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Spanish Pages 177 [182] Year 2020
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Aspectos teóricos
de la autobiografía
Edgar Velásquez Rivera
Agosto de 2020
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Aspectos teóricos de la autobiografía ©
Edgar Velásquez Rivera
[email protected] 2020
ISBN 978-958-48-9364-2
Velásquez Rivera, Edgar. Aspectos teóricos de la autobiografía. / Edgar Velásquez Rivera. – Popayán: Ediciones Ántropos, 2020. 178 p.: 14 x 21,5cm. Incluye bibliografía: pp.169-175. ISBN: 978-958-48-9364-2. 1. SUBJETIVIDAD Y FILOSOFÍA. 2. ESCRITURA. 3. INTROSPECCIÓN 4. ARGUMENTACIÓN LITERARIA. 5. ARTE DE ESCRIBIR. 6. MEMORIAS ACADÉMICAS. I. Aspectos teóricos de la autobiografía. CDD 20 923.7 V434
Fotografía de carátula: Juanedc https://www.flickr.com/photos/juanedc/8314134932/ Con licencia Creative Commons 2.0 Generic (CC BY 2.0)
Diseño, diagramación, impresión y acabados: Ediciones Ántropos Ltda. Carrera 100B No. 75 D-05 PBX: 433 77 01 • Fax: 433 35 90 E-mail: [email protected] www.edicionesantropos.com Bogotá, D.C.
Primera edición: Agosto de 2020 De esta obra se imprimieron 1.000 ejemplares Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita del autor.
Co-UdC
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Agradecimientos
Expreso mis agradecimientos a la Universidad del Cauca y a los colegas universitarios, por los aportes a esta obra. Cada quien, a su manera, está presente en la misma.
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Índice
Agradecimientos ...................................................................
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Presentación ...........................................................................
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Prólogo ......................................................................................
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Introducción ........................................................................... 23 1. Sentidos etimológicos del término “autobiografía” ... 25 2. El fenómeno autobiográfico .......................................... 63 3. Perspectivas teóricas ....................................................... 99 4. Características de la autobiografía ................................ 135 Bibliografía ............................................................................. 169
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Presentación
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acer la presentación de una obra como ésta constituye un compromiso muy serio. Se trata de un texto de profundo sentido teórico, metodológico, conceptual y de una vasta erudición del transcurrir de la historia, desde la antigüedad hasta el siglo XX. Espero no ser inferior al contenido de la misma, y sólo debo agradecer al Dr. Edgar Velásquez Rivera su generosidad y confianza al solicitarme realizar esta tarea, que me honra y acepto con agrado, dada la amistad que nos une como colegas. La obra que nos ofrece el historiador es un recorrido por una extensa y especializada bibliografía sobre los géneros biográfico, autobiográfico, las memorias, en que los autores abordan lo que éstos significan, los sentidos que han tenido en las distintas épocas en que han sido elaborados, los impactos que han causado en sus respectivos contextos históricos, políticos, sociales; los métodos que han empleado los autores para su escritura, así como, en cierta medida, los autobiografiados, para narrarlas. A lo largo del texto va tejiendo su problema de estudio, dilucidando los conceptos de sus fuentes de información a la vez que entrelazando sus propios conceptos, definiciones, críticas, etc., sobre el objeto de su trabajo. La obra inicia abordando la etimología del término autobiografía, a partir de su sentido griego, que se sistematiza en “la vida de una persona narrada o escrita por sí misma” y la historia de la autobiografía, que Francisco Rodríguez le atribuye a James Onley, quien la divide en tres etapas,
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atendiendo a la relación sujeto-objeto, a la correspondencia entre un sujeto de escritura que se construye a sí mismo, y a la historia, el héroe u objeto y el lugar de las mediaciones: el lenguaje. La autobiografía, en la mira de nuestro autor, corresponde a la tercera etapa, la de la escritura, la graphe; a la que contempla prioritariamente como escritura, esto es, como procedimiento literario de invención de un universo discursivo. En el primer capítulo, basado en un número importante de autoridades en esta materia, expone los principales conceptos que se han definido sobre lo que ha sido la autobiografía a lo largo de vario siglos, sintetizando con gran claridad los diferentes conceptos al respecto. Mediante ellos da a conocer las distintas modalidades que la autobiografía ha adquirido, encontrándose en ellas la creación de tantos yoes como lo requiera: “si necesita un yo comprensivo, generoso y paciente, lo configura; así como cuando el momento le exige crear otros ‘yoes’ con rasgos distintos, lo hará”, lo cual explica que en una autobiografía el autor no está ante un solo yo sino ante múltiples yoes, según cada etapa de la vida y de sus roles. Esta explicación le lleva a trasegar por las diversas connotaciones del término autobiografía. Expone su trayectoria histórica desde fines del siglo XVIII y las discusiones que se han suscitado en torno a la temporalidad de sus inicios como ejercicio escriturario, así como en relación con las definiciones mismas. En este sentido nos presenta lo que podríamos llamar un “estado del arte”, con el cual da a conocer diversas categorías que han expuesto autores de distintos lugares y formación intelectual. Pero no se queda en exponer esas descripciones y discursos en torno a lo que es y significan, en su respectivo momento, biografía, memorias, autobiografía. El autor plantea críticas a los escritores consultados (Philippe Lejeune, Robin Lefere, Bernd Neumann y otros muchos), llevándonos a un más amplio conocimiento no sólo de lo que estos géneros representan en la discusión histórica sino que también ilustra los tiempos históricos en que se han dado obras de esta índole, explicando los significados que los personajes autobiografiados han tenido en sus respectivos tiempos. Así, da a conocer momentos y periodos históricos tan importantes como la antigüedad, los inicios del Renacimiento, la expansión del capitalismo, etc., (Italia, Francia,
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Inglaterra), cuando entró el término en los países europeos, en el periodo de las revoluciones burguesas, “pero no se originó entonces... el contexto revolucionario burgués y la estructura axiológica a que dio lugar el fenómeno, generó el ambiente propicio para la autobiografía.” Con estos criterios el Dr. Edgar Velásquez Rivera resalta la importancia del surgimiento de la conciencia de la individualidad, que nutre de manera rotunda la creación autobiográfica. Avanzando en sus análisis explica cómo este género compromete ciertos niveles de narcisismo, para cuya sustentación acude a autores que analizan los sentimientos, las intimidades, los deseos, la creencias, etc., de aquellos que se autobiografían, para señalar, a manera de colofón, que en tales sentidos la autobiografía es “una variedad de las memorias”; además de ser también una confesión. Llegado a esta identificación, expone los sentidos y propósitos de la confesión, para referirse luego a la biografía como “narración autodiegética, construida en su dimensión temporal, un conato de justificación frente a tribunales más o menos imaginarios, una re-presentación, esto es, un contar de nuevo... la historia de mi vida no existe si no la cuento”. A partir de su análisis expresa que la autobiografía es para la historia una fuente, pero también, una forma de escribir historia, advirtiendo, eso sí, sobre el cuidado que debe tener el historiador en las interpretaciones de los hechos, por la subjetividad inherente a la autobiografía. El Dr. Edgar Velásquez Rivera examina un amplio número de obras enfocadas en los específicos temas que propone desarrollar. Así, además de ilustrar los sentidos, los aportes historiográficos, metodológicos conceptuales, de la autobiografía a la historia de la humanidad, a la historia social, al pensamiento político -en particular, a la historia de la conciencia humana, aporta al lector lo que podríamos llamar un sólido estado del arte para estos diversos campos de la reflexión historiográfica, así como importantes referencias sobre el transcurrir de la historia como proceso, destacando algo notorio para el conocimiento de muchos episodios históricos. Después de la Segunda Guerra Mundial la autobiografía permitió la visibilización de muchas personas carentes de notoriedad, a través de cuyas obras dieron testimonios de sus experiencias: hombres y mujeres víctimas de los horrores de la guerra, niños, adultos, en fin...
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hasta llegar a la expresiones del cambio de sexualidad, sustentando, a través de referencias concretas, cómo la autobiografía “ha permitido a ciertos sectores sociales una especie de liberación”. Este campo de reflexión ha servido para democratizar al mundo (por el vínculo de la autoridad con la ideología), para conocer parte de la historia de las naciones. Ilustra estas afirmaciones con palabras de Josefina Ludmer: “La historia de las transgresiones escritas en las autobiografías podría acercarnos a cierta historia de las culturas latinoamericanas.” En este sentido concluye que en Colombia este género ha tenido poco desarrollo, y las obras existentes se caracterizan por su alto contenido confesional, explicando cómo ese confesionalismo se manifiesta en la esfera política, en la educación, en los estilos de vida. El autobiografiado se muestra “como el arquetipo de la vida privada y el modelo de ciudadano”. Desde otra óptica, “ese mismo tipo de autobiografía logra captar la atención tanto de quienes comulgan con similar canon ideológico, como de sus antagonistas”, pero a fin de cuentas, el gran ausente frente a cualquier tipo de obra es el lector crítico. En este contexto hace un llamado a la orientación que estas lecturas requieren. Concluye las reflexiones sobre los sentidos etimológicos del término autobiografía (y del género en cuestión) señalando la naturaleza multidisciplinaria con que ha sido abordado. En este sentido observamos que hace falta incluir, en nuestros currículos de Historia, temáticas que orienten la reflexión sobre los géneros biográfico y autobiográfico, desde las perspectivas teóricas, metodológicas, conceptuales y estudios de casos, como el autor de este texto viene presentando. El segundo capítulo, “El fenómeno autobiográfico”, presenta el pensamiento autobiográfico desde la antigüedad, mostrando el carácter público que lo caracterizó, y las estrategias de los gobernantes para fundamentar sus ideas de país y de Estado. En tales obras “la unidad del hombre y su autoconciencia eran puramente públicas y tenían un carácter normativo-pedagógico, el hombre estaba proyectado hacia el exterior”, de manera que en Roma las autobiografías exponían “una conciencia público-histórica y estatal”, que, como tales, se constituyen en documentos de la autoconciencia familiar y gentilicia, donde el
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carácter personal y privado no tiene sentido. Esta primera conclusión sobre este género en la antigüedad muestra el significado del patriciado, del orden militar, del sentido de la res publica romana, que lleva a una mayor comprensión del desarrollo de la sociedad y la política en la antigüedad latina pagana, así como del cristianismo primitivo. Establece sus inicios en la cultura occidental, cuyo primer exponente son las Confesiones de San Agustín, aunque su perfil como un género sólo aparece en el Renacimiento, en las ciudades-estado italianas, donde “se crearon las bases para una nueva conciencia de individualidad única e ilimitada. El antropocentrismo y el desencantamiento del mundo originaron nuevos valores éticos, morales, sociales, económicos, políticos, al igual que determinaron nuevos horizontes científicos, culturales, militares y geopolíticos.”Tales parámetros fueron los referentes fundacionales del género autobiográfico que, como expresa el autor, nace en la segunda mitad del siglo XVIII, al parecer, en Inglaterra en 1800. Estudiar el desarrollo del fenómeno autobiográfico nos aboca a las concepciones del yo, del individualismo en diversas etapas de la historia europea, definiendo los distintos tipos de autobiografías que en ellas se produjeron, en las que se reflejan: la interioridad, estados del alma, sentimientos religiosos, obligaciones de los pietistas, en fin, una gran variedad de sentidos, imaginarios, representaciones, mostrando así como la autobiografía es, en gran medida, un reflejo de las tendencias intelectuales, psicológicas, políticas, ideológicas de la época en que se produce. Esto lleva al historiador a pensar las autobiografías de los siglos XVI, XVII y XVIII desde las concepciones de la historia de las mentalidades, de la historia intelectual, de la psico-historia. Así las cosas, la autobiografía que explica el Dr. Velásquez Rivera es una reflexión histórica desde diversas visiones, y para múltiples versiones. Tras una detallada exposición sobre las autobiografías de los pietistas señala el giro que se produce del siglo XVII al XVIII, cuando surge un nuevo individualismo, que crea “una nueva fase en el desarrollo de la misma”. Se trata de las memorias de los hombres de letras, que “marcan el camino hacia la autobiografía moderna... una idea intelectualista del yo... otra de las muchas facetas de la modernización y secularización que trae aparejadas el Siglo de las Luces”. Es ahora
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cuando surge una autobiografía real, en cuyo centro está inmerso el concepto de la providencia y casi que, en consecuencia, la idea de que los aconteceres individuales están dirigidos por la intervención divina. Examina la incidencia de estos conceptos de las obras autobiográficas en las acciones económicas en varias regiones europeas, ligadas con la religiosidad de los individuos, para mostrar cómo la “providencia se convierte en dogma”, diríamos nosotros que, en paradigma, para explicar el orden y el éxito económico. Estos conceptos ilustran el desarrollo de la autobiografía pietista, y su influencia en la gran burguesía “política y económicamente poderosa”. La nueva modalidad de la autobiografía que de aquí procede conduce al laicismo, con sus tres acápites: la libertad de conciencia, la igualdad de derechos y la universalidad de la acción pública. En este nivel de la exposición el Dr. Edgar Velásquez Rivera examina varias obras, en las cuales señala los criterios de los autores sobre: los orígenes de la autobiografía, su carácter de obras clásicas, sus influencias sobre otros escritores, y aún, las críticas que autores destacados han expuesto sobre tales clásicos. En estos sentidos, es enriquecedor el análisis sobre la obra de San Agustín, en especial Las Confesiones, que ilustra con reflexiones de un número considerable de escritores, que nos muestran características muy precisas de la antigüedad clásica romana, de los inicios de la Edad Media, en diversas categorías de análisis. Explica en detalle lo que fue para la antigüedad la hermenéutica, concluyendo en el llamado pedagógico de “no tomar al pie de la letra aquello que tiene sentido metafórico, y que para comprender las metáforas era necesario adquirir conocimientos de retórica”. Este llamado es una importante observación metodológica, aplicable no sólo a los tiempos de San Agustín sino a cualquier período histórico y a cualquier obra. Otras Confesiones que también aborda son las de J. J. Rousseau, a las que también dedica un amplio análisis. De similar manera, para la autobiografía de B. Franklin, quien “recrea la experiencia en la imagen de una humanidad definida de su racionalidad e inventiva”; dedica su narrativa “al medio de conducción que él empleó para alcanzar el éxito con una impresora, el comerciante, el escritor, el editor, el inventor, el educador y el reformador cívico.” Con todos estos recorridos, el libro
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aquí presentado plantea otra reflexión muy válida para el análisis histórico: el género autobiográfico hunde sus raíces en la antigüedad clásica y, desde entonces, no ha estado exento de las transformaciones operadas en la esfera social, política, económica, religiosa, científica, del Renacimiento. Desde estas características, es un medio de transmisión de la historia, y dentro de la misma, de la historia hispanoamericana. Expone las características que diferencian la biografía, la autobiografía y las memorias, así como el papel que juega la introspección en cada uno de estos géneros, que hace posible el recuerdo y explica el sentido de una conducta. Citando a Silvia A. Kohan nos dice que “Un objetivo de la autobiografía real puede ser recuperar huellas gratificantes”, llamado muy pertinente para la reconstrucción histórica, al llevar al autor a ceñirse a lo ocurrido, lo que es a su turno una metodología para la recuperación de la memoria histórica. Recordando, además, que “la autobiografía es, en suma, una versión de sí mismo que el autobiógrafo ofrece al público”. Conclusión que sustenta al finalizar el capítulo, citando a Randolph Pope, quien expresa: “Ni aún hablando nuestra vida entera podríamos dar cuenta de ella. La imaginamos por lo tanto en una apretada síntesis en la que suele distinguirse varios personajes. El más inmediato es el narrador, quien escribe, y en cada momento de la escritura contempla desde el instantáneo presente la simultaneidad del pasado”. Una valiosa observación que llama a apreciar los trazados de una sociedad en un momento dado. El capítulo tercero, “Perspectivas teóricas de la autobiografía”, se propone exponer que más que un cuerpo teórico definido sobre el tema, los realizados “intentos de formulaciones”, para cuyo desarrollo discute las aproximaciones de varios autores. Comparte con G. May la conveniencia de formular preguntas, más que afirmaciones categóricas: “¿En qué época y en qué cultura florece la autobiografía? ¿Existe acaso una ‘filosofía’ de la autobiografía?... ¿Cuáles son los móviles que empujan a escribir y leer autobiografías?, etc.” Mediante la reflexión sobre éstas y otras preguntas va desarrollando la problemática de la formulación del objeto de estudio. Cita a Anna Caballé, quien afirma: “el hombre, cualquier hombre, vive con ese potencial autobiográfico que en realidad lo define... El ser humano practica constantemente el
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ejercicio de la autorreferencia: habla de sí mismo en las cartas que escribe, en las conversaciones que sostiene y en los créditos que solicita...”. Para responder tales preguntas el Dr. Edgar Velásquez Rivera aborda varias corrientes epistemológicas, con apoyo de conceptos de la psicología, la filosofía, la historia, para coincidir con las afirmaciones de Ángel G. Loureiro: “todos los estudios de la autobiografía insisten en el poder cognoscitivo de la misma... recurren al apoyo de una disciplina establecida para probar ese valor epistemológico del género autobiográfico: Dilthey traza paralelos entre la historia y la autobiografía, Gusdorf recurre a la historia y a la antropología cultural... Por otra parte, algunos estudiosos que se centran en la graphé autobiográfica... reducen la autobiografía a pura textualidad autorreferencial”. Presta especial atención a esta última referencia, al hacer mención especial de los más destacados teóricos deconstruccionistas, de quienes presenta sus principales enfoques y conclusiones respecto al tema en mención. Ilustra la descripción con conceptos de autores franceses, ingleses, españoles, que explican o interpretan la autobiografía como poesía, como literatura, ficción, y aquella que la asume o interpreta como producción histórica. Para cada modalidad expone las principales ideas o conceptos centrales de los autores que las tratan, dilucidando los roles del narrador y del personaje (el autor), que se encuentran en el relato autobiográfico. También, la autoridad como “medio de conocimiento de uno mismo”, realizada a partir de la evocación y reconstrucción de una vida en su conjunto. Otra perspectiva teórica sobre la autobiografía, la de María de Jesús Fariña Busto, señala (según el Dr. Edgar Velásquez Rivera) que, como género literario, ha permitido dar cabida, dentro de un texto, “a la vida de seres cuya historia, de cualquier otra manera, resultaría irrelevante. Ha servido a escritores como una forma de profundización en el dominio de su ‘yo’ y como forma de exposición de recuerdos, impresiones, sentimientos, vivencias personales e interpersonales”. Así, la persona real se transforma en objeto de estudio. Para el ejercicio docente-investigativo estas palabras orientan la manera de construir el objeto de estudio; también, en buena medida, el tipo de fuentes de información para su investigación.
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Al afrontar los problemas de definición de la autobiografía, el resultado puede ser el hallazgo “de una serie de características formales y de una serie de temas y motivos recurrentes... como fundamentales el problema de la sinceridad, la dialéctica palabra/silencio, el imperio de la memoria y su inscripción en el tiempo. Quien emprende la tarea de escribir su autobiografía siente que no todo puede ser escrito, quedarán zonas blancas y zonas de silencio.” Sin embargo, este ejercicio puede hacer del silencio un concepto menos negativo, una especie de] fórmula de la sinceridad, una forma de enunciación más pura. Distingue otros géneros de escritura inmediatamente personales, como el diario, el diario de cartas, siendo el propósito éste la publicación, mas no así los otros. Ellos son “un recuerdo fiel del pasado”. En cuanto a las “Características de la autobiografía” (capítulo cuarto), señala que este género no puede ofrecer una visión completa de la vida del autor, mientras que la biografía sí lo logra, pues constituye una visión retrospectiva, “actúa con el sol a sus espaldas, no frente al mismo”. Surge entonces aquí una pregunta: “¿De qué manera un texto representa a un sujeto? La esencia de la autobiografía como género reside en los roles del autor y del lector, y depende, en última instancia, de la actitud lectorial el considerar un texto como autobiografía. Observación muy pertinente, en especial para quien decide sumergirse en la investigación de este tipo de producción historiográfica. Refiere las relaciones/diálogos que los autobiógrafos establecen con disciplinas diferentes a la propia en el momento de narrar sus experiencias, “creando un discurso dentro de una narrativa dominante”. En estas discusiones hace un recorrido por obras y autores de los siglos XIX y XX (Kierkegard, Sartre, R. Barthes, Lévi-Straus y otros), con lo cual asume, con James Goodwin, que “La autobiografía es puesta entre las ciencias humanas fundamentales de antropología, historia, literatura, filosofía y la psicología, en su capacidad para iluminar la experiencia vivida y la realidad social”. Nuestro autor, así, nos sitúa de nuevo en la perspectiva de la íntima relación que guarda el género autobiográfico con las ciencias humanas fundamentales. Pero la reflexión no se queda aquí. El autobiógrafo se impone el contar su propia historia. Para ello debe “reunir los elementos dispersos
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de su vida personal y de agruparlos en un esquema de conjunto”, buscando permanecer en la memoria de los hombres, tratando de “lograr una expresión coherente y total de todo su destino”, de modo que este autor “es un historiador de sí mismo”. La autobiografía conserva huellas de aquellos procesos sociales que acuña el autor. Es así como en los recuerdos de su infancia se conservan las prácticas de la socialización (los modelos de conducta que, a manera de semillas recibe el niño en su educación, y luego refiere o transmite en su edad adulta y expresa en su autobiografía). La autobiografía puede contener también componentes de la tragedia griega, como el sufrimiento, la soberbia, el reconocimiento del error, la purificación, con lo cual “reviste ese doble carácter de mito y tragedia”. Aquí nuestro texto nos plantea una importante observación respecto a la validez científica de este género: expresa que estas características “exoneran y liberan a la autobiografía... tanto de la tiranía como de la violencia conceptual que dimana el arquetipo del denominado método científico. Estamos frente a una racionalidad diferente. La autobiografía escapa a los cánones de las denominadas ciencias “duras”, “básicas”, “exactas” y demás “fantasías cognitivas.” Sustenta esta afirmación con exposiciones, críticas, reflexiones de varias autoridades en la materia, procedentes de distintos países. Un pasaje muy llamativo al respecto es la cita de un párrafo de Nicolás Rosa, que dice: “Cuando contamos nuestras vidas computamos la vida de los ascendientes y de los descendientes, es contar el cuento de las abuelas y, si es posible, las novelas de linaje, de los que nos suceden. El relato de los ascendientes es generalmente mítico o fantástico, inventado pero real para el sujeto. El relato del linaje es el relato de los otros. Es un relato atípico, excéntrico y fuera del mundo y de la historia. La autobiografía se concentra en la explicación de las causas del pasado y en las incertezas del porvenir”. En este texto, tan acertadamente seleccionado por el Dr. Velásquez Rivera, se encuentran los elementos esenciales para elaborar una obra de este género, el método para hacerla (contarla, relatarla), las variables a desarrollar, en fin, una especie de “fórmula mágica” (en cuanto a la viabilidad que ofrece) para enfrentar el reto de su escritura.
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Otra nota de carácter metodológico señala que la potencialidad específica de la narración autobiográfica no reside en el relato fiel de lo que fue esa vida, pues nunca será “la reconstrucción de los hechos y sucesos que la caracterizaron”. Asumirlo así llevaría al historiador al error de tomarla como única fuente, problema ya tratado en capítulos anteriores. Advierte que, de no tener este cuidado, el investigador termina como “propagandista del sujeto de la autobiografía. Lo central no es cómo transcurrió esa vida sino cómo ésta se representa su recurrir y cómo se relata.” Reitera este cuidado en cuanto la autobiografía es una de tantas fuentes históricas que se le presentan como investigador, pues puede ser también fuente secundaria, según como el investigador la utilice. Son las preocupaciones que confluyen en lo que Carlos Peña denomina “situación biográfica”, que concuerdan con la intentio lectoris, Intentio auctoris e intentio operis. Frente a estas situaciones, el autor autobiógrafo, a medida que relata su vida reinterpreta la totalidad de su existencia, reconstruye el “sí mismo”, a partir de su actualidad. Finalmente, con todas estas observaciones, esta obra ilustra de manera especial el sentido de lo que es el método, aclarando, a partir de P. Lejeune, que el objeto determina el método, no a la inversa. Es una llave maestra, no una camisa de fuerza, por lo mismo, no hay un método sino múltiples metodologías. Llegados a este punto, es bien claro que el libro Aspectos teóricos de la autobiografía, del Dr. Edgar Velásquez Rivera, conduce al lector por una senda de múltiples ramificaciones, que van indicando las diversas modalidades que este género ha asumido a través de las épocas en que las obras han sido escritas, los roles que desempeñaron sus autores y según sus ideologías, con una característica común para los intereses del historiador: la obra ilustra, además de la vida (o parcelas de vida) de los autobiografiados, momentos importantes de los tiempos en que vivieron, etapas históricas en que ocurrieron los hechos narrados, protagonizados por sus autores. Sin dejar de lado los enfoques metodológicos de los textos analizados en la construcción de la obra, que a su vez se enriquecen con reflexiones personales del autor, con diálogos que establece entre los libros citados, como también evaluaciones sobre el impacto de los mismos en la comunidad académica y en los sectores políticos a los que llegan.
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En varios sentidos, las obras autobiográficas se convierten en fuentes primarias, en “historias de vidas” (como decimos hoy), en especies de crónicas, relatadas por testigos presenciales. Bajo estas características vemos cómo se puede rescatar, en el momento actual, la importancia de la biografía, de las memorias y, en particular, de la autobiografía, como objetos de estudio de singular valor, que desde la segunda mitad del siglo XX fueron perdiendo importancia, ante el avance de “la nueva historia cultural”, los problemas de género, la microhistoria y tantos otros enfoques que motivaron nuevos objetos de estudio en la investigación histórica del final del segundo milenio. Además de esto, la bibliografía que fundamenta esta obra es por demás especializada, en cuanto a la procedencia de sus autores, la variedad de temas que estudian, sus enfoques metodológicos, los conceptos que plantean, a lo largo de los cuales el Dr. Edgar Velásquez Rivera fue construyendo sus ideas y criterios sobre la autobiografía.
Zamira Díaz López Profesora Universidad del Cauca
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Prólogo Vivir para reflexionarla
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on gran expectativa, en el mes de noviembre del año 2002, encontré en las librerías el reciente libro de Gabriel García Márquez: Vivir para Contarla. Texto en ese entonces esperado por muchos, acerca de cómo el nobel vivió sus primeros años de formación literaria, el alejamiento de la casa materna, su paso por el periódico El Universal de Cartagena y sus primeros amores con Mercedes Barcha. El libro inicia con la frase: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Memorias inconclusas de una vida relatada y recordada, dejándome nuevamente con la expectativa de lo no contado, una vez viaja como corresponsal a Ginebra, enviado en ese entonces por el periódico El Espectador. La posibilidad de contar la propia vida, es una conversación que alguien tiene consigo mismo frente a lo acaecido en la misma; esto, por lo general, sucede un poco después de la mitad del viaje de nuestra vida, en la cual sentimos el inmenso deseo de escribir lo que nos pasa (no lo que pasa); es decir, la vida como nos sucede, y a su vez, nos viene siendo. Presente recuperado por lo vivido y pasado restaurado que nos da nuevos impulsos para vivir. Es en ese instante de vida, donde se empieza a contar lo que nos pasa; esto es, en la medida que rememoramos lo vivido, estamos viviendo; introspección que hurga los más recónditos caminos y halla lo que se resiste a ser olvidado. A esto podemos denominar inicialmente bajo el nombre
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de Autobiografía: resistencia a un olvido que incomoda la memoria, dado que esta (la memoria), pasa a ser el sedimento donde se arraiga la experiencia (Escobar 1999). En tal sentido, la autobiografía se podría considerar como una invitación a conocer reflexivamente una vida que puede ser narrada a partir de un yo que requiere escribir desde su historia interna. Yo que entra en conversación con su sí-mismo, con el fin de exteriorizar la misma existencia de su ser. No obstante, es una reflexión que parte de su sí-mismo para retornar a él; cántico gestacional que le afirma a una identidad que le permite com-prenderse o agarrarse sobre el sustento representacional de quién es. Siendo así, la vida que se cuenta pasa a ser la autoafirmación de un alguien que se erige sobre sus mismos hombros para ver el horizonte que ha venido edificando desde su propio ser; es decir, no aceptar nada extraño que no venga de su mismidad, incluso si para ello debe valerse de la ventura o desventura de los otros. Glorificación del yo que nos recuerda a Calicles, personaje que Platón presenta en su libro Gorgias y que tenía por propósito alcanzar la máxima satisfacción posible a costa de los demás. La autobiografía, desde esta perspectiva, no sería más que el destello que refleja la imagen de Narciso. No obstante, la auto-bio-grafía, va más allá de un pensamiento tautológico, en tanto lleva implícita la realidad extendida o elástica que desafía una circularidad yo-mismo, para darnos a entender que a una vida que no es reflexionada, es una vida muy difícil de vivir y que por más que queramos erguirnos sobre nosotros mismos, nuestras vidas han sido forjadas en el crisol de las luchas, sueños, frustraciones y victorias (Botero, 1999). Esta vida, que no solo se cuenta, sino que se narra reflexivamente, no se recuerda de manera exacta ni se inventa de modo fantasioso; ella golpea la introspección, en tanto es un proceso que provoca ruptura, salida de sí, en la cual se exteriorizan experiencias que forman parte de un proceso deliberativo que nos empuja inexorablemente a necesitar de los otros. Esta es la invitación que nos hace el profesor Edgar Velásquez Rivera: otear la autobiografía como un relato sobre la propia experiencia, en la que un autor es capaz de reflexionar sobre su vida a partir de
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su vulnerabilidad y contingencia, tanto de sí-mismo, como de los otros. Por ello, en la autobiografía están imbricadas la memoria, el testimonio, la historia, la novela, como géneros de los cuales se vale, pero no se reduce a ninguno de ellos. Más bien, es una reflexividad que se da en medio de la acción con el fin de ofrecerse de manera trascendente a los otros. Esos otros somos nosotros, los lectores, quienes seremos testigos de los desgarramientos y fracturas; alegrías y victorias e intentos y logros, de cuántos azares quijotescos ha tenido que vivir como autor. El texto del profesor Édgar Velásquez Rivera inicia con una conceptualización etimológica que en su avanzar se va estrechando para abrirse a una comprensión hermenéutica; esto, dada la multiplicidad semántica y no puesta en común de su definición. La autobiografía es una palabra compuesta que invoca muchas interpretaciones y, sin embargo, cuando la mencionamos, pareciera que es de una misma cosa o cuestión a la que nos referimos, y esto porque es de esas palabras que desafía su estatismo teórico, para instalarse en lo que Heidegger llamó la practicidad de la vida o la fhrónesis: aclaramiento práctico que manifiesta la vida en el actuar permanente del ser, filosofía de la vida que se sale de la determinación de una ciencia positiva. La autobiografía es por tanto un relato vital que nos remite a una facticidad que se cuenta de manera reflexiva. De este modo, el libro en cuestión no termina con anotaciones metodológicas o recetario respecto a cómo se debe hacer una autobiografía; más bien, presenta las características generales acerca de su lenguaje, géneros literarios, modos de interpretación y atisbos gramaticales de los que se vale un autor cuanto relata confesionalmente su vida. Sea pues bienvenida el nacimiento de la presente obra en la cual se nos invita a conocer la importancia y pertinencia de este género. Sobre todo, para aquellos que hemos pasado de la mitad de nuestras vidas y deseamos en algún momento de la misma “hablar no de sí, sino desde sí” (Hernández 2011).
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Referencias BOTERO URIBE, Darío. Manifiesto del pensamiento Latinoamericano. Bogotá: Cooperativa editorial Magisterio. Colección Mesa Redonda. 2000. ESCOBAR, Samuel. La maravillosa narración de Dios. En: Jorge Atiencia, Samuel Escobar y John Stott, Así leo la Biblia. Barcelona: Certeza Unida. 1999. GARCÍA M, Gabriel. Vivir para contarla. Bogotá: Penguin Random House. 2002. GUTIÉRREZ, Carlos Bernardo. Temas de filosofía hermenéutica. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. 2002. HERNÁNDEZ, Fernando. 2011. Investigar sobre el reto de la propia experiencia. En: Investigación autobiográfica y cambio social. Barcelona: Octaedro. 2002. PLATÓN. Gorgias. Barcelona: Sígueme. 2010. Luis Guillermo Jaramillo Echeverri Profesor Universidad del Cauca
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Introducción
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adie se sirve mejor que uno mismo. Este proverbio bien puede justificar la autobiografía como género. Junto con la biografía y las memorias, la autobiografía hace parte del elenco de la denominada literatura del yo. Los límites entre los tres géneros mencionados son difusos e imprecisos, aunque cada uno tiene sus propias características. Les asiste una larga trayectoria, especialmente en la cultura occidental, donde autores de distintas disciplinas y tradiciones intelectuales se han ocupado, preponderantemente, de la autobiografía en lo que concierne a su naturaleza, y han hecho notables contribuciones teóricas. Así, el estudio de la autobiografía es un arduo trabajo que no concluye dado que, de manera constante, afloran nuevas aristas del caso y estudios sobre el particular. Por tanto, nos anima el interés de aportar al conocimiento de la autobiografía y contribuir a la ampliación de los análisis formulados sobre tan importante cuestión, obviamente sin pretender agotar el tema. En consecuencia, esta obra debe ser entendida como un aporte a su conocimiento en el que se intenta sistematizar un considerable volumen de los estudios sobre el mencionado género. El propósito central es mostrar algunos aspectos teóricos sobre la autobiografía. Tiene ella la particularidad de servir y ser servida por distintos campos del conocimiento de las Ciencias Humanas y Sociales. Ese rasgo advierte sobre la dificultad en cuanto tema de investigación y, huelga decirlo, las polémicas académicas que suscita dicho género, por fortuna cada día más densas y complejas.
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En términos formales esta obra está dispuesta en cuatro capítulos. En el primero se ofrece una exposición sobre los distintos sentidos etimológicos del término “autobiografía”. El segundo muestra la trayectoria del fenómeno autobiográfico. El tercero está dedicado a las perspectivas teóricas y el cuarto a las características de la autobiografía. En la parte final, la bibliografía refleja el universo de autores asiáticos, europeos, estadounidenses y latinoamericanos tenidos en cuenta en esta investigación. Agradezco a los colegas docentes de la Universidad del Cauca, Zamira Díaz López (autora de la presentación) y Luis Guillermo Jaramillo Echeverri (autor del prólogo) su acuciosa lectura del borrador en medio de sus habituales responsabilidades académicas, las sugerencias y los invaluables aportes.
El autor.
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1. Sentidos etimológicos del término “autobiografía” “La esencia de la verdad es la verdad de la esencia”. Martin Heidegger.
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últiples son los horizontes en esta materia. El sentido etimológico que Georges Gusdorf le otorga a la palabra auto-bio-grafía, de raíces griegas, está dotado de tres elementos. Para dicho autor, Autos es la identidad, el yo consciente de sí mismo y el principio de una existencia autónoma; Bios afirma la continuidad vital de esa identidad, su despliegue histórico. Entre el Autos y el Bios el diálogo surge, como es lógico, entre el Uno y la Multiplicidad. El Graphos, por último, introduce el medio técnico que es el propio de las “escrituras del yo”1. Se trata pues, de la vida de una persona narrada o escrita por sí misma, situación bastante compleja, riesgosa y no exenta de sospechas e incertidumbres. En esta trayectoria, se afirma, percibiríamos el paso del bios al autos para llegar finalmente a la graphe. Por su parte Francisco Rodríguez le atribuye a James Olney afirmar que la historia de la autobiografía se puede dividir en tres grandes etapas,
1. LEDESMA PEDRAZ, Manuela. Cuestiones preliminares sobre el género autobiográfico y presentación. En: Manuela Ledesma Pedraz (Editora), Escritura autobiográfica y géneros literarios, Jaén: Universidad de Jaén, 1999. p. 12.
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atendiendo a la relación sujeto-objeto, de la correspondencia entre un sujeto de escritura que se construye a sí mismo; la historia, el héroe u objeto y el lugar de las mediaciones, o sea, el lenguaje. La primera de ellas da cuenta del “Bios”, en donde se manifiesta la relación texto-historia; la segunda, etapa del “Autos”, interpreta la relación texto-sujeto; y la última, la etapa del “Grafé”alude a las relaciones texto-sujeto-lenguaje2. Olney ha señalado que el estudio de la autobiografía se desarrolla históricamente en tres etapas que corresponden básicamente a los tres órdenes que comprende la palabra autobiografía: el autos, el bios y la grafé3. Aclara Fernando Durán López que el primer interés se habría centrado en la vida de los autores, es decir, en el valor documental de sus textos y en la veracidad de los datos contenidos en la escritura. Luego habría llegado la hora del autos, del yo, y lo que más atraía era la forma que los sujetos tenían de expresarse, de representar su subjetividad empleando esta vía literaria; por tanto, lo prioritario era descubrir en el texto la ideología de la identidad que estaba tras él. La tercera etapa, graphe, en la que se supone que nos hallamos, contempla la autobiografía sólo o prioritariamente como escritura, esto es, como procedimiento literario de invención –más que de representación- de un universo discursivo, procedimiento tan inmerso en los vericuetos de la retórica, la ficción y la narratividad como cualquier otro género y, particularmente, como la novela4, enfatiza el mismo autor. En esos términos, Bios, desde la perspectiva del autor en referencia, como segundo elemento del sentido etimológico de la palabra autobiografía, tiene, según nuestro criterio, diversas connotaciones. Los valores y la formación filosófica, ideológica y religiosa de un sujeto,
2. RODRÍGUEZ, Francisco. El género autobiográfico y la construcción del sujeto autorreferencial. En: Revista de filología y lingüística de la Universidad de Costa Rica, Número 2, Volumen XXVI, San José, (Jul-Dic de 2000); p. 11. 3. LOUREIRO, Ángel G. Problemas teóricos de la autobiografía. En: La autobiografía y sus problemas teóricos, Ángel G. Loureiro (Coordinador), Suplementos Número 29, Monografías temáticas, Barcelona: Anthropos, 1991. p. 3. 4. DURÁN LÓPEZ, Fernando. Vidas de sabios. El nacimiento de la autobiografía moderna en España (17331848). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto de la Lengua Española, 2005. p. 43.
