1898: su significado para Centroamérica y el Caribe: ¿Censura, Cambio, Continuidad? 9783964562678

En el presente volumen historiadores y científicos sociales y culturales escriben sobre las consecuencias del año 1898 e

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Spanish; Castilian Pages 272 [270] Year 2019

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Table of contents :
Indice
Introducción
Discusión del canon literario „ hispano-americano "
1898: Hispanismo y Guerra
Aspectos de la política estadounidense
1898: A New American Beginning or Historical Continuity?
American Expansion: From Jeffersonianism to Wilsonianism. The United States and Its Southern Neighbors at the Ttorn of the Century
Columbus, the Spanish-Cuban-American War, and the Advance of U.S. Liberal Capitalism in the Caribbean and Pacific Region
The German Challenge to American Hegemony in the Caribbean: The Venezuela Crisis of 1902/03
Cuba
La crítica martiana del concepto del panamericanismo de James G. Blaine
Los trabajadores urbanos y la política colonial española en Cuba desde la Paz del Zanjón hasta la Guerra de Independencia (1878-1898)
Cuba en el Período Intersecular: Continuidad y Cambio
Puerto Rico
The Year 1898 in Puerto Rico: Caesura, Change, Continuation?
Miles & More. 1898 and 'caballeros líricos': Luis Muñoz Rivera and José de Diego
Panamá, Colombia, Haití
Fin de Siglo en Colombia. La Guerra de los Mil Días y el contexto internacional
1898 y Panamá: ¿Cesura, Cambio o Continuidad?
La inclusión de un estado caribeño en la doctrina de la "western hemisphere": el caso de Haití
Autoras y Autores
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1898: su significado para Centroamérica y el Caribe: ¿Censura, Cambio, Continuidad?
 9783964562678

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Lateinamerika-Studien Band 39

Lateinamerika-Studien Herausgegeben von Walther L. Bernecker Titus Heydenreich Gustav Siebenmann

Hanns-Albert Steger Franz Tichy Hermann Kellenbenz H"

Schriftleitung: Titus Heydenreich Band 39

1898: su significado para Centroamérica y el Caribe ¿Cesura, Cambio, Continuidad?

Walther L. Bernecker (ed.)

Vervuert • Iberoamericana • 1998

Anschrift der Schriftleitung: Universität Erlangen-Nürnberg Zentralinstitut Sektion Lateinamerika Kochstraße 4 D-91054 Erlangen

Gedruckt mit Unterstützung der Friedrich-Alexander-Universität Erlangen-Nürnberg Este tomo ha sido impreso con una subvención de la Universidad Erlangen-Nürnberg

Die Deutsche Bibliothek - CIP-Einheitsaufriahme 1898: su significado para Centroamérica y el Caribe : ¿Cesura, cambio, continuidad? / Walther L. Bernecker (ed.). Frankfurt am Main : Vervuert; Madrid : Iberoamericana, 1998 (Lateinamerika-Studien; Bd. 39) ISBN 3-89354-739-8 (Vervuert) ISBN 84-88906-94-3 (Iberoamericana)

© b y the Editors 1998 Reservados todos los derechos Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro. Printed in Germany: Difo-Druck, Bamberg

Indice Introducción Walther L. Bernecker

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Discusión del canon literario „ hispano-americano " 1898: Hispanismo y Guerra Arcadio Díaz Quiñones

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Aspectos de la política estadounidense 1898: A New American Beginning or Historical Continuity? Reinhard R. Doerries American Expansion: From Jeffersonianism to Wilsonianism. The United States and Its Southern Neighbors at the Turn of the Century Ralph Dietl Columbus, the Spanish-Cuban-American War, and the Advance of U.S. Liberal Capitalism in the Caribbean and Pacific Region Thomas Schoonover The German Challenge to American Hegemony in the Caribbean: The Venezuela Crisis of 1902/03 Ragnhild Fiebig-von Hase

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Cuba La crítica martiana del concepto del panamericanismo de James G. Blaine Josef Opatrny 113 Los trabajadores urbanos y la política colonial española en Cuba desde la Paz del Zanjón hasta la Guerra de Independencia (1878-1898) Joan Casanovas Codina

131

Cuba en el Período Intersecular: Continuidad y Cambio Elena Hernández Sandoica

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Puerto Rico The Year 1898 in Puerto Rico: Caesura, Change, Continuation? Ute Guthunz

171

Miles & More. 1898 and 'caballeros líricos': Luis Muñoz Rivera and José de Diego Wolfgang Binder

193

Panamá, Colombia, Haití Fin de Siglo en Colombia. La Guerra de los Mil Días y el contexto internacional Thomas Fischer

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1898 y Panamá: ¿Cesura, Cambio o Continuidad? Alfredo Figueroa Navarro

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La inclusión de un estado caribeño en la doctrina de la "westem hemisphere": el caso de Haití Walther L. Bernecker

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Autoras y Autores

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WALTHER L. BERNECKER

Introducción En junio de 1997 tuvo lugar, en la Universidad Erlangen-Nürnberg, organizado por la Sección América Latina del Instituto de Investigaciones Regionales, un encuentro internacional e interdisciplinario sobre el tema: "El año 1898 y su significado para Centroamérica y el Caribe: ¿Cesura, cambio, continuidad?" El encuentro reunió a historiadores, a científicos sociales, a politólogos, a especialistas en historia de la literatura y en ciencias culturales, provenientes de las grandes áreas afectadas por los acontecimientos en relación con el año 1898: de Estados Unidos, de América Central y de España. Además, han intervenido varios colegas de Europa Central. El temario del encuentro ha estado delimitado expresamente a la región centroamericana y caribeña incluyendo Venezuela y Colombia, el colindante norte de América del Sur, para de esta manera poder discutir con más profundidad una problemática restringida geográficamente. Pocos acontecimientos han suscitado un debate científico tan apasionado sobre el cambio en las relaciones interamericanas como la guerra hispano-cubanaestadounidense de 1898. Con la ocupación de Cuba y Puerto Rico por parte de los Estados Unidos concluyó una etapa de 400 años de presencia política española en América Latina y el Caribe; los Estados Unidos se habían impuesto con ello definitivamente como potencia líder en la región, desplazando a las potencias europeas. Centroamérica y el Caribe se encontraban así a finales de siglo en el punto de mira de intereses geopolíticos y estratégicos contradictorios: en relación con la construcción del canal a través del istmo fueron escenarios de procesos de relevo de poder hegemónico iniciados tiempo atrás; la Doctrina Monroe se actualizó y se concretó en el Platt Amendment y a través del Roosevelt Corollary. Tanto el cambio social como los procesos socioeconómicos eran síntomas de una creciente presencia norteamericana y su penetración social en la región. Las conferencias del encuentro giraron en torno a las diferencias locales entre los países de la región en cuestión; se discutieron las consecuencias de 1898 incluyendo los correspondientes procesos de transformación sociales y culturales al igual que los cambios de poder en el sistema interamericano a finales de siglo. El interés central del coloquio estuvo caracterizado por la pregunta, si los eventos de 1898 significaron para Centroamérica y el Caribe una cesura, un cambio o continuidad. Esta pregunta se formuló ante todo con

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Walther L. Bernecker respecto a las dos regiones involucradas en el Nuevo Mundo: los Estados Unidos y la región centroamericano-caribeña. Si bien diversos en sus enfoques, en sus disciplinas y en las áreas analizadas, todas las ponencias estaban agrupadas alrededor de ese año que Pedro Laín Entralgo ha llamado para la historia de España "una fecha clave". ¿Lo es también para Centroamérica y el Caribe? Por otro lado, hay que subrayar que la fecha "1898" significó, para las ponencias del encuentro, sólo una especie de símbolo para los cambios operados en la región. Por eso, las ponencias abarcan un período de tiempo mucho más extendido que sólo los años finiseculares, comprendiendo las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. ***

El tomo comienza con un ensayo del profesor Arcadio Díaz Quiñones (Universidad de Princeton, EE.UU.) que en cierta manera es una especie de puente entre España y América Latina. Díaz Quiñones explora la relación que hay entre hispanismo y guerra, entre la construcción del cánon literario "hispano-americano" y la voluntad imperial. Le interesa la pregunta si era o es posible pensarse como miembro de una comunidad "hispano-americana" que tenga a España como centro, como si ambos mundos fueran uno y el mismo. Parte de la premisa que las contiendas del cánon no son sólo "hechos" literarios, sino disputas en torno a los relatos que se quieren privilegiar. Para abordar esos problemas, estudia los fundamentos culturales y el contexto político que sostienen la primera Historia de la poesía hispanoamericana, de Marcelino Menéndez Pelayo, un texto marcado por el final del imperio español y por los debates sobre la construcción de las tradiciones nacionales. En cierta manera, Menéndez Pelayo renovó la concepción imperial de la lengua, lo que le permite distinguir entre lo que es "verdaderamente" memorable, y lo que no lo es; se enfrenta a una tradición crítica radical, sobre todo la de los separatistas y reformistas antillanos cuya multiplicidad de voces heterodoxas generalmente se ha pasado por alto en la historiografía española; repensó la necesidad de poner al día un proyecto de hegemonía española frente a la cultura "anglosajona" de los Estados Unidos. El viejo imperio se "regeneraba" en la construcción intelectual de lo "hispano-americano". La Historia de Menéndez Pelayo está escrita para las necesidades de la cultura española, y desde dentro de ella. Lleva la marca de la vinculación entre cultura e imperialismo: la renovación de España como centro que aprueba y convalida, y que proporciona a América un vínculo unitario -un discurso unificador que esconde muchas diferencias. Tres conferencias del encuentro analizaron expresamente la política estadounidense y los cambios experimentados por ésta a causa de los

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Introducción acontecimientos de 1898. Haciéndose eco del temario general del coloquio, en la primera ponencia el historiador Reinhard R. Doerries (Universidad Erlangen-Nümberg) formuló la pregunta, si para los Estados Unidos el año 1898 era "a new American beginning or historical continuity". ¿Modificaron los acontecimientos de 1898 sustancialmente la política estadounidense frente a América Latina, o ya estaban básicamente esbozadas las pautas políticas antes de la pérdida por España de sus últimas colonias en ultramar? Doerries señala que los Estados Unidos pensaron, desde el comienzo, en conceptos continentales. Desde este punto de vista, la guerra hispano-cubanaestadounidense de 1898 no es una cesura en la historia norteamericana. Por otro lado se pone de manifiesto que a lo largo del siglo XIX potencias europeas -ante todo Francia, Gran Bretaña y Alemania- amenazaron repetidas veces la posición de hegemonía, requerida por los Estados Unidos, también en la Doctrina Monroe. La aventura francesa en México y la búsqueda del Imperio Alemán, a finales de siglo, de estaciones de carbón y bases marítimas, también en la región latinoamericana, son factores claramente perceptibles en este desarrollo. Al contrario, Gran Bretaña ya había reconocido tempranamente que una política de tolerancia, incluso de cooperación con los Estados Unidos podría ser mucho más fructífera que una política de confrontación. El encuentro de las flotas asiáticas del Imperio Alemán y de los Estados Unidos en la bahía de Manila, en verano de 1898, no representó -contemplado serenamente- todavía un peligro directo de guerra, pero el altercado sí demuestra el desarrollo muy negativo de las relaciones entre el Imperio Alemán y los Estados Unidos que más tarde se descargaría en la Primera Guerra Mundial. También la conferencia del profesor Ralph Dietl (Universidad de Wuppertal) tenía como tema la política estadounidense. Se trataba de analizar la "American expansión: from Jeffersonianism to Wilsonianism. The United States and its southern neighbors at the tum of the century". La época entre 1898 y 1917 se caracteriza, en Estados Unidos, por la existencia antagónica de dos influyentes corrientes ideológicas. Mientras que los Jeffersonians, defensores de los tradicionales valores estadounidenses, exigían la continuación de una política exterior hemisférica, la tendencia progresiva y de política de poder propagaba una política activa de equilibrio que se orientara según el ejemplo europeo. Esta lucha por controlar la política exterior estadounidense se manifestaba también en la política frente a Centroamérica. Políticos como Theodore Roosevelt intervenían en el área caribeña para proporcionar a los Estados Unidos una posición de partida lo más favorable posible para la lucha de las grandes potencias por sobrevivir, esperada por los

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Walther L. Bernecker darwinistas sociales. Por otro lado, los Jeffersonians aislacionistas practicaban una política de reformas, para exportar valores y tradiciones estadounidenses con la meta de apartar el "Hemisferio de Occidente" de las rencillas del Viejo Continente y convertirlo en una "Isla Democrática". Esta filosofía era el trasfondo de la política practicada por el Secretario de Estado William J. Bryan durante los años 1913-1915 frente a América Latina. Pero a lo largo del año 1915, el presidente Wilson se vió obligado -debido a los avatares de la Primera Guerra Mundial- a abandonar la política reformista de Bryan, apoyada por él hasta entonces, y prestar más atención a las ideas de la tendencia que abogaba por una política de poder. Este cambio en política exterior se caracterizaba por una pacificación activa del "soft belly" de los Estados Unidos, es decir por intervenciones militares en Haití y la República Dominicana así como por el reconocimiento del régimen revolucionario de Venustiano Carranza en México. Después de haber erigido un escudo protector en el "Hemisferio de Occidente", la vía estaba libre para la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial -una intervención que unía cálculos de poder político y misionarismo democrático, que daba fin a la lucha entre las diferentes corrientes ideológicas creando la ideología de política exterior estadounidense del siglo XX: el Wilsonianism. En la tercera ponencia sobre la política de Washington, titulada "Columbus, the Spanish-Cuban-American War, and the Advance of U.S. Liberal Capitalism in the Caribbean and Pacific Regions", el profesor Thomas D. Schoonover (Universidad de Lafayette, EE.UU.) primero describe lo catastróficos que fueron los años noventa del siglo XIX para España. El país tuvo que enfrentarse tanto a tensiones civiles domésticas como a revueltas en lo que le quedaba de su imperio colonial, incluyendo la devastadora y sangrienta rebelión de 1895 en Cuba. Los líderes políticos estadounidenses hicieron uso de la oportunidad resultante de la guerra en Cuba para lanzar una política de imperialismo social en el Caribe y en el Area PacíficoAsiática; trataron de desviar los problemas socioeconómicos domésticos de los Estados Unidos instrumentalizando las relaciones internacionales. Schoonover pregunta por los objetivos de la intervención estadounidense en el conflicto colonial español; examina cómo otros países interesados (México, Centroamérica, Alemania, Francia) enjuiciaron la intervención norteamericana en el conflicto colonial español. Por lo general, los investigadores han resaltado el efecto transformador del año 1898 sobre la región caribeña; mucho menos se ha observado el impacto de ese año en las sociedades asiáticas y su desarrollo. Durante los años 1880-1917 el gobierno estadounidense siguió la aventura de Colón, ante todo porque quería entrar en contacto con sociedades asiáticas. Aquella "splendid little war" de 1898

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Introducción marcó huella en el Caribe, el área del Pacífico, en las potencias coloniales e imperiales de Europa y los Estados Unidos. El último ensayo de esta sección se refiere a la crisis de 1902/03 en torno a Venezuela. Esta crisis fue, en el período intersecular y después de la querella fronteriza de 1895/96 entre Gran Bretaña y Venezuela, así como tras la guerra de 1898, la tercera gran crisis internacional, en cuyo transcurso los Estados Unidos consiguieron imponerse, frente a las potencias europeas, con su pretensión política de hegemonía sobre todo el "hemisferio occidental". Ragnhild Fiebig-von Hase (Universidad de Köln) analiza en su contribución el trasfondo y el desarrollo de la intervención germano-británica-italiana, de 1902/03, en Venezuela, que ve caracterizada por la solapadura de tres potenciales conflictivos. Estos pueden caracterizarse de la siguiente manera: En primer lugar hubo conflictos locales en Venezuela entre los estados interventores europeos, por un lado, y los gobernantes venezolanos, por el otro; en segundo lugar hubo conflictos más generales resultantes de la dependencia económica latinoamericana de Europa; y en tercer lugar, hubo todo tipo de materias conflictivas en las relaciones entre Estados Unidos y Europa que se derivaban de los dos primeros tipos de conflictividad. El análisis de estos potenciales conflictivos y del desarrollo de la crisis a base de algunas nuevas e importantes fuentes arroja por resultado que el presidente estadounidense Theodore Roosevelt -con ayuda de su estrategia de intimidación, apoyada militarmente por la flota norteamericana- logró obligar al gobierno alemán a retirarse de Venezuela y a abandonar la idea de un control internacional de las finanzas o aduanas venezolanas. Resulta obvio que en el coloquio de Erlangen se prestara especial atención a Cuba. Tres ponencias se dedicaron a diferentes aspectos de la "Perla de las Antillas". El profesor Josef Opatrny (Universidad Carolina de Praga) estableció una conexión entre la perspectiva estadounidense y la latinoamericana, analizando "la crítica martiana de la visión panamericana estadounidense". Aparte de sus numerosas actividades culturales y políticas en la lucha por la independencia de Cuba, José Martí era uno de los primeros críticos duros del panamericanismo en el concepto de los nuevos intérpretes de la Doctrina Monroe y de uno de sus antecesores de fines de los ochenta, el Secretario de Estado James G. Blaine. Martí no fue ni siquiera en aquel tiempo el único crítico; no obstante, sus formulaciones destacaban por su claridad, anticipando varias realidades que se hicieron patentes hasta el año 1898. Analizando la política de Blaine ante todo en el Congreso panamericano de Washington, Martí aprovechó las experiencias que la economía y sociedad cubanas habían sufrido a causa de la influencia norteamericana durante la segunda mitad del siglo XIX. Según Martí, existía un serio riesgo de que la influencia extranjera en el ámbito económico se

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Walther L. Bernecker convirtiera en influencia política; esta opinión profética no solamente la refleja en sus artículos publicados sobre el Congreso, sino también en su famoso ensayo Nuestra América. La ponencia del profesor Joan Casanovas Codina (Universidad de Tarragona) versaba sobre los "trabajadores urbanos y la política colonial española en Cuba desde la Paz del Zanjón hasta la Guerra de Independencia (18781898)". Su ensayo presenta muy resumidamente algunos resultados de una extensa investigación sobre la historia de los trabajadores urbanos en Cuba durante la segunda mitad del siglo XIX. Al finalizar la Guerra de los Diez Años en 1878 con la firma de la Paz del Zanjón, la sociedad cubana experimentó profundos cambios: España reformó parcialmente su política colonial, y la esclavitud disminuyó progresivamente hasta que fue abolida en 1886. Bajo esta nueva atmósfera, los trabajadores urbanos pudieron establecer cientos de organizaciones de trabajadores y expandir las ya existentes, lo cual permitió una intensificación de las luchas sindicales. Paralelamente al rápido declive de la esclavitud hasta su abolición en 1886, en la gran mayoría de asociaciones obreras, el anarquismo y sus formas de lucha sindical desplazaron al reformismo republicano-obrerista pese a que había sido la corriente dominante del movimiento obrero desde sus orígenes a mediados del siglo XIX. En 1890 un nuevo giro en la política colonial española detuvo la expansión del movimiento obrero, pero la participación de los trabajadores urbanos en la transformación de la sociedad después de firmarse la Paz del Zanjón sentó las bases para que a partir de entonces un amplio sector de esta clase social apoyase el proyecto independentista que lideraba José Martí. La última ponencia sobre Cuba corría a cargo de la profesora Elena Hernández Sandoica (Universidad Complutense de Madrid). Versaba sobre "Cuba en el período intersecular: continuidad y cambio". Se trata de una perspectiva crítica sobre la historiografía reciente, tanto española como cubana, a propósito del período que sigue inmediatamente al cese de la dominación española en Cuba. Centrada especialmente en los lazos económicos, sociales y culturales que siguieron atando después de 1898 a españoles y cubanos, la mayoría de la producción historiográfica de la última década exagera quizá -a juicio de Hernández Sandoica- los elementos de continuidad para no reparar en los factores de cambio. La desatención generalizada a los elementos de ruptura impuestos por la intervención norteamericana y la subordinación relativa de las cuestiones estrictamente políticas (gobierno local, elecciones, etc.) son dos de las razones, y a la vez consecuencias subsiguientes, del predominio de ese enfoque historiográficosocioeconómico y/o sociocultural -cada vez más frecuente-, un tipo de análisis histórico que reúne, no obstante, requisitos científicos muy

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Introducción satisfactorios y que en cualquier caso, se ha desprendido definitivamente del aire neocolonial o incluso trasnochadamente imperialista que caracterizaba no hace tanto a una parte importante de la historiografía 'americanista' hecha en España. El cual ha venido a refugiarse, a su vez, entre los tópicos del discurso político actual sobre el 98 -visto desde España- y en una parte sustantiva de los escritos de divulgación que andan publicándose en estos momentos. Dos ponencias versaron sobre Puerto Rico. La politóloga Ute Guthunz (Universidad Erlangen-Nürnberg) analizó "la importancia del año 1898 para Puerto Rico" preguntando si había que ver ese año más bajo la perspectiva de "giro o continuidad". Investiga la importancia del año 1898 para la isla -año que conllevó cesura, cambios y continuidades para una sociedad de un millón de habitantes, aproximadamente- sobre el trasfondo de la situación socioeconómica de entonces. A menudo se dice que los Estados Unidos querían Cuba, pero obtuvieron Puerto Rico. Al derrumbe del orden anterior que aún vio un climax político en la Carta Autonómica, siguió -comenzando con el gobierno militar- la construcción relativamente consecuente de un nuevo orden "americano". Guthunz resalta no solamente la interrupción de las relaciones comerciales por los acontecimientos del 98, sino también la continuidad político-diplomática más allá del cambio de soberanía, y la continuada política pragmática de ajuste a la potencia hegemónica. También señala revisiones básicas en el sector legal y en el ámbito de justicia así como los cambios inducidos por el establecimiento de un sistema de gobierno "americanizado". El que los intentos estadounidenses de una "americanización" fundamental, ante todo en el sector cultural, hayan conducido, a pesar de todo, a resultados ambiguos sin tener siempre el éxito deseado, pone de manifiesto que incluso el control extensivo sobre un territorio tiene sus límites. Por lo tanto, 1898 y sus consecuencias significaron para Puerto Rico una mezcla de cambio y continuidad, en cierta manera un "cambio en la continuidad". La segunda conferencia sobre Puerto Rico, del científico cultural Wolfgang Binder (Universidad Erlangen-Nürnberg) tenía el título: "1898 in Puerto Rican Literature". En ella, se analiza la relación entre dos conocidos políticos y literatos de la élite criolla de Puerto Rico con el cambio de dominio sobre la isla. Tanto Luis Muñoz Marín como José de Diego eran distinguidos políticos del Partido Unionista en el que se expandieron estrategias de delimitación, una retórica de auto-definición nacional, de diferenciación y de independentismo -ante todo depués de 1907, cuando se pusieron de manifiesto las decepciones sobre la inexistente voluntad política del gobierno estadounidense. Esto se puede mostrar con discursos y la producción literaria de ambos autores; en el caso de Muñoz Marín, pueden registrarse resignación 13

Walther L. Bernecker y tristeza, en el de de Diego un hispanismo belicoso (condicionado por una postura anticolonialista), que en el fondo era una fijación mitificadora en España. La personalidad de de Diego, reverenciada durante décadas por hispanófilos patriotas, se vuelve compleja, entre otros motivos por una retórica misionera y martirológica así como por gestos orales exaltados de un heroico poeta caballero, formando al mismo tiempo parte de la casta terrateniente como cuyo representante jugó un papel archiconservador en el sector del derecho social y laboral. Además, su concepto -presentado de manera enfática- de "raza" en el contexto "patria" y "nación" inexistente, conlleva una exclusión de todos los elementos afro-antillanos e indios. No obstante, Binder caracteriza la lírica de de Diego -que vive en gran parte de la dicotomía Estados Unidos-mundo hispánico- como relevante sobrepasando los límites de la literatura puertorriqueña. Para la cultura política y literaria de Puerto Rico, la fecha 1898 es, hasta hoy, dolorosa; el status de la isla, surgido de esa fecha, sigue estando indefinido. Los tres últimos ensayos discuten casos que a primera vista pudieran parecer algo marginados al temario pero que, no obstante, ponen claramente de manifiesto el enorme impacto que tuvo 1898 en todo el Caribe e incluso en el norte de Suramérica. El historiador Thomas Fischer (Universidad ErlangenNürnberg) analiza el "fin de siglo en Colombia: la Guerra de los Mil Días y el contexto internacional". De 1899 a 1902 tuvo lugar, en la república andina, una guerra civil que representa una importante cesura. Las causas de la guerra fueron, para Fischer, las diferencias entre los dos grandes partidos, los conservadores en el poder y los liberales en la oposición, con respecto a la política financiera y a su incapacidad de encontrar una solución por vía democrática. El conflicto colombiano obtuvo en América Latina -ante todo entre los regímenes liberales de Venezuela, Ecuador y Nicaragua, que apoyaron a los rebeldes liberales por fases de manera masiva- un eco parecido a la guerra de independencia cubana. De las fuentes sobre el tema se puede desprender, no obstante, que la mayoría de las potencias industriales no quería una "guerra de sustitutos" en Colombia, tratando de mantenerse alejadas de las peleas colombianas. Por eso, Gran Bretaña, Alemania y los Estados Unidos sólo intervinieron para proteger la propiedad de sus ciudadanos, como ya lo habían hecho con motivo de disturbios anteriores. La mediación de representantes y oficiales de marina extranjeros en los núcleos de la guerra de guerrillas puede interpretarse, al respecto, como una política de limitar daños y perjuicios. Sólo Francia se puso, desde un principio, consecuentemente del lado de los conservadores. Los Estados Unidos trataban al gobierno colombiano como legítimo en tanto que negociaban con él sobre la cesión de los derechos al canal. No trataban de conseguir, desde un principio, la cesión de la zona del canal; más bien esperaban explotar la

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Introducción debilidad de los conservadores para llegar a una solución ventajosa para ellos y al mismo tiempo legal. Sólo favorecieron la separación del departamento de Panamá, después de que los parlamentarios colombianos desecharan, basándose en una fatal interpretación equivocada, la ratificación del Tratado Hay-Herrán. La guerra civil colombiana había creado la condición necesaria para este paso en el sentido de que por el desmembramiento del Estado existía una base para el movimiento separatista en Panamá. El historiador Alfredo Figueroa Navarro (Universidad de Panamá) establece en su ponencia una conexión entre la política estadounidense y el cambio social en Centroamérica; en términos generales se cuestiona en su artículo sobre 1898 y Panamá, si esta fecha significó para el istmo una cesura, cambio o continuidad. Presenta un esbozo general de la historia panameña, a partir de la independencia de 1821, hasta su "segunda independencia" en 1903, haciendo hincapié en las tempranas ideas separatistas, el deseo de acceder al self-government, la presencia e influencia norteamericanas ante todo a partir del Tratado Mallarino-Bidlack, de 1846, la importancia del gold rush califomiano, los nuevos proyectos educativos, el surgimiento del sistema bipartidista, las tendencias económicas hasta el Tratado Herrán-Hay de 1903 y la creación de la Zona del Canal con múltiples consecuencias políticas, sociales y económicas. Resumiendo, Figueroa Navarro caracteriza el año 1898 para Panamá como "ruptura dentro de una continuidad". La última conferencia del historiador Walther L. Bernecker (Universidad Erlangen-Nürnberg) tuvo por tema "la inclusión de un estado caribeño en la doctrina de la 'western hemisphere': el caso de Haití". Analiza la ocupación de Haití, en 1915, por los Estados Unidos y el protectorado norteamericano que iría a durar 19 años. Se contrastan los argumentos justificativos de la invasión por parte de Washington (restablecimiento del orden público, fundamentación de la democracia a largo plazo, protección de la vida y propiedad de los extranjeros en Haití, ordenamiento de las finanzas) con las intenciones económicas y político-militares de los Estados Unidos. Estos temían que potencias europeas, ante todo Alemania, quisieran erigir en el Caribe una base de repuesto para su flota de guerra. Los norteamericanos querían transformar a Haití en una segunda Cuba, estableciendo allí plantaciones de azúcar y de tabaco. Tal idea se basaba, además, en el deseo de realizar un ejemplo "desarrollista" y de acabar con la orientación económica "hacia adentro" de la isla, tan poco atractiva para los Estados Unidos. Analizando las dificultades con que se encontraron los Estados Unidos al implementar sus ideas económicas y desarrollistas, Bernecker pone en duda si la intervención y la larga ocupación fueron rentables económicamente para Washington. Además, el gran proyecto de modernización de los ocupadores fracasó. Y contrastando las consecuencias 15

Walther L. Bernecker positivas y negativas de la ocupación estadounidense, se pone de manifiesto una clara preponderancia de los aspectos negativos. Para terminar, unas palabras de agradecimiento. En primer lugar agradezco muy cordialmente a todas y todos los colegas su asistencia al encuentro, sus valiosas aportaciones y la rapidez con que han puesto a disposición de los organizadores su manuscrito re-elaborado para la publicación. El encuentro fue subvencionado por la Asociación Alemana para la Investigación (Deutsche Forschungsgemeinschaft); también contribuyó la Sociedad "Wirtschaft und Gesellschaft", de Erlangen. Gran parte de los preparativos del encuentro corrieron a cargo de la Sra. Monika Frielinghaus y de la Dra. Petra Bendel, ambas del "Instituto de Investigaciones Regionales", de la Universidad Erlangen-Nürnberg. La realización técnica del tomo y el lay-out se deben a la Sra. Eva Gerl. La impresión del libro ha sido financiada por la Universidad Erlangen-Nürnberg. Doy mis más sinceras gracias a todas las personas e instituciones mencionadas.

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ARCADIO DÍAZ QUIÑONES

1898: Hispanismo y Guerra "No soy yo: es la Historia quien suscita a veces desagradables recuerdos". (Menéndez Pelayo: "Palabras al lector", Historia de la poesía hispano-americana) En este ensayo me interesa explorar la relación que hay entre hispanismo y guerra, entre la construcción del cánon literario "hispano-americano" y la voluntad imperial. ¿Era o es posible pensarse como miembro de una comunidad "hispano-americana" que tenga a España como centro, como si ambos mundos fueran uno y el mismo? Parto de la premisa siguiente: las contiendas del canon no son sólo "hechos" literarios, inventarios y autores, sino disputas en torno a los relatos que se quieren privilegiar. La genealogía de lo "hispano-americano" y del hispanismo, como veremos, se constituye como tal en -y por oposición a- el mundo colonial. Para abordar esos problemas, estudio los fundamentos culturales y el contexto político que sostienen la primera Historia de la poesía hispanoamericana, de Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912). Ese texto está marcado por el final del imperio español y por los debates sobre la construcción de las tradiciones nacionales. La extensa obra plantea, de un lado, la lucha por delimitar un saber literario bajo un significado colectivo; y, de otro, la conflictiva recepción de las literaturas americanas en España. Así, según Menéndez Pelayo, el espacio político perdido por España a lo largo del siglo XIX podría ser reocupado por la hegemonía cultural. La vieja cultura debía asumir la tarea de configurar espiritualmente a los pueblos jóvenes. En principio veremos cómo el historiador introduce el debate político en el espacio cultural, desplegando, a la vez, su conocimiento de los textos hispano-americanos y esquemas muy interiorizados de raza, civilización y barbarie. La cultura letrada aparece como última manifestación de la

Fue publicada originalmente en 1893 y revisada y reimpresa en 1911. Esta última es la refundición de su famosa Antología de poetas hispanoamericanos, comisionada con motivo de la celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, dada a conocer en cuatro tomos entre 1893 y 1895. Menéndez Pelayo revisó y recopiló los prólogos de la Antología y en 1911 aparecieron con el nuevo título de Historia, en dos tomos. Aquí cito por la edición de las Obras Completas, tomos 27 y 28, preparada por Enrique Sánchez Reyes. De ahora en adelante, cuando hago referencia a los tomos I y II de la Historia, remito a los volúmenes 27 y 28 de esa edición.

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Arcadio Díaz Quiñones memoria del imperio que permite actualizar un pasado. Simultáneamente, permite silenciar otras memorias o polemizar contra las que no encajan en su esquema interpretativo. Narrar la fundación de lo "hispano-americano" era, en efecto, una empresa contradictoria que llevaba a polémicas explícitas o tácitas. Por una parte, Menéndez Pelayo necesitaba incorporar las tradiciones americanas, construir su archivo. Pero, por otra, su objetivo era instaurar -frente a la ruptura política de las independencias y del 1898- el lugar central de España en el espacio cultural contemporáneo. ¿Se pueden hacer las dos cosas a la vez? Apropiarse de la literatura "hispano-americana" suponía elaborar un núcleo utópico que garantizara el derecho de España a ocupar el centro. Al subrayar con énfasis la continuidad, Menéndez Pelayo se enfrentaba -lo veremos en el caso de sus juicios sobre Puerto Rico- a la dificultad de integrar en su relato las colonias fronterizas en las que la cultura letrada había sido débil, y cuyas tradiciones orales no pasaban al archivo metropolitano, o dejaban pocas huellas. ¿Qué ocurre, qué ha ocurrido, como ha vuelto a preguntarse James Clifford en su reciente libro Routes: Travel and Translation in the Late Tweníieth Century (1997), en las zonas fronterizas y fuera de las fronteras, en los territorios que no figuran en los mapas nacionales? A ello también me referiré más adelante. Era imposible para Menéndez Pelayo, y en general para el discurso histórico español, ver otra historia que no fuese especular -y letrada- en América y en las Antillas. Al mismo tiempo, su Historia contiene aquello que niega: deja entrar -aunque distorsionadas- las voces del "adversario", y a menudo desea rectificar su lenguaje. Su lectura de la tradición tiene que enfrentarse a la pérdida del imperio. Ello determina en buena medida el espesor que concede a algunos textos, y las jerarquizaciones que traza, así como sus olvidos. Sin embargo, como se observa en los capítulos que dedica a Puerto Rico, Cuba, o Santo Domingo, su relato no deja de suscitar la posibilidad de existencia de sujetos heterónomos y la heteronomía de sus prácticas. La invitación a plantear estas cuestiones proviene del propio Menéndez Pelayo, ya que él sabía que sus interpretaciones producirían reacciones polémicas. El mismo entabló la tensión en sus desafiantes "palabras al lector": "No soy yo: es la Historia quien suscita a veces desagradables recuerdos"2. ¿Qué se borra cuando se apela a la "Historia"? Esa cita, y su Historia, 1.1, p. 4. Menéndez Pelayo se refiere a su Historia de la siguiente manera en ese mismo párrafo: "Quien la examine con desapasionado criterio, reconocerá que fué escrita con celo de la verdad, con amor al arte, y sin ninguna preocupación contra los pueblos americanos, cuya prosperidad deseo casi tanto como la de mi patria, porque al fin son carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos".

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1898: Hispanismo y Guerra monumental obra, dejan ver con claridad los ecos de las guerras militares y de las contiendas interpretativas generadas por las relaciones coloniales. Menéndez Pelayo aparece como instrumento de la "Historia", y en cierto modo su portavoz. Anuncia así las relaciones profundas entre el saber del hispanismo y las guerras de independencia. ¿Cuál es la operación que realiza Menéndez Pelayo ante el fin de la dominación española en Puerto Rico, Cuba, y Filipinas? El intelectual católico renovó la concepción imperial de la lengua postulada por Antonio de Nebrija para la época de los Reyes Católicos. Ello le permitió distinguir entre lo que era "verdaderamente" memorable, y lo que no lo era: esa noción era el cimiento de su canon, y proporcionaba las representaciones que lo constituyen. Reimaginó el pasado del imperio a partir de la discontinuidad política de las antiguas colonias, y de la teleología civilizatoria de los Estados Unidos. Su Historia, concebida con vocación de archivo enciclopédico, está anclada en una imponente colección de textos -no sólo poéticos- y de noticias históricas. Todavía está por estudiarse minuciosamente con qué materiales trabajó Menéndez Pelayo, y de qué manera trató la documentación recogida. Haría falta, además, un análisis más detenido de cómo su construcción de lo "hispano-americano" se inscribió como un campo de estudio reconocido.3 No intento analizar estos aspectos, pero sí volver al contexto que permite ver que se trataba de un campo de disputas por los sentidos del pasado. £1 contexto del debate y los críticos radicales Ciertamente las raíces de la colocación compleja del 98 entre los espacios del saber y de la política vienen de muy lejos. Menéndez Pelayo se enfrentaba en polémica implícita y explícita a otra tradición crítica radical, sobre todo la de los separatistas y reformistas antillanos cuya multiplicidad de voces heterodoxas generalmente se ha pasado por alto en la historiografía española. El gran intelectual separatista puertorriqueño del siglo XIX, Ramón Emeterio Betances (1827-1898), por ejemplo, soñaba desde París las utopías de la modernidad. Se distinguió porque no se cansaba de desafiar la autoridad española, repitiendo categóricamente que: "Nada hay que esperar de España y de su Gobierno. Ellos no pueden dar lo que no tienen. Carecen, por más que

Uno de los casos más sobresalientes es el de Pedro Henríquez Urefla, quien en muchos sentidos avanza y profundiza el camino abierto por la obra de Menéndez Pelayo. Lo he estudiado en "Pedro Henríquez Ureña: modernidad, diáspora y construcción de identidades", publicado en el libro: Modernización e identidades sociales, pp. 59-117.

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Arcadio Díaz Quiñones otra cosa digan, de todos los elementos de un pueblo civilizado".4 La mera existencia de la colonia ponía en entredicho los valores ilustrados. Tiene interés también considerar la crítica de otro puertorriqueño, Eugenio María de Hostos (1839-1903). Hostos dedicó muchos escritos durante su largo exilio a romper con el discurso civilizatorio de la metrópoli que nunca le autorizó un espacio público de discusión en la isla. Al hablar sobre Cuba en 1872, en medio de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), exacerbaba todavia más la contraposición con España: La adornó el genio del bien; la pobló el genio del mal: la descubrió la abnegación científica; la conquistó el interés avaro. Pero si hay en la vida de la humanidad una fatalidad perfectamente determinada es la ley del bien; y los españoles, que han hecho en Cuba todos los males, los que proceden del horror, los que nacen de la pasión desenfrenada, los que generan una voluntad mal dirigida, no han podido hacer el único mal que hubiera condenado a Cuba al horror eterno de ser españoles: no han podido hacer hijos españoles! Se mezclaron con las indias, y salieron cubanos; con extranjeras, y nacieron cubanos; con españolas, y hasta la española procreó cubanos. [...] Les instruyeron en el fanatismo del Dios español, del rey español, de la grandeza española, y fueron cubanos en su fanatismo contra todos los fanatismos españoles. Los mandaron a España a olvidar a Cuba, y volvieron a Cuba maldiciendo a España.5 En este contexto, adquieren un significado particularmente relevante los textos del joven José Martí (1853-1895), en los que la conciencia de la diferencia recibe un impulso decisivo. Martí había sido marcado muy temprano por la experiencia de la prisión en medio de la primera guerra de independencia de Cuba. En un texto fundamental-aunque inexistente en la memoria literaria y política española- El presidio político en Cuba (1871), rompió también tajantemente con el discurso de identidad con la metrópoli. Para él, que vivió intensamente la experiencia central de un mundo creado por expatriados, disidentes y refugiados, la diferencia debía ser mostrada. Los cubanos y los españoles, escribía Martí en otro texto, "de distinto comercio se alimentan, con distintos países se relacionan, con opuestas costumbres se regocijan. No hay entre ellos aspiraciones comunes, ni fines idénticos, ni

Ver su proclama de 1868 en el volumen: El Proceso abolicionista en Puerto Rico, t. II, pp. 185-189. En su escrito "Cuba y Puerto Rico", de 1872, p. 134.

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1898: Hispanismo y Guerra recuerdos amados que los unan".6 Como ha explicado Partha Chatteijee, el discurso nacionalista en el contexto colonial es simultáneamente una negación y una afirmación. Pretende medirse con la cultura dominante, es decir, con la cultura imperial, a la vez que tiene que cuestionarla.7 En ese sentido no es menos importante el caso de Salvador Brau (1842-1912). Brau fue uno de los intelectuales autonomistas puertorriqueños más productivos del fin de siglo. Amó profundamente a España, pero su obra tampoco dejó huella en la metrópoli. Significativamente, defendió los orígenes españoles de Puerto Rico, y, al mismo tiempo, justificó la ocupación militar estadounidense de 1898. Para Brau y para muchos intelectuales autonomistas, los orígenes "civilizados" españoles eran perfectamente compatibles con la nueva presencia norteamericana. En su Historia de Puerto Rico (1904), el primer manual destinado a los lectores escolares, la ocupación militar aparece como indispensable en el tránsito del "viejo sistema colonial" -es decir, español- a los "amplios métodos democráticos" norteamericanos que él veía como valores universales constitutivos de la modernidad En su Historia, Brau afirmó sin ambages: "acaso hubiera sido conveniente la prolongación del régimen militar, para moderar la brusca transición del viejo sistema colonial a los amplios métodos democráticos".8 Veamos otro ejemplo. En su ensayo "El fracaso colonial de España", de 1896, el cubano Enrique José Varona (1849-1933), postulaba que la vieja metrópoli ocupaba el polo de la barbarie, mientras que la civilización futura estaba inexorablemente ligada a la cercanía de los Estados Unidos. El mundo colonial aparece ya como perdido para España. Varona consideraba a España un obstáculo, porque se había mantenido ajena a las grandes culturas modernas: Aunque España ha tratado de torcer el rumbo de nuestro comercio, la vecindad del inmenso mercado americano ha enseñado a Cuba lecciones que nadie podrá olvidar. Su posición geográfica y la calidad de sus productos la han puesto en relaciones con el mundo entero, que no han sido más amplias y regulares por la intervención celosa de España. De las comunicaciones personales de muchos cubanos que han residido en el extranjero, y por la facilidad maravillosa con que hoy se difunden las ideas, ha resultado que la cultura artística, científica y

En el texto titulado "La República española ante la Revolución cubana", p. 94. Sobre la política profética de Martí, he publicado un artículo titulado "Martí: las guerras del alma", en: Apuntes Posmodemos, V, no. 2 (1995), pp. 4-13. Ver su libro: Nationalist Thought and the Colonial World: A Derivative Discourse? London 1986. En: Historia de Puerto Rico, pp. 305-306.

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Arcadio Díaz Quiñones jurídica, si no general, es extensa en Cuba. En las poblaciones, la vida que realiza el cubano alcanza un grado alto en la escala de la civilización.9 En España, el año de 1898 fue visto con poderosa fascinación en la historiografía como el "año del desastre", la devastadora pérdida del imperio en la que se buscaban nuevas claves interpretativas. La "catástrofe" llegó a ser paradigma de una crisis que perduró como pura negatividad en el imaginario peninsular. Nada parecía definir mejor el clima -y su articulación discursiva- que el título del libro La moral de la derrota (1900), de Luis Morote, quien fue corresponsal en la guerra de Cuba. La pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas fue vivida como una humillación no sólo de España, sino también de todas las naciones "latinas".10 De hecho, el pensamiento engendrado en el espacio de la derrota fue transformando radicalmente la vida intelectual española del siglo XX en los escritos de la "generación del 98". Pero en esa literatura las antiguas colonias eran sobre todo un telón de fondo para repensar con intensidad el "problema" de España. Américo Castro advirtió claramente la fuerza de la tradición imperial sobre la vida intelectual española, marco del cual él mismo no se liberó del todo. Al comentar "el tono y el aire marcadamente imperialista" del soneto de Unamuno sobre la lengua, subrayaba que se pretendió llenar con fábulas la oquedad dejada por el 98: "Se confirma así la idea de ser la vigente historiografía española un aspecto más del ansia de imperio, del afán de compensar por esa vía confusa y fabulosa las deficiencias y oquedades que ensombrecen el alma".11

En su ensayo "El fracaso colonial de España", p. 53. Ha sido estudiado y documentado por Lily Litvak: "Latinos y anglosajones. Una polémica de la España de fin de siglo", en: Idem: España 1900: modernismo, anarquismo y fin de siglo. Barcelona: Anthropos 1990, pp. 155-200. Sobre la reacción de políticos e intelectuales españoles al "desastre", ver el capítulo 3, "Spain Responds to the Disaster", en el libro de Fredrick B. Pike: Hispanismo 1898-1936. Indiana 1971, pp. 48-72. Ver su libro: Sobre el nombre y el quién de los españoles. Madrid 1973, p. 384. Entre los trabajos recientes, véase además el ensayo de Eduardo Subirats: "España 1898: decadencia y modernidad", y los comentarios críticos de James Fernández, en el volumen editado por Arcadio Díaz Quiñones: El Caribe entre imperios. Puerto Rico 1997, pp. 325-349.

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1898: Hispanismo y Guerra Menéndez Pelayo: En el principio está el final ¿Qué hizo Menéndez Pelayo? Repensó la necesidad de poner al día un proyecto de hegemonía española frente a la cultura "anglosajona" de los Estados Unidos. Para reinventar la cultura española -y para convertir en canónico el concepto de lo "hispano-americano" como fuerza civilizadora que englobaba en un conjunto superior a países políticamente divididos-, invocó en su Historia la misión de las lenguas imperiales y la analogía con Roma. Era preciso articular un nuevo metarrelato, con ideas del tiempo, del espacio y de la literatura que permitieran determinar el sentido y el lugar apropiados de España en la modernidad. Con voluntad de poder, retomó la tesis de Nebrija, reafirmando su creencia en la unidad imperial. Menéndez Pelayo leía lo que ya sabía, o creía saber, desarrollando así un instrumento de reconstrucción histórica que le permitiera relatar orígenes "coherentes". Es decir, una cultura unitaria con un idioma, sin la cual el conjunto del sistema no podría sostenerse. Quería cerrar un círculo en el que el principio y el fin se correspondiesen orgánicamente, y esa circularidad se convierte en clave interpretativa. La cultura española era el "origen" de las letras "ultramarinas", y la reconciliación de las contradicciones; España seguía regulando y dictando normas; podía colocarse por encima del fraccionamiento de las tradiciones "nacionales". Esa noción totalizadora era la principal dimensión política de su obra, y se anuncia como manifiesto programático. Sus palabras demuestran las lecciones consoladoras que extraía de la re-anexión simbólica de la geografía americana: Fue privilegio de las lenguas que llamamos clásicas el extender su imperio por regiones muy distantes de aquellas donde tuvieron su cuna, y el sobrevivirse en cierto modo a sí mismas, persistiendo a través de los siglos en los labios de gentes y de razas traídas a la civilización por el pueblo que primeramente articuló aquellas palabras y dió a la lengua su nombre. [...] América es inglesa o española: en el extremo Oriente y en los Archipiélagos de Oceanía también coexisten, aunque en muy diversa proporción, entrambas lenguas [...] Nosotros también debemos contar como timbre de grandeza propia y como algo cuyos esplendores reflejan nuestra propia casa, y en parte nos consuelan de nuestro abatimiento político y del secundario puesto que hoy ocupamos en la dirección de los negocios del mundo, la consideración de los cincuenta millones de hombres que en uno y otro

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Arcadio Díaz Quiñones hemisferio hablan nuestra lengua, y cuya historia y cuya literatura no podemos menos de considerar como parte de la nuestra [...] 12 El viejo imperio se "regeneraba" en la construcción intelectual de lo "hispano-americano". Menéndez Pelayo andaba en busca de nuevos "beginnings", de una tradición nacional española que incluyera la americana.13 Su libro-monumento, provisto de múltiples erudiciones, era un homenaje al Antiguo Régimen. Los "comienzos" españoles -la conquistaserian el fundamento de la autoridad cultural, y en torno a ella se organizarían la secuencia y la causalidad de los acontecimientos.14 La manera en que racionaliza la masa de conocimientos, la forma en que ubica las figuras y define la estructura del libro, todo se arma sobre esa autoridad imperial. La España vencida alcanzaba irradiación máxima como símbolo cultural: lo "hispánico" constituiría la comunidad esencial. Es preciso establecer cómo está concebida la obra. Curiosamente, la secuencia de los capítulos está estructurada por países, es decir, por tradiciones "nacionales". Cada país es una entidad particular, marcada por especificidades que van mucho más allá de la historia de la poesía. Por otra parte, la operación canonizadora produce sus propias referencias letradas, y se alimenta de ellas. Es preciso insistir en el término "letrada": es la celebración del orden y la aureola del libro impreso en el imperio español. La letra impresa fluía en los virreinatos, y le sirve a Menéndez Pelayo para marcar la estricta jerarquización y la continuidad exigidas por la canonización. De ese modo, la fragmentación producida por la organización en capítulos de los diversos países se corrige por la continuidad de la cultura impresa "hispano-americana", una entidad que atraviesa los siglos, y que continuará, aun sin un Estado centralizador. Los países son los elementos del todo. El elemento unificador es la cultura letrada, y ello los remite a otra totalidad: lo "hispano-americano". Por ello, los lazos con México, Perú y Colombia son firmes, y su historia letrada es opulenta. Un claro ejemplo es el comienzo del capítulo dedicado a México:

Historia, 1.1, pp. 5-7. Véase el libro de Edward W. Said: Beginnings: Intention and Method. New York 1985, sobre todo los dos primeros capítulos, "Beginning Ideas" y "A Meditation on Beginnings". Traduzco aquí por "comienzos" o "inicios" los "beginnings" teorizados por Said. Es otra manera de hablar de la construcción de la tradición. Para la extraordinaria difusión de la obra de Menéndez Pelayo ver el ensayo de John Englekirk: "La Antología de poetas hispanoamericanos y el hispanismo norteamericano", en: Arbor XXXIV, 127-128, 1956, pp. 486-502. Ver además el libro de Anna Wayne Ashhurst: La literatura hispanoamericana en la crítica española. Madrid 1980, en especial el capítulo sobre Menéndez Pelayo, pp. 170-224.

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1898: Hispanismo y Guerra "Tuvo el Virreinato de Nueva España (como la parte predilecta y más cuidada de nuestro imperio colonial y aquélla donde la cultura española echó más hondas raíces) las más antiguas instituciones de enseñanza del Nuevo Mundo, y también la primera imprenta".15 El pasado colonial del Perú se configura en forma paradigmática: "Fue el Virreinato del Perú la más opulenta y culta de las colonias españolas de la América del Sur; la que alcanzó a ser visitada por más eminentes ingenios de la Península, y la que, por haber gozado del beneficio de la imprenta desde fines del siglo XVI, pudo salvar del olvido mayor número de muestras de su primitiva producción literaria".16 El capítulo sobre Colombia se abre con un juicio que resalta el valor de la antigüedad: "La cultura literaria en Santa Fé de Bogotá, destinada a ser con el tiempo la Atenas de la América del Sur, es tan antigua como la colonia misma". México, el Perú y Colombia son el espejo de la metrópoli, y por ello constituyen una genealogía fundadora. Sin embargo, la canonización no estaba exenta de ambigüedades y de enfrentamientos. Las dificultades se hacen sentir cuando Menéndez Pelayo hace la historia literaria del Perú, y coloca en uno de los centros fundadores a Garcilaso el Inca. Menéndez Pelayo reconoce inesperadamente que los Comentarios reales es el único libro "en c^ue verdaderamente ha quedado un reflejo del alma de las razas vencidas". 8 No obstante, no hay forma de prescindir de él. No vacila en elogiarlo junto a Alarcón como "el mayor nombre de la literatura americana colonial: él y Alarcón, el dramaturgo, los dos verdaderos clásicos nuestros nacidos en América" (énfasis mío), dándoles connotaciones positivas.19 Alarcón y Garcilaso se ajustan al deseo profundo e inicial del historiador. La Historia de la poesía hispano-americana está hecha no sólo de reconocimientos, sino de distancias políticas y raciales. Aunque exalta el extraordinario desarrollo de la cultura literaria cubana durante el siglo XIX, nada le parece más perturbador que la crítica radical de los separatistas. Por esa razón defiende apasionadamente en esas páginas el desarrollo cultural de Cuba, como prueba de que la dureza y represión del "régimen autoritario de nuestros Capitanes generales", se habían exagerado: Historia, 1.1, p. 15. Historia, t. II, p. 63. Historia, 1.1, p. 409. Historia, t. II, p. 75. Más adelante escribe: "Así se formó en el espíritu de Garcilaso lo que pudiéramos llamar la novela peruana o la leyenda incásica, que ciertamente otros habían comenzado a inventar, pero que sólo de sus manos recibió forma definitiva, logrando engañar a la posteridad, porque había empezado por engañarse a sí mismo, poniendo en el libro toda su alma crédula y supersticiosa". (Ibid.) Historia, t. II, p. 77.

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Arcadio Díaz Quiñones [...] pero como fieles historiadores, hemos de consignar que, á despecho de la decantada tiranía militar [...] Cuba, en poco más de ochenta años, ha producido, á la sombra de la bandera de la Madre Patria, una literatura igual, cuando menos, en cantidad y calidad, á la de cualquiera de los grandes Estados americanos independientes [...] Es cierto que el espíritu general de los literatos y de los hombres de ciencia en Cuba ha solido ser sistemáticamente hostil á España; pero aún esto es indicio de no haber sido tan grande la represión de las ideas como se pondera [...]2° Esta clase de juicios desemboca en comentarios tajantes. Cuando sitúa la figura del poeta cubano José María Heredia (1803-1839), lo presenta como uno de los "mal avenidos con la unidad nacional", aunque elogia su "superioridad". Ello explica la acerba crítica a Heredia, a quien celebra por su "superioridad" e "imaginación exaltada", pero trata de desmitificarlo, porque se había convertido en símbolo de los separatistas, contribuyendo a esparcir insidiosamente "la semilla de los odios fratricidas, y cuyos frutos de maldición hemos visto después".21 Buena parte de la Historia se dedica a separar la "civilización" de la "barbarie": esa dicotomía es uno de los principios estructurantes de su construcción historiográfica y de su argumento. Resulta iluminador observar las claves que identifican la "barbarie", ya que al mismo tiempo afirman y niegan la unidad de las colonias y la metrópoli. En el caso de Cuba, la dificultad de Menéndez Pelayo se hace más evidente cuando se acerca a la figura del poeta mulato Gabriel de la Concepción Valdés ("Plácido"). El mestizo o mulato en el metarrelato de Menéndez Pelayo es un "Otro" que permanece definido y vituperado entre la genialidad y la barbarie, pero que tampoco puede ser eliminado. Plácido es hábilmente incorporado y al mismo tiempo despreciado. Para algunos era, dice, un prodigio extraordinario, un "genio inculto", un "salvaje genio". Pero para Menéndez Pelayo no era "ni genio, ni poeta enteramente rudo". Y como evidencia indiscutible de que el anatema está escrito en su alma y en su cuerpo, agrega que era "por añadidura negro, o a lo menos pardo". El rencor de "casta" anunciaba su destino,

Historia, 1.1, pp. 210-211. Historia, t. I, pp. 225 y 228. Ver pp. 225-244. No es el único caso, desde luego. De Sarmiento, a quien considera "originalísimo y excéntrico", escribe: "En 1841 no era más que un periodista medio loco, que hacía continuo y fastuoso alarde de la más crasa ignorancia, y que habiendo declarado guerra a muerte al nombre español, se complacía en estropear nuestra lengua con toda suerte de barbarismos, afeándola además con una ortografía de su propia invención". Historia, t. II, p. 288.

