Apuntes de medio siglo
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Rafael Agustín Gumucio

Ediciones ChileAmérica Cesoc

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Rafael Agustín Gumucio Vives nació el 22 de febrero de 1909 en Santiago. Casad o con Marta Rivas González, tiene 3 hijos y siete nietos. Su vida política comenzó en la década del 20 como miembro de la Juventud Conservadora. Luego, el año 1938 formó parte del grupo de jóvenes que se desprenden del tronco conser­ vador para formar la Falange Nacional. Posteriormente fun­ da el Partido Demócrata Cris­ tiano (1957), MAPD (1969) y la Izquierda Cristiana (1971). Durante su vida política ha ocupado diferentes cargos pú­ blicos, entre ellos regidor, di­ putado y senador por la ciu­ dad de Santiago por varios pe­ ríodos. Exiliado por la dictadura del general Pinochet, vuelve a Chile en 1983 para aportar en el mo­ vimiento opositor que lleva a Chile a la vuelta.de la demo­ cracia.

APUNTES

DE MEDIO SIGLO

Rafael Agustín Gumucio

APUNTES DE MEDIO SIGLO

© Rafael Agustín Gumucio © CESOC Ediciones Esmeralda 636, Santiago ISBN 956-211 -037-0 Inscripción N° 91.596, dicimbre 1994 Diseño portada: María Luisa Jaramillo Fotografía portada: Diana Duhalde Composición láser: Salgó Ltda. Impreso en: LOM Ltda.

Impreso en Chile / Printed in Chile

< PRESENTACION

El autor de estos apuntes es un hombre de gran trayectoria política en nuestro país, exponente genuino de los cristianos de avanzada. Gumucio empieza su acción política en la Juventud del Partido Conser­ vador, que era entonces el partido de los católicos. Pero esta juventud era mucho más rebelde que conservadora. En ella se reunieron, en los años 30, los más importantes líderes que formaron primero la Falange Nacio­ nal y luego la Democracia Cristiana. Se podría decir que este núcleo se congregó en la casa de Gumucio, en la calle Riquelme, actuando contra la dictadura de Ibáñez (1931), en presencia de una ilustre personalidad política, la del padre del autor, don Rafael Luis Gumucio, antiguo parlamentario y líder en esa época del Partido Conservador, opositor intransigente de la dictadura y polemista de reconocido talento. En estas memorias está ampliamente evocada la figura y algunas acciones políti­ cas decisivas de don Rafael Luis. Entre los jóvenes que se juntaban en la casa del patriarca conser­ vador estaban, además del autor de estas memorias, otros de su misma generación: Bernardo Leighton, Eduardo Frei Montalva, Manuel Garretón, Ignacio Palma, Radomiro Tomic, Manuel F. Sánchez y algunos más.

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En 1938 se produjo la ruptura de esta Juventud con el Partido Conservador. Se constituyeron como partido aparte bajo el nombre de Falange Nacional. Su declaración de principios se conocía como los 24 puntos. Algunos de estos puntos: VII, “condenamos el régimen capitalis­ ta... que mantiene a las muchedumbres en la esclavitud moral y econó­ mica, y el sistema colectivista que aniquila al individuo y destruye la iniciativa personal. Proclamamos el sentido humano de la economía”. Punto IX, “la economía debe ser dirigida...” Punto XIV, “la reforma agraria es indispensable...” En 1940 Rafael Agustín Gumucio fue elegido Secretario Nacional de la Falange. Ya era entonces regidor de la Municipalidad de Santiago. En 1942 lo nombran Comisario de Subsistencias y Precios, un organismo que fijaba por decreto los precios de los principales artículos: tremendo pecado para la ortodoxia económica de hoy. En 1954 Gumucio es elegido presidente de la Falange y en 1955 diputado por Santiago, bajo el lema “Proteste con Gumucio” que aglutinó a toda la oposición contra el segundo gobierno de Ibáñez. Gumucio fue el último Presidente de la Falange y el primero del Partido Demócrata Cristiano que se formó en 1957 por la fusión de la Falange con otros sectores social cristianos, el principal de ellos proveniente de una nueva división conservadora. En 1958 Gumucio, como Presidente del PDC, promueve un bloque de partidos por el “saneamiento democrático”, que logra aprobar una profunda reforma electoral, introduciendo la cédula única, y derogar además la ley de defensa de la democracia que excluía de la legalidad al partido comunista. Fue un avance muy importante de democratización del sistema electoral y político. En 1965, recién iniciada la Presidencia de Freí, Gumucio es elegido senador por Santiago y en 1967 vuelve a la Presidencia de la Democracia Cristiana, con el programa de la “vía no capitalista” que derivó en un

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arduo conflicto con el gobierno de Frei; el propio Frei decidió concurrir personalmente a la Junta Nacional del Partido, efectuada en Peñaflor, para defender sus posiciones contra la directiva de Gumucio. Al fin, la conflictividad interna generó, en 1969, la escisión de la cual nació el MAPU. La ruptura de Gumucio con la DC fue dolorosa para él pero fue un acto de honradez política y de lealtad a su conciencia, más allá de toda conveniencia personal. El MAPU inclinó la balanza en favor de Allende en la elección presidencial de 1970, de estrecha llegada, pero luego no pudo sustraerse a la ola de extremismo que arrastraba en esos momentos a las juventudes de izquierda, lo que no hizo más que complicar la de por sí muy difícil situación del gobierno de Allende. Después del golpe militar de 1973 Gumucio estuvo exiliado en Francia durante diez años. Actualmente, de 85 años, dirige una excelente revista de ideas, "Reflexión y Liberación”, que expresa el pensamiento progresista de cristianos latinoamericanos. Se comprende con facilidad el interés que despiertan los recuerdos de un hombre con tan larga, variada e importante vida política. Si bien no se trata de una crónica total, abordan los puntos claves del intenso recorrido que hemos diseñado. Tienen el mérito de ser auténticas y de decir tal cual lo que el autor piensa, aunque a menudo puede chocar con el consenso que se ha creado. En tal sentido el libro refleja fielmente a su autor en sus rasgos más peculiares: su sencillez y apertura humanas, su aguda percepción política, su denuncia moral. Quienquiera que sea podrá enriquecer su visión de nuestra historia en el presente siglo a través de estas páginas que cautivarán al lector.

JULIO SILVA SOLAR

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INTRODUCCION

Los exiliados vivíamos ansiosos de las noticias de Chile, no nos bastaban los diarios que publicaban lo que la dictadura permi­ tía, preferíamos las cartas informativas de amigos, los documentos inéditos de reuniones partidistas internas y las informaciones de chilenos de paso, en mi caso por París. Este conjunto de elementos me incitó a iniciar la redacción de apuntes que dieran base para un libro. A mi vuelta del exilio, numerosos amigos y editoriales me aconsejaban la publicación de esos escritos, porque consideraban que era interesante la visión de un político que durante más de 50 años, había vivido de cerca los acontecimientos públicos y conoci­ do a los hombres que jugaron un rol importante en ellos. Hasta ahora me había negado a entregar a la publicidad esos apuntes, por la simple razón que en una parte de ellos, la referente a la primera etapa después del golpe del 11 de Septiembre de 1973, enjuiciaba con extrema dureza la actitud adoptada por algunos amigos muy cercanos y algunos dirigentes del partido en que había militado. Pero luego, esos amigos y el Partido (DC) rectificaron su conducta frente a la dictadura, jugándose sin reserva por la libertad y el estado de derecho. Como lo principal era la unidad para retomar a la democracia, encontré que atentaban contra dicha unidad los

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juicios que había emitido, máximo que el reconocimiento de los errores cometidos, los libera de las actuaciones que me habían merecido un total repudio. Los apuntes que ahora se publican, hasta donde es posible hacerlo, los he depurado suprimiendo alusiones a personajes que tuvieron o han tenido la honestidad de reconocer los errores que cometieron, sin que lo anterior signifique que acepte la cohabita­ ción política que hoy existe entre víctimas y victimarios de la dictadura. En esta breve introducción quisiera anotar algunas cosas. Primero quisiera señalar que utilizo la primera persona, no porque crea en mi propia importancia política, sino porque de esa manera me responsabilizo más en los juicios que emito. Para hablar en tercera persona como sería lo lógico, carezco de la personalidad que tenía Radomiro Tomic que manejaba magistralmente esa forma de escribir. Lo segundo se refiere al concepto que tengo de lo que puede denominarse etapas histórico-políticas. Los historiadores como Vial y Bravo no han considerado necesario innovar en las pautas que dieron Medina, Encina o Edwards. Personalmente al señalar etapas, expreso lo que a mi juicio son años claves en los acontecimientos que analizo. Todos los historiadores coinciden en señalar al año 1920 (ascensión al poder de Arturo Alessandri Palma) como año inicial de una etapa histórica de trascendencia política y social. Yo creo en cambio que ese año clave fue 1938, por eso es que adicioné a los apuntes escritos en el exilio, lo sucedido en ese año. Considero también, por lo menos para mí, como años claves 1964 (ascensión al poder de Eduardo Frei Montalva); lo mismo que lo ocurrido en el período entre los años 1971 a 1973. La derrota de la dictadura militar en 1989 es otro hito clave. Insisto en darle importancia a 1938, porque en ese año se acumularon hechos trascendentes que imprimieron carácter a los sucesos diarios de la política. Durante esa época se produjo la

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unidad de la derecha, dividida durante decenios entre liberales y conservadores y aún entre fracciones liberales. La unidad la logró la derecha al seguir a un líder que representaba los intereses de toda esa fracción de la opinión pública en Chile, como fue la figura de don Gustavo Ross Santa María. En la izquierda se produce también un fenómeno importante: la apertura comunista para constituir frentes amplios con la burguesía (radicales), como forma de luchar contra el fascismo. Y por último, en ese año nace la Falange Nacional, fuerza política de alta significación ideológica, que daría paso a lo que fue y es el Partido Demócratacristiano como primera fuerza política en Chile. Algo similar ocurrió con la I. Cristiana que se formó en 1971. Después, como último presidente de la Falange Nacional y primero de la Democracia Cristiana, me tocó vivir muy de cerca la génesis del ascenso al poder de la fuerza política que en 1938 había colaborado a fundar. El largo tiempo pasado desde que me retiré de la Democracia Cristiana, me permite analizar los hechos de ese Partido con objetividad. De la Unidad Popular y del gobierno dictatorial de los mili­ tares, me refiero muy brevemente en mis apuntes, por la simple razón de que creo que ambos acontecimientos histórico-políticos, requieren de un estudio más profundo que simples apuntes, sin perjuicio que adelante un juicio adverso a la forma como se ha analizado el proceso de la Unidad Popular y la aceptación torcida que se ha dado como justificación a un simple Golpe de Estado Militar, que trajo para el país el drama y la vergüenza de lo que nos tocó vivir a los chilenos durante 17 años.

Por último deseo expresar mi gratitud por la cooperación prestada a la publicación de este libro a Ediciones ChileAmérica de CESOC, a Ivonne Vidal Vera y a los amigos y colaboradores de la Revista "Relexión y Liberación".

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Capítulo I ALESSANDRI: "PERSONAJE ATIPICO DE LA POLITICA CHILENA"

Para describir lo que era el ambiente político en la década de los 30, no puede dejar de dársele un lugar prominente a don Arturo Alessandri Palma. En 1938 terminaba el período de su segundo gobierno. El personaje en sus rasgos psicológicos centrales, era el mismo que gobernó el año 1920, aún cuando uno y otro período tuvieran poco en común. Su personalidad era singular: imaginati­ vo, turbulento, hábil para enfrentar los problemas de la política, conocedor de hombres, astuto estratega de masas como pocos. En 1920 fue candidato por la "Alianza Liberal" (fracción liberal, radical y demócrata) contra la Unión Nacional que levantó la candidatura de don Luis Barros Borgoño (fracción liberal y Partido Conservador). Por mucho que ambos candidatos fueran liberales, Luis Barros Borgoño representaba a la derecha tradicio­ nal, lo que impulsó a Alessandri, que aspiraba frenéticamente al poder, a elegir una plataforma de típico corte populista. Las condiciones humanas y hasta la oratoria del candidato Alessandri se ajustaban plenamente a un estilo populista, Ip que molestaba enormemente a la derecha. El odio que despertó1 el "León" en las fuerzas conservadoras no tuvo límites. Sólo como muestra repro­ duzco un retrato que hacía mi padre, senador y Presidente del

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Partido Conservador, furioso antialessandrista, aún cuando me lo reseñó después que se había reconciliado en el segundo gobierno.

ALESSANDRI SEGUN MI PADRE

"Al Presidente Alessandri le debe el país la restauración y el mantenimiento del régimen constitucional: pero, con su acción desorbita­ da, está ahora poniendo en peligro su obra de seis años: es como el Pastelero de Reims que hacía los más maravillosos castillos de caramelo, pero que se los comía antes de terminarlos. La política chilena ha girado en torno a Alessandri durante los últimos veinte años. Ha ocurrido asíporque, en realidad, es un hombre de las más grandes condiciones para caudillo político: habilísimo, lleno de simpatía personal cuando quiere atraer, desenfrenadamente audaz, de oratoria apropiada para arrastrar multitudes y del más fino sentido para captar corrientes de opinión. Hasta muchos de sus defectos le sirven para tener éxito. Lefalta el sentido del ridículo y, por eso, hace cosas desproporciona­ das y grotescas. Se lleva la mano al corazón, da abrazos muy efusivos y llora a sollozos, cuando le conviene. A cualquiera le dice: 'yo lo quiero tanto'. Si inaugura un puente sobre el Tinguiririca, afirma que la construcción de ese puente ha sido la mayor aspiración de toda su vida, sin perjuicio que una semana antes haya asegurado en Molina que el más vivo anhelo de su existencia, era la creación de la Escuela N° 14 de ese pueblo. Y al día siguiente de la detención arbitraria de dos diputados, habla en tono patético de tomar una carabina y derramar hasta la última gota de su sangre en defensa de la Constitución y las leyes. No tengo cuenta de las veces que en tranquilas conversaciones de sobremesa le he oído lo de la carabina, lo de la última gota de su sangre y también lo de que tendrán que

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pasar sobre su cadáver,envuelto en los pliegues de la bandera nacional. Todo eso, que es sumamente grotesco, fascina, sin embargo a los papanatas y entusiasma a las muchedumbres y tal vez la mayor parte de sus triunfos populares los debe precisamente a esa falta del sentido del ridículo. Sus amenazantes bravatas tragicómicas resultan enteramente ino­ cuas para los tímpanos de sus hijos, de Comelio Saavedra, del Intendente Bustamante y de Waldo Palma, que están acostumbrados a oírlas, como oyen constantemente el ruido de los automóviles que pasan por la calle de Morandé, pero resultan peligrosas cuando las escucha un dócil gobernador de departamento o un capitán de Carabineros que no delibera. Es de una amoralidad política completa, rasa y virginal, lo que le permite realizar, sin estorbos, los cambios más contradictorios, los actos más laudables y las mayores atrocidades, todo lo cual tiene muchísima utilidad práctica, como diría Maquiavelo. Dentro de él conviven, en perfecta armonía, un italiano y un loco: el italiano utiliza a maravilla la amenaza de las locuras y el loco tiene buen cuidado de exaltarse con astucia italiana. ¡Cuántas veces los partidos se han prestado a ser juguetes suyos, por miedo a sus arrebatos! Uno de sus defectos no tiene contrapartida favorable: el personalis­ mo. Considera a Chile una especie de chacra suya, mira el gobierno como un objeto doméstico de su uso personal y está persuadido de que el poder le pertenece por derecho divino y de que puede disponer de él por acto testamentario. Cuando tiene el mando, lo ejerce a su arbitrio y sin sujetarse a normas. La independencia del Congreso y de los Tribunales de Justicia la toma con hostilidad y como una invasión de sus atribuciones. Imparte órdenes personal y directamente a los intendentes y gobernadores, al Ejército y a los Carabineros. Para él no vale la disposición constitucional de que todas las órdenes del Presidente de la República deberán firmarse por el ministro del departamento respectivo y no serán obedecidas sin este esencial requisito. Cuando estáfuera del poder, se considera despojado por

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usurpadores de mala fe, hace cerrada oposición y conspira franca o disimuladamente para recobrar el bien perdido. Losfinales del período son terribles para él. Ve que se acorta el plazo, que las semanas corren veloces, que se acerca el día que debe entregar el poder, en que otro va a mandar, en que él pasará a segundo término... En el caso actual, esa situación se le agrava por el hecho de existir la candidatura del General. La pasión que siente contra Ibáñez y, más que eso, el miedo cerval que le tiene, lo sacan por completo de su mal seguro quicio y lo impulsan a ejecutar desatinos. Ya ha agravado harto la situación con actos perturbadores. Y, si los partidos de gobierno no lo vigilan y lo frenan, precipitará el trastorno".1 Pero dejando de lado el resquemor hacia Alessandri del año 20 y sus residuos en 1938, le correspondió ascender al poder en 1932 en condiciones políticas distintas, pues su figura de perseguido de la dictadura de Ibáñez y sus amplios vínculos políticos con radica­ les y demócratas, además de su militancia liberal, le otorgaban la mejor chance para ser un candidato que consolidara la democracia naciente después de la caída de Ibáñez. Hasta sus más encarniza­ dos enemigos se taparon las narices y apoyaron su postulación. Recuerdo una anécdota sabrosa que me contó mi padre de la reunión del Directorio General del Partido Conservador para resolver el problema presidencial. Mi padre en esa reunión se había jugado por el apoyo a Alessandri por su viabilidad, pero dentro de la reunión un grupo de conservadores planteó la posibilidad de levantar la candidatura de don Héctor Rodríguez de la Sotta. Defendiendo esa posición pidió la palabra un hijo de don Abdón Cifuentes e interpeló a mi padre diciéndole: "Como sabe Gumucio si la virgen del Carmen nos hace un milagro y gana Rodríguez de la Sotta" y mi padre le contestó: "Bueno, si la Virgen está resuelta a hacer un milagro, que lo haga completo y Rodríguez de la Sotta salga elegido sin elección".

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Alessandri, una vez en el poder organizó una combinación de gobierno integrada por liberales, conservadores, radicales y demó­ cratas. El color del gabinete era de franca derecha y el populismo del año 20 había quedado atrás. No pocos problemas se suscitaron con el partido Radical por ese carácter derechista del gabinete. Dentro del radicalismo se producían tendencias de derecha e izquierda. La amistad de Alessandri, como era natural, se inclinaba hacia el sector derechista del radicalismo, pero cuando el Presiden­ te empezó ya a intervenir claramente en favor de la candidatura derechista de Gustavo Ross, el malestar radical pasó a comprome­ ter a todas las tendencias internas. El ambiente político antes de las elecciones presidenciales que serían en Octubre de 1938, era tenso en extremo. Las candidaturas de Ross y Aguirre Cerda y los partidos que los apoyaban, se encargaban de lanzar leña a la hoguera. Se producían hechos violentos, que en democracia eran considerados gravísimos y cargados a la cuenta de Alessandri. Recordándolos y comparándo- los con la Violencia y los crímenes cometidos por la dictadura militar de Pinochet, aparecen los actos ocurridos en 1938 como de ínfima importancia. Entonces existía responsabilidad política y el gobernante estaba obligado a dar cuenta de sus actos. Pinochet cuando fue dictador y aún ahora, nunca se ha sentido obligado a dar una explicación de los miles de crímenes que se cometieron bajo su gobierno. Fuera de conservar parte del poder como Comandan­ te en Jefe del Ejército inamovible, goza de un trato de respetabilidad que no merece. Durante el período 32-38 uno de los primeros actos de Ales­ sandri que provocaron un terremoto político, fue la clausura y el requisamiento de una edición de la revista "Topaze"2. En la porta­ da de ese número venía una caricatura de Alessandri como león y de Ibáñez como domador y en el interior de la revista otra carica­ tura que lo presentaba arrodillado ante un obispo que era Agustín Edwards Mac Clure. La orden de requisamiento fue cumplida y

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significó la renuncia de Bernardo Leighton al Ministerio y la condena del Partido Conservador que era partido de gobierno. Como anécdota se cuenta que Alessandri se habría arrepentido de la orden de clausura dada y habría llamado a Waldo Palma, Director de Investigaciones y muy querido amigo, quien le comu­ nicó que la orden ya estaba cumplida, a lo que Alessandri habría respondido: "Las órdenes positivas que doy se cumplen con retraso y las que me perjudican se cumplen de inmediato". A principios de Mayo del año 1938, los dirigentes del Frente Popular pidieron una audiencia al Presidente, la que fue denegada en un lenguaje como el que usaba cuando se enojaba. Algunos años después me tocó trabajar con don Jorge Alessandri Rodríguez en el Ministerio de Hacienda, quien también sufría de rabietas inconte­ nibles, pero que las superaba no con el crudo lenguaje de su padre, sino que haciendo uso de un don imitativo increíble de quien le causaba la rabieta. Una vez se enrabió en una conversación con un senador de derecha y me hizo una exhibición de la manera de andar y hablar del senador, atravesando a lo largo el gabinete del Minis­ tro. La sangre italiana del padre, parece que fue heredada por el más adusto de sus hijos. Volviendo al incidente de la audiencia pedida por la izquier­ da y denegada por el Presidente, ésta como represalia declaró que no permitiría la presencia de Alessandri en la sesión inaugural del Congreso ni que leyera el mensaje del 21 de Mayo. Los insultos de Alessandri y las represalias de la izquierda tuvieron extraordinaria importancia e influyeron en la composición del cuadro político. Los hechos sucedieron cuando el Presidente del Senado abrió la sesión del Congreso Pleno y pidió la palabra el diputado Gabriel González Videla, que fue pifiado por los parlamentarios de la derecha (quién podría entonces adivinar que el pifiado sería posteriormente un puntal de ese sector). Los parlamentarios de la izquierda se retira­ ron en orden de la sala, pero en esos momentos los diputados Justiniano Sotomayor y Fernando Maira, ambos radicales, fueron

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agredidos por Carabineros. El Gobierno pidió el desafuero para González Videla y González Von Mares (Jefe del Partido Nazista chileno). De inmediato también se produjo una acusación constitu­ cional contra el Ministro del Interior y más de cien querellas por desacato. El episodio significó el acercamiento de los radicales hacia los socialistas y comunistas y la pérdida para Alessandri del ala derechista del radicalismo. Pero el incidente más grave se produjo el 5 de Septiembre de 1938 con el fusilamiento de los nazistas chilenos en el edificio del Seguro Obrero, situado a 50 metros de La Moneda. El gobierno negó el hecho, sosteniendo que los nazistas que se habían rendido en la Universidad de Chile, fueron llevados al Seguro Obrero para que se convencieran, por ellos mismos, el porqué les había fracasa­ do su revolución y que cuando los carabineros los hicieron subir por las escaleras del edificio, los nazistas iban por delante de ellos y que fueron muertos por sus propios compañeros. Al final de este capítulo reproduzco el testimonio dado a mi padre por el señor Montes Larraín, padre de uno de los sobrevivientes. La turbulencia preelectoral fue creciendo día a día, debido a que existía una actitud recíproca de las fuerzas en lucha. Hay que tener presente que para la derecha perder la elección no era un hecho baladí. Por primera vez en la historia veía como posible una derrota. En el pasado ellas eran sufridas por una fracción de la derecha, pero, mal que mal, la fracción triunfante era también de derecha. Para entonces, faltaban pocos días para que el naipe se volviera a barajar. La izquierda temía fundadamente que si la derecha triunfaba haría un gobierno represivo, le bastaba sólo imitar los métodos fascistas que ya se aplicaban en Europa con la aceptación de la derecha. Mi padre, refiriéndose al miedo decía: "Nada más temible que el miedo. Provoca reacciones inesperadas. Así como generalmente parali­ za, a veces despierta energías e impulsos inverosímiles, así como hasta llegar a cierto grado aturde y anonada, cuando sobrepasa ese grado, inspira

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prodigiosos recursos de defensa"3. Esa situación de miedo la escuché de innumerables detenidos y torturados por la dictadura militar. La campaña que hacía la derecha para impulsar el terror de un triunfo izquierdista, era el mismo que siempre empleó para ' sembrar el terror: el caos económico, la persecución religiosa, el derecho de propiedad atropellado, etc. Por lo que se vio en la campaña electoral de 1993 la derecha aplicó métodos más moder­ nos. Por lo menos, la discusión sobre la dimensión que debe tener el Estado no produce el fenómeno de miedo. El miedo que la derecha sembró, llegó a un grado tal, que despertó en la izquierda "energías e impulsos inverosímiles". Día a día era más notorio el apoyo de la clase obrera.

LOS SUCESOS DEL 1° DE OCTUBRE

Relato del señor Montes Larraín, padre de Alberto Montes, sobreviviente del fusilamiento de los nazistas en el edificio del Seguro Obrero. "Vino a casa el señor Montes Larraín, padre del nazista Alberto Montes Montes, sobreviviente del 5 de Septiembre y me refirió lo que, en la intimidad, le había declarado su hijo, de cuya veracidad respondía. Fue llevado a la Universidad por un amigo (creo de apellido Maldonado) sin saber precisamente a qué iba. Una vez adentro e impuesto de que se trataba de un golpe revolucionario, no estuvo de acuerdo y quiso volverse, pero ya los nazistas tenían cerrada y trancada la puerta. Fue de los rendidos. Los carabineros lo sacaron junto a treinta y un rendidos más. Los llevaron primero por la calle Arturo Prat, después los hicieron volver para conducirlos a la sección de Investigaciones. En la puerta de la casa presidencial estaba, con otros, el General Arriagada, quien al verlos pasar, les gritó a los carabineros que a todos los debían matar. Siguieron por la

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calle Morandé, pero los hicieron volver para entrarlos a la Caja del Seguro Obrero. Los subieron al quinto piso y los dejaron encerrados en una sala, a cargo de un oficial de carabineros bastante humano que trató de tranquilizarlos y los hizo sentarse en el suelo para evitar las balas que entraban por las ventanas. Estuvieron así un muy largo tiempo. Vino cambio de oficiales. Escogieron a tres de los prisioneros, entre ellos Montes y los mandaron hacia arriba para decirles a los sublevados que, si se rendían, no les pasaría nada. A la subida tropezaron con bombas que habían en la escala, se lastimaron y tuvieron que volverse. Mandaron otro prisionero y éste no volvió. Mandaron, porfin, a otro, que se demoró como un cuarto de hora y que volvió diciendo que los de arriba capitulaban ya rendidos. A los nazistas que bajaban rendidos los mataron alineándolos en uno de los pasillos del quinto piso. En seguida, los oficiales les mandaron que saliesen a los rendidos de la Universidad que estaban en la sala. Los hicieron pasar por sobre los cadáveres de los fusilados y, una vez en la escala, les ordenaron bajar. Entre el quinto y cuarto piso los hicieron detenerse, los agruparon y, desde arriba, los carabineros les dispararon. Montes, que había recibido un cachazo de pistola en la cabeza, recibió un balazo en el brazo y cayó aturdido. Recuperó el conocimiento a los pocos segundos y se encontró con varios cadáveres de sus compañeros caídos encima de él. Estuvo allí varias horasfingiéndose muerto. Presenció como remataban a los heridos a culatazos".

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Capítulo II "LOS LIBERALES Y LOS CONSERVADORES DE SIEMPRE..."

Fuera de los acontecimientos internacionales como el auge del fascismo, los efectos de la crisis económica y la pre-guerra mundial, no cabe duda que existieron factores internos que hicie­ ron que la sociedad chilena, tan profundamente dividida, entrara por el camino de los entendimientos y de las grandes alianzas políticas, dándose entonces el nacimiento de dos bloques podero­ sos que disputarían la elección presidencial a celebrarse el año 1938. Uno de los entendimientos extraños producidos fue el liberalconservador, aún cuando el acercamiento de ambos partidos se había consolidado con el triunfo obtenido en 1937 en las elecciones parlamentarias, lo mismo que también ayudó a ese entendimiento, el hecho que tanto conservadores y liberales integraron el gobierno de Arturo Alessandri Palma en 1932. Aún cuando pueda ser considerado un paréntesis al tema que estaba tratando, podría interesar conocer las profundas divisiones que tuvieron ambos partidos históricamente. A mime tocó de joven y de niño conocer de cerca los distanciamientos sociológicos de una parte de la sociedad. Mi familia era profundamente católica y conservadora y mi padre un líder político, católico acérrimo y

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demócrata. Sin perjuicio que más adelante me referiré en detalle sobre ambos partidos, quisiera adelantar algunas pinceladas que aparentemente deberían haber dificultado el arreglo político de 1938. Aún cuando aparezca aberrante, a principios del siglo XX, en Chile se estimaba como "verdadera familia", la integrada por los que a sí mismos se llamaban "gente bien". El resto de la familia de la clase media o proletaria era considerada una realidad social, hacia la cual debía dominar el más amplio patemalismo. Sólo con el éxito del Partido Radical, el cuadro sociológico se alteró, al representar ese partido a la clase media. La conquista del poder político dividió a las familias conser­ vadoras de las liberales, no como se podría pensar por motivos ideológicos y religiosos, ya que por lo menos en lo religioso, tanto liberales como conservadores, se declaraban católicos. Sin perjuicio de ello, la confesionalidad estatutaria del Partido Conservador, fue motivo de una separación más drástica con el Partido Liberal. Los liberales, en cambio, con más realismo político optaron por la apertura hacia los partidos laicistas como el Radical, lo que les permitió ganar el poder hasta 1920 y darse el lujo de dividirse internamente. En resumen se podría afirmar que el estilo de vida era diferente entre familias conservadoras y liberales. La mayor o menor influencia del colonialismo español, la influencia de la cultura europea, el origen y contenido del poder económico y por último los grados de religiosidad, eran también factores que ahon­ daban el abismo existente entre las familias. Las familias conservadoras mantenían una cierta continui­ dad con las costumbres de la Colonia, casi me atrevería a sostener que dominaba una mentalidad "encomendera". La órbita de auto­ ridad y control del "Jefe de Familia" era absoluta, hasta llegar al control político. También, en parte, influía en la mentalidad de las familias conservadoras el ruralismo (conservaron más largo tiem­

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po y vivieron en sus propiedades agrícolas). La adhesión a la Iglesia era sin reserva de ninguna especie y desde las luchas teológicas del Siglo XIX, ya se había producido la simbiosis conocida Partido Conservador-Iglesia. El estilo de vida estaba presidido por una sobriedad económi­ ca llevada al extremo, que casi deslindaba con la avaricia. Por ser poseedores de grandes fortunas vivían obsesionados por el proble­ ma de la herencia, había que dejar a la muerte intacto el cuerpo de bienes recibidos o acrecentarlos comprando el potrero del vecino. La vida social se desarrollaba entre las familias conservadoras y el único derroche que se permitía un rico hacendado, era dar un gran baile para estrenar en sociedad una hija. Los invitados eran estric­ tamente seleccionados, ningún hijo o hija de matrimonio separado, ningún hijo de liberales considerados de "chipe libre". Los hijos de conservadores no ricos, como era mi caso, eran invitados para estimularlos en la lealtad al Partido Conservador. Las familias liberales o más bien el padre liberal (generalmen­ te las mujeres no se distinguían en nada de la mujer de un conser­ vador), eran más permeables a la cultura europea, no porque leyeran más libros que los conservadores, porque la aristrocracia chilena fue profundamente ignorante (el amor a la lectura lo implantó la clase media en Chile), pero los viajes a Europa y sobre todo el afán de seguir las modas, hicieron que los liberales tuvieran un sentido más abierto hacia las fuerzas políticas que en el mundo se declaraban republicanas y laicistas. Siendo la familia liberal tanto o más adinerada que la conservadora, tenía un concepto distinto sobre el uso del dinero. Lo gastaban con más facilidad para darse gustos en vida; se arriesgaban en negocios peligrosos y a lo más que llegaban, era a consultar su inversión con don Carlos Bahnaceda, distinguido patriarca liberal, Presidente del Banco de Chile. Así como la obsesión de un conservador rico era acrecentar su fortuna, la obsesión de un liberal, era demostrar lo desprejuicia­ dos que eran frente a hechos repudiados por el conservantismo, como era el caso de "batirse a duelo" o ciertas condescendencias

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mundanas hacia el concubinato. Si no fuera porque me estoy alargando demasiado con esta disgresión, me habría gustado entregar más detalles pintorescos sobre la institución de las "cache­ tonas", la querida oficial mantenida en secreto y alto rango. Las diferencias sociológicas entre liberales y conservadores, quedaron virtualmente borradas en 1938 con la aparición de un líder carismàtico como Gustavo Ross Santa María, que había sido un brillante Ministro de Hacienda del gobierno de Arturo Alessan­ dri Palma. Ross había obtenido el patrocinio del Presidente de la Repú­ blica, mucho antes de que fuera proclamado candidato el 23 de Abril. Creo oportuno entregar la pintura que hace mi padre de la personalidad de don Gustavo Ross, pues yo como joven no tuve ninguna posibilidad de conocerlo. Mi padre describe la personalidad de Ross de la siguiente manera: "Pocos hombres he conocido de inteligencia tan clara y rápida como la suya: de un golpe ve cualquier problema, mirándolo en toda su profundidad y abarcándolo en toda su extensión. Posee gran personalidad. Profesional de la especulación bursátil, sabe ocultar, impresionar, aparecer impasible ante un agravio o un golpe adverso y manejar el alarde con sin igual maestría. Es brusco, hermético, de carácter nervioso y dominador de una audacia infinita, sin que le falte flexibilidad. Su inmenso orgullo ha crecido desmesuradamente al contacto con una corte de aduladores que lo sirven, le obedecen, lo acatan, lo respetan, lo contemplan, lo alaban, lo reverencian y veneran como un fetiche. Sin embargo, como es sumamente inteligente, la fuerza de su carácter no se troca en porfía y su orgullo no se transforma en vanidad ridicula. Nadie más diestro yfecundo para encontrar recursos inesperados y dar soluciones verdaderamente geniales.

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Pero, lo perturba la obsesión de la omnipotencia del dinero: cree que todo y todos pueden comprarse y que los problemas políticos y sociales se resuelven con meros expedientes financieros. Aparece como el más genuino y destacado representante del capita­ lismo imperialista y, de ahí la cerrada e invencible resistencia que encuen­ tra en la clase media y en el elemento popular. No recibióformación filosófica y carece en absoluto de toda doctrina religiosa, social y política: puede dar, por eso, los virajes más inesperados y dispararse en cualquiera dirección. Además de carecer de doctrinas, le falta por completo el sentido jurídico y el criterio legal y, lo que es peor, no le preocupa para nada el derecho. Si tiene el mando en sus manos, quedarán sin garantías los derechos de los particulares y el régimen constitucional: atropellará inteligente y desapasionadamente, pero sin escrúpulos y con desmedida audacia. Entusiasma a los derechistas, precisamente porque creen ver en él al hombre de mano fuerte que los defenderá con cualquier medio y que arrasará a los adversarios. Y, precisamente, también por eso, despierta en el campo contrario una pasión adversa tan violenta que se acerca al paroxismo. No ha podido la derecha escoger de candidato a un hombre más apropiado para caldear la atmósfera, exitar los ánimos y exacerbar pasio­ nes. En un país tan profundamente dividido como el nuestro y que recién convalece de largos trastornos, es bien difícil que la paz pública y la estabilidad del régimen resistan a la lucha que provoca y ala acción que ejercerá si sube al poder. Esto no lo opino sólo ahora. Hace cinco meses, el 2 de Abril, contestando a Joaquín Irarrázabal, dijimos Luis Gutiérrez, Eduardo Freí y yo-. , '.... creemos necesario marcar nuestra posición y salvar nuestra responsabilidad, en presencia del propósito de comprometer al Partido con la candidatura del señor Gustavo Ross'.

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'Al escribir algo para la publicidad tenemos que ser discretos y reticentes: no debemos decir nada que pueda servir de armas para los adversarios'. 'Por eso nos limitamos a declarar que tenemos el convencimiento de que la candidatura del señor Ross lleva al país y al Partido a los peligros de una aventura de gran riesgo, prometedora de desastres y trastornos y con contingencias para el régimen constitucional'"4 En materia económica ambos partidos, Liberal y Conserva­ dor, pensaban lo mismo: adherían al liberalismo económico de Adam Smith sin reservas. Las encíclicas papales sobre la cuestión social de León XIII, Rerum Novarum y Quadragésimo Anno de Pío XI, fueron consideradas meras orientaciones dictadas para otras partes del mundo y no para Chile. Héctor Rodríguez de la Sotta, Presidente del Partido Conservador y senador, era el gran cam­ peón del liberalismo económico, gozando de gran erudición en esa materia. En el discurso inaugural de la Convención de 1932 expuso sus tesis doctrinarias de típico corte liberal. Una frase de ese discurso lo dice todo, refiriéndose al hecho que en el mundo hay pobres y ricos dijo lo siguiente: "Está dentro del plan providencial y, todos nuestros esfuerzos para evitarlo serán infructuosos. Y si esos esfuerzos llegaran afructificar alteraríamos en talforma el orden natural, que la humanidad quedaría condenada a desaparecer". La cohesión alrededor de Ross era absoluta. Virtualmente no existieron discrepancias en los partidos de derecha, excepto en el Partido Conservador con su Juventud. Y aún en el Partido Liberal, que históricamente se dividía en las elecciones presidenciales, no existió trizadura alguna. A lo más que se llegaba, como en el caso de mi padre, era a la manifestación de desconfianza o reticencia hacia los que rodeaban a Ross, pero aún esa actitud moderadora que no rompía la disciplina, era duramente sancionada con el aislamiento. Ross además de sus altas condiciones de financista con éxito, poseía condiciones de excelente organizador. Designó en cada partido un delegado personal con gran poder de decisión, que era

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a la vez Tesorero y quien daba el visto bueno a los gastos. La Caja Electoral, que era inmensa, en definitiva era administrada por el propio Ross a través de sus delegados. En el Partido Conservador el recuerdo que tengo era que el delegado era un señor Lira, a quien le decían "percalita Lira". La derecha no se dio el trabajo de elaborar un programa. El programa era el candidato en sí mismo y como en la vida de los santos, eran los milagros, en el caso de R.oss lo financiero, lo que valía más que una declaración de propósitos. Yo siempre he pensado, por lo demás, que la derecha no necesita hacer progra­ mas. La esencia de su pensamiento es archiconocida, sus métodos publicitarios reiteradamente repetidos y orientados a producir "el miedo", y algunos adornos demagógicos aparecen ridículos. Mucho influyó en el monolitismo de la derecha la interven­ ción directa de Alessandri a favor de Ross. Esa intervención fue pública y notoria. Intendentes y gobernadores recibían instruccio­ nes que cumplían religiosamente. Especialmente en las provincias los efectos de la intervención fueron totales, debido a que empre­ sarios y grandes agricultores vigilaban estrictamente la conducta política de los funcionarios. A pesar de todo, tengo la impresión de que Alessandri no simpatizaba en exceso con la personalidad de Ross, lo que pudo comprobarse después, en el incidente de las cartas que envió Ross al Comandante en Jefe del Ejército y al Director General de Carabineros. Tampoco entusiasmaba a Alessandri el grado de exaltación derechista. Mal que mal, su tradicional amistad con radicales y demócratas, se veía afectada por los excesos de la derecha. La derecha que empezó a tener miedo por el resultado electoral, sintió la necesidad de defenderse y, en gran parte de sus filas y en sus dirigentes, se perdió la serenidad de juicio y se pensó en buscar amparos, abandonando doctrinas y sin reparar en medios. El recurso de la posibilidad de una dictadura se hizo presente al mostrarse simpatías hacia el nazismo.

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Se consideraba que los nazistas constituían el extremo exalta­ do de la derecha y los derechistas pacatos y timoratos miraban con indisimulada complacencia, hasta con inocultable fruición, los desmanes y atropellos de sus fogosos amigos. Como iban contra los judíos, los masones y los comunistas, todo estaba muy bien, incluso los apaleos y balazos. Después de las reyertas provocadas por los nazistas contra los comunistas y socialistas, los diarios de derecha publicaban artículos en que se lloraban con dolor profundo las pérdidas de los agresores y se fulminaban rayos y centellas contra los agredidos. Había un fuerte antagonismo entre la Falange y los nazistas, pero la balanza del favor derechista, se inclinaba a estos últimos. Ricos liberales contribuían a la caja nazista. Don Alfredo del Valle, en el Directorio General del Partido Conservador, decla­ ró que había que optar entre comunismo y el nazismo. Alejandro Valdés Riesco, Alfredo Del Valle y otros salieron a la prensa, como paladines, en defensa del nazismo después del baleo de la estación de Rancagua. Hubo deseos de dictadura dice mi padre: "Una noche de Diciembre de 1935, vino a casa Tomás Cox y me invitó a ir de visita donde Gustavo Ross. Había tres o cuatro visitantes más. Estábamos sentados en un sofá Ross y yo. De repente y bruscamente, Ross se dirigió a mí y me dijo: 'Cuento con diez de los doce senadores conservadores para una dictadura'. Me reí, creyendo que se trataba de una broma, pero Ross me aseguró que hablaba en serio y me agregó que entre los senadores con quienes contaba, estaban Héctor Rodríguez, que estima­ ba imposible seguir el régimen constitucional. No quise discutir y me limité a contestarle que celebraba que exceptuase a dos senadores, pues entre esos dos estaba yo. Desviando la conversación a la broma, le añadí: 'Recurro a su amistad. Estoy enfermo del corazón. Prefiero Arica porque es costa y de clima suave. Bueno -me respondió Ross, riéndose- lo mandaremos a Arica'. Lo que aquella noche le oí a Ross me sorprendió por venir de un hombre a quien tenía por muy adverso a las dictaduras y que se diseñaba ya como el jefe de la derecha. 29

Pero, la idea de dictadura estaba entonces extendida en los círculos derechistas, llenos de miedo a la izquierda, y desesperanzados de defender­ se con el mecanismo democrático y de alcanzar éxito electoral. Hizo Ross un viaje a Europa y, con la ausencia del hombre que les inspiraba valor, cundió el miedo y se aceleró el desliz hacia la dictadura. Con la imaginación, lo divisaban como el Mussolini deparado para salvar a Chile. Tengo aún el vivo recuerdo de exasperación que yo sentía al encontrarme en el Senado, en la tertulia de "El Diario Ilustrado", en las calles, por todas partes, con amigos que preconizaban la necesidad de un "dictador" inteligente y bueno o que disimulaban el concepto, hablando de que era indispensable levantar un "gobierno fuerte" y restringir liberta­ des". Las mismas reacciones de simpatía se produjeron 30 años después con el movimiento "Patria y Libertad". Era la derecha quien financiaba ese movimiento terrorista y a quien se le perdona­ ba y aún se le aplaudía los actos de violencia que realizaba, como por ejemplo la destrucción de torres de alta tensión y las muertes del Comandante Araya y el General Schneider. Hoy algunos de los dirigentes de Patria y Libertad son los campeones de una represión que comprende la pena de muerte para los terroristas de izquierda. A mí personalmente siempre me ha producido repulsa la arbitra­ riedad con que se juzga la violencia. Si ésta es de derecha será bendecida y si es de izquierda, profundamente repudiada.

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Capítulo III ¿POR QUE EL FRENTE POPULAR?

HISTORIA NECESARIA

La concepción de los Frentes Populares fue ratificada en el VII Congreso Internacional en 1935. Dimitrov5 jugó un papel destaca­ do en la III Internacional. Sostuvo que la oligarquía era poderosa apoyándose en el fascismo y que la mejor manera de combatirla con eficacia, era modificando de raíz la política sectaria desarrollada entre la II y III Internacional. En realidad la guerra entre socialistas y comunistas en ese período fue implacable y no sólo el sectarismo, especialmente de los comunistas, servía para combatir a los socia­ listas, sino que se manifestaba dentro del mismo Partido Comunis­ ta a través de las "purgas". El Congreso de la III Internacional aprobó la idea de los "Frentes Amplios" que permitiera a los partidos marxistas abrirse hacia partidos de la pequeña burguesía. De ese acuerdo surgieron los Frentes Populares. Pero lo interesante es que la idea subsistió aún después de la derrota del fascismo. En Francia, por ejemplo, donde el Partido Comunista era fuerte, hizo alianzas de gobierno

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con partidos burgueses hasta 1984 y en Chile duró hasta la caída del Presidente Allende. La idea de la III Internacional logra imponerse en los partidos comunistas de América Latina, especialmente siguiendo la expe­ riencia de Francia y España. Con algunas singularidades de estruc­ tura en Cuba (Machado) se formó una especie de Frente Popular, pero era en Chile donde se daban mejores condiciones para poner a prueba la idea. En primer lugar porque el Partido Comunista chileno era el más fuerte y organizado de Latinoamérica y porque existían otros partidos también fuertes que cobijaban a la clase media como el Partido Radical. Sin embargo, no fue fácil convencer a los comunistas, pues venían de vivir etapas en extremo sectarias con "purgas" de por medio. Determinantes en el proceso de convencimiento fueron dos extranjeros: Eudocio Ravinés6 y el alemán Kasan.7 También existían reticencias de parte de socialistas y democráticos. Todos los problemas se superaron cuando se vio que era viable que el Partido Radical acogiera la idea. El Partido Radical en su Convención de Concepción llevó a discusión el ingreso del Partido a un Frente Popular. Las discusio­ nes en esa Convención fueron acaloradas, pero la idea se acogió con la oposición del sector derechista. Jugaron papeles de líderes el diputado Justiniano Sotomayor a favor del Frente Popular y Darío Poblete en contra. La muerte sorprendió tempranamente a Sotoma­ yor, que por sus condiciones humanas e intelectuales estaba llama­ do a jugar un rol importante dentro del Partido Radical. Como nota curiosa don Pedro Aguirre Cerda votó en contra de la proposición de integrar un Frente Popular. En Octubre de 1936 a raíz de una huelga ferroviaria se constituyó el Frente Popular. Pero al poco tiempo se suscita un conflicto grave entre socialistas y comunistas por el Pacto nazi-soviético, que tomó además mayores proporcio­ nes con el rechazo que provocaba la gestión sanguinaria y represiva de Stalin. El grado de repudio que se produjo contra Stalin y los procesos de Moscú, alcanzaron en el mundo hasta la militancia

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comunista, pero el grado era distinto según la ortodoxia de cada partido. El partido chileno era profundamente ortodoxo. En Abril de 1938 se realizó la Convención de las izquierdas. Los partidos que conformaron el Frente Popular eran: Radical, Socialista, Democrático, Comunista y la Confederación de Traba­ jadores de Chile(CTCH). Se elaboró un Programa de Gobierno y se convino en realizar otra Convención, en la que se elegiría al candidato a Presidente de la República. Se estableció asimismo el quorum para ser elegido, que fue de un 75% de los votos, fijándo­ sele a cada partido una cuota de votación. En la realidad, al poseer Radicales y Socialistas más del 25% de las asignaciones, eran esos partidos los que resolvían sobre el nombre del elegido. En la Convención para elegir candidato se aprobó el Progra­ ma y se iniciaron las votaciones. La primera vuelta fue de saludo a la bandera. Cada partido votó por uno de sus hombres; los radicales por Aguirre Cerda, los socialistas por Marmaduque Grove, los comunistas por Elias Lafferte y los democráticos por Nolasco Cárdenas (curiosamente en la mesa redonda de la Unidad Popular se procedió de igual forma). En la segunda vuelta, el Partido Democrático se volcó a Aguirre Cerda y el Comunista a Grove. Pasaron dos angustiosos días en que no surgía solución, pero al tercero se produce una reunión del Partido Socialista, en la que se acuerda retirar a Grove y apoyar a Aguirre Cerda. Pedro Aguirre Cerda fue elegido candidato y su nombre aclamado con emoción por todos los convencionales. La figura de Aguirre Cerda se engrandeció desde el inicio de la campaña y con más razón a través de la gestión que realizó como Presidente de la República. Mi padre que le tenía simpatía y que se encontraba muy lejos de aceptar que se le denigrara como se hizo, pero era conservador y por lo tanto adversario de Aguirre Cerda, da el juicio que transcribo: "No logra (Aguirre Cerda) levantar entusiasmo, el candidato,

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hombre de fortuna y de ideas sociales moderadas, que aun cuando salude con el puño cerrado es un perfecto burgués, no puede satisfacer ni a los comunistas ni a las masas ni a los radicales ricos, industriales y terrate­ nientes, que no lo miraban muy bien. Pedro Aguirre Cerda tiene induda­ blemente gran talento, ilustración completa y cuenta con el valioso bagaje de una larga vida pública. Es un hombre de bien, de irrrepochable honradez personal y de temperamento benévolo y tranquilo. A pesar de sus condi­ ciones personales tranquilizadoras constituye una amenaza por sufalta de carácter". El incidente a que ya hice mención de la audiencia que rechazó Alessandri al Frente Popular contribuyó a producir la cohesión de los partidos que integraban el Frente Popular.

LOS RADICALES

Para comprender la integridad del hecho político que signi­ ficaba el ingreso del Partido Radical al Frente Popular es conve­ niente explicar su origen histórico. El partido nació efectivamente en 1888, aun cuando Manuel Antonio Matta Goyenechea y Pedro León Gallo hubieran planteado las ideas centrales en calidad de "Movimiento" en 1857. Pero el verdadero precursor fue don Fran­ cisco Bilbao, quien a través de su libro "Sociabilidad chilena", criticaba la organización política y religiosa de la época, proponien­ do una nueva organización esencialmente popular. Las ideas de Bilbao tuvieron eco en Chile, país que en América Latina era el más permeable a los movimientos intelectuales euro­ peos. Hay que recordar que el verdadero republicanismo de la revolución francesa se vino a hacer efectivo en el siglo XIX, acom­ pañado ese hecho con cierto auge del laicismo. En 1856, durante el gobierno de Manuel Montt, se produce la

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escisión del partido de gobierno, dando lugar al nacimiento del Partido Conservador y la fusión con el otro partido opositor, el Liberal, pero este hecho político duró poco. Una fracción liberal consideró incompatible con su doctrina la fusión con un partido como el Conservador de carácter netamente confesional. Esa frac­ ción se organizó independientemente como Partido Radical. La actitud de la nueva organización fue de franca oposición al gobierno de Montt. Una parte importante de la clase media apoyó las posiciones radicales, constituyéndose así, a mi juicio personal, en la primera gran crisis que sufría la aristocracia criolla como clase que controlaba el poder. Terminado el gobierno de Montt, sucedido por el de José Joaquín Pérez, a quien también hizo oposición el Partido Radical, como lo hizo con el gobierno de Federico Errázuriz, vino la elección parlamentaria de 1864 donde salieron electos por Copiapó los radicales Manuel Antonio Matta, Tomás Gallo y Pedro León Gallo como suplente. Entremedio se produce el quiebre de la combina­ ción liberal-conservadora y Federico Errázuriz llama a un radical para ocupar la cartera de Relaciones Exteriores, don José Alfonso, que sería el primer ministro radical. Después encontró como par­ tido de clase media su verdadera vocación que era el manejo de la administración pública, especialmente en la educación. El Partido Radical apoyó la presidencia de Domingo Santa María González, participando de su gobierno, pero al mismo tiempo se dividió al enfrentar la elección para suceder a Santa María. El Partido Liberal y un sector del radicalismo, levantó la candidatura de José Manuel Balmaceda y otro sector, más una fracción liberal, levantaron la candidatura de José Francisco Vergara, quien abandonó su postulación con posterioridad. Balmaceda triunfó y tuvo hacia el Partido Radical actitudes diferenciadas. En su primer gabinete lo dejó fuera, pero en 1889 nombra dos radicales en el gabinete, Abraham Koetner y Juan Castellón. Pero todo fue un sueño de verano, porque al final del

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gobierno de Balmaceda, ya el Partido Radical volvía a su política tradicional de oposición e integraba las fuerzas revolucionarias triunfantes en 1891. Caído Balmaceda, se forma una Junta de Gobierno que nom­ bra al radical Manuel Antonio Matta Ministro de Relaciones, Culto y Colonización, y en el gobierno de Jorge Montt figurarán como secretarios de Estado además de Matta, Francisco Valdés Vergara, Castellón, Mac-Iver, etc. Se polariza la política en dos bloques: Alianza Liberal y coalición conservadora y el Partido Radical integra el primero de los bloques. Apoya después diferentes candidaturas a Presidente de la República, algunos derrotados y otros triunfadores: Vicente Reyes (derrotado); Germán Riesco (triunfador); Pedro Montt (triun­ fador); Barros Luco (triunfador); Javier Angel Figueroa (derrota­ do), hasta Arturo Alessandri en 1920 (triunfador). La ductibilidad de Alessandri y la idiosincrasia radical de la época, hizo que en el gobierno de 1920 el radicalismo adquiriera un peso político impor­ tante y propio, más allá de la relativa dependencia que había existido con el Partido Liberal. Entre las convenciones que celebró el Partido Radical, la tercera de ellas realizada el 31 de Diciembre de 1906, tuvo gran importancia ideológica. Se diseñaron nítidamente dos corrientes, una individualista encabezada por Enrique Mac-Iver y otra más socialista y de izquierda liderada por Valentín Letelier, que fue la que en definitiva ganó. El programa se cambió incluyendo puntos de lucha social, que para la época fueron considerados subversivos y revolucionarios. Yo creo que cabe al respecto hacer presente que desde el ángulo de la izquierda hasta 1933 (fundación del Partido Socialista), los únicos signos de avanzada social partidista los dieron Luis Emilio Recabarren y el Partido Comunista fundado por él y las tibias posiciones radicales. El Partido condenó el Golpe Militar que derrocó a Alessandri el 5 de Septiembre de 1924 y participó después entre los partidos

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que lucharon por su vuelta al poder. Por desgracia, al igual que la mayoría de los partidos, apoyó la candidatura presidencial de Emiliano Figueroa Larraín,8 un hombre frívolo, gozador de la vida y con poco sentido de sus obligaciones de mandatario civil. Sus defectos en mucho contribuyeron a darle la pasada al Coronel Carlos Ibáñez del Campo. El Partido Radical estuvo francamente contra la dictadura de Carlos Ibáñez, aun cuando dentro del Partido existieron partida­ rios de ella. En 1931 se celebró una Convención, a raíz de la cual resulta proclamado candidato a la Presidencia Juan Esteban Montero y durante el gobierno de Carlos Dávila no se retiró del gabinete. Montero fue el primer Presidente de la República radical. En las elecciones de 1932 el Partido Radical apoya la postula­ ción de Arturo Alessandri Palma e integra la combinación de gobierno junto al Partido Demócrata, Liberal y Conservador (Ber­ nardo Leighton ocupó el Ministerio del Trabajo). En el año anterior (1931) el Partido celebra una Convención donde se acentúa una orientación más explícita de izquierda. Esa orientación influyó en las dificultades que se plantearon entre el Presidente Alessandri y el Partido Radical y que llevó al final al ingreso al Frente Popular al partido de Matta y Gallo. En el año 1941, Pedro Aguirre Cerda se enferma y designa como Vice-Presidente de Chile a Jerónimo Méndez, radical de fila. Después Pedro Aguirre Cerda muere y el Partido Radical proclama la candidatura de Juan Antonio Ríos Morales y a la muerte de éste, después de haber ejercido el cargo de Presidente de la República, se designa como Vice-Presidente a Alfredo Duhalde Vásquez. En el año 1946 asciende al poder Gabriel González Videla, apoyado por las mismas fuerzas políticas que constituyeron el Frente Popular en 1938. Durante la gestión de Gabriel González Videla se produce el choque de éste con el Partido Comunista, al que persigue despiadadamente enviando a sus dirigentes a cam­

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pos de concentración. La ruptura fue de tal violencia, que siendo yo Sub-Secretario de Hacienda recibí de Darío Poblete, Secretario de Gobierno, una carta circular, donde se me daban instrucciones para la destitución de los funcionarios de militancia comunista. El Partido Radical continúa en el gobierno a pesar de esa crisis, pero González Videla cambia el perfil de su gobierno desig­ nando, primeramente, un gabinete integrado exclusivamente por radicales y después lo integra con conservadores socialcristianos (se había ya producido la división del Partido Conservador), más la Falange Nacional (Ministros Ignacio Palma y Bernardo Leighton). Dentro del mismo Partido Radical se había producido una división a propósito del envío al Parlamento por parte de González Videla de la Ley de Defensa de la Democracia, dando lugar a la fundación de una fracción radical que se llamó Partido Radical Doctrinario. En la Convención de 1949 celebrada en Viña del Mar se produce nuevamente la unidad radical. Por último en 1952 se levanta la candidatura de otro radical, Pedro Enrique Alfonso Barrios, en alianza con falangistas y social­ cristianos. Alfonso sale derrotado por un amplio margen en 1952 por el General Carlos Ibáñez del Campo y, por último, en las elecciones presidenciales de 1958, el Partido Radical proclama la candidatura de Luis Bossay Leiva, quien fue derrotado por Jorge Alessandri Rodríguez, independiente de derecha. Pocos partidos como el radical imprimen carácter indeleble a sus militantes, puede dividirse, pueden desarrollarse en su seno encarnizadas luchas, pero un radical es siempre un radical, sea derechista o de izquierda. La razón de este fenómeno, es su fidelidad al laicismo que se coloca por encima de las doctrinas sociales y económicas. El hecho es que ese Partido participó en combinaciones de gobierno en el siglo XIX y XX, junto al Partido Liberal o fracciones de ese partido e integró, a veces, mayorías parlamentarias junto a la izquierda y no por ello adquirió el carácter de derechista o

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izquierdista. Y también, al igual que todos los partidos, durante la dictadura de Ibáñez sufrió la presencia de un sector que adhería a la dictadura, pero eso no le impidió como partido integrar la combinación de gobierno en la segunda presidencia de Arturo Alessandri y que al mismo tiempo se ubicaran en la oposición los radicales ibañistas. En esas condiciones se le presentó al Partido Radical ser la fuerza decisiva en las elecciones de Octubre de 1938. Tenía dos opciones, o se inclinaba como integrante del gobier­ no hacia la derecha y aseguraba el triunfo de Ross, o bien, se descolgaba del gobierno y hacía alianza con socialistas y comunis­ tas. Se produce la lucha interna para decidir, y entra a actuar el personaje decisivo, Juan Antonio Ríos. Mi padre al respecto consig­ na: "Juan Antonio Ríos secundado por los radicales ibañistas dio una tenaz e impetuosa lucha por separar a su partido de la combinación de gobierno y llevarlo a unirse con el llamado bloque de izquierda. Esa acción tuvo favorable acogida en la masa de los radicales que están tomados por la doctrina socialista. El Partido Radical entero se fue con la izquierda y se formó el Frente Popular". Ahora pareciera que esa resolución fue influida por la situación inconfortable que soportaba el radicalismo dentro del gobierno. Los apuntes dicen lo siguiente: "La derecha pudo haber impedido y, aún después deformado el Frente Popular, pudo dividir, al menos, al Partido Radical. Pero eso por prevenciones o por consideraciones políticas del momento, no lo quiso hacer. La verdad es que la masa derechista deseaba liquidar a los radicales y combatir contra ellos. Recuerdo muy bien que se nos acusó de querer "favorecer a los radicales" a los que trabajamos por el avenimiento con ellos, avizorando la situación que había de producirse". A pesar de las condiciones personales de Aguirre Cerda, fue tremendamente combatido por la derecha. Entre otras acusaciones que se le hacían estaba su calidad de masón, volviendo a resucitarse los viejos slogan contra el "triángulo y el mandil" y aún insinuaban la calumnia de que era adicto a la bebida.

