Al-Sirr al-maṣūn fī mā kurrima bihi al-mujliṣūn = El secreto preservado sobre la distinción con que los más devotos son honrados [1 ed.] 8400108493, 9788400108496

Aun siendo la hagiografía un género mayor dentro de la literatura sufí, no son muchas las obras medievales sobre santos

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Spanish, Arabic Pages 223 [225] Year 2021

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2131 Tahir al-sadafi al-Andalusi (Arabe)
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Al-Sirr al-maṣūn fī mā kurrima bihi al-mujliṣūn = El secreto preservado sobre la distinción con que los más devotos son honrados [1 ed.]
 8400108493, 9788400108496

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FUENTES ARÁBICO-HISPANAS, 39

ṬĀHIR AL-ṢADAFĪ AL-ANDALUSĪ (SIGLO VI/XII) AL-SIRR AL-MAṢŪN FĪ MĀ KURRIMA BIHI AL-MUJLIṢŪN El secreto preservado sobre la distinción con que los más devotos son honrados

Estudio preliminar, edición crítica y traducción de

JAIME COULLAUT CORDERO

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

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ṬĀHIR AL-ṢADAFĪ AL-ANDALUSĪ (SIGLO VI/XII) AL-SIRR AL-MAṢŪN FĪ MĀ KURRIMA BIHI AL-MUJLIṢŪN El secreto preservado sobre la distinción con que los más devotos son honrados

COLECCIÓN ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS SERIE FUENTES ARÁBICO-HISPANAS, 39 Dirección Maribel Fierro, Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, CSIC Secretaría Fernando Rodríguez Mediano, Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, CSIC Comité Editorial Helena de Felipe Rodríguez, Universidad de Alcalá Indalecio Lozano Cámara, Universidad de Granada Luis E. Molina Martínez, Escuela de Estudios Árabes, CSIC Mayte Penelas Meléndez, Escuela de Estudios Árabes, CSIC Cristina de la Puente González, Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, CSIC Isabel Toral, Freie Universität Berlin Ángeles Vicente Sánchez, Universidad de Zaragoza Amalia Zomeño Rodríguez, Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, CSIC Consejo Asesor Cristina Álvarez Millán, Universidad Nacional de Educación a Distancia Frédéric Bauden, Université de Liège Jaafar Ben el Haj Soulami, Université Abdelmalek Essaadi Julien Dufour, École Normale Supérieure Nadia El Cheikh, American University of Beirut Regula Forster, Eberhard Karls Universität Tübingen Alejandro García Sanjuán, Universidad de Huelva Sophie Gilotte, CIHAM, CNRS Irene Schneider, Georg-August-Universität Göttingen Petra Sijpestein, Universiteit Leiden Zoltan Szombathy, Eötvös Loránd Tudományegyetem Roberto Tottoli, Università degli Studi di Napoli L’Orientale María Ángeles Utrero, Escuela de Estudios Árabes, CSIC

ṬĀHIR AL-ṢADAFĪ AL-ANDALUSĪ (SIGLO VI/XII) AL-SIRR AL-MAṢŪN FĪ MĀ KURRIMA BIHI AL-MUJLIṢŪN El secreto preservado sobre la distinción con que los más devotos son honrados

Estudio preliminar, edición crítica y traducción de

JAIME COULLAUT CORDERO

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Madrid, 2021

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. El presente trabajo se enmarca dentro de los resultados del proyecto de investigación «Literatura hagiográfica y cuestiones de identidad cultural y religiosa en el norte de Marruecos» (Cód. FFI2015-63938-P), financiado por MINECO-FEDER.

Catálogo de publicaciones de la Administración General del Estado: https://cpage.mpr.gob.es Editorial CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])

© CSIC © Jaime Coullaut Cordero ISBN: 978-84-00-10849-6 e-ISBN: 978-84-00-10850-2 NIPO: 833-21-114-1 e-NIPO: 833-21-115-7 Depósito Legal: M-23689-2021 Maquetación, impresión y encuadernación: Dagaz Gráfica, S. L. U. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

SUMARIO

ESTUDIO PRELIMINAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

9

1.

Recensión de la obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

11

2.

El autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

14

3.

La obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Transmisión y estructura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Lugar y fecha de composición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Descripción de sus contenidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Sufismo, santidad y milagros en la obra . . . . . . . . . . . . 

18 18 19 21 23 26

CRITERIOS DE EDICIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

39

CRITERIOS DE TRADUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

43

TRADUCCIÓN ESPAÑOLA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

45

4.

Capítulo quinto [sobre los milagros de los santos] del libro El secreto preservado sobre la distinción con que los más devotos son honrados 1.

Mención de los ulemas y santos que encontré en tierras del Magreb . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

47

2.

Mención de los siervos de Dios que encontré igualmente en tierras del Magreb, así como de aquellos ascetas que obraron milagros célebres y alcanzaron moradas espirituales elevadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

79

8

Sumario

3. 4. 5.

Mención de las anécdotas que me fueron narradas por testigos de confianza en los territorios mencionados . . .  103 Mención de los ulemas con los que me encontré y de los santos y virtuosos que vi en tierras de Egipto . . . . . . . .  109 Mención de los [santos y virtuosos con los] que me encontré en la región del Ḥiŷāz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  126

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  137 Fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  139 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  142 ÍNDICES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Índice de personas biografiadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Índice onomástico general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  Índice de citas coránicas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

149 151 152 154

ESTUDIO PRELIMINAR*

Aun siendo la hagiografía un género mayor dentro de la literatura sufí, no son muchas las obras medievales sobre santos de al-Ándalus y la región del Magreb que nos han llegado. La más antigua de ellas, al-Sirr al-maṣūn fī mā kurrima bihi almujliṣūn, de Ṭāhir al-Ṣadafī (siglo vi/xii), es la obra cuya edición crítica y traducción española presentamos en este volumen y de cuyas características hablaremos en las siguientes líneas.1 Antes de que aparecieran los primeros estudios sobre esta obra, la fuente hagiográfica más antigua del Occidente islámico que conocíamos era la célebre Risālat Rūḥ al-quds fī muḥāsabat/ munāṣaḥat al-nafs de Ibn cArabī (m. 638/1240), redactada en el año 600/1204.2 Ligeramente posterior a al-Sirr al-maṣūn es también la obra de al-Tamīmī al-Fāsī (m. c. 604/1208) titulada al-Mustafād fī manāqib al-cubbād bi-madīnat Fās wa-mā yalīhā * El presente trabajo se enmarca en los resultados del proyecto de investigación «Literatura hagiográfica y cuestiones de identidad cultural y religiosa en el norte de Marruecos» (Cód. FFI2015-63938-P), financiado por MINECO-FEDER. 1 Se tiene noticia de un tratado hagiográfico magrebí que quizá fuera anterior al escrito por al-Ṣadafī, titulado Ajbār ṣāliḥ Ragrāga wa-culamā’ihā y actualmente perdido. Se desconoce el nombre de su autor, pero el título nos indica que se habría limitado a tratar únicamente la santidad en la tribu Regraga. Cf. J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder en Marruecos: milagros de Abū Ya‘zzà, Cádiz, Quorum Editores, 2004, p. 44. 2 Cf. H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», Hespéris-Tamuda, vol. 24 (1986), p. 23. Editada en numerosas ocasiones, la parte dedicada a las biografías ha sido traducida al español, el inglés y el francés.

10

Ṭāhir al-Ṣadafī al-Andalusī (siglo vi/xii)

min al-bilād, consagrada a los santos de la ciudad de Fez y sus alrededores y que abarca más de un centenar de biografías en el único manuscrito conservado, que está incompleto.3 Poco tiempo después, en el año 617/1220-1, Ibn al-Zayyāt al-Tādilī (m. 627/1229) compuso su Tašawwuf ilà riŷāl al-taṣawwuf, una de las fuentes hagiográficas magrebíes más importantes de aquella época, pues recoge noticias biográficas de 227 santos originarios de Marraquech, o residentes en aquella región, entre los siglos v/xi y vii/xiii.4 El resto de tratados hagiográficos magrebíes que conocemos son ya muy posteriores al siglo xii.5 Por todo ello, el tratado de alṢadafī, cuya redacción situaremos en el último cuarto de dicho siglo, constituye la primera muestra conservada de la literatura hagiográfica andalusí-magrebí.6 3 Obra

editada por Mohamed Cherif, a la que adjunta un extenso estudio; véase al-Tamīmī al-Fāsī, Al-Mustafād fī manāqib al-cubbād bi-madīnat Fās wa-mā yalīhā min al-bilād, 2 vols., ed. de Muḥammad al-Šarīf, Tiṭwān, Manšūrāt Kulliyyat al-Ādāb wa-l-cUlūm al-Insāniyya bi-Tiṭwān, 2002. Cherif estima que fue redactada en torno al año 598/1201-2 (al-Tamīmī al-Fāsī, Al-Mustafād, vol. 1, p. 131). Sobre esta obra y su autor, véase también M. Bencherifa, «Ḥawlà Kitāb al-Mustafād», Dacwat al-Ḥaqq, n.º 259 (1986), pp. 26-30; y G. López Anguita, «al-Tamīmī al-Fāsī», BA, vol. 7 (2010), pp. 431a-436b [1755]. 4 R. El Hour, «Ibn al-Zayyāt al-Tādilī», Encylopaedia of Islam – Three, 2019-1, pp. 65-69; F. Rodríguez Mediano, «Biografías almohades en el Ta­ šawwuf de al-Tādilī», en María Luisa Ávila y Maribel Fierro (eds.), Estudios onomástico-biográficos de al-Andalus, X: Biografías almohades II, MadridGranada, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000, pp. 190-191; J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, pp. 54-57; H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», pp. 25-28 y R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté de la fondation à l’avènement du Protectorat (808-1912): Hagiographie, tradition spirituelle et héritage prophétique dans la ville de Mawlāy Idrīs, Rabat, Centre Jacques-Berque, 2014, pp. 65-67. La obra ha sido editada por Aḥmad al-Tawfīq (Rabat, Manšūrāt Kulliyyat al-Ādāb wa-l-cUlūm al-Insāniyya, 1984, 19972). 5 Un estudio sobre los principales exponentes de la literatura hagiográfica medieval en el Magreb puede verse en J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, pp. 33 y ss. 6 Nótese que, en nuestro caso, nos referimos a una tradición literaria «andalusí-magrebí» por coherencia con el contexto histórico de la obra, el de las épocas almorávide y almohade, puesto que el autor de al-Sirr al-maṣūn encuadra en los mismos apartados tanto a los santos andalusíes como a aquellos originarios del noroeste africano. En otros estudios, sin embargo, sí se prefiere distinguir entre una literatura hagiográfica magrebí y otra propiamente andalusí,

Estudio preliminar

11

1. RECENSIÓN DE LA OBRA El libro de al-Ṣadafī nos es conocido únicamente por hallarse inserto, quizá parcialmente, en otra obra mayor y de la que nos han llegado varios manuscritos. Se trata del Tawṯīq curà al-īmān fī tafḍīl ḥabīb al-Raḥmān de Ibn al-Bārizī. Perteneciente a una familia de cadíes, cargo que ejerció él mismo en Ḥamāt (Siria) durante cuarenta años, Šaraf al-Dīn Abū l-Qāsim Hibat Allāh b. cAbd al-Karīm b. Ibrāhīm Ibn al-Bārizī al-Ḥamawī al-Šāficī (m. 738/1338) fue un alto dignatario en la Siria bajo dominio de los mamelucos. Su vasta erudición y el prestigio de su biblioteca le reportaron una considerable celebridad y un importante número de discípulos.7 Autor de varias obras, su Tawṯīq curà al-īmān es una extensa recopilación de anécdotas edificantes sobre el Profeta, así como de milagros obrados por santos, actos prodigiosos que, en opinión del autor, deben atribuirse también al Profeta. Dividida en cuatro grandes partes (arkān, sing. rukn), el texto de al-Ṣadafī se encuentra en la última de ellas, junto con fragmentos de otras obras seleccionadas por él y que contienen noticias sobre los actos milagrosos del Profeta y los santos musulmanes. Así, la segunda sección (qism) del cuarto rukn incluye los siguientes textos: — Al-bāb al-awwāl fī karāmāt al-awliyā’ min kitāb al-Ictiqād li-l-Ḥāfiẓ Abī Bakr al-Bayhaqī.8 de menor desarrollo; cf. A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda wa-taḥqīq ṭarīq al-sa‘āda (La llave de la felicidad y la realización del camino de la felicidad) de Ibn al-‘Arīf (481/1088-536/1141)», tesis doctoral inédita, Universidad Autónoma de Madrid, 2010, pp. 18 y 33. 7 Sobre su biografía, véanse Ibn Ḥaŷar al-cAsqalānī, Al-Durar al-kāmina c fī a yān al-mi’a al-ṯāmina, 4 vols., Ḥaydarābād, Maṭbacat Maŷlis Dā’irat alMacārif al-cUṯmāniyya, 1348-50/1929-31, vol. 4, p. 401 e Ibn al-Ŷazarī, Gāyat al-nihāya fī asmā’ riŷāl al-qirā’āt ūlà al-riwāya, 4 vols., ed. de Abū Ibrāhīm cAmr b. cAbd Allāh, al-Qāhira, Dār al-Lu’lu’a, 2017, vol. 4, p. 53. 8 El célebre tradicionista fallecido en 458/1066. Puede referirse a su K. al-Ictiqād calà maḏhab al-salaf ahl al-sunna wa-l-ŷamāca, o bien a un K. alIctiqād wal-hidāya ilà sabīl al-raššād, obras editadas en numerosas ocasiones y conteniendo ambas un breve capítulo sobre los milagros de los santos, de idéntico contenido.

12

Ṭāhir al-Ṣadafī al-Andalusī (siglo vi/xii)

— Al-bāb al-ṯānī fī l-karāmāt min kitāb Abī l-Qāsim Hibat Allāh b. al-Ḥusayn b. Manṣūr al-Ṭabarī.9 — Al-bāb al-ṯāliṯ fī l-karāmāt min kitāb al-Ḥāfiẓ Abī Muḥammad al-Ḥasan b. Muḥammad b. al-Ḥasan alJallāl.10 — Al-bāb al-rābic fī karāmāt al-awliyā’ min kitāb al-Risāla li-l-ustāḏ Abī l-Qāsim al-Qušayrī.11 — Al-bāb al-jāmis [fī karāmāt al-awliyā’] min kitāb al-Sirr al-maṣūn fīmā kurrima bihi al-mujliṣūn, ta’līf Ṭāhir b. Muḥammad b. Ṭāhir al-Ṣadafī al-Andalusī. — Al-bāb al-sādis fī l-karāmāt min kitāb Laṭā’if al-minan fī manāqib al-šayj Abī l-cAbbās wa-šayjihi Abī l-Ḥasan, ta’līf al-šayj Tāŷ al-Dīn b. cAṭā’ [Allāh].12 — Al-bāb al-sābic fī jāṣṣiyyat al-jawāṣṣ al-cašara min alṣaḥāba al-ajyār al-kirām al-barara.13 — Al-bāb al-ṯāmin fī faḍl al-ṣalāt calà Rasūl Allāh […] min kitāb Anwār al-āṯār fī faḍl al-ṣalāt calà al-nabī al-mujtār […] li-l-šayj al-Ḥāfiẓ Aḥmad b. Macadd b. cĪsà Ibn Wakīl al-Najšabī ṯumma al-Uqlīšī.14  9 Comúnmente

conocido como al-Lālikā’ī (m. 418/1027-8) y autor de un Kitāb Karāmāt awliyā’ Allāh, editado por Aḥmad Sacd Ḥamdān al-Gāmidī en al-Riyāḍ, Dār Ṭayba, 1992. 10 Abū Muḥammad al-Jallāl (m. 439/1047) tiene igualmente un Kitāb Karāmāt al-awliyā’ editado por Usāma al-Šarīf en Bayrūt, Dār al-Mašārīc, 2007. 11 Abū l-Qāsim al-Qušayrī (m. 465/1072), cuya célebre Risāla es uno de los más importantes compendios sobre los principios, prácticas y terminología del sufismo. Ha sido editada en numerosas ocasiones y traducida al inglés por Alexander D. Knysh (Al-Qushayri’s Epistle on Sufism, Reading, Garnet, 2007). 12 Ibn cAṭā’ Allāh (m. 709/1309), en su célebre Laṭā’if al-minan, describe la vida y enseñanzas de sus maestros Abū l-cAbbās al-Mursī (m. 686/1287) y Abū l-Ḥasan al-Šāḏilī (m. 656/1258). La obra ha sido editada en varias ocasiones y traducida al inglés (The Subtle Blessings in the Saintly Lives of Abū al-ʻAbbās al-Mursī and his Master Abū al-Ḥasan, trad. de Nancy N. Roberts, Louisville, KY, Fons Vitae, 2004), francés (La sagesse des maîtres soufis, trad. de É. Geoffroy, Paris, Bernard Grassset, 1998) y español (La sabiduría de los maestros sufíes, trad. de M. Tabuyo y A. López, Madrid, Mandala, 2003). 13 Este capítulo falta en el manuscrito base y tomamos el título de nuestro manuscrito B (Estambul). 14 Abū l-cAbbās Aḥmad al-Uqlīšī (m. 550/1155). La obra a la que hace referencia ha sido editada por Ḥusayn Muḥammad cAlī Šukrī en Medina, Dār al-Madīna al-Munawwara, 1996.

Estudio preliminar

13

Aunque las obras que incluye Ibn al-Bārizī en este capítulo han sido editadas, el corpus completo del Tawṯīq curà al-īmān sigue inédito a fecha de hoy y son varios los manuscritos que se conservan.15 El fragmento que contiene al-Sirr al-maṣūn de Ṭāhir al-Ṣadafī fue, en primer lugar, objeto de una traducción alemana a cargo de Fritz Meier, para la que se basó en el manuscrito de Berlín, Sprenger 127b (= Ahlwardt, n.º 2569).16 Según Meier, las deficientes características de dicho manuscrito hicieron inviable la realización de una edición crítica y, de hecho, consideró su traducción un mero sumario de los contenidos del texto.17 Sin embargo, Halima Ferhat editó el manuscrito de Berlín en 1998, edición mejorable dadas las características mencionadas del manuscrito, además de algunas erratas tipográficas que aparecen en el texto.18 15 La

lista de manuscritos que ofrece Brockelmann (Geschichte der Arabischen Litteratur: Supplementbänden [GALS], Leiden, E. J. Brill, 19371942, vol. 2, p. 101) no es exhaustiva. Mientras redactamos estas líneas, la primera edición de la obra, en tres volúmenes, a cargo de Niẓām b. Muḥammad Ṣāliḥ Yacqūbī está en prensa de la editorial beirutí Dār al-Ḥadīṯ al-Kattāniyya. Desconocemos en qué manuscrito o manuscritos se ha basado para la misma y la fecha prevista de su publicación. 16 F. Meier, «Ṭāhir aṣ-Ṣadafīs vergessene schrift über westliche heilige des 6./12. jahrhunderts», Der Islam, vol. 61, 1 (1984), pp. 14-90. Este artículo fue a su vez traducido al inglés por John O’Kane, en un volumen que recoge varios de los trabajos del autor alemán, «Ṭāhir al-Ṣadafī’s Forgotten Work on Western Saints of the 6th/12th Century», Essays on Islamic Piety and Mysticism, trad. de por John O’Kane (asistencia editorial de Bernd Radtke), Leiden-BostonKöln, Brill, 1999, pp. 423-504. Es a esta versión inglesa del artículo a la que haremos referencia en adelante. 17 Ibidem, p. 434. 18 Ṭāhir as Ṣadafi, As Sirr al Maṣūn Fī Mā Ukrima Bihi al-Muḥliṣūn [sic.], Bayrūt, Dār al-Garb al-Islāmī, 1998. La edición va acompañada de un estudio en árabe y francés, que es ampliación de su artículo, previo a la edición, H. Ferhat, «As-Sirr al-Maṣūn de Ṭāhir aṣ-Ṣadafī: Un itinéraire mystique au xiie siècle», Al-Qanṭara, vol. 16 (1995), pp. 273-288. La obra fue reseñada por Manuela Marín en la revista Al-Qanṭara, vol. 20 (1999), pp. 253-255. En adelante citaremos las páginas de su estudio introductorio en lengua francesa. Nótese que la lectura ukrima aparece solo en el manuscrito con el que trabajaron Meier y Ferhat, mientras que en los tres manuscritos a nuestra disposición leemos kurrima, y en esto coincidimos con Ḥāŷŷī Jalīfa (vid. infra, nota 20). Al describir las características del manuscrito, Ferhat habla de una «anarquía diacrítica» por parte del copista (1998, p. 6). Por otro lado, Ferhat parece

14

Ṭāhir al-Ṣadafī al-Andalusī (siglo vi/xii)

2. EL AUTOR El autor de al-Sirr al-maṣūn es Ṭāhir b. Muḥammad b. Ṭāhir al-Ṣadafī al-Andalusī, personaje de cuya biografía apenas conocemos lo más esencial.19 Su nombre no consta en ninguno de los repertorios bio-bibliográficos medievales o modernos dispo­ nibles, a excepción del Kašf al-ẓunūn de Ḥāŷŷī Jalīfa, quien lo menciona sin aportar dato biográfico alguno, ni tan siquiera la fecha de fallecimiento.20 Aparte de Ibn al-Bārizī, ningún otro autor cita o menciona al-Sirr al-maṣūn, por lo que su difusión debió de ser muy limitada. Así pues, la única información disponible sobre la vida de al-Ṣadafī es la que puede extraerse de su propio tratado, a la sazón el único que se le atribuye. Al-Ṣadafī no habla sobre su procedencia, pero está claro que era originario de al-Ándalus.21 Según afirma en cierto pasaje (biografía n.º 22), escribió su obra en vida del santo marroquí Abū Yaczà (m. 572/1177), por lo que estuvo activo en el último malinterpretar la noticia bibliográfica que ofrece Brockelmann sobre la obra de Ibn al-Bārizī (vid. supra, nota 15), pues considera que el manuscrito de Berlín es la única copia que contiene el tratado de al-Ṣadafī; eso mismo parece indicar también M. Cherif, «Quelques aspects de la vie quotidienne des soufis andalous d’après un texte hagiographique inédit du xiie siècle», Al-Andalus Magreb, vol. 4 (1996), p. 65. 19 No está incluido en la Biblioteca de al-Andalus [BA], pero sí se le dedica un espacio en la Historia de los Autores y Transmisores Andalusíes [HATA], donde se lo supone vivo entre 552/1557 y 572/1577 («VI. Geografía. Historia», p. 207, n. 502). 20 Ḥāŷŷī Jalīfa, Kašf al-ẓunūn can asāmī al-kutub wa-l-funūn, 7 vols., ed. de Gustav Flügel, Leipzig, Oriental Translation Fund of Great Britain and Ireland, 1835-1858 (reimpr. Beirut, Dār Sader, s. f.), vol. 3, p. 596, n.º 7150 [al-Sirr al-maṣūn…], donde erróneamente dice ser obra de un tal Ẓāhir al-Ṣūfī, corregido en el vol. 7, p. 758 por Ṭāhir al-Ṣadafī. Lo más probable es que Ḥāŷŷī Jalīfa tan solo lo conociera, precisamente, por la obra de Ibn al-Bārizī. 21 Mientras que todos los manuscritos añaden a su nombre el gentilicio «al-Andalusī», el nasab de origen árabe «al-Ṣadafī» era bien común tanto en la península ibérica como en Ceuta; cf. F. Meier, «Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 429 y H. Ferhat. «Étude et analyse», en Ṭāḥir aṣ Ṣadafi, As Sirr al Maṣūn, p. 9. Por otra parte, en un estudio anterior a su edición de la obra, Ferhat propuso ubicar sus orígenes en la región de Sevilla, hecho bien probable, pero que no podemos confirmar; véase H. Ferhat, Le Maghreb aux xiième et xiiième siècles: les siècles de la foi, Casablanca, Wallada, 1993, p. 15.

Estudio preliminar

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cuarto del siglo xii; y dado que rara vez menciona alguna localidad, es difícil saber en qué lugares residió. Con todo, si asumimos que su relato sigue un cierto orden cronológico, podemos deducir que pasó sus años de juventud en territorio andalusí, concretamente en Córdoba, donde asistió a las lecciones del cadí Ibn Masarra al-Yaḥṣubī (n.º 6). Otros pasajes del texto parecen indicar que estuvo también en la comarca sevillana del Aljarafe, en Almería, y en alguna otra localidad costera del sur de la Península (n.os 4, 7, 10, 15 y 20). Después lo encontramos en Ceuta, donde conoció al cadí principal de la ciudad (n.º 17), y es probable que recorriera otras regiones del Magreb. Desde Ceuta, creemos que embarcó con destino a Alejandría, trayecto habitual en la época, y que en esa ciudad se estableció durante un tiempo indeterminado, pero aparentemente largo (n.os 23 y 24). Tras ello, lo encontramos acompañando a uno de sus maestros en al-Fusṭāṭ y visitando regularmente el mausoleo del Imām al-Šāficī en al-Qarāfa, bendito lugar junto al cual decidió pasar un tiempo de retiro espiritual (n.º 25). Posteriormente se dirigió al puerto de Qūs, en el Alto Egipto, y desde allí cruzó el Mar Rojo para llegar al Ḥiŷāz, donde cumplió con el rito de la Peregrinación (n.º 27). Es posible que la realizara en varias ocasiones, pero nos consta, al menos, que residió en La Meca durante cierto tiempo, donde siguió las enseñanzas de varios maestros (n.os 34-38). Por último, decidió regresar a Egipto y establecerse en la ciudad de Qinā, donde ofreció alojamiento a algún peregrino, si bien siguió viajando habitualmente a otras ciudades como Alejandría (n.º 30) y al-­Fusṭāṭ (n.º 39). Ignoramos tanto el lugar como la fecha de su fallecimiento, pero esta última debería ser posterior al año 567/1171‑2, según la ya mencionada referencia al santo Abū Yaczà. Por todo ello, parece ser que al-Ṣadafī vivió, al menos durante algún tiempo, a la manera habitual de los místicos y ascetas de su época, es decir, en un constante peregrinar (siyāḥa) y en una continua búsqueda de sabiduría, dedicado plenamente al estudio y procurándose la compañía de distinguidos teólogos, tradicionistas y santos en diferentes regiones. Uno de estos santos lo describe como un joven «cercano a la ciencia y alejado de toda opinión sospechosa» (n.º 10); y de su dominio del árabe, especialmente de su buen uso de la prosa rimada, se deduce que fue una persona

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letrada. Por otra parte, aunque nuestro autor nunca aclara cuáles fueron sus medios de subsistencia, en los relatos tampoco aparece como alguien carente de recursos, pues en la etapa andalusí lo vemos en condiciones de vestir a un pobre (n.º 4) o a uno de sus maestros ascetas (n.º 10), y durante su estancia en Qinā ofreció alojamiento, provisiones y montura a un peregrino (n.º 30), aun sin parecer acaudalado en ningún momento. Otro pasaje del texto, de sentido incierto, podría indicarnos que ocupó un cargo administrativo en la región de Alejandría, pero no nos es posible confirmar tal extremo.22 Las localidades egipcias que menciona en su tratado nos permiten vincular a al-Ṣadafī con la «escuela» fundada por los maestros andalusíes Ibn al-cArīf (m. 536/1141) y Abū Madyan (m. 594/1198) o, más concretamente, con la trayectoria seguida por muchos de sus discípulos. En la misma época en que situamos a nuestro autor entre Egipto y el Ḥiŷāz (finales del siglo xii), un gran número de místicos andalusíes y magrebíes recorrieron las mismas rutas y residieron en los mismos lugares. El constante desplazamiento de estos grupos hacia Oriente tenía por objeto principal el cumplimiento del rito de la Peregrinación (Ḥaŷŷ), pero también el habitual viaje en busca de conocimientos (riḥla li-ṭalab al-cilm).23 No obstante, su posterior permanencia en territorio egipcio se vio afianzada por la favorable acogida que tanto ayyubíes como mamelucos dispensaron a los ulemas y sufíes llegados del Magreb.24

22 Vid.

p. 428.

23 V.

infra, nota 66 de la traducción y F. Meier, «Ṭāhir al-Ṣadafī’s»,

J. Cornell, Realm of the Saint: Power and Authority in Moroccan Sufism, Austin, University of Texas Press, 1998, p. 62 y R. Vimercati Sanse­ verino, Fès et sainteté, pp. 56 y 156. 24 E. Geoffroy, «La aparición de las sendas: las jirqa primitivas (siglo xiiprincipios del siglo xiii)», en Alexandre Popovic y Gilles Veinstein (eds.), Las sendas de Allah: Las cofradías musulmanas desde sus orígenes hasta la actualidad, Barcelona, Edicions Bellaterra, 1997, p. 68; D. Gril, «Introduction», en Ibn Ẓāfir, La Risāla […], Le Caire, Institut français d’archéologie orientale, 1986, p. 26 y N. Hofer, The Popularisation of Sufism in Ayyubid and Mamluk Egypt, 1173-1325, Edinburgh, Edinburgh University Press, 2015, pp. 187, 190191 y 211.

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Entre estos emigrados podemos destacar al célebre santo marroquí Abū Muḥammad Ṣāliḥ (m. c. 631/1233), discípulo de Abū Madyan y de quien las fuentes señalan que vivió en Alejandría durante veinte años (c. 570-590 h.).25 Pero el principal responsable de consolidar la senda de Abū Madyan por aquella región fue cAbd al-Razzāq al-Ŷazūlī (m. c. 592/1196), fundador de un ribāṭ en la misma Alejandría, en el que se hospedaban los discípulos procedentes de al-Ándalus y el Magreb, y que se convirtió en centro para propagar sus doctrinas. Poco tiempo después, el santo ceutí cAbd al-Raḥīm al-Qināwī (m. 592/1195) fundó otro ribāṭ en Qinā, al que acudían los peregrinos norteafricanos en dirección a La Meca y cuya influencia se extendió por todo el Alto Egipto, sustituyendo, de hecho, al ribāṭ de Alejandría como foco principal para la difusión del sufismo andalusí-magrebí. El ribāṭ de Qinā sirvió, además, de modelo para la instauración de muchos otros centros en la misma región.26 También hubo una fuerte presen­ cia de místicos occidentales en la antigua capital de al-Fusṭāṭ, pre­sencia que se mantuvo durante todo el siglo xiii y de lo cual dejó constancia en su Risāla el šayj egipcio Ṣafī al-Dīn Ibn Ẓāfir (m. 682/1283).27 En definitiva, la trayectoria vital de al-Ṣadafī coincide en gran medida con la de otros muchos sufíes de al-Ándalus y el Magreb establecidos en Egipto por esa misma época, así que nos parece verosímil que nuestro autor fuera uno de aquellos discípulos o seguidores de Ibn al-cArīf y Abū Madyan.28

25 Al-Māŷirī, Al-Minhāŷ al-wāḍiḥ fī taḥqīq karāmāt Abī Muḥammad Ṣāliḥ, 2 vols., ed. de cAbd al-Salām al-Sacīdī, [Rabat], Manšūrāt Wizārat alAwqāf wal-Šu’ūn al-Islāmiyya, 2013, vol. 1, p. 56 y R. El Hour, «Al-Minhāŷ al-wāḍiḥ y la reivindicación de la identidad cultural y religiosa de la ṭā’ifa de Safí», en Rachid El Hour (ed.), Hagiografía, sufismo, santos y santidad en el norte de África y península ibérica, Helsinki, Academia Scientiarum Fennica, 2020, p. 80. 26 E. Geoffroy, «La aparición de las sendas», pp. 66-68; V. J. Cornell, Realm of the Saint, p. 139; D. Gril, «Introduction», pp. 28, 73-74 y N. Hofer, The Popularisation of Sufism, pp. 51-54. 27 Cf. D. Gril, «Introduction», pp. 17-26. 28 R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, pp. 202 y 475; R. El Hour, Las sociedades del Magreb y al-Andalus (siglos xi-xiv): Una mirada desde

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3. LA OBRA Transmisión y estructura Como ya dijimos, al-Sirr al-maṣūn nos es conocido por ser uno de los textos hagiográficos compilados en la obra de Ibn al-Bārizī. En la versión que nos ha llegado parece faltar una introducción o capítulo preliminar, comenzando directamente con los apartados sobre las noticias y biografías de los santos. Esta laguna textual resulta más evidente si tenemos en cuenta cuál era la estructura habitual de las obras hagiográficas compuestas en aquella época. Estas solían comenzar con un apartado teórico en el que los autores trataban de justificar la autenticidad de los prodigios y los milagros, para lo cual se apoyaban en la cita de diversas aleyas coránicas y hadices, así como de ciertos textos atribuidos a los primeros maestros de la mística musulmana. Con todo ello, los hagiógrafos pretendían conciliar con la ortodoxia este aspecto tan polémico de la santidad.29 Por otra parte, observamos que Ibn al-Bārizī también omitió los apartados introductorios del resto de tratados incluidos en la sección segunda de su libro, cuyos títulos ya hemos mencionado.30

las fuentes hagiográficas, Rabat, Bouregreg, 2010, p. 64 y N. Hofer, The Popularisation of Sufism, pp. 134-135. 29 Cf. H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», pp. 27 y 45; M. Cherif, «Quelques aspects», p. 67; M. Chodkiewicz, Le Sceau des saints: Prophétie et sainteté dans la doctrine d’Ibn Arabî, Paris, Gallimard, 1986, p. 50 y J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, pp. 40-41 y 47, quien señala que, en estos capítulos introductorios, los autores también solían dedicar algún apartado a la figura de al-Jaḍir, así como a la explicación del léxico «técnico» usado por los místicos. Sobre la referida polémica en torno a los milagros o karāmāt atribuidos a los santos, es de obligada referencia el trabajo de M. Fierro, «The Polemic About the Karāmāt al-Awliyā’ and the Development of Ṣūfism in al-Andalus (Fourth/Tenth-Fifth/Eleventh Centuries)», Bulletin of the School of Oriental and African Studies, vol. 55, 2 (1992), pp. 236-249, quien aborda la cuestión en el ámbito del incipiente sufismo andalusí. 30 Vid. supra, notas 8 a 14.

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Algunos investigadores suponen que la obra también carece de su apartado final,31 aun cuando sí podemos leer una fórmula de conclusión al finalizar el texto.32 En nuestra opinión, no podemos saber si, con dicha fórmula, al-Ṣadafī estaba dando por concluido su tratado o tan solo el correspondiente capítulo de hagiografías. En cualquier caso, la parte de la obra que nos ha llegado conserva su estructura y coherencia original, y las biogra­ fías parecen estar completas. Lugar y fecha de composición Al-Ṣadafī no menciona ninguna fecha a lo largo de su obra, y en sus relatos tampoco encontramos algún acontecimiento reseñable que nos permita calcular el año de su redacción. No obstante, del texto podemos extraer algunos indicios significativos en este sentido: dado que al-Ṣadafī afirma que Ibn Masarra alYaḥṣubī había fallecido y que Abū Yaczà contaba con ciento veinticinco años de edad, la obra debió de haber sido compuesta entre las fechas de fallecimiento de ambos personajes, es decir, entre 552/1157 y 572/1177. Son varias las fuentes que aseguran que Abū Yaczà falleció con ciento treinta años de edad en el 572/1177, por lo que podríamos suponer que la obra fue redactada cinco años antes de su muerte, en el 567/1171-2.33 Sin embargo, las cifras sobre la avanzada edad de Abū Yaczà deben ser tomadas con precaución y, por otro lado, desconocemos si hubo un lapso de tiempo, quizá de algunas décadas, entre el momento en que al-Ṣadafī tomó sus notas sobre el santo marroquí y el año en que puso finalmente por escrito su biografía, toda vez que esta circunstancia nos parece bien probable. Es evidente que al-Ṣadafī 31 Cf. F. Meier, «Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 427 y M. Cherif, «Quelques aspects», p. 67. Opina lo contrario H. Ferhat, «Étude et analyse», p. 7. 32 En concreto, la cita de Cor. 83: 26 (jitāmuhu misk…), fórmula de conclusión principalmente utilizada en copias del Corán; cf. A. Gacek, The Arabic Manuscript Tradition: A Glossary of Technical Terms and Bibliography – Supplement, Leiden, Brill, 2008, p. 7 y F. Déroche, «Manuscripts of the Qur’ān», EQ, vol. 3 (2003), p. 266b. 33 M. Cherif, «Quelques aspects», pp. 67-68 y F. Meier, «Ṭāhir alṢadafī’s», p. 427.

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fue tomando notas sobre los personajes que biografiaba, ya que de varios de ellos reproduce literalmente algunos escritos y dichos; pero nuestro autor se basaba principalmente en sus recuerdos, y en ciertas ocasiones su memoria fallaba, pues confiesa no ser capaz de evocar algunos nombres, como el del cadí de Ceuta, y se equivoca al citar algunas anécdotas sobre los compañeros del Profeta. Por otra parte, como veremos, lo más probable es que al-Ṣadafī redactara su obra en Egipto, es decir, mucho tiempo después de su paso por el Magreb. Por todo ello, solo podemos afirmar con certeza que la obra fue terminada en el último cuarto del siglo xii.34 Dónde redactó al-Ṣadafī su tratado es otra incógnita, cuya respuesta solo puede intuirse mediante algunos datos extraídos igualmente del texto. Ya adelantamos que la opción más plausible es la de una redacción egipcia, si bien nuestro autor parece estar a cierta distancia de todos los lugares que menciona. En este sentido, es destacable su recurrente uso de la expresión bilād alMagrib para referirse concretamente a al-Ándalus: en época 34 Para Ferhat («Étude et analyse», pp. 8-9), la biografía de uno de los santos con los que al-Ṣadafī se encontró en La Meca, concretamente Abū l-cAbbās Aḥmad b. Ismācīl al-Fanakī al-Muqri’ (n.º 35), permitiría precisar aún más la fecha de redacción. Ferhat cree que este personaje es el mismo que aparece biografiado en otras muchas fuentes, de nombre Abū Ŷacfar Aḥmad b. cAlī al-Fanakī, muqri’, conocido asceta, jurista y tradicionista originario de Córdoba, fallecido en Damasco en el año 596/1200, a quien al-Tamīmī al-Fāsī se encuentra también en La Meca —Al-Tamīmī al-Fāsī, Al-Mustafād, vol. 2, p. 155, n.º 65; el editor de esta obra, M. Cherif, también opina que se trata del mismo personaje; véase p. 155, n. 422—. Sin embargo, nosotros no vemos indicios suficientes que nos permitan corroborarlo, puesto que sus nombres y genealogía son bastante diferentes y, a excepción de su estancia en La Meca, no hay coincidencias notables entre la biografía del santo mencionado por alṢadafī y la del personaje descrito en el resto de fuentes. Por ejemplo, al-Ṣadafī únicamente describe su faceta de maestro y recitador del Corán, pero no dice que también fuera un reconocido jurista y tradicionista, faceta más destacada por las fuentes que hablan de Abū Ŷacfar. Por otro lado, Ferhat se confunde al señalarlo como uno de los santos con los que al-Ṣadafī se encontró en Egipto y, probablemente, en Alejandría, pues, como dijimos, figura entre aquellos con los que se encontró en el Ḥiŷāz; y que, cuando nuestro autor se separó de él, ya había fallecido, pues se afirma lo contrario en el texto, lo que la lleva a suponer que la obra debió de ser compuesta después de su fallecimiento, esto es, a partir del año 596/1200.