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1898: Hispanismo y Guerra arrastrándolo al patíbulo como víctima de la Conspiración de la Escalera. Hay en esos enardecidos pasajes una mezcla de interés y de desdén apenas matizado. La "raza" se convierte en categoría cultural negativa, y se coloca en primer plano: "No sabemos qué poesías dará la raza etiópica entregada a sí misma".22 La radical extrañeza de la cultura afrocaribefia no podía ser un centro. En el relato de Menéndez Pelayo, Santo Domingo -"la Española"- ocupa por su antigüedad un lugar de primerísima importancia, y al mismo tiempo nos permite ver los problemas que tiene para atravesar la alteridad. En la isla "predilecta de Colón" la cultura tiene "orígenes remotos, inmediatos al hecho de la Conquista".23 Pero muy pronto toma distancia: a la fundación civilizada, sigue la barbarie desencadenada por los haitianos durante la independencia y la ocupación de Santo Domingo, dejando la isla desposeída de toda su realidad histórica, y eliminando los rastros de la civilización: "en 1821 [...] cayó bajo la feroz dominación de los negros de Haití, que durante veintidós años la secuestraron de la civilización europea".24 Sin embargo, añade, fue "reconquistada" por Juan Pablo Duarte y otros dominicanos quienes en 1844 proclamaron la República, que nació, escribe Menéndez Pelayo, cuando "en la isla amenazaba extinguirse toda cultura bajo el peso de la salvaje dominación galo-etiópica".25 En el cánon imperial no se trata sólo de reconocerse, sino de construirse en las diferencias, y ello requería eliminar posibles relatos alternativos. El lenguaje castellano, unificador, era capaz de restituir a los dominicanos como sujetos de la historia, y reintegrarse a la totalidad. Se perfila con claridad en el rotundo juicio con que concluye Menéndez Pelayo: Pero lo que segura y positivamente quedará es el memorable ejemplo de un puñado de gentes de sangre española, que olvidados, ó poco menos, por la metrópoli desde el siglo XVII, como no haya sido para reivindicaciones tardías é inoportunas, coexistiendo y luchando,

Historia, 1.1, p. 258. Ver las pp. 252-259. Plácido fue detenido y preso en 1844 y fue fusilado el mismo año. Los propios críticos cubanos han tenido una actitud ambivalente ante su figura. Ver, por ejemplo, el volumen Acerca de Plácido, compilado por Salvador Bueno, y el estudio de Jorge Castellanos: Plácido, poeta social y político. Miami 1984. El estudio más completo sobre la Conspiración de La Escalera y su contexto es el libro de Robert Paquette: Sugar is Made with Blood: The Conspiracy of La Escalera and the Conflict between Empires Over Slavery in Cuba. Middletown 1988. Historia, 1.1, p. 287. Historia, 1.1, p. 301. Historia, 1.1, p. 303.

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Arcadio Díaz Quiñones primero, con elementos exóticos de lengua, después con elementos refractarios a toda raza y civilización europea [...] han resistido todas las pruebas, han seguido hablando en castellano, han llegado a constituir un pueblo ... 6 . Puerto Rico: La inversión en las fronteras Cuando Menéndez Pelayo escribe sobre Puerto Rico en su Historia, comienza con un dudoso homenaje. El perfecto estado de naturaleza era la marca de nacimiento que a la vez descalificaba la isla. Menéndez Pelayo declara: "La pequeña y pobladísima isla de Borinquen, cuya tranquila prosperidad en los tiempos modernos contrasta con el infelicísimo destino de Santo Domingo, pertenece al número de aquellos pueblos afortunados de quienes puede decirse que no tienen historia". Puerto Rico es lo irrepresentable; es más bien un no lugar, por la "ausencia de tradiciones literarias durante tres siglos". Había sido una zona de silencio, en la lejanía de la frontera; no una ciudad letrada, sino una ciudad casi vacía que parecía subvertir el museo imaginario construido en la Historia. Puerto Rico figura como un hueco inmenso en medio de los orígenes españoles de las letras americanas. Y, a diferencia de lo que hace en otros capítulos cuando habla del siglo XIX, Menéndez Pelayo no reconoce como interlocutores a críticos como Hostos, Betances o Brau, por ejemplo. La diferencia puertorriqueña reside en el no ser, una entidad sin pasado. La isla, "traída a la civilización por aquel romántico viejo Juan Ponce de León", era un espacio ahistórico que fracturaba y fragmentaba la continuidad letrada. Contrastando con la estabilidad que Menéndez Pelayo celebraba en los virreinatos, los habitantes de Puerto Rico, separados de sus contextos de origen, estaban siempre en movimiento centrífugo, cimarrón, destinados a no dejar rastro que pudiera "archivarse". Era un desafío interpretativo. ¿Cómo registrar y estudiar la expresión poética efímera de una comunidad caracterizada por formas específicas de la oralidad que poco tienen que ver con el libro, es decir, con el producto más emblemático de la cultura letrada? Esa sociedad cimarrona, cuya vida transcurre al margen de las instituciones, como lo ha estudiado el sociólogo puertorriqueño Angel Quintero Rivera, estaba compuesta de fugitivos, indios, esclavos y europeos dispuestos a sobrevivir lejos del Estado, apartados de los lugares que exponen a los

Historia, 1.1, pp. 308-309. Historia, 1.1, p. 325.

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1898: Hispanismo y Guerra individuos a la mirada "oficial".28 En la sociedad cimarrona se vivía aisladamente, y siempre con recelo de la fuerza represiva de la vigilancia oficial: los individuos no querían aparecer en el archivo del Estado. Pero la distancia no presupone, por supuesto, la incomunicabilidad. De hecho, podría decirse que la imagen de España que perduró en Puerto Rico y en sus emigraciones del siglo XX, fuera de los círculos de la élite, fue una España muy reducida, pequeñita, remota. Esa España "de memoria" vivía perdurablemente, pero en escala minúscula, en manifestaciones como las bellas tallas de los santos puertorriqueños, y en la tradición eminentemente oral de las décimas -derivadas del romancero español-, que exigían la palabra memorizada del trovador. Las décimas y los santos, llevados y traídos a través del tiempo y del espacio, traslucen la huella de las culturas hispánicas y la transformación del cristianismo en la frontera. En ese sentido es muy productivo volver, no a Menéndez Pelayo, sino a la gran Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico de Fray Iñigo Abbad y Lasierra (1745-1813), publicada originalmente en 1788, en Madrid. El texto de Fray Iñigo fue citado por Menéndez Pelayo, pero no se detuvo a comentarlo. Una lectura cuidadosa conduce a temas de gran riqueza. No sólo para cuestionar la Historia totalizadora y excluyente de Menéndez Pelayo, sino para ver cómo se construía otra sociedad en los bordes del imperio, una sociedad basada en la plantación y la contra-plantación, en la esclavitud y en la cimarronería, en la traducción, los desplazamientos y en la adaptación a nuevos entornos. A los ojos de Fray Iñigo, las múltiples y variadas mezclas son tan centrales como los desplazamientos. Se detiene a describir cómo al mezclarse entre sí y al actuar recíprocamente unas sobre otros, los europeos, indios y negros, producen lazos firmes de complicidad y mutua inteligibilidad que ya no son europeos ni "españoles": Los europeos de diferentes naciones que se han establecido en esta Isla, la mezcla de éstos con los indios y negros y los efectos del clima que obra siempre sobre los vivientes, han producido diferentes castas de habitantes, que se distinguen en su color, fisonomía y carácter. Verdad es que mirados en globo y sin reflexión, se nota poca diferencia en sus cualidades, y sólo se descubre un carácter tan mezclado y equívoco, como sus colores; efecto sin duda de los diferentes mixtos de los transmigrados, que han comunicado con la sangre su color y pasiones a sus descendientes en este país.

En su ensayo "La cimarronería como herencia y utopía", reelaborado en sucesivos escritos.

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Arcadio Díaz Quiñones Los primeros españoles que se establecieron en esta Isla, corrigieran en parte el carácter de los indios, tomando de éstos al mismo tiempo el modo de vivir, alimentarse y alojarse, dejando mucha parte de las costumbres de su educación con su trato y mudanza de clima; [...]29 La discontinuidad espacial de una comunidad furtiva y semi-clandestina hace difícil la cartografía del territorio cultural. El dinamismo del contexto histórico y social escapa al historiador por la falta de documentos. La lealtad al Estado español de esa comunidad ajena a las leyes era bastante confusa, a pesar de su importancia estratégica de frontera. Muchos dejaban atrás todo, porque era necesario ocultarse. Su historia en efecto no existe -o es irrepresentable- hasta el momento en que se les plantea cierto tipo de preguntas. En la Historia de Fray Iñigo, los habitantes de Puerto Rico dejan frágiles recuerdos, y lo único cierto es su disponibilidad para la fuga: Con la misma facilidad emprenden sus viajes de mar o tierra; con una canoa y un racimo de plátanos se pasan a cualquiera isla que diste cuarenta o cincuenta leguas.30 El autor también se refiere a los desertores españoles que parecían gozar de la confianza inmediata de los isleños, y lo hace de tal manera que podemos ir entretejiendo los hilos de otro gran relato. Fray Iñigo desvela un drama, pedazos de vida. Descubre, a través de la descripción de las prácticas, algo diferente de las simples condiciones de la vida: cómo se valoraba lo español en la remota colonia, cómo se trataba de "mejorar la raza", cómo se formaban los "corsarios" y "contrabandistas": La buena acogida que encuentran estos prófugos de su patria en los isleños. Ellos los ocultan en los montes, hasta que se ausenta la flota; los recogen en sus casas, los alimentan con franqueza y con una facilidad increíble les ofrecen sus hijas por esposas, aún cuando no tengan más bienes que la pobre ropa que llevan a cuestas [...] pues las circunstancias de español y blanco son mayorazgo rico y ejecutoria asentada para encontrar casamiento en ocho días. Estos nuevos colonos faltos de medios para subsistir honestamente se echan a contrabandistas, corsarios y vagos, de que hay muchos en esta parte. 31 En ese mundo fronterizo construido por deplazados -que de manera sumaria acabo de esbozar- tendríamos que plantearnos la necesidad de repensar el concepto de archivo y el papel de las fuentes letradas. ¿Cómo estudiar los rastros de esa cultura enfrentada con las incertidumbres de la vida social y Cito por la edición preparada por Isabel Gutiérrez del Arroyo, p. 181. Ibid, pp. 191-92. Ibid, p. 133.

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1898: Hispanismo y Guerra con la necesidad de improvisar comportamientos? ¿Qué tipo de documento nos permitiría estudiar una cultura no letrada, donde la oralidad y la mnemotecnia son centrales y las narrativas canónicas se transmiten en décimas que son también la "historia"? La no historicidad -la invisibilidad- de Puerto Rico pone de manifiesto la heterogeneidad y el conflicto en las premisas mismas del relato de Menéndez Pelayo, y en su archivo letrado.32 No es pues un aspecto menor o desdeñable. La isla era difícil de definir: una cultura sin escritura en los tres primeros siglos ponía en entredicho el marco mismo de su larga diacronía y su deseo homogeneizante. España en y desde los márgenes: del 98 al 98 La Historia de Menéndez Pelayo representa una formidable contribución al saber y al archivo literario que es preciso localizar históricamente en su punto de partida: la construcción imaginaria de España como centro de lo "hispanoamericano". Con la pérdida de su hegemonía en las Antillas y las Filipinas, con el final del imperio, se anunciaba el comienzo de otro proyecto histórico. Sin embargo, ello no llevó -aunque hay algunas excepciones- a un examen crítico de la propia historia colonial ni a una conciencia de la legitimidad de la heterogeneidad cultural. La Historia está escrita para las necesidades de la cultura española, y desde dentro de ella. Lleva la marca de la vinculación entre cultura e imperialismo: la renovación de España como centro que aprueba y convalida, y que proporciona a América un vínculo unitario. Pero ese discurso unificador esconde muchas diferencias. Para España no ha sido fácil reconciliarse con el final de su imperium. Lo que más interesa en este fin de siglo acaso sea la transformación violenta que ha sufrido lo español en lugares fronterizos e iletrados como Puerto Rico, una cultura fuertemente oral con una pequeña élite que tenía la marca de la cultura impresa pero que leía y escribía en medio de una rigurosa censura. No se trata, desde luego, de oponer a la cultura letrada un nuevo populismo que identifique cultura popular con nación o con una "autenticidad" idealizada. Como nos ha recordado recientemente Renato Ortiz, "El eslabón entre lo nacional y lo popular, tan caro a Gramsci, se desdibujó. Ni la nación 'incompleta', ni lo popular, 'auténtico' o 'radical', tienen fuerzas para

Para una reflexión reciente sobre la incorporación de las prácticas orales en el campo letrado, véase el ensayo de Roberto J. Kaliman: "Buscando la consecuencia de la incorporación de la oralidad en los estudios literarios latinoamericanos", en: Asedios a la heterogeneidad cultural. Philadelphia 1986.

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Arcadio Díaz Quiñones constituirse en signos de alteridad. No son más las metáforas privilegiadas para imaginar el futuro".33 Habría que poner más énfasis en ese encuentro complejo y desigual, en las mediaciones y apropiaciones de la herencia española en el mundo caribeño. Es ilusorio pensar que las historias literarias de España y de América puedan coincidir en un lugar único y en un tiempo continuo, o que el diálogo lleve a una utópica fusión de horizontes interpretativos. Con frecuencia se echa de menos el estudio de los cambios y las transformaciones que las culturas europeas sufren al trasladarse a las colonias. Pero lo cierto es que en la tradición puertorriqueña no ha sido fácil estudiar la herencia española, porque se ha visto desde dos ópticas antagónicas que hacen casi imposible su estudio. Uno es un conjunto de representaciones que a veces se ha llamado la "hispanofilia", o sea, la exaltación acrítica de todo lo español, una España utópica como marca de distinción frente a lo que se consideró una disolvente invasión extranjera. Esa resemantización de España se va consolidando después del 1898. Lo otro es una especie de distanciamiento crítico de lo español que también fue intensificándose entre imperios, bien porque lo español ha servido en muchos casos para la exclusión del mundo afrocaribeño, o por el deseo de exaltar la cultura norteamericana mediante la desvalorización de lo hispánico. Esos dos polos -ellos mismos consecuencia de la larga experiencia imperial- llevan a lecturas unilaterales y teleológicas que han impedido comprender las apropiaciones de lo español en América. Entre los pliegues discursivos de esa polarización ha sido difícil, desde Puerto Rico, estudiar la heterogeneidad de la metrópoli. España se volvió igualmente remota en la vieja y centrífuga colonia, que no era, como pensó Menéndez Pelayo, una tabula rasa.

En su libro: Otro territorio: ensayos sobre el mundo contemporáneo. Buenos Aires 1996, p. 45.

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1898: Hispanismo y Guerra

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Arcadio Díaz Quiñones Hostos, Eugenio María de: "Cuba y Puerto Rico", en: América: la lucha por la libertad, ed. de Manuel Maldonado Denis. México: Siglo XXI 1980, pp. 133-145 Kaliman, Ricardo J: "Buscando la consecuencia de la incorporación de la oralidad en los estudios literarios latinoamericanos", en: Asedios a la heterogeneidad cultural. Libro de homenaje a Antonio Cornejo Polar. Philadelphia: Asociación Internacional de Peruanistas 1996 Litvak, Lily: España 1900: modernismo, anarquismo y fin de siglo. Barcelona: Anthropos 1990 Marti, José: "La República española ante la Revolución cubana", en: Obras Completas. Tomo I. La Habana: Centro de Estudios Martianos 1983, p. 94 Menéndez Pelayo, Marcelino: Historia de la Poesía Hispano-Americana. Edición de Enrique Sánchez Reyes. Santander: Aldus, S.A. de Artes Gráficas 1948 Menéndez Pelayo y la hispanidad. Epistolario. 2a. edición. Santander: Junta Central del Centenario de Menéndez Pelayo 1955 Morote, Luis: La moral de la derrota. Madrid: Establecimiento Tipográfico de G. Juste 1900 Ortiz, Renato: Otro territorio: ensayos sobre el mundo contemporáneo. Traducción de Ada Solari. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes 1996 Paquette, Robert: Sugar is Made with Blood: The Conspiracy of La Escalera and the Conflict between Empires Over Slavery in Cuba. Middletown, Conn.: Wesleyan University Press 1988 Pike, Fredrick B: Hispanismo, 1898-1936. Spanish Conservatives and Liberals and Their Relations with Spanish America. Indiana: University of Notre Dame Press 1971 Quintero Rivera, Angel: "La cimarroneria como herencia y utopía", en: David y Goliath (CLACSO-Buenos Aires), no. 48, noviembre de 1985, pp. 3841 Said, Edward: Beginnings: Intention and Method. New York: Columbia University Press [1975] 1985

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1898: Hispanismo y Guerra Said, Edward: Culture and Imperialism. New York: Knopf 1993 Varona, Enrique José: "El fracaso colonial de España", en: El imperialismo a la luz de la sociología. Edición homenaje. La Habana: Editorial Apra 1993

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REINHARD R. DOERRIES

1898: A New American Beginning or Historical Continuity?* My paper is, of course, more complicated than its abbreviated title may suggest. Looking back from the perspective of the end of the 20th century at the events of 1898 and their meaning can be a fruitful undertaking, because what might be called the facts surrounding the events of the final years of the 19th century are probably known rather completely. Moreover, the nations participating in those events have experienced a century of further development, and what may have seemed extraordinary or spectacular at an earlier point in time, now, in most cases, has become part of a historical process. To put it in impartial terms, it may be said that the events of 1898 in some ways had their roots in other earlier developments, and that in various ways, they were to have consequences for a number of nations even in later years. Possibly, because most history continues to be written from national viewpoints and because national viewpoints often are, consciously or not, encumbered by prejudices, a considerable number of historical events continue to be seen as high points or definite breaks of historical processes. America's war with Spain at the end of the 19th century, in this respect, is no exception. The diplomatic, military, social, and economic background of the SpanishAmerican War has been treated from nearly all conceivable aspects, and the multiplicity of factors involved has been impressively demonstrated. Yet, we register a continuity of scholarly opinion insisting upon the uniqueness of 1898. It is still inferred that the United States of America rather suddenly, almost impulsively, acquired expansive views and consequently took the initiative to enter the stage of international rivalry and wars. Seen thus, 1898 became a take-off point for America's tenure as a world power. Ernest R. May, who may serve as an example for the politically oriented historians, wrote: „In 1898-99 the United States suddenly became a colonial power."1

I may be permitted to express my gratitude to my esteemed colleague and the organizer of the conference, Walther L. Bernecker, for having invited a historian of the United States of America to participate in this gathering of specialists on Latin America. The uninhibited exchange of views across disciplinary and cultural fences remains a conditio sine qua non of historical research. Ernest R. May: „American Imperialism: A Reinterpretation", in: Perspectives in American History, 1 (1967), p. 123.

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Reinhard R. Doerries When a historian like Hans-Ulrich Wehler, notably aware of the economic motivations in foreign policy and wars, indirectly joins the more traditional politically oriented historians by choosing the Spanish-American War as a dividing line in his otherwise often unconventional overview of the history of American foreign policy, one registers with some astonishment that traditional views evidently are not easily replaced.2 If there was a single rather unique event in American history, it was the birth of the republic. The hiatus in American history, if there was such a rupture of the process, is linked to the year 1776 rather than to 1898. From the very outset the American Republic was a nation of considerable self-confidence, and the readiness to fight back, if required to do so, has been a rather visible national characteristic of Americans ever since. Robert A. Divine put it bluntly: „From the Revolution to the Cold War, Americans have been willing to fight for their interests, their beliefs, and their ambitions."3 It should not be forgotten that the United States of America was constructed by the Founding Fathers with a continental view. The revolution was not a mere eruption, signifying the helplessness of suppressed American colonial subjects versus their British masters. It was a planned rebellion against the economic and political restrictions imposed by the Crown. After the fait accompli, the Founding Fathers indeed lost no time to acquire the skills of European diplomacy, and the Treaty with France in 1778, the Treaty of Amity and Commerce, was a noteworthy result of their new diplomatic knowledge.4 The Spanish hated Britain for what it had done to their national pride, but they were not ready to join sides with the disobedient colonies of Britain. The French, on paper at least, signed away all interests in North America, even their influence in Canada. The American founders merely recognized the political opportunity to be derived from the bitter conflicts inside Europe. One need not follow the slightly oversimplified view of William Appleman Williams that „Americans thought of themselves as an empire at the very outset of their national existence" , in order to discover the Hans-Ulrich Wehler concludes volume I of his „Grundzüge der amerikanischen Außenpolitik 1750-1900", Frankfurt 1984, with the Spanish-American War and thereby suggests a kind of hiatus. In all fairness it should be noted that Wehler (pp. 216-217) does emphasize the industrial growth of the U.S. over the decades prior to the war. Robert A. Divine: „Preface" to H. Wayne Morgan: America's Road to Empire. New York 1965, p. VII. Edmund S. Morgan: The Birth of the Republic, 1763-89. Chicago 1956, p. 84, speaks of „the greatest diplomatic victory the United States has ever achieved." William Appleman Williams: The Tragedy of American Diplomacy. New York (new enlarged edition) 1962 (1959), p. 19.

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A New American Beginning continental foresight of the Founding Fathers. George Bancroft, in his History of the United States of America, gives us the background to American continentalism in his appraisal of the Peace Treaty of 1763: „In America, the English-speaking race, with its tendency to individuality and freedom, was become [sic.] the master from the Gulf of Mexico to the poles «.6

If America's destiny was expansion, it is also generally accepted that the 19th century was characterized by a bitter competitive struggle of Europe's great powers and that parts of this competitive struggle were carried out as intrusions into the spheres of influence or into the national territory of other nations. Much of the thought underlying American foreign policy in the 19th century indeed may be explained as a reaction to real or feared intrusion from Europe. In this context it may also be of more than passing interest to recall that the United States in the 19th century was a nation of immigrants and that these immigrants, as the century grew older, increasingly began to exert an influence upon the formulation of American foreign policy. Contrary to the expectations of ruling circles in the countries of origin, those who had left and their descendants often felt little impulse to sympathize with the policies of their ancestral homelands. Most immigrants and their children became acculturated relatively quickly and on matters of foreign policy reacted as Americans. The result of all this was a continuous American policy of daring and defense. Both were part of the picture in 1812, when the young American republic opted for war with Britain rather than with France, with the former colonial oppressor rather than with Napoleon Bonaparte. American audacity, including the invasion of Canada, in the Treaty of Ghent of December 1814, went unpunished because Britain was busy in Europe.7 Whatever Europeans thought of America, the Americans could hardly be held back now. When General Andrew Jackson was sent into Florida by President Monroe, the Spanish, in fact, had little choice but to give the Americans whatever they wanted. Florida became American. In the case of Oregon, the Spanish lost it almost without realizing, for the Transcontinental Treaty of 1819 had simply

George Bancroft: History of the United States of America, From the Discovery of the Continent, vol. II. New York 1891, p. 563. It is difficult to appraise the extent to which British pride was hurt by the brazen Americans. Cf. London Times, May 24, 1814, pp. 3-4, quoted in Thomas A. Bailey: A Diplomatic History of the American People. Englewood Cliffs 1970 (1940), p. 156: [the Americans] are struck to the heart with terror for their impending punishment... Strike, Chastise the savages; for such they are ... With Madison and his perjured set, no treaty can be made ..."

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Reinhard R. Doerries erased any Spanish claims north of the 42nd parallel.8 The Monroe Doctrine informing Tsar Alexander I in 1821 that Russian schemes along the North American Pacific Coast were henceforth unacceptable, may not have been considered a tough stance by James Monroe, but in all modesty he made certain the Europeans understood: „We owe it, therefore, to candor and to the amicable relations existing between the United States and those powers to declare that we should consider any attempt on their part to extend their system to any portion of this hemisphere as dangerous to our peace and safety."9 American foreign policy may have lacked the style of the courts of Europe, it worked nevertheless. The young republic's showdown with Mexico following the events at San Antonio and Goliad was on the surface an unneutral act of support in favor of the Texan Americans but, in fact, only a decade later, in 1844, led to the annexation of the Lone Star Republic, a brash but logical decision of President Tyler, following the equally brazen earlier recognition of the republic by Andrew Jackson. Could John Tyler have expected the coming war with Mexico in 1846? Probably not. He could have imagined Mexican pain over the loss of what became Texas, but he could not have foreseen Antonio Lopez Santa Anna's military bungling. The treaty of Guadalupe Hidalgo in 1848 ended that war but left uncomfortable memories on both sides. Manifest destiny was driving America on, despite the undeniable fact that a considerable sector of the population opposed expansion in the Southwest and the war going with that expansion. In America's war for the union, both the British and the French quite correctly sensed a fine opportunity to halt America's growth. As it turned out, however, there was enough cotton piled high in Britain, the British people were not supporters of slavery, and London did not cherish the prospect of a renewed invasion of Canada by the Americans. Britain acquiesced and, by and large, decided to observe America's misery from afar. Napoleon III of France, in contrast, blatantly used the American Civil War to usurp power in Mexico. An Austrian archduke, the emperor's brother Maximilian, was enthroned south of the Rio Grande. Who could be surprised that Americans watched with

Spain did, of course, realize the considerable threat posed to its empire in Latin America by the blustering young North American nation. Cf. Alexander DeConde: A History of American Foreign Policy. New York 1963, p. 128. Quoted from Julius W. Pratt: A History of United States Foreign Policy. Englewood Cliffs 1965 (1955), p. 80.

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A New American Beginning some glee when in 1867 the French charade ended and the Mexicans decided to execute their Austrian emperor.10 With national union having been preserved and the worst of the problems of reconstruction having been attended to, America began to feel its new strength, and even the doubters of the dawning Progressive Age, Robert M. Crunden's Ministers of Reform,11 would have been unable to slow the country's bursting growth, had they wanted to.12 New Manifest Destiny the feeling was called, and historians quibble over how much the New Manifest Destiny had in common with the imperialism dominating much of the foreign policy of Europeans. Overseas expansion became the target of America's chosen people, and they felt inclined to help the Europeans carry what came to be considered the White Man's burden. Alfred Mahan's book The Influence of Sea Power upon History was read alike by Americans and Germans,13 and both built ships to extend their influence across the sea. Both Americans and Germans looked for coaling stations for their navies and almost unavoidably encountered each other at some of the places they set sail for. The encounters in the Pacific and in Latin America did not lead to war, it is true, but they contributed to a dangerous atmosphere of latent distrust and unfriendly competition. The negative impact of this ominous development is still easily detected in American-German relations in the difficult years from 1914 to 1917. A dispute over the boundary between Venezuela and British Guiana turned into serious trouble in 1895, when Britain refused to submit to arbitration. Americans were irked by British policy, the British Crown, and by Europeans in general. The so-called Olney Corollary to the Monroe Doctrine, addressing

Jasper Ridley: Maximilian and Juarez. New York 1992, pp. 276-277, 284. Robert H. Ferrell: American Diplomacy. New York 1959, p. 138. See Daniel B. Carroll: Henri Mercier and the American Civil War. Princeton 1971, p. 356, concerning speculations about how far Lincoln and his Secretary of State William Seward may have gone considering a recognition of Maximilian as an opportune step in the mine field of American-French relations. Robert M. Crunden: Ministers of Reform. New York 1982. Cf. the voices even of men like Walter Rauschenbusch who in 1898 were carried away by a wave of enthusiasm over the turn of events. Reinhard R. Doerries: „Walter Rauschenbusch", in: Gestalten der Kirchengeschichte, vol. X, p. 1 (Die neueste Zeit, vol. III) Martin Greschat, ed., Stuttgart 1985, p. 180. Alfred T. Mahan's The Influence of Sea Power Upon History, 1660-1783 was first published in 1890 and soon was read by statesmen and military leaders alike. The Emperor William II wrote to a friend: am just now not reading but devouring Captain Mahan's book and am trying to learn it by heart." Quoted from Robert K. Massie: Dreadnought. New York 1992 (1991), pp. XXffl-XXIV.

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Reinhard R. Doerries the particular grievance against Britain, left little doubt that a new spirit was driving America: „To-day the United States is practically sovereign on this continent, and its fiat is law upon the subjects to which it confines its interposition ...," indeed a rather far-reaching claim.14 But Richard Olney, the American Secretary of State, had it right; for whatever the British thought, in view of the world situation and Berlin's threatening posture, they realized that of all the political and military options at hand, the one choice they would not care to pursue was a serious conflict with the United States.15 The more short-sighted German Emperor, in contrast, wrote his congratulatory telegram to the Boers and thereby helped to drive the British into America's arms.16 As if to underline Germany's more recently acquired position in the concert of great powers, Berlin lashed out at the Monroe Doctrine and unmistakably announced its displeasure to the world at large.17 We cannot, within the frame of this conference paper, examine in great detail American-German relations on the eve of the Spanish American War, but it should be underlined that Europe in general and Germany more specifically did not take well to American expansionism. Also, this is not the place to examine just which of the various grievances between Cuba and the U.S. may have caused the war in the final analysis. Surely, the depressing circumstances inside Cuba, the reconcentration camps on the island, the American yellow press, and the Dupuy de L6me letter were among the more significant grievances. The sinking of the Maine in the harbor of Havana, however, appears to have been the proverbial straw that broke the camel's back. In America the public became angry, and the battle cry „Remember the Maine! To hell with Spain!" was ugly enough to have meaning in the streets.

Quoted from M. Schuyler: „Richard Olney", in: The American Secretaries of State and Their Diplomacy, Samuel Flagg Bemis, ed., New York 1958 (1928), p. 306. Cf. Edward H. Buehrig: Woodrow Wilson and the Balance of Power. Bloomington 1955, p. 15: „Whereas Great Britain had gracefully accepted the dominant position of the United States in the New World, Germany displayed an eagerness here as elsewhere to respond to any opportunity." Cf. Ferrell: American Diplomacy, p. 189. Joel S. Poetker: The Monroe Doctrine. Columbus 1967, p. 67. Bismarck already in 1898 in an interview had said: „You in the United States are like the English in that respect: You have profited for ages from dissensions and ambitions on the continent of Europe. That insolent dogma, which no single European power has ever sanctioned, has flourished on them." Quoted from Alfred Vagts: Deutschland und die Vereinigten Staaten in der Weltpolitik, vol. II. New York 1935, pp. 1704-1705. For German press comments cf. Dexter Perkins: A History of the Monroe Doctrine. Boston 1963 (1941), pp. 221-223. Cf. Albrecht von Gleich: Germany and Latin America. Santa Monica 1968, p. 4.

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A New American Beginning The U.S. declared war on Spain, and the decadent and impotent old European colonial power chose to return the favor. The Spanish American war was brief and rather humiliating for Spain. While Cuba and Puerto Rico saw campaigns at sea and on the land that were perfect demonstrations of Spanish weakness and American military insufficiencies, certainly the more significant military events occurred in the Bay of Manila, far away in the Pacific. Visible contenders for the Philippines were three fleets: the American fleet commanded by Commodore George Dewey on board the Olympia, the German fleet commanded by Admiral Otto von Diederichs, and a British fleet. Without going into a great amount of detail, what transpired at Manila was not so surprising or unusual. The Americans came and without great effort destroyed the Spanish fleet in the bay. Because the Americans lacked a sufficient number of troops to actually occupy a sizeable part of the Philippines, Commodore Dewey lay in wait, expecting additional American troops to arrive. It turned out to be a rather long wait, and in the meantime German battle ships entered or left the Bay. Soon Dewey insisted on his rights and the necessity of boarding these ships each time, the Germans crossed the U.S. naval blockade line. The Germans recognized Dewey's right to identify their ships, but they declined to admit American officers on board.18 Anyone familiar with naval customs and the somewhat unreliable practice of so-called international law is well aware of the danger of war inherent in almost any naval blockade situation. Was it pure coincidence that Imperial Germany sent its Far Eastern Squadron to Manila, a fleet bigger than the American fleet and commanded by an Admiral? Alfred von Tirpitz later recalled that he had visited the Philippines with the German squadron in 1896 and that the Philippinos had broached with him the subject of a German protectorate, nicely matching Emperor William li s desire to acquire one of the Philippine Islands.19 It is entirely possible that Germany quite correctly appraised the situation and took no aggressive steps, as is claimed by most German sources. The Americans too were unsure whether they wanted Manila or a larger part of the Philippines or all of it, and the American decision to actually land a large number of ground troops and occupy the Philippines seems to have developed after Dewey's ships arrived at Manila.

18 19

George J.A. O'Toole: The Spanish War. New York 1986 (1984), pp. 191-192. Paul M. Kennedy: The Rise of the Anglo-German Antagonism, 1860-1914. London 1987 (1980), p. 235. Cf. also Graf Ernst zu Reventlow: Deutschlands auswärtige Politik 1888-1914, Berlin 1917 (1916), p. 136: „Ein Kreuzergeschwader wurde nach Manila ... beordert, nachdem dortige deutsche Firmen dringend um Schutz durch Schiffe gebeten hatten."

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Reinhard R. Doerries It is not of great importance whether Admiral Dewey actually said to a German naval officer that he was ready for war, if that was what the Germans wanted. What matters is the political climate between those fleets at Manila Bay and the nations they represented. Evidently the British largely acted as neutrals and, in fact, submitted to the American blockade.20 Regardless of what was actually said, the German fleet clearly did not accept the American blockade without critical reactions. Independent of the exchange of words at Manila, the press got ahold of the matter, and the final result was considerable damage to American-German relations. It is less important to determine what was actually said at the ominous meeting between Admiral Dewey and the young German naval officer Paul von Hintze on board the American command ship Olympia, than to register the damage caused by the event.21 One may conclude that indeed there was no immediate threat of war between the U.S. and Germany at Manila, but there can be no doubt about the extensive and lasting damage caused by the press reports on the danger of war. Finally it appears legitimate to ask: Why did German diplomacy go out of its way to try to win the British for neutralizing the Philippines, 2 if it is true that Germany had not the slightest interest in the islands? Taking account of the events of 1898, it is unquestionably true that, after attending to the extensive interior problems connected to reconstruction Cf. Hermann Leusser: Ein Jahrzehnt deutsch-amerikanischer Politik. München 1928, p. 19. Reports on this meeting as well as appraisals of the consequences for AmericanGerman relations still tend to vary considerably. Some versions would like to leave the impression that the danger of war between the U.S. and Germany was real; others suggest that events may have been exaggerated in the aftermath. Cf. for instance Holger H. Herwig: Politics of Frustration. Boston 1976, p. 31. Hermann Freiherr v. Eckardstein: Lebenserinnerungen und politische Denkwürdigkeiten, vol. 1. Leipzig 1920, pp. 311-313. See especially Dewey, Flagship Olympia, July 11, 1898 (the exchange with Paul von Hintze took place the day before, on July 10, 1898), to Admiral von Diederichs, Flagship Keiser [sic.], Bundesarchiv-Militärarchiv Freiburg (BAMA), RM 38/43: „It is not only my right but my duty while conducting this blockade to communicate with all vessels, of what ever [sic.] nationality, entering or wishing to enter this port; and I can see no good reason why any neutral man-of-war should object to such inquiries as are necessary to establish her identity." Also Dewey to Diederichs, Flagship Olympia, July 12, 1898, ibid.: J distinctly disclaim any intention of exercising or claiming the droite de visite of neutral vessels of war. What I do claim is the right to communicate with all vessels entering this port, now blockaded by the forces under my command. I must inform such vessels that a blockade exists." Leusser: Ein Jahrzehnt deutsch-amerikanischer Politik, p. 20. Cf., however, Carl R. Fish: The Path of Empire. New Haven 1919, pp. 126-127: „The Kaiser ... in all probability expected that he would be able to get the Philippines."

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A New American Beginning following the Civil War, the United States of America developed a certain activism and participatory spirit during the final years of the 19th century. In contrast to an older colonial power, such as Great Britain, America's diplomatic mannerisms were less experienced and possibly lacking in tact. Certainly the Americans keenly observed the large decaying Spanish colonial empire, and certainly they wished to assure themselves that Germany would not take over from Spain. As Germany exhibited much of the same kind of activism at the same time, in fact, at times calculating incorrectly that Britain might be interested in going it together against the U.S., confrontation appears to have been almost unavoidable. That the conflict was not carried out in 1898 but only 15 years later, does not mean that the grave disputes from 1914 on, leading to war between the German Empire and the United States in 1917, were not also a consequence of the events in 1898. There can be little doubt that Manila was part of a larger context of political conflicts which were not carried out but nonetheless became an integrate part of the relations between the United States and Germany, relations characterized much of the time by lack of trust and the inability or unwillingness to consider potential common interests.24 This then may well be the meaning of 1898: the grave disenchantment between Berlin and Washington25 and simultaneously - in some ways benefitting from the former -, what some historians have referred to as the great rapprochement between the two Anglo-Saxon nations. It is more than likely that the legacy of 1898 affected the diplomacy surrounding both World Wars; and it is not inconceivable that 1898 with its context of German Latin Cf. von Diederichs to „Komm. Admiral", Geheim, Manila, August 2, 1898, BAMA, RM 38/44a: „Ich muß danach annehmen, daß mein Herkommen der Deutschen [sie.] Sache so weit ich zu urtheilen [sie.] vermag nicht vorteilhaft gewesen ist. Jedermann verfehlte nicht, das merken zu lassen, daß er unser vermeintliches Spiel durchschaut hätte. Der Engländer schürte im Hintergrund, und so geriet der Amerikaner in eine Reizbarkeit, welche ihm die ruhige Überlegung nahm ... Ich fürchte, daß uns die öffentliche Verdächtigung nicht erspart werden wird, mit größeren Plänen anspruchsvoll hierher gekommen und notgedrungen zurückgewichen zu sein, weil sich die Durchführung unserer Pläne wegen der Wachsamkeit der Gegner als zu schwierig erwies." Also „Bericht an kom. Admiral", Geheim, February 3, 1899, BAMA, RM 38/45: „Die Ursachen dieser systematischen Verfeindung der beiden Nationen können nicht erst im verflossenen Krieg entstanden sein." Cf. German war games („Seekriegsspiel") in the Pacific during the summer of 1899. The enemy during the games is the United States. As a result of the games the German believed that German ships in a battle would perform better than American ships. Heinrich Prinz v. Preußen to Admiral des Kreuzergeschwaders Fritze, Geheim, Tsingtau, June 4, 1899, BAMA, RM 38/41. „Fr." [Fritze] to K.K., Japanese Sea, September 12, 1899, ibid.

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Reinhard R. Doerries American adventures and unsatisfied Asian plans is still a part in some ways of the uneasy competition of German and American interests in Latin America and Asia.

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RALPH DIETL

American Expansion: From Jeffersonianism to Wilsonianism. The United States and Its Southern Neighbors at the Ttorn of the Century

1898 does not mark the beginning of a national debate on foreign policy in the United States. Most arguments had already been exchanged in the 1840s, the 1860s and during the debates on Samoa and Hawaii.1 It does, however, mark a time of decision. The battle thunder from Manila and Kettle Hill forced Americans - used to the traditional hemispheric isolationism of the founding fathers2 - to come to terms with reality. The United States had emerged since the Civil War as one of the leading industrialized nations of the world.3

Walter LaFeber: The American Search for Opportunity, 1865-1913. Cambridge History of American Foreign Relations, vol. II. Cambridge 1993, pp. 12-20, 88-102; id.: The New Empire. An Interpretation of American Expansion 1860-1898. Ithaca, New York 1963; cf.: "Can we incorporate a people so dissimilar from us in every respect - so little qualified for the free and popular government without certain destruction to our political institutions", John C. Calhoun (1848) cit. in Albeit K. Weinberg: Manifest Destiny. A Study of Nationalist Expansionism in American History. Chicago 1935, p. 361; "[The annexation of Cuba] would bring into the Confederacy a population of different stock speaking a different language and not likely to harmonize with the other members. It would probably affect in a prejudicial manner the industrial interest of the South [...]", Millard Fillmore, cit. in Robert E. May: The Southern Dream of aCaribbean Empire 1854-1861. Athens, Georgia 1989, p. 198f. Ralph Dietl: USA und Mittelamerika. Die Außenpolitik von William J. Bryan, 19131915. Stuttgart 1996, p. 55; cf. George Washington: Farewell Address, 17 September 1796, in Richard Hofstadter (ed.): Great Issues in American History, vol. 2. New York, NY 1958, pp. 214-220; Thomas Jefferson: First Inaugural Address, 4 March 1801, in ibid, pp. 186-190; William Jennings Bryan: "Foreign Influence in American Politics", in Ray Ginger (ed.): William J. Bryan. Selections. Indianapolis, Indiana 1967, p. 57ff. Milton Friedman/Anna Jacobson Schwartz: A Monetary History of the United States, 1867-1960. Princeton, New Jersey 1963.

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Ralph Dietl Now America had to decide, how to turn long-standing dreams of a conquest of the Asian market into practical politics. 4 Now America had to decide to adjust a new affirmative foreign policy to the experiences of the past. Should America follow the path of European colonialism or stick to the power of the example? Should America become a player in world affairs or build a fortress of the Americas? The debate thus triggered found a temporary solution with the so-called "referendum on imperialism" - the presidential elections of 1900. 5 The contending schools of thought, however, battled for supremacy up to Wilson's decision to go to war with Germany in 1917. The point of no return.6 The contenders, imperialists and anti-imperialists alike, never questioned the principle of expansion, so deeply rooted in the American psyche. 7 What were questioned, however, were the means, methods and fields of expansion. America's southern neighbors were necessarily among the first to feel the consequences resulting from the struggle between the adherents of the European balance of power philosophy and Jeffersonianism. 8 The replacement of a community-orientated economy by a national one, dominated by corporate America, demanded a total restructuring of American

LaFeber: New Empire (note 1), p. 360ff.; id.: The Panama Canal. The Crisis in Historical Perspective. Oxford 1989, p. 13ff.; id.: Search for Opportunity (note 1), p. 10; Richard D. Challener: Admirals, Generals, and American Foreign Policy, 18981914. Princeton, New Jersey 1973, p. 179ff. E. Berkley Tompkins: "Scylla and Charybdis: The Anti-Imperialist Dilemma in the Election of 1900", in: Pacific Historical Review 36 (1967), pp. 143-161; Goran Rystad: Ambiguous Imperialism. American Foreign Policy and Domestic Politics at the Turn of the Century. Lund 1975, p. 167ff. Ralph Dietl: "Friedensvermittlung oder Siegfrieden? William Jennings Bryan und der Erste Weltkrieg", in Ragnhild Fiebig-von Hase/Jürgen Heideking (eds.): Zwei Wege in die Moderne. Amerika und Deutschland, 1900-1920. Tübingen 1997 [forthcoming], Michael M. Hart: Ideology and US Foreign Policy. New Haven, Connecticut 1987, p. 22ff.; William Appleman Williams: The Tragedy of American Diplomacy. New York, NY 1962, p. 50ff. (see footnote 17). John G.A. Pocock: The Machiavellian Moment. Princeton, New Jersey 1975; id.: Three British Revolutions: 1641, 1688, 1776. Princeton, New Jersey 1980; Alan Craig Houston: Algernon Sidney and Republican Heritage in England and America. Princeton, New Jersey 1991; Lance Banning: The Jeffersonian Persuasion. Evolution of a Party Ideology. Ithaca, New York 1978.

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American Expansion society and government.9 The Jeffersonians of early America, who were the embodiment of the principles of the founding fathers, the expression of an expanding agrarian society, were no longer considered appropriate to meet the needs of the Gilded Age. The adjustment of the crisis-ridden economy of the 1890s to the evolving national market economy demanded a strong and decisive federal government - either to reform US society by federal legislation in order to revitalize democratic society or to democratize economy by the conquest of new outlets for American products.10 Jeffersonians, always skeptical about an increase of federal power, always fearing an imperial presidency, were looking for a solution to the social question which was in harmony with the principles of the past.11 The hopes of the Jeffersonians were pinned on inflationary fiscal policies to boost domestic consumption and to free American society from encroachments by the federal government and the burdens of imperialism - respectively colonialism.12 Although the silverites13 had their stronghold in the less populated West and Mid-West they were a political power to be reckoned with. Their commitment to the beliefs of the founding fathers proved to be a major

Eric Foner: A Short History of Reconstruction, 1863-1877. New York, NY 1988; Robert H. Wiebe: The Search for Order, 1877-1920. New York, NY 1967; Richard Hofstadter: The Age of Reform. From Bryan to F.D.R. New York, NY 1955. Wiebe (note 9), pp. 164f., 224ff.; Williams (note 7), pp. 30, 35; Gabriel Kolko: The Triumph of Conservatism. A Reinterpretation of American History, 1900-1916. New York, NY 1963; Michael McGerr: The Decline of Popular Politics. The American North 1865-1928. Oxford 1986. Lawrence Goodwyne: The Populist Moment. A Short History of the Agrarian Revolt in America. New York, NY 1978; Michael Kazin: The Populist Persuasion. An American History. New York, NY 1995; William J. Bryan: The First Battle. A Story of the Campaign of 1896. Chicago, Illinois 1896; William J. Bryan/Mary Baird Bryan: The Memoirs of William Jennings Bryan. Philadelphia, Penn. 1925; Richard Hofstadter: The Age of Reform. New York, NY 1955, pp. 23-59; id.: The American Political Tradition and the Men Who Made It. New York, NY 1948, pp. 25-56. E. Berkley Tompkins: Anti-Imperialism in the United States: The Great Debate, 1890-1920. Philadelphia, Penn. 1970; William J. Bryan: Republic or Empire? The Philippine Question. Chicago, Illinois 1899; James W. Stillman: Republic or Empire? An Argument in Opposition to the Establishment of an American Colonial System. Boston, Mass. 1900. Friedman/Schwartz (note 3), pp. 89-134; Paolo E. Coletta: William Jennings Bryan II. Political Evangelist, 1860-1908. Lincoln, Neb. 1964, p. 206; Bryan: First Battle (note 11), p. 300.

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Ralph Dietl stumbling block for an increasingly Jeffersonianism was still alive.

imperialist

political

elite.14

The identification of the national interest with the teachings of George Washington and Thomas Jefferson, however, did not deter the silverites from reacting favorably to the call of the yellow press in 1895-1898. They advocated an "altruistic" crusade in Cuba to destroy Spanish colonialism. The leader of the silver movement, William J. Bryan, told a Washington D.C. audience on April 1st, 1898: "Yes, the time for intervention has arrived. Humanity demands that we shall act. [...] the suffering of [Cuba's] people cannot be ignored, unless we, as a nation, have become so engrossed in money-making as to be indifferent to distress."15 As a Jeffersonian, Bryan could justify war with Spain as a crusade. He interpreted America's intervention as an operation to cure an infected patient from his illness, thereby eliminating the threat of a contagious disease to a balanced, always fragile, always threatened system - democracy. More down to earth - misusing John Hay's expression - "a splendid little war" had other advantages for the silverites. It could necessitate inflationary measures which would boost the political fortunes of the Democratic Party - dominated by the silverites.16 To be faithful to their creed, Jeffersonians, however, had to fight against the annexation of the liberated territories. But - wasn't the annexation of Cuba, Puerto Rico and the Philippines a logical continuation of Jeffersonian expansionism, wasn't imperialism a logical reinvention of the frontier17 America's lost safety-valve?18

Hofstadter: Age of Reform (note 11), p. 13 Iff. William J. Bryan: 1 April 1898, cit in Charles C. Campbell: The Transformation of American Foreign Relations 1865-1900. New York, NY 1976, p. 271; LeRoy Ashby/William J. Bryan: Champion of Democracy. Boston, Mass. 1987, p. 73f. Friedman/Schwartz (note 3), p. 138ff.; LaFeber: New Empire (note 1), p. 385; Richard Hofstadter: "Cuba, the Philippines and Manifest Destiny", in: The Paranoid Style of American Politics. New York, NY 1952, pp. 145-187, ibid., p. 159f. Ray Allen Billington (ed.): The Frontier Thesis. Valid Interpretation of American History? Chicago, Illinois 1966; Richard Hofstadter: The Progressive Historians. Turner, Beard, Partington. Chicago, Illinois 1968, repr. 1979, pp. 47-164; cf."[...] for nearly three hundred years the dominant fact in American life has been expansion. With the settlement of the Pacific Coast and the occupation of the free lands, this moment has come to a check. That these energies of expansion will not longer operate would be a rash prediction, and the demands for a vigorous foreign policy, for an inter-oceanic canal, for a revival of our power upon the seas and/or the extension of American influence to outlying islands and adjoining countries, are

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American Expansion This was not at all the case, as William J. Bryan tried to explain to a Savannah Georgia audience on December 18th, 1898: "Jefferson has been quoted in support of imperialism, but our opponents must distinguish between imperialism and expansion; they must also distinguish between expansion in the Western Hemisphere and an expansion that involves us in the quarrels of Europe and the Orient. They must still further distinguish between expansion which secured contiguous territory for future settlement, and expansion which secures us alien races for future subjugation."19 Imperialism meant administration of foreign territory. Imperialism, therefore meant a violation of the principle of government by consent of the governed. America's shining example, however, should not be smirched by a loss of principle. America had to remain the champion of democracy. It could intervene in the name of liberty, but could not partake in the fruits of imperialism, be they bitter or sweet. They must be left to subjects of monarchies.20 Bryan's Jeffersonianism found enthusiastic supporters amongst the farming communities of the heartland of America. It was, however, despised by the population of the industrialized East Coast, which feared a loss of America's credibility on the international money market. Deflation, an active tariff policy and the conquest of new markets was the recipe of the East Coast to secure America's future.21 The presidential elections of 1900, the so-called "referendum on imperialism", decided the battle of the regions.22 The economic program and the affirmative policy of the ruling Republican Party had found the approval of America's voters. The power politicians had won their first battle. Midindications that the movement will continue", Fredrick Jackson Turner (1896), cit in LaFeber: New Empire (note 1), p. 70. Ellen von Nardorff: "The American Frontier as a Safety Valve: The Life, Death, Reincarnation and Justification of a Theory." In: Agricultural History 36 (1962), pp. 123-142. William J. Bryan: Interview at Savannah Georgia, 13 December 1898, in id.: Bryan on Imperialism. Speeches, Newspaper Articles and Interviews by William J. Bryan. Chicago 1900, repr. 1970, p. 5. William J. Bryan: Speech delivered at Denver, Colorado, in id.: Bryan on Imperialism (note 19), p. 16. Friedman/Schwartz (note 3), p. 115; Rystad (note 5), pp. 177ff., 197ff.; Richard Hofstadter: "Manifest Destiny and the Philippines", in Theodore Greene (ed.): American Imperialism in 1898. Boston, Mass. 1955, p. 60ff.; Merrill D. Peterson: The Jefferson Image in American Mind. New York, NY 1960, pp. 246, 255, 259; Paul Wolman: Most Favored Nation. The Republican Revisionists and US Tariff Policy, 1897-1912. Chapel Hill, N.C. 1992, p. 19ff. Rystad (note 5), p. 29Iff.

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Ralph Dietl Western Jeffersonianism, although beaten by the supremacy of the East Coast, however, remained one of the major driving forces of American politics.23 The possession of Cuba, Puerto Rico and the Philippines guaranteed US control of communication lines from the industrialized US East Coast to the prospected isthmian canal sites in Nicaragua or Panama and from Central America via the Philippines to China. China and South America were considered as vital areas for future economic penetration. Hardly any hopes were pinned on the economic development of the Caribbean and Central America.24 The strategic value of the region for the control of the prospective future markets, however, was irrefutable.25 To make these strategic plans work America just had to acquire control of the isthmian canal sites, to start construction of a canal and to police the region in order to prevent the employment of force by European powers to recover contract debts. Theodore Roosevelt made these plans work by fostering Panamanian independence, by shaping international law at the Hague Conference of 1907 and by the introduction of the Roosevelt Corollary to the Monroe Doctrine.26 Economic penetration of Central America and the Caribbean by private enterprise, planned as a means of stabilizing the region, did not fully develop until the introduction of the so-called "Dollar Diplomacy" of Philander C. Knox and William Howard Taft. The direct control of local customs houses, and other financial reforms pursued by the US federal government in the countries concerned, were in the final resort attempts to foster US investment by stabilizing the region economically and politically. A healthy regional economy, increased investment and a balanced budget would erase possible

Dietl: „Friedensvermittlung oder Siegfrieden" (note 6). LaFeber: New Empire (note 1), pp. 352ff., 379ff.; Challener (note 4), p. 81ff.; Joseph Smith: Illusions of Conflict. Anglo-American Diplomacy Towards Latin America, 1865-1896. Pittsburgh, Penn. 1979, p. 81ff. Challener (note 4), pp. 148ff, 323ff. LaFeber: Panama Canal (note 4), p. 23ff.; Dietl (note 2), p. 120ff.; George Winfried Scott: "Hague Convention Restricting the Use of Force to Recover on Contract Claims", in: American Journal of International Law 1908, pp. 78-94; Luis M. Drago: "State Loans in their Relations to National Policy", in: American Journal of International Law 1907, vol. 2, pp. 692-726; David S. Patterson: Toward a Warless World. The Travail of the American Peace Movement, 1887-1914. Bloomington, Indiana 1976; Lester D. Langley: The Banana Wars. An Inner History of American Empire, 1900-1934. Lexington, Kentucky 1983, p. 30; David Healy: Drive to Hegemony. The United States in the Caribbean, 1898-1917. Madison, Wisconsin 1988, p. 107ff.; Collin Richard: Theodore Roosevelt's Caribbean. The Panama Canal, the Monroe Doctrine and the Latin American Context. Baton Rouge, Louisiana 1990.

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American

Expansion

starting-points for European intervention. Dollar Diplomacy was therefore nothing but a form of security policy by a new player in world politics. 27 This form of security policy, however, was prone to degenerate into a policy of exploitation of local economies. The result: disorder instead of order. Disorder, however, paved the way for a further strengthening of presidential powers.28 1898 - the starting point of America's affirmative foreign policy had, therefore, not just an enormous impact on Central American and Caribbean societies, but on the distribution of power in Washington, as well. 29 Mexico, however, experienced entirely different treatment by the US. Mexico felt the results of the war of 1898 to a lesser extent.30 After being considered, from the 1880s on, an extension of the American frontier31, it first fell victim

Karl Bermann: Under the Big Stick. Nicaragua and the US Since 1848. Boston, Mass. 1986, p. 154; Joseph O. Baylen: "American Intervention in Nicaragua, 19091933: An Appraisal of Objectives and Results", in: Southwestern Social Science Quarterly 35 1954/55, pp. 128-154; Dana G. Munro: "Dollar Diplomacy in Nicaragua", in: Hispanic American Historical Revue (HAHR) 38, 1958, pp. 209-234; Harold Norman Denny: Dollars for Bullets. The Story of American Rule in Nicaragua. New York, N.Y. 1929, repr. 1980, p. 47; Richard Millett: Guardians of the Dynasty. New York, NY 1977, p. 5; Dietl (note 2), pp. 131-140; Hoggard to Sir Edward Grey: 3 March-31 March 1913. PRO FO:371/1583/1621, -17981; FO: 371/1586/6707, -11317; cf. "[The aim of dollar diplomacy was] to substitute dollars for bullets by arranging, through American bankers, loans for the rehabilitation of the finances of Nicaragua and Honduras. The conventions with those countries will take the customs houses out of the politics so that every ambitious revolutionist shall not seize them to squander the resources of his country to impose himself as dictator. By this policy we shall help the people of these rich countries to enjoy prosperity instead of almost incessant revolution and devastation." Toledo Speech of Philander C. Knox, cit. in Langley (note 26), p. 66. LaFeber: Search for Opportunity (note 1), p. 60. Arthur M. Schlesinger: Imperial Presidency. Boston, Mass. 1973, pp. 82, 87f., 91. "The four years of Manuel González's term (1880-84) led to further improvements in Mexican-U.S. relations which would peak between 1898 - when Mexico and the United States raised their legations to embassies - and 1901/02, when the Second Pan-American Conference was held in Mexico." Josefina Zoraida Vázquez/Lorenzo Meyer: The United States and Mexico. Chicago, Illinois 1985, p. 84. Disruption of the Cuban sugar industry by the Spanish-American war of 1898 helped to boost the nascent sugar industry of Morelos: Ramón Eduardo Ruiz: Triumph and Tragedy. A History of the Mexican People. New York, NY 1992, p. 311; cf. Jürgen Buchenau: In the Shadow of the Giant: the Making of Mexico's Central America Policy, 18761930. Tuscaloosa, Alabama 1996. Dietl (note 2), pp. 225-264.

