

PJ

CT

SB

BU

BT

“fuera de”

7

22

7

6

6

1

0

4

0

10

2

“fuera de que”

0

7

1

0

0

0

0

4

0

3

0

SUMA

7

29

8

6

6

1

0

8

0

13

2

Así las cosas, no nos queda otro remedio que acudir a los detalles, a las expresiones singulares. * “en pies” en lugar de “en pie”: En DQA: no me puedo tener en pies (Cap. 26). En MDO: puesto en pies el monstruo (Descanso III-19). * “como un viento”: En DQA (Nov. 2): Apeóse del caballo … como un viento. subió… como un viento. En MDO: caminando como un viento (Descanso I-16). 147

a pie, sueltos como un viento (Descanso I-20). * “en consecuencia desto”: En DQA (Nov. 2): trayendo en consecuencia desto el sabido milagro. En MDO: traer en consecuencia desto a los… oradores (Descanso I-19). * “imaginar en” = “pensar”: En DQA: imaginando… en su negra sortija (Cap. 10). imaginando… en la traza que ternía (Nov. 2). En MDO: imaginar en la profundidad de agua (Descanso III-10). imaginando en las… cosas que Naturaleza cría (Descanso I-20). La expresión también la emplea Cervantes en La cueva de Salamanca: ...que no imagine en la falta que vuesa merced le ha de hacer. * “entrañas de Dios”: En DQA: por las entrañas de Dios, os ruego (Nov. 2). dése, pues, por las entrañas de Dios, por vencido (Cap. 29). En MDO: siendo bastante a enternecer las entrañas de Dios (Descanso I-2). suplico a vuesa merced por las entrañas de Dios (Descanso I-14). * “a lo último” = “al extremo”: En DQA: cuando llega a lo último de su maldad (Nov. 2). En MDO: hundidos los ojos a lo último del colodrillo (Descanso I-10). * “con todo rigor”: En DQA: apretándosela con todo rigor al delicado cuerpo (Nov. 2). En MDO: le castigaría con todo rigor (Descanso I-10). 148

* “hecho ojos”: En DQA: llorando lágrimas vivas y esperando, hecho ojos (Cap. 9). le dijo, hecho ojos: (Cap. 12). la estaba aguardando hecho ojos (Nov. 2). En MDO: la doncellita estaba hecha ojos. * “tan sin consideración”: En DQA: ejecutalle tan sin consideración (Nov. 1). has perdido tan sin consideración (Nov. 2). En MDO: arrojarme tan sin consideración (Descanso III-11). * “más a mano”: En DQA: llevarla más a mano (Nov. 2). En MDO: como más a mano se hallaban (Descanso III-22). * “con todo el silencio”: En DQA: con todo el silencio que pudo (Nov. 2). En MDO: con todo el silencio posible (Descanso I-13). con todo el silencio que pude (Descanso III-7). con todo el silencio del mundo (Descanso III-16). * “al mismo compás” = “al mismo tiempo”: En DQA: al mismo compás se ve en ella (Cap. 25). En MDO: al mismo compás que le topé volvió el báculo (Descanso I-22). al mismo compás arrebaté yo al muchacho (Descanso II-8). 149

* “muy gran rato”: En DQA: por muy gran rato no supieron (Nov. 2). En MDO: Habloles muy gran rato (Descanso III-4). * “en todo el día” y “en toda la noche”: En DQA: en toda la noche no había podido pegar los ojos (Cap. 5). hoy en todo el día (Nov. 1). no me dejan en todo el día (Cap. 35). En MDO: en todo el día no dejaban de venir (Descanso I-15). no cesan en todo el día y la noche (Descanso I-17). en todo el día no hallé cosa de volatería (Descanso III-6). ni en todo el día pareció (Descanso III-9). * “(ar)rellanar”: En DQA: arrellanado en su caballo (Cap. 22). En MDO: Sentéme bien rellanado (Descanso I-22). * “obviar”: En DQA: no pudo obviar a que no saliese de través (Cap. 16). deseando obviar los inconvenientes (Nov. 2). para obviar este gran peligro (Cap. 26). En MDO: Esto es lo que voy obviando (Descanso II-12). * “emparejar”: En DQA: llegando con don Álvaro a emparejar con el balcón (Cap. 11). preguntó, en emparejando con él (Nov. 1). antes de emparejar con él (Nov. 1). 150

y, emparejando con el…postigo de la puerta (Nov. 2). emparejaron con don Quijote (Cap. 25). En MDO: al tiempo que llegaron a emparejar (Descanso I-8). cuando llegaron a emparejar con la venta (Descanso I-13). parose…hasta que pudiese emparejar con él (Descanso III-5). (También lo hemos encontrado dos veces en el Prefacio de CT). * “arrebozar”: En DQA: arrebozado el rostro (Nov. 2). En MDO: arrebocéme un capotillo que llevaba (Descanso I-22). * “hellos” = “hacerlos”: En DQA: prometemos de hellos a todos … canónigos (Cap. 7). En MDO: es menester hellos amigos (Descanso II-2). * “pestilencial”: En DQA: las razones frívolas y pestilenciales avisos (Nov. 1). En MDO: el pestilencial olor (Descanso I-12). gente pestilencial en la República (Descanso I-14). ¿Vale la pena continuar? Ya hemos comentado en un par de ocasiones que poco podía esperarse de la comparación de textos. ¡Si fuera tan fácil…! Hay algunos paralelismos singulares, es cierto, pero de todo lo que hemos apuntado, lo más revelador quizá sea aquel uso de “propio” con el valor de “mismo”, y no hemos encontrado en MDO los otros tics de DQA. En cuanto a la omisión de “que”, tan del gusto de Avellaneda, la encontramos en MDO, pero las más de las veces con el verbo “suplicar” y similares, donde es común en otros autores omitirla. 151

¿ESPINEL = AVELLANEDA?

J

ERÓNIMO de Pasamonte (cree Riquer) y también Vicente Espinel (creemos nosotros) aparecen caricaturizados en DQ-I en las figuras de un malhechor condenado a galeras y de un chulesco soldado, con los nombres de Ginés de Pasamonte (Cap. 23) y Vicente de la Rosa (Cap. 51), que resultan claros sinónomos voluntarios de sus nombres en la vida real. No creemos que aquí intervenga la casualidad. Ambas alusiones podrían no ser más de un detalle de Cervantes hacia un antiguo camarada en el primer caso y hacia un amigo en el segundo, pero también pueden interpretarse de forma diametralmente opuesta. Si Pasamonte y Espinel eran ajenos a esa alusión y cuando la leyeron la interpretaron maliciosa y ofensiva, uno de ellos pudo pensar en vengarse literariamente de Cervantes publicando por su cuenta la segunda parte de sus aventuras, tal y como Cervantes da a entender que sucederá en las líneas finales de DQ-I. La oportunidad se la brindó el propio Cervantes cuando dio noticia de que estaba próximo a publicar DQ-II. El examen comparativo del léxico de DQA con la prosa de las memorias de Pasamonte y la del Marcos de Obregón no arroja resultados concluyentes, si bien no podemos evitar ver alguna ventaja a favor de MDO obtenida trabajosamente en el examen lingüístico. Y, ciertamente, creemos que una venganza de esas características estuvo más cerca de las posibilidades de cualquier literato residente en la Corte (o bien informado de chismes y rencillas entre colegas) que de Pasamonte. Pero, sin el amparo de un concluyente examen lingüístico, proponer a Espinel como aquel Avellaneda que tanta antipatía sentía por Cervantes parece irremisiblemente destinado a estrellarse en la noción que tenemos de la amistad y el respeto recíproco que en vida uno y otro se profesaban. Así las cosas, parece que, en el mejor de los casos, hemos abundado en lo que de ostentación de sinónomos voluntarios decía Avellaneda en su prólogo (y eso, según qué interpretación se le dé; que ya manifestamos nuestras reservas).

152

En fin, nosotros, tras unos días en que nos divertimos con este juego, volvimos a desinteresarnos de Avellaneda. Devolvimos a su estante nuestras recientes adquisiciones: el librito de Riquer y el tomo de la BAE. Bien podíamos dar por válido (esta vez por propia experiencia) lo de no más conjeturas. Lo escrito sobre el asunto y las tablas elaboradas las guardamos debidamente en la memoria de nuestro ordenador. Quizá algún día lo colgásemos en alguna página de Internet, pero ahora debíamos volver a nuestro proyecto. Todo seguiría como antes de haber leído aquel fascículo. ¿Todo? No, no todo. Algo había cambiado: en algún rincón de esta cabecita habían quedado almacenados (¿por cuánto tiempo?) los tics de Avellaneda. junio 2003

153

SEGUNDA PARTE:

CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA AUTOR DEL QUIJOTE DE AVELLANEDA

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UNA NOTA PROVIDENCIAL SCRITO lo que antecede, volvimos a concentrarnos en nuestro proyecto. Y así, estando un día revisando y corrigiendo nuestras Notas de DQ, reparamos en una que, después de explicar el significado del vocablo o frase apuntados por la Nota, acababamos con algo parecido a esto:

E

…y así se lee en Capítulo X de El pasajero, de Cristóbal Suárez de Figueroa.

Pensamos entonces que mejor sería traer a nuestra Nota el pasaje aludido, y no enviar al lector a un libro que no necesariamente se encontraría en su biblioteca. El problema es que es una obra extensa (nuestro ejemplar tiene unas 370 páginas de texto en letra pequeña, y divididas en sólo 10 caps.); así que para localizar el vocablo o pasaje que buscábamos debíamos revisar el texto de aquel capítulo leyendo diagonalmente. Y entonces, en un solo párrafo leímos: - Cuando casé con él llevé veinte mil en dote, sin otras joyas de mucha estimación. Era tan liberal como caballero… Aunque desperdiciaba inconsideradamente, no hallaron contradición en mí sus demasías… Al paso que la vida le duró la hacienda, quedando viuda con tanta penuria como calidad. Mantuve muchos días el fausto de casa y sirvientes; mas convínome aligerar de costa… Así continuaba mi clausura, cuando entraron por mis puertas los ruegos desta señora, que… me reconoce por su parienta. Resistí sus instancias no poco tiempo, considerando… no era sufrible dejase, por servir a otro, la habitación donde fui tan servida de tantos. Viendo, con todo, iba ya la fortuna haciendo suertes en mí a toda prisa, condecendí, debajo de algunas condiciones, que después no se me guardaron.

’¡Diablos! —nos dijimos—, ¡si están aquí, como en ramillete, casi todos los tics de Avellaneda!’ 155

Olvidando el motivo de nuestra consulta, empezamos a pasar desordenadamente la vista por las páginas de El pasajero… * Tras haber sido paje de cámara y favorecido no poco de mi dueño, me honró con que ciñese espada, dándome título de gentilhombre. * Rondaba sus puertas de noche, con que me consolaba en estremo. * Busqué un amigo, y con su ayuda forjé algunas redondillas en que, tras exagerar su hermosura y muchas partes, decendí a la expresión de mis congojas. * Viendo sin algún remedio mi accidente, tuve el morir por felicidad; mas de tan desesperada resolución me divirtieron poco a poco sanos consejos. Con todo, determiné durase el sentimiento lo que la vida, sirviéndome la poesía para su expresión. * Suelen remunerar muchos señores servicios de toda la vida sólo con exterior voluntad, que, aunque siendo verdadera y grande puede equivaler a las obras, es, con todo, triste cosa entre los hombres el afecto sin efeto. Apenas dan lo desechado, lo inútil, huyendo de contino el rostro a las ocasiones de liberalidad. * Hónranse más con el vínculo de sangre que con el de matrimonio. Harto más parientes fueron Adán y Eva, si es que del cuerpo lo es más cualquier costilla suya, y, con todo, ni por escritura ni por tradición se sabe que se llamase ‘primo’ el uno al otro; marido y mujer, sí. ¡Aquí fue Troya! Decidimos leer con más calma, retrocederíamos hasta el inicio de aquel capítulo… * Daba al juego pocos ratos, por no hallar deleite mi cólera en su ciega distribución; todo a uno y nada a los demás. Entreteníanme grandemente las domésticas conversaciones de los con quien me había criado y vivido. * Poco a poco salí oficial, si bien nada primo, por asistir al arte involuntario, impaciente. * Declaran todos ser la mejor la de ánimo; luego, la de naturaleza, esto es, ser con ventajas noble el a quien compusiere y organizare la misma con más perfeción. * Tras esto, quería caballerear, quería para sí aquella tan difícil unión de honra y provecho. 156

* Tras no convidar con la presencia, tras no atraer con la discreción, ser corto, ser miserable. Antes de recebir sacros órdenes, también profesé la perdición del juego. * Mas ninguno adquiera semejante opinión entre los a quien llamare amigos. * Descubre la cordura sus quilates cuando, sufriendo ajenas imperfeciones, se ajusta el que la posee con los talentos de los con quien comunica. * Mas, esto aparte, quisiera… propusiérades las prevenciones con que me puedo hacer amable, granjeando la gracia de los con quien me tengo de introducir nuevamente, ya que estoy resuelto en esta determinación. * Todas mis ansias consistían acerca de mi ornato y atavío. No desflorado el zapato, al uso pecho y cabello, grandes puños, cuello con muchos anchos y azul, pomposas ligas, medias sin género de flaqueza, y a esta traza todo lo demás de que cuida el que profesa gala. ¿Cabía más Avellaneda en tan pocas páginas? Y ¿como es posible que Figueroa no estuviese en la lista? Quizá porque Figueroa no fue aragonés, ni clérigo, y porque sus obras han merecido pocas reediciones. De El pasajero, concretamente, y que es la más conocida, después de las dos primeras, separadas por un año, la tercera (de la cual es nuestro ejemplar) hubo de esperar hasta 1913. ¡Tres siglos! Y una paradoja: aquella ed. de El pasajero fue “Edición preparada por Francisco Rodríguez Marín de la Real Academia española, director de la Biblioteca Nacional”. ¡El más insigne de los cervantistas! Y hay más todavía: la biografía de Figueroa (The life and works of Christobal Súarez de Figueroa, Filadelfia, 1907) , que cita en su prólogo, original del hispanista J. P. Wickersham Crawford fue traducida al castellano en 1911 por el erudito vallisoletano Narciso Alonso Cortés. Sí, el que en 1920 propondría que Avellaneda fue… ¡fray Cristóbal de Fonseca! Dejando de lado a Wickersham, he aquí dos eruditos españoles que no dejaron de participar en la encuesta de Avellaneda y que necesariamente tuvieron en sus manos las primeras eds. (1617 y 1618) de El pasajero: el uno para preparar su edi157

ción, y el otro para lo relativo a su biografía, que en gran medida se basa en lo que de sí cuenta en aquel libro. La propuesta de N. Alonso Cortés no debió ser muy bien acogida, pues más tarde rectificó y admitió la imposibilidad de despejar la disputada incógnita (según Fdo. García Salinero en la Introducción a su ed. de DQA). Hemos intentado sin éxito localizar el texto electrónico del libro El pasajero, imprescindible para realizar un análisis lexicográfico. A falta de algo mejor, hemos digitalizado 100 págs. de nuestro ejemplar y, luego (como ya hicimos con las memorias de Pasamonte), las hemos convertido en texto. En esas 100 págs. hemos buscado los tics de Avellaneda, y también todas aquellas expresiones que en su momento utilizamos en la comparación de DQA y de MDO. No hemos querido separarnos del guión, no hemos querido retocar nada de lo que habíamos escrito hasta aquí, no hemos añadido a la encuesta más vocablos ni construcciones. Y he aquí lo que hemos hallado en esas 100 págs. de El pasajero

158

COMPARACIÓN LINGÜÍSTICA ENTRE EL QUIJOTE DE AVELLANEDA Y EL PASAJERO DE FIGUEROA

N

OS conviene traer aquí las palabras con que Riquer preludió las páginas que dedicó a la comparación del léxico de DQA con el de las memorias de Pasamonte:

Si voy por el buen camino... parece que, en principio, ambas cosas no pueden ofrecer acusadas diferencias lingüísticas, y es presumible que aparezcan en ellas algunos rasgos comunes. Porque ir más allá y suponer que forzosamente tengan que presentar una llamativa uniformidad lingüística sería una temeraria pretensión.

Aduce Riquer que entre el fin de sus memorias (1603) y la publicación de DQA (1614) Pasamonte pudo modificar su registro literario. Por otro lado, por imitar el modelo, usaría un léxico muy distinto al de sus memorias. En el caso de El pasajero, que vio la luz en 1617, hacia el final del Cap. 2º se da a Cervantes como fallecido; así que, con toda certeza, el libro se redactó, en todo o en parte, en 1616-17. En cuanto a DQA, ya indicamos antes que no creemos que Avellaneda lo iniciase en 1605; probablemente fue en 1613, tras leer el prólogo de las Novelas ejemplares, donde Cervantes anunció oficialmente su DQII. O quizá algo antes, pongamos en 1612, por haber oído hablar de ello. En cualquier caso, tres o cinco años de un escritor en activo, en particular si se trata de un hombre joven e inquieto… Si revisamos las Tablas de apartados anteriores veremos oscilaciones en el léxico del propio Cervantes. Pero no se intranquilice nuestro lector: no estamos anticipándole la decepción. * * * No vamos a traer aquí las infinitas omisiones de “que” en El pasajero. Apuntaremos sólo las primeras que se ofrecen: 159

* será forzoso desagraden. * sé cierto templará. * pareció conveniente siguiese. * no es de admirar vuelva. * creed no puede tener. * ni es de creer corra. * imagino me confesaréis habréis. * vemos suele levantar la Fortuna. * del sabio se dice peregrina. * Paréceme será. * etc., etc. Omisión de “de”: * poner…delante los ojos. * trataron aliviar el cansancio con… pláticas. * palabras ligadas y restringidas debajo cierta ley harmónica. “por tanto”: * por tanto, casi los más. * por tanto, así como de. * por tanto, es grande la. “por ningún caso”: * lo que por ningún caso ocasiona utilidad. * que por ningún caso pierda de su lustre. * sin inferirse por ningún caso de lo uno lo otro. * aquí por ningún caso se podrá escusar un desafio. * romances por ningún caso los dejaré de poner. * donde por ningún caso les faltarán oyentes. * objeción que por ningún caso puede ser satisfecha. * libre, y por ningún caso encogida. “harto”: * harto más parientes fueron Adán y Eva. * en ésa me parece hay harto en que entender.

160

“llegado/venido el”: * llegada la ocasión en que tal rey. * y llegado el punto, hallan. * mas llegada la ocasión de hacerla patente. * mas llegada la ocasión, no me perdonaban. “indefiniciones numéricas”: * con dos o tres oficios queda ya éste por ladrón. * ser confusión todo lo que no fuere hablar cuatro o cinco. * las demandas o respuestas pasaran entre más de cuatro o cinco. * cinco o seis romances por ningún caso los dejaré de poner. * gasté seis o siete años en deprender. “con todo”: * con todo, conviene al poco feliz abrir paso a la Ventura. * con todo, de las naciones es la que... * mas, con todo, alguna tiene treinta años de antigüedad. * con todo, no vi el rostro de mi dueño en muchos días. * viendo, con todo, iba ya la fortuna haciendo suertes en mí. * con todo, determiné durase el sentimiento lo que la vida. * es, con todo, triste cosa entre los hombres el afecto sin efeto. * y, con todo, ni … por tradición se sabe que. * cáusame, con todo, alegría entender pueda resonar mi nombre. * esta ocupación, es, con todo, digna de cualquier honra. * con todo, me ofrecí. * mas si, con todo, quisiéredes perseverar. * con todo, quisiera no se hallara tan distante de lo verisímil. * advertid, con todo, que habéis dejado de introducir una figura. * gustamos, con todo, de oír. * con todo, no me faltaban quebraderos de cabeza. “no menos… (que…)” = “tan… como…” * no menos estimados (los maestros). * no menos que las tres provincias (merece). * no menos presumidos que temerarios (hombres). * no menos nueva (cortesía). 161

“sumo”,” suma”, “ sumamente”: * pusieron sumo cuidado. * a singular amor y a respeto sumo. * es sumo error. * delante del sumo Rey. * haber llegado a lo sumo. * con sumas alabanzas. * campea sumamente el Vaticano. * ofrecen suma recreación. * apurado sumamente. * desautoriza sumamente a sus profesores. * cánsame sumamente. * estimaron sumamente ser celebrados. * sumamente discreta. * suma felicidad. * desiguales sumamente. * sumas alabanzas. * excelsa sumamente. “puesto” = “sitio”: * tiene en puestos públicos hermosas fuentes. * gente para repartir en varios puestos. “no poco”: * mejóranse no poco los años con… * no poco me divertió lo que fui viendo. * a levantar los edificios no poco. * el castillo… la ennoblece no poco. * da no pocos celos. * alcanzan… no poca autoridad. * aventájase no poco la ternera. * hay muchos, y no poco sutiles. * resistí sus instancias no poco tiempo. * favorecido no poco de mi dueño. * se veen no pocas veces deslustrados. * sí tengo, y no pocas. 162

* se disimula no poco aquella mala calidad. * no pocos titulares… recibieron en sus casas hombres. * y de no poca sospecha en la Fe. * dura en no pocos esta flaqueza. * requisito para el común agrado no poco esencial. * una figura no poco importante. “notable”: * es notable, rara y por ventura única. * son notables las revoluciones de Roma. * por la notable distinción que hay en todo. * sa parte más notable de la isla. * notable inquietud de espíritu. * tan notable locura. * he cobrado notable desamor. * hacéis notable agravio. * ligereza notable, absurdo, terrible. *de notable consideración debía ser. * miraba la notable proporción. * notable caso. * y aumenta… notablemente la ajena. “que no debiera”: * vine… ¡Ay de mí!, que no debiera, pues en breve se convirtió en tigre la que al principio pareció cordera. “si bien”: * si bien la vida… fue de algunos juzgada menos corta. * cuya variedad, si bien nos detiene, es por breve tiempo. * con puerto, si bien no tal como el antiguo. * si bien casi siempre son promovidos. * ni grande ni seguro, si bien ayudado con un muelle. * colores vistosos y alegres, si bien no tan durable. * no le faltan …, si bien cesa su beneficio. * éste, si bien goza más renta, tiene menos juridición. * copiosa de bastimentos, si bien menesterosa de carne. 163

* y, si bien residen en medio del mar. * salí oficial, si bien nada primo. * que, si bien de cristiano viejo, es apellido común. * si bien la continua labor turbó algo la vista. * y si bien conozco no haber felicidad que iguale a... * si bien a todas tengo poca inclinación. * si bien lucidísimo ingenio. * si bien tal vez redunda en gala ingeniosa. * si bien esto de musa y ninfa suele ser. * si bien, cuanto a interés, el más importante. * y si bien carecerá del arte. * si bien… recibe poco ornato. * si bien no en virtud de muchos años. * bedezco, si bien quisiera evitar. * si bien… se las lleva todas el viento. “sin” = “además de” o “aparte de” * así longobardos como franceses, sin algunos emperadores. * las plazas principales son: …, sin otras. * con éstos, sin otras obras cristianas, mantiene. * sin las muchas villas..., contiene tres arzobispados. * veinte mil en dote, sin otras joyas de mucha estimación. * mixta y doble, simple y compuesta, sin otras. * sin esto, son menester papeles. * sin esto, la… confianza que comunican… produce flojedad. * recibieron grandes favores de Augusto; sin otros muchos héroes. * sin las de reyes… y príncipes… suelen ser…de santos. * honrándome, sin esto, con los títulos de... “en estremo”: * me consolaba en estremo. * en estremo colérico. abunda más “por estremo” (que no se lee en DQA): * sabe hacer esto por estremo. * es por estremo crecido. * mal por estremo reglará una provincia. 164

* se me hacía por estremo grave. * corteses sois por estremo. * se une por estremo bien. * que os hallaréis por estremo aliviado. * ajustado por estremo. * me dejáis por estremo obligado. “tener de”: * con quien me tengo de introduci.r * qué orden tengo de guardar. * el estilo que tengo de seguir. “todo lo demás”: * y todo lo demás singular y excelente. * que todo lo demás es de perdidos, de inútiles. * y a esta traza todo lo demás. * todo lo demás es, sin duda, acumular. * y todo lo demás que puede ministrar. * con todo lo demás de que se compone. “dentro de” = “al cabo” * dentro de un mes pagase sin falta. “poco a poco”: * se va poco a poco estrechando. * recibieron… poco a poco una buena parte del dominio. * se va poco a poco restringiendo. * trata de entablarse poco a poco. * fuese poco a poco juntando con otra. * fue poco a poco manifestando. * me divirtieron poco a poco sanos consejos. * poco a poco vais resbalando. * se han ido poco a poco convirtiendo. * yéndose poco a poco estimando. * se va prosiguiendo poco a poco. * poco a poco los fuera recogiendo. 165

* crece poco a poco “tras” = “después o además”: * entrase tras esto en Toscana. * tras la noticia anticipada de las vacantes. * tras esto, el nuevo pontífice. * tras esto, quería caballerear. * tras no convidar con la presencia, tras no atraer con la discreción. * que tras muchas faltas y muchas amonestaciones. * tras haber sido paje de cámara. * tras exagerar su hermosura y muchas partes. * un librico tras otro. * tras muchos días de pretensión. * finalmente, tras rendir … palabras generales. * anímanle tras esto a que no desampare la pluma. * tras varios términos de recíproca cortesía. En otros tres casos se lee “tras” con el valor de “detrás”, lo que suma dieciséis apariciones en esas 100 páginas de El pasajero. “en + gerundio”: * registrar en llegando. * en saliendo de sus casas. * en llegando el forastero a la hostería. * en teniendo a la orden mi conceto. * en viéndolo, vomitará bravuras el celoso. * en diciendo “Aquí de los nuestros”. “fuera de” = “además de, aparte de”: * fuera de haberse de registrar. * fuera de que se miran bien. * fuera de lo propio. * Fuera de que también puede causar hastío. * fuera de ser… cosa por sí tan suave. * fuera de que… sacaréis no pequeña utilidad. * fuera de que, como jamás están enseñados. * fuera de que… con un granillo de mostaza. 166

* fuera de que corre riesgo de usurpador. * fuera de la tragedia, a quien más sirven. * fuera de ser las horas de la noche dispuestas para... “que llaman”: * altísimos montes, que llaman Alpes. * el golfo que llaman de León. * la compañía que llaman de San Jorge. * la ribera que llaman de Levante. * ciertas granjas que llaman viñas. * cinco plazas, que llaman segios. * menudencias… que llaman marisco. * sus pozos que llaman formales. * un camino real que llaman Gruta. * divídese en tres partes, que llaman valles. * la mejor es novillo, que llaman yenco. * las recreaciones del campo, que llaman salidas. * este demonio que llaman caballería. * aquel valeroso combatiente que llaman Amor. * otras acesorias, que llaman episodios. * esta fantasma que llaman temor. “propio” = “mismo”: * hasta los propios enemigos. * ese propio. * al propio imperante. “cierto”: * cierto pariente de pluma. * vino a mi tienda un día cierto marqués. * pagase sin falta la cantidad cierto genovés. * retirados a ciertas granjas. * ciertas menudencias regaladas. * quiso cierto virrey saber. * haber observado… cierta razón de estado. * pone cierta necesidad de imitación. 167

* a quien cierta loca llamaba. * ciertos humillos de valentía. * cierta Urraca en librea, cierta Sarra en edad. * cierto término impersonal. * atada con ciertos pies. * debajo cierta ley. * comprehendidos de cierta grandeza. * en ciertos fragmentos desabridos. * entiendo ciertas patrañas. * se me apareció cierto personaje. * ciertas prositas ocasionadas. * cierto género de farsa. * cierta miscelánea donde se halla de todo. * resonaron… en cierta farsa. * la casa de cierto autor. * ciertos niños de a setenta. * ciertas obras que pretendía sacar a luz. * por haberle puesto cierta objeción. * cierto día vino a tener. * pedí a Febo cierto día que... “echar de ver”: * eché bien de ver que no he sido esperado. * ¿es posible no echase de ver. “represa(r)”: * los versos que tenía represados. * muchas gruesas represadas. “infernal”: * este lenguaje infernal. * géneros de música infernal. “de suerte”: * de suerte, que debe hacer. * de suerte, que, llegada la ocasión. 168

* de suerte, que por semejantes modos. * de suerte que, cuanto a rimas sueltas. * de suerte que, habiéndose adornado. * de suerte que, por un camino o por otro. “es cierto…”: * es cierto que cortas pagas. * es cierto ser necesaria. * es cierto renacer los padres. * también es cierto viene. * es cierto ser lo más. * es cierto no habrá. “con todo rigor”: * le toca con todo rigor llenarla. “obviar”: * se pueden mal obviar. “maravillar, maravillado”: En la porción de texto analizada no encontramos el verbo “maravillar”, aunque sí : maravilla (6 veces), maravilloso (7) y maravillosamente (1). “a la que” = “cuando”: “henchir”, “hinchir”: No aparecen en la porción de texto analizada Hemos dejado para el final aquel tipo de construcción tan singular de Avellaneda, las del tipo “el en que”: * el de que pasen con menos culpa los yerros. * dichoso el a quien hacen cauto. * la de que participó en la leche. * arrojarme a lo en que otros tienen… hábito. * los en que no precedieren ciencia. * negligencia en lo a que se va. 169

* en lo para que es bueno. * lo en que entraron. * todo lo de que se valen. * los con quien me había criado. * la gracia de los con quien me tengo de introducir. * los con quien comunica. * los a quien presenta sólo el favor. * los a quien llamare amigos. * los a quien noble sangre y riqueza dieron algún grado. * los a cuyas manos llegan. * de los entre quien se hallan trabadas. * oponeros a lo en que os manifiesto. * esta sin quien estuvieran tristes las almas. Ciertamente, esas 100 páginas de El pasajero ofrecen un resultado espectacular. Hemos encontrado (excepto “maravillar”) todos los tics de Avellaneda en DQA, y en tal número, que puede afirmarse que Avellaneda y Figueroa tenían, globalmente, los mismos. Recordará el lector aquellas primeras Tablas que elaboramos para comparar los tics de Avellaneda. Las desproporciones eran notabilísimas; y si, con todo, intentamos comparar el léxico de DQA con el de MDO fue por lo del “sinónomo voluntario”. Pero volvamos a ellas para introducir los números correspondientes a El pasajero. Esos números (como en los Cigarrales) los hemos multiplicado por 4, pues del texto de El pasajero sólo hemos digitalizado las 100 primeras págs. (de 366), es decir el 27 %. A nivel global, o de autor, los resultados de El pasajero quedan muy lejos de los demás, hasta el punto de ser del mismo orden que los de Avellaneda. Puede que el lector piense que las cantidades son muy discrepantes, en particular para el caso con “tras”, pero, pues proponemos el mismo autor, han de considerarse los valores medios de DQA y El pasajero, que resultan: 319,5 (sin “tras”) y 437,5 (con “tras”).

170

DQA

MD0

DQ

PyS

NE

PJ

CT

SB

BU

BT

EP

“por tanto”

49

0

0

0

0

12

0

3

0

0

12

“con todo”

34

2

2

1

0

0

0

3

10

22

64

“no poco”

44

4

19

4

2

10

40

6

0

28

72

“harto”

65

18

28

7

11

20

8

6

20

14

8

“notable(mente)”

33

11

9

4

3

13

8

20

10

20

52

“maravillar”

61

0

35

8

9

1

0

0

0

2

0

“si bien”

49

11

13

8

4

6

24

0

0

46

96

SUMA

335

46

106

32

29

62

80

36

40

132

304

“tras”

172

25

85

32

45

69

24

18

98

12

64

SUMA

507

71

191

64

74

131

104

54

138

144

368

DQA

EP

DQ+PyS+NE

MDO

PJ

CT

SB

BU

BT

sin “tras”

335

304

42

46

62

80

36

40

132

con “tras”

507

368

82

71

131

104

54

138

144

De modo que DQA y El pasajero están dentro del margen 319,5 + o -15,5 (sin “tras”) y 437,5 + o -69,5 (con “tras”). En base 100, resultan: 100 +-4,85 y 100 +-15,89. En números redondos, las oscilaciones son de sólo el 5% (sin “tras”) y del 16% (con “tras”). Y si el lector aún piensa que ese 16% es elevado, considere que los valores medios de la obras de Cervantes son 41,75 (sin “tras”) y 82,25 (con “tras”). Así que los 4 libros (DQ son dos tomos) se encuentran en los márgenes -11,25 +12,75 (sin “tras”) y –18,25 +13,25 (con “tras”). En base 100, resultan: -26,95 +30,54 (sin “tras”) y –22,19 +16,11 (con “tras”). En números redondos, las ocilaciones promedio son del 29% (sin “tras”) y del 19% (con “tras”). El verbo "maravillar" aparece media docena de veces en las 266 págs. restantes de El pasajero, y tambien en otras obras de Figueroa, pero la ausencia en este 27 % del libro parece indicar que ahí no tendría la categoría de tic. Nótese también el uso más normal de “tras” en El pasajero. Se observará que las construcciones “en + gerundio” no son en El pasajero lo abundantes que en DQA y MDO. Esto se debe a que El pasajero es un diálogo: excepto una brevísima introducción (una pág) del autor, no hay un relato convencional. Todo el texto que 171

hemos utilizado está constituído por los parlamentos de 4 personajes, sólo precedidos del nombre del interlocutor. Es posible que por esta misma razón tampoco hayamos encontrado en esas 100 págs. de El pasajero aquella construcción “a la que” con valor de “cuando”, que emplea Avellaneda en 17 ocasiones. Sin narración convencional en El pasajero no cabe duda de que es un libro conceptualmente distinto a DQA. Añádase a ello que El pasajero, aunque de entretenimiento, es un libro serio: no hay hidalgo loco, ni zafio aldeano, ni prostituta que les acompañe. En nuestra opinión, todo ello da valor añadido a las muchas coincidencias que hemos encontrado en la compulsación de ambos textos. Tanto es así, que no silenciaremos algunas cosas que hemos observado en aquellas págs. de El pasajero y que no hemos visto en Avellaneda. Hay cierta construcción que parece ser un tic de Figueroa: * importantes mucho para conseguir grandes intentos. * temida mucho por los aires de tierra. * mejoradas mucho están las gentes. * es difícil mucho alimentar familia. * apto mucho y muy conforme. * esta gente es peligrosa mucho. * partos… desiguales sumamente. Algo parecido sucede con “cuanto” = “en lo relativo a”, que hemos visto 30 veces en aquellas 100 págs. de El pasajero. Ejemplo: * no digo cuanto al nacimiento, que en esto todos son de buen solar…, sino cuanto a… presunción En El pasajero sí se lee “puesto que”, pero no con el valor de “aunque”. Por lo que hemos leído, es siempre con el valor de “dado que”. Ejemplo: * No hay… donde se halle tanta variedad de frutos, puesto que produce hasta azúcar. Estas cosas no deben desanimarnos. Unos cinco años antes de que DQA viese la luz, Figueroa publicó su Amarilis en la que ni una sola 172

vez se lee “puesto que”, todo y ocupar más de 280 págs. en octavo. Y sólo una vez se lee aquel uso de “mucho”: * Desigual mucho de tu profesión es tu lenguaje. Similarmente, hemos buscado en Amarilis la expresión “por manera”, que hemos visto 7 veces en aquellas págs. de El pasajero: no aparece una sola vez. Así las cosas, la mayor discrepancia que vemos entre aquellas páginas de El pasajero y DQA es el uso de “cuanto”. Que Figueroa introdujese pequeños cambios en su léxico no ha de desconcertarnos: recordemos los primeros párrafos de este apartado. Los italianismos y giros poco castellanos que se han detectado en DQA bien pudo introducirlos Figueroa, por haber residido 16 años en Italia. De la biografía de Figueroa se deduce que hubo de visitar Zaragoza al menos 4 veces (ida y vuelta a Italia, ida y vuelta a Barcelona) antes de su marcha definitiva a Italia…). Suficiente para conocer la ciudad. Habida cuenta de que algunos de sus libros se imprimieron en Valencia, también puede pensarse que visitase la capital del Turia. De ahí podrían venir los aragonesismos y valencianismos que algunos críticos observan (no sin cierta polémica) en DQA. Aunque escapen del análisis lexicográfico que hemos emprendido, no podemos cerrar este apartado sin comentar dos detalles que hemos leído en El pasajero y cuya lectura combate argumentos que en su día emplearon Riquer y Espín Rael en defensa de sus candidatos Pasamonte y Quevedo. Para Riquer, Pasamonte se introduce en tres o cuatro pasajes de DQA al objeto de hacerse un lavado de imagen. En uno de ellos se autocalificaría de buena boya, término que (recuerda Riquer citando a Covarrubias) se aplicaba al remero voluntario, asalariado, no a delincuentes condenados a galeras. No acabamos de ver qué gana la imagen de Pasamonte con el cambio; pero, además, la lectura positiva que hace Riquer no es la única posible. Veamos la despectiva opinión que los tales le merecían a Suárez de Figueroa (Alivio IV): 173

Llegó la admiración a lo sumo… considerando haya, con ser esta vida tan abominable, tan inquieta, tan tormentosa, quien la busque y apetezca, vendiéndose para gozarla. Llaman a éstos buenas boyas, que, cambiando la libertad con limitado interés (que luego juegan), la vinculan para no pocos años de extravagantes martirios y desusados ultrajes. Es de reír ver suelen ser éstos los primeros de quien echan mano para el castigo, tan merecido sin más ocasión que haber inclinado la voluntad al recreo de tan horrenda vida. Si por algún modo puede ser lícito holgarse del mal ajeno, afirmo haberme alegrado mucho con los tristes espectáculos de semejantes bellacones.

Y si citar un libro tiene cierto valor como prueba de autoría, no ha de pasarse por alto que en el mismo pasaje de DQA en que se nombra la Guía de pecadores de Fray Luis de Granada se nombra el Flos Sanctorum. Pues bien, también Figueroa le nombra (Alivio X): En las Flores de santos hallaréis grandes recreos, porque, fuera de contener la explicación de muchos lugares de Escritura, se narran con elegancia las vidas de los justos. Las de los mártires, especialmente, os mostrarán a vivir como cristiano verdadero. Su constancia os dejará enamorado y os inflamará para sufrir y padecer, no sólo con paciencia, sino con amor, con voluntad y alegría cualesquier trabajos, congojas y tribulaciones por Cristo y su Fe.

Para Espín Rael, la más cierta confirmación de que fue Quevedo el autor de DQA es el deleite por referirse a los gargajos, privativo de Quevedo; ningún otro escritor ha tenido tan sucio capricho. Pues bien, leamos a Suárez de Figueroa (Alivio III) hablando de aventuras estudiantiles en Alcalá: La primer rencilla que tuve nació de cierto gargajeo, …estando una mañana en el patio de escuelas, me fueron poco a poco saludando y ciñendo. Hechos, al fin, una rueda, desenvainó el conductor sobre mi intacto manteo el escremento más horrible que salió jamás de pecho acatarrado. Al son deste tamboril comenzaron a bailar los demás, 174

despidiendo de sí tan espeso granizo, que en grande rato fue forzoso sirviese mi limpieza y aseo de blanco de sus tiros… Acabada, con gran risa suya y no menor pena mía, la escarapela, comencé a maquinar la venganza.

Figueroa, que ya no es un niño cuando escribe El pasajero, es capaz de tratar temas relativos a la vida estudiantil. Y los ubica en Alcalá de Henares, donde varios investigadores dan por sin duda alguna que debió estudiar Avellaneda, pues allí transcurren algunos capítulos de DQA. Que nosotros sepamos, Figueroa fue estudiante en Valladolid y en Italia, pero el ambiente y las bromas estudiantiles no diferirían excesivamente de las que podían darse en Alcalá, ciudad que, por otra parte, bien pudo visitar en su etapa en España antes de regresar definitivamente a Italia. Habida cuenta de la importancia del zahiriente pasaje de DQA en que se alude a cuernos (Cap. 4), no podemos evitar entrar en un detalle. Allí leímos que don Quijote desea incorporar una pintura a su escudo y adicionarle un emblema o letra: …poniendo encima esta curiosa, aunque ajena, de suerte que… Pues bien, Figueroa emplea dos veces en El pasajero (Alivios II y VIII) la misma muletilla, y con el mismo sentido de plagio: * Por lo menos, me agradecerán el contexto, el estilo, y, juntamente, haber plantado en mi viña sarmientos de buena ley, aunque ajenos. * Será, pues, forzoso condenaros en que entréis… en el número de versificador, diciendo cualquier composición, aunque ajena.

La ocasional omisión del artículo determinado en DQA también se ve en otros autores contemporáneos. Este tipo de cosas cuesta de localizar por medios mecánicos. Riquer observó que en DQA se lee varias veces “de casa” y no “de la casa”. También eso lo hemos visto en El pasajero: * alhajas de casa. * alhajuelas de casa. 175

* bastimentos de casa. * maltrate alguno de casa. Si en Avellaneda se lee de “Purgatorio”, en Figueroa se lee “de Escritura”, sin artículo, en varios pasajes: * la explicación de muchos lugares de Escritura. * aquella parte de Escritura que se propone. * los dos que… contienen en materia de Escritura casi todos los demás. * debiendo ser todos los concetos de Escritura, o materia, o santo, o contra herejes, sobre Escritura, principalmente Nueva * las autoridades de Escritura y Evangelios. Parece buena idea echar un vistazo a una porción de texto de El pasajero, y no sólo a vocablos o expresiones concretas. Nos hemos decidido por anexar los Preliminares, el Alivio II (en parte) y el cuento o novelita de El Pícaro Ventero, que en la ed. de El pasajero que poseemos ocupa 23 págs. (239 a 261). El cuento (que contiene un episodio que Figueroa había leído probablemente en el Decamerón) lo relata uno de los personajes a los otros tres que le acompañan. Hemos eliminado los comentarios finales de éstos, con lo que resultan unas veintidós páginas de texto. Hemos marcado en negrita las coincidencias con las expresiones que antes analizamos. Y nótese que no las reprodujimos ni contabilizamos allí, por cuanto nos limitamos a las 100 primeras páginas del libro.

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EL REGISTRO LITERARIO DE FIGUEROA N la Dedicatoria de El pasajero (1617) dice Figueroa: Este libro… justamente puedo llamar hijo de mi inclinación y empleo de mi voluntad, por haber sido otros siete que escribí y publiqué partos de ajena instancia. Ciertamente, Figueroa, que no era mal escritor, se distinguió por sus traducciones y otras obras de encargo. Y si bien publicó partos propios, quedaron fuera de lo que podríamos llamar novela pura, lo que podría explicar sus dificultades en DQA, al punto que, según Fdo. García Salinero: …

E

el tipo de prosa… sería aceptable si el diálogo y los parlamentos fueran más digeribles y el autor hubiera evitado… lo que sigue: …las enumeraciones prolijas…la oratoria pomposa… la presencia constante del autor… que sermonea a sus leyentes.

Todo ello, en otro contexto que el de DQA, es muy propio de Figueroa en sus obras originales, en que solía recurrir al dialogo en que un interlocutor dominante alecciona a los otros, menos cultos o menos experimentados, rendidos ante sus extensos conocimientos. Baste apuntar que la coletilla de sus títulos eran del tipo: …advertencias utilísimas, …noticias importantes, …y los daños que siguen, …escarmiento para todos, … ratos de conversación, en los que dura el paseo. Es en ese terreno del Diálogo donde Figueroa se sentía más cómodo, pues le permitía exponer sus doctas y bien expresadas opiniones ante un auditorio que las aceptaba complacido. Y es que fue un severo censor de la cultura y de la política en la España decadente que le tocó vivir. En ese aspecto, y en lo didáctico, Figueroa es de los mejores escritores de su tiempo. Pero la novela es otra cosa. No sorprenderá al lector que a Figueroa le desagradasen los libros de caballerías. En el mismo pasaje (Alivio X) en que recomienda la lectura de libros autores aprobados y del Flos Sanctorum, dice:

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Estas lecciones y otras tales os causarán contento y regalo bien diferente del que ocasionan los Amadises, Febos y Orlandos: sueños, profanidades, mentiras y locuras.

No carecía el Doctor Figueroa de sentido del humor, si bien lo sobrecargado de sus diálogos restaba gracejo a las situaciones, bien imaginadas. Ya hemos indicado que era hombre de buena estatura y complexión, aunque calvo. Pero ello no le impidió tratar de calvos en El pasajero (Alivio V), donde da a entender haber sido objeto de burla por parte de alguno(s) de sus colegas: DON LUIS. Perdonadme, y pues generalmente no es bien recebido el serlo, decid, ¿por qué no os acomodáis a poner en ejecución lo que otros? Cabelleras hay admirables, que, a no saberse la lisura del dueño, engañara a cualquiera su disimulo. Ni juzgo yerro tratar como jardín el campo del cuerpo humano. Lícito es cultivarle y ser solícito en procurarle todo ornato y belleza. DOCTOR. Así es; mas siempre me hizo repugnancia la consideración de ser ligereza vituperable cualquier notable novedad. Que alheñe las canas el a quien nunca se le conocieron, pase; que bien hizo en prevenir con la tinta la blancura de la edad, las insignias de la muerte. Mas que el tratado y habido por cano muchos días se convierta al improviso de cisne en cuervo, indignidad terrible y conocida flaqueza de entendimiento. Muestra, por lo menos, desagradarle el conocimiento de su ser, de cuyo límite se desea apartar, siquiera con la corteza y sombra; efeto de imprudencia grandísima. Las mayores galas de los viejos son el aparato de las canas, merecedoras por sí de todo respeto y veneración, y dignos sus dueños de ser tenidos por padres de la patria; por sus árbitros y legisladores. La vejez, invierno de la edad, nos compone. Corónanse de nieve los montes; sus escarchas son los plateados cabellos, dignas borlas de la sabiduría anciana: corona dignitatis senectus, etc. Por tanto, ministran al poseedor no corto crédito para la confianza de grandes negocios, como fundada en la madura experiencia de largos años. Al contrario, desacredita el tinte sumamente, denotando aquel gasto inútil de tiempo mal empleo en el debido a cosas más arduas. Fuera de que el cano teñido, cano se pasea por 178

las calles, cano comunica con todos; y si no cano, jaspeado, por lo menos. ¿Habéis echado de ver los visos y cambiantes que descubre una barba déstas, a trechos roja, a trechos tiznada, y cándida a trechos, con la piel siempre abrasada, que regala así la violencia del aguafuerte? ¿Qué pretendéis emendar, caducos? Dad su traje a la edad; sed tan verdaderos en lo demostrativo como en lo interior: no desdiga lo aparente de lo oculto; que sois ya avestruces, …y aunque os llenéis de fingidas plumas, no os podréis volver ligeras garzas. ¿Queréis granjear por lindos la afición de las damas? Brevas, ya no llegáis a tiempo; fuera de que se ríen y hacen donaire del afeite, mientras os favorecen y agasajan. Atended a lo que importa, niños de cien años, y aprendan de vos los que os han de suceder reposo, cordura, madurez, gravedad. MAESTRO. ¿Qué es esto? ¿En qué arrobamiento os halláis? ¿Qué exclamación predicable ha sido la presente? Dejad a los miserables con su mala ventura, con su engaño. Basta que mientras viven contentísimos con el gasto de tan falsa moneda, la tisera de sus acciones les cercena poquito a poco las faldas, juzgándolos por lo que desean ser sin serlo, esto es, por muchachos sin valor, sin providencia, fáciles, antojadizos, inconstantes. DOCTOR. Dadme, pues, lugar que pase a los calvos, en quien corre casi la misma razón. Si fuera posible ir poniendo pelo en la cabeza al paso que se le quitaba el tiempo, vaya con Dios; que, al fin, llegaba tal suplemento en no mala ocasión. Mas después de haberse dado un pregón general, no sólo por la Corte, sino por el mundo, que es calvo Juan o Pedro; después de haber llegado ya a noticia de todos amanecer con pegote, con chapa, desairada acción, a fe de caballero. Es indecible el gozo que resulta a tales cornejas del tocamiento de ajenas plumas. Manéjanlas, y no lo pueden creer: tan aborrecible es para ellos el natural nombre de Peláez. Buen pelo se traen; mas buen trabajo les cuesta, por ser insufribles las incomodidades y molestias que padecen, principalmente de verano, por el sudor impedido del estorbo, cuya represa les ocasiona limpieza poca y menos salud. La donosidad consiste en las zarandajas que forman del amado postizo, guedejitas encrespadas y empinados copeticos. Dos cuentos no puedo dejar de referir, sucedidos ha poco a dos calvos, dignos de ponderación, por ir enderezados a su mengua. Galanteaba un lisiado déstos a cierta persona de bonísimas 179

partes, y no de peor gusto. Teniendo vislumbres, traía el amartelado sembrado de pelusa el campo de la cabeza; dio un día en favorecerle con tanta singularidad, que se llegó cerca y, como al descuido, aplicó la mano donde estaba la enfermedad, como que pretendía rascarle el meollo por vía de regalo. Angustiábase el corazón del favorecido, por ver se le iba descubriendo la flor. Quisiera, por una parte, no se entrara la deseada con tanta determinación en lo vedado; por otra, juzgaba notable grosería oponerse a tan preciosa caricia. Mientras ignoraba la resolución que debía tomar, la dama cargó los dedos hasta encontrar con el tafetán, leve cimiento del fingido casquete, con que se publicó del todo el artificioso ornato del pretensor. Desvióse al instante la socarrona, y con rostro aseverado le dijo: “Señor, mucho granjea con los buenos la sinceridad; desagrádanme fingimientos: sí por sí, no por no; el calvo, calvo; el peloso, peloso”. A esto, desamparando el negro amante la silla, partió como un rayo, sin responder…corridísimo del mal suceso. DON LUIS. ¿De suerte, que le hizo desmerecer con la señora lo que había elegido para instrumento de agradarla? DOCTOR. Así es; mas, sin duda, era no poco discreta la pretendida, pues se enfadó de embelecos; y aun soy de parecer no le excluyera tan ásperamente, si se le pusiera delante aseado y limpio con aquel defeto, que, como natural, no había estado en su mano. ¿Cuánto peor fuera haber nacido insensato, necio, torpe, majadero, de quienes hay en el mundo infinitos, sin hallarse remedio con que se pueda cubrir la falta de su bestialidad? Y, con todo, pasan y viven entre los otros brutos de la tierra. El otro cuento se me olvidaba, y no lo merecía, por más breve. Jugaba en cierta conversación un médico, calvo público, si bien pretendía desmentir semejante notoriedad con cabellera de particular primor. Por una suerte vino a diferencias con otro. Era el contraditor impaciente, y siendo las palabras espuelas de la ira, se dio principio a ejercitar las manos. Comenzó mi calvo a pelear como un Cid; mas el enemigo, a pocos lances, agarrando con los cinco rabiosos el miserable capacete, le desencasó del lugar que no era su centro. Púsose enmedio la de Guadalupe; y ya pasado aquel primer ardentísimo ímpetu de cólera, reconoció la pieza que había perdido, y la que a voces pedía el relumbrante calvatrueno. Tendió la vista por la sala, y no descubriendo rastro, siquiera por un cabello de tantos como echa180

ba menos su cholla, comenzó a preguntar entre los compañeros si habían visto aquello; y respondiéndole que no le entendían, volvía a replicar: “Aquello, aquello digo”; y en una hora no hubo sacarle de aquello, reventando de risa los circunstantes, uno de quien se había metido el aquello en la faltriquera de delante, y haciendo partícipes diestramente a los demás de la parte donde estaba escondido, daba motivo a su pasatiempo y solaz. DON LUIS. Sin estos, han sucedido a tales chapetones (sea lícito nombrarlos así sin estar en Indias) infelicísimos acontecimientos. Un bullicioso en cortesías, quitándose con presteza el sombrero a cierto personaje, dio en tierra con el artificio en el patio del Superior Consejo, con que descubrió el corto suyo en fiarse de lazos tan débiles, que sólo podían servir de ponerle en tan pública afrenta. DOCTOR. Cese, que es justo ya, semejante plática, y remítase el satirizar los calvos a alguno de los poetas burdos deste siglo; a alguno de los que, enmedio de su engañosa presunción, es tenido y juzgado de todos por machazo irracional de las Musas; por centro de toda ignorancia, de todo absurdo, de todo error.

Nosotros no hemos leído toda la producción de Figueroa. Pero quien sí lo hizo manifestó en su biografía: demuestra en sus obras una marcada tendencia religiosa. Quizá eso explique que para las novelitas insertas en DQA se decidiese a versionar aquellas dos que tampoco eran originales suyas. Aquí viene de molde lo que al respecto de esas prácticas se aconseja en El pasajero: El daño consistiera sólo en que vuestro libro fuera como información de letrado: nada propio, todo ajeno; mas, habiendo mucho de casa, ¿qué importa pedir al vecino algo prestado para lucir en semejante fiesta?

Uno de los encargos que recibió Figueroa fue escribir una novelita pastoril, La constante Amarilis, lo que hizo con dificultades, hasta que descubrió el método para completarla con prontitud: …apenas en un día daba entera perfeción a dos planas… Moríame por 181

hallar… algún atajo… Ponderé convenía… para labrar una sola escalera, enlazar unas con otras, hasta la cantidad necesaria. Este símil fue puerto de mi borrasca; fue Norte de mi navegación. Volaba desde allí adelante; mas era prestándome algunos sus alas.

¡Plagio! Esto nos confirma en las dificultades que padecía cuando se salía de su propio terreno literario.Veamos qué dice de la composición de Amarilis Mª Asunción Satorre, en la Introducción a su edición: La prisa… hace que el escritor redacte el libro aprovechando abundantes textos ajenos en prosa y en verso italianos y españoles y también textos propios escritos con anterioridad, de modo que termina en sólo dos meses un libro formado por elementos de distinta procedencia, como era propio de los libros de pastores. Son la Arcadia de Sannazaro, el Aminta de Torquato Tasso, según la traducción de Juan de Jáuregui, El pastor Fido de Battista Guarini, según la traducción del mismo… Figueroa, algunos sonetos de Luis Carrillo y Sotomayor y la Epístola a una despedida de Luigi Tansillo, a través de la traducción de Diego Hurtado de Mendoza, las obras con las que… Figueroa contrae su mayor deuda. En ocasiones, el escritor aprovecha… el contenido de un fragmento, como sucede con la Arcadia y El pastor Fido; pero otras veces la copia puede ser literal, como en el resto de las obras mencionadas. […] Asimismo, es notable la adaptación de algunos textos de Ovidio, pertenecientes a sus obras amatorias, como la Elegía a la muerte del papagayo, en el discurso segundo, basado en la elegía II6 de Amores, y a sus obras mitológicas, como en el largo relato sobre el Diluvio Universal en el discurso cuarto, que sigue muy de cerca, en determinados párrafos, al que Ovidio escribe en el libro primero de sus Metamorfosis. El libro se publicó en Valencia, ciudad en la que… Figueroa publicó también la segunda traducción de El pastor Fido. El impresor fue Juan Crisóstomo Garriz, dueño de un afamado y próspero taller […] Existen dos emisiones de la edición príncipe. De una de ellas se conserva, al parecer, un solo ejemplar en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid y va dedicada a don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos. La otra, idéntica a la anterior excepto en los preli182

minares, está dedicada a don Vincencio Guerrero, gentilhombre del duque de Mantua. La causa del cambio de dedicatoria fue seguramente el despecho del autor por no ser recibido por el Conde, pues parece que albergaba esperanzas de formar parte del séquito que acompañaría al de Lemos, ya virrey, a Nápoles.

Si algo destaca en la Amarilis son aquellas enumeraciones prolijas y oratoria pomposa que señalaba Fdo. García Salinero en DQA. Veamos sólo algunos escandalosos ejemplos: Esta fama hará que los amigos procuren hazérseles más amigos presentándoles dones, como Alcibíades presentó a Sócrates; que en sus necessidades les ayuden con dineros, como Pomponio Ático ayudó a Cicerón; que sus enemigos los alaben, como Esquines alabó a Demóstenes; que guarden y reverencien sus casas, como Alexandro en el cerco de Tebas guardó las de Píndaro; que las damas se enamoren dellos, como la hija de Augusto se enamoró de Ovidio, celebrada con nombre de Corina; que los hombres, por qualquier dinero, los compren para sus maestros, como Demócrito compró a Diágoras siervo; que les levanten estatuas, como Aristóteles levantó a Platón; que las ciudades peleen por llevar la gloria de aver nacido en ellas, como las siete ciudades más nobles de Grecia, por querer cada una ser la patria de Homero; que guarden por memoria las casas donde uvieren vivido, como Arezo las que vivió el Petrarca niño y Mantua las que vivió Virgilio en Piétole, aldea suya; que les den públicos dones, como Vicencia a Sabélico y Atenas a Demetrio Falereo; que les den salarios y rentas, como Roma a Quintiliano; que los levanten a mayor dignidad, como Roma a Cornelio Galo; que les dexen las llaves de las ciudades, como Atenas a Zenón; que combatan por tener sus huesos después de muertos, como Florencia por tener los del Dante; que las más principales repúblicas les den suma honra, como Venecia al Petrarca; que los pueblos les favorezcan, como los de Çaragoça a Eurípides; que hablando con ellos no se atrevan a hablar, como recitando Roscio no se atrevían a mover la lengua los romanos; que celebren su nacimiento, como los romanos celebravan el de Virgilio; que les hagan obsequias y sepulcros, como los citas a Ovidio; que los señores les den libertad, como Pompeo la dio a Leneo; que los rescaten con la propria hazienda, 183

como Aniceto rescató a Platón; que no osen llamar a sus puertas por no estorvarles, como Pompeyo no osó llamar a las puertas de Posidonio; que les den tantos escudos como versos uvieren compuesto, como el hijo de Antonio Severo dio a Opiano; que se les hagan tributarios, como Marco Antonio a Anasenor; que metan en los sepulcros sus imágenes, como Cipión Africano la de Enio; que con ruegos y dones los lleven a sus casas, como el rey de Egypto a Nicandro; que se les hagan familiares, como Arquelao a Eurípides; que se alegren de tener hijos en su vida, como por Aristóteles se alegró Filipo de tener a Alexandro; que les den dones extraordinarios, como dio el rey Tolomeo a Cleombroto; que perdonen por su causa las ciudades, como Alexandro perdonó a Lampasco por Anximenes; que los emperadores rompan las leyes por su causa, como por la Eneida, de Virgilio, contra su testamento las rompió Augusto; que los lleven por compañeros en sus carros triunfantes, como Trajano llevó a Dión; que los coronen, como Domiciano coronó a Estacio; que los reciban por consejeros, como Marco Antonio recibió a Iunio Rústico; que los dexen tutores de sus hijos y governadores del Imperio, como Constantino dexó a Libanio; que los más sobervios tiranos embíen y salgan con umildad a recibirlos, como Dionysio embió y salió a recibir a Platón; que les consagren templos, como Falaris a Eliesícoro; y que espanten sus enemigos, como Apolo espantó los enemigos de Arquíloco y Baco los de Sóphocles. Dichosos nosotros mil vezes, pues sin salir destos estrechos límites ni buscar con sumo trabajo, como los filósofos antiguos de Italia y Grecia, quién a los druidas de Francia, quién a los rabinos de Iudea, quién a los sacerdotes de Egypto, quién a los magos de Persia, quién a los bracamanes de la India y quién a los ginosofistas del Oriente, para aprender nuevas ciencias, escuchamos de tu lengua Priscianos, Livios, Virgilios, Parménides, Demóstenes, Pitágoras, Euclides, Boecios, Tolomeos y Aristóteles. Sábese ser la concordia en la tierra causa de abundancia, en el agua de tranquilidad, en los vientos de bonança, en el aire de serenidad, en los elementos de generación, en los tiempos de templança, en los planetas de benignos influxos, en el paraíso de aumento de gloria, en los cuerpos umanos de salud, en los colores de hermosura, en las medidas de Geometría, en las letras de razones, en las vozes de armonía, en los 184

argumentos de conclusiones, en las opiniones de grandes empresas, entre los príncipes de conquistas, entre los ciudadanos del bien de la ciudad, en los ánimos de la felicidad y en los casados de la sucessión.

