Carta de Santiago
 9788425408960, 8425408962

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Carta de Santiago

herder A

CARTA DE SA NTIAG O

EL NUEVO TESTAMENTO Y SU MENSAJE

OTTO KNOCH

Comentario para la lectura espiritual

Serie dirigida p o r W O LFG A N G TRILLING

CARTA DE SANTIAGO

en colaboración con KARL HERMANN SCHELKLE y HEINZ SCHÜRMANN

19 BARCELONA

CARTA DE SANTIAGO

EDITORIAL HERDER 1976

Versión castellana de J. M.* Querol, de la obra de Otto K noch Der B rief des Apostels Jakobus, dentro de la serie «Geistliche Schriftlesung», Patmos-Verlag, Düsseldorf 1964

Introducción Segunda edición 1976

I m p r ím a s e :

Gerona,

CRISTIANISMO EN ACCIÓN

23 d e a b r il 1965

José M.* Taberner, Vicario General

© Palmos- Verlag, Düsseldorf 1964 © Editorial Herder S. A P r o v e n z a 388, Barcelona (España) 1968

ISBN 84-254-0896-2

Es

p ro p ie d a d

D e p ó s ito l e g a l : G

rafesa

B. 39.669-1976

P r in te d in S p a in

La carta de Santiago, por ser más extensa que otras, ñgura en cabeza de las llamadas cartas católicas. Estas cartas, a excepción de la segunda y tercera de Juan, no se dirigen a una Iglesia o persona concreta, sino a una mayoría de cristianos. Son, pues, como unas encíclicas. Esta característica, puesta de relieve en el título de «cartas católicas», resalta muy claramente en la carta de Santiago, que es una disertación de índole ético-religiosa, cuya for­ ma literaria se ajusta al estilo epistolar. Se puede demos­ trar que no es propiamente úna carta, poique, a más de faltar el saludo de despedida y la firma, no aparece nin­ guna relación personal entre el remitente y los destinata­ rios. Los destinatarios son judeocristianos, pobres y opri­ midos, que viven en la diàspora, entre los paganos, pro­ bablemente « i Siria y Cilicia. El autor, que se presenta humildemente como «San­ tiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo», sin concre­ tar más en particular los fundamentos en que se apoya su autoridad, porque puede suponer que los destinatarios ya los conocen, es uñ cristiano procedente del judaismo. A un buen conocimiento del Antiguo Testamento y de la espi­ ritualidad judía de su tiempo une el autor una visión cer­ tera de las necesidades de sus correligionarios. Escribe un

- Nápoles, 249 - Barcelona

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griego muy cuidado \ Es imposible decidir si Santiago2, «hermano del Señor», primer responsable de la Iglesia de Jerusalén y «columna», junto con Pedro y Juan, de la Iglesia primitiva (Gál 2,9), conocía tan bien el griego (Je­ rusalén, como Galilea, era bilingüe en aquellos tiempos) o si utilizó como escriba y secretario a un judeocristiano de la diáspora griega. Según nuestra opinión, la carta no fue escrita más tarde del año 62 ó 63 después de Cristo. Por ser un documento inspirado procedente de la época 1. Así, usa juegos de palabras y asonancias de palabras semejantes, de parecida o idéntica pronunciación (l,ls ; 2,4; 2..13; 2,20); apóstrofes retóricos (4,13; 5,1); objeciones que se ponen en boca de interlocutores (2,18), la pro­ gresión sucesiva de palabras y de ideas (l,3s; 1,15); además cita el Anti­ guo Testamento según Ja traducción griega de los Setenta. 2. El Nuevo Testamento habla de tres personas de la primitiva comuni­ dad cristiana de Jerusalén, que llevaban el nombre de Santiago: el apóstol Santiago el Mayor, hermano de Juan Evangelista (cf. Mt 3,17; 5,37; 9,2; 14,33), que fue degollado por orden de Herodes Agripa por pascua del afio 42 (Act 12,2); el apóstol Santiago, hijo de Alfeo (Me 3,18; Act 1,13), a quien suele llamarse «el Menor», aunque no recibe tal nombre en los pasajes cita­ dos. Hoy día se cree que no hay que confundirlo con Santiago el Menor, «hermano» de Jesús e hijo de una mujer llamada María (Me 15,40; (5,3). Este último Santiago, después de un período iniciaj de incredulidad, creyó en Jesús, por lo menos desde que se le apareció resucitado (ICor 15,7; Act 1,14). Después de la huida de Pedro fue elegido jefe de la iglesia de Jerusalén (Act 12,17; 15,13-29; 21,18-25), y junto con Pedro y Juan, el evangelista, fue considerado como una de las columnas de la Iglesia primi­ tiva (Gál 1,1?; 2,9). Perseveró en el culto del templo y en el cumplimiento de las prescripciones legales, y se le llamó el «justo» por su piedad (véase E u s e b i o , Historia Eclesiástica ir, 1,2-5; 23,4-18.21). Sin embargo, no de­ fendió severa y celosamente las leyes mosaicas, antes al contrario abogó en defensa de los cristianos que provenían de los gentiles, para que se les li­ berase de la obligación de observar estas leyes (Act 15,19.28s; Gál 2,1-10). Según Flavio Josefo (hacia el año 70 después de Cristo) y Hegesipo (hacia el afio 170 después de Cristo) unos celosos defensores de la ley judía le dieron muerte violenta por pascua del año 62 después de Cristo, siendo sumo sacerdote Anás ii. Si se acepta que Santiago el Menor ha escrito esta carta, entonces se encuentra la mejor explicación que pueda darse de que el autor no use el título de apóstol en Sant 1,1, de la indudable autoridad del remi­ tente, de su ambiente espiritual, así como también de su familiaridad con una tradición muy antigua que recordaba palabras de Jesús, sobre todo tal como se encuentran en el sermón de la montaña de Mateo. Sobre este asunto cf. A. W i k e n h a ü s e r , Introducción al Nuevo Testamento, Herder, Barcelolona 21966, p. 346s; J. C a n t i n a t , en A. R o b e r t y A. F e u i l l e t , Introduc­ ción a la Biblia,, Herder, Barcelona *1967, p. 513-519.

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apostólica, garantizado por el hecho de estar incluido en el canon, las afirmaciones de la carta tienen validez incon­ trovertible. " La carta está compuesta a la manera de un «libro sa­ piencial» del Antiguo Testamento (libro de los Prover­ bios, Eclesiastés, libro de la Sabiduría, Eclesiástico) y ex­ pone, sin ilación rigurosa, una serie de advertencias, ins­ trucciones y normas, enfocadas hada la vida práctica cotidiana de los judeocristianos de la diáspora. Utiliza el tesoro de ideas contenidas en el Antiguo Testamento y en las tradiciones judías, que constituían la base de la ense­ ñanza ético-religiosa de aquel tiempo, pero, además, se inspira intencionadamente en la tradición cristiana primi­ tiva, tal como existía en la Iglesia primitiva y en las igle­ sias judeocristianas. Así, encontramos en esta carta la versión escriturística primitiva de muchas sentencias del sermón de la m ontaña8; también ocupan un lugar central las exigencias apremiantes del mandamiento fundamental (2,8-11; cf. Mt 22, 39s; Rom 13, 8-10). Pero, ante todo, la actitud de la carta está determinada, decisivamente, por el espíritu de la actitud de Jesús. La ley ritual está dero­ gada; la nueva ley del cristiano es la «ley perfecta, la de la libertad» (1,25; cf. 2,12), que culmina en la «ley regia» del amor al prójimo (2,8). Se excluye por completo el deseo de obtener una recompensa en la tierra como mo­ tivo del obrar del hombre. La solicitud y el amor del autor van dirigidos a los pobres, mientras’tiene palabras duras para la riqueza y para la autosuficiencia de los ricos (2,1-9; 4,13-5,6): «¿No escogió Dios a los pobres según el mundo, pero ricos en la fe y herederos del íeino...?» (2,5). Según la carta de Santiago, la vida del verdadero cristiano se caracteriza y está determinada por una serie 3. 5,11 =■ M t 3,12 = M t 7,16.