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La unidad del Partido fue perfecta, lo que en algo influyó para que después la izquierda apoyara las presidenciales de Juan Anto­ nio Ríos y Gabriel González Videla. Pero sin perjuicio de lo anteriormente señalado, queda flotan­ do una interrogante: ¿por qué la derecha no intentó o no logró dividir al Partido Radical para la campaña de 1938?, y ¿por qué después lo logra con González Videla y Allende? La respuesta sería que el pensamiento socialista de las bases radicales determinó el hecho histórico que el partido encabezara una combinación de izquierda. Pero, ¿era sólo un recurso electoral?, o bien ¿es auténti­ camente un partido de centro, que soporta cualquier tipo de alianza política? Creo que a la derecha no le interesó dividir al Partido Radical en la campaña presidencial, por la sencilla razón de que estaba segura que la victoria aplastante le permitiría ahorrarse el precio a pagar por el apoyo radical y después en cambio en los gobiernos de González Videla y Allende, cualquier precio era aceptable para cambiar el carácter del gobierno de González Videla y para botar a Allende. Ahora hay que señalar que González Videla fue hábil para capear el temporal interno radical al deshacerse de conservadores tradicionalistas y organizar una nueva combinación de conserva­ dores socialcristianos, falangistas y radicales. La derecha en el fondo, no reclamó de la voltereta de González Videla, casi se podría decir que fue cómplice de la operación porque sabía que el Presi­ dente era ya un hombre de derecha. La disidencia radical derechista en el gobierno de Allende tuvo otro carácter. La derecha no necesitó hacer muchos esfuerzos para impulsarla. Un sector radical que se mantenía en el radicalis­ mo tradicional y laicista desde hacía tiempo, había adquirido un status social elevado, pensaba y sentía igual que cualquier dere­ chista rico propietario, y como cualquier derechista sufría del terror de lo que significaba un gobierno de izquierda. Cualquiera que sean las denominaciones que adopten los grupos disidentes radi­

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cales que subsistieron después de la caída de Allende, ninguno de ellos, insisto, son fácilmente recuperables para un Partido Radical unido que se declare socialista. Pero volviendo a 1938 donde el Partido Radical, además de fuerte electoralmente, era el complemento necesario para que funcionara un frente popular, resta por analizar si esa situación fue simplemente coyuntural o si el destino histórico del Partido, termi­ na siempre por ser un partido esencialmente de centro izquierda. Pareciera que por muchas alteraciones que haya sufrido el cuadro político desde 1938, el Partido Radical siempre sigue siendo de centro izquierda y sus posiblidades, cualquiera que sean, para llegar al poder, no están en la centro-derecha.

LOS SOCIALISTAS

El nacimiento del Partido Socialista germina en la revolución del 4 de Junio de 1932, encabezada por Marmaduque Grove, época en que se produce el esfuerzo unificador de varias organizaciones de orientación socialista y su formal nacimiento se realiza el 19 de Abril de 1933. La Declaración de Principios establece lo siguiente: "El Partido Socialista adopta como método de interpretación de la realidad el marxismo, enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos del constante devenir social". Esa declaración ubica al Partido entre los que niegan el carácter dogmático del marxismo, planteándolo como método de orientación social, de conocimiento real y de acción revolucionaria no reformista; sin embargo, en la misma Declaración de Principios se habla de "dictadura de los trabajado­ res", término ambiguo que vendría a contradecir el no dogmatismo desde el momento que "la dictadura del proletariado" es la tesis

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central del marxismo-leninismo dogmático. Pero la verdad es que no fue el espíritu de los fundadores crear un partido que doctrina­ riamente fuera copia de la base doctrinaria del Partido Comunista, sino que más bien el término de "dictadura de trabajadores" se utilizó como una amenaza frente al gobierno derechista de Alessandri. El Partido Socialista no se afilió a ninguna Internacional, pero se declaraba americanista y solidario con todos los pueblos explo­ tados. Aceptaba utilizar el mecanismo básico de la democracia política, la vía electoral, agregando al concepto de democracia un contenido económico y social. Casi más importante que la Declaración de Principios de 1933 es el Programa aprobado en 1947, donde se explícita en forma clara el tipo de marxismo que adopta el Partido que es el de instrumento analítico y se da respuesta socialista a los principales problemas. El Partido Socialista nace en un momento de ascenso de la clase obrera, que en esa época da forma a sus organizaciones de lucha sindical y confirma su unidad en la C.T.CH. (Confederación de Trabajadores de Chile), que recibe el contingente de la I.W.W. (International World Workers), aun cuando sólo pasado algún tiempo recibe también las fuerzas de la F.O.CH. (Federación Obre­ ra de Chile), de orientación comunista. Sin embargo, la unidad fue relativa porque en las Federaciones y Sindicatos la competencia entre socialistas y comunistas se siguió manteniendo, como conse­ cuencia de la "guerra de las Internacionales". Era difícil para muchos dirigentes obreros comprender en todo su significado que el Partido Socialista se marginara de las Internacionales. En el campo sindical dominaban ampliamente comunistas y socialistas, hecho que determinó durante largos años que en el nivel político, ambos partidos se vieran obligados a sellar una alianza que tenía los caracteres de un "matrimonio mal avenido". El sindicalismo cristiano virtualmente no existía, pues sólo llegó a tener importancia en la década del 50.

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La vida del joven Partido en el plano doctrinario se mantenía hasta 1967 en el cuadro que señaló el programa de 1947, pero en 1967 se organiza una Conferencia Nacional de Organización que altera la Declaración de Principios y el Programa de 1947, a través de una resolución que declara al Partido marxista-leninista. Inter­ namente se objeta la resolución por ser tomada en una reunión que no era Congreso y sobre todo se objeta por su significado, que no era otro que aceptar la teoría soviética de que la única interpretación de la doctrina global marxista era el leninismo, resultando entonces incomprensible el hecho de por qué el Partido Socialista se marginó de la III Internacional desde su nacimiento. Pero interesa muy especialmente comprobar a través de la historia del Partido Socialista, la concepción democrática del Par­ tido, o sea si éste siempre consideró compatible democracia y socialismo. Desde el punto de vista concreto el Partido Socialista eligió y aceptó el mecanismo básico de democracia política al concurrir a las urnas electorales y sujetarse a sus resultados y algo más, tanto en 1938 en el gobierno del Frente Popular como después en el gobierno de la Unidad Popular, aceptó actuar con arreglo al sistema jurídico de la democracia liberal y burguesa. Punto aparte es el problema de los medios para poder llegar al poder. En ese problema desde la visión socialista no se trata de la legitimidad de los medios, ya que es indiscutido el derecho a defensa de los pueblos, más aún a la rebelión contra toda tiranía, sino que la elección de los medios estaría sujeta al ritmo de desplazamiento de la minoría capitalista. El Programa de 1947 dice al respecto: “sería necesariamente la culminación de un proceso orgánico, que se realizará en la superficie de la vida histórica, en la forma que determine la resistencia que ofrezcan los grupos privilegiados a lasfuerzas en ascenso de la revolución socialista". Ahora para ser franco, el Partido Socialista, a diferencia del Partido Comunista, tuvo el pecado de tentarse algunas veces con los golpes militares o la invocación a la vía armada, en la ingenua

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creencia que ello podría favorecer la ascensión de la izquierda al poder. Pero, en definitiva la línea gruesa ha ido en el sentido de declarar la compatibilidad de democracia y socialismo. Respecto a las "tentaciones socialistas" por los golpes milita­ res, recuerdo lo sucedido en el Senado frente al abortado golpe del General Roberto Viaux Marambio en el año 1969. Recién conocido el hecho se celebró una sesión del Senado y en esa oportunidad hablé yo y creo que Corvalán por el Partido Comunista, protestan­ do y denunciando lo sucedido y además convocando al pueblo a una reunión frente a la Biblioteca Nacional. Con sorpresa pidió la palabra la senadora socialista María Elena Carrera, quien defendió la posición de los militares sublevados. Pasados algunos años, ya en el exilio, mi querido amigo Carlos Lazo me confirmó que durante el día del fracasado golpe él y otros socialistas habían mantenido tratativas con los militares. Volviendo a 1938, el Partido Socialista recién jugó un rol preponderante en la formulación, organización y realización del Frente Popular, aun cuando su convivencia frentista no le fue fácil. La idiosincrasia del Partido lo hacía chocar en primer lugar con los comunistas y en seguida con los radicales, pero en definitiva las fricciones se superaron. En el primer gabinete del Frente Popular que duró un año figuraron Arturo Bianchi, Miguel Etchebame y Carlos Alberto Maftpez como socialistas, pero al año ingresaron como Ministros algüños dirigentes de mucho peso, Oscar Schnacke, Salvador Allende y Rolando Merino. La gestión que realizó Allende en el Ministerio de Salubridad fue en extremo exitosa y, muy especialmente, consecuente con su línea y vocación de médico social. La trayectoria del Partido, posterior al Frente Popular, no se compadece con los signos promisorios que decidieron su funda­ ción. Es tal vez el partido chileno que más veces se ha dividido y cuyas divisiones sean más difíciles de comprender por la opinión pública, que se hace la pregunta a qué obedecieron y obedecen.

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Fueron o son ¿personalismos?, ¿diferencia de estrategias?, ¿moti­ vos doctrinarios? Nadie extraño al Partido está en condiciones de responder. Sin embargo, esas divisiones le hicieron mucho mal al socialismo. De ellas se aprovecharon otros partidos que acogieron a valiosos militantes socialistas, especialmente los disidentes fue­ ron a dar en su mayoría al Partido Comunista, al MIR y algunos al Partido Radical. La situación conflictiva del P.S. durante el gobierno de la Unidad Popular con Allende, no me atrevería a sostener que se debiera a la idiosincrasia del Partido. Las dificultades son propias de los gobiernos de coalición en régimen presidencial. Y no me atrevo a juzgar debido a que me tocó ser actor en un conflicto parecido entre Frei y la D.C. en 1968. El problema en todo caso reside en el hecho de que en régimen presidencial no están defini­ dos los ámbitos propios del Presidente de la República y su propio partido para señalar los caminos políticos. El Partido Socialista que he tratado de describir en estos apuntes es el de 1938 y siguientes. Como han pasado 50 años, no estoy en condiciones de opinar si los trazos esenciales del P.S. se han perpetuado hasta hoy día, sobre todo si se considera que ha sucedido la crisis del socialismo real que ha obligado a los partidos socialistas, aún a los que no adherían a ese socialismo, a buscar nuevos caminos.

LOS COMUNISTAS

Resulta bastante fácil y justificada una crítica global a lo que significó el sistema político de la URSS y la actitud de los partidos comunistas del mundo que apoyaron el sistema, después que ha sucedido el derrumbe de la URSS. Sin embargo, sería también faltar a la objetividad no reconocer que los partidos comunistas en etapas

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históricas jugaron un rol importante para la democracia. Los partidos comunistas no adictos a la política de la URSS o pro-soviética, como el Partido Comunista Italiano, sin embargo lograron despertar un odio irresistible que se expresaba en lo que se llamó anticomunismo primario. Nada bueno podía esperarse de un comunista. Hasta las coincidencias coyunturales pasaban a ser calificadas de "maquiavelismo deliberado". Pero curiosamente los partidos comunistas en algunas etapas históricas lograron la adhe­ sión de la gran mayoría de la intelectualidad. Los casos de Francia y Chile son muy típicos al respecto. En Francia, en la Segunda Guerra Mundial, la derecha se embarcó sin reservas con Petain,9 colaboró con los nazis y hasta cooperó en el exilio de los judíos franceses. Frente a esa realidad y en un país ocupado, nació la "resistencia", que a decir verdad, fue organizada y operada por el Partido Comunista francés principalmente. Hubo un bache en el camino que fue el pacto Stalin-Hitler que fue superado, pero los principales intelectuales de la época, sea transitoria o permanente­ mente, en el fondo adhirieron al P.C. Yo recuerdo por ejemplo haberme suscrito a la revista "Tiempos Modernos" difundida por Jean Paul Sartre y donde escribían las mejores plumas de Francia y lo hice impresionado por la actitud de Emmanuel Mounier en la revista Esprit (verdadero gurú de la Falange), quien transitoria­ mente, si se quiere, apoyaba la colaboración con el P.C. Fuera de Aragón que era Stalinista, adherían también escritores como Paul Eluard, Camus, etc. y en Inglaterra figuras como George Bemard Shaw. En Chile sucedía algo parecido con los intelectuales antifas­ cistas. Además de Neruda y Volodia Teitelboim, habría que citar a Manuel Rojas, González Vera, Carlos Droguett y otros. Con Ma­ nuel Rojas, con quien mantenía una gran amistad, conversamos una vez el tema de los llamados "compañeros de ruta" y llegamos a la conclusión que no existiendo riesgo que ni Chile ni Francia pasaran por el peligro de ser absorbidos por la órbita de la URSS, más valía la pena estar con el P.C. en la lucha antifascista, que

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guardar silencio frente al pro-fascismo o franquismo que domina­ ba en la derecha chilena. Una vez aceptada por el P.C. chileno la tesis de Dimitrov de apertura hacia los partidos burgueses para hacer frente al enemigo principal que era el nazismo, el Partido trabajó con mucha eficacia dentro del Frente Popular, aun cuando se suscitaron algunas dificultades con los socialistas. Fue difícil para el P.C., que siguien­ do las enseñanzas de Luis Emilio Recabarren, había logrado con mucho esfuerzo crear una fuerza sindical como la F.O.CH, integrar esa fuerza en una organización centralizada como la C.T.CH, donde tendría que convivir con los socialistas. El P.C. como integrante de una coalición triunfante no exigió una participación exagerada en el Gobierno de Pedro Aguirre Cerda. Comprendió que en la tarea antifascista lo más importante era consolidar la permanencia del Partido Radical dentro de una combinación de izquierda. Por lo demás el carácter del líder Elias Lafertte fue propicio para evitar choques dogmáticos o sectarios.

IBÁÑEZ, UNA FUERZA MAS PARA EL FRENTE POPULAR

Puede ser que un político posea carisma para muchos, pero es difícil que ese carisma sea apreciado por todos. Ibáñez como político y no como militar, logró a través del tiempo despertar adhesión a su persona. La fidelidad que le guardaron los llamados "ibañistas" le dieron el triunfo en 1952. Para comprender los motivos que impulsaron la candidatura de Ibáñez, se hace necesario referirse al carácter que tuvo su dictadura. El período de 1927 a 1931, no fue propiamente una dictadura militar, aunque fue apoyada por las Fuerzas Armadas. Fue la dictadura de un militar que surgió en el golpe de 1924, pero que

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desde entonces empezó a trabajar para sí mismo. Primero se constituyó en el líder de la que se llamó "oficialidad joven" que estuvo en contra y derrocó a la oficialidad vieja y reaccionaria, hasta que llegó a ser Ministro de Guerra del Presidente Emiliano Figue­ roa y ya instalado en su cargo, inició poco leales maniobras hasta asumir la totalidad del poder. Mi suegro, Manuel Rivas Vicuña, Ministro del Interior, en un artículo de El Mercurio que tituló "80 días", cuenta los detalles de esas maniobras. Ibáñez, personalmente era antioligárquico, aun cuando se casó con doña Graciela Letelier, rica hacendada y aristócrata. El Gobierno que hizo puede calificarse como populista y demagógico. Como militar planteó el dogma del apoliticismo, pero, paralela­ mente, hacía política de partidos dividiéndolos a todos. Siguiendo esa política conseguió que los partidos se pusieran de acuerdo para presentarle una lista de candidatos al Congreso que correspondie­ ra al número exacto de cargos a llenar, quedando en consecuencia automáticamente elegidos. Ese fue el Congreso Termal de 1930. Ibáñez se había retirado a las Termas de Chillán y desde allá rechazaba o aceptaba los nombres que se le proponían. Se cuenta que a veces el rechazo de un nombre iba acompañado de la siguiente frase:"éste no porque ya tocó camioneta". La misma represión que ejerció y en especial el exilio de unas 40 personas, entre ellos mi padre, más la motivación política tuvo color publicitario y demagógico. Selectivamente se eligió a perso­ nas representativas de los más diversos sectores políticos, financis­ tas o jueces, para demostrar con ello la independencia del Presiden­ te de la República. Entre los financistas desterró a Agustín Edwards M. dueño de "El Mercurio", sin perjuicio que el diario siguiera su línea tradicio­ nal de apoyar todas las dictaduras. La crisis económica y la corrupción del régimen provocó su caída, a pesar de que Ibáñez conservaba el apoyo teórico de las Fuerzas Armadas. El detonante fue la movilización social, salieron

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a la calle estudiantes, profesionales y el pueblo. Las Fuerzas Arma­ das no estuvieron dispuestas a poner la cara para defender a un régimen fracasado (los oficiales no salían a la calle de uniforme). El último acto de Ibáñez fue renunciar y tal vez ese gesto le permitió resucitar políticamente en 1938 y volver al poder en 1952, porque demostró inteligencia al evitar el derramamiento de san­ gre. En 1938 había perdido parte de su fuerza de apoyo, aun cuando conservaba la "vieja guardia" que después fundaría el Partido Agrario. Personalmente vine a conocer a Ibáñez en 1955, siendo Presidente de la Falange Nacional. Me citó a una reunión en La Moneda. De esa reunión no saqué conclusiones sobre su inteli­ gencia. Mantenía largos silencios mientras hablaba su asesor y después confundía la "Caja Fiscal" con la "Caja de Previsión" y, en consecuencia, le entendía poco lo que deseaba plantearme. A la salida a un amigo ibañista le conté la entrevista y me dijo "¿No te das cuenta que es un cazurro?" A lo mejor lo era y como en Chile nada da más prestigio que ser "macuco", a Ibáñez se le adjudicaba esa calidad que permite a los fieles interpretar los silencios o equívocos del líder. La candidatura de Ibáñez encontró acogida. Numerosos sectores de clase media apoyaban esa candidatura como una manera de no verse obligados a elegir entre Ross y Aguirre Cerda. Con posterioridad el Partido Nacional Socialista de González Von Marés apoyó como Partido la postulación de Ibáñez. Las manifes­ taciones de proclamación contaban con buena asistencia. Pero, en definitiva, las fuerzas que apoyaban a Ibáñez no eran lo suficientemente fuertes como para hacer frente a las otras dos candidaturas. Se pensó que la mantención de la candidatura tenía como objeto dar el tiempo necesario para que los militares intervi­ nieran. Recuerdo que a mi padre lo que más le preocupaba de esa candidatura, era que ponía fuera de sí al Presidente Alessandri y lo

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podía empujar a lo que mi padre temía: las peores actitudes en un momento en que era necesario que un Presidente tuviera pondera­ ción. Los militares no intervinieron y el Partido Nazi se desembar­ có de la candidatura de Ibáñez para apoyar a Aguirre Cerda. El paso dado por González Von Marés cayó muy mal en la derecha, no sólo porque robustecía la candidatura del contrincante serio de Ross, sino también porque sentimentalmente se sentían cerca de los nazistas, podrían ser la nueva derecha que ejercitara sin escrúpulos la violencia. Esa simpatía no debía en esa época haber tenido base si se considera que el fascismo planteaba una posición anticapita­ lista y anti-imperialista. Pero, la verdad es que después, en los años 40 a 45, los fascistas europeos dejaron de poner énfasis en el anticapitalismo para acentuar el anticomunismo, lo que concitó la adhesión de una gran parte de la derecha europea, como fue el dramático caso del petainismo francés. Al final la candidatura de Ibáñez se retiró y el fenómeno de la polarización entre derecha e izquierda fue el hecho que determinó el tono y clima de la campaña.

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Capítulo IV LA DERECHA UNIDA

El Partido Conservador fue fundado durante el gobierno de Manuel Montt Torres (1851-1861), a raíz de la división que sufrió el antiguo Partido Pelucón. No quiero repetirme señalando las combinaciones políticas en que participó el naciente Partido Con­ servador, ya que de ellas hice mención al desarrollar la trayectoria histórica del Partido Radical. Sin embargo no está de más volver a insistir en la importancia que tuvo el pacto-fusión liberal-conserva­ dor, que entre otras cosas produjo la elección de Joaquín Pérez Mascoyano, quien designó en su Gabinete a Manuel Antonio Tocomal, uno de los líderes históricos del Partido Conservador. Las fricciones entre los socios del Pacto-Fusión Liberal-Con­ servador se hicieron presente desde 1871 bajo la Presidencia de Federico Errázuriz, terminando con el retiro de los conservadores del Gobierno y el inicio de lo que se llamó "las luchas teológicas" que adquirieron mayor violencia durante el gobierno de Santa María. Como en todas las guerras sus inicios provienen de hechos que no las justifican. La Primera Guerra Mundial de 1914 se produjo a raíz del asesinato del Archiduque de Austria en Sarajevo y la magnitud de la Segunda Guerra vino después de Pearl Harbor. En Chile la guerra religiosa del siglo XIX provino en sus orígenes de incidentes que no la justificaban. El primer incidente fue el viaje

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a Europa del Obispo de la Serena Monseñor Orrego. Este había comunicado ese viaje al Presidente de la República, pero no había solicitado permiso, que según el Gobierno era necesario en un régimen de "patronato" como el que en la época existía. Vino después el incidente ya más grave de la designación del Arzobispo de Santiago con la muerte de Monseñor Valdivieso. El Gobierno propuso al Vaticano la designación del Presbítero Francisco de Paula Taforó y la Iglesia resistió esa proposición. El Vaticano envió un delegado Apostólico, Monseñor Celestino del Frate, quien informó en contra de Taforó. El Gobierno, en vista de ese informe rompe relaciones con el Vaticano en Enero de 1883. Inmediatamen­ te en el mes de Jimio o Julio, el Ejecutivo envía al Congreso una colección de leyes laicas, que para la Iglesia y el Partido Conserva­ dor constituían verdaderas pedradas. La situación era tan grave que ya en 1890 se hablaba de declarar vacante el cargo de Presiden­ te de la República. El Presidente Balmaceda trata de arreglar los entuertos con el Gabinete de Belisario Prats, el Partido Conservador participa en el Gabinete, después se retira y declara la oposición cerrada a José Manuel Balmaceda. La situación llega a un punto máximo de crisis cuando la mayoría del Congreso llama a la Marina a sublevarse. Todos los historiadores coinciden que la crisis de 1891 se produjo por una discrepancia del Ejecutivo con el Parlamento respecto a que la ley de presupuesto no había sido presentada por el Gobierno. Esa sin duda fue la mecha que prendió la hoguera, pero los motivos profundos que llevaron las cosas hasta la guerra de 1891, fueron otros de carácter ideológico. Tal es así que nadie podría explicarse que entre las fuerzas revolucionarias se encontraran unidos radica­ les con conservadores. A mi juicio en 1891 lo que estuvo en juego fue el concepto autoritario de Gobierno. El Parlamento vuelve a recuperar su carácter de Poder del Estado al precio de mucha sangre derramada. La imagen de Balmaceda pasa a la historia

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como la del primer mandatario moderno que ostenta una visión desarrollista e independiente de Chile y la de los revolucionarios como precursores de un auténtico republicanismo. En las familias conservadoras se perpetúa de padre ahijó una tradición de profun­ do respeto por los líderes de la revolución, entre ellos la figura de Carlos Walker Martínez. El Partido Conservador en 1891 tiene 39 diputados, lo que le da preponderancia contra 5 diputados que había sido su represen­ tación en el pasado. Sin perjuicio de lo señalado anteriormente, o sea, el fenómeno que se expresó en 1938 de liquidación de fronteras entre liberales y conservadores, conviene conocer lo que era y representaba el Partido Conservador en el pasado. Por tradición lo conocí y debo reconocer que en cierta medida sentía adhesión por él, en especial a través de la vida de mi padre. La gran mayoría de los católicos chilenos vivía apegada al viejo conservantismo tradicionalista, creyendo en su inmutabili­ dad, sin pensar en la realidad histórica, y llega así un momento en que las ideas políticas mueren sin remedio. El resultado de esa miopía fue que el conservantismo, aun cuando seguía siendo una fuerza política importante, no contaba ya en la preocupación de la juventud. En el primer plano de esa inquietud se encontraban el comunismo, el socialismo y el fascismo. Chile es y ha sido un país extraordinariamente politizado. Los partidos políticos existen como representantes de corrientes de opinión y de acción de diferentes grupos sociales. El independentismo prospera sólo cuando soplan vientos autoritarios. La opinión católica, le gustara o no, votaba en esos años por el Partido Conservador. Los estatutos del Partido establecían claramente su confesionalidad: era Partido Católico. La Iglesia, por su parte, aceptaba gustosa que la representación de la fe y de sus intereses se centraran en un partido político. Tanto la jerarquía como el clero se sentían

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militantes, a quienes alcanzaba la autoridad de los líderes y la disciplina partidaria. En los períodos electorales, desde el púlpito se predicaba la obligación de conciencia de los católicos de votar "bien" y por el partido "defensor de la verdad". Históricamente esa simbiosis Iglesia-Partido Conservador provenía de las luchas cívico-teológicas del siglo XIX. Lucha enco­ nada que se dio contra el liberalismo y su hijo político: el radicalis­ mo. Hoy puede aparecer ridicula y arcaica la pasión que dividió a la clase dominante en el siglo pasado, pero en la época creó los odios más irreconciliables. Batallas como las dadas alrededor del matri­ monio civil o los cementerios laicos alcanzaban a la ortodoxia católica. Las posiciones conservadoras fueron mantenidas pagán­ dose un alto precio: la pérdida del poder político que pudiera haberse obtenido mediante una alianza con los liberales, dejando al margen el problema religioso. La composición social del Partido era una derivación del hecho histórico señalado. Dirigido y dominado por la aristocracia terrateniente, militaban también en él sectores de clase media y proletariado. La presencia de este último sector, que puede ser considerada extraña, tiene una explicación. En primer lugar, como ya lo dijimos, el problema religioso jugaba un importante papel, pero también existía otro fenómeno que se daba y se sigue dando. Hay sectores de la pequeña burguesía y del proletariado que adhieren siempre a los tradicionalismos autoritarios. Posponen su sentido de clase para servir al que consideran jerárquicamente superior. En tiempos de la conquista existieron indios yanaconas que defendían los intereses españoles en contra de sus hermanos de raza. En Chile, no hay nada más reaccionario que la empleada doméstica antigua en la casa de un rico patrón.' Simultáneamente la Iglesia predicaba la resignación. En las haciendas o fundos, una vez al año se llevaba a un cura para que diera lo que se llamaba "misiones". Guardo en la memoria el testimonio de una de esas "misiones" y sólo su recuerdo me

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avergüenza como católico. A la hora en que los trabajadores terminaban cansados su labor, que era de sol a sol, se les obligaba a ir a la capilla a escuchar el sermón. El cura hablaba con los patrones presentes. El pecado era siempre el tema central, pero los únicos pecados graves que merecían las penas del infierno eran el robo y la embriaguez. Después el cura, alojado cómodamente en la casa patronal, asistía complacido a una buena cena. La Iglesia patrocinaba una organización de obreros católicos llamada "Obreros de San José". Esos obreros, como se les llama en Chile, eran "apatronados". Votaban sin cobrar en las elecciones y asistían organizadamente a las procesiones. Sería incompleta la descripción de lo que era el Partido Conservador, si sólo nos refiriéramos a su carácter oligárquico y clerical. La verdad es que desde 1858, fecha de su fundación al separarse del tronco del peluconismo, pasó a ser el Partido Católico "per se", viviendo largo tiempo en la oposición. La lejanía del poder político lo fue transformando en baluarte del parlamentarismo y del estado de derecho. Poco a poco a través de su historia fue contradiciendo su origen portaliano, aun cuando la figura de Diego Portales se reclamaba como propia. La batalla por la libertad de prensa, de reunión, de educación, pasaron a ser sus motivos principales de lucha. Por otra parte, el conservantismo se adelan­ taba a la época, planteando la idea y la necesidad de la existencia de organismos intermedios y con autonomía entre el Estado y los ciudadanos. En ese espíritu Manuel José Irarrázabal, líder conser­ vador, redactó y logró aprobar la ley de Municipalidades. En materias económicas-sociales el conservantismo profesa­ ba el liberalismo más ortodoxo. Los más connotados discípulos de Adam Smith en la cátedra universitaria o en el Parlamento, fueron conservadores (Zorobabel Rodríguez, Darío Urzúa, Héctor Rodrí­ guez de la Sotta, etc.). Lo curioso es que los conservadores eran individualistas, más por principio que por conveniencia, no así los liberales que disimulaban sus ideas tras algunas actitudes de sensibilidad social.

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El Partido Conservador en 1938 integraba junto a liberales, radicales y democráticos la conducción del Gobierno que apoyaba al Presidente Arturo Alessandri Palma en su segundo gobierno. No fue fácil para el Partido acordar ese apoyo a un hombre a quien se había combatido en la forma que lo hizo en 1920. La actitud realista de sus líderes, especialmente mi padre y Horacio Walker, quienes habían sido enemigos acérrimos de Alessandri, hicieron posible que el Partido aceptara apoyar al candidato que mejor chance tenía de triunfar. Elegido Alessandri las relaciones con el Partido fueron bue­ nas. El apoyo fue leal, aun cuando limitado a lo indispensable. Alessandri no se atrevía a tratar a los conservadores en la forma como trataba a otros partidos de Gobierno. Por eso fue que el Partido Conservador mantuvo independencia para condenar los desbordes del Presidente. El Partido había logrado un triunfo en las elecciones parla­ mentarias de 1937 y con entusiasmo apoyó la postulación de don Gustavo Ross. Pasada la campaña, sin embargo, se produjo la crisis del Partido con su Juventud.

LA CRISIS CONSERVADORA Y LA FALANGE NACIONAL

El 22 de Noviembre de 1938 la Junta Ejecutiva del Partido Conservador lanza un manifiesto en que declara en reorganización a la Juventud por "hollar los deberes de la disciplina y de la lealtad". El manifiesto hace mención de una circular acordada por la Juventud que decía lo siguiente: "Dar a los falangistas libertad para adoptar personalmente ante el hecho electoral la posición que en conciencia estimen más conveniente para el país". La resolución de la directiva conservadora se tomó con posterioridad al acto eleccionario y eso hace pensar que la libertad de acción a los falangistas no inquietó

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a la directiva conservadora, que pensaba que el triunfo de Ross sería aplastante, pero cuando la diferencia de votos entre Aguirre Cerda y Ross fue de 4.111 votos, las cosas cambiaron y el tono de la declaración fue extremadamente duro. La verdad es que la crisis del Partido Conservador y el nacimiento de la Falange era un proceso que venía arrastrándose desde largo tiempo. Desde el primer momento existió un gran mal entendido. La Juventud Católica, que a la caída de Ibáñez toma conciencia de su responsa­ bilidad política, elige entrar al Partido Conservador, que además de compartir una misma fe religiosa, era el partido que en menor escala se había entregado a Ibáñez. A su vez el Partido Conservador carente de juventud recibe alborozadamente el nuevo contingente. Los jóvenes entendían que el ingreso era conservando la autonomía y el Partido Conservador entendía que la disciplina común alcan­ zaba a los jóvenes. A pesar del mal entendido nada habría pasado si no hubieran ocurrido dos hechos: el éxito obtenido por la Juventud en bases de clase media del Partido, que hizo que se desatara la defensa de los sectores más reaccionarios a través de un organización que se llamó "Acción Conservadora" y el otro hecho fue la designación de Ross como candidato. El rechazo popular contra Ross era tan grande que lo llamaban "El Ministro del Hambre". Ningún joven con alguna idea de justicia social se atrevía a proclamarse partidario de Ross. La crisis con el Partido Conservador, fue tomada por la gran mayoría de la juventud como una coyuntura favorable para el desarrollo de la idea social cristiana. La propia pequeñez de la Falange y el cuadro político en que le tocó actuar, favoreció la imagen que había nacido una fuerza nueva no comprometida con el orden vigente y distinta al tradicionalismo católico. Eso hizo que se establecieran vínculos de mutua simpatía con la izquierda, vínculos que se estrecharon debido a que la Falange y la izquierda recibían ataques implacables de los mismos enemigos. Especial. mente se establecieron lazos de buena amistad con los radicales.

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Favoreció también la imagen progresista de la Falange, la forma como ésta visualizó el fenómeno del Frente Popular. Sin estar de acuerdo con él, pero siguiendo de cerca el pensamiento de Mounier sobre el Frente Popular de Francia, se valorizaba el hecho que la clase obrera militara en los partidos que integraban ese Frente.

SE CREA LA FALANGE

Después del Acuerdo de la Junta Ejecutiva del Partido Con­ servador, vino una declaración de la Falange rechazando la reorga­ nización, una carta de 6 diputados elegidos por el Partido Conser­ vador en que adherían a la Falange y por último una larga declara­ ción doctrinaria de Manuel A. Carretón, Presidente de la Falange Nacional. Para ser absolutamente sincero, creo que lo que Carretón planteaba como programa de la Falange, si se leyera con ojos de 1994 o sea 56 años después de que se planteó y en un contexto distinto, pueden aparecer débiles para un partido progresista, pero, yo considero que lo valioso de la Falange fue su praxis, su voluntad de ruptura con el orden vigente, su honestidad como partido y la de sus dirigentes. Entre ellos merece destacarse a hombres como Leighton, Frei, Carretón, Ignacio Palma, Manuel Sánchez, Radomiro Tomic, Tomás Reyes y sobre todo a los modes­ tos militantes, que supieron esperar con fe de carboneros largos años para ver convertida la pequeña Falange en un gran partido. Pero no todos los primeros pasos de la Falange fueron color de rosa. Desde el primer momento se hizo presente un conflicto latente con la Jerarquía Eclesiástica. La casi unanimidad del Epis­ copado estaba en contra de que se hubiera dividido al "Partido Católico". Sólo Monseñor Manuel Larraín E., Obispo de Talca, comprendía la rebeldía de la juventud e igual actitud tenían algunos sacerdotes como Francisco Vives, el Padre Fernández

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Pradel S.I. y en cierta medida Oscar Larson, o sea, sólo algunas individualidades. No podría separar el análisis de los conflictos de la Falange con la Iglesia de la actitud que tuvo un conservador y católico como mi padre. Se ha dicho que fue falangista. Eso no es efectivo, era un conservador que había experimentado una evolución notable en sus ideas sociales. Por eso hizo todo lo posible para que la genera­ ción juvenil católica entrara al Partido Conservador con autono­ mía. En sus apuntes expresa lo que esperaba y deseaba para su partido y para la Falange. "No pueden preverse las consecuencias que un trastorno puede traer para la religión, para el país y para su paz social. Pero, en medio de tantas sombras, diviso por un lado claros en el horizonte: cifro esperanzas en el Movimiento de la Juventud Conservado­ ra. Conozco bien de cerca a sus dirigentes: son católicos y son patriotas, forman una pléyade de inteligencias selectas, poseen cuerpo de doctrinas, están persuadidos de que les corresponde una misión nacional y, con presuntuosa audacia, se sienten con fuerzas para realizarla. Entraron al Partido Conservador, venciendo íntimas resistencias y cuidando de tener entidad propia y de guardar autonomía. Habían comenzado a mirar los asuntos nacionales durante un interregno de vida pública, en los tiempos de la dictadura de Ibáñez, cuando se hacía campaña contra los partidos políticos y cuando en los medios católicos se predicaba el abstencionismo. Esto les hizo daño de desvincularlos de las generaciones anteriores y del espíritu de continuidad, pero al mismo tiempo y como compensación, lesfue útil y los capacitó mejor para la misión que les corresponde, porque los liberará de heredar prejuicios, prevenciones y apasionamientos. Alfredo Mendizabal, tratando de la tragedia española, producida por el terrible choque entre la izquierda y la derecha decía: 'No había grupos intermedios suficientemente poderosos para amortiguar el choque...'. Habría sido necesario ser a la vez conservador y renovado, saber

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disociar las formas accidentales de los valores permanentes, orientarse hacia el progreso sin olvidar la tradición, renunciar al prejuicio de que todo lo nuevo es excelente y, a la vez, el prejuicio de que todo lo antiguo debe conservarse. El día en que las clases medias o una parte importante de ellas, dirigidas por una élite intelectual dotada de vocación política, se organi­ zaran en un gran partido, el día en que ese partido se erigiera en defensor de la libertad y del orden público en oposición a las tendencias demagógicas de casi todos los grupos de izquierda, ese día se producirá la estabilidad del régimen y su consolidación. Esa gran fuerza progresista y conservadora sería, al mismo tiempo, el eje de la política, el regulador de las disenciones entre los grupos extremos y el soporte de continuidad de los gobiernos sucesivos. Poner en Chile lo que le faltó en España es tarea que, a mi juicio, puede realizar la Falange, produciendo una transformación en el Partido Conservador. La Falange está capacitada para hacerlo: sus dirigentes son la 'elite intelectual con vocación de políticos', que en su cuerpo de doctrinas han disociado las formas accidentales de los valores permanentes, están despo­ jados de prejuicios, han logrado penetrar en la clase media y gozan de confianza popular. El Partido Conservador está en situación de recibir fácilmente esa transformación. Se llama 'conservador' simplemente por una coincidencia histórica, sin que antes se haya motejado a los retrógrados y clasistas partidos conservadores europeos. Lo constituyen católicos de todas las tendencias y clases sociales, que se han creído en la obligación de agruparse para defender los altos intereses morales en el terreno político. De aquí arranca su tradición, su esencia y su razón de existir. La ausencia de lucha político-religiosa en los últimos años, la unión estrecha con los liberales que defienden intereses y no principios, la reacción producida por las amenazas comunistas y las tendencias individualistas y represoras de muchos de sus actuales dirigentes, lo han ido precipitando hacia una exagerada posición de derecha extremista. Pero tal posición no correspon­

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de al carácter genuino del Partido, que siempre se ha encontrado abierto a las reformas y que ha sido celoso defensor de los principios de libertad y de legalidad. Tampoco esa posición refleja el sentir de la gran masa del Partido. En los últimos veinte años, ha habido un notable cambio personal en las filas: antes, la fuerza conservadora la formaban principalmente los dueños de fundo y sus inquilinos y, ahora, en realidad, la forman principalmente los hombres de condición independiente y modesta, edu­ cados en colegios católicos de cabeceras de departamentos. Ahora bien, estos hombres están más de acuerdo con la tendencia de la Falange que con el extremismo derechista. La empresa renovadora de la Falange sería de efectos salvadores. Haría un bien religioso. Aun cuando real y efectivamente la Iglesia actúa en un plano superior, distante y por encima de la política, es un hecho que el grueso público no ve eso y torpemente la identifican con los partidos católicos que proclaman defender los intereses religiosos. Pues bien, si el Partido en que se agrupan católicos se presenta abierto, comprensivo, justiciero y penetrado de ideas generosas, lejos de allegar prevenciones, rompería prejuicios y aportaría, sin duda, simpatías populares a la religión. Haría un bien social: serenaría el ambiente, evitaría que continúe la polarización de las fuerzas en la extrema demagógica y en la extrema reaccionaria y las conduciría a las soluciones de la filosofía social católica, únicas eficaces para conjurar el peligro comunista. Haría un bien político: pacificando los espíritus, produciría cierta unidad nacional o, por lo menos, haría más soportable la convivencia de los ciudadanos y evitaría el choque fatal que ocasione la catástrofe. ¡Dios quisiera que los acontecimientos no se precipiten y lleguen hasta frustrar toda esperanza!" Una vez producida la crisis, mi padre había enviado una carta de adhesión a la Falange, lo que le significó un nuevo motivo de ruptura con el partido en que militaba, pero como era católico ciento por ciento, tuvo en esos días una compensación de las amarguras que le deparaba la soledad. En sus apuntes anota:

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"Anoche, por Eduardo Freí, supe que el señor Obispo Auxiliar de Talca, don Manuel Larraín deseaba conversar conmigo. Inmediatamente fui a verlo. Me consultó una carta abierta que piensa dirigir a Eduardo Freí y en la cual, con gran elevación, fija la línea que deben seguir los católicos especialmente en las cuestiones sociales. El objeto de la carta es de un modo indirecto y discreto, dar amparo a las posiciones doctrinarias de la Falange. El señor Obispo me expresó que había defendido y aprobado mi actitud política, me dijo que, con mi actitud, yo había prestado un servicio a la Iglesia, mostrando que había católicos que no aceptaban la posición tomada por la derecha. Las palabras que oí del señor Obispo han sido para mí un inmenso consuelo, en medio de las murmuraciones y los ataques de que soy víctima". Al correr de los años y al margen de otros conflictos graves con la Jerarquía como el habido con el señor Obispo Salinas, las cosas se invirtieron de tal forma, que era la Iglesia la que había evolucionado más rápido que la Falange y después la Democracia Cristiana en el camino del progresismo social. Pero volviendo a 1938, si a mí me preguntaran por quién votaron los falangistas en la elección presidencial, yo respondería que en el secreto de las urnas una parte votó por Aguirre Cerda. Fundar un nuevo partido en 1938 que consiguiera identidad propia y singularidad en el cuadro político general, no fue empresa fácil. Yo creo que esas condiciones se lograron por la estrecha amistad y comunidad de ideas que existió en el grupo fundador. Algunas pinceladas no están demás sobre la personalidad de los principales inspiradores del grupo:

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EDUARDO FREI:

Yo lo conocí como compañero de curso en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, curso muy estudioso y califi­ cado por el número de parlamentarios, profesores y hasta un Presidente de la República que produjo. Al Senado por ejemplo llegaron Ladislao Errázuriz, Pedro Opazo, Sergio Fernández Larraín y diputados como Jorge Rogers, Paul Aldunate, Miguel Luis Amunátegui, Mario Ríos y grandes profesores como Lorenzo de la Maza y Víctor Delpiano. Sin embargo el curso adolecía de un defecto grave: estaba dividido en clases sociales que constituían compartimentos aparte. Existían verdaderas murallas entre la clase alta, media y media baja. Frei no pertenecía a ninguno de esos grupos clasistas. Su personalidad resaltante era considerada como algo solitaria. Se le tenía como el alumno que representaba más directamente el pensamiento del Rector Monseñor Carlos Casanueva y al Vice-Rector Francisco Vives Estévez. La razón de esa imagen no tenía mayor consistencia a no ser que haya influido en ella la intensa vida religiosa que observaba Frei. La protección de don Carlos Casanueva, que era partidario de que no se hicieran olitas políticas en el afán de conseguir aportes financieros para la Universidad Católica, o sea don Carlos era un santo oportunista, pero Frei tengo la impresión que no le gustaba servir de instrumen­ to para la operación financiera. Recuerdo que tanto yo, hijo de exiliado, como Francisco Hevia, nos preocupábamos por salir elegidos delegados al Centro de Derecho, tarea difícil porque don Carlos en plena campaña entraba al curso y pronunciaba un pequeño discurso a favor de Eduardo Frei. Este en un principio no manifestaba ninguna inquietud política, pero a poco andar, estan­ do como estábamos la gran mayoría del alumnado, plenamente inmiscuidos en la lucha por la libertad contra la dictadura de Ibáñez, cambió su apoliticismo, tendencia favorecida por los mili­ tares y fomentada por Monseñor Casanueva, por una actitud clara

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y decidida, que lo llevó a juntarse en la acción con el grupo que sería fundador de la Falange. El aporte intelectual de Frei fue muy valioso. Leía mucho y bien. La verdad es que poseía unas ansias de cultura intelectual superior al resto del grupo. Fue él quien nos introdujo en el mundo intelectual y muy especialmente en el mundo de los "grandes convertidos": Maritain, Raissa, Peguy, Bloy, etc., todos "cristianos comprometidos". Recuerdo como nos impresionó en la época y los comentarios colectivos que hacíamos de los libros de Maritain: "Cristianismo y Democracia"; el libro de Raissa Maritain: "Las grandes Amistades"; Peguy: "Con los Cuadernos de la Quincena", "El Duero", sus magníficos versos "El Misterio de la Caridad de Juana de Arco", "Eva". En esa época estaba de moda leer a Thomas Mann con su "Montaña Mágica". Una vez le hicimos una broma a Frei. Le inventamos que había llegado a Chile un nuevo libro de Thomas Mann que él no conocía. Quedó francamente deprimido e inquieto. La verdad es que la lectura a que nos impulsó Frei sin pedantismo alguno, contribuyó, en cierta medida, a conformar una posición inconformista y rebelde dentro del ámbito cristiano. La manera de vestir, muchas veces, es indicio de carácter de las personas. Frei en el vestir era pulcro y cuidadoso sin ser elegante. Como una anécdota se contaba que en su casa antes que sus hijos partieran al colegio hacía una revista sobre la vestimenta de la familia y en especial el lustrado de zapatos que era su hobby. En definitiva le caía mal el descuido vestimentario, aún en el nivel político. Ahora, en lo que respecta a su carácter personal poseía bastante sentido del humor, cuidando de manifestarlo sólo en la intimidad. Aun cuando a veces era dado al comentario sarcástico de quienes le pedían audiencias para hablar con él. Era una persona extraordinariamente impresionable, nada le impresionaba más que los informes y comentarios que recibía de su hermano Arturo

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a quien adoraba. La verdad es que Arturo siendo una buena persona, le trasladaba a Frei impresiones que no respondían exac­ tamente a la realidad política. La impresionabilidad de Frei era excesiva, aun cuando a la larga reaccionaba razonablemente. Re­ cuerdo una anécdota de los primeros tiempos, cuando la Falange sesionaba en pleno, aun cuando en teoría se reunía solamente la Directiva. Frei una vez que volvía de una gira por el norte, hizo ver la gravedad que significaba el armamento del Ejército. Existían unos cañones que según él disparaban haciendo un ruido infernal y graficando esos disparos hacía énfasis en que los cañones hacían "pum pum". Nosotros le dijimos que era natural que esas armas hicieran ese ruido. A mediados de su período de Presidente de la República se hizo amigo de don Fernando Aldunate y de Silva Espejo de "El Mercurio", quienes descubrieron el lado flaco del Presidente (impresionismo), impulsando disimuladamente actua­ ciones de Frei que perjudicaban la unidad del Partido. Si se me preguntara cuáles eran los grandes amigos que tenían verdadera influencia en el pensamiento de Frei, diría que fueron Javier Lagarrigue y Edmundo Pérez Zujovic. El primero transmitiéndole su espiritualidad religiosa y el segundo dándole visiones realistas de lo que era la vida financiera y económica del país. También distinguía a William Thayer y Juan de Dios Carmona, distinción que no se merecían si se considera la negra actuación de ambos personajes durante la dictadura militar. La lealtad de Frei hacia el Partido fue absoluta e invariable. Nunca influyó en él la desproporción de su importancia personal en la vida política y la pequeñez de su Partido. Era un general con mochila de soldado. Recuerdo lo desesperante que era presidir un acto público por lo nervios de Frei, el que se preocupaba de los más mínimos detalles: "¡acomoden a la gente en la platea, pero también en la galería!, ¡pongan esa silla acá o allá!", etc.; sin perjuicio que después pronunciara un excelente discurso. Se ha opinado que Frei políticamente era un conservador. Yo sinceramente no coincido con esa apreciación. En la etapa de la

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Falange, en las reuniones importantes donde se hacían presente tendencias más o menos populistas y cercanas a la izquierda, Frei siempre optaba por la tendencia más popular. Después, ya en la D.C. creo que tuvo un cambio que lo acercó al centrismo. Creo que ese cambio se debía a la obsesión del problema de la "eficiencia" política. Atemperó su pensamiento para ponerlo más en concor­ dancia con lo que estimaba era la realidad política. Pero aún en los momentos más críticos donde se producía un choque en su manera de pensar con la del Partido no imponía su criterio, resistiéndose a dejarse llevar por la impresión y ambiente que creaban algunos de sus consejeros áulicos. El problema de los aduladores que rodean a todos los presidentes de la República, es un problema difícil de resistir para quien, como primer mandatario, está obligado a considerar con amplitud la realidad política.

EL HERMANO BERNARDO:

Nunca durante mi larga vida política he dejado de considerar a Bernardo Leighton como la persona que más admiro. Es para mí un hermano. Es el "hermano Bernardo", motejo que le colgó Ricardo Boizard, conocido como "Picotón" en el periodismo. Lo conocí en la Universidad Católica, cursaba en leyes un año adelante del mío. Nos hicimos íntimos amigos al comprobar nues­ tras afinidades humanas y políticas, especialmente por el rol de líder que desempeñó en la lucha por la libertad durante la dictadu­ ra de Ibáñez. La estrecha amistad que nos ha unido en la vida se debe en gran parte a la adhesión y cariño que profesó a mi padre, cariño que fue correspondido, ya que mi padre siempre lo conside­ ró como un hijo. Me tocó en suerte ser su padrino de matrimonio. La personalidad de Bernardo es granítica, no ha cambiado un ápice desde los años 30 hasta ahora. El pasado es una contradicción

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permanente entre lo que creó para sí y lo que podría haber sido. Hijo único de un abogado notario de Los Angeles con relativa buena fortuna, conservador de fila, quien educó a su hijo en un ambiente de extrema religiosidad, de mucha dignidad provinciana. La situa­ ción económica le permitió darle a su hijo una educación superior a la que podía recibir en su pueblo. Fue así como pudo enviarlo para sus estudios humanísticos, primero al Seminario de Concepción y después al Colegio San Ignacio de Santiago. Su padre había adop­ tado un niño mayor que Bernardo que fue quien se quedó junto a ellos en los tiempos que Bernardo estudiaba en Concepción y Santiago. A este hermano, Bernardo lo quiso mucho, tanto que a la muerte de su padre le traspasó la totalidad de los bienes agrícolas que le pertenecían. Sus estudios, especialmente en el San Ignacio, lo destacaron como el mejor alumno de su curso. Por lo que le he oído relatar en admiración por el Colegio y sus profesores, lo radicaba especialmente en su profesor de filosofía, el Padre Román, que era un fanático tomista y si se examina la personalidad de Bernardo, ella responde en cierta medida a la lógica implacable del tomismo. Vivía en una pensión en la calle Carmen, a metros de lo que sería después el local de la Falange en Alameda 540. Bernardo ya en esos años, era el líder indiscutido de la Juventud Católica. Mi estrecha amistad nació también en esos años, movida por algunos motivos muy especiales: afinidad política, adhesión a la figura de mi padre, un cierto realismo en la acción, etc. Paralelamente en esos años se iniciaba la lucha de la juventud contra la dictadura de Ibáñez. Bernardo que ya era jefe de la Acción Católica Juvenil, deja un poco de lado esa actividad para asumir de lleno la dirección del movimiento clandestino antidictadura. Al mismo tiempo, la estre­ cha amistad de Bernardo con mi padre, hizo nacer en él la inquietud política. Fueron muchas las conversaciones que Bernardo y yo sostuvimos con mi padre sobre el tema del apoliticismo de la juventud, postura que era acogida en general, impulsada por los militares y aceptada por don Carlos Casanueva, rector de la 67

Universidad. El resultado de esas conversaciones inclinaron a Bernardo a decidirse por el ingreso al Partido Conservador. Re­ cuerdo que en un gesto bastante solitario Bernardo y yo, más Víctor Delpiano, nos inscribimos como integrantes en una Convención del Partido Conservador. Pero la verdad es que Bernardo, que era por tradición un poco conservador, era a la vez un luchador social neto. Su línea de avanzada social no la creía compatible con el Partido Conservador. Su rebeldía para la época fue siempre evidente. Tanto es así que en Primer Congreso de la Falange llamado de "Los Peluqueros" (el Congreso se celebraba en el Sindicato de Peluqueros), encabezó la corriente radicalizada. Caído Ibáñez, ya Bernardo era considerado uno de los líderes, junto a Barrenechea, Fuentes, Astolfo Tapia y otros. En 1932 mi padre se había reconciliado con Alessandri y como Presidente del Partido Conservador le propuso el nombre de Leighton como Ministro. Alessandri dudaba de nombrar a un joven de 23 años como ministro, pero tuvo que aceptar la proposición por venir del Partido Conservador. Pero sucedió lo más extraño. Mi padre chocho con su triunfo, comunica a Bernardo la noticia, pero éste la rechaza de plano. La furia de mi padre no tuvo dimensión. Había hecho una plancha política incalificable. Fui yo el que hablé con Bernardo y lo convencí para que aceptara y así sucedió. Durante su gestión de Ministro del Trabajo adoptaba resolu­ ciones conforme a lo que era su personalidad, lo que molestaba a la Directiva de la Falange que lo criticaba con acritud. Siempre me encargaban a mí como el amigo más íntimo que transmitiera las críticas. Bernardo las escuchaba, pero seguía haciendo lo mismo que él creía que debía hacer. Estas pinceladas sobre Leighton político, serían incompletas si no dijera algo también sobre su personalidad humana e íntima. Todo en él es un poco contradictorio, su valentía y altivez política la ejerce contra un contradictor, pero en el fondo quisiera evitarla porque ama demasiado al prójimo. Su cultura es esencialmente 68

jurídica, como sucede con innumerables políticos, lee poco y si lee algo lo saborea mucho. En música vibra con Osmán Pérez Freire. Le encanta la sociabilidad. Quisiera estar todo el día hablando con alguien. No importa la categoría social del interlocutor. Cuan­ do ejerció la profesión en su oficina de calle Morandé, hacía un paseo por la manzana nada más que para encontrarse con gente. Si se me pidiera que en dos palabras describiera la personalidad íntima de Bernardo, diría que es el "hombre delrescoldo", siempre cerca de una chimenea que dé calor a un cuerpo siempre débil, rodeado por amigos y con la presencia de Anita, su mujer, o cuando era soltero con la dueña de la pensión de calle Carmen que lo adoraba.