En las págs. de El pasajero que hemos seleccionado no faltan esas enumeraciones, aunque resultan mucho más adecuadas al contexto y no tan desatadas: Comúnmente se divide en doce partes: Tierra de Labor, Abruzo, citra y ultra, Apulia llana, Capitanato, Principado, citra y ultra, Basilicata, Calabria inferior y superior, Tierra de Bari y de Otranto. Escriben contener dos mil y setecientas poblaciones, de quien las veinte son arzobispados, obispados las ciento y veinte y siete, donde se alimentan poco más de dos millones de almas. El número de príncipes, duques, marqueses, condes, etcétera, es por estremo crecido y va de contino cobrando aumento. Corre a todos obligación de servir personalmente por la defensa del reino. El Rey tiene ahora en él mil y cuatrocientos hombres de armas, dos mil caballos ligeros, un batallón de veinte y cuatro mil infantes, treinta galeras y veinte y siete presidios. Las plazas principales son: Cotrón, Taranto, Galípoli, Otranto, Brindis, con la fortaleza de San Andrés, Barleta, Monópoli, Bari, Trana, Manfredonia, Monte Santángel, Gaeta, y en los mediterráneos, el Aguila, Catanzaro, Cosenza, sin otras. No hay distrito donde se halle tanta variedad de frutos, puesto que produce hasta azúcar y dátiles. Ninguno de cuantos reinos comprehende el mundo tiene menos necesidad de lo ajeno, ni quien más envíe fuera de lo propio. Despacha almendras, nueces, anís, hasta para Berbería y Egipto; azafrán para muchas partes, sedas para Génova y Toscana, aceite para Venecia y otros lugares, vinos para Roma, caballos y ganado diverso para diversas provincias. Los sicilianos son de ingenio agudo: certifícalo Arquímedes; elocuentes: muéstralo Gorgias Leontino; graciosos: por eso juzgados inventores de la comedia. Son deseosísimos de honra, y así, mártires de celos; dados al ocio y a placeres, porfiados, importunos, discordes. Dejan los tráfagos y ganancias a los forasteros, y, si bien residen en medio del mar, valen poco universalmente en cosas marítimas. Obedecieron a tiranos de su nación (tales fueron los Dionisios, Hierón, Agatocles, 185

Falaris; a príncipes forasteros, cartaginenses, romanos, griegos, sarracenos, normandos y franceses. Las partes de la épica esenciales son fábula, afectos, costumbres, sentimientos y palabras, en que entran los episodios como acidente. El poema, en general, juzgo ser mezcla de acciones divinas y humanas. Ciñe tres puntos principales: proposición, invocación y narración. La fábula se forma diversamente, mixta y doble, simple y compuesta, sin otras. Son sus miembros atar y desatar. En las costumbres hay diferencias: de edad, de fortuna, de nación. Los afectos tienen también vario origen: de amor, de odio, ira, mansedumbre, miedo, confianza, misericordia, desdén, invidia, celos, emulación, menosprecio, vergüenza y otros. Así se han ido poco a poco convirtiendo en propios muchos meramente latinos, como repulsa, idóneo, lustro, prole, posteridad, astro, y otras sin número. Del arábigo hay también muchos, y muchos habrá asimismo del griego, como sabrán sus profesores, en particular nombres propios: Decamerón, Filocopo, Cimón, Dioneo, Pánfilo, Filostrato, Filomena, Emilia, Neyfile, Elisa, etc. Ninguno de los reyes y emperadores antiguos dejó de acompañarse con algún poeta. Fue venerado Anacreonte de Policrates, rey de Samios; Accio, de Bruto; Enio, de Cipión Africano, a quien hizo estatua; Andrónico fue ayo y maestro de los hijos de Livio Salinator; Virgilio y Horacio recibieron grandes favores de Augusto; sin otros muchos héroes que estimaron sumamente ser celebrados de cualesquier poetas. Pues la plebe de negro no es menos peligrosa desde sus bancos o gradas, ni menos bastecida de instrumentos para el estorbo de la comedia, y su regodeo. ¡Ay de aquella cuyo aplauso nace de carracas, cencerros, ginebras, silvatos, campanillas, capadores, tablillas de san Lázaro, y, sobre todo, de voces y silbos incesables! Di comisión para que en cualquier precio se me buscase una espada a prueba de todo golpazo, que reconociese por dueño alguno de los más famosos forjadores, como de los Sahagunes, de Tomás de Ayala, Miguel Cantero, Sebastián Hernández, Ortuño de Aguirre, y otros así.

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Su biógrafo acaba: De su muy considerable labor literaria, poca hay de interés permanente. Los más de sus libros fueron escritos como medio de vivir, y sólo con su ayuda pudo prolongar una existencia de escaseces. Casi sin excepción, yacen hoy cubiertos de polvo en las librerías de España, y su lectura se ha limitado a los investigadores de las Letras españolas.

Como ya indicamos antes, su obra más conocida y divulgada fue, precisamente, El pasajero, que durmió tres siglos antes de reeditarse por tercera vez gracias a uno de los más tenaces investigadores de las Letras españolas. Y mucho nos tememos que esa ed. (como la del año siguiente, de la Sdad. de Bibliófilos Españoles) fue espoleada por aquella Biografía, pues se publicó 4 años después (2 de su traducción del inglés al castellano). De El pasajero y de su autor escribió M. Menéndez Pelayo: Quien busque… sátiras tan crueles como ingeniosas, …frases venenosas y felices…, lea El pasajero, en el cual… lo más interesante… es el carácter… del autor, público maldiciente, envidioso universal de los aplausos ajenos, tipo de misántropo y excéntrico que se destaca… del cuadro de la Literatura del s. XVII, tan alegre, tan confiada y tan simpática. …una monstruosidad moral, de aquellas que ni el ingenio redime. Le tuvo, y grande, juntamente con una ciencia profunda de nuestra lengua, pero lo odioso de su condición y el mismo deseo de mostrarse solapado y agudo, con mengua de la claridad y del deleite, condenaron sus escritos al olvido, perdiendo él en honra propia lo que a tantos buenos había quitado.

La autoridad de Menéndez Pelayo (1856-1912) era enorme, como lo fue su influencia en la Crítica posterior. Decidido a resolver por sus pulgares el enigma de Avellaneda, zarandeó su prestigio recurriendo a los anagramas, como vimos. Ahora nos preguntamos: ¿habría favorecido una propuesta que le sirviese en bandeja la cabeza de su monstruo? Con su apoyo, el enigma se habría considerado resuelto hace cien años. 187

Portada de la Primera parte del Quijote impresa en Bruselas, 1607. Como la edición de Valencia 1605, ésta tomó como modelo el texto de la segunda de Madrid.

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FIGUEROA OPINA DE CERVANTES Y LOPE ERO es lo bueno que El pasajero no sólo nos ofrece un dignísimo resultado de la comparación de léxico. Además, contiene unas interesantísimas opiniones de Figueroa hacia Cervantes. Ya hemos visto que en DQA Avellaneda le consideraba, globalmente, un ser patético, en lo profesional y en lo personal. Veamos qué dice de él (o lo parece) Figueroa en El pasajero:

P

no falta quien ha historiado sucesos suyos, dando a su corta calidad maravillosos realces, y a su imaginada discreción inauditas alabanzas: que como estaba el paño en su poder, con facilidad podía aplicar la tisera por donde la guiaba el gusto.

Y cuando se le pregunta por el fruto de esta práctica: El que suele producir lo que no se forja con el crisol de la cordura: mofa, risa, mengua, escarnio. Podría referirse a las novelas El amante liberal y El capitán cautivo en las que Cervantes relató algunos de los incidentes de su cautividad en Argel. En otro lugar de El pasajero, hablando de aquellos escritores que causan hastío con sus publicaciones: …dura en no pocos esta flaqueza hasta la muerte, haciendo prólogos y dedicatorias al punto de espirar. Aquí ridiculiza la dedicatoria que Cervantes hizo al conde de Lemos de Los trabajos de Persiles y Segismunda, a sólo cuatro días de su muerte. Sin salir de El pasajero, en relación a los desdichados que componen y componen comedias que nadie les acepta… muchos… no hacen sino componer, y echar comedias al suelo del arca, con el ansia que suele el avaro recoger y acumular doblones. Por esta causa se hallan infinitos con muchas gruesas represadas, esperando se representarán cuando menos en el teatro de Josafat, donde por ningún caso les faltarán oyentes. 189

Aquí parece recordarse lo escrito por Cervantes en el Prólogo a las Ocho comedias y ocho entremeses jamás representados : Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir, que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía; y así las arrinconé en un cofre, y las consagré y condené a perpetuo silencio.

Y en otro lugar de El pasajero: Ingenio hemos visto que al cabo de cuarenta años de versificador cómico, vino a quedar empeorado, errando arreo no sola una, sino diez comedias.

Y en cuanto a viejos que persisten en componer poemas: …ciertos niños de a setenta, con hábito largo, supeditados de mujer, vencidos de ancianidad, dados toda la vida a coplear, y lo que es peor, a coplear perversamente, no puede haber sufrimiento que detenga su justa reprehension.

Quizá aquí aluda a Cervantes, que tenía 69 años cuando murió, y que en los dos últimos años había publicado Viaje del Parnaso y las Ocho comedias y ocho entremeses. Y también: ¡Dios os libre de encontrar con alguno de tantos viejos pedantes como se usan, rudos no menos que presumidos! Jamás me acabo de admirar del engaño ridículo con que éstos viven, desahuciados siempre de cualquier mejoría. Es de ver cómo se ensalzan, cómo se autorizan, cómo se loan, colocándose en el lugar más eminente del Parnaso y en la grada más superior del Liceo. No consienten se adelante o estime en su presencia otro cualquier ingenio; tan ciegamente son supeditados de ignorancia, son atormentados de envidia.

Lo siguiente quizá no vaya especialmente por Cervantes, pero al menos aclara el sentido de …por los años tan mal contentadizo, 190

que todo y todos le enfadan, que le aplicaba Avellaneda en el prólogo de DQA: Huid asimismo de acompañaros con quien padezca alguna deformidad y corporal lesión, como tuertos, cojos, jibados; ya que os pondrán los apodos que aplican a su fealdad en ocasión de perder la paciencia. Fuera de que tales contrahechos, con la seguridad de pobretes, endebles, y míseros, se arrojan a decir licenciosas libertades, por quien se hacen bien a menudo merecedores de que les zurren los carrillos. Aunque cierto se les había de tener compasión, para no brumarles los huesezuelos; que es lástima hacerles mal, y más cuando, a manera de muchachos, donosas y entretenidas sabandijuelas, son con sus lenguas picantillas el bureo del mundo, la gaitilla del lugar y el verdadero quitapesares. Tal vez, por el consiguiente, es la vejez cansada, como mal contentadiza de ordinario de las cosas del mundo, perdido y estragado, según suelen decir.

Y en el Discurso de los alcahuetes contenido en el libro Plaza universal de todas ciencias y artes , anterior a El pasajero, se quejó Figueroa de que las alcahuetas atraían a sus presas con las historias que se relataban en ciertos libros: la fábula de Olimpia, la de Genebra, la de Isabela… las novelas de Bocacio, de Cintio o Cervantes, …las locuras de Roldan, los amores de Reynaldo, los desdenes de Angélica, la afición de Rugero y Bradamante, combatiendo con estos dislates lascivos la virtud de las mugeres casadas, la castidad de las donzellas, y la preciosa honestidad de las viudas, que bien a menudo vienen a quedar violadas con tales razonamientos.

Recuérdese que en DQA aprobaba La Galatea, opinaba de las Novelas de Cervantes que eran más satíricas que ejemplares, y decía que su DQA no enseña a ser deshonesto. Es importante observar que la Plaza universal se publicó en vida de Cervantes, en 1615, dos años después de las NE y uno después de DQA. Así que tenemos en Figueroa un dignísimo candidato a ser Ave191

llaneda, tanto por el léxico como por la mala opinión que tenía de Cervantes. Ciertamente, la murmuración y las pullas entre literatos de nuestro Siglo de Oro eran el pan nuestro de cada día, y no por haber criticado a Cervantes se ha de ser Avellaneda; pero si el análisis del léxico produce un resultado llamativo… Y nótese que, en conjunto, las opiniones vertidas en El pasajero y la Plaza universal pueden resumirse en las contenidas en el prólogo y en algún otro pasaje de DQA: patético, novelas satíricas, supeditado de mujer… También El pasajero contiene alguna alusión a Lope de Vega (y a otros: Quevedo, Ruiz de Alarcón…). A lo que parece, Figueroa se llevaba a matar con todos sus colegas. Pero nos interesa Lope; y así, hablando de cómo deben ser las comedias: Ese punto nos diera en qué entender, si el arte tuviera lugar en este siglo. Plauto y Terencio fueran, si vivieran hoy, la burla de los teatros, el escarnio de la plebe, por haber introducido quien presume saber más cierto género de farsa menos culta que gananciosa.

Ciertamente, atacar a Lope de Vega era trabajo inútil y poco recomendable; así que Figueroa no se sale de los cánones: censura la comercialidad de Lope; pero no puede evitar incluir el irónico quien presume saber más. Añadamos que la crítica moderna cree que Figueroa tuvo que ver con la antilopista Spongia (1617) que en colaboración con J. Pablo Mártir Rizo escribió Pedro Torres Rámila y que fue contestada por Francisco López de Aguilar, satélite de Lope, en la Expostulatio spongiae (1618), donde ridiculizó a Figueroa, entre otros. En la comedia de Alarcón Todo es ventura (publicada en 1628 con otras comedias) se habla con sorna de un autor que, habiendo tirado la piedra, ha de esconder la mano (acto I, escena IX). Probablemente se trate de Figueroa, cuya enemistad con Alarcón arranca hacia 1613-14, cuando Alarcón regresó a España, y alude a su complicidad en la satírica Spongia (1617): Tristán.

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Lo mismo que al maldiciente poeta te ha sucedido.

Enrique. Tristán.

Di cómo. Que porque huya de la sátira la pena*, por más que le salga buena no puede decir que es suya; y después que la memoria y entendimiento ha cansado, se queda con el pecado y no se lleva la gloria.

Esta polémica ha sido bien estudiada por Joaquín Entrambasaguas en Una guerra literaria del Siglo de Oro. En fin, parece que Figueroa no era más lopista que Cervantes. La defensa de Lope en el prólogo de DQA bien puede ser, como ya indicamos, una excusa. La opinión que Figueroa merecía a sus colegas bien nos la da a entender Salas Barbadillo en la fábula La peregrinación sabia, donde habla de una Academia literaria cuyos componentes son animales: … vinieron a ser los académicos ocho, cuatro volátiles y cuatro terrestres. Sus condiciones y talentos fueron diversos: el tordo era un mal gramático pedante, hablador importuno y muy preciado de retórico, siendo más verboso que elocuente; el caballo, muy presumido de su nobleza y generosidad, quería que el saber consistiese no en haber estudiado más ni en tener más ingenio que los otros, sino en haber nacido mejor que ellos; hablaba con grande presunción, escuchábase él mismo y compraba su aplauso con dádivas y caricias. El perro era un poeta muy envidioso, fisgaba siempre de los escritos ajenos y, como si fueran huesos, los roía y despedazaba; esta mala condición le granjeó muchos enemigos, que le llamaban por mal nombre el poeta Fisgarroa, compuesto de sus dos depravadas costumbres: fisgar y roer.

* para eludir la réplica del satirizado, se entiende.

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Portada de la Primera parte del Quijote impresa en Madrid en 1608. Como las ediciones de Valencia 1605 y Bruselas 1607, ésta tomó como modelo el texto de la segunda de Madrid.

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¿POR QUÉ A CERVANTES? O hemos sido capaces de detectar en DQ-I el sinónomo voluntario que apunte a Figueroa. En algún lugar de este trabajo ya comentamos que quizá sea errónea la tradicional interpretación del prólogo de Avellaneda: me ofendió con un sinónimo; pero aun quedándonos con sólo me ofendió, tampoco hemos sido capaces de ver a Figueroa en DQ-I. Quizá se le ofende con algún rasgo físico o se le cita con un mote; pero de Figueroa sólo sabemos que tenía buena estatura, que llegó a a ser calvo y que era de rostro abultado (¿el gigante Caraculiambro?). En las fechas en que Cervantes podía estar ultimando la redacción de DQ-I (1603-4) la producción literaria de Figueroa era bien escasa, testimonial. En todo caso, pues uno de sus primeros trabajos había sido la traducción del poema pastoril El pastor Fido, quizá pudiera incluírsele en aquel pasaje del Cap. 6:

N

Tomando el barbero otro libro, dijo: —Éste es Espejo de caballerías. —Ya conozco a su merced —dijo el cura—; ahí anda el señor Reinaldos… y los doce Pares con el verdadero historiador Turpín. Y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela…Ariosto, al cual, si aquí le hallo, y… habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza. —Pues yo le tengo en italiano, mas no le entiendo. —Ni aun fuera bien que vos le entendiérades. Y aquí le perdonáramos al señor Capitán que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor; y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua; que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efeto, que este libro y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia…

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El pasaje no es tan agresivo, si bien la generalización (todos aquellos) pudo molestar a quien se considerase buen traductor. Por otro lado, es muy posible que cuando Cervantes lo escribió (las obras más modernas citadas son una decena de años anteriores a aquella traducción) ni siquiera conociese a Figueroa, que podía estar aún en Italia. Recién llegado a aquella corte literaria en la que se repartía a diestro y siniestro, Figueroa no era, en principio, una amenaza para los establecidos; pero con sus poco más de treinta años, sólida formación universitaria (doctor en Derecho Civil y Canónico), crítico, ambicioso y con excelente hoja de servicios en Italia, rabiaba por colocarse, y pudo cobrar particular aversión a quienes, peor preparados que él, le llevaban ventaja. Y Figueroa era de carácter sanguíneo y rencoroso. Por otra parte, a Figueroa pudo molestarle, como Letrado que era, el discurso de Las armas y las letras contenido en los Caps. 37 y 38 de DQ-I: Quíténseme delante los que dijeren que las Letras hacen ventaja a las Armas; que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón que los tales suelen decir, y a lo que ellos más se atienen, es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo, y que las Armas sólo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos Armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los designios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo, pues, así, que las Armas requieren espíritu como las Letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del Letrado o el del guerrero, trabaja más. Y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar 196

en más que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las Letras…, y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al Cielo; que a un fin tan sin fin como éste ninguno otro se le puede igualar: hablo de las Letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden, fin por cierto generoso y alto y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las Armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la Paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida… Esta Paz es el verdadero fin de la Guerra; que lo mesmo es decir Armas que Guerra. Prosupuesta, pues, esta verdad, que el fin de la Guerra es la Paz, y que en esto hace ventaja al fin de las Letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del Letrado y a los del profesor de las Armas, y véase cuáles son mayores. Digo, pues, que los trabajos del estudiante son éstos: principalmente, pobreza, no porque todos sean pobres, sino por poner este caso en todo el estremo que pueda ser; y en haber dicho que padece pobreza, me parece que no había que decir más de su mala ventura. Porque quien es pobre no tiene cosa buena; esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en frío, ya en desnudez, ya en todo junto. Pero, con todo eso, no es tanta, que no coma, aunque sea un poco más tarde de lo que se usa, aunque sea de las sobras de los ricos; que es la mayor miseria del estudiante este que entre ellos llaman ‘andar a la sopa’, y no les falta algún ajeno brasero o chimenea, que, si no calienta, a lo menos entibie su frío, y, en fin, la noche duermen debajo de cubierta. No quiero llegar a otras menudencias, conviene a saber, de la falta de camisas y no sobra de zapatos, la raridad y poco pelo del vestido, ni aquel ahitarse con tanto gusto, cuando la buena suerte les depara algún banquete. Por este camino que he pintado, áspero y dificultoso, tropezando aquí, cayendo allí, levantándose acullá, tornando a caer acá, llegan al grado que desean, el cual alcanzado, a muchos hemos visto que, habiendo pasado por estas Sirtes y por estas Scilas y Caribdis, como llevados en vuelo de la favorable fortuna, digo que los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas y su dormir en una estera en 197

reposar en holandas y damascos, premio justamente merecido de su virtud; pero contrapuestos y comparados sus trabajos con los del mílite guerrero, se quedan muy atrás en todo, como ahora diré. Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa; y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con sólo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche para restaurarse de todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere, y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su ejercicio; lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo que quizá le habrá pasado las sienes, o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y cuando esto no suceda, sino que el Cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero decidme, señores, si habéis mirado en ello, cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella. Sin duda habéis de responder que no tienen comparación, ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. Todo esto es al revés en los Letrados, porque de faldas, que no quiero decir de mangas, todos tienen en qué entretenerse. Así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil Letrados que a treinta mil soldados, porque a aquéllos se premian con darles oficios que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a éstos no se pueden premiar, sino con la mesma hacien198

da del señor a quien sirven, y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las Armas contra las Letras: materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega; y entre las que he dicho, dicen las Letras que sin ellas no se podrían sustentar las Armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son Letras y Letrados. A esto responden las Armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las Armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en Letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a éstas adherentes, que en parte ya las tengo referidas. Mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar, ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, que, hallándose cercado en alguna fuerza, y estando de posta o guarda en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Sólo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si este parece pequeño peligro, veamos si le iguala, o hace ventaja, el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del 199

que concede dos pies de tabla del espolón. Y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y, viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno; y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar, que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar, y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el Infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y ánima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. El cura le dijo que tenía mucha razón en todo cuanto había dicho en favor de las Armas, y que él, aunque Letrado y Graduado, estaba de su mesmo parecer.

El tiempo transcurrido entre la publicación de DQ-I y de DQA permite conjeturar que su aversión a Cervantes se originara en las Academias y/o en que ambos se vieran enzarzados en la batallita por integrarse en la corte literaria que había de acompañar a Nápoles al conde de Lemos, nombrado Virrey. Figueroa aspiró a ello, y no sin méritos, pues, además de su gran formación, había vivido gran parte de su juventud en Italia (1588-1603/4), prestando buenos servicios a su Rey. Él mismo confiesa en El pasajero (Alivio VII) que, como Cervantes, viajó hasta Barcelona para entrevistarse con el de Lemos con motivo 200

de dedicarle un libro. Despechado por no verse atendido, cambió la dedicatoria de aquel libro: Intentélo; mas impidióme la entrada un eclesiástico [¿el amonestado por don Quijote en DQ-II-32?], a quien entregué la obra dirigida. Dificultóme tanto la audiencia, por las muchas ocupaciones, que resolvió mi cólera no esperarla. Valíme también de un médico, que dio muerte, en vez de salud, a mi esperanza. Hallé tan sitiado al Conde de ingeniosos, que le juzgué inaccesible; como si no tuviese por costumbre el Sol dar luz a muchos. Desahuciado, pues, deste homicida familiar (cuya intención, sin duda, no fue buena, por haber considerado estrecha provincia la que es tan dilatada, para entrar a parte de las mercedes del señor que la había de gobernar), di vuelta desde Barcelona a Madrid sin hablar ni ver el rostro del que había sido principal motivo de aquel viaje.

Quizá Cervantes no perjudicó a Figueroa, y sólo incurrió (hablando tanto de todos) en motejarle y/o censurar sus trabajos literarios. ¡Error! No era Figueroa nada tolerante, como se evidencia en El pasajero (Alivio VIII) Tomé la pluma y… escribí algunos borrones… No fueran felices si les faltaran detractores; mas son… maldicientes de escuridad…; bien sé hablarían menos si se presentasen en la estacada. Ánimo tengo de inmortalizar algunos destos inhábiles; destos ignorantes, a quien la envidia adelgaza los dientes; destos que por mostrar ser algo, siendo nada, osan morder escritos para cuya imitación les falta talento.

¡Cómo nos recuerda eso a lo que se lee en la Dedicatoria de DQA! Reciban, pues, vuesas mercedes bajo de su manchega protección el libro y el celo de quien contra mil detracciones le ha trabajado, pues lo merece por él y por el peligro a que su autor se ha puesto poniéndole en la plaza del vulgo.

Que Cervantes daba y recibía queda evidenciado por un soneto anónimo, que le acusa de atacar a Lope, también anónimamente, pero 201

que ha sido identificado. Acaba diciendo que las páginas del Quijote sólo sirven para aplicaciones de escaso contenido intelectual: ... hablaste, buey; pero dijiste mu. … ¡Honra a Lope, potrilla, o guay de ti!, que es Sol, y, si se enoja, lloverá; y ese tu Don Quijote baladí de culo en culo por el mundo va vendiendo especias y azafrán romí, y al fin en muladares parará.

Quizá el soneto llegó a Cervantes en las circunstancias que relata en aquel pasaje de la adjunta al Parnaso: Estando yo en Valladolid, llevaron una carta a mi casa para mí, con un real de porte; …pagó el porte una sobrina mía, ¡que nunca ella le pagara! …venía en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, diciendo mal de Don Quijote; y de lo que me pesó fue del real, y propuse desde entonces de no tomar carta con porte.

Los anónimos insultantes, en sonetazos o cartas, eran buena arma para (sin peligro de la mano) batirse en las guerras soterradas que sostuvieron nuestros clásicos castellanos. En 1614 se publicó en Madrid el libro Discursos para todos los evangelios de Cuaresma, de Fray Cristóbal de Fonseca. Poco tiempo después recibió el buen agustino una epístola injuriosa (C. Pérez Pastor, Bibliografía madrileña, t. II, p. 283). La carta contiene elementos (Miguel, tartamudo, cinglón, cuento de perro…) que sugirieron a N. Alonso Cortés que pudo dictarla Cervantes, aunque no escribirla de su mano. A nosotros, de inmediato nos recordó el prólogo de DQA, por el encadenamiento de las ideas, por citas latinas, por jugar con el apellido, por recomendarle que se quite de enmedio y por algunas expresiones y vocablos. Si también se le motejase de viejo… Con todo, coincidimos con la opción alternativa de N. Alonso Cortés: el autor quiso cargarle el muerto a Cervantes. En cualquier caso, vaya como muestra de cómo se cortaba el paño: 202

Visto he el libro de Vuestra Paternidad y me parece que se puede decir dél lo del Salmo 9: ‘In operibus manum suarum comprehensus est peccator’; que, bien romanceadas, estas palabras quieren decir: ‘Tomáronle con el hurto en las manos’, como V. P. nos lo dice en el principio dél: que son trabajos ajenos, como la tuerta que se adelanta a decir que lo es porque no se lo digan, donde se arguye más fantasía que con saber que es tuerta haga ventana mañana y tarde y quiera mostrar ostentación, como el sastre que se viste el día de fiesta apasamanado con las pestañas de raso que ha hurtado a los otros; de suerte que se engalana V. P. con los desvelos ajenos: con lo que otros se deshacen las pestañas en las noches largas, sale de día galán. Mire que fue pecado en David cuando cortó la capa a Saúl, y no se ande a cortar pedazos de sermones y a zurcillos después; que como hay cortabolsas hay cortasermones y no se excusan éstos del castigo; que, como ladrones merecen azotes, merecen éstos afrenta pública en publicidad de un púlpito. Y ya le perdonáramos si cuando se pone a zurcir tuviere algo de francés, que saben bien engarzar; pero quedan las obras de sus manos corno caperuza de cuartos, cada uno de su color, que no se la puede poner después sino un Viñorro, y ansí anda el libro de V. P. tan común y conocido tomo cucharetas de Madrid do todos meten y sacan su cuchara quedándole hasta el sacamuelas predicador y trayéndole el zapatero en puntos. Confórmese con su nombre, pues el nombre dice algo de la persona, y pues se llama Fonseca, no quiera dar agua, pues sabemos que todo lo que vierte es del chorro de los demás. Yo no sé qué le movió a tomar este trabajo. Porque si fue para que no llegásemos al fuego de su doctrina, por haber dado nosotros el carbón, como lumbre de hospital que no se calienta a ella sino el pobre que tray tizo, bien se le perdonáramos a trueque que V. P. quedara hecho un carbonero; que pensando illustrarse se ha oscurecido más la buena opinión que teníamos. Y si no fue por esto, sino por vestirnos de nuevo con alguna cosa nueva, no sé yo quién se viste de retazos, que todo ese libro es un Testamento viejo, que aunque traiga algo del Nuevo, está ya tan traído que como a mujer pública había de mandar el cirujano sacalla de la casa y que no ganase más, porque no se le cumpliese a V. P. el deseo de la ganancia de la impresión, que éste ha 203

sido su fin: hacer un sacadinero, como quien compone coplas de Gaiferos o las cuatro partes de los Romanceros que salen ahora, que tanto les vale a los ciegos; y no sé yo por qué este libro es de ciegos tiniendo tantos ojos, pues ha hecho V. P. el oficio de cuervo con todos esos papeles y sermones que andan escriptos, sacándoles los ojos que el otro con su trabajo les puso, apuntando aquel concepto por mejor poniéndole ojo o manecilla. Ahora quiero contarle un cuento, y ha de saber que un perro se comió una vez un cuero de aceite, y el dueño dél puso pleito al dueño del perro, y dio por sentencia el alcalde que le pusiesen al perro una mecha en el salvohonor y se alumbrase con ella el dueño del aceite hasta que se acabase. Ansí habían de hacer a V. P., que es el perro que nos come el aceite: ponelle una mecha en el salvohonor y que ardiese, que, a trueque que quedara escarmentado, nos alumbraríamos con el candil del diablo para ver si se acababa el vicio de andar sacándonos los ojos. Acabe ya, mire el respecto que se ha de tener a la Sagrada Escritura y el que tienen los moros a su Alcorán, que no todos pueden tratar dél, y el que antiguamente se solía tener a nuestra sagrada Biblia, que cual y cual era el que tenía licencia para leer el libro de los Cantares. Pues ¿qué parecerá andar toda ella de bercera en bercera tirando tronchos al troncho que la tradujo, pues no la entienden? No piensen que pueden ahora las maricas entender los misterios y tocar el adulphe con la hermana de Moisén, que harto tienen que entender en lavar los paños menores a su Paternidad, que con los trabajos grandes en la composición del libro están hechos un ‘Rorate coeli’, porque dicen que se mea ‘guttatim’ de alegría el día que saca un libro a luz; pero ese día merecía junco o candelilla que se le quedara allá dentro para que no diese embrión ni formase semejantes monstruos en la república. que harto trabajo tenemos con un Villegas que nos saca las figuras de la Biblia y al vestir las ensambenita con un título de ‘applica si potest’. No mas, enmiéndese, que bastan dos. Y no le pase por la imaginación componer tercera, que nos descompondremos un tropel dellos y daremos petición al Rey diciendo los daños que hacen estos libros por andar en romance. Yo entiendo que se enmendará, y, si no, míreme a la cara: un parche tengo en la frente, una cuchillada a la valona, soy 204

tartamudo y llámanme el cinglón. Porque sepa cuando hubiere de responder a ésta donde me hallarán, el título pondrá a don Miguel Ponce de León, que me hallarán en casa del conde de Cocentaina, a quien puede venir la carta, que yo la cobraré. Vive a los caños de Alcalá.

Tirar la piedra y esconder la mano: esa era la clave. El célebre aventurero toledano Diego Duque de Estrada, en sus Comentarios del desengañado, nos habla de su admisión en una academia literaria que, patrocinada por el Conde de Fuensalida, funcionó en Toledo en los primeros años del s. XVII: Hízose una academia de que era presidente… el señor más rico y principal de Toledo, donde además de los caballeros que a ella asistían, lucían… Todos… me dieron lugar, y yo me le hice tal por mis sátiras, de manera que pudieron muy bien costarme la vida. ¡Poesía bien infructuosa, mal pernicioso, cuya paga es el ser odiado!

En fin, en el capítulo final de DQA, cuando don Quijote ingresa en el manicomio, se dirige a él un loco cultísimo allí recluido que dice a don Quijote: ¡Ah, si supiéseis quién soy!, y luego le lanza una sarta de censuras en latín. Muy propio de Figueroa; y pues no será casual que esto acontezca en las páginas finales de DQA, hemos de pensar que los personajes de don Quijote y del loco representan a Cervantes y a Figueroa: —Los Poetas me tienen por hereje, porque les digo, del afecto con que leen sus versos, lo de Horacio: Indoctum, doctumque fugat recitator acerbus, quem vero arripuit tenet, occiditque legendo, non missura cutem nisi plena cruoris hirudo. [el recitador incorregible pone en fuga al ignorante y al letrado; pero a quien agarra le mata leyéndole (sus versos): no soltará su pellejo sino se llena de sangre, como la sanguijuela]

—Y con ellos me aborrecen los Historiadores, porque les digo: Exiit in inmensum fecunda licentia vatum, 205

obligant historica nec sua verba fide. [aboga al infinito la fecunda inspiración de los Poetas, pero sus palabras no tienen la fidelidad de lo histórico]

—Los Soldados no pueden llevar que les anteponga las Letras y les diga lo de Alciato: Cedant arma togae, et quamvis durissima corda eloquio pollens ad sua vota trahit. [cedan las Armas a la Toga; y por muy duros que sean los ánimos, el hábil en elocuencia los arrastra a sus deseos]

Sí: Figueroa vapulea al poeta, al novelero, al soldado, que todo lo era Cervantes y de todo se enorgullecía. Pero… un momento: ya dijimos antes que Figueroa había traducido El pastor Fido. Eso fue en 1602, en Italia. Pero volvió a traducir el mismo libro, ya en España, en 1609. La segunda de estas traducciones es espléndida, y fue muy alabada en su tiempo; pero a la primera le encaja perfectísimamente lo dicho por el cura (gran amigo de Cervantes) en el Cap. 6 de DQ-I. ¡Dos traducciones de un mismo poema y por un mismo traductor en un periodo de 7 años! ¿Acaso hubo dos Cristóbal Suárez que coincidieron en ser Doctores en ambos Derechos, en vivir en Nápoles en la misma época y en el gusto de traducir un mismo poema pastoril? Aquí podría estar la respuesta a la incógnita. ¿Qué influencia tuvo en Figueroa aquel comentario de Cervantes en el Quijote de 1605? Una curiosidad: Las Licencias de impresión para El pastor Fido y La Amarilis de 1609 se extendieron en Valencia, y valencianos fueron los impresores; el del Pastor Fido fue… P. P. Mey, el que puso aquel jinete en las portadas de sus eds. del Quijote cervantino. ¿Realmente se ofendió Figueroa por lo que Cervantes —por boca de sus personajes— dijo de malas las traducciones y de la preponderancia de las Armas y las Letras? Bien pudo ser, dado su carácter; y, así, se entendería que Cervantes —que no tuvo intención de ofenderle personalmente en DQ-I, y que quizá ni le conociese cuando redactaba esos pasajes— nunca llegase a saber quién fue Avellaneda. 206

Por ello no dejó de alabar su Pastor Fido en DQ-II-62 (como vimos) y su Amarilis en el Viaje del Parnaso, si bien lacónicamente: Figueroa es estotro, el doctorado, que cantó de AMARILI la constancia en dulce prosa y verso regalado.

Seguramente, Figueroa no se ofendería tanto, pero, por venirle de molde como justificación, no lo olvidó en el prólogo de DQA, libro que escribió por razones más poderosas —por vengar otras cosas más recientes, por demostrar sus posibilidades— que aquella, tan remota y despersonalizada. O quizá sí que se ofendió, y tanto, que aún le duraba el enfado cuando escribió en El pasajero (Alivio 2): DOCTOR: …si tuviérades noticia de la lengua latina, o italiana, era fácil traducir en romance algún librito curioso, con que se viniera a conseguir vuestro intento; que, al fin, en semejantes trabajos, se lisonjea a la lengua natural con hacerle propias las buenas razones ajenas. Y aunque muchos ignorantes menosprecian esta ocupación, es, con todo, digna de cualquier honra. Según me acuerdo haber dicho en otra conversación, las traduciones, para ser acertadas, conviene…; de manera… que por ningún caso pierda de su lustre y valor la obra traducida. MAESTRO: …Es cosa digna de compasión ver la ceguedad de algunos, que con seis palabras puestas en la memoria y dichas sin tiempo entre ignorantes, pretenden grande opinión de eruditos, y, lo que es más, pródigo sustento, vestido y casa. DOCTOR: Tened; que poco a poco vais resbalando, y cairéis sin pensar en alguna murmuración. Tanta inquisición se puede hacer sobre este particular, que se venga a descubrir el tesoro que buscamos.

¿Qué tesoro sería ese al que se alude en una conversación en que el doctor parece referirse a Cervantes? Olvidémoslo; que los indicios y casualidades son muy resbaladizos. Claro que no todas casualidades son del mismo calibre: veamos 207

parte del Cap. 62 y el arranque del Cap. 63 de DQ-II. En Barcelona, en casa de don Antonio Moreno, don Quijote conoce la cabeza encantada que responde a lo que le preguntan. Salen ambos a pasear por la tarde. Por la noche hay fiesta en casa de don Antonio. A la mañana siguiente, los invitados asisten a una sesión de la cabeza encantada, y don Antonio organiza para la tarde una visita a las galeras fondeadas en el puerto. Leamos: Comieron aquel día con don Antonio algunos de sus amigos, …tratando a don Quijote como a caballero andante… Levantados los manteles, y tomando don Antonio por la mano a don Quijote, se entró con él en un apartado aposento, en el cual no había otra cosa de adorno que una mesa… sobre la cual estaba puesta al modo de las cabezas de los emperadores romanos, de los pechos arriba, una que semejaba ser de bronce… Salieron del aposento… y fuéronse a la sala donde los demás caballeros estaban. ...Aquella tarde sacaron a pasear a don Quijote… vestido un balandrán de paño leonado, que pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mismo hielo... Llegó la noche, volviéronse a casa, hubo sarao de damas, porque la mujer de don Antonio, que era una señora principal y alegre, hermosa y discreta, convidó a otras sus amigas a que viniesen a honrar a su huésped y a gustar de sus nunca vistas locuras. Vinieron algunas, cenose espléndidamente y comenzose el sarao casi a las diez de la noche... Otro día le pareció a don Antonio ser bien hacer la experiencia de la cabeza encantada, y con don Quijote, Sancho y otros dos amigos, con las dos señoras que habían molido a don Quijote en el baile, que aquella propia noche se habían quedado con la mujer de don Antonio, se encerró en la estancia donde estaba la cabeza… Con esto se acabaron las preguntas y las respuestas. Pero… en la opinión de don Quijote y de Sancho Panza la cabeza quedó por encantada… más a satisfación de don Quijote que de Sancho*... Y aquel mesmo día… avisó don Antonio al cuatralbo de las galeras como aquella tarde había de llevar a verlas a su huésped el famoso don Quijote de la Mancha, de quien ya el cuatralbo y todos los vecinos de la ciudad tenían noticia, y lo que le sucedió en ellas se dirá en el siguiente capítulo.

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Capítulo LXIII De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca Grandes eran los discursos que don Quijote hacía sobre la respuesta de la encantada cabeza…, y Sancho…todavía deseaba volver a mandar y a ser obedecido; que esta mala ventura trae consigo el mando, aunque sea de burlas. En resolución, aquella tarde don Antonio Moreno su huésped, y sus dos amigos, con don Quijote y Sancho fueron a las galeras…

Todo y que hemos prescindido de pormenores, por abreviar la lectura, lo que hemos dejado se lee bien, y muestra buen orden. ¿Qué de relevancia falta en lo transcrito? Pues lo que falta es ni más ni menos que lo que transcribimos en nuestro capítulo Don Quijote en la imprenta barcelonesa, que, ahora, bien parece que se trataba de una cuña de texto insertada arriba en *. Eso no constituye novedad alguna en Cervantes, al punto que se advierte en varios puntos del Quijote, y aun con modales más descarados: Olvidábaseme de decir que… Pero ahora hemos de recapitular: ¿qué sucede en la imprenta barcelonesa? Sucede que Cervantes vuelve a cargar contra los traductores; sucede que está presente un traductor de italiano, que es de muy buen talle y de alguna gravedad, que imprime el libro por su cuenta, que atiende sólo a la ganancia y que recibe sin rechistar el varapalo de don Quijote (Cervantes), sucede que que se habla de las entradas y salidas de los impresores (¿qué podía saber don Quijote de ello?), sucede que precisamente en esa imprenta se está imprimiendo el Quijote apócrifo, y sucede que aparece un nombre: Cristóbal Suárez de Figueroa. ¿Será éste el paquete que en algún lugar de nuestro trabajo propusimos que quizá dejó Cervantes en DQ-II para Avellaneda? Claro que nuestra idea de paquete no era precisamente ésa. Aquí no parece haber sino halago. Todo esto podría ser mera casualidad, un palo de ciego o un globo sonda lanzado por Cervantes, llevado de difusas informaciones que hubiesen llegado a sus oídos. Y también podría tratarse de una reparación y una oferta de pacto: No haya más, andese la paz en el corro, 209

que peor será meneallo. Un mensaje en línea con aquel pensamiento expresado por Cervantes en el Viaje del Parnaso: No dudes, ¡oh letor caro!, no dudes, sino que suele el disimulo a veces servir de aumento a las demás virtudes. Dínoslo tú, David, que aunque pareces loco en poder de Aquís, de tu cordura, fingiendo el loco, la grandeza ofreces.

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CONCLUSIÓN O va a ser fácil encontrar otro candidato a Avellaneda con mejores credenciales que Cristóbal Suárez de Figueroa, todo y que no le localicemos en DQ-I con un sinónomo voluntario de la claridad de los que hemos visto en las páginas anteriores. Lo que sí resulta claro, por su caracter, sus relaciones con sus colegas, su manifiesta antipatía hacia Cervantes y su singularísima producción literaria, es que fue muy capaz de una acción como la de Avellaneda. Quizá porque siempre se ha leído rectamente el prólogo de DQA sin dar en pensar que todo él es ironía y disimulo, quizá por dar excesivo crédito a los comentarios de Cervantes y buscar entre aragoneses, por dar por sentado que Avellaneda fue clérigo, por haber prestado excesiva atención a sinónomos voluntarios y pequeños detalles, por perder el tiempo con anagramas, Figueroa ha podido dormir en plácido incógnito el sueño eterno. Todo y que no hemos podido dejar de ver en los textos de DQ, DQA y El pasajero y en las biografías de Cervantes y Figueroa pasajes y detalles con que reforzar nuestra exposición, hemos decidido —vistas experiencias ajenas— no ampliar este trabajo con incursiones en terreno de los indicios y casualidades, tan resbaladizo como el de los anagramas. Y competido, pues en no pocos casos varios investigadores pugnan en el reducido espacio de uno de esos detalles por lograr que el lector (desconcertado) digiera la lectura que favorece a su candidato. Para cerrar el caso, la crítica está en su derecho de exigir pruebas documentales: el contrato de impresión de DQA u otro tipo de documento contemporáneo suficientemente comprometedor. Nada que objetar, pero admítase que Cristóbal Suárez de Figueroa pasa a ser el principal sospechoso del llamado crimen de Avellaneda. Tenía antipatía a la víctima, se le ha encontrado la que pudo ser el arma utilizada, tiene antecedentes de aprovecharse de lo ajeno y se sospecha fue cómplice de otras malicias literarias. Débil es el atenuante de defensa propia, y quizá su malicia llegó a tanto, que quiso (con aquel

N

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‘ofender a mí’) cargar el muerto a otro que sí fue caricaturizado (con seudónimo) en DQ-I y que quizá no fue (o no lo era entonces) tan amigo de Cervantes como pensamos. ¿Actuó solo Figueroa? ¿Alguien le daba ideas, le reía la gracia, le revisaba lo escrito? ¿Fue suya la iniciativa? ¿Fue sólo el pistolero que aceptó un encargo que en lo personal no le desagradaba? Sí, aún quedan incógnitas, pero parece que ahora sí estamos cerca, muy cerca de desenmascarar a Avellaneda. Las sombras sobre su identidad quizá tengan que ver con lo que de sí mismo dice Figueroa (El pasajero, Alivio IV): De nadie se puede estar hoy menos seguro que de quien se da por más amigo, por ser el primero que a espalda vuelta pretende adelantarse en picar y morder. No hay cosa tan abominable como hacerse uno esclavo de su secreto, comunicándole a quien por ningún caso le sabe guardar; antes como estraño le revela. Es mi condición de manera, que por ningún caso comunicara lo interior a enemigo ni amigo. A ninguno quiero manifestar mis ocultas flaquezas; baste el escándalo que ocasionan las públicas. Lo contrario no sirve mas que de oír y guardar, y con ocasión de defender la culpa, aborrecer al dueño, con que me podrá acometer y oprimir siempre que quisiere. No sé en qué parte se dice: ‘Guárdese cualquiera de su prójimo, y no tenga confianza en alguno de sus hermanos, porque en ninguno dellos hallará seguridad’.

¡Allá se lo haya! ¡Con su pan se lo coma! En cuanto a nosotros, ¿cuál será el pago de este atrevimiento? Porque ya advirtió Luis Astrana Marín: Si otro investigador o biógrafo logra descubrirlo —que mucho lo dificulto—, enhorabuena para él. Quizá, por la índole del personaje, ni todos habrán de agradecérselo, ni muchos querrán convencerse.

julio de 2003

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POST SCRIPTUM Finalizado este trabajo antes de nuestras vacaciones, quisimos al regreso volver a probar si encontrábamos en Internet el texto electrónico completo de El pasajero. Tampoco; pero en nuestra tortuosa navegación encontramos una reseña de cierta revista murguetana que indicaba que su nº 81 contenía un artículo titulado: ‘El Quijote’ apòcrifo obra de Cristobal Suàrez de Figueroa. Ese mismo día, lunes 8 de septiembre, y tras unas rápidas gestiones telefónicas, localizamos un ejemplar de aquella revista en el Archivo Municipal de Murcia y solicitamos las fotocopias, que recibimos a mediados del mes. El articulista ‘P. Florencio Álvarez Díez, O.S.A.’ lo escribió en 1990 en memoria de su amigo Enrique Espín Rodrigo (fall. 1982), hijo de aquel Joaquín Espín Rael que intervino en la encuesta de Avellaneda proponiendo a Quevedo. Se entiende que el hijo continuó las investigaciones del padre para reforzar la candidatura de Quevedo; pero hacia 1977, después de haber leído El pasajero —probablemente por las opiniones allí vertidas sobre Cervantes— se convenció de que sólo su autor podía ser ‘Avellaneda’, y, por consiguiente, también el verdadero autor de El buscón. Más adelante, añadió a la lista la novelita La tía fingida (¿de Cervantes?). La mayoría de las 20 págs. del artículo se dedican a datos biográficos del candidato, y la única prueba lingüística aportada es que la expresión ‘mal contentadizo’ —o similar— se lee en el prólogo de DQA y en tres o cuatro lugares de El pasajero. Pese a las teorías manejadas por Espín, cabe pronosticar que sus notas, que conserva el Fondo Cultural Espín (Lorca), contengan elementos de léxico que complementen los que aquí hemos aportado. septiembre 2003

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TERCERA PARTE

FRAGMENTOS DE OBRAS Y BIOGRAFÍA DE CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA El pasajero Alivio II (fragmento) Cuento del Pícaro Ventero Novela de Los Felices Amantes Tres capítulos del Quijote de Avellaneda Bio-bibliografía de Suárez de Figueroa

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Portada de la editio princeps de La constante Amarilis, impresa en Valencia, 1609

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Portada de la editio princeps de la Segunda parte del Quijote, impresa en Madrid por Juan de la Cuesta, 1615.

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CONTENIDO DE LOS ANEXOS E El pasajero —libro del que sólo conocemos 6 eds.— hemos traído aquí las páginas preliminares y parte del texto del Alivio II, según la ed. que preparó en 1913 Francisco Rodríguez Marín, insigne cervantista, académico y director de la Bbtca. Nacional. Hay suficiente en esas páginas para hacerse una idea del caracter de su autor y de sus opiniones sobre Alarcón, Cervantes y otros. Nos ha parecido buena idea adicionar el cuento o novelita de El Pícaro Ventero, picaresco, que —aunque el pasaje de la sepultura parece inspirado en otro del Decamerón— apunta las capacidades de Figueroa como novelista, poco explotadas en su bibliografía oficial.

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* * * De el Quijote de Avellaneda reproducimos los dos capítulos primeros (1 y 2), la novela intermedia de Los felices amantes(Caps.1720) y el último capítulo (36). En total, 7 capítulos, que permiten hacerse una buena idea de cómo perfiló Avellaneda los personajes principales, particularmente el de Sancho Panza, como advirtió en el prólogo. Habíamos inicialmente señalado con letra negrita todas las coincidencias con el análisis lexicográfico, así como algunas otras construcciones y adjetivos singulares. Finalmente, hemos decidido prescindir de mucho de ello, con idea de distraer lo menos posible al lector. Es evidente, y así lo van señalando varios críticos, que al valorar las calidades literarias de Avellaneda han pesado mucho los prejuicios. No es del todo justo comparar a sus personajes con los cervantinos, pues los concibió distintos, más extremados. El lenguaje de Sancho y algunas situaciones es cierto tocan en lo escatológico y rozan lo pornográfico: ahí sí que quizá se le fue la mano a Avellaneda, por encontrarse fuera de su verdadero registro y no saber lograr por otros medios la comicidad que precisaba este tipo de relato. A decir verdad, también Cervantes tocó lo escatológico en varios pasa217

jes de DQ-I (Sancho y los efectos del bálsamo de Fierabrás, el final de la aventura de las manadas de ovejas…). Pero no es menos cierto que fue decisión de Avellaneda el competir con Cervantes. Nadie le obligó a ello; y al no revelar su identidad privó a la crítica de otros textos por los que ser juzgado. Es su problema. * * * La biografía de Cristóbal Suárez de Figueroa fue publicada en los primeros años del s. XX por J. P. Wickersham Crawford (1882-1939) hispanista norteamericano que fue profesor de la Univ. de Pensylvania y director del Modern Language Journal (1920-24) y de la Hispanic Review (1933-39). El libro de Wickersham fue traducido al castellano en 1911 por el erudito vallisoletano Narciso Alonso Cortés (1875-1972), quien le añadió algunos detalles contenidos en Notas. Al igual que sucede con otros autores del Siglo de Oro, gran parte de la biografía de Suárez de Figueroa se basa en lo que de sí mismo parece decir en sus obras, particularmente en El pasajero (1617), la más conocida de todas. De la traducción hemos extractado —con algún retoque— lo que aquí anexamos, evitando repetir lo ya comentado antes. En su bibliografía incluimos las dos eds. de El pasajero que siguieron a la traducción de N. Alonso Cortés.

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El pasajero A LA EXCELENTÍSIMA REPÚBLICA DE LUCA Este libro, que justamente puedo llamar hijo de mi inclinación y empleo de mi voluntad, por haber sido otros siete que escribí y publiqué partos de ajena instancia, recorre con humildad al favor de quien es teatro admirable de todas letras y centro de cualesquier virtuosas acciones; a la sombra de quien con tanta prudencia y valor ha conservado y defendido tantos años el don precioso de la libertad. A Vuestra Excelencia, pues, consagro esta pequeña ofrenda (grande por afectuosos deseos), seguro de que la admitirá con la benevolencia que suele a los que se valen de su amparo. Ni sé quién pueda igualar en patrocinar con mayores veras la que por instantes goza y agradecidamente reconoce los bienes de la protección. Aumente Nuestro Señor prósperamente su Estado, como deseamos sus servidores. Madrid, etc. El Doctor Cristóbal Suárez de Figueroa.

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AL LECTOR No hay moneda que tan mal corra en el mundo como desengaños, ni quien tanto los haya menester como el hombre. La ciencia más difícil de aprender es el conocimiento de sí mismo, en que casi todos, con indecible gusto, vienen a quedar rudísimos. Asunto de nuestros doctos antecesores fue siempre el reprimir este exceso, el condenar esta afición, atentos a poner sin cesar delante los ojos las imperfeciones de la vida. De las flores sembradas por los jardines de varios libros escogí este ramillete, con deseo de que espire suavísimos olores de virtud enderezados (si ya no es temeridad presumirlo) a alguna reformación de costumbres. Es mi disinio refrescar las memorias con la fuerza de avisos tan útiles, con la enseñanza de documentos tan necesarios, asestando la artillería de la razón (hecho primero alarde de bueno y malo) contra las torres de propias confianzas. A quien tocare parte deste contagio será forzoso desagraden las materias picantes que fuere encontrando; mas, si repara en la intención, sé cierto templará los enojos y endulzará las iras. Juicio sería desacertado el que se hiciese condenando los medios racionales, aptos y convenientes para consecución de particulares fines, proporcionados, y con prudencia pretendidos.

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INTRODUCCIÓN AL PASAJERO Con aviso cierto de galeras, partieron de Madrid a Barcelona, para embarcarse a Italia, cuatro entre quien el camino, sin conocerse, trabó amistad y correspondencia. Era el uno maestro en Artes y profesor de Teología. Llevábanle a Roma satisfación de letras y deseos de valer, formando en sí un tribunal para conseguir sin dilación el premio de su virtud. Dedicábase otro a la milicia; y aunque por su poca edad poco soldado, iba al reino de Nápoles con mediano sueldo, efeto más de favores que servicios. El tercero, dado al arte orificia, pasaba a Milán, donde cierto pariente de pluma, por su muerte, le había dejado hacienda. Desterrábase el último de su patria sin ocasión, si ya no lo era bastante haber nacido en ella con alguna calidad y penuria de bienes. Seguía por facultad la de ambas Prudencias, con título de Doctor, aunque más docto en esperiencia y comunicación de naciones. Los cuatro, pues, habiendo comenzado el viaje en tiempo cuando más aflige el sol, determinaron cambiar los oficios de día y noche, dando a uno el reposo y a otra la fatiga del camino, por poder sufrir mejor con la templanza désta el excesivo calor de aquél. Mas, como regalos de posadas antes obligan a inquietud que a sosiego, por su escasa limpieza y curiosidad, pasados algunos ratos de reposo, dedicados por fuerza al quebrantamiento, trataron aliviar el cansancio de la ociosidad con diferentes pláticas. Y como de ordinario acontece apenas soltarse de la lengua aquello a que más incita la inclinación, pareció conveniente siguiese cualquiera la suya en las venideras conversaciones, ya fuese discurriendo, ya preguntando. Descubriéronse al salir de la Corte en los nuevos amigos diversos afectos, según los engendraba la natural condición, o cuidado. Dábansele al Teólogo queridas prendas de sangre: dos sobrinos con una hermana moza, necesitada y virtuosa. Ahogábanle las ansias derivadas de la presente ausencia, con la consideración de varios inconvenientes cuando llegase a faltar la corta provisión que dejaba. El soldado, mancebo al uso, según su prespectiva, era combatido de 221

pensamientos amorosos. Quería bien, y era, a su parecer, correspondido; siendo siempre insufrible la división de dos a quien unió simpatía de voluntades. No padecía menor sentimiento el orífice, por robarse a las tiernas caricias de mujer honesta, en lo más reciente de sus bodas, y a las visitas de agradables parientes y vecinos. Sólo el letrado, al despedirse los demás con lágrimas de la Corte, la miraba con ceño y ojos enjutos, casi como indignado contra la que de contino es pródiga en favorecer a estranjeros y avarísima en beneficiar a sus naturales. Al fin, distantes cinco leguas de la que ocasionaba su dolor, algo quietos ya los corazones de los tres, comenzaron a reconocer la austeridad del compañero, solicitando al deseo la admiración para entender la causa de aquella singularidad.