5,34-37;

2,5 = M t

7

5,3-5;

2,13 = 5,7;

2,15 - M t

6,25;

de virtudes: humildad (4,6.10), mansedumbre (1,21), mi­ sericordia (2,13), amor a la paz (3,18), hospitalidad, soli­ citud por los pobres, por los pecadores (5,16), por los indi­ gentes, por los enfermos e incluso' por los que se han desviado y perdido (5,19s), entrega confiada a la provi­ dencia del Padre Eterno, que gobierna con sabiduría y sólo concede dones buenos (1,17; 4,13-15; 5,7s), oración continua perseverante, en todas las circunstancias de la vida (1,6; 4,2-10; 5,13-18) y, por fin, paciencia que no desfallezca en medio de las pruebas y tribulaciones de: este mundo (l,3s.l2; 5,7-12). Los libros sapienciales dan nor­ mas generales de prudencia y de vida; la carta de San­ tiago, en cambio, intenta lograr una total subordinación de todos los ámbitos de la vida a la voluntad de Dios, que fue promulgada en su plenitud y perfección por el Señor Jesús. La gran aspiración de esta carta es que los (judeo)cristianos, en la vida cotidiana, tomen en serio su fe y pongan en práctica lo que creen y profesan. ¿Qué utilidad tiene una vida aparentemente piadosa y dispuesta a obe­ decer a los mandatos divinos, si sus más profundos móvi­ les y objetivos no están determinados por la fe? ¿De qué aprovecha una fe que no repercute en la vida, transfor­ mándola? Una fe que no toma en serio la vida de cada día, que no pone su sello en el obrar del hombre, no es digna de ese nombre. Es un puro engaño: «Como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también está muerta la fe sin obras» (2,26). Santiago no se contenta con estas consideraciones de tipo general. Es implacable a la hora de sacar consecuen­ cias para la vida práctica. Se sirve para ello de una serie de sentencias que plantean con agudeza los problemas ca­ racterísticos de estas comunidades judeocristianas de la diàspora. Muchos pobres son explotados y oprimidos por los grandes terratenientes; se les insulta, incluso, por su

fe, y se les conduce ante los tribunales (2,1-9; 5,1-6; 5,13). Por eso muchos se han entregado a una servil apetencia de todo lo que trae consigo honra y autoridad, y han de­ mostrado desdén por los pobres, miserables e incultos de la comunidad (2,1-8). También hay ricos y personas aco­ modadas que se hacen tributar honores y viven seguros de sí mismos, haciendo planes, como si su destino estu­ viera exclusivamente en sus manos (5,1-6; 4,13-17). Hay algunos que saben decir palabras hermosas al hermano indigente, pero cierran sin compasión sus bolsi­ llos y su corazón a sus necesidades. Hay envidia y celos, un afán de «justificación» por los propios méritos y un pru­ rito de reformar al prójimo, especialmente a los cris­ tianos. A esto se unen precipitación y arrogancia en hablar y en juzgar, e incluso ofensas y calumnias (4,1-12). Apa­ rece un espíritu malsano de murmuración, de refunfuñar unos contra otros, que destruye la comunidad (5,9a); se advierte un celo por advertir, enseñar, instruir y gobernar a la comunidad; es un celo teñido de egoísmo y conduce a pendencias, a espíritu de contradicción, a sutilezas, con­ tiendas y antagonismos (3,1-4,12); se nota una gran pusila­ nimidad en los contratiempos y necesidades de la vida cotidiana, porque se duda de la providencia bondadosa de Dios, como si Dios fuese la causa de cuantos males caen sobre sus fieles servidores en el mundo (1,2-18). Es, pues, muy natural que de aquí resulten deficiencias en la fe, en la oración y en la vida, hipocresía y apariencias de piedad (1,8.19-25; 2,14-26; 4,1-17), que las tribulaciones se trans­ formen en verdaderas tentaciones y lleven a algunos a la caída (5,19s). Es también natural que la demora de la parusía del Señor como juez y remunerador, que se espe­ raba como algo próximo, lleve a muchos a no seguir to­ mando en serio el juicio final y a apartar su vista del fin,

8

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y se lancen a vivir sirviendo al mundo, arrastrados por su egoísmo y por sus pasiones (4,13-5,11). Santiago se enfrenta a esta actitud y afirma que Dios examinará y juzgará la fe de cada uno según sus obras y sin acepción de personas, que la parusía del Señor está cerca, e incluso que las decisiones judiciales ya están to­ madas (5,1-9). Contrapone implacablemente esta actitud concreta de los cristianos, demasiado pusilánimes y dis­ puestos a aceptar compromisos, con las exigencias del Señor. Hay que tomar la fe en serio y vivirla (1,8; 4,8). Se mide a cada uno según sus frutos, según su vida. Sola­ mente un cristianismo de acción podrá mantenerse airoso en la parusía del Señor y recibir en posesión la herencia prometida. Es un toque de diana, una exhortación siempre válida, siempre necesaria, siempre actual, dirigida a los cristianos de todos los tiempos. «¿No sabéis que la amis­ tad del mundo es enemiga, de Dios?» (4,4). Permaneced, pues, en el mundo con corazón íntegro y fiel y con con­ fianza inquebrantable.

SUMARIO

E n c a b e z a m ie n to

(1,1)

1. Remitente (1,1a) 2. Destinatarios. Saludo (1,1 W

T e x to i » l a c a r t a

(1,2-S,20)

1. Beneficios aportados por las pruebas (1,2-18) I< La prueba es motivo de gozo (1,2-4) a) Produce constancia (1,2-3) b) La constancia lleva a la perfección (1,4) 2. Se necesita sabiduría para admitir esta verdad (1,5-8) a) Pidamos la sabiduría a D ios (1,5a) b) Dios da generosamente (1,5b) c) Pero hay que pedir con fe (1,6-8) 3. Las apariencias engañan (1,9-12) a) Sólo podemos gloriarnos en nuestra vocación (l,9-10a) b) Todas las riquezas pasarán (1,106-11) c) Bienaventurado el que soporta la prueba (1,12) .4. Sólo lo bueno proviene de Dios (1,13-18) a) La concupiscencia es la causa de la tentación (1,13-15) b) Dios es el creador de todo lo bueno (1,16-18)

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II. 1.

2.

3.

La palabra y las obras (1,19-27)

Manera de comportarse con la palabra (1,19-21) a) Disposición para escuchar (1,19-20) b) Mansedumbre (1,21) Realización de la palabra (1,22-25) a) Práctica de la palabra (1,22-24) b) Los que practiquen la palabra se salvarán (1,25) Características de la verdadera religión (1,26-27) a) La verdadera religión no consiste en las palabras (1,26) b) La verdadera religión se demuestra con obras (1,27)

V.

1. No pretendáis ser maestros (3,1-2a) 2. Es perfecto quien no falla en el hablar (3,26-4) 3. El poder de la lengua es pernicioso (3.5-8) a) Es fuente de mal (3,5-6) b) Es un poder indómito (3,7-8) 4. Sólo bendiciones debe pronunciar el cristiano (3,9-12) a) La triste realidad (3,9-lOa) b) La verdadera realidad (3,106-12)

VI. III.

Contra la acepción de personas (2,1-13)

1.

No impliquéis la fe con la acepción de personas (2,1-7) a) Obra mal quien da preferencia a los ricos (2,1-4) bj Dios escogió a los pobres para herederos del reino (2,5-6a) c) Los ricos son los principales responsables de la opresión de los cristianos (2,66-7) 2. Cumplid la ley regia (2,8-13) a) El que ama desinteresadamente, hace bien (2,8) b) Quien hace acepción de personas, comete pecado (2,9-11) 3. Ley de libertad (2,12-13)

IV.

Refrenar la lengua (3,1-12)

Contra el espíritu mundano, la envidia y el egoísmo (3,134,12)

1. La verdadera sabiduría y la falsa (3,1348) a) La verdadera sabiduría se muestra en el buen comporta­ miento (3,13) b) Raíces y frutos de la falsa sabiduría (3,14-16) c) Raíces y frutos de la verdadera sabiduría (3,17-18) 2. La amistad con el mundo es enemiga de Dios (4,1-6) a) La causa de todas las contiendas (4,1-3) b) Dios quiere todo el hombre (4,4-6) 3. Tomad en serio vuestra fe (4,7-12) a) Convertios a Dios (4,7-10) b) Pero, ante todo, no juzguéis (4,11-12)

La fe y las obras (2,14-26) VII.

1. La fe sin obras está muerta (2,14-19) a) La fe sin obras no sirve para nada (2,14) b) La fe se muestra en las obras (2,15-20) 2. Testimonio de la Escritura (2,21-25) a) Abraham fue justificado por las obras (2,21-24) b) Rahab se salvó por las obras (2,25) c) Resumen (2,26)

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1.

2.