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Ralph Dietl to the reform politics of the Jeffersonian William J. Bryan32 and then in 1916/17 to the hemispheric power politics of Woodrow Wilson, which were rooted in the decision to intervene in the First World War.33 Because it bordered on the United States, Mexico had faced since 1848 very diverse cultural, religious, economic and political influences from the North. Ibid., pp. 265-374; Josephus Daniels: "Bryan and the Mexican Revolution", in: Library of Congress (LC) Daniels Papers, Container 736; Bryan to American Embassy Mexico City, 24 October 1914: LC Bryan Papers, Container 29; Policarpo Bonilla: Wilson Doctrine. How the Speech of President Wilson at Mobile, Alabama Has Been Interpreted by the Latin American Countries. New York, NY 1914; cf: "The right of American Republics to work out their own destiny along lines with popular government, is just as much menaced today by foreign financial interests as it was a century ago by the political aspirations of foreign governments. If the people of an American Republic are left free to attend to their own affairs, no despot can long keep them in subjugation; but when a local despot is held in authority by powerful financial interests and is furnished money for the employment of soldiers, the people are as helpless as if a foreign army had landed on their shores. This we have reason to believe, is the situation in Mexico, and I cannot see that our obligation is any less now than it was then. We must protect the people of these republics in their right to attend to their own business, free from external coercion [...]. W e must be relieved of suspicion as to our own motives. We must be bound in advance not to turn to our own advantage any power we employ. It would be impossible for us to win the confidence of the people of Latin America, unless they know that we do not seek their territory or ourselves desire to exercise political authority over them. If we have the occasion to go into any country, it must be as we went into Cuba, at the invitation of the Government, or with assurances that we will leave no doubt as to the temporary character of our intervention. Our only object must be to secure to the people an opportunity to vote. [...] It has occurred to me that this might be an opportune time to outline our policy which I suggested a view months ago [...]. The loaning of our credit to the Latin American states. [...] If our country, openly claiming the paramount influence in the Western Hemisphere, will go to the rescue of those countries and enable them to secure the money they need for education, sanitation and internal development, there will be no excuse for their putting themselves under obligations to financiers in other lands. I believe it is perfectly safe and will make absolutely sure our domination of the situation. [...] It may be that the withdrawal of the encouragement given to Huerta by foreign governments will enable the Constitutionalists, with such encouragement as we can give them, to compel the holding of a real election [...]. In case of intervention it should be temporary in its character and only for the purpose of aiding to secure an election, with the promise that we will respect the integrity of the Republic and [...] that we stand ready to assist in the maintenance and development of constitutional government by lending our credit to the lawful authorities, thus enabling them to secure, at a low rate the money needed for proper development." Bryan to Wilson, 28 October 1913: LC Bryan Papers, Container 29. Dietl (note 2), pp. 356-389; id.: „Friedensvermittlung oder Siegfrieden" (note 6).

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American Expansion The Mexico of the Porfiriato had shared to a certain extent in the economic boom of the Gilded Age. The land laws of 1883 and 1893 and the mining law of 1884, allowing private ownership of mines, made Mexico a very lucrative new frontier for American investors. American capital reigned supreme in the Mexico of the turn of the century. US companies controlled 75% of mining, 72% of smelting, 68% of rubber industries and 58% of oil production as well as of Mexican trade.34 The introduction of deflationary policies marked by the repeal of the Sherman Silver Purchase Act and the US Currency Act of 1900 forced the nascent Mexican industry to its knees - the growing middle class and provincial elites impoverished and joined ranks with the multiplying masses and the outlawed Indian communities.35 The seeds for the Mexican revolution were sown. The decline of the economy boosted economic unrest in northern Mexican mining districts, for example in the Cananea Copper mines in June 1906. The intervention of Arizona Rangers in this Sonora mining district was less the result of an affirmative foreign policy in the wake of the decisions of 1898, than a rather extreme example of a common practice in the border region. Westerners hardly considered northern Mexico foreign territory. In this part of the country dreams of classic expansion were definitely alive.36 The war of 1898 therefore had no direct influence whatsoever on US-Mexican relations.

Moisés González Navarro: "The Social Transformation of Mexico, 1867-1940", in: Omar Martiniz Legorreta: Modernisation and Revolution in Mexico. A Comparative Approach. United Nations University [Tokyo] 1989, pp. 1-20; Fernando Rosenzweig: "Foreign Investments and the Growth of Manufacture in Mexico, 1867-1940", in: ibid. pp. 20-27; Lorenzo Meyer: "The Political Modernization of Mexico 1867-1940. in: id.: pp. 27-40; Ramón Eduardo Ruiz: The Great Rebellion. Mexico, 1905-1924. New York, NY 1980, p. 105; Alan Knight: The Mexican Revolution. Porfirians, Liberals and Peasants, vol. I. Cambridge 1986; Jan Bazant: A Concise History of Mexico from Hidalgo to Cárdenas, 1805-1940. London 1977, p. 114; John M. Hart: Revolutionary Mexico. The Coming and Process of the Mexican Revolution. Berkeley, California 1987. Knight (note 34), p. 23; Rosenzweig (note 34), p. 22; Hart (note 34), p. 171; Peter Henderson/Félix Díaz: The Porfirians and the Mexican Revolution. Lincoln, Neb. 1981, p. 22; Peter Calvert: The Mexican Revolution, 1910-1914. The Diplomacy of Anglo-American Conflict. Cambridge 1968, p. 17; James Cockcroft: Intellectual Precursors of the Mexican Revolution, 1900-1913. Austin, Texas 1968, pp. 20, 27, 36; Friedrich Katz: "Mexico: Restored Republic and Porfiriato, 1867-1910", in: Cambridge History of Latin America, vol. V. Cambridge 1986, pp. 3-78, ibid., p. 63. Cockcroft (note 35), p. 117; Hart (note 34), p. 63; Michael Meyer/William Sherman: The Course of Mexican History. Oxford 1979, p. 12f.; William Dirk Raat: „The Diplomacy of Suppression. Los Revoltosos, México and the US, 1906-1911", in:

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Ralph Dietl The economic adjustment of the 1890s, however, can be seen as the common father of the "psychic crisis" - to use Richard Hofstadter's term37 - leading up to the war of 1898 - and of the economic crisis leading up to the Mexican revolution.38 In regions, like Mexico, where Westerners and Mid-Westerners shaped policies, the traditional school of thought - overpowered in Washington between 1898 and 1913 - had lost nothing of its credibility. The election of Woodrow Wilson in 1912 even led to a revival of Jeffersonianism in Washington D.C. The appointment of William J. Bryan as Secretary of State was a direct challenge to Theodore Roosevelt's philosophy of government.39 Bryan took his oath as Secretary of State in order to break with the European theory of government and to extend the magic charm of America's institutions to its southern neighbors.40 In office, Bryan learned to appreciate the power of the federal government. The use of Hamiltonian means to achieve Jeffersonian ends became a trademark of his reform policy in the Western Hemisphere. Bryan's influence can be traced in the Dominican Republic41, Haiti42 and Nicaragua43, but his imprint on Mexican policy 44 was foremost.

HAHR 56, 1976, pp. 529-550; id.: Los Revoltosos. Rebeldes Mexicanos en los Estados Unidos, 1903-1923. México D.F. 1988, repr. 1993, pp. 27, 30, 69ff„ 104, 169ff. Hofstadter: The Age of Reform (note 11); id.: "Cuba, the Philippines and Manifest Destiny" (note 16), p. 147f. Dietl (note 2), p. 23If. "There are but two ideas of government; the first, that a government is an organization entirely independent of the people and resting on force - an organization which can be thrown over a weaker people as a net is thrown over a bird. This is the old and dying idea. The second theory is ours - the one set forth in our declaration of independence and growing through the world, namely, that governments are organizations framed by the people for themselves and derive their just powers from the consent of the governed. Mr. Roosevelt is a believer in the old theory - a theory that challenges the Christian civilization of the world. He would abandon the doctrines that have made us the leaders of the nations in their progress toward more popular government; he would put our nation at the rear of a monarchical procession and make it a defender of the policy of force and hypocrisy that has put commercial expansion above the inalienable rights of man." William J. Bryan: "Theodore Roosevelt vs. Democracy". The Commoner, 26 July 1912, LC Wilson Papers (series 2) reel 29. "After having made himself sure about the national needs in his country, after having fought the battle for his ideals at home, he went abroad to inquire about other people's needs", Da Gama [Ambassador of Brazil in Washington] cit. in The Commoner, 4 April 1913. University of Nebraska Archives, Lincoln, Nebraska. NA RG 59 Records of the Department of State Relating to the Internal Affairs of the Dominican Republic, 1910-29, decimal file M 626 reels 5 to 12; NA RG 139

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American

Expansion

However, it is not the revelation of the John Bassett Moore Papers, namely that Bryan - faithful to the old dream of expansion - had tried to convince the cabinet on August 18th, 1913 to support an independent Constitutionalist northern Mexican state45, but his crusade against the dictatorship of Victoriano Huerta, whom Bryan considered a tool of British oil interests46, that has to be stressed as a contribution to the course of the Mexican revolution. As a Jeffersonian Bryan considered it his task to destroy this combination of evils and to allow the democratic element of Mexican society, the Constitutionalists, to pacify and reform Mexico according to American

Dominican Customs Receivership. General Correspondence 1914-1916, file 85 "Political Conditions"; NA RG 139 Dominican Customs Receivership. Personal Correspondence of General Receiver Baxter, DCR 56 file 13; DCR 67 file 25 (Phelan Commission), DCR 68 file 26.; NA RG 350 Records of the Bureau of Insular Affairs. General Records Relating to More Than One Island Possession, Classified files Relating to the Dominican Customs Receivership, 1905-1935. NA RG 59 Records of the Department of State Relating to Political Relations between the US and Haiti, 1910-1926, decimal file M 611 reel 1; NA RG 59 Records of the Department of State Relating to International Affairs of Haiti, 1910-1929, decimal file M 610 reel 4 and 5, M 619 reel 6. NA RG 59 Records of the Department of State Relating to Political Relations Between Nicaragua and Other States, 1910-1929, decimal file M 634 reels 1 to 3; NA RG 59 Records of the Department of State Relating to International Affairs of Nicaragua, 1910-1929, decimal file M 632 reels 4 to 15; NA RG 84 Diplomatic Posts. American Legation, Managua, vols 24 to 36. NA RG 59 Records of the Department of State Relating to Political Relations between the US and Mexico, 1910-1929, decimal file M 314, reels 1 to 3; NA RG 59 Records of the Department of State Relating to Internal Affairs of Mexico, 19101929, decimal file M 274 reels 24 to 45 (i.a.). "The Constitutionalists, as he [Bryan] understood the matter, represented the same views and aspirations as to government as were entertained by ourselves. [...] His idea was that the Northern States [controlled by the Constitutionalists] would be able to hold their own and establish their independence. [...] The President, as I thought, seemed rather startled at this avowal of what lay back of the policy of what Mr. Bryan advocated. I expressed the opinion that such a development would surely involve us in a war. I said it would be the case of Texas over again [...]. Mr. Bryan repeated that he was not in favor of annexation, and assigned, as the principle reason for his opposition, that it would involve us in the Catholic question." John B. Moore Memorandum, 18 August 1913. LC Moore Papers, Container 92. Daniels Diary, 18 April 1913. LC Daniels Papers, Diary, reel 1 (Container 1); cf. "After canvassing all the evidence available with the utmost care and reflection I have become convinced that the control and monopoly of the oil fields and oil business in Mexico is not just the aim of Lord Cowdray's interests but also of the English Government" Lind to Bryan, 25 October 1913. Woodrow Wilson Papers 28 (1913), 444.

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Ralph

Dietl

example.47 The proposed method was called "house cleaning" - the rejection of military intervention, but active financial and logistic support of the revolution.48 This policy was nothing, but the extension of Jeffersonian principles to foreign soil. America intervened to support or impose democratic rule in a neighboring country in order to protect the United States from evil influences from abroad - "missionary isolationism" was born.49 This stage of missionary reform policy or paternalistic tutoring of Latin America was abandoned by Woodrow Wilson, who became preoccupied with the First World War.50

"It is a very perilous thing to determine the foreign policy of a nation in the terras of material interest. We have seen material interests threaten constitutional freedom in the United States. Therefore we will know how to sympathize with those in the rest of America who have to contend with such powers, not only within their borders but from outside their borders." Woodrow Wilson, Mobile Address, 27 October 1913. Woodrow Wilson Papers 28 (1913), 448ff; see also: Lowry Article, 14 January 1914. Woodrow Wilson Papers 29 (1913/14), 92. "Any chastisement that we might inflict would only cause resentment and would be laid to our superior equipment, to their misfortune, to our wealth, and, as they would say, to the fact that we were mean enough to take advantage of their national misfortune. We could defeat but we could neither humble nor humiliate them. This can only be done by their own people, own blood, the people of the North. They can do it to perfection if given a fair chance [...]. Consequently let this house cleaning be done by home talent. It will be a little rough and we must see that the walls are left intact but I should not worry if some of the verandahs and French windows were demolished. General Villa, for instance could do the job very satisfactorily." Lind to Bryan, 15 November 1913. NA RG 59 decimal file 812.00/8760, M 274, reel 31, doc. 606. "Revolutionary success or armed intervention is the alternative we face. If the revolutionists succeed I believe we may escape intervention. We make no mistake by aiding them in breaking the old regime, it is an incubus that must be removed before there can be any constructive work." Lind to Bryan, 14 January 1914. LC Wilson Papers (series 2), reel 53, doc. 56865; cf. Kendrick Clements/William J. Bryan: Missionary Isolationist. Knoxville, Tenn. 1982, p. 24f. "I am at a loss to understand exactly what they [German agents in Mexico] are trying to accomplish because it appears that they are encouraging all factions, if they devoted their energies to one the purpose would be plain, but aiding all makes their conduct really puzzling [...] the best solution seems to be that the German Government desires to keep Mexico in a state of ferment and anarchy [...]. It is becoming more and more evident that no matter what happens we must not intervene in Mexican affairs, if for no other reason than that Germany wants us to do so [...]. Besides this we must do what we can to strengthen the Carrancista faction ignoring its harsh and improper treatment of Americans." Lansing Diaries, 10 October 1915, reel 1, no.43f.; "Tumulty [Wilson's Private Secretary], some day the people of America will know why I hesitated to intervene in Mexico. I cannot tell them now for

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American

Expansion

Wilson stripped the Jeffersonian persuasion o f its continental limitation and o f the belief that the U S could concern itself with a problem after it had arisen - in order to adjust the traditional defense o f the constitution to global power realities. This merger o f Jeffersonianism and balance o f power philosophy gave birth to Wilsonianism and its crusading spirit o f American foreign policy. 5 1 America's task could not be limited to the role o f a major player in world politics. America had a mission as defender o f democracy and arbiter mundi. America had to concentrate on the battlefields o f Europe where the real struggle between democracy and militarism w o u l d be decided. America therefore had to abandon the active hemispheric foreign policy o f the Bryan years - Bryan had resigned in 1915 - and to concentrate on the European war theater. 52 Problems in the Western Hemisphere had to be decided quickly and decisively. Missionary reform attempts introduced b y Bryan had to be abandoned. The Caribbean had to be pacified. Wilson acted accordingly. Reforms aspired by Bryan in the Dominican Republic and Haiti were n o w

we are at peace with the great power whose poisonous propaganda is responsible for the terrible condition of affairs in Mexico. German propagandists are there now, fomenting strife and trouble between our countries. Germany is anxious to have us at war with Mexico, so that our minds and our energies will be taken off the great war across the sea. She wishes an uninterrupted opportunity to carry on her submarine warfare and believes that war with Mexico will keep our hands off her and thus give her liberty of action as she pleases on the high seas. It begins to look as if war with Germany is inevitable. If it should come - I pray to God it may not - I do not wish American energies and forces divided, for we will need every ounce of reserve we have to lick Germany." Joseph P. Tumulty: cit in: Cole Blasier: The Hovering Giant. US Responses to Revolutionary Change in Latin America. Pittsburgh, Penn. 1976, p. 107. Henry Kissinger: Diplomacy. New York, NY 1995, p. 47, 55; Dietl: „Friedensvermittlung oder Siegfrieden" (note 6); Dietl (note 2), p. 427ff. "Germany is utterly hostile to all nations with democratic institutions [...] the remedy seems to be plain. It is that Germany must not be permitted to win this war [...] though to prevent it this country is forced to take an active part. This ultimate necessity must be constantly in our minds in all our controversies with the belligerents. American public opinion must be prepared for the time, which may come, when we have cast aside neutrality and become one of the champions of democracy." Lansing Confidential Memo, 11 July 1915, cit in: Daniel M. Smith: "Robert Lansing and the Formulation of American Neutrality Policy, 1914-1915", in: Mississippi Valley Historical Review 43 (1956/57), pp. 59-81, ibid., p. 80; cf. Daniel M. Smith: "National Interest and American Intervention 1917: A Historical Appraisal", in: Journal of American History 52, 1965/66, pp. 5-24.

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Ralph Dietl imposed by force. US troops landed on Hispaniola in 1915/16. 53 The Mexican Revolution was brought to an end by final recognition of Venustiano Carranza, whom Wilson had tried to topple in 1915/16. 54 Now, after having pacified its southern neighborhood Wilson could direct the crusading spirit of the American people against Germany to achieve an aim dictated by power politics.55 Although the year 1898 had seen the emergence of a balance of power strategy in American foreign policy, and although 1898 marks the appearance of the US on the world stage, traditional hemispheric Jeffersonianism retained its vitality up to the First World War and developed a justification for paternalistic interventions in Mexican, Central American and Caribbean affairs.56 To come to a conclusion: The importance of 1898 for the destiny of Central America and the Caribbean has to be highlighted; however, the impact of the First World War on US foreign policy towards Latin America - although less spectacular and overshadowed by the events in Europe - proved to be at least as decisive as the Spanish-American War.

Langley (note 26), pp. 141ff., 156ff.; Frederick S. Calhoun: Power and Principle. Armed Intervention in Wilsonian Foreign Policy. Kent, Ohio 1986, p. 107ff.. Dietl (note 2), pp. 356-384; George E. Paulsen: "Helping Hand or Intervention? Red Cross Relief in Mexico 1915", in: Pacific Historical Review 57, 1988, pp. 305-325; Louis G. Kahle: "Robert Lansing and the Recognition of Venustiano Carranza", in: HAHR 38, 1958, pp. 353-372; Friedrich Katz: "Pancho Villa and the Attack on Columbus, New Mexico", in: AHR 83, 1978, pp. 101-130; Kendrick A. Clements: "Woodrow Wilson's Mexican Policy, 1913-1915", in: Diplomatic History 4, 1980, pp. 113-136, ibid., p. 134; Edward P. Haley: Revolution and Intervention. The Diplomacy of Taft and Wilson in Mexico, 1910-1917. Cambridge, Mass. 1970, p. 182; Benjamin T. Harrison: Dollar Diplomat Chandler P. Anderson and American Diplomacy in Mexico and Nicaragua, 1913-1918. Seattle, Washington 1988, p. 34. Lloyd E. Ambrosius: Wilsonian Statecraft. Theory and Practice of Liberal Internationalism During World War I. Wilmington, N.C. 1991; cf. "[...] the days of anxiety and uncertainty are over. The American people are at least ready to make war on Germany, thank God. I shall openly and no longer secretly exert my influence in favor of a declaration. [...] it may take two years. It may even take five years [...]. It may cost a million Americans; it may cost five million. However long it may take, however many men it may cost we must go through with it." Lansing Diaries, 19 March 1917, cit in: Lawrence W. Levine: Defender of Faith. William J. Bryan: the Last Decade, 1915-1925. Cambridge, Mass. 1987, p. 88. Walter LaFeber: Inevitable Revolutions. The United States in Central America. New York, NY 1984, pp. 49-54.

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THOMAS SCHOONOVER

Columbus, the Spanish-Cuban-American War, and the Advance of U.S. Liberal Capitalism in the Caribbean and Pacific Region When I was invited to address a conference at the Universität ErlangenNiirnberg entitled: "1898 y su significación para Centroamérica y el Caribe. ¿Cesura, cambio, continuidad?", I was asked to contemplate the reaction of the United States, Mexico, and Central America to the war of 1898. Upon reflection, I decided to do two things: 1) to put Cuba in the middle between Spain and the United States, as Professor Louis Pérez, jr., had argued, was, in fact, the case in 1898, and 2) then to place the Spanish-Cuban-American War in the middle between Christopher Columbus's, or a general European, vision to reach the rich, exotic Asia and the acceleration of Asian anti-foreign, antiimperial, anti-western reactions to western intrusions. First, the Cuban insurgents caused much of Spain's distress in 1895-1898, and thus they contributed significantly to the U.S. pressure upon Spain which ended in war. But the Spanish and U.S. governments ignored the Cuban and Philippine insurgents during and after the war. Both paid significant prices for ignoring popular, nationalist, anti-imperialist local political movements. 1 Second, Columbus's vision soon stimulated numerous European statesmen, merchants, monarchs, religious leaders, and adventurers. The U.S. policies of the late 19th and early 20th centuries which fulfilled the Columbian vision in part had more secular and specific political objectives. Norman A. Graebner, one of the most prominent U.S. diplomatic historians, opened his book, An Uncertain Tradition, with a story which captures one theme of this talk and this conference: "At the turn of the century a foreign ambassador in Washington observed that, although he had been at his post only a brief time, he had seen two different countries - the United States before the war with Spain and the United States after that war. In this picturesque remark, the diplomat recognized what some thoughtful Americans had already sensed - that 1898 was a turning point in the history

William A. Williams: America Confronts a Revolutionary World (New York: William Morrow 1976) and Robert Freeman Smith: The United States and Revolutionary Nationalism in Mexico, 1916-1932 (Chicago: University of Chicago Press 1972) deserve rereading with regard to the 1890-1930 years.

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Thomas Schoonover of the Republic."2 The war was also a turning point for Spain, Cuba, Colombia, Panama, Central America, Mexico, and much of the Pacific basin. Walter LaFeber, another prominent U.S. diplomatic historian, used a cryptic title for a section of his survey of U.S. foreign relations, The American Age, which reveals another theme of this talk: "Two Crises, One War." In LaFeber's words: "During the early 1898 run-up to the war with Spain, McKinley closely associated the crises in the Caribbean and Asian theaters. As revolution threatened Cuba, so European imperialism endangered China. The U.S. business community tried to keep Asia in the forefront of the nation's debate."3 The world depression of 1893 produced a domestic U.S. economic downturn that effected Spanish Cuba and the threat of a division of China. These two combined to become "Two Crises and Three Wars" if one adds the Philippine insurrection and the Boxer Rebellion to the SpanishCuban-American War. The surge of U.S. activity in the Caribbean and Central American isthmus in the late nineteenth and early twentieth centuries was motivated in large part by the same vision, greed, and curiosity as the European adventurers who quested for a route to Asia in the fifteenth century. In the 1490s and the 1890s, fame and great wealth awaited the opening of a cheaper, quicker route to Asia and the whole Pacific basin. Whereas the fifteenth and sixteenth century adventurers sought primarily luxury goods and souls to save, the nineteenth and twentieth centuries visionaries and businessmen sought souls to save, raw materials, investment opportunities, markets for manufactured products, and cheaper access to luxury goods. While Columbus and other maritime adventurers took considerable risks to reach Asia, four hundred years later, U.S. expansion into the Caribbean and across the isthmus toward Asia entailed less personal and physical risk, but indeed risks of a strategic and political nature. During the twentieth century, the U.S. involvement in conflict in the Philippines, China, Korea, Vietnam, and almost everywhere else in Asia and throughout the Caribbean region attested to the risks.4 The age of discovery gave way to an age of diversified risk and conflict.

Norman A. Graebner: "The Year of Transition: 1898", in Norman A. Graebner (ed.): An Uncertain Tradition: American Secretaries of State in the Twentieth Century (New York: McGraw Hill 1961), p. 1. Walter LaFeber: The American Age: United States Foreign Policy at Home and Abroad since 1750. New York: W. W. Norton 1989, p. 189. Walter LaFeber: "That 'Splendid Little War' in Historical Perspective", in Texas Quarterly 11 (1968): pp. 89-98; Thomas J. McCormick: China Market: America's Quest for Informal Empire, 1893-1901. Chicago: Quadrangle 1967, p. 107; Walter LaFeber: The American Search for Opportunity, 1865-1913. Vol. 2, The Cambridge

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Columbus and the Spanish-Cuban-American

War

I intend to explore the objectives of U.S. intervention in the internal Spanish colonial conflict and what the U.S. intervention meant to Mexico, Central America, the Caribbean, U.S. society, and even Asia. Finally, I will offer some observations about the relationship between a very belated fulfillment of the Columbus-European vision and the objectives of U.S. officials, military, missionaries, and entrepreneurs. "That splendid little war" of 1898 left a mark upon the Caribbean and Pacific basins as well as the United States. The European adventurers and merchants of the 1490s and the 16th century found no easy or cheap access to Asia; that had to wait until the Suez canal was completed in 1869. By then, the center of European economic activity and wealth accumulation had drifted north and west from Spain and Italy toward Great Britain, northern Europe, and the United States. This new locus of wealth and economic demand decreased the value of Suez as a way to east Asia for much of the industrializing world. The isthmus of the New World would better link production, financial, and consumer centers of the north Atlantic world to eastern Asia. In fact, the conqueror of Suez, French engineer Ferdinand de Lesseps, won the right to build a canal on the isthmus in 1878. While the U.S. business community and politicians were not prepared in 1878 to assume the risks of a canal project, they deeply resented the "foreign intrusion" in an area that most considered had a "special relationship" to U.S. society and security. The U.S. government was displeased with the selection of a French project and it designated the isthmian shore lines as part of U.S. territory. And in a more concrete reaction to the French project, U.S. entrepreneurs with some encouragement from the executive and legislative branches obtained a canal concession in Nicaragua.5 Within two decades, however, the U.S. government and society again faced a decision relative to the future of the Caribbean, the isthmus, and transoceanic transit. A U.S. version of Columbus's dream was largely realized during the Spanish-Cuban-American War, its peace agreement, and related activity from 1895 to 1917. The U.S. government established an impressive U.S. presence in the Caribbean, the Pacific, and east Asia. In addition to the protectorate over Cuba (and a naval base at Guantanamo), the U.S. government acquired Puerto Rico and the Virgin Islands, a longterm lease on the Panama Canal zone, and it occupied Haiti, Santo Domingo, and Nicaragua for long periods, and parts of Mexico and Honduras briefly to implement „civilizing

History of American Foreign Relations. 4 vols.; N e w York: Cambridge University Press 1993, pp. 144-45. Charles S. Campbell: The Transformation of American Foreign Relations, 18651900. N e w York: Harper and R o w 1976, pp. 140-157.

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Thomas Schoonover missions". On the west side of the isthmus, it added Hawaii, Wake Island, Guam, the Philippines, part of Samoa, and extensive extraterritorial rights in China to its pre-1890s possessions of Alaska, Midway, and about 50 guano islands.6 Numerous events outline a story of continual U.S. activity in the Pacific basin that place the 1890s under a different light - the Caribbean as facilitator and protector of transit to Asia. The U.S. vision of expanding commerce, security and military interests, and an ill-defined civilizing mission were rooted in the European heritage and by no means limited to the New World. The British North American colonists had long kept a whaling fleet in the Pacific, and these operations continued after independence in 1783 as U.S. enterprises. In 1784, the first U.S. merchant vessel left for China and returned a year later; its 30% profit on capital insured that other merchants would follow. Just as the 1780s depression drove early U.S. trading interests to eye a China (Asian) market, so did the 1890s depression invoke strong interest in Asian trade. Between the Monroe Doctrine (1823) and the Roosevelt Corollary (1905), U.S. expansion and global interests altered the meaning of the Caribbean and the Pacific from a U.S. perspective. In the nineteenth century, the large and profitable whaling fleets built strong ties with southern Alaska, the west coast of the continent, and Hawaii. The Edmund Roberts' diplomatic mission had some success in Asia in 1830, U.S. diplomats concluded the Treaty of Wanghia (China) in 1844, and in the peace negotiations of the Mexican War, U.S. diplomats acquired the ports of San Francisco and San Diego and a part of a railroad route to the Pacific along the southern U.S. border. The rest was purchased in 1853. Neither the Panama Railroad, the first transcontinental transit in 1854, nor the joint Union-Central Pacific railroad line of 1869, was a suitable alternative to a canal for the bulk transfer of goods and people that those with grandiose world trade dreams held. U.S. diplomats failed to acquire the Tehuantepec railroad project, but they did obtain concessions relative to Panama and Central America - the Bidlack Treaty (1846), the Clayton-Bulwer Treaty (1850), and the Maritime Canal Company concession from Nicaragua as a response to the French canal project. The record of the Pacific Mail Steamship Line (PMSS) in the 1850s and 1860s is instructive of the link between the circum-Caribbean and the Pacific basin. As several steamship lines bound New York and the east coast ports to the Panama isthmus, the Pacific Mail first tied Panama City to the ports of California and

Robert Beisner: From the Old Diplomacy to the New, 1865-1900. 2d ed.; Arlington Heights, IL: Harlan Davidson 1986, pp. 96-119.

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the west coast of the New World, and then it ventured west across the Pacific. 7 In the mid- and late-nineteenth century, repeated efforts to annex Hawaii, the U.S. role in opening Japan and Korea, and the acquisitions of Alaska, Midway, and part of Samoa demonstrated continuing U.S. interest in east Asia and the Pacific. In fact, historian James W. Gould has described how U.S. consular officials, naval officers, and entrepreneurs also intervened, colonized, and used or threatened to use force frequently in southeast Asia during the nineteenth century. The Pacific basin and south Asia are geographically large areas with enormous populations and resources. Thus, they had a high risk/reward profile for those seeking material rewards. As much as Caribbeanists and Latin Americanists might cringe at the thought, both Columbus and the U.S. leadership considered Asia the goal of their ventures. The Caribbean was a necessary way station on the route to Asia.8 In the late nineteenth century, the U.S. economy went through three spikes of panic - 1873-1878, 1882-1885, and 1893-1898 - during a long world economic disturbance from 1873 to 1898. These crises played havoc on the lives of all Americans because orders for raw materials, food stuffs, demands for labor (even cheap Hispanic labor), markets for manufactured products or capital, all shriveled. Industrialists, investors, distributors, and workers suffered together, if not equally. Even the unemployed, the marginalized, and the outcasts suffered because the thin mesh of social aid that held them above water weakened and frayed in these unpredictable economic times. 9 U.S. intellectuals, economists, and some business people explored "overproduction" or "glut" explanations - the argument that surplus production forced factory closures, layoffs, and social suffering - for the Richard W. van Alstyne: The United States and East Asia. New York: W. W. Norton 1973, pp. 74-75; John Haskell Kemble: The Panama Route, 1848-1869. Berkeley: University of California Press 1943; F. N. Otis: History of the Panama Railroad; and of the Pacific Mail Steamship Company. New York: Harper 1867; K. Jack Bauer: A Maritime History of the United States: The Role of America's Seas and Waterways. Columbia: University of South Carolina Press 1988. James W. Gould: "American Imperialism in Southeast Asia before 1898", in: Journal of Southeast Asian Studies 3:2 (1972): pp. 306-314. William A. Williams (ed.): The Shaping of American Diplomacy. 2nd ed. 2 vols.; Chicago: Rand McNally 1970. I: pp. 282-335; Walter LaFeber: The New Empire: An Interpretation of American Expansion, 1860-1898. Ithaca, New York: Cornell University Press 1963; Hans-Ulrich Wehler: Der Aufstieg des amerikanischen Imperialismus. Göttingen: Vandenhoeck und Ruprecht 1974, pp. 24-73; Martin J. Sklar: "The N.A.M. and Foreign Markets on the Eve of the Spanish-American War ", in: Science and Society 23 (Spring 1960): pp. 133-62.

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Thomas Schoonover recurring economic crises. The U.S. government and a few political leaders moved towards social imperialism - reacting to domestic social problems through international activity. Exporting to stimulate domestic economic activity would ameliorate domestic social problems. Cheaper and quicker communications would increase exports. The U.S. government needed more trade, some investment opportunities, cheaper raw materials, security of communications, and even options for businessmen, laborers, and capital to seek shortterm engagement and profit. To obtain these, the United States and the western, industrializing states became increasingly competitive and imperialistic. The specific social imperialist response adopted at the turn of the century was an open door policy. Asia, Africa, and the middle east - those areas less closely integrated into the North Atlantic economic order - should remain open economically to all on equal terms.10 The isthmus was the facilitating means to reach Asia, but the French held that concession. True, the French hold on the Panama route weakened after 1890 when de Lesseps' Universal Interoceanic Canal Company went bankrupt. But French capitalists were not indifferent to the fate of the bankrupt canal company. Neither were German, British, or other European powers. The heavy losses for investors, however, poured cold water on schemes to revive European financing. U.S. leaders feared that continued alienation of the canal route might lead to problems. The Caribbean-Central American region was judged vital for security and to distribute surplus entrepreneurial energy, capital, and products. The competition in Central America was linked closely to the perceived value of the canal in achieving these goals." McCormick: China Market (note 4), pp. 21-52; LaFeber: The New Empire (note 9), pp. 176-96; Wehler: Der Aufstieg des amerikanischen Imperialismus (note 9), pp. 2473. William A. Williams: The Roots of the Modern American Empire: A Study of the Growth and Shaping of Social Consciousness in a Marketplace Society. New York: Vintage 1969, pp. 319-453; LaFeber: The New Empire (note 9), pp. 104-356; Wehler: Der Aufstieg des amerikanischen Imperialismus (note 9), pp. 74-276; Charles Ameringer: "Bunau-Varilla, Russia, and the Panama Canal", in: Journal of Inter-American Studies and World Affairs 12 (July 1970): pp. 328-38; Thomas Schoonover: "France in Central America, 1820s to 1920s: An Overview", in: Revue française d'histoire d'outre mer 79 (1992): pp. 161-97; McCormick: China Market (note 4), pp. 77-195; Thomas J. McCormick: America's Half Century. Baltimore: The Johns Hopkins University Press 1990, pp. 1-21; Lester D. Langley: America and the Americas: The United States in the Western Hemisphere. Athens: University of Georgia Press 1989, pp. 93-103; LaFeber: The American Age (note 3), pp. 181-217; Hans-Ulrich Wehler: "Der amerikanische Imperialismus vor 1914", in Wolfgang J. Mommsen (ed.): Der moderne Imperialismus. Stuttgart: W. Kohlhammer 1971, pp. 172-92; Lester D. Langley: Struggle for the American Mediterranean, 1776-1904.

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There was a long history of U.S. interest in transcontinental communications; there were factions supporting railroads and more than one alternative Tehuantepec, Nicaragua, and the Darien region come readily to mind - to the canal route between Colon and Panama City. Regardless of which route was promoted, the core idea was often just an isthmian canal under U.S. control. There are thousands of examples of enthusiasts hyping their special canal project. Since the French canal project was wounded, not dead in the 1890s, many of the U.S. groups supported the Maritime Canal Company in Nicaragua as the U.S. project. In March 1892, a California Nicaragua Canal Convention memorialized the U.S. congress that "the construction of the Nicaragua Canal is necessary to the successful defense of the Pacific Coast [...] and to the commercial success of the whole nation." The benefits from such a wise policy were astronomical: "New York will soon control the world's exchanges [...] new fields will be open to labor, and safer investments afforded to capital." In December, 1895, the St. Louis Merchants Exchange declared the national and international interests in the Nicaraguan canal project "so vast and varied that [...] [no] other power [...] [should] acquire a controlling interest.12 The voices calling for a canal were persistent and often pointed to Asia. In December 1897, six months before the U.S. warship Oregon fastened attention on the naval-military justification for a canal - it arrived too late from the Pacific to participate in the Cuban operation the Board of Trade observed: „The growing commerce of the United States with the west coast of South America, the islands of the Pacific and Asia, as well as with Alaska and our own Pacific States, [...] [and] the development of China with its four hundred million people would seem to demand that the United States should be prepared to share in the commercial development [...] Therefore [...] the National Board of Trade commends the construction of the Nicaraguan Canal by the United States Government."13

Athens: University of Georgia Press 1976, pp. 152-86; Thomas Schoonover: "Metropole Rivalry in Central America, 1820s to 1929: An Overview", in R. Lee Woodward, Jr. (ed.): Central America: Historical Perspective on the Contemporary Crisis. Westport, CT: Greenwood 1988, pp. 21-46. California State Nicaragua Canal Convention, memorial, 29 March 1892, David R. Francis papers, Missouri Historical Society; board resolution, 9 Dec. 1895, Merchants Exchange collection, Missouri Historical Society. Resolution of the National Board of Trade, Dec. 1897, Merchant Exchange collection.

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Thomas Schoonover The St. Louis Merchant Exchange heartily endorsed the National Board of Trade's resolution.14 Then in 1897, President William McKinley appointed Admiral John Walker to head a committee to recommend a site for a U.S. canal. In the nineteenth century, Mexico and the Central American societies reacted with considerable reserve to the idea of U.S. domination of the transit route and the circum-Caribbean region. A canal meant greater U.S. involvement on the isthmus to the chagrin of Mexico, Colombia, and the isthmian states. Mexican officials were especially disturbed, but their ambitions on the isthmus seemed contained. In fact, Mexican policy sought to placate U.S. officials overtly, while it hoped to subvert the U.S. drive for hegemony covertly. In early 1898, French agent Emile Jore judged that most Costa Ricans favored Cuban independence, but a larger number definitely opposed U.S. intervention in the dispute. Nicaraguans and Costa Ricans feared that a U.S. assumption of the defensive responsibility of the canal route would threaten their independence.15 In 1898 the U.S. government underscored its willingness to use force to define and extend its control in the Caribbean. Thomas McCormick in The China Market cogently rejected the oft cited "explanations" for U.S. intervention in Cuba. He argued: "America's insular acquisitions of 1898 were not products of 'large policy' imperialism. Hawaii, Wake, Guam, and the Philippines were not taken principally for their own economic worth, or for their fulfillment of Manifest Destiny, or for their venting of the 'psychic crisis.' They were obtained, instead, largely in an eclectic effort to construct a system of coaling, cable, and naval stations for an integrated trade route which could help realize America's overriding ambition in the Pacific - the penetration and ultimate domination of the fabled China market."16 The U.S. government went to war with Spain to secure the Caribbean basin and the William Merry to Lewis Haupt, 17 Aug. 1898, Lewis Haupt papers, box 2, Library of Congress (LC). Jürgen Buchenau: "A Challenge to the 'Big Stick'." Ph.D. dissertation, University of North Carolina, Chapel Hill 1994, pp. 109-13; N. Ray Gilmore: "Mexico and the Spanish-American War", in: Hispanic American Historical Review, 43:3 (1963): pp. 511-25; Thomas D. Schoonover: The United States in Central America, 1860-1911: Episodes of Social Imperialism and Imperial Rivalry in the World System. Durham: Duke University Press 1991, pp. 97-110, pp. 130-48; Lloyd Gardner: "A Progressive Foreign Policy, 1900-1921", in William A. Williams (ed.): From Colony to Empire: Essays in the History of American Foreign Relations. New York: John Wiley 1972, pp. 216-18; de Grandprey to Min. Guerre, April 1, 1896, F 30 3 9 3 2 : Nie., Amef. (= Archive du ministère de l'économie et des finances, Paris). McCormick: China Market (note 4), p. 107.

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isthmian routes to the Pacific basin (which encompassed close to half the world's population), and to expel a feeble European power whose uncontrolled colony, Cuba, might become prey to a rival European metropole. After all, each ambitious North Atlantic state and Japan envisioned a chain of coaling, cable, and naval stations, and a canal to advance its world competitive position. The conduct of the Spanish-Cuban-American War revealed the objectives of U.S. leadership. Senator William P. Frye of Maine, later appointed one of five peace commissioners, knew the goal was securing the canal access and an entrepot harbor in east Asia - what some contemporaries called an "American Hong Kong": "The fear I have about this war is that peace will be declared before we can get full occupation of the Philippines and Porto Rico [sic]."17 The Pacific theatre was key. The United States acquired what it needed there before it even sent troops to Cuba and Puerto Rico. War was declared on 20 April 1898, the first battle occurred in Manila on 30 April, then Guam and Wake Island were taken, and only after 20 June did the U.S. Army land in Cuba. The island was conquered within 4 weeks and Puerto Rico fell about a week later. Frye's fear was groundless; the administration knew its goals. A contemporary newspaper, not gender sensitive, asked: 'Why is Uncle Sam like a lady throwing a stone? Because it aimed at Cuba and hit the Philippines.' 18 A miss of about 8,500 miles. Once the fighting was over, McKinley appointed Whitelaw Reid, expansionist and editor-owner of the New York Tribune, to head a team of negotiators to make peace on the right terms. Naturally, here also the Pacific basin was the key. In his diary, Reid explained one objective of his mission: "If to [Hawaii] we now added the Philippines, it would be possible for American energy to build up such a commercial marine on the Pacific coast as should ultimately convert the Pacific Ocean into an American lake, making it far more our own than the Atlantic is now Great Britain's. Such a possession therefore would tend to stimulate shipbuilding industry and commerce, and could not but add immensely to the national prosperity." 19 The U.S. naval survey of the Pacific made in the 1830s and 1840s had described three great island harbors in the Pacific outside of Japan - Pago Pago, Manila, and Pearl Harbor. Pago Pago was in U.S. hands from a pre-

H. Wayne Morgan: America's Road to Empire: The War with Spain and Overseas Expansion. New York: John Wiley 1968, p. 74. Morgan: America's Road to Empire (note 17), 74. Whitelaw Reid: Making Peace with Spain: The Diary of Whitelaw Reid (SeptemberDecember 1898), ed. H. Wayne Morgan. Austin: University of Texas Press 1965, p. 29.

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Thomas Schoonover Spanish-Cuban-American War agreement with Great Britain and Germany. Hawaii was annexed. And Reid negotiated to place the last in U.S. hands. This was not a normal draw of the lottery, but a fixed game. The desire for U.S. commercial expansion was not just the domain of imperialists. Senator George Hoar of Massachusetts was a determined antiimperialist, but he also saw the need for the U.S. political economy to share in the wealth of Asia. In early 1898, Hoar had urged McKinley to choose peaceful means rather than war to settle the Cuban situation. After opposing the annexation of Hawaii in the late 1890s, he relented because Hawaii was essential "in order to help us get our share of China." One of the quirks of human nature is innocent honesty. If the U.S. anti-imperialists of the 1890s had kept the United States from acquiring any possessions except for those which one or more of the chief anti-imperialist spokesmen saw as necessary for a prosperous and secure United States, the U.S. empire would have looked almost exactly as it did when the "expansionists" ruled from the White House and Capitol Hill.20 The Pacific was not the only area of U.S. expansion. The aggressive U.S. role in Cuba and Panama disturbed many leaders in Latin America. The leaders of Porfirian Mexico assumed that isthmian disorder would jeopardize their nation's development. Historian Jürgen Buchenau in his recent book, In the Shadow of the Giant, described the Mexican reaction to the events of 1898: the reaction "can best be characterized as Mexico's 'Cuba Shock': a sudden awareness of the danger of U.S. intervention in Latin America." He explains: "The [Porfirio] Díaz regime feared that the U.S. meddling in Cuba, which culminated in the 1898 war with Spain, might lead to subsequent imperialist actions in Mexico and Central America. Therefore, Diaz attempted to mediate between Spain and the United States. When this effort failed [...] Diaz realized that diplomatic skill alone would not prevent U.S. unilateral action in the Caribbean."21 Many Mexican leaders considered U.S. action in Spanish Cuba disturbing, but U.S. subversion of Colombian sovereignty in 1903 to make a client state in Panama was a dangerous precedent. Unwilling to expose itself needlessly to U.S. scorn, Mexico tried quietly to persuade other Latin American Robert L. Beisner: Twelve Against Empire: The Anti-Imperialists, 1898-1900. New York: McGraw-Hill 1968, pp. 146-48; one or more of the twelve anti-imperialists which Beisner selected wanted every major acquisition of the U.S. government between 1898 and 1916. Jiirgen Buchenau: In the Shadow of the Giant: The Making of Mexico's Central America Policy, 1876-1930. Tuscaloosa: University of Alabama Press 1996, pp. 4344.

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governments to withhold recognition of the new Panamanian state. President Diaz and Foreign Minister Ignacio Mariscal considered the U.S. government which had covertly aided a revolutionary movement against a friendly government solely and selfishly to obtain a favorable canal treaty, a threat to the independence of every Latin American state.22 Nicaraguan President José Santos Zelaya understood that the U.S. canal project at Panama meant economic hardship for Nicaragua. A U.S.-sponsored interoceanic canal in Nicaragua would have brought great material improvement for Nicaraguans and the Nicaraguan economy. The decision to build at Panama was a devastating blow. Zelaya refused to accept the U.S. determination of Nicaragua's future. He sent a prominent Nicaraguan to Europe and Japan to solicit aid for a joint canal venture. U.S. officials considered his negotiations with European and Japanese interests to construct an interoceanic canal in Nicaragua near criminal. One complained that "since the final selection of the Panama Canal route by our Government, [Zelaya] has [...] schemed to thwart the great enterprise by covertly exploiting the rejected Nicaraguan site." Colombia was also displeased. The U.S. and Panamanian governments were concerned that Zelaya might make a canal concession to one or more foreign nations, or Colombia might persuade Europeans to undertake a canal at the Atrato River.23 From Mexico to Colombia, the isthmus housed many governments discontented with a sole U.S. canal at Panama. The gap between United States and Mexico about the future of the isthmus widened. The U.S. and Mexican governments used surrogates to pursue their objectives and to undermine each other's policies on the isthmus. U.S. officials expected Guatemalan President Manuel Estrada Cabrera to remove the obstreperous Zelaya from office. The U.S. government viewed Zelaya's scheming as a threat to its economic goals and Caribbean security. Mexican officials supported Zelaya in order to block Estrada Cabrera's efforts to dominate Central America. Mexican leaders believed that a Guatemalan and Camille Blondel to Théophile Delcassé, Feb. 10, 1904, CP 1918, Panama, pol. étrangère, I, N. S. 3, AMAE (Archive du ministère des affaires étrangères, Paris); Buchenau: "A Challenge to the 'Big Stick'" (note 15), pp. 109-16; Gabriela Pulido Llano: "La actuación diplomática de México en el movimiento independentista cubano, 1895-1898", work in progress at the Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, Mexico City. José de Olivares to Asst. Sec. St., 6 April 1909, RG 84, AmLeg. Nie., vol.-Desp. 1908-9, National Archives (NA), Washington D.C.; Ponsignon to Ministère des affaires étrangères AE, 28 May 1909, CP 1918, Pan., Canal de Panama V, N. S. 13, AMAE; Schoonover: "An Isthmian Canal and the U.S. Overthrow of Nicaraguan President Zelaya", in: The United States and Central America (note 15), pp. 130-148.

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Thomas Schoonover U.S. combination threatened Mexico's northern and southern borders simultaneously.24 Although Mexico's geography, population, and economy required special attention, the U.S. government normally limited the sovereignty of all states with regard to sites for naval stations near the entrances to the canal. It prevented Danish plans to transfer the Virgin Islands to Germany on several occasions. It stymied German efforts to obtain control of the Galápagos Islands from Ecuador. When Secretary of State Elihu Root learned that Costa Rica contemplated the sale of the Cocos Islands, he repeated U.S. unwillingness to purchase them, yet cautioned that the U.S. government would view "occupation of the Cocos Islands by any European power [...] [as] a menace to the United States." Costa Rican officials also feared that their ability to resolve Costa Rica's persisting border dispute with Panama would suffer from the U.S.-Panamanian relationship. El Salvador, largely ignored by U.S. diplomats until the late nineteenth century, received more attention after the Spanish-Cuban-American War. The 1897 and 1901 Walker Canal Commissions and the open door in Asia enhanced El Salvador's strategic and commercial value, especially its superb Fonseca Bay harbor facilities.25 The sovereignty of the Caribbean or isthmian states eroded slowly before 1898 and more noticeably after 1903. Early in the twentieth century, the U.S. government's unwavering opposition to potential metropole competitors acquiring strategic locations killed a Japanese-Mexican project for development near the port of La Paz in Baja California. This U.S. restriction of territorial sovereignty became known as the [Henry Cabot] Lodge corollary to the Monroe Doctrine. The [Theodore] Roosevelt corollary underscored U.S. determination to restrict the financial independence of Latin American states. In Latin America, the U.S. government and entrepreneurs did not expect an open door or 'a fair field and no favor,' but rather the favored field they presumed was theirs under the Monroe Doctrine. U.S. leaders were shocked when Zelaya or others in the circum-Caribbean looked elsewhere to counterbalance U.S. influence or for alternatives to U.S. development schemes. The U.S. government particularly

Juan Barrios to Luis Toledo Herrarte, June 5, 11, Aug. 5, 1907; Joaquin Méndez to Toledo Herrarte, July 16, 1907, B99-6-3/4458/93414, Ministro de Relaciones Exteriores (MRE), Archivo General de Centro América (AGCA), Guatemala City (note 15); Buchenau: "A Challenge to the 'Big Stick" (note 15), pp. 154-206; Schoonover: The United States in Central America (note 15), pp. 130-48, pp. 152-53. Elihu Root to James G. Bailey, 14 May 1906, Robert Bacon to Bailey, 13 June 1906, Diplomatic Instructions (DI), CA: 22 (M 77/r 34), NA; Schoonover: The United States in Central America (note 15), p. 149.

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distrusted German and Japanese objectives in Middle America. 26 The French and British were not commonly viewed as determined opponents of U.S. policies.27 The U.S. government bolstered its positions after the Spanish-CubanAmerican War. It resurrected panamericanism in an effort to establish yet another tool for managing its dominance of the circum-Caribbean. It asked Mexico to call the first Pan-American conference in a dozen years for late 1901, just as it was determining a wide variety of matters relative to Latin America. Fallout from the Spanish-American War included more canal frenzy, new markets and investment links with Latin America, the open-door notes in China, rapidly increasing expansion of U.S. and other industrial nations' activity in Asia, and heightened expectations of benefits from "social imperialism." The new external markets, investment opportunities, and plentiful raw material sources in the New World and Asia ameliorated the internal crisis in the United States for a few years of the early twentieth century. The U.S. role in Panama's successful "revolution" in 1903 and the consequent canal treaty diverted attention from U.S. domestic problems, made many critics feel proud, supplied jobs, and created a market for several key sectors of the economy - construction, technology, and heavy industry. The new image of U.S. relations with Latin America incorporated communications lines, tariff arrangements, and an increasing number of investors and bankers. A canal would facilitate access to the west coast of

Gardner: "A Progressive Foreign Policy" (note 15), pp. 216-18; Robert Wiebe: The Search for Order, 1877-1920. N e w York: Wang and Hill 1967, chap. 9; Walter Scholes / Marie V. Scholes: The Foreign Policy of the Taft Administration. Columbia: University of Missouri Press 1970, pp. 45-67; Charles L. Stansifer: "José Santos Zelaya: A N e w Look at Nicaragua's 'Liberal' Dictator", in: Revista/Review Interamericana 7 (Fall 1977): pp. 468-85; Schoonover: "An Isthmian Canal and the U.S. Overthrow of Nicaraguan President José Santos Zelaya", in Schoonover: The United States in Central America (note 15), pp. 130-148; Lejeune Cummins: "The Origin and Development of Elihu Root's Latin American Diplomacy". Ph.D. diss., University of California, Berkeley 1964; Philip M. Brown: "American Intervention in Central America", in: Journal of Race Development 4 (1913-1914):409-26; Buchenau: "A Challenge to the 'Big Stick'" (note 15), pp. 115-43. Emile Joré to MAE, 24 April 1898, CP 1918, CR, Pol. exterieur, N. S. 2, AMAE, also in CCC, San José de CR, vol. 2; Marcelleis Pellet to Delcasse, 7 Jan. 1899, CP 1918, Amér. cent. I, N. S. 1, AMAE.

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Thomas Schoonover Latin America, the Pacific, and Asia, and it would integrate the two U.S. coastal areas and the Mississippi Valley more closely.28 Implementing actions to bind the North Atlantic area to the Pacific basin involved a variety of activities. The canal - facilitated and made securer as a consequence of the Spanish-Cuban-American War - was the engine of this vision. An isthmian canal lent greater significance to the Caribbean area. The U.S. government created a Caribbean Division within the North Atlantic Station on October 4, 1902, soon after it decided to acquire the Panama canal rights. The Caribbean Division was charged with fulfilling U.S. treaty obligations in the Caribbean area, and it was expected to "protect" and to "advance" U.S. interests. This subtle shift in U.S. overseas policy objectives to promote (aggressive) as well as to protect (passive) - was adopted in the State Department several decades earlier.29 Thus, the Navy was also enlisted in pursuit of this policy objective. The need to promote U.S. interests drove many of the arguments for going to war over Cuba and for acquiring the insular possessions in the Caribbean and Pacific basins. What the president, the cabinet, and congress had begun earlier, the navy would continue during the 1890s and early twentieth century in the Caribbean and Pacific basins. Columbus and the U.S. government invested considerable time and energy in the Caribbean, yet both eyeballed Asia. However, the British, German, Dutch, French, and Japanese also recognized that the Caribbean and the isthmus were merely vital mid-points between the wealth, consumption needs, technology, and productive energy of the north Atlantic states and the teeming masses of Asia. While western activity in Asia created trade, investment, raw materials, cultural exchange, and Christian missionary activity, the balance sheet goes further. Many of these Asian societies responded with suspicion, distrust, anger, and hatred. The Boxer Rebellion, 1899-1902, and the bloody, cruel, and deadly Philippine War against U.S. occupation of the islands, 1899-1903, also McCormick: The China Market (note 4), pp. 17-52: LaFeber: The American Age (note 3), pp. 218-30; Woodward: Central America (note 11), pp. 187-91; Hans-Ulrich Wehler: Grundzüge der amerikanischen Außenpolitik. 1:1750-1900. Frankfurt: Suhrkamp 1984, pp. 216-19; and an angry condemnation of U.S. intervention, Guillermo Toriello Garrido: Tras la cortina de bananos. México 1976. William H. Moody to Commander, Caribbean Division, 4 Oct. 1902, RG 45, VP, box 1, VP file: Miscellaneous data, N A ; Wilfrid Hardy Callcott: The Caribbean Policy of the United States, 1890-1920. Baltimore: Johns Hopkins University Press 1942; Richard D. Challener: Admirals, Generals, and American Foreign Policy, 1898-1914. Princeton, NJ: Princeton University Press 1973; Dick Steward: Money, Marines and Mission: Recent U.S.-Latin American Policy. Lanham, MD: University Press of America 1980.