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ALIVIO II DON LUIS. Concluyo con afirmar que en lo discurrido hasta aquí de mis años sólo tuve por inclinación amor y poesía, viniendo a ser melancolía para mí lo que no tratare desto. DOCTOR. Con lo significado os habéis hecho digno de conmiseración y lástima. Bien se os luce la poca edad en la elección de lo que seguís. ¡Cuán cierta ruina os promete una y otra pasión! Ser amor dolorosa muerte, acidente y no sustancia, consistir en la memoria, por estar en ella la impresión de la cosa amada, nacer de los sentidos, de la voluntad y del corazón por la vista, pruébanlo cuantos escribieron sus calidades. La Poesía causa al sujeto casi no menor daño, sirviendo sólo de robar las horas que se debían ocupar en más digno empleo. Desautoriza sumamente a sus profesores, que se juzgan incapaces de otro ministerio, por divertidos demasiado en aquél. Por esto se alzan con la mayor parte del gobierno los no muy ingeniosos, y están arrimados grandes supuestos. Créese sean antiquísimos los principios de la Poética, y se tiene por cierto se hallase el verso antes que su observación. No niego haber sido los poetas oídos siempre con deleite grandísimo, por la consonancia y numerosa estructura. ¿Qué más? Hasta la prosa por este conocimiento fue ceñida y atada con ciertos pies. Observáronlo así, por mayor dulzura, Isócrates, Demóstenes y Marco Tulio en las cláusulas, naciendo de aquí tantos tropos, tantas figuras y colores retóricos. Mas, en general, deleita y agrada más el decir natural y simple, sin ornamento, sin arte, en la forma que se habla comúnmente. No quieren se halle nada afectado, nada fingido ni desencasado del uso vulgar, sino todo sincero, todo sano y sin adulterino color, puesto que, según la opinión de Sócrates, cualquiera es bien elocuente en lo que sabe. Cánsame sumamente el uso de las rimas y aquella violenta necesidad del consonante, tan apetecido del vulgo. La prosa, cuando se habla o escribe como se debe, mantiene indecible decoro y gravedad, siendo su artificio mucho más ingenioso que el del verso. Soy, pues, de opinión os desviéis con todo 223

cuidado de lo que por ningún caso ocasiona utilidad ni reputación. DON LUIS. Atónito me deja semejante parecer en amor y poesía, y a no estar en el mundo tan asentado por excelente uno y otro, en cuidado me habíades puesto de armarme de razones contra las vuestras. Si amor es conveniente o no, si es bueno o malo, apacible o riguroso, quédese el disputarlo para otra vez; que no mereciera yo título de su vasallo fiel si no entrara por su respeto en la lid más peligrosa. Sólo pretendo al presente (antes de apuntar los que faltan las fuerzas de sus inclinaciones, que para eso será oportuno otro cualquier tiempo) expliquéis algunas partes de la Poesía, así por mayor; que, como sin letras, he mucho menester vuestra enseñanza. Y os suplico la tratéis esta vez no como padrastro; antes le hagáis buena acogida, honrándola como a güésped con quien es lícito usar excesos de cortesía. DOCTOR. La llave de mi voluntad tenéis para obedeceros; mas es de advertir no se cause molestia a los que, como vos, quizá no gustan de tal materia; que es acertado siempre medirse con el gusto general de la junta. MAESTRO. En ningún sujeto puede ser penosa la vuestra, como quien con tanta elegancia sabe hablar sobre cualquier cosa. Muy de su parte ha muchos años tiene la Poesía granjeado el aplauso y aceptación de todos, y así, al presente sólo podremos nosotros rendirle el debido tributo de atención, para recoger vuestras palabras sin pestañear. DOCTOR. Corteses sois por estremo, y por diferentes caminos sabéis obligar; será, según esto, la más discreta réplica el comenzar. Sin duda, los primeros maestros de la vida, en tiempo cuando los hombres rudos y silvestres aún no bien se unían y congregaban, enseñados de la naturaleza, que les había concedido ingenio y voz para poderse juntar cómodamente, hallaron la gravedad de los versos. Comenzaron cantando, con ellos, a disponer la dureza de aquellos pueblos, que entre árboles y grutas pasaban a modo de fieras, sin tener noticia de mejor ser ni de más políticas costumbres. Apenas resonaron los acentos destos primeros cantores, cuando, atraídos de su melodía, fueron seguidos de los más rústicos. En esta forma se publica haber la deleitosa cítara de Orfeo atraído a sí fieras, piedras, plantas y ríos con la harmonía de sus voces; esto es, haber reducido 224

con el verso a vida sociable aquellas gentes montaraces y desunidas. Por lo menos, tiene la Poesía en su favor este gran principio. Mas su origen túvole, sin duda, del Cielo. Habiendo Dios (autor de todo, de cosas invisibles y visibles) criado ángeles y hombres, y adornádolos de dones maravillosos, fue conveniente declarase una y otra generación en cuánta obligación le estaba por tantos beneficios recebidos. Esto queda más confirmado poniendo la consideración en los asombros soberanos. Si miramos los movimientos de los orbes, que con el continuo girar hacen sempiternia harmonía, si se repara en los espíritus celestes, cuyo concento y admirable modo de voces excede nuestra inteligencia, denotan haberse unido todos para rendir gracias a tan inmenso padre y señor, y para con sumas alabanzas celebrarle cantando. Parece, pues, no haberse podido hallar mejor forma como que los mismos, con acomodada medida de tiempos y palabras intelectuales, hiciesen ruegos que tuviesen vigor para mover la divina potencia cuando pidiesen gracias y suplicasen por nosotros, perteneciéndoles el cuidado de las cosas humanas y el estar delante del sumo Rey, en ayuda y favor de los mortales. Así, casi luego que nacieron los hombres, o por divina razón de naturaleza, o porque tanto cuanto era más reciente su origen derivado de arriba, tanto más presto, viendo lo mejor, quisiesen imitar la costumbre de los que en el Cielo habitan, podemos imaginar eligieron honrar a Dios con música y poesía en públicos y privados sacrificios, en ruegos, en hacimientos de gracias y en todas fiestas, cantando palabras ligadas y restringidas debajo cierta ley harmónica. Por tanto, así como de la ciega gentilidad, entre los coros de entendimientos celestiales fueron antepuestos Apolo y las Musas para celebrar la majestad del gran Júpiter, criador y dueño de todo, así también los hombres atribuyeron a los poetas (súbditos ya de Apolo) el mismo oficio, como a intérpretes de las cosas divinas. En esta conformidad, toda la antigua Poesía era de los dioses, ni otra cosa contenía que celestes alabanzas y ruegos para impetrar su favor y dar gracias de las cosas felizmente sucedidas. Loaba también y rogaba a los héroes puestos en el número de dioses, o por aplacar su ira, o por conseguir su socorro. Después se ocupó asimismo en celebrar los gloriosos hechos y claras virtudes de ilustres hombres. Ahora, siendo cualquier difinición 225

tema fecundo y concertado, principio de las ciencias, nombre de la cosa y naturaleza della, será acertado, difiniendo la Poesía (ya explicado su origen), afirmar ser arte de imitar con palabras, a diferencia de la muda. Imitar es representar y pintar al vivo las acciones humanas, la naturaleza de las cosas y diversos géneros de personas, como suelen ser y tratarse. Divídese en tres especies: épica, scénica y mélica. Las partes de la épica esenciales son fábula, afectos, costumbres, sentimientos y palabras, en que entran los episodios como acidente. El poema, en general, juzgo ser mezcla de acciones divinas y humanas. Ciñe tres puntos principales: proposición, invocación y narración. La fábula se forma diversamente, mixta y doble, simple y compuesta, sin otras. Son sus miembros atar y desatar. En las costumbres hay diferencias: de edad, de fortuna, de nación. Los afectos tienen también vario origen: de amor, de odio, ira, mansedumbre, miedo, confianza, misericordia, desdén, invidia, celos, emulación, menosprecio, vergüenza y otros: La poesía scénica o representable se divide en tres: tragedia, comedia y sátira. El fin de la primera es mover a conmiseración. La dignidad de su verso iguala a la del épico: por eso le señalan coturnos. Pasa entre príncipes, entre héroes y grandes personajes. Los modos de la fábula trágica, sus miembros y episodios, cómo se ha de representar lo miserable, lo espantoso, costumbres, pasiones, traje, aparato y otros requisitos, pedían más tiempo y meditación. El oficio de la comedia es mover a risa. Introdúcense en ella personas comunes, como ciudadanos (así son propios suyos los zuecos) donde pueda tener lugar la gracia, la malicia, el artificio, la agudeza. Será forzoso pasar apriesa por todos sus términos, puesto que se podía formar crecido volumen si se hubieran de exprimir por menudo el origen de la comedia antigua, de la mediana, de la nueva; qué se requiera en el cómico, cuál deba ser la fábula, de qué metal los episodios; qué cosas se pueden sacar al teatro, y cuáles oírse o narrarse; en qué degeneran de las épicas y trágicas las costumbres y afectos cómicos; de qué forma ha de ser la graciosidad y de qué agudeza el motejo; cuántos sean los actos de la comedia, cuántas las escenas, de qué forma el verso, traje, teatro y título. La sátira scénica consistía en introducir algún sileno o sátiro, no sólo en el coro, sino también en los razonamientos y discursos, aten226

tos siempre a mezclar donaires y burlas entre las veras, oficio ahora propio del lacayo. No son deste género las sátiras épicas. Diferente artificio tienen las de Horacio, Juvenal y Persio, tocando a éstos enderezar costumbres, reprehendiendo galanamente vicios públicos. La mélica o lírica poesía ostenta con no menor antigüedad que las otras. Es común parecer de todos haber sido Apolo el primer inventor de la lira, a cuyo son (apto mucho y muy conforme al canto de las cosas divinas) se cantaba el poema mélico. Tuvo la antigüedad muchos instrumentos de música y muchos géneros de cantos. El primero fue todo de los dioses; el segundo, lleno de lamentos; el tercero, llamado peana, de Apolo, por la vitoria conseguida con la muerte de la serpiente dicha Pitón; el cuarto, ditirámbico, cantado en alabanza de Baco; el último, nómico o legal, por haberse instituído para dar leyes de bien vivir. Todas estas maneras tenían su propio instrumento. Profesábase adaptar a las cosas las palabras, a las palabras los tiempos y pies, para hacer versos a ellas convenientes, y a los versos los concentos de voces y cuerdas. Los cantores líricos conseguían el toro en premio de su vitoria, y el trípode los ditirámbicos. La materia lírica fue aplicada en sus principios a las cosas divinas; después, decendiendo a los hechos humanos, cayó en el regazo de vanidades. Mas cómo se deba cantar amor honesto, cómo loar perfeta hermosura, puede enseñar a todos el Petrarca, maestro de amorosa poesía. Quieren los gramáticos sea el modo mélico mixto, participando de narrar y de imitar. Según esto, será imitación de actos, ya graves y honrosos, ya deleitosos y placenteros, debajo de cabal y perfeta materia, comprehendidos de cierta grandeza, que deleitosamente se hace con versos, no simples ni desnudos, sino adornados y vestidos de harmonía, cuya naturaleza se une por estremo bien con la música y baile, ya narrando simplemente, ya introduciendo a que otro hable, ya observando uno y otro modo, para que con igualdad produzcan deleite y aprovechamiento. Son las partes esenciales del mélico, fábula, digresión, afectos, sentimientos y palabras. Varias son sus especies en todas lenguas. En la vulgar abraza todo género de composición: versos sueltos, ligados, en sonetos, canciones, liras, otavas, tercetos, décimas, romances, ovillejos, sextinas, redondillas y 227

otros. En general, consta toda la mejor de alteza de concetos y elegancia de palabras, de buena colocación, sonantes, dignas y graves, imitando antes de la publicación de todas la calidad del buey, que pace, rumia y lame; esto es, que no salgan abortivas, sino más y más premeditadas. Sobre las materias y formas poéticas, que son de muchos géneros, había mucho que decir, y asimismo las partes y artificios de cualquiera composición; mas será forzoso cortar el hilo, bastando por ahora lo apuntado. DON LUIS. Casi todo lo más que explicastes se queda por descifrar para mí. Breve mapa ha sido; mas comprehensor de grandes cosas en razón de lo propuesto. Ignoraba hubiese en el mundo términos semejantes, ni arte rigurosa que enseñase poesía. En la fuerza de mi inclinación seguía sólo la lumbre natural, con que me parecía haber llegado a lo sumo de cuanto había que aprender. Según las ocasiones, tomaba la pluma y escribía, soneto, décimas o romance, procurando expresar mi sentimiento de modo que me entendiesen. En teniendo a la orden mi conceto, como me salía de la imaginación, y certeza de que no había de quedar por consonante, respeto de tener un libro dellos, llevaba adelante mi obra con gran confianza y satisfación. Ahora reconozco eran aquéllos partos de ingenio niño, sin ornamento, sin gala, sin luz de poesía. DOCTOR. Son pocos los que alcanzan semejante noticia. Da lástima ver tanto ingenio ocupado en versificar, sin entender lo que traen entre manos. Poetas hay de a sesenta y setenta años, tan idiotas como presumidos, hechos toda la vida unos Rodríguez, unos Hernández, unos escuderazos viejos de las Musas, sin más capacidad en los fines que en los principios. Ponen todo su caudal en ciertos fragmentos desabridos y fantásticos. Falta a los más talento para emprender obra seguida, donde se pudiese descubrir el caudal de ciencia y arte. La caterva mayor es la de los mozalbetes, tan enamorados de sus ingenios, que a la segunda composición piensan de sí no faltarles ya más tierra que descubrir, por parecerles haber sido los Colones de cuantas Indias, de cuantas riquezas poéticas se pueden imaginar. Esta gente es peligrosa mucho, porque sólo comunican sus versos, no para desengaño, sino para ostentación; y así, se debe huir con todo cuidado. 228

DON LUIS. Pues si, como decís, apenas hay en la lengua castellana arte por donde los ciegos en esta facultad puedan cobrar vista, escusados se hallan si sus obras no salen con la perfeción que se desea. Trabajo agradecido fuera el que se tomara sobre este asunto, y aun, si he de decir lo que siento, quizá no desigual a vuestros hombros, pues en tan corto discurso ceñistes tanta sustancia, tanto esencial. DOCTOR. Es muy digno de temer no atierre tan grave peso el vigor más gallardo. Sacar al teatro del mundo para siempre hijos llenos de propio amor y ardor no resfriado podría intentarlo solamente quien del todo hubiese perdido el miedo a las menguas de honor. MAESTRO: Tales cobardías suelen ser dañosísimas a la patria, pues deja de gozar por ellas los frutos de inumerables ingenios. Servíos de que no enfrene vuestra voluntad, si la tenéis, semejante recelo. Ocupad los ratos del ocio (casi como por alivio de más graves estudios) en hacer este beneficio a los que por falta de latinidad es forzoso procedan a escuras. DOCTOR. Presto se podrá levantar tal edificio, por haber días que tengo recogidos los materiales. Así, pues me infundís ánimo, pienso dar en breve a la emprenta una Poética Española, que, por lo menos, saldrá con buenos deseos de acertar. DON LUIS. Confuso me tiene tanta modestia. Obras acertadas serán las que publicáredes; que no deseos. Contraria de la vuestra es mi condición. Jamás querría los hombres tan humildes y que profesasen tan exquisita sumisión. Dos cosas no aparto de la memoria, en que tengo depositado mi gusto: componer un libro y hacer una comedia. A uno y otro me apliqué muchas veces, y todas me quedé atrás, sin poder pasar adelante. Deseo me digáis si es posible salir con mi intento, y qué orden tengo de guardar cuando volviere a mi porfía. DOCTOR. La posibilidad, señor don Luis, es cosa muy dilatada; mas, en rigor, ninguno da más de lo que tiene. Quien sin caudal de letras quisiere publicar libros, abrazará vana pretensión, y su deseo producirá heno, no grano. Ni sólo para la perfeción deste ministerio se requiere haber leído mucho, sino haber visto muchas ciudades y comunicado muchas gentes, por no poder suplir la teórica lo que pertenece a la prática. DON LUIS. Riguroso estáis conmigo, y parece ponéis cuidado en 229

oponeros a lo en que os manifiesto tengo delectación. ¿Es posible ha de ser sólo para mí dificil lo que es tan fácil para todos? ¿Por ventura hállase ya quien no tenga sobra de talento para componer muchos volúmenes, cuanto más uno? Apenas hay dineros para comprar tantos como se publican todos los días, ¿y queréis sea yo solo el inhábil, el incapaz? DOCTOR. Decís bien; mas es de considerar no ser legítimos los más de ésos, sino bastardos: no partos buenos, sino abortos. ¿Acaso juzgaréis por verdadero capitán al que no hubiere sido soldado, por buen piloto al que nunca hubiese entrado en la mar, o cuadraríale bien al maestro su grado si careciese de estudios? Así, pues, no merecerán nombre de libros los en que no precedieren ciencia, erudición, experiencia, moralidad y lo demás que los puede hacer perfetos. DON LUIS. Frustrado, según eso, queda mi disinio en esta parte, y os prometo siento con demasía tan manifiesto desengaño. Perdiendo voy del todo el ánimo que había concebido en virtud de tantas osadías como acerca deste particular he visto en otros. DOCTOR. Paso; que os soy más amigo, y no pretendo infundiros tristeza con mis palabras. La regla que oístes padece su excepción, como todas las demás. Es el caso que si con el libro que deseáis componer pretendéis opinión de docto, erudito y versado en varias materias, cesa vuestra determinación. Mas si queréis componerle sólo por galantear con la pluma, como si dijésemos, sólo por hablar, sin quedar opinado entre sabios por científico, no sólo tendréis licencia para uno, sino para casi infinitos, porque, en fin, su número dependerá de vuestra lengua. DON LUIS. Viváis mil años por el consuelo. Con causa provocara risa querer persuadir pueda alguno tener verdadero nombre de rico careciendo de hacienda. Ande yo impreso por las manos de las gentes, y adquiera este dulce nombre de autor, y séase con lo que fuere. Demás, que no todos los entendimientos tienen unos mismos quilates. Platos ha de haber con que se alimente el vulgo, cuyo talentazo no usa jamás la exquisita vianda de puntos sutiles. Y si bien conozco no haber felicidad que iguale a la de conseguir inmortalidad cuando llegue la muerte, en virtud de obras, por dignas eternamente durables, cáusame, con todo, alegría entender pueda resonar 230

mi nombre en las bocas de muchos, de cualquier capacidad que sean. DOCTOR. Bastantemente os habéis declarado, y sobre igual apetencia caerán bien ahora los documentos. Debéis, pues, considerar no poderse decir rigurosamente haber cosa que ya no esté dicha, o, por lo menos, imaginada. Asentado este principio, tan importante para el discurso presente, es cierto ser lo más que pueden hacer cuantos escriben recoger lo principal que se debe contener en los tomos, para escoger después lo que pareciere venir más a propósito. Sin duda, es acto acendradísimo del entendimiento la acertada elección y buena disposición de cualquier cosa. Entremos ahora en el espacioso campo de los libros, cuyo ejército consta de diferentes escuadrones. Usurpa las fuerzas del más sutil discurso considerar la muchedumbre que se halla compuesta sobre materias varias; sobre varias, no dije bien: antes sobre unas mismas. La inmensidad que reconoce en su dominio la Jurisprudencia, ¿paréceos que puede ser numerada fácilmente? Firmísimo cimiento fue aquel de las Doce Tablas, pues tan gran máquina pudo fundarse sobre su fortaleza. Esto nace más de la ambición de los hombres que de la urgente necesidad que pueda haber de tanto volumen. No hay Indias cuya riqueza baste para tenerlos todos. Mas, si va a decir verdad, con menos puede un ingenioso lucir, acudiendo a las fuentes de uno y otro Derecho, a sus comunes glosas y clásicos expositores. Todo lo demás es, sin duda, acumular redundancias y traspalar de una parte a otra un mismo grano. Algo más corto número es el de la facultad médica; bien que para matar a muchos basta una hoja. En los de la sagrada Teología no hay para qué meterse, siendo cierto deben, aunque muchos, ser necesarios todos para exponer mejor la sutileza de sus puntos; para confutar depravadas herejías, y cosas así. En razón de Matemáticas, particularmente Geometría, me ha causado admiración el desamparo con que vive, pues tal vez he visto catredático con dos oyentes. Merece, sin duda, el buen Euclides cualquier honra, y sus demonstraciones toda veneración; mas es infinito el número de ignorantes, y así, no es mucho menosprecie su incapacidad la sutileza de sus lineas, ángulos, cuadrángulos, etc. Pues no ha de ser vuestro asunto de alguna destas facultades, hállome indeterminado sobre cuál materia le pertenezca, y así, estoy cuidadoso hasta descubrir el 231

rumbo por donde podáis seguir tan ardua navegación. ¿Acaso gustáis de novelas al uso? DON LUIS. No entiendo ese término, si bien a todas tengo poca inclinación, por carecer de cantidad de versos. DOCTOR. Por novelas al uso entiendo ciertas patrañas o consejas propias del brasero en tiempo de frío, que, en suma, vienen a ser unas bien compuestas fábulas, unas artificiosas mentiras. DON LUIS. Paréceme tuviera yo habilidad para mentir, ya que, fuera de ser (según dicen sus profesores) cosa por sí tan suave, es grande felicidad ayudarse de su inventiva en las ocasiones de pluma. DOCTOR. Las novelas, tomadas con el rigor que se debe, es una composición ingeniosísima, cuyo ejemplo obliga a imitación o escarmiento. No ha de ser simple ni desnuda, sino mañosa y vestida de sentencias, documentos y todo lo demás que puede ministrar la prudente filosofía. DON LUIS. Pues si ha de tener semejantes requisitos, pasemos adelante; que me juzgo insuficiente para novelar. DOCTOR. No sería malo, si por suerte os han sucedido naufragios en el discurso de vuestra vida, entregarlos a la fama, para que por boca de la posteridad se vayan publicando de gente en gente. DON LUIS. Eso, ¿a qué propósito? Porque como quiera que de muchos infortunios es autor y causa el mismo que los padece, sólo puede servir de manifestar al mundo su imprudencia, firmando de su mano sus mocedades, escándalos y desconciertos. DOCTOR. Decís bien; mas, con todo eso, no falta quien ha historiado sucesos suyos, dando a su corta calidad maravillosos realces y a su imaginada discreción inauditas alabanzas; que como estaba el paño en su poder, con facilidad podía aplicar la tisera por donde le guiaba el gusto. MAESTRO. Y ¿qué fruto sacó de tan notable locura, de tan desatinada osadía? DOCTOR. El que suele producir lo que no se forja en el crisol de la cordura: mofa, risa, mengua, escarnio. DON LUIS. Ruégoos no padezca interpolación nuestro discurso; que es indigno estorbo ése para interrumpirle. DOCTOR. ¡Albricias; que tengo por cierto haber hallado lo que 232

hasta ahora busqué! Ocupáos en escribir una historia, la que mejor os pareciere. De su variedad os resultará entretenimiento; fuera de que también sacaréis no pequeña utilidad; que cuesta mucho un libro semejante, por haber de ser su volumen crecido. DON LUIS. Líbrenos Dios: fuerza es santiguarse. ¿Yo historia? ¿Empresa tan poco ardua juzgáis la de historiar, que osáis cometerla a mi idiotismo, a mi flaqueza? DOCTOR. Si la historia hubiera de escrebirse con los preceptos que publica el arte, no me atreviera a encargaros cuidado igual. Porque siendo así que todos los libros van enderezados a un fin, que es el de enseñanza, la más digna de todas las lecciones viene a ser la de Historia, por aprovechar con la narración de públicos negocios o particulares acciones, no comunes, sino singulares y famosas. Por eso concluyen comúnmente ser la misma testimonio de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y mensajera de la antigüedad. DON LUIS. ¡Como quien no dice nada! ¿Por qué camino, según eso, pudiera yo sacar a luz historia acertada, si carezco de erudición, de inteligencia y prática para narrar no solamente los hechos, sino rastrear también la razón con que se hicieron, y juntamente los consejos y motivos que pudieron intervenir en los casos? Sin esto, son menester papeles; que escribir sin comprobar antes es propio de fábula que historia. DOCTOR. No me desagrada ese conocimiento; mas, por otra parte, réplica tiene vuestra proposición. Al cómo se puede sacar a luz historia acertada sin los requisitos de arriba y sin papeles, respondo que como la sacan otros muchos: sin ellos. ¿Hállase cosa tan estéril como casi todas las de España, y, en particular, modernas? Parece andan buscando aposta para este fin los que menos saben, los menos graves y suficientes, los a quien presenta sólo el favor, no sus letras y capacidad. Debrían cierto los príncipes (exclama un bien entendido) favorecer a los hombres que pueden tratar con elocuencia y verdad, con prudencia y juicio, las cosas bien hechas en paz y en guerra. Así se robaran al olvido tantas hazañas de españoles, cuales nunca en sus Décadas y Anales celebraron de sus romanos los tan aceptos Livio y Tácito. Descubren los escritores estranjeros la mali233

cia de sus ánimos para con nuestra nación, al paso que desean sepultar en silencio las proezas de tanto invencible caballero como en todas edades produjo España. Tantos Sertorios y Viriatos, tanto numantino tan prodigioso, tanto valor y lealtad saguntina, tantos reyes guerreros y fuertes sucesores de Pelayo, tantos Bernardos, Condes Fernán-González y Cides, ¿cederán por ventura a sus Manos, a sus Cipiones, a sus Césares? Pues en tiempos más modernos no han sido menos maravillosas sus hazañas en Flandes, Alemania, Francia, Italia, África, Indias, Oriental y Occidental, y en la misma España contra infieles, quebrantando con la fortaleza de sus brazos la soberbia de tantas naciones, por su disciplina tan formidable a todos. Deja, pues (repitiendo las palabras de un docto), la grandeza de su esfuerzo con grande intervalo inferior al de más estruendo; y así, copiosos de tantas riquezas militares, desestiman y menosprecian los atributos de bárbaros que les aplican algunos autores, procediendo todos de mordaz envidia, que, como se sabe, es dolor y tristeza que proviene y nace de ajenas glorias. Todos estos y otros muchos inconvenientes se evitaran buscándose sujetos hábiles y capaces para historiar, con que tan dignos hechos cobraran sus merecidos resplandores y el nombre perpetuo que les era debido. Burlárase también así la indignación y odio de los estraños, que apenas puede sufrir salga un pequeño rastro de sus cosas del sepulcro de tan largo olvido. Mas hállome muy apartado del primer intento; baste lo que me trasportó el amor de la patria y fuerza de la verdad. Ya que vuestro talento no osa (y no sin prudencia) dispensar su caudal en esto, estoy indeterminable sobre lo que os pueda proponer de menos dificultad. Entiendo sería bien dictar algún volumen de cartas, juntamente con algunas advertencias y avisos de Corte. Si os agradase este empleo, se podría exagerar en su principio cuán importante ocupación sea la que trata de informar hombres nuevos en puntos tan peligrosos, en materias tan difíciles. DON LUIS. Paréceme, con vuestra licencia, burlería y ocupación indigna de cualquier mediano discurso. Los formularios antes causan daño que provecho, por tratar a sus inclinados como a niños de escuela, a quien apenas es lícito escribir sin ejemplar. Sin esto, la necia confianza que comunican a sus poseedores produce flojedad 234

en los ingenios más vivos, para no inquirir agudos concetos, ni las elocuentes galas de que se adornan: por eso no se debrían consentir en las repúblicas. DOCTOR. Confórmome con vuestra opinión. Ahora me ocurre que si tuviérades noticia de la lengua latina, o italiana, era fácil traducir en romance algún librito curioso, con que se viniera a conseguir vuestro intento; que, al fin, en semejantes trabajos, se lisonjea a la lengua natural con hacerle propias las buenas razones ajenas. Y aunque muchos ignorantes menosprecian esta ocupación, es, con todo, digna de cualquier honra. Según me acuerdo haber dicho en otra conversación, las traduciones, para ser acertadas, conviene se transforme el tradutor (si posible) hasta en las mismas ideas y espíritu del autor que se traduce. Débese, sobre todo, poner cuidado en la elegancia de frases, que sean propias, que tengan parentesco con las estrañas, llenas de énfasi; las palabras, escogidas y dispuestas con buen juicio, para que así se conserve el ornamento y decoro de la invención; de manera, que estas dos virtudes queden anudadas con tal temperamento, que por ningún caso pierda de su lustre y valor la obra traducida. Será casi imposible pueda jamás acertar tales versiones el bárbaro, que se halla destituido del todo de la lengua latina, importantísima, sin duda, para alcanzar y poseer las riquezas de cualquier idioma. Así se veen no pocas veces deslustrados muchos dignos autores, emprendidos, por su gran desdicha, deste género de idiotas, no menos presumidos que temerarios. MAESTRO. En confirmación de lo que advertis, puedo afirmar haber visto, y ha muy poco, algunos doctos poemas vulgarizados con tantos yerros y tan grande infelicidad, que, moviendo a conmiseración con los estragos y deformidad padecida, claman y solicitan indignación contra la ignorancia y osadía de quien así se atreve a su decoro y opinión; como si en razón de entendimiento se hallara tan superior a los demás hombres como el Sol en luz al resto de las estrellas. DON LUIS. Gastáis tiempo en cosa que no me pertenece. Eso fuera a propósito al volver de Italia, de donde, ya poseída alguna noticia de la lengua, trujera conmigo un par de librillos acomodados al intento. Por ahora no poseo más que la natural, y en ésa me parece hay harto en que entender. 235

MAESTRO. Yo me suelo reír mucho de los que, sin ser únicos en la suya, profesan otras exquisitas, juzgándolos águilas en griego y gansos en castellano. El que no es singular en la de que participó en la leche, en la que ha sido compañera de sus años, en la que usa comúnmente para exprimir sus concetos, ¿qué crédito de elegante podrá pretender en la ajena, en la escura, en la no entendida? Es cosa digna de compasión ver la ceguedad de algunos, que con seis palabras puestas en la memoria y dichas sin tiempo entre ignorantes, pretenden grande opinión de eruditos, y, lo que es más, pródigo sustento, vestido y casa. DOCTOR. Tened; que poco a poco vais resbalando, y cairéis sin pensar en alguna murmuración. Tanta inquisición se puede hacer sobre este particular, que se venga a descubrir el tesoro que buscamos. ¿Por ventura tenéis cantidad de poesías hechas a diferentes sujetos, cuando duraba la correspondencia de vuestra dama? DON LUIS. Sí tengo, y no pocas ni mal trabajadas, aunque las he cobrado notable desamor, por ser claras y fáciles, después que llegó a mi noticia ser de ingeniosos escurecer los concetos y mezclar por las composiciones palabras desusadas y traídas del latín a nuestro vulgar. DOCTOR. Vivís engañado en ambas cosas. No deben ser (enseña un docto moderno) los versos revueltos, ni forzados; mas llanos, abiertos y corrientes, que no hagan dificultad a la inteligencia, si no es por historia o fábula. Con esta claridad suave, con esta limpieza, tersura y elegancia, con la fuerza de sentencias, y afectos, se debe juntar la alteza del estilo. Mas, sobre todo, sin la claridad no puede la poesía mostrar su grandeza; porque donde no hay claridad no hay luz de entendimiento, y donde faltan estos dos medios no se puede conocer ni entender cosa. Y el poema que siendo claro tendría grandeza, careciendo de claridad es áspero y difícil. Con estas palabras, cuanto a la lengua, de bien grave autor, quedaran, a mi ver, convencidos (permítase impugne esta novedad su primer autor, si bien lucidísimo ingenio en nuestro vulgar) los que siguen secta contraria, publicando bernardinas y haciendo burla de los a cuyas manos llegan. Sin duda, se levanta en España nueva torre de Babel, pues comienza a reinar tanto la confusión entre los arquitectos y peones de la pluma. No sirve el hablar de encubrir o poner en tinieblas los concetos, sino de descubrirlos y declararlos. Merlín Cocayo, donosísimo poeta, alu236

diendo en su Macarronea a este lenguaje infernal, introduce a un demonio hablando, sin poder ser entendido, desta manera: Drum Cararontardus, tragaron granbeira detronde.

El Dante, por el consiguiente, varón doctísimo, hace en su obra que Lucifer, admirado de ver en su región hombres en carne y hueso, exclame diabólicamente: Pape Satán, Pape Satán, Alepe.

Mienten, según los presentes dogmas, los preceptos retóricos en excluír de la oración demasiadas metáforas, como opuestas derechamente a la gala natural del decir. Pena es de sentido, como la de las almas, atormentar con la difícil construción de los periodos. No se debe cargar un vestido, aunque sea de joyas; que saldrá pesado. Bien hayan los autores antiguos Virgilio, Homero, y los demás épicos y líricos; que, con ser tan elegantes, les tocó la dignidad de clarísimos, como a patricios venecianos. Falta ahora responder a lo de las palabras desusadas, peregrinas y nuevas. Las desusadas (prosiguiendo los preceptos del mismo moderno), desecha por antiguas al común uso de hablar, si bien tal vez redunda en gala ingeniosa el usarlas. Peregrinas son las que se toman de estraño lenguaje, de quien sólo será lícito valerse cuando en el natural faltaren vocablos con que poderse exprimir bien los pensamientos del ánimo. Así se han ido poco a poco convirtiendo en propios muchos meramente latinos, como repulsa, idóneo, lustro, prole, posteridad, astro, y otras sin número. Del arábigo hay también muchos, y muchos habrá asimismo del griego, como sabrán sus profesores, en particular nombres propios: Decamerón, Filocopo, Cimón, Dioneo, Pánfilo, Filostrato, Filomena, Emilia, Neyfile, Elisa, etc. Por manera que es lícito (dice el mismo autor) a los escritores de una lengua valerse de las voces de otra. Concédeseles usar con libertad prudente las forasteras y admitir las que no se han escrito antes, las nuevas, las nuevamente fingidas, y las figuras del decir, pasándolas de una lengua a otra; que así se da más gracia a lo com237

puesto, se hace más agradable, más apartado del hablar común, y se deleitan más bien los que leen. Síguese (va prosiguiendo) que quien hubiere alcanzado con estudio y arte tanto juicio, que pueda discernir si la voz es propia y dulce al sonido, o extraña y áspera, puede y tiene licencia para componer vocablos y enriquecer la lengua de palabras limpias, significantes, magníficas, numerosas. El orador difiere mucho del poeta en el lenguaje; ni tratan unas mismas cosas. La Poesía es abundantísima, sola, sin sujeción, y maravillosamente idónea en el ministerio de la lengua y copia de palabras para explicar concetos. Las riquezas que posee nunca se acaban ni deshacen; antes con inmensa fertilidad crecen y se renuevan perpetuamente. DON LUIS. Consolado me deja respuesta semejante, de quien infiero no haber perdido mis versos alguna cosa por claros y suaves, y que por ningún modo me era lícito afectar escuridad en ellos. Cuanto a las palabras, de las comunes elijo las más dignas y convenientes para exornación de mis poemas. Procuro sea buena su colocación, inquiriendo con cuidado las que echo menos para la acertada expresión de los concetos. DOCTOR. Buen camino es ése: no dejéis de seguirle en las ocasiones; que es lo demás fruslería, yerro y novedad viciosa, digna de ser evitada. Supuesto, pues, que os halláis con cantidad de fragmentos poéticos, carece de cualquier dificultad el juntarlos en un volumen y entregarlos a la estampa con título de Obras sueltas. Un riesgo sólo corre esta determinación, y es que los superiores conceden de mala gana licencia para la impresión destos libros, y, si va a decir verdad, muévense con justísima causa, por haberse publicado algunos merecedores de hoguera. De suerte que, cuanto a rimas sueltas, solamente las de Garcilaso y Camoes merecen en España aplauso y estimación; las demás, menosprecio y olvido, por flojas, por humildes en pensamientos y elocución. DON LUIS. Hacéis notable agravio a muchos poetas ilustres que andan recogidos en un tomo, donde he oído decir se hallan algunas buenas composiciones. DOCTOR. Habíaseme olvidado ese librillo. Juzguele por lo que leí, que fue poco, mies en parva: paja y grano. Muchas cosas por madurar, pocas valientes. Quisiera yo fueran los términos de decir 238

poéticos, selectos, nerviosos, de gran pompa y aparato; que lo demás no viene a ser poesía, sino prosa trabada. Cáusame a este propósito crecida admiración la crasa ignorancia que se profesa generalmente. Por un soneto flojo, por un romance sin ornato, sin gala, piensa cualquiera haber llegado a la cumbre de la más alta sabiduría y al colmo de todo crédito y opinión. Semejantes deslumbramientos proceden de propia satisfación (que es el mayor daño), y de no leer ni escuchar, medios eficacísimos para deprender. Da gusto ver cómo se llega un poetico novel a lo falso a lo satisfecho, con alguna composición o papel; que así llaman modernamente a los asumptos en verso. Y después de haber metido su ponzoña en el cuerpo de quien se le oye, si le advierte algo, queda declarado para siempre por su enemigo. Tan enamorado está de su ingenio, que le parece caso imposible el poder errar. Así presume nació la censura más de invidia que de buena intención y sano conocimiento. Los que del todo se hallan desahuciados de cobrar salud son los poetas señores, porque como quiera que en la comunicación de sus partos han de intervenir forzosamente engaño y lisonja, quedan llenos de trampantojos y ceguedad. Fuera de que, como jamás están enseñados a oír cosa que les dé pesadumbre, el advertimiento entre ellos es tenido por injuria y temeridad. Mas volvamos a cobrar el hilo de lo que íbamos diciendo. Paréceme, pues, habrá dificultad en alcanzar licencia para la impresión, y que, según esto, sería menester valerse de industria con que se venciese este obstáculo. Convendría erigirle algún frontispicio pomposo, algún nombre abultado, ejemplar y atractivo. Si el libro fuera de latín, fácil fuera buscarle un título griego, como se usa; que, en fin, admiramos lo que no entendemos; respeto de ser vulgar, no me ocurre fácilmente cosa a propósito. ¿Acaso sería bueno Flores de la edad? Mas no, que muchas flores no dan fruto. Casi me cuadra el de Musas de Manzanares, si bien esto de musa y ninfa suele ser atributo de moza de paños menores. ¡Válgame el cielo! ¿No he de acertar con uno...? Sin pensar se vino a la memoria. Es excelente el de Engaños y desengaños de amor. DON LUIS. Por vida mía, que no le podía pedir más significante el deseo. Con el principio de mis amores dice admirablemente su primera parte; la última, con los fines. 239

DOCTOR. No tenemos, pues, hecho poco. Resta ahora interpolar los versos con algunas prosas, que sirva sólo de explicar las ocasiones en que se hicieron. Con esta mezcla, con este entreverado se disimula no poco aquella mala calidad de rimas solas, y se da motivo a facilitar la licencia. DON LUIS. ¡Aquí de Dios! ¿Tan gran delito es la poesía, que conviene profesarla con máscara? MAESTRO. Hállanse en los poetas griegos y latinos abismos de sentencias, habiendo cantado todo género de cosas. Platón los alaba y aprueba en el libro de sus leyes. Alcibíades exclamó contra un maestro que carecía de las Ilíadas de Homero, afirmando no podía saber ni enseñar bien quien las soltaba de la mano. Ninguno de los reyes y emperadores antiguos dejó de acompañarse con algún poeta. Fue venerado Anacreonte de Policrates, rey de Samios; Accio, de Bruto; Enio, de Cipión Africano, a quien hizo estatua; Andrónico fue ayo y maestro de los hijos de Livio Salinator; Virgilio y Horacio recibieron grandes favores de Augusto; sin otros muchos héroes que estimaron sumamente ser celebrados de cualesquier poetas. DOCTOR. Así como en esta edad no se hallan tan floridos ingenios como en aquélla, así también se han ido resfriando los favores, convirtiéndose en odio el amor. Los príncipes deste siglo, después que dejan de hacer obras dignas de loa, estiman poco sus alabanzas. Mas no es justo ofenda esta generalidad a muchos señores que se precian de hacer grandes honras a virtud y letras. ¿Cuándo se vio tan agasajada la Poesía? ¿Cuándo ceñida de tanto banquete, premio y honor como en estos tiempos? No pocos titulares, sin otra intercesión más que la de medianos versos, recibieron en sus casas hombres que los hacían, estimándolos, enriqueciéndolos, y, lo que es más, sufriendo sus muchas impertinencias, sus muchos desacatos y descuidos, indignos de cortesía y tolerancia. En suma, tenéis ya vuestro libro en astillero; paréceme que en razón desta dificultad ya no me habréis menester. DON LUIS. ¿Cómo no? Aún falta mucho en que de necesidad me haya de valer vuestro buen discurso. No obstante que tengo legajos de poesías atrasadas, dulces despojos de mi pasión amorosa, ignoro si serán todos dignos de publicación, y si de los escogidos se podrá juntar cantidad bastante a formar un libro de justo cuerpo. 240

DOCTOR. ¿Eso os daba cuidado? Perdedle desde luego; que el remedio es fácil y a pedir de boca. Los libros que se componen de varios centones no inducen obligación de ser pequeños o grandes, puesto que está en mano del autor medir su fin con su gusto, y así, cesa la dificultad del cuánto. Al corto caudal de propias poesías podéis aplicar el suplemento de las ajenas, con que os hallaréis por estremo aliviado. El daño consistiera sólo en que vuestro libro fuera como información de letrado: nada propio, todo ajeno; mas, habiendo mucho de casa, ¿qué importa pedir al vecino algo prestado para lucir en semejante fiesta? DON LUIS. Bien estoy con eso; pero los que leyeren la obra, ¿no llamarán hurtos a esos socorros? ¿No juzgarán pobre ingenio el del autor? ¿No darán título de descaramiento a su necesidad? DOCTOR. No sois bueno para palacio: sois demasiado vergonzoso y circunspecto. Cuanto al robo, ningún alguacil os hará causa por él. A la pobreza de ingenio disculpa la remisión; porque está claro se forjarán cien mil versos en el crisol que se forjan ciento. Tengo por fruslería la nota de descarado. Es campo espaciosísimo el de la murmuración, y aunque componga el libro, iba a decir, una inteligencia celeste, no han de faltar achaques a la invidia, a la mala intención, para batir los dientes y morderle, por más humildad que se muestre en el prólogo. Todos cuantos escriben en todo género de facultades son cornejas vestidas de ajenas plumas. Publícase la obra; vanse los ojos a lo menos bueno, y murmúralo la lengua. Son otros linces de aprovechamientos; que así se llaman hoy los hurtos. Pasan algunos días, y, al cabo, el preso se da por libre; olvídase todo, y, por lo menos, el autor engorda con las maldiciones y dineros que sacó del trabajo. Es cierto no habrá quien ose apuntar cara a cara cosa que os disguste, si ya no quiere probar la suya el rigor de vuestra mano. Según esto, cuando en ausencia se pronuncien baldones, se esparzan injurias, ¿de qué importancia será para daros pesadumbre, si lleva el viento cuanto entonces forma la lengua? ¿Por ventura, como se dice comúnmente, puédense poner puertas al campo? Basta que es de gozques ruines roer talones, y de ánimos viles herir a espalda vuelta, y esto hácenlo sólo poetillas jacarandinos, vinolentos y juglares. DON LUIS. Dios os consuele en vuestras melancolías. Vuelto me 241

habéis el alma al cuerpo. Inviolable ley será para mí tan próvida advertencia. Pienso hacer muchos insertos en el jardín de mi librillo; que no suelen ser los que rinden fruta menos sabrosa. Por lo menos, me agradecerán el contexto, el estilo, y, juntamente, haber plantado en mi viña sarmientos de buena ley, aunque ajenos. A mi ver, con los requisitos apuntados y con la cantidad de varias poesías que escribirán los amigos honrándome y abonando el libro, participará, sin duda, de toda perfeción. DOCTOR. ¿También vos pretendéis incurrir en el vicio de soneticos mendigados? Ligereza notable, absurdo, terrible. Descúbrese indignísimo de cualquier mínimo loor quien, aspirando a él con ansia, le procura con incesable solicitud, con fomentada importunidad. Claro es habrá de publicar la lengua del muchas veces rogado lo que por ningún modo siente el corazón. Así, es justo llamar invectivas afrentosas y sátiras mordaces semejantes abonos, debiéndose entender siempre al revés de lo que suenan. Si la obra es mala, millones de sonetos en su alabanza no la hacen buena; y, al contrario, si está bien escrita, no ha menester para adquirir el aplauso ajenos puntales. Bestial estratagema, ridícula presunción querer el material, el idiota, el incapaz, conseguir nombre de discreto, de docto, con un centenar de bernardinas que pega en el frontispicio de alguna obrilla del todo indocta, insulsa y lega. DON LUIS. Sóbraos la razón en cuanto decís. Sin duda me quería despeñar. No pondré en el primer pliego ni una redondilla. DOCTOR. Resta saber qué tenemos de dirección. ¿Hállase ya elegido personaje a cuyo amparo le podáis cometer? ¿Ha de ser de los grandazos? ¿Rey, príncipe, duque, o punto menos, como sería marqués, conde, barón, etc.? DON LUIS. En esto me ha sucedido una estrema calamidad. Como ha días que me acompaña este intento, había tenido lugar de poner los ojos en un insigne defensor, en un admirable Mecenas, tan famoso por su persona, que ninguno le igualaba en el mundo. Mas en medio de mis mayores esperanzas, quiso el cielo llevársele, dejándome huérfano de su protección; pérdida que me llegó al alma. DOCTOR. De notable consideración debía ser el que con su falta os provocó a tan gran sentimiento. No viene a ser corto azar para la obra haberle perdido; mas sírvaos de consuelo quedar en varias pro242

vincias otros muchos, dignísimos de patrocinar cualesquier escritos. DON LUIS. No como aquél, cuya singularidad apenas puede segunda vez ser imitada de la naturaleza. MAESTRO. Extravagante encarecimiento. Sepamos quién era, por vuestra vida; no deis lugar a que nos cause pena la suspensión de ignorar su nombre. DON LUIS. El enanillo Bonamí. DOCTOR. ¿Qué decis? ¿Aquel átomo de criatura, aquella vislumbre de niño? DON LUIS. Ese propio. ¿Por ventura paréceos erraba en la elección? ¿Acaso pudiera salir más acertada, si la estuviera meditando un siglo? DOCTOR. Sin duda habéis perdido el entendimiento. ¿Decís eso de veras? ¿Decislo con todos vuestros siete sentidos, como dijo un docto moderno? DON LUIS. Con siete y setecientos, si tantos tuviera; y ojalá no hubiera muerto; que sin falta lo viérades puesto en ejecución. MAESTRO. Pues ¿qué os movía para intentar novedad semejante, y aun estoy por decir tan inaudito escándalo? DON LUIS. Habéis preguntado bien; yo lo diré, y pienso os dejaré satisfecho. No se me puede negar era el dueño escogido en razón de insigne cuanto podía pintar el deseo, pues dejaba atónito a quien miraba la notable proporción de tan pequeño individuo, por quien, como sabemos, era estimado de las personas reales. Cuanto al patrocinio de mi volumen, lo mismo importaba ser pigmeo que gigante, puesto que no había de tomar (como ninguno las toma) armas y pelear en defensa del ahijado, cuyas heridas era forzoso fuesen de antuvión; y no hay quien pueda estar prevenido para evitar una traición improvisa, para evadir un asasinio impensado. Síguese el disinio de remuneración, que, sin duda, había de ser grandísima. Fundábase igual consideración en el común estilo del mundo, que andando en todas sus cosas al revés, así como en él tienen por costumbre los mayores estrecharse, así también era justo entender se habían de ensanchar los más chicos. Y de quien anhela por extensión de nombre, si no de cuerpo, ¿qué liberalidades no se pueden prometer? ¿Qué magnificencias no se pueden esperar? Fuera de que, cuanto a favor, con un granillo de mostaza, que es lo mismo 243

que una palabrilla de las suyas, dicha entre los magnates de arriba, me pudiera hacer no sólo alférez o capitán, mas, con seguridad, maese de campo, o general de algún grueso ejército. ¿Qué os parece del fundamento de mi intención? ¿Corría bien el discurso? ¿Podía ser contrastado de contrarias razones? DOCTOR. No, por cierto, si ya no es lícito decir era posible heredase la puntualidad del premiaros y el cuidado de vuestro aumento sujeto de mayor estatura, que, memorioso de su obligación, la pusiese por obra en las ocasiones, puesto que entonces la dedicatoria saliera con mayor dignidad y reputación. DON LUIS. ¿Hállase en toda la redondez de la tierra quien sepa ni quiera hacer lo que decís? Así se tragan los más poderosos, los más encumbrados, direcciones literarias como avestruces hierros, imaginando califican los asumptos más doctos, los desvelos más eruditos, con permitir a sus arquitectos pongan sus nombres y armas en la portada de la primer hoja. DOCTOR. Gentil vanidad, por cierto. ¿Qué interés resulta al libro de tan inútil ostentación, de humo tan desvanecido? El antiguo Mecenas, de cuya liberalidad y virtud tomaron apellido los venideros, no sólo alimentaba generosamente con su hacienda los sujetos ingeniosos, sino que también socorría con su favor sus pretensiones, representando a César (de quien era valido) su talento y partes, con que los beneméritos conseguían premios debidos. Ahora juzga el más dadivoso cumple y satisface con cualquier corta miseria, y ésa, dada por una vez, al que con su capacidad deja por muchos siglos dilatada su memoria, comunicando al nombre (parte mortal, que tan presto fenece y se olvida) el glorioso título de inmortalidad. DON LUIS. En suma, para evitar los inconvenientes de tan depravada costumbre, si con un bostezo de la Parca no se hubiera desaparecido el singularísimo Bonamí, yo había hallado, con elegirle por dueño, el derecho camino de valer y medrar. Sentí, sobre todo, faltase sin tener noticia de la dedicatoria, que, como miembro separado del libro (si bien, cuanto a interés, el más importante), la tenía ya ponderada y aun escrita, si no en limpio, por lo menos en borrador. MAESTRO. Anticipación donosa. Comunicalda, así viváis, si os acordáis della. 244

DON LUIS. Dice: ‘Al setentrional Bonamí, príncipe de enanos, pensamiento visible, burla del sexo viril, melindrillo de naturaleza, ínclito poseedor de quantos títulos, atributos y epítetos se pueden aplicar a la más única pequeñez. Acetando este don y premiando con liberalidad los deseos de quien le ofrece, no obstante sea micosía de cuerpo tan abreviado, se hará, por extensión de nombre, el mayor de la tierra. Nuestro Señor, etc.. DOCTOR. Disparate ridículo. Por lo menos, es bien concisa la carta y no menos nueva la cortesía con que le tratáis. ¿Qué os movía a no llamarle excelencia, señoría, o merced, sino micosía? DON LUIS. Cuanto a la brevedad, fue mi intento dirigir sólo un renglón a cada uno de los cuatro cuartillos de su brioso corpezuelo. Representábale en todos no más que la obligación en que le ponía con esta acción, siendo, por otra parte, cosa cansadísima la ignorancia y prolijidad con que proceden en las direcciones algunos asnazos cargados de letras, moliendo con exordios de lisonjas y pudriendo con encomios de linajes. El estilo de crianza fue acomodado con la disposición del sujeto, cuya figura, asimilándose tanto a la de un mico, micosía solamente era justo llamarle, y no de otra suerte, como de señor, señoría, de excelente, excelencia… DOCTOR. No me desagrada el derivado; aunque, si este punto se pondera como se debe, los modos más cortesanos, los términos de más aparato y las palabras de mayor tronido con que en las Cortes se veneran y ensalzan los gigantones de las riquezas, los sátrapas del imperio, no son más que varias ceremonias, aparentes fantasmas, engañosas tropelías. Confirma esta verdad también el uso de otras provincias, en particular, de Italia, donde al médico llaman excelencia y señoría al zapatero. DON LUIS. Quedo ahora deseosísimo de saber quién os industrió, o por qué camino aprendistes, el modo de escribir que me enseñastes, tan a lo artificioso, tan a lo poltrón, que cierto parece os pudiera hacer versado con tanto estremo la experiencia sola. DOCTOR. ¿A quién, sino a ella, maestra de todo, pudiera yo atribuír el blasón de tan cómodo alumbramiento? Prática viene a ser en mí lo que al presente es teoría en vos. Años ha que hallándome bien descuidado de ocupar la pluma, o porque me juzgase insuficiente, o 245

porque otros cuidados tuviesen con violencia oprimidos talento y gusto, se me apareció cierto personaje tributario de Amor. Traíale indecible impulso de que se celebrase la hermosura y constancia de su querida en algún libro serrano o pastoril, como el de Galatea o Arcadia. Aunque con alguna modestia excluí su deseo, pródigas cortesías de ofertas y palabras facilitaron el sí y dispusieron la voluntad. La dificultad consistía en la presteza; que fuese bueno y en breve: mirad cómo podía ser. Con todo, me ofrecí, y, comenzando, apenas en un día daba entera perfeción a dos planas; tan niño y torpe me hallaba en aquel género de escribir. Era sobrestante de la obra el mismo interesado. Pudríase y pudríame: él, con mi detención; y yo, con su celeridad. Moríame por hallar en tan largo y difícil camino algún atajo, sobre que de contino tenía ocupados los nervios de la imaginación. Ponderé convenía, para subir presto a parte alta, si no se permitía dilación para labrar una sola escalera, enlazar unas con otras, hasta la cantidad necesaria. Este símil fue puerto de mi borrasca; fue norte de mi navegación. Volaba desde allí adelante; mas era prestándome algunos sus alas. Cuanto a lo primero, entablé a mi placer los versos que tenía represados, que no eran pocos. Hacíales la cama con ciertas prositas ocasionadas; y tantos granos junté, que vine a perficionar el deseado montón. Apenas nacido, le repudié con ira, tratándole como adulterino. Al despedirle de casa, considerando sus yerros, por falta de castigación, “allá, dije, vayas para no volver: a poco dinero poca salud”. DON LUIS. Notable caso, y ajustado por estremo con la lición que me distes. Por lo menos, se publicó, y consiguió el amante el intento de alabar las partes de la que adoraba. DOCTOR. Pues es de considerar que, sin haberla visto ni comunicado, le di título de hermosísima, de sumamente discreta y a maravilla constante. MAESTRO. Servicio fue no pequeño: ¿acaso súpolo estimar esa dama? DOCTOR. Con muda lengua y apretado puño. DON LUIS. Agradecimiento en rima. Cierto que produce indignación haya escaseza hasta de palabras donde las obras son tan merecidas. Razón era considerase lo poco que se puede hallar obli246

gada para la harmonía de cualquier loor esfera que no es movida con inteligencia de oro. La más esenta libertad de ánimo avasalla una voluntad agradecida. DOCTOR. El yerro más evidente en que incurren por instantes los a quien noble sangre y riqueza dieron algún grado en la patria, es imaginar se les debe sólo por sí cualquier tributo de honor, cualquier ofrenda de loa. El gañán más rústico viene a ser en su casa un cortesano, un conde; y más cuando su fatiga y sudor es mayordomo y despensero de su casa y mesa. Felicísimo quien huye de perspectivas importunas, todo humo, todo hinchazón, sombra todo.... Mas cese disgresión tan larga y volvamos a lo del libro. Digo, pues, me holgara mucho desistiérades de semejante intento, por los muchos inconvenientes que suelen resultar de seguirle, cuanto a censuras y grescas, nacidas, ya de impugnar, ya de patrocinar los escritos. Mas si, con todo, quisiéredes perseverar en él, sería de opinión no dilatásedes mucho el poner manos en la obra. Entre las edades del hombre, es para escribir más capaz la varonil. Hállanse entonces las potencias dispuestas con más igualdad, los sentidos más perspicaces, más sutil la imaginativa y toda la harmonía corporal más apta para cualquier empresa y ocupación. DON LUIS. Contraria opinión tenía, movido no de pocos ejemplos. Muchos libros he leído donde procuran sus autores hacer particular conmemoración de sus verdes años. Muévense, según imagino, con dos intentos: con el de que pasen con menos culpa los yerros cometidos por defeto de edad, y para que se colija lo que se puede esperar de su talento en la más nerviosa y aprovechada. DOCTOR. Ambos disinios se fundan en gentil disparate. Cuanto a lo primero, los bien entendidos culpan, en lugar de disculpar, a los que, confundiendo los tiempos, en vez de pretender ser dicípulos, se jatan ya de maestros. Y así como es temeridad trazar palacios sin conocimiento de arquitectura, así viene a ser imprudencia y vituperio querer levantar edificio de letras el falto de dotrina y experiencia. Fuera de que corre riesgo de usurpador de ajenos bienes el que anticipa frutos a flores. Hállanse algunos que muertos, no por ser, sino por parecer eruditos, casi en años de mantillas arrojaron al conspecto del mundo partos (sean de comentos o cualesquier otras miscelá247

neas) desiguales sumamente a lo que se podía esperar de su corta suficiencia. Con esta petulancia, con esta inadvertencia, dan motivo para ponderar menudamente la posibilidad de aquel imposible; y tanto inquieren los curiosos, que vienen a descubrir el bajío, a manifestar el robo, junto con el sujeto en cuya hacienda se cometió. Tal dicípulo se vio, que con inaudita desvergüenza convirtió en carne y sangre los honrosos sudores de su maestro, apropiándose sus fatigas y ornándose de sus galas. Mas salió vano todo su artificio; pues entre jueces desapasionados sirvió semejante título no más que de oprobrio. Esto, cuanto a la poca edad. Al otro será superfluo responder, puesto que sólo se hace juicio de lo presente, sin estender la consideración a lo venidero. También hay muchos que se inhabilitan al paso que se envejecen, como gámbaros de Italia, cuya condición es caminar hacia atrás, en vez de ir adelante. Ingenio hemos conocido que al cabo de cuarenta años de versificador cómico, vino a quedar empeorado, errando arreo afrentosamente, no sola una, sino diez comedias. En suma, terminando esta materia, soy de parecer ser más conveniente para el acierto de cualquier obra libre el autor su disposición más en los nervios y madurez del entendimiento que en las vislumbres y osadía de la agudeza. Colijo por lo que leí ser peligrosos mucho, y de no poca sospecha en la Fe, los tratados de algunos humanistas setentrionales y ultramontanos, que, a manera de linces o águilas, pretenden mirar las cosas con ojos que penetren lo más íntimo de los corazones y vean lo más escondido de los tiempos. Al fin, deslumbrados, se despeñan en sentidos discrepantes de la piedad cristiana, y no conformes al intento de la santa Iglesia, árbitra, rectora y juez de institutos de religión y de proposiciones católicas. Por tanto, es grande la vigilancia que para expurgarlos hace poner el tribunal de la santa Inquisición, hacha encendida de la Fe contra la herética pravedad. MAESTRO. Los impresos en España bien seguros están de semejante nota, por el rigor con que los tratan varias censuras. Debríase, pues, aplicar remedio a la entrada de libros estraños, de quien nace cualquier daño y abuso. DOCTOR. Si se alentaran los libreros españoles y se diera cumplido favor a las emprentas, en ninguna parte de Europa se hicieran 248

impresiones de menos erratas, ni más lucidas. Así se escusaran las venidas de estranjeros, que, codiciosos sobremanera, introducen cuantos libros les piden, sean o no prohibidos; con que se seguiría también el ahorro de mucho dinero que se saca de España para jamás volver a ella. Quiero suplicaros ahora, ya que vuestra inclinación (bien puedo decir mala) os compele a componer este libro, sea para nunca reincidir en tal inconveniente. Errar es de hombres, y perseverar en los yerros, de demonios. No sé qué se tiene la pluma de aduladora, de hechicera, que encanta y liga los sentidos luego que se comienza a ejercitar. Arráigase este afecto en el alma: un librico tras otro, y sea de lo que fuere. Anda toda la vida el autor en éxtasis, roto, deslucido, y en todo olvidado de sí. Si es imaginativo y agudo en demasía, pónese a peligro de apurar el seso concetuando, como le perdieron algunos que aún viven. Si es algo material, bruma a todos, abofeteando y ofendiendo con impertinencias el blanco rostro de mucho papel. Dura en no pocos esta flaqueza hasta la muerte, haciendo prólogos y dedicatorias al punto de espirar. Dios os libre de tan gran desdicha. Dad paz a vuestros pensamientos. Seguid recreo más terrestre y menos espiritual; que así pasaréis mejor la vida y así poseeréis más dineros. DON LUIS. Con cuanto advertís me dejáis por estremo obligado; mas por lo menos un libro, es imposible escusarle. Hecho éste, no sé lo que sucederá. Si por ventura le alabasen mis amigos, ¿no os parece era un arrimarme espuela para otros? Difícil fue grandemente la primera navegación a Indias; mas, cursada a menudo, por la facilidad fue llamada carrera. Asombrábame otras veces sólo el querer intentar esto; mas con tan cierta guía, con tan firme gobernalle, cesa cualquier espanto, allánase cualquier duda y cóbrase todo vigor.