Contra la presuntuosa confianza en sí mismo (4,13-5,6) ¡Ay de los que confían en sí mismos! (4,13-17) a) Sólo Dios es dueño del futuro (4,13-14) b) Pecado de la presuntuosa confianza (4,15-17) ¡Ay de los ricos de corazón endurecido! (5,1-6) a) Se va acercando el castigo (5,1-3) b) Todas las injusticias claman venganza al cielo (5,4-6)

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VIll.

Exhortación a la constancia (5,7-11)

1. Aguardad con paciencia el advenimiento del Señor (5,7-9) a) Fortaleced vuestros corazones, porque el Señor está cer­ ca (5,7-8) b) No os quejéis unos de otros (5,9) 2 El final depende de Dios (5,10-11) a) Tomad por modelo a los profetas (5,10) b) Bienaventurados los que perseveran (5,11)

C o n c l u s ió n

1. 2.

3.

d e la c arta

(5,12-20)

Prohibición del juramento (5,12) Orad en todas las circunstancias de la vida (5,13-18) a) En la alegría y eri la tristeza (5,13) b) En la enfermedad y en el pecado (5,14-18) Invitación a convertir al extraviado (5,19-20)

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TEXTO Y COMENTARIO

ENCABEZAMIENTO 1.1

1.

R e m it e n t e

e trata está ya pasado de moda, que era un peligro típica­ mente judío o judeocristiano. Este pensamiento habría crecido de la misma raíz que Santiago quiere desarraigar. No podemos salvamos solamente con un cristianismo de nombre. Santiago refuerza con una comparación el precepto que acaba de dar. Quien por medio de la fe ha penetrado en la verdad, pero sigue viviendo como si la fe no le hu­ biera dado una visión fundamental y nueva de su con­ ducta y de su vida, es como un hombre que contempla su rostro en un espejo y olvida inmediatamente lo que el espejo le mostró. Un mero conocimiento superficial de la fe no sirve para nada.

b) Los que practiquen la palabra se salvarán (1,25). 25 Pero quien fija su atención en la ley perfecta, la de la libertad, y es constante, no como oyente olvidadizo, sino para ponerla por obra, será bienaventurado al prac­ ticarla. He aquí un nuevo cuadro. Creer es inclinarse para mi­ rar con atención en el tesoro de la fe; es fijar la atención en las instrucciones de Dios, troquelarlas en la propia vo­ luntad y vivir ajustándose a ellas. Santiago nos exige que seamos constantes. Con ello subraya cuán necesario es para la debida consumación de la fe ocuparse siempre de la voluntad de Dios. Solamente es capaz de configurar toda su vida según la palabra divina quien va ajustando siempre su vida a la voluntad revelada de Dios, ocupán­ dose íntima y constantemente de su palabra.

Esta clase de vida, ¿sólo es una piedad externa y le­ galista, que nada tiene que ver con la salvación? Santiago habla de la ley de la nueva vida con una admirable expre­ sión: «la ley perfecta, la de la libertad». Esta ley procede de la voluntad salvadora de Dios, tiende a conseguir la perfección del hombre redimido y se despliega en la ley regia dei amor desinteresado al prójimo (2,8; cf. 4,1 ls). Esta ley, pues, es un brote de la libertad del hombre que ha sido redimido del pecado, del egoísmo y del espíritu de este mundo; conserva al hombre en la libertad y la desarrolla plenamente18. Sólo como hijo de Dios y primi­ cias de su mundo redimido es el hombre realmente libre para vivir según lo que es. Por eso la salvación se promete al que pone la ley por obra. No se trata sólo de la salvación futura, porque la salvación está ya actuando en la vida de los redimidos, que toman en serio la nueva realidad de la gracia que les ha sido concedida. La salvación futura no será sino la con­ sumación plena de la realidad ya presente de la gracia salvadora. Esta promesa la hizo Jesús con sus propios la­ bios a todos los que no sólo le confiesan con la boca sino que realizan su palabra y su voluntad (Mt 7,21-27). Cuan­ do el cristiano realiza la voluntad de Dios que, según la doctrina de Jesús, está resumida en el mandamiento fun­ damental del amor, la salvación se hace realidad presente en su vida.

18. Cf. Mt ll,28ss; 12,7; 17,25s; Rom 8,2; 6,7ss; Jn 8,31m .

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48 NT, Sant. 4

(1,26-27).

b) La verdadera religión se demuestra con obras (1,27).

a) L a v e rd a d e ra religión no consiste en p alab ras (1,26).

27 La religión pura y sin mancha delante de Dios y Padre, es ésta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación, y conservarse limpio de contagio del mundo.

3.

C a ra c ter ístic a s

d e la v erdadera r e l ig ió n

28 Si alguno cree ser realmente religioso y no refrena su lengua, sino que se engaña a sí mismo, su religión no es auténtica. Otro defecto que hay que evitar en la vida cristiana es la falta de dominio de las palabras. Santiago volverá a tratar después más extensamente de este peligroso defecto (3,1-18), que por lo visto era frecuente entre los judeocristianos de vida piadosa. Se trata de algo que motiva un en­ gaño de sí mismo. Probablemente se alude, ante todo, al afán de emitir juicio, de criticar, de murmurar, afán que entre la gente piadosa de todos los tiempos y lugares es con frecuencia despiadado. Este afán nace de la envidia, la rivalidad y la presunción (4,1 ls). A menudo se enmas­ cara incluso bajo la capa de celo por las cosas de Dios y la santidad de su pueblo. Esta forma de servir a Dios — pues eso es lo que significan propiamente las palabras que aquí se han traducido por religión y religioso— no vale nada, ya que no sirve a Dios ni al prójimo, sino a la presunción de la propia justicia y, por tanto, a los intere­ ses del príncipe de este mundo (3,15). Cristo ha dejado al descubierto de una vez para siempre Ja hipocresía de este celo religioso19. No son las palabras impregnadas de reli­ giosidad ni los discursos llenos de celo los que aprove­ chan ante Dios, sino la acción responsable que, en este caso, consiste en reprimir la lengua y en convertir el co­ razón, que confía en su propia justicia. 19.

Cf. Alt 5,21s; 7,1-5; 9,12s; 23,27s.

50

La verdadera religión se manifiesta en una vida labo­ riosa al servicio del amor fraterno y en la pureza de cos­ tumbres. No es la observancia puritana de prescripciones rituales, ni el cumplimiento meticuloso y literal de prácti­ cas externas de piedad, sino el amor misericordioso y acti­ vo con el indigente y el necesitado, lo que convierte la re­ ligión en verdadero servicio a Dios. Los huérfanos y las viudas representan tradicionalmente a todos los necesita­ dos 20. Además, hay que esforzarse sinceramente por san­ tificarse ante los ojos del Padre, que está en los cielos, según la medida de su propia perfección. Éste es el espíri­ tu de Jesús y del Evangelio. Contra toda clase de religio­ sidad puramente externa, que se limita a los ritos de culto, el Señor da como signo de ía auténtica religiosidad el co­ razón puro y las obras de misericordia21. Nuestra aspira­ ción hacia la perfección de Dios y nuestro deseo de ayudar al prójimo necesitado deben formar una unidad, si quere­ mos que Dios se complazca en el servicio que le presta­ mos en este mundo y en el culto. Ni la propia santifica­ ción sin amor al prójimo, ni el amor al prójimo sin la propia santificación bastan para agradar a Dios. Es fun­ damental comprender la necesidad de unir estos dos ele­ mentos, porque muchos cristianos están tentados a cuidar de uno de ellos, descuidando él otro. A veces, incluso, presumen de ello... 20. Cf. Ez 22,7.

Éx 22,22s; Dt 27,19; Eclo 4,10; S al 68,6; 146,9; I s 1,17; 21. Cf. M e 7; M t 23; 9,12-13; 25,31-46.

51

III CONTRA LA ACEPCIÓN DE PERSONAS 2,1-13

Santiago hace notar una nueva contradicción que apa­ rece en la vida religiosa: la preferencia incesante por los ricos, incluso en las comunidades cristianas, y el menos­ precio de los pobres. Este tema aparece ya en el prim er, versículo y luego se desarrolla con vivacidad, aclarado con ejemplos. Conviene observar que si es cierto que el ejemplo es una invención del autor, la enseñanza que en­ cierra la ha sacado, con toda seguridad, de su experiencia.