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represented Asian nationalist responses to encroaching foreign powers which were altering the culture, undermining local authority, and challenging the sovereignty of the Asian societies. The Chinese civil war of 1911 which adopted a more anti-foreign, anti-imperial character after 1919, was also, in part, a consequence of the Spanish-Cuban-American War and the Panama Canal which facilitated a more frequent and more penetrating U.S. and world interference in Asian societies. Mao Tse-tung and Ho Chi-Minh did not create the tensions in Asia. The revolutions they headed merely expressed a common Asian reaction in a determined form to four centuries of gradual western intrusion followed by several decades of rapid march toward the fulfillment of Christopher Columbus's (and Uncle Sam's) vision of penetration and extraction of value and their self-proclaimed missions to alter the religion and culture of the Asian societies.

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RAGNHILD FIEBIG-VON HASE

The German Challenge to American Hegemony in the Caribbean: The Venezuela Crisis of 1902/03 In 1898, the American declaration of war to Spain and the easy victory of the United States shocked contemporary observers all over the world. The power of the 'Old World' seemed definitely to crumble, and the 'New World' was taking over. The year 1898 is considered by many historians as a watershed in American foreign policy. The successful war, the American occupation of Cuba, and the colonial acquisition of Puerto Rico and the Philippines became symbols for the American ascendancy to world power.1 A closer analysis of American domestic circumstances and the global context reveals that the story was more complex. There were also strong elements of continuity, and the war of 1898 can only be considered as one of the more dramatic events on the American path to world power. There was the slow but continuous process of American economic expansion. Since it was mainly caused by endogenous factors, i.e., by the development of the American economy, economic expansion was neither much disturbed nor much boosted by the short war against Spain, although the acquisition of the Philippines forced American foreign policy into new channels and helped American businessmen to expand their activities in Asia.2 With regard to American national security, the take-over of the Spanish insular possessions was a tremendous gain: With Guantanamo on Cuba as a naval station, and the Puerto

For a short but convincing historiographical essay on American imperialism and the nation's rise to world power from the American perspective see: Emest R. May: American Imperialism. A Speculative Essay. 4 th ed., Chicago 1991, pp. V-XXXII. Especially the so-called Wisconsin school stresses the element of continuity. The most renown contributions are: Walter LaFeber: The New Empire: An Interpretation of American Expansion, 1860-1898. Ithaca, NY. 1963; David Healy: U.S. Expansionism: The Imperialist Urge in the 1890s Madison. WI 1970; Hans-Ulrich Wehler: Der Aufstieg des amerikanischen Imperialismus. Göttingen 1974; David M. Pletcher: 1861-1898: Economic Growth and Diplomatie Adjustment. In: William H. Becker and Samuel F. Wells, Jr. (eds.): Economics and World Power. An Assessment of American Diplomacy Since 1789. New York 1984, pp. 119-171; for a summary of more recent research: Richard H. Collin: Symbiosis versus Hegemony: New Directions in the Foreign Relations Historiography of Theodore Roosevelt and William Howard Taft. In: Diplomatic History XIX, 1995, pp. 473-497.

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Ragnhild Fiebig-von Hase Rican island of Culebra as an advance base, the U.S. Navy finally turned the Caribbean Sea into a mare Americanum,3 American hegemonic aspirations in the Western Hemisphere did not remain unchallenged by the European powers before and even after 1898. Great Britain and Germany, both heavily involved in Latin American trade and investment, were two much more energetic and potent competitors than Spain. The main scene of the American contest with these two foremost challengers was Venezuela: British opposition to the American claim for predominance in the Western Hemisphere ended already during the first Venezuelan crisis in 1895/6.4 Germany had to give up its dreams of "Weltpolitik" in Latin America during the second Venezuela crisis of 1902/3. It was during the years between those two crises that the United States finally succeeded in strengthening its power position in the Caribbean against all European challengers in such a way that American hegemony was secured. The war of 1898 was in many respects the most spectacular event during this period of change in trans-Atlantic power relations, but the really important power contests were decided in Venezuela. While historians agree on the outstanding importance of the so-called first Venezuela crisis of 1895/6 for the AngloAmerican relationship, the meaning of the second crisis of 1902/3 is still subject to major debates. The following analysis offers new evidence and arguments to demonstrate the seriousness of the crisis as a major international conflict. The intervention in Venezuela during the winter of 1902/3 created a war scare in the United States. Once again, Americans saw the Monroe doctrine endangered by European powers, and specifically Germany. But the crisis of 1902/3 differed from the preceding one of 1895/6 and the war of 1898, because in these two cases only one European antagonist was involved, while in 1902/3, three European powers - Germany, Great Britain, and Italy - united and intervened militarily. This made the crisis appear much more dangerous from the American perspective. The blockade of the Venezuelan coast by the three European allies was the last really serious challenge to American hegemony in the Western Hemisphere before World War I. After the crisis, the development of the Anglo-German antagonism and the growing tensions on the European continent drastically changed the conditions for European trans-Atlantic activities.5

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Richard D. Challener: Admirals, Generals, and American Foreign Policy, 1898-1914. Princeton, NJ. 1973, pp. 81-110. LaFeber: New Empire, pp. 242-283; Wehler. Aufstieg, pp. 157-190. The best older analyses of the crisis are: Howard K. Beale: Theodore Roosevelt and the Rise of America to World Power. Baltimore, MD. 1956, pp. 395-432; Alfred

The German Challenge I During the crisis three different conflicts overlapped: first, the sharp disagreement between the participating European powers and Venezuela over local affairs; second, the conflict potential inherent in the European - Latin American relationship generally; and third, the problems resulting from the latter with regard to European-American relations. (1) The crisis itself resulted from tensions that had accumulated in the relations between the Venezuelan government and the three European states. Since 1888, when Venezuela's strong man Antonio Guzman Blanco was forced to leave the country, Venezuela had been weakened by continuous civil war and economic crisis. Constantly close to financial bankruptcy, the government refused to serve its foreign debts and to pay indemnities to foreigners who had endured losses during the internal wars of the 1890's. German interests suffered considerably, because German commercial houses had gained a dominating position in the Venezuelan economy.6 In addition, encouraged by Otto von Bismarck, the Disconto-Gesellschaft had financed the construction of the Große Venezuela-Eisenbahn from Caracas to Valencia. The bank, which ranked among the three leading banks of Germany, had invested no less than one third of its working capital in this undertaking. A guaranteed interest of seven percent on the invested capital had made the undertaking look attractive. But, with internal stability threatened, the Venezuelan government served its debts only irregularly, if at all. Despite this the bank even enlarged its engagement in 1896 by converting Venezuela's accumulated foreign debt into a new loan that covered also the guaranteed interest Vagts: Deutschland und die Vereinigten Staaten in der Weltpolitik. New York 1935, pp. 1525-1633; from the many newer contributions: Frederick W. Marks III: Velvet on Iron. The Diplomacy of Theodore Roosevelt. Lincoln, NE. 1979, pp. 38-54; Ragnhild Fiebig-von Hase: Lateinamerika als Konfliktherd der deutschamerikanischen Beziehungen, 1889-1903. Göttingen 1986, p. 846-1083 (= Schriftenreihe der Historischen Kommission bei der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, vol. 27); Holger H. Herwig: Germany's Vision of Empire in Venezuela, 1871-1914. Princeton, NJ. 1986; Richard H. Collin: Theodore Roosevelt's Caribbean. The Panama Canal, the Monroe Doctrine, and the Latin American Context. Baton Rouge and London 1990, pp. 75-123; Nancy Mitchell: The Danger of Dreams: Weltpolitik versus Protective Imperialism. Ph.D. diss. John Hopkins University, Washington, D.C. 1992, pp. 144-248; Nancy Mitchell: The Height of the German Challenge: The Venezuela Blockade, 1902-3. In: Diplomatic History XX, 1996, pp. 185-209. Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 68-88; Rolf Walter: Los Alemanes en Venezuela y sus descendientes. Vol.2: 1870-1914. Caracas 1991; Herwig: Germany's Vision, pp. 17-46.

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payments for the railroad. When, after 1896, the Venezuelan economic and political situation deteriorated even further, the bank's hopes to collect interest payments on the new loan waned. Since the Disconto-Gesellschaft had thus blocked a considerable amount of its capital in an unprofitable enterprise, it faced serious financial difficulties in 1900. The German government felt quite concerned, since a bankruptcy of the Disconto-Gesellschaft could easily lead to a major bank crash and seriously impair the development of the whole German economy. 7 But not only in Germany the government was pressed by the business community asking for help against Venezuela. This was also happening in England and Italy. In London the Council of Foreign Bondholders lobbied in the name of English capitalists, and the Atlas Trust informed the Foreign Office of its indemnification demands for various damages to its Venezuelan railroads. 8 Several Italian companies put their claims against Venezuela before their government. 9 When Cipriano Castro came to power in 1899, the diplomatic representatives of the three European governments pressed him unofficially to pay the outstanding sums. Since it was necessary to conform to the proprieties of international relations, there could be no official diplomatic intervention as long as Castro did not deny justice to their citizens. In addition, international law provided no legal base for diplomatic intervention with regard to contractual claims like that of the Disconto-Gesellschaft. But, in January 1901, Castro issued a decree declaring that his government considered all claims of for-

The Disconto-Gesellschaft paid 62 mill. German Marks ($ 15,5 mill.) for building the Große-Venezuela-Eisenbahn from Caracas to Valencia. The seven percent interest guaranteed by the state in 1888 made the investment look attractive. In 1896 the interest guarantee and the not yet paid interest were converted into bonds of the new foreign debt over 4 0 mill. Marks ($ 10 mill.). British and French creditors got bonds of the new debt amounting to 10,2 mill. Marks. The rest of the bonds remained with the Disconto-Gesellschaft. Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 120-127. Herwig denies that economic motives were important for the German decision to intervene, and explains: '"Die Große Politik' rather than sales and profits constituted the prime motivating force. In the end, the Foreign Office was not a branch of Disconto." Herwig: Germany's Vision, p. 240. Such reasoning is polemic, but not convincing. After all, nobody claims that profit maximization for the bank was the motive of the German government. Council of Foreign Bondholders (CFB) to Under Secretary of State for Foreign Affairs, Sir Francis H. Villiers, 3.1.1902, Atlas Trust to Secretary of State for Foreign Affairs, Lord Lansdowne, 28.1.1902, and P. A. Somes Cocks, Assistant Head of the American Department at the Foreign Office, to Atlas Trust, 13.2.1902, Public Record Office, Kew [PRO], Foreign Office [FO] 80/443. For the Italian contribution: Maurizio Vernassa: Emigrazione, diplomazia e cannoniero l'inteventi Italiano in Venezuela, 1902-1903. Leghorn 1980.

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eigners as a purely domestic matter and that only Venezuelan tribunals would evaluate their validity. This decree denied the right to diplomatic intervention to the European powers with regard to such claims. The powers protested promptly against what they considered a violation of international law. Now, they had a case against Venezuela, and could legally justify their intervention on behalf of their citizens' claims. But this was only a pretext. There can be no doubt that in the German case the financial demands of the DiscontoGesellschaft were the main motive for action. In accordance with international law, the English government ranked reparations for Venezuelan aggression against British merchant ships as first class claims. It refused to intervene officially for the interests of the British bondholders and the Atlas Trust. At the same time, the Foreign Office realized that German compensation demands for the Disconto loan of 1896 would also cover the claims of the British bondholders. In addition, the Disconto-Gesellschaft and the British claimants had already agreed in the summer of 1902 to cooperate concerning Venezuela's debts. 10 Since Castro's behavior challenged the prestige of the European 'Great Powers', not only financial questions were involved. Inactivity would undermine the faith among the population and the business community in the government's ability to protect its citizens in overseas, and could encourage other Latin American governments to imitate the Venezuelan example. Such a development would expose the government to severe criticism at home and destroy the existing net of rules that enabled the functioning of the world economy. Considerations of this kind finally convinced the German and British governments that intervention was imperative. The Chancellor of the German Reich, Count Bernhard von Biilow, argued that "internal and external reasons" made intervention necessary, and therefore he asked the German Kaiser to support intervention in Venezuela. He maintained: "A decisive action Foreign Office memorandum for the German Ambassador, 22.10.1902, in: Lansdowne to the British Ambassador in Berlin Sir Frank Lascelles, 22.10.1902, and Lansdowne to the First Secretary of the British Embassy at Berlin G. W. Buchanan, 11.11.1902, British Documents on the Origins of the War [BD], G. P. Gooch and H. Temperley (eds.), vol. 2, London 1927, pp. 154-157; Lansdowne to Buchanan, 17.11.1902, PRO, FO 80/445, with the information that the CFB and the DiscontoGesellschaft had agreed on a plan, and that the Royal Government was "desirous of giving assistance, and believe that the most effective way of doing so will be to support the representations which the German Government intends to make, and join in urging the Venezuelan Government to accept the proposed arrangement." This statement modifies D.C.M. Piatt's hypothesis that the British government never supported contractual claims diplomatically, and that this was also true in the Venezuelan case. D. C. M. Piatt: The Allied Coercion of Venezuela, 1902-3 - A Reassessment. In: Inter-American Economic Affairs XV, 1962, p. 3-28.

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Ragnhild Fiebig-von Hase against Venezuela seems desirable also with regard to our prestige in Central and South America and the large German interests there which need protection." After several Venezuelan encroachments on British ships sailing from Trinidad, the British Foreign Minister Lord Lansdowne was convinced that Castro went too far and that the time was ripe for "strong measures". Not the amount of the British losses bothered the Foreign Office, but it maintained that "the principle at stake is of the first importance". Prime Minister Arthur Balfour defended the intervention before the House of Parliament in December 1902 by arguing that, as a world power, Great Britain could not neglect its prestige. He declared that "Venezuela has insulted our nationality [and behaved] as no nation in the world treats us."12 In Italy, parliamentary groups also put pressure on their government in demanding energetic action against Venezuela.13 An impressive catalogue of possible coercive measures against Venezuela was already discussed in Berlin towards the end of 1901. But the deliberations were difficult, since the Kaiser had refused to declare war to a minor power like Venezuela already before. In addition, the consent of the Bundesrat, representing the governments of the German states, was necessary for a declaration of war. Billow and the Foreign Office wanted to avoid such a procedure, and planned to proceed with a so-called 'peaceful blockade'. Despite warnings from German naval authorities they took for granted that such a coercive measure would tie up Venezuela's foreign commerce just as efficiently as the legally definite blockade jure gentium. The German admiralty feared international complications and, therefore, demanded the declaration of a war blockade. The Admiralstab also pressed for a decision concerning further coercive actions such as the occupation of Venezuelan harbors and customs houses, and even the march into Caracas, in case the blockade would not coerce Castro into compliance with the German demands. But suddenly

Bülow to Wilhelm II., 3.11. and 1.9.1902, Die Große Politik der Europäischen Kabinette, Johannes Lepsius, Albrecht Mendelssohn-Bartholdy and Friedrich Timme (eds.), vol. 17, 3rd ed., Berlin 1926, pp. 248 and 245; compare also Bülow's speech in the German Reichstag on 19.3.1903: Stenographische Berichte über die Verhandlungen des Deutschen Reichstags, Tenth Legislative Period, 2nd Sess., p. 8719. Remarks of Villiers to Lansdowne, 30.6.1902, PRO, FO 80/443; Foreign Office memorandum on the British claims, in: Henry White, American Ambassador to Great Britain, to Secretary of State John Hay, 24.12.1902, NA, DS, RG 59, Diplomatic Despatches [DD] Great Britain; Parliamentary Debates, 27th Parliament, 3rd Sess., vol.116, pp. 1273-1274; Collin: Roosevelt's Caribbean, p. 88; Mitchell: Danger of Dreams, pp. 157-159. Sir R. Rodd, British Ambassador in Rome, to Lansdowne, telegrams, 3. and 5.12.1902, Confidential Print, PRO, FO 80/447.

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The German Challenge in January 1902, all military preparations were stopped, because Wilhelm II. had decided to postpone intervention. Growing tensions in the GermanEnglish relationship motivated the Kaiser to cultivate German-American relations and send his brother Prince Heinrich to the United States in March 1902. The monarch realized that warlike actions along the Venezuelan coast could hardly enhance friendly feelings toward Germany among Americans. 14 German preparations for intervention got close attention in England. The British creditors feared that a German military intervention would impede Castro from complying with their reclamation demands and, therefore, alarmed the Foreign Office. If German claims would be paid, Venezuelan coffers would be empty. The British government feared public criticism, if it stayed idle while Germany was intervening, and therefore sounded the German government about its plans in Venezuela. British interest in cooperation with Germany intensified during the summer of 1902. Arthur Balfour, the new Premier Minister, regretted the growing Anglo-German estrangement, and the prospect of common action with Germany in Venezuela was very agreeable to him. When the German government reactivated its intervention plans in July 1902 and proposed cooperation to England, the Foreign Office reacted positively. During the visit of Kaiser Wilhelm II. to Sandringham in November both powers agreed on an intervention in Venezuela. 15 But the alliance of the two powers never developed into more than an unstable ad hoc agreement to cooperate in this particular case. The climate between the two nations had already so much deteriorated that mutual distrust could not be overcome. Only the explicit commitment of the alliance partners to stand together until Castro fulfilled the demands of both governments gave the alliance a certain stability.16

Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 120-136 and 850-880; Herwig: Germany's Vision, pp. 17-46. Mühlberg to Metternich, 17.7.1902; Metternich to Biilow, 24.7. and 17.8.1902, AAPA, R 17061; Wilhelm H. to Bülow, telegram, 12.11.1902, and Biilow to Wilhelm II., telegram, 13.11.1902, GP, vol. 17, pp. 115-118; Warren Kneer: Great Britain and the Caribbean, 1901-1913: A Study in Anglo-American Relations. Ph.D. diss. Michigan State University 1966, pp. 78-79; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 875-879 and 991-999. This agreement was proposed by the German side. Biilow to Wilhelm n., 5.11.1902, Metternich to AA, telegram, 11.11.1902, Bülow to Metternich, 12.11.1902, all in: GP, vol. 17, pp. 249-253; Lansdowne to Lascelles, 11.11. and 29.11.1902, BD, vol. 2, pp. 157 and 159.

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Ragnhild Fiebig-von Hase (2) Prestige questions were important for the European governments, but they did not lack purpose and certainly were not "irrational".17 A clear concept guided the intervention policy of the three European powers. European mercantile and financial interests in Latin America were substantial, and they had endured losses not only in Venezuela, but also in other Latin American countries. Almost all Latin American states suffered during the years 18901906 under a heavy financial crisis that undermined the already weak socioeconomic structures. Insurrections and civil wars were all too familiar experiences for their populations. European economic interests could hardly remain unaffected. This created at least a partial identity of interests among the European creditor states, and the concerted action of the three powers against Venezuela had its own logic. It was the attempt to enforce the codex of international behavior, which served as the ideological bracket for sustaining the existing order of the world economy. This was important for the protection of financial and commercial interests all over the world. The British and German governments agreed in their firm intention to protect their citizens in overseas and to establish a precedent in Venezuela. Military threat was meant to enforce prompt payment of damage claims and debt interests and to secure law and order in Latin American countries at least for Germans and Englishmen. Under-Secretary of State Viscount Cranborne from the British Foreign Office explained in the House of Parliament on De-

Herwig accentuates the prestige factor, but characterizes it as an emotional and "irrational" force and ignores the functional value of prestige in international relations. Herwig: Germany's Vision, pp. 108-109, and especially 242-243; compare also: Mitchell: Danger of Dreams, pp. 147-149. Mitchell maintains that Biilow had no vision of German foreign policy and believed that intervention in Venezuela would be a "cheap ticket to enhance status". For British trade and investment in Latin America: Irving Stone: British Long-Term Investment in Latin America, 1865-1913. In: Business History Review XLII, 1968, pp. 311-339; D. C. M. Piatt: Latin America and British Trade 1806-1914. London 1972; for the German economic engagement in the era: Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 62-193; J. L. D. Forbes: German Informal Imperialism in South America before 1914. In: Economic History Review, 2nd Ser., XXXI, 1978, pp. 384-398; George F.W. Young: German Banking and German Imperialism in Latin America in the Wilhelmine Era. In: Ibero-Amerikanisches Archiv, Neue Folge, vol. 18, 1992, 31-66. The financial breakdown of Argentina in 1890 started the financial crisis in Latin America. Guatemala was close to bankruptcy since 1901, and, in this case, the European powers tried also to coordinate the actions of the creditor states. Carlos Marichal: Historia de la deuda extema de América Latina. Madrid 1988, pp. 147197; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 248-272; for Guatemala see also: Collins: Roosevelt's Caribbean, pp. 84-86.

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cember 15, 1902: "The British Government has been engaged in the performance of the necessary police duties of enforcing the laws which have to exist between all nations of the world." 20 States that broke the international codex, as in this case Venezuela, blocked progress, were considered 'uncivilized' and, thanks to their behavior, lost the right of self-determination. Therefore the Anglo-German intervention in Venezuela appeared also morally justified to many contemporaries. 21 Developments in Latin America and the intervention of the powers in Venezuela raised the question, whether this continent would be spared the fate of Africa and great parts of Asia. Would the resort to force by militarily superior European powers transform the economic ties between Europe and Latin American states into some kind of informal or even formal political dependence? Since financial claims were at the bottom of the crisis in Venezuela, the conflict could have been solved by new financial agreements. But the international financial standing of Venezuela had in the meantime so much deteriorated that no financial institution in the world would agree to provide new credits without additional guarantees. 22 Each of Castro's several endeavors to find new creditors confirmed this bitter lesson. All European and American banking houses demanded guarantees in accordance with the Egyptian model. A new financial arrangement would mean that Venezuela would have to accept the control of its finances or at least its custom houses by a consortium of the banks participating in the loan. The banks demanded also a formal recognition of such a contract by their respective governments. Such a construction had already proved effective and successful in Egypt as a legal basis of informal British control. The Disconto-Gesellschaft and the German government preferred such a solution, and financial circles in the London City agreed. 2 But the American government refused to cooperate and stated

Parliamentary Debates, 27 lh Parliament, 3rd Session, vol. 116, p. 1262. See for example the opinion of the well-known British journalist Herbert Wrigley Wilson: Ignotus (i.e. Wilson): The Future of South America. The National Review (October 1901), pp. 290-295. CFB to Villiers, 3.1.1902, Lansdowne to Lascelles, concept, 14.1.1902, Atlas Trust to Lansdowne, 28.1.1902, and Somers Cocks to Atlas Trust, 13.2.1902, PRO, FO 80/443. Financial Times, London, 3.1.1902; Lansdowne to Buchanan, 17.11.1902, PRO, FO 80/445; see also the remarks of the President of the CFB Lord Avebury in the House of Lords in defense of the intervention on 2.3.1903. Parliamentary Debates, 27 th Parliament, 4ÜI Sess., vol. 118, pp. 1054-1059; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 132135, 992-993, and 1053-1054.

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Ragnhild Fiebig-von Hase clearly that the United States would under no circumstances agree to a concerted action with the European powers in the Western Hemisphere.24 The American attitude did not mean that the United States were generally opposed to a financial solution. The government in Washington was faced with a dilemma that resulted from the discrepancy between the American claim for political preponderance in Latin America and the fact of European economic dominance in this region. At the turn of the century, European commercial and financial interests prevailed in Central and South America, and only in Mexico and Cuba the American economic engagement was larger than that of the Europeans. It was quite evident that the Monroe doctrine lacked a solid economic basis.25 Faced with European intentions to intervene, this economic weakness of the American political position revealed a serious problem, since the European powers could justly claim to act in accordance with international law. At the same time, nobody in Washington had illusions as to what an Egyptian solution would mean for the Monroe doctrine, since it would give the respective European powers a great amount of control over Venezuela's political future. Therefore, a development similar to that of India, Egypt or South Africa had to be avoided on the American continent with all means available. Unfortunately, the government in Washington could not count on the support of American capital. The American financial establishment showed no enthusiasm for buying unprofitable Latin American debts as long as more lucrative objects were available in the United States. For American bankers in New York and the Middle West, the conversion of the accumulated Venezuelan debts into a new foreign loan was attractive only, when the Venezuelan government would agree to a control of its finances by the banks and when the American government provided an ample guarantee for Venezuelan compliance with the contract by officially taking notice of it. But the administration in Washington constantly rejected such proposals, since it did Gisbert von Pilgrim-Baltazzi, German Chargé d'Affaires at Caracas, to Btilow, 4.10.1901, AA-PA, R 17061; Secretary of State John Hay instructed the American Chargé d'Affaires at Caracas Russell on July 17,1901 :"It is not in accordance with the policy of this government to act in conceit with foreign governments in protesting the barring of the claims of its citizens." Papers Relating to the Foreign Relations of the United States [FRUS] 1902, Washington, D.C. 1903, p. 551. American investments were concentrated in Latin America almost exclusively directly in business undertakings, and their character strongly suggests that they were merely a "spill-over" of American economic activity across the border lines. Mira Wilkins: The Emergence of Multinational Enterprise: American Business Abroad from the Colonial Era to 1914. Cambridge, MA. 1970, 114-134; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 570-587.

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The German Challenge not want to create a precedence that would act as a signal for the creditors of other Latin American states to demand an equally favorable treatment. Then, within a short time, the United States would have to guarantee all bad foreign debts in the Western Hemisphere. It certainly would not be of advantage to the United States, if the American government would become the debt collector for European capitalists in Latin America. Such a procedure was not what American politicians expected to accomplish when they talked about 'economic expansion'. This constellation resulted in an impasse: The solution of the crisis could not be accomplished through an international concerted action, nor through a finance control by American bankers guaranteed by the American government. Secretary of State John Hay steadfastly refused to end the crisis by providing such a guarantee to interested American capitalists.26 Under these circumstances an economic solution of Venezuela's financial difficulties was not in sight, and the Europeans blamed the American government for the impasse, because it played the role of the "dog in the manger" in Latin America. (3) In Germany, the interested groups concerned were less and less willing to accept this state of affairs and criticized American behavior as an inadmissible expansion of the Monroe doctrine into the economic sphere. The attitude of the American government in the debt question created among Europeans the impression of an egoistic American behavior without due regard to the legitimate interests of other nations. This confirmed their previous experience since 1889, when the United States had initiated an aggressive economic expansion with the revival of Pan-Americanism and the trade policy of reciprocity. Germans, engaged in commerce and investment in Latin America, began to believe that their interests in the region were not only endangered by chaotic economic and political conditions in those countries but also threatened by the "American danger". They could easily point out other cases, in which American trade policy, the appearance of American warships, and the accentuation of the Monroe doctrine had unjustly hardened Latin American resistance to European pressures. As Europeans saw it, such American behavior aggravated the actual crisis in Latin America. American egoism was hindering the stabilization of Latin America, this was the European charge, and, in addition, the country refused to feel responsible for the intolerable chaos that resulted from its attitude.27 This perception of an American encroachment on legitimate German interests in Latin America intensified the call for more efficient government support. But the traditional gunboat diplomacy

Bankers from Chicago were interested as well as the international banking house of Speyer & Brothers. Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 729-741 and 1013-1027. Herbert W. Wilson in the National Review, October, 1901, p. 295.

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Ragnhild Fiebig-von Hase could hardly work, when not Latin American governments, but the United States with her flexibly defined Monroe doctrine was the real stumbling block. In such a situation, it became necessary to develop a political instrument that could force the United States into compliance with European stabilization efforts in the era. Admiral Alfred Tirpitz, the powerful Secretary of State in the German Reichs-Marineamt, proposed to create such an instrument: A battleship fleet should be built that would be powerful enough to compel the United States into accepting German aspirations in Latin America. Tirpitz was able to convince not only the German Kaiser of the political expediency of his plan, but also those parts of the German business community with strong connections to Central and South America. They began to subscribe his program of building a fleet not for police duties against weaker states like the Latin American nations, but as a power instrument that would be used politically as a lever not only against England, but with regard to Latin America also against the United States. 28 The strategy of power politics assumes that a demonstration of force will be threatening enough so that the potential adversary considers defeat as highly probable in case the conflict escalates into war, and that this induces him to comply with the demands of the coercing power. Therefore, when adopting such a political strategy, it became necessary for the German government to know exactly which amount of military power was needed and available in case a diplomatic dispute with the United States might end in military confrontation. Already in 1898, the German Admiralstab discussed the requirements of a German-American war in its Operation Plan III. By 1902, the Admiralstab assumed that such a war, although not desired by Germany, could probably not be avoided, if the Empire insisted on defending its legitimate interests in Latin America. A decisive naval encounter of the two battleship-fleets in the Caribbean would bring the military decision. Since the German fleet was numerically and technically superior to the American and could be mobilized much faster, the Admiralstab assumed a high probability of a German victory in such a military encounter. The only really critical factor was that Germany had no naval supply base at its disposal in the Caribbean. Naval planners proposed to solve this problem through conquering Puerto Rico immediately after the declaration of war. 29 The Admiralstab mentioned the abolishment of the Monroe doctrine among its war aims. 30

Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 361-428; Ekkehard Böhm: Überseehandel und Flottenbau. Hanseatische Kaufmannschaft und deutsche Seerüstung 1879-1902. Düsseldorf 1972, pp. 87-112, 127-141. Holger H. Herwig: Politics of Frustration, The United States in German Naval Planning, 1898-1914. Boston and Toronto 1976, pp. 13-92; Ivo N. Lambi: The Navy and

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Challenge

The intense occupation with O-Plan III during the years 1901 to 1903 suggests that German naval authorities and the Kaiser as Commander-in-Chief considered war with the United States a possibility. But the work on O-Plan III also clarified to the planners that the first precondition for a German victory in such a war was a political situation in Europe that would secure Germany at least the benevolent neutrality of Great Britain. When the German and English governments agreed on cooperation against Venezuela, the most important precondition for a successful war with the United States was secured. The alliance with England made the perspective for energetic action in Latin America look more favorable than ever before. In this respect, the Anglo-German partnership enlarged the chance for a diplomatic success in Venezuela and permitted a higher degree of indifference towards possible American objections. Not only the Imperial Admiralstab in Berlin, but also the British ally analyzed the eventuality and strategic implications of a war with the United States. Especially the British War Office, which was responsible for the defense of the Canadian border, still considered an Anglo-American war possible and expected active support from the Royal Navy in such a conflict. It is typical that the decision to cooperate with the German Empire in Venezuela was preceded by an intensive inquiry of the British strategic position in the Western Atlantic. The result was that defense arrangements in the Caribbean were in a critical shape but would suffice for a war with the United States as long as an additional military conflict in Europe could be averted. 31 Therefore, not only the German and British governments, but also the British military strategists favored the Anglo-German alliance. It kept them their backs free in Europe and thereby provided the needed political and, if necessary, military freedom of action in Venezuela and possibly also against the United States. The parallel deliberations of the naval planning staffs in both countries indicate that both powers calculated with the eventuality of war with the United States and had no illusions about the dangerous implications of their undertaking.

German Power Politics, 1862-1914. Boston 1984, pp. 226-231; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 472-506; for the German aspirations to acquire a naval base in the Caribbean; ibid., pp. 428-472. O-Plan HI of March 1903, which the Kaiser agreed to on March 21, 1903, Bundesarchiv-Militärarchiv Freiburg [BA-MA], RM 5/885 Immediatvorträge. War Office to Admiralty, 17.3.1902, cf. Kenneth Bourne: Britain and the Balance of Power in North America, 1815-1908. Berkeley , Los Angeles 1967, p. 376; Memorandum of the Colonial Defense Committee (C.D.C.), Strategic Considerations in the Caribbean Sea and Western Atlantic, 10.11.1902, PRO, CAB 8/3, C.D.C. 300 M.

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Ragnhild Fiebig-von Hase The noisy fleet propaganda in Germany since 1897 did not remain unnoticed by American observers. It provided information about the motives for the gigantic naval building program that Tirpitz had initiated. The administration in Washington became alarmed, when during the debates of the second fleet law in 1900 the German intention to enlarge its naval presence in the Western Hemisphere became obvious. It was quite clear that the Imperial government intended to engage in energetic gunboat diplomacy in the region, and planned also to deter possible American interference. In the long run, the immense size of the German naval program foreshadowed a revolution of the balance of power in the Atlantic. This was not acceptable to the American government, and consequently the American naval building program was adjusted to the progress of German battleship construction. In addition, the Secretary of the Navy created the General Board of the Navy to analyze American security requirements and formulate war plans under the changed circumstances. The "German danger" to the Western Hemisphere and the possibility of a German-American war were the paramount subjects of the Board's studies. The strategic deliberations of the American admirals concentrated on the Caribbean theater of action and on steps to prevent the acquisition of a naval base by Germany in this area. The Board assumed that Germany's endeavors to obtain such a naval base in Venezuelan waters were the real cause for the German show of force against Cipriano Castro. President Theodore Roosevelt shared their suspicion that the island of Margarita was the object of German desires. Roosevelt's and the General Board's anxiety during the Venezuela crisis of 1902/3 centered on the idea that the German government could induce Castro to free himself from all his debts by selling Margarita to Germany. But this suspicion was unjustified. The Admiralstab did not want the island because German naval strategists, contrary to their American colleagues, did not believe that the island met the requirements of a first class naval base.32 The General Board assumed that the acquisition of the island by Germany would be a violation of the Monroe doctrine and insisted that a German control of Venezuelan finances or custom houses would be no less dangerous to American interests in the hemisphere. Therefore, the German intention to intervene in Venezuela touched the central nerve of American

The alarm of the American government with regard to Margarita was caused by the stay of the German cruiser Vineta in the waters off the island for months in 1901. As a matter of fact, the Commanding Officer of the Vineta had been ordered to examine whether the acquisition of the island would be an appropriate compensation for German pecuniary claims against the Venezuelan government. But the officer's appraisal of the island's value for such purposes was negative. Since a general German interest existed, American suspicion was at least partly justified. Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 772-778.

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The German Challenge security planning. The decision of President Roosevelt and the General Board to send the Navy into the Caribbean Sea for maneuvers during the winter of 1902/3 reflected this threat perception. 33 II The acute phase of the crisis began on December 7, 1902, when the German and British diplomatic representatives handed an ultimatum to the Venezuelan government asking for the immediate settlement of all unpaid compensation claims. Since President Castro did not react to their demands, the allied powers began to use force, sequestered the Venezuelan warships and sunk some of them. On December 13, after a Venezuelan provocation, German and British warships bombarded Fort Puerto Cabello. This belligerent act was severely criticized by American public opinion especially since Castro had shown his willingness to enter into negotiations with the two European powers already a day before, on December 12. He proposed a settlement of all controversial issues by arbitration. The allied powers agreed to this proposition on December 18, but insisted on immediate payment of their first class claims by the Venezuelan government as a precondition. These were, in the German case, the reclamation demands for damages which German citizens had suffered during the civil wars of 1898-1900, and, in the English case, the compensation claims for the unlawful treatment of British merchant ships.34 At the same time, the allied powers asked President Roosevelt to serve as arbitrator. Quite obviously, their intention was to make the American government responsible for the outcome of their dispute with Castro. Roosevelt understood this and refused to comply with their wish. Instead, he recom-

The General Board's strategic deliberations concerning political developments in Venezuela were formulated in the so-called Taylor memorandum of June 1902. The author was Rear-Admiral Henry C. Taylor, Chief of the Bureau of Navigation in the Navy Department. The maneuvers of the American fleet in Puerto Rican waters simulated a German-American war. They took place comparatively close to the Venezuelan coast, i.e., the possible theater of German intervention, during December 1902. The date of the Taylor memorandum in the Theodore Roosevelt Papers, Library of Congress [LC] can be reconstructed from: General Board Proceedings, National Archives [NA], Record Group 80 [RG 80]. The entry for June 17, 1902 mentions that Taylor read a memorandum on the political and strategic implications of the situation in Venezuela. Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 920-927. At first, the German and English first class demands for immediate cash payment amounted to approximately 1,7 mill. Bolívares (£ 66.000,-) each. Later, the British government reduced this sum to the amount of only £ 5000,-. Metternich to Biilow, 27.1.1902, GP, vol. 17, p. 277.

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mended arbitration by the World Peace Court at The Hague to the two disappointed powers, and they accepted this proposal. 35 But Castro had reservations with regard to the Hague Court, because proceedings there were lengthy and costly. Finally, the Powers agreed with him that their diplomatic representatives in Washington would enter into negotiations with an authorized Venezuelan agent. Castro hoped to receive support from the Roosevelt administration and chose Herbert Bowen, American Minister to Venezuela, as his agent. 36 Despite the agreement on arbitration the allies, Germany and Great Britain, insisted on the blockade of the Venezuelan coastline to increase the pressure on Castro. On December 15, Italy had joined the two powers. The blockade began on December 20. 37 Negotiations at Washington started in the middle of January between Bowen, the British Ambassador Sir Michael Herbert and the German Ambassador Extraordinary Hermann Speck von Sternburg. 38 They ended on February 13 with the signing of the so-called Washington Protocols in which Venezuela guaranteed to the intervening powers the immediate payment of their reduced first class claims. All other indemnity demands were to be adjusted by mixed commissions at Caracas. Only the allies' demand to preferential treatment of their claims was referred to the Peace Court at The Hague. On February 22, 1904, the Court ruled that the allies' demand for preferential treatment of their claims was lawful, and thereby put a premium on their application of force against Venezuela. 39

Tower to Hay, telegrams, 19., 23., and 24.12.1902; White to Hay, telegrams, 19., and 22.12.1902; Hay to Tower and Hay to White, telegrams, 26.12.1902; memorandum of Lord Lansdowne in: White to Hay, 24.12.1902; Bowen to Hay, telegram, 20.12.1902, all in: FRUS 1903, pp. 423-428, 456-463, and 800. Castro to Bowen, in: Hay to White, telegram, 31.12.1902; White to Hay, 3.1.1902, and Tower to Hay, 6. and 8.1.1903, FRUS 1903, pp. 434-435 and 465-466. Bowen to Hay, 22.12.1902, FRUS 1903, p. 801. Sternburg had been sent to Washington by Wilhelm IL personally, after the Kaiser had suddenly recalled the German Ambassador Theodor von Holleben. Sternburg was one of Roosevelt's friends and the President had expressively hinted to the Kaiser that he wanted Sternburg to come to Washington as German ambassador. Stefan Rinke: Zwischen Weltpolitik und Monroe Doktrin: Botschafter Speck von Stemburg und die deutsch-amerikanischen Beziehungen, 1898-1908. Stuttgart 1992 (Deutschamerikanische Studien, vol. 11). FRUS 1903, pp. 439-441, 477-479, and 611-613; for the ruling of the Hague Court: Jackson H. Ralston and W.T. Sherman Doyle: Venezuelan Arbitrations of 1903. Washington, D.C. 1904; Jost Diilffer: Regeln gegen den Krieg? Die Haager Friedenskonferenzen 1899 und 1907 in der internationalen Politik. Berlin 1981, pp. 224-225.

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III Superficially, the development of the crisis does not suggest that official American-German relations were much strained during the intervention. Diplomacy between the powers functioned smoothly, and no harsh notes were exchanged. Only American public opinion became intensely irritated, and this created a war scare. It was not before 1916, that the intense historical debate on the seriousness of the crisis began. At that time, ex-president Theodore Roosevelt had confined to the American historian William R. Thayer how he compelled Germany to retreat in Venezuela during the crisis of 1902/3. Roosevelt blamed the German government for the intervention, while, in his eyes, the government of Lord Balfour in London had been only the seduced partner. He maintained that the Imperial government in Berlin had planned to repeat its coup of 1897, when it had occupied Kiaochow in China and had turned it into a naval station, and that in 1902 it wanted to acquire a naval station on Venezuelan territory and thereby gain control of the future Isthmian canal. Roosevelt declared that only his repeated warnings and finally a serious threat to Ambassador von Holleben, that he would mobilize the American fleet to support his demands for a peaceful solution, had induced the German government to give in to Castro's arbitration proposal. 40 The question, whether massive threats by the American president were necessary to bring about German consent to arbitration, and whether a GermanAmerican war had been imminent, is still hotly debated among historians. One of the reasons for this is that Roosevelt's version of his crisis diplomacy was part of his propaganda efforts to bring the United States into World War I on the side of the entente powers. Therefore, the dispute over the deeper impact of the Venezuelan crisis on German-American relations became part of the historical debate about the causes of World War I, the motives of American entry into the war, and the war guilt. The assessment of the Venezuelan crisis became the test case for the evaluation of German-American relations before 1917. Historians, who accentuate the existence of a latent, but serious conflict potential in German-American relations, still believe in Roosevelt's description of an intense conflict and the solution of the crisis through deterrence diplomacy. They assume that the Venezuela intervention of 1902/3 provoked the most serious crisis in German-American relations

Roosevelt to Thayer, 21.8.1916, published at first in: William R. Thayer: Life and Letters of John Hay. Vol. 2, Boston 1916, pp. 284-290; compare also Roosevelt's additional revelations in his letters to Thayer of 23.8. and 27.8.1916, published in: Theodore Roosevelt: The Letters ... Elton E. Morrison and John M. Blum (eds.), vol. 8, N e w York 1925, pp. 1106-1108.

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Ragnhild Fiebig-von Hase before 1914.41 On the other hand, if the conflict intensity of the relationship is considered as low, it is logical to dismiss Roosevelt's revelations as war propaganda. 42 Three arguments are put forward by Roosevelt's critics to refute his version of the crisis. The most important among them concerns the fact that German Ambassador von Holleben had officially announced to Roosevelt in November 1901 that his government intended only to collect the outstanding debts and "that under no circumstances do we consider in our proceedings the acquisition or the permanent occupation of Venezuelan territory." This voluntary declaration is considered by Roosevelt's critics as the best proof that Germany did not intend any steps contrary to the Monroe doctrine, that "Germany was exceedingly cautious before, during and after the blockade," and that its policy was not "recklessly aggressive", but "timid".43 On December 3, 1901 Roosevelt declared in his annual message to Congress that his administration considered the Monroe doctrine as the cornerstone of American foreign policy, but would not protect governments from punishment in case of chronic wrongdoing as long as this did not mean territorial acquisition by a non-American power. 44 Is this declaration not the best proof for American acquiescence in Germany's plans of intervention in Venezuela? Second, the coincidence of American fleet maneuvers in Puerto Rican waters and the Anglo-German intervention in Venezuela in the winter of 1902 is considered to be merely accidental, since the maneuvers were planned long before the crisis began. Therefore, it is maintained, Roosevelt was only boasting when he claimed that he had deliberately concentrated the Navy in the Caribbean to use it as an instrument of power politics against Germany. Third, historians searched in vain in all relevant archives to find some written proof for the ultimate warning Roosevelt claimed to have delivered to the German Ambassador. This futile hunt for the decisive "ultimatum" is considManfred Jonas: The United States and Germany. A Diplomatic History. Ithaca, NY 1984, pp. 35-87; Marks HI: Velvet on Iron, pp. 38-54; Collin: Roosevelt's Caribbean, pp. 95-123; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 849-1083; Edmund Morris: "A Few Pregnant Days": Theodore Roosevelt and the Venezuelan Crisis of 1902. In: Theodore Roosevelt Association Journal XV, 1989, pp. 2-13; for a good summary of the older debate see: Edward D. Parsons: The German-American Crisis of 1902-1903. In: Historian XXXIII, 1971, pp. 436-452. Herwig: Germany's Vision, pp. 205-206; Reiner Pommerin: Der Kaiser und Amerika. Cologne, Vienna 1986, pp. 113-130; Raimund Lammersdorf: Anfänge einer Weltmacht. Theodore Roosevelt und die transatlantischen Beziehungen der USA 1901-1908. Berlin 1994; Mitchell: Height of the German Challenge, p. 198. German promemoria delivered by Holleben, 11.12.1901, FRUS 1901, pp. 192-194; Mitchell, Danger of Dreams, pp. 144-180. Theodore Roosevelt: Annual Message, 3.12.1901, FRUS 1901, pp. XXXVI-XXXV.

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ered as the final proof that the Anglo-German intervention in Venezuela provoked no crisis in German-American relations, but must be considered only as a minor affair that did not really touch "the good relationship between the governments" of the two states. 45 But, these three arguments are one-sided. First of all, nobody ever assumed that one of the participating powers wanted to provoke a conflict of major proportions. To the contrary, it is quite obvious that the allied governments were carefully planning to avoid arguments with the United States about the Monroe doctrine. But this did not mean that they were taking American susceptibility so serious that they would back away from defending their legitimate interests in Venezuela. The task was to succeed politically in Venezuela, and this if necessary by a display of force, with as little international friction as possible. Biilow informed the American government about German intentions in Venezuela in November/December 1901 to neutralize possible American objections from the beginning. Holleben informed Roosevelt and Secretary of State John Hay about the range of forcible measures that the German government considered, mentioning a peaceful blockade as well as a temporary occupation of harbors and custom houses. The statement was a tactical maneuver, but not a recognition of the Monroe doctrine, although Americans liked to interpret it as such. The intention was to remove all causes for American objections from the beginning. 46 Roosevelt's comment on the Monroe doctrine in his annual message was no less a tactical maneuver, but he certainly did not underestimate the suggested German move as harmless. The President displayed calmness but could hardly feel at ease when Holleben talked about a 'peaceful blockade' and even temporary occupation of Venezuelan harbors. After all, the German acquisition of Kiaochow was nothing else than such a 'temporary occupation', since the lease of the harbor was valid only for 99 years. In addition, the German memorandum of December 1901 did not only state the indemnity claims of German citizens, but explained also that the German government would enforce the regulation of the Disconto loan of 1896, if Castro remained obstinate to German demands and force had to be applied. Since Venezuela was bankrupt, what would be the result? Such questions worried the President. At the same time he had a clear perception of the limited range of possible alternatives for American action. His administration was confronted with a dilemma: A Ger-

Pommerin: Kaiser und Amerika, pp. 113-130, quotation p. 130; Richard Challener: Admirals, Generals & American Foreign Policy, 1898-1914. Princeton, NJ. 1973, pp. 111-118; Mitchell: Height of the German Challenge, p. 198. German memorandum, 11.12.1901, FRUS 1901, pp. 192-194; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 867-871.

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man encroachment on Venezuela's sovereignty through control of its finances could not be tolerated, because it would mean a quiet erosion of the Monroe doctrine. But, at the same time, an open protest was impossible, since the proposed German action corresponded to international law, and the intervening European powers would justly demand that the United States must feel responsible for Latin American misdeeds if it protested against European coercive measures. This was not compatible with American national interests. Therefore, a successful American crisis diplomacy had to find another solution. Roosevelt opted for the strategy of deterrence by mobilizing American naval strength. The game played was power politics in the traditional sense, and the American naval forces in the Caribbean would be Roosevelt's instrument to answer the German challenge to American hegemonic pretensions in the hemisphere. 47 Roosevelt's principle "to speak softly and carry a big stick, and you will go far" guided him during the crisis. The "speak softly" meant that he did not intend to utter threats and thereby be dragged into the conflict. The idea of an "ultimatum" does not fit into this strategy. Therefore, the search for such an "ultimatum" will never prove successful. All warnings were uttered either indirectly or informally and never transgressed the line of perfect politeness, so that the adversary could retreat without loosing his face. Roosevelt decided to let facts speak: The concentration of the American fleet in Puerto Rican waters for maneuvers during the Anglo-German intervention demonstrated the President's intention to remain master of the situation in the Caribbean. The Navy would be on the spot for 'peaceful maneuvers', but could serve as the "big stick", if needed, at a moments notice. This preventive step of preparedness could not be interpreted as a direct interference, but served its purpose. German naval authorities and the Kaiser had no illusions about the meaning of the American maneuvers. 48 IV When the crisis began, only Venezuela, Great Britain and Germany were involved, while the Roosevelt administration carefully demonstrated its neutrality. On December 12, the State Department delivered the Venezuelan de-

Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 880-910. Vice-Admiral Büchsei informed the Kaiser on December 10 that the maneuvers were exceptional and that they simulated American repulsion of an European naval aggression. Büchsel's report for Wilhelm IL, 10.12.1902, BA-MA, RM 5/884, cf. in: Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 1040-1041.

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The German Challenge mand for arbitration to the European powers without any comment. 49 But when the conflict ended, weights were distributed differently, and the American involvement had become obvious. The final negotiations took place in Washington, not in one of the European capitals or in Caracas, and the American Minister was in charge of defending Venezuela's interests. This development corresponded with President Castro's strategy to push the United States into the foreground and thereby take advantage of the latent European-American antagonism with regard to Latin American affairs. Castro believed that he could attain American support for his stubborn refusal to comply with Anglo-German demands, but in reality he only helped the American government to succeed with its policy. 50 The two intervening powers endeavored at first to localize the conflict, enforce Venezuelan compliance with their demands, and keep the United States out. German behavior in November and December 1901 manifested such an intention. But this was also true for the conduct of the British government, after Secretary of State Hay had hinted to the British Ambassador Sir Michael Herbert that Britain's actions in Venezuela were justified, but that his government would prefer to see England proceed alone without Germany. 51 The German government expected that Anglo-German cooperation would enable the intervening powers to apply stronger coercive measures, but it was disappointed in this respect. Lord Lansdowne explicitly mentioned the United States, when he rejected the German proposals of a 'peaceful blockade' and an occupation of Venezuelan custom-houses, in case the blockade failed to produce the desired end. 52 After this declaration, the Imperial government in Berlin avoided the term 'peaceful blockade', although it did not declare war to Venezuela, and became more guarded in its utterances concerning further stronger coercive measures. It is clear that the British influence had a sober-

Hay to the American diplomatic representatives in Berlin and London, telegrams, 12.12.1902, FRUS 1902, pp. 420 and 453. Castro tried this strategy already immediately after the German and British ministers had delivered their ultimatum, when he proposed that Bowen should become the arbitrator with regard to all foreign claims. R. Lopez Baralt, Venezuelan Minister for Foreign Affairs, to Bowen, 9. and 11.12.1902; Bowen to Hay, telegram, 9.12.1902, and letter 13.12.1902, FRUS 1902, pp. 790 and 793-794. Herbert to Lansdowne, private, 19.11.1902, PRO, FO 800/144, Lord Lansdowne Papers; memorandum by Lansdowne for Metternich, 8.12.1902, BD, vol. 2, pp. 157161. Lansdowne to Buchanan, 26.11. and 29.11.1902; Lansdowne's memorandum for Metternich, 2.12.1902 and his note of 8.12.1902, BD, vol. 2, pp. 157-161.

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Ragnhild Fiebig-von Hase ing effect on German decision making already during the planning phase of the intervention. 53 Not Castro's activities, but American policy was responsible for the failure of the Anglo-German localization efforts. Roosevelt had been surprised by the German announcement of her intervention plans in November 1901. But then, in January 1902, the Kaiser decided to postpone the planned action, and this gave the American president the necessary time for thorough preparations. Now he hoped to solve the American dilemma in Venezuelan by strengthening American sea power. In June, extensive maneuvers in the Caribbean Sea were planned to test the theoretical assumptions of the General Board about a German-American war. Between December 3 and 19, the whole American fleet was kept close to the island Culebra in Puerto Rican waters, and the maneuvers were to continue after a Christmas brake. During this time, the American Navy remained mobilized for war, and could enter into action against the German warships in Venezuelan waters immediately after receiving orders from the White House. 54 This prophylactic arrangement effectively neutralized German naval superiority. Thus, the deterring effect of American naval strength was markedly strengthened, and could be used diplomatically in power politics against Germany. Roosevelt had been concerned only about a German intervention, and the participation of England came as a surprise. When the British government announced its intention to cooperate with Germany in Venezuela, Roosevelt knew immediately that this threatened his strategy of deterrence. It was clear at this moment that his evaluation of the Anglo-American relationship had been too optimistic, and that he had misjudged the American freedom of action. With the prepared arrangements, deterrence could not be effective against the two most potent naval powers. Nervousness spread in Washington, and finally Wall Street was also affected. 55 The Roosevelt administration now demonstrated calmness to hide its dilemma and avoid any further irritation of the public. At the same time, it tried feverishly over unofficial channels to split the undesirable partnership and induce the British government to defect from the alliance with Germany. Investigation of Britain's intentions and cultivation of the Anglo-American friendship became the major concern

Richthofen to Metternich, telegram, 5.12.1902, and Metternich to Richthofen, telegram, 9.12.1902, GP, vol. 17, pp. 257-258. Seward W. Livermore: Theodore Roosevelt, the American Navy and the Venezuela Crisis of 1902-1903. In: American Historical Review LI, 1945, pp. 910-931. For the reaction of the Wall Street bankers: Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 1020-1025.

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The German Challenge of the State Department at the beginning of December.56 Because the relationship with Great Britain proved once more to be the cornerstone for American foreign relations, Roosevelt suddenly signaled his readiness to accommodate to British interests elsewhere and to agree to a compromise with England in the Alaska boundary question.57 American and English public opinion were helpful. Although the press in both countries had at first welcomed the punitive expedition against Castro, opinion changed after some Venezuelan gunboats were destroyed by German warships. From now on, the idea of an Anglo-American community of interest was constantly stressed by the press in both countries.58 The growing public irritation, the uneasiness at Wall Street, and the demands of some Congressmen for precise information on Venezuelan events exerted pressure on the American government and endangered the careful posture of official passivity and disinterestedness. Equally important was that the government had to reassert the rights of American shipping with regard to the proposed blockade. Since an American steamer was sailing to Venezuela on December 13, an official reaction to the German plans for a 'peaceful blockade' became necessary. On December 12, the State Department informed the two intervening powers that the United States would not recognize such a 'peaceful blockade'. This was an unmistakable rebuff of the German plans and it corresponded to British objections. On the same day, the American public learned from the press that the sending of American warships was not contemplated, but that such a possibility could not be completely excluded, since there was the danger "that the attempt of an American vessel to pass the 'peaceful blockade' may in the end call for the appearance of American warships upon the scene." The warning to Germany was veiled, but could hardly be more explicit. The New York Sun commented

See for example: Herbert to Lansdowne, telegram, 16.12.1902, and his report of 29.12.1902, BD, vol. 2, p. 163. Until then, Roosevelt had refused to discuss British proposals for a compromise in the quarrel about the boundary line between Alaska and Canada. Charles S. Campbell Jr.: Anglo-American Understanding, 1898-1903. Baltimore, MD. 1957, pp. 302-303; Roosevelt to O. W. Holmes, 25.7.1903, Roosevelt: Letters. Vol. 3, pp. 529-530. Erich Angermann, "Ein Wendepunkt in der Geschichte der Monroedoktrin und der deutsch-amerikanischen Beziehungen. Die Venezuelakrise von 1902/03 im Spiegel der amerikanischen Tagespresse". In: Jahrbuch für Amerikastudien III, 1958, pp. 2936; Paul S. Holbo: Perilous Obscurity. Public Diplomacy and the Press in the Venezuelan Crisis, 1902-1903. In: Historian XXXII, 1970, pp. 429-448; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 1008-1010.