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almorávide y almohade era lógico y común considerar el sur de la península ibérica como parte del Magreb, pues ambos imperios se habían anexionado regiones del territorio andalusí. Esta misma noción se observa también en las crónicas históricas de la misma época y redactadas en el propio al-Ándalus. Pero al-Ṣadafī parece escribir para lectores que tienen una vaga idea del Occidente musulmán, por lo que son muy pocas las ocasiones en las que nombra las localidades donde ocurren los hechos narrados. Por ejemplo, en uno de esos pocos pasajes, y al mencionar la población de Rota, aclara que es «una ciudad costera en tierras de alÁndalus».35 Por ello, parece claro que al-Ṣadafī escribió su obra en Oriente. Del mismo modo, podemos descartar que fuera escrita durante su estancia en La Meca, puesto que al-Ṣadafī dice mantener correspondencia epistolar con uno de los santos que en dicha ciudad conoció (n.º 38). Así pues, todo indica que redactó la obra en Egipto, tras regresar del Ḥiŷāz, y quizá bajo los auspicios del último santo que describe (n.º 39), a quien dice visitar en una mezquita situada a las afueras de al-Fusṭāṭ.36 Fuentes Al margen de algunas citas coránicas y hadices, la obra carece totalmente de fuentes escritas. La mayor parte de la información expuesta por al-Ṣadafī es original y fruto de sus propias vivencias, anotaciones y recuerdos. Cuando no es así, le llega de diversas fuentes orales, esto es, de ciertos informantes a los que no suele identificar, sin aportar tampoco una cadena de transmisión (isnād) que sostenga la credibilidad de sus relatos, pero a quienes califica como dignos de confianza. No obstante, en determinados pasajes sí se nombran los títulos de unas pocas obras, objeto de estudio para algunos de sus coetáneos andalusíes: al-Muwaṭṭa’ de Mālik b. Anas (n.º 9) y las Sunan de Abū Dāwūd al-Siŷistānī, compendio este último del que realizó una valiosa copia el cordobés Ibn Masarra al-Yaḥṣubī 35 Vid.

infra, nota 70 de la traducción. M. Cherif, «Quelques aspects», pp. 68-69; F. Meier, «Ṭāhir alṢadafī’s», pp. 428-429 y H. Ferhat, «Étude et analyse», p. 11. 36 Cf.

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(n.º 7). De Ibn Masarra también se menciona su tratado de polémica anticristiana al-Radd calà al-naṣārà, a propósito de la curiosa anécdota que lo llevó a redactarlo. Por otro lado, en lo que se refiere al ámbito espiritual o sufí, únicamente encontramos una vaga alusión a los escritos del místico oriental al-Muḥāsibī (m. 243/857), sin dar ningún título concreto (n.º 8), aunque es bien sabido que su K. al-Ricāya li-ḥuqūq Allāh tuvo una enorme difusión e influencia entre los místicos y ascetas andalusíes de la época que nos ocupa.37 Con todo, resulta llamativo que en el texto no se mencionen ciertos nombres u obras de igual o mayor relevancia en este terreno, como pueden ser la Risāla de al-Qušayrī (m. 465/1072) o el Iḥyā’ culūm al-dīn de al-Gazālī (m. 505/1111).38 A pesar de este silencio en relación con las fuentes escritas, algunos investigadores consideran que en los contenidos de alSirr al-maṣūn se puede distinguir claramente el influjo de determinados autores y tendencias doctrinales. En concreto, se señala la influencia del alfaquí y tradicionista Abū Bakr al-Ṭurṭūšī (m. 520/1126 en Alejandría) y de los juristas de la corriente šāficí, lo cual es coherente con la presencia de nuestro autor en Egipto. Y en cuanto a los maestros en sufismo, Ibn al-cArīf y el propio al-Gazālī parecen ser las referencias fundamentales.39 A ello podríamos añadir, evidentemente, la influencia de la escuela mālikí predominante en al-Ándalus y el Magreb, cuya obra principal (al-Muwaṭṭa’) es mencionada en el texto, así como de las doctrinas del šayj Abū Madyan, según los datos ya expuestos, por no señalar directamente a los maestros con los que al-Ṣadafī se formó, siguiendo su propio relato.

37 Cf.

J. M. Vizcaíno Plaza, «Las obras de zuhd en al-Andalus», AlQanṭara, vol. 12, 2 (1991), pp. 427-428 y Y. Casewit, The Mystics of al-Andalus: Ibn Barrajān and Islamic Thought in the Twelfth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 2017, p. 32. Véase también lo dicho en la nota 48 de la traducción. 38 Cf. R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 545 y F. Rodríguez Mediano, «Biografías almohades», pp. 174-177. En el caso del Iḥyā’, nótese, además, que uno de los centros más importantes para la difusión de esta obra fue precisamente la ciudad de Qinā; véase H. Ferhat, «Étude et analyse», pp. 19 y 21. 39 Ibidem, pp. 14-15 y 19-20.

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Descripción de sus contenidos Desde el punto de vista formal y estilístico, en el texto predomina el uso de una bella prosa rimada, en la que al-Ṣadafī intercala esporádicamente algunos versos que ha oído recitar a los protagonistas de sus relatos. Al mismo tiempo, dado que no estamos ante un tratado de carácter doctrinal, nuestro autor escribe con un lenguaje desprovisto del léxico técnico tan característico de los manuales sufíes, con alguna excepción aislada y puesta en boca de los santos.40 Así pues, podemos decir que los intrincados conceptos filosóficos y místicos que impregnan la literatura sufí oriental están prácticamente ausentes en al-Sirr al-maṣūn.41 En la versión que nos ha llegado, el tratado contiene las noticias y anécdotas de treinta y nueve santos, varios de ellos anónimos. Al-Ṣadafī siempre nos habla de personajes que le son contemporáneos, a los que ha conocido personalmente o de quienes ha oído hablar. Es por ello que la obra constituye una suerte de «diario hagiográfico»42 que abarca sus encuentros y noticias en la península ibérica, el Magreb, Egipto y el Ḥiŷāz. El conjunto del texto está dividido en cinco secciones sin numerar. En la primera de ellas, el autor incluye a los ulemas, juristas y santos que conoció «en tierras del Magreb», refiriéndose mayormente a al-Ándalus. Es la sección más extensa de la obra e incluye la biografía de nueve personajes con nombre propio. Entre ellos está una de las pocas autoridades conocidas por otras fuentes, el cadí Ibn Masarra al-Yaḥṣubī (m. 552/1157), con quien al-Ṣadafī se encontró personalmente (n.º 6). En su correspondiente apartado encontramos la información más temprana que nos ha llegado sobre este cadí cordobés, así como los primeros y únicos 40 Por

ejemplo, vid. infra, nota 43 de la traducción. Cherif, «Quelques aspects», p. 79. De hecho, en el texto tampoco encontramos el uso de los términos «sufismo» o «sufí», en lo cual coincide con otros tratados del género hagiográfico occidental, como el ya citado alMustafād de al-Tamīmī; cf. R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 59 y E. Geoffroy, «La aparición de las sendas», p. 66. 42 Hagiographical journal (ár. kunnāš), en palabras de F. Meier, «Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 430. 41 M.

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dichos que se le atribuyen, supuestamente escritos en una misiva dirigida a uno de sus discípulos. La segunda sección es también la segunda más extensa. En ella, nuestro autor habla de los devotos (al-cubbād) y ascetas (alzuhhād) de la misma región (bilād al-Magrib), es decir, hombres piadosos que no han recibido una educación teológica especial, en su mayoría procedentes de al-Ándalus. Son siete los personajes citados, cuyos nombres recuerda. En estas dos primeras secciones, los relatos destacan por su realismo y viveza: al-Ṣadafī retrata animadas escenas de calles, zocos y jardines, disputas violentas, episodios de ŷihād, razias cristianas, etc. En medio de esas escenas, también destaca la curiosidad desmedida que guía a nuestro autor: sigue a los santos sin que estos se percaten, los aborda por sorpresa, perturba sus retiros espirituales y les lanza preguntas atrevidas. En la tercera sección de la obra, al-Ṣadafī refiere las anécdotas que le han transmitido personas de confianza sobre personajes de aquellas mismas regiones. Es el capítulo más breve de la obra y consta de los hechos carismáticos y milagrosos protagonizados por seis personas, todas ellas anónimas, a excepción del célebre santo marroquí Abu Yaczà (n.º 22), de quien igualmente nos brinda la información más temprana, si bien sorprende su aparente desinterés por conocerlo en persona. La cuarta sección está consagrada a los ulemas y santos con los que al-Ṣadafī se encontró durante su estancia en Egipto. Son once los personajes referidos en este capítulo, la mayoría anónimos y objeto de breves noticias, aun cuando al-Ṣadafī dice haber conocido personalmente a varios de ellos. Nuestro autor muestra, en esta ocasión, una actitud diferente a la de sus etapas anteriores, su curiosidad parece haber disminuido y ya no lo vemos buscar o abordar a los protagonistas de los milagros. Por otra parte, algunas de las anécdotas que incluye en esta sección se deben al testimonio de terceras personas, destacando principalmente las apariciones de los «sustitutos» o abdāl. En la quinta y última sección, al-Ṣadafī menciona a los santos que conoció en la región del Ḥiŷāz, concretamente, cinco perso­ najes cuyo nombre completo nos da a conocer. Entre ellos, destaca un personaje al que llama «al-Mutalaṯṯim» («el que se cubre el rostro con el liṯām»), un príncipe almorávide instalado en La Meca

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que se dedica a entregar en limosna cuantos bienes y ofrendas recibe del extranjero (n.º 38). Durante su estancia en el Ḥiŷāz, al-Ṣadafī frecuentó la compañía de este noble y, tras regresar a Egipto, se mantuvo en contacto con él por escrito. Estas partes consagradas a los santos y ascetas de Oriente son menos pintorescas; al-Ṣadafī describe a los personajes con menor detalle y, en la mayoría de ocasiones, tampoco revela sus nombres ni los de sus informantes. Al-Ṣadafī recoge varias de estas anécdotas conversando con sus semejantes en las mezquitas, no preocupándose por conocer a los protagonistas de los relatos. La obra concluye con una biografía suplementaria, que en rigor debería incluirse en la cuarta sección, dedicada a un asceta llamado cAbd Allāh al-Rudaynī, a quien al-Ṣadafī dice visitar en una mezquita a las afueras de al-Fusṭāṭ. No le atribuye ningún acto carismático en concreto, sino que lo describe como una persona de innumerables méritos. Al escribir sobre este personaje, nuestro autor emplea un estilo diferente al del resto de la obra, más estético y ornamentado, lo cual nos sugiere que al-Rudaynī pudo ser uno de sus maestros más estimados. Como puede apreciarse, la parte dedicada a los santos del Magreb ocupa más de la mitad de la obra. Si aceptamos, de nuevo, que al-Ṣadafī redactó su tratado en Egipto, el predominio de las noticias y anécdotas sobre santos originarios del Magreb y al-Ándalus, desconocidos en Oriente, podría estar indicándonos el verdadero propósito de la obra, coincidiendo en ello con otras hagiografías magrebíes redactadas en la época.43 Mientras que en Oriente ya se conocían varios tratados hagiográficos importantes a principios del siglo xi, en el extremo occidental del mundo islámico esta clase de obras no apareció hasta la segunda mitad del siglo xii. Tal carencia implicaba un cierto desconocimiento del sufismo andalusí-magrebí entre los musulmanes orientales y, en consecuencia, la noción de que por aquellas regiones no existía una corriente mística importante ni había santos dignos de mención. Convencidos de su alto nivel espiritual, del gran valor de sus santos 43 Incluso

en la parte de los santos con los que al-Ṣadafī se encontró en Egipto, echamos de menos algunos nombres ya célebres en su época y en las localidades que frecuentaba; véase H. Ferhat, «Étude et analyse», p. 14.

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y de la importante tradición iniciática extendida en sus tierras, los autores magrebíes respondían a esa falta de reconocimiento mediante la elaboración de sus propias hagiografías. Se sabe que tal fue el caso, por ejemplo, de la Risālat Rūḥ al-quds de Ibn cArabī o del Tašawwuf ilà riyāl al-taṣawwuf de Ibn al-Zayyāt al-Tādilī (m. 627/1229).44 La obra de al-Ṣadafī parece compartir el mismo objetivo, esto es, afirmar la existencia de un sufismo propiamente andalusí-magrebí y reivindicar la grandeza de sus santos y maestros. En ese sentido, la aparición de esta voluntariosa tendencia magrebí en la literatura hagiográfica se ha interpretado como fruto del contexto político y religioso instaurado por almo­ rávides y almohades, en ambos casos movimientos religiosos con un elevado componente de carácter étnico o regional, del cual habrían participado estos autores.45 4. SUFISMO, SANTIDAD Y MILAGROS EN LA OBRA Una caracterización detallada del sufismo andalusí en la época de nuestro autor rebasaría con mucho los objetivos que nos hemos trazado para este estudio preliminar. Sin embargo, en líneas muy generales y merced a los datos expuestos en los apartados anteriores, podemos decir que el sufismo retratado en al-Sirr almaṣūn se encuadra en la etapa final del dominio almorávide y, sobre todo, en plena época almohade (siglos xii-xiii). El periodo de ambos imperios norteafricanos ha sido definido como el del incipiente florecimiento de las corrientes místicas andalusíes. Con los almorávides en el poder, surgió la figura del ulema o sabio sufí, un nuevo modelo de autoridad religiosa que entraba en conflicto con los alfaquíes y ulemas vinculados al Gobierno, lo cual desembocó en la conocida persecución de las principales figuras sufíes por parte de la autoridades almorávides, incluyendo 44 H.

Ferhat, Le Maghreb aux xiième et xiiième siècles, p. 16; H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», pp. 23 y 25; A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», pp. 8, 10 y 33 y R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 210. Sobre estas dos obras, vid. supra, notas 2 y 4. 45 V. J. Cornell, The Realm of the Saint, p. 96 y J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, pp. 34-35.

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la quema de libros como el Iḥyā’ culūm al-dīn de al-Gazālī .46 La posterior época de los almohades fue, sin duda, la de mayor esplendor del misticismo andalusí y la más relevante para una precisa contextualización del tratado de al-Ṣadafī. El maestro sufí ejercía entonces una influencia innegable tanto a nivel popular como institucional, y, por su prestigio social, los almohades trataban de ganarse el favor y la estima de los santos, en un apoyo que acabó siendo mutuo.47 Con todo, en al-Sirr al-maṣūn no ob­ servamos una posición clara de su autor, ya sea favorable o contraria, con respecto a las esferas de poder, como trataremos de ilustrar más adelante. En esa época, podría decirse que el fenómeno de la santidad era universal, no estaba reservada a una zona geográfica concreta ni pertenecía a una familia o a un tipo determinado de personas. Al igual que en las hagiografías de al-Tamīmī, al-Tādilī e Ibn cArabī, los santos biografiados en la obra de al-Ṣadafī proceden de todas las regiones y pertenecen a todas las clases sociales:48 ocupan puestos de relevancia en los ámbitos religioso y político o tienen trabajos modestos, pueden ser jóvenes, adultos o ancianos y, aunque suelen hacer gala de una considerable erudición, también los hay incultos o analfabetos.49 Como ya adelantamos, al-Ṣadafī no presta atención a las fechas de nacimiento o fallecimiento de los santos, y tampoco suele dar importancia a sus orígenes étnicos, tribales o geográficos, ni a su eventual lugar de residencia.50 Estos 46 Cf. A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», p. 62; H. Ferhat, Le Maghreb aux xiième et xiiième siècles, p. 141; F. Rodríguez Mediano, «Biografías almohades», p. 177; y M. Fierro, «Opposition to Sufism in al-Andalus», en Frederick de Jong y Bernd Radtke (eds.), Islamic Mysticism Contested: Thirteen Centuries of Controversies and Polemics, Leiden, Brill, 1999, p. 206, con algunos matices sobre las causas que llevaron a esta persecución. 47 V. J. Cornell, Realm of the Saint, p. 112; H. Ferhat, Le Maghreb aux xiième et xiiième siècles, p. 69, n. 17; R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 192 y A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», pp. 32-33. 48 Cf. H. Ferhat, Le Maghreb aux xiième et xiiième siècles, p. 16 y H. Fer­ hat y H. Triki, «Hagiographie et religion», p. 41. 49 Una tipología más detallada de los santos biografiados en al-Sirr al-maṣūn se encontrará en el citado trabajo de M. Cherif, «Quelques aspects». 50 Incluso en los pocos casos en los que se vincula a los biografiados el nombre de alguna localidad, las anécdotas que protagonizan parecen ocurrir en lugares distintos; vid. infra, nota 46 de la traducción.

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se encuentran en ciudades, aldeas, desiertos y playas. Si acaso, en la obra únicamente puede echarse en falta el protagonismo de alguna mujer entre los biografiados, lo cual seguramente se deba al número limitado de personajes que abarca. Sea como fuere, nuestro autor suele iniciar cada hagiografía con una breve relación de los méritos y virtudes espirituales del personaje en cuestión y, en su caso, de su bagaje intelectual y ocupación principal. Es destacable el papel que desempeñan los jóvenes en algunas de las biografías del texto. Así, dos de los protagonistas dan señales de santidad siendo aún niños de corta edad (n.os 9 y 15); y en otros relatos, los protagonistas se encuentran con jóvenes anónimos que ya han alcanzado el grado místico supremo y cuyo papel de iniciadores es determinante en el destino del santo prin­ cipal, para después desaparecer misteriosamente (n.os 7, 8, 14 y, especialmente, n.º 10, donde un joven llamado Huḏayl, ya famo­ so por sus actos milagrosos, cura de lepra al protagonista de la biografía). Casi todos los santos descritos en la obra tienen algún tipo de trabajo u ocupación, principalmente relacionado con el dominio o la enseñanza de las ciencias islámicas tradicionales, y solo en unos pocos casos encontramos personajes que parecen vivir en la pobreza. En general, los sufíes de la época concedían una gran importancia al trabajo y consideraban reprobable vivir del esfuerzo ajeno. El ascetismo no implica, por tanto, que quienes siguen esta vía deban carecer de medios para ganarse la vida; al contrario, esto se considera otra prueba de su humildad.51 Un claro ejemplo de tal actitud lo encontramos en las palabras del cadí Ibn Masarra al-Yaḥṣubī (n.º 6) citadas en la obra, donde exhorta a uno de sus discípulos a procurarse el sustento mediante el trabajo y a no vivir de la caridad o del prestigio religioso. En este sentido, como decimos, la ciencia y el conocimiento están muy presentes a lo largo de todo el tratado. Un buen número de los personajes biografiados son expertos en jurisprudencia, recitación coránica y ciencias del hadiz, materias que imparten 51 Cf. A.

Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», p. 296; M. Marín, «­Zuhhād de al-Andalus (300/912-420/1029)», Al-Qanṭara, vol. 12 (1991), p. 449; M. Cherif, «Quelques aspects», p. 73 y H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», p. 42.

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al público. Incluso podemos hablar de algunas autoridades intelectuales de la época. Diversos estudios señalan que la figura del santo jurista es bien común en las hagiografías magrebíes de esta época. También lo es la del santo tradicionista, cuya sabiduría en este campo le permite destacar en la imitación del Profeta y sus más píos seguidores. De este modo, los místicos se erigen como los auténticos transmisores de la espiritualidad profética, en contraste con los ulemas «exotéricos», quienes solo alcanzan a transmitir el aspecto más formal y superficial de las ciencias sagradas.52 Esta difusa frontera entre sabiduría y santidad, entre conocimientos adquiridos e inspirados, hace que a menudo no podamos distinguir claramente entre el santo y el sabio, así como entre su papel de iniciador espiritual o el de transmisor de las ciencias religiosas.53 Tanto al-Ṣadafī como el resto de hagiógrafos citados incluyen en sus obras a personajes de los que no se destacan hechos milagrosos: es por su condición de sabios excepcionales y por encarnar la autoridad de la ciencia sagrada por lo que aparecen en estas obras. En definitiva, su saber religioso constituye uno de los indicios de santidad, mientras que el analfabetismo se da en casos excepcionales, de los que seguramente el ejemplo más representativo sea el del célebre santo marroquí Abū Yaczà.54 Los santos de al-Sirr al-maṣūn reciben los apelativos ha­ bituales de walī y ṣāliḥ, y a menudo son directamente referidos como ascetas (zāhid; pl. zuhhād) o devotos (cābid; pl. cubbād).55 En su condición de maestros e iniciadores de la tradición mística, muchos de ellos aparecen rodeados de discípulos (ṣāḥib; pl. aṣḥāb) 52 Cf. R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, pp. 56 y 188-193; D. Urvoy, «The cUlamā’ of al-Andalus», en Salma Khadra Jayyusi (ed.), The Legacy of Muslim Spain, Leiden, E. J. Brill, 1992, pp. 866-867. 53 Esto mismo, según Vimercati Sanseverino (Fès et sainteté, p. 210), sería una de las causas de la tardía aparición de una literatura específicamente hagiográfica en el Magreb. 54 R. El Hour, «Reflexiones acerca de la formación intelectual de Abū Yaʽzà y al-Yuḥānisī: dos modelos de santidad en el Occidente Islámico medieval», Al-Qanṭara, 40, 1 (2019), pp. 108-118; R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, pp. 154, 455 y 485; M. Cherif, «Quelques aspects», pp. 71-73 y M. Fierro, «Opposition to Sufism», p. 194. 55 Cf. R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, pp. 481-482.

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—uno de ellos el propio al-Ṣadafī—, lo cual viene a confirmarnos que la institución de la ṣuḥba estaba bastante definida ya a finales del siglo xii, aun cuando no podemos hablar propiamente de órdenes sufíes hasta pasadas algunas décadas.56 Del mismo modo, este vínculo entre maestro y pupilo aparece expresado ocasionalmente en términos de servidumbre, de donde puede observarse que ciertos discípulos aparecen caracterizados como sirvientes (jādim; pl. juddām) de tal o cual santo (n.os 5, 6 y 10).57 Por su parte, la unión entre discípulos del mismo maestro —y también entre diferentes maestros— representa una suerte de hermandad espiritual, como puede apreciarse en la recurrencia de la expresión «hermano mío» (yā ajī) con la que suelen interpelarse los protagonistas de los relatos.58 Por último, al-Ṣadafī otorga 56 Nótese

que, en rigor, el apelativo ṣāḥib (pl. aṣḥāb) no tiene el significado de «discípulo, aprendiz», sino el de «compañero, acompañante, seguidor». A su vez, el término ṣuḥba, «compañía», no solo denota en este contexto la relación de un discípulo con su maestro, sino también el posible vínculo de compañerismo entre dos discípulos de un mismo o diferente maestro; véase D. Gril, «Introduction», pp. 42-43. En la época de nuestro autor, los místicos seguían las enseñanzas espirituales de varios maestros al mismo tiempo, mientras que con la práctica de la ṣuḥba, aún minoritaria y desorganizada, el discípulo dejaría de frecuentar a los diferentes santos para seguir las enseñanzas de un único maestro. Fue en el siglo xiii cuando la ṣuḥba adquirió un marcado carácter institucional y su práctica se impuso en las principales corrientes místicas, dando paso al posterior sistema de la ṭarīqa u orden sufí, más organizado y rígido; véanse A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», p. 26; R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, pp. 511-513; C. ­Addas, «Andalusī Mysticism and the Rise of Ibn cArabī», en Salma Khadra Jayyusi (ed.), The Legacy of Muslim Spain, Leiden, E. J. Brill, 1992, p. 910; E. Geoffroy, «La aparición de las sendas», p. 66; Y. Casewit, The Mystics of al-Andalus, p. 74 y D. Gril, «Introduction», p. 42. No obstante, algunos autores sugieren que la práctica de la ṣuḥba ya estaba firmemente consolidada a finales del siglo x en los círculos sufíes del Jorasán; véase J.-J. Thibon, «Adab et éducation spirituelle (tarbiya) chez les maîtres de Nīshāpūr aux iiie/ixe et ive/xe siècles», en Francesco Chiabotti, Eve Feuillebois-Pierunek, Catherine Mayeur-Jaouen, Luca Patrizi (eds.), Ethics and Spirituality in Islam: Sufi adab, Leiden-Boston, Brill, [2017], p. 119. 57 Cf. A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», pp. 103-104 y D. Gril, «Introduction», p. 41. 58 Cf. D. Gril, «Introduction», pp. 38 y 43, quien aclara que esta fraternidad (ujuwwa) entre los místicos puede deberse a su relación como discípulos de un mismo maestro, o bien a cualquier otra afinidad espiritual.

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notable relevancia al papel de los llamados «sustitutos» o abdāl, si bien este término está desprovisto del sentido técnico que adquiere, por ejemplo, en los textos hagiográficos del Magreb y, especialmente, en la obra de Ibn cArabī, donde se trata de personajes que ocupan un alto grado en la jerarquía sufí.59 En nuestra obra, el término abdāl se usa para designar simplemente a gente de extremada piedad, lo cual constituye uno de los rasgos más propiamente andalusíes de al-Sirr al-maṣūn, aun cuando todas las noticias sobre estos abdāl aparecen en los capítulos de anécdotas recogidas en Egipto y el Ḥiŷāz.60 Como acabamos de señalar, el apelativo utilizado para la mayoría de santos biografiados es el de zāhid o asceta. Esto se debe, como es bien sabido, a que en los primeros tiempos del misticismo magrebí la tendencia ascética fue la predominante.61 Sin embargo, ya hemos visto que este ascetismo no era incompatible con un estilo de vida común, con el dominio y la enseñanza de las ciencias islámicas tradicionales o, incluso, con el ejercicio de cargos públicos.62 De este modo, por un lado nos encontramos con ascetas que viven plenamente integrados en la sociedad y con una ocupación ordinaria, si bien su conducta es modélica y objeto de veneración; y por otro, con aquellos que viven apartados del mundo o que están en constante desplazamiento. En cualquier caso, el aislamiento absoluto de estos ascetas no suele ser la conducta general.63 Al contrario, en la mayoría de casos el santo No parece, por lo tanto, acertado interpretar que uno de los informantes de al-Ṣadafī fuera su hermano carnal; cf. M. Cherif, «Quelques aspects», p. 69, donde también se menciona al padre de nuestro autor, aludiendo a un pasaje del texto que no he conseguido localizar. 59 Cf. M. Chodkiewicz, Le Sceau des saints, pp. 129-130. 60 Cf. M. Marín, «Zuhhād de al-Andalus», p. 443 y A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», pp. 21 y 34. 61 A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», pp. 11-12 y R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 481. 62 A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», pp. 96-97 y M. Cherif, «Quelques aspects», p. 79. 63 A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», p. 111; R. Vimercati San­ severino, Fès et sainteté, p. 482; H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», p. 42; M. Cherif, «Quelques aspects», p. 71 y S. Andezian, «Argelia, Marruecos y Tunicia», en Alexandre Popovic y Gilles Veinstein (eds.), Las

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aparece como una persona cuyo modo de vida es relativamente normal y que trata de esconder su estado de cercanía a la divinidad.64 Ahora bien, uno de los tópicos que encontramos en la obra es el de los ascetas que entregan la mayoría o totalidad de sus posesiones a los pobres, si acaso quedándose con lo mínimo para subsistir, así como el de ciertas personas cercanas al poder, o que ejercen cargos públicos relevantes, que deciden renunciar a su posición acomodada para entregarse a una vida de espiritualidad y de incesantes peregrinaciones.65 La vida errante es también característica de los santos de esta época. Practicada por el mismo Abū Madyan, esta tendencia se observa en varios de los personajes citados por al-Ṣadafī, así como en su propia trayectoria vital. El místico itinerante (sā’iḥ) busca al maestro o maestros que lo inicien en el sendero durante su etapa de formación espiritual. Posteriormente, una vez alcanzado el grado de santidad, sus constantes desplazamientos pueden responder a la necesidad de encontrar un espacio en el que le sea reconocida su autoridad.66 Por otra parte, aunque el término concreto no se menciona en ningún pasaje del texto, la actitud adoptada por alguno de los santos biografiados parece corresponder a la de la tendencia llamada malāmatiyya, una conducta pública reprobable y contestataria con la que el santo, en realidad, trata de disimular su condición espiritual.67 Dado que al-Sirr al-maṣūn pertenece al género de la literatura hagiográfica, cabría esperar que el texto estuviera plagado de relatos sobre milagros y obras carismáticas. Sin embargo, los santos biografiados por al-Ṣadafī no solo se caracterizan sendas de Allah: las cofradías musulmanas desde sus orígenes hasta la actualidad, Barcelona, Edicions Bellaterra, 1997, p. 479. 64 R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 479 y M. Chodkiewicz, Le Sceau des saints, p. 220. 65 R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, pp. 56, 217 y 481. 66 Cf. H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», p. 41; H. Ferhat, Le Maghreb aux xiième et xiiième siècles, p. 63; J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, p. 110 y R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 184. 67 Vid. infra, nota 113 de la traducción. Consta que uno de los santos conocidos por al-Ṣadafī, el marroquí Abū Yaczà, adoptó este tipo de conducta; véase V. J. Cornell, Realm of the Saint, p. 69.

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por la realización de actos milagrosos —que discutiremos a continuación— o por el ascetismo. En muchos casos, es el énfasis en sus prácticas religiosas y manifestaciones de piedad lo que los distingue del resto de creyentes. En concreto, nos referimos a una excesiva y prolongada dedicación a actividades tales como la oración, la lectura y recitación del Corán o el ayuno, así como a los consabidos ejercicios espirituales y demás conductas de extraordinaria devoción.68 Uno de los aspectos más llamativos de los tratados hagiográficos es el de la relación de los santos con el poder. Tal cual aparece retratada en al-Sirr al-maṣūn, dicha relación es compleja, ambigua y difícil de interpretar en un único sentido.69 Por un lado, el abuso de poder y la violencia de los gobernantes y sus subordinados parecen un tópico en la obra, lo que presentaría un claro antago­ nismo entre los santos y los agentes del poder. En ciertos pasajes, tales abusos se manifiestan en el terreno fiscal (n.os 8, 12 y 36), lo cual supone otro de los tópicos más recurrentes de este tipo de literatura, el de los recaudadores de impuestos como opresores de la comunidad musulmana.70 Los milagros de los santos res­ 68 M.

Marín, «Zuhhād de al-Andalus», pp. 446-450; H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», p. 42; M. Fierro, «Opposition to Sufism», p. 175; R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 508 y V. J. Cornell, Realm of the Saint, pp. 4-5 y 110, quien interpreta este «heroísmo piadoso» como resultado de la perspectiva ética propia de la escuela mālikí y de su énfasis en la estricta complementariedad entre fe y praxis religiosa. El mismo Cornell, al hablar de los santos biografiados en el Tašawwuf de al-Tādilī, los describe como «people who follow the prescriptions of Islamic law to a degree far surpassing that of the ordinary believer». 69 En su estudio sobre el misticismo andalusí de las épocas almorávide y almohade, Addas («Andalusī Mysticism», p. 924) define tres tipos de actitud adoptadas por los santos con respecto a quienes detentaban el poder temporal: (1) alejamiento absoluto; (2) relación cordial con el objeto de controlar, mediar y orientar; y (3) relación distante que les permite censurar, tanto en privado como públicamente, las conductas inapropiadas de los príncipes, así como incitarlos a obrar según los dictados de la ley islámica. Para el caso concreto de al-Sirr al-maṣūn, Cherif («Quelques aspects», pp. 74-76) señala que la relación entre los santos y el poder se presenta de dos maneras: una relación tensa y casi antagónica, y otra más bien caracterizada por el entendimiento y el compromiso mutuo. 70 F. Rodríguez Mañas, «Hombres santos y recaudadores de impuestos en el occidente musulmán (siglos vi-viii/xii-xiv)», Al-Qanṭara, vol. 12, 2 (1991),

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ponden, por tanto, a dichas situaciones de injusticia, y aquellos poderosos que obran injustamente reciben su merecido en forma de insufribles tormentos, enfermedades bruscas y, en ocasiones, hasta la muerte.71 Entre los sufíes, la tendencia general es seguir el sendero místico alejado de los medios de poder (al-inqibāḍ can al-sulṭān),72 por lo que vemos algunos casos en los que se rechazan cargos como el de cadí principal, o que, cuando se aceptan, es por la fuerza y a regañadientes (n.º 6), pues de tal responsabilidad habrán de rendir cuentas el Día del Juicio (n.º 32). Incluso vemos a algún príncipe renunciar a su posición social y a sus bienes para llevar una vida de ascetismo (n.º 38). Por otro lado, para algunos santos, el alejamiento del poder no debe ser absoluto, por lo que cultivan la amistad de los príncipes o se benefician de sus favores para ayudar a los más necesitados. Es, por tanto, un papel también de intercesión el que ejercen, explotando de esta manera el prestigio de su santidad para tal tarea. En este contexto es donde observamos a ciertos santos ejerciendo todo su poder y autoridad, hasta el punto de que son los príncipes quienes acaban pidiendo perdón y arrepintiéndose por sus excesos y conductas pecaminosas.73 Este acercamiento se produce, igualmente, por iniciativa de los poderosos, pues es destacable la cantidad de santos biografiados por al-Ṣadafī de quienes se afirma que eran enormemente res­ petados y venerados por la clase gobernante. Numerosos príncipes trataban de procurarse la bendición de aquellos maestros místicos y no tomaban ninguna decisión importante sin antes pedir su consejo u obtener su aprobación (n.os 1, 4, 5, etc.). De esta manera, se nos muestra la autoridad terrenal —y temporal— de los mo­ p. 472 y H. Ferhat, Le Maghreb aux xiième et xiiième siècles, pp. 128, 134, 136 y 141. No obstante, una de las anécdotas recogidas por al-Ṣadafī nos presenta a cierto santo intercediendo por uno de estos agentes fiscales (n.º 12); véase F. Rodríguez Mañas, «Hombres santos y recaudadores de impuestos», p. 486. 71 R. El Hour, Las sociedades del Magreb, p. 113. 72 Y. Casewit, The Mystics of al-Andalus, pp. 28 y 113 y, especialmente, M. Marín, «Inqibāḍ ‘an al-sulṭān: 'ulamā' and Political Power in al-Andalus», Saber religioso y poder político en el Islam. Actas del Simposio Internacional, Granada, 15-18 octubre 1991, Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional, 1994, pp. 127-139. 73 H. Ferhat y H. Triki, «Hagiographie et religion», p. 42.

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narcas realmente subordinada a la autoridad espiritual de los santos.74 Por último, uno de los aspectos fundamentales, si no el que más, para el estudio de la literatura hagiográfica es, evidentemente, el de los actos milagrosos. Frente a los milagros de los profetas (mucŷizāt), aquellos que les son atribuidos a los santos reciben el nombre de karāmāt. Se trata de carismas que Dios concede a sus elegidos para «honrarlos» y confirmar su piedad,75 idea que encontramos claramente expresada en el título de la obra. En líneas generales, los estudios dedicados a la hagiografía musulmana señalan que los milagros obrados por santos pueden dividirse, grosso modo, en dos categorías, división perfectamente aplicable a nuestro texto.76 En concreto, se habla de los llamados «milagros epistemológicos» o de conocimiento, frente a los mila­ gros de poder sobrenatural.77 Los milagros epistemológicos son aquellos orientados al conocimiento de lo esotérico y lo oculto, o bien, que implican una extraordinaria perspicacia e intuición por parte del santo. Ello incluye adivinar el pensamiento, conocer hechos ignorados por el resto de personas, predecir el futuro o ser instruido por visiones en las que aparecen el Profeta, sus compañeros, los santos o los ángeles. Tales visiones suelen producirse en sueños, pero también en estado de vigilia. Del mismo modo, a esta categoría pertenecen las extraordinarias habilidades para el aprendizaje y la enseñanza de las ciencias religiosas. Por su parte, los milagros de poder implican el control sobre las personas, los animales y los elementos naturales. En esta categoría encontramos motivos hagiográficos bien conocidos y, 74 Cf.

D. Gril, «Introduction», pp. 69-70. Fierro, «The Polemic About the Karāmāt», p. 240; J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, p. 96 y R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 58. 76 Una excelente y más detallada tipología de las karāmāt puede encontrarse en D. Gril, «Introduction», pp. 57 y ss. 77 Cf. J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, p. 99; B. Boloix Gallardo, Prodigios del maestro sufí Abū Marwān al-Yuḥānisī de Almería: Estudio crítico y traducción de la Tuḥfat al-mugtarib de Aḥmad al-Qaštālī, Madrid, Mandala, 2010, p. 63; R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 425 y A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», p. 109. 75 M.

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seguramente, comunes en otras tradiciones religiosas: curación de enfermedades, victorias épicas sobre los enemigos, caminantes sobre las aguas, etc. En general, estos milagros ilustran mejor el papel social del santo. En las hagiografías magrebíes predominan los milagros epistemológicos, en coherencia con la estrecha relación existente entre santidad y conocimiento, previamente discutida.78 Sin em­ bargo, en al-Sirr al-maṣūn ambos tipos de milagros aparecen en una proporción pareja, quizá destacando ligeramente los que corresponden a la segunda categoría. No obstante, el tratado de al-Ṣadafī comparte con otras obras del mismo género su credulidad respecto a la narrativa de los milagros: aunque sus informadores son para él gente digna de confianza, nuestro autor refleja una cierta falta de actitud crítica ante el fenómeno taumatúrgico, y ello a pesar de su extrema curiosidad por el mismo.79 En cualquier caso, muchos de los milagros que relata son poco impresionantes en comparación con los que la literatura hagiográfica tardía produjo.80 Las apariciones de al-Jaḍir, bien en sueños o en estado de vigilia, son otros de los motivos hagiográficos comunes en este tipo de obras. Iniciador por excelencia de los santos, los encuentros con este legendario personaje son tenidos por uno de los mayores signos de santidad.81 Sin embargo, en al-Sirr al-maṣūn es remar­ cable que al-Jaḍir parece ser bastante más accesible a como lo describen otras fuentes, se muestra como un santo más al que se ve en diferentes regiones, con el que se puede hablar fácilmente o encargarle un mensaje, y hasta él mismo pide que se ruegue a Dios por su alma (n.os 13, 14 y 36). Lamentablemente, ninguna 78 V. J. Cornell, Realm of the Saint, p. 275; J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, pp. 40-41 y B. Boloix Gallardo, Prodigios del maestro sufí, pp. 63-64. 79 F. Meier, «Ṭāhir al-Ṣadafī’s», pp. 431-432. 80 Cf. R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 182. 81 Vid. infra, nota 23 de la traducción; H. Ferhat, Le Maghreb aux ­xiième et xiiième siècles, pp. 41-50; D. Gril, «Introduction», p. 67 y H. Elboudrari, «Entre le symbolique et l’historique: Khadir im-mémorial», Studia Islamica, vol. 76 (1992), pp. 36-38.