1. No

IMPLIQUÉIS LA FE CON ACEPCIÓN DE PERSONAS

(2,1-7).

a) Obra mal quien da preferencia a los ricos (2,1-4). 1 Hermanos míos, no impliquéis con acepción de per­ sonas la fe de nuestro Señor Jesucristo glorioso. 2 Supo­ ned que en vuestra asamblea entra un hombre con anillo de oro y con vestido elegante, y que entra también un pobre con vestido sucio. 3 Si atendéis al que lleva el vesti­ do elegante y le decís: «.Tú siéntate aquí en lugar prefe­ rente», y al pobre le decís: «Tú quédate allí de pie o siéntate bajo el escabel de m is pies», 4 ¿no juzgáis con par­ cialidad en vuestro interior y os hacéis jueces de pensa­ mientos inicuos? 53

La fe en Cristo, en el Señor, que se encuentra en la gloria de Dios, libera al cristiano de todo servilismo me­ droso o interesado ante otros poderes, cualesquiera que sean. No podemos seguir usando en el trato con los demás hombres las antiguas normas mundanas, porque son fal­ sas. No hay que juzgar al prójimo por su posición social o por su apariencia, por la estima que de él tienen los hombres, sino1por lo que es ante Dios. Y ante Dios todos somos iguales, tanto por nuestra condición de criaturas como por ser pecadores llamados a la salvación. Dios no mira las apariencias; Dios ve los corazones. No pueden, se­ guir utilizándose en las relaciones cotidianas las normas dictadas por puntos de vista terrenos, con frecuencia in­ justos y poco caritativos, ni siquiera cuando se trata de relaciones con no cristianos. En este ejemplo, que Santia­ go lleva al límite conscientemente, habla de gente que no tiene sitio fijo en la asamblea cultual. Lo que dice más adelante (2,6-8; cf. 5,1-6) indica que el rico es un no cris­ tiano que un día entra a participar en el culto divino cris­ tiano porque se siente interesado. Lo mismo puede decirse, probablemente, del visitante pobre. Mientras al rico se le asigna, en seguida, un sitio honorífico, que sea lo más cómodo posible, al visitante pobre se le concede poca atención. Nadie le cede el asiento. Por tanto, ha de que­ darse de pie o sentarse en el suelo. Ni es cristiana la pre­ ferencia otorgada al rico, que seguramente está influida por la intención de ganarle para la comunidad cristiana, ni es cristiano el menosprecio mostrado al pobre. Estas distinciones en la manera de tratar a las personas convier­ ten a tales cristianos en jueces inicuos, parciales y llenos de prejuicios. Obrando así, traicionan su vocación. Ya en el Antiguo Testamento22 se amenaza a tales 22. 3,1-4.

Cf. L ev 19, 15-18; D t 1,17; Sal 82; Am 5,11-15; Is 10,1-3; Miq

54

acepciones de personas con la rigurosas justicia de Dios. ¿Cómo podrán resistir ante quien, según palabras de Je­ sús, ha de medir al hombre con la misma medida con que el hombre haya medido (Mt 7,ls)? ¿Y cómo puede atraer y persuadir la fe del cristiano, si las normas que sigue en su vida contradicen por completo las normas de la fe? Esta forma práctica de vivir de muchos cristianos, adap­ tada a los criterios mundanos, ¿no constituye uno de los principales escándalos para los que están fuera de la Igle­ sia? ¿No hay que preguntarse si no se siguen con frecuen­ cia tales normas erróneas en la vida de los cristianos y dentro de las comunidades, y si nosotros mismos no te­ nemos que contamos entre los que consideran normal y natural tal forma de proceder?

b) Dios ha escogido a los pobres para herederos del rei­ no (2,5-6a). 5 Escuchad, hermanos míos queridos: ¿No escogió Dios a los pobres según el mundo, pero ricos en la fe y here­ deros del reino que prometió a los que le aman? 6 ¡Y vos­ otros habéis afrentado al pobre! Nuestra conducta ha de ajustarse a la conducta de Dios. Pues bien: Dios, en su infinita bondad, no ha ex­ cluido a nadie de su amor, ni siquiera a lós que poco o nada valen a los ojos del mundo. Al contrario: «Lo que para el mundo es necio, lo escogió Dios para avergonzar a los sabios» (ICor 1,27). Porque esos hombres, por razón, precisamente, de su indigencia, comprendían mejor que los demás la necesidad que tiene el hombre de ser salva­ do y estaban así especialmente dispuestos a abrirse al amor misericordioso de Dios. A dios, por tanto, se dirigía es­ 55

pecialmente el amor de Jesús y para ellos pronunció Jesús, por voluntad de Dios, su mensaje de salvación: «Bien­ aventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Le 6, 20). Una vez más Santiago es fiel testigo de su Señor. De lo antedicho no hay que deducir que los ricos estén excluidos de la salvación. Pero el hombre ha de recono­ cer esta especial elección de los pobres, de las clases so­ ciales inferiores, y ha de considerarlos y honrarlos como ricos por el tesoro de fe que poseen. Porque la verdadera riqueza del hombre es la elección divina, el don de la fe, la gracia de haber sido nombrado heredero del reino de Dios. Los elegidos son ricos ya ahora; los creyentes son herederos ya actualmente. Hay, pues, que amarlos y hon­ rarlos desde ahora. ¿Cómo se puede dejar de amar a aquellos a quienes Dios ama? ¿Cómo se puede dejar de honrar a quien Dios honra? ¿Cómo es posible que estas normas se descuiden tanto en nuestras comunidades? ¿Cómo es posible que se tenga en tan poca consideración y se respete tan poco en nuestras comunidades al herma­ no en Cristo, por el hecho de ser humilde o porque carece de importancia social o de cultura? ¿No pasamos con in­ diferencia nosotros mismos por delante de otros, después de la asamblea cultual? ¿No tenemos con frecuencia poco amor a nuestro hermano, a quien Dios ha escogido y ama? Quien no ama a su hermano, a quien ve, a Dios, a quien no ve, ¿cómo podrá amarle? (cf. lJn 4,20). El reproche de Santiago: «¡Vosotros habéis afrentado al pobre!», ¿no se nos puede aplicar también a nosotros?

c)

Los ricos son los principales responsables de la opre­ sión de los cristianos (2,66-7).

ob ¿No os oprimen los rices y os arrastran a los tri­ bunales? 7 ¿No son ellos los que blasfeman del hermoso nombre que ha sMo invocado sobre vosotros? Evidentemente las comunidades a las que Santiago es­ cribe están compuestas por miembros de las clases socia­ les inferiores. ¿No habrán tenido que sufrir amargas expe­ riencias con los grandes terratenientes, a quienes en ge­ neral tenían que servir como jornaleros (5,1-6)? ¿No han aprendido nada de esas experiencias y siguen teniendo debilidad por los ricos y los poderosos? Se nos da aquí una perspectiva de la vida cotidiana de los judeocristianos, a quienes no sólo se explota y se lesiona en sus derechos, e incluso se esclaviza, sino que se llega a insultarlos por su fe cristiana y a llevarlos ante los tribunales. No1se habla propiamente de una persecución a los cristianos, pero el cristianismo debe haber motivado una actitud cruel, abu­ siva y hostil de los ricos contra sus subordinados 23. Mu­ chas veces esa actitud se habrá traducido en acusaciones ante las autoridades civiles y de ahí se habrán seguido las acostumbradas consecuencias...24. Santiago da en seguida, la razón por la cual los cris­ tianos pueden soportar todas esas contrariedades: la elec­ ción de Dios y del Mesías Jesús en virtud del bautismo. En el bautismo fue invocado solemnemente sobre ellos el nombre de Jesús25 y pasaron así a ser propiedad de Cristo. Ya no han de temer a los ricos y a los poderosos, 23. Cf. IPe 3,15-4,6; 4,12-19; Heb 11,32-39; 12,1-17; 13,10-14. 24. Cf. Act 8,1-3; 13,45ss; 14,19s; 16,19; 19,29; 2Cor 11,21-33. 25. Cf. Act 2,38; 10,48.

56

57

porque gozan de la protección y del amor del Señor Jesu­ cristo, que es poderoso y tiene en sus manos el futuro. Tras esta alusión al bautismo se adivina la imagen de la compra de un esclavo: se pronunciaba el nombre del comprador sobre el esclavo adquirido y la compra quedaba así lega­ lizada (recuérdese que en la antigüedad el nombre repre­ sentaba a la persona). Más aún: Santiago recoge inten­ cionadamente en esta frase un título honorífico de Israel. Israel tenía conciencia de ser el pueblo que Dios había elegido como propiedad suya y expresaba esta conciencia definiéndose a sí mismo como el pueblo sobre el que había sido invocado el nombre de Dios 2a. Los cristianos son el verdadero pueblo de Dios, gracias a Cristo, que los eligió en el bautismo. Al defender su nombre y sufrir por él, rinden honor al nombre y a su Señor. Lo único que debe preocuparnos es honrar al Señor Jesucristo. Los cristianos deben despojarse de toda falsa adulación, de toda codicia del favor de los hombres, de toda pretensión ante los po­ deres humanos. De todo esto Ies ha librado Cristo. Ser­ virle a él es su honor. Sería erróneo condenar a todos los ricos. No se trata aquí de la conducta de los ricos, sino de la conducta de los cristianos. Resulta bien claro lo que Santiago quiere decir, y lo que quiere decirnos también a nosotros.