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inciden fuertemente en la concepción que sobre la vida adopte. Es decir, la vida puede ser explicada desde el gnosticismo, el idealismo y el materialismo o desde una no siempre coherente urdimbre de las tres posiciones. No son pocas las autobiografías en las cuales sus autores asumen posiciones mesiánicas, sus vidas y sus actos son presentados como el cumplimiento de un designio divino y, a partir de ese mismo carácter, se eximen de toda culpa, responsabilidad o remordimiento aún habiendo causado dolor y muerte, en algunos casos. Agrega además, que la identidad, como la entiende Gusdorf, supone la conciencia de sí por parte del individuo y se erige sobre el reconocimiento de la particularidad de cada individuo en tanto objeto y sujeto de la historia. La identidad desde esa misma dimensión implica, de análoga manera, una especie de conciencia de sí y para sí. La conciencia de sí mismo y el reconocimiento de una existencia autónoma reflejan, de algún modo, ciertos niveles de secularización, en tanto confianza en las facultades y alejamiento de las explicaciones religiosas sobre el origen de la vida, sin romper necesaria y radicalmente con ellas. Poseer identidad es no considerarse uno más dentro de la masa política, religiosa, social o económica; sino poseedor de rasgos y roles únicos, o poco comunes. La identidad es, pues, reitera Durán López, uno de los componentes insustituibles de la vida, cuyo portador la convierte en objeto de estudio y escritura. Por lo anterior, a partir de la identidad, los autobiógrafos suelen verse tentados a explicar sus vidas, como un despliegue histórico que se remonta a varias generaciones atrás, con la intención de encontrar las raíces que les permitan explicar y justificar sus acciones, así como asignarle mayor espectacularidad a sus vidas que, entre otras cosas, no alcanza a ser escrita totalmente. Este vacío del tiempo histórico en ocasiones se intenta copar con proyecciones o consecuencias de lo actuado. Por ejemplo, algunas autobiografías de militares narran cómo, supuestamente en la niñez, sus autores se entretenían en juegos de táctica y estrategia, se embelesaban ante el paso de desfiles militares o se les crispaba la piel al escuchar himnos marciales, así sus incursiones en la vida castrense haya sido el resultado del azar o de la incompetencia para dedicarse a otras actividades no quedándoles
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más alternativa que la vida de las armas o como una forma de huir de la pobreza galopante de sus familias. Así, independientemente de la connotación que se le otorgue a la vida por parte de un autobiógrafo, debe hacerse claridad que la vida, tal como es presentada y escrita, no es ni fue la vida en la realidad, sino cómo interesa, en este caso a su autor, ser presentada y conocida, la manera como idealiza su vida, el modo en que quiere ser visto y valorado por sus semejantes. Abundan los argumentos para impugnar la no correspondencia entre la vida narrada y la vida real; basta esgrimir los de la condición falible de la memoria, la relatividad de los hechos y sus significados y la existencia de múltiples hermenéuticas tanto de los procesos como de los conceptos y categorías con los cuales se abordan. Se trata, más bien, de una comprensión de una vida, en este caso por su dueño, simplemente eso, una comprensión, no la comprensión. En ese mismo horizonte, para Gusdorf, del diálogo establecido entre el Autos (la identidad) y el Bios (lo vital) surge la Grafía (el modo de escribir o representar), en este caso del “yo” pensante y consciente. Naturalmente, no se trata de un solo yo sino de varios. El autobiógrafo crea tantos “yoes”como estime necesario, si requiere un yo comprensivo, generoso y paciente, lo configura, así como cuando el momento le exija crear otros “yoes” con rasgos distintos, lo hará y, aunque aparezcan contradictorios diversos “yoes”, el autobiógrafo toma las precauciones del caso para no apartarse de un yo total y uniforme enfrentado a distintas circunstancias en tiempos y espacios, a partir de los cuales justifica la existencia de esos múltiples “yoes”. Eso explica, en parte, por qué mientras para un autobiógrafo su obra es coherente en el todo y sus componentes, para los lectores puede ser un compendio de incoherencias y contradicciones. Así, pues, en una autobiografía no se está ante un solo yo sino ante múltiples “yoes”, según cada etapa de la vida y sus roles. No obstante la precisa disección etimológica que Gusdorf hace de la palabra autobiografía, a la misma se le ha dado otros sentidos no menos específicos, los cuales ameritan una aproximación. La palabra “autobiografía” es relativamente reciente. Según Bernd Neumann, a
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finales del siglo XVIII aparece primero en alemán, luego en inglés y pronto desplaza la expresión “memorias”, tomada del francés5. Pero Philippe Lejeune, difiere de lo expuesto por dicho autor y afirma que la palabra “autobiografía” vino de Inglaterra a principios del siglo XIX, y que se utilizó en dos sentidos parecidos, pero en cualquier caso, diferentes. El primer sentido fue el que propuso en 1866 el lexicógrafo francés Pierre Larousse (1817-1875), al definir escuetamente la autobiografía como la “Vida de un individuo escrita por él mismo”. Definición que sin cambios sustanciales se continúa utilizando en la mayoría de diccionarios no especializados. Larousse opone la autobiografía, que es una especie de confesión, a las memorias, que cuentan hechos que pueden ser ajenos al narrador. En un segundo sentido, autobiografía puede designar cualquier texto donde el autor parece expresar su vida o sus sentimientos, cualquiera que sea la forma del texto y el contrato propuesto por él. En este mismo sentido, Vapereau, en 1876, afirma Lejeune, definió la autobiografía como una obra literaria, novela, poema, tratado filosófico, etc., cuyo autor tuvo la intención, secreta o confesada, de contar su vida, exponer sus ideas o expresar sus sentimientos. La autobiografía abre, de este modo, un amplio camino a la fantasía, y quien la escribe en absoluto está obligado a ser exacto en los hechos, como en las memorias, o para ser totalmente sincero, como en las confesiones6. De lo anterior se colige que las definiciones de Larousse y Vapereau si bien es cierto no son excluyentes, difieren considerablemente. De la primera se infiere que por vida se entiende el conjunto de la praxis humana, mientras la segunda abre la posibilidad de segmentar la vida de los sentimientos, como si éstos no fueran parte de aquella. Larousse no fija las pautas por medio de las cuales se puede expresar una autobiografía, de lo cual se deduce que cualquiera es válida, Vapereau por su parte, paradójicamente, al mencionar géneros literarios para ampliar los espacios en los cuales tendría cabida la autobiografía, los
5. NEUMANN, Bernd. La identidad personal: autonomía y sumisión. Buenos Aires: Sur. p. 15. 6. LEJEUNE, Philippe. El pacto autobiográfico y otros escritos. Madrid: Megazul-Endymion, 1994. p. 129.
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reduce: ¿un verso, una pintura o una canción acaso no pueden contener una autobiografía? Aparte de lo anterior, valida la autobiografía como un género en el cual se echa a volar la imaginación y donde la fantasía tendría su mayor despliegue; los hechos, en este caso, no serían de mayor relevancia al momento de producir una autobiografía, como tampoco la veracidad de los mismos y la sinceridad. Concomitante con lo expuesto, cuando Lejeune define la autobiografía como un relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad7 parece coincidir con Vapereau en el sentido de reducir el ámbito de acción de la autobiografía. Lejeune, a través de su definición, pone en juego elementos pertenecientes a cuatro categorías diferentes: 1. La forma del lenguaje (narración, prosa). 2. El tema tratado: vida individual, historia de una personalidad. 3. La situación del autor: identidad del autor (cuyo nombre reenvía a una persona real) y del narrador. 4. La posición del narrador (identidad del narrador y del personaje principal, perspectiva retrospectiva de la narración). Desde luego la prosa no podría ser el único medio en el que se sitúa una autobiografía; tal vez sea el más común en el contexto del lenguaje. La autobiografía también puede estar narrada en la radio, televisión, prensa, Internet, la música, el cine y, como ya se indicó, en la poesía, en versos, pinturas o canciones. Otra limitación de la anterior definición, consiste en considerar la vida individual, estrictamente, como el único tema de la autobiografía. Los seres humanos, por más excepcionales que hayan sido o se les considere, no se han hecho ni se hacen solos, fueron y son el resultado de particulares condiciones familiares y de contextos concretos. Si bien es cierto la vida individual intenta ser el eje en torno
7. LEJEUNE, Philippe. El pacto autobiográfico. En: La autobiografía y sus problemas teóricos, Ángel G. Loureiro (Coordinador), Suplementos Número 29, Monografías temáticas, Barcelona: Anthropos, 1991. p. 48.
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al cual giran las autobiografías, las mismas, en distintas proporciones, terminan dando cuenta de la vida del círculo familiar más cercano o de una parte de sus miembros. En ese mismo sentido, es preciso señalar que la identidad entre el autor y el narrador, entre el objeto y el sujeto, deviene en uno de los problemas más críticos de la definición propuesta por Lejeune, ya que en este caso el autor fija, con arreglo a fines, la reglas de juego con las que de antemano tiene la certeza de tener éxito. El autor es juez y parte, con cualquier cara de la moneda gana; el autor monitorea las acciones del narrador. Éste se encuentra al servicio del autor, quien actúa a partir de un libreto elaborado por él mismo. La cuarta categoría del sentido etimológico antes visto, cierra el corolario de limitaciones del concepto de autobiografía, ya que obliga al narrador a actuar desde la retrospectiva. Si así lo hiciere el narrador, toda autobiografía sería inconclusa. Por tanto, el narrador no puede anclarse exclusivamente en la retrospectiva, la autobiografía que produce también da cuenta de lo que en un momento dado se considere actual. Es más, ¿por qué el autobiógrafo no puede producir una autobiografía contrafactual?, es decir, hacer prospectiva. Existen cantantes y actores que producen canciones y películas para ser publicadas y exhibidas después de su muerte. Esa es una situación que deberá sortear el autobiógrafo, es decir, cómo elaborar su autobiografía, aparentemente, si aún después de muerto, continúa haciendo aporte, en este caso, a la música o al cine. En todo caso, lo que para unos puede ser limitaciones, para Lejeune son las condiciones básicas de una autobiografía. Este autor se reafirma en sus posiciones cuando señala que una autobiografía es toda obra que cumple a la vez con las condiciones indicadas en cada una de esas categorías. Es más, sentencia que los géneros vecinos a éste no cumplen todas esas condiciones como las memorias, la biografía, la novela personal, el poema autobiográfico, el diario íntimo, el autorretrato y el ensayo8. En ese intento de purificación del sentido etimológico,
8. Ibíd., p. 48.
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termina dicho autor obturando posibles canales de comunicación con géneros indicados por él, a partir de los cuales la autobiografía saldría fortalecida, pues la biografía, la autobiografía y las memorias, aunque géneros distintos, en algunos casos sus límites son inciertos. Situados en una perspectiva más amplia, Robin Lefere considera que constituye una autobiografía el escrito en el que la vida del mismo autor, o más bien del hombre de quien nace el autor, es –explícita o implícitamente-, o resulta ser proliferación de materiales autobiográficos, el tema principal9. Este sentido etimológico del término en cuestión no reduce el tema de la autobiografía exclusivamente a la vida del autor, la considera el principal, más no el único; deja abierta la posibilidad, como ya se indicó, de hacer alusión a otras vidas, naturalmente de manera marginal, a efectos de generar una comprensión más amplia de la vida objeto de la autobiografía. La amplitud del mismo punto de vista, también está dada por la no restricción a un tipo específico de escrito. En esta tónica de la ampliación de los sentidos etimológicos, para Olney la autobiografía es una modalidad de escritura que puede ser infinitamente variada. Es muy posible, escribe, que no exista una forma de poner coto a la autobiografía en tanto género literario, con su forma, terminología y observancia propias10. De algún modo, este autor se sitúa en el extremo opuesto al de Lejeune, en el sentido de que no le fija restricción alguna al género autobiográfico, lo cual tampoco facilitaría una caracterización del mismo. Es decir, si a la autobiografía se le limita y condiciona al exceso, como parece ser la tentativa de Lejeune, o si no se le pone límite alguno como propone Olney, en el primer caso se le reduce y en el segundo se le dilata sin consideración alguna. Bajo tales condiciones se requiere una posición crítica, que conduzca a una acepción equilibrada del concepto de autobiografía. Un punto de vista distinto es el de Bernd Neumann, quien define la autobiografía mediante una distinción entre ella y la memoria;
9. LEFERE, Robin. Naturaleza y sentidos de la autobiografía: la escritura de Claude Simón. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 267. 10. JAY, Paul. El ser y el texto. Madrid: Magazul, 1993. p. 19.
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a la vez plantea un límite preciso entre ambos géneros, a los que considera hijos de la “biografía”. Al respecto, el autor se expresa en los siguientes términos: “Si las memorias describen los acontecimientos de un individuo como portador de un rol social, la biografía narra la vida de un hombre no socializado, la historia de su devenir y de su formación, de su crecimiento en la sociedad. Las memorias comienzan prácticamente tan solo con el logro de la identidad, con la aceptación del rol social, y la autobiografía termina allí”11. El hecho de que Neumann reconozca el “parentesco” entre los géneros biografía, memorias y autobiografía valida nuestra perspectiva, según la cual, los límites entre los tres son imprecisos, pues coinciden en que el objeto de estudio es el individuo y no la sociedad. Debe aclararse que algunas memorias pueden ser colectivas, como aquellas producidas por grupos sociales homogéneos o con algunas características similares. Suelen presentarse casos donde una obra tiene rasgos, tanto de autobiografía como de memorias, es más, se ha llegado en ciertas situaciones a hablar indistintamente de lo uno y de lo otro como si fuesen sinónimos. Definir hasta dónde va lo uno y dónde empieza lo otro, corresponde al ejercicio de la casuística, pues le resultará complejo al autobiógrafo no salpicar su trabajo con asuntos típicos de las memorias y a la inversa. Pero es el propio Neumann quien formula una sugestiva propuesta para dicha distinción. Para este autor, la tipología genérica, distinción autobiografía/memoria, está planteada por la incorporación del individuo en los procesos económico-productivos del sistema capitalista. Es autobiografía, afirma él, cuando el texto relata el periodo de la infancia, la adolescencia o la vejez, en el sentido de que son acontecimientos privados, propios del sujeto, de su vida íntima. Por su parte las memorias, prosigue, son el relato del periodo productivo de la persona, es decir, cuando desempeña un cargo reconocido socialmente. Tal posición es discutible desde todo punto de vista y aquí planteamos,
11. NEUMANN. Op. Cit., p.15.
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por ahora, solamente dos inquietudes: ¿la autobiografía es un género que nace con el capitalismo y se circunscribe al mismo y en sus inicios a un área geográfica específica? y ¿no es posible la autobiografía en otras formaciones sociales y económicas, donde el individuo está subsumido en la religiosidad o donde sólo es perceptible en cuanto a la masa? En esa dirección, el mismo Neumann señala algunas aclaraciones preliminares. Desde su perspectiva, la autobiografía constituye un fenómeno puramente europeo, cuyo inicio lo representa San Agustín (354-430), con su obra Confesiones. No obstante, aclara, en tanto género se establece en el Renacimiento, específicamente en las ciudades italianas donde crecieron las primeras grandes autobiografías. La forma económica del capitalismo creó la base para una conciencia de la individualidad. El inicio de la autobiografía está emparentado, según ese orden de ideas, con el origen y desarrollo de la mentalidad burguesa, puesto que en ella se manifiesta el valor que la burguesía tiene del individuo en tanto motor de la actividad económica y cultural. Este mismo planteamiento es compartido por Karl J. Weintraub12 y, en general, por quienes se han ocupado de la autobiografía como género. El hombre de mentalidad liberal y burguesa de éxito económico, sensible a la ciencia, de espíritu aventurero en materia de exploraciones, de movilidad de capitales y de especulaciones financieras, se asombró ante sí mismo, se consideró único o poco común e interpretó necesario dejar un registro de su propia vida, en este caso, escribiéndola él mismo. Desde luego, la autobiografía al hacer irrupción en este ambiente, contó con una serie de factores a favor como la imprenta, la ampliación de la masa lectora en virtud de la alfabetización, el incremento de las publicaciones, el mejoramiento de las comunicaciones y los efectos directos y colaterales de la desacralización del mundo, de la separación entre la iglesia y el Estado, así como del advenimiento de la laicidad.
12. RODRÍGUEZ, Francisco. El género autobiográfico y la construcción del sujeto autorreferencial. En: Revista de filología y lingüística de la Universidad de Costa Rica, Número 2, Volumen XXVI, San José, (Jul-Dic de 2000); p. 11.
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De igual modo, se afirma que la autobiografía es un texto que no se desarrolla en la antigüedad, porque la idea de comunidad, en general, es más fuerte que la del individuo, concepto ligado, a lo sumo, a la idea del héroe guerrero y del gobernante, quienes fueron objeto de biografías, no de autobiografías. A partir del Renacimiento, el hombre occidental ha desarrollado un apego por el ideal de la personalidad en tanto individuo que realiza su propia vida adherida a valores de uso y de cambio. Lentamente va superando la perspectiva teocéntrica para afincarse en el antropocentrismo, al cual incorporó legados de la antigüedad clásica. Unido a este desarrollo de la individualidad, está la evolución del género autobiográfico, en cuanto forma cultural que da expresión a la historia personal. Por su parte para Weintraub, la consolidación de la individualidad debe esperar hasta el advenimiento del historicismo (finales del siglo XVIII) para la constitución de la autobiografía como género13. No obstante, debe aclararse que existieron formas autobiográficas en la antigüedad grecolatina y en la Edad Media, lo cual no significa que hubiese existido un desarrollo del género autobiográfico, como sí lo hubo para el caso de la biografía. A propósito del historicismo, éste es entendido como la relevancia que se le da a la historia para explicar los fenómenos donde todos los valores resultarían de una evolución histórica. Entre los autores más representativos del historicismo, sobresalen, August Boeckh (1785-1867), Johann Gustav Droysen (18081886) y Wilhem Dilthey (1833-1911). Otro estudioso del tema es James Goodwin, quien aparte de definir la autobiografía como una narrativa de prosa, aclara que hay poemas que pertenecen al género, como El preludio. Asegura que el término autobiografía es relativamente reciente en lenguas occidentales, según él, entró en el inglés por el griego y el latín; su primer empleo documentado aparece en manuscritos griegos. Agrega que, según el diccionario inglés Oxford, la palabra autobiografía fue usada en inglés,
13. Ibid., p. 11.
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por primera vez, a finales del siglo XVIII y fue definida como “la historia de la vida de alguien, escrita por la misma persona”14. Desde el punto de vista de Goodwin, la autobiografía entró en la lengua inglesa en el período de las revoluciones americanas y francesas, que realzaron la importancia cultural y política del individuo. De este modo Goodwin, Neumann y Weintraub coinciden, tanto en la ubicación temporal y espacial de la irrupción del género autobiográfico, como en aclarar que el mismo tuvo antecedentes en culturas pretéritas, donde tuvo un mayor auge la biografía. Con fundamento en lo expuesto por los tres autores, se puede afirmar que la autobiografía adquirió notoriedad y auge a partir del denominado periodo de las revoluciones burguesas (finales del siglo XVIII hasta inicios del XX), pero no se originó en el mismo. Respecto a ello, Goodwin aclara que muchos autoestudios individuales e historias de vida fueron escritos antes de este período revolucionario, pero el nuevo término marca un cambio determinante en el significado y la dirección de tales prácticas literarias, como queda indicado, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Un género vinculado a la introspección, a la confesión, al sujeto autorreferencial. Este cambio, remarca Goodwin, pareció requerir un término moderno para un género cuyos antecedentes aparecen en culturas clásicas griegas y romanas, el temprano cristianismo, y el Renacimiento15. En esas condiciones, el contexto revolucionario burgués y la estructura axiológica a que dio lugar tal fenómeno, generó el ambiente propicio para el afianzamiento de la autobiografía. A propósito de la relación autobiografía e introspección, se considera que una raíz del género autobiográfico se encuentra en la antigüedad, a partir de la tradición filosófica de la introspección. La introspección tiene particular importancia en la filosofía estoica, donde sobresalieron Séneca, con sus obras De vita beata, Consolatio ad Martiam, De Clementia, Epístolas a Lucilio, Medea, Las Troyanas y Agamenón y el emperador
14. GOODWIN, James. Autobiographi. The Self Made Text. New York: Twayne, 1993. p. 2. 15. Ibíd., p. 2.
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romano Marco Aurelio (121-180) con su obra Pensamientos. En sus cartas y reflexiones registradas, Séneca dirige su pensamiento tanto hacia adentro, a los asuntos de conciencia, como hacia afuera, hacia cuestiones de la condición moral. En ambas direcciones se infiere que el bien supremo reside en el esfuerzo que obedece a la razón, mostrando entereza ante la adversidad. Marco Aurelio dedica sus meditaciones hacia la experiencia interior en un esfuerzo para alcanzar el entendimiento del significado universal en la propia vida de un individuo16, concluye Goodwin. A lo anterior se añade lo expuesto por Vicente Pérez Silva, Georg Gugelberger y Michael Kearney, quienes consideran que la autobiografía es un género dedicado a la celebración y elevación del individuo y del individualismo. Usualmente, el género autobiográfico se describe como una biografía escrita por el sujeto sobre sí mismo y sobre la gente y los eventos que el autor ha conocido y vivido. Frente a ambos sentidos etimológicos del término autobiografía, Pérez Silva considera que los conceptos de lo que es la autobiografía tienen su propia relevancia, pero no cree que se pueda reducir este género “borroso”, que muchas veces incorpora los rasgos característicos de un diario, memoria, o testimonio, según él, a la idea de que la escritura autobiográfica sea una manifestación de un egocentrismo o de una celebración del individuo17. Su discrepancia la sustenta afirmando que el individuo es demasiado indefinible para que se celebre a sí mismo y en exceso fragmentario para poder captarlo en unas páginas. Esta fragmentariedad existencial, señala el autor, conduce a una autobiografía fragmentada y, por tanto, a la representación textual de una identidad incompleta. Con el ánimo de rescatar del olvido o dar a conocer, de manera total o fragmentada, el texto de esas vivencias que entrañan una forma de expresión particular, como que el aspecto fundamental de la autobiografía no es otro, no puede ser otro, prosigue el mismo, que el de la exteriorización de una determinada
16. Ibíd., p. 3. 17. PÉREZ SILVA, Vicente. La autobiografía en Colombia. Bogotá: Imprenta Nacional de Colombia, 1996, X.
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persona escrita por ella misma. O como Pérez Silva la define, es“la relación escrita de su propia vida y en lo que ésta tiene de más personal”18. Desde la perspectiva de Pérez Silva, la concepción de este género autobiográfico, no obstante las diversas formas o modalidades, es eminentemente personal. Implícita o explícitamente, se ha escrito con acierto, señala tal autor, toda autobiografía entraña un testimonio. Un testimonio que, a la postre, vierte íntimos secretos o recónditas vivencias de quien pone en conocimiento su propia vida. Sus géneros vecinos o colaterales serían las memorias, los diarios íntimos, las biografías, las novelas y las crónicas; incluyendo en este último las cartas (vertiente en extinción), el diálogo, el reportaje y la narración de viajes. La autobiografía tiende a ser escrita en primera persona del singular y a adoptar un punto de vista retrospectivo, pero en su orden cronológico de presentación, es con frecuencia modificado por la intromisión de las preocupaciones presentes o por las distintas obsesiones personales. Pérez Silva admite que la vocación de la autobiografía es en parte la de ser un reflejo de su autor, reflejo deformado e incompleto quizás, pero lo bastante fiel; sin embargo, para revelar la unidad irreductible de su individualidad19. En conclusión, la autobiografía es el reflejo de la naturaleza humana; es el reencuentro con uno mismo; en fin, es el descubrimiento o la entrega del mundo interior de una persona20. La acepción que el mencionado autor le otorga al género autobiográfico incorpora dos elementos importantes. El primero alude a la admisión de tal género como reflejo de una vida, pero en todo caso, un reflejo parcial e inexacto que escapa al ímpetu cuantitativo y a la tendencia absolutista. El segundo considera la autobiografía como un reencuentro o descubrimiento de una persona consigo misma, fenómeno que da lugar a la construcción de una vida, ideal y como quiso el autor que fuera o que fuese comprendida por
18. Ibíd., X. 19. Ibíd., X. 20. Ibíd., X.
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sus congéneres, la cual no coincide con la vida real tal como ocurrió. Así entonces, ¿Toda autobiografía es una alteración consciente e inconsciente de una vida? Si la alteración va en uno u otro sentido o, si por el contrario ejecuta una mixtura, la autobiografía puede conducir a problemas laudatorios, los cuales circulan en una relación tríadica compuesta por el autor, la obra y el lector. Sobre estas posibles aristas del fenómeno autobiográfico Georges May es del criterio, según el cual, “…la autobiografía es quizás la forma literaria en la que se establece la más perfecta armonía entre el autor y el lector. En efecto, si es la necesidad de contemplarse a sí mismo la que incita por lo común al autobiógrafo a escribir, es esa misma necesidad la que incita también al lector. Inclinados sobre la espalda de Narciso vemos nuestro rostro, y no el suyo, reflejado en las aguas de la fuente”21. Cabe entonces preguntarnos ¿Hasta qué punto la autobiografía es una especie de narcisismo? Veamos algunos rasgos de la personalidad narcisista o con tendencias a serlo, con el propósito de inferir los posibles sesgos narcisistas de los autobiógrafos. Para ello nos apoyamos en Gonzalo Himiob. Este autor afirma que la personalidad narcisista se caracteriza por un patrón grandioso de vida, este se expresa en fantasías o modos de conducta que incapacitan al individuo para ver al otro; el mundo se guía y debe obedecer a sus propios puntos de vista, los cuales considera irrebatibles, infalibles, auto-generados22. Las cosas más obvias y corrientes, si se le ocurren a él o ella, deben ser vistas con admiración y se embriaga en la expresión de las mismas. Hay en el narcisista una inagotable sed de admiración y adulación, esta última lo incapacita para reflexionar e incluso pensar. Vive más preocupado por su actuación, en cuanto a la teatralidad y reconocimiento de sus acciones, que en la eficacia y utilidad de las mismas. Su visión es el patrón al cual el mundo debe someterse. Es el Narciso una personalidad que, aun cuando pueda poseer una aguda inteligencia, ésta se encuentra obnubilada por la visión grandiosa de sí mismo y por su hambre de reconocimiento.
21. MAY, Georges, La autobiografía. México: Fondo de Cultura Económica, 1982. p. 26. 22. HIMIOB, Gonzalo. Narcisismo. En: Venezuela analítica. Revista electrónica, Número 19, (Jun 1997).
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Según Himiob personas narcisistas pudiendo ser exitosas, productivas y creativas, someten su vida a adulantes mediocridades. Drogadas por su discurso auto-dirigido, no son capaces de reflexionar y escuchar lo que el mundo les grita23. En la otra cara de la moneda, la personalidad narcisista es, en sí misma, una forma de sobrevivencia. Hemos visto en el mito como Narciso es el producto de una acción terrible. La personalidad narcisista nace de una violencia, de un terrible trauma, de una herida inferida al individuo en sus primeras etapas del desarrollo o antes, cuando la herida es la madre y ella trasmite al hijo su resentimiento, su dolor, su rabia y temor. Se refugia, el traumatizado, en su propia imagen de grandiosidad; ello le permite elevar su maltrecha autoestima y sentirse un poco mejor consigo mismo. Su hambre insaciable de reconocimiento se asila en la admiración y la adulación de quienes lo circundan24. Hombres y mujeres narcisistas suelen caer en las más abyectas acciones para sostener su ego herido. Cuando el narcisista ejerce posiciones de poder se rodea de personas que, por su propia condición, son inferiores a él o ella, y de otros que le harán la corte solo en función de un interés mezquino. Concluye Himiob que el narcisista es una persona que puede ser muy exitosa, en cuanto al brillo externo se refiere. Él no se plantea dudas en cuanto a la realidad de sus ideas, sean éstas brillantes o no. Así vemos como personas con una inteligencia mediocre y una cultura pobre escalan posiciones sorprendentes, para ellos, el recapacitar no existe. Aún las más insulsas ideas son expresadas con un espíritu mesiánico, se enamoran de las ideas de otros y las hacen propias sin la más mínima consideración moral ni ética. Estos últimos logran capitalizar a una horda de narcisistas depresivos que creen, ingenuamente, en la verdad expresada por el pseudomaestro. Ellos lo seguirán fielmente, no importa cuán errado esté25. Como se puede observar, es inobjetable que la autobiografía compromete ciertos niveles de narcisismo, seguramente en unos casos
23. Ibíd. 24. Ibíd. 25. Ibíd.
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más evidentes que en otros, pero no escapa a tal peculiaridad. Sus límites pueden variar, desde aquellos que, enloquecidos por la vanidad se consideran el principio y fin de todo, hasta aquellos que, probablemente de buena fe, intentan reflejar su modestia. ¿Hasta qué punto un exceso de autoestima puede incurrir en conductas narcisistas? Este será uno de los tantos problemas que deberá enfrentar, en primer lugar el autobiógrafo y, en segunda instancia, el lector de una autobiografía, sin desconocer la posibilidad de que el autor de una autobiografía pueda estar escribiendo para sí, siendo su escrito las aguas del lago donde admira su imagen proyectada o para anticiparse a eventuales cuestionamientos. Las autobiografías de los dictadores suelen presentar ambos rasgos. En ese mismo sentido, Carmen Heuser es del criterio según el cual; “La autobiografía es una travesía en la que un recorrido narcisístico guía los pasos de la escritura, bucea por los intersticios de la memoria, atravesado por un deseo que alienta, que palpita, propulsando la continuidad de la letra. En su transcurrir permite la aparición siempre evanescente y vacilante del sujeto deseante que al mismo tiempo que se oculta, se muestra. Al desvanecerse delinea el verdadero impulso que crea y desliza la escritura, abre el acceso a nuevos sentidos, permitiendo el destello de la significancia. Aparece en la autobiografía un hacerse público, exponer matices de una intimidad reservada hasta el momento de la divulgación, mostrarse a otros en el combate, en la fatiga, en el amor, en la creación, en la desesperanza, en el deseo, en los errores, en las carencias”26. Salpicada o no de narcisismo, la autobiografía es una variedad de las memorias. En la poesía es en donde más aparece lo autobiográfico, lo cual se patentiza con el romanticismo, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX27, afirma Jorge Glusberg. Seguramente no solo en el tiempo indicado por el citado autor, sino siempre. El autobiógrafo recurre a la memoria, obviamente a una memoria selectiva, excluyente, frágil y
26. HEUSER, Carmen. Los rastros del recuerdo. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 96. 27. GLUSBERG, Jorge. Algunas reflexiones sobre autobiografía y escritura. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 104.
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parcializada, de todo modos, como ha sido nuestra posición, no debe confundirse la autobiografía con las memorias, en tanto géneros. Desde ese horizonte también podría afirmarse que las memorias son una especie de autobiografías. Identificar el exacto límite entre estos géneros, incluida la biografía, es un ejercicio tan estéril como compartimentar de modo estricto las disciplinas del ámbito de las Ciencias Humanas y Sociales negando su esencia interdisciplinaria y transdisciplinaria. Además, la autobiografía es una confesión. Es admitir una culpa o dar una explicación no pedida. Tal sentido etimológico del término “autobiografía” reviste una insospechada complejidad. Si bien es cierto no se descarta el influjo narcisista en la autobiografía, esa personalidad narcisista confiesa, admite ser culpable y por eso ofrece una explicación sobre su vida y sus actos. Un narcisista, por su misma condición de tal, no confesaría pero, paradójicamente, la autobiografía es eso, una confesión. Confesar es revelar, aceptar, reconocer, admitir, declarar, relatar, manifestar. Quien confiesa es consciente de haber“descarrilado”la dinámica de un grupo social, un pueblo o una nación; de haber “pecado” o de haber incurrido en un delito y admite la existencia de una autoridad impersonal como la “historia”, el “pueblo”, las “futuras generaciones”; de una corte marcial, de un tribunal civil o de una justicia supraterrenal. La autobiografía, independientemente de sus niveles narcisistas, termina reconociendo una o varias de las autoridades antes descritas, ante las cuales confiesa “voluntariamente”. Pero esta confesión tiene ciertas peculiaridades: el autobiógrafo es quien toma la iniciativa para la confesión; identifica los tópicos sobre los que versa su confesión, los jerarquiza, realza unos, esconde otros y matiza los demás, les otorga valores diferenciados, establece las relaciones de causalidad, impone los tiempos, la forma, el contenido y la intencionalidad de la confesión. El autobiógrafo se interpela a sí mismo; crea, niega y relativiza hechos; apela a pruebas que solamente él podrá tener, descalifica las que le sean adversas y controvierte las que minan sus argumentos. También el autobiógrafo imagina escenarios, monta el tinglado y actúa en él ejecutando una confesión parcial. Si toda autobiografía es una
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confesión, tal confesión es parcial, llega hasta el límite fijado por su autor, quien la inicia, conduce y concluye. La autobiografía en tanto confesión, cumple en su autor las funciones de catarsis, entendida ésta como la descarga emotiva, ligada a la exteriorización de conflictos o tensiones. Al final de la confesión, el mismo autobiógrafo se absuelve de toda culpa y, en los pocos casos que se admiten ciertos grados de culpabilidad, su conducta es contextualizada con el principal propósito de hacer ver sus acciones como algo inevitable, de menor gravedad en comparación con otras y preferibles respecto a las circunstancias que las propiciaron. De igual modo, la autobiografía ha sido considerada como la experiencia textual de alguien que no resiste el deseo de decir quién es, de sacar a la luz la muchedumbre de seres que oculta en su almacén de realidades. El anterior sentido etimológico nos sitúa frente a dos perspectivas de la autobiografía. La primera está referida a una especie de “incontinencia comunicativa”, a partir de la cual el sujeto, preso de un incontenible deseo de exhibirse ante sí y ante los demás, contemporáneos o no, asume el reto de escribir su vida, así sea su única incursión en el mundo de las letras. La segunda admite que la autobiografía no refleja una vida, sino muchas vidas, tantas como episodios haya experimentado o creyese haber vivido el autor de la misma, quien no escatima esfuerzo alguno por imaginar un actor para cada escena narrada. A dicho actor, disímil en cada circunstancia, le es consustancial un halo balsámico a partir del cual son narrados, explicados o justificados los hechos más controvertidos de la vida objeto de la autobiografía. En consecuencia, la autobiografía es un momento del tejido del tiempo donde se configura la matriz (a manera de urdimbre) de una vida y su sentido social. Un tejido textual, testigo de un tiempo y un espacio vital. Tal acepción es cercana a la idea de memorias establecida por Neumann, para quien las mismas hacen énfasis en los acontecimientos de un individuo como portador de un rol social y, por tanto, la aclaración implícita en esa definición, concerniente al sentido social de la vida, difiere ostensiblemente de la formulada por el mismo autor, para quien la autobiografía se refiere a las etapas de la vida, a los acontecimientos privados, a la vida íntima.
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Los tres géneros (biografía, autobiografía y memorias) en ocasiones se yuxtaponen, los límites son discutibles; permanecer presos señalando la circunscrita esfera de acción de cada género es labrar un terreno árido. Aparte de ser cercanos los géneros entre sí, en el seno de cada uno existen divergencias; es más, en vista del carácter único de cada vida, las biografías, autobiografías o memorias, divergen, entre otras cosas, por el énfasis dado a los hechos. La autobiografía, en ese caso, se asemeja a un álbum de fotografías cuidadosamente seleccionadas y puestas en orden. Según Ángel Nogueira Dobarro, la autobiografía es destino, proyecto y producción de planes siempre novedosos, originales; queda en la marcha del tiempo. La autobiografía, anota el mismo autor, es un camino en el fluir leve de los momentos, de las gentes y las vidas que se cristalizan en la escritura y en el texto. La autobiografía es un tono arqueológico de un proceso vivo que persigue el destino de toda vida, la otredad que inventa la historia en la temporalidad rica de ser28. En cualquiera de los sentidos asignados a la autobiografía, el género objeto de este estudio siempre será una aproximación al autoconocimiento de una vida, no un conocimiento pleno, cabal y absoluto. En primer lugar, porque la ciencia y el conocimiento son un camino y no un punto de llegada y, en segunda instancia, por la compleja y siempre conflictiva relación entre el escritor de la vida y el poseedor de la misma. Tiene sentido la afirmación, según la cual, la autobiografía es un proyecto. Pero además de un proyecto, la autobiografía es un pleito y una demanda por un desagravio, afirma Djelal Kadir. El móvil de la autobiografía es un obsesivo sentimiento de excepcionalidad. Cuando a tal excepcionalismo se le añade la exclusión, la marginalidad y un sentimiento de agravio, ya se tienen los elementos suficientes para la alquimia de la autobiografía29. La autobiografía no es una representación
28. NOGUEIRA DOBARRO, Ángel. La autobiografía como literatura, arte y pensamiento. Teoría literaria y textos autobiográficos. En: Anthropos, Revista de documentación científica de la cultura, Número 125, Barcelona, (Oct 1991); p. 46. 29. KADIR, Djelal. Proemio: personificaciones primarias/Colón autobiográfico. En: La situación autobiográfica, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1995. p. 19.
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sino una presencia oblicua. Este sentido etimológico del término, hace énfasis en un trasfondo de conflicto, el cual puede valorarse, tanto en el plano personal, como en el ámbito social. En cualquiera de las dos posibilidades, el conflicto es la desazón que no le permite tener sosiego al individuo, que lo empuja al insondable despeñadero de la autobiografía, género que, desde ese punto de vista, se constituye en la última instancia de apelación, en la opción final, en la alternativa postrera para que el autobiógrafo se pronuncie frente a un contexto que le señala, acusa e interpela, sin concluir nunca el juicio y, en consecuencia y de manera trágica, sin conocerse nunca un veredicto que lo condene o absuelva. La autobiografía es un acto compensatorio por la marginalización, señala con acierto Djelal Kadir. En este sentido, la pérdida del dominio o una influencia precaria sobre las circunstancias de uno, siempre ha sido campo propicio para la autobiografía. Así, la autoinscripción sirve de recurso, de cierto grado de control en la ausencia de cualquier otra medida de seguridad30. La marginalización, en este caso, alude a la separación total o parcial de un individuo de las relaciones de poder, desde donde actuaba. Un sujeto al ser expulsado de las mismas o presionado para que las abandone, experimenta sensaciones de marginalización, las cuales intenta superar mediante la autobiografía, escenario donde no tiene más limitaciones que las que le impone su propio intelecto y su acervo axiológico. Desde luego la marginalización de vastos sectores sociales, eventualmente podría estimular la ejecución de autobiografías, individuales o colectivas en la perspectiva de generar conciencia a favor de su propia superación. Un tanto coincidente con lo argumentado por Djelal Kadir, es la posición de Silvia Adela Kohan según la cual, la autobiografía es un término engañoso, presuntuoso y sugerente, que cuenta “lo ocurrido a un yo que lo narra”31. El carácter engañoso del término tiene distintas connotaciones, una de ellas está referida a que la convencional barrera entre objeto y sujeto se rompe y da lugar a una especie de amalgama,
30. Ibíd., p. 22. 31. KOHAN, Silvia Adela. De la autobiografía a la ficción. Barcelona: Grafein, 2000. p. 15.
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las dos instancias fundidas originan un dispositivo por cuyo intermedio, en este caso, un sujeto promete narrar su propia vida e impertérrito tiene la osadía de asegurar que se trata de una construcción centrada en la “objetividad” y la “veracidad”. Otra arista engañosa del término, alude a su naturaleza excluyente, y lo es en dos escenarios: al estatuirse como la “verdad” de plano descalifica e invalida otras “verdades” sobre esa misma vida y, en su misma elaboración, la autobiografía excluye hechos, fuentes y comprensiones. Toda autobiografía es excluyente, usualmente en ambos campos. La misma autora señala que la autobiografía es una narración construida sobre la modalidad temporal de la retrospección y que la función narradora recae sobre el propio protagonista: la persona que escribe habla de su propia vida y se mete en escena como personaje principal32. Si para Kohan la modalidad temporal de la autobiografía es la retrospección, consideramos pertinente cuestionar si ¿la reflexión sobre el momento presente y la prospección pueden acaso hacer parte del tiempo de la narración autobiográfica? Creemos que sí, pues en caso de que la autobiografía sea reducida a la retrospección, obtura la posibilidad de que el autobiógrafo, en el trance de la reconstrucción de su vida, incorpore su tiempo presente y se manifieste sobre el futuro o, expuesto en términos lineales, es como si en la línea de sucesión de causas, efectos y consecuencias, sólo diese razón de las primeras. En este mismo horizonte de los sentidos etimológicos, Darío Villanueva afirma que básicamente la autobiografía es una narración autodiegética construida en su dimensión temporal sobre una de las modalidades de la anacronía, la analepsis o retrospección. La función narradora recae sobre el propio protagonista de la diéresis, que relata su existencia reconstruyéndola desde el presente de la enunciación hacia el pasado vivido33. Sin embargo, aclara que existen casos donde la función narradora no recae exactamente sobre el protagonista, sino que éste se
32. Ibíd., p. 17. 33. VILLANUEVA, Darío. Realidad y ficción: la paradoja de la autobiografía. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 19.
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apoya en un “narrador” entregándole la información necesaria para el efecto, fijándole los derroteros por los cuales debe conducirse. Así, en casos donde la escritura, la lectura y en general el trabajo académico no son rasgos distintivos en un personaje, el “narrador” desplaza al sujeto de la autobiografía. Seguramente este tipo de situaciones son casos aislados, pero no por ello se deben desconocer. Por su parte para Jorge Panesi la autobiografía suele ser un conato de justificación frente a tribunales más o menos imaginarios34. Se trata de un escenario en el cual, movido por “el peso de la conciencia”, el autobiógrafo hace los descargos respectivos imputados por su conciencia, por la sociedad o por ambos. Si bien es cierto tales descargos se asemejan a una confesión, como ya fue ésta caracterizada, los mismos se formulan, generalmente, con la ilusión de “limpiar” la “honra” y el “buen nombre” de un sujeto que, en virtud de sus acciones impactó el destino de pueblos, naciones o culturas. Lo anterior no significa que esos descargos se ajusten a la realidad, se trata de una versión, la versión de quien en razón de su poder, rango, rol y condición reprimió y asesinó en masa y difícilmente lo alcanzará la acción de la justicia. En estos casos el mesianismo contribuye a la imaginación de esos tribunales. Habíamos observado ya los vasos comunicantes de la autobiografía con otras esferas de la praxis humana. Ahora es Northrop Frye (catalogado por Goodwin como un importante teórico literario sobre el asunto del género), quien encuentra que la autobiografía “se combina con la novela por una serie de gradaciones insensibles. La mayor parte de autobiografías son inspiradas por un creativo, y por tanto ficticio, impulso de seleccionar sólo aquellos acontecimientos y experiencias en la vida del escritor que van a aumentar un modelo integrado”35. Pero la combinación no sólo estaría dada con la novela, pues la historia en cuanto trama y narración también se combina con la novela. La
34. PANESI, Jorge. El precio de la autobiografía: Jacques Derrida, el circunciso. En: Orbis Tertius. Revista de teoría y práctica literaria. Año I, Número I, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, La Plata, Argentina, (1996); p. 65. 35. GOODWIN. Op. Cit., p. 20.
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combinación de la autobiografía, según nuestro punto de vista, está dada con el conjunto de la praxis cognitiva del hombre, fragmentada o parcelada ésta en habitáculos llamados ciencias. Postulamos esta combinación un tanto dilatada, en vista de los inverosímiles recursos y estrategias a las que apela el autobiógrafo para la ejecución de su trabajo. Sobre el mismo tópico, Philippe Lejeune llama la atención al afirmar que algunos escritores en el período moderno, han procurado desalojar la ficción de la autobiografía, como la forma de prosa dominante. Varias formas contemporáneas de escritura han procurado acortar, o en algunos casos, disolver cualquier frontera entre la autobiografía y la ficción. El género autobiográfico suscita discusiones clásicas como las relaciones entre la biografía y la autobiografía y las relaciones entre la novela y la autobiografía36. Pareciese como si asumieran en calidad de sinónimos novela y ficción. Nuestro criterio es que no toda novela es ficción y la ciencia, por más “dura” o “pura” que se le considere, no está exenta de ficción. Intuimos que el horizonte comprensivo de lo indicado por los autores citados corresponde a ver la preponderancia de autobiografías en prosa y, en poesía, en menor medida. Seguramente la autobiografía en poesía no fenecerá, como la autobiografía en prosa, no por ello, estará libre de ficción. De todos modos, a los tres géneros cercanos (la biografía, las memorias y la autobiografía), les suelen resultar enemigos gratuitos y detractores procedentes de distintas latitudes. De éstos hay quienes vilipendian a la autobiografía con adjetivos como máscara, desfiguración, ficción, impostura, estafa, soborno y exorcismo, entre otros. Sin embargo, los empleos en la autobiografía de recursos comúnmente asociados con la novela y la fusión de autobiografía con ficción por algunos escritores, hacen imposible dibujar distinciones categóricas entre los dos géneros, afirma con razón Goodwin, quien considera a Lejeune el teórico literario que mayor atención ha dedicado a este asunto. En efecto, para Lejeune, prosigue Goodwin, la característica
36. LEJEUNE. Op. Cit., p. 47.
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que más distingue la autobiografía de la ficción es la forma de un pacto o el contrato entre una autobiografía y el lector, un pacto iniciado en la atribución de paternidad literaria sobre la portada de la autobiografía y hacia adelante por el libro37, precisa. El pacto autobiográfico como suele conocerse la propuesta de Lejeune, será tratado con mayor amplitud en el capítulo dos. Mientras tanto, conviene conocer la posición de Noël M. Valis, quien le confiere un sugestivo sentido interpretativo al término “autobiografía”. Para este autor, el impulso autobiográfico se inicia como manera de fijar el carácter inestable y fugaz de la experiencia humana. Entendida como impulso, o sea una forma de energía que se opone al colapso entrópico del ser, la autobiografía en sí es una imposibilidad paradójica, cuya empresa se intenta definir en el acto mismo de vivirla. La autobiografía como texto representa el entierro del ser, asegura Valis, y además señala que la autobiografía es una especie de desfiguración o mutilación y constituye una revelación pública de la interioridad38. De la anterior acepción emanan distintos tipos de limitaciones del género: la primera, la de estar supeditada al halo, la cual deriva en una segunda, consistente en su naturaleza inconclusa y por tanto, su naturaleza será imprecisa y limitada. Cercano a éste criterio, está el punto de vista de Sylvia Molloy cuando sostiene que la autobiografía es siempre una re-presentación, esto es, un contar de nuevo, ya que la “vida” a la cual supuestamente remite es, ya de por sí, una fabricación narrativa: la historia de mi vida no existe si no la cuento, puntualiza Molloy. Vida es siempre relato: relato que nos contamos a nosotros mismos, como sujetos, a través de la rememoración; o relato que nos cuentan o que leemos cuando se trata de vidas ajenas39 afirma la mencionada autora, para quien parece
37. GOODWIN. Op. Cit., p. 21. 38. VALIS, Noël M. La autobiografía como insulto. En: Anthropos. Revista de documentación científica de la cultura, Número 125, Barcelona, (Oct 1991); p. 36. 39. MOLLOY, Sylvia. El teatro de la lectura: cuerpo y libro en Victoria Ocampo. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 13.
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ser que una cosa es la autobiografía y otra distinta la vida que intenta narrar, cuestión cierta, pues la primera es una aproximación sobre la segunda. Esta posición la sitúa en similar perspectiva a la de Valis. Es más, la biografía y las memorias, en sentido estricto, también corresponden a aproximaciones. Es preciso advertir que entre los autores tenidos en cuenta en este capítulo, las diferencias no son antagónicas. Tal es el caso de Carlos Bruck, al afirmar que la autobiografía es un cantar gestacional donde un escritor se pretende sujeto del escrito. En tanto que narrador se gestiona, destinándose así a un oficio quizás imposible y por lo menos improbable: construir el propio destino en un après-coup que pasa a relatar40. Naturalmente la narración queda sujeta, en primer lugar, a los éxitos o fracasos de la memoria y, en segunda instancia, al plan que el autobiógrafo diseña para el relato por medio del cual crea una vida paralela, intentando con ella dar forma a su propia vida, que llamará autobiografía. De ese modo, la autobiografía es lo que a un sujeto le permite a sí mismo mostrarse, lo que autoriza salir de su identidad y por lo que estaría, eventualmente, en condiciones de responder. En similar dirección, Kart J, Weintraub afirma que partiendo de que la autobiografía propiamente dicha es una forma literaria en la que un yo rememora su vida. Es obvio que esta forma se encontrará condicionada por la concepción de “vida”que predomine en la misma41. Tal concepción de vida cambia incesantemente a la luz de las etapas evolutivas del sujeto, del contexto histórico y de los espacios que le sirven de escenario a su praxis. Lo anterior es fundamental reconocerlo, por cuanto determina los énfasis u omisiones en la construcción de la autobiografía. En ambos casos, el autor de su vida se esfuerza por dar a conocer completamente una fase de su vida o varias de ellas, así como de ocultar o matizar otra u otras.
40. BRUCK, Carlos. El autor de sus días. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 37. 41. WEINTRAUB, Kart J. Autobiografía y conciencia histórica. En: La autobiografía y sus problemas teóricos, Ángel G. Loureiro (Coordinador), Suplementos Número 29, Monografías temáticas, Barcelona: Anthropos, 1991. p. 22.
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Con fundamento en todo lo expuesto concordamos con James Olney, en el sentido de que no es posible establecer una definición prescriptiva de la autobiografía ni imponerle limitaciones42. Cada cultura, en las dimensiones de la larga y corta duración, formula sus valores, pensamiento y lenguaje a partir de los cuales se reconoce; los conceptos o enunciados no son la excepción. Por tal razón una definición, en este caso específico sobre la autobiografía, no puede pretender validez perenne y versátil, pues si así fuere, se convertiría en una traba para el mismo concepto que irrumpe una y otra vez con renovados bríos. Ello explica el llamado de Olney en el sentido de no limitar o absolutizar un concepto. Es más, al margen de los alcances y las limitaciones de los anteriores sentidos etimológicos del término “autobiografía”, una definición dinámica de autobiografía es útil a la luz del hecho de que el género, como otras formas de expresión de la cultura, está sujeto a los cambios sociales e históricos. La autobiografía es un relato o registro sobre una vida, elaborado por la misma persona que encarnó esa vida. Cada cultura valora en grado diverso la autobiografía, para algunos es un ejercicio por medio del cual cada quien se acicala a sí mismo; para otros, corresponde a una estrategia conducente a poner en escena una vida que, por su singularidad, consideran los mismos, debe ser conocida por sus semejantes. Es clara la cercanía de la autobiografía con la historia. En este sentido la autobiografía es, para la historia, una fuente, pero también es una forma de escribir historia. En el primer caso, el historiador tiene ante sí información que puede ser cierta, medianamente cierta o falsa. Como fuente, tal género puede suministrar información de primera mano y privilegiada, presentación acomodada de los hechos y apreciaciones cargadas de prejuicios, así como alucinantes y vacuas retóricas. En cualquiera de los casos, corresponde al historiador discernir la calidad de la información contenida en una autobiografía, el uso y la pertinencia de la misma. Es preciso conocer información crítica sobre
42. OLNEY, James. Algunas versiones de la memoria. Algunas versiones del bios: la ontología de la autobiografía. En: La autobiografía y sus problemas teóricos, Ángel G. Loureiro (Coordinador), Suplementos Número 29, Monografías temáticas, Barcelona: Anthropos, 1991. p. 34.
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el autobiógrafo para que el historiador compare el alcance de sus apreciaciones y deduzca, en el maremágnum de las subjetividades, las probables aristas interpretativas sobre las polémicas que desatan algunos hechos. Puede el historiador encontrar en la autobiografía información que, en ninguna otra parte hallaría. El autobiógrafo, por su misma condición, tiene información privilegiada y, en ese sentido, es una importante fuente para el historiador quien, en todo caso, no deberá olvidarse que, más que hechos, existen interpretaciones. Dado que el autobiógrafo posee una especie de monopolio sobre cierta información, corresponde al historiador intentar llegar a la misma por otras vías, comparar y sobre todo, siempre dudar de la veracidad. En una autobiografía encuentra el historiador las formas y los contenidos de los cambios de hechos, de las épocas y de las personas. En suma, la autobiografía es para el historiador una fuente, no la única fuente. Se trata de un insumo en el complejo proceso de investigación historiográfica y de recopilación de fuentes. La autobiografía es una forma de escribir historia. El parentesco entre ambas no es tan lejano. Si la autobiografía es la manera como un sujeto entiende, explica y quiere que sea entendida su vida, la historia podría ser la manera como un sujeto entiende, explica y quiere que sea entendida la vida de pueblos, culturas y civilizaciones entre las cuales puede encontrarse él mismo. Tanto la autobiografía como la historia tienen lugar bajo dos condiciones esenciales: el tiempo y el espacio. La una y la otra tienen múltiples usos, bien para ennoblecer o para envilecer. Tal como lo puede ser la historia, la autobiografía es una ventana a través de la cual se pueden observar y conocer fenómenos que, a su vez, suelen contribuir a comprensiones universales del mundo a partir de colegir, comparar y deducir recurrencias o la especificidad de algunos hechos. Suele ocurrir con alguna frecuencia que, como una forma se subsanar vacíos en la formación académica e intelectual, algunas personas con notables niveles de visibilidad (especialmente políticos) buscan no solo en la autobiografía, sino también en la biografía y en las memorias una manera “rápida” de complementar su formación humanística. Estas personas conocen la historia a partir de la autobiografía. Recurren a la lectura, en este caso, de autobiografías de cierto tipo de personajes
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en cuyas narraciones pretenden encontrar respuestas a sus angustias existenciales, recetas mágicas, artilugios y expresiones repentistas para sortear su impredecible cotidianidad, memorizan algunas frases y ante incautos emiten la imagen de grandeza, la cual es aupada por sus legiones de áulicos e incondicionales. En la autobiografía el sujeto es quien decide la forma y el contenido de la versión que sobre su vida se ofrece. Generalmente nadie más interviene, salvo para asuntos formales. El sujeto tiene en la autobiografía una posición hegemónica y dominante. Decide dónde inicia la narración de su propia vida y dónde termina; qué personajes intervienen, cuáles no y sus respectivos roles; los énfasis y los ocultamientos, los hechos por los cuales desea que se le conozca, los episodios a matizar y la proscripción de otros. La ordenación y el uso de las fuentes así como sus interpretaciones. La concepción del espacio y del tiempo. Las ilustraciones y el orden de las mismas. Cuándo, cómo y en qué circunstancias se publica la autobiografía. El autobiógrafo elige el rasero con el cual desea ser medido, precisa y circunscribe sus propios cánones de la verdad. Es preciso incluso así, reconocer que las autobiografías han significado una contribución a la historia de la humanidad y también han sido consideradas como una historia de la conciencia humana. Para Wilhelm Dilthey “… la comprensión de la realidad total de una existencia individual en su medio histórico, representa un máximo de historiografía. La autobiografía expone el hecho histórico fundamental puramente, en su realidad”43. La autobiografía ha hecho contribuciones significativas a la historia social y al pensamiento político, ya que ella ofrece a individuos de otra manera excluidos de las esferas de representación política y publicación la oportunidad de dirigir el público de sus propias voces. En efecto, a través de la autobiografía nos es dado ampliar la universalidad de los conocimientos historiográficos. No se trata de un pugilato entre autobiografía e historia, sino de ubicar los puntos de complementariedad entre ambas instancias.
43. NEUMANN. Op. Cit., p. 133.
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En esos términos, la autobiografía, especialmente en occidente y después de la segunda guerra mundial, adquirió una doble característica. Por un lado se “popularizó” o “democratizó” y, por otro, se convirtió en un dispositivo liberador. La autobiografía dejó de ser un asunto exclusivo de las personas famosas en virtud del poder, el dinero, la política, la ciencia o la cultura y cada día un mayor número de personas sin esas características apeló a la autobiografía para procurar ser vistos y conocidos creyéndose poseedoras de peculiares características que, en su lógica, debían ser ejemplo de algo, compartir un testimonio o por simple narcisismo. Personas no necesariamente famosas ni ligadas a alguna forma de poder se imaginaron ser dignas y merecedoras de una autobiografía a manera de registro o testimonio de su vida motivadas, en algunos casos, por episodios traumáticos como las guerras. También desde esa época, a raíz de los cambios ocasionados en la vida pública y privada por la contienda bélica mundial, con mayor claridad y decisión, la autobiografía fue convertida en un dispositivo liberador. Las mujeres víctimas y sobrevivientes de los horrores del proceder alemán en el marco de la segunda guerra mundial, así como los niños y adultos, produjeron una copiosa producción autobiográfica que, al margen de la calidad de la misma, aparte de permitirle al mundo lector conocer especificidades de los acontecimientos, sirvió a sus autores como una real liberación de las traumáticas experiencias vividas. En esos términos, escribir y publicar una autobiografía significó denunciar lo ocurrido, reencontrarse consigo mismos, volver a nacer; y si bien ni olvidar ni perdonar en unos casos, si darle un nuevo sentido a sus vidas ya liberados. Es una escritura liberadora. El género ha tenido importancia fundamental en los movimientos de mujeres y en formulaciones sobre la literatura de la mujer. Si el género ha funcionado en la historia occidental como una base para la diferenciación social y la determinación legal, las publicaciones de género, de identidad, experiencia y la representación en autobiografías de mujer son contrastadas con las publicaciones más grandes de cultura y política, afirma James Goodwin. La pregunta de género como un determinante de mí y el conocimiento, es también esencial en la autobiografía por hombres homosexuales y mujeres, la cual relaciona su progresión última
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hacia el autoentendimiento y la autoaceptación. La autobiografía ha servido a la causa de liberación personal y social44, remarca el mismo autor. Una de las variables de esa liberación personal ha tenido lugar en el campo de la sexualidad. Concepciones y prácticas distintas a lo heterosexual, tras superar trabas impuestas por la homofobia, han logrado ser aceptadas y reconocidas legalmente. De igual manera, en el curso de su historia, como un género, la autobiografía demostró servir para democratizar el mundo de cartas en una época de la cultura anglosajona. En la sociedad estadounidense, señala Goodwin, la autobiografía aseguró a afroamericanos y a las mujeres la concesión del derecho al voto antes de que fuera establecido en la ley. En la era de la guerra civil estadounidense, narrativas personales como las de Federico Douglass, Harriet Jacobs y otros esclavos sirvieron enormemente para movilizar la opinión del norte a favor de la abolición. En el siglo XX, en Estados Unidos, las condiciones sociales de las mujeres, de los pobres, de la clase trabajadora, de las minorías e indios, han atraído la atención en materia de autobiografías45, expresa Goodwin, lo cual sustenta nuestra afirmación de que la autobiografía es una importante fuente de información y ha permitido a ciertos sectores sociales ser una válvula de escape y provocar un efecto liberador. Por lo expuesto, es evidente el vínculo de la autobiografía con la ideología46. La ideología tiene una real y notable incidencia en la autobiografía. Por ideología entendemos el conjunto de ideas propias de un grupo o una época, las ideas que caracterizan a una persona, grupo, época o movimiento; las representaciones coherentes en las que una clase social se reconoce y de las que se sirve en su lucha contra otra clase para imponer su dominio, por lo que la ideología dominante,
44. GOODWIN. Op. Cit., p. 22. 45. Ibíd., p. 22. 46. FERRATER MORA, José. Diccionario de filosofía, E-J, Tomo II, Barcelona: Ariel, 1999. p. 1748. Existe sobre este tema una nutrida bibliografía y, sin ser el único, Ferrater Mora sintetiza de manera ejemplar los principales enfoques existentes sobre la ideología, tarea de la cual nos exoneramos por no ser el propósito central de esta obra.
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es la ideología de la clase dominante. La ideología es el conjunto de expresiones de la conciencia social, de las ideas políticas, jurídicas, científicas, filosóficas, religiosas, éticas y estéticas. La ideología debe ser entendida, en un primer momento, como un conjunto o sistema de ideas determinadas por las relaciones sociales y políticas en la que el sujeto o conjunto de éstos esté inmerso; comprenden los sistemas de valores que son determinados por lo socialmente aceptado; y por lo anterior, proponen la búsqueda de acciones para mantener o alterar, justificar o descalificar un “orden de relaciones sociales”, dependiendo del resultado de la misma valoración. Por ideología en esta obra ha de entenderse el fenómeno dialéctico; uno de los más complejos productos de la química del intelecto humano, por medio del cual un individuo observa, participa y asume posiciones en los más diversos tópicos de la vida. Entre ideología y autobiografía encontramos una fuerte e indisoluble relación. En sentido estricto, toda autobiografía es una posición ideológica. Desde la ideología, la autobiografía desenmascara y enmascara, exhibe y oculta, relativiza, pone en perspectiva y matiza de acuerdo a las conveniencias. La ideología es el reflector que le permite al autobiógrafo guiarse, no solo en el mundo de la cotidianidad, sino en la elaboración de la autobiografía propiamente dicha. En ese orden de ideas, no hay autobiografía imparcial ni asexuada en materia ideológica. La imparcialidad, como ocurre en las Ciencias Humanas y Sociales, en el género autobiográfico no es posible. Por el contrario, toda autobiografía es un alegato ideológico, incluso aquellas en apariencia desligadas de la ideología como podrían ser las de científicos, religiosos y deportistas. Desde el mismo momento en que una persona decide emprender la escritura de su autobiografía, queda atrapada en sus percepciones ideológicas, las cuales difícilmente podrá evadir o eludir. La autobiografía transpira ideología por todos sus poros y se constituye, de contera, en un discurso ideológico dispuesto en precisas retóricas con funciones concretas. En virtud de la anterior relación, la autobiografía permite conocer parte de la historia de las naciones. América Latina, contrario a lo que
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suele darse por aceptado en ciertos círculos académicos, geopolíticos y culturales, no es homogénea ni en su geografía física y humana. Por el contrario, es un complejo mosaico en todos los sentidos, incluso, en cada país existen particularidades que impiden hacer generalizaciones. Cada día es más imprecisa la validez de una historia de América Latina (a menos que sea comparada), lo mismo que para cada país. La autobiografía entonces, emerge como una de las distintas posibilidades para conocer la historia de los países. Es Josefina Ludmer quien puntualiza que “La historia de las transgresiones escritas en las autobiografías podría acercarnos a cierta historia de las culturas latinoamericanas. En síntesis: son las leyes, los yoes, y las ficciones de identidad y de transgresión, las que podrían situar la historicidad de las posiciones historiográficas”47. Usualmente las autobiografías son transgresiones, en el sentido de alterar un orden dado no sólo en quien las produce, sino en los contextos en los cuales tienen lugar. Afectan en modo diverso la cotidianidad tanto de lo local como la correlación de fuerzas en cada país. A semejanza de un elixir, la autobiografía puede ser usada con fines medicinales por sus autores, con independencia de sus roles o importancia en el acontecer histórico de los pueblos. Así como la historia puede ser reescrita continuamente, lo propio ocurre con la autobiografía, máxime si, con arreglo a fines, está encaminada a actuar de bálsamo ante heridas proferidas por estructuras del poder económico, social o político. Un caso puntual es el relacionado con las autobiografías de quienes han sido víctimas de violaciones de sus derechos humanos. Concomitante con lo expuesto, Ricardo Fernández Romero afirma que: Para los exiliados la autobiografía se erige como un medio privilegiado de lidiar con su amarga experiencia. Probablemente sea el exilio el lugar por
47. LUDMER, Josefina. 1880: los sujetos del estado liberal. En: La situación autobiográfica, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1995. p. 69.
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excelencia para la autobiografía, pues el contenido del mismo no es sino la vivencia de un corte radical con el pasado, con los espacios geográficos, sociales, sentimentales, etc., que han nutrido la identidad hasta el momento previo a la catástrofe. La autobiografía surge entonces como el espejo que revierte no una copia, sino una creación nueva a la que se otorga el ilusionista poder de dilucidar a quien la convoca y saturar al mismo tiempo las divisiones internas a las que se enfrenta el exiliado. En todo caso, el resultado de una autobiografía, sea o no un exilado su autor, no es una radiografía en primera persona (o no del todo), sino una aspiración condicionada en muchas ocasiones por las carencias del presente, o de los diversos presentes desde los que se revisa o aumenta en sucesivas ediciones el caudal autobiográfico48.
En Colombia, un país con predominancia conservadora y confesional, la autobiografía ha tenido poco desarrollo. Las autobiografías de algunos expresidentes están dedicadas a falsear lo que fueron sus vidas, en el sentido de mostrarse como estadistas o pensadores de la política cuando los hechos muestran que no lo fueron y que más bien (en casi todos los casos) se trató de trúhanes ebrios en soberbia y hábiles fantoches al servicio de pequeñas causas. Otro rubro de las autobiografías de esa misma nación son las que se derivan de personas del mundo de la mafia o con mentalidad mafiosa, a través de las cuales pretender exaltar sus “méritos”, sus “éxitos” y sus estilos de vida. Seguramente terminado el conflicto armado en este país, la autobiografía tendrá un mayor despliegue, especialmente si se le usa como forma de autosanación por las secuelas de la guerra. Un rasgo esencial de las autobiografías en Colombia es su alto contenido confesional. Las estrategias discursivas así lo evidencian. El confesionalismo religioso adquiere distintas expresiones: una de ellas es el elevado número de días festivos con ocasión de efemérides religiosas; los nombres de hospitales, pueblos, barrios y veredas son muestra palmaria de este confesionalismo, asunto reforzado en instituciones educativas en todos los niveles (aun siendo públicas). La
48. FERNÁNDEZ ROMERO, Ricardo. La autobiografía y la escritura del deseo. En: Cuadernos hispanoamericanos, Número 656, Madrid, (Feb 2005); p. 34.
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separación entre la Iglesia y el Estado es una ficción. Está tan acendrada la cuestión en las mentalidades colectivas de esta nacionalidad, que hasta miembros de los partidos políticos de izquierda (supuestamente de inspiración marxista) asisten y participan de los ritos religiosos. No en vano las izquierdas lo son de camándula e incienso. Fijada la anterior posición, consideramos que las autobiografías de personas destacadas en el mundo de la política tienen un anverso y un reverso. En el primer caso (anverso) tales autobiografías se presentan como la explicación (no siempre pedida) de la vida de una persona en la que son evidentes los esfuerzos por mostrarse como el arquetipo de la vida privada y el modelo de ciudadano. En la justificación de su ideología procura articularla a su más temprana edad e intentar convencer de que cada uno de sus actos estuvo gatillado por sublimes y altruistas propósitos, huelga decir, de manera desinteresada. Es perceptible, de análoga manera, en ese tipo de autobiografías, una morbosa obsesión por sugerir que su vida, la del país y la de la ciudadanía se fundan y dan lugar a una sola identidad. En el segundo caso (reverso), ese mismo tipo de autobiografías logran captar la atención tanto de quienes comulgan con similar canon ideológico, como de sus antagonistas. De manera figurada la autobiografía se convierte en una jugosa presa lanzada a la jaula de hambrientas fieras, en la que cada una desde sus trincheras ideológicas actúan en consecuencia: atacar y defender. Usualmente tiene lugar una mixtura entre lo emotivo, lo irracional, el culto a la personalidad y la tirria. El mercado editorial monta el escenario, pero lamentablemente el gran ausente suele ser el lector crítico, para lo cual se requiere formación, no siempre presente en la masa de lectores de autobiografías. Un lector crítico podrá diseccionar e identificar lo ideológico de los demás componentes de la autobiografía, así como su esencia confesional o laica. De todos modos, sea confesional o laica, la autobiografía tiene como común denominador el ser una confesión. Un primer asunto a resolver es ante quién ocurre la confesión. Dos obras clásicas de autobiografía son las Confesiones, tanto de San Agustín como de Rousseau, las cuales han dado origen a numerosos estudios. Sobre el particular Walter Mignolo precisa lo siguiente:
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Si ambas son en realidad confesiones, la de San Agustín ante Dios, la de Rousseau ante los hombres, el cambio del “confesor” sugiere también un cambio radical en la conceptualización del sí-mismo como individuo y como individualidad. En el siglo XVI concurren varios acontecimientos paralelos al auge de la autobiografía, como extensión de la educación, enseñanza de la lectura y de la escritura. También hay cambios en la concepción del individuo, en su relación con Dios y con la comunidad. La identidad personal es cada vez menos una cuestión de familia, de linajes, de secta o de religión y queda cada vez más a merced de variables que sólo el individuo o la persona puede negociar49.
Es evidente que las revoluciones traen profundos cambios no sólo en las fuerzas productivas y en las relaciones sociales de producción. Las formas de entender el mundo y cómo actuar en él han sido objeto de sustanciales transformaciones. La autobiografía, en consecuencia, no fue un resultado del azar. Como construcción social e histórica ha reflejado lo que en cada época se ha entendido como tal. Por ello, en la Edad Media la autobiografía aunque no desaparece, ni es copioso su cultivo y discreto su desarrollo, pervive. Y lo hace en medio de las circunstancias objetivas y subjetivas predominantes, especialmente de las derivadas del tipo de relaciones establecidas entre el hombre y la naturaleza, entre aquél y Dios y por analogía, las relaciones de poder, los cánones predominantes en materia del conocimiento y la tecnología. En la alta Edad Media emergieron en distintas partes de Europa los signos que presagiaban la crisis de tal formación socioeconómica, su ulterior colapso y al advenimiento de un nuevo orden con repercusiones directas sobre la autobiografía. Para el mismo Mignolo, “La autobiografía, en la modernidad, tuvo como paralelo el discurso filosófico y científico que ubicaron el conocimiento en la supresión de lo personal. El triunfo de la autobiografía es su desintegración y la infección que sus restos producen en otras formas de discursos; y principalmente la infección que produce la epistemología de los tres últimos siglos, que se ocupó de higienizar el conocer eliminando de él lo personal”50. 49. MIGNOLO, Walter. Escribir por mandato y para la emancipación (¿descolonización?): autobiografías de resistencia y resistencias a la autobiografía. En: La situación autobiográfica, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1995. p. 175. 50. Ibíd., p. 184.
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En consecuencia, o toda escritura es autobiográfica, o la escritura es en la medida en que resiste la pulsión autobiográfica, o en la medida en que la autobiografía se resiste51, expresa Alberto Moreiras, planteamiento cercano al de Adolfo Prieto quien afirma “La historia de la autobiografía, es, en este aspecto, una de las fuentes de información más valiosas: en primer lugar e indirectamente podemos observar de qué naturaleza eran en el pasado las actitudes introspectivas de los hombres, de qué modo y para qué fines se observaban a sí mismos; además, podemos ver cómo las distintas situaciones sociales e históricas han favorecido distintas formas de personalidad, y cómo esas distintas formas de actitudes introspectivas desempeñan inconscientemente ciertas funciones sociales”52. El anterior panorama de los sentidos etimológicos del término “autobiografía”, permite sintetizar diversas situaciones. Las distintas acepciones de la palabra en referencia reflejan, además de una rica polisemia, la naturaleza multidisciplinaria, reconocida o no, con que ha sido abordada. De ese modo, la autobiografía no es patrimonio ni monopolio de un área del conocimiento en particular, aunque especialmente las Ciencias Humanas y Sociales han contribuido a esculpir su fisonomía. La autobiografía, desde cualquiera de las asunciones expuestas, se afianza en la mismidad del sujeto narrador y narrado dando lugar a una especie de hermafroditismo, capaz de ofrecer un dispositivo por cuyo intermedio una vida es expuesta. El universo etimológico sobre la autobiografía contribuye a desbrozar un campo expedito para la reflexión teórica, la cual tendrá mayores posibilidades conociendo la trayectoria del fenómeno autobiográfico, cuestión que se aborda a continuación.
51. MOREIRAS, Alberto. La traza teórica en Piglia y Mercado. En: La situación autobiográfica, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1995. p. 221. 52. PRIETO, Adolfo. La literatura autobiográfica argentina. Buenos Aires: Eudeba, 2003. p. 13.
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2. El fenómeno autobiográfico “Mucho antes de que nos entendemos a nosotros mismos a través del proceso de auto-examen, nos entendemos a nosotros mismos de una manera evidente en la familia, la sociedad y el Estado en el que vivimos”. Hans-Georg Gadamer.
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os indicios del pensamiento autobiográfico se remontan a Julio César, Plutarco, Horacio, Séneca, Cicerón y Galeno1. Las autobiografías y memorias romanas, fundadas en el cronotopo de la familia, conservan su carácter público. La autobiografía romana es pública, histórica y nacional. En general, las formas autobiográficas de la antigüedad pueden ser calificadas como formas de la toma de conciencia pública del hombre2. También hicieron parte de las estrategias gubernamentales para cimentar valores articulados a las virtudes, al honor y al heroísmo a favor de una idea de país y de Estado. Mijaíl Bajtín, según Francisco Rodríguez, señala que en el terreno griego clásico se distinguen dos tipos de autobiografía: a) el platónico, donde la autoconciencia biográfica está ligada a las formas clásicas de las metamorfosis mitológicas; y b) la autobiografía y biografía retóricas. En este segundo tipo descansa el “encomion”, del discurso cívico póstumo y conmemorativo que sustituyó al lamento.
1. CAPARRÓS, José Domingo. Algunas ideas de Bajtín sobre la autobiografía. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 179. 2. Ibíd., p. 179.
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Las formas autobiográficas se caracterizaban porque “eran actos cívico-políticos verbales de glorificación o autovaloración públicas de personas reales”. En ellas la unidad del hombre y su autoconciencia eran puramente públicas y tenían un carácter normativo-pedagógico; el hombre estaba proyectado hacia el exterior. Eso diferencia tales formas del género autobiográfico. Las autobiografías romanas presentan una conciencia público-histórica y estatal. “Las autobiografías y memorias romanas se componen de un cronotopo real algo diferente. La familia romana constituye su terreno. Esta forma da lugar a la primera autobiografía antigua: la autodefensa de Isócrates. Destaca Bajtín, en estas dos formas autobiográficas, el carácter no literario, sino de actos cívicos, ya que se trata de la glorificación o autojustificación públicas de un hombre real. En este caso, la autobiografía es un documento de la autoconciencia familiar gentilicia”. El carácter personal y privado no tiene sentido, ya que la autobiografía alude a iniciativas estatales, como las guerras3. Pero el giro que realmente reconoce un papel de identificación a la autobiografía (y la memoria) tiene lugar en la era cristiana, con el nacimiento de la idea de autoconciencia y la del conocimiento como recuerdo. El recuerdo es una acción contra el olvido orientada a reafirmar la vida ante la inevitabilidad de la muerte. Aunque la muerte no se pueda vencer, se puede alejar. En este aplazamiento se empieza a gestar aquel pensamiento que se hace cargo de la vida individual, describiendo lo que ha vivido y aquel que ha vivido, quien, de este modo, se instituye y se reconoce4, puntualiza Duccio Demetrio, aunque se advierte que hablar de autobiografía en los comienzos del siglo XV, podría parecer anacrónico, ya que el término autobiografía se introduce en el siglo XIX5. También se aclara que el género autobiográfico fue poco cultivado entre los antiguos, refractarios a esta clase de escritos, en los que
3. RODRÍGUEZ. Op. Cit., p. 21. 4. DEMETRIO, Duccio. Escribirse. La autobiografía como curación de uno mismo. Barcelona: Paidós, 1999. p. 65. 5. HOLGUERA FANEGA, María Ángela. Christine de Pisan: la autobiografía femenina en la Edad Media. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 259.
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no veían más que una desmedida exhibición de la propia persona, cierto afán de notoriedad egolátrico o, cuando menos, una vanidad y glorificación de los propios méritos, que con frecuencia, por no decir casi siempre, apenas si interesaban más que a sí mismos o a sus descendientes. Autobiografías, antes de la de San Agustín, fueron las de Emilio Escauro (cónsul), Sylla (dictador), Rutillo Rufo (cónsul), Lutacio Catulo (cónsul), San Cipriano, San Hilario de Poitiers, Aquilio Severo, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo. Es claro, pues, que la autobiografía constituye un fenómeno puramente europeo. “Es una creación de la cultura occidental y comienza prácticamente con San Agustín”6. Después de San Agustín con su obra Confesiones, aparecieron otros autobiógrafos como Girolamo Cardano y Benvenuto Cellini. La autobiografía comienza a establecerse como género tan sólo en el Renacimiento. Nació en las repúblicas-ciudades de Italia. Florencia, en especial, fue un modelo de constitución urbana y democrática, fundada sobre la base de un capitalismo temprano. Florencia fue el domicilio de grandes casas de comercio y entidades bancarias; los principales poderes económicos de la época se establecieron allí desde el siglo XIII. Desde esta misma centuria fue una de las ciudades más activas de Italia, destacándose el dominio que de la ciudad hiciera la compañía de los Médicis del siglo XIV al XVII, así como el despliegue de innovadoras escuelas de pintura y escultura. Fue así como “… desde el mismo siglo XV mujeres como Teresa de Ávila empezaban a escribir autobiografías y otras piezas literarias desde sus propias estructuras y perspectivas, no desde las masculinas”7. El Renacimiento y luego la forma económica del liberalismo, que en sus primeras versiones consistía en la liberación de un proyecto de vida casi desaforado, crearon las bases para una nueva conciencia, una individualidad única e ilimitada. El antropocentrismo y el desencantamiento del mundo originaron nuevos valores éticos, morales, sociales, económicos, políticos, al igual que determinaron
6. NEUMANN. Op. Cit., p. 134. 7. ARISTIZÁBAL MONTES, Patricia. Autobiografías de mujeres. Manizales: Universidad de Caldas, 2004. p. 10.
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nuevos horizontes científicos, culturales, militares y geopolíticos. El cuerpo humano, entre otros motivos, fue objeto de admiración, estudio y reflexión y cada día hubo más cultores dispuestos a impulsar la nueva filosofía. En este contexto tuvieron lugar las primeras autobiografías. Ciertamente, la segunda mitad del siglo XVIII es la época que la mayoría de críticos consideran como la del nacimiento del género autobiográfico. Los mismos consideran a Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), como una pieza clave en este proceso, específicamente con su obra Les confessions, escrita entre 1766 y 1770 y publicada póstumamente entre 1782 y 17898. Se da por aceptado, entonces, que la literatura autobiográfica es un fenómeno específico del mundo occidental, poseedor de una cultura centrada esencialmente en el pensamiento racional y en la supremacía del “yo”, en la que el individualismo es un rasgo connatural y actuante. Para mayor precisión, la palabra autobiografía fue forjada en Inglaterra (autobiography) y surgió en el año 1800, aclara Manuela Ledesma Pedraz. Se le suele atribuir su primera aparición en papel impreso al poeta inglés Robert Southey (1774-1843), quien la utiliza en un artículo fechado en el año 1809; pero Georges May señala que Georges Gusdorf la localiza ya en 1798, en unos escritos del prerromántico alemán Frédéric Schlegel (1772-1845). Si bien es cierto existen textos anteriores a las fechas indicadas, que pueden ser considerados como autobiográficos, en las fechas señaladas se refleja una toma de conciencia colectiva en lo que se refiere a la existencia de dicho fenómeno psicológico y literario9. No obstante, expresiones autobiográficas anteriores al siglo XVIII fueron: Confesiones, de San Agustín, escritas entre los años 397 y 401; la Vida de Santa Teresa (1515-1582), escrita por ella misma entre 1561 y 1565. En este mismo sentido se puede mencionar a autores como Jérome Cardan (1501-1576), Benvenuto Cellini (1500-1571) ya mencionado y
8. LEDESMA PEDRAZ, Manuela. Op. Cit., p.10. 9. Ibíd., p. 11.
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Michel de Montaigne (1533-1592), entre otros. Así que la figura de JeanJacques Rousseau no fue un caso aislado. En Alemania, la autobiografía, en su acepción más moderna, se nutrió de la corriente pietista. En Inglaterra se encuentra representada por el historiador Edward Gibbon (1737-1794); en Italia, por el poeta y dramaturgo Vittorio Alfieri (17491803); en Estados Unidos, por Benjamín Franklin (1706-1790); en Francia, por Charles Duclos (1704-1772), Denis Diderot (1713-1784); y en España, por Diego de Torres Villarroel (1694-1770)10, precisa Ledesma Pedraz. Sin embargo, Neumann llama la atención sobre el hecho de que las autobiografías del siglo XVII aparecen, en comparación con las del siglo de La Reforma, como algo pobre. Para el mismo, todos los tipos de autobiografía que había desarrollado el rico, alegre y curioso tiempo del Renacimiento alemán se hunden en las confusas luchas entre 1600 y 1650. Las autobiografías de la época del Renacimiento, las crónicas urbanas de familia, que ya en el siglo XVI habían comenzado a ampliarse en importantes autobiografías individuales mediante la inclusión de experiencias vitales de la juventud, de la infancia, de los estudios y de la cultura, ya no encuentran sucesoras11, afirma el autor. En esas condiciones, el nuevo comienzo de la literatura autobiográfica en el siglo XVII parte casi siempre de pequeño-burgueses pietistas. Pero la perspectiva de los autobiógrafos se ha desplazado: en vez de la realidad social, externa, cuya descripción ocupó tan amplio lugar en las crónicas de familias y en las autobiografías del Renacimiento, ocupa el lugar central la interioridad, la descripción de los propios estados del alma, junto con la obligación religiosa de los pietistas. Para conocer el enorme impacto que tuvo esa perspectiva religiosa sobre la autobiografía, hacemos una breve digresión sobre tal tema. El pietismo fue una corriente religiosa creada por Philipp Jacob Spener (1634-1705), dentro del luteranismo12 y se caracteriza por la importancia dada a:
10. Ibíd., p. 15. 11. NEUMANN. Op. Cit., p. 138. 12. FERRATER MORA, José. Diccionario de filosofía, Tomo III. K-P. Barcelona: Ariel, 1999. p. 2786.
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1. La conversión interior. 2. La piedad vivida interiormente y de un modo intimista. 3. La unión entre los fieles. 4. La comunidad. 5. La experiencia religiosa en general. El pietismo fomentó una perspectiva de la religión vivida desde el sentimiento y el rigorismo moral más que desde las prácticas externas y las formulaciones doctrinales. Dicha corriente es una posición intermedia entre la hermenéutica protestante y la hermenéutica romántica de Friedrich Schleiermacher. Para la hermenéutica pietista toda palabra pronunciada en el discurso humano y que brota del alma lleva inherente un “afecto”; y considera que para interpretar la palabra divina hay que disponer de conocimientos suficientes de la doctrina de los afectos de las Sagradas Escrituras y entregarse al estado anímico de las mismas. El afecto es el alma del discurso. Si bien es cierto que a Spener se le considera el creador del pietismo, se afirma que éste se inspiró en la obra del místico asceta alemán Juan Arndt, autor de El verdadero cristianismo, obra en la cual recalcaba la necesidad del nuevo nacimiento y el imperativo de combinar el misticismo y la ética práctica. La influencia que se encuentra detrás de toda la teología pietista es el misticismo preconizado por Bernardo de Claraval. En su obra Pia Desideria, Spener enuncia los siguientes principios del pietismo: 1) Exposición de las Escrituras, por los predicadores, en clases. 2) Los laicos son un sacerdocio espiritual. 3) El conocimiento de Dios es cosa del corazón, no de la cabeza. 4) La oración para sanar los cismas, y para el aumento del amor. 5) Los teólogos han de crecer en piedad tanto como aprender la doctrina. 6) Los sermones no son para defender doctrinas, sino para edificar a los oyentes.
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En este contexto se considera que la tolerancia de Spener era una excepción notable en el dogmatismo que reinaba en su tiempo. Su lema incluso es recordado y se le atribuye el haber afirmado que: “En los puntos esenciales, unidad; en los puntos no esenciales, libertad; en todas las cosas, caridad”. La característica central del pietismo fue, pues, su búsqueda de la santidad personal. La autobiografía de orientación pietista se dedicó a reseñar por escrito la propia vida, la limitación social y política de la existencia pequeño-burguesa, creó las historias de la vida de los siglos XVII y XVIII, pequeñoburguesas y pietistas, que sólo informaban sobre la interioridad y el efecto de la “providencia”13. El mismo Spener organizó a los que buscaban la santidad en clases, que él llamó collegia pietatis. Este autor daba más énfasis al nuevo nacimiento que a la justificación. Insistía en que la prueba de que uno había sido justificado ante Dios es su obediencia amante y una pasión de vivir en santidad. Este místico alemán recalcaba más a Cristo en nosotros que a Cristo por nosotros, y la comunión con Dios más que la reconciliación con Dios. Una persona que haya nacido de Dios puede, armado de una intención pura, observar cabalmente la ley de Dios, puesto que lo que Dios requiere no es el conocimiento perfecto, sino la sencillez de móvil, expresó. De esta manera, o por esta razón, el amor es el cumplimiento de la ley. La perfección cristiana es, entonces, relativa, un proceso gradual que será completado en la vida venidera. El sucesor de Spener fue Augusto Hermann Francke (1663-1727), cuya enseñanza de la perfección cristiana fue típicamente más luterana. Recalcó la santificación, pero se considera que “la fundió y la confundió” con la justificación. De igual forma se asevera que en su obra sobre la perfección cristiana, Francke describe tres etapas en el progreso del creyente hacia la meta final, mediante las cuales, en su avance hacia la perfección, el cristiano pasa de la niñez a la juventud y luego a la madurez espiritual. La señal decisiva de madurez espiritual, sería la capacidad para distinguir entre el bien y el mal.
13. NEUMANN. Op. Cit., p. 139.
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Ya no es el orgulloso sentimiento del poder económico y político conquistador, ni el placer psicológico del descubrimiento o la conciencia de una perfilada individualidad dentro de la sociedad, como era el caso en el Renacimiento, lo que conduce a escribir una propia descripción de la vida, sino una autocontemplación nerviosa, escrupulosa e individualizadoramente religiosa14, aclara Neumann. Según este autor, puede decirse que en el giro del siglo XVII al XVIII nadie, que hubiera crecido en círculos burgueses pudo esquivar la influencia del pensamiento y del sentimiento pietista. Este nuevo individualismo crea una nueva forma de la autobiografía e inaugura con ello una nueva fase en el desarrollo general de la misma. En esas condiciones, se afirma que son las memorias de hombres de letras las que marcan el camino hacia la autobiografía moderna, aunque no den lugar a textos elaborados, ambiciosos y de calidad hasta las primeras décadas del siglo XIX. La concepción individualista del siglo XVIII se edifica, en primer lugar, sobre la identidad de los hombres de letras, sobre una idea intelectualista del yo, y no es sino otra de las muchas facetas de la modernización y secularización que trae aparejadas el Siglo de las Luces15. Luego, con la creciente consolidación de la pequeña burguesía emerge la pacificación y la afirmación de la vida externa e interna, que es la necesaria condición previa de la consideración contemplativa de la propia vida; ahora puede formarse una autobiografía real, que obtiene impulso y material de las luchas de la conciencia y de los exámenes propios del alma, de las violentas conmociones del alma y de las experiencias vitales de la gracia de los pietistas; al mismo tiempo toma una determinada dirección teleológica mediante la concentración de la atención a específicos acontecimientos del alma, y de ese modo prepara la concepción evolutiva del acontecer interior16, asevera Neumann. A
14. Ibíd., p. 140. 15. DURÁN LÓPEZ, Fernando. Vidas de sabios. El nacimiento de la autobiografía moderna en España (17331848). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto de la Lengua Española, 2005. p. 61. 16. NEUMANN. Op. Cit., p. 143.
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las descripciones de la vida pequeño-burguesa arraigadas en el terreno de la filosofía pietista, les es común que en su centro está el concepto de la “providencia” y la idea de que todo acontecimiento individual está dirigido por la permanente intervención de Dios en el destino del individuo elegido. La doctrina calvinista, según el mismo autor, cuyo punto central es el pensamiento de la predestinación, considera expresamente el éxito económico como un signo de la elección divina. Ella fue la más clara y rica expresión de la malhadada alianza entre protestantismo y tendencia burgués-capitalista hacia las ganancias. De ahí que las regiones calvinistas realizaran de manera más temprana, visible y humanamente profunda, el tránsito al nuevo pensamiento y acción económicos, en cuanto el afán de éxito y ganancia, al menos después de la mitad del siglo XVII, fue ligado inmediatamente con la religiosidad del individuo17. De ese modo, la “providencia” se convierte en dogma de los que tienen éxito económico como también de los subprivilegiados; ella justifica que unos poseen más que otros, pero obliga a los más ricos a ayudar con limosnas. Como garantía de las relaciones establecidas de dominación, la fe en la providencia clava los dos polos de la sociedad18. La “providencia” se estatuye en un ente, ante el cual recurre la burguesía para explicar sus éxitos económicos, sus crisis, el orden existente y, especialmente, sus nuevos valores. El hombre de éxito económico, social y político, dirá que su destino estuvo predeterminado por la “providencia” y que, como parte de esa misión, debe ayudar a sus semejantes predestinados al no éxito, sostiene Neumann. En consecuencia, el autobiógrafo pietista se ve como un acusado, la historia de su vida debe mostrar su comportamiento justo en lo social y ser buen hijo de Dios. De ahí que la descripción de su vida debe abarcar la mayor parte posible de su vida. La historia de la vida propia pietista constituye por su esencia un inventario, no una descripción
17. Ibíd., p. 159. 18. Ibíd., p. 160.
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del desarrollo de la personalidad por sí misma19. Por las mismas características señaladas, la autobiografía pietista se encuentra menos invadida por la ficción, respecto a las demás. Se trata, más bien, de ofrecer un cuadro tan completo y verídico como sea posible respecto a una vida que, en este caso, se debe a Dios, parte de él y retorna al mismo en cumplimiento de una misión dada, cuyo cumplimiento se recompensa con la gloria y a la inversa. El tránsito de la descripción de la propia vida de carácter pietistapequeño-burgués a la forma clásica magnoburguesa de la autobiografía confirió de nuevo a la autobiografía aquel carácter específico que le era propio a finales de la Edad Media y en el Renacimiento. De nuevo se convirtió en la exposición literaria adecuada del alto valor del individuo y de la valoración que tenía de él, como “célula motor de la actividad moral y económica”, de la gran burguesía, política y económicamente poderosa20. De ese modo, el pietismo representó para la autobiografía una especie de interregno o de división entre el Renacimiento y la Época Moderna, propiamente dicha. El sentido pietista de la autobiografía se redujo, no desapareció completamente, como no había desaparecido la autobiografía típica del Renacimiento que, en el nuevo contexto, tomó nuevo ímpetu, de manera especial a partir del laicismo. Es preciso recordar que el laicismo tiene tres pilares: la libertad de conciencia, la igualdad de derechos y la universalidad de la acción pública. El laicismo es la defensa del pluralismo ideológico. El laicismo nos permite vivir juntos a pesar de nuestras diferencias de opinión y de creencia. El laicismo no necesariamente es antirreligiosidad, ni ateísmo, ni agnosticismo. El laicismo es emancipación de las conciencias, es la libertad de pensamiento, es la constante búsqueda de la independencia, entre ella, la separación de la Iglesia y el Estado. De igual modo que el pietismo, el laicismo tuvo, en lo sucesivo, notable influencia en la autobiografía. El género autobiográfico experimentó la presencia de individuos laicos, modernos, convencidos de la efectividad de sus
19. Ibíd., p. 160. 20. Ibíd., p. 200.
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propias facultades, desconfiados en unos casos y dudosos en otros, frente a todo tipo de explicaciones míticas sobre la realidad concreta de la cotidianidad. Vista así, parcialmente la trayectoria del fenómeno autobiográfico, un número considerable de autobiografías ha alcanzado su condición de clásicos en sus respectivas literaturas nacionales; otras han logrado relieve mundial. Tales son los casos de San Agustín, con su obra Confesiones (400); Jean-Jacques Rousseau, Confesiones (1776-1170); Benjamín Franklin, Autobiografía (1771-1790); Johann Wolfgang Von Goethe, Poesía y verdad (1833); William Wordsworth, El preludio (1850); Federico Douglass, Narrativa de la vida (1845); Henry David Thoreau, Walden (1854); Máximo Gorki, Mi niñez (1914); Henry Adams, La educación de Henry Adams (1918); Gertrudis Stein, La autobiografía de Alice B. Toklas (1933); Isak Dinesen, De África (1937); Simone de Beauvoir, Memorias de una hija (1958); Jean-Paul Sartre, Las palabras (1964); La autobiografía de Malcolm X (1965) y Vladimir Nabokov, Hable, la memoria (1967)21. Mientras para James Goodwin los orígenes de la autobiografía se encuentran en la obra de San Agustín, para otros se trata de un mero antecedente. Somos del criterio de que la obra de San Agustín marcó un hito en la historia de la autobiografía por sus peculiares características y hacemos énfasis en algunas de ellas. Escritas como un acto de devoción a Dios, en sus Confesiones, el autor enumera sus jóvenes pecados y relata los momentos de crisis y conversión en su vida. De esta manera, San Agustín registra la historia de su vida secular, y honra el poder divino de salvación sobre su alma. El objetivo religioso gobierna las decisiones de San Agustín en seleccionar aquellos acontecimientos de su vida que mejor representan la experiencia de un mortal cristiano, indigno de la salvación, pero esperanzador de recibir la gracia divina. Una vez que da cuenta de la conversión al cristianismo, sus meditaciones se centran en otros asuntos como la creación22.
21. GOODWIN. Op. Cit., p. 1. 22. Ibíd., p. 3.
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En todas las partes de la obra se dirige directamente a Dios, aclara Goodwin. En efecto, San Agustín permite al lector conocer sus admisiones de culpa y sus peticiones del perdón. Él hace un esfuerzo para convencer a los mortales de seguir su ejemplo. Generalmente, como una forma de autobiografía, la confesión acentúa la moralidad. De ese modo, bajo las instrucciones de sus confesores católicos, Teresa de Ávila, quien fue canonizada en 1614, escribió Vida de Teresa de Jesús (1565) para relatar el despertar de su fe, las pruebas espirituales que ella aguantó y los poderes del rezo23. La mencionada obra de San Agustín también ha sido objeto de estudio por parte de otros autores, entre ellos Karl Weintraub, para quien todos los escritos autobiográficos anteriores a las Confesiones mantienen un perfil menos nítido; ninguno de ellos tiene la amplitud, la plenitud, la riqueza interior y la intensidad del punto de vista personal que traslucen las Confesiones. Poco importa que tracemos nuestro recorrido a través de Atenas, de Roma o de Jerusalén, remarca Weintraub; a la postre, al término de la antigüedad clásica tal y como suele entenderse, se alza en solitario ese libro cuya sola presencia nos hace sentir como se siente el viajero que tras atravesar extensas planicies llega de repente al pie de las montañas. Todo lo que anteriormente había parecido una elevación del terreno queda desplazado a un territorio de proporciones radicalmente distintas24, remarca el autor en términos hiperbólicos. De la obra de San Agustín sobresale su genuina integralidad, la concatenación universal de los fenómenos, al igual que su esfuerzo por conciliar el mundo de la vida concreta con el plan de Dios. Ahora se comprende por qué, sin ser la única en su tiempo y la forma en que fue concebida, desde una perspectiva apologética y de culto a la obra del pensador africano, se ofrece el siguiente juicio en el que se resalta su carácter: En las Confesiones de San Agustín, hay un aliento de vida, una llama de amor que prende en las almas, y las arrebata y enamora, y las eleva y dignifica, y las transforma y aproxima a Dios.
23. Ibíd., p. 4. 24. WEINTRAUB, Karl. La formación de la individualidad. Autobiografía e historia. Madrid: Endymion, 1993. p. 28.
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Libro de lectura fuerte, de sugerencias sin número, de supremo deleite para las almas grandes y nobles. Libro uno y único en su género, como único es el genio que lo concibió y dio el ser. Libro eterno, que parece renovarse y crecer con los siglos. Libro el más original, el más bello, el más íntimo, el más vasto y luminoso y el más hondamente sentido de cuantos se han escrito en lengua humana por los hombres. Poema del alma, canto de triunfo y de amor con resonancias de cielo y de tierra, con acentos de santa emoción, que sólo la gracia divina compuso y sólo con ella se siente y percibe. Gemido de tórtola herida, suspiro de ardiente pasión, rugido de león prisionero, grito de triunfo y victoria de un alma que salva entre la vida y la muerte. Todo esto son las Confesiones de San Agustín…25.
A San Agustín se le consideró, “… un maestro insuperable y único en el arte de pintar las pasiones humanas, así en sus manifestaciones violentas y cortes durísimos como en sus notas más dulces y delicadas. Poeta de altísimos vuelos, filósofo por temperamento, analista sutil y penetrante, escudriñador perpetuo de los más recónditos repliegues del misterioso corazón humano, hombre de emociones hondas y de una fantasía oriental, alma vibrátil y de resonancias múltiples, nos ha dejado en este su libro de las Confesiones, cuadros tan soberanamente trazados, tan llenos de vida y colorido, que en vano se esforzarán los venideros por querer superarlos ni aun igualarlos”26. Una obra se considera un clásico por decisión de la autoridad sobre la materia. La “crítica especializada” dirán unos y pares, los otros. En modo alguno tiene que ver con la autoestima de su autor o con la actividad de los propagandistas especializados en cada época. Una llamativa apreciación de la autobiografía de San Agustín se presenta en los siguientes términos, de los que con facilidad se infiere parte de la argumentación por la que, en el contexto del género autobiográfico confesional, en todos los tiempos, es un clásico. Dígase cuanto se quiera, preciso es reconocer que en su redacción literaria, en su contenido doctrinal, en su amplitud y desarrollo, las Confesiones de San Agustín no reconocen precedente alguno digno de tenerse en cuenta, y menos que haya podido ser fuente ocasional de inspiración. Las Confesiones
25. SAN AGUSTÍN. Confesiones. Madrid: Católica, MCMLV. p. 5. 26 Ibíd., p. 7.
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constituyen un género literario único, totalmente original y propio, que nace con el Doctor hiponense, y, como todas las creaciones del genio, nace ya perfecto, íntegro, sin enmiendas ni retoques. Una obra señera, totalmente nueva, así por el plan que desarrolla como por el método que emplea, el espíritu que la anima y el lenguaje que usa. San Agustín hubo de improvisarlo todo; género, forma, título27.
Su obra animó a otros escritores religiosos a emprender el difícil camino de la escritura autobiográfica. Al margen de los alcances y las limitaciones de tales intentos, es incontrovertible el aumento de escritos de ese mismo género. Desde ese mismo sentido laudatorio, la siguiente exposición devela otras características de la obra de San Agustín, que la fijan (seguramente) como un acontecimiento divisorio en la historia de la autobiografía confesional, sin que en lo sucesivo otra obra de su misma condición le igualare o superase: Después de esta obra hubo otras. Cuatro siglos más tarde, apareció Confesión, de Álvaro Cordubense. En el siglo XVI, fueron publicadas las Confesiones del Beato Alonso de Orozco. Vida de sí misma, de Santa Teresa de Jesús. Confesiones, Pedro de Ribadeneyra. A partir de esta época, las autobiografías se suceden con alguna frecuencia, particularmente entre personas religiosas; sin embargo, preciso es confesar que el género confesional decae notablemente. En el siglo XVIII surge de nuevo la Confesión, con una modalidad profana, desconcertante y atrevida entre la gente de letras y del mundo con J. J. Rousseau en Francia y J. Georgio Hageman en Alemania. En el siglo XIX la literatura autobiográfica confesional aumenta hasta constituir un verdadero fenómeno psicológico28.
Sobre el motivo de las Confesiones de San Agustín se afirma que “Quiso hacer esto (escribir las Confesiones), para que nadie de los mortales creyese o pensase de él más de lo que él conocía, quién era y afirmaba de sí, usando en ello el estilo propio de la santa humildad, no queriendo engañar a nadie ni buscar su alabanza, sino sólo la de su Señor, por razón de su liberación y de las mercedes que el Señor le había hecho, y pidiendo oraciones a sus hermanos por las que aun esperaba recibir”29.
27. Ibíd., p. 25. 28. Ibíd., p. 27. 29. Ibíd., p. 29.
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Debe tenerse en cuenta que “Las Confesiones, de San Agustín se dirige indudablemente a una multitud ingente de lectores presente y futuros que, unos por curiosidad, otros por edificación y otros por malevolencia, habían de caer sobre las páginas de este su libro, personal y sugestivo como ninguno. El Santo ha dejado consignado, en varios pasajes del mismo, el fin que le movió a escribirlo: la glorificación de Dios y su misericordia, la edificación de sus hermanos, la propia humillación y provecho espiritual y, finalmente, la conversión de tantos descarriados antiguos compañeros suyos de error”30. A propósito de San Agustín, me permito otra digresión, en esta ocasión con el propósito de ofrecer una comprensión más amplia sobre el pensamiento de este cristiano. La filosofía de la historia, en la perspectiva agustiniana, desde la cual se afirma que “Dios en su infinita providencia, dispone y dirige, sin menoscabo de la libertad humana, el acontecer histórico. Cuando los hombres se someten a esta providencia y son fieles a la gracia que penetra y corona la naturaleza, son unidos por el vínculo de la caridad y constituyen la Ciudad de Dios. Cuando son infieles a la gracia, la naturaleza se corrompe y las relaciones sociales se convierten en discordia, la vida se fundamenta entonces en el egoísmo y los hombres constituyen la Ciudad terrena”31. San Agustín considera que la historia es la ejecución de un plan divino, el cual puede tomar dos connotaciones, la del perdón y la del pecado. La del perdón, corresponde a quienes se mantienen fieles a la gracia divina y dan lugar a la Ciudad de Dios, mientras que la del pecado corresponde a quienes han desobedecido y rechazado la oferta del plan divino y hacen parte de la Ciudad terrena o Ciudad de los Hombres. Esta dualidad entre Ciudad de Dios y Ciudad de los Hombres es equiparable, pues, a la dualidad existente entre pecado y perdón, en el sentido de que los hombres están en libertad de escoger u optar por una u otras, según sus particulares intereses. En ese acontecer histórico, Dios no menoscaba la libertad humana, según la cita, y pone al hombre en la disyuntiva
30. Ibíd., p. 53. 31. GRONDIN, Jean. Introducción a la hermenéutica filosófica. Barcelona: Herder, 1999. p. 35.
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de escoger, en caso de que se equivocara y escogiera la Ciudad de los Hombres y permaneciera en el pecado, existe la posibilidad de cambiarse a la Ciudad de Dios, previas una serie de condiciones como el arrepentimiento, la fidelidad y la caridad. Siguiendo este criterio de las dualidades, San Agustín, en lo que se refiere a la sabiduría, también la sitúa en dos ámbitos y alude de manera explícita a la existencia de dos clases de sabiduría, “la de Dios, que es indudablemente Dios mismo, porque sabiduría de Dios se llama a su Hijo Unigénito”, y la sabiduría del hombre. “La acción que nos lleva a usar rectamente de las cosas temporales difiere de la contemplación de las realidades eternas: ésta se atribuye a la sabiduría, aquélla a la ciencia”. “La sabiduría se polariza hacia Dios; la ciencia, hacia las cosas creadas. La sabiduría es conocimiento intelectual de lo eterno; la ciencia, conocimiento racional de las cosas temporales. La sabiduría es contemplación; la ciencia, acción”32. Desde esta dualidad frente al conocimiento, la sabiduría como una práctica de contemplación y de conocimiento de lo eterno, es de exclusiva competencia de Dios, acorde con su visión dualista de la historia. La ciencia, como manipulación o acción de lo concreto frente a las cosas del mundo, se le atribuye ser una facultad del hombre. La sabiduría emanaría, según esta lógica, de Dios, mientras que la ciencia, derivaría del hombre. Dios, como hacedor del mundo, tendría la facultad de un conocimiento mayor que abarca el campo de la ciencia. Bajo estas premisas, la ciencia no puede verse al margen de la sabiduría, es más, la ciencia estaría ligada a principios como la fe, la esperanza y el amor. En lo que respecta a la filosofía propiamente dicha, San Agustín considera que “No persigue otro fin la verdadera y auténtica filosofía, sino enseñar el principio sin principio de todas las cosas y la grandeza de la sabiduría que en él resplandece, y los bienes que sin detrimento suyo se han derivado para nuestra salvación de allí. Ella nos instruye en nuestros sagrados misterios, cuya fe sincera e inquebrantable salva a las
32. GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Ángel. Manual de historia de la filosofía. Madrid: Gredos, 1971. p. 153.
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naciones, dándoles a conocer un Dios único, omnipotente y tres veces poderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta filosofía enseña cuán gran cosa es que Dios haya querido asumir nuestro cuerpo para redimirnos, pues cuanto más se ha abatido por nosotros, tanto más brilla su divina clemencia…”33. Es perceptible que la filosofía, como la expone Agustín, debe estar encaminada a cumplir funciones concretas, en este caso, posibilitar el conocimiento de Dios, a través de la palabra de Dios expuesta en la Biblia. A propósito de este asunto, para San Agustín La Escritura es clara e incluso accesible a los niños, por tal motivo, la hermenéutica sólo es necesaria donde hay pasajes ambiguos. Lo relevante a señalar es que San Agustín no excluye ni limita el acceso a la Biblia, es más, apela a la estrategia pedagógica de crear confianza entre la feligresía afirmando que a ella pueden tener acceso hasta los niños, queriendo decir con ello que la Biblia podía ser leída incluso por quienes no tenían las suficientes competencias para hacerlo y que sólo la interpretación de un externo era necesaria en los pasajes ambiguos, ni siquiera utilizó el término oscuro. Según Grondin, se considera a San Agustín el padre de la hermenéutica existencialista y de la hermenéutica basada en reglas. En efecto, para San Agustín cualquier ciencia tiene tres fuentes: 1. La fe. 2. La esperanza. 3. El amor. Ligó su idea de conocimiento y desde luego su hermenéutica a la triada fe, esperanza y amor. La Biblia y en general los escritos de carácter religioso, podían, según ese criterio, ser comprendidos o interpretados sin mayores dificultades, si quien lo intentase tuviera una cierta disposición espiritual; es más, se fue más allá y expuso que si el intérprete se acercaba con amor y prudencia a las Escrituras, las comprendería sin mayores dificultades. Recapitulando brevemente la
33. GRONDIN. Op. Cit., p. 37.
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perspectiva hermenéutica de San Agustín, vemos como, según nuestro juicio, hay coherencia en sus planteamientos, partiendo de su visión de la historia de las dos ciudades, de su idea de sabiduría y ciencia y de la función que le atribuye a la filosofía, para desembocar en su consideración hermenéutica, a la cual incorpora elementos históricocríticos, recomendando conocer las lenguas hebrea y griega. Concluyo esta digresión dedicada a San Agustín, retomando algunas ideas suyas que permiten comprender la esencia de su postura hermenéutica, especialmente aquellas que llaman a no tomar al pie de la letra aquello que tiene un sentido metafórico, y que para comprender las metáforas era necesario adquirir conocimientos de retórica. Se mantuvo siempre planteando dualidades y puso en duda la fiabilidad del conocimiento humano, sobre todo, cuando sostuvo que el verbum divino se refiere al autoconocimiento de Dios, mientras que el verbum humano nunca es capaz de poseerse a sí mismo y que pocas veces nuestra palabra es el reflejo de un conocimiento seguro, contrario a lo expuesto por otros autobiógrafos. En efecto, el francés Michel de Montaigne (1533-1592), afirma Goodwin, adoptó una perspectiva diferente en materia autobiográfica y su estrategia literaria versó sobre su propia experiencia. En su obra Ensayos, Montaigne no se dirige a Dios sino a la humanidad, narrando debilidades y capacidades. Dicha obra fue enriquecida hasta su muerte y en ella propugna un equilibrio moral basado en la prudencia y la tolerancia y con la misma configuró el género ensayístico en Europa. Montaigne no intenta presentar una historia continua o detallada de su vida. Él experimenta que la vida es un esfuerzo por descubrir el núcleo de existencia humana. Su método es el de reflexionar sobre la conducta humana individual y sobre los principios culturales en la sociedad. Montaigne fue un gran innovador en las Ciencias Humanas del Renacimiento en esta autoinvestigación, con su vida y pensamiento que utilizó como pruebas primarias experimentales34.
34. GOODWIN. Op. Cit., p. 4.
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Goodwin, recurrentemente citado, anuncia que Montaigne en su obra Ensayos, renueva para la literatura la apología, una forma de la retórica clásica para la explicación filosófica y la justificación de creencia de alguien. La Apología de Sócrates, entregada en su juicio adelantado por el Estado ateniense, es el ejemplo más eminente de la antigüedad. En una apología, o la apología, la intención es la justificación propia, de defensa de la creencia de alguien y sus acciones, a menudo, ante la censura oficial o la controversia pública. En contraste con la confesión, la apología como una forma literaria no implica ninguna admisión de culpa de parte de su autor. La exposición esencial de una apología es que el escritor, en la explicación de los orígenes de ideas y opiniones detrás de acciones, rectifica el juicio inexacto e injusto sobre su conducta35. Por su parte, Benvenuto Cellini (1500-1571), afirma Goodwin, escribió una clase muy diferente de autobiografía en los años 15581566. En su obra Memorias contó su vida aventurera. Escritas en lengua toscana, ellas contienen una variedad de detalles curiosos e interesantes en relación con escultura, arquitectura y la historia de su propio tiempo. De orígenes humildes, Cellini comienza su autobiografía con una explicación del motivo para tomar la experiencia personal como su sujeto, haciendo énfasis en que cada quien, al alcanzar grandes logros y si se preocupa por la verdad, debería escribir la historia de su propia vida con su propia mano. Le otorgó especial importancia a la memoria, que puede ser definida como los recuerdos de alguien implicado en atestiguar acontecimientos significativos36. Además, Cellini provee al lector de abundante información sobre acontecimientos externos a él; esto implica a artistas notables, aristócratas, y clérigos. La memoria, entonces, es distinguida como el modo de narrativa en el cual el individuo usa los incidentes de una vida activa pública como una guía al entendimiento del tenor cultural o político. Esto es el modo, a menudo adoptado por diplomáticos, políticos, y líderes militares, para dejar un registro de su política y vidas
35. Ibíd., p. 5. 36. Ibíd., p. 6.
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públicas. Una suposición principal para el autor de memorias es que el registro público de una vida individual probablemente es interesante y útil tanto a contemporáneos como a generaciones sucesivas37. Uno de los autores más famosos de memorias, según Goodwin, es Giovanni Giacomo Casanova (1725-1798). En 1785 Casanova ejerció como bibliotecario en un castillo en Bohemia, y durante los diez años pasados de su vida escribió sus memorias. Los doce volúmenes de Memorias, que no recibieron su primera publicación completa hasta 1830, tienen un valor inestimable como registro de sus recuerdos y opiniones sobre importantes figuras históricas38. En ellas Casanova, con fino método, apela en algunos pasajes a la confesión propia y a las de algunos personajes. Se da por aceptado que la confesión concierne a los asuntos que son a menudo independientes de los determinantes inmediatos sociales de la vida del escritor. En la composición de una confesión el escritor invoca el alma o el corazón en una tentativa por revelar aquellas verdades sobre el mí que es intrínseco y, posiblemente, eterno. La apología transporta la posición razonada y madura ética o filosófica del escritor, a menudo como una respuesta a una situación crítica política, intelectual, o espiritual. La memoria es reconocida por su alcance ampliamente histórico. El escritor utiliza la forma de memoria para documentar la historia social en la cual él o ella jugaron algún rol. En algunos casos, sin embargo, los imperativos tradicionales morales y sociales de estas tres formas literarias han servido a escritores como pretextos para lo que son realmente los actos de mí: el engrandecimiento39, advierte Goodwin. Estas tres categorías de la cuenta personal (confesión, apología, memorias) no son completamente exclusivas o definitivas, aclara Goodwin. En las Confesiones de San Agustín la narrativa del progreso individual de su alma hacia Dios es acompañada por la explicación
37. Ibíd., p. 7. 38. Ibíd., p. 8. 39. Ibíd., p. 9.
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teológica sobre los asuntos de fe cristiana. Las Memorias de Cellini aumentan el registro de su carrera artística y la pintura de la gente prominente con revelaciones sobre asuntos estrictamente privados. La mayor parte de los estudios del mí escrito antes del siglo XIX, sin embargo, pueden ser clasificados según sus intenciones predominantes en confesión, apologías y memorias40. Antes de las décadas de apertura del siglo XIX la autobiografía fue aplicada a los estudios del mí publicados en aquella época. La biografía había alcanzado su estado pleno como una disciplina intelectual en el curso del siglo anterior, y el método biográfico se había incorporado a la historia. Con la aparición cultural de la biografía, la autobiografía inevitablemente siguió. Irónicamente, sin embargo, un número de autobiógrafos no hacen reclamaciones de la importancia histórica para sus autoestudios. Estas autobiografías son escritas en la convicción que la experiencia individual, independientemente de logros o fracasos de alguien, constituye una fuente inestimable de conocimiento41, sostiene el precitado autor. Aunque muchos autobiógrafos sigan definiendo el objetivo de la confesión, la apología o la memoria, otros autobiógrafos creen que una historia de la propia vida es intrínsecamente digna de atención pública porque el individuo es de un valor intrínseco. Esta perspectiva marca una revolución en el valor político y cultural de experiencia individual en sociedades occidentales, afirma Goodwin. En el inicio del siglo XIX, entonces, un imperativo espiritual, filosófico o social absoluto, era una condición previa necesaria al acto de un individuo que escribe una historia del mí42. Las obras de Rousseau y de Franklin son consideradas como modelos de autobiografías, señala Goodwin. En la narración de su historia de vida, Rousseau aplica lo que él considera el estándar más alto de verdad, el
40. Ibíd., p. 10. 41. Ibíd., p. 11. 42. Ibíd., p. 12.
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estándar “de un corazón sensible”. Rousseau compuso las Confesiones en la convicción de que su personalidad única consistía en la prioridad del sentimiento sobre la razón, la importancia de verdad interior sobre el éxito mundano, y el esfuerzo sin precedentes de demostración de él mismo como él en realidad era43. Por parte de defensores del género autobiográfico confesional, se aduce que las Confesiones de Rousseau, son una pobre imitación de las de San Agustín, que en ellas se encuentran cuadros magníficos, páginas literarias maravillosamente cinceladas, análisis profundos de las pasiones humanas, relatos de pecados más viles y groseros que los de San Agustín; pero que sus páginas son páginas muertas que se caen de las manos, que dejan el alma seca y sin sugerirle nada más que asco y desdén ante un cinismo sin igual que, después de cubrirse de inmundicia, tiene la soberbia de insultar a los demás, retándoles a que levanten el dedo si son mejores que él44. Por la intimidad de su autorretrato, Rousseau pone al lector en la posición de juez que juzga la credibilidad del libro y así la evaluación de la integridad del hombre. Las Confesiones de Rousseau se diferencian enormemente de las de San Agustín. Éste apela a Dios como el Juez sobre la tierra y en el Cielo. Él hace la confesión públicamente para animar a mortales a seguir su ejemplo espiritual. Para Rousseau, al contrario, la confesión no es obviamente un acto de humildad o adoración. En la autobiografía, Rousseau menciona al hombre como “el juez soberano” y lo hace con un tono de independencia y orgullo. La petición directa de Rousseau es a la individualidad del lector, y él lo hace en la confianza que las Confesiones revelan a la persona única que él se conoce45. Por eso, contarse a sí mismo es una pasión universal, aunque reprimida y enmascarada hasta el siglo XIX, pero estas Confesiones son un espectáculo que el mundo aún desconocía46.
43. 44. 45. 46.
Ibíd., p. 13. SAN AGUSTÍN. Confesiones. Madrid: Católica, MCMLV. p. 5. GOODWIN. Op. Cit., p. 14. ROUSSEAU, Jean-Jacques. Confesiones, (prólogo de Carlos Pujol). Barcelona: Planeta, 1993, XI.
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A pesar de la homonimia del título, que recuerda a San Agustín, nada más distinto que este remoto antecedente; porque el santo no se “confiesa” en el sentido moderno de la palabra, es decir, no hace confidencias íntimas, ni se refiere tampoco al acto sacramental; para él confessio no es manifestación de cómo es, sino declaración de su fe, “confesar” a Dios es afirmarle, proclamarle. Para Rousseau, en cambio, de ahí saldrá el romanticismo y toda nuestra sensibilidad, la confesión es la mirada ante el espejo, la interioridad más profunda exhibida, analizada, explicada a la luz de uno mismo. Rousseau no reconoce más juez que él mismo. Esta es la esencia de la diferencia entre uno y otro. El mismo Rousseau precisa los alcances de su obra en los siguientes términos. He aquí el único retrato del hombre pintado exactamente del natural y en toda su verdad que existe y que probablemente existirá. Vosotros, quienes seáis, convertidos por el destino o mi confianza en árbitros de la suerte de estas páginas, yo os conjuro por mis desventuras, por vuestras entrañas y en nombre de toda la especie humana, a no destruir una obra única y provechosa, que puede servir de esencial elemento de comparación para el estudio de los hombres, estudio que sin duda alguna aún tiene que iniciarse, y de no arrebatar al honor de mi memoria el único monumento seguro de mi carácter que no haya sido desfigurado por mis enemigos. Y aunque también vosotros formarais parte de esos enemigos implacables, dejad de serlo para con mis cenizas, y no prolonguéis vuestra cruel injusticia hasta el tiempo en que ni vosotros ni yo viviremos, a fin de que, una vez al menos, podías mostraros el noble testimonio de haber sido generosos y buenos cuando podáis ser malignos y vengativos; si es que el mal que se hace a un hombre que nunca lo ha cometido ni querido cometer, merece el nombre de venganza47.
Como se puede observar, Rousseau con su autobiografía Confesiones, de extirpe laica, se ubica en una dimensión distinta a la de San Agustín. El género autobiográfico laico se caracteriza, entre otras cosas, por la desacralización del mundo, lo cual se expresa, de manera puntual, en que la confesión tiene lugar consigo mismo y, a lo sumo, frente a seres humanos. En ese mismo sentido, también Franklin había ganado el reconocimiento internacional en el tiempo. Según Goodwin,
47. Ibíd., p. 3.
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Franklin comenzó a escribir su autobiografía, en la cual trabajó en cuatro etapas separadas durante los diecinueve años pasados de su vida. En el momento de su muerte en 1790, Franklin había relatado su historia de vida sólo hasta 1757, el punto de partida de su gran carrera diplomática como el representante en Europa de intereses americanos48. En su Autobiografía Franklin recrea la experiencia en la imagen de una humanidad definida por su racionalidad e inventiva. En vez de las verdades interiores que preocupan a Rousseau, Franklin dedica su narrativa “al medio de conducción” que él empleó para alcanzar el éxito con asombrosa precisión, el comerciante, el escritor, el editor, el inventor, el educador y el reformador cívico. El mayor logro de Franklin es su invención de una individualidad de amplia consecuencia social, política y cultural. La autobiografía se proclama como un género en la era cuando las figuras como Rousseau y Franklin afirman una nueva individualidad en la experiencia humana49. Es evidente pues, extensa y compleja la trayectoria del género autobiográfico. Originado en Europa, hunde sus raíces en la antigüedad clásica y, desde entonces, como expresión de la cultura, no ha estado exento (no podría estarlo) de las repercusiones ocasionadas por los cambios operados en la esfera de los acontecimientos sociales, políticos, económicos, religiosos y científicos de manera un tanto lenta hasta el Renacimiento, pero, desde entonces, con inusitado ímpetu. La evolución de la autobiografía, como ha sido expuesta, refleja también los principales motivos de discordia en la praxis pública y privada de algunas sociedades, tales como las contradicciones antagónicas entre la Iglesia y el Estado, la materia y el espíritu, la ciencia y la fe. Es preciso puntualizar que la autobiografía parece, desde entonces, uno de los medios de transmisión de la historia y, en el caso concreto de Hispanoamérica, de la nueva historia de las flamantes naciones. Sylvia Molloy considera que “…esta adjudicación genérica (la autobiografía
48. GOODWIN. Op. Cit., p. 14. 49. Ibíd., p. 15.
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es biografía, es historia), junto con sus características objetivas (no solo la autobiografía es historia, sino nueva historia nacional), impone un sesgo particular al texto autobiográfico. Tanto la autobiografía como la biografía se refieren a vidas pasadas, lo cual entraña, en mayor o menor grado, una revaloración de esas vidas. Sin embargo, mientras la autobiografía cuenta con la memoria, tanto para establecer la sustancia del relato como para animar su composición, la biografía se apoya en documentos”50. En esas condiciones, si bien es cierto que la biografía, la autobiografía y las memorias tienen sus propias características, entre los tres géneros no hay límites precisos y, en algunos casos, unos invaden esferas de otros como se mencionó anteriormente. Tal es el cambio de autobiografía en memorias: existe una forma de la propia descripción de la vida que informa detalladamente y con claridad sobre la infancia y la juventud, pero que no se interrumpe luego con el logro de la identidad y la aceptación de un rol social, sino que da cuenta, mediante una documentación típicamente memorial, de lo que ha sucedido después al individuo convertido en portador de un rol. Esta forma de autobiografía modela la contrafigura de esas memorias que, continuada más allá del juego del rol en la vejez, se convierten en autobiografía. Que una autobiografía se convierta en memorias acontece con más frecuencia que el caso contrario51. En los tres géneros la introspección es un recurso de notable preponderancia. La introspección es la “mirada interior” por medio de la cual se supone que un sujeto puede “inspeccionar” sus propios actos. La introspección se entiende a veces como un “mirar” u “observar” y a veces como un “sentir”. Es la inspección del propio sujeto y no solamente es de naturaleza psicológica. Se le critica al método introspectivo, destruir o alterar la objetividad52. La expresión introspección proviene
50. MOLLOY, Sylvia. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica. México: Fondo de Cultura Económica, 1996. p. 190. 51. NEUMANN. Op. Cit., p. 42. 52. FERRATER MORA, José. Diccionario de filosofía, E-J, Barcelona: Ariel, 1999. p. 1894.
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del latín introspectio, acción de introspicere o introspectare, mirar al interior. Aplicación reflexiva de la conciencia a sí misma para observar sus propios estados y actos. Observo lo que pasa en mí, por eso hablo forzadamente de mí mismo. Sólo puedo invitar a los demás a constatar sobre sí los resultados de esta introspección que, en rigor, únicamente vale la pena para quien la hace. Podemos decir que la introspección es la base de la psicología. Todo estudio hecho mediante la introspección merece llamarse psicológico. El método de observación interior o introspección es, a pesar de su carácter subjetivo y estrictamente individual, el método fundamental de la psicología. La introspección no puede ser estrictamente contemporánea del hecho estudiado. Hace posible el recuerdo. La introspección explica el sentido de una conducta53. De análoga manera sobresale la retrospección, del latín retrospicere, mirar hacia atrás, hacia el pasado. Toda reflexión es retrospectiva, e incluso es propio de la reflexión crear a nuestra espalda el espectáculo de aquello mismo que acabamos de sobrepasar. La reflexión aparece orientada hacia el futuro54. A la introspección y la retrospección se suma la prospección, entendida como el mirar hacia delante, mirar hacia lo lejos. Aquello desde donde se puede mirar algo. La prospección es la capacidad de mirar más allá del presente y de tomar siempre en consideración el momento ulterior. El peso específico que pueda tener cada una de ellas (introspección, retrospección, prospección) en la autobiografía depende de cada circunstancia y caso particular, pues la necesidad autobiográfica proviene de la instintiva necesidad de contar, contar lo que nos pasa. Bien lo señala Silvia Adela Kohan cuando afirma que “La escritura autobiográfica engloba distintas vías: la autobiografía real, el diario íntimo, el autorretrato, la carta, las memorias (recuento de un aspecto particular y conexión con lo social). Autobiografía se opone a cuento y a novela: en la autobiografía, importa más el personaje que el
53. FOULQUIÉ, Paul. Diccionario del lenguaje filosófico. Barcelona: Labor, 1967. p. 559.
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acontecimiento. En el cuento, importa más el acontecimiento que el personaje. En la novela, importa menos el personaje y el argumento que el universo ficticio singular y total”55. Uno es su autobiografía. Carecer de autobiografía es no ser, precisa Kohan. Según esta autora las categorías o rasgos del relato autobiográfico son: la forma del lenguaje, el tema, el narrador, la perspectiva, el modo del relato, el tiempo narrado y los momentos del relato. Establece además, vertientes de la autobiografía. Una de ellas es la autobiografía real consistente en “…la vida de alguien contada por él mismo. Habla sobre lo vivido y el recuerdo que se tiene de lo que ha sido. Exige un esfuerzo retrospectivo y, a menudo, documentación. En este sentido tiene un punto de contacto con las memorias. Las diferencias entre memorias y autobiografías radican en la proporción de materia íntima, individual y de la materia colectiva, histórica correspondientes a una y otra”56. Kohan considera que “La autobiografía nos permite reflexionar sobre nuestro momento presente, comprara nuestra vida con otras, visualizar qué hechos nos marcaron y qué caminos podemos continuar, retomar o iniciar, es un instrumento para conocernos más. Un objetivo de la autobiografía real puede ser recuperar huellas gratificantes. El objetivo opuesto puede ser liberarse de un pasado dañino, hecho que se consigue al sacarlo a la luz en lugar de negarlo, al evocarlo, interpretarlo y aceptarlo”57. Remarca la misma autora que “Al consignar la vida por escrito, se aclaran problemas y se solucionan antiguos conflictos con uno mismo y con otras personas, viejos fantasmas que nos acosan: entiende el psicoanálisis que los fantasmas se vencen cuando se admite su presencia. El privilegio que nos otorga es el descifrar, reconstruir y dar a nuestra vida la forma que deseamos, acomodarla según un diseño en el que unos hechos se magnifican, otros se anulan”58.
54. 55. 56. 57. 58.
Ibíd., p. 903. KOHAN, Silvia Adela. De la autobiografía a la ficción. Barcelona: Grafein, 2000. p. 16. Ibíd., p. 18. Ibíd., p. 18. Ibíd., p. 19.
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Otra vertiente es la autobiografía ficticia: es la literaria, se puede desarrollar en una novela, y en forma muy condensada en un cuento o un poema, tiene un punto de contacto con la real, en cuanto a que se narra la vida completa o un episodio de la vida del protagonista. Sin embargo, desde el punto de vista de quien la escribe, es lo contrario: mientras que la autobiografía real se ciñe, aparentemente, a los datos ocurridos en la vida de su autor, la autobiografía ficticia se inventa, se le atribuye a un personaje59, puntualiza Kohan. Mientras la autobiografía real es más limitada y obliga al autor a ceñirse a lo ocurrido, la autobiografía ficticia no impone limitaciones, el autor inventa el guion de una vida empleando, transformando, subdividiendo y combinando información con otros elementos biográficos60. No obstante, es preciso aclarar que la autobiografía, tanto real como la ficticia, no lo son completamente. Es decir, ambas intercambian rasgos. La real apela a la ficción para llenar vacíos y la ficticia tiene lugar en un orden dado. Puede darse por aceptado que la autobiografía tiene rasgos de trampa. Sobre un peculiar rasgo de la autobiografía, entendida como trampa, la autora afirma que … la autobiografía nunca es una verdad completa, no es absolutamente real ni absolutamente ficticia. Autobiografía es una palabra tramposa: auto indica el yo. Pero el yo del sujeto es cambiante. No es igual a los diez años que a los treinta o a los sesenta. En consecuencia, la autobiografía no es una y única, sino múltiple. Intenta reconstruir la historia de un “yo” desde los primeros momentos de su existencia, pero ello no es posible por lo siguiente: por más exacta o cronológica, la autobiografía es también un hecho de ficción. La memoria es selectiva. Aunque de entrada parece ser el más sincero de los géneros, la autobiografía es tal vez el más falso: es el arte de los que no son artistas, las novelas de los que no son novelistas. Dado que la vida de una persona no es solo su biografía real, sino también la inventada, es inevitable que se omitan intencional o inadvertidamente ciertos aspectos, aparte de que es indispensable valerse de informaciones ajenas para completar datos o enriquecer el conocimiento de sucesos. Con frecuencia, hay quienes modifican intencionalmente su historia personal para hacerla coincidir con sus ideas o convicciones61.
59. Ibíd., p. 23. 60. Ibíd., p. 24. 61. Ibíd., p. 24.
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Tanto para escribir una autobiografía como para novelarla, al escritor se le presenta la posibilidad de combinar lo real con lo ficticio puesto que lo autobiográfico engloba no sólo lo experimentado directamente, sino también lo deseado y lo fantaseado62. Una cosa es la autobiografía y otra, distinta, es la vida real sobre la que ella se inspira. No hay coincidencia entre ambas esferas. Dados los lazos familiares entre la autobiografía y las memorias, Kohan considera que éstas “… son los escritos en los que el autor da cuenta de un aspecto que ha vivido o del que ha sido testigo directo, relatando acontecimientos exteriores más que desarrollando un autoanálisis. El límite entre autobiografía y memorias es sutil. Tampoco las memorias son una copia de la realidad tal como fue. Podrán incluir anécdotas que ocurrieron y datos precisos, en ellas también revivimos el pasado desde el presente, el orden cronológico y el tono testimonial, hace creer al lector que es una transposición fidedigna, pero también están constituidas por una visión recortada del escritor que ve los hechos desde su óptica temporal y espacial diferente a la originaria”63. Para intentar deslindar los escenarios de la autobiografía respecto de otros géneros, Darío Villanueva es del criterio que “Tan solo resulta ser, así, una auténtica autobiografía según Lejeune, aquel discurso que cumpla escrupulosamente todas las condiciones que son seis, articuladas a esas cuatro categorías a las que se refiere la definición: forma del lenguaje (narración en prosa), tema (vida individual), situación del autor (su identidad en cuanto persona real con el narrador) y posición retrospectiva de este último, identificado así mismo con el personaje principal. Ello permite, en consecuencia, diferenciar con precisión este género de otros que le son muy próximos”64. El pacto autobiográfico es una manifestación particular del pacto referencial propio de los discursos científicos, históricos, tecnológicos o
62. Ibíd., p. 27. 63. Ibíd., p. 26. 64. VILLANUEVA, Darío. Realidad y ficción: la paradoja de la autobiografía. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 18.
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jurídicos, en los que, como en una situación comunicativa estándar, se da el supuesto principio de la sinceridad en el sujeto de la enunciación y el derecho a la verificación por parte de sus destinatarios. El pacto autobiográfico resulta ser la confirmación en y por el texto de la identidad real del autor que es a la vez narrador y protagonista, aclara Villanueva, y concluye que: “No menos importante para una caracterización de la autobiografía es el papel que en ella desempeñan los signos inmanentes de la recepción. La diferencia fundamental a tales efectos entre este género y las memorias radica en la concepción del receptor como confidente o como público. La autobiografía necesita un narratario, entendiendo por tal aquel destinatario que justifica la propia existencia del discurso como tal, frente a otra figura menos exigente como es la de un mero lector implícito representado a quien el narrador hace referencias incidentales”65. La comprensión autobiográfica es el resultado de constantes aportes. Francisco Javier Hernández afirma que “Si Rousseau fue con sus Confesiones el descubridor de la moderna autobiografía a finales del siglo XVIII, Stendhal fue, unos años más tarde, el potenciador de todas sus virtualidades. Stendhal es a la autobiografía lo que Proust a la novela: el compendiador de todo lo anterior y a la vez el adelantado genial, el explorador de nuevos caminos que luego recorrerán, los supuestos renovadores de un género que ha adquirido carta de naturaleza”66. Rousseau llega a la autobiografía al final de su carrera literaria por una necesidad casi desesperada de justificación, de restitución de una imagen personal que él estima difamada; en Stendhal la escritura autobiográfica es una segunda naturaleza, indisociable al placer de escribir. No hay en sus escritos íntimos una presión exterior como causa determinante de los mismos, sino una necesidad interior de explicar y de explicarse las tristezas de una sombría infancia, las alegrías de una
65. Ibíd., p. 19. 66. HERNÁNDEZ, Francisco Javier. Stendhal: la autobiografía perpetua. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 48.
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exaltada adolescencia y juventud y las perplejidades de la madurez67, remarca Hernández. Conviene dejar claro que hay sustanciales diferencias entre los tratadistas de la autobiografía. Tal es el caso de Francisco Reus BoydSwan, para quien los tipos de relatos que se podrían incluir en el género autobiográfico son: 1. La autobiografía pura. Se da cuando hay una identificación total creador- narrador- personaje. 2. Los relatos autobiográficos de ficción. En ellos sólo hay identificación entre narrador y personaje. Están insertos dentro del género novelesco y puede haber varias especies: relatos históricos, personales o biográficos, autobiografías en primera, segunda o tercera persona, autobiografía novelada y autobiografía seudónima. 3. Las memorias. Se centran más en los acontecimientos en los que el escritor ha participado de alguna manera en un contexto escrito. Contexto que adquiere precisamente mayor relevancia que lo personal. 4. Los epistolarios. Opiniones vertidas por un escritor y destinadas a un receptor en concreto, tratando temas concernientes a ambos. 5. Los diarios. Tratan un periodo temporal (día) sin intentar abarcar la vida total o globalmente68. En la mentalidad del autobiógrafo, cuyo fin es la transcripción de la vida pasada, existe un claro deseo de conformar y dar sentido a todo lo que hasta el momento de la escritura permanecía en la incertidumbre y en la vacilación; a tal extremo que, una vez escrito, ninguna nueva lectura de ese pasado será posible. A partir de su escritura, el pasado
67. Ibíd., p. 49. 68. REUS BOYD-SWAN, Francisco. La autobiografía en Gabriel Miró. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 361.
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ya no solo podrá ser recordado a través del relato que de él haya sido hecho69, afirma Javier Del Prado Biezma. Pocas escrituras, máxime en el ámbito de las Ciencias Humanas y Sociales y en ellas la autobiografía, están exentas de trazas de lo novelesco. Escribir una autobiografía en forma de novela no le resta méritos, por el contrario, suele resultar menos rígida en su concepción y escritura al autor, y más atractiva y cautivante para el lector. Pues una autobiografía no es un frío listado de episodios y fechas. Se trata de utilizar estas fuentes para construir la más rutilante prosa que genere de por sí el encomio si la vida misma a narrar no lo logra. Una autobiografía que no tenga una buena dosis de novela se asemeja a aquellos insoportables textos de las ciencias arriba mencionadas, asépticos, gélidos y, por lo mismo, insoportable su lectura. En suma, la lectura de un texto autobiográfico debe generar conmociones en el lector las cuales se expresan en sus cambios de actitudes, en la formulación de nuevas preguntas, dudas e incertidumbres. Por su parte Anna Caballé quien con probidad ha estudiado el fenómeno autobiográfico, se expresa en los siguientes términos La definición de la autobiografía, según la cual, es un texto referencial y auténtico donde el autor habla de su propia experiencia persona, excluye obviamente a la biografía: tanto en el plano de la voz narrativa como en el plano autorial ambos géneros se oponen. Hay otras oposiciones: por ejemplo, frente al acopio de material que debe llevar a cabo el biógrafo para dotar de objetividad y amplitud su trabajo, el autobiógrafo procede de modo inverso mediante la “selección intencional de actuaciones”. Por varias razones. En primer lugar porque nadie es capaz de relatar toda su vida: el material de que dispone el autobiógrafo es infinitamente superior al del más documentado biógrafo; pensemos además en la posibilidad que se le ofrece al primero de incorporar su vida onírica “yoes” imaginados, fantaseados, soñados, incluso cínicamente inventados que no tienen cabida en la escritura biográfica. Toda autobiografía nace de la voluntad de dar un sentido a la propia vida, de trazar unas líneas de fuerza que retrospectivamente doten de coherencia a la propia existencia o al menos a parte de ella. Más
69. DEL PRADO BIEZMA, Javier, et al. Autobiografía y modernidad literaria. Universidad de Castilla-La Mancha, 1994. p. 218.
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oposiciones: el autobiógrafo ejerce un dominio absoluto del conocimiento de su texto. Dice no sólo lo que quiere decir sino también del modo en que quiere expresarlo. El biógrafo por el contrario, no impone restricciones a su objeto de estudio70.
Queda claro que:“Son géneros, en fin, muy practicados y sin embargo la formación de una teoría crítica está hoy día poco desarrollada sobre aspectos tan fundamentales como el de su fiabilidad. Sobre la biografía y la autobiografía han pesado y pesan todo tipo de recelos y descalificaciones. La prueba es que los historiadores por lo general se han mantenido al margen de la escritura biográfica prefiriendo exponer sus investigaciones en un marco supraindividual menos codificado retóricamente y más apoyado en el manejo e interpretación de datos empíricos. Por su parte los historiadores de la literatura han prescindido del posible valor literario de una autobiografía o de unas memorias”71 concluye Caballé. Hay quienes consideran la autobiografía como una forma ingenua de abordar “lo real” y como un género de senectud y acabamiento. Para la mencionada autora:“Se trata de dos paradigmas literarios, uno fundado en el principio de la realidad, el otro fundado en el principio de la verosimilitud. La raíz del conflicto, en el caso de las autobiografías, puede estar en la oposición reflexión/escritura, afirma Georges May. La autobiografía exige/ implica una reflexión donde el sujeto se vuelve objeto para sí mismo, con la objetividad que es posible en la metáfora del espejo. En esta reflexión el autobiógrafo puede verse a sí mismo bien a su pesar, incluso ver a sí mismo como un sujeto aberrante. Pero las más de las veces no es capaz de tolerar el examen de conciencia que surge inesperadamente, imponiéndose sobre él y sus propias instancias desiderativas”72. Según Paul Jay, “Paul de Man rechaza la idea de que el sujeto de una obra autobiográfica represente una forma privilegiada de
70. CABALLÉ, Anna. Biografía y autobiografía: convergencias y divergencias entre ambos géneros. En: J.C. Davis, Isabel Burdiel (Editores), El otro, el mismo. Biografía y autobiografía en Europa (siglos XVII-XX), Universitat de València, 2005. p. 54. 71. Ibíd., p. 54. 72. Ibíd., p. 56.
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referencialidad. Prefiere, por el contrario, contemplar al sujeto como una producción textual. Lo que siempre afrontamos en una obra autobiográfica, defiende, no es una serie de acontecimientos históricos, sino una serie de esfuerzos por escribir algo. La acción propia de la autobiografía, insiste, no es histórica, sino retórica”73. Por su parte Manuela Ledesma Pedraz considera que “Las motivaciones que impulsan a un individuo a convertirse en el escritor de su vida: desde la confesión surgida del simple placer de contarse a la autojustificación y la consiguiente autoexculpación, desde la preocupación puramente narcisista centrada en la autoalabanza a la necesidad de guiar y educar, desde el deseo de conocerse a sí mismo y mostrarse frente a los demás tal como es, a ese impulso revanchista que no excluye, en modo alguno, el deseo de venganza personal”74. La autobiografía es el retrato de un ciego, suele afirmarse. La autobiografía ha sido la meta de hombres y mujeres que se creen señalados por el destino, a tal punto de estimar necesario tomar nota de sí mismos, por si acaso los demás no se percatan debidamente de su estatura. Una persona así de extraordinaria no se siente a gusto cediéndole a otra esta responsabilidad75, sostiene Djelal Kadir y añade: “La autobiografía ha vacilado entre un mezquino instinto de autopreservación y una punzada mordaz de autoafirmación. La autobiografía, entonces, como reflejo plenario cuyas dos partes configuran un espectáculo autorreforzador, estruja al bios de auto-biografía dentro de una reconfiguración vital que se convierte en coartada. Esta es la coartada que supondría que el ser escribiente fuera idéntico al ser siendo escrito, y que mediaría entre ellos una placenta permeable, o una imagen traslúcida en la cual la economía compensatoria de un Yo por un Yo se disuelve en un sujeto personal sin filón y una conjugación en primera persona, a la manera de ese catenario ego ergo ego cartesiano”76.
73. JAY, Paul. El ser y el texto, Madrid: Magazul, 1993. p. 23. 74. LEDESMA PEDRAZ. Op. Cit., p. 10. 75. KADIR, Djelal. Proemio: personificaciones primarias/Colón autobiográfico. En: La situación autobiográfica, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1995. p. 15. 76. Ibíd., p. 15.
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Suele tenerse de lo autobiográfico la idea simple de alguien puesto a redactar su historia. Pero a poco que intentemos o ensayemos la lectura de algún libro así caratulado, se nos vuelve evidente que a menos que se logren interpolar algunas cuestiones de método, la introspección es una tarea imposible77. Paul de Man y Philippe Lejeune, señala Jorge Glusberg, han concluido que la autobiografía carece de valor referencial absoluto, esto es, la identidad del autor no es previa a la escritura sino el resultado de la escritura. Se trata, así, de un instrumento fundamental para construir la identidad del yo más que para reproducirla, para exterioriozarla. En tal sentido, la autobiografía supone una forma privilegiada para mostrar la imposibilidad de separar el yo, tanto de su discurso como del discurso sobre sí mismo. La conciencia de quien se es sólo puede ser alcanzada gracias a la reflexibilidad, la cual permite que el yo pueda desdoblarse en sujeto de su enunciación y objeto de su enunciado78. Jorge Glusberg aventura la tesis de que en la autobiografía asistimos al proceso mediante el cual el yo, convertido en un yo-narrador, articula una trama en la cual se hace intervenir como personajes a algunos de sus míes pasados y expresa que Jean Starobinski ha sostenido que el autobiógrafo, “no sólo relata lo que le ha sucedido en un tiempo anterior, sino, sobre todo, cómo de otro que era ha llegado a ser sí mismo”79. Según Glusberg, “… entre el vivir directo e inmediato y la exteriorización de ese vivir se interpone una frontera definitiva, aunque transitable. Narrar la propia vida es siempre transfigurarla, es erigir el espacio y el tiempo del yo en el horizonte del espacio y el tiempo de los demás. La autobiografía aparece así como una autointerpretación, o, si se quiere, como una serie de interpretaciones sucesivas. Si ser es haber sido, el pasado constituye el material de base, el cimiento, para
77. PÉREZ, Carlos D. Proust o el gusto autobográfico. En: La situación autobiográfica, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1995. p. 79. 78. GLUSBERG, Jorge. La escritura de la memoria. En: La situación autobiográfica, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1995. p. 94. 79. Ibíd., p. 95.
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indagar quién se es. Pero cualquier pasado, personal o histórico, sólo se recupera por intermedio de la imaginación”80. La autobiografía es, en suma, una versión de sí mismo que el autobiógrafo ofrece al público. Sobre ese mismo particular, Randolph D. Pope considera que La autobiografía despliega el drama de la personalidad impostando voces que se entretejen tratando de contar una ansiada historia, ansiada pues sería definitiva e implacable, ansiada porque no requeriría ya de corrección, reproduciendo completamente la experiencia. Es un proyecto imposible, en parte porque el instante supera con mucho la modesta capacidad del ser humano y lo simultáneo de la existencia es un océano para el cuentagotas sucesivo del lenguaje. Ni aun hablando nuestra vida entera podríamos dar cuenta de ella. La imaginamos por lo tanto en una apretada síntesis en la que suele distinguirse varios personajes. El más inmediato es el narrador, quien escribe y en cada momento de la escritura contempla desde el instantáneo presente la simultaneidad del pasado81.
En algunos casos, la relación autobiográfica surge desde arriba (las elites), como voluntario acto de escritura, como actos voluntarios de oposición o de resistencia (sectores sociales excluidos y/o reprimidos). En el primero de los casos hay un manifiesto interés por mostrarse como “constructores de país” y, en el segundo, se trata de claros propósitos de denuncia y protesta. Tanto los sentidos etimológicos de la autobiografía como su trayectoria, expuestos en los capítulos precedentes, obligan, pues, a conocer las principales perspectivas teóricas de la autobiografía, de lo cual se ocupa el siguiente capítulo.
80. Ibíd., p. 95. 81. POPE, Randolph D. La autoridad suprema de la nota del pie de página en la autobiografía. En: La situación autobiográfica, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1995. p. 117.
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3. Perspectivas teóricas “Los que se enamoran de la práctica sin la teoría son como los pilotos sin timón ni brújula, que nunca podrán saber a dónde van”. Leonardo Da Vinci.
A
utores de diversas tradiciones se han ocupado del género autobiográfico. Uno de ellos el ya citado Georges May, para quien la formación de una doctrina crítica sobre la autobiografía está en nuestros días en sus orígenes, y no hay que asombrarse (aclara el mismo), a pesar de la cantidad y la calidad de los trabajos recientes sobre el tema, de que críticos y teóricos todavía no se han puesto de acuerdo sobre una definición viable de su objeto de estudio. Es así como, ya desde 1954, y en la introducción de uno de los primeros estudios dedicados a la autobiografía en Inglaterra, Wayne Shumaker destacaba que, por una parte, mal podríamos concebir una historia general del género si antes no existía una definición básica que permitiera incluir o excluir este o aquel texto y, por la otra, que la inexistencia de tal historia implica que esta necesaria delimitación de la autobiografía no pueda hacerse sino arbitrariamente y, por tanto, de manera discutible, advierte May1.
1. MAY. Op. Cit., p. 26.
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Para este autor la crítica no sale todavía de este círculo vicioso, a pesar de un esfuerzo colectivo sin precedentes. Esto podrá ser considerado a partir del testimonio que aportan algunos ejemplos extraídos de los trabajos mejor informados y más lúcidos de los últimos años. Frente a la idea de “pacto autobiográfico” de Philippe Lejeune, con la que funda una definición del género, Elizabeth Bruss prefiere una definición menos “tipológica” y centrada sobre el acto mismo de escribir una autobiografía, más que sobre la relación hipotética establecida por el autor con su eventual lector; mientras Georges Gusdorf, precisa May, subraya la arbitrariedad y la fragilidad del postulado que atribuye a los escritores anteriores a la toma de conciencia del “género”autobiográfico, una actitud que por definición sólo se puede establecer a posteriori; en tanto que Jean Starobinski señalaba algunos años antes que “es necesario evitar hablar de un estilo o incluso de una forma ligados a la autobiografía, ya que no hay, en este caso, un estilo o una forma obligados”2. En este orden de ideas, más que un definido cuerpo teórico sobre la autobiografía, existen intentos de formulaciones, siempre controvertibles. “La experiencia parece indicar, entonces, que aún no ha llegado el momento de formular una definición precisa, completa y universalmente aceptada de la autobiografía”, afirma May. Y ese intento será siempre fallido, pues la práctica ha demostrado la arbitrariedad que reviste el pretender estatuir definiciones y teorías “precisas”, “completas” y “universalmente aceptadas”, máxime en cuestiones tan controvertibles como lo es la autobiografía. Existe coincidencia con May en la pertinencia de preguntas, más que afirmaciones categóricas. Él mismo cuestiona: ¿En qué época y en qué cultura florece la autobiografía?, ¿Existe acaso una “filosofía” de la autobiografía? Dicho de otra manera: ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿quién? Seguirán luego algunas interrogantes algo más especulativas, del tipo de ¿por qué? y ¿cómo? y ¿cuáles son los móviles que empujan a escribir y leer autobiografías?, ¿cuáles son las distintas maneras de escribirlas y las determinantes que las regulan?3.
2. Ibíd., p. 26. 3. Ibíd., p. 26.
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No hay una única respuesta, por lo pronto, señalamos que las teorías sobre la autobiografía están en constante formulación y, como sostiene el propio May, la autobiografía tiende a ser escrita en primera persona del singular y a adoptar un punto de vista retrospectivo, pero su orden cronológico de presentación es con frecuencia modificado por la intromisión de las preocupaciones presentes o por las distintas obsesiones personales, precisa el mismo. Así, la autobiografía intenta presentarse como verídica, pero la promesa de decir la verdad no implica ni el compromiso de no modificarla ni el de omitir ciertos aspectos embarazosos para el autor o para terceros. Una buena forma de echar luz sobre la diversidad prácticamente ilimitada de los textos autobiográficos sería la de mesurar o estimar en cada uno de ellos hasta qué punto ilustra cada una de estas tendencias. En efecto, pensamos que de esta tentativa de identificación, que se apoya sobre una combinación de juicios objetivos y subjetivos, resultaría una dispersión tal que no se descubrirían dos autobiografías perfectamente superpuestas o intercambiables, enfatiza el mismo autor4. Nada de sorprendente tiene eso, advierte May, se dirá que la vocación de la autobiografía es en parte la de ser un reflejo de su autor, reflejo deformado e incompleto quizás, pero lo bastante fiel, sin embargo, para revelar la unidad irreductible de su individualidad. Por el contrario, podríamos sorprendernos todavía más de que un poliformismo semejante no alcance a dañar a esa otra vocación de la autobiografía consistente en permitir al lector reconocerse más o menos en el personaje del autobiografiado. Y por tanto, no es enrareciendo o difuminando las particularidades de su ser, sino, más bien, detallándolas y profundizándolas, atrayendo de esa forma al lector hacia el secreto de su intimidad, como el autobiógrafo coloca el espejo más limpio y más fascinante, remarca May. Es esta paradoja aparente y fundamental de la autobiografía proteiforme, inasible y sin embargo siempre parecida a sí misma, la
4. Ibíd., p. 26. 5. Ibíd., p. 26.
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que, al fin de cuentas, nos parece la mejor para hacernos sentir la naturaleza de sus secretos. Y es también porque se muestra tan rebelde a dejarse definir e inmovilizar por lo que no deja de tentar a los talentos literarios más variados ni de encantar, embriagar y quizás hasta enseñar a sus lectores, a pesar de las profecías pesimistas de sus sepultureros prematuros y de los abusos a los que da lugar su moda5, concluye May. Desde esa “rebeldía” de la autobiografía sugerida por el citado autor, cobra relevancia nuestro punto de vista de considerar teorías (en plural) de la autobiografía delimitadas en el tiempo y en el espacio. Los anteriores planteamientos se sitúan en la misma dirección de lo expuesto por Anna Caballé, cuando afirma que “Los ingleses hablan de “literatura del yo” o “del mí” para referirse modestamente y de manera empírica a esta parcela literaria en cuyo interior se pueden caracterizar numerosas orientaciones particulares: diarios íntimos, autobiografías, memorias, epistolarios, etc. Bien es verdad que el creador literario, sea cual fuere la forma elegida para comunicarse, manifiesta siempre aspectos, fragmentos, más o menos extensos, de su yo”6. Las distintas expresiones literarias y artísticas hacen parte de la literature of myself y, en ella, la autobiografía destaca por sus múltiples variables, desde los éxitos hasta los fracasos, pasando por las hojas de vida que envía la persona solicitando un cargo, las declaraciones de amor, las declaraciones ante los juzgados y las presentaciones personales en conversaciones formales o casuales, aunque Caballé llama la atención sobre el siguiente aspecto: … es preciso hacer una distinción, al modo aristotélico, entre la potencia autobiográfica y el acto de la autobiografía: entre ambos se configura la estructura de la expresión del yo. Y así, podemos afirmar que el hombre, cualquier hombre, vive con ese potencial autobiográfico que en realidad le define, puesto que le es consustancial, y que manifiesta de muy diversos modos, en la vida tanto como en las obras (si las hay). El ser humano practica constantemente el ejercicio de la autorreferencia: habla de sí mismo en las cartas que escribe, en las conversaciones que sostiene y en los créditos que solicita7.
6. CABALLÉ, Anna. Figuras de la autobiografía. En: Revista de Occidente, Madrid, Número 74/75, (Jul-Agos) 1987. p. 31. 7. Ibíd., p. 31.
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Caballé sostiene que muy pocos emprenden un acto de escritura encaminado a descubrir la mismidad (concepto que surge en la medida en que el yo se hace a sí mismo) convirtiéndola en sujeto de la acción, en argumento de la obra. Y la literatura del yo, o del mí, atiende precisamente al conjunto de esos actos de escritura en los que el autor se enfrenta explícitamente con su experiencia para descubrir después en qué medida sus vivencias conectan con las de otros y, en definitiva, con el lector. Claro que la necesidad de tener en cuenta a quienes han de recibir la obra obliga al autobiógrafo, en general, a seleccionar su material en una determinada dirección; a no enfrentarse demasiado, por ejemplo, con los sentimientos y las opiniones imperantes; a respetar en lo posible convicciones y tradiciones culturales; a reprimir, en fin, la libre reflexión sobre uno mismo y reducirla a cauces aceptables por temor a ser penetrado, descifrado, desposeído de todos sus secretos, juzgado. Desde esta perspectiva, debemos admitir que el público es una fuerza formadora de estilo8, aclara la autora. También argumenta Caballé que “… el yo del escritor se ha convertido, en la autobiografía, en el objeto de la reflexión literaria, y para que pueda percibirse, es decir, representarse, debe experimentar un cierto distanciamiento de sí mismo: la observación de un objeto cualquiera exige de nosotros ese alejamiento (ya se sabe, ni mucho ni poco) respecto de él, si pretendemos ver algo que no sean volúmenes imponentes (en cuyo caso nos encontramos demasiado cerca del objeto y las dimensiones nos abruman) ni tampoco puntos en el firmamento (y entonces nos hayamos demasiado lejos)”9 y enfatiza que la empresa autobiográfica viene a denunciar la alienación del hombre cotidiano cuyo vivir le impide vivir-se, explorar los repliegues del espacio interior, analizar los conflictos. La búsqueda y consecución de este espacio en el cual pueda manifestarse aquel plus de significaciones que con frecuencia no agotó la vida pública del individuo, o al que ésta ni siquiera dio salida, sí es el objetivo específico de la autobiografía10.
8. Ibíd., p. 31. 9. Ibíd., p. 31. 10. Ibíd., p. 31.
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Un planteamiento distinto al de Caballé es el de Nora Catelli, según el cual, en los albores del romanticismo, precisamente en el momento en que se gestaba el concepto moderno de literatura y su pertinaz doble, el de la crítica, la autobiografía no era considerada como parte de la literatura. Para ella, “Las autobiografías puras son escritas o por enfermos nerviosos, siempre prisioneros de su yo (entre los cuales se encuentra Rousseau), o por un artista o aventurero de inveterado egocentrismo, como el de Benvenuto Cellini, o por los historiadores natos, para los que no constituyen sino documentos netos, o por espíritus meticulosos que, antes de su muerte, desean poner orden al menor desarreglo y no se permiten abandonar este mundo sin las explicaciones pertinentes, o por simples plaidoyers sin más. Una clase importante de los autobiógrafos es la de los autopseustos”11. Así, la autobiografía, distinta de la literatura, no se encontraba sometida a la exigencia formalista kantiana de la realización estética. Era más bien un vehículo: expresaba la desmesura o el desequilibrio en el caso de los hombres, o la intrínseca debilidad o dependencia respecto de la mirada de los otros en el caso de las mujeres. Forma menor, auxiliar o subalterna, la autobiografía, que había brindado a Rousseau la posibilidad de fundar, según sus propias palabras, una empresa que no reconocía precedentes, constituía, en cambio, para los Schlegel, un atajo neurótico en el que yo, en lugar de acceder a la nueva sensibilidad romántica, se mantenía fuera de ella12, enfatiza Catelli. En esas mismas condiciones es preciso señalar las probables influencias del romanticismo en la autobiografía. Originado en Europa a finales del siglo XVIII y desarrollado en ese mismo continente y en América en la siguiente centuria, el romanticismo fue una reacción al neoclasicismo, al racionalismo y a la Ilustración. Realzó la subjetividad, la personalidad individual y las tradiciones. En uno y otro lugar, estuvo ligado a los principales fenómenos de la política, la ciencia y la cultura. Para el caso de América Latina el romanticismo en parte incidió en el
11. CATELLI, Nora. El espacio autobiográfico. Barcelona: Lumen, 1991. p. 49. 12. Ibíd., p. 49.
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auge de la literatura costumbrista, por medio de la cual se hizo visible la hasta entonces no muy visible vida cotidiana de amplios sectores sociales. De éste modo, la revaloración de las tradiciones y la importancia dada a los individuos y sus sentimientos en particular, estimularon el género autobiográfico. Según el criterio de Catelli Entre los Schlegel y Goethe, el claroscuro romántico buscaba imponer el artificio como no-artificio; quería que la máscara del yo estuviese pegada a la piel del actor y que arte y vida fueran una sola cosa. Pero, aun soldada, la máscara cubre una superficie que no se le asemeja. Anfractuosidades, hendeduras y cráteres de lo escondido, que no se acoplan a la máscara, crean una cámara de aire que en su espesor abarca lo que acostumbramos a llamar impostura. Y esa cámara de aire, esa impostura, es el espacio autobiográfico: el lugar donde un yo, prisionero de sí mismo, obsesivo, mujer o mentiroso, proclama, para poder narrar su historia, que él (o ella) fue aquello que hoy escribe. Postula en síntesis, una relación de semejanza13.
En efecto, para Paul de Man (afirma Catelli), la autobiografía constituye el intento de realización de un tropo que condensa en sí las características de todo el lenguaje: en él coexisten dos espacios que no guardan correspondencia y en su desavenido vaivén la presuposición de semejanza (entre el yo del pasado y el yo del presente, entre quien dice yo y quien escribe yo, entre lo muerto y lo vivo y entre los muertos y los vivos) es un sueño o una aspiración de raíz romántica. Pero, al convertirse en literatura, la búsqueda de la semejanza, condenada teóricamente al fracaso, alcanza, no obstante, su culminación estética14, planteamientos que coinciden, en algunas partes, con la visión de Darío Villanueva. El autor afirma que para Schlegel, los escritores de su propia vida se dividen en dos: los que narran neurótica, histérica u obsesivamente la verdad y los que deliberadamente urden la mentira15. En el primero de los casos, estamos frente a episodios que guardan relación con el tipo de personalidad narcisista. En el segundo, es la típica estrategia
13. Ibíd., p. 49. 14. Ibíd., p. 49. 15. VILLANUEVA, Darío. Realidad y ficción: la paradoja de la autobiografía. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 21.
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de la persona urgida de mostrar una versión de su vida para realzar lo que probablemente haya hecho bien, matizar y poner en perspectiva sus acciones controvertidas o justificar las acciones por las que se le condena. Urdir una mentira, con arreglo a fines, suele ser un recurso de frecuente uso, dado que se trata, en la mayoría de las veces, de la última oportunidad que la persona tiene para “corregir” o “enderezar” sus acciones. Otro estudioso del género autobiográfico como lo es Ángel G. Loureiro, considera que “… en lugar de interpretar la autobiografía a partir de disciplinas e ideas establecidas con cierta concepción tradicional de la historia o diversas concepciones psicológicas o filosóficas del yo deberíamos estudiar la autobiografía como un paradigma para una teoría de la textualidad que, estableciendo nuevos puentes entre texto y mundo, filosofía y literatura, puede ofrecernos una nueva visión de la naturaleza de la historia, del yo y del lenguaje”16. Resulta sugerente la propuesta de Loureiro, pues abordar la autobiografía desde trincheras (disciplinas) significa estancar el debate teórico, tal vez lo más conveniente sea (sin caer en el eclecticismo) avanzar en la formulación de diversas teorías sobre tan importante género, para lo cual es imperativo superar los compartimentos estancos que imponen las perspectivas unidisciplinares, sin desconocer la trayectoria de la autobiografía. En ese sentido, Loureiro afirma que James Olney postula la teoría de la autobiografía desde tres etapas correspondientes a los tres semas básicos que se encuentran en la palabra autobiografía: el autos, el bios y la graphé y los explica del siguiente modo: En la primera etapa, la crítica se centró en el bios y los escritos autobiográficos se concebían como textos en los que se intentaba reproducir fielmente una vida. En la etapa del autos la autobiografía se ve como recreación de una vida más que como reproducción, en su límite, el tema sería ver si un texto puede representar un sujeto en absoluto. Paralelamente a este nuevo énfasis en la recreación del escritor en el presente de la escritura, se da un nuevo despla-
16. LOUREIRO, Ángel G. Direcciones en la teoría de la autobiografía. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 33.
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zamiento, ya que al perder la autobiografía su condición de objetividad, el escritor pierde a su vez autoridad, al pasar de ser un testigo fiel y fidedigno a ser un ente en busca de una identidad. Dada esta quiebra en la autoridad del texto como historia y del autor como propietario o garante de la interpretación de su vida, el lector pasa a ser un mero comprobador de la fidelidad de los datos suministrados por el autor a convertirse en depositario de la interpretación de la vida del autobiografiado, a convertirse en intérprete17.
Ambos intentos, tanto el de reproducir una vida como recrearla, son eso, intentos. En el primer caso el autor tiene como principal amenaza lo falible de la memoria y, en el segundo, la recreación supone un plano en el que se eligen tanto escenas como actores. Queda, como bien lo ha señalado Loureiro, la interpretación que haga el lector quien, desde sus prejuicios y su subjetividad encara la autobiografía. La perspectiva ideológica del lector juega un rol determinante en la lectura y en los juicios formados. Este mismo autor puntualiza que: Este desplazamiento hacia el lector queda perfectamente ilustrado por los trabajos de Lejeune y Elizabeth Bruss, quienes coinciden en su esfuerzo por dar una definición o en acotar unos rasgos generales de la autobiografía. Bruss, en particular, señala que la esencia de la autobiografía como género reside en los papeles del autor y del lector, radicando la importancia del lector en que la autobiografía adopta formas externas y muy diferentes con la época y depende en última instancia de la actitud lectorial el considerar un texto como autobiografía, pues solo nuestras convenciones nos permiten ver autobiografías en textos que en otra época podían ser catalogados como apologías o confesiones. Por último, las dificultades implícitas en la concepción de la autobiografía no como reproducción de una vida sino como recreación, nos llevan inevitablemente a la etapa de la graphé en la que la autobiografía se ve nada más que como texto sin poder referencial en absoluto o se señala que los límites entre la autobiografía y la ficción son imposibles de deslindar18.
Como se puede advertir de lo antes citado, es el lector quien, ubicado en su tradición y cosmogonía, define los probables cánones de la verdad implícitos en la autobiografía, al igual que lo correspondiente
17. Ibíd., p. 34. 18. Ibíd., p. 34.
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a la ficción. En apariencia distantes verdad y ficción en el ámbito de la “literatura del yo” están más cerca de lo que solemos creer. El autobiógrafo imagina y crea su propia verdad y ésta, distinto a lo que comúnmente se cree, no se sostiene sola; por el contrario, requiere impulsos de diversa naturaleza (institucionales y políticos). No existe la verdad, existen verdades. Sin embargo, Loureiro precisa que: En la crítica anterior a la etapa de la graphé, todos los estudios de la autobiografía insisten en el poder cognoscitivo de la misma y, de una manera u otra, recurren al apoyo de una disciplina establecida para probar ese valor epistemológico del género autobiográfico: Dilthey traza paralelos entre la historia y la autobiografía, Gusdorf recurre a la historia y a la antropología cultural, Lejeune echa mano al contrato legal, Eakin y buena parte de las críticas feministas (Benstock, Friedman, Sidonie Smith) se apoyan en el psicoanálisis lacaniano, Jay establece paralelos entre las ideas filosóficas de una época y las formas autobiográficas. Por otra parte, algunos estudiosos que se centran en la graphé autobiográfica, como Michael Sprinker, reducen la autobiografía a pura textualidad autorreferencial. Pero entre los estudios de la autobiografía en esta etapa de la graphé merecen mención aparte los teóricos deconstruccionistas, Derrida y Paul de Man19.
Aparte de los tres semas básicos de la palabra autobiografía atrás expuestos, conviene precisar que “Son las de la autobiografía y la ficción relaciones difíciles como lo son todas las fronterizas, puesto que la autobiografía ha sido defendida –de ahí su lugar de frontera- como género no ficcional por algunos autores, en tanto que para otros es uno de los lugares en que se dirime la necesaria e intrínseca ficcionalización de toda escritura narrativa”, afirma José María Pozuelo Yvancos, para quien además, “…la autobiografía es un campo de batalla donde se enfrentan otras muchas y variadas cuestiones: singularmente la lucha entre ficción/verdad, los problemas de referencialidad, la cuestión del sujeto, la narratividad como constitución del mundo. Uno de los aspectos que más contribuyen a la problematicidad de la cuestión autobiográfica es la enorme dispersión y variedad de las formas que adopta este género” y advierte que “La mayor parte de los problemas que aquejan al estatuto del género autobiográfico derivan de un error de óptica: el
19. Ibíd., p. 34.
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que adviene cuando se pretende reglamentar un género en términos abstractos o teóricos, sin advertir que todas las cuestiones de género implican horizontes normativos de naturaleza histórica y cultural”20. Pozuelo Yvancos considera que en el fenómeno autobiográfico se advierten dos interpretaciones: por un lado quienes piensan que toda narración de un yo es una forma de ficcionalización, inherente al estatuto retórico de la identidad y en concomitancia con una interpretación del sujeto como esfera del discurso. En esta línea se ubican Nietzsche, Derrida, Paul de Man y R. Barthes y lo que se conoce en general como “deconstrucción”, plantea un intrínseco carácter ficcional al género autobiográfico; y por otro lado, quienes como Lejeune y E. Bruss, aún admitiendo que algunas formas autobiográficas utilizan procedimientos comunes a la novela, se resisten a considerar toda autobiografía una ficción. Con fundamento en lo atrás expuesto, el problema se puede plantear en los siguientes términos: ¿Existe la posibilidad de discriminar cuándo el yo, sujeto de la enunciación y del enunciado, es una persona real y cuándo es simplemente un personaje, es decir, es fingido e imita el acto de enunciación real?21. Sobre el particular es preciso señalar que, en este caso, la interpretación de Pozuelo Yvancos es excluyente, pues reduce el análisis a dos alternativas (realidad y ficción). Es evidente que en la autobiografía no todo es real y no todo es ficción, como tampoco lo es el complejo mundo de las Ciencias Humanas y Sociales en cuyo seno se instala el género en comento. Disciplinas como la historia, la antropología y la economía, entre otras, tampoco escapan a la sospecha de ser ficción, realidad o una mixtura de ambas. El género autobiográfico debe ser sacado del estrecho esquema realidad o ficción y, más bien, situarlo en el campo de la subjetividad. La autobiografía es, en su esencia, subjetividad, tanto individual como colectiva. Su objetividad es probable a partir de la interacción de las distintas subjetividades. Buscar en ella el exacto límite entre realidad y ficción
20. POZUELO YVANCOS, José María. De la autobiografía. Teoría y estilos. Barcelona: Crítica, 2006. p. 21. 21. Ibíd., p. 24.
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es un ejercicio estéril. Por el contrario, es un trabajo fértil reconocer y colegir las múltiples subjetividades de que está hecha la autobiografía. Volvemos a Loureiro (largamente citado) para quien“La problemática fundamental de todas estas tendencias y autores se centra en la doble dificultad, primero de cómo definir o entender el concepto de sujeto, y segundo, de cómo asegurar que el sujeto autobiográfico tiene una relación especial con el texto que enuncia, por la cual ese texto, a diferencia de la ficción, por ejemplo, ofrece al lector un conocimiento”22. De este panorama dicho autor excluye al objeto, instancia por demás relevante. En la autobiografía existe una relación biunívoca entre sujeto y objeto, ambos escenarios se funden e intercambian y, en términos dialécticos, deben ser vistos como un todo con sentido. Algo similar ocurre con el sujeto y el texto, sobre todo a partir de la intentio lectoris, intentio auctoris e intentio operis, como triada hermenéutica y de los condicionamientos del discurso. Paul de Man, Roland Barthes y Juan Goytisolo se centran en la falta de coincidencia, en las fisuras entre los diferentes sujetos que se dan cita en el aparentemente sólido edificio del yo autobiográfico. Según Loureiro, Bruss y Lejeune, señalan de entrada la multiplicada del yo autobiográfico, pero tratan, a toda costa, de encontrar una solución que garantice el poder cognoscitivo de la autobiografía y se ven obligados a hacerlo postulando implícitamente ese tercer yo ideológico que da coherencia al sujeto y que garantiza así la relación entre sujeto y conocimiento y la lectura de la autobiografía como documento con valor referencial. Para este mismo autor: “En esta dimensión de la problemática de ese tercer yo, o yo ideológico, podemos situar también la dirección de investigación apuntada por Foucault, por la cual no nos dejaríamos arrastrar por la problemática de la multiplicidad la cual sería una falsa problemática en el sentido de que no admite solución posible sino que lo importante sería ver cómo se constituye y autoconstituye el sujeto en épocas diferentes en relación con relaciones de poder”23.
22. LOUREIRO. Op. Cit., p 35. 23. Ibíd., p. 35.
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Entre los críticos que se esfuerzan a toda costa en salvar el valor cognoscitivo de la autobiografía destacan Bruss y Lejeune, quienes coinciden en señalar la necesidad imperiosa de la coincidencia de la identidad de autor, narrador y personaje principal, o, en otras palabras, que se dé lo que Lejeune llama “pacto autobiográfico”, por el cual se establece un contrato de lectura entre autor y lector que le otorga al último garantía de la coincidencia de identidad entre autor, narrador y personaje24, aclara Loureiro, quien en lo referente a la teoría de la autobiografía, precisa los alcances de las teorías feministas y las teorías deconstruccionistas. En el primer caso, Loureiro puntualiza que: Sidonie Smith cuestiona la historia del origen de la autobiografía en el momento de la aparición, con el Renacimiento, de un nuevo concepto del hombre como individualidad, para denunciar que, desde sus orígenes, el sujeto autobiográfico se concibe como un sujeto masculino, por lo que en la caracterización de la autobiografía se ignora, señala ella, la interdependencia entre la ideología genérico-sexual y la ideología del individualismo a partir del cual se engendra la autobiografía como género. Smith, define la autobiografía como un reconocimiento de la llegada y adaptación del ser humano al orden fálico25.
Sobre la anterior perspectiva, es conveniente aclarar que la predominancia del “sujeto masculino” explicada desde la ideología es insuficiente. Otros fenómenos permiten comprender tal situación como el poder hegemónico ejercido por la Iglesia católica en occidente y, concomitante con ello, la relación entre la iglesia y el Estado, al igual que el escaso desarrollo de una cultura laica, cuestiones en las que, paradójicamente, la mujer juega importantes roles para su consolidación. Más adelante Loureiro remarca que: Para Smith la ideología genérico-sexual constituye no uno, sino el sistema ideológico fundamental para la interpretación de la identidad individual, y la autobiografía reinscribe esa ideología. Al esencializar la diferencia masculino-femenino al tiempo que esencializan la idea de un “yo” autónomo y unitario, las ideologías patriarcales del género sexual se aseguran la autoridad y prioridad del discurso falocéntrico. La autobiografía ha funcionado
24. Ibíd., p. 35. 25. Ibíd., p. 38.
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como una de las formas del lenguaje que mantienen las diferencias genérico/ sexuales, la mujer que escribe una autobiografía se encuentra doblemente extrañada cuando accede al contrato autobiográfico, al ser consciente de su posición de un género androcéntrico26.
Es evidente que la ideología al igual que los discursos, crean realidades. La controversia parece estar situada en ese escenario. Lo crítico del panorama es que hay quienes coinciden con Smith y no obstante ello, defienden las formaciones socio-económicas que sustentan la cuestionada ideología, muy semejante a la actitud de quienes dicen preservar el ambiente y no luchan contra los modelos de desarrollo predatorios. Loureiro aduce que para Smith Por una parte, al ser la autobiografía una de las formas de la identidad que construyen la idea de “hombre”, la mujer mantiene una relación problemática con la forma de identidad típica de la autobiografía; por otra parte, la mujer debe vérselas con las ideas sobre la mujer que la cultura transmite; según la ideología genérico-sexual, la vida de la mujer es una no-historia, pues la mujer ideal, a diferencia del hombre, no construye su vida en torno a la vida pública y, desde ese punto de vista, la mujer no tiene un “yo autobiográfico” en el mismo sentido que el hombre27.
En el siglo XX la mujer empieza a darse cuenta de que no ha tenido acceso total al orden de lo simbólico y de que es irrepresentable, puesto que la autobiografía, como contrato público, no tiene espacio para el deseo y la identidad femenina. Incapaz de reconocerse en las narrativas masculinas, la mujer traza sus orígenes a la madre, accediendo así al espacio de la escritura femenina; ahora, la posición desde la cual la mujer habla puede ser, como la voz de la madre, atemporal, plural, fluida, bisexual, descentrada, nologocéntrica, asevera Loureiro y, según el mismo, Smith acepta una serie de ideas sobre la teoría autobiográfica: 1. La idea de la autobiografía como un acto del presente de la escritura que da sentido al pasado, no como reproducción (imposible) de ese pasado.
26. Ibíd., p. 38. 27. Ibíd., p. 38.
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2. La idea del “contrato autobiográfico”. 3. La idea de que la autobiografía revela más sobre el presente del escritor que sobre su pasado. 4. La hipótesis de que el lector de una autobiografía siempre espera una “verdad” de algún tipo. Por otra parte, continúa Loureiro, Smith apunta, sin llegar al fondo de sus consecuencias, dos ideas esenciales y provocativas, al plantear las relaciones entre el lenguaje y la verdad de la autobiografía, por una parte y, por la otra, al tratar los múltiples yoes en que se desdobla el autobiógrafo. Por una parte, Smith señala acertadamente que el lenguaje, al mismo tiempo que da poder a la autobiografía, se lo limita, ya que las palabras no pueden capturar el sentido total del ser, y las narrativas, llevadas por una dinámica propia, se explayan en múltiples direcciones. Y, por la otra, indica con acierto que el desdoblamiento del yo en un yo narrador y yo narrado, y la multiplicación del yo narrado en diversos yoes dentro de la narración autobiográfica, señalan que el proceso autobiográfico es un artefacto retórico y que el artificio de la literatura produce una desapropiación de la vida real28. Para Shari Benstock, afirma Loureiro, en la autobiografía, supuestamente, el sujeto se conoce a sí mismo a través del lenguaje, el cual no es ni una herramienta al servicio de la expresión del yo ni algo exterior al sujeto, sino el mismo sistema simbólico que constituye al sujeto y que es constituido por el sujeto que escribe. Pero este lenguaje está atravesado por trazas del inconsciente, y el sujeto, aunque parapetado en el lenguaje, muestra sus divisiones internas. Serían precisamente los individuos que ocupan posiciones de marginalidad con respecto al sistema (mujeres, negros, homosexuales), los seres que ocupan una posición de otredad, los que mostrarían más conciencia de las divisiones internas del yo. Frente a la idea de autobiografía como autoconomiento y al yo como algo unitario, defendida por los representantes de la
28. Ibíd., p. 38.
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autoridad en el orden simbólico, de los representantes del poder fálico que empuja hacia la unidad y la identidad, en las autobiografías de mujeres el yo está descentrado o incluso ausente29. Según Loureiro, Susan Friedman, pone de relieve que el concepto de la autobiografía como producto y expresión de la individualidad, presenta serios problemas para críticos que reconocen que ideas como el yo, la autoconciencia y la autocreación se dan de manera profundamente diferente en el caso de las mujeres, minorías y sujetos no occidentales. Los modelos individualistas del yo no resultan aplicables a mujeres y minorías por dos razones: en primer lugar, el énfasis en el individualismo no da cuenta de que a las mujeres y a las minorías se les impone una identidad colectiva; y, en segundo lugar, el énfasis en la individualidad ignora que la construcción de la identidad masculina y femenina se producen a través de mecanismos de socialización muy diferentes. También Friedman señala que las representaciones culturales que se le imponen a la mujer no reflejan una identidad individuada sino una identidad de grupo, una imagen de mujer genérica. Pero cuando se hace dueña del poder de la representación, la mujer proyecta un yo en sus autobiografías que no es ni una identidad aislada, individualista, ni un ente colectivo, sino una combinación de ambos, lo cual resulta de su alienación respecto a las imágenes culturales de si misma que le han pretendido imponer históricamente. Friedman concluye, según Loureiro, que podemos anticipar que en los textos autobiográficos femeninos no nos vamos a encontrar con una autoconciencia en la que el yo no se opone a los otros. Eso por un lado y, por otra parte, el yo de la autobiografía femenina tampoco es una falsa imagen de alienación, un juego vacío de palabras en la página desconectadas del reino de la referencialidad, contra lo que un crítico de autobiografía lacaniana o posestructuralista podría afirmar30. Las tres críticas feministas examinadas tienen en común varios rasgos: todas ellas recurren al psicoanálisis, pero tratando de encontrar
29. Ibíd., p. 39. 30. Ibíd., p. 40.
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una especificidad para la mujer que la ideología falocéntrica del psicoanálisis le niega, al considerar tanto Freud como Lacan a la mujer como un mero negativo del hombre. Por esta razón, esas críticas buscan apoyo en las fases del desarrollo del niño que resultan olvidadas o reprimidas con la imposición que suponen las fases más conocidas postuladas por el psicoanálisis31. También a las tres perspectivas teóricas feministas sobre la autobiografía les es peculiar situar el debate al margen de la geopolítica, de los modos de producción y del peso específico que tiene tanto el fenómeno religioso como el laicismo en algunas culturas. Ahora bien, en el marco de las teorías deconstruccionistas, Loureiro considera que En el caso de la autobiografía, se daría una falta de coincidencia entre una retórica cognoscitiva, que se mueve alrededor de un sistema de verdad y falsedad, y una retórica performativa. Paul de Man ejemplifica esta aserción por medio del análisis de la retórica performativa de la excusa en textos autobiográficos de Rousseau para mostrar que esa retórica preformativa acaba por reconstruir toda pretensión epistemológica del texto autobiográfico. En consecuencia, señala de Man, la deconstrucción de la dimensión figural es un proceso que tiene lugar independientemente de todo deseo; como tal, no es inconsciente sino mecánico, sistemático en su actuación pero arbitrario en su principio, como una gramática. Esto amenaza al sujeto autobiográfico no como la pérdida de algo que estuvo presente y que el sujeto poseyó, sino como el extrañamiento radical entre el significado y la actuación de todo texto32.
De Man, afirma Loureiro, demuestra cómo la figura esencial de la autobiografía, la prosopopeya, intenta como figura cumplir con su cometido etimológico de dar rostro a los muertos o a los ausentes; sin embargo, al ponerse en actuación, al constituirse como texto, genera una retórica preformativa que acaba por hacernos ver que la autobiografía vela una desfiguración de la mente por ella misma causada. Según De Man, no es la vida la que produce la autobiografía
31. Ibíd., p. 41. 32. Ibíd., p. 39.
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en un proceso mimético, sino que es la idea misma de mimesis la que engendra la ilusión referencial33. Concomitante con ello, el estudio de la alteridad podría resultar muy fructífero si lo abordamos en el contexto de las concepciones del poder y del sujeto de Foucault. Tal vez podrían soslayarse muchas de las dificultades apuntadas si no partimos de que en la autobiografía nos hallamos ante un ser autónomo, íntegro, propio, autodeterminado o autoconsciente sino que, al contrario, vemos al sujeto en el sentido que le da Foucault34, asevera Loureiro. Desde esa perspectiva, la confesión sería una de las formas privilegiadas de la creación de la individualidad, de creación de un discurso verdadero acerca de uno mismo, de la constitución del sujeto como autoconciencia, en una situación en que se da una relación de poder esencial para esa construcción subjetiva. Al respecto Foucault señala “… la confesión es un ritual de discurso en el cual el sujeto que habla coincide con el sujeto del enunciado; también es un ritual que se despliega en una relación de poder, pues no se confiesa sin la presencia al menos virtual de otro, que no es simplemente el interlocutor sino la instancia que requiere la confesión, la impone, la aprecia e interviene para juzgar, castigar, perdonar, consolar, reconciliar…”35. En esos términos, la escritura autobiográfica podría considerarse una forma más de lo que Foucault llama tecnologías del yo, las cuales, “permiten a los individuos efectuar por sus propios medios o con la ayuda de otros ciertas operaciones sobre sus propios cuerpos y almas, pensamientos, conducta y forma de ser, con el fin de autotransformarse para alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría, perfección o inmortalidad”, enfatiza Loureiro. El sujeto “cuida de sí” al escribirse; se inscribe bajo la mirada del otro/destinatario de su escritura y como producto de relaciones de poder con “otros” a los que también inscribe en su texto.
33. Ibíd., p. 43. 34. Ibíd., p. 44. 35. FOUCAULT, Michel. Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. México: Siglo XXI, 2011. p. 60.
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Ahora bien, si consideramos que el sujeto se constituye por medio de una doble sujeción (de instituciones y disciplinas, y de su autoconciencia) podemos considerar la autobiografía no como el acto de reproducción o de autoconstitución de un sujeto sino como el lugar privilegiado en que esa doble sujeción se manifiesta y por la cual, al mismo tiempo, al sujeto lo hacen y se hace. Y esta concepción de la autobiografía debería prestar atención a las disciplinas o instituciones sociales, políticas, religiosas, que “constituyen” al sujeto, a las formas de autosujección y también a otras formas de (auto) constitución a través de las cuales el poder se ejercita de manera más insidiosa y sutil, como lo son toda concepción de la escritura y de la lectura y, en particular, toda concepción de la autobiografía36, concluye el mismo autor. Pero conviene ampliar estos aspectos teóricos, en el sentido de que la confesión autobiográfica es el núcleo esencial de la literatura intimista, la cual se define como una literatura referencial del yo existencial, asumido, con mayor o menor nitidez, por el autor de la escritura; frente a la literatura ficticia, en la que el yo, sin referente específico, no es asumido existencialmente por nadie en concreto37, según lo expresa Alfredo Asiaín Ansorena. Para este mismo autor, Nora Catelli, citando a Paul de Man, nos pone sobre aviso de esa ilusión de referencialidad y de identidad, del siguiente modo: “… el relato autobiográfico es, para de Man, la sede de un movimiento aleatorio; el movimiento por el cual lo informe sufre una desfiguración. En el instante en el que la narración empieza (el momento autobiográfico autorreflexivo) aparecen dos sujetos: uno ocupa el lugar de lo informe, otro el lugar de la más que desfigura. Y dos sujetos: un yo se presenta al otro yo, ambos intercambiables, ambos reemplazables precisamente por su heterogeniedad, porque son dos y no uno, porque no han coexistido ni en el tiempo ni en el espacio. Esta alegoría (narrativa) reposa en el juego de la prosopopeya, límite último del intercambio retórico. Allí la esencia de la retórica, la sustitución, se vuelve naturalmente imposible. Pues, poner
36. LOUREIRO. Op. Cit., p. 44. 37. ASIAÍN ANSORENA, Alfredo. La ilusión de referencialidad en la confesión autobiográfica: Juan Gil-Albert. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 93.
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en escena al muerto y darle una voz es también una figura para cubrir el vacío tras la máscara. En la autobiografía el vacío es la suma de todos los “yos” anteriores al momento de la escritura, sólo existirán sus máscaras y éstas no se les asemejan”38.
Las confesiones más dramáticas, entre las grandes de la historia, son las que están animadas por el sentimiento de culpa, considera Asiaín Ansorena. Lo importante en las confesiones, dice, no son los hechos relatados y, sin embargo, en las grandes confesiones vemos que el secreto conflictivo informa la vida total de cada uno de los hombres cuya confesión escuchamos. Esta relación de conflicto interior y vida real consiste, fundamentalmente, en algo que podríamos llamar orientación cualitativa; tendencia que da, tanto a los hechos como a los no hechos, su color, olor y sabor. Es decir, su cualidad imponderable, pero segura, incanjeable, inconfundible e insustituible39. En general, los estudios sobre autobiografía y los intentos de considerarla como un género literario habitualmente no suelen incorporan a su corpus textos anteriores al siglo XVIII, en que se suele considerar el inicio del género, o mejor, de su madurez como género a partir de Confesiones de Rousseau. Sin embargo, en el caso de España, se dispone de textos autobiográficos durante los siglos XVI y XVIII40, sostiene Matías Barchino Pérez, quien le atribuye a Jean Molino afirmar que la autobiografía y la literatura se excluyen, no pertenecen al mismo dominio. Una escritura como la autobiografía que carece aparentemente de inventio, ya que los materiales vienen dados por la realidad, no pertenece a la poesía sino más bien a la historia y exige, por consiguiente, ser tratada en esos términos41. Distinto es el criterio de Juan Bravo Castillo, según el cual: “La autobiografía no puede aspirar a ser más que una amplia indagación en
38. Ibíd., p. 95. 39. Ibíd., p. 95. 40. BARCHINO PÉREZ, Matías. La autobiografía como problema literario en los siglos XVI y XVII. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 100. 41. Ibíd., p. 101.
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torno a la propia personalidad, una indagación honesta, un espacio de la búsqueda del yo, aunque su esencia siempre, fatalmente, quede más allá de cualquier intento racional”42. Si bien es cierto Molino expulsa a la autobiografía de la literatura y la relega a la historia, lo cual encontramos inadecuado, Bravo Castillo considera improbable algo de racional en la autobiografía, postura también excluyente, pues la tenue línea que separa lo racional de lo irracional, en otros productos de la creación humana, como en la autobiografía, tiende a ser imprecisa. Desde otro punto de vista “En el acto de recordar el pasado en el presente, el autobiógrafo imagina la existencia de otro mundo, de otra persona; la memoria se hace creativa y reorganiza el pasado en imágenes del presente, pero al mismo tiempo la memoria deforma y transforma, ya que falla al intentar recordar algo e intenta escribirlo”43 advierte con acierto María Luisa Burguesa Nadal. La memoria es la plataforma desde la cual se dividen todos los horizontes probables de la autobiografía. Pero no se trata de cualquier memoria, es la memoria en la que está enraizado el objeto y el sujeto, condicionada por la herencia y la tradición, moldeada por factores ambientales, y esculpida por fenómenos biológicos, químicos y psíquicos. En la autobiografía, afirma Fernando Cabo Aseguinolaza, del mismo modo que en cualquier otro texto que admita la consideración de literario, pueden distinguirse al menos dos actos diferentes: uno, complejo, realizado efectivamente en el ámbito de una pragmática externa, y otro construido, cuya virtualidad es textual. Frecuentemente, y más en el caso de la autobiografía, uno de ellos tiende a ocultarse tras el otro. A veces es el primero el que se impone, y entonces la autobiografía se entiende de una manera puramente documental o testimonial. En otras ocasiones ocurre lo contrario, y es el acto construido el que
42. BRAVO CASTILLO, Juan. Autobiografía y modernidad en Stendhal. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 113. 43. BURGUESA NADAL, María Luisa. En torno a una pequeña autobiografía de Edgar Neville: la búsqueda de la identidad a través del humor irónico. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 128.
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ocupa la atención44. Ambos actos suelen tener presencia en una misma autobiografía, un lector atento logra divisar su existencia. Un tanto coincidente con el anterior punto de vista es el de Fernando Castanedo Arriandiaga, al sostener que: “En el relato autobiográfico el narrador y uno de los personajes deben coincidir. En la autobiografía hay un desdoblamiento del “yo” en dos papeles: narrador y personaje. El diario es una forma autobiográfica porque comparte esos rasgos”45. El narrador, con todo su acervo retórico toma al personaje y echa a volar su imaginación, sobre ese personaje real moldea y crea otro no siempre coincidente con el real. La invención, la ficción, los intereses y la imaginación entran en un juego centrífugo y centrípeto para dar como resultado un determinado tipo de autobiografía. Mientras que para Isabel de Castro “El propósito consustancial a la autobiografía sería su condición de medio de conocimiento de uno mismo, realizado a partir de la evocación y reconstrucción de una vida en su conjunto, que, desde la globalidad, revela otra lectura de la experiencia, imposible de lograr en la toma de conciencia inmediata de lo vivido: el paso de la experiencia inmediata a la conciencia en el recuerdo conduce a una nueva modalidad del ser46 y sostiene que mediante la escritura asistimos a una verdadera autocreación”. Michel Beaujour propone para cierta escritura autobiográfica la denominación de autorretrato, y considera que esta clase de escritura se hace desde el presente y, a diferencia de la autobiografía, constituye una revelación continua en lugar de una visión panorámica desde la reflexión47. Distinto es el escenario de la controversia teórica formulado por Mijaíl Bajtín. Afirma José Domingo Caparrós que dicho autor, cuando se refiere
44. CABO ASEGUINOLAZA, Fernando. Autor y autobiografía. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 137. 45. CASTANEDO ARRIANDIAGA, Fernando. La focalización en el relato autobiográfico. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 150. 46. DE CASTRO, Isabel. Novela actual y ficción autobiográfica. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 153. 47. Ibíd., p. 154.
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a la autobiografía, se sitúa en el contexto de un estudio sobre el autor y el protagonista en el proceso estético. Se plantea, pues, la discusión en un plano del máximo interés para la moderna reflexión sobre la autobiografía. Después de referirse a la aparición, en la Edad Media y al principio del Renacimiento, de formas intermedias de confesión y autobiografía, se limita Bajtín a un problema tan discutido como el de la frontera entre autobiografía y biografía. El teórico ruso es claro al respecto: artísticamente no hay diferencia, pues no es la relación a sí mismo el elemento constitutivo y organizador de la forma artística. La coincidencia entre el protagonista y el autor es una contradictio in adjecto: los dos forman parte del todo artístico y en él se diferencian siempre, independientemente de la posible coincidencia “en la vida” entre la persona que habla y aquella de quien se habla48. Para Bajtín, según Francisco Rodríguez, no existe una frontera brusca y fundamental entre autobiografía y biografía. Por biografía y autobiografía, Bajtín entiende “la forma transgrediente más elemental mediante la cual yo puedo objetivar mi vida artísticamente”, expresa Rodríguez. En la autobiografía se manifiesta una coincidencia entre el héroe y el autor, desde el punto de vista de un carácter particular del autor con respecto al héroe. Para Bajtín, el valor biográfico es aquel “que entre todos los valores artísticos transgrede menos a la autoconciencia; por eso el autor, en una autobiografía, se aproxima máximamente a su héroe, ambos pueden aparentemente intercambiar sus lugares, y es por eso que se hace posible la coincidencia personal del héroe con el autor fuera de la totalidad artística”49. Según el mismo, un elemento importante de la autobiografía es el carácter de otredad competente, puesto que el biógrafo conoce gran parte de su vida gracias a las palabras ajenas del prójimo, valoraciones que poseen una tonalidad emocional determinada: nacimiento, origen y sucesos como la niñez y la adolescencia. Son dos los elementos
48. CAPARRÓS, José Domingo. Algunas ideas de Bajtín sobre la autobiografía. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 180. 49. RODRÍGUEZ. Op. Cit., p. 21.
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constituyentes del género biográfico: la amplitud del mundo biográfico a la esfera del “yo” autoral, y el carácter de otredad competente, las voces de los otros que constituyen una extensión fundamental en la vida50. En síntesis, de Bajtín, en materia teórica se destaca lo siguiente: 1. El tratar la biografía y la autobiografía en sus aspectos históricos y estéticos así como el papel importante que lo biógrafo, donde se incluye lo autobiográfico, tiene, por cuanto que se constituye en uno de los cronotopos fundamentales que dan origen a la novela, o en uno de los valores que explican la relación de autor y personaje. 2. La insistencia en el carácter social y público de la biografía y autobiografía. 3. La no distinción original entre biografía y autobiografía. Esta distinción se puede comprender históricamente sólo cuando, con la división y escisión posclásica del hombre, se constituye una esfera de lo privado y una conciencia del sí mismo solitario. Estéticamente, la autobiografía es uno de los elementos del conjunto biográfico, ya que lo que importa estéticamente es el valor biográfico, y la coincidencia del autor y protagonista se da sólo fuera de lo artístico. 4. La propuesta de una tipología que es utilizable, como la comprensión de las manifestaciones biográficas: biografía platónica o retórica, energética o analítica, de aventura heroica o socio-doméstica51. En esta exposición de las perspectivas teóricas de la autobiografía, María de Jesús Fariña Busto considera que, como género literario, la autobiografía ha permitido, por una parte, dar cabida dentro de las páginas de un texto a la vida de seres cuya historia, de cualquier otra manera, resultaría irrelevante. Ha servido a escritores como una forma de profundización en el domino de su “yo” y como forma
50. Ibíd., p. 21. 51. CAPARRÓS. Op. Cit., p. 182.
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de exposición de recuerdos, impresiones, sentimientos, vivencias personales e interpersonales. La autobiografía es un género con papel preponderante en el siglo XX. El descubrimiento del psicoanálisis y la problematización de la realidad tal vez contribuyeron a ello; en todo caso, la autobiografía aparece siempre como un género claramente “mitificador”: su discurso se torna en discurso egocéntrico, en cierta medida idólatra52. La misma autora es del criterio de que el escritor adopta una actitud reflexiva, vuelta hacia sí: sujeto y objeto se identifican en un proceso de observación especular. La persona real deviene en personaje, se transforma en objeto de análisis. Como persona real mira hacia el pasado y se encuentra con el personaje que creyó ser: la distancia y la experiencia adquirida y padecida debilitan o engrandecen determinados recuerdos al tiempo que ejercen una función discriminativa dentro del conjunto de elementos heterogéneos que es lo vivido. En cierto modo, el espejo devuelve una imagen desenfocada, de forma que una autobiografía resulta ser siempre la historia de una impostura. Autobiografía y egocentrismo, así, sin ser términos sinónimos, poseen una sospechosa proximidad. ¿Por qué una persona decide “contar” su vida a otras? Porque la considera interesante, porque cree que ha estado en el centro de acontecimientos trascendentales, sin olvidar las consideraciones psicoanalíticas53, sentencia Fariña Busto. El que la autobiografía posea intrínsecamente episodios propios de la impostura como lo afirma la autora, en lo que tiene algo de razón, no demerita en modo alguno dicho género, por el contrario, incrementa su encanto como objeto de estudio. Tanto la impostura como la ficción e incluso la subjetividad son constantes motivos de controversias teóricas en el heterogéneo campo de las Ciencias Humanas y Sociales y, desde luego, la autobiografía no es la excepción. Sobre el particular Vicenta Hernández Álvarez es del criterio según el cual:
52. FARIÑA BUSTO, María de Jesús. El discurso egocéntrico de Gertrude Stein en la autobiografía de Alice B. Toklas. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 197. 53. Ibíd., p. 198.
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Frente a los géneros de ficción, la autobiografía presenta a un sujeto de la enunciación real, auténtico, que ofrece un “enunciado de la realidad”; poco importa que la vivencia personal que este “yo” histórico ofrece sea fruto de la invención, del sueño o la mentira. Es diferente de la ficción en cualquier caso. Como en el género lírico, todo pasa en la autobiografía a través del sujeto, transformándose en escritura, en “realidad subjetiva”, sin cesar sin embargo de ser realidad. La autobiografía aparece así como un género mixto. En los escritos autobiográficos encontramos por una parte la vertiente referencial de la lengua: la autobiografía es, en cierto sentido, “documento”, pues su intención, en parte, consiste en decir la verdad; por otro lado encontramos en la autobiografía el poder poético del lenguaje: la escritura y el texto aparecen como el lugar de la elaboración y la transformación del sentido; pero además, el “yo” de la autobiografía, sujeto histórico y lírico, es también pragmático: busca algo, una transformación que puede tener que ver con el objeto de su enunciado o con el receptor. Las proporciones: referencial-pragmático-expresivo, pueden variar, pero la autobiografía se distancia siempre, más o menos peligrosamente, del dominio de la ficción54.
La anterior cita condensa a nuestro parecer, parte de los más complejos rasgos de la autobiografía. Aludidos ellos en distintas partes de este libro, hacemos hincapié aquí en la categoría de “sujeto histórico”. El ente autobiográfico es, por antonomasia, sujeto histórico. El tiempo condiciona su existencia en términos de ascendencia y descendencia, fija su existencia, permite compararle con sus pares y ayuda a comprender los factores incidentes en su índole. Por su parte, el espacio en tanto realidad concreta, alberga a ese sujeto histórico, perfila su materialidad e instala en su ser nuevos valores. Concordamos con la aseveración, según la cual: La definición del género es quizás imposible, pero si estudiamos los textos, si realizamos una superposición de escritos autobiográficos en apariencia muy diversos, el resultado puede ser el descubrimiento de una serie de características formales y sobre todo de una serie de temas y motivos recurrentes, que por su insistente repetición se nos muestran como constitutivos del género autobiográfico. Entre esos motivos aparecen como fundamentales el problema de la sinceridad, la dialéctica palabra/silencio, el imperio de la
54. HERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Vicenta. Algunos motivos recurrentes en el género atubiográfico. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 241.
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memoria y su inscripción en el tiempo. Quien emprende la tarea de escribir su autobiografía siente que no todo puede ser escrito, quedarán zonas blancas y zonas de silencio55.
En este mismo sentido, más allá de definiciones taxativas sobre la autobiografía, tal vez sea más relevante su caracterización. Una definición sobre el particular limita, encierra y amordaza el género. La caracterización permite incorporar constantemente elementos derivados de los estudios sobre tan importante tema, dado que no se ha dicho la última palabra sobre el particular. En esas condiciones: El texto autobiográfico puede contribuir sin embargo a hacer del silencio un concepto menos negativo. El silencio involuntario puede ser fruto de los vacíos de la memoria; o bien el reflejo de un sujeto que experimenta la impotencia verbal, la insuficiencia del lenguaje a la hora de mostrar las sensaciones extremas. En estos casos el silencio aparece como la fórmula de la sinceridad, como un nuevo lenguaje, la forma de enunciación más pura56.
Complementa la anterior disertación la misma autora, al afirmar que en la autobiografía moderna, sinceridad no significa ya exhaustividad sino respeto de la visión del sujeto. Si existen los huecos, uno se complace en mostrarlos. El vacío real se convierte en vacío textual, en blanco, en falta física. Y del mismo modo que la palabra, este silencio, este vacío, también es signo. Junto a la sinceridad y el silencio, la memoria aparece también como un motivo típico de la autobiografía. La reminiscencia biográfica supone la creencia en la continuidad del “yo”. Pero a la memoria personal hay que añadir la memoria intratextual, la memoria interna del texto, el sistema de relaciones y repeticiones, y otra memoria extratextual que es referencia a una cultura, a las mitologías, a la literatura. El lugar de la memoria intratextual aumenta progresivamente en las autobiografías modernas; las referencias explícitas a la tarea autobiográfica se multiplican al mismo tiempo que se recurre a la función fáctica del lenguaje57, remarca Hernández Álvarez.
55. Ibíd., p. 241. 56. Ibíd., p. 241. 57. Ibíd., p. 243.
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Ahora bien, en lo concerniente a los actores intervinientes en el género autobiográfico, Juan Herrero Cecilia argumenta que lo que constituye el “pacto autobiográfico”, o la característica necesaria y específica del discurso narrativo autobiográfico es la identidad entre autor (sujeto productor del discurso y referente histórico-existencial del mismo), el narrador (sujeto de la enunciación o de la actividad narrativa) y el personaje (sujeto protagonista de la historia de la existencia narrada). ¿El discurso de la poesía no sería entonces adecuado para la autobiografía? Si mantenemos los criterios de Lejeune, el poema autobiográfico y el autorretrato son ciertamente géneros relacionados con la escritura autobiográfica pero no cumplen todas las condiciones de la autobiografía, porque no presentan la extensión necesaria de un relato autobiográfico y porque no desarrollan una perspectiva retrospectiva58. Frente a los anteriores universos teóricos sobre la autobiografía, Francisco Rodríguez advierte que las primeras reflexiones teóricas en torno al problema de la autobiografía corresponden al filósofo alemán Wilhelm Dilthey (1833-1911), para quien “La autobiografía es la forma suprema y más instructiva en que se nos da la comprensión de la vida. En ella el curso de una vida es lo exterior, la manifestación sensible a partir de la cual la comprensión trata de penetrar en aquello que ha provocado este curso de vida dentro de un determinado medio. Y, ciertamente, quien comprende este curso de vida es idéntico con aquel que lo ha producido. De aquí resulta una intimidad especial del comprender”59. Es conocida la célebre frase pronunciada por Dilthey “La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter”. “La autobiografía no es más que la expresión literaria de la autognosis del hombre acerca del curso de su vida”. Dilthey inaugura, entonces, además de un método hermenéutico de comprensión histórica, una primera etapa dentro de la consideración del género
58. HERRERO CECILIA, Juan. La escritura autobiográfica y el autorretrato lírico: aspectos autobiográficos del poema “Retrato”, de Antonio Machado. En: José Romera et al (Editores), Escritura autobiográfica, Madrid: Visor, 1992. p. 247. 59. RODRÍGUEZ. Op. Cit., p. 13.
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autobiográfico, en tanto que fija la relación sujeto de la escritura/ autor del texto; estamos en la concepción de autobiografía como reflejo, reconstrucción verídica, objetiva y comprobable de la vida que le proporciona el conocimiento de sí mismo al autobiógrafo, además de conocimiento confiable, sistemáticamente adquirido, a quienes lo leen60, expresa Francisco Rodríguez. La precedente comprensión autobiográfica se extiende hasta aproximadamente 1956, sostiene Rodríguez, cuando aparece el artículo de Georges Gusdorf “Condiciones y límites de la autobiografía”, en el cual se supera la identificación sujeto de enunciación/autor del texto. Para Gusdorf, en la autobiografía como construcción de un sujeto, “El autor de una autobiografía da a su imagen un tipo de relieve en relación con su entorno, una existencia independiente; se contempla en su ser y le place ser contemplado, se constituye en testigo de sí mismo; y toma a los demás como testigos de lo que su presencia tiene de irreemplazable”61. Tal percepción disloca las hasta entonces convencionales características de la autobiografía y, en lo sucesivo, sus relaciones con otros géneros se dilatan, según se infiere de la siguiente afirmación de Gusdorf, traída a colación por Rodríguez. … el género autobiográfico fue posible cuando el ser humano salió del cuadro mítico e ingresó en la historia, cuando su conciencia transita del mito al logos, lo cual supuso una revolución espiritual, el surgimiento de la curiosidad de la persona para consigo misma y el despertar de la autoconciencia. El género autobiográfico supone que el artista y el modelo coinciden, el historiador se toma así mismo como objeto. El yo autobiográfico se considera digno de la memoria de los hombres. Para Gusdorf la autobiografía no consiste en el recuento verídico de la vida, sino en la construcción de un yo por una memoria que a veces falla62.
En esos términos se consolida en el contexto teórico sobre la autobiografía, que ella no contiene ni pretende lo verídico sino que se trata de una construcción. Una construcción humana para más señas
60. Ibíd., p. 13. 61. Ibíd., p. 14. 62. Ibíd., p. 15.
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y, luego entonces, imperfecta. Fragmentos de una vida expuesta en un texto, mediada por la memoria y condicionada por la ficción. Es preciso entonces que: La tarea de la autobiografía consiste en intentar elaborar un yo, que es el reemplazo construido por la memoria de aquel que en realidad vivió los hechos que se recuerdan. La autobiografía deviene en una versión del pasado, en una reconstrucción revisada y corregida que se intenta verosimilizar como la “verdad real”, por ello la autobiografía “no es la simple recapitulación del pasado; es la tarea y el drama, de un ser que, en un cierto momento de su historia, se esfuerza en parecerse a su parecido. La reflexión sobre la existencia pasada constituye una nueva apuesta”63. En términos concretos, “Resulta necesario admitir, por consiguiente, una especie de inversión de perspectiva, y renunciar a considerar la autobiografía a la manera de una biografía objetiva, regida únicamente por las exigencias del género histórico. Toda autobiografía es una obra de arte, y, al mismo tiempo, una obra de edificación; no nos presenta al personaje visto desde fuera, en su comportamiento visible, sino la persona en su intimidad, no tal como fue, o tal como es, sino como cree y quiere ser y haber sido. Se trata de una especie de recomposición realzada del destino personal”64.
En su denso estudio Rodríguez le atribuye a Lejeune, afirmar que la autobiografía no es un texto de ficción, es escritura referencial igual que el discurso científico o histórico, y pretende aportar información sobre una realidad extratextual, por lo que se somete a una prueba de verificación. Por ello resulta imprescindible que el pacto autobiográfico sea establecido y mantenido a lo largo del texto… “la historia de la autobiografía sería, entonces, más que nada, la de sus modos de lectura: historia comparada en la que se podría hacer dialogar a los contratos de lectura propuestos por diferentes tipos de textos…y los diferentes tipos de lecturas a que esos textos son sometidos”65. Además de los anteriores autores, Paul de Man (1919-1983) destaca por su singular apreciación sobre la autobiografía, en el sentido de que no le otorga el rango de género. Para dicho autor:
63. Ibíd., p. 15. 64. Ibíd., p. 15. 65. Ibíd., p. 17.
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La autobiografía, entonces, no es ni un género ni un modo, sino una figura de la lectura o de la comprensión que tiene lugar, en algún grado, en todos los textos. El momento autobiográfico ocurre como un alineamiento entre los dos sujetos involucrados en el proceso de la lectura en el que se determinan el uno al otro mediante una mutua sustitución reflexiva. La estructura implica tanto diferenciación como similaridad, pues ambas dependen de un intercambio sustitutivo que constituye al sujeto. Esta estructura especular se interioriza en un texto en el que el autor se declara el tema de su propia comprensión, pero esto simplemente hace explícito el derecho más extendido de autoría que surge cada vez que se declara que un texto es de alguien y se asume que es comprensible en la medida en que ello es así. Lo que se resume afirmando que todo libro cuya portada es legible es, hasta cierto punto, autobiográfico66.
Según De Man, “Asumimos que la vida produce la autobiografía como un acto produce sus consecuencias, pero ¿no podemos sugerir, con igual justicia, que tal vez el proyecto autobiográfico determina la vida, y que lo que el escritor hace está, de hecho, gobernado por los requisitos técnicos del autorretrato, y está, por lo tanto, determinado, en todos sus aspectos, por los recursos de su medio?”67. Aquí cobra validez la expresión, según la cual, los discursos crean realidades. Así, la autobiografía, en tanto discurso, da lugar a una realidad, determina una vida. Su tesis la afianza al señalar que “El interés de la autobiografía… no radica en que ofrezca un conocimiento veraz de uno mismo, sino en que demuestra de manera sorprendente la imposibilidad de totalización (es decir, de llegar a ser) de todo sistema textual conformado por sustituciones tropológicas”68. De Man insiste en que antes que estudiar al sujeto en tanto individuo, es necesario considerar el texto especular como una estructura retórica, es decir, analizar los elementos tropológicos con que el sujeto de enunciación se construye como referente, expresa Rodríguez. “En la medida en que el lenguaje es
66. DE MAN, Paul. La retórica del romanticismo. Madrid: Akal, 2007. p. 149. 67. DE MAN, Paul. La autobiografía como desfiguración. Suplementos Anthropos/29. Barcelona: Editorial del Hombre Anthropos, 1990. p. 114. 68. Rodríguez. Op. Cit., p. 17.
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figura (metáfora o prosopopeya), es realmente no la cosa misma, sino su representación, la imagen de la cosa y, como tal, es silencioso, mudo como las imágenes lo son. El lenguaje, como tropo, produce siempre privación, es siempre despojador”69, concluye De Man. Pero conviene enunciar un penúltimo criterio teórico. Según Dominique Viart, Nadine Kuperty-Tsur, en la obra Écriture de soi et argumentation, publicada en el año 2000, afirma que “Si los estudios consagrados a la autobiografía conforman desde hace veinte años una auténtica legión, escasos son los que se han dirigido hacia la naturaleza fundamentalmente argumentativa del discurso autobiográfico. Y, sin embargo, es un discurso que intenta convencer, persuadir y que, en ese sentido, moviliza todos sus esfuerzos para transmitir una imagen cuidadosamente construida del sujeto”70 lo cual coincide con nuestra posición en el sentido de que los estudios sobre la autobiografía no han cubierto todas las variables y, en consecuencia, son una importante veta de trabajo intelectual. Cerramos este acápite sobre las perspectivas teóricas sobre la autobiografía con lo que sobre el particular concibe el pensador de la deconstrucción Jacques Derrida (1930-2004), para quien toda biografía, pero también la literatura, la filosofía y los textos en general son desde antes o después siempre los heraldos de un muerto. Según su neologismo, autobiografía es tanatografía71. Según lo expresa Jorge Panesi: En los discursos contemporáneos hay un lugar reservado para la autobiografía, para los escritores que no escriben autobiografías, o para los que quieren autobiografías paralelas, duplicadas: el reportaje es el lugar moderno de lo autobiográfico y el reporteado se desliza, como en este caso, deliberadamente hacia ella. Pero si la cuestión teórica sobre la verdad de la autobiografía carece de importancia cuando nos fijamos en la ficción que
69. Ibíd., p. 18. 70. VIART, Dominique. Dime quién te obsesiona. Paradojas de lo autobiográfico. En: Cuadernos hispanoamericanos, Número 621, Madrid, (Mar 2002); p. 67. 71. PANESI. Op. Cit., p. 66.
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la trabaja desde antes de la intencionalidad de escribir, por el contrario, es importante rescatar las fantasías que se abren en su lugar, e incluso las “protofantasías de lo ilustre”72.
En esos términos es apropiado hablar de una “democratización” de la autobiografía. Las mujeres hacen parte de esta nueva realidad, también anónimos seres humanos independientemente de su situación social, económica, política, racial o de su condición sexual. La revolución en materia de comunicaciones operada en las dos primeras décadas del siglo XX, ha abierto un amplio abanico de opciones para mostrar autobiografías de distinto alcance. En ese mismo sentido La autobiografía sería una respuesta no menos fantasiosa a ese requerimiento imposible de la protofantasía adolescente: la imposibilidad de escribir una autobiografía como texto total de una vida, porque para satisfacer el protodeseo de escribir una autobiografía habrá que haber escrito una obra que, de alguna manera, la legitime. En este circuito virtual, la autobiografía no es un mero teatro interior: viene del otro y va hacia el otro. Si bien lo privado exige el respeto de la singularidad, por su parte, lo público, la publicidad y la publicación están desde siempre como un murmullo de voces, como el polílogo interior que al formar parte del teatro autobiográfico exigirá, demandará, reclamará una respuesta singular, una marca que volverá a marcar lo singular del otro, del texto del otro73.
En palabras de Carmen Heuser, se trata de “Retazos retenidos en la memoria, que cobran valor de verídicos por el solo hecho de ser narrados dentro de un contenido autobiográfico. Su realización implica un convenio, el establecimiento de un “como si”, engaño explícito, pues conlleva un “porque lo recuerdo es verdadero”. Lo que hallamos es una reconstrucción imaginaria siempre selectiva y engañosa”74. Queda claro entonces que la autobiografía recurre, principalmente, a la memoria y ésta se caracteriza por ser de corto, mediano y largo tiempo, aparte de ello es altamente selectiva e inciden en ella tanto factores fisiológicos como culturales, políticos, psicológicos, ambientales e ideológicos. Puede
72. Ibíd., p. 68. 73. Ibíd., p. 68. 74. HEUSER. Op. Cit., p. 98.
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ayudar la memoria a reconstruir particularísimos detalles como olores, sabores, colores hasta falsear las proporciones de espacio y tiempo. Para esta misma autora, “Escribir sobre la propia vida incluye un atravesamiento desde zonas de borrosa discriminación, alienado en otros, orientado a descubrir las huellas del propio deseo. Su escritura también está precedida por la angustia que despierta la pérdida de algo desconocido, inespecífico, pero sentido como entrañable. Si bien es necesario olvidar para poder recordar, también se necesita añorar, sentir el dolor de esa pérdida desconocida, una nostalgia imprecisa que induce a tratar de recuperar”75, y remarca al afirmar que la “Angustia o inquietud marcan el punto de comienzo de la evocación, de ese proceso, nunca cumplido, de recuperación de lo perdido, volcado en la escritura, ilusión siempre vana de cubrir el vacío, de rodear con fantasías ese agujero negro que marca una ausencia en un esfuerzo insensato por diluir el tiempo y la separación”76. Aparte de la memoria como uno de los principales insumos de la autobiografía, Neumann precisa otros como diarios, cartas, documentos y obras propias. Según este autor “Inesperadamente las citas de los Diarios en las autobiografías son relativamente raras. El motivo puede consistir en que los Diarios casi siempre subyacen a la elaboración de una autobiografía y son integrados a ella. Pero en cierto sentido, el Diario y la autobiografía se contradicen. La diferencia entre Diario y autobiografía se da en los siguientes términos: la autobiografía puede considerarse como síntesis, el Diario como “análisis” de una vida individual”77 y precisa que los pasajes de Diarios son siempre “instantáneas” analíticas, iluminadoras, son fotografías de momentos de la vida, que aunque se las coloque en serie no pueden negar su carácter fragmentario78. Desde el punto de vista de Neumann, “… se cita una carta o un pasaje de la misma, para transmitir a los lectores un estado anímico puntual. Algo
75. 76. 77. 78.
Ibíd., p. 100. Ibíd., p. 100. NEUMANN. Op. Cit., p. 59. NEUMANN. Op. Cit., p. 61.
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concreto. Para corroborar, desmentir o darle fuerza a un argumento, para comprobar un buen comportamiento, una buena conducta, una buena fe. La carta se puede usar para la autobiografía como para las memorias. Cuando se cita una carta, ésta transforma su carácter privado en público”. Por su parte “La cita de documentos es en especial un signo inequívoco del carácter de memorias de una descripción de la propia vida, al menos del cambio en memorias. Pues el documento tiene de antemano un carácter público, que los medios íntimos y subjetivos, ya sea la poesía, el diario o la carta, tan sólo adquieren al convertirse en cita”79. En materia de cita de obras propias, sostiene Neumann, “La aplicación de tales citas se encuentran o bien en las memorias o marca el punto en el que la autobiografía se convierte en memorias. En la cita de las obras propias publicadas habla siempre el portador del rol, que quiere exponer su significación como persona pública”80. En síntesis, los minuciosos intríngulis de la autobiografía expuestos con anterioridad, como la sintaxis, la memoria, los diarios, las cartas, los documentos y las obras propias en tanto herramientas para la autobiografía, no solo también son invaluables fuentes para el historiador, sino que permiten lograr una mayor comprensión de la autobiografía. A propósito de la comprensión, es preciso aludir a Friedrich Schleiermacher (1768-1834) considerado el fundador de la hermenéutica contemporánea. Se le atribuye el hecho de invertir los términos de la hermenéutica tradicional: mientras ésta afirma que el texto se comprende de un modo natural y automático y que la hermenéutica solo debe intervenir cuando topamos con el obstáculo de un pasaje oscuro; Schleiermacher en cambio, recuerda que son el error y el malentendido los que se dan de un modo natural, mientras que la comprensión solo se produce cuando la queremos y buscamos. El autor establece como objeto de comprensión lo individual y esto significa subrayar lo que cada objeto posee de específico, no generalizable, aquello que vale para uno, pero no para todos. También produce el salto
79. NEUMANN. Op. Cit., p. 65. 80. NEUMANN. Op. Cit., p. 68.
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de una hermenéutica particular (en su caso la teología) al problema de la comprensión en general. De ese modo, el objeto de la hermenéutica no son solo los textos escritos sino el lenguaje hablado81. El denso y complejo recorrido por los principales escenarios teóricos de la autobiografía nos pone frente a distintos fenómenos: la autobiografía es una realidad que suscita enconadas polémicas teóricas, conceptuales y epistemológicas. Las mismas tienen ya un considerable recorrido y hacen parte de la tradición a la que deben apelar nuevos estudios que promuevan una comprensión holista de tan singular género. Parte de los obstáculos que suelen impedir los avances de los estudios sobre la misma provienen, sin duda, de la compartimentación de las disciplinas agrupadas en el pomposo nombre de Ciencias Humanas y Sociales. Por ello, es preciso esbozar algunas características de la autobiografía, de lo cual nos ocupamos en el siguiente capítulo.
81. LLOVET, Jordi et al. Teoría literaria y literatura comparada. Barcelona: Ariel, 2005. p. 214.
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4. Características de la autobiografía “La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante”. Soren Kierkegaard.
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n lo referente a las características de autobiografía es necesario distinguir este género de otros tipos de escritura inmediatamente personal, como un diario y las cartas. Mientras ellos comparten con la autobiografía la representación directa del escritor, se diferencian por la experiencia y las convenciones de narrativa típicas al género. Como la narrativa, la autobiografía implica relaciones dentro de la experiencia del escritor y la identidad estructurada o decantada por el paso del tiempo. Un diario, el diario o la carta personal, por lo general, no son escritos con la publicación en mente (aunque haya excepciones notables), y ninguno de ellos promete una narrativa de formación inherente o el tema de distinción. Estas tres clases de escritura típicamente contienen pensamientos espontáneos, integran la información sobre o la descripción de personas y experiencias, y anotaciones sobre encuentros o acontecimientos poco después de ocurridos, considera James Goodwin. Para este autor, “Aunque ellos provean a historiadores y biógrafos con información, como formas literarias un diario, el diario y las cartas no comparten con la autobiografía la perspectiva necesaria temporal, ni el distanciarse deliberado del mí de las experiencias originales. Generalmente, estas
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tres formas no incorporan las calidades duraderas de experiencia que el paso del tiempo hace distinto para el autobiógrafo”1. Remarca además que una autobiografía no es un diario. El diario, la carta, la crónica y los anales adquieren valor en el hecho de no ser más que interpretaciones momentáneas de la vida. Es un recuerdo fiel del pasado. Como una forma de historia de vida, la autobiografía es siempre incompleta. A diferencia del biógrafo, el autobiógrafo no tiene la capacidad para abarcar una vida entera. El tiempo después de la terminación de su escritura permanece no registrado. El autobiógrafo puede escribir una consecuencia, pero el período de cierre de vida, que puede durar años o décadas, escapa a su ámbito de acción2. Esa es una de las principales características de la autobiografía y una de las diferencias centrales con respecto a la biografía. No es posible un texto autobiográfico con una visión completa de la vida de su autor. La autobiografía es retrospectiva. En la mayor parte de casos esta característica o propiedad es obvia. “Una autobiografía representa el esfuerzo del escritor, hecho en una cierta etapa de vida, para retratar el significado de su experiencia personal como este se ha desarrollado sobre el curso de un período significativo de tiempo o de la distancia de aquel período de tiempo significativo”3, aclara Goodwin. Su naturaleza retrospectiva está asociada a su carácter incompleto. Puesto en una circunstancia puntual en la vida, el autor de una autobiografía actúa con el sol a sus espaldas, no frente al mismo. Aparte de incompleta y retrospectiva, la autobiografía es imprecisa. Según el mencionado autor, “La mente no registra la experiencia con la objetividad completa o la fidelidad. El pasado no puede ser recordado totalmente. El pasado evade el recobro completo, sobre todo cuando este retrocede más lejos en el tiempo. La memoria reconstruye y recrea, a menudo más con un ojo hacia el momento presente de recordar que hacia la experiencia pasada recordada. Típicamente la progresión
1. GOODWIN. Op. Cit., p. 16. 2. Ibíd., p. 17. 3. Ibíd., p. 18.
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narrativa dentro de una autobiografía es requerida para transportar una ley de causalidad que sí mismo pasa de moda de la experiencia pasada. Los principios de conocimiento y causalidad son en cambio trascendente de tiempo”4. De análoga manera, le es consustancial a la autobiografía el hecho de que: “Los poderes de imaginación e invención pueden ser tan importantes para el autobiógrafo como ellos son al novelista, el dramaturgo o al poeta. De verdad, el autobiógrafo comúnmente usa las mismas técnicas de ficción y drama para formar la experiencia personal en la narrativa significativa. En la interpretación de sitios y gente del pasado, incluso cuando es posible visitarlos de nuevo, el autobiógrafo a menudo aplica la coloración imaginativa y metafórica para traerles a la vida. Cuando, como en muchos casos, la conversación no puede ser recordada detalladamente, el autobiógrafo crea el diálogo para recrear la actualidad del pasado5”. Es preciso aclarar que la imaginación e invención, en tanto características de la autobiografía y otros géneros literarios, no le son de exclusiva incumbencia. Tal vez sin excepción la totalidad de las disciplinas de las Ciencias Humanas y Sociales obligan a sus cultores a considerables esfuerzos de imaginación e invención, así vayan en contra del prurito de la cientificidad reducida ésta a lo cuantitativo y a la supuesta objetividad. En la autobiografía convergen, pues, múltiples características similares a las de otros géneros, entre ellas, las mediaciones lingüísticas y las estrategias retóricas, en este caso, del autor inmerso en un contexto dado. Por ello es preciso tener en cuenta que El discurso es el medio lingüístico de existencia para la subjetividad individual. Como una convención de empleo de lengua, la narrativa está en el contraste de una dimensión de objetividad, definida por la ausencia de cualquier referencia al escritor. La narrativa pura excluye la expresión personal de parte del escritor. Las prácticas de narración común a la escritura de historia son un ejemplo familiar de este modo objetivo, impersonal6.
4. Ibíd., p. 19. 5. Ibíd., p. 19. 6. Ibíd., p. 22.
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Existe en consecuencia, en la autobiografía, una estrecha relación entre el discurso y la narrativa aunque en la práctica una dimensión está presente en un papel subordinado en las formas de comunicación dominada por otra dimensión. En el caso de un texto de historia, sostiene Goodwin, la explicación del historiador sobre un método es un caso de discurso dentro de una narrativa dominante. Para la autobiografía de género, es perceptible la manifestación y la relación interactiva entre el discurso y la narrativa. Esta relación textual es la más obvia en las convenciones de la primera persona de autobiografía, pero no es en última instancia menos verdadero en las formas de la tercera persona del género de narración. La alianza entre el discurso y la narrativa en la autobiografía alinea y clarifica el modelo entretejido de mí, la vida, y escribiendo lo que constituye un texto de autobiografía7, asevera Goodwin, quien alude a diversos autores ciertas características del género, en los siguientes términos: Soren Kierkegaard concluyó que el pensamiento subjetivo y la conciencia de la condición paradójica de existencia individual son caminos a las verdades de esencia humana. Jean-Paul Sartre adaptó estos conceptos de subjetividad, existencia y la esencia a los objetivos de autobiografía. Su proposición que “la existencia precede la esencia” quiere decir que la humanidad es definida por lo que los individuos hacen de ellos. Sartre en su obra Las Palabras (1964), el sujeto de discusión, es una investigación irónica en la autobiografía de la interacción entre la existencia y la esencia8.
Los enunciados así expuestos no son óbice para manifestar que Claude Lévi-Strauss, fundador de la antropología estructural, en Tristes Trópicos (1955) da cuenta de su trabajo de campaña y métodos interpretativos. Según Goodwin, Lévi-Strauss relata en su autobiografía la proposición fundamental que el mito y otros rasgos de cultura funcionan como un sistema de lengua. En la adopción de esta opinión de cultura, Roland Barthes en su autobiografía Roland Barthes por Roland Barthes (1975) reproduce, por el juego de lengua complicado, los datos, experiencias y los recuerdos de su vida9.
7. Ibíd., p. 22. 8. Ibíd., p. 22. 9. Ibíd., p. 23.
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En este espectro de características, la autobiografía en el marco de las Ciencias Humanas y Sociales (geografía, antropología, sociología, economía, historia, literatura, filosofía y la psicología) contribuye al estudio del objeto de las mencionadas disciplinas y fortalece sus teorías y sus métodos. En esa misma dirección “Como una proyección histórica y cultural de sus orígenes democráticos, además, la autobiografía ha pasado con la importancia central en la aserción contemporánea de experiencia social tradicionalmente vista como la minoría, marginal o lo prohibido”10, argumenta Goodwin. La autobiografía posee la gran petición de la cultura establecida, que es un resultado de los mismos procesos democráticos que nutrieron el género. Medios de comunicación contemporáneos y la cultura popular regularmente reproducen las fórmulas míticas de casos exitosos, advierte Goodwin. Tal es el caso de las celebridades del mundo del espectáculo y los deportistas destacados. La autobiografía sirve al mercado de masas como un medio cultural para redistribuir estas fórmulas a consumidores. El valor en el mercado de una autobiografía, sin embargo, no demuestra ser una medida genuina de su valor cultural o social11. Más allá de las cuestiones de su valor social e histórico, el potencial literario de la autobiografía es más evidente cuando el género es evaluado como una forma de arte. La autobiografía puede sumergir al lector en la experiencia y pensar en otra persona. Esto puede activar al lector a la autoreflexión y crear un reconocimiento profundo de humanidad compartida. La autobiografía es capaz de afectar al lector en esta manera porque la experiencia que relata puede ser única y universal, afirma Goodwin, quien además considera que “El género contribuye a la riqueza de experiencia compartida que comprende la existencia humana. Las verdades dichas en la autobiografía, como en la mayor parte de literatura imaginativa, son no necesariamente comprobables en la realidad objetiva, externa o expresable como hechos simples e ideas. Más bien el valor cultural de la autobiografía
10. Ibíd., p. 23. 11. Ibíd., p. 23.
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es a menudo subjetivo e interno. Su valor es un asunto del corazón, del espíritu así como de la mente”12. También cuenta como característica de la autobiografía, en criterio de Hans-Georg Gadamer, el hecho de que “… sólo refleja eso que llamamos historia en aspectos particulares. Lo que se comprende en la autobiografía está siempre en la luz íntima de la autointerpretación del contemplador. Es el pasado vivido y la historia autovivenciada lo que se encadena en una unidad comprensible ante la mirada retrospectiva”13; y la circunstancia de que Wilhelm Dilthey dio, por primera vez, enorme relieve a la autobiografía al entenderla como una forma esencial de comprensión de los principios organizativos de la experiencia, de nuestros modos de interpretación de la realidad histórica en que vivimos14. En esos términos, como se señala, contra la historia positivista, que al igual que no se puede reconstruir el pasado como fue, tampoco la autobiografía puede alcanzar la recreación objetiva del pasado, sino que consiste en una lectura de la experiencia, lectura que es más verdadera que el mero recuerdo de unos hechos, por cuanto al escribir una autobiografía se da expresión a un ser más interior15. Por ello, en el contexto de la conexión entre texto y sujeto, es pertinente la pregunta ¿de qué manera un texto representa a un sujeto? Lo representa parcialmente, ofrece una idea del mismo que no es copia fiel de la realidad, realza lo que al sujeto le interesa y, así mismo, esconde o matiza episodios, construye y derrumba realidades, incluye y excluye hechos de acuerdo a la conveniencia del sujeto. De igual modo es razonable señalar que la esencia de la autobiografía como género reside en los papeles del autor y del lector; la importancia de este último radica en que la autobiografía adopta formas externas muy diferentes, de acuerdo con la época, y depende, en última instancia de la actitud lectorial el considerar un texto como autobiografía16. Por lo
12. 13. 14. 15. 16.
Ibíd., p. 23. GADAMER, Hans-Georg. Verdad y método II. Salamanca: Sígueme, 5 edición, 2002. p. 134. LOUREIRO. Op. Cit., p. 2. Ibíd., p. 3. Ibíd., p. 4.
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anterior, tanto Bruss como Lejeune coinciden en afirmar la necesidad imperiosa de la coincidencia de la identidad de autor, narrador y personaje principal, es decir, un “pacto autobiográfico”, por el cual se establece un contrato de lectura entre autor y lector que le otorga, al último, garantía de la coincidencia de identidad entre autor, narrador y personaje17. En la etapa del grafé hay que valorar los problemas del lenguaje y del sujeto. Para Loureiro, “El desdoblamiento del yo en yo narrador y yo narrado, y la multiplicación del yo narrado en su recuento nos dejan ver que el texto autobiográfico es un artefacto retórico y que el artificio de la literatura lejos de “reproducir” o “crear” una vida producen su desapropiación”18. En la autobiografía el sujeto, lejos de tener el control sobre el texto, está constituido por un discurso que nunca domina, el cual está a su vez producido por un inconsciente inasible, siempre cambiante. Así se advierte que la autobiografía no se distingue por proporcionarnos conocimiento alguno sobre un sujeto que cuenta su vida, sino por su peculiar estructura especular en que dos sujetos se reflejan mutuamente y se constituyen a través de esa reflexión mutua. En esa misma dirección, y con inocultable proximidad al narcisismo, Georges Gusdorf puntualiza que: “Cada uno de nosotros tiene tendencia a considerarse como el centro de un espacio vital: yo supongo que mi existencia importa al mundo y que mi muerte dejará el mundo incompleto. Al contar mi vida, yo me manifiesto más allá de la muerte, a fin de que se conserve ese capital precioso que no debe desaparecer19”. Así, el autor de una autobiografía da a su imagen un tipo de relieve en relación con su entorno, una existencia independiente; se complementa en su ser y le place ser contemplado, se constituye en testigo de sí mismo; y toma a los demás como testigos de lo que su presencia tiene de irreemplazable, remarca Gusdorf. En esos casos, es notable la egolatría y la proclividad a la autorreferencia.
17. Ibíd., p. 4. 18. Ibíd., p. 6. 19. GUSDORF, Georges. Condiciones y límites de la autobiografía. En: La autobiografía y sus problemas teóricos, Ángel G. Loureiro (Coordinador), Suplementos Número 29, Monografías temáticas, Barcelona: Anthropos, 1991. p. 10.
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Resulta evidente entonces que la autobiografía no puede darse en un medio donde hay ausencia de la conciencia de sí y conciencia para sí. La primera alude al simple reconocimiento de la existencia del individuo, mientras la segunda, se refiere a la decisión de poner sus facultades en función de cambiar la condición de su simple y básica existencia. Algunos individuos reflejan magistralmente esta doble condición, rasgos que los potencia al liderazgo de cambios (revolucionarios en algunos casos) en sus clases sociales o en los entornos concretos de la producción. Se trata de seres humanos conscientes de su protagonismo en circunstancias concretas, al margen de sus alcances y limitaciones. Por ello Gusdorf afirma que: “El hombre que se toma el trabajo de contar su vida sabe que el presente difiere del pasado y que no se repetirá en el futuro; se ha hecho sensible a las diferencias más que a las similitudes; en su renovación constante, en la incertidumbre de los acontecimientos y de los hombres, cree que resulta útil y valioso fijar su propia imagen, ya que, de otra manera, desaparecerá como todo lo demás en este mundo”20. Se trata de la curiosidad que una persona siente hacia sí misma, el asombro ante el misterio de su propio destino. Cree tener ciertas condiciones excepcionales que lo diferencian ostensiblemente de sus congéneres y, en consecuencia se siente animado a dejar huellas, registros y constancias de su existencia. Desde luego que no se trata de seres comunes y ordinarios. Por sus herencias, el contexto y su formación, se trata de: “Convocador de hombres, de tierras, de poder, creador de reinos o de imperios, inventor de un código o de una sabiduría, tiene conciencia de añadir algo a la naturaleza, de inscribir en ella la marca de su presencia. Aparece entonces el personaje histórico, y la autobiografía representa, junto a los monumentos, las inscripciones, las estatuas, una de las manifestaciones de su deseo de permanencia en la memoria de los hombres”21. La autobiografía logra, por esa vía, una especie de inmortalidad o una proyección del individuo, en ocasiones sobre varias generaciones.
20. Ibíd., p. 10. 21. Ibíd., p. 10.
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En la autobiografía el artista y el modelo coinciden, el historiador se toma a sí mismo como objeto. Es decir, que se considera como un gran personaje, digno de la memoria de los hombres. Resulta lógico, pues, que “El autor de una autobiografía se impone como tarea el contar su propia historia; se trata, para él, de reunir los elementos dispersos de su vida personal y de agruparlos en un esquema de conjunto. El historiador de sí mismo querría dibujar su propio retrato, pero, al igual que el pintor solo fija un momento de su apariencia exterior, el autor de una autobiografía trata de lograr una expresión coherente y total de todo su destino22”, afirma Gusdorf. En este caso el autor de una autobiografía tiene distintas valoraciones sobre su vida y estima necesario ser conocida con distintos fines, entre los que no es dable desconocer la vanidad. El autor de un diario íntimo, anotando día a día sus impresiones y sus estados de ánimo, fija el cuadro de su realidad cotidiana sin preocupación alguna por la continuidad. La autobiografía, al contrario, exige que el hombre se sitúe a cierta distancia de sí mismo, a fin de reconstituirse en su unidad y en su identidad a través del tiempo23. Hecha esta aclaración queda claro que un diario íntimo no es o no siempre es una autobiografía, puede ser un insumo, una fuente de información. En el caso de la autobiografía, es el autor quien fija las condiciones. Determina lo relevante a escribir sobre su propia vida, al igual que la retórica, los recursos literarios, las herramientas lingüísticas; así como los episodios a tratar de modo marginal, superficial o, sencillamente, dignos de ser ocultados. El ejercicio autobiográfico obliga a su autor a intentar separar los roles, intento siempre conflictivo y lleno de sinuosidades, tal como lo refiere Gusdorf en el siguiente párrafo: Nadie mejor que el propio interesado en hacer justicia a sí mismo, y es precisamente para aclarar los malentendidos, para restablecer una verdad incompleta o deformada, por lo que el autor de la autobiografía se impone la tarea de presentar él mismo su historia. Un gran número de autobiografías,
22. Ibíd., p. 12. 23. Ibíd., p. 12.
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se basan en esos presupuestos elementales: el hombre de Estado, el político, el jefe militar, cuando les llega el ocio del retiro o del exilio, escriben para celebrar su obra, siempre más o menos incomprendida, para hacerse un tipo de propaganda póstuma en la posteridad, que corre el riesgo de olvidarlos o de no apreciarlos en su justa medida24.
En este orden de ideas es preciso aclarar que: “El hombre que cuenta su vida se busca a sí mismo a través de su historia; no se entrega a una ocupación objetiva y desinteresada, sino a una obra de justificación personal. La autobiografía responde a la inquietud más o menos angustiada del hombre que envejece y se pregunta si su vida no ha sido vivida en vano, malgastada al azar de los encuentros, y si su resultado final es un fracaso. Emprende su propia apología”25. Sin embargo, no todas las autobiografías corresponden a seres humanos envejecidos, puede ocurrir que un hombre joven impactado por ciertos episodios (legales o ilegales, admirables o repudiables) de su vida, emprenda una autobiografía e incluso convertirse en una especie de arquetipo en ciertos círculos sociales. En consecuencia, debemos reconocer que la autobiografía, en ocasiones, es la respuesta a la falta de reconocimiento y exclusión de que son objeto algunos individuos cuyas vidas han sido un corolario de ausencias, privaciones y carencias de bienes (materiales y espirituales) y que, por un golpe de gracia (legal o ilegal), logran sobreponerse. Es común este tipo de casos en algunos países latinoamericanos, principalmente en Colombia, donde hizo carrera la expresión “Usted no sabe quién soy yo” a la que apelan comerciantes “exitosos”, industriales “emergentes” y burócratas cuyo único mérito es su olfato para medrar lo público; cuando pretenden saltar la barda de básicas normas de comportamiento y convivencia ciudadana y sus actos son cuestionados. Sorprende pues que la autobiografía, en tanto obra determinable y evaluable por la ciencia literaria, resulta mediada y acuñada por el
24. Ibíd., p. 12. 25. Ibíd., p. 14.
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carácter de su autor. Además de los factores genéticos, los espacios y los tiempos en los cuales discurre la vida de los individuos, así como los ambientes educativos, laborales, familiares y la cotidianidad misma, esculpen en su conjunto el carácter, la índole o la personalidad cambiante también en cada etapa de la vida. Así, “Puesto que la autobiografía, además, suele describir detalladamente la historia de la maduración de su autor, conservará huellas de aquellos procesos sociales que acuña su individualidad”26, expresa Bernd Neumann, para quien, En cada sociedad se siembra en el niño una tal medida de seguridad respecto a la conducta adecuada que más tarde o bien se fomenta o pierde su eficacia gracias a la experiencia del adulto. Por medio de la correspondiente praxis educativa dominante en una sociedad recibe el niño las semillas de modelos de conducta que más tarde, cuando él ha llegado a la madurez, dirigirán su conducta. En los recuerdos de la infancia de los autobiógrafos se conservan estas prácticas de la socialización27.
Además, señala Neumann: “Toda descripción de la propia vida, presta su contribución a la estabilización de la conformidad de la conducta dentro de la sociedad. Ella refleja cómo fue educado su objeto y al mismo tiempo, en cuanto opera ejemplarmente, quiere educar al lector en el mismo sentido”28. La autobiografía es, entonces, la última oportunidad de ganar lo que se ha perdido. No en vano gobernantes, dictadores y quienes desde el poder con sus decisiones han impactado la vida de seres humanos, pretenden a través de sus autobiografías ofrecer explicaciones finales, concluyentes y definitivas sobre sus procederes. Es el último combate con el que pretenden salir airosos. Por eso, desde la perspectiva de Gusdorf, La tarea de la autobiografía consiste en la salvación personal. La confesión y la rememoración, es, al mismo tiempo, búsqueda de una última palabra liberadora. Se trata de concluir un tratado de paz, y de alcanzar una nueva alianza, con uno mismo y con el mundo. El hombre maduro o ya envejecido
26. NEUMANN. Op. Cit., p. 201. 27. Ibíd., p. 202. 28. Ibíd., p. 213.
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que convierte su vida en narración, cree ofrecer testimonio de que no ha vivido en balde; no elige la revuelta, sino la reconciliación, y la lleva a cabo en el acto mismo de reunir los elementos dispersos de un destino que le parece que ha vivido la pena vivir29.
Es claro, entonces, que una persona escribe sobre tales o cuales cosas para transmitir la teoría del universo que lleva dentro de sí. La significación de la autobiografía, en consecuencia, hay que buscarla más allá de la verdad y de la falsedad. De todos modos, “El tema esencial de toda obra autobiográfica son las realidades experimentadas de una forma concreta y no aquellas que forman parte del ámbito de las experiencias consideradas en sí mismas con independencia del sujeto que las ha llevado a cabo30”, afirma Kart J. Weintraub, apreciaciones que coinciden con nuestro criterio en el sentido de que la autobiografía no es totalmente, ni ficción ni realidad. Tampoco se le puede medir con el rasero de la cientificidad ni de la objetividad. Este autor sostiene que la autobiografía parte del supuesto de que es el propio escritor quien está tratando de reflexionar sobre el ámbito de experiencias de su propia vida interior. Y aclara que “En las memorias, el hecho externo se traduce en experiencia consciente, la mirada del escritor se dirige más hacia el ámbito de los hechos externos que al de los interiores. Así, el interés del escritor de memorias se sitúa en el mundo de los acontecimientos externos y busca dejar constancia de los recuerdos más significativos”31. La diferenciación entre autobiografía y memorias no puede ser rígida ni definitiva. Las memorias pueden ser sólo de una gestión de gobierno, al tiempo que algunas obras pueden ser un híbrido entre autobiografía y memorias. Se infiere de lo expuesto que las funciones de la autobiografía suelen ser variadas, algunas contradictorias y otras se yuxtaponen. En
29. Gusdorf. Op. Cit., p. 14. 30. WEINTRAUB, Kart J. Autobiografía y conciencia histórica. En: La autobiografía y sus problemas teóricos, Ángel G. Loureiro (Coordinador), Suplementos Número 29, Monografías temáticas, Barcelona: Anthropos, 1991. p. 19. 31. Ibíd., p. 19.
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ese sentido Weintraub señala que “La verdadera autobiografía, que es un tejido en el que la autoconciencia se enhebra delicadamente a través de experiencias interrelacionadas, puede tener funciones tan diversas como la autoexplicación, el autodescubrimiento, la autoclarificación, la autoformación, la autopresentación o la autojustificación”32. No obstante, se da por aceptado que: “La autobiografía no remite a hechos sino a la articulación de esos hechos, almacenados en la memoria y reproducidos por rememoración y verbalización. El lenguaje es el único medio que me es dado para “ver” mi existencia. De cierto modo, ya ha sido narrada: narrada por el mismo relato que estoy narrando”33, precisa Sylvia Molloy para quien, “…tanto en textos del diecinueve y no pocos del veinte la escritura autobiográfica se concibe como deber público, y que el yo que (se) cuenta cuente a la vez a una nación, o mejor dicho se cuenta como nación”34. Una perspectiva cercana a las precedentes la ofrece Carlos Bruck cuando considera que “… un texto autobiográfico permite al Yo proclamar (no sin cierta pretensión de inocencia) “He aquí el espejo de quien Yo soy”. Porque, si como lo quiere el saber o la voluntad popular, el rostro es el espejo del alma, la autobiografía se postulará como un espejo del yo. Pero un espejo hecho en escrituras y que por lo tanto es capaz de abrir surcos cultivando un escenario fantasmático”35. Es pertinente complementar la metáfora del espejo, señalando que éste, en caso de estar roto o en anómalas condiciones, emite una imagen distorsionada en términos de la autobiografía. Martha Pérez se sitúa en la misma dirección de Bruck y profundiza esta característica de la autobiografía cuando sostiene que
32. Ibíd., p. 19. 33. MOLLOY, Sylvia. El teatro de la lectura: cuerpo y libro en Victoria Ocampo. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 13. 34. Ibíd., p. 14. 35. BRUCK, Carlos. El autor de sus días. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 35.
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El discurso autobiográfico no tiene por función disipar el olvido ni hallar el momento de su nacimiento, no pretende ser recolección de lo originario o recuerdo de la verdad. En lugar de recorrer el campo de los enunciados, de ser la alegoría de la tautología, manifestación desarrollada de un sujeto que piensa, conoce y produce. Es, por el contrario, un conjunto donde puede determinarse la dispersión de un sujeto y su discontinuidad consigo mismo. Es un acto consciente e implacablemente perpetrado contra uno mismo. No un acto cualquiera sino un acto límite, el de la escritura en el momento mismo en la que ésta se transforma en literatura, hundiéndose en la mitología personal y secreta del autor36.
Coincidimos con Pérez en atribuir, como característica del discurso autobiográfico, su condición mítica y su carácter trágico, en el sentido griego de la tragedia37. En lo concerniente al primer tópico nos apoyamos en el teólogo luterano alemán Rudolf Karl Bultmann (1884-1976), para quien el mito es una forma de explicar el mundo, una cosmovisión, en la que el hombre explica su existencia y la del mundo. Lo mitológico reviste al objeto de la creencia, es un modo de expresión, la manera cómo el hombre comprende su existencia en el mundo. En cuanto al carácter trágico del discurso autobiográfico, en verdad son plausibles los componentes de la tragedia griega: el padecimiento del sujeto, la soberbia, la equivocación, el cambio de suerte, el reconocimiento del error y la purificación. Así pues, la autobiografía reviste ese doble carácter de mito y tragedia. Ambas características (mito y tragedia) dicho sea de paso, exoneran y liberan a la autobiografía, más que a cualquier otro género, tanto de la tiranía como de la violencia conceptual que dimana el arquetipo del denominado “método científico”. Estamos frente a una racionalidad diferente. La autobiografía escapa a los cánones de las denominadas ciencias “duras”, “básicas”, “exactas” y demás fantasías cognitivas. Por ello, escribir la autobiografía, revivir la infancia, lleva a sumergirse en ese mundo de fantasmas que componen la realidad de la existencia.
36. PÉREZ, Martha. El acontecimiento autobiográfico. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 92. 37. Ibíd., p. 93.
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“La autobiografía incluye la tarea alterna de buscar un propósito que la justifique, que consienta su escritura, alegando dar cuenta de una causa social, artística, cultural, religiosa”38. Con precisión, Carmen Heuser sostiene que el autor monta una escena de la que es parte. En ella confluyen también narrador y personaje. “La autobiografía intenta retener la vida entre las letras, atrapar sus trazos irregulares y discontinuos, movimientos imprecisos del existir. En el mismo escribir se la sostiene, se la significa, despeña nuevas pasiones. Su accionar se desenvuelve por el camino de la imaginarización, de la recreación”39. Esta autora enfatiza en que la autobiografía resulta la muestra del reservorio de diferentes deseos e inscripciones, búsqueda de reflejo especular, desfile de escenas que se repiten y se suceden, desafiando al tiempo devorador y a la muerte40. En términos de la escritura y, en concordancia con lo mítico y lo trágico, Heuser puntualiza que: “La escritura autobiográfica implica la búsqueda de la interioridad inescrutada, de lo que escapa al recuerdo, a lo recuperable. Retazos retenidos en la memoria, que cobran valor de verídicos por el solo hecho de ser narrados dentro de un contenido autobiográfico. Su realización implica un convenio, el establecimiento de un “como si”, engaño explícito, pues conlleva un “porque lo recuerdo es verdadero”. Lo que hallamos es una reconstrucción imaginaria siempre selectiva y engañosa”41. La misma autora concluye que Su escritura está precedida por la angustia que despierta la pérdida de algo desconocido, inespecífico, pero sentido como entrañable. Se necesita añorar, sentir el dolor de esa pérdida desconocida, una nostalgia imprecisa que induce a tratar de recuperar. Angustia o inquietud marcan el punto de comienzo de la evocación, de ese proceso, nunca cumplido, de recuperación de lo perdido, volcado en la escritura, ilusión siempre vana de cubrir el vacío, de rodear con fantasías ese agujero negro42.
38. 39. 40. 41. 42.
HEUSER. Op. Cit., p. 95. Ibíd., p. 96. Ibíd., p. 98. Ibíd., p. 100. Ibíd., p. 100.
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A propósito de la escritura autobiográfica, “Solía decirse que la autobiografía no era literaria porque era simplemente la versión escrita de una memoria privada, algo que dado el ocio necesario y suficiente tinta cualquiera podría hacer. Acaso su valor residía en ser cantera de historiadores, quienes, siguiendo la admonición de Ranke, simplemente decían o creían decir, las cosas como son. No haya nada más propio de la autobiografía que este esfuerzo por delimitar estas dos tradiciones, la que confirma y la que separa, la que se elige y la que se traiciona”43. Lo mismo podría decirse de la biografía y de las memorias. Como hemos advertido, estos dos géneros, junto con la autobiografía, en algunos espacios han sido vilipendiados y se requiere un abordaje menos pugnaz. De análoga manera, hemos hecho énfasis en que cada género puede tener trazas de otro u otros. Nicolás Rosa, sobre el tópico en comento, afirma que “La transformación de la biografía en autobiografía es producto de una modificación del espacio egocéntrico, la geometrización del sujeto en relación a las formas del espacio exterior. Contar la vida es descontar de lo real aquello que no podemos representar y que debemos, por mandato superyoico, representar. Contar la vida de uno mismo es pedirle a la fabulación más potente sus poderes para recrearnos en el recuerdo de aquello que fuimos y de lo que queremos ser en el futuro”44. Desde una amplia e incluyente visión de la cuestión, este autor establece vasos comunicantes entre la autobiografía y la historia, sobre los cuales expresa: La autobiografía puede contar la historia de uno y la historia de otros. Cuando cuenta la historia de uno debe reconocer a los otros, ausentarlos en la narración o hacerlos pasar de soslayo. Cuenta la historia de una singularidad, de un particular. Cuando cuenta la historia de los otros, cuenta la historia de un grupo, de un pueblo, de una generación, es una autobiografía nacional. Cuenta la historia de un colectivo. Cuando se cuenta la autobiografía de uno, se produce un fenómeno extraño pero al mismo tiempo trivial: se
43. RANDOLPH D, Pope. La autobiografía y su tradición en España: Blanco White leyendo a Feijóo. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 115. 44. ROSA, Nicolás. La vida literaria de un escritor (sobre la autobiografía de Luis Gusmán). En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 153.
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transfunden la cardinalidad con la serialidad. Cuando contamos nuestras vidas computamos la vida de los ascendientes y de los descendientes, es contar el cuento de las abuelas y, si es posible, las novelas de linaje, de los que nos suceden. El relato de los ascendientes es generalmente mítico o fantástico, inventado pero real para el sujeto. El relato del linaje es el relato de los otros. Es un relato atípico, excéntrico y fuera del mundo y de la historia. La autobiografía se concentra en la explicación de las causas del pasado y en las incertezas del porvenir45.
En resumidas cuentas, “La oposición entre relato y vida es consubstancial a la narración: contamos no lo que vivimos sino aquello que intentamos reconocer en el pasado de vida y que imaginamos vivir en el futuro de la muerte. El problema de todo aquel que relata su vida es que ésta, en la escritura, se vuelve retóricamente un exemplum y en manos del lector, una didascalia. La autobiografía simula ser propia cuando en realidad es la biografía de otro”46. Así como la historia no es un relato fiel de los hechos (como lo pretende el positivismo), tampoco lo es la autobiografía y, con mayor razón por su misma condición. Es Lisa Block de Behar quien a propósito de la escritura autobiográfica, tercia con un argumento que permite una comprensión más amplia. Sostiene que el discurso autobiográfico configura una especie de régimen discutible, una escritura que se encuentra cerca de la periferia, exterior a las categorías genéricas pero que las incluye o las abarca. Como si evitara la imposición de cuadros y géneros o la impostura de categorizar, la autobiografía pretende una humildad literaria capaz de soslayar las categorías; y puntualiza que el itinerario autobiográfico supone un trámite de retorno, un regreso sin salida porque es posterior a la consagración que acredita la vuelta. Una vez autor, el regreso desde la escritura a la vida sólo se verifica como una renuncia a la escritura. Si no se aleja de la escritura, la experiencia retrospectiva marca la distancia, la diferencia, el hiato articulado en silencio entre la vida y la escritura47.
45. Ibíd., p. 161. 46. Ros Ibíd., p. 161. 47. BLOCK DE BEHAR, Lisa. Anotaciones a propósito de una escritura negativa. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 180.
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Como se puede observar, los fenómenos inherentes a la escritura autobiográfica tienen sus particulares complejidades. Dado que no todo es asimilable, tampoco lo es la escritura como se infiere de la siguiente afirmación. Autobiografía y testimonios, no son homologables, ni siquiera complementarios. No sólo los separa lo que podría considerarse una disparidad de proyectos –concepción de la propia vida como relato orgánico en un caso, y escenas o episodios fragmentarios en el otro- sino, fundamentalmente, la falta de coincidencia entre los sujetos que se hacen cargo de distintos relatos. Desde luego, aunque ambos se apoyen en la primera persona gramatical y dicha persona pueda identificarse y aun verificarse empíricamente, tanto con el nombre de autor como con el de personaje, la ausencia de identidad podría formularse en estos términos: mientras en el testimonio el narrador afirma “yo estuve ahí”, o mejor, “yo que estuve ahí digo…”, en la autobiografía se trata de elaborar discursivamente la experiencia por la cual el narrador sostiene “yo fui eso” o “yo digo que fui eso” o tal vez “yo digo que creo haber sido eso”48.
En cada caso, una obra autobiográfica adquiere unas características particulares asociadas a su autor y ello está ligado al estilo. Este aspecto en materia autobiográfica es determinante, por cuanto que el estilo es la impronta, el sello indeleble impreso por cada autor en su obra. El estilo es una especie de código de barras o la información genética que cada obra lleva implícita. Es algo que va del autor a la obra; hace parte de la personalidad de la obra, que la hace diferente a las otras, incluso a las del mismo autor. Por medio del estilo de un autor, a través de la obra, podemos palpar sus tensiones, sentir sus pulsaciones, identificar sus estados de ánimo e inferir parte de su pensamiento. La autobiografía, “confidencia de un destino”, pondrá sobre el texto el intento de algunos de dar cuenta de un sí mismo. Autorreferenciado, calmamente encerrado por la historia relatada. Los suspiros de los amantes, las marcas de los antepasados, las razones del filosofar, los ajuares de los ritos del pasaje de cada coyuntura existencial. Es la saga de
48. NÚÑEZ, Jorgelina. Victoria Ocampo: la lección del testimonio. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 203.
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uno mismo. De un sujeto que pretende un saber sobre sí y lo transmite a los otros. La diseña con su mano caliente o la modelan otros sobre datos que el autobiografiado cree elegir49. Autobiografía es, al mismo tiempo, diacronía y sincronía. Combina lo real y lo ficticio, mezcla lo despectivo y el encomio, es la contradicción entre la generosidad y la mezquindad, articula lo público y lo privado, encarna una deliciosa mixtura entre lo formal y lo informal, alterna lo útil y lo inútil, genera radicales pasiones y afecta los estados de ánimo, es la materialidad del exorcismo. Dentro de sus múltiples usos, destaca el farmacéutico. Desde el punto de vista de Duccio Demetrio ¿La autobiografía es un fármaco?, ¿Una terapia sui generis? Los griegos acuñaron la frase epimelestai eautou (ocúpate de ti mismo), los latinos, mucho más tarde, ya en los albores del cristianismo, descubrieron que el otium era una medicina para el alma y el cuerpo (era cura sui). Los primeros que lo descubrieron, en la antigüedad del pensamiento occidental, fueron los filósofos y poetas, ancianos y adultos contemplativos que, influidos por el epicureísmo y el estoicismo, se dieron cuenta por sí mismos –dictando a sus escribas o libertos- del poder que tenía la escritura de las propias memorias de hacerles sentir mejor, en una especie de pietas de sí mismos. Nació esa especial sensación de bienestar y de paz que genera la reminiscencia y que posteriormente, para el cristianismo, era la compasión50.
La autobiografía es curativa. Las condiciones paliativas, a las que quizá es mejor llamar los “poderes” analgésicos y reconstituyentes del trabajo autobiográfico, nos evidencian por lo menos cinco. Según Demetrio ellos son: 1. Las evanescencias. El placer de recordar. 2. Las convivencias. El placer de relatar, de cautivar a los demás con nuestras historia y aventuras. 3. Las recomposiciones. La introspección autobiográfica desarrolla un sentimiento de plenitud y de autoalimentación.
49. REPETTO, Carlos. Autobiografía y escritura. En: Autobiografía y escritura, Juan Orbe (Compilador), Buenos Aires: Corregidor, 1994. p. 217. 50. DEMETRIO, Duccio. Escribirse. La autobiografía como curación de uno mismo. Barcelona: Paidós, 1999. p. 43.
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4. Las invenciones. La creatividad a partir de los juegos de conexiones. 5. La despersonalización. La escritura ha sido y es una medicina para el alma y terapéutica51. Para que ocurra la autobiografía es necesario que coincidan la identidad del autor, la del narrador y la del personaje. La espiritualidad del cristianismo a partir del fenómeno de la confesión incidió en la potenciación de la autobiografía. Ésta tiene mucho de curriculum vitae. Por eso, “La autobiografía no sólo consiste en revivir: es también volver a crecer para uno mismo y para los demás. Es un viaje formativo y no un ajuste de cuentas. Retrospección, interpretación y creación pertenecen a la sintaxis de la producción literaria. El trabajo autobiográfico sirve para “nutrirse” de existencia, hasta el límite de las posibilidades que la capacidad de la memoria o la imaginación nos permiten”52, sostiene Demetrio. La autobiografía es una tarea adulta, y nos sabemos adultos cuando estamos mentalmente capacitados para organizar nuestro pasado y reflexionar sobre el presente. Toda autobiografía, escrita o relatada, real o imaginaria, humilde o legendaria, se caracteriza por el número y el tipo de variaciones que su autor imprime en ella. La vida nunca se construye como un edificio acabado, es un conglomerado de disonancias y vacíos. Hacer autobiografía es darse paz, aunque afrontando la inquietud y el dolor del recuerdo. La tregua autobiográfica no es una forma más elevada de espiritualidad sino más bien un pacto con uno mismo, con los demás y con la vida53, concluye Demetrio. He aquí una pequeña muestra de lo dicho anteriormente Mi vida está para acabarse. He hecho un relato aquí de cuanto hubo de importancia en mi existencia, de todas las cosas que me impresionaron más fuertemente y me afectaron más hondo. Es la verdad absoluta, tal como la vi y la experimenté. He omitido muchas cosas que no hacen al caso, otras que he olvidado y no pocas que recuerdo confusamente. He escrito las cosas
51. Ibíd., p. 54. 52. Ibíd., p. 17. 53. Ibíd., p. 17.
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tal como me venían a la cabeza, muchas veces sin continuidad, pero no he inventado nada. Me he descrito tal como era y tal como soy. He llevado una vida plena y variada. He seguido a mi estrella donde quiera que me haya llevado. La vida me ha propinado algunos golpes duros y dolorosos, pero siempre me las he arreglado para seguir adelante. Nunca me he dado por vencido. Desde que volví de la guerra, a la que fui siendo un adolescente y en la que me hice un hombre, tuve dos lumbreras que me guiaron: mi patria y, después, mi familia. El amor inalterable que sentía por mi país me hizo entrar en el NSDAP y en las SS. Consideré la actitud nacional-socialista con respecto al mundo como la única que cuadraba al pueblo alemán. Creí que las SS eran el adalid más enérgico de esta actitud y que eran las únicas que podían ir llevando poco a poco al pueblo alemán al tipo de vida que le correspondía. El otro objeto de mi adoración fue mi familia. En ella eché anclas como un puerto seguro54.
A propósito de tal confesión, consideramos pertinente aclarar que:“La ética autobiográfica no tiene nada que ver con la búsqueda de la propia absolución. Es la aventura del detective interior que busca los indicios de las piezas que se perdieron a lo largo de nuestra trayectoria existencial. El espacio autobiográfico es un tiempo que no tiene secretos para uno mismo. Es sólo para uno mismo, por eso la tregua resulta pedagógica”55. Eso en primer lugar, en segunda instancia conviene dejar claro, como lo expone José María Pozuelo Yvancos, que “Una cultura en la que la confesión como práctica tiene vigencia entenderá mejor la autoexhibición de la individualidad y lo que toda autobiografía tiene de autojustificación. La autobiografía es un género en la misma medida en que contiene estilos muy distintos. Eso no es incompatible con su estatuto genérico, que es multiforme, convencional e históricamente movedizo”56. Aparte de los usos y propiedades que Demetrio le atribuye a la autobiografía, está el de potenciar la resiliencia, definida como la capacidad de los seres humanos de superar los efectos de una
54. HOESS, Rudolf. El comandante de Auschwitz. Autobiografía de Rudolf Hoess. México: Diana, 1960. p. 197. 55. DEMETRIO. Op. Cit., p. 40. 56. POZUELO YVANCOS. Op. Cit., p. 21.
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adversidad a la que están sometidos e, incluso, de salir fortalecidos de la situación57. La resiliencia además de poder ser individual, grupal o social, es pensar a un individuo no como víctima pasiva de sus circunstancias sino como sujeto activo de su experiencia. La adversidad, como situaciones críticas que se imponen al individuo, es condición para la generación de una subjetividad resiliente, es decir, genera en el sujeto nuevos significados y valores que surgen en la experiencia y determinan un sentido posterior para el sujeto concreto: “Luego que me pasó eso…aprendí”58. Así pues, la autobiografía aparte de estar directamente vinculada con otros géneros y prácticas discursivas como el encomio, la epístola y la confesión, facilita el ejercicio resiliente, por supuesto, reconociendo el peso específico que tiene la subjetividad. Como se sabe, “La subjetividad es un sistema de representaciones y un dispositivo de producción de significaciones y sentidos para la vida, de valores éticos y morales gobernados por el deseo inconsciente y los ideales del yo, que determinan en su conjunto los comportamientos prácticos del individuo. Desde el psicoanálisis, se ha mostrado a la subjetividad organizada sobre la base de la lengua, ya que se trata de un sistema de representaciones que intermedian las relaciones que el individuo mantiene con su propio cuerpo, con su vida emocional e intelectual, en la relación con sus semejantes y también en su percepción de las cosas del mundo”59. En síntesis, la autobiografía, la resiliencia y la subjetividad se constituyen en una sugerente triada que en algunas sociedades puede ayudar a superar episodios negativos. Como se recordará “… el texto autobiográfico permite una experiencia de escritura que desarrolla la introspección y la retrospección: la esencia del yo narrador, la mirada del pasado a la luz del presente y la recuperación de una memoria
57. MELILLO, Aldo. Realidad social, psicoanálisis y resiliencia. En: Resiliencia y subjetividad. Los ciclos de la vida. Aldo Melillo et al (Compiladores). Buenos Aires: Paidós, 2004. p. 63. 58. GALENDE, Emiliano. Subjetividad y resiliencia: del azar y la complejidad. En: Resiliencia y subjetividad. Los ciclos de la vida. Aldo Melillo et al (Compiladores). Buenos Aires: Paidós, 2004. p. 24. 59. Ibíd., p. 26.
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personal de hechos significativos para él”60. De la mencionada triada, la resiliencia obliga a los sujetos a tener conciencia de sí y para sí, en lo que, obviamente, el conocimiento es de cardinal importancia. Conviene, en consecuencia, diferenciar lo que es información, saber y conocimiento y, para tal efecto, nos apoyamos en Adelina Castañeda Salgado quien considera que La información son los datos almacenables, transmisibles, exteriores al sujeto, con poco significado para él. El saber está constituido de informaciones organizadas: conceptuales, científicas, de las disciplinas escolares, ideológicas, derivadas de la acción, que son integradas y estructuradas en el tiempo por la actividad intelectual del sujeto. El conocimiento es un saber recibido por la totalidad del sujeto, tiene mayor significación porque está integrado a la experiencia personal, es de orden afectivo y cognitivo, pasa a formar parte de la identidad de cada persona y facilita la comprensión y la aceptación de los otros61.
Vistas así las cosas, el conocimiento genera un ambiente propicio para la autobiografía en la cual converge, de igual modo, la identidad. La nación, el Estado y el país inciden de manera notoria en el moldeamiento de la identidad. La identidad de las naciones usualmente incide en el denominado sentido de pertenencia hacia una institucionalidad en el que están inmersos asuntos étnicos, económicos, de género, mitos, símbolos, valores, el territorio, la historia, la religión, las lenguas, entre otros62. En estos escenarios tiene lugar la autobiografía como un desafío a la imaginación, como un deber ciudadano y como un dispositivo del ostensible poder político. En este orden de ideas Carlos Piña señala que “… la naturaleza del llamado relato autobiográfico es la de un discurso específico, de
60. MURILLO FERNÁNDEZ, Mary Edith. SANDOVAL PAZ, Constanza Edy. La autobiografía: vida, memoria y escritura. En: Memorias. Lectura y escritura para aprender a pensar. I Coloquio Internacional y III Regional de la Cátedra Unesco para la lectura y la escritura en América Latina. Cartagena de Indias, Colombia. Diciembre 9 al 15 de 2001. p. 4. 61. CASTAÑEDA SALGADO, Adelina. Dispositivos de formación y uso de tecnologías. Espacios de articulación de saber, poder y subjetivación. En: Adelina Castañeda Salgado et al (Coordinadoras). Formación, distancias y subjetividades. Nuevos retos de la formación en la globalización. México: Limusa, 2004. p. 19.
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carácter interpretativo, que se define por construir y sostener una imagen particular del “sí mismo”, y tal construcción es realizada en términos de un “personaje”63, lo cual debe ser de cabal conocimiento por parte del historiador y de quien quiera utilizar la autobiografía como fuente. Un recurso adecuado para valorar la historiografía como fuente (por parte del historiador), es a partir de la triada intentio lectoris, intentio auctoris e intentio operis64, pero de manera puntual desde la primera variable. Pues la intentio lectoris se concibe aquí como el conjunto de intereses y expectativas que mueven al lector hacia una obra. Es la inquietud que media la relación entre el lector, en este caso el historiador, y la obra. En la base de la intentio lectoris están los prejuicios, las precomprensiones, las prelecturas, y en general, todas las cargas emocionales que abruman al lector y que lo empujan hacia una obra. En la intentio lectoris se parte de una lectura pretextual y del uso libre de los prejuicios. Piña advierte sobre la existencia de tres aspectos tributarios en la autobiografía: la historia de vida, el relato de vida y el testimonio. La historia de vida se caracteriza por investigar en profundidad y extensión el recorrido biográfico de uno o varios sujetos, para lo cual utiliza una gran cantidad y diversidad de materiales (archivos, relatos indirectos, cartas, reconstrucciones históricas, contratos, etc). El relato de vida, aclara dicho autor, es un concepto reservado sólo para la versión oral o escrita que un individuo da de su propia vida. Una historia de vida puede tener, o no, entre sus materiales el relato que hace el propio sujeto sobre sí mismo. El testimonio será un nombre reservado al relato en el cual una persona se refiere, a través de sus vivencias personales, a algún suceso histórico o medio social del cual fue testigo, sin que el
62. HUNSAKER, Steven V. Autobiography and national identity in the Americas. New York Studies: The University Press of Virginia, 1999. p. 5. 63. PIÑA, Carlos. La construcción del “sí mismo”. En: El relato autobiográfico, Documento de trabajo, Programa FLACSO-Chile, Número 383, Santiago, (Sept 1988); p. 2. 64. ECO, Umberto. Los límites de la interpretación. Barcelona: Lumen, 1992. p. 29.
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eje de su narración sea necesariamente su propia evolución a través del tiempo65, lo cual nos pone, una vez más, ante esa cercanía que existe entre autobiografía e historia. También afirma Piña que “… el relato autobiográfico no se destaca especialmente por la calidad o cantidad específica de información histórica o etnográfica que proporciona. El relato autobiográfico, a diferencia de una historia de vida o de un testimonio, puede sin duda, aportar material de este tipo y, eventualmente, ser útil en un estudio de reconstrucción de cierto periodo o suceso histórico, pero su potencialidad específica no reside en ser reflejo fiel de lo que fue esa vida, nunca será la reconstrucción de los hechos y sucesos que la caracterizaron”66, de ahí el riesgo a que se expone el historiador cuando asume el contenido de una autobiografía como verdad o como única fuente. Por más encomio que pueda generar una autobiografía en el historiador, éste debe mantener prudente distancia, se trata solamente de una fuente, en caso contrario, termina como propagandista del sujeto de la autobiografía. Lo medular, entonces, en relación con el enfrentamiento metodológico de un texto autobiográfico, no es preguntarse cómo transcurrió efectivamente la vida de alguien, sino cómo ese alguien representa, ante sí y ante otros, el transcurrir de su vida y lo relata. Cuando se cuenta la vida nunca tenemos entre manos la versión verbal de lo que ella fue, sino un “discurso interpretativo”, retazos de hechos dibujados por una perspectiva peculiar, selecciones, montajes, omisiones, encadenamientos, atribuciones de causalidad, cuya particularidad es estar estructurada en torno a la construcción de una figura que aquí denomino personaje67, sentencia Piña. Este autor con particular claridad expone los alcances y las limitaciones de la autobiografía como fuente. Corresponde, pues, al historiador, en su fuero, decidir qué uso y credibilidad le da a una autobiografía, en tanto fuente.
65. PIÑA. Op. Cit., p. 4. 66. Ibíd., p. 6. 67. Ibíd., p. 14.
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Estamos de acuerdo con Piña cuando afirma que “… en gran parte de los ambientes académicos se reconoce la validez relativa, como lo es toda validez, del enfoque autobiográfico para las ciencias sociales, aceptando que a través del conocimiento y análisis de la versión que da una persona acerca de sí misma, es posible aprehender ciertos procesos colectivos y compartidos de atribución de significado. En esta perspectiva es válido aceptar que al investigador no le interesa el relato sólo en cuanto relato, sino como manifestación de “otra cosa”68. Pero en el “…aprehender ciertos procesos…” el historiador se verá precisado a yuxtaponer y comparar fuentes, en las que la autobiografía es una de ellas y puede tener la doble condición de fuente primaria y secundaria. Al ser la narración autobiográfica un suceso esencialmente lingüístico, una interpretación que gira alrededor de la propia vida es, a la vez, un texto que al comprenderlo se interpreta. El comprender y el interpretar, según se ha visto, son un mismo proceso. Estamos frente a dos fenómenos que se viven como simultáneos: la interpretación del hablante, al hablar de su vida, y la interpretación de quien escucha o lee69. De este modo, Piña se sitúa en el marco hermenéutico de Martín Heidegger (1889-1976), quien según Jean Grondin70, a la comprensión humana le atribuye caracteres lingüísticos, en virtud de que es el lenguaje el que ordena la comprensión. Pero el lenguaje no actúa sólo, es el revestimiento del pensamiento, es la forma externa del pensamiento, es el artefacto mediante el cual el pensamiento toma corporeidad. El lenguaje en tal consideración no actúa sólo ni de manera anárquica, sino que refleja el pensamiento. Es admisible, entonces, que el lenguaje ordena la comprensión, ordena la hermenéutica, según la perspectiva teórica de Heidegger, pero debe quedar clara la relación dependiente entre el lenguaje y el pensamiento. Al respecto, reitera Piña que: La naturaleza y especificidad del relato autobiográfico es la de un discurso particular, de carácter interpretativo, y no la reconstrucción verbal de ciertos
68. Ibíd., p. 16. 69. Ibíd., p. 22. 70. GRONDIN. Op. Cit., p. 21.
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acontecimientos pasados. El relato autobiográfico puede aportar valiosos antecedentes que ayuden a determinadas reconstrucciones históricas. Pero su potencialidad particular, su especificidad, no reside en ser reflejo fiel de lo que fue la vida relatada: nunca será la reconstrucción de los hechos y sucesos que la caracterizaron. Toda narración autobiográfica está muy distante de parecerse a un monólogo desinteresado que realiza una persona frente a sí. Cualquier relato cuya motivación inicial sea erigirse en un reflejo de la propia vida, es en realidad un determinado tipo de construcción discursiva de carácter interpretativo, confeccionada para un público particular71.
En cierta medida la historia también es un discurso particular, una interpretación y no la reconstrucción exacta de los hechos. Cuando alguien cuenta su vida, lo que tenemos entre manos es un discurso interpretativo, retazos de hechos dibujados por una perspectiva peculiar, selecciones y omisiones, y la construcción de una imagen, nunca la vida de esa persona, prosigue Piña. Para este autor, en la autobiografía ocurren tres episodios: el autor elige todos los planos y temas. El autor elige a un entrevistador que lo guía. El entrevistador elige todos los planos y temas. Advierte además que: “El primer factor que se debe considerar al enfrentar un discurso autobiográfico lo llamaré, la “situación biográfica” del hablante y se refiere a “desde dónde” cuenta su vida, desde qué ubicación temporal, social, espacial, la relata”72. Lo que Piña denomina “situación biográfica” es parte de las precauciones que el historiador debe tener frente a la autobiografía, concordantes, en esta ocasión, también con la intentio lectoris, intentio auctoris e intentio operis. Concordante con ello, como suele ocurrir en la historia, la autobiografía se hace y deshace de manera constante, al modo del complejo de Penélope. Piña lo sustenta del siguiente modo La identidad del “sí mismo” está vinculada a una situación biográfica, no queda fijada de una vez y para siempre: es un torrente en constante redefinición. Cada persona no incorpora elementos, a través del tiempo,
71. PIÑA, Carlos. Aproximaciones metodológicas al relato autobiográfico. En: Opciones. Revista del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea, Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Número 16, Santiago, (May-Agos 1989); p. 108. 72. PIÑA, Carlos. La construcción del “sí mismo”. En: El relato autobiográfico, Documento de trabajo, Programa FLACSO-Chile, Número 383, Santiago, (Sept 1988); p. 24.
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a la lectura que hace de la historia de su vida, como quien construye una torre mediante el añadido de sucesivos bloques, conociendo de antemano los planos de su construcción. En cualquier momento la visión acerca del pasado y el diseño futuro de la vida de cada cual, mediato e inmediato, se está haciendo y destruyendo constantemente, pero nunca a partir de cero, sino sobre la base de, entre otras cosas, el significado que se le otorga al tiempo transcurrido y a los sucesos que conforman el presente. A medida que transcurren los diversos episodios que componen la vida de alguien, el sujeto va modificando permanentemente la identidad de “sí mismo”, pero no solo en lo que respecta a su ubicación en relación al futuro, sino también al pasado. Ello alude a un proceso continuo mediante el cual cada persona reinterpreta la totalidad de su existencia, reconstruye el “sí mismo” a partir de su actualidad73.
Ubicado cada sujeto en su respectiva actualidad, la autobiografía, igual que ocurre en la historia, es inconcebible al margen del tiempo entendido como una construcción polisémica, subjetiva y variable insustituible en ambos casos. Piña lo ilustra así Todo existir no tiene otra residencia que la “actualidad”, y el sentido común impulsa a suponer el devenir como un puro y natural desenvolvimiento del presente. Es desde la actualidad que se mira hacia atrás y hacia delante; cada uno de nosotros se autovisualiza a medio camino entre aquello que ya se fue y lo que aún no ha venido; preferimos definirnos más por la sólida acumulación del pasado o por las generosas potencialidades del futuro, tendiendo a evitar la consideración sobre el origen de nuestra mirada: el presente. Pero, a pesar de no reconocerlo fácilmente, es el presente, la actualidad, el lugar desde donde se explican los fracasos y fundamentan los proyectos, la posición desde donde se construye el punto de vista legítimo que modela el “sí mismo”; el relato nace en el presente, lo afirma y justifica74.
El citado autor amplía otras complejas aristas del tiempo en la autobiografía, pues como elemento esencial de la misma determina sincronías y diacronías. Afirma que: “El presente de hoy es el futuro de ayer y el pasado de mañana, es una “posición volátil” desde la cual miramos hacia nuestro alrededor temporal y social. Desde allí opera la
73. PIÑA. Op. Cit., p. 26. 74. Ibíd., p. 27.
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memoria: traemos al presente los recuerdos y así ordenamos el pasado”75. Así mismo que “En el relato autobiográfico el pasado suele aparecer como articulado por una línea homogénea y comprensible, lejos de toda perturbación, desde el presente el pasado abandona ese estatuto de simultaneidad desconcertadora y polisémica que tuvo cuando aún no era pasado, y se convierte en algo inteligible, su sentido brota como evidente, la actualidad lo ordena, tornándolo tolerable y útil”76. Piña considera que: “Cuando alguien habla de su vida trae hasta la actualidad, de un modo consciente o no, fragmentos de su pasado, tal y como los reconstruye desde el tiempo presente. Al recordar, el hablante selecciona recuerdos que desde el presente adquieren un sentido y una función al interior de la situación generadora de la narración y del relato mismo. Lo que se recuerda es recordado desde el presente y está compuesto por aquello que para el hablante, o para su interrogador, hoy merece ser imperecedero77 y además sostiene que “… el relato autobiográfico no es la imaginación desbocada que inventa quimeras gratuitas para deleite propio o ajeno; no es un género literario más, no es un fenómeno exclusivamente fantasioso, porque suele desarrollarse al interior de una realidad social, de una interlocución en la cual el narrador no pretende erigirse en un individuo diferente al autor, aunque termina siéndolo; sus expresiones, como se ha dicho, tienen la ambición de la veracidad inmediata, no simbólica, y la relación generadora del relato presupone un hablante en condiciones de proporcionar algún tipo de evidencia acerca de lo narrado”78. En lo concerniente a las condiciones materiales y simbólicas de la generación del relato autobiográfico, Piña conceptúa que: “Todo relato de este género, y con mayor razón aquel que posee una connotación confesional, en donde se juega la propia identidad, tiene que ver con la construcción y mantención de una imagen, más o menos apropiada
75. 76. 77. 78.
Ibíd., p. 27. Ibíd., p. 28. Ibíd., p. 29. Ibíd., p. 36.
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a las expectativas recíprocas a las que el sujeto se siente sometido en determinada situación. Así, el relato autobiográfico es el producto de una relación específica, y todo indica que no se expresaría de la misma manera si varía la relación que lo genera”79. Según el mismo autor La imagen de un hablante cualquiera, se refiere al perfil que asume el “sí mismo” en el momento de la interacción, y con el cual se presenta en una relación social específica, poseyendo, exhibiendo o pretendiendo proyectar una serie de atributos que tienden a sostener y otorgar credibilidad a esa imagen. La imagen es la faz visible del “sí mismo” en determinada circunstancia, es la representación que hace una persona a base de los caracteres que supone debe encarnar en ese momento. La imagen nace y muere en la relación social, sólo existe en escena, tiene corporalidad y existencia histórica, se consume en el momento mismo en que la relación social se lleva a cabo, es un producto situacional80.
Desde esta perspectiva, según Piña, el personaje se refiere al nombre propio que protagoniza el discurso autobiográfico y que sólo vive en él, es el producto lingüístico del relato. La óptica aquí asumida sostiene que el yo mismo tal cual es proyectado en el relato autobiográfico no posee una existencia previa al momento de su generación, ni externa a él: es una construcción verbal81, ya que al contar una vida, se está construyendo una imagen dirigida a un público, más o menos particularizado, aunque es necesario reconocer que cada autor sueña que su obra sea de conocimiento masivo. Está claro que en la autobiografía siempre hay engaño, al menos en el sentido mínimo de seleccionar los hechos y otorgarles una perspectiva a través de la versión lingüística o punto de vista, aclara el mismo autor para quien “... el relato autobiográfico escrito supera con creces al oral, ya que en el primero se desarrolla con más fuerza la “conciencia reflexiva” del narrador. El relato autobiográfico oral no permite que el sujeto tome distancia con los hechos narrados, por lo cual el narrador del texto autobiográfico aparece con una autoridad natural, y puede permitirse
79. Ibíd., p. 39. 80. Ibíd., p. 40. 81. Ibíd., p. 40.
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no argumentar en exceso, dar saltos cronológicos espectaculares, no recurrir a demasiados detalles dado que el relato autobiográfico no “posee” una estructura, “es” un tipo de estructura”82. Para desentrañar la estructura general que organiza el relato autobiográfico es necesario asumir que este tipo de narración corresponde a un texto posible de ser descompuesto en unidades mínimas, las cuales mantienen entre sí diferentes tipos de relaciones, puntualiza Piña. Desde la perspectiva del autor, algunas de esas unidades son las siguientes: las secuencias, los hitos, las etapas, los motivos, la causalidad, las síntesis, las repeticiones, las metáforas, las comparaciones, las fantasías, las negaciones y los pronombres83. Concluye Piña que: “El relato de una vida es un proceso narrativo, en el cual el hablante se debate con su memoria, recuerdos, intereses e imágenes; no pudiendo escapar del universo de las palabras y de las narraciones, las que provienen de sistemas culturalmente compartidos de representación del “sí mismo”84. En esos términos la autobiografía, aparte de ser una fuente para la historia y una importante herramienta para el historiador, se nutre tanto de la biografía como de la memoria. Si bien se trata de géneros distintos, existen entre los mismos claros vasos comunicantes y, en algunos casos, las intersecciones son frecuentes. Buscar los límites precisos resulta una tarea un tanto estéril como no lo es fijar las múltiples complementariedades entre los tres géneros. Además de interpretar la autobiografía, como un proceso narrativo, que cabalga sobre la sintaxis; Demetrio es del criterio según el cual “Del mismo modo que la sintaxis es la estructura que coordina las frases entre sí, toda nuestra existencia es una largo viaje en busca de aquella “construcción sintáctica” de la que depende la posibilidad de comprendernos y de ser comprendidos por los demás. No hay
82. Ibíd., p. 42. 83. Ibíd., p. 81. 84. Ibíd., p. 81.
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historia, relato, fábula ni autobiografía desprovista de sintaxis”85. Por su parte Neumann afirma que “El autobiógrafo se encuentra en una curiosa situación: él es sujeto y a la vez objeto de la historia de su vida. Sujeto lo es en cuanto él como autor escribe la autobiografía. Objeto es él en cuanto que él, que vivió la vida descrita, constituye su propio objeto. Como autor puede él, en la visión retrospectiva, consciente o inconscientemente, configurar su vida en una totalidad cerrada, sin sentirse necesariamente ligado a los hechos de su vida”86. Tal como se puede observar, en el autobiógrafo confluyen múltiples y complejas situaciones. Se suma a las ya descritas la cuestión de la identidad. Philippe Lejeune, uno de los más sobresalientes teóricos del género autobiográfico llama la atención sobre el tema de la identidad y precisa que en todos los aspectos, a pesar de ciertos cambios, la característica de un organismo o dato sensible persiste sin cambio esencial. Alude a la existencia de una identidad personal y otra colectiva en constante interdependencia y en ambas, a pesar de los cambios en sus funciones y estructura, hay elementos que perviven. Con acierto señala Lejeune que la identificación durante los primeros años desempeña un papel fundamental en la evolución y madurez del individuo87. Los valores, el hecho religioso, las subjetividades, el ambiente y hasta la dieta alimenticia perfilan al sujeto, quien en la madurez mirará en la lontananza aquel pasado lleno de significantes y significados. El mismo autor se pronuncia sobre el problema del método, respecto al cual sostiene que es un camino dispuesto para alcanzar un fin determinado. El método se contrapone a la suerte y al azar, es un orden manifestado, en un conjunto de reglas. El método, además de ser camino adecuado, puede abrir otros caminos. El tipo de realidad que se aspira a conocer prescribe la estructura del método a seguir. Puede
85. DEMETRIO. Op. Cit., p. 107. 86. NEUMANN. Op. Cit., p. 7. 87. LEJEUNE. Op. Cit., p. 318.
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haber métodos generales como los que implican análisis, síntesis y deducción, y especiales, como los determinados por el tipo de objeto a investigar. Es evidente que Lejeune no participa de la tiranía del método. El objeto fija el método, no a la inversa. El método es una llave maestra, no una camisa de fuerza. No hay un método, hay múltiples métodos. Este autor considera que Cada fase de la autobiografía requiere colaboradores distintos, como politólogos, sociólogos, etc. La colaboración clandestina no es una novedad. Se viene practicando desde hace mucho tiempo, primero dentro de una perspectiva de secretariado (hombres célebres, políticos en general, que echan mano de escritores para elaborar o mejorar sus textos, algunas veces sus memorias), luego, a principios del Siglo XIX, de subcontratación (llevada a cabo en este caso por editores o autores famosos). Han aparecido palabras para designar estas nuevas funciones: los colaboradores era “artífices” o “tintoreros”, luego “negros”. La colaboración nunca se confesaba, y sólo era objeto de rumores de desaprobación o de carácter irónico88.
Las autobiografías suelen ser escritas casi siempre en primera persona, también las hay escritas en tercera persona. Hablar de sí mismo en tercera persona da al autor mayor objetividad, al guardar distancia de su propio objeto. En la tercera persona el autor habla de sí mismo como si fuera otro el que hablara, o como si hablara de otro. En un relato autobiográfico pueden existir las tres personas, yo, tú, él. Pero las autobiografías y las memorias también pueden ser escritas en singular o plural: hice, decidí, hicimos, decidimos. No hay una única manera de hacer una autobiografía, así como puede variar el tiempo de la persona, el inicio de la escritura tampoco es el mismo en todos los casos, es decir, se cuentan casos en los que el autobiógrafo inicia su trabajo por algún episodio de su vida distinto al de su nacimiento. Lo mismo suele ocurrir con el estilo. Existen tantos estilos como autores de autobiografías hay. La palabra estilo provine del latín “stilus” y se refiere al instrumento que los romanos usaban para escribir. Hoy se puede definir como el modo característico de realizar un acto o como
88. Ibíd., p. 318.
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la forma en que el acto y el objeto deben realizarse o producirse. Sobre el particular, Schleiermacher consideró que el estilo es el alma de todo. En la Biblia, tal es el caso, son perceptibles distintos estilos literarios y formas de disponer el discurso de contenido mítico. En cada obra escrita u oral, el estilo es la marca indeleble que le imprime el autor y, en consecuencia, es uno de los prismas desde los cuales el lector puede penetrar al corazón de la obra autobiográfica y desde luego del autor, en la perspectiva de la comprensión hermenéutica de Schleiermacher. A manera de colofón queremos hacer un llamado a favor de la autobiografía. En tiempos de la ficción moderna y posmoderna que campea en sociedades atrapadas en la premodernidad, tal género, desde una perspectiva autocrítica, se alza como una posibilidad de reencuentro personal y pone al sujeto en el camino de su propia liberación. La autobiografía encarna teorías y métodos para la investigación histórica y, desde ella, es posible conocer fenómenos que escapan a los convencionales objetos de otras disciplinas. Las sociedades con distintos tipos y niveles de vulnerabilidad, así como aquellos cuyo único estilo de vida es la banal opulencia, al igual que aquellos seres humanos ubicados entre ambos extremos, tienen en la autobiografía la oportunidad de comprender y encontrar los sentidos a su existencia.
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