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de las noticias recogidas por al-Ṣadafī incluye su descripción física. Uno de los aspectos relevantes de la santidad que hemos subrayado previamente es el empeño de los místicos por presentarse en público como personas normales y disimular su condición espiritual. El santo oculto es uno de los temas favoritos de la hagiografía musulmana, pues corresponde al más alto grado de la jerarquía iniciática; en el contexto de los milagros, la ocultación es también la actitud preferida por algunos de sus protagonistas. Al-Ṣadafī incluye algunas anécdotas en las que los santos piden a los testigos de sus acciones milagrosas que no las relaten a nadie, al menos hasta después de su muerte (n.os 1, 11 y 25). No pasa inadvertido que este secretismo de los santos implica una cierta contradicción, dado que los milagros son la prueba más fehaciente de su cercanía a la divinidad, están en relación directa con su papel social y, en consecuencia, de ellos depende, en buena medida, su reconocimiento público. Sin embargo, la ocultación de los milagros podría estar reflejando la persistencia en aquella época de ciertas voces críticas entre algunos sectores de la ortodoxia islámica con respecto a este controvertido fenómeno, al tiempo que serviría a los santos como prueba de su gran humildad.82 Con todo, el reconocimiento popular de los santos es al final evidente por la magnífica concurrencia que suele caracterizar sus entierros. Esta es precisamente una de las singularidades más destacadas de la obra: el interés que se muestra por las exequias de los santos biografiados, en las que suelen producirse hechos milagrosos, de modo que casi se convierten en el momento que certifica la santidad del fallecido. Al-Ṣadafī trata de acudir a los 82 M. Fierro, «The Polemic About the Karāmāt», pp. 239-240 y 249; F. Rodríguez Mediano, «L’amour, la justice et la crainte dans les récits hagiographiques marocains», Studia Islamica, vol. 90 (2000), p. 88; J. J. Sánchez Sandoval, Sufismo y poder, pp. 63, 97-98; M. Marín, «Zuhhād de al-Andalus», p. 451; A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», pp. 40 y 107; D. Gril, «Introduction», pp. 59 y 79 y R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, p. 158, quien ve en todo ello una de las posibles causas para explicar la escasa información disponible sobre santos magrebíes de los siglos precedentes a la época de nuestro autor.

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entierros de aquellos santos a los que ha frecuentado, y cuando ello no le es posible, a menudo recibe noticias de los hechos maravillosos acaecidos en los mismos (n.os 1, 2, 5, 9, 11, 25 y 34). Por todo lo dicho, podemos concluir afirmando que al-Sirr al-maṣūn constituye una valiosísima fuente de información sobre los ascetas y místicos de al-Ándalus y el Magreb, su espiritualidad, su vida cotidiana, su vestimenta y su alimentación,83 además de contener las únicas noticias disponibles de un buen número de santos del siglo xii.

83 Sobre este último aspecto, véase R. El Hour, «La alimentación de los sufíes-santos en las fuentes hagiográficas magrebíes. El caso de Marruecos», en Manuela Marín y Cristina de la Puente (eds.), El banquete de las palabras: la alimentación de los textos árabes, Madrid, Consejo Superior de Investrigaciones Científicas, 2005, pp. 207-235.

CRITERIOS DE EDICIÓN

Como se mencionó previamente, el texto de al-Sirr al-maṣūn, en la versión que nos ha llegado, ya fue editado en el año 1998 por Halima Ferhat. Por un lado, el hecho de haber basado su edición en un único manuscrito —Berlín, Sprenger 127b (= Ahl­ wardt, nº 2569)—, y por otro, las deficientes características del mismo tal cual son descritas por la editora aconsejaban la realización de una nueva edición basada en el cotejo de manuscritos diferentes, toda vez que el consultado por Ferhat no es un codex unicus, como llegó a afirmarse. Hemos tenido presente el texto editado por Ferhat, pero nuestra edición se basa exclusivamente en el cotejo de los siguien­ tes tres manuscritos:84 * Manuscrito A (Alepo): Al-Maktaba al-cUṯmāniyya bi-Ḥalab, n.º 160 Es el manuscrito registrado por Brockelmann como RAAD XII, 473.85 Volumen de 289 folios que contiene el Tawṯīq curà 84 De nuevo, las deficientes características del manuscrito de Berlín, así como el hecho de haber sido ya editado, son los motivos principales por los que nosotros hemos decidido descartarlo en la elaboración de nuestra edición crítica. 85 C. Brockelmann, GALS, vol. 2, p. 101. La signatura hace referencia al artículo de Muḥammad Rāgib al-Ṭabbāj, «Majṭūṭāt al-Madrasa al-cUṯmāniyya bi-Ḥalab», Revue de l’Academie Arabe de Damas-Maŷallat al-Maŷmac al-cIlmī al-cArabī, vol. 12 (1932), pp. 470-477, donde el manuscrito en cuestión aparece brevemente descrito en la p. 473.

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al-īmān, con algunas lagunas, donde al-Sirr al-maṣūn ocupa los fols. 222v-261v, con el fol. 224r en blanco. Está fechado en el año 722 h., es decir, aún en vida del autor (Ibn al-Bārizī), y fue leído ante él mismo en el año 733 h., según el certificado de audición que aparece en el margen del fol. 261v. Por tanto, parece tratarse de la copia más antigua conservada de esta obra, y es precisamente por su antigüedad por lo que hemos elegido este manuscrito como base para la edición. Escrito en letra nasjī de tamaño grande, con encabezamientos en tinta roja, cada página contiene veintiuna líneas de escritura. Fue copiado por cAlī b. Ŷumca b. Abī al-Ḥasan al-Šāficī al-Hilālī al-Ḥamawī. Hemos podido acceder a este manuscrito a través de copia microfilmada que se conserva en la Maktabat al-Asad al-Waṭaniyya de Damasco. * Manuscrito B (Estambul): Murat Molla Halk Kütüphanesi, n.º 368 Creemos que se trata del segundo volumen del manuscrito registrado por Brockelmann como Dāmādzāde 367.86 Volumen de 156 folios que contiene la segunda parte del Tawṯīq curà al-īmān, donde al-Sirr al-maṣūn ocupa los fols. 82r-116r. Sin fechar, está escrito en una bella letra nasjī de gran tamaño, con encabezamientos en tinta roja. Cada página contiene veintiuna líneas de escritura. No consta el nombre del copista.87 * Manuscrito C (Akseki, Antalya): Yeğen Mehmet Paşa, n.º 173 Volumen de 290 folios, con los dos primeros sin numerar, y que contiene el Tawṯīq curà al-īmān completo, donde al-Sirr almaṣūn ocupa los fols. 244v-266r. 86 Véase

nota anterior. agradecer al profesor Mustafa Yavuz el haberme facilitado el acceso a este manuscrito. 87 Debo

Criterios de edición

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Sin fechar, está escrito en una cuidada letra nasjī de pequeño tamaño, con encabezamientos en tinta roja. Cada página contiene veintinueve líneas de escritura. En unos pocos casos, las palabras aparecen divididas al cambiar de renglón. Tampoco conocemos el nombre del copista. Al cotejar los tres manuscritos, hemos marcado las variantes utilizando las siguientes abreviaturas en las notas a pie de página: — — — —

om.: manuscrito omite… add.: manuscrito añade… marg.: manuscrito añade al margen… incert.: lectura incierta.

Con el objeto de no sobrecargar el aparato crítico, en el caso de las frases que siguen a la mención de Dios, del Profeta, de diferentes autoridades o de determinados lugares, hemos preferido obviar las muchas variantes, omisiones y adiciones que se dan en los manuscritos, optando siempre por la lectura del manuscrito base. Con el mismo propósito y criterio, también obviamos todas las variantes que se dan en el uso de la conjunción copulativa wa- por fa- y viceversa; en estos casos también seguimos al manuscrito base. Los tres manuscritos omiten los puntos diacríticos de algunas palabras, lo cual podría deberse a una lectura dudosa por parte del copista. Solo en los casos que hemos considerado más significativos reflejamos estas variantes en el aparato crítico. Por otra parte, nuestras intervenciones en el texto se limitan a las siguientes: — Restituimos la hamzat al-qaṭc, totalmente ausente en los manuscritos, en todas las palabras que llevan dicho grafema en escritura moderna. — Resaltamos las citas coránicas en negrita y entre paréntesis ornamentados. — Las citas de hadices aparecen en negrita y entrecomilladas. — Entre corchetes añadimos una numeración para las per­ sonas biografiadas, aun en los casos en los que se trate de personajes anónimos, y en esto seguimos el mismo

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criterio de la edición realizada por H. Ferhat, coincidiendo también con su numeración. — Con el objeto de ofrecer una mejor presentación del texto, lo hemos dividido en párrafos que marcan el inicio de cada biografía o nueva anécdota, cuidando de no alterar en ningún caso el hilo argumental de los relatos o el estilo propio del autor. Dadas las características formales de la obra, su estilo ornamentado y el empleo constante de la prosa rimada por parte de su autor, hemos considerado preferible no incluir signos de puntuación en el texto editado, pues consideramos que tal criterio —aun siendo práctica habitual en las ediciones científicas de manuscritos— nos habría obligado a tomar multitud de decisiones subjetivas y, de esta manera, a correr el riesgo de alterar el sentido original del texto o desvirtuar su estilo. No obstante, confiamos en que tal decisión no supondrá un obstáculo para la lectura fluida y la comprensión del texto a los investigadores interesados por esta obra, como no lo fue para sus destinatarios originales en la época en que fue redactada.

CRITERIOS DE TRADUCCIÓN

Al igual que ocurría con la edición, ya hemos mencionado que de al-Sirr al-maṣūn existe una traducción alemana a cargo de Fritz Meier, publicada en 1984, a partir de la cual se publicó una versión inglesa quince años después. De hecho, la traducción alemana de Meier es previa a la edición de Ferhat, si bien ambos trabajos se basan en el mismo manuscrito de Berlín, con todas las dificultades y deficiencias que ello implica. Mientras que Meier dedicó un buen número de notas a documentar los motivos y tópicos hagiográficos que aparecen en la obra de al-Ṣadafī, nosotros nos hemos limitado a reseñar en nuestras notas los datos concernientes a los personajes y lugares mencionados, documentar algunas de las anécdotas relatadas y ubicar las citas del Corán y el Hadiz en sus respectivas fuentes. En la traducción de las aleyas coránicas hemos seguido las versiones castellanas de Julio Cortés88 y Abdel Ghani Melara Navío.89 Para las diferentes citas textuales, empleamos los siguientes criterios de formato y entrecomillado: — Comillas inglesas (“ ”) y cursiva para las citas coránicas. 88 El

Corán: texto árabe de la edición oficial patrocinada por el rey Fuad I de Egipto. El Cairo, 1923, ed. y trad. de Julio Cortés, Barcelona, Herder, 1999. 89 El noble Corán y su traducción-comentario en lengua española, trad. de Abdel Ghani Melara Navío, al-Madīna al-Munawwara, Muŷammac al-Malik Fahd li-ṭibācat al-Muṣḥaf al-Šarīf, 1417 h.

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— Comillas inglesas y redonda para las citas de hadices. — Comillas latinas (« ») y redonda para las narraciones en estilo directo. De haber otras citas textuales dentro de estas narraciones, la secuencia de entrecomillado es la siguiente: « “ ‘ ’ ” ». Aun teniendo presente la traducción de Meier —en su versión inglesa—, la edición que hemos preparado nos ha permitido realizar una traducción más fiable del texto. Por otra parte, mientras que Meier realizó una traducción bastante libre, que él mismo calificó de mero «sumario de contenidos», la nuestra es una traducción más literal y fiel al texto original, en la que hemos querido reflejar, en la medida de lo posible, el lenguaje y estilo propio del autor, tan característico de la literatura hagiográfica.

TRADUCCIÓN ESPAÑOLA

[FOL. 222V] CAPÍTULO QUINTO [SOBRE LOS MILAGROS DE LOS SANTOS] DEL LIBRO EL SECRETO PRESERVADO SOBRE LA DISTINCIÓN CON QUE LOS MÁS DEVOTOS SON HONRADOS OBRA DE: ṬĀHIR B. MUḤAMMAD B. ṬĀHIR AL-ṢADAFĪ AL-ANDALUSĪ (DIOS SE APIADE DE ÉL)

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MENCIÓN DE LOS ULEMAS Y SANTOS QUE ENCONTRÉ EN TIERRAS DEL MAGREB [1.-] El alfaquí Abū l-Rabīc Sulaymān b. Yaḥyà al-Ŷazūlī al-Maṣmūdī1 Se había inclinado por este mundo (al-dunyā) y había obtenido en él un enorme poder e influencia, siendo emir de su país, y viéndose rodeado de toda su pompa y holgura. Me contó que, hallándose sentado ante el rey en el Consejo de su reino, altivo en su posición, una mosca comenzó a molestarlo posándose constantemente en sus ojos, y tratando él de espantarla sin éxito, se dijo a sí mismo con intuición: «Si detentara una autoridad sólida, o si pudiera recurrir a un apoyo fuerte,2 esta débil criatura no podría molestarme, ni tendría yo que soportar su molestia». Así que encontró en sí mismo un aviso y en su situación halló un mentor y un consejero, por lo que se desprendió de sus ropas de ministro y retiró de sus hombros el manto de la autoridad, vistiendo en su lugar los andrajos del ascetismo (al-zahāda) y los harapos de la devoción (al-cibāda). Actuó conforme a lo que había aprendido y quedó a salvo de los peligros de la vanagloria, de manera que ya nadie volvió a verlo a lomos de un caballo ni blandiendo una espada, sino sumiso ante Dios con humildad y acatando obediente Sus decretos [fol. 223r]. * * * Lo encontré envuelto en un manto (šamla) y cubierto por otro, con la cabeza descubierta, renunciando a este mundo y centrando su deseo en el más allá. Había dividido su tiempo en 1 Meier («Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 435, n. 26) opina que al-Ŷazūlī y alMaṣmūdī son designaciones étnicas excluyentes y, por tanto, contradictorias. Sin embargo, no es el único caso en el que ambas designaciones aparecen juntas en el nombre de una persona, pues algunas fuentes las atribuyen también al célebre líder y precursor del movimiento almorávide cAbd Allāh b. Yāsīn; véase al-Ziriklī, Al-Aclām, 8 vols., Bayrūt, Dār al-cIlm li-l-malāyīn, 2002, vol. 4, p. 144. Ferhat («Étude et analyse», p. 24) destaca también esta singularidad de su nombre, pero no expresa opinión alguna al respecto. 2 Cf. Cor. 11: 80.

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cuatro ocupaciones, dedicando el verano a cuidar los jardines, el invierno a copiar los libros, el otoño a trabajar con el ganado y la primavera a recolectar legumbres en los lugares que le fuera posible, vendiendo de ello lo justo para cubrir sus necesidades y dando el resto en limosna a los pobres, pues no obra mal quien pide lo mínimo para subsistir. Los soberanos del Magreb le tenían un enorme respeto y veneración, le dejaban ocupar su anterior lugar en señal de cortesía, lo obedecían de la misma manera que él obedecía a Dios y lo amaban con el mismo amor que a Él le profesaba. Todo el que se encontraba con él obtenía algún beneficio al verlo y era agra­ ciado por su enorme bendición (baraka). Era un gran conocedor de la lengua árabe y persona elocuente; y encontró el deleite en las ciencias y en las letras, en la jurispru­ dencia y en las genealogías. Impedía a sus hermanos que aceptaran las limosnas, considerando de ellas ilícito aquello de lo que se abstuvo el Mensajero de Dios,3 de manera que, con esta opinión (ra’y),4 difería de sus congéneres. * * * Me contó cierta persona erudita y en quien confío que, cuando cuidaba los jardines —en las circunstancias que antes mencionamos—, los pájaros se reunían en torno a él como cuando 3 Según la tradición, Muḥammad se impuso a sí mismo no aceptar ningún bien que le fuera entregado en calidad de limosna; no así en el caso de regalos, distinción que hacía con gran escrúpulo; véase al-Bujārī, Al-Ŷāmic al-Ṣaḥīḥ, alQāhira, al-Maṭbaca al-Salafiyya, 1400 h., n.os 1491, 2341-3, 2576, etc. 4 Nótese que, en este contexto, el uso del término ra’y puede deberse a su valor como noción jurídica. En la jurisprudencia islámica, ra’y denota la «opinión personal» o «razonamiento independiente» expresado por un experto en determinadas cuestiones legales, especialmente aquellas para las que el Corán y la sunna no dan una respuesta o normativa clara. El recurso a este tipo de razonamientos fue la principal fuente de jurisprudencia en los primeros tiempos del islam, pero con la aparición de las primeras escuelas jurídicas, su ámbito de aplicación fue objeto de numerosas controversias; véanse M. Shafiq, «The Meaning of Ra’y and Nature of its Usage in Islamic Law», Islamic Studies, vol. 23, 1 (1984), pp. 21-32 y J. Wakin y A. Zysow, «Ra’y», EI2, vol. 12-Supplement (2004), pp. 687b-690b.

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se reúnen en las ramas de los árboles, y tanto disfrutaban de su compañía que llegaban a comer de su mano: en sus descansos, reunía el grano para ellos y [los pájaros] comían de él hasta saciar­ se. Y cuando realizaba la oración, se acercaban junto a él a derecha e izquierda, sin alejarse espantados en ningún momento. Esto lo vio la misma persona que me ha contado la anécdota, a quien él le pidió que lo guardara en secreto durante su vida, y únicamente me lo relató después de su fallecimiento. Yo estuve presente en su entierro, que tuvo lugar en un día memorable. Acudió toda la gente de la región, con la única excep­ ción de la mujer que no tenía medios para desplazarse y del niño que no podía [fol. 223v] caminar ni ponerse de pie. También la mayoría de la gente de las comarcas cercanas, pues de estas no hubo nadie que no fuera llamado a su entierro o que no tuviera conocimiento de él. Incluso algunos de ellos dijeron: «Vi en sueños que eso había ocurrido», o «lo había intuido», o «alguien lo soñó y después me lo contó». Ese fue uno más de sus actos milagrosos manifestado después de haber muerto. Y aquel fue un día memo­ rable. * * * A todo el que acudía a él, lo instaba a que obedeciera a su Señor y le inculcaba el amor por el ayuno y la oración nocturna, siendo aquel su principal empeño hasta el momento en que falleció. Que Dios purifique su alma e ilumine su tumba. [2.-] Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Nāhiḍ al-Lajmī Fue un cadí que juzgaba a la gente conforme a la Ley (bil-ḥaqq), tal y como ha sido ordenado [por Dios]; y mandaba que se practicaran los actos de justicia y de beneficencia, según se cuenta. En cierta ocasión, tuvo que impartir justicia entre dos personas, siendo una de ellas un amigo suyo. La razón se había puesto en contra de su amigo y él sintió la tentación de fallar a su favor y dejar así la sentencia. Pero se prohibió a sí mismo obrar según su deseo y, guiado por el puro temor a Dios, juzgó tal como debía hacerlo. Al retirarse su amigo, se evidenciaba en

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su rostro el enfado, y por ello fue que decidió terminar con sus días de juez. Entonces se acostumbró a la soledad y a la discreción (ijtilās), se deshizo del chal (ṭaylasān) de los jueces y en su lugar vistió los ropajes de los pobres (al-fuqarā’). Donó todos los bienes materiales que poseía y comenzó a vivir de unos pequeños olivos de su propiedad, unos quince en número. Y a pesar de su pequeñez y su escasa cantidad, con estos olivos conseguía mantenerse de un año para otro, e incluso obtenía de ellos lo suficiente para dar limosna y entregar a sus compañeros; y así fue hasta que se los arrebató una mano usurpadora y cayeron en desgracia. Aquello le afectó enormemente, se sintió desesperanzado y llegó a pensar que habían conspirado contra él, [fols. 224r-224v] o que había fracasado en su camino de renuncia. Entonces pidió a Dios que se le restituyera lo que había perdido, implorando con vehemencia, hasta que vio en sueños que hallaría su sustento en la extracción y recolección de miel blanca (alḍarab). Así que dispuso en la pared de su oratorio (mutacabbad) en la montaña unas colmenas vacías y Dios envió a ellas un in­ contable número de abejas, apremiándolas a tomar sus moradas en aquella montaña, así como a proveerle su sustento. Eso hicieron las abejas, resultando su vecindad muy productiva y su compañía muy fructífera, hasta el punto de que temió que una excesiva riqueza pudiera afectarle a él y a sus compañeros. Entonces pidió a Dios que limitara aquella productividad y Él atendió su plegaria y cumplió con su ruego. * * * Todo el que estudiaba con él solía terminar bien instruido en su religión y adquiría un vasto conocimiento, pues siempre repetía los conceptos hasta que quedaban grabados en los corazones y se entendía lo que se pretendía. En una ocasión vi cómo uno de sus alumnos se quejaba de no entender apenas y de cometer errores. Entonces le entregó tres panes (aqrāṣ) de cebada —el pan que él solía comer—, algo de sal gruesa, y le dijo: «Come esto con esto, y no comas otra cosa hasta que se termine». Durante tres días rompió el ayuno con uno de los panes, y apenas se terminaron cuando Dios le concedió conocimiento y comprensión, y le proveyó de apoyo y lucidez.

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Después de aquello, todo concepto que era constantemente dis­ cutido por el resto de los alumnos y únicamente se entendía tras la repetición y el esfuerzo, él lo había comprendido desde el primer momento y ya conocía todos sus aspectos generales y detalles. Todo eso por la bendición de su comida —Dios esté satisfecho de él—. * * * Solía decir: «Dios ama al emir sabio que actúa según su sabiduría; y detesta al emir [fol. 225r] ignorante que actúa sin pedir consejo». También decía: «Un emir justo agrada más a Dios que cien sabios devotos». A menudo repetía las palabras del Profeta —Dios le bendiga y salve—: “La plegaria del imām justo no es rechazada”.5 Y mencionaba la conocida historia sobre al-Ḥāriṯ al-Ṯaqafī, quien dijo a Abū cUbayda b. al-Ŷarrāḥ, gobernador de Siria (al-Šām): «¡Ruega por mí!», a lo que Abū cUbayda respondió: «Es a ti a quien se debe pedir la oración, por tu sabiduría y ascetismo, ambas cualidades que has reunido y has aumentado en el gobierno».6 5 Aḥmad b. Ḥanbal, Musnad, n.os 8043 y 9725. Cf. la traducción de estas líneas en M. Cherif, «Quelques aspects», p. 76. 6 Abū cUbayda cĀmir b. cAbd Allāh b. al-Ŷarrāḥ fue uno de los compañeros más estimados por Muḥammad, uno de los diez a los que garantizó la entrada al Paraíso y que terminó sus días como gobernador del califa cUmar en Siria, hasta su fallecimiento en el año 17/638; cf. H. A. R. Gibb, «Abū cUbayda b. al-Djarrāḥ», EI2, vol. 1 (1960), p. 158b y A. J. Wensinck, «Al-cAshara al-Mubashshara», EI2, vol. 1 (1960), p. 693a. La identificación de al-Ḥāriṯ alṮaqafī es más complicada: descartando que pudiera tratarse del combatiente omeya al-Ḥāriṯ b. Mucāwiya al-Ṯaqafī, por suponer un anacronismo (cf. F. Meier, «Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 433), solamente podemos proponer como hipótesis que se trate de Abū Bakra al-Ṯaqafī (m. c. 51/671), esclavo emancipado por el Profeta y supuestamente hijo del médico al-Ḥāriṯ b. Kalada, que pudo coincidir con Abū cUbayda en el Yemen; cf. M. Th. Houtsma [- Ch. Pellat], «Abū Bakra», EI2, vol. 1 (1960), p. 111a. El relato parece estar mal copiado —y así aparece, sin ninguna variante, en todos los manuscritos que manejamos—, pues era precisamente Abū cUbayda el gobernador conocido por su ascetismo y sabiduría. Por otro lado, y a pesar de que al-Ṣadafī califica esta anécdota de célebre, no hemos podido encontrar ni rastro de ella en las diferentes obras, medievales y modernas, que contienen la biografía de Abū cUbayda.

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Animaba encarecidamente a sus compañeros a practicar la soledad y el retiro espiritual, y decía: «El aislamiento es necesario desde que la corrupción hizo su aparición en la tierra». Y él mismo se ocupaba de resolver las necesidades de los musulmanes ante los emires y los sultanes, acto que consideraba un acercamiento a Dios y una manera de aproximarse a Él, puesto que ello implica hacer el bien, socorrer a quien se lamenta, disuadir de sus actos al opresor y proveer al que pide y al que necesita. Por ello era objeto de reproches, y él decía: «Cuando me es posible interceder, lo hago hasta el límite de mis capacidades. ¿Es que no has considerado Sus palabras relativas a esta bella cuestión y en las que anima a obrar este posible acto bondadoso?: “Quien intercede de buena manera, tendrá su parte; y quien intercede de mala manera, recibirá de otra manera”».7 También se explicaba con la siguiente comparación: «El hombre es responsable de su posición (ŷāh), así como lo es de su riqueza (māl); y no hay diferencia entre valerse de la posición y valerse de la riqueza. En ocasiones, valerse de la posición puede que sea más efectivo, más adecuado y más próximo al temor de Dios, puesto que es un medio para obtener riqueza y otras situaciones deseables».8 * * * No presencié su entierro, pero uno de los asistentes me contó que en sus últimos momentos se ocultó de la gente. Al fallecer se lo cubrió con un velo, y los allí presentes escucharon que alguien recitaba el Corán tras aquel velo, cuando allí solamente estaba él.

7 Cor.

4: 85. este contexto, debemos entender el término ŷāh como el prestigio o la posición que ocupa determinada persona en su entorno social, por la cual le es posible influir en las decisiones de los gobernantes y de la cual se vale para interceder ante ellos en favor de los necesitados y los oprimidos; cf. M. Marín, «Sentidos y usos de ŷāh en biografías de ulemas andalusíes», AlQanṭara, vol. 32, 1 (2011), pp. 129-173 y O. Herrero, «L’intercession (shafāʻa) sous les Omeyyades d’al-Andalus à travers quelques récits historiques», Revue des mondes musulmans et de la Méditerranée, vol. 140 (2016), pp. 165-180, esp. pp. 168-170. 8 En

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[3.-] Abū l-Qāsim cAbd al-Raḥmān [fol. 225v] b. cĪsà al-Jazraŷī Le fue concedida una gran cantidad de conocimientos, por los que detentaba una considerable erudición; y en su ascetismo alcanzó el más alto grado, además de ser gran experto en materia de jurisprudencia. Había pedido a Dios que le guardara de tener que escuchar lenguaje obsceno y malsonante, y Dios le concedió aquel don proveniente de Su generosidad. De esta manera, cuando uno de nosotros se expresaba con voz muy baja y bellas palabras, él respondía a lo que dijera; pero en ocasiones, si se conversaba con él en términos vulgares, o uno de nosotros se enfadaba con otro hasta el punto de hablar con lenguaje soez y en voz alta, entonces él no escuchaba lo que decíamos, aun estando frente a él. Se le había proveído con lo mínimo para subsistir y vivía de realizar copias del Corán y del Hadiz del Profeta. Cuando conseguía reunir algo de dinero por ello, miraba por su situación y la de su gente, considerando si había lo suficiente para gastar en lo necesario, o bien si había más de lo que necesitaba, en cuyo caso caía en una enfermedad que le impedía trabajar y tener más gana­ ncias, hasta que se agotaban sus recursos. A veces contraía una pequeña deuda, y cuando esto ocurría, se recuperaba de su enfer­ medad, por lo que la deuda nunca lo oprimía, por la gracia y misericordia de Dios. Esa era su situación. * * * En ocasiones se le entregaba algo de dinero en limosna, para que pudiera dárselo a quien lo mereciera; y a menudo escrutaba el fuero interno de las personas con la percepción del creyente (firāsat al-mu’min), pues miraba con la luz de Dios,9 hasta que cierto día se presentó ante él un hipócrita (zindīq) encubierto bajo la apariencia del ascetismo y la abstinencia, con el propósito de ponerlo a prueba, pues en realidad poseía mucho dinero y carecía de necesidades. Cuando se presentó ante él, su pluma se secó en 9 Cf. Al-Tirmiḏī, Al-Ŷāmic al-Kabīr, n.º 3127 y E. W. Lane, An ArabicEnglish Lexicon, 2 vols., Beirut, Librairie du Liban, 1968, s. v. «firāsa».

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su mano, intentó escribir sin éxito y supo que aquello ocurría por alguna razón. Entonces preguntó a aquel hombre: «¿Qué te trae por aquí?». Respondió: «Pedirte algo de limosna, de los bienes que dispones [fol. 226r] para ello». [Al-Jazraŷī] entró en su estancia para coger algo, se ausentó durante una hora y, por fin, salió ante él enojado, acusándolo de tratar de engañarlo y expulsándolo. Así que [aquel hombre] salió diciendo: «¡Qué poderosa es tu magia y qué grande tu astucia!». A continuación, el šayj dijo: «Dios mío, apremia su destrucción». Y apenas había dado unos pocos pasos, cuando cayó sobre él parte del muro de su casa, matándolo al instante. Nunca antes vi una plegaria más rápidamente atendida. Los impíos temían su invocación, hasta el punto de que cuando él los amenazaba e intimidaba con ella, ellos desistían de su conducta impía y actuaban con justicia. * * * Estuve en su compañía por algún tiempo, durante el cual seguía tres principios, que me repetía constantemente y me pedía que cumpliera en todo momento. Así decía: «Hijo mío, debes seguir tres principios: buscar la compañía de los piadosos, alejarte de la gente mundana y decir la verdad hasta que te llegue la certeza».10 Lo dejé cuando aún vivía, pero posteriormente me llegaron noticias de su fallecimiento. Uno de sus discípulos me mencionó que había soñado con una voz que recitaba, a modo de elogio fúnebre, estos dos versos: Así se marchan los días y el prestigio del pasado, y las criaturas no pueden evitar lo que Dios ha decretado. El sol del horizonte se ha eclipsado, cuando estaba brillando, y la radiante luna llena se ha oscurecido y, finalmente, ausentado.

10 Esto

es, hasta el momento de la muerte; cf. Cor. 15: 99.

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[4.-] Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Ḥassān, conocido como al-Šarafī11 Había tomado las bridas de las ciencias hasta dominarlas y había tendido las redes de la experiencia hasta atrapar las nociones de la Sabiduría (al-ḥikam). Sus palabras hechizaban las mentes y su conversación guiaba hacia lo correcto. Inculcaba la piedad en la gente de su época y el ascetismo a quienes residían en su región [fol. 226v]. Ordenaba hacer el bien con su propio ejemplo y prohibía lo reprobable con su propia abstención. Enseñaba el temor a Dios y orientaba hacia él; e incitaba a seguir la guía divina con su advertencia. Tanto sus palabras como sus acciones eran obras virtuosas; y tanto en sus actos de devoción supererogatorios (ṣarf) como en aquellos obligatorios (cadl)12 armonizaba con la esencia de Dios. Los gobernantes (al-mulūk) se habían subordinado a él y hubo uno de ellos que no dictaba una orden sin su permiso, ni emprendía acción alguna sin procurarse su aprobación por todos los medios. A causa de ello, uno de los ministros de la región lo criticó, magnificando su influencia y reprochándoselo en su presencia, así que [al-Šarafī] le dijo: «¿Es que no sigues a Dios en Sus actos, ni consideras aquello a lo que incitó mediante Sus 11 Natural

de Aljarafe (al-Šaraf), comarca situada al oeste de Sevilla y conocida en la época por sus extensas plantaciones de olivos y por la producción de un aceite de gran calidad; véanse Ibn cAbd al-Muncim al-Ḥimyarī, Al-Rawḍ al-micṭār fī jabar al-aqṭār, ed. de Iḥsān cAbbās, Bayrūt, Maktabat Lubnān, 19842, p. 339; cA. F. Ḥusayn al-Mascūdī, «Iqlīm al-Šaraf al-Andalusī (92-668 h.) (710-1269 m.): Dirāsa tārījiyya», Maŷallat Wāsiṭ li-l-cUlūm al-Insāniyya, vol. 10, 25 (2014), pp. 349-379.; M. Valor y J. Ramírez, «Al-Sharaf», EI2, vol. 12-Supplement (2004), p. 723 y Y. Casewit, The Mystics of al-Andalus, pp. 112-113. Ibn cArabī menciona a un santo de idéntico nombre en sus tratados hagiográficos, pero, a juzgar por su biografía, parece improbable que se trate del mismo personaje aquí mencionado; véase Sufis of Andalusia: The Rūḥ alquds and al-Durrat al-Fākhirah, trad. de R. W. J. Austin, London, Allen & Unwin, 1971 (repr. London, Routledge, 2008), p. 76. 12 El uso conjunto de estos dos términos —ṣarf y cadl—, de cierta recurrencia, es por paráfrasis de un conocido hadiz que recogen varias colecciones —p. ej., al-Bujārī, Al-Ŷāmic al-Ṣaḥīḥ, n.os 1870, 3172, 3179, etc.— y que ha sido objeto de diferentes interpretaciones entre los tradicionistas; véase E. W. Lane, Lexicon, vol. 2, pp. 1681-1682.

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palabras?». [El ministro] le respondió: «No voy a someterme a ti hasta que me muestres que tal cosa se encuentra en el preciado Libro de Dios». Entonces, [al-Šarafī] le recitó Sus palabras: “La madre de Moisés quedó desolada y estuvo a punto de revelar lo ocurrido”, hasta donde dice: “Así, lo devolvimos a su madre, para que se alegrara y no estuviera triste”.13 De modo que Dios nos hizo ver que había resuelto el problema de la madre de Moisés, devolviéndole su hijo tras su ida y reuniéndolo con ella tras la separación y el exilio. De la misma manera, a Jacob le fue devuelto su hijo José;14 y el Corán tiene numerosos ejemplos en el mismo sentido. Entonces, [el ministro] le dijo: «Creo en Dios, creo en Su libro y doy testimonio de que tú estás apoyado por Su espíritu». Así que aquel hombre obtuvo un beneficio de Dios a través de él. * * * Cierto día le escuché decir a otra persona: «A quien opta por la compañía de los reyes, le conviene ser sabio y asceta, pues me temo que de no ser sabio, se verá tentado por su prestigio; y de no ser asceta, se verá tentado por sus riquezas». Y estas palabras son las más correctas y cercanas a la guía recta, tanto en forma como en contenido. También le oí decir: «El consejero del gobernante debe ser aún más humilde [fol. 227r] cuanto más próximo esté de él, hasta el punto de no haber para él diferencia entre encontrarse o no en su presencia. Si actúa de esa manera, estará a salvo de las ilusiones de la prepotencia y de sentirse bajo el manto de la arrogancia; y es por este camino que se halla la paz y el bien».15 En otra ocasión, fue a interceder por una persona oprimida ante cierto emir, pero este rechazó su intercesión y no lo aceptó. Entonces dijo: «¡Dios mío, destruye su sustento y deforma su aspecto!». Apenas había acabado el día cuando fue destituido de aquel cargo; y cada año, su cuerpo iba encogiendo dentro de sus ropas y bajo su capa, hasta el punto de que acabó valiéndole la ropa de un niño pequeño, por lo mucho que había encogido. 13 Cor.

28: 10-13. Cor. 12: 84-99. 15 Cf. M. Cherif, «Quelques aspects», p. 76. 14 Cf.

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Al morir tenía la altura de un niño de siete años —cuando anteriormente había sido un hombre de los más altos— y fue envuelto en una pobre mortaja de las que se entregan en limosna. * * * Estaba con él cierto día en el que fue a verlo un hombre para pedirle algo de ropa, y me dijo: «Si tú tienes algo, dáselo». Así que vestí a aquel hombre y volví con él ante el šayj. Y al verlo, se alegró y me dijo: «Que Dios te dé alegría, te conceda Su aceptación y te lo haga ver entre Sus siervos». Después de aquello, no encontré hombre virtuoso del que no obtuviera su aceptación y un trato bondadoso. * * * Un hermano me contó de él lo siguiente: «Un día mencionó a los cristianos (al-Rūm) —que Dios los frustre y detenga— y dijo: “Mi Señor me ha prometido que nunca me hará entrar en la tierra de los asociadores (bilād al-širk)”. Después acordamos salir a coger aceitunas en cierta región de al-Ándalus y, estando allí, fuimos atacados y capturados por un grupo de cristianos. Nos sujetaron a una gran cadena y se nos hizo marchar durante todo aquel día, desde que salió el sol hasta que se puso. Entonces le dije: “Hermano mío, ¿no dijiste que tu Señor te había prometido que nunca te haría entrar en la tierra de los asociadores?” [fol. 227v]. Respondió: “No entraremos, si Dios quiere”. Y al caer la noche y envolvernos la oscuridad, sujetó ambos extremos de la cadena que se hallaba en nuestros cuellos, trató de romperla y Dios ablandó el hierro para él, así que la rompió rápidamente y pudimos escapar. No pasó una hora cuando vimos los árboles de nuestra tierra, a la cual nos dirigimos y en la cual entramos, habiendo recorrido la distancia de todo aquel día de marcha en una sola hora». * * * Se ganaba la vida alquilando un barco en el que trabajaba y cuando una persona pecadora subía a aquel barco, comenzaba a

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tambalearse y no se quedaba quieto en la superficie del mar. Entonces él conocía la causa de aquello, regresaba a tierra y echaba a aquel pecador del barco, tras lo cual se mantenía en calma. Tenía un hijo desobediente, y un día le dijo: «Si mi vista cae sobre ti, te destruiré», a lo que le respondió: «Tú no eres capaz de tal cosa». Entonces le dijo: «Despídete de tu madre, pues si Dios quiere, no llegarás a la oración de mañana viernes». Aquello tuvo lugar el jueves y, a la mañana siguiente, el hijo salió hacia el desierto y se topó con quien pretendía arrebatarle las ropas: se interpuso en su camino y le asestó un golpe que supuso su muerte. [El šayj] fue informado de aquello, salió, lavó su cuerpo y lo enterró sin derramar una lágrima. Le preguntaron la razón de aquello y respondió: «No diré más que lo que me ha ordenado mi Señor», y recitó Sus palabras: “Alabado sea Dios, Que nos ha salvado del pueblo impío”.16 Lo último que supe de él es que emprendió un viaje y, tras ello, no hubo más noticias suyas por las que saber si sigue vivo o si ya falleció. [5.-] Abū l-cAlā’ Sālim b. cAbd al-Qādir al-Kindī En sus comienzos había sido autor literario con un excelente dominio de la lengua árabe, a lo cual se añadía un profundo conocimiento de la jurisprudencia y una vasta erudición. Por este motivo, gozaba de la estima de gobernantes y súbditos, así como del afecto de señores y sirvientes. Hizo la Peregrinación a La Meca en varias ocasiones desde el Magreb, a donde regresaba y donde pude verlo cuando tenía más de noventa años de edad: [fol. 228r] conservaba todas sus fuerzas, lucidez y vigor, y se dedicaba a enseñar el Corán, el Hadiz, jurisprudencia y literatura; todo ello por amor a Dios y sin aceptar favor ni beneficio alguno en contrapartida. Me contaron que, siendo un hombre de mediana edad, entró en su casa un ladrón por la noche, mientras él se hallaba despierto 16 Cor.