26.

Cf. Dt 28,10; Am 9,12; Jer 14,9; Xs 43,7; 2Par 7,14; 2M«c 8,15.

58

2.

Cum

p l id

la

ley

r e g ia

(2,8-13).

a) El que ama desinteresadamente, hace bien (2,8). 8 Si efectivamente cumplís la ley regia según la Escri­ tura: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19, 18). hacéis muy bien. Santiago nos muestra ahora la conducta que hay que observar con el prójimo, el amor que hay que tenerle, un amor que se equipara al amor que uno se tiene a sí mismo. Se trata de un amor desinteresado, tal como Dios lo exi­ gía ya en el Antiguo Testamento. Santiago llama a esta obligación ley regia, por dos razones. En primer lugar el autor quiere decir que toda la revelación de la voluntad de Dios, tal como está contenida en la Escritura, es decir, en el Antiguo Testamento, y tal como Cristo la ha cumplido (cf. Mt 5,17-19), está resumida en esta ley. En segundo lugar ese título (regia) manifiesta la eminente y suprema categoría e importancia de esa ley frente a todos los de­ más mandamientos y obligaciones morales. Su cumpli­ miento es ya suficiente para hacer al hombre capaz de proceder conforme a la voluntad de Dios y heredar así sus promesas. Santiago se refiere aquí al Antiguo Testamento y no a las palabras de Jesucristo, porque escribe a judeocristianos. Este mandamiento fundamental de la vida cristiana, en el cual está lo básico de toda la ley (judía) y los profe­ tas 27, se exigía ya en la antigua alianza. No se menciona el mandamiento del amor a Dios, porque no lo pide el curso de la argumentación. El cristiano ha sido elegido 27.

Mt 22,36-40; cf. Me 12,28-34; Le 10,25-37.

59

para adecuarse plenamente a la voluntad salvadora de Dios. Cristo, insistiendo en este mandamiento fundamen­ tal. nos ha presentado ia perspectiva auténtica de ia vo­ luntad de Dios. En este mandamiento fundamental ha compendiado todas las obligaciones, mandamientos y le­ yes. El pueblo de la nueva alianza representa la plenitud del pueblo de la antigua alianza, porque le ha sido reve­ lada enteramente, por medio de Jesucristo, cuál es la voluntad de Dios al hacer la alianza. Hemos de esforzar­ nos, pues, por vivir como linaje regio (IPe 2,9), ajustán­ donos a esa «ley regia».

b) Quien hace acepción de personas, comete pecado (2,9-11). 9 Pero si obráis con acepción de personas, cometéis pecado y quedáis ante la ley convictos de transgresión. El que guarda toda la ley, pero quebranta un solo pre­ cepto, se hace reo de todos. 11 Pues el que dijo: «N o co­ meterás adulterio», dijo también: «N o matarás.» Y si' no cometes adulterio, pero matas, te has hecho transgresor de ta ley. Quien hace acepciones entre los hombres y honra o ama a uno según sea su posición social, quebranta grave­ mente el mandamiento fundamental, el mandamiento del amor desinteresado, porque no ve en él a un prójimo, a quien Dios ha creado y destinado a la salvación con el mismo amor que a nosotros y a quien ha dado la misma grandeza y dignidad que a nosotros. Solamente tiene en cuenta si puede o no conseguir de él algún beneficio, en honra, favores o influencia. Peca contra la voluntad de Dios quien degrada así la imagen viva de Dios y procura 60

ponerla al servicio de los propios intereses. No se trata de una debilidad humana, de una imperfección comprensible o inofensiva. La voluntad de Dios forma un todo. Quien se opone a esta voluntad en un punto se opone al núcleo de la voluntad divina, que se manifiesta en la ley del amor (cf. 4,11-12). Todos los mandamientos de la segunda ta­ bla derivan de esta ley. Solamente puede salir airoso ante el tribunal de Dios quien ama al prójimo como a sí mismo, porque la voluntad de Dios procede del amor y tiende hacia el amor. ' Santiago ha entendido muy bien la enseñanza de Je­ sús, según la cual todos los pecados derivan de la falta de amor. La única forma de dominar el pecado y de que el mundo alcance la salvación consiste en vencer en el propio corazón el orgullo, el egoísmo y la falta de amor. Por eso, si se quiere que la libertad regia de Cristo reine en los corazones de los suyos, no hay que tomar a la li­ gera aquello que infringe el amor respetuoso y desintere­ sado28, sino combatirlo enérgicamente.

3.

L ey d e lib e rta d

(2,12-13).

12 Hablad y actuad como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad. 13 Pues habrá un juicio sin mise­ ricordia para quien no practicó misericordia. L a miseri­ cordia triunfa sobre el juicio. El cristiano está sometido a una ley de libertad, la ley del amor. Dios, por medio de Cristo, lo ha llamado al amor y lo ha adoptado como hijo y heredero. Lo ha ca­ pacitado para el amor, le ha liberado del poder maligno 28.

Cf. Mt 7,12; 15,1-20; 25,31-46; ICor 13.

61

del pecado, del propio egoísmo idolátrico y de todo víncu­ lo con la letra del legalismo judío. Por eso el cristiano debe pensar, juzgar, oir, hablar y obrar movido por esta libertad del amor a Dios y al prójimo. No puede agradar a Dios quien no ha amado, por más perfección que haya conseguido en las virtudes y en las buenas obras. Dios medirá al hombre con la medida de su benevolencia, que dispensa libremente sus favores: ésa es la libertad divina. Y le recompensará con la medida con que el hombre haya medido29: ésa es la justicia divina. Lo único que puede salvar es el amor que se entrega sin egoísmo. Dios corres­ ponderá generosamente a ese amor, aunque el hombre, en muchas otras cosas, no haya cumplido lo que Dios le pe­ día, porque, según un principio ya conocido en la antigua alianza, fa misericordia prevalece sobre el juicio30. ¿Cuál es la medida que nos aguarda? ¿No irían mejor las cosas en nuestras comunidades cristianas si todos vivieran según la ley de libertad, de amor, que es la ley de Dios?

29.

30.

Cf. Mt 5,7; 18,29.34; 25,45s; también Le á,38. Cf. Prov 19,17; Tob 4,12; 29,16's; también Mt 6,14; Le 7,47,

IV LA FE Y LAS OBRAS 2,14-26

Lo que aquí se expone constituye el objetivo principal de la carta, como lo demuestra la especial vivacidad del estilo. Alternando la exposición doctrinal con la contro­ versia demuestra Santiago que la fe sin obras está muerta (2,17.26; cf. 2,14). A causa de la contraposición entre fe y obras, y del ejemplo de Abraham, suponen algunos que Santiago se enfrenta aquí con una falsa interpretación de la doctrina de Pablo sobre el poder salvador exclusivo de la fe (sin las obras exigidas por la ley judía; Rom 3-4; Gál 3-4). El mismo san Pablo se opone ya a esta falsa inter­ pretación (Rom 6,1-23). El punto de vista de la argu­ mentación es diferente en ambos casos. Santiago muestra que una fe que no configura la vida según la voluntad de Dios no sirve para nada, porque no puede salvarnos. Pa­ blo, que se encuentra ante la concepción judía de que el hombre puede ser justo ante Dios y merecer el cielo por sí mismo y con sus obras, observando todas las prescrip­ ciones de la ley, no tiene más remedio que insistir en que el hombre pecador no es capaz de obrar su salvación con sus propias fuerzas, sino que, con fe, debe recibirla como un don de Dios. Esta afirmación de Pablo incluye la ne­ cesidad de realizar la fe en el amor; sólo así podrá pre63

sentarse sin temor al juicio de Dios También Santiago enseña que, en el juicio, Dios escrutará los frutos de la fe y ellos darán la medida de la recompensa.

b) La fe se muestra en las obras (2,15-20).

1. La

15 Si un hermano o hermana se encuentran desnudos y carecen del alimento diario, 16 y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, 17 ¿de qué servirá eso? Así tam­ bién la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma.