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Capítulo V IGLESIA Y FUERZAS ARMADAS

LA IGLESIA

La Iglesia chilena en 1938 no era fundamentalmente distinta de lo que había sido en el pasado: una institución espiritual organizada en el cuadro de una sociedad económica, social y política instalada en el capitalismo, profundamente partidaria del statu-quo. Los valores espirituales que representaba se ponían a la orden de la defensa del orden existente, en desmedro de la trascen­ dencia de la religión, todo cubierto tras una solidaridad, con una civilización tan limitadamente penetrada por el cristianismo. La idea de que las estructuras del sistema eran las más favorables para la propagación de la fe, hacía que se mirara con desconfianza los movimientos progresistas aun cuando fueran impulsados por cristianos, todo trastorno inquietaba y para qué decir la revolución que provocara cambios radicales de la sociedad. Si no era posible la ecuación Iglesia-Poder, por lo menos el referente Iglesia-clase dominante, era básico conservar. El movi­ miento obrero era ignorado, bastando la comprobación de que en el pueblo subsistía una sub-cultura religiosa, y a pesar de que ésta 70

fuera cercana a la superstición, permitía asegurar el respeto a la jerarquización en la sociedad. La protesta popular por la explota­ ción y el hambre era un fenómeno que nada tenía que ver con el Movimiento Católico, ambas cosas seguían rumbos autónomos y diferentes. Un dogmatismo formal y rígido era administrado por la jerarquía con mano de hierro. Los laicos, excepto una minoría poderosa, nada tenían que hacer en el gobierno de la Iglesia, sólo se exigía cumplir con los sacramentos. Las amenazas de condena­ ciones o excomuniones abundaban. Ahora, es cierto que la Iglesia Chilena no difería mayormente en su conservantismo de las otras Iglesias Latinoamericanas, ni de lo que habían sido las Iglesias Europeas hasta la iniciación del siglo XX. En Francia, la "hija predilecta de la Iglesia", los católicos y el clero durante el siglo XIX dieron demostraciones ultramontanas increíbles. Fueron realistas y anti-republicanos. El galicismo llegó a extremos tales que, hasta un obispo, Monseñor Fragssinons, en defensa de la monarquía declaró: "Nosotros representamos no solamente al Papa, a la Iglesia Universal, a los concilios ecuménicos, el poder para deponer a un soberano, con cualquier pretexto que sea, tirano, herético, perseguidor impío”. Después, durante la revolución de 1848, aun cuando la revolución y los revolucionarios respetaban la religión, fueron denunciados como "bárbaros" que iban a terminar con la propiedad y la familia. En Junio los proletarios fueron masacrados y los saludos eufóricos de la prensa católica por esa victoria son desproporcionados, "brillante victoria de Junio, marca una vuelta decisiva a las sanas doctrinas económicas, sabias y honestas tradiciones del pasado" decía el diario "Corespondant". En efecto, el 30 de Junio era derogado el decreto de Marzo sobre la limitación de las horas de trabajo y el sistema de impuesto progresivo a la renta. La Iglesia chilena vivía estrechamente vinculada al Partido Conservador. La explicación de esa vinculación proviene de las luchas teológicas del siglo XIX. Los liberales que estaban en el poder

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necesitaban, como siempre lo necesitaban los gobernantes, el apo­ yo de la Iglesia para que ésta se hiciera cargo de obtener la obediencia de los gobernados. Pero los liberales fueron torpes y en lugar de conseguir a la buena ese apoyo, eligieron el camino de la amenaza, llegando a atacar los derechos de la Iglesia. Resultó que la Iglesia se defendió y consiguió que el Partido Conservador pugnara sin reserva por esos derechos. La defensa que hizo el Partido Conservador fue tan decisiva, que esa defensa religiosa pasó a ser el motivo que identificaba al Partido. Siendo niño me tocó conocer algo de ese proceso de simbiosis Iglesia-Partido. Mi padre sentía como algo vital en su vida la defensa religiosa y como era parlamentario, gran polemista y poseía una excelente pluma de periodista, la Iglesia le daba toda su confianza. A mi casa llegaba semanalmente un grupo de sacerdotes que eran militantes como mi padre del Partido Consc ~v ador. Recuerdo a don Pedro Nolasco Donoso, a los hermanos Merino Benítez, don Cío vis Montero, todos ellos reconocían como Jefe al obispo Monse­ ñor Fuenzalida de Concepción. Vivían inquietos ante el peligro que la Iglesia se alejara de la política tradicional de dar representación exclusiva al Partido Conservador, de tal manera que la mala voluntad por ejemplo hacia el Arzobispo don Crescente Errázuriz, se debía más que a su participación en la separación de la Iglesia y el Estado, a su independencia frente al Partido Conservador. Eran obsesivamente anti-masones. Todo lo malo y perverso provenía de la masonería, así como ahora proviene del comunismo. Muchas de las enemistades con los liberales venían de la tolerancia que éstos tenían hacia los radicales que eran masones. Los liberales eran considerados los "tontos útiles" de esa époéa. Las ideas social-cristianas no eran acogidas por la Iglesia, ni tampoco tenían expresión política de importancia. Eran sostenidas por individualidades muy respetables o pequeños grupos. Las principales iniciativas fueron de mi tío abuelo, el padre Femando

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Vives s.j., con su "Liga Social" y el Partido Popular Cristiano, que era un pequeño grupo dirigido por Clotario Blest, Carlos Vergara Bravo y Ricardo Valenzuela. El padre Vives fue un hombre extraordinario, de gran talento, de visión profètica en lo social. Para su época estaba a la altura de las grandes figuras del catolicismo social mundial. Decididamente anti-conservador, era mal mirado por la Jerarquía y el Partido. Y aún dentro de su Congregación, donde en ese tiempo dominaban los españoles recalcitrantes tradicionalistas, mantenía relaciones tensas. En su acción, sin embargo, existió una falla: no supo crear conciencia política en sus discípulos y aún peor, algunos de esos discípulos contradijeron en sus vidas las enseñanzas del maestro, siendo filo-fascistas o derechistas recalcitrantes. Están ahora más cerca de la escuela del contradictor del padre Vives, el padre Osvaldo Lira ss.cc. que sigue siendo, a pesar de la edad, el líder de la corriente integrista católica en Chile. Mi padre evolucionó en lo social. Se propuso entender y querer las Encíclicas Sociales de la Iglesia hasta que lo logró, pagando por ello el alto precio de la ruptura con sus amigos de toda la vida y desde luego con el Círculo de sacerdotes de que hablaba. Uno de ellos, el más apasionado, llegó hasta denunciar en el pùlpito de su parroquia la "traición" de mi padre, dando a entender que estaba loco. Las luchas entre católicos sociales y sacerdotes o laicos conservadores, han sido siempre apasionadas y venenosas, porque se dan en el campo de la ortodoxia y por parte de los reaccionarios usando un lenguaje hipócrita de lealtad y defensa de Roma, en la esperanza que desde allá llegue la condenación para los "herejes". Por suerte para mi padre, las iras que concitaban sus actitudes se compartieron con los falangistas que habían fundado la Falange Nacional. El canónigo don Luis Arturo Pérez, secundado por respetables, aun cuando equivocados conservadores como Carlos Aldunate Errázuriz, tomaron el relevo de los sacerdotes conserva­ dores que he citado, eligiendo como "chivo emisario" a Maritain y sus ideas. 73

El ultrarnontanismo conservador sufrió dos duros golpes: la carta de Monseñor Pacelli (Pío XII) y la Encíclica Quadragésimo Armo. La carta del Cardenal Pacelli puso término a una dura discusión en el interior de la Iglesia. Por un lado, los que se oponían a identificar a la Iglesia con un partido político, quienes se habían visto reforzados por la actitud del Arzobispo de Santiago Crescente Errázuriz, que había opinado sobre este tema en una Carta Pastoral el año 1922, y por otro lado los que sostenían la necesidad de apoyar al partido único de los católicos. Estos últimos eran representados en el Episcopado por el obispo Gilberto Fuenzalida y por el arzobispo de Santiago Horacio Campillo, ambos habían propuesto que para las elecciones de 1934 se lanzara una declaración en favor del partido único de los católicos. El Nuncio de esa época Monseñor Ettore Felice prefirió pedir el parecer de la Santa Sede. La contestación a esa consulta fue la carta de Monseñor Pacelli que contenía los siguientes puntos: 1. - Un partido político no puede arrogarse la representatividad de la Iglesia. 2. - Se debe dejar libertad a los cristianos para constituir agrupaciones políticas con tal que den garantías a la Iglesia. 3. - El clero debe abstenerse de hacer propaganda en favor de un determinado partido. El Episcopado después de esta carta lanzó la Pastoral "La Iglesia, la Acción Católica, la Política, los Partidos Políticos". La Encíclica Quadragésimo Armo (1931), produjo tanto o mayor escándalo en el integrismo católico, al condenar el liberalis­ mo económico como el pecado del mundo moderno. Y sobre ese tema tan básico no cabía ni una apariencia de acatamiento. Se sostuvo que la Encíclica no alcanzaba a los católicos chilenos. A pesar de la carta del Cardenal Pacelli, el conflicto IglesiaFalange no se terminó. Entró con mucha discreción a arbitrar el Nuncio de su Santidad, Monseñor Lombardi. Mi padre en sus apuntes anota lo siguiente: "Anoche comieron en casa Monseñor

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Lombardi, el doctor Beca, Eduardo Freí, Bernardo Leighton, Ignacio Palma,JorgeRogers y Manuel Sánchez. Después de comer llegó Radomiro Tomic. Se conversó sobre la Falange. Monseñor Lombardi es muy hábil y discreto. Apenas lanzó opiniones, pero se ve claramente que simpatiza por completo con los falangistas. Recomendó que la Falange se preocupara de inspirar confianza a la parte del episcopado y del clero que actualmente tiene prevenciones adversas”. No podría asegurar hasta qué grado la discreta simpatía del Nuncio aminoró el conflicto. Porque en realidad la crisis que provocó el obispo Monseñor Salinas, fue sólo superada por la intervención decidida de Monseñor Manuel Larraín, obispo de Talca. Para ser directo y sin ánimo de faltarle el respeto a los Nuncios, tengo desconfianza a la institución misma de las nuncia­ turas, por anacrónicas e interventoras de las jerarquías nacionales. Los nuncios son embajadores cuya misión específica es preocupar­ se de las relaciones Gobierno-Iglesia, pero en la realidad ejercen una especie de control sobre el episcopado a través de los informes secretos que envían al Vaticano, y como el ambiente en que se mueven por su vida diplomática, es un mundo que nada tiene que ver con los pobres ni con quienes los defienden, la tendencia lógica es y tiene que ser conservadora. Al correr de algunos años se funda la Conferencia Episcopal que significa el establecimiento de una verdadera colegiatura, lo mismo que el clero se organiza en Conferre (1953). Ambos hechos tuvieron el apoyo del Nuncio Monseñor Sebastián Baggio, posteriormente nombrado Cardenal y reciente­ mente fallecido. El arzobispo de Santiago Horacio Campillo, de mentalidad conservadora, se vio en cierta medida obligado a convocar a un Concilio Provincial que se celebró en Julio de 1938 y después al ser nombrado Cardenal Monseñor Caro, se celebró un Concibo Plenario, ambos eventos en el estudio de la problemática existente en Chile donde gravitaba el problema social. Fue así que de esas

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deliberaciones surgió la pastoral del Episcopado "El deber social de los católicos". La actitud de la Iglesia fue de prescindencia durante la campaña electoral. Después de elegido Pedro Aguirre Cerda, su gobierno fue respetuoso en lo religioso, sin por ello cobrar precio por esa actitud. Mi padre, en cartas dirigidas a sus hijos, las que fueron protocolizadas ante notario y que reproduzco en anexo al final de este capítulo, da testimonio de la tolerancia que existió durante el gobierno del Frente Popular. Puede sostenerse con fundamento que el gobierno del Frente Popular puso término a las luchas religiosas en Chile, y algo más importante, desde esa época la Iglesia ha mantenido su absoluta autonomía frente al poder y los partidos políticos. Esa independen­ cia se observó aún en el gobierno demócratacristiano. Punto aparte es que el avance de las ideas sociales dentro de la Iglesia despertara simpatía en obispos y clero hacia la Democracia Cristiana, pero paralelamente hay que considerar un hecho curioso: no siempre el ritmo de progresismo cristiano en lo social entre la Iglesia y Democracia Cristiana ha sido en un mismo nivel. Recién fundada la Falange, las ideas y posiciones de ésta fueron rechazadas por la gran mayoría del Episcopado y el clero, después vino un período en que la mayoría de los obispos compartían como ciudadanos las ideas de la Democracia Cristiana en un mismo grado de progresis­ mo, pero desde el Vaticano II, Medellín y Puebla, pareciera que la D.C. hubiera quedado atrasada en sus posiciones en comparación a la Iglesia.

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LAS FUERZAS ARMADAS: "LOS RASGOS DICTATORIALES'

La misma incomunicación que existe hoy entre el mundo militar y civil existía en 1938. Entonces y ahora aparece evidente que en el mundo jerarquizado de los militares no rige la lógica de los civiles, ni el mismo sentido de la vida y ni aún la misma influencia de la historia. Por desgracia esa diferencia de valores ha pasado a ser más grave cuando los militares institucionalizan una especie de tutela de la sociedad civil, abandonando su rol específico de defensores de la soberanía nacional y de fuerza no deliberante. Ahora, la tutela que se impone por la fuerza puede ser coyuntural o definitiva, total o parcial, pero todas las dictaduras militares que ejercen esa tutela, cualquiera que sea su modalidad en la extensión o en el tiempo, poseen algunos rasgos comunes. El primero de ellos es la absoluta ignorancia sobre los principios del derecho natural que se refieren a la legitimidad del poder. Están convencidos que la legitimidad se adquiere con el solo derroca­ miento y que pasan a ser por ello "autoridad reconocida" sin esperar el requisito básico para que sea tal: la obediencia de los gobernados voluntariamente expresada. La rebelión y su versión legítima (según Santo Tomás) la consideran como delito de lesa patria, que les permite utilizar los métodos más inmorales para reprimir esa legítima subversión. Creen que la educación especializada que han recibido, los habilita para desempeñar los cargos del Estado en mejores condi­ ciones que los civiles y que lo fundamental es saber mandar, aunque lo que se mande sea una soberana estupidez. Sería un absurdo sostener que el nivel intelectual de los militares es bajo, porque en el Ejército se dan, como en los civiles, todos los niveles, pero no cabe duda que la teoría de la verticalidad de mando, teniendo ventajas en lo disciplinario, tiene a su vez el grave defecto de congelar el intelecto de los subordinados. Los altos mandos no tienen obligación de fundamentar sus órdenes y la tendencia lógica

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es la simplicidad para que sea obedecida sin discusión. No se soluciona el problema porque en la educación militar se incluyan materias propias del mundo civil. Los profesores no militares que imparten esa enseñanza, deben sujetarse a la escala de valores que forman parte de la idiosincrasia de los altos mandos. Todo lo señalado tiene atingencia con la obligación constitucional de la no deliberación de las FF.AA. Hace algunos años el diario "El Mercu­ rio" publicó una entrevista al general Julio Canessa, miembro de la Junta Militar de 1973. En una parte de esa entrevista la periodista pregunta al General si las Fuerzas Armadas deliberaron en 1973 y éste contesta: "No se puede afirmar que las Fuerzas Armadas fueron deliberantes. Deliberaron los Comandantes en Jefe y nosotros seguimos sus decisiones". Y más adelante la periodista le pregunta sobre las posibilidades de la reforma de la Constitución y de entendimiento con los civiles y el General vuelve a ratificar la tesis: “Serán decisiones de los altos mandos y no resultado de la deliberación de las Fuerzas Armadas". En resumen, con la verticalidad del mando resulta que sólo existe "deliberación" cuando es la suboficialidad o la tropa quien adopta decisiones, pero no es "deliberación" si las decisiones son tomadas por los altos mandos para que sean obedecidas por los subalternos. Otro rasgo común a todas las dictaduras militares es el apoliticismo. Asimilan el término política a corrupción, defensa de los intereses, demagogia, etc., sin perjuicio que ellos hagan política desde el poder de muy inferior calidad de la que hacen los políticos que llaman "profesionales". Los militares nunca han podido enten­ der que no se puede prescindir del arte de la política en una sociedad humana que la necesita para desarrollar el bien común. Ahora, es efectivo que puede hacerse alta política o política subal­ terna o politiquería si se quiere. La manera de evitar la última es precisamente haciendo jugar la crítica democrática, lo que sucedió en Chile en el pasado. Los políticos pueden llegar a corromperse en el poder, pero

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también pueden corromperse los militares (bastaría recordar las historias de las prebendas y privilegios que los militares se otorga­ ron durante la dictadura que terminó en 1989). La diferencia está en que los actos corruptos de los políticos se conocen y se sancionan en un régimen democrático, judicialmente o con la pérdida de la confianza del pueblo en los actos electorales, pero, en cambio, la corrupción de los regímenes militares se silencia por temor o complicidad. Cuando terminan las dictaduras se conoce la ampli­ tud y profundidad de la corrupción de ese tipo de regímenes. En Chile los golpes militares a pesar del profesionalismo y apoliticismo que proclaman, tuvieron color político o caudillista. El golpe de 1924 fue de derecha, el de Ibáñez caudillista, el de Grove de izquierda y el de 1973 filo-fascista. Mi padre adelanta su opinión sobre la mentalidad militar de la década del 30, opinión que sólo comparto parcialmente. Al respecto dice: "Entiendo por oficialidad militar a la del Ejército, a la Marina y a la de la Aviación. Pues bien, en nuestra oficialidad militar coexisten dos mayorías cruzadas o contradictorias: la inmensa mayoría, la casi totalidad de la oficialidad es enérgicamente anticomunista: pero también la inmensa mayoría, la casi totalidad, es, al mismo tiempo antiderechista. Es anticomunista por doble motivo: por defensa propia, ya que sería víctima de la tropa en caso de levantamiento comunista y por sentimiento de orden y de jerarquía común natural a la profesión militar. Es antiderechista por emulación de clase, puesto que no pertenece a la aristocracia, por su situación económica, por reflejo de su medio ambiente y también algo por la influencia masónica extendida en susfilas. El anticomunismo y el antiderechismo que existe latente en la oficialidad sale a la superficie y se manifiesta por reacciones: reacción de alarma ante el auge del comunismo y reacción de repudio ante el predomi­ nio derechista. Ya en dos ocasiones se ha exteriorizado así. En Septiembre de 1924 tomó el mando la junta de Gobierno presidida por el General Altamirano.

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Esa Junta tuvo ministros derechistas como don Carlos Aldunate, don Emilio Bello Codecido, don Gregorio Amunátegui, don Alcibíades Rol­ dan, don Rafael Luis Barahona, don Oscar Dávila, don José Bemales. Se proclamó la candidatura presidencial de Ladislao Errázuriz, cuyo triunfo era indiscutible, pues ni siquiera tenía competidor. Pues bien, vino la manifestación de repudio a la derecha de la oficialidad militar que dio el golpe del 23 de Enero. El significado y alcance de ese golpe adverso a la derecha, lo destacó la guarnición de la Capital en su manifiesto al país, en el cual se hablaba de la 'protección prestada por la Junta Militar de Gobierno a los elementos políticos y de otros órdenes que representaban a la minoría reaccionaria del país', y más adelante se dice 'que los oligarcas no son dueños de Chile, que no en vano han hecho el camino en la conciencia nacional las doctrinas democráticas y que la realidad de los sectores de la revolución de Septiembre no se doblega con el engaño ni se compra con seducciones pecunarias'. Siete años después de esa manifestación de repudio a la derecha, la oficialidad militar manifestó su aversión al comunismo. . En 1932, fue derribado el Excelentísimo señor Montero por una revolución militar que levantó un gobierno en el cual mandaba sin contrapeso el Ministro de Guerra, Marmaduque Grove. La oficialidad militar, alarmada ante el peligro comunista, dio un contragolpe y derribó a Grove: más tarde eliminó a Dávila por incapaz y tímido para imponer el orden, y, por fin devolvió al país al régimen constitucional. Hay, pues, confirmaciones históricas de lo que afirmo respecto a que la oficialidad militar es, a la vez, anticomunista y antiderechista. Y, tal circunstancia, es indispensable tenerla en cuenta para prever las actitudes de los grupos armados ante los sucesos políticos". Seguramente mi padre había tenido razón al sostener que los militares entre 1924 y 1938 eran a la vez anticomunistas y antide­ rechistas. Pero esa dualidad de sentimientos no cabe duda que cambió en la década del 60. El cambio de mentalidad se produce con el agudizamiento del conflicto este-oeste, en que las dos superpotencias acuerdan ejercer el dominio y vigilancia sobre las zonas de influencia que se

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habían asignado. EE.UU. en Latinoamérica había ensayado la intervención directa con evidentes fracasos. Es entonces que se elabora la Doctrina de Seguridad Nacional, que es más eficaz que la doctrina Monroe. El marco en que la doctrina se aplicará es más amplio que el que primitivamente se pensó; además se extendió a Latinoamérica en el ámbito interno de cada país. Para poner en ejecución la operación de vigilancia política es que se crean las escuelas de Panamá y Fort Hill, por donde pasan miles de oficiales latinoamericanos, a quienes se les hace un com­ pleto lavado de cerebro. La educación de esas escuelas fue sutil y psicológico y destinada a globalizar el conflicto este-oeste, en el sentido de que la guerra fría continúa y en ella participan los enemigos internos de cada país latinoamericano, a quienes es necesario aplicarles las reglas de la guerra. Eso es fácilmente aceptado por militares que durante años se preparan para la guerra y ésta no se produce. Les entusiasma la geopolítica porque es una ciencia que acerca las posibilidades de guerra y les entusiasma a la vez el control de la sociedad civil para aplicar en la práctica y no en teoría las leyes guerreras. El hecho es que la mentalidad de los militares chilenos pasó a ser de extrema derecha, donde el fanatismo borra las fronteras morales, rigiendo el principio que el fin justifica los medios. Se sienten en guerra y aplican sus leyes con más ferocidad que en las guerras entre países (como justificación ante los crímenes cometi­ dos durante la dictadura de Pinochet, se ha esgrimido como argumento básico que esos crímenes se cometieron en una "guerra interna", que por cierto no existió). Pero volviendo a los golpes militares de 1924 y siguientes, es necesario anotar algunas diferencias importantes con el golpe del 11 de Septiembre de 1973. Las dictaduras militares de esa época, se sentían regímenes de tránsito y no pretendían usurpar el rol de los civiles en las materias que eran de su incumbencia. El número de militares que ocupaban

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cargos políticos era ínfimo o inexistente, no pretendían poseer una ideología para ejercer el poder y por último a pesar de proclamar el apoliticismo supieron mantener a los partidos y entenderse con ellos. En 1938 no existió intervención militar, aun cuando los mili­ tares recibieron presiones de la derecha para que intervinieran. El único incidente que fue calificado como intervención fueron las cartas del General Novoa y del General Arriagada, jefes del Ejército y Carabineros en que recomendaban a Ross retirar las reclamacio­ nes electorales. El incidente en que aparecieron mezclados los Generales Novoa y Arriagada, no habría tenido mayor trascendencia si Ross no hubiera lanzado un Manifiesto en que declaraba que el país estaba convertido en estado revolucionario, lo que sumado a la denuncia que hicieron los Generales en el sentido que el propio Ross les había solicitado en privado el envío de las conflictivas cartas y el enojo del Presidente Alessandri, provocaron un clima tenso. Según los apuntes de mi padre los hechos enunciados habían ocurrido de la siguiente forma: "La radio ha transmitido un manifiesto en que Ross dice que la elección no fue manifestación de la voluntad nacional por los abusos y atropellos; que se tenía esperanza en el fallo del Tribunal Calificador de Elecciones; que ante las amenazas revolucionarias de la izquierda se debía confiar en las Fuerzas Armadas; pero que Novoa en nombre del Ejército le había pedido el retiro de las declaraciones y Arriagada en nombre de los Carabineros declaraba que no se prestaban a arrebatarle el triunfo a Aguirre Cerda. Declara en seguida que el país está 'de hecho en estado revolucionario'. Retira su candidatura y da las gracias a sus electores". Por otra parte, según los mismos apuntes, dice lo siguiente: "en conversaciones de días anteriores, el Presidente y Ross habían interrogado a los Generales Novoa y Arriagada respecto de cuál era el modo de pensar del Ejército y los Carabineros, respecto a los efectos que en el orden público producirían las reclamaciones electorales de la derecha

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y respecto a si las instituciones armadas podrían dominar la agitación popular que se produjera. Los Generales interrogados contestaron más o menos lo que se expresa en las cartas. Ross les dijo que él no deseaba las reclamaciones, pero que sus amigos lo obligaban a seguirlas. Les pidió Ross a los Generales que confidencialmente le enviaran por carta sus opiniones a fin de mostrárselas a sus amigos y convencerlos para que se retirasen las reclamaciones”. Después de esos hechos la derecha acoge la afirmación de Ross que el país está en estado revolucionario y presiona al Presi­ dente Alessandripara que renuncie. Los apuntes citados dicen: "El Presidente estaba indeciso. En esos momentos estaba reunido el Consejo de Ministros. Los Ministros Valdés Fontecilla y Bascuñán sostenían que el país vivía un estado revolucionario, indicaban que el Presidente dimitiera y ellos presentaban sus renuncias”. Elegido ya Aguirre Cerda se produce el golpe fallido del General Ariosto Herrera que no tuvo ningún eco. Además, los inspiradores civiles de derecha dejaron solo y desamparado al general golpista. Pero ese episodio da y no le da razón a lo que sostiene mi padre sobre la mentalidad militar anticomunista y antiderechista. La conspiración e intento de golpe militar de Arios­ to Herrera, fue sin duda de inspiración derechista, pero su fracaso y falta de adhesión en la mayoría de las FF.AA. demostraría la tendencia antiderecha del Ejército. No recuerdo la fecha exacta en que se disolvió la Milicia Republicana, pero su fundación y terminación fue durante el gobierno de don Arturo Alessandri Palma (1932-1938). Su existen­ cia como cuerpo armado nunca he comprendido por qué fue aceptado por las Fuerzas Armadas. Aun cuando el desprestigio de esas fuerzas después de la dictadura de Ibáñez fuera enorme, era increíble que se hubiera aceptado el hecho de que en un país constitucionalista existiera otra fuerza armada distinta a la que la Constitución establecía. La Milicia Republicana que se organizó como un movimiento

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cívico destinado a impedir nuevos golpes militares, en la práctica estaba integrada por la burguesía y muy pocos obreros. La izquier­ da, especialmente comunistas y gran parte de los socialistas, no militaban en la institución; ésta gozaba de la autorización tácita o expresa del gobierno de tal manera, que hasta realizó un desfile de unos 3.000 hombres por las calles de Santiago. El armamento era de carabinas dadas de baja por el Ejército y obtenidas por intermedio del Intendente de Santiago señor Bustamante, hombre de absoluta confianza del Presidente. La vida de la Milicia fue efímera debido a que el carácter de ella (frente cívico) se perdió para dar paso a una maniobra derechis­ ta para servir las ambiciones políticas de algunos de sus jefes, en especial de don Eulogio Sánchez Errázuriz. Cabe preguntarse si la aceptación por las FF.AA. de un cuerpo de civiles armados, respondió al estado de desprestigio de los uniformados, o bien éstos eligieron un mal menor para atajar lo que veían venir: el movimiento popular de izquierda. Entonces en este último caso la tendencia de los militares habría sido derechi­ zante. Personalmente me inclino a creer que la pasividad militar frente a la Milicia se debió a la situación crítica que pasaron los militares por su participación en los golpes de estado. La actitud del Ejército en 1938 al no intervenir se debió en parte al mismo motivo señalado. A los militares les pasa durante las dictaduras que viven en un ambiente cerrado y no informado de la realidad y llegan a conocer ésta sólo cuando las dictaduras caen y entonces no son capaces de hacer frente al desprestigio. No se trata de venganza de los civiles contra los militares, sino de un estado de aislamiento depresivo provocado por la avalancha de acusaciones ciertas, de escándalos, privilegios y errores, acusaciones que recaen en los militares, ya que los civiles que sirven a las dictaduras por lo mismo que conocen mejor la realidad, saben a tiempo mimetizarse y hasta tienen el cinismo de declarar que su "colaboración" se debió a que prestaron un servicio para evitar males mayores. 84

A la caída de la dictadura militar producida por el golpe de 1973, los militares no se han retirado a sus cuarteles con el complejo del aislamiento, fenómeno que se produjo con la dictadura de Ibáñez, sino con la voluntad de seguir constituyendo una especie de partido político que obedece a las órdenes del alto mando. Esa situación provocó al Gobierno de transición democrática innume­ rables problemas, los que debió sortear con evidente daño para la autoridad civil. El afán político de los militares post-dictadura, los ha llevado a intentar diversas formas de intervención en la política como han sido, primero el intento de fundación de un partido nuevo de carácter personalista (pinochetista), intento definitiva­ mente fracasado debido a la carencia de civiles con prestigio moral. Después se han decidido lisa y llanamente a mantener siempre latente la amenaza a los partidos de derecha de que si ellos no son considerados como una fuerza de derecha, dejarían en la orfandad a los partidos de la tendencia de derecha, a quienes les pronostican la acentuación de la decadencia como fuerza política.

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ANEXO

Señor Doctor Don Leonardo Guzmán PRESENTE

Mi estimado amigo: Mi actitud con el Gobierno de Pedro Aguirre Cerda ha sido objeto de malévolos juicios en círculos conservadores. No he hecho publicaciones para defenderme, ni pienso hacerlo en mi vida; pero quiero dejar documentación para después de mi muerte. Recurro a Ud. para constancia de algo en que Ud.fue actor y testigo. El 26 de octubre de 1938 en la mañana siguiente a la elección presidencial, Ud.fue a mi casa. Le dije que, por diversos antecedentes, creía que en la derecha había la intención de pretender quitarle el triunfo a Pedro Aguirre y me pregunté cuál era mi opinión. Le contesté que, por las noticias de la radio en la noche y de los diarios.-de la mañana, Pedro Aguirre había triunfado y que, si se in ten taba quitarle el triunfo, eso me parecía condenable, en primer lugar, porque sería algo ilegítimo, y en segundo lugar, porque desencadenaría grandes trastornos. Conocida mi opinión, me pidió Ud, que hiciera gestiones para evitar tal intento. Le respondí a Ud. que mi opinión la había dado sin condiciones porque no tenía porqué condicionar la expresión de lo que pensaba, pero que, para hacer gestiones, ponía la condición de qué el nuevo Gobierno respetara los derechos religiosos. Me manifestó Ud. que no debía tener temores al respecto; pero le objeté que necesitaba un compromiso personal del propio Pedro Aguirre.

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Me invitó Ud. a que fuéramos inmediatamente a hablar con Pedro, que estaba esperando en su casa. Me negué a ir, exponiéndole que había sido adversario de la candi­ datura del Frente Popular, que, por disciplina y contrariando mi opinión, había votado el día an terior por Ross; y que, siendo así las cosas, me parecía una indignidad ir a casa del triunfador al día siguiente de su victoria. Me preguntó Ud. qué me parecía, si Pedro Aguirre venía a mi casa. Le dije que lo recibiría con el mayor agrado. ■ Me pidió que me quedara esperando en casa, pues iba a la casa de Pedro Aguirre, de donde me hablaría por teléfono. Poco rato después me llamó. Me comunicó que Pedro Aguirre no quería exponerse a que se hicieran comen taños, si se le veía venir a mi casa. Me preguntó si yo tenía inconveniente para verme con Pedro Aguirre en la casa de Ud. Acepté y en el acto me fui en un auto a su casa. Nos reunimos en su casa: Pedro Aguirre, Juanita Aguirre de Aguirre, la señora de Ud., Ud. y yo. Después de una copa de champagne que Ud. ofreció, entramos en materia. Pedro Aguirre me manifestó que no temía que le quitaran el triunfo; estaba seguro de su derecho y contaba con las fuerzas armadas y con el pueblo. Pero, quería evitar los trastornos que podía traer una intervención militar o una intervención popular. Por eso me pedía que hiciera gestiones. Le contesté que estaba a sus órdenes para eso; pero le agregué que ya Ud. le habría comunicado la condición que yo ponía. Entonces, Pedro Aguirre me manifestó sus propósitos de respeto al derecho, de paz y de armonía. Me puntualizó categóricamente que se comprometía a respetar a la Iglesia del modo más amplio y completo y de respetar asimismo los derechos religiosos. Me añadió que me autorizaba y me pedía que fuera en su nombre a comunicarle al señor Arzobispo el compromiso que conmigo había contraído. Después conversamos de las ideas de Gobierno que tenía, especial­ mente dirigidas a resguardar y proteger los intereses populares.

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Le ruego mi estimado amigo, que me certifique, por escrito, que lo que en esta carta expongo es la fiel expresión de la verdad. Con mucho cariño lo saluda su afectísimo amigo de siempre.

RAFAEL L. GUMUCIO V. 17 de Junio de 1943

Carta de Leonardo Guzmán de respuesta:

Mi querido amigo: Cuanto Ud. me dice es la expresión fiel de la verdad. Recuerdo que ese compromiso se realizó en un ambiente de honda emoción y que yo llamé en el momento de hacerlo a Misiá Jnanita Aguirre, porque dije que ella, que era tan religiosa, recibiría ésto con honda alegría. Aún más, poco antes del Congreso Eucarístico de 1941, el Presidente Aguirre me llamó, siendo yo su Ministro de lo Interior, y me recordó ese compromiso. Ud. recordará como amparamos y contribuimos a dar brillo al Congreso. Muy suyo LEONARDO GUZMÁN

Señores: Rafael, Vicente, Joaquín, Pablo y Pedro Gumucio Vives PRESENTE Queridos hijos: Uds. conocen perfectamente cómo se ha murmurado de mí por mi actitud ante el Gobierno del Exmo. Señor don Pedro Aguirre Cerda. La explicación de esa actitud se encuentra en la carta a mi amigo don 88

Leonardo Guzmán y su respuesta, que protocolizo junto con ésta, para evitar que se extravíen. Durante la campaña presidencial de 1938 se creyó que si triunfaba el Frente Popular, vendrían para Chile, días como los que había sufrido España. Se esparció el temor, especialmente en círculos religiosos: para poderse salvar disfrazados, padres y monjas tenían en los Conventos trajes de seglares. En la expansión del miedo, mucha parte hubo de propaganda política derechista; pero también hubo parte de previsión razonable. El triunfo del Frente Popular importaba el cambio de clase dirigente, lo que generalmente engendra trastornos. La campaña había sido violentamente apasionada, con sucesos sangrientos como la horrorosa matanza del Seguro Obrero y podía esperarse una revancha también sangrienta. En todo caso, se abría la interrogación de cuál sería la situación religiosa en el nuevo régimen. Circunstancias fortuitas me dieron, entonces, ocasión para prestar un servicio a la Iglesia, a la paz religiosa y ala tranquilidad nacional. A veces, la Providencia se vale de cualquiera para grandes cosas. Las cartas que como ésta protocolizo dan testimonio de cómo obtuve del nuevo Presidente de la República el compromiso de que respetaría a la Iglesia del modo más amplio y completo y respetaría asimismo los derechos de los católicos. Mis gestiones con la derecha encontraron rechazo, lo cualfue harto explicable por el enardecimiento de los ánimos. El Exento, Señor Aguirre Cerda, en cambio, tuvo siempre presente el compromiso; como lo dice su entonces Ministro de Lo Interior, señor Guzmán, recordó ese compromiso hasta pocos días antes de su muerte, al celebrarse el Congreso Eucarístico. Lo cumplió con la más noble lealtad y los más generosos sentimien­ tos. Su conducta con la Iglesiafue solemnemente reconocida por el Santo Arzobispo de Santiago Excmo. señor Caro que, en su oraciónfúnebre dijo: "En esta hora en que todo halago vano sería una profanación de la santidad del Templo del Señor y de la majestad misma de la muerte, sin provecho alguno, yo puedo expresar delante de Aquel que es Rey de Reyes

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y Señor de los Señores... porqué la Iglesia hace suyo el tributo de universal dolor por el inesperado y prematuro fallecimiento del Excmo. Señor don Pedro Aguirre......... Y todo lo dicho nos muestra que el Excmo. Señor Aguirre estaba haciendo por Cristo, tanto en los pobres y pequeños y en la Iglesia que lo representan, como en la glorificación del Congreso Eucarístico, tal vez sin pensarlo él mismo, lo que pocos gobernantes han realizado en estos tiempos". Ahora bien, mientras ex Excmo. Señor Aguirre cumplía así el compromiso que personalmente había contraído conmigo, yo, como cató­ lico y como caballero, estaba obligado a ser consecuente y corresponderle. En el Senado, cumplí con los deberes de mi cargo, conforme a mi conciencia. Voté la acusación de varios de sus ministros. Protesté por las irregularidades de la elección complementaria de Valparaíso. Pero no seguía la Derecha en su oposición sistemática y cerrada. No la acompañé en sus rencorosas pasiones contra el que la había derrotado. Hice esfuerzos por apaciguar los ánimos. Voté afavor del Gobierno cada vez que así estimé consultar al bien público. En varias ocasiones hablé, haciéndole justicia al Presidente. Mientras el Excmo. Señor Aguirre cumplía noblemente su compromiso, yo no podía hacer otra cosa ni como católico ni como caballero. Además, mi actitud se conformó con los ideales de mi vida. Mis ideas jamás han sido las pequeñas y metálicas del derechismo, que se ha convertido en defensor de los intereses del capitalismo materialista, oportunista, opresor y despiadado. Mis doctrinas han sido siempre de defensa al derecho y la libertad, a la justicia, las instituciones democráticas y, sobre todo, a que no se estorbe sino que sefacilite la obra divina que hace la Iglesia para la salvación de las almas. Tengo la convicción, y lo digo con orgullo, de que, desde el 26 de octubre de 1938, he prestado servicios más positivos^/ eficaces que en los treinta y cinco años restantes de mi vida pública. Sin embargo, precisamente por mi actuación posterior a esa fecha se ha querido desconocer y como borrar todo mi pasado y he sido objeto de la murmuración más malévola.

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Ante tal injusticia, innumerables veces, he sentido violentas irrita­ ciones, pero, pasados los arrebatos, he permanecido en serenidad. Esto me ha hecho un bien: para el mérito, debe haber sacrificio. En la acción política hay siempre instintivamente, mucho de ostentación y de vanagloria. Lejos de haber buscado y recibido halagos y honores, ha sido conveniente que, al declinar de mi vida, haya sufrido la humillación del vituperio. Me doy perfecta cuenta de que la inmensa mayoría de los que han hablado mal de mí lo han hecho por desconocimiento de los hechos. Duranteel Gobierno del Excmo. Señor Aguirrenopudepublicarlos; si los hubiera lanzado la prensa, tal vez le habría producido graves perturbaciones políticas que, por lealtad, debía evitarle. Después, me ha parecido inoportuno y demasiado tarde. Espero que resistiré a la tentación de hacerlo mientras viva. Pero, al fin y al cabo, como Uds. que son mis hijos, los afecta lo que me afecta a mí, les pido que, después de mi muerte, publiquen las cartas que hoy protocolizo.

RAFAEL L. GUMUCIO V. 18 de Junio de 1943

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Capítulo VI 1938 Y LA INSTITUCIONALIDAD

Pese a lo estrecho del triunfo de Pedro Aguirre Cerda, por sólo 4.111 votos sobre Gustavo Ross, su período de gobierno hasta 1941, fue estable. Esa estabilidad del Frente Popular se había producido: ¿por el factor aglutinante que significa la lucha antifas­ cista?, ¿el traumatismo de las FF.AA.? o ¿al carácter reformista del gobierno de Aguirre Cerda? Puede ser que la clave esté en la combinación de todas esas interrogantes. Pero también creo que con la derrota de la derecha, se inició en los partidos que la componían el nacimiento de tendencias y luchas internas que imposibilitaron la constitución de un "frente único desestabiliza­ dor". La estabilidad se prolongó a pesar de la serie de lamentables muertes y la obligación de sucesivas elecciones. En efecto, en Noviembre de 1941 muere Aguirre Cerda y el Vicepresidente de la República doctor Jerónimo Méndez convoca a elecciones presiden­ ciales para Febrero de 1942. Gana Juan Antonio Ríos, apoyado por las fuerzas que dieron el triunfo al Frente Popular más la Falange y un sector liberal. Trágicamente se vuelve a repetir el caso de Aguirre Cerda, el Presidente Ríos enferma gravemente y fallece. El Vicepresidente Alfredo Duhalde convoca a elecciones para Sep­ tiembre de 1946, en las cuales se elige a González Videla.

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Se podría sostener que al hablar de estabilidad, ésta fue mayor en los gobiernos de Ríos y González Videla que la del gobierno del Frente Popular por ser gobiernos radicales, pero la verdad es que es acertado englobar a los tres gobiernos, conside­ rando que las fuerzas políticas de apoyo fueron las mismas y especialmente porque Ríos fue el que determinó el ingreso radical al Frente Popular y González Videla planteó su plataforma electo­ ral más izquierdista que la de Pedro Aguirre Cerda. Durante los tres gobiernos señalados, siguió existiendo el sistema capitalista y la dependencia de Chile hacia EE.UU., pero paralelamente se producía un cambio sociológico importante de ascenso y descenso de las clases sociales. De ascenso relativo en la clase obrera que lograba una organización reivindicativa única y centralizada y ascenso de una parte de la clase media que lograba penetrar en el mundo de los negocios. En este último aspecto fue interesante lo que podría llamarse "cambio de pelo" de un sector radical. La minoría radical de derecha que antes existió, pero sin peso político, pasó a tenerlo. Entró de pleno derecho a mezclarse en su poderío financiero al poder antes monopólico de la derecha. Hasta en la manera de vestirse podía apreciarse al radical renova­ do: abrigo de piel de camello, sombrero calañés con cinta y sobre todo, socio del Club de la Unión, institución que siempre ha dado la pauta de las modificaciones socioeconómicas de los chilenos que ascienden a niveles que antes no podían alcanzar (hoy día el Club de la Unión cobija en su seno a los generales en retiro que por la situación económica de que gozan, les permite ser mayoritarios en una institución seudo-aristocrática). También gozaron de un as­ censo y descenso a la vez, los aristócratas que se arrimaron al poder financiero que crearon los extranjeros, muy especialmente los árabes. Las páginas sociales de El Mercurio, dan testimonio del proceso de integración que se produjo entre el extranjero con capital y el aristócrata chileno. Ese proceso se extendió a la política y es así como en ella han ocupado cargos muchos chilenos de origen árabe de la mayor importancia. 93

Sería interesante, pero objeto de otro estudio, analizar el proceso señalado desde el ángulo de la extraordinaria aptitud integradora de los extranjeros con la tradición y el estilo de hacer política. Me ha tocado conocer de cerca la personalidad de políticos de origen árabe que militaban en distintos partidos políticos, como por ejemplo Alejandro Noemi, Rafael Tarud, José Musalem, Sergio Bitar y otros más, y en todos ellos he podido comprobar algunos rasgos comunes: lealtad hacia la doctrina de los partidos a que pertenecían, pero una lealtad que llega a interferir la unidad en la lucha con la causa de su origen racial y eso los lleva a veces a ser más flexible que el político criollo. La Constitución de 1925 llevaba trece años de aplicación formal, pero sólo ocho años de aplicación real, si se considera la existencia de las dictaduras (1927 -1932). En ese período de ocho años demostró globalmente ser una buena Constitución. Los defec­ tos de que adolecía, se debieron más que a sus disposiciones en general, al sistema presidencial de gobierno elegido por el consti­ tuyente. Bajo la Constitución de 1925 y la institucionalidad vigente, se produjo un fenómeno cívico de extraordinaria importancia: la alternancia en el poder. El pueblo fue actor de un cambio político profundo eligiendo opciones totalmente diferentes a las del pasa­ do. En 1938 se produjo una clara alternancia, más clara aún que la que sucede en países como EE.UU. o Inglaterra, donde las opciones son entre partidos de base ideológica similar o muy cercana. La polarización entre derecha e izquierda permitió la alternancia, demostrándose que no es necesario para que resulte, el hecho que funcione el bipartidismo, ya que en la época existían siete partidos políticos y eso no impidió la formación de grandes corrientes de opinión. Los efectos beneficiosos de la alternancia en el poder se pierden en gran medida en el régimen presidencial, porque ese sistema no es apto para hacer frente al bloqueo de poderes y las

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soluciones que se proponen para evitarlo, es la elección simultánea de Presidente y Congreso, la que no da resultado en países como Chile, donde la intención de voto del elector es distinta en la elección presidencial que en la parlamentaria. Aun cuando parezca que me aparto del tema principal que es la institucionalización en 1938, creo interesante extenderse algo más sobre los sistemas de gobierno en Chile. Si se eligió al sistema presidencial en 1925 hasta llegar al sistema super presidencial en la ilegítima y antidemocrática Constitución de 1980, fue simplemente porque el mito portaliano de gobierno "autoritario y eficaz", se ha prolongado en el tiempo. Históricamente el sistema presidencial permitió e hizo posible gobiernos de derecha minoritarios y tam­ bién, por qué no reconocerlo, el gobierno de Allende que fue minoritario cuando se produjo la alianza derecha-Democracia Cristiana. Pero en resumen, el sistema permite los gobiernos mino­ ritarios, lo que es una aberración en el régimen democrático. Por otro lado el régimen presidencial impulsa la incitación al persona­ lismo. El Presidente de la República se siente elegido por la mayoría que supera mucho a la votación normal delpartido o de los partidos que lo apoyaron y su tendencia natural es subestimarlos, rodeán­ dose de camarillas que halagan su vanidad de líder. Lo anterior­ mente señalado no estaría mal si el Presidente utilizara su superio­ ridad sobre los partidos para realizar una política nacional que lograra consensos. Pero no sucede así, sino al revés porque no rompe con el o los partidos que lo sustentan, pero sí inhabilita toda negociación política de esos partidos. Esa situación me tocó vivirla siendo el Presidente de la Democracia Cristiana en el gobierno de Frei. En la segunda parte de este libro la relato con sinceridad. Por último, las crisis de los gobiernos presidencialistas traen el rompimiento del sistema po­ lítico constitucional, abriendo el apetito a todos los partidarios de las dictaduras. Siendo partidario del sistema parlamentario, no dejo de

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encontrar ventajas al sistema semi-presidencial, o sea aquel en que el jefe de gobierno es un primer ministro que representa a la mayoría parlamentaria, aun cuando su designación sea atribución exclusiva del Presidente de la República. Un régimen de ese carácter estabiliza y consolida a la democracia, evita los conflictos de poder y está en mejores condiciones para solucionar conflictos sociales y económicos. En el caso del Frente Popular éste ganó el poder, pero no el poder real. El Congreso había sido elegido en 1937 y había ganado la derecha. La estabilidad estaba sujeta al grado de oposición que tuviera el régimen recién establecido. A otro gobierno de izquierda como el de Allende le pasó lo mismo. La diferencia entre uno y otro, está en el hecho de que la oposición a Aguirre Cerda fue menor a la que se hizo a Allende. La probable explicación de distintos grados de oposición a dos gobiernos de izquierda, podría encon­ trarse en la aplicación de los programas. El Frente Popular como el gobierno radical de Ríos iniciaron una política de intervención del Estado en el marco de una economía mixta. La Corporación de Fomento, que fue la gran creación del Frente Popular, despertó la furia de la derecha tradicional, pero al mismo tiempo la minoría derechista comprendió que el impulso a la industrialización, que significaba el aporte de capital de un organismo semi fiscal como la Corporación, a la larga iba a beneficiar a la derecha económica. Esa visión más lúcida fue representada en el Congreso por una minoría no frentista de liberales, falangistas y agrarios, que no estuvieron de acuerdo con la "guerra santa" y facilitaron las cosas a Aguirre Cerda. No fue igual el grado de oposición a la Unidad Popular que tuvo que abordar el espinudo problema de las áreas de propiedad. Ahora, otro problema que tuvo el Frente Popular como el de la Unidad Popular o cualquier gobierno de izquierda, es el tiempo. Este no corre con igual velocidad para la izquierda que para la derecha. Se ha dicho que lo que no hace un gobierno en el primer año de gestión no lo hace nunca. Eso rige para la izquierda si quiere 96

mantener la institucionalidad vigente el tiempo suficiente para que le permita modificarla sin riesgos para su estabilidad. El tiempo de la derecha es siempre más amplio al no preten­ der cambiar el orden existente y no necesita en consecuencia de un Programa. A la izquierda en cambio se le exige Programa y su cumplimiento por parte de las fuerzas que la apoyan y esto trae el peligro de la tentación principista. Lo más grave para el Frente Popular y mucho más grave para la Unidad Popular, fue la inexistencia de equipos preparados para manejar la administración pública. Las izquierdas históricamente han llegado pocas veces al poder y casi siempre han estado en la oposición. Carecen de experiencia práctica, aun cuando en algunos rubros como el económico posean los mejores teóricos. El Frente Popular contó sin embargo, con el Partido Radical que tenía larga experiencia, pero el resto de los partidos se vieron en la obligación de improvisar personal. Durante la Unidad Popular el problema de la falta de equipos preparados fue peor que en el Frente Popular, debido a la mayor órbita de intervención del Estado. Si difícil es manejar la administración pública, más difícil es manejar empresas del área social que se rigen por reglas capitalistas. En cualquier análisis sobre institucionalidad en 1938, no se puede dejar de lado el hecho de que en ese año se terminó el proceso de restauración democrática iniciado en 1932. Para comprender entonces el valor democrático de esa institucionalidad, se hace necesario, muy sucintamente, referirse a todo el proceso de restau­ ración. Lo primero que habría que anotar como visión global, es que los procesos de retomo a la democracia son menos difíciles de lo que podría creerse y sobre todo que el pueblo entiende que hay que asumirlos. Personalmente me tocó actuar como integrante del Comité Revolucionario de la Universidad Católica en los años 1929,1930 y 1931, junto a Bernardo Leighton, Juan Díaz Salas, Ornar Saavedra y Joaquín Walker. El Comité actuaba coordinadamente con el 97

Comité de la Universidad de Chile, cuyo jefe era Julio Barrenechea y después me tocó también conocer de cerca, por la actuación de mi padre, los días de post-dictadura de Ibáñez. La lucha que significó, primero la movilización estudiantil, después profesional y por último la movilización general, se dio haciendo frente a la persecución declarada de la autoridad eclesiás­ tica de la Universidad y la desconfianza de los partidos políticos, aun cuando las individualidades valiosas de ellos dieran el apoyo. A pesar de que Ibáñez contaba con las FF.AA., ante la avalancha de la opinión pública el 26 de Julio de 1931, renuncia. Se podría pensar que los civiles tendrían todo pensado y planificado para el día que era fácil de prever la caída. Pero la realidad fue de que no existía la más mínima planificación. Todas las dictaduras caen y la incógnita se reduce al día imprevisible que eso suceda. El ideal es, naturalmente, que el consenso cívico que bota la dictadura se extienda hasta el acuerdo completo sobre lo que va a hacer el día cero y los subsiguientes, a base de un programa común, pero eso es utópico. A lo más que se puede aspirar es a un acuerdo mínimo de líneas muy generales y fundamentales. Muchas veces se escucha que frente a la dictadura que nos agobia, no existe opción demostrativa basada en un programa ni en un líder carismàtico a quien seguir. En 1931 ninguna de esas cosas existían y cayó el dictador, quien fue reemplazado por el distingui­ do abogado radical don Juan Esteban Montero, a quien Ibáñez había designado Ministro del Interior, pero que no tenía ninguna condición de caudillo. La actitud servil que habían observado hacia la dictadura la mayoría de los partidos políticos, en pocos días la transformaron en adhesión y apoyo a la democracia y a la persona de don Juan E. Montero. A Ibáñez, los primeros en abandonarlo fueron los que habían usufructuado del poder. El oportunismo fue tan grosero, que recuerdo que la casa de mi padre estaba llena de los mismos amigos

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que antes atravesaban las calles cuando lo veían para no verse obligados a saludarlo. La asociación de "perseguidos de la dictadu­ ra" crecía día en día y los "moderados" que habían prestado sus servicios al aceptar cargos de la dictadura para "evitar males mayores" abundaban. Pero en definitiva, lo que facilita la tarea post-dictadura es la autoridad moral de la democracia que imprime carácter de bien colectivo a las medidas a adoptar, aun cuando muchas de ellas sean duras. Después de caído Ibáñez, la ciudadanía otorgó una confianza a los líderes políticos que no se habían contaminado con la dictadu­ ra y éstos a la vez tuvieron una actitud de generosidad exenta de ambiciones. Un solo hecho político explica el clima reinante. La reconciliación de Arturo Alessandri Palma con sus acérrimos enemigos, lo que le permitiría su segundo gobierno en 1932. Cierto es que ese clima fue posible porque, como ya lo dije, la represión de la dictadura de Ibáñez no tuvo el carácter criminal que tuvo la dictadura de Pinochet. El primero de los problemas que había que solucionar, era determinar qué se hacía con la legislación de decretos-leyes. Se derogaron casi todos, menos aquellos que establecían derechos patrimoniales. Cosa curiosa, se salvó el decreto 520 de Dávila, que creaba el Comisariato de Subsistencias y Precios, cuyas disposicio­ nes de carácter socialista, sirvieron en la Unidad Popular para aplicar el programa económico del gobierno de Allende. La tarea de saneamiento legal fue relativamente fácil, pues la dictadura no derogó la Constitución de 1925 y la inconstitucionalidad de los decretos leyes era evidente. Esa misma tarea habría sido muy difícil caído Pinochet, si no se parte por desconocer la ilegitimidad de la Constitución antidemocrática de 1980, aun cuando la casi totalidad de los decretos citados violan la propia Constitución que se dio Pinochet a su medida, como es el atropello al artículo que establece la igualdad ante la ley. Vuelta la democracia, aún no se ha podido

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apreciar el volumen inmenso de decretos que otorgan privilegios y excepciones. Otro problema que se tuvo que abordar después de la caída de Ibáñez, fue el económico y en especial el de la deuda externa que para la época era abultada, debido a que Ibáñez impulsó con fines propagandísticos una serie de obras públicas. Los acreedores fueron comprensivos, más que por amor a la democracia, por el riesgo que corrían del desconocimiento de la validez de deudas contraídas por una dictadura. Pero esa situación fue definitiva­ mente solucionada después por Ross como Ministro de Hacienda del gobierno de Alessandri. Las condiciones de malabarista finan­ ciero de Ross, sirvieron en esa ocasión al país. La breve interrupción democrática de los golpes de Grove y Dávila, no contradijeron la afirmación hecha de que la civilidad es capaz de producir consensos mínimos para manejar la situación que se produce con la caída de una dictadura. La institucionalidad bajo la Constitución de 1925 se empezó a consolidar definitivamente en 1932 en el segundo gobierno de don Arturo Alessandri, quien fue elegido limpiamente por una holgada mayoría. Los partidos funcionaron libremente, las liberta­ des básicas de reunión y expresión se respetaron. La pasión política fue sin duda muy grande, pero esa misma pasión, que produjo a veces excesos de poder, no provocó en los hechos concretos la caída del régimen democrático, porque la lucha política se dio en un marco ideológico y pluralista. Es atingente al tema preguntarse si las lecciones históricas de la restauración democrática de 1931 y 1932 sirvieron o no para la otra restauración después de la caída de la dictadura militar. Personalmente creo que las lecciones defl 31 y 32 fueron acogidas en todo cuanto se refiere a la conducta política de los civiles. Y eso seguramente sucedió, porque históricamente ha sucedido así en todas las caídas de las dictaduras del siglo XX. No está demás en este aspecto que los jóvenes conozcan un poco de la

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caída de otras dictaduras. Mussolini fue detenido y ejecutado en Abril de 1945, en 1946 abdica Víctor Manuel y después de un Referéndum entra a gobernar De Gasperi, demócratacristiano, que encabeza un gobierno sin exclusiones. Igual cosa pasó en Alemania después de 1945. Adenauer (demócratacristiano) encabeza un gobierno de coalición con los socialdemócratas; en España en 1969 don Juan Carlos de Borbón es designado sucesor de Franco y constituye un gobierno de centro (Suárez), con tolerancia de la izquierda, etc. Sin embargo, entre la dictadura de Ibáñez y la de Pinochet existen grandes diferencias que vale la pena destacar. La principal de esas diferencias es el carácter del apoyo militar que recibió Ibáñez y Pinochet. Las Fuerzas Armadas apoya­ ron a Ibáñez, pero se mantuvieron al margen de responsabilidades políticas. La administración pública en sus altos cargos fue ocupa­ da por civiles casi exclusivamente. Durante la dictadura de Pino­ chet un gran porcentaje de esos cargos, Intendentes, Gobernadores, Jefes de Servicios, Embajadores, etc., fueron ocupados por milita­ res, conservando muchos de ellos autoridad de mando que utiliza­ ron a través de la teoría de la verticalidad. Durante la dictadura de Ibáñez la situación económica de las FF. AA. era de regular a mala. En cambio, los militares durante 17 años fueron sin duda una casta privilegiada en comparación al resto de la administración pública; gozaron de privilegios y excepciones dadas a través de decretos, como por ejemplo las FF. AA. se exceptuaron de la Ley de Previsión. Por último, los militares en 1927 hasta 1931 no tenían relacio­ nes ni remotas ni cercanas con la cúpula financiera del país, lo que no sucedió en la dictadura de Pinochet, donde existió una instrumentalización consentida de los militares. Se produce después del Golpe una especie de pacto tácito entre las cúpulas financieras y las Fuerzas Armadas; los militares dejaban manos libres a los grupos económicos para que aplicaran sus doctrinas especulativas, a cambio de que estos grupos incluyeran en la cúpula a militares en

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retiro, que junto a militares en actividad que dirigieran empresas estatales, configuraran un grupo de poder alrededor del Jefe de Gobierno. Para probar lo anteriormente señalado, basta leer la lista de aquella época de directores de Bancos, Sociedades Anónimas, Financieras, etc. y, al mismo tiempo, saber quiénes dirigieron Codelco, Corfo, Ferrocarriles, etc. También cabe señalar que durante la dictadura de Pinochet, cuando los altos mandos adoptaban resoluciones políticas, no se permitía la deliberación al interior de las FF.AA., ya que la vertica­ lidad del mando obliga a la obediencia. Lo anterior sumado a la ideología de la Seguridad Nacional a la cual adhieren sin reservas, que permite que sean las propias Fuerzas Armadas las que deter­ minen qué parte de la civilidad pasa a ser "enemigo interno" para considerar que en cuanto se refiere a las FF.AA., la restauración democrática fue más difícil que en 1931, todavía más si se considera que para muchos civiles la caída de la dictadura requería un "arreglo" cívico-militar. Las relaciones entre la dictadura y el empresariado durante los 17 años, fueron de complicidad ante la monstruosidad de lo que significó la gestión económica. De ahí viene el temor cerval al pueblo. Los empresarios sabían del abismo creado entre ricos y pobres, conocían el aislamiento internacional de la dictadura, su falta de programa y de línea política y les importaba poco la persona de Pinochet, pero no estaban dispuestos a renunciar al sistema autoritario militar. La derecha, con excepción del Partido Republicano, los representó fielmente en toda la ambigüedad que significaba hablar de vuelta a la democracia, pero boicotearon todas las iniciativas que trataban de acercar el momento de esa vuelta a la democracia. En resumen, la restauración democrática después de la dicta­ dura militar de Pinochet se produjo de todas maneras, pero su carácter fue diferente a la restauración de 1931.