23: 28.

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rezando. El ladrón se le acercó y alzó su espada sobre él cuando estaba sentado pronunciando la profesión de fe (tašahhud). Pronunció después la salutación (taslīma) y lanzó un grito al ladrón con el que su mano y espada quedaron alzadas sin poder moverse. Entonces el ladrón mostró su arrepentimiento, renunció a su propósito primero y le pidió perdón, tras lo cual recuperó la movilidad y se quedó a su servicio hasta que murió. Cuando los demás asaltantes escucharon lo acontecido con aquel ladrón, un buen número de ellos trató de probar suerte, pero todos tuvieron que desistir tras sufrir algún tipo de daño físico o psicológico, motivo por el que lo llamaron “manojo de espino” (ḥuzmat alšawk). Y con este nombre fue conocido entre ellos. * * * Estuve en su compañía durante algún tiempo y nunca lo veía comer nada, así que le pregunté: «¿Con qué te sustentas?». Me respondió: «Durante cincuenta años no comí pan ni companaje alguno, únicamente verduras crudas y cocidas, según conviniera». Entonces le pregunté cómo se había acostumbrado a ello y por qué había renunciado al pan, y dijo: «Cuando me decidí a seguir esta condición, compré unas ovejas y solía salir a que pacieran, llevando conmigo un poco de pan y algo más de verduras. Pasó el tiempo y me acostumbré a arreglármelas sin pan; y de la misma manera hice con el companaje y la fruta». También le pregunté si tenía hijos: me contó que tenía tres, y me dijo: «En toda mi vida, únicamente tuve contacto íntimo con las mujeres en tres ocasiones: una de ellas por Dios, la segunda por Su Profeta y la tercera por mí mismo». Exclamé: «¡Nunca escuché cosa tan extraordinaria!» [fol. 228v]; y le pregunté el motivo de aquello. Entonces me dijo: «La ocasión que fue por Dios, se debe a Sus palabras: “Casad a aquellos de vosotros que no estén casados y a vuestros esclavos y esclavas honestos”.17 La que fue por Su profeta, por sus palabras: “Casaos y procread, que me enorgulleceré de vosotros, los pueblos, en el Día de la Resu­ 17 Cor.

24: 32.

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rrección”.18 Y la que fue por mí, se debe también a sus palabras: “Cuando el siervo creyente muere, sus actos terminan salvo por tres cosas: una donación que sigue vigente, conocimientos que son de beneficio a otros, o un hijo devoto que reza por él”.19 Y en cada ocasión fui bendecido con un hijo varón. El que me fue concedido por Dios, vivió poco y falleció, por lo que supe fue aceptado por Él y me reportó Su recompensa.20 El que me fue concedido por el Mensajero de Dios, fue bendecido con su propio hijo, quien a su vez tuvo otros doce hijos varones. Y el que me fue concedido por mí mismo, estaba lleno de tal piedad y benevo­ lencia hacia mí, que permanecía despierto toda la noche rezando, y decía: “La mitad [del mérito de mi oración] es para mí y la otra mitad para mi padre”». También decía: «Llevo veinte años sin haber visto oro ni plata y sin haberlos tocado». * * * Cierto día fue a visitarlo un grupo de gente y surgió la ocasión de invitarlos a comer, así que hizo para ellos una sopa de pan (ṯarīd), se la sirvió y comió él primero, estando el pan seco21 y las verduras crudas. Tras haberles servido la comida, y después de que comieron de ella, se levantó encolerizado, y dijo: «Si quisiera, os mostraría quién de vosotros ha despreciado esta comida. El Mensajero de Dios jamás despreció una comida; y cuando se la ofrecían, si le agradaba comía de ella, y si no le agradaba, la dejaba».22 Después añadió: «Si esta comida os la 18 Cf. Al-Sajāwī, Al-Maqāṣid al-ḥasana, n.º 350 y F. Meier, «Ṭāhir alṢadafī’s», p. 443, n. 40. 19 Al-Tirmiḏī, Al-Ŷāmic al-Kabīr, n.º 1376; Aḥmad b. Ḥanbal, Musnad, n.º 8844. 20 Según la sunna, quien sufre la pérdida de un hijo de corta edad y lo acepta alabando a Dios y acatando Su decreto, recibe como recompensa futura una morada en el Paraíso; véase al-Tirmiḏī, Al-Ŷāmic al-Kabīr, n.º 1021. 21 Traducción incierta: tanto en los manuscritos consultados como en el texto editado por H. Ferhat, leemos «‫( »ﺍﻟﺨﺒﺰ ﻟﻢ ﻳﻨﺒﻞ‬lit. «el pan sin humedecer»). Por su parte, Meier («Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 445, n. 45) traduce «the bread was not properly spiced», por lo que en este caso debería leerse «‫»ﻟﻢ ﻳﺘﺒﻞ‬. 22 Cf. Al-Bujārī, Al-Ŷāmic al-Ṣaḥīḥ, n.os 3563 y 4509.

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hubiera servido un gobernante, la habríais comido contentos y habrías mostrado vuestra alegría y satisfacción con ella. Esta es la comida de Dios [fol. 229r] y el sustento que os envía, ¡qué buena sería si se comiera con gratitud!». Entonces dijo uno de los invitados: «Por Dios que eso mismo he pensado y he sentido yo. ¡Cuántas disculpas deberían pedirte!». Así que los perdonó y se retiró. En su avanzada edad, tenía un bastón en el que se apoyaba y cuando a una mujer se le complicaba el parto, se llevaba aquel bastón, lo agarraba con la mano y así conseguía dar a luz. Me contó que una vez tuvo deseo de tomar miel, tiempo después de haberse abstenido de comerla, entre otras cosas que dejó de tomar. Entonces vio en sueños a al-Jaḍir,23 que portaba un cuenco con miel, y le decía: «¡Come lo que te apetezca!, te traeré más cuando desees». Le preguntó quién era y este le dijo ser al-Jaḍir. Tras ello, se despertó ya sin ganas de tomar miel. * * * Falleció y no pude asistir a su entierro, pero me contaron que un hombre de prestigio se ofreció, por su condición, para realizar la oración fúnebre, pero sin ser realmente digno de ello. Entonces sopló un fuerte viento de levante, levantando algo de polvo que acabó en los ojos de aquella persona, por lo que no pudo realizar la oración y fue sustituido por quien sí era digno.

23 Al-Jaḍir

o al-Jiḍr, personaje legendario que los comentaristas del Corán identifican como el guía y sirviente de Moisés mencionado en Cor. 18: 60-82. Es también considerado uno de los profetas inmortales del islam —junto a Elías, Idris y Jesús—, depositario de sabiduría divina y fuente de inspiración para numerosos santos sufíes; cf. A. J. Wensinck, «Al-Khaḍir (al-Khiḍr)», EI2, vol. 4 (1978), p. 902b; H. Elboudrari, «Entre le symbolique et l’historique», pp. 25-39 y H. Ferhat, Le Maghreb aux xiième et xiiième siècles, pp. 41-50.

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[6.-] El alfaquí Abū Marwān cAbd al-Mālik b. Masarra al-Yaḥṣubī24 En los últimos años de su vida, fue el cadí supremo de Córdoba y de otras localidades cercanas en al-Ándalus. Había sido un estudioso del Hadiz, cuyos textos sometía a crítica, perfeccionaba y fijaba, habiendo escrito varias obras sobre el tema, en las que se remontaba al testimonio del Mensajero de Dios. También estaba bien instruido en los principios del Islam (uṣūl al-dīn), las ramas de la jurisprudencia, las fetuas y las sentencias; y en todos los lugares en los que se establecía, escuchaba el Hadiz [fol. 229v]. Yo mismo estuve con él durante algún tiempo y en su compañía leí, escuché y recibí un buen número de libros de Hadiz. * * * En cierta ocasión, fue convocado por el gobernador del Magreb, junto con un grupo de alfaquíes de al-Ándalus. Para presentarse ante él, cada uno de ellos se preocupó de aparecer en una buena montura, con buen aspecto y ropas limpias, salvo él, que siguió con sus costumbres, siendo su indumentaria más bien tosca y despreocupada. Cuando se supo de la llegada de la comitiva, fueron recibidos por el séquito del monarca, los alfaquíes y los notables, y vieron a cada uno de ellos dispuesto para la ocasión, pero a él no lo reconocieron entre el grupo, por la tosquedad de su apariencia y siendo su montura un burro. Entonces preguntaron: «¿Dónde se encuentra ese célebre sabio y experto?». Al señalar el lugar donde se encontraba, todos ellos desmontaron en señal de respeto, veneración y honra. A continuación fueron delante de él escoltándolo a pie, pero él no deseaba tal honor y se negó a ello, así que descendió de su burro y fue a pie con ellos. Por esto,

24 Conocido jurista cordobés —también tradicionista y hombre de letras— que durante algún tiempo ocupó el cargo de cadí de la comunidad (qāḍī alŷamāca) en Córdoba, puesto del que cesó por voluntad propia. Falleció en la misma ciudad en el año 552/1157 o 553/1158; véase J. M. Vizcaíno Plaza, «Ibn Masarra al-Yaḥṣubī, cAbd al-Malik», BA, vol. 4 (2006), pp. 158a-158b [792].

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decidieron volver a montar para que él pudiera seguir sobre su montura. De esta manera se produjo su entrada ante el monarca, lo cual no hizo sino aumentar el respeto de este y su estima por él. Le explicó el motivo por el que lo había llamado y lo mandó de vuelta a su país para ocuparse de los principales asuntos judiciales que allí surgieran. Él cumplió con su encargo de detentar la autoridad sobre el resto de las personas, tras haberse negado y haber rechazado tal honor, mas al sentirse forzado, finalmente aceptó de mala gana y acabó ejerciendo por obligación y a regañadientes. Tanta era su humildad, que en aquellas ocasiones en las que el sirviente se retrasaba y la masa del pan ya estaba preparada, él mismo la llevaba a cocer al horno y después regresaba con el pan; y si alguien con quien se encontrara se ofrecía a llevárselo hasta su casa, él no aceptaba y se negaba rotundamente. A veces se encontraba [fol. 230r] por el camino a algunas personas que solicitaban su servicio como cadí, en cuyo caso dejaba el pan a un lado, resolvía el conflicto entre las partes, y después cogía el pan y seguía su camino. * * * Un día fue a verlo un hombre con la queja de que su mujer le había cerrado la puerta de su casa, impidiéndole entrar. Se trataba de un hombre pobre y [el cadí] le preguntó si su casa se encontraba cerca o lejos. Al responderle que se hallaba cerca, se le­vantó de su sitial y, apoyándose en un bastón, fue con él hasta la puerta de su casa. Una vez allí, el cadí llamó a la puerta con el bastón, a lo que salió la mujer preguntando quién era. Respondió con su nombre, siendo que a cualquier persona que escuchaba hablar de él, con su sola mención, siempre lo embargaba un gran temor. Entonces [el cadí] le preguntó: «¿Por qué motivo has cerrado la puerta a tu marido y no lo dejas entrar?». Ella le dijo: «Lleva desde hace mucho tiempo prometiéndome un vestido y no me lo ha comprado». [El cadí] le preguntó a su marido a qué se debía eso, y él le respondió: «Por Dios que no puedo pagar lo

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que vale». Entonces le dio un dinar y dijo: «Compra con él un vestido». Y les dejó. * * * Se le había inculcado el amor por las algaras y el ŷihād, y gustaba de combatir a los asociadores (ahl al-širk) y a los rebeldes, de manera que nunca vacilaba en incorporarse a una campaña militar cuando se presentaba la ocasión, ni se arredraba ante un posible enfrentamiento dondequiera que fuera. Con tal fin, había dispuesto las tropas que pudo, así como un puesto fronterizo de caballería (ribāṭ al-jayl) para amedrentar a los enemigos de la religión y causar daños a cuantos asociadores (mušrikīn) se rebelaran. En una de sus incursiones fue atacado y derribado de su caballo, y al verse cercado entre sus tropas y su retaguardia, fue a buscar refugio en una cumbre, arrastrándose y sin apenas fuerzas para ponerse en pie. Los cristianos fueron en masa tras él e intentaron despojarle de su armadura, pero al no conseguirlo, trataron de darle muerte, mas Dios se lo impidió [fol. 230v] paralizando sus manos. Uno de ellos que se hallaba cerca de él le apuntó con su lanza, pero ante el estupor de todos, no logró alcanzar su armadura. Entonces Dios lo mantuvo con firmeza, así como al resto de las tropas musulmanas, toda vez que habían estado a punto de huir derrotadas. Hicieron frente a los asociadores (al-mušrikūn) hasta que lograron rescatarlo, le hicieron montar en su caballo y lucharon en torno a él, obteniendo el auxilio de Dios y la victoria. Fue aquel un día memorable, en el que se presenció un triunfo mayor que todos los vistos hasta entonces. Los cristianos huyeron derrotados a su país, hablaron sobre lo que habían visto en él, dieron cuenta de lo que habían presenciado sobre él y quisieron entablar negociaciones con él. Su escribano, un judío de gran elocuencia, le envió una misiva preguntándole por aquello de lo que se había valido para defenderse de los cristianos y sobreponerse a la debilidad y el desánimo de aquel momento, entre otros asuntos. Y él respondió enviándoles su epístola conocida como Refutación contra los cristianos (al-

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Radd calà al-naṣārà), a la sazón bien popular tanto en al-Ándalus y el Magreb como en otros países.25 * * * Se había propuesto resolver las necesidades de la gente y dar lo necesario a cualquier chica huérfana de cuya situación o problema le hubieran informado. Cierto día, se ocupó de una huér­fana y pidió prestadas a algunas mujeres adineradas unas alhajas para que pudiera estar bella en la noche de su boda. Entre las joyas había un collar de gran valor que cayó al suelo y se rompió, tras lo cual, una de las mujeres de la servidumbre recogió sus cuentas y lo escondió. [Ibn Masarra] se enteró de la pérdida del collar y dijo: «No se lo digáis a nadie, porque no se habrá perdido, si Dios quiere». Al concluir la boda, la dueña del collar se acercó a pedirlo y le dijo que se lo darían al cabo de tres días [fol. 231r]. Al segundo día, se presentó ante él la sirvienta llevando el collar completo, sin faltar en él una sola piedra, y le dijo: «Por Dios que he intentado vender sus piedras por separado, mas al final no fui capaz de hacer tal cosa. Tómalo y que Dios bendiga a quien sea digno de llevarlo». Así que lo cogió y se lo devolvió a su dueña. Y me contó una persona en la que confío, que antes de ser nombrado cadí principal, cuando aún era alfaquí, vino ante él un hombre con un escrito de otro alfaquí, en el que se mencionaba que aquel hombre era un valeroso e intrépido guerrero y que su propósito era que hablara en su favor con el cadí de Córdoba para que se le entregara un caballo y el armamento necesario para la guerra, con los fondos públicos de los musulmanes. Entonces lo 25 Obra

perdida de la que, a pesar de su supuesta celebridad en la época del autor, no tenemos más noticia que la presente mención; cf. R. El Hour, «Al-Yaḥṣubī», en David Thomas y Alex Mallett (eds.), Christian-Muslim Rela­ tions. A Bibliographical History. Volume 3. (1050-1200), Leiden, Brill, 2011, pp. 616-­619. No obstante, creemos probable que en realidad se trate de la Risālat Mīzān al-ṣidq al-mufarriq min ahl al-bāṭil wa-ahl al-ḥaqq, también perdida, pero de la cual sabemos que Ibn Masarra redactó en respuesta a un escrito (kitāb) que le fue dirigido por ciertos obispos cristianos; cf. Ibn Jayr al-Išbīlī, Fahrasa, ed. de Muḥammad Fu’ād Manṣūr, Bayrūt, Dār al-kutub alcilmiyya, 1998, p. 374, n.º 1173.

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llevó a presencia del cadí y le habló sobre ello. El cadí dijo: «Lo estudiaremos», razón por la que se marchó enfadado y repitiendo sus mismas palabras, «lo estudiaremos…». Pasó aquella noche y el hombre regresó por la mañana, pidiendo que volviera a consultar al cadí. Mientras [Ibn Masarra] estaba discutiendo con él, se presentó un beduino con un caballo al que conducía a pie, y al entrar, preguntó: «¿Dónde está ese compañero tuyo que solicitaba el armamento necesario?». [Ibn Masarra] le preguntó qué requería de él, y le dijo: «Ayer vi en sueños a alguien que me decía que donara mi caballo como limosna a la persona por la que Ibn Masarra estaba intercediendo y Dios me concedería el Paraíso. Y heme aquí que te he traído el caballo». Así fue y se lo hizo llegar, de manera que al instante obtuvo todo el armamento y equipamiento que necesitaba. Finalmente, Ibn Masarra dijo: «A Dios demos las gracias, que no al cadí». * * * En otra ocasión regaló [fol. 231v] a uno de sus allegados un racimo de uvas que rondaba los dieciséis arreldes de peso, acompañándolo con un escrito en el que decía: «¡Hijo mío!, mira lo que Dios ha creado y cómo dispuso toda esta dispersión unida a un solo trozo de madera. De la misma manera, los ulemas divergen sobre las diferentes ramas de la šarīca, pero se hallan unidos en torno a un solo principio: la raíz es la misma y la fragancia es igual. Su divergencia es una misericordia de Dios y su unión es un favor divino y una gracia. Que no te embargue la confusión y acabes censurando a alguno de ellos o refutándolo, ni tomes partido por aquellos que cometen actos de perdición, “aquellos cuyo celo por la vida del mundo los extravió mientras pensaban que hacían el bien con lo que hacían”.26 »¡Hijo mío!, debes buscar el conocimiento, tanto el oculto como el visible, tanto el remoto como el inmediato, pues esa es una de las características de la Verdad —glorificado y ensalzado sea— y deja que entre los hombres sea ensalzado quien sea.27 26 Cf. 27 Cf.

Cor. 18: 103-104. la traducción de este pasaje en M. Cherif, «Quelques aspects», p. 73.

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»¡Hijo mío!, en este mundo confórmate con lo mínimo: un racimo de uvas, una hogaza de pan, agua limpia: eso es lo máximo a lo que puede aspirar un hombre sensato e inteligente. »¡Hijo mío!, he observado los alimentos y he visto que los más agradables a la vista son los más desagradables al olfato; y de la misma manera ocurre en el mundo terrenal, donde las actividades más placenteras son también las más entristecedoras, mientras que las más fastidiosas son las más beneficiosas. »¡Hijo mío!, no pidas demasiado de este mundo, pues al fin y al cabo, en él eres como un transeúnte que viaja a pie sobre el barro de la sucia tierra: ya que no hay más remedio que atravesarlo, intenta que tus pies no se hundan del todo en él, para que resulte más fácil el purificarse y reflexionar. »¡Hijo mío!, observa los deleites de este mundo y los encontrarás unidos al arrepentimiento; y observa los asuntos concernientes a la Otra vida y los encontrarás libres de la privación. »¡Hijo mío!, busca la ayuda de Dios para poner en práctica mis palabras, pues Él abre al Islām los corazones de Sus siervos más allegados y les impide cometer pecados; pídele por ti que cumpla lo que es Su derecho y el derecho de Sus siervos, y no le pidas ninguna otra cosa. »¡Hijo mío!, disponte a vagar por los confines de los países, para que puedas encontrar un hábito con el que desaparezca de ti el orgullo de tu patria [fol. 232r], pues rara vez se ve que una persona noble sea humilde entre los suyos. »¡Hijo mío!, Dios encuentra odiosa a la persona que trata de asemejarse a Él en cuatro aspectos: en magnificencia (al-caẓama), en grandeza (al-kibriyā’), en violencia (al-baṭš) y en suficiencia (al-ginà). El Mensajero de Dios dijo: “Dios, glorificado y exaltado sea, dice: la magnificencia es Mi manto (ridā’), y la grandeza es Mi izār,28 y a quien me disputa alguna de ambas, le destruyo”.29 Y Dios dijo —glorificado y exaltado sea—: “Realmente la violencia de tu Señor es grande”.30 Y al censurar a un pueblo por ese motivo, dijo: “Cuando usáis la violencia, lo hacéis sin pie­ 28 Velo

o lienzo que se lleva ceñido al cuerpo. algunas variantes; cf. Aḥmad b. Ḥanbal, Musnad, n.os 7382, 8894, 9359, etc. 30 Cor. 85: 12. 29 Con

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dad”;31 y también dijo: “Dios es Quien Se basta a Sí mismo, y vosotros sois los necesitados”.32 »¡Hijo mío!, cierto día fue ante el Mensajero de Dios un hombre rico con bella indumentaria, y tras él se presentó un hombre necesitado, vestido con harapos y que se sentó a su lado. El hombre rico apartó su ropa de él, y entonces el Mensajero de Dios le dijo: “¿Por qué apartas tu ropa de él?, ¿es que temes que te ensucie con sus andrajos? El rico respondió: ‘A Dios ruego me perdone, así como a Su Mensajero. ¡Oh Profeta!, yo le voy a conceder la mitad de mis riquezas’. El pobre dijo que no lo quería, y tras preguntarle el Profeta por el motivo de su rechazo, le dijo: ‘Porque tengo miedo de acabar siendo una persona atormentada como él’”.33 »¡Hijo mío!, en momentos de necesidad, toma de este mundo solo la cantidad justa que necesites, al igual que hace el enfermo con el medicamento. Y lo que te sea dado sin haberlo pedido, tómalo pero no lo acumules, pues se dice que el dirham pasa por cien manos, pero el primero que lo entrega por la causa de Dios tendrá multiplicada su recompensa. »¡Hijo mío!, si te es inevitable el tener que requerir algo de este mundo por cualquier asunto que te afecte, no requieras nada de él con tu religión, sino con el trabajo de tus manos; y se cuenta de Saḥnūn al-Qayrawānī34 que aconsejó a su hijo lo siguiente: “Ganarse el pan con un pandero y una flauta es mejor que ganárselo con la religión”.35 Y dijo al-Ḥasan b. Abī al-Ḥasan 31 Cor.

26: 130. 47: 38. 33 Versión abreviada del hadiz recogido por al-Kulaynī, Al-Kāfī, vol. 2, p. 262, n.º 11. 34 Célebre alfaquí del siglo ix, bajo cuya influencia, buena parte del Occidente islámico adoptó las doctrinas de la escuela jurídica mālikí; véase M. Talbi, «Saḥnūn», EI2, vol. 8 (1995), p. 843a. 35 También recogen este consejo autores posteriores como al-Mawwāq al-Garnāṭī —cf. Al-Ḥaṭṭāb al-Rucaynī, Mawāhib al-Ŷalīl li-šarḥ mujtaṣar Jalīl, wa-bi-asfalihi: al-Tāŷ wal-Iklīl li-mujtaṣar Jalīl li-Abī cAbd Allāh M. b. Yūsuf al-Mawwāq, 8 vols., ed. de Zakariyyā cAmīrāt, Bayrūt, Dār al-Kutub al-cIlmiyya, 1995, vol. 2, p. 115— y A. al-Nafrāwī, Al-Fawākih al-Dawānī calà Risālat Ibn Abī Zayd al-Qayrawānī, 2 vols., ed. de cAbd al-Wāriṯ Muḥammad cAlī, Bayrūt, Dār al-Kutub al-cIlmiyya, 1997, vol. 1, p. 52. Por su parte, Ibn cArabī atribuye 32 Cor.

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al-Baṣrī,36 tras haber sido preguntado acerca de ganarse la vida [fol. 232v] mediante la religión: “Eso es demasiado grave como para que al-Ḥasan hable sobre ello”.37 »¡Hijo mío!, imponte la moderación y serás aventajado. »¡Hijo mío!, acepta el perdón y estarás más cerca de ser perdonado. »¡Hijo mío!, que Dios te proteja de los deseos terrenales y te muestre Su favor antes de la muerte, pues de ser así, también serás bien tratado por Él tras la muerte. »Y que la paz sea contigo». * * * [Ibn Masarra] había heredado de su padre una cantidad importante de dinero, y en primer lugar dio en calidad de limosna dos terceras partes de lo heredado. Con el tercio restante compró libros valiosos: copiaba cada libro y después vendía el original, conservando él la copia, hasta que finalmente se quedó con todo aquel conjunto de libros copiados de su puño y letra. Y aquella siguió siendo su costumbre hasta que falleció. No estuve presente en el momento de su fallecimiento, pero una persona que presenció la venta de sus posesiones me contó que las principales autoridades de al-Ándalus se disputaron la adquisición de sus libros, y que su copia en tres volúmenes de las Sunan de Abū Dāwūd al-Siŷistānī38 llegó a venderse por ochenta dinares.

idénticas palabras a uno de sus maestros en Ceuta, Abū l-Ḥusayn Yaḥyà Ibn al-Ṣā’ig —cf. Ibn cArabī, Kitāb al-Waṣāyā, Dimašq, Dār al-Īmān, 19882, p. 144—; y al-Munāwī las atribuye al «imām de Bagdad» Aḥmad b. Ḥanbal —cf. Al-Munāwī, Al-Kawākib al-durriyya fī tarāŷim al-sādat al-ṣūfiyya, aw Ṭabaqāt al-Munawī al-kubrà, 2 vols., ed. de cAbd al-Ḥamīd Ṣāliḥ Ḥimdān, al-Qāhira, al-Maktaba al-Azhariyya li-l-Turāṯ, s. f., vol. 1, p. 243—. 36 Conocido predicador de época omeya, perteneciente a la generación de los «seguidores» o tābicūn; véase H. Ritter, «Ḥasan al-Baṣrī», EI2, vol. 3 (1979), p. 247b. 37 No encontramos este dicho en ninguna otra fuente. 38 Tradicionista del siglo ix, cuya colección de dichos proféticos es una de las seis reconocidas como canónicas por los suníes.

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[7.-] Abū [cAlī] al-Ḥasan b. Muḥammad, conocido como Ibn al-Dallāl al-Qurašī39 Seguidor (ṣāḥib) de Ibn al-cArīf,40 fue un pertinaz estudioso del Hadiz y de sus interpretaciones, consagrando algunos escritos a explicar sus expresiones y sus estructuras. También se había dedicado a la literatura, mas retiró de sus hombros el manto de la petulancia, encontró el placer en la soledad y el retiro, y se propuso el no ser conocido por ninguno de los siervos de Dios. Por ello, se trasladaba de un lugar a otro y nunca se quedaba en lugar alguno durante mucho tiempo. Se dice que las puertas siempre estaban abiertas para él; y solía decir: «He pedido a Dios que me dé fuerzas para viajar y que me ayude a mantenerme en soledad. Y Él ha atendido mi plegaria y ha cumplido mi deseo»; así que vagaba día y noche por tierras baldías. * * * Cierto día pude verlo cuando volvía de uno de sus viajes, con el rostro serio, las ropas arrugadas, muy fatigado [fol. 233r] y afligido. Le pregunté qué le había ocurrido y me respondió: «Algo increíble: tal noche pasada estuve en una mezquita de la montaña, y en el momento de la oración de la puesta del sol (al-magrib) no había nadie más que yo. De pronto se acercó un joven con buen aspecto y bien vestido, pidió permiso para entrar, y tras concedérselo, entró, me saludó y rezó al-magrib a solas. Esa 39 Tanto el nombre de este personaje como algunos de los datos biográ­ ficos que nos ofrece al-Ṣadafī muestran una notable semejanza con el šayj Abū l-Ḥasan cAlī b. Jalaf Ibn Gālib al-Qurašī (m. 568/1173), uno de los discípulos de Ibn al-cArīf y, a la sazón, maestro de Abū Madyan en materia de hadiz; véanse al-Kattānī, Salwat al-anfās wa-muḥādaṯat al-akyās bi-man uqbira min al-culamā’ wal-ṣulaḥā’ bi-Fās, 3 vols., ed. de Muḥammad Hamza b. cAlī alKattānī, al-Rabāṭ, Dār al-Amān, 2014, vol. 2, p. 27 y J. Lirola Delgado, «Ibn Gālib al-Anṣārī, Abū l-Ḥasan», BA, vol. 3 (2006), pp. 197a-199a [493]. 40 Uno de los místicos andalusíes de mayor renombre, cuyas doctrinas le atrajeron un muy nutrido grupo de discípulos y fieles seguidores; véase Ibn al-cArīf, Maḥāsin al-Majālis, ed. y trad. de Miguel Asín Palacios, Paris, Paul Geuthner, 1933, pp. 3-5. Falleció en Marrakech en el año 1141 (536 h.).

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noche yo carecía de provisiones, así que el joven salió y volvió con una escudilla en la que había un tipo de pescado, la puso frente a mí y dijo: “¡Siervo de Dios!, rompe el ayuno en mi compañía con lo que Dios ha proveído”. Así hicimos, y resultó que la comida era un delicioso jabīṣ41 como nunca lo había probado; y cuando terminamos de comer, me dijo: “¿Sabes lo que has comido?”. Yo le respondí que era un buen jabīṣ, a lo que él repuso: “Por Dios que lo que has comido son algas de mar (ḍarīc al-baḥr)”.42 A continuación me mostró algunas que llevaba en un saco, diciendo: “En todas las regiones del mundo, Dios tiene siervos que, si quisieran que brotara miel pura de las piedras, tal cosa ocurriría por ellos. Sé sincero en tu devoción a Dios y come cuanto desees, que así lo encontrarás sabroso y podrás alimentarte. Esto es lo que Él prefiere para Sus santos, y lo que obra para Sus siervos más cercanos”». * * * Otro día lo vi en el desierto con la cabeza descubierta, suspirando profundamente, tirando de sus ropas, llorando constantemente, lleno de desánimo y debilidad. En ese estado se encontraba, caminando sin fijarse en lo que había a su alrededor, así que lo seguí sin que se diera cuenta; y entre lágrimas y sollozos, le escuché decir: «¡Oh Ḥasan!, ¿cómo podrías no llorar, lamentarte y estar afligido?, pues han acercado a los amados, y a ti te han alejado; han disculpado a los pecadores, y a ti te han regañado; han aceptado a los que se marcharon, y a ti te han abandonado; y han adulado a los que llegaron, y a ti te han apartado. Te aconsejan, pero no escuchas; te esperan junto a Dios, pero no muestras interés; te advierten, pero no te das por aludido; y se te excusa, pero la disculpa no te beneficia. Esta es [fol. 233v] la morada de destrucción para aquel que ha preferido este mundo y se ha dejado llevar por sus pasiones terrenales, complaciendo sus caprichos e indignando a Su señor». Tras largo tiempo observándolo, y puesto que temía que sufriera algún daño y se viera consumido por sus penas, e ignorando 41 Dulce

de dátiles, nata y almidón. que, según Kazimirski, ḍarīc es el nombre que se da a una planta marina de sabor amargo y hedionda; Dictionnaire arabe-français, Paris, Maisonneuve et C.ie, 1860, s. v. 42 Nótese

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lo que le ocurría realmente, le grité: «¡Abū cAlī!, ¿qué es lo que te perturba de esta manera y te causa tanto dolor?». Y me respondió: «¡Hijo mío!, la reflexión conlleva una enseñanza que torna la perplejidad en llanto.43 ¡Qué bueno es que te hayas detenido en mi parada y hayas bebido de la embriaguez de mi pesadumbre y aflicción!, ¡qué cercana está la puerta para beber del vino sellado (al-raḥīq al-majtūm),44 y qué lejana aquella de la sombra negra (al-ẓill al-yaḥmūm)!».45 Entonces se alejó para seguir por su camino, dejándome igualmente lloroso e insomne. * * * 43 «Wāfaqat

al-naẓra cibra ŷacalat al-ḥayra cabra», lectura y traducción incierta. La «perplejidad» (al-ḥayra) es un tecnicismo bastante común en la literatura sufí, donde representa un estado espiritual fruto de la reflexión, estado en el que se ve sumido el místico al reconocerse incapaz de obtener un conocimiento absoluto y racional de la esencia divina. Paradójicamente, este estado de perplejidad y desconcierto se intensifica en el gnóstico conforme aumenta su conocimiento de Dios o macrifa; véanse J. Nurbakhsh, Simbolismo Sufí, 8 vols., Madrid, Nur, 2003-2010, vol. 4 (2006), pp. 69-81; J. Renard, Knowledge of God in Classical Sufism: Foundations of Islamic Mystical Theology, New York, Paulist Press, 2004, p. 283; P. L. Heck, «Adab in the Thought of Ghazālī (d. 505/1111): In the Service of Mystical Insight», en Francesco Chiabotti, Eve Feuillebois-Pierunek, Catherine Mayeur-Jaouen y Luca Patrizi (eds.), Ethics and Spirituality in Islam: Sufi adab, Leiden-Boston, Brill, [2017], pp. 305-307; S. H. Bashier, Ibn al-cArabī’s Barzakh: The Concept of the Limit and the Relationship Between God and the World, Albany, State University of New York Press, 2004, p. 126 y B. Abrahamov, Ibn al-cArabī and the Sufis, Oxford, Anqa Publishing, 2014, p. 121, donde se atribuye esta noción al célebre místico murciano, si bien ya aparece en los escritos del maestro andalusí Ibn al-cArīf; cf. A. Shafik Roushdy, «Miftāḥ al-sa‘āda», pp. 273-275. Por otra parte, el llanto del sufí suele representar su comprensión de las Verdades Divinas; véase W. C. Chittick, «Weeping in Classical Sufism», en Kimberley Christine Patton y John Stratton Hawley (eds.), Holy Tears: Weeping in the Religious Imagination, Princeton, Princeton University Press, 2005, pp. 132-144 y L. G. Jones, «Masculinidades del Islam», en Àngels Carabí y Josep M. Armengol (eds.), La masculinidad a debate, Barcelona, Icaria, 2008, p. 123. 44 Expresión que aparece en el Corán y la sunna, designando el vino sellado con almizcle que se da a beber a los creyentes en el Paraíso; cf. Cor. 83: 25-7; al-Tirmiḏī, Al-Ŷāmic al-Kabīr, n.º 2449 y Aḥmad b. Ḥanbal, Musnad, n.º 11101. 45 La sombra producida por una humareda abrasadora, uno de los tormentos del Infierno; cf. Cor. 56: 43.

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Y en otra ocasión, lo vi en una de las mezquitas de los Compañeros del Profeta.46 Esperé a que despertara, y cuando lo hizo, le planteé una pregunta sobre el sentido de cierto hadiz del Mensajero de Dios. Él me respondió con lo que calma la sed y cura la enfermedad, mas percibí en sus palabras que estaba hambriento, así que le dije: «Mi señor, ¿qué te parece si comemos algo?»; y él me contestó: «¿Acaso me estás pidiendo permiso para hacer el bien?». Entonces le pregunté qué quería, y me dijo: «Quiero un don y una gracia que me lleven cerca del Amado. Es lo más que se puede pedir». Por sus propias palabras supe que lo que deseaba era comer, con tan buena fortuna que llevaba conmigo algo de pan, carne, miel y leche. Se lo serví, y al acabar de comer, se levantó y rezó dos rakcāt.47 Cuando finalizó, dije: «¡Dios se apiade de ti!, ¿se ha transmitido alguna tradición sobre esas dos rakcāt?»; y me respondió: «Del Profeta de Dios, no. Pero sí se ha narrado de cierto hombre piadoso y seguir el ejemplo de quien hizo el bien es lo más adecuado para la persona sensata, pues ello le beneficiará tanto en este mundo como en el Otro». * * * Uno de sus compañeros me contó que ambos realizaron la Peregrinación a La Meca y que, cierta noche, cuando él se hallaba en una de las esquinas del recinto sagrado, le escuchó llorar y recitar estos versos [fol. 234r]:

46 Dado que no nos consta que en al-Ándalus existieran mezquitas asociadas a los Compañeros del Profeta (al-ṣaḥāba), este encuentro tuvo que producirse en Egipto o el Ḥiŷāz. 47 Literalmente «prosternación, inclinación», el término rakca designa la secuencia de movimientos y recitaciones que el creyente musulmán realiza en su oración (ṣalāt). Cada oración se compone de un número determinado de rakcāt, precepto que los primeros maestros místicos, siguiendo siempre el modelo del Profeta, se esmeraron por cumplir escrupulosamente. En épocas sucesivas, las prolongadas oraciones y letanías con centenares de rakcāt se convirtieron en la técnica habitual de muchos sufíes para alcanzar su estado de éxtasis espiritual; véase A. Schimmel, Mystical Dimensions of Islam – 35th Anniversary Edition, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2011, pp. 148-155.

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Mi Señor, Mi Señor, me hiciste salir de mi país. Le negaste a mis ojos el sueño así que se acostumbraron al insomnio. A Dios se encomienda quien pasa la noche en el lecho del agotamiento, sin dormir. Y muere escondido y en secreto, sin lamentarse ante nadie por su deseo.

Y no paró de repetir esos versos con voz suave y emoción contenida, hasta que llegó el alba. Y esto es lo último que supe de él. [8.-] Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Yaḥyà al-Maṣālī Persona en cuyo carácter predominó la castidad, y cuyas virtudes se caracterizaban por la piedad y la generosidad, pues daba en limosna cuanto poseía, así como por la templanza y la moderación. Se casó una sola vez en su vida y Dios le concedió por hijo a uno de Sus siervos devotos. Enseñaba el Corán a los niños con el único objeto de complacer a Dios. El propio Abū cAbd Allāh era un gran conocedor del Corán, de su interpretación y de sus aspectos lingüísticos, pues se había preocupado de leer las obras de al-Muḥāsibī,48 educándose con ellas y adoptando el sendero ascético con sus 48 Al-Ḥāriṯ

b. Asad al-Muḥāsibī (m. 243/857), conocido autor místico de Basora, cuya actividad intelectual desarrolló en Bagdad. Un resumen del contenido de sus principales obras puede encontrarse en G. Picken, Spiritual Purification in Islam: The Life and Works of al-Muḥāsibī, London-New York, Routledge, 2011, pp. 67-122. Aunque no está clara la relación entre el dominio de las ciencias coránicas por parte de al-Maṣālī y su lectura de las obras de al-Muḥāsibī, es bien probable que para ello se basara especialmente en su Kitāb Fahm al-Qur’ān; véase G. Picken, Spiritual Purification in Islam, pp. 7981. Por su parte, Ferhat («Étude et analyse», p. 12), Cherif («Quelques aspects», p. 71) y Sánchez Sandoval (Sufismo y poder, p. 47) afirman que se refiere a su obra más conocida e influyente, el K. al-Ricāya —G. Picken, Spiritual Purification in Islam, pp. 67-70—, mientras que Meier —«Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 453, n. 71— valora otras posibilidades, como el K. al-Macrifa o el Mujtaṣar al-macānī.

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ornatos. Así, al cumplir los cincuenta años de edad, rompió con sus vínculos personales, dejó a un lado las estrecheces de la vida terrenal y dijo: «Ya me hallo cerca del campo de batalla, y he tenido el valor de hacer recuento de cuanto he legado». Así que se alejó del resto de personas y únicamente se dejaba ver los viernes y las festividades. Enfermizo, propenso a las dolencias, rara vez estaba sano tres días seguidos, de modo que su rostro empezó a mostrarse pálido, se alteró su constitución y se debilitaron sus fuerzas. * * * Cierto día fui a hacerle una visita, para interesarme por una dolencia que le afectaba, y lo encontré con los ojos llenos de lágrimas y el pesar reflejado en su rostro. Le pregunté qué le ocurría, y me dijo: «Ayer estuve en tal mezquita —que me nombró— [fol. 234v], y al llegar la hora de la oración de la puesta del sol (al-magrib), entró un joven de corta edad y que vestía andrajos de lana. Estando detenido en la puerta, sonó la llamada a la oración y comenzó. Rezamos juntos, nos saludamos y continuamos realizando oracio­ nes supererogatorias hasta que fue hora de hacer la oración de la noche (al-cišā’), la cual realizamos. Después, el joven siguió re­ zando en una esquina durante mucho tiempo. Yo lo esperé largo rato para tomar el desayuno, pero como no terminaba de rezar, yo mismo desayuné y recé lo que Dios me había prescrito. Mientras tanto, el joven siguió rezando hasta que se acercó la hora del alba, momento en el que salió. Cuando llegó el alba, salí para realizar las abluciones, y me encontré al joven durmiendo en el suelo, así que fui hacia él para despertarlo, mas antes de acercarme se despertó y me preguntó si ya había llegado el alba. Al responderle que así era, se levantó, hicimos las abluciones, rezamos, y a continuación él quedó sentado rememorando los Nombres de Dios hasta que salió el sol. Tras hacer la oración de la mañana (al-ḍuḥà), salimos y me propuso comer algo con él, cosa que acepté. Sacó un pan troceado que guardaba en un saco, comimos y me dejó. Me había propuesto pedirle que rogara a Dios por mí, me volví hacia donde estaba, pero al final no me atreví por el gran respeto que ese joven me

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había inspirado. Poco después volví a considerarlo y me volví hacia él, pero se había adentrado en el mar. En mitad de las aguas había una isla alejada de la costa, y cuando alcancé a verlo, ya estaba con un pie en el agua y el otro pisando tierra de la isla. Tan pronto llegó a ella, comenzó a rezar, y yo me quedé parado observándolo. De modo que se había marchado, mas no sabía cuándo lo hizo. Y este es el motivo de mi tristeza, mi pesar, mi dolencia y mi perdición». * * * En otra ocasión en la que se hallaba enfermo, fui a visitarlo y lo encontré prosternado y diciendo: «Dios mío, resguárdame con la protección que Tú ofreces, que no deja a nadie desprotegido de cuanto nos llega [fol. 235r] de frente y a nuestras espaldas, a nuestra derecha e izquierda, por encima y por debajo de nosotros, y de todo lo que nos rodea. Dios mío, vigila, pues Tú eres el Vigilante (al-Ḥāris), “[El creyente] tiene, por delante y por detrás, [ángeles] que le custodian por orden de Dios”;49 no hay fuerza ni poderío salvo en Dios». Después alzó su cabeza, y le dije: «Dios se apiade de ti, ¿quién te enseñó esa oración?», y me respondió: «He visto al Mensajero de Dios en mis sueños, y le he dicho: “¡Mensajero de Dios!, cuando camino por terrenos desérticos, temo que me domine un tipo de orgullo por el que Dios lance contra mí a algún animal”. Él me ha respondido: “Debes atesorar aquello que el Señor de los mundos hizo que descendiera sobre mí con el ángel Gabriel el día de la Batalla de las facciones (yawm al-aḥzāb).50 Es con eso con lo que yo hallé protección, y 49 Cor.

13: 11. llamado el día o batalla de la zanja (yawm al-jandaq), que tuvo lugar en el quinto año de la hégira, y en la cual Muḥammad desbarató los planes de los mequíes para atacar Medina, cavando una zanja que la caballería enemiga fue incapaz de cruzar; cf. M. Watt, «Khandaḳ», EI2, vol. 4 (1978), p. 1020b. A este suceso se refiere el Corán, especialmente en la sura de «Los coaligados» (al-Aḥzāb, Cor. 33: 9 y ss.); e Ibn Isḥāq incluye en su Sīra una completa narración de la batalla y las circunstancias que la rodearon; véase Ibn Isḥāq, The Life of Muhammad – A Translation of Isḥāq’s Sīrat Rasūl Allāh, trad. de Alfred Guillaume, Oxford, Oxford University Press, 2004, 50 También

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con lo que buscan refugio quienes habitan los cielos y la tierra”. Al preguntarle qué era aquello, me enseñó esas palabras que memoricé». * * * Y tenía un jardín de palmeras, cuyos frutos recogía y le bastaban para subsistir. Un día salió para visitar a cierto devoto llamado Abū Yaczà,51 famoso por sus actos carismáticos y conocido por sus obras de devoción. Aquello coincidió con la entrada en sus tierras de un recaudador de impuestos, quien se apoderó del mencionado jardín. Al regresar de su visita, Abū cAbd Allāh se dirigió al recaudador diciendo: «Si no me devuelves lo que me has usurpado, te arrancaré los ojos». Él le preguntó quién era, a lo que le respondió: «Soy Fulano de tal, cuyas plegarias siempre son atendidas por Dios, sean las que sean». Entonces se llenó de temor, y supo que si aquel hombre rogaba por que le fueran arrancados los ojos, así ocurriría; de modo que le devolvió lo que le había usurpado, se retractó y pidió perdón arrepentido.52 Lo dejé aún con vida, y desconozco el destino que Dios guardó para él. [9.-] Abū cAbd Allāh Salāma b. Daḥmān al-Kutāmī Era un joven virtuoso, benévolo, tranquilo y amable, de gran honradez, y también de gran elocuencia, a quien Dios le había concedido la sensatez cuando aún era un niño [fol. 235v], y siendo un joven le había enseñado la sabiduría. En cierta ocasión me dijo: «Poco antes de cumplir los ocho años, vi en sueños que el Profeta de Dios me cogía de la mano, me acercaba a él, y tocando con su mano derecha mi boca y con pp. 450-460; si bien no hallamos mención alguna a la plegaria aludida, ni a cualquier otro tipo de revelación acaecida con motivo de estos hechos. 51 Vid. infra, nota 84. 52 Sobre esta anécdota y los posibles motivos del recaudador para apoderarse del palmeral, véase F. Rodríguez Mañas, «Hombres santos y recaudadores de impuestos», pp. 481-482.

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la izquierda mi pecho, recitaba: “Te haremos recitar, y así no ol­ vidarás”,53 y también “Realmente hemos hecho el Corán fácil para recordar, ¿hay quien recapacite?”.54 Después puso en su mano algo de agua de una vasija que tenía frente a él y me dio a beber. Y por Dios que tenía a un maestro que me enseñaba el Corán, mas con él no me resultaba tan fácil memorizar siquiera la suras protectoras (al-mucawwiḏāt);55 pero desde aquel sueño, le pedía a mi maestro que me dictara una sexagésima parte del Corán (ḥizb), y en ocasiones una trigésima parte (ŷuz’), y tras recitarla tres veces, conseguía memorizarla ese mismo día. Me marchaba a casa e iba a dormir, y en sueños veía a otro maestro que dictaba un capítulo (mīcād) de al-Muwaṭṭa’ de Mālik b. Anas;56 a continuación yo lo escribía en una tablilla y lo leía, y por Dios que cuando despertaba lo había memorizado. De hecho, terminé de memorizar el Corán al tiempo que aprendí al-Muwaṭṭa’». Aprendía cualquier ciencia con tan solo leerla tres veces, y de este modo se sabía de memoria la ley (al-fiqh), el Hadiz, las crónicas y las genealogías. * * * En sus treinta años de vida jamás se enfadó, no discutió con persona alguna, ni sintió aversión por nadie. Aquello se reflejaba en su rostro; y nunca se quejó por ninguna enfermedad, hasta que Dios quiso cumplir con su deseo y apremiar su destino. Cuando su hora se aproximaba, dijo: «He sido informado de que mi vida durará treinta años, y este es por tanto mi último año de vida y en el que falleceré, si Dios quiere». Le preguntaron el mes y el

53 Cor.

87: 6. 54: 17 y 32. 55 Las tres últimas suras del Corán. 56 Jurista fundador de la escuela mālikī, también conocido como «el Imām de Medina», ciudad en la que falleció en el año 179/795. Su Kitāb alMuwaṭṭa’, además de ser considerada una de las colecciones canónicas de hadices, es también uno de los más antiguos y más importantes tratados de jurisprudencia (fiqh), en el que recoge las leyes, costumbres y prácticas rituales basadas en el consenso y la tradición de Medina; véase J. Schacht, «Mālik b. Anas», EI2, vol. 6 (1991), p. 262b. 54 Cor.

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día en el que tal suceso tendría lugar, y ocurrió en la fecha exacta que él predijo. Yo no estuve presente el día de su fallecimiento, pero me contaron que los pájaros blancos que suelen verse [fol. 236r] en los entierros de la gente devota estuvieron revoloteando sobre su féretro y bajaron con él hasta su tumba. Y este es el último de los alfaquíes que pude ver, y el último de los santos eruditos con el que trabé conocimiento, del que aprendí y del que tuve noticias.

MENCIÓN DE LOS SIERVOS DE DIOS QUE ENCONTRÉ IGUALMENTE EN TIERRAS DEL MAGREB, ASÍ COMO DE AQUELLOS ASCETAS QUE OBRARON MILAGROS CÉLEBRES Y ALCANZARON MORADAS ESPIRITUALES ELEVADAS [10.-] Abū l-cAbbās Aḥmad b. Abī Yaclà, conocido como al-Garīb Enfermo de lepra, había memorizado el Corán con gran pre­ cisión y se entregaba por completo a su recitación, de tal manera que no se dormía hasta haberlo recitado por completo entre el día y la noche, parando además para cumplir con las oraciones pres­ critas y voluntarias. Solíamos rogarle que viniera a visitarnos y a menudo aceptaba. En esas ocasiones queríamos que comiera y bebiera con nosotros, pero él se negaba, absteniéndose [de comer y beber]. Cuando terminaba con su recitación del Corán y se acostaba sobre su alfombra de plegaria, le escuchábamos recitar dormido igual que cuando recitaba despierto. Y al despertar, retomaba la recitación del Corán, lo cual es señal de que no sabía que había estado recitando en sueños. Un día me preguntó si le estaba permitido comer lo que obtenía por limosna. Al decirle que sí, me aseguró: «Eso mismo me dijeron varios alfaquíes a los que les pregunté, y no es que

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yo lo ignore. Únicamente quería seguir tu opinión, pues a pesar de tu corta edad, te encuentras cercano a la ciencia y alejado de toda opinión sospechosa». * * * Una noche se quedó a dormir con nosotros, y mientras dormía le escuchamos pedir clemencia a gritos, muy asustado y como si estuviera a punto de morir. Nos dimos cuenta de que aquello se debía a un mal sueño, así que lo despertamos para liberarlo de aquella mala visión. Una vez recuperado del sobresalto, le preguntamos por lo que había soñado, y nos contó: «Soñé que estaba en Sevilla —de donde era originario—, y había gente vendiendo cántaros [fol. 236v] llenos de fuego. Un grupo de personas los estaba comprando, y cada vez que una persona lo compraba, los vendedores vertían en las manos del comprador el fuego que había en los cántaros y este se lo tragaba. Lo que veía me dejaba perplejo y me llenaba de confusión y temor, sin saber qué significaba todo aquello. Entonces descendió un ángel del cielo portando una espada, agarró a quince de aquellos hombres y los decapitó, huyendo el resto. Aquella visión me aterrorizó, y fue entonces que me despertasteis». Esa noche nos quedamos tranquilos, y al cabo de unos días supimos que en Sevilla había gente vendiendo el vino hervido que no embriaga, pero los recipientes se hallaban mezclados con otros en los que sí había vino con alcohol. La autoridad judicial de Sevilla, el cadí Abū Bakr al-Gāfiqī,57 se enteró de aquello, se internó en su zoco y los engañó hasta descubrir la verdad por ellos mismos. De esta manera, arrestó a quince de ellos, los 57 Cadí supremo de la ciudad de Sevilla en época almohade, fallecido en torno al año 1175. Formó parte de la delegación andalusí que recibió en Gibraltar al califa almohade cAbd al-Mu’min en 1160 y, cinco años más tarde, al hermano de su sucesor, Abū Ḥafṣ cUmar, en la misma localidad; véase Ibn Ṣāḥib al-Ṣalāt, Al-Mann bi-l-imāma – Tārīj bilād al-Magrib wal-Andalus fī cahd al-muwaḥḥidīn, ed. de cAbd al-Hādī al-Tāzī, Bayrūt, Dār al-Garb al-Islāmī, 19873, pp. 69 y 94 y H. Kennedy, Muslim Spain and Portugal: A Political History of al-Andalus, London-New York, Routledge, 1996, pp. 211-212 y 218.

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decapitó y los crucificó sobre sus puestos, huyendo el resto. Y ese fue el significado de la visión de Abū l-cAbbās. * * * En otra ocasión, tras regresar de un viaje que lo alejó de nosotros durante algún tiempo, le preguntamos por lo que había visto durante su viaje, y dijo: «Vi en mí mismo un hecho tan maravilloso que desvió mi atención de los portentos obrados por otras personas. Y es que me hallaba en compañía de una persona que me ayudaba a realizar las abluciones con agua o con arena. Un día me llevó a un lateral del barco para que hiciera las abluciones y se despreocupó de mí, cuando una de las cuerdas de la embarcación y su vela me golpearon empujándome al agua. Sentí que había caído sobre una roca, mientras mi compañero alertaba a la tripulación del barco de mi caída al mar. Entonces sujetaron la vela, sondearon las aguas con los remos, y al en­ contrarme yo pegado a un lateral de la embarcación, bajaron a rescatarme. Por Dios que el jubón que llevaba puesto no estaba ni siquiera húmedo, y al preguntarme por aquello [fol. 237r], les dije que había caído sobre una roca seca y había visto como si esta avanzara hasta pegarse al barco. El capitán juró por Dios que nunca antes había encontrado una roca en ese lugar, así que solo pudo haberla por obra y gracia de Dios». * * * A menudo se entregaba a la reflexión, y en una ocasión me dijo: «Cierto día, un pensamiento que se apoderó de mí hizo que la tierra me oprimiera y la casa en la que moraba me resultara agobiante. Y tenía un burro con el que solía desplazarme: lo llamé, monté en él y salí sin saber hacia dónde. Cuando quise darme cuenta, había caído con en el burro en el interior de un antiguo pozo que había en una pradera, oculto a la vista por la vegetación y las plantas. Estando ya en el fondo, el burro se puso en pie aún cargándome, con el agua sin llegarle a las rodillas, y así me quedé, como si estuviera recostado en una suerte de banco o asiento. El burro acabó muriendo, mas quedó en pie, apoyado contra una

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de las paredes e inmóvil, y allí permanecí todo aquel día y aque­ lla noche. Encontrándome en aquella situación, apareció una persona descolgándose en un cestón al interior del pozo, con una vela encendida, y portando un segundo cestón con otra cuerda. Cuando llegó hasta mí, se asustó y me preguntó quién era. Al decir yo mi nombre, me reconoció y me preguntó cómo había llegado hasta ahí, así que le conté lo sucedido, y me dijo: “Dios me ha debido de enviar a salvarte; pero mira debajo de ti”. Al mirar, vi que había una persona muerta cuyo cuerpo se había hinchado, y me dijo: “Es mi hermano, que iba con una caravana y cayó a este pozo. Me contaron lo sucedido y vine para sacarlo y enterrarlo. Este ha sido uno de tus milagros (karāmāt)”. Me puso en el cestón, dio una voz y me alzaron. Después me trajeron un burro, monté en él y volví a mi casa como si nada hubiera pasado». * * * En uno de sus viajes, pasó [fol. 237v] por una aldea y sintió la necesidad de entrar en ella. Al entrar, la caravana con la que viajaba hizo un alto por él. Lo acompañaron hasta una ruinosa mezquita que allí había, y al notar que estaba a punto de derrumbarse, salieron apresuradamente y lo dejaron allí, a sabiendas de que era un hombre impedido. Al salir, los muros de la mezquita se desplomaron cayendo unos encima de otros, salvo el muro en el que él se encontraba apoyado, que quedó inclinado. La gente pensó que había muerto sepultado, así que fueron en su busca y lo encontraron sano y salvo, lo apartaron de la pared, y lo sacaron de la mezquita justo antes de que aquella pared se derrumbara. * * * Un amigo suyo me contó que tenía una vaca que había dejado de dar leche por estar enferma. Una noche ofreció hospitalidad a Abū l-cAbbās, y cuando le apeteció tomar algo de leche, su amigo le contó que la vaca ya no daba nada por la enfermedad mencionada. Entonces protestó diciendo: «Solo me cuentas eso para no tener que servirme un poco de su leche». El hombre le

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respondió: «Te estoy diciendo la verdad». [Abū l-cAbbās] le dijo: «Llévame ante ella para que pueda verlo con mis propios ojos». Así lo hizo, y siendo de noche, palpó su ubre y dijo: «¿No decías que se había acabado su leche?, ¿es que no tiene la ubre llena?». Aquel hombre se acercó, palpó la ubre y notó que estaba a punto de desgarrarse por lo llena que estaba. La ordeñó y le dio la leche de dos noches; y tras servirle un poco, [Abū l-cAbbās] la tomó y se marchó sin dudar que había tratado de engañarlo, cosa que siguió reprochándole durante mucho tiempo. Otro día fue a visitarlo un asceta, y al antojársele comer pescado, [Abū l-cAbbās] pidió a un sirviente que fuera al zoco para comprar uno. Al poco rato, el sirviente regresó asegurando no haber encontrado pescado en el zoco. Entonces dijo: «Dios mío, bendice al pescado de este mes»; y se dirigió después al sirviente diciendo: «Vuelve al zoco, que allí encontrarás el pescado, por el poder de Dios». Al volver el sirviente [fol. 238r] al zoco, vio que los pescadores habían llegado con una incontable cantidad de peces, así que compró lo que necesitaba y regresó. Y me contaron que la gente de esta región nunca antes había visto tanta cantidad de pescado durante ese mes. También tenía un gato al que un día vio que había orinado sobre su alfombra para rezar, y le dijo: «¡Qué bien salen tus orines!, ¡así se te salgan los ojos!». Y al día siguiente, el gato tenía las cuencas de sus ojos vacías. * * * Cuando recitaba el Corán, solía detenerse en la sura de “El arrepentimiento” (al-Tawba),58 que acabó encontrando fastidiosa e irritante. Una noche vio en sueños a alguien que le decía: «¿Así que te detienes en tu recitación del Corán y después la encuentras irritante?», y tirando del lóbulo de su oreja hasta hacerle sangrar, le dijo: «Recita la sura para mí». Entonces la recitó entera y sin detenerse. Al despertar, tenía la oreja dolorida, pero sentía por aquella sura agrado y predilección. Y cuando recitaba el Corán, ansiaba llegar a ella para poder recitarla de memoria. 58 Cor.

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Un día le dije: «Veo que todo lo que pides a Dios te lo con­ cede. Me parece que conoces el Nombre Supremo de Dios». Él me respondió que, en efecto, lo conocía; y al preguntarle yo cuál era, dijo: «En el Nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Es con ello con lo que pido a Dios todo cuanto necesito». * * * En otra ocasión que vagaba por el desierto vestido con harapos, se cruzó con un grupo de gente que le pidió su bendición y le solicitó que rogara a Dios por ellos. Le dijeron: «Tenemos un ropaje (kiswa) que queremos que aceptes, y así sea la bendición que nos des más perfecta». Él les respondió que «Dios provee el bien», se alejó de ellos y entró en la ciudad. Al ir a saludarlo, me pidió que le comprara una ropa (ṯawb) de algodón, que la usara hasta que estuviera suave, y después se la entregara. Así lo hice, se la di, y al vestirla exclamó: «Alabado sea Dios [fol. 238v], que nos ha librado de la tentación». Al preguntarle cuál era la tentación de la que hablaba, me dijo que yo mismo la vería con mis propios ojos. Tan solo dos días después, y mientras yo estaba con él, se presentaron aquellas personas, trayendo en esta ocasión una túnica (qamīs), un turbante, una trusa (izār) y un manto, con el propósito de ofrecérselos. Entonces él les dijo: «Dios ya me ha proveído de todo eso. Como podéis ver, he conseguido un ropaje (kiswa). Pero entregad el que traéis a otra persona que lo merezca». Aceptaron hacer como les dijo y se marcharon. Pasados algunos días, me enteré de que esa gente había asaltado al dueño de aquellas prendas y se las habían robado. Mientras uno de sus compañeros se encontraba asistiendo a unas lecciones de jurisprudencia (fiqh), le envió un mensajero para que le dijera que saliera al encuentro de su padre con unas ropas (kiswa), pues aquel se hallaba desnudo entre los huertos. Aquel hombre llevaba algún tiempo desaparecido, así que su hijo salió a su encuentro con algo de ropa, y en efecto lo encontró en el campo, en el mismo lugar que había mencionado Abū l-cAbbās. Tras darle la ropa, le preguntó qué le había ocurrido, y este le relató que había naufragado, hundiéndose todo lo que poseía, y que había conseguido llegar a tierra desnudo y tal como lo veía. Ambos, padre e hijo, fueron de regreso para ver a Abū l-cAbbās,

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y al preguntarle cómo pudo saber lo acontecido, para su sorpresa les dijo: «Tan solo tuve un presentimiento (jaṭra)». Otro día envió con un compañero suyo unos cuantos libros que él mismo había copiado, para que fueran vendidos en otra región, y poder entregar en limosna el dinero obtenido con ellos. Tras cargarlos aquel hombre y ya de camino con la caravana, sucedió que fueron asaltados, cogiendo los asaltantes todo cuanto tenían salvo los animales y aquellas mercancías con las que no podían cargar. También quisieron llevarse las sacas que contenían los libros, y que pesaban tres quintales (qinṭār). Siendo que cada uno de esos corruptos podía cargar con unos dos quintales, no fueron capaces de acarrearlos, y pensando que las sacas debían contener hierro [fol. 239r] o plomo, finalmente las dejaron y se marcharon. Así que aquella persona vendió los libros por las regiones que le había indicado, y el dinero obtenido con ellos se entregó en limosna. * * * Tras ocho meses en los que una grave enfermedad lo había dejado inválido y ciego, un día lo venció la inquietud y rogó a su mujer que lo llevara a una mezquita en la que se reunían para rezar los enfermos de gravedad. Su esposa y otra mujer lo colocaron sobre una estera y lo llevaron hasta la mencionada mezquita. Allí lo dejaron sentado junto a una pared de la mezquita, donde un joven se acercó a saludarlo. Al preguntarle quién era, este le dijo ser Huḏayl. Abū l-cAbbās había oído hablar de él, así que se unieron en el rezo, y tras la salutación (taslīma) mutua, Huḏayl le preguntó: «Abū l-cAbbās, ¿qué te ha ocurrido para que hayas quedado inválido y ciego?». Respondió: «Es el decreto de Dios, contra el que no se puede luchar, y Su decisión, frente a la que no se puede resistir». Entonces le dijo Huḏayl: «Dile a esa mujer que está frente a ti —y era su esposa— que me traiga agua para realizar mis abluciones». La mujer trajo el agua, Huḏayl se lavó y con esa misma agua que había caído en un recipiente, lavó a continuación el rostro y las rodillas de Abū l-cAbbās, pronunció unas palabras inaudibles y se marchó. Abū l-cAbbās llamó a su mujer y le pidió que le mostrara el camino a su casa. Después se puso en pie y caminó hasta la casa apoyándose en su mano.

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Al entrar, señaló unos libros y preguntó a su mujer: «¿Quién ha puesto estos libros aquí?». Ella replicó que no era allí donde estaban, pero ante la insistencia de su marido, dijo [fol. 239v]: «Si es como dices, entonces acércame el libro con la cubierta negra». Abū l-cAbbās extendió la mano y lo cogió, por lo que su mujer exclamó llena de júbilo: «¿No te bastaba con caminar, que ahora también puedes ver?». Abū l-cAbbās respondió: «Es gracias a Dios, y a la bendición de ese piadoso hombre, Huḏayl, famoso por sus actos milagrosos y célebre por sus bendiciones.59 Estate preparada, pues tengo la impresión de que el viernes vendrá a visitarme y a felicitarme por la curación». La mujer lo preparó todo y, en efecto, Huḏayl fue a visitarlo, momento que ella aprovechó para pedir que rogara a Dios por ella. Así lo hizo por ambos y, tras expresarle su alegría por la curación, se marchó. Yo pude verlo antes de que le afectara la mencionada enfermedad, en el transcurso de la misma, y tras haberse curado; mas no estuve presente en su entierro. No obstante, me informaron de su fallecimiento. Que Dios se apiade de él. [11.-] Abū cAbd Allāh Mālik b. cAlī, conocido como al-Qalānisī Era maestro del Corán, materia en la que instruía a los niños. A veces trabajaba hasta la extenuación, y el temor a Dios lo dominaba. Era de pocas palabras, y solamente hablaba por el bien de lo que le importaba. Enseñaba el Corán en su casa a diez niños, sin superar esa cifra, y cuando algún niño acudía a él para que lo instruyera, solía decir: «Me basta con los que tengo»; y únicamente cuando uno de sus alumnos acababa la instrucción y salía de su grupo de alumnos, aceptaba a otro en su lugar, siendo esta su costumbre. También se dedicaba a hacer bonetes (qalānīs). Las ganancias que obtenía de sus lecciones, las empleaba en sustentar a su

59 En

ausencia de más datos sobre este personaje, y a pesar de su supuesta celebridad en la época del autor, no hemos sido capaces de identificarlo en ninguna de las fuentes de que disponemos.

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familia; y únicamente lo que ganaba haciendo los bonetes lo empleaba en su propio sustento. * * * Una persona devota de su región me contó que, tras rezar las oraciones prescritas, se durmió en estado de pureza ritual, y vio [fol. 240r] en sueños como si el Día de la Resurrección hubiera llegado: los hombres se hallaban reunidos con la claridad de la mañana (ḍuḥà), una escalera bajaba del cielo hasta la tierra, y por ella descendían ángeles armados con arpones y ganchos de fuego. Un ángel salido de la tierra se puso frente a ellos, portando una lanza de fuego con varias puntas, y les dijo: «¿Hacía dónde os dirigís?». La muchedumbre respondió: «A exterminar a la gente de este pueblo, pues son unos impíos». El ángel repu­ so: «¿Es que no sabéis que en él se encuentra Mālik al-Qalānisī?». Respondieron: «¡Cierto!, gracias a Dios que nos lo has recordado, pues de haber exterminado al pueblo, no estaríamos a salvo de ser exterminados por Dios». Aquel hombre despertó y fue a ver a al-Qalānisī, estando yo mismo presente. Tras contarle su sueño, al-Qalānisī le pidió que lo mantuviera en secreto, cosa que le prometió por Dios antes de marcharse, y así lo hizo. No presencié su entierro, pero alguien que sí lo hizo me contó que cuando se pronunció la oración sobre su cadáver, la gente vio en el desierto, en las montañas y por donde quiera que alcanzara su vista, a una muchedumbre vestida con ropas del más puro blanco participando del rezo en su honra —que Dios se apiade de él e ilumine su tumba—. [12.-] Abū l-cAbbās Aḥmad b. cUbayd Allāh, conocido como al-Fā’ida Era un maestro en los sermones, el ascetismo y las sutilezas espirituales (al-raqā’iq); solía pronunciar sermones en una mezquita de su propiedad. Era asimismo bienintencionado, de

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buen corazón, creía todo lo que escuchaba sin contradecir a nadie ni discutir. Cierto día estaba sentado pronunciando un sermón, cuando se le acercó un pobre y le dijo: «Me encuentro desnudo y el frío me está haciendo enfermar. Pide por mí algo de ropa con la que me pueda cubrir». Él no tenía por costumbre pedir nada durante sus sermones, pero aquel hombre le insistió en su ruego, supli­ cándole por Dios. Así que Abū l-cAbbās se dirigió [fol. 240v] a uno de los presentes diciendo: «Vístelo, que Dios te vestirá con los ropajes del Paraíso». Aquel hombre le respondió con cierta sorna: «Alguien como tú solo debería pedir a Dios», e hizo ademán de entregarle algo de dinero, pero tras escuchar lo que había dicho, Abū l-cAbbās se negó a aceptar nada de él, y dirigiéndose al pobre, le dijo: «Este no es el momento adecuado para pedir algo por ti; pero ven a verme a mi casa mañana, si Dios quiere». A continuación terminó con su sermón y se marchó a su casa. Al caer la noche, se puso en pie en mitad de la casa y dijo: «Dios mío, viste a tal persona, y no dejes que me aparte de él en este lugar hasta mostrarme Tu Omnipotencia sobre lo que he pedido». Apenas había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando llamaron a su puerta, y al salir se encontró con un hombre que le entregó una moneda de oro y le dijo: «Viste con esto al pobre que consideres». Lo aceptó y dio gracias a Dios. Al día siguiente estuvo esperando al pobre y cuando este hizo aparición, fue con él al zoco, lo vistió con un bonito ropaje (kiswa) y le ordenó que fuera ante aquella persona a la que el día anterior le había pedido que lo vistiera, para decirle: «Ahora estoy vestido gracias a Dios, que no gracias a ti». El pobre hizo tal como le ordenó, y la tristeza por haber perdido la oportunidad de ser recompensado en la otra vida estuvo a punto de consumir a aquel hombre.60 * * *

60 Un

curioso análisis de esta anécdota se encontrará en L. G. Jones, «Witnesses of God: Exhortatory Preachers in Medieval al-Andalus and the Maghreb», Al-Qanṭara, 28, 1 (2007), pp. 94-96.

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En otra ocasión se cruzó con un almojarife y junto a él estaba un oficial de la administración a quien se le pedía que rindiera cuentas ante la autoridad. El almojarife había ordenado a sus ayudantes que descubrieran la cabeza del oficial y lo estrangularan con su turbante, y mientras esto hacían, le propinaban latigazos. Aquel hombre cayó al suelo, pero siguieron golpeándolo y arrastrándolo con su rostro en el suelo. Así que Abū l-cAbbās dijo al almojarife: «¡Ay de ti!, si realmente tuvieras temor de Dios, tratarías de ayudar a este pobre indefenso al que has capturado y que se encuentra a tu merced». Entonces el almojarife ordenó a sus ayudantes: «¡Capturad a este sirviente rebelde!». Lo insultó y mandó que fuera golpeado y encarcelado. En principio, él había salido a comprar algo de comer para su familia, que no tenía nada, pero acabó pasando la noche en prisión. Cuando se quedó dormido, vio en sueños al Profeta [fol. 241r] que le decía: «¡Abū l-cAbbās, quédate tranquilo y aliviado, que hemos dado de cenar a tu familia! Mañana saldrás, si Dios quiere, y verás a quien te ha causado todo esto recibir lo mismo». A la mañana siguiente, le fueron relatados al gobernador los incidentes causados por las personas encarceladas, así como sus nombres. El nombre del šayj se encontraba en la lista y, puesto que el gobernador lo conocía, preguntó con sorpresa el motivo por el que estaba encarcelado. Le dijeron que había protestado al almojarife por lo que le estaba haciendo a un hombre indefenso que estaba con sus sirvientes, razón por la que fue insultado, golpeado y encarcelado. El gobernador mandó que le hicieran comparecer en su audiencia y allí le aseguró no ser el responsable de aquello, tras lo cual le pidió disculpas. A continuación mandó llamar al almojarife, lo reprendió por lo que hizo, ordenó que fuera golpeado y lo encarceló en el mismo lugar, cumpliéndose sus órdenes. Abū l-cAbbās se marchó a su casa, y allí encontró gran cantidad de harina, mantequilla, miel y aceite, así que preguntó a su familia de dónde habían sacado todo aquello. Le dijeron: «Ayer llamaron a la puerta, fuimos a abrir y encontramos esta comida; y sin llegar a ver a nadie, escuchamos a alguien decir que tomáramos esta comida que Abū l-cAbbās nos había enviado a través de él». Entonces Abū l-cAbbās dio gracias a Dios por aquello, y tuvo certeza de lo que dijo el Mensajero de Dios —que

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Dios lo bendiga y salve—: “Sabed que el diablo no puede tomar mi forma”.61 * * * Tenía siete hijos entre varones y hembras, y un día se lamentó ante ellos por la pobreza y la escasez en que se encontraba, y por la carga que era incapaz de soportar, así que les dijo: «¡Que Dios me libre de vosotros!». Antes de que terminara el mes, todos ellos fueron muriendo uno tras otro y con un intervalo de dos o tres días entre cada uno de ellos. Únicamente quedó su mujer, de modo que se aligeró su carga y se equilibró la ayuda con la que debía contar. Cuando me separé de su lado aún seguía con vida, y desconozco si en la actualidad está vivo, o si ya falleció. [13.-] Abū cAbd Allāh Muḥammad [fol. 241v] b. cUṯmān al-Magribī, llamado al-Rammād Era un šayj respetable, de elegante conducta y poco hablador. Se dedicaba a tejer ropas. Cuando se le ofrecía este mundo, lo rechazaba junto con las ataduras de sus ambiciones. Alguien que conocía su estado interior (bāṭin ḥāli-hi) me dijo que había donado todo lo que poseía en diecisiete ocasiones. Y no tejía ropa para ninguna persona, por temor a que se le pudiera perder parte del hilado que se le diera, y por ello le entraran dudas y confusión; así que él mismo compraba el hilo, tejía para él y después vendía el producto. Y cuando compraba el hilo, calculaba a ojo su peso en la balanza, mas al calcular su precio en plata, lo hacía generosa­ mente; y esta era siempre su manera de proceder. Tenía una tienda en la que desarrollaba su oficio. Un día entró en ella un hombre bereber que llevaba su propio hilo, y le pidió que le tejiera una prenda de ropa. Al responderle que no era esa su forma de trabajar, y que únicamente fabricaba prendas para él, aquel hombre le dijo: «Es preciso que me confecciones 61 Cf. Al-Tirmiḏī, Al-Ŷāmic al-Kabīr, n.º 2276 y Aḥmad b. Ḥanbal, Musnad, n.º 2525.

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una para mí». Abū cAbd Allāh insistió en que nunca trabajaba de esa manera, así que el bereber lo insultó gravemente por su carácter antipático y testarudo. Uno de los compañeros de Abū cAbd Allāh que se encontraba presente reprochó a aquel hombre sus insultos, tras lo cual le dio la espalda. Entonces el bereber cogió uno de los instrumentos para tejer y se lo lanzó a aquel compañero, que consiguió esquivarlo, por lo que el objeto rebotó en la pared y le golpeó en un ojo. Aquello acrecentó su ira y volvió a insultar a Abū cAbd Allāh, quien le dijo: «¿No te basta con hacerte daño en tu ojo derecho?, pues así Dios te dañe todo el cuerpo». El bereber agarró a su compañero diciendo: «Vas a venir conmigo ante el gobernador». En esa situación estaban, habiendo ya salido de la tienda y con la gente intentando arreglar el conflicto entre ambos [fol. 242r], cuando se oyó un tremendo ruido que alertó a toda la gente de alrededor. Al formarse una muchedumbre, el bereber soltó la mano del trabajador y fue también a ver qué había ocurrido, y resultó ser un caballo que se había escapado y corría entre la gente. El bereber, más preocupado por su ojo, no lo vio venir hasta que lo tuvo encima, y recibió tal coz en su rostro que le saltó una parte de su cabeza, cayendo muerto. * * * Nadie lo veía en el intervalo de tiempo entre la oración de la puesta del sol (al-magrib) y la del anochecer (al-cišā’). Estuve preguntando dónde se metía durante ese tiempo, pero no encontré a nadie que supiera responderme, así que me quedé con él desde la oración de la tarde (al-caṣr) hasta la de la puesta del sol. Cuando hubo rezado esta última, lo seguí sin que se diera cuenta hasta el final de la región, y allí entró en una mezquita abandonada. Estuve observándolo, y lo vi rezar doce rakcāt, en cada una de las cuales únicamente recitó la Fātiḥa. Al terminar y dirigirse a la salida, me vio detenido junto a la puerta de la mezquita y me preguntó quién era. Yo le dije mi nombre y de nuevo preguntó: «¿Qué te ha traído hasta aquí?». Respondí: «Lo mismo que a ti. Dime por qué no recitas ninguna otra sura aparte de la Fātiḥa». Entonces me dijo: «El más agradable de los actos para Dios es el más simple y el mejor, como se deduce de Sus palabras “para probar cuál de voso­

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tros es mejor en sus obras”,62 y no dice “el que más obras hace”. Hijo mío, no me es posible añadir nada a lo que has visto». Y añadió: «¡Hijo mío, no reveles a nadie este lugar mío!, pero frecuén­ talo, porque te resultará beneficioso». Pero yo repuse: «¿No dice la Ley que los lugares no conceden la santidad?». Y me respondió: «Santifican en la medida en que son consagrados a Él».63 Después me contó: «En una de mis salidas, vi a Abū l-cAbbās al-Jaḍir,64 quien me dijo: “Hermano mío, guárdate de mostrarte arrogante ante el Señor de la Majestad, pues no hay escalón más resbaladizo y despreciable que ese. Cuando veas a un hombre devoto, trata de obtener su bendición y pide que ruegue a Dios por ti. Y cuando oigas hablar de alguno, esfuérzate por acercarte a él, pues eso mismo te acercará [fol. 242v] a Dios y te hallarás próximo a Su misericordia y Su perdón. Y si él ha rezado en un lugar, aunque tú no lo hayas visto, entonces reza tú también en ese lugar, porque las huellas de los devotos quedan marcadas en los pe­ñascos y las rocas, al igual que permanece el rastro de su ben­dición hasta el Día de la Resurrección”». * * * 62 Cor.

11: 7. esta anécdota sobre el supuesto carácter sagrado de determinados lugares, creemos que se hace referencia a una tradición recogida por Mālik b. Anas, Al-Muwaṭṭa’, ed. de Kulāl Ḥasan cAlī, Dimašq, Mu’assasat al-Risāla, 2013, n.º 1533; según la cual, Abū l-Dardā’ escribió a Salmān al-Fārisī diciendo «Vayamos a la tierra santa (al-arḍ al-muqaddasa)», y este le contestó: «Ninguna tierra te santifica, sino tus obras». No obstante, la doctrina islámica establece que aquellos actos inspirados por la obediencia a Dios y con una intención correcta deben considerarse sagrados, así como los lugares en que tales actos son realizados (esto es, «consagrados a Él»). Así, por ejemplo, el musulmán sacraliza o purifica el lugar en el que realiza la práctica ritual de la oración, y ello mediante su deseo consciente de invocar la presencia divina en dicho lugar; cf. Y. Pallavicini, «“God has made the earth like a carpet”: The Sacred Places in the Islamic Tradition», en Silvio Ferrari y Andrea Benzo (eds.), Between Cultural Diversity and Common Heritage: Legal and Religious Perspectives on the Sacred Places of the Mediterranean, Farnham, Ashgate, 2014, pp. 101 y 108; A. Farouk-Alli, «A Qur’anic Perspective and Analysis of the Concept of Sacred Space in Islam», Journal for the Study of Religion, vol. 15, 1 (2002), pp. 73-74 y R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, pp. 568-570. 64 Vid. supra, nota 23. 63 En

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Uno de sus compañeros me contó que una madrugada lo había visto yendo hacia el mar, así que lo siguió convencido de que se dirigía hacia algún lugar sagrado para rezar en él. «Su caminata —me relató— se detuvo en la costa, y allí se sentó sobre un roca; sacó una alfombra para rezar (waṭā’) que llevaba consigo y murmuró unas palabras que desconozco. Al instante un pez salió del mar de un salto para caer en aquella alfombra. Entonces le oí decir: “No es suficiente”; tras lo cual saltó otro pez a su lado. Volvió a decir que no bastaba, y así siguió haciendo hasta que tuvo diez peces. Después quedó en silencio y salieron otros tres más, tras lo cual plegó los bordes de la alfombra; y al volverse, me vio y me preguntó qué me había traído hasta allí. Yo le respondí: “El ir tras tus pasos y tomarte como mi guía”. Entonces dijo: “En verdad que tus pasos han sido aceptados, y es por ello que Dios me ha concedido tres peces de más para ti, ya que a mí suele darme diez. Estos tres son tuyos”. Di gracias a Dios, y le dije: “Sólo los cogeré si están cocinados”. A ello me replicó: “Yo mismo jamás pedí tal cosa, pero márchate, que los encontrarás como has pedido”. Me dirigí entonces a mi casa, y de camino me alcanzó uno de sus compañeros [con una fuente] en la que estaba el pescado cocinado, tal como quería, así que cogí [la fuente] y comimos de ella mi familia, mis allegados y yo. Y por Dios que todos nosotros no acabamos con ello, y aún sobró bastante para otra ocasión». Otro de sus compañeros me contó que un día, caminando entre los huertos, lo encontró a la sombra de un sauce. Frente a él tenía algo parecido a la resina o la goma, de la que estaba comiendo y que masticaba lentamente, mientras decía: «Dios mío, haz agradable aquello de lo que nos provees, y sitúanos entre los seres devotos que has creado». «Me acerqué a él —siguió narrándome—, y al verme, dijo: “¡Sé bienvenido!, ¡acércate, acércate!, que Dios te ha traído a la hospitalidad de este árbol, y te ha unido a mí en la Misericordia y el Perdón”. Así que me acerqué a él [fol. 243r] y comimos juntos de aquello que tenía. Yo había comido de todo, pero nunca de algo tan delicioso y dulce como aquello; y mientras comíamos, aquel manjar seguía cayendo del árbol a nuestro alrededor. Entonces le dije: “Te ruego por Dios que me expliques el prodigio de esta comida, pues no es normal que de este árbol salga algo así”. Y me respondió:

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Ṭāhir al-Ṣadafī al-Andalusī (siglo vi/xii)

“¡Hijo mío!, este árbol es llamado ‘el anfitrión de los santos’, y en uno de mis viajes encontré bajo su sombra a un hombre al que llamaban al-Mucallà, que había prometido a Dios que no entraría en ninguna región que no fuera la de La Meca y Medina. Estaba comiendo de este árbol, y me contó lo mismo que yo a ti. Después me invitó a que comiera de ello, al igual que yo hice contigo, le di gracias a Dios por ello y me marché con él”. Posteriormente —me dijo aquel compañero suyo— regresé yo solo a aquel árbol, mas no encontré en él, ni debajo de él, nada de lo que había visto en aquella ocasión». * * * Dejé a al-Rammād cuando se encontraba en el Magreb, si bien él ya tenía la intención de realizar la Peregrinación a La Meca. Uno de los que lo acompañaron en su viaje me contó que consiguió llegar al recinto sagrado de la ciudad, cumplió con los ritos propios de la Peregrinación y visitó la tumba del Profeta. «Emprendió con nosotros —me relató— el camino de regreso hasta llegar a Ŷūn Ramāda,65 una de las provincias de tu posesión,66 y allí contrajo una enfermedad que le hizo fallecer al cabo de dos días. Cavamos una tumba para él, y tras lavar su cuerpo y envolverlo en su sudario, fuimos a realizar las abluciones para cumplir con la oración fúnebre; y al volver, encontramos su cuerpo en el interior de la tumba, así que lo cubrimos de tierra y continua­ mos nuestro camino».

65 Golfo situado entre Alejandría y el extremo noreste de la región de Cirenaica —véase Ibn cAbd al-Muncim al-Ḥimyarī, Al-Rawḍ al-micṭār, p. 268— que, como apunta Meier («Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 428, n. 12), podría corresponder al actual golfo de Sollum. 66 Así en el original; el sentido de la frase es incierto. Meier («Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 428) expone algunos indicios extraídos del texto que quizá podrían indicar que el autor ocupó un cargo administrativo en dicha región, pero no hay datos suficientes que confirmen esta hipótesis.

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[14.-] Abū Muḥammad cAbd Allāh b. Sulaymān, llamado al-Bāgī Originario de una región andalusí llamada Priego (Bāg),67 fue un šayj de agradable apariencia y bellos rasgos. Su padre fue uno de los santos más devotos y virtuosos. Se dice que rogó a Dios para que su hijo fuera igualmente devoto y que este, a su vez, fuera bendecido con hijos virtuosos, de los que pudiera estar satisfecho y con los que pudiera prescindir [fol. 243v] del resto de la gente. La plegaria de su padre fue atendida, pues sus tres hijos fueron realmente devotos y, aun siendo poseedores de ciertas riquezas, en ellos predominó el temor a Dios: nadie acaparaba sus posesiones y el que tenía riqueza la compartía con su hermano. Incluso dispusieron un cofre en el que depositaron todo lo que tenían y lo que iban ganando; cuando uno de ellos necesitaba algo, cogía de aquel cofre, o bien depositaban en él las ganancias que obtuvieran con sus mercadeos. Y me consta que nunca se pidieron cuentas entre ellos ni discutieron por razón del dinero. Un día vi a al-Bāgī cuando descendía de la montaña, llevando al hombro un gran cántaro de agua. Así que le dije: «¡Que Dios se apiade de ti!, ¿no debería cargar con ello alguno de tus hijos?». Y me respondió: «Si yo les fallara, ellos me fallarían. Y por Dios que cumplo con mi parte, de manera que ninguno de nosotros dependa del otro. Esto es lo que encargó mi padre al morir, cuando elevó aquella plegaria que es el motivo de mi prosperidad y la de mis hijos. Debes saber, hijo mío, que esta vida y la otra son los platillos de una balanza, si se rebaja el peso de uno, el otro cae. Observa Sus palabras: “Si se hubieran mantenido en la vía recta, les habríamos dado de beber agua abundante”».68 Después me dijo: «Que Dios te muestre la Verdad como verdadera y te dé el seguirla fielmente; y te muestre la falsedad como falsa y te conceda el apartarte de ella».69 Tras lo cual se marchó. * * * 67 Actual localidad de Priego de Córdoba; véase Ibn cAbd al-Muncim al-Ḥimyarī, Al-Rawḍ al-micṭār, p. 112, s. v. «Bīgū». 68 Cor. 72: 16. 69 Paráfrasis de una popular oración o súplica (ducā’) que suele atribuirse a cUmar b. al-Jaṭṭāb; cf. Al-Bahūtī, Šarḥ muntahà al-irādāt – Daqā’iq ūlà al-

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Me dijeron que en una ocasión pasó la noche en una rábita (ribāṭ) a las afueras de la ciudad costera que llaman Rota (Rūṭa), en tierras de al-Ándalus.70 Según su propia narración, ocurrió lo siguiente: «La mezquita de este lugar tenía unas ventanas que daban al mar y, a mitad de la noche, una luz como la del sol entró por aquellas ventanas iluminando toda la mezquita. Poco después vi a mi lado la figura de una persona que me saludó. Al preguntarle quién era, me dijo ser al-Jaḍir.71 Entonces le dije: “Si quisiera visitarte, ¿dónde te podría encontrar?”. A lo que me respondió: “No tengo morada fija en la tierra, allá donde soy recordado [fol. 244r] me hallo presente. Recorro toda la tierra, pasando por sus llanuras, sus montañas, por sus lugares poblados y sus parajes desolados. Visito a los santos y me intereso por los que temen a Dios; y esto hago constantemente”. Finalmente me dijo: “Yo te visitaré cuando Dios lo permita”. Después se fue, y con él la luz, quedando la mezquita tal como estaba antes». También contó: «Una noche en cArafa72 se me presentó alJaḍir y me dijo: “cAbd Allāh, ¿necesitas algo de La Meca y Medina?”, a lo que le respondí: “Sí, saluda por mí a la Kacba y al Profeta, que Dios le bendiga y salve”. Accedió a cumplir con mi deseo y se marchó. En otra ocasión volvió a verme y me nuhà li-šarḥ al-muntahà, 7 vols., ed. de cAbd Allāh b. cAbd al-Muḥsin al-Turkī, [Bayrūt], Mu’assasat al-Risāla, 2000, vol. 6, p. 486. 70 Fundada probablemente a finales del siglo ix, la rábita de Rota fue desde mediados del siglo x un enclave de prestigio entre los místicos y ascetas andalusíes, así como destino habitual de peregrinación y retiro; véase M.ª M. Delgado Pérez, «Rābiṭa Rūṭa: Aproximación al conocimiento de una villa de frontera y retiro espiritual», en Amina González Costa y Gracia López Anguita (eds.), Historia del sufismo en al-Andalus: Maestros y sufíes de alAndalus y el Magreb, [Córdoba], Almuzara, 2009, pp. 198 y 204-205. El mismo Ibn cArabī visitó esta rábita en el año 590/1193; y según su propio relato, era lugar en el que las gentes piadosas (al-ṣāliḥūn) solían pasar la noche; cf. Ibn cArabī, Sufis of Andalusia, p. 117 y M. Asín Palacios, Vidas de santones: La «Epístola de la santidad» de Ibn Arabī de Murcia, Madrid, Impr. de Estanislao Maestre, 1933, p. 140, con notables diferencias en la traducción del pasaje. 71 Vid. supra, nota 23. 72 Nombre árabe del monte y la llanura de Arafat, a 21 km al nordeste de La Meca. Es el lugar de uno de los ritos fundamentales de la Peregrinación, donde el día 9 de Ḏū l-Ḥiŷŷa los peregrinos deben pasar la tarde rezando tras escuchar el sermón del mediodía.

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preguntó si podía hacer algo por mí. Entonces pedí: “Ruega a Dios por mi perdón”, y me respondió: “Ruega tú también a Dios para que se apiade de mí y no me arroje al Infierno”; así que exclamé: “¡Abū l-cAbbās!, ¡aun siendo tú aquel a quien Dios ha honrado, haciendo de ti el guía de Sus santos y el líder de Sus escogidos, necesitas que ruegue por ti!”. Entonces me dijo: “Nadie ha sido más honrado por Dios que Muḥammad, y sin embargo nosotros rogamos por él y pedimos por su salvación; hasta él pidió a Dios eso mismo, y le fue concedido”».73 * * * También me contaron que junto a su casa se encontraba la tienda de un tejedor, en la que solía sentarse cuando le apetecía salir de su casa. Un día vio al tendero sumido en una gran melancolía y tristeza que se reflejaba en su mirada y en la turbación de su pensamiento. Le habló pero no obtuvo ninguna respuesta por su parte, ni le hizo reaccionar siquiera, así que finalmente le dijo: «Te ruego por Dios que me cuentes lo que te ocurre, pues quizá esté en mi mano el poder consolarte y aliviar tu preocu­ pación». Entonces el tendero le preguntó: «¿Conoces al joven que trabajaba cada día en este telar?». Asintió, y [el tendero] continuó diciendo: «Era bajo mi responsabilidad que él trabajaba a diario, y terminaba cada día treinta codos (ḏirāc) de lienzo, lo que equivale al trabajo de tres empleados [fol. 244v]; y cada noche cogía su paga, de la que no dejaba ni un solo grano hasta el día siguiente. Ayer a mediodía, lo encontré sentado junto al telar sin trabajar; tenía dos panecillos sin miga como los que se hacen en Alepo, mientras que en esta ciudad no hay quien haga ese tipo de pan ni sepa hacerlo. Le pedí que me diera un poco del que estaba comiendo, lo cual hizo; y por lo que veía, caí en la cuenta de que él debía de ser uno de los que obran actos carismáticos (al-cāmilūn). Nada más terminar la jornada, y tras recibir su paga, se marchó. Pedí que cerraran la tienda, y lo seguí sin que se diera cuenta, de modo que pude verlo dando limosna a cuantos pobres se encontraba, hasta agotar su paga. A continuación se dirigió 73 Cf.

Cor. 33: 56.

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hacia el mar, realizó unas abluciones, y se volvió a ambos lados sin ver a nadie —puesto que yo me hallaba escondido tras un muro que allí había—. Después se adentró en el mar, mas no pude ver cómo se desplazó en él; y lleno de sorpresa, allí pasé toda la noche hasta que Dios trajo la mañana. Al despuntar el alba, volví a verlo regresando por donde se había marchado, y fui tras él a escondidas hasta llegar a la tienda, que aún estaba cerrada. Esperó a que yo llegara, abrí y entramos juntos. No pude mantenerme callado ni encontré razón para guardar silencio, así que en cuanto llegó el resto de empleados, le dije con ellos delante: “Quiero que nos des algo de lo que tenías ayer para comer”. Entonces me lanzó una mirada fulminante, pero volví a la carga diciéndole: “Si te pidiera que me adentraras contigo en el mismo mar en el que tú te adentraste ayer, ¿cómo lo harías?”. Me respondió diciendo: “Que Dios te perdone, ¿qué estás diciendo?”. Así que finalmente le relaté todo lo concerniente a los panes, las limosnas, la paga y su entrada en el mar. Dirigiéndose a los empleados, dijo: “¿Estáis viendo [fol. 245r] a vuestro maestro, cómo delira hoy?, lo más seguro es que se encuentre enfermo”, tras lo cual dejó que la situación se calmara, esperó a que nos descuidáramos, y cuando quisimos darnos cuenta, desapareció y no volvimos a saber de él. Y este es el motivo de mi melancolía y mi profundo malestar». [15.-] Abū l-Walīd Jālid b. Macbad al-Šāṭibī Era un joven que abandonó este mundo cuando acababa de entrar en él, se marchó de él cuando acababa de llegar, sin apenas haber abierto los ojos a él ni haber visitado región alguna. Nació en Játiva (Šāṭiba) y allí creció hasta cumplir los diez años, amado y contemplado por sus padres. Un día vio a una multitud apiñada en torno a un asceta al que llamaban cAtīq al-Mallāḥ,74 que huía de ellos hasta refugiarse en una tienda abandonada. La multitud lo seguía, pero él no les dirigía la palabra ni tan siquiera los 74 Asceta

del que no tenemos más noticia que la presente mención.

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miraba. Vio el niño aquella muchedumbre y corrió en su dirección para ver lo que ocurría; y al verlo el asceta, le pidió que se acercara y le besó en la frente,75 despertando la compasión del niño por él. Se pusieron en pie y caminaron juntos hasta hallarse cerca de la casa del niño, quien le dijo: «Te ruego por Dios que me esperes aquí mientras yo entro en casa, que saldré a buscarte». Eso hizo el asceta, así que el niño entró en su casa y le dijo a sus padres: «Tengo que acompañar hoy a este siervo de Dios para ver dónde mora, y así poder visitarlo siempre que quiera. Quitadme estas ropas y vestidme con harapos parecidos a los que él lleva». Los padres hicieron lo que les pidió, al haber inculcado Dios en su interior el deseo de cumplir con el deseo del niño y el dejar que se acercara a Dios dejando que lo acompañara, tal como había suplicado. Así que salió el niño y pidió al asceta que le dejara acompañarlo. Este le dijo: «¿A dónde quieres acompañarme, hijo mío? [fol. 245v], el camino es largo y fatigoso, y tus padres no querrán dejarte ir. Si quieres acompañarme, tienes que pedirles permiso». Salieron entonces el padre y la madre del chico y dijeron: «Hemos entregado nuestro hijo a Dios, y a Él le hemos confiado, ¿no es a Él a quien debemos confiarlo?». Finalmente, el asceta marchó con el niño, y este no dejó de acompañarlo hasta hacerse mayor. Una vez lo vi en tierras de al-Ándalus, caminando humilde y sumiso, modesto y encogido, sin alzar la vista al cielo y sin apenas poder respirar el aire puro. Tras saludarlo, estuve caminando a su lado sin poder sacarle una palabra, hasta que por fin me habló. Entonces le dije: «¡Dios se apiade de ti!, hacía tiempo que deseaba encontrarme contigo, hasta que finalmente Dios me ha concedido este deseo. Tengo curiosidad por que me digas cuál es el motivo de que nunca alces la vista del suelo ni lances una mirada al cielo». A ello me respondió: «Por Dios, hermano, que llevo veinte años sin alzar la vista a los cielos, por vergüenza ante Quien los ensalzó sin soporte alguno y contó sus innumerables

75 Analizando

esta anécdota, Rodríguez Mediano interpreta este beso como símbolo de iniciación y de transmisión de la baraka; véase F. Rodriguez Mediano, «Religiosidad en al-Andalus: el hombre santo en el Islam occidental», Revista de dialectología y tradiciones populares, vol. 54, 1 (1999), p. 154.

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estrellas. Y no soy consciente de la salida del alba hasta que veo su luz en el suelo».76 Uno de sus compañeros me relató que nunca se le vio comer de día salvo en las festividades de la ruptura del ayuno y del sacrificio (al-fiṭr wa-l-aḍḥà). * * * Un día se cruzó con un grupo de unos cien caballeros cristianos, sin advertir su presencia hasta que se encontró amenazado en medio de todos ellos. Entonces exclamó: «¡Dios es más grande!», así aparecieran los partidarios de Dios para vencer a Sus enemigos. De pronto se escuchó un grito entre ellos, y se alejaron de él huyendo despavoridos. Uno de ellos salió despedido de su caballo; otro cayó de su montura; otro arrojó sus armas; otro se bajó del caballo, se despojó de su coraza y corrió buscando refugio; y aún otro se separó del grupo y acabó siendo presa de los leones, los lobos y las hienas [sic]; hasta que cayó la noche [fol. 246r]. Solo los que se libraron de la muerte por no haberles llegado la hora consiguieron regresar a su país. En otra ocasión, se encontró en el desierto con un hombre que había tratado de seducir a una pastora, y al negarse aquella mujer, la golpeó y la maniató con la intención de violarla. En esa situación se encontraba cuando al-Šāṭibī lo vio, y le dijo: «¡Tú, enemigo de Dios y de Su honor!, ¿a qué se debe este acto repugnante y abominable?, ¡desiste de tu intento y renuncia a tu deseo!». Aquel hombre llevaba envainada una espada, así que dejó a la mujer, se volvió hacia él y empuñó la espada para darle muerte, mas no consiguió desenvainar. Apretó la funda de su espada contra su costado izquierdo, colocó su mano en su empuñadura y tiró de ella con mucha fuerza para desenfundarla, y al conseguirlo se le escapó de las manos, seccionándose la yugular. Inmediatamente cayó desplomado al suelo, tras darle Dios la muerte con su propia mano, víctima de su propia fuerza 76 Mantener

la mirada fija en el suelo era también una de las acciones piadosas que distinguían al santo andalusí Mālik b. cAlī b. cAbd al-Malik alZāhid (m. 268/881), extraordinaria conducta que imitaron sus discípulos; cf. M. Marín, «Zuhhād de al-Andalus», p. 456.

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y tenacidad. Al-Šāṭibī dio gracias y alabanzas a Dios, desató a la mujer para liberarla y continuó por su camino. Otro día caminaba por la orilla del mar, cuando vio próximo a la costa uno de los navíos de los cristianos en el que había prisioneros musulmanes que habían sido capturados en su propia embarcación. Comenzó a gritarles repetidamente: «¡A tierra!, ¡a tierra!», y en aquel momento el viento comenzó a extender la vela lanzando al barco hacia tierra con tal ímpetu, que la tripulación resolvió cortar las cuerdas de la vela. Aun así, el barco siguió desplazándose sin vela hasta acabar la mayor parte de él encallado en la costa. Los musulmanes que estaban en tierra atacaron el barco y liberaron a los prisioneros, matando a algunos cristianos y capturando a otros. [16.-] Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Maṭar al-Arkušī77 Cuando me separé de él, era ya un hombre de edad madura, que nunca cometió un acto prohibido, ni descuidó obligación alguna, ni se desvió del recto camino [fol. 246v]. De entre los actos carismáticos que Dios le infundió, presencié en tierras de al-Ándalus una ocasión en la que cierta persona es­ taba gritando: «¡Combatientes por la causa de Dios!, ¡el Día de la Resurrección ha llegado y las lanzas de los cristianos se hallan junto a los muros de la fortaleza!». Toda la gente se apresuró a tomar sus armas y pertrechos, se cerraron las puertas de la ciudad y sus hombres subieron a las torres y las fortificaciones con sus corazas para observar con sus propios ojos cómo el horizonte se hallaba plagado de enemigos. Un comandante musulmán había salido por una puerta aún abierta acompañado de una numerosa caballería y se detuvo junto con sus tropas frente a la puerta 77 En

dos de los manuscritos consultados (A y B) leemos «al-Azkašī». Sin embargo, seguimos la lectura propuesta por Meier («Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 475, n. 121), y en apoyo de la misma, la lectura del manuscrito C, considerando que la nisba «al-Arkušī» corresponde a la localidad de Arcos de la Frontera, puesto que los personajes biografiados en este capítulo proceden todos del Occidente islámico.

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mientras la gente lo cubría desde la fortaleza. Cuando los infieles se percataron de su presencia, fueron a por él y atacaron en bloque. Abū cAbd Allāh [al-Arkušī] era uno de los que se encontraban en la fortaleza, y los musulmanes le gritaron: «¡Abū cAbd Allāh!, ¿no ves en qué desgraciada situación se encuentran los musulmanes, y la cercana victoria de los enemigos?, ¡ruega a Dios por nosotros!». Entonces pronunció para sí mismo unas palabras, as­ cendió a una de las torres del fortín y mostró su manto sobre el enemigo mientras gritaba: «¡Alejaos y dispersaos!». Y por Dios que nunca antes vi a una muchedumbre separarse y dispersarse con tanta rapidez.78 * * * Una de las personas que realizó con él la Peregrinación a La Meca, me contó que un día la caravana con la que viajaba se detuvo en medio del desierto al caer la noche, pero no encontraban fuego para poder preparar las comidas, ni nada con lo que pudieran encender una hoguera. [Al-Arkušī] se acercó a los restos de un fuego que se había apagado con bastante anterioridad, consiguiendo prender allí una madera que hizo ascender su humo. De esta manera, la gente de la caravana pudo hacer fuego y preparar la comida, tras lo cual continuaron su ruta. Un emir de su región preparó un gran festín para el que la gente tuvo que aportar algunos animales, que serían sacrificados en tal ocasión [fol. 247r]. Abū cAbd Allāh [al-Arkušī] tenía un buey que araba la tierra en la que cultivaba para poder comer. El emir cogió aquel buey para su festín y sin el permiso de su dueño; y al marcharse con él, [al-Arkušī] dijo: “Y lo rescatamos poniendo en su lugar una magnífica ofrenda”.79 Lo llevaron junto al resto de animales al establo propiedad del emir, comenzaron a sacrificarlos y prepararon la comida, pero resultó que el buey de Abū cAbd Allāh había escapado entre los caballos del emir, ocupando su lugar la mula de este. La mula del emir fue sacrificada junto con el resto de animales, y al día siguiente encontraron la 78 Cf.

la traducción de esta anécdota en M. Cherif, «Quelques aspects», pp. 77-78. 79 Cor. 37: 107.

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cabeza de la mula entre las del resto de animales, mientras que el buey seguía vivo. Tras ser informado el emir de lo sucedido, este comprendió que había obrado mal, y preso de su arrepentimiento, devolvió el animal a su dueño, se disculpó y le pidió que rogara a Dios por él. Durante el festín, nadie comió la carne de los animales sacrificados por temor, ya que en ella se hallaba mezclada la carne de la mula. Cuando lo dejé seguía vivo, y nunca más supe lo que Dios le deparó posteriormente.

MENCIÓN DE LAS ANÉCDOTAS QUE ME FUERON NARRADAS POR TESTIGOS DE CONFIANZA EN LOS TERRITORIOS MENCIONADOS [17.- Nombre desconocido] Me contó el cadí principal de Ceuta, conocido como Ibn Yarbūc —en este momento no recuerdo su nombre completo—80 que tenía un verde jardín bajo el cuidado de un guarda. Al morir este, necesitó a quien lo sustituyera, y pronto se hizo con los servicios de otra persona que solicitaba el puesto, y a quien dio plenos poderes sobre el jardín. Cuando llegaba la época en la que maduraban los frutos del jardín, el guardia lo abandonaba y se marchaba, de modo que en algunas ocasiones en las que el cadí acudía al jardín nunca lo encontraba. Pensaba que habría salido por algún motivo, así que volvió en repetidas ocasiones, hasta cerciorarse de que el guardia había dejado el jardín abandonado. Hizo llamarlo y le dijo: «Te contraté para que te quedaras al cui­ dado de este jardín y para que no te separes de él». Le respondió el guarda: «Yo me hago responsable de todo lo que desaparezca 80 A falta de más datos, personaje sin identificar: fueron varios los cadíes y alfaquíes de Ceuta que llevaron este nombre, pero ninguno de los que tenemos noticia corresponde a la época del autor de este tratado; véase F. J. Aguirre Sádaba, «Ibn Yarbūc al-Ŷayyānī», BA, vol. 5 (2008), pp. 111-115 [1365].

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de él». Entonces el cadí ordenó a uno de sus criados: «Ve [fol. 247v] al jardín, y si no encuentras al guarda, coge los frutos que encuentres, llena una cesta con ellos y tráemela. Así yo haré venir al guarda y le haré ver que su vigilancia es inútil y que no protege el jardín». Marchó el criado, saltó el muro del jardín y recogió algunos de sus frutos, llenando con ellos un cesto. A continuación se dirigió al mismo muro desde el que había accedido, y que realmente era fácil de escalar y de baja altura. Pero cuando quiso saltarlo con el cesto, se vio incapaz, así que dejó el cesto en el jardín y lo escaló. Varias veces volvió a bajar para recoger el cesto, pero no podía saltar el muro con él, y cuando el cansancio lo venció, lo dejó tal cual estaba en el jardín y regresó ante su señor para relatarle lo sucedido. El cadí mostró su asombro, y después llamó al guarda para decirle: «Tráenos algunos frutos del jardín». El guarda encontró el cesto lleno, tal como lo había dejado el criado, así que se lo llevó al cadí y le dijo: «¡Qué bien hiciste al pedir a tu criado que recogiera esta fruta para librarme a mí de tal tarea!». El cadí se sorprendió de que el guarda conociera aquel hecho, y decidió concederle el puesto de por vida, hasta que murió. Me dijo también el cadí que lo había enterrado en un rincón del jardín, y al día siguiente fue a visitar su tumba, pero la lluvia había borrado sus restos, de modo que reconoció su ubicación pero no pudo ver la tumba. [18.- Nombre desconocido] Otra persona de confianza me contó que un asceta conocido suyo solía entrar en su ciudad para rezar la oración del viernes y, al llegar a la puerta de la mezquita, dejaba su odre (rakwa) y sus sandalias y entraba para el rezo. Todos los que pasaban por la puerta y reconocían sus pertenencias depositaban en el odre algo de limosna, hasta juntarse una cantidad considerable. Cuando el asceta acababa sus oraciones y salía de la mezquita se encontraba [fol. 248r] el odre lleno de limosnas, así que lo volcaba y sacudía contra la pared para que no quedara nada en su interior, tras lo cual se marchaba.

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[19.- Nombre desconocido] Una persona devota me relató que cerca de su casa había un hombre que trabajaba como tornero de madera, dándose la circunstancia de que sus vecinos podían escuchar y enterarse de todo lo que ocurría en su casa, ya fuera importante o baladí. Cuando caía la noche, lo escuchaban discutir con una mujer, pe­ learse con ella y regañarla; y pasada una hora, oían cómo la azo­ taba con fuerza, pero nadie pedía socorro. Después, lo escuchaban hablar con ella de manera conciliadora, regañándola con delicadeza. Así continuaba toda la noche hasta que amanecía, pero en ningún momento se escuchaba hablar a la mujer que debía estar con él, así que la gente pensaba que el silencio de la mujer mientras le ocurría todo aquello con aquel hombre podía deberse a que era extranjera, y a que temía que, si hablaba, pudiera la gente pensar algo malo de ella y se conociera su situación. Cierto día, la mujer del vecino [que me relató estos hechos] se puso de parto, pero tenía serias dificultades para dar a luz. En esas circunstancias estaba cuando se hizo de noche, y al no encontrar a ninguna otra mujer que pudiera ayudar en el parto, se dijo a sí mismo: «Iré a casa de nuestro vecino el tornero, pues a lo mejor coincide que está la mujer que suele pasar la noche con él, en cuyo caso la traeremos para que ayude». Así que llamó a su puerta, le contó lo que estaba sucediendo y le preguntó si la mujer podía acudir a su casa. El tornero dijo: «Por Dios que en mi casa jamás entró una mujer, ni como esclava ni como esposa». Pero su vecino no lo creyó, entró en la vivienda y la recorrió entera, sin encontrar ni rastro de una mujer. Entonces le preguntó: «¿Y quién es esa con la que cada noche haces lo que haces?», a lo que el tornero respondió: «Un alma que, cuando reprochas sus actos, no escarmienta; cuando la reprendes, no se refrena [fol. 248v]; cuando la golpeas, no se duele; y cuando la tratas con dulzura, no muestra afecto». En ese momento, el hombre se dio cuenta que se encontraba ante un santo, y le dijo: «¡Señor mío!, mi mujer está embarazada y su parto se ha complicado, ¿qué puedo hacer?». Y le respondió: «Coge unas virutas de esta madera y haz con ellas un sahumerio para ella, que así dará a luz a su hijo, si Dios quiere». Eso fue lo que hizo y el niño nació sano, gracias a Dios.

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[20.- Nombre desconocido] Otra persona en quien confío me contó que cierto asceta estaba viviendo en una de las aldeas de Almería, la cual fue atacada por los cristianos, siendo que carecía de fortificación o ejército que la defendiera. La aldea cayó en manos de los enemigos y, mientras capturaban a todos sus habitantes y saqueaban todas sus posesiones y sus animales, aquel asceta entró en su vivienda y cerró tras él la puerta. Los cristianos recorrieron toda la aldea, entrando en todas las casas y accediendo a todos los recintos (ḥurma), salvo la vivienda del asceta; y aunque habían pasado por delante de ella, no vieron puerta ni pasaje subterráneo que llevara a su interior.81 Una vez que se marcharon, su familia le expresó su alegría por haberse salvado, y le dijeron: «Nos hemos quedado sin leche»; les dijo: «¿Y eso por qué?»; y le respondieron: «Porque los enemigos se llevaron también nuestro ganado». Entonces dijo: «Dios lo traerá de vuelta, si Él quiere». Y al caer la noche, escucharon que llamaban a la puerta de una manera extraña, salieron para ver qué ocurría, y se encontraron con que el ganado estaba golpeando la puerta con sus cuernos, así que hicieron que entraran todos los animales sin faltar uno solo. [21.- Al-Mugāwir] También me contó una persona devota que en cierta región de al-Ándalus había un asceta itinerante (sā’iḥ), a quien Dios había acercado lo lejano y había plegado ante sus pies los desiertos (ṭawà li-qadamayhi al-bīd).82 Se lo conocía como al-Mugāwir, y a día de hoy sigue vivo y es bien conocido en toda región y localidad [fol. 249r].83 Ocupaba su tiempo en hacer la Peregrinación 81 Cf.

M. Cherif, «Quelques aspects», p. 77. decir, que era capaz de recorrer largas distancias en poco tiempo. Sobre esta expresión, véanse E. W. Lane, Lexicon, vol. 2, p. 1898b y E. Geoffroy, Le soufisme en Égypte et en Syrie sous les derniers Mamelouks et les premiers Ottomans: Orientations spirituelles et enjeux culturels, Damas, Presses de l’Ifpo, 1995, p. 338, n. 19. 83 Mugāwir es el apelativo empleado para designar a la persona que participa en constantes algaras (gārāt) contra los enemigos —cf. E. W. Lane, 82 Es

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a La Meca o hacer la guerra santa (al-ŷihād), saliendo de su casa a principios del año para entregarse a estas dos ocupaciones, y volviendo a ella al finalizar el año y con sus objetivos cumplidos. Uno de esos años, emprendió el camino con su habitual propósito, y al volver se encontró con que un emir se había establecido en su casa, usurpando su propiedad. Al llegar a la puerta de su vivienda, halló frente a ella caballos, criados y demás cosas que no se esperaba. Al preguntar quién se hallaba en la casa, le dijeron que un cierto emir, así que irrumpió en la vivienda para presentarse ante aquel emir. Sucio y cubierto de polvo, llevaba aún puesta la ropa andrajosa de su viaje, de manera que al verlo el emir, le dijo en tono despectivo: «¡Pobre de ti!, ¿quién eres, y qué te trae hasta aquí?». A lo que le respondió: «¡Soy yo el que pregunta quién eres y qué te ha traído aquí!». El emir ordenó a los que lo rodeaban que lo echaran, mas dijo el asceta: «¿Quién va a echarme de mi casa?, reclamaré justicia ante el Profeta de Dios». Dicho esto, salió de la casa y se propuso retomar el ŷihād y reemprender el viaje. Esa misma noche, mientras estaba hospedado en la casa de uno de sus compañeros, llamó a la puerta un grupo de criados portando faroles y preguntando por él. Al salir, le dijeron que el emir deseaba hablar con él, así que se encaminó con ellos hacia su casa, y una vez allí, se encontró al emir en uno de los rincones de la casa e implorando ayuda con los ojos llenos de lágrimas. Entonces le dijo: «Tuya es la casa, tómala, y que Dios te bendiga Lexicon, vol. 2, p. 2308c— y que con cierta frecuencia acaba siendo el apodo (šuhra) de estas personas. En cuanto al protagonista de la presente anécdota, bien podría ser identificado con el sufí cordobés Abū l-Ḥaŷŷāŷ Yūsuf alMugāwir (489/1096-619/1222) al que mencionan diversas fuentes. Ibn cArabī se encontró con él en el año 586/1190, durante su estancia en Sevilla; y, al igual que al-Ṣadafī, lo describe como un santo itinerante (sā’iḥ) que dedicó veinte años de su vida al ŷihād; véase Ibn cArabī, Al-Futūḥāt al-Makkiyya, 9 vols., ed. de Aḥmad Šams al-Dīn, Bayrūt, Dār al-Kutub al-cIlmiyya, 1999, vol. 3, pp. 51 y 281. También le dedica un apartado de su Risāla el egipcio Ibn Ẓāfir (m. 682/1283), en el que, del mismo modo, se señala su vida entregada tanto a las peregrinaciones (al-siyāḥa) como a la lucha contra los cristianos; cf. Ibn Ẓāfir, La Risāla de Ṣafī al-Dīn Ibn Abī l-Manṣūr Ibn Ẓāfir: Biographies des maîtres spirituels connus par un cheikh égyptien du viie/xiiie siècle, ed. y trad. de Denis Gril, Le Caire, Institut français d’archéologie orientale, 1986, pp. 4549 (ed.) y 135-140 (trad.); véase también Ibn al-Mulaqqin, Ṭabaqāt al-awliyā’, ed. de Nūr al-Dīn Šurayba, al-Qāhira, Maktabat al-Jānŷī, 19942, p. 482.

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en ella; tan sólo dame tiempo para que me traslade». Aceptó alMugāwir y, tras empacar, el emir salió con los suyos y le devolvió su casa, regresando a sus dominios. [22.- Abū Yaczà]84 En el Magreb vive a día de hoy un hombre llamado Abū Yaczà, conocido por sus actos milagrosos y célebre por sus elevadas moradas espirituales. Todo el que ha viajado por ese país o procede de sus ciudades o desiertos lo conoce. Nunca pude verlo, pero me contaron [fol. 249v] que en la actualidad tiene 125 años de edad y que se alimenta a base de hojas de adelfa, particularmente conocidas por su sabor amargo y desagradable, que siempre come hervidas sin sal ni aceite. Sin embargo, cuando alguien viene a compartir con él su comida, la encuentra tan deliciosa como él y con el mismo sabor que el resto de verduras que se suele consumir. Un hombre de la ciudad magrebí de Salé había oído hablar de sus actos milagrosos, mas creyendo que eran pura invención, fue a su encuentro. Al llegar a su casa, Abū Yaczà le ofreció su hospitalidad, de manera que permaneció allí durante tres días. Al tercer día, aquel hombre le pidió permiso para marchar, y le respondió: «Mañana, si Dios quiere», tras lo cual entró en su casa para atender algunos de sus asuntos. Cuando volvió a salir se encontró con que aquel hombre se había marchado, y dijo: «¿Es que no le dije que aguardara hasta mañana?, ¡id en su busca!, pues se encuentra al pie de la montaña, atrapado por una serpiente. Coged este bastón, ponedlo sobre la serpiente para que lo suelte, y traédmelo de vuelta». Se pusieron de camino y lo encontraron a merced de una serpiente que, enrollada en torno a su cuerpo, 84 Célebre santo marroquí que llevó una vida ascética rodeado de discípulos en la actual localidad de Taghia, en la cordillera del Atlas, donde falleció en el año 572/1177; véanse E. Lévi-Provençal, «Abū Yaczzā (or Yaczā)», EI2, vol. 1 (1960), p. 159b; R. Vimercati Sanseverino, «Abū Yaʿzā», Encyclopaedia of Islam – Three, 2016-3, pp. 5-9 y R. El Hour, «Models of sanctity in the medieval Islamic West», en Alexandre Coello de la Rosa y Linda G. Jones (eds.), Saints and Sanctity in Judaism, Christianity, and Islam: Striving for remembrance, London-New York, Routledge, 2020, pp. 124-133. Vid. supra, nota 54 de la Introducción.

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aprisionaba sus extremidades de manera que no podía librarse de ella y estaba a punto de asfixiarse. Pusieron el bastón sobre la serpiente, y esta lo soltó por orden de Dios. Cuando lo llevaron de vuelta a la casa del santo, aquel hombre le dijo: «¡De qué manera acabo de presenciar aquello que había tachado de falsedad, y aquello que forma parte de lo decretado por Dios!: en verdad que Dios tiene algunos siervos a los que ha dotado de poderes que ejecutan con libertad, pues actúan bajo Su decreto y a Él se confían». Entonces mostró su arrepentimiento, reconoció su capacidad para obrar milagros y se marchó. Y este es el último suceso que presencié y la última narración que escuché sobre los santos y los escogidos del Magreb.

MENCIÓN DE LOS ULEMAS CON LOS QUE ME ENCONTRÉ Y DE LOS SANTOS Y VIRTUOSOS QUE VI EN TIERRAS DE EGIPTO [23.-] Abū Ṭālib b. Mucāfà [fol. 250r] Enseñaba la totalidad de las ciencias en Alejandría, siendo experto en las materias que transmitía. Se había contentado con el mínimo sustento, así que evitaba el importunar a los demás pidiendo, y no aceptaba nada de lo que recibían el resto de maestros de Egipto, ni lo deseaba, ni iba tras ello. Una persona de confianza me contó que uno de los gobernadores de Alejandría (al-ṯagr)85 se había comportado de manera tiránica, injusta y excesivamente hostil, de manera que su despotismo se había vuelto en su contra y sus afrentas acabaron por dañarlo. Un día se congregaron más de veinte personas en presencia de Abū Ṭālib, todos ellos compartiendo las mismas quejas sobre el gobernador, y les dijo: «Hagamos un ruego a Dios cuya bendición recaiga sobre el conjunto de los musulmanes». Él mismo pronunció 85 Sobre esta denominación para Alejandría, véase J. D. Latham y C. E. Bosworth, «Al-Thughūr», EI2, vol. 10 (2000), p. 446b.

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el ruego, y los allí presentes lo concluyeron con un ‘amén’. Apenas habían terminado su reunión, cuando la población de aquella localidad asaltó en masa la residencia del emir saqueándola por completo. El emir se escondió de la turba, y de no ser porque le había sido destinada una larga vida, habría sido el primero en recibir su propio trato y en ser castigado por sus pecados y errores. * * * Otro día fue a verlo un pobre mientras impartía sus lecciones, y le dijo: «Únicamente vine para que pidas por mí a las personas presentes en este círculo». A ello le respondió: «Nunca hice tal cosa ni lo haré; no obstante, les pediré algo que te haga alcanzar lo que deseas». El pobre asintió, Abū Ṭālib extendió sus manos y rogó para que le fuera concedido lo que satisficiera su necesidad, y la gente concluyó la plegaria diciendo ‘amén’. El pobre salió con la certeza de que aquella plegaria sería atendida, y de que las puertas de la prosperidad se abrirían para él. Mientras caminaba, se encontró con una bolsa que guardaba algo de dinero, y la reco­ gió del suelo con la intención de abrirla. De pronto, escuchó a alguien gritar: «¡Quien encuentre un dinero y lo devuelva íntegro a su dueño, será recompensado!». El pobre le dijo: «Dile al dueño que describa la bolsa, y podrá recuperarla» [fol. 250v]. Le respon­ dió: «Acompáñame a donde él se encuentra», y le informó de que la persona en cuestión era uno de los más importantes emires. Al llegar ante él, le dijo el emir: «¿Has encontrado tal bolsa?», describiéndole el monedero, así como los dinares que contenía, su peso y la cantidad de monedas. El pobre abrió la bolsa confirmando lo que le había descrito, y le dijo: «¡Toma lo que es tuyo, y que Dios te bendiga!», tras lo cual se marchó. El emir preguntó a los presentes quién era aquel hombre, qué se contaba de él y cuáles eran sus circunstancias. Le dijeron su nombre, y añadieron: «Por Dios que no tiene lo que llevarse a la boca, y no hace una hora que fue a ver a Abū Ṭālib para pedir una ayuda». De nuevo lo trajeron ante el emir, quien le preguntó por qué no había pedido parte del dinero al devolvérselo, y le respondió: «He pedido la prosperidad a Quien la concede, y estoy esperando que me sean concedidos Sus favores». Entonces el emir le dijo: «Toma estos cincuenta dinares, que en cualquier caso iba a destinar a

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alguna causa devota. Al perderlos, temí que pudieran caer en manos de quien los empleara para desobedecer a Dios, y es por eso que los buscaba. Tú eres más digno de recibirlos». El pobre los aceptó y se marchó. Cuando me alejé de Abū Ṭālib aún seguía vivo, mas posteriormente me llegaron noticias de su fallecimiento —que Dios se apiade de él—. [24.- Šayj de nombre desconocido] Salí un día para ver el mar a las afueras de Alejandría, y al llegar a Baḥr al-Silsila86 me cobijé a la sombra de una atalaya que allí había, metida en el mar y conocida por su ubicación. De pronto se acercó un šayj, cogió un cebo que había debajo de una piedra y lo puso en el interior de una vasija (ẓarf)87 que llevaba consigo. Arrojó la vasija al mar pronunciando la basmala, y a continuación la sacó con un buen pez en su interior, juntó algunas hierbas de la playa y sacó de su bolsillo un objeto de hierro, con el que hizo un fuego ayudándose de una piedra. Arrojó al fuego las hierbas, asó el pescado y lo comió, arrojando al mar los restos que quedaron [fol. 251r]. Al hacer esto, dijo: «Alabado sea Dios, Quien me ha dispensado de tener que obtener la comida de los hombres». Después bebió agua salada del mar como quien bebe agua dulce, y dijo: «Alabado sea Dios, Quien me ha dispensado de tener que beber el agua que toma el resto de personas». Hecho esto, durmió durante una hora y, al llegar el momento de la oración del mediodía (al-ẓuhr), hizo sus abluciones y comenzó el rezo. Yo me acerqué para rezar junto a él, y al terminar le pedí que rogara a Dios por mí, lo cual hizo. Después me preguntó quién era, y tras responderle, rompió a llorar y me dijo: «¡Hijo mío!, 86 Puerto

en la parte más occidental de Alejandría; véase Ibn Faḍl Allāh Masālik al-abṣār fī mamālik al-amṣār, 27 vols., ed. de Kāmil Salmān al-Ŷubūrī & Mahdī al-Naŷm, Bayrūt, Dār al-Kutub al-cIlmiyya, 2010, vol. 2, p. 183. 87 Traducción incierta. En los tres manuscritos consultados se lee ṭarf o ṭaraf, lo que podría significar una especie de punta de arpón; cf. F. Meier, «Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 483, n. 145. al-cUmarī,

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cuando veas a un hombre devoto, haz lo mismo que haga él, y nunca te des por satisfecho con la oración que los hombres devotos hagan por ti, pues eso es lo que hacen los incapaces». Tras darme ese consejo, se marchó. [25.-] El šayj Abū l-Ḥasan cAlī b. al-Musallam al-Anṣārī, conocido como Ibn [Bint] Abī Sacd88 Era un šayj respetable, asceta, sabio y trabajador. Se había distanciado del mundo tajantemente y había rehuido el trato desagradable con la gente. En sus alimentos evitaba todo lo prohibido o reprobable y en la intimidad se distinguía por los gestos más amables. 88 Conocido

asceta y sabio egipcio, según Ibn al-Ṣabūnī, asistió en Egipto a las lecciones del faqīh Abū Muḥammad cAbd al-Mawlà (m. 547/1102); véase Ibn al-Ṣabūnī, Takmilat Ikmāl al-ikmāl fī l-ansāb wal-asmā’ wal-alqāb, ed. de Muṣṭafà Ŷawwād, [Bagdād], Al-Maŷmac al-cIlmī al-cIrāqī, 1957, n.º 279. Establecido en El Cairo, las fuentes lo mencionan como maestro de numerosos personajes destacados en su época, tanto en el ámbito intelectual-religioso como en el político, entre ellos el propio Saladino; véanse al-Maqrīzī, Al-Sulūk limacrifat duwal al-mulūk, 8 vols., ed. de Muḥammad cAbd al-Qādir cAṭā, Bayrūt, Dār al-Kutub al-cIlmiyya, 1997, vol. 1, p. 227; al-Ḏahabī, Tārīj al-Islām wawafayāt al-mašāhīr wal-aclām, 52 vols., ed. de cUmar cAbd al-Salām Tadmurī, Bayrūt, Dār al-Kitāb al-cArabī, 1988-2000, vol. 41, p. 352 y vol. 44, p. 174; al-Ṣafadī, Al-Wāfī bi-l-Wafayāt, 29 vols., ed. de Aḥmad al-Arna’ūṭ & Turkī Muṣṭafà, Bayrūt, Dār Iḥyā’ al-Turāṯ al-cArabī, 2000, vol. 3, n.º 1155 e Ibn Kaṯīr, Ṭabaqāt al-fuqahā’ al-šāficiyīn, 3 vols., ed. de Muḥammad Aḥmad cAbd al-Ḥalīm, Bayrūt, Dār al-kutub al-cilmiyya, 2018, vol. 2, p. 156, n.º 723, entre otros. AlḎahabī lo incluye entre los personajes fallecidos en el año 569/1173-4 (Tārīj al-Islām, vol. 39, p. 349); sin embargo, otros autores coinciden en señalar el mes de raŷab del año 564 h. (abril de 1169) como fecha precisa de su fallecimiento; cf. Al-Sajāwī, Tuḥfat al-aḥbāb wa-bugyat al-ṭullāb fī l-jiṭaṭ wal-mazārāt waltarāŷim wal-biqāc al-mubārakāt, ed. de Aḥmad Naša’at, al-Qāhira, Maṭbacat al-cUlūm wal-Ādāb, 1937, p. 352; Ibn cUṯmān, Muršid al-zuwwār ilà qubūr al-abrār, ed. de Muḥammad Fatḥī Abū Bakr, al-Qāhira, al-Dār al-Miṣriyya alLubnāniyya, 1995, pp. 342-344; Ibn al-Zayyāt, Al-Kawākib al-sayyāra fī tartīb al-ziyāra fī l-Qarāfatayn al-kubrà wal-ṣugrà, Miṣr, al-Maṭbaca al-Amīriyya, 1907, p. 252 y al-Munāwī, Al-Kawākib al-durriyya fī tarāŷim al-sādat al-ṣūfiyya, aw Ṭabaqāt al-Munawī al-kubrà, 2 vols., ed. de cAbd al-Ḥamīd Ṣāliḥ Ḥimdān, al-Qāhira, al-Maktaba al-Azhariyya li-l-Turāṯ, s. f., vol. 2, pp. 270-271, quienes hacen también mención de algunas de sus virtudes y actos carismáticos.

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Pude disfrutar de su compañía cuando llegué a la ciudad de al-Fusṭāṭ,89 así como la mayor parte de los días que pasé en aquel lugar. Durante ese tiempo no lo escuché decir una sola palabra malsonante ni realizar acto que pudiera avergonzarme. Los monarcas iban a visitarlo y trataban de verlo a toda costa para pedir su bendición, vistiendo en tales ocasiones las chilabas de la obediencia a Dios. No había ningún señor noble ni gobernante poderoso que no escuchara sus sermones, encontrando siempre en sus palabras y enseñanzas aquello que retiraba de sus hombros el manto de la prepotencia y alejaba de ellos el caballo de la arrogancia; así que lo estimaban como un hombre devoto y lo consideraban un santo carismático (min al-awliyā’ al-cāmilīn). Cuando iba a visitarlo en alguna de sus reuniones, se alegraba de verme [fol. 251v], se me acercaba y, en ocasiones, me invitaba a sentarme con él después de marcharse la gente, para estudiar, debatir, contrastar opiniones o mantener una charla amistosa. En otras ocasiones, al encontrarme enfermo, iba enseguida a verlo para pedir que rogara a Dios por mí, y Dios me libraba de aquella enfermedad y del malestar que conllevara. * * * Un día estábamos los dos a solas conversando sobre los actos carismáticos y milagrosos de los santos, cuando un hombre pidió permiso para entrar. Entonces el šayj me dijo: «Este es un hombre necesitado, pero no tengo nada que pueda darle». Le respondí: «¡Que Dios se apiade de ti!, a mí me queda un dinar que tengo aquí mismo». Me acerqué a él para entregárselo, pero dijo el šayj: «Guárdatelo hasta escucharme y ver lo que necesita. Si Dios le envía a alguien que también quiera ayudarle, entonces lo mejor es que conserves tu dinar; y en caso contrario, puedes dárselo». Entonces dio permiso al pobre para que entrara, y ocurrió tal como predijo, pues aquel hombre se lamentaba de su situación, acuciado por las deudas. Después de escucharlo, el šayj dijo: «¡Dios mío, ayúdalo!», tras lo cual se quedó esperando. Al poco tiempo 89 Primera

ciudad fundada por los musulmanes en Egipto, en el año 641, y su primera capital en el país. Sus ruinas actualmente se encuentran en la parte antigua de El Cairo.

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llegó un hombre que ostentaba un alto cargo en el Gobierno, saludó y se sentó para conversar un rato. Antes de ponerse en pie para irse, se acercó a él y le dijo algo que no pude escuchar, mientras con la mano le hacía señales que apuntaban debajo de su alfombra para rezar. Después de irse, el šayj le dijo a aquel mendigo: «Dios ha resuelto tu necesidad y ha escuchado tu ruego»; a continuación introdujo la mano bajo la alfombra, sacó una bolsa con monedas de oro que le entregó íntegra, y me dijo: «¡Que Dios premie tus benévolas intenciones y tu buena conciencia!». En otra ocasión, una de sus amistades fue a verlo y se lo encontró a la puerta de su casa [fol. 252r] dando de beber agua a una gran serpiente con su mano. Cuenta esa persona: «Me hizo señas para que me detuviera, no fuera a espantar a la serpiente. Me detuve y él siguió dando agua a la serpiente hasta que se sació y se giró para marcharse. Entonces me acerqué, y me pareció que le había incomodado el que lo viera en aquella situación, motivo por el que me dijo: “Hermano, si puedes, guarda silencio sobre eso”». * * * Falleció y no pude asistir a su entierro, mas aquel acontecimiento fue demasiado conocido como para tener que recordarlo. Me contaron que un pobre solía visitarlo constantemente, y que todo lo que le pedía se lo concedía. Después de morir, aquel hombre acudió a su tumba afectado por una desgracia, y faltándole el consuelo que en él solía encontrar en una situación como aquella, se tumbó boca abajo sobre la tumba, lloró con gran pena y se quejó amargamente de sus carencias. Al rato se quedó dormido, y en sueños vio al šayj diciéndole: «Tu situación me ha conmovido, pero hoy no tengo nada que darte. Ven mañana hasta aquí, si Dios quiere, que encontrarás algo con lo que podrás valerte». El pobre se despertó sobresaltado, y se puso en pie para rogar a Dios que se apiadara del difunto, tras lo cual se marchó. Al día siguiente regresó, se sentó sobre la tumba para rogar la misericordia de Dios, y sobre una de las piedras que la marcaban encontró dos dinares que brillaban al sol. El pobre los cogió, y supo que eso era lo que el šayj le había prometido el día anterior. Yo mismo lo vi también en sueños después de que falleciera, en una época en la que me hallaba en retiro espiritual junto a

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la tumba del Imām al-Šāficī.90 Soñé que iba a verlo a su casa, la misma en la que lo visitaba cuando estaba vivo, pero mucho más amplia, con las paredes muy blancas, reconstruida de los cimientos al techo, y bellamente decorada. Allí estaba él sentado. Su rostro [fol. 252v] era como la luna llena, la barba totalmente blanca y sin el color amarillento que había en ella, y la boca con todos los dientes que había perdido antes de morir. Se lo veía con fuerzas, bien erguido y sin cansancio. Al verlo le dije: «Tu casa ahora tiene mucho espacio para los que vienen a rezar», y me respondió: «Aquí ya no se queda nadie a rezar conmigo». En el sueño recordé que ya estaba muerto, así que le pregunté: «¿Qué te deparó Dios?»; dijo: «El bien». Le dije: «¿Qué es lo que te resultó más provechoso al marcharse tu alma y llegar a la tumba?». Me respondió: «El testimonio de que no hay más dios que Alá». Después le pregunté: «De entre los hombres devotos con los que te has encontrado, ¿quién es el más digno de honra a los ojos de Dios?», y me dijo: «Un hombre llamado Aḥmad al-Naŷŷār,91 que pasó su vida entregado al estudio en La Meca y Medina hasta que falleció». Después desperté, y aquello es lo último que puedo contar de él.

90 Se

trata del célebre teólogo Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Idrīs aluno de los cuatro imanes más grandes del islam, cuyas enseñanzas forman la base doctrinal de la escuela jurídica Šāficí, y también reverenciado como uno de los santos más importantes del islam suní. Fallecido en al-Fusṭāṭ, en el año 204/820; el espléndido mausoleo que alberga su tumba, en la necrópolis cairota de al-Qarāfa, es considerado desde hace siglos como fuente de gran bendición (baraka) y, por lo tanto, destino obligado de peregrinación (ziyāra) para multitud de creyentes; cf. Ibn al-Zayyāt, Al-Kawākib al-sayyāra, pp. 209215; J. A. Nedoroscik, The City of the Dead: A History of Cairo’s Cemetery Communities, Westport, CT, Bergin & Garvey, 1997, pp. 13-15 y E. Chaumont, «Al-Shāficī», EI2, vol. 9 (1997), p. 181a. Ya en época de nuestro autor, el pres­ tigio de este santuario era igualmente conocido por los habitantes de al-Ándalus, según testimonio del viajero Ibn Ŷubayr (m. 614/1217), quien pudo visitarlo en el año 578/1183; cf. Ibn Ŷubayr, Riḥlat Ibn Ŷubayr, ed. de Ibrāhīm Šams al-Dīn, Bayrūt, Dār al-Kutub al-cIlmiyya, 2003, p. 39. 91 Personaje desconocido del que no tenemos más noticia que la presente mención. Šāficī,

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[26.- Nombre desconocido] Oí decir que, en Egipto, cierta persona de las que obran actos carismáticos (raŷul min al-cāmilīn) padecía una grave enfermedad, en el transcurso de la cual, un día, se quedó inconsciente, dejó de respirar y sus órganos se enfriaron. Sus familiares fueron a verlo y dieron por hecho que había muerto, así que lo cubrieron con un sudario y comenzaron los preparativos para su entierro, poniendo su cuerpo sobre la mesa para lavarlo. El encargado de tal tarea le quitó la ropa, y al echar agua sobre el cuerpo, este se movió estirando sus extremidades, por lo que el encargado salió huyendo presa del pánico, mientras que el que le echaba el agua cayó desmayado. El que iba a lavarlo dijo a su familia: «Id a ver a vuestro muerto, pues ha revivido». Cuando llegaron ante él, el supuesto fallecido les dijo: «¿Qué es lo que habéis hecho conmigo?», y le respondieron: «¿Es que no estabas muerto?». Y dijo: «No, por Dios. Pero llevadme al camastro en el que estaba, dejad la mesa para lavar mi cuerpo preparada y el sudario tal como está [fol. 253r], y escuchad lo que os voy a contar: mientras me llorabais, estando yo inconsciente, no os veía a ninguno de vosotros, sino que me veía rodeado de otras personas y era como si hubiera llegado el Día de la Resurrección, se había levantado el Puente hacia el Paraíso y se hallaba dispuesta la Balanza para ponderar las acciones de los hombres, ante la cual esperaba la gente para el recuento de sus actos. Allí me llevaron, mis actos fueron ponderados, obtuve el perdón y dijeron: “Llevadlo al Pa­ raíso”. Rodeado de figuras con bellos rostros y ropas blancas, me condujeron hasta una puerta que estaba cerrada; pidieron que se abriera pero no les abrieron. Entonces dijeron a los que estaban al otro lado de la puerta: “Abridnos, que tal persona viene con nosotros”, y les respondieron: “No es el momento de que entre aquí, pero un día como hoy se le abrirá y podrá acceder”. Allí me dejaron solo, y en ese momento abrí los ojos, encontrándome tal como habíais dispuesto mi cuerpo». Aquello tuvo lugar el jue­ ves, así que después les dijo: «Tal día como hoy moriré, según lo que me dijeron». Llamó a sus mujeres, hijos y familiares y, dado que era un hombre adinerado, dio a cada uno de ellos el dinero que quiso; y acompañado por ellos, no dejó de hacer las oraciones prescritas, así como las oraciones adicionales que pudo,

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y de recitar el Corán. Contando los días, llegó el jueves siguiente, de modo que se preparó para reunirse con su Señor, se lavó, se cambió de ropa y se despidió de su familia diciendo: «Marchaos y dejadme a solas con los que van a acompañarme». Después, sin dejar de estar frente a su miḥrāb, siguió rezando y recitando el Corán hasta que tuvo certeza de que había llegado su hora. Se tumbó orientado hacia la alquibla y falleció. Finalmente, llevaron su cuerpo a la mesa dispuesta para lavarlo y lo cubrieron con el mismo sudario. [27.- Rizq Allāh] Para poder viajar al Ḥiŷāz, me dirigí en primer lugar hacia el Alto Egipto (al-Ṣacīd). Allí tuve la suerte de poder embarcar en un navío junto con otros viajeros, entre los cuales había un anciano pobre, sucio y polvoriento, al que nadie prestaba atención. Una vez que el barco estaba abarrotado de gente, hicieron que aquel anciano bajara a un bote que había en uno de los costados de la embarcación. Zarpamos y fuimos navegando por el Nilo (al-Baḥr), cuando, de pronto, empezó a soplar un viento frío [fol. 253v] y las aguas se agitaron impetuosas. Viendo cómo las olas estaban a punto de tragarse el bote, temí que aquel anciano pudiera ahogarse y, guiado por una cierta emoción que Dios me había infundido, dije: «A toda costa tenemos que subir al anciano a la embarcación». Así se hizo, por lo que aquel pobre se arrimó a mí y Dios le inculcó un sentimiento de afecto por mí, de modo que permanecimos juntos hasta llegar a la ciudad de Qūṣ.92 Desem­ barcamos y, junto a él y otro compañero, encontramos un lugar donde alojarnos. Una noche, mientras estábamos en el tejado de la casa, comenzó a llover con fuerza y, para no calarnos, bajamos al piso inferior, donde el anciano se quedó profundamente dormido. Mi compañero y yo nos despertamos por el intenso calor y, llegada la medianoche, escuchamos a alguien gritar: «¡Rizq Allāh!, ¡Rizq Allāh!», que era el nombre de aquel anciano, quien se despertó y dijo: «¡Sí!», tras lo cual se levantó, hizo las abluciones y rezó 92 Ciudad en la ribera oriental del Nilo, en la actual gobernación de Quena (Qinā), al sur de Egipto.

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hasta la salida del alba. Nosotros también nos levantamos, hicimos las abluciones y rezamos la oración de la mañana (al-ṣubḥ). Después, me dijo mi compañero: «¿No escuchaste ayer a la persona que llamaba al anciano por su nombre y lo despertó para rezar?». Le respondí que, en efecto, lo había oído, y me propuso: «¿Por qué no le preguntas quién era?, pues tú sabes tratarlo mejor que yo». Así que le pregunté al anciano quién era esa persona, y me dijo: «No lo sé, únicamente es una persona que me llama cada vez que me quedo dormido mientras hago mis recitaciones noc­ turnas (wird), así que me despierta para que continúe». No nos separamos de él, hacíamos los rezos con él y le pedíamos su bendición, hasta que llegamos a La Meca, donde realizamos los ritos de la Peregrinación, y después nos separamos. * * * Durante nuestra estancia en La Meca, un día le dije: «Cuéntame algún hecho prodigioso que te haya ocurrido». Y me relató lo siguiente: «He hecho la Peregrinación en trece ocasiones, siendo esta la decimocuarta. Estando yo en uno de mis viajes, la caravana en la que viajaba hizo una de sus paradas habituales en el desierto y, al reanudar la marcha, Dios hizo que me entrara sueño [fol. 254r], así que me quedé dormido y, cuando desperté, la caravana ya no estaba allí. Caminé en busca de la caravana todo aquel día y, al segundo día, a punto de morir por la sed y el extremo calor, me cobijé bajo la sombra de una acacia, ya sin esperanzas de sobrevivir. Me giré a mi derecha y he aquí que había una oveja con las ubres llenas de leche. Corrí hacia ella, puse la boca en una de sus ubres y chupé de ella como un niño en el pecho de su madre hasta que sacié mi sed, para después quedarme dormido el resto del día. Al día siguiente desperté y me encontré a la oveja echada a mi lado. Me puse en pie y ella también, y no dejó de acompañarme en mi marcha y en mis paradas. Cada vez que lo necesitaba bebía de su leche, que nunca se agotaba; y así fue hasta que por fin alcancé la caravana, momento en el que desapareció».

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El hecho es que aquel anciano se dedicaba a recolectar dátiles (ṭallāc li-l-najl),93 cosa que supe porque, en cierta ocasión, una de las personas que realizaba la circunvalación en torno a la Kacba me preguntó: «¿Conoces a aquel hombre en persona?». Al responderle que sí, me dijo: «Te contaré que estuve en Rosetta (Rašīd), en tal lugar, y un día lo vi subido a una palmera de tanta altura que apenas se podía ver su cima desde el suelo. El cinto que lo sujetaba se rompió cuando se encontraba en la cima de la palmera, cayó al suelo y la gente reunida en torno a él lo dio por muerto. Sin embargo, se levantó del suelo y se sacudió el polvo como quien acaba de despertarse, sin mostrarse en absoluto do­ lorido». [28.- Nombre desconocido] Estando en Qinā —una de las provincias del Alto Egipto—, cierto día que caminaba a orillas del Nilo me encontré a un hombre del que se decía que era un santo. Lo saludé, me devolvió el saludo, me senté y él se sentó a mi lado. Entonces le pregunté a qué santos había conocido, y me dijo: «Yo tenía un maestro (šayj) muy devoto, entre cuyas obras está la de un pepinar que él mismo plantó [fol. 254v] y dejó vallado. Después se marchó y no se preocupó de cuidarlo ni ordenó a nadie que lo vigilara. Una noche, llegado el momento de su recolección, un grupo de corruptos se reunió con el propósito de ir a la plantación y llevarse su cosecha. Allí fueron con sus animales y sacos, pero al llegar al terreno no pudieron encontrar ni rastro del vallado ni de la plantación, de modo que estuvieron dando vueltas en su búsqueda desde primera hora de la noche hasta que amaneció, momento en el que desistieron y se marcharon. Tras dejar sus animales e instrumentos, regresaron al terreno y allí lo encontraron como siempre, con su dueño recogiendo la cosecha. Durante varias noches se acercaron 93 Como

bien apunta Meier («Ṭāhir al-Ṣadafī’s», p. 487, n. 155), la expresión también puede designar a la persona que trepa a las palmeras hembra para polinizarlas.

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a la plantación con el mismo propósito e igual resultado, hasta que su cosecha se terminó y sus raíces se secaron». [29.- Tres abdāl94 de la ciudad de Qinā] Durante la oración del viernes conocí a un hombre de Qinā en la mezquita mayor de esa localidad. Al terminar la oración comunitaria, los dos nos sentamos a esperar la hora de la oración de la tarde (al-caṣr), y me dijo: «Hermano, voy a contarte algo prodigioso que ocurrió en esta mezquita: había oído que tres abdāl se reunían en ella algunas noches, rezaban y se marchaban. Una noche los esperé dentro de la mezquita, y en efecto entraron los tres, rezaron y yo recé con ellos hasta pasada buena parte de la noche (hazīc). Después dejaron la mezquita y fui con ellos hasta llegar a una de las puertas de la ciudad. Una vez cruzada la puerta, y para mi sorpresa, desaparecieron de mi vista, de modo que regresé a la puerta para acceder a la ciudad, pero la encontré cerrada. Allí me quedé, junto a la puerta y sin saber qué hacer, hasta que amaneció y pude entrar». [30.- Otro hombre de Qinā] En la mencionada ciudad de Qinā, me encontré con un hombre que viajaba con el propósito de hacer la Peregrinación a La Meca. Pasó la noche conmigo y, a la mañana siguiente, le ofrecí quedarse durante más tiempo, pero estaba empeñado en proseguir su viaje. Entonces le ofrecí [fol. 255r] provisiones y una montura, pero rechazó ambas cosas, a pesar de mi insistencia. Cuando me dejó, ordené a uno de mis compañeros que lo alcanzara con una montura y le insistiera en que la tomara. Mi amigo lo alcanzó y de mi 94 «Los

sustitutos», un grupo de hombres que se encuentra en uno de los grados más elevados de santidad y que, cuando mueren, son reemplazados por otros santos que ocupan su lugar en dicha jerarquía espiritual. Desconocidos para el resto de mortales, su número varía según las fuentes; véanse I. Goldziher, «Abdāl», EI2, vol. 1 (1960), p. 94b y J. Nurbakhsh, Simbolismo Sufí, vol. 3, pp. 215-222. En cuanto al valor con que este término se emplea en la presente obra, vid. supra, nota 60 del Estudio preliminar.

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parte le dijo: «Monta en este animal»; pero respondió diciendo: «¿Es que no le dije que no iría con montura alguna?». Y mientras los dos conversaban, de pronto lo vio como una figura confusa (šabḥ) que se alejaba hasta perderla de vista. En aquel momento aún faltaban once días para que comenzaran los ritos de la Peregrinación. Poco tiempo después de que acabara el periodo de esos ritos, me encontré con él en Alejandría y le dije: «Que Dios se apiade de ti. ¿Alcanzaste al resto de peregrinos?», a lo que me respondió: «Llegué a La Meca tres días antes que ellos, y hace ahora diez días que estuve en Medina». Albergué algunas dudas sobre aquello que me relató, hasta que pregunté a otras personas que iban regresando de la Peregrinación si lo habían visto: un grupo de ellos me dijo que lo habían visto en La Meca, y otras cuantas personas también me aseguraron haberlo visto en Medina. [31.- Uno de los abdāl] Un hombre devoto me contó que un compañero suyo, también de gran devoción, dijo: «Con el propósito de realizar la Peregri­ nación, me embarqué en un bote (ŷalba) en el mar Rojo, y montó con nosotros un joven pálido, delgado y sin provisiones ni agua. El resto de los que íbamos en la embarcación le dijimos: “¿Dónde están tus provisiones y agua?”, y nos respondió que no tenía. Es­ tuvo con nosotros ocho días en los que no comió ni bebió, y cuando llegamos a Yanbūc,95 algunos desembarcaron en el esquife. Este joven quiso también bajar, pero al hacerlo tropezó [fol. 255v] sobre uno de los hombres, quien le propinó un fuerte golpe, dejándolo dolorido. Uno de los abdāl se encontraba en la embarcación dormido cuando aquello ocurrió; y poco después se despertó sobresaltado y preguntó: “¿Dónde está aquel joven demacrado que estaba con nosotros?”. Le dijeron que quiso bajar a tierra, a lo que repuso: “Acabo de ver en sueños que al bajar al esquife, caía sobre uno de los tripulantes, y este le golpeaba con violencia. Después vi que el tripulante, apenas puesto un pie 95 Yanbu,

ciudad a orillas del mar Rojo, en la península arábiga, situada a unos 300 kilómetros al noroeste de Yeda y, por lo tanto, enclave importante en la recepción de peregrinos hacia La Meca y Medina.

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en tierra, se enzarzaba en una discusión con un beduino, quien acababa por decapitarlo con su espada”. Y por Dios que, en efecto, regresó el esquife con toda la tripulación salvo aquel hombre. Al preguntarles por lo sucedido, su relato coincidió con lo soñado por el santo. En cuanto al joven, lo estuvimos buscando, mas no pudimos hallarlo». [32.- Šayj de nombre desconocido] Un hombre virtuoso me contó lo siguiente: «Emprendí un via­je, en el transcurso del cual, mi camello se acercó a otro sobre el que iba montado un anciano de aspecto tranquilo y humilde, y con el que entablé conversación hasta ganarme su afecto. Llegada la noche, acampamos y permaneció también a mi lado, pero un día no lo encontré. Tras seguir su rastro, lo encontré rezando frente a un miḥrāb que él mismo había trazado en el suelo, rodeado de animales salvajes que se habían acostumbrado a su presencia, al igual que el rebaño se acostumbra a su pastor. Entonces me detuve detrás de él y recé con él. Terminada la oración, se dio la vuelta y allí me encontró, así que me preguntó: “¿Qué te trajo hasta aquí?, —y añadió— sé bienvenido”. Le pedí entonces que me aconsejara, y me dijo: “Hijo mío, debes resolver los problemas de la gente y mitigar sus preocupaciones. Nada hay más grande a ojos de Dios que el aliviar la angustia de un musulmán. Si se te confiere autoridad sobre los musulmanes, trata por todos los medios de deshacerte de tal cargo, pues de ello serás responsable el Día de la Resurrección”». Después añadió: «Mi padre me contó la siguiente tradición, basada en una cadena de autoridades, y es que cuando uno de los omeyas heredó el califato de al-Ándalus, dividió su vida en cuatro actividades: en la primera de ellas, se consagró al estudio de las ciencias; en segundo lugar, se dedicó a la construcción y la edificación; en la tercera de ellas, se entregó al vino, a la música y a los diferentes [fol. 256r] placeres; y durante lo que le restaba de vida, hizo el ŷihād siguiendo el camino de Dios. Su biografía es célebre, y las historias sobre su vida son muy conocidas y divulgadas. En la recta final de su vida, cuando decidió entregarse al ŷihād, convocó a un devoto cadí llamado Ibn al-Munḏir al-

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Ballūṭī —desconozco su nombre completo—, cadí principal en su época, quien había obrado algunos milagros, y era a la sazón autor de un buen número de obras sobre diversas disciplinas.96 Llegado ante su presencia, el califa le dijo: “Delego en ti la autoridad jurídica principal en todas las regiones y sobre todos los súbditos. Esto te llega a ti procedente de mí, y que de ti le llegue a Dios”. El cadí respondió: “Eso no te dispensa ante Dios, oh Príncipe de los Creyentes, pues ante Él eres tú el responsable de los súbditos, no yo. Si fuera cierto que puedes delegar tu autoridad, entonces el Mensajero de Dios no habría dicho ‘En la autoridad (al-imra) no hay ningún bien para un hombre musulmán’;97 ni cAlī b. Abī Ṭālib habría relatado lo siguiente”: “Al ver al Príncipe de los Creyentes, cUmar b. al-Jaṭṭāb, marchando precipitadamente sobre una albarda del camello (qatab), le pregunté: ‘¿A dónde vas tan diligente, Príncipe de los Creyentes?’; y me respondió: ‘Se escapó uno de los camellos que carga con las limosnas, y voy en su busca’. Entonces le dije: ‘Príncipe de los Creyentes, estás humillando a los califas que vendrán después de ti’; y él repuso: ‘No me lo reproches, Abū l-Ḥasan. Por Quien envió a Muḥammad el Corán (al-Risāla) y lo distinguió con la Profecía, que si un cordero se escapara en las orillas del Éufrates, se me culparía por ello en el Día de la Resurrección’. Así que el califa no dijo: ‘Se culparía por ello al gobernador de aquella región, o a aquel en quien delegamos la autoridad de ese lugar’. Y concluyó cUmar diciendo: ‘Un gobernante que causa pérdidas a los musulmanes no es digno de respeto (ḥurma)’”.98 96 Debería tratarse de uno de los hijos del célebre teólogo y jurista cordobés del siglo x, al-Munḏir b. Sacīd al-Ballūṭī (m. 355/966), posiblemente cAbd al-Malik (m. 368/979), quien fue cadí de alto rango (ṣāḥib al-radd), pero del que no consta que fuera autor de obra alguna. Sin embargo, lo más probable es que el texto se refiera al propio al-Munḏir b. Sacīd, autor de varias obras y cadí supremo (qāḍī al-ŷamāca) durante el califato de cAbd al-Raḥmān III y al-Ḥakam II; véase Ch. Pellat, «Mundhir b. Sacīd», EI2, vol. 7 (1993), p. 569a. 97 Aḥmad b. Ḥanbal, Musnad, n.º 17536. 98 La misma anécdota se encuentra en numerosas fuentes, por ejemplo, Ibn al-Mubarrad, Maḥḍ al-ṣawāb fī faḍā’il Amīr al-Mu’minīn cUmar b. alJaṭṭāb, 3 vols., ed. de cAbd al-cAzīz b. Muḥammad b. cAbd al-Muḥsin al-Farīḥ, al-Riyāḍ, Aḍwā’ al-salaf, 2000, p. 621 y al-Gazālī, Mukāšafat al-qulūb al-muqarrib

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Después añadió el cadí: “Príncipe de los Creyentes, yo mismo me ocuparé de ser informado por los gobernantes y las autoridades respectivas una vez al mes. Tú debes interrogarme dos veces cada día [fol. 256v], pues si te limitas a dejarme hacer, Dios te pedirá cuentas por ello”». [33.- Un šayj de nombre desconocido] En Egipto, una persona fidedigna y muy viajada me contó que había recorrido algunas regiones de Persia, y en una de ellas se encontró con un šayj que ayunaba durante quince días, rompiendo el ayuno con tan solo leche y azúcar; y que obraba milagros abier­ tamente. «Lo vi un día —siguió con su relato— diciéndole a un emisario del rey Sanŷār:99 “Dile de mi parte que el Mensajero de Dios dijo: ‘Para cada ser de hígado caliente hay una recompensa’,100 es decir, para todos los animales irracionales, y evidentemente también para los musulmanes y creyentes. [Dile también que] he visto al Mensajero de Dios en un sueño, y le dije: ‘Profeta de Dios, yo le ordeno al rey que se comporte con misericordia y rectitud con sus súbditos, que extienda la mano de la justicia sobre ellos y resuelva sus necesidades. Pero en la intimidad, algunas personas de su séquito, que cree sinceros y gozan de su favor, lo convencen de que lo mejor es hacer al contrario, y así lo persuaden para que no siga mis consejos’. Entonces [el Profeta] me respondió: ‘Insístele y no te preocupes, que a Dios corresponde el recompensarte. Si el rey hace lo que dices, mejor para él; y si no te hace caso, peor para él’. Y continuó diciéndome: ‘Su séquito se comporta con el rey “como Satán cuando le dice al hombre ‘¡No creas!’. Y, cuando ya no cree, dice: ‘Yo no soy responsable de ti. Yo temo a Dios, Señor

ilà ḥaḍrat callām al-guyūb, ed. de cAbd al-Wāriṯ Muḥammad cAlī, Bayrūt, Dār al-Kutub al-cIlmiyya, 20145, p. 65.  99 Aḥmad Sanŷār, monarca del Jurasán hasta el año 1118 y, pos­ teriormente, sultán del imperio selyúcida hasta su muerte en 1157; véase C. E. Bosworth, «Sandjār», EI2, vol. 9 (1997), p. 15a. 100 Aḥmad b. Ḥanbal, Musnad, n.os 7075, 17581, etc.

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del universo’”.101 ¿Es que no has escuchado mis palabras?, “aquel a quien Dios le desea el bien, le hace llegar un visir devoto que le recuerda cuando se olvida, y lo ayuda cuando lo necesita’”».102 Dicho esto, el emisario del rey se marchó llevando el mensaje del šayj, quien se volvió a mí y a quienes estaban presentes, y dijo: “¿Queréis conocer el motivo de mi mensaje?”; le rogamos que nos instruyera, así que dijo: “En estas tierras había un hombre que, con su caballo, practicaba el ŷihād por la causa de Dios. Un cierto emir se apropió de su caballo [fol. 257r], dándole en su lugar otro mejor, pero al guerrero no le agradó el cambio y en vano exigió que se le devolviera su caballo. Tras negarse, el emir le dijo: ‘Que tal persona sea la que decida’, y ambos acudieron a mí. Yo le pregunté al dueño del caballo si estaba satisfecho con el intercambio, y ante su respuesta negativa, ordené que se le devolviera su montura, pero el emir siguió negándose y protestó: ‘Yo le he entregado uno de más valor’. Aun así, dictaminé que el caballo debía ser devuelto a su dueño. Tras ello, la gente habló sobre aquel suceso, y decían: ‘Si realmente fuera un sabio asceta, tal como él mismo dice, no intervendría en asuntos que no le conciernen’. Llegó a mis oídos esto que la gente discutía, por lo que llamé a algunas de esas personas y les dije: ‘Sabed, hijos míos, que en tiempos de los israelitas había dos hombres piadosos, siendo uno de ellos un hombre mayor, y el otro un joven. Durante un año entero en el que la lluvia no regó los campos, la gente padeció los efectos de una sequía; así que decidieron acudir al devoto anciano, suplicando que rogara a Dios por la lluvia, pero no llovió, a pesar de la insistencia en las súplicas y los ruegos. Entonces acudieron al joven devoto con la misma súplica, y finalmente llovió, siendo aquel un año próspero, en el que la inspiración divina descendía a la tierra. El devoto anciano se preguntó a sí mismo cuál sería el motivo por el que había caído la lluvia mediante la plegaria de otra persona, y no de la suya. Entonces Dios le reveló: Tú estás entregado a Mí por tu propio bien; y él está entregado a Mí por el bien de los demás’”». 101 Cor.

59: 16.

102 Cf. Al-Nasā’ī,

Sunan, n.º 4204; Aḥmad b. Ḥanbal, Musnad, n.º 24414 y Abū Dāwud, Sunan, n.º 2932.

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Este es el último relato que me llegó de autoridades fidedignas, y el último acto inspirado por Dios que presencié en tierras de Egipto.

MENCIÓN DE LOS [SANTOS Y VIRTUOSOS CON LOS] QUE ME ENCONTRÉ EN LA REGIÓN DEL ḤIŶĀZ [34.-] Abū Muḥammad cAbd Allāh b. Aḥmad, conocido como Ibn cĪṣar al-Miṣrī Durante algún tiempo estuve en su compañía en La Meca, donde fui su alumno, tomando de su autoridad algunas tradiciones. Era un experto en el Corán y maestro de lexicografía y gramática árabe [fol. 257v]. Un día me contó que, con objeto de dirigirse a La Meca, partió por mar desde el Magreb; pero los malditos enemigos se apoderaron del barco en el que viajaba, capturándolos a él y a su familia. Los infieles quisieron zarpar con todos los prisioneros —entre los que él se encontraba— hacia Siria (al-Šām), pero el viento se calmó por voluntad de Dios, quedándose los barcos inmóviles en medio del mar por Su Omnipotencia. En esa situación estuvieron durante tres días, hasta que intuyeron que el haberlo hecho prisionero junto con su familia era lo que había impedido la marcha del barco. De este modo, los acercaron a tierra y los hicieron desembarcar. Apenas desembarcaron, Dios hizo que soplara el viento, así que zarparon dejándolos allí mismo. Una vez en tierra, contaron con el apoyo de los árabes beduinos, quienes, generosos y serviciales, los llevaron en sus camellos hasta Alejandría. Uno de sus amigos me relató que, acompañándolo en un viaje por aguas del Nilo, la embarcación se hundió con cuantos había en ella, siendo que él no sabía nadar. Entonces pronunció: “Y sostiene el cielo para que no caiga sobre la tierra, a menos que sea con Su permiso”,103 tras lo cual apareció bajo sus pies un madero, sobre el cual pudo ponerse en pie en mitad de las 103 Cor.

22: 63.

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aguas, y así permaneció hasta que otra embarcación lo recogió y lo llevó a tierra. No estuve presente cuando falleció, pero me dijeron que a su entierro, que tuvo lugar en La Meca, asistió un gran número de personas. La Misericordia de Dios sea con él. [35.-] Abū l-cAbbās Aḥmad b. Ismācīl, llamado al-Fanakī al-Muqri’ Uno de los más grandes devotos y de los más virtuosos ascetas. Experto en el Corán, se dedicó a enseñar su recitación esperando solo la recompensa de Dios, y se entregó al voluntarioso servicio a los pobres e inválidos [fol. 258r]. Cierto día, mientras hacía la circunvalación a la Kacba, vio cómo allí mismo uno de los tesoreros se enfrentaba a una mujer, empujándola a los accesos y obstruyendo su camino. Entonces dijo: «Dios mío, haz que se ocupe de sus asuntos y la deje tranquila». Inmediatamente después, aquel hombre se dolió de un pie y cayó desplomado al suelo. Se acercó para ver qué le ocurría, y se dio cuenta de que le había picado un escorpión. Lo evacuaron del lugar y, al no encontrar tratamiento efectivo, aquel hombre murió poco después. * * * En otra ocasión, a uno de los peregrinos al que acompañaba se le cayó algo de dinero. El peregrino le dijo: «Se me ha caído mi dinero. Ruega a Dios que me sea devuelto». Así lo hizo, tras lo cual aquel hombre se marchó, mientras que [al-Fanakī] fue a encontrarse con el cadí para hacerle saber lo ocurrido. Uno de los hombres que estaba con el cadí dijo: «Tengo conmigo algo que se ha encontrado en el suelo. Trae a ese hombre, y si es capaz de describir lo que es, le será devuelto». Se trajo al peregrino y, tras hacer este la descripción, resultó que aquello era precisamente lo que había perdido. Una vez recuperado su dinero, se marchó; y [al-Fanakī] dijo: «Alabado sea Dios, Quien ha resuelto el problema de este pobre con mi ayuda». Después, se dirigió a los allí presentes diciendo: «Debéis saber que el mayor acto de

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acercamiento a Dios es resolver los problemas de la gente», a lo que una persona repuso: «¿Es que resolver los problemas de la gente no es como el resto de actos de obediencia a Dios?». [AlFanakī] dijo que no, y al preguntársele el porqué, afirmó: «Si fuera así, los devotos antepasados (al-salaf) no habrían hecho mención expresa de ello, ni habrían incitado a la gente a ello, ni el mismo cUmar b. al-Jaṭṭāb lo hubiera hecho». «¿Qué es lo que hizo cUmar?», le preguntaron, así que narró lo siguiente: «Se transmite de él, según autoridades fidedignas, que cierta noche en la que paseaba por Medina, escuchó a unos niños llo­ rando. Guiándose por sus voces, encontró a una mujer encendiendo un fuego bajo un puchero colgado, y rodeada de niños llorando, tal como había oído. Entonces cUmar preguntó a la mujer: “¿Por qué lloran estos niños?”, y le respondió [fol. 258v]: “¡Príncipe de los Creyentes!, tienen hambre, así que he colgado esta olla que solo contiene agua, dándoles la esperanza y prometiéndoles que en ella hay algo que podrán comer. Pero el hambre hace con ellos lo que ves”. Aquello hizo que cUmar rompiera también a llorar, y salió de su casa para dirigirse a la Tesorería de la Comunidad (bayt māl al-muslimīn), de donde cogió harina, manteca, grasa, dátiles, ropa y dinero, llenando un saco con todo ello. Con él estaba Aslam,104 a quien le dijo: “Carga el saco a mi espalda”. Aslam le dijo: “Yo lo llevaré por ti, Príncipe de los Creyentes”; pero cUmar se negó diciendo: “¡Bendita sea tu madre, Aslam!, yo mismo voy a llevarlo, puesto que seré el responsable de ellos en el Día de la Resurrección”. Cargó el saco sobre su hombro hasta llegar a la casa de la mujer, y allí lo abrió, sacando de él la harina, la manteca, la grasa y los dátiles. Echó todo en la olla, lo removió y avivó el fuego». Aslam añadió al relato: «cUmar tenía una barba magnífica, y veía cómo a través de ella estuvo saliendo el humo hasta que acabó de hacer la comida, que él mismo sirvió. Después dio de comer a los niños hasta que quedaron saciados, y aguardó frente a ellos como si fuera un león. Yo me guardé de hablar con él, 104 Cliente

(mawlà) y sirviente del califa cUmar, fallecido en torno al año 64 h.; véase al-Ṭabarī, The History of al-Ṭabarī. Vol. XI: The Challenge to the Empires, trad. de Khalid Yahya Blankinship, Albany, SUNY Press, 1993, p. 71, n. 407.

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que continuó de esa manera hasta que los niños se pusieron a jugar y reír. Entonces le pregunté: “¿Qué es lo que estabas aguardando frente a ellos, Príncipe de los Creyentes?”, y dijo: “Los había visto llorar, y no quería irme hasta verlos reír”».105 Cuando me separé de su compañía, [al-Fanakī] seguía vivo. [36.-] Abū l-Ḥasan cAlī b. Ḥamza, conocido como al-Bujārī Era un hombre enflaquecido por el mucho ayunar, extenuado por pasar las noches en vela rezando, y en el que se mostraban signos del temor y el miedo [por la llegada del Día de la Resurrección] (al-waŷal). Los abdāl106 iban a visitarlo cuando te­ nían lugar las festividades y, fruto de esa cercanía, veía los más grande prodigios. De él se cuenta que, estando a la sombra de una roca en cArafa,107 dos de estos abdāl se le acercaron, flacos y arrugados, con aspecto semejante al suyo y los mismos signos de su ascética actividad. Tras intercambiar saludos, le dijeron [fol. 259r]: «Abū l-cAbbās al-Jaḍir108 te envía sus saludos». Entonces al-Bujārī dijo: «Con él y con vosotros sea la mayor de las paces. ¿Dónde tendrá lugar su parada este año?»; y le informaron de que sería en el valle de cUrana.109 Pero al-Bujārī replicó: «Nunca tuve noticias de que se detuviera en ese lugar». * * * También me contaron que en una ocasión salió de su país en un barco abarrotado de gente, con el propósito de realizar la Peregrinación. Mientras se hallaban en medio del mar, el enemigo maldito salió a su encuentro con varias naves, y cuando alcanzaron 105 Recoge la misma anécdota, más detallada, al-Ṭabarī, The History of al-Ṭabarī. Vol. XIV: The Conquest of Iran (A.D. 641 - 643 /A. H. 21 -23), trad. de G. Rex Smith, Albany, SUNY Press, 1994, pp. 110-111. 106 Vid. supra, nota 94. 107 Vid. supra, nota 72. 108 Vid. supra, nota 23. 109 Pequeño valle al este del recinto sagrado de La Meca y junto a la llanura de cArafa; vid. supra, nota 72.

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el barco en el que se encontraba al-Bujārī, cundió el pánico entre la tripulación. Todos ellos acudieron a él y le dijeron: «¿Es que no ves la desgracia que está a punto de ocurrirnos?». Al-Bujārī observó desde su camarote (ṭārima) y vio aquello a lo que se referían. Entonces elevó a Dios varias plegarias, y los barcos de los enemigos se detuvieron. A estos les pareció que el mar sobre el que navegaban se había secado, así que dijeron: «¡Musulmanes!, si entre vosotros hay algún clérigo (qasīs) que nos ha maldecido, pedidle que ruegue a Dios que nos permita navegar, y a cambio estaréis a salvo de nosotros. Juramos solemnemente que cuando podamos navegar, no os atacaremos». Entonces al-Bujārī rogó: «Dios mío, aléjalo de nosotros», tras lo cual, sus naves salieron lanzadas como una flecha, alejándose del barco, y sin que ninguna de ellas tratara de seguirlos. Cuando se encontraba en Medina, la población se vio irremediablemente afectada por una prolongada sequía, agravada por la subida de los precios y la ausencia de alimentos. A la población le dijeron: «Entre vosotros se encuentra Abū l-Ḥasan al-Bujārī, que si rogara por vosotros, Dios os libraría de esta desgracia». Todos juntos acudieron a él para decirle: «Por Quien te ha concedido este rango espiritual (manzala), venimos a suplicarte para que ruegues a Dios que nos libre de esta desdicha». Entonces dijo: «Ya he rogado a Dios, y me ha prometido que mi plegaria sería atendida. Quien lo desee, que vaya a Yanbūc,110 pues allí encontrará lo que le consuele a él y a su familia». Algunos creyeron en sus palabras, pero otros dudaron. Los que se fiaron de él salieron hacia donde se les ordenó, y a su llegada, encontraron los barcos egipcios y yemeníes que acababan de llegar [fol. 259v]. De ellos adquirieron provisiones, comerciaron y les fue bien; gracias a lo cual, desapareció la hambruna entre los habitantes de Medina. * * * En otra ocasión, salí con él y otras gentes piadosas en dirección a [el cementerio de] al-Maclà,111 para visitar las tumbas de los Compañeros del Profeta. Cuando llegamos a la tumba de 110 Vid.

supra, nota 95. al norte del recinto sagrado de La Meca, donde se hallan enterrados varios familiares de Muḥammad, así como su primera mujer, Jadīŷa, 111 Cementerio

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Sufyān b. cUyayna,112 nos apartamos del grupo y me dijo: «Voy a mostrarte algo prodigioso: esta es la tumba de Sufyān, y aquella que te voy a mostrar pertenece a un recaudador de impuestos, cuyo emplazamiento arrebató a uno de los emires de La Meca, y en su lugar se le enterró a él. Entre su tumba y la de Sufyān crecieron estas plantas. Prueba la que está junto a cada una de ambas». Probé la que estaba junto a la tumba de Sufyān y era dulce, de buen sabor y aroma. Después probé la que estaba junto a la tumba del recaudador y, a pesar de que parecía de la misma clase, era muy diferente en cuanto a sabor y fragancia. Cuando dejé La Meca, él seguía con vida. Posteriormente me informaron de que había fallecido y de que fue enterrado en dicha ciudad. [37.-] Abū Muḥammad cAbd Allāh b. Muqbil al-Tamīmī Es uno de los santos abdāl y uno de los eruditos que obran actos carismáticos (cāmilūn). Me encontré con él, a pesar de que trataba de ocultar su religiosidad en la medida de lo posible y de disimular su devoción con conversaciones ordinarias y el comportamiento propio de un necio.113 A tal punto llegaba su disimulo entre otras personalidades del islam; véase R. B. Winder, «Makka: 3. The Modern City», EI2, vol. 6 (1991), p. 168b. 112 Importante tradicionista y también exegeta, de cuyas obras no han sobrevivido más que algunos fragmentos. Falleció en La Meca en el año 196/811; véase S. A. Spectorsky, «Sufyān b. cUyayna», en EI2, vol. 9 (1997), p. 772a. 113 Por la actitud aquí descrita, este personaje parece seguir una de las tendencias doctrinales más controvertidas del misticismo islámico, la llamada Malāmatiyya. Según esta corriente, el místico debe evitar, tanto en sus actos como en su apariencia, todo aquello que pueda revelar su estado espiritual (ḥāl) a las personas de su entorno, pues considera que cualquier alarde de santidad por su parte solo respondería a un deseo egoísta de obtener el reconocimiento social o de recibir una recompensa celestial. Por este motivo, y para ocultar su auténtica espiritualidad, en algunos casos el malāmatí opta por comportarse en público de manera censurable y hasta repulsiva. Aunque doctrinas de este tipo ya se encontraban en el cristianismo oriental de época preislámica, el movimiento sufí de la Malāmatiyya fue fundado en el siglo ix por el místico jurasaní Ḥamdūn al-Qaṣṣār (m. 271/884-5); a partir del siglo x entró a formar parte del cuerpo doctrinal de numerosas órdenes sufíes por todo Oriente Medio;

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que siempre respondía con lo opuesto a lo que realmente pensaba, y ello con el único propósito de reconocer a la persona verdaderamente devota y de intuir en ella la piedad y el ascetismo. En ese caso, confiaba en él y se calmaba, para acabar rodeándose de gente benévola y sabia, con quienes se comportaba de manera humilde y modesta, con serenidad y dignidad, y con una firme convicción en la obediencia a Dios. Varias de las personas que se encontraron con él en La Meca, me contaron el mismo sueño, en el que veían al Mensajero de Dios diciéndoles: «Quien quiera ver a uno de mis Compañeros, que vaya a ver a cAbd Allāh b. Muqbil». * * * Cierto día lo vi pasar frente a la casa donde me alojaba, y le dije: «Si te parece bien bendecir mi casa y rezar en ella dos rakcāt, adelante». A él le pareció bien, así que entró y, cuando terminó de rezar [fol. 260r], le ofrecí cuanto tenía en la casa para comer, pero me dijo: «Nunca acepto la comida de nadie». Entonces le pregunté: «¿Por qué en esto no sigues la sunna del Profeta?», a lo cual me respondió: «No me estoy desviando de ella, pero los medios de ganarse la vida se han vuelto corruptos, así como los alimentos son dudosos. Por ello rechazo aquello que está fuera de sospecha, por temor a caer en lo que sí es sospechoso. Tengo unas tierras en el Yemen, heredadas desde los tiempos de las primeras conquistas del islam, un habiz en beneficio de un grupo de gente de ese país. Hasta ahora, la propiedad no ha sido alienada ni usurpada, y nosotros la cultivamos y repartimos su cosecha equitativamente, tal como establece la ley. Junto con mi familia, he hecho la Peregrinación y he residido en La Meca durante algunos años, pero mi familia echa­ ba de menos su país y a sus parientes, así que los llevé de vuelta al Yemen. Una vez allí, y tras pasar la primera noche sin escuchar a véanse Y. Toussulis, Sufism and the Way of Blame: Hidden Sources of a Sacred Psychology, Wheaton, Ill., Quest Books, 2010; F. de Jong, H. Algar y C. H. Imber, «Malāmatiyya», EI2, vol. 6 (1991), pp. 223b-224b y J. Nurbakhsh, Simbolismo Sufí, vol. 4, pp. 308-314. El célebre santo Ibn Ḥirzihim (m. 559/ 1163-4) es considerado el precursor de esta tendencia en el Magreb; véanse V. J. Cornell, Realm of the Saint, p. 25; R. Vimercati Sanseverino, Fès et sainteté, pp. 57, 464-466 y M. Chodkiewicz, Le Sceau des saints, pp. 136-138.

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los almuédanos de La Meca y sin ver la Kacba, mi familia se arrepintió entre lloros, diciendo: “Por Dios que el que hemos dejado atrás es mejor lugar que este al que vinimos. ¡Ojalá pudieran llevarnos de vuelta a La Meca!”. Así que permanecí en el Yemen durante tres días, mientras me aprovisionaba para el viaje, y los llevé de vuelta a La Meca, llevando con nosotros las provisiones justas para llegar. Cuando llegamos a La Meca, las provisiones se habían acabado y estábamos sin comida. Entonces dije para mis adentros y en conversación íntima con mi Señor: “Por Tu gloria, si murieran de hambre en mis manos, sin poder darles de comer, qué cuentas me pedirías por ello”. Durante un rato me quedé sumido en tales pensamientos y después me fui a hacer la circunvalación a la Kacba. Cuando pasaba por Sūq al-Layl,114 me encontré con una persona piadosa a la que conocía y que me dijo: “Tengo varios ṣāc115 de dátiles que provienen de una palmera que tú ya conoces”, pues, en efecto, ya antes me había dado dátiles de una palmera que plantó cierta persona devota en una tierra que había comprado de manera legítima. Así que le pedí que me lo diera y trajo un saco de dátiles que pesó frente a mí, pesando en total cinco ṣāc mequíes (bi-l-makkī). Con ello pude alimentar a mi familia; y aún no se habían terminado los dátiles cuando llegaron los barcos del Yemen que traían nuestros víveres». Cuando salí de La Meca, él aún permanecía en ella [fol. 260v] y desconozco qué fue de él posteriormente. [38.-] Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Wābūr al-Murābiṭ al-Mutalaṯṯim Pertenecía al linaje de los antiguos emires y descendientes de los reyes almorávides. Poseía riquezas, una elevada posición e 114 «El zoco nocturno», mercado más cercano al recinto sagrado de La Meca, que comprende el área o barrio de la ciudad en el que tuvo lugar el nacimiento de Muḥammad; véase R. B. Winder, «Makka», p. 168a y al-Fāsī, Šifā’ al-garām fī ajbār al-balad al-ḥarām, 2 vols., ed. de cAlī cUmar, al-Qāhira, Maktabat al-Ṯaqāfa al-Dīniyya, 2008, vol. 1, p. 555. 115 Medida de peso equivalente a cuatro almudes, aproximadamente 3,5 kilos de grano; véase M. I. Marcinkowski, Measures and Weights in the Islamic World: An English Translation of Walther Hinz’s Handbook Islamische Maße und Gewichte, Kuala Lumpur, ISTAC, 2003, p. 74.

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incontables posesiones. Daba a quien le pedía, satisfacía las nece­ sidades de quien iba a verlo, atendía todas las quejas y desgracias, y despachaba todos los asuntos con justicia, aplicando para ello las medidas más efectivas. Y aunque ocupaba una posición de gran poder y autoridad, siempre se mostraba humilde y próximo con sus allegados. Lo encontré en La Meca, y allí me conoció, me hizo su compañero y me colmó de honras y halagos, a pesar de no habernos conocido antes ni haber coincidido en el pasado, únicamente por su innata honradez y generosidad. Me contaron que abandonó sus propiedades, su descendencia, su espada y todo cuanto poseía, y huyó hacia Dios en soledad, hasta llegar a Su sagrada Kacba. No tenía más costumbre que el buen obrar (al-camal), sentía gran compasión por los pobres y los débiles; y cada vez que veía a un mendigo notaba sus carencias en sus propias carnes y lo protegía hasta del polvo. Le llegaban limosnas desde Iraq y otras muchas regiones, para que dispusiera de dinero para sus gastos y necesidades. Pero él comenzaba por entregar parte de ellas a cuantos pobres conocía, sin dejar de buscar a los necesitados y los indigentes, y de manera que solo guardaba para él lo que sobrara después de ellos. * * * En cierta ocasión, salió hacia Medina con una caravana para visitar la tumba del Profeta. Aquellos eran tiempos de conflicto e inseguridad, así que, una vez emprendido el camino, temieron por sus vidas y decidieron renunciar al viaje [fol. 261r] y regresar pasada la noche. Mientras dormían, uno de ellos —que era el más devoto— vio en sueños a alguien que le decía: «En una caravana en la que viaja tal persona, el resto del grupo no debe temer nada». Al despertar, relató a sus compañeros lo que había visto en sueños, tras lo cual reemprendieron el viaje y llegaron sanos y salvos. Una noche lo vi en el recinto sagrado repitiendo este verso entre lloros: Amo lo que Él ama, y me agrada Su reprobación. Todo lo que el Amado hace es digno de amor.

Lo dejé en La Meca, donde sigue hasta hoy. Mantenemos contacto por escrito, así que es como si estuviera próximo a mí.

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Y es el último santo con el que me encontré en el Ḥiŷāz. [39.-] El šayj Abū Muḥammad cAbd Allāh b. Sinān al-Rudaynī116 El sabio e incomparable asceta, autoridad del Corán y la sunna, guía de los moradores del Paraíso. Dios retiró de su corazón el amor por lo terrenal, así que encontró solaz con Su proximidad y cercanía, eligiendo lo concerniente a Él antes que lo que sus ojos veían. Entonces [Dios] cortó sus vínculos con las criaturas, le proveyó de un buen sustento con el que pudo mantenerse, inclinó hacia él los corazones de los reyes y puso en manos de su buen criterio los asuntos de señores y siervos. Aprovechó la distinción que se le había concedido y la erudición y el prestigio con que se lo había dotado para tornar los corazones de los reyes hacia sus súbditos, hacer que cayera entre todos ellos la lluvia de su generosidad, recordarles la Hora de Dios cuando temía que pudieran olvidarla, y prevenirlos de ella cuando consideraba que se estaban desviando de la justicia y el bien. * * * Fui a visitarlo en su mezquita al pie [del monte] al-Muqaṭṭam,117 a las afueras de al-Fusṭāṭ,118 para recibir de sus bendiciones y sus 116 Al-Tāḏifī lo menciona como uno de los discípulos del célebre santo de origen persa cAbd al-Qādir al-Ŷīlānī (m. 561/1166 en Bagdad); véase alTāḏifī, Qalā’id al-ŷawāhir fī manāqib cAbd al-Qādir, Miṣr, Maṭbacat Muṣṭafà al-Bābī al-Ḥalabī, 19563, p. 5. 117 Monte al este de El Cairo, en la época considerado sagrado por la multitud de leyendas que se le asociaban; véanse D. Behrens-Abouseif, «AlMuḳaṭṭam», EI2, vol. 7 (1993), p. 509a e Ibn cAbd al-Muncim al-Ḥimyarī, AlRawḍ al-micṭār, p. 557. En esta misma ubicación está documentada la existencia de una mezquita conocida como Masŷid al-Rudaynī, al menos desde mediados del siglo xii, si bien se vincula a un jurista y tradicionista llamado Abū l-Ḥasan cAlī b. Marzūq al-Rudaynī (m. 540/1145) y no hay ningún dato que nos permita relacionar a este personaje con el asceta al que se refiere al-Ṣadafī; cf. S. Māhir Muḥammad, Masāŷid Miṣr wa-awliyā’uhā al-ṣāliḥūn, 5 vols., al-Qāhira, alMaŷlis al-Aclà li-l-Šu’ūn al-Islāmiyya, 1971-1983, vol. 2, pp. 138-139. 118 Vid. supra, nota 89.

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afortunados actos lo que me pudiera guiar hacia el mejor y más recto camino; y para obtener de sus conocimientos [fol. 261v] y su templanza aquello que me mostrara lo correcto, disipando así las tinieblas de la duda y la incertidumbre. Cuando me admitió en su presencia y su mirada recayó en mí, me trató con la familiaridad de quienes se conocen y son íntimos amigos desde hace tiempo. Se acercó a mí con gesto afectuoso y volcó en mí su atención y su cariño. En él vi a una persona que era el mundo entero y a un hombre que era la esencia de su época. Aunque toda la tierra me sirviera como soporte de escritura e hiciera del mar mi tinta, de los árboles mis cálamos y de todos los alientos mis conocimientos y sueños, no abarcaría ni la centésima parte de sus virtudes, ni podría dar cuenta de la mínima parte de todos sus méritos. ¡Que la incapacidad de saber te dé conocimiento y en la falta de precisión encuentres una descripción completa, oh hermano de la ciudad! Me relataron tal número de sus actos prodigiosos y pruebas de sus milagros que, si tratara de enumerarlos, sobrepasaría con mucho la extensión pretendida de este sumario. * * * Con él doy por concluida la relación de santos con los que me encontré, y deseando que se cumpla aquello con lo que fue distinguido el Sello de los Profetas. Dijo Dios en Su Libro preservado: “Su sello será almizcle, ¡que en ello pongan su anhelo los que anhelan!”.119

119 Cor.

83: 26.

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ÍNDICES

Índice de personas biografiadas Índice de personas biografiadas

 [1.-] Abū l-Rabīc Sulaymān b. Yaḥyà al-Ŷazūlī al-Maṣmūdī: 222v.   [2.-]  Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Nāhiḍ al-Lajmī: 223v.   [3.-]  Abū l-Qāsim cAbd al-Raḥmān b. cĪsà al-Jazraŷī: 225v.   [4.-]  Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Ḥassān, al-Šarafī: 226r.   [5.-]  Abū l-cAlā’ Sālim b. cAbd al-Qādir al-Kindī: 227v.   [6.-]  Abū Marwān cAbd al-Mālik b. Masarra al-Yaḥṣubī: 229r.   [7.-]  Abū [cAlī] al-Ḥasan b. Muḥammad, Ibn al-Dallāl al-Qurašī: 232v.   [8.-]  Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Yaḥyà al-Maṣālī: 234r.   [9.-]  Abū cAbd Allāh Salāma b. Daḥmān al-Kutāmī: 235r. [10.-]  Abū l-cAbbās Aḥmad b. Abī Yaclà, al-Garīb: 236r. [11.-]  Abū cAbd Allāh Mālik b. cAlī, al-Qalānisī: 239v. [12.-]  Abū l-cAbbās Aḥmad b. cUbayd Allāh, al-Fā’ida: 240r. [13.-]  Abū cAbd Allāh Muḥammad. b. cUṯmān al-Magribī, al-Rammād: 241v. [14.-]  Abū Muḥammad cAbd Allāh b. Sulaymān, al-Bāgī: 243r. [15.-]  Abū l-Walīd Jālid b. Macbad al-Šāṭibī: 245r. [16.-]  Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Maṭar al-Arkušī: 246r. [17.-  Nombre desconocido]: 247r. [18.-  Nombre desconocido]: 247v. [19.-  Nombre desconocido]: 248r. [20.-  Nombre desconocido]: 248v. [21.-  Al-Mugāwir]: 248v. [22.-  Abū Yaczzà]: 249r. [23.-]  Abū Ṭālib b. Mucāfà: 250r. [24.-  Nombre desconocido]: 250v. [25.-]  Abū l-Ḥasan cAlī b. al-Musallam al-Anṣārī, Ibn [Bint] Abī Sacd: 251r. [26.-  Nombre desconocido]: 252v. [27.-  Rizq Allāh]: 253r. [28.-  Nombre desconocido]: 254r. [29.-  Tres abdāl de la ciudad de Qinā]: 254v. [30.-  Nombre desconocido]: 254v. [31.-  Uno de los abdāl]: 255r. [32.-  Nombre desconocido]: 255v. [33.-  Un šayj de nombre desconocido]: 256v. [34.-]  Abū Muḥammad cAbd Allāh b. Aḥmad, Ibn cĪṣar al-Miṣrī: 257r.

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Ṭāhir al-Ṣadafī al-Andalusī (siglo vi/xii)

[35.-]  Abū l-cAbbās Aḥmad b. Ismācīl al-Fanakī al-Muqri’: 257v. [36.-]  Abū l-Ḥasan cAlī b. Ḥamza al-Bujārī: 258v. [37.-]  Abū Muḥammad cAbd Allāh b. Muqbil al-Tamīmī: 259v. [38.-]  Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Wābūr al-Murābiṭ al-Mutalaṯṯim: 260v. [39.-]  Abū Muḥammad cAbd Allāh b. Sinān al-Rudaynī: 261r.

Índice onomástico general Índice onomástico general

Allāh b. Aḥmad Ibn cĪṣar al-Miṣrī, Abū Muḥammad: 257r. cAbd Allāh b. Muqbil al-Tamīmī, Abū Muḥammad: 259v. cAbd Allāh b. Sinān al-Rudaynī, Abū Muḥammad: 261r. cAbd Allāh b. Sulaymān al-Bāgī, Abū Muḥammad: 243r. cAbd al-Mālik b. Masarra al-Yaḥṣubī, Abū Marwān: 229r. cAbd al-Raḥmān b. cĪsà al-Jazraŷī, Abū l-Qāsim: 225v. Abū Bakr al-Gāfiqī: 236v. Abū Dāwūd al-Siŷistānī: 232v. Abū Ṭālib b. Mucāfà: 250r. Abū cUbayda b. al-Ŷarrāḥ: 225r. Abū Yaczà: 235r, 249r. Aḥmad b. Abī Yaclà al-Garīb, Abū l-cAbbās: 236r. Aḥmad b. Ismacīl al-Fanakī al-Muqri’, Abū l-cAbbās: 257v. Aḥmad al-Naŷŷār: 252v. Aḥmad b. cUbayd Allāh al-Fā’ida, Abū l-cAbbās: 240r. Alejandría (Iskandariyya / al-ṯagr): 250r2, 250v, 255r, 257v. Alepo (Ḥalab): 244v. cAlī b. Abī Ṭālib: 256r. cAlī b. Ḥamza al-Bujārī, Abū l-Ḥasan: 258v. cAlī b. al-Musallam al-Anṣārī Ibn [Bint] Abī Sacd, Abū l-Ḥasan: 251r. Almería (al-Mariyya): 248v. Alto Egipto (al-Ṣacīd): 253r, 254r. Al-Ándalus: 227r, 229r, 229v, 230v, 232v, 243v, 245v, 246v, 248v, 255v. cArafa: 244r, 258v. Aslam: 258v. cAtīq al-Mallāḥ: 245r. Baḥr al-Silsila: 250v. Ceuta (Sabta): 247r. Córdoba (Qurṭuba): 229r, 231r. Egipto (Miṣr): 250r, 252v. Al-Fusṭāṭ: 251r, 261r. Gabriel (Ŷibrīl): 235r. Al-Ḥāriṯ al-Ṯaqafī: 225r. cAbd

Índices

153

Al-Ḥasan b. Abī al-Ḥasan al-Baṣrī: 232r. Al-Ḥasan b. Muḥammad Ibn al-Dallāl al-Qurašī, Abū [cAlī]: 232v. Al-Ḥiŷāz: 253r. Huḏayl: 239r, 239v. Ibn al-cArīf: 232v. Ibn al-Munḏir al-Ballūṭī: 256r. Ibn Yarbūc: 247r. Al-Jaḍir: 229r, 242r, 243v, 244r, 259r. Jālid b. Macbad al-Šāṭibī, Abū l-Walīd: 245r. Játiva (Šāṭiba): 245r. Magreb (al-Magrib): 223r, 227v, 229v, 243r, 249r, 257v. Al-Maclà: 259v. Mālik b. cAlī al-Qalānisī, Abū cAbd Allāh: 239v. Mālik b. Anas: 235v. Mar Rojo (Baḥr al-Qulzum): 255r. La Meca (Makka): 227v, 243r, 246v, 252v, 253v, 255r, 257r, 257v2, 259v2, 260r2, 260v. Medina (al-Madīna): 252v, 255r, 258r, 259r, 259v, 260v. Al-Mucallà: 243r. Muḥammad (Rasūl Allāh): 223r, 225r, 228v2, 232r2, 233v, 235r, 235v, 241r, 244r, 256r, 256v, 260v. Muḥammad b. Ḥassān al-Šarafī, Abū cAbd Allāh: 226r. Muḥammad b. Maṭar al-Arkušī, Abū cAbd Allāh: 246r. Muḥammad b. Nāhiḍ al-Lajmī, Abū cAbd Allāh: 223v. Muḥammad. b. cUṯmān al-Magribī al-Rammād, Abū cAbd Allāh: 241v. Muḥammad b. Wābūr al-Murābiṭ al-Mutalaṯṯim, Abū cAbd Allāh: 260v. Muḥammad b. Yaḥyà al-Maṣālī, Abū cAbd Allāh: 234r. Al-Muḥāsibī: 234r. Al-Muqaṭṭam: 261r. Nilo (al-Baḥr / Baḥr al-Nīl): 253r, 257v. Persia (Fārs): 256v. Priego (Bāg): 243r. Qinā: 254r, 254v2. Qūṣ: 253v. Rizq Allāh: 253r. Rosetta (Rašīd): 254r. Rota (Rūṭa): 243v. Al-Šāficī: 252r. Saḥnūn al-Qayrawānī: 232r. Salāma b. Daḥmān al-Kutāmī, Abū cAbd Allāh: 235r. Salé (Salā): 249v. Sālim b. cAbd al-Qādir al-Kindī, Abū l-cAlā’: 227v. Sanŷār: 256v. Sevilla (Išbīliya): 236r., 236v. Siria (al-Šām): 225r, 257v. Sufyān b. cUyayna: 259v.

154

Ṭāhir al-Ṣadafī al-Andalusī (siglo vi/xii)

Sulaymān b. Yaḥyà al-Ŷazūlī al-Maṣmūdī, Abū l-Rabīc: 222v. Sūq al-Layl: 260r. cUmar b. al-Jaṭṭāb: 256r, 258r, 258v. cUrana: 259r. Al-Yanbūc: 255r, 259r. Yemen (al-Yaman): 260r2. Ŷūn Ramāda: 243r.

Índice de citas coránicas IV/85: 225r. XI/7: 242r. XIII/11: 235r. XVIII/103-4: 231v. XXII/63: 257v. XXIII/28: 227v. XXIV/32: 228v. XXVI/130: 232r. XXVIII/10-13: 226v. XXXVII/107: 247r. XLVII/38: 232r. LIV/17: 235v. LIV/32: 235v. LIX/16: 256v. LXXII/16: 243v. LXXXIII/26: 261v. LXXXV/12: 232r. LXXXVII/6: 235v.

Índice de citas coránicas

X

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69

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68

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66

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‫َ ُ‬ ‫ِ‬ ‫سية ‪۳۹ ،‬‬ ‫الم‬ ‫َ‬ ‫صادر األ َندل ّ‬

‫سي‬ ‫في األ َ َندل ُ ّ‬ ‫الص َد ّ‬ ‫طا ِهر َّ‬ ‫( القرن السادس ̸ الثاني عشر )‬

‫كتاب‬

‫صون‬ ‫الم ُ‬ ‫ِّ‬ ‫الس ّر َ‬ ‫صون‬ ‫في ما كُ ِّر َم بِ ِه ُ‬ ‫امل ِل ُ‬

‫دراسة وتحقيق وترجمة‬

‫خايمي كوالوت كورديرو‬

‫‪ISBN 978-84-00-10849-6‬‬

‫‪9 788400 108496‬‬