FE SIN OBRAS ESTÁ MUERTA

(2,14-19).

a) La fe sin obras no sirve para nada (2,14). 14 ¿De qué sirve, hermanos míos, si uno dice que tiene je, pero no tiene obras? ¿Podrá salvarlo la fe? La pregunta está formulada en términos claros y no espera obtener la respuesta de que la fe cristiana puede salvar; antes bien presupone lo contrario. La respuesta que se quiere obtener es que la fe sin obras y, por tanto, la mera posesión de la verdadera fe, la sola convicción no puede conseguirnos la salvación. La fe empuja necesaria­ mente a obrar según esa fe, a vivir según ella. Un creyente que no vive de acuerdo con las convicciones de su fe, que no configura su vida con el poder vital que le ha sido infundido, no es digno de ese nombre. Igual que la semilla tiende al fruto, la fe tiende a realizarse en obras confor­ mes a la fe. Por más que uno alabe el valor y los frutos del cristianismo y estime la profundidad de su enseñanza, el valor ético de su mensaje y sus valores vitales y cultu­ rales; por seguro que uno se sienta en su fe, todo es inútil si no la vive. Dios, en el juicio, tendrá en cuenta la obe­ diencia, la entrega y la fidelidad, la perseverancia en el amor. He aquí la llave de la vida eterna.

31.

Rom 12; 13,8-10; Gál 5,13; 6,1-10; iCor 3,10-15; 2Cor 5,9.

Santiago pone al descubierto el contrasentido y la inuti­ lidad de una fe sin obras en un ejemplo elegido a propó­ sito por su evidencia. Frente a tal tacañería y cerrazón a la indigencia del hermano en Cristo y a la ley fundamen­ tal del amor (2,8), el saludo fraterno y las palabras apa­ rentemente compasivas muestran toda su hipocresía. No hay verdadera fe; lo único que hay es una apariencia muer­ ta. Sabe muy bien lo que se le ha encomendado y parece que lo tiene en cuenta, pero en realidad no da un solo paso para ponerlo en práctica, ni siquiera en un caso de extrema necesidad, como el presente. Esta demostración es concluyente y, sin embargo, ¡con cuánta facilidad eludimos las exigencias evidentes de nues­ tra fe y precisamente en el amplio ámbito del amor al prójimo! Santiago sabe perseguir hasta los últimos escon­ drijos nuestra voluntad torcida, egoísta, engreída e hipó­ crita, y enderezarla. No tenemos otro camino que tomar realmente en serio lo que Dios nos pide. No podemos permitir que se enseñoree de nuestra vida la tibieza co­ modona, segura de sí misma, la indiferencia o la medio­ cridad. 18 Más aún, alguno dirá: «Tú tienes fe, yo tengo obras.» Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré por las obras mi fe.

64

65 NT, Sant. 5

Ahora se presenta con mucha brevedad una objeción: ¿Por qué sirven las obras sin la fe?; la fe es la virtud decisiva, y yo tengo fe. Considerada en sí misma, esta objeción no carece de fundamento. A diferencia de los no cristianos, el cristiano ha recibido gratuitamente por me­ dio de la fe el don de la nueva vida, la prenda y la heren­ cia del reino de Dios. Se trata de un don salvador real­ mente decisivo, que el hombre no puede conseguir con sus propias fuerzas. Es el fundamento indispensable para salvarse. Pero eso no nos autoriza a conservar pasivamente ese don, sin que se refleje en nuestra vida cotidiana. La obje­ ción, pues, no es más que un subterfugio. Sólo quien tiene fe, es decir, quien vive según su fe, puede realizar las obras de la fe. La fe de quien no tiene obras está muerta; el don divino se ha marchitado. Sólo la fe viva es auténtica. 19 ¿Tú crees que «hay un sok> Dios» (Dt 6,4)»? Haces bien. También los demonios creen y tiemblan. 20 ¿Quieres saber, hombre necio, cómo la fe sin las obras es estéril? Santiago hace suya la frase inicial de la oración «Escu­ cha, Israel» (sema), que, en tiempos de Jesús, los judíos rezaban tres veces al día. Moisés había exhortado con esta frase al pueblo congregado al pie del Sinaí para que se mantuviera fiel al Dios de la alianza (Dt 6,4). ¿De qué sirve la profesión de fe en un solo Dios, si no se toma en serio la fe en ese Dios y el cumplimiento de su voluntad? También los demonios conocen la doctrina contenida en la profesión de fe; muchas cosas incluso las ven con ma­ yor claridad que el hombre creyente (cf. Mt 8,29; Le 4,34). Pero esta ciencia no puede salvarles de su condenación, porque tienen cerrada para siempre la puerta, cuya aper­ tura les haría posible vivir según la fe. 66

En cambio, ¡qué halagüeñas posibilidades de salvación tiene el creyente! ¿Por qué, pues, no queremos damos cuenta de que úna mera profesión de fe, una fe que no va más allá del pensamiento y de los labios, no es suficiente para salvarnos, antes bien se convierte en causa de castigo?

2.

T e s t im o n io d e l a E s c r it u r a

(2,21-25).

a) Abraham fue justificado por las obras (2,21-24). 21 Abraham, nuestro padre, ¿no fue justificado por las obras al «ofrecer su hijo Isaac sobre el altar» (Gén 22,9)? 22 Ya lo ves: la fe actuaba juntamente con las obras y por las obras se hizo perfecta la fe. 23 Y así se cumplió la Es­ critura que dice: Creyó Abraham a Dios, y le fue compu­ tado a justicia, y fue llamado amigo de Dios. 24 Ya veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe. Santiago desarrolla la prueba indicada en el versículo 18, es decir, que la fe se muestra y se despliega en las obras. Por eso escoge al gran modelo de la fe y de los creyentes, Abraham. Ya para el antiguo pueblo de Dios, Abraham era el gran creyente, porque en medio de todas las pruebas demostró su confianza incondicional en Dios. Se sometió a la voluntad de Dios incluso cuando, en edad avanzada, le pidió el sacrificio de su heredero legítimo, sobre quien recaía la prom esaS2. Su fe tuvo que superar la prueba de las obras. No sólo la superó, sino que en ella maduró hasta el máximo, hasta la perfección. La finali­ dad de esta fe perfecta es la justicia, la justificación, es decir, la plena posesión de la vida como hijos de Dios y 32^ Gén 15,6; 22,9-12; cf. IM ac 2,52; Eclo 44,20; Heb 11,17 19.

67

la certeza de la herencia al lado de Dios (cf. l,12.17s; 2,5). La justicia otorgada anteriormente a Abraham (Gén 15,6) tuvo que perfeccionarse todavía mediante su colaboración en la prueba de la fe (Gén 22,9s). Por eso le fue conce­ dida la recompensa prometida a una fe tan perfecta: Dios le confirió la dignidad de amigo suyo. Este título hono­ rífico muestra admirablemente cuál es la nueva relación: una comunidad de vida íntima y cordial con Dios, que se inclina benignamente hacia la persona agraciada3S. Sólo cuando la fe se demuestra con las obras, consigne el creyente el premio prometido: la comunidad de vida con Dios. ¡Qué necio el creyente que no quiere ver este fin que Dios pretende y se engaña sobre el fruto de su fe! ¡Qué pobre es la fe del creyente que no se alegra y no tiende con todas sus fuerzas hacia esa meta suprema del esfuerzo humano! Santiago sigue las huellas de su Señor y como él es inflexible al exigir que el cristianismo de nombre, certificado por la partida de bautismo y profesa­ do de palabra, sea acrisolado en la prueba de la fe **.

b)

Rahab se salvó por las obras (2,25).

25 La misma Rahab, la meretriz, ¿no se justificó por las obras al recibir a los mensajeros y al despedirlos por otro camino? Santiago aduce otro ejemplo tomado del Antiguo Tes­ tamento, que muestra en forma aún más contundente el poder salvador de la fe demostrada con obras; la salva­ ción de la casa de la meretriz Rahab. Escondió a los mensajeros de Israel para que no fueran descubiertos por 33. 34.

Cf. Is 41,8; Dan 3,35; 2P ar 20,7. Cf. M t 7,21-27; 13,1-23; Le 6,43-49; 8,4-21.