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Ragnhild Fiebig-von Hase the State Department's decision on December 15: "An opportunity of friction between the European allies and the US is involved in this declaration." 59 Ambassador Theodor von Holleben was highly alarmed and immediately hurried to the State Department. "Much confusion. Visit to the State Department," he noted in his diary on December 12, and added the next day: "yesterday many visits and some small inconveniences. Many letters." 60 One of these letters and a telegram were sent to Biilow, and in both Holleben emphasized that the allied action in Venezuela was "generally not welcomed" and that the warlike behavior of the allies along the Venezuelan coast was heavily criticized. Americans were concerned about possible "unpredictable consequences". 61 The rejection of the German 'peaceful blockade', which must have been delivered to the German Ambassador during his visit to the State Department on December 12, as it was delivered to the American Ambassador at Berlin Charlemagne Tower on the same day, was the first warning to the German government. It was also the first test on how far Germany would go in challenging the United States. Not Roosevelt himself proclaimed this warning, but the State Department. It is astonishing that historians did not yet realize the importance of this note, although questions of maritime law played an outstanding role in American history, and provoked war with England in 1812. Roosevelt simplified in 1916 in his letters to Thayer these events. But his claim that he had warned the German government and finally threatened with the deployment of the American navy cannot be refuted by arguing that not he but his administration uttered these warnings. The question, on which date did Roosevelt meet Holleben and delivered his "ultimatum", plays a prominent role in the historical debate on the Venezuela crisis. But up till now, archival sources permitted hardly more than speculative assumptions. 62 The Holleben diary helps to answer this question. Surprisingly, the German ambassador mentions in his carefully kept diary not one discussion of Venezuelan problems with Roosevelt for November/December 1902. Official records reveal that Holleben met the President for the first time after his return from Germany on November 28, but on this occasion, the two

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Hay to Tower and Hay to White, telegrams, 12.12.1902, FRUS 1902, p. 420; New York Times, 12.12.1902; New York Sun, 15.12.1902, copy in: LC, John Hay Papers. The diary is kept meticulously for the period of December 2 to 14. The Holleben Papers were discovered by the author. They are in private possession. Holleben to AA, telegram, 13.12.1902, cf. Vagts: Deutschland, p. 1569; Holleben to Bülow, 13.12.1902, AA-PA, R 17062. See for example: Beale: Roosevelt, pp. 419-420; Marks HI: Velvet on Iron, pp. 4244; Holbo: Perilous Obscurity, p. 430 fn. 7; Morris: Pregnant Days, pp. 2-13; Collin: Roosevelt's Caribbean, pp. 98 and 107.

The German Challenge men did not discuss pending political questions. 63 After this, Holleben noted only one more call to the White House on December 9, before he left Washington and stayed in New York from December 14 to 29.54 Holleben came to see Roosevelt on a routine visit presenting Theodor Lewald, the organizer of the German exhibits at the St. Louis World Exhibition of 1904. Holleben mentioned no special events for December 9 in his diary, and nothing suggests that Roosevelt touched the sensitive subject of Venezuela on this occasion. First, a third person, not attached to the German Embassy, was present.65 Second, Roosevelt's strategy was to remain uncommitted and not let the United States be dragged into the conflict. Third, theoretically, there was the possibility of an informal discussion that Holleben did not mention in his diary. But the German ambassador did not belong to the circle of diplomats with whom Roosevelt cultivated personal contacts. 66 Forth, Roosevelt avoided even to talk informally about Venezuela with Speck von Sternburg, whom he considered his friend. Biilow had sent Sternburg to Washington at the end of November in the hope that Sternburg could gain some informal information on Roosevelt's plans in Venezuela and China. But the President discussed only Chinese affairs with him and carefully avoided to touch the Venezuelan question.67 Not before December 12, did Holleben became concerned about the "confusion". The reason for this was the growing irritation of the American public and his visit to the State Department, where he was informed about the American rejection of the 'peaceful blockade' and probably also about Castro's demand for arbitration. The German government became also alarmed on December 12, when it learned about the anti-German reactions of public opinion in the United States and England. A revision of the strategy pursued in Venezuela seemed to be necessary, since it was essential to save the alliance with England. At the same time it was important to dispel American suspicions. Biilow decided Roosevelt thanked the Ambassador that three American generals had been invited to attend the fall maneuvers of the German army. Holleben to AA, telegram, 28.11.1902, AA-PA, R 17333. Holleben diary, 2.-14.12.1902, Holleben papers. Holleben diary, 9.12.1902, Holleben papers. As soon as Roosevelt had become president, he lobbied with the Kaiser to recall Holleben and appoint Speck von Sternburg as Holleben s successor. Roosevelt to Andrew D. White, American Ambassador to Germany, 17.12.1901, and Roosevelt's letter to Speck von Sternburg , 6.3.1902, which Roosevelt did not send. Roosevelt: Letters, vol. 3, pp. 208 and 239-240; Rinke: Zwischen Weltpolitik und Monroedoktrin. Sternburg to AA, telegram, 26.11.1902, AA-PA, China 24 secret, No.9 adh.; Sternburg to Bülow, 26.11.1902, with marginal notes by the Kaiser, ibid., R 17380; Sternburg to Roosevelt, 15.12.1902, LC, Roosevelt papers.

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Ragnhild Fiebig-von Hase to give way to the British and American objections to the 'peaceful blockade' and declare a blockade jure gentium. Already on December 12, the Chancellor informed Wilhelm II. of this necessity, although he carefully avoided to reveal the full dimensions of the political disaster that became already visible in Venezuela. Biilow also advised against sending three additional cruisers to the Venezuelan coast as the Admiralstab had recommended, arguing "that sentiment in the United States of America, that did not show any irritation about our actions up till now, could change, if in addition to the ships of the three powers already present in Venezuelan waters further warships were sent from home waters."68 But the American Embassy at Berlin had called the State Department's attention to the planned detachment of the three cruisers, and this information naturally arouse further suspicion in American official circles towards German actions.69 Chancellor Biilow arranged all necessary steps to get the approval of the Bundesrat to the blockade jure gentium immediately after the American Ambassador Charlemagne Tower had delivered the American note on the "peaceful blockade", and after Holleben's warnings had arrived in the WilhelmstraBe on December 13. The Bundesrat agreed to the blockade jure gentium on December 15.70 In the meantime, the American press was filled with protests against the bombardment of Fort Puerto Cabello by German and English warships. The German chargé d'affaires in Washington Albert Count von Quadt-Wykradt-Isny warned on December 16 that the State Department expected that "the blockade should not and could not be allowed to impede the free movements of American merchant ships." Biilow immediately unBiilow to Wilhelm II., 12.12.1902, GP, vol. 17, pp. 258-259; for the demands of the Admiralstab: Büchsei to Wilhelm H, 6.12.1902, Bundesarchiv-Militärarchiv, Freiburg, RM 2/2008, with the marginal note of Admiral Senden of 13.12.1902 that the Kaiser had decided not to send more ships at the moment. Percival Dodge, American chargé d'affaires at Berlin, to Hay, 28.11.1902, NA, DS, RG 59, DD Germany. This letter arrived in the State Department on December 13, and was handed to the Navy Department on December 16. The Navy Department immediately asked for further urgent information from Berlin. Hay to Secretary of the Navy, William H. Moody, 16.12.1902, NA, Department of the Navy [DN], RG 45, Subject File, OO - U.S. Naval Forces on North Atlantic Station; U.S. Naval Attaché at Berlin Potts to Commander Charles D. Sigsbee, Chief of the Office of Naval Intelligence in the U.S. Navy Department, telegram, 18.12.1902, cf. Livermore: Theodore Roosevelt, p. 468. Minutes of the 39th Session of the Bundesrat on 15.12.1902, Staatsarchiv Hamburg, Akten des Hanseatischen Gesandten in Berlin, A I 10, Aktionen im Auslande 19001903.

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The German

Challenge

derstood that "we have to stick to the same line as England, especially towards America and with regard to America," and he wanted to know, whether "the German warships were informed that under no circumstances they should act towards American merchantmen except pari passu with the English, and that they should on no account create a situation in which American protests or complains would be only directed against us, while England disavows us."71 These fears induced Bülow to initiate a truly extraordinary measure of precaution. Neglecting the Kaiser's prerogative as Commander-in-Chief, he personally persuaded the Chief of the Admiralstab Vice-Admiral Wilhelm Büchsei on December 17 to by-pass the Kaiser and issue secret orders to the Commanding Officer of the German warships in Venezuelan waters. Commander Scheder was told by telegram to let American ships pass the blockade unmolested. This meant nothing less than that the Kaiser's orders for the "peaceful blockade" were de facto canceled. Only truly extraordinary circumstances could have motivated Bülow as well as Büchsei to perform such an act of disobedience, since their position depended on the Kaiser's benevolence. Büchsei defended his behavior and declared on December 17 that he had telegraphed the following secret order to Scheder: "Political considerations necessitate that the German side does not begin with turning away or sequestrating merchantmen of the United States during the blockade. Therefore, the ships under your command should let pass ships of the United States until further notice, but this should become known as little as possible to third parties." The emperor felt duped and was furious: "Without asking me in advance, no government agency is permitted to issue orders during war, not even the Admiralstab." Gustav von Senden-Bibran, Chief of the Kaiser's MarineKabinett, who had delivered Bülow's demand to the Admiralstab, defended himself by explaining the political situation: The Chancellor had asked him to send the top secret order, after the Staatssekretär of the Auswärtiges Amt Oswald Freiherr von Richthofen had got a telegram from Washington informing him about the departure of the American steamship and mentioning that "people in America were generally anxious to know what would happen with the ship." Therefore the naval authorities had decided to issue the order to Commander Scheder, not to stop American ships until further order. Bülow had added "that, as soon as the English had sequestrated one North American

Quadt to AA, telegram, Deutschland, p. 1577.

16.12.1902 with Bülow's marginal notes, cf.

Vagts:

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Ragnhild Fiebig-von

Hase

ship, the Commodore could sequestrate as many such ships as he likes." 72 Since events on the Venezuelan coast had created suspicions against Germany, it was certainly opportune to let the odium of the coercive measures fall on England. Although Bttlow and the naval authorities tried hard to conceal their actions 73 the hectic retreat of the Germans at the decisive moment cannot be ignored. No sensational "ultimatum" was necessary for Biilow to understand the first serious warning from Washington. But officially, the German government did not give in before December 18, when it notified Tower that it accepted the American interpretation of international law with regard to the blockade. Germany would enforce a 'warlike blockade' without formally declaring war, but would act under the rules set up in the official American naval war code. 74 On December 15, the two alliance partners began to discuss how to answer Castro's arbitration proposal. There can be no doubt that the Imperial government in Berlin believed Castro's offer to be utterly insufficient. The German Ambassador in London Paul Count von Wolff-Metternich was requested to convey this condemnation of arbitration to the British government as his private opinion. But Lord Lansdowne reacted to this message with signs of nervousness concerning the United States. Metternich tried to dispel such fear and argued that both governments mutually consented that American irritability had to be taken into account. But then he went on: "On the other side, we should not take it too seriously and should not become concerned, if some Americans disapprove our action against Venezuela on the basis of an untenable interpretation of the Monroe doctrine. The American government knows well enough that we do not plan to settle down in Venezuela, and she gave us a 'free hand' to proceed against the obstinate debtor. [...] The best method to end the discussion on arbitration in the press would be to reject it as fast as possible and begin with the blockade."75 Lansdowne could only interpret these remarks as a hint that the Imperial government did not welcome Castro's arbitration proposal. Since the two allies did not agree on an answer, Lansdowne wanted to hear the Cabinet's opinion before considering further steps. Therefore, he informed the American chargé Büchsei to Wilhelm II., top secret, 17.12.1902, with the Kaiser's marginal notes, and von Senden-Bibran to Wilhelm II., 18.12.1902, BA-MA, RM 2/2008. Commander Scheder had to destroy the order immediately after reading it. These were the rules set up in the naval war code of Capt. Charles Stockton. Tower to Hay, telegram, 18.12.1902, FRUS 1903, p. 423. Richthofen to Metternich, telegram, 14.12.1902, Metternich to AA, telegram, 15.12.1902, GP, vol. 17, pp. 260-263.

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The German Challenge d'affaires Henry White only personally and unofficially that the British government did not plan to land troops on Venezuelan territory. He and other members of the Cabinet gave such assurances also in the British Parliament, when the critics of the cooperation with Germany uttered concern for good Anglo-American relations. 6 Thus, the limits of British solidarity with the German Empire in Venezuela were clearly marked out. Roosevelt was assured that England would not go beyond the blockade jure gentium. Since nothing was to be feared from Britain, he could now proceed with his strategy of deterrence against the German Empire. For Roosevelt, Henry White's telegram of December 15 was the signal to pursue his political strategy more actively and end the uncertainty. Anyhow, growing anxiety among the public made events at the Venezuelan coast less and less tolerable. Congress demanded information about the administration's plans in Venezuela. The passive wait-and-see tactic could no longer be continued. Senator Henry M. Teller openly proposed to extend the Monroe doctrine, and end the oppression of Venezuela. After a meeting of the Cabinet in Washington on December 16, the State Department instructed the American ambassadors in Berlin and London by telegram, they should "urgently" point out the American interest in arbitration to the respective governments. 77 This was a new carefully formulated warning. On the same day, Holleben reported from New York that the American press began to use a more aggressive language. He cautioned his government to accept arbitration at least in principle.™ Now, Lansdowne also insisted on arbitration. He informed the German ambassador that the Cabinet advocated moderation and wanted to accept the arbitration proposal because it was concerned about the American reactions. Metternich was disappointed because he understood that this endangered the energetic continuation of the intervention. If the British public would have supported the government, he maintained, "we could quietly await further developments and would not have to care about American pretensions. UnHenry White to Hay, telegram and additional private telegram in cipher, 15.12.1902, NA, DS, RG59, D D Great Britain; Parliamentary Debates, 4 l h Series, 27 th Parliament, 3rd Sess., vol. 116, pp. 1245-1287. N e w York Times, 14.12. and 17.12.1902; Hay to Tower, and Hay to White, telegrams, 16.12.1902, FRUS 1903, pp. 421 and 453; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 1036-1037; Collin (Roosevelt's Caribbean, p. 107) believes that this telegram was the "formal ultimatum". He points to the astonishing fact that Lord Lansdowne asked the American government to omit the word "urgently" when they would publish the telegram. Lansdowne feared that otherwise the telegram might be misinterpreted as if the British government had bowed to American pressure! Holleben to AA, telegram, 16.12.1902, GP, vol. 17, p. 264.

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Ragnhild Fiebig-von Hase fortunately, this is not the case." Therefore, he reluctantly felt compelled to counsel "that, the earlier we can get out of the affair with honor together with England, the better." 79 Biilow had to accept that the alliance with England was not stable enough to challenge the United States in Latin America. Therefore, he instructed Metternich on December 17 that Germany was willing to accept the arbitration proposal. The allies should not wait, as Metternich was to tell Lansdowne, "until the Cabinet in Washington exchanged its messenger role with a more active diplomatic one, and they themselves should already now offer this role to the Washington Cabinet." 80 If the American government prevented the allies from forcing Castro into submission, it should at least contribute to an appropriate solution of the claims question. At the same time, Biilow wanted to disguise that his government was not the first to agree to arbitration. Again, the Roosevelt administration had politely but effectively exerted pressure. The German government did not transmit its decision to accept the arbitration proposal directly to Washington but informed the British government. Coordination among the allies was essential. Metternich could not contact Lansdowne before December 18, and in the meantime, Lansdowne had already decided to proceed without previously obtaining the consent of the Berlin government. He informed White privately that the British Cabinet had agreed on arbitration already on December 16. The telegram with this information reached the State Department at noon on December 18. It created the impression that the British government was acting with circumspection and that only Germany rejected arbitration. This impression was reinforced in Washington, because Tower telegraphed on the same day that the question of arbitration was "under consideration". 81 Hay stood under the impression that the Berlin government had not yet decided to agree to arbitration, and when he spoke with Quadt on December 18, he recommended once more a speedy solution to avoid all further irritation of the American public. Otherwise Congress might request the government "to demand respect [...] for the Monroe doctrine. This would create a very unpleasant impression in government circles." 82 Again, no sharp "ultimatum" was necessary for the third warning. A friendly 'advice' sufficed to make the Berlin government understand the seriousness of the situation.

Metternich to AA, telegram, 16.12.1902, GP, vol. 17, pp. 265-266. Biilow to Metternich, telegram, 17.12.1902, GP, vol. 17, pp. 266-268. White to Hay, telegram, 18.12.1902, N A , DS, RG 59, D D Great Britain; Tower to Hay, telegram, 18.12.1902, FRUS 1903, p. 423. Quadt to AA, telegram, 18.12.1902, GP, vol. 17, p. 269.

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The German Challenge The third warning referred to the resolution which Senator Teller had announced to introduce in Congress. But there was also another very concrete reason for the increasing nervousness within government circles at Washington: Definite decisions were necessary concerning the presence of the American fleet in the Caribbean. The schedule was that the warships participating in the maneuvers would be dispersed to different Caribbean harbors starting on December 19th for a Christmas break. Following this procedure would mean that the fighting value of the Navy in case of a German-American war would decrease, even although some of the ships were to sail to Venezuelan harbors. If the deterring effect of the mobilized American navy was further needed for diplomatic purposes, plans had to be revised quickly. Otherwise provisions and preparedness of the warships could not be guaranteed. The Roosevelt administration waited for Germany's decision on the arbitration proposal before definite orders were given to the fleet in Puerto Rican waters. When no answer from Berlin had arrived on the evening of December 17, Secretary of the Navy William H. Moody ordered Admiral of the Navy George Dewey, who was in charge of the maneuvers in Puerto Rican waters, to delay the dispersal of the fleet. Dewey, the hero of Manila, who knew about Roosevelt's plans to use the maneuvers for power politics against Germany, understood that the government at Washington considered the situation as serious. On December 18, he issued orders to preserve the coal bunkered on the ships. His adjutant explained this in his diary by mentioning the "uncertainty regarding Venezuela matters - where the Germans seem to be running things rather high-handedly." In the evening of December 18, all the admirals present at Culebra conferred on Dewey's flagship about the expected war with the German Empire. 83 Roosevelt's cabinet spent the evening at a state banquet at the White House. There, Hay got a second telegram from Henry White in London with the information that Lansdowne had let him know privately that the German government had decided to agree to arbitration. 4 The tense atmosphere in the White House immediately relaxed, since the danger of a further conflict escalation was now banned. Germany had not only accepted the American interMoody to Dewey, telegram, 17.12.1902, NA, DN, RG 45, A, General Records, Series 19, Messages Sent in Cipher; Journal of the Commander-in-Chief, Dewey's entry, 18.12.1902, Naval Historical Center, Washington, D.C. [NHC], George Dewey Papers; diary of Nathaniel Sargent, entry of 18.12.1902, cf.: Richard W. Turk; Defending the New Empire. In: Kenneth J. Hagan (ed.): In Peace and War, Interpretations of American Naval History, 1775-1978. Westport, CT and London 1978, p. 190. Henry White to Hay, three telegrams on 18.12.1902, the latest arrived at 9 p.m., NA, DS, RG 59, DD Great Britain. One of the telegrams is printed in paraphrase in FRUS 1902, p. 455.

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pretation of international law with regard to the blockade, but also arbitration. President Roosevelt reacted immediately: Deep in the night a telegram from Washington arrived at Culebra with the order to begin with the planned dispersal of the fleet for the Christmas break. 85 Hours later the official telegram with the German announcement reached Washington on December 19.86 The threatening escalation of the crisis was averted at the very last moment. Roosevelt succeeded in forcing the German government to yield not only with regard to the "peaceful blockade", but also concerning arbitration. On the other hand, the British government could accomplish some important political results: Castro had been compelled to ask for arbitration, and a settlement of the claims question could be expected that would satisfy British concerns. British cooperation with Germany had also induced the Roosevelt administration to make important concessions in the Alaska boundary question. 87 Since a quid pro quo was possible in the Anglo-American relationship, American deterrence strategy could concentrated on the Imperial government. With the consent of the two allies to arbitration, the outcome of the crisis was more or less decided. Anglo-German cooperation did not show sufficient stability to withstand American pressures, while the informal AngloAmerican understanding appeared as the decisive element in trans-Atlantic relations. German efforts to change this fact were unsuccessful. When the Imperial government tried to please Roosevelt's vanity by asking him to act as arbitrator, this did not alter the President's strategy. Roosevelt declined the offer, since he did not want to get entangled into Europe's conflicts with the Latin American states. 88 He also welcomed Sternburg's arrival at Washington, which was meant as a special favor to him personally, but again, this did not influence his political decisions. 89 In this situation, German obstinacy in the Washington negotiations with Castro's commissioner Bowen was much more important for the GermanJournal of the Commander-in-Chief, entry of 18.12.1902, NHC, Dewey Papers. Tower to Hay, telegram, 19.12.1902, NA, DS, RG 59, DD Germany, printed in paraphrase in FRUS 1902, pp. 423-424. On December 18, Hay and the British Ambassador Sir Michael Herbert agreed on the Alaska treaty. Herbert to Hay, 18.12.1902, and Herbert to Lansdowne, 19.12.1902, cf. in: Campbell Jr.: Anglo-American Understanding, p. 303; Marks IE: Velvet on Iron, p. 75. Hay to Tower and Hay to White, telegrams, 26.12.1902, FRUS 1902, pp. 428 and 463. It was John Hay who reminded Roosevelt that acceptance of the German and English offer to act as arbitrator would have negative effects on the American position. Hay to Roosevelt, 21.12.1902, LC, Roosevelt Papers. Roosevelt to Theodore Roosevelt Jr., 1.2.1903, Roosevelt: Letters, vol. 3, p. 415.

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The German

Challenge

American relationship than the politically irrelevant demonstrations of friendliness by Wilhelm II. Sternburg was insisting on German demands, since growing internal criticism made it absolutely necessary for Biilow to present some positive results. The Conservatives, the National-Liberal party and the Pan-Germans attacked Biilow in the Reichstag and in the press for cooperating with England, and even more so for yielding to Castro's arbitration proposal. These groups now started an aggressive verbal campaign against the Monroe doctrine. At least in the claims and debt question, Biilow needed a success, and therefore, the German side insisted on preferential treatment for the claims of the allies. Bowen, on the other side, refused to consent, as this would have meant that payment of the American claims would be postponed indefinitely. 90 Venezuela, on the other hand, was interested in an early lifting of the blockade, but this wish did not find much attention during the negotiation. By now, only the 'Great Powers' were quarreling for their share of the Venezuelan prey. On January 21, the crisis escalated once more when German warships bombarded the Venezuelan Fort San Carlos after the German gunboat "Panther" had been attacked from the fort when it tried to enter Lake Maracaibo. Again, warnings were uttered in Washington and military preparations for a war with Germany were intensified. Rumors about Germany's intentions in the Western Hemisphere multiplied. 91 Although the British government became more and more annoyed with Bowen's behavior, this did not mean much compared to the intense criticism from public opinion in England after this new demonstration of German high-handedness. At the same time, Herbert warned from Washington that Hay and Roosevelt "would be seriously embarrassed and the Alaska treaty threatened, if we do not arrive at an immediate settlement." On February 7, he telegraphed that "a great change has taken place in the feeling of this country towards us [...] The time has almost come, in American opinion, for us to make the choice between the friendship of the United States and that of Germany."92

Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 1048-1059. Angermann: Wendepunkt, pp. 44-46; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 10591063. Herbert to Lansdowne, 10.2.1903, PRO, FO 800/144, Lansdowne Papers; Herbert to Lansdowne, telegram, 7.2.1903, BD, vol. 2, p. 172; Kneer: Great Britain, pp. 127151; Fiebig-von Hase: Lateinamerika, pp. 1063-1066.

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Confronted with this alternative, the British government retreated immediately. The intransigent insistence of the Imperial government on its demands became less and less tolerable for the British, until, finally, Lansdowne admonished Metternich on February 9 and 11 that it was necessary to end the blockade as quickly as possible. He also hinted that England might be unable to further support the German claims in the negotiations with Bowen, if Germany would not accept a compromise. 93 Under these circumstances, Sternburg could neither enforce the payment of all German claims, nor succeed with the planned international control of the Venezuelan finances. When the British side pressed for an end of the blockade, the situation became hopeless for Germany. Now, it was the American president personally, who warned Sternburg two times in a friendly but determined tone. Hay also cautioned: "A state of unrest and anxiety so exists throughout the Western Hemisphere which if suffered increase might bring about results which would be universally deplored."94 Sternburg urgently pleaded with his government to accept Bowen's latest offer. "Authoritative persons" - i.e., Roosevelt or Hay - had told him that events in Venezuela had brought about a change in the sympathies for Germany in South and Central America, and: "The few sympathies which Germany still had in the United States were lost through German behavior. Dewey's squadron had secret orders to be ready at a moments notice."95 But Biilow was still reluctant to give in, because the attacks of the right wing press toward the government became more and more aggressive. Sternburg was warned that a further retreat, especially with regard to preferential treatment for the claims of the allies, would be considered as "weakness of our foreign policy". 96 The German Admiralstab and Kaiser Wilhelm II. reconsidered the military preconditions for a war between Germany and the United States, after the U.S. Navy Department had issued "rush orders" to all naval stations to in-

Lansdowne to Herbert, 9.2.1902 and Lansdowne to Lascelles, 12.2.1903, BD, vol. 2, pp. 172-174; Lansdowne to Herbert and Lansdowne to Lascelles, telegrams, 11.2.1903, cf. in: Kneer: Great Britain, p. 157. Sternburg to AA, telegrams 31.1. and 3.2.1903, GP, vol. 17, pp. 285-286; Hay's memorandum without a date, but its content indicates that it was written in the last phase of the conflict, in: LC, John Hay Papers. Sternburg to AA, 3.2.1903, GP, vol. 17, pp. 285-285. Richthofen to Sternburg, telegrams, 8.2. and 13.2.1903, cf. in: Vagts: Deutschland, pp. 1601-1602.

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crease American preparedness for war. Tirpitz already feared that the growing dissonance between the alliance partners could lead to a war between Germany and Great Britain. He warned that this would be "a Jena for Germany and England, a Trafalgar for America, Russia, and France, and this free of any expenses to them." 97 In this critical moment, a new offer from Bowen enabled the German side to agree to a compromise. Roosevelt himself had exerted pressure on Bowen, 98 and had thereby made a solution possible that enabled the Imperial government to safe its face. Roosevelt did not want to stay idle, when Germany and the United States were drifting into a serious conflict because of a small amount of money. This time the de-escalation of the crisis came through American action, but again, the American president did not concede anything essential. On February 13, the powers signed the so-called Washington Protocols, and the blockade of the Venezuelan coast was lifted. The Venezuela intervention of 1902/3 was the turning point in the relationship between the three leading maritime powers, Great Britain, Germany, and the United States, and this fact gives the event an exceptional historical meaning. The crisis has to be considered as the climax of the GermanAmerican antagonism before 1914. It revealed that there was no public support in Germany and Great Britain for an Anglo-German alliance on the basis of common interests in overseas, if such a coalition arose suspicion in the United States. The endeavors of the two European powers to improve their relationship through cooperation at the Latin American periphery only aggravated their antagonism. Edward Grey, who became British Foreign Minister in 1905, believed in January 1903: "Close relations with Germany mean for us worse relations with the rest of the world, especially with the United States, France and Russia." The London Spectator certainly agreed, calling the German Empire after the bombardment of Fort San Carlos "the mischiefmaker of the world". The paper suggested an alliance with France and Russia to surround Germany with a cordon sanitaire. 99 The real winner of the crisis was the United States, which the two European antagonists courted during the following years.

Notice of Büchsei, 19.1.1903, and his memoranda for the Kaiser, 30.1., 11.2., and 14.2.1903, B A - M A , RM 5/885; Tirpitz to Richthofen, 30.1.1903, cf. in: Vagts: Deutschland, p. 1578. Sternburg to Biilow, 13.3.1903, AA-PA, R 17065. Grey to Newbolt, 5.1.1903, cf. in: Paul M. Kennedy: The Rise of the Anglo-German Antagonism. London etc. 1980, p. 259; Spectator, 7.2.1902, cf. in: Arthur J. Marder: The Anatomy of British Sea Power. A History of British Naval Policy in the PreDreadnought Era 1880-1905. London 1940, p. 466.

Ill

Ragnhild Fiebig-von Hase The structure of the Atlantic power constellation determined the solution of the conflict. Because the European powers were at odds among themselves, the United States could realize its policies regarding Latin America, and the American president could prevent the German Empire from accomplishing its aims in Venezuela. Venezuela had to pay the cost of the conflict. It played only a marginal role during the negotiations at Washington. The structural deficits in the European-Latin American relationship remained unchanged, although the sentence of the Hague Court promised a solution. When the Court awarded preferential treatment to the intervening powers, it put a premium on the application of force. Now the American government could no longer continue to play the 'dog in the manger'. It had either to tolerate further interventions by European powers enforcing debt payments, or had to engage itself more actively in Latin American affairs. Roosevelt opted for the second alternative. With his Corollary to the Monroe doctrine he accepted that this doctrine forced the United States to become responsible for the behavior of the Latin American countries towards their European creditors. But in reality, a moderation of American foreign policy was not necessary. The escalating Anglo-German antagonism was the best guarantee for the United States that another intervention of these two powers in the Western Hemisphere was not to be expected.

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JOSEF OPATRNY

La crítica martiana del concepto del panamericanismo de James G. Blaine Para al menos una parte de los especialistas que se interesan por la obra de José Martí, este político y pensador cubano representa ante todo uno de los foijadores de la idea de la única nación hispanoamericana;1 no obstante, al mismo tiempo pertenecía a los primeros críticos muy duros del panamericanismo en el concepto de los nuevos intérpretes de la doctrina Monroe o, quizás mejor dicho, de sus antecesores estadounidenses de fines de los ochenta, como fue p. ej. James G. Blaine. Es verdad que Martí no fue en aquel tiempo el único crítico; no obstante, sus formulaciones destacaban por claridad, anticipando varias realidades que se hicieron patentes hasta el año 1898. Ese año es considerado como uno de los momentos claves de las naciones respectivas, no solamente por las historiografías nacionales de Cuba, España y en cierta medida también de los EE. UU., sino por los historiadores marxistas de todo el mundo quienes, haciéndose eco de la obra de sus clásicos, presentan la guerra hispano-americana como comienzo de una época nueva en el desarrollo de la sociedad humana, la última antes de la victoria del socialismo.2 Sin embargo, la mayoría de los estudios serios sobre este problema, por no hablar de artículos de periodistas y políticos, no mencionan un hecho sustancial. El año 1898, o mejor dicho, los acontecimientos de ese año, no fueron más que una manifestación palpable de la realidad que había existido, quizás no con características tan claras y marcadas, ya desde hacía cierto tiempo. Fue resultado de un proceso histórico que tuvo raíces económicas, políticas, estratégicas e ideológicas muy profundas. Y, por otra parte, ya en la segunda mitad del siglo XIX existió gente que -observando ciertos hechos en la escena estadounidense- registraron rasgos negativos del desarrollo: se dieron cuenta de la expansión del mundo anglosajón y se preocupaban por los destinos de la sociedad hispana en la vecindad de un elemento tan dinámico como fue la comunidad estadounidense. Uno de los pensadores más Sobre diferentes conceptos de la obra e importancia de José Martí ver ante todo Otmar Ette: José Martí, Teil I: Apostel - Dichter - Revolutionär. Eine Geschichte seiner Rezeption. Tübingen: Max Niemeyer Verlag 1991. Más sobre este problema ver en Patrick Wolfe: "Imperialism and History: A Century of Theory, from Marx to Postcolonialism", en: The American Historical Review, vol. 102, no. 2, Abril 1997, pp. 388-420 (con abundante literatura).

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Josef Opatrny penetrantes en este sentido fue José Martí. Podemos planteamos, naturalmente, la pregunta de por qué fue precisamente Cuba la que en la segunda mitad del siglo pasado creó al menos dos personajes tan importantes en lo que toca a las relaciones de dos culturas en el Nuevo Mundo. La respuesta más sencilla (lo que, sin embargo, no debe significar necesariamente que sea correcta) puede ser que José Antonio Saco3 y José Martí procedían de una sociedad que vivía en contactos muy estrechos con la estadounidense y quizás antes que otros latinoamericanos podían distinguir la ambigüedad de las relaciones que los Estados Unidos mantenían con sus vecinos sureños. La influencia estadounidense en la economía cubana A pesar de que ya desde fines del siglo XVIII existían firmes relaciones económicas entre la colonia española y los Estados Unidos, ante todo la mitad del siglo XIX y los años siguientes a la Primera Guerra de la Independencia significaron la profundización de esos contactos hasta tal grado que en la segunda mitad de los noventa la economía cubana formó prácticamente una parte de la economía estadounidense. Los cambios fundamentales en la economía colonial, ante todo en su rama más importante, es decir en la producción de azúcar, los aceleraron, sin duda, los daños causados por la guerra que ejercía influencia en dos sentidos: Destruyó las plantaciones y los ingenios en las regiones de los combates -ante todo en Oriente, pero también en Camagüey y Las Villas- y aceleró el proceso de retraso de los ingenios pequeños y poco efectivos en la zona occidental de la isla. Durante la guerra, dejó de trabajar más de la mitad de los ingenios en los alrededores de Santiago de Cuba, en Sancti Spiritus desapareció un porcentaje aún mayor, y lo mismo registraron los propietarios en Remedios, Puerto Príncipe, etc. A pesar de que las cifras presentadas por distintas fuentes difieren, las autoridades más serias estiman que durante la guerra desapareció en toda la colonia casi la mitad de todos los ingenios. No obstante, este hecho no tuvo una repercusión adecuada en la producción de azúcar. Al mismo tiempo apareció la tendencia a transformar los ingenios en centrales, y este proceso culminó en los dos últimos decenios del siglo XIX. En ese período continuó la reducción cuantitativa de las fábricas de azúcar; sin embargo, creció la productividad y la producción. Estos cambios Véase p. ej. las observaciones de José Antonio Saco sobre el contacto del mundo hispano y el anglosajón durante su polémica contra los anexionistas. Más en Josef Opatmy: Antecedentes históricos de la formación de la nación cubana. ^IberoAmericana Pragensia, Suplementum 3/1984), Praga 1986, pp. 123 ss.

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La crítica martiana necesitaron, no obstante, mucho capital del que carecía tanto España como la colonia. De esta manera se abrió la puerta al capital extranjero, ante todo estadounidense. Los Estados Unidos suministraron a la isla no solamente el capital, sino también las comodidades necesarias para los cambios que se efectuaban en la producción del azúcar -es decir, para la maquinaria y la tecnología nuevas y para el material ferroviario-.4 La carencia del dinero en la isla en los últimos años de la guerra y después de terminada la misma causó aún otro problema. Los propietarios de los ingenios destruidos en la guerra no tuvieron, en la mayoría de los casos, los recursos suficientes para restablecer la producción y se les ofrecían dos soluciones -o renunciar a la producción de azúcar y seguir cultivando solamente la caña para venderla a las centrales (o, eventualmente, orientarse al cultivo de otra planta, o a criar el ganado), o vender la tierra. Una parte sustancial de los propietarios escogieron la segunda opción, vendiendo sus plantaciones a los vecinos, o a los empresarios extranjeros. Uno de los casos más conocidos es el negocio de la casa de E. Atkins de Boston que aprovechó la mala situación de la familia Sarria y compró sus extensas tierras en Cieníuegos. Fue precisamente la reconstrucción de la central La Soledad y la construcción de la línea de vía estrecha que unía la fábrica con los alrededores, lo que le facilitó al empresario americano las nuevas compras de terrenos. No obstante, las actividades de Atkins no se limitaron a la central Soledad. A comienzos de los años noventa construyó dos centrales nuevas, una en Tanamo y otra en Trinidad. Ambas fábricas estaban situadas cerca de la costa lo que facilitaba el acceso al mercado americano que podía absorber cantidades prácticamente ilimitadas de azúcar. También en estas partes de Cuba, la compañía de Atkins construyó una vía estrecha que unía los viejos terrenos cultivados con las áreas nuevas, y los alrededores muy extensos de ambas centrales cayeron bajo la influencia del empresario norteamericano cuyo ejemplo siguieron otras compañías americanas. La compañía de H. Kelly y F. Farrell compró terrenos en la cercanía de Manzanillo edificando allí una central, al igual que el empresario Rionda en Sancti Spiritus. Generalmente, los norteamericanos no orientaron sus actividades solamente a las regiones tradicionales del cultivo de la caña, sino movieron la frontera de las plantaciones cañeras hacia las regiones nuevas al norte de Sancti Spiritus. Invirtieron su capital en aquellas partes de La capacidad de las centrales de procesar la caña de grandes áreas llevó a la construcción de las líneas de vía estrecha para unir las plantaciones situadas no solamente en las cercanías de las centrales, sino en muchos casos también los terrenos relativamente lejanos. La densa red de estas comunicaciones necesitaba naturalmente mucho material ferroviario comprado frecuentemente en los Estados Unidos.

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Josef Opatrny la colonia que antes producían para el consumo local y con la construcción de las fábricas de azúcar nuevas se convirtieron en parte del mercado internacional. Con estas inversiones americanas en la industria azucarera cubana no podían competir las compañías españolas, a pesar de que en sus intentos participara también el capital británico y francés. En este proceso, tuvo una gran importancia la formación gradual de una entidad potente con el papel decisivo en el mercado estadounidense del azúcar. El establecimiento del trust azucarero en los Estados Unidos y la incorporación de la American Sugar Refinering Company influyó sustancialmente en la situación de Cuba ante todo después de 1892 cuando Atkins comenzó a cooperar con esta asociación de tanta influencia en la política del gobierno estadounidense. Esa colaboración junto con el proyecto de aranceles de McKinley cambiaron la situación en lo referente a la fabricación de azúcar en Cuba. Hasta ese período, los producentes de azúcar cubanos trataron de fabricar azúcar refinado que en el mercado mundial alcanzaba los mejores precios. El proyecto estadounidense de ley arancelaria de 1890 cargaba este producto con impuestos muy altos, mientras que el azúcar crudo pudo eximirse de las tarifas de aduana. La American Sugar Refinering Company con sus enormes capacidades refinadoras apoyaba, naturalmente, dicho proyecto arancelario y su representante Havemayer, aprovechando sus contactos con Atkins, propuso el plan de transformar a Cuba de exportador del producto finalizado en exportador del producto semifabricado. La aprobación de la ley McKinley significó, por supuesto, la realización de la idea de Havemayer. Los producentes de azúcar en Cuba, exportando la mayoría de su producción a los EE. UU., iban a fabricar la comodidad que hallaba las condiciones más ventajosas de venta en el mercado del vecino norteño lo que fortaleció, naturalmente, los vínculos entre la economía cubana y la estadounidense. Durante las negociaciones entre Havemayer, Atkins y otros exportadores de azúcar cubano se concertaron también acuerdos entre los gobiernos estadounidense y español basados en la teoría de reciprocidad defendida con tanto esfuerzo por el secretario de Estado James G. Blaine en la conferencia panamericana en Washington. Los acuerdos significaron, por una parte, un mejor acceso de los productos estadounidenses al mercado cubano y, por otra, mejoraron la posición del azúcar crudo cubano en los EE. UU. Los convenios de reciprocidad iniciaron un nuevo auge de la

Ya a principios de los ochenta construyó de esa manera la compañía hispano-francesa Dominio de la Bahía de Ñipe la central París en la costa septentrional de Oriente sin disminuir sustancialmente la influencia del capital estadounidense en la industria azucarera en la colonia española.

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La crítica martiana producción del semiproducto y acabaron prácticamente con la exportación de los productos finales. Semejantes consecuencias tuvo la tarifa arancelaria para la industria tabacalera que, no obstante, no fue ligada tan estrechamente al mercado estadounidense exportando la mayor parte de su producción a Europa. Por eso, la industria tabacalera no dependía -en cuanto a la exportación- de los EE. UU. de manera comparable al azúcar cuya exportación sufrió un golpe duro a mediados de los años noventa con la nueva tarifa estadounidense y la realidad de que había expirado la vigencia del convenio de reciprocidad hispano-norteamericana. Los dos hechos llevaron como consecuencia una reducción notable de la exportación de azúcar cubano a los Estados Unidos. La profunda crisis de venta provocó la crisis de toda la economía colonial que, por su parte, repercutió inmediatamente y de manera muy seria en la vida social y política. Muchos historiadores consideran precisamente esta situación como un impulso importantísimo para desencadenar la segunda guerra de independencia cubana. La idea del panamericanismo en los EE. UU. en los años ochenta No obstante, para Martí esta realidad cubana de fines de los ochenta y principios de los noventa formó probablemente tan sólo un ámbito de sus consideraciones en lo que toca a la visión estadounidense del panamericanismo. El impulso fundamental para observar con tanta atención la relación entre los Estados Unidos y América Latina y para intentar formular su ideario en dicha esfera fueron las preparaciones y el transcurso del congreso panamericano celebrado en aquella época en Washington, así como las actividades que lo siguieron.6 Ese evento significó realmente uno de los momentos claves de la nueva política estadounidense hacia sus vecinos sureños. Los principios de esta política los formuló el secretario de Estado James G. Blaine. 7 Ya durante su breve estancia en este puesto en 1881 Uno de los clásicos de la concepción de Martí-antiimperialista, Roberto Fernández Retamar, apuntó sobre la influencia de la conferencia panamericana y las opiniones de Martí lo siguiente: "Pero si la dramática coyuntura de la Conferencia de Washington de 1889-1890 cataliza la visión martiana de nuestra América, esta visión ha venido forjándose desde muy temprano en él." Martí y la revelación de nuestra América. Prólogo en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar. La Habana: Casa de las Américas 1974, p. 8. Sobre la política de James G. Blaine véase The American Secretaries of State and their Diplomacy, ed. by Samuel Flagg Bemis. New York: Cooper Square Publishers, Inc. 1963, vol. VII, pp. 263-297; vol. VIII, pp. 109-184. En lo que toca a la visión panamericana de Blaine comp, especialmente las páginas respectivas del estudio de

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Josef Opatrny propuso la organización de la conferencia panamericana siendo apoyado por ciertos grupos de la economía estadounidense que pedían una colaboración estrecha con todos los países del hemisferio occidental. No obstante, la idea del panamericanismo registró pronto una pérdida casi fatal cuando el 18 de diciembre de 1881 a James Blaine le reemplazó el nuevo Secretario de Estado Frederick T. Frelinghuysen. Su visión de la presencia estadounidense en América Latina fue muy pragmática rechazando la idea de grandes concepciones apoyó los convenios comerciales bilaterales con las cláusulas de las ventajas recíprocas entre el gobierno en Washington y los gobiernos de aquellos países en los cuales los comerciantes estadounidenses ya habían ocupado posiciones firmes. El secretario de Estado negoció de esta manera con los representantes de México, la República Dominicana, El Salvador, Colombia, España y Gran Bretaña (en los últimos dos casos, las colonias caribeñas representaban socios muy importantes para los comerciantes estadounidenses). Esta política la defendió el presidente Chester Arthur quien a mediados del año 1884 designó una comisión especial para estudiar y promover los contactos entre los comerciantes de los EE. UU. con los países latinoamericanos. Al hablar sobre las tareas de la misma en su Mensaje sobre el estado de la Unión el 1 de diciembre de 1884 subrayó la importancia del continente americano y de las islas adyacentes para el comercio estadounidense considerando toda esta región como el mercado natural de los Estados Unidos. Según el presidente, el área era propia para absorber la producción de la agricultura e industria estadounidenses y para ofrecer a su vecino norteño la mercancía que los EE. UU. no producen, o producen en cantidades no suficientes. Las condiciones para este comercio consistieron en los convenios recíprocos, en la construcción de una flota moderna estadounidense yy en la constitución de una o

moneda común para el comercio interamericano. La mención de la necesidad de una potente flota comercial despejó otro fenómeno importante que tocaba también a las relaciones de los EE. UU. con América Latina en los ochenta. Desde principios de ese decenio, los partidarios de una expansión comercial discutieron la cuestión de cómo proteger la flota y las rutas marítimas. Llegaron a la conclusión natural: Para la protección del comercio marítimo los Estados Unidos necesitaban una marina de guerra moderna. En el año 1881 estableció William Hunt el Departamento para tecnología y Thomas D. Schoonover. The United States in Central America, 1860-1911. Episodes of Social Imperialism and Imperial Rivalry in the World System. Durham and London: Duke University Press 1991, pp. 78 ss. Ver Chester Arthur: Cuarto Mensaje Anual. Washington, 1 de diciembre de 1884, en: James Richardson (ed.): A Compilation of the Messages and Papers of the Presidents 1789-1897, vol. VIII. Washington 1900, pp. 235 ss.

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La crítica martiana estrategia naval, tres años más tarde fundaron el War College naval y en 1883, la administración estadounidense inauguró la construcción de tres cruceros modernos comparables con las naves de las potencias europeas. A pesar de este éxito, los partidarios de la edificación de una marina moderna se enfrentaban siempre con una oposición influyente representada por un grupo de oficiales navales que preferían usar solamente los barcos para la protección de la costa estadounidense. No obstante, el presidente apoyó el programa de modernización de las fuerzas navales especialmente desde la primavera de 1884 cuando remitió al Congreso un mensaje especial dedicado a la construcción de los buques de guerra modernos argumentando con las necesidades de defender la seguridad nacional.9 En la segunda mitad de los ochenta, el Congreso aprobó la construcción de otro grupo de cruceros modernos. Las discusiones acerca de esta problemática en ambas Cámaras las influyó otro objeto de interés de la sociedad americana de aquel tiempo -la construcción del canal transístmico. Las actividades de la compañía francesa en Panamá fueron rechazadas por una parte de los políticos estadounidenses como un ataque contra la doctrine Monroe, pidiendo la participación del gobierno en la construcción del canal en Nicaragua. El presidente aprobó esta iniciativa argumentando con los "intereses vitales" de los Estados Unidos en la vía interoceánica.10 Los destinos del convenio firmado por la administración de Arthur con Nicaragua demuestran, sin embargo, la amplitud de las corrientes contrarias en la política internacional estadounidense. El nuevo presidente Grover Cleveland y su Secretario de Estado, Thomas Francis Bayard, rechazaron la actividad nicaragüense de sus predecesores, el Congreso no ratificó el documento y el proyecto no se realizó.11 Argumentando con el peligro de involucrarse en conflictos internacionales en la América Central, mencionó también las condiciones cambiadas por la existencia de vías férreas transcontinentales en el territorio 12 estadounidense. Detrás del cambio de las opiniones de la administración de la Casa Blanca hay que buscar, con mayor probabilidad, precisamente los intereses de las compañías ferroviarias.

Mensaje de Chester Arthur, 26 de marzo de 1884, en: Richardson (nota 8), vol. Vili, pp. 209 s. Véase el mensaje de Chester Arthur, Washington, el 10 de diciembre de 1884, en: Richardson (nota 8), vol. VIII, pp. 256 ss. Más véase en Thomas M. Leonard: Central America and the United States: The Search for Stability. Athens/London: The University of Georgia Press 1991, pp. 39 s. Véase el Primer mensaje anual de Grover Cleveland, Washington, 8 de diciembre de 1885, en: Richardson (nota 8), vol. VIII, pp. 324 ss.

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Josef Opatrny A pesar de que la administración de Cleveland no perdió totalmente el interés en las relaciones con América Latina, Bayard tenía otras prioridades, y los partidarios de la expansión rumbo al sur debían esperar el cambio de presidente para realizar su programa ligado con la herencia de Thomas Jefferson, la doctrina Monroe o el Destino Manifiesto. Tan sólo al mismo fin de su actuación en la Casa Blanca, Cleveland dedicó más atención a América Latina firmando la resolución del Congreso de 10 de mayo de 1888 que abrió el camino a la organización del congreso panamericano en Washington en 1889. En julio de 1888 invitó Bayard a los representantes de diez y ocho estados latinoamericanos para participar en el congreso preparado para octubre de 1889. No obstante, la realización del proyecto dependía ya de la política del nuevo presidente Benjamín Harrison. Su relación con América Latina difería mucho de la de Cleveland. Este hecho se hace patente en sus negociaciones en el caso del nuevo Secretario de Estado. Antes de entrar en la Casa Blanca, ofreció a mediados de enero de 1889 el departamento del Secretario de Estado una vez más a James G. Blaine. En una carta personal destacó su interés por la activa política en el continente americano: "Estoy sumamente interesado en el mejoramiento de nuestras relaciones con los Estados de América Central y del Sur. Debemos ganar su confianza como lo merecen. Eso no se efectúa por sí mismo. Solamente personas con experiencia, de carácter bueno y de vistas amplias pueden ser mandadas a los menos importantes de estos Estados. En todo eso, estoy seguro, Vd. será el más solícito coadjutor, tomando en cuenta su interés ya antes públicamente declarado en este asunto."13 James Blaine, ex-candidato del partido republicano fracasado en las elecciones del año 1884, apreció probablemente la orientación del nuevo presidente y aceptó su oferta. De tal manera entró en el Departamento de Estado un político cuya prioridad fue, sin duda, la política latinoamericana. Inmediatamente después de encargarse de su departamento, se puso a realizar la organización del congreso panamericano. Todos los invitados, si bien algunos con ciertas dudas, aceptaron la invitación, excepto la República Dominicana que manifestó de esta manera su crítica a la política del Congreso de los EE. UU. por no haber ratificado el convenio de reciprocidad entre la República Dominicana y los Estados Unidos. El 2 de octubre de 1889, los 37 participantes inauguraron el congreso. La delegación más numerosa fue la estadounidense, dirigida por John B. Henderson. Al lado de diplomáticos participaron como miembros de esta Segun The American Secretaries of State and their Diplomacy (nota 7), vol. VIII, pp. 113 s.

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La crítica martiana delegación Andrew Carnegie y Clement Sudebaker. Representantes destacados de Latinoamérica eran Matías Romero de México, Roque Saenz Peña de Argentina y Salvador de Mendonca del Brasil. Blaine formuló el documento de bienvenida subrayando la importancia del congreso para el futuro del continente y para el bienestar de sus habitantes. Los representantes debían fundar relaciones amistosas entre todos los países del hemisferio, establecer un estado de absoluta igualdad, no permitir ninguna opresión o negociaciones secretas y rechazar decididamente la política de conquista. Ya en este documento formal propuso también una cosa muy concreta establecer líneas marítimas para conectar todo el continente por una densa red de comunicaciones para poder desarrollar el comercio y construir en el futuro un sistema ferroviario interamericano con el mismo objetivo. Antes de abrir las sesiones de trabajo, bajo la presidencia de Blaine, los participantes del evento aceptaron la invitación de los organizadores de visitar diferentes partes de los Estados Unidos para "conocer el desarrollo del país". Acompañados por los empresarios y comerciantes visitaron los centros más importantes de la industria y comercio estadounidenses -Nueva York, Cleveland, Chicago, St. Louis, Pittsburgh, etc. El Congreso panamericano en Washington Las sesiones empezaron el 18 de noviembre en quince comités que durante cuatro meses discutieron toda una serie de cuestiones, muchas de ellas de la esfera económica. La mayoría de los puntos no despertó controversias. Los miembros de esos comités prepararon materiales informativos sobre las comunicaciones en diferentes regiones del continente -en la costa atlántica, la costa pacífica, en el Mar Caribe o sobre el ferrocarril interamericano. Otros comités discutieron la problemática de las marcas comerciales, los derechos portuarios, el derecho internacional, la extradición, etc. Sin embargo, precisamente en los puntos más acentuados por Blaine, los representantes de los Estados americanos no llegaron a un acuerdo. En el caso del proyecto de la unión arancelaria, los delegados presentaron dos documentos, uno de la mayoría y el otro, de la minoría. El primer grupo consideró la propuesta como útil para el desarrollo del comercio; no obstante, expresó su preocupación de que la realización del proyecto fracasaría al enfrentar los obstáculos constitucionales y técnicos. Los representantes consideraron como prácticamente irrealizable en la medida continental incluso el proyecto menos ambicioso de los convenios de reciprocidad, técnica y políticamente más sencillo. Por eso, dicho grupo recomendó la realización del programa de los convenios de reciprocidad en base bilateral. El grupo minoritario rechazó totalmente la idea, sin aceptar los argumentos de los delegados

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Josef Opatrny estadounidenses sobre las ventajas de la unión para todos los Estados americanos. El portavoz de la minoría, Sáenz Peña, puso en cuestión la reciprocidad diciendo que todos los países americanos, incluso los EE. UU., exportaban ante todo productos agrícolas y por eso la reciprocidad no tenía ningún sentido. Votando los dos documentos, los representantes de Argentina, Chile y Bolivia rechazaron la propuesta de la mayoría, y Paraguay se abstuvo de voto. Las actividades posteriores de Sáenz Peña demuestran que su crítica de la idea de un único espacio económico americano significó en realidad una crítica de la política de Blaine orientada a aprovechar la fuerza de la economía estadounidense para objetivos políticos. No obstante, en otra comisión Sáenz Peña apoyó -con ciertas, pero importantes reservas- la propuesta de Blaine. La idea del arbitraje como principio del "derecho internacional americano" tuvo, sin embargo, críticos duros en la delegación chilena que votó en contra de la resolución. En estos dos puntos, tan importantes para la delegación estadounidense, fracasó el esfuerzo de Blaine de alcanzar la unanimidad. Exitosamente terminó, sin embargo, el proyecto de establecer en Washington un comité permanente informativo de la Unión internacional de las Repúblicas Americanas que más tarde se transformó en la Unión Panamericana. Una parte de los políticos y periodistas, y más tarde de historiadores, consideraron este hecho como el único resultado práctico del congreso. No obstante, los resultados "no prácticos" fueron más importantes. A pesar del fracaso de Blaine en los casos de reciprocidad y de arbitraje, los Estados Unidos realizaron en los años noventa, al menos parcialmente, los planes de Blaine, firmando con algunos países convenios que, especialmente en el caso del Brasil y de Cuba, significaron en un breve lapso de tiempo un aumento sustancial del comercio lo que tuvo su influencia también en las relaciones políticas. La realización de la idea de arbitraje apareció en el caso de las fronteras de Venezuela en 1895 y confirmó las preocupaciones de algunos portavoces del mundo latino en América: los Estados Unidos se esforzaron, por su intermediación, ante todo en imponer sus propios intereses. Como ya hemos constatado, la conferencia panamericana, con una gran publicidad en la prensa, representó una de las inspiraciones de José Martí para formular sus ideas sobre las dos Américas y su crítica de la política estadounidense en el hemisferio occidental. Especialmente para los participantes del evento preparó uno de sus discursos más famosos, Madre América, pronunciado en la velada que celebró la Sociedad Literaria Hispanoamericana el 19 de diciembre de 1889 en honor de los delegados de la Conferencia Internacional Americana. A pesar de mencionar repetidamente la importancia de América del Norte para la formación de sociedades libres

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La crítica martiana en el continente,14 no ocultó su convicción de que, en realidad, había dos Américas expresándola en las palabras sobre la América de Lincoln y la de Juárez.15 Esta diferenciación, la división de América en dos partes, la nuestra y la otra, América del Norte, Martí la llevó a cabo en su otro famoso ensayo Nuestra América. Enumerando las influencias ajenas a "nuestra América", o sea, las de Inglaterra, Francia y América del Norte, hizo una separación rígida de la América hispana, con sus tradiciones de la cultura española y precolombina, de la construida por la diferente tradición anglosajona. "Nuestra América" de José Martí En Nuestra América, Martí permaneció en el nivel cultural y general. En la serie de artículos para los periódicos publicados durante el congreso panamericano en Washington, ante todo en La Nación bonaerense, dirigió su atención ante todo hacia las cuestiones económicas y políticas. Escribiendo sobre la historia del panamericanismo, Martí mencionó la extraordinaria importancia del congreso. Según él, llegó la buena oportunidad de proclamar públicamente los intereses y tareas de América Latina precisamente en el momento cuando los Estados Unidos "repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo."1 La necesidad urgente de América española fue en este momento la de "declarar su segunda independencia".17 El poderoso vecino "De lo más vehemente de la libertad nació en días apostólicos la Amérca del Norte. No querían los hombres nuevos, coronados de luz, inclinar ante ninguna otra su corona. De todas partes, al ímpetu de la frente, saltaba hecho pedazos, en las naciones nacidas de la agrupación de pueblos pequeños, el yugo de la razón humana, envilecida en los imperios creados a punta de lanza, o de diplomacia, por la gran república que se alocó con el oder; nacieron los derechos modernos de las comarcas pequeñas y autóctonas; que habían elaborado en el combate continuo su carácter libre, y preferían las cuevas independientes a la prosperidad servil." José Martí: "Madre América", en: José Martí: Nuestra América, comp. por Roberto Fernández Retamar (nota 6), pp. 32 s. "Pero por grande que esta tierra sea, y por urgida que esté para los hombres libres la América en que nació Lincoln, para nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que nadie ose tachárnoslo ni nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es la nuestra y porque ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez." Ibid. p. 32. José Martí: Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias. Nueva York, 2 de noviembre de 1889, en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar. La Habana: Casa de las Américas 1974, p. 250. Ibid.