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Capítulo VII LOS ALTOS Y BAJOS DEL PODER SOCIAL

Sería absurdo y pretencioso de mi parte pretender hacer un análisis a fondo de la sociedad chilena en el año 1938. Sin embargo, como joven de esa época conservo recuerdos del cuadro social en que se desarrollaba la vida política. Las diferencias de clase existían como han existido siempre, pero el abismo entre ricos y pobres era menos ostensible entonces que ahora. Las causas de ese fenómeno pueden ser múltiples, entre ellas, tal vez la más importante, fue el avance cuantitativo del poder de consumo relativo obtenido por la clase obrera. En 1938 avanza notablemente la organización de los trabaja­ dores, dejándose atrás la etapa romántica de la International World Workers (IWW) y de la Federación Obrera de Chile (FOCH). Se obtienen conquistas sociales importantes y se solidifican otras como el Seguro Obrero, la Legislación del Trabajo, la jomada de ocho horas y, por último, se crea la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCh). Pero el hecho más importante que sucede en esa época, fue el entendimiento del sindicalismo con la izquierda política. La prepotencia de la derecha unida tras su abanderado Ross, hizo que los últimos escrúpulos del sindicalismo aséptico se superaran y así fue como la C.T.Ch. participó en la Convención que creo el Frente Popular. Los dirigentes obreros con bastante claridad

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defendían el paso dado, distinguiendo los conceptos de "alta política" y "política partidista", sosteniendo que la lucha antifascis­ ta y por los cambios sociales, eran de aquellas en que la clase trabajadora necesariamente debía aliarse con las fuerzas políticas que daban garantías de eficacia de lucha. Ahora, la realidad era que el entendimiento C.T.Ch. y partidos de izquierda, era algo más formal que de fondo, dado que la totalidad de los dirigentes eran ya militantes de partidos de izquierda, socialistas, comunistas y una pequeña fracción anarquista. No existía en esa época sindica­ lismo cristiano, debido a la actitud de la Iglesia que se había despreocupado del movimiento obrero. En resumen, la clase obrera pasó a tener un poder político que no podía ser desconocido por las otras clases sociales, especialmen­ te la clase media. Quedaba al margen del ascenso social y político el campesinado, que debía esperar largos años aún, para lograr el avance político de la Cédula Unica que terminó con el cohecho y después en el Gobierno de Freí, conseguir el derecho a sindicalizarse. La clase media o pequeña burguesía, tan difícil de definir en su ubicación social en Chile -porque nada tiene que ver con lo que se entiende por tal en los países desarrollados- obtuvo también un ascenso social en la década del 30, pero a diferencia de la clase obrera que consiguió algunas conquistas por intermedio de la organización que como clase se dio, la clase media consiguió su ascenso por la exclusiva vía del crecimiento y triunfo de partidos políticos de la pequeña burguesía como el Partido Radical, Agrario Laborista e Ibañista y la Falange Nacional. Ahora, el ascenso de la clase media a través de los partidos que la representaba, fue también producto de un proceso cultural. La educación que antes era monopolio de la aristocracia, con la Ley de Enseñanza Primaria Obligatoria dio acceso a otras clases socia­ les a la cultura, pero sobre todo, fue la clase media la que asumió la responsabilidad de la enseñanza pública. Dentro de la aristocracia

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era mal mirado y despreciado el oficio de profesor. Insensiblemen­ te el grado de cultura general fue mayor en la clase media que en la aristocracia, comprobándose ampliamente este fenómeno revi­ sando la lista de artistas e intelectuales de la época. En mucho se debió también al desnivel cultural producido al prejuicio de la aristocracia contra el "modernismo". Para defenderse de sus peli­ gros se ampliaba el "Index" de lo prohibido en la literatura y arte, sin perjuicio que hubiera aristócratas literatos o artistas, que eran la excepción como Vicente Huidobro y Juan Emar, Angel Cruchaga Santa María, Joaquín Edwards Bello, Benjamín Subercaseaux y Genaro Prieto. Triunfante el Frente Popular, integrado por partidos obreros y clase media, cabe preguntarse si la unidad política provocaba a la vez una auténtica alianza de clases. No estaría en condiciones para responder afirmativamente esa interrogante, debido a que a mi juicio la clase media puede llegar a un entendimiento político para compartir el poder, pero muy difícilmente acepta confundir sus intereses con los de la clase trabajadora. La actuación concreta de los radicales en el Gobierno del Frente Popular fue de lealtad al programa de Gobierno acordado, pero mantuvieron siempre una especie de arbitraje entre la derecha liberal e individualista y los trabajadores organizados. De ahí viene que la política económica hubiera sido cuidadosamente mixta, donde la intervención del Estado llegara sólo al límite en que un gobierno reformista puede llegar al punto más sensible del sistema capitalista: el derecho de propiedad. La situación social de la aristocracia en la década del 30 y en especial en 1938, es compleja y difícil de analizar. El "status" social de que gozaba en el pasado se vio seriamente alterado con la crisis económica del año 1929 y siguientes. El sector más afectado fue el agrícola, compuesto en gran parte por la aristocracia tradicional. Los precios de los productos se fueron al suelo y las hipotecas de los fundos contraídas por deudas, eran muy difíciles de sortear, exis­

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tiendo el peligro evidente del remate, lo que hizo que una parte importante de la propiedad agrícola pasara a manos de los posee­ dores del dinero líquido que, generalmente, no pertenecían a la aristocracia. La situación descrita hizo que el estándar de vida bajara y la sobriedad se impusiera. La aristocracia hizo frente a la época de las vacas flacas con bastante dignidad, parecida a lo que me tocó conocer en Europa recién terminada la II Guerra Mundial, donde hasta el más noble de los ingleses no tenía vergüenza de usar vestimentas parchadas. Pero el hecho más trascendente como consecuencia de la crisis agrícola fue el nacimiento de la simbiosis industrial-agrícola, que después ha tenido tanta importancia en la vida económica del país, pero, que a la vez, hizo perder poder autónomo a la aristocracia tradicional. En el campo político la aristocracia sufre la derrota de 1938, pero, por otro lado, gana la cohesión al borrarse las fronteras entre liberales y conservadores. Pero ya la composición social de ambos partidos que integraban la derecha unida, no es la misma que la del pasado. Pasa a tener influencia determinante el dinero y los que lo detentan, pertenecientes a lo que podría denominarse "clase media alta". La incipiente industrialización impulsada por la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) hace surgir a la clase media alta, la que se transforma en una "Nueva Aristocracia" constituida por extranjeros o hijos de extranjeros, propietarios de las principa­ les industrias. El tradicionalismo aristocrático acepta lo que antes jamás hubiera aceptado: el matrimonio de sus hijos con hijos de emigrantes. El caso más típico de estas mezclas fue y sigue siendo el de los hijos de los árabes. Ahora, el proceso de asimilación no fue igual en las familias aristócratas liberales que en las familias conservadoras. Los prime­ ros aceptaron y se acomodaron más rápidamente ante la situación de hecho producida. Eran más abiertas, viajadas y con menos escrúpulos. Para las familias conservadoras fue duro aceptar que se 106

abrieran brechas en el cerco que habían construido. Hay que recordar que hasta 1938, el conservantismo por su confesionalismo, había mantenido un cierto estilo de "ghetto" donde las relaciones sociales extraconservadoras eran limitadísimas. Pero al final, fue toda la aristocracia, tanto liberal como conservadora, la que aceptó que el signo $ fuera dominante en la vida social.

NOTAS 1 Gumucio, Rafael, op. cit. p. 2 Revista Topaze dedicada al humor político chileno. 3 Gumucio, Rafael, op. cit. p. 4 Gumucio, op. cit. 5 Dimitrov, Político búlgaro, fue apresado por los nazis. Fue Secretario General del Kommintern y primer presidente del nuevo régimen en Bulgaria. 6 Ravinés, Eudocio, Dirigente del Partido Comunista peruano. Usó el seudónimo de Jorge Montero. 7 Kasan, dirigente alemán de la Internacional. 8 Figueroa Larraín, Emiliano, Presidente de la República de Chile, entre el 23 de diciembre de 1925 al 7 de abril de 1927. 9 Petain, Felipe, mariscal francés, vencedor en Verdum el año 1916. Jefe del Estado instalado en Vichy en 1940 a 1944 durante la ocupación alemana. Condenado a muerte en 1945, su pena fue conmutada.

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SEGUNDA PARTE

Capítulo I LA FALANGE: FUERZA CRECIENTE

56 años de existencia, considerando la vida de la Falange Nacional más la Democracia Cristiana hasta hoy día, es espacio de tiempo suficiente para que las ideas fundacionales se hayan expresado a través de etapas de rasgos comunes como de diferen­ cias operacionales. A grandes rasgos podrían señalarse las si­ guientes etapas: 1938 a 1957, período en que la Falange adquiere una personalidad propia, cualquiera que sea su potencialidad política; 1957 a 1970, período en el que el pequeño partido Falange aglutina a su alrededor otros grupos políticos, se transforma en el Partido Demócratacristiano y llega al poder; y por último, desde 1970 a 1973, donde la Democracia Cristiana pasa a ser el primer partido de Chile, fuerza dormida al no existir la vida de partido que antes existía. En esta última etapa se produce el golpe militar y la dictadura que dura 17 años, ese hecho tan importante no permite conocer a fondo la idiosincrasia actual del Partido. Mirada esta última etapa superficialmente, uno tendría la tendencia a considerarla como una etapa provisoria anterior a otra que vendrá con más claridad doctrinaria. Durante todas las etapas se mantienen algunos rasgos comu­ nes: excesiva influencia de los líderes, especialmente durante la vida de Eduardo Frei Montalva, fraternidad y solidaridad efecti­

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vas, pluriclasismo y ambigüedad política permanente. En esta última etapa ha existido la idea, aceptada por algunos demócratacristianos, de que el Partido es un "Partido de Centro". A mi juicio esa definición centrista no calza totalmente dentro de lo que se entiende por "centro", máximo cuando los partidos francamente de derecha por motivos electoralistas hoy día, se autodenominan de "centro". La verdadera calificación que merecería la Democra­ cia Cristiana en estos últimos 38 años, debería ser analizada con más profundidad para no equivocarse con las apariencias. Duran­ te la etapa señalada, o por lo menos en parte de ella, ha existido el fenómeno de la polarización que se llama o se llamó derecha e izquierda. La derecha que está conforme con el orden establecido y por ende lo sostiene y defiende; y la izquierda que pretende cambiar revolucionariamente ese orden y la sociedad sobre el que éste descansa. Al correr el tiempo y especialmente en la actualidad, se ha producido lo que algunos llaman la "muerte de las ideolo­ gías" y un pragmatismo que domina tanto a la derecha como a la izquierda. Esa situación de hecho tan extraordinariamente confu­ sa y desorientadora, hace difícil la ubicación de la Democracia Cristiana. En el fondo, aparece más como una asociación de poder en que se desenvuelven "grupos" que para tener importancia política prefieren pertenecer a un partido grande e inocuo, que no provoque obstáculos en su lucha por llegar al alto nivel creado por el neoliberalismo.

LOS PRIMEROS AÑOS

La propia pequeñez de la Falange y el cuadro político en que le tocó actuar en sus primeros años de vida, favorecieron la imagen que había nacido una fuerza no comprometida con el orden vigente y distinta al tradicionalismo católico. Se habían estableci­

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do vínculos de mutua simpatía entre la izquierda y la Falange, vínculos que se estrecharon debido a que ambos sectores recibían el ataque implacable de los mismos enemigos. Favorecía también la imagen progresista de la Falange, la actitud de alta receptividad de ésta con respecto a la significación del triunfo del Frente Popular. El entusiasmo y la fe que se habían despertado en el pueblo alrededor de la victoria de un gobierno de avanzada social, alcanzaba también a los falangistas. Algunos puntos programáticos del Frente Popular, como la reforma educa­ cional, la recuperación de las riquezas básicas del país, la interven­ ción del Estado en el desarrollo económico a través de la recién creada Corporación de Fomento de la Producción, y por último, la libertad religiosa y el respeto a la legalidad vigente, calzaban con los planteamientos de la Falange Nacional. A todo lo anterior se agrega el hecho que declarada la Segunda Guerra Mundial en 1939, las coincidencias con la izquierda se hacían más patentes aún, al encontrarse ambas fuerzas en el mismo bando antifascista. La derecha en su gran mayoría, como sucedió en todas partes del mundo, era pro-nazi, sin perjuicio que una vez derrotado el fascismo afirmase que "nadie había sido pro-fascista" y saliera a celebrar la liberación de París con toda la población de Santiago. Llamaba a escándalo a cualquier espíritu tolerante el tipo de oposición que la derecha hizo entonces al Frente Popular. Era una guerra sin cuartel, en que se empleaban todos los medios, por ilegítimos que fueran. Leyendo los debates parlamentarios es posible comprobar el grado de reaccionarismo dominante. Se combatía, por ejemplo, desde el ángulo liberal más ortodoxo leyes de beneficio nacional indiscutibles como la Corporación de Fo­ mento a la Producción, institución (creada en 1939) que, después y desde el poder, se desvirtuara su finalidad para que sirviera a los intereses de los monopolios. Lo que entonces hizo la derecha para derribar el régimen es comparable a lo realizado por la misma derecha para derrocar al régimen de la Unidad Popular. Existe sin embargo una diferencia. En aquella época, la Falange no aceptó ser

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cómplice de la conjura antipopular y, en cambio, en el caso del golpe de estado que derrocó al Presidente Allende en Septiembre de 1973, aparece la Democracia Cristiana, por lo menos dividida, para apreciar ese golpe. En Noviembre de 1941 muere Aguirre Cerda y el Vice­ presidente de la República doctor Jerónimo Méndez, radical, convoca a elecciones presidenciales para Febrero de 1942. Dos candidatos se presentan en la contienda: Juan Antonio Ríos, radical, apoyado por las fuerzas integrantes del Frente Popular más la Falange y un sector del Partido Liberal, y el General Carlos Ibáñez, ex-dictador, apoyado básicamente por el Partido Conser­ vador. Gana Ríos por más de 60.000 votos y se sigue un decenio de gobiernos radicales apoyados por diferentes fuerzas. Durante casi todo el decenio la Falange mantiene el entendimiento político con lo que podría llamarse centro-izquierda. El Presidente Ríos enferma gravemente y fallece; el Vice­ presidente Alfredo Duhalde convoca a elecciones presidenciales para Septiembre de 1946. En ese período ejerce el cargo de Ministro de Obras Públicas Eduardo Frei, falangista, cargo desde el cual inició una carrera política espectacular. Realiza una buena gestión al cambiar el estilo político tradicional por una administración más moderna y técnica, dinamizando y descentralizando las obras públicas. La Falange, como partido pequeño, gira alrededor del Ministro y del Ministerio, no efectuando exigencias partidistas de ninguna especie, lo que la prestigia ante la opinión pública. El Ministerio de Frei terminó de muy mala manera, porque el Gobierno de Duhalde acordó una violenta represión contra el movimiento obrero, que con vigor promovía una intensa lucha reivindicativa. Una gran manifestación popular santiaguina, en Enero de 1946, es reprimida sangrientamente dejando muertos y heridos. La Directiva de la Falange acuerda retirar a su Ministro. Frei acata la resolución y renuncia, aun cuando su criterio personal fue dubitativo. Los colegas nuestros y en especial el Partido

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Radical, acusaron a Frei de haber concurrido con su aceptación al cambio de línea del Gobierno en cuanto a represión se refiere. En las elecciones presidenciales de 1946 la Falange altera la tendencia de entenderse con fuerzas de centro-izquierda y apoya la candidatura del doctor Eduardo Cruz Coke, conservador. La resolución de apoyo no representó un acuerdo entusiasta del Partido, ya que se adoptó en la Junta Nacional, organismo direc­ tivo máximo, por sólo dos o tres votos de diferencia contra los que opinaban a favor de la candidatura de Gabriel González Videla, radical. Los que defendían la resolución triunfante se jugaron por entero en pro del apoyo a Cruz Coke, planteando como razón que era necesario atraer a la juventud conservadora y otros sectores de ese Partido, que opinaban que la candidatura de Cruz Coke, calificada como progresista, permitiría la derrota del tradiciona­ lismo conservador. A mi juicio creo que el propio Cruz Coke con su personalidad, produjo la confusión de que fue víctima la Falange en ese momento, como fue el caso de Radomiro Tomic, que fue el campeón de la candidatura de Cruz Coke. Era un doctor brillante, elocuente e imaginativo, que había mantenido una irre­ ductible actitud anti-conservadora, pero también, sorpresiva­ mente, en los momentos en que se producía la crisis de 1938 entre la Juventud y el Partido Conservador, ingresó a éste aceptando representar una especie de liderato progresista. Los dirigentes falangistas que opinaron internamente a favor de la postulación de González Videla, quien contaba con el apoyo del Partido Radical, Comunista y Democrático, lo hicieron para mantener una línea política de alejamiento progresivo de la derecha, más que por la misma persona del candidato. La derecha chilena ha sido siempre muy hábil en adoptar estrategias que impidan el éxito de los gobiernos populares. Con González Videla usó la táctica envolvente, dándole la sensación que como persona daba confianza a la derecha. Esa táctica ya le había arrojado dividendos con cierto tipo de radicales, que por

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arribismo social se transformaban de volterianos en "caballeros de orden". A González Videla le pasó lo mismo, convirtiéndose en un derechista que compartía los puntos de vista de la oligarquía. Gabriel González Videla fue uno de los pocos personajes radicales que al evolucionar no dejó rastros de su origen doctrinario. Al final de su período presidencial ya daba muestras de una inclinación derechista, pero fue después de su presidencia cuando el cambio alcanzó a la totalidad de su personalidad. Porque un hombre de clase media provinciano bien puede cambiar de pensamiento político y ser más oligárquico que cualquier oligarca por tradición, pero siempre conserva algo indefinible que testimonia su origen. Gabriel González logró ser un integrante auténtico de la aristocra­ cia chilena, sin necesidad de pagar el precio que debe pagar un arribista de clase media corriente. La señora Miti en mucho contribuyó a la evolución de su marido: silenciosa y hábilmente logró ubicar a la familia entera al margen de lo que se llama clase media. La verdad es que en la ridicula institución de las "Primeras Damas", casi todas las señoras de los Presidentes han sabido desempeñar su rol con sobriedad, excepto la pintoresca señora Lucía Hiriart de Pinochet. La señora Miti, sólo después de muerto Gabriel González Videla, por su mentalidad reaccionaria ha acep­ tado jugar el papel de "centro de mesa" en cuanta recepción social oligárquica se realice. Cierto es que sus condiciones y cualidades humanas hicieron que sus veleidades políticas pasaran siempre como expresiones de anhelos de grandes grupos políticos y nunca consideradas como increíble frivolidad. Yo conocí bastante a González Videla y la amistad que mantenía con él hizo que lo apoyara en su postulación dentro de la Falange y después desde la Subsecretaría de Hacienda. Debo confesar que nunca le critiqué su frivolidad de gobernante, debido a la admiración que me producía su habilidad para hacer frente a los problemas inherentes a los gobiernos de coalición. Cuando le vino la furia anticomunista, lisa y llanamente no le obedecí como

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funcionario y no cumplí la orden de expulsar a los comunistas que servían al Estado en el Ministerio de Hacienda. En la primera parte de su gobierno organizó una combina­ ción de partidos (Radical, Comunista, Democrático, Liberal). Al poco andar de esa combinación, el Presidente, impulsado por los liberales, adoptó una actitud cerradamente anti-comunista, lo que trajo como consecuencia la crisis de dicha combinación. Se aprue­ ba en el Congreso, con los votos radicales y de derecha, la llamada "Ley dé Defensa de la Democracia" que coloca al Partido Comu­ nista fuera de la ley. Se inicia entonces una sistemática persecución contra todos los comunistas, enviando a una gran cantidad de gente de ese partido a un campo de concentración en el desierto del Norte de Chile (Pisagua). La Falange manifestó desde el primer momento su total repudio a esa ley inconstitucional que atentaba contra la libertad de pensamiento. Esa actitud, de consecuencia política, agudizaría sus dificultades con un sector importante de la Iglesia que miraba con buenos ojos la caza a los comunistas y ahondaría también el surco que la separaba de la derecha. El ala izquierda del radicalismo empezó a sentirse incómoda en un partido que integraba tal combinación con la derecha, moviéndose internamente para conseguir el retiro de la colectivi­ dad de un gobierno represivo. Gabriel González Videla, en una hábil maniobra política, salva la crisis con su partido organizando otra combinación de gobierno denominada "de sensibilidad so­ cial". Esta contaba con cierto beneplácito del Partido Comunista que ya consideraba la posibilidad de volver a la vida legal. El Gabinete "de sensibilidad social" estuvo integrado por el Partido Radical, la Falange, el Partido Democrático y el Partido Conserva­ dor Social-Cristiano, quedando al margen del gobierno la izquier­ da: socialistas y comunistas. En 1952 triunfa en la elección presidencial el General Carlos Ibáñez, derrotando a Pedro Enrique Alfonso, radical, a Arturo Matte, liberal y a Salvador Allende, socialista. El ex-dictador de

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1927 ganó por un margen arrollador de votos y su popularidad era indiscutida. Elegido legalmente hizo un gobierno opaco, sin ma­ yor relieve, que no se distinguió de otros dominados por la derecha. Sin embargo, la elección de Ibáñez merece ser analizada, debido a que se dio expresión a sentimientos populares que antes no habían aflorado a la superficie. Existía cansancio en la opinión pública frente a la forma tradicional con que habían hecho gobier­ no desde 1920 los partidos clásicos. La generación del 30 no había logrado imponer rectificaciones que cambiaran el estilo y el rumbo de la política, los hombres claves eran los mismos de siempre y las combinaciones políticas no respondían a afinidades que permitie­ ran el cumplimiento de programas de gobierno. La reacción contra esa situación fue informe, contradictoria y primaria. Las fuerzas políticas que apoyaban a Ibáñez eran de carácter personalista y no respondían a ningún padrón ideológico coherente y los dirigentes de esas fuerzas eran desconocidos. Se eligió a Ibáñez por la imagen que aún conservaba de incorruptibilidad y autoritarismo: el sím­ bolo de la campaña, "la escoba", lo explica todo. La única excep­ ción en el conjunto abigarrado que dio apoyo a Ibáñez, fue la presencia de una fracción socialista (Partido Socialista Popular), la que contaba con elementos valiosos que tomaron como pretexto dicho apoyo, para oficializar una división del Partido Socialista que se venía desarrollando desde algún tiempo antes. La colabo­ ración socialista popular fue dada sin entusiasmo alguno y duró un año. Recuerdo una reunión en casa de Manuel Francisco Sánchez con Raúl Ampuero y Aniceto Rodríguez, donde ambos dirigentes socialistas manifestaban vacilaciones en la cooperación con Ibáñez. También apoyó a Ibáñez el Partido Agrario Laborista, partido que siempre había sido leal al General. Era un partido que había logrado aglutinar fuerzas, pero de militantes de distintas ideologías, algo parecido a lo que es hoy día el Partido Por la Democracia (PPD). La verdad era que tampoco por parte de los falangistas existía ningún fervor en apoyar a Pedro Enrique Alfonso, personaje radical ubicado en el ala derecha del Partido.

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A la heterogeneidad de las fuerzas que apoyaban al régimen y la baja calidad del equipo dirigente, es necesario agregar las medidas económicas y sociales reaccionarias que se adoptaron, como fue la llegada de la misión de técnicos norteamericanos Klein-Sacks para dictar e imponer una política anti-inflacionista sobre la base del sacrificio de los asalariados. Todo esto trajo el desgaste y el desprestigio del gobierno: la oposición ganó dos elecciones complementarias en 1954 y 1955. En lä segunda de ellas los partidos de oposición (Liberal, Conservador Tradicionalista, Conservador Social-Cristiano, Socialista de Chile, Comunista y Falange) apoyaron al que escribe estas líneas, ganándose la elec­ ción contra el candidato de gobierno Clodomiro Almeyda, socia­ lista popular. Sin embargo, al régimen de Ibáñez debe reconocérsele el mérito de haber colaborado en la aprobación de leyes tan impor­ tantes como la derogación de la "Ley de Defensa de la Democra­ cia", y la reforma a la Ley Electoral y de Inscripciones. La Falange, desde 1938 hasta 1957, no lograba crecer electo­ ralmente. Su fuerza no subía de 35.000 votos, más o menos el 2 o 3 por ciento del electorado, eligiendo tres diputados y un senador. Sin embargo, la importancia que mantenía en la opinión pública era mayor que su potencialidad en las urnas. Los sucesivos fracasos en los comicios no lograban disminuir la mística domi­ nante en el Partido: la generosidad y desprendimiento de los militantes eran ejemplares. Por otra parte, la situación desmedra­ da en lo electoral se debía, en parte, a la ley que regía, dictada por la derecha, para asegurarse en el Parlamento el control que ya ejercía en el poder Ejecutivo. El sistema electoral vigente hasta 1957 estaba destinado a favorecer a los grandes partidos reaccionarios, cuyo electorado se encontraba ubicado en los lugares agrícolas o pequeños pueblos, donde el feudalismo controlaba a través del cohecho el voto de los campesinos. En esos lugares la ley establecía la elección de un

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mínimo de parlamentarios aun cuando la cantidad de votos fuera exigua, de manera que allí los diputados de la derecha resultaban electos con apenas 1.000 votos, en circunstancias que cada uno de los diputados falangistas elegidos en las grandes ciudades necesi­ taban una cuota de 11.000. La Falange fue el Partido que más énfasis puso en la lucha por la modificación de la Ley Electoral. Jorge Rogers, diputado falangista, fue el autor de un proyec­ to de reforma electoral trascendental en todo sentido. En primer lugar, porque ese proyecto establecía la cédula única oficial, liquidándose así la posibilidad del cohecho que se ejercitaba enviando al elector ya abordado a las urnas con una cédula electoral marcada de antemano. Desde niño me tocó conocer de cerca algunos de los métodos que se usaban para comprar concien­ cias. La inmoralidad del cohecho ño existía para la mentalidad derechista. Recuerdo que mi profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Católica nos enseñaba que el cohecho era "un correctivo al funesto sufragio universal"; acompañaba esas ense­ ñanzas con una anécdota de Disraeli que al subirse a un coche le propuso al cochero no votar ambos, ya que el voto de uno y otro era igual ante la ley. Yo creo que puede ser interesante que la juventud conozca anécdotas vividas por mí en relación al sistema del cohecho que existía y eso porque el poder del dinero que antes se gastaba en comprar votos, hoy se utiliza en el control de los medios de comunicación que sirven más efectivamente que el cohecho para torcer las conciencias. Mi primera experiencia del cohecho la viví cuando el Partido Conservador me envió a una elección comple­ mentaria de una señora Dolí de Díaz en La Ligua: en una pieza grande se instaló la mesa receptora, entraba el elector y el propio presidente de mesa metía un voto a la urna. Pero ya el máximo del cohecho que conocí fue en la segunda comuna de Santiago. Ahí se llevaba a una pieza a los electores cohechados y se les enviaba a votar diciéndoles que estaban vigilados, enseguida de que se les despachaba, se daba la orden a algunos matones pagados para que

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procedieran a darle una golpiza a cualquiera de los que habían sufragado y eso bastaba para que los demás electores quedaran convencidos que existía vigilancia. Como era de esperarlo, la iniciativa de la Falange para reformar la Ley Electoral durmió durante largos años el sueño de los justos en los archivos de los proyectos pendientes en las comisiones. Sin embargo, sucedió algo imprevisto: la alianza de los partidos que apoyaban al gobierno de Ibáñez con algunos, partidos que estaban en la oposición, como los radicales, socialis­ tas de Chile, socialistas populares y falangistas, para reformar la Ley Electoral y derogar la "Ley de Defensa de la Democracia". La mayoría a favor de esas iniciativas legales era aplastante, no pudiendo hacer nada contra ella la derecha, que trató por todos los medios de evitar su aprobación. En definitiva se logró triunfar, saneándose el sistema electoral chileno. Ese triunfo demuestra que los partidos democráticos triun­ fan en la medida que son capaces de orientar una movilización popular y esto lo recalco frente a la debilidad que ha existido para movilizar al pueblo en lo que se refiere a las reformas constitucio­ nales de la Constitución de Pinochet. La derogación de la "Ley de Defensa de la Democracia" significó para la Falange hacer frente a las presiones más increíbles. Recuerdo un hecho que no ha sido conocido y que resalta la personalidad de un hombre como Horacio Walker. Sostuve, como Presidente de la Falange, una conversación con él, relatándome lo siguiente: "días antes de la votación de derogación de la Ley de Defensa de la Democracia, en la Cámara, se le había acercado el Obispo Auxiliar de Santiago, quien le transmitía de parte del Cardenal José María Caro su resolución de excomulgar a los diputados falangistas católicos que votaran la derogación, hacién­ dole presente que como la medida era muy dura, el Cardenal prefería rogarle que interviniera antes que los hechos fueran irremediables". Horacio Walker se negó terminantemente a cum­

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plir el encargo y después de producida la votación me informó. Al mismo tiempo se apremiaba a Frei, que ya había lanzado su candidatura presidencial para 1958, quien, para ser justos, nunca llegó a presionarme, aun cuando estaba muy preocupado por la pérdida de votos que podría significar para él la actitud de la Falange. Recuerdo que el mismo día de la votación de la Ley, pasó Frei por Alameda 540 (local de la Falange) para hacerme ver la responsabilidad que tomaba como Presidente al dar orden de partido. En el mismo año 1957, rigiendo la antigua ley electoral que permitía los pactos, la Falange obtiene 15 diputados, a los que se agregó uno más perteneciente al Partido Conservador SocialCristiano (Tomás Pablo Elorza). El avance fue espectacular y recibido con júbilo por los sufridos falangistas que llevaban casi veinte años acostumbrados a hacer frente a los peores reveses electorales. Paralelamente, el ambiente era bueno para un partido pequeño que mantenía relaciones con los grandes partidos de oposición, la figura de Frei había crecido enormemente después que Ibáñez lo había llamado para que virtualmente controlara el poder desde el Ministerio del Interior, proposición que Frei rechazó por acuerdo de la Falange. El resultado electoral y la buena situación política fueron factores que disuadieron a un grupo de militantes que desde 1954 venían considerando la posibilidad de disolver el Partido para crear un movimiento personalista alrede­ dor de la figura de Frei. Dicho grupo, sin ser una fracción, actuaba como tal. Se reunía en la librería de la Editorial del Pacífico, empresa falangista, controlada por el grupo y ahí se tomaban acuerdos que después se hacían presentes en las discusiones de los organismos directivos. Sus componentes pertenecían general­ mente a la clase alta chilena y representaban al ala moderada de la Falange. En el futuro gobierno de Frei, los integrantes de ese grupo tendrían destacada actuación. Previa a la fundación del Partido Demócrata Cristiano en

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1957, funcionó la "Federación Social Cristiana", formada por la Falange, el Partido Conservador Social-Cristiano y grupos de agrario-laboristas que habían integrado el gobierno de Ibáñez. El predominio formal de la Falange en la Federación fue muy grande, aun cuando, como lo haré presente más adelante, la singularidad doctrinaria del Partido se diluyó. Antes de entrar a analizar la segunda etapa de la Democracia Cristiana, se hace necesario referirse a un punto básico que alcanza a todos los períodos, y es el referente al carácter del Partido en la práctica política, en las discusiones sobre estrategia y táctica y en su misión. Punto aparte de aclarar, especialmente para compren­ der hasta qué grado lo que corrientemente se llama estrategia -o sea caminos hacia el futuro- se transforma en la expresión presente de posiciones diferentes dentro de un partido en el corto plazo. No se si sería más apropiado que mi visión de la Democracia Cristiana actual la diera al final de estos apuntes o como un comentario a lo que me he referido en este capítulo. Si me decido a hacerlo, desde ya debo por milésima vez reiterar que en 25 años desde que me retiré de la D.C., no he comentado ni para bien ni para mal la política seguida por el Partido a que pertenecí. Y, aún algo más, hace un año, después que constaté la inviabilidad de la Izquierda Cristiana pensé volver a la D.C.. Los motivos que en principio me movieron, seguramente merecen la crítica fundada de los actos políticos poco meditados. En el fondo, pensé que era posible trabaj ar en un Partido grande que pusiera coto a la herencia militarista que aún subsiste después de los cuatro años del gobier­ no de Aylwin. Además que también, debo confesarlo, la carga afectiva que siento hacia los viejos militantes es tan fuerte, que siempre influirá en las visiones de antaño de la D.C. y la visión actualizada. Señalar una fecha en que un gran partido cambió el carácter fundamental es muy difícil, cuando esos cambios son parte de un proceso prolongado. Sin perjuicio de ello, me atrevería a adelantar

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que el inicio del proceso habría que ubicarlo entre los año 1965 y 1966 y los hechos determinantes, fueron las opciones que cada día tomaba Frei por autonomizar el grupo de gobierno que lo rodeaba (minoritariamente militante) y las bases que, aun cuando en ellas existieran legítimas tendencias, globalmente eran subestimadas. Ahora, con razón se me podrá preguntar cómo un grupo de personas podía tener tanto poder como para influir en el pensa­ miento de un Presidente de la inteligencia y calidad de Frei. Y o creo que la influencia existía, pero que la realización en actos fue el producto de una coincidencia del grupo y Frei en un mismo concepto estratégico político que difería del que se había sostenido por la Falange. Lo principal pasa a ser encontrar la eficacia política y ésta se da limitadamente en un partido doctrinario y sí se da en los partidos llamados centristas. La experiencia práctica de la obsesión de la "eficacia" llevó al Partido al fracaso electoral en 1970. Vino después la larga noche de la dictadura y muchos de los integrantes del grupo que rodeó a Frei, trasladaron sus ansias de eficacia sirviendo incondicionalmente a la dictadura. Sería odioso dar sus nombres, pero algunos de ellos llegaron a identificarse totalmente con los "chicago boys" y otros ocuparon altos cargos en el Gobierno de Aylwin. Lo grave es que vuelta la democracia, la mentalidad centrista del grupo de 1966 se ha diluido y alcanzado a todas las capas del Partido, para transformarlo en "asociaciones" de poder, cuya única finalidad es conservar la cifra electoral que coloca a la Democracia Cristiana como el primer partido de Chile. Muchas fases del proceso que indico, fueron vividas por el Partido Demó­ crata Cristiano Italiano hasta su virtual liquidación actual.

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Capítulo II FUNDAMENTOS Y OBJETIVOS DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA

Durante los primeros años, las discusiones internas sobre la estrategia a seguir se circunscribían casi exclusivamente a proble­ mas de subsistencia como partido. Esas discusiones se limitaron a encontrar la base de sustentación más apropiada para hacer proselitismo. Para algunos, debía cuidarse no romper el carácter umbilical con los sectores de donde provenían los militantes de la Falange, o sea la Juventud Católica y la Juventud Conservadora. Otros, en cambio, creían en las posibilidades de penetración en sectores populares acaparados por los partidos marxistas, espe­ cialmente veían la necesidad urgente de una presencia activa en el sindicalismo. Las discusiones eran ardientes y eternas. Lo último, debido a un vicio muy arraigado en la Democracia Cristiana, que consiste en la necesidad que todos los miembros de un organismo directivo hagan uso de la palabra, aun cuando repitan los mismos conceptos, sin perjuicio que al final se impongan los criterios de los líderes. La lucha, en el fondo, se circunscribía a lo que podría definir como popular y "elitismo". Hasta 1957 puede observarse que la tendencia dominante dentro de la Falange fue popular. Esto se puede comprobar si consideramos las alianzas políticas que gene-

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raímente se hicieron con los radicales y la izquierda. La única excepción, como se expresó anteriormente, fue el apoyo a Cruz Coke en 1946. La discusión más importante se produjo alrededor de la necesidad de la presencia falangista en las organizaciones sindica­ les. El debate sobre este punto tendría trascendencia en el futuro. Es innegable que la Democracia Cristiana llegó a ser una fuerza sindical. Mientras unos sostenían que la Confederación de Traba­ jadores de Chile (C.T.CH.) era una organización politizada y marxista, en la cual los cristianos no tenían nada que hacer, otros sostenían que se debía estar presente donde se encontraban organizados la mayoría de los trabajadores. En ese entonces algunos falangistas iniciaban el debate entre "libertad sindical" (sindicatos paralelos) o "sindicato único", debate que después adquiriría caracteres conflictivos. En esa ocasión se impuso la tesis de integrar la C.T.CH., aceptándose que el Partido Comunista, que era mayoritario, cediera el número de votos necesarios para elegir un Consejero falangista. El partido en aquellos años no tenía dirigentes sindicales obreros y fue necesario improvisar a uno que era estudiante universitario (Alfredo Lorca Valencia). Con el tiempo, las discusiones sobre estrategia, táctica y carácter del Partido tomaron otras formas. En los primeros años coadyudaba a darle singuralidad al Partido la guerra a muerte de la derecha y la simpatía de la izquierda; pero eso, y con razón, era insuficiente para los jóvenes que habían ingresado a la Falange directamente, sin haber conocido la crisis con el Partido Conser­ vador y el inicio de las dificultades con la jerarquía eclesiástica. Esos elementos representados por Jaime Castillo, ideólogo y alma y vida de la revista "Política y Espíritu", planteaban la esencia y misión del social-cristianismo desde el ángulo teórico que muchas veces chocaba con los criterios más inmediatistas de algunos antiguos dirigentes. La "medida de lo posible" que es válida para todos los partidos políticos, aún para los que se plantean como

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"vanguardia", es difícilmente comprendida por la juventud y muchas veces calificada por ésta de baja política. Jaime Castillo y otros dirigentes juveniles, al analizar las posibilidades de la Democracia Cristiana en orden a ser "partido de centro" o "partido de vanguardia", elegían teóricamente la segunda definición. Describiendo, por ejemplo, un partido demócratacristiano de "centro" se decía que en ese caso no existiría exigencia ideológica y en su seno podrían coexistir tendencias que se moverían entre la derecha, el centro y la izquierda. Nadie podría reclamar una sola ortodoxia. El nexo entre las tendencias sería muy amplio, lo mismo que su composición social y política. "La heterogeneidad ideológica y social conduce a la formación de fracciones internas irreductibles. La disciplina pasa a ser una delgada capa de conveniencias generales. En ella no se producen rupturas sólo porque sería peor para cada bando, pero la existencia de unfuerte sentido unitario positivo no es lo dominante. De allí proviene una actitud de vaivén de los hechos anteriores", decía Jaime Castillo. Un partido de "vanguardia" no es un partido de "adminis­ tración", según la definición de Castillo. No se inserta en el orden político ni está dispuesto a hacer concesiones "ni hacia el liberalismo de la sociedad burguesa, ni hacia las nuevas formas de vida surgidas de las tentativas colectivistas totalitarias. Crear incansablemente y contra todas las apariencias o riesgos de error, una vía nueva (...), un Partido Demócrata Cristiano de vanguardia es el único a nuestro juicio, que puede realizar la doctrina. Porque la táctica está íntimamente ligada a los principios. Su papel no consiste en declararse de acuerdo con lo real, ni en subrayar las coincidencias. Su preocupación, por el contrario, es romper los moldes, señalar las diferencias. Necesita perfilarse. Perfilarse es dintinguirse. Para ello, la lucha contra los demás se impone por sí misma". La nueva línea que se definía, imponía la soledad aun cuando no se la buscase, pero esa soledad significaba luchar por la doctrina del partido. Sin perjuicio de lo anterior, se aclaraba que la línea

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dura, sin compromisos, no significaba destruir la colaboración democrática al existir otros niveles como el Parlamento, asociacio­ nes sindicales y estudiantiles con finalidades específicas y limita­ das. En ese último caso la colaboración era posible y aún las alianzas políticas. Las diferencias surgidas de las discusiones no señalaban claramente las fronteras entre un pensamiento y otro. Desde luego, nadie sostenía que había que aceptar el orden existente y no renovarlo totalmente. Sin embargo, en realidad cuando se producen discusiones internas en los partidos, se tiende a colocar etiquetas que deforman lo que en verdad sostienen las posiciones encontradas. Es así como, por ejemplo, en la Falange a los que sostenían ciertos criterios de realismo político se les rotulaba de "conformistas", deseosos de acomodarse en el cuadro político existente. A mi juicio, la existencia de tendencias dentro del socialcristianismo, tanto en Chile como mundialmente, no es un proble­ ma que tenga que ver con la estrategia. Dichas tendencias respon­ den más bien a la práctica de la concepción de una "tercera fuerza" que se sitúe por encima de derechas y de izquierdas. Hay que recordar que los grandes inspiradores de esa concepción -como Mounier- al propiciar la constitución de una "tercera fuerza", manifestaban claras intenciones que en el sistema de partidos políticos pudiera realizarse la idea, sin caer en el centrismo o en el reformismo. Los esfuerzos por mantener una equidistancia entre derechas e izquierdas evitando las ambigüedades, lleva fatalmen­ te al uso indiscriminado de un verbalismo puritano, de ortodoxia, que pretende dar sensación de vanguardismo. El ejemplo históri­ co más gráfico de verbalismo ortodoxo se dio en el caso del quiebre del socialismo entre las tendencias afiliadas a la II y III Internacio­ nal. La tendencia moderada, que había dominado la II Internacio­ nal, hacía declaraciones de ortodoxia revolucionaria más "van­ guardistas" que las de la III Internacional: la lucha de clases era

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proclamada contra la burguesía y el imperialismo; el materialismo histórico y determinista aceptado como dogma. Los de la III Internacional, a su vez, se veían empujados para descalificar a los "moderados" acusándolos de revisionistas. Sin embargo, esa discusión, que aparecía ubicada en el plano de los principios, en el fondo obedecía en buena parte a un hecho muy concreto de orden político: el monopolio en la administración de los movimientos socialistas ejercido por la U.R.S.S. y el repudio que merecía el stalinismo a causa de las "purgas" políticas que se hicieron insoportables en 1937. Recordemos también, que algo parecido sucedió en la Revolución Francesa con los girondinos. Dejando a salvo la buena fe todos los que, en un momento dado, eran partidarios de la soledad y del no compromiso, como también la buena fe de los que sostenían la necesidad de los entendimientos o alianzas, las posiciones de ambas tendencias en el fondo decían relación con la esencia de lo que es la izquierda y la derecha. La manera de neutralizarse mutuamente era siempre la de elegir el aislacionismo. En otras palabras, nunca en la Democracia Cristiana ha podido superarse el esquema "derecha" e "izquierda", aun cuando las apariencias ubiquen a veces al Partido no amarrado a alianzas concretas. Esto fue lo sucedido en 1969-1970 alrededor de la elección presidencial que dio el triunfo a la Unidad Popular. Al término del gobierno de Frei, éste y el grupo de su influencia, representantes del ala derechista del Partido, con un criterio exitista, veían claro que una alianza con la derecha aseguraba el triunfo de un candidato de la Democracia Cristiana. También veían claro que una alianza con la izquierda aseguraba el triunfo de su candidato. Ambos bandos, (con excep­ ción de los que renunciamos al Partido para no destruir la unidad), aceptaron la candidatura aislacionista de Radomiro Tomic. Des­ pués del fracaso de esta candidatura, se podría pensar que el ejemplo no se volverá a repetir, pero los que así piensan pueden tal vez equivocarse. Por ahora y después de la elección presiden­ cial de 1993, pareciera que la lección se aprendió.

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En el fondo, la Democracia Cristiana no podrá ser nunca "partido de vanguardia", como lo desean y expresan teóricamente algunos sectores, pero tampoco podrá ser un partido de centro como lo define Jaime Castillo: "En cuanto a la composición ideológica, no sería exigente. Admitiría, como el Partido Demócrata Cristiano de Italia o de Francia, distintos grados de aproximación al rigor doctrinario. No pondría mucho énfasis en la homogeneidad teórica. Habría en su seno tendencias que se mueven entre la derecha, el centro y la izquierda. Todo ello estaría dentro del campo del partido y ninguno de esos sectores podría aspirar a una suerte de ortodoxia. Precisamente el Partido estaría constituido por ese vaivén ideológico entre diversas raíces doctrinarias. El nexo entre ellas estaría colocado en un punto muy amplio y muy flojo. Los límites hacia la derecha lo aproximarían hacia el liberalismo clásico; los límites hacia la izquierda nos dejarían cerca del colectivismo". Y más adelante, refiriéndose al radicalismo dice que "está hecho para conservar dentro de sí grupos sociales heterogéneos. Así como en el Partido de Lenin sería inimaginable un terrateniente que sigue siéndolo en todo sentido, en el Partido Radical chileno ese hacendado forma una 'ala' del Partido y se le reserva su oportunidad política con la misma legitimidad con que espera la suya el dirigente del 'ala izquierdista'". Lo que Castillo define como realidad radical sucede en la Democracia Cristiana donde conviven grupos sociales heterogéneos, unidos dentro del Partido a través de una indudable democracia interna, que permite zanjar las dificultades que podrían provocar dicha heterogeneidad, pero que no soluciona el problema de fondo permanente. La situación descrita que tenía vigencia en la D.C. hasta hace pocos años, podría alterarse si la D.C. se ve obligada a definirse al interior de las tendencias que existen entre los cristia­ nos sobre el tipo de teología que más se acerque a la realidad económico-social que viven los pobres. La verdad es que nunca he comprendido por qué la Democracia Cristiana se ha desinteresado tan totalmente del fenómeno social y político que representan el cristianismo progresista que se desarrolla en las bases populares

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de la Iglesia. En esas bases y en miles de cristianos sueltos, se da una lucha muy verdadera y fuerte contra el peligro de la infiltra­ ción conservadora en la Iglesia. Aun cuando la D.C. sea un partido no confesional, no puede dejar de hacer un esfuerzo para abrirse a la corriente cristiana progresista, sobre todo si tiene que tomar posiciones en problemas como la pobreza, el aborto y el divorcio. Las discusiones estratégicas o tácticas que se producían en el interior de la Falange y posteriormente en la Democracia Cristia­ na, en nada se parecen a las discusiones de igual género en otros partidos. El respeto mutuo se exagera hasta tal punto, que a los que intervienen en esas discusiones, lo que más les preocupa es señalar las coincidencias para no caer en el pecado de la heterodoxia y por eso las diferencias que afloran al exterior se presentan tan sutiles que llegan a ser incomprensibles para la opinión pública en general. Ahora, la realidad que se vive en el mundo de la política a nivel mundial, o sea, el triunfo del pragmatismo, la verdadera revolución que existe en el campo comunicacional y, por último, el individualismo que plantea el sistema neoliberal, que pretende dominar la técnica económico-social, hacen que la discusión que he descrito latamente incluyendo declaraciones de Jaime Castillo, pierdan vigencia y la lucha de los partidos, incluyendo sus tenden­ cias internas, tenga que orientarse con espíritu reivindicativo a favor de la vuelta de las doctrinas que marcaban las diferencias ideológicas.

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Capítulo III CRECIMIENTO Y PODER

En 1957 la Falange Nacional se fusiona con los partidos Conservador Social-Cristiano y Agrario Laboralista para formar el Partido Demócrata Cristiano. El paso dado significó la iniciación de un proceso de crecimiento cuantitativo nunca antes conocido en la política chilena. Sin embargo, ese crecimiento sorprendente creó un proceso paralelo de pérdida de la característica o imagen que había proyectado la Falange en el pasado. Personalmente y como último presidente de ella, creía que la fusión no significaría ninguna alteración de esa imagen conseguida a costa de tantas luchas, debido a que en cualquier alianza o fusión hay siempre una fuerza que tiñe más dándole carácter al conjunto. Con el correr de los años confieso haberme equivocado y que la razón la tenían los que entonces se opusieron y dieron argumentos opuestos a la fusión. Es cierto que los partidos políticos se organizan para alcan­ zar el poder, pero no es menos cierto que para obtener este objetivo pagan a veces precios demasiado altos. Fue el casó de la Falange, que al integrarse con otros partidos perdió singularidad ideológi­ ca. Aun cuando debe anotarse que desde 1957 a 1964 esa pérdida de singularidad rupturista fue más leve que en el futuro. Sin perjuicio que la decisión de ganar el poder a corto plazo, fue

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creando una serie de situaciones que sensiblemente empujarían al Partido Demócrata Cristiano a ser algo distinto de lo que había sido la Falange. En las elecciones parlamentarias de 1957 se levantó la candi­ datura a senador por Santiago de Eduardo Frei Montalva, con el objeto preciso de darle al resultado que se obtuviera un carácter indicador para la lucha presidencial de 1958. En ese sentido el resultado fue óptimo: Frei obtuvo una primera mayoría muy amplia. El resultado electoral fue decisivo para su presentación como candidato a Presidente. A esta lucha presidencial se presen­ taron también Jorge Alessandri, derechista independiente; Salva­ dor Allende, socialista, por la izquierda; Luis Bossay por el Partido Radical y; Antonio Zamorano, ex cura, independiente de izquier­ da. Estrechamente ganó Alessandri sobre Allende. El candidato demócratacristiano obtuvo un buen tercer lugar, lo que decidió que al día siguiente mismo de la elección, Frei empezara a montar la campaña que lo haría Presidente en 1964. El hecho que la Democracia Cristiana lanzara con seis años de anticipación un candidato, obligó al Partido a cambiar su estilo, ajustándose en su trabajo a promover la imagen de un hombre. Se produjo el principio de la alienación del Partido frente al líder, alienación que después pasó a ser total. Al mismo tiempo que el Partido se veía impulsado a centrar su acción en función de la lucha presidencial de 1964, se veía también constreñido a hacerlo frente a un estilo de campaña que había sido adoptado por Alessandri en 1958: estilo "a la norteamericana", donde los hábitos publicitarios tradicionales se cambiaron para presentar una propaganda psico­ lógicamente hábil y descalificadora del enemigo. El nuevo estilo requería de mucho dinero para controlar eficazmente los medios de comunicación. La Democracia Cristiana, heredera de la Falange, no contaba en sus filas con grandes magnates, ni menos con el favor de las grandes empresas monopólicas. Fue entonces cuando Frei empe­

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zó a trabajar con eficiencia una imagen que no asustara a los "dadores de sangre". Naturalmente esa imagen debía sobrepasar al Partido para evitar cualquiera reserva que limitara el apoyo. Además en esa época ya el internacionalismo demócratacristiano se había solidificado en tal forma, que estuvo en condiciones de concurrir con ayuda económica. Lo señalado anteriormente fue a mi juicio fatal para el futuro, porque lanzó a un partido idealista por la oscura senda de los "financiamientos corruptores". Sin ánimo de jugar al moralista, ni menos arrojar barro a nadie, no puedo dejar de referirme al tema del dinero, porque he sido testigo del mal que se produjo cuando se renunció a los "medios pobres". La corrupción alcanzó no sólo al Partido, sino también al sindicalismo cristiano. El estilo "norteamericano" de alto financiamiento político ha provocado el grado de corrupción de todos conocido en los Estados Unidos y Europa. Basta recordar lo que significó el proceso contra Nixon en la década de los 70, Watergate y la CIA, para darse cuenta del alto valor corrosivo que tiene, aplicado a la acción política. En los países subdesarrollados, la clase dirigente tradicionalmente financiaba a los partidos de derecha, pero era limitado y por lo tanto permitía a las fuerzas progresistas dar las luchas aun cuando no tuvieran dinero. Pero cuando al financia­ miento se agrega la "ayuda" internacional, la lucha se toma muy desigual. Toda "ayuda" significa a la larga una dependencia que se hace a veces sutilmente y otras en forma directa o descarada. En el caso de la Democracia Cristiana, los aportes eran celosamente escondidos. Los dirigentes del Partido no conocíañ ni su origen ni su monto: iban a parar a manos de "personas seguras". De cerca me tocó conocer también el poder corruptor del dinero en el sector sindical cristiano. Los dirigentes y bases sindicalistas cristianos eran reacios a integrarse a una organiza­

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ción única de trabajadores, debido en parte a un anti-comunismo proveniente de lahegemonía comunista en los sectores del trabajo. Por eso eligieron en un principio el camino de organizar un sindicalismo confesional, que tuvo expresión en la llamada Aso­ ciación Sindical Cristiana de Chile (ASICH). Una organización de esa especie requería financiamiento, sobre todo como sucedió después cuando se afilió a la Confederación Latinoamericana de Sindicalismo Cristiano (CLASC). En ese entonces, llegó a Chile el sacerdote belga Roger Veckemans s.j., poderoso intermediario entre los donantes extranjeros y el sindicalismo cristiano chileno. Veckemans, además de su dinamismo, tenía una concepción sindical-política realista. No creía en la utopía que pueda existir un sindicalismo no ligado en alguna forma a la lucha política. Impulsó en consecuencia el entendimiento sindicalismo cristiano-Democracia Cristiana, creando para el efecto organismos para-políticos donde vertía la ayuda económica extranjera, que en definitiva iba a impulsar la campaña presidencial de 1964. El que escribe mantenía una íntima y estrecha amistad con la mayoría de los dirigentes sindicales demócratacristianos, y ese hecho le permitió comprobar cómo insensiblemente esos dirigen­ tes se fueron burocratizando a través de las subvenciones que se otorgaban a los organismos sindicales a que pertenecían. A dife­ rencia de los comunistas, que no dejan de pertenecer al medio social de la clase y aún de los lugares donde viven, los dirigentes cristianos cambiaban de pelo, fatalmente se aburguesaban y se aislaban de la base. Siempre me impresionó que los parlamenta­ rios comunistas entregaran sus emolumentos al Partido para que éste les fijara su renta conforme al nivel salarial que poseían antes de ser parlamentarios. En el Partido Demócratacristiano, los efectos corrosivos del dinero se hicieron sentir en diferentes formas. La más dañina era el predominio interno que ejercían los militantes que participaban en la administración "reservada" de los fondos de ayuda, todos

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pertenecientes al ala derecha del Partido. Insensiblemente se dejan de hacer esfuerzos para que todos los militantes del Partido cotizaran regularmente, ya que en realidad lo que por ese rubro se podía recolectar, era ínfimo en relación a los fondos que provenían del exterior o de donaciones de gentes adineradas. La campaña publicitaria que se hizo en gran escala para resaltar la figura de Frei, sólo podía solventarse sobre la base de un presupuesto que se elevaba a sumas imposibles de obtener de las cuotas de los militantes. Se podrá sostener con razón que parecidos o mayores apor­ tes económicos recibían las otras fuerzas políticas que aspiraban al poder. Eso es cierto en lo que se refiere a la derecha, que tradicionalmente había obtenido un financiamiento político elevadísimo proveniente de las cuotas que entregaban las grandes empresas. Hay que considerar que los directorios de la casi totalidad de las sociedades anónimas estaban integrados por personeros de derecha, quienes no tenían el menor escrúpulo de acordar en sus sesiones los aportes políticos, con la impunidad que les confería el hecho de controlar la mayoría de sus acciones. La izquierda, a mi juicio, también recibía ayuda económica, aun cuando menor que la recibida por la D.C. y la derecha. En todo caso, aunque el mal fuera general, a mí no me gustaba que mi partido perdiera el perfil de honestidad que dio la Falange. En Chile es posible comprobar la potencialidad de las cajas políticas de los partidos basándose, por ejemplo, en un hecho muy curioso. Todos los partidos, sean de derecha, centro o izquierda, se ven obligados a hacer publicidad en el diario conservador "El Mercu­ rio". Y éste no perdona a nadie el cobro respectivo, siendo por lo tanto fácil calcular los centímetros de avisos pagados para darse cuenta donde está el dinero y donde no lo está. La corrupción del dinero que en esos años se iniciaba, se vio plenamente confirmada en lo que se refiere a la ayuda exterior dispensada a partidos políticos chilenos a través del proceso de la

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CIA. Mister Colby, ex director de ese organismo, testimoniaba ante el Sub-Comité de Servicios Armados de la Cámara Norteame­ ricana el 23 de Abril de 1974, que 350.000 dólares fueron acordados por el "Comité de los 40" a fin de tentar -sin éxito, como se sabea miembros del Congreso chileno para que votaran en contra de Allende en la elección que el Congreso Nacional debía efectuar en Octubre de 1970. Después de la ratificación de Allende por el Congreso, se acordaron 5 millones de dólares, entre 1971 y 1973, para movilizar a la oposición, fuera de un suplemento de un millón y medio de dólares, para ayudar a los candidatos de la oposición en las elecciones municipales de Abril de 1971. Y por último, en carta que Mister Harrington dirigiera al representante Morgan, se cita a Mister Colby diciendo que éste habría testimoniado que el "Comité de los 40" habría autorizado un gasto adicional de un millón de dólares en Agosto de 1973, víspera del Golpe de Estado. No hay pruebas de quienes fueron los parlamentarios que recibieron el aporte de 350.000 dólares. No existen tampoco pruebas de los conductos usados para la inversión movilizadora de la oposición de cinco millones de dólares y de las otras sumas señaladas. Pero sí se puede afirmar categóricamente que las huelgas del mineral de cobre "El Teniente" y de los camioneros, fueron financiadas por la CIA. En estas dos huelgas tuvieron intervención directa dirigentes y militantes de la Democracia Cristiana, respaldados por la directiva del Partido. Un organismo biombo llamado "Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre" al parecer desempeñó en esa época el papel de distribuidor de dineros. De todo el proceso que se inició en 1957 de respaldo masivo económico para las campañas políticas, surge una dramática realidad: la "ayuda económica política" pasa a ser algo natural y legítimo que no inquieta la conciencia de los dirigentes, a quienes no importa el origen de los dineros ni los intermediarios que lo usan para su inversión.

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Fuera de los cambios en el estilo tradicional de la lucha de la Falange y de la Democracia Cristiana, provocados por la necesi­ dad de hacer frente a la contienda presidencial y su corolario: las necesidades de "financiamiento", se agregaron otros factores concurrentes para acentuar el desfiguramiento del rostro original. Entre esos factores se debe destacar la elección de John F. Kennedy como Presidente de los Estados Unidos. En Chile, como en toda América Latina, la política radicalizante de Kennedy, en la medida norteamericana, produjo honda repercusión. Era la primera vez que en los Estados Unidos se delineaba una política que intentaba cambiar su imagen imperialista en América. El primer paso que dio Kennedy, fue abandonar la alianza tradicional con los "viejos amigos": la derecha y los monopolios; y elegir en cambio la amistad de los equipos intelectuales, fuerzas políticas y técnicos de clase media. Entre las cosas que más provocaron la indignación de la derecha, fue el aliento que se dio a las Reformas Agrarias. La ira de terratenientes y conservadores fue tal, que en la época tildaban a Kennedy de "compañero de ruta del comunismo". Además de lo anterior hay que afirmar que el espíritu de la "ayuda" se cambió abruptamente creándose la "Alianza para el Progreso". Los prés­ tamos se orientaron hacia programas de cultura o de satisfacción de necesidades de consumo. Paralelamente, el kennedismo alentó el análisis técnico, hecho por especialistas latinoamericanos, de la realidad socio­ económica del Continente. El análisis que se realizó puso al desnudo cifras abismantes de subdesarrollo que en el pasado se habían escondido o desconocido. La CEPALhizo en ese sentido un aporte valiosísimo. La acción de los técnicos latinoamericanos, que habían con­ currido al esfuerzo analítico del subdesarrollo y las recomendacio­ nes de una nueva política económica planificada, despertó tam­ bién las iras de la derecha; por ejemplo, las del ex Presidente Jorge Alessandri, representante genuino de la clase empresarial al viejo

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estilo, quien clamaba al cielo protestando contra "los charlatanes" que opinaban sobre economía sin tener la práctica que daba el hecho de haber actuado en los "negocios". Como era natural, el ataque despiadado de la derecha contra los equipos técnicos económicos de nuevo cuño, hizo que los integrantes de este equipo se inclinaran hacia una fuerza política como la Democracia Cris­ tiana, donde militaba un hombre como Frei, quien les brindaba una amplia acogida. La plataforma de la candidatura presidencial demócratacristiana, en los aspectos económico-sociales, fue indu­ dablemente influida por el equipo que representaba en gran parte las ideas de Kennedy. A primera vista puede parecer absurdo que el imperialismo norteamericano abandonara a sus amigos tradicionales para apo­ yar en Chile a la Democracia Cristiana, pero si se examina bien esa actitud, no cabe duda que fue inteligente y realista. Al imperialis­ mo le daría más dividendos futuros el apoyo a fuerzas nuevas y la exaltación de líderes continentales "progresistas" como Frei, Figueres, Betancourt y hasta Haya de la Torre, con "visiones moder­ nas", pero al mismo tiempo moderados y cuidadosos en sus planteamientos anti-imperialistas, que ser socio de fuerzas políti­ cas que en América Latina empezaban a vivir una etapa de indudable decadencia. La gran mayoría de los "técnicos" económicos al final ingre­ saron a la Democracia Cristiana, engrosando, a la vez, el ala derecha del Partido. Sus ideas neocapitalistas, como el hecho de ser funcionarios bien rentados de organismos internacionales, los empujaba siempre a apoyar políticamente las posiciones más derechistas dentro de la Democracia Cristiana. Luego, algunos de esos técnicos, sirvieron incondicionalmente a la dictadura dere­ chista de Pinochet. La verdadera política de Kennedy, que aparecía como pro­ gresista, quedó al trasluz debido al fracaso político-militar de Bahía Cochinos (1961). Ningún sector político latinoamericano,

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con excepción naturalmente de la derecha, dejó de repudiar un acto tan insensato y estúpido. A través de él quedó al descubierto que no era Kennedy quien controlaba el poder político en los Estados Unidos, sino el Pentágono y la CIA. La imagen no fue posible rehacerla, aun cuando él tratara de intentarlo con algunas medidas como fue la creación del famoso "Comité de los 40" para controlar a la CIA. Comité cuyas acciones -luego con Kissinger a la cabeza- posteriormente comprobadas, son tan tenebrosas como las directamente desarrolladas por la propia CIA. La Democracia Cristiana chilena, por mucho que se hubiera visto beneficiada por la simpatía del kennedismo, no podía dejar pasar el traspiés de Bahía Cochinos sin manifestar su total repudio. A este respecto es necesario consignar que la Democracia Cristiana nunca miró con agrado la intromisión de cubanos exiliados, que se denominaban demócratacristianos, en los congresos afines lati­ noamericanos. A pesar de toda esta desfiguración del rostro primitivo de la Democracia Cristiana, se ubicó en la oposición al Gobierno de Jorge Alessandri, lo que nuevamente le hizo aparecer integrando un frente político de centro-izquierda. El carácter tradicionalista y reaccionario de ese gobierno de derecha, impulsaba una oposi­ ción dura y combativa que hizo que la Democracia Cristiana sostuviera posiciones de avanzada. Sin embargo, en ese tiempo se inició también en Chile un movimiento de sectores empresariales jóvenes, inteligentes y modernos, que comprobaban la decadencia de la derecha tradicional y percatándose que era muy difícil encontrar un personaje carismàtico de derecha que pudiera reem­ plazar la imagen de un Alessandri, que siendo reaccionario, aparecía en cierta medida como independiente. Ese sector empre­ sarial joven empezó a encontrar los intermediarios necesarios para acercarse a Frei y a su equipo. El fenómeno anterior debe ser destacado no tan sólo por el apoyo que significó en el triunfo de Frei en 1964, sino también porque ese proceso, iniciado en esos

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años, dio nacimiento a una división de la clase dominante que permitió el triunfo de Frei y después el de Allende, división que se superó sólo después del ascenso al poder de la Unidad Popular.

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Capítulo IV LA LLEGADA AL PODER

LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL DE 1964

Entre 1958 y 1964 los términos de la lucha política habían dejado de ser los tradicionales. Nuevos temas pasaban a ubicarse en el primer plano de la preocupación de la gran masa. Existía un despertar colectivo frente a la necesidad del cambio de estructu­ ras, se tenía un concepto claro sobre lo que significaba la depen­ dencia económica y en general sobre la situación del "Tercer Mundo", miserable y explotado por los países desarrollados. Dos de los tres candidatos (Allende y Frei) y las fuerzas que los apoyaban eran capaces de interpretar la preocupación por el subdesarrollo y las ansias de liberación. Los programas de ambas candidaturas ponían el énfasis en lo que podía llamarse "cambio de estructuras". La similitud de los dos programas era casi total: contenían análisis y posiciones "revolucionarias" para la época y circunstancias, aun cuando en su esencia eran reformistas al ofrecer competitivamente al electorado programas de aumento de consumo, más allá de lo que permitían

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proveer esos mismos programas, en lo referente a la producción y a la distribución. La inclinación de un electorado en vías de radicalización fue masivamente favorable a la candidatura de Frei, debido no sólo a la persona del candidato, que de por sí aparecía atrayente, sino también porque la publicidad y los equipos humanos que hacían proselitismo, fueron netamente superiores a aquellos de los que disponía Allende. Lo más novedoso y tal vez uno de los factores más decisivos del triunfo, fue la estrategia poblacional puesta en práctica por la Democracia Cristiana. Se pensó que el núcleo poblacional era mucho más determinante electoralmente que el sindicato. Los problemas habitacionales, educacionales y sanitarios y sus respec- / tivas soluciones, se daban a un nivel más amplio y profundo en la población que en el nivel politizado del sindicato. Las soluciones ofrecidas eran captadas más directamente por la mujer. La izquier­ da había despreciado la acción poblacional para dedicarse a controlar el sindicalismo, cometiendo un grave error, ya que la opinión del obrero sindicalizado no lograba imponerse en la realidad del "pequeño mundo" de una población. Dentro de la estrategia acordada por la Democracia Cristiana se crearon "Cen­ tros de Madres" en todas las poblaciones. Esos centros tuvieron extraordinaria acogida. Las mujeres se sintieron tomadas en cuenta al dárseles la oportunidad de discutir entre ellas los problemas de sus poblaciones. Cada Centro era asistido por una asesora que pertenecía a la Democracia Cristiana. La labor de la asesora consistía no tan sólo en facilitar las gestiones ante los organismos públicos, sino también en ayudas materiales. Se ejer­ citaba el patemalismo en gran escala, pero extraordinariamente bien camuflado. El trabajo electoral propiamente tal, fue también superior al realizado por la izquierda, la que nunca fue muy eficiente en esa materia. Los electores eran sistemáticamente trabajados por la

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Democracia Cristiana. Para cada mesa compuesta de 200 electores había responsables que hacían una encuesta previa sobre el pen­ samiento político del elector, desechándose los esfuerzos publici­ tarios y proselitistas hacia los conocidamente comprometidos, para dedicarse con intensidad a los apolíticos e indecisos. El trabajo rendía óptimos resultados en la pequeña burguesía, pues uno de los métodos consistía en innumerables "tés" que daban en sus casas señoras adineradas, que democráticamente se colocaban al nivel de las invitadas o invitados y éstos felices se sentían ascendidos en la escala social. En definitiva fue tan perfecto el trabajo electoral, especialmente el realizado por mujeres de todas las clases sociales, que el día de la elección se sabía por anticipado, horas antes del escrutinio, el resultado de cada mesa electoral. La dirección de la campaña publicitaria fue igualmente exitosa al orientarse también a formar conciencia sobre los proble­ mas nacionales y sus soluciones. La derecha con su candidato Jubo Durán, radical de extrema derecha, realizó en cambio una sucia campaña de injurias, mentiras y calumnias contra el candidato Salvador Allende, lo que produjo mala impresión en el electorado. Punto culminante de esa errada táctica derechista fue la declara­ ción grabada y difundida por la hermana de Fidel Castro, lanzan­ do las peores acusaciones contra su propio hermano para servir los intereses de la burguesía chilena. La campaña publicitaria se desarrolló alrededor de lo que se llamó "Plan Frei", que a diferencia de los programas presidencia­ les de campañas anteriores, contenía ideas bastante claras y novedosas, todas ellas anunciadas como ejes de futuros proyectos de ley ya estudiados. El programa presidencial desde un punto de vista político ubicaba al candidato Frei en una actitud crítica hacia la burguesía y a su sistema jurídico de dominación. Al respecto el programa expresaba conceptos como los siguientes: "Junto a la letra de la Constitución, a la vigencia parcial de los derechos, se alza una realidad

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opuesta, la realidad de una democracia cada vez más limitante, que echa todo el peso de su poder sobre los hombros de una multitud desposeída de lazos sociales, de protecciones adecuadas, de derechos reales, pero cada vez con más conciencia de su propio estado y de sus derechos". Más adelante agregaba: "Lo más curiosamente paradojal reside en el hecho de que los que han controlado los gobiernos, la banca, la industria, la tierra y el comercio, tratan de defender una situación quepretenden presentar como favorable al país, sin darse siquiera cuenta de que la grave crisis chilena impide a vastos sectores sociales realizar su iniciativa creadora que puede brindarle oportunidades para todos aquellos que deseen colaborar en el surgimiento nacional... En síntesis, los grupos minoritarios que han gobernado al país han modelado toda la estructura social y política de Chile, ciegos a la evolución histórica de nuestra sociedad... Han vaciado de contenido a las instituciones, han divorciado a las grandes masas de ideales que le dieron vida a la República y, como los hechos inspiran, en gran medida, la ideología de las clases sociales, han terminado ellos mismos por ser víctimas de su propia ceguera". Influyó notablemente en el sentido dado al programa el slogan de "Revolución en Libertad". Sinceramente, todos los que participamos en la campaña estábamos convencidos del carácter revolucionario que tendría el Gobierno de Frei, y tal vez por eso el resultado final de ese gobierno decepcionó a tantos. "La revolución no es algo que se pueda crear artificialmente. Ella surge de las condiciones objetivas imperantes en un país. Por eso es posible afirmar que Chile está a las puertas de un proceso de cambios fundamentales que se realizará inexorablemente", decía el Programa.

EL PROGRAMA PRESIDENCIAL

Como en otra parte de este trabajo lo hice presente, considero un error juzgar a hombres, programas, actitudes o declaraciones

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pasadas, a través de esquemas actuales sobre lo que es un "refor­ mista" o un "revolucionario". Digo lo anterior en función de que el análisis de los asuntos principales del programa de Frei, que en la época fueron hasta cierto punto "revolucionarios", hoy casi pueden ser considerados tibiamente reformistas. Algunos de esos puntos fueron los siguientes: 1. Reformas Institucionales: a) derecho a voto a los 20 años; b) consulta popular directa mediante plebiscito; c) incorporación a la Constitución Política del derecho de los trabajadores; d) in­ compatibilidad entre la gestión pública y los intereses privados; e) limitación del gasto electoral; f) descentralización administrati­ va; g) racionalización del régimen legislativo, sobre la base de dar más amplitud al reglamento que a la ley misma y delegación de facultades al Presidente de la República; h) democratización del régimen judicial, e; i) reformas al derecho de propiedad modifi­ cando el concepto individualista y reemplazándolo por uno de amplia difusión de la propiedad (co-propiedad, propiedad fami­ liar, propiedad comunitaria, etc. ). 2. Política Internacional: a) pacifismo activo; b) desliga­ miento de los bloques; c) amplias relaciones diplomáticas con todos los países sin considerar su campo ideológico; d) a nivel de la O.N.U. lucha contra el colonialismo y el imperialismo; e) in­ tegración económica; f) reforma al sistema interamericano e inte­ gración y mercado común latinoamericano, apoyo a la Alianza para el Progreso; g) revisión de los pactos militares con los EE.UU. Especial mención se hace en el Programa a la necesidad de darle un nuevo carácter al sistema interamericano y a la O.E.A., basado en la lucha por la revisión de los acuerdos políticos que comprometen la independencia de los pueblos latinoamericanos. Y, en relación a la Alianza para el Progreso, se reconoce como positiva la iniciativa, censurando, sin embargo, su realización y sus resultados hasta ese momento. 3. Política de Seguridad Nacional: Se reconoce la necesidad

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de mantener las Fuerzas Armadas necesarias para velar por la seguridad externa, pero combinando su profesionalismo con la ejecución de proyectos concretos de orden social y económico de desarrollo. 4. Planificación económica: Se propicia el Plan Nacional de Desarrollo para abordar en forma coordinada e integral los proble­ mas económicos. Al respecto se hace una crítica a las políticas económicas de los gobiernos anteriores: "Los resultados de esta actuación están a la vista. Podrían resumirse así: agricultura aletargada; desarrollo industrial sin criterio orgánico; gran minería que tributa, pero no realiza una política de inversiones de acuerdo con el interés nacional; comercio exterior insuficiente, comercio interno y servicios hiperatrofiados por lo general; educación inadecuada e insuficiente; habitación insalubre; servicios de salud deficientes; previsión social anarquizada; baja tasa de ahorros". La planificación se realizaría desde las bases hacia arriba, coordinando de tal manera a nivel nacional los distintos programas. Se condena al patemalismo de otras planifi­ caciones latinoamericanas, propiciándose la participación efecti­ va de las organizaciones en que se expresa el hombre en su dimensión vertical nacional (Central de Trabajadores, asociacio­ nes de empresarios, etc.) y en la horizontal (Juntas de Vecinos, Juntas Regionales, etc.). 5. Educación y Cultura: Para el programa, la educación masiva es la única manera de nivelar los conocimientos de todas las clases sociales y de aumentar a la vez la producción por persona del país. La reforma que se propicia proporciona una enseñanza común a todos los niños entre los 6 ó 7 años y los 14 ó 15 años de edad, orientándose el despertar vocacional y en las etapas superio­ res desde los 15 ó 16 años, se buscará la distribución en las diversas disciplinas universitarias, prefiriéndose las profesiones interme­ dias. La educación sería obligación del Estado, aceptándose para­ lelamente la colaboración de la enseñanza privada (que proporcio­ naba el 22 por ciento de la educación primaria, el 42 por ciento de

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la media y el 40 por ciento de la superior). Se prometía suprimir las subvenciones a la educación particular pagada y aumentarlas en las gratuitas. Dichas subvenciones se efectuarían a través de becas para la educación de los hijos de trabajadores y de la creación de un Fondo Nacional para financiar y distribuir esas becas. Por último, se planteaba la creación de una Universidad Laboral. 6. Plan de Vivienda y Comunidad: El Programa considera­ ba a la vivienda dotada de la fundamental función de propender al desarrollo de la familia, célula básica de la sociedad. Al analizar el problema habitacional chileno, se subrayan como causas: a) el aumento de la tasa de incremento vegetativo de la población; b) el desplazamiento de grandes masas rurales al medio urbano; c) el deseo de una vivienda que posea las mínimas comodidades modernas. Todo ello hacía aumentar el déficit habitacional a 500.000 viviendas. Se prometía, entonces, la construcción de 360.000 casas, en especial para los sectores de más bajos ingresos, y un desarrollo paralelo del medio en que se desenvuelve la comunidad, mediante coordinación de servicios tales como: pavi­ mentación, servicios de urbanización, servicios sanitarios, trans­ portes colectivos, etc. El Plan de Vivienda exponía que las pobla­ ciones y los pobladores constituyen el reflejo humano y social más trágico del retraso económico, ya que alrededor del 21 por ciento de la población urbana total de Chile, habita viviendas insalubres y miserables. Frei se comprometía "en una primera etapa" a abolir el cinturón de miseria que rodea las principales ciudades del país. 7. Política del Trabajo: Para el futuro Gobierno el principal instrumento para modificar las estructuras del país y el factor más importante del plan de desarrollo, sería el trabajador organizado en sindicatos, gremios, cooperativas o asociaciones. Se pensaba que el régimen sindical en vigencia era rígido e impedía el "ejercicio de la libertad sindical". Se propiciarían federaciones y confederaciones sindicales, con las cuales las asociaciones em­ presariales tratarían los asuntos del trabajo. Pues se partía de la

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base que "la empresa es un instrumento esencial para el desarrollo económico" y que "ninguna exigencia económica o social determina la absorciónpor el Estado de los medios de producción". Se reformaría, eso sí, la empresa, ya que "su actual estructura coloca en una parte a los capitalistas y en la otra a los trabajadores", convirtiendo "a la empresa en un campo de batalla, cuando debiera tener por misión integrar al capital y a los trabajadores en el servicio de la comunidad". Para ello no bastaba una nueva estructura jurídica, "es necesario un cambio de mentalidad en las relaciones de los empresarios con los trabajadores, mediante una comprensión integral del mundo del trabajo y la acción conjunta en tareas sociales comunes". Otros puntos importantes de esta política laboral se referían al rubro remuneraciones, compro­ metiéndose a: a) fijar salarios y sueldos mínimos realmente vitales; b) igualar el salario campesino y el industrial; c) establecer la asignación familiar única para empleados, obreros y campesinos. Otras promesas laborales ofrecían ocupación estable a la vez que niveles también estables de precios y un aumento progresivo de la participación del trabajo en el ingreso nacional. 8. Previsión social: Se reconocía que la Previsión Social era un poderoso medio de redistribución del ingreso nacional. En cambio en Chile el sistema provisional era antiguo, caro, social­ mente discriminatorio y sus organizaciones y métodos eran inefi­ cientes. Para solucionar estos problemas se tomarían las siguientes medidas: a) se unificaría el sistema previsional, atendiendo al mayor número de habitantes del país; b) la jubilación sería un derecho al que tendrían acceso todas las personas, considerando, tanto su edad, como sus años de servicios y creando regímenes especiales para las mujeres, los incapacitados, etc., a la vez que se mantendría el valor real de las pensiones mediante reajustes y se eliminarían las desigualdades de los numerosos grupos diferen­ ciados por la Seguridad Social, simplificando la estructura orgá­ nica de ésta. 9. Salud: El Programa contemplaba "una real extensión de los

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servicios defomento, protección, conservación y recuperación de la Salud a toda la población, sin distinciones entre personas de diversos niveles de ingresos ni entre activos y pasivos" y para cumplir estos objetivos se aplicaría un Plan Nacional de Salud, cuya organización se desarro­ llaría básicamente a través del Servicio Nacional de Salud. 10. Reforma Agraria: Se criticaba previamente las condicio­ nes y características de la agricultura nacional. Esta "es una de las actividades que menos se desarrolló en el país ", que aumenta lentamen­ te su producción, donde sus beneficios se reparten muy desigual­ mente, siendo, pues, "la causa principal de la miseria y del atraso en que vive el campesinado... y afecta los niveles de vida de toda la población del país y no sólo de la que vive en el campo". La Nueva Política se basaría, al respecto, en dos grandes acciones: a) Una Reforma Agraria, "destinada a redistribuir la tierra y el ingreso agrícola en favor de la gran masa campesina con el fin de incorporarla a la comunidad nacional en el plano político, económico y social". Para ello las principales disposiciones que se adoptarían eran: 1) establecimiento de 100.000 nuevos propietarios agrícolas en un plazo de 5 años, escogidos fundamentalmente entre los sectores más postergados de la población campesina, participan­ do en su selección los propios campesinos. "Su establecimiento se hará en empresas familiares o cooperativas de acuerdo con los tipos de terreno y de agricultura que vayan a realizar"; 2) limitación de la posibilidad de acumular tierras en manos de una misma persona natural o jurídica; 3) terminación con el abuso del manejo insufi­ ciente y del comercio del agua que hacen algunos propietarios en perjuicio de los demás agricultores y del país; 4) política de salarios, de participación y de organización campesina. Los sala­ rios se igualarán a los salarios mínimo industriales y se pagarán en dinero efectivo. A fin de garantizar el cumplimiento de todo lo anterior se facilitará, a través de una legislación adecuada, la sindicalización nacional y profesional de estos asalariados, b) La otra gran acción se refería a una Política Agraria propiamente tal, a través del mejoramiento de los ingresos del sector agrícola y de 150

la comercialización de los productos agrícolas, fomentando la exportación de dichos productos agropecuarios y capitalizando las explotaciones agrícolas a fin de mejorar su productividad. 11. Política Minera: Se actuaría considerando que la "minería es el fundamento del comercio exterior chileno y su rápida expansión es la posibilidad básica de financiar las importaciones necesarias para el desarrollo económico". El cobre era calificado como "la viga maestra de la minería nacional y de nuestra economía... pues en el cobre se apoya nuestra capacidadfundada en la explotación responsable de las reservas ". Presentado de esta forma y este contenido, el Programa de Gobierno de Frei y ya bregando las distintas candidaturas en la etapa final de la lucha electoral por el poder, sucedió un aconteci­ miento político pocos meses antes de las elecciones presidenciales de Septiembre, acontecimiento que tendría grandes repercusiones en dicha campaña presidencial. En la elección complementaria de un diputado por Curicó, zona agraria donde la derecha contaba tradicionalmente con gran fuerza electoral, el candidato de la izquierda triunfó de manera contundente. Los partidos Liberal y Conservador (que más tarde darían origen al Partido Nacional) asustados por una posible y próxima repetición a escala nacional de la derrota de Curicó, acordaron su apoyo a Frei; Jorge Prat, apoyado por ultraderechistas, renunció a su candidatura y Julio Durán, que había renunciado también, sostuvo sin embargo su postulación para distraer probables votos radicales a la candida­ tura de Salvador Allende. Todo esto produjo una polarización de fuerzas en favor de la Democracia Cristiana.

LA HORA DEL TRIUNFO

El 4 de Septiembre de 1964, a tempranas horas de la tarde, se conocía ya el resultado de las votaciones que otorgaba a Frei un

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triunfo amplio sobre Allende, obteniendo el 56 por ciento de los sufragios del electorado, lo que lo consagraba de inmediato en el cargo de Presidente electo, sin necesitar la ratificación del Congre­ so. Se establecía pues, en Chile, el primer gobierno demócratacristiano de América Latina, iniciándose una experiencia de régimen unipartidista, casi desconocida en el país. Honda repercusión en el Continente y marcado interés en el mundo entero, se produjo alrededor de la elección en Chile, debido a un fenómeno que se dio con mayor intensidad aún en el proceso de la Unidad Popular: el deseo íntimo de las grandes masas de realizar los necesarios cambios de estructuras sin violencia y que éstos tuvieran éxito. La Constitución Política chilena establecía un plazo de dos meses entre el día de la elección y la transmisión del mando presidencial. Durante ese lapso éxistía un gobierno ya establecido y uno de hecho podríamos decir, que es el nuevo régimen que advendría al poder. Muchas de las orientaciones o líneas gruesas de la gestión del futuro Mandatario se acuerdan y resuelven en dichos meses. Peligrosísimo período en que un hombre debe resistir el embate de los "escaladores de poder", de los intereses en busca de privilegios, de los "serviles profesionales", de los poten­ ciales "embajadores", etc. En dos ocasiones me ha tocado conocer de cerca el estilo con que los presidentes electos han hecho frente a momentos tan difíciles: con Frei en 1964 y con Allende en 1970. Dichos estilos fueron muy diferentes. Frei se aisló en un lugar cercano a Santiago con sus colaboradores más íntimos. En ese largo "cónclave" se acordaron las primeras medidas y los nombres del equipo ministerial. Allende no necesitó en cambio de ese reservado retraimiento, debido a que la Unidad Popular había acordado que el Gobierno no sería personalista y por lo tanto toda la preparación para la toma del poder, los nombres de los Minis­ tros y hasta los de los jefes de la Administración Pública, se determinaron en las diferentes reuniones que Allende sostuvo con la totalidad de los representantes de los partidos políticos que lo apoyaban.

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El 4 de Noviembre de 1964 se llevó a afecto la transmisión del mando en presencia de una multitud impresionante y de represen­ tantes calificados de casi todos los países del mundo. Frei pronun­ ció un discurso elocuente en cuya primera parte saludó a los representantes extranjeros, incluyendo conceptos que reafirma­ ban la línea internacional de su Gobierno, habló en seguida del significado de la elección, de la situación nacional y de la "Revo­ lución en Libertad". El Gabinete era encabezado por Bernardo Leighton como Ministro del Interior y estaba compuesto por 8 demócratacristianos y 4 independientes; casi todos estos últimos se habían incor­ porado a la campaña presidencial en forma destacada. El Partido aceptó esta composición ministerial, aun cuando no fue de su total agrado. Le daban plena garantía Leighton y Valdés desde el punto de vista partidista, pero desconfiaba de la tendencia pro-derechis­ ta de los Ministros llamados independientes. Frei estuvo acertado con la designación de Leighton como Ministro del Interior por el amplio aprecio y respeto que su persona gozaba en todos los partidos políticos. Pero, la verdad es que nunca Frei, al margen de las apariencias y formalidades, entendió bien la personalidad de Leighton. Fueron dos políticos de estilos contrapuestos, de esque­ mas mentales diferentes y hasta de cualidades humanas incompa­ tibles. Tal vez por eso fue que en el transcurso de la gestión gubernativa, nunca se sintió cómodo el Presidente con su Ministro del Interior y en 1968 lo reemplazó por Edmundo Pérez Zujovic, quien era su amigo incondicional y por quien sentía un aprecio muy especial.

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LOS PRIMEROS PASOS DEL REGIMEN

Recién constituido el Gobierno se estimó necesario no dejar pasar el tiempo para dar a conocer en forma concreta como se encararían los problemas nacionales y se cumpliría el Programa. Una larga experiencia política ha señalado en Chile que lo que un gobierno no hace en su primer año de gestión es muy difícil que lo realice después. Se acordó que el Ministro de Hacienda, Sergio Molina, expusiera ante el Congreso una especie de balance de la situación económica y social en que se recibía al país y al mismo tiempo anunciara los criterios que se expresarían en los proyectos de leyes para enviar al Parlamento. Especial importancia en ese discurso se dio a la lucha anti-inflacionista. Molina dijo: "Hay una guerra entre Chile y la inflación. Esta guerra se viene cruzando desde más de 60 años y el país la está perdiendo... En los primeros diez meses de 1964 el alza fue un 37,6 por ciento". Refiriéndose a la lucha contra la inflación, el Ministro Molina cometió el grave error de hacer el siguiente pronóstico, el que al término del Gobierno de Frei se transformó en un sarcasmo: "Por otra parte, el Gobierno está convencido de que la inflación puede ser detenida en un plazo de 3 ó 4 años, si el pueblo está dispuesto a acompañarlo en esa lucha. Nos proponemos conseguir este año una reducción del 40 por ciento, cerca de un 25 por ciento en 1965, un 15 por ciento enl966yun!0 por ciento en 1967. Consideramos estas cifras como punto máximo y no podemos permitir que sean excedidas bajo ninguna circunstancia". Anunció también una política de salarios y reajus­ tes de éstos, correspondiente al alza del costo de la vida, limitán­ dose la utilidad empresarial al 10 por ciento en el año 1965, a aumentar la producción en un 23 por ciento en el período 19641970 y aumentar el ahorro privado de 17 escudos por habitante a 30 escudos, o sea, casi un 75 por ciento. Los compromisos totales del país alcanzaban en 1964 a 1.896 millones de dólares, incluyendo en esta deuda tanto el sector

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público como el privado. "El programa financiero del Gobierno se propone llegar en 1970 con un nivel de exportación de bienes de 1.142 millones de dólares, en vez de 525 millones en 1964". Habló también de la Reforma Agraria y de la promoción popular. Este primer encuentro del Gobierno demócratacristiano con el otro Poder del Estado, el Congreso, fue decepcionante en lo referente a su receptividad. La oposición era enormemente mayoritaria (derecha más izquierda formaban el 75 por ciento del Parlamento). Ambos grupos por motivos diferentes mostraron su voluntad de plantear una guerra sin cuartel. Ya desde esos días, en que apenas se iniciaba su gestión de gobierno, quedaban plantea­ das para el Partido sólo dos alternativas: o bien buscaba alianzas políticas o bien se decidía a ganar -o llegar muy cerca de ganar- el número de parlamentarios necesarios para tener un Congreso que apoyara la realización del Programa prometido al pueblo. Se decidió por el último camino porque, como lo he hecho presente en otras páginas de este trabajo, no hay en Chile partido más reacio a las alianzas políticas que la Democracia Cristiana, debido a la existencia de corrientes dentro de ella. A la consideración anterior habría que agregar que Frei, entonces y siempre, en su fuero interno aceptaba una alianza política con tal que fuera con la centro-derecha y hasta con la derecha, pero, en esa ocasión una alianza de ese tipo le era negativa y poco conciliable con la imagen de "revolucionario en libertad". A propósito de alianzas, no resisto la tentación de rectificar lo sostenido por Joan Garcés en su libro "El Programa de Chile", sobre una conversación que sostuve con Allende inmediatamente después de su derrota de Septiembre de 1964. Según Garcés, "fui a entrevistarme con él para proponerle en nombre de Frei una alianza socialista-demócratacristiana de gobierno". Las cosas no fueron así, porque desde luego no tuve ningún encargo de Frei y en segundo lugar porque mi visita fue la que hace un amigo íntimo al amigo que había sido derrotado. En esa conversación, entre muchos

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tópicos, efectivamente le manifesté la opinión a Allende de que a mi juicio un gobierno demócratacristiano-socialista sería muy sólido. Es efectivo también que Allende me hizo presente que era muy difícil para el Partido Comunista, aceptar que un aliado como el Partido Socialista tomara responsabilidades de gobierno. Lo que sucedió después fue que Allende, que en ese entonces había tenido algunas fricciones con el Partido Comunista, en una mani­ festación que éste realizara en el Teatro "Caupolicán" de Santiago, hizo presente su lealtad hacia los comunistas, relatando la objeción que puso en la conversación sostenida conmigo. En Marzo de 1965 se realizaron elecciones generales para renovar la totalidad de la Cámara de Diputados y la mitad del Senado. El resultado fue un triunfo aplastante para la Democracia Cristiana: 83 diputados sobre 147 que constituían la Cámara baja y 11 senadores de 25 que correspondían a la mitad de los 50 senadores que componían la Cámara Alta. Un triunfo tan notable es de justicia adjudicarlo en gran parte al arrastre de Frei, quien hasta ese momento había conseguido incrementar las fuerzas que le dieron el triunfo presidencial. La relación de fuerzas en el Congreso había cambiado. Se tenía mayoría en la Cámara de Diputados, pero no en el Senado, debido a que como ya se dijo, éste se renovaba cada 4 años por mitades, durando cada senador en su cargo 8 años en total. Nuevamente se producía, en parte, el problema que ha ocasionado las peores crisis políticas: un Ejecutivo en régimen presidencial que no tiene mayoría en el Congreso para hacer aprobar las leyes que teóricamente integrarían una planificación. Por los más diversos pretextos nunca se logró modificar la ley electoral de modo que las elecciones parlamentarias coincidieran con las presidenciales, modificando también la forma de renova­ ción del Senado. Muy personalmente siempre he sostenido que dentro del régimen de democracia representativa clásica, es mejor el sistema parlamentario que el presidencial. En el primero, es el

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jefe de la mayoría quien realmente gobierna, estando obligado para mantenerse en el poder a encontrar los caminos del consenso mayor. En cambio el Presidente de la República en un régimen presidencial concentra teóricamente muchas facultades en su persona, pero se le escapa el control del Congreso, el que no sólo ejerce facultades fiscalizadoras -lo que está muy bien-, sino que puede en un momento dado provocar la paralización del Ejecutivo al negarse a legislar en materias básicas que interesan al gobierno. A lo anterior debe agregarse que el choque inevitable entre Congreso y Ejecutivo produce un fenómeno lamentable en la psiquis de los Presidentes de la República. Se sienten injustamente perseguidos, porque no hay Ejecutivo en el mundo que no consi­ dere que todo lo que hace es perfecto o por lo menos lo único que se puede hacer, y entonces el Jefe de Estado reacciona a través de gestos autoritarios que muchas veces caen en ridículo. Frei no escapó a este fenómeno, como cuando por ejemplo el Senado le negó el permiso constitucional para ausentarse del país a propó­ sito de una gira a los Estados Unidos. Amenazó en una manifes­ tación pública su intención de enviar una reforma constitucional que permitiera la clausura del Congreso por una sola vez en el período presidencial; amenaza que naturalmente después no cumplió. La primera gran iniciativa legal enviada por el nuevo gobier­ no fue una Reforma Constitucional amplísima que modificaba virtualmente la casi totalidad del articulado de la Constitución vigente (1925). Dicha Reforma contemplaba rectificaciones y agre­ gados de importancia como la inclusión entre las garantías cons­ titucionales del derecho al trabajo; la ampliación de la facultad reglamentaria del Ejecutivo que permitiera desarrollar las dispo­ siciones básicas de las leyes; se establecía el plebiscito como consulta popular, sin las restricciones que le imponía la Constitu­ ción vigente; se ajustaba el número de congresales a la población censada; se modificaban los articulados referentes a la expropia­ ción de bienes, etc. 157

Este proyecto de Reforma Constitucional durmió el sueño de los justos en la Comisión respectiva del Senado y nunca fue aprobado como un conjunto. Posteriormente, al discutirse la Reforma Agraria se logró desglosar las materias del Proyecto que se referían al derecho de propiedad y eso fue posible con el concurso de la izquierda. La oposición política al Gobierno de Frei fue dura, aun cuando muchísimo menos dura de la que hizo la Democracia Cristiana a Allende. Por lado y lado, y a veces en conjunto, la derecha y la izquierda torpedeaban la gestión de gobierno. En el caso de la derecha, alegando que había sido traicionada por Frei, al haber usufructuado éste su cuota correspondiente de sufragios como candidato en la lucha presidencial contra Allende; la izquier­ da, por su parte, que daba apoyo en el Congreso a algunos proyectos de carácter social, en el terreno de las declaraciones y discursos proclamaba públicamente la guerra a muerte (Aniceto Rodríguez, senador socialista, manifestó en una ocasión que "le negaremos la sal y el agua al Gobierno"). ¿Sirvieron en el futuro tanto a la derecha como a la izquierda las respectivas posiciones que adoptaron frente al Gobierno demócratacristiano? A mi juicio a la derecha no le sirvió. El odio y la pasión de la clase dominante la mantenía ciega, impidiéndole percibir, como lo hizo después, que Frei estaba más cerca de la derecha que de la izquierda. El hecho fue que la actitud de oposición cerrada permitió la división de la burguesía, lo que daría la posibilidad a la izquierda de llegar al poder. Desde el punto de vista de la izquierda, no es posible afirmar si esa actitud sirvió o no para radicalizar a la masa. Lo que sí se puede sostener es que una actitud, no digo de apoyo, sino de mayor flexibilidad, habría hecho más difícil al ala derecha de la Democracia Cristiana boicotear, como lo hizo, un entendimiento en la elección de 1970.

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EL COBRE Y LA REFORMA AGRARIA

La situación de la balanza de pagos al asumir el poder Frei era gravemente deficitaria para Chile. El cobre, principal rubro de exportación que cubría el 60 por ciento de ellas, venía bajando del porcentaje que le correspondía en la producción mundial. Las compañías norteamericanas propietarias de las minas mantenían el control del comercio internacional, efectuando todas las mani­ pulaciones que hoy se conocen a través de la conducta de las empresas multinacionales, entre otras la de una política discrimi­ natoria para los países socialistas, como también el manejo fluctuante del precio del cobre en el mercado mundial. El Gobierno de Frei no podía dejar de abordar el problema si quería tener éxito en una nueva política de comercio exterior. Se estudió un proyecto de ley que contemplara un mayor ingreso de dólares a través del control de los índices de producción de cobre, una ampliación de mercados con una apertura hacia el mundo socialista y por último la creación de una fórmula que se llamó "chilenización del cobre". Esta fórmula de chilenización consistía en la compra por el Estado del 51 por ciento de las acciones de la Compañía El Teniente (Braden Copper Company), del 25 por ciento de las acciones de la Compañía Exótica (Anaconda Copper) y la obligación de que en cualquiera nueva sociedad, el Estado poseyera el 33 por ciento como mínimo. La mina más grande de cobre en Chile, Chuquicamata, también de la Anaconda, no aceptó ser incluida en la ley. Tanto las sociedades en que el Estado sería accionista como en las que no lo era, se establecía un comité paritario que controlaría el comercio internacional. Con estos planes que se pretendía aplicar a través de la "chilenización" se trataba de duplicar la producción y triplicar la refinación, capítulo muy importante este último debido a que las empresas norteamericanas habían cuidado siem­ pre de reservarse la refinación, la que se hacía en los EE.UU., para mantener el control de la comercialización y dejar a Chile el papel de simple exportador de materia prima.

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Discutiéndose ya la ley por el Congreso se avanzó algo más. Con los votos de la izquierda se otorgó al Estado el monopolio del comercio exterior del cobre y la obligación de invertir en Chile las utilidades de las Compañías en que el Estado era socio. Ambas disposiciones fueron las únicas aceptadas por la izquierda, la cual combatió la idea central de la ley. El proyecto de ley fue combatido por la derecha, la izquierda y el ala izquierda de la Democracia Cristiana. Las razones que movían a la derecha eran obvias: su absoluta dependencia mental a los intereses del gran capital, que en este caso era representado especialmente por la Anaconda Copper, además de su temor a la intervención del Estado en negocios en los cuales sus personeros conseguían migajas como abogacías, directorios, etc. La izquierda, por su lado, combatía el proyecto por consecuencia política; siempre había sido partidaria de la nacionalización Usa y llana, el Programa de Allende así lo proponía. El ala izquierda de la Democracia Cristiana lo hacía porque estaba, con razón, conven­ cida que la "chilenización" era una medida que convenía a la Braden Copper y a la Anaconda, pero no al país. Aprobada la ley en el Senado con el voto de los senadores radicales (en la Cámara de Diputados, como se dijo, había mayoría demócratacristiana), se iniciaron las negociaciones. Estas dieron origen a discrepancias graves dentro el Partido. Desde luego, Radomiro Tomic, embaja­ dor en los EE.UU., se opuso tenazmente a esas negociaciones. Como dirigente del Partido recibí copias de las cartas enviadas por Tomic a Javier Lagarrigue, demócrata cristiano, Presidente de la Corporación del Cobre y hombre de la más absoluta confianza de Frei, en las cuales Tomic con mucha claridad exponía su posición de repudio a lo que se hacía. Los negociadores chilenos, especialmente Lagarrigue, peca­ ron de ingenuidad frente a los norteamericanos que estaban asesorados por firmas de abogados de la más alta capacidad. Recuerdo que el Consejo del Partido quedó espantado cuando

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supo que Lagarrigue había aceptado en principio que la Braden Copper conservara por 20 ó 22 años la administración exclusiva de una empresa en que el Estado tenía el 51 por ciento de las acciones, error que después fue rectificado en parte, rebajándose esa admi­ nistración a 11 años según acuerdo, sin estar absolutamente seguro en qué situación en definitiva quedó el problema de la administra­ ción. En resumen resultó que la firma Braden recibía el pago de las acciones vendidas al Estado, además de las utilidades que le reportaba su 49 por ciento de participación, que fue superior a la obtenida cuando poseía el 100 por ciento de las acciones. El diputado demócratacristiano Narciso Irureta, con mucha valen­ tía, denunció la forma y fondo de la desgraciada negociación. Todo el llamado "proceso de chilenización" del cobre fue la primera trizadura interna dentro de la Democracia Cristiana, trizaduras que se fueron multiplicando hasta producirse el antagonismo de lo que se llamó "oficialismo" contra las tendencias de avanzada del Partido. De todas maneras es necesario dejar constancia que los partidarios de la "chilenización" dentro del Partido, daban como argumento la necesidad de ser pragmáticos en la acción de recuperación de las riquezas básicas del país, pragmatismo que hacía recomendable no quemar etapas; no negando, sin embargo, el derecho del Estado chileno de nacionalizar las minas de cobre. La Reforma Agraria ofrecida en el Programa presidencial, era sin duda el otro hueso duro de roer. La dominación de clase se ejercía secularmente a través del régimen del latifundio. En Chile el poder del sector industrial está íntimamente ligado al latifundio. En la práctica era la misma minoría la que controlaba la agricultura y la industria. Decidirse a abordar la Reforma Agraria significaba la guerra a muerte con toda la gran burguesía, pero no abordarla significaba también la liquidación de la "revolución en libertad". En América Latina como en Chile, el problema agrario es el principalnudo del subdesarrollo, porque el avance en la industria­ lización presupone la normalización del abastecimiento de pro­

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ductos alimenticios básicos. No se puede pensar en una política de exportación de artículos manufacturados en países que gastan porcentajes elevados de su presupuesto de divisas en compra de alimentos. En 1964, Chile destinaba para ellos la cuarta parte de ese presupuesto. La producción agrícola se mantenía más o menos estática desde hacía más de 20 años, en circunstancias que en el mismo lapso la población había aumentado en un 2 por ciento anual promedio. El libro de Gerardo Mello consigna los datos siguientes: "El consumo de carne que era de 533 kilos por habitante en los años 1945-1947, bajó a 34 kilos en 1957-1959 y continúa cayendo. El consumo diario de proteínas de origen animal, que era inferior a la tasa necesaria, bajó también en el período indicado de 30 a 26 gramos por día. El consumo de proteínas de origen vegetal es también insatisfactorio: en vez de 51 gramos, apenas se consumen 44 por habitante-día. La tasa de calorías es de las más bajas del Continente: escasamente alcanza a 2.380 calorías diarias". En resumen, la producción agrícola representaba el 10 por ciento del producto nacional bruto; del 40 por ciento de la población que vivía en las zonas rurales, sólo el 3 por ciento era propietaria de la tierra. Las ideas centrales de la Reforma Agraria fueron en lo que se refiere a la redistribución de tierras, la expropiación de las incul­ tivadas, mal explotadas o cuya extensión excediera los límites según la región (la medida de 80 hectáreas de riego básico del valle de Maipo, considerada la mejor tierra de cultivo). La Reforma requería también la modificación de la Constitución Política para pagar las expropiaciones con bonos del Estado, y por último la creación de organismos estatales que planificaran y ordenaran el otorgamiento de créditos, máquinas, semillas, etc, de manera que estos elementos tuvieran amplio acceso a la pequeña propiedad agrícola. Paralelamente se dio impulso a la sindicalización campesina y a la educación rural, lo que significó, sin lugar a dudas, uno de los pasos más trascendentales del Gobierno. Era toda una gran

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parte de la población de Chile que pasaba a tener las mismas posibilidades de organización y educación que el resto del país. La reforma de la Ley Electoral que creó la cédula oficial en 1957 y la sindicalización agrícola impulsada por el Gobierno de Frei, fueron hechos que cambiaron la tendencia política del electorado agrícola con la consiguiente pérdida del control político por parte de la oligarquía terrateniente. Los equipos humanos que actuaron en los procesos de "chilenización del cobre" y de la Reforma Agraria, fueron diferen­ tes. En el primer caso, las gestiones del cobre y la elaboración del proyecto de ley que permitió los convenios, fueron manejados por Frei y un equipo de técnicos independientes y con muy escasa participación de militantes demócratacristianos. Sólo cuando el proyecto de ley llegó al Senado intervinieron para mejorarlo senadores del Partido como Alejandro Noemí Huerta e Ignacio Palma Vicuña. En el caso de la Reforma Agraria las cosas sucedieron al revés: el Partido tomó como propia la tarea de llevar adelante el cumplimiento del Programa. Fue todo un equipo de gente joven del Partido, encabezado por Jacques Chonchol, el que en definitiva impulsó cada etapa. Para ser absolutamente objetivo, debe recono­ cerse que Frei dio respaldo a las medidas que al respecto se adoptaban y que esa actitud colocaba en situación difícil a un Presidente de la República, que después de todo había recibido votos de la derecha. Los procesos de Reforma Agraria son los más difíciles de encarar, aún para los gobiernos revolucionarios. Desde luego, porque los equipos que dirigen el proceso, necesariamente tienen que ser técnicos, que muchas veces sólo intelectualmente conocen la explotación agrícola, cometiendo en consecuencia errores de teorizantes, pero tampoco es posible que sean prácticos los que actúen, debido a que por lo general éstos están influidos por el tradicionalismo propietario. En seguida el proceso es duro, por­

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que también necesariamente se cometen injusticias al encontrarse sometida la determinación del antedicho nivel de explotación de un predio agrícola al juicio subjetivo de los funcionarios. Fuera de todo lo anterior existe una etapa de ajuste entre el sistema de explotación vigente y el nuevo que se pretende imponer, donde la producción naturalmente se resiente. En el proceso de Reforma Agraria chileno se dieron muchas de estas situaciones. Sin embar­ go, haciendo un balance de conjunto, los resultados fueron posi­ tivos, especialmente en lo referente a los índices de producción, dándose un aumento en el sexenio de un 3 por ciento anual. Entre 1965-1970 se expropiaron 290.000 hectáreas de riego y 3.800.000 de secano y se crearon 826 asentamientos. El odio contra la Democracia Cristiana por parte de la derecha y los latifundistas no tuvo límites. Era "el sagrado derecho de propiedad" el que estaba en juego y en su defensa se moviliza­ ron hasta los más pusilánimes miembros de la clase dominante. Toneladas de papel en discursos en el Parlamento, radio y otros medios de comunicación dan testimonio de la virulencia que adquirió la "guerra santa". Los ataques más injuriosos y calumnio­ sos se centraban en algunos demócratacristianos como Jacques Chonchol, jefe de INDAP (Instituto de Desarrollo Agropecuario) y Rafael Moreno, jefe de la CORA (Corporación de Reforma Agraria). Entre tanto también dentro del gobierno se hacían presente tímidamente los "asustados" que aconsejaban frenar el proceso, pero, sea cual sea el grado de influencia que éstos tenían ante Frei, éste no estaba en condiciones de escucharlos sin pagar el alto precio de un conflicto grave con el Partido. Después de un tiempo, so pretexto de otros problemas políticos, Jacques Chon­ chol tuvo que renunciar al cargo, renuncia que debió presentar contra su voluntad. En el fondo pagó con su cabeza la honestidad y lealtad con que acometió el cumplimiento de su deber, al tratar de hacer efectiva la Reforma Agraria sin prestarse a "arreglos" que la desvirtuaran.

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REALIZACION DEL PROGRAMA

Así como debe anotarse como un logro positivo el cumpli­ miento del Programa en lo referente a la Reforma Agraria, el plan de educación y el impulso a la sindicalización -especialmente campesina-, no se puede calificar como exitosa la gestión económi­ ca. La orientación económica del Gobierno era de "cambios gra­ duales", cambios que conjugaron el aumento de la producción, abriendo un camino al aumento de la exportación, y la justicia social que permitiera la participación popular. El aumento de producción exportable más determinante debía reflejarse en el cobre, principal rubro de exportación del país. La "chilenización" de las minas, que se realizó de la manera ya explicada, no dio los resultados esperados. Estos fueron los siguientes:

Producción de cobre (en miles de toneladas) Año 1968 1969 1970 Producción 657 688 692 El mayor precio del cobre sumado a exportaciones de artícu­ los manufacturados, duplicó el valor de las exportaciones. Sin embargo, casi se duplicó también el gasto de importaciones, especialmente de alimentos. La deuda se elevaba al término del período presidencial a casi 3 mil millones de dólares. Por lo tanto, las reservas que se produjeron por el citado aumento del monto de las exportaciones, en el fondo estaban comprometidas. Por otra parte, la lucha contra la inflación también había fracasado. Los pronósticos de estabilización para 1968, hechos por el Ministro Molina al iniciarse el gobierno, sólo sirvieron de armas para la oposición, que recalcaba el fracaso sobre la base de la comparación del pronóstico con la realidad. Al término del perío­

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do de gobierno el alza del costo de la vida llegaba a un 35 p or ciento. Ninguna política anti-inflacionista puede dejar de actuar sobre el gasto público, la política monetaria, y los sueldos y salarios. Ahora bien, el carácter y la ideología de un gobierno, determinan su actuar con respecto a los puntos básicos de una política antiinflacionista. Un gobierno reaccionario no tiene mayores problemas para reducir el gasto público. La cesantía que se produce no le inquieta si en definitiva, a largo o a corto plazo, logra producir capitaliza­ ción. A un gobierno de izquierda o a uno como el de Frei, no le es fácil la alteración de la estructura del gasto público si quiere hacer justicia social y crear un consumo masivo. En Chile existe una cesantía permanente que el Estado absorve a través del gasto público. Fue lo que le pasó al Gobierno demócratacristiano que en la alternativa de aplicar la receta clásica de tipo capitalista, corrien­ do el riesgo de la impopularidad o vivir al día, buscando solucio­ nes de parche que no eran socialistas ni capitalistas, prefirió el segundo camino. La otra gran meta de la política económica ofrecida al electorado en 1964, fue la de la redistribución del ingreso. Al respecto, tampoco se produjo una redistribución notable. Gonzalo Martner en su libro "Los Mil Días de una Economía Sitiada", dice lo siguiente: "La participación de los trabajadores en el ingreso geográ­ fico aumentó de 46,8 por ciento en 1964 al 53,7 por ciento en 1970. Como promedio, en el sexenio esta participación fue de 51 por ciento contra 49 por ciento en el sexenio anterior. Es decir no fue un cambio significativo. La mala distribución del ingreso según grupos sociales, mostraba afines de la época desproporciones alarmantes: un dos por ciento de las familias chilenas se apropiaba del 46 por ciento de la producción nacional, mientras en el otro extremo el 60 por ciento de las familias sólo obtenía el 17 por ciento de esa producción”. El peso del sacrificio que presuponen las medidas antiinflacionistas, se hace más llevadero para los trabajadores cuando

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se ha producido una verdadera redistribución del ingreso, cosa imposible de realizar si no existe una política de efectiva equidad social. En esa materia el error del Gobierno de Frei fue tratar de quedar bien con Dios y con el Diablo. Con referencia a la construcción de habitaciones populares, por desgracia no se pudo cumplir lo prometido: 360.000 casas en el sexenio. Se construyeron sólo alrededor de 200.000. Las fallas de la política económica en seguida fueron provo­ cando un clima de descontento que se tradujo en una merma electoral de la Democracia Cristiana, la que descendió desde un 56 por ciento del electorado en 1964, a sólo un 28 por ciento en 1970. Y, algo más grave, el descontento se hizo presente internamente en el Partido, provocando dos crisis que lo quebrarían. Personalmente considero muy difícil que un gobierno de un país del Tercer Mundo pueda conseguir liberar a su pueblo de la dependencia, si no rompe con los países dominantes. En la actua­ lidad, el 60 por ciento de la población mundial dispone solamente de un 12 por ciento del producto planetario. La participación de los países subdesarrollados en el comercio mundial continúa descen­ diendo del 22 por ciento al 17 por ciento, en diez años. El estado de crisis en que se mantiene el Tercer Mundo pasa a ser necesario para que el capitalismo sobrelleve las contradicciones que le provocan crisis mundiales. Es por todo lo anterior que pienso que la fracasada política económica del Gobierno de Frei, se debió no tanto a un mal manejo técnico, como a un problema político ideológico: la falta de voluntad para romper con el sistema vigente.

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Capítulo V PARTIDO Y GOBIERNO

Las relaciones entre el Partido y el Gobierno pasaron por diversas etapas, desde una limitada participación pero entusiasta apoyo, hasta las crisis causantes de división. Una de las promesas más enfáticamente publicitadas duran­ te la campaña presidencial fue, sin duda, la participación de la comunidad en la gestión del gobierno. El Partido se sentía garante de esa posibilidad. Con extraordinaria pasión deseaba a través de su propia participación asegurar que el gobierno demócratacristiano fuera diferente a otros gobiernos, los que apenas elegidos daban la espalda al pueblo. Se pensaba que era lógico que la elaboración de planes y proyectos fueran estudiados por el equipo de gobierno, pero, que después de esos estudios, que darían una visión global de lo que haría la "revolución en libertad", le correspondería a la comunidad y al Partido la responsabilidad de discutirlos para tomar conciencia del proceso y defenderlo. Desde la campaña presidencial se pudo apreciar que la participación del Partido en el gobierno iba a ser objeto de nume­ rosos malos entendidos. La propia fisonomía del Comando Elec­ toral, compuesto en gran mayoría por independientes, fue tomado como una subestimación y después la elaboración de proyectos y planes que fueron virtualmente impuestos, demostraron que al

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Partido se le daba sólo el rol de fuerza de apoyo incondicional. Se empezó a producir un doloroso proceso de humillación colectiva, sobre todo en los viejos militantes de base que se sentían, con o sin razón, excluidos de un proceso que era también un poco obra de ellos. A pesar de todo lo expuesto, durante casi tres años la falta de participación del Partido no limitó un apoyo irrestricto al Gobier­ no; al contrario, para la opinión pública en general, fue objeto de admiración la forma de solidaridad y lealtad que se otorgaba al Presidente. Frente a los ataques de la oposición, de derecha o de izquierda, la actitud fue una defensa valiente del Gobierno, aun cuando muchas veces algunos de los ataques tuvieran fundamen­ tos. Cabe preguntarse si es o no un hecho fatal derivado del sistema presidencial, la situación que se dio de aislamiento del Gobierno por parte del Partido, debido a la no participación concreta de éste último. En cierta medida es efectivo que históri­ camente los Presidentes se aíslan de las fuerzas que les dan apoyo, pero en el caso de la Democracia Cristiana no tenía por qué repetirse este fenómeno, desde el momento que era la única fuerza política de sustentación de uno de sus militantes. La razón del fenómeno sucedido, se debió a algo que hizo presente Jaime Castillo: "Vivimos una etapa difícil. La acción del Gobierno aparece a veces en oposición a las exigencias doctrinarias. Técnica y teoría no siempre se ajustan adecuadamente". La política gradualista y refor­ mista es necesariamente de administración restringida. Resulta muy difícil al gobernante explicar a otros los motivos profundos que lo movieron a no utilizar todo el margen disponible para una gran reforma radical. Por eso es que las medidas, proyectos o resoluciones son elaboradas y puestas en práctica por los "incon­ dicionales" que integran el equipo de colaboradores inmediatos. Al principio, cuando se constataron las fricciones ya existen­ tes entre el Gobierno y el Partido, se trató que las discrepancias que

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esas situaciones producían, fueran objeto de una discusión serena que no significara quiebre ni división. Pero, la multiplicidad de diferencias que muchos militantes mantenían con la política del Gobierno, hizo que se fueran creando tendencias con posiciones permanentes. Pero este fenómeno de distanciamiento del Gobierno con la mayoría del Partido, no se producía tan sólo por el afán de Frei de disponer de una mayor autonomía en las resoluciones que tomaba, sino que también, insensiblemente, su verdadera personalidad moderada lo empujaba a estar en desacuerdo con la línea del Partido, que deseaba un ritmo de cambios más acelerado, aun cuando acentuara por ello la oposición de derecha. El hecho fue que las discrepancias sobre medidas concretas se fueron multiplicando. La primera, ya señalada, fue la de la "chilenización del cobre", que obligó al final al Gobierno a dar otro pequeño paso hacia la recuperación para Chile de una de sus riquezas básicas, como fue la compra a la Anaconda del 49 por ciento de las acciones, reservándose el Estado el derecho a com­ prar el resto hasta completar el 51 por ciento. Después se produ­ jeron discusiones sobre el impuesto patrimonial, materia que contenía significado ideológico y político, al constituir el primer impuesto directo que pesaba sobre los sectores adinerados, que permitiría acelerar la redistribución de ingresos. El Gobierno patrocinó el proyecto, pero lo transó en forma tal, que en realidad no tenía ningún efecto redistribuidor. En materia laboral, el Ministro William Thayer, con el respal­ do de Frei, siguió una política que en nada se diferenciaba de la política reaccionaria tradicional, con el agravante que este perso­ naje ejecutor, Thayer, venía sosteniendo teorías de libertad sindi­ cal destinadas a dividir al sindicalismo chileno, lo que en aparien­ cia le daba un tinte distinto a su simple reaccionarismo. Como lo comentaré más tarde, esa política llegó al extremo de proponer la virtual desaparición del derecho a huelga de los trabajadores. Por

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otro lado, y como consecuencia de este reformismo, se empezó a aplicar una política represiva que culminó en dos hechos gravísimos en que corrió sangre obrera, manchando a la Democracia Cristiana. El primero fue la masacre de obreros de la mina El Salvador, quienes mantenían un conflicto reivindicativo, y que no resistían a la autoridad que había ordenado la reanudación de faenas, sino que protestaban de la medida. El Ministro de Defensa era Juan de Dios Carmona, responsable indirecto de la matanza que se produjo por intermedio del Ejército. El segundo hecho del mismo orden fue la muerte de pobladores en Puerto Montt. Como atenuante se podría alegar que la autoridad debe hacerse respetar, pero resulta que siempre se invoca y reafirma el principio de autoridad, cuando son los pobres a quienes se imputa rebeldía. En el fondo concurrían dos fenómenos: por un lado, el predominio en las esferas de Gobierno de los elementos más derechistas de la Democracia Cristiana, para quienes la represión era necesaria para frenar los conflictos sociales, y por otra, la presión que sufría Freí de elementos de derecha que le manifestaban adhesión. Siempre en la Democracia Cristiana existieron tendencias que se hicieron presente en los diversos Congresos. Desde el llamado "Congreso de los Peluqueros" (celebrado en el local del Sindicato de Peluqueros, de ahí su nombre), hasta los realizados en 1946,1953,1959 y también en diversos Plenarios, se enfrentaban dos corrientes que, con matices más matices menos, representaban maneras de pensar distintas frente a otras fuerzas que conforma­ ban el cuadro político nacional. Jaime Castillo, con innegable tesón y buena fe, al mismo tiempo que legitimaba las discrepancias, les daba el carácter de diferencias tácticas al decir: "Comprendemos, pues, que sea posible tener en cuenta estas dos posiciones para formular una interpretación de la naturaleza íntima de nuestro partido. No obstante, ella nada tiene que ver con una clasificación tradicional entre 'derechistas' e 'izquierdistas'". El mismo carácter de diferencias tácticas daba Castillo al debate interno sobre aplicación del Pro­ grama de Gobierno. 171

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No coincido con esas apreciaciones. A mi juicio, el debate interno era doctrinario y los hechos así lo han demostrado. Como pasa con todo Gobierno, los Presidentes tratan de controlar a su propio Partido. Frei y su equipo lucharon denoda­ damente por obtener ese control. La Junta Nacional, que se componía de unos 600 miembros, estaba integrada por Ministros, Subsecretarios, Jefes de Servicios y altos funcionarios. Todos ellos carecían de la menor independencia para opinar. Se llegó al extremo de pedirle la renuncia a dos jefes de servicio: Jacques Chonchol y Pedro Felipe Ramírez, por haber suscrito un informe conteniendo críticas a algunas medidas del Gobierno. Ahora, punto aparte era el hecho que muchos de esos funcionarios voluntariamente estuvieran de acuerdo con la línea de Gobierno. A los funcionarios demócratacristianos, se sumaban los que eran de tendencia de centro-derecha, formando en conjunto lo que se llamó el "oficialismo". Por otro lado se configuraron otras dos tendencias: "Rebeldes" y "Terceristas", ambas con posiciones similares, pero con diferencias de matices operacionales de alguna importancia. "Rebeldes" y "Terceristas" formaban el ala izquierda del Partido, siendo integrada por casi la totalidad de la juventud y una minoría de adultos. El proceso de radicalización de los militantes de izquierda de la Democracia Cristiana fue evolutivo, con excep­ ción de un sector de juventud de los "Rebeldes" encabezado por Rodrigo Ambrosio, que desde el primer momento en que se institucionalizaron las tendencias -lo considero ahora transcurri­ do el tiempo-, tenía la resolución de abandonar el Partido. Las primeras diferencias fueron puntuales, y se producían en un ambiente tranquilo y de diálogo, pero más tarde /1968) pasaron a ser sistemáticas e integradoras de visiones globales distintas. A pesar que la convivencia se mantenía en un nivel de fraternidad, se producía una lucha diaria, reglamentada por el respeto jurídico a las mayorías. Como era lógico, una lucha interna en el primer

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partido en volumen electoral y por añadidura partido de gobierno, pasaba a ser amplificada y publicitada por todas las otras fuerzas políticas y sus medios de comunicación. En la misma medida en que se producía la radicalización de una parte del Partido, se registraba también la derechización del resto. Los dos grupos de izquierda ("Rebeldes" y "Terceristas") hicieron un esfuerzo para dar expresión coordinada y orgánica a su pensamiento, que en el fondo y forma respondía a una concep­ ción comunitaria o socialista. Se obtuvo que se designara una comisión que concretara las ideas del Partido referentes a la marcha del proceso de cambios que debía realizar el Gobierno, que fue integrada por miembros de los grupos de izquierda en forma mayoritaria. La Comisión evacuó el informe que se llamó "Vía no capitalista de desarrollo" (se le conoció también como "Informe Político-Técnico"), provocando el disgusto de Frei y del sector derechista, aun cuando fue aprobado en principio por la Junta Nacional, en uno de esos expedientes políticos típicos en que para evitarse un conflicto, se "tramita" una cosa engorrosa. Pero, el expediente usado no logró eliminar uno de los debates internos más apasionados que se conocieron en la historia del Partido. El informe era la expresión del repudio que merecía a una parte del Partido las orientaciones neo-capitalistas que día a día se hacían más notorias en la política del Gobierno. Las medidas recomendadas allí, estaban encaminadas a la realización de una política nacionalizadora y de recuperación total de las riquezas básicas del país (bancos, cobre, carbón, monopolios) y a imprimir un ritmo drástico y masivo a la Reforma Agraria. La reacción de Frei y de su equipo de Gobierno, en un principio fue de franca condenación al informe. En una declara­ ción pública, Frei manifestó que no existía tal vía no capitalista de desarrollo y que la única vía que él aceptaba era la "vía de la eficacia". Por intermedio de la amistad y el contacto íntimo que Frei mantenía con René Silva Espejo, Director de "El Mercurio", tradicional diario vocero de la derecha, inspiró una serie de

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artículos de ese periódico criticando el informe y condenando al sector de izquierda de la Democracia Cristiana. Después aceptó entrar a discutirlo designando al Ministro Sergio Molina para que representara al Gobierno. Los resultados de esa discusión fueron casi nulos, excepto el envío al Congreso de un Proyecto de Nacionalización de los Bancos. El clima interno de fronda continuó hasta que en 1967 al designarse nueva Directiva, triunfan los grupos de izquierda eligiéndose una mesa integrada por tres representantes de los "Rebeldes" y dos de los "Terceristas". La mesa elegida estaba constituida por quien escribe como Presidente; Alberto Jeréz y Bosco Parra como Vice-Presidentes; Julio Silva Solar, Secretario y Sergio Fernández, Tesorero. La elección fue tomada como declaración de guerra por algunos y calificada por la derecha y por la izquierda del país como un factor de quiebre en la Democracia Cristiana. La verdad fue que en la Directiva elegida no existía el menor ánimo de dividir al Partido. Se pensaba que con el triunfo democrático obtenido, se lograrían eficazmente las rectificaciones necesarias de la política de Gobierno y se conseguiría la aplicación del informe de Desarro­ llo no-capitalista. La recepción oficial por parte del Gobierno a esta Directiva recién elegida, fue en extremo fría. Recuerdo que el mismo día en que se hacían cargo de sus puestos los nuevos dirigentes, Frei firmaba el decreto promulgatorio de la ley de Reforma Agraria y en el discurso que pronunció frente a una multitud, expresó "que nadie le quebraría la mano", refiriéndose naturalmente a la Directiva. La gestión de la nueva mesa del Partido duró breve tiempo. Un grupo de miembros de la Junta Nacional, pidió reunión para dilucidar el conflicto que ellos estimaban grave con el Gobierno. Frei planteó la tesis de que siendo Presidente de la República y a la vez militante del Partido, a él le correspondía resolver los problemas de diferencias de criterios que se refirieran a la gestión

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de Gobierno. La mesa del Partido sostenía que existían esferas distintas, tocándole al Partido resolver sobre su propia ideología o línea política. Lo anterior, unido a un proyecto de ley que se pensaba enviar al Parlamento, en que virtualmente se terminaba con el derecho a huelga, además de las diferencias existentes sobre un proyecto de ahorro obligatorio para los asalariados, anuncia­ ban una reunión de Junta Nacional en extremo borrascosa. Y así sucedió en lo que se llamó la "Junta de Peñaflor", que contó sorpresivamente con la presencia del propio Presidente de la República. Hablé como Presidente del Partido abordando todos los temas en discusión y después lo hizo Frei por más de una hora, quejándose amargamente de los obstáculos que encontraba el Gobierno al dirigir el Partido personas que tenían criterios diver­ gentes sobre los más importantes proyectos. Terminó su interven­ ción anunciando que se retiraba de la sala para que nadie pudiera decir que trataba de presionar con su presencia. En realidad se retiró de la sala, pero se fue a esperar los resultados en una casa vecina y volvió como a las dos de la mañana para pronunciar otro discurso, ya esta vez en forma dura y amenazante. Eso me obligó a replicar, produciéndose un ambiente muy tenso y doloroso para mí como Presidente del Partido. Se votaron dos indicaciones, una de confianza a la Directiva, que fue ganada por el "oficialismo" y otra sobre el proyecto del derecho a huelga, que fue ganada por la izquierda demócratacristiana. La crisis quedó producida y la mesa directiva renunció. Al relatar lo anterior con algún detalle, se podrá pensar que el episodio no merece ser resaltado, porque en todos los partidos se producen crisis como la descrita, pero en el caso de la Junta de Peñaflor, lo que se jugaba era algo más que la simple querella de competencia entre el Presidente de la República y la directiva de su partido, o sea la posibilidad de llevarlo a posiciones de izquier­ da que cancelara el centrismo que encabezaban algunos importan­ tes dirigentes del Partido.

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Después de la Junta de Peñaflor, asumió la presidencia del partido Jaime Castillo, quien trató, hay que reconocerlo, de aplacar los ánimos y cambiar el carácter del debate, para reducirlo a una simple discusión democrática dentro de un partido que se había distinguido por la forma fraternal como resolvía sus problemas internos. Por desgracia, los esfuerzos de Castillo fracasaron, debido a que el Partido empezaba a vivir una etapa pre-electoral presidencial, donde, indudablemente, tenían que hacerse presen­ te las diferencias fundamentales que habían dado nacimiento a las tendencias. El sentimiento unánime era de asegurar para 1970 la elección de un nuevo Presidente de la República demócratacristiano, pero al margen de ese anhelo, existía la realidad del cuadro político, que indicaba claramente que era imposible repetir la fórmula que había dado el triunfo a Frei en 1964. Las alianzas pasaban a ser fundamentales y éstas necesariamente tendrían profundo sentido ideológico. Un posible gobierno con la derecha significaba frenar la reforma agraria, liquidar los intentos de semi-nacionalización de las riquezas básicas nacionales, desandar los limitados esfuer­ zos de redistribución del ingreso, etc. Y un gobierno con la izquierda presuponía para un grupo del Partido, el entendimiento con el Partido Comunista y la liquidación del apoyo internacional que recibía el país y la Democracia Cristiana. "Rebeldes" y "Terceristas", más la ayuda valiosísima de Radomiro Tomic, postularon desde un principio la tesis de "uni­ dad política y social del pueblo". A esa altura del debate interno y de su repercusión pública, una parte del Partido no disimulaba su decisión de luchar hasta las últimas consecuencias por el entendimiento de la Democracia Cristiana con la,izquierda, exclu­ yendo en forma rotunda cualquier arreglo con la derecha, como también a la tradicional fórmula de la tercera posición aislacionis­ ta. Los motivos de una posición tajante en el sentido indicado,

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derivaban en primer lugar del camino ya recorrido en el campo ideológico. Hacía tiempo que la plataforma anticapitalista y el comunitarismo, postulados que dieron imagen y vida propia a la Democracia Cristiana, habían dejado de tener el dinamismo de los primeros tiempos. La práctica y el ejercicio del poder, habían demostrado que el capitalismo y el imperialismo habían resultado reforzados al término del período del gobierno de Frei, y que un sector del Partido cada vez más demostraba coincidencias en las actitudes concretas con la derecha, aun cuando formalmente dijera diferenciarse. A lo anterior hay que agregar que el sector de izquierda de la Democracia Cristiana sentía y deseaba un cierto socialismo sin apellidos disimuladores y, por lo tanto, luchaba por una sociedad igualitaria. El análisis marxista de la sociedad era considerado apropiado. Más tarde, luego de la escisión que dio origen al MAPU, algunos de ellos llegaron más lejos, declarándose marxistas-leninistas. La actitud de la izquierda demócratacristiana se basaba también en consideraciones de orden social y político. Se pensaba que ningún gobierno de avanzada tendría solidez en Chile sin la unidad del pueblo y esa unidad, requería del entendimiento de la Democracia Cristiana con la izquierda. Los hechos históricos ocurridos demuestran lo correcto de esa posición. Desde luego, por no haber existido ese entendimien­ to, la Democracia Cristiana perdió el poder y también lo perdió la izquierda con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Frei y el sector derechista del Partido veían también clara la necesidad de la alianza electoral para vencer en 1970, pero como esa alianza la deseaban con la derecha, se les presentaba el gran obstáculo de no atreverse a plantearlo abiertamente, y el deseo no pudo pasar más allá de las intenciones. Existía también el proble­ ma del hombre demócratacristiano que fuera aceptable por la derecha. Frei pensaba en Edmundo Pérez Zujovic, pero compren­ día que era difícil que el Partido lo aceptara.

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Por fin, a principios de 1969, se citó a la Junta Nacional para decidir el problema presidencial. La discusión que se desarrolló en esa reunión fue típica y parecida a muchas otras. "Rebeldes", "Terceristas", más otro sector encabezado por Renán Fuentealba y apoyado por Radomiro Tomic, plantearon claramente la posi­ ción de entendimiento con la izquierda, mientras el otro sector defendió la tesis del aislacionismo, sobre la base de levantar candidato propio. En el transcurso de la discusión, alguien se levantó y pidió se proclamara por unanimidad la candidatura de Tomic. Este, indignado ante la maniobra que se pretendía, declaró que no habría candidatura Tomic sin apoyo de la izquierda, pues consideraba la petición anterior como una contradicción con la tesis de la "unidad del pueblo" defendida por él con calor y seriedad. Se fue a la votación y ganó la tesis del candidato propio, del "camino propio". Radomiro Tomic aceptó después la candidatura a pesar de su criterio, debido a que entonces, como durante el resto de su vida, creyó que los sectores derechistas de la Democracia Cristiana eran minoritarios y por lo tanto, había que esperar que se produ­ jera la rectificación, y en ese sentido la no aceptación de su candidatura habría significado ahondar una crisis, sin seguridad de arrastrar a todo el Partido a una posición de izquierda. Pasados muy pocos días de la Junta de mayo de 1969, que acordó llevar candidato propio a la lucha presidencial, se produjo en la casi totalidad de los dirigentes juveniles y de algunos adultos un ánimo de abatimiento muy profundo. Se consideraba que la derrota sufrida en la Junta, sumada a muchas otras anteriores, demostraba que era difícil, casi imposible, arrastar al Partido hacia la izquierda dejando atrás las ambigüedades con que se mantenía una unidad ficticia. Los integrantes de la tendencia llamada "Tercerista", encabezados por Bosco Parra y otros dirigentes juveniles, coincidían en apreciar el cuadro interior del Partido como desolador, pero creían que todavía podían existir posibilida­

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des de rectificación. Después, a través de la candidatura de Tomic, se jugaron por entero al darle a dicha candidatura y a su programa un carácter progresista. Personalmente, llegó el día en que resolví renunciar al Partido, después de más de treinta años de militancia. Debo confesar que el dolor que sentí sólo fue comparable al que sufrí a causa de la muerte de mi padre. Es muy fácil hablar de "rupturas necesarias", pero, es un drama cuando esa ruptura implica superar un mundo de afectos personales; eran todos los amigos de una vida de los que en cierta medida me separaba; eran 30 años de fraternidad auténtica. Me dolía que se creyera que mi actitud significaba una ingratitud después de los honores que había recibido del Partido. Sin embargo, al mismo tiempo, al renunciar me sentía liberado de una situación que se me hacía insoportable: tenía el convencimiento que la derechización del Partido era imposible de evitar. El poder había hecho una obra destructora en la plana mayor de la directiva y aún en las bases. En el Senado, donde me correspondía actuar, había defendido al Gobierno de Frei, pero en el fondo, era una actitud de lealtad formal. Poco a poco obedecía menos la disciplina interna y since­ ramente creo que si se milita en un partido deben respetarse las decisiones que adopta la mayoría. En la carta de renuncia, consig­ naba las razones de fondo que me movían a renunciar. En lo esencial, esa carta fue una de las expresiones públicas de la evolución ideológica que ha llevado a miles de cristianos a desear honestamente el advenimiento de una sociedad socialista, y por lo tanto a militar sin las ambigüedades centristas en las fuerzas que quieren el cambio. En la misma carta renuncia hacía presente que no estaba en mi ánimo arrastrar a nadie de la Democracia Cristiana a imitar mi actitud, por la simple razón que respetaba a los que se quedaban en el Partido, y sobre todo porque a pesar de las discrepancias reconocía y reconozco que el Partido tiene un rol que jugar en el mantenimiento de las libertades democráticas. Sin quererlo ni impulsarlo, a mi renuncia se sucedieron la de

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la gran parte de los dirigentes de la juventud, de los parlamenta­ rios Alberto Jeréz, Julio Silva Solar, Vicente Sota y de Jacques Chonchol. El Partido reaccionó en forma noble. No existió lo que pasa en otros partidos donde se cubre de injurias, calumnias y bajezas a los disidentes. Por lo demás, las renuncias fueron presentadas estando la Democracia Cristiana en el poder, y por lo tanto nadie podía acusamos de oportunismo. La intención de mantenerme como independiente todo el tiempo que pudiera para reflexionar con calma lo que más conve­ nía hacer para trabajar por la incorporación de los cristianos en una verdadera lucha por el cambio social, duró muy poco. El domingo siguiente a la semana en que renuncié, me llamó Alberto Jeréz desde el teatro del sindicato de la Empresa de Transportes Colec­ tivos del Estado (E.T.C.E) para decirme que todos los que habían renunciado a la Democracia Cristiana exigían mi presencia en la reunión. Fui y ese mismo día se fundó el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria). La aventura de ingresar a un nuevo partido cuando ya se ha hecho un largo camino en otro, viviéndose todas las etapas de sacrificios, amarguras y decepciones, no dejó de asustarme, pero al mismo tiempo, me entusiasmaba la idea de iniciar junto a gente joven una acción política que permitiera el diálogo cristiano-marxista, diálogo que no se daría sólo en el nivel intelectual, sino en el muy concreto de una estrategia común para realizar un humanismo de verdad. En el partido recién creado, por motivos fundados, no se vivió una etapa previa de decantación ideológica y programática. La proximidad de la campaña presidencial de 1970 obligaba al Partido, que en lo inmediato y contingente se había separado del tronco demócratacristiano por diferencias de criterios sobre la forma de llegar al poder, a dilucidar rápidamente su posición en la futura lucha. Esa fue la razón determinante para dejar en manos de un futuro Congreso la discusión del Programa; Congreso que se celebró cuando ya se había ingresado a la Unidad Popular y se

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estaba en plena campaña electoral. Se prefirió desarrollar una discusión entre dirigentes que al mismo tiempo que establecieran una declaración de Principios, resolvieran el problema de la vía concreta que correspondía elegir en la lucha por el poder. Desde el primer momento se hicieron presente diferencias importantes entre los dirigentes. Por un lado, la gente joven encabezada por Rodrigo Ambrosio, una de las personalidades políticas más completas que me ha tocado conocer, planteaba el carácter socialista inmediato de la revolución, de la guerra irregu­ lar como camino y un repudio a los partidos tradicionales de izquierda (socialistas, comunistas). Propugnaban un "Frente Re- 1 volucionario", integrado por los sectores más radicalizados del Partido Comunista y Socialista y el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), con quien compartían la casi totalidad de sus posiciones. Por el otro lado, algunos, los de más edad, especial­ mente los parlamentarios que habíamos renunciado a la Democra­ cia Cristiana, sosteníamos que la realidad histórica de Chile permitía a la clase obrera avanzar revolucionariamente utilizando las instituciones democrático-burguesas, para en el camino ir cambiando el carácter de dichas instituciones. Pensábamos, ade­ más, que la unidad del pueblo requería una alianza amplia y honesta con los partidos tradicionales de izquierda. Al mismo tiempo y paralelamente, las opiniones se encontra­ ban divididas sobre el tema -en apariencia- táctico o poco signifi­ cativo: esto es, el carácter de la inspiración cristiana como "contri­ bución" y "energía movilizadora" para el proceso de transforma­ ciones integrales que Chile reclamaba. Los jóvenes, encabezados por Rodrigo Ambrosio, que aún no explicitaban su voluntad de declarar al MAPU como partido marxista-leninista, deseaban restar énfasis a esa inspiración dentro del marco de los partidos del movimiento popular. Ese error ha postergado el avance del cristianismo progresista. Nosotros pensábamos que el proceso de cambios debía

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resolver un problema pendiente (no enfrentado con seriedad y coherencia por parte de las organizaciones populares) entre las masas que se reconocían en una inspiración cristiana (cultural, social, ética y en cierto modo con tradiciones antropológicas de tal tipo) el proceso de transición al socialismo y, por cierto, la nueva sociedad que debía surgir de ese proceso. Creíamos que para la revolución lo fundamental era la creación de un canal que expre­ sara la voluntad revolucionaria y progresista de vastos sectores cristianos. Usando las expresiones de Bosco Parra, Secretario General de la Izquierda Cristiana, en el saludo que diera en nombre del Partido a un Pleno del Partido Comunista de Chile, quisiera señalar en síntesis lo que era nuestro pensamiento al respecto: "Hemos nacido y nos hemos organizado para participar en el proceso socialista de manera cabal. Por participar entendemos aportar. ¿Aportar qué? En primer término, nuestro trabajo político para romper las bases de un razonamiento sumamente negativo. Mucha gente todavía piensa que para aceptar el socialismo se requiere necesariamente ser marxista y, al comprobar que no lo son -al sentirse cristianos- rechazan el socialismo y con ello su clase y su propio destino. Nuestra tarea es reemplazar esa injustificada reticencia por el convencimiento que el socialismo es, precisamente, la forma de organización que puede hacer concretos, actuales, los antiguos anhelos defraternidad y liberación de los hombres. ¿Qué podemos aportar en segundo término? Un estímulo, uno de los estímulos necesarios para que la energía espiritual del cristianismo llegue a fundirse con la praxis común de los explotados y confirme en ella la creación de valores solidarios y de sólidas pautas de conducta antiburgue­ sa, anti-individualista, evitando el reaparecimiento de viejos vicios en el marco de la nueva sociedad. ¡Nos interesa que ese aporte se logre! Precisamente por ese motivo estamos abiertos a la vinculación de las masas cristianas y el movimiento revolucionario, por todos los medios que la lucha haga posible. Si hay cristianos en disposición subjetiva de ingresar a partidos marxistas, que lo hagan. Lo que interesa es que sean

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revolucionarios y socialistas. Obviamente, en Chile, aspiramos a que el nuestro sea el cauce principal". Los dirigentes del M.A.P.U. vivieron en un corto plazo el fenómeno alucinante de la revolución sin etapas, pero, a corto plazo también se convencieron que lo que soñaban eran sueños irrealizables que los separaba de lo que pensaba la masa. Se acordó el ingreso a la Unidad Popular y dentro de ella la actuación del MAPU fue valiosísima. Gran influencia tuvo el cambio de opinión de los dirigentes al comprobar que en la "mesa redonda" general donde se discutió y aprobó el Programa de la Unidad Popular por todos los partidos integrantes, existía la máxima apertura y hones­ tidad de propósitos. La campaña electoral misma los convenció que no bastaba con declararse marxista-leninista para ser un partido obrero, que había mucho que luchar para ganarse el título de "vanguardia", y que sobre todo había que trabajar para tener la confianza de la clase trabajadora organizada sindicalmente. La campaña permitió al MAPU hacer proselitismo y organizar una fuerza sindical con rasgos propios. Elegido Salvador Allende Presidente de la República, se vio el MAPU compelido a entrar junto a los demás partidos de la Unidad Popular a constituir los niveles superiores de la adminis­ tración pública. Etapa difícil y dura donde por desgracia se adoptó el funesto sistema de "cuoteos" (repartición de los cargos públicos entre los diferentes grupos políticos que componían la Unidad Popular según determinada cuota fijada de antemano), hecho que tanto mal hizo a la Unidad Popular. La verdad es que el "cuoteo" fue un poco la expresión de la necesidad de improvisar equipos, debido a que la izquierda había vivido en la oposición y tampoco tenía elementos que conocieran la práctica desde el ejercicio del poder, la vida económica y financiera del país. El MAPU aportó un buen número de técnicos de gran calidad, pero también tuvo que pagar un cierto precio al burocratismo corruptor. Se volvía a repetir el fenómeno que pasó en la Democracia Cristiana: el brusco

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cambio de su status de vida conduce a la pequeña burguesía a excesos que repercuten en el Partido y en su ética política. El MAPU se organizó como Partido de "cuadros", estilo de organización necesaria para un partido que se reclama revolucio­ nario, por tener la ventaja indudable de asegurar el trabajo conti­ nuo del militante, pero, que a la vez puede ser un fracaso si no se combina con una acción de masas eficaz. Si no se cuida este último aspecto, el partido insensiblemente se va transformando en un partido de "elites" o de grupos de poder interno que se excluyen o instrumentalizan. La democracia interna centralizada se trans­ forma en democracia "manipulada". Esto sucedió en el MAPU provocando la crisis de 1971 y 1973. Enjuiciando la última crisis que significó la división del MAPU en dos, la viuda de Rodrigo Ambrosio publicó una carta en que calificaba las crisis habidas como "desviaciones", una de "derecha" y la otra "pequeño burguesa" (¿Qué pensará ahora la viuda de Rodrigo Ambrosio, con el hecho de que el jefe más radicalizado de las divisiones internas del MAPU sea el Presidente de la Compañía de Teléfonos de Chile?). Ese tipo de calificaciones, aparte de no ser original, ya que imita la manera como los partidos Comunistas califican las crisis que a veces sufren, es injusto y alejado de la verdad. Los que nos fuimos del MAPU en 1971 lo hicimos porque se ajustaba más a lo que pensábamos la organiza­ ción de una Izquierda Cristiana, en proceso de gestación en esos momentos por la renuncia de 8 parlamentarios demócratacristianos: Felipe Ramírez, Luis Maira, Pedro Videla, Jaime Concha, Femando Buzeta, Osvaldo Gianini, Alberto Jaramillo y Pedro Urra. Como cosa curiosa es necesario anotar que la Izquierda Cristiana se mantuvo en un principio, más a la izquierda dentro de la izquierda que el MAPU Obrero-Campesino. Y la crisis de 1973 se produjo porque las bases del MAPU quedaron desconectadas de sus dirigentes, quienes vivían un proceso radical de evolución táctica y estratégica. Si en un principio estos dirigentes fueron

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partidarios de un "Frente Revolucionario", y después criticaron la forma como la Unidad Popular daba demasiada amplitud a la alianza de clases, pasaron después a adherir a una posición distinta. Jaime Gazmuri en un folleto titulado "Aprender las lecciones del pasado para construir el futuro", condena muy duramente lo que llama pequeña burguesía revolucionaria, cau­ sante, según él, de la derrota de la Unidad Popular, y en el capítulo en que analiza las insuficiencias en la política de alianzas, dice: "Por el contrario, ella fue fruto (la amplia alianza) de un largo proceso de lucha ideológica entre posiciones proletarias y pequeño-burguesas respecto del Frente, imponiéndose finalmente en el seno de la Unidad Popular una concepción justa a este respecto impulsada principalmente por el Partido Comunista y el Presidente Allende", agregando en una nota: “En 1969-1970 en el debate en torno al Programa de la Unidad Popular este problema se resolvió favorablemente, no sin dificultades. Recordamos bien la polémica, porque nuestro partido sustentaba posicio­ nes pequeño-burguesas sobre el particular, tendiendo a estrechar dogmá­ ticamente elfrente social y político". Esta autocrítica entre la posición primitiva y la vigente en el momento de la división, no fue objeto de un debate interno. Al contrario, el militante medio adjudicaba a una "desviación derechista" la línea que expone en su folleto Gazmuri y creía que ese había sido el "pecado" cometido por los que nos fuimos en 1971. Ningún extraño puede valorar en cual de los dos MAPU militaban más miembros del antiguo partido unido, pero no cabe duda que la división hirió gravemente la potencialidad que exhi­ bió la fuerza política que en 1969 constituía una esperanza. De todas maneras, sea como sea, el MAPU jugó un papel decisivo en la unidad del pueblo y en su lucha por ascender al poder. Las mismas fuerzas que componían ambos Mapu y la Izquierda Cristiana, tuvieron un rol muy importante en la esperanza de que se constituyera una nueva izquierda, que liberara al país del oprobio fascista.

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Desde el punto de vista cronológico, el nacimiento y desarro­ llo de la Izquierda Cristiana debería ser analizado más adelante, concretamente durante el Gobierno mismo de la Unidad Popular, dado que este Partido nació en 1971; sin embargo, el hecho de haber surgido a raíz de una segregación de la Democracia Cristia­ na -al igual que el MAPU- hace pertinente tratar este suceso en el presente capítulo. El partido Izquierda Cristiana nació de una nueva escisión de la Democracia Cristiana en julio de 1971, a causa delpacto electoral que ésta había sellado con la derecha en una elección complemen­ taria en Valparaíso. Los elementos que salieron de la Democracia Cristiana integraban una tendencia de izquierda que se denomi­ naba "tercerista", que después de la ruptura de 1969 se mantuvo en el partido con la esperanza de una rectificación de la línea dominante pro-derechista. Este sector fue el que animó y orientó la candidatura de Radomiro Tomic. La Izquierda Cristiana se constituyó como un partido políti­ co y no como un "movimiento de iglesia", aun cuando se componía sobre todo de militantes y simpatizantes de origen y sensibilidad cristiana. No era un partido confesional ni pretendía monopolizar orgánicamente a los cristianos de izquierda, ni menos ser una alternativa revolucionaria socialista-cristiana. En Chile como en América Latina, el peso cultural y social del cristianismo en las masas es más fuerte que el peso puramente político del marxismo-leninismo, lo que no sucede en Europa donde los grupos cristianos tienen una importancia relativa en el seno de las masas. La Democracia Cristiana había logrado con­ quistar a una parte del proletariado organizado sindicalmente, pero globalmente la orientación general de ese sector era de tendencia moderada y en definitiva favorecía el statu-quo. Desde 1965 se hace presente una nueva conciencia revolucionaria entre cristianos y sacerdotes que comprueban la limitación del socialcristianismo y optan clara y públicamente por el socialismo.

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La Izquierda Cristiana respondía a esa toma de conciencia. Creía que no era incompatible la fe con la revolución y como objetivo esencial luchaba por la unidad política de todos los sectores populares susceptibles de incorporarse a la tarea de construcción del socialismo. Los aportes al movimiento de masas de la Izquierda Cristia­ na y de otros grupos cristianos que se incorporaron a la izquierda política, estaban condicionados al tratamiento que los cristianos recibían de las fuerzas tradicionales marxistas-leninistas. La alian­ za con éstas puede ser táctica o estratégica, siendo la primera absolutamente inaceptable, porque significa un tratamiento de "patemalismo" de segunda categoría, donde la expresión domi­ nante es la de una ideología que para muchos cristianos aparece en algunos aspectos extraña. La declaración que hizo Fidel Castro en su visita a Chile durante el Gobierno de Salvador Allende, en el sentido que en América Latina debía construirse una vanguardia política que se basara en una alianza estratégica entre cristianos y marxistas, tuvo extraordinaria importancia para aclarar seria­ mente un punto que pasa a ser trascendental para la acción común de una izquierda pluralista. Contrariamente a lo acordado por el MAPU al declararse partido marxista-leninista, la Izquierda Cristiana no pretendió ser el séptimo partido de esa ideología. La tarea que se impuso fue más realista: trabajar por superar el problema político que significaba la división del pueblo provocada por el sectarismo derivado de diferentes ideologías. El Evangelio no es, por cierto, un tratado de economía ni menos un decálogo de organización social, pero tampoco es neutro, ya que orienta la acción política y aporta una ética que alcanza a todos los campos. La inspiración evangélica ha tenido gran importancia en los rasgos comunes que distinguen a los cristianos de izquierda. Al margen de toda teoría, el comporta­ miento práctico de esos cristianos ha adquirido características

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políticas propias. A mi juicio, la principal de esas características es la de exigir el poder popular en la base. Esa exigencia tiene razón de ser, porque la experiencia ha demostrado cómo se ha desvirtua­ do la teoría de la "vanguardia" a través de los grupos que acaparan el poder so pretexto de apresurar una pretendida "hegemonía" política. La lucha de la Izquierda Cristiana dentro de la Unidad Popular fue precisamente orientada a desarrollar el poder popular en la base. Incansablemente se opuso a sectarismos paralizantes, a lo que se llamó "cuoteo" político en las designaciones de funcionarios. Y la exigencia en esos aspectos fue de valor moral, porque la Izquierda Cristiana partió por no hacer cuestión de nombramientos burocráticos. La sinceridad obliga a consignar que muchas de las posiciones de la Izquierda Cristiana tuvieron relativo eco en el resto de los partidos de la Unidad Popular, quienes individualmente o en conjunto, desarrollaban una política "al día", que en el fondo se traducía en la superación de crisis sucesivas respecto a líneas a seguir, especialmente en lo referente a la significación de una auténtica política de "alianzas de clases". En el caso de lo que se llamó "Poder Popular", la idea, que era impulsada por la Izquierda Cristiana, el Partido Socialista y el M.I.R., fue objeto de un debate interno, que demostró que esa idea, requiere de un desarrollo estructural más acabado. En Chile se produjo una discusión sobre el carácter que debían tener los "cordones industriales" (Poder Popular). Por un lado, se sostenía que, existiendo un gobierno popular, el rol de los "cordones" debía ser el de dar apoyo a ese gobierno y estar sujeto a sus directivas. Por otro lado, se sostenía la autonomía democrática de decisión. Entre tanto, el Partido Comunista miraba con cierta desconfianza la idea, por la limitación que sufriría el sindicalismo en su poder orientador de la acción revolucionaria; y a todo lo anterior se unía la insistencia del M.I.R. de imponer su criterio táctico y estratégico a los "cordones". La Izquierda Cristiana luchó honestamente por

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plantear las cosas en lo que constituía su criterio central: la unidad del pueblo y su derecho democrático para alcanzar el poder real. La corta trayectoria política de la Izquierda Cristiana no le permitió consolidar una fuerza que, por sí misma, significara contar con el peso necesario para influir en la línea gruesa que se siguió durante el gobierno de la Unidad Popular, pero hizo aportes valiosísimos de orden intelectual, en los cuales estuvo presente un espíritu creativo superior al de los demás partidos de la Unidad Popular. Personalmente creí que una vez derrocada la dictadura fascista y vuelta la normalidad democrática, la idea que dio nacimiento a la Izquierda Cristiana seguiría vigente, porque interpretaba la radicalización indudable de amplios sectores cris­ tianos que querían el socialismo y que palpaban en carne propia lo que significaba la super-explotación del capitalismo. Por des­ gracia los hechos sucedidos en el período de la transición a la democracia no han dado chance política a la Izquierda Cristiana para jugar el rol que a mi juicio le correspondía. El hecho de que en definitiva en el cuadro político no se hubiera dado el lugar que correspondía a la Izquierda Cristiana en el marco de la gran alianza de la Concertación Democrática, exclusión al partido en las deliberaciones fundamentales de la Concertación, exclusión que en parte se debe a la propia incapaci­ dad política de sus dirigentes, me llevó una vez más a alejarme de un Partido que interpreta mi pensamiento político. Me alejé de la I.C., sin perjuicio que siga manteniendo las ideas que dieron motivo a su fundación. El hecho de haber militado en la Izquierda Cristiana no limita la objetividad necesaria para analizar fríamente algunos elemen­ tos que paralizaron su crecimiento. A los dirigentes de la I.C. les pasa algo parecido que a los jóvenes que constituyeron el núcleo central del MAPU después de 1969: todos salieron de la Democra­ cia Cristiana profundamente frustrados en sus ansias revoluciona­ rias, deseosos de realizar la acción política a través de cauces

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políticos en que el proletariado no se viera obligado a seguir postergando su legítima aspiración de conseguir el poder real a causa de la hegemonía impuesta por los partidos tradicionales de izquierda, especialmente el Partido Comunista, pero al mismo tiempo el realismo político los obligó a integrarse a una alianza con esos partidos obreros con indudable gravitación en la masa popu­ lar. Esa dualidad entre lo que íntimamente se desea y la realidad que para unir al pueblo no se puede prescindir de partidos hegemónicos con tradición revolucionaria, produce sin quererlo un afán legítimo de singularidad que desemboca en el "elitismo" y en la exageración del modelo de partido de "cuadros" con "compartimentación", en cierta medida limitante de la democra­ cia interna. Este problema sigue siendo real para muchos grupos de izquierda. Para la Izquierda Cristiana, su obligación habría sido traba­ jar por la constitución de una izquierda pluralista, donde se diera un diálogo sincero cristiano-marxista, y donde se comprendiera en todo su significado el movimiento popular cristiano surgido en América Latina, después de Medellín y Puebla. Esa izquierda pluralista sería la expresión de una alianza estratégica en que quedara claramente excluida toda clase de hegemonismos. Esa tarea, por incapacidad política de la I.C. no se ha podido desarro­ llar, adoptando muchas veces posturas propias de la extrema izquierda, que en definitiva han demostrado su incapacidad para entender la etapa de consolidación democrática. Al margen de las consideraciones pesimistas respecto al futuro de la Izquierda Cristiana en el mundo, debido al relativo éxito del neoliberalismo, sumado al pragmatismo odioso que siguen las cúpulas partidistas en general, el problema cambia de carácter en el sentido de que la lucha del presente es por la vuelta de las ideologías que se declaran muertas y por lo tanto la presencia de los cristianos progresistas, excede en su importancia

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a los partidos de esa inspiración que en el pasado representaron posibilidades concretas, incluyendo aún a la Democracia Cristia­ na, Partido que en su seno interno demuestra la existencia de inquietudes dignas de ser consideradas.

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Capítulo VI LA DEMOCRACIA CRISTIANA Y LA UNIDAD POPULAR

Entre los factores que influyeron en el triunfo de la Unidad Popular el 4 de Septiembre de 1970, deben considerarse las diferencias existentes en el interior de la burguesía en esa época. Por mucho que el Gobierno de Eduardo Frei hubiera sido "refor­ mista", que en definitiva había consolidado el sistema capitalista, lo positivo que realizó en materia social, reforma agraria y sindi­ catos campesinos, bastó para que la gran burguesía adoptara una actitud beligerante contra la Democracia Cristiana, la que a su vez reafirmó su base de sustentación en la clase media. Las contradicciones objetivas entre ambos grupos sociales fue la brecha que se abrió al movimiento popular para triunfar y delinear una etapa hacia el socialismo. Pero, desde los primeros momentos posteriores al triunfo electoral, se preveía que las diferencias de la burguesía podrían superarse y entonces habría que hacer frente a la contrarrevolución. La historia juzgará si la Unidad Popular, que visualizaba ese peligro; fue lúcida para abordarlo. Hasta fines de 1971 dichas contradicciones siguieron hacién­ dose presente y se dieron también en el seno de la Democracia Cristiana. El sector de derecha había aceptado la postulación de

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Tomic como un mal menor frente a un eventual entendimiento con la izquierda, pero, en el fondo, la medida de levantar un candidato que dividía a la burguesía se consideraba como algo demencial. Por otra parte, el sector de avanzada de la Democracia Cristiana, integrado entre otros elementos por el grupo llamado "tercerista" que no renunció al Partido en la crisis de 1969, dio a la candidatura de Radomiro Tomic un auténtico carácter popular y de izquierda. Para ese sector, el problema no era tanto obtener un triunfo electoral, como dar un paso importante hacia la unidad del pueblo e impedir que la derecha recuperara el poder. La actitud del candidato, las declaraciones que hizo, y sobre todo su Programa, respondían globalmente al espíritu que había animado desde largos años a los demócratacristianos que visualizábamos la viabilidad de un gobierno popular fundado sobre la base misma de los más amplios sectores del pueblo. La campaña electoral dada alrededor de Tomic ahondó las diferencias entre los diversos grupos de la burguesía; y el odio acumulado contra la Democracia Cristiana se acrecentó, no sir­ viendo para atenuarlo el apoyo a regañadientes que daba al candidato el grupo derechista del Partido. El efecto concreto de la lucha electoral, entre la derecha con su candidato Jorge Alessandri y la Democracia Cristiana con Radomiro Tomic, fue impedir que se produjera la unificación clasista de la burguesía durante algún tiempo después del triunfo de Salvador Allende. Desde el día del triunfo de la Unidad Popular hasta el día de la reunión del Congreso Pleno, que debía elegir entre los candida­ tos que habían obtenido las dos más altas mayorías relativas, las actitudes de la gran burguesía representada políticamente por la derecha (Partido Nacional) y la Democracia Cristiana, fueron absolutamente divergentes. Los grandes intereses burgueses unidos al poder norteame­ ricano y sus centrales de inteligencia, desde el día del triunfo de Allende tomó la resolución irrevocable de impedir por cualquier

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medio el ascenso al poder de la Unidad Popular. Lo que entonces se hizo o se intentó hacer se encuentra hoy comprobado histórica­ mente a través del proceso a la C.I.A. y de las investigaciones sobre las actividades de la empresa multinacional I.T.T., llevados a cabo en el Senado de los EE.UU., además de los antecedentes arrojados por el proceso que siguió al asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, General René Schneider. En los primeros días se utilizó preferentemente la creación de un clima de alarma orientado a provocar el caos económico (retiro de fondos de los Bancos y Asociaciones de ahorro y préstamos, fuga de dólares, etc.), sin perjuicio que al mismo tiempo se conspirara con militares y se llegara hasta el crimen y el terrorismo. Todo ese tipo de acciones para interrumpir el proceso democráti­ co, fue realizado por el equipo directivo de la derecha económica de acuerdo con el Partido Nacional y los grupos fascistas, sin la participación de demócratacristianos. El sector de derecha de la Democracia Cristiana deseaba también impedir el ascenso al poder de Salvador Allende, pero ese sector era minoritario en el Partido, además de ser también inhábil para utilizar medios violentos. Existen numerosos antecedentes que permiten asegurar que el Presidente Frei vivió momentos de intensa preocupación por el triunfo de Salvador Allende. Al final de una serie de días en que Frei vivió sus vacilaciones, se produjo una entrevista con Allende, que fue fría de parte del primero a pesar de la vieja amistad que los unía. Allende fue a pedir garantías en la investigación del crimen del General Schnei­ der, y Frei las otorgó, cambiando al Director de Investigaciones. Pero lo más importante de esa reunión fue la declaración que hizo Frei en el sentido de que él como Presidente de l'a República y Jefe del Poder Ejecutivo garantizaba la normalidad del proceso demo­ crático hasta la entrega del mando. En definitiva, sin embargo, lo válido fue la posición que adoptó oficialmente el Partido Demócratacristiano. Al día si-

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guíente del triunfo de la Unidad Popular, Tomic fue a visitar a Allende, a quien felicitó por su victoria y le adelantó la posición de respeto de su Partido por el resultado electoral. A esas alturas, la derecha cambió entonces su táctica, inventando una fórmula que tentara a la Democracia Cristiana. Se trataba que en el Congreso Pleno la mayoría parlamenta­ ria (Partido Nacional y Democracia Cristiana) votara por Alessandri, quien, como se sabe, había obtenido la segunda mayoría relativa, con el compromiso de renunciar para dejar el mando, primero a cargo de un demócratacristiano (el Presidente del Senado) y en seguida permitir, mediante nuevas elecciones presi­ denciales, la reelección de Frei, ya que constitucionalmente había existido un plazo en que éste había dejado de ser Presidente de la República. La maniobra fracasó, porque la gran mayoría de la Junta Nacional del Partido Demócratacristiano se inclinó por respetar la tradición adoptada por el Partido en casos anteriores (elección de Alessandri en 1958) de votar por la más alta mayoría relativa. El sector de derecha del Partido, al cual no le desagradaba la fórmula urdida por la derecha, no se atrevió a dar la batalla interna en favor de esa maniobra. En la sesión del Congreso Pleno, entonces, la Democracia Cristiana votó disciplinadamente por Allende. Lo curioso era que el propio Alessandri en declaración pública del 9 de Septiembre de 1970, no aceptaba la maniobra. A pesar que en este trabajo he sostenido que en la Democra­ cia Cristiana durante su gobierno hubo en cierta medida corrup­ ción por el dinero, no puedo dejar de reconocer, que existiendo como se ha comprobado en el proceso de la C.I.A., el intento de comprar a parlamentarios para atajar en el Congreso a Allende, esos dólares no sirvieron para corromper la conciencia de los parlamentarios demócratacristianos. La actitud de la Democracia Cristiana no se limitó en esos días tan sólo a dar su voto por Allende en el Congreso. A mi juicio, la posición general fue correcta y honesta al plantearse claramente 195

en una oposición democrática abierta al diálogo, donde se anun­ ciaba una actitud independiente para apoyar lo que coincidiera con la línea del Partido y rechazar lo que se apartara de ella. Creo que en ese período -que lo determino desde el 4 de Septiembre de 1970 hasta mediados de 1971- podría haberse consolidado un régimen popular que caminara hacia una sociedad más justa. Un i amplio sector de la Democracia Cristiana había logrado superar ! los prejuicios hacia la posibilidad que el pueblo participara del poder, y sólo una minoría se levantaba como bandera de lucha sin reservas contra los partidos políticos que en ese momento repre­ sentaban esa posibilidad. En concreto, las primeras entrevistas de la directiva oficial de la Democracia Cristiana con Allende fueron por lo general abiertas y positivas. Por lado y lado, sin embargo, existieron cegueras que impidieron la lucidez necesaria en un momento tan crucial. El principal escollo residía en algo fundamental, pero que tenía muy difícil solución, y era que en un régimen democrático de pluralis­ mo partidista, la única manera de entenderse auténticamente es cuando los partidos se comprometen a hacer un gobierno en común en que, si son fuerzas con diferencias ideológicas, natural­ mente deben hacerse sacrificios mutuos. Ni la izquierda ni la Democracia Cristiana querían ni podían en ese momento sellar una alianza que significara el ingreso al Gobierno de ésta última. Por parte de la Unidad Popular, porque era una fuerza triunfante y en ascenso que necesitaba diferenciarse de los regímenes de gobiernos anteriores, y la política de alianza de clases que se propiciaba no era en ese entonces, como no lo fue nunca, una tesis acabada que permitiera estratégicamente la amplitud necesaria para moverse en el camino de las alianzas políticas con partidos de la pequeña burguesía extraños a la Unidad Popular. Por parte de la Democracia Cristiana, la obsesiva idea de ser una alternativa de poder por sí sola, sumada al chauvinismo partidista que la impul­ saba a considerar que era víctima de una agresión en toda toma de

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posición de poder en el aparato administrativo por parte de la izquierda, agregándose a lo anterior la tarea de sapa que desarro­ llaba el sector derechista del Partido, hacían que un posible ingreso H a un gobierno de alianza fuera rechazado de plano. La táctica autónoma de carácter contrarrevolucionario se­ guida por la derecha, había virtualmente fracasado debido a que no tenía sustentación en la clase media y en el sindicalismo demócratacristiano. La táctica de la derecha, además de hábil, fue paciente. Intentó en 1970 impedir el ascenso al poder de la Unidad Popular sobre la base del terrorismo y del crimen, intensificando, en 1971, el boicot económico; pero el fracaso de las acciones que planeaba y ejecutaba la llevó a revisar sus tácticas. Vio claramente la necesidad de adicionar las tácticas sin cambiar la estrategia central, en forma tal que esas adiciones permitieran la maduración en su provecho de fuerzas de clase media que mantenían aún receptividad hacia un cambio por la vía legal. Mantuvieron la línea dura pero le dieron un carácter desa­ fiante hacia la Democracia Cristiana. El juego era hábil porque a través de él obtenían el aplastamiento de ésta, acusándola de ambigua y cobarde, o bien conseguían la gran meta de constituir una oposición unida. Para conseguir la unidad de la oposición bajo la égida de la gran burguesía, se planteó una tesis que al final tuvo éxito a pesar de su falsedad. Se sostuvo que el Gobierno de la Unidad Popular era minoritario al haber obtenido el 36 por ciento de los sufragios del electorado y en consecuencia el triunfo de 1970 carecía de mayoría democrática. En el fondo, se buscaba la manera de identificar ideológicamente al 62 por ciento del electorado que no había votado por Allende, incluyendo, por lo tanto, a los que sufragaron por Tomic tras un programa similar al de la Unidad Popular. Un planteamiento tan absurdo fue rechazado en un primer momento por la Democracia Cristiana, pero después en los hechos, lo aceptó. Vino a ratificar la tesis derechista la elección de un diputado

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por Valparaíso, donde se produjo la alianza derecha-Democracia Cristiana. Los dirigentes de ésta declararon que era una alianza circunstancial como miles que se habían hecho en el pasado, pero después la misma alianza se produjo en otras dos elecciones complementarias. Las campañas se dieron en el mismo tono de violencia contrarrevolucionaria, que era lo que deseaba la dere­ cha. Algo parecido pasó en la lucha contra la constitución del Area Social de la economía, idea básica y central del Programa de la Unidad Popular. La burguesía monopólica y la derecha comba­ tieron sin reservas las nacionalizaciones que llevó a cabo el Gobierno. La Democracia Cristiana terminó al final luchando al igual que la derecha contra las nacionalizaciones, aun cuando en i un principio se cuidó de dejar en claro que no era enemiga de la creación de un área social de propiedad. Pero la verdad fue que las críticas que hacía, en el fondo llevaban aguas al molino de la ; reacción. Las reservas las planteaba la Democracia Cristiana en rela­ ción al peligro que creía ver en un estatismo exagerado. Propiciaba la "Empresa de Trabajadores", especie de autogestión. Pero, como ya lo dijimos, a la larga las reservas y distingos se fueron transfor­ mando en posiciones iguales a las de la derecha, posiciones que desembocaron en un Proyecto de Reforma Constitucional en el cual, de una plumada y con efecto retroactivo, se anulaban todas las nacionalizaciones realizadas. Ese proyecto tuvo extraordinaria gravedad y fue una de las herramientas que sirvió al derrocamien­ to del Gobierno legítimo de Salvador Allende. En su tramitación la mayoría parlamentaria planteó el más grave conflicto de pode­ res conocido desde 1891 en Chile. 1 Para ser ecuánime, debe decirse que la política de nacionali­ zaciones llevada a cabo por parte del Gobierno, adoleció de defectos graves que daban pie al ataque que se recibía. Nunca la política de nacionalizaciones e intervenciones de empresas obede­

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ció a un plan previamente establecido. Su amplitud o limitación era muchas veces producto de pugnas de criterios dentro de la Unidad Popular. El hecho fue que la improvisación llevó a errores u tales como por ejemplo la expropiación de predios agrícolas pequeños o expropiación también de industrias muy pequeñas, lo que significó entorpecer la política de alianza de clases. Entre las tácticas más hábiles e hipócritas que desarrolló la derecha contra el Gobierno de la Unidad Popular, está sin duda la campaña en defensa del "Estado de Derecho". En la etapa de Gobierno de transición de Patricio Aylwin, la derecha se transfor­ mó en la campeona del Estado de Derecho y de la libertad, llegando a eregir como bandera propia el anhelo de una "sociedad libre". Una faramalla legalista permitió a la derecha y parte de la Democracia Cristiana disimular su anti-socialismo tras la digna cara de la "defensa del derecho". Si quedara un poco de vergüenza en algunos de aquellos "campeones del derecho" de ese tiempo, que guardaron silencio frente a la clausura del Congreso, al servilismo e iniquidad del Poder Judicial, a la negación de la libertad de reunión, a la liquidación de los derechos sindicales, a la muerte y tortura de miles de inocentes durante la dictadura militar, por lo menos deberían guardar silencio y no convertirse de victimarios en víctimas. El tartufismo dominante era increíble. Se protestaba en forma vaga por una supuesta violencia de la izquierda, pero se aplaudía o se mantenía silencio ante los hechos concretos de atentados fascistas perpetrados por la organización "Patria y Libertad". Se decía que había violación de la libertad de expresión porque algunos partidos de la Unidad Popular adquirían algún medio de comunicación, pero nada se decía del verdadero control que ejercía la oposición sobre el 70 por ciento de los medios. Solamente la Democracia Cristiana adquirió la casi totalidad de los periódicos que circulaban en provincias y que pertenecían a la

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Sociedad Periodística del Sur, además de editar el diario "La Prensa" en Santiago y de ser propietaria de la revista "Ercilla", de la radioemisora "Balmaceda" y de otras radioemisoras más. Y la derecha era propietaria del diario de mayor circulación: "El Mercurio" y su cadena periodística que abarcaba casi todo el país, del diario "Tribuna", de la revista "Qué Pasa", "Sepa", de las radioemisoras Cooperativa Vitalicia, Agricultura, Sociedad Na­ cional de Minería, etc. El grado de libertad era tal que, a mi juicio, se llegó a permitir la injuria y la calumnia como tema permanente de ciertas publica­ ciones. No creo que haya prensa en el mundo a la que se permita presentar al Jefe de Estado como un ebrio consuetudinario que era lo que hacía el diario "Tribuna" con Allende. Presidente de la Sociedad propietaria de ese periódico era el senador Sergio Onofre Jarpa, quien a la vez presidía el Partido Nacional. Cierto es que también existieron desbordes en algunos diarios de izquierda, pero constituyeron la excepción. En todo caso, todo lo anterior demuestra que el Gobierno de Allende lejos de atropellar la libertad de expresión, permitió el ejercicio irrestricto de ese dere­ cho. No se prohibió ninguna manifestación pública, pero se protestaba airadamente si en conformidad a la ley se fijaba un recorrido que no era del total agrado de sus organizadores. Realizaron el famoso desfile de las señoras con las "ollas vacías", que movilizó a las damas de la aristocracia y la clase media "arribista", que proferían las más groseras injurias junto con vocear, oh! ironía, "Chile es y será un país en libertad". Debe conservarse como un documento histórico la cinta cinematográfi­ ca "El Primer Año", donde la imagen de odio eñ los rostros de las desfilantes quedó registrada, como también algunos gritos grotes­ cos como: "¡Tenemos hambre!". Durante el Gobierno de la Unidad Popular no existieron detenciones arbitrarias de ciudadanos, todos los casos eran entre­

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gados a la justicia ordinaria. La justicia chilena durante 17 años dio pena por su debilidad frente a la dictadura militar, que no acogió recursos de habeas Corpus, que le bastaba que cualquier militar le declarara que un detenido por motivos políticos no estaba deteni­ do, aun cuando constaba que así era, para que paralizara todo procedimiento de amparo. En ese entonces se llegaba a los mayo­ res excesos de celo para "resguardar la libertad individual". Un ministro de Corte se trasladaba inmediatamente de interpuesto un recurso de amparo al lugar de detención del recurrente y ordenaba ponerlo en el acto en libertad. Si en conformidad a la ley se suspendía por horas la transmisión de una radioemisora que había violado la ley, se trasladaba rápidamente otro ministro para ordenar levantar la medida. Las querellas entabladas por el Gobierno contra ciudadanos que habían cometido delitos contra la ley de Seguridad Interior del Estado eran rechazadas sistemá­ ticamente. Las querellas por calumnias contra Ministros de Esta­ do, eran tramitadas eternamente, como fue el caso pintoresco del ex-Ministro del Interior Jaime Suárez contra Onofre Jarpa, la cual el 11 de Septiembre de 1973 llevaba ya dos años de tramitación porque no existía en autos un certificado del Director del Registro Electoral que declarara que el señor Jarpa era efectivamente el Presidente del Partido Nacional. Los paros gremiales como el del mineral de cobre "El Tenien­ te" y de los transportistas (camioneros), de carácter netamente político, hecho comprobado en el proceso contra la C.LA. donde T apareció hasta la cantidad de dólares que los dirigentes de la huelga recibieron, merecían el apoyo y el aplauso de los que antes rasgaban sus vestiduras contra la ilegalidad de dichos paros. Recuerdo que un día en que apareció una declaración de Eduardo Frei en favor del paro de "El Teniente", mostré a algunos colegas senadores demócratacristianos el original de una carta del mismo Frei que en 1969 me hacía presente que él jamás, ni aun cuando era parlamentario de oposición, había aceptado los paros generales. Pero donde se centró en forma más virulenta la campaña de

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"defensa del Estado de Derecho", fue en el problema de las nacionalizaciones. En ese asunto se jugaban cartas muy definitivas para la Unidad Popular como para la burguesía monopólica. Para la izquierda, la ruptura con el sistema vigente necesariamente tenía que expresarse a través de la expropiación del capital monopolista, del latifundio, de los intereses del imperialismo, para crear el área social de la economía como área dominante; y para la burguesía la consolidación de un área social dominante significaba la pérdida para siempre de un poder que había contro­ lado y disfrutado durante más de siglo y medio. El Gobierno de la Unidad Popular tuvo la oportunidad de tener en sus manos la herramienta jurídica que le permitía expro­ piar y nacionalizar sin tener que recurrir al Congreso con nuevas iniciativas legales. Las disposiciones legales pertinentes estaban consignadas en un decreto-ley del año 1932. Estas disposiciones habían sido parcialmente aplicadas por los gobiernos anteriores. Su legalidad, por tanto, no estaba cuestionada. Por paradojal que fuera la parte populista de la legislación de un Estado burgués, permitió al gobierno de Allende utilizar muchas de sus disposicio­ nes para avanzar hacia el socialismo. La aplicación del decreto-ley N°520 ya aludido, produjo la más viva reacción de los juristas de derecha y demócratacristianos. Se sostuvo que dicha aplicación era utilizar "resquicios legales" de una ley que permitía expropiar o nacionalizar en casos muy determinados, pero que era una arbitrariedad aplicarla para institucionalizar un sistema económico. Sin perjuicio de lo ante­ rior, es necesario consignar que la Contraloría General de la República, organismo que tiene facultad de rechazar decretos, tomó razón de un gran número de expropiaciones y nacionaliza­ ciones y rechazó otros que fueron insistidos por el Ejecutivo en conformidad también con facultades legales que le permitían esa instancia. Toda la campaña desembocó, como ya lo dijimos, en un proyecto de Reforma Constitucional que anulaba todas las nacio­ nalizaciones hechas.

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Las diferencias de la gran burguesía y de la derecha política con la pequeña burguesía y la Democracia Cristiana estaban ya virtualmente superadas en 1972. La lucha contra la Unidad Popu­ lar y su gobierno se daba por una sola cuerda y bajo la dirección hegemónica de los personeros más connotados de la reacción. La paciencia de los sectores fascistas, que habían fracasado en el primer año de gobierno de Salvador Allende en su afán de encontrar sustentación social a su acción violenta, había sido premiada. Los paros gremiales, la actitud provocadora y conflic­ tiva de la mayoría parlamentaria, la seudo-defensa del derecho, el boicot económico, todo contaba con la aquiescencia entusiasta de la derecha demócratacristiana y con la debilidad de los sectores más avanzados de ese partido para oponerse. En el Senado y en la Cámara de Diputados los más violentos opositores se encontraban en las filas de la Democracia Cristiana. Sin perjuicio de todo lo anterior, todavía quedaban algunos pasos que dar para cumplir con los designios estratégicos trazados el mismo día de la ascensión al poder de Salvador Allende: su derrocamiento. Las elecciones generales de parlamentarios que debían efec­ tuarse en Marzo de 1973, las cuales pensaba ganar la oposición en un porcentaje superior al 70 por ciento del electorado, se presen­ taban para dar un carácter definitorio a la permanencia del Gobierno de la Unidad Popular. El Partido Nacional, por intermedio de su Presidente, oficial­ mente proclamó la peregrina tesis que la elección general tendría carácter de plebiscito, de tal forma que si la oposición ganaba por más del 50 por ciento de los sufragios, Allende tendría que abandonar el cargo, aun cuando le faltaran tres años para terminar su período constitucional. Para la Democracia Cristiana la tesis planteada, claramente inconstitucional además de incitadora a la subversión, era demasiado fuerte para aceptarla. Ese partido mantenía ciertos principios democráticos que lo obligaban a rechazar la audaz posición de la derecha.

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Fracasada en cierta medida la idea del carácter plebiscitario de las elecciones, al no contar con la aceptación de la Democracia Cristiana, se dio paso entonces a la teoría de la ilegitimidad del Gobierno. Se sostuvo que los "atropellos al derecho que había cometido" y muy especialmente el conflicto que mantenía con la mayoría parlamentaria en la tramitación de la Reforma Constitu­ cional que ya mencionamos, configuraba la ilegitimidad que permitía su derrocamiento. La Democracia Cristiana no tuvo la claridad necesaria para rechazar de plano esa teoría. Aún más, la acogió en forma disimulada. En el Senado, el Presidente del Partido Demócratacristiano, Patricio Aylwin, pronunció un dis­ curso, junto al senador del Partido Nacional Francisco Bulnes, en el cual se refirió a la ilegitimidad del Gobierno de Allende. Me tocó rebatir ese discurso y concretamente le pregunté a Aylwin si él como católico creía que estaban dadas las condiciones que Santo Tomás exige para considerar la ilegitimidad de los gobiernos, es decir, que se trate de una tiranía que atropella los derechos humanos. Al replicarme se evadió y sólo dijo que esas condiciones podrían darse en el futuro. Aun cuando sea un paréntesis, creo que es importante comentar el concepto expresado por el entonces senador Aylwin, respecto a la legitimidad de la reacción contra un gobierno cuando sólo existe el peligro que en el futuro pueda ser totalitario. La actitud del mismo Aylwin en la lucha contra la dictadura militar, demostraría, a mi juicio, que éste habría cambiado de opinión respecto a la legitimidad de la rebelión en algunos casos. En el caso concreto de gobiernos integrados por partidos marxistas se ha pretendido sostener que siempre ese peligro existe. El sólo hecho que en algunos países el marxismo sea totalitario, basta para proscribir la existencia de gobiernos de izquierda. El caso de Portugal es aleccionador. La derecha y la Iglesia Católica portu­ guesa, que aceptaron y se coludieron con la casi quincuagenaria dictadura de Oliveira Salazar, ahora que existe libertad en ese país,

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se levantan contra la posibilidad que se consolide un gobierno integrado por marxistas. La teoría de la ilegitimidad del Gobierno de Allende siguió abriéndose camino. El Partido Nacional anunció la presentación de un voto en la Cámara de Diputados declarando dicha "ilegiti­ midad". La Democracia Cristiana no se atrevía a tanto, pero aceptó por presión de su sector derechista transar ese voto por otro en que se enumeraban diversos seudoatropellos al derecho. El Partido Nacional aceptó la transacción, porque sabía que el efecto sería el mismo en relación a lo que se buscaba. El voto elaborado por la Democracia Cristiana se aprobó y fue enviado especialmente a los miembros de las Fuerzas Armadas que integraban el Gabinete. Después del Golpe Militar del 11 de Septiembre, por propia declaración de Pinochet, se ha sabido que la conspiración se venía preparando desde hacía más de un año, pero los conspiradores militares necesitaban de ciertos pretextos. Para esos fines sirvió el voto de la Cámara de Diputados. Los observadores extranjeros que han escrito sobre el proce­ so de la Unidad Popular adjudicaron, con toda razón, al imperia­ lismo la mayor cuota de responsabilidad en los métodos que utilizó la clase dominante para derrocar al Gobierno del Presiden­ te Allende; sin embargo, han profundizado poco en cómo se dio el fenómeno de la lucha de clases en Chile. Lo que pasa a ser necesario para explicarse el por qué una minoría fue capaz de arrastrar a la pequeña burguesía hacia una actitud de resistencia contra un gobierno, que tal vez como ningún otro, la favorecía con su política. En efecto, las medidas que permitieron iniciar una redis­ tribución de ingresos aumentando el poder de consumo de la masa popular, favorecían principalmente a la pequeña burguesía. Nun­ ca antes los pequeños industriales y comerciantes ganaron tanto como durante la Unidad Popular. Sin embargo, incluso contra­ riando sus intereses, éstos se plegaron a la acción contrarrevolu­ cionaria.

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La explicación, parcial desde luego, de tan singular fenóme­ no, reside a mi juicio en el hecho que en Chile la llamada aristocra­ cia posee un sentido solidario mucho más acentuado, hasta ahora, que el que se da en otras clases sociales. Durante la Unidad Popular, junto con mantener su poder económico, la aristocracia supo jugar un papel hegemónico dentro de la oposición y conser­ varlo durante todo el proceso. En todas partes del mundo hay ricos y frívolos y en Europa hasta hay nobles con títulos de validez internacional. Los que se pretenden aristócratas en Chile, nada tienen que ver con los anteriores. Por un acto de autodeterminación personal y recíproca desde el fin de la Colonia se otorgaron una calidad superior, no institucionalizada, que se expresaba a través de la legitimidad burguesa. El ingreso o salida del "círculo aristocrático" tiene como razón primera el dinero, junto con una fortuna bien equilibrada, disponibilidades de liquidez monetaria y crédito abierto y sobre todo un "buen estado de situación bancaria". La tradición mantie­ ne viva una asociación tan privada, tan ajena a todo estatuto, pero muy importante políticamente como que es el nervio de los partidos chilenos de derecha. Cuando alguien asimila esa tradición y rinde pleitesía a su estructura de valores queda cerca del círculo, y puesto ya allí, si es útil, tiene un buen pasar económico y si da prueba de fidelidad, será admitido. Un "patrón" no es el que figura como tal en un contrato de trabajo, sino la persona de quien se puede esperar una supremacía permanente, no tanto vinculada al dinero como al poder admirable y misterioso de doblar la ley. Los "patrones" no siguen las reglas legales del pueblo común. Por ejemplo, para ellos no se ha escrito el Código Penal, si uno de ellos delinque hay que evitar el escándalo. Los delitos políticos y electorales tampoco existen para los "patrones". La figura de Diego Portales es ensal­ zada por éstos, porque él logró en el siglo pasado el equilibrio que perpetuaría las contradicciones y privilegios.

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La Unidad Popular ha sido el intento más serio para desban­ car del poder a una clase dominante, pero ésta supo tomar su revancha: convidó a su mesa a los pobres, pero no tan pobres como que no tuvieran sentido del dinero. Estos sacaron cuentas de quien les ofrecía más seguridad en el futuro: si un régimen socialista o esa clase poderosa capaz de torcerle impunemente la nariz a la ley. Y se inclinaron por los últimos. Pasados los años, los militares se asimilaron a los "patrones". Dictaron dos leyes que son un insulto al poder Judicial: la Ley Mendoza que obliga al juez a tomar declaración en los propios cuarteles; y otra ley que determina que el lugar de detención de los militares son los cuarteles. Por otro lado estaba el pueblo, los trabajadores, que dieron demostraciones múltiples de adhesión hacia un régimen que sentían como suyo. La conciencia política de la clase trabajadora se hizo presente no tan sólo en su adhesión al régimen, sino también en la comprensión del rol que como trabajadores debían jugar en una nueva economía de tipo socialista. Las fallas graves que existieron en la orientación y manejo del área social no sería justo imputárselo a los trabajadores, aun cuando en cierto período, el más difícil, hubo grupos de obreros que se dejaron infiltrar por las maniobras especulativas organiza­ das por la oposición interna y externa. Además, los trabajadores tuvieron participación limitada en la dirección de las empresas nacionalizadas o expropiadas y esas direcciones estaban integra­ das mayoritariamente por representantes del Estado que no ejer­ citaban su poder dentro de una política coordinada. Generalmente las críticas que se hacen a la Unidad Popular o las autocríticas de ésta, se centran también en el hecho de no haber organizado una fuerza armada de choque anti-fascista que hubiera podido defender al régimen. Personalmente creo que la principal crítica que merece la Unidad Popular es la de no haber estado a la altura de las circunstancias en lo referente a una política

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planificada y coordinada, a la vez que única, para la administra­ ción y desarrollo del área social. El "Poder Popular" capaz de defender un régimen, sólo es poderoso cuando los trabajadores son autogestionarios del área dominante de la economía y para ello requiere una correcta dirección por parte de los partidos políticos que representan a la clase obrera. Así como fueron extraordinariamente exitosas algunas me­ didas económicas que permitieron la redistribución de ingresos, el aumento del consumo popular y las nacionalizaciones de empresas monopólicas, el manejo del área social fue en extremo defectuoso. Existió en gran medida la carencia de un equipo técnico capaz de administrar las empresas. Esa falla es grave cuando en la vía hacia el socialismo existe un área económica estatal o semi-estatal que actúa dentro del sistema capitalista. Por ‘ lo general, los delegados estatales en el área social eran jóvenes sin ' experiencia en el manejo de negocios y lo más grave fue que esos \delegados fueron designados políticamente, dentro del llamado \'cuoteo". Se trasladó a las empresas la discusión política sobre el ritmo revolucionario que debía asumir el gobierno de la Unidad Popular. La solidaridad de la clase trabajadora con el gobierno en el plano político fue total. Las veces que el pueblo se reunió para dar testimonio de su apoyo, lo hizo multitudinariamente. Existía auténtica mística y voluntad de lucha. Me impresionaba que los dirigentes progresistas de la Democracia Cristiana, me dijeran en conversaciones privadas que el más fuerte sustento interno a esa política derechizante provenía de las bases modestas del Partido. El hecho fue que los paros políticos contaron con el apoyo de los demócratacristianos.

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Capítulo VII EL DIÁLOGO DEMOCRACIA CRISTIANA - UNIDAD POPULAR

TESTIMONIO DE ALGUNAS INICIATIVAS DE DIÁLOGO.

Uno de los temas que más en la incertidumbre han quedado después del golpe militar del 11 de Septiembre, ha sido el de si existió o no existió la posibilidad de un entendimiento que hubiera permitido evitarle al país la tragedia en que se vio sumido. Hasta ahora, respecto a este punto, sólo subsisten recriminaciones sobre quién fue responsable de que no se hubiese entablado un diálogo auténtico que llevara por lo menos a acuerdos mínimos que permitieran la continuidad democrática. Algunos dirigentes demócratacristianos como Radomiro Tomic sostuvieron que la culpabilidad fue de la Unidad Popular, la cual, según él, nunca supo aprovechar la buena disposición que muchas veces existió en su Partido para dialogar positivamente. No comparto esa opinión que creo alejada de la realidad. Fui testigo y actor por delegación de la Unidad Popular en dos de las

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tres grandes ocasiones en que se dialogó sobre temas fundamen­ tales y puedo asegurar que en dichas ocasiones no fue la Unidad Popular ni Allende los que fallaron. Pero, de todas maneras, es difícil determinar responsabilidades cuando los dialogantes son fuerzas políticas con diferencias ideológicas y más aún si una hace oposición y otra gobierna y ni una ni otra están convencidas de integrar una alianza con responsabilidades ejecutivas. Las condiciones limitantes, pues, en que se desarrollaban los diálogos los hacían muy difíciles. Por parte de la directiva demócratacristiana sucedía un fenómeno muy claro: conversaba, llega­ ba casi a entendimientos con el Gobierno, pero, a la larga, la minoría del Partido que no aceptaba ningún entendimiento, se las arreglaba para boicotear esas posibilidades, y entonces la directi­ va, para salir airosa, buscaba un pretexto para desahuciar las conversaciones. Por parte de la Unidad Popular existían mejores condiciones para dialogar, porque Allende se había impuesto a una minoría dentro de la Unidad Popular que también tenía reservas sobre la conveniencia de entenderse con la Democracia Cristiana. Pero la misma voluntad de Allende para imponerse dentro de la Unidad Popular lo limitaba en la posibilidad de llegar a arreglos que sabía podrían ser resistidos en su mismo partido. Como ya lo hice presente, en dos ocasiones me tocó actuar como representante de la Unidad Popular en conversaciones con la Democracia Cristiana; respecto a la tercera, la más importante, no me cupo actuación alguna y los términos de esa conversación y su epílogo fueron de dominio público. La primera de esas conversaciones se produjo alrededor del problema de la Universidad de Chile. Allí se había suscitado un conflicto grave entre el Rector Edgardo Boeningér, demócratacristiano, y la mayoría del Consejo Universitario que era partidaria de la Unidad Popular. Representaban a la Democracia Cristiana en dichas tratativas los vice-presidentes Bernardo Leighton y Osval­ do Olguín. Estoy seguro que ellos no me desmentirán si sostengo

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que la Unidad Popular cedió en todos los puntos que planteaba la Democracia Cristiana; y aún más, no me desmentirán si digo que ellos mismos se sentían molestos cuando después que se llegaba a un acuerdo, por teléfono recibían instrucciones para plantear nuevos puntos que hacían más difícil el arreglo. Lo concreto fue que en la Universidad de Chile se realizó un plebiscito que ganó la Democracia Cristiana y significó una grave derrota para la Unidad Popular. El otro caso fue más importante. Se trataba de encontrar una salida que permitiera superar la crisis entre poderes que había provocado la Reforma Constitucional sobre las áreas de la econo­ mía. Las conversaciones duraron más de un mes, actuando en representación de la Democracia Cristiana un vice-presidente, Felipe Amunátegui, y un consejero, Sergio Saavedra. En la Unidad Popular se consideró que aun cuando la base jurídica con que se habían nacionalizado, expropiado e interveni­ do empresas, era indiscutible, valía la pena hacer un esfuerzo que evitara un encuentro final en el conflicto planteado por la Reforma Constitucional. También en la Democracia Cristiana existía el ánimo de encontrar una solución. Fue así que, con el acuerdo de ambas partes, se fijó un marco de discusión, cuyos puntos funda­ mentales se referían a las modificaciones legales que podrían hacerse al decreto-ley N° 520 del año 1932 en lo referente a las expropiaciones e intervenciones y también la posibilidad de fijar por ley una lista de empresas que dejarían de pertenecer a sus dueños para pasar a ser empresas estatales o "empresas de trabajadores". Las discusiones fueron amigables, pero se prolongaron en exceso debido al trámite de consulta que los demócratacristianos realizaban ante el Consejo de su partido. Por fin, después de más de un mes se llegó a un acuerdo que consistía, en resumen, en el envío simultáneo de una serie de proyectos de leyes que se referían a las materias ya señaladas y a un acuerdo sobre la nominación

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precisa de las empresas que serían estatizadas o serían "empresas de trabajadores", estas últimas insistentemente exigidas por la Democracia Cristiana. Llegó el día en que se iba a proceder en el Senado a votar por simple mayoría las insistencias al veto del Ejecutivo del proyecto de Reforma Constitucional. En la mañana de ese día se produjo una reunión a la que asistieron Felipe Amunátegui y Sergio Saavedra por la Democracia Cristiana y Orlando Millas (comunista), el Ministro Jorge Tapia (radical) y yo (Izquierda Cristiana), por la Unidad Popular. Este último redactó un acta final que fue consultada al Consejo demócratacristiano reunido a mediodía, consulta que fue favorable al arreglo configu­ rado en el acta. El Presidente de la Democracia Cristiana, senador Renán Fuentealba, debía dar la orden a los senadores de su partido para que postergaran las votaciones respecto a dichas insistencias al veto del Ejecutivo. Minutos antes que se pusiera en ejecución el arreglo procediendo a suspender la sesión del Senado, en reunión de senadores demócratacristianos no se produjo acuerdo y el entendimiento fracasó. Fuera de estos dos casos, habría que agregar algo que corrientemente se olvida de señalar y que recién elegido Allende el 4 de septiembre de 1970, la Democracia Cristiana planteó como condición para votar por Allende en el Congreso Pleno, lo que se llamó "garantías constitucionales", garantías que se dieron acep­ tando la Unidad Popular que ellas se señalaran en una Reforma Constitucional que fue aprobada finalmente en el Congreso. Creo que la izquierda cedió, pensando en que era necesario eliminar obstáculos para llegar al poder, pero, en sí mismas, esas garantías, que se referían a derechos individuales ya garantizados por la Constitución vigente, fueron una odiosa discrirhinación, ya que nunca antes para votar en el Congreso Pleno se habían puesto condiciones a uno de los candidatos que necesitaban la ratificación del Congreso. Cuando la situación se puso más tensa por el ahondamiento

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de la crisis institucional que provocaba la oposición, el Presidente Allende intentó nuevamente en el mes de Julio de 1973 una salida a través de un entendimiento con la Democracia Cristiana. Existió la posibilidad que el nuevo Ministerio que iba a designarse, estuviera integrado por dos ministros demócratacristianos, que sin ser representantes oficiales de su partido, tuvieran una especie de pase o acuerdo de su directiva. Los nombres fueron los de Domingo Santa María y Femando Castillo. El primero de ellos quedó descartado y el segundo aceptaba siempre que tuviera el visto bueno del presidente de su partido. Allende tuvo una reunión con Patricio Aylwin y Radomiro Tomic, quienes no manifestaron desacuerdo con la fórmula encontrada. Paralela­ mente se llegó a acuerdo en una solución al problema de la Reforma Constitucional. Sin embargo, como en anteriores ocasio­ nes, se pusieron otras condiciones por parte de la Democracia Cristiana y no se dio el visto bueno para que Femando Castillo fuera designado Ministro.

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Capítulo VIII LA DEMOCRACIA CRISTIANA Y EL GOLPE DE ESTADO

En la introducción de estos apuntes, hago presente que creo en la honestidad de los dirigentes de la D.C. que apoyaron en su primera etapa a la dictadura militar y después, cuando comproba­ ron el terrorismo de estado que se ejercía por parte de la Junta Militar, tuvieron la virilidad y honestidad de reconocer sus erro­ res. Vuelvo a repetir esos conceptos, porque en este capítulo me veo en la obligación moral de referirme a algunas actitudes de dirigentes de la Democracia Cristiana que condené y condeno. Si guardara silencio perdería credibilidad el resto de lo que sostengo en estos apuntes. Especialmente me resulta doloroso tener que criticar las actitudes del presidente de la D.C., Patricio Aylwin, por quien en la época sentía amistad, que ahora, después de su gestión como Presidente de la República, se ha trocado en auténtica y verdadera admiración. Los errores políticos que Aylwin cometió como Pre­ sidente de la D.C. y como senador, se debieron en parte al ambiente pasional reinante. En el caso del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que derrocó al gobierno legítimo del Presidente Salvador Allende, es imposible circunscribir la calificación de conspiradores a un

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limitado número de personas. Es más que seguro que la trama operacional, como lo ha confesado el propio Pinochet, fuera concebida e impulsada con más de un año de antelación por militares y civiles que constituían el núcleo central de la conspira­ ción sediciosa. Pero, la verdad es que en diferentes grados de complicidad estaban comprometidos, además, los dirigentes de la burguesía monopólica, el Partido Nacional y una fracción de la Democracia Cristiana. Excepto una minoría de la Democracia Cristiana y, especial­ mente, algunos de sus líderes connotados que mantuvieron inal­ terable la voluntad de respetar hasta el fin el proceso democrático que se inició el 4 de septiembre de 1970, el resto compartía el pensamiento general de la burguesía de impedir por cualquier medio la continuación del Gobierno, porque esa continuación consolidaba cada vez más la experiencia socialista. Este pensamiento se hizo más claro después de la derrota relativa que tuvo la oposición en las elecciones generales de parlamentarios en Marzo de 1973. Después del golpe de Estado, cuando cayeron muchas máscaras que ocultaban verdaderos rostros, se pudo apreciar hasta qué punto, para la cuasi unanimi­ dad de la clase dominante, los valores de su democracia burguesa eran una falsedad y cuán poco les importaban dichos valores: sin ningún escrúpulo los echaron por la borda. El miedo hacia lo que olía a marxismo era tan fuerte y presente, que alteró la conducta de los que aún se planteaban una posición anticapitalista. Su posición de "justo equilibrio" entre lo que calificaban de "materia­ lismo" (capitalismo-marxismo), era falsa. Para ellos, lo único que había que impedir era el socialismo. Cuando lo ven lejano son capaces de ser "progresistas" y dar pasos en la crítica al capitalis­ mo, pero basta que se vea posible su advenimiento para que renuncien a toda consecuencia con sus principios. Como ya lo dije, excepto para una minoría de la Democracia Cristiana, para el resto de la burguesía y pequeña burguesía, existía en la intimidad de sus conciencias el convencimiento que la lucha que se mantenía contra

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el gobierno de Allende desembocaría fatalmente en una dictadura militar. Y esa dictadura la deseaban. En el Partido Demócrata Cristiano había quienes con bastan­ te visión en el futuro pensaban que una dictadura militar a la larga perseguiría al Partido, pero también había otros que estaban convencidos que después de un golpe de Estado, el poder político necesariamente caería en manos de la Democracia Cristiana como única "alternativa democrática". Existen sólo presunciones fun­ dadas, no pruebas, de que hubo dirigentes demócratacristianos que directamente participaron en la conspiración. Se ha dicho que Frei estaría entre esos dirigentes, pero su presencia también es una mera suposición. Lo único que al respecto se ha afirmado por el ex­ senador del Partido Nacional Francisco Bulnes, en una entrevista posterior al golpe, es que Eduardo Frei habría conversado con él sobre un posible golpe militar y que lo consideraba necesario. A mi juicio, la responsabilidad de la Democracia Cristiana en el golpe de Estado debe determinarse más que en la participación directa de la preparación del golpe mismo, en la ceguera y pasión que puso en su política oposicionista, que la llevó a entregarse a la dirección contrarrevolucionaria de la derecha. Sin comentario conviene reproducir lo que dijo Radomiro Tomic en la reunión del 7 de noviembre de 1973 en la Junta Nacional de su Partido, respecto a la responsabilidad que le cupo a la Democracia Cristia­ na en el quiebre de la constitucionalidad en Chile: "Por lo menos para algunos de nosotros, es absolutamente claro que en la quiebra de la democracia chilena no hay un responsable, sino varios. El primero es sin duda la Unidad Popular y el Gobierno por sus fallas profundas de diverso orden analizadas oportunamente por nosotros. El segundo la derecha política y económica, que utilizó todos los recursos a su alcance, legales e ilegales, legítimos e ilegítimos, incluyendo el 'tancazo' del 29 de Junio, la declaración de la 'ilegitimidad del Gobierno' ya en Marzo de 1973, y el terrorismo a sangre yfuego por algunos de sus grupos representativos de la idtraderecha. Pero la Democracia Cristiana

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no puede pedir para sí el 'papel de Poncio Pílalos' en el desastre institucional. La gravitación de lo que hace o deja de hacer, cuando se controla el 40% del Congreso Nacional; el 30% del electorado nacional; el 32% de los trabajadores organizados de la Central Unica de Trabaja­ dores; el 40% del campesinado y de las organizaciones juveniles chilenas; diarios, radio y televisión, cinco de las ocho universidades del país, la gravitación, digo, de una fuerza política-social-publicitaria de esta envergadura, tiene efectos decisivos por sus acciones o por sus omisiones ". Para limitât el examen de nuestra responsabilidad a lo que hicimos o dejamos de hacer desde Agosto hasta el 11 de Septiembre (de 1973), bastará referirse a tres hechos definitorios: 1) El Ministerio del 9 de Agosto, integrado por las Fuerzas Armadas en carácter institucional, tal como fue pedido por Aylwin en el primer día del diálogo, a favor del cual hubo una declaración oficial de apoyo de la Directiva Nacional al constituirse el Gabinete y a raíz de la visita hecha por toda la Mesa Directiva, al Ministro de Hacienda, Almirante Montero y al General Ruiz, Ministro de Obras Públicas, pero frente al cual, dos o tres días más tarde, el Partido Demócrata Cristiano se desligó públicamente, mientras su diario y destacados voceros del Partido solicitaban la renuncia de los ministros militares; 2) El apoyo frontal que el Partido Demócrata Cristiano dio en el Congreso Nacional, sus órganos de difusión y la movilización de sus bases femeninas, sindicales y juveniles, a la huelga que paralizó el transporte de un millón de toneladas diarias de alimentos, combustibles, materias primas, fertilizantes, etc., durante siete semanas, no obstante de ser una huelga absolutamente ilegal y profundamente inmoral a la luz de la moral cristiana, por la desproporción entre la gravedad de los daños inferidos al bien común y la índole limitada e interesada de las demandas; 3) Finalmente, la declaración de la Cámara de Diputados ilegali­ zando los actos del Gobierno que ha sido citada abundantemente por la Junta Militar y el Libro Blanco, como un antecedente directamente justificatorio del pronunciamiento militar del 11 de Septiembre, dirigido al derrocamiento del Gobierno.

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Si a esto se le agrega la declaración precipitada que se hizo a nombre de la Directiva Nacional el 12 de Septiembre que fue interpretada unánimemente en el extranjero como justificatoria del golpe de Estado; y el silencio del Congreso Nacional, poder constitucional, cuyas dos ramas estaban bajo el control de la Democracia Cristiana, que se negó a todo pronunciamiento de solidaridad con el Gobierno a raíz de la tentativa de golpe de Estado del 29 de Junio y que aceptó sin protesta alguna su clausura el 11 de Septiembre, se comprende por qué la mayoría de los Partidos Demócrata Cristianos del mundo, y la opinión pública del mundo, atribuyen a la Democracia Cristiana chilena una cuota impor­ tante de responsabilidad en la caída del Gobierno y del sistema constitu­ cional en Chile". En los meses de Julio y Agosto de 1973, la situación política y del país en general había llegado a un alto grado de tensión. El intento de apaciguamiento que podría haber significado la inclu­ sión en el Ministerio de los cuatro Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y Carabineros, había fracasado con la presenta­ ción de la renuncia del General Prats, líder de la corriente democrático-constitucionalista del Ejército, el que se retiraba el 24 de Agosto, desautorizado por el Cuerpo de Generales. Paralelamente la burguesía y las poderosas fuerzas de la oposición, incluso la Democracia Cristiana, realizaban una pseudo guerra civil no declarada. A nivel de los Poderes Públicos, el conflicto con el Ejecutivo se había ahondado en términos casi imposibles de superar. La mayoría del Congreso estaba de acuerdo en llevar adelante la tesis de la "ilegitimidad del régimen" y el choque inmediato por medio de la definición del conflicto jurídico provocado por el Proyecto de Reforma Constitucional. El Poder Judicial, extralimitándose clara­ mente en sus atribuciones, llegaba hasta a anular resoluciones y decretos de orden administrativo que se referían a nacionalizacio­ nes, intervenciones o expropiaciones. Hay que aclarar que en Chile no existen Tribunales Administrativos, a pesar de haber estado

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considerados en la Constitución Política de 1925. El Presidente de la Corte Suprema, Enrique Urrutia Manzano, uno de los persona­ jes más incondicionales de la dictadura, hacía declaraciones de indudable carácter político. El Contralor General de la República, Héctor Humeres, otro gran campeón del "tartufismo" juridicista, que luego mansamente aceptó el papel de "Registrador" del número de los decretos que la dictadura dictó, aunque éstos fueran modificatorios de la Constitución, en ese entonces, sabién­ dose sin peligro porque existía un Estado de derecho, llegaba a todos los extremos rigoristas para paralizar la gestión del Gobier­ no. El terrorismo fascista y de la derecha provocaba a diario un estado de alarma que configuraba el delito de subversión en el más alto grado, terrorismo que era aplaudido por los mismos que clamaban antes contra la violencia de la extrema izquierda. Los paros se multiplicaban, financiados por la C.I. A. y los desfiles eran cada vez más provocadores. El Presidente Allende y la Unidad Popular tenían plena conciencia que una situación como la descrita llevaba al golpe de Estado, además de tenerse ya algunos antecedentes de la conspi­ ración militar. Después de sucedido el derrocamiento del Gobierno legíti­ mo de la Unidad Popular, en sectores de la izquierda chilena y mundial se abrió un proceso acusatorio sobre la inhabilidad del régimen para defenderse. En el exterior no se comprendía cómo una combinación política como la Unidad Popular, que había obtenido recientemente el 44% de los sufragios del electorado (de los cuales la gran mayoría pertenecía al proletariado), podía dejarse arrebatar el poder como sucedió. Parte de las críticas y ' autocríticas son fundadas, porque es efectivo que se cometieron ¡' „ errores, pero desde mi personal punto de vista, examinando [ globalmente el proceso, pienso que las cosas no se habrían altera­ do.

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Chile está ubicado en la zona de influencia norteamericana y la ayuda de la Unión Soviética necesariamente fue indirecta. La resolución de la caída del régimen se acordó en Washington, hecho que fue investigado por la Comisión respectiva del Senado de los Estados Unidos, la cual, bajo apremio, exigió a Richard Nixon enviar los antecedentes que mantenía en su poder, aparte de estar probada anteriormente la intervención de la C.I.A. en los asuntos internos de Chile con el acuerdo del Comité de los Cuarenta. Después que todo el mundo conoció la notificación de los ■ EE.UU., por intermedio del ex Presidente Ford, en el sentido que || no aceptaría en ningún lugar del hemisferio occidental la integra­ ción de gobiernos en los que figurara el Partido Comunista, aparece claro que no podía ser aceptada la solidificación de un régimen socialista como el chileno en el Cono Sur de América Latina. Por otro lado y al margen de la discusión que se tuvo dentro de la Unidad Popular y del Gobierno sobre el carácter que debía tener el "Poder Popular" (forma de organización del pueblo, la más necesaria para dar sustentación a un régimen socialista), éste en su estado embrionario, no estaba capacitado para enfrentar a un ejército unido. Las armas que requisaron los militares, según la propia Junta lo expresa en su "Libro Blanco" aparecido después del golpe de Estado, permitían organizar a 5.000 hombres con armamentos. En el mejor de los casos, ¿qué pueden hacer 5 mil hombres contra unas Fuerzas Armadas muy superiores en núme­ ro y con un poder de fuego incontrarrestable? La verdad es que si no existe un ejército popular o no se divide el profesional, no hay posibilidad de resistencia armada coherente y efectiva. Allende comprendía muy bien esa realidad y por eso realizó un esfuerzo inmenso por mantener junto al Gobierno a algunos altos oficiales de las Fuerzas Armadas. En esa labor tuvo muy escasa colaboración de los dirigentes políticos de izquierda, quie­ nes por una vieja tradición antimilitarista eran ineptos para enten­

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der esa mundo sui-generis de los militares. Mi caso es bastante típico: no conocía, ni menos tenía amistad con ningún miembro de las Fuerzas Armadas. Allende, eso sí, no pudo prever el grado de deslealtad que animaba a la mayoría de los generales a quienes otorgaba su confianza. Esto era muy difícil preverlo debido a que existen pocos casos en la Historia de un juego tan abyecto de hombres que decían respetarse a sí mismos y a las leyes de la República. Cuando el Presidente de la República quiso separar de las Fuerzas Armadas a algunos oficiales superiores de quienes se tenían antecedentes de conspiradores, fue el propio General Au­ gusto Pinochet quien le aseguró que lo haría en una próxima reunión de generales. Allende, comentándome la insistencia del Partido Socialista para que echara a los complotadores, me dijo que tenía plena confianza en que Pinochet procedería a hacerlo. Hay otras anécdotas vergonzosas que demuestran la hipocresía con que actuaban los militares golpistas y la buena fe de quienes les creyeron. A los dirigentes de la Unidad Popular se les dijo que Pinochet controlaba el sector sur de la ciudad de Santiago y por lo tanto, en caso de golpe de Estado, habría que trasladarse a ese sector. Y aún más, el mismo Pinochet propuso una comisión integrada por delegados de los partidos populares y por él, para estudiar una planificación que desbaratara la contrarrevolución. El apoyo de sectores civiles de oposición al Gobierno legíti­ mo, como la Democracia Cristiana, se tuvo también que descartar, aun cuando Allende hasta el último hizo esfuerzos por conseguir ese apoyo. La Democracia Cristiana no devolvió la mano que le tendió el Partido Comunista en 1969, cuando éste se movilizó para defender al régimen de Frei a raíz del intento de golpe de Estado del General Roberto Viaux Marambio. La Democracia Cristiana, a pesar de su ambigüedad ideoló­ gica y, en sus últimas etapas, de inclinación hacia la derecha, conservaba hasta el 11 de Septiembre un prestigio bien ganado por

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su respeto irrestricto al Estado de Derecho y su repudio a toda dictadura, cualquiera fuera su color. Ante la opinión pública nacional e internacional esa tradición fue rota después del golpe militar. Excepto una valiosa minoría que dio testimonio público de repudio hacia los usurpadores fascistas, el Partido Demócrata Cristiano, oficialmente apareció cohonestando el golpe. Su Directiva Nacional, por boca del Presidente del Partido, formuló el 12 de Septiembre, es decir, al día siguiente del derroca­ miento del Presidente Allende, esta declaración: "1) Los hechos que vive Chile son consecuencia del desastre económico, el caos institucional, la violencia armada y la crisis moral a que el Gobierno depuesto condujo al país, que llevaron al pueblo chileno a la angustia y ala desesperación; 2) Los antecedentes demuestran que las Fuerzas Armadas y Cara­ bineros no buscaron el poder. Sus tradiciones institucionales y la historia republicana de nuestra Patria inspiran la confianza de que tan pronto sean cumplidas las tareas que ellas han asumido para evitar los graves peligros de destrucción y totalitarismo que amenazaban a la nación chilena, devolverán el poder al pueblo soberano para que libre y democrá­ ticamente decida sobre el destino patrio; 3) Los propósitos de restablecimiento de la normalidad institucio­ nal y de paz y unidad entre los chilenos expresados por la Junta Militar de Gobierno interpretan el sentimiento general y merecen la patriótica colaboración de todos los sectores. Su logro requiere una acción justa y solidaria, respetuosa de los derechos de los trabajadores, que conjugue el esfuerzo colectivo en la tarea nacional de construir el porvenir de Chile, ajena a los afanes minoritarios de quienes buscan modelos regresivos o reñidos con la vocación democrática de nuestro pueblo; 4) La Democracia Cristiana lamenta lo ocurrido. Fiel a sus principios, agotó sus esfuerzos para alcanzar una solución por la vía política institucional y no los rehuía para conseguir el desarme de los espíritus y las manos, la pacificación, la reconstrucción de Chile y la vuelta a la normalidad institucional, posponiendo como siempre sus intereses partidistas al bien superior de la Patria”.

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El significado de una declaración política como la reprodu­ cida hay que valorarlo en función de los hechos que habían ocurrido el día antes: muerte de Allende, prisión arbitraria de miles de ciudadanos, clausura del Congreso Nacional, estado de sitio, muerte de miles de chilenos, etc. Frente a esos hechos, se consigna en los números 2 y 3 lo que virtualmente debe conside­ rarse un apoyo, ratificándose, sin expresarlo directamente, la tesis de la ilegitimidad del Gobierno de Salvador Allende. En efecto, se sostiene: a) "que las Fuerzas Armadas y Carabineros no buscaron el poder"; b) que aquéllas y éstos iban a cumplir una tarea que evitara "los graves peligros de destrucción y totalitarismo que amenazan a la nación chilena", y; c) los miembros de la Junta Militar "interpretan el sentimiento general y merecen la patriótica colaboración de todos los sectores". Al día siguiente, 13 de Septiembre, se conoce a pesar de la censura de prensa y se despacha al exterior una declaración de clara y valiente condenación de lo ocurrido dos días antes. Esta declaración estaba firmada por dieciséis altos dirigentes del Par­ tido Demócrata Cristiano y su tenor era el siguiente: "Hoy, 13 de Septiembre de 1973 los abajo firmantes, dejando constancia de que esta es la primera ocasión en que podemos reunimos para concordar en nuestros criterios y explicar nuestra posición, después de consumado el golpe militar de anteayer, venimos en declarar lo siguiente: 1. Condenamos categóricamente el derrocamiento del Presidente constitucional de Chile, señor Salvador Allende, de cuyo Gobierno, por decisión de la voluntad popular, y de nuestro Partido, fuimos invariables opositores. Nos inclinamos respetuosos ante el sacrificio que él hizo de su vida en defensa de la autoridad constitucional. 2. Señalamos que nuestra oposición a su Gobierno fue siempre planteada para preservar la continuidad del proceso de cambios que tuvo el honor de iniciaren nuestro país el Gobierno de la Democracia Cristiana, y al mismo tiempo, para impedir su desviación antidemocrática.

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Mantenemos en todas sus partes las críticas que en dicho contexto formulamos al Gobierno de la Unidad Popular-y del Presidente Allende. Reiteramos, por eso mismo, que en conformidad a nuestras convicciones personales y a las repetidas determinaciones de la Democracia Cristiana, jamás tuvimos otra actitud parlamentaria o particular que no fuera la oposición dentro del cauce democrático destinada a obtener la rectifica­ ción de los errores cometidos por el Gobierno del Presidente Allende e impugnados por nosotros. 3. La falta de rectificación, que en definitiva nos llevó a la tragedia es responsabilidad de todos. Gobierno y oposición, porque el deber de mantener una democracia no puede ser eludido por nadie. Pero a nuestro juicio hubo quienes tuvieron mayor responsabilidad. En primer lugar, el dogmatismo sectario de la Unidad Popular, que no fue capaz de construir un camino auténticamente democrático para el socialismo conforme a nuestra idiosincrasia. Especial consideración nos merece la irresponsabi­ lidad de la ultra-izquierda. En segundo lugar, la derecha económica que, con fría determinación, aprovechó los errores de la Unidad Popular para crear un clima de tensión, ceguera y pasión política que, unido a lo anterior, hizo imposible un consenso mínimo al descalificar a todo aquel que lo buscara con objetividad. 4. Estos sectores extremos alienaron psicológicamente a la opinión pública e incluso a numerosos jefes políticos y militares, creando la sensación falsa que no había otra salida para la crisis chilena que el enfrentamiento armado o el golpe militar. Reiteramos hoy, igual que siempre, nuestra convicción profunda de que dentro de los cauces democráticos habríamos podido evitar a Chile la implantación de un régimen totalitario sin necesidad de pagar el costo de vidas y los excesos inevitables en las soluciones de fuerza. 5. La junta Militar ha manifestado su intención de restituir el poder a la voluntad popidaryde respetar las libertades públicas. Esa intención la recogemos como positiva para la restauración democrática y la paz social, y esperamos que se cumpla a la brevedad el tenor de las declaracio­ nes formuladas.

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6. En cuanto a nosotros, consideramos que nuestra suprema responsabilidad en esta hora, que asumimos por encima de toda otra consideración, reside en proseguir la lucha por los principios de la Democracia Cristiana, y por la restauración de la democracia chilena, fuera de la cual aquéllos carecen de vigencia. Los hechos que hoy lamentamos señalan que sólo la libertad, sustentada por la mayoría del pueblo y no en minorías excluyentes, se puede aspirar a la transformación humanista y democrática de Chile, que constituye nuestra meta y fortalece nuestra voluntad. Bernardo Leighton, diputado, ex Vicepresidente de la República; Ignacio Palma, ex diputado, ex Ministro, ex Presidente del Senado; Renán Fuentealba, senador, ex diputado, ex delegado ante las Naciones Unidas; Fernando Sanhueza H., diputado, ex Presidente de la Cámara; Sergio Saavedra, diputado, ex Intendente de Santiago; Claudio Huepe G., diputado, ex Intendente de Arauco; Andrés Aylwin A., diputado; Maria­ no Ruiz Esquide J., diputado; Jorge Cash H., profesor-periodista; Jorge Donoso, abogado-periodista; Belisario Velasco, economista, ex gerente de la Empresa de Comercio Agrícola; Ignacio Balbontín, sociólogo, Floren­ cio Ceballos, abogado". La Revista "Chile-América" N°4, de enero de 1975 acota al anterior documento textual lo siguiente: "Con posterioridad, y a solicitud de ellos, se incorporaron lasfirmas de: Radomiro Tomic, ex senador, candidato del Partido a Presidente de la República en las elecciones de 1970; Waldemar Carrasco, diputado, y; Marino Penna, diputado". "Tomic participó en la discusión inicial del documento y expresó plena coincidencia con sus términos, pero, fue de opinión antes de difundirlo, de someterlo al conocimiento de la directiva nacional presidi­ da por Aylwin. Como todos los demás estaban por no hacer tal consulta en presencia del pronunciamiento que ya había hecho la directiva, se acordó cursarlo en el entendido que se agregaría la firma de Tomic tan pronto éste se comunicara con el Partido. Tomic escribió una carta a Aylwin, con copia a Leighton, señalando su total acuerdo con la declara­

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ción de los discrepantes y su determinación de suscribirla. De este modo, en el manuscrito original están no sólo las primeras firmas, sino que, también, las de Tomic, Carrasco y Penna". La declaración de los dieciséis demócratacristianos provocó dentro del Partido las más enconadas opiniones. Aylwin en conferencia de prensa reconoce que esa declaración es contrapues­ ta a la emitida por él, pero, que la discrepancia no provocará la división del Partido. Ratifica su pensamiento al decir: "Creemos que si las Fuerzas Armadas han intervenido en el panorama político nacional es por las razones que ellos han manifestado, por la seguridad nacional, por la integridad del país, por la unidad y el porvenir de Chile y no para instalar una tiranía militar de corte fascista". Condena en esta misma conferencia de prensa (21 de Septiembre de 1973) la persecución ideológica que realiza la Junta Militar. Con fecha 27 de septiembre de 1973 el Consejo Nacional del Partido Demócrata Cristiano, elabora un documento cuyo extrac­ to fue publicado en el número de la Revista "Chile-América" antes mencionado. El texto es el siguiente: "El Consejo Nacional del Partido hace un largo análisis que se centra en los siguientes puntos: 1. Los hechos que produjeron el cambio de Gobierno. 2. La opinión del Partido Demócrata Cristiano sobre estos hechos. 3. Las características de la situación actual. 4. La posición de la Democracia Cristiana frente a estas nuevas circunstancias. Con respecto al primer punto, la Democracia Cristiana acepta como válidas todas las razones dadas por los militares para justificar el golpe de Estado. La única salvaguardia que adopta es que las propias Fuerzas Armadas declararon que asumían el Poder 'por el sólo lapso en que las circunstancias lo exijan, apoyadas en la evidencia del sentir de la gran mayoría nacional'. En el punto 2 dice: 'Todo Chile sabe que lo sucedido no es lo que la Democracia Cristiana luchó por conseguir, porque contraría nuestra doctrina democrática, nuestra tradición constitucionalista y nuestra

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repulsa a la violencia'. Luego de descargar toda la responsabilidad en el Gobierno de Allende, anota: 'Lo anterior explica la sensación de alivio con que la mayoría del país acogió el pronunciamiento militar'. Afirma que la Democracia Cristiana hizo todo cuanto fue posible para impedir la alteración constitucional. Luego de enumerar lo que a su vez hicieron las Fuerzas Armadas, insiste en que 'ellas no buscaron el poder y que sólo actuaron cuando creyeron su deber ineludible para salvar a Chile del riesgo inminente de una guerra civil o de una tiranía comunista. Estos mismos antecedentes y la fe que merece su honor de soldados, conducen a pensar que cumplirán su palabra de realizar un Gobierno transitorio, no político, destinado a restablecer la normalidad institucional, económi­ ca y social del país y que tan pronto las circunstancias lo permitan, devolverán el poder al pueblo para que soberanamente decida su destino mediante la elección secreta y libre de las autoridades que deben gobernar­ lo'. Con relación al punto 'caracteres y perspectivas de la situación actual', hace una larga enumeración de las medidas adoptadas por la Junta y luego agrega: 'Todo lo anterior significa claramente que Chile vive bajo un régimen de dictadura. Aunque las razones que se invocaron para justificar el derrocamiento del anterior Gobierno en el Bando N° 5 consistieron fundamentalmente en la ruptura del orden constitucional y legal de la República en que dicho régimen había incurrido, dicho orden no ha sido restablecido, sino, por el contrario, ha sido de hecho suprimido'. Añade: 'La Juntase rige únicamente por las normas queella misma acepta o se da. Se anuncia el propósito de dictar una nueva Constitución, cuyos caracteres se desconocen, y nada se ha dicho de la participación del pueblo en su posible aprobación'. No obstante las afirmaciones hechas, el documento agrega que 'mientras el patrimonio, honestidad y buenafe de los miembros de la Junta y, en general de las Fuerzas Armadas y Carabineros inspiran la confianza de que su acción se orientará exclusivamente hacia el cumplimiento de sus anunciados fines', en torno a ellos se mueven 'sectores de derecha económica y política, parcialmente encubiertos bajo el ropaje de 'gremia-

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lismo', como asimismo grupos de reconocida mentalidad totalitaria, que procuran orientar la acción gubernativa hacia modelos económicosociales regresivos de corte capitalista y hacia la consolidación permanen­ te de un sistema de Gobierno dictatorial'. Ante este cuadro, se expone la 'posición de la Democracia Cristia­ na'. En primer lugar se revalida totalmente la declaración de la directiva nacional del 12 de Septiembre. Luego se recuerda que se ha concedido autorización a 'nuestros militantes para que aporten al nuevo Gobierno su cooperación técnica, profesional o funcionaría, dentro de la línea de nuestro pensamiento, a las tareas de reconstrucción, superación de la crisis, restablecimiento institucional, saneamiento moral, seguridad y progreso nacional que son indispensables para el bien de la Patria en esta emergencia'. En un tercer punto, la Directiva deja constancia de que se ha abstenido de expresar públicamente, por medios que ha tenido a su alcance, el desacuerdo del Partido con algunas determinaciones tomadas por la Junta. 'No hay reconciliación nacional posible si se excluye de la comunidad nacional y se persigue a una parte de los chilenos por las solas ideas que profesan'. Rechaza 'como grave error y desviación típicamente totalitaria, el intento de algunos de excluir toda actividad política como contraria al interés nacional'. Denuncia que 'algunos audaces de reconocidas tendencias antide­ mocráticas pretenden capitalizar la acción de las Fuerzas Armadas y Carabineros'. ‘La Democracia Cristiana reclama su derecho a existir'. 'Las soluciones de emergencia, por su naturaleza de excepción sólo pueden ser temporales'. 'El Poder Constituyente pertenece únicamente al pueblo y sólo puede ser ejercido por quienes sean sus delegados'. Luego de exponer estos y otros puntos de vista, el documento añade: 'De acuerdo a estos criterios, los demócratacristianos, no rehuiremos al Gobierno ninguna patriótica cooperación, en la esfera de la capacidad personal de cada cual. Tampoco rehuiremos el deber para con Chile de luchar contra todo lo que honestamente y en conciencia creamos perjudi­ cial para el pueblo'.

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Firma el documento el Consejo Nacional del Partido Demócrata Cristiano". Hasta fines del año 1973 y principios de 1974 las líneas centrales de la Directiva oficial del Partido Demócrata Cristiano fueron: a) adherir en cierta medida a la posición de la derecha, en el sentido de desarrollar y ampliar a límites increíbles las críticas al régimen de Allende; b) manifestar confianza en que los militares devolverían el poder al pueblo; c) algunas condenaciones a los atropellos y arbitrariedades de todo tipo que se cometían, y por último; d) libertad de acción de los militantes del Partido. Con Freí seguimos un mismo destino político desde la universidad, donde fuimos compañeros de curso, hasta 1969, año en que me retiré de la Democracia Cristiana. Tantos años crearon vínculos muy estrechos de amistad y cariño. Coincidimos y discrepamos miles de veces. Después de 1969 las relaciones se suspendieron hasta que un día durante mi exilio en París me llamó por teléfono para vernos. Fui de inmediato al Hotel Bristol donde alojaba y conversamos fraternalmente de innumerables temas, entre ellos el de la dictadura militar. En ese aspecto comprobé que \ el cambio de manera de pensar de Frei era tan absoluto, que sin j decirlo, encontraba que era su obligación asumir el liderato de la resistencia contra Pinochet. La derecha ha utilizado para juzgar la conducta de la totali­ dad de la Democracia Cristiana las declaraciones de Frei en los primeros días del golpe militar. Como no es mi deseo cooperar en una tarea que significa una injusticia para una minoría de la Democracia Cristiana que rechazó el golpe, no abundaré en comentarios de la condenación que me produjo las actuaciones de Frei los primeros días de la dictadura. Para mí y para muchos, fue inaceptable su presencia en la misa realizada en la Iglesia de la Gratitud Nacional junto con los miembros de la Junta Militar e igual repudio me produjo la famosa carta a Mariano Rumor y la entrevista al ABC de Madrid.

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Contrastando con la actitud de algunos dirigentes de la Democracia Cristiana, Bernardo Leighton, Renán Fuentealba, Femando Castillo, Gabriel Valdés, Domingo Santa María, Claudio Huepe, Andrés Aylwin, Radomiro Tomic y otros, supieron en cambio desde el primer momento dar testimonio de consecuencia con sus principios, corriendo por ello todos los riesgos persecuto­ rios de la tiranía y el desprecio de la clase social que luego usufructuó económicamente de la super-explotación de los traba­ jadores.

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Capítulo IX EVOLUCIÓN DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA FRENTE A LA DICTADURA

Al pasar los días, la Junta Militar fue mostrando cada vez más su carácter fascista y su oposición a los partidos políticos en general. Los grupos civiles fascistas y la derecha eran los únicos "colaboradores" leales para los militares. La Democracia Cristia­ na, en cambio, era altamente sospechosa. Por otro lado, un grupo financiero de derecha y pro-imperialista imponía una política económica de carácter anti-social tan increíblemente regresiva e inmoral, que, queriéndolo o no, los dirigentes de la Democracia Cristiana no podían defenderla sin caer en la contradicción más evidente con respecto a lo que se había sostenido en el pasado a través del llamado "Plan Frei". Poco a poco la actitud incondicional a la Junta se fue matizan­ do en la Democracia Cristiana, sobre todo cuando el argumento de que los militares dejarían el poder para dar paso a una alternativa demócratacristiana se fue diluyendo y liquidando ante las reitera­ das declaraciones de "apoliticismo" de la Junta. En el curso de Junio de 1974 hubo un espectacular cambio de cartas entre el Presidente de la Democracia Cristiana, Patricio Aylwin y el entonces Ministro del Interior, General Oscar Bonilla, considerado freísta por haber servido en el cargo de Edecán

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Militar del Presidente Frei. Ese cambio de cartas demostró que no existía de parte de los militares la menor intención de entendi­ miento con la Democracia Cristiana. La carta de Aylwin a Bonilla, de fecha 12 de junio de 1974, tenía el objeto de protestar contra la censura que había sido impuesta a la radio Presidente Balmaceda (demócratacristiana). La respuesta de esa carta fue extremada­ mente dura y clara. Entre otras cosas, decía: "1° Existe en el país un Gobierno militar, un estado de sitio y de guerra interior. 2o El decreto ley N° 78 les acuerda solamente el derecho a administrar los bienes de vuestro partido y les está prohibido utilizar Radio Balmaceda para la difusión de ideas políticas o para arrogarse la representación de algunos ciudadanos... Vuestra carta posee una forma y tono político diferentes a las que usted utiliza en las conversaciones con el Ministro del Interior, dualidad que me parece intolerable en el contexto franco y abierto que es de un gobierno que no comprende otro lenguaje. Le pedimos no dirigirse más a nosotros en otros términos que el de una autoridad administrativa de partido suspendido, dirigiéndose respetuo­ samente al Gobierno de la Nación". La respuesta humillante y grosera al Presidente de la Demo­ cracia Cristiana, que por mucho que se discrepara con él, era una persona que por su honestidad e inteligencia merecía amplio respeto, produjo indignación. Esto, unido a las críticas mundiales a la Democracia Cristiana chilena de gran parte de los partidos hermanos (con excepción de la Democracia Cristiana alemana) hizo que se fueran decantando tres posiciones diferentes que se hicieron presente en los debates internos. El grupo de derecha del Partido sosteniendo el carácter necesario del golpe de Estado. La inmoral teoría de que ese golpe era legítimo frente al peligro futuro que el gobierno de la Unidad Popular hubiera podido convertirse en totalitario, bastaba para que ese sector al igual que la derecha ignorara o tratara de ignorar el verdadero genocidio que se estaba realizando. A diferencia de la derecha, la actitud de ese grupo era silenciosa y disimulada,

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excepto algunos de sus más connotados líderes como Juan de Dios Carmona, elemento arribista, entregado ya de cuerpo y alma a los dirigentes oligárquicos, y como él otros más que públicamente demostraban su incondicionalidad. El grupo que había aprobado el golpe de Estado y aún había ofrecido colaboración administrativa a la dictadura, evolucionó lentamente, debido a que la prueba irrefutable de la represión masiva, le hacía imposible mantener su actitud primitiva. Para ellos, lo principal era la unidad y supervivencia del Partido. Por último, la fracción de izquierda, plenamente democráti­ ca, que desde un primer momento repudió la dictadura, tomó posiciones cada vez más decididas y valientes. Las bases obreras de la Democracia Cristiana encontraron en hombres como Bernar­ do Leighton, Renán Fuentealba, Radomiro Tomic y otros, los dirigentes que interpretaban íntegramente la doctrina. A fines del mes de Junio de 1974, estos dos grupos acordaron intercambiar memorándum, que expresaran sus respectivos pun­ tos de vista para ver en qué se coincidían y en qué no existía acuerdo. Los redactores fueron Aylwin por un lado y Fuentealba por el otro. Coincidieron en la caracterización de la dictadura. Esta, en el plano político, significaba "la implantación de un fuerte régimen represivo oficial", "atentados reiterados a los derechos del hombre", "alergia a la política". En el plano económico, un "modelo global claramente capitalista orientado hacia la transferencia de poder a grupos minoritarios". En el plano social, representaba un "freno a la acción comunitaria por la supresión de la autonomía de las organizaciones sociales". En el plano ideológico, revestía un "nacionalismo anti­ comunista yfuertes tendencias totalitarias". En el plano internacional, la dictadura realizaba una "tentativa para proyectar hacia el exterior su personalidad interior... mostrando una gran incomprensión de las relaciones internacionales"; y por último, en el plano cultural, era de "un obscurantismo paralizante".

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En los memorándum se notan divergencias concernientes al diagnóstico de los antecedentes que provocaron el golpe. El grupo que representaba Aylwin sostenía que la caída de la Unidad Popular "fue provocada por la anarquía a que había conducido el gobierno de la Unidad Popular y fue aceptado (el golpe) como necesario e inevitable por la inmensa mayoría de los chilenos" y que "la interven­ ción de las Fuerzas Armadas nació de objetivos patrióticos, inspirada en valores propios de la formación militar: nacionalismo, orden, disciplina, trabajo, unidad". El grupo de izquierda sostenía lo contrario, "que la desintegra­ ción en la cual vivía Chile” provenía de una falla total del sistema de democracia capitalista; que si bien es cierto que la Unidad Popular tenía responsabilidades, "la derecha económica y los sectores democrá­ ticos sediciosos complotaron y buscaron la caída de Allende... La derecha, con la ayuda y la complicidad evidente del exterior hizo un trabajo permanente de sabotaje... utilizando su inmenso poder económico, su prensa, su radio; movilizando y financiando grupos fascistas, haciendo presión de manera permanente con una insolencia inigualada, sobre los partidos democráticos". Se nota también otra divergencia a propósito de la colabora­ ción de demócratacristianos con la Junta. Mientras unos creen que "es necesario aceptar la cooperación, a título personal, de demócratacris­ tianos como posibilidad de rectificación, influencia y toma de confianza", los otros declaran que "por la vía de la consecuencia, la Democracia Cristiana no puede participar ni directa ni indirectamente, abiertamente o de manera camuflada, en la dictadura, cualquiera que ella sea”. Pero donde la divergencia pasa a ser definitiva, es en todo cuanto se refiere al modus operandi para restablecer la democracia en Chile. Unos dicen que "es necesario establecer categóricamente que no puede ni debe haber ningún 'Frente Amplio', ni acuerdo, ni acción común con los sectores marxistas " y los otros afirman "quepara obtener el objetivo de restauración de la democracia tal como la concebimos, el partido no solamente puede, sino que debe llegar a acuerdos con otras

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fuerzas políticas", agregando que eso no quería decir que fueran partidarios de "Frentes" permanentes. Muchas de las diferencias anotadas en los memorándum se mantuvieron algún tiempo, pero del mismo modo los hechos mismos de la dictadura fascista, su represión criminal y masiva, su política económica de hambre para el pueblo, su absoluta inhabi­ lidad para hacer frente a la condenación internacional, hicieron que en cierta medida el margen de las diferencias se acortaran, aun cuando subsistían contradicciones y temores. Desde Julio hasta Octubre de 1974, la Democracia Cristiana vivió el drama de Hamlet: "ser o no ser". Por un lado, los militares que clara e insolentemente notificaban que tomarían medidas drásticas para que la Democracia Cristiana entendiera que no podía "hacer política" y sólo debía limitarse a "administrar sus bienes", y por otro lado, la directiva que vivía presionada por sectores contrapuestos del Partido, equilibrándose entre la obliga­ ción, por dignidad, de protestar de los atropellos al Partido o a sus hombres y el deseo de no romper definitivamente con la derecha que apoyaba la dictadura. El 7 de Octubre de 1974 la Junta Militar dicta un decreto prohibiendo la vuelta al país de Bernardo Leighton que se encon­ traba en Roma. El presidente de la Democracia Cristiana Patricio Aylwin, entrega un comunicado protestando por dicho decreto, siendo por ello duramente atacado por uno de los más virulentos diarios de la cadena periodística pro-junta de "El Mercurio", el vespertino "La Segunda". Contestó el Presidente del Partido ese ataque, respuesta que contenía paradojales conceptos. Sorpresivamente, después de la crisis producida entre la Democracia Cristiana y la Junta a causa del cambio de cartas Aylwin-Bonilla y la protesta por el caso Leighton, se produce una reconciliación, en la que actúa por la Democracia Cristiana su vice­ presidente Osvaldo Olguín. Este, después de tres reuniones con el general Benavides, Ministro del Interior, y el propio Pinochet, declaró que los incidentes estaban superados. 235

El 14 de noviembre de 1974 se produce un hecho que desorienta definitivamente a la opinión pública sobre la actitud de la Democracia Cristiana. Algunos ex-ministros y ex-parlamenta­ ños de derecha y demócratacristianos entregan una declaración de protesta por los acuerdos tomados por las Naciones Unidas respecto a la Junta Militar fascista de Chile. Firman siete ex­ senadores y seis ex-diputados, todos parlamentarios demócratacristianos, además de cinco ex-ministros del Gobierno de Frei. Fue sin duda una lamentable declaración, ya que se llegó a justificar la represión al expresar: "Las Fuerzas Armadas de Chile intervinieron para ponerfin a este estado de cosas "... "Es indudable que enun estado de emergencia derivado de una situación de caos y violencia... se encuentran restringidas ciertas libertades y se producen algunos excesos y errores, que el Gobierno procura corregir y sancionar"... "Tenemos confianza en que las Fuerzas Armadas, haciendo honor a su tradición heroica y a su compromiso para con el país, irán creando las condiciones para cumplir su objetivo de normalización institucional de Chile". Para esos "cristianos" que elevan su voz indignada, nada menos que a fines de 1974, porque la Asamblea de las Naciones Unidas condenaba el atropello reiterado de los derechos humanos por parte de la Junta Militar, los "excesos y errores que el Gobierno procura corregir" eran miles de muertos, desaparecidos y detenidos en masa en las poblaciones obreras. Ni el eco de los gritos de dolor de los torturados lograba que los declarantes perdieran la tranqui­ lidad para decir: "tenemos confianza en las Fuerzas Armadas".

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Capítulo X UNIDAD ANTIFASCISTA

Con la misma objetividad que he tratado de describir la política errónea de la Democracia Cristiana en los inicios de la dictadura, reconozco que la D.C., como partido, corrigió los errores cometidos y muy especialmente por el alto cargo que ocupó, me impresionó la lealtad con sí mismo que demostró Patricio Aylwin al reconocer públicamente sus errores políticos. Pero el hecho es que la Democracia Cristiana pasó a integrar sin reservas la oposición y resistencia al régimen dictatorial. En la izquierda, especialmente en su planta directiva exilia­ da, fue extraordinariamente bien recibida la actitud de la D.C., hasta tal punto, que la izquierda creía en la posibilidad de consti­ tuir un Frente Antifascista amplio que contara con la Democracia Cristiana y el M.I.R. En el interior de Chile, con motivo de la celebración del Primero de Mayo de 1974, se lanza la idea en forma muy general, y en el exterior se abre un debate interno dentro de la Unidad Popular sobre las características y amplitud de ese "Frente". Los puntos conflictivos se concretaban en la posibilidad de una alianza antifascista integrada también por el sector de la Democracia Cristiana que seguía dando pruebas de debilidad frente a la dictadura. Al Partido Comunista se le acusaba dentro de la izquierda,

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de un exceso de celo para impulsar un entendimiento amplio con todo el Partido Demócrata Cristiano, y aún más, se hablaba de "conversaciones" directas en ese sentido. El Partido Comunista desmintió esos rumores. La impresión personal que tengo, es que elementos de derecha del Partido lanzaban ese rumor para notifi­ car a Leighton, a Fuentealba y a otros dirigentes, de la situación privilegiada que gozaba Frei como posible solución transitoria hacia la normalización democrática en Chile. Pero lo curioso era que la absurda y extemporánea disensión interna de la izquierda, no respondía en absoluto a que la idea del "Frente Anti-fascista" se hubiera abierto camino en la Democracia Cristiana. En ese tiempo (1974), dominaba en este último partido el pensamiento de que era posible convencer a los militares que rectificaran su política represiva, que cambiaran de política econó­ mica y, por último, que hicieran un gobierno transitorio cívicomilitar con la Democracia Cristiana. Subsistía en amplios sectores dirigentes una actitud de repudio a la izquierda y sobre todo subsistía el criterio que el Partido era el único grupo político que podía ser alternativa de poder y que, por lo tanto, no era necesario ningún tipo de compromiso con los partidos de la Unidad Popular. De acuerdo con la línea señalada, viaja en Septiembre de ese año a los Estados Unidos Eduardo Frei, quien permanece en ese país hasta el 17 de Noviembre. El pretexto del viaje fue la invitación recibida por la Universidad de Boston. En el fondo, sin embargo, su visita a los Estados Unidos obedecía a la necesidad de conocer auténticamente el pensamiento del Departamento de Estado res­ pecto a la dictadura chilena. Frei, además de contar con la simpatía del gobierno norteamericano, emprendió el viaje llevando una especie de aval del Cardenal Silva Henríquez, quien al margen de su conducta frente a la conculcación de los derechos humanos cometidos por la dictadura, en su fuero interno, creía que la solución para normalizar la democracia en Chile, pasaba por la Democracia Cristiana y Frei. Al parecer, porque no hay compro­

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bación definitiva, Frei, premunido de algún poder para conversar, lo habría hecho, llegando a las siguientes conclusiones: a) El gobierno norteamericano no haría esfuerzos para cambiar la dictadura chilena si no existía garantía que el régimen que la sustituyera tuviera características tales que aseguraran la pros­ cripción definitiva del Partido Comunista y otros partidos de izquierda; b) El gobierno norteamericano consideraba que era desgraciada y difícil de defender ante el mundo la imagen que ofrecía la dictadura a causa de sus brutales atropellos a los derechos humanos, y c) Consideraba también que la política económica seguida por la dictadura era demencial y una mala copia de lo que debía ser una política liberal-capitalista de "libre mercado". A pocos días de vuelto Frei a Chile, el 26 de Noviembre, los Servicios de Seguridad e Inteligencia detienen a Renán Fuentealba, ex-senador y ex-presidente del Partido, no le permiten comunicar­ se con nadie y es embarcado en un avión durante la noche rumbo a Lima. La prensa publica una protesta de personeros demócratacristianos encabezada por la firma de Frei y de algunos de los que hacía pocos días habían suscrito otra protesta por el acuerdo de las Naciones Unidas y donde sostenían que "era indudable que se encontraban restringidas ciertas libertades"., pero que "eran casos de excesos o errores, que el Gobierno procura corregir y sancionar". En la protesta por la detención y expulsión del país de Renán Fuentealba se dice: "Hiere nuestra dignidad que a una persona se le prive hasta del derecho a vivir en su propia Patria, sin darle una sola oportunidad para defenderse". En todo caso, es interesante señalar, que tanto el viaje a los Estados Unidos como la firma de la protesta, significan un cambio de actitud de Frei, dentro naturalmente de la restringida medida en que se puede apreciar un cambio en un político siempre tan cuidadoso de los pasos que daba. El hecho fue que, según la gran

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mayoría de informantes del interior del país, Frei había logrado llegar a controlar su partido y había iniciado una etapa crítica a la Junta Militar. Para apreciar hasta qué grado la Democracia Cristiana entra­ ba a asumir una actitud de oposición a la dictadura y también hasta qué grado estaba abierta a las alianzas necesarias para derribarla, es necesario referirse a la consulta al Consejo Plenario Nacional que se hizo a fines del año 1974 en forma de encuesta. Las personas consultadas fueron 66 y las preguntas formuladas, las siguientes: 1) ¿Debe colaborarse con la Junta? 2) ¿Debe pasarse a una oposición pasiva? 3) ¿Debe pasarse a una oposición activa, pero sobre la base del camino propio de la Democracia Cristiana? 4) ¿Debe buscarse el entendimiento con los partidos de la Unidad Popular? 5) ¿Ningún entendimiento con la Unidad Popular? Las respuestas en porcentaje fueron las siguientes (s.e.u.o.): 97% caracterizó a la Junta Militar como dictadura y 22 personas de las 66 consultadas agregaron que además era fascista; 68,18% se pronunció por una actitud de independencia activa y crítica, rechazando la oposición frontal, la resistencia y la colaboración; el 75,75% propiciaba un entendimiento con las Fuerzas Armadas "para el retomo a la Democracia"; el 68,18% aceptaba un entendi­ miento político con los sectores "democráticos de izquierda" (léase P.I.R. y algunos dirigentes del Partido Socialista) y con los sectores democráticos de "derecha"; el 3,03% aceptaba un Frente Amplio con partidos marxistas; el 28,79% aceptaba la colaboración con los militares para convencerlos "desde dentro" y el 4,5% aceptaba la simple colaboración sin reserva alguna. La línea de la directiva salió ampliamente reforzada después de la encuesta mencionada, pero su interpretación fue reclamada por los dirigentes demócratacristianos que estaban expulsados del país. Aylwin envió a Radomiro Tomic y a Renán Fuentealba cartas algo duras. La carta a Tomic, del 6 de mayo de 1975, por ser amplia y explícita para exponer el pensamiento político de la

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directiva demócratacristiana, merece ser reproducida en algunos de sus párrafos: "Si... hacemos un sincero esfuerzo por encontrar de consuno los medios más eficientes para servir nuestra común tarea de restablecer la Democracia en Chile, intercambiamos para ello con franqueza nuestras opiniones y actuamos concertadamente dentro de las pautas acordadas en el seno de los organismos del Partido, nuestra acción será más fructífera y preservaremos la existencia y unidad de la Democracia Cristiana chilena, 'como uno de los elementos esenciales para el término de la dictadura y la posterior restauración democrática de nuestro país'" (para emplear palabras de Bernardo Leightori). "En cuanto al Partido Comunista y demás partidos marxistasleninistas... como le escribo a Renán, su interpretación, no es compatible con el texto de la consulta, redactada con su participación, en la que la posibilidad de 'un Frente Amplio, incluidos los partidos marxistas', se planteó como alternativa diferente de un ‘Frente Cívico' con... 'fuerzas políticas democráticas de izquierda o de derecha' y de un 'Frente Político Social' con ... 'fuerzas de izquierda democrática'". "Si 'los partidos marxistas' se hubieran estimado 'de izquierda democrática, habría sido superfino plantear su inclusión como una alternativa distinta... Deduzco que en este punto radica la disidencia de mayor importancia para la definición de nuestra estrategia. Aunque sobre esta materia la decisión obligatoria del Plenario fue categórica y la experiencia diaria de nuestras conversaciones con camaradas de base revela casi unánime repudio a cualquier forma de entendimiento con el Partido Comunista, el Partido Socialista y demás partidos que se autodefinen como marxistas-leninistas, no rehuyo entrar a un mayor análisis a fin de precisar al máximo nuestro pensamiento". "Se dice que Carlos (Briones) y Aniceto (Rodríguez) son distintos. Así lo creo, por lo menos del primero. En la medida en que lo sean y se decidan a jugarse por un socialismo verdaderamente democrático mere­ cen todo nuestro apoyo. Con su apoyo, más nuestros amigos del P.I.R. y mucha gente que de buena fe creyó en el socialismo a la chilena, para

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quienes la experiencia de lo acontecido debiera haber servido de lección, podría llegar a constituirse en Chile un movimiento amplio social demócrata o socialista democrático que sería nuestro natural aliado". Se queja además Aylwin que mediante "una campaña muy bien orquestada internacionalmente por el Partido Comunista, el Partido Socialista y sus aliados -lamentablemente alimentada en cierta medida por algunos camaradas nuestros-, se sindica a nuestro Partido como el gran responsable del quiebre de la Democracia en Chile". Los párrafos reproducidos demuestran plenamente que la única alternativa de poder que acepta la capa directiva de la Democracia Cristiana y una parte de sus bases, en reemplazo de la dictadura fascista, es un gobierno militar-demócratacristiano o bien un gobierno demócratacristiano más elementos radicales de derecha (P.I.R.) y algunos dirigentes socialistas. Es justo destacar la forma clara y valiente con que los dirigentes democráticos y de avanzada de la Democracia Cristia­ na en el exterior y en el interior de Chile, lucharon contra lo que significó el criterio oficial de su Partido respecto a las concepciones de la derecha fascista. Para ellos esa lucha fue dura y amarga, llena de amenazas de expulsión y de reprimendas. A diferencia de mi caso personal y de todos los que abando­ namos las filas de la Democracia Cristiana en 1969 y 1971, estos demócratacristianos de avanzada creían en las posibilidades de rectificación y en la aplicación honesta de los principios que dieron nacimiento al movimiento demócratacristiano en Chile y desea­ ban ardientemente conservar la unidad. A través de los memorándum intercambiados entre sectores de la Democracia Cristiana para fijar una línea frente a la dictadu­ ra, de la encuesta y sus comentarios, como en declaraciones hechas por personeros del sector anti-dictadura de ese partido, se encuen­ tra subrayada con énfasis la afirmación de que la vuelta a la constitucionalidad significaría a la vez el establecimiento de una nueva democracia que reemplazara a la existente antes del golpe

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fascista. Esa opinión era compartida también por toda la izquier­ da. Entre los demócratacristianos que aspiraban a una nueva institucionalidad había de todo. Algunos como Renán Fuentealba y otros dirigentes de avanzada, que fueron explícitos al afirmar que la nueva democracia se distinguiría por la participación de los trabajadores en el poder, pero también hubo otros que simplemen­ te hablaron de "nueva democracia" sin especificar su contenido esencial. Sinceramente creo que estos últimos al hablar de "nueva democracia", se referían a lo que se ha dado en llamar "democracia restrictiva" o sea la institucionalidad del autoritarismo de la clase dominante. En Chile, en 1948, durante el Gobierno de Gabriel González Videla, ya se tuvo un principio de experiencia de lo que era una democracia restrictiva. Por ley (Ley de Defensa de la Democracia), se dejó al margen de la legalidad al Partido Comunista y después se aprobaron también leyes tales como la que limitaba la libertad de prensa, y no sólo reprimiendo los delitos de calumnias e injurias, sino que extendiendo la calificación del delito a cualquier intento para alterar el orden establecido. La experiencia por suerte movió a los sectores democráticos chilenos a rechazar ese cazabobos de la derecha. No hay que tener mucha imaginación para visualizar cómo es una "democracia restrictiva".

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Capítulo XI RESTAURACIÓN SOÑADA

Sobre París y el exilio se han escrito miles de libros de escritores calificadísimos. Por algo la Francia es la "terre de asile" por excelencia en la historia de la humanidad. Por eso me absten­ dré de dar detalles sobre la ciudad en sí misma, sus maravillas y sobre todo del carácter trascendente que tuvo para mí, que por osmosis en 10 años adquirí una parte pequeña de lo que es la esencia de vivir en París. Durante el tiempo que residí en Francia, la cantidad de exiliados chilenos fluctuó entre dos mil y tres mil. A la gran mayoría de ellos los conocí personalmente y con una minoría hice amistad íntima. Puedo en consecuencia dar un testimonio funda­ do sobre la calidad de la solidaridad que otorgó Francia al exilio chileno. Creo que fue de una generosidad sin límites y en especial de una sensibilidad muy grande, como para que el beneficiado no se sintiera disminuido en su dignidad, al recibir favores de personas e instituciones que se excedían a la mínima obligación moral de ayudar a un perseguido político. La solidaridad iba siempre acompañada de un esfuerzo serio por ponerse en el lugar del exiliado, convidarlo a integrarse al país y muy especialmente interesándose auténticamente por comprender la mentalidad política e intelectual de quien recibía la solidaridad.

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El hecho señalado nada tiene que ver con la imagen que existe en el mundo del carácter de un francés. Se le presenta como un prototipo del pequeño burgués, individualista y egoísta, despre­ ciativo del valor intelectual de sus dialogantes, difícil para conce­ bir al mundo como un solo todo en el que Francia es sólo una parte. Toda esa visión es falsa. Superado el primer contacto no muy caluroso de parte de un francés, los que siguen son excelentes en el plano de la amistad, siempre que el interlocutor entre uno y otro contacto haya aprendido bien algunas reglas básicas de la idiosin­ crasia francesa. La principal de esas reglas es hablar directo y sin rodeos, lo que cuesta mucho a un chileno acostumbrado a las conversaciones tentativas para cuidar no caer en errores discre­ pantes con el prójimo. Un chileno puede decir ¡que gusto de conocerlo, tiene que irse a comer a mi casa! Un francés dice ¡Lo invito a comer a tres meses plazo el día tal a hora tal! La comida del chileno no se realiza nunca y la del francés a los tres meses lo va a buscar a su invitado para ofrecerle una magnífica cena. Los chismes y palabras sobre personas empiezan siempre en Chile con una declaración de aprecio hacia el que será víctima de una crítica despiadada. Un francés es cuidadoso en la crítica personal y extraordinariamente directo y duro cuando la crítica alcanza la intelectualidad de las personas. Los franceses no son exigentes en el vestir por mucho que Francia sea la "Meca" de la moda, ni tampoco son muy exigentes en la higiene personal, porque el baño que no perdona un americano del norte o del sur, es lujo en Francia y en casi toda Europa. Pero para mí, la mayor virtud del pueblo francés es su sentido de la igualdad. Francia no será nunca un país partidario de la discriminación racial. Y el mérito es inmenso porque es el país que recibe la cuota mayor de emigrantes y asilados políticos. En lo que respecta a los africanos del norte, el esfuerzo integrador francés en algo ha sido influido por la mala conciencia de un pasado colonizador, pero así y todo debe costar a un francés medio

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convivir en un edificio colectivo de banlieu sabiéndose minoritario, cesante y debiendo soportar costumbres que son la antítesis de sus propias costumbres. Debe ser seguramente un martirio soportar la vida desordenada de un magribino que come su comida perfu­ mada al aire libre, mientras el francés a las siete saca su perro a dar su vuelta necesaria y se dispone a comer para estar en la cama a las nueve de la noche. Yo los entiendo y los admiro porque anteponen los principios igualitarios a su propia comodidad. La verdad es que mi utopía sobre la vida comunitaria sufrió una dura confron­ tación, cuando me tocó vivir asilado en la cancillería de la Emba­ jada de Venezuela con doscientos chilenos que no conocía. La sola operación de forrar el baño con papeles de diario para evitar los hongos a los pies, me desquiciaba y para qué decir lo difícil que me resultaba la intimidad con algunos asilados funcionarios de la U.P., que siendo de origen modesto, el golpe militar los sorprendió en pleno proceso de ascensión social. Los chilenos en general, fueron capaces con extraordinaria inteligencia para integrarse rápidamente a la nueva sociedad que los acogía. A muy corto plazo cada uno de ellos había logrado la amistad de hogares franceses que los consideraba en su mismo nivel. En ningún momento existió el espíritu de ghetto o el complejo mendicante. Esa favorable acogida se debió en gran parte al impacto de rechazo que despertó la situación chilena. En Francia, nadie de derecha o de izquierda, dejó de vibrar con el drama chileno. El grado de rechazo y protesta era superior al existente frente a las otras dictaduras latinoamericanas, donde también los militares habían usurpado el poder y la razón de esa diferenciación habría que encontrarla, más que en el volumen sangriento de la represión sufrida, en el carácter ideológico inter­ nacional que el golpe chileno contenía. Por mucho que los hechos del fascismo hubieran ocurrido 28 años antes, todavía subsiste en la conciencia de la sociedad francesa el cuadro vivido, la humilla­ ción del país ocupado, las traiciones y la sangre derramada, la

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resistencia confesada y no confesada y sus implicancias políticas posteriores. Todo hacía que el rechazo virulento a Pinochet y compañía, fuera la reacción de un pueblo que quiere impedir el menor peligro de contagio por muy lejano que se encuentre el virus. Hasta que sobrevino la crisis interna socialista, el exilio chileno había logrado organizarse en unidad y había trabajado sin sectarismos limitantes. Después de esa crisis, las cosas cambiaron y la coordinación existente para aumentar y recibir la solidaridad, se terminó. Más importante era en ese momento para los socialis­ tas matricularse en una de las dos fracciones en campaña y para desgracia, a lo anterior se sumó una posición sectaria del Partido Comunista francés, que pretendía que los chilenos rompieran todo contacto con el Partido Socialista de Francia. Las informaciones de Chile que recibíamos los exiliados eran profusas, aun cuando ello no nos permitía formamos un juicio realista, tanto eso era así, que no se nos pasó por la mente el visualizar escenarios posibles para la caída de la dictadura y considerar entre ellos una transición pactada con los militares, en que se tendría que pagar el alto precio que se pagó. El otro hecho que tampoco percibimos debidamente, fue la pérdida de todo liderato político de los exiliados en su respectivos partidos en Chile. Para la nueva capa dirigente, los hechos mismos del 11 de Septiembre como el exilio, tenían un valor relativo que de ninguna manera otorgaba a los exiliados el rol de orientadores de la acción política. Personalmente, los diez años de París constituyeron una etapa muy feliz en mi vida. Me ajusté muy pronto al individualis­ mo vivencial del francés. Mi soledad era una soledad compartida por los habitantes de la gran ciudad que en vista de ese hecho, habían creado un estilo de vida que descubrí como el que más convenía a mi personalidad. París es la ciudad creada para que los hombres y mujeres se sientan satisfechos con sus soledades, sin

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renunciar a los afanes colectivos en el orden político, religioso o cultural. Cada café, cada kiosko de diarios, cada banco de un parque, es un lugar abierto donde no existe discriminación hacia el extranjero que no será nunca tratado como tal. Como viejo de la "tercera edad" obtuve de la Municipalidad un carnet para usar los buses gratis. Conocí todo París y gocé con los miles de rincones históricos. Las amistades con chilenos eran pocas, aun cuando muy estrechas. En el primer plano debo colocar a la pareja Chonchol, con quienes, además de la nacionalidad y el exilio, me unían la afinidad ideológica. También estreché una amistad muy sólida con la pareja Altamirano. Yo había sido colega en el Senado con Carlos (Altamirano), pero el Altamirano de ese entonces poco tenía que ver para mí con el que intimé en París. A pocos personajes he conocido a quien el exilio le haya otorgado el gran bien de complementar su personalidad con una parte de la que carecía. Los políticos chilenos, por lo general, no le dan valor a la cultura universal histórica y si son abogados quedan satisfechos con su cultura jurídica. Altamirano como San Pablo, recibió un rayo cultural que modificó su personalidad. Por eso yo creo que su alejamiento de la política contingente de su partido hoy día, se debe más que a impulsos "renovadores", a la simple razón como se dice en Chile que le da "lata" sumergirse en la lucha de tendencias. Después de innumerables viajes a la Embajada de Chile en París para averiguar si aparecía en las listas de los chilenos con autorización para volver a su país, salí sorteado en una lista en 1983. Hice las maletas de inmediato, lleno de esperanzas y volun­ tad de lucha. El recibimiento y la comunicación con cientos de amigos que integraban la resistencia a la dictadura y los innume­ rables actos a que asistí, me hacían sentir contento de haber resuelto la inmediata partida de retomado. La forma de lucha contra la dictadura en esos años, se podría decir hasta 1988, me daban la impresión que el desastre de los 17 años del gobierno de

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Pinochet, se sujetarían en cierta medida al cuadro político existen­ te en 1973, pero sobre todo, y en lo cual yo estaba profundamente equivocado, se propiciaría y desarrollaría una gran movilización popular. Pensaba cosas absurdas que después no sucedieron, tales como la derogación y el rechazo por ilegítima de toda la pseudolegislación dictada por cuatro señores que tuvieron la audacia de autoproclamarse "Poder Legislativo". Pensaba que las lecciones del exilio iban a influir determinantemente en una gran política unitaria civil. Siendo partidario como soy de facilitar los diálogos que existieron entre civiles y militares, dado que la gran finalidad era volver a la democracia, desafortunadamente poco a poco fui comprobando como se dejaba al margen de cualquiera conversa­ ción a las víctimas principales de la dictadura, tomando la respon­ sabilidad de esas delicadas gestiones una capa de dirigentes políticos que, como ya lo dije, se sentían desligados de un pasado democrático y poco sensibles al drama recién sufrido a través de una represión inhumana. Tal vez el estilo para visualizar un régimen futuro de transi­ ción fuera influido porque paralelamente en el mundo se iniciaba la etapa que podría denominarse de "la muerte de las ideologías" y el auge transitorio de un sistema económico como el neoliberalismo, influyendo también la crisis de la Unión Soviética que alcanzó a los partidos socialistas, aún a aquellos que nunca habían adherido al socialismo real como el italiano. A todo lo anterior habría que agregar que entre las "muías" que metió Pinochet, fue la inamovilidad de los funcionarios de su régimen, más la debili­ dad con que actuaban dirigentes democráticos que tenían mala conciencia de sus actitudes en la primera etapa de la dictadura. El hecho es que los acuerdos que dieron origen a la ratificación y legitimación de la Constitución de 1980 y de las leyes de quorum especial, fueron aceptadas por el grupo de dirigentes a que he hecho alusión y el plebiscito que se realizó en 1989, fue aceptado a regañadientes por haberse considerado que era un mal menor.

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Producida la aplastante derrota de Pinochet en el Plebiscito de 1988, sucedió algo inédito en las caídas de dictaduras: no entregar el poder a los civiles, quienes a pocos días organizan un gobierno de transición, sino que se relativizó el triunfo y se condicionó la entrega del poder al resultado de "conversaciones" que permitieran la conservación de los principales enclaves auto­ ritarios. Después de esas conversaciones donde Pinochet y com­ pañía participaban de igual a igual con la civilidad, se votó la reforma a la Constitución de 1980. El precio que se tuvo que pagar fue de tal magnitud, que la democracia chilena pasará todavía largo tiempo para que recupere su esencia como sistema político. Los senadores designados, los quorum imposibles para las leyes llamadas "orgánicas", el Tribunal Constitucional, el Consejo de Seguridad Nacional, la inamovilidad de la administración pública y de los Comandantes en Jefe, etc., fueron la llave de oro que permitió que los militares y la derecha, retuvieran para ellos una parte importante del poder. Nadie podría culpar a nadie de lo pasado, porque sin damos cuenta, ya entonces, se estaba produ­ ciendo un cambio funesto de hacer política de parte de los nuevos dirigentes de partidos. El cuadro político post-reformas constitucionales me depri­ mió enormemente, lo que no tendría importancia si no hubiera comprobado que era el estado anímico generalizado en gran parte de la clase política que había luchado por la libertad. Fue entonces que me arrepentí de mi precipitación por volver del exilio. Definir y precisar como se ha producido en Chile y en el mundo la pérdida de los valores fundamentales para reemplazar­ los por un individualismo y pragmatismo odiosos, es muy difícil. Sólo cabe constatar la decadencia y la mediocridad en que se desarrollan las relaciones sociales o políticas. Yo'creo que el mayor éxito del capitalismo es el de haber incorporado a la minoría de ricos, a través del avance tecnológico, a una parte pequeña de la clase media que antes representaba a la única "intelectualidad"

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que dinamizaba la vida espiritual de los pueblos. Esa pequeña parte de la clase media intelectualizada es y ha sido extraordina­ riamente voluble. Con la misma facilidad con que en la década de los 60 era revolucionaria, partidaria del cambio y constituía la izquierda mundial, hoy con gran soltura de cuerpo renuncia a los problemas que implica militar en las filas del inconformismo para plegarse a las realidades que le ofrece la sociedad de consumo y el neoliberalismo. Como no soy filósofo ni sociólogo, no pretendo sostener la tesis que he insinuado sobre la decadencia actual en una conceptividad científica. Pero sin tener el título de "politòlogo", tengo la experiencia de 60 años de presencia política, en que he conocido de cerca la movilidad de grupos y hombres en Chile y en el extranjero. Excepto la derecha que no necesita encontrar etiquetas para su permanente motivación central, todos los demás grupos polí­ ticos o sociales han encontrado en cada época el gran paraguas de moda que cobije con dignidad un cambio de posiciones personales de magnitud. El movimiento de 1968 en Francia fue uno de los hechos coyunturales de orden ideológico y político más importante. La totalidad de la intelectualidad mundial se plegó al movimiento, sin embargo al correr de pocos años no dejó ninguna huella. Entretanto el statu-quo que representaba la "guerra fría" imponía sus reglas, frenando las ansias de cambio de una masa que quería esos cambios, no al precio de entregarse a la voluntad política de la URSS. En el naufragio del movimiento de 1968 diversos grupos, en el afán de sobrevivir, se organizaron en tendencias que repre­ sentaban posiciones de extrema izquierda como el maoismo, el trostkismo en Europa y diversos grupos en América Latina entu­ siasmados con el caso cubano y Castro. Y en el lado político de inspiración cristiana se producía un fenómeno parecido. De la Democracia Cristiana surgía el MAPU y la Izquierda Cristiana, hechos ya señalados en un capítulo anterior.

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Cabe señalar que el MAPU siguió escribiendo historia, porque el grupo fundacional encabezado por Rodrigo Ambrosio, es tal vez el conjunto juvenil político más interesante que se haya producido después de la transformación de la Falange en Demo­ cracia Cristiana. Este grupo puede haber sufrido divisiones, gra­ ves crisis, ingresos a otros partidos como el P.S. o el PPD, pero en definitiva conserva ciertos rasgos comunes que le dan singulari­ dad. Para mí, el rasgo común más notable es su capacidad política, unida a una sensibilidad para asumir actitudes o hechos de tal manera que ellos en definitiva no rompan con su unidad como grupo. Guillermo Carretón por ejemplo puede ser Presidente de la Compañía de Teléfonos, cargo representativo del super capita­ lismo. A un izquierdista cualquiera, le significaría un renuncio imperdonable. A Carretón como persona no le pasará nada en la medida que cuente con la bendición del grupo. Algunos de ellos, la mayoría, milita ahora en el P.S., ocupan cargos claves, pero no corren riesgos; en el proceloso mar de la "renovación", encontra­ ron un buen puerto donde arrimarse: la "modernidad", concepto hasta ahora administrado en la nebulosa más absoluta, desde que da para justificar renuncias doctrinarias hasta verdadero interés por institucionalizar los avances tecnológicos destinados a mejo­ rar la vida de la humanidad. El otro grupo surgido de la D.C. es la Izquierda Cristiana, partido del que me siento orgulloso de haber pertenecido y el que abandoné por realismo político, porque mi edad no me permite integrar grupos testimoniales que no pueden hacer frente al mundo del dinero, que es el que domina en la vida de los partidos políticos chilenos. El grupo dirigente de la I.C. como su müitancia, sin duda es el equipo que por su honestidad e idealismo es el que más interpreta mi propia utopía, ¡pero qué se le va a hacer!, no es mi responsabilidad, que las ideas de la Izquierda Cristiana, todas ellas muy lógicas y justas, fueran planteadas en una civilización occidental donde la realidad social escapa al control de los hom­ bres y el espectáculo de la política sea tan decepcionante . 252

Capítulo XII ¿TRANSICIÓN O TRANSACCIÓN DEMOCRÁTICA?

La salida a la publicidad de este libro coincide con el término del gobierno de Patricio Aylwin, llamado de transición democrá­ tica. Han sido cuatro años transcendentales para la democracia que me obligan a agregar un capítulo más. Muchas veces he pensado que la vía transaccional que eligió la civilidad para terminar con la dictadura militar en Chile, fue errada y perniciosa. Después de cuatro años de "transición demo­ crática" los hechos parecerían demostrar que el camino elegido fue equivocado. Los precios institucionales pagados, que se creía serían fácilmente superados, perduraron gravemente y se prevé que perdurarán durante el gobierno de Frei Ruiz Tagle. Se ve que no fue una buena idea innovar en la forma en que históricamente caen las dictaduras: movilizando al pueblo y borrando de una plumada la ilegítima legislación dictatorial. Aún en el aspecto que podría ser considerado el más positi­ vo, el económico, que ha dado cierta estabilidad, nadie ignora que esa política pende del frágil hilo de que en el mundo, los grandes bloques, no logren imponer un brutal proteccionismo que haría que los países del "Tercer Mundo" vuelvan al lugar de dependen­ cia en que siempre vivieron. En otro aspecto, el principal para la civilidad, el de la

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consolidación de la democracia, a pesar de los valiosos esfuerzos realizados por Patricio Aylwin, ha existido un cierto retroceso, hasta un grado tal, que para elegir las mesas del Congreso se requiere del visto bueno de los "senadores designados". Estos "testaferros" de Pinochet, socarronamente sonreirán pensando que están sirviendo bien a los propósitos que tuvo su jefe al designarlos, o sea hacer que las mayorías sean minorías en el Congreso y todavía y por añadidura, recibiendo a diario el trato respetuoso y halagador de quienes deben mendigar sus favores. Toda una comedia de Moliere donde "Tartufo" recibe los home­ najes de una familia a quien estaba despojando de sus bienes. Sorprendido Tartufo pagó con la cárcel sus bien urdidas manio­ bras. ¿Podremos los chilenos terminar con los cientos de "tartu­ fos" que han dominado en la escena política en estos cuatro años? La tarea será difícil y requiere primeramente del análisis de una serie de condicionantes que determinaron la realidad política que ha vivido el país. La caída de la dictadura militar chilena como la de otros países latinoamericanos, coincide con los grandes sucesos interna­ cionales como la caída del muro de Berlín, la crisis del socialismo real de la U.R.S.S., la derrota política de los líderes más reacciona­ rios como Reagan y la señora Thatcher. Todo hacía pensar que esos hechos que significaban el término de la "guerra fría", implicaban dejar atrás el triste rol de peones de ajedrez que jugaban los pueblos del Tercer Mundo, dependientes de uno u otro de los grandes contendores. En resumen, el cuadro internacional se presentaba como el más favorable para las nacientes democracias post-dictaduras. Sin embargo, lo que era previsible no sucedió, sino precisamente lo contrario. Pocas veces en la historia, los sectores partidarios del cambio han recibido un mazazo más fuerte en contra de sus utopías. ¿Cómo ha podido suceder que de la noche a la mañana la humanidad entera se vea sumida en una sociedad inmoral y corrompida, dirigida y dominada por cientos

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de dirigentes que dan la más alta nota de la medianía intelectual? ¿Cómo sin damos cuenta se llevó a cabo el proceso de exclusión masiva de los sectores inconformistas, sin necesidad de guerras, inquisiciones y otros métodos violentos? La verdad es que no me lo explico. Porque no puede considerarse explicación aceptable el sostener que el avance tecnológico trajo como consecuencia el predominio de la economía sobre la moral, la política y en defini­ tiva sobre la conciencia. Ese cuadro deprimente e inmovilizador sorpresivamente también dominó y sigue dominando a la clase política chilena que le ha tocado actuar en los años post-dictadura. Al margen de las cesiones que aceptaron dirigentes políticos de oposición a la dictadura, para obtener de ésta la entrega del poder, por lo que, a mi juicio, se ha pagado caro por la democracia, y digo al margen de esas funestas negociaciones, porque la responsabilidad política se diluyó desde el momento que se realizó un plebiscito. Pero lo grave del método elegido para terminar con la dictadura, fue y sigue siendo la desmovilización popular que impulsaron algunos partidos populares para evitar críticas que entorpecieran conver­ saciones de cúpulas políticas. Después ha pasado lo que hoy estamos viviendo: los milita­ res obtienen la impunidad y el derecho a deliberar, la derecha consolida el uso de la llave maestra que le donó Pinochet, es decir, una minoría que en la realidad actúa como mayoría que determina la institucionalidad en la medida que sirva a sus intereses. Algunos partidos políticos democráticos y populares asumen sin reservas las teorías neoliberales de la "muerte de las ideologías" y sobre todo concurren entusiasmadamente a una especie de comedia que se ha denominado "democracia de los consensos", que podrá ser útil en algunos casos, pero que no se la puede convertir en sistema a través del cual la mayoría del Congreso debe siempre pagar un precio para legislar. Pero para mí por lo menos, lo más grave que ha pasado en

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estos cuatro años, es la rapidez con que la sociedad chilena se dejó penetrar por el estilo decadente e inmoral de las sociedades europeas, donde el individualismo reina sin control, donde el dinero controla a la política y crea, no sé si una casta como lo sostiene el senador demócratacristiano Adolfo Zaldívar, o una nueva clase dirigente que se autodesigna como la única poseedora de la eficacia política y por lo tanto merecedora de ejercitar el poder real. Esa nueva clase, grupo o casta en Chile, en sólo cinco años ha logrado instalar un estilo corrupto de hacer política. Los partidos políticos dejaron de ser cauces de corrientes ideológicas para transformarse en "máquinas electorales" o federaciones de grupismos internos, las barreras seleccionadoras que antes exis­ tían para atajar a los mediocres, audaces o arribistas, cayeron. A todo lo anteriormente señalado habría que agregar la indignidad cívica que significa facilitar, como ha sucedido, que los partidarios de la dictadura gocen de un respeto que no se merecen. Basta leer la vida social de "El Mercurio" para apreciar el grado de contuber­ nio que existe entre víctimas y victimarios, o informarse de seminarios y foros donde los relatores principales de temas sobre la democracia son los que la aplastaron. Ahora, entrando a dar un juicio global sobre la gestión del gobierno Aylwin, debo reconocer que dadas las circunstancias ha sido un buen gobierno, pero ese juicio merece algunas considera­ ciones. La primera es separar la persona de Aylwin de su equipo de Gobierno; segundo, diferenciar caso a caso el desempeño en sus cargos del equipo, y; por último, examinar desde el ángulo político qué grado y calidad de apoyo otorgaron los partidos de la Concertación al Gobierno. Ninguna duda cabe que la personalidad de Aylwin, como sus actitudes y declaraciones sobre algunos temás fundamentales que son básicos para quienes profesan el humanismo cristiano, lo han colocado en un pedestal muy alto y honroso. Personalmente he sentido una auténtica adhesión hacia su persona y mi juicio

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favorable tiene para mí mismo algún valor, porque siempre he sido reacio a adular a los políticos que llegan a las mayores alturas. Además mi adhesión es sincera, precisamente porque en el pasado choqué con Aylwin políticamente dentro de la Democracia Cris­ tiana y en el Senado donde éste hizo un tipo de oposición al Gobierno de Allende, no sólo apasionada, sino extraordinaria­ mente sectaria, lo mismo que se podrá comprobar al leer este libro, critiqué su actitud de apoyo a la dictadura militar en sus inicios. Sin embargo, todas las discrepancias del pasado las estimo borra­ das en mi espíritu frente a las actitudes ¿pe tuvo como Presidente de la República. Excepto algunos pequeños baches en el camino, ha sido extraordinariamente consecuente en la defensa de los derechos humanos conculcados durante la dictadura y muy espe­ cialmente me han impresionado los ejemplos de sobriedad demo­ crática que ha dado. Jugando un poco al "diablo cojuelo" que conocía la intimidad de lo que se trataba en los lugares de reunión de los grandes de su época, porque penetraba en las piezas sin ser notado, yo me atrevería a sostener que contra la voluntad de Aylwin durante su Gobierno, existieron actitudes de extrema debilidad frente a actos deliberativos de los militares que perjudi­ caron a Chile en el exterior y nos llenaron de vergüenza a los civiles que combatimos la.dictadura. Ahora, puede ser que la debilidad de Aylwin frente al problema militar se deba al cúmulo de informaciones alarmistas que recibía de los funcionarios que integraban su equipo gubernativo. Al respecto hay que considerar ' qüe la casi totalidad de ese equipo no luchó contra la dictadura de Pinochet. No creo en el peligro inminente de un golpe militar, esto mientras la derecha no esté dispuesta a conspirar. Y ésta se siente satisfecha con el status que heredó del régimen militar: empresa­ rios ganando sumas siderales y con su organización interna estabilizada dentro de la decadencia moral que vive el país. Muy distinta habría sido la situación si a la caída de la dictadura se hubiera constituido un grupo político fascista y

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personalista alrededor de Pinochet. Por suerte el intento de organizar ese grupo fracasó debido a la baja calidad humana de los posibles líderes, casi todos con prontuario policial. Ahora, también hay que considerar que en la derecha existe un grupo de dirigentes que trata de mirar más lejos que la simple fórmula de sostenerse como corriente de opinión a base de dar poder en blanco al autoritarismo. En relación con lo señalado, es justo destacar la actitud de Andrés Allamand, que ha logrado insinuar una etapa de renovación en su sector. La Concertación ha sido una buena alianza política que ha demostrado unidad y coherencia para, por lo menos, dar signifi­ cación política a las principales fuerzas que hicieron oposición a la dictadura. En ese aspecto ha servido para enterrar para siempre la tesis usada en el pasado por la Democracia Cristiana sobre el "camino propio". Punto aparte es que la civilidad aspiraba a mucho más de los partidos políticos que lucharon por la libertad y no la chatura que ha exhibido la Concertación como instrumento eficaz para impul­ sar una verdadera democracia participativa. Es perfectamente explicable que después de 17 años de dictadura fuera otra gene­ ración de políticos la que asumiera la responsabilidad de dirigir a los partidos, pero por desgracia esa generación más joven y no digo de "jóvenes", desde un principio renunció a ser la clase política que orientara a la masa popular en sus ansias democráti­ cas renovadoras. Todo lo contrario, se eligió el camino cupular precisamente para evitarse los riesgos que trae consigo una política abierta hacia las bases militantes. Puede ser que exista como atenuante de la actitud inmovilizadora, las difíciles condi­ ciones políticas en que entró a actuar una parte grande de la Concertación que provenía de la izquierda, pero para ser absolu­ tamente franco, yo creo que a los dirigentes los tomó una marea política que respondía a los intereses del capitalismo. Las decla­

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raciones adversas al neoliberalismo pasaron a ser teóricas, cuando en la realidad se dieron por aceptadas las disyuntivas propuestas por los que eran los enemigos ideológicos (rol del Estado, mercado libre como dogma, amplitud para concurrir a consensos en que se pagaron precios inaceptables, etc.). Ya embarcados en el navio de los renuncios, no quedaba otra cósa que dedicarse ciento por ciento a ganar elecciones, y aún en ese aspecto no cabe duda que bajó la calidad de los candidatos a la representación popular, en la misma medida que gran parte de ellos, respondían a equilibrios internos o a grupos partidistas que pagaban con cupos represen­ tativos las posibilidades internas que les permitieran controlar al partido respectivo.

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INDICE

PRESENTACION............................................................................................. 5

INTRODUCCION............................................................................................ 9

Capítulo I ALESSANDRI: "PERSONAJE ATIPICO DE LA POLITICA CHILENA".................................................................................. 13 ALESSANDRI SEGUN MI PADRE........................................................................ 14 LOS SUCESOS DEL Io DE OCTUBRE................................................................... 20

Capítulo II "LOS LIBERALES Y LOS CONSERVADORES DE SIEMPRE..."............................................................................................... 22

Capítulo HI "¿POR QUE EL FRENTE POPULAR?.......................................................31 HISTORIA NECESARIA...........................................................................................31 LOS RADICALES........................................................................................................34 LOS SOCIALISTAS.................................................................................................... 41 LOS COMUNISTAS................................................................................................... 46 IBÁÑEZ, UNA FUERZA MAS PARA EL FRENTE POPULAR.......................47

Capítulo IV LA DERECHA UNIDA.................................................................................. 51 LA CRISIS CONSERVADORA Y LA FALANGE NACIONAL....................... 56 SE CREA LA FALANGE...........................................................................................58 EDUARDO FREI:........................................................................................................ 63 EL HERMANO BERNARDO:.................................................................................. 66

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Capítulo V IGLESIA Y FUERZAS ARMADAS............................................................. 70 LA IGLESIA............................................................................................................... 70 LAS FUERZAS ARMADAS: "LOS RASGOS DICTATORIALES".................. 77 ANEXO......................................................................................................................... 86

Capítulo VI 1938 Y LA INSTITUCIONALIDAD........................................................... 92

Capítulo LOS ALTOS Y BAJOS DEL PODER SOCIAL........................................ 104

SEGUNDA PARTE

Capítulo I LA FALANGE: FUERZA CRECIENTE................................................... 111 LOS PRIMEROS AÑOS........................................................................................ 112

Capítulo II FUNDAMENTOS Y OBJETIVOS DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA....................................................... 125

Capítulo III CRECIMIENTO Y PODER.......................................................................... 132

262

Capítulo IV LA LLEGADA AL PODER......................................................................... 142 LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL DE 1964.........................................................142 EL PROGRAMA PRESIDENCIAL .................................................................. 145 LA HORA DEL TRIUNFO......................................................................................151 LOS PRIMEROS PASOS DEL REGIMEN........................................................... 154 EL COBRE Y LA REFORMA AGRARIA............................................................. 159 REALIZACION DEL PROGRAMA......................................................................165

Capítulo V PARTIDO Y GOBIERNO............................................................................. 168

Capítulo VI LA DEMOCRACIA CRISTIANA Y LA UNIDAD POPULAR......................................................................... 192

Capítulo VII EL DIÁLOGO DEMOCRACIA CRISTIANA - UNIDAD POPULAR......................................................... 209

Capítulo VIII LA DEMOCRACIA CRISTIANA Y EL GOLPE DE ESTADO.......................................................................... 214

Capítulo IX EVOLUCIÓN DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA FRENTE A LA DICTADURA................................................................... 231

Capítulo X UNIDAD ANTIFASCISTA........................................................................237

263

Capítulo XI RESTAURACIÓN SOÑADA.................................................................... 244

Capítulo XII ¿TRANSICIÓN O TRANSACCIÓN DEMOCRÁTICA?................... 254

264