68

quienes los buscaban, y por esta acción fue preservada del exterminio que siguió a la conquista de la ciudad (Jos 2,1-15; 6,17-23). Había oído hablar de los prodigios obra­ dos por el Dios de los israelitas e hizo causa común con ellos, ayudándolos en un trance tan peligroso. Este ejem­ plo nos resulta chocante en los tiempos actuales, pero al presentarlo Santiago recurre a una antigua interpretación cristiana que veía en la conducta de esta pecadora un mo­ delo y un ejemplo para el creyente (cf. Heb 11,31). En el destino de esta mujer el cristianismo primitivo veía una prueba efectiva del inexplicable amor de Dios a los peca­ dores, que Jesús patentizó más tarde tan admirablemente en su trato con los publícanos, las meretrices y los extra­ viados 85. Pero si Rahab se salvó, fue porque creyó y actuó. ¡Qué fuerza tiene la fe, que es capaz de salvar y de santi­ ficar cuando se la abraza vitalmente y se refleja en la acti­ vidad cotidiana! ¿Por qué no creemos, o no creemos como se debe, en esta fuerza que es capaz de transformar nues­ tra vida? ¿Por qué nos arriesgamos tan poco por conseguir que la fuerza de nuestra fe se despliegue en el curso de nuestra vida? ¡Cuántas promesas contiene la fe viva, re­ suelta, que se manifiesta en las obras!

c)

Resumen (2,26).

2B Así pues, como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también está muerta la fe sin obras. Santiago resume, con una comparación, sus razona­ mientos sobre la fe y las obras. El punto de contacto entre ambos miembros de la comparación es el estado de muer35.

Cf. M t 9,9-13; 15,24; Le 7,36-50; 15; Jn 8,1-8.

69

te. Así como de un cuerpo muerto se deduce la ausencia del alma que vivifica, así de una fe sin obras se deduce la ausencia de una fe viva. Una fe que no se vive, que no conforma el obrar, es inútil para conseguir la salvación, no puede salvar, está muerta. Por eso ese tipo de creyentes son verdaderos cadáveres vivientes: a los ojos de Dios no existen. No hay, pues, que sorprenderse de que el Señor, que ha de volver como juez, fulmine contra tales creyen­ tes el terrible anatema: «Jamás os conocí; apartaos de mí» (Mt 7,23), aunque lleven su nombre y Je invoquen como su Señor. Quien, en cambio, sigue los .consejos de Santiago, su fiel servidor, puede alegrarse como Abraham y Rahab por la venida del Señor y por su trato íntimo con él. ¿Qué nos dirá el Señor a nosotros?

V

REFRENAR LA LENGUA 3,1-12

Santiago pasa ahora a tratar de otro vicio que brota en la vida cristiana y del que hasta ahora sólo había ha­ blado incidentalmente (1,19.26), es decir, de los excesos que se cometen con la lengua. Santiago alude a la gran tentación que experimentan todos los judeocristianos de darse tono en las asambleas religiosas como intérpretes de la Escritura y maestros de la fe (3,1), y con esta ocasión expone el poder diabólico de la lengua no dominada (3,3-12). Se sirve de ideas familiares a los judíos y judeo­ cristianos, con las cuales pone ante los ojos, en forma grá­ fica, los efectos destructores de la Jengua desenfrenada. Su exhortación a dominar la lengua y a subordinarla al espíritu de la fe y del amor es válida para todos los cris­ tianos.

1. No

PRETENDÁIS SER MAESTROS

(3,l-2fl).

1 No os constituyáis muchos en maestros, hermanos míos, sabiendo que tendremos un juicio más severo. 2a Pues todos nosotros fallamos con frecuencia.

70

71

Todo varón israelita mayor de edad podía pedir la pa­ labra en la sinagoga durante el acto cultual y explicar la Escritura, fortalecer la fe, instruir, edificar, exhortar o consolar. También Jesús lo hizo36. Pero los doctores de la ley, que habían estudiado la Escritura y gozaban de gran reputación, constituían un grupo aparte. El cristia­ nismo primitivo conservó esta institución; también en él los maestros constituían un grupo aparte, que gozaba de gran consideración37. Es más, se admitía en principio que había que acoger a tales maestros como al mismo Señor, pues hablaban en su nom bre38. No debe maravillarnos, pues, que muchos aspirasen a aparecer como maestros sin que los motivos que les impulsaban fueran siempre total­ mente desinteresados, libres del afán de prestigio y de la codicia de honores. Santiago pertenece al grupo de los maestros y puede juzgar por propia experiencia. Sabe de­ cir la palabra oportuna, que manifiesta además sus pro­ pios sentimientos. Recuerda la gran responsabilidad que tiene quien habla en nombre de Dios. Cuando se trata de la fe y de la salvación de las comunidades, las reflexiones y exhortaciones puramente humanas pueden provocar no sólo creencias erróneas, sino incluso la condenación. En este punto no es posible rehuir la propia responsabilidad S9. Si a todo cristiano se le pedirá cuenta de sus palabras (Mt 12,34-37), con razón, ¡cuánto mayor se le pedirá a quien, en nombre de Dios, predica la palabra revelada y 36. Cf. Le 4,16-30; Act 13,14-52; 15,1-7; 16,13-15; 19,8-10. 37. Act 13,1; ICor 12,28s; E f 4,11; Heb 13,7. 38. L a doctrina de los doce apóstoles es un antiguo escrito que tuvo su origen a fines del siglo i o a principios dej n d.C., en Palestina o en Siria. Esta obrita recopila las reglas y preceptos «apostólicos», que debían guardar los cristianos. El capitulo once da reglas sobre la conducta que hay que observar con respecto a los maestros y profetas cristianos itinerantes. 39. Así lo demuestra claramente la lucha que pronto resultó necesaria contra los falsos maestros y profetas de la antigua Iglesia: cf. Act 15,1*24; Gál 1,7; 2Cor 10,12-18; ll,1 2 ss; lT im 6,3ss; 2Tim 2,14ss; T it 2,10; 2Pe 2,3; IJn 1,18-28; 4,1-6; 2Jn 7ss; Ap 2,2.14.20s.24.

72

la interpreta autorizadamente! El destino de los maestros y dirigentes del pueblo judío es un ejemplo estremecedor para los encargados de divulgar la palabra de Dios... ¡Cuán pesada se hace esta responsabilidad, si se con­ templa la miseria del creyente que ocupa un cargo de go­ bierno y que falla sin cesar! Lleva la palabra de Dios en manos débiles y torpes e incluso, a veces, no totalmente puras. La advertencia de Santiago no va dirigida sólo a aquellos a quienes está confiado en la Iglesia el oficio de enseñar, sino a todos los que tienen algo que decir en la Iglesia, a todos nosotros, que nos erigimos constantemen­ te en censores y jueces de nuestros hermanos en Cristo, a los que nos gusta tener bajo nuestra tutela y tratar como a niños, mientras nosotros, en cambio, difícilmente pres­ tamos oídos a los sabios consejos de otra persona. ¡Cuán­ tas veces se abre paso un celo que no estaba iluminado por la luz divina y que es interesado, que no se preocupa tanto por el honor de Dios cuanto por el propio! El poder religioso es el más peligroso, porque penetra hasta lo más profundo de la persona, le concede la autoridad máxima y no es difícil que tras la causa buena y honesta que se persigue se escuden la hipocresía y la ilusión. ¡Qué enor­ me daño han causado a la Iglesia los predicadores de la palabra divina (damos a la expresión un sentido amplio) que no estaban iluminados por Dios y eran ineptos, in­ dignos e impuros! La seria advertencia de Santiago es muy oportuna.

2.

Es

PERFECTO QUIEN NO FALLA EN EL HABLAR

(3,26-4).

2b Si alguno no falla en el hablar, ése es varón perfec­ to, que puede refrenar también el cuerpo entero. 3 Si a los caballos les ponemos frenos en la boca para que nos obe­ 73

dezcan, gobernamos también todo su cuerpo. * Mirad también las naves. Con ser tan grandes y estar impulsadas por fuertes vientos, son gobernadas por un pequeño timón, a voluntad del piloto. A primera vista esta argumentación no parece del todo evidente. Hay muchos que saben dominar bien su lengua y distan mucho de ser perfectos. Y sin embargo Santiago ha tocado aquí un punto esencial, no sólo para los orien­ tales, de expresión viva y espontánea, sino para todos nosotros. En efecto, la palabra es el medio adecuado para los actos y relaciones humanas. Por medio de la palabra el hombre sale de sí para comunicarse con su prójimo; mediante la palabra interviene en el acaecer común a to­ dos los hombres. La palabra tiene un poder inmenso, tanto para el bien como para el mal. Las palabras no son sólo un sonido, no son como el humo; mediante la palabra el hombre actúa y se manifiesta; sus palabras pueden ser de amor, de unión, de entrega o de dureza, de traición, de burla, de odio y de destrucción. La palabra de Dios nos da a conocer el ser y la voluntad de Dios y obra lo que dice; la palabra del 'hombre nos da a conocer los senti­ mientos y la voluntad del que habla, actúa en nosotros y nos pide una respuesta. Por eso la lengua es el miembro humano con mayor campo de acción. Quien es capaz de dominar la propia lengua y de ponerla al servicio de Dios, ha subordinado a Dios toda su naturaleza. En la palabra se manifiesta el interior del hombre... Santiago muestra esto con las comparaciones del ca­ ballo y de la nave* que expone en forma popular y lla­ mativa. El hombre puede dirigir el cuerpo grande y brioso del caballo porque aplica su voluntad dominadora en el sitio oportuno y la hace prevalecer. Quien, pues, quiera ser perfecto debe meterse un freno en la boca, tiene que 74