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Josef Opatrny del Norte buscaba, en la opinión de Martí, el modo de cómo obligar a los países latinoamericanos "a comprar lo que no puede vender, y confederarse para su dominio".18 Llamando sistemáticamente el proyecto de la unión arancelaria Zollverein, no olvidó en ningún caso propicio menospreciar este plan considerándolo un intento de los Estados Unidos de privar a América Latina de la libertad de escoger a sus socios comerciales y vender, nota bene muy caro, a sus vecinos sureños sus productos que no pueden vender en otros mercados.19 Martí escribió extensamente sobre las discusiones y, hablando de un "Zollverein con la cabeza de gigante", justificó el esfuerzo de llegar al "Zollverein" en Alemania donde esa entidad económico-política era, según Martí, "laprimera forma posible del pensamiento unánime de la unificación nacional". En América, la situación difería sustancialmente. Allí, dos naciones podían considerarse "como amigos y tratarse sin pelear, pero no echar por un camino ,.."21 Martí consideraba, sin duda, la unidad económica como el primer paso a la unidad política que para él era totalmente inaceptable en el caso de las dos Américas. Como un asunto puramente político consideró la problemática del arbitraje, y con gran vehemencia apoyaba en su artículo a los críticos del concepto estadounidense de este fenómeno presentado por la delegación de los EE. UU. como un medio de cómo liquidar el peligro de las guerras en el hemisferio occidental.22 Para Martí, el arbitraje garantizado por Washington no era más que un intento del "gran hermano" de mezclarse en los asuntos de las repúblicas latinoamericanas. Esta opinión, Martí la apoyaba presentando los juicios de los políticos y periodistas estadounidenses quienes hablando sobre la doctrina Monroe prepararon su nueva interpretación que a mediados de los noventa presentó el Secretario de Estado como Olney Corollary y a principios del siglo XX, el presidente de la Unión como Roosevelt Corollary. Con gran placer comentó Martí el transcurso de las discusiones donde ante todo Chile,23 pero también Argentina, frenaron los esfuerzos de los delegados

Ibid., p. 251. Comp. especialmente el artículo escrito bajo el título: "La conferencia de Washington el 31 de marzo de 1890 y publicado en La Nación el 9 de mayo de 1890", en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar (nota 6), pp. 275-281. Ibid., p. 280. Ibid. Ver el artículo del 18 de abril de 1890, publicado en La Nación el 31 de mayo de 1890, en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar (nota 6), pp. 282-300. En la postura de Chile tan crítica a la idea del arbitraje jugó el gran papel el temor que los vencidos de la guerra del Pacífico, es decir Bolivia y Perú, buscaran el apoyo

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La crítica martiana estadounidenses de alcanzar por medio del arbitraje una posición extraordinaria de los EE. UU. en asuntos americanos. La delegación estadounidense fracasó en realidad también en otro gran tema de la conferencia: el de establecer el banco interamericano y ante todo la moneda común para todo el continente. Las delegaciones latinoamericanas aceptaron solamente la propuesta de crear una comisión para estudiar las proposiciones presentadas durante el Congreso panamericano. Mientras que la administración en Washington preparaba la conferencia monetaria y algunos portavoces de la expansión de los Estados Unidos formularon sus idearios,24 el gobierno estadounidense intentó mejorar las posiciones de los Estados Unidos en dos países importantes del subcontinente -en Chile y en el Brasil. En ambos casos, los esfuerzos de la política estadounidense los frenaban no solamente ciertos grupos en los respectivos estados, sino también los diplomáticos de Gran Bretaña. Para los expansionistas, el conflicto en Chile y en el Brasil se convirtió rápidamente en un asunto de principios. En los conflictos veían la oportunidad de confirmar la validez de la doctrina Monroe, pero las actividades de los representantes oficiales de los EE. UU. demostraron la ineficiencia de ganar en América Latina las simpatías de las sociedades hispanohablantes. En Chile, la política de la administración de Grover Cleveland fracasó totalmente, y los Estados Unidos perdieron hasta el pequeño grupo de los partidarios que se formó en el círculo del ex-presidente Balmaceda. En el Brasil, en ese tiempo apenas empezaron las dificultades que más tarde, en el año 1893, culminaron con la sublevación de una parte de la marina brasileña apoyada por Gran Bretaña en contra de los grupos pro-americanos. La intervención de los buques de guerra estadounidenses resolvió el problema demostrando que los EE. UU. no vacilarían en intervenir por la fuerza si consideraban sus intereses amenazados. Naturalmente, estas actividades sirvieron como argumentos a los críticos de la política estadounidense en América Latina.

internacional en su rechazo de los resultados de la guerra precisamente a favor del arbitraje. A principios de los noventa presentaron sus opiniones sobre el estado de la sociedad estadounidense y sobre la necesidad de la expansión tres representantes del pensamiento americano: Tayer A. Mahan, Josiah Strong y Frederick J. Turner. Todos consideraron la expansión como una de las características internas de la comunidad formada en los EE. UU. y sus ideas sirvieron después como argumentación para los partidarios de la política activa internacional de los Estados Unidos. Más véase en Walter LaFeber: The New Empire. An Interpretation of American Expansion 18601898. Ithaca, New York 2 a ed. 1968.

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Josef Opatrny Uno de los críticos de la política de Washington fue Martí, considerado indudablemente por una parte creciente de los latinoamericanos como defensor de los intereses de los americanos de habla española en contra de la política norteña. La autoridad que Martí se había ganado por su obra publicística durante la conferencia panamericana la refleja el hecho de que Uruguay nombró a este exiliado cubano su delegado para la comisión formada para estudiar las proposiciones de los delegados de los EE. UU. en la Comisión Monetaria Internacional Americana. Fue sintomático que precisamente Martí presentara las conclusiones aceptadas por los participantes del evento, celebrado en la primavera de 1891, en el informe del 30 de marzo de 1891. Después de expresar el agradecimiento a los organizadores de la Comisión, dijo: "Los países representados en esta Conferencia no vinieron aquí por el falso atractivo de novedades que no están aún en sazón, ni porque desconociesen ninguno de los factores que precedían y acompañaban el hecho de su convocatoria; sino para dar una muestra, fácil a los que están seguros de su destino propio y su capacidad para realizarlo, de aquella cortesía cordial que es tan grata y útil entre los pueblos como entre los hombres, de su disposición a tratar con buena fe lo que se cree propuesto de buena voluntad, y del afectuoso deseo de ayudar con los Estados Unidos, como con los demás pueblos del mundo, a cuanto contribuya al bienestar y paz de los hombres." 5 Las recomendaciones de la comisión significaron el fracaso de la propuesta de la delegación estadounidense26, y la discusión durante las sesiones fortaleció la convicción de Martí de que los intereses de la América hispana y la anglosajona eran incompatibles. Lo atestigua el artículo La Conferencia monetaria de las repúblicas de América de mayo de 189 1 27 en el cual el autor rechaza no solamente el concepto de panamericanismo, sino que critica, probablemente, lo más severamente en

Informe presentado el 30 de marzo de 1891, por el Sr. José Martí, en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar (nota 6), p. 323. El párrafo uno de las recomendaciones rechazó decididamente la idea de la moneda americana común diciendo textualmente: "Que reconociendo plenamente la gran conveniencia e importancia que vendría al comercio de la creación de una moneda o monedas internacionales, no se cree por ahora oportuno recomendarla, vista la actitud de algunos de los grandes poderes comerciales de Europa hacia la plata, como uno de los metales en curso, y los diversos tipos de relación establecidos entre el oro y la plata por varios países representados en la Comisión." En: Informe presentado el 30 de marzo de 1891, por el Sr. José Martí, en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar (nota 6), p. 328. Véase el texto en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar (nota 6), p. 330-341.

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La crítica

martiana

toda su obra el carácter de la sociedad en los EE. UU. 28 Después de ofrecer al lector una imagen oscura del posible aliado, Martí presentó su visión de la unión económica que con tanto vigor destacara en la conferencia panamericana James Blaine. "Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, el que quiere salvarse, vende a más que uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político." 29 Muy peligroso fue, según Martí, aceptar la propuesta estadounidense de establecer la unión, también porque eso hubiera significado una limitación de las relaciones con Europa, considerada por el exiliado cubano como cierto contrapeso de la presión por parte de los Estados Unidos. Un camino seguro hacia la verdadera independencia y libertad de las ex-colonias españolas lo podría asegurar -según Martí- solamente una diversificación de los contactos comerciales y de los lazos económicos. "Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno, prefiera al que lo necesite menos, al que lo desdeñe menos. Ni uniones de América contra Europa, ni

"Ni el que sabe y ve puede decir honradamente, -porque eso sólo lo dice quien no sabe y no ve, o no quiere por su provecho ver ni saber,- que en los Estados Unidos prepondere hoy, siquiera, aquel elemento más humano y viril, aunque siempre egoísta y conquistador, de los colonos rebeldes, ya segundones de la nobleza, ya burguesía puritana; sino que este factor, que consumió la raza nativa, fomentó y vivió de la esclavitud de otra raza y redujo o robó los países vecinos, se ha acendrado, en vez de suavizarse, con el injerto continuo de la muchedumbre europea, cría tiránica del despotismo político y religioso, cuya única cualidad común es el apetito acumulado de ejercer sobre los demás la autoridad que se ejerció sobre ellos. Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: 'esto será nuestro, porque lo necesitamos'. Creen en la superioridad incontrastable de 'la raza anglosajona contra la raza latina'. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros. Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la respeten más, -como con la explicación incesante, urgente, múltiple, sagaz, de nuestros elementos y recursos, podrían llegar a respetarla - ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos?" José Martí: "La conferencia monetaria", en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar (nota 6), p. 333. José Martí: La conferencia monetaria (nota 6), p. 333.

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Josef Opatrny con Europa contra un pueblo de América."30 En este contexto atacó también uno de los pilares de la doctrina Monroe que mencionó las condiciones geográficas como una de las bases de la unidad americana. "El caso geográfico de vivir juntos en América no obliga, sino en la mente de algún candidato o algún bachiller, a unión política. El comercio va por las vertientes de tierra y agua y detrás de quien tiene algo que cambiar por él, sea monarquía o república. La unión, con el mundo, y no con una parte de él; no con una parte de él, contra otra. Si algún oficio tiene la familia de repúblicas de América, no es ir de arria de una de ellas contra las repúblicas futuras."31 El año 1891 significó en el pensamiento americano de Martí probablemente el período más fructífero. Después, iba a dedicar atención creciente a las preparaciones de la decisiva lucha contra el colonialismo español y por la libertad de Cuba. En 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano, organizaba a los emigrantes cubanos en los EE. UU., mantenía las relaciones con sus partidarios en la colonia, buscaba el apoyo para su programa en los Estados Unidos. Registró, sin duda, los cambios en la economía de Cuba que confirmaron sus opiniones presentadas en sus artículos sobre la conferencia panamericana y la moneda común americana. No obstante, ni en esos años desapareció su pesadilla -la sombra norteña sobre el porvenir de la América hispana. Parece ser una parte del destino de Martí que en su última carta a Manuel Mercado, del 18 de mayo de 1895, llamada el testamento político, regresó al problema de la relación de la América hispana y la anglosajona. Señaló la lucha por la independencia de Cuba al mismo tiempo como una lucha por la protección de "nuestras tierras de América" ante el peligro por parte de los Estados Unidos. "Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América."32 Caído muerto al día siguiente, no pudo constar en el año 1898 o más tarde que muchos de sus temores en lo que tocaba al panamericanismo, se volvieron realidad. Perteneció, sin duda, a la

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Ibid., p. 334. Ibid. José Martí: Carta a Manuel Mercado, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, en: José Martí: Nuestra América, comp. Roberto Fernández Retamar (nota 6), p. 473.

La crítica martiana gente capaz de deducir ya de las primeras señales las tendencias del próximo desarrollo. Muchos políticos o periodistas necesitaron oír los tiros de la guerra hispano-americana para comprender qué significaba el panamericanismo en la interpretación de los herederos de Blaine.

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JOAN CASANOVAS CODINA

Los trabajadores urbanos y la política colonial española en Cuba desde la Paz del Zanjón hasta la Guerra de Independencia (1878-1898) Al finalizar la Guerra de los Diez Años en 1878 con la firma de la Paz del Zanjón, los trabajadores urbanos pudieron establecer cientos de organizaciones y expandir las ya existentes, lo cual permitió una intensificación de las luchas sindicales.1 Paralelamente al rápido declive de la esclavitud hasta su abolición en 1886, en la gran mayoría de asociaciones obreras, el anarquismo y sus formas de lucha sindical desplazaron al reformismo republicano-obrerista pese a que había sido la corriente dominante del movimiento obrero desde sus orígenes a mediados del siglo XIX. En 1890 un nuevo giro en la política colonial española detuvo la expansión del movimiento obrero, pero la participación de los trabajadores urbanos en la transformación de la sociedad después de firmarse la Paz del Zanjón sentó las bases para que a partir de entonces un amplio sector de esta clase social apoyase el proyecto independentista que lideraba José Martí. Según la historiografía existente sobre el movimiento obrero cubano, estos cambios deben explicarse principalmente por la influencia de factores extemos: al igual que había pasado con el reformismo obrerista de mediados de siglo, el anarquismo arraigó en Cuba, única y exclusivamente por la influencia de los miles de inmigrantes españoles (conocidos como "peninsulares") que llegaron a Cuba durante estos años. Según las estimaciones de varios autores, a finales de siglo en Cuba residían unos 150.000 peninsulares. Por tanto, esta historiografía describe a las capas subalternas como receptoras pasivas de estas ideologías y formas de lucha sindical. En segundo lugar, esta misma corriente historiográfica considera que el viraje a inicios de la década de 1890 del movimiento obrero hacia el separatismo, tanto en Cuba como en las comunidades de origen cubano en

Este es un artículo de síntesis, por lo que he reducido al máximo las notas a pie de página. Para obtener una información más detallada sobre las fuentes utilizadas, puede consultarse mi tesis doctoral „Labor and Colonialism in Cuba in the Second half of the Nineteenth Century" (SUNY at Stony Brook, 1994 - University Microfilms International, 1995) y en un futuro próximo, el libro sobre los trabajadores urbanos y el colonialismo español en Cuba que publicará la University of Pittsburg Press.

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Joan Casanovas Codina Estados Unidos, fue determinado únicamente por el gran poder de convocatoria de José Martí2. Un análisis exhaustivo de las luchas de las clases trabajadoras urbanas durante la segunda mitad del siglo XIX en Cuba, demuestra que no es posible seguir manteniendo estos puntos de vista. Para que el reformismo y posteriormente el anarquismo pudieran convertirse en las principales ideologías del movimiento obrero, sin duda tuvieron que proponer ideas y formas de lucha que se adaptaran bien a las aspiraciones de los trabajadores urbanos de la isla. Por otro lado, la apertura del movimiento obrero hacia el ala izquierda del movimiento separatista cubano liderada por José Martí, sólo fue posible después de que a partir de 1890 los gobiernos metropolitanos congelaran el proceso reformista iniciado en 1878, e iniciaran una política colonial abiertamente reaccionaria. La percepción de que bajo el dominio español el movimiento obrero no podía seguir avanzando creó la atmósfera política necesaria para que el separatismo martiano pudiera triunfar. Geográficamente, el presente estudio se centra sobre todo en los núcleos urbanos del Occidente cubano -la región más desarrollada y poblada de la isla. En Oriente, debido a la inexistencia de núcleos urbanos comparables en tamaño a los de Occidente3, y a que fue esta región el principal escenario de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y de la Guerra Chiquita (18791880), el artesanado no estableció sus primeras organizaciones de trabajadores hasta la segunda mitad de la década de 1880. Por otro lado, las organizaciones obreras de Oriente surgieron en estrecha relación con el movimiento separatista y hasta el siglo XX mantuvieron vínculos muy tenues con el movimiento obrero del resto de la isla. Las primeras asociaciones de trabajadores La esclavitud fue el factor que más decisivamente influyó en la evolución de la sociedad cubana de la época colonial. Aunque la mayoría de la población cubana nunca fue esclava, los esclavos representaron una proporción muy importante de la fuerza de trabajo rural y urbana hasta el último tercio del siglo XIX. En la década de 1860, la trata de esclavos entró en decadencia y desapareció a mediados de la misma. Desde entonces, dos guerras de

Véase por ejemplo Instituto de Historia de Cuba: Historia del movimiento obrero cubano. La Habana 1987. En 1861, Santiago de Cuba, la única población de Oriente con más de 6.000 habitantes, tenía una población de 36.000 habitantes, mientras que la Habana tenía 190.000.

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Trabajadores urbanos en Cuba independencia, las reformas coloniales y sobre todo la lucha de los propios esclavos por su libertad, llevaron a la disminución progresiva de la esclavitud hasta su definitiva extinción en 1886. En la Cuba del XIX la clase dominante se dividía en dos grandes grupos, uno favorable a los intereses metropolitanos -conocido como el partido español-, y otro favorable a los intereses criollos -el partido cubano-. Aunque el partido español contó con el apoyo de algunos criollos acaudalados, en su mayoría lo integraban peninsulares, casi todos ellos burócratas, oficiales de las fuerzas armadas, comerciantes, miembros de la iglesia y los grandes fabricantes de puros y cigarrillos, así como un número creciente de hacendados. En cambio, el partido cubano lo integraban en su mayoría criollos propietarios de plantaciones de azúcar o pertenecientes a las profesiones liberales. La mayoría de la élite criolla cubana se apartó del camino seguido por las élites criollas de las colonias continentales durante las primeras décadas del siglo XIX, y no apoyó un levantamiento independentista. Esta actitud se explica fundamentalmente por el temor a que una insurrección separatista desencadenase una revuelta de esclavos y negros libres parecida a la de Haití; temor que España fomentó sistemáticamente para mantener el control de la isla pese a la marginación política a que sometió a la élite criolla. Solamente un pequeño grupo de hacendados intentó desafiar esta política colonial promoviendo la anexión de Cuba a Estados Unidos para obtener derechos políticos sin tener que abolir la esclavitud. El reducido apoyo con que contaron sus expediciones armadas a Cuba procedentes de Estados Unidos, hizo posible que España eliminase el filibusterismo anexionista a mediados de la década de 1850. Para ello el capitán general de Cuba (la máxima autoridad civil y militar en la isla hasta el fin del dominio español en 1898) tuvo que crear dos milicias irregulares: las Milicias Disciplinadas [de personas] de Color (1854) y el Instituto de Voluntarios (1855), en las que se alistaron varios miles de artesanos blancos y de color libres. Las primeras mutualidades y centros de instrucción y recreo surgieron a finales de la década de 1850. Los artesanos blancos y de color, principalmente los torcedores de hojas de tabaco (llamados "tabaqueros", con mucho el colectivo de trabajadores urbanos más numeroso del Occidente de Cuba), se valieron de su participación en el Instituto de Voluntarios y las milicias de color para conseguir que la administración tolerara su establecimiento. Eran asociaciones segregadas racialmente, en su mayoría fundadas por artesanos blancos de ideas republicanas y reformistas, que solamente admitían a hombres que viviesen en el mismo barrio o pequeña población.

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Joan Casanovas Codina El intento de España por modificar su política hacia Cuba en la década de 1860, creó un marco político favorable para que el movimiento obrero diese sus primeros signos de vida. Durante estos años la élite criolla aunó fuerzas en torno al movimiento reformista con el objetivo de adquirir mayores libertades políticas y disminuir el poder del partido español, todo ello sin poner en peligro la continuidad de la sociedad esclavista. En su colaboración con el reformismo criollo, el movimiento obrero descubrió nuevas formas para cambiar las condiciones de trabajo y de vida de las clases populares. Su éxito en establecer la lectura en voz alta de periódicos y libros en los talleres de tabaquería en horas de trabajo, y en movilizar a personas de origen y raza diferente durante las huelgas, reforzó esta línea de acción. Pese a que el colapso del movimiento reformista y el estallido de la Guerra de los Diez Años significaron la vuelta a una atmósfera extremamente represiva para los trabajadores, los patrones de actuación del movimiento obrero iniciados en la década de 1860 persistieron. La guerra provocó cambios de gran trascendencia. Dentro de la isla, la administración colonial permitió que el partido español expandiese su base de apoyo mediante el alistamiento de la mayoría de los peninsulares de clase trabajadora en el Cuerpo de Voluntarios. Los violentos desmanes de los Voluntarios provocaron el exilio de miles de criollos. Sólo en 1869 se calcula que más de 20.000 personas huyeron de la isla. Los emigrados más adinerados se establecieron en Nueva York, París, Madrid, y en varias ciudades de América Latina y el Caribe. Por su parte, los trabajadores cubanos se dirigieron principalmente a Cayo Hueso (en inglés "Key West", Florida), pero también a Nueva York, Nueva Orleans, Filadelfia y otras poblaciones estadounidenses en las que existieran manufacturas de tabacos (es decir cigarros puros), o en las cuales empresarios cubanos, españoles o americanos las estuvieran construyendo. A mediados de la década de 1870 había al menos 12.000 cubanos solamente en Estados Unidos4. Dentro de la isla, el movimiento obrero se reconstituyó paulatinamente durante el transcurso de la guerra, pero bajo el liderato exclusivo de trabajadores peninsulares de oficios calificados. Mientras tanto, los miles de obreros cubanos exiliados en Estados Unidos, libres del dominio colonial español, reconstruyeron su propio movimiento obrero y desde el principio lo vincularon estrechamente al movimiento separatista. Tanto el movimiento obrero cubano de dentro de la isla, como el de las comunidades de la Véase Rolando Alvarez: La emigración cubana en Estados Unidos 1868-1878. La Habana 1986, p. 97; Gerald Poyo: "With All, and for the Good of All". Durham 1989, pp. 42-43; y Jean Stubbs: "Political Idealism and Commodity Production: Cuban Tobacco in Jamaica, 1870-1930", en: Cuban Studies 25, 1995, pp. 51-82.

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Trabajadores urbanos en Cuba emigración en Estados Unidos, estimaban que su contribución al esfuerzo militar de sus respectivos bandos les daba derecho a participar en política. En Cuba, pese a la represión, esta circunstancia contribuyó a que los peninsulares de clase trabajadora establecieran mutualidades y centros de instrucción y recreo. Al igual que en otros períodos altamente represivos, los criollos consiguieron participar en las asociaciones que lideraban los peninsulares. Con la proclamación de la Primera República española, el movimiento obrero liderado por los peninsulares desafió el poder del partido español y expresó abiertamente su deseo "de ver desaparecer la fatal esclavitud"5. La caída de la Primera República Española (1873-1874) interrumpió este proceso, pero dos años antes de que finalizara la guerra, el programa reformista del General en Jefe de las tropas españolas en Cuba, Arsenio Martínez Campos -el general más influyente de ejército español y uno de los personajes clave de los primeros tiempos de la Restauración- permitió a los trabajadores urbanos reabrir o fundar asociaciones populares como el Recreo de Obreros de La Habana (1876-1879). El Recreo puso los cimientos de lo que sería el principal centro de reunión de las asociaciones de trabajadores de La Habana y sus poblaciones cercanas. Debido a sucesivos cierres ordenados por el gobierno, este centro tuvo diversos nombres: entre 1879 y 1884 se llamó Recreo de Artesanos, entre 1885 y 1892 Círculo de Trabajadores, y entre 1893 y 1896 Sociedad General de Trabajadores. Mientras tanto, los trabajadores de la emigración se decantaron por el ala más radical del movimiento separatista, y se enfrentaron cada vez con más encono con el ala conservadora. El fracaso de los emigrados de clase trabajadora en desplazar a los conservadores de la dirección del movimiento separatista, llevó a muchos trabajadores cubanos a distanciarse de la cúpula dirigente del movimiento separatista. Por tanto, cuando las fuerzas insurrectas y el ejército español firmaron el Pacto del Zanjón en 1878, tanto el movimiento obrero de liderato peninsular, como el de las comunidades de la emigración estaban buscando la forma de distanciarse del partido español y de la cúpula dirigente del movimiento separatista respectivamente. A partir de entonces, los trabajadores que habían pasado la guerra dentro de Cuba y aquéllos que retornaron del exilio, se valieron de sus respectivas experiencias asociativas para dar un fuerte impulso a la reconstrucción del movimiento obrero.

La Unión. La Habana, 10-VIII-1873.

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Joan Casanovas Codina Cuba después del Pacto del Zanjón El fin de la Guerra de los Diez Años marcó un momento de profunda transformación de la sociedad y la política cubanas que propició la súbita expansión del movimiento obrero. Con la Paz del Zanjón, España asimiló parcialmente la política cubana a la metropolitana. Tan pronto finalizó la guerra, Martínez Campos asumió el cargo de capitán general de Cuba, e inició una serie de reformas políticas y administrativas de gran trascendencia para la isla: redujo drásticamente el número de tropas regulares en Cuba, suavizó la censura de prensa, dividió la isla en seis provincias y permitió la formación de partidos políticos para que la isla pudiera elegir sus representantes en los municipios, en las diputaciones provinciales y en el congreso y el senado en Madrid. Aunque el capitán general continuó siendo la máxima autoridad civil y militar, lo cual le permitía nombrar alcaldes no electos, prohibir la publicación de libros y periódicos, deportar a periodistas, etc., a través de estas reformas, Martínez Campos alcanzó su objetivo: que el sector de la élite cubana que había respaldado a los separatistas durante la Guerra de los Diez Años, aceptase ahora una política de cambios graduales por medios legales. Desde entonces hasta comienzos de la década de 1890, el separatismo cubano quedó relegado a actuar desde el extranjero. Martínez Campos intentó modelar los partidos políticos de la isla basándose en el modelo bipartidista de la metrópoli, pero los dos partidos políticos que surgieron en Cuba -el Partido Liberal de Cuba (PLC) y el Partido de Unión Constitucional (UC)- tomaron un fuerte carácter local desde el inicio. El PLC era la continuación directa del movimiento reformista de antes de la guerra, es decir, del partido cubano. La mayoría de los afiliados eran criollos, algunos de los cuales habían luchado con el ejército separatista durante la Guerra de los Diez Años. Por su parte, la UC proclamaba la asimilación de Cuba a España, aunque en la práctica sostuvo la condición preferencial de la que el partido español disfrutaba en sus relaciones con la administración. Al igual que el partido español en el pasado, la UC contó con el respaldo de los capitanes generales, empezando por el mismo Martínez Campos, quien restringió el electorado de tal modo que a partir de entonces la UC siempre ganó todas las elecciones. De entre los 31.000 hombres que podían votar según el censo electoral de 1879, los comerciantes (junto con todos sus dependientes), los burócratas y los fabricantes de tabacos, todos ellos mayoritariamente peninsulares, superaban ampliamente al número de electores que eran terratenientes azucareros, muchos de los cuales eran criollos. En lo que se refiere a los trabajadores, las organizaciones obreras reformistas unieron sus fuerzas a las de un grupo de profesionales liberales para intentar 136

Trabajadores urbanos en Cuba fundar un partido republicano asimilacionista que se llamaría Partido Democrático. El movimiento republicano era muy popular, e incluso el líder separatista José Martí lo apoyó públicamente, pero la represión colonial, la censura y la restricción del voto hicieron inviable este proyecto político. La nueva atmósfera política de la Cuba de después del Zanjón permitió que las capas subalternas urbanas fundaran infinidad de asociaciones culturales, recreativas, cooperativas y de ayuda mutua a lo largo de toda la isla. Dado que durante la guerra las únicas organizaciones obreras existentes estaban bajo el control de los líderes reformistas de origen peninsular, después de la guerra, inicialmente estos líderes continuaron al frente del movimiento obrero. No obstante, a medida que el movimiento obrero se expandió, los trabajadores criollos pudieron volver a ocupar posiciones directivas en las sociedades obreras. En septiembre de 1878, los trabajadores del tabaco hicieron realidad el establecimiento de un sindicato para todos los trabajadores habaneros del ramo, el Gremio de Obreros del Ramo de Tabaquerías (GORT), el cual en julio de 1879 ya tenía alrededor de 4.000 afiliados, tanto en la capital como en las poblaciones cercanas. Desde su fundación, Saturnino Martínez -un tabaquero y editor de prensa obrera de origen asturiano- fue uno de sus principales dirigentes, en tanto que el semanario que él editaba, La Razón, su portavoz. En 1879 la administración cerró el Recreo de Obreros, pero medio año más tarde los trabajadores fundaron la Sociedad de Instrucción y Recreo de Artesanos de La Habana. Las actividades del Recreo de Artesanos eran similares a las del Recreo de Obreros. Las veladas familiares y la educación de niños y adultos continuaron siendo importantes actividades del Recreo, pero sobre todo, desde el principio el Recreo de Artesanos se convirtió en el principal centro de reunión de las asociaciones y cooperativas de los trabajadores habaneros. Una junta general de asociados elegía la directiva del Recreo de Artesanos, en la que figuraron destacados militantes de los principales sindicatos habaneros tales como el de tipógrafos, el de escogedores, el de tabaqueros o el de sastres. El declive de la esclavitud a lo largo de la guerra llevó a la administración española a permitir que la población de color también estableciese sus asociaciones. Hacia el final de la guerra sólo quedaban cerca de la mitad de los esclavos que había antes de ella. En el tercio oriental de la isla esta proporción se redujo a menos de un cuarto, en tanto que en los centros urbanos como La Habana, la esclavitud industrial había desaparecido casi por completo. Un nuevo levantamiento separatista en Oriente en 1879 -conocido como la Guerra Chiquita (1879-1880)- aceleró el proceso de descomposición

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Joan Casanovas Codina de la esclavitud, puesto que sus líderes proclamaron el fin inmediato de la esclavitud. Para contrarrestar el abolicionismo de los combatientes separatistas, España se vio obligada a proclamar una ley de abolición de la esclavitud, la cual estableció un período de ocho años para su definitiva extinción. Con esta ley España quería asegurarse una lenta y gradual abolición de la esclavitud, pero poco después de su aprobación el ritmo de emancipación de los esclavos aumentó de manera inesperada. Por consiguiente, hacia mediados de 1886 sólo quedaban 25.000 patrocinados, a quienes el gobierno español concedió la libertad en octubre del mismo año6. El factor clave de esta rápida descomposición de la esclavitud fue la lucha de los propios esclavos por conseguir su libertad. No obstante la evolución de la política de partidos también contribuyó a ello. Puesto que ni la UC ni el PLC atendían los intereses de las capas subalternas, en 1881, los republicanos proespañoles, contando con el apoyo de las principales organizaciones de trabajadores blancos y de color, fundaron el Partido Democrático (PD). Al igual que el movimiento republicano de 1873, uno de los objetivos principales del PD era la abolición de la esclavitud. La extrema restricción del censo electoral y la oposición del capitán general consiguieron que el PD no ganase ni un solo representante en las elecciones, pero de todos modos el republicanismo continuó siendo una influyente fuerza política en Cuba. La popularidad de los republicanos y la creciente marginación política del PLC, llevaron a este último partido a acercarse a éstos proclamando que apoyaba la abolición inmediata y sin indemnización de la esclavitud. Por consiguiente, al respaldar a los republicanos, el movimiento obrero contribuyó significativamente a acelerar la descomposición de la esclavitud al convertir la abolición en un punto central del programa político del PLC. Incluso antes del fin de la Guerra de los Diez Años, los asiáticos sujetos a contrata y las personas de raza negra aprovecharon el mayor grado de libertad -fruto de la progresiva descomposición de la esclavitud- para comenzar a establecer sus propios centros de instrucción y recreo, periódicos y mutualidades. La Paz del Zanjón y la Guerra Chiquita aceleraron este proceso. Pese a que los trabajadores que no eran blancos siguieron siendo excluidos formalmente de las directivas de los grandes sindicatos que lideraban los reformistas, al menos desde la década de 1860, en los conflictos laborales los trabajadores de diferente raza unían sus fuerzas para lograr mejoras concretas en los talleres.

Véase Rebecca J. Scott: Slave Emancipation in Cuba: The Transition to Free Labor, 1860-1899. Princeton 1985.

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Trabajadores urbanos en Cuba Del reformismo al anarquismo El crecimiento del movimiento obrero alarmó a los propietarios de fábricas y talleres, los cuales ya no disponían de un aparato represivo tan eficaz como en épocas anteriores, cuando el uso de mano de obra no-libre era generalizado en los centros urbanos. La evolución de los conflictos laborales en el sector de la manufactura tabacalera, el sector productivo más dinámico de la economía urbana, refleja claramente este proceso. Para contrarrestar la creciente fuerza de los trabajadores, en noviembre de 1878 el empresariado tabacalero estableció en La Habana el Centro Agrícola-Industrial, el cual con los años devino una poderosa organización empresarial. En 1880 ésta tomaría el nombre de Gremio de Fabricantes de Tabacos, y en 1886 el de Unión de Fabricantes de Tabacos. Basándose en el ejemplo de la patronal habanera, en otras ciudades de Occidente los fabricantes de tabacos también fundaron asociaciones cuyo objetivo principal era disciplinar a los trabajadores. Fue en este clima de creciente enfrentamiento de clase de inicios de la década de 1880 "cuando comenzaron a predicarse" abiertamente los ideales ácratas en Cuba7. Si bien el movimiento obrero seguía estando bajo el liderato de los reformistas, a partir de entonces un grupo cada vez mayor de trabajadores empezó a ver que los reformistas republicanos eran incapaces de conseguir cambios significativos en los talleres y en la sociedad colonial. En pocos años el anarquismo se convertiría en la ideología más popular del movimiento obrero cubano. Al igual que en España, en Cuba la presencia de un movimiento republicano vinculado al movimiento obrero fue la plataforma inicial a partir de la cual se propagaron las publicaciones anarquistas procedentes de la metrópoli. Durante esos años el movimiento anarquista internacional se dividía en dos tendencias: el bakuninismo (posteriormente conocido como "anarcocolectivismo"), y el anarco-comunismo. El anarco-colectivismo proponía la socialización de los medios de producción y la distribución de la riqueza de acuerdo con la contribución de cada trabajador en la producción. El anarcocomunismo también proponía la socialización de los medios de producción, pero insistía en que la riqueza acumulada debía distribuirse de acuerdo con las necesidades de cada miembro de la comunidad de trabajadores. En la metrópoli, desde la fundación en 1870 de la Federación Regional Española (FRE), el anarco-colectivismo fue la corriente predominante. En los primeros días de febrero de 1881, paralelamente a la subida al poder del partido liberal metropolitano, en un Congreso obrero celebrado en Barcelona, 7

El Despertar. Nueva York, 30-XI-1899.

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Joan Casanovas Codina los delegados de 162 organizaciones obreras se mostraron partidarios de la acción sindical y pública, y fundaron la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) sobre bases anarco-colectivistas. La FTRE consiguió expandirse rápidamente, sobre todo en Andalucía, Cataluña y Valencia8. Respecto a las formas de lucha de clases, los colectivistas que impulsaron la FTRE apoyaban la acción legal y pública; en cambio el anarcocomunismo proponía la formación de pequeños grupos capaces de realizar actos violentos. La existencia de un cierto espacio político para las capas subalternas urbanas facilitó que el anarco-colectivismo arraigara en muchos centros urbanos de España. Por otro lado, el anarco-comunismo y sus formas de lucha se ajustaban mejor a las aspiraciones del proletariado rural de regiones como Andalucía, en donde arraigó rápidamente. El anarco-colectivismo fue la corriente ácrata de más arraigo en Cuba. La fuerte expansión a comienzos de la década de 1880 de la FTRE contribuyó a que muchas publicaciones colectivistas llegasen a Cuba regularmente, y desempeñaran un papel fundamental en la difusión de sus principios. El restablecimiento, durante estos mismos años, de la lectura de periódicos y libros en voz alta en las fábricas de tabacos fue clave para que esta prensa llegara a miles de trabajadores. Pese a la influencia de la federación regional española, es necesario subrayar que de forma similar a otros países latinoamericanos, el anarquismo cubano fue un fenómeno autóctono. Los líderes anarquistas más populares fueron criollos, en tanto que la gran mayoría de los peninsulares que inmigraron a Cuba durante estos años procedían del norte de España y las islas Canarias, regiones en que el anarquismo tenía poco arraigo. En otros países latinoamericanos como México, Perú o Chile, en los que a diferencia de Cuba hubo poca inmigración europea, el movimiento obrero también fue mayoritariamente anarquista durante varias décadas. Además, el anarquismo cubano pronto adquiriría una trayectoria propia debido al legado de la sociedad esclavista, al localismo de los partidos políticos y al dominio colonial español. Por ejemplo, a diferencia del anarquismo español el movimiento obrero cubano siguió siendo anarcocolectivista hasta finales de siglo, mucho después de que la FTRE se disolviese. Al no expandirse en las zonas rurales, primero por la fuerte estructura represiva que la sostenía a la esclavitud, y después por la militarización del campo a raíz del constante aumento del bandolerismo rural,

Sobre el arraigo y evolución del movimiento obrero anarquista en España, véase Clara E. Lida: Anarquismo y revolución en la España del XIX. Madrid 1972, caps. 47.

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Trabajadores urbanos en Cuba los trabajadores urbanos nunca pudieron unir sus luchas a las del proletariado rural. Varios de los primeros anarquistas cubanos no contaban con una prolongada militancia en las organizaciones reformistas que frecuentemente dirigían peninsulares. Tal es el caso de Enrique Roig San Martín, un intelectual criollo de clase trabajadora que en pocos años se convirtió en el principal líder del movimiento obrero cubano. Después de haber simpatizado con el PLC, se convirtió al anarquismo a comienzos de la década de 1880, presuntamente a través de la lectura de prensa obrera española. En 1882, en una población cercana a La Habana y junto con otros intelectuales criollos, impulsó la creación de un centro de instrucción y recreo en el que inició una campaña de propaganda anarquista. En 1883, Roig pasó a ser el editor del semanario El Obrero, desde cuyas páginas acusó al reformismo obrero y sus líderes de obstaculizar las luchas del proletariado al defender que capital y trabajo debían convivir armónicamente, sin enfrentarse. Para los anarquistas como Roig, el proletariado y el empresariado eran dos clases antagónicas entre las que no podía existir la armonía de que hablaban los reformistas. Paralelamente, varias asociaciones populares y periódicos obreros de Occidente empezaron a propagar por toda la isla que los trabajadores cubanos tenían que establecer una organización parecida a la FTRE. Fue en este contexto que a mediados de 1882 el sindicato de tabaqueros de La Habana, el GORT, impulsó la fundación de la Junta Central de Artesanos de La Habana (JCA). En su fundación participaron dos representantes de cada uno de los sindicatos de la ciudad, y lógicamente estableció su sede en el Recreo de Artesanos. Aunque la JCA fue creada por los sindicatos reformistas habaneros, en realidad aspiraba a ser la "Junta Federal de la Región [Cubana]": un "grandioso organismo" que federase a los trabajadores de toda Cuba de manera semejante a la FTRE en España 9 . Pronto el principal dirigente de la JCA sería Enrique Messonier Alvarez. De ideas radicales y de oficio tabaquero, Messonier era, desde hacía un par de años, el más destacado líder sindical criollo de La Habana. Previamente, Messonier había sido secretario del Recreo de Artesanos y del GORT, asociaciones en las que, apoyado por un importante número de obreros ideológicamente radicalizados, intentó desplazar al grupo de reformistas peninsulares que las controlaban. Sin embargo, la inexistencia de cauces verdaderamente democráticos dentro de estas asociaciones y el apoyo que los reformistas recibían de la administración colonial lo impidieron. La radicalización de la JCA también desagradó a los reformistas, los cuales

El Productor. La Habana, 18-VIII-1887.

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Joan Casanovas Codina nuevamente contra-atacaron y consiguieron imponer una directiva compuesta por cinco reformistas peninsulares y en la que no figuraba Messonier. No hay lugar a dudas que tanto la imposibilidad de constituir un partido republicano-obrerista como la creciente solidaridad de clase surgida al calor de las luchas laborales, propició que muchos trabajadores se distanciasen del reformismo y su modelo de relaciones laborales, y prestasen atención a la propaganda anarquista. Desde la fundación de las primeras asociaciones obreras en Cuba, los reformistas habían propugnado que las diferencias entre empresarios y trabajadores debían solucionarse a través de acuerdos pacíficos, sin recurrir a las huelgas excepto cuando fuera inevitable. Por ejemplo, en 1880, el Gremio de Fabricantes de Tabacos y el GORT alcanzaron un acuerdo que favorecía los intereses de este último. Según este acuerdo, antes de ir a la huelga, los trabajadores debían informar a su correspondiente gremio para que éste negociase con la patronal a través de un jurado mixto. Si se rompían las negociaciones, entonces se suponía que el gremio debía apoyar a los huelguistas con una ayuda diaria. Un examen de las huelgas que se produjeron entre 1882 y 1883 nos muestra que los sindicatos reformistas iban a la zaga de las luchas obreras en los talleres, puesto que continuamente se declaraban huelgas sin que el sindicato fuese avisado de antemano. En breve, el avance de las formas de trabajo libre comportó un marco de relaciones sindicales mucho menos pautado. No cabe duda de que muchos trabajadores desconfiaban de las rígidas condiciones laborales que los líderes sindicales reformistas estaban dispuestos a aceptar en los jurados mixtos bajo los auspicios de la administración colonial. Constantemente la experiencia demostraba a los trabajadores la inutilidad de recurrir a medidas conciliatorias con un empresariado que no dudaba en encarcelarlos valiéndose de sus vínculos con la administración colonial, o incluso en emplear castigos físicos contra los aprendices. Asimismo, la composición multiétnica de los huelguistas y sus líderes contrasta con la ausencia de un discurso sinceramente integracionista en el obrerismo reformista, y con el hecho de que todos los dirigentes reformistas fuesen blancos y predominantemente peninsulares. Otro punto de fricción entre los dirigentes reformistas y los trabajadores era que el modelo sindical de los reformistas negaba la solidaridad entre los distintos sindicatos de oficio, incluso dentro del mismo ramo productivo. Muestra de ello es que a finales de 1883, Saturnino Martínez -el principal líder sindical reformista desde mediados de la década de 1860- apoyó que el

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Trabajadores urbanos en Cuba Gremio de Obreros y el de Rezagadores10 rompieran los acuerdos de ayuda mutua que habían establecido alegando que los rezagadores no eran trabajadores enteramente libres por su posición como dependientes asalariados, a diferencia de los tabaqueros que trabajaban a destajo y tenían más movilidad laboral. Por otra parte, el tipo de federación sindical propuesto por los reformistas favorecía claramente a los sindicatos de trabajadores calificados. Desde la fundación de la Junta Central a mediados de 1882, los reformistas promovieron la federación de los sindicatos sin que éstos establecieran estrechos vínculos de apoyo mutuo. Este tipo de sindicalismo colocaba en clara desventaja a trabajadores menos calificados como los cigarreros o las despalilladoras y despalilladores de hojas de tabaco, cuyos sindicatos eran débiles. La propagación de los principios de la FTRE en Cuba colocó en una posición defensiva a líderes reformistas como Martínez. Hacia mediados de 1883 La Razón emprendió una campaña abiertamente anti-anarquista y cesó de intentar aparentar que no se oponía a la FTRE. Sin embargo, al prestar tanta atención a la FTRE, involuntariamente contribuyó a difundir aún más sus principios. Por otra parte, la campaña anti-anarquista de los reformistas pone de relieve que el anarquismo estaba teniendo éxito entre los obreros, a los que Martínez describía como faltos de criterio: "Las ideas anárquicas que se echan a vuelo por [...] la mente de los trabajadores, surten natural y muy rápidamente sus efectos; porque la imaginación ardiente del obrero está dispuesta a recibir toda indicación que tienda a mejorar sus condiciones de vida"11. £1 hundimiento del sindicalismo reformista (1884-1886) A inicios de la década de 1880, la lucha sindical se expandió de tal modo, que a finales de 1883 amenazaba con desembocar en una huelga general en respuesta a una súbita crisis monetaria y a los intentos de la administración de subir los impuestos de varios productos de consumo básicos. Alarmado por los hechos, el capitán general impidió que el conflicto siguiera extendiéndose ordenando el cierre de varios sindicatos. El comienzo en enero de 1884 de un período de dos años en que gobernaron los conservadores en la metrópoli permitió al capitán general actuar con más decisión en contra del movimiento obrero. Los rezagadores son los trabajadores encargados de seleccionar las hojas de tabaco según calidad, tamaño, aroma y color, para que los tabaqueros las puedan combinar y torcer. La Razón. 17-VI-1883.

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Joan Casanovas Codina La represión gubernamental obligó a la Junta Central de Artesanos a refugiarse en la semi-clandestinidad e impidió nuevas olas huelguísticas hasta finales de 1885. Mientras tanto, el ala reformista del Gremio de Obreros, liderada por Martínez, se acomodaba a la nueva situación manifestando su visceral antiseparatismo en las páginas de La Razón, y apoyando la campaña del Gremio de Fabricantes en favor de la reducción de aranceles de exportación que pagaba el tabaco manufacturado. Obviamente, Martínez intentaba frenar el avance del anarquismo demostrando que la colaboración -en lugar del enfrentamiento- con el empresariado producía buenos resultados. Gracias a su españolismo y anti-anarquismo, la administración toleró que Martínez siguiese publicando La Razón hasta finales de 1884, en que fue suspendida por apoyar, junto con el Gremio de Fabricantes, la reducción de los aranceles de exportación y la supresión del estanco del tabaco en la Península. Dado que muchos trabajadores criollos simpatizaban con el nacionalismo cubano, era imposible que aceptaran los duros ataques que Martínez dirigía contra los separatistas, o que vieran con buenos ojos su íntima amistad con varios fabricantes de tabacos que eran destacados miembros del Casino Español de La Habana: el principal centro de reunión del partido español desde 1869. Por otro lado, la mayoría de los peninsulares de clase trabajadora, muchos de ellos pertenecientes al Instituto de Voluntarios, también veían al reformismo como excesivamente cercano al Casino Español. El hecho de que desde comienzos de la Guerra de los Diez Años inmigraran decenas de miles de españoles, redujo la proporción de peninsulares que podían aprovechar plenamente las ventajas de que disfrutaba su grupo en la sociedad colonial. Las reformas coloniales de después de la paz del Zanjón redujeron aún más los privilegios de los peninsulares. Estas circunstancias subrayaron las diferencias de clase entre la población peninsular, y contribuyeron a que los trabajadores españoles en la isla empezaran a superar sus diferencias con los trabajadores criollos. Siguiendo la tendencia al radicalismo de los obreros tabaqueros, a finales de 1884 los principales sindicatos de La Habana comenzaron a transformar el Recreo de Artesanos en el Círculo de Artesanos, una institución más próxima a sus aspiraciones. En clara continuación con el Recreo de Artesanos, el Círculo de Artesanos se convirtió en el centro de reunión de casi todos los sindicatos y asociaciones populares de La Habana y sus alrededores. Pero a diferencia del Recreo, desde el principio los principales sindicatos habaneros democratizaron el funcionamiento del Círculo y eligieron una directiva formada por anarquistas, quienes obtuvieron el control efectivo de una

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Trabajadores urbanos en Cuba asociación que los trabajadores consideraban la "federación tácita de todos los oficios" de la ciudad12. En realidad, el Círculo era tanto un intento de los anarquistas de radicalizar el antiguo Recreo como de reconstruir la Junta Central de Artesanos. Así vemos como Messonier, antiguo secretario de la JCA, ahora ocuparía el cargo de secretario del Círculo. En contraste con el Recreo de Artesanos, el programa del Círculo de Trabajadores expresaba la voluntad de extender a toda Cuba los principios del anarco-colectivismo de la FTRE. Respecto a los dos factores más divisivos entre las clases populares en Cuba, la segregación racial y el dominio colonial, el Círculo fue la primera asociación obrera cubana explícitamente antirracista y antinacionalista. Consideraba fundamental "llevar al ánimo de todos [los obreros de esta región] la idea de que el trabajo no tiene raza ni nacionalidad, ni jerarquía". El programa del Círculo fue difundido ampliamente por todo Occidente e incluso llegó a las principales poblaciones de Oriente. Pese a este éxito propagandístico, la represión oficial forzó al Círculo a concentrarse inicialmente en las actividades culturales. Dado que el anarquismo consideraba primordial la educación popular, el Círculo fue concebido como un centro educativo que preparase "a la clase trabajadora para entrar de lleno y con criterio propio en el goce de todos los derechos"13. Antes de transcurrir un par de años, la escuela del Círculo enseñaba, sin distinción de raza, a 300 niños durante el día y 100 hombres por la noche. En 1888, el Círculo abrió tres escuelas más, y en 1889 fundó las dos primeras para niñas. En vista de que las directivas de la mayoría de los gremios habaneros viraban hacia el radicalismo, Martínez y su grupo de seguidores se refugiaron en el Gremio de Obreros, seriamente debilitado como fuerza de lucha obrera, a partir del cual intensificaron su apoyo a la campaña del Gremio de Fabricantes por reformar la política económica metropolitana en Cuba. La administración colonial, sin embargo, se opuso frontalmente a estas protestas, con lo que contribuyó a debilitar la posición de los líderes reformistas dentro del movimiento obrero. Con los reformistas seriamente desacreditados, la subida al poder en Madrid del partido liberal en noviembre de 1885 y el retroceso de la crisis económica, el movimiento obrero pudo empezar a ganar fuerza de nuevo a lo largo de Cuba. Los sindicatos habaneros restablecieron la Junta Central de Artesanos para conseguir "la federación definitiva" de "los trabajadores de la

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El Productor. La Habana, 18-VII-1889. "Manifiesto-programa del Círculo de Trabajadores". La Habana, 6-II-1885.

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Joan Casanovas Codina isla de Cuba" bajo los principios de la FTRE14. Unos meses después, siguiendo el programa de la JCA, los trabajadores de varios oficios desencadenaron una ola de huelgas que explícitamente trataba de movilizar trabajadores, sea cual fuere su raza o su origen (peninsular o criollo) en buena parte de Occidente. En febrero, después de algunas pequeñas huelgas en La Habana, el sindicato de toneleros, uno de los mejor organizados en la región occidental, declaró una huelga. El cónsul de Estados Unidos en Matanzas quedó impresionado por el hecho que en ella fraternizaron españoles, criollos blancos y trabajadores de raza negra. Entre los huelguistas había muchos Voluntarios, quienes guardaban su fusil en casa y frecuentemente lo llevaban consigo cuando salían a la calle. Su papel en la huelga fue decisivo. Cuando se ordenó a un pelotón de quince soldados que sometiera a un grupo de huelguistas, aquél se encontró con que varios Voluntarios lo obligaron a retirarse15. El éxito de huelgas como ésta confirmó a la mayoría de trabajadores que las formas de lucha que proponían los anarquistas eran efectivas. En pocos meses la mayoría de organizaciones obreras reconstituyeron sus fuerzas y eligieron a anarquistas para que las lideraran. Posteriormente, en 1886, el desastroso papel de los reformistas y la buena acogida de las tácticas anarquistas en una huelga que afectó a todo el sector tabacalero de la región habanera durante cerca de seis meses, selló el triunfo del anarquismo en el seno del movimiento obrero cubano. Saturnino Martínez, por su parte, se refugiaría en el sindicalismo amarillo, y durante los últimos años de su vida ocupó cargos de responsabilidad en dos de las más importantes organizaciones empresariales habaneras: la Cámara de Comercio y la Unión de Fabricantes de Tabacos. Paralelamente a esta evolución dentro de la isla, los trabajadores cubanos emigrados a Estados Unidos -radicados principalmente en Cayo Hueso, Nueva York, y a partir de 1886 en Tampa- se distanciaron progresivamente de la cúpula dirigente del movimiento separatista, claramente opuesta a la defensa de sus intereses, e intensificaron sus vínculos de clase con sus compañeros en Cuba. Estos vínculos se vieron reforzados por el incesante ir y venir de trabajadores cubanos de un lado al otro del estrecho de la Florida. Desde que se firmó la Paz del Zanjón, en períodos de huelga o cierre patronal en el ramo de tabaco en Cuba o en la Florida, muchos trabajadores y sus familias cruzaban el estrecho de la Florida antes que ceder en sus demandas. Por otro lado, la expansión de la industria tabacalera en Estados Unidos Reglamento de la JCA, en: El Productor. La Habana, 22-XII-1887. U.S. Congress, House: Reports from the Consuls of the United States, AprilDecember, 1886. Washington 1886, p. 266.

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Trabajadores urbanos en Cuba impulsó la emigración a este país de miles de trabajadores cubanos y, en menor medida, españoles residentes en Cuba; en tanto que el gran fuego que arrasó Cayo Hueso en 1886, o la súbita crisis monetaria de Estados Unidos en 1893, obligaron a miles de emigrados a regresar temporalmente a Cuba. Por consiguiente, la fuerte expansión del sindicalismo anarquista en Cuba pronto alcanzó a las comunidades de trabajadores cubanos en Estados Unidos. La abolición de la esclavitud y el fin de la política metropolitana reformista El fin de la esclavitud, la principal barrera que dividía a las capas populares, y la principal causa del extremo intervencionismo de la administración en las relaciones laborales y políticas, propició que el movimiento obrero se expandiera rápidamente. Mediante la masiva movilización de trabajadores de origen y raza diferente, el movimiento obrero de tendencia anarquista logró eliminar muchos de los métodos residuales para disciplinar a los trabajadores de la era de la esclavitud, y contribuyó a la rápida transformación de la sociedad colonial. Durante este período, la propaganda anarco-colectivista consiguió llegar a un amplio sector de las capas populares urbanas de Cuba. Las autoridades utilizaron el poder excepcional que la política colonial española les daba, para tratar de contener por todos los medios la expansión del movimiento obrero liderado por los anarquistas. Sin embargo, el hábil modo en que el anarquismo cubano se relacionó con las otras fuerzas políticas insulares, así como sus métodos de lucha de clases, lograron dejar fuera de juego a la administración colonial y a la patronal en varias ocasiones. Manteniéndose independiente de cualquier otra fuerza política, el movimiento obrero de signo anarquista consiguió incorporar a trabajadores con simpatías políticas muy diversas, desde los que eran partidarios del dominio español, entre ellos la gran mayoría de peninsulares, hasta los que aspiraban a que Cuba fuese independiente. Además, siendo una fuerza política y social autónoma, el movimiento obrero aumentó significativamente su influencia ante las otras fuerzas políticas. Las grandes huelgas y lockouts que los trabajadores tabacaleros ganaron en 1887 y 1888 en La Habana, y en 1889 en Cayo Hueso, mostraron a los trabajadores la validez del enfoque que los anarquistas daban a la lucha de clases y a la política colonial. Esta evolución del movimiento obrero se encontró en un callejón sin salida a partir de 1890, en que la política metropolitana dejó las reformas y se volvió netamente reaccionaria. Fue precisamente en este año que algunos "intelectuales de las clases populares" como el líder anarquista criollo Enrique Creci, comenzaron a propagar que era necesaria la eliminación del

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Joan Casanovas Codina dominio español para que el movimiento obrero pudiese seguir desarrollándose. La llegada a Cuba del capitán general Camilo Polavieja a finales del verano de 1890 aceleró la apertura del movimiento obrero al separatismo. La represión sin contemplaciones que Polavieja aplicó al movimiento obrero, al PLC y al ala izquierdista de la UC, destruyó la posibilidad de que España asimilara a Cuba políticamente. Además, la crisis económica de la manufactura tabacalera que se desencadenó en este año también contribuyó a debilitar el movimiento obrero. El desempleo aumentó y las huelgas ya no pudieron ganarse con la misma facilidad que en la década de 1880. Esta crisis económica y política creó la atmósfera necesaria para que un amplio sector del movimiento obrero cubano y el ala izquierda del separatismo liderada por José Martí comenzaran a unir sus fuerzas a partir de 1891. La apertura al separatismo acordada en el congreso regional obrero de 1892 motivó el inicio de un apasionado debate, dentro y fuera de la isla, sobre la posición que debían adoptar los trabajadores respecto a la independencia de Cuba16. A pesar de la creciente emigración hacia Estados Unidos, la mayoría de militantes y dirigentes obreristas permanecieron en la isla junto con el grueso del movimiento obrero cubano. Para mantener la unidad obrera, los dirigentes del Círculo de Trabajadores de La Habana continuaron insistiendo en la posición adoptada en el Congreso Obrero y denunciando las desigualdades que generaba la condición colonial de Cuba. Sin embargo, la clausura por un año del Círculo en mayo de 1892 y la fuerte censura ejercida contra la prensa anarquista hizo cada vez más difícil seguir propagando las resoluciones del congreso obrero, lo cual facilitó que se acentuaran las tensiones existentes entre los trabajadores peninsulares y los trabajadores criollos y de color. Estas eran fruto de que los peninsulares eran reticentes a estar en total pie de igualdad con sus compañeros criollos o noblancos, mientras que estos dos últimos sectores ansiaban eliminar los privilegios que proporcionaba el colonialismo español a los peninsulares, los cuales ocupaban los mejores puestos en las fábricas de tabaco, los talleres y los comercios, y como Voluntarios podían pasearse con su fusil por la vía pública. Sin embargo, las fricciones existentes entre peninsulares y cubanos de clase trabajadora nunca produjeron una ruptura absoluta entre estos dos grupos sociales. Al estallar la Guerra de Independencia en febrero de 1895, esta desavenencia tomó un nuevo giro. La mayoría de los anarquistas y activistas

Sobre este debate en Cuba, véase El Productor. La Habana-Guanabacoa, 1891-1892; La Alarma. La Habana, 1893-1894; y Archivo Social. La Habana, 1894-1895.

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Trabajadores urbanos en Cuba obreros que permanecieron en Cuba, lanzaron una campaña de propaganda entre las tropas españolas, especialmente entre los Voluntarios, "muchos de ellos socialistas y anarquistas", animando a los soldados a no combatir contra los separatistas o a unirse a ellos: "Si los trabajadores de la Habana optan por irse a la revolución les recordamos que los pueblos no se saben de amos; así, compañeros, cojamos las armas para emanciparnos de la tiranía del gobierno español y de otros que quieran fundarla en Cuba"17. Además de hacer propaganda en favor de los separatistas, fueron los anarquistas quienes durante la guerra colocaron bombas en varios lugares estratégicos de La Habana tales como puentes o tuberías de gas, y suministraron la dinamita y fabricaron la bomba que un separatista colocó en el palacio del capitán general el 28 de abril de 1896. No obstante, la baja calidad de la dinamita hizo que la explosión sólo destruyese las letrinas del palacio. Como era de esperar, después de la explosión, la administración colonial reprimió duramente al movimiento obrero. El capitán general Valeriano Weyler, responsable de la cruel política de reconcentración de miles de civiles en las poblaciones cubanas, prohibió la lectura en los talleres de tabaco, cerró la Sociedad General de Trabajadores (la asociación que en 1893 había reemplazado al Círculo de Trabajadores después de su cierre un año antes) y deportó a muchos anarquistas a España, el Norte de Africa y Fernando Poo (actualmente Bioko, en el golfo de Guinea)' 8 . Entre los deportados se encontraba el líder anarquista criollo Manuel María Miranda (alias Mirandita), quien aprovechó los más de tres años que pasó en aquella remota isla para analizar detenidamente la sociedad bubi, a la cual admiraba profundamente: "Los bubis en el bosque, en su estado salvaje, mientras no se ponen en contacto con frailes, comerciantes, mandarines, burócratas y demás europeos civilizados, son la gente de costumbres más dulces, más veraces, más sobrios y altruistas que he visto"' 9 . La contribución del movimiento obrero a la causa separatista fue enorme. Además de proporcionar algunos líderes militares como Enrique Creci, su mayor aporte fue recaudar fondos, facilitar información y canalizar suministros al ejército libertador. Las dimensiones exactas de esta contribución no se conocen aún, pero sin duda fue esencial para conseguir que el ejército separatista se mantuviera operativo a lo largo de la guerra. Por otro lado, el hecho de que la gran mayoría de soldados del ejército libertador

Archivo Histórico Nacional (Madrid), Ultramar, leg. 5904, exp. 416. Sobre estas deportaciones, véase Carlos Serrano: "La colonie pénitentiaire (rebelles, anarchistes, ñáñigos dans les pénitenciers espagnols, 1895-1899)", en: Mélanges américanistes. Paris 1985, pp. 79-92. Manuel M. Miranda: Memorias de un deportado. La Habana 1903. Cita en la p. 50.

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Joan Casanovas Codina no fuesen artesanos, no significa que estos últimos no contribuyesen a la causa separatista. Tal como Mirandita manifestó, no tenía sentido que los trabajadores se uniesen al ejército libertador para ayudar a la causa separatista, puesto que varios jefes del ejército libertador manifestaron repetidamente que no necesitaban más hombres para combatir, sino más material de guerra20. Otra valiosa contribución del movimiento obrero a la causa separatista fue el efecto que causaron entre los peninsulares de las clases populares años de propaganda anarquista en favor de la solidaridad internacional y en contra del nacionalismo. Esta propaganda se dirigió principalmente contra el nacionalismo colonialista español, y aunque en Cuba y las comunidades de emigrados en Estados Unidos los anarquistas también criticaron el nacionalismo cubano, éstos dejaron claro que los dos nacionalismos no eran lo mismo. Para la mayoría de anarquistas, el separatismo cubano combatía contra la tiranía, mientras que el nacionalismo español apoyaba el colonialismo en Cuba. Por lo tanto, esta propaganda no representó un obstáculo a las aspiraciones separatistas de la clase trabajadora cubana. En la Guerra de Independencia, a diferencia de la Guerra de los Diez Años, los Voluntarios tuvieron un papel poco relevante y no se levantaron en armas contra sus compañeros de clase. Al contrario, esta vez, muchos más peninsulares se unieron a las fuerzas separatistas que en la anterior contienda.

Véase El Despertar, 30-X-1895, y Louis A. Pérez, Jr.: Cuba between Empires, 18781902. Pittsburgh 1982, pp. 115-16.

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Trabajadores urbanos en Cuba

Política Colonial

M i—i

Muy represiva Represiva con algunas reformas Reformista

Sociedad de recreo "El Pitar" en La Habana (1848)

i ! Partido c u b a n o

Partido español

T

Cuerpos de Vecinos Nobles (1850)

i Conspiraciones I anexionistas I (1847-1855)

Instituto de Voluntarios (1655-1696) Fundación de las primers sociedades de socorros mutuos Movimiento reformista (1859-1868) Movimiento obrero reformist a (1865-1868) Casino Español de La Habana principal poder en Cuba (1869-1873)

Movimiento separatista en Cuba y Movimiento obrero federal-republicano (1873)

en el exilio

Movimiento obrero reformista (1876-)

PUC (1878-1898)

PLC (1878-1898)

Partido Demócratico (1878-1879 & 1881)

Movimiento obrero anarquista (1882-)

Movimiento obrero de la emigración

Junta Magna

Movimiento económico Partido Revolucionario Cubano (1892-1898) j

Partido Reformista (1893-1896)

E v o l u c i ó n d e las p r i n c i p a l e s f u e r z a s políticas y s o c i a l e s e n la C u b a d e l siglo X I X

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ELENA HERNANDEZ SANDOICA

Cuba en el Período Intersecular: Continuidad y Cambio Una perspectiva historiográfica reciente Creo obligado comenzar este texto con tres precisiones: la primera de ellas, necesariamente, gira en torno a la acotación cronológica: 1899-1906, fecha esta última de las primeras elecciones libres en Cuba, inmediatamente antes de la segunda ocupación norteamericana; la segunda, consiste en la advertencia de que apenas haré aquí alusión al contexto regional especifico de la política exterior de los Estados Unidos en Centroamérica, a sus consecuencias económicas y geoestratégicas de alcance general, ni, a su significado para la definición in extenso del imperialismo1; y la tercera, que el contenido empírico de mi intervención se sitúa dentro de los márgenes que proporciona principalmente la reciente historiografía española contemporaneísta. (Una historiografía que, afortunadamente, poco a poco supera las secuelas de un aislamiento largo, y va abriendo los cauces de la discusión con la historiografía internacional. Y un conjunto de esfuerzos de descripción y de interpretación que, en el plano concreto de la dominación colonial española del siglo XIX y de sus problemas de diversa índole, se ha ido viendo abocado, de manera espontánea, al diálogo y a la comparación crecientes con la historiografía cubana actual.) Trataré de exponer críticamente aquí, después de un recorrido no exhaustivo por los desarrollos más relevantes de esa investigación histórica hecha sobre Cuba en la España de hoy, algunos de los aspectos debatidos a propósito de un caso específico de emancipación colonial -el final definitivo del imperio español en América-, que afectó severamente a nuestra propia historia nacional y a la forma y problemas de su Estado en el siglo XX. De las dos caras de esa misma moneda, sólo insistiré en la especificidad de una transición (utilizaré el término de manera muy neutra) que en el caso de Cuba no consiste sólo, a mi modo de ver, en un trasvase de dependencia típico, en la sucesión de un marco de colonización de tipo arcaizante por otro Véase para ello W.L. Bernecker: Cuba 1898. Cambio de dependencia: del colonialismo formal al imperialismo informal, en O. Ette/T.Heydenreich (eds.): José Martí: 1895/1995. Literatura-Política-Filosofía-Estética. Frankfurt am Main 1994, pp. 67-82. Los aspectos políticos, de los que queda mucho que decir aun, enunciados en L.A. Pérez, Jr.: Cuba Between Empires, 1878-1902. Pittsburgh 1983.

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Elena Hernández Sandoica más modernizado y eficiente de naturaleza "informal". Sino en algo más complejo y particular, en un proceso multiforme de efectos duraderos y enquistados, un proceso relativamente difícil de encarrilar en los cauces marcados por la discusión teórica más habitual en politología, en relaciones internacionales y en ciencia económica. Tras una agotadora guerra, la cesura de Cuba con la vieja metrópoli española fue de momento tan sólo política, terminantemente rupturista, desde luego, en lo que se refiere a los planos administrativo y político-internacional. Eso es, sin duda, un hecho claro e incontrovertible. La reciente historiografía hispano-cubana apenas ha insistido en los elementos propios de esa cuestión rotunda del final de la soberanía española. En sus análisis ha perseguido en cambio -más allá y más acá de aquel acontecimiento decisivo propio del tiempo corto-, los elementos culturales y económicos de mayor duración, que afectan significativamente al antes y el después. Esos análisis muestran una durabilidad y un continuismo reiterados, en lo que se refiere a la relación bilateral de españoles y cubanos. Siendo muy apreciable en calidad y en cantidad esta investigación reciente, algunas de cuyas piezas discutiré aquí, tampoco vale, a mi modo de ver, como viene siendo frecuente en muchos de estos estudios últimos, insistir en exceso y sin muchas cautelas en la continuidad ("continuación" sería más bien el vocablo preciso que marca los perfiles, aunque sea inseguro y de contornos lábiles). Porque es imprescindible tener también en cuenta el contexto específico de la gestación material de esos estudios, y sopesar en qué medida se hallan condicionados inconscientemente por la financiación española -pública o privada, autonómica o central- que, con cierta abundancia y engañosa apariencia de facilidad, ha posibilitado el sacar a la luz en un plazo brevísimo -entre los aledaños de un centenario espléndido, el del 92, y en vísperas de otro bien menos fastuoso, el del 98- una parte importante de las muchas cosas olvidadas que las fuentes de archivo, españolas o cubanas, mantenían ocultas hasta bien poco ha. Leyendo parte de esos textos novedosos escritos por cubanos o españoles, casi indistintamente cabría la impresión apresurada, a un lector no avisado, de que nada fundamental vino a cambiar en Cuba tras el verano de 1898. Cómo negar, no obstante, el giro de ciento ochenta grados dado en aquel momento a la situación... Se impusieron los cambios de estructura, en un marco creciente de inestabilidad y opciones reducidas, cambios que fueron de muy distinta índole y divergente sentido y dirección a lo que al menos una parte de los independentistas cubanos reclamaba, y que hubieron de dar a medio plazo origen a consecuencias varias, tampoco deseables en su mayoría. (Pero cambios que acaso contengan también, en su polo más frágil -la cultura

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Cuba en el período intersecular política de la Cuba emergente, tan reducida y tan intermitente, tan dificultosa en su conformación-, los hilos quebradizos, confeccionados con materiales viejos de continuidad, que conducen sutilmente hacia atrás, hacia el trasfondo histórico -e hispánico- de la situación.) A mediados de 1900, el gobernador militar Leonard Wood (el sucesor de Brooke) dispuso la celebración de elecciones para designar a los miembros de la Convención Constituyente: tenían la misión de elaborar la Constitución y, de paso, definir las relaciones con la nueva metrópoli informal, los Estados Unidos. Conviene no olvidar que el Partido Revolucionario Cubano había desaparecido ya en 1898, que el 11 de marzo de 1899 la Asamblea de Representantes acordará suprimir el cargo de General en jefe del Ejército Libertador, que el 4 de abril siguiente se autoliquida la Asamblea y que, poco después, se disuelve el Ejército mismo... La Convención empezaría a funcionar el 5 de noviembre de 1900. El día 21 se aprobaba ya el texto de la Constitución para la futura república, y el 5 de febrero de 1901 sobrevendría la Enmienda Platt, impuesta o aceptada no sin conflicto. La independencia con limitaciones, para muchos de los allí reunidos, resultaba preferible a la continuación de la ocupación. Pero no todos pensaban lo mismo. Tras el establecimiento de la República, la enmienda se convirtió en un Tratado permanente. Junto con el de Reciprocidad comercial (1903) sienta las bases del acuerdo preferencial que se encargará de ejecutar Estrada Palma. La corrupción y los fraudes, la violencia política, acompañan a toda esta evolución, hasta que en el mes de agosto de 1906 Estrada solicita oficialmente a los Estados Unidos que intervengan. Lo hicieron finalmente el día 29 de septiembre... La que se desarrolla en ese lapso es, ciertamente, una historia compleja y mal reconstruida aún. El proyecto de construcción de un estado nacional en Cuba tropieza con dos focos importantes de dificultades. De distinta relevancia, desde luego, pero los dos constantes y, a veces, combinados entre sí. De un lado se perfila aquel que, con ocupación militar o descansando temporalmente de ella, logrará imponer la trama de un modelo político subordinado y dependiente, en beneficio de su propio interés. De otro, tenemos la reactualización por la exmetrópoli de algunos de los elementos mismos (sociales, culturales, demográficos) de la colonización. Por muy patente que llegue a ser el conflicto político que establezcan, cuando lleguen a hacerlo, esos dos elementos periféricos con el tercero y fundamental, autóctono, lo cierto es que los tres tenderán a converger hacia la potenciación de un modelo social "blanco y de clase media", directa o indirectamente, antes o después. Esta circunstancia común se verá todavía reforzada a corto plazo, porque en esos años cruciales del comienzo del siglo cualquiera de los tipos de factores en presencia (culturales y científicos, sociales o 155

Elena Hernández Sandoica económicos) combinará sus efectos entre sí de manera fluida para desdibujar, aplazándolo al menos, el perfil democrático e igualatorio que, no sin discrepancias evidentes, se había abierto camino en Cuba a lo largo de la guerra del 95. No es difícil convenir, así pues, en un punto de acuerdo: que la independencia no supone el triunfo político de los independentistas (los cuales incluso vieron hipotecado su triunfo militar en una parte de la Isla), sino la entrega forzosa del territorio liberado del colonizador a una potencia extraña, para que ésta procediera a su reestructuración posbélica. Que en tal proceso tuvieran que ver aquel puñado, amplio, de posiciones enfrentadas entre los líderes del separatismo, la fuerte diferenciación regional y el muy distinto peso relativo, según zonas, del elemento afrocubano, parece una hipótesis plausible. Y es bien seguramente en torno a ella, a falta de otras más explicativas, en donde convendría indagar. Pero, aunque aparezca solamente intuido en algunos análisis, convendría referirse también al paso o la influencia de la colonización española, ya interrumpida formalmente, sobre la política cubana de la primera década del siglo. Aunque poco se entenderá posiblemente sobre el particular -y mi advertencia implica sobre todo a la historiografía cubana- si no ponemos previamente en claro muchos de los problemas políticos propios del nacionalismo durante la guerra, en lugar de echar tierra sobre ellos. Así, mezclado y enredado con la mecánica del poder local, de inspiración caciquil, organizado por España después de 1878, el fuerte componente regional y particularista del separatismo cubano (tan vinculado a las diferencias ideológicas y estratégicas existentes entre los principales 1 íderes, diferencias insuficientemente conocidas a su vez) habría supuestamente de influir en el arraigo extenso, duradero, de una concepción localista y extremadamente pragmática de la vida política, que explicaría a su vez muchas de las incógnitas de los primeros momentos, tras el 98. Según esto, aquel particularismo caciquil venido desde atrás -caudillista también en proporciones varias por causa de las guerras por la independencia-, serviría quizá para explicar, tanto bajo la ocupación militar como entrada la República, la aparición diversa de posiciones antagónicas -respecto a la nación, respecto al "protector americano"- que se dieron de hecho en una Cuba que ya no era española, o mejor dicho que acababa de dejar de serlo. Y daría en tal caso razonada cuenta de los mecanismos personales y las opciones más particulares de esa toma general de posiciones. Tanto la cooperación con los norteamericanos como su rechazo tendrían mucho que ver, al parecer, con dos tipos de razones marco: las expectativas de mejora relativa suscitadas por la guerra misma y el grado de discusión y oposición

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Cuba en el período intersecular (Las Villas o el Camagüey en el extremo de mayor tensión) a la hegemonía conseguida, bajo la larga dominación de los españoles, por la región y ciudad de La Habana. Datos en revisión: el comercio, la sociedad y la cultura Parece cierto, en lo que hace al comercio cubano y a sus protagonistas de diversa entidad, que la fuerte pervivencia de elementos procedentes de la tradición española (y de la imposición colonial que la sustentaba) se prolongará todavía por un par de décadas después del año de 1898. Y en este aspecto hay que referirse, ahora ya, tanto al porcentaje respetable de comercio exterior que cabe imputar a España -con cifras hoy bastante deparadas, con todo netamente inferiores a las norteamericanas, en buena lógica-, como a la participación de españoles, inmigrantes o registrados en el consulado como españoles por sus padres -aunque ya no venidos directamente desde España- que trabajaron constantemente, sin interrupción, en el sector. Este ha sido hasta ahora uno de los aspectos en que la colaboración y el intercambio frecuente de historiadores españoles y cubanos, el uso combinado de técnicas y fuentes a escala "micro", han arrojado últimamente resultados más contundentes y novedosos. La complejidad (lo que aquí significa también "no ruptura") aumenta, en cualquier caso, si enfocamos el asunto de la transición desde un punto de vista social y cultural. Pues se trata de un plano en donde la presión cultural norteamericana (que pugna por imponerse, con ayudas internas) tropezará no sólo con la articulación nacional específica, con el proyecto propio de la "cubanita", sino que halla también un obstáculo grave en lo que se refiere al peso relativo del componente demográfico español. Un factor que, con independencia de que haya visto sustancialmente reducidos sus valores absolutos en los últimos cómputos realizados, no va a ser todavía, en modo alguno, residual. Los peninsulares, mejor o peor recibidos en la Isla por la población autóctona, seguirán considerando a Cuba (y no aún a la Argentina) durante toda la década de los años diez, como su principal lugar de acogida, y en Cuba formarán un grupo alógeno excepcional, no sólo en cuanto a sus

El historiador alemán M. Zeuske ha llamado la atención recientemente sobre esto. Véase su texto en español: 1898. Cuba y el problema de la 'transición pactada'. Prolegómeno a una historia de la cultura política en Cuba (1880-1920), en C. Naranjo/M.A. Puig-Samper/L.M. García Mora (eds.): La Nación soñada. Aranjuez 1996, pp. 131-147.

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Elena Hernández Sandoica dimensiones absolutas sino, también, en lo que se refiere a peculiaridades socioculturales y fuerzas de atracción.3 Prolongando tradiciones anteriores, acogiéndose a la identidad regionalista como un refugio extenso, lejos de diluirse con regularidad en el crisol mestizo (aunque esto acabara siendo lo normal después, pasada la primera generación tras el cambio de soberanía), los inmigrantes españoles tratarán no obstante, especialmente en las ciudades, de preservar su peculiaridad regional y, planeando por encima de ésta, alardearán de su aire diferencial y españolista. No habrá dificultades para hacerlo. Pensemos, por poner un ejemplo concreto de alto valor simbólico, que ya en abril de 1899 el gobierno norteamericano autorizaba a izar la bandera española (arriada oficialmente el día 1 de enero) en los centros regionales y en las instituciones privadas de alcance cultural. Será precisamente el Casino Español de La Habana el que tratará de aglutinar al colectivo español residente en Cuba a través de un mosaico de representaciones regionales integradas.4 Se ha dicho más de una vez, y con razón, que buena parte del regionalismo nacionalista, y en especial del gallego, tiene que ver con su prolongación ultramarina. También se ha sugerido que habría que considerar hasta qué punto la presencia española, tan fuerte -y según en qué instancias, tan omnipotente-, contribuye a desvirtuar la foija de la nacionalidad cubana en las primeras décadas del siglo. Pero posiblemente también haya elementos de verdad en una afirmación complementaria, que sólo en apariencia será contradictoria: con voluntad o sin ella intencionadamente o de manera espontánea, por similitud lingüística o por coincidencia de experiencias compartidas, ciertas constantes de la cultura popular española contribuyeron igualmente a diseñar la "nacionalidad" cubana en el primer cuarto del siglo XX. Y lo hicieron de acuerdo con una premisa (tácita o explícita) fundamental: reducir la presencia expansiva del modelo sociocultural norteamericano.5 J. Maluquer: La inmigración española en Cuba: elementos de un debate histórico; C. Naranjo Orovio: La población española en Cuba, 1880-1953; ambos artículos en C. Naranjo/T. Mallo (eds.): Cuba, la perla de las Antillas. Aranjuez 1994, pp.137-147 y 121-136 respectivamente. Otros enfoques, previos, en A. García Alvarez: La gran burguesía comercial en Cuba 1899-1920. La Habana 1990. Procedente del Casino, véase el manifiesto "A los españoles", en El Carbayón (Oviedo, 6-V-1889), reproducido en A. M. Fernández: Asturias y Cuba en torno al 1898. Ruptura y continuidad, en J. Una (ed.): Asturias y Cuba en torno al 98. Sociedad, economía, política y cultura en la crisis de entresiglos. Barcelona 1994, p. 233. Paradójicamente, es la propia legislación sobre inmigración inspirada o impuesta por los norteamericanos la que facilita la renovación actualizada de esta corriente de

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A pesar de ciertos estudios nuevos sobre los grandes capitalistas españoles en la Cuba inmediatamente post-independentista, sabemos poco aún a propósito de cómo se prolonga realmente la doble articulación social (que no civil o jurídica) de los peninsulares residentes en Cuba o nacionalizados como tal, tras el 98. 6 Es decir, carecemos todavía de información bastante a propósito de cómo unos pocos españoles, según su clase y su elección privada, se colocan junto a los norteamericanos (exactamente igual que hacen ciertos cubanos de las oligarquías, sin competir fuertemente con éstos, sino integrándose en un bloque común). Y cómo otros, la inmensa mayoría de las clases populares, se alinearán al margen de ese mismo sector, en paralelo con las masas criollas, a su vez precariamente organizadas tras la independencia, y compitiendo fuertemente con ellas por los mercados y las oportunidades de trabajo. Dando origen así, en definitiva, a conflictos constantes ligados a la dinámica salarial y a la organización laboral, algo que fue sustrato de una percepción negativa -y muy crítica- acerca de cuál podría ser realmente su contribución al proceso productivo cubano. Nacería de esta manera, pues, una idea muy común y extendida en la literatura cubana especializada a partir de los años veinte y treinta (no habría españoles en el campo ni en la industria, concentrados todos en el sector servicios, acaparadores e

oposición. Véase C. Naranjo/A. García González: Medicina y racismo en Cuba. La ciencia ante la inmigración canaria en el siglo XX. La Laguna 1996. Recuérdese también el esfuerzo político hecho por España en los años ochenta del siglo XIX por aumentar esa "españolización" que, a mi modo de ver, ya no es sólo el deseado "blanqueo" de la población compartido por las élites criollas sino, principalmente, un intento de detener la disolución del dominio colonial por razones de creciente desafección interna: E. Hernández Sandoica: La política colonial española y el despertar de los nacionalismos en Ultramar, en J. P. Fusi/A. Niño (eds.): Vísperas del 98. Orígenes y antecedentes de la crisis del 98. Madrid 1997, pp. 133-150. Se ha estudiado por ejemplo la figura de Manuel Rionda, azucarero de origen asturiano integrado en el juego del capital norteamericano e internacional, una trayectoria que culmina en la Cuba Cañe Sugar Corporation, en 1915. Su vida concentraría la esencia misma de la relación triangular que se aposenta en Cuba después de 1898 y maximizaría sus posibilidades materiales: un origen español no integrista, una educación norteamericana y un matrimonio cubano. Al respecto: A. García Alvarez: Estructuras de una economía colonial en transición, en C. Naranjo/M. A. Puig-Samper/L. M. García Mora (eds.): La Nación Soñada (nota 2), pp. 251-266 y 267-282, respectivamente. Sobre el tabaco, por su parte, D. González: Empresarios asturianos del tabaco en Cuba. Siglo XIX; en: Asturias y Cuba (nota 4), pp. 57-74 insiste en la durabilidad de su trama peninsular, una red de producción y distribución formada por españoles desde el principio. Destaca en esa trayectoria la figura de Leopoldo González Carvajal y la reorientación, y diversificación, de sus inversiones en Cuba después del trasvase de la dominación.

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Elena Hernández Sandoica improductivos), una idea que sólo ahora mismo ha sido contradicha, con números y gráficas, por los estudiosos españoles, especialmente por Jordi Maluquer. Es en torno a esta presencia prolongada de factores humanos de continuidad e integración, sin específica proyección política (o sólo indirectamente relacionados con ella), cómo la historiografía reciente hecha desde España (o la que a ella se acerca más directamente y con ella interacciona de continuo) tiende a presentar, en la última década, la cuestión histórica de la suspensión del dominio colonial español en Cuba. Para cualquier conocedor, por somero que sea, del panorama político-social que presentaba Cuba al día siguiente de que España perdiera ese dominio en una larga y devastadora guerra, las aportaciones de enfoques como éste resultan novedosas y estimulantes, sin lugar a dudas. Pero también quedarán evidentes sus limitaciones en los ejemplos menos convincentes de una tal proyección historiográfica, porque vienen a dejar desguarnecidos aquellos focos que no resultan de interés para los historiadores españoles. Entre esas lagunas se descubre un asunto que sería muy importante para entender la mecánica de la reconstrucción política: me refiero a la evidente continuidad administrativa a nivel local que sigue al "Desastre", no sólo permitida sino impulsada incluso por la ocupación norteamericana, y que se basa en la red desplegada por los españoles tras la Paz del Zanjón. Se mantuvieron en sus cargos, en efecto, la mayoría de los hombres nombrados por el gobierno autonómico desde enero del 98. Y no menos nos importaría saber, ya en ese mismo plano, cómo se comportaron individualmente éstos frente a las pocas alternativas existentes, ya fuesen antiguos autonomistas, reformistas, anexionistas o incluso integristas. Sobre este tan importante asunto, a mi modo de ver, no se ha trabajado hasta ahora desde España, al menos que yo sepa. Ni tampoco sobre la proyección político-internacional de la primera República cubana.7

Interesaría especialmente conocer la embajada en España de Cosme de la Tórnente, secretario de legación en 1903, luego encargado de negocios y después embajador hasta 1906, ex-combatiente en la guerra del 95 y, tras la organización de los partidos, un conservador. Mientras se halló en España, y aun después de dimitir y regresar a Cuba, defendió la "teoría de la virtud doméstica". Algunos datos biográficos en M. Fernández Sosa: Cuba: la aplicación de la enmienda Platt en 1906 y su impacto en el pensamiento político cubano, en: Baluarte. Estudios gaditano-cubanos 1994, 1, pp. 149-161.

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Cuba en el período intersecular Problemas de una interpretación: factores socioculturales y dimensión política Más que desarrollar y perfilar un esbozo del conjunto de la reciente investigación, sólo quiero indicar aquí algunos de los problemas abordados por esa nueva historiografía, eligiendo algunas de las más representativas soluciones propuestas y dando cuenta de los giros interpretativos más significativos, a mi parecer. Advertiré no obstante, antes de seguir, que no me parece se perciba una sintonía clara entre lo que esta historiografía extremadamente "dialogante" (españoles, cubanos, algún norteamericano y algún que otro latinoamericanista centroeuropeo) anda reconstruyendo a estas alturas -como parte de una "historia común" a pesar de la ruptura-, y la onda política expandida en España a propósito de la rememoración del centenario de 1898. Una orientación ésta que parece quererse introspectiva, preferentemente, volcada con apresuramiento hacia la rehabilitación optimizante de un período (el del final del siglo XIX y, con él, el apogeo y crisis del sistema canovista) que se supone injustamente oscurecido por el discurso "regeneracionista". Un discurso que se tilda de demasiado complaciente -o, en paradoja, injustopara con el hundimiento ideológico y moral que anidó en lo más hondo del "Desastre" colonial. Poca de la reciente historiografía -que reúna los requisitos mínimos para considerarse como tal- viene, no obstante, a avalar tal propuesta. Enumerar todas las líneas de investigación será, por eso, tan inoportuno como innecesario. Bastará con decir que los muy abundantes estudios sobre la emigración y el capital españoles, a algunos de los cuales ya me he referido, se inscriben todavía en la órbita y el impulso analítico de los estudios propiciados por la conmemoración centenaria del 92. Los que aquí nos importa destacar se ven beneficiados, conviene subrayarlo, de rigor y de refinamiento en el uso de las técnicas de análisis y cuantificación, algo que fue extendiéndose en la última década sobre el conjunto de la historia social realizada en España. Algunos otros investigadores se han orientado, en cambio, hacia perspectivas interaccionistas más novedosas, de inspiración cualitativa, y a su vez han aplicado procedimientos metodológicos llegados desde la antropología y la sociología cualitativa (estudio de estrategias familiares, redes informales de movilidad, mecanismos de inserción socioprofesional, comportamientos en natalidad y matrimonio, etc.)8

Sobre todas esas circunstancias, yo misma hago un balance historiográfico en: Españoles en Cuba, más allá y más acá del 98, como prólogo a J. A. Blanco/C.

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Elena Hernández Sandoica Ultimamente, al calor del centenario próximo del final de la guerra, ha hecho su aparición una variante nueva de estos estudios de demografía histórica: el ejército como vía migratoria, o la participación de españoles en el Ejército Libertador Cubano (Moreno Fraginals y Moreno Masó, M. Dolores Domingo, Juan Andrés Blanco y Coralia Alonso, por hablar tan solo de unos cuantos autores). Viene bien recordar, todavía una vez, que este tipo de análisis resulta ser producto derivado de la conjunción académica de historiadores españoles y cubanos, del cada vez más frecuente paso de unos y de otros por los archivos y los ámbitos científicos cruzados, en investigaciones convergentes. Y no es, sin duda, esta experiencia doble elemento banal para tratar de explicar (y de explicarse) esa insistencia en la continuidad -no ya de relaciones, sino incluso de estructuras- que arrojan la mayoría de este tipo de estudios, los de unos y de otros, sin aparente diferenciación.9 Independientemente de que coincidan o no coincidan las cifras barajadas y los porcentajes, dependiendo de las fuentes utilizadas y de las cautelas metodológicas impuestas, se trata de una reconstrucción en la que impera también, un tanto exagerado, ese hilo conductor de la continuidad. Cosa chocante, por demás, cuando sucede en cambio que en los textos "clásicos", en las poco remozadas lecturas políticas que conservan intactos estereotipos y clichés (aquéllos que manejan los organizadores de la "memoria" histórica del 98), nada reflejaría en cambio esa otra novedosa situación. Convendría, con todo, conocer algo más a propósito del doble papel desempeñado por la república de Cuba en su momento (como impulsor y como receptor) en eso que llamamos "hispanoamericanismo" o, también, "panhispanismo"; entendiendo por tal esa frágil política inclinada hacia afuera (mas mirando hacia adentro) que arrancó en la Península en los años ochenta del siglo XIX, aunque entonces sólo fueran trazadas sus líneas más gruesas. Esa política, disimuladamente neocolonial, se reforzará en el quinquenio siguiente a la pérdida de las Antillas, y entonces tomará su definitiva forma: lo hará basándose en un peculiar constructo etnocultural de raza (la "raza hispánica"), tratando de forzar retrospectivamente una globalización artificial entre la vieja metrópoli y aquellas tierras que, antes o Alonso Valdés: Presencia castellana en el 'Ejército Libertador' cubano (1895-1898). Valladolid 1996, pp. 7-23. También podrá verse otro texto anterior sobre el mismo objeto, en prensa en la revista Política y Sociedad, San Juan de Puerto Rico, Universidad de Rio Piedras, 1997. Es más visible aún la insistencia en la continuidad, curiosamente, en algunos autores cubanos. Así A. M. Fernández Muñiz: La presencia española en Cuba después de 1898. Su reflejo en el Diario de la Marina, en: C. Naranjo et alii: La Nación Soñada (nota 2), pp. 509 -518.

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Cuba en el período intersecular después, se habían sustraído a su control. Bajo esa apariencia servirá, la mayoría de las veces, a la continuación o a la mejora de las relaciones comerciales y financieras a un lado y otro del Atlántico. No resulta sorprendente sin embargo el saber que, a pesar de presentarse ante los americanos mismos como una forma de contribuir a hacer frente al avance cultural norteamericano, esa proyección poscolonial de España10 apenas llegaría a contar en sus territorios de aplicación (especialmente en Cuba) con más defensores sustantivos que aquellos colectivos migratorios peninsulares de componente regional mixto -gallegos, asturianos y canarios sobre todo-, entonces cada vez más numerosos. Aunque, casualmente, según las circunstancias y las situaciones, se animará también con el apoyo de algún intelectual cubano en el ejercicio de sus funciones académicas y burocráticas (por ejemplo el rector de la Universidad de La Habana, Juan Manuel Dihigo, cuando emprendió visita a la de Oviedo en la celebración de su II Centenario). Y en cambio, explica esa misma circunstancia a la perfección que, por contraste, diera origen en Cuba a posiciones intelectuales y científicas mucho más matizadas y flexibles, más integradoras e integrables que las de Altamira, por ejemplo, en un contexto regional que tiene otros problemas, otras situaciones muy distintas a las peninsulares. En lugar de excelencia hay que situar en este ámbito a Fernando Ortiz, que propone a su vez el concepto de "afinidad cultural", producto de la procedencia mestiza de los cubanos (lo español y lo africano juntos: forma suave de aligerar el peso grave de este componente). Una fórmula para la identidad nacional cubana que es, deliberadamente, antagónica a la posición "panhispanista" propiciada oficialmente por España y por los españoles casticistas.

El texto de Rafael Altamira: España en América (Valencia 1908) insiste en que españoles y cubanos son enormemente diferentes de los yanquis en su forma de ser. La reacción más poderosa de F. Ortiz (La reconquista de América. Reflexiones sobre el panhispanismo. París 1911) es algo posterior. Allí hablaba Ortiz de que España trataba de proceder a una „rehispanización tranquila" o a un „neoimperialismo manso", cuya „falta de carácter militar" -añadía, quizá excediendo un tanto el tono„sólo depende de la falta de medios militares". Tratando de afianzar sólidamente -es decir, culturalmente- uno de esos dos elementos integrantes del mestizaje que supone la „cubanidad", concibe Ortiz más tarde la fundación de la Institución Hispanocubana de Cultura, ya entrado en el año de 1926. Véase sobre esto: C. Naranjo/M. A. PuigSamper: El legado hispano y la conciencia nacional en Cuba, en: Revista de Indias L/190, 1990, pp. 789-809. El texto de A. Niño Rodríguez: Hispanoamericanismo, regeneración y defensa del prestigio nacional (1889-1931), en: P. Pérez Herrero/N. Tabanera (coords.): España/América Latina: un siglo de políticas culturales. Madrid 1993, pp. 15-48, no afecta ni tangencialmente al caso cubano.

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Elena Hernández Sandoica En cierto modo, la creación de Ortiz era también una manera de hacer frente, con argumentos de signo científico-social, a la "teoría de la gratitud", aquella interpretación tan extendida en Cuba, en los primeros años del siglo XX, según la cual se debía atender de modo favorable a las demandas estadounidenses por el hecho rotundo, incontrovertible, de cuál había sido su ayuda decisiva a la hora de salir del impasse de la guerra. (Aclaremos aquí que todavía no había terminado de fraguar -cuajó del todo en los años treintaaquella otra interpretación, también nacida en el período intersecular, según la cual, lejos de ayudar, los norteamericanos no habían hecho otra cosa sino poner obstáculos al desarrollo de la nacionalidad cubana, desviándola y desvirtuándola). Aunque indirectamente, mayor es el alcance con que apunta Ortiz hacia ese otro frente, el norteamericano. Su elaboración intelectual y científica resulta ser una respuesta indirecta a corolarios desprendidos de algunas posiciones políticas en las que se mezclaba el rechazo hacia la colonización española con difusas explicaciones continuistas de la realidad. Así, podría repararse en textos como Los dos protectorados, de José de Armas y Cárdenas (La Habana, 1906), donde se argumentaba a favor de la protección permanente de los Estados Unidos, alegando que la escasa preparación de los cubanos para el autogobierno se debía fundamentalmente a "vicios" heredados de la colonización española. Serían éstos, a saber: la composición racial de la población, el bajo nivel cultural y la falta de tradiciones históricas, republicanas y democráticas del pueblo cubano. Esas carencias, venidas desde lejos, impedían del todo -se alegaba- el ejercicio libre del autogobierno. Había pues que "americanizar" al pueblo de Cuba antes de acceder a él. Por último, por extensión, la propuesta de Ortiz servía de contrafuerte frente al furor de radicalidades como la de Figueras, por ejemplo {La intervención y su Política, La Habana, 1906), donde se reclamaba la intervención sin que mediara consentimiento alguno de los cubanos, algo -por otra parte- que ya el propio Figueras venía aconsejando desde 1898. Pero esto no es, realmente, lo que más nos importa destacar aquí. Importa, en cualquier caso, relacionar más estrechamente los elementos políticos e ideológicos que intervienen en la construcción de la realidad nacional cubana, al comienzo del siglo, con las variables de la inserción socioprofesional y el estatus social de la población española inmigrante, la cual seguirá afluyendo, con sistematicidad y constancia, en la primera década. En función de los casos concretos que se van estudiando, se sugieren a veces -aunque sin perfilar- interpretaciones de carácter muy general y enorme espectro, aplicadas a cuestiones como ésta del cambio y la

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continuidad en Cuba bajo un dominio u otro (una colonia militarizada y una pujante mediatización). Anamaría Calavera por ejemplo 11 ha argumentado no hace mucho que, si no es por completo cierto que existiera una oposición frontal -interpretación hoy matizada por la propia historiografía en la que nació esta idea, la cubana- entre los hacendados criollos y los grandes comerciantes españoles en la Cuba del último tercio del siglo XIX, y habida cuenta de que parecen finalmente ser muchos más los acuerdos que los enfrentamientos entre ellos, sería interesante profundizar en las raíces socioculturales de esa misma costumbre, adquirida a lo largo de todo el XIX, para entender la adaptabilidad de uno y otro grupo -compartiendo el terrenoante la presencia norteamericana. La asociación con un tercero, y sus riesgos implícitos, viene a decir la autora, quedarían compensados por la mayor capacidad de maniobra, por el capital aportado y por el control de mercados que ese tercero -tan poderoso- ponía sobre el tapete, favoreciendo la elección realizada, independientemente de cuál fuera la nacionalidad de las élites integradas. Como se ve, interpretación mucho más continuista y sociologizante, ésta última (influida vagamente por la teoría de la elección racional, aunque no se haga explícito), que, por poner un ejemplo de importancia, la que fue sostenida por Louis A. Pérez, jr. hace aproximadamente una década, mucho más ajustada al tiempo corto: "The United Stated searched for a substitute for independence; peninsular and creóle elites sought a substitute for colonialism. The logic of collaboration was compelling. There was an inexorable choicelessness about this collaboration, wholly improvised but as pragmatic as it was politically opportune." 12 Sabemos desde luego, porque autores como el propio L. A. Pérez 13 han rastreado detenidamente la documentación que así lo demuestra, de los desastres agrarios causados por la guerra en Cuba. A su final siguió una producción muy disminuida, previamente afectada en su salida incluso -en momentos de crecimiento grande- por las restricciones del mercado norteamericano y por la presión de los acreedores. Del total de acres cultivados en 1895 (1.400.000) sólo la cifra de 900.000 volvieron a ser puestos en cultivo en la inmediata posguerra. Su endeudamiento dió entrada

A. Calavera: Del 68 al 98. Oligarquía habanera y conciencia independentista, en: C. Naranjo et alii: La Nación Soñada (nota 2), pp. 120-121. L. A. Pérez, Jr.: Cuba Between Reform and Revolution. New York/Oxford 1988, p. 182.

En: Insurrection, Intervention, and the Transformation of Land Tenure Systems in Cuba, 1895-1902, en: Hispanic American Historical Review 65/2, 1985, pp. 229-254. También: Cuba and the United States. Ties of Singular Intimacy. Athens 1990.

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Elena Hernández Sandoica fácil al capital norteamericano, que ya había avanzado netamente posiciones desde la década anterior. Y, algo importante aún, la guerra había sido especialmente dura para con los pequeños hacendados y, entre 1898 y 1900, las fincas cambiaron de manos a un ritmo de 3.700 por año. La combinación entre las prácticas productivas inmediatamente anteriores a la guerra, las devastaciones de los tres años de conflicto abierto y las medidas políticas de los otros cuatro de ocupación militar, proporciona una estructura de duración media diferente, capaz de iniciar un cambio que, ya para mucho tiempo, parecía irreversible: la concentración de la propiedad azucarera, el latifundio. Independientemente del pequeño comercio, que al parecer siguió en manos de españoles (queda su mecánica concreta por estudiar), será en esa estructura agraria concentrada donde determinadas aportaciones de capital español consigan alcanzar posiciones de primer orden, debido no sólo a su inserción pragmática, sino también posiblemente a razones ligadas a la plataforma de contactos regionales de origen español en la que impostaban su actuación. Es sobre ella sobre la que convendría indagar. Pero esa plataforma no les asegurará en cambio por mucho más tiempo, según parece claro, el control político de las provincias y los municipios, rompiéndose definitivamente aquella prolongada trayectoria de colaboración de las élites criollas e hispano-antillanas en las primeras elecciones libres, las de 1906, en las que los sectores populares en Cuba -con población negra incluida- alcanzarán una representatividad que no va a serles arrebatada todavía, a pesar de quererlo, por los sectores clásicos de la oligarquía. Hay por lo tanto entonces, bajo la República, una dislocación y una recolocación de poderes que, el lapso de esos cuatro años decisivos, de los que tanto queda por saberse, permite hablar sin duda del arranque de un cambio sustantivo en el sentido sociopolítico de la expresión. También para este mismo orden de cosas conviene recordar, por otra parte, que la guerra no afectó en cambio por sí misma a la estructura bancaria cubana (casas de banca y comerciantes banqueros, en gran cantidad, era lo que existía hasta aquel momento, y apenas bancos propiamente dichos). Pero sí habría de hacerlo la penetración norteamericana (especialmente a partir de marzo de 1902, con la ordenanza civil 62 promulgada por la autoridad militar). La transformación se producirá a partir de ahí en algo menos de una década, entre 1899 y 1908, y se apoya, como es sabido, sobre tres pilares: la North American Trust Company -convertida en seguida en Banco Nacional de Cuba, en 1901, el Royal Bank of Cañada, de 1902, y el Banco Español de La Habana, que se despliega territorialmente en Cuba, abriendo sucursales por doquier sólo a partir de 1908 (coincidiendo con el esfuerzo grande de aquel "panhispanismo" expansionista del que Altamira fué propagador).

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Cuba en el período intersecular Tendríamos ahi, en conclusión, según el manojo de lecturas propuestas en los últimos años, un proceso de modernización tan estimulado como distorsionado, según aspectos y matices, por ese factor externo del imperialismo informal, al cual contribuiría también en sus aspectos económicos la presencia española: especialmente la renovación y la expansión del aparato de la economía (al menos hasta la década de 1920), se pondría en marcha así de modo combinado, cosa imposible de lograr, en cambio, sólo bajo el dominio político español. Habría también una movilización social importante acomodada al crecimiento económico -con sus dificultades ligadas al color y a la clase, todas ellas no demasiado estudiadas todavía y escasamente delimitadas aún-. Por último -aunque esto resulte aún destacable sólo para unos pocos-, estaríamos frente a una insuficiente democratización. La sombra del racismo Para finalizar, en relación con algunas de estas cosas, daré cuenta somera del reflejo en España de los estudios sobre racismo en Cuba en el período intersecular, y de las posturas de algunos autores frente a la falta real de soluciones para él. Hay una posición casi unánime en la historiografía cubana del siglo XX -independientemente de su orientación-, que se ha visto forzada en las últimas décadas, según la cual el nacionalismo independentista cubano se habría visto felizmente libre, ab origine, de aquella maldición, la del racismo. Ello se debería a la ventaja de haber nacido en un crisol interclasista e interracial, el de la guerra del 68, cuyo fuego vivísimo crecería después en la definitiva guerra por la independencia, con la semilla democrática de José Martí. Un trayecto rectilíneo y seguro, de voluntad firme, sólo estorbado por las disposiciones y ordenanzas norteamericanas, ocasionalmente desviado del camino recto por ciertos elementos "extraordinarios" o "de importación". Frente a esta corriente interpretativa tan mayoritaria, ciertos estudios últimos discuten de manera indirecta, viéndolos desde España también -y no sólo desde Estados Unidos, como ocurría hasta ahora-, los lincamientos y supuestos básicos de aquella sustantiva afirmación. La historiografía hispano-cubana reciente ha tomado en efecto diferenciadas posiciones ante cuestiones nada etéreas relacionadas con el racismo en Cuba, antes y después de acabarse la dominación española. Y lo hace reclamando en su auxilio, muchas veces, las lecciones de Ortiz. Parece bien difícil, sin embargo, el desprenderse de miradas propias de nuestra época para dejar de atribuir responsabilidades morales y políticas a los actores sociales que

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Elena Hernández

Sandoica

asoman tras los comportamientos claramente racistas del pasado, para centrarse en cambio en delimitar sus causas lo más precisamente, y detenerse ahí. Con todo, en ese plano, la tendencia interpretativa más reciente para el estudio del cruce entre dos siglos, apunta también hacia el refuerzo de los elementos de continuidad con el pasado colonial español. Entendiendo -explícitamente o no- que el racismo es ante todo una política (y no una simple proyección cultural del particularismo étnico) y, aun más exactamente, que arranca realmente de una codificación legal de corolarios ideológicos xenófobos, con intención y efectos discriminatorios, algunos autores han querido indagar a propósito de cuál fue efectivamente la política sostenida por España, en los últimos tiempos de su presencia en Cuba, respecto al numeroso sector no blanco de la población. Recordemos, en el rastreo lejano de esa situación, que la estructura de la sociedad cubana del siglo XIX gira toda ella entera sobre una división legal y civil de base racista que todos los poderes en presencia (la Iglesia católica muy en primer lugar) fomentan y reproducen: los registros parroquiales de bautismo, matrimonio y defunción, se llevan en dos libros paralelos cada uno, uno de ellos abierto para "blancos o españoles", y el otro para "pardos y morenos". Si hay matrimonios mixtos, van a ser anotados en el segundo de esos registros y -tampoco lo olvidemos- los matrimonios de blanco/a con negra/o o mulata/o, han de ser autorizados previamente por la autoridad civil y militar de la colonia, que desde mediados del siglo XIX haría cada vez mas difícil la situación. En parte, ésa será la coartada social de un amplísimo número de uniones libres, sin formalizar, que prosperan por la Isla a mediados del siglo. Y ahí se insertan también algunos correctivos esporádicos, como el esfuerzo de Antonio María Claret, arzobispo de Santiago entre 1850 y 1857, por legalizar muchas de esas uniones, con hijos ya crecidos en su hogar. 14 El racismo fue así, quiera reconocerlo o no el "americanismo" tradicional hispano, una parte integrante y sustantiva (sociedad, cultura, religión, vida cotidiana empapadas por él...) de la política colonial desempeñada por España en Cuba, durante todo el siglo XIX. Y fue seguramente en su sustrato, abonado de antiguo, donde con más intensidad habría de arraigar aquel acuerdo extenso, intemporal acaso -algo más que esporádico-, establecido entre los presupuestos ideológicos de la dominación colonial metropolitana, sus actores y sus beneficiarios más directos, y las élites criollas dependientes, ellas mismas copartícipes y también beneficiarías inmediatas de esa jerarquizada y excluyente situación. Máxime teniendo en cuenta que, en M. Hernández González: Frente a la política colonial: San Antonio María Claret y los matrimonios entre canarios y personas de color en el Oriente de Cuba. Las Palmas: Centro de Estudios Teológicos 1996.

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Cuba en el período intersecular cualquier caso, su subordinación no les impidió nunca conectar a su vez, por vía matrimonial, con el colonizador. ¿Habrían de desaparecer del todo estas connotaciones claramente racistas de la ordenación social, las costumbres y los usos, una vez amagado el poder español...? ¿Iba a ser suficiente, algún tiempo después, la corrección que se derivaría del esfuerzo demócrata e igualatorio que supone Martí, "descubierto" algo más tarde para la vida pública -sólo a partir de 1907- en su propio país...? En fin, ¿habría de ser, como siempre se ha dicho, la presión norteamericana la principal causante de un recrudecimiento de las medidas racistas de carácter político y civil contra la población de color, y es más, no sólo de ellas, sino también de las intervenciones de tipo científico (antropología, criminología, etc.) que tanto contribuyen a elaborar un racismo político fundamentado en elementos propios de la ciencia del periodo...? Los últimos estudios hechos en España (Consuelo Naranjo, Armando García) parecen contradecir, sin entrar en polémica -al menos eso creo yo leeralgunas de las propuestas más brillantes de ciertos representantes de la historiografía cubano-norteamericana conocidos últimamente en España (Alejandro de la Fuente el más claro y directo), en esta dirección interpretativa que exime de responsabilidad a las élites cubanas. Una línea que, de modo indirecto, vendría por su parte a avalar la propuesta de que sí hubo, al cabo, una clara ruptura hacia peor, refiriéndose al período anterior. Lo cual difiere netamente sin embargo, en múltiples aspectos concretos y sobre todo en sus imputaciones atributivas de responsabilidad política y moral, de otros enfoques no menos solventes, como el muy su^erente, a mi modo de ver, propuesto por la suizo-norteamericana Aliñe Helg. En todo caso, me parece perfectamente conciliable la imputación a la presión norteamericana de los principales corolarios racistas de la política cubana del primer cuarto del siglo (como hace cualquiera que defienda la igualdad de oportunidades laborales y políticas, más allá del color, en la Cuba republicana), con la línea de fuerza principal fijada ya en la historiografía cubana por Enrique Collazo a la altura de 1905 (Los americanos en Cuba), y que quedará delimitada del todo hacia la mitad del siglo gracias a Emilio Roig de Leuchsenring. Según esta propuesta, la "ayuda" norteamericana

Comento estos aspectos más detenidamente en mi trabajo: Nuevas aportaciones a la historia de Cuba: Raza, política y sociedad, en: Revista de Indias, (en prensa) por lo que me abstendré ahora de insistir en ello. Sólo añadiré que, además de los trabajos de Helg y de La Fuente que, entre otros, se comentan allí, conviene ver de la primera autora, en español: Políticas raciales en Cuba después de la independencia: Represión de la cultura negra y mito de la igualdad racial, en: América Negra (Bogotá) 11, 1996, pp. 63-79.

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Elena Hernández Sandoica original -con todas sus consecuencias posteriores- no fue en definitiva sino un estorbo, un obstáculo puesto a la revolución nacionalista en marcha, y hasta un freno ejercido no sólo sobre la soberanía política sino, también incluso, sobre el proceso global de la democratización. En cualquier caso también, parece difícil convenir solamente en la existencia de elementos de presión externa, a la hora de buscar las causas del racismo innegable existente en la Cuba del siglo XX, pareciendo quizá más razonable el indagar en la combinación de factores externos -por fuertes y aparentes que ellos sean- con otros de naturaleza endógena, y tratando de ver la manera por la que esos mismos factores consiguen excavar su cauce interno para ordenar la colaboración importantísima de las élites blancas.

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UTE GUTHUNZ

The Year 1898 in Puerto Rico: Caesura, Change, Continuation? A United States „Relief's Recommendations in a Turbulent Time "A very intelligent Puerto Rican gentleman of Spanish stock said to me today «It is best for this island that every thing Spanish be entirely changed. Spanish form of government, Spanish law, Spanish courts, Spanish methods of taxation, Spanish customs, Spanish school system of ignorance among the poor, Spanish superstition, Spanish filth, and I hope even the Spanish language will shortly become things of the past in this island.»" Although Philip C. Hanna's exequatur as United States consul in Puerto Rico had automatically been cancelled when war was declared by the United States against Spain in April 1898, he pretended that he still had his former position and title in the "consular office" and continued to send reports and recommendations to the Assistant Secretary of the U.S. State Department in Washington, D.C. until June 30, 1899. Prolonging his diplomatic activity in this way and giving as such a very unusual example of diplomatic continuation despite a total diplomatic caesura caused by the war, Hanna not only tried to brief the new hegemonic power on the necessities of change in November 1898, this time by quoting a Creole or even a Spaniard of all people to discredit everything Spanish. He also became a defender and advocate of a typical Puerto Rican institution. In January 1899 he fought vigorously for this institution which he thought was the only one that should not be transformed: "The Puerto Rican saloon is the „café" where all classes both women and men assemble in [a] quiet, orderly manner to spend a half hour, and sip some favorite beverage. Everyone drinks what he wants, but in so temperate a manner, that when a party have finished drinking and Despatches From United States Consular Representation in Puerto Rico, 1821-1899, The National Archives, Washington, 1944; Microfilms M76, various rolls. Here: State Department Consular Despatches, San Juan, Puerto Rico, Vol. 20, April 4, 1898 - July 1, 1899, Despatch No. 128 of Philip C. Hanna, November 25, 1898, Subject: An American Form of Government. A copy of this letter was sent to the War Department.

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Ute Guthunz are leaving the café, an expert can not tell which one drank the brandy or which the coffee. [...] There is one Spanish institution at least which I hope will not be superceded by the American one. I hope the quiet orderly Spanish café of Puerto Rico will not be superceded by that howling, disorderly institution usually known as an American barroom." Within a very short space of time, between November 1897 and August 1900, Puerto Rico had to cope with many events. A very selective list of incidents and experiences in the Puerto Rico of the turn of the century shows some of the severe problems and hardships that shook the foundation of the island's society as well as political turning points from autonomy via military rule to civil government: The Turbulent Turn of the Century in Puerto Rico 25 November 1897

Carta Autonómica decreed for Cuba and Puerto Rico; Spanish Civil Rights as well as Ley Electoral of 1896 extended to the islands (universal suffrage for males over 25). The Charter or Constitution of Autonomy grants Home Rule to the Spanish Antilles.

February 1898

A workers' movement and trade unions begin to emerge under the leadership of Santiago Iglesias.3 U.S.S. Maine explodes in La Habana.

March 1898

First and last election under the Constitución Autonómica, an autonomous government is implemented in part.

21 April 1898

United States declare war on Spain, beginning of the guerra hispano-cubano-norteamericana.

29 April 1898

Naval blockade of Puerto Rico.

State Department Consular Despatches, San Juan, Puerto Rico, Vol. 20, April 4, 1898-July 1, 1899, Depatch No. 140 of Philip C. Hanna, January 23, 1899, Subject: The Annexation of Puerto Rico to the United States. A copy of this letter was sent to the War Department. On the creation of the labor movement in Puerto Rico and the roots of the Puerto Rican Socialist Party, see Gonzalo F. Cordova: Resident Commissioner Santiago Iglesias and His Times. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993.

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The Year 1898 in Puerto Rico 25 July 1898

Landing of American troops on Puerto Rico's south coast.4

Between July 1898

"Las partidas sediciosas" or the "guerra después de la guerra"5 and February 1899 shake the island. The tiznados rob, loot and set fire to the coffe haciendas, attacking the most visible representatives of the economic and social order they vigorously oppose.

12 August 1898

Armistice

18 October 1898

Hoisting of the Star-Spangled Banner over the Palacio de Santa Catalina in San Juan. The last Spanish troops leave the island. Installation of a military government under General John R. Brooke.6

1898/1899

Smallpox and yellow fever epidemies as well as starvation and misery particularly in rural areas, requiring American health and sanitation as well as emergency relief programs.7

10 December 1898

Treaty of Paris with the cession of Puerto Rico and other Spanish overseas territories to the United States, an American compensation of 20 million dollars is paid to Spain.

8 August 1899

The desastrous hurricane San Ciríaco devastates the island and deepens the economic and social crisis.

22 December 1899

Installation of a North American, prelate James Blenk, as bishop in San Juan, who fills the vacant position after the former bishop had left for a

The Spanish-Cuban-American War is documented in great detail in Angel Rivero: Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico. San Juan: Instituto de la Cultura Puertorriqueña, 1972. Fernando Picó: 1898. La guerra después de la guerra. Río Piedras, Puerto Rico: Ediciones Huracán, 1987. The period of the military rule is analyzed by Edward J. Berbusse, S.J.: The United States in Puerto Rico. 1898-1900. Chapel Hill, N.C.: University of North Carolina Press, 1966. For more details, refer to Blanca G. Silvestrini: "El impacto de la política de salud pública de los Estados Unidos en Puerto Rico, 1898-1913". In: Blanca G. Silvestrini (ed.): Politics, Society and Culture in the Caribbean. Rio Piedras: Universidad de Puerto Rico y Asociación de Historiadores del Caribe, 1983, pp. 69-83.

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Ute Guthunz diocese in Spain and his successor never arrived in Puerto Rico due to the war. 1 May 1900

Foraker Act implements Civil Government in Puerto Rico.8

August 1900

First general strike on the island. In September and December 1900 Santiago Iglesias travels to the United States, establishing contact with the American Federation of Labor (AFL). The Puerto Rican Federación Libre affiliates with the AFL in September 1901.

In 1900

First waves of emigration of several thousands of Puerto Ricans to the sugar plantations in Hawaii, the railway project in Venezuela, to Cuba, the Dominican Republic and Mexico. Beginning of the turbas republicanas (between 1900 and 1903/4) and their attacks against autonomista-liberals and democrats like Luis Muñoz Rivera, whose newspaper office is destroyed.9

The Puerto Rico finisecular is exposed to and contributes to the shaping of three trends towards the turn to the twentieth century. The first line of development is based on its Spanish heritage and includes the Spanish reforms at the end of the nineteenth century, the second one aligns with the island's integration into the North American realm which is fostered by commerce and trade and, after the cession, by a policy of political and cultural assimilation with measures such as the replacement of Spanish by American dignitaries and officials. The third trend is not specific to the island but rather part of international developments, such as the emergence of organized labor and trade unions - although the role of Santiago Iglesias Pantín, a Spanish carpenter who came to Puerto Rico in December 1896, is not to be underestimated.

On the Foraker Act see Maria Dolores Luque de Sánchez: La Ocupación Norteamericana y la Ley Foraker. La Opinión Pública Puertorriqueña. 1898-1904. Rio Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1986 (c.1980); Lyman J. Gould: La Ley Foraker: Raíces de la política colonial de los Estados Unidos. Río Piedras: Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, Colección UPREX, 2 1975; and Carmen I. Raffucci de García: El Gobierno Civil y la Ley Foraker (Antecedentes Históricos). Río Piedras: Editorial Universitaria, 1981. The turbas and their activities are described and analyzed in Mariano Negrón Portillo: Las turbas republicanas. Río Piedras: Ediciones Huracán, 1990.

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The Year 1898 in Puerto Rico The socio-economic background of the island is crucial for the understanding of the cambio de soberanía and the concomitant circumstances. Puerto Rico's situation at the turn of the century is described in several reports by its governors, in the first reliable census of 1899,10 and, in particular in the comprehensive report by US President McKinley's special envoy Dr. Henry C. Carroll, who gathered information, opinions, and recommendations in a series of meetings with Puerto Rican groups and representatives of the island's political and economic circles." At the end of the nineteenth century, Puerto Rico was an agricultural society, with two thirds of the labor working in agriculture. Traffic, communication means, and educational facilities were severely underdeveloped, economic resources were scarce, and capital provisions poor. Four fifths of the population did not own land, and "[una] quinta parte de los trabajadores se ganaba la vida en servicios personales y domésticos; menos de uno de cada 100 trabajadores tenía oportunidad de dedicarse al servicio público o a las profesiones y solamente 8 de cada 100 se ganaban la vida en trabajos de manufactura."12 The economic conditions of the island were "far from satisfactory", according to the military commander in Puerto Rico, General George W. Davis, who in his official report of September 5, 1899, informed the United States Government about the people and their living conditions, as well as telling them about the state of economy and industry: "It does not require a demonstration to show that the industrial conditions existing before the hurricane, bad as they were, are excellent by comparison with those resulting from the storm. Formerly but two-thirds of the labor that sought employment at 30 cents, American money, per day could secure it, and now one-third of the labor is employed at any rate of pay. A hundred thousand or more individuals are being fed from the bounty of the American people. [...] The police can not be paid, the prisoners can not be fed, and the schools must be closed if not wholly supported from the insular treasury. From every town and village I am appealed to for financial

United States, War Department, Bureau of the Census: Report on the Census of Puerto Rico 1899. Washington: Government Printing Office, 1900. Henry K. Carroll: Report on the Island of Porto Rico, Its Population, Civil Government, Commerce, Industries, Productions, Roads, Tariff, and Currency, with Recommendations. Washington, D.C.: Government Printing Office, 1899. Rafael de J. Cordero: La economía de Puerto Rico y sus problemas. Río Piedras, 1949, p. 7. - The article is part of the Library of Congress' Collection of Latin American and Iberian Pamphlets II: 1802-1992, Group 4B, Caribbean, Puerto Rico, Pamphlet 961 (Microfilm 93/4636 MicRR).

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Ute Guthunz help-donations; loans are asked, implored even, and the alternative of chaos is predicted as the result of reftisal."13 Against this background of industrial paralysis and prostration, it is small wonder that this predicted "alternative of chaos" became reality in several places, where instances of disorder and violence occured. "Chaos" and violence can be explained by hinting at several reasons, among them the collapse of the old order after a long period of decline and the subsequent vacuum of power and law and order after the Spanish masters and administrators left, social tensions between Puerto Ricans and the established and new immigrants from Europe and North America, and, in particular, the precarious socio-economic situation. Many measures taken by the military government can be considered immediate responses to the current difficulties, others can be regarded as tesserae in a series of imposed changes and replacements which were aimed at increasing the govemability and gaining the governance of the island. Not every single measure had the desired effect, however, and some of the alterations were subject to revision and change. The landing of the American troops led to one direct and immediate change, however, which was to last until 1932, a change of some symbolic meaningfulness to Puerto Ricans, which referred to the name of the island. Eugenio Maria de Hostos commented on it as follows: "[...] encontramos flotando la bandera de los Estados Unidos [...] y el españolismo Puerto Rico convertido en el portugués Porto Rico."14 Although el noventa y ocho is one of the decisive years in Puerto Rico's history and although it brought with it "uno de los temas más apasionantes de nuestra historia"1 , the change of sovereignty has up to now, coming to the end of the twentieth century, not had a very prominent position in Puerto Rican historiography, and a study such as the comprehensive analysis of Irene Fernández Aponte16 still remains unchallenged in spite of a number of valuable contributions already referred to.

Report of Brigadier General George W. Davis on Civil Affairs of Puerto Rico, 1899. Washington, D.C.: Government Printing Office, 1900. This report played an important role in the hearings of 1900 and was quoted, for instance, in J.B. Foraker's Speech on "Porto Rico" in the Senate of the United States, Thursday, March 8, 1900. Washington, 1900. A. de Hostos: Tras las huellas de Hostos. Rio Piedras, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1966, p. 34. M.D. Luque de Sánchez: Ocupación, 1986, p. 9. Irene Fernández Aponte: El cambio de soberanía en Puerto Rico. Otro '98. Madrid: Editorial MAPFRE, 1992.

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The Year 1898 in Puerto Rico A "Clash of Civilizations" - "Un choque cultural"? The Spanish-Cuban-American War itself had been a relatively short episode in Puerto Rico, comprising a nineteen days' campaign with seventeen casualties on the Spanish side and three American casualties. The invasion of the American troops had started in a little village on the southern coast, so it is small wonder that the first on-the-spot reports from the scene at Guanica Bay hinted at an encounter of two worlds, where the smaller Puerto Ricans for the first time saw tall American soldiers on big American horses, and the invading troops looked at the much smaller Puerto Rican horses and watched the strange and interesting people and their way of living.17 The inhabitants of the Puerto Rican towns, especially those of commercial centers and harbors, "los hombres de calidad", the international business and professional class of the island did not experience this baffling encounter of a new world. In contrast to "las gentes humildes", many of them had had a tradition of links to the mainland, not only via commerce and trade, but also through travels and the use of mainland educational facilities, which provided a highly-esteemed complement to the island's institutions. However, this group was not very numerous, yet it had within it some of the most influential political and economic people. For most Puerto Ricans apart from the urban elites, the landing of the American troops - and even more the advent of the entourage of American administrators, delegations, businessmen, teachers and priests - meant an encounter of two people who did not speak the same language. It is estimated that of about 950,000 inhabitants of the island, some 945,000 spoke no other language than Spanish,18 reflecting the fact that in the 1890s, between 40,000 and 45,000 of the island's inhabitants had come from Spain and most of the remainder were native born. The war itself, that is the American troops traversing the interior of the island to San Juan was not a traumatic experience. The Americans were actually welcomed and received as "libertadores". The "clash" of civilizations was therefore not as problematic as the "clash" of great Puerto Rican expectations and little American fulfillment, and the "choque cultural" was mingled with a sense of disillusionment and disappointment, when the blessings associated with American political culture and American wealth were not bestowed upon the island. See A. Gardner Robinson: The Porto Rico Today. New York, 1899, p. 34. "The Yoke of the Language", The Puerto Rico Herald, New York, 14 March 1903, p. 503.

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Ute Guthunz Commercial Continuities? "During the 1850s" - and that is the conclusion of a comprehensive study by Luis Martínez Fernández - the United States gained commercial superiority in the Spanish Caribbean, supplying 25 percent of the region's imports and receiving 40 percent of its exports. [... The] United States became the region's de facto commercial metropolis while Spain retained fiscal and administrative control." 19 In the years between 1850 and 1872, even before a very short-lived Republic was proclaimed in Spain, before slavery was abolished in Puerto Rico and before a tariff reform, a new "régimen fiscal aduanero y de navegación" with the aim of "más completa libertad mercantil" was being worked out in Madrid, Puerto Rico's trade statistics showed a strong orientation towards the United States and the so called "Antillas extranjeras". Imports from the United States amounted to some 47.3 million pesos, imports from the other West Indian Islands (except Cuba) amounted to 48.6 million pesos, those from the Peninsula to 42.7 million pesos. While the Peninsula contributed almost 22 percent of all Puerto Rican imports during these years, the Caribbean neighbors' share was close to 25 percent and that of the United States a little above 24 percent. With regard to exports, the United States' share of a total of 133.5 million pesos was a little over 47 percent, whereas Puerto Rican exports to the Peninsula reached 7 percent. 20 In 1895, Puerto Rican export amounted to some 15 million pesos, with the major commodities being coffee, sugar, and tobacco. About half of the exports went to Spain and to Cuba, the latter being Puerto Rico's principal market for coffee. About one sixth went to the United States, including two thirds of Puerto Rican sugar exports. Puerto Rico's imports of about 17 million pesos consisted mainly of staple goods like rice, fish, pork or wheat. One third of it arrived from Spain and about one quarter from the United States.21

Luis Martínez-Fernández: Torn Between Empires. Economy, Society, and Patterns of Political Thought in the Hispanic Caribbean, 1840-1878. Athens & London: The University of Georgia Press, 1994, p. 230. The figures are taken from "Reforma Arancelaria de Puerto Rico." Imprenta de "El Agente". Fortaleza 1879. Included as Pamphlet No. 49 in the Library of Congress' Puerto Rican Memorial Collection: 1846-1907. Group 1. Economic Conditions. Microfilm 94/6443, Reel 2. The Pamphlet itself documents an article that had been published in El Eco de las Aduanas, No. 311, March 8, 1876. See R. de J. Cordero: La Economía, 1949, p. 6.

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The Year 1898 in Puerto Rico Puerto Rico's integration into the intraregional trade and trade with the United States had continually been developping during the course of the nineteenth century. Although the relative share of total exports and imports was subject to fluctuations, the United States maintained their position as an important export destination and supplier of imports. The question in this context is why was there no continuous expansion of trade links between Puerto Rico and the United States, why was there no substitution without a transitional period of the former trade partners and markets by North Americans and the United States market in 1898? This would have meant both, completing a change of direction in commerce and trade as well as the immediate resumption of the former integration process. One of the problems was the United States internal trade and tariff policy which was strongly influenced by the producers of the southern states of the Union. Puerto Rico could not gain "free trade", despite this being one of the island's most important demands, although the real perceived "danger" was not the Puerto Rican produce, it was the uncomparably higher output of the Philippines, in particular with regard to sugar. The Dingley Tariff, which treated Puerto Rico and the other territories like foreign countries and protected American farmers, was a major hindrance to Puerto Rico's commerce. Another problem in this context was the Spanish form of tariff and taxation in Puerto Rican harbors, which was still in force. During the first months of military rule, the taxes on imports and exports still had to be paid in the old currency, which was artificially kept back by Puerto Rican banks. Merchants who wanted to import goods usually had sufficient money in US dollars but not enough of the former currency to pay the duties. "The policy requiring duties paid in pesos makes Puerto Rican money rank first, makes it an actual necessity as American money is not taken at the Custom House."22 The exchange rate between dollars and pesos was not very flattering to the dollar due to the artificial creation of a demand for pesos, and this contributed to a substantial increase in prices for the Puerto Ricans along with the "invaders", because many basic necessities had to be imported. "The peso of this island" — that is the currency which replaced the Mexican peso after 1895 and was issued by the Spanish Bank of Puerto Rico in San Juan and Ponce — "has always fluctuated like wheat on the Chicago Board of Trade", wrote the former US consul in October 1898. "When the United States army landed at

State Department Consular Despatches, San Juan, Puerto Rico, Despatch No. 116 of Philip C. Hanna, October 31, 1898. A copy of the despatch was sent to the Department of War and to the Department of Treasury.

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Ute Guthunz Ponce, the rate of exchange at Ponce was two dollars and twenty-five cents and in other parts of the island it was higher; but our people began to need change, and the bankers took advantage of the situation, in which the American Army and Navy were placed and they began to make them pay for changing their gold and American paper into silver change. Within two weeks, American money dropped from two dollars and twenty-five cents to one dollar and fifty cents and the Spanish bankers of this island have been scraping a harvest at the expense of the American soldier ever since."23 Free trade, free entrance to the American market in order to compensate for the markets Puerto Rico had lost in Europe were therefore the principal demands of Puerto Rico's economic leaders and the newly founded trades unions, e.g. that of the tobacco workers. Therefore, the Puerto Rican trade unions and the American branches of the AFL initially did not share the same goals, with the former tryin^to open the market and the latter trying to protect it and keep it closed. Free trade was also one of the four issues raised in a very substantial Memorial of Protest and Petition From The People of Puerto Rico To The Congress of the United States of February 26, 1900, which was signed by "members of several delegations representing the people of Puerto Rico and their interests". J. Julio Henna, J.R. Latimer, J. Larrinage, L. Sanchez Morales, Lucas Amadeo, George Finlay and others demanded (1) the immediate and absolute discontinuance of military rule, and (2) free commerce between Puerto Rico and the United States, (3) the substitution of American money for the Puerto Rican, and (4) the authorization of a loan for the development of industries, the founding of schools, the building of roads and public works etc., arguing that after twenty months of survival upon the hope and solace inspired by the assurances given by General Nelson Miles on July 28, 1898 at Ponce and by the presence of the American flag which had symbolized freedom, progress, and justice they wanted to know where this "fostering arm" of the United States was. 25

State Department Consular Despatches, San Juan, Puerto Rico, Despatch No. 114 of Philip C. Hanna, October 26, 1898, Subject: Money. On a veritable flood of petitions to US senators in February and March 1900, in which the Puerto Rican representatives demand free trade and the Cigarmakers International Union of America demand to defeat the Foraker Bill and protect the interest of American tobacco producers, see the original documents collected in U.S. National Archives, Records of the U.S. Senate, 56th Congress, Petitions and Memorials, Res. of State Leg. which were referred to Committees, Committee on Pacific Islands and Porto Rico, Sen. 56A-J27, Box No. 196. The petitioners refer to the famous proclamation, promising the "fostering arm of a nation of free people, whose greatest power is in its justice and humanity to all those living within its fold. [...] We have come to bring you protection, not only to

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The Year 1898 in Puerto Rico Commerce and trade barriers as well as the problem of parallel currencies were either greatly reduced or even completely abolished by the Foraker Act, which established various fundamental principles of the relationship between Puerto Rico and the United States. The island was included in the North American cabotaje, the tariffs were reduced though not abolished, and the former Puerto Rican peso was replaced by the American dollar at an exchange rate of 60 cents for one peso, thus devaluating the latter by 40 percent. However, the "difficulties under which this Country labors" 6, in particular with the grave deterioration in the production of main export goods - the production of coffee had reached a mere 50 percent of its earlier highpoint - caused the petitioners to ask the US Congress to recognize Puerto Rican produce such as coffee as an "American product". Despite the general tendency of integration into the US dominated system of commerce and trade in the Western hemisphere, the steps towards a common currency, a common tariff system and free trade were not undertaken without much consideration. Political and Diplomatic Traditions - Continuing "Federalism" and Continuing Pragmatism In Puerto Rico as well as in Cuba, the Creole elites underwent a process of politization and polarization in the second half of the nineteenth century, with the incondicionales reaffirming their close ties to Spain and unconditionally supporting the madre patria and the autonomistas, on the other hand, negotiating political reform. While the incondicionales withdrew together yourselves, but to your property, to promote your prosperity and bestow upon you the immunities and blessings of the liberal institutions of our Government." - The proclamation is quoted in English in the Memorial, the Spanish original is documented in Angel Rivero: Cronica, 1972, p. 232. The Memorial is documented in U.S. National Archives, Records of the U.S. Senate, 56th Congress, Petitions and Memorials, Res. of State Leg. which were referred to Committees, Committee on Pacific Islands and Porto Rico, Sen.56A-J27, Box 196. Ponce Branch of the Chamber of Commerce of Porto Rico, Petition of March 10, 1903, to the Honorable, the Senate & Congress of the United States. The document is part of the collection in U.S. National Archives, RG 46, Records of the U.S. Senate, 63rd Congress, Petitions; Memorials; & Res. of State Leg. & Related Documents Which were Referred to Committees, Committee on Pacific Islands and Porto Rico, Sen. 63A-J64, 3/18/1903 to 1/25/1904, Box 669. The Petition includes a very substantial report covering the situation with regard to Puerto Rico's exportation. This report was submitted to the Senate Committee during the 58th Congress and kept with the papers until the 63th Congress.

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Ute Guthunz with the former colonial power, the two principal autonomist parties of the Spanish epoch, the Liberal Fusionista of Luis Muñoz Rivera and the Autonomista Histórico (or Puro or Ortodoxo) of José Celso Barbosa outlived the cambio de soberanía and developed into two parties with similar platforms. The Partido Republicano Puertorriqueño of Barbosa consisted mostly of profesionales, such as lawyers, doctors, engineers etc., whereas the Partido Federal Americano of Muñoz attracted "agricultores, comerciantes cuyos intereses estaban distanciados de las haciendas de café, personas relacionadas con casas de comercio no españolas, banqueros, artesanos, norteamericanos que llegaron con la invasión, y por último, hacendados".2 Although both parties included statehood as a final goal in their platforms, both consisted of a multitude of interests and voices, and both went through a process of change from Utopian ideals to feasible policies. The profesionales embraced the cause of statehood, signifying modernization, liberalism, and rationality. "Los profesionales, que habían asumido posiciones anticolonialistas de avanzada frente a la antigua metrópoli [España], presentaron a los Estados Unidos un apoyo incondicional. Lo que vino a llamarse „la americanización" constituyó su esperanza para el establecimiento del nuevo régimen social aspirado." At the turn of the century, members of both leading political parties saw the integration into the Union on an equal footing and going through the stages of incorporation in order to become the "Benjamin de la familia americana" as fundamental to the political and economic development of the island and this brings to mind the former self-perception of Puerto Rico as "un átomo de España"29, a view that was uttered even during the Spanish American War. In Puerto Rico the tendency first towards "Hispanization" and after the cession towards "Americanization" is predominant, whereas independence and independentistas may win the hearts, but they do not win support and votes. Integration and incorporation was a widespread political vision, rooted in and expressed by a kind of "federal mentality". The political division - as before under Spanish rule - was not a division into ardent adherents of total and unconditional incorporation and radical independentistas, but rather one of different paths to be taken towards the longterm goal of achieving political rights. Whereas the first faction incondicionales and later statehooders - favored complete integration as a Francisco A. Scarano: Puerto Rico. Cinco siglos de historia. San Juan et al.: McGraw-Hill, 1993, p. 575. Angel G. Quintero Rivera: "Conflictos de clase en la política colonial: Puerto Rico bajo España y bajo los Estados Unidos, 1870-1924." In: Conflictos de clase y política en Puerto Rico, CEREP, Cuaderno 2, Rio Piedras: Ediciones Huracán, 1976, p. 57 f. "Nota patriótica", La Democracia, Ponce, 11 May 1898.

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The Year 1898 in Puerto Rico State as a means of gaining the same rights and privileges as any State of the Union and thus reaching full equality, the second pursued home rule with partial integration as a political goal. One of the earliest Puerto Rican publications after the cambio de soberanía sets out to explain the political system and the Constitution of the new hegemonic power. Presenting the United States Constitution and administrative system to the Puerto Rican people in 1899, Manuel Solis Commins outlines the "evolución de nuestro querido país" as follows: "Al ingresar en la Unión, primero como territorio, más tarde como Estado, vendrá a gozar de las mismas preeminencias y garantías que los demás Estados hermanos. Una misma tributación, igual sistema político, igual patrón monetario etc. y, en fin, una ciudadanía tan libre para el puertorriqueño, como para los habitantes de New York ó Boston: que, al confundirnos en ese gran todo, una vez que estemos en condiciones, conservando siempre nuestra personalidad, tendremos necesariamente que participar, lo mismo de las alegrías en los momentos prósperos, que de las penas y dolores en los aciagos. Y quizá lleguemos a ser, en vez de la eterna Cenicienta de los españoles el Be[n]jamin de la familia americana, para quien se reserven todas las solicitudes y cuidados."30 The muñocistas, on the other hand, initially believed that the United States as a liberal and democratic nation would acknowledge and respect the Autonomist Government and even increase internal autonomy, but military rule and the provisions of the Foraker Act meant that this hope was dashed. Putting an end to military rule, and later revising the Foraker Act, in particular with regard to citizenship and commerce and trade regulations, were the immediate political challenges the Puerto Rican leadership was faced with. The economic and the social situation on the island were the main concerns, and a rapid orientation towards the administration in Washington including efforts to come to grips with their language - were absolutely imperative. Even before the Spanish American War, Puerto Rican politicians had sought allies and backing in Washington, D.C. In particular J. Julio Henna, the President of the Puerto Rican Section of the Partido Manuel Solis Commins: Historia de la Constitución de los Estados Unidos. Yauco, Puerto-Rico: Establecimiento tipográfico "Borinquen", 1899. Included in: Library of Congress, Hispanic Division, Microfilm 94/6443 MicRR, Puerto Rican Memorial Collection: 1846-1907, Group 3, History, History Pamphlets 200-216 (Reel 7), Pamphlet 209.

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Ute Guthunz Revolucionario Cubano - a political organization which had been trying in vain to bring a revolutionary spark to Puerto Rico since 1895 - established contact with the American authorities and managed to meet various influential senators of the Republican Party and he also met with the Assistant Secretary of the Navy Department, Theodore Roosevelt, on March 10, 1898. Soon many Puerto Rican politicians and lobbyists went to Washington, following in Henna's footsteps in attempts to establish and strengthen political alliances and friendships and win the support of American organizations and politicians. The diplomatic means of getting closer to their aims were indeed very similar to that which had been applied in and around the Cortes and which had finally culminated in the Charter of Autonomy. The "diplomacy of dependency", the art of the possible vis-à-vis the hegemonic power, consisted primarily of winning allies and support in the metropolis and the accompanying backing of social groups and influential circles at home. 32 Political "Federalism" and a rather pragmatic way of dealing with the colonial or hegemonic power were permanent features and thus signs of continuation in this time of change. Governing the island — Government and Law and Courts Between Change and Continuation? Puerto Rico's institutions underwent a series of changes initiated by the American Government. These changes were supposed to turn them into an "Americanized" form and re-establish a reliable and stable government, independent courts - since the courts of the Spanish era were considered part of the Spanish "filth" and sinecure - and a legal system that was congruous with that of the United States. Compared to the Government under the Charter of Autonomy, the American system was a considerable setback to Puerto Rican political participation and self-government, because On the diplomatic actitivies of J. Julio Henna, see Roberto H. Todd: La invasion americana: cómo surgió la idea de traer la guerra a Puerto Rico. San Juan: Tipografía Cantero Fernández, 1938, p. 7. - Todd argues that the information given by Henna was important to include Puerto Rico in the American war against Spain. On the „diplomacy of dependency", see Ute Guthunz: „Die Kunst des Möglichen Puertoricanische „Diplomatie der Abhängigkeit" in den Verhandlungen mit Spanien und den USA (1896-1900)". In: Hans Joachim König/Stefan Rinke (eds.): Transatlantische Perzeptionen: Lateinamerika - USA - Europa in Geschichte und Gegenwart. Stuttgart: Akademischer Verlag, 1997, pp. 161-186.

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The Year 1898 in Puerto Rico a)

the military rule was a rule by executive orders issued by the military governor who would only be in office for a few months before being replaced; and

b)

the Civil Government under the Foraker Act contained elements of Puerto Rican participation but gave overall control to the Americans. The governor was appointed by the US President, the cabinet consisted of a majority of Americans, and the legislature was subject to interference, their bills and acts subject to gubernatorial veto.

As regards the insular government, the change in 1898 was a step back to Puerto Rico's colonial past, dismantling the institutions established under the Charter of Autonomy and turning the last months under the Spanish flag into a short-lived experiment. With regard to "government", the year 1898 constituted both, change and continuation, and a double turn from colony to autonomous government and then back to a new form of "colony". If one were looking for an overview of this period in Puerto Rican history, one would think that the island continued to be externally ruled and Puerto Ricans continued to be governed by a foreign power, as if the short-lived period of self-government never existed at all. A more detailed examination reveals that the interim of American military governors constituted the most extreme form of the incapacitation of a people that had just taken over political responsibility and that it therefore represented a deep-going change towards recolonization.33 The Puerto Rican legal system was also greatly reformed, leaving behind only a few traces of its previous form. The cambio de soberanía implied the takeover of American judges, the substitution of Spanish by English as the language of the court, and finally the replacement of legal codes. One of the first actions of the American military government was the establishment of a Provisional or Federal Court in Puerto Rico with Executive Order No. 88 of June 27, 1899. This court consisted of American judges who applied American law and used the English language. This order was followed by Executive Order No. 134 on August 31, 1899, which prohibited the study of law and the obtaining of the title of an "abogado" in Spain or Cuba. From this point on this title had to be obtained in the United States or in Puerto Rico. This led to the curious situation that famous Puerto

Cf. Ute Guthunz: "Von spanischer Bastion zu US-amerikanischem Vorposten in der Karibik. Puerto Rico 1868-1917." In: Ute Guthunz/Thomas Fischer (eds.): Lateinamerika zwischen Europa und den USA. Wechselwirkungen, Wahrnehmungen und Transformationsprozesse in Politik, Ökonomie und Kultur. Frankfurt/M: Vervuert, 1995, pp. 111-137.

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Ute Guthunz Rican jurists and lawyers like Rafael Maria de Labra - who had studied in Barcelona and Madrid and had served as a delegate to the Cortes for many years - and Herminio Díaz Navarro - the former President of the Cámara Insular Autonómica and Secretary of Justice - would have to go to Washington in order to retrain and take examinations.34 The replacement of the previous judges by younger judges who had studied in the United States and, secondly, the reform of the requirements for the admission to the bar had an immediate far-reaching consequence. Judges who did not know the insular legal system had to preside trials which were held in the English language, a language most of the other participants could not understand. Within a very short time and very rapidly - and not gradually as had been recommended by Henry K. Carroll in the Carroll Report and after detailed and careful consideration as was given later in the Report of the Commission to Revise and Compile the Laws of Porto Rico35 - a Supreme Court with five judges, eleven district courts and municipal courts or justices of the peace were established. Courts with a jury were introduced, and on September 20, 1899, the first trial by jury was held.36 In general, the ley romana was replaced with the anglo-saxon legal system. A comprehensive revision of Puerto Rico's legal system took place in 1904, when the Código Penal was replaced by the Californian Penal Code, the Code Civil was revised, and the new Código Político strongly resembled California's. Only two of the old Spanish códigos remained: the Código de Comercio and the Ley Hipotecaria. Civil and criminal procedure, the organization of the judicial system as well as many other areas of law, such as for example marriage, were adopted according to the American model.37

This situation is described in "Abogado americano" in The Puerto Rico Herald, New York, 13 June 1903, p. 712. The commission was established together with the Foraker Act on April 12, 1900 and consisted of Joseph F. Daly (New York), L.S. Rowe (Pennsylvania) and Juan Hernândez-Lôpez (Puerto Rico). They held a series of conferences and hearings, invited representatives of the government, the judiciary and the commercial associations of the country and finally submitted a very comprehensive report in five parts, covering the whole range of measures from city law to civil procedures and from habeas corpus to judicial fees: Report of the Commission to Revise and Compile the Laws of Porto Rico. 2 Vols. Washington, D.C.: Government Printing Office, 1901. Cf. C. Delgado Cintrön: "El Tribunal Federal como factor de transculturaciön en Puerto Rico". In a separatum of the Revista del Colegio de Abogados de Puerto Rico, Vol. 34, February 1973, pp. 26-28. Cf. W.H. Hunt: Informe oficial al Presidente, 10 March 1904, referred to by Irene Fernandez Aponte: Cambio, 1992, p. 357 f.

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The Year 1898 in Puerto Rico As a consequence of the cession, Puerto Rico's political constitution was changed with the Foraker Act of 1900, which replaced the military government with a civil government whose institutions were in accordance with the United States Constitution. Even during the period of military rule, Puerto Rico's legal system was subject to thorough revisions, adapting American legal codes, principles, and procedures. This transition posed some problems, however, and led to trials which were called "tribunales exóticos". The form of government established by the Foraker Act was to be subject to revision in the Jones-Shafroth Act of 1917 and also in the Commonwealth Constitution of 1950/52. Some Areas of Socio-Structural Change The process of reorganizing a newly acquired territory had various consequences, among them there was: • A change in land ownership and attitude towards land. Although the former US consul warned that the time was not yet right for American businessmen to come to Puerto Rico,38 the prospects of taking over profitable sugar cane plantations, the so-called "fiebre del oro blanco"39 and the opportunity to acquire land attracted foreign investors. Cheap labor and affordable prices, in particular in the aftermath of the "partidas", were incentives that led to a certain sell-out of the island and an increase in absentee land ownership. Signs saying "No Entry" were the obvious testimonies and symbols of expropriation and privatization.40 • A change in demography. The natural catastrophe San Ciríaco, the deep economic crisis, disorder and violence and other pushing factors contributed to waves of emigration at the very beginning of the century. Puerto Ricans began to emigrate not only to the mainland, but also many were "recruited" as workers to go to Hawaiian sugar plantations or to Venezuela, where they contributed their share to the building of the Cf. State Department Consular Despatches, San Juan, Puerto Rico, Despatch No. 113 of Philip C. Hanna, October 25, 1898: "The time has not yet arrived for American business men to come to Puerto Rico." I. Fernández Aponte: Cambio, 1992, p. 272. "Así se vendía la Isla en el extranjero", states Irene Fernández Aponte in Cambio, 1992, p. 261, referring to a letter of Charles H. Allen, who gives the prices for the land, which can be bought for 200 US$ per acre for the better land or even only 5-10 US$ for soil which is adequate for cultivating oranges and minor fruit. Fernández Aponte also quotes from the Puerto Rican novel La gleba, which describes the new philosophy of life and the sign "No Admitance" [sic].

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Ute Guthunz railway between Quito and Guayaquil. Thus several thousands of Puerto Ricans left the island for economic reasons, but there were also a number of Puerto Ricans seeking political exile, for instance in Cuba. • The substitution of professional groups with Americans. First and foremost those directly involved in the process of "Americanization", e.g. teachers, and those in sensitive areas, e.g. telegraph office workers, were replaced by Americans. Many leading positions experienced a change in personnel, and jobs, which had up to then been filled by the Spaniards or by Puerto Rican urban profesionales, were taken over by North American immigrants. The cambio quickly had a direct effect on the economic and social structure of Puerto Rico, a process, which was to be deepened and intensified during the course of the twentieth century. One of the effects mentioned, the mobilization of the population, has led to Puerto Rico sometimes being called a "divided nation", with more than 40 percent of its people living on the mainland. "Americanization" — Evangelization — Protestantization Resistance?

Cultural

"Americanization" is one of the catch phrases of the American "conquest" of the island that is used as a label for the diverse facettes of measures that were applied to take possession and gain control of the territory and to name the ubiquitous North American influence on cultural patterns and society. This overall process called "Americanization" comprises different parts, but it is used first and foremost with regard to education. In 1898 only 8 percent of the Puerto Rican population had access to a school, and 76 out of every 100 people over 10 were illiterate.41 According to the Report on the Census of Porto Rico 1899, only two to three percent of the total population attended school. Seven out of every eight schools were public schools, the rest were private or church schools, and the proportion of children attending school was much higher in the cities of Puerto Rico than in the rural districts. "La población rural era casi en su totalidad iletrada."42 To improve education was therefore one of the primary goals of the new government. In February 1899, military governor Guy Henry established a Department of Education, and two months later school districts, teachers'

R. de J. Cordero: La Economía, 1949, p. 6. I. Fernández Aponte: Cambio, 1992, p. 311.

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The Year 1898 in Puerto Rico qualifications and the building of public schools were instigated. Puerto Rican teachers were assessed by the newly established Junta Insular de Instrucción and got bad results because the tests were held in English. Consequently, many of them were replaced by American teachers. Schools were used as one of the pillars of "Americanization", which included teaching the English language and making English the official language of Puerto Rico. The introduction of English as the classroom language, however, did not necessarily bear fruit. In his evaluation of the Puerto Rican education system, Coll y Tosté wrote in 1910 that "los jóvenes, que salen de las actuales escuelas [no] saben más que los niños que salían de las anteriores aulas escolares." Furthermore he concluded that the American secondary education was not superior to the previous institutes of the Jesuits either, that the new buildings were no better than those formerly built, and, finally, that there was a newly founded university, "pero sin funcionar en facultad mayor" - which had not led to improvements either.43 The area of education, which Americans were most proud of and liked to present as successful and progressive, had to overcome some difficulties and setbacks. Many of the failures and problems can be blamed on the language differences between American teachers and their Spanish-speaking students. Many of them were also due to inadequate teaching materials and text books. But it was not before the 1940s that Spanish became the official classroom language again. Another element of the "Americanization" was the "Evangelization" or "Protestantization" of the island. After 1868 very small protestant nuclei had come to the island in the form of immigrant communities, but until 1898 Catholicism was not at all alterated or affected by this. However, as a consequence of 1898 the Spanish form of Catholicism was replaced by its American Catholic counterpart. The change concerned first and foremost the church as an organization and institution as well as its social position. State and church were separated, and public expenditures for the church and the priests were discontinued under the military governor General Brooke. In addition, traditional domains of the church were taken over by American institutions, particularly in the field of education. Most of the Spanish priests left their parishes, some of which were taken over by American priests. The vacant position of the bishop of San Juan, which had traditionally been filled by a Spaniard, was taken by a North American prelate in December 1899.

Cf. C. Coli y Toste: Historia de la Instrucción Pública en Puerto Rico, San Juan, 1910, p. 199.

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Ute Guthunz The new bishop James Blenk closed the Seminario Conciliar, so that students now had to go to the United States. There was not only a transition within the Catholic church. Protestant pastores as well as ministros of reformed churches came to the island. It may be interesting to note that in June 1898, one month before the invasion, missionaries of the Presbyterian church invited other protestant denominations and worked out a plan for the evangelization of the island. "En esa ocasión se dividió la Isla en cuatro partes: el norte para los Discípulos de Cristo; el este, para la Iglesia Evangélica Unida, el oeste, para la Iglesia Presbiteriana, y el sur, para la Iglesia Metodista."44 The misionares as well as the maestros in the schools were part of the drive for acculturation, which actually turned out to be rather more a process of transculturation. The process of cultural transition, however, was embedded in the continuation of the hispanic heritage, the language and catholicism. Although both, the actual form of catholicism, the position of the church within the state and the conditions for the priests changed, this denomination remained the main religion in Puerto Rico. Furthermore the Spanish language continued to be the one used by the population. The year 1898 - caesura, change, continuation? The year 1898 brought change, first and moremost the "cambio de soberanía", the change in hegemonic power. The changes the island had to undergo ought not to be compared to "explosiones", however, as does Irene Fernández Aponte in 1992. She states that "en Puerto Rico hubo una explosión más espantosa que la del Maine y con consecuencias más dramáticas. [...] La comparamos con la violencia de la erupción de un volcán que transforma la superficie terrena y abre brechas por donde derrama su lava candente."45 In actual fact, many of these changes did not happen overnight, furthermore many of the changes did not come as a catastrophe but were welcomed by the population as elements of modernization and progress. During the course of the nineteenth century there had been a gradual integration into the North American realm, economic and commercial, with regard to the currency and in higher education. This can be seen in the context of the decline of the old colonial power and the emergence of the new hegemonic power and its expansion, first as an informal empire, and, with the

Blanca Silvestrini/María Dolores Luque de Sánchez: Historia de Puerto Rico: Trayectoria de un pueblo. San Juan: Cultural Puertorriqueña, Inc., 1987, p. 386. I. Fernández Aponte: El Cambio, 1992, p. 384.

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The Year 1898 in Puerto Rico acquisition of the former Spanish overseas territories in the Pacific and in the Caribbean, as the new world power. The consequent replacement of Spaniards and Puerto Ricans by Americans in crucial positions in the process of "Americanization" and the far-reaching restructuring of Puerto Rico's government and legal system may nourish the view that the new hegemonic power pursued a fairly rigid colonial policy on the island. However, it should also be taken into consideration that many of the changes in Puerto Rico were responses to immediate problems or to the everyday problems of the time. One of the reasons for this lack of a coherent territorial policy is that the United States, presenting itself and perceiving of itself as an anti-colonial power, have not formulated such a policy and they have not established a separate department to deal with colonial or territorial affairs. The first guidelines for the political and constitutional development of the territories acquired through the Spanish American War were not drawn up by politicians. The judges of the US Supreme Court provided the basis for political decisions in the Insular Cases (1901-1922), in which the principle of the non-incorporation into the Union was introduced.46 The turn of the century therefore marked only the beginning of longterm debates on important questions such as citizenship for the inhabitants of the territories and final political status - that is independence in the long run or integration into the Union or something else in between. Despite a very comprehensive American effort of "Americanizing" Puerto Rico and transplanting an "American superstructure", much of the Spanish heritage, traditions and way of life survived the imposed change and produced a very distinctive Puerto Rican form of culture, identity, and lifestyle. Continuation in this context, can therefore also be attributed to failed attempts to produce change immediately, or to the paradoxes of intention and adverse long-term effects. Therefore it is a mixture of change and continuation which characterizes 1898 and the years around the turn of the century as well as the following decades, a mixture which could also be called "cambio-en-la-continuidad", as wrote Gervasio R. Garcia in 1985, or "change-in-continuation".

On the Insular Cases with regard to Puerto Rico, see Carmen Ramos de Santiago (ed.): El desarrollo constitucional de Puerto Rico. Documentos y casos. Rio Piedras: cl973, 2 1985; and José Trias Monge: Historia constitucional de Puerto Rico. Rio Piedras: Editorial Universitaria, 1981, particularly Chap. I, pp. 235-272. Gervasio R. Garcia: "Puerto Rico en el 98: Comentario sobre el Informe Carroll", included in Garcia's Historia critica, historia sin coartadas. Puerto Rico, 1985, pp. 119-133. The essay was first presented at a conference at the University of Princeton in 1979.

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Ute

Guthunz

Taken from: Manuel Méndez Saavedra: 1898. La Guerra Hispanoamericana en Caricaturas. Una vision sarcàstica de la Guerra Hispanoamericana, principalmente, por la prensa norteamericana del 1898 y la de otros países. San Juan, 1992, p. 192.

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WOLFGANG BINDER

Miles & More. 1898 and 'caballeros líricos': Luis Muñoz Rivera and José de Diego For Rafael Reyes Ayala "Esta tierra infortunada": Luis Muñoz Rivera En Venezuela mandan los venezolanos, en Francia los franceses, en Alemania los teutones, y así en los demás puntos del globo. En Puerto Rico no mandan los puertorriqueños, por el contrario: sobre ellos pesa la imperativa voluntad de unos pocos funcionarios a quienes se confia la misión de civilizarnos y administrarnos. [...] El más rudo argumento que se utilizó para rehusar el reconocimiento de nuestra personalidad, es la perpetua cantinela, el pobre ritornello de que 'no estamos preparados' [...]. (In: R. Cabassa Túa, ed., p. 217) The above quote was pronounced on January 30, 1908, by Luis Muñoz Rivera before the Cámara de Delegados de Puerto Rico. Muñoz Rivera died on November 15, 1915, shortly before the approbation of the Jones Act, for which he had worked in his function as Commmissioner of Puerto Rico in Washington, D.C. He was, along with Matienzo Cintrón and others, one of the eminent leaders of the Union Party in Puerto Rico, after having brought about the Pacto with Mateo Sagasta and organized the brief Autonomous Government that was done away with the invasion of Puerto Rico by the Armes Forces of the United States. His speech, which is marked by impatience, anger, frustration, and feelings of impotence, ends with a barely veiled, metaphorically charged menace to Washington, D.C.: "[...] Pediremos la independencia de Puerto Rico. Y se escuchará resonante en el yunque el marrón de nuestras perpetuas energías, golpeando y golpeando hasta romper en pedazos las cadenas de nuestra esclavitud."(P. 229) Muñoz complains bitterly of a non-existent change in the attitudes of North American politicians that, had it come about, would have granted Puerto Rico more rights, a more competitive base in the economical sector, home rule. When he admits in the same speech that he had never, before the U.S. takeover, been a friend of Spain, had never shouted "Viva España" nor hung a Spanish flag from his balcony in the times of Spanish sovereignty, he did so "porque antes de español era puertorriqueño y antes de la soberanía de mi nación defendía la autonomía de mi patria." Note the 193

Wolfgang Binder differenciation he makes between "patria" and "nación". After the Autonomy status was attained, he had the same high hopes for his "patria" (Puerto Rico) and "respeto" and "cariño" for the Spanish flag as when the Americans arrived and "todos pensábamos que la amplitud de que gozan los Estados Unidos se extendería a Puerto Rico [...]."(p. 220) These hopes were felt to have been in vain. In one of the passages which contain, as is so frequent in political (and poetic) discourse of that period, comparisons with Cuba, he recalls that "Cuba posee el espíritu de la guerra, Puerto Rico posee la mansedumbre de la paz. [...] Y mientras Cuba aguarda que se rompan sus ligaduras, Puerto Rico es menos que una tribu, pues las tribus luchan por su honor: Puerto Rico es un montón de ilotes sumisos al áspero capricho de sus señores." (p. 218) Muñoz Rivera takes on an argument that José de Diego seems to have left out altogether in his discourse, that of the quite visible presence of a non-white population on the island. As we know from the annual reports sent by the American governors in Puerto Rico to Washington and from reactions to that source of information, as well as from many accounts written by numerous visitors from 1900 well into the forties, the African element and, perhaps still worse, results of what was called miscegenation did not enhance chances either for granting independence or for absorption into the union as a state. (See Ch. H. Allan, W. Binder) Muñoz Rivera states: Un argumento más que se escrime contra nosotros, es la mezcla de razas en nuestro suelo hospitalario. En Cuba existe igual amalgama; en los Estados Unidos hay nueve millones de personas de color. Y nadie se le ocurriría pensar que los cubanos y los americanos no se hallan a la altura del self government que disfrutan. [...] Todas las naciones [s/c] constituidas en el Africa son negras. Id a proponerles que renuncien a su libertad y que se sometan a su señor. [...] Los hombres de color de Puerto Rico, que conviven con nosotros, que fraternizan con nosotros, se confunden en la lucha, demuestran su aptitud para ejercer funciones políticas. Y en este punto somos superiores a los Estados Unidos, donde el negro vive como un paria en el aislamiento y en la inferioridad impuestos por los blancos, (p. 219) How much Muñoz Rivera's pride as a member of the creóle elite - given his admiration for many facets of the powerful nation in the North - was wounded, shows in his following slightly resigned phrasing: Yo acepto la invasión; lo que no acepto es la superioridad. [...] Allá en el Norte, bien que se juzguen superiores a todo el mundo. Lo son en efecto. Dan a la humanidad un impulso gigantesco [...]. Acá, en nuestra patria, no permitimos que nadie esté encima de nosotros, (p. 226) 194

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Like many of his contemporaries, he admits, against a quite sobering record of Spain's rule in Puerto Rico, the considerable advances made under Washington's tutelage in realms like roads, bridges, schools, hospitals. But his speech like many other utterances since 1898 shows disillusioned echoes of General Nelson A. Miles's astutely crafted and much applauded "Proclama" of July 28, 1898. In Ponce, where the Americans had been greeted enthusiastically (see A. Santiago de Curet), Miles had said that the United States had occupied Puerto Rico to bring "las ventajas y prosperidad de la esplendorosa civilización", "por la causa de la Libertad, de la Justicia y de la Humanidad. Vienen ellas ostentado el estandarte de la Libertad [...] Os traen [...] el apoyo armado de una nación de pueblo libre [...]"; he assures the population "la mayor suma de libertades compatibles con esta ocupación militar." The emphatic and repeated use of the terms "Libertad" or "libertades" or "libre" rang in every autonomist or nationalist mind and enhanced wishes and expectations that Miles had no intention to fulfill and actually had not phrased in his proclamation. (Broadside) Luis Muñoz Rivera, the father of Luis Muñoz Marin, who signed another important treaty for Puerto Rico - that of the still existing Estado Libre Asociado - figures, like many politicians of his time, also among the poetas civiles of his island. He wrote much less in an energetic vein of patriotic affirmation than de Diego, as we shall see. Here are stanzas from a poem called "A cualquier compatriota" from his volume Tropicales that is characteristic of his abysmal pessimism: Van llegando, por más que lo creas los tiempos en que emigran las ideas.

[...] Pueblo viril que su honra cuida, perdona acaso; pero nunca olvida. ¿Naciste en la colonia? Muy bien hecho, serás el Jeremías del derecho. ¿Justicia? ¡Qué palabra tan hermosa! Pero es una palabra y no otra cosa. ¿Derecho? En esta tierra infortunada, es aire, es humo, es ilusión, es nada. (In: E. Barradas, ed., p. 125)

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Wolfgang Binder José de Diego: ¿"Cantando a la luna de plata"? José de Diego's reputation as an outstanding poet of modernismo and as a master of political oratory has to a large degree remained intact to this day. Having been a landowner and, par la force des choses, a partner of North American sugar companies, has tarnished, at least for many intellectuals and politically conscious persons in Puerto Rico, his reputation as a political leader, as a spokesman for independence. De Diego's archconservative role as a social legislator, his feud with labor, with the Federación Libre, his rather moderate stance before 1913 as regards Puerto Rican citizenship have not endeared him to liberals or leftists in Puerto Rico. (See D. S. Arrigoitia, R. Bernabe, pp. 53-82) More radical colleagues within his own party, politicians like Rosendo Matienzo Cintrón and intellectuals and writers of the stature of a Luis Lloréns Torres, one of the important poetic voices of the Antilles, and Nemesio Canales openly and sharply disagreed with de Diego, who only after he had in 1907 become Speaker of the Cámara de Delegados voiced (on some issues) dissent with the United States.1 In the 1910 debate on the possible revocation of the law which had restricted the ownership of land to 500 acres, de Diego favored revocation and thus the massive influx of North American capital and influence. Lloréns argued that "cada pedazo de tierra que se vende es un pedazo de patria puertorriqueña que se va a Estados Unidos." De Diego retorted with a quirky kind of logic which ultimately reflects distinct class interests: "[...] Los americanos no se pueden llevar la tierra puertorriqueña a Massachusetts ni a Oregon. [...] La tierra en el concepto de la patria, será siempre la nuestra, [...] siempre puertorriqueña, no importa quien la posea." ("La limitación de los 500 acres", LC 15/2/10/, qtd. in: R. Bernabe, pp. 78 f.) When Lloréns in the weekly Juan Bobo of July 15, 1916, published his article "Somos separatistas", his indignation was directed against "colleagues" like José de Diego: No podemos aceptar que sobre las cenizas gloriosas de Matienzo y sobre las innúmeras acometidas patrióticas de Muñoz Rivera y sobre las rebeldías nuestras, pretenden ahora monopolizar la bandera de la patria los que carecen de autoridad para ceñirse tan excelso laurel. No tienen autoridad, porque son patriotas de ocasión [...]. Y como nosotros los separatistas de ayer, los separatistas de hoy, los separatistas de mañana, los separatistas de siempre, queremos que nuestra causa tenga todos los prestigios, que nuestra bandera merezca I wish to express my thanks to Professor Arcadio Díaz Quiñones, who was so kind as to refer me to the prose of Luis Lloréns Torres. The caricature is reproduced from Díaz Quiñones, A. (ed.): Luis Lloréns Torres. Antología verso y prosa, p. 126.

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todas las confianzas, que nuestros caudillos sean firme garantía para los hombres y multitudes que vamos a seguirles y obedecerles y a secundarles en sus arrestos y perseverancias, de ahí por lo que no vemos con satisfacción que los Balboas y los De Diego [ííc] y los Hernández López, que tan esclavos de los gobiernos han sido en otras ocasiones, vengan ahora a erigirse en porta-banderas de nuestra redención. [...] (In: A. Díaz Quiñones, ed., pp. 41 f.)2 In fact, Lloréns satirized de Diego in a famous political cartoon that appeared in Juan Bobo of November 11, 1916. In it we see a very skinny de Diego who tries in vain to slip into José Martí's clothes which prove to be of a dramatically different size. The caption reads: "¡Caramba que ancha me viene/ Esa ropa de Martí!.../ Por mucho que me rellene/ Es muy grande para mí." (In: A. Diaz Quiñones, ed., p. 126) José de Diego sanctified De Diego, who died in 1918, was in his day, well into the twenties and beyond, an icon of creóle Puerto Rican culture and politics, of patriotism. He was born in Aguadilla in 1866, studied law in Barcelona and Havana (where he went back to obtain his doctorate in law in 1892), joined the Autonomist movement after his return to Puerto Rico, founded in Arecibo the newspaper La República and later on was the editor in chief of El Liberal.

Lloréns Torres undoubtedly had de Diego in mind, when he published his article "Hambre y millones" in Juan Bobo, August 12, 1916, p. 6. In view of the dramatic poverty of more than a million landless Puerto Ricans and more than five hundred government owned fincas, the soil of which is left unattended, he proposes a distribution of public land among the poor: "¿No es verdad que de este million de habitantes hambrientos es precisamente que se forma la entidad Pueblo de Puerto Rico propietario de tantas tierras abondonadas? ¿Es posible que el pueblo con minúscula se está muriendo de hambre mientras el Pueblo con mayúscula no sabe qué hacer con sus tierras?" The concluding paragraph of Lloréns's article points directly to de Diego and the land-holding, political class, its excercises in poetics and precious rhetoric: "Es una desgracia, compatriotas míos, que tanto criticáis mis sinceridades y aquilataciones, es una desgracia que nuestros líricos y tribunos le estén cantando a la luna de plata y al oropel de la gloria y a todo lo que está arriba por las nubes, sin dignarse mirar hacia abajo, sin preocuparse, sin condolerse del pobre pueblo que forcejea, que gime, que sucumbe." In: Díaz Quiñones, A. (ed.): Luis Lloréns Torres. Antología de verso y prosa, pp. 139 f.

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