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EL PÍCARO VENTERO * ALLÉ paciendo la mula, y muy despacio mirándose el mozo las entrañas. Despertele, y, poniéndose todo en orden, pasamos a sestear de allí dos leguas. Era una venta el lugar, y no de las más bien bastecidas. El güésped, en estatura y carnes un romano Vitelio, hizo poco caso de la cabalgada de uno, y ése, en figura de hospitalero. Estaba tendido sobre un escaño, del modo que sobre artesas, por San Lucas, los enemigos de Mahoma. Clamaba el mozo por el ventero, y por paja y cebada, y él, quedo que quedo, sin rebullirse. Al fin, alzando el gordísimo tozuelo, dijo con flema singular: —¿Qué diablos quiere? ¿Qué avispas le pican? ¡Doile al demonio, qué voces da! A esto, llegándome yo algo más cerca, le rogué proveyese aquella petición; que harto tiempo le sobraría para reposar después. Enderezó poco a poco los bastos miembros, descubriendo del velloso pechazo hasta el ombligo. Al cabo de atender a lo que con instancia se le había pedido, quiso honrarme con ponérseme al lado. Mirabale yo, como al descuido, atentamente, pagándome él, con cuidado, en la misma moneda. Fueme reconociendo poco a poco, y cuando —a su parecer— estuvo bien enterado, propuso tenía por cierto haberme visto en otra parte; mas que no se acordaba dónde. —Puede ser —le respondí—; que he corrido mucha tierra y comunicado con muchas gentes. —¿Voarcé —replicó— ha estado por ventura en Italia, y en particular en Piemonte? —Sí, amigo —proseguí—; y no pocos años, principalmente en ese estado.

H

* Nos hemos permitido señalar con negrita los “tics” lingüísticos de Figueroa que, como veremos, se repetirán en los Capítulos del QUIJOTE de “Avellaneda”

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—¡Tate, tate! —respondió, dándose una palmada en la frente—, ya he caído en el chiste al misterio. A fe de soldado que ha sido voarcé mi auditor. Acabe: ¿no conoce a Juan, mosquetero en la compañía de don Manuel Manrique? ¡Oh, que sea en buena fe bienvenido a esta su casa! ¿De dónde bueno, y cómo así? No se acuerda que siempre que le vía decía a mis camaradas: “Veis allí el que nos ha de juzgar”? —Con tan buenas señas —dije—, ¿quién dejará de tener acuerdo? ¡Juan amigo, válgame Dios, lo que habéis engordado! Fuera imposible conoceros de la forma que os halláis. ¡Buena vida debe ser ésta! ¿Quién os hizo ventero, tras haber sido soldado? —Por Dios, señor —replicó—, la necesidad. Mi historia no es como quiera. Coma primero; que endespués se la contaré. Aguarde; que la güéspeda está lavando allí abajo; llamaréla para que aliñe lo que hubiere. Tras esto, puesto encima de un cerrillo, dio dos voces al ama, que no tardó en venir; y matando, de orden del marido, una polla, la puso, acompañada con un conejo, a la lumbre, todo con presteza notable. Mi Juan partió al gallinero, de quien sacó seis huevos fresquísimos. En la alforja aún había quedado alguna fruta, sin ciertas reliquias de jamón, único regalo para el güésped, que tenía por maña despulsar de un tragazo una bota. Ya, pues, todo prevenido y a la orden en mesa larga y estrecha, con mantel poco cándido respeto de la presente colada, quise nos asentásemos a un lado Juan y su mujer, y a otro, el mozo de mi mula y yo. Comenzose a comer, como los plebeyos dicen, en buen amor y compaña, lo que había. A pocos bocados, fue menester escombrar estorbos del tragadero. Dio principio a la provocación mi ventero militar, acriminando el que yo tardase tanto en beber; mas casi hubo de perder la paciencia cuando supo que era aguado. — ¡Voto —dijo— a mi costal, señor auditor, que no le quisiera haber conocido! Quien no bebe vino, ¿qué puede tener bueno? Siempre había de vivir a la orilla de algún arroyo o fuente, como berro. ¡A gentil sombra se llega para no tener desdichas en sus cosas: al agua, ruina de los hombres, cuchillo de sus fuerzas y ahi251

lamiento de sus estómagos! Un aguado no puede ser amigo de ningún hombre de bien, ni meter paz en pendencia, ni jugar suerte, ni ser ahigadado. ¡Allá se lo haya; que yo, Pedro, y la Meléndez nos averiguaremos! Apenas puso fin a la riña contra mi complesión, cuando, con una escudilla de cuartillo y medio, brindó airosamente a mi lacayo de camino, que, dejando venir la pelota, sopló el estorbo con tal gentil talante como pudiera Zuñiguilla, el de la farsa. Contemplábamelos yo con risa y solaz, y causábame, por otra parte, compasión estuviesen presas dos almas en aquellos dos vasos de Sahagún, cuya capacidad se estiende a mil y quinientas cántaras. La Meléndez, pues, repolluda y carirredonda, de edad de hasta cinco dieces, por ningún caso se quedaba en zaga, porque, como dicípula de tan buen maestro, seguía cabalmente sus pisadas. En suma, feneció el yantar, arrojándose cantidad de varillas de una y otra parte. Titubeaban tanto cuanto los edificios, y las lenguas, engruesecidas, tropezaban en docientas erres. Bien es verdad que mi nuevo conocido se las pudiera tener tiesas a todo el Setentrión, según la estabilidad de cabeza y pies con que se halló en los fines. Quise, en acabando de comer, cobrar la deuda que resulta de lo que se promete, y así, le pedí me contase su vida y los grados por donde había subido a la dignidad presente. Obedeció como un cordero; que deseaba agasajarme por mil caminos, fuera de que deleita no poco la remembranza de pasados sucesos. * * * Bien se acordará voarcé —comenzó— del año en que tuvo fin la guerra de Piemonte, con la última toma de aquel castillo tan fuerte llamado Cabor. Pues casi luego traté de venirme a España, enfadado de tener siempre por compañero a un pesado mosquete. Y aun si el hombre fuera bien pagado, vaya con Dios; mas trabajar mucho y comer poco, no en mis días. A fin de conseguir mi intento, di con mis bienes en Génova, donde se aprestaba para Cartagena un navío de cierto tratante que le enviaba cargado de varias mercaderías. Encontré, mientras trataba de pasar en él, con una damaza españo252

la que había sido alboroto de Roma y Nápoles, a lo de Dios es Cristo, llena de autoridad y rumbo. Coligió por el traje que era español, y hablándome, tras muchas demandas y respuestas, me pidió que, embarcándome en su compañía, asistiese al cuidado y seguridad de su persona; que, por lo menos, no gastaría cosa alguna en el viaje. Aceté el partido, por lo bien que me estaba, y habiéndome convenido con el capitán del bajel en razón del precio, nos embarcamos una tarde. Refrescó a cosa de media noche el viento, con que, desplegando las velas, comenzamos a salir del muelle, encaminando la proa hacia donde apuntaba el deseo, que era a la patria. Gozamos de buen temporal dos días; mas, pasados, hizo el mar lo que acostumbra, mudando su tranquilidad en tormenta. Padecimos lo espantable, sucediendo luego algunas calmas, en cuyo ocio comenzó mi buen capitán a poner los ojos en doña Petronila, que se llamaba así mi encomendada. Mostró la mujer sentir disgusto de que el hombre se le inclinase, y, dándomelo a entender, me pidió no me descuidase en ser su centinela y defensor. Hacíalo de contino así, causa de volverme odiosísimo con el pretendiente, que varias veces, por lo que imagino, estuvo determinado de zabullirme en las ondas. En fin, habiendo aportado a Tolón, ciudad de Francia, faltos de algún refresco, propuso quería enviar a tierra alguno que lo comprase. Fue de común parecer eligida mi persona, como más experta y que tenía mas noticia de la lengua y práctica francesa. Saltamos en el esquife dos remeros y yo, hallándose la nave casi una legua a la mar. Llegamos a su orilla, y apenas de un salto estampé los pies en la arena, cuando dio la vuelta, alargándose, el barquillo. Quedé en aquella playa solo y con pocos dineros. Había de allí al lugar, por una punta que hace, más de media legua. Era ya casi noche, y así, antes que del todo cerrara la escuridad, me encaminé de buen trote hacia la población. Andaban alojados en su contorno algunas tropas de caballos, ocasión de mi primer infortunio. Encontré, mientras iba descuidado prosiguiendo mi camino, con cinco o seis, de quien a bien librar escapé en camisa, habiéndome dejado solamente, de cortesía, los tiznados calzoncillos de lienzo que llevaba. En esta forma entré en Tolón, como a las nueve de la noche, por los fines de otubre, cuando en aquella provincia refrescan tanto los 253

aires, que bastan a que un vestido se quede yerto, cuanto más un desnudo si le cogen en despoblado. Arrimeme a cierto cajón que parecía de platero, y mientras, tiritando, estaba atendiendo a la consideración de mi desdicha, sin decir “¡agua va!”, arrojaron por una ventana que, sin saberlo, venía a estar derechamente sobre mis espaldas, cantidad de dos grandes cántaros, y no de la más limpia del mundo. Cayome toda encima y, dando yo, tras el golpazo, un terrible grito, obligué con él a que se asomase un mozo a ver quién le había dado. Bajó en un vuelo a la calle y, preguntando quién era, tras haberme arrimado al estómago la punta de un chuzo, me agarró con la una mano y me subió a la primer cuadra, con título de que era ladrón y quería robar la tienda. Esta sospecha cesó, en parte, cuando vieron la poca traza que tenía de hurtar quien se hallaba tan mal apercebido. Participaba, como es uso allá, la sala primera de chimenea y lumbre, y en ella toda la prevención conveniente para la cena. Tendí la vista por su juridición y reconocí, en dos asadores, un cuarto de cabrito, un capón y un gran pedazo de carnero, sin lo que prometían en su concavidad dos ollas que, a más y mejor, porfiaban sobre cuál era más diestra en hervir. A un lado estaba una mujer no de mal talle, que me comenzó a preguntar quién era, de dónde venía y cómo estaba de aquella suerte. Mostró, habiendo dicho verdad en todo, sentimiento de mi desastre, y más cuando supo de qué nación era. Dijo que había estado en España con cierto embajador, y que por haberle cobrado voluntad, hallaría en la suya consuelo mi desventura. En confirmación desto, hizo traer una capa, aunque de paño grueso, buena para lo que yo la había menester, que era para abrigarme. Después quiso me llegase a la lumbre, consolándome con palabras amorosas. Parece que me hacía ya respirar algún tanto el buen tratamiento, y el imaginar que me había de caber parte de lo que sazonaba el fuego; mas hasta las imaginaciones corren peligros notables. Vino casi al instante un hombrón como un filisteo y, reconociendo la figura encapada, preguntó quién me había traído allí. Dijéronle lo pasado, y mostrando buen semblante a lo hecho, tras haber sosegado un poco, dio en incitarme para que, mientras llegaba la cena, nos entretuviésemos con cualquier juego. Alegué no saber 254

alguno, ni tener, cuando lo supiera, qué jugar; a que dijo: –Por lo menos, según la buena disposición que mostráis, debéis ser buen saltador. Pues sabed que me precio de lo mismo, y así, hemos de probar, con esta condición: que quien saltare más escalones de los que están de la puerta de la calle abajo —ya sabe el señor auditor que en Francia muchas casas tienen cinco o seis antes de llegar a la puerta—, se coma aquel capón que se está asando; y el que perdiere, reciba por penitencia no probarle. Yo, triste, movido de la hambre y deseoso de no disgustar al güésped, me ofrecí de buen corazón a lo que deseaba, y poniendo manos a labor, se dio principio a los saltos. Fue mi francesón el primero, atrancando desairadamente dos escalones. Entonces, visto cuán pequeño había sido el suyo, alentado y seguro de quedar vitorioso, arrimé la aguadera y, poniendo juntos los pies, salté cuatro, dos de quienes cumplían el número de seis que comenzaban desde la calle. Apenas arrojé el cuerpo fuera de la otra parte, cuando, sin estar en Madrid, me hallé en la Puerta Cerrada, en la misma forma que cuando agarrado me subieron arriba. Al cerrar, se despidió el traidor de mí con muchas injurias, diciendo, entre otras, me albergase y abrigase aquella noche en el rollo; que no lejos de la ciudad le hallaría desocupado para tal efeto. Dile las gracias dentro de mi pecho, y con el desconsuelo que se puede imaginar anduve cruzando callejuelas, hasta dar en una iglesia con plaza, que servía como de cimenterio. Hice mi rancho en un rincón, lo mejor que pude, dando diente con diente; mas aun allí no me hallé seguro de la fortuna, pues trataba de aniquilarme con mayor persecución. Sería ya cerca de media noche, cuando mis vigilantes ojos descubrieron una linterna, que a todo andar se venía acercando hacia donde estaba. Dobláronse los temblores del frío con el temblor reciente, juzgándome ya por muerto; mas mientras me apercebía para decir el Padrenuestro, la linterna se hallaba ya muy cerca de mí. Venía haciendo luz a cinco, que así como me vieron rebullir, fueron sobresaltados de improviso miedo, movido de ver a tal hora cosa blanca en cimenterio, y que se meneaba. Tuvieron por cierto fuese algún alma en pena, y tratando, despavoridos, de volver las espaldas, uno que se preciaba de más arriscado y valentón afeó la huida sin reconocer la 255

causa. Con este ánimo apercibieron las pistolas y, acometiéndome unánimes y conformes, casi todos a un tiempo preguntaron: —¿Quién va allá? Respondí con voz humilde que un desdichado; y acercando la luz, reconocieron muy barbado y corpulento al que tuvieron por espíritu incorpóreo. Tras haber contado en seis palabras mi historia, dijeron que los siguiese, y abriendo de allí a pocos pasos un postigo que tenía la iglesia, nos pusimos todos de pies sobre la piedra de una sepultura. Era el caso que habían enterrado por la mañana un caballero riquísimo, y como es costumbre en Italia y Francia llevarlos no sólo con los mejores vestidos, sino tal vez con muchas joyas, habiendo traído éste sobre sí cosas de no poca estima, venían los cinco a despojarle dellas, movidos de abominable codicia. Pareciéndoles, pues, a propósito la persona de Juan para desnudarle, alzaron la piedra de la bóveda y, dándome una candelilla, me advirtieron lo que había de hacer. Entré, sabe Dios con qué pavor, y con la luz que llevaba descubrí a un lado mi buen difunto, tan ataviado y compuesto como si estuviera esperando el caballo para salir a ruar. La primer cosa que le quité fue una cadena de buen tamaño, que di a los de arriba. Luego le fui aligerando de lo más precioso; hasta de la daga y estoque dorado. En tanto, vi relucir en uno de los dedos meñiques no sé qué de oro, y, agarrándolo, me lo metí presto en la boca, con intento de ganar también algo en aquella feria. Dábanme prisa los que esperaban, con que, turbado, en vez de acelerar la operación, la retardaba. Cayose en este ínter la velilla que había pegado a la pared, quedando a escuras y abrazados el sin vida enterrado, y yo, aunque vivo, no menos muerto y sepultado que él. Comencé, desasiéndome, a dar voces me diesen luz; mas dábalas como debajo de tierra, sin que alguno las oyese. Considerando mis leales compañeros no le quedaba ya al desvalijado alhaja de valor, dieron con la losa sobre su mismo encaje, y dejándola en la forma que primero, marcharon a toda prisa. Quedé con el alma en los dientes, tan cerca de espirar de miedo y frío, que fue singular milagro no quedarme allí para siempre. En medio de tanta tristeza y confusión, oí voces en la iglesia, como de clérigos que cantaban. Anduve tentando a una y otra parte, hasta que 256

vine a dar con la escalerilla que subía a la entrada de la bóveda, por donde había bajado poco había. Animeme cuanto pude, y por los resquicios de la misma piedra comencé a dar terribles gritos. Tuve suerte en que uno de los eclesiásticos los oyó, y pidiendo atención al compañero que tenía al lado, quedaron ambos ciertos de que se hacía ruido por allí cerca. Avisaron a los demás, y así, seis o siete de camarada vinieron poco a poco a descubrir la parte de donde salían las voces. Alzaron, aunque medrosísimos, la losa, con que salí de improviso, escapando de entre todos como saeta. Cayeron, al verme, desmayados casi todos, hechos figuras de Resurreción; mas yo, que aún tenía en la memoria la vereda del postiguillo, apeldelas hacia allá velozmente. Hallele abierto, que se le habían dejado sin cerrar los amigos, y saliendo por él a la calle, di muchas gracias a Dios de verme en ella, aunque tan mal parado. Fue grandísima dicha para mi semejante olvido, porque, siendo la iglesia —como después supe— colegial, y teniendo todos sus clérigos habitación dentro de su clausura, iban a los oficios desde sus aposentos, particularmente de noche a maitines, sin abrirse la misma iglesia. Por manera, que si me faltara por dónde huir, sin duda me hicieran pernear por la mañana, como a ladrón sacrílego. Libre, pues, de tan peligroso naufragio, no me pareció estar del todo seguro si no desamparaba la ciudad. Para esto anduve errando más de una hora, hasta dar en cierto portillo de la muralla, por donde salí al campo Corría en él un cierzo penetrador, de forma, que a toda prisa sentía envarárseme los miembros, sin poder dar paso adelante. El Cielo, que a ningún afligido falta, me socorrió también en esta no menos apretada calamidad; porque, habiendo columbrado no lejos de allí un bulto como de muradal, me acerqué a él con intento de abrigarme con cualquiera cosa que fuese. Era un gran montón de orujo (sobra reciente de la vendimia), y abriendo en él, como mejor pude, un hoyo capaz, me sepulté dentro, hasta esconder del todo la cabeza. Estaba por estremo caliente, cuya calidad me dio totalmente la vida. Cobré en breve algún vigor, y en medio de aquella quietud dormí un sueñecito, el más cordial y sabroso que jamás tuve. Desperté al punto que amanecía, y reparando con la luz en mi cama, hallé era toda la lana del colchón de uvas negras, causa de 257

haberme puesto jaspeado de pies a cabeza. Dejela con velocidad, porque visto tan bonito de algunos muchachos, no me hiciesen sus osadías un segundo Esteban. Salió el Sol, a cuyo brasero, después de calentado bien, tomé entre los pies el camino que me pareció más frecuentado y real. A pocos pasos, puse en la palma, para alegría de los ojos, la sortijilla de quien había sido caja la boca. La piedra relucía mucho, aunque no era grande; por donde presumí debía ser diamante, o cosa así, de razonable valor. El primero que encontré, yendo tan galán como he significado, fue un coche ceñido de cuatro o seis caballos, que, habiendo salido aquella mañana de donde yo, prometía por su priesa hacer más larga jornada. Descubriome uno de los de a caballo y, enseñándome a los demás, les di ocasión de ganosa risa. Parece ser iba en el coche un obispo, a quien, avisando de lo que vían, le obligaron a reparar en el estraño caminante. Paró y, mandando que me llamasen, me acerqué al estribo. Tuvo noticia por lo que me preguntó como había sido soldado, y como, habiéndome dejado desnudo los que me toparon al desembarcar, me obligó el frío a meterme donde apunté. Moviose a piedad el buen prelado y, haciéndome dar un herreruelo con que me arrebozase, ordenó me pusiese en aquel asiento que tiene el coche en la parte de atrás, tan deseado y pretendido de muchachuelos. Así fui bien tratado con él hasta Marsella, donde, dándole parte como de cuanto me habían quitado sólo había quedado en mi poder aquella sortija, le supliqué se sirviese della y me socorriese con lo que fuese su voluntad, para ponerme en forma que pudiese pasar adelante. Mirola con atención y, habiéndola hecho ver de quien se entendía, me dio por ella cincuenta ducados. Con la mitad hice un vestido de paño y compré espada y daga, y con los otros me embarqué en un navichuelo de catalanes que partía de Marsella a Barcelona. Llegamos en cuatro días, y saliendo dentro de otros cuatro de aquella famosa ciudad, me vine paseando a mi placer, hasta entrarme, sin pensar, por los confines de Castilla. Acerqueme a la Roda, villa de la Mancha y mi tierra, dueño, si va a decir verdad, de malas costumbres. Los mozos de aquel lugar, y los que viven en los demás circunvecinos, ejercítanse en la ocupación de los campos, labranza y carretería. Por eso el que quiere vivir holgando, al cabo es fuerza que muera 258

de hambre. Pues como yo no estaba ya doecho a este trato, hacíaseme muy de mal seguirle; aborreciendo, sobre todo, tratar con mohínas, que a traición disparan sendas, con que tullen a quien más bien las hace. Escurrime por este respeto hacia la Corte, en tiempo cuando se había publicado elección de cuarenta capitanes. Hablé a uno, y como soldado viejo le ofrecí la diligencia y solicitud necesaria para el lucimiento de la leva. Estimolo mucho el recién eligido, y entendió sería su compañía dichosa con mi favor. Tocole a Zamora y Toro, en Castilla la Vieja, no mal partido, por ser de gente sana. Como ya plático, engaité a cuantos pude, con encaramarles mucho las cosas de aliende el mar. Asegurábales ser sólo sedas y brocados los que se gastaban en vestir; las comidas, siempre en forma de grandes banquetes, y todo como se finge pasa en la tierra del Pipíripao, donde los ríos son de miel y los árboles producen tortadas. Caían en la trampa como moscas; de manera, que en poco tiempo juntó mi buen capitán una tropa de docientos como unos pinos. Comenzáronlos a conducir hacia la tremenda, gozando yo a mi placer en los alojamientos de dos o tres boletas. Hubo estafa cruel y estorsión como el brazo; mas cuando ya conocí que nos acercábamos a las gurapas, olí el poste y di codazo a la comodidad. Desgarreme en compañía de cinco o seis también chorrilleros, por el peligro en que se puede incurrir caminando solo. Entré por la anchísima de Alcalá con algún dinerillo, que se despachó presto en comer y probar la mano en las mesillas que están sobre el paseo del Prado, a vista de San Jerónimo: ¡En Madrid y sin dinero: mirad dónde y sin quién! Pardiez, señor, todo era necesidad. El vestido se desvergonzaba ya mucho; convertíase en añicos la camisa, y, en fin, ya no venía a quedar cosa con cosa de lo que se traía encima. Valime algunos días de baratos y empréstidos; mas, al fin, todo cansa. Ya del todo rematado, padecía este corpanchón mucha mala ventura, para cuyo remedio quiteme la máscara de una vez y acudía donde los amigos de Jesucristo a las doce. Las estaciones ordinarias eran cuatro o cinco. Engullíase sopaza, que era bendición, con que quedaba la barriga como una bola. Yo, a lo zaino, llevábame siempre una calabacilla arrimada a los riñones, para suplir faltas; que si los padres dieran vino con el condumio, cualquier bri259

bón fuera un marqués. De noche llegábame a buenos, y a título de pobre soldado se recogían en el aire treinta ochavitos para almuerzo y posada. Con esta carta de marear se pasaba no mala vida, si bien de correo, porque era menester andar mucho. Como en este mundo no hay cosa permaneciente, tuvo también fin esta flor; mas no con menos fruto. Entre las santas que recorría, era una cierto hospital de los más poderosos de Madrid, donde trabé conocimiento con uno de sus ministros, que se aficionó de mi hábito, por haber sido otro tiempo también el suyo de soldado. Éste no pocas veces me llevó a su aposento, donde con todo recato se tomaba estrecha cuenta a una pellejuda, capaz de cuatro y más. Aquél sí ¡pesia tal! que era amigo, y no voarcé; que si arrimara la mayor cuba a los labios, por llena que se hallara, la hiciera menguar cuatro dedos. Teníame por no mal fistol; mas entonces conocí que era un pobrete con la taza. Créame, rey, que los juegos y brindis engendran grandes amistades. La que trabamos, pues, mi Bernardino (que así se llamaba) y yo fue cordialísima. El ser ya tan apretada le obligó a cuidar de mi estado. Preguntome si sería a propósito para ocuparme en aquel ministerio, donde el trabajo era poco y mucha la comodidad. —Si no es más de lo visto —respondí—, pintiparado me juzgo para ello. —Pues a la mano de Dios —replicó. Y agradándole tan fácil “sí” y la pronta resignación de mi voluntad en la suya, comenzó a favorecer mi causa con el superior. Púsole por delante mi buena salud y robustas fuerzas; requisitos necesarios para los que entran a servir en tales habitaciones. Alcanzó sin dificultad el fraternal beneplácito, y veme aquí cuando una tarde, como a las tres, me embuten en una túnica, apretándomela con un correón. Diome pesadumbre el no ser nueva; que ya había servido en otra boda, y no poco desdichada, por haberla arrimado el novio con presteza. Los primeros días atendí al servicio de los enfermos, muy contra mi voluntad, por el mal olor y peligro del contagio; que dicen se suelen pegar algunas enfermedades; si bien por las mañanas no me pudiera empecer un ejército: tan bastecido se hallaba el estómago de vino y ajos. En suma, me resolví en que me ocupasen en cosa que pudiese ejercer más a mi sabor. Ésta, con intercesión del amigo, fue 260

una demanda, oficio que se aprende presto, pues desde que nace el hombre vive pidiendo. Al principio era la misma lealtad y confianza, puesto que me esmeraba en llevar (aunque nuevo) casi tanto como los ratones de más agujeros; mas luego el demonio estragó mi buena intención. El hervor de la mocedad, entretenido con los halagos de las rameras, no dejaba de inquietarme por momentos; mas resistía, por la decencia de la túnica. ¿Qué asechanzas no pone el dinero para hacer hocicar a la razón? Pardiez, venció el apetito; y si bien por algún tiempo había dejado la conversación de la Meléndez, que está delante (aunque pecadora, hembra de nobles respetos), volvila a buscar; que un grande amor olvídase tarde. Entraba en su casa a deshoras, acudiéndole con lo que había menester; que para todo daban buenos. Tenía yo propósito de volver a aquel lecho, entonces sentina de maldades; en lo porvenir, lícito y conjugal, como dicen los polidos; y así, no me desasosegaba mucho la conciencia. Era mi estilo levantarme bien de mañana y, habiendo rezado no mucho, cogía mi camino hacia la iglesia. Antes de llegar, torcía a un ladito y, acompañando con media de lo caro un mollete y dos torreznos de buen tomo, entraba rozagante por los umbrales del templo que tenía señalado. Allegaba hasta las doce lo que ofrecía la caridad de los fieles; luego, dando una vuelta por las calles principales, no perdonaba las pitanzas de los gremios; con que a las dos me retiraba a tomar cuenta a la ración, de quien, aunque bastantísima, hacia poco caso, por las frecuentes ayudas de costa y extraordinarios que se ofrecían. Salía, tras breve reposo, enderezando hacia la comedia. Si era flamante, parábame a verla en cesando el concurso; y si no, partía a recorrer los feligreses que habían quedado de la mañana. No hay reloj tan cierto como la limosna del sexo femenino, caritativo y devoto, con quien iba por horas trabando amistad y conocimiento. Híceme en pocos días repartidor de cómodos; porque las mozas me encomendaban buenas casas y las amas querían recibir por mi mano buenos servicios. En estos tratos y contratos se ofrecían hartas ocasiones de estima; mas yo con la Meléndez sola estaba contento; que en mi vida profesé ser perro de muchas bodas. Visitaba, ya anochecido, las casas de juego. Tal vez para hallarme en las de más tomo, aguardaba hasta media noche, y tal me recogía a 261

las tres y más. Dase en estas partes sin duelo, por sacarse de lo dudoso; y así, no son, aunque con incomodidad, de perder semejantes emolumentos. Al dar cuenta y entregar, reservaba siempre el miserable Juan para sí, por lo menos, la tercera parte. Ésta se repartía en tres: para el regalo la una; para la Meléndez y ropa blanca la otra; y la última para necesidades venideras, haciendo dello lo que llaman “hucha”. Cruel tentación ocasiona el manejo de los redondos; y el que dellos escapare sin cometer crímenes, canonícenle por mi cuenta. Así se gozaba el mundo, a pesar de bellacos, cuando turbiones de desdichas ahogaron tanta felicidad, en esta forma: Amaba cierto señor desenfrenadamente a una dama virtuosa, rica, bella, y de las que con razón se podía llamar matrona romana. Valiose de cuantas diligencias le ofreció su afición para ser admitido. Acometió con dádivas a los escuderos; con las mismas quiso corromper las criadas, sólo a fin de que pusiesen un papel en su mano. Temblaban todos de oírlo; y habiéndose pasado inútilmente mucho tiempo sin hallar traza de consideración, vio el mismo que, oyendo misa, me había llegado a pedir limosna. –¡Quién fuera tú! —dijo entre sí. Y juntándose a cabo de rato conmigo, me preguntó qué era y dónde tenía lo recibido. —Estos dos cuartos —respondí— fueron los que me dio su merced, que son la ración de todos los días. —Démelos —replicó el mamantón—, hermano de mis ojos; que por ellos le ofrezco un doblón. No era el envite de perder, y así, besándolos, se los entregué con una gran reverencia. Aplicolos a los ojos, y tras haber dicho muchos de los encarecimientos que son propios de locos amantes, puso en mi palma el rubio indiano, risueño de ver deslumbrado a su poseedor. Encontrome de allí a cuatro días en la calle; trabamos conversación, y poco a poco entabló su disinio, instando con muchos ruegos recibiese la dama por mi medio un billete suyo. Hice al punto respirar millones de impedimentos para el caso: el peligro que corría mi persona, procedido no tanto de la severidad del sujeto cuanto del familiar interesado y de mi confraternidad, si por desdicha se llegase a descubrir. Venció mis contradiciones con promesas, y, como poderoso, aseguró mis recelos 262

con ofrecerme su amparo y casa en ocasión de cualquier desastre. La esperanza, pues, de buen acogimiento en el pretensor me hizo cerrar los ojos a mil inconvenientes, pronunciando un “sí”, ganoso de servirle. Púsose el papel de modo que por ningún caso podía ministrar sospecha en quien por defuera le mirase. No llevaba sello, ni sobrescrito, para que con verle abierto se tuviese por otra cosa. Sucedió así; porque, llegando a la hora acostumbrada de misa con él en la mano, me preguntó lo que contenía. —Indulgencias —respondí—, mi señora, de ciertas medallas. —Holgaré de verlas —replicó. Y ofreciéndoselas de buena gana, sin abrir, ni reparar en el mensajero amoroso, se le metió en la manga, a vista de quien lo deseaba tanto. Valiome el feliz suceso muy buen porqué; mas tal ganancia dé Dios a quien mal me quisiere. Dejeme ver como siempre en el lugar donde se había hecho la entrega, por inferir del semblante el modo con que la diligencia se había recebido. Fuime entreteniendo un rato, por ver si sus ojos brotaban ira o agradecimiento; mas hallelos sin alteración, y sosegado el resto del rostro. Atrevime a lo que solía, pidiendo la acostumbrada porción. —Ya os la haré dar, bergante —respondió— como la merecéis. ¿Así osan los de vuestro hábito injuriar la sombra de mujeres honestas? Creed no perderéis el debido premio. No dijo más, y bastó para dejarme del todo difunto. Con tal desfallecimiento, perdí el ánimo de responderle, y así, lo que pude hacer fue apartarme presto de su presencia, taciturno y avergonzado. ¡Válgame Dios, lo que puede una honrada con una miradura! Para mí que he sacado la espada contra cantidad de enemigos muchas veces con el aliento de un César, fue una mujercita metida entre sedas recio frío de efémera, por quien en todo un día perdí los temblores. Pasose casi una semana sin reventar por algún camino la cólera desta mina, contento yo con entender que, templado el rancor (si ya no era fingido) con la amenaza de arriba, se negaría lugar a mayor venganza; mas engañeme. Tuvo aviso de todo el superior, con instancia de que fuesen grandes el resentimiento y castigo. No se pidió a sordo ni avaro sino a quien, como celoso de virtud, no fuera mucho jaspearme mortalmente el pellejo. Citome cierta tarde para lugar secreto destinado a examen y a pena. 263

Fui descuidado de aciago acontecimiento, aunque siempre receloso de algún desmán; que tiene en toda parte poca seguridad la mala conciencia. Quedamos solos, si bien a distancia de un tabique se hallaba de resguardo una emboscada, pronta para cualquier ejecución. Púsome por delante las obligaciones de ser bueno, no sólo en el siglo, sino aun más apretadamente en la religión, donde, sobre todo, era importantísimo cualquier buen ejemplo. Que debía ser incontrastable en toda ocasión la constancia de ánimo virtuoso, sin que la derribasen jamás humanos placeres, respetos y sobornos. En fin, tras muchos documentos santos, de que ahora me acuerdo poco, insistió manifestase mi culpa y me sometiese a saludable penitencia. Negué con valor la demanda, y cuanto a la disciplina y cárcel que se proponía, mostré particular desabrimiento. Signifiqué no habían servido jamás mis espaldas de atabales; y así, como no acostumbradas, sentirían mucho ser batidas en aquella ocasión. —Pues aquí —dijo el prelado— se ha de pasar por todo; que el verdadero obedecer consiste en regresar su propia voluntad en la ajena. Mas hágase con la bendición de Dios lo que el hermano pretende; que harto beneficio y satisfación será para esta casa despedir della al que la deshonra. Quien conserva tan vivos los aceros aseglariados, no entre pobres humildes, sino entre soldados soberbios vivirá mejor. Tráiganle su vestido, y cobre con él la libertad que fuera justo haber perdido. Apenas publicó esta sentencia, cuando vinieron en el aire los antiguos despojos, en la misma forma destrozados que se pusieron en depósito cuando me cubrí con la larga. Ésta arrimé, algo más rica de mugre que antes estaba, y encajando en su lugar los recién traídos, cogí la puerta rezongando, con poca paciencia y mucho ceño. Fuime derecho a casa de la Meléndez, a quien, contando lo sucedido, hallé dispuesta para mi consuelo. Éramos, en fin, para en uno, y plugo al Cielo sacar este bien de aquel mal, para que yo no olvidase mi obligación y correspondiese a ella con casamiento. Tratamos de poner orden en nuestras cosas y de establecer un modo con que ganar de comer. Para esto me quise valer de mi buen caballero, que mostró no pequeño pesar en mi desgracia. Mandome le viese a menudo; y hacíalo así, sacando el de a ocho de cuando en cuando, 264

para ayuda de la cotidiana provisión. Púseme a costa de mis herederos en hábito avalentado, con vestido de mezcla, con gavión ancho, con medias y ligas de color, con daga y espada de crecidos gavilanes. El trato aumentó la amistad entre mí y el amante, que me destruyó. Pareciole no era malo, como personudo, para acompañarle de noche; fuera de que adquiere no poco crédito de buen batallador el haber sido un poquito soldado. Rondaba, pues, de contino la calle y casa de su afición, disfrazado y seguro entre las sombras. En muchas noches no encontramos algún ocasionado estorbo, por carecer la pretensión de competencia, que es de donde casi se derivan todos. Medrábase poco o nada con salidas tan pacíficas, y así, convino solicitase el provecho la industria. Fuime al petril de san Felipe, y juntando cuatro amigos de los viejos, les pedí favor y asistencia para una trata. Ofreciéronseme todos, y habiendo dispuesto y ordenado lo que habían de hacer, nos dividimos. Acudí a la hora que solía para la estación de mi socorredor, que era continua en sucediendo la escuridad a la luz. Entramos en aquel mar una noche con la bonanza que siempre; mas alterose con la improvisa llegada de cuatro bultos, que se pararon poco lejos de donde estábamos. Causaron éstos no pequeña turbación a mi ahijado, pareciéndole era posible haber venido en su busca con intento de maquinar contra su vida. —¿Qué haremos —dijo—, que son cuatro contra dos, y es forzoso vengan bien puestos? —Pelear, señor —respondí—, es solo el remedio que al presente se puede ofrecer. Mas esto ha de tocar a mí solo; que es muy precioso el vivir de vusía; el mío importa poco, y así, es de menos consideración arriesgarle. Estéseme aquí entretanto que yo escombro la calle de los que la ocupan; que no será más de en cuanto desnudo la blanca. Insistía el noble señor en que sin él no me había de poner en peligro; mas viendo que me enojaba, tuvo paciencia. Entonces, pisando tieso, con gentil compás de pies, en postura pendenciosa, diez pasos antes de llegar, les pedí cortésmente (de modo que me entendiese quien me atendía) despejasen el puesto, por importar a cierto amigo quedar solo en la calle. Respondieron que no querían, y que antes habían venido a echarnos della; que al punto lo pusiésemos en ejecución. 265

—Presto se verá, gallinas —repliqué—, si se ajustan con obras las palabras. A esto, quedando las lucientes en “púribus”, con tanta velocidad comencé a formar tajos, puntas y reveses, que mis contrarios fueron sacando pies por la posta, desvaneciéndose con mi furia tan apriesa como suele niebla con viento. Miraba la pendencia, loco de contento, mi Macías, y púdose apenas contener de no ponerse a mi lado; mas por no indignarme, observó la jura de “a fe de caballero”, con que le tenía fuertemente ligado. Llegué adonde estaba, ufano de tan gloriosa vitoria; mas cubierta la alegría con tal sagacidad, que antes mostraba disgusto de que no hubiese sido mucho mayor la escuadra de enemigos, para que pudiese campear más mi esfuerzo y valentía. Ciñó mis hombros con sus brazos, y con un “a fe de quien soy” gustosísimo, prometió tendría en él de allí adelante un cordial amigo. Visitándole el día siguiente a hora de levantarse, no se hartaba de darme gracias por haber sido en tan apretada ocasión tan firme escudo de su vida. Tras esto, mandó al contador se me librase en casa de su mercader un vestido de cien ducados, que me daba como en señal de lo mucho que me debía y pensaba hacer por mí en adelante. El regocijo que causó en mis entrañas el rumor de los ciento considérelo quien se ha visto contrastado de necesidad. Habiéndose, pues, logrado tan felizmente mi embeleco, procuré juntarme con los amigos que sirvieron de yerba para que se cuajase, a quien con una gentil bodegonada di muestras de agradecido y obligado, ocultándoles el fin que había tenido la maraña, por que no pretendiesen la división del todo en partes. Con este suceso dichoso adquirí entre caballeros tan grande crédito de valiente (ignorando lo había sido de mentira), que en los mayores riesgos cualquiera se tenía por mal seguro si no llevaba a su lado a Juan Fernández. Jamás permití saliesen tales acompañamientos de balde, puesto que encajaba el “deme” en lindísima ocasión, con que se pasaba la gloriosa a las mil maravillas, abundando, sobre todo, la Meléndez y yo, de no malos vestidos y otras alhajuelas de casa, no deslucidas. Íbame poco a poco haciendo amigo y compañero deste o aquel titulado, llamándole a secas “Conde”, o “Marqués”, sin la cortapisa de “señor”. Por las mañanas asistía, y no sin provecho, en el juego de 266

pelota, donde servía de juez o pedidor de suertes, sin ser lícito apelar de lo que yo sentenciase; porque todos me deseaban tener grato y muy de su parte para las batallas de escuridad. Cierto que se me vuelve un pimiento el rostro cuando traigo a la memoria cosas pasadas, y los peligros en que pone el hombre su reputación cuando no tiene cuidado en sus acciones. No reparaba yo en lo que entonces se podía murmurar de verme tan hecho camarada de sujetos tan desiguales como son los señores, a quien sólo conviene venerar desde lejos. Toda mi vida he sido enemigo capital de bufones, juzgándolos vilísimas inmundicias de la tierra, ya que por ningún caso son buenos, si no es para ejercer en ellos cuantos géneros de martirios tiene el mundo. Solía admitir el uso algunos déstos, cuya graciosidad entretenía y alegraba a los príncipes, de modo, que era debida a sus agudezas y a sus burlas alguna porción de cualquier mesa, bien como se suele della arrojar al lebrel el hueso desechado. Mas que en los tiempos de ahora quiera un bergante triunfar y vivir espléndidamente a título de cubrirse, sentarse, y llamar “vos”, o “borracho”, a un rey, duque o marqués, es cosa que apura el sufrimiento y hace reventar de cólera al más paciente. Lo que más solicita indignación es pretendan los tales salir no pocas veces de su centro, tratando cosas tan de veras y materias de estado tan profundas, como si el grave peso de regir la tierra fuese para su talento ligerísimo. Los potentados de Italia tratan como se debe las carnes de tan infames pícaros, con gatadas, ballestillas, correonazos y cosas así; por manera, que se puede decir dellos que ni visten galas ni comen regalos a traición. Volviendo, pues, al hilo de mi cuento, casi las más veces que me hallaba en las juntas de señores tropezaba en el excremento vil de uno déstos, viejo, descolorido y flaco. Habíale conocido en Italia, siempre frión, siempre desgraciado y chismoso. Enfadábame notablemente su vista, disimulándolo tan poco, que el juglar lo echaba de ver a menudo, y pienso me pagaba en la misma moneda de aborrecimiento. Motejele un día en el juego de pelota de necio, de carámbalo y digno de ser privado de la bufonesca profesión. —De buena gana la arrimaré yo, Juan —me respondió—, como vos la heredéis, pues tan poco falta para declararos del todo. Veamos 267

si vuestros dichos tienen más sal que los míos; aunque no sé cómo nos podamos prometer de un tronco tan por desbastar acción que no sea grosera. Apenas el truhanillo me había lisiado con estas palabras, cuando con ambas manos le arropé los molletes, haciéndole aprisa salir colores en ellos con las palmas callosas. Alteró a los circunstantes este resentimiento, y casi de todos fue tenido a mal no perdonase hombre tan acreditado en valor a la licencia de un entretenedor público, permitida hasta de emperadores y reyes. Enfademe con cierto avalentado que le quiso defender con razones, a quien de allí un rato hice de ojo, por parecerme conveniente a mi reputación y estima. Siguiome con más presteza que yo quisiera, porque le deseaba más endeble; y echando por detrás del monasterio de doña Maria de Aragón, en un punto esgrimimos las blancas airosamente. A la primera entrada nos herimos los dos; mas hubo grande diferencia en las heridas. Diome el provocado una cuchillada en la cabeza, casi de a jeme, pagándole la merced con cierta puntilla que entró medio dedo en busca de lo más interior; y si no le sirviera de broquel la dureza de una costilla, aquel día fuera, sin duda, a cenar con Christo. No sé quién diablos trujo por allí la justicia, de quien fue imposible escapar. Hecha, pues, la causa de desafío, me vi en trance apretadísimo, por traerme ya los de las ropas sobre ojo, en razón de acumularme que estragaba a muchos señores mozos, con quien salía las veces que se querían entretener con pesadas travesuras. Alegaban que los metía en pendencias, que les hacía gastar en borracheras y bodegones las noches enteras, que les hacía frecuentar a deshora las casas de las rameras; paño bastantísimo, según su opinión, de que se pudiera cortar bien el vestido de mi perdición y ruina. Al fin, ya fuera de peligro el contrario, juzgaron convenir, en razón de buen gobierno, licenciarme de Madrid por algunos años. Fue forzoso obedecer la orden dada, y así, haciendo almoneda de lo más embarazoso, subí a la Meléndez en un carro, dando con ella y mis bienes en Granada, lugar muy de mi gusto, por fresco y abundante. Consultamos entre los dos el trato que sería a propósito seguir para entretenemos honradamente. Oficio, yo no le sabía, ni tenía 268

edad para aprenderle; pues ocupación que diese de comer sin trabajo hallábala con dificultad. En medio destas dudas y confusión, quiso el Cielo socorrernos con alumbrarnos lo que nos estaba mejor. Mi mujer es gran guisandera y por estremo limpia, requisitos que la alentaron para eligir lo que en Sevilla llaman “gula”, en Madrid “estado”, y en todo el mundo “bodegón”. Todo nuestro caudal consistía, puesta ya casa, en docientos ducados. Parte déstos se empleó en lo que se despacha cada día con la mitad de ganancia: pan, fruta, carne, tocino, legumbres y cosas así. La fama de limpieza y del buen sazonar acarreaba tantos feligreses como moscas; que no serían pocos, respeto de las muchas que ocupaban bancos, mesas y paredes. No he tenido desde que nací tan cómoda y regalada vida. La Meléndez y una moza se lo trabajaban todo: sólo servía yo de hacer cuentas y de traer a casa las cosas de fuera. Lo mejor era para el consuelo del afligido Juan, que andaba siempre ahíto de torreznos, de asado, cocido, guisados y albondiguillas. Es grande elemento, a fe mía, saber con certeza que a las diez de la noche no sólo se ha de quedar el caudal en pie, sino, en su compañía, famosos ribetes de interés, sin aguardar, como en otros tratos, a si se vende o no. El arte, aunque algo mecánica, es entretenida en sumo grado; porque como concurren a un tiempo diversidad de gentes venidas de varias partes, todos son portadores de nuevas, esparciéndolas al son que hacen los dientes cuando muelen a costa de su dinero. El respeto que de contino se tiene al huésped es singular, y más si no es persona menuda y efeminada, sino así como la mía, gordaza y robustona. En tanto, pues, que atendíamos en amor compaña a tan provechosa profesión, yo, que soy el mismo pecado, y que de contino me pierdo en medio de la felicidad, busqué algunos sumideros por donde se escurriese no sólo la ganancia adquirida, mas también no pequeña parte del caudal. Fueron los dos principales fiar a no sé cuántos buenos, entretenidos largo tiempo acerca de aquella Chancillería, con esperanza de salir con vitoria en ciertos pleitos de gruesísima cantidad. Nunca llegó este día; de forma, que, no sólo perdí los grandes retornos prometidos para entonces, sino la suma procedida de mi sudor, con que se me fueron. El otro era este negro 269

jueguecillo, polilla de las bolsas y padre de toda inquietud. Viéndome casi rematado, tuve noticia se hallaba escueto, por fallecimiento de un mi predecesor, este albergue, puesto en el camino real de Jaén a Granada. Comuniqué con la Meléndez una noche que estaba desvelado si convendría dar con nosotros en él antes de ver el fin de lo que nos había quedado. Como la mujer —no lo digo por estar delante— puede presidir en el más importante consejo —y aun ojalá no se hallaran en algunos muchos hombres con menos sabiduría— desmenuzolo y examinolo muy despacio, y, al fin, resolvió era acertadísimo probar cómo nos iba en la propuesta habitación. Era la venta de un venticuatro de la ciudad, mi conocido. Hablele sobre el negocio: vino en él de buena gana, y no sólo quitó del alquiler antiguo, sino que me negoció un salvoconduto para robar más a placer. Este fue un titulo de hermandad, que se me despachó con todos sus acostumbrados requisitos y circunstancias. Demás desto, me prometió de su parte todo amparo y favor; y así, que no recelase alargar la mano en los provechos; que él me sacaría de cualquier persecución a paz y a salvo. Soy, por san Rorro, una vez determinado, como río, que jamás vuelve atrás su corriente. En esta conformidad, se buscó un carro y, llenándole de las baratijas necesarias al trato alojatriz, nos venimos a este puesto hizo dos años esta Pascua de Flores. En él nos va famosamente, por importar mucho para todo el ser cuadrillero. No es este camino el más cursado del mundo; mas ¡triste del que se detiene un cuarto de hora en esta casa, ya que le ha de ser forzoso consentir en ser pelado sin ser gallina! Con poca cebada tengo abondo para todo el año; porque en echando el pienso y en sentándose a la mesa los huéspedes, la Meléndez, en achaque de echar las gallinas de la caballeriza, alivia del trabajo a las cabalgaduras con dejarles los pesebres hechos de seda, y no tercio pelos, sino como sería a decir “rasos”. Mato cinco o seis lechones, cuyas morcillas, chorizos y longanizas (en que es única mi mujer) duran casi todo el año, con mucha pimienta para los viandantes. De carne me proveen los pastores destos contornos, puesto que nunca faltan algunas ancianas ovejuelas o cabras que, con muerte natural, dan ocasión para ser cocidas o asadas. A muchos se les hacen durísimos sus pedazos y confiesan no haber visto en sus días carnero tan tenaz y fuerte; mas, en resolución, la ham270

bre lo despacha todo. El vino, aunque para mí siempre de lo más barato, es bendición ver cuán caro les sale a los sedientos, que, acompañándole con cantidad de agua, encubren y disimulan mucho mejor la primera que yo le aplico y la punta natural con que se halla adornado. Tenemos cien gallinas, cuyos huevos, sin ser las más veces frescos, exceden en valor a los que a pares se ven por recientes junto a la Carnicería de Madrid. Criamos palomas, pavos y capones; mas estos dos últimos relieves se emplean en regalar a mi venticuatro y a otros conocidos de pluma, en cuya virtud quedan desvanecidas algunas quejuelas que se esparcen de mi proceder; que no es tan santo el hombre para poder contentar a todos. Cinco o seis desgracias han sucedido en el tiempo de mi administración, sobre ciertos dinerillos que han faltado; mas si bien hice las diligencias como solícito cuadrillero, no pude descubrir rastro. Malas lenguas atribuyen al ventero la culpa; mas por mi fe que se engañan; cuanto más, que apenas habrá llegado todo en veces a cuatrocientos ducados; y en tan corta miseria no se enconan los generosazos como yo, a quien la conciencia hace traer siempre la barba sobre el hombro. Son mis provechosas vasallas casi todo el año un par de piltras o cotas finísimas, para que la hacienda se despache mejor y más apriesa, pues nunca la lujuria fue amiga de bolsa de hierro. De propósito he querido descubrirle mis flaquezas, porque si otras veces se viere juez, no sea tan escrupuloso como solía. Por una liebre que a porrazos pedí a un patrón, cuando el ejército estaba alojado en el Marquesado de Saluzo, me condenó a tres tratos de cuerda, de quien apenas me libraron muchas intercesiones; miren qué hiciera si fuera mi justicia en este lugar, donde por liebres doy tantos gatos. Señor auditor, no es ya tiempo de rigores. Vivir y dejar vivir a los demás es lo que importa. ¿Quién no hace ya las manos botes, para que en ellos hagan choz los sobornillos? Los mejores abogados, dos que he conocido en mis causas, fueron capones, conejos, pavos y, sobre todo, la pecuña. Con éstos, no me visitan varas, viviendo con más libertad que pudiera en Ginebra. Con éstos, me abonan y encubren los mismos que me habían de perseguir y castigar. Con éstos, son excluidas cualesquier querellas y transformadas en verdades mis mentiras. ¿Cómo pudiera un ministro, no sólo pasar tan bien, con 271

tanto manjar, coche, litera, caballos y sirvientes sin número, sino fundar gruesos mayorazgos y rentas, con la poquedad del salario que gozan y se les señala? Ya ve que es imposible: la industria, pues, viene a ser conveniente para enriquecer presto. Dios lo crió todo, en general, para sus criaturas, y el que se aprovecha, sólo viene a igualar lo mal repartido; que es duro caso que pocos lo posean todo. Con esto puso fin a su plática el ventero, dejándome atónito con la diversidad de su relación. Versado no poco me hallaba en malicias; mas al lado de tan buen maestro, pareciera dicípulo bozal y con estremo rudo. * * * —¡Quién —dije entre mí— aplicara a un remo los holgazanes cuartos deste bellacón, depravado por tantos caminos! ¿Es posible que con tan grande seguridad y holganza viva este troglodita desollando cristianos, sin Dios, sin ley, sin justicia? ¿Cuadrillero y perseguido de ladrones el mismo Caco? ¡Oh, quién le tuviera un hora bajo de su juridición, para que con pronto lazo pagara crímenes tan enormes! Tras esto, tomando la mano, di muestras de agradecido en que me hubiese dado tan menuda cuenta de su vida. Admiré su sagacidad para librarse de los trances en que le pusieron ocasiones. Persuadile hubiese moderación en las ganancias, y que con los afligidos no olvidase del todo la compasión y piedad; tanto más, no obligándole hijos a semejantes excesos; advirtiese la poca duración que había tenido en las otras ocupaciones, por sobra de imprudencia y falta de consideración; huyese de poner confianza en quien sería posible cansarse presto, permitiéndolo Dios así, para que no se retardase su castigo. Riose de mis advertencias, diciendo: —¿No digo yo que aún no ha perdido las mañas? Voarcé no es para este siglo: mejor se hallará entre frailes, donde está en su vigor la observancia de regla y virtud. Acá los mundanos no echamos por el camino de tanta perfeción; que como quien carece de dineros es peor que Lucifer, conviene buscarlos por todos medios. Por lo menos, si esto se acabare, no quedaré manivacío; que cerca de mil ducados vale lo arañado. 272

Cesó, dando lugar a que reposase un poco. Llegó la hora de partir, y solicitando al mozo, pedí a mi Juan hiciese cuenta. Respondiome, con la delantera de un voto más redondo que le pudiera arrojar un carretero: —No me agravie, señor auditor; que soy hombre de bien. ¡Ojalá fuera posible detenerle aquí muchos días, para que conociera cómo nos esmerábamos en su regalo! Harta merced he recebido con verle y hablarle tras tantos años; bien pagado está todo. Repliqué; no aprovechó. Al fin, aceté, siendo fuerza, dándome antes de subir cuatro estrechos abrazos mi buen Juan y la Meléndez. Finalmente, partí de la venta, de quien a pocos pasos lejos, reconocí pesaba más de lo ordinario la alforja. Hice que la mirase el mozo, y halló dentro medio queso —alabado de mí por famoso en la mesa—, una gallina en pluma, doce huevos en forma de pedernales, y otro conejuelo como el comido a medio día. Estimé el cuidado del hombre, por haber puesto callando en aquel lugar parte de lo mucho que, también callando, habría quitado de semejantes. ¡Ved qué forma de poderle castigar, aunque viniera a mis manos! En suma, las dádivas obligan mucho, y hasta los más facinerosos adquieren por su medio las amistades de los más severos y terribles.

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Portada de la Primera parte del Quijote impresa en Valencia, 1605. Esta edición tomó como modelo el texto de la segunda de Madrid.

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LOS FELICES AMANTES

C

ERCA de los muros de una ciudad de las buenas de España, hay un monasterio de religiosas de cierta orden, en el cual había una, entre otras, que lo era tanto, que no era menos conocida por su honestidad y virtudes que por su rara belleza. Llamábase doña Luisa, la cual, yendo cada día creciendo de virtud en virtud, llegó a ser tan famosa en ella, que por su oración, penitencia y recogimiento mereció que, siendo de solos veinte y cinco años, la eligiesen por su perlada las religiosas del convento de común acuerdo, en el cual cargo procedió con tanto ejemplo y discreción, que cuantos la conocían y trataban la tenían por un ángel del cielo. Sucedió, pues, que cierta tarde, estando en el locutorio del convento un caballero llamado don Gregorio, mozo rico, galán y discreto, hablando con una deuda suya, llegó la priora, a quien él conocía bien por haberse criado juntos cuando niño, y aun querido algo con sencillo amor, por la vecindad de las casas de sus padres; y, viéndola él, se levantó con el sombrero en la mano y, pidiéndola de su salud y suplicándola emplease la cumplida de que gozaba en cosas de su servicio, le dijo ella: —Esté vuesa merced, mi señor don Gregorio, muy en hora buena, y sepamos de su boca lo que hay de nuevo, ya que sabemos de su valor con la merced que nos hace. —Ninguna —respondió él— puede hacer quien nació para servir hasta los perros desta dichosa casa; ni sé nuevas de que avisar a vuesa merced, pues no lo serán de que de las obligaciones que tengo a mi prima nacen mis frecuentes visitas, y la que hoy hago es a cuenta de un deudo que le suplica en un papel le regale con no sé qué alcorzas, en cambio de ocho varas de un picotillo famoso o perpetuán vareteado que le envía. —Bien me parece —dijo la priora—, pero con todo, vuesa merced me la ha de hacer a mí de que, en acabando con doña Catalina, se sirva de llevar de mi parte este papel a mi hermana (que basta decir esto para que sepa en qué convento, pues no tengo más que la 275

religiosa), de la cual aguardo ciertas floreras para una fiesta de la Virgen que tengo de hacer, con obligación de que ha de dar orden vuesa merced en que se me traigan esta tarde con la respuesta; que, por ser el recado de cosa tan justificada, y vuesa merced tan señor mío casi desde la cuna, me atrevo a usar esta llaneza. —Puede vuesa merced —respondió el caballero— mandarme, mi señora, cosas de mayor consideración; que, pues no me falta para conocer mis obligaciones, tampoco me faltará, mientras viva, el gusto de acudir a ellas; que más en la memoria tengo los pueriles juguetes y los asomos que entre ellos di de muy aficionado servidor de ese singular valor de lo que vuesa merced puede representarme. Rióse la priora, y medio corrióse de la preñez de dichas razones, con que se despidió luego, diciendo lo hacía por no impedir la buena conversación, y porque le quedase lugar de hacerle la merced suplicada, cuya respuesta quedaba aguardando. Apenas se hubo despedido ella, cuando don Gregorio hizo lo mismo de su prima, deseosísimo de mostrar su voluntad en la brevedad con que acudía a lo que se le había mandado. Fue al monasterio do estaba la hermana de la priora, cuyas memorias fueron representando de suerte a la suya su singular perfección, hermosura, cortesía de palabras, discreción y la gravedad y decoro de su persona, juntamente con la prudencia con que le había dado pie para que, sirviéndola en aquella niñería, la visitase, que con la batería deste pensamiento se le fue aficionando en tanto estremo, que propuso descubrille muy de propósito el infinito deseo que tenía de servilla luego que volviese a traelle la respuesta. Llegó con esta resolución al torno del convento de la hermana; llamóla, diole el papel y prisa por su respuesta, y ofreciósele cuanto pudo. Y, agradeciendo su término doña Inés (que éste era el nombre de la hermana de la priora), diole la deseada respuesta a él, y a un paje suyo las curiosas flores de seda que pedía, compuestas en un azafate grande de vistosos mimbres. Volvió luego, contentísimo con todo, don Gregorio a los ojos de la discreta priora; y, llegando al torno de su convento y llamándola, pasó al mismo locutorio en que la había hablado, por orden della, no poco loco del gozo que sintió su ánimo por la ocasión que se le ofrecía de 276

explicarle su deseo en la plática, que de propósito pensaba alargar para este efecto, como quien totalmente estaba ya enamorado della. Apenas entró en la grada el recién amartelado mancebo, cuando acudió a ella la priora, diciéndole: —A fe, mí señor don Gregorio, que hace fielmente vuesa merced el oficio de recaudero, pues dentro de una hora me veo con las deseadas flores, respuesta de mi hermana y en presencia de vuesa merced, a quien vengo a agradecer como debo tan extraordinaria diligencia. —Señora mía —respondió él—, por eso dice el refrán: “Al mozo malo, ponelde la mesa y envialde al recaudo”. —Está bien dicho —replicó ella—; pero ese proverbio no hace, a mi juicio, al propósito; porque ni a vuesa merced tengo por malo ni en esta grada hay mesa puesta, ni es hora de comer; si no es que vuesa merced lo diga (que a eso obligan esas razones) porque le sirva con algunas pastillas de boca o otra niñería de dulce. Y si a ese fin se dirige el refrán, acudiré presto a mi obligación con grande gusto. —No ha dado vuesa merced en el blanco —respondió don Gregorio—; que, sin que hable de pastillas ni conservas, sustentaré fácilmente se halla y verifica en este locutorio cuanto el refrán dice. —¿Cómo —respondió doña Luisa— me probará vuesa merced que es mal mozo? —Lo más fácil de probar —dijo él— es eso, pues malo es todo aquello que para el fin deseado vale poco; y, valiéndolo yo para cosas del servicio de vuesa merced, que es lo que más deseo y a quien tengo puesta la mira, bien claro se sigue mi poco valor. Y no teniéndole, ¿qué puedo tener de bondad, si ya no es que de la vuesa merced me la comunique, como quien está riquísima della y de perfecciones? —Gran retórico —dijo la priora— viene vuesa merced, y más de lo que por acá lo somos para responderle; que, en fin, somos mujeres que nos vamos por el camino carretero, hablando a lo sano de Castilla la Vieja. Aunque, con todo, no dejaré de obligarle a que me pruebe cómo se salva lo que dijo, que dejó la mesa puesta cuando fue con el papel que le supliqué llevase a mi hermana, ya que aparentemente me ha probado que es mal mozo. 277

—Eso, señora mía —respondió él—, también me será cosa poco dificultosa de probar; porque donde se ve el alegría de los convidados y el contento y regocijo de los mozos perezosos, juntamente con el concurso de pobres que se llegan a la puerta, se dice que está ya la mesa puesta y que hay convite. Lo mismo colegí yo del gozo que sentí cuando merecí ver esa generosa presencia de vuesa merced, que se me ofrecía con ella, pues vi en ese bello aspecto, digno de todo respecto, una esplendidísima mesa de regalados manjares para el gusto, pues le tuve y tengo el mayor que jamás he tenido en ver la virtud que resplandece en vuesa merced, pan confortativo de mis desmayados alientos, acompañada de la sal de sus gracias y vino de su risueña afabilidad; si bien me acobarda el cuchillo del rigor con que espero ha de tratar su honestidad mi atrevimiento, si ya esa singular hermosura, despertador concertado dél, no le disculpa. Quedósela mirando sin pestañear, dichas estas razones, saltándosele tras ellas algunas lágrimas de los amorosos ojos, harto bien vistas y mejor notadas de doña Luisa, a cuyo corazón dieron no pequeña batería; aunque disimulándola y encubriendo cuanto pudo la turbación que le causaron, le respondió con alegre rostro, diciendo: —Jamás pensara de la mucha prudencia y discreción de vuesa merced, señor don Gregorio, que, conociéndome tantos años ha, pudiese juzgarme por tan bozal que no llegue a conocer la doblez de sus palabras, el fingimiento de sus razones y la falsedad de los argumentos con que ha querido probar la suficiencia de mi corto caudal. Mas pase por agora el donaire (que por tal tengo cuanto vuesa merced ha dicho), y, pues tiene en esta casa prima de las prendas de doña Catalina, que le desea servir en estremo, no tiene que pretender más, pues cuando lo haga, no sacará de sus desvelos sino un alquitrán de deseos difíciles de apagar si una vez cobran fuerza; pues la mesma imposibilidad les sirve a los tales de ordinario incentivo, en quien se ceban, pues de contino el objecto presente, que mueve con más eficacia que el ausente a la potencia, muestra la suya cuando lucha con los imposibles que tenemos las religiosas. Con esto (pues vuesa merced me entenderá como discreto), pienso he bastantísimamente satisfecho a las palabras y muestras de voluntad de vuesa merced; y con ello le despide la mía, pero no de que me mande cosas de su ser278

vicio más conformes a razón y de menos imposibilidad; que haciéndolo, podrá vuesa merced acudir una y mil veces a probar las veras de mi agradecimiento. Y cuando las ocupaciones de mi oficio me tuvieren ocupada, no faltarán religiosas de buen gusto que no lo estén para acudir en mi lugar a servir y entretener a vuesa merced. Había estado don Gregorio oyendo esta despedida equívoca con estraña suspensión, mirando siempre de hito en hito a quien se la daba. Y, desocupado de oír, respondió agradecía mucho la merced que se le hacía, pues cualquier, por pequeña que fuese, le sobraba; pero que entendía quedaba de suerte con la llaga que la vista de sus blancas tocas y bellísimo rostro (manteles ricos de la mesa que de sus gracias había puesto a su voluntad) le había causado, que tenía su vida por muy corta si su mano, en quien ella estaba, no le concedía algún remedio para sustentarla. Despidióse la priora tras esto dél, diciéndole se reportase y fiase lo demás del tiempo y de la frecuencia de las visitas, para las cuales de nuevo le daba licencia. Volvióse don Gregorio a su casa tan enamorado de doña Luisa, que de ninguna manera podía hallar sosiego. Acostóse sin cenar, lamentándose lo más de la noche de su fortuna y de la triste hora en que había visto el bello ángel de la priora. La cual, luego también que se apartó dél, se subió con el mismo cuidado a su celda, do comenzó a revolver en su corazón las cuerdas razones que don Gregorio le había dicho, las lágrimas que en su presencia y por su amor había derramado, la afición grande que le mostraba tener y el peligro de la vida con que a su parecer iba si no le hacía algún favor. Y el ser él tan principal y gentil hombre, y conocido suyo desde niño, ayudó a que el demonio (que lo que a las mujeres se dice una vez, se lo dice a solas él diez) tuviese bastante leña con ello para encender, como encendió, el lascivo fuego con que comenzó a abrasarse el casto corazón de la descuidada priora. Y fue tan cruel el incendio, que pasó con él la noche, con la misma inquietud que la pasó don Gregorio, imaginando siempre en la traza que ternía para declararle su amoroso intento. Venida la mañana, bajó luego con este cuidado al torno, y, llamando una confidente mandadera, le dijo: —Id luego a casa del señor don Gregorio, primo de doña Catali279

na, y decilde de mi parte que le beso las manos y que le suplico me haga merced de llegarse acá esta tarde, que tengo que tratar con él un negocio de importancia. Fue al punto la recaudera, cuyo recado recibió don Gregorio con el gusto que imaginar se puede, asentado en la cama, de la cual no pensaba levantarse tan presto, y dijo a la mujer: —Decid a la señora priora que beso a su merced las manos, y que me habéis hallado en la cama, en la cual estaba de suerte, que, a no mandármelo su merced, no me levantara della en muchos días, porque el mal con que salí de su presencia ayer tarde me ha apretado esta noche con increíble fuerza. Pero ya con el recado cobro la necesaria para poder acudir, como acudiré, a las dos en punto a ver lo que manda su merced. Fuese la mandadera y quedó el amante caballero totalmente maravillado de aquella novedad, y no sabía a qué atribuirla. Por una parte, consideraba el rigor con que el día pasado le había despedido; y por otra, el enviarle a llamar tan deprisa para comunicarle, como la mandadera le había dicho, un negocio de importancia, le aseguraba o prometía algún piadoso remedio. Aguardaba con sumo deseo el fin de la visita; y, llegada la hora de hacella, fue puntualísimamente al convento. Y, avisando en el torno y cobrada respuesta en él de que pasase a la grada, fue a ella, do estuvo esperando a que la priora saliese, haciéndosele cada instante de su tardanza un siglo. Pero salió dentro de breve rato, risueña y con muestras de mucha afabilidad, diciéndole, no sin turbación interior: —No quiere tan mal a vuesa merced como piensa, mi señor don Gregorio, quien le ha enviado a llamar en amaneciendo con tanto cuidado; pero hámele causado tan grande las muestras de indisposición con que vuesa merced se fue anoche, que, temiendo no naciese ella del cansacio tomado en ir y venir del convento de mi hermana a éste, a mi cuenta, me ha parecido quedaba también a ella el saber lo uno de su salud y lo otro el divertille esta tarde de la pasada melancolía, causada de mi inadvertencia. Que sin duda de la que debí tener en el hablar tomó vuesa merced ocasión para decirme aquellas tan amorosas cuanto estudiadas razones con que pretendió darme a entender, a vueltas de aquellas fingidas lágrimas, le desvelaban mis 280

memorias y enamoraban mis cortas prendas. Pero no le ha salido mal el intento, si le tuvo, de obligarme con eso a que le enviase a llamar, pues en efecto ha salido con él. Y si ese ha sido el artificio motriz de aquel fingimiento, dígame vuesa merced agora sin él, pues me tiene presente, su pretensión; que para ello le da cumplidísima licencia mi natural vergüenza, pues, como dicen, el oír no puede ofender. Y hago esto porque, como me dijo vuesa merced al despedirse había yo de ser causa de su temprana muerte, no me ha parecido debía dar lugar a que el mundo me tuviese por homicida de quien tantas partes tiene y es por ellas digno de vivir los años que mi buen deseo suplica a Dios le dé de vida, confiada en que no perderemos nada los desta casa en que la tenga larguísima quien tan bienhechor es della. Respondióle don Gregorio, cobrando un nuevo y cortés atrevimiento, diciendo: —Ha sido tan grande, señora mía, la merced que hoy se me ha hecho y va haciendo agora, y hállome tan incapaz de merecerla, que me parece que, aunque los años de mi vida llegasen a ser tantos cuantos prometen los nobles y religiosos deseos de vuesa merced, no podía pagar en ellos, por más que los emplease en servicio desta casa, la mínima parte della. Pero ya que no la puedo pagar con caudal equivalente, pagaréla, a lo menos, con el que agora corre entre discretos, que es con notable agradecimiento y confesión de perpetuo reconocimiento. Aunque quiero que vuesa merced entienda (y esto sabe el Cielo cuánta verdad es) que si no acudiera con la brevedad que acudió con el recaudo y esperanzas de su vista, ya no la tuviera yo, ni vida con ella, a la hora presente, según me apretaba la pasión amorosa que las gracias de vuesa merced me causan. Pero ya de aquí adelante pretendo mirar por mi vida, para tener siquiera qué emplear en servicio de quien tan bien sabe dármela cuando menos la confío. Y porque acabe de conocer prosiguirá vuesa merced el hacérmela, quiero atrevidamente pedir otra de nuevo, confiado en lo que acaba de decir de que gusta de mi vida. —Veamos —dijo la priora— qué cosa es, y, conforme a la petición, se podrá fácilmente juzgar si será justo concederla o no. Diga vuesa merced. —Yo, señora, no pido nada —replicó él—; que no querría me 281

sucediese lo de anoche, de dar pesadumbre a vuesa merced. —Sin duda —dijo ella—, que debe de ser, según se le hace de mal el decirlo, algún pie de monte de oro. —No es —respondió don Gregorio— sino una mano de plata, que tales son las blanquísimas de vuesa merced, para besarla por entre esta reja. —Aunque haya sido atrevimiento, señor don Gregorio —replicó la priora—, no dejaré de usar desa llaneza y libertad, por haberlo prometido. Y, sacando de un curioso guante la mano, la metió por la reja, y don Gregorio, loco de contento, la besó, haciendo y diciendo con ella mil amorosas agudezas, y ella le dijo: —Agora, ¿estará vuesa merced contento? —Estoylo tanto —replicó el nuevo amante—, que salgo de juicio, pues con esto cobro nueva vida, nuevo aliento, nuevo gozo y, sobre todo, nuevas esperanzas de que se lograrán más de cada día las mías; y así, podré decir está todo mi ser en la mano de vuesa merced, en la cual, como pongo los ojos, pongo y pondré mientras viva mis deseos y memorias. —Pues, señor don Gregorio —dijo doña Luisa—, ya no es tiempo de disimulación ni de que vuesa merced ignore que si me ama con las veras que finge, no hace cosa que no me la deba; y si he disimulado hasta agora, ha sido no con poca violencia de mi voluntad. Pero forzábanla el ser mujer y religiosa y cabeza de cuantos lo son en esta grave casa, y también que deseaba enterarme y ver si la perseverancia confirmaba los asomos del amor que con palabras y lágrimas me comenzó a mostrar. Pero ya que mi ceguera me obliga a que crea lo que tan difícil es de averiguar, digo que soy contentísima de que todos los días me visite, y aun le suplico lo haga, variando las horas para mayor disimulación. Y advierta vuesa merced hago más en confesarme ciega y amante que en cuanto tras eso diere lugar a vuesa merced, pues el mayor imposible que sentimos las mujeres es el haber de otorgar amamos a quien con sola esa confesión suele tomar ánimo para condenarnos a perpetuo desprecio y desesperados celos. ¡Plegue a Dios no me suceda a mí así! Libertad terná vuesa merced de hablarme sin impedimiento; que el ser priora me da aqué282

lla y me quita éstos; y crea vuesa merced que, perseverando, pienso serle autora de mayores servicios. Y baste por agora, y vuesa merced se vaya; que quedo confusísima de mi determinación y de la poca fuerza que en mí siento para resistir a mayores baterías. Y lo demás quede para otro día. Despidiéronse con esto, quedando los dos tan enamorados como dirá el suceso del verdadero cuento. Luego comenzaron a andar los recados, los billetes, y a frecuentarse las visitas, enviándose regalos y presentes de una parte y otra, con tanta frecuencia que ya daban de sí no poca nota; si bien, como todos veían la autoridad de la priora, no reparaban tanto en ello como fuera razón. Duróles este trato por más de seis meses, hasta que, estando los dos un día hablando en el locutorio, comenzó don Gregorio a maldecir las rejas, que eran estorbo de que él gozase del mejor bien que gozar podía y deseaba; y lo mesmo decía ella; que era de suerte su amor, y estaba tan perdida por el mozo y tan otra de lo que solía, y era tan frecuentadora de billetes y ternuras, que hasta el mismo don Gregorio se espantaba de verla tal. Y fue de manera que ella fue quien dio principio a su misma perdición, pues le dijo esa mesma tarde: —¿Es posible, señor, que, mostrándome el amor que me mostráis, seáis tan pusilánimo y tan para poco, que no deis traza de entrar de noche por alguna secreta parte adonde podamos gozar ambos sin zozobras el dulce fruto de nuestros amores? ¿No advertís que soy priora y que tengo libertad para poderlo hacer con el debido secreto? Yo, a lo menos de mi parte, si vos os disponéis para ello, harto bien trazado lo tengo con mi deseo y facilitado con vuestra cobardía; y aun si no fuera ella tanta, podríais sacarme de aquí y llevarme adonde os diese gusto, pues vivo y estoy en todo dispuesta de seguir el vuestro. Maravillado don Gregorio desta determinación, la respondió: —Ya, prenda mía, os he dicho muchas veces que estoy aparejado para todo aquello que fuere de vuestro entretenimiento y regalo; y así, pues me enseñáis lo que debo hacer, será el negocio desta manera. Yo tomaré dos caballos de casa de mi padre, recogiendo juntamente della todo el más dinero que pudiere, y vendré a la medianoche por la parte del convento que mejor y más secreto os pareciere. 283

Y saliendo dél, subiréis en el uno, yo en el otro, y así, nos iremos juntos a media posta a algún reino estraño, donde, sin ser conocidos, podremos vivir todo el tiempo que nos diere gusto. Y vos, pues tenéis las llaves del dinero, plata y depósitos deste convento, podréis también recoger la mayor suma de cosas de valor que podáis, para que vamos así seguros de no vernos jamás en necesidad. —Así me parece bien —replicó ella— que se debe hacer. Quedaron desde luego de concierto de que su ida fuese a la una de la noche del siguiente domingo, después de dichos los maitines, hora en que el galán sin falta estaría aguardando a la puerta de la iglesia con los caballos; que, pues ella se quedaba las noches con las llaves de casa, fácilmente podría abrir la sacrestía y salir por ella al dicho puesto por la puerta principal de la iglesia, con presupuesto de caminar la misma noche diez o doce leguas a toda diligencia, para que, cuando los echasen menos, fuese más dificultoso el hallarlos. Con este concierto y con el de que don Gregorio le enviaría bien envueltos, como si fuese colgadura, unos curiosos vestidos de dama con que saliese, se despidieron. Y, en haciéndolo, comenzó la priora a dar orden en su partida, cosiendo en un honesto faldellín que había de llevar debajo, las doblas que pudo recoger, que no fueron pocas; poniendo en una bolsa otra gran cantidad de moneda de plata, para llevarla más a mano; de suerte que sacó del convento entre moneda y joyas más de mil ducados. La mesma prevención hizo don Gregorio, el cual, contrahaciendo las llaves de ciertos cofres de su padre, sacó dellos más de otros mil ducados, sin otra gran cantidad de dineros que pidió prestados a amigos; que, con la confianza de que era hijo único y mayorazgo de caballeros de más de tres mil de renta, fue fácil hallar algunos que se los prestasen. Llegado el concertado domingo, a las doce de medianoche, hora de universal silencio por la seguridad que dan los primeros sueños, que, por serlo, son más profundos, se bajó don Gregorio, con la aprestada maleta de lo que había de llevar, a la caballeriza, y, ensillando en ella dos de los mejores caballos, sin ser de nadie sentido, se salió de casa y fue al monasterio, do estuvo aguardando en la puerta de la iglesia a que su querida doña Luisa saliese. La cual, acabados 284

los maitines, se volvió a su celda y, quitándose en ella los hábitos, se vestió las ropas de secular que don Gregorio le había enviado y tenía en un arca, como queda dicho; y, poniendo las de religiosa sobre una mesa y dejando allí una bien larga carta escrita de la causa que sus amores le dieron para irse, como se iba, con don Gregorio, dejó, ni más ni menos, allí una vela encendida, con el breviario y rosario, de quien siempre había sido devotísima, y por él lo había sido en sumo grado de la Virgen, Señora Nuestra, toda su vida. Y, tomando tras esto un gran manojo de llaves, las cuales eran de toda la casa y de la iglesia, se salió de la celda lo más pasito que le fue posible; y se fue por el claustro y bajó a la sacristía, y, abriéndola sin ser sentida, salió al cuerpo de la iglesia con las llaves en la mano. Y, habiendo de pasar al salir della por delante de un altar de la Virgen benditísima, de cuya imagen era particular devota y le celebraba todas las fiestas suyas con la mayor solenidad y devoción que podía, a la que llegó delante della, se hincó de rodillas, diciendo con particular ternura interior y notable cariño de despedirse della, privándose del verla, porque era la cosa que más quería en esta vida: —Madre de Dios y Virgen purísima, sabe el Cielo y sabéis vos cuánto siento el ausentarme de vuestros ojos; pero están tan ciegos los míos por el mozo que me lleva, sin hallar fuerzas en mí con que resistir a la pasión amorosa que me lleva tras sí, voy tras ella sin reparar en los inconvenientes y daños que me están amenazando. Pero no quiero emprender la jornada sin encomendaros, Señora, como os encomiendo con las mayores veras que puedo, estas religiosas que hasta ahora han estado a mi cargo. Tenelde, pues, dellas, Madre de piedad, pues son vuestras hijas, a las cuales yo, como mala madrastra, dejo y desamparo. Amparaldas, digo, Virgen santísima, por vuestra angélica puridad, como verdadero manantial de todas las misericordias, siendo como sois la madre de la fuente dellas: de Cristo, digo, nuestro Dios y Señor. Volved y mirad, os suplico otra vez, en mi lugar, por estas siervas vuestras que aquí quedan, más cuidadosas de su limpieza y salvación que yo, que voy, despeñándome, tras lo que me ha de hacer perder lo uno y lo otro, si vos, Señora, no os apiadáis de mí. Pero, confío que lo haréis, obligada de vuestra inexplicable y natural piedad y de la devoción con que siempre he rezado vuestro santísimo rosario. 285

Y, dicha esta breve oración, y hecha tras ella una profunda reverencia a la imagen, abrió el postigo de la iglesia y, abierto, se volvió a dejar las llaves delante del dicho altar de la Virgen, tras lo cual se salió a la calle, entornando tras sí la puerta. Apenas estuvo fuera della, cuando le salió al encuentro don Gregorio, que la estaba aguardando hecho ojos; y, tomándola en brazos (tras haberla tenido un breve rato entre los suyos amorosos haciendo desenvolturas que el recelo de no ser vistos le consintió), la subió en el caballo que le pareció más manso, con que comenzaron luego a caminar, de suerte que los vino a tomar el día seis o siete leguas lejos de adonde habían salido. Y en el primer lugar se proveyeron de todo lo necesario tocante a la comida, con fin de no entrar en poblado, si no fuese de noche, para hurtar así el cuerpo a la mucha gente que tenían por sin duda iría en su busca. En efeto, señores, que aquélla que había profesado y prometido castidad a Dios, y la había guardado hasta entonces con notables muestras de virtud (permitiéndolo así su divina Majestad por su secreto juicio y por dar muestras de su omnipotencia, la cual manifiesta, como canta la Iglesia, en perdonar a grandes pecadores gravísimos pecados, y por mostrar también lo que con Él vale la intercesión de la Virgen gloriosísima, madre suya, y con cuántas veras la interpone ella en favor de los devotos de su santísimo rosario), la perdió por un deleite sensual y momentáneo, yendo a rienda suelta por el camino fragoso de sus torpezas, olvidada de Dios, de su profesión y de todos los buenos respetos que a quien era debía. Mas no hay que maravillarse hiciese esto, dejada de la mano de Dios, pues, como dice san Agustín, más hay que espantarse de los pecados que deja de hacer el alma a quien desampara su divina misericordia que de los que comete; que eso, dice David, vocean los demonios, enemigos de nuestra salvación, al hombre que llega a tal miseria, tomando ánimo por ello de perseguirle y prometiéndose vencerle en todo género de vicios: Deus dereliquit eum; persequimini et comprehendite eum, quia non est qui eripiat. Continuaron su camino los ciegos amantes, con los justos miedos y sobresaltos que imaginarse pueden de quien anda en desgracia de Dios, algunos días, sin parar jamás hasta que llegaron a la 286

gran ciudad de Lisboa, cabeza del ilustre reino de Portugal. Allí, pues, hizo don Gregorio una carta falsa de matrimonio; y, alquilando una buena casa, compró sillas, tapices, bufetes, camas y estrado con almohadas para su dama, con el demás ajuar necesario para moblar una honrada casa, comprando juntamente para el servicio della un negro y una negra. Cargó tras esto de galas y joyas para adorno suyo y de su bella doña Luisa. Pasaron la vida muchos días, acudiendo en aquella ciudad a todo cuanto apetecían sus ciegos sentidos, como fuese de entretenimiento, disolución y fausto, sin perder fiesta ni comedia la gallarda forastera (que así la llamaban los portugueses) de cuantas en Lisboa se hacían. Paseaba también sus calles don Gregorio de día, ya con una gala y caballo, y ya con otro, gozando sin escrúpulo ninguno de conciencia de aquella pobre apóstata perlada, olvidado totalmente de Dios y sin rastro de temor de su divina justicia; porque, como dice el Espíritu Santo por boca de Salomón, lo que menos teme el malo, cuando llega a lo último de su maldad, es a Dios. Dos años estuvieron en Lisboa los ciegos amantes, gastándolos en la vida más libre y deleitosa que imaginarse puede, pues todo fue galas, convites, fiestas y, sobre todo, juegos, a que don Gregorio se dio sin moderación alguna. …como dieron tanta prisa las libertades de don Gregorio y sus juegos, y las galas de su doña Luisa y sus saraos, a desembolsar los dineros que habían traído de su tierra, sin que de ninguna parte ni de ningún modo les viniese ganancia, comenzaron, al cabo de los dos años dichos, a echar de ver ambos se iban empobreciendo; y hiciéronlo tan por la posta, que en breve les fue forzoso vender las colgaduras y aun muchas o todas las joyas de casa, tras lo cual vendió él tres o cuatro caballos que tenía, pero remedióse poco con su venta, porque con el dinero que sacó della, codicioso de ganar o picado de lo perdido, se fue a una casa de juego, do, tras perderle todo, vino a perder hasta un famoso ferreruelo que traía, siéndole necesario detenerse hasta la noche sin volver a su casa, porque no le viesen los que le conocían ir, como de hecho fue, en cuerpo por las calles. Y, llegando apesarado, corrido, pobre y sin capa a los ojos de su doña Luisa, que le aguardaba con harta necesidad, no tuvo ánimo 287

la triste dama de reprehenderle su inconsideración, temerosa de no darle materia para que la dejase o hiciese alguna bajeza; antes, consolándole, dio orden de que vendiesen los negros, como lo hicieron. Pero acabáronse presto los dineros que sacaron dellos, parte con el gasto ordinario y parte con los excesos del juego de don Gregorio, que eran grandes (quizá por permisión divina, para reducirlos a su conocimiento mediante la necesidad), y llegaron al cabo a verse tales, que ni prenda que empeñar ni pieza que vender tuvieron; con que el dueño de la casa, conociendo el peligro que corría la cobranza de sus alquileres, dio orden de ejecutarlos por ellos si no le daban por seguro algún abonado fiador. Fueles imposible hallarle; y así, hubo el galán de rematar con los vestidos de su doña Luisa, a la cual, viendo llorosa, desnuda, corrida y medio desesperada, dijo el pródigo mozo un día: —Ya veis, mi bien, lo que pasa y cuán imposible nos es vivir en esta ciudad sin notable nota della y vergüenza nuestra, por ser tan conocidos de la gente principal, de quien no tengo cara para amprarme. Muy sin consideración hemos andado en gastar tan sin tino lo que de nuestras tierras sacamos y sin mirar en lo que adelante nos podía suceder. Pero, pues para lo hecho no hay remedio, paréceme que lo que agora debemos hacer, previniendo mayores daños, es que, pues nos vemos tales, nos salgamos una noche, sin ser vistos, de Lisboa y vamos a dar cabo a la primer ciudad de Castilla, que es Badajoz, do, por no conocernos ni habernos visto con la pompa y fausto que los de Lisboa, podremos pasarlo mejor y con menos gasto. Que, pues vos tenéis tan buenas manos para cosas de labor, fácil será el ganar con ellas con que moderadamente vivamos, ya enseñando a labrar a algunas niñas y ya labrando para otros. Respondióle con no pocas lágrimas y sentimiento la triste dama que hiciese della cuanto fuese de su gusto, pues estaba ya dispuesta a seguirle en todo sin contradición alguna. Saliéronse, cual pueden pensar vuesas mercedes, de la gran Lisboa, haciendo su viaje a pie y sin más provisión ni ropa que la que llevaban a cuestas, yendo sin espada y en cuerpo don Gregorio, por la pérdida que había hecho de su capa en el juego. Pero lo que él más sintía era verse imposibilitado de poder llevar a caballo a su 288

doña Luisa, que, por la aspereza de los caminos y delgadeza de sus pies, los llevaba abiertos y cribillados, por ir, como iba, con pobrísimo calzado, y necesitada, en fin, de pedir limosna por las puertas de las casas de los pueblos por donde pasaba, como también lo iba haciendo él, llenas sus plantas de vejigas. Llegaron, al cabo de algunos días, a Badajoz despeados, do, llegando, les fue forzoso irse a alojar por su gran pobreza al hospital, que era tanta, que si algunos compasivos pobres dél no les dieran de los mendrugos que por las casas habían recogido de limosna, quedaran la noche que llegaron sin cenar. Aquí fue el llorar, hecha otro hijo pródigo, de la afligida doña Luisa, y el considerar la abundancia que tenía en el monasterio de donde era priora; aquí el arrepentirse de haber salido tan inconsideradamente dél con don Gregorio, con tan grave ofensa de Dios y tan en deshonra de los linajes de entrambos; aquí, finalmente, el sollozar por la pérdida de la irrecuperable joya de la virginidad. Pasó la noche, en efeto, la aburrida señora lamentando con estraño sentimiento su desventura; tanto, que el afligido don Gregorio no le osaba hablar, antes, corredísimo y melancólico, se estaba escuchándola en un rincón del mismo aposento; y si algo decía, eran también endechas y pesares por los que padecía y esperaba padecer, sin esperanzas de poder volver en toda su vida a su tierra, en la cual era rico y regalado mayorazgo. Con cuya consideración y con la que tenía del sentimiento de sus padres, deudos y amigos, arrancaba de rato en rato un doloroso suspiro del centro de su afligida alma, con que enterneciera las piedras, maldiciendo su desconcierto, ciega determinación, locos amores y a los infernales gustos, y, finalmente, la primer vista de quien había sido causa total de tan fatales principios y del fin peligroso que ellos las vidas de su cuerpo y alma amenazaban. Pasada la noche en estas ocupaciones y sentimientos y venida la mañana, entró en el hospital un caballero mancebo, a quien tocaba reconocer aquella semana qué gente había entrado y dormido en él; que, para no dar lugar a que no se poblase de vagamundos, tenía esta cuerda providencia aquella ciudad de tener administradores que por semanas visitasen los peregrinos y se infor289

masen de sus necesidades. Y, llegándose a doña Luisa, luego que la vio moza y hermosa, aunque mal vestida, le preguntó que de dónde era; y respondiendo ella, con muestras de vergüenza, que de Toledo, replicó él si conocía a tales y tales personas bien señaladas en dicha ciudad. Respondió la dama luego que no, porque había mucho tiempo que había salido de allá. Estando en esta plática, se les juntó don Gregorio, diciendo: —Esta mujer, señor mío, es natural de Valladolid y es mi esposa. —Pues ¿para qué —dijo el caballero— es menester mentir aquí? Muéstrenme acá la carta del casamiento, porque, si no son marido y mujer, serán muy bien castigados. Sacó luego su carta falsa don Gregorio y enseñósela, de la cual el caballero quedó satisfecho, y les preguntó que adónde caminaban, porque allí no podían estar más de sólo un día. Respondió don Gregorio que venían a aquella ciudad de asiento para vivir en ella. —¿Pues qué oficio tenéis? —replicó el administrador. Respondióle que no tenía oficio, pero que su mujer era labrandera, y quería allí, habiendo comodidad, enseñar a labrar algunas niñas. —De suerte —dijo el caballero— que ella os ha de sustentar a vos. Harto trabajo tendréis ambos. Con todo, por amor de Dios, os llevaré hoy a mi casa y os daré en ella de comer hasta buscaros alguna comodidad con que vos y vuestra mujer, que parece honrada, podáis vivir en esta tierra. Mandó tras esto a un paje que los llevase a su casa. Agradeciéronselo mucho ellos; y por el camino, preguntando por las prendas de quien tanta merced les hacía, respondió el paje que era un mancebo rico y tan caritativo, que hacía los más de los días muchas limosnas; y así, que confiasen que él sin duda les buscaría adonde pudiesen vivir, y aun si fuese menester les pagaría el alquiler de la casa. Nueva fue ésta que les dio a ambos notable contento. El caballero les buscó, en saliendo del hospital, una razonable posada en que vivían unas costureras, y les hizo dar alquiladas una buena cama y algunas alhajas de casa, saliendo él a pagar el alquiler de todo cuanto los huéspedes, para quien había de servir, no le 290

pagasen. Hecha esta diligencia, se fue a mediodía a su posada, en la cual les hizo dar bien de comer; y, en comiendo, les llevó él proprio a la que les había buscado, donde le besaron las manos por ello y por un real de a ocho que les dio de limosna, con que pasaron aquella noche razonablemente. A la mañana, comenzó doña Luisa a preguntar a aquellas vecinas que quién le daría que labrar, porque ella no conocía a nadie en aquella ciudad; las cuales la respondieron: —Nosotras, con ser naturales de aquí y hacer, como dicen, pajaritos de nuestras manos, morimos de hambre. ¡Mirad qué haréis, señora, vos, venida de ayer acá! A la fe, hermana mía, que habéis llegado a muy ruin puesto para ganar de comer, como os enseñará la experiencia. Con todo eso, para dos o tres días —dijo la una—, yo os daré con que ganéis siquiera para pan. Agradecióselo ella, y comenzó a labrar en cierta obra que le puso en las manos, quedándose don Gregorio en la cama, pensando pasar mejor la hambre en ella que paseando. Esa mesma mañana se llegó el caballero, después de haber visitado el hospital, a saber de los dos forasteros; y, hallando acostado a don Gregorio, le dijo: —¿Qué’s, gentilhombre? ¿Cómo va? ¿Adónde está vuestra mujer? —Bien hasta agora me va —respondió él—, y ahí con la vecina está mi mujer, por quien pregunta vuesa merced; a quien suplico no se espante de no hallarme levantado; que el no tener andrajo de zapatos me obliga a ello. —No será tanto ésa la causa —dijo el administrador— cuanto poltronería. Y, volviendo las espaldas, se salió a ver a doña Luisa; y, sentándose en un taburete junto a ella, se la puso a mirar de propósito a las manos y rostro; y reparando en sus faciones y en la modestia con que estaba, le pareció la más hermosa mujer y más digna de ser amada que en su vida hubiese visto. Aficionósele luego, que es imposible deje la voluntad de amar a aquello que se le representa vestido de bondad, hermosura o gusto; y, rendido ya a sus partes, le preguntó con muestras de afición, por su nombre y la causa por 291

que había dejado su patria. Respondió ella, sin levantar el rostro, con alguna turbación, que se llamaba doña Luisa, y que, por haber sucedido cierta desgracia a su marido en Valladolid, habían salido ambos huyendo a uña de caballo (cosa que le pesaba confesar, y que, por no hacerlo, había dicho al principio que eran de Toledo), y, habiendo dado cabo en Lisboa, habían vivido allí dos años, en el cual tiempo habían gastado no poca suma de dinero que consigo habían traído. —Por cierto, señora doña Luisa, que siento en el alma —dijo el caballero— veros empleada en quien tan poco os merece, como este picaronazo de vuestro marido, pues por una parte os veo hermosa y discreta, y considero por otra que él os ha de consumir y gastar lo poco que aquí ganáredes. Con todo, si queréis hacer por mí lo que os suplicare, os juro a fe de caballero de remediaros y favorecemos a ambos en cuanto pudiere, pues no puedo negar sino que os he mirado con buenos ojos, y de suerte están los míos enamorados de los vuestros, que ya vivo con deseo intenso de serviros y agradaros en cuanto pudiere. Y así, desde luego, os suplico me mandéis todo lo que fuere de vuestro gusto; que a todo acudirá el mío, sin querer mis fieles deseos más premio que verse admitidos de vuestra memoria, pues con sólo esa gloria juzgaré verme en la mayor que puedo desear. No perdáis, bellísima forastera, la ocasión que a vuesas desdichas ofrece en mis dichosos cuidados la fortuna, y advertid no es cosa que os pueda estar mal el hacerme mercé. —Agradezco cuanto puedo, señor —respondió ella—, la que ese valor me ofrece, sin haberla yo servido ni merecido; pero, siendo mujer casada y estando mi marido presente, en gravísimo yerro y peligro caería si le ofendiese. Y así por esto y, lo más principal, por lo que debo a Dios y a mí misma, suplico a vuesa merced desista de tal pretensión; y, en cuanto no tocare a ella, mándeme, que en todo verá mi debido agradecimiento. —Miraldo, señora, bien —dijo el mancebo—; que yo me encargo en dar orden cómo vuestro marido no lo sepa ni entienda. Y veis aquí por agora ese doblón para que cenéis esta noche; que dobles os los daré las que vinieren, como gustéis emplearlas en darme gusto, y no le terné hasta que mañana me deis la respuesta que 292

deseo; y me le puede sólo causar el ser ella cual mi fe merece y esa beldad asegura. Constreñida doña Luisa de la necesidad, que es poderoso tiro para derribar las flacas almenas de la mujeril vergüenza, tomó el doblón, dándole por él no pocas gracias ni pocas esperanzas con recebirle, pues siempre quien lo hace se obliga a mucho. Levantóse tras esto el administrador, y llamó aparte a la vecina más vieja de la casa y le dijo: —Si acabáis con doña Luisa que corresponda a mis ruegos y acete mis ofertas, os prometo, a ley de quien soy, de daros una saya de famoso paño, sin otras cosas de consideración. Pero eso rogádselo y persuadídselo con las mayores veras que pudiéredes; y si salís con la empresa, venid volando con la nueva a mi casa, que della llevaréis al punto las ofrecidas albricias. Aseguróle la astuta tercera serlo con las veras que dirían las obras; y, llegándose el caballero, oída esta respuesta, a la descuidada dama, le asió la mano y se la besó, sin que lo pudiese ella impedir, partiéndose luego. Comenzó, tras su ida, la solícita vieja a persuadir eficazmente a la perpleja señora, por saber ella más destos ensalmos que de los Psalmos de David. Y fue de suerte la batería que le dio, que, convencida della doña Luisa, le vino a responder que, como el negocio fuese secreto, procuraría servir cuanto pudiese a aquel caballero, con tal que él hiciese también por ella lo que le había ofrecido. Encargóse la vieja, agradecida a la respuesta, de tratar el negocio con igualdad y satisfación de ambas partes como el efeto mostraría. Entróse doña Luisa en su cuarto, por ser hora de comer, do contó punto por punto a don Gregorio cuanto con el caballero le había pasado; el cual le respondió que, atento que padecían estrema necesidad y que era imposible remediarla por otro camino, que condecendiese con su gusto; que para todo daba su consentimiento y daría el lugar necesario, con tal que le sacase cuanto pudiese, así en dineros como en joyas, fingiendo siempre temor y recelo y encargándole el secreto. Ya en esto había ido corriendo la vieja a ganar las albricias del enamorado caballero; y teniéndolas, y concertado con ella tratase 293

con doña Luisa se viesen la siguiente noche donde y como ella mandase, se efectuó todo así. Porque, fingiendo don Gregorio salirse de ciudad, dio ella entrada en su propria casa al caballero, el cual durmió con ella aquella y otras noches, dándole dineros y todo lo necesario para su sustento y reparo, con que pudieron ambos vestirse razonablemente. Publicóse el negocio, con escándalo del pueblo; que de ver el toldo de la dama, la bizarría de don Gregorio y la familiaridad con que trataba con el caballero, frecuentando las entradas de casa el uno del otro (que a todo lo allanó el gusto del natural y necesidad del forastero), nació el echar de ver todos tenía tienda la forastera de entretenimientos, la cual aumentó la ocasión de la murmuración con el engalanarse, ponerse a la ventana y gustar de ser vista y visitada, todo con consentimiento de don Gregorio, que ya no se le daba nada del medrar a costa de la votada honestidad, pero profanada escandalosamente, de la ciega religiosa. De quien de nuevo comenzaron a picarse otros tres mancebos ricos de la ciudad, admitiendo sus presentes, billetes y recados la dama, sin reparar en comprarlos a costa de su honra. Llegó el negocio a término que una noche, encontrándose todos en su calle, trabaron celosos una tan cruel pendencia, que della salió muerto un hijo de vecino principal. Prendió luego la justicia por indicio a todos los de la riña, depositando a doña Luisa en casa de un letrado. Y, al cabo de un mes que corrió la causa, no pudiéndose averiguar quién fuese el homicida, los sacaron a todos en fiado, dándoles la ciudad por cárcel. Don Gregorio fue quien peor libró, pues salió el postrero della, con sentencia de destierro perpetuo de Badajoz y su tierra; y hubiera de salir a la vergüenza por las calles, si la buena diligencia del administrador, su amigo, no lo remediara con dinero. Dióle, en viéndole libre, todo lo que fue necesario para salirse de la ciudad y irse a la de Mérida, do le aconsejó se entretuviese regalando un par de meses, mientras él en ellos negociaba se le alzase el destierro, ofreciéndole se encargaba de mirar en ellos por doña Luisa como si fuera su propria hermana. Acetó de muy buena gana don Gregorio el partido, porque vio en él la puerta abierta para hacer lo que pretendía, que era dejar a 294

doña Luisa, de quien ya estaba cansado, y arrepentido de la locura que había hecho de encargarse de tan impertinente carga; temiendo, si perseveraba en tal vida, no lo viniese a ser él de algún burro por las calles públicas de algún pueblo, o de alguna horca si se descubría su delito. Con todo, disimuló con ella, de quien se despidió encargándole el recato y honestidad y la diligencia en procurar se le alzase el destierro, o se fuese tras él a Mérida, do la esperaría, si no se podía negociar. Toda esta plática pasó delante del administrador, que gustaba ya de verle ausente, no menos que la dama, que deseaba lo mismo por tener más libertad para sus disoluciones. Todos, en efeto, deseaban una misma cosa, aunque por diferentes fines. Tomó don Gregorio de mano de su amigo más de quinientos reales, y con ellos y muy bien vestido se salió de Badajoz a pie para Mérida, ciudad que dista poco ella. No se fue don Gregorio a Mérida, como había prometido al caballero y a doña Luisa, sino a Madrid, donde, por la babilonia de la Corte, fácilmente se encubre y disimula cualquier desdichado; y, como él lo era tanto, vino a parar con toda su nobleza en servir a un caballero de hábito, mudado el nombre, sin acordarse más de su dama que si jamás la hubiera visto. La cual le pagó con la mesma moneda a los primeros días de su ausencia, empleándolos todos en nuevos gustos y en tratar de estafar a cuantos podía, teniendo por blanco sólo el interés; pero, conociendo todos el suyo, comenzaron a hacer alto, divulgándose entre ellos la pena, ley y libertad de la forastera. Por lo cual, viéndose sin muñidores y, sobre todo, viendo que le hacía algunos malos tratamientos el administrador, enfadado de su ingratitud y disolución, cayó en la cuenta del peligro en que estaba su alma y cuerpo. Advirtió también luego, cómo, habiendo tantos días que don Gregorio faltaba, jamás le había escrito, siéndole fácil el hacerlo estando en Mérida, por la vecindad, y forzoso el procurarlo por las obligaciones que le tenía, si, como hombre en fin, no hubiera mudado de intento y dejádola, como lo tenía por sin duda lo había hecho. Comenzó a cavar en la consideración de su mal estado tras esto, y Dios a obrar secretamente en su conocimiento, como aquel 295

que la quería dejar por ejemplo de penitentes y de lo que con su divina misericordia puede la intercesión de su electísima Madre, y, finalmente, de lo que a ella la obligan los devotos de su sanctísimo rosario con la frecuentación de tan eficaz y fácil devoción, que se encendió de suerte su espíritu en amor y temor de Dios, que empezó a deshacerse en lágrimas, apesarada de las ofensas cometidas contra Su Majestad, confusa por no saber cómo ni en quién hallar remedio ni consejo; que tan cargada estaba de desatinos. Advirtieron su llanto algunos de sus galanes, y, deseando enjugársele, le preguntaban la causa con gran cuidado y deseo de saberla; pero era en vano, porque ya espiraba la reconocida señora a superior consuelo. Y así, despidiéndoles lo mejor que pudo (que no le fue fácil, por ser las arremetidas de los amartelados más fogosas en prosecución de lo que después de amado han procurado dejar, y más si ven desvío en el sujeto), propuso, alumbrada de Dios, volverse a su ciudad y presentarse en ella secretamente a un caballero deudo suyo, y descubrirle todo el suceso de su vida, con fin de que él la ayudase a ir, sin ser conocida, a Roma, a procurar allí, echada a los pies de Su Santidad, algún modo para volver a su monasterio o a otro cualquiera de su misma orden, con fin de tener dónde enmendar, como deseaba, la infernal vida que hasta entonces había tenido. Con este pensamiento, y encomendándose de corazón a María sacratísima, madre de piedad y fuente de misericordia, recogiendo cuanto dinero tenía y haciendo de sus vestidos y alhajas todo lo que pudo, se vistió de peregrina, con sombrero, esclavina, bordón y un grueso rosario al cuello y alpargatas a los pies; y, cubierta deste penitente traje, arrebozado el rostro, se salió una noche obscurísima de Badajoz, tomando la derrota hacia su tierra, acompañada sólo de suspiros, lágrimas y deseos de salvarse, desviándose cuanto le era posible de los caminos reales y procurando caminar casi siempre las noches, en las cuales entraba en las posadas de menos bullicio a tomar dellas lo más necesario para su sustento, saliéndose luego al campo. No le faltaron algunos trabajos y desasosiegos de gente libre en el camino; pero vencióles a todos su modestia y sacudimiento, y 296

sobre todo la santa resolución que la eficaz gracia le había hecho hacer de no ofender más a su Dios en toda su vida, aunque la supiera perder mil veces a manos de un millón de tormentos. Padeció también hambre, sed y frío, por ser tiempo en que le hacía grande el en que caminaba, y por la misma causa la molestaron las aguas y arroyos; pero acompañábase en ellos de la gente más pobre que hallaba, hasta pasarlos, a quien después daba buenas limosnas. Hacía las jornadas cortas, por el cansancio y tiempo, siendo esto la causa de que fuese tan largo el que gastó en el camino, pues tardó en llegar a su tierra más de cuatro meses, visitando en ellos algunos píos sanctuarios que le venían a cuento. Quiso ya el Cielo apiadarse della y dar fin a su prolija jornada; y así, llegando a la última, antes de entrar en su ciudad, a la que descubrió y reconoció el campanario de su monasterio, fue tal el sentimiento que hizo postrada en tierra, que no hay lengua … que lo acierte a pintar. Resolvióse en lágrimas, y resolvió juntamente de quedarse allí en el campo hasta el anochecer, por entrar a medianoche, para mayor seguridad. Hízolo así y, llegado el plazo, comenzó a enderezar los turbados pasos hacia la casa del deudo de quien pensaba valerse; pero, llegando a pasar por delante su monasterio (que no sé si la obligó tanto a ello la necesidad cuanto el cariño y deseo de ver sus paredes; pero no debió de ser lo uno ni otro, sino inspiración de Dios para que tuviese su viaje el feliz fin que se sigue), al punto que daban las once, y, emparejando con el mismo postigo de la puerta de la iglesia, la vio abierta; y, asombrada de semejante caso, comenzó a decir entre sí: —¡Válame Dios! ¿Qué descuido ha sido éste de las monjas o del sacristán que tiene cargo de cerrar la iglesia? ¿Es posible que se hayan dejado abierto el postigo de su puerta? Mas ¿si acaso han robado algunos ladrones los frontales y manteles de los altares o la corona de la Virgen, que ha de ser de plata, si no me engaño? Por mi vida, que tengo de llegar pasito (aunque aventure en ello la vida, pues en dichosa parte la perderé cuando aquí la pierda) y mirar si hay alguna persona dentro y avisar, por si ha sido descuido de quien tiene cargo de cerrarle. 297

Metió en esto la cabeza hacia dentro con gran tiento, y estuvo un rato escuchando; pero, no sintiendo ruido, ni viendo más que dos lámparas encendidas, una delante del Santísimo Sacramento y otra delante del altar de la Virgen benditísima, estuvo suspensa una gran pieza, sin que osase determinarse a entrar, temiendo no estuviese alguna monja rezando acaso en el coro y, viéndola allí, hiciese algún rumor por do se viese en peligro de ser conocida y, por consiguiente, rigurosamente castigada. Pero, no obstante este miedo, se resolvió a seguir la primera deliberación, aunque fuese con el riesgo de la vida. Entró tras esto osadamente, y, pasando por delante del altar de la Virgen, tropezó en un gran manojo de llaves que delante dél estaban en el suelo, del cual suceso maravillada, se abajó para verlas y levantarlas con notable turbación. Y, apenas lo hubo comenzado a poner por obra, cuando la devotísima imagen de la Virgen la nombró por su nombre con una voz como de reprehensión, de la cual quedó tan atemorizada doña Luisa, que cayó medio muerta en tierra; y, prosiguiendo la Virgen sacratísima, le dijo: —¡Oh perversa y una de las más malas mujeres que han nacido en este mundo! ¿Cómo has tenido atrevimiento para osar parecer delante de mi limpieza, habiendo tú perdido desenfrenadamente la tuya a vueltas de tantos y de tan sacrílegos pecados como son los que has cometido? ¿De qué suerte, di, ingrata, soldarás la irreparable quiebra de tan preciosa joya? ¿Y con qué penitencia, insolentísima profesa, satisfarás a mi amado Hijo, a quien tan ofendido tienes? ¿Qué enmienda piensas emprender, ¡oh atrevida apóstata!, para volver por medio della a recuperar algo de lo mucho que tenías merecido y has perdido tan sin consideración, volviendo las espaldas a las infinitas misericordias que habías recebido de mi divinísimo Hijo? Estaba en esto la afligidísima religiosa acobardada de suerte, que ni osaba ni podía levantar el rostro, ni hacía otra cosa sino llorar acerbísimamente; pero la piadosa virgen, consolándola después de la reprehensión, no ignorando la amargura y el dolor de su ánimo, incitándola a verdadera penitencia, le dijo: —Con todo, para que eches de ver que es infinitamente mi Hijo 298

más misericordioso que tú mala, y que sabe más perdonar que ofenderle todo el mundo, y que no quiere la muerte de los pecadores, sino que se conviertan y vivan, le he yo rogado por tu reparo, obligada de las fiestas, solemnidades y rosarios que en honra mía celebraste, festejaste y me rezaste cuando eras la que debías, sin que tú lo merezcas. Y Él, como piadosísimo que es, ha puesto tu causa en mis manos; y yo, por imitarle en cuanto es hacer misericordias, deseando verificar en ti el título que de Madre de ellas me da la Iglesia, como a él se lo da de Padre de tan grande atributo, he hecho por ti lo que no piensas ni podrás pagarme aunque vivas dos mil años y los emplees todos en hacerme los servicios que me solías hacer en los primeros años de tu profesión. Acuérdate que cuando desta casa saliste, agora hace cuatro años, pasando delante deste mi altar, me dijiste que te ibas ciega del amor de aquel don Gregorio con quien te fuiste, y que me encomendabas las religiosas de esta casa, tus hijas, para que mirase por ellas como verdadera madre, cuando tú les eras madrastra, y que las rigiese y gobernase, pues eran mías. Tras lo cual, arrojaste en mi presencia esas mismas llaves del convento que en la mano tienes. Entiende, pues, que yo, como piadosa madre, he querido hacer, para confusión tuya, lo que me encomendaste. Y así, has de saber que, desde entonces hasta ahora, he sido yo la priora deste monasterio en tu lugar, tomando tu propria figura, envejeciéndome al parecer al compás que tú lo has ido haciendo, tomando juntamente tu habla, nombre y vestido; con que he estado entre ellas todo este tiempo, así de día como de noche, en el claustro, coro, iglesia y refitorio, tratando con todas como si fuera tú propria. Por tanto, lo que ahora has de hacer es que tomes esas llaves y, cerrando la puerta de la iglesia con ellas, te vayas, por la sacristía y demás pasos por donde te saliste, a tu celda, la cual hallarás de la propria forma y manera que la dejaste, hallando hasta tus hábitos doblados sobre el bufete. Póntelos en llegando, y guarda esos de peregrina en la arca; y advierte que hallarás también sobre la propria mesa el breviario y la carta que dejaste escrita, sin que nadie la haya abierto ni leída, y la vela encendida junto a ella. En efeto, hallarás todas las cosas, por mi piadosa diligencia, en el estado en que las dejaste, sin hallar 299

novedad en alguna, y sin que se haya echado de ver tu falta ni la del dinero que has desperdiciado. Vete, por tanto, a recoger antes que despierten a maitines, y enmienda tu vida como debes, y lava tus culpas con las lágrimas que ellas piden; que lo mismo han hecho cuantas tras tan graves pecados han merecido el ilustre nombre de penitentes que les da la Iglesia. Quedó la en que estaba doña Luisa, acabando estas razones la Celestial Princesa de todas las Jerarquías, llena de un olor suavísimo; y ella contrita y tan consolada en su espíritu, cuanto corrida de haber obligado a la Madre del mismo Dios a serlo de sus súbditas. Pero, obedeciendo a su celestial mandato, recelosa de que no se llegase la hora de los maitines, se levantó el suelo, cubierta de sudor y lágrimas, y, haciendo una profunda inclinación a la preciosísima imagen y otra al Santísimo Sacramento y tomando las llaves, cerró la puerta de la iglesia y se fue a su celda por los mismos pasos que había salido della; en la cual lo halló todo del modo que lo había dejado y la Virgen le había dicho. Púsose, en entrando dentro, sus hábitos, guardando en el arca los de peregrina, y, apenas lo había acabado de hacer, cuando tocaron a maitines; y, enjugándose el rostro, tomó el breviario y estuvo aguardando hasta que vino la monja que solía llamarla, la cual, tomando el candelero de la mesa, como cada noche tenía de costumbre, le fue delante alumbrando hasta el coro, donde estuvo aguardando de rodillas (con no pequeña turbación, por parecerle sueño cuanto vía) a que se juntasen las religiosas; y, en habiéndolo hecho, hizo la señal acostumbrada, tras que comenzaron los maitines. Y, acabados ellos y la oración que de ordinario suelen decir, se volvieron a salir todas, y se fueron a sus celdas al postrer señal de la priora, la cual también hizo lo proprio, acompañándola con luz a la suya la mesma religiosa que la había sacado della. Cuando se vio sola, comenzó de nuevo a derramar lágrimas, parte de dolor por sus culpas y parte de agradecimiento por la nunca oída merced que la misericordiosísima María le había hecho; y, haciéndole una breve oración, llena de fervorosos deseos y celestiales conatos, descolgó de la cabecera de su cama unas gruesas disciplinas que solía tener en ella, y, tomándolas, se dio 300

con ellas por espacio de media hora una cruelísima diciplina sin ninguna piedad, por principio de la rigurosa penitencia que pensaba hacer todos los días de su vida de aquel sacrílego y deshonesto cuerpo, de cuya roja sangre quedó el suelo esmaltado en testimonio del verdadero dolor de sus pecados. Acabado este penitente acto, abrió una arca, de adonde sacó un áspero cilicio que solía ponerse en las cuaresmas cuando era la que debía, hecho de cerdas y esparto machado, el cual le tomaba desde el cuello a las rodillas, con sus mangas justas hasta la muñeca. Púsose juntamente debajo dél una cadenilla que en la mesma arca tenía, que le daba tres vueltas, y, apretándosela con todo rigor al delicado cuerpo, decía: —Agora, traidor, me pagarás los agravios que al espíritu has hecho. No esperes, lo poco que la vida me durare, otro regalo más que éste, y agradece a la Madre de afligidos y fuente de consuelos, María, y a su clementísimo Hijo que no te hayan enviado a los infiernos a hacer esta penitencia, donde fuera sin fruto, forzosa y tan eterna, que durara lo que el mismo Dios, sin la esperanza del perdón y remedio que agora tienes en la mano, teniéndole tan poco merecido. Y, saliéndose luego de su celda, se volvió otra vez al coro, donde estuvo pasando el santísimo rosario, delante de la misma imagen que la había hablado, hasta la hora de prima; la cual acabada, hizo al instante llamar al confesor del convento, con quien hizo una general confesión con no vistas muestras de dolor y arrepentimiento, contándole todo el suceso de su vida y las abominaciones y pecados que contra su divina y inmensa Majestad había cometido los cuatro años que había estado fuera del convento. Refirióle juntamente el milagro y merced que, por la devoción del rosario, la Reina de los Cielos, su patrona, le había hecho supliendo su falta y acudiendo a todas sus obligaciones, movida de su virgínea piedad, salvándole la honra en que no se echase de ver su falta. El secreto del milagro encargó tras esto cuanto fue posible, para mientras le durase la vida, al confesor, el cual quedó sumamente maravillado de su grandeza y lleno de ternura y devoción en el espíritu, cosa que le aseguraba de la verdad del caso. Y pasmábase cuando consideraba había merecido su indignidad confesar y 301

comulgar por su mano, no una, sino muchísimas veces, a la puridad ante quien y en cuya comparación no la tienen los más puros ángeles del Cielo. Con todo, quiso ver el rostro de la penitente perlada y certificarse de que era ella misma, y no demonio, como temía, que en figura suya le quería engañar; y, vistas sus lágrimas y enterado de la verdad, la consoló cuanto pudo y animó para la continuación de la empezada penitencia y devoción del santísimo rosario. Y perseveró ella en todo, haciéndose mil ventajas cada día a sí misma, de suerte que las que la veían con tan repentina mudanza, en el retiro de gradas, asistencia continua a la oración y mortificación y ordinario curso de lágrimas, estaban pasmadas, por no saber la causa, como la sabían ella y su confesor, con que se confesaba los más de los días, recibiendo el Santísimo Sacramento muy a menudo. Perseveró en estos ejercicios toda la vida; y, al cabo de meses que los continuaba, quiso Dios apiadarse de su perdido galán, como lo había hecho della, tomando por medio un sermón que acaso oyó a un religioso dominico de soberano espíritu, en una parroquia de la Corte, que, moviendo el Cielo la lengua en él, se engolfó a deshora en las alabanzas de la Virgen y en las misericordias que había hecho y hacía cada día con infernados pecadores, por la suave devoción de su benditísimo rosario, trayendo en consecuencia desto el sabido milagro del desesperado hombre que, habiendo hecho donación de su alma al demonio con cédula escrita y firmada de su mano y sangre, por la dicha devoción fue libre de todo, y acabó su vida perseverando en ella, santísimamente, tras una bien premeditada y llorosa confesión general de todos los cometidos desatinos. Cayó en la cuenta de los suyos el ciego de don Gregorio, luego que oyó el doto sermón; y, acordándose también de lo mucho que acerca del celestial poder del rosario le había dicho diversas veces su doña Luisa, premeditando las razones del predicador y conferiéndolas con las que de su dama en esta parte le trajo Dios a la memoria, le pareció que, arrimándose a la frecuentación de tan soberano rezo, hallaría en él brazo que le sacase del cieno de sus torpezas y otra escala, cual la de Jacob, con que pudiese llegar al Cielo, por más entumecido que estuviese en la fragosa y mal cultivada tierra de sus bestiales apetitos. 302

Propuso, tras esto, irse al religioso convento de la Virgen de Atocha y confesarse luego con el santo predicador, cuyo nombre ya sabía, por haberlo preguntado a su compañero al bajar del púlpito. Efectuólo eficazmente, que no es perezosa la divina gracia ni admite tardanzas. Fue al convento, entróse en la iglesia, postróse delante la imagen milagrosa de la Virgen, derritióse, puesto allí, en lágrimas. Pedía perdón a Dios, piedad a su Madre y ayuda a ambos para enmendar los hierros de la pasada vida y hacer dellos una general confesión. Alzóse luego, entróse en el claustro, pidió por el predicador y, puesto en su presencia, empezaron sus ojos a decirle lo que su lengua no acertaba; con todo, cuando las lágrimas le dieron lugar, le dijo: —¡Remedio, padre! ¡Socorro, varón de Dios, para esta alma, que es la más mala de cuantas la misericordia y caridad inmensa de Jesucristo ha salvado! Entróse al instante el predicador a su celda, y, apenas estuvo dentro, cuando, prostrado a sus pies, empezó a hacer con acerbo llanto una confesión general de sus excesos, tal, que estaba el confesor igualmente compungido, confuso y consolado de ver tal trueco en un mozo de los años y prendas de aquél. Consolóle cuanto pudo, animándole a la continuación de sus propósitos y del rezo del santo rosario, cuya era tan feliz mudanza. Y, asegurándole del perdón de sus culpas y de la largueza de las perpetuas misericordias que Dios, con celestial regocijo de todos los Cielos y sus ángeles, ha usado y usa de cada día con los pecadores recién convertidos de verdadero corazón, le envió absuelto, consolado y lleno de mil santos propósitos y fervores. Y no fue el menor el con que propuso de ir a Roma a visitar los Santos Lugares, besar el pie a Su Santidad y obtener, para mayor bien suyo, su plenísima absolución. Volvió, al salirse del convento, a hacer oración a la Virgen, y hecha con las demostraciones del agradecimiento que tan gran merced como la que acababa de recebir merecía, se volvió a la villa, y en ella trocó luego sus vestidos por unos de peregrino, hechos de sayal basto. Y, sin despedirse de su amo ni de persona, empezó a caminar hacia Roma, do llegó cansado, pero no menoscabado el fervor con que emprendió tan santa peregrinación. Cum303

plió en aquella grandiosa ciudad con cuanto los deseos que le habían llevado a ella pedían; y, obtenido el fin dellos, dio la vuelta hacia su tierra, deseando saber, con aquel disfraz y sin ser conocido, de sus padres (que bien seguro iba de no poderlo ser, según iba de flaco, macilento, triste y desfigurado, así de los trabajos del camino como de las penitencias que iba haciendo en él). Y no fue la menor el sufrimiento con que llevó las vejaciones que ciertos salteadores le hicieron en un peligroso paso. Entró, al cabo de días, cubierto de confusión, lágrimas y sobresalto, en su amantísima patria, y lo primero que hizo, llegado a ella, fue irse a pedir limosna al torno del convento de do sacó la priora, queriendo fuese teatro del primer acto de su penitencia en su patrio suelo el mismo que lo había sido del que dio principio a su trágica perdición y ciego desatino. Diéronle fácilmente honrada limosna las caritativas torneras, y, en recibiéndola, se llegó a la misma mandadera que le había llevado el primer recado de doña Luisa la mañana en que se principiaron sus locos amores, y preguntóle quién era priora de aquella casa; y, diciéndole ella que doña Luisa lo era años había, porque continuaban las religiosas en reelegirla siempre, no sin gusto de sus superiores, por su gran virtud… —¡Doña Luisa —replicó él atónito— decís que es priora! ¿Cómo es posible? —Ella es, digo —añadió la mujer—. Sin duda. —Que os burláis de mí —porfió él— he de pensar, pues queréis persuadirme es priora desta casa doña Luisa, de quien he oído decir estaba muy lejos de poderlo ser. —Doña Luisa —respondió ella— es, ha sido y será priora muchos años, a pesar de cuantos invidian su virtud y aumento, pues no faltan muchos que lo hacen. Bajó la cabeza don Gregorio con la confusión y perplejidad que pensar se puede, sin osar replicar más con la mujer, que ya conocía se iba encolerizando en defensa de su señora, temiendo por una parte no le conociese en la voz, y por otra que, descuidándose, no descubriese algo de lo mucho que con la priora le había pasado. Y así, saliéndose de allí, se fue por diferentes partes de la ciudad, fuera de sí y pidiendo igualmente limosna y el nombre de la prio304

ra de tal convento; y, dándole unos y otros la misma respuesta que le había dado la mandadera, por salir del todo de la confusión en que se vía, determinó irse de rendón a casa de sus padres, para echarse allí con la carga, como dicen, y, descubriéndoseles, fiar, como era justo hacerlo, dellos el paso de tan grave suceso. Entró por sus puertas, y al primer criado que vio en ellas preguntó si le darían limosna los dueños de la casa; y respondiéndole que sí harían, que eran muy caritativos, marido y mujer, le replicó se sirviese decirle sus nombres y si tenían hijos; y sabido dél, por la respuesta, vivían sus padres, aunque afligidísimos por la ausencia de un solo hijo que tenían y se les había ido sin saber dónde, con quién ni por qué, por el mundo, y que lo que más les entristecía era no saber si vivía ni en qué parte había dado cabo, para poderle remediar. Saltáronsele las lágrimas de los ojos a don Gregorio con la respuesta y, volviendo el rostro a la otra parte y enjugándolas y disimulándolas cuanto pudo, dijo de nuevo al criado: —¿Llamábase por dicha el hijo destos señores don Gregorio? Porque si tenía ese nombre, es sin duda un soldado que he conocido en Nápoles en el cuartel de los españoles. Y sí sería, que por las señas que él me daba de sus calidades y de que era único mayorazgo en este lugar y de la disposición de las casas de sus padres (que todo me lo comunicaba, por ser muy mi camarada), éstas han de ser las dellos y el de quien habló, su hijo. Y sabráse presto si es él, si hay quien me diga si se fue deste lugar con alguna mujer de calidad. —No estaba yo aún en servicio desta casa cuando él faltó della, ni le conocí; pero sé que su nombre era, como decís, don Gregorio, y que no hizo otra bajeza ni se tiene dél otra queja que haberse llevado algún dinero prestado de amigos, aunque ya todo lo han pagado sus padres. Que de dos caballos a que a ellos les llevó y otra gran cantidad de moneda, nunca han hecho caso, porque en fin todo había de venir a ser suyo. —Pues, amigo, por las entrañas de Dios, os ruego que digáis a esos señores si gustan de hacerme limosna, siquiera por lo que pienso haber conocido a su hijo. —¡Y cómo si os la harán, de bonísima gana! —dijo el criado— . Yo fío que no sólo eso hagan por vos, sino que os regalarán muy 305

mucho y tendrán a merced de que les deis nuevas de prenda que tanto quieren. Y así, aguardadme, os ruego, mientras subo volando a darles el aviso y recado. Subióse, dicho esto, el criado arriba, sin curarse, con el contento, de mirar en el rostro al peregrino; que si lo hiciera, fuera imposible no leyera en su turbación y lágrimas que él mismo era su señor y el mayorazgo de la casa. No había bien subido a dar el aviso el criado a sus amos, cuando se arrepintió don Gregorio dello; porque, como venía con intención de saber de sólo de la vida dellos y, sin dárselos a conocer, irse luego a meter religioso en la mesma religión en que lo era la priora, para hacer allí una condigna penitencia con que en parte satisfaciese sus graves culpas, parecióle que todo se lo impidiría lo que había empezado a intentar. Con la melancolía que esto le causó, y deseando obviar los inconvenientes que de ver a sus padres se le podían seguir, volvió las espaldas para retirarse de la puerta; pero, apenas lo había comenzado a hacer, cuando ya el criado estuvo en ella a buscarle y los padres salieron a la ventana a llamarle. No se pudo escusar de entrar el turbado peregrino en su casa; y haciéndolo, y subido arriba en una cuadra, le rogaron los venerables viejos se sentase en una silla, y, poniéndosele cada uno a su lado, le hicieron mil preguntas del don Gregorio que había dicho al criado había conocido y tratado en Nápoles, haciéndole tras cada una un millón de ofrecimientos. Decíanle con no pocas lágrimas: —¡Ay, hermano mío, y qué diéramos por haber visto como vos ese único y amantísimo hijo nuestro, absoluto señor de nuestra hacienda y total causa del llanto con que pasamos la vida! ¿Está bueno? ¿Tiene qué comer? ¿Sirve o es soldado? ¿Hase casado o qué vida tiene quien tan sin piedad es verdugo de las nuestras? Estaba don Gregorio, cuando oía estas razones, más muerto que vivo de ternura y sentimiento; pero, disimulando cuanto pudo, les dijo: —Lo que dél, ¡oh ilustres señores!, os puedo decir, es que, según me comunicó, ha padecido infinitos trabajos desde que salió de vuestra casa y obediencia; pero ¿cuándo los dejó de dar el Cielo al hijo que, saliendo de la que debe a sus padres, ofende su valor, 306

lastima sus canas, menoscabando su propria salud, fuerzas y reputación? Dígolo, porque en todo sé que ha padecido don Gregorio mucho, y creo que volviera de buena gana a vuestros ojos si lo permitiera la vergüenza que se lo impide. —¿De qué la ha de tener Gregorio —replicó la madre—, pues en su vida ha hecho bajeza ni hay en la ciudad quien se pueda quejar dél? —No significaban sus razones —añadió el peregrino—, cuando me hablaba, eso; antes, siempre colegí dellas se había ausentado por alguna afición que tenía a no sé qué religiosa, a quien él llamaba doña Luisa; y temí algunas veces no hubiese escándalo por ella en el convento o sacádola dél, según andaba de recelo de cuantos le podían conocer. —La mejor seña que nos podíais dar —dijo el padre— de que el que habéis conocido es nuestro hijo es decirnos nombraba él a doña Luisa; porque es una religiosa gravísima deste lugar y priora ha años de tal convento, a quien él visitaba a menudo. Pero habéisle hecho agravio a ella y a su valor en pensar cosa de su persona que desdiga della y de su virtud singular que profesa. Cuando don Gregorio oyó el abono que sus padres daban de la priora, en confirmación de lo que toda la ciudad había dado della, y reparó por otra parte en la ternura y sentimiento con que hablaban dél, se demudó de suerte que, dándole un parasismo mortal, quedó como muerto reclinado a la silla. Acudieron de improviso los padres a darle algo confortativo, pensando era desmayo de hambre el que le había tomado; y, quitándole el sombrero que tenía calado y desabrochándole con piedad cristiana, reparando en el rostro la madre, que hacía este oficio y le enjugaba el sudor dél, le conoció y levantó los gritos al cielo, diciendo: —¡Ay, hijo de mis ojos, y qué disfraz es el con que has querido entrar en esta tu propria casa! El padre que, oyendo los gritos de la madre, percibió llamaba de hijo al peregrino, se llegó, tan desmayado como él lo estaba, a mirársele, y, conociéndole, ayudó también a las endechas de la madre, diciendo: —¿Qué peregrina invención ha sido ésta, Gregorio mío, de que307

rer disimulártenos, dándotenos a conocer tan por rodeos? ¿Pensarías hacer con tus padres, sin duda, lo que con los suyos hizo san Alejo? Mas no creo tal, pues tan lejos está de parecerse a aquel santo quien tan sin ocasión ni violencia de casamientos ha usado tan peregrino rigor. Alborotóse luego la casa, corriendo las nuevas de la vuelta de don Gregorio por el barrio; y, antes que él volviese del desmayo en sí, estaba rodeado de criados y vecinos. Y corrido, cuando volvió a cobrar sus sentidos, de ver la publicidad de su vuelta, abrazó a sus padres, prostrándoseles luego a sus pies y pidiéndoles le dejasen reposar a solas, despidiendo los circunstantes, pues bastaba hubiesen sido testigos de su corrimiento y del perdón que les pedía por los enojos causados. Fuéronse cuantos esto le oyeron, contentos de ver lo quedaban los padres, los cuales luego dieron también orden en que se acostase y reposase. Hízolo, y, preguntando a su madre en la cama cuánto había que no se había visto con la priora, supo della que tres días, y cómo, hablándole en la conversación dél y representándole el sentimiento con que vivían todos en su casa por su ausencia y no saber si era muerto ni vivo, había en ella vertido no pocas lágrimas y despedido del pecho algunos lastimosísimos suspiros, indicio claro del sincero amor que le tenía y de lo que sentía su perdición. Más le crecía el asombro a don Gregorio cuando estas cosas oía; porque, como no sabía el milagro y estaba cierto, por otra parte, de su maldad y de lo que con la priora le había acontecido, parecíale todo sueño y que era ilusión del demonio el pensar verse en casa de sus padres y vuelto tan a su salvo en su patria. Y así, a ratos, con la vehemencia desta imaginación se suspendía, de suerte que no acertaba a responder. Con todo, rogó a su madre, después de haber reposado algunos días, le hiciese merced de llegar al convento y verse con la priora, dándole aviso de su vuelta y de cómo había sido con hábito penitente de peregrino, después de haber estado en Roma a pedir absolución a Su Santidad de las mocedades que había cometido en los años que había faltado de su casa, en cuyo conocimiento había venido por sus oraciones, a lo que creía, y por haber oído un ser308

món de las alabanzas del santísimo rosario y de las misericordias que por su devoción hacia la Virgen benditísima en grandísimos pecadores. Rogóla juntamente instase con ella le diese licencia en todo caso para ir a besarle las manos y darle cuenta de los sucesos de su persona, sola aquella vez, pues en hacello o dejarlo de hacer estaba su consuelo y quietud. Fue la madre luego a hacer la visita, encargadísima de sacar la licencia que deseaba su hijo, cuyo alivio procuraban ella y todos los demás deudos, por ver cuánto necesitaba dello la melancolía con que le veían. Habló, en llegando al convento, a la priora. Y cuando le hubo dado las referidas nuevas y recado, vio en las lágrimas que de contento derramó tras él (que a eso atribuía la madre de don Gregorio las que doña Luisa derramaba de confusión y vergüenza), el gozo que mostraba de su vuelta y mudanza; y, alegre de ver que ya por su instancia permitía le hablase (enterada primero della de cuán otro venía de la fuente de las indulgencias y perdones que da Dios a los pecadores por manos de su supremo vicario; cosas todas que se las aseguraba ser así el enviarle a decir el mismo don Gregorio venía de Roma; lo cual y el entender juntamente que había alcanzado tan grande misericordia por el mismo medio que ella, del santísimo rosario, fueron bastantes causas para obligarla a concederle sin escrúpulo la licencia que le pedía para llegar a hablarla el día siguiente; porque siempre el corazón le dijo había de ser tan feliz el fin desta segunda visita, cuanto le había sido nocivo el de la primera), volvióse la madre con esta respuesta contentísima a su casa; y con razón, pues en ella llevaba, aunque sin entenderlo así, la medicina que más convenía al consuelo de su hijo y a su salvación. El cual, deseándola con las veras que lo suele hacer aquel a quien Dios abre los ojos del alma, pasó la noche toda en oración, suplicando a su divina Majestad, por la puridad de su santísima Madre, cuyo rosario nunca se le cayó de las manos, se sirviese de darle en la esperada visita el espíritu para cosas de edificación de su alma, que convenía tuviese quien en aquel puesto en que se había de ver, tan desatinado había andado. La misma oración hizo en su coro la santa priora; y preparándose, venida la mañana, ambos con recebir los divinos sacramentos de la confesión y eucaristía, se pusieron, lle309

gando el plazo, en el locutorio do se habían de ver con iguales deseos de saber el uno el suceso del otro. No tiene, señores, mi ruda lengua palabras con que explicar bastantemente la turbación de las con que se saludaron al primer encuentro los dos felices amantes; porque, en viéndose el uno al otro (si es que las lágrimas les dejaron mirarse), se turbó él y encalmó ella de suerte que por muy gran rato no supieron ni de sí ni de adónde estaban. Las galas con que don Gregorio entró a verla: con un vestido de paño liso, sin gorbión alguno, el sombrero puesto en los ojos, sin espada ni más compañía que bonísimos deseos y unas planchas grandes de hoja de lata, hechas rallo, en pecho y espaldas, y una cruz entre la ropilla y jubón, con rosario y horas en la faltriquera; sacando la priora el adorno que queda dicho se puso la primera noche que llegó al convento y con que en ella dio principio a su rigurosa penitencia. Puestos, pues, de la suerte dicha, cuando la suspensión y llanto les dio lugar, empezó él a decirle: —Por la cruz en que remedió mi eterno Dios pecadores tales cual yo soy, y por las lágrimas, afrentas y angustias con que en ella espiró, y por las que al pie de tan salutífero árbol sintió su purísima Madre, que por serlo tanto, pudo ser sólo su hechura de su omnipotencia, os pido me digáis, ¡oh religiosa señora!, si sois vos la priora doña Luisa que cuatro años ha con vuestra vista me cegastes, perdistes y enamorastes de suerte que, loco, desatinado y sin temor de Dios, me resolví en sacaros de aquí y llevaros a Lisboa y a Badajoz, cometiendo las ofensas y sacrilegios contra el Cielo, que sólo un merecido infierno puedo esperar. Y si acaso sois la que pienso, decidme también cómo yéndoos conmigo, os quedastes acá, y, quedándoos acá, os fuistes conmigo; que cierto estoy (¡y ojalá no lo estuviera tanto!) que os vi, hablé, amé y solicité y saqué deste convento, sin temor de hacer a vuestro estado y profesión la ofensa que se siguió por postre de tan infernales principios. Porque veo me aseguran cuantos de vos pregunto por otra parte (cosa que vuelve loco) que jamás habéis faltado desta casa; antes dicen que siempre la habéis regido con notables ejemplos y mil virtuosas medras. Yo soy don Gregorio el malo, el sacrílego, el aleve, el traidor y, finalmente, el peor de los hombres y el igual a Lucifer en 310

los pensamientos, pues los puse en quien era esposa de mi mismo Dios, cielo suyo y niñas de sus ojos. A la Virgen bendita del Rosario debo el conocimiento de mis culpas, pues dejándoos (si sois la que pienso, y no fantasma) en Badajoz, y dando cabo en la Corte, descuidado de mi bien, merecí un día oír acaso un sermón de uno de los apóstoles que de la predicación de su santo rosario tiene María en el mundo; en que, pintando las misericordias que por tal devoción hace su clemencia, pintó mi ceguera y dibujó mi perversa vida, dando juntamente remedio a todos mis males; que todo lo hizo predicando un milagro y la eficacia de la dicha devoción. Sentí, tras sus palabras, la de la divina gracia, pues supe confesarme luego y dejar la Corte del rey de España, y buscar la de quien es vicario de Aquel por quien los reyes reinan y en cuyo servicio consiste sólo el verdadero reinar. Alcancé absolución de aquella santa silla; y, volviendo peregrino a saber, disfrazado, de mis padres, y a saber la nota y escándalo que de vuestra persona y de la mía había en esta ciudad, he hallado en ella que en boca de todos sois vos la santa, la recogida y ejemplar, sin habérseos notado falta ni ausencia; siendo yo solo el que os he pintado y saben los Cielos y vos (si sois la que pienso) y mi misma conciencia, que es el más riguroso fiscal y quien me trae a sombras de tejado, de temor de la divina justicia, de quien sólo pienso escapar recogido, en el templo de la divina misericordia, mediante la intercesión de quien es Madre dellas. Acabó en esto la lengua de don Gregorio las razones, y comenzaron de nuevo sus ojos a confesar sus hierros y a mostrar el sentimiento que tenía dellos. Consoladísima quedó la priora cuando hubo oído del autor de sus desventuras el conocimiento que tenía dellas, y más cuando supo que le había venido tan grande bien por las manos clementísimas de quien había vuelto por su honra y suplido su falta en el gobierno los años que, dejada de Dios, había seguido desenfrenadamente sus apetitos y las sendas de su condenación. Y consolándole y dándole cuenta de sus sucesos y de lo que debía a María benditísima, y cómo pensaba pagarle en parte tan grande deuda con una verdadera y perpetua penitencia de sus culpas y un privar311

se de verle jamás a él, le rogó fuese el que debía, mirase por su alma y huyese del mundo cuanto le fuese posible y de vanas conversaciones y pláticas; que le daba palabra ella de hacer lo mismo, como también se la daba de callar el suceso mientras viviese. Pero no muerta, pues antes de morir le pensaba dejar escrito en manos de su confesor, con orden de que le divulgase el mesmo día para gloria de Dios y recomendación de la celestial autora de tal misericordia. Ofrecióle don Gregorio hacer las mismas diligencias y de no quedar en el mundo, sino entrarse en un retirado convento de su propria orden, do pagase su sensualidad el debido escote de los excesos pasados, a fuerza de ayunos y diciplinas. Y tras celebrar él con mil alabanzas de la Virgen y un millón de asombros y admiraciones la merced milagrosa y favor inaudito que su infinita clemencia había usado por la devoción del santo rosario con la priora y con él mesmo, se despidió del convento para nunca más llegar a él, y della para jamás verla. Y lo proprio hizo ella, pidiéndose ambos con lágrimas perdón recíproco y las oraciones el uno del otro. Continuó siempre, como queda dicho, la priora sus mortificaciones, consoladísima de la conversión de don Gregorio, dando por ella iguales gracias a la Virgen que por la suya propria, a quien le encomendó toda su vida. Volvióse de allí él a su casa, do estuvo algunos días asentando cosas; y, comunicada al cabo dellos a sus padres su devoción, y representándoles las obligaciones que tenían de consolarse con haberle visto vuelto vivo, les pidió su bendición y licencia para ser religioso, pues lo debía a Dios y a su Madre, rogándoles ahincadamente se la diesen y tuviesen a bien tomase tan divino estado. Tras lo cual también los rogó dejasen sus bienes después de sus días a pobres, que son los verdaderos depósitos y en quien mejor se guardan, pues en su poder jamás se menoscaban las haciendas. Alcanzáronlo todo dellos sus lágrimas y raro espíritu; con que se fue contentísimo a ser religioso en la misma ciudad, profesando en la religión que tomó, con notables demonstraciones de virtud. Y, llegando por ellas a ser perlado de su convento, quiso Dios acabase sus días, ordenando juntamente el Cielo fuese el de su muerte en el mesmo en que fue la de la priora y a la misma hora; haciendo cada 312

uno antes de espirar una devotísima plática a su comunidad, murieron con notables señales de su salvación, recebidos todos los divinos sacramentos. Halláronse en poder de los confesores de ambos, luego que espiraron, las relaciones de los amores, sucesos, conversiones, milagros y de los favores que la Virgen les había hecho; y, publicándose el caso y verificándose, acudió toda la ciudad a ver sus santos cuerpos, que estaban hermosísimos en los féretros. Hízoseles sumptuosísimo entierro, invidiando todos la buena suerte de los padres de fray Gregorio, los cuales tuvieron honradísima y consolada vejez con su feliz fin. Llegado el de su vida dellos, repartieron su hacienda en los conventos de la priora y de su hijo, con ejemplo de todos; murieron cargados de años y de buenas obras. De los de la santa priora no digo nada, porque así ellos como la otra hermana que tenía religiosa, murieron mucho antes que ella.

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Portada del Quijote 'de Avellaneda', que vio la luz un año antes que la Segunda parte escrita por Cervantes

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QUINTA PARTE DEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

CAPÍTULO PRIMERO: De cómo don Quijote de la Mancha volvió a sus desvanecimientos de caballero andante, y de la venida a su lugar del Argamesilla de ciertos caballeros granadinos

L sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dice que siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él decendía, entre ciertos annales de historias halló escrita en arábigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamesilla el invicto hidalgo don Quijote de la Mancha, para ir a unas justas que se hacían en la insigne ciudad de Zaragoza, y dice desta manera: Después de haber sido llevado don Quijote por el cura y el barbero y la hermosa Dorotea a su lugar en una jaula, con Sancho Panza, su escudero, fue metido en un aposento con una muy gruesa y pesada cadena al pie, adonde, no con pequeño regalo de pistos y cosas conservativas y sustanciales, le volvieron poco a poco a su natural juicio. Y para que no volviese a los antiguos desvanecimientos de sus fabulosos libros de caballerías, pasados algunos días de su encerramiento, empezó con mucha instancia a rogar a Madalena, su sobrina, que le buscase algún buen libro en que poder entretener aquellos setecientos años que él pensaba estar en aquel duro encantamiento. La cual, por consejo del cura Pedro Pérez y de maese Nicolás, barbero, le dio un Flos sanctorum de Villegas y los Evangelios y Epístolas de todo el año en vulgar, y la Guía de pecadores de fray Luis de Granada; con la cual lición, olvidándose de las qui-

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meras de los caballeros andantes, fue reducido dentro de seis meses a su antiguo juicio y suelto de la prisión en que estaba. Comenzó tras esto a ir a misa con su rosario en las manos, con las Horas de Nuestra Señora, oyendo también con mucha atención los sermones; de tal manera, que ya todos los vecinos del lugar pensaban que totalmente estaba sano de su accidente y daban muchas gracias a Dios, sin osarle decir ninguno, por consejo del cura, cosa de las que por él habían pasado. Ya no le llamaban don Quijote, sino el señor Martín Quijada, que era su proprio nombre, aunque en ausencia suya tenían algunos ratos de pasatiempo con lo que dél se decía y de que se acordaron todos, como lo del rescatar o libertar los galeotes, lo de la penitencia que hizo en Sierra Morena y todo lo demás que en las primeras partes de su historia se refiere. Sucedió, pues, en este tiempo, que, dándole a su sobrina el mes de agosto una calentura de las que los físicos llaman efímeras, que son de veinte y cuatro horas, el accidente fue tal, que, dentro dese tiempo, la sobrina Madalena murió, quedando el buen hidalgo solo y desconsolado; pero el cura le dio una harto devota vieja y buena cristiana, para que la tuviese en casa, le guisase la comida, le hiciese la cama y acudiese a lo demás del servicio de su persona, y para que, finalmente, les diese aviso a él o al barbero de todo lo que don Quijote hiciese o dijese dentro o fuera de casa, para ver si volvía a la necia porfía de su caballería andantesca. Sucedió, pues, en este tiempo, que un día de fiesta, después de comer, que hacía un calor excesivo, vino a visitarle Sancho Panza; y, hallándole en su aposento leyendo en el Flos sanctorum, le dijo: —¿Qué hace, señor Quijada? ¿Cómo va? —¡Oh Sancho! —dijo don Quijote—, seas bien venido; siéntate aquí un poco, que a fe que tenía harto deseo de hablar contigo. —¿Qué libro es ese —dijo Sancho— en que lee su mercé? ¿Es de algunas caballerías como aquellas que nosotros anduvimos tan neciamente el otro año? Lea un poco, por su vida, a ver si hay algún escudero que medrase mejor que yo; que por vida de mi sayo, que me costó la burla de la caballería más de veinte y seis reales, mi buen rucio, que me hurtó Ginesillo el buena boya, y yo me quedo tras todo eso sin ser rey ni roque, si ya estas Carnestoliendas no me 316

hacen los muchachos rey de los gallos. En fin, todo mi trabajo ha sido hasta agora en vano. —No leo —dijo don Quijote— en libro de caballerías, que no tengo alguno; pero leo en este Flos sanctorum, que es muy bueno. —¿Y quién fue ese Flas Sanctorum? —replicó Sancho—. Fue rey o algún gigante de aquellos que se tornaron molinos ahora un año? —Todavía, Sancho —dijo don Quijote—, eres necio y rudo. Este libro trata de las vidas de los santos, como de san Lorenzo, que fue asado; de san Bartolomé, que fue desollado; de santa Catalina, que fue pasada por la rueda de las navajas; y así mismo, de todos los demás santos y mártires de todo el año. Siéntate, y leerte he la vida del santo que hoy, a veinte de agosto, celebra la Iglesia, que es san Bernardo. —Par Dios —dijo Sancho—, que yo no soy amigo de saber vidas ajenas, y más de mala gana me dejaría quitar el pellejo ni asar en parrillas. Pero dígame: ¿a san Bartolomé quitáronle el pellejo y a san Lorenzo pusiéronle a asar después de muerto o acabando de vivir? —¡Oigan qué necedad! —dijo don Quijote—. Vivo desollaron al uno y vivo asaron al otro. —¡Oh, hideputa —dijo Sancho—, y cómo les escocería! Pardiobre, no valía yo un higo para Flas Sanctorum. Rezar de rodillas media docena de credos, vaya en hora buena; y aun ayunar, como comiese tres veces al día razonablemente, bien lo podría llevar. —Todos los trabajos —dijo don Quijote— que padecieron los santos que te he dicho y los demás de quien trata este libro, los sufrían ellos valerosamente por amor de Dios, y así ganaron el reino de los Cielos. —A fe —dijo Sancho— que pasamos nosotros, ahora un año, hartos desafortunios para ganar el reino micónico, y nos quedamos hechos micos; pero creo que vuesa merced querrá ahora que nos volvamos santos andantes para ganar el Paraíso Terrenal. Mas, dejado esto aparte, lea y veamos la vida que dice de san Bernardo. Leyóla el buen hidalgo, y a cada hoja le decía algunas cosas de buena consideración, mezclando sentencias de filósofos, por donde se descubría ser hombre de buen entendimiento y de juicio claro, si no le hubiera perdido por haberse dado sin moderación a leer libros 317

de caballerías, que fueron la causa de todo su desvanecimiento. Acabando don Quijote de leer la vida de san Bernardo, dijo: —¿Qué te parece, Sancho? ¿Has leído santo que más aficionado fuese a Nuestra Señora que éste? ¿Más devoto en la oración, más tierno en las lágrimas y más humilde en obras y palabras? —A fe —dijo Sancho— que era santo de chapa. Yo le quiero tomar por devoto de aquí adelante, por si me viere en algún trabajo, como aquel de los batanes de marras o manta de la venta, y me ayude, ya que vuesa merced no pudo saltar las bardas del corral. Pero, ¿sabe, señor Quijada, que me acuerdo que el domingo pasado llevó el hijo de Pedro Alonso, el que anda a la escuela, un libro debajo de un árbol, junto al molino, y nos estuvo leyendo más de dos horas en él? El libro es lindo a las mil maravillas y mucho mayor que ese Flas sanctorum, tras que tiene al principio un hombre armado en su caballo con una espada más ancha que esta mano, desenvainada, y da en una peña un golpe tal, que la parte por medio de un terrible porrazo, y por la cortadura sale una serpiente, y él le corta la cabeza. ¡Éste sí, cuerpo non de Dios, ques buen libro! —¿Cómo se llama? —dijo don Quijote—; que si yo no me engaño, el muchacho de Pedro Alonso creo que me le hurtó ahora un año, y se ha de llamar Don Florisbián de Candaria, un caballero valerosísimo, de quien trata, y de otros valerosos, como son Almiral de Zuazia, Palmerín del Pomo, Blastrodas de la Torre y el gigante Maleorte de Bradanca, con las dos famosas encantadoras Zuldasa y Dalfadea. —A fe que tiene razón —dijo Sancho—; que esas dos llevaron a un caballero al castillo de no sé cómo se llama. —De Acefaros —dijo don Quijote. —Sí, a la fe, y que, si puedo, se le tengo de hurtar —dijo Sancho—, y traerle acá el domingo para que leamos; que, aunque no sé leer, me alegro mucho en oír aquellos terribles porrazos y cuchilladas que parten hombre y caballo. —Pues, Sancho —dijo don Quijote—, hazme placer de traérmele; pero ha de ser de manera que no lo sepa el cura ni otra persona. —Yo se lo prometo —dijo Sancho—; y aun esta noche, si puedo, tengo de procurar traérsele debajo de la halda de mi sayo. Y con esto, quede con Dios, que mi mujer me estará aguardando para cenar. 318

Fuese Sancho, y quedó el buen hidalgo levantada la mollera con el nuevo refresco que Sancho le trajo a la memoria de las desvanecidas caballerías. Cerró el libro y comenzó a pasearse por el aposento, haciendo en su imaginación terribles quimeras, trayendo a la fantasía todo aquello en que solía antes desvanecerse. En esto tocaron a vísperas, y él, tomando su capa y rosario, se fue a oírlas con el alcalde, que vivía junto a su casa; las cuales acabadas, se fueron los alcaldes, el cura, don Quijote y toda la demás gente de cuenta del lugar a la plaza, y, puestos en corrillo, comenzaron a tratar de lo que más les agradaba. En este punto vieron entrar por la calle principal en la plaza cuatro hombres principales a caballo, con sus criados y pajes, y doce lacayos que traían doce caballos de diestro ricamente enjaezados; los cuales, vistos por los que en la plaza estaban, aguardaron un poco a ver qué sería aquello, y entonces dijo el cura, hablando con don Quijote: —Por mi santiguada, señor Quijada, que si esta gente viniera por aquí hoy hace seis meses que a vuesa merced le pareciera una de las más estrañas y peligrosas aventuras que en sus libros de caballerías había jamás oído ni visto; y que imaginara vuesa merced que estos caballeros llevarían alguna princesa de alta guisa forzada; y que aquellos que ahora se apean eran cuatro descomunales gigantes, señores del castillo de Bramiforán el encantador. —Ya todo eso, señor licenciado —dijo don Quijote—, es agua pasada, con la cual, como dicen, no puede moler el molino; mas lleguémonos hacia ellos a saber quién son, que si yo no me engaño, deben de ir a la Corte a negocios de importancia, pues su traje muestra ser gente principal. Llegáronse todos a ellos y, hecha la debida cortesía, el cura, como más avisado, les dijo desta manera: —Por cierto, señores caballeros, que nos pesa en estremo que tanta nobleza haya venido a dar cabo en un lugar tan pequeño como éste y tan desapercebido de todo regalo y buen acogimiento como vuesas mercedes merecen; porque en él no hay mesón ni posada capaz de tanta gente y caballos como aquí vienen. Mas, con todo, estos señores y yo, si de algún provecho fuéremos, y vuesas mercedes determinaren de quedar aquí esta noche, procuraremos que se les dé el mejor recado que ser pudiere. 319

El uno dellos, que parecía ser el más principal, le rindió las gracias, diciendo en nombre de todos: —En estremo, señores, agradecemos esa buena voluntad que sin conocernos se nos muestra, y quedaremos obligados con muy justa razón a agradecer y tener en memoria tan buen deseo. Nosotros somos caballeros granadinos y vamos a la insigne ciudad de Zaragoza a unas justas que allí se hacen; que, teniendo noticia que es su mantenedor un valiente caballero, nos habemos dispuesto a tomar este trabajo, para ganar en ellas alguna honra, la cual, sin él, es imposible alcanzarse. Pensábamos pasar dos leguas más adelante, pero los caballos y gente viene algo fatigada; y así, nos pareció quedar aquí esta noche, aunque hayamos de dormir sobre los poyos de la iglesia, si el señor cura diere licencia para ello. Uno de los alcaldes, que sabía más de segar y de uncir las mulas y bueyes de su labranza que de razones cortesanas, les dijo: —No se les dé nada a sus mercedes, que aquí les haremos merced de alojarles esta noche, que sietecientas veces el año tenemos capitanías de otros mayores fanfarrones que ellos, y no son tan agradecidos y bien hablados como vuesas mercedes son; y a fe que nos cuesta al concejo más de noventa maravedís por año. El cura, por atajarle que no pasase adelante con sus necedades, les dijo: —Vuesas mercedes, mis señores, han de tener paciencia, que yo les tengo de alojar por mi mano; y ha de ser desta manera: que los dos señores alcaldes se lleven a sus casas estos dos señores caballeros con todos sus criados y caballos, y yo a vuesa merced, y el señor Quijada a esotro señor; y cada uno, conforme sus fuerzas alcanzaren, procure de regalar a su huésped. Porque, como dicen, el huésped, quienquiera que sea, merece ser honrado; y siéndolo estos señores, tanta mayor obligación tenemos de servirles, siquiera porque no se diga que, llegando a un lugar de gente tan política, aunque pequeño, se fueron a dormir, como este señor dijo lo harían, a los poyos de la iglesia. Don Quijote dijo a aquel que por suerte le cupo, que parecía ser el más principal: —Por cierto, señor caballero, que yo he sido muy dichoso en que vuesa merced se quiera servir de mi casa; que, aunque es pobre de 320

lo que es necesario para acudir al perfeto servicio de un tan gran caballero, será a lo menos muy rica de voluntad, la cual podrá vuesa merced recebir sin más ceremonias. —Por cierto, señor hidalgo —respondió el caballero—, que yo me tengo por bien afortunado en recebir merced de quien tan buenas palabras tiene, con las cuales es cierto conformarán las obras. Tras esto, despidiéndose los unos de los otros, cada uno con su huésped, se resolvieron, al partir, en que tomasen un poco la mañana, por causa de los excesivos calores que en aquel tiempo hacía. Don Quijote se fue a su casa con el caballero que le cupo en suerte y, poniendo los caballos en un pequeño establo, mandó a su vieja ama que aderezase algunas aves y palominos, de que él tenía en casa no pequeña abundancia, para cenar toda aquella gente que consigo traía; y mandó juntamente a un muchacho llamase a Sancho Panza para que ayudase en lo que fuese menester en casa, el cual vino al punto de muy buena gana. Entre tanto que la cena se aparejaba, comenzaron a pasearse el caballero y don Quijote por el patio, que estaba fresco; y, entre otras razones, le preguntó don Quijote la causa que le había movido a venir de tantas leguas a aquellas justas y cómo se llamaba. A lo cual respondió el caballero que se llamaba don Álvaro Tarfe, y que decendía del antiguo linaje de los moros Tarfes de Granada, deudos cercanos de sus reyes y valerosos por sus personas, como se lee en las historias de los reyes de aquel reino, de los Abencerrajes, Zegríes, Gomeles y Mazas, que fueron cristianos después que el católico rey Fernando ganó la insigne ciudad de Granada. —Y ahora esta jornada por mandado de un serafín en hábito de mujer, el cual es reina de mi voluntad, objecto de mis deseos, centro de mis suspiros, archivo de mis pensamientos, paraíso de mis memorias y, finalmente, consumada gloria de la vida que poseo. Ésta, como digo, me mandó que partiese para estas justas y entrase en ellas en su nombre, y le trujese alguna de las ricas joyas y preseas que en premio se les ha de dar a los venturosos aventureros vencedores. Y voy cierto, y no poco seguro, de que no dejaré de llevársela, porque yendo ella conmigo, como va dentro de mi corazón, será el vencimiento infalible, la vitoria cierta, el premio seguro y mis tra321

bajos alcanzarán la gloria que por tan largos días he con tan inflamado afecto deseado. —Por cierto, señor don Álvaro Tarfe —dijo don Quijote—, que aquella señora tiene grandísima obligación a corresponder a los justos ruegos de vuesa merced por muchas razones. La primera, por el trabajo que toma vuesa merced en hacer tan largo camino en tiempo tan terrible. La segunda, por el ir por sólo su mandado, pues con él, aunque las cosas sucedan al contrario de su deseo, habrá cumplido con la obligación de fiel amante, habiendo hecho de su parte todo lo posible. Mas suplico a vuesa merced me dé cuenta desa hermosa señora, y de su edad y nombre y del de sus nobles padres. —Menester era —respondió don Álvaro— un muy grande Calapino para declarar una de las tres cosas que vuesa merced me ha preguntado. Y, pasando por alto las dos postreras, por el respeto que debo a su calidad, sólo digo de sus años que son diez y seis, y su hermosura tanta, que a dicho de todos los que la miran, aun con ojos menos apasionados que los míos, afirman della no haber visto, no solamente en Granada, pero ni en toda la Andalucía, más hermosa criatura. Porque, fuera de las virtudes del ánimo, es sin duda blanca como el Sol, las mejillas de rosas recién cortadas, los dientes de marfil, los labios de coral, el cuello de alabastro, las manos de leche y, finalmente, tiene todas las gracias perfetísimas de que puede juzgar la vista; si bien es verdad que es algo pequeña de cuerpo. —Paréceme, señor don Álvaro —replicó don Quijote—, que no deja ésa de ser alguna pequeña falta, porque una de las condiciones que ponen los curiosos para hacer a una dama hermosa es la buena disposición del cuerpo; aunque es verdad que esta falta muchas damas la remedian con un palmo de chapín valenciano; pero, quitado éste, que no en todas partes ni a todas horas se puede traer, parecen las damas, quedando en zapatillas, algo feas, porque las basquiñas y ropas de sedas y brocados, que están cortadas a la medida de la disposición que tienen sobre los chapines, les vienen largas de tal modo, que arrastran dos palmos por el suelo. Y así, no dejará esto de ser alguna pequeña imperfeción en la dama de vuesa merced. —Antes, señor hidalgo —dijo don Álvaro—, ésa la hallo yo por una muy grande perfeción. Verdad es que Aristóteles, en el cuarto de sus 322

Éticas, entre las cosas que ha de tener una mujer hermosa, cual él allí la describe, dice que ha de ser de una disposición que tire a lo grande. Mas otros ha habido de contrario parecer, porque la Naturaleza, como dicen los filósofos, mayores milagros hace en las cosas pequeñas que las grande; y cuando ella en alguna parte hubiese errado en la formación de un cuerpo pequeño, será más dificultoso de conocer el yerro que si fuese hecho en cuerpo grande. No hay piedra preciosa que no sea pequeña; y los ojos de nuestros cuerpos son las partes más pequeñas que hay en él, y son las más bellas y más hermosas. Así que, mi serafín es un milagro de Naturaleza, la cual ha querido darnos a conocer por ella cómo en poco espacio puede recoger, con su maravilloso artificio, el inumerable número de gracias que puede producir; porque la hermosura, como dice Cicerón, no consiste en otra cosa que en una conveniente disposición de los miembros, que con deleite mueve los ojos de los otros a mirar aquel cuerpo, cuyas partes entre sí mesmas con una cierta ociosidad se corresponden. —Paréceme, señor don Álvaro —dijo don Quijote—, que vuesa merced ha satisfecho con muy sutiles razones a la objección que contra la pequeñez del cuerpo de su reina propuse. Y, porque me parece que ya la cena, por ser poca, estará aparejada, suplico a vuesa merced nos entremos a cenar; que después, sobre cena, tengo un negocio de importancia que tratar con vuesa merced, como con persona que tan bien sabe hablar en todas materias.

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CAPÍTULO SEGUNDO: De las razones que pasaron entre don Álvaro Tarfe y don Quijote sobre cena, y cómo le descubre los amores que tiene con Dulcinea del Toboso, comunicándole dos cartas ridículas; por todo lo cual, el caballero cae en la cuenta de lo que es don Quijote

ESPUÉS de haber dado don Quijote razonablemente de cenar a su noble huésped, por postre de la cena, levantados ya los manteles, oyó de sus cuerdos labios las siguientes razones: —Por cierto, señor Quijada, que estoy en estremo maravillado de que, en el tiempo que nos ha durado la cena, he visto a vuesa merced algo diferente del que le vi cuando entré en su casa; pues en la mayor parte della le he visto tan absorto y elevado en no sé qué imaginación, que apenas me ha respondido jamás a propósito, sino tan ad Ephesios, como dicen, que he venido a sospechar que algún grave cuidado le aflige y aprieta el ánimo; porque he visto quedarse a ratos con el bocado en la boca, mirando sin pestañear a los manteles, con tal suspensión que, preguntándole si era casado, me respondió: ¿Rocinante? Señor, el mejor caballo es que se ha criado en Córdoba. Y por esto digo que alguna pasión o interno cuidado atormentará a vuesa merced, porque no es posible nazca de otra causa tal efecto; y tal puede ser que, como otras muchas veces he visto en otros, pueda quitarle la vida o, a lo menos, si es vehemente, apurarle el juicio. Y así, suplico a vuesa merced se sirva comunicarme su sentimiento, porque si fuere tal la causa dél que yo con mi persona pueda remediarla, lo haré con las veras que la razón y mis obligaciones piden. Pues, así como con las lágrimas, que son sangre del corazón, el mesmo desfoga y descansa y queda aliviado de las melancolías que le oprimen vaporeando por el venero de los ojos, así, ni más ni menos, el dolor y aflicción, siendo comunicado, se alivian algún tanto, porque suele el que lo oye, como desapasionado, dar el consejo que es más sano y seguro al remedio de la persona afligida.

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Don Quijote, entonces, le respondió: —Agradezco, señor don Álvaro, esa buena voluntad y el deseo que muestra tener vuesa merced de hacérmela; pero es fuerza que los que profesamos el orden de caballería, y nos hemos visto en tanta multitud de peligros, ya con fieros y descomunales jayanes, ya con malendrines, sabios o magos, desencantando princesas, matando grifos y serpientes, rinocerontes y endrigos, llevados de alguna imaginación destas, como son negocios de honra, quedemos suspensos y elevados, y puestos en un honroso éxtasi, como el en que vuesa merced dice haberme visto, aunque yo no he echado de verlo. Verdad es que ninguna cosa déstas, por ahora, me ha suspendido la imaginación; que ya todas han pasado por mí. Maravillóse mucho don Álvaro Tarfe de oírle decir que había desencantado princesas y muerto gigantes, y comenzó a tenerle por hombre que le faltaba algún poco de juicio; y así, para enterarse dello, le dijo: —¿Pues no se podrá saber qué causa por ahora aflige a vuesa merced? —Son negocios —dijo don Quijote— que, aunque a los caballeros andantes no todas las veces es lícito decirlos, por ser vuesa merced quien es, y tan noble y discreto, y estar herido con la propia saeta con que el hijo de Venus me tiene herido a mí, le quiero descubrir mi dolor. No para que me dé remedio para él, que sólo me le puede dar aquella bella ingrata y dulcísima Dulcinea, robadora de mi voluntad, sino para que vuesa merced entienda que yo camino y he caminado por el camino real de la caballería andantesca, imitando en obras y en amores a aquellos valerosos y primitivos caballeros andantes que fueron luz y espejo de todos aquellos que, después dellos, han, por sus buenas prendas, merecido profesar el sacro orden de caballería que yo profeso, como fueron el invicto Amadís de Gaula, don Belianís de Grecia y su hijo Esplandián, Palmerín de Oliva, Tablante de Ricamonte, el Caballero del Febo y su hermano Rosicler, con otros valentísimos príncipes, aun de nuestros tiempos, a todos los cuales, ya que les he imitado en obras y haciendas, los sigo también en los amores. Así que, vuesa merced sabrá que yo estoy enamorado. Don Álvaro, como era hombre de sutil entendimiento, luego cayó 325

en todo lo que su huésped podía ser, pues decía haber imitado a aquellos caballeros fabulosos de los libros de caballería; y así, maravillado de su loca enfermedad, para enterarse cumplidamente della, le dijo: —Admírome no poco, señor Quijada, que un hombre como vuesa merced, flaco y seco de cara, y que, a mi parecer, pasa ya de los cuarenta y cinco, ande enamorado; porque el amor no se alcanza sino con muchos trabajos, malas noches, peores días, mil disgustos, celos, zozobras, pendencias y peligros, que todos estos y otros semejantes son los caminos por donde se camina al amor. Y si vuesa merced ha de pasar por ellos, no me parece tiene sujeto para sufrir dos noches malas al sereno, aguas y nieves, como yo sé por experiencia que pasan los enamorados. Mas dígame, vuesa merced, con todo: esa mujer que ama ¿es de aquí del lugar o forastera?; que gustaría en estremo, si fuese posible, verla antes que me fuese, porque, hombre de tan buen gusto como vuesa merced es, no es creíble sino que ha de haber puesto los ojos en no menos que en una Diana efesina, Policena troyana, Dido cartaginense, Lucrecia romana o Doralice granadina. —A todas ésas —respondió don Quijote— excede en hermosura y gracia; y sólo imita en fiereza y crueldad a la inhumana Medea. Pero ya querrá Dios que con el tiempo, que todas las cosas muda, trueque su corazón diamantino y, con las nuevas que de mí y mis invencibles fazañas terná, se molifique y sujete a mis no menos importunos que justos ruegos. Así que, señor, ella se llama princesa Dulcinea del Toboso (como yo don Quijote de la Mancha); si nunca vuesa merced la ha oído nombrar; que sí habrá, siendo tan célebre por sus milagros y celestiales prendas. Quiso reírse de muy buena gana don Álvaro cuando oyó decir la princesa Dulcinea del Toboso, pero disimuló, porque su huésped no lo echase de ver y se enojase; y así, le dijo: —Por cierto, señor hidalgo, o por mejor decir, señor caballero, que yo no he oído en todos los días de mi vida nombrar tal princesa, ni creo la hay en toda la Mancha, si no es que ella se llame por sobrenombre Princesa, como otras se llaman Marquesas. —No todos saben todas las cosas —replicó don Quijote—; pero yo haré antes de mucho tiempo que su nombre sea conocido, no solamente en España, pero en los reinos y provincias más distantes 326

del mundo. Esta es, pues, señor, la que me eleva los pensamientos; ésta me enajena de mí mismo; por ésta he estado desterrado muchos días de mi casa y patria, haciendo en su servicio heroicas hazañas, enviándole gigantes y bravos jayanes y caballeros rendidos a sus pies. Y, con todo eso, ella se muestra a mis ruegos una leona de África y una tigre de Hircania, respondiéndome a los papeles que le envío, llenos de amor y dulzura, con el mayor desabrimiento y despego que jamás princesa a caballero andante escribió. Yo le escribo más largas arengas que las que Catilina hizo al Senado de Roma, más heroicas poesías que las de Homero o Virgilio, con más ternezas que el Petrarca escribió a su querida Laura, y con más agradables episodios que Lucano ni Ariosto pudieron escribir en su tiempo, ni en el nuestro ha hecho Lope de Vega a su Filis, Celia, Lucinda, ni a las demás que tan divinamente ha celebrado; hecho en aventuras un Amadís, en gravedad un Cévola, en sufrimiento un Perianeo de Persia, en nobleza un Eneas, en astucia un Ulises, en constancia un Belisario y en derramar sangre humana un bravo Cid Campeador. Y, por que vuesa merced, señor don Álvaro, vea ser verdad todo lo que digo, quiero sacar dos cartas que tengo allí en aquel escritorio: una que con mi escudero Sancho Panza la escribí en los días pasados, y otra que ella me envió en respuesta suya. Levantóse para sacarlas, y don Álvaro se quedó haciendo cruces de ver la locura del huésped, y acabó de caer en la cuenta de que él estaba desvanecido con los vanos libros de caballerías, teniéndolos por muy auténticos y verdaderos. Al ruido que don Quijote hizo abriendo el escritorio, entró Sancho Panza, harto bien llena la barriga de los relieves que habían sobrado de la cena. Y como don Quijote se asentó con las dos cartas en la mano, él se puso repantigado tras las espaldas de su silla para gustar un poco de la conversación. —Ve aquí —dijo don Quijote— vuesa merced a Sancho Panza, mi escudero, que no me dejará mentir a lo que toca al inhumano rigor de aquella mi señora. —Sí, a fe —dijo Sancho Panza— que Aldonza Lorenzo, alias Nogales (como así se llamaba la infanta Dulcinea del Toboso por proprio nombre, como consta de las primeras partes desta grave historia), es una grandísima… Téngaselo por dicho; porque, ¡cuerpo de 327

San Ciruelo!, ¿ha de andar mi señor hendo tantas caballerías de día y de noche y hendo cruel penitencia en Sierra Morena, dándose de calabazadas y sin comer por una…? Mas quiero callar; allá se lo haya, con su pan se lo coma; que quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda; que una ánima sola ni canta ni llora; y cuando la perdiz canta, señal es de agua; y a falta de pan, buenas son tortas. Pasara adelante Sancho con sus refranes si don Quijote no le mandara, imperativo modo, que callara; mas, con todo, replicó diciendo: —Quiere saber, señor don Tarfe, lo que hizo la muy zurrada cuando la llevé esa carta que ahora mi señor quiere leer? Estábase en la caballeriza la muy puerca, porque llovía, hinchendo un serón de basura con una pala, y cuando yo le dije que le traía una carta de mi señor (¡infernal torzón le dé Dios por ello!), tomó una gran palada del estiércol que estaba más hondo y más remojado y arrojómele de boleo, sin decir “agua va”, en estas pecadoras barbas. Yo, como por mis pecados las tengo más espesas que escobilla de barbero, estuve después más de tres días sin poder acabar de agotar la porquería que en ellas me dejó perfetamente. Diose, oyendo esto, una palmada en la frente don Álvaro, diciendo: —Por cierto, señor Sancho, que semejante porte que ése no le merecía la mucha discreción vuestra. —No se espante vuesa merced —replicó Sancho—, que a fe que nos ha sucedido a mí y a mi señor, andando por amor della en las aventuras o desventuras del año pasado, darnos, pasadas de cuatro veces, muy gentiles garrotazos. —Yo os prometo —dijo colérico don Quijote— que si me levanto, don bellaco desvergonzado, y cojo una estaca de aquel carro, que os muela las costillas y haga que se os acuerde per omnia saecula saeculorum. —Amén —respondió Sancho. Levantárase don Quijote a castigarle la desvergüenza, si don Álvaro no le tuviera el brazo y le hiciera volver a sentar en su silla, haciendo con el dedo señas a Sancho para que callase, con que lo hizo por entonces. Y don Quijote, abriendo la carta, dijo: —Ve aquí vuesa merced la carta que este mozo llevó los días 328

pasados a mi señora, y juntamente la respuesta della, para que de ambas colija vuesa merced si tengo razón de quejarme de su inaudita ingratitud. Sobreescrito de la carta: A la infanta Dulcinea del Toboso Si el amor afincado, ¡oh bella ingrata!, que asaz bulle por los poros de mis venas, diera lugar a que me ensañara contra vuestra fermosura, cedo tomara venganza de la sandez con que mis cuitas os dan enojoso reproche. ¿Cuidades, dulce enemiga mía, que non atiendo con todas mis fuerzas en al que en desfacer tuertos de gente menesterosa? Maguer que muchas veces ando envuelto en sangre de jayanes, cedo el pensamiento sin polilla está además ledo y tiene remembranza que está preso por una de las más altas fembras que entre las reinas de alta guisa fallar se puede. Empero, lo que agora vos demando es que, si alguna desmesuranza he tenido, me perdonedes; que los yerros por amare, dignos son de perdonare. Esto pido de finojos ante vuestro imperial acatamiento. Vuestro hasta el fin de la vida, El Caballero de la Triste Figura, Don Quijote de la Mancha.

—Por Dios —dijo don Álvaro riéndose—, que es la más donosa carta que en su tiempo pudo escribir el rey don Sancho de León a la noble doña Jimena Gómez, al tiempo que, por estar ausente della el Cid, la consolaba. Pero, siendo vuesa merced tan cortesano, me espanto que escribiese esa carta ahora tan a lo del tiempo antiguo, porque ya no se usan esos vocablos en Castilla, si no es cuando se hacen comedias de los reyes y condes de aquellos siglos dorados. —Escríbola desta suerte —dijo don Quijote— porque, ya que imito a los antiguos en la fortaleza, como son al conde Fernán González, Peranzules, Bernardo y al Cid, los quiero también imitar en las palabras. —Pues ¿para qué —replicó don Álvaro— puso vuesa merced en la firma El Caballero de la Triste Figura? Sancho Panza, que había estado escuchando la carta, dijo: 329

—Yo se lo aconsejé, y a fe, en toda ella no va cosa más verdadera que ésa. —Púseme el de la Triste Figura —añadió don Quijote— no por lo que este necio dice, sino porque la ausencia de mi señora Dulcinea me causaba tanta tristeza, que no me podía alegrar; de la suerte que Amadís se llamó Beltenebros, otro el Caballero de los Fuegos, otro de las Imágenes o de la Ardiente Espada. Don Álvaro le replicó: —Y el llamarse vuesa merced don Quijote, ¿a imitación de quién fue? —A imitación de ninguno —dijo don Quijote—, sino, como me llamo Quijada, saqué deste nombre el de don Quijote el día que me dieron el orden de caballería. Pero oiga vuesa merced, le suplico, la respuesta que aquella enemiga de mi libertad me escribe. Sobreescrito: A Martín Quijada, el mentecapto: El portador desta había de ser un hermano mío para darle la respuesta en las costillas con un gentil garrote. ¿No sabe lo que le digo, señor Quijada? Que por el siglo de mi madre, que si otra vez me escribe de emperatriz o reina, poniéndome nombres burlescos, como es A la infanta manchega Dulcinea del Toboso, y otros semejantes que me suele escribir, que tengo de hacer que se le acuerde. Mi nombre proprio es Aldonza Lorenzo o Nogales, por mar y por tierra.

—Vea vuesa merced si habrá en el mundo caballero andante, por más discreto y sufrido que sea, que pueda sin morir tolerar semejantes razones. —¡Oh, hideputa! —dijo Sancho Panza—. ¡Comigo las había de haber la relamida! A fe que la había de her peer por ingeño; que, aunque es moza forzuda, yo fío que, si la agarro, no se me escape de entre las uñas. Mi señor don Quijote es muy demasiado de blando. Si él la enviase media docena de coces dentro una carta, para que se la depositasen en la barriga, a fe que no fuera tan repostona. Sepa vuesa merced que estas mozas yo las conozco mejor que un huevo vale una blanca: si las hablan bien, dan al hombre el pescozón y 330

pasagonzalo que le hacen saltar las lágrimas de los ojos. Sobre mí, que conmigo no se burlan, porque luego les arrojo una coz más redonda que de mula de fraile jerónimo; y más si me pongo los zapatos nuevos. ¡Mal año para la mula del preste Juan que mejor las endilgue! Levantóse riendo don Álvaro y dijo: —Por Dios, que si el rey de España supiese que este entretenimiento había en este lugar, que, aunque le costase un millón, procurara tenerle consigo en su casa. Señor don Quijote, ello hemos de madrugar, por lo menos una hora antes del día, por huir del Sol; y así, con licencia de vuesa merced, querría tratar de acostarme. Don Quijote dijo que su merced la tenía; y así, comenzó a desnudarse para hacerle la cama, que en el mesmo aposento estaba, y mandó a Sancho Panza que le descalzase las botas. Llegaron en esto a quererlo hacer dos pajes del mesmo don Álvaro, que habían estado oyendo la conversación desde la puerta, pero no consintió Sancho Panza que otro que él hiciese tal oficio, de que gustó en estremo don Álvaro; el cual le dijo, mientras don Quijote salió afuera por unas peras en conserva para darle: —Tirá, hermano Sancho, bien y tened paciencia. —Sí tendrán —respondió Sancho—, que no son bestias; y, aunque no soy don, mi padre lo era. —¿Cómo es eso? —dijo don Álvaro—. ¡Vuestro padre tenía don! —Sí, señor —dijo Sancho—, pero teníale a la postre. —¿Cómo a la postre? —replicó don Álvaro— ¿Llamábase Francisco Don, Juan Don o Diego Don? —No, señor —dijo Sancho—, sino Pedro el Remendón. Rieron mucho del dicho los pajes y don Álvaro, que prosiguió preguntándole si era aún su padre vivo; y él respondió: —No, señor, que más ha de diez años que murió de una de las más malas enfermedades que se puede imaginar. —¿De qué enfermedad murió? —replicó don Álvaro. —De sabañones —respondió Sancho. —¡Santo Dios! —dijo don Álvaro con grandísima risa—. ¿De sabañones? El primero hombre que en los días de mi vida oí decir que muriese desa enfermedad fue vuestro padre, y así, no lo creo. 331

—¿No puede cada uno —dijo Sancho— morir la muerte que le da gusto? Pues si mi padre quiso morir de sabañones, ¿qué se le da a vuesa merced? En medio de la risa de don Álvaro y sus pajes, entró don Quijote y su ama, la vieja, con un plato de peras en conserva y una garrafa de buen vino blanco y dijo: —Vuesa merced, mi señor don Álvaro, podrá comer un par destas peras y, tras ellas, tomar una vez de vino, que le dará mil vidas. —Yo beso a vuesa merced las manos —respondió don Álvaro— , señor don Quijote, por la merced que me hace, pero no podré servirle, porque no acostumbro comer cosa alguna sobre cena, que me daña y tengo larga esperiencia en mí de la verdad del aforismo de Avicena o Galeno que dice que lo crudo sobre lo indigesto engendra enfermedad. —Pues, por vida de la que me parió —dijo Sancho—, que, aunque ese Azucena o Galena, que su mercé dice, me dijese más latines que tiene todo el abecé, así dejase yo de comer, habiéndolo a mano, como de escupir. ¡Mirá qué cuerpo de san Belorge! El no comer para los castraleones, que se sustentan del aire. —Pues, por vida de la que adoro —dijo don Álvaro tomando una pera con la punta del cuchillo—, que os habéis de comer ésta, con licencia del señor don Quijote. —¡Ah, no! Por su vida, señor don Tarfe —respondió Sancho—, que estas cosas dulces, siendo pocas, me hacen mal; aunque es verdad que cuando son en cantidad me hacen grandísimo provecho. Con todo, la comió, y tras esto se puso don Álvaro en la cama, y a los pajes les hicieron otra junto a ella, do se acostasen, como lo hicieron. En esto, dijo don Quijote a Sancho: —Vamos, Sancho amigo, al aposento de arriba, que allí podremos dormir lo poco que de la noche queda; que no hay para qué irte ahora a tu casa, que ya tu mujer estará acostada, y también que tengo un poco que comunicar contigo esta noche sobre un negocio de importancia. —Pardiez, señor —dijo Sancho—, que estoy yo esta noche para dar buenos consejos, porque estoy redondo como una chueca. Sólo será la falta que me dormiré luego, porque ya los bostezos menudean mucho. 332

Subiéronse arriba tras esto ambos a acostar; y, puestos en una misma cama, dijo don Quijote: —Hijo Sancho, bien sabes o has leído que la ociosidad es madre y principio de todos los vicios, y que el hombre ocioso está dispuesto para pensar cualquier mal y, pensándolo, ponerlo por obra, y que el diablo de ordinario acomete y vence fácilmente a los ociosos, porque hace como el cazador, que no tira a las aves mientras que las ve andar volando, porque entonces sería la caza incierta y dificultosa, sino que aguarda a que se asienten en algún puesto, y, viéndolas ociosas, les tira y las mata. Digo esto, amigo Sancho, porque veo que ha algunos meses que estamos ociosos y no cumplimos: yo con el orden de caballería que recebí y tú con la lealtad de escudero fiel que me prometiste. Querría, pues (para que no se diga que yo he recebido en vano el talento que Dios me dio, y sea reprehendido como aquel del Evangelio, que ató el que su amo le fió en el pañizuelo y no quiso granjear con él), que volviésemos lo más presto que ser pudiese a nuestro militar ejercicio, porque en ello haremos dos cosas: la una, servicio muy grande a Dios, y la otra, provecho al mundo desterrando dél los descomunales jayanes y soberbios gigantes que hacen tuertos de sus fueros y agravios a caballeros menesterosos y a doncellas afligidas; y juntamente ganaremos honra y fama para nosotros y nuestros sucesores, conservando y aumentando la de nuestros antepasados; tras que adquiriremos mil reinos y provincias en un quita allá esas pajas, con que seremos ricos y enriqueceremos nuestra patria. —Señor —dijo Sancho—, no tiene que meterme en el caletre esos guerreamientos, pues ya vee lo mucho que me costaron ese otro año con la pérdida de mi rucio, que buen siglo haya; tras que jamás me cumplió lo que mil veces me tenía prometido de que nos veríamos, dentro de un año, yo adelantado o rey por lo menos, mi mujer almiranta y mis hijos infantes; ninguna de las cuales cosas veo cumplidas por mí (¿oye vuesa merced o duérmese?), y mi mujer tan Mari Gutiérrez se es hoy como ahora un año; así que yo no quiero perro con cencerro. Y, fuera deso, si nuestro cura, el licenciado Pero Pérez, sabe que queremos tornar a nuestras caballerías, le tiene de meter a vuesa merced con una cadena por unos seis o siete meses en 333

domus Getro, que dicen, como la otra vez; y así, digo que no quiero ir con vuesa merced; y déjeme dormir, por vida suya, que ya se me van pegando los ojos. —Mira, Sancho —dijo don Quijote—, que yo no quiero que vayas como la otra vez; antes, quiero comprarte un asno en que vayas como un patriarca, mucho mejor que el otro que te hurtó Ginesillo; y, en fin, iremos ambos con mejor orden, y llevaremos dineros y provisiones y una maleta con nuestra ropa; que ya he echado de ver que es muy necesario, porque no nos suceda lo que en aquellos malditos castillos encantados nos sucedió. —Aun desa manera —respondió Sancho—, y pagándome cada mes mi trabajo, yo iré de muy buena gana. Oyendo su resolución, alegre don Quijote, prosiguió diciendo: —Pues Dulcinea se me ha mostrado tan inhumana y cruel, y, lo que peor es, desagradecida a mis servicios, sorda a mis ruegos, incrédula a mis palabras y, finalmente, contraria a mis deseos, quiero probar, a imitación del Caballero del Febo, que dejó a Claridana, y otros muchos que buscaron nuevo amor, y ver si en otra hallo mejor fe y mayor correspondencia a mis fervorosos intentos, y ver juntamente… ¿Duermes, Sancho? ¡Ah, Sancho! En esto, Sancho recordó diciendo: —Digo, señor, que tiene razón, que esos jayanazos son grandísimos bellacos, y es muy bien que les hagamos tuertos. —¡Por Dios —dijo don Quijote— que estás muy bien en el cuento! Estoyme yo quebrando la cabeza diciéndote lo que a ti y a mí más, después de Dios, nos importa, y tú duermes como un lirón. Lo que digo, Sancho, es…, ¿entiendes? —¡Oh! Reniego de la puta que me parió —dijo Sancho—. Déjeme dormir con Barrabás, que yo creo bien y verdaderamente cuanto me dijere y piensa decir todos los días de su vida. —Harto trabajo tiene un hombre —dijo don Quijote— que trata cosas de peso con salvajes como éste. Quiérole dejar dormir, que yo, mientras que no diere fin y cabo a estas honradas justas, ganando en ellas el primero, segundo y tercero día las joyas de más importancia que hubiere, no quiero dormir, sino velar, trazando con la imaginación lo que después tengo de poner por efecto, como hace el sabio 334

arquitecto, que, antes que comience la obra, tiene confusamente en su imaginativa todos los aposentos, patios, chapiteles y ventanas de la casa, para después sacallos perfetamente a luz. En fin, al buen hidalgo se le pasó lo que de la noche quedaba haciendo grandísimas quimeras en su desvanecida fantasía: ya hablando con los caballeros; ya con los jueces de las justas pidiéndoles el premio, ya, finalmente, saludando con grandísima mesura a una dama hermosísima y ricamente aderezada, a quien presentaba desde’l caballo con la punta de la lanza una rica joya. Con estos y otros semejantes desvanecimientos, se quedó al cabo adormido.

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CÁPITULO XXXVI Y ÚLTIMO: De cómo nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha fue llevado a Toledo por don Álvaro Tarfe y puesto allí en prisiones en Casa del Nuncio, para que se procurase su cura.

UANDO tuvo aprestada su vuelta para Córdoba don Álvaro y estuvo despedido de todos los señores de quienes tenía obligación hacello en la corte, trazó la noche antes de la partida que, para arrancar della a don Quijote, entrase un criado del Archipámpano en casa cuando acabasen de cenar, vestido de camino y con galas, como que venía de Toledo en nombre de la infanta Burlerina a buscarle para que fuese en su compañía luego con toda diligencia a decercar la ciudad y libralla de las molestias que le hacía el alevoso príncipe de Córdoba. Túvole tan bien instruido, así de lo que había de hacer y decir a don Quijote cuando le diese el recado como por el camino y en Toledo (donde por orden del Archipámpano le había de acompañar, para mayor encubrir el engaño y traerle nuevas dél y del modo que quedaba), que, llegando la señalada noche y hora, a la que acababan de cenar en casa del príncipe Perianeo con él en su mesa don Carlos, don Quijote y don Álvaro, apenas él hubo dado aviso a don Quijote de cómo se partía el día siguiente para Córdoba, diciéndole si mandaba algo para Toledo, donde había de pasar, cuando entró por la sala el dicho paje del Archipámpano, gallardamente aderezado, el cual, después de haber saludado cortésmente a todos los circunstantes, se volvió a don Quijote y le dijo: —Caballero Desamorado, la infanta Burlerina de Toledo, cuyo paje soy, te besa las manos humilmente y suplica, cuan encarecidamente puede, que te sirvas de partir mañana sin falta conmigo a la ligera y sin ruido, a la gran ciudad de Toledo, donde ella y su afligido padre y lo mejor y más lucido del reino te está por momentos aguardando, pues no faltan más de tres días para cumplirse los cua-

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renta que el enemigo príncipe de Córdoba les tiene dado de plazo para deliberar o la entrega de la ciudad o el rendimiento de las inhumanas parias que les tiene pedido; y si tú con tu valeroso brazo no los socorres, sin duda serán miserablemente todos muertos, la ciudad saqueada, quemados los templos, y los cimientos de torres y almenas ocuparán las alegres calles, sirviéndoles sus piedras de calzada y empedrado. La infanta, mi señora, y el rey, por cierto postigo que el enemigo no sabe, te está esperando con todos los mejores caballeros de su corte, para que otro día antes que amanezca, tocando de repente al arma, con la voz y favor de Santiago, les demos, cogiéndolos descuidados, un asalto tal, que quede el enemigo, como sin duda lo quedará, vencido, y tú vencedor. Tras lo cual serás, si te pareciere, aunque sea corto premio de tus inauditas grandezas, casado con la hermosísima infanta Burlerina, la cual ha desechado a otros muchos hijos de reyes y príncipes, sólo por casar contigo. Por tanto, valeroso caballero, vete luego a reposar para que, tomando la mañana, lleguemos a buena hora a la imperial ciudad de Toledo, que espera tu favor por momentos. Don Quijote, con mucha pausa, le respondió diciendo: —A muy buen tiempo habéis llegado, venturoso paje, pues podré ir en esta ocasión acompañando al señor don Álvaro, que me acaba de decir que también por la mañana ha de partir para Toledo. Por tanto, no hay sino que aderecéis todo lo necesario para que en amaneciendo partamos juntos y pueda yo llegar con tan honrada compañía a socorrer al rey vuestro señor y a la infanta Burlerina, sobrina del sabio Alquife, mi buen amigo. Verdad es que no soy de parecer de que se me trate deso que decís de casarme con dicha infanta después de vencido y muerto el alevoso príncipe de Córdoba, su contrario, y saqueado su campo; que, en efeto, siendo conocido en el mundo por Caballero Desamorado, no será razón que ande en amores hasta pasar primero algunas docenas de años. Pues podría suceder, como ha sucedido muchas veces a otros caballeros andantes, que andando yo por tanta y tan varia multitud de reinos y provincias, me encontrase y aun enamorase de alguna infanta de Babilonia, Transilvania, Trapisonda, Tolomaida, Grecia o Constantinopla. Y si esto me sucede, cual confío, desde aquel día me tengo de 337

llamar el Caballero del Amor, pues pasaré notables trabajos, peligros y dificultades por el que a dicha infanta tendré, hasta que, después de haber librado su reino o imperio del fortísimo enemigo que le tendrá cercado, le descubriré mi amor a dicha infanta en su mismo aposento, do entraré bien armado con atentados pasos por un jardín, guiado por una sabia camarera suya, una noche obscura. Y si bien al principio, por ser pagana, se azorará de oírme soy cristiano, todavía, prendada de mis partes y obligada de las razones con que le persuadiré la verdad de nuestra santa religión, se casará conmigo con públicas fiestas, bautizada ella y todo su reino; pero sucederme han tales y tan notables guerras por ciertos motines de envidiosos vasallos, que darán bien que contar a los historiadores venideros. Viendo don Álvaro que ya comenzaba a disparatar, se levantó diciendo: —Vámonos a reposar, señor don Quijote, porque hemos de madrugar mucho para llegar con tiempo a Toledo, por lo que hay de peligro en la tardanza. Y dicho esto, se volvió al paje diciéndole: —Y vos, discreto embajador de la noble infanta Burlerina, idos luego a cenar y después a acostar en la cama que el mayordomo os señalare. Salióse el paje de la sala, y con él los demás, yéndose todos a sus camas, sin reparar don Quijote más en Sancho que si nunca le hubiera visto, que fue particular permisión e Dios. Verdad es que a la mañana, en levantándose, a la que ensillaban los criados de don Álvaro y paje del Archipámpano, preguntó por el escudero; mas divirtióle el humor don Álvaro diciéndole que no cuidase dél, porque ya se aprestaba para seguirles y que poco a poco se vernía detrás, como otras veces solía. Tras esto y tras almorzar bien y despedirse del príncipe Perianeo y de don Carlos, se salieron de la corte y caminaron para Toledo, ofreciéndoseles por el camino graciosísimas ocasiones de reír, particularmente en Getafe y Illescas. Llegados a la vista de Toledo, dijo don Quijote al paje de la infanta Burlerina: —Paréceme, amigo, que sería bien, antes de entrar en la ciudad, dar una gentil ruciada al campo del enemigo, pues vengo yo bien 338

armado, y él muestra estar descuidado del azote que tan cerca tienen sobre sí sus arrogancias en mi esfuerzo, pues sería empezar a hacerle bajar la cresta, que tan engreída tiene. El paje le respondió: —El orden, señor, que del rey e infanta traigo es que sin rumor alguno vamos adonde nos están esperando. —Discretísimo es ese orden —añadió don Álvaro—, pues no hay duda sino que sería poner en contingencia la vitoria, si les diese vuesa merced la menor ocasión del mundo para prevenirse, y tendríanla grande de hacello con el rumor que haríamos, pues es cierto que, en sintiéndonos, darían aviso las despiertas centinelas de que hay enemigos. —Digo —dijo don Quijote— que quiero seguir ese parecer como más acertado, pues por lo menos me asegura de que los cogeré de repente. Y así, vos, paje de la infanta Burlerina, guiad por donde habemos de entrar sin ser sentidos; pero id prevenido de que si solos somos, tengo de hacer antes que entre en la ciudad una sanguinolenta riza destos andaluces paganos que se han atrevido a llegar a los sacros muros de Toledo. El paje fue caminando un poco adelante, guiando derecho hacia la puerta que llaman del Cambrón, dejando a la mano izquierda la de Bisagra. Mas, como don Quijote no viese rumor de gente de guerra alrededor de la ciudad, y viese por otra parte entrar y salir libremente por la puerta de Bisagra todos cuantos querían, dijo maravillado al paje: —Decidme, amigo, el príncipe de Córdoba, ¿dónde tiene asentado su campo, que no veo por aquí ningún aparato de guerra? —Señor —respondió él—, es astuto el enemigo, y así, se ha alojado a la otra parte del río, adonde nuestra artillería no le puede hacer mal ni ofender. —Por cierto —dijo don Quijote—, que él sabe poco del arte militar, pues no echa de ver el necio que, dejando estas dos puertas libres y desembarazadas, pueden los de adentro meter fácilmente los socorros y provisiones que les pareciere, como en efeto lo meten todo hoy con sola mi entrada; pero, en fin, no todos saben todas las cosas. Entraron por la puerta del Cambrón, como digo, y don Quijote iba 339

por las calles mirando a todas partes cuándo y por dónde le saldrían a recebir el rey, infanta y grandes de la corte. Don Álvaro fingió a la entrada del lugar que se quería quedar a aguardar a Sancho, por poderse entrar libremente y sin el acompañamiento de muchachos que don Quijote llevaba, en la posada do había de aposentarse, como en efeto lo hizo, enviando dos o tres criados suyos en compañía del paje del Archipámpano y de don Quijote, con los cuales, y con una multitud increíble de niños que le seguían viéndole armado, llegó el triste, sin pensar, a las puertas de la Casa del Nuncio, y quedándose en ellas para su guarda los criados de don Álvaro, se entró solo con él y un mozo de mulas que le tuvo a Rocinante. El paje del Archipámpano, en apeándose, dijo a don Quijote: —Vuesa merced, señor caballero, se esté aquí mientras subo arriba a dar cuenta a la señora infanta de su secreta y deseada venida. Y subiéndose una escalera arriba, se quedó solo en medio del patio don Quijote; y, mirando a una parte y a otra, vio cuatro o seis aposentos con rejas de hierro, y dentro dellos muchos hombres, de los cuales unos tenían cadenas, otros grillos y otros esposas, y dellos cantaban unos, lloraban otros, reían muchos y predicaban no pocos, y estaba, en fin, allí cada loco con su tema. Maravillado don Quijote de verlos, preguntó al mozo de mulas: —Amigo, ¿qué casa es ésta? O dime, ¿por qué están aquí estos hombres presos, y algunos con tanta alegría? El mozo de mulas, a quien ya habían instruido don Álvaro y el paje del Archipámpano del cómo se había de haber con él, le respondió: —Señor caballero, vuesa merced ha de saber que todos estos que están aquí son espías del enemigo, a los cuales habemos cogido de noche dentro de la ciudad, y los tenemos presos para castigarlos cuando nos diere gusto. Prosiguió don Quijote preguntándole: —Pues ¿cómo están tan alegres? Respondióle el mozo: —Estánlo tanto, porque les han dicho que de aquí a tres días se entrega la ciudad al enemigo, y así, la esperada vitoria y libertad les hace no sentir los trabajos presentes. 340

Estando en esto, salió de un aposento, con un caldero en la mano, un mozo, el cual era de los locos que iban ya cobrando un poco de juicio, y cuando oyó lo que el mozo de mulas había dicho a don Quijote, dio una grandísima risada, diciendo: —Señor armado, este mozo le engaña, y sepa que esta casa es la de los locos, que llaman del Nuncio, y todos los que están en ella están tan faltos de juicio como vuesa merced; y si no, aguárdese un poco, y verá como bien presto le meten con ellos. Que su figura y talle y el venir armado no prometen otra cosa sino que le traen engañado estos ladrones de guardianes, para echalle una muy buena cadena y dalle muy gentiles tundas hasta que tenga seso, aunque le pese, pues lo mismo han hecho conmigo. El mozo le dijo que callase, que era un borracho y que mentía. —En buena fe —replicó el loco—, que si vos no creéis que yo digo la verdad, también apostaré que venís a lo mesmo que este pobre armado. Con esto, don Quijote se apartó dél riendo y se llegó bien a una de aquellas rejas, y, mirando con atención quién estaba dentro, vio a un hombre puesto en tierra en cuclillas, vestido de negro, con un bonete lleno de mugre en la cabeza, el cual tenía una gruesa cadena al pie y en las dos manos unos sutiles grillos que le servían de esposas. Estaba mirando de hito en hito al suelo, tan sin pestañear, que parecía estaba en una profundísima imaginación, al cual como viese don Quijote, dijo: —¡Ah, buen hombre!, ¿qué hacéis aquí? Y, levantando el encarcelado con gran pausa la cabeza y viendo a don Quijote armado de todas piezas, se fue poco a poco llegando a la reja y, arrimado a ella, se estaba sin hablar palabra mirándole atentísimamente, de lo cual el buen Caballero estaba maravillado, y más viendo que, a más de veinte preguntas que le hizo, a ninguna respondía ni hacía otra cosa más que miralle de arriba abajo. Pero, al cabo de un gran rato, se puso en seco a reír con muestras de grande gusto, y luego comenzó a llorar amarguísimamente, diciendo: —¡Ah, señor caballero! Y si supieseis quién soy, sin duda os movería a grandísima lástima, porque habéis de saber que en profesión soy teólogo; en órdenes, sacerdote; en filosofía, Aristóteles; en 341

medicina, Galeno; en cánones, Ezpilcueta; en astrología, Ptolomeo; en leyes, Curcio; en retólica, Tulio; en poesía, Homero; en música, Enfión. Finalmente, en sangre, noble; en valor, único; en amores, raro; en armas, sin segundo, y en todo, el primero. Soy principio de desdichados y fin de venturosos. Los médicos me persiguen porque les digo con Mantuano: His, etsi tenebras palpent, est data potestas excruciandi aegros hominesque impune necandi.

[aunque anden en tinieblas, a éstos se les ha dado poder para escudriñar a los enfermos y matar impunemente a los hombres] Los poderosos me atormentan porque con Casaneo les digo: Omnia sunt hominum tenui pendentia filo, et subito casu quae valuere ruunt.

[todas las cosas de los hombres están pendientesde un tenue hilo, y en repentina caída se derrumba lo que tiene vigor] Los temerosos, odiosos y avaros, me querrían ver abrasado, porque siempre traigo en la boca: Quatuor ista, timor odium, dilectio, sensus, saepe solent hominum rectos pervertite sensus.

[estas cuatro cosas, temor, odio, amor y sentidos, trastocan con frecuencia el juicio de los hombres] Los detractores no me dejan vivir, porque les digo han de restituir la fama; cualquier que dice cosa que la tizna: Imponens, augens, manifestans, in malum vertens qui negat aut minuit, tacuit, laudatve remisse.

[el que niega, disminuye, calla o alaba reticentemente, es embaucador, exagerado, delator o inclinado a la maldad] Los poetas me tienen por hereje, porque les digo, del afecto con que leen sus versos, lo de Horacio: Indoctum, doctumque fugat recitator acerbus, quem vero arripuit tenet, occiditque legendo, 342

non missura cutem nisi plena cruoris hirudo.

[el recitador incorregible pone en fuga al ignorante y al letrado; pero a quien agarra le mata leyéndole (sus versos): no soltará su pellejo sino se llena de sangre, como la sanguijuela] Y con ellos me aborrecen los historiadores, porque les digo: Exiit in inmensum fecunda licentia vatum, obligant historica nec sua verba fide.

[aboga al infinito la fecunda inspiración de los poetas, pero sus palabras no tienen la fidelidad de lo histórico] Los soldados no pueden llevar que les anteponga las letras y les diga lo de Alciato: Cedant arma togae, et quamvis durissima corda eloquio pollens ad sua vota trahit.

[cedan las armas a la toga; y por muy duros que señan los ánimos, el hábil en elocuencia los arrastra a sus deseos] Los letrados no pueden tolerar les dé en rostro, viéndolos hablar en cosas de leyes tan sin guardar la de Dios, con el recato de sus predecesores sabios, que decían: Erubescimus dum sine lege loquimur.

[nos ponemos rojos de vergüenza cuando hablamos sin ley] Las damas me arman mil zancadillas, porque publico dellas: Sidera non tot habet caelum, nec flumina pisces quot scelerata gerit faemina mente dolos.

[no tiene el cielo tantas estrellas ni peces los ríos como engaños guarda en su mente la mujer maliciosa] Las casadas reniegan de que haya quien diga dellas: Pessima res uxor, poterit tamen utilis esse si propere moriens det tibi quidquid habet.

[tu mujer es la cosa peor, pero puede serte útil si al morir prematuramente te deja lo que tiene]

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Las niñas no toleran oír: Verba puellarum foliis leviora caducis irritaque, ut visum est, ventus, et aura ferunt.

[palabras de chiquillas, más leves que las hojas caducas: el viento y las auras se las llevan, como frívolas que son] y también: Ut corpus teneris, sic mens infirma puellis.

[así como son débiles en su cuerpo, así también es flaca la mente en las muchachas] Las hermosas fisgan de oír que Formosis levitas semper amica fuit,

[la liviandad siempre fue amiga de las hermosas] con ser verdad que de todas se puede decir: Quid sinet inausum faeminae praeceps furor?

[¿qué locura mayor, antes no acometida, faltará en la mujer?] Los ociosos amantes querrían se desterrase del mundo mi lengua, que les repite: Otium si tollas periere Cupidinis artes, contemptaeque iacent et sine luce faces.

[si suprimes el ocio, perecerán las flechas de Cupido y las antorchas yacerán despreciadas y sin detello] Los sacerdotes se avergüenzan de que les repita lo que dijo Judich a los de su vieja ley: Et nunc, fratres, quoniam vos estis presbiteri in populo Dei, et ex vobis pendet anima illorum, ad eloquium vestrum corda eorum erigite.

[y ahora, hermanos, puesto que sois los ancianos en el pueblo de Dios y de vosotros está pendiente su alma, levantad con vuestra elocuencia sus corazones] La real potencia que, como el amor, no admite compañía, Non bene cum sociis regna Venusque manent, 344

[los reinos y Venus no se mantienen bien con sus aliados] es tal, que se verifica bien della lo que dijo Ovidio en cierta epístola; respondió una reina recuestada a su galán: Sic meus hinc vir abest, ut me custodiat absens. An nescis longas regibus esse manus?

[mi hombre se ausenta, pero de tal modo, que, ausente, me vigila] Ésas, pues, ¡oh valerosísimo príncipe!, son las que me tienen aquí porque reprehendo la razón de Estado, fundada en conservación de bienes de fortuna, a los cuales llama el Apóstol estiércol con quebrantamiento de la ley de Dios, como si, guardándola, de humildes principios no hubiera subido a ser David poderoso rey y capitán invicto el gran Macabeo Judas, o como si no supiéramos que todos los reinos, naciones y provincias que con prudencia de carne y de hijos deste siglo han tratado de ensanchar sus estados los han destruido miserablemente. Proseguía el loco su tema con tan grande asombro de don Quijote, que, viendo no le dejaba hablar, le dijo a gritos: —Amigo sabio, yo no os conozco ni he visto en mi vida; pero hame dado tanta pena la prisión de persona tan docta, que no pienso salir de aquí hasta daros la preciosa libertad, aunque sea contra la voluntad del rey y de la infanta Burlerina su hija, que este real palacio ocupan. Por tanto, traedme vos, que estáis con ese caldero en la mano, las llaves luego aquí de este aposento, y dejad salir libre, sano y salvo dél a este gran sabio, porque así es mi voluntad. Luego que esto oyó el loco del caldero, comenzó a decir riendo: —¡Ea, que ciertos son los toros! A fe que habéis venido a purgar vuestros pecados en buena parte; en mala hora acá entrastes. Y, dichas estas razones, se subió la escalera arriba, y el loco clérigo dijo a don Quijote: —No crea, señor, a persona desta casa; porque no hay más verdad en ninguno della que en impresión de Ginebra. Pero, si quiere que le diga la buena ventura en pago de la buena obra que me ha de hacer con darme la libertad que me ofrece, déme la mano por esta reja, que le diré cuanto le ha sucedido y le ha de suceder, porque sé mucho de quiromancia. 345

Quitóse don Quijote la manopla, creyéndole sencillamente, y metió la mano por entre la reja, pero apenas lo hubo hecho, cuando, sobreviniéndole al loco una repentina furia, le dio tres o cuatro bocados crueles en ella, asiéndole a la postre el dedo pulgar con los dientes, de suerte que faltó harto poco para cortársele a cercen. Comenzó con el dolor a dar voces, a las cuales acudieron el mozo de mulas y otros tres o cuatro de la casa, y tiraron dél tan recio, que hicieron que el loco le soltase, quedándose riendo muy a su placer en la gavia. Don Quijote, en sentirse herido y suelto, se hizo un poco afuera y, metiendo mano a su espada, dijo: —Yo te juro, ¡oh falso encantador!, que si no fuera porque es mengua mía poner manos en semejante gente cual vosotros sois, que tomara bien presto venganza de tamaño atrevimiento y locura. A esta sazón, bajaron con el paje del Archipámpano cinco o seis de los que tenían cuenta de la casa; y, como vieron a don Quijote con la espada en la mano y que le corría mucha sangre della, sospechando lo que podía ser, se llegaron a él diciéndole: —No muera más gente, señor caballero armado. Tras lo cual, uno le asió de la espada y otros de los brazos, y los demás comenzaron a desarmarle, haciendo él toda la resistencia que podía. Pero aprovechóle poco; con que en breve rato le metieron en uno de aquellos aposentos muy bien atado, do había una limpia cama con su servicio. Y, estando algo sosegado, después de haberle encomendado el paje del Archipámpano a los mayordomos de la casa con notables veras y dícholes su especie de locura y las calidades de su persona, y de dónde y quién era, habiéndoles dado para más obligarles alguna cantidad de reales, le dijo a don Quijote: —Señor Martín Quijada, en parte está vuesa merced adonde mirarán por su salud y persona con el cuidado y caridad posible; y advierta que en esta casa llegan otros tan buenos como vuesa merced y tan enfermos de su proprio mal, y quiere Dios que en breves días salgan curados y con el juicio entero que al entrar les faltaba. Lo mismo confío será de vuesa merced, como vuelva sobre sí y olvide las leturas y quimeras de los vanos libros de caballerías que a tal extremo le han reducido. Mire por su alma y reconozca la merced que Dios le ha hecho en no permitir muriese por esos caminos a 346

manos de las desastradas ocasiones en que sus locuras le han puesto tantas veces. Dicho esto, se salió, y fue con los criados de don Álvaro en la posada en que estaba, a quien dio cuenta de todo, como hizo al Archipámpano, vuelto a la Corte. Detúvose don Álvaro algunos días en Toledo, y aun visitó y regaló a don Quijote y le procuró sosegar cuanto le fue posible, y obligó con no pocas dádivas a que hiciesen lo mesmo a los sobrestantes de la casa, y encomendó cuanto le fue posible a los amigos graves que tenía en Toledo el mirar por aquel enfermo, pues en ello harían grandísimo servicio a Dios, y a él particularísima merced. Tras lo cual dio la vuelta felizmente a su patria y casa. Estas relaciones se han podido sólo recoger, con no poco trabajo, de los archivos manchegos, acerca de la tercera salida de don Quijote; tan verdades ellas, como las que recogió el autor de las primeras partes que andan impresas. Lo que toca al fin desta prisión y de su vida, y de los trabajos que hasta que llegó a él tuvo, no se sabe de cierto. Pero barruntos hay y tradiciones de viejísimos manchegos de que sanó y salió de dicha Casa de Nuncio; y, pasando por la Corte, vio a Sancho, el cual como estaba en prosperidad, le dio algunos dineros para que se volviese a su tierra, viéndole ya al parecer asentado; y lo mismo hicieron el Archipámpano y el príncipe Perianeo, para que mercase alguna cabalgadura, con fin de que se fuese con más comodidad; porque Rocinante dejólo don Álvaro en la Casa del Nuncio, en servicio de la cual acabó sus honrados días, por más que otros digan lo contrario. Pero, como tarde la locura se cura, dicen que, en saliendo de la Corte, volvió a su tema, y que, comprando otro mejor caballo, se fue la vuelta de Castilla la Vieja, en la cual le sucedieron estupendas y jamás oídas aventuras, llevando por escudero a una moza de soldada que halló junto a Torre de Lodones, vestida de hombre, la cual iba huyendo de su amo porque en su casa se hizo o la hicieron preñada, sin pensarlo ella, si bien no sin dar cumplida causa para ello; y con el temor se iba por el mundo. Llevóla el buen caballero, sin saber que fuese mujer, hasta que vino a parir en medio de un camino, en presencia suya, dejándole sumamente maravillado el parto. Y, haciendo grandísimas quimeras sobre él, la encomendó, hasta que 347

volviese, a un mesonero de Val de Estillas y él, sin escudero, pasó por Salamanca, Ávila y Valladolid, llamándose el Caballero de los Trabajos, los cuales no faltará mejor pluma que los celebre.

Aquí da fin la Segunda Parte de la historia del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

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BIO-BIBLIOGRAFÍA DE CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA (1571 – 1644?) IGUEROA fue un escritor de mérito no común, si bien su extensa labor literaria no obtuvo la estimación debida. Aunque no pueda ser clasificado entre los más grandes escritores, debémosle honores como un hombre de profundos principios morales y como un infatigable campeón de los más altos ideales literarios y políticos. La fortuna rara vez le sonrió en su camino, pero él perseveró abnegadamente, rehusando toda clase de procedimientos indignos para alcanzar el triunfo. Sus convicciones fueron demasiado enérgicas para impulsarle a solicitar el favor popular, y su vida se vio amargada por disputas con sus contemporáneos. Los más de sus libros fueron escritos como medio de vivir, y sólo con su ayuda pudo prolongar una existencia de escaseces. Casi sin excepción, yacen hoy cubiertos de polvo en las librerías de España, y su lectura se ha limitado a los investigadores de las letras españolas. Sin embargo, su traducción de El pastor Fido es obra de gran mérito, La constante Amarilis es de las mejores novelas del género pastoril, y El pasajero es quizá el mejor documento que poseemos para el estudio de la sociedad española de comienzos del siglo XVII.

F

* * * Cristóbal Suárez de Figueroa nació en Valladolid hacia el año 1571. Esta fecha se deduce de una referencia en su obra Varias noticias importantes a la humana comunicación (publ. en 1621, pero terminada en 1620), en la cual cuenta cómo había dejado España 32 años antes, o sea en 1588; y en El pasajero (1617) dice haber abandonado su hogar a la edad de 17 años, lo cual hace colocar la fecha de su nacimiento próximamente en 1571. Figueroa refiere la tradición concerniente al origen de su apellido en el Libro XI de su poema épico España defendida (1612): Confinados los cristianos en las montañas de Asturias y Galicia, Bativa, 349

joven gallego, cortejaba a la hermosa doncella Rosarda. Llegó por entonces de una partida de moros que exigieron el tributo de las cien doncellas. Los cristianos, débiles para resistir, echaron suertes, y correspondió a Rosarda ser una de las víctimas. Bativa, sin embargo, ayudado de unos cuantos compañeros, sale al encuentro de los moros, y desgajando, a falta de armas, algunos árboles, los pone en fuga; por lo cual, al regresar de la victoria, tomó cinco hojas de higuera por blasones. Esta historia apareció primeramente en la literatura española en la Vida de San Millán VIDA DE SAN MILLÁN, de Berceo, versos 369-374, y forma el asunto de la comedia de Lope de Vega Las doncellas Simancas. Quizá su familia tuviese lejano parentesco con los duques de Feria, una de las más nobles familias de España, y cuyo apellido era Suárez de Figueroa. En la España defendida, habla en términos encomiásticos de don Lorenzo Suárez de Figueroa, que había servido a su nación en varias misiones importantes. En la Biblioteca Nacional de Madrid, un ejemplar (signatura R15892) de la biografía del marqués de Cañete escrita por Figueroa, contiene una nota manuscrita que puede arrojar alguna luz sobre este punto. En la Introducción, donde se habla de Figueroa como natural de Valladolid, la palabra natural está tachada, y se ha puesto en su lugar vecino; y al margen se escribió: “natural de Badajoz, de la casa de los duques de Feria, tío de don Diego Suárez de Figueroa, también famoso escritor”. Figueroa había nacido en Valladolid, y no en Badajoz, pero la nota tiende a confirmar la creencia de que tenía alguna relación con la familia de Feria. Este asunto del apellido Figueroa, como veremos, tuvo repercusión. En septiembre de 1630, varios años despuès de haber regresado a Italia, Figueroa compareció ante el tribunal de la Inquisición de Nápoles. Declaró que había nacido en Valladolid de nobles padres, aunque eso quizá no quiera decir más de que procedían de La Montaña. Ni todos los montañeses eran nobles, ni, como decía Quevedo, “todos los solares / han de ser de la Montaña”. Aunque es muy cierto lo que hacía notar Fray Antonio de Guevara: “Cuando preguntamos a un vecino del Potro de Córdoba, del Zocodover de Toledo, del Corrillo de Valladolid o del Azoguejo de Segovia, que de dónde es 350

natural, luego dice que es verdad haber él nacido en aquella tierra, mas sus abuelos vinieron de La Montaña”. Su padre había salido de La Coruña con escasos recursos, pasando a Valladolid, donde se dedicó al ejercicio de la abogacía. En los Libros de Acuerdos de la Chancillería de Valladolid figuran varios Figueroas, pero lo más probable es que se tratase de Luis de Figueroa. El joven Cristóbal estudió Leyes en la universidad de Valladolid, donde, según él mismo indica en El pasajero, asistió cuatro cursos. El muchacho no congeniaba con su padre, y cuando tenía 17 años, observó signos de parcialidad por parte de sus padres hacia su hermano, delicado y achacoso. Esto despertó su envidia, y determinó marchar a Italia. No se afectó por la pena que con su partida causaba a sus padres, y les dijo que no regresaría a España hasta que no tuviera un modo de vivir, palabra que cumplí. Encontramos ya en el joven de 17 años algunas de las características que veremos desarrolladas y acentuadas en el curso de su vida: un carácter insociable e irascible, que le atrajo más tarde en su carrera muchos enemigos, y su terquedad y perseverancia cuando una vez se afirmaba en una resolución. En lo sucesivo, su vida estaría más íntimamente relacionada con Italia que con su propio país, y en aquella tierra encontraría alguna recompensa cuando España le negó el reconocimiento a que creía tener derecho. * * * Una vez en Italia, continuó resueltamente sus estudios en Bolonia o Pavía. Un año empleó, probablemente de 1588 a 1589, en estudiar Derecho Civil y Canónico, recibiendo después su doctorado en ambos Derechos. Dice en El pasajero: Hubo poco menester para conseguir honroso grado en Italia, quien llevaba ya en el cuerpo cuatro apretados cursos de su Universidad. Además, da amplio testimonio en sus últimas obras, especialmente en las Varias noticias, de no haber descuidado los estudios clásicos. Figueroa tenía poco más de 18 años cuando terminó su carrera en la Universidad. Probablemente estuvo un año en Milán, y en 1591. 351

Luego fue enviado como Auditor de algunas tropas españolas que estaban sirviendo en Piamonte contra Francia. Sus deberes eran asesorar en las cuestiones legales a los funcionarios respectivos y decidir sobre asuntos civiles y criminales del Ejército, si bien la sentencia era pronunciada por las autoridades militares. No conocemos con exactitud el término de este servicio, ni en qué campañas tomó parte, pero es lo cierto que estaba presente a la última toma del castillo de Cavour en 1595. Con esta victoria la guerra de Piamonte tuvo término, y podemos inferir que su empleo militar terminó en 1595. Disuelto el ejército, volvió a Milán con una buena hoja de servicios. Sabemos que por este tiempo Figueroa había desempeñado los siguientes cargos: Auditor de la Infantería Española, habiendo servido en el Piamonte y Saboya; Abogado Fiscal de la provincia de Martesana y Contrascritor de Blados (cerca de Milán); Juez de la ciudad de Teramo en el reino de Nápoles, y Comisario de la Colateral. No sabemos cuánto tiempo desempeñó cada uno de estos cargos; pero en el año de 1600 hallábase en Nápoles, pues en sus Varias noticias describe un viaje que en este año hizo desde Nápoles a las costas de Berbería. Hallábase ejerciendo su profesión en Nápoles cuando tuvo noticia de haber muerto su hermano y sus padres. Había rehusado volver a su hogar, porque presentía que las probabilidades de buen éxito eran mucho mayores en Italia que en Valladolid. Finalmente, sin embargo, el amor al país natal inclinó su decisión, y tornó a Valladolid a tres años de calificada con título de Corte, esto es, en 1603 o 1604, puesto que la Corte se había establecido en Valladolid en enero de 1601. * * * En lugar de la herencia que esperaba, sólo encontró deudas y pobreza. Sus tentativas para asegurarse una colocación por medios legítimos no dieron resultado, y rehusó mendigar favores poniendo por delante sus méritos. En este apuro, recordó que, viéndose amenazado de grave riesgo de naufragio en el golfo de León, había hecho promesa de ir en peregrinación a la iglesia de Santiago de Compostela, y decidió cumplir su voto. Comenzó su peregrinación en agosto, probablemente en 1604, 352

poco después de su regreso a España. Antes de llegar a Cuéllar se detuvo a pasar la noche en un mesón del camino, en el que tuvo una pelea con un arriero cuyos gritos le impedían dormir. Al día siguiente, el arriero llegó a Cuéllar antes que Figueroa y, dándole sus señas al Corregidor, le dijo que había matado a un hombre en Valladolid. Cuando Figueroa entro en Cuéllar, fue inmediatamente encerrado en una prisión, acusado de asesinato. De allí salió gracias a don Diego de la Cueva, hijo del duque de Alburquerque, quien le disuadió de continuar su peregrinación, y Figueroa regresó a Valladolid después de detenerse un mes en Viloria (pequeña villa en la prov. de Valladolid). A fines del año 1604, su ciudad natal era no sólo la capital del reino, también el centro de casi toda la actividad literaria de España, pues los principales autores del Siglo de Oro, con excepción de Lope de Vega, habían seguido a la Corte a Valladolid. Sería difícil encontrar en la historia de ninguna literatura un grupo de literatos más notable que el que en Valladolid vivió durante el corto tiempo de cinco años, hasta que la Corte regresó a Madrid. Allí Agustín de Rojas terminaba su Viaje entretenido, Luis Vélez de Guevara y Antonio de Mendoza hallábanse en servicio del conde de Saldaña, Quevedo y Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo asistían a la Universidad, y Bartolomé Leonardo de Argensola, Miguel Sánchez, Vicente Espinel y Góngora comunicaban brillantez a esta corte señaladísima. En 1605, Pedro de Espinosa publicó sus Flores de poetas ilustres, conteniendo en gran parte versos de los poetas residentes en Valladolid. Cervantes llegó al comenzar el año de 1603, y probablemente compuso en aquella ciudad dos de sus novelas: el Coloquio de los perros y el casamiento engañoso. Figueroa debió de conocer personalmente a todos estos escritores, pero a juzgar por el tono burlón con que habla de su estancia en Valladolid, podemos sin dificultad creer que no le fue posible conseguir su amistad. Hacia marzo de 1605 (el último año de la Corte en Valladolid), su natural pendenciero le puso en peligro. En el transcurso de una acalorada discusión sobre las excelencias y desventajas de la administración de Justicia, y cuando cierto individuo insolente dijo que ninguno de los circunstantes era apto para el ejercicio de la Abogacía, el 353

impetuoso Figueroa, no pudiendo reprimir su cólera, le hundió una daga en el costado. Cayó a tierra como muerto, y Figueroa se refugió en el convento de San Francisco, donde tenía un pariente fraile. Por último, al saber que el herido estaba en peligro de muerte, resolvió huir a Andalucía. Disfrazado de sacerdote, hizo un viaje hasta Baeza y permaneció los meses de abril y mayo en Úbeda y Jaén. Pasó el verano en Granada, donde se enamoró, pero la repentina muerte de su amada llenó de dolor su corazón, y decidió abandonar la ciudad. Visitó a Córdoba y Sevilla, y en el Puerto de Santa María trabó conocimiento con el poeta Luis Carrillo (fall. 1610), de quien tomaría algunos poemas para su novela pastoril La constante Amarilis (1609) y a quien rindió un cariñoso tributo en El pasajero. Después de permanecer un mes en Sanlúcar, regresó a Madrid con Carrillo, pues supo que su rival en la pendencia de Valladolid había curado. * * * Llevaba a Madrid (la Corte regresó allí en marzo de 1606) grandes esperanzas, pero le disgustó la vida de Corte. Descubrió que la pompa y rica fastuosidad que le había deslumbrado a su llegada era solamente un exterior brillante que ocultaba multitud de miserias. Los ministros no prestaban atención a los más altos intereses del Estado, y la voz del deber se apagaba en ellos por sus miras de medro personal, mientras la población se llenaba de mezquinos pretendientes que se procuraban el favor por medios indignos. Su labor literaria fue ásperamente criticada, y no anduvo tardo para vengarse, acumulando burlas sobre sus críticos. En el prólogo a los Hechos de don García de Mendoza, don Gabriel Caravajal de Ulloa presenta una lista de ocho obras que su amigo Figueroa había compuesto entre 1602 y 1612. La primera mencionada es el Espejo de juventud, escrita en Nápoles, probablemente en los comienzos de 1602. De este primer libro sabemos que trataba de las buenas cualidades que un caballero debe poseer. No se conoce ejemplar alguno. El segundo libro de Figueroa mencionado por Caravajal es la traducción del Pastor Fido de Guarini (1590). Ciertamente, la primera traducción al castellano que se conoce se 354

publicó en Nápoles en 1602, bajo el nombre de Cristóbal Suárez. Va dirigida a Baltasar Suárez de la Concha y el texto va precedido de sonetos laudatorios por Luis Vélez de Santander (Luis Vélez de Guevara, autor de El diablo cojuelo, usó el apellido materno hasta 1603 próximamente) y Alonso de Salazar, y en italiano por Alessandro Adenari y el Doctor Vicenzo Bruni. En 1622 hízose en Nápoles una nueva edición de este libro (según Salvá, copia de la de 1602), pero la dedicatoria va dirigida a don Juan Bauptista Valenzuela Velázquez. En esta última edición, el autor se nombra Cristóbal Suárez, Doctor en ambos Derechos. En 1609 aparece una nueva traducción castellana del Pastor Fido impresa por el valenciano Pedro Patricio Mey, bajo el nombre de Cristóbal Suárez de Figueroa y dedicada al duque de Mantua, el amigo y protector de Guarini. La aprobación está fechada en Valencia, a 1º de agosto de 1609 (el mismo día que se había concedido la licencia para imprimir La constante Amarilis). Especialmente en los fragmentos líricos, este Pastor Fido pierde muy poco de sus encantos y es digno de un honroso lugar entre las mejores traducciones de la lengua española. Cervantes la menciona con elogio en DQ-II-62. Esta versión difiere tanto de la publicada en Nápoles en 1602 cuanto es posible en dos obras que reconocen un original común. La primera traducción, por su género de rima, contrasta grandemente con la de 1609, que sigue la rápida variedad de metro del poema de Guarini. La expresión es en un todo diferente, y en ningún pasaje pueden descubrirse trazas de ser rifacimento de un libro anterior. La Introducción en prosa difiere enteramente en las dos versiones, y la de 1602 va precedida de sonetos encomiásticos, práctica que Figueroa condena acerbamente en El pasajero. Algo difíciles son de aceptar, sin embargo, las singulares coincidencias siguientes: Que el autor de la primera traducción se llamase Cristóbal Suárez; que, como Figueroa, fuese doctor en ambos Derechos (dice la reed. de 1622) y que la primera ed. se imprimiera en Nápoles en 1602, hallándose allí el autor vallisoletano. Por otro lado, Figueroa no podía ignorar que ya en 1602 se había traducido el Pastor Fido al castellano por un tal Cristóbal Suárez, y resulta extraño que no advierta a sus lectores de 1609 de que nada tiene que 355

ver con él, pese a las apariencias. Así las cosas, cabe pensar que no contento con la primera versión que hizo en Italia, pretendiese mejorarla en España. El erudito vallisoletano Narciso Alonso Cortés propuso (prudentemente) que bien pudo ser que Figueroa se decidiese a emplear el apellido de su padre una vez fallecido éste. Pero, por ser Figueroa apellido tan ilustre, evitaría toda alusión a la primera versión del Pastor Fido para que nadie pensase que se lo había añadido recientemente, y que no le correspondía. Todo lo relativo a linajes resultaba polémico en aquella época. Raro parece, en efecto, que siendo Figueroa autor de las dos versiones, se reimprimiese en 1622 la de 1602 (por no hablar del cambio en la dedicatoria); pero bajo circunstancias que no es posible presumir, pudieron hacerlo así el autor o el editor. Aquí cabe apuntar que Figueroa aún estaba en España en 1622. Todo este asunto del primer Pastor Fido en catellano está envuelto en una nebulosa. * * * Ya hemos visto que Figueroa estaba muy descontento con la vida de Madrid. Sus mordaces críticas de la corrupción cortesana atrajeron sobre él la malquerencia de los ministros, y el fracaso de sus proyectos le hizo severo con los que eran más afortunados. Aceptó entrar al servicio de don Juan Hurtado de Mendoza, que vivía en Barajas (prov. de Cuenca). A esta amistad debe su origen La constante Amarilis, novela pastoril de Figueroa, impresa en Valencia, por Juan Crisóstomo Garriz, junto al molino de Rovella, en 1609. Don Juan Andrés de Mendoza, el protector de Figueroa, era hijo de don García de Mendoza, marqués de Cañete, famoso por sus victorias sobre los araucanos en Chile. A los veinticinco años de edad acompañó a su padre al Perú, de donde éste había sido nombrado Virrey. De vuelta en España, don Juan enviudó dos veces, y en 1609 tomó su tercera esposa, doña María de Cárdenas y Manrique, hija de don Bernardino de Cárdenas, duque de Maqueda, y de doña Luisa Manrique de Lara, duquesa de Nájera. 356

Don Juan y doña María eran primos, por lo que sus relaciones hubieron de superar los impedimentos de sus padres y requirieron de una dispensa papal para contraer matrimonio. Aparecen en la novela como Menandro (de Juan Andrés Mendoza) y Amarilis. Damón, el pastor que llega a las riberas del Manzanares procedente de las del Pisuerga, no es otro que Figueroa (también adopta este nombre en su poema épico España defendida). Menandro refiere a Damón cómo había entablado relaciones amorosas con su prima Amarilis cuando ésta se hallaba en estrecha clausura, que se habían prometido solemnemente la fe de esposos, y que la oposición de la familia de Amarilis a las relaciones había acarreado la reclusión de ambos. Figueroa deja claro en El pasajero que escribió la novela por encargo de su protector, que le pidió que celebrase la belleza y constancia de su amada en una novela pastoril parecida a La Galatea o La Arcadia La tarea le resultó desagradable; en particular porque su protector le apremiaba continuamente. En el prólogo presenta como disculpa de los defectos que el libro pueda tener, el haberle imaginado y escrito en dos meses. Doña María fue celebrada por el poeta Alonso de Salas Barbadillo en la dedicatoria de sus Rimas castellanas, libro dedicado al marqués de Cañete. Y Figueroa reiteró sus alabanzas a la hermosa Amarilis en la España defendida (1612): Celebré con el nombre de constante del sacro Manzanares en la orilla, aquella dulce amada y tierna amante, de belleza y aviso maravilla: Mas otra vez que mi zampoña cante, tendrá su nombre entre los orbes silla, porque, vuelto deidad de su alta gloria, a la posteridad quede memoria.

Pero hablando de su novela pastoril en El pasajero (1617), insinúa que no había sido suficientemente recompensado por su labor de escribirla:

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—Pues es de considerar que sin haberla visto ni comunicado [a la dama] le di el título de hermosísima, de sumamente discreta y a marauilla constante. —Servicio fue no pequeño: ¿acaso súpolo estimar esa dama? —Con muda lengua y apretado puño.

El libro parece haber pasado inadvertido para casi todos los poetas de la época, pero Cervantes habla de él con elogio en el Viaje del Parnaso. * * * Bajo la protección del marqués de Cañete, Figueroa debió entregarse de lleno a su labor literaria, pues en su prólogo a los Hechos de don Gracía de Mendoza (el padre de su protector), cuya Aprobación es de agosto de 1612, vemos una lista de las ocho obras que había escrito en los diez años precedentes. Cinco de ellas fueron probablemente compuestas entre 1609 y 1612. El poema épico España defendida fue impreso en Madrid por Juan de la Cuesta en 1612, y lo dedicó Figueroa su protector, a quien encomiaba en la tercera octava del poema: Generoso don Juan, gran decendiente de tanto héroe, famoso en toda parte, bastón a cuya diestra, a cuya frente la rama honró que eternidad reparte; hijo de aquel magnánimo y prudente que en paz Júpiter fue, y en guerra Marte, hoy tenga el don en vuestra sombra escudo, aunque pequeño y de caudal desnudo.

En el prólogo elogia al Tasso por haber observado con toda fidelidad los preceptos de Horacio concernientes a la poesía épica, y confiesa ingenuamente que para escribir su poema seguía las huellas del poeta italiano. Sin embargo, Figueroa no debe ser criticado con mucha dureza por la falta de originalidad, pues los más de los poetas 358

épicos españoles de los siglos XVI y XVII pidieron su forma y estilo a la escuela de los épicos italianos. La imitación de Figueroa no fue servil, y estrofas hay no escasas en que encontramos deliciosas imágenes poéticas, o el fuego y vigor de una situación dramática. El argumento del poema, en pocas palabras, es el siguiente: Alfonso el Casto, viéndose anciano y sin sucesores, decide ofrecer su corona a Carlomagno, que éste acepta desde luego; pero los nobles españoles, ofendidos por la intrusión de un extranjero, anulan el pacto del Rey. Carlomagno, sin embargo, insiste en que el acuerdo se cumpla, y después de esperar cinco años, envía a Orlando y al arzobispo Turpín a exigir la corona en su nombre. La petición de estos embajadores es inmediatamente rechazada por los españoles, y aquéllos se retiran con amenazas de guerra. El ejército español, dirigido por Bernardo del Carpio y auxiliado por los moros, derrota a los invasores en Roncesvalles, y Bernardo mata al valeroso Orlando en singular combate. Poco después de comenzar el primer canto, encontramos una muy notable escena dramática, en la cual Figueroa aparece en su más alto valor. Alfonso y sus consejeros oyen las amenazas de guerra del arzobispo Turpín, y se oponen a declarar los derechos de Carlomagno. Alfonso, con decorosa gravedad, manda a Turpín diga a su jefe que no insista en hostilizar a quien le ofrece su amistad, pero que si el Emperador resuelve invadir la España, él pondrá sobre las armas todas las fuerzas del imperio. Entonces Orlando, el gran paladín, con mirada fiera, exige una respuesta definitiva: En suma, guerra y paz tenéis delante: sepa cuál de las dos más os agrada. Guerra (dijeron todos al instante); aquí la guerra sola es aceptada. Apenas esto, cuando el provocante terció la capa y empuñó la espada, diciendo con mayor coraje y brío: Pues a guerra mortal os desafío; quien desprecia la paz haya la guerra, que jamás hubo falta de rencillas; 359

yo solo pondré fuego a vuestra tierra, y asolaré yo solo vuestras villas. Sé que vuestro sagrado es esta tierra, mas bien le violarán nuestras cuchillas; servirán a los suyos de obeliscos las encumbradas puntas de sus riscos.

Entablada la batalla, la suerte favorece a los españoles, y las tropas de Carlomagno huyen en desorden a través de las montañas, fieramente perseguidos por asturianos y leoneses. Bernardo encuentra a Orlando casualmente en el campo de batalla, y la descripción de su lucha, hasta la muerte del último, está llena de ardor dramático. Orlando hiere el primero, pero el español redobla sus esfuerzos, y con una certera estocada queda victorioso del combate. La historia de Bernardo del Carpio es un curioso ejemplo de cómo una antigua historia cambia bajo las peculiares exigencias de una nación. La historia de la invasión de Carlomagno en España, referida como lo está en la Chason de Roland hería el orgullo de los españoles, que opusieron su versión propia, según la cual Roldán es retado a singular combate, cuando entra en España, por Bernardo del Carpio, campeón de los asturianos. La España defendida se reimprimió en Nápoles en 1644, cuando Figueroa había vuelto a Italia definitivamente. En el prólogo, insinúa que el libro había sido objeto de críticas adversas. Bien sé estimarán los entendidos este trabajo, como conocedores de lo que cuesta cualquier sudor estudioso; y así dellos, no de los idiotas, opuestos a toda erudición, reconoceré lo que mereciere de alabanza. En esta nueva edición, los versos están a veces mejorados, y aparecen añadidas nuevas octavas. Está suprimida aquella en elogio de don Juan Hurtado de Mendoza, quizá porque Figueroa no había sido bastante recompensado por La constante Amarilis. Hacia abril de 1613 (la primera Aprobación es de octubre de 1612) apareció Hechos de don García Hurtado de Mendoza, biografía consagrada principalmente a narrar los hechos de don García (fall. 1609) como gobernador de Chile en 1556 (donde con una pequeña fuerza derrotó a los araucanos en siete batallas campales), 360

y como virrey del Perú (1588-96). Esta biografía era una consecuencia del esfuerzo hecho por el nuevo marqués de Cañete, don Juan Hurtado de Mendoza, para reintegrar los prestigios de su padre y presentar sus actos en Chile y Perú tal como eran. Si bien es cierto que Ercilla en su poema épico Araucana relataba los hechos de los españoles en Chile, los amigos de don García notaron que éste no jugaba en el poema el importante papel que había desempeñado como director de la guerra. Esto se debía probablemente a un rencor personal por parte del autor, pues sabido es que Ercilla y Juan de Pineda altercaron en una justa en 1566, y que el gobernador los amenazó con ahorcarlos. Si recordamos que Figueroa veía por completo pendiente de aquella obra sus medios de vida, no nos causará sorpresa que el libro abunde en alabanzas a la familia de Cañete. Pero el libro es un importante documento para la historia primitiva de Chile y Perú. Para su obra utilizó la Historia del descubrimiento de las regiones australes hecho por el General Pedro Fernández de Quirós. Lope de Vega utilizó el libro de Figueroa para escribir su comedia Arauco domado. El libro estaba dedicado al poderoso Francisco de Rojas y Sandoval, duque de Lerma, pero Figueroa debió quedar defraudado (trata de ello en El pasajero) en cuanto a la recompensa que esperaba recibir de aquel magnate, puesto que dedicó la segunda ed. (1616), a su antiguo protector, don Juan Hurtado de Mendoza (aunque eso sucede en la portada, pues la Dedicatoria lo está, como en la primera ed., al duque de Lerma). A juzgar por el hecho de aparecer una segunda edición en el espacio de tres años, el libro debió de obtener buena acogida; pero Figueroa estaba a la sazón en discordia con casi todos los escritores, y se habló poco de su obra. En el prólogo a la biografía del marqués de Cañete, el capitán Gabriel Caravajal de Ulloa, amigo de Figueroa, incluyó una lista de ocho obras que éste había compuesto desde 1602 hasta entonces (1612), comenzando por el Espejo de juventud, escrito en Nápoles; y habla en esta forma del sexto libro: Perficionó y volvió de Portugués en Castellano a instancia de los Padres de la Compañía de Jesús… la relación de las cosas que los religiosos del mismo instituto hicieron en las partes de Oriente en las misiones de los años 361

pasados. Sin embargo, su publicación se aplazó, pues no apareció hasta 1614. Esta obra es una concisa traducción del libro portugués del Padre Fernao Guerreiro, que apareció en Lisboa en 1611, impreso por Pedro Crasbeeck. El título completo dice así:Historia y anal relación de las cosas que hicieron los padres de la Compañía de Jesús, por las partes de oriente y otras, en la propagación del santo evangelio, los años pasados de 607 y 608. Sacada, limada, y compuesta de Portugués en Castellano por el Doctor Cristóbal Suárez de Figueroa. En Madrid, 1614, en la Imprenta Real. Caravajal de Ulloa, hablando del séptimo libro escrito por Figueroa durante este período, dice: …tradujo de italiano en castellano el primer tomo de las Obras espirituales que compuso la Madre Bautista de Génova, santísima sierva de Dios, y grandemente ilustrada. No es probable que esta traducción se publicase, pues no la encontramos mencionada en ninguna otra lista inserta en sus otras obras. Figueroa demuestra en sus trabajos una marcada tendencia religiosa, y no es dudoso que la tarea de traducir las poesías devotas y disertaciones místicas de la monja genovesa le fuese simpática. Figueroa continuó el destajo de su faena traduciendo un libro italiano que había obtenido excelente éxito dentro y fuera de Italia, La piazza universale di tutte le professioni del mondo, de Tomás Garzzoni (1549-1589, cultivó la Filosofía, la Historia y la Teología). Aunque la traducción estaba terminada en 1612, no se publicó hasta 1615, con el título:Plaza universal de todas las ciencias y artes. El libro es una especie de enciclopedia que abarca casi todos los ramos del saber humano en aquel tiempo, y trata de todas las artes y profesiones, desde los poetas y los filósofos, hasta los sastres, los zapateros y los pobres mendicantes. Figueroa omitió algunos párrafos que sólo importaban especialmente a los lectores italianos, y agregó lo que creyó de interés en la versión española. La plaza universal es principalmente conocida por los investigadores de la Literatura española, en relación con la historia del arte escénico. La lista que trae de los más famosos representantes de su tiempo es un importante documento para la historia de los comediantes. Es de notar que ya en ese tiempo (1612) Figueroa se mostraba duramente opuesto al teatro nacional español, y censuraba con energía la desmoralización 362

del arte dramático. El académico Emilio Cotarelo y Mori, en su su Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España (1904), reprodujo la parte más importante de esta discusión (Discurso 91) sobre el arte dramático español. Cuando apareció la Plaza universal (1615), Figueroa vivía en Madrid, donde tal vez disfrutaba algún cargo cerca de la Corte. La Barrera menciona una relación del matrimonio celebrado aquel año entre el príncipe Felipe (futuro Felipe IV) e Isabel de Borbón; relación escrita por el Doctor Cristóbal Suárez de Figueroa. * * * En noviembre de 1617 se publicó El pasajero, quizá la más importante obra de Figueroa. En la dedicatoria a la república de Luca, dice que su libro es producto de sus propios y vehementes deseos (hijo de mi inclinación, por haber sido otros siete que escribí y publiqué partos de ajena instancia). En su plan general, el libro guarda alguna semejanza con el Viaje entretenido de Rojas. Cuatro viajeros salen de Madrid para Barcelona, en camino para Italia. Varias profesiones están en ellos representadas: uno es Maestro de Artes y Teología, otro militar, el tercero orífice, y el cuarto doctor — Figueroa mismo—, que disgustado de su escasa fortuna en el país natal, abandona España para siempre. A causa del intenso calor, los viajeros acuerdan romper la monotonía del viaje con la discusión de varios asuntos, y de aquí la forma dialogada. Figueroa se pertrecha de un buen recurso para la expresión de sus propias ideas. El autor se nos muestra como un hombre perseguido sin descanso por la adversidad, pues a despecho de sus penosos trabajos literarios, sus libros habían encontrado muchas críticas adversas. Había adquirido Figueroa en Madrid la reputación de mordaz crítico, y aun cuando no dudó en dar su leal parecer a quienes se le acercaron preguntándole sobre sus libros, tropezó en su camino con muchos enemigos. Figueroa deja desbordar el malhumor de largos años, y su desprecio hacia las costumbres corrompidas de su época, y la aversión que había alimentado durante prolongado tiempo contra varios de sus contemporáneos. Pocos libros hay en la Literatura española tan subje363

tivos, y quizá ningún escritor español ha dejado un registro tan fiel de su temperamento y gustos. No solamente nos proporciona una ocasión para el estudio de la vida y carácter de su autor, sino que nos da motivo para ver por los ojos de un contemporáneo la vida y costumbres de España en los comienzos del siglo XVII. El pasajero es sobre todo conocido por contener la más severa crítica del teatro nacional que apareció en los comienzos del siglo XVII. En España, el teatro fundado en modelos clásicos no hizo firme asiento en ninguna época, como le hizo en Francia e Inglaterra. El público español tenía en poco las unidades y otras tradiciones del teatro clásico, siendo su único deseo conseguir tres horas de entretenimiento. Jovialmente complacido viendo al gracioso burlarse de las debilidades de su amo, hacía caso omiso de que se violase uno de los preceptos señalados por Horacio. Sin embargo, algunos eruditos y hombres de letras, aferrados a los preceptos clásicos, y conociendo los defectos de la nueva comedia, protestaron enérgicamente contra la invasión de aquel género híbrido, que quebrantaba las leyes del arte. Cervantes, Micer Andrés Rey de Artieda, Cristóbal de Mesa, Villegas y Francisco Cascales tomaron la iniciativa en este trabajo para imponer las reglas clásicas sobre la comedia nueva. Figueroa condenaba en la Plaza universal la inmoralidad de la escena, pero en El pasajero sus ataques van dirigidos contra los nuevos elementos introducidos en la comedia por Lope de Vega. No le menciona por su nombre, pero claramente le reprocha el ser culpable de las incongruencias y absurdos del nuevo tipo de comedia. Los argumentos están desenvueltos con lógica y energía, pero no tuvieron bastante fuerza para contrarrestar la corriente de los gustos populares. * * * La primera parte del siglo XVII presenció en España algunas agrias disputas entre los literatos de Madrid, y ninguna más acerba que la emprendida contra el brillante dramático don Juan Ruiz de Alarcón. Los más notables escritores de España ridiculizaron en verso la deformidad de su cuerpo, resultante de un accidente en su infancia. Figueroa participó de esta antipatía contra Alarcón, y en El pasajero hace 364

mofa de sus humos aristocráticos y pretensiones a la nobleza. La enemistad entre Alarcón y Figueroa pudo iniciarse en los comienzos del año 1613, pues el Sr. Fernández-Guerra y Orbe cree que Alarcón aludía a la maldiciente lengua de Figueroa, y a su fracaso para conseguir un empleo, en La cueva de Salamanca, que apareció ese año. En el acto II, escena II, hablando de cierto maldiciente de Madrid, dice: Pues esto ¿es mucho? Un letrado hay en ella, tan notado por tratante en decir mal, que en lugar de los recelos que dan las murmuraciones, sirven ya de informaciones en abono sus libelos; y su enemiga fortuna tanto su mal solicita, que por más honras que quita jamás le queda ninguna.

Figueroa, pues, tenía una antigua cuenta que saldar, y su ataque en El pasajero contra el celebrado autor dramático, es duro y cruel. En este libro censura a las personas de la clase media que aspiran a una posición social y toman aires aristocráticos, y se burla de Alarcón por haber puesto en su nombre el título de Don (en la décima que acompaña a su comedia Desengaño de fortuna) y por enorgullecerse con su apellido Mendoza. Hablando del método usado para obtener nobleza, dice: Menos me cuadra el González [aludiendo al apellido Ruiz], que si bien cristiano viejo, es apellido común. Aunque en este particular fácil fuera prohijarle el más respetado y antiguo de Toledo, Manrique o Mendoza, pues saben hacer semejantes embelecos hasta los hijos de nadie, contrahechos y advenedizos… Uno conocí (Dios le perdone) cuyo padre siendo oficial de bien, un platero honrado... —el padre de Alarcón estuvo empleado en las minas de Tasco— granjeó mediana 365

hacienda, con que se le metió al hijo en el cuerpo este demonio que llaman Caballería. Vínole a pelo el nombre, de gentil sonido, aunque común: arrimóle una noche buenamente (pienso que muerta la luz) la primer primicia desta locura, y amaneció hecho un Don Pedro… Murió en este ínter el padre, cuya vida y oficio enfrenaba en alguna manera el apetito caballeril del hijo… Aquí fue el quitarse el mayorazgo —Alarcón era el hijo primogénito— del todo la mascara. Abrió su casa para conversación. Asistía en las ruedas, sino discreto, ni gentil hombre, por lo menos con traje y atavío de caballerete, seda, cabestrillo, sortijuelas, y cosas así.

Cruelmente también alude a la deformidad de Alarcón: “Infiérese, pues… lo que importa excluir de públicos oficios sujetos menores de marca, hombrecillos pequeños… puesto que es bien agudo el ratón, y perece al primer rasguño de un gato. Síguese de lo apuntado, que si el chico, aunque bien formado y capaz, debe hallar repulsa en lo que desea, si ha de representar autoridad con la persona, mucho mayor es justo la halle el gimio en figura de hombre, el corcovado imprudente, el contrahecho ridículo, que dejado de la mano de Dios, pretendiere alguna plaza o puesto público”. Cuando El pasajero apareció en 1617, Alarcón estaba ocupado en tres comedias para la compañía de Vallejo: La prueba de las promesas, Mudarse por mejorarse y Las paredes oyen. Esta última, que condena el vicio de la maledicencia, está especialmente dedicada a dar contestación, no sólo a Figueroa, sino también a los demás poetas que le habían injuriado. Alarcón dejó por un momento a un lado las dos primeras comedias, y terminó Las paredes oyen tan prontamente como pudo. No podemos menos de admirar la mesurada respuesta que dio a sus críticos, pues jamás descendió a brutales personalismos, como aquéllos lo habían hecho. Se conforma simplemente con hacer ver lo necio de hablar mal de otros, pues la murmuración no solamente atrae enemigos, sino que los amigos no siempre la reservan, y cita el ejemplo de un individuo que había llegado a ser impopular a causa de este vicio: En la Corte hay un señor 366

que muchas veces oí ... que está malquisto de modo, por vicioso en murmurar, que si lo vieran quemar diera leña el pueblo todo.

Si recordamos que esta comedia se escribió inmediatamente después de la publicación de El pasajero, no será mucho pensar que el impopular crítico a quemar era el propio Figueroa. La siguiente comedia de Alarcón, La prueba de las promesas, en que bajo el personaje don Juan se encubre el mismo Alarcón, también contiene parte de esta réplica a sus enemigos. En la segunda jornada, justifica sus esfuerzos para figurar en sociedad, y mantiene su derecho al uso del Don, pretensión que su biógrafo ha probado ser fundada, y añade que la noble sangre se muestra en las acciones y no en el mero accidente del nacimiento. En el acto III, escena II, Alarcón habla de cierto crítico calvo, lo que de nuevo parece aludir a Figueroa. Tristán lee ciertas fórmulas para el estudio de la nigromancia, entre ellas una para impedir los silbidos de los mosqueteros, que recomienda a los poetas, y continúa: Carácter que puede hacer que un calvo no lo parezca, bien habrá quien agradezca que le enseñe el caracter. ¿Que la magia da cabello? Por Dios, que he de denunciar de cierto Momo, y vengar mil ofendidos con ello. Puesto que la villa entera vio que calvo anocheció, y a la mañana sacó abrigada la mollera.

Otros literatos de aquel tiempo eran calvos, como Alonso Casti367

llo Solórzano, pero está claro que estos versos van directamente contra un personaje muy conocido, que había ofendido, no solamente a Alarcón, sino a otros mil. En la Expostulatio spongiae, escrita por Francisco López de Aguilar en 1618, vemos que por este tiempo Figueroa era calvo. Alarcón dice que toda la villa había visto que, anocheciendo calvo, amanecía con pelo. Esto era recuerdo de las palabras de Figueroa, en El pasajero, de que el hijo del platero (Alarcón) se acostaba sin ningún título y a la mañana siguiente amanecía con un Don. Parece muy probable que Alarcón quisiera conseguir la risa a costa de su enemigo, seguro de que el vulgo, entendería la alusión. A decir verdad, el propio Figueroa censura a los calvos que usaban peluca en El pasajero. A la terminación del tercer acto de La prueba de las promesas, hay otra posible alusión a Figueroa. Tres pretendientes se presentan ante Tristán, secretario de don Juan, y le piden un empleo. Los dos primeros tienen buena acogida, pero el último es rechazado, porque sólo puede presentar como títulos el haber escrito un libro en romance y traducido otro del italiano. Pretendiente 2°.

Tristán. Pretendiente 2º. Tristán. Pretendiente 2°. Tristán. Pretendiente 2°. Tristán.

Para que una plaza alcance o el uno destos oficios me dad favor. ¿Qué servicios? He escrito un libro en romance. ¿Qué? En romance. Bien está. Ytambién fui traductor de uno italiano, señor. Señor, no negociará.

Figueroa también aparece mencionado como traductor de libros italianos en la Expostulatio spongiae. La tercera comedia de Alarcón, escrita en parte cuando El pasajero apareció, fue Mudarse por mejorarse (o Dejar dicha por más dicha o Por mejoría mi casa dejaría. El poeta introduce un escude368

ro de nombre Figueroa, quien se lamenta de que no le dejasen gozar en paz de su ilustre nombre. Alarcón saca a luz las pretensiones de Figueroa a figurar en la familia de Feria, justamente del mismo modo que Figueroa había puesto en duda el derecho del dramático mejicano a usar el apellido Mendoza. Las pretensiones de Figueroa a considerarse individuo de la familia de Feria debían ser notorias, o en otro caso las pullas de Alarcón carecerían de alcance. En la jornada II, escena XIII, el Marqués, deseando saber si adelantan sus pretensiones amorosas cerca de doña Clara, habla con su criado Figueroa: Marqués. Figueroa. Ricardo. Marqués. Figueroa.

Marqués. Figueroa.

Dígame agora su nombre. Figueroa. ¡Una miseria! Es de la casa de Feria. Ese es sólo un sobrenombre. No han de ser desvanecidos los pobres; que es muy cansado un hombre en humilde estado hecho un mapa de apellidos. Aun con sólo un nombre, veo que no me dejan vivir, y hay quien ha dado en decir que sin razón lo poseo. Mas procuren de mil modos los malsines murmurar; que por Dios que al acostar estamos desquitos todos. Vos, en fin, ¿sois Figueroa? Por lo menos me lo llamo.

En la escena II del último acto, alude manifiestamente a Figueroa, diciendo que había estropeado el papel en que escribía sus obras. Mencía dice a su señora, Leonor, que su mayor conveniencia estaba en casarse con el Marqués; que el escudero de éste, Figueroa, había puesto manos en el asunto, y Leonor replica: 369

Mencía.

Leonor. Mencía. Leonor. Mencía. Leonor.

Si Figueroa porfía que lleva puesta la proa en eso. ¿De Figueroa haces tú caso, Mencía? Hace libros. El papel echa a mal. Pues por mil modos dice en ellos mal de todos. Y todos dellos y dél.

Aquí logró Alarcón su reparación más completa. El maldiciente Figueroa sale a las tablas como un lacayo, y ya hemos visto que tan mal como él hablaba de todos, hablaban todos de él y de sus obras. Alarcón debió escribir esta comedia —en su última mitad a lo menos— cuando El pasajero apareció, pues en su primera parte, Figueroa es simplemente un escudero que, después de discurrir discretamente sobre varias cuestiones, se retira. En otras varias ocasiones se refirió Alarcón a los maldicientes puesta sin duda su mira en Figueroa. En otro lugar de La prueba de las promesas, dice Tristan: Pues señor, a no mentir el maldiciente, ¿lo fuera? Aquel es murmurador que divulga falsedades, que a quien dice verdades llamo yo predicador.

En El semejante a sí mismo (acto III, escena VIII), dice Sancho: “Todas las ha menester el sastre”, dijo un poeta; mas por la gracia discreta 370

le mandaron parecer. Súpose que eran sus galas solamente murmurar, y mandáronlo quemar entre cien comedias malas. Mas él, que no se desdeña, a trueco de hablar, de arder, dijo: “¿Malas han de ser? A fe que no falte leña”.

* * * La férrea presión de Felipe II supo sostener en España la unidad nacional, y con su incansable energía había dilatado, a lo menos, que su pueblo se desplomase de la magnífica posición que en Europa ocupaba; pero con la venida de Felipe III en 1598, el reino sufrió un cambio radical. El pueblo se hallaba al borde de la ruina, el Tesoro estaba exhausto, y sólo a costa de grandes dificultades pudo reunir el monarca la suficiente cantidad de dinero para los gastos de su matrimonio en 1598. El rey y el duque de Lerma caminaban hacia la más inaudita disipación, y los funcionarios públicos iban de puerta en puerta recaudando dinero para pagar los gastos de la Corte, cuyos excesivos tributos habían llevado al pueblo a un estado mísero. El abuso que Lerma hacía del poder no dejó de excitar la indignación, y aparecieron algunas sátiras contra él y contra don Rodrigo Calderón. El toque de atención dado en El pasajero fue oportuno, pues al publicarse el libro, Lerma era aún favorito, si bien cayó del favor real al año siguiente, reemplazado por el poco escrupuloso condeduque de Olivares. A pasos agigantados mermaba la gloria de España, que momentáneamente habría de sostener Carlos III, para sufrir casi un eclipse total al terminar el siglo XVIII. No mostró Figueroa misericordia alguna con los ministros de Felipe, atribuyéndoles los desastres que acontecían en España. “Es lástima no sólo que chupen como inútiles zánganos la miel de las colmenas, el sudor de los pobres; que gocen a traición tantas rentas, tantos haberes, sino que tengan osadía de pretender aumentarlas sin 371

influir, sin obrar, sin merecer. Son éstos (queden siempre reservados los dignos de alabanza) escándalo de la tierra y abominación de las repúblicas; y si no resultara consuelo de considerar su fin, espiraran de tristeza los discursivos, Al fin mueren entre tanta pompa y aparato. Al fin los abren como a brutos; al fin se oscurece su nombre, y con ser el olvido raíz de todas las ingratitudes y padre de todas las villanías, sólo en deshacer su memoria es hidalgo, justo, agradecido”. El brazo de Lerma tenía alcance suficiente para castigar a los que le ofendían, y realmente se necesitaba valor para de esta suerte acusar animosamente a él y a sus secuaces de haber causado la ruina del país. No era Figueroa hombre a propósito para dejarse arrastrar por la corriente de la opinión popular, y cuando advirtió los defectos de la administración de justicia y los vicios de la vida cortesana, no vaciló en hacer un poderoso esfuerzo para remediar estos males. No solamente protestó contra la corrompida administración, sino que censuró severamente la relajación moral y vida ociosa de los cortesanos. El joven de la nobleza que solamente pensaba en divertirse, mientras el resto del país perecía, especialmente excitaba su indignación. Sin embargo, sus protestas pasaron inadvertidas, y sólo consiguió atraerse la enemistad de aquellos a quienes había criticado. Junto a las disquisiciones en prosa, El pasajero contiene un gran número de poesías con que los viajeros rompían la monotonía de su viaje a Barcelona. Figueroa no consideró la poesía como su especial profesión, y creía que el escribir versos es con frecuencia dañoso, pues roba al poeta algunas horas que podían ser empleadas con más provecho; pero, no obstante esta opinión, escribió un número considerable de versos, aun en los últimos años de su vida. En El pasajero prometió escribir una “poética española”, pero desgraciadamente no llevó a cabo su proyecto, que de seguro hubiera proporcionado una interesante información sobre los poetas del Siglo de Oro. Sus versos, aunque correcta y cuidadosamente limados, son fríos y artificiosos, y rara vez ofrecen la verdadera nota de la poesía. Sus composiciones amorosas carecen de ternura y pasión, y debemos suponer que solamente las consideraba como ejercicios literarios, ya que la inspiración lírica pocas veces aparece. Su fuerte está en las 372

descripciones de la naturaleza, que muestran a menudo una gran delicadeza de sentimiento y una apreciación muy sutil de la belleza. Largos años de malestar y contraria fortuna le habían llenado de amargura, y muchos de sus últimos versos están teñidos de melancolía. Sólo admiraba Figueroa a los poetas Garcilaso, Camóens y Góngora. En El pasajero el Doctor aconseja a don Luis que no publique sus versos con el título Rimas sueltas, pues con este título habían aparecido algunos que debían ser quemados, y sólo los de Garcilaso y Camóens merecían elogio. Don Luis indica el título Flores de la edad para sus versos, pero el Doctor le rechaza porque “muchas flores no dan fruto”, aludiendo a la colección de Pedro de Espinosa, titulada Flores de poetas ilustres, que se había publicado en Valladolid en 1605. Esto era una condena general de los más grandes poetas de su tiempo, y no deberá admirarnos que sus obras alcanzaran escaso elogio de sus contemporáneos. Figueroa incluyó en El pasajero una muy bien escrita novela picaresca. En el curso de sus viajes por Andalucía, encuentra a un ventero llamado Juan, que había servido en el ejército de Piamonte, y que le cuenta sus aventuras después de abandonar Italia. Es de lamentar que Figueroa no intentara más libros de esta especie. El mismo año 1617, apareció un libro escrito en latín por Pedro Torres Rámila (1583-1658), quizá en colaboración con J. Pablo Mártir Rizo (1593-1642), La Spongia criticaba algunas obras de Lope, especialmente la Angélica, la Dragontea, la Jerusalem conquistada, y las comedias. Del tal libro solamente conocemos las citas hechas en la Expostulatio spongiae de Francisco López de Aguilar, pues se ignora que exista un solo ejemplar de la obra original. La crítica moderna cree que Figueroa fue el promotor de la antilopista Spongia, y que Pedro Torres Rámila, sería el maestro de El pasajero. Desde luego, Figueroa simpatizaría con ese ataque, pues aparece entre las personas que Francisco de Aguilar ridiculizó en su defensa de Lope. Francisco López de Aguilar tomó por su cuenta el replicar a los cargos de Rámila en la Expostulatio spongiae, que se publicó en junio de 1618. Hállase continuada al folio 43 por el Oneiropaegnion sive jocus (sueño jocoso), escrito en prosa latina con singular gracia e ingenio. 373

El autor supone que es trasladado por el aire a las gradas de San Felipe el Real de Madrid, y desde allí ve un tropel de gente que entra en una librería situada enfrente. Entrando a su vez, encuentra un grupo de silenciosos doctores, y pregunta la causa de su silencio a un personaje calvo, de abultado rostro (según una nota marginal manuscrita del ejemplar que poseyó Cayetano de La Barrera, este calvo era Suárez de Figueroa). Acariciándose la barba, contesta que aquella reunión se asemeja a las de los antiguos filósofos, que basaban sus escuelas de sabiduría en el silencio, no en palabrería. Esta es la contestación que pudiera esperarse de Figueroa, quien constantemente elogiaba las virtudes de griegos y romanos, como contraste con los defectos de sus contemporáneos. Sin rodeos manifiesta su manía de zaherir las obras de los demás, y dice que a causa de esto había recibido el nombre de Satyrion: “Ita notum est (inquit) per omnes Hispaniae et Italiae parte Satyrionis nomen… Primum quidem Aresius (esto es, Suárez) ab omnibus simpliciter vocabar, cum illud nomen mecum adolevisset, sed labentibus sensim rebus, ut ad scribendas satyras animum inclinavi, et plerisque Principibus, magnorum capitum detrimento risum satyrice conciliavi: ita promptissimis unius cuiusque suffragiis ad Satyrionis nomen evectus sum. Vix fidem adhibeas medius fidius, si dicam in hoc nomen ita fatorum ordinem conspirase, ut integro vitae meae curriculo in nullum aliud studiorum genus incubuerim, quam vel in privatorum mores, vel in codices traducendos”. Luego habla de sus traducciones del italiano: “Ex quo, si non mihi Satyrionis, traductoris certe, quod idem esse existimo nomen remansisset. Nam Italia, cuius tantam librorum farraginem, Hispana dictione donavi, mihi saltem in tanti laboris praemium hunc titulum indulsisset si statuis, et monumentis indignum laboris mei beneficium reputasset”. Satyrion habla después de algunas de sus pendencias literarias: “Verum ut non sunt omnes ad modestiam nati, et laesa tandem patientia surgit indignatio non omnibus affectus hic satyricus placuit, sed non pauci reperti sunt, qui in scripta mea diligentius inquirentes, non tantum me precibus denouerunt, sed alios etiam ne per somnium quidem violatos arte pessima in odium meum concitarunt”. 374

Curiosamente, el lugar citado, muy conocido como punto de reunión de los murmuradores, lo había mencionado Figueroa mismo en su Plaza universal (1615), censurando a los que pretenden adquirir reputación de doctos criticando a los demás: “Testigo desta verdad pudiera ser particularmente en Madrid, cierto puesto enfrente de San Felipe, donde en varios concursos y juntas se trata de supeditar el más ignorante al más científico, excluyendo la envidia (con solicitar descréditos) debidas estimaciones y alabanzas”. El convento de San Felipe el Real estaba situado en la calle Mayor, frente por frente al palacio del Conde de Oñate. Podría tratarse de la librería mencionada al pie de la portada de la primera ed. de Marcos de Obregón de Vicente Espinel (1618): “A costa de Miguel Martínez. / Vendese en la calle mayor, a las gradas de S. Felipe”. Lope quedó perfectamente defendido en la Expostulatio spongiae, pero nunca perdonó a Rámila su ataque, aludiéndole como “el famoso perro” en su epístola a Rioja titulada El jardín de Lope, y retratándole bajo el Tordo en la segunda parte de La Filomena, publicada en 1621. En 1621, publicó Figueroa sus Varias noticias importantes a la humana comunicación. En el prólogo a este libro nos dice que sus obras habían sido bien recibidas, que por virtud de esto había podido vivir algunos años en Madrid, y que se veía obligado a continuar su labor literaria hasta que el Rey le favoreciese con un empleo. De esto podíamos deducir que Figueroa no había aún recobrado el favor real en 1620; sin embargo, hubo de desempeñar algún cargo público durante once años entre 1606 y 1624, pues en su petición al Rey en 1606, hacía constar que durante dieciséis años había servido en varios puestos, y en una carta, fecha en agosto de 1624, decía haber servido a su rey y a su patria en varios destinos durante veintisiete. En el citado prólogo trata de refutar la acusación de que sus libros carecían de originalidad: “Hay algunos que con la hiel de sus entrañas procuran avenerar, deshacer y deslucir cuanto digno de alabanza con virtuoso sudor fabrica el más estudioso. Éstos, por disimular su apasionada intención, dan título de ajenos a los que son propios trabajos, aplicándoles nombre de mendigados fragmentos”. Procura justificarse diciendo: “No se podrá negar ser artificio ingenioso explicar con curioso 375

estilo las cosas más entre todos comunes y de la antiguedad más comunes”. A medida que Figueroa avanzaba en edad, sus libros iban tomando un tono más didáctico; y si bien la tendencia educativa se observa en todos sus libros, este elemento moralizador es más predominante en sus últimas producciones, y con especialidad en las Varias noticias. La división del libro en Variedades es muy arbitraria, pues el autor parte de un tópico para consignar sin orden aparente sus teorías. Filosofía, historia antigua, ética y política forman el principal asunto, y sus conclusiones están siempre fortalecidas por copiosas citas de los autores griegos y latinos, de los cuales muestra tener un profundo conocimiento. Estas disquisiciones, aunque tal vez provechosas, son sumamente pesadas, y nuestro interés se aviva solamente cuando trata de la sociedad de su tiempo. Antes hemos visto a Figueroa aparecer en El pasajero como un austero moralista, atacando sin miedo la pervertida administración y los vicios de la vida privada. En las Varias noticias aceptó idéntica misión, reprobando la escasa atención hacia las Letras y los abusos existentes en el alto Clero y en los empleados. Lamentaba que los escritores no recibieran protección, y fustigaba el libertinaje de los jóvenes nobles. Es indudable que con toda sinceridad se esforzaba en reformar los vicios de su tiempo, y que con ello se imponía su propio sacrificio, pues después de atacar las vergonzosas prácticas de los que ocupaban el poder, no era probable que obtuviese ningún favor de su mano. Figueroa nos da una sombría pintura del reinado de Felipe III, período tan brillante por su literatura y tan deplorable por sus daños de negligente y depravada administración. Sin embargo, los moralistas y reformadores constituían tan sólo una pequeña minoría; la Corte y el pueblo hacían oídos sordos a estos avisos. El año en que se publicaron las Varias noticias, el indolente y despreocupado Felipe IV subió al poder, y España se hundió aun más profundamente en el desorden, la corrupción política y la miseria. * * *

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En 1622, don Antonio Álvarez de Toledo, duque de Alba, fue nombrado Virrey de Nápoles, y asumió los deberes de su nuevo cargo el 24 de diciembre de aquel año. Figueroa inmediatamente hizo trabajos para conseguir un empleo. Su petición, beneficiada quizá por la vecindad de casas, recibió favorable acogida, y en 22 de febrero de 1623 fue nombrado Auditor de la ciudad de Lecce, próxima a Napoles. Cuando Figueroa llegó a Nápoles, la ciudad se hallaba en una situación lastimosa. Los excesivos impuestos, unidos a una crisis rentística, habían puesto al pueblo al borde de la indigencia, y por la mala conducta de Hanibal Macedonio, Gobernador de la ciudad, la administración de justicia estaba en suspenso. Por todas partes se cometían crímenes, sin que los culpables temieran el castigo. Figueroa, con su rigor acostumbrado, en los seis meses que duró su mando, hizo ahorcar a cinco hombres, y condenó a galeras a un centenar. Pero a los pocos meses, Figueroa y su colega don Juan Antonio Ricciardo fueron destituidos de sus cargos. Se deduce que Hanibal Macedonio, celoso de que la ciudad se había regenerado de una larga indisciplina, y de la fama de recta administración que Figueroa y su colega adquirían, no conforme con ser eclipsado por estos dos nuevos funcionarios, discurrió el malquistarlos con el Virrey. Corrió la voz de que Figueroa y Ricciardo habían convenido en administrar el tribunal a su gusto y cometido toda clase de abusos. No sabemos cuánto tiempo permaneció Figueroa sin empleo, pero en diciembre de 1627 desempeñaba el cargo de Auditor della Regia Udienza de Catanzaro, en la provincia de Calabria, perdiendo este puesto en 16 de noviembre de 1628. Y es que Figueroa se vio metido en un grandísimo conflicto entre los poderes civiles y eclesiásticos. En diciembre de 1627, cierto funcionario del gobierno llamado Francisco Antonio Stantione fue enviado a Nicotera para recaudar tributos. Su celo le llevó a exigirlos también a ciertas órdenes religiosas que siempre habían logrado esquivar la carga de las contribuciones. Estas comunidades tenían gran influencia con el obispo de Nicotera, y como Stantione se negase a ceder en sus derechos, fue excomulgado. Confiando en que obraba de acuerdo con las órdenes del Virrey, insistió en cobrar las cantidades correspondientes, y por último, fue aprisionado. 377

Cuando las noticias de su detención llegaron a oídos del duque de Alba, éste dio órdenes a la Regia Udienza de Calabria para sacar a Stantione de la prisión de Nicotera. Se decidió en la Regia Udienza de Calabria que Suárez de Figueroa fuese a Nicotera a ejecutar las órdenes del Virrey. Al llegar allá, el obispo sospechó que aquél procuraría libertar a Stantione, y le envió un monitorio, declarando que Stantione era prisionero del Santo Oficio. Cuando supo que Figueroa se jactaba de ponerle en libertad a la fuerza, hízole saber que ejecutándolo así violaría la bula de protegendis, de Pío V, y se exponía al castigo en ella especificado. Figueroa armó a su tropa, echó a tierra cuatro puertas de la prisión, y puso en libertad a Stantione, quien fue más tarde encerrado de nuevo por los agentes de la Inquisición; pero fue juzgado con indulgencia, pues se resolvió que volviese a Nicotera, y que el obispo le absolviera públicamente de su excomunión. El gran perjudicado no fue otro que Figueroa, que, aunque apoyado por el Virrey, se encontró en el centro de aquel pulso entre poderes. El Santo Oficio perdió toda esperanza de atraer al excomulgado Figueroa a su tribunal por medios pacíficos, y resolvió arrestarle por la fuerza. El 25 de enero de 1630 viéronle entrar en la iglesia de San Luis, y allí le detuvieron e hicieron preso los agentes de la Inquisición. A partir de ese momento desarrollaron por ambas partes todo tipo de gestiones, llegando a intervenir el Rey y el Papa. Pero el asunto le costó a Figueroa un año de cárcel en distintas prisiones hasta que se resolvió. Ignoramos cuándo saldría de las cárceles del Nuncio. En el año 1629 se publicó en Nápoles la última obra que de Figueroa poseemos: Pusilipo ratos de conversación, en los que dura el paseo. La escena del libro ocurre en un huerto de la colina de Posilipo, sobre la bahía de Nápoles, donde cuatro amigos van en busca de frescas brisas y amena conversación durante los largos días de verano. Su disquisición sobre el gobierno de Nápoles es valiosa como documento histórico, pero, aparte de esto, el libro ofrece escaso interés. Un profundo acento religioso (quizá por no enfadar más a la Inquisición) llena la obra entera, y emula el más apasionado misticismo en su descripción de los goces del Cielo. En otro orden de cosas, el libro va dedicado y otorga inacabables elogios al duque de Alcalá, ahora Virrey. También se alaba a 378

Góngora “Aquel Fénix de las agudezas, el solo poeta español, el moderno Marcial, más que él agudo en las burlas, y en las veras otro Papinio Estacio”. Habla de los romances Píramo y Tisbe y Leandro y Ero, como lo más deteitable que jamás había leído. En el prólogo, prometía publicar en breve la Residencia de talentos, que sería seguida de Olvidos de príncipes, sobre los males causados al mundo por los príncipes indignos. Ambos libros aparecen mencionados en la lista de obras, hecha y publicada por él, que se insertó en la edición de la España defendida impresa en Nápoles en 1644, pero nunca han sido citados por ningún bibliógrafo, y esto inclina a suponer que, si bien se escribieron, no llegaron a publicarse. En 10 de octubre de 1633, en Trani, donde desde enero de 1633 era Abogado Fiscal de la Audiencia, suscribió la aprobación a Los pastores del Betis, de Gonzalo de Saavedra. Esta es la última fecha cierta en su vida, sin que me haya sido posible encontrar ninguna referencia posterior en los Archivos de Nápoles. En 1644, su España defendida fue reimpreso en Nápoles, consignándose ser “por su autor reconocido, y de las erratas enmendado”. Así que es probable que Figueroa viviera todavía en 1644. En el prólogo dice haber desempeñado cargos oficiales durante 42 años. Si se descuentan los 32 que en el Pusilipo (1629) dice que había servido al rey en varios puestos, resulta que en el periodo 1629-44 había disfrutado de empleo 10 años. Hasta 1633 no recibió su nombramiento de Trani, y debió de poseer éste u otro empleo por lo menos hasta 1643, en que comenzara la nueva edición de su poema. En el mismo prologo inserta una lista de las obras que había compuesto y publicado hasta entonces. A más de los dos libros prometidos en Pusilipo, menciona como escritos y publicados Desvarios de las edades: Escarmientos para todos, y La aurora, con los primeros ejercicios de vivientes. No se sabe que exista ninguno de estos dos libros, y parece más queprobable que no se publicaran nunca; pero por los títulos podemos deducir que los elementos didácticos que adoptó en la Plaza universal y en El pasajero tenían cabida en estas últimas obras. Ignoramos la fecha de su muerte, pero probablemente ocurrió después de 1644. 379

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LIBROS PUBLICADOS POR CRISTÓBAL SUÁREZ DE FIGUEROA 1. (1602?) Espejo de juventud, requisitos a un cavallero. Figura en una lista de los libros compuestos por Figueroa durante los diez años anteriores, en el prólogo a los Hechos de don García Hurtado de Mendoza (1613). También mencionado en la ed. de la España defendida, Nápoles, 1644. 2. (1602?) El pastor Fido. Tragicomedia pastoral de Battista Guarino. Traducida de Italiano en verso Castellano por Christoval Suarez, Napoles, Tarquinio Longo. 2.1. (1609) El pastor Fido, tragicomedia Pastoral de Baptista Guarini. Traduzida de Toscano en Castellano por Christoval Suarez de Figueroa. Valencia, en casa de Pedro Patricio Mey. 2.2. (1622?) El pastor Fido. Tragicomedia Pastoral, de Battista Guarino. Traducida de Italiano en verso Castellano por Christoval Suarez, Dottor en ambos derechos. En Napoles, Domingo d’Ernando Macarano. 3. (1609) La constante Amarilis, Prosas y versos de Christoval Suarez de Figueroa. Divididos en quatro Discursos. Valencia, junto al molino de Rovella. 3.1. (1614) La constante Amarilis, De Christoval Suarez de Figueroa. Diuisée en quatre Discours. Traduite d’Espagnol en François, par N. L. Parisien. Lyon, Claude Morillon. 3.2. (1781) La constante Amarilis, Prosas y Versos de Christoval Suarez de Figueroa, divididos en quatro discursos. Tercera impression. En Madrid, Antonio de Sancha.. 4. (1612) España defendida, poema heroyco, de Christoval Suarez de Figueroa. Madrid, Juan de la Cuesta, 1612. 4.1. (1644) España defendida. Poema Heroico de don Christoval Suarez de Figueroa, Auditor de exercito y Provincia que fue por su Magestad. En esta quinta impression por su Autor reconocido, y de las erratas enmendado. En Nápoles, Egidio Longo. 5. (1613) Hechos de don García Hurtado de Mendoza, Quarto Marques de Cañete. Por el Doctor Christoval Suarez de Figueroa. Madrid, Imprenta Real. 381

5.1. (1616) Hechos de don García Hurtado de Mendoza, Marques de Cañete. Por el Doctor Christoval Suarez de Figueroa. En Madrid, en la Imprenta Real. 5.2. (1865) Hechos de don García Hurtado de Mendoza.(Colección de historiadores de Chile; Santiago de Chile). 6. (1614) Historia y anal relación de las cosas que hizieron los padres de la Compañía de Jesús por las partes de Oriente y otras, en la propagación del santo evangelio, los años pasados de 607 y 608. Sacada, limada, y compuesta de Portugués en Castellano por el Doctor Christoval Suarez de Figueroa. En Madrid, Imprenta Real. 7. (1615) Plaza universal de todas las ciencias y las artes, parte traducida de Toscano, y parte compuesta por el Doctor Christoval Suarez de Figueroa. Madrid, Luis Sanchez. 7.1. (1630) Plaza universal de todas las ciencias y artes, parte traduzida de Toscano, y parte compuesta por el Doctor Christoval Suarez de Figueroa. A Hierónimo Perarnau, Cavallero Catalan, Señor del Castillo y Lugar de la Roca de Albera, en el condado de Rossellon. En la Fidelíssima Villa de Perpiñan, por Luis Roure, Librero. 7.2. (1733) Plaza universal… nuevamente corregido, y addicionado para esta impression. En que se comprehende una universal noticia de cada una de las ciencias, sus inventores, origen, etc. De todas las religiones, sus principios, aprobacion y establecimientos… De las ordenes militares de dentro y fuera de España… De varias artes liberales, y mechanicas… Con una historica narracion en cada uno de estos particulares… Madrid. 8. (1615) Relación de la onrossísima jornada que la magestad del rey don Felipe, nuestro señor a hecho aora con nuetro príncipe, y la reyna de Francia, sus hijos, para efetuar sus reales bodas; y de la grandeza, pompa y aparato de los príncipes y señores de la corte, que yvan acompañando a sus magestades. Es relación la mas cierta que a salido de la corte. Ordenada por el Dotor Christoval de Figueroa, residente en ella. Este año. 9. (1617) El passagero. Advertencias utilíssimas a la vida humana. Por el Doctor Christoval Suarez de Figueroa. En Madrid, por Luys Sanchez. 382

9.1. (1618) El passagero. Advertencias utilíssimas a la vida humana. Por el Doctor Christoval Suarez de Figueroa. Barcelona, Geronimo Margarit. 9.2. (1913) El passagero. Ed. de Francisco Rodríguez Marín, Colección Renacimiento. 9.3. (1914) El passagero. Ed. de la Sociedad de Bibliofilos Españoles. En la Dedicatoria de El passagero (1617), el propio Figueroa indica: “Este libro… justamente puedo llamar hijo de mi inclinación y empleo de mi voluntad, por haber sido otros siete que escribí y publiqué partos de ajena instancia, etc”., dando a entender que todos los anteriores fueron traducciones o encargos; y probablemente excluya, por irrelevante, el título 8 de la presente Bibliografía. 10. (1621) Varias noticias importantes a la humana comunicación.. Por el Dotor Christoval Suarez de Figueroa. Madrid, Tomas lunti. Impresor del Rey nuestro Señor 11. (1629) Pusilipo. Ratos de conversación, en los que dura el paseo. Autor don Christoval Suarez de Figueroa. Nápoles, Lazaro Scoriggio, MDCXXIX. 4°. 12. (1610-12) Traducción al castellano del primer volumen de la Opere spirituali de la Madre Bautista di Genova. Mencionada en el prólogo a los Hechos de don García Hurtado de Mendoza de 1613, pero no incluida en la lista de las obras compuestas y publicadas por Figueroa inserta en la España defendida, ed. de Nápoles 1644. Sí están incluidas en esa lista los siguientes títulos: 13. Residencia de talentos 14. Olvidos de príncipes, daños seguidos por ellos 15. Desvaríos de las edades, escarmientos para todos 16. La Aurora, con los primeros exercicios de vivientes.

383

ANEXO

TEXTOS RELACIONADOS CON LA AUTORÍA DEL QUIJOTE DE AVELLANEDA

384

PROPONENTE

CANDIDATOS

TEXTO(S)

ALONSO CORTES Narciso

Fray Cristobal de Fonseca

El falso Quijote y fray Cristobal de Fon seca (Valladolid, 1920), Casos cervanti nos que tocan a Valladolid (Madrid, 1916,.pág.131)

ARIAS SANJURJO PARDIÑAS, Joaquín

rebate al cddto. Guillen de Castro

Avellaneda y el sentido oculto del Quijote (Santiago, Tip. Paredes, 1935)

de ARMAS Y CÁRDENAS, José

Luis Fernandez de Córdoba y Aragón, Duque de Sessa

Cervantes y el Duque de Sessa. Nuevas observaciones sobre el Quijote de Avellaneda y su autor (La Habana, P. Fernández, 1909)

----------

Vida ejemplar heroica de Miguel de Cervantes (t.VII, Madrid, Reus, 1948-58)

ASTRANA MARÍN, Luis

Avellaneda no es Pasamonte (Rvta. Dicenda, 1998)

AZCUNE, Valentín

rebate a cddto. Jerónimo de Pasamonte

BAIG BAÑOS, Aurelio

Quién fue el licenciado Alonso Fernánapoya al cddto. fray Alonso Fernández dez de Avellaneda (Madrid, J. Pérez Torres, ¿1915?

BONILLA Y SAN MARTÍN, Adolfo

Pedro Liñán de Riaza

Historia de la Literatura española de Fitzmaurice Kelly, pág 371

BRAGA, Teófilo

Lupercio Leonardo de Argensola

Quem foi o auctor do segundo don Quixote (Lisboa, 1905), Soluçao do problema de Avellaneda, durante tres seculos irreductivel (Coimbra, 1916)

BROWN, Rawdon

Gaspar Schöppe

Miguel de Cervantes of Alcalá de Henares and Carlo Emmanuele of Savoy (Londres 1873, trad. en la rvta. El Ateneo, Sevilla 1874)

CANAL, Maximiliano

fray Andrés Pérez

El padre fray andres Pérez de Leon, O. P., autor de La pícara Justina y del falso Quijote (Rvta. de Archivos, Bbtcas. y Museos, Madrid 1926)

CARBALLO PICAZO, Alfredo

de CASTRO, Adolfo

Cervantes, Avellaneda y los artículos (Studia Philológica, Homenaje a Dáma------------so Alonso, Madrid, Gredos, 1960, págs. 281-293) El conde-duque de Olivares y el rey Felipe IV (Madrid, 1846), Cervantes y Alarfray Luis de Aliaga, fray Alonso Fernáncón: Alarcón fue el fingido Avellaneda dez, Juan Ruiz de Alarcón (Varias obras inéditas de Cervantes, Madrid, 1874)

CAVALIERI PAZOS, José

fray Luis de Aliaga

CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín

Juan Blanco de Paz

CLEMENCÍN, Diego

opina que fue aragonés, fraile dominico y comediógrafo

COTARELO Y MORI, Emilio

Guillén de Castro

DÍAZ de BENJUMEA, Nicolás

Juan Blanco de Paz, Francisco López de Úbeda

Sobre el Quijote de Avellaneda y acerca de su autor verdadero (Boletín de la RAE, junio 1934, págs. 339-356) La estafeta de Urganda (Londres 1861), El correo de Alquife (Barcelona 1866), El mensaje de Merlín (Londres 1875)

385

DÍEZ y LOZANO, B

Lope de Vega

Compendio de la vida de Cervantes (Oviedo, 1905)

ESPÍN RAEL, Joaquín

Francisco de Quevedo

Investigaciones sobre el Quijote apócrifo, Madrid, Espasa-Calpe, 1942

FECED VALERO, P

apoya al cddto. fray Luis de Aliaga

El Quijote de Avellaneda (Las Provincias, Valencia, dcbre. 1947)

FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Martín

opina que fue un dominico aragonés, y protegido por fray Luis de Aliaga

Vida de Miguel de Cervantes Saavedra (Madrid, 1819, pág. 150)

FERNÁNDEZ GUERRA Y ORBE, Aurefray Luis de Aliaga liano

Algunos datos para ilustrar el Quijote (Madrid, 1863)

FITZMAURICE KELLY, James

Alonso Fernández de Avellaneda (opina Miguel de Cervantes Saavedra (pág. no hubo seudónimo) 194, B. Aires, 1944)

FORS, Luis Ricardo

fray Andrés Pérez

Criptografía quijotesca (La Plata, 1905), Espíritu del Quijote (B. Aires, Laso, Pardo y Cia. 1916), Vida de Cervantes (B. Aires. Fed. Universitaria,1916)

de FREITAS, J.

apoya al cddto. Bartolomé Leonardo de Argensola

Cervantes e Argensola (Lisboa, 1916)

GALLARDO, Bartolomé José

fray Luis de Aliaga

El buscapie del buscarruido de don Adolfo de Castro (Valencia, Imp. M. Cabrerizo, 1851)

GARCÍA SALINERO, Fernando

apoya al cddto. Alonso de Castillo Solór- Alonso de Ledesma ¿soldado y autor zano (en la introd. a su ed. del Quijote del falso Quijote? (Hispania L, págs. de Avellaneda, Madrid, Castalia 1972) 227-284)

GARCÍA SORIANO, Justo

Alonso de Castillo Solórzano

Los dos Don Quijotes. Investigaciones acerca de la génesis de El Ingenioso Hidalgo y de quién pudo ser Avellaneda (Toledo. 1944)

GERMOND de LAVIGNE, Leopold Alfred Bartolomé Leonardo de Argensola Gabriel

introd. a su ed. del Quijote de Avellaneda (París, Didier, 1853)

GILMAN, Stephen

opina que fue aragonés

Alonso Fernández de Avellaneda, a reconsideration and a bibliography, (Hispanic Revue, XIV, 1946, págs. 304-321); Cervantes y Avellaneda: estudio de una imitación (Nva. Rvta. de Filología Hispánica, Méjico, 1951)

GROUSSAC, Paul

Juan Martí

Le don Quichotte d’Avellaneda: une enigme litteraire: (París, Alphonse Picard et fills, 1903)

GUTIERREZ PALACIOS, Arsenio

Alonso Fernández Zapata

diario ABC, Madrid, 22 noviembre 1967

HARTZENBUSCH, Juan Eugenio

apoya al cddto. fray Luis de Aliaga

Cervantes y Lope en 1605 (Rvta. Española, 1862)

HERRÁN, Fermín

Miguel de Cervantes

HERRERO GARCÍA, Miguel

apoya el estudio tipográfico de F. Vindel

386

Vida de Cervantes (Madrid, Editora Ncal., 1948)

de HORNEDO, Rafael Mª

rebate al cddto. Alonso de Cas- Fernández de Avellaneda y Castillo Solórzano (Anales Cervantinos, II, 1952) págs. 249-267 tillo Solórzano

de LA BARRERA, Cayetano A.

apoya al cddto.fray Luis de Alia- Nuevas investigaciones sobre las obras de Cervanga tes (Madrid, 1863)

LEÓN MÁINEZ, Ramón

Lope de Vega

En su ed. del Quijote (Cádiz 1876) Aprobación verdadera del Quijote falso (Boletín de la RAH, LXVIII, 1916, pag. 557)

LÓPEZ PELAEZ, A. de LOS RÍOS LAMPÉREZ, Blanca

fray Gabriel Téllez, “Tirso de Molina”

Algunas observaciones sobre el Quijote de Avellaneda (La España moderna, 1897-98)

MALDONADO de GUEVARA, Francisco

Alonso Pérez de Montalbán

El incidente Avellaneda (Anales Cervantinos, V,1956-57, págs. 41-62)

MALDONADO RUIZ, Antonio

Antonio Mira de Amescua y Cervantes, su vida y sus obras (Barcelona, Labor, Lupercio Leonardo de Argensola 1947)

MARASSO, Arturo

Juan Valladares de Valdelomar

Cervantes. La invención del Quijote (B. Aires, Bbtca. Nueva, 1947); Cervantes. La invención del Quijote (B. Aires, Hachette, 1954.)

MARTÍN JIMÉNEZ, Alfonso

apoya al cddto. Jerónimo de Pasamonte

El Quijote de Cervantes y el Quijote de Pasamonte: una imitación recíproca (Bbtca. Est. Cervantinos, Alcalá de H., 2001)

MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Francisco

Don Guillém de Castro no pudo ser Avellaneda. rebate al cddto. Guillén de CasRéplica a Cotarelo (Valencia, Tip. Hijo de F. Vives tro Mora, 1935)

MARTÍNEZ UNCITI, Ricardo

Miguel de Cervantes

MAYANS Y CISCAR, Gregorio

opina que fue aragonés y pode- Vida de Miguel de Cervantes (Madrid, 1737, arts. 61 roso y sgtes.)

MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino

Alfonso Lamberto

MILLÉ Y GIMÉNEZ, Juan

Quevedo y Avellaneda (B. Aires, Helios, 1918), Una octava real de Lope y el falso Avellaneda (Hispania, Francisco de Quevedo, sin desXX, pág. 341); Una nueva interpretación acerca de cartar a fray Luis de Aliaga los artículos omitidos por Avellaneda en su Quijote (Rvta. del Ateneo Hispanoamericano, 1919)

MORENO GARCÍA, César

fray Luis de Granada

MOREY MORA, G.

fray Hortensio Felix Paravicino y El Greco, personaje y autor secreto del Quijote Arteaga (Palma de Mallorca, 1969)

NIETO, José

apoya al cddto. fray Luis de Aliaga

ORIA, José Antonio

Avellaneda es Cervantes (Barcelona, Studium, 1915);; Cervantes, autor de ambos Quijotes (diario El Debate, Madrid, 1916); La génesis del Quijote (Valladolid, 1918)

Introd. a su ed. del Quijote de Avellaneda, págs. 2741 (Barcelona 1905), Estudios y discursos de crítica literaria (Madrid, 1941, págs. 357-420)

Cervantes y el autor del falso Quijote (Madrid, 1905). La polémica de Menéndez Pelayo con Groussac sobre el Quijote de Avellaneda (B. Aires, Casa Impresora López, 1934)

387

ORTÍN, E.

El autor del Quijote espúreo (Crónica Cervantina, V, 1934, págs. 535-539)

OSTERC, ¿Ludovico?

Cervantes y Avellaneda (Anales Cervantinos, XXI, 1983, pág. 96)

PALAU Y MARSÁ, F.

apoya al cddto. fray Gabriel Téllez, “Tirso de Molina”

PELLICER Y SAFORCADA, Juan Antonio

Una nueva conjetura sobre el Quijote (Barcelona, 1902) Vida de Miguel de Cervantes (Madrid, Sancha, 1799, págs. 154 y sgtes.)

de PUELLES, Antonio Mª

Alonso de Castillo Solórzano

RIQUER, Martín

Jerónimo de Pasamonte

El Quijote y los libros (Papeles de Son Armadans, CLX, 1969). Cervantes, Passamonte y Avellaneda (Barcelona, Sirmio, 1988)

RIVERO, Atanasio

Antonio Mira de Amescua y Gabriel Leonardo de Albión Argensola

Memorias maravillosas de Cervantes. El crimen de Avellaneda (Madrid, Bbtca Hispana, 1916)

RODRÍGUEZ MARÍN, Francisco

opina que fue Alfonso Lamberto o bien en su ed. póstuma del Quijote, Atlas, “algún estudiantón famélico” Madrid 1949- t. IV

ROJAS, Ricardo

Cervantes (B. Aires, La Facultad, opina que Cervantes no supo quién fue 1935); Cervantes (B. Aires, Losada, Avellaneda 1948)

ROMERO FLORES, Hipólito R

opina que fue de la comarca de Zaragoza

Biografía de Sancho Panza, filósofo de la sensatez (Barcelona, Aedo, 1952)

ROSELL, Cayetano

apoya al cddto. fray Luis de Aliaga

Novelistas posteriores a Cervantes-I (BAE, XVIII, 1851; Atlas, 1946) La imprenta en Tarragona (Tarragona, 1977)

SALVAT i BOVÉ, Juan SÁNCHEZ, Alberto

¿Consiguió identificar Cervantes al opina que Cervantes no supo quién fue falso Avellaneda? (Anales Cervantinos, Avellaneda II, Madrid, 1952, págs. 313-331

SÁNCHEZ CASTAÑER, Francisco

Quien no pudo ser Avellaneda. Nuevos datos acerca de fray Alonso Fernández rebate al cddto. fray Alonso Fernández (Valencia, Mediterráneo t-II-6, 1944); Univ. Literaria, Fac. Filosofía y Letras (1941)

SÁNCHEZ PÉREZ, Juan Bautista (“JBSP”)

Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo

Avellaneda (Madrid–Cádiz, Escelicer, 1940)

SCHEVILL, Rudolph

rebate al cddto. Guillén de Castro

¿Quién era Alonso Fernández de Avellaneda? (Homenatje a Antoni Rubió i Lluch, Barcelona, 1936, págs. 555-568)

SERRA VILARÓ, Juan

Viçens García, rector de Vallfogona (Tarragona)

El Quixot d’Avellaneda fou imprès a Tarragona (diario La Cruz, Tarragona, 14 junio 1936); El rector de Vallfogona, Vicente García, autor del Quijote de Avellaneda (Barcelona, Balmes, 1940; parece que publicó una 2ª ed. ampliada)

SERRANO CASTILLA, Francisco

apoya al cddto. Alonso de Castillo Solórzano

¿Fue Alonso del Castillo Solórzano el autor del falso Quijote? (diario Patria de Granada, 23 abril 1944

388

TERZANO, Enriqueta

rebate al cddto. Fco. de Quevedo

Rvta. de Filología Hispánica, V, 1943, págs. 183-186

TORIBIO MEDINA, José

apoya al cddto. fray Alonso Fernández

El disfrazado autor del Quijote impreso en Tarragona fue fray Alonso Fernández (Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1918); Estudios Cervantinos (págs. 15-109)

TUBINO, Francisco Mª

rebate al cddto. fray Luis de Aliaga

Cervantes y el Quijote: estudios críticos (Madrid, A. Durán, 1872); El Quijote y la estafeta de Urganda (Sevilla, Imp. La Andalucia, 1872)

de USOZ Y RÍO, Luis

apoya al cddto. fray Luis de Aliaga

VINDEL, Francisco

Alonso de Ledesma

La verdad sobre el falso Quijote (2 vols. Barcelona, 1937); Las treinta casualidades que hacen que Alonso de Ledesma sea el autor del falso Quijote (Madrid, 1941)

389

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Colección Clásicos Carena Ediciones Carena quiere sumarse a la celebración del IV Centenario de la publicación de la obra cumbre de nuestras Letras: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. Para ello hemos iniciado una colección, Clásicos Carena. Como editorial independiente, y celebrando cuantas contribuciones puedan hacerse desde todas las perspectivas, queremos poner nuestro máximo empeño en la difusión de trabajos y aportaciones provenientes desde la sociedad "civil". Afortunadamente, son miles y miles los "cervantistas" o "quijotistas" que desde el anonimato trabajan apasionadamente, sin más interés que el del enriquecimiento espiritual, que no es poco. La colección estará dirigida por Enrique Suárez Figaredo, ingeniero eléctrico, que lleva años dedicado al estudio gozoso del Quijote, sin otro fin que formarse su propia opinión sobre los aspectos más oscuros relativos a la fijación del texto. Este buen quijotista ha dedicado muchas horas a la revisión de las más antiguas ediciones del Quijote, consultando ejemplares originales de las principales bibliotecas españolas y batallando con las reproducciones facsimilares al uso. Al tiempo, y por documentarse, ha leído (examinado, más bien) no pocos textos de nuestros Siglos de Oro, a la búsqueda de pasajes que le ayudasen a su proyecto. De ahí su éxito en la resolución del enigma de Avellaneda, primer título de la Colección. Su dedicación al texto del Quijote ha llegado a tal punto, que ha reconstruido (vocablo a vocablo y con la grafía original) el texto de aquellas ediciones antiguas (Madrid, Valencia, Bruselas, Barcelona…), reflejando en una gigantesca tabla las variantes textuales contenidas en ellas. Estos textos -casi facsímiles- y la tabla ha de ser de enorme interés para los especialistas y estudiosos, y para ellos estamos estudiando su distribución digital por medio de internet. Los títulos 'en papel' que estamos preparando son: Núm. 2 El Quijote 'de Avellaneda', de Suárez de Figueroa Núm. 3 El pasajero, de Cristóbal Suárez de Figueroa Núm. 4 Edición comentada del Quijote de Cervantes, de Suárez Figaredo