emplear el don divino de la palabra con sentido de la res­ ponsabilidad, tiene que dominar los impulsos y las ten­ dencias impetuosas de su corazón, que se adueñan con demasiada facilidad de su lengua. Con la comparación de las grandes naves de vela ex­ puestas a merced de los vientos se pone de relieve en for­ ma aún más impresionante esta misma verdad. También en la nave es preciso acudir al puesto debido, al timón, y entonces basta un movimiento del piloto para que la enor­ me nave se someta a su voluntad. Quien domina sus pala­ bras puede conformar todas las potencias y miembros de su ser a la voluntad de Dios y ser perfecto. La perfección de los que procuran cumplir la voluntad de Dios hay que medirla, pues, por sus palabras, por el dominio que tienen de su lengua. Quien no domina su lengua, no sólo deja de cumplir la voluntad de Dios sino que produce grandes daños entre sus semejantes, en el mundo y en la Iglesia.

3.

El

a)

Es fuente de mal (3,5-6).

po d er

d e la lengua e s

p e r n ic io s o

(3,5-8).

8 Así también la lengua es un miembro pequeño y se gloría de grandes cosas. Mirad cómo un fuego tan pe­ queño incendia bosque tan grande. 6 También la lengua es fuego; como un mundo de iniquidad, la lengua está colo­ cada entre nuestros miembros, contamina todo el cuerpo, inflama el engranaje de la existencia y, a su vez, es infla­ mada por la gehenna. No debe sorprendernos que la palabra del hombre, y por tanto su lengua, tenga una fuerza tan terrible; es la misma fuerza que está tras las palabras del hombre: Pue­ 75

de ser el espíritu y la voluntad de Dios o bien el espíritu demoníaco de Satán y su fuerza destructora. Dado que Santiago quiere exhortar al recto uso de la palabra, pon­ dera las perniciosas consecuencias de las palabras que bro­ tan de un corazón irresponsable, maligno. Igual que el fuego, destruyen todo lo que se pone a su alcance. Una vez que el mal se ha apoderado de la palabra y ha penetrado en el mundo, lo consume todo, hasta que no queda más que destrucción y cenizas. No es sólo la palabra de Dios la que actúa eficazmente en el mundo; también es eficien­ te la palabra de Satán, que resuena en el mundo por me­ dio de la palabra humana. La guarida y el refugio de la maldad es el corazón del hombre. Del eje de la rueda, del centro alrededor del cual la rueda gira, del corazón del hombre proviene el mal que, por la palabra, puede llegar a enseñorearse de la sociedad humana y de su destino. El cuadro que Santiago traza del hombre es muy sombrío. La naturaleza caída del hombre es un campo abierto a la acción del mal y del infierno, de forma que el 'hombre se convierte en cómplice, mensajero y heraldo del padre de la mentira y del que es homicida desde el principio (cf. Jn 8,42-47). Esta acción del diablo sobre el hombre es origen de desgracias tanto en los vaivenes de la propia vida como en' la sucesión de generaciones. Éste es el significado de la imagen del engranaje de la existen­ cia, desde cuyo eje el fuego destructor se va extendiendo hasta abarcar toda la vida. Santiago habla iluminado por la revelación de Jesús. En efecto, la imagen del engranaje de la existencia tiene el mismo significado que la suciedad que brota del cora­ zón maligno del hombre y que la lengua arroja al exte­ rior. «El mundo de la iniquidad»40 tiene sus raíces en el 40. E n el texto original, la expresión «mundo de iniquidad», tomada de E do 17,6a, no acaba de encajar. Además no se ve bien claro si esta expre-

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corazón del hombre, dominado por el espíritu de este mun­ do, porque todo lo malo tiene su origen en el corazón malo: homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, blasfemias, todos los malos pensamientos, de­ seos e intenciones malas (Mt 15,19; cf. Me 7,15.21ss). Todo el hombre se contamina con el lenguaje desenfre­ nado que mana de los malos sentimientos del corazón. Ha incurrido en el castigo de Dios. ¿Es posible observar sin horrorizarse el poder diabólico de este lenguaje en las relaciones humanas y en la propia vida? ¿Es posible no darse cuenta de la obra destructora que se lleva a cabo y de la deuda que se contrae? ¿No estaría más seguro nues­ tro destino y el del mundo si fuéramos conscientes de la responsabilidad que tenemos por nuestras palabras, puri­ ficásemos el corazón, fuente de todos los males, y apa­ gáramos esa hoguera calamitosa?

b) Es un poder indómito (3,7-8). 7 Todo género de fieras, de aves, de reptSes, de ani­ males marinos son domados y domesticados por el hom­ bre. 8 Pero ningún hombre puede domar la lengua, mal incansable, llena de veneno mortal. No es empresa fácil domar la lengua, porque el mal está enraizado en lo más íntimo del corazón. Y, sin em­ bargo, ¡qué paradoja!: el hombre puede someterlo todo a su voluntad, todo tiene que servirle como él quiere; lo único que no puede dominar es su propia persona, su pasión se refiere al fuego o a la lengua.. Muchos intérpretes creen que era una nota marginal, que se intercaló en el texto. Sin embargo, no se puede llegar a una conclusión clara y definitiva. L a traducción que ofrecemos es la que parece reproducir mejor el sentido del contexto.

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labra, su lengua, su corazón, ¡Qué dominador tan pobre que no puede dominarse a sí mismo a pesar de que Dios le hizo soberano de este mundo! Santiago indica con mu­ cha delicadeza esta soberanía del hombre al recordar, alu­ diendo a las cuatro categorías de animales, el encargo que Dios dio al hombre de someter la tierra a su dominio (Gén 1,26; 9,2). El hombre debe mostrarse también señor y dueño de su lengua, de esa serpiente inquieta, venenosa, mortífera, cuyos movimientos van dirigidos por las malas tendencias del corazón (cf. Sal 139,4). Obrando así, cumplirá el en­ cargo de someter el mundo que Dios le ha confiado, lle­ vará a término su vocación de vivir según la voluntad del Creador. La lengua es un mundo' de iniquidad, que es imposible dominar; esta sentencia, aparentemente pesi­ mista, no lo es en realidad. Dirigida a cristianos, redimi­ dos por la sangre de Jesús, tras la afirmación late una pregunta: ¿Vais a permitir que se pueda decir esto de vosotros? ¿O vais a tomar en serio la libertad que se os acaba de dar sobre el mal y el maligno?

4.

rabie con la triste realidad. Cuando habla de maldecir a los hombres no se refiere tan sólo a la costumbre judía de maldecir a los impíos, a los malhechores y a los adver­ sarios41 — conducta que Cristo superó con el mandamien­ to del amor al enemigo—, sino a la actitud demasiado humana de hablar mal del prójimo y alegrarse de su des­ gracia. El contraste que Santiago presenta es aún más triste cuando quienes tratan sin amor y con odio a sus hermanos o prójimos, criaturas e hijos del mismo Padre, son cristianos que llenan su boca de oraciones y frecuen­ tan los actos del culto. Si queremos ser imagen de Dios, que se preocupa tam­ bién por los malos, y seguir el mandamiento y el ejemplo de Cristo, hemos de amar a todos los hombres, incluso a nuestros enemigos, honrarlos, orar por ellos y devolverles bien por m al42. Santiago recuerda indirectamente la «ley regia» (cf. 2,8.13). ¿Cómo puede alabar realmente a Dios quien insulta y maldice la imagen viva de Dios? ¿Cómo puede honrar sinceramente a Dios quien no honra a su criatura? ¿Cómo puede amar de veras a Dios quien abo­ rrece y odia a su prójimo, hijo del mismo Padre?

SÓLO BENDICIONES DEBE PRONUNCIAR EL CRISTIANO

(3,9-12).

b)

a) La triste realidad (3,9-10aJ. 9 Can ella bendecimos cd